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CRÍTICA/FERIA Y BIOPOLÍTICA • PÉNDULO 21/UNO/ABRIL 2012 • U na fiesta es la expresión de la alegría que produce un hecho re- levante en nuestras vidas: cum- pleaños, aniversario, graduación, boda, un acto heroico, inauguración o clausura de una obra, etc. Si bien es cierto que existen infinidad de estos hechos que no son festejados, también es cierto que existen festejos sin hechos importantes que los respalden. Los primeros pueden ser frustrantes en muchos sentidos, pues ¡cuántas veces nos ha ocurrido que lo que es importante para nosotros, pasa desapercibido para todos los que nos rodean! Aunque también el silencio y la soledad personal pueden ser una forma de celebrar. En el segundo caso, festejar algo sin una razón para hacerlo puede parecer estéril o una mera manifestación del sentido lúdico de nuestra vida o el simple deseo de cambiar, aunque sea por un momento, la rutina cotidiana. Lo que sí parece ser cierto es que un buen número de los festejos que tradicionalmente cele- bramos en nuestro medio, han perdido el sentido original con el cual surgieron. Hay fechas importantes y costumbres añejas que, si les ponemos atención, resultan incluso extrañas. Me refiero, primero, a las fiestas que la gente celebra. La na- vidad, el día de las madres y el día de la amistad encabezan los primeros lugares en los festejos tradicionales. En el caso de las fiestas nacionales tenemos la inde- pendencia, la revolución, el natalicio de don Benito Juárez, la batalla de Puebla y el día de la Constitución como las más importantes. De las fiestas religiosas, católicas pues, la Semana Santa, la Virgen de Guadalupe y, en el caso de nuestra ciudad, la de la Virgen de la Asunción, son los eventos más relevantes. Entre todas ellas destaca la Feria de San Marcos. Casi todas estas festividades tie- nen por así decir, un objeto de culto: la libertad, la salvación, la victoria, la legalidad, el amor maternal, etc. Sin embargo, en la práctica, esos objetos han pasado a segundo plano o han sido olvidados para centrarse únicamente en el festejo, en donde lo más importante es gozar, divertirse, descansar del trajín cotidiano o simplemente no hacer nada. Esto puede ser aceptable en la medida en que se promueve uno de los atributos del ser humano: la alegría, el descanso. El problema surge cuando trastocamos el sentido de la fiesta y le damos otro significado, cuando la convertimos en mercancía o la politizamos. Así, por ejem- plo, la navidad, el día de las madres y el día de la amistad, han pasado a figurar como jauja económica para muchos, aunque mantienen la ventaja de conservar el sentido del festejo al mantener un objeto de culto específico: el amor a la madre, a la pareja. Otras fiestas, como el día de la revolución, el natalicio de don Benito Juárez y la conmemoración de la Constitución, han pasado a ser festejos para el ocio, en el sentido de que su ce- lebración se ha movido al lunes anterior al de la festividad. Aquí parece ser que lo importante no es lo que se festeja, sino el día de asueto que conlleva, el descanso, el cambio en la rutina, lo cual es manifiesto en la movilidad de la fecha. La Semana Santa por su parte, se ha con- vertido en los días de asueto nacional por excelencia: el motivo del festejo, que es el núcleo de la fe cristiana, simplemente se olvida para dar rienda suelta al ocio y al disfrute de la primavera. En este contexto, la Feria de San Marcos ¿Qué es lo que festeja? Induda- blemente posee un enorme potencial para el esparcimiento y la diversión. Recupera, asimismo, un conjunto de tra- diciones centenarias dominadas por la comercialización, en el que se promueven igualmente productos de uso material y cultural. Sin embargo, queda la pregun- ta sobre el objeto del festejo: ¿es sólo una costumbre? ¿es una fiesta religiosa? ¿quiénes ganan con la celebración? ¿cuál es su costo social? ¿no será sólo una re- creación como la de la Comala de Juan Rulfo cuando muere Susana San Juan, el amor de Pedro Páramo? En fin, podemos cuestionar e imaginar respuestas. Mien- tras tanto disfrutemos de la Feria y, sobre todo, de los quince días de vacaciones que trae aparejados. José de Lira Bautista CONTENIDO Michel Foucault, ¿un anarquista político o un biopolítico? ¿Qué es lo que estamos festejando? Domingo Fernández Agis José de Lira Bautista La fiesta o el griterío Ignacio Ruelas Olvera La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México ABRIL 2012/ Año 3 No. 52 ¿Qué es lo que estamos festejando? Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo. Juan Rulfo, Pedro Páramo

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CRÍTICA/FERIA Y BIOPOLÍTICA

• PÉNDULO 21/UNO/ABRIL 2012 •

Una fiesta es la expresión de la alegría que produce un hecho re-levante en nuestras vidas: cum-

pleaños, aniversario, graduación, boda,

un acto heroico, inauguración o clausura

de una obra, etc. Si bien es cierto que

existen infinidad de estos hechos que no

son festejados, también es cierto que

existen festejos sin hechos importantes

que los respalden. Los primeros pueden

ser frustrantes en muchos sentidos, pues

¡cuántas veces nos ha ocurrido que lo

que es importante para nosotros, pasa

desapercibido para todos los que nos

rodean! Aunque también el silencio y la

soledad personal pueden ser una forma

de celebrar.

En el segundo caso, festejar algo sin

una razón para hacerlo puede parecer

estéril o una mera manifestación del

sentido lúdico de nuestra vida o el simple

deseo de cambiar, aunque sea por un

momento, la rutina cotidiana. Lo que sí

parece ser cierto es que un buen número

de los festejos que tradicionalmente cele-

bramos en nuestro medio, han perdido el

sentido original con el cual surgieron. Hay

fechas importantes y costumbres añejas

que, si les ponemos atención, resultan

incluso extrañas. Me refiero, primero, a

las fiestas que la gente celebra. La na-

vidad, el día de las madres y el día de la

amistad encabezan los primeros lugares

en los festejos tradicionales. En el caso

de las fiestas nacionales tenemos la inde-

pendencia, la revolución, el natalicio de

don Benito Juárez, la batalla de Puebla

y el día de la Constitución como las más

importantes. De las fiestas religiosas,

católicas pues, la Semana Santa, la Virgen

de Guadalupe y, en el caso de nuestra

ciudad, la de la Virgen de la Asunción,

son los eventos más relevantes. Entre

todas ellas destaca la Feria de San Marcos.

Casi todas estas festividades tie-

nen por así decir, un objeto de culto:

la libertad, la salvación, la victoria, la

legalidad, el amor maternal, etc. Sin

embargo, en la práctica, esos objetos

han pasado a segundo plano o han sido

olvidados para centrarse únicamente en

el festejo, en donde lo más importante

es gozar, divertirse, descansar del trajín

cotidiano o simplemente no hacer nada.

Esto puede ser aceptable en la medida

en que se promueve uno de los atributos

del ser humano: la alegría, el descanso.

El problema surge cuando trastocamos

el sentido de la fiesta y le damos otro

significado, cuando la convertimos en

mercancía o la politizamos. Así, por ejem-

plo, la navidad, el día de las madres y el

día de la amistad, han pasado a figurar

como jauja económica para muchos,

aunque mantienen la ventaja de conservar

el sentido del festejo al mantener un

objeto de culto específico: el amor a la

madre, a la pareja. Otras fiestas, como el

día de la revolución, el natalicio de don

Benito Juárez y la conmemoración de la

Constitución, han pasado a ser festejos

para el ocio, en el sentido de que su ce-

lebración se ha movido al lunes anterior

al de la festividad. Aquí parece ser que

lo importante no es lo que se festeja,

sino el día de asueto que conlleva, el

descanso, el cambio en la rutina, lo cual

es manifiesto en la movilidad de la fecha.

La Semana Santa por su parte, se ha con-

vertido en los días de asueto nacional por

excelencia: el motivo del festejo, que es

el núcleo de la fe cristiana, simplemente

se olvida para dar rienda suelta al ocio y

al disfrute de la primavera.

En este contexto, la Feria de San

Marcos ¿Qué es lo que festeja? Induda-

blemente posee un enorme potencial

para el esparcimiento y la diversión.

Recupera, asimismo, un conjunto de tra-

diciones centenarias dominadas por la

comercialización, en el que se promueven

igualmente productos de uso material y

cultural. Sin embargo, queda la pregun-

ta sobre el objeto del festejo: ¿es sólo

una costumbre? ¿es una fiesta religiosa?

¿quiénes ganan con la celebración? ¿cuál

es su costo social? ¿no será sólo una re-

creación como la de la Comala de Juan

Rulfo cuando muere Susana San Juan, el

amor de Pedro Páramo? En fin, podemos

cuestionar e imaginar respuestas. Mien-

tras tanto disfrutemos de la Feria y, sobre

todo, de los quince días de vacaciones

que trae aparejados.

José de Lira Bautista

CONTENIDO

Michel Foucault, ¿un anarquista político o un biopolítico?

¿Qué es lo que estamos festejando?

Domingo Fernández Agis

José de Lira Bautista

La fiesta o el griterío

Ignacio Ruelas Olvera

La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 N o. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México ABRIL 2012/ Año 3 No. 52

¿Qué es lo que estamos festejando?

Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.

Juan Rulfo, Pedro Páramo

• PÉNDULO 21/DOS/ABRIL 2012 •

Domingo Fernández Agis

Michel Foucault, ¿un anarquista político o un biopolítico?

Para plantear nuestras objeciones en contra de esta supuesta indis-tinción de moral y política en la

filosofía de Foucault podríamos apelar a diferentes textos del pensador. Quizá la más completa caracterización que él mismo realizó de su pensamiento político se encuentra en las páginas de la trascripción de la larga serie de conversaciones que mantuvo con Roger-Pol Droit en 19751. Tal vez es-tas entrevistas no se publicaron en su momento debido a que Foucault quedó insatisfecho con el enfoque y el resultado de las mismas, recha-zando la posibilidad de publicarlas. Aunque me atrevo a pensar que su insatisfacción se debió, precisamente, a que advirtió a posteriori la excesiva claridad y contundencia con la que se había manifestado a propósito de un buen número de cuestiones, siempre difíciles, relacionadas con sus ideas políticas.

Baste recordar, en este sentido, que Michel Foucault comienza hablando del papel que en su momento jugaron intelectuales como Desanti o Althusser. Al hilo de esos comentarios, pone de manifiesto su profundo anticomunis-mo, e incluso da claras muestras de sentirse molesto por la importancia que el entrevistador concede a los comunistas en su descripción del clima intelectual de la época de juventud de Foucault.

Su inquietud ante esas cuestiones 1 Foucault, M., “Entretien avec Roger-Pol Droit”, 1975, 396 páginas mecanografiadas, IMEC Archives, FCL.2.A02-02.

es la de alguien que preferiría no verse obligado a recordar unos años en los que, desde las filas de las distintas organizaciones marxistas, se ejerció, a su juicio, un verdadero terrorismo intelectual sobre todo aquel que se atrevía a expresar alguna idea diver-gente. Foucault señala de una forma detallada cómo esto ha sucedido en Francia desde los años cincuenta hasta principios de los setenta.

No menos duras resultarán, incluso hoy en día, las críticas de Foucault en otro frente, al considerar que el Partido Comunista francés ha pactado hace muchos años con el Estado, com-prometiéndose de facto en la penosa

tarea de mantener en pie sus estruc-turas de poder más obsoletas. Señala además que, a pesar de ese pacto, esa organización política no ha hecho sino perder contacto progresivamente con la realidad social, siendo la univer-sidad el único terreno en el que ha conseguido infiltrarse eficazmente.

Foucault habla asimismo de su te-rrible experiencia en Polonia. Relata que allí pudo saber cómo procede en verdad este sistema y que, desde que conoció como funciona en realidad un Estado comunista, considera inacepta-ble el marxismo. Para él, según cuen-ta en varios pasajes, todo el horror que encierra esa doctrina política se

le reveló en Polonia, aunque evoca asimismo cómo ya tenía sospechas y rechazo del totalitarismo desde su época de estudiante.

Como puede apreciarse, hay en estas opiniones claros signos de la im-portancia que Foucault concede a las distinciones políticas, como también los hay de la relevancia que estima han de tener las distinciones morales, en contra de lo sostenido por Walzer2. También podrían servirnos como elo-cuentes ejemplo en contra sus acti-vidades a favor de diferentes causas, aunque precisamente por esa voluntad de comprometerse éticamente en las causas políticas en algunos casos errara el tiro. Es lo que le sucedió, pongamos por caso, con su apoyo inicial a la revolución iraní3. Podría admitirse, en todo caso, que en esa revolución Foucault pudo ver una excelente ilus-tración de esas experiencias límite que rastreó en diversos campos durante toda su vida y que, en lo político, tan sólo pudo vivir fuera de Francia. 2 Blandine Kriegel ve dos grandes influencias en la filosofía política de Foucault. La primera de ella proviene de su lectura de la filosofía nietzscheana y da lugar a una acción política marcada por cier-to romanticismo, que le impulsa a realizar gestos socialmente llamativos en favor de las causas que abraza. La segunda proviene de la escuela episte-mológica francesa, da lugar al trabajo de fundamen-tación teórica, al análisis revelador, a todo aquello que nos hace ver la realidad de otro modo y, por tanto, plantearnos también de otra manera nuestra actuación en la misma. Kriegel, B., Michel Fou-cault aujourd’hui, Paris, Plon, 2004, p. 78 y ss.3 Gholami Saba, H., Foucault et la révolution ira-nienne, Mémoire de Diplôme d’études approfondies de philosophie, Université Paris-VIII, 2001, p. 77. Sobre este asunto, ver también, Macey, D., “Fou-cault et l’Iran”, en La Rose de Personne, nº1, Mila-no, 2005, p. 85 y ss.

(Segunda parte)

No sólo en Irán, en contra de lo que señala Gholami Saba en el trabajo que consagra al estudio de este pasaje de su trayectoria vital4. En efecto, tan importantes o más fueron, en ese sen-tido, sus experiencias en Polonia o en Túnez. En cualquier caso, es indudable que, como ha sabido explicar Gholami Saba, la constatación del éxito político y el fracaso moral de la revolución iraní llevaron a Foucault a repensar la política en términos ilustrados y a aproximarse a la visión más crítica de la modernidad, convenciéndolo final-mente de la necesidad de “reforzar la luz de la Aufklärung y combatir su despotismo”5.

En realidad, podría decirse que, tras diferentes atisbos iniciales marcados tanto por la necesidad de responder a las exigencias del presente como por la obligación autoimpuesta de hacerlo de una manera original, su periplo intelectual culmina en un punto en el cual la política se plantea como éti-ca6. De manera tentativa, esta misma posición ha ido apareciendo de forma ocasional a lo largo de toda su vida, pero podría hablarse de la existencia de una reconciliación del filósofo Mi-chel Foucault con la persona Michel Foucault cuando la ética pasa a ocu-par el centro de sus preocupaciones intelectuales y se muestra capaz de generar por sí misma una política.

Hoy asistimos a la crisis definitiva del modelo político surgido a partir de la Revolución Francesa; quizá Walzer, para bien o para mal, se muestre to-davía demasiado vinculado al mismo. Entre otros factores, siguiendo la estela de los estudios de Foucault, Edgard Morin ha señalado atinadamente una serie de transformaciones que han sobrevenido desde que la ciencia y la técnica han hecho irrupción en el campo tradicional de la política, provo-

4 Ibid., p. 84.5 Ibid., p. 114.6 Giordano, C., “Etica e politica nell’ultimo Fou-cault”, VVAA (a cura di Pierandrea AMATO), La Biopolitica. Il potere sulla vita e la constituzione della soggetività, Milano, Mimesis, 2004.

cando en él modificaciones profundas7. Los cambios producidos a instancias de esa irrupción de la tecnociencia ponen de manifiesto la dificultad de construir una política centrada en el ser humano, en el sentido universal que ese término adopta en el pensa-miento ilustrado. Por ello, Morin se pregunta si es posible hoy construir una “antropopolítica”8.

Una serie de transformaciones, en gran medida deudoras del progreso científico tecnológico, han hecho que la supervivencia del ser humano, en términos de especie, se convierta en el problema político de mayor impor-tancia9. Un problema político que nos lleva a pensar en términos globales, que nos conduce a considerar la po-lítica de la vida o de la muerte de la especie como cuestión biopolítica por excelencia10.

7 Morin, E., “Una politica per l’uomo”, VVAA (Cutro, A., edit.), Biopolitica. Storia e attualità di un concetto, Verona, Ombre Corte, 2005, pp. 178 y ss.8 Ibid., p. 61.9 Aggeri, F., “Les régimes de gouvernementalité dans le domine de l’environement”, en Hatchuel, A. -Pezet, E. - Starkey, k. . Lenay, O. (dirs.), Gou-vernement, organisation et gestion: l’héritage de Michel Foucault, Saint-Nicolas, Presses de l’Université Laval, 2005, p. 463.10 Morin, E., op. cit., p. 62.

Todo ello conduce a la necesidad de plantear una política “multidimen-sional” del ser humano. Entre los con-tenidos de ésta, es preciso distinguir elementos que habían quedado hasta hace unos años fuera del ámbito po-lítico, que eran considerados como infra políticos y a los que ahora han de concederse la importancia crucial que en realidad tienen. Como clara ejemplificación de esto podríamos citar todo lo relacionado con las amenazas bélicas, las cuestiones políticas que atañen a la situación de la mujer, lo relativo a la natalidad y a lo que tiene que ver con la mortalidad.

En otro orden de cosas, Morin ha insistido también en que hemos de considerar la relación entre economía y ecopolítica. Se trataría, en este sen-tido, de contribuir a la construcción de un realismo político de nuevo cuño que, en lugar de plantear la reiteración de lo mismo como única vía posible, aborde al fin de forma coherente las relaciones entre economía, ecología y política.

Por último, sugiere Morin la impor-tancia de incluir en la agenda política toda una serie de cuestiones de orden socio-político, entre las que señala la

protección social del individuo, lo rela-cionado con la educación, la cultura, el tiempo libre, la política de la juventud, etc.11 Todas estas cuestiones habían permanecido fuera del ámbito de lo político y hoy ocupan un importante lugar en él. Tanto es así, que no podría entenderse ya la acción política o un programa de intervención política que no hiciera referencia a toda esta serie de asuntos. Pese a que señalar esto no sea ya ninguna novedad, es necesario apuntar la importancia que han tenido los estudios de Michel Foucault para poner el acento en la trascendencia política de las cuestiones que hasta aquí hemos enumerado.

Es sin duda interesante constatar, de la mano de Foucault, cómo la Razón de Estado ha ido tomando cuerpo en la constitución y desarrollo de una política centrada en la acción policial (en el sentido original del término), a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Así como analizar las mutaciones que esa política experimenta en los dos siglos siguientes. Explicar esos procesos ha sido uno de los cometidos a los que Foucault concedió mayor importancia en los estudios que realizó durante los últimos años de su vida12. En su caso, la importancia de la herencia nietzs-cheana13, tan importante en su obra, nos llevaría a hablar, en lugar de antro-popolítica, de una forma de entender la política cuyo primer objetivo es la ruptura con la subjetividad impuesta. Superar el horizonte del humanismo pasaría entonces por dejar atrás defi-nitivamente las distintas formas en que la unidimensionalidad se nos impone. Esto, que puede sonar tan viejo, es algo que hoy está, paradójicamente, de última hora.

11 Ibid., p. 62 y ss.12 FOUCAULT, M., Naissance de la Biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-1979, Paris, Gallimard-Seuil, 2004, p. 10 y ss.13 GILLAN, G., “Foucault and Nietzsche: Affectivity and the Will to Power”, SMART, B. (edit.), Michel Foucault. Critical Assessments, vol. V, London, Routledge, 1995, p. 319 y ss.

• PÉNDULO 21/TRES/ABRIL 2012 •

• PÉNDULO 21/CUATRO/ABRIL 2012 •

Tengo entendido que los versos del epígrafe corresponden al año 1800, pero que se cono-cieron hasta 1910, son de Hölderlin, pueden

ayudarme a la interpretación de esa utopía eterna: la fiesta del mundo de la vida (Habermas). Un cam-pesino sale a cumplir con sus jornadas en la ma-ñana del día de fiesta. Ahí se manifiesta y actua-liza la fiesta, descansa el trabajo. En esa presencia de la fiesta se obsequia Dios más cerca del ser hu-mano. Los frutos de la tierra son parte de la fiesta porque son obsequio. Se cuidan y se celebran. Así lo interpreta Heidegger en su texto “Como cuando en día de fiesta”1.

Hablar sobre el concepto de fiesta es bordar con hilo fino. La vida se compone de detalles, lo importante es percibirlos y que nos conmuevan. Fiesta, la palabra, así a capela nos dice reunión de personas para diversión, celebración, solemni-dad civil o religiosa, conmemoración de aconteci-miento, fecha especial, día no laborable, señala actividades culturales y diversiones. También es agasajo, caricia, obsequio.

¿Será la fiesta una diversión en el sentido de confusión?, tengo para mí que no. La alegría no se inventa en el griterío, éste debe obedecer a un propósito que se hospede en la bondad de las cosas y no en el aburrimiento que es ma-nifestación del aborrecimiento del ser. El aturdimiento impide la celebración, evita pensar en los motivos y concentrarte en la diversión. La fiesta está en el diti-rambo que propone Nietzsche, una circunstancia en la que el ruido y la agitación no sean carcelarios. La fiesta es el estado original del ser humano. Nos dice Platón en las Leyes que la fiesta es un res-piro. Cuando la fiesta es fiesta es la razón por la que los invi-

1 Traducción de José María Valverde, en HEIDEGGER, M. Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, Barcelona, Ariel, 1983, pp. 69-96.

tados se sienten contentos de su participación; la fiesta es una de-licia lúdica frente a los Otros. La fiesta es connatural de los niños y se manifiesta en el juego.

Joseph Pieper nos dice que de-bemos tener cuidado pues en “un mundo plagado de fiestas no hay lu-gar para la FIESTA”. Fiesta no es fá-rrago, no es vértigo, no es trabajo sin fin, no es permanente diversión, no es espectáculo continuado. Éste es el riesgo que ha corrido nuestra Feria de San Mar-cos. En la que, lamentablemente, se ha roto el espacio festivo. Nuestra verbena atiende una fiesta sin Dios. La fiesta debe contener una comunicación de la verdad. La fe católica lo sentencia: “santificar las fiestas”, darle el sentido y el motivo, ha-cer honor a la fiesta. Que la existencia se haga juego, incluida la fiesta del trabajo, “el mejor educador de todos los tiempos”

me decía mi Padre.

Organizar una fiesta es fácil, lo difícil es trans-formar en alegría el espíritu de los invitados; cuando la fiesta funciona la alegría se nos revela de al-guna manera en el ánimo de Dionisos. Por decreto no se convierte una fiesta en fiesta. Se requiere algo más que la posibilidad de la celebración; no argumentos sino el mirar de la razón; no inquie-tud del pensamiento sino descanso del espíritu.

La pura diversión no hace fiesta, se corre el riesgo que la eche a perder, que la cancele.

Pero la fiesta no es pura contemplación o recogimiento, pues de ser así va con-

tra la fiesta misma, contra su experien-cia y su vivencia. Se requiere una actitud de espera, es decir, darle vida a la espe-ranza de una fiesta y un tiempo buenos para celebrar. La esperanza no depende de nosotros, dependen de otras perso-nas, circunstancias, programas, institu-ciones, ánimos, humores, que junto a nuestra intención esperan aquello que se nos ofrece como festivo de la celebra-ción. La alegría es un elemento sustan-tivo de la fiesta; apetecer la alegría es ambición de motivo y ocasión para ale-grarse. “¡Viva Aguascalientesnnnn!… que

su fiesta es un primor”. Tiene razón Pieper, las

puras ideas festivas no dan paso a la fiesta. Se requiere el acontecer de algo real. La liber-tad, por ejemplo, no es suficiente para celebrar una fiesta, más bien, la fiesta se apunta a par-tir del hecho de ser li-berado, es decir, que este

hecho cobre actualidad en la fiesta. Nuestras fiestas de

abril urgen de una interpre-tación nueva que empodere

la fiesta.

Ignacio Ruelas Olvera

La fiesta o el griterío

EDITOREnrique Luján Salazar

DISEÑOClaudia Macías Guerra

La Jornada AguascalientesPÉNDULO 21

Publicación QuincenalAbril 2012. Año 3, No. 52

COMITÉ EDITORIALIgnacio Ruelas OlveraJosé de Lira BautistaRaquel Mercado SalasRamón López Rodríguez

COLABORACIONESDomingo Fernández Agis

Como cuando en día de fiesta, a ver el campova un labrador, por la mañana, después

que en la noche tibia los rayos helados cayeronsin cesar, y a lo lejos aún suena el trueno,

entra el río de nuevo en sus márgenes,y fresco el suelo verdea,

y de la lluvia alegre del cielogotea la viña, y brillando

en el tranquilo sol se alzan los árboles del bosque