julio torri: entre la brevedad y la ironía

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Julio Torri: entre la brevedad y la ironía ARMANDO PEREIRA Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM La obra de Julio Torri emerge a la cultura mexicana inscrita ya, de antemano, en los presupuestos ideológicos y estéticos del Ateneo de la Juventud, ese grupo de jóvenes iconoclastas, hijos de la Revolución Mexicana, que había venido a romper los rígidos moldes de la educa- ción positivista porfiriana y abría nuevos horizontes hacia una cultura humanista y ecuménica que recuperaba toda la historia y el pensa- miento de Occidente. Aunque es verdad que la niahera de inscribirse allí es un tanto sui generis, me atrevería a decir periférica, Torri no fue nunca una figura central en el Ateneo; tampoco su obra. Frente a la agitada vida cultural de los ateneístas (conferencias, declaraciones, li- bros, artículos en la prensa), el coahuilense mantiene cierta distancia, cierto recato. Más que convertirse en actor de esa convulsa vida cultu- ral, prefiere el papel de observador. Algunos críticos han achacado esta actitud a su proverbial timidez, a su tartamudeo; creo, niás bien, que esa elección nace de uña disposición intelectual distinta, de una mane- ra diferente de ver y vivir elmündo. Esto se confirma cuando atende- mos a su propia obra literaria. No hay en ella esa voluntad de devorar y discutir el universo circundante, desde las culturas de otras latitudes (Europa, Estados Unidos y América Latina principalmente) hasta lo que está ocurriendo en- el México revolucionario del momento, que era la voluntad intelectual de la mayor parte de los ateneístas (Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, José Vasconcelos, Mar- tín Luis Guzman, entre otros). La obra de Torri transcurre por territo- rios muy distintos, mucho más íntimos y personales; en lugar de bus- car respuestas en la exterioridad, se sitúa como un espejo en el que el sujeto del texto se contempla a sí mismo, dialoga con su propia voz.

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Estudio sobre obra de Julio Torri

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  • Julio Torri: entre la brevedad y la irona

    ARMANDO PEREIRAInstituto de Investigaciones Filolgicas, UNAM

    La obra de Julio Torri emerge a la cultura mexicana inscrita ya, deantemano, en los presupuestos ideolgicos y estticos del Ateneo de laJuventud, ese grupo de jvenes iconoclastas, hijos de la RevolucinMexicana, que haba venido a romper los rgidos moldes de la educa-cin positivista porfiriana y abra nuevos horizontes hacia una culturahumanista y ecumnica que recuperaba toda la historia y el pensa-miento de Occidente. Aunque es verdad que la niahera de inscribirseall es un tanto sui generis, me atrevera a decir perifrica, Torri no fuenunca una figura central en el Ateneo; tampoco su obra. Frente a laagitada vida cultural de los atenestas (conferencias, declaraciones, li-bros, artculos en la prensa), el coahuilense mantiene cierta distancia,cierto recato. Ms que convertirse en actor de esa convulsa vida cultu-ral, prefiere el papel de observador. Algunos crticos han achacado estaactitud a su proverbial timidez, a su tartamudeo; creo, nis bien, queesa eleccin nace de ua disposicin intelectual distinta, de una mane-ra diferente de ver y vivir elmndo. Esto se confirma cuando atende-mos a su propia obra literaria. No hay en ella esa voluntad de devorar ydiscutir el universo circundante, desde las culturas de otras latitudes(Europa, Estados Unidos y Amrica Latina principalmente) hasta loque est ocurriendo en- el Mxico revolucionario del momento, que erala voluntad intelectual de la mayor parte de los atenestas (AlfonsoReyes, Pedro Henrquez Urea, Antonio Caso, Jos Vasconcelos, Mar-tn Luis Guzman, entre otros). La obra de Torri transcurre por territo-rios muy distintos, mucho ms ntimos y personales; en lugar de bus-car respuestas en la exterioridad, se sita como un espejo en el que elsujeto del texto se contempla a s mismo, dialoga con su propia voz.

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    descubre en su forma de vivir conductas y comportamientos que, 'dealguna manera, nos conciernen a todos. Aunque muy suya, muy perso-nal, su obra, sin embargo, no puede desligarse de la del Ateneo de laJuventud.

    Julio Torri (1889-1970) llega a la ciudad de Mxico a sus diecinue-ve aos, decidido a emprender la carrera de abogado en la EscuelaNacional de Jurisprudencia. Su aficin literaria se haba iniciado lyaaos atrs, en Saltillo, donde haba publicado algunos textos en revis-tas y peridicos del estado. Sin embargo, ser en la ciudad de Mxicoy, en particular, en las aulas universitarias, donde esa aficin terminarconsolidndose. All entra en contacto con algunos fijturos atenestas,que ya por entonces se reunan en torno a la Sociedad de Conferencias,concretamente con Mariano Silva y Aceves y Alfonso Reyes. Es esteltimo, que constituy para Torri una de sus amistades ms intensas(ah est la vasta correspondencia entre los dos para corroborarlo), elque nos ha dejado una imagen vivida de su primer encuentro: |

    i

    Te conoc escondido bajo una mesa de lectura, en la Biblioteca de laEscuela de Derecho, cuando curshamos el primer ao y t llegabasapenas de Torren. Unos cuantos muchachos, todos paisanos tuyos,' teasediaban y te lanzaban libros a la cabeza, porque acababas de declarar-les con un valor ms fuerte que t, que Vargas Vila era un escritorpsimo, si es que estas palabras pueden ponerse juntas. En ese momen-to entr yo. T apelaste a mi testimonio como a un recurso desespera-do, y esta oportuna digresin dramtica modific el ambiente de ladisputa, comenz a apaciguar los nimos y te dio medio de escapar. Yaen la calle, me tomaste del brazo y me hablaste de aquel volumen de laRivadeneyra [...]. Desde entonces fuimos amigos (Torri 1980: 17).

    Con ese gesto, no slo se sellara una amistad entre los dos quedurara alrededor de cincuenta aos, sino que constituira tambinilava de ingreso de Torri, siempre de la mano de Reyes, al grupo delAteneo y a sus interminables tertulias y parrandas.

    Sobre el carcter perifrico de Torri en el Ateneo (Beatriz Espejo localifica de "segunda lnea": 13), habra que sealar que, entre sus preo-cupaciones literarias, nunca figuraron los temas polticos o sociales delmomento. La gesta revolucionaria, por ejemplo, tan incisiva y acucian-te para otros miembros de su generacin, no aparece en ninguna de suspginas. Incluso el tema de Mxico, que tanto ZatzefF como Espejo

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    hacen todo lo posible por recuperar, si acaso est presente en su obra(quiz en algunas estampas de la poca de la Colonia), lo est de unamanera tan tangencial que resulta francamente prescindible. Al hablardel "tema de lo mexicano" en Torri, ZaitzefF (Torri 1987 y 1983) seapoya fundamentalmente en el relato "Las barriadas" (un texto que elescritor coahuilense dej indito y que Zaitzeff rescata de sus archivos ypublica en El ladrn de atades). Sin embargo, cuando el lector se aboca asu lectura, no puede ms que confirmar lo que ya haba intuido en otrostextos suyos, que no hay "tema mexicano" en Torri, que los barrios queaparecen en este relato aunque lleven el nombre de La Merced, SantaJulia o La Candelaria de los Patos podran pertenecer a cualquier ciu-dad del mundo (no es casual que las principales referencias que aparecenen l sean la Edad Media, el romance de Cerineldos o el Arcipreste deHita), pues lo que a Torri le interesa no es el color local, sino lo que todobarrio contiene y comparte con los barrios de otras latitudes. El propioZaitzefF, en otra parte, termina tambin reconociendo el carcter insus-tancial de este tema en la obra de Torri: "En resumidas cuentas, comohemos podido observar, el tema de Mxico aparece espordicamente enla obra creadora del coahuilense" (1983: 56).

    Todos estos temas lo social, lo poltico, la Revolucin Mexicana,"lo mexicano" tan acuciantes e incisivos para otros miembros de sugeneracin, estn casi por completo ausentes de la obra que Julio Torripublic. Lo que a l le interesaba era algo muy distinto: explorar el uni-verso interior del hombre (en muchos casos a travs de s mismo) paradescubrir conductas y comportamientos que hacen del individuo y de lasociedad sujetos risibles. Carmen Calindo lo ha sealado explcitamente:"Defensor del esteticismo resulta extrao en un mundo que ha llegado(la palabra convertida en ladrillo que descalabra) a la hora de la poltica.Pero ante los actuales artistas comprometidos, ante estos escritores cuyosaber atraviesa una y otras ciencias, Torri opone un hallazgo fliera demoda: el mundo interior, un botn del que, para nuestra desgracia, se hanapoderado los sicoanalistas" (en Zaitzefl^ 1981: 36).

    Durante su larga vida (muri un poco antes de cumplir los 81aos), Julio Torri public slo tres libros de ficcin: Ensayos y poemas(1917), De fusilamientos (1940) y Tres libros (1964), que incluye a losdos anteriores y un tercero bajo el ttulo de "Prosas dispersas". Los tresguardan una unidad temtica y formal impecable. No hay grietas, nohay resquicios: se trata, en definitiva, de un mismo libro. Torri tuvo

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    un cmulo de preocupaciones estticas y literarias, no muy amplio, escieno, pero que lleg a convenrsele en una suene de obsesiones a las queles fue fiel a lo largo de toda su vida: el antihroe, la vocacin pori elfracaso, el autorretrato, el mal gusto del xito, la otra cara del mito o laleyenda, la mujer, la relacin entre la vida y el ane. Fueron estos sustemas centrales, a los que volva una y otra vez, de un libro a otro. Nuncale interes escribir sobre otra cosa, ni siquiera lo intent. Y la manera deabordar estos temas fue tambin siempre la misma. El relato breve,sobrio, conciso, que se niega a contarnos una historia, a construir perso-najes, a desarrollar circunstancias narrativas. El propio autor coahuilerisese ha referido a su decidida inclinacin por la brevedad: "El ensayo conoahuyenta de nosotros la tentacin de agotar el tema, de decirlo desaten-tadamente todo de una vez" (1937: 109). Y un poco ms adelante con-cluye: "El horror por las explicaciones y las amplificaciones me parece lams preciosa de las vinudes literarias" (112). Lo que ms bien busca To-rri en sus textos es la creacin de una imagen, contemplada desde todassus aristas, que nos muestre la cara oculta de una actitud o un compori:a-miento, lo que la solemnidad y los buenos modales de la sociedad suelennegar u ocultar. Y lo hace mediante un recurso literario que pocos escjri-tores mexicanos han desarrollado tan fina y pulcramente como l: el hu-mor, la irona. Alfonso Reyes, con ocasin de la publicacin de Deisita-mientos, lo describe resaltando precisamente estas dos cualidades: "Sutemperamento se expres en una poesa sazonada siempre de hurno-rismo... Escribe con brevedad, publica poco, apura con sabidura suporcin del tiempo [...] Cenero y leve. Caso nico de sobriedad en estavegetacin de Amrica y en su ascendencia de fecundos mediterrneos"(enZatzefFl981: 15).

    Brevedad e irona, dos hermanas gemelas que suelen caminar de lamano por los textos literarios. Es verdad que un texto breve no necesa-riamente tiene que ser irnico, pero tambin es verdad que el humor o lairona no soponan largas parrafadas. La irona se expresa siempre enfrases concisas, en frases exactas, en pocas palabras. Su manera de dar enel blanco se sustenta precisamente en eso: en un golpe verbal. No en' laperfrasis, no en el frrago de los circunloquios y las explicaciones, sino enese instante en el que un juego conceptual rompe de pronto la lgica deldiscurso para mostrar lo otro, para iluminar el lado cmico o risible q^ uela racionalidad del disctu-so esconde. La obra de Julio Torri se sita pre-cisamente en el centro de estas dos coordenadas. Y es del entrecruza-

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    miento de sus signos de donde sus relatos adquieren toda su fuerzaexpresiva y el sutil efecto de su persuasin.

    Pero en el caso de Torri, brevedad e irona no slo son dos tcnicasliterarias, dos formas de estructurar un cuento o un ensayo, sino ms biendos maneras de acercarse al mundo y tratar de comprenderlo, dos mane-ras de intentar explicarse el papel que uno juega en medio de esa realidadmuchas veces hostil y adversa. Y para Torri la mejor va para lanzarse aesa bsqueda no es el discurso largo y farragoso, provisto de una enormecantidad de refiexiones y especulaciones, de alternativas y desarrollossiempre diversos, de ascensos a momentos climticos sublimes o asfi-xiantes y derivas o descensos vertiginosos, de finales fnebres o triunfalessiempre exhaustos o agotadores. En lugar de esas infinitas digresiones,Torri elige la brevedad del instante, la precisa y pulcra elaboracin de unafigura o una imagen (unas cuantas palabras bastan) en la que se resumetodo eso. De ah que, como Horacio Quiroga o Borges, no haya intenta-do nunca la novela ("El cuento deca Quiroga es una novela depu-rada de ripios."), que haya privilegiado el poema en prosa, el ensayocorto o el cuento para decir lo que tena que decir. Como si creyera ycreo que lo crey firmemente que lo que un hombre tiene que decirpuede decirlo en pocas palabras, amn de repetir cacofnicamente lo queotros ya han dicho hasta el cansancio. Quiz por eso Torri prefieraescribir el prlogo a una novela que nunca escribir (1987: 33-37) msque escribir la novela misma. La novela le cansa, le aburre, le fastidia; loha dicho explcitamente: "En principio nunca leo novelas. Son un gneroliterario que por sus inacabables descripciones de cosas sin importanciatrata de producir la compleja impresin de la realidad exterior, fin querealizamos plenamente con slo apartar los ojos del libro" (1980: 51).

    Esta preferencia por la brevedad contra la abundancia, por la conci-sin frente a la exuberancia, en definitiva, por el cuento corto antes quela novela, alcanza su expresin mxima (expresin paradjica e inclusoautofgica) cuando Torri, en otro texto, elogia, muy por encima de todoslos libros escritos, precisamente aquellos que no se escribieron nunca:

    Pero hay otras obras, ms numerosas siempre que las que vende el libre-ro, las que se proyectaron y no se ejecutaron; las que nacieron en unanoche de insomnio y murieron al da siguiente con el primer albor...Tienen para nosotros el prestigio de lo fugaz, el refmado atractivo delo que no se realiza, de lo que vive slo en el encantado ambiente

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    de nuestro huerto interior. Los escritores que no escriben Rmy deGourmont ensalz esta noble casta se llevan a la penumbra de|lamuerte las mejores obras. (1937: 123-125).

    Esta breve reflexin, esta sucinta imagen que parecera condensar,como una gema, el arte de Torri: suma concentracin, sutil iroria(pues se supone que, si se escribe, se escribe siempre para alguien), nohace ms que traducir una de las ideas centrales que recorren buehaparte de su obra: la idea de que todo acto de escritura es, en ciertaforma, excesivo, que ya todo est dicho, que al escritor hoy no le queldams que revolotear, como la polilla alrededor de la luz, en torno aciertos motivos, a ciertos asuntos, para encontrar, quiz, alguna arista,algn filn en el cual detenerse slo un instante. De ah su elogio de labrevedad, de la contencin verbal, pues prodigarse en lo ya conocidono slo es intil, sino de mal gusto. El escritor que prefiere Torrij yque definitivamente l mismo encarna, es el que "se complace en mos-trarnos que es ante todo un descubridor de filones y no msero barrete-ro al servicio de codiciosos accionistas" (1940: 29).

    Sin embargo, esta decidida aficin por la brevedad, por el cuidadominucioso y casi obsesivo de los textos, esa mana suya de revisar una yotra vez lo escrito hasta encontrar la palabra justa, precisa, insustitui-ble, pero sobre todo el hecho de que a lo largo de su vida slo hayaescrito tres libros de ficcin que, en conjunto, no alcanzan ni las dos-cientas pginas, le ha valido, por parte de algunos crticos, ciertos co-mentarios a propsito de una supuesta "pasin por la esterilidad". Susamigos se referan a l como "el escritor que no escriba". "Cuentago-tas", lo llam Antonio Caso. Cardoza y Aragn se pregunta: "Fue unescritor que no quiso escribir?" (1989: 12). Vicente Quirarte, a su vez,describe a Torri como "el escritor que hizo de la exigencia una variantede la esterilidad" (22). Y Zatzeff seala de manera contundente, aun-que tambin matiza: "A nuestro juicio la esterilidad que lo caracterizase debe principalmente a sus elevados ideales estticos y a su conceptode la originalidad" (1983: 29-30) Jos Emilio Pacheco, por su parte,habla de Torri, explcitamente, como "un hombre [...] que ha hechode la esterilidad una pasin". Aunque en seguida se corrige: "Esterili-dad? Ms bien dira contencin, desdn o temor por la gloria quepasa" (en Zatzeflf 1981: 25). Y en realidad no creo que pueda hablarsede Torri trastocando los trminos: rigor, contencin, sobriedad, auto-

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    crtica, no son sinnimos de esterilidad. No veo cmo se hubiera bene-ficiado su obra si en lugar de tres libros hubiera publicado diecisiete.Cuntos libros necesitaron Rulfo, Arrela, Josefina Vicens o Ins Arre-dondo para figurar, con plenos derechos, como protagonistas esencialesde la literatura mexicana? Cuntos libros necesit Rimbaud para si-tuarse como la figura central de la poesa moderna? La calidad de unescritor no se mide con criterios cuantitativos. Un escritor escribe (ypublica) lo que tiene que decir y todo lo dems es pura rebaba literaria.Hay muchas obras completas que se beneficiaran sensiblemente si sevieran reducidas a la mitad o a una tercera parte. En este sentido,coincido plenamente con Ramn Xirau cuando, a propsito de Torri,seala: "Escribir poco es un acto de atencin, un acto de respeto, unrechazo del pecado capital que consiste en querer sistematizar el uni-verso y encasillar o encastillar la existencia". Y, ah mismo, concluye:"En otras palabras, el mundo solamente adquiere sentido para quiensabe verlo incompleto, rico de posibilidades" (en Zatzeff 1981: 22).

    En cuanto a los temas, a los que Torri volvi una y otra vez, de unlibro a otro, no voy a referirme aqu a cada uno de ellos. He preferidoelegir tres o cuatro nicamente, pues mi propsito es slo mostrarcmo todo lo que hemos dicho sobre l, en particular el manejo de laconcisin y el humor, se manifiesta en la factura de sus textos.

    EL HROE / LA OTRA CARA DEL MITO O LA LEYENDA

    Uno de los relatos ms citados por la crtica, como ejemplo de breve-dad, de perfeccin, de elegancia, de uso de las palabras justas, es "Cir-ce". En este relato, el narrador ha decidido emular a Odiseo y enfren-tarse a las sirenas. Pero no a la manera del hroe griego, l no busca serastuto, no quiere jugarle una mala pasada a las sirenas ni burlarse deellas. Ha decidido no amarrarse al mstil del barco, precisamente por-que est dispuesto a perderse en el canto de las sirenas, en el corazn desus extraos dominios. Para su sorpresa, para su profunda decepcin,ese da justamente las sirenas decidieron no cantar (1937: 11-12).

    O bien, ese otro texto titulado "El hroe", en el que Torri lee deotra manera, hasta trastocarla, la leyenda de San Jorge y el dragn. Lospersonajes del mito ya no son santos o monstruos, sino seres cotidia-nos de carne y hueso, por completo fastidiados por el destino que les

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    depar la leyenda. El dragn, por ejemplo, viva pacficamente y nuiJcale hizo mal a nadie, pagaba sus contribuciones con puntualidad y vota-ba, como ciudadano responsable, en las elecciones generales. Recibi,con ostensibles muestras de amabilidad, al santo y le ofreci hospedaje.Y ste, en el colmo de la infamia y la villana, le hendi la cabeza cpnsu espada. Despus de ese acto atroz, que todos aplaudieron como si'setratara de una egregia hazaa, no tuvo ms remedio que "apechugarcon la hija del rey". La princesa, por su parte, no era esa joven bella yadorable de los cuentos de hadas o de "las tarjetas postales", sino unamatrona entrada en carnes que, por "haber prolongado su doncellez, seha chupado interiormente". Su enfadosa compaa justifica "los horro-res de todas las revoluciones". Sus aficiones son groseras: le gusta exhi-birse en pblico, hace gala de un amor conyugal que no existe, tiene elalma vulgar de una actriz de cine. Y, para colmo, en los momentos demayor intimidad, se derrama en frases cursis y engoladas: "la sangre deldragn nos une", "tu heroicidad me ha hecho tuya para siempre". Ipobre hroe concluye su reflexin con el ms puro y franco arrepenti-miento de su herosmo: "Qu asco de m mismo por haber compradocon una villana bienestar y honores! Cunto envidio la sepultura olvi-dada de los hroes sin nombre!" (1940: 33-34).

    Y es que la figura del hroe sus nfulas, su soberbia, su arrogancia,que lo colocan en los extremos de la vida nunca le ha gustado a JulioTorri. De ah que constantemente recurra al mito para insertar en llos comportamientos del hombre gris, sencillo, cotidiano. Lo ha dichoexplcitamente en otra parte, en un texto que no por casualidad vaprecedido por un epgrafe de George Bernard Shaw: "I dont considerhuman volcanoes respectable". En ese texto ("La oposicin del teni-peramento oratorio y el artstico") dice: "Permitidme que d riendasuelta a la antipata que experimento por las sensibilidades ruidosas,por las naturalezas comunicativas y plebeyas, por esas gentes que obransiempre en nombre de causas vanas y altisonantes" (1937: 37). '

    VOCACIN POR EL FRACASO / EL MAL GUSTO DEL XITO

    Concluimos el inciso anterior aludiendo a la "antipata" que experi-mentaba Torri por las "sensibilidades ruidosas"; si leemos con atencinsu obra, nos damos cuenta de que esa antipata se extiende a toda

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    personalidad que hace del xito el objetivo central de su vida. No escasual que elija al maestro frente al artista por considerarlo ms cerca-no "de nuestra baja humanidad", nunca recluido "en una alta torre deindividualismo y extravagancia" (1937: 17). O bien al artista frente alorador, por considerar que el primero es mucho menos pretencioso,ampuloso y vano que el segundo, que ha hecho de su imagen y de sudiscurso una manera pedestre de ganar los falsos honores que las mul-titudes otorgan en la plaza pblica (1937: 37-41).

    Y es que para Torri el xito, adems de aburrido, es ciego, torpe,carece de conciencia de s mismo, es puramente referencial, vive gra-cias a los otros, slo responde a los aplausos y a los halagos, slo sereconoce en ellos. "El herosmo verdadero dice Torri en "Prosasdispersas" es el que no obtiene galardn, ni lo busca, ni lo espera; elcallado, el escondido, el que con frecuencia ni sospechan los dems"(1964: 117). Es decir, el herosmo del hombre cotidiano, del hombreque vive da tras da la vida de todos.

    Frente al carcter insulso y bobalicn del xito, el escritor coahuilen-se elabora el elogio a la "prdida irreparable", al "fracaso", como unacondicin esencial de la vida y sin la cual la vida carecera de sentido.Pues slo a travs del fracaso la vida toma conciencia de s misma. Elfracaso pone en marcha la razn, la reexin, el conocimiento de loque somos y lo que hacemos, la conciencia de nosotros mismos y denuestro entorno. Su nocin de "prdida" lo abarca todo, desde un libroo una suma determinada de dinero hasta una mujer o un amigo. "Fra-casad en absoluto escribe^; perdedlo todo de una vez; y os sentirisde modo imprevisto ms fuertes que nunca" (1937: 91). Pues slo atravs de esa prdida irreparable el hombre entra en contacto consigomismo, adquiere un conocimiento de s que el xito le hurta. En elfracaso, en la prdida, radica para Torri la verdadera recuperacinde uno mismo. De ah que constantemente apueste por "el gozo irre-sistible de perderse, de no ser conocido, de huir" (1964: 115).

    De ah tambin ese otro texto, "Para aumentar la cifra de acciden-tes", en el que, recurriendo a la imagen del tren como metfora de lavida, nos muestra a un hombre, en el andn de la estacin, a punto desubir a un tren en marcha. Deja pasar el primer vagn, pues no tiene"bastante resolucin" para saltar a la escalerilla. Deja pasar un segundocoche, pues tambin ahora carece de la osada necesaria. Y todava, uninstante despus, deja pasar un coche ms, ya que "triunfan (en l)

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    el instinto de conservacin, el terror y la prudencia" (1940: 13). cuali-dades estas que lo distinguen de figuras como Hctor o Aquiles, y lioasimilan a ese hombre gris de todos los das, a quien fundamentalmen-te le canta la prosa de Torri. '

    LAS MUJERES / EL MATRIMONIO

    Otro de los temas recurrentes en la obra de Julio Torri es la figura de lamujer, a la que el escritor coahuilense se acerca siempre (no slo en suliteratura, tambin en su vida) con esa extraa mezcla de horror y fesci-nacin que lo llev a no casarse nunca. En uno de sus textos lo diceexplcitamente: "Si quieres ser dichoso un ao, csate. Si quieres ser feliztoda la vida, no te cases" (1987: 47). O bien, esta otra afirmacin unpoco ms acida an: "La bobera virginal de toda seorita criolla cuyanica preocupacin en la vida es atrapar a un desgraciado que la condi-ca vestida de blanco y en un coche de alquiler ante un cura y un fotgra-fo" (1987:42). i

    No es una exageracin sealar que no hay una sola vez en toda suobra en la que Torri se refiera a la mujer sin recurrir al aguijn de lairona. Uno de sus cuentos, por ejemplo, "Anywhere in the south",lleva como epgrafe dos versos de Tablada: i

    Mujeres fire-proof a la pasin inertes, iLlenas de fortaleza, como las cajas fuertes (1940: 47).

    Y en otro texto clasifica a las mujeres de la siguiente manera:

    a) Mujeres elefantes: maternales, castsimas, perfectas, inspiran sieih-pre un sentimiento esencialmente reverente. !

    b) Mujeres reptiles: de labios fros, ojos zarcos, "nos miran sin curiosi-dad ni comprensin desde otra especie zoolgica".

    c) Mujeres tarntulas: vestidas siempre de negro, de largas y pesadaspestaas, ojillos de bestezueias candidas. Ante ellas, slo se puedevivir convulso de atraccin y espanto. !

    d) Mujeres asnas: son la tentacin y la perdicin de los hombres supe-riores. El diablo a veces adopta su terrible apariencia.

    e) Mujeres vacas: de ojos grandes y mugir amenazador, rumian debe-res y faenas. Las defme el matrimonio (1940: 37).

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    Este pequeo zoolgico femenino, as como sus constantes e incisi-vas alusiones satcsticas a la mujer, le han valido a Torri, por ms deun crtico, el epteto de misgino. Beatriz Espejo, que le dedica al temade la mujer un largo captulo de su libro, lo dice expresamente: "Vea enla mujer al animal de ideas cortas y cabellos largos, con quien el di-logo era imposible [...] la entenda como un objeto redondo, precio-so y antagnico, capaz de inspirarle temor y atraccin" (63). Y un pocoms adelante concluye: "Torri demostr, insisto, una misoginia pre-coz" (64). Torri, cuya fama de cazador de sirvientitas se extendipor los ms distintos barrios de la ciudad, no hubiera aceptado nuncaese calificativo. En lugar de misoginia, l prefiere calificar su actitudante las mujeres, como una veleidad de "natutalista curioso" (1940:37).

    En fin, no intento agotar cada uno de los temas que ha tratadoTorri en sus libros. Tan slo he querido mostrar cmo trabajaba sustextos, a travs de algn comentario somero sobre los que fueron sustemas ms constantes, a los que volva siempre, me atrevera a calificar-las como obsesiones que lo acompaaron a lo largo de toda su vida.Pero lo que sobre todo me interesa sealar aqu es que tanto en elplano formal como en el orden temtico, la escritura de Torri no seabandon nunca a concesiones simplonas, a preciosismos baratos o asensibleras, que le hubieran ganado un pblico ms amplio. Eligi larazn sobre las emociones, la inteligencia sobre el sentimiento, la luci-dez y la brevedad sobre el frrago y el embrollo. Y es justamente a unlector que comparte estas caractersticas al que se dirige y, en definiti-va, el que configuran sus textos. En "Dilogo de los murmuradores"no slo describe a ese lector, sino que, al mismo tiempo, explicita laesttica que recorre toda su obra:

    Si al escribir necesitamos pensar en nuestro pblico, que ste sea elms sabio y el ms discreto que podamos imaginar, a fin de que nues-tros libros no salgan deliberadamente frivolos como los que para elvulgo se aderezan. Yo, por ejemplo, cuando escribo, pienso en el clubde fatigados hedonistas de Osear Wilde, y mis pobres enemigos, aquienes liberalmente regalo asuntos de conversacin con mis vicios yextravagancias, tildan mi estilo de artificioso, mis pensamientos de pa-radjicos y mis dilogos de tocados de una amoralidad exquisitamentepeligrosa (1980: 38).

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    Construida mediante la razn, la inteligencia, la lucidez, la breve-dad y la irona, la obra de Julio Torri y sta es otra de sus caracte-rsticas ms loables nunca se someti a ninguno de los lenguajes aluso en su poca. Ni a la retrica revolucionaria que ideologizaba buenaparte de nuestra literatura, ni a la estridente y ampulosa retrica mo-dernista que imperaba todava en la mayora de los escritores en todoel continente. "Amaba entraablemente a la literatura seala Anto-nio Castro Leal. Pero despojada de sus crinolinas de ceremonia' ylibre de su peluca empolvada" (Zaitzeff 1981: 44) Y ZaitzefF, por suparte, puntualiza: "De manera ejemplar, durante toda su vida Torri 'semantiene independiente, insensible a las modas literarias, y siemprefiel a s mismo y a su esttica" (Torri 1980: 24).

    Ms que en las corrientes ideolgicas o estticas del momento, laobra de Julio Torri hunde sus races en la ms slida tradicin de la li-teratura inglesa y francesa del siglo xix. Si hubiera que buscar sus ant:e-cedentes, habra que referirse a Wilde, Bernard Shaw, Lamb, Schwob,Baudelaire, Bertrand, Renard y Heine, entre otros. Aunque tampocohabra que olvidar sus vastas lecturas de literatura espaola que culmi-naron en su libro Historia de la literatura espaola, producto de susclases en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Escuela de AltosEstudios de la Universidad de Mxico. Torri ha reconocido amplia-mente el valor de estas influencias que marcaron sus gustos literarios yque quedaron manifiestas, no slo en su obra de creacin, sino tam-bin en sus artculos de crtica literaria. En su discurso de ingreso en laAcademia Mexicana de la Lengua escribe: "Las influencias artsticas^ yliterarias son inevitables y no contingentes. No pueden escogerse libre-mente [...] ningn gran escritor, pintor, etc., escapa a este curioso einevitable fenmeno" (1954: 22).

    Sin embargo, la manera en la que Torri asume esas influencias no esnunca sumisa, ni reverente, no se rinde, no se subyuga a ellas, no lasobedece. Al incorporarlas a su obra las transmuta, hasta hacerlas desa-parecer, en una prosa muy personal, muy suya, cuya originalidad en supoca abri nuevos cauces a la literatura mexicana. Autores como losContemporneos y los Estridentistas, pero sobre todo la literatura quese escribira en Mxico a partir de los aos cincuenta, con Juan JosArrela a la cabeza, le debe mucho ms de lo que imaginamos a laprosa concisa, lcida, incisiva, de Julio Torri.

  • JULIO TORRI: ENTRE LA BREVEDAD Y LA IRONA 129

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