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Pipá: Maniqueísmo, ironía y tragedia Aunque ni siquiera en los párrafos iniciales de este tra- bajo pretenda desmenuzar el rumbo del pensamiento clari- niano, sí creo ŭ til detallar algunos rasgos sobresalientes de su ideario ético-religioso ya que su clarificación facilitará el desarrollo del tema en cuestión: la desmitificación del cos- mos religioso mediante el uso de los tres factores anuncia- dos en el título. Considero insuficiente criterio sencillamente el tachar a Clarín de un ecléctico religioso pese a que por otro lado no quepa duda a estas alturas que en materia de religión era un hombre 'poco constante y propenso a nuevas corrientes, esto es, nada ortodox' o. Todo ello no es óbice a que creyera en Dios o tuviera una moral cristiana, pero sí a que tuviese mu- cha fe en la iglesia institucional. Como prueba de ello he ahí las polémicas sostenidas a lo largo de su vida con•eclesiásti- cos, resumidas aristadamente en la archicomentada carta de contestación que dirigió al obispo de Oviedo, monseñor D. R. Martínez Vigil, motivada por la condenación equívoca que el prelado lanzó sobre La Regenta 2 . Late al menos inicialmente, entonces, en Leopoldo Alas una inquietud espiritual que es- triba en un autoauscultamiento iniciado, como en todo autor (1) P. SÁINZ RODRIGUEZ, aClarín y su obra», Revista de las Españas, II (mayo- junio do 1927), p. 309. (2) JOSÉ ANTONIO CABEZAS, «Clarin» El provinciano universal (Madrid: •Espa- sa Calpe, 1936), pp, 141-147.

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Pipá: Maniqueísmo, ironía y tragedia

Aunque ni siquiera en los párrafos iniciales de este tra-bajo pretenda desmenuzar el rumbo del pensamiento clari-niano, sí creo ŭtil detallar algunos rasgos sobresalientes desu ideario ético-religioso ya que su clarificación facilitará eldesarrollo del tema en cuestión: la desmitificación del cos-mos religioso mediante el uso de los tres factores anuncia-dos en el título.

Considero insuficiente criterio sencillamente el tachar aClarín de un ecléctico religioso pese a que por otro lado noquepa duda a estas alturas que en materia de religión era unhombre 'poco constante y propenso a nuevas corrientes, estoes, nada ortodox'o. Todo ello no es óbice a que creyera enDios o tuviera una moral cristiana, pero sí a que tuviese mu-cha fe en la iglesia institucional. Como prueba de ello he ahílas polémicas sostenidas a lo largo de su vida con•eclesiásti-cos, resumidas aristadamente en la archicomentada carta decontestación que dirigió al obispo de Oviedo, monseñor D. R.Martínez Vigil, motivada por la condenación equívoca que elprelado lanzó sobre La Regenta 2. Late al menos inicialmente,entonces, en Leopoldo Alas una inquietud espiritual que es-triba en un autoauscultamiento iniciado, como en todo autor

(1) P. SÁINZ RODRIGUEZ, aClarín y su obra», Revista de las Españas, II (mayo-junio do 1927), p. 309.

(2) JOSÉ ANTONIO CABEZAS, «Clarin» El provinciano universal (Madrid: •Espa-sa Calpe, 1936), pp, 141-147.

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incipiente, para determinar la ubicación propia en el terrenoreligioso, buscando un firme conforme a sus ánimos. AcasoIlegó a encontrar tal acomodo en sus ŭltimos arios, pero, asíy todo, ni entonces cejó en las dudas con que se debatía ensu época inaugural cuando escribía Pipá 3 y La Regenta. Esteescepticismo se proyecta en su obra como hilo moral que ope-ra a guisa de ley suprema tanto en la crítica ejercida comoen la totalidad de sus narraciones. La moral tiene cabida entodo lo clariniano desde su tesis .doctoral El destino y la mo-ralidad -hasta -el libro de cuenios, El Gallo de Sócrates, pu-blicado el ario de su mŭérte. Clarín, hombre menos religiosoque moral, no concibe lo' uno sin lo otro. Es más, los identi-fica la mayoría de las veces seg ŭn vemos en su obra maes-tra, La Regenta, cuyo protagonista adolece de una moralidaden crisis siendo nada menos que el magistral de la catedralde una capital de provincia.

Segŭn se .ha considerado hasta hace poco el trazado ideo-lógico .que coMo novelista desarrolló nŭestro autor, hemos dedisc- ernir tres 1 étapas. Una priméra correspondiente a la incli-nación por el idealismo krausista. La segunda fase en la cualse muest'ra' -,.adepto del e..clecticismo. Y, en la ŭltima, dondeel autor 'vdelve al idealismo, esta vez renaniano, aproximán-dose segŭn envejece .al dogma católico. Sobre el supuesto dis-tanciamiento religiciso meridiano y el consecuente retorno deAlas a un cauce más ortodoxo, argiiidos ambos pro varios crí-ticos 4 , difícilmente puede precisarse, sin embargo, los aser-tos serialados por García Pavón en un iluminador artículosobre el tema indican otra posibilidad más viable. El críticodestaca .tres manifestaciones de Clarín en el revelador prólo-go a la colección de sus Cuentos Morales que lo inclinan a des-reer la lleVada y traída hipótésis jerarquizante: «permanen-

"(3) • La edición itsada y a la (jue corresponden todas las citas de páginas es latercera de Pipci (Madrid: Fernando Fe, 1886).

(4) S H ERMAN EoF1, The Modern Spanish Novel (New York: N.Y.U. Press,1961), 67-71; Edward Gramberg, Fondo y forma del humorismo de Leopoldo Alas,«Clarin» (Oviedo': Instituto de Estudios Asturianos, 1958); P. Sáinz Rodríguez,op. cit. •

(5) FRANcisco GARCÍA PANTÖN, «El problema religioso en la obra- narratha de• Ciarín"», Archivum, 2-3 (mayo-diciembre de 1955), pp.- 319-349.

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cia, crecimiento más o menos progresivo de la idea de Dios yconfusionismo de esta idea 6 ». De manera que sus requiebroscon las teodiceas de Renán no pueden por menos de ser nue-vos afloramientos del idealismo juvenil ya visto en la Ilama-da primera etapa. Como García Pavón deja sentado de modomuy convincente, Alas es un hombre inconstante, de vaive-nes perceptibles a lo largo de toda su producción. •En él exis,te en todo momento una actitud crítica frente a la Iglesia, ala par que una creencia en Dios desconectada de una rígidaortodoxia y seguramente autodefinida con escaso rigor. Portanto, en oposición al concepto tripartito de orden cronoló-gico del sentimiento religioso-moral de Alas, vengo a coinci-dir con García Pavón en que no obstante la alternancia deocultamientos y surgimientos de idealismo, escepticismo, es-piritualismo, etc., se trata de un continuum medular; todo loirregular que se quiera, pero de una constancia a toda prue-ba. En el mojón inaugural de este flujo, momento de alza delescepticismo pesimista y crítico, cuando la ternura y el hu-mor se confunden en una mal disfrazada ironía, se halla ubi-cada la novela corta Pipá.

Desde nuestra perspectiva actual al novelista Clarín se leimputan varios fallos que de acuerdo con el criterio del si-glo XIX no figuraban como tales. El más acusado es su in-tervención directa en la narración. Hoy nos gusta el novelis-ta ausente, objetivista, que para nada se mete en el curso delrelato. Sin embargo, a ninguno de los autores novecentistasse les ocurrió que semejante práctica tuviese nada • de objeta-ble Tanto Galdós como Pereda o Blasco, por citar sólo aunos cuantos, se creían con pleno derecho a intervenir cadavez que lo consideraban oportuno, para llevar al lector de lamano evitando así que se perdiera o interpretase el relato demodo distinto del pretendido por el novelista. A un autor queescribe hoy no se lo toleramos; así, pues, el lector actual ve

(6) GRACÍA PAVÓN, p. 343.(7,) Clarín más que nadie desdefia la actitud objetivista del novelista: aEl autor

de esta farsa [aCuento futuro») necesita... interrumpirla, aunque lo sienta y mor-tifique a esas pleyades de jóvenes naturalistas en roman paladino que no puedenver sin disgusto . que aparezca en la novela o cuento... la personalidad del escritar».Adiós Cordera y otros cuentos (Madrid: Austral, 1970), p. 94.

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con nial prejuicio —pese a su mejor voluntad--- al novelistadecimonónico ignorante de semejantes rigores críticos • Mases precisamente este defecto estético de trasmano, lo que ayu-da a :discernir más. claramente la actitud del novelista. Enotras palabras, la muletilla del autdr me servirá de apoyo pa-ra respaldar lo .que la narración propiamente dicha significay .sugiere y yo veré de descifrar. Por esto he tenido en cuentala ética religiosa de. Alas, .siempre con cuidado de no caer enla falacia intencional de pretender saber lo que el autor qui-so- decir o- deseó demostrar. En todo tiempo la materia primatiene que ser. imperiosamente el relato segŭn está compren-

. dido entre la cruz y la .fecha.- --

Intégran la narrativa de Clarín dos novelás mayores, cin-co breves y arriba dei médio . centenar de cuentos. La «éticarnag'iS• tral», .corn. o adjetiVa Pérez de Ayala 8 la presencia dernaestro tradicionalista y moral de/Clarín, se déja sentir através de los miles de páginas ,que su obra de imaginaciónalcanza: Entre los cuentos y las novelas cortas predominanaquéllos de tema reliffioso, apareciendo en segurido lugarcuantitativamente los que tienen por protagoriista ál género.infantil. En ciertos casoS ambas preocupaciones coinciden enun .mismo relato, demostrando entonces como el -iMpacto dela narración no puede menos de aumentar al oc ŭpar una cria-tura . .el lugar que normalmente convendría a un adulto. -Lareacción por parte del lector va en proporción a la escala—de menos a más— emocional. a que el autor elija -sometera su pequerio ente de ficción. Así, si leemos que un. viejo en-fermo se obligado a • pedir limosna para poder dar de co-mer a sus hijos, la escena desde luego nos inspirará lástima.•as, si es un. nirio de do. ce arios quien se vé obligado a ir enbusca de caridad •por el mundo adelante, éntonces nos senti-remos inmensamente .más compungidos. Esta es una técnicaadmirablemente empleada por Dickens en el siglo XIX y hoydía_por_Miguel Delibes con igual resultado. En Pipá sabido esque el tema religioso es protagonizado por un nirio de docearios .-que, ho.-es .que Se - haya: extraviado-del camino • religioso

• , (8) RAMóN • PÉREZ DE AYALA, prólogo a Superchería, Cuervo, Doria Berta (Ma-drid: Taurus, 1970).•p. 28.

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verdadero —léase católico— después de haberlo seguido, sinoque por su propia cuenta ha alcanzado inconscientemente unateodicea primitiva, pero que corresponde de modo fiel a sucorta existencia. El encajamiento de tal anomalía en los pri-meros momentos del cuento, predispone al lector a un esta-do de desánimo sinfrónico —como_ diría Ortega— con el tris-te fin del diminuto protagonista. Nos hallamos entonces an-te una pequeria novela configurada en lo esencial por un pro-blema religioso-moral segŭn se refleja en un escenario socialde la época —en los estratos _más bajos_ y los más encumbra-dos—, armado sobre un trazado de ironías convergentes ha-cia un desenlace augurado y trágico.

Pipá es la primera novela escrita, o al menos publicadapor Alas. Apareció inicialmente en el diario madrilerio La

Unión, en 1879, y en 1886 sirvió de título al primer libro decuentos de su autor, donde figuraba como el primer relato.Le corresponde también ser la más extensa de las novelascortas de Clarín. Pese a sŭ carácter inaugural, la obra esca-samente puede ser elegida como muestra del «primer» Cla-rín, como propone Laura de los Ríos, aduciendo el natura-•

lismo como rango principal 9 ; ni tampoCo como representativadel segundo período, cuando el autor se rige por la moral yla ternura segŭn Gramberg 1°• Este ŭltimo, que no va del tododescaminado apuntando un dualismo ciertamente existente enla obra, contribuye a derrocar la tesitura de etapas ya des-contada por equívoca al afirmar que, en efecto, esta primeraobra es típica del «segundo» Alas. Tal aserto es de esperarque demuestre de una vez cuan descarriada es la pretensiónde que haya una graduación de épocas en la novelística deClarín correspondiente a una escala de creciente ortodoxia.

Es esta una novela de personaje. Su estructura se pliegapara seguir las andanzas del protagonista. El hilo narrativoes el camino de la vida, topos del homo viator. El personajedeambula por la vieja ciudad casi sin rumbo: de la calle de

(9) LAURA DE LOS Ríos, Los cuentos de Clarin (Madrid: Revista de Occidente,1965), p. 35.

• (10) EDWARD GRAMDERG, pp. 126-130.

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los Extremerios pasa a la librería de viejo del serior Benito,después a la iglesia parroquial de Santa María, la plaza deLópez Dávalos donde se halla el palacio de los Híjar en el queentra y permanece unas horas y, finalmente, la tasca de laTeberga donde va a morir. Es la estructura lineal del viaje,una de las más antiguas de nuestra tradición literaria —MioCid— y de la que se vale Cervantes para la obra. cumbre dela literatura espariola, el Quijote. También es característicaesta ,estructura de la novela picaresca a la que Pipá se apro-xima por veces. La obra se desarrolla en el plazo de un díaescaso, comenzando a las cuatro de una tarde de invierno, ladel Domingo de Quincuagésima, para terminar a la marianasiguiente, Lunes de Carnaval. La narración dura aproximada-mente unas doce horas que corresponden a los doce arios quese nos dice tiene el golfillo. En esta estructura lineal de no-vela itineraria el argumento está contado en la tercera per-sona, como la mayoría de los cuentos y novelas clarinianos,dándose una ausencia casi absoluta de diálogos; todo se noscuenta. Redactada en párrafos amplios, la novelilla es de unatécnica realista, aunque no de un realismo representacional,sino selectivo, salvo los cuadros finales de tonos sombríos ra-yanos al Naturalismo. El clirna anunciador del término des-graciado de la existencia de Pipá se logra desde un principiomediante el papel clave que Clarín confiere al medioambiente.Por ejemplo, aunque el relato comienza a las cuatro de la tar-de, no percibimos la hora como un vagar soleado y alegre,antes bien, cae Una nevada «silenciosa y triste» (p. 2), em-pieza ya a oscurecer y «todo es soledad» (p. 31). De modoque la obra transcurre en un claroscuro sombrío y bivalente.En un primer plano he aquí un día de invierno, frío y apa-gado. Pero, por otra parte, se nos sugiere con semejante es-cena la privación, la , iristeza y la soledad. No es nada difícilvisualizar como lo primero atrae sobre el protagonista estosŭltimos sentimientos.

Del problema religioso planteado en Pipá se halla en elcapítulo II la síntesis de la filosofía que rige al personaje yque representa la clave para poder entender el cuento a fon-do. Muy pronto nos damos cuenta de que Pipá, escaso de arios

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y carente de formación alguna, es incapaz de comprender unconcepto abstracto tal como deidad. Materializa cuanto con-cibe, obligado a forjarse creencias cuyo alcance escasamen-te puede llegar a aprehender. Así cuando leemos que «era ma-niqueo. Creia en un diablo todopoderoso...» (p. 20), hemos dereconocer que no se trata de un autoaserto, sino de una de-claración por parte del narrador. Es decir, Pipá puede quesea maniqueo, pero indudablemente él no lo sabe. Se tratade algo entre el narrador y el lector. De hecho se porta y ra-zona igual que un adepto del maniqueismo, pero sin perca-tarse de ello. Esta • situación de la cual el protagonista no sepercata pero que el narrador y lector comparten es eminen-temente irónica.

La ironia necesita de dos niveles, uno superior, que es eldel ironista —el narrador en este caso-- y otro inferior, elde la victima. A ésta se la denomina asi por la frecuenciacon que existe un elemento de inocencia —la victima no setiene por tal—. Este tipo de ironia, que exploraré más tarde,con frecuencia puede surtir un efecto de ridículo o sarcasmo,mas aqui Alas no busca semejante fin y no hay burla de nin-guna clase. Denota, por lo contrario, un sintoma de patetis-mo. El nirio no percibe la existencia de un plano superior deinteligencia con el cual se le irá midiendo su vivencia, sur-giendo así los dos niveles narrativos —y dándose la ironíaque siempre se engendra en la contradicción, la incongruen-cia y la incompatibilidad a dds niveles—. Pipá mismo viveen dos planos: el de pillete que hace trastadas por doquier,y el papel de los personajes que pretende representar. Finge,a partir de las ŭltimas escehas del primer capitulo, ser quienno es: por las calles, una máscara; en el palacio de Hijar, unfantasma; y un borracho enviciado en la taberna.

Esie dualismo es de raíz en la estricta doctrina religiosapredicada por el joven Máni hayyá (216-277 AD). La religiónde Mani constituía un emperio por explicar la presencia delMal en el mundo. El mensaje que anunciaba el sirio era laexistencia de dos principios eternos: Luz y Oscuridad, pudién-dose éstos equiparar con el Bien y el Mal respectivamente. Através de los tiempos se ha considerado el maniqueismo ya

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como herejía cristiana o bien, en opinión de otros, como unade las religiones independientes persas. Cuando Clarín poneque «Era sin duda calumniarle llamar a Pipá hereje... No eraPipá hereje, porque no se había separado de la Iglesia ni desu doctrina, como sucede a tantos y tantos filósofos que nose han separado tampoco» (p. 16, subr. mío), la alusión aSan Agustín está clara. El obispo filósofo fue un converso delmaniqueísmo durante casi diez- arios (373-38 ,2), atraído haciaesta doctrina segŭn Ferrater - «en la cual vio una solución alproblema de la existencia del mal» ". Pipá de fijo que no sabelo que significa ser maniqueo. Lo que el muchacho concibees que hay personas, cosas y acaso fuerzas . buenas, y malas,y que cada bando está regido por un caudillo que él Ilamaclios bueno y dios malo. Al fin y al cabo (:qué más puede pen-sarse de un jovenzuelo que «toda su mitología se la había he-cho él sólo, sin más orígenes que los cuentos de su madrerespecto a las recompensas confitadas del Papá Dios» (p. 42)?La actitud de Pipá se reduce a la reconciliación con las po-tencias del Mal por creer, igual que los maniqueos, que el Males invulnerable a las fuerzas del Bien. Aunque el problema delMal reside en el centro mismo de las concepciones éticas yreligi.osas de los maniqueístas 12 , .las creencias de Pipá pocose distinguen de las lecciones catequistas aprendidas por otrosniños de su edad, a quienes se les inculca la necesidad de creeren un Dios bueno y en un diablo tan poderoso que puede apar-tarlos de aquel Dios bondadoso. Aquí se transparenta una crí-tica implícita por parte del autor del sistema ideado por laIglesia para instruir con tal desacierto a los menores. En am-bos sistemas reside una contraposición de tendencias Irreduc-tibles, una especie de dualismo moral entre el Bien y el Mal.Por supuesto que el maniqueísmo es una doctrina dualista yel cristianismo es monoteísta, mas también es verdad que enéste hay hombres y ángeles, cielo e infierno, y Dios y Satán.Cuando Dios creó el mundo separó la Luz de las Tinieblas, locual es una actitud básica muy dualista. Segŭn San Agustín,

(11) JOSÉ FERRATER MORA, Diccionario de filosofía (Mejico: Atlante, 1944),P. 56-

(12) FERRATER, p. 128.

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el hombre fue formado en un universo donde ya había dospoderes, Dios y Lucifer, y en esta contienda entre la Luz y lasTinieblas fue el primer hombre quien sufrió las consecuen-cias ".

• De la concatenación aducida entre las dos religiones po-drá resolverse cuán fácilmente un pálastre de las condicio-nes de•Pipá las confunde, con toda seguridad partiendo de

• na noción vaga pero ostensiblemente católica de la teodicea,de sus congéneres. El muchaCho sencillamente arma su «re-ligión» sobre la coyuntura vital en que se halla. Para él eldios malo o diablo todopoderoso no es sino la prosopeiza-ción de la circunstancia adversa • Los aspectos que cobra elMal para dificultarle la vida a Pipá son varios y agrupablesbajo dos grandes categorías: el Mal físico y el metafísico omoral. El primero, plenamente observable y causa de sufri-mientos corporales, se manifiesta en ciertos personajes: el pa-dre del nirio que llega a casa borracho por las noches; • laspersonas que lo maltratan a puntapiés; Maripujos la «brujadel Templo»; y el sacristán y el boticario que lo amenazancontinuamente. El . Mal físico también se revela de otras ma-neras como, por ejemplo, el inhóspito frío de las noches sincama, el hambre de todos los días, y la sórdida miseria delvestir y el hogar que apenas tiene. El Mal moral, aquel que•

acongoja a quien hace su presa, también lo acucia incesan-temente. Sus dos enemigos naturales, se nos dice, son la Igle-sia y el Estado (nótese el continuado dualismo). De ambasinstituciones percibe Pipá una serie de disvalores que no sólocontribuyen a endurecer su conciencia sino que, segŭn insi-nŭa el propio Alas, han sido la verdadera causa de la perdi-ción del pillastre. «La burla, el desprecio, la indiferencia» (p.21) p,or parte de religiosos y seglares entorpecen de tal modoa Pipá que en el entero discurrir del .relato no se halla unsolo instante en . que éste recapacite sobre lo poco aconseja-ble de sus actos.

Para suavizar el impacto que un jovenzuelo de doce años

.(13.) E. C. BURKITT, The_Religion of. the_Manichees (London: Cambridge U.Press. 1925). p. 103.

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pueda causar con sus fechorias en el ánimo del lector, ClaKnse vale del rcsto de sus personajes '4 . La maldad de algunosde ellos rescata a Pipá, por ser él el blanco de sus vilezas.Mencionado ya queda el padre borracho que le pega al nirio.Su madre, también victima de las embriagueces del cabeza defamilia, llamada despectivamente Pingajos en alusión a la es-casa limpieza de su presencia, apenas si opera de acuerdo consu condición de guarda y guia maternal; antes bien lo tratacruelmente cerrándole la puerta en noches de crudo invierno.De esta mujer se nos dice más tarde (p. 42) que arios atrástan sólo habia enseriado a su hijo que el Dios bueno obsequia-ba con dulces a los nirios pobres en el cielo ya que no los ha-bian podido comer en este mundo.E1 boticario y el sacristán,extrarios ya, también maltratan a Pipá caprichosamente, re-presentando en parte el Estado y a la Iglesia. Sin embargo,sus grandes enemigos son Celedonio y Maripujos. Aquél, per-sonaje ubicuo en la ficción clariniana y siempre con el mis-mo papel, le disputa —con el sacristán— a Pipá el derechode entrar en la iglesia de Santa Maria donde es monaguillo elprimero. Resulta ser una criatura despreciable por su cobar-dia y vileza, fallos que ejercita al amparo•del recinto eclesiás-tico en donde mora. La segunda es una vieja tullida que «abo-rrecia a Pipá con la misma furia que un papista puede abo-rrecer a un hereje» (p. 13) en palabras irónicas de Alas dadoel carácter avinagrado y la mala lengua de la harapienta men-diga. Ellos dos descargan toda su sevicia en el cuerpo exáni-me de Pipá en venganza de las travesuras y rabietas con queel protagonista los atropellara divertidamente. No ha de pa-recer improcedente serialar una vez más la técnica dualistaempleada por Clarian para desarrollar la continuidad de lanarración, hermanando asi el sentido o intención de la obra—enfocado sobre el dualismo maniqueo del Bien y el Mal-y su disposición de personajes —elemento estructural— porparejas: padre y madre de Pipá, el boticario y el sacristán,Celedonio y Maripujos. Para no volver sobre este recurso con-viene ariadir ahora, aun anticipándonos un poco, que la téc-

• (14) jO N W. KRONIK, «La modernidad de Leopoldo Alas», Papeles de SonArmadans. 61 (1966), p. 130.

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nica se extiende al resto del reparto de personajes principa-les: la Marquesa de Híjar, Julia, con su hija Irene; y el po-bre violinista Pablo y su nieta, la Pistariina, que es • la «novia»de Pipá. Entre los personajes secundarios ya habíamos vistoen las páginas iniciales del relato la pareja de «el doctor» Be-nito Gutiérrez, el librero, y su mujer la seriora Sofía. Además,varios de estos personajes se complementan, contrastándose.Por ejemplo, Pingajos y la marquesa de Híjar como dos ma-dres totalrnente opuestas; o también la Pistañina e Irene lasdos «novias» de Pipá, pobre la una y rica la otra, huérfana demadre aquélla y de padre ésta.

La primordial importancia del medioambiente resaltadaanteriormente cobra nueva vigencia al•establecer su funcióndentro de los dos niveles en que el relato está constituído: eldoble plano de la ironía coincidente reiteradamente con eldualismo fundamental del maniqueísmo. Alas a menos que senos eludiese el vínculo, lo establece directamente cuando es-cribe: «Como el tiempo era malo iba a oscurecerse todo muypronto» (p. 4, subr. mío). •El lector menos perspicaz se darácuenta de la fatalidad que se avecina de acuerdo con la tradi-ción literaria de un cielo encapotado u oscurecido a destiem-po. Efectivamente, el tiempo de tormenta presagia • el fataldesenlace de la obra, segŭn vuelve a insistir Alas: «La ciudadparecía muerta» (p. 4), a renglón seguido. Ño obstante, el au-tor abarca más en esta ocasión. Tan significativo como elaugurio es la equiparación entre lo oscuro y lo malo por loque tiene de esencial para la doctrina maniquea, pero tam-bién porque opera como clave en diversas otras ocasiones,Corno, por ejemplo, las rojizas tinieblas en que tiene lugar lamuerte del protagonista. Compartido este nuevo secreto na-rrativO con su lector avisado, Clarín teje una ironía sutil yprofunda que poco a poco va desbaratando el cosmos religio-so institucional. Así, cuando Pipá hace su aparición en el tena-plo con ánimos de procurarse un disfraz, notamos que el re-cinto está a oscuras, observación que ya no puede carecer designificado ulterior. La ausencia de luz en la casa de Dios esseria en extremo, mayormente si recordamos las palabras «Yosoy la luz, la verdad... etc.». El vacío sugerido ahora no deja

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lugar a dudas ya que la presencia de las tinieblas, salvo unas«pocas lámparas [que] brillaban aqui y allá sin interrumpirmás que en un punto -las sombras» (p. 28), subraya la faltadel conocimiento supremo encerrado -en las divinas palabrasy una carencia de calor espiritual advertido anteriormente. Enaquella ocasión, a Pipá se le niega la entrada a la iglesia du-rante todo el ario menos el Domingo de Pascua de Resurrec-ción y los «dias de tinieblas» (p. 24). Estos ŭltimos son aque-llos dias de la Semana Santa en que el clero catedralicio sereŭne por las tardes para el canto de salmos, todos ellos l ŭ-gubres, función durante la que se apagan las luces o velas amedida que avanza el ritual, para acabar , en una completaoscuridad acoMpariada del estruendo de las sillas que losparticipes golpean contra el suelo. De manera que Pipá tieneacceso a la catedral ŭnicamente , en estas fechas contadas cuan-do el rito éstá muy por fuera de lo cotidianO. 0, claro es,cuando se aventura a entrar en terreno vedaclo a riesgo delo que pueda esperarle. La ironia de que con solo una excep-ción —Domingo de Pascua— seán sus visitas al templo siem-pre a oscuras, cuando esio equivale al Mal del creyente ma-niqueo, no deja de ser altamente notable.

Cuando le es permitido entrar en el templo, el nirio pien-sa que el dios bueno ha vencido al «dios... oscuro» (p. 24).Pero como las veces que- esto sucede son raras, Pipá se figu-ra que el dios de la Luz carece de fuerza y que, por lo tanto,se manifiesta escasamente: Al dios bueno lo siente cuando es-tá lavado, peinado, y viste camisa 1impiae1 Domingo de Pas-cua, y oye la misa de Gloria, para la que re"-han dejado tocarlas campanas de la catedral en ese dia y cuariáb:,se aspira elperfume de las flores frescas entremezcladq onlas emana-ciones de incienso y las entonaciones del arnihio. La alegriaque Pipá experimenta constituye el equivalente de la euforiasentida por los otros fieles en la misma ocasión. Se trata, node un sentimiento puro de culto, sino de una exaltación sen-sual del rito: las flores visto-sas recién cortadas (color y olor),el incienso embriagador (olor), los acordes del órgano y eltariido de la campana (auditivo), la camisa recién lavada (tac-to). En consecuencia, el acercamiento del jovenzuelo al dios

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buerio es una ilŭsión suya, surgida al •no poder distinguir Másallá; espejismo que', por otra .parte, sufren otras personas ma-yores que PiPá, sumándose así al dualismo • en curso el deilusión-realidad. En este momento la acusaCión implícita a locontraproducente del rito establecido se renueva, sugiriendoAlas que la opbrtunidad no sólo es • desaprovechada para es-tablecer una guía acertada en beneficio de los pequerios quenecesitan quien los instruya, sino que éstos perciben una in-ieriSretación equívoca qŭe lbs llevará a unos usos religiosOseri años futuros tan descaminadós como ios de sus Mayores.

- •-Las • fuerzas contrarias de • este conflicto moral entre •clBien y • el Mal informan •la totalidad de la narración. El fríode la intemperie contrasta con • el calor confortable del pala-cio de Híjar; la blancura de la nieve, con la oscuridad de la•noche, del templo y de la taberna; la helada exterior, con .elfuego que arrasa la tasca• carbonizando a Pipá; la riqueza dclos Híjar' , con la miseria de Pipá y los suyos; y la víspera denoche Cerrada, on el sol matutino del día en que nq ŭere elchiquillo. Esta recurrencia de antilogías representa asimismo•un• método de engendrar la ironía que, - cle pOr sí, exige dosiérminos de comparación, basándose sobre todo en el .con-traste como ya dije. La ironía de Alas eri pipd ès 'mayorm-en-••te de hilo religioso apuntando, en camino de una clesmitifica-_ .ción religiosa, ha.cia . un sino trágico. La muestra inicial se ha-lla aperias comenzado el relato, cuando el golfillo s' e deja caer•sobre la nieve con los brazos abiertos - a semejanza de un Cris-to crucificado, permaneciendo sin moverse «como si estuvie-ra muerto» (p. 5), tal como • le sucede horas más tarde. En es-ceria de contrapunto vemos como Pipá acude al retablo delCristo Negro, se encarama al altar y despoja a la imagen desu mortaja. El juego de opósitos hurta- comentario, al igualque el latrocinio consista en una prenda que es justo una mor-taja. La ironía y el consecuente humor, cuando lo hay, disipanla •propensión a lo sentimentaloide especialmente en lo que serefiere -al • pillastre desamparado e inocente y ubicado en • unmundo de acechante miseria: Clarín evita así que Pipá, obli-gado a dormir al aire libre, cuyos bolsillos se han convertidoen grandes agujeros, y que en doce arios .de vida recuerda •ŭni-

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camente unos cuantos fías felices, se convierta en un remedóhumano demasiado patético para ser creíble. Y con él otrospersonajes como la Pistariina y su abuelo Pablo que cantany tocan coplas populares hasta llegar a la ronquera para ga-narse el sustento, pero que lo hacen con canciones «obsce-nas casi todas» (p. 64). Digno de lástima, entonces, peto declaro gremio picaresco, Pipá nos admira a la vez por su ha-bilidad para sortear los obstáculos que le impone la vida ypor su inocencia subconsciente que otorga un patetismo totala su tasada existencia. Desde su epíteto de maniqueo, en vir-tud del cual —como los elegidos de esta religión— no tiCneposesión alguna, Ileva una vida itinerante y no alcanza a te-ner apenás sino la comida del día, hasta su demostrada accp-tación del Mal, sobre Pipá gravita un sino aciago.

. ,Si la-novela moderna es filosófica, como nos asegura Eoff,np lo es menos irónica, al menos en su tradición novecentis-ta a Clarin le corresponde un lugar erninente como hu,morista en el siglo XIX. Par,a . convenĉérse de su naiuralezabásicamente ironista basta con sopesar su gran novela, La Re:genta, y la crítica másAdvertida sobre ella. Pipá eštá en lamisma trayectoria. La-ironía es connatural a toda la rrianifes-

tación artística deAlas. A esta actitud lo llevalz;an la desigual-dad que percibía entre lo, vivido y lo , pintado y una posturacrítica que consiguió trasvasar a la literatura. Mas,, contrade lo que podría suponerse, en Pipá lá ironía •no tarniza, deltodo el clima de páthos. El desenlace no sólo es. adivinablesino inevitable.

El . humorisrno que el autor destina a sus personajes ino-centes es muy distinto, del que va dirigido hacia los más des,-preciables. "En esta fórmula dual lOs primeroš son . objeetó deuna 'censura leve, mientras que los ŭltimós encajan ŭna sátiracarente de todo humoi-. Se , notará que aunque la ironía en elrelato nO es eXclusivainente_ de sobretonos religiosos en s-nmayóriá esencial sí lo es. De todos los- tipos de ironía, la me-nos importante y más frecuente eš la sintáctica o ironía n7er-bal. Los ejemplos de esta clase abŭndan de sobremanera, pero

• (15. ) S ERMAN EoFF, -p.-

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baste con citar 'algunos escogidos al azar donde subrayo loselementos constituyentes: «Maldito seas! —gritó el Merlín dela calle de Extremerios [el librero Benito Gutiérrez]. Amén...respondió el granuja [Pipá], pasándose la manga por las na-rices en serial de contricción (p. 10); el amo de la casa [padrede Pipá] era un borracho perdido... sacerdote del templo do-méstico» (p. 3); la vieja Maripujos llama a Celedonio dicién-dole «Ven acá, ángel de Dios... iArrímale, San Miguel, arrí-male y pisale las tripas al diablo [Pipá]!» (p. 19). Esta ironíaes parte del léxico, del estilo- de Alas, aunque a veces vayamás allá como en la expresión «templo doméstico» del cualse ve excluído Pipá por su propia • madre tantas noches, y quetiene por contrapunto la entrada prohibida a la catedral deSanta María del -nirio y «los perros» (p. 24)•

Una segunda clase de ironía es la llamada ironía de si-tuación o dramática en la cual un suceso reperCute sObre unpersonaje de modo contrario al esperado o conveniente. Eneste tipo de ironía, entonces, el rebote de incongruencia noes tan inmediato como el anterior. Se necesita una compara-ción intrinseca, no bastando el apercibimiento réflejo, paraengendrar esta ironía fruto de una dualidad tensiva dentro dela obra misi-na. El ejemplo de ironía dramática más generali-.,.•zado de la novela es el transcurso de la acción durante lasfiestas de Carnaval, por lo regular días de festejos y alegría,cuando el Antruejo de Pipá es todo lo contrario —un Carna-val inhóspito y cruel—. Mas, aun en esta ironía situacionaltienen cabida el humanismo y la ternura de un autor que nose despega de sus personajes favoritos seg ŭn observamos porveces, como cuando escribe del Pipá disfrazado que «sujetopor una oreja, tuvo que entrar el fantasma en el gabinete»de los Híjar (p. 40); o cuando lo defiende de los improperibsde su enemiga Maripujos deciarando. que «Era sin duda ca-lumniarle llamar a Pipá... hi. de tal (aunque esto ŭltimo, co-mo a Sancho, le honraba, porque tenía Pipá algo BrighamYoung en el fondo») (p. 16), donde alude al establecedor dela gran comunidad de la secta de mormones en el estado deUtah (EE.UU.) y que, como es palmario, era Poligatno pa-dre de considerable prole. Sin embargo, estos ejemplos adu-

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cidos no son la norma. Alas en la ironía de situación es mu-cho más serio, pasando fácilmente de la ironía de sonrisaleve a la mordacidad. Las instancias en que carga deliberada-mente contra alguna iniquidad social o ciertos usos religio-sos son denuncia clara y con frecuencia de un pesimismo re-signado. Así ocurre en el sepelio de Pipá, depositado en «lacaja de enterrar chicos que tiene la parroquia, como esfuerzosupremo de la caridad eclesiástica... Cuatro tablones mal cla-vados» (págs. 71-72). En este ŭltimo viaje del acabado golfi-llo —recuérdese la novela como visión viandante— es su ene-migo jurado quien dirige la procesión del entierro, en trajede monaguillo —muestra del futuro sacerdote— después dehaberle escupido en el féretro.

En su condición de picaro, ya apuntada también por Gar-cía Pavón 16 y con la cual vengo a coincidir citando por miparte el desahucio del héroe y el hecho de que casi parezcaque anda en busca de amo, Pipá recurre al robo para procu-rarse su persona —en el sentido originario latino de «másca-ra de actor»—, en parte, robo sacrilego. La adquisición de lamáscara da comienzo a un tercer plano de ironía, la ironíatrágica o sofóclea que crece paulatinamente. Huelga casi de-cir que estos tres niveles no sólo existen a lo largo del cuentosino a su ancho, esto es coexisten y no siempre distintamentesino que con frecuencia se intersectan. Refiriéndose a este dis-fraz Clarín irá sembrando detalles de una carga de presagio,augurio, fatalidad y anticipación que no pueden pasar inad-vertidos. Para disfrazarse, Pipá hurta una lámina donde apa-recer una calavera, las enaguas de una lavandera, la mortajade un crucifijo, y el sayal de acólito de Celedonio, uniendo allote una campanilla de misa propiedad suya. Todo es robadomenos este ŭltimo objeto y todo posee una importancia reli-giosa, salvo las enaguas de la señora Sofía cuyo hurto parecemás bien una casualidad dotada de innegable sentido cómico.La calavera que Pipá usa a modo de careta, -y como tal, ele-mento clave de su disfraz, anuncia claramente la suei-te delchiquillo que para el amanecer habrá fallecido. Otro íantopuede afirmarse de la mortaja del Cristo Negro, de la vesti-

(16) GARCIA PAVóN, p. 187.

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menta de monaguillo con la que Celedonio le acomparia enel entierro y hasta de la campanilla usada en su peregrina-ción carnavalesca y que hallará eco en el fŭnebre doblar desu propio funeral. Alas, segŭn es costumbre en él, salpica elcurso del relato con indicios para alertar al lector: «la ciudadentera le había de tener por un xesucitado» (p. 37); « iYo soyun difunto! —exclamó Pipá con la voz menos humana que pu-do!» (p. 45); «Su disfraz de muerto enterrado pareció...» (p.62) y muchos otros que se repiten. Este disfraz de amortaja-do —ya muerto nocionalmente— sirve de santo y seria paraabrirle las puertas del cielo, dándole seguidamente entradaal infierno.

«Pipá... entraba, como Telémaco en el infierno, en la man-sión celeste; entraba vivo, sin más que vestir el traje de di-funto» (p. 41). Nos hallamos ante la escena central de la obraque tiene lugar en el palacio de Híjar donde se le convida aPipá por deseos de la pequeria Irene, hija de los marqueses,fascinada por la máscara. El medioambiente del palacio cons-tituye para el pilluelo una esfera nueva por completo, algonunca visto, pero que coincide con su concepto de lo que elcielo debe ser. El aire cálido y.perfumado, las mil gollerías ylicores que prueba hasta saciarse,, más la atención que desdeun principio se le concede a su persona, surten sobre Pipá elmismo efecto que el ambiente hierático del Domingo de Pas-cua, confudiéndose otra vez lo maravilloso con lo sobrenatu-ral. Los sentidos nuevamente se le despiertan a lo grato inu-sitado; ahora de manera más sensorial quizá dada la indoledel empacho: los dulces, los licores, las frutas y la tibieza delreciento. Sin embargo, aquí en lo que se figura que es «el mis-misimo cielo» (p. 40), Pipá encontrará también el calor tiernodel afecto, algo que no llegó a sentir en la catedral. Del colorazul del firmamento es el gabinete donde Pipá e Irene se en-tretienen y donde previamente aquél había divisado desde lacalle. a la niria y a su madre en un conjunto que le recordabael retablo de la «Virgen de la Silla». En efecto, a Julia Híjar,bella joven rubia, madre de Irene, la toma el chiquillo por laVirgen, no sólo debido a su presencia —contraste con su ma-dre Pingajos— sino, a la dulzura que le muestra al desampa-

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rado Pipá. El contexto maniqueista en que debo encasillar laescena, coincide plenamente con la consideración del Bien co-mo una Luz que ilumina todas las cosas. El ŭnico lugar per-fectamente iluminado de la narración son los salones dej ar; las calles, el templo y la taberna a donde acudirá muypronto Pipá, está todo a las oscuras, o si no tenuamentealumbrado. La identificación Luz y Bien se realiza en esta es-cena central totalmente, siendo los elementos de paz, ordeny bondad asimismo correspondientes al dios bueno maniqueoimaginado tanto por Pipá como por los discipulos de Mani.

El jovenzuelo ha escalado, con su incursión en el palacio—«mansión celeste»—, a un estrato superior, y antes de aban-donarló subirá a otro todavia más alto, multiplicando asi ladualidad de planos que vengo sugiriendo. Volviendo atrás unpoco se verá que Pipá apenas si aparece como el desahucia-do y pobre nirio que es en realidad (primer nivel), sino quese presenta disfrazado (segundo nivel) casi desde un princi-pio, pretendiendo ser otro. Su entrada en el palacio de Hijarlo eleva a un tercer plano por ser terreno nuevo aunque el as-censo no sea dirigido por el muchacho mismo. Mas he aquique cuando la marquesa —viuda y por ende más parecida ala Virgen segŭn la cree Pipá— decide contar un cuento al gol-fillo y a su hija, para adormecerla, nos avecinamos al cuartonivel. Como Julia sigue su relato después de quedarse dor-mida Irene, el cuento va dirigido a Pipá. En él hay un bailede máscaras con riquisimos manjares donde todos los invi-tados son nirios; entre ellos hay una niria rubia Ilamada Ire-ne y una máscara que se llama Pipá (cuarto nivel). Crecenlos dos y se enamoran ya mayores, pero en el momento decelebrarse la boda, Pipá rompe el encanto de la parodia in-terrumpiendo a Julia diciendo que él sólo desea ser de la tra-11a. Roto el sortilegio notamos cómo el cuento dentro del cuen-to produce nueva ironia al descubrir la inadecuación patéticaentre la caritativa invención de la narradora y los proyectosirrisorios de Pipá. Es demasiado tarde, aun ‘a "los doce arios,para él por anhelar una existencia libre pero ruin que loarrastra —la ŭnica que ha conocido hasta ahora—. No sólodimite de su papel de galán (cuarto nivel) y de si. puesto

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de fantasma de palacio (tercer nivel) a los ojos de Irene, sinoque desecha su ŭltima esperanza. La ironia trágica caminaen dirección de la verdadera tragedia.

Vuelto a la calle y enfundado en su disfraz mortuorioPipá hace su entrada en el ámbito del dios del Mal, el máspoderoso, que acabará exigiéndole su vida. Este infierno es lataberna de la Teberga. Los dos escenarios en rotaCión pese alo opuesto de su ambientación —ubicación del Bien y elguardan ciertos parecidos para Pipá. Las personas mayoresdominan en ambos; el muchacho se encuentra con dos nirias,Irene y la Pistariina, en los dos sitios; con dos mujeres, Juliay la Retreta; él bebe en vel palacio y la taberna; los dos luga-res son de un temple cálido; y, por ŭltimo, la luz brillante delpalacio cobra en el antro un tono rojizo y apagado. Esta ŭ l-tima polarización dentro del paralelo no es ni la ŭnica ni lamás obvia, como la presencia virginal de Julia y la venal dela Retreta representan, Destaco estas dos escenas puesto que,a mi juicio, equivalen al anticlimax y al climax de la obra.Nuevamente, de acuerdo con la dualidad tensiva que se ex-tiende en la totalidad de la narración, nos encontramos conuna contrapartida donde el protagonista se introduce en elreino del Bien y en el del Mal. El hecho de que la «salvación»del héreoe esté de su mano y opte por desoirla en la primerainstancia cuando se halla con las Hijar prefiriendo dejarsellevar por la «nostalgia del arroyo» (p. 61) que le tira a lataberna en segundo término donde perece, son los momentoscumbres de la obra. La oportunidad desaprovechada, que cllector considerara la ŭltima salvación ofrecida a Pipá y casila ŭnica de la que puede valerse, registra una elevación aními-ca en nosotros, mudo grito de esperanza en el inescapableescalonamiento hacia la catarsis. Una vez pasado el momen-to sabemos que la suerte del pilluelo estaba echada y que to-da esperanza ha sido en vano. La «nostalgia del arroyo» sim-boliza el intimo e indeleble fallo trágico del héroe.

El, clirnax se da en el penŭltimo capítulo (VI), una es-_ _ _ .éeriá macabra de gritos aguardentosos, - olor -pestilente, calorasfixiante e iluminada por la luz mortecina de unas teas ar-dienteS. Ahora el disfraz de Pipá adquiere nueva valencia a

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ojos de la ralea; ya no se le considera fantasma sino amorta-jado. El fin del nirio, presagiado con tanta frecuencia, se acer-ca anunciado por dos ŭltimos preludios: la danza de la muer-te y el entierro de la sardina ", siguiendo así la simbología defondo religioso. Quienes bailan alocadamente son los cama-radas beodos de Pipá ya que él yace inconsciente por el alco-hol en medio del círculo danzarín. Por lo mismo será sólo elprotagonista el ŭnico en perecer en el incendio; el resto sesalvan todos. Así irónicamente, el vino que Pipá consideraraexpresión del dios malo al comprobar la conducta de su pa-dre borracho por las noches, ha acabado por enseriorearse desu persona. A continuación, a la concurrencia se le antoja ha-cer honores al disfraz de amortajado y organizan, a modo defarsa, el «entierro de la sardina», función celebrada por lonormal en la noche del Miércoles de Ceniza como despedidadel Carnaval. El anticipo anacrónico, además del augurio delverdadero entierro, delata lo prematuro de la muerte de Pipáquien apenas ha cumplido los doce arios. El ataŭd resulta seruna pipa —triste y despiadada homología— llena de un líqui-do inflamable donde lo submergen para «resucitarlo», consi-guiendo, por el contrario, que muera abrasado. Este final, quealgŭn crítico 18 ha calificado de naturalista, es totalmente idó-neo al esquema maniqueísta segŭn el cual el dios del Mal rei-na, en oscuridad, en medio del fuego destructor, del humo,y de la violencia. La taberna en sus «palpables tinieblas» (p.70.) no hace sino recordar la oscuridad de la catedral apunta-da y,a más arriba, labrando un nuevo eslabón entre lo religio-so institucional y un elemento moral negativo. En contrastecon las sombras del interior de la tasca opera la luz del díanaciente aparecida cuando Pipá ha expirado. Su cuerpo que-mado y negro como un carbón cierra el ciclo de imágenes conlas que lo hemos venido asociando y ofreciéndonos una nue-va armonización de opuestos: el Cristo blanco que había he-cho tendiéndose «en la nieve, como si estuviera muerto» (p.

(17) Clarín escribió un cuento con eite título, «El entierro de la sardinia, peroque carece del lastre filosófico de Pipá. Wase El Gallo de Sócrates (Barcelona: Edito-rial Maucci, 1901), pp. 183-199.

(18) DONALD L. SHAw, A Literary History of Spain: The Nineteenth Centu-ry (New Yoil: Barnes and Noble, 1972), p. 149.

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5) y ahora con su propio cuerpo carbonizado —empieza elrelato con la crucifixión y acaba con la muerte—. El final es-cupitazo que el monaguillo Celedonio profiere sobre el cadá-ver de Pipá, sin duda alguna resuena como eco bíblico que in-juria más al ofensor que al malparado pilluelo. Crítica asimis-mo feroz de la hipocresía eclesiástica cuando a renglón se-guido se nos dice que «Celedonio ha ganado una beca en elseminario. Pronto cantará misa» (p. 74).

La ironía trágica que hemos visto aumentar progresiva-mente, la más esencial por ser cauce expresivo del significadoŭltimo de la novela, me induce a considerarla en términos deuna pequeria tragedia. Por supuesto que la verdadera trage-dia puede darse ŭnicamente en la Obra dramática donde la au-sencia del dramaturgo en el escenario es absoluta y los per-sonajes han de luchar por sí mismos contra el hado. Mas,consciente, de esta salvedad, creo que como ilustración ana-lítica del sentido del relato su ajuste o superimposición —poraproximado que sea— al patrón de la tragedia tendrá sen-tido. Las semejanzas que lo allegan al género trágico son des-de un principio considerables: el personaje es un actor quehace su papel (el de su propio difunto) escudado por unamáscara; el tema de la obra es elevado y trascendental (lacha del Bien y el Mal); el desenlace fatal lo compartimos ine-ludiblemente con el autor desde un principio; y el proceso de-sarrollador culmina en la catarsis pasando por el anticlímaxy el clímax. Adoptando las etapas establecidas de la trage-dia '9 , la organización de Pipá resulta como sigue:

1) Familiarización con el medioambiente. El lector ad-vierte la pobreza, el frío de la nieve, la tarde sin sol y el ano-checer prematuro, y la gente huraria y cruel que desestimaal héroe.

2) Presentación del héreo.e Clarín nos congracia con elprotagonista. Se nos insta a quererle como le quiere el propioautor ya que el personaje no tiene a nadie más. La novela em-pieza con estas palabras: «Ya nadie se acuerda de él (p. 1) y

(19) Sigo estrechamente el es4uema detallado por Robert Boies Sharpe en culibro Irony in the Drama (Chapel Hill: University of N. C. Press, 1959), pp. 88-91.

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termina con «Hoy ya nadie se acuerda de Pipá más que yo»(p. 74). Y el lector simpatiza con él por ser nirio, pobre, de-sahuciado, hambriento, y maltratado.

3) Los augurios de un sino fatal. Una vez familiarizadocon el héroe, el lector descubre detalles que presagian un tris-te fin. Los dos incidentes más tempranos en tales manifesta-ciones son el Cristo crucificado, formado en la nieve por Pipá,y el robo de la mortaja al éristo Negro —irnágenes en con-tinuidad y, contraste—:

4) Las rivalidades del héroe. Pipá lucha desigualmentecontra sus adversários la Iglesia y el Estado, intensificándo-seasí la simpatia del lector por el agonista. Los embates querecibe éste de ambos campos los protagonizan con frecuenciaCeledonio y Maripujos.

5) La emoción–de fuerte shock. El lector se•sobrecogede hOrror al observar como F'ipá se viste de difunto, al escu-chár las alusiones a su calidad de muerto, su procedencia delCerrienterio, y el ófrecimiento que se le hace de . las ropas deŭn' muerto en el palació de Hijár. Todo esto emociona al lec-iOr más allá de -su nivel consciente ordinario.

6) El anticlimax como aparerite deSenlace feliz. Se dauna coyuntura antes de la catástrófe final en que el héroe pa-rece haber • cambiado de fortuna. Su sino cobra un aspectoesperanzador. Le ocurre esto a Pipá en su encuentro con elpalacio de Hijar donde halla: el cáririo de la marquesa y laadmiración de su hija,_ el calorcillo fisico correspondiente alsentimentál, la saciedad del hambre y de la sed, y un lugardonde no sólo pasar la nocĥe abrigo sino oasis donde pu-diese rehacer su vida. Ineluctablemente surge el desmoroná-miento de este horizonte prometedor, atribuido a la «nostal-gia del arroyo» que lo impulsa hacia sŭ propia destrucción.

, 7) El héroe como simbolo. En el sentido de simbolo se-gŭn lo entiende C. G. Jung 20 , Pipá como protagonista se vaconvirtiendo paulatinamente en una figura en quien puede el

. .

IVQ.B.EAT ARPE: p 90 - -

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lector depositar sus emociones, o sea, identificarse por com-pleto con él. En nuestro caso, una identificación total nos laimpide la frecuente presencia del autor que se interpone en-tre el héroe y el lector. En el mejor de los casos, esta identi-ficación, combinada con el estado animico del lector, tiendehacia la catarsis.

8) La muerte del héroe. El protagonista muere, pero,irónicárnente;triunfa al hacerse ŭn verdadero héroe. a los ojosde sus congéneres, superando su estado de iniciación. Pipá di-vierte a todos los de la taberna 'y no son ellos quienes le en-tretienen a él como hasta aqui: «La ehtrada de Pipá en la ta-berna de la Teberga fue un triunfo. Se le recibió con rugidosde j ŭbilo» (p. 62). El es quien llama la atención como figuraprincipal en la danza de la -muerte y en el «entierro de la sar-dina». Su muerte, sin embargo, no es aniquilación. El autorla recuerda y nosotros lo recreamos cada • vez •que • leemosla obrilla. La permanencia del héroe, por otra parte, la com-parte el lector que siente su vida purificada, mientras dure elsortilegio de la lectura en su memoria, al haber presenciadola vivencia de aquél.

Etapa final. Aqui se completa la • purgación catárticamediante la conmiseración del lector. En Pipá se interrumpepor la cruel ironia del escupitazo de Celedonio y un sermónhipócrita de Maripujos. No obstante, la catarsis se cierra conla purificación final del fuego y de la compasión declaradadel autor que dice no olvidar al héroe. Y también la del lec-tor, como es de esperar.

Pipá plahtea con rigor una serie de resonancias socialesde tenor ético-moral y filosófico sin anegarse . en teologia nimetafisica. El trazado general de la obra, de pór si fatalista,•se .hace más puniante al tratarse de uria vida apenas en -flor.

_D&nìödó espeCial la actitŭd de Claríñ endurece criticamenteal enfrentárse con lá existencia prepóriderante del Mal, capazde estragos semejantes al que arrasa el microcosmos de estanovela. Y es que Pipá no es obra - que pretenda divertir altor, bŭséa—inquietarlo. • Suscita implicitamente la cuestión delporqué del Mal en el mundo, conjunto a la existencia de Dios.

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Pone de manifiesto asimismo la integración de la realidad porel Mal que la completa, siendo tan imprescindible como elBien al que se contrapone en función de equilibrio universalaquí ausente. Tal planteamiento no es, por supuesto, nadanuevo, al menos filosóficamente, ya que desde los antiguosestoicos hasta Bergson en nuestro siglo se ha formulado unsinnŭmero de veces. Pero, en el ámbito de las letras españo-las dudo mucho que este argumento haya sido plasmado enla ficción con maestría pareja a la de Alas.

Este conflicto, que estriba en la duda de si el Mal inhiereen Dios, se resuelve en Pipá tan sólo a medias. Los maniqueosconsideraban la vida en este mundo un accidente lamentablesin la menor posibilidad de un mejoramiento genuino; artícu-lo de fe francamente pesimista, segŭn el cual el mundo irá demal en peor, pero al cual Clarín no se subscribe ni al que so-mete ai hombre. Mas, haciendo caso del factor maniqueísta,que declara el Mal como una fuerza mvulnerable al Bien, y enlógico desarrollo en que ,ha de desembocar la narración, Alasse resuelve por la victoria del primero. Pero ni la derrota so-bre el Mal exige su extirpación total ni la muerte del héroe,segŭn vimos, supone su total destrucción. La solución ( ?) deiautor se cirie a la muestra de los efectos surtidos por la fuer-za del Mal manifestada en los disvalores que por veces en-carna el individuo —la cobardía, la crueldad—, que en otrasocasiones son consecuencia de la sociedad institucional —lahipocresía—, o que proceden de la naturaleza y el azar —laprivación, el sŭfrirniento, etc.—. Ajeno a un credo determi-nista, pero temeroso de que el desamor fundamental entrelos hombres los condujese por el sendero irreversible de unamaldad entrevista en la sociedad presentada en Pipá, Clarínlanza su aviso con esta historia de un nirio al que ni padres,iglesia, prójimo (salvo los Híjar) o destino (Dios causa de-ficiente del Mal) ofrecen el más mínimo amor. Empero, si elautor es un escéptico, en su ironía y cinismo tiene cabida lailusión de una pequeria y posíble mej ora. El, a fin de cuentas,se acuerda del pequerio Pipá.

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