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I ealA LITER U YEN EL ARTE

carlos martinez moreno

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·4

6

12La irrupción del siglo XX

Muchos temas dentro de un tema

Las ceremonias del consumo

Paseos par la Nueva Troya-----------'-------------------

Montevideo de las vanguardias y los ismos: el Centenario

En qué sentido un arte puede ser' referido a una ciudad

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La ciudad en que vivimos 32

Dos décadas, dos hechos

l. El regreso de Torres - Gorda

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11. La afirmación del teatro 48

La experiencia de un chasco: La TV "nacional" 52

Estos tiempos de crisis 56

Bibliografía

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MUCHOS TEMASDENTRO DE UN TEMA

También el cronista, el poeta, el narrador, el dramaturgo reclaman, desdela actitud creadora o recreadora, el derecho a iluminar la noche delpasado, a penetrar en la tierna y monótona cotidianidad de 105 barri~s,

a exaltar la gracia familiar de las esquinas, a cantar la saga herOicao la balada melancólica de las calles y sus personajes. Es. que el Montevi­deo multidimensional que a un tiempo nos acongoja y cautiva, que nosminimiza y persuade, que nos enajena y confirma, no es solamente ar­quitectura congelada, exterioridad de escenario tumultuoso o recoleto:es en mayor medida aun, el espejo de nuestra memoria, y nuestra m~­

moria misma, la dimensión material de nuestra cultura y nuestra propiacultura, el campo de maniobras de nuestra sociedad.

Daniel Vidart, El gran Montevideo.

¿Montevideo en la literatura y enel arte?: hay muchos temas dentrode este tema. 0, mejor dicho, untema enunciado así se convierte enun surtidor de pel'{llejidades.

Alguien podría pretender que em­prendiésemos la historia de la lite­ratura y el arte desde la fundaciónde Montevideo (1724 ó 1726) hastahoy mismo. Sería demasiado vastoy al mismo tiempo, demasiadoi~útil: un largo catálogo de lite­ratos, de pintores, de escultore.s,de músicos. Es cierto que habnaun modo más inteligente, y sutil­mente más ambicioso: dar con otra

'forma de escribir la historia delpaís, refiriéndola a sus creadoresartisticos, no todos ocupados endar la imagen de esta cabeza dema­siado aplastante sobre el cuerpo dela República.

Una segunda posibilidad, ya másfactible seria la de proponerse aMontevideo como tema, como inspi­ración, como provocación y no sol~­

mente como sede o como escenanoo como ámbito; como soporte y co­mo mercado -al mismo tiempo­de una literatura, de un teatro, deuna pintura, de. una escultura, deuna música. El protagonista de talversión sería entonces Montevideo yno los creadores. La' ventaja dehacer de Montevideo el protago­nista actuante sería la de obviarel papel pasivo,. íninteresante, qu~.

le correspondería si nos limitára­mos a' censar cómo ha sido vista,descripta o cantada la ciudad, su­poniéndola fija, quieta, inmóvil,siempre igual a sí misma a travésdel tiempo.

y queda una tercera (como de­ben quedar una cuarta, una quin­ta, quién sabe cuántas posibilida­des), que es la más tentadora.

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pero resulta irrealizable en losliniites de esta serie de NUESTRATIERRA: la de utilizar la creaciónartística como un inventario demanners and morals, de usos ycostumbres de una ciudad o, pormejór precisarlo, de una socieda'dhumana que vive, a lo largo de lasedades, en una ciudad: cuál es laverdadera faz de Montevideo, in­dagada por debajo de cosméticos,recabada en la obra de sus artistas,descifrada en las insatisfacciones orechazos qUe subyagan a esa obra.Seria inevitablemente, un librodemi~tificatorio y de denuncias(asi, en plural) al modo de Limala honible, de Sebastián SalazarBondy. .

Hemos abrazado, finalmente, unplan que de algún modo aludaa este designio provisionalmenteinalcanzable, que prepare a él, comola primera prueba de un traje aun traje hecho. Nos proponemos

apUIÍtar, así sea de pasada, algode lo que Montevideo importó comoterna y también como escenario;algo de lo que creó y mucho delo que consumió como mercado deesa misma creación y, en gradode cotejo variable al cambio de losaños también de la creación ex­tranjera. Lo que Montevideo dejóhacer y lo que Montevideo impidióque se hiciera, en el terreno de lacreación. Veremos si hay más deun Montevideo en el tiempo y másde un Montevideo simultáneo encada época, desde las quintas delPrado a los prostíbulos del Bajo,en cuanto unas y otros, claro está,hayan motivado alguna forma decreación artistica, en toda una ga­ma que puede ir desde Herrera yReissig, Mendilaharsu o Carlos Ma.Herrera, hasta el tango. Montevi­deo con sus cenáculos y con susboliches Y también el Montevideode las distintas edade,s; el Monte-

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Blancos techos son tu espalda I y tu cintura la mar.

video de los viajeros, "Montevideovisto desde la rada", como ha di­cho Argul; el Montevideo de lossitios históricos, el Montevideo quecrece hasta estallar en la grancrisis del 90, el Montevideo del 900y la belle époque, el Montevideo aúnoptimista de los Centenarios, elMontevideo de las revisiones y lascrisis, que se abre en 1933 Y siguetodavia sujeto a examen.

Si se quisiera considerarlo porclases sociales -y no seria muydificil una trasposición de barriosa clases sociales (pero el temade los barrios figura en otras en­tregas de esta serie)- el Mon­tevideo del patriciado que se res­quebraja hacia 1890 y empiezaalli su proceso de deterioro; elMontevideo de la clase media. enque cuaja --dentro delperimetrode la capital, y oponiéndose a uncampo intocado en las estructurasde su latifundio- el ideal de laera batllista, con sus absorbentescentralismos, con sus cándidos opti-

. mismos, con el irrealismo y el in­movilismo de las instituciones enreposo; y luego el Montevideo deestos años de crisis, de violencia.de cegueras en 10 alto, de impreci­sas inquietudes de cambiar en unapoblación desorientada, despistada,desinformada pero ya ahora irre­versiblemente escéptica y descon­fiada, tras la quiebra irreparabledel modelo batllista, ruptura quese gesta en 1933 pero se profun­diza en estos dias criticas, llenosde destino. y también en una visiónde superficie, el Montevideo de lasélites y el Montevideo de la cin­tura, el Montevideo de los nightsy el de los cantegriles, el Monte­video de las orillas y el Montevi­deo del fútbol (otro mito en caidaJ.

Todo eso, repetimos, en la medidaen que estas indagaciones, en queestas desacomodaciones Y estas as­piraciones estén ya apareciendo enla obra de los aristas. Porque losartistas suelen ser rebeldes acumplir las citas de la Historia

con la misma puntualidad que 1m;gobernantes o los "ejecutivos". Losartistas, en todo caso, no como mi­noria esclarecida y conductora, sinocomo fragmento sensible de un to­do. Los artistas como testigos, nocomo profetas ni como guias.

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LAS CEREMONIAS DELCONSUMO

Montevideo no gustó mucho del arte verdaderame.nte clásico en susautores maestros o en sus secuaces hábiles... Lamentablemente,' pre­firió las parodias anacrónicas de un neo-veneciano... a un Ticiano oa un Longhi; a los paisajistas del siglo XVII anteponían las LagunasPontinas de Enrique Serra. Este público querl'a brillos en vez de. luces,los objetos bonitos en vez de las formas bellas, los desnudos en paz conla anatomía, las flores de una jardinería de se,lección ...

El mal gusto ha tenido un largotiempo el sello de la preferencia--yen cierto modo aún sigue te­niéndolo- en esta capital culturaly política del país.

Habrá quien lo disculpe llamán­dolo democrático, habrá quien sec­tarice llamándolo batllista; y hahabido efectivamente una forma demal gusto liberal y laico, que de­fine a Montevideo más que a otrasciudades del continente Es un malgusto que en su hora fue anti­tradicional y novelero, hijo de la in­suficiente cultura, del mal aleccio­namiento educativo que se ha im­partido a una clase media urbanallamada a dar el tono de vida dela ciudad: ese mal gusto explicahistóricamente al retrato ilumina­do de los abuelos, a la garza deuna sola pata sobre el estanquede lotos, a las horribles naturale­zas muertas (liebres, patos, per­dices) de comedor. Y por un tiem­po arrincona al mal gusto hagio­gráfico de las estampas de santoso de las llagas de Cristo. Es lo quealguíen ha llamado con propiedadel sub-arte, artículo de consumoque ha sido íncontrastablementemayoritario en las preferencias delmontevideano.

Porque si una oligarquia culta,porque si un patriciado bien aper­cibido de novedades europeas, por­que si una élite afrancesada die­ron alguna vez el tono del gustode la ciudad, eso ocurrió en lostiempos de la ciudad pequeña, ape­nas saliendo de sus pretensionesy platitudes de aldea. Después, co­mo conductora, esa minoría desa­pareció; se dejó estar, 'decayó, di­mitió en los hechos.

El Montevideo que emergió dela Guerra Grande, ctm el recuerdo

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J. P. Argul,

de sus franceses, con el aporte in­migratorio de sus italianos, comul­gó en las ceremonias de la óperay el drama. Consumió en muchomayor medida de lo qUe produjo,de lo que creó y -lo que es másgrave- de lo que consintió quealgunos, dentro de casa, crearan.Pasaron los divos del bel canto,recalaron algunas veces los ilustresdirectores de orquesta, los mejorescomediantes, casi nunca los grandespintores; llegaron en ediciones es­pañolas baratas, las novedades fi­losóficas y literarias de Europa.La creación cultural, la creaciónartística locales fueron ralas o es­tuvieron limitadas a círculos. Laaldea que ya crecia fue, como co­lectividad humana, un tanto estó­lida. Sus formas de diversión (lostoros, de los qUe casi no ha que­dado testimonio de creación ar­tistica que los atestigüe) no crearonarte. Si ahora la mentalidad con­sumidora prosigue -y toda ciudadha de tener miles y miles de con­sumidores, so pena de no alimen­tar creadores- ella se advierte almenos activa, más enterada, másacuciosamente inquieta: el teatroindependiente en nuestro siglo (y

Las artes plásticas en el Uruguay.

desde fines de los años 40), elcine, la música (la clásica, el jazzy sus derivaciones, las sucesivasnuevas olas y el inmarcesible peroya retorizado tango), y por supues­to las artes plásticas, tienen hoypúblicos preocupados, competentes,exigentes, contraídos y serios. Exis­te eso que alguien llamó "filate­lia cultural", que es el estigma ine­vitable del esnobismo en las ciu­dades y, más aun en aquellas cuyocrecimiento ha sido apresurado ydispar; existen exageraciones deconsumo, de la mentalidad consumi­dora: los filmes y las obras de tea­tro reciben cuantitativamente máscrítica y exégesis que en los pro~

pios lugares en que -con máspoderosos estimulos- se crean; pe­ro aun esas demasias han venidocreando ,expectativas, ofreciendo ca­minos, abriendo posibilidades: hayahora escenarios dispuestos a mon­tar obras nacionales, editores pro­pensos a publicarlas, revistas incli­nadas a comentarlas, público deci­dido a leerlas, compradores y co­leccionistas má,,· fáciles para laplástica nacional qUe para las gran­des firmas extranjeras. Es el revés

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bienhechor de una realidad inciertay oscura: al sentirse vacilante ensu porvenir y expuesta a sus difi­cultades presentes, hay una socie­dad volcada afirmativamente a in­dagarse, a averiguarse, a conocersemejor. Le importa hacerlo ahora,como no le importaba en tiemposbonancibles. El montevideano cultodel siglo XIX sacaba patente deculto leyendo la última novelafrancesa que le traian los paquetesde ultramar; el montevideano cul­to de estos días alardea de leer aOnetti, de tener en sU casa un Vi­cente Martin. Signos de un procesocomplejo y dificil, al que no po­demos sino aludir aquí. Un pro­ceso por el cual el mal gusto o elirresponsable anonimato de los gus­tos standard está retrocediendo,

replegándose y enquistándose en unlumpen cultural, que por desgra­cia es todavía demasiado extenso.Argul recuerda que Carlos Maveroffpresentó en Montevideo de finesdel siglo una exposición permanen­te, que concedia lugar de privilegioal cuadro antiguo; y anota queaquella proposición fracasó.

No podemos estar seguros deque, a escala, hoy no ocurriesealgo semejante. Pero en una mejorapertura de gustos y grados cultu­rales, en un más ancho abanicode preferencias y gustos, acasoexistiria en mayor medida un mer­cado para lo mejor, para lo au­téntico.

Inocultablemente, quedan formasmultitudinarias y decadentes de lapropensión colectiva: un fútbol co-

rroído por sus contradicciones in­ternas, vegetando en sus antiguosmitos irrenovables, abocado a es­cándalos tan tristes como los deuna política en crisis de ciVÍ5mo,sigue aún distrayendo muchedum­bres, bien que ya no tan jóvenes.Pero, fuera de que no sea, en símismo, un pasatiempo condenable(y sólo nocivo si se asume comouna mística desplazada, como ne­pente o como sucedáneo, al modoen que suele ofrecerlo la granprensa), también él puede generarformas de creación artistica, enuna dimensión popular y legitima;algunos periodistas del fútbol estányendo, en ese sentido, más alláde la presente cáscara picoteadadel fútbol profesional de nuestrosdías.

LA CIUDAD DE LOS DUELOS Y LOS LUTOSMontevideo era una ciudad que

estaba siempre pronta a condolersey a llorar, y resultaba frecuente queen una calle animada se recibiera,como un golpe que paralizaba elespíritu, la impresión que daba unlazo de crespón en una puerta.

Era un tazo que iba desde loalto hasta el suelo para anunciar quese estaba velando a alguno. Y lagente, llena de inquietudes, pregun­taba. .. Entonces, el hombre tétricoque cuidaba la puerta iba infor­mando.

y la noticia corría por la calle.Entonces se modificaban todas las

actividades del día, se suspendíanlos recibos, se olvidaban las fiestasy se pasaban las gentes la tarde, lanoche y acaso dos tardes y dos no­ches en velorio ...

Un circulo de sillas vacias, juntoa las paredes de la sala y de laantesala, era 'colocado apresurada­

.mente para cuando empezaran a lle­gar las relaciones, ataviadas de ne­gro, dispuestaS a formar la rueda in­móvil y silenciosa. Y eran allí horasde congoja, con los ojos bajos, enuna seriedad respetllQsa, cortada atleces por algún lloro o por unaoración.

y después; cuando aquellas pri­meras horas pasaban y la ciudad seiba desentumeciendo, la casa del do­lor permanecía como aparte de todo,cerradas las ventanas, entornada lapuerta, el piano con llave; todoshablaban en voz baja; los niñosno jugaban ...

La costumbre exigía que los hom­bres, igual que las mujeres vistie­ran de negro, con corbata negra,

fumo negro opaco en el sombreroy guardas negras en los pañuelosy en las tarjetas. Pero el verdaderopeso del luto lo llevaban las mujeres;el rigor del mismo se ensañaba conellas y les paralizaba toda actividad.Tenían que ponerse obligatoriamen­te un manto de pesado merino opa­co, caliente en verano y helado eninvierno, prendido al cuello por unalfiler negro y una gorra diminutade crespón con velos que debíanllegar hasta el suelo: uno para ta­par la cara, otro para cubrir lafigura. .. Yesos velos eran comomuros que se alzaban entre la mujer'y el mundo y que la hacian salir ala calle como si no anduviera porella.

J. L. A. de Blixen: Novecientospp. 96/7.

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PASEOS POR LANUEVA TROYA

Los primeros VIaJeros describen ydiseñan el casco de la plaza fuer­te: susilúeta coronada por laMatriz, vista desde la bahía. Soncronístas, son díbujantes. Se exta­sían (o fíngen, por cortesía, exta­siarse) ante el Cerro y sus atarde­ceres; presentan a la población deMontevideo como cúlta, homogé­nea, morigerada y alegre. Es unavísión arcádica que hoy.. perteneceirremediablemente al pasado, quees meramente tópica y queda en­clavada en lo más superficial ysomero de nuestra chata confor­mación colonial. Los esparcimien­tos, la acendrada afición lúdica,los íncipientes rasgos de una idio­sincrasía montevideana, son ano­tados a veces con perspicacia, casisiempre con malicia. Son Pernety,Brambila, William Gregory, Pallie­re, Bougaínville, Malaspína, Sto Hi­laire; y ya en tiempos de la GuerraGrande, serán D'Hastrel y otros.

Pero nada de eso se erea pro­piamente dentro de los muros deMontevideo. A poco, sín embargo,la vicisítud bélica producirá enMontevideo un tipo sui géneris deliteratura comprometida.

Francisco Ácuña de Fígueroa--que, a la vuelta de unos años,sería el autor de la letra del Him­no Nacional- queda encerrado enel recinto de Montevideo cuandoartíguistas y porteños ponen sítioa la plaza realista. "Nuestro prí­mer escritor cabal será durantemedío siglo la voz montevideana",escribe Real de Azúa. Y, en efecto,el Diario Histórico del Sitio deMontevideo relata, con prolijidadcotidíana, con ínextírpables pro­saísmos de circunstancía, las pe­ripecias de sitiados y sitiadores, lasomisiones del Vigía, los silencios

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de la Gaceta, los episodios menu­dos: un fratricidio culposo, la muer­te de un ladrón de gallinas des­pedazado por los perros, la faltade raciones de carne en el hospital,las actuaciones del cómÍco Estre­mera, el degilellopasional de unamujer, el carnaval, el Judas enque Sarratea es quemado en efigiey, claro está, el detalle de las es­caramuzas de todos los días, conel apéndice mensual del recuentode muertos. Y; mencionado a pro­pósito de emboscadas, desencuen­tros y refriegas, aparece por pri­mera vez en nuestra literaturaun Montevideo fisico que ha con­

.servado parte de su toponimia.Acuña de Figueroa estampa en susversos los nombres del Cerro, delCerrito, de la Fortaleza, del Ombú(y otras veces, Ombú de Grandalo Quinta de Grandal), del Cristo,de la Figurita, del Cordón, de laAguada, de las Tres Cruces, delBuceo, del Arroyo Seco, de ElMolíno, del Saladero de Zamora,de la Capilla de Pérez, de la Quín­ta de Artecona, de "lo de Batlle",de la: casa de Sotilla, de la Quíntade Sostoa, de la Quinta de Síerra,

Oliendo a Montevideoy del Ce....ito al Buseoy del Buseo al Ce....ito

Ascasubi, Paulíno Lucero.

de Peñarol, de la Quinta de Pa­lacios, de la Casa de Roteño oMonte de Roteño, de la Estanzuela,de las tierras de Propios, de laCasa de Ortega, de la playa dePérez, del Horno del Porteño, delSaladero de Silva, de "lo de Llam­bi"; además -por supuesto-- delas referencias centrales a la Ma­triz y al Cabildo. Toda una confi­guración del MOl).tevideo de 1812-14aparece, así, a la consideracióndel estudioso actual, en aquel textodefínitiviunente olvidado. No es unacta de nacimiento en lo literaríosíno, en mayor medída, un do­cumento agenciado por la facilidadde versificación de un testigo im­plicado. En algunos versos, Acuñade Fígueroa aparece como enemigodeclarado de los patriotas: tal veza eso se deba su flaca posteridadhístóríca.

Treinta años después, la GuerraGrande promoverá a Montevideo"la cual sitiada ocho años, culmínóla notoriedad. universal que leacompañó desde sus origenes", se­gún dice Pivel Devoto en el prólo­go a Montevideo Antiguo, de Isí­doro De María; obra que. aunque

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publicada por: primera vez en 1887,refleja la vida cotidiana del Mon­tevideo de fines del siglo xvmy principios del XIX, recogida entestimonio de sitios, personajes po­pulares, anécdotas, lugares, rinco­nes, oficios y costumbres, por unautor ya senil, que en su juventudha consultado a las gentes y es­tudiado la Historia.

El Montevideo de la GuerraGrande es, además, una encruci­jada internacional. Lo más grana­do de la inteligentsia argentinaunitaria, perseguida por Juan Ma­nuel de Rosas, se refugia entre losmuros de la plaza asediada, donde

Fig'lraos no una mujer, sino unahorca bautizada con ese nombre porel vulgo, ya sabréis por qué, quedejó que contar, pero no plata.

Allá por el año 23, surgió la gue·rra entre lusitanos e imperiales. DonÁlvaro Da Costa estaba al frentede los primeros y con él el Cabildo.El Barón de la Laguna era el jefesuperior de los segundos en campaña.

El capitán Pedro Amigo, hijo delpaís, había marchado al campo, co­misionado por el Cabildo, a promo·ver reuniones contra los imperiales.

Quiso su mala estrella que lo toomasen prisionero, acusándole de estoy aquello. Lo condenaron a la penade horca, a pesar de la valiente de.fensa que hizo de él don JoaquínSuárez, nombrado defensor, y alen·tado secretamente por un personajede la llamada Logia de San José.

Para ejecutarlo, mandaron construiruna horca o rollo, como la llamaban.

acampan también las legiones deitalianos y franceses. Hay un augecultural que ilustran nombres co­mo los de Esteban Echeverría, Hi­lario Ascasubi, José Marmol, Ri­vera Indarte, Florencia Varela;Isidoro De María dio forma, poresos años, a los Anales de laDefensa de Montevideo que, aun­que pedestres, minuciosos y admi­nistrativos, cumplen una funciónafín a la del Diario poético deAcuña de Figueroa con relación·al sitio de 1812-14. Los Anales ve­rán recién la luz en 1883 perodocumentan, en cuatro tomos y untotal de ochenta y dos capítulos

"LA MARIQUITA"La probaron con un perro, y comola hallasen buena, ejecutaron en ellaa un portugués traído de la Coloniaclasificado de bandido. A esa eje·cución siguió la de Pedro Amigo,en Canelones. Después no se hizomás uso del rollo.

Lo trajeron a la plaza a su en·trada el año 24, arrinconándolo en

el Cabildo, haciendo compañía a laescalera de las azotainas de la escla·vatura.

Sucedió por ese tiempo, la perpe­tración de un crimen alevoso, come­tido en la persona de una respetableseñora -doña Celedonia Wich deSalvañach- por dos de sus criadas,que impresionó profundamente a lasociedad de Montevideo. La ultima­ron con tenedores y luego arrojaronel cuerpo desde el mirador del patio.

Juzgádas, fueron condenadas a lapena de horca, y a presenciar la eje·cución un mulatillo menor de edad,

. que ocupan mil doscientas cuaren­ta páginas, el proceso de aquellosaños decisivos (1842-51L

Ése es el Montevideo que, t.'omoescenario implícito y aveces explí­cito (alguna media caña gauchamenciona también al Cerro, el Ce­rrito, el Miguelete y la Figurita)ocupa los versos del Faulino Lu­cero de Hilario Ascasubi -másinspirado y odiador, más enconadoy zafado que el Diario de Acuñade Figueroa-; es el Montevideoo Una Nueva Troya que AlejandroDumas escribe por encargo de Fa­checo y Obes; es el que --bienque pasada ya aquella larga ges-

cómplice del cri~len. Se trepidabaen ejecutar la sentencia, por recaeren mujeres. Se fue hasta el Empera·dor, en solicitud de ello, y obtenidoel beneplácito imperial, se ejecutóal fin la sentencia que recordamoscon pelos y señales.

Las dos homicidas marcharon alsuplicio. Una de ellas, la principal,se llamaba Mariquita, y de ahí elnombre que le quedó al rollo, enel dicho popular.

Consumada la justicia, flleron .sus·pendidos los cuerpos de las ajusti­ciadas en la cruz de la horca, que·dando así colgadas a la expectaciónpública por algunas horas.Ésa fue la mentada Mariquita, queno volvió a funcionar despl/f's deese espectáculo.

Se haria leña.

De María: Montevideo Antiguo 1'. I [pp. 250/51.

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ESTA MONTAÑA SE LLAMA EL CERRO

Acúña de Figueroa: versificadordel sitio, visto desde el ladoespañol.

ta- aparece referido como "estaciudad de luchas, asesinatos y sú­bita muerte" que "también se lla­ma a si misma La Reina del Pla­ta", en las páginas de La tierrapúrpurea, de W. H. Hudson.

Por aquellos años, los primerosretratistas han empezado a pintara la gente acomodada de la épocaCayetano Gallino, maestro de Bla­nes, permanece en el país entre1833 y 1848 Y pinta a la sociedad

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montevideana de su tiempo, quees "la del pleno romanticismo".Hay un retrato de Garibaldi, entreotros no menos buenos. El francésGoulu ya habia estado para en­tonces por Montevideo, aunque sindejar la honda huella y la fecundasimiente del maestro genovés.

"Menos significación tienen enese tiempo --dice Argul- los nom-

Cuando el viajero llega de Eu­ropa en una de esas naves que losprimeros habitantes del país toma­ron por casas volantes, lo primeroque divisa, una vez que el vigiaha gritado ¡ tierra!, son dos mon­tañns: una de ladrillos, que es lacatedral, la iglesia madre -la ma­triz como allá se dic€-; y otrade piedra, salpicada de algunasmanchas de verdura y culminadapor un faro: esta montarza se lla­ma el Cerro.

Luego, a medida que se va apro­ximando, por ,las torres de la ca­tedral cuyas cúpulas de porcelanabrillan al sol; a la derecha elfanal colocado .sobre el montículoque domina la vasta llanura, dis­tingue los miradores innumerablesy de variadas formas que coronancasi todas las casas; luego, esasmismas casas, rojas y blancas, con·sus terrazas, frescos refugios en ·lanoche; luego, al pie del Cerro,los saladeros, vastas construccionesdonde se sala la carne; y después,en fin, al fondo de la bahía ybordeando la mar, las encantadorasquintas, delicia y orgullo de loshabitantes y que hacen que, losdías de fiesta, no se oigan por las

bres de los pintores uruguayos:cita a Diego Furriol (1803-41>, aJuan Secunamo Odojherty (1807­59) y a Juan lldefonso Blanco(1812-1889) "autores de retratos alóleo y miniaturas de próceres dela época colonial y de patriotas dela independencia". Esos nombres,como los de Manuel Mendoza olos Ximénez, interesan hoy más a

calles más que estas palabras:"¡Vamos al Miguelete!", "¡Vamosa la Aguada!", "¡ Vamos al arroyoSeco!"

Luego, si echáis el ancla entreel Cerro y la ciudad, dominada,de cualquier punto que la miréis,por su gigantesca catedral, Levia·tán de ladrillo que parece hendie·ra las olas de casas; si la canoaos lleva rápidamente, con el es­fuerzo de sus seis remeros, hastala playa; si, de día, observáis porlos caminos de esas hermosas quin­tas grupos de mujeres ataviadasde amazonas y caballeros en trajede montar; si, por la Roche, através de las ventanas abiertas qltederraman en las calles torrentes deluz y de armonía, oís el canto delos pianos o los gemidos del arpa,los trinos alegres de las cuadrillaso las notas melancólicas de las ro­manzas, es que estáis en Montevi­deo, la virreina de este gran riode la Plata del cual Buenos Airespretende ser 'la reina, y que sevierte en el Atlántico por unadesembocadu;a de,ochenta leguas.

Dumas: "Montevideo o una NuevaTroya" - pp. 35 y 36.

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Garibaldi por Gallino: los i~alianos en nuestro siglo XIX.

los Museos de Historia que a laspinacotecas. No sucede así con Ga­llino, aunque sus obras se conser­ven en el Museo Histórico; ní su­cederá con el ilustre fundador denuestra pintura, Juan Manuel Bla­nes.

Extranjeros y nacionales ven laciudad: extranjeros son Palliere yD'Hastrel; extranjeros son quienesdotan a Montevídeo de algunas desus principales obras arquítectóni­cas: Andreoní hará el Hospital Ita­liano, el Club Uruguay y la Esta­ción del Ferrocarril, Gaetano Mo­rettí el Palacio Legislativo; ex­tranjeros son los autores de algu­nos de sus principales monumen­tos: Zanelli el de Artigas, CullantVarela el del fundador de la ciu­dad, un olvidado forjador francésnos hará la broma fálica de laverja de la Plaza Zabala; extran­jeros delinean sus parques; ex­tranjeros la describen, desde laaproximación romántica de Dumashasta esa apócrifa relación del Ba­rrio Sur en Rayuela de Cortá­zar. Ciudad marítima, abierta atodos los vientos, lo está tambiénal paso de la atención de todoslos hombres. Y si en la escuela,leyendo los libros de Figueira,aprendimos de memoria "Ahí es­tás Montevideo ; Extendida sobreel río / Como virgen que en estio /Se ve en el lago nadar; La Matrizes tu cabeza; Es la Aguada tuguirnalda / Blancos techos son tuespalda / Y tu cintura la mar",también en seguida supimos queel autor de esos versos (que nues­tra memoria sentimental disputaal juicio crítico que los tacha demalos) había sido Luis Dominguez,un argentino. Reproducciones deMiguel Angel, Verrocchio y Dona-

tello compiten ventajosamente connuestros escultores vernáculos. Y sien la tarea de llenar las plazas dela ciudad con lo que alguna vezBorges llamó "guarangos de bronce"ha habido mucha mano (y no pocamala mano) de escultores urugua­yos, todo indica que el Montevideoartístico no padece ciertamente dexenofobia. Y por años de años hanalternado con los nuestros pinto­res extranjeros (como M. BartholdJen la pingüe tarea semiartística

de pasar a la inmortalidad delóleo a nuestra alta burguesía, aveces tan poco memorable.

A cambio de tanta hospitalidad,Montevideo ha sido siempre unaciudad desaprensiva de sus gloriasauténticas: Lautréamont y Lafor­gUe nacen aquí pero desaparecen,el primero sin dejar casi huella;lo mismo ocurrirá con Nicanor Bla­nes, bíen que medie una causa fa­miliar en su misterioso ostracismo.Rodó se irá a morir a Palermo co-

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Carlota Ferreira: de Juan Manuel Blanes, cum amore.

mo corresponsal argentino, una vezque lo desdeña o relega la intran­sigencia sectaria del poder politico.y el ·rosario de estas historias po­dria seguirse con más y máscuentas.

Desde el final de la GuerraGrande a la crisis del 90, la vidapolitica del pais es singularmenteintensa y la cultural, inextricable­mente unida a ella, también. En

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el 68 se funda la Sociedad de Ami­gos de la Educación Popular y elClub Universitario. En ese mismoaño son asesinados Venancio Flo­res y Bernardo' Berro. En el 69Elanes pintará el asesinato de Flo­res y en el 71 el Episodio de la Fie­bre Amarilla en Buenos Aires ;enel 75 se escucha por primera vezuna sinfonía de Beethoven en Mon­tevídeo; el año 76 alberga la for-

midable polémica Ramirez-Varela.sobre la Universidad y, de hecho.sobre la filosofía de la época ysobre el país que le es contempo­ráneo. En el 77 se funda el Ate­neo. En el 78 el Maestro GiribaÍdiestrena la primera ópera nacional(¡que se llama La Parisina!) Y enel 79 Zordlla de San Martin es­cribe La Leyenda Patria. Ese mis­mo año Elanes pinta El Angel delos charrúas y en el Ateneo seasiste a la primera profesión defe racionalista; en el 80 el católicoFrancisco Balizá da a conocer sumonumental Historia de la domi­nación española en el Uruguay. Enel 83 Blanes pinta su culminantey carnal retrato de Carlota Fe­rreira; en el 84 Acevedo Díaz edi­ta su única novela ciudadana, Bren­da, que por cierto no figura entrelo mejor de su importante produc­ción novelistica. En el 85 José Pe­dro Ramirez es destituido comoRector, por el Poder Ejecutivo, ylo sucede en la Universidad el po­sitivista Dr. Vásquez Acevedo. Enel 86 Elanes pinta esplendorosa­mente la revista de tropas del 85y la divina Sarah Bernhardt des­lumbra a los montevideanos desdela escena del Solis. Al año siguien­te brotan juntos Tabaré, Ismaely la primera, precoz y luego repu­diada novela de Reyles. El 90 es elaño de Nativa, el del viaje de Ela­nes a Europa y el de la fundacióndel Instituto Verdi por Luis Sam­bucetti. La crisis del 90 ha detenidola expansión edilicia y financierade Reus y Casey. Ha quebrado elBanco Nacional y han quedado-como saldo de la aventura- dosbarrios de los más típicos de Mon­tevideo; aun hoy, aunque venidosa menos, subsi.;o:ten; y el del Sur

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Carlos F. Sáez: los elegidos de (0lS dioses- mueren 'íóvenes.

ha inspirado una tela memorablede Alfredo De Simone.

El patriciado ha sufrido el golpedel crack del 90 y no se repondrá.En 1893, Acevedo Diaz publicaGrito de Gloria; y el adolescentegenial Carlos Federico Sáez --elmás portentosamente dotado de lospintores uruguayos- parte a Euro­pa: en su corta vida de 22 añosy un mes (1878-1901) pintará retra­tos notables y abrirá a nuestrapintura caminos que él no podrárecorrer.

Más larga trayectoria -aunqueno tanto más larga vida- tendrá.el excelente retratista Carlos Ma­ria Herrera (1875-1914) cuyos óleossumergirán a la alta sociedadmontevideana de su tiempo en elaura del modernismo finisecular delque Herrera, hijo de familia pa­trícia, fue férvido cultor.-·

Así se recorren los tramos finalesdel siglo XIX. Montevideo Ve gran­des óperas, atiende a graves y en­jundiosas polémicas, escucha a es­tupendos cantantes, asiste a laapertura de movimientos imbuidos-en las renovaciones filosóficas dela época. Y aunque todo eso laenriquece corno sociedad, no apa­rece --en la obra creadora de susartistas- como una ciudad que seindague primordialmente a sí mis­ma, ni da testimonios frecuentesde que albergue una colectividadque, en el empeño de sus creado­res, se considere como objeto ve­rosímil de un interés reflexivo ydel partido de una entraña propia.Lo que se escribe (primeros librosde Vaz Ferreira, Academias deReyles, prosas de Zorrilla de SanMartín, escarceos románticos y la­martinianos de Herrera y Reissig),

"A.MIGOSDEL

A.RT.~"

:\Iontevideo

.~XPOSICIÚN

8Á.EZ

lo que se escucha (1a Darc1ée,primeras temporadas de Maria Gue­rrero) parecen tornar un mundoentero corno objeto de preocupacióny de aplicación; cultural, espiritualy artisticamente, el Movimiento deesos años es, en un sentido empa­rentable con el que convoca ladefinición de los términos milita­res, -"una ciudad abierta": abiertaa los vientos de la época. a las

concepciones, renovaciones, trans­formaciones e invenciones de unfin de siglo especialmente conflic­tivo y brillante. Se diría que, ol­vidado de sí mismo, a pesar delfragor de algunas de las vicisitudescívicas del pais, desde la jornadatrágica del 10 de enero de 1875hasta la guerra civil del 97, Mon­tevideo vive en cambio la pasiónecuménica de su tiempo.

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José Enrique Rodó, La Novela Nueva.

LA IRRUPCION DELSIGLO XX

náculos (La Torre de los Panora­mas, El Consistorio del Gay Saber,éste fundado por salteños tras­plantados); porque es una genera­ción de revistas, porque es unageneración de ruedas y círculos(en su libro Novecientos, JosefinaLerena Acevedo de Blixen llama a·Montevideo "ciudad de los círcu­los"); a los cenáculos literarios, alas tertulias del café Polo Bamba,regidas por la presencia hispano­montevideana de Leoncio Lasso dela Vega, se agregan las comezonesanarquistas del Centro Internacio­nal de Estudios Sociales. "Hacia el900 llegaron al país --escribe ZumFelde- juntamente con los librosde los teóricos del socialismo anár­quico, un grupo numeroso de ácra­tas, desterrados de la Argentina,donde el movimiento ya había ad­quirido desde poco antes, yen unambiente obrero más propicio, pro­porciones que alarmaron al go­bierno, determinando medidas derepresión."

Un soplo tempestuoso de renovaclon ha agitado en sus profundidadesal espíritu; mil cosas que se creían para siempre desapare.cidas, se hanrealzado; mil cosas que se creían conquistadas para siempre, han perdidosu fuerza y su virtud; rumbos nuevos se abren a nuestras miradas alHdonde. las de los que nos precedieron s610 vieron la sombra, y hay uninmenso anhelo que tienta cada día el hallazgo de una nueva luz, elhallazgo de una ruta ignorada, en la realidad de la vida y en la pro­fundidad de la conciencia.

una ideología de la ciudad; in­cluso aceptando el reto, el desa­fío, el antagonismo, la disyuntivaciudad-campo, que por tantos añosha planeado falsamente por enci­ma de las decisiones partidistas yde las definiciones cívícas en laRepúblíca.

Aunque algunos de sus princi­pales integrantes provengan del in­terior (Quiroga y Viana, Sáez yBlanes Viale, Eduardo Fabini) ovivan y laboren en él (Reyles, tanpionero rural como viajero trans­atlántico) y aunque la afirmación deMontevideo-Capital no sea materiaexplícita de las preocupaciones ge­neracionales, todo indica que ladel Novecientos es, en mayor me­dida que las anteriores, y. aunqueel centro de sus preocupacionesartísticas y pensantes no sea muyespecíficamente nacional, una plé­yade que se despliega y triunfasobre el escenario y con la supo­sición de valores de Montevideo.Porque es una generación de ce-

Con el nuevo siglo irrumpe enlas artes una generación muy rica:en las letras no ha existido otraque haya tenido su peso Y su ca­lado: los nombres de Rodó, Carlosy Maria Eugenia Vaz Ferreira, He­rrera y Reissig, Delmira Agustini,Horacio Quiroga, Florencia Sán­chez, Javier de Viana y CarlosReyles --que no son los (micos- yalo están diciendo. Carlos FedericoSáez (muerto el primer año delnuevo siglo), Carlos María de He­rrera, Milo Beretta, Pedro BlanesViale (mercedario como Sáez) yDiógenes Hequet aparecían en laplástica.

Como ha dicho Real de Azúa(Ambiente espiritual del Novecien­tos) el advenimiento del nuevosiglo asiste al ascenso de las clasesmedias; de los valores del famosotriptico revolucionario francés, elmás encarecído es el de la liber­tad; son los años de la boga po­lítica del anarquismo (Sánchez yQuiroga le serán siempre fieles),del evolucíonismo spenceriano, delpositivismo, del cíencismo, del li­beralismo político; cuentan la pre­sencia de Europa y las nacionalida­des, hacia la apoteosis del centena­rio de las independencias; Améri­ca no es todavia una realidad en lamente de los creadores, a pesar delas profesiones idealistas de Rodó,el más americanista de los grandesdel 900.

Es, en otro sentido, el instantedel apogeo personal de Batlle yOrdóñez, que se afirmará en losaños siguientes con la implantacíón

. transaccional de SUs doctrinas so­bre la fo"rma política del Estado ycon el auge del estatismo, llamadosocialismo (o capitalismo) de Es­tado. El batllismo es, netamente,

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La Torre de los Panoramas: del divino Julio y su cohorte de poetas.

Con todo eso, la del 900 es unageneración que posa de progresistapero también de escéptica, deamoral, de iconoclasta, de pesimis­ta; todos ésos son los disímilespero enriquecedores ingredientes delModernismo, cuyo agnosticismo ju­bilóso, arrogante y de aposturaaristocrática está en boga por aque­llos años.

Javier de Viana escribe cuentosdel campo, aunque --como alguienha anotado-- pasa del gaucho alpaisano, anticipándose a formas deuna transformación que, Con la ge­neración del Centenario, se acen­tuará en literatura rural. CarlosReyles sitúa sus principales nove­las en el ámbito de la estancia

MONTEVIDEO A LOS OJOS DE UNA SUICIDARecién venía clareando. Al salir

del tumulto de la feria de la ciu·dad le pareció abandonada. Sóloalgunos perros hambrientos, quehociqueaban en las basuras, o talcual empedernido trasnochador, quehaciendo eses volvía al hogar, tran·sitaban por las calles. Esquivandoencontrarse con estos últimos, ca­minaba todo lo a prisa que se lopermitían las piernas, sin oír otracosa que el ruido del corazón queparecía querérsele saltar del pecho,ni ver más" que el cielo triste ybrumoso, que como una tela degasa se corría al fin de la espacio­sa calle. En Río Negro dobló ala derecha, siguiendo luego a lolargo del recio murallón, junto alque se veían a poco trecho lascasetas de baño. Los vastos alma·cenes del ferrocarril, repletos conlos sencillos productos con que la

fecunda campaña enriquece el co­mercio, se alzaban a la derechadominados por los imponentes edi·ficios de algunas fábricas de aspec·to próspero, que lucían orgullosa·mente sus bonitos techos de zinc,monteras de pintados cristales yventanas. Aunque absorta en gravesmeditaciones, no pudo menos derespirar con fruición la brisa, cuyafrescura le produjo mucho bien, ydistraerse un momento mirando lalocomotora que iba y venía arras­trando vagones, lo cual la hizo quepensase en la vida de trabajo queanimaba aquellos sitio; en las !io­ras hábiles. Entonces la .llegada delos paquetes de Buenos Aires, 'y elir y venir de los botes y vaporcitosalegraban la bahía, tranquila aho­ra. :ra broncas, ya agudas pitadashacían vibrar el aire, oíanse lasvoces de los changadores al poner

el pie en tierra los viajeros, y lasgrúas funcionaban sin descanso enlos muelles, hacia donde crecía elbullicia y animación reinantes enla Aduana y sus dependencias.Junto a la estación notábase 1,1misma actividad. A la salida d,~

los trenes afluían, preocupados cal!sus negocios, centenares de pasaje­ros de todas clases y cataduras; delos departamentos llegaban los va­gones conduciendo inapreciables ri­quezas, brujuleaban adentro de la..oficinas de los empleados, y lospeones en los depósitos, y conti­nuamente salían carretillas y vehícu­los cargados con grandes bolsas delana, fardos de cueros y otros pro­ductos que pronto circulaban, comola sangre en las venas, por lascalles de la ciudad.

Carlos Reyles: "Beba" pp. 263164.

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Roberto de las Carreras: Tontovideo acabó enloqueciéndolo.

(El terruño, gran parte de Beba,El gaucho Florido) y si sus relatoso novelas refieren a algún centropoblado, muy pocas veces él esMontevideo (no lo es en La raza

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de Cain. no lo es en El embrujode Sevilla, no lo es en "A batallasde amor" ... ); apenas si la partefinal de Beba y la inconvincenteescenografia urbana de El extraño

se afilian a Montevideo. Paladina­mente, Buenos Aires y Sevilla cuen­tan en Reyles más que su ciudadnatal como escenario de su nove­lística. Quiroga se va del pais en1902, ya no regresará a él y viviráy ubicará sus narraciones más fa­mosas en las Misiones Argentinas.Sánchez vivirá más en la otraorilla que en ésta. Él y Rodó mo­rirán en Europa, sueño tan sólo amedias realizado.

No obstante, la generación del900 impresiona como más montevi­deana que la anterior, en cuantoMontevideo pueda ser- su escenarioimplicito y hasta su sitio de cauti­verio sensitivo: es el escenario im­plicito de Rodó y su Revista Nacio­nal, de Herrera y Reissig y sus al­tillos bautizados como Torres; esel sitio de confinamiento de los dan­dies (Las Tolderias de Tontovideo,desde las que Julio escribe a Rober­to de las Carreras); es la aldea an­gosta y exigua cuya constelaciónde mezquinos valores sociales pre­para, fataliza y condimenta el dra­ma vital y poético de DelmiraAgustini. Hasta a contrapelo, los li­teratos de la época se definen enfunción de la ciudad en que viven;afirmativa o adversamente. ellacuenta. Y una poesia como· la deHerrera y Reissig o la de Vasseuro la de Roberto de las Carreraso la de Ylla Moreno o la de CésarlVIiranda o la de Paul Minelli su­ponen a Montevideo, a veces comoescuálida transacción frente al sue­ño de una gran metrópoli o alenvite de mi mundo decadente yexótico. Y hasta cuando la mate­ria del verso es una imagen cam­pesina, no es nuestro campo crudoel que alli se evoca: los éxtasisde la montaña son concebidos en

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Vaz Ferreira, por Yepes: la ciudad, escenario del pensamiento.

un estrecho aposento montevidea­no, donde más que el paisaje de ven­tanas afuera cuenta la atesoradaposesión del último libro de AlbertSamain.

Rodó y Vaz Ferreira, pensadoresy ensayistas, presuponen el audi­torio y las posibilidades de unasiento urbano, sus bibliotecas, susateneos, sus públicos. Delmira

Agustini y Maria Eugenia Vaz Fe­rreira, en diverso grado de opre­sión o bohemia, son producto deuna pequeña burguesia ciudadanay ella Se refleja paródica y venga­tivamente en su modo de vivir.ya que han logrado trascenderla enlo que escriben. y Florencia Sán­chez (a pesar de La gringa, a pe­sar de Barranca Abajo) es funda­mentalmente el dramaturgo de laciudad rioplatense. como lo serápocos años después Ernesto He­rrera, a pesar de El león ciego.

Eduardo Fabini, en cambio, tras­ciende a campo: a campo pasadopor influencias del impresionismomusical francés, bebido en susfuentes: pero sigue siendo, en suslargas estancias en Montevideo, elhombre de Solís de Mataojo. queescribe Campo o La isla de losceibos o la Melga sinfónica o lospensativos Tristes.

Luis Alberto de Herrera también('scribe (La tierra charrúa e,;. de1901) más de lo que todavia operaen política; en la revolución del904 será el secretario de AparicioSaravia, y luego realizará, máscumplida, espontánea y criollamen­te que Reyles, la imagen ambiva­lente del hombre de salón y fogón.del elegante en área extranjera ydel joven carismático qUe se des­pliega en el vivac de aire libre ycarne gorda.

Pero 1904 es. cardinalmente.el año en que -por debajo de lamentida declaración de no habervencidos ni vencedores-- Batlle yMontevideo triunfan. y J acobinis­mo y Liberalismo, que se gesta yescribe en 1906, documenta algu­na de las intemperancias de esetriunfo.

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Pedro Figari se fue a Europa y nos pintó en sus recuerdos.

duro a la pintura, se entregará aella con furor. Y desde el Mercadoviejo -que por algo es un paladinotema montevidean~ pintará, aun­que viva en el extranjero, sobresus recuerdos de la sociedad mon­tevideana, en más de un estamen­to: las tertulias de sabor colonialy los candombes, entierros y fies­tas de negros. También habrá om­búes y lunas campesinas chiquitasy mancarrones en páramos más o

Florencio Sónchez: genio y bohe­mia a ambas orillas del Plata.

de la academia -correctisima, pul­cra academia- en la carrera deFigari. Ahi sigue, para los quesuponen que Figari no sabia pintar.Figari es un "arrieré"; llega ya ma-

Por 1909 Pedro Figari ---ya abo­gado prestigioso- pinta su Mer­cado viejo, que con el tiempo hapasado a ilustrar tantos calen­darios, y que representa la etapa

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menos desolados. Pero todo un cos­tado de la pintura de Figari sirvea Montevideo, de cuyo pasado elFigari que vive en Paris es un obs­tinado testigo, un memorialista sen­timental. Su técnica acaso lo em­parente más a Pierre Bonnard quea ningún pintor uruguayo; su co­razón sigue viviendo en este paisy, a muchos tramos, en su Monte­video, que elegirá de nuevo a lahora del regreso y la muerte(1938) .

El año 1910 se lleva una pe­sada cosecha: muere Florencio Sán­chez en Milán y muere Julio He­rrera y Reissig en Montevideo.Mueren el marinista Manolo La­rravide (cuyas marinas braviasmarcan una época de los gustosdel montevideano culto) y el escri­tor Rafael Barret que, aunque nouruguayo, habia tenido largo arrai­go e influjo en el medio, más porlo arriscado y gallardo de susideas que por la calidad de suprosa, que -sin embargo-- sueleser excelente.

La generación del 900 es des­lumbrante pero su pasaje humanoes rápido; y muchos de sus elegi­dos mueren jóvenes. En 1914 mo­rirán la increíble Delmira Agustiniy el sólito y talentoso Carlos Maríade Herrera; en 1915, a los veintio­cho años, Héctor Miranda, uno delos jóvenes más brillantes de laépoca. En 1917 morirán Rodó yErnesto Herrera.

Un documento montevideano deprinlera importancia --en cuantoa esa proyección demistificadora aque aludiamos al comienzo, en larelación entre el artista ysu me­dio-- es el discurso. que el juvenily cyranesco Alberto Zum Feldepronuncia en el momento en que

Delmira Agustini: contó 01 amOr y murió aprisionada en lospre;uiciosde un Montevideo del novecientos, que se cebó provincianamente ensu drama.

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Zum Felde: apóstrofe de un joven a una sociedad mezquina.

se da sepultura a los restos deJulio Herrera y Reissig. El hermo­so y agresivo discurso que el jo­ven -apuesto, rubio, pálido-- Al-

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berta Zum Felde lee en esa oca­sión, se ha publicado pócas veces,comparativamente con lo que re­clamarian su mérito moral y la be-

lleza misma del gesto; acaso siguetodavía molestando a la "sociedadmezquina", a la alta sociedad bur­guesa que aquel día de 1910 éltan memorablemente apostrofó. Si­lencio que seguramente cuenta conel acuerdo del Zum Felde actual.

"Anoche he ido a ver el cadáverde Julio Herrera y Reissig -leyóZum Felde ante los concurrentesal entierro--. En la rigidez de lamuerte, su rostro pálido tenía lamísma serena lucidez, la mismadulzura triste que a los hombresmostrara en los caminos por quepasó cantando. " Su alma ausentede Peregrino, dejó como regalo so­bre los labios mortuorios y sobrelos párpados para siempre caídos,la sonrisa de miel que extrajo dela amargura noble de su vida.

"Solo, tan solo como su espírituelegido pasó entre la turba filis­tea, su cuerpo estaba allí, supina­mente inmóvil. y en torno de suféretro que parecía aún vibrante,que parecía aún sonoro por conte­ner el cuerpo aquel que fue comouna copa de armonías, las gravessombras burguesas, en la solemni­dad convencional de los duelos vul­gares, discurrian gravemente.

"La sociedad mezquina que no.supo amarlo, porque no supo com­prenderlo, estaba allí representadapor sus políticos, por sus cronistasy sus mercaderes.

"La gente en cuyo medio vivió co­mo un desterrado, la gente que locensuraba por altivo y le compa­decía por iluso, la gente miserableque reía de la dívina locura de suensueño, estaba allí, llevada por laindulgencia de la muerte, rumian­do comentarios, mirando con extra­ñeza el rostro mudo, ahora que élya no podía mirarlos.

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Horado Quiroga: vino desde Salto, fundó en Montevideo el ConsistoriodelGay Saber y se expatrió a raíz de una muerte involuntaria, deste­rrándose en Misiones.

"Era necesario que VInIera.lamuerte a liberarlos del incubo re­belde, para que se dijeran sus ami­gos, amigos del cadáver, amigosdel despojo de una existencia lu­minosa que para ellos fue un error.

" . '. y la verdad es que vosotrostodos, o casi todos los que rodeáiseste cadáver, fuisteis sus enemigos.Por vosotros sufrió, por vosotrosle fue desolada la vida. Este queaqui reposa, lejos ya de las mise­rias de los hombres, fue siempreun paria entre vosotros."

Imposible transcribir aqui todaesa estupenda requisitoria de losjóvenes contra los burgueses quees, en el Montevideo de 1910 y es­petado en la nariz de los próceres,el discurso de Alberto Zum Felde;es un gran documento allí dondetantos documentos dejan de serlo,vive a partir del punto en que ellosse convierten en mero papel. Lasociedad que aquel dandy fervo­roso y espléndido flagelaba sin si­quiera la intermediación de la hojaescrita a distancia, ¿ ha cambiadotanto, desde entonces a hoy?

Pero en otras dimensiones má<;simples y materiales, esa sociedadtiene que seguir el paso del tiempo.El Montevideo que en 1896 habíaasistido maravillado a los primeroscortos cinematográficos de Lumiere.que en 1898 había contemplado losprimeros documentales de FélixOliver, dísponía en 1911 de veinti­

salas de exhibición de pelícu-Las ciudades crecen y no ne­

su alma. Los inadap­los rebeldes, los creadoresal extranjero, se mueren o

al paso de sus másedades biológicas ...

ha,bían ido Quiroga, Rodó,Sá:ncrlez, Sáez, Blanes Viale, Barra-

das, Torres-Garcia, Carlos Maríade Herrera, Lanau, Herrerita. LabeBe époque, época de euforías, op-

timismos y dilatadas creencias pa­cifistas, no era sin embargo tan be­lla, en Montevideo,. para el creador

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Rafael Barradas, autorretrato: genial en Montevideo y en España.

Rodó: hace cien años naco aquí,hace cincuenta y cuatro murió en5icilia.

Una nueva generación aparece enMontevideo cuando ya la belle épo­que ha finado y la combustión deuna guerra tremenda ha dadocuenta de todas sus candideces: esla que se suele llamar Generacióndel 20 y se sitúa en sus inicios unpoco antes, casi equidistante entrela del 900 y la del Centenario:es la generación de Basso MagUo,de Casal, de Sábat Ercasty, deCasaravilla Lemos, de Juana deIbarbourou, de Emilio Oribe, la

más redimible en lo humano queen lo artístico de Roberto de lasCarreras, se corría hacia la locuray el destierro.

artístico de alguna importancia: sesentían los topes, se presentía queal excederlos se corría a la soledady a la muerte o, como en el caso

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de Alfonso Broqua y Cortinas, lade Guillermo Laborde y HumbertoCausa. Figari, como un "retrasa­do", también se incluye aqui. ElCírculo Fomento de Bellas Artesviene realizando una fecunda do­cencía en artes plásticas, desde susdías fundacíonales de 1905-6. Bajoel capitanazgo de un nombre yailustre como el de Carlos María deHerrera, se alinean otros más jó­venes, que al cabo de. muy pocotiempo harán historia: BazzulTo,Acquarone, Vícente Puig, ManuelRosé, Belloni; entre otros, seránalumnos Cúneo y Michelena. Ve­nían desde el ancho mundo lasoleadas del "fauvismo" y el "cu­bismo". Montevideo iba a conocer­las, aunque marcaran horas de unaactitud mucho más universal queespecíficamente montevideana.

El medío, por lo demás, no se­guía de cerca a sus creadores. Se.atenía a lo más recibido y, a veces,a lo más provinciano: Josefina Le­rena Acevedo de Blixen, en su li­bro sobre el Novecientos, recuerdaqUe cuando se emplazó en la PlazaIndependencia la estatua de Joa­quín Suárez (estatua de un hombrede píe, contra la pompa usual delas estatuas ecuestres) el públicola contemplaba extrañado y le de­dicaba comentarios profanos y desa­pacibles, uno de los cuales era elde que "las estatuas no quedanbien de frac". Cuando sea el escán­dalo de las oprimentes lunas dra­máticas y los abrumados torcidosranchos de Cúneo, ese gusto co­mún lo rodeará de pequeños sar­casmos de apariencia civilizada(recuerdo, como sorpresa de mi in­fancia, haber oído el de un prócerilustre de nuestras letras, que re­comendaba oculistas y plomadas).

Juana Fe-rnánde-z, .Juana de lbarbourou, Juana de América: de- cómoalguien es profeta en $U tie-rra, si la profecía se- dice en frescos poemas.

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Carlos Real de Azúa, El impulso y su freno.

Como en el apólogo del medioevo español, nadie parecía atreverse adecir de "los burladores que ficieron el paño", que nuestro orgulloso paísestaba mucho más desnudo de lo que pensaba, que muchos ya sentía­mos frio.

MONTEVIDEO DE LASVANGUARDIAS Y LOS

ISMOS: EL CENTENARIO

El Uruguay que emerge de la úl­tima guerra civil consuma -co­mo alguien ha escrito- "el éspec­táculo de una sociedad seculari­zada, mesocrática, civil". Masoller(setiembre de 1904) ha sido el can­to de cisne del caudillismo de lapatriada. El Uruguay bat1lista -lai­co, liberal, progresista, imbuido delas doctrinas materialistas del po­sitivismo de Comte y del evolucio­nismo de Spencer- empieza a des­plegarse en la paz que subsiste.y Montevideo es el ámbito natural,la sede, el centro, la Atenas deese país civilista y crédulo. Unaserie de leyes generosas reconocenla influencia tutelar de Bat1le,aunque él no las haya (en todoslos casos, como los víejos batllis­tas suponian) ingeniado, redactadoo creado; en un sentido trascen­dente, claro está, su presencia lasha inspirado. Las leyes de divorcioy las que suprimen las formashumillantes de la filiación inces­tuosa, aduIterina y sacrílega, arran­can de 1907; la del laicismo enla enseñanza es de 1909' la deexpropiaciones es de 1912; la deaccidentes de trabajo, de 1914; laley de la Silla, para los empleadosde comercio, de 1918; la ley Se­rrato, de vivienda para los funcio­narios (1os funcionarios empiezana ser una categoría civil y Monte­video es su sede), es de 1921. Entre tanto, en 1917-18 el país se hadado una nueva Constitución, querealiza a medias el disputado idealbat1lista del gobierno colegiado. Ala .luz de los tiempos, hoy nos pa­rece más importante su artículo100, qUe señala el avance del Es­tado sobre los servicios púbIlcosy aun sobre el campo de la acti­vidad comercial e industrial; el

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mismo texto constitucional ha con­sagrado.en otro artículo la irre­versible separación entre la Iglesiay el Estado.

Ése es· el país de la clase media,ése es el país de Montevideo. Enel campo, el bat1lismo nunca aróprofundamente. La estructura dellatifundio se mantuvo intacta. Elbatllismo simplemente opuso otroestilo ----el del caudillo ciudada­no--, otra fe, otro modo de ver lavida; y creó así un antagonismomás ideológico que fáctico, mássentimental que racional, más elec­toral que verdadero: la capital co­lorada y la campaña blanca.

La literatura y el arte van, dealgún modo, reflejando ese cambio."En 1900, la ciudad empieza aparecer algo muy novelable -es­cribe Emir Rodríguez Monegal enLiteratura uruguaya del medio si­glo--. Pero entre la existencia de laciudad como tema y la de unatradición narrativa ciudadana, hayun vacío que trata de llenar algúntexto inmaduro como Brenda deAcevedo Díaz, o José Pedro Belláncon Doñarramona y La Realidad,incluso con un libro precursor co-

mo La historia de un pequeño fun­cionario, de Manuel de Castro."

La cíudad ya habia ido dandosus novelas e sus fragmentos denovelas o sus personajes irrecu­sables (a veces situados en el ri­dículo de una experiencia campe­sina que no sabían vivir, como losBenavente de Beba o el Tocles deEl terruño, en los que Reyles sati­riza en 1894 y en 1916 la suma delos valores universitarios y ciuda­danos por los que siente desdén,rechazo, despecho u odio). ArturoSergio Visca recuerda (Un hombrey su mundo, p. 87) a un Dr. Ma­nuel Luciano Acosta y a una no­vela editada en 1862 (Matrimoniode rebote) de la que dice "queconstituye la primera novela psico­lógica y de ambiente montevideanoescrita en el Uruguay", anticipán­dose a otras casi tan olvidablesde Magariños Cervantes; y podrianagregarse las dos novelas monte­videanas de Mateo Magariños Sol­sana: Las hermanas Flammari esde 1893, Valmar de 1896. Peroesas golondrinas no hacen verano.La narrativa de Montevideo nuexiste como cuerpo ni hay "una

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tradición narrativa ciudadana" poraquel entonces.

Las novelas de Bellán (Ramatambién recuerda, en un prólogoa Onettl, Los amores de Juan Ri­vault) "reflejaban o inventaban unMontevideo ya ido". La de Manuelde Castro --que es de 1929- aco­taba en cambio una realidad cre­ciente: la del pequeño funcionario,que tendrá sU cenit literario unoscuantos años después, con los Poe­mas de la oficina o La tregua yalgunos de los cuentos de MarioBenedetti. Manuel de Castro anun­ciaba la era de ese anticlimax.

La ciudad era otra cosa, en elpaisaje suave y blando, mórbido deaquella época optimista. Contaba­como un supuesto moderno, comonervio, como fábrica, como escena­rio flamante, como posibilidad deuna visión simultaneísta: así la usóla vanguardia poética en PalacioSalvo, de Ortiz Saraleguí, el). Elhombre que se comió un autobúso Se ruega no dar la mano, deAlfredo Mario Ferreiro. Montevideoera un surtidor de temas lluevos,como en el Polirritmo a IsabelinoGradin, de Parra del Riego. Eraun decorado para el vanguardismoart-nouveau, tan atrasado y tras­nochado como la vanguardia delSantuario de extravagancias, queen 1927 René Arturo Despoueyeditó y publicó como hombre-sand­wich (un nuevo dandysmo másgrueso y de urbe populosa empe­zaba a darse) para arrepentirsepocos años más tarde.

Los ismos -€l cubismo, el futu­rismo, el ultraísmo que importabaCasal en Alfar, el surrealismo, eldadaismo-- conocían bogas estri­dentes, indoloras, falsamente furio­sas. Porque las vanguardias escla-

recidas de la inteligentsia de estepaís conformista y de esta capitalbatllista, eran civilizadamente in­cruentas y, más allá de arrequiveslivi~os, eran también conformis­tas. Nadie queria ser mártir de laletra escrita como Sánchez, comoHerrerita, como Barret. No habíapor qué, pensaban todos.

Las mismas revistas literariasque veian la luz en Montevideopor aquellos años -La Pluma (ZumFelde y Sábat), La Cruz del Sur(con los hermanos Guillot Muñoz,tan enterados, y su redomada car­ga de literaturas europeas al mi­nuto) , Teseo (donde el serio y en­simismado Eduardo Dieste buscabauna integración de las artes, másque un catálogo literario o un re­gistro vívo del pulso político),Cartel, Oral y Mural (campos dela mayor estridencia vanguardista)no eran revistas peleadoras, no secomprometian en negaciones fero­ces ni en rupturas ásperas. Alfar,que la tenacidad y la bonhomiade Casal sostuvieron a lo largo delos años y en la transferenciaultramarina de Galicia a Montevi­deo, fue la suma del espíritu deese tiempo. Albergó en sus páginasa todos, como en el trato humanoel mismo Casal caballerescamentelo hacia; estimuló a todos, ~f atodos hizo creer que eran talentoso genios (prediaba uno auténtico,de quien seguia inaugurando pás­tumamente hermosas viñetas: Ra­fael Barradas, íntimo amigo de Ca­sal en compartidos días españoles);cuando en 1940 y con el mismo es­píritu, Casal hacinó 313 poetas ensu Exposición de la Poesía Urugua­ya, publicada por Claridad en Bue­nos Aires, ya nadie creía seriamen­te en lo fecundo de tales indul-

gencias. Y cuando en 1954 Casalmurió, se ignoró injustamente subondad personal para desacreditarel estilo acrítico y anti-crítico queese hospitalario carácter había pro­hijado.

Teseo reunió a su alrededor alos plásticos, renegando de ese di­vorcio -tan curioso en Montevi­deo-- que separa habitualmentea literatos de pintores y esculto­res. y en 1924 presenta en BuenosAires "una de las exposiciones másinteresantes realizadas por el arteuruguayo en el extranjero" (al de­cir de Argul), con envíos de Mi­chelena, Causa, Arzadum, Cúneo,Pesce Castro, Etchebarne Bidart,Méndez Magariños y Alfredo deSimone.

"El grupo Teseo era -escribe Ar­gul- una selección de escritores yartistas empeñados en la evoluciónde las ideas, que mantenían entreellos admiraciones cruzadas de bue­nos ejecutores de la literatura ode las artes plásticas, que el tiempono hace más que confirmar. Entrelos profesionales de las artes plás­ticas estaba allí el escultor Ber­nabé Michelena, que hizo notablesretratos de la mayoría de sus in­tegrantes, junto a Adolfo Pastor,pionero solvente del grabado ori­ginal; en- cuanto a los pintores, laadopción de la manera pIanistaponía entre dIos una más evidentejustificación de conjunto."

-En lo literario, la producción quepodría filiarse como montevideanaera la menos importante. Por su­puesto, será un distingo arbitrarioy trivial el que intente poner radi­caciones tan concretas al arte; yavolveremos sobre este asunto. Pe­ro si es ciudadano el ultraísmo deFerreiro y si es montevideana la

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José Pedro Bellén e~ribió la no­vela y el drama de Montevideo.

criatura noveles"a de Manuel deCastro, no pertenecen a la ciudad-a pesar de su familiaridad conlas metáforas de vanguardia- losversos nativistas de l!'ernán SilvaValdés o de Pedro Leandro Ipuche;ni más señaladamente aún, lascrónicas de Justino Zavala Muniz.Esto, por lo menos, es seguro.

Ya dijimos que, con Javier deViana, la realidad rural se trasladódel gaucho al paisano. La literaturadel siglo anterior en el pais noshabia dado la visión de los grandescampos como piélagos, que está enlas mejores novelas de EduardoAcevedo Díaz, un realista con pujosciencistas, un prosista valioso y va­leroso, que no tiene miedo a latruculencia sanguinosa de sus más

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robustas escenas como no tendrámiedo, cuando llegue el momento,de preferir a un Batlle pujantefrente a un débil Mc. Eachen. Yaen las novelas de Reyles o en loscuentos de Viana, el campo esotro. En Viana no está tanto laheroicidad como la cazurreria delpaisano y la escena es la de loscampos del sur, donde ya habiacesado la estancia inmensa con suconstelación feudal de valores. EnReyles, que es colorado (AcevedoDiaz y Viana eran blancos) lavisión quiere ser pionera y progre­sista;" es una visión patronal delcampo, que ignora las desigualda­des de clase, exalta el paternalismobondadoso del estanciero y detestalas anarquias de la patriada, elcaos de la guerra civil, que se lerepresenta como alambrados cor­tados y haciendas dispersas más quecomo gesta de valor individual he­roico. Cuando en 1930 Reyles es­criba sobre la narración gauchesca,en su mazacótica Historia sintéticade la literatura uruguaya (pocostitulas tan compendiosamente fa­laces como éste) urgirá a otros -aEspinola, a Dotti- a que resucitenla visión del "campo bagual, laestancia cimarrona y el gaucho ysus trágicas peripecias", "antes queel campo, la estancia y el gauchoentren para siempre en el reinode las sombras".

Es que tal visión del campotambién claudica; ni la generacióndel 15-17 ni la del Centenario que­rrán servirla. Zavala Muniz -he­mos escrito en otro pequeño en­sayo-- es, en el mejor sentido, unescritor anacronico, a despecho desu vigor narrativo, de eso que al­guna vez llamaron su prosa mus­culosa o· -membruda. Cuando en

1921 el nieto del general blancoJustino Muniz escribe Cr:ónica deMuniz, para reverenciar la me­moria de un antepasado que haseguido siendo blanco pero que haservido en el 904 al gobierno deBatlle, a raiz de su enconada ene­mistad con los Saravia, se adviertela verdadera filiación de sus sen­timientos, que han pasado a llamar­se batllistas pero no han queridoser nunca colorados: la visiónque el Zavala Muniz de Crónicade Muniz tiene de nuestras guerrasciviles es épica y es blanca. Reylesy el coloradaje no han tenido nunca(el poder no lo fomenta ni permite)ese culto romántico de lo insurrec­cional anárquico, esa vaga profesióndel desorden andariego y corajudoque se cifró en la famosa divisade "Aire libre y carne gorda".

Con Enrique Amorim, 1900-1960,hombre de ciudades y viajes, di­námico, culto, cosmopolita, munda­no, la versión de nuestro camposerá muy otra. Es el campo de losirredentos y de la miseria, de lainjusticia y la desigualdad, un cam­po de cultivo de la pre-revolución(Amorim era marxista). Corralabierto, si no su mejor novela, esel mejor ejemplo. Pero hay otros.

Con Espinola y con Morosoli,la realidad rural se recuesta casia la orilla de pueblo. Y ya VicenteRossi, en su formidable libro Co­sas de negros, aconsejaba no con­fundir -como realidad social nicomo escenario artístico- el cam­pa con la orolita de poblado delinterior. Sombras sobre la tierray los libros de Morosoli (Hombres,Los albañiles de Los Tapes) hacenesa transición desde el campo dechacras al suburbio de pueblecitouruguayo. Dossetti en Los Molles

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Enrique Amorim viajó pOr el vasto mundb\ y extrajo también el saborde nuestros campos y de nuestras ciudades.

y Dotti en Los alambradores traenotros personajes que los del campotradicional del siglo anterior: losnegros, los jornaleros, toda una rea­lidad raída y antipoética, muy lejosde 10 que el Reyles crepuscularañoraba y pedía al esfuerzo delos creadores.

Algunos de estos hombres sonpertinazmente fieles a una formade vida, reflejada en su literatura(Morosoli) ; otros emígran a laciudad, complejizan su vísíón delmundo y finalmente dejan de es­cribir (Espinola). Porque se advier­te potencialmente esa contradicciónde que hombres arraígados enMontevideo vuelvan los ojos alcampo y 10 describan, para consu­mo de lectores montevídeanos. Hayuna riesgosa propensión a la retó­rica en esta toma de distancia y enesta conciencia de los destinatarios;el riesgo que denunciaba Sartreen su frase famosa: "La Bruyerehabla de los campesinos, no hablacon ellos".

De todos modos, el pais que co­rre hacia el Centenarío de 1930 noestá en trance. de revisíones pro­fundas. Batlle muere en los umbra­les mismos del Centenario, el 20de octubre de 1929; y no pasaráncuatro años sin que se haya vistoque su revolución, su programa ysu ideario estaban heridos de muer­te y le seguirían muy pronto a latumba. El crack de la Bolsa deNueva York precipitará la crisissobre ese mundo desaprensivo yoptimista que, en los días conme­morativos y futbolisticos del Cen­tenario, se había imaginado que losdioses le tenían reservado un edénaparte, insolidario de las miseriasdel resto de América. El país-esqui­na de que hablaba Ferreiro, el

país balcón de que hablaban otros,el país marítimo y atlántico de es­paldas al continente y a su suerteíba a conocer la crisis del 31-32,los artilugios de la habilidad delos financistas operando en el va­cio (la Caja Autónoma de Amor­tización es una invención de lafantasía que merecería figurar en­tre las obras de arte de la épocay la ciudad en que fue concebida)y finalmente el crudo y policiacogolpe' de Estado del 31 de marzode 1933.

Hechos como éste ocurren funda­mentalmente en la capital e irra­dian hacía el resto del país comoun simple mandato, atemperado enlos rigores porque está previamen­te atenuada la conciencia civicaque pueda resistirlos. En Montevi-

deo ocurrieron los entierros deBrum y de Grauert, las persecucio­nes del machete (de que hablaríaFrugoni), los desmanes contra laUniversidad; Montevideo fue la pri­mera en abrir los ojos al derrumbede tantos mitos: la civilidad, laperfección indefinida del bienestar,la solidez incontrastable de la clasemedia; Montevideo padeció la au­sencia de verdad de tantos orgullosfalsos o inconsistentes o livianos.y esa hora de introspección colec­tiva (si el adjetivo no repugna alsustantivo) apareja también el de­seo de indagarse, de reconocersesin supersticiones ni tabúes. De laquiebra de los años 30 saldria-hoy se ve en perspectiva- unarte y, sobre todo, una literaturade la ciudad.

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.,ps

EN QUE SENTIDO UNARTE PUEDE SER

REFERIDOA UNA CIUDAD

Jorge Luis Sorges, Discusión.

es de París··· o tendría que persua­dir al gaucho para que hundiesesus espuelas en los flancos de sucaballo o al mayoral para que fus­tigara a los matungos de su dili­gencia.

Con este criterio pedestre, Mon­tevideo está lleno de monumentosque no le conciernen; y algunasveces son los menos malos.

Por lo demás, si una ciudad tieneen sus museos todo lo que puedejuntar (y ya razonó Malraux enqué medida el concepto de museoes adventicio, extraño y distorsio-

Durante muchos años en libros ahora felizmente olvidados, traté deredactar el sabor la ~sencia de los barrios extremos d'e Buenos Aires;naturalmente abu~dé en palabras locales, no prescindí de palabras comocuchilleros, milonga, tapia y otras, y escribí así aquellos olvidables yolvidados libros; luego, hará un año, escribí una historia que se lIa~aLa muerte y la brújula que es una suerte de pesadilla, una pesadillaen que figuran elementos de Buenos Aires deformados por el horror dela pesadilla; pienso allí en el Paseo Colón y lo 1,Iamo Rue de To.ulon,pienso en las quintas de Adrogué y las llamo Trlste-le-Roy; publicadaesa historia mis amigos me dijeron que, al fin habían encontrado en loque yo esc;ibía el sabor de las afueras de Buenos Aires. Precisamen~eporque no me había propuesto encontrar ese sabor, p_orque me hablaabandonado al sueño, pude lograr, al cabo de tantos anos, lo que antesbusqué en vano,

Porque entonces Montevideo debe­ría hospitalidad irrestricta a losbustos de sus abnegadas maestras,a los medallones que repasan lasgordas caras de sus filántropos, perotendría que hacer levantar e irse aese horrible Einstein sentado delParque Rodó (y la memoria deEinstein seguramente lo agradece­ria), tendria que azuzar los bueyesde la Carreta -que es sin embar­go, un punto de referencia turisticay tarjeta postal tan obligado deMontevideo como la Tour Eiffel,abominada por los parisienses, lo

Hay· hlUchos criterios posibles pa­ra censar la pertenencia (y tam­bién la pertinencia) de un arte,referido a una ciudad.

Empecemos, claro está, por re­cusar la prediación. Por una razónsemejante o afin a aquella quedesarrollaba Antonio Machado -enarte, sólo aquello que no rehúyesu temporalidad puede aspirar aser eterno-, sólo cuando un artecumple ciertos requisitos de univer­salidad se hace posible la tentativa(más sociológica que estética) deradicarlo en cierto sitio, de expli­carlo en función de su origen y sucircunstancia, hasta donde estasexplicaciones sirven para algo (queno es mucho).

No hay una narrati\:a montevi­deana si no empieza por cumplirciertas exigencias previas de sernarrativa, a secas. Y que luegopertenezca a la ciudad o se evadade ella, es asunto menor. Pero,menor y todo, es en algún sentidoel tema de este ensayo. Enunciadanuestra incredulidad, procedamoscomo si creyésemos.

Alguien podría pensar que unmonumento necesariamente se ex­plica en función de la ciudad, enla medida en que testimonie unadrcunstancia intransferible: si talestatua rememora a tal prócer quefuera de la_ciudad pasa a ser na­die, esa estatua pertenece al artede la ciudad. Si simplemente apo­logiza oficios o costumbres, le per­teneceria en común con otros sitios:con sitios donde hayan exis-tido donde hayan exis-

con su equipajeI.;U'""'LCl:>, estiba.do:res con su

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nante en la escala de los valoresdel arte), ¿ qué sentido tiene ave­riguar qué creación artistica le espropia y cuáles otras le son ajenas?Lo bueno que esté aquí y veamosdesde siempre, de algún modo senos incorpora, de algún modo nosenriquece, de algún modo se inte­gra a nosotros.

Ningún sentido tiene, pues, laaveriguación, mientras los criteriossean tan estúpidamente mensurati­vos y exteriores como éstos queacabamos de poner en fila. Si laliteratura de la ciudad se integracon aquello que explicitamente lanombra, serían sin más literaturamontevideana el Montevideo anti­guo de Isidoro de Maria, los Poe­mas montevideanos de Frugoni, elMontevideo y su cerro de Más deAyala, el Canto a Montevideo deSara de Ibáñez, los cuentos Mon­tevideanos de Benedetti o la In­vención de Montevideo de Maggi.en un catálogo que queda. abiertoy a nutrirse por las tapas.

Seria montevideana la estatuariaque exalta (o, a veces, difama)a los poetas de la ciudad. a lasmaestras de la ciudad y, a escalamás dudosa, la funeraria monu­mental que -en los cementeriosde la ciudad- pide un poco dememoria para difuntos de la ciu­dad, a veces tan justamente ol-vidados. .

Nadie creeria -en semejantes in­ventarios. Habria que buscar la po­sible razón de otros.

Borges dijo una vez que el colorlocal es un invento extranjero: sur­ge de que otros nos miren, no delo que nosotros seamos. y lo queenfatice o fuerce el color local, pue­de incurrir en un exceso de per­tenencia y pertinencia, qUe acaba

Monumento a los. héroes del mar,de Yepes, Plaza Virgilio, PuntoGorda.

por tornarlo apócrifo. El mismoBorges, en el prólogo de El infor­me de Brodie, atribuye a RobertoArlt (nada menos que a RobertoArlt, Boedo, el populismo y todoeso) una respuesta ejemplar acercadel lunfardo:

"Recuerdo a este propósito-escribe Borges- que a Ro­berto Arlt le echaron en carasu desconocimiento del lunfar­do y que replicó: «Me he cria­do en Villa Luro, entre gentepobre y malevos, y realmenteno he tenido tiempo de estu­diar esas cosasJ>.·'

Las demasias de la jerga, laexasperación del particularismo lacriptografia o el esoterismo d~ 10demasiado local, caen fatalmenteen el pintoresquismo, en esas for­mas del regionalismo que acabanpor hacer insufrible al producto dearte en las propias regiones en quefUe creado o para las que fue crea­do. El mismo Borges (tercera amo­nestación) ha recordado cómo ellenguaje gauchesco es un artificioelel hombre culto de las ciudades,y cómo el paisano se esmera enhablar correctamente y no en per­severar en el dialecto de apóstrofesy sigmofagias que el dialectalismoliterario le atribuye.

Un arte pertenece a un lugarcuando de algún modo artístico--que puede ser implicito, que

acaso sea preferible que sea im­plicito-- se afirme en él o lo con­note. tome de algún modo allí sufuerza. su origen. su circunstan­cia; cuando refiera --a nivel indis­pensable de lo que es, de arte-­un comportamiento que ilustre a unsitio dado del mundo o lo sublimeen sus valores: cuando lo explique() lo justifique o lo rechace. cuan­do se nutra de él o cuando lo nu­tra, cuando lo idealice o lo vitu­pere. En menos palabras: cuandolo exprese.

No es preciso, entonces. que sies narrativa o poesia diga o re­cuente los barrios, observe fideli­dades o prolijidades de nomencla­tal'; no es preciso que si es pin­tura o escultura copie la vida cir­cundante. No es necesario que Elpozo o La tregua nombren a Mon­tevideo. no es necesario que loscandombes de Figari sean el objetode una pesquisa histórica que lossitúe en tal año. en tal calle.

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Unos y otros expresan a la ciudad,salen de ella como provocación ypasan luego por los alambiques-el recuerdo, la pasión, tantosotros- que ya no pertenecen ala ciudad sino intransferiblementeal artista. En ese sentido trascen­dente, Onetti es montevideano has­ta cuando su novela transcurre enBuenos Aires (porque el "indife­rente moral" que quiso retratar enTierra de nadie es también de aqui,

BIOGRAFIAYo nací en Jacinto VeraQué barrio Jacinto VeraRanchos de lata por fueray por dentro de madera.De noche blanca corría,blanca corría la luna,y yo corTÍa tras ella.De repente la perdía,de repente aparecía,entre los ranchos de latay por dentro de madera.

i Ah luna, mi luna blanca.tuna de Jacinto Vera!

1I

Cuando voy por las calles-sube y baja-

de esta 'Montevideo, madre cruel,cuando voy por sus calles,algo me dice que estoy muerto.y estoy muerto

¿Por qué si no, se rompen los[espejos

cuando me mirancuando yo los miro?

Líber Falca; .Tiempo y 1'iempopp. 66 y 70.

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por equella década de los 40) almismo titulo que Felisberto Her­nández cuando evoca las tierras desu memoria o exhuma la viejacara muerta de un Capurro quefue. No es la mención paladinalo que importa ni, llegado el caso,la mención paladina basta; haymucho producto esnob que se fechay sitúa en Montevideo y no agreganada al alma, al rostro, a la intra­historia de la ciudad a la quedice pertenecE;!r.

Ser de Montevideo es un produc­to de añadidura, o un subproductoen el proceso creador; lo primeroes ser. Es montevideano Liber Fal­ca no porque nombre a JacintoVera o a Malvín, sino porque suvisión poética del mundo es entra­ñablemente montevideana, ha sidopadecida !=ln esta Montevideo, ma­dre cruel cu~s calles transitó(y cuyas calies lo transitaron) entantas noches de angustia humanay de inevitable cavilación creadora':No es imprescindible saber (¿ al­guien sabe?) dónde queda o que­daba la Quinta Recaeta para sentirlo inalienablemente montevideanode Cometa sobre los muros; no espreciso individualizar las callescéntricas o de barrio por las quediscurría Equis Andacalles. Lospoemas montevideanos de Frugonirecorren (y no agotan) el catálogo,el repertorio de los temas censa­bies de una ciudad como objetopoético externo; los poemas de Lí­ber Falca son de Montevideo.

Es claro que también se puedepertenecer a una ciudad por vo­luntad de entregársele Y por modomás expreso. En buena medida_y cursilerías aparte- es lo quehan hecho muchas veces las letrasde tango; y cuando Gardel (es

Emilio Frugoni fue el poeta de losobreros y de la ciudad.

ciert) que Gardel, una exigenci'iintranSIgente quiere que sea Gar­del) canta Isla de Flores, un aurade esencia poética montevideanade los sitios, sus mitos y sus nos­talgias, sube en el canto. Y si unono tiene miedo de aplebeyar elgusto (y este miedo es de insegu­ros o de tontos graves) algo pareci­do pueden suscitar las estrofasenérgicas que lloran (y pelean oporfian el recuerdo) en Adiós mibarrio, de Soliño, aunque Gardelno esté alli.

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Pocos libros alusivos a nuestropasado de ciudad son tan irrenun­ciables hoy como Cosas de negros,de Vicente Rossi; y el prejuicio delo empingorotado y lo decente lotuvo por años enterrado y negado.Fue necesario que Borges ponde­rase "la prosa crespa del uruguayoVicente Rossi" y declarase su ad­miración por el libro, para que unaeditorial bonaerense lo exhumara.Y, por supuesto, nadie parece ha­ber pensado que Cosas de negrostiene ganado el sitio que aún no se

le ha adjudicado en los ClásicosUruguayos de la Biblioteca Artigas,más que tanta memoria minuciosay opaca de beneméritos del PanteónNacional, y con tantos derechos yno menores titulos que el Montevi­deo antiguo de Isidoro de María.

Cosas de negros no ha servidotan sólo para atribuir a Montevi­deo (y, más específicamente, a laAcademia de San Felipe, salón debaile de negros) la prioridad his­tórica del tango, problema que-si desvela a los eruditos- no

preocupa tan activamente a quieneslo ejecutan o lo bailan o lo silbano lo cantan. El libro de VicenteRossi es mucho más que una fuenteo un documento. Es un monumentovivo de la ciudad. más legítimo quemuchos que obstruyen las plazas.La dice, la narra con frescura ycon gracia, la refiere con arte: esMontevideo y de allí saldrán (noimporta que los demás autores selo hayan propuesto como ejemplo,ni siquiera que de hecho lo hayanleído) otros libros que intentan

"LAS ACADEMIAS" DEL VIEJO MONTEVIDEOLA POPULARIDAD que con·

quistaba la Milonga danzable sugi.rió en el suburbio un nuevo lucro,y se instalaron "salones de bailespúblicos" con el consabido anexo de"bebidas".

En Montevideo fue.Más o menos uno por barrio: el

Puerto, el- Bajo, la Aguada., el Corodón, etc.; no alcanzaron la mediadocena. Los más famosos y que sub·sistieron hasta ser los últimos endesaparecer, fueron el titulado "So.lís y Gloria", del suburbio milríti·mo, y el "San Felipe", del barrioorillero del Cubo del Sud, llamadoentonces el Bajo. -

Nos referimos a los -vérdaderos"salones de baile", a 'fds "acade·mias", no a otros que también tu­vieron su fama, pero que utilizabanla danza como antesala del' liberti·naje, no haciendo de ella una espe·cialidad sino un medio.

Sólo el "San Felipe" lució elsubtítulo: "academia de baile", quese generalizó y sirvió para distinguiresos locales.

No son cosa antigua las "acade­mias"; la última, la "San Felipe",se clausuró en 1899. Viven, puesmuchos que la conocieron sin sos­pechar que allí se incubaba el fa­moso Tango, entre mujeres de lapeor facha, compadraje profesionaltemible y ambiente- .espeso de hlHno,polvo y tufo alcohólico.

Los empresarios de tales salonescontaron para su instalación con elelemento creador de la Milonga.único recurso para llenar el objetoa que se destinaban, en consecuen·cia. cuartos de las chinas y el su·burbio de averia volcaron en ellostécnicos y clientela.

Guías y gallardetes y flores de pa·pel los cruzaban en todas direccionesen misión de adorno. Alumbrado akerosene. Asientos... apenas unosbancos arrimados a la pared, en losque únicamente se sentaban las mu­jeres a la espera de la demanda :para los músicos varias malas sillas.y luego, público, clientes y hasta elbastonero-administrador, de pie.

La.~ orquestas de los "bailes públi.cos" solían componerse de mediadocena de musicantes, generalmentecriollos y virtuosos del "oído"; losmás inspirados componían los baila·bIes que habían de acreditar el local.

En mayoría instrumentos de vien­to. porque el entusiasmo se sosteníaen razón directa del estrépito. Nose conocía el "bandoneón", que esun mal reemplazante del mentadoacordeón·piano, que no tod~s domi.naban. y que lo mismo que el acor·deón común únicamente se usó enlos bailes de pueblo y en los su­cuchos orilleros.

No sólo la. Milonga se bailaba enlas "academias". también se rendíaculto al repertorio íntegro de lossalones sociales: valse. polka, ma­zurka, chotis. paso-doble. cuadrilla;todo enérgícamente sometido a latécnica milonguera.

Vicente Rossi: Cosas de negrospp. 129130.

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EL FAMOSO SARANDI 80

Con el Hachero, el periodismoconstumbrista se convirtió en hu­mor de Montevideo.

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decir ese costado de la ciudad:pienso en Ese mundo del bajo-la demagógica y un tanto retó­rica colección de articulas de ElHachero-, en Historias del bajo. -más desnudo, más pobre, de emo-

En otra crónica decía que hayedificios de la ciudad que parecendestinados a la eternidad, que nopodrían desaparecer jamás; y esasensación vuelvo a recíbirla aho­ra, cuando quiero asegurarme elnombre de la antígua farmacia deSarandí y Pérez Castellano.

-¿Qué sucedió? -Pregunta unoincrédulo.

-¿No viste que la demolieron?-Pasé esta misma mañana -eon·

testan asombrados- me pareció quetodavía estaba ahí.

y en efecto, la impresión es ésa,va a ser durante meses, ésa: lade todavía éstá en pie; en la puer·ta la figura menuda de "Jabon·cito" Bordón, antes popular boxea­dor últimamente su propietarioFarmacia Imperial; siempre pinta·da de t:erde desde que la conocí,en el año 10. Su historia consistenada más que en estar allí presen·te, y en el recuerdo sobrevive unode sus más acreditados productosque anunciaba en los bonos de laregistradora: "Pasta del Harem pa·ra haf:er desaparecer los pelos malcolocados". Pero por interesanteque fuera su tradición, siempre sehabía visto eclipsada por un vecinosuyo de la vereda de enfrente, ha­cia Colón: el famoso Sarandí 80.j Conventillo él!

se

clOn más fiel- de Ramón Collazo,en Mis tangos y los Atenienses, deVictor Soliño; y, hasta ejemplaresde teratologia compadrona, en mu­chos otros, Pienso también en elhumor montevideano de Peladura,

Vn amplio corredor de piedrashacia el patio, ancho y lleno desol, donde se acuna la ropa reciénlavada, en las cuerdas tendidas.En el centro, un aljibe de brocalbajo, típico, con su correspondientetortuga, la niña mimada de doñaManuela, la encargada. Por ahiocho o diez piletas de piedra, ,­en la pared del fondo un farolde querosén. Eran célebres las fies.tas de los morenos Silva, por el900. V n cumpleaños, un casamien·to, y el patio alfombrado, conguirnaldas de laurel )' de cedro yfarolitos de papel. Los negros, delevita y las mujeres con ampliosvolados en las polleras. celestes oblancas o rosadas y anchas cinta.<de colores en la cabeza, eran a lovivo, los cuadros de Pedro Figari.Los Silva formaban una especiede aristocracia en la raza y haquedado una definición suya pro·pia: "Hay dos clases de negros:los negros "Che" y los negros "Vs.ted"; no hay que confundir". Elarancel eclesiástico marcaba: "Ma·trimonio entre personas blancas:$ 13.50. Entre personas de color,la mitad".

Los de Sarandí 80 abonaban elmás alto.El Hachero: Ese mundo del Bajo

pp. 58/9.

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SEÑOR ITA ENCOPETADAYo era un niño, pero me acuerdo

perfectamente de una señorita bienque alguna mañana que otra setomaba una copita en nuestro neogocio.

Andaba muy bien vestida y lacopa que tomaba, era una cosa "deapuro"; tenía vergüenza que la des.cubrieran. Decían que era una muojer inteligente, pero la considera·ban no muy normal, pues los ve·cinos del barrio no comprendíancómo una dama de su categoría,podía tomar en un boliche.

Esta señorita tenía un apellidoque no sé si debo llamar ilustre,y era hermana de un famoso abo.gado sumamente inteligente. La ex·cusa de esta dama para tomar unpoco de alcohol, era que al pasarpor la calle Camacuá, para visitarunas amigas, aprovechaba la oca.sión. Bastante floja la excusa.

Una vez estando en la puertade nuestro negocio un carro cerovecero tirado por caballos perche·

del salteño Julio E. Suárez; y tam­bién en el de sus epígonos, nosiempre tan aceptables como él.

Son propuestas muy diversas, in­cotejables, la de Vicente Rossi porun lado, la de La tregua o El pozoo Equis Andacalles por el otro.Pero quien no haya plegado la

rones, le pidió al conductor si notenía inconveniente en llevarla has·ta su casa. El conductor accedió yla condujo hasta su domicilio, queera en la ciudad vieja, en los aIre·dedores de la Iglesia Matriz. Yola vi subir al carro y la recuerdocon muchas enaguas, pollera lar·ga y un sombrero con muchosadornos. Hubo dificultad en la su,bida, pues esos carros que creoque aún existen, tienen el estribode subida muy alto. ¿ Uds. se ima·ginan cómo quedaba una señoritasentada al lado de un conductorde carro cervecero?

Esta cliente de poco gasto dejóde venir, pero yo crecí y mi padreme dijo quién era. La inicial desu nombre propio no lo sé, perosu apellido es compuesto y co­mienza con las siguientes letras,V. F.

Ramón Collazo: Historias del Bajopp. 2617.

cabeza y el corazón a una sola yúnica receta del gusto (quien nosea sólo esteta, quien no sea sólosupersticioso tanguero de la guardiavieja) sabrá, sentirá que Montevi­deo está, vive, alienta y se comu­nica en todos ellos. Que Monte-­video es ~en"ellos.

Julio E. Suárez nadó en Salto(como Amorim y Quiroga) peroPeloduro nadó y vivió en Mon­tevideo.

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LA;·CIUDAD EN QUEVIVIMOS

De este modo pod~e",!~~I¡egar a comprender que un hombre es la imagende una ciudad y Un¡f'f~~~~d las visceras puestas al revés de un hombre.que un hombre encuentra e.n su ciudad no sólo su determinación comopersona y su razó r, sino también los impedimentos múltiples ylos obstáculos inve que le impiden llegar a ser, que un hombrey una ciudad tiene ones que no se explican por las personas a lasque el hombl'e a or las personas a las que el hombre hace sufrirni por las persona . que el hombre, explota...

Luis Martin-Santos, Tiempo de silencio.

En un libro editado en 1951,Mario Benedetti se propuso el te­ma Arraigo y evasión en la lite­ratura hispanoamericana contem­poránea. La pareja antinómica odisyuntiva de términos (evasión yarraigo) estaba entonces de moda.Rama y Real de Azúa la habiananalizado por aquellos dias, en me­sa redonda, a propósito de Borgesy Neruda.

Pero los años pasan y hoy al­gunas de las observaciones de Be­nedetti parecen demasiado obviaso están superadas. Superadas cuan­do dice que "en la literatura deAmérica falta la novela ciudadana,el Babbit de la ciudad ágil, desor­denada, incomprensible, que yatienen París, Londres o NuevaYork". Hoy podria oponerse, a laanotación de esta carencia, la men­ción de no menos de una treintenade nombres exitosos. Obvias cuan­do emplea su tiempo en demostrarque, para que un arte sea univer­sal, no es preciso que empiece porser de ningún lado.

Lo que era cierto es que se en­tendia entonces por escritor arrai­gado al que elegía temas canlpe­sinos, zonas de radicación rural,caracteres indígenas o paisajes pe­culiares. Era un prejuicio que ilus­traban las obras de Gallegos, deRivera, de Jorge Icaza, de CyroAlegria, de tantos otros. Hace me­nos años, en prólogo a una ediciónde José Maria Arguedas para Casade las Américas, Mario Vargas Llo­sa denunció el carácter de falsifi­casión y decorativismo de ese pre­sunto culto indigenista en manosde los modernistas, de ese fervortelúrico limitado a lo vistoso delpersonaje y, de los escenarios.

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"En la literatur~dtlf1adana-ra­zonaba Benedetti.· y ·particular­mente en la de ciertas capitalesque como Bueno~;Aires, Santiagoo Montevideo ªªft llegado a uncosmopolitismo~~u:e {)oprime todaexpresión autó<±6na, pareceria im­posible que el escritor pueda hallardónde arraigarse. Lo contrario, porotra parte, resultaria inverosímil.Nuestros países -no sólo nues­tras capitales- están, tanto politi­camente como culturalmente, desa­rraigados y no resulta fácil echarraices en algo que no las tiene olas tiene archivadas. Si un escritorde la ciudad escribe una novelao un drama rurales, cone el riesgode que sus figuras se asemejen alindio importado de Zorrilla o a losabortos que nos brinda Hollywoodcuando produce gauchos de buenavecindad. EL. arraigo del escritorciudadano p~dria consistir en fijarel desarraig~ ambiente, en enfren­tarlo. Una/colectividad que mar­cha a la deriva, representa -buena

o mala- una realidad, y el decla­rarla y declarar con ella las afi­nidades y. repulsas que la encami­nan o la desorientan significa, enel peor de los casos, un testimonio.Y sobre un testimonio es posibleconstruir."

Estas frases no han cumplidoaún veínte años y, en más de unsentido, están viejas. P~ro obede­cian a credulidades que, en común,teniamos todos los que escribiamosentonces, todos los que queriamos-desde años atrás a esa feCha­volver los ojos hacia Montevideomateria novelesca, verosimilitudnovelesca, escenario vital traslada­ble al libro. Yo mismo -como re­cuerda Ángel Rama en su ya cita­do prólogo de El pozo-- saludé en1942 la aparición de Tierra denadie con estas palabras: " ... Es,i al fin!, nuestra novela, la novelade estas ciudades rioplatenses decrecimiento veloz y desparejo, sinfaz espiritual, de destino todaviaconfuso".

ailaSEdiJi!

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Sentiamos que tenía que llegar-como un corpus, no en la obraaislada -de Fulano o Mengano­la literatura de ciudades que nosseguían pareciendo todavia sin tra­dición, sin demasiada credibilidadliteraria urbi et orbi, como soporte

o sustento de la creación novelesca.Empezábamos a enumerar los anun­cios: Benedetti afirmaba que conGálvez penetrábamos en la ciudady que Mallea era ya el "tipico no­velista ciudadano", avnque luegoagregaba que el novelista ciuda-

dano de "una ciudad subjetiva".No es posible creer que, veinteaños después, alguien comenzarael recuento por estos nombres; porel de Malles, sobre todo.

Hoy existe una mejor perspectivapara el tema. Rama tiene razón

EL MONTEVIDEO DE LAS CASAS ANTIGUASPorque, pese a los mayores esfuer.

zas municipales, todavia hay casasantiguas, en Montevideo. Aún que­dan en pie, aquí o allá, alternandocon recientes y altas casas de aparta·mentas de frentes inexpresivos. En·contrarIas produce el mismo gratoencanto que cuando os cruzáis enla avenida, en medio de vidrierasrelucientes y de bares cromados,con esos viejitos pulcros y finos defamilias venidas a menos, económi·camente, pero que mantienen susmaneras ceremoniales, su delgadobastón, guantes, siempre una flor enla solapa y una luz muy fina en elrostro.

En esas casas añosas, cuyas pare­des tienen también el color y lacalidez humana de la epidermis deun viejo, hay balcones, j', en losbalcones, geranios y claveles flore­cidos. Hay también una jaula dondeun canario o un dorado picotea j:

canta. Son los pequeños adornos devidas sencillas, como la cinta decolor en el pelo de la muchachahumilde. Los grandes edificios im·portantes -bancos y casas comer·ciales- no tienen balcones ni pája.ros ni flores. Ni tampoco, en laazotea, cuerdas henchidas de ropablanca.

Las casas que yo digo son casitodas de una sola planta y de un

solo color desvanecido: ocre, naran­ja, rosa, lila. Ventanas con altasrejas de hierro, puerta de maderalabrada y provista de un llamador ymanillas de bronce. (Oh, aquellosllamadores que eran una mano convuelillos de encaje! ¡Oh, aquellaspúdicas señoritas de cofia que porla mañana lustraban esos bronces conuna pomada que se llama "amor"!Esas casas ponen en nuestra ciudaduna nota colonial que nos llega através del tiempo como un apagadoperfume al abrir un mueble antiguo.

Caminad por la ciudad vieja denoche -porque debéis hacerlo a piede noche, cuando los monstruososautobuses no os buscan para aplas·taros- y veréis cómo Montevideorecupera a esas horas su fisonomiacolonial, a cuya época podéis tras·ladaros. No todos los viajes debenhacerse en el espacio. Se puede via­jar también en el tiempo. Y siqueréis un itinerario del Montevideocolonial anotad estas calles: 25 deAgosto, Piedras, 25 de Mayo, Cerri.too No ofenderé al lector culto indiocándole, como en una Guide Bleu,direcciones precisas. Si transita porlas calles referidas durante la nocheél mismo advertirá las casas col{)nia·les. Las hay del siglo XVIII, dela dominación portuguesa y de nues·tra independencia, y se distinguen de

las demás como en una multitud unrostro con calma.

Es también durante la noche queaparece el Montevideo puerto. Nose ha reparado en lo poco que cuen·ta el mar para los montevideanos.Parecería que la ciudad ignorara supuerto y aquí aparece también nues·tro origen ganadero. Y bien, es duorante la noche que se hace presenteel aspecto portuario internacional.Suben por el lado sur, junto al olorde salitre y brea, pantalones acampa·nadas y fuertes zapatos claveteadosen Southampton, Marsella, San Fran·cisco, Génova. Los atraen letreros connombres comprensibles en todos losidiomas: Moulin Rouge, Viking, Tro·pical, Can Can. De los bares salenbocanadas de música mecánica y devalses tocados en pianolas. Las ven·tanas encuadran escenas de amor urogente. Y por la calle pasan marine·ros ebrios que se toman de una cin.tura de mujer como de un sal.vavidas-maniquí.

Una bruma que llega del mar vaenvolviendo la ciudad. Son las sá·banas blancas, de las que le costarádespegarse mañana cuando llegue elsol a despertarle.

Más de Ayala: Montevideo y suCerro pp. 221/22.

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Felisberto Hernández evocó un Montevideo de infancia y de barrio,que estaba en sus recuerdos y tenía un aire de' cosa cuajada en eltiempo, amable, quieta y misteriosa.

cuando afirma "que la distinciónentre literatura del campo y litera­tura urbana responde a una clasi­ficación primaria y simplista, queno debe aceptarse; atiende comocriterio clasificador a los asuntos,sin reparar que son pasibles demuy distintos y hasta contrariostratamientos literarios -así loprueba la evolución histórica deuna y otra literatura- siendo enellos donde debe buscarse los cri­terios de interpretación y valora­ción".

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Hay sin embargo, en la coyun­tura de nuestra realidad nacional,motivos para seguir trabajando conla alternativa, siempre que se latome en cuenta como mera hipó­tesis de trabajo, y no más alláA partir de El pozo -1939, fechaa retener en el mismo entendi­miento de la referencia anterior­hay una literatura que quiere bus­car formulaciones nuevas para unahora literaria relativamente inéditaen un escenario nuevo; y hay for­mas - de una literatura nostálgica,

de esencia retrospectiva y memo"riosa, que quiere perpetuar y re­frescar la visión de una Arcadiaya muerta, el refugio de una in­fancia, el simple privilegio de te­ner recuerdos. La primera de esasintenciones mira a la ciudad; lasegunda a los pueblos, a sus orillasy al campo. Nuestra literatura rU'­ral nace hablando en pasado:Ismael se edita en 1888 y su asuntose fecha en 1811. Nuestra literaturade tema urbano aparece con unaobstinada voluntad de hablar enpresente.

Hemos dicho ya cómo --y es loque Benedetti llamó la evasión delpresente hacia el pasado-- el viejoIsidoro de Maria publicaba, en elúltimo tercio del siglo XIX, lasimágenes y estampas de un Mon­tevideo de fines del siglo XVIII.Y, ejemplo más actuante, hemosdicho cómo un Felisberto Hernán­dez joven y talentoso, irrumpia- en1942 (los pequeños libros anterio­res pertenecen a su propia prehis­toria literaria), contándonos un ba­rrio ya ido, un tiempo ya mustioy la figura de un músico ciegosobre la que ya habia caído lamuerte. A partir de El pozo, laexigencia pareció ser otra: narrar­se en presente histórico y en pre­sente literario, doble apetencia quesería muy dificil satisfacer connuestra actual literatura de temacampesino. La diferencia marca,pues, un resto de legitimidad en eldistingo recusado por Rama.

Onetti no teorízó y otros despuéslo hicieron. Fue entonces cuandoempezó a: hablarse del "aqui y aho­ra" y del "hoy por hoy"; BenedeWfue el exégeta más empecinado deestas reclamaciones, en cuyo fondosubyacía una necesidad imposter-

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EL MONTEVIDEO QUE ENTERRO A BATLLEHablo de un montevideano que en

el verano de 192i vivía trepado enel tablado de la esquina. El de mibarrio era el Tablado Cidriz, en elcruce de Lima y Justicia. Un jovenvestido de smoking, mirada y sonrisabrillantes, corría tras un ideal al·canzable por la módica suma deseis centésimos: la botella de gaseosaCidriz, tamaño gigante, de las quepartían los rayos de un sol enormeque, en el colmo de la imaginacióneléctrica, encendía de noche las filasde bombitas pintadas de amarillo.

En la época en que Montevideole pone una bufanda de hormigóna todas las calles porque cree ale·gremente en el Progreso, y porquesin calles asfaltadas no hayCutcsaque resista. Es la época de oro delfútbol: entre Colombes y Amster·dam, el gol de Piendibene a Zamo·ra. La época en que Gardel y Juliode Caro no eran todavía, la laborio·sa literatura del tango sino el tangomismo. La época en que los conse·jeros nacionales. se llamaban Batlley Ordóñez, Martín C. Martínez, Al·fredo Vásquez Acevedo, FranciscoSoca. La deliciosa época en que lapropaganda polítíca se hacía desdeautos de capota baja y bocina degramófono en cuello, sin más estruen·do (oh, manes de la aviación inci·vil) que la algarabía de los pibeslanzando desde las aceras ecuánimes

gáble de definición militante (unode sus libros de poesía se llama,precisamente, Poemas del Hoypor­hoy).

hurras o denuestos, fieles a con·vicción de sus mayores.

Recuero a Julio María Sosa, en·vuelto en los pliegues de ua banderacolorada, saludando desde un autodescubierto que bajaba lentamentepor Domingo Aramburú hacia Ge·neral Flores, rodeado por la farradel vecindario y por la muda emo·ción de mi padre -recién llegadodel Tala para radicarse en la capi.tal- que los tenía, a Batlle y a él,por sus ídolos políticos. Despuésvendría la clamorosa muerte de DonPepe, y la bocina gemebunda de"El Día" amonestando a la tropaque pifiaba, solemne, a propósito dela Marcha Fúnebre de Chopin. Épo.ca en que se era, para siempre yde padres a hijos, colorado o blan·co, de Nacional o de Peñarol, deAtenas o de Sporting, de "Un realal 69" o de la "Oxford", porqueel mundo era manuable y se le po·día, confiadamente, partir en dos.Subidos al tablado del barrio o enel patio de la escuela, nosotros mi·mábamos la pasión de nuestros pa.dres; en verano, era para mí unasuerte ser de la "Oxford".

La rivalidad de las dos troupesnació en diciembre de 1926, antesque la "Oxford" hubiera subido aun tablado. Salvador Granata, queya era famoso por "Un rear', ,.Ramón Collazo, solían encontrarse,en calidad de compositores musica·

Todos estos vocabularios de lacrítica son esencialmente fungibles;y llega un día en que nos fatiga­mos de ellos.

les, en los salones de la Casa Mo·rixe, que entonces distribuía los dis·cos "Victor", :r allí le preguntó Sal·l'ador al Loro si era cierto quesacaba una troupe en el próximocarnaL'al. Sí, era cierto, tuvo queescuchar Granata la noticia. Amigoscomo eran, desde entonces y porquince años dejaron de hablarse,hasta que en 1942 los reconcilió Ed·mundo Bianchi, a tiempo para queSalvador Granara, algo después, pu·diera morir poco menos que en bra·zos de su amigo.

Las líneas estaban tendidas, losdos cuarteles generales con domicilioen la Ciudad Vieja. "Un real al 69"en Washington; la "Oxford" en Re·conquista. El Puerto y el Bajo. ElHospital Maciel y el Templo Inglés.Debo admitir que el eco de aquellasreyertas casi no llegaron aJusticiay Lima. O quizás mis oídos infan.tiles no supieron distinguírlo, ata·reados como estaban en formar conRaúl Barbero nuestra propia troupe("Mientras reina Momo", se llama.ba, y llegó a salir tres aitOs peronunca más allá de la esquina). Encambio era una risa cómo sabíamosel repertorio de cada agrupación,y cuidado con atribuirle "Marabú"a la "Oxford" o "Si lo supiera ma·má" a su rival.

AIfaro: Mi mundo tal cual espp. 23/25.

"Para todo hay sazón debajo delos cielos", dice el Eclesíastés; yestas palabras sí que no envejecen.Si la literatura miró hacia Mon-

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Juan José Morosoli y sus pequeños seres que vegetan a la orilla delos pueblos, sin atreverse a entrar a ninguna verdadera ciudad.

lusión que en mucha gente de iz­quierda acababa de crear el pactogermano-soviético.

Por muchos años se había esti­rado sobre los cuadros de nuestraliteratura una visión esmirriada delcampo que ---en 1930-- el mismoReyles ya declaraba en trance dedisolución y de muerte. RodriguezMonegal ensaya una interpretaciónentre sociológica y literaria: "Aun­que Montevideo funda el pais -di­ce- el Uruguay es campo hastabien entrado el siglo XIX, y siguesiendo campo (es decir, en térmi­nos literarios: épica o lirica) gra­cias a los ramalazos gauchescosque arrojan las revoluciones sobrela capital en todo el último cuartode siglo. De ahí que los grandes(Acevedo Díaz, Reyles, Viana) apa­rezcan enraizados en esta tierra.Aunque hombres de ciudad y hastadoctores o estetas más o menosparisinos, lo que les sirve de fuentees el campo: esa realidad que lesllega no sólo desde la experienciainfantil del deslumbramiento antela naturaleza y sus seres, SillO deotras experiencias más arrebata­doras: la guerra civil de la juven­tud y madurez, la forja de un des­tino de estanciero."

Con las generaciones del 15-17y del Centenario, ya hemos dichoque esa realidad se viene a menos.Del gaucho del campo abierto y laproeza bárbara (Ismael) se bajaal chacarero (en Morosoli, en Dos­setti) y aun al asesino rural (enCrónica de un crimen, el mejorlibro de Zavala Muniz y una prue­ba avant la lettre del roman-vérité en nuestra literatura) cuandono al parásito de orilla de pueblo(el Juan Carlos de Sombras sobrela tierra). Y, según ha dicho Be-

país, la falencia de muchas de susmísticas, la guerra europea y has­ta, corno lo recuerda Rama a pro­pósito del libro de Onetti, la desi-

tevideo sobre el fin de la décadade los años 3D, es porque todopreparaba a que así ocurriese: laquíebra de las credulidades del

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nedetti, "a medida que el novelistase aproxima a la ciudad (sin en­trar derechamente en ella, agre­guemos por nuestra parte) el per­sonaje pierde vigor". Ha llegadola hora de renovarlo o -mejoraún- de sustituirlo. Es la hora deEladio Linacero.

Rodriguez Monegal afirma que"desde el punto de vista social,hombres como Amorim y como Es­pínola, que han estado en contactopermanente con una realidad ciu­dadana de gran desarrollo, cuyohorizonte no está limitado a lasfaenas de los campos y a la "amis­tad del arroyo y las suaves cuchi-

Santiago Dossetti: escribir "LosMolles!' ydirigi,rel Sodre.

llas, no son hombres determinadosúnicamente ~r la tierra, ni pue­den serlo. Pero al campo vuelvenlos ojos. Estos hombres leen aGorki o a Baraja, leen a Proust oa Thomas Mann; y sin embargo,cuando escriben, escriben preferen­temente sobre nuestra realidadcampesina. La sociología no lo pue­de explicar. Pero sí la literatura.

"Escriben sobre nuestra realidadcampesína porque están inmersosen una corriente literaria, en unatradición existente, porque nuestrocampo es novelable y ya ha, sidonovelado. Porque su experiencia deniños y jóvenes los ha familiariza­do a la vez con el campo y su tras­lado narrativo (Acevedo Díaz yReyles y Javier de Viana). Hacenliteratura regional, y prolongan(aunque no copian) a los maestros.y enriquecen aún más esa tradicióncon sus obras, con sus puntos devista: en la exploración de los nue­vos temas campesinos (El caballoy su sombra, Corral Abierto, Losmontaraces, La desembocadura deAmorim) o en la incursión hacialos infiernos y los cielos de sushombres (la obra entera de Es­pinola)."

No creo que pueda llamarse li­teratura regional a la de Esplnola(piénsese en El hombre pálido, enQué lástima, en Rancho en la no­che, en Rodriguez) ni a la de Amo­rim (piénsese, uno entre muchos ti­tulas, en su última y mejor novela,La desembocadura). Lo que en cam­bio parece cierto es que en ellos yen Morosoli encarna la última pro­moción de hombres que -por justi­ficaciones que difieren caso porcaso-- pudieron sentir a nuestrocampo con una vivencia original yhumanamente legítima, poderosa

Acevedo Díaz fue un gigante y"Brenda" su hija ciudadana ym&nor.

en lo literario y a grandes tramosinédita. No es que tal cosa nopueda ocurrir en el futuro; sim­plemente, no está ocurriendo ahora,

Lo que comienza con Onetti esun tiempo presente de la ciudadcomo escenario, como suscitación ycomo tema. "Es más probable queOnetti -aventura Ángel Rama-

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Francisco Espínola ya pertenece a Montevideo, pero su mejor narrativa

seguirá perteneciendo a San José.

quisiera afirmar que la literatura-pensando siempre en la narra­tiva- debía expresar la nueva ciu­dad que era Montevideo, en estoeco at.enuado de la monstruosa ca­pital porteña: una ciudad tensa,dramática, moderna, más que nun-

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ca parecida a las europeas y norte­americanas o más decidida a pare­cérseles."

La exigencia de una literaturanueva es, para Onetti, una exigen­cia moral y artistica de autenti­cidad. Hemos dicho ya que Onetti

no teoriza; como buen timido, alo más confía a alguna de sus en­carnaciones hacerlo. Esta vez noes a un personaje de sus novelassino a él mismo, como periodistay con seudónimo. Con un seudó­nimo que todo el mundo conocepero que aligera o amonesta o po­ne en sobreentendido de b~'oma elpeso solemne de una resronsabili­dad de maestro hablando en ruedade café. Ocurre hacia fines de1939, el año mismo en que acabade aparecer El pozo Y con él (pen­samos hoy) se ha fundado o seha vuelto a fundar nuestra litera­tura urbana.

Periquito el Aguador (otro yo pe­riodístico de Onetti en :\hrcha)publica en el número 28 del se­manario, correspondiente al 30 dediciembre de 1939, una página en­gañosamente llamada "Propósitosde año nuevo".

"Pensemos en esta realidad pavo­rosa -escribe--: los mismos nom­bres que formaban la vanguardiade nuestras letras en 1930 apare­cen en el 40 ocupando idéntico si­tio, haciendo las mismas cosas. yllegará el 50 y estarán allí y pu­blicarán el mismo libro cada añocon distinto titulo. Hacemos puntoy aparte para que los lectores me­diten sobre esto.

"La meditación hecha, usurpal110sel lenguaje íncomparable de losavisos de las compañías de segurosy anexos, llenamos nuestros pul­mones y hacemos un llamado a losjóvenes ambiciosos, enérgicos, ac­tivos, que deseen labrarse un exce­lente porvenír. Hay que hacer unaliteratura uruguaya; hay que usarun lenguaje nuestro para decir co­sas nuestras. Ya no sirve imitar laestétíca de Fulano, porque Fulano

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lleva la ventaja de estarla imitandohace diez años y Fulana veinte.Que cada uno busque dentro de simismo, que es el único lugar don­de puede encontrarse la verdad ytodo ese montón de cosas cuya per­secución, fracasada siempre, pro­duce la obra de arte. Fuera de no­sotros no hay nadie. La literaturaes un oficio: es necesario apren­derlo,pero más aún, es necesario~rearlo.

"El que no escribe para los ami­gos, a la amada o su honrada fa­milia: el que escribe porque tiene.la necesidad de hacerlo, sólo podráexpresarse por una técnica nueva,aún desconocida. Una manera queacaso no alcance totalmente nuncapero que no es la de Zutano ni lade nadie. Es o será la suya. Pe­ro no podrá tomarla de ninguna li­teratura ni de ningún literato, nopodrá ser conquistada fuera de unomismo. Porque está dentro de cadauno de nosotros~ es intransferible.única, como nuestros rostros, nues­tro estilo de vida y nuestro drama.Sólo se trata de buscar hacia aclen­tro y no hacia afuera, humilde­mente, con inocencia y cinismo, se­guros de' que la verdad tiene queestar en una literatura sin litera­'tura y, sobre todo, que no puedegustar a los que tienen hoy la mi­sión de repartir elogios, consagra­ciones y premios."

Esta apelación a buscarse dentrode uno mismo, de encontrarse ensu rostro, en su estilo de vida, en

drama, esta exhortación di~-ec­

a algunas formas vivenciales eil1naeélia1tas de la originalidad crea­

equivalía a incitar a una li­terattlra de entorno y circunstan­

verificables, no tamizada a tra­de otras líteraturas, no filtra-

da por las experiencias y el estiloy el magisterio de nadie (ni delmismo Onetti).

Hoy podría pensarse que fue unllamado a la existencia dirigidoa la Generación del 45. De todosmodos. la prédica con el ejemploy la inequívoca impresión de ge­nuinidad que habia significado laaparición de El pozo, no reclama­ban que esta convocatoria fuera detal modo expresa. Lo fuera o no,parece hoy inevitable que Onettituviera que ser escuchado, recogi­do, meditado. La literatura de quie­nes seguian publicando año a añoel mismo libro con diferente título,era la que alguna vez Beneclettí

Con "El pozo" la ciudad actualingresó o nuestros letras.

definió como literatura gacelal', lapoesía sobre ruiseñores y gacelasy vítrales de rigurosa ímportación,que no veíamos, que no viviamos,que no sentíamos, que ot~os reto­rizaban impunemente al lado denosotros. O venía de los maestrosde la gran generación de la Repú­blica Española o, en su parte ver­nácula, se seguía refugiando enun campo fantasmal, en un expri­mido gracejo de fogón, en un fol­klorismo conformista, sin porvenirauténtico y, a esa altura, sin vidaverdadera; sin la certificación deuna existencia vivida, nutricia yconstante.

Había que hacer otra cosa, vol­verse hacia la. vida circundante, sintenerle miedo. La vida circundapteera, para la mayoría de los jóvenes,la que estaba proponiéndoles Mon­tevideo, un Montevideo en tiempopresente, sin prepotencia de pres­tigio ni de leyenda.

Cuando Eladio Linacero se paseasemidesnudo por su pieza de con­H'ntillo (es verano) oliéndose al­ternativamente las axilas, Monte­video no es un escenario propuestoexpresamente, más allá del patioal que el solitario y vencido per­sonaje mira, buscando recrear lacara de una prostituta. Más queel Capurro de la adolescencia, másque Juan Carlos Gómez y el puer­to y la rambla sur, o tanto comoellos, Montevideo es el sitio actualdesde el que Eladio Linacero, oyen­do la radio del restaurante, realizala angustia de su tiempo y sumundo: la guerra, la caida de to­das las candideces, la crueldad, laindiferencia y en definitiva el abu­rrimiento. El mundo, la ciudad, lapieza, el cuerpo: un juego de jau­las, cada una dentro de la anterior.

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El Puerto de Montevideo alberga por igual al hampa, al contrabando,al trabajo pesado y a la mitología.

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y uno mismo, como quería Onetti,dentro de todas las jaulas: su iden­tidad y su contorno, dos veces suidentidad.

Cuando Onetti encontró con tanseca certeza este rumbo, todo estabapreparado pata que muchos le cre­yésemos en seguida, para que noslanzáramos tras él. Aquello tenia"un olor a lugar vivido", como hadicho Carlos Maggi. Y también es­to que anotó Benedetti en otrositio (Literatura uruguaya sígloXX): "Las ciudades (no sólo Mon­tevideo, sino todas las grandes ciu­d.ades del mundo) tienen mala con­ciencia de su vivir y de su morir.Pero con la mala conciencia jJue­de hacerse buena literatura".

Aquélla era la hora de la malaconciencia, esa mauvaise conscien­ce sartriana que ~espués ha dadotanto que hablar. Y la dudad ~ra

su asiento, y no el campo y no elpueblo del interior. Escribir en laciudad, desde la ciudad y no sólo so­bre la ciudad era una forma de sictuarse; aunque parezca insosteniblela paradoja, era una forma de si­tuarse en el tiempo (el tiempo lite­rario de Voyaje au bout de la nuit,el tiempo político del nazismo)más aún que en el espacio. Porquelas ciudades -como escribíó Al­dous Huxley en una hermosa ele­gía por la caída de Barcelona enmanos de los fascistas, en Aftermany a summer- están edificadasen el plano de la ausencia de Dios.Las ciudades de hoy, no las delmedioevo, claro está.

Menos seguros que Onetti, losnarradores y dramaturgos jóvenespensábamos entonces que Montevi­deo carecia de credibilidad litera­ria, como asiento de nuestras fic­ciones. Una Vez conté ~referida

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a esos años- la discusión sobreverosimilitud literaria de Montevi­deo, que varios de nosotros habia­mos mantenido, a propósito de uncuento de Carlos Maggi: el temadel cuento era la vicisitud de unpobre hombre que, tras años depenuria, conseguía un puesto en laUTE y, la primera vez que íba atrabajar, moría electrocutado des­montando una instalación luminosade Carnaval; y quedaba prendidode la armazón, muerto y engancha­do o suspendido en lo alto, en 18y Ejido. Lo que entonces discuti­mos no fue si el cuento era buenoo malo. Discutimos si Montevideotenía tradición literária suficientecomo para atribUirle una muertetan espectacular en un lugar tancéntrico, ciudadano y evidente. "Siesa muerte u otra parecida se en­dosan a Piccadilly Circus o a laPlace de la Concorde, es materialiterariamente asimilable, sin quequeden flotando una condición oun estigma flagrante de ficción",dije.

No pensé entonces que la peque­ña anécdota fuera a ser tan largae inteligentemente examinada (porBenedetti, por Rodríguez Mone­gal), más allá de donde en e¡;trictorigor lo merecia. Pero ocurrió, nopuedo retirarla porque se haya di­cho demasiado acerca de ella; ocu­rrió y, en su hora, fue ilustrativade nuestros titubeos.

Pienso que, después, la gener:J.­ción del 45 ha superado y ayudadoa otros a superar esas timideces.Las han superado Maggi con suteatro y Benedetti con su narrati­va, para no dar sino dos ejemplos

tienen la ventaja del favor po­pular.

Juan Carlos Onetti VIVIO años en Buenos Aires y consagró libros a"Santa Maria", pero Su literatura es entrañablemente nuestra.

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8enedetti nació en Paso de los Toros, pero sus oficinas y sus treguasy sus montevideanos le han dado un rostro a nuestra capital.

Benedetti ha puntualizado queescribir sobre la ciudad en que sevive -referencia artística Y hu­mana verificable por los destina-

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tarios contemporáneos Y tan cer­canos de la obra escrita- tieneun sentido demistíficatorio, perosiempre que se empiece por demis-

tificar la ciudad de la cual, desdela cual, sobre la cual se escribe."Montevideo casi no ha tenidocronistas de sus presentes sucesi­vos -dice- ni, menos aún, recrea­dores de esas crónicas ciertas oposibles. Enfrentar, con un minimopropósito creador, la ridicula acu­sación de ridiculez, requiere hoy endía un coraje tan peculiar y tansutil (lo está diciendo en enerode 1962) que ni siquiera tiene elmérito de parecer coraje.

"Pero hay otro rasgo que afectapor igual a lectores y autores: laresistencia, en unos Y en otros, aadmitir (antes de cualquier lectu­ra, previo a toda creación) el Mon­tevideo verdadero, esencial. Tantole han repetido al montevideanoque vive en una democracia per­fecta, junto a playas magnificas;tanto le han enseñado que su fút­bol es (o, más bien, era) el prime­ro de América y del mundo, ysU churrasco el más sabroso delUniverso Y sus alrededores; tantoénfasis han puesto en hacerle ad­mitir que esas afirmaciones sontodo y lo demás no importa, queahora, naturalmente, hay muchossaludables reconocimientos para losque el montevideano se siente inhi­bido. De ahi que se aferre a unavisión escolar de su propio medio,y siga considerando vigente un re­trato de la ciudad, cuyos retoquesya huelen a viejo."

Esa actítud deflacionaria infor­ma, precisamente, la literatura deMario Benedetti, en narrativa ypoesia. Sus montevideanos Y susoficinistas (Santomé es uno deellos, en La tregua) son seresopacos, indecisos, mediocres, lúci­dos: la mediocridad es más bienla del destino que aceptan que la

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Carlos Maggi, peñarolense, batllista (mientras se pudo serlo) y mon­tevidean<> arraigado y sin viajes.

,f

de aquellas condiciones que ten­drían para excederlo y que renun­cian a usar. Son también persona­jes tramposos ("fallutos", le gustadecir a Benedettil, a veces cínicos,gratuitamente sensuales, más en laimaginación que en la acción. Ybien: esa visión del montevideanoha convertido a Mario Benedetti enel best-seller literario del Uruguay,gracias a la acogida de sus lectoresmontevideanos. He oido decir queal lector de Benedetti le gusta en­contrar en sus libros la posibilidadde reconocerse y la ilusión de ha­berse podido índagar y explicar así,si él a su vez escribiera. Es unespejismo, por supuesto, porque uncuento o un poema de Benedetti.síempre fáciles de entender, resul­tan -a la altura de la imaginacióndel común de sus lectores- impo­sibles de hacer. Pero lo cierto esque Benedettí moralista (porque loes en grado decisivo l ha dado conel masoquismo de sus flagelados.y éstos han consagrado su triunfo.Un triunfo que, en algunas zonas,no deja de desazonar al propio Be­nedetti, que se reclama de ese se­mejante (que defeccional y postu­la, en la instancia cívica, actitudespuras y arriesgadas en que esesemejante, por unos cuantos años,no ha querido acompañarlo. Dicho.sea, no para analizar la literaturade Benedetti sino para ilustrar có­mo son de inmediatas, de ricas yde actuantes, de conflictuales o in­esperadas las relaciones entre un es­critor montevideano y sus lectorescuando (parafraseando la frase deSartre sobre La Bruyerel el escri­tor sabe no sólo hablar de ellossino hablar con ellos.

Es, por lo demás, la victoria cnn­segt:ida a partir de la doble CÍr-

cunstancia de que, al creador, laciudad no le estorbe ni le mixtifi­que. Escribi una vez - --con ofensay escándalo de los aludidos-- quepor algún tiempo a nuestros dra­maturgos que querían ser contem­poráneos de sus vivencias, les mo­lestaba empero el sitio preciso dela acción y el tiempo cotidiano ymenudo de sus personajes. Y asisurgió nuestro teatro de la horagriega, con sus Ulises u Odisecs ysus Calipsos y sus Orfeos; y nues­tro teatro de los cataclismos. con

sus sitiados en la montaña o en elúltimo piso del Empire State Buil­ding o en la torre de control deuna fábrica, a la hora de la pesteo las inundaciones. El personaje, lacriatura implantada en escena po­día ser nuestra en sus pasiones, enSUs motivaciones, en la calidadexistencial de su angustia; pero laflagrancia prosaica de un entornodado se le escamoteaba -por lavía del prestigioso peregrinaje enel tiempo, por la vía del asedioinnominado de los elementos- como

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Mario Arregui cincela sus cuentos en el Arroyo Grande, pero puederecoger los temas desde lo alto de un chassis.

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forma de suprimir verificaciones na­turalistas para las cuales no sehabía adquirído todavía la sufi­ciente naturalidad.

Un caso distinto es de los es­critores que viven en Montevideosin haber calado en el vivir ciu­dadano; y entonces, por motivacio­nes muy especiales, siguen el trillode sus mayores Y se conviertenen sus epígonos.

Apresurémonos a decir que noes el caso de Mario Arregui, quetras sus años montevideanos de

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adolescencia Y juventud ha vueltoal campo y a su pueblo natal. Aun­que con alquitarada elaboración for­mal, Arregui se expresa en unasuerte de equilibrio espontáneo consus peripecias vitales; y, por eso,de nuestros narradores rurales es­trictamente contemporáneos es elque menos recusa influencias detema o de modo de visión delmundo que provengan de sus ante­cesores en la narrativa rural.

Pero es el caso de Julio Da Rosao de Luis Castelli o de un Serafín

J. Garcia que no acaba de llegara la ciudad ni cuando escribe As­falto. "Los treinta o cuarenta añostranscurridos desde Raza ciega(1926) o desde Los Albañiles deLos Tapes (1936) han alterado pro­fundamente el cuadro social· y hu­mano -ha dicho Emir RodríguezMonegal-; Y si los epígonos nohan podido advertir· la mudanzade los tiempos es porque ya noviven en los ambientes que, faná­ticos del Arte, continúan postulandocon sus repeticiones. Aunque digany escriban lo contrario (Ha vividosiempre en pueblos del litoral, semiente de uno que es profesor deMontevideo) hace años que hanabandonado los pueblos y compartenel ajetreo de la capital. Son estu­diantes o profesionales, empleadospúblicos u oficinistas, viajan enómnibus y se someten a las coti­dianas operaciones municipales. Pe­ro, literariamente, han preferido re­fugiarse en la Arcadia de sU infan­cia: paraíso perdido, como deciael poeta. Muelen y remuelen en sumemoria cada uno de los registra­dos acontecimientos, cada una delas primeras intuiciones, cada unode los seres que el tiempo ha pre­servado en pura emoción. Son másque narradores, líricos, y con susrelatos se evaden de la dura rea­lidad urbana. Dan la espalda aesta sordidez, a este prosaísmo, pa­ra crear una realidad que ya lesviene prestigiada por la literaturanacional y que sólo exige una cuo­ta módica de creación: un parnasoabierto a todos los que tuvieronmfancia."

y agrega aún ERM. en su tena­cidad por negarlos: "Pero ni hanconquistado Montevideo (no la handescubierto siquiera) ni han conse­guido preservar la virginidad pue-

..

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Julio César Da Rosa piensa que el hombre de la ciudad ríe con menosfranqueza que el hombre de campo.

•blerina. .. Viven al margen y sinquerer olvidan, e idealizan."

Menos duro, Benedetti trata deexplicárselos: "Quizá porque yomismo vengo del Interior, quizáporque me siento, a pesar de ello,irremediablemente ciudadano, pue­do comprender mejor esa insatis­facción de los trasplantados queviven en Montevideo y no se hanacostumbrado a ese vivir. De ahíque, aunque no participe de esanostalgia, pueda defender su dere­cho a sentirla, su derecho a negar­se a ser conquistados por la ciu­dad. Porque esa conquista es, comose sabe, profundamente amarga."

Interesa especialmente el caso deDa Rosa, porque es un escritorserío, decoroso y con respeto por sucarrera y con sentido de ella. Cuan­do en 1960 escribi aquel articulosobre Montevideo y su literatura,analicé un pequeño ensayo de DaRosa, aparecido en la revista Asiren julio de 1954. Se llamaba Larisa y la muerte en la ciudad yen el campo; alli (y luego enCivilización y terrofobia) el autorse ha quejado de que fuera mali­ciosa y sarcástica y enve?1enada larisa del hombre de la ciudad, ca­rente de "esa angelical ingenuidadque sólo de la tierra sale y quetendrá que recuperar el hombrepara salvarse". Con igual legitimi­dad, el ciudadano y el pueblerohan encontrado siempre avieso yladino y cazurro al hombre decampo: porque no lo entienden nilo quieren en sus dichos, en susbromas, en Un sentido replegadodel humor que -de hecho- losexcluye.

Da Rosa es un escritor respeta­ble, autor de algún cuento excelen­te (pienso en Hombre-flauta), au!,\-

qUe no se comprenda bien la ne­cesidad de que reedite o aun re­nu.eve y prolongue una literaturade veta angosta y modo tan cir­cunscrito como la de Morosoli. Laevidencia de que sea -junto con

Arregui-- el más leído y mejorrecibido de los cultores de nuestraliteratura rural, muestra que paraella el panorama es menos esplén­dido qUe hace ochenta y que hacecincuenta y que hace treinta años.

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DOS DECADAS,DOS HECHOS

I - EL REGRESO DETORRES - GARCIABase primera: que nada se repre­sente que no tenga por origen unarealidad bien precisa: "Plaza In­dependencia", "ómnibus 122", "elCerro", "barrica de yerba", "motoreléctrico", "campo -de aviación","Parque Rodó", etc.Base segunda: que tal realidad (ypor lo mismo) sea de. esta ciudaden que vivimos; es decir, Monte­video.Base tercera: que, por tal motivo,sea del tiempo en que vivimos yaun, preferentemente, en lo quem'ejor lo señale, siglo XX.

Joaquin Torres-García, Funda­mentos de la pintura construc­tiva, 50~ conferencia.

Joaquín Torres-Garcia regresóa su pais natal, a su ciudad natalen 1934; nacido en 1874, tenía en­tonces sesenta años, la edad a quehabitualmente los uruguayos se ju­bilan. En Historia de mi vida, pu­blicada en 1939 (el mismo año queEl pozo, en el mismo papel queEl pozo) reseña las circunstanciasde ese regreso; tras- descartar a Mé­xico. La ciudad de. Monte'video erapara él un casi desaprendido re­cuerdo de niñez: apenas reterúa laimagen infantil de una esculturade Mora en un frontis de GeneralFlores y Yatay. Pero venía, ricode experiencias (y ácaso tambiénde desilusiones, que no habían po­dido doblegar la' energía indome­ñable de aquel cuerpo pequeño yfrágil) a dar a su ciudad todo loque sabía; y a fundar en ella elmagisterio de pintura y artes plás­ticas seguramente más importante

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que recuerde su historia. Hasta quequince años después -en 1949 yen esta misma ciudad- a los se­tenta y cuatro años le llegara lamuerte.

En los días del Centenario, unFigari. de casi setenta años (habíanacido en 1861) había sido cano­nizado con un gran premio y sehabia retirado (moriría el 24 dejulio de 1938, el mismo día queReyles). Cúneo (nacido en 1887)había cerrado por entonces la mag­nífica era de los ranchos y laslunas. Perinetti (Cúneo segundaépoca, Cúneo no figurativo, Cúneopop) empezaría después, prolongan­do la ejecutoria artística cel granpintor hasta hoy, en que con susgallardos ochenta Y cUíl-tro añoses la mayor gloria viviente de laplástica uruguaya.

Joaquín Torres-Garcia llegaba,pues, a ocupar un sítio que pareciahaber estado esperándolo. Barce­lona, París, Nueva York se habíanrepartido una vida fecunda, anda­riega, polémica. En Montevideo, eldespliegue de su energia fue ava­sallante para la platitud del me­dio; y las artes plásticas del Uru­guay tienen hoy una divisoria fun-

damental, una inflexión, un hitodemarcatorio ineludible: antes deTorres-Garcia, después de Torres­Garcia.

Expuso, explicó, impartió su doc­trina (doctrina para plásticos, queno proponía a filósofos ni a este­tas ni a poetas ni a músicos, pormás que todos 'ellos lo rodearan):formó su taller, creó su escuela.dio cantidad incontable de confe­rencias. Encendió una fe, contagióun entusiasmo, un convencimiento,una visión. No es posible, en esteopúsculo y por quien no es criticode artes plásticas, valorar la per­manencia última del constructivis­mo como doctrina del hecho plás­tico. Pero es ineludible registrarla presencia exorbitante de JoaquínTorres-Garcia en los quince años desu regreso a Montevideo. Publicólibros (Estructura, Uníversalismoconstructivo), suscitó periódicos(como Removedor, que lo fue enel doble sentido pictórico y literalque el vocablo connota), enjuíció,negó, afirmó. Fue apasíonado ytendencioso, hermosamente apasio­nado y tendencioso. Tuvo discípu­los que lo reverenciaron y adorarony siguieron, criticas que le creye-

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El constructivismo, quiso representar lo realidad montevideana con sus connotaciones mós precisos.

ron o le resistieron. Enseñó a pin­tar, reclutó alumnos, epígonos, se­guidores. Su paleta baja domínó lapíntura de esos años, aun en quie­nes no Se decían sus discípulos. Losbarcos, los barrías portuarios, losrincones montevideanos surgieron.

en su obra y en la de sus discí­pulos, en un registro asardinadoy noble, con una estática veracídadque no los copiaba.

Vuelto a Montevideo después detantos años y tanta aventura eu­ropea. Torres-García fUe un cabal

pintor de Montevideo; y un granmaestro, el más memorable maes­tro pictórico del síglo en Montevi­deo La ciudad conserva -el Mo­numento Cósmico del Parque Ro­dó, los murales del Saint-Bois~ laimpronta de su obra, de su escuela.

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Tras años de Europa' y de peregrinajes, el maestro Torres-Gorda vinoo decirnos su lección.

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de su presencia irresistible. Másque ningún otro plástico de su tiem­po en su medio, interesó a los in­telectuales: porque exponia con unalucidez arrebatada, porque lucha­ba y se jugaba dramáticamente encada una de sus afirmaciones. Que­da también el museo que lleva sunombre, quedan obras suyas muyimportantes en el Museo de ArtesPlásticas; pero quedan sobre todo,vivientes y muy considerables, sUSfieles, sus devotos, sus continuado­res (sus hijos Augusto y Horacio,Alceu y Edgardo Ribeiro, Alpuy,Gurvich, el distante Gonzalo F.on­seca, Matto Vilaró, muchos otrosmenores pero no menos leales).

Con los años, las artes plásticastornarían por el camino de la nofiguración y toda imagen posibley especifica de Montevideo sedesencarnaría en ellas, al tiempoque la literatura iba a asumirlacon una carnalidad cada vez másentrañable. Pero en Torres-García--en su obra, en su enseñanza, ensu prédica, en sus libros y sobretodo en su formidable ejemplo-­seguirá estando lo mejor del Mon­tevideo de las últimas décadas.

11 - LA AFIRMACION DELTEATRO NACIONALIndependencia de toda sujeción co­mercial, de toda injerencia estatallimitativa, de toda explotación pu­blicitaria, de todo interés particularde grupos o personas, de toda pre­sión que obstaculice la difusión dela cultura, entendida ésta como in­grediente de la liberación indivi­dual y colectiva.

FUTI, Declaración de postu­lados básicos, 1963.

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Justino Zavala Muniz hizo del campo su literatura y de la ComediaNacional su empresa ciudadana.

Mil novecientos cuarenta y :sietees un año fundamental en la histo­ria del Teatro Uruguayo: ese añose creó la Comedia Nacional, eseaño se fundó la Federación Uru­guaya de Teatros Independientes{FUTIL

Las causas han sido largamenteelucidadas en libros dedicados es­pecialmente al asunto (entre otros,el de Jorge Pignataro, que ganóel Premio de FUTI en su 20" imi­versario),

Por un lado la post-guerra espa­ñola y la mundial después, quetrajeron hasta aqui celebridadesvarias, vinculadas al teatro. Con laexcepción de Margarita Xirgu, nin­guna gravitó a permanencia. Porotro lado, y quizá como provcca­ción más importante, Perón difi­cultó los viajes a Montevideo delos elencos teatrales argentinos, quevenian a afligir (o a satisfacer) elgusto de plaza, con redomados es­pectáculos comerciales cUya posi­ble nota más distinguida era la me­diocridad (una mediocridad llama­da Darthés y Damel, pongamospor caso). Cuando el Maipo y lascompañías bonaerenses de come­dias dejaron de venir, crearon unvacio fecundo como pocos, a cam­bio de una ausencia ya por si bien­hechora. En ese vacio vinieron ainstalarse la Comedia Naciona~ ylos Teatros Independientes.

La Comedia Nacional, que enrealidad es una Comedia Munici­pal de la Ciudad de Montevideo(administrada, dirigida en formamediata y sobre todo solventadapor la Intendencia Municipal deMontevideo) es Un gran montajepara hacer teatro nacional; pero,como que es un montaje oficial,todavia no ha rendido 10 que po-

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-mucho más endeble dramaturgoque narrador- no era un hombrede teatro al dia y era un hombrede teatro con prejuicios. Su lide­rato de la Comedia estuvo igual­mente signado por sus virtudes Ysus limitaciones. Se perdió muchotiempo, en los inicios, con estrenosnacionales de extracción imposible,que obedecian a una credulidadanacrónica (¿ la de Zavala Muniz,la de sus asesores?) que nadiecompartía en el panorama del tea­tro nacional. y luego, ya en cdadmás adulta, con un elenco asen­tado y homogéneo, la Comedia Na­cional ha estado sometida a fluctua­ciones de dirección escénica Y ahibrideces Y titubeos y contradic­ciones de repertorio que han dis­minuido su proyección posible. Contodo, es el suyo -a veintitantosaños de creado- un conjunto deprimera importancia, al que se de­ben unas cuantas noches memora­bles de teatro, de ésas que Monte­video --antes de su advenimientoy dentro del campo de las posibi­tillades locales-no habia tenidoocasión de alcanzar; y una irradia­ción docente de indudable impor-tancia.

Teatro del Pueblo fue el primerelenco independiente de la épocacontemporánea en Montevideo. Ély Teatro Universitario fueron losprimeros en trabajar a la descu­hierta, sin la debida periodicidad,en medio de precariedades, con­tando con el espiritu de sacrificioque debía compensar esas preca­riedades. Desde 1947, con la crea­ción de FUTI, el panorama se en­riquece y diversifica. La historiadel Teatro Independiente, desdeesos años hasta hoy, es muy nu­trida en número de elencos, de

y dramaturgo Y consejero nacionaly ministro Justino Zavala Muniz.No puede negarse lo mucho queZavala Muniz hizo, en su estilo,por la Comedia Nacional. Su preo­cupación, sus desvelos, sU pujanzafueron notables. Pero Zavala Muniz

Margarita Xirgu: la guerra española la trajo a América latina y enseñó

arte escénico en Montevideo.

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dia esperarse de ella, de su elen­co, de la importancia del tea­tro que lo alberga y de las sumasde dinero empleadas en susten­tarla. Durante toda una larga épo­ca, la dirigió -corno alma mater,corno virtual dictador- el escritor

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El teatro independiente ha dado mejores lecciones de imaginación yde coraje que el profesional.

salas, de repertorios, de directores,de escenógrafos y aun de autoresnacionales; demasiado extensa paraser recogida aquí con prolijídad.Sólo cabe trazar algunas líneasfundamentales.

Un primer momento, tras las ine­vitables vacilaciones, fue de ex­pansión, de diáspora. Una expan­sión demasiado grande para lasfuerzas con que realmente se con­taba; una dispersión de esfuerzos,la pululación de teatros alrededorde elencos bisoños y directores pre­cozmente egotistas (o egotistas sinsuficiente historia previa). Fueronlos años de un auge aparente, de unascenso en cuyo fondo acechaba unacaída. La caída fue el prólogo delnecesario reajuste. Desaparecieronlos elencos que no tenían razón deser y algunos otros que (como elUniversitario) tenían el prestigiodel decanato y de la cultura. Huboque clausurar algunas salas, desa­parecieron otras.

Hubo ensayos de profesionaliza­ción (como el TCM, Teatro de laCiudad de Montevideo, montad() enel Odeón con el incentivo de teesnombres considerables como sonlos de Concepción Zorrilla, EnriqueGuarnero y Antonio LarretaJ que,si bien tuvíeron qUe capitular,abrieron la vía de otros, menosambiciosos y con menos pretensióndeclarada de permanencia.

El Teatro Independiente. con susreveses y sus aprendizajes y susesnobismos y sus improvisaciunesy SUs denuedos y sus caidas, ha he­cho más por la cultura teutral quela Comedia Nacional, disponienducomparativamente de recursos mu­cho menores. Por su obra y su mé­rito, Montevideo es una plaza tea-

tral abastecida al dia y retrospec­tivamente ilustrada por las obrasfundamentales del teatro, desde losclásicos hasta Brecht y hastaWeiss. Tiene los defectos cunnatu­rales a una empresa que es toda­vía, en términos de larga duración,muy joven y que ha pagado une­rosamente el precio de muchas no­vatadas. Pero, en un balance glo­bal y forzosamente muy sumario,ha hecho mucho y decisivamentepor la cultura teatral y literaria delos públicos montevideanos y ('lun­que en menor medida) del resto

del país; y ha propiciado el surgi­miento de una pléyade de autoresnacionales que, sin las ocasionesqUe ofrece el Teatro Independiente,dificilmente podrían haberse abier­to paso hacia la vida artística dela escena (Maggi, Benedetti, Ro­sencof, Novas Terra, Langsner,Plaza Noblía, Legido, etc.) asi co­mo el surgimiento de directoresescénicos que figuran, sin exagera­ción, entre los mejores del conti­nente (Atahualpa del Cioppo, An­tonio Larreta, Ornar Grasso, Ru­hen YáñezJ.

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El público de esta civilización de. la vista no renuncia a crearse modelosde comportamiento y puntos de referencia axiológica; pero paradójica­mente las élites que elige como modelo son élites irresponsables.

Umberto Eco, "Apocalípticos e integrados".

LA EXPERIENCIA DEUN CHASCO:

LA T - V "NACIONAL"

Alguien va a saltar en cuantocrea que postulamos aquí la posi­bilidad de confundir los medios decomunicación de masas (o mediosde producción de artículos cuyademanda se suscita previamente enla masa, según han esclarecido lossociólogos) con cualquier vehículoválido de manifestación del arte.El desdeñoso encogimiento de hom­bros que los intelectuales, durantedemasiado tíempo, han ensayadofrente a esos medios, señala hoyseguramente un error irreversible.Es muy probable -por otra parte­que una mejor disposición suya aparticipar en estas atenciones delconsumo, en nada hubiera cambia­do las cosas, vistas las fuerzas yvistos los intereses que juegan enesa partida por la estandariza­ción del hombre contemporáneo,por la jibarización de las cabezasde millones y millones de seres enel mundo de hoy. Pero seguir igno­rando que el hecho existe, es ton­tería digna de avestruces. Mejor de­cir algo.

Una segunda extrañeza más ex­plicable podria ser la de cuál esla relación entre el tema de nuestratelevisión seudo-nacional y un cua­dernillo sobre el arte y la literaturade Montevideo. Esto ya no parecetan difícil de responder. Hace aflOsque, para bien o para mal -ypara mayor lote de mal que debien- tenemos televisión en Mon­tevideo y sus alrededores. No tan­to en el resto del país, por dos.razones: primero, porque las tele­visaras regionales, generalmentecaptadas por algunos de los gran­des consorcios de la emisión monte­videana, son pequeñas, incipientes,muy rudimentarias; y en algunoscasos, si no fueran tan malas hasta

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podría asígnárseles una mlSlon debiombo o parante, para contrarres­tar formas de la penetración o in­filtración fronteriza, que dos paisesvecinos y más fuertes han ensaya­do, en multiplicidad de formas (notodas ellas públicas) sobre noso­tros. Segunda razón, porque esasemisoras regionales tienen un ám­bíto de difusión muy reducido, unalcance espacial muy restríngido,cubriendo apenas las capitales delinterior y un círculo de radio muycorto, en torno a ellas. En un paísque, a pesar de su pequeñez geo­gráfica y de su plena comunica­bilidad territorial, no está total­mente electrificado, la T-V es unfenómeno de las ciudades, y deMontevideo en muy primer lugar.La campaña -la verdadera cam­paña- parece más bien una presareservada a las emisoras de radio,en especial desde que los transis­tores, multiplicando la posibilidadde los antiguos y pioneros recep­tores a galena y a pila, han hechoque la emisión radial acceda a con­diciones de habitat que carecen de

energia eléctrica y otras comodida­des.

Establecido así, sumariamente,que el fenómeno de la televisiónes un fenómeno montevideano delas últimas décadas, resultaria unexceso de abstracción --que sona­ria a remotismo académico- nodecir aquí algo sobre él.

Por una suerte de desencuentroya habitual entre las ambiciones ylas posibilidades, Montevideo ha te­nido más diarios de los que podiaconsumir (y así ha visto cae!' amuchos, y no sólo por la obra ce­sarista de los gobiernos). más cinesde los que podia frecuentar, má~

radios de las que podía mantener.y tuvo, en lógica consecuencia,cuatro emisoras de televisión, nú­mero que excede al de ciudadesmayores, más densas, más racio­nalmente dimensionadas.

No es éste el momento de exa­minar la política de los sucesivosgobiernos de estas décadas en unamateria que implica preocupacio­nes de soberanía y custodia inde­clinable de un dominio inmanente

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del Estado, como es la de la atri­bución o dejación de la onda te­levisiva; si algún dia se enjuiciaraa los gobernantes por lo que hu­bieran omitido, éste seria un muygrave capitulo de cargos. En lointernacional, no se, han defendidolos intereses de la sociedad. Unproyecto presentado al Senado dela República por Zavala Muniz,cuando aún se estaba en tiempode estudiar todos esos bienes, que­dó indefinidamente archivado. Ad­ministrar bien los intereses del Es­tado, en esa. materia, no habríadado votos ni caminos para obte­nerlos; administrarlos intencionada­mente, hacia las élites de poder,ayuda cuando menos a preservar­los. El negocio ha caído en manosde la oligarquia; y fuera de que losintereses de ella coinciden con losdel gobierno -uno solo es el sta­tus, uno solo es en puridad elsistema; gobernantes y poderososempresarios coinciden en él- elaparato de poder político se asegu­ra la docilidad de las emisoras porel recurso potencial pero omnipre­sente de la posible caducidad inex­plícita de las concesiones. Hoy se­ria ingenuo suponer qUe el gobier­no precise amenazar para obtener10 que quiere, de aquellos que com­parten con presidentes y ministroslas responsabilidades de mantenerel Establishment; pero como exis­ten por ahi las hipocresias intera­mericanas de la SIP y la AIR, esbueno recordar que la espada deDamocles también existe.

Los estudiosos de la comunica­ción de masas (los Mc Luhan, losEco, tantos otros) han elucidadolargamente los problemas de laaudiencia pasiva, del espectador sinlibertad, del oyente y vidente cau-

tivos qUe la radio y la televisiónhan fabricado hasta la más mons­truosa aberración del unanimismo.No es éste el sitio para transcribir10 que otros, con autoridad en eltema, han dicho tan largamente ytan bien. Ya se sabe que esta cul­tura de la imagen reduce al hom­bre a consumidor condicionado des­de afuera (y mucho más en laspequeñas plazas del subdesarrollo,que ni siquiera son emporios ac­tivos de esta teratologia) y quehasta los grados de la participa­ción emotiva del destinatario soncuidadosamente planificados porunos pocos, en un panorama regi­mentado hasta el detalle de apa­riencia más inocente, y donde lahomogeneización y uniformación delos gustos no están encaminadosa lograr un mejor servicio demo­crático de la cultura sino que es­tán dirigidos a obtener una másfácil y tranquilizadora serializaciónde la criatura humana, del tipo máscrudamente cosificante y capita­lista.

Lo que nos queda es decir, enel poco espacio que ya nos va res­tando para el tema, 10 que todoesto ha significado como procesosubcultural en Montevideo; o sea,cuál ha sido específicamente el ca­mino de los empresarios de la te­levisión "nacional" (imposible lla­marle asi, como no sea agregán­dole comillas) frente a la audien­cia montevideana.

La composición de fuerzas 'se­ñala tres grandes emisoras en ma­nos de consorcios particulares (ynadie podria asegurar que específi­camente uruguayos) y una únicaemisora en manos del Estado, através del SODRE, nuestro tan de­teriorado Servicio Oficial de Difu­sión Radio-Eléctrica,

Ni aun en la apabullante pro­porción de tres a uno, es ése elpanorama verdadero. No sólo porlo que los tres canales privados- y sobre todo, dos de ellos- pue­den en el interior del pais y elSodre no puede, sino porque esuna evidencia cierta la de que laemisora oficial, a favor del mac­carthismo gubernista y quién sabeen la entraña de cuántas otrascolusiones, ha sido empobrecida ydesmantelada a ojos vistas, a finde que no perjudique el "rating"de las emisoras privadas. En suhora, se le discutió el derecho aabastecer sus finanzas con la pro­paganda, allí donde los otros lacontrataban sin tasa, desoyendo li­mitaciones gubernativas sobre nú­mero de palabras o minutos depublicidad comercial (i Y hasta...J.le..gó a sostenerse qUe la propagandade avisadores en Canal 5 era in­constitucional!). Luego, sencilla­mente, se la destruyó desde dentro,para que dejara de preocupar a"la competencia"" La feroz estupÍl­dez de un aparato oficial de cul­tura donde rigen los más increíblestabúes de la palabra (el animadorde un programa literario de la ra­dio oficial denunció que, antes deexpulsá1:sele por subversivo, se lehabia comunicado la prohibiciónde usar -entre otras- la palabra"estructuras", asi fuese para decirque Cortázar y algunos ,de su,sco­legas latinoamericanos hacía!} esta­llar las estructuras del lenguaj~)

y las más coloniales aprensi()lle~"

contra el pensamiento, ha>~()z:t1:l.'iTbuido paradojalmente aqu~es~

destrucción se hiciera\p()rirn.()~o

casi insensible o indisc~rpíl>~~i:Ylmás allá 'de la alarma depeqUe~().scirculas interiorizados. en' la cueS-

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-claro, y avanza implacablemente amedida que en Montevideo Y en elpaís pasan cosas; se trata de quetodos los espectadores se distrai­gan del porqué verdadero de loque ocurre Y sumerjan los ojos Yla atención (cuando no la simpatía)en las travesuras del Topo Gigío,en la garrulería inconducente dePipo Mancera, en los belicismos deAtaque o en las peripecias bon­descas de Misión Imposible. Todorigurosamente enlatado, todo en­vasado e importado al país (hastade contrabando), generando eva­sión de divisas a cambio de la ton­tería, a cambio del embotamientoque se quiere que produzca, a cam­bio de la castración, a cambío dela servidumbre.

La plena posesión y el pleno usode esos medios por la oligarquíavan hoy más allá de los términoscrasos del simple negocio; es posí­ble, por ejemplo, que la campañareeleccionista, en dinero contantey sonante, no cueste tanto a suspropulsores como los espacios ocu­pados en audio y vídeo lo dan aentender; el sistema se sirve a símísmo en todos los planos; y com­pleta así esta ominosa fábrica quecerca al espectador (a un especta­dor solo y en multitud, solo y sinopciones), cuya condición más pa­tética de aislamiento e impotenciase conjuga en su absoluta falta delibertad. Falta de libertad para ac­ceder a la información, para ente­rarse más allá de donde quierandejarlo saber.

Si, como dijo Sartre, el escritor_y, en general el creador de arte-­se dirige a la libertad de los de­más, es bien claro que en este pa­norama ni el escrítor ni el artista

sus espacios controversiales handesaparecido; las posibilidades deltrabajo de los artistas nacionales,que nunca fueron muchas, han ce­sado; y cuando alguien pretendegarantizar márgenes minimos altrabajo nacional, nunca falta quienrecuerde que Perón ya lo hizo, 10que equivale a decir que debeprohibirselo sin más una democra­cia quisquillosa.

Los auténticos intelectuales --losescritores, los pintores del pais­nunca tuvieron nada que ver conesta televisión seudo-nacional; ac­tores Y escenógrafos apenas si en­contraron algunas posibilidades, amenudo muy discriminadas Y nun­ca demasiado notables. Pero el pro­grama de alienación es hoy muy

TV: lo más inquietante es que el espectáculo ambiguo y fabricadoatraiga a tantos jóvenes dignos de mejores aplicaciones del entusiasmo.

tión, en medio de una lamentableindiferencia general.

Las emisoras privadas, que ensus primeros tiempos albergaronprogramas polémicos (algunos ex­celentes, como Sala de Audiencias)y que en instancias pre-electoralesmostraron cierta objetiva curiosi­dad por ver y dar a ver los rostrosde los candidatos Y escuchar enellos a los diversos grupos políti­cos, hoy han cerrado cuidadosamen­te todas esas puertas: el sistemaradicaliza sus bloqueos. Sus pro­gramas de información son ten­denciosamente dirigidos a dar acreer lo que se quiere que el monte­videano crea; sus unanimidades depantalla sólo existen para los per­soneros del gobierno o del orden,

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de Montevideo tienen nada que ha­cer para llegar· a la audiencia te­levisiva multitudinaria de Monte­video. Nada salvo señalar -cadavez que puedan- el fenómello ycrear la conciencia de que hay quecambiarlo, de que esa transforma­ción total tendrá que ser encaradaen cuanto las coordenadas del po­der sean otras que las de hoy.

La forma cruel en que este apa­rato de alienación y aleccionamientoy desinformación ha progresado yse ha extranjerizado, no anuncianinguna posibilidad de términos me­dios, de empresas eméritas de labuena voluntad. En la televisiónque vieron al comienzo los monte­videanos hubo criticas y ya no loshay, hubo espacios polémicos y yano los hay, hubo algún trabajopara el artista nacional y ya no lohay; todo eso, al tiempo que enel pais hubo libertades y ya no lashay, hubo opciones de grado y yano las hay.

Mientras el montevideano te"gaque sustituir lo auténtico por ]0seudo (los debates que esclarecíanproblemas existentes en el pais porlos ñoños consejos para madres,dados por un tribunal de apela­ciones bonaerense, un ejemplo en­tre muchos), mientras las posibi­lidades culturales independientessean sospechadas y luego enrare­cidas intencionadamente y fir.al­mente sofocadas o prohibidas porpeligrosas, toda la compensacióntendrá que venir de una actitudcivica de alerta, de vigilanci'l ycombate; hechos que están ocu­rriendo en los mismos dias en quese escribe este ensayo, muestran quetal camino empieza a ser ahora-¡al fin!- recorrido sin prejuiciopor verdaderas multitudes.

TV: La alienación, las modas estridentes de la sociedad de consumoy las puertas cerradas a lo auténticamente revolucionario.

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ESTOS TIEMPOSDE CRISIS

... que el hombre plrede sufrir o morir pero no perderse en esta ciudad,cada uno de cuyos rincones es un recogeperdidos perfeccionado, donde.el hombre no puede perderse aunqlre lo quiera porque mil, diez mil,cien mil pares de ojos lo clasifican y lo disponen, lo reconocen y abrazan,lo identifican y salvan, le permiten encontrarse, cuando más perdido secreia, en su lugar natural: en la cárcel, en el orfelinato, en la comisaria,en el manicomio, en el quirófano de urgencia.

Luis Martin-Santos, Tiempo de silencio.

y a con lo dicho hemos adelan­tado algo sobre los días que Mon-

. tevideo y el país están vi\<iendo; ysobre aquello que, a la corta ytambién en perspectiva históríca,puede esperarse de este tiempo con­fuso. Vivimos los dias de la vio­lencia -y sobre todo, y lo másgrave, de la violencia instituciona­lizada- tanto corno de la incerti­dumbre. La quiebra del país, arras­trada desde 1933, alcanza hoy si­mas de revuelto fondo, y a esassimas cae de tanto en tanto unmuerto puro y joven. A la ciegaviolencia regresiva del poder y ala violencia rebelde de la accióndirecta, se suma una larga cifrade perplejidades, en días que debe­rían estar preparando elecciones yconocen --en cambio-- prisiones ysecuestros y allanamientos y clau­suras. Esto debería golpear porigual a todo el país pero, cornosiempre, corno en toda nuestra his­toria política y social desde la pazcivil de 1904, se experimenta conmayor intensidad y se juega conmayor grado de definición en Mon­tevideo. Es en el clima de estasangustias que estamos terminandode escribir este ensayo; imposibleeludirlas, al ir ya a ponerle puntofinal.

La pauperización de las clasesmedias --que son, por lo menos enel siglo XX de este país, las ma­yores consumidoras del productocultural- la desconfianza y un ex­traño miedo conservador que asliltaa muchos despojados en medio delproceso mismo de su depojarniento,no bastan para borrar, en muchosy muy especial y naturalmente enuna clara mayoría de los jóvenesmontevideanos, un obstinado senti­miento, trascendente y generoso, de

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preocupaclOn por la suerte delpais; o, en términos menos pom­posos, por el porvenir de la socie­dad en la cual se aspira a seguirviviendo. Y corno es difícil prede­cir, existe compensatoriamente elescrúpulo estudioso de revisarse eindagarse, medio directo de escla­recerse y confirmarse. A pesar dela recesión de la industria edito­rial --que ha recorrido ya, y aunen menos años, el xnismo procesode euforias y retracciones que he­mos descrito para los Teatros In­dependientes- la ensayistica de te­ma nacional (en lo histórico, en loeconómico, en lo social, en lo cul­tural) y la ensayística de temaciudadano, interesan cada dia más,suscitan un mercado, convocan aque se las sirva. Esta misma co­lección de NUESTRA TIERRA esun ejemplo. En tanto no se sabeadónde vamos, averigüemos -pa­rafraseando a Darío-- de dóndevenimos. Y· también, con verdady sin hipérbole, qué somos, quiénes

somos. Si el movimiento actual denuestra historiografia nos parece,por momentos, más apasionante yacucioso que el de nuestra literatu­ra, la explicación sociológica (y lasexplicaciones sociológicas no gene­ran, pero esclarecen a posteriori)aparece muy nítidamente, referidaa las urgencias de esta hora delpaís.

En medio de ellas, ha aparecidouna generación de creadores quese ha autollamado, con sobradasrazones, la Generación de la Crisis.

Es visible que cumple un papelcabalmente adherido a este pro­ceso de cambio, en la literatura yen la plástica. Pero si en la plás­tica es ante todo una crisis de ex­presión a nivel creador (la no fi­guración, el pop, el op, la neo­figuración) y en actitud de buscadirigida antes que nada al oficio,en las letras aparece muy señala­damente corno una crisis de defi­nición a nivel militante en pro­yección civica inmediata, muy la-

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la faz de un MontevidEio confuso, turbulento y en crisis, del que tieheque salir algo nuevo: la policía patrulla, prohíbe y golpea en nombredel orden y de la democracia.

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lino-americana. Una y otra actitudconllevan el riesgo de 10 que rele­gan y el coraje de 10 qUe afrontan.

Los plásticos (y prescindo de losque exponen en Punta del Este o

concurren a los torneos del Gene­ral Ribas) podrán responder queen su comezón de encontrar uncamino como creadores está envuel­ta (e implícita I su angustia de

encontrar una definición personal,como hombres dispuestos a alis­tarse en el servicio de este tiempoy su revolución tan reclamada (y,a veces, tan declamada). Es ciertoque los mejores, los más ejempla­res, boicotean llamados oficiales ydesertan por igual de los estímulosy las vecindades del poder y delos halagos de una burguesía vera­neante y esnob; pero, en definitiva,no es menos cierto que buscan de­cir, en un modo que no los diferen­cia radicalmente de los creadoresjóvenes de Nueva York o Londreso París, cuando no se afilían ex­presamente a prestigiosas noveda­des de eSe origen. En sus angustias,hay mucho de un narcisismo deencrucijada; por 10 demás, Viet­nam está tan cerca de ellos _yen si no está mal que lo esté­como aquello que ocurre en las ca­lles de Montevideo.

Los narradores y los poetas ylos dramaturgos montevideanos di­rán, a su vez, que sirviendo antesque nada una militancia ciudadanaservirán el único camino entrevístoy posible de un arte comprometidocon la formidable crisis -110 sólouruguaya, sino mundial- de estetiempo; y pensarán que .preparan,con 10 que hacen y con 10 queniegan, el advenimiento de una re­volución socialista; sin la cual,empieza a parecerles que su mismoempleo creador carece de significa­ción y de íntimo sentido.

Al cabo de tantos años de ol­vidarnos de que éramos AméricaLatina, los montevideanos empeza­mos a saber, con. muertos en lascalles, con soldados invadiendo losquirófanos, que inevitablemente losomos. Y entonces, nuestros jóvenescreadores desdeñan todo lo que no

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LA INFANCIABARRIO DE

Sin embargo, hay lugares conpo.cas "modificaciones" en las quin­tas; y se puede sentir a gusto,por unos instantes, la tristeza. En­tonces, los recuerdos empiezan abajar lentamente, de las calles quehan hecho en los rincones pre­dilectos de mi infancia.

Una vez, hace mucho tiempo,recordé aquellos recuerdos, del bra­zo de una novia. Y esta última vez,salía de una de aquellas casas unniño sucio llorando. Ahora empie­zo a pensar en el derecho a lavida que tienen algunas cosas nue·vas y a sentir una nueva predis.posición. (A lo mejor exagero, )'la predisposición a encontrar bue­no todo lo nuevo se extiende ycubre todas las cosas, como le ocu­rría al propagandista. Y entonces,basta tener un poco de buenapredisposición y ya encontramosservidas mil teorías para justificarcualquier cosa. Y podemos canvbiar, además, muy fácilmente demotivos para justificar, por máscontradictorios que sean; pues hayteorías con sugestión exótica, conmisterio sugerente, con génesis na·turalista, con profundidad filosófi·ca, etc.)

Ahora recuerdo un lugar por elcual pasa el 42 a toda velocidad.Es cuando cruza la calle Gil. Unade sus larguísimas veredas me daen los ojos un cimbronazo gira.

sirva a esa flamante (y tan anti­gua) certidumbre de pertenencia.O hablamos de América Latina ysu revolución o no hablamos de

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torio. En esa misma vereda, cuandoyo tenía unos ocho años, se mecayó una botella de vino; yo juntélos pedazos y los llevé a casa, quequedaba a una cuadra. En casase rieron mucho y me preguntaronpara qué la había llevado, qué ibaa hacer con ella. Este sentido ló­gico era muy difícil para mí -toodavía lo es- porque ni siquierala llevé para comprobar que lahabía roto, puesto que me habríancreído lo mismo. En una palabra,no sé si la llevé para que la vie·ran o para qué.

Si volvemos de donde era micasa que quedaba en la calle Gily caminamos en dirección a Suá­rez, antes de llegar a la esquinapasaremos por un cerco de ladrilloque está muy viejo, negruzco y conmusgo verde. Una persona mayorL'erá por encima del cerco -yo,para ver, daba saltitos- pavos en·tre algunos árboles y un gallinerode tejido de alambre blanqueado.Una vez hicieron allí un pozo muyhondo, al que bajaba a leer unloco que no quería sentir ruidos.Siguiendo por la vereda nos en·contramos con la casa de la esqui.na, que tiene muchas ventanas quedan a la calle Gil. Pero la últimaventana, antes de llegar a Suárez,es pintada en el muro.

Felisberto Hernández, Por lostiempos de Clemente Colling.

nada. Montevideo, el pais, pare­cen entidades de suerte subsidiariay destino dependiente, cuyo desen­lace ha de jugarse en otros sitios;

razón que, sin embargo, no excusade que especificamente deba seréste el que más nos preocupe,desde que ésta es la región delmundo y de América Latina enque tengamos que ayudarlo a alum­brar.

Todo esto del localismo y el uni­versalismo, volvamos a decirlo, esuna larga monserga muy equivoca.En la distinción de las faccionesliterarias del 45, la de Asir pareciala más telúrica y vernácula, porser la criollista; y la de Número lamás extranjerizante e insolidaria,por trasuntar una formación cultu­ral más contemporáneamente aten­ta y diversificada. Los hechos quese han acumulado desde entonces(la Revolución Cubana, la mayordureza de las opciones dentro denuestro mísmo país) han mostradoa los extranjerizantes de Númeroen posiciones de mayor disposicióncombativa que a los acriollados deAsir.

Lo cierto es que para la actualGeneración de la Crisis, un arteproclamadamente tendencioso, ex­plícito de su compromiso revolucio­nario en lo político y en lo social,ocupa el espacio de casi todas lasrespuestas y se lleva todas las in­transigencias del juicio, en otrostiempos referidas, con ambiciónmás delimitada, a la calidad mismade lo literario. Y en esta hora delpaís y del mundo -un mundo quees Cuba ,y Vietnam y Camboya yLaos y Cercano Oriente y Brasil consus torturas y la Argentina consus generales- ¿ quién podria ne­garles' el derecho, visto que sonjóvenes, de verlo, entenderlo, pro­clamarlo orgullosamente y juzgar­lo asi?

Cortázar dijo una vez, sin em­bargo, que eran más necesarios --en

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LA QUINTA DEL BUEN RETIROOrigen del Prado

el orden en que nosotros, los es­critores, debemos proveerlos o es­timularlos y aIentarlos- los revo­lucionarios de la Literatura quelos literatos de la Revolución. Yesa hay que recordárselo a unageneración de jóvenes que, ávidosde participar en el destino de sumundo y del mundo (mucho mellOSmarginados del común, por suerte,de lo que estábamos nosotros ennuestros días juveníles) escribensegún los modos precorridos porla inteligentsia de izquierda, por laélite de creadores conocidos por sussimpatías revolucionarias, sin pro­ponerse el problema fundamentalde hallar un camino propiu, envez de imitar a Fulano u Zutallo;a más de treinta años, hay querecordarles -como decia Onetti-­que Fulano y Zutano (que puedenser Cortázar y Onetti) les sacaránventaja en ese terreno, pues Be­van ya sus años imitándose y re­novándose a partir de ellos mismos,para que los otros los prolonguenen la inquisición de sus propias eintransferibles originalidades, envez de seguirlos.

Para esta Generación de la Cri­sis, Montevideo es ya el escenarioaveriguado y esclarecido, sin sor­presas de proposición inicial. Eneste escenario, que otros redescu­brieron, ellos se proponen ahoraser actores, acaso en medida mu­cho más categórica de lo que susantecesores se lo propusieron. Eltiempo del espectador montevideano(Eladio Linacero fue su fundador)parece irreversiblemente transcu­rrido. Los nuevos escritores y crea­dores de la ciudad quieren ser co­autores del destino colectivo; y-está muy bien que lo sean, siempreque no olviden que, en esa ccau-

Cuando en 18;0, Doña María Pe·reira de Buschental presentó anteel Tribunal de Pruebas de la ciu·dad de Londres el testamento desu marido José Buschental, a finde que la corporación autorizaralegal y debidamente el documentoprivado, la Quinta del Buen Retiroque se incluía en el inventarioestaba avaluada en doscientos vein·tinueve mil pesos fuertes y en se·senta mil el molino mecánico in·mediato. ubicado en una esquinadel mismo predio.

Esa Quinta del Buen Retiro fueel casco primitivo de nuestro magonifico Prado -el Prado Orientalde antes- ampliado después y va·rias veces en extensión merced asucesivas anexiones y compras efec.tuadas a una y otra margen delarroyo Miguelete que lo atraviesa.

Antes de incorporarse al dominiode la ciudad la Quinta del BuenRetiro, hubo un larguísimo litigio,que llegó a ser clásico, entre laMunicipalidad y un señor argen·tino, don Adolfo del Campo, quealegaba derechos sobre la posesiónque perteneciera a Buschental, "bre·ve condado de sesenta hectáreas",según palabras de uno de mis ca·legas del Instituto.

Los gustos refinados del caballerodel Buen Retiro y su fortuna debanquero de conciencia un pocoelástica, permitieron que la residen.

toria, a ellos les está asignado elcampo del arte. Ni mejor ni peorque tantos otros, sin vallas que loseparen de los demás ése es su

cia encerrara comodidades, lujos yexotismos desconocidos hasta en·tonces en el Río de la Plata.

Árboles extranjeros que luego lla·maron la atención de nuestro sabiobotánico don José Arechavaleta, aquien cupo la tarea de clasificar·los científicamente; flores raras enlos canteros, animales peregrinosen las dehesas, pescados excepcio·nales en los estanques.

Por algunos años el matrimoniodisfrttló la quinta, viendo cómocrecían las plantas y cómo prospe­raban bajo un sol nuevo especiesnacidas en tierras tan distantes.

Fueron los años del mayor augefinanciero de Buschental, banque­ro de la Confederación, acreedorde todos los gobiernos, elementoobligado en todos los empréstitosy en todos los negocios, hombre degrandes empresas.

Fueron de igual modo los añosde la armonía conyugal y de lasgrandes fiestas sociales.

Más adelante la prosperidad fi·nanciera tuvo su merma --dentrode lo relativo, desde luego- y elpanorama íntimo se modificó pocoa poco, apartándose la pareja a.tí­tula de viajes y lleganda hastaafirmarse que había pactada.unatácita y amigable separación.

José María Femández Saldaña,Historias del viejo Montevideo.

propio jardín. O,aquella parte delque, en. una justabajo, les incumbe

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