monologo del mal
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Es una reflexión acerca de la pregunta ¿por qué nos gusta matar?TRANSCRIPT
´´…En realidad ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí
mismo, aunque sólo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina
iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su
propio cuerpo, de modo que al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del
rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras,
quede desterrado y enredado en una conciencia soberbia e ilusa? Ella ha tirado la
llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que pudiese mirar hacia fuera a través de una
hendidura del cuarto de la conciencia y vislumbrase entonces que el hombre descansa
sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su
ignorancia y, por así decirlo, pendiente en sus sueños del lomo de un tigre!...´´
F. Nietzsche.1
El impulso.
Dar la muerte es un acto en el que se evidencia el poder que un ser tiene sobre otro; el
más fuerte, el mas inteligente y el más apto se impone al otro, se alimenta con su carne,
y si es de su misma especie, también mata a sus hijos, mata o se apodera de sus
hembras, se apodera o destruye su territorio. Esto es un invento de la naturaleza, más
allá de lo justo o lo injusto, más allá de lo bueno y lo malo; un animal debe morir y otro
matar. Siempre ha sido así y no puede ser de otra manera.
Desde niño sentí el impulso de dar muerte a otros humanos; ellos representaban alguna
clase de elemento antagónico, negativo, o perjudicial para mí, y esto era una razón, una
justificación para pensar en darles muerte, o al menos eso creía. Pero ¿Por qué darles la
muerte habría de ser la opción lógica? ¿Acaso no había diversos cursos de acción
posibles? ¿O acaso tras esas razones y justificaciones buscadas y encontradas para hacer
algo no se hallaba realmente un simple deseo de hacer ese algo?
Algunas veces diseñé planes para dar muerte a algún enemigo, pero nunca se llevaron a
cabo. Sin embargo, e independientemente de las razones que pudieran justificarle, el
deseo de dar la muerte permanecía: dar la muerte a diferentes personas y de diferentes
formas. ``De diferentes formas´´ que frase tan simple pero importante, pues esas
palabras son más que un indicio de que seguro lo más importante no era consumar el
acto de dar la muerte, sino el proceso como tal, la forma de hacerlo, las formas de
1 Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, pag 19 y 20.Tecnos S.A., Madrid, 1990.
someter a la víctima, observar sus reacciones, su impotencia, su sufrimiento, etc., que se
traducirían en cierto tipo de placer para el victimario.
Muchas especies de animales dan muerte a otros –de su misma especie y de otras
especies- con fines de supervivencia: para alimentarse con su carne, para reproducirse
con sus hembras, y para apoderarse de sus espacios o territorios, y a pesar de que el
animal humano2 hace estas mismas cosas por los mismos fines que los demás animales,
también las hace por algo que va más allá de lo que en principio podría considerarse una
cuestión de supervivencia: el animal humano realiza el acto sexual, no sólo para
reproducirse, sino para disfrutar el contacto de los cuerpos; el animal humano come no
sólo para alimentarse, sino también para disfrutar los sabores y el animal humano mata,
no sólo para eliminar a su enemigo, sino para disfrutar su sufrimiento.
Siendo las cosas así, las razones serían lo menos importante: cuando un humano deseara
matar a otro alguna excusa inventaría para hacerlo, pues detrás de todo habría un
impulso muy poderoso…
Volviendo a mi caso, a mis deseos de dar muerte a otros humanos, y después de pensar
un poco el asunto, la pregunta que resulta es: ¿Deseo de qué? No se trataba de eliminar
a un hombre del mundo por una u otra causa, porque como ya lo dije, esa era sólo una
opción entre muchas posibles e imaginables, sino que se trataba de un impulso cuyo
origen superaba mi comprensión, pero en el que aún así resultaba una particularidad
básica identificable, y ésta era la facilidad para asociar personas cuyas acciones me
resultaban perjudiciales a castigos y torturas que culminaban con la muerte… imaginar
ese tipo de cosas no es gran cosa, pues el mundo esta lleno de humanos que viven
produciendo sufrimiento, desgracia y muerte a otros.
Cada vez más, con el paso de los años, se hacía evidente que para poder sobrevivir a la
hostilidad del mundo y por mi propio bien, debía imponerme a otros de mi propia
especie, debía imponerme a cualquier costo, empleando toda mi inteligencia, mi fuerza
y los recursos disponibles, pues de lo contrario estaría perdido, y en el mejor de los
casos mi destino sería el de un hombre al servicio y disposición de otro que sí hubiese
tenido el valor y la fuerza para dominarme.
Ahora bien, que unos animales den muerte a otros de su misma especie no es raro; en la
naturaleza muchos animales desde cachorros juegan a matar y a matarse y cuando se
desarrollan físicamente, de hecho lo hacen; sin embargo a diferencia de otros animales,
2 Animal Humano es un término que emplea NIETZSCHE, y mediante el cual evidencia que el hombre pertenece a la misma categoría de los demás animales de la naturaleza.
los humanos en casi todas partes del planeta estamos regidos por sistemas de valores
morales3 que definen y regulan nuestros comportamientos, y en muchos de esos
sistemas el que un hombre dé muerte a otro puede ser considerado negativo, e incluso
puede ocasionarle un juicio y una condena, es decir, convertirse en víctima. Entonces
cada quien conoce sus deseos y también cuál puede ser el costo de satisfacerlos; yo he
deseado matar a otros hombres, pero sé que mi caso no tiene nada de extraordinario, se
que mi caso es el de casi todos los hombres; muchos deseamos matar a otros, la
diferencia es que unos lo hacen y otros no. ¿Cuál es el caso anómalo, el que sigue sus
impulsos o el que los reprime al acatar las normas, que, por demás, se fundamentan en
sistemas de valores que pueden considerarse arbitrarios4? Difícil saberlo, pero
finalmente todo depende de la situación, y con qué ojos la queramos mirar, pues basta
recordar que en la historia del animal humano abundan los asesinos y muchos de ellos
son considerados héroes, entonces no tiene sentido darle valor positivo o negativo, en
sentido moral, a un hecho que en sí mismo no es más que eso.
Ahora bien, los actos del animal están en gran medida determinados por su condición
biológica –que trasciende cualquier cuestión moral- a la cual son inherentes ciertas
necesidades -y requerimientos- que el animal debe satisfacer para sobrevivir y
3 Cuando empleo los términos lo bueno y lo malo me refiero más que a hechos particulares en sí, a las
ideas previas y generales según las cuales los individuos y las sociedades valoran los hechos. A ese respecto Kierkegaard realiza una definición según la cual es posible entender una idea general acerca de qué es La Moral: ```… Lo moral es como tal lo general, y bajo este título lo que es aplicable a todos; lo cual puede expresarse todavía desde otro punto de vista diciendo que es aplicable a cada instante. Descansa inmanentemente en sí mismo sin nada exterior que sea su τέλος, siendo ello mismo τέλος de todo lo que le es externo; y una vez que lo ha integrado no va más lejos. Tomando como ser inmediato, sensible y psíquico, el individuo es el individuo que tiene su τέλος en lo general; su tarea moral consiste en expresarse constantemente, en despojarse de su carácter individual para alcanzar la generalidad. KIERKEGAARD, SOREN. Temor y Temblor, Pág. 60. ED Losada, S.A. Buenos Aires.
4 Necesitamos una critica de los valores morales, y ante todo debe discutirse el valor de estos valores, y por eso es de toda necesidad conocer las condiciones y los medios ambientes en que nacieron, en que se desarrollaron y deformaron (La moral como consecuencia, mascara, hipocresía, enfermedad o equivocación, y también la moral como causa, remedio, estimulante, freno o veneno), conocimiento tal, que nunca tuvo semejante ni es posible que lo tenga. Era un verdadero postulado el valor de estos valores: atribulase al bien superior al valor del mal, al valor del progreso, de la utilidad, del desarrollo humano. Y ¿Por qué? ¿No podría ser verdad lo contrario? ¿No podría haber en el hombre <<bueno>> un síntoma de retroceso, un peligro una seducción, un veneno, un narcótico que diese vida a lo presente a expensas del porvenir? ¿Una vida más agradable, más inofensiva, pero también más mezquina, más baja? ¿De tal manera que fuese culpa de la moral el no haber llegado el tipo – hombre el más alto grado de poder y de esplendor? ¿Y de manera que entre todos los peligros fuese la moral el peligro por excelencia?... NIETZSCHE, FRIEDRICH. La Genealogía de la Moral, Pág. 12. ED. Emfasar, Bogota.
reproducirse; la satisfacción de dichas necesidades genera un placer5, digamos,
primitivo y ese placer primitivo es un medio del que la naturaleza se vale para que los
animales, antes que todo, se ocupen de hacer lo necesario para seguir viviendo y
reproduciéndose.
De seguro que en un mundo hostil algo muy útil es eliminar a los competidores;
entonces no hay por qué sorprenderse si los hombres se dan muerte entre sí, y a pesar de
que las sociedades definen principios que pretenden determinar su comportamiento y
sistemas de valores según los cuales, en términos generales, no es aceptable que un
hombre dé muerte a otro, día a día, desde el inicio de los tiempos y hasta el presente,
este ser, inevitablemente, debe responder a las necesidades y requerimientos propios de
su naturaleza animal que le implican competir con otros, dominar a otros o ser
dominado… dar muerte a otros o morir como víctima de otros.
En ese sentido, los hombres confundidos por la moral, han recurrido al invento de
innumerables justificaciones y excusas para poder obedecer a su naturaleza. Hacen de
su mundo el escenario de una feroz competencia; los enemigos y los antagonistas
abundan, así como los asesinatos y los pretextos para asesinar… sin embargo para el
animal humano matar no es suficiente. ¿Qué hay en la naturaleza del hombre que le
impide conformarse sólo con esto? ¿Qué lo motiva, no sólo a matar, sino también a
torturar y producir dolor físico a otros? ¿Acaso ha llevado a un extremo y deformado su
naturaleza y la ha puesto en función de fines que van más allá de la satisfacción de lo
necesario? El hombre hace una fiesta del sufrimiento ajeno, de la tortura ajena.
Desde la óptica de la moral del mundo occidental no será visto con buenos ojos el que
un hombre torture y dé muerte a otro justificándose únicamente en la satisfacción de un
deseo; sin embargo después de encontrar una razón, una justificación, entonces el
hombre sí es libre para torturar y matar y en efecto, aprovecha cada oportunidad que se
presenta para hacerlo justificadamente. Y claro, al que se puede torturar y matar
legítimamente es al el enemigo, una figura antagónica (ya sea por sus ideas por sus
acciones o e incluso por su apariencia) a quien es posible torturar e incluso matar
justificadamente, es decir, con la aprobación general; sin embargo muchos hombres no
5 Definir un concepto de placer plantea muchas dificultades y la principal de ellas radica en pretender
hacer universal una idea –lo placentero- que puede ser entendida de formas diversas por los individuos. Debido a lo anterior propongo limitar la idea de placer a la satisfacción de ciertas necesidades, tomando en cuenta la idea aristotélica según la cual lo necesario es aquello que sólo puede ser de una manera y no de otra; así entonces entenderemos, por ejemplo, la alimentación como condición Necesaria para la vida, y la satisfacción de esa necesidad se traduce en lo placentero.
intentan justificarse ante sus sociedades ni buscan su aprobación para torturar y matar;
lo hacen porque siguen un impulso, porque es lo que desean hacer y eso lo justifica
todo.
El acto de torturar y dar la muerte está representado en la literatura, el cine, la pintura y
en diversas formas de expresión; hace parte de todos los periodos de la historia del ser
humano y está estrechamente ligado a su existencia, a tal punto que cualquiera, por más
que diga lo contrario, puede llegar a aprobar y disfrutar la tortura y muerte ajenas, pues
ese placer es el que produce, por ejemplo, el torturar y matar al enemigo…
Es tal la importancia de torturar y matar para el ser humano que a lo largo de diferentes
periodos de la historia ha concebido, diseñado y producido máquinas y otros
dispositivos para estos fines. Pero más que instrumentos para torturar y matar son
medios para hacer posible que los verdugos y quienes presencian el espectáculo
perciban -mediante sus sentidos- los detalles del sufrimiento y muerte ajenos. Por esto
muchas de esas invenciones están concebidas para matar sin prisa, haciendo énfasis en
la producción de mucho dolor y sufrimiento… si la cuestión se redujera sólo a matar
los procedimientos –aunque en algunos casos sí lo son- serían rápidos y eficaces y lo
que la historia nos muestra que normalmente es todo lo contrario6
En apartes de su genealogía de la moral Nietzsche se refiere al origen de los castigos,
sus posibles causas y fines; en un aparte de esos pensamientos resalto: ´´ ¿Cómo el
hacer sufrir puede ser una reparación? Es verdad que repugna a la delicadeza, o más
bien a la hipocresía de los animales domésticos (léase: los hombres modernos; léase:
nosotros mismos), el represéntate vivamente hasta qué punto la crueldad era el goce
favorito de la humanidad primitiva y entraba como ingrediente en casi todos sus
placeres y por otra parte cuán inocente y cándida parecía esta necesidad de crueldad,
esta maldad desinteresada (o como dice Spinoza, simpatía malevolens), y cómo parece
6 Ver sufrir, alegra; hacer sufrir. Alegra mas todavía – he aquí una antigua verdad humana, demasiado
humana, a la cual quizá suscribirían los monos, porque, en efecto, se dice que con la invención de ciertas bizarras crueldades anuncian ya el hombre y preludian su venida. Sin crueldad no hay goce, he aquí lo que nos enseña las más antigua y larga historia del hombre – el castigo es una fiesta. NIETZSCHE, FRIEDRICH. La Genealogía de la Moral, Pág. 50. ED. Emfasar, Bogota.
ser atributo normal del hombre, y por tanto, algo a que la conciencia puede
orgullosamente responder sí.7´´….
Esos primeros deseos de matar que sentí son algo ya relativamente lejano en el tiempo;
encontré modos de justificarlos, pero esas justificaciones sólo eran el disfraz que hacía
que el impulso que en realidad los generaba –mi naturaleza humana- pareciese otra
cosa, pero al final de cuentas se trataba de impulsos, que como los de muchos hombres,
fueron controlados por la moral.
Aún sigo deseando ocasionalmente, visualizando, e incluso planeando, dar la muerte a
otros hombres que según mi punto de vista lo merecen, sigo deseando dar la muerte a
hombres a los que considero enemigos y de quienes sólo puedo esperar perjuicios, pero
la diferencia es que ahora es claro que esas justificaciones son sólo el disfraz que toma
la excusa, que a su vez es sólo la respuesta desesperada al llamado del impulso…
Desee matar a otros hombres –¿y quien no?- y tal como muchos otros, desde luego bajo
el efecto de influencias morales controlé y hasta ignoré ese deseo, ese impulso; y ese
control es necesario para poder conformar sociedades en las que todos no se maten entre
sí cuando crean tener cualquier razón para hacerlo, y más aún, cuando en realidad
muchos sí lo hacen, pues dar la muerte parece ser para los hombres una ilusoria solución
universal para los problemas.
El impulso humano por matar a otros se manifiesta de diversas formas, a veces se torna
difuso y difícil de ver, pero al final termina manifestándose, tal como puede hacerlo
algún rasgo genético que pretenda eliminarse, ocultarse o al menos disimularse, pero
que siempre se hace evidente de nuevo, porque en realidad nunca ha desaparecido, pues
esto no es posible. Un caso que puede ilustrar esta idea es el de las morales, que intentan
prescribir el comportamiento de los humanos juzgándolos según sus acciones, teniendo
como referente cánones de lo negativo y de lo positivo (lo bueno y lo malo, según lo
general). En ese sentido muchas morales valoran negativamente el que un hombre de
muerte a otro y de hecho, el hombre que lo hace puede ser juzgado y sometido a
castigos por tal razón. Entonces esos sistemas de valores inhiben –o al menos intentan
hacerlo- el impulso humano de dar la muerte, expresando, de alguna manera, Eso no se
debe hacer; sin embargo, y es esto lo que parece paradójico, esos mismos sistemas que
valoran negativamente el que un hombre torture y mate a otro, determinan situaciones y
7 NIETZSCHE, FRIEDRICH. La Genealogía de la Moral, Pág. 49. ED. Emfasar, Bogota.
contextos en los que sí resulta legítimo hacerlo. Entonces esos sistemas, configurados
por hombres que llevan dentro de sí el impulso de matar son herederos de ese legado
primitivo y al igual que quienes las concibieron, son portadoras de ese espíritu asesino;
según sus leyes, diversas sociedades han torturado y dado muerte legítimamente a
incontables seres humanos… entonces lo paradójico es que en contextos y situaciones
específicas las morales aprueban y realizan acciones - como torturar y dar la muerte-
que en otros contextos y situaciones ellas mismas podrían valorar negativamente y
reprobar; y esto para nada resulta coherente o lógico, y justamente ese es punto central
del asunto, y es que si el ser humano se ha dado a la tarea de formular sistemas de
valores a partir de los cuales juzgar cuestiones como el que un hombre de la muerte a
otro, es porque busca dar respuestas a algo que trasciende los alcances de cualquier
sistema moral, y esto es su propia naturaleza, de la cual no puede dar cuenta ninguna
artificiosa construcción humana; aún así el hombre, influenciado por esa suerte de
conciencia moral, intenta disimular rasgos de su naturaleza, lo que resulta inútil y claro,
a la hora de la formulación de sus marcos jurídicos, por ejemplo, llega a dejar margen -a
la manera de un derecho reservado- para poder seguir justificándose el torturar y matar a
otros hombres y cuando un estado, una iglesia o cualquier ente que representa el poder
tortura y mata ´´justificadamente´´ a aquel que por una u otra razón se ha hecho
acreedor de tal castigo, es también la sociedad la que en virtud de la moral ha juzgado,
condenado, torturado y matado, teniendo la plena conciencia de haberlo hecho
justificadamente.
En el trasfondo, toda la puesta en escena no es más que la respuesta a un impulso
primitivo que tiene origen en la propia naturaleza humana; ahora bien, esto puede tener
una función esencial y es que satisface y calma en alguna medida ese deseo e impulso
reprimido de matar latente en casi todos, y probablemente de esa forma reduce su
tendencia a salir de control: un estado, una iglesia o un ente que monopoliza el poder
me representa y ha encontrado razones -excusas, en realidad- para dar la muerte a
hombres que desde su perspectiva merecen tal castigo; ese ente, cuyas normas acato, ha
castigado ha muchos hombres dándoles la muerte y yo nunca he estado en contra de
eso; de hecho muchas veces he aprobado esos castigos e incluso he tenido la sensación
de ser uno de quienes lo imparten. Si un hombre es enemigo de mi estado, de mi iglesia
o de aquello de lo que hago parte entonces también debe ser mi enemigo, y en ese
sentido, si me produce placer torturarlo y darle muerte es comprensible y es justificado;
es el placer que produce castigar y matar a alguien justificadamente, el placer de matar
con la excusa correcta y qué mejor excusa que una idea de justicia… ésta es otra de las
formas del disfraz que se pone el impulso de dar la muerte, y que no conformándonos
con eso, los humanos hemos deformado en tortura y producción de dolor y sufrimiento.
Y bien, esto nos pone frente a nuevas preguntas: ¿A quien se puede torturar y matar
justificadamente? ¿Qué hace del enemigo un enemigo? ¿Cuál es el origen de la tortura y
cuál es su trasfondo?
Los dueños del poder han torturado matado justificadamente a quienes los amenazan,
sea porque tienen diferentes creencias, diferentes apariencias, diferentes formas de ver
el mundo, etc. las excusas no han sido pocas: en ese sentido han matado brujas, herejes,
negros, blancos, etc; ahora bien; ¿Qué pasa cuando un hombre o un grupo de hombres
decide torturar y matar por cuenta propia, sin buscar excusas que sean aprobadas por
una sociedad y sus fundamentos morales? Por ejemplo, en los estados unidos cuatro
hombres habitualmente secuestran mujeres, las amarran en una cama para luego, con un
afilado cuchillo, extirparle los senos y dejarlas morir; en Europa una organización se
dedica a secuestrar humanos que luego son vendidos a hombres que, en una edificación
adecuada para tal fin, los someten a diversos tipos de torturas hasta producirles la
muerte… ellos no han sido puestos en el lugar del castigado a causa de sus actos, o no o
al menos porque éstos representaran algún tipo de amenaza para su sociedad, para algún
individuo en particular o algún tipo de ofensa para su moral, sino que fueron escogidos
según el azar y/o el criterio de quien decidió torturarlos y/o matarlos; el verdugo no
tenía una justificación aprobada socialmente, sólo tenía una justificación válida para él
mismo, por lo tanto sus actos eventualmente lo podrían llevar a un juicio, una condena y
un castigo de parte de los miembros de su sociedad; sin embargo él no necesitó
justificar sus actos ante nadie porque era lo que deseaba hacer o le parecía bueno y esto
le producía algún tipo de satisfacción, pues de lo contrario no lo hubiese hecho.
Entonces en este caso no se trata de tortura y asesinato legítimos y aprobadas por un
grupo social contra un enemigo; se trata de torturas y muertes dadas por motivaciones
diversas y particulares, propias del verdugo, un ser que puede ser considerado por los
demás miembros de su sociedad un desadaptado, un enfermo mental, pero que
finalmente no es más que alguien que se deja llevar por su naturaleza humana sin
preocuparse de que sus actos sean o no aprobados socialmente.
Curiosamente hombres así representan un riesgo para el orden de sus sociedades y es a
ellos –entre otros- a quienes dichas sociedades torturan y matan legítima y
justificadamente.
Hasta ahora me he referido a algunos tipos de motivaciones y/o justificaciones humanas
para torturar y matar: una de ellas, la legítima y aprobada socialmente y que es
sustentada en conceptos tales como enemigo; la otra no se sustenta en ningún tipo de
aprobación o convención social; se trata de hombres que lo hacen por sus propias
razones o por sus propios impulsos, y como ya dije, en todos los casos el trasfondo es el
mismo, el impulso de torturar y matar que disfrazado o no por excusas, termina
ocasionando resultados similares.
Como hemos visto, el animal humano es muy creativo a la hora de concebir excusas
para torturar y dar muerte a otros. Ahora me referiré a otro caso: se trata generalmente
de un evento sangriento en el cual la víctima no representa la figura de enemigo, pero
que aún así recibe una muerte aprobada y legítima según los principios y valores de la
sociedad en la que se enmarca. Se trata de la muerte dada en sacrificios rituales en
culturas de todo el planeta. En este caso me referiré a un ejemplo posible entre muchos
otros: el sacrificio ritual en culturas indígenas de la América precolombina8: un joven,
por ejemplo, es brutalmente asesinado como ofrenda a un ente –un dios, un espíritu,
etc.- que supera los alcances epistemológicos de esa cultura, para que éste proporcione
algo o para que los libere de algo que está fuera de su control, como la lluvia u otro
fenómeno natural; los miembros de esa sociedad aprueban el sacrificio y en el ritual se
convierte en fiesta, una celebración de esa ofrenda que supuestamente producirá algún
efecto deseado…
De nuevo estamos frente al caso de humanos que, según su sistema de valores y
creencias –según lo general- actúan justificadamente.
Pero ¿Cómo puede ser posible que alguien crea que el hecho de dar la muerte a un
humano pueda generar un algún efecto o influir de alguna manera sobre un fenómeno
natural? ¿Cómo esa asociación, esa relación de supuestas causas y efectos puede
imaginarse coherente como para que un grupo de humanos apruebe y haga legítimo el
sacrificio, es decir, la tortura y el asesinato? Una respuesta posible es ´´por la Fe´´9. La
8 En el sacrificio de adultos, existe una imagen pintada sobre una vasija en que se ve el sacrificio ritual de un prisionero atado a un cadalso y un grotesco personaje que le saca las entrañas con una lanza, mientras los músicos tocan tambores y trompetas —«una de las escenas más terribles del arte maya». Stuart, David (2003). «La ideología del sacrificio entre los mayas». Arqueología mexicana XI, 63: pp. 24-29
9 El hombre de fe es aquel que cree que lo imposible es posible y esto en virtud del absurdo. La anterior es la manera en que interpreto la idea que a respecto de la fe plantea Soren Kierkegaard en Temor y Temblor. A continuación cito el aparte que he tomado como referencia de dicho libro para concebir mi idea acerca de la fe: `` … El absurdo no pertenece a las diferencias comprendidas en el cuadro propio de la razón. No es idéntico a lo inverosímil, a lo inesperado, a lo imprevisto. Desde el momento en que el caballero se resigna se convence de la imposibilidad según el humano alcance; tal es el resultado del examen racional que tiene la energía de hacer. En cambio desde el punto de vista de lo infinito la
fe es la vía rápida e infalible a la resolución de cualquier interrogante y mediante ella es
posible justificar lo absurdo y lo incoherente, y el hombre de fe puede considerar
razonable y hasta lógico lo absurdo e incoherente; ¿Qué puede hacer que sea distinto
quemar a una mujer para que la abandone el demonio o extraerle el corazón a otra para
que un dios traiga el final de las lluvias?
Todas son incoherencias que no se pueden justificar en la ignorancia, en la fe o en la
simple idea de que todas las culturas tienen una visión diferente del mundo, pues no
debe ser casualidad que frecuentemente esas incoherencias conduzcan a lo mismo, no
debe ser casualidad que comúnmente esas incoherencias conduzcan a que unos torturen
y maten a otros.
Aún así hay que recordar que como todas las culturas humanas se diferencian y tienen
diferentes concepciones del mundo, de los fenómenos, de los sucesos, de la muerte, etc,
se podría creer que no es posible ubicar en la misma categoría eventos tales como un
sacrificio ritual indígena en América precolombina y una quema de brujas en la Europa
medieval; sin embargo, y a pesar de tratarse de un ejemplo que toma como referencia
dos culturas aparentemente muy distintas, hay algo que los pone en común, y es que en
ambos casos se trata de rituales en los que los humanos pretenden establecer relaciones
con entes al margen de su comprensión epistemológica, y en ese sentido, pretenden
establecer relaciones basadas en actos de fe, es decir, concebibles sólo en virtud del
absurdo.
Ahora bien, a la hora de observar el caso del sacrificio humano en América
precolombina es necesario tener en cuenta detalles que podrían generar una ilusión que
consiste en que, a pesar de que claramente se trata de un escenario de tortura y
asesinato, podría poseer características que lo diferencian de otros escenarios destinados
a esos mismos fines… la más notable es que el sacrificado no es necesariamente
considerado un enemigo, sino incluso a veces una suerte de elegido para experimentar el
honor del sacrificio, y en ese sentido el mismo sacrificado puede llegar a estar de
acuerdo con su propia tortura y muerte en el contexto ritual; sin embargo esto no
representa una diferencia importante y tampoco cambia las cosas, pues siendo así, el
posibilidad subsiste en medio de la resignación; mas esta posesión es al mismo tiempo una renuncia, no siendo sin embargo por eso un absurdo para la razón; porque ésta conserva su derecho a sostener que la cosa es y continua siendo imposible en el mundo finito donde es soberana. El caballero de la fe también tiene plena conciencia de esta imposibilidad; lo único capaz de salvarlo es el absurdo, lo que concibe por la fe. Por lo tanto reconoce la imposibilidad, pero al mismo tiempo cree en lo absurdo, porque si supone que posee la fe sin reconocer la imposibilidad, de todo corazón y con toda la pasión de su alma, se engaña a sí mismo y su testimonio es absolutamente inaceptable, ya que no ha alcanzado la resignación infinita…´´ KIERKEGAARD, SOREN. Temor y Temblor, Pág. 51-52. ED Losada, S.A. Buenos Aires.
sacrificado no está más que asumiendo y adhiriéndose a la idea generalizada de los
demás miembros de su sociedad, según la cual su sacrificio – su tortura y asesinato- son
algo legitimo y valorado como algo <<bueno>>. En ese sentido el sacrificado, al estar
de acuerdo con su sacrificio, no hace otra cosa que el mismo acto de fe que los demás.
Por otro lado, en el caso de una bruja o un hereje quemado en la hoguera -quien es
considerado una amenaza, un enemigo de ciertos valores y/o creencias de su sociedad-
puede suceder algo similar; la supuesta bruja o hereje puede llegar a estar de acuerdo
con su muerte, pues puede creer que en realidad ésa es la única forma para liberarse de
las llamas eternas del infierno, entonces realmente puede adherirse a esa idea
generalizada que hace de su asesinato algo legitimo y positivo y esto no es otra cosa que
un acto de fe.
La justicia y el bien general son algunos de los pretextos utilizados para matar, pero más
allá de cualquier excusa, el trasfondo de esto debe ser buscado en la naturaleza del
animal humano, que lo lleva a una feroz competencia, en la que el ganador obtiene los
recursos necesarios para la supervivencia y también el dominio sobre otros que de lo
contrario, y sin pensarlo, lo dominarían y/o matarían … lo necesario y útil que puede ser
para un animal humano dar muerte a otros resulta evidente; es algo que lo supera, es el
impulso más primitivo por preservarse a sí mismo. Y a pesar de esto es un impulso que
la moral reprime y nos pide ignorar; la moral nos pide lo imposible.
Quema de brujas, sacrificios rituales, hombres que compran a otros para torturarlos y
matarlos… todas estas formas de torturar y matar son grotescas y no tienen por qué ser
ubicadas en categorías diferentes, pues sin importar los tipos de excusas utilizadas el
resultado es el mismo: producción de sufrimiento y muerte.
Lo que aparece frente a mis ojos es una maraña de excusas para matar, pues de ninguna
manera hay relación entre torturar y matar y el fin supuestamente buscado y esperado de
tales actos… de hecho el único que muestra cierto grado de coherencia es el que tortura
y mata sin buscar excusas aprobadas socialmente, pues lo hace porque es lo que desea y
a veces con eso le basta.
La inocultable tendencia del animal humano a producir sufrimiento y muerte a otros es
motivada por una naturaleza que precede y trasciende cualquier moral y su fuerza e
influencia es tal que resulta determinante en diversas dimensiones de la vida humana;
cada ser se vale de lo que dispone para lograr lo que sus impulsos le dictan y el animal
humano ha usado su creatividad, ha invertido tiempo e ilimitados recursos para la
concepción diseño y producción de métodos y dispositivos destinados a producir
sufrimiento y muerte; también ha sido muy ingenioso a la hora de configurar y recrear
contextos que sirven como escenarios para la realización de tales puestas en escena: la
doncella de hierro, dispositivo de tortura antropomorfo en el que se introduce un
humano que es perforado por puntas de metal afiladas que son dispuestas
cuidadosamente para no afectar los órganos vitales del torturado y así garantizarle
varios días de dolor y agonía hasta que al fin muere desangrado; el empalamiento: se
clava una estaca de madera a la víctima por la parte baja del estómago, que atraviesa su
cuerpo hasta salir por el lado derecho del tórax –esto es importante para no afectar el
corazón- . Luego la estaca se entierra con el desgraciado izado en el extremo superior,
lo que le garantiza varios días de sufrimiento hasta que llegue el momento de su muerte;
la hoguera: el hombre es atado a unos maderos y rodeado por otros que posteriormente
son encendidos; los verdugos que mejor dominaban esta técnica eran cuidadosos de
ubicar la madera y las llamas apartadas cierta distancia de la víctima, pues si éstas
quedaban demasiado próximas, el hombre moriría rápidamente asfixiado, y esto no era
deseable, pues lo que se buscaba es que el calor consumiera lentamente el cuerpo,
mientras aún permanecía con vida.
Ahora bien, éstos son algunos métodos para producir muerte y sufrimiento que fueron
empleados en la Europa de la edad media, y algunos también en América del sur. Algo
que los pone en común es que eran promovidos por los entes del poder oficial en las
sociedades en las cuales tenían lugar; de hecho el empalamiento y la hoguera eran
espectáculos públicos a los que la gente común asistía. En todos los casos se trataba de
muerte a figuras que representaban algún tipo de amenaza a los valores establecidos y
que en ese sentido eran enemigos a quienes se podía torturar y matar justificadamente, y
por eso mismo se trataba de torturas y muertes aprobadas por casi todos los que hacían
parte de esas sociedades, las cuales, a su vez – y tal como sucede hoy- invertían buena
parte de sus recursos en seguir adelante con la concepción, diseño y construcción de
nuevos métodos y dispositivos para tales fines. Se trata de humanos actuando de
acuerdo a sus creencias y valores. En otras palabras, tenían buenas razones para aprobar
y disfrutar esas torturas y muertes, pues ¿cómo no hacer tales cosas al enemigo que les
amenaza, sea una bruja o un invasor extranjero?
Desde la antigüedad el hombre ha hecho todo a su alcance para eliminar al enemigo y
ha invertido todos los recursos posibles en el diseño y construcción de métodos y
dispositivos para torturarlo y matarlo ejemplarmente. Esta idea no ha cambiado; por
supuesto que los dispositivos varían de acuerdo a los desarrollos de la tecnología y por
supuesto, los criterios que definen al enemigo, a quien se puede torturar y matar
justificadamente, son definidos por los intereses y las ideas de los entes que buscan y/o
preservan el poder.
De regreso al inicio, de regreso a la pregunta por mi propio impulso de matar -pregunta
que ha originado esta reflexión- diré que hoy, al igual que en otros tiempos, no
encuentro nada qué cuestionarle, pues de hacerlo no sería la cuestión al impulso de un
individuo en particular y ni siquiera al del hombre en tanto especie, sino una cuestión a
la naturaleza misma, es decir, un sin sentido. Por el contrario, parece evidente que ese
impulso -que es un precedente de la acción- es necesario para que el hombre sea capaz
de vencer a su rival o a su predador y logre preservar la vida; en ese sentido se trata de
un impulso necesario para asegurar su propia existencia; sin embargo mi reflexión en
este momento no pretende plantear ninguna conclusión; por ahora sólo diré que lo que
he encontrado, incluso en lo que me he afirmado, es en un sentido hacia el cual orientar
mi pensamiento y en cuya dirección desarrollaré muchos de los interrogantes
relacionados con la cuestión de dar la muerte y el impulso humano por matar; también
haré frente a otra pregunta que ha surgido y cuyo universo resulta oscuro y difuso: se
trata de la pregunta por la tortura y por el gusto humano por torturar: ¿Más allá de lo
aparente y superfluo, cuál es su finalidad? ¿De dónde proviene? Una posible orientación
a la respuesta ya la ha mostrado Nietzsche cuando dice: ´´…Sin crueldad no hay goce,
he aquí lo que nos enseña las más antigua y larga historia del hombre – el castigo es
una fiesta…´´ 10
Es posible que la búsqueda de respuesta a la pregunta por la tortura se oriente en el
mismo sentido de la pregunta por el placer…
Hasta ahora mi trabajo ha sido formular algunas preguntas: ¿Se puede torturar y matar
justificadamente? ¿A quién podemos torturar y matar justificadamente? ¿Qué hace del
enemigo El Enemigo? ¿De qué manera y en qué sentido matar y torturar pueden ser
experiencias estéticas? ¿Cómo casi todos los humanos somos participes del acto de dar
la muerte? ¿Cómo casi todos los humanos disfrutamos de la tortura y la muerte ajenas?
A partir de aquí incursionaré en algunos de estos interrogantes; de seguro mis respuestas
no serán verdades absolutas, pero si al final logro iluminar un poco tan oscuro camino
mi trabajo estará cumplido.
10 NIETZSCHE, FRIEDRICH. La Genealogía de la Moral, Pág. 50. ED. Emfasar, Bogota.