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Matrimonio pactado

Rosa Sáenz

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Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, asícomo su tratamiento informático, grabación magnética o cualquieralmacenamiento de información o sistema de recuperación o porotros medios, ya sean electrónicos, mecánicos, por fotografía,registro, etc., sin el permiso previo por escrito de la autora. Título: Matrimonio pactado © 2020 Rosa Sáenz.Tercera edición: Marzo 2020 Gracias por comprar esta novela.

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Dedicado a mi padre,que tuvo que marcharse,

pero que siempre estará conmigo.

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Agradecimientos: A mis “compis”. Ellas saben que son las responsables de que me haya zambullido en esta aventura.

A Roberto: Siempre a mi lado.

Siempre en la sombra. Siempre incondicional.

Te invito a visitar mi blog:El blog de Rosa Sáenz.https://elblogderosasaenz.blogspot.com

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CAPÍTULO 1

Aquel último tramo del camino pedregoso y polvoriento le parecía más largo que nunca.No lo recordaba tan generosamente extenso, aunque quizás fuera su ansiedad, por estar de nuevoen casa. Los últimos dos años sí que habían sido interminables, pensó Roxana. Su precipitadahuida del castillo volvió a ocupar sus pensamientos. Supo que su tía viuda Emily, hermanastra desu padre, había llegado a Tubrique pocos meses después de su marcha para ponerse al frente de lapropiedad y, desde entonces, esperaba su llamado para regresar. Rememoró aquellos dolorososdías y sus ojos se humedecieron, como lo habían hecho tantas veces en esos últimos dos años.

Roxana respiró profundamente y disipó la tristeza de su mente. Hoy no era día para lamelancolía. Estaba de nuevo en casa, en su casa. Por fin su tía Emily había mandado avisar paraque regresara al hogar. Hubo momentos en que temió que nunca lo hiciera, pero Dios habíaescuchado sus oraciones. Todo sería más llevadero si estaba rodeada de sus objetos máspersonales. Los mismos que había compartido con sus seres más queridos, su padre y su madre.

No pudo evitar que volvieran a ocupar su mente. Por una vez imaginó lo hermoso quesería que sus progenitores la esperaran en la escalinata de entrada. Lo maravilloso que sería quesus padres no hubieran muerto en aquel horrible asedio. No quiso engañarse. Si algo le habíaenseñado su padre era a aceptar la realidad tal como viene. Debería darse por contenta conregresar a casa y pasar el resto de su vida en el lugar donde había sido tan feliz de niña.

Por fin tuvo su hogar a la vista. Sacó la cabeza por la estrecha ventanilla del carruaje ydivisó el pórtico de entrada que, milagrosamente, se mantenían en pie, si se tiene en cuenta queparte del muro exterior, tanto a derecha como a izquierda, había desaparecido. Le parecía mentiraque una construcción con casi dos siglos a sus espaldas, hubiera podido soportar un asedio comoel que había sufrido.

El inmenso boquete existente en la muralla le permitió avistar todo el patio interior. Nohabía ni rastro de la herrería y la valla que delimitaba el pequeño corral donde convivían ovejas,vacas y gallinas, se había convertido en un simple montón de maderos apilados en un rincón. Nodivisó ninguno de esos animales domésticos en todo el recinto. La zona que antes ocupaba elpequeño jardín, antaño perfectamente cuidado, presentaba ahora un lamentable abandono, pero noimportaba. Ahora que ella estaba allí volvería a cuidar amorosamente de él, como primero lohabía hecho su madre.

La escalinata y la fachada principal seguían intactas, como ella las recordaba, aunque depasada pudo ver varios apuntalamientos en las fachadas laterales.

Volvió a entristecerse recordando el esplendor perdido, pero sólo fue un instante. «¡Estásen casa!», se repitió a sí misma, eso es lo único que importa. Todo lo demás puede arreglarse.

Saltó del carruaje casi en marcha y antes de entrar en la casa, corrió hasta los establos

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para comprobar su estado. Saludó a todos los sirvientes que encontró a su paso. Todos sealegraban de volver a verla. Correteó de aquí para allá, como lo hacía cuando era una chiquilla yningún detalle escapó a su rápida inspección visual.

Dániel, desde la ventana del segundo piso, vio detenerse el carruaje y se sorprendió al versalir de él a una figura femenina que emprendió una frenética carrera en dirección contraria a laentrada.

Quedó algo decepcionado. Tal vez su hermano le había hecho comprometerse con unachiquilla todavía inmadura para el matrimonio. Sabía que era casi diez años más joven que él,pero confiaba en el buen juicio de su hermano. Si él pensaba que era apropiada, debía de darleuna oportunidad.

Marta la esperaba en el recibidor, semi escondida junto a las escaleras. En cuanto escuchócrujir el gran portón de madera, abandonó su escondite y llamó a media voz a su joven señora.

—Señorita, señorita Roxana.Roxana se giró rápidamente al reconocer la voz de su fiel sirvienta.—Marta —gritó ya corriendo hacia ella.La sirvienta extendió sus brazos y esperó paciente a que Roxana se hundiera entre sus

pechos.—Marta, Marta, ¡cuánto te he echado de menos!Sensible como era la fiel Marta, no pudo contener la emoción y lloró de alegría.—Mi pequeña, mi pequeña niña. A ver, a ver. Sepárate, déjame que te vea.Roxana giró sobre sí misma complaciendo a su ama de cría y corrió a refugiarse de nuevo

entre sus brazos.—Dios mío, si ya eres toda una mujercita.—No digas eso —protestó la joven con el rostro hundido en el pecho de la mujer.—¿Por qué? Si es la verdad.Roxana levantó la vista para sonreírla antes de contestar.—No quiero dejar de ser tu pequeña niña nunca.La fiel Marta, carcajeó de buen grado.—Mi niña, por mucho que crezcas, nunca dejaras de ser mi pequeña.Roxana volvió a hundir su rostro en las ropas de la sirvienta y aspiró profundamente su

aroma.—Mmmmm, solo con olerte me parece que nada ha cambiado.Marta, que conocía los planes de la señora Emily Tubrique, se entristeció al oírla. Sacó su

pañuelo del bolsillo y secó las lágrimas que poco antes eran de alegría y ahora se entremezclabanya con las que provoca la tristeza, al saber cuan breve iba a ser este reencuentro.

—Todo ha cambiado, chiquilla —afirmó melancólica la fiel Marta—. Nada volverá a serigual que antes, pero debemos aprender a aceptar lo que la vida nos trae y buscar lo mejor de cadamomento.

Roxana volvió a levantar la vista algo extrañada de las palabras de su fiel Marta.—¿Por qué hablas así? Parece que nos estuviéramos despidiendo en lugar de acabar de

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reencontrarnos.Roxana pellizcó cariñosamente la mejilla de la mujer.—Otra vez en casa, Marta, va a ser maravilloso, ya lo verás.—Pequeña, no esperes demasiado de tu tía.Roxana le regaló otra de sus sonrisas.—No te preocupes, me portaré bien y acabaré ablandando su corazón.—¡Roxana! —se escuchó desde lo alto de las escaleras. ¿Estás ahí?—Sí tía, acabo de llegar.—Sube enseguida —ordenó la voz.Roxana hizo un guiño a Marta y se puso en marcha, pero esta le sujetó la mano sin dejarla

alejarse. Marta sabía que muy probablemente no tendría otra ocasión de abrazar a su pequeña.Partiría ese mismo día hacia su nuevo hogar y pasaría mucho tiempo hasta que regresara. «Tal vez,cuando lo haga, yo ya no esté aquí», temió la fiel Marta.

—¿Qué pasa nana? ¿No te encuentras bien?—Sí, no te preocupes por esta vieja, estoy tan contenta de verte… Anda, no hagas esperar

a tu tía.Roxana se abrazó a su cuello y la besó antes de correr escaleras arriba.Dániel, con la puerta entreabierta, espiaba desde la habitación contigua. Oyó el galope de

Roxana escaleras arriba y casi no pudo contener una sonrisa cuando la vio detenerse bruscamentedelante de la puerta para recomponer su peinado y atusar su vestido. Al instante, golpeó con losnudillos la puerta y esperó respuesta.

El caballero oyó la voz áspera de la señora Emily Tubrique, invitándola a pasar. Lamuchacha, respiró hondo y entró pausadamente en la sala contigua.

Cuando la joven abandonó el corredor, él se retiró de la puerta y se instaló en uno de lossillones a esperar pacientemente.

Imaginó la sorpresa que iba a suponer para ella la noticia de su rápido enlace. Él habíainsistido para que, ya por carta, su tía le hubiera comunicado sus planes, pero la señora EmilyTubrique se había mostrado inflexible en ese punto. Según ella, era mucho mejor que se locomunicara en persona.

—Buenas tardes tía. ¡Cuánto me alegro de estar aquí de nuevo! ¿Cómo estáis?La señora Emily Tubrique aceptó de mal grado el efusivo abrazo de su sobrina e intentó

resultar más simpática de lo acostumbrado, cosa que, aunque sorprendió a Roxana, que recordabalo arisca que era siempre cuando, aún en vida de sus padres, iba a visitarles, le agradóenormemente al creer que los sentimientos hacia ella habían cambiado. Roxana quiso aprovecharla buena acogida para comentar todos sus planes.

—Tía, me parece mentira estar aquí de nuevo. He soñado tanto con este momento… Enestos meses no he dejado de pensar en esta casa. Necesita muchos arreglos a causa del asedio,pero tengo soluciones para todo. Quiero restaurarla de arriba abajo.

Roxana detectó un gesto de contrariedad en el rostro de su parienta y rápidamente añadió:—Por supuesto con vuestro consentimiento.—Creo que traes demasiadas energías acumuladas y eso es bueno, no me malinterpretes.

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—Solo quiero que esta casa vuelva a tener el esplendor que tuvo un día —justificóRoxana.

—No te confundas, me parece muy bien que estés interesada en construir un hogar. Perono has de malgastar tus ideas ni tus energías en este.

Roxana no comprendió.—¿Por qué no? Este es mi hogar.—Solo hasta que contraigas matrimonio, entonces deberás abandonarlo.La joven sonrió de nuevo.—¡Uf, me había asustado! No os preocupéis por eso, no pienso abandonar esta casa. No

tengo ninguna intención de casarme.—Lo que me temía —exclamó drásticamente la señora Emily Tubrique, frunciendo el

ceño—. Tú eres joven y no sabes lo que te conviene, pero yo, como único pariente y tutor tuyo, hede velar por tus intereses y saber que es lo mejor para ti. Roxana imaginó que su tía iba a soltarleotro de sus discursos sobre el gran peso que había caído sobre sus espaldas al tener que cuidar deella, pero su rostro palideció cuando en un momento del monólogo de su tía escuchó:

—… por eso yo misma me he encargado de buscarte un esposo.La señora Emily Tubrique vio el asombro en el rostro de su sobrina y no se alarmó. Lo

esperaba. Gracias a la sorpresa conseguiría subirla en el carruaje del caballero antes de quepudiera pensarlo mejor y huir de allí.

—¿No dices nada? Después de todos mis esfuerzos ¿Esta es la recompensa que obtengo?Muchas jovencitas envidiarían tu suerte.

—Perdonad tía, pero no veo la necesidad de tener un prometido. Soy muy joven y…—Sí, sí, sé lo que vas a decir y tienes razón, no es una cosa imperativa, podríamos

esperar, pero hay que aprovechar la oportunidad cuando se presenta. Los pretendientes, pormotivos de la guerra, escasean y las circunstancias se han presentado así.

—Pero tía, yo no quiero…La señora Emily Tubrique había agotado ya toda la escasa paciencia con la que había sido

engendrada, así que, cuando interrumpió a Roxana, lo hizo con su arisco tono de voz habitual.—Por favor niña, basta ya de quejas. No solo ha de hacerse lo mejor para ti. Debes

pensar en la familia. Tú eres la única representación de ella y si no te ocupas de resolverlo serásla última. Nuestra familia se perderá para siempre sin vástagos que hereden nuestra historia.

Roxana escuchaba cabizbaja, sin poder creer todavía que su tía hubiera podido prometerlaen su ausencia.

—No es tan terrible. En nuestra familia los matrimonios siempre han sido pactados poradelantado. Tus padres lo hicieron así y los míos también. ¡Ojalá hubiera tenido yo alguien que seocupara de mi porvenir, como yo he hecho contigo! Ahora no estaría tan sola.

—Tía, no tenéis por qué estar sola. Yo podría cuidar de vos. Me quedaría aquí, parasiempre, y lo haría con gusto.

La señora Tubrique derrochó un nuevo gesto maternal.—Lo sé hija, lo sé. Ese es mi sacrificio, tener que vivir sin tu compañía. El tuyo es

acceder a mis deseos.

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—Pero tía es que yo…—Confía en mí. Te aseguro que es muy apuesto y un gran caballero. Al menos, dale una

oportunidad. Déjame que te lo presente y si te parece horrible, olvidamos el tema ¿de acuerdo?Roxana continuó con la cabeza agachada. Por el momento, nada haría cambiar a su tía de

opinión. Tal vez sería mejor ganar un poco de tiempo e intentar convencerla poco a poco.—Está bien tía. Lo que vos digáis. Concierte una cita y le conoceré si es lo que queréis.—Estupendo, ahora sí reconozco el talante de nuestra familia. Sabía que podía confiar en

ti, por eso me he adelantado a tus deseos. Le hice saber que llegabas hoy y no ha querido perdertiempo. Espera aquí al lado, para conocerte.

Roxana se puso en pie aterrada.—¿Esta aquí?—Así es. Le haré pasar —anunció la señora Emily Tubrique camino ya de la puerta.—Esperad, esperad un momento tía, por favor.La mujer se detuvo.—No…, no estoy preparada. Yo pensé que… pensé…—Es mejor así, cuanto antes mejor.Roxana sabía que el tiempo se le terminaba. Debía de pensar algo y ya.—Pero con el largo viaje, estoy hecha un desastre. Necesito asearme y cambiarme de

ropa.La señora Emily Tubrique sonrió levemente y Roxana creyó que había ganado la batalla,

pero se equivocó.—Estoy segura de que sabrá comprender y disculpar tu aspecto.De nuevo la señora Emily Tubrique caminó hacía la puerta, mientras argumentaba

jocosamente:—No me veo con fuerzas de retrasar el encuentro ni un minuto más. Creo que no lo

soportaría.La puerta se abrió y Roxana tuvo que tomar asiento para no caer desplomada. Escuchó

como su tía, muy cortésmente, invitaba a pasar al caballero. Para cuando este entró en el pequeñosaloncito, Roxana le esperaba ya en pie.

—Señor de Trento —anunció la señora Emily Tubrique cuando este se hubo colocado anteRoxana—, tengo el gusto de presentarle a mi bella sobrina, la señorita Roxana de Tubrique.Querida Roxana —añadió dirigiéndose ahora a su sobrina—, este es el caballero Dániel deTrento, tu prometido.

Ante estas últimas palabras Roxana sintió un nuevo calambre en sus piernas.Dániel alargó su mano buscando la de la joven y cuando la tomó, se la llevó a los labios y

depositó un minúsculo beso sobre sus dedos.—Esperaba ansioso este momento desde hace semanas.Dániel no había levantado la cabeza. Seguía inclinado hacia delante y solo sus ojos se

elevaban para mirar a Roxana. Sus palabras rebotaron en la mano de Roxana y su aliento hizoflaquear de nuevo el frágil cuerpo de la joven.

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Dániel advirtió el leve tambaleo e instintivamente la sujetó por la cintura.—¿Os encontráis bien? No pretendía turbaros con mis palabras, todo lo contrario.—Y yo os lo agradezco, tan solo me cogió desprevenida. Me lleváis ventaja, mi señor.

Hace semanas que os preparáis para este encuentro. Yo, sin embargo, hace tan solo unos minutosque he sabido de vuestra existencia.

—Bueno, bueno, solo ha sido un vahído sin importancia —interrumpió la señora EmilyTubrique— producido seguramente por la emoción al encontrarse con un caballero tan apuestoante sí. ¿No es cierto, querida sobrina?

Intencionadamente, no dio tiempo a que la joven contestara. No tenía intención de dejarque una chiquilla llevara el curso de la conversación y pudiera con ello estropear, con algúncomentario fuera de lugar, lo que tanto esfuerzo le había costado conseguir.

—Vamos a tomar asiento —añadió indicando los sillones.La señora Emily Tubrique se dirigió hacia los amplios sofás donde ya aguardaba sobre la

mesita una bandeja con copas y una botella de licor. La muchacha seguía con la cabeza baja y sumano prisionera de la del caballero.

Dániel observaba ahora desde escasos centímetros las facciones tan perfectas de aquelrostro.

Roxana tiró con fuerza de su brazo para liberar su mano y sintió con ello que su corazónrecuperaba su ritmo habitual. Se sentó junto a su tía y hubo de escuchar como esta hacía unelogioso discurso sobre las múltiples cualidades de su sobrina. Sintió en todo momento los ojosdel caballero fijos en ella y esto hizo que su corazón volviera a acelerarse, ya sin necesidadsiquiera de que la tocara.

Su tía dejó la retórica y pasó a intentar sonsacar al caballero, con toda la diplomacia conla que Dios le había dotado, para que le enumerara, con la mayor exactitud posible, el listado detodas sus propiedades. Ella había hechos sus propias averiguaciones, pero quería que su sobrinalo escuchara y quedara impresionada y agradecida por su elección.

El caballero fue sometido a un exhaustivo interrogatorio y fue entonces cuando Roxanaaprovechó para observar con detalle a su prometido. Por una vez, estaba de acuerdo con su tía. Nose podía negar que aquel caballero era muy apuesto. Tal vez un poco mayor para ella, perosiempre le habían gustado los hombres así.

Dániel seguía contestando, lo más banalmente que le era posible, a las cuestiones que laseñora le planteaba. Se dio cuenta de que Roxana le miraba e intencionadamente hizo coincidirsus miradas en más de una ocasión, consiguiendo, por supuesto al instante, que la muchachadesviara su mirada. «¿Sería sincero aquel rubor y aquella inocencia que irradiaba la joven o tansolo era una treta femenina más para hacerle caer en sus redes?», se preguntó Dániel.

—Y dígame, ¿en cuál de sus propiedades piensa vivir con mi sobrina?—En el castillo de Trento, por supuesto. Es allí donde ha vivido mi familia desde hace

generaciones. Mientras mi hermano siga en el frente, no puedo abandonar el castillo. Cuandoregrese puedo plantearme otras alternativas. ¿Quién sabe? Tal vez nos mudemos a otro lugar.

—¡Vaya Roxana, no te quejarás! Aunque no conozco la mansión, he oído decir que es unade las propiedades más bellas de la comarca.

—Puede visitarnos en cuanto lo desee —invitó el señor de Trento.

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—Lo haré, os lleváis mi joya más preciada. Pienso comprobar con mis propios ojos quetal la cuida.

—Repito mi ofrecimiento encantando y ahora, si no hay inconveniente, creo que es horade emprender el regreso. Se está haciendo tarde.

Roxana se sintió aliviada al saber que el caballero se marchaba ya. Para ser el primerencuentro su corazón galopaba demasiado deprisa.

—Me habría gustado que hubiéramos podido cenar juntos —mintió la señora EmilyTubrique—, pero vos sois el que mandáis.

—Se lo agradezco, pero mañana debo estar sin falta en Trento y me temo que, si nopartimos enseguida, deberemos hacer noche en el camino.

Roxana se extrañó que el caballero hablara en plural. No sabía que hubiera venidoacompañado.

—Bien hijita, espero que estés contenta con mi elección.Roxana no pensaba mentir. No estaba dispuesta a seguir la corriente a su tía por muy

guapo que fuera el candidato. No le gustaba que hubiera acordado su compromiso sin consultarla ytenía intención de dejarlo muy claro, pero Dániel se le adelantó.

—Es muy pronto todavía. Necesitamos unos días para averiguarlo.El caballero se levantó sin previo aviso y extendió su mano hacía la muchacha,

preguntando.—¿Nos vamos?Roxana abrió los ojos desorbitadamente y sin comprender a que se refería, preguntó:—¿A dónde?—A casa, por supuesto —contestó socarronamente Dániel.La joven miró a su tía, interrogándola con la mirada.—Yo ya estoy en casa —aclaró, aunque le parecía algo obvio.Ahora fue Dániel el que miró a la señora Emily Tubrique y comprendió que esta no había

explicado toda la verdad a su sobrina. Se enfureció con aquella mujer por intentar dominar deaquella manera la voluntad de la muchacha. Él no estaba dispuesto a participar en aquel engaño.Se arrodilló frente a Roxana y dulcemente, como si hablara con una niña, intentó explicar lasituación.

—Desde hoy, esta ha dejado de ser vuestra casa. Vais a ser mi esposa y mi casa será lavuestra.

—Pero para eso falta mucho tiempo —interrumpió la dama.—El tiempo es algo muy relativo. Depende de a lo que vos llaméis mucho. Para mí unas

cuantas horas es poco tiempo.Roxana no pudo continuar sentada. Se levantó tan rápidamente que casi hizo caer al

caballero, que seguía acuclillado a sus pies.—Pero ¿qué locura es esta? ¿Queréis decir que vamos a casarnos ya?—Al venir para aquí, avisé al sacerdote para que lo preparase todo para mañana —

respondió él ya de pie.

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Roxana abrió la boca de par en par y ocultó la cavidad con sus manos.—¡Dios mío! mi compromiso va a ser el más corto de la historia. ¡Es imposible!—Me temo que no. Tengo mucho trabajo en mis tierras y esto está demasiado lejos para

tener que venir a cortejaros. En realidad, no tengo tiempo de cortejar a nadie, por eso elegí esposade esta manera. Cuando se lo propuse a su tía le pareció bien.

—Pero es… descabellado. Si ni siquiera me conocía.—Es cierto, pero me fío del buen juicio de mi hermano.—Tampoco conozco a vuestro hermano —replicó la joven, ya bastante alterada.—Él oyó hablar mucho de vos cuando llegó al castillo —respondió suavemente Dániel,

mientras la observaba pasear nerviosa de aquí para allá, negando con la cabeza.—Bueno, basta ya —sentenció malhumorada la señora Emily Tubrique, harta ya de tantos

buenos modos. Deja de comportarte como una chiquilla contrariada y asume tus obligaciones.Nuestra familia tiene una gran deuda con los Trento por habernos devuelto nuestras propiedades.Yo soy tu tutora y, como tal, puedo concertar tu matrimonio si así lo creo conveniente. Y da lacasualidad de que me parece la forma más justa de zanjar nuestra deuda.

Dániel quiso intervenir.—Señora, no es cuestión de …—Por favor señor de Trento, déjeme solucionar esto a mi modo.La señora Emily Tubrique se giró de nuevo hacía la joven y terminó su letanía.—Tu obligación es acatar y obedecer mis deseos sin protestar.—Pero tía, yo no puedo irme con él, acabo de llegar, necesito más tiempo, quiero …—Ya estamos con el yo quiero. Deja de avergonzarme ante este caballero. Doy gracias a

Dios porque tus padres no pueden verte en este momento.Roxana bajó la cabeza. Realmente se sintió culpable, aunque no supo de qué.La señora Emily Tubrique, al verla sumisa de nuevo se acercó y acarició torpemente sus

cabellos, añadiendo en tono conciliador.—Te aseguro que es lo mejor. Si ahora te instalas aquí, luego aún te será más difícil

marcharte. Créeme, es mejor así. Yo cuidaré de esto por ti y podrás venir a visitarme siempre quequieras.

Roxana continuó con la cabeza baja.—Anda, vamos, os acompañaré hasta la puerta.Roxana dirigida por el brazo de su tía, echó a andar sin saber muy bien porqué. Solo

cuando llegaron al final de la escalinata se detuvo y volvió a levantar la vista. La señora EmilyTubrique temió que volviera a insistir, pero ella se limitó a hacer una última petición antes demarcharse.

—¿Puedo despedirme de mamá Marta?La señora Emily Tubrique torció la boca en lo que parecía una sonrisa.—Ya has oído al caballero, debéis partir cuanto antes.—No creo que importe mucho un pequeño retraso —concedió de buen grado Dániel, muy

incómodo por aquella situación.

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Marta, que aún sollozaba en la cocina, escuchó gritar a Roxana por el estrecho pasillo quecomunicaba la entrada de la casa con las dependencias del servicio.

—¡Mamá Marta!, ¡Mamá Marta!—Estoy aquí hijita, estoy aquí.—Mamá Marta, me marcho, no puedo quedarme —exclamó sollozando la joven.—Ya lo sé, mi niña, ya lo sé. Si yo pudiera evitarlo.—Quiero morirme Marta. Me quiero morir.—No digas eso ni en broma, mi niña, ¿me oyes?, ni en broma —ordenó la sirvienta

zarandeándola levemente por los hombros.Roxana volvió a abrazarse a aquel voluminoso cuerpo.—¿Qué voy a hacer ahora, mami?—Seguir viviendo, mi niña.—Creí que la vida ya me había castigado bastante. Creí que no podía pasarme nada peor.Marta besó sus cabellos y los acarició amorosamente.—La vida todavía te depara algún golpe más, no lo dudes, pero también te sorprenderá

con algunas alegrías y ¿quién sabe? tu partida de esta casa puede conducirte a una de ellas. Vi a tuprometido cuando llegó y me pareció todo un caballero y además con buena planta. He oídohablar de él y todo han sido cosas buenas. Dale una oportunidad.

—Pero Marta, tengo que casarme con él mañana. ¡Mañana! Nadie me preparó para eso.Yo no sé qué debo hacer, no sé cómo comportarme.

Marta se compadeció de la pobre criatura.—Mi niña, ya es tarde para enseñarte, solo puedo decirte que te dejes llevar por tu

corazón. Él sabrá lo que debes hacer. Yo sé que eres fuerte. Sé que conseguirás superar todo estoy que lograrás ser feliz. Lo sé porque lo mereces. Te ha tocado madurar muy deprisa, pero siemprefuiste muy precoz para todo.

Roxana volvió a sentir que sus ojos se humedecían. Marta no la dejó llorar de nuevo.—Escúchame, eres fuerte, ¿me oyes? Eres muy fuerte y vas a superar toda esta pesadilla.

Da una oportunidad a ese hombre, es tu tabla de salvación. Te aseguro que a poco bueno que sea,estarás mejor con él que con tu tía.

La muchacha afirmaba con la cabeza mientras intentaba contener el llanto. Llegaronabrazadas hasta el vestíbulo. La señora Emily Tubrique, impaciente ya porque su sobrina partiera,se acercó presta a recibirla.

—Venga niña, no entretengas más al caballero que tiene cosas más importantes que hacer.«¿Más importantes?», pensó Roxana. «¿Más importante que conceder un último deseo a su

futura esposa antes de que abandone, quien sabe para cuanto tiempo, su hogar?».—En este momento —afirmó Dániel, como si hubiera adivinado los pensamientos de su

prometida—, no hay nada más importante que satisfacer los deseos de Roxan.Ella le miró de frente, por primera vez sin disimulos y se encontró con un rostro

complaciente y una franca sonrisa. Aquellas palabras parecieron concienciarla de su nuevoestatus. Secó sus lágrimas y adoptó un porte digno de la más respetable de las señoras.

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—Bueno hijos, si me disculpáis yo me despido ya. Es hora de tomar mi infusión medicinaly aquí la verdad, hace demasiado frío para mis viejos huesos.

Extendió su mano para que el caballero la besara y obsequió, con un fingido beso, lamejilla de su sobrina. A Roxana ni siquiera le importó. Parecía estar ya a muchos kilómetros dedistancia.

Dániel abrió el portón y Roxana salió sin titubear. Antes de que él pudiera seguirla, subrazo quedó aprisionado por las rollizas manos de Marta. Dániel se giró y miró dubitativo a lasirvienta.

—Disculpe mi señor el atrevimiento, jamás osaría molestarle si no fuera importante loque tengo que decirle.

—¡Habla!—Es sobre mi joven señora. Yo la conozco bien. Es todavía una niña, tierna e inocente en

muchos aspectos, pero sabrá ser toda una mujer si le da un poco de tiempo. Por favor, trátela contiento y ternura y no escapará como un pajarillo asustado.

—Veo que la aprecias mucho.—La vi nacer, la amamanté, cuidé de ella cuando era una niña y la protegí cuando ya no

estaban sus padres para hacerlo. Hágame caso, mi señor, sea paciente y gánese su corazón antesque su cuerpo. Ella sabrá agradecérselo.

Dániel era considerado por todos como un hombre justo y condescendiente con suscriados y en esta ocasión demostró una vez más que era cierto. Muy probablemente, otro habríamontado en cólera por el atrevimiento de aquella criada, pero él se limitó a sonreírle y contestar:

—Procuraré seguir tu consejo.Roxana esperaba ya dentro del carruaje. Ensimismada como estaba intentando retener en

su retina cada detalle de aquella fachada, muy probablemente no se percató de que su prometidoentraba en el carruaje y que este se ponía en marcha.

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CAPÍTULO 2

Solo cuando los altos muros de Tubrique desaparecieron por completo, ella pareció salirde su abstracción, pero continuó en silencio y su prometido lo respetó.

Sentado frente a ella, estuvo observándola largo tiempo. Su semblante estaba sereno,demostrando un gran dominio de sus sentimientos. Fue la primera vez que Dániel se sintióorgulloso de ella. Sin duda tenía mucha más madurez y serenidad de la que, por sus escasos años,se podía esperar.

—Lamento mucho que nuestro encuentro no haya sido muy agradable —afirmó Dániel.—Supongo que vos sois el menos culpable, si es cierto que no habéis contribuido a urdir

este engaño.—Es cierto —respondió con rotundidad Dániel.Y mucho más cordialmente, añadió:—Y por favor, me gustaría que dejáramos a un lado los tratamientos y formalismos.

Después de todo, en pocas horas seremos marido y mujer.Un volcán se encendió en el interior de Roxana y pronto el intenso rojo de sus brasas

alcanzó sus mejillas.—Lo siento, he vuelto a ruborizarte y no era mi intención hacerlo.Roxana intentó justificarse.—No es fácil para mí aceptar esta situación. Intentad comprenderlo.—Lo intento y hasta donde me permite mi condición de hombre, lo entiendo. Pero tú

también debes de entender mi posición. Necesito una esposa, necesito un descendiente y no tengodemasiado tiempo para perderlo en complejos rituales de cortejo. Me he visto obligado a seguirun orden inverso al usual. Cualquiera habría elegido una mujer, la habría cortejado, enamorado yluego desposado. Yo debo casarme y luego, por el bien de ambos, espero que acabesenamorándote de mí.

Roxana se sentía violenta con aquella conversación, así que rectificó el rumbo de lamisma, hacia derroteros menos comprometedores.

—Habladme de vuestra hogar.—No entiendo mucho, pero creo que nuestra casa es bastante hermosa. Mi cuñada se

ocupa de todo. Se instalaron allí al casarse y ahora con mi hermano en el frente, ella quedó bajomi protección.

—Mi tía me ha dicho que vuestro hermano liberó el castillo de Tubrique.—Así fue.

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—Yo ya no estaba cuando llegó. Me habría gustado darle las gracias personalmente.Él la observó un instante. De nuevo había adoptado un aire señorial, como corresponde a

la última representante de una dinastía.Dániel hizo esa leve mueca tan característica en él cuando quería impedir una de sus

sonrisas y comentó:—Él también se apenó al no encontrarte, pero aun sin conocerte ya te admiró a través de

los relatos que de ti le contaron tus siervos. Al parecer tu ayuda al envenenar a la mayor parte dela tropa enemiga fue vital para reconquistar el castillo.

—Mis actos solo los provocaba mi orgullo y mi sed de venganza. Aquella gente habíamatado sin ningún motivo a mis padres. Su hermano, sin embargo, auxilió mi castillo solo porservir al rey. Es más digna de elogio su forma de actuar que la mía.

Dániel ahora, no disimuló su sonrisa y añadió:—Yo no lo creo así. Aunque me consta que mi hermano es un valeroso guerrero, el deber

de un hombre es defender lo que crea justo. Una mujer, sin embargo, no está obligada a ello. Susdeberes son muy distintos.

Roxana dominó un nuevo temblor producido al imaginar cuales consideraría él deberesprimordiales de una mujer.

—Si tan importante es para un hombre defender lo justo, decidme: ¿por qué vos nolucháis?

—Hay muchas formas de defender lo justo, además cabe la posibilidad de que no sea tanvaliente como mi hermano.

Roxana se avergonzó de su comportamiento.—Lo siento, no era mi intención ofenderos.—No lo has hecho.Al momento el carruaje frenó de repente. Los caballos relincharon al verse obligados a

detener su frenética carrera y Roxana se precipitó sobre su prometido que tuvo que sostenerla paraque no terminara en el suelo.

El cochero golpeó insistentemente la capota mientras voceaba.—Problemas, mi señor.Dániel volvió a colocar a Roxana sobre el asiento y tras abrir la portezuela, saltó

limpiamente a tierra.En unos segundos evaluó la situación. Unos troncos atravesados, impedían el paso y tres

hombres, armados con gruesos palos, estaban parados a escasos metros del carruaje.—No salgas del carruaje, pase lo que pase —ordenó Dániel antes de cerrar la portezuela

y avanzar hacia los hombres.—¿Qué ocurre aquí?—Nada, si nos da lo que queremos.—Y, ¿qué es ello?—Todo a su debido tiempo —respondió el que parecía llevar la voz cantante.Dániel les observaba atentamente. Por sus ropas desgastadas, dedujo que eran desertores.

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Si estaba en lo cierto, estarían cansados y hambrientos, lo cual les convertía en desesperados ypor lo tanto en peligrosos. No parecían tener ningún adiestramiento especial en el cuerpo acuerpo. Así lo indicaba lo estratégicamente mal situados que estaban para perpetrar su ataque.Aún con todo, decidió ser cauto.

El mismo que había hablado antes, se acercó al carruaje con la intención de asomarse alinterior.

—Vaya, hay una mujer —comentó a sus compañeros. ¿Quién es?—Mi esposa.El hombre quiso abrir la portezuela, pero Dániel volvió a interponerse.—No tientes tu suerte y hagas algo de lo que luego puedas arrepentirte.Los ojos de Dániel centellearon y aquel hombre interpretó que su amenaza no eran simples

palabras y retrocedió cauteloso un par de pasos.—Decid lo que queréis de una vez y acabemos con esto.—Estamos cansados y tenemos hambre. Necesitamos dinero y caballos.Dániel echó mano a su cinto y sacó una bolsa llena de monedas.Si hubiera ido solo, se habría enfrentado a ellos, pero con Roxana allí no quería correr

riesgos. Lanzó la bolsa al aire y el hombre que tenía enfrente la atrapó.—Con eso tendréis para unos días. Los caballos los necesito yo.—No estáis en condiciones de exigir nada —afirmó bravuconamente el más alejado.—Coged lo que os ofrezco y largaros.—Haz salir a la mujer —propuso—, seguro que lleva algunas joyas encima.Su compañero tomó la manivela dispuesto a obedecer, pero Dániel apresó la mano con la

suya.—Mi paciencia tiene un límite y vosotros estáis a punto de rebasarlo.—Dejad de amenazarnos si no queréis que además os quitemos la vida —afirmó bravucón

el más robusto, mientras blandía amenazadoramente la estaca en el aire.El caballero le miró directamente a los ojos y muy pausadamente preguntó:—¿Quién me la va a quitar, vosotros?Roxana se asustó de veras cuando le escuchó hablar así. Supo que allí habían terminado

las palabras e iban a empezar los golpes y dedujo que su prometido llevaría la peor parte. Pensóque nada podía hacer él solo contra sus tres oponentes, pero se equivocó.

El que estaba más cerca del carruaje fue el primero en caer. Al segundo lo tumbó de tansolo dos golpes.

Roxana nunca había visto a nadie pelear así. Empleaba una técnica desconocida para ella.Sin ningún tipo de arma, solo con sus manos y sus pies, propinando golpes secos y certeros enlugares estratégicos, consiguió derribar al más fornido sin demasiado esfuerzo.

Cuando los tres estuvieron en el suelo, Dániel se dirigió al que se había guardado en elcinto la bolsa con las monedas y se la arrebató sin miramientos. Un instante después, los tresdesafortunados atacantes desaparecían campo a través.

La joven, descendió rápidamente para comprobar que su prometido estaba intacto.

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—¿Estás bien? —le preguntó Dániel.—Sí. ¿Y vos?—Perfectamente —respondió sin ninguna vanidad. Será mejor que retiremos esos troncos

cuanto antes y nos pongamos en camino.Dániel de Trento tomó del brazo a la dama y la acompañó hasta el carruaje para que

esperara en el interior mientras él y el cochero despejaban el camino.La mujer se detuvo en el primer peldaño y, reanudando la conversación que los asaltantes

habían interrumpido, afirmó sin miedo a equivocarse:—Yo no lo creo.—¿El qué? —preguntó Dániel sin saber a qué se refería.—Que no seáis tan valiente como vuestro hermano.Seguidamente Roxana entró en el coche, por eso no pudo ver la amplia sonrisa que se

dibujó en el rostro del caballero.Ya habían recorrido varias leguas y ella no podía dejar de pensar en el incidente y lo

valientemente que su prometido había reaccionado. Había sentido miedo por él y así se lo hizosaber.

—Hace un rato, cuando amenazasteis a esos hombres, temí seriamente por vuestra vida.—Te aseguro que no corrió peligro en ningún momento. Aunque, quizás tú lo habrías

considerado una suerte. Te habrías librado rápidamente de este compromiso forzoso.Roxana frunció el ceño contrariada. ¿Cómo podía creer que ella pudiese desear su muerte

ni aun en el caso de que así se librara del compromiso? ¿Tan miserable la consideraba?Dániel detectó su mal humor al instante.—No te enfades, solo bromeaba.Roxana no supo bien porqué, pero le creyó y sonrió abiertamente.—Vaya, deberías sonreír más a menudo. Eres todavía más bonita cuando lo haces.Roxana aceptó el halago encantada. No estaba acostumbrada a ellos, pero, como a toda

mujer, le eran imprescindibles para sobrevivir.Dániel se esforzaba por conseguir su confianza a marchas forzadas. En pocas horas sería

su esposa y debería comportarse como tal.Llevaban media jornada de ruta y empezaba a anochecer. El tiempo que se habían

entretenido con el altercado del camino, es el que ahora les iba a faltar para poder llegar a casa.—Pasaremos la noche en la próxima posada, no está muy lejos de aquí —anunció Dániel.

No quiero que la noche nos traiga más sorpresas desagradables si continuamos el viaje.A Roxana cualquier cosa que implicase retrasar la llegada a su destino le parecía

perfecta.Mientras degustaban una austera cena en el mesón, Roxana quiso saciar su curiosidad

averiguando donde había aprendido esa forma de luchar.—Mi maestro me la enseña desde que era niño y todavía sigo aprendiendo.—¿Maestro?—A él le gusta que lo llame así. Es mi instructor. Él dice que solo me ayuda a ejercitar mi

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cuerpo y mi mente y que ambos estén en armonía. En realidad no son técnicas de lucha. Nunca lasuso para atacar, solo para defenderme. Consiste en dominar tu cuerpo a través de la mente. Sellama kung-fu. Es un arte milenario procedente de las culturas orientales. Mi instructor es chino —puntualizó a modo de explicación.

—Suena muy difícil.—Lo es. Yo solo soy un principiante, mi maestro sí que es bueno. Jamás pierde la

compostura. Yo le he hecho rabiar durante horas, pero nunca he conseguido que montara en cólera.Continuaron charlando distendidamente durante la cena. Roxana lo catalogó como un buen

conversador. Eso también le gusto de él. Ella intentaba a toda costa no verle como el esposo queiba a ser en pocas horas. Si conseguía mantener ese pensamiento alejado de su cabeza todo ibabien. Sin embargo, si en algún momento se le cruzaba esa idea, empezaba a tartamudeartorpemente y se le quedaba la mente en blanco.

Dániel por el contrario, no dejaba de verla como la esposa que iba a ser en breve y laidea le atraía cada vez más. Nada más verla supo que era joven y estaba llena de vida. Despuésdescubrió que era hermosa y ahora se daba cuenta de que disponía de una mente despierta. Nohabría podido soportar una esposa con buena fachada y nada más. Empezaba a creer que suhermano le conocía mejor de lo que pensaba.

Roxana apuró el último sorbo de vino. No solía beberlo, pero ¡qué caray!, si era losuficientemente mayor para casarse, también debía de serlo para beber alcohol.

Su prometido, vertió un poco más de vino en su copa.—No, no quiero más. No estoy acostumbrada, por hoy es suficiente.—Solo un poco más, tenemos que brindar.Roxana accedió y levantó su copa imitando a Dániel.—Porque nuestra primera cena de desposados sea más suculenta que la última de solteros

—bromeó el caballero.Roxana volvió a turbarse. Estaba claro que él no dejaba de pensar en ello, pero ¿Acaso no

iba a permitir que ella lo olvidara?

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CAPÍTULO 3

La joven pasó su última noche de soltera en una lúgubre habitación. Según explicó elposadero era la mejor del lugar y su prometido se la cedió con gusto, pero desde luego no estabaal nivel de huéspedes tan distinguidos.

Roxana lloró desconsolada. Se sintió más sola que nunca. Recordó a sus padres y añorósu casa. Hubo un instante en el que incluso pensó en escapar de su destino, pero la posibilidad decaer en un destino más atroz todavía, en manos de algún desalmado, en medio de ninguna parte, lehizo desistir. Confiaba en que Dániel fuera paciente y le concediera un poco de tiempo, no podíaser de otra forma. Por otro lado, las palabras de Marta no dejaban de retumbar en su cabeza.«Dale una oportunidad. Ese hombre es tu tabla de salvación». Ella estaba dispuesta a darle unaoportunidad, pero, ¿estaría él dispuesto a dársela a ella?

Cuando Dániel golpeó a la mañana siguiente en la puerta de Roxana y esta abrió casi alinstante, se tranquilizó. También se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que lamuchacha hubiera huido despavorida o algo peor. En su situación, tal vez otra lo hubiera hecho.

—Buenos días. Estás más bella que ayer, si cabe —fue su saludo para con ella.—Es mi mejor vestido. Supuse que la ocasión merecía mis mejores galas.Dániel volvió a sentirse orgulloso de ella. Aquella jovencita estaba intentando con todas

sus fuerzas dominar todos sus miedos y con ello había conseguido cautivarle en pocas horas, cosaque muchas mujeres habían intentado y ninguna conseguido.

Mucho antes de lo que ella hubiera deseado, se encontró ante el altar. Era una capillahermosa, aunque sin nadie, a excepción de ellos, parecía desnuda. Al finalizar la escuetaceremonia, mientras él arreglaba el papeleo con el clérigo, Roxana, oculta tras una columna, secósus lágrimas.

Se sorprendió al sentir los labios de su ya esposo pegados a su oreja.—¿Qué te ocurre?—Nada.—Entonces, ¿por qué lloras?—No lo sé. La verdad es que no lo sé. Supongo que no es la boda con la que una sueña

toda su vida.Dániel la cogió por los hombros y la hizo girar hasta que pudo cobijarla en su pecho. La

abrazó y la consoló.—Lo siento. Debí pensar en ello, pero para mí no es tan importante el cómo sino el hecho

en sí. Eres mi esposa y aunque parezca extraño ya eres alguien muy importante para mí. A partir

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de ahora no debes preocuparte por nada, yo te protegeré de todo mal.La muchacha asintió sin confesar que ella no buscaba en un marido un protector, sino un

confidente, un amante, un cómplice y sobre todo un amigo. Seguramente sus ideas eran demasiadoavanzadas para su tiempo y sería mejor que se olvidara de sus sueños. Por un instante arrinconósus penas y se limitó a sentir los brazos de Dániel rodeando su cuerpo. Era la primera vez que laabrazaba y fue una sensación muy agradable. «Muchas envidiarían mi suerte y sin embargo, yo nohago nada más que quejarme», se recriminó a sí misma.

—Lo siento, pensaréis que soy una estúpida chiquilla que no sabe valorar lo que tiene.Dániel sin dejar de abrazarla, respondió:—Pienso que eres una mujer extraordinaria y me siento afortunado de que estés a mi lado.

No hace ni un día que te conozco y has despertado en mí sensaciones que desconocía queexistieran. Imagina qué me deparará el destino, contigo a mi lado para el resto de mi vida.

Roxana dejó de llorar y se abrazó con fuerza a su esposo.A Dániel, después de haber sentido su cuerpo pegado al suyo, le hubiera gustado besarla y

demostrarle cuanta pasión había ya en su interior, pero supo reprimir sus instintos. Comprendíaque era demasiado pronto, aunque no sabía cuánto tiempo podría controlarse.

Cuando regresaron al interior del carruaje, Roxana lo encontró distinto o quizás era ellamisma la que se sentía diferente. Su esposo se sentó a su lado y aprovechó el lento paseo hasta sumorada para ir mostrándole los alrededores de la que ya era su casa.

—Hasta esa pequeña colina llegan las tierras de Dalton, la casa no se ve desde aquí,queda al otro lado. Es uno de los mayores hacendados de la zona y su antipatía iguala a suspropiedades.

Roxana rio divertida por su comentario.—Allí vive Lanrech. Ian Lanrech.Tras una pequeña pausa, añadió:—Demasiado simpático, sobre todo con las esposas de los demás. Procuraré dejarte lo

menos posible a solas con él.Roxana volvió a reír. Ese tipo de comentarios le hacían sentirse atractiva y deseable. En

las últimas horas, para su sorpresa, había dejado de ser una niña y se había convertido en toda unamujer.

—Y en aquella casita de allí arriba ¿quién vive? —preguntó animada.Ahora fue Dániel el que sonrió maliciosamente.—Lady Megan —respondió—, con esa será mejor que no me dejes tú mucho rato solo.Roxana le propinó un codazo intercostal, que lejos de malhumorarlo, sirvió para

demostrarle que su desposorio no podía haber comenzado con mejor pie.—¡Vaya! —exclamó la joven poco después, con medio cuerpo asomado por la ventana del

carruaje—. Aquella edificación de allí sí que es preciosa.—¿Cuál? —preguntó Dániel, a sabiendas de que, desde su posición, solo era visible

Trento, su hogar.—Esa ¡mirad! —insistió ingenuamente ella.—¡Ah sí! Estoy de acuerdo contigo, a mí también es una de las que más me gusta.

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Podemos acercarnos para que la veas mejor.—¿En serio? ¿No le sabrá mal al dueño?—¿Por qué? ¿Por admirar y envidiar su casa? No lo creo. Además, son gente bastante

agradable para mi gusto.Dániel no dejó de mirar a su esposa. No necesitaba preguntar si le gustaba o no. Bastó con

observar su rostro para deducir el impacto que había causado.Cuando estuvieron más próximos, Roxana empezó a distinguir los hermosos jardines de

estilo francés, la rosaleda que la abuela de Dániel había plantado cuando era joven, el gran pinarde la parte trasera y la inmensa pradera verde en la que se perdía la vista.

—Debe de ser maravilloso cabalgar por esa llanura —comentó la joven, ensimismada.—¿Sabes montar?—Desde muy niña y, para vergüenza de mi madre, a horcajadas.—Creo que no habría problema en que practicaras por esa pradera si tanto te gusta.—¿En serio?—Por supuesto, siempre que lo hagas cuando nadie te vea. No quiero que la gente

empiece a murmurar a mis espaldas que me he casado con una mujer poco femenina.—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?—Yo pienso que nada, pero hablo por pura intuición. Desconozco lo femenina que puedes

llegar a ser.Justo en ese instante cruzaron el gran pórtico de hierro que daba entrada a la propiedad.

Roxana distinguió en uno de los costados el escudo familiar, exacto al que había visto grabado enla portezuela del carruaje.

—¿Esto es Trento?—Me temo que sí —respondió él, sin la más mínima vanidad.—¡Habéis estado burlándoos de mí!—En absoluto. Solo quería conocer vuestra sincera opinión —parodió Dániel imitando el

tono de ofensa de Roxana.Ella se giró hacía el costado fingiéndose enojada, cuando en realidad lo que pretendía era

no perder detalle de todo aquello. ¡Era tan distinto a Tubrique! Hasta el paisaje que lo rodeabaparecía pertenecer a otro mundo, diferente y lejano. Los colores, el verde de la hierba o el azuldel cielo, eran más vivos y el conjunto resultaba mucho más luminoso.

Dániel esperó unos minutos y preguntó:—Entonces, ¿te gusta tu nuevo hogar?Roxana se echó hacia atrás y respondió con desgana.—Este no es mi hogar. Es el vuestro. Yo solo debo vivir en él.A Dániel le entristeció su forma de pensar.—No me gusta que hables así —afirmó reclinándose también sobre el respaldo junto a

Roxana—. Esta es tu casa ahora y debes verla como tal.Ella no respondió.Dániel posó su mano sobre el brazo de su esposa.

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—¿Me prometes que cambiaras de opinión?—Os prometo que lo intentaré —respondió sin mirarle.—Bien, me conformo de momento. ¿Y qué me dices de retirarme el tratamiento y

tutearme?Ella giró la cabeza y le miró de frente, sonriéndole levemente.—Os prometo que lo intentaré.Dániel sonrió.—Vaya, no te gusta hacer concesiones ¿eh? No importa, sabré ganármelas.Roxana tenía la cabeza prácticamente apoyada en el hombro de su esposo. Seguía

mirándole, con su rostro a escasos centímetros.Él liberó el brazo izquierdo de su dama y muy despacio dirigió su mano hacía el derecho.

Tomó la muñeca y ascendió con ella hasta su propio cuello, donde la posó para regresarrápidamente casi al punto de partida, solo que esta vez, sujetó con fuerza la cintura de su esposa yla hizo girar, atrayéndola hacía él.

Roxana vio como el rostro de Dániel se aproximaba al suyo y sintió como posaba loslabios suavemente sobre los suyos. Le gustó la sensación y no le importó que hiciera una segundaaproximación y esta vez presionara con más fuerza su boca.

La mujer dejó que su esposo dirigiera el beso y se limitó a sentir. Continuaba con su manoen la nuca de él y le agradó sentir los cabellos de este entre sus dedos.

Tuvo que retirarse cuando sintió que una lengua descarada y audaz invadía su cavidadbucal, atropellando la suya propia. Nadie antes le había hecho nada parecido.

Dániel, que seguía sujetándola por la cintura, le concedió unos segundos para que serecuperara de la sorpresa y volvió a tirar de ella para sí, repitiendo la operación.

Esta vez su lengua no encontró ningún tipo de resistencia, al contrario, su homóloga salióal encuentro y jugueteó torpemente con ella.

Roxana, aturdida por el cúmulo de sensaciones nuevas, no se percató de que el carruaje sehabía detenido. Fue Dániel el que lo anunció.

—Hemos llegado. Tu casa te espera.La mujer recobró la compostura y mientras el caballero descendía del carruaje y le

ofrecía su mano, ella aprovechó para atusar su cabello y recolocar su vestido.Dániel sabía lo difícil que era este momento para ella. Llegaba prácticamente con un

extraño a una casa extraña, donde estaría rodeada de extraños. Así que intentó facilitarle laentrada en la medida de sus posibilidades.

La presentó a la servidumbre como si fuera la reina en persona la que hubiera llegado.Chu-linn, el maestro, la obsequió con una exagerada inclinación de cabeza, e incluso Sofi, lacuñada de Dániel, se mostró más atenta y cariñosa de lo que Roxana esperaba.

—Quiero que os sintáis lo más cómoda posible —le dijo nada más llegar—. Sé lo difícilque ha tenido que ser para vos dar este paso. Procuraré ayudaros en todo lo posible.

—Os lo agradezco. Voy a necesitar mucha ayuda —reconoció humildemente Roxana.Temía que pensarais que pretendía usurpar vuestro lugar aquí. Quiero que sepáis que nada máslejos de mis intenciones.

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—No os preocupéis por eso. No somos rivales, sino hermanas.Dániel observaba en silencio. Sabía que podía contar con la incondicional ayuda de su

cuñada, pero temía que la reacción de Roxana no fuera todo lo amistosa que deseaba. De nuevo suesposa supo agradarle.

—Dániel, ¿cuándo piensas celebrar la ceremonia?—Ya lo he hecho. Roxana es mi esposa desde primera hora del día.Sofia se sorprendió.—¿Ya os habéis desposado? ¡Dios mío, qué barbaridad! Dániel, ¡qué poco tacto! ¿Cómo

has podido hacerle esto? ¡Pobre criatura!—¿Pobre criatura? ¿Por qué? —inquirió él sin comprender.—La conoces, la arrancas de su casa y te casas con ella, todo en veinticuatro horas ¿te

parece poco?El hombre rio divertido ante el frente común que toda mujer hace cuando cree ver a otra

en peligro.—Roxan, puedes estar tranquila —afirmó sonriente Dániel—. Acabas de entrar bajo la

protección de Lady Sofi, nada debes temer.Su esposa, sonrió divertida por el tono pletórico de Dániel. La verdad es que en ese

momento no tenía temor a nada, al contrario, le estaban demostrando más cariño de lo que nadie lehabía demostrado en los últimos tiempos.

La pequeña burla de Dániel le valió un pequeño golpe en el hombro por parte de sucuñada y él se quejó exageradamente.

—¡Auu!, vamos, deja de regañarme. No he hecho nada malo, al contrario, estoyconvencido de que Roxan va a estar mejor aquí que bajo la protección de su tía Emily.

—No digas eso. Sea como sea la señora Emily Tubrique no deja de ser su único pariente.—No, no os enojéis con Dániel —interfirió Roxana—, muy posiblemente tenga razón en

lo que dice. No sé el motivo, pero mi tía Emily tenía muchas ganas de deshacerse de mí.—Bueno, sea como fuere, ahora estáis aquí y si vamos a tener que convivir a diario, yo

soy partidaria de retirarnos los tratamientos y tutearnos ¿No te parece?Roxana sonrió.—Como quieras.—¡Vaya, te felicito! —protestó él cruzado de brazos—, ya has conseguido más que yo.Roxana bajó la cabeza avergonzada. Dániel tenía razón, conocía a Sofi todavía menos que

a él y, sin embargo, ya estaba dispuesta a tutearla.—Bueno, Sofi te enseñará luego la casa —añadió el caballero, sin rastro de resentimiento

—, ¿quieres que yo te enseñe las caballerizas antes de reanudar mis tareas?—Me encantaría.—Pues en marcha —afirmó ofreciéndola su brazo.Dániel le mostró orgulloso sus caballerizas y Roxana supo agradecer el gesto en su justa

medida. No era muy normal que un hombre se molestara en enseñar sus caballos a una mujer. Nose las tenía por muy versada en esos temas y, por lo tanto, era una pérdida de tiempo malgastar

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saliva explicándoles la historia de un pura sangre, pero él lo hizo.De regreso a la casa, Roxana se mostró abierta y distendida.—Lady Sofi es encantadora.—Sí, sí que lo es. Enseguida se nombra defensora de los desvalidos.Dániel rio de buena gana y añadió bromeando:—La gente cree que vive bajo mi protección, pero en realidad es ella la que cuida de mí y

no al revés.—¿Lleva muchos años casada?—Sí, doce.—Y, ¿no tienen hijos?—No y no por falta de ganas. Ambos lo desean más que nada en el mundo, pero …Dániel miró de frente a su esposa y añadió:—Ese es uno de los motivos de mi apresurado enlace. Mi apellido debe tener continuidad

y creo que mi hermano no dará ningún vástago a la familia, así que he de encargarme yo.En cuanto ella bajó los ojos supo que empezaba a azorarse y quiso tranquilizarla.—Aunque tampoco debemos obsesionarnos con ello. Todo llegará a su debido tiempo.A Roxana, saber que la prisa era algo relativo, le tranquilizó bastante.Él abandonó la casa poco después y no regresó hasta que hubo anochecido. Cenaron

juntos y luego volvió a ausentarse para revisar algunas cuentas.Roxana se retiró a la habitación poco después y comenzó a desnudarse con la intención de

meterse rápidamente en la cama y fingir que dormía si Dániel entraba.Recordó mientras se desnudaba el maravilloso beso de su esposo cuando llegaron a

Trento y las piernas le temblaron. Sentía un inmenso cosquilleo en el estómago y deseaba que todolo que él le hiciera fuera tan agradable como eso. Pero, por otra parte, recordaba lasconversaciones que había escuchado en las cocinas de su casa, cuando las mujeres hablaban sobrela noche de bodas y el resto de las noches.

Todas coincidían en el daño que había sentido la primera vez que su marido las habíaposeído, incluso las veces sucesivas. Todas comentaban lo desagradable que era la mayoría de lasveces y lo poco que ellas disfrutaban. Roxana, inexperta como era, escuchaba aterrada los relatossobre gritos, dolor y sangre.

La puerta se abrió en ese instante y Roxana dio un paso hacia atrás sobresaltada.—Perdona —se disculpó su esposo—, te he asustado. No quise llamar por si ya dormías.Dániel avanzó hacia ella y Roxana, instintivamente, cubrió su cuerpo semidesnudo. Él

advirtió su reacción, pero siguió avanzando ignorándola para no darle más importancia.Al llegar junto a su mujer, se interesó por su primer día allí.—¿Cómo fue la tarde?—Bien, Sofi ha sido muy amable. Me ha mostrado hasta el último rincón del castillo.A Roxana le resultaba bastante difícil concentrarse en lo que decía. Veía a Dániel pegado

a ella, sin apartar sus ojos de su cuerpo y ahora sus manos acariciaban sus hombros. Le miró a losojos, intentando adivinar cuál iba a ser su próximo movimiento.

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Él sujetó las mejillas de su esposa y acercó sus labios para besarla. Ella, aunque en unprimer momento lo aceptó, recordando lo agradable que había sido la vez anterior, de pronto dioun respingo y se retiró.

—Lo siento —se disculpó avergonzada—, estoy muy nerviosa.Dániel volvió a acariciar sus brazos arriba y abajo.—Lo entiendo —afirmó comprensivo. Has tenido un día agotador. He pensado que, solo

por hoy, podía dormir en la habitación contigua para dejarte descansar.A Roxana se le alegró el alma y él se apresuró a añadir.—Solo por esta noche, claro.Ella no dijo nada, pero cuando Dániel volvió a besarla, sin la presión que suponía para

ella tener que acostarse con él, se entregó sin condiciones y todo su ser disfrutó y tembló deplacer.

Para Dániel, fue un sacrificio no gozar allí mismo de su esposa. La deseaba con todo suser. No podía dejar de pensar que iba a ser el primero que acariciara aquellos pechos firmes,aquella piel tan tersa y suave. El primero que invadiría su cuerpo y la llenaría de gozo. Muchasmujeres habían pasado por su cama, pero era seguro que ninguna era virgen. Ninguna había sidoexclusivamente suya. Pese a todo, sabía que valdría la pena esperar a que ella estuviera dispuestaa entregarse. Sería un momento sublime y egoístamente quería que para Roxana fuera unaexperiencia inolvidable. Valía la pena posponerlo.

Roxana durmió hasta bien entrada la mañana. Cuando despertó y vio el sol en lo alto, bajórápidamente, avergonzada por su holgazanería. No era un buen precedente, todos pensarían queera su costumbre.

Los sirvientes la informaron de que Dániel había salido al alba de la casa y que Lady Sofiestaba en la rosaleda. Decidió ir al encuentro de esta última y se internó en el laberinto depasillos, pensando que no sería difícil dar con ella. Tras más de media hora perdida en la marañade corredores, empezó a creer lo contrario.

Al fin, localizó una pequeña puerta que daba al exterior. Siguió el estrecho sendero con laesperanza de que desembocara en la rosaleda, pero no fue así. El estrecho camino terminabaensanchándose para dejar a la vista un semicírculo cubierto de verde hierba, perfectamentecortada a escasos centímetros del suelo y rodeada de enormes arbustos de más de dos metros dealtura, que cerraban el semicírculo.

El maestro Chu-linn, colocado en el centro se movía en extrañas danzas, elevando yestirando alternativamente brazos y piernas, como si luchara a cámara lenta, con un enemigoinvisible.

Roxana le observó inmóvil y en silencio e intentó luego marcharse sin ser vista.—No os vayáis, por favor —inquirió el maestro Chu-lin, si detener su danza.—Disculpad, no quería molestaros. Buscaba la rosaleda, pero me he perdido.—Es fácil desorientarse los primeros días, pero pronto sabréis guiaros por esos pasillos.

¿Queréis acompañarme un rato?—Será un honor.—Por favor, el honor es mío —replicó humildemente el oriental, acompañando sus

palabras con una leve inclinación de cabeza.

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—¿Qué es eso que estabais haciendo? ¿Es un baile?El comprensivo anciano, sonrió levemente.—No exactamente. Son mis ejercicios. Me ayudan a encontrar mi equilibrio interior.—Tuve la oportunidad de ver a mi esposo hacer algo parecido cuando veníamos para aquí

y nos asaltaron en el camino. Sus movimientos eran similares, pero mucho más rápidos. ¡Fueincreíble! Solo con sus manos consiguió derribar a tres hombres igual o más fornidos que él.Jamás había visto nada igual.

—La fuerza —explicó Chu-linn—, no está en el cuerpo sino en el corazón y en la mente.Chu-linn, detectó enseguida el espíritu inquieto que vivía en el interior de aquel diminuto

cuerpo. Charlaron durante un rato y comprobó con qué atención le escuchaba la joven. Cuandopidió permiso para volver a visitarle, supo que había captado un nuevo discípulo para susenseñanzas.

Gracias a las indicaciones de Chu-linn, Roxana dio al fin con la rosaleda.Sofia le contó la historia de cada una de las variedades y por qué las había elegido la

abuela de Dániel para plantarlas en aquel lugar. Fue una mañana muy provechosa. A través deChu-linn primero y de Sofi después, Roxana recabó mucha información acerca del carácter y lasmanías del hombre con el que se había casado.

—Nunca soportó que nadie le diera órdenes. Con su padre tenía verdaderas trifulcas porese motivo. Por las buenas consigues de él lo que quieras, pero si intentas convencerle a lasmalas, nadie le gana a testarudo —le advirtió Sofi sin perder la sonrisa—. Mi marido es muyparecido a su padre y con él sigue manteniendo las mismas discusiones acaloradas, pero en elfondo se adoran y harían lo que fuera el uno por el otro. No dudarían en dar la vida si hicierafalta, el uno por el otro. Estoy segura.

Almorzaron juntas y Sofi le comentó su propósito de abandonar el castillo por unos días.—Hace mucho que no visito a mis padres y creo que es un buen momento. Vosotros

necesitáis ahora un poco de intimidad y conmigo rondando a todas horas no la tenéis.—No tienes por qué hacer eso. Al contrario, me hará sentirme muy violenta saber que soy

la culpable de tu marcha.—¡Tonterías! Estaréis mucho mejor sin mí, ya lo verás.—Pero es que...—Pero es que nada. No se hable más. Está decidido —zanjó de buen modo Sofi—.

Quiero a Dániel casi como a un hijo. Era muy joven cuando yo me casé con su hermano y le hevisto crecer. Quiero lo mejor para él y lo mejor es que su esposa le atienda, le ame y colme todossus deseos.

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CAPÍTULO 4

Roxana tentó durante la comida su tolerancia al vino y su cuerpo pasó factura. Después decomer, hubo de acostarse, aquejada de un fuerte dolor de cabeza. La modorra la envolvió en unsueño soporífero del que despertó sobresaltada al notar que algo rozaba sus labios. Abrió los ojosy se topó de frente con el rostro de Dániel, prácticamente pegado al suyo.

—¡Hola!—¡Hola!—Me he asustado cuando Sofi me ha dicho que te has sentido indispuesta. ¿Estás mejor?—Sí, no ha sido nada. Creo que me pasé con el vino. No volveré a probarlo.Dániel acarició su mejilla aún sonrosada.—No debes de ser tan drástica. Todo en exceso es malo. Hay que encontrar su justa

medida.Dániel acostado a su lado, se inclinó sobre ella para besarla.Roxana entreabrió sus labios y dejó que profundizara en su boca.Él se deleitó a gusto. Parecía que su esposa estaba dispuesta para pasar a la siguiente fase

y no desaprovechó el momento. Sin dejar de besarla, su mano comenzó a deslizarse a lo largo delcuerpo de Roxana. Primero por encima de la ropa y a los pocos minutos, en cuanto consiguióremangar el vestido, se internó bajo las faldas. Cuando alcanzó las rodillas, pudo notar como sumujer se ponía tensa de nuevo y entonces, como buen estratega, retrocedió y desvió la atención dela joven hacia otro punto.

Cuando esta estuvo de nuevo relajada, prosiguió su avance. Pasó sin novedad las rodillasy continuó su ascenso internándose entre los muslos.

Roxana, por encima de la ropa, capturó la mano de Dániel y la retuvo.Él, se retiró un instante y tranquilizó a su esposa.—¡Shhh! ¡Relájate! Déjame hacer a mí.—No, no puedo, creo que...—¡Shhh!, claro que puedes. Bésame.Ella obedeció y de nuevo una hoguera calentó sus entrañas.Sentía como si esa mano masculina fuera puro fuego sobre su piel y volvió a sorprenderse

cuando sintió que se humedecía su ropa interior. Quiso detenerlo de nuevo, no entendía bien queestaba pasando, pero le fue imposible. Seguía aturdida en parte por el vino y en parte por aquel

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inesperado y placentero ataque.Él creyó ganada la batalla cuando su mano alcanzó el final de los muslos, pero fue como

un resorte automático.Roxana le apartó al instante y volvió a cubrir con su vestido la totalidad de sus piernas.Dániel plegó su pierna derecha y apoyó el codo en la rodilla, mientras atusaba sus

cabellos, intentando recobrar la compostura.Roxana respiraba agobiada.—¿Qué ocurre? —preguntó pacientemente Dániel.—Lo siento, vais demasiado deprisa.—¿Demasiado deprisa? ¡Te recuerdo que he pasado mi noche de bodas solo en mi

habitación!—Lo sé, pero no es suficiente —se quejó alterada Roxana.—¿Qué no es suficiente? ¿Crees que hay muchos que habrían accedido a eso?Roxana estaba muy nerviosa y contestó fuera de sí.—No lo sé ni me importa, yo solo he de vivir con vos.La mujer echó pie a tierra dispuesta a abandonar la cama, pero Dániel estuvo atento y se

lo impidió.—Espera. ¿Dónde te crees que vas?A Roxana atrapada de nuevo bajo el fuerte cuerpo de Dániel, se le humedecieron los ojos.—No quiero seguir con esto.—¿No quiero? Y lo que yo quiero ¿no cuenta?Dániel, que unos minutos antes ya veía conseguida su meta, ahora se sentía frustrado y

malhumorado. Respiró profundamente y trató de tranquilizarse. Sabía que con malos modos noconseguiría nada. Mucho más sereno afirmó.

—Oye, me he levantado al amanecer para que pudiéramos estar toda la tarde juntos.La joven sollozaba muerta de miedo. Su pecho subía y bajaba con movimientos

incontrolados, lo que todavía excitaba más a Dániel que no podía apartar la vista de ellos.—Tranquilízate —insistió meloso—, no quiero hacerte ningún daño, al contrario, si te

relajas podemos disfrutar los dos. No haremos nada que tú no quieras ¿de acuerdo?Dániel secó las mejillas de su esposa y las besó dulcemente. Sus besos fueron un bálsamo

para Roxana y más ahora, que sabía que nada debía temer.Los labios de Dániel abandonaron la boca de su mujer para posarse tras su lóbulo

izquierdo. Después lo hizo en su cuello y unos segundos más tarde en el centro del escote.Ella respiraba ya con toda la tranquilidad que los amorosos besos de su esposo le

permitían. Cerró los ojos y arqueó su cuerpo en un pequeño balanceo, como si su pecho corrieratras los labios de Dániel cuando estos lo abandonaban.

De nuevo sintió un calor inmenso sobre su corazón y no supo por qué. Él había liberado supecho izquierdo y ahora sus labios jugueteaban con el pezón.

A Roxana le faltó el aire y no pudo evitar que por unos segundos su pezón se perdieraentre los labios de Dániel.

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—No, basta —gritó sollozando de nuevo.Quiso apartarle y se produjo un forcejeo hasta que este consiguió aprisionar sus brazos

sobre la cabeza.—No seas estúpida —espetó de nuevo malhumorado. Lo deseas tanto como yo.Roxana no discutió. Se limitó a mirarle con los ojos inundados de lágrimas y suplicó:—Por favor, no me hagáis esto.Dániel la miró dubitativo. No sabía qué hacer. Desde luego no tenía intención de violar a

su propia esposa, pero, por otro lado, temía que esto se convirtiera en una costumbre. Si ahoracedía, cada vez que se acercara a ella, Roxana utilizaría la misma táctica para desarmarle. Fueracomo fuese, decidió que, por mucho que le doliera en ese momento, la muchacha se merecía unpoco de tiempo y algo de confianza.

La soltó y abandonó la cama y la habitación sin pronunciar palabra.Roxana pasó el resto de la tarde encerrada en la habitación. Su dolor de cabeza se

acrecentó y su estado de ánimo no mejoró tampoco. Fueron varios los momentos que, recordandolas escenas con Dániel, las lágrimas se escaparon en una cascada descontrolada.

Intentó analizar su comportamiento. Intentó auto convencerse de que no era correcto lo quehabía hecho, pero le era imposible.

Desde luego no sentía repugnancia por su marido, al contrario, desde el primer momentole pareció muy apuesto. Se había mostrado tierno y cariñoso con ella hasta que se sintiórechazado.

—¡Dios mío! —exclamó en voz alta. Yo no digo que no quiera hacerlo, solo necesito mástiempo. ¿Es mucho pedir acaso? ¿Es que debo pasar de un extremo al otro en dos días por elsimple hecho de que una tercera persona decidiese por mí en algo tan importante como esto?

Roxana volvió a sollozar. Se acurrucó sobre la cama y continuó llorando, sumida en sustribulaciones el resto de la tarde, hasta que, a última hora, Sofi entró para interesarse por suestado.

—¿Cómo te encuentras?—Un poco mejor, gracias —mintió Roxana.—Bien, ahora la cena acabará de templar tu cuerpo.—No deseo cenar, prefiero quedarme acostada.—¡Oh vamos! Es mi última noche con vosotros. Me gustaría que nos acompañaras.Roxana no quiso explicar lo sucedido a Sofi y no tuvo valor para negarse a complacerla.—De acuerdo, bajaré enseguida —cedió resignada.—Muy bien. Te encontrarás mejor con el estómago lleno, ya lo verás.Dániel había pasado el resto de la tarde con su maestro. Necesitaba liberar toda la cólera

que llevaba dentro y un poco de ejercicio le pareció la forma más inofensiva de hacerlo.El maestro supo que el espíritu de su discípulo estaba contrariado e imaginó el motivo.

Supo que no se equivocaba cuando, al preguntarle, este evitó contestar.Cuando llegó la hora de la cena, Dániel pensó que su cuerpo estaba lo suficientemente

castigado como para no alterarse ante la presencia de su esposa, pero se equivocó.

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Cuando la tuvo sentada enfrente, todo su ser volvió a revelarse y tuvo que evitar mirarlael resto del tiempo para contener sus deseos de levantarse y abrazarla.

Roxana, al ver que ni la miraba, dedujo que seguía enojado con ella y se entristeció.Por suerte Sofi estaba allí para mantener una mínima conversación porque si no, ellos no

habrían abierto la boca.—Dániel, le he comentado a Roxana esta mañana mis deseos de visitar a mis padres.El hombre se extrañó.—¿Ahora? Hace años que no los ves.—Por eso mismo. Me gustaría no dejar pasar ni un día más —replicó resuelta—. ¿Crees

que podrías disponerlo todo para que pudiera partir mañana mismo?—No sé a qué vienen tantas prisas, pero si es lo que deseas, no hay problema, yo mismo

te acompañaré.—¿Estás loco? ¿Serías capaz de abandonar a tu esposa a los dos días de casado?—Mi esposa y yo nos tomamos las cosas con calma —respondió con segunda intención—.

No supondría ningún problema que yo faltara, al contrario.Roxana agachó la cabeza herida. Si aireaba sus problemas conyugales delante de Sofi no

podría volver a mirarla a la cara. Por suerte, Sofi no pareció intuir lo que ocurría. Con el últimobocado Roxana se disculpó y se retiró a su habitación, aludiendo a su mal estado físico.

Dániel la siguió con la mirada mientras ascendía por las escaleras y cuando la perdió devista, terminó su copa de vino de un solo trago.

—Discúlpame —afirmó en cuanto posó la copa—, pero tengo algunas cosas que hacerantes de acostarme.

Se levantó y se acercó a su cuñada para besarla en la frente.—Podrás emprender tu viaje a media mañana. ¿Te parece bien?—Perfecto.Echó a andar, pero se detuvo cuando Sofi le llamó.—¿Sí?—No sé qué problemas tienes con tu esposa, pero no se te ocurra volver a utilizarme

como parapeto para herirla impunemente ¿entendido?Él agachó la cabeza como cuando de niño era cogido en una travesura y, mientras alisaba

sus cabellos con la mano, cabeceó resignado.—De acuerdo. ¡Buenas noches!Roxana se había sentido herida durante la cena. Dániel ni siquiera la había mirado una

vez. Estaba claro que se había enfadado con ella. «Gracias a Dios Sofi no parece haberse dadocuenta de sus frases con segundas intenciones», pensó algo aliviada por ello. Quería ser una buenaesposa y se estaba esforzando por conseguirlo. No soportaría que su cuñada se formara unaimpresión equivocada de ella. Por suerte se marchaba al día siguiente. Después, solo ante loscriados, ya no importarían las frases con segundas intenciones.

Se desnudó y se acostó en la gran cama. Acurrucada en una esquina, volvió a sentirsedesconsolada y volvió a llorar silenciosamente, amargada por no saber encauzar su vida.

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Dániel entró sin vacilar en la habitación e ignoró por completo a su esposa que se habíasentado en la cama, como si hubieran accionado un resorte mecánico.

—¿A qué habéis venido?Dániel apoyó las manos sobre la cama e inclinándose amenazadoramente sobre el cuerpo

de Roxana, afirmó irónicamente:—¿A qué voy a venir aquí, esposa mía, si no es a dormir?Se giró y se sentó sobre la cama para quitarse las botas.—Id a hacerlo a otra parte.—Ni hablar, amada mía, esta es mi habitación.—También lo era ayer y buscasteis otra.—Lo sé, pero no volveré a cometer ese error.Dániel continuaba desnudándose imperturbable, mientras la pobre Roxana palidecía cada

vez que él se despojaba de una de sus prendas.—No podéis dormir aquí —negó al punto de la histeria.—Puedo y voy a hacerlo.Roxana estaba enfurecida. Sabía que Dániel estaba burlándose de ella y no podía

impedírselo.—Está bien —gritó saltando de la cama—, si no os vais vos, lo haré yo.Dániel se puso en pie y le cortó el paso.—Ni se te ocurra abandonar la habitación —ordenó eliminando de su voz todo tono de

chanza. No quiero ser el hazmerreír de los criados. Nadie tiene porque saber que me he casadocon una chiquilla.

—No soy una chiquilla —espetó malhumorada.—Me lo creeré cuando lo demuestres.Roxana tuvo que tragarse toda su rabia. Sabía que él tenía parte de razón y no tenía

argumentos para defenderse. Bajó la vista e intentó serenarse.—Vuelve a la cama —exigió autoritario.Ella levantó la vista orgullosa y Dániel pudo ver en sus ojos más odio que nunca, pero no

se dejó impactar. Seguro de sí mismo, insistió una vez más, añadiendo un matiz pícaro a sumandato.

—Vuelve a la cama si no quieres que yo mismo te meta en ella.Roxana todavía estaba sopesando hasta qué punto estaba dispuesto a cumplir sus

amenazas cuando Dániel dio un paso al frente. Rápidamente giró y volvió enfurecida a la cama.Él volvió a tomar asiento y continuó desnudándose como si nada hubiera ocurrido.

Cuando se metió en la cama lo hizo ruidosamente, haciendo que todo el anclaje de madera crujiesey retemblase con sus botes y sacudidas. Se colocó prácticamente en medio de la cama e incluso ensu toma de postura, rozó deliberadamente, en más de una ocasión, el cuerpo de su esposa.

Por esa noche creyó que ya era suficiente. Tras unos minutos empezó a respirar pausada yrítmicamente, fingiendo que dormía y ella, al fin, se relajó y pudo dormirse.

Roxana se despertó a la mañana siguiente sin ningún motivo aparente. Permaneció inmóvil

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hasta localizar la posición de su esposo. Este, levantado ya, se movía sigiloso por la habitación.Lo vio pasar, semidesnudo, para tomar una camisa limpia del baúl. Se sintió culpable al

espiarle de esa forma, pero no pudo apartar la vista. Ella no tenía mucha base con la quecomparar, solo había visto el torso desnudo de algunos labriegos mientras trabajaban las tierras,pero las espaldas de su esposo le parecieron anchas y fuertes y una vez más tuvo que reconocerque era muy atractivo. Cerró los ojos rápidamente cuando sintió que se acercaba a la cama.

Dániel tomó las ropas de la cama y tiró hacia arriba para cubrir los hombros descubiertosde su esposa. Luego besó amorosamente sus cabellos y salió sigiloso.

Roxana continuó con los ojos cerrados un rato más. Estaba claro que su esposo ya noestaba enfadado con ella, si es que lo había estado en algún momento.

Se giró y apoyó la cabeza sobre la zona de la almohada en la que hasta hacía poco, habíadescansado la cabeza de Dániel. Aspiró su aroma y se sintió de nuevo a su lado. Su cuerpodespertó solo con su recuerdo y sin que Roxana comprendiera el motivo, sus pezones volvieron aendurecerse como cuando su esposo los había tenido entre sus labios. En ese momento hizo elfirme propósito de que, cuando esa noche él volviera a tomarla en sus brazos, ella dejaría decomportarse como una estúpida chiquilla. Empezaba a pensar que todas las historias que habíaescuchado en las cocinas de Tubrique eran solo patrañas. Nada que comenzara siendo tanagradable como lo que Dániel le había hecho el día anterior podía terminar siendo tandesagradable como esas mujeres decían.

Cuando calculó que él ya habría abandonado la casa, se levantó y salió de la habitación.No quería perderse la partida de Sofi y como no sabía la hora exacta, era mejor que bajara contiempo.

Después del desayuno se retiró de nuevo a su habitación y volvió a salir cuando escuchó aSofi llamarla desde las escaleras.

Se asomó a la barandilla. Unos baúles ocupaban el centro del recibidor.—Los ha mandado tu tía —informó Sofi.—¿Qué son?—Al parecer pertenencias tuyas.—¿Mías? No creía que quedara nada mío allí. ¿Quieres ir abriéndolo mientras bajo?Sofi obedeció y Roxana reconoció al instante el vestido que estaba arriba de todo.—Ese vestido era de mi madre.Sofi lo sacó y lo extendió.—Pues creo que es tu talla. Deberías probártelo, puede servirte para la fiesta.—¿Qué fiesta? —preguntó Roxana deteniendo de nuevo su descenso.—La que Dániel prepara para presentarte a la vecindad. ¿No te lo había dicho? ¡Vaya!

igual pensaba darte una sorpresa y yo lo he estropeado.—No Sofi, no te preocupes —intervino Dániel que en ese momento entraba por la puerta

—, simplemente anoche no me dio tiempo a comentárselo.Roxana le miró recelosa. ¿A que venía ese nuevo ataque? ¿No estaba ya todo olvidado?Sofi notó la tirantez y rompió el hielo.—Tal vez la sirvienta que ha mandado tu tía sepa hacer los arreglos pertinentes.

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—¿Sirvienta? —volvió a extrañarse Roxana.—Sí, con los baúles tu tía nos ha cedido una de las sirvientes de Tubrique, o eso he

entendido yo al menos. ¿No es así Dániel?—Sí, en efecto. Pero no creo que sepa coser, es cocinera.A Roxana se le alegró el rostro y volvió a pararse ante el último tramo de escaleras.—¿Cocinera? —repitió.Sin esperar respuesta se lanzó escaleras abajo mientras exclamaba:—¡Tiene que ser mamá Marta!Roxana arrolló literalmente a Dániel en su descenso y este tuvo que sujetarla para que no

cayera.—No, no es mamá Marta —negó Dániel sin soltarla—. Esta se llama Gertrudis.Roxana temió que fuera una mentira solo para lastimarla.—No puede ser —negó decepcionada—. Mamá Marta es la cocinera de Tubrique. Ella es

la mejor.—Lo siento —se lamentó Dániel—, seguramente tu tía lo sabe y por eso se la ha quedado

para ella.El rostro de Roxana se apagó. Un nuevo desencanto en su vida. Habría sido demasiado

hermoso que su tía hubiera tenido en cuenta su estado de ánimo y hubiera pensado en reconfortarlacon la presencia de mamá Marta.

Sofi abrazó cariñosamente a Roxana.—Lo lamento mucho, parece que tienes en gran estima a esa sirvienta.—Ella cuidó de mí cuando nadie podía hacerlo. Seguramente le debo la vida, pero ya,

¿qué importa? —inquirió desanimada.—No digas eso, a nosotros nos importa y mucho. Anda, anímate. Mira, ¿por qué no

probamos estos vestidos antes de que yo me marche? Me muero de ganas por verterlos puestos.Sofi supo que Roxana solo había accedido por darle gusto y ella deseó animarla antes de

su marcha.—Dániel, haz que alguien nos suba esos baúles a la habitación ¿quieres?Él las vio ascender por las escaleras y se sintió contagiado de la inmensa tristeza que

había visto en el rostro de su esposa. No le gustaba ver sufrir a nadie, pero mucho menos a alguientan indefenso como Roxana.

La joven, enfundada dentro de aquellos maravillosos vestidos, volvió a sentir a su madrejunto a ella y desapareció la tristeza, haciendo que la idea de la fiesta fuera cada vez másatractiva.

—Siento mucho que no te quedes para la reunión.—¡Bah!, yo ya he estado en muchas veladas de ese tipo y esta es la tuya. Nadie debe

hacerte sombra, ni siquiera una vieja como yo.—No digas eso, tú no eres vieja.—Sin Enrique a mi lado, es así como me siento.—Lo amas mucho ¿verdad?

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—Más que a mi vida.—Y ¿lo amabas cuando te casaste con él?—Bueno, yo no diría tanto, pero desde luego no me disgustaba la idea de que fuera mi

esposo.—Dime ¿cuánto tiempo te cortejó?No demasiado, solo unos meses. Nuestro compromiso fue algo especial. Nuestros padres

habían concertado para ambos otros matrimonios, pero la fatalidad hizo que su prometida y miprometido fallecieran casi al mismo tiempo. Mis padres habían elegido para mí un hombre muchomayor que yo, así que acogí con agrado la idea de un nuevo pretendiente, más joven y apuesto.Cuando descubrí que además era sensible y amable, mi felicidad fue plena.

A los pocos meses de casados ambos estábamos ya mutuamente enamorados.—¡Qué suerte! —exclamó espontáneamente Roxana—, ¡ojalá mi historia termine igual!—Terminará —vaticinó Sofi—, solo debes poner un poco de tu parte. Dániel es todavía

más tierno y cariñoso que su hermano si cabe y estoy segura de que ya ha empezado a sentir por tialgo muy especial.

—Sí, odio —afirmó muy convencida Roxana.Sofi no pudo evitar la carcajada.—¡Dios mío! ¡Qué disparate! ¿De dónde has sacado una idea tan absurda?Sofi volvió a reír.—¡Qué tontería!Roxana no hizo más comentarios, pero siguió pensando que no era tan descabellada su

idea.La mayoría de los vestidos le quedaban perfectos. Parecían hechos a la medida. Al fin, se

decidieron por uno.Roxana giraba con él cuando su esposo entró en la habitación. Ella se detuvo al instante.—Dániel, ¿qué te parece? —inquirió Sofi—. ¿A qué le está perfecto?La joven bajó la mirada temiendo que su esposo aprovechara la ocasión para herirla de

nuevo.—¡Estás preciosa! —afirmó orgulloso—, seguro que eres la más bella de la fiesta.Roxana levantó la vista y sonrió ampliamente.—Más si luces una de esas sonrisas —añadió Dániel de buen grado.Ella no pudo retener el impulso de besarle en la mejilla y cuando lo hizo, fue él el

sorprendido.—Venía a decirte que todo está preparado. Podemos irnos cuando quieras —afirmó

Daniel tras unos segundos, sin poder apartar su mirada de Roxana.—¿Pero al final vas a acompañarme?—Solo un tramo, hasta que cruces el bosque.Sofi fue a decir algo y él la interrumpió.—No es negociable —afirmó categóricamente con el dedo índice levantado.Dániel caminó hacia la puerta y cuando llegó a ella se giró como si hubiera recordado

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algo.—Roxan, he pensado que tal vez más tarde te apetecería cabalgar. He dejado orden en los

establos de que te tengan preparado un caballo por si decides hacerlo.La joven, volvió a sonreír agradecida.

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CAPÍTULO 5

Los vio partir desde uno de los ventanales, incluso le pareció que Dániel, desde lo alto desu caballo, miraba hacia el ventanal de una forma especial.

Más tarde, visitó las cocinas para ver a la tal Gertrudis. No pertenecía a Tubrique, sinduda era una de las sirvientas que su tía Emily había traído consigo cuando se instaló allí.

Comió sola y después deambuló por los pasillos, intentando empezar a distinguir los unosde los otros. A media tarde decidió aceptar el ofrecimiento de Dániel y se acercó hasta losestablos para ver qué caballo había elegido para ella.

Era un purasangre, negro azabache, precioso. El jefe de cuadras mostró su preocupacióncuando su señora insistió en montarlo.

—Señora, es un caballo muy brioso. ¿Está segura de que podrá dominarlo? El señorasegura que es usted un excelente jinete, pero tal vez sería mejor que montara esa otra yegua, esmucho más tranquila.

—No, quiero este. Además, es el que mi esposo ha elegido.—Al menos, déjeme que la acompañe.—No es necesario, no me pasará nada. Quédese tranquilo.Roxana consiguió al fin que el bondadoso Justo le entregara las riendas del caballo. Lo

más difícil fue subir con aquellas voluminosas faldas. Habría preferido montar con sus calzas dehombre, pero no le pareció correcto hacerlo a esa hora del día. Como Dániel había dicho, alguienpodía verla.

Roxana comenzó con un trote suave y en cuanto cogió el tino a las riendas y comprobó queel caballo obedecía sus órdenes, se lanzó a un galope desenfrenado, rumbo a la pradera que vio alllegar a Trento.

Dejó que el viento golpeara con fuerza su cara y despeinara con rabia sus cabellos, comotantas veces había hecho en las laderas cercanas a Tubrique.

Cabalgó hasta que las fuerzas del caballo y las suyas propias se agotaron casi al mismotiempo. Solo entonces se rindió a la evidencia y aflojó el ritmo.

Por su derecha, vio descender por la ladera otro jinete que se dirigía directo hacia ella.Se detuvo asustada. El hecho de que el desconocido agitara el brazo en forma de saludo, latranquilizó ligeramente.

Cuando se aproximó, comprobó que era un hombre y por su aspecto y sus vestimentas, uncaballero.

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—¡Buenas tardes! —saludó cuando estaba a poca distancia.—¡Buenas tardes! —respondió cortésmente Roxana.—Por un momento me habéis tenido con el corazón en un puño —comentó el caballero—.

Al veos cabalgar tan rápido pensé que teníais problemas para controlar vuestro caballo.—Pues os equivocáis, no hay ningún problema entre mi caballo y yo.—Es un ejemplar magnífico.—Sí, sé que lo es —respondió todavía desconfiada, mientras acariciaba las crines del

animal.—El caballo me resulta familiar, sin embargo, es seguro que a vos no os he visto nunca.

Jamás habría olvidado un rostro tan bello.Roxana seguía manteniéndose reservada. El aspecto y los modales eran de un caballero,

pero no quería confiarse.—Disculpe mi torpeza —añadió el desconocido, acercando su caballo—, permitid que

me presente. Soy Ian Lanrech.Roxana recordó perfectamente el nombre. Su esposo lo había mencionado camino de

Trento, incluso bromeó con su fama de excesivamente simpático con las mujeres.Roxana abandonó su frialdad y extendió su mano cortésmente.—Soy Roxana de Tubrique —al instante rectificó—, quiero decir Roxana de Trento.El caballero la miró asombrado y tardó unos segundos en repetir.—¿De Trento?—Así es, mi esposo Dániel de Trento es el dueño de estas tierras.—Sé quién es Dániel de Trento, pero desconocía que hubiera contraído matrimonio.—Pues lo ha hecho —reafirmó orgullosa Roxana.—Ahora entiendo la invitación que recibí esta mañana. No comprendía el motivo.—¿Os ha invitado a nuestra fiesta?—Así es. ¿Os molesta?—En absoluto. Solo me sorprende. Creí que mi marido os tenía por un «robaesposas» de

poco fiar.Ante la tremenda carcajada del señor Lanrech, Roxana se arrepintió de su irreflexivo

comentario.—Por favor, olvidad mis palabras. Mi esposo se enojará conmigo si llega a enterarse.—Será nuestro secreto. Aunque lo cierto es que me honra que un competidor me tenga en

tan alta valía.—¿Dániel su competidor?—Uno de los más acérrimos y duros rivales —afirmó con gran dosis de teatralidad el

caballero—. Al parecer solo a vos le debo que a partir de ahora tenga el campo libre.Roxana volvió a reír divertida por las palabras del caballero.—Me alegro de que vengáis a mi fiesta. Al menos conoceré a una persona.—No faltaría por nada del mundo.

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—Hasta la fiesta entonces.—Ha sido un placer inesperado y maravilloso.Roxana aceptó el halago.—He de marcharme, se preocuparán si no llego antes del anochecer.—Cabalgue con cuidado o matará a alguien de un ataque al corazón —aconsejó Lanrech

cuando Roxana ya había emprendido el regreso a casa.—¡Señora, ya está aquí! —se alegró Justo, el jefe de cuadras—, empezaba a

preocuparme.—Ya le dije que no había motivo. ¿Ha regresado mi esposo?—No señora, todavía no.A Roxana, el paseo le había sentado estupendamente, pero en cuanto entró en la casa sus

ánimos desaparecieron de nuevo. Volvió a sentirse atrapada en sus miedos. Se asustó al pensarqué pasaría cuando Dániel regresara y encima, ahora, ni siquiera tenía el apoyo de Sofi.

Se sentó a la mesa para cenar sin demasiado apetito y cuando descubrió que la nuevacocinera enviada por su tía había preparado perdices desaparecieron los últimos vestigios dehambre.

Se retiró a su habitación y se entretuvo con un libro que había cogido de la biblioteca.Ya había anochecido cuando llego el señor de la casa. Escuchó ruido de caballos en el

patio y poco después su esposo entró en la habitación.—¡Buenas noches!—¡Buenas noches! ¿Qué tal el viaje? —se interesó Roxana.—Bien.—Habéis tardado mucho.—Al final acompañé a Sofi hasta su destino. Me quedo más tranquilo así. He cabalgado

sin detenerme en toda la tarde —se quejó echándose mano a los riñones.—Hace rato que anocheció, estaba preocupada.Dániel la miró sorprendido.—¿De verdad?Roxana en un ataque de timidez repentina, bajó la cabeza.—Me han dicho que no has cenado. ¿Te ocurre algo? —se interesó Dániel.—No. No tenía demasiada hambre y la nueva cocinera ha preparado uno de los pocos

platos que odio.—Pues haber pedido otra cosa.—No, es igual.—Venga, baja conmigo y cenaremos juntos. Seguro que ya has hecho hambre.—No, no quiero importunar en la cocina. Bajad vos.Dániel se acercó y tomó su mano, tirando para que se levantara mientras exclamaba.—No sin ti.Roxana le siguió encantada, aunque no transigió en que le preparan otra cosa. Se conformó

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con una porción de pastel de pasas y una jarra de hidromiel. A él le sirvieron una generosa raciónde perdices.

—Cuéntame ¿qué has hecho en mi ausencia?Roxana estaba deseando que se lo preguntara así que contestó emocionada.—Salí a cabalgar.Justo ya se lo había comentado, pero Dániel hizo como si no lo supiera.—¿Te gustó el caballo que elegí para ti?—Es magnífico.—¿Seguro? Mi jefe de cuadras no estaba seguro de que fuera el indicado. Pensaba que

tenía demasiado carácter para una mujer.—En absoluto. Ha sido maravilloso.Dániel, a pesar de la escasa luz y la distancia que los separaba, vio como centelleaban los

ojos de su esposa y se alegró de que ya hubiera algo en Trento que le hiciera vibrar.—Me encontré con uno de nuestros vecinos.Dániel se percató de que había dicho nuestro y no vuestro.También esto le gustó, aunque no hizo comentario alguno.—¿Ah sí? —exclamó sin dejar de saborear las excelentes perdices.—Sí. El señor Lanrech.—¿Lanrech? —repitió sorprendido—. ¡Qué casualidad!—Dijo que lo habíais invitado a la fiesta.—Es cierto —respondió algo intrigado—. ¿Qué más te ha dicho?Roxana tardó unos segundos en contestar y lo hizo con cierto toque acusador.—Me ha dicho que se alegraba de que uno de sus más acérrimos rivales en el arte de

seducir, se hubiera retirado de la competición.Dániel, a punto de introducir un nuevo trozo de carne en su boca, se detuvo a mitad de

camino y regresó con él al plato. Sin levantar la cabeza para que su esposa no pudiera ver susonrisa, arqueó las cejas para mirar por encima de la copa de vino que acababa de coger yrespondió con otra pregunta.

—¿Eso ha dicho? —inquirió pícaramente.—¡Aja! —exclamó Roxana, deseando escuchar qué tenía que decir al respecto.Él sonrió maliciosamente y siguió degustando la cena, sin dar la más mínima explicación.—Es una pena que no te gusten las perdices, están deliciosas —comentó tras tragar otro

exquisito bocado.Ella frunció el ceño divertida. La respuesta de Dániel había sido de lo más elocuente. Era

evidente que las palabras de Lanrech eran muy ciertas. Tal vez a otra le habría enojado eldescubrimiento, pero Roxana, en cierta forma, se sintió halagada de que alguien tan familiarizadocon el sexo femenino, la hubiera elegido a ella.

Dániel volvió a mirarla y ella creyó interpretar en sus ojos que no era para él ningúnsacrificio abandonar esos flirteos y dedicarse en cuerpo y alma a su esposa.

A Roxana le gustaba creer eso, aunque al mismo tiempo le produjera un tremendo

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terremoto en su estómago.Cuando él terminó de cenar, ambos abandonaron la mesa. Ella se dirigió a las escaleras y

dio por hecho que su esposo seguiría sus pasos.—Voy un momento a los establos —anunció Dániel a pie de escalera. Quiero comprobar

que mi caballo se ha recuperado de la cabalgada. Vete subiendo, yo volveré enseguida.Roxana le vio salir y en cuanto cerró la puerta echó a correr escaleras arriba. Entró en la

habitación sin aliento y corrió a buscar su camisón. Quería que Dániel la encontrara ya en la cama.Si tenía que desvestirse ante él, estaba segura de que se agotaría su valor antes de llegar a lacama.

Jamás se había desvestido con tanta celeridad. Dio un salto y se introdujo en la cama,pero, al momento, se dio cuenta de que no había destrenzado sus cabellos. Volvió a salir y soportólos tremendos tirones que ella misma se dio con las prisas. Cepilló rápidamente su melena yvolvió a la cama. Intentó adoptar una postura atractiva y a la vez natural, pero todas le parecíandemasiado falsas. Estaba en esa tarea cuando Dániel entró. Sintió como su atenta mirada latraspasaba y su respiración empezó a alterarse.

Su esposo permaneció inmóvil unos segundos, después se sentó en su lado de la cama, deespaldas a ella y empezó a desnudarse.

Roxana admiró su torso y deseó tocarlo.El momento se acercaba.Dániel terminó de desvestirse. Retiró las sábanas y se introdujo en la cama.Ella le vio aproximarse y cerró los ojos. Sintió que los labios de Dániel se posaban en su

frente y abrió los ojos extrañada. El rostro de su esposo estaba muy próximo al suyo. Él le sonrióy musitó:

—¡Buenas noches!Sin más se giró y se colocó de espaldas, en el extremo opuesto de la cama.Roxana sorprendida, se giró hacia el otro lado, dándole la espalda. Permaneció perpleja

unos minutos. «¡Qué comportamiento más extraño tenían los hombres!», pensó. Un día quierencomerte a besos y al día siguiente han perdido todo interés por ti. Pero, en fin, no iba a ser ella laque protestara ahora por no verse obligada a hacer algo que no deseaba. «¿No lo deseaba?», sepreguntó. Ya no estaba tan segura de sí su interés lo provocaba la curiosidad o el deseo, pero yano podía negar que deseaba hacerlo.

Había aprendido a aceptar las cosas como venían, así que dejó de romperse la cabeza poralgo que ella no podía solucionar. Pronto, más cansada de lo que ella misma pensaba, se sumergióen un placentero sueño.

Dániel no tuvo tanta suerte. Aunque su cuerpo reclamaba con insistencia su merecidodescanso, su cabeza no estaba dispuesta a concedérselo. No podía apartar de su mente la idea deque, si alargaba su mano, podría tocar aquel cuerpo virginal. Recordaba lo difícil que había sidono posar sus labios sobre los de Roxan y conformarse con besarla en la frente. Su intención eraprovocar en ella el mismo deseo que él sentía ya por ella, pero ahora se daba cuenta que le iba aser muy difícil no sucumbir ante aquella tentación.

Giró sobre sí y quedó situado justo detrás de su esposa. Escasos centímetros separabansus cuerpos. Admiró aquel rostro relajado y su mano escapó para tocarlo. Lo hizo suavemente,

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casi sin rozarlo. Roxana no pareció advertirlo así que posó su nariz sobre sus cabellos y aspiró suaroma. Olía a campo, a trigo, a manzana, a primavera. Su atrevida mano, separó la sábana y elcuerpo de Roxana en toda su longitud quedó a la vista. Sintió que le faltaba el aire y abrió la bocapara que una profunda bocanada llenará rápidamente sus pulmones. Cuando recuperó el aliento,cerró los ojos y descendió con su rostro hasta escasos centímetros del contorno de Roxan. Lapunta de su nariz casi rozó su hombro. Luego se separó para descender por su brazo y casi nopudo dominar sus labios cuando pasaron junto a las caderas. Algún día, aquel cuerpo se rendiríasin condiciones a él. Sin imposiciones, por propia voluntad. Imaginó como sería ese momento y loque ambos disfrutarían y su respiración volvió a acelerarse reclamando más oxígeno. El caminode regreso fue igual de peligroso. Su dedo índice retiró con cuidado los mechones de pelo queocultaban su cuello. Su dedo corazón tuvo el privilegio de rozar su piel y acariciar su lóbuloizquierdo y volvió a deslizarse por su mejilla. Las yemas de sus dedos dibujaron el contorno desus ojos. Entonces, ya tan cerca, le fue imposible no posar sus labios en aquellos labios y depositóun dulce y fugaz beso en ellos. Al instante cubrió el cuerpo de Roxana y volvió a su lado de lacama, con el firme propósito de no volver a rebasar los límites de la cordura.

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CAPÍTULO 6

La mañana siguiente había una gran actividad en el castillo. Todos colaboraban en lastareas de acondicionamiento para la gran fiesta de esa noche. Roxana intentó aportar su granito dearena, pero parecía que todo estaba ya organizado. Estorbaba en la cocina, estorbaba en lossalones, estorbaba en los jardines, incluso en las cuadras, donde estaban habilitando el mayorespacio posible para alojar a los caballos de los invitados. Al final, terminó refugiándose en elpequeño jardín de Chu-linn, al parecer, el único que no había alterado su rutina cotidiana.

Dániel abandonó sus tareas para comer con Roxana y permaneció el resto de la tarde en elcastillo, supervisándolo todo.

Rio divertido cuando les sirvieron la comida y Roxan se negó a comer los sesosrebozados.

—Os aseguro que hay muy pocas cosas que no me gusten para comer, pero evidentementeGertrudis tiene un sexto sentido para adivinarlas —comentó malhumorada.

—Empiezo a pensar que tu tía quiere ponerte a dieta —bromeó Dániel.—No estoy gorda —protestó Roxan ofendida.—Yo no digo eso —respondió malicioso—. Por lo poco que he podido ver, diría que tus

proporciones son perfectas.Roxana estuvo tentada de recordarle lo concienzudamente que había sido observada la

noche anterior, pero prefirió callar para no delatarse a sí misma.Algo más tarde, encontró a su esposo sentado en un rincón apartado del jardín. Estaba

algo pálido y masajeaba sus sienes con ambas manos.—¿Os ocurre algo? —preguntó preocupada.Dániel se levantó al instante.—No, no es nada. Me duele un poco la cabeza. Debe de ser la tensión de la fiesta. Hace

mucho que no organizaba ninguna, creo que no estoy para estos trotes.—Puedo decir que os preparen una tisana, os aliviará.—No, no hace falta. Se está haciendo tarde. Subiré a cambiarme de ropa, pronto

empezarán a llegar los invitados.—Pero...Él posó su dedo sobre los labios de Roxana.—No es nada. Se me pasará enseguida si no le hago caso.Dániel desapareció rumbo a la casa y Roxana tardó aún un rato en entrar para vestirse.

Creyó que él ya se habría marchado, pero continuaba en la habitación.

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Vestía una hermosa chaqueta de raso azul zafiro que hacía juego con los pantalones delmismo tono. Las elegantes chorreras blancas de su camisa escapaban por encima de la chaqueta.

Roxana se quedó como una estúpida, plantada delante, mirándole ensimismada y casi sinparpadear. Dániel, divertido por el efecto que había causado en ella, preguntó sonriente, mientrasse acercaba:

—¿Impresionada? ¿Acaso no te habías dado cuenta hasta ahora de lo presentable que es tuesposo?

—Eso es algo que advertí en cuanto os conocí —confesó Roxana de buen grado.Dániel la tomó por la cintura y la atrajo hasta él.—¿Ah sí? Pues no me habías dicho nada.—Bueno, pues lo digo ahora.—¿El qué? —preguntó intentando provocarla.Ella aceptó el juego.—Que sois el hombre más apuesto que he conocido nunca.Dániel soltó una tremenda carcajada y cuando vio cómo se sonrojaban las mejillas de su

esposa, la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.—Por fin un elogio —exclamó entusiasmado—. Casi he tenido que arrancártelo a la

fuerza, pero por algo se empieza.Separó a Roxana para mirarla directamente a la cara y añadió:—Espero ansioso el día que te oiga decir que me quieres.Roxana quiso bajar la cabeza, pero Dániel le sujetó por el mentón impidiéndoselo.—Tranquila, no hace falta que sea ahora mismo.Su mujer le miró dulcemente y eso fue suficiente para que Dániel atrapara aquellos labios.Ella ya aceptaba sus besos con verdadero ardor. Teniendo en cuenta que no hacía más de

cuatro días que se conocían, Dániel pensó que aquello no iba del todo mal, por muy cuesta arribaque se le estuviera haciendo a él no haber hecho el amor todavía con su esposa.

Roxana se separó de repente y él la miró extrañado.—Ya basta. Estoy aplastando las puntillas de vuestra camisa —aseguró la mujer.Dániel sonrió divertido y la acercó hacia sí de nuevo.—¿Qué importa eso?Ella volvió a separarse al instante.—Claro que importa, quiero que todas las mujeres de la fiesta me envidien y no lo harán

si estáis hecho un adefesio.Dániel echó la cabeza hacia atrás divertido. Se sentía como un figurín.—Yo sí que voy a ser la envidia de todos —aseguró orgulloso, camino de la puerta—. No

tardes demasiado o subiré a por ti y tal vez ya no te deje bajar —amenazó señalándola con eldedo en alto.

La mujer rio divertida.Una vez vestida, Roxana revisó una y otra vez su aspecto sin atreverse a salir. La doncella

que había subido para ayudarla a vestirse espió desde las escaleras el salón y regresó excitada.

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—Mi señora, está lleno. Creo que ya han llegado todos. No cabe ni una aguja.Roxana respiró hondo y volvió a revisar su atuendo.—Estáis preciosa —constató la doncella casi tan nerviosa como ella.Dániel atendía a sus invitados, pero sin perder de vista el trozo de escalinata que divisaba

desde su posición privilegiada. En cuanto distinguió la figura de Roxana, descendiendo por ella,abandonó el corro en el que conversaba y salió a su encuentro.

Roxana, que le buscaba ansiosa con la mirada, se tranquilizó al verle llegar.—Empezaba a impacientarme, pero ha valido la pena la espera —comentó galante,

besándole la mano.—Estoy muy nerviosa.—Tranquila, hay comida de sobra, es poco probable que te coman a ti.Roxana aceptó la broma de buen grado.—De todas formas, preferiría que no me dejarais sola.—¿Bromeas? Con Lanrech y sus amigos cerca, no pienso perderte de vista.—¿Lo prometéis?—Lo juro. ¿Lista?—Lista.Cuando la pareja irrumpió en el salón un respetuoso silencio inundó la estancia.Roxana se aferró con más fuerza a la mano de Dániel y este a su vez apretó con más fuerza

la suya, para que supiera que seguía a su lado.El anfitrión se dirigió al grupo más próximo e hizo las presentaciones. Después repitió la

operación con el resto de los grupos.Se detuvieron con cada invitado unos minutos y Roxana encontró tema de conversación y

palabras de elogio para cada uno de ellos.Pronto comenzaron los rumores. Todos coincidieron en que su belleza y juventud no

ensombrecían en absoluto su inteligencia y buena educación.Dániel pronto comprendió que su esposa podía desenvolverse perfectamente sin su ayuda

y poco a poco, se fue distanciando de ella para que brillara con luz propia.Roxana notó su falta enseguida e intentó deshacerse del grupo que la rodeaba para acudir

a su lado. Cuando lo consiguió buscó a su marido y lo localizó en un rincón apartado, en compañíade una dama con la que reía y cuchicheaba alegremente. Se sintió fatal y habría abandonado elsalón al instante si no hubiera sido por Lanrech que apareció milagrosamente a su lado y no volvióa apartarse de ella en toda la noche.

—¿Quién es esa mujer?—Lady Megan.Roxana recordaba ese nombre. El propio Dániel le había aconsejado al llegar a Trento

que no le dejara a solas con ella mucho rato. Su humor empeoró bastante.—No os preocupéis, es agua pasada —aseguró Lanrech.A Roxana no le pareció que allí hubiera nada pasado. Cada vez que se giraba los

encontraba solos y tremendamente divertidos.

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La paciencia de Roxana llegó a su límite cuando comenzó el baile y Dániel no vino asacarla a bailar. Lanrech se ofreció gustoso para sustituirlo, pero Roxana, enfurecida, lo rechazó.

—No, es él el que debe hacerlo. Desde que ha llegado ella, me ha abandonado a misuerte. Estoy harta de esta estúpida fiesta.

Lanrech la vio dirigirse directa hacia donde se encontraba Dániel y temió que montara unaescena, así que salió tras ella para evitar, en la medida de lo posible, que se pusiera en ridículo.

—Dániel.Este se sorprendió al oír su nombre en labios de su esposa. Que él recordara era la

primera vez que le llamaba así.—Te buscaba hace rato.De nuevo volvió a sorprenderse al ver que le tuteaba.—Pues estoy aquí. ¿Ocurre algo?—Ha comenzado el baile y quiero que me saques a bailar.A Dániel le pareció que Roxana empleaba un tono demasiado autoritario que, por

supuesto, no le gustó.—Lanrech lo hará encantado ¿no es cierto?—No quiero que lo haga él. Quiero que lo hagas tú.—Lo siento querida, pero, como ves, estoy atendiendo a los invitados.—Desde hace rato solo te veo atender a una.Dániel volvió a sorprenderse al descubrir cierta dosis de celos.—Deja de comportarte como una niña caprichosa delante de mis amigos —la regañó

burlonamente.—Vamos querido —intervino Lady Megan—, déjala. Es joven, tiene derecho a

comportarse como tal.Las mejillas de Roxana se encendieron de cólera. A ella no estaba dispuesta a permitirle

que la tratara de inmadura.—Tengo muchos derechos, uno de ellos es disfrutar de la compañía de mi marido y vos

me estáis privando de él.Lady Megan conocía desde hacía tiempo a Dániel y sabía que jamás había permitido que

una mujer impusiera su voluntad sobre él, así que no se molestó en rebatir a aquella jovencita.Ella misma acababa de abrir su tumba, pero antes de alejarse, se permitió lanzar su último dardo.

—Siento haber sido tan acaparadora. Hasta ahora solía tener a Dániel para mí sola.Lady Megan, con toda su mala intención, había dejado claro que ahora estaba dispuesta a

compartirlo, nunca a cederlo.Lanrech, que conocía bien lo maligna que podía ser Megan, se vio obligado a equilibrar la

balanza y salir en defensa de Roxana.—Megan, ya basta. Creo que estas a punto de traspasar el límite de los buenos modales.

Te recuerdo que estas en presencia de tu anfitriona, la señora de la casa.—Lo siento —se disculpó irónicamente, sin que su tono denotara el más mínimo ápice de

arrepentimiento—, la bebida me hace ser demasiado sincera a veces. Si me disculpan, saldré a

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tomar un poco el aire.Roxana estaba llena de ira. Se sentía humillada, pero no le importó. Había conseguido que

aquella mujer se alejara de Dániel.Este, por el contrario, estaba encantado de comprobar los celos que, sin intención, había

provocado en su esposa, pero no podía permitir que se saliera con la suya. No podía crear eseprecedente.

Después, a solas en la habitación, se encargaría de apaciguar esos celos infundados, peroahora no podía complacerla.

—Por favor, querida, no me pongas en evidencia. Pareces el perro del hortelano, ni comesni dejas comer.

Roxana no supo reaccionar a tiempo y para cuando lo hizo, Dániel se alejaba ya, caminode los jardines. Deseó que se la tragara la tierra. En lugar de eso, Lanrech tomó su mano yamablemente insistió para que aceptara bailar con él. A Roxana, la vergüenza que sentía ahora,sabiendo que había sido testigo de tan bochornosa escena, le impedía seguir a su lado.

—Os lo agradezco, pero ya habéis escuchado a mi esposo. No soy muy buena compañía.No pierda su tiempo conmigo.

—Dániel resulta a veces demasiado impetuoso. En ocasiones es una virtud, pero otras, esun gran defecto. Creedme, le conozco desde que éramos niños y estoy seguro de que ya se haarrepentido de sus palabras.

Roxana creyó que era mejor no ponerse más en evidencia. Su esposo la había rechazadodelante de todos y tenía la sensación de que ahora era el centro de todas las miradas.

—Si me disculpáis, no me encuentro muy bien, creo que voy a retirarme.Lanrech apresó su mano.—No lo hagáis. No dejéis que unas palabras necias echen a perder la velada.Roxana ignoró su ruego.—Os agradezco mucho vuestra compañía. Habéis demostrado ser mucho más cortés que

algunos. Espero volver a veros pronto. Ahora, si me disculpáis.Pese a las ganas de salir corriendo que tenía, abandonó el salón muy pausadamente, sin

dejar de sonreír y saludar a todos con los que se cruzó. Subió majestuosamente las escaleras y encuanto cerró la puerta de la alcoba, rompió a llorar como la niña en que Dániel la habíaconvertido.

Sufrió en soledad la humillación que había representado que su esposo aireara susproblemas conyugales ante un extraño como Lanrech. Aunque ¿quién sabe delante de quien máshabría comentado que su esposa no satisfacía sus derechos maritales? Se horrorizó al pensar en laposibilidad de que más gente estuviera al corriente. ¿Quién más? ¿Tal vez Chu-linn, o Sofi?¿Quizás Lady Megan? Estaba herida y humillada. No entendió por qué Dániel la había tratado así.

Los carruajes y caballos empezaron a desfilar poco después y entonces fue pánico lo queRoxana sintió.

Imaginó que Dániel se habría enfurecido al saber que había abandonado a los invitados yahora la atacaría de nuevo. Si había sido cruel en público, en la intimidad de la alcoba no tendríapiedad. Corrió a la puerta y echó el cerrojo. Se despojó de su hermoso vestido y se sentó sobre lacama con las piernas plegadas sobre el pecho, enfurecida y al mismo tiempo aterrada. Humillada

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y a la vez altanera.Dániel no se hizo esperar.Cuando Lanrech salió a buscarle para informarle del resultado de sus estúpidas palabras,

se sintió más vil que en toda su vida.Había olvidado lo sensible que Roxana era y la había tratado con excesiva crueldad.

Inmediatamente dio por terminada la velada y cortésmente había empezado a despedir a losinvitados, disculpando a su esposa por haber sufrido un repentino malestar.

Su dolor de cabeza, que no había cesado en toda la noche, ahora se cebaba en sus sienescomo castigo por su comportamiento.

Un inmenso martilleo golpeaba el interior de la misma, pero eso no era importante ahora.Solo quería consolar y hacerse perdonar ante Roxana. Era la primera vez que ella se habíamostrado amante y cariñosa en público y él había aprovechado para disparar directo al corazón.

Dániel esperó hasta que el último carruaje abandonó Trento y subió sin pérdida de tiempoa ver a su esposa.

Empujó la puerta de la habitación, pero estaba cerrada.—Roxan.Lo intentó de nuevo, pero seguía trancado y ella no contestaba.—Roxan —repitió intranquilo.No hubo respuesta.Dániel se asustó y empujó con fuerza la puerta.—Roxan —gritó—. ¿Estás bien?—No, no estoy bien —respondió ella al fin.El hombre respiró aliviado y más tranquilo, insistió de nuevo.—Abre la puerta. Esta trancada.—No pienso abrir.—Roxan, no seas niña, esto es ridículo. Abre la puerta —pidió pacientemente.—Haga lo que haga, a vuestros ojos no dejo de comportarme como una niña, así que, al

menos, haré lo que me plazca.—Roxan, esta no es manera de mantener una conversación.Abre la puerta.—No quiero mantener una conversación.—Estupendo, en realidad yo tampoco. Solo quiero acostarme.—Seguro que Lady Megan puede ofreceros un lugar más confortable y compañía más

apetecible para vos.Dániel empezó a enfadarse.—No quiero dormir en otro lugar. Quiero hacerlo en mi cama y con mi esposa. Abre la

maldita puerta.—No pienso hacerlo —insistió Roxana desde el otro lado.Hubo unos segundos de silencio tras los cuales Dániel, lo más serena, pero

convincentemente que pudo, advirtió:

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—Roxan, voy a entrar ahí dentro. Es mejor que no me obligues a hacerlo a la fuerza.Ella sabía que era cierto y empezó a caminar de un lado a otro sin querer dar su brazo a

torcer.—No quiero abrir, no quiero volver a verte. Eres odioso. Te odio. Eres cruel y arrogante.

Eres mentiroso, te odio y no sé cómo en algún momento he podido llegar a pensar que... que... ¡Teodio! —sentenció con lágrimas de rabia en sus ojos.

Sabía que todo su discurso no iba a servir de nada. Sabía que tenía la batalla perdidadesde el principio. Era consciente de que la próxima vez que Dániel le ordenara abrir, ellacedería y no se equivocó. Dániel, sin gritos ni malos modos, utilizando una voz profunda que nodejaba lugar a dudas, insistió:

—Roxan, por última vez, abre la puerta.Ella descorrió el cerrojo y al instante él entró con paso decidido. Roxana, al verle

avanzar, retrocedió marcha atrás sin perderle de vista y tropezando con todo. Dániel se detuvo yRoxana lo hizo también.

—Ahora dime a la cara lo que me has gritado a través de la puerta —retó Dániel—, no hepodido entenderlo bien.

La mujer seguía rabiosa, pero con él enfrente contuvo en lo posible su ira.—Decía que sois cruel y arrogante.—A través de la puerta me pareció que me tuteabas —afirmó avanzando un paso y

comprobando divertido que Roxana retrocedía justo la misma distancia.Roxana se enfureció de nuevo al comprobar que él intentaba contener una sonrisa. ¿Acaso

aquello le parecía gracioso?—Decía —repitió con la altanería que confiere la cólera— que eres arrogante y cruel.—¿Por qué? —preguntó Dániel avanzando de repente y alcanzándola al cogerla

desprevenida—. ¿Arrogante por tener la osadía de pensar que no soy tan deforme ni horriblecomo para producir repugnancia en mi esposa? ¿Cruel por negarme a ceder ante los caprichos deuna esposa que solo desea las cosas cuando sabe que no las puede conseguir?

—No es verdad —negó Roxana, alejándose hacia la ventana. Yo nunca dije que no fuerasatractivo y no quería nada especial de ti, solo un poco de respeto.

—Yo no te he faltado al respeto —replicó él rápidamente, casi sin dejarla terminar.Roxana se giró para mirarle.—Sí lo has hecho. Me pusiste en ridículo delante de todos. Todos vieron que la preferías

a ella en lugar de a mí.Dániel, retomando el tono cordial, afirmó:—Eso no es cierto.—¿El qué? —espetó con los brazos cruzados, suspicaz y enfurruñada—. ¿Que todos se

dieron cuenta o que la preferías a ella?Si Dániel había llegado a estar realmente enfadado en algún momento, en ese instante se

disipó todo sentimiento negativo.—Las dos cosas —respondió con una media sonrisa.—Prometiste no separarte de mí en toda la noche —le reprochó haciendo un mohín.

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—No es cierto. Juré no perderte de vista en toda la noche. Y lo he cumplido.—De todas formas, no sé por qué te enfadas conmigo —volvió a atacar Roxana—. Solo

he hecho lo que me dijiste. Tú mismo me advertiste que no te dejara a solas con esa mujer muchorato. Solo seguí tus instrucciones.

Dániel no pudo menos que reír. Apoyó las manos en la cadera y exclamó:—Pero, ¿se puede saber quién te ha dicho que estoy enfadado contigo?—No hace falta que nadie me lo diga. Solo ha hecho falta verte entrar en la habitación

como un energúmeno.Dániel bajó la cabeza y frotó su frente asombrado.—Tal vez mi entrada fue algo violenta, pero no lo provocó tu actitud en la fiesta sino tu

obstinación al no dejarme entrar.Roxana sabía que tenía razón. Tuvo que abandonar su ataque, aunque seguía furiosa con él.

Dio una especie de bufido, muy poco femenino y se dio la vuelta situándose de nuevo junto a laventana, de espaldas a él.

—Oye, me duele mucho la cabeza, no quiero discutir. ¿Por qué no firmamos una tregua?Roxana no respondió y Dániel lo interpretó como un sí, pero cuando se acercó y posó las

manos en su cintura, esta dio un respingo.—¿Qué pasa ahora? —preguntó pacientemente, elevando la vista al techo.—Sigue pasando lo mismo —protestó ella—, no puedes ignorarme delante de todos y

ahora pretender que todo quede olvidado.—Por Dios, nadie te ha ignorado —afirmó volviéndola a sujetar por la cintura y

obligándola a girarse. Son imaginaciones tuyas.—¡Suéltame! No son imaginaciones. ¡Suéltame!Él no lo hizo y Roxana forcejeó para conseguirlo.—¡Déjame! ¡No me toques!A Dániel le iba a reventar la cabeza. No soportaría ese juego ni un segundo más.

Aprisionó los brazos de Roxana y los colocó a su espalda. Luego la empujó hasta que quedoaprisionada entre la pared y su propio cuerpo.

—¡Ya basta! —exclamó levantando la voz de nuevo—. Deja de jugar conmigo. Eres unaniña malcriada. Ahora quiero, ahora no quiero. Cuanto más paciente soy, peor.

La mujer dejó de forcejear. Respiraba agitadamente por el esfuerzo y su furia no laayudaba a sosegarse ni a pensar con claridad.

Dániel, con el cuerpo de Roxana pegado al suyo, intentaba controlar su deseo. Seconvenció así mismo que, si conseguía besarla, disiparía definitivamente su enfado. Sujetó confuerza sus caderas para que no huyera antes de conseguirlo y muy lentamente descendió el rostro,en busca de sus labios.

Roxana lo vio venir y giró la cabeza para evitar que los alcanzara.Entonces él descubrió aquel cuello largo y sensual que se le ofrecía como receptor

perfecto para sus labios.La dama sintió posarse los labios y cerró los ojos intentando no perder el control. Cada

vez le resultaba más difícil. Su esposo ejercía una fuerza misteriosa sobre ella y, en cuanto la

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abrazaba, le hacía perder el control.Roxana estaba segura de que, si Dániel no recibía un escarmiento, volvería a tratarla de

igual forma y no podía consentirlo. Ella podía llegar a entregarse a él sin condiciones, pero exigíaque él hiciera lo mismo.

Dániel buscó sus labios y ella volvió a girar la cabeza.—Bésame —suplicó.—No, no quiero hacerlo. No pienso hacerlo mientras no esté segura de que tus labios solo

se posan en los míos.—¡Maldita sea! Lo hacen. Lo harán si alguna vez te entregas a ellos. Lo harán si alguna

vez te entregas a mí —añadió aprisionándola de nuevo lleno de deseo.—Pues no conseguirás que lo haga si no cambias de actitud.Dániel no supo si llorar a reír. Aquella chiquilla se creía con derecho a cambiarle de pies

a cabeza, a exigir compromisos que no tenía por qué cumplir. A mantener una actitud que lasociedad de su tiempo no le obligaba a mantener.

—Pero ¿quién te has creído que eres? —acusó malhumorado.—Tu esposa —respondió sin pensar.—Lo siento querida, pero olvidas un pequeño detalle técnico. No hemos consumado

nuestro matrimonio.—Ni lo haremos nunca.Dániel que ya se había separado de ella, volvió a aprisionarla con más fuerza.—¿Ah no? —inquirió seguro de sí.Roxana no perdió el control. Si lo hacía ahora, si se rendía, todo habría sido en vano, así

que se lo jugó todo a una carta y altanera respondió:—No por mi voluntad al menos.Un nuevo martillazo aguijoneó la cabeza de Dániel. La fuerza era algo que desde el primer

momento había decidido no utilizar.Soltó a Roxana y se dio por vencido.—Es inútil razonar contigo. Me rindo —afirmó dando un paso atrás y alzando las palmas

de sus manos. Has dejado muy claras tus intenciones y yo quiero dejar igual de claras las mías. Nopienso volver a acercarme a ti. Cuando creas que estas preparada tendrás que venir asuplicármelo. Mientras tanto, no te atrevas a echarme en cara si en algún momento necesito buscaratenciones femeninas en otra parte.

Dániel llegó de dos zancadas a la puerta lateral que unía esa alcoba con la que él habíautilizado la primera noche y desapareció por ella, dando un gran portazo.

Roxana no supo si había ganado la batalla o no. Se suponía que había conseguido lo quequería, pero desde luego no se sentía como una triunfadora. Todo lo contrario.

Dániel se encontró muy mal toda la noche. Su dolor de cabeza se acrecentó. No podía niposarla sobre la almohada. Parecía como si esta tuviera clavos que atravesaran su cráneo. Yaempezaba a amanecer y continuaba prácticamente sin pegar ojo. Empezó a alarmarse. A él jamásle dolía la cabeza y, lo cierto es que ahora, empezaba a sentir un malestar general que empezabaen la boca del estómago y se expandía por todo el cuerpo.

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Se levantó más tarde de lo usual en él y, aun así, fue todo un reto hacerlo, pero pensó quesi continuaba en la cama sería peor.

—Buenos días, mi señor.—Buenos días, Gertrudis. ¿Ha desayunado ya mi esposa?—Sí, mi señor, lo hizo nada más levantarse. ¿Queréis que os traiga algo a vos?—No, no quiero nada. Tengo un dolor de cabeza horrible y el cuerpo muy revuelto. Algo

debió de sentarme mal anoche.—Si queréis puedo traeros un tazón de leche hervido con unas gotas de valeriana.—De acuerdo, no se pierde nada por probar.—Ahora mismo lo traigo.La sirvienta regresó rápidamente con el tazón de leche. Dániel ni siquiera se sentó para

beberlo. Temía que si lo hacía no tuviera fuerzas para levantarse.—¿Dónde está mi esposa?—Creo que salió al jardín, mi señor.Dániel atravesó la pequeña portezuela que daba al exterior y salió a buscarla. Quería

hacer las paces cuanto antes.Ella descansaba sentada en uno de los bancos de piedra. El hombre se aproximó por

detrás y la contempló unos segundos sin hacer ruido.Roxana tuvo la sensación de que la observaban y al girarse encontró a su esposo casi

pegado a ella.—No te oí llegar.—Tuve la impresión de que eras un elemento más del paisaje. Me dio pena romper el

hermoso lienzo.La mujer aceptó el halago sin dar muestras de que el mismo hubiera aplacado su enfado.—¿Sigues enojada?—Sí —respondió sinceramente, aunque en un tono que no reflejaba la más mínima

hostilidad—. ¿Y tú?—Yo nunca estuve enfadado —repitió él una vez más.Roxana se giró de nuevo hacia delante y continuó en silencio.—Algo bueno ha salido de esto —afirmó Dániel sentándose a su lado. Al menos he

conseguido que abandones el tratamiento y las formalidades cuando te diriges a mí.—Es difícil discutir con alguien si debes hacerlo conservando los formalismos.La mujer guardó silencio de nuevo.—Está bien —cedió su esposo, colocándose frente a ella—, si no lo haces tú lo haré yo.Roxana le miró sin saber a qué se refería.—Lamento mucho nuestra discusión de anoche. Siento haber dicho lo que dije y espero

que no vuelva a ocurrir.Ella continuó imperturbable. Cuando habló lo hizo tranquila y sin que su tono de voz

denotara rencor ni nada parecido.—No puedes arreglarlo todo con una disculpa. Me hiciste mucho daño y no es fácil de

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olvidar.Dániel resopló desesperado.—Por favor Roxan. Pocos hombres habrían pedido disculpas, yo lo he hecho, ¿qué más

quieres que haga?Roxana se fijó en él, por primera vez en esa mañana y se percató de que verdaderamente

estaba demacrado y ojeroso.—No tienes buen aspecto ¿te encuentras bien?—Pues la verdad es que no. Mi dolor de cabeza aumenta por momentos y no he podido

dormir en toda la noche.Roxana se puso de puntillas y alcanzó su frente con la palma de la mano.—Estás ardiendo. No has debido levantarte. Vamos a la casa. Hay que llamar a un

médico.Dániel la tomó de la mano y tiró de ella cuando Roxana pretendió ponerse en marcha.—Si te preocupas así es que no puedes estar tan enfadada conmigo como quieres hacerme

creer ¿no?Ella no estaba dispuesta a contestar a esa pregunta.—Eso no es importante ahora.—Sí lo es. Para mí lo es.Dániel notó que la vista se le nublaba y apretó con más fuerza la mano de su esposa,

intentando no perder el equilibrio.—Roxan —musitó semiinconsciente—, me estás volviendo loco. Tal vez tú seas la

causante de esta fiebre.Roxana vio como el corpulento cuerpo de Dániel se desplomaba sobre la tierra sin que

ella pudiera hacer nada para evitarlo. Se asustó muchísimo. Se arrodilló y buscó el pulso en sugarganta. Era débil, pero aún palpitaba. Corrió hasta la entrada del jardín y gritó pidiendo ayuda.Pronto tres hombres trasladaron a Dániel a la casa.

—Subidlo a la alcoba ¡deprisa! —instó Roxana, caminando a la par de los porteadores.Chu-linn corrió enseguida al lado de su pupilo. Conocía remedios orientales a base de

hierbas para bajar la fiebre y los puso rápidamente en práctica. Pero el enfermo continuóempeorando.

Entró en un profundo sueño en el que estuvo inmerso todo el día y parte de la noche.Sobre las cuatro de la mañana se despertó y preguntó por Roxana. Esta acababa de acostarse en lahabitación contigua y así se lo hizo saber la sirvienta que velaba su sueño. Antes de que su señorvolviera a perder el conocimiento, la doncella le oyó murmurar.

—Roxan, tú tienes la culpa de esto.Sin duda Dániel había grabado en su mente las últimas palabras pronunciadas y las había

repetido ahora fuera de contexto, por lo que la criada interpretó que su señor culpaba a su esposade su fiebre.

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CAPÍTULO 7

A la mañana siguiente la situación no había cambiado demasiado. Roxana había relevadoa la doncella al amanecer y observó a Chu-linn cuando llegó con su pócima. El anciano revisó elestado del enfermo y cabeceó decepcionado.

—Mis hierbas no dan resultados. La calentura es solo un efecto, no es la causa. Hay quebuscar la causa —comentó preocupado.

Roxana no lo pensó más y mandó a Justo a buscar al médico. Y se sorprendió cuando esteregresó con Lanrech.

—¿Vos?—Soy médico. ¿No os lo comentó Dániel?Roxana negó con la cabeza.—Pues lo soy y por si tampoco os lo dijo, también soy su mejor amigo desde los nueve

años.Lanrech tomó la mano de Roxana y aseguró tuteándola:—No te preocupes, se va a poner bien.Sin más pérdida de tiempo, comenzó a examinar a su paciente con gran destreza. Pidió a

Chu-linn que le explicara qué pócima le había dado a tomar y cuando este le puso al corriente ytras meditar un instante, afirmó:

—La fiebre es muy alta, teníais que haberme avisado antes.—La culpa fue mía —respondió Chu-linn—, pensé que sería una simple indigestión y que

podía solucionarlo.Lanrech seguía examinando el cuerpo inerte de su amigo.—Los síntomas, desde luego, son como de una indigestión, pero ha tenido que ser de

caballo para provocar fiebres tan altas. ¿Ha comido o bebido algo en grandes cantidades?Roxana negó con la cabeza.—Que yo sepa no. Ayer antes de la fiesta, se estuvo quejando de un fuerte dolor de

cabeza.Lanrech, tras unos segundos de silencio, afirmó como si hablara solo.—El cuerpo eleva la temperatura para matar los cuerpos extraños que entran en él. Eso es

—afirmó enérgico—, sea lo que sea lo que tiene en el estómago, hay que hacérselo echar. Luegoya nos ocuparemos de saber de qué se trata.

Se giró hacia la mujer y afirmó:

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—Hay que provocarle el vómito.Tiene que echar todo lo que tiene en el estómago.Rebuscó en la bolsa de piel que había traído consigo y sacó un pequeño frasquito de

cristal.—Chu-linn, manda que hiervan agua.Calculó mentalmente cantidades y proporciones y al instante, añadió:—Llena luego una jarra con agua y vierte seis gotas de esto.Súbela enseguida. Que mantengan el resto caliente, repetiremos la operación todas las

veces que haga falta hasta que consigamos que este hombretón eche hasta la leche que mamó demadre.

El anciano obedeció presto y regresó poco después con una humeante jarra llena hasta elborde.

—Roxana, será mejor que salgas —aconsejó el médico. Las próximas horas no van a sermuy agradables aquí dentro. Te avisaré cuando se produzca algún cambio.

Roxana se vio literalmente expulsada de la habitación. Para cuando quiso darse cuentaestaba en el pasillo y allí continuó hasta el mediodía, rezando porque aquello diera resultado.

La muchacha había mandado subir una silla a la puerta de la habitación y llevaba allísentada gran parte del día cuando al fin Lanrech salió para darle noticias.

—El brebaje ha dado resultado, no creo que le quede nada en el estómago. Todavía no séla cantidad de veneno que circulaba ya por su cuerpo.

—¿Veneno? —repitió ella alarmada—, creí que era una simple indigestión.—No Roxana, examiné los primeros vómitos y la orina tiene un olor muy fuerte y

característico. No tengo ningún género de duda de que ingirió veneno.Lanrech había dudado en un principio si Roxana no habría tenido algo que ver con el

incidente. Su amigo le había puesto al corriente de lo extraño de su compromiso, lo rápido delmatrimonio y lo reacia que se mostraba ella a intimar. Pero a Lanrech solo le hizo falta ver elterror y la confusión en el rostro de la joven para no volver a dudar de su inocencia.

—¿Cómo esta Dániel ahora? Va a ponerse bien ¿verdad?—Está muy débil y sigue con mucha calentura, pero eso es bueno mientras no se dispare

demasiado. De momento, ya hemos hecho todo lo que se podía hacer, ahora solo nos quedaesperar.

Según como vaya evolucionando, tomaré medidas.La preocupación hizo mella en el rostro de Roxana y Lanrech se vio en la obligación de

darle ánimos.—No te preocupes, Dániel es fuerte. ¿Por qué no vas a dormir un rato?—No, prefiero estar con él. ¿Puedo?, por favor.Lanrech cedió a su petición y Roxana se colocó rápidamente a los pies de la cama.Su esposo estaba demacrado y unos profundos surcos bordeaban la parte inferior de sus

ojos. «Su aspecto había cambiado tanto en las últimas horas», pensó preocupada.No hubo cambios en el resto de la tarde. El enfermo continuó sumido en un tranquilo

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sueño. A última hora Lanrech volvió a entrar en la alcoba.—Me voy a casa. No creo que se produzca ningún cambio por la noche, pero de todas

formas Chu-linn tiene instrucciones de que hacer. ¿Por qué no aprovechas tú también y duermes unrato?

—No, no podría, prefiero quedarme aquí con él. Estaré bien.—De acuerdo, como quieras.—Lanrech —llamó Roxana dándose cuenta de un detalle importante—. ¿No crees que

Sofi debería saberlo?—Tú eres la señora de la casa. Tú decides.—Mandaré a alguien ahora mismo —afirmó sin dudar.A Lanrech le pareció bien su decisión, después de todo Sofi le quería como si fuera su

propio hermano.—Vendré mañana a primera hora. Cualquier cosa que ocurra, manda a alguien a buscarme.No hacía más de dos horas que Lanrech se había marchado cuando el sueño de Dániel se

tornó intranquilo y pronto comenzó a retemblar exageradamente. Roxana avisó a Chu-linn.—La fiebre le ha subido demasiado. Hay que hacer que baje la temperatura. Le

cubriremos con paños mojados en agua fría. Id desnudándole, yo voy a por el agua.Chu-linn, empezó a andar, pero al ver que Roxana seguía inmóvil, se volvió para

preguntar.—Señora, ¿podréis hacerlo sola? ¿Queréis que venga alguien a hacerlo?—No —respondió decidida—, yo lo haré.Roxana desató los cordeles de la camisa y tiró con fuerza de los brazos de Dániel hasta

que consiguió sentarlo. El peso de su corpulento cuerpo cayó sobre los hombros de Roxan quetuvo que empujar con fuerza para que no le venciera hacia atrás.

Su esposo recuperó la consciencia y milagrosamente, la reconoció.—Roxan ¿qué me pasa?—No es nada.Dániel apretó con una fuerza inusitada el brazo de su esposa e insistió.—No me mientas, ¿qué me está pasando?Ella creyó que tenía derecho a saber que alguien había intentado matarle.—Parece ser que alguien te ha envenenado.—¡Maldita sea! —exclamó dejándose caer sobre la almohada—. ¿Voy a morir?Ahora la respuesta de Roxana fue rápida y tajante.—Por supuesto que no. No vas a morir. ¿Me oyes? No vamos a permitirlo.Dániel clavó la mirada en su rostro.—Juntos saldremos de esta. ¿De acuerdo? —propuso Roxana, acariciándole la mejilla.—Lo que tú digas princesa —respondió Dániel justo antes de perder el conocimiento.Chu-linn regresó con los trapos y el agua fría. Sin pérdida de tiempo descorrió las ropas

de la cama y le quitó con presteza las calzas. Roxana sumergió uno de los paños en el agua y loextendió sobre el pecho de Dániel. No osó levantar la vista del mismo hasta que estuvo segura de

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que Chu-linn había cubierto toda la parte baja del cuerpo desnudo. Aun así, sus ojos se quedaronclavados en aquel voluminoso bulto que se distinguía perfectamente bajo el retal que cubría suentrepierna. Roxana quedó como hipnotizada y Chu-linn tuvo que llamarla la atención para quevolviera a humedecer los trapos.

Tras más de una hora, consiguieron al fin que la fiebre cediera. Descansaron satisfechos,pero poco después se produjo el efecto contrario y Dániel empezó a tiritar de frío.

Roxana y Chu-linn le cubrieron de mantas y se tumbaron uno a cada lado para arroparlecon el calor de sus propios cuerpos. Casi al amanecer el cuerpo de Dániel volvió a la normalidady de nuevo entró en un tranquilo sueño reparador.

Cuando Lanrech entró en la habitación Roxana dormía con la cabeza apoyada sobre elpecho de su esposo. Comprobó la temperatura del enfermo y al ver que era normal salió sigiloso ylos dejó descansando juntos.

Dániel despertó con una gran opresión en el pecho. Cuando abrió los ojos y comprobó elmotivo de su ahogo se quedó más tranquilo. Una maraña de cabellos le impedían la visión. Congran esfuerzo dirigió su mano hasta ellos y reconoció enseguida la melena de Roxana.

Ella levantó al instante la cabeza.—¡Seré estúpido! —exclamó Dániel—, la primera vez que te tengo voluntariamente entre

mis brazos en la cama y creo que voy a perder el conocimiento.En efecto, como había presagiado él mismo, de nuevo quedó sumido en un sosegado

sueño. Roxana, tras comprobar su pulso, sonrió divertida ante aquella situación peculiar yaprovechó la oportunidad de observar con detalle aquel rostro sin miedo a ser sorprendida.

Un poco después escuchó alboroto en la escalera y salió para comprobar qué sucedía. Viosubir a Sofi y se alegró.

—Sofi, ya estás aquí. ¡Cuánto me alegro!—Es una lástima que yo no pueda decir lo mismo —respondió fríamente Sofi.La joven no supo a qué se refería.—¿Qué ocurre?—Por favor Roxana, no sigas fingiendo. Reconozco que me has engañado por completo,

pero ya no tiene sentido que sigas con tu farsa. Un golpe de mala suerte ha descubierto tu juego.No logro entender cómo has podido hacer algo así. Te aconsejé que le dieras un poco de tiempo.Te advertí que Dániel empezaba a sentir por ti, algo muy especial, pero está claro que nada de esote importaba. Tú ya tenías decidido lo que ibas a hacer. Desde un principio no pusiste nada de tuparte.

Roxana la miraba absorta, sin entender todavía lo que Sofia quería decirle.—No entiendo lo que me dices Sofi. Estas muy nerviosa, pero tranquilízate, creo que

Dániel está mejor, ¿por qué no pasamos a verle?—Te prohíbo que vuelvas a entrar en esa habitación. Yo cuidaré personalmente de mi

cuñado. ¡Quién sabe si no intentarás envenenarle de nuevo! Si vive, él decidirá qué hacer contigo,si muere, yo no tendré piedad de ti.

Sofi entró a la habitación y Roxana se quedó inmóvil, de espaldas a la puerta, sincomprender nada. Sus ojos inconscientemente se dirigieron hacia Lanrech que había estadoescuchando en silencio, pidiendo una explicación.

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—Lo siento, en cuanto supo que Dániel había sido envenenado, sacó sus propiasconclusiones.

Por primera vez Roxana tuvo claro el malentendido y horrorizada lo expreso a viva voz.—¿Piensa que fui yo? ¿Piensa que yo lo hice?—No se lo tengas en cuenta. Ha sido la impresión. Cuando lo piense mejor se dará cuenta

de que es una estupidez.Roxana ya no escuchaba a Lanrech.—¡Dios mío!, no me extraña que hubiera tanto odio en sus ojos. ¿Cómo puede pensar que

yo...?—No la culpes, yo mismo dudé en un primer momento. Debes entender. Todos sabemos

que tu compromiso fue una sorpresa para ti. De pronto te viste casada con un perfectodesconocido y, bueno, debes entender que pensáramos que esta sería la forma más rápida dedeshacerte de él. Cualquiera se plantearía esa posibilidad.

—Sí, supongo que di esa imagen de desesperación —afirmó desmoralizada.—Por favor, no te lo tomes así, es algo pasajero, se le pasará, ya lo verás.Roxana dejó de auto compadecerse.—No te preocupes por mí. Estaré bien. Lo importante es que Dániel se recupere cuando

antes. Por favor, ¿me mantendrás informada?—Sabes que sí.Roxana vio entrar a Lanrech y deseó ser aire para colarse por debajo de la puerta.

Nuevamente herida, se retiró a la habitación contigua, su nueva ubicación, por lo menos para lospróximos días.

Allí pasó el resto de la jornada, espiando a cada uno que abandonaba la habitación einterrogándoles intentando robar algo de información. No consiguió averiguar demasiado, alparecer Dániel continuaba semiinconsciente.

A última hora de la tarde y como había ocurrido el día anterior, la fiebre comenzó a subir.Por suerte, Lanrech estaba allí todavía.

Roxana vio como empezaban a entrar y salir sirvientes, primero con paños, luego concubos de agua y después Lanrech se asomó a la escalera para dar nuevas órdenes y Roxanaaprovechó para abordarlo.

—¿Qué ocurre?—La fiebre se ha elevado de nuevo. He mandado subir una tina para sumergirle en ella.—Quiero entrar —exigió Roxana.—Será mejor que no lo hagas.—Quiero entrar —rogó ahora.—Yo no puedo impedírtelo, pero creo que no es conveniente. Sofi está muy nerviosa y

sigue culpándote de todo. Lo último que necesito es tener que estar pendiente de vosotras en lugarde Dániel.

Roxana bajó la vista y Lanrech entendió que había entrado en razón.—Sé que es muy difícil para ti no poder estar a su lado, pero te aseguro que hacemos todo

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lo posible.Llegaron los sirvientes con la tina y los últimos cubos de agua y todos volvieron a

desaparecer tras aquella maldita puerta.La actividad continuó hasta medianoche. Después el pasillo quedó desierto y silencioso.Roxana dormitaba, acurrucada en uno de los primeros escalones, esperando a Lanrech.—Roxana —musitó este posando la mano sobre su hombro—, vete a dormir.—¿Cómo está? —preguntó en cuanto se despertó.—Bien, ya está mejor.—¿Cuánto van a durar estos ataques de fiebre?—No lo sé. Desconozco el veneno que ha ingerido, con lo cual todavía es más difícil

localizar el antídoto. Tampoco soy un erudito en el tema. Voy a ir a casa para recoger algunoslibros y buscar síntomas parecidos a los de Dániel.

Roxana agachó la cabeza y hundió el rostro entre sus rodillas.Lanrech acarició su espalda, intentando que ese simple gesto le sirviera de consuelo.—Vamos, anímate, no te rindas. Cada hora que pasa es una batalla que ganamos. Dániel

tiene muchas ganas de vivir y lo va a conseguir.Roxana dejó escapar un suspiro.—Supongo que tienes razón solo que... siempre creo que ya no puede pasarme nada peor y

entonces la vida vuelve a demostrarme que estoy equivocada. Estoy cansada de perder siempre.—Toda situación te enseña algo. Tal vez tú hayas aprendido que tu esposo te importa más

de lo que quieres reconocerte a ti misma ¿no crees?Roxana levantó la cara para mirar a su nuevo amigo y con los ojos inundados de lágrimas,

afirmó:—Una forma muy cruel de aprender, ¿no crees?Lanrech sentado a su lado en el escalón, la abrazó y acunó, intentando tranquilizarla.Ninguno de los dos había escuchado salir a Sofi, que los observaba llena de ira de nuevo

al verlos allí abrazados. Se resistía a pensar que se hubiera equivocado tanto al juzgar a Roxana,pero tenía la prueba delante de sus ojos. Todavía no había conseguido deshacerse de su marido yya estaba buscando un sustituto.

Pasó junto a ellos sin intención de mediar palabra.—Sofi —llamó Roxana poniéndose en pie—. ¿Cómo está?—No muy bien, pero ya veo que tú sí.Sofi continuó descendiendo las escaleras.Lanrech se despidió de Roxana y salió tras Sofi para hablar con ella.—Creo que estas siendo muy dura con la muchacha. Todo lo que tienes son sospechas, no

hay nada definitivo.—Una de las criadas me ha dicho que oyó a Dániel acusarla antes de desmayarse.—La doncella escuchó una frase suelta. No sabemos a qué se refería.Sofi conocía a Lanrech desde que llegó a Trento, hacía más de doce años. Valoraba su

opinión, aunque estaba convencida de que esta vez se había dejado influenciar por el encanto de

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Roxana.—¿De verdad crees que no ha sido ella?—Estoy completamente seguro. La tenías que haber visto, no se ha separado de él ni un

segundo desde que enfermó.—Eso no prueba nada. Podría haberlo hecho precisamente para no levantar sospechas.—Créeme, no ha sido ella. Es demasiado inocente para urdir algo así.—Bien. Entonces ¿quién?—No lo sé. No tengo ni idea.Sofi se alejó unos pasos y sentenció:—Lo siento, pero tus argumentos son poco convincentes para mí. Nunca antes habíamos

tenido problemas de este tipo. Aquí todos nos aprecian. Justo cuando ella ha llegado ha empezadotodo, demasiada casualidad, ¿no te parece?

Roxana estaba agotada. Se recostó sobre la cama y se quedó dormida al instante, pero unapesadilla le hizo despertar alterada.

Chu-linn aprisionaba su brazo cuando abrió los ojos.—¿Qué pasa? ¿Ha empeorado? —preguntó asustada.Chu-linn muy sonriente, contestó:—Parece que lo peor ha pasado. Creí que os gustaría saberlo.El anciano dio media vuelta y se dirigió a la puerta.—Chu-linn.Roxana esperó a que se girara y añadió:—Muchas gracias.La muchacha volvió a recostarse. Permaneció allí quieta un buen rato, recapacitando y

recordando todo lo sucedido en los últimos días. Por primera vez, se atrevió a pensarabiertamente en su esposo y en su relación con él. No supo en qué momento había sucedido, peroDániel había dejado de ser el extraño con el que se había casado. Si no fuera así ¿por qué esapreocupación? ¿Por qué ese dolor en el pecho cada vez que pensaba en la posibilidad de sumuerte?

Esa mañana el propio Chu-linn le preparó un caldo a Dániel, que lo tomó con buena gana.Pasó gran parte de la tarde dormido, pero los ratos que no lo hizo estuvo lúcido y hablando.Roxana, se moría de ganas por verle. Cuando a la mañana siguiente insistió ante Lanrech paraverle, este denegó su petición.

—Lo siento Roxana, pero no quiere verte.A Roxana se le cayó el mundo encima.—¿Cómo? —preguntó con un hilo de voz.—Está muy débil todavía. Seguro que no quiere que le veas así.Ella, a pesar de saber que la respuesta podía no gustarle, preguntó.—Ha hablado con Sofi ¿verdad? Sofi le ha dicho... le ha dicho que fui yo, ¿no es cierto?Lanrech no pudo ocultar la verdad y se limitó a guardar silencio. Solo cuando vio que su

nueva amiga se apoyaba desfallecida sobre la pared, intentó animarla.

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—Vamos, ten fe. Todo se aclarará. Ten paciencia. ¿Por qué no sales a cabalgar? Te sentarábien tomar el aire. Yo mismo puedo acompañarte si lo deseas.

Desolada, gastó las últimas fuerzas que le quedaban en fabricar una forzada sonrisa deagradecimiento para Lanrech, el único al parecer que, inconcebiblemente, seguía creyendo en suinocencia.

—Mi estado no importa demasiado, además, dudo que me sostuviera sobre el caballo.Roxana se encerró en la habitación. Se sentó en el saliente de la ventana y miró al

exterior.Justo debajo, estaba el pequeño jardín donde Chu-linn realizaba sus ejercicios matutinos.

Más adelante, tras el alto seto, se extendía la hermosa pradera que le había cautivado a su llegada.La misma por la que había cabalgado llena de vida. Ahora, sin embargo, no tenía ganas de nada.Solo quería morirse. Podía soportar que Sofi desconfiara, pero Dániel… Ni siquiera le importabaya quién fuera el culpable. Su esposo la culpaba a ella, eso era lo único cierto.

¿Tan despreciable había sido con él? ¿Tanto le había confundido su forma de actuar?De nuevo, su mundo se desvanecía. ¿Qué ocurriría ahora? ¿La repudiaría? ¿La mandaría

ajusticiar por intentar matarle? ¡Qué importaba! Aceptaría lo que Dániel tuviera pensando paraella. Sería su primer y último acto de obediencia hacia su marido.

Roxana se levantó temprano a la mañana siguiente. Era inútil continuar forzando al cuerpoa permanecer tumbado cuando no tenía ninguna intención de descansar. Antes de salir de laalcoba, la vista se le fue hacia la puerta lateral que comunicaba las dos estancias. La nocheanterior la había querido utilizar, pero alguien había trancado por el otro lado. Ahora se limitó aacariciar la madera. «Tal vez», pensó de pronto, «Dániel tenía razón, cuando lo tuvo al alcance lorechazó y ahora que no podía tenerlo lo deseaba más que nunca». Dejó escapar un suspiro yabandonó la habitación. No podía seguir allí, sabiéndose tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Para salir utilizó la puerta lateral del jardín, la que daba al reservado de Chu-linn. Creyóque no estaría, pero se equivocó.

—Lo siento mucho, no quería molestar.—Y no molestáis.—Pensé que no estarías. Por eso irrumpí sin mirar.—Dániel está mucho mejor esta mañana, así que he reanudado mis ejercicios.—Me alegro de veras —afirmó sincera, aunque melancólica—. No os entretengo más, voy

a dar un paseo.—¿Un paseo? ¿Por el jardín? —se interesó el anciano.—No, algo más lejos. En realidad, pensaba llegar hasta los acantilados.—Tened cuidado, no os acerquéis demasiado, son muy peligrosos. Creo que vuestro

esposo no lo aprobaría.Roxana sonrió tristemente. Es posible que en un principio no, pero ahora no creía que su

seguridad fuera una de las prioridades de Dániel.—No os preocupéis, volveré sana y salva para afrontar mi destino —respondió

sarcástica.—No os burléis del destino —advirtió sabiamente Chu-linn.

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—¿Por qué no? Él lo hace constantemente de mí.—Puede que os dé alguna sorpresa.Roxana sonrió vehemente.—Mi destino no ha dejado de sorprenderme desde el día que nací.Roxana caminó a lo largo de la extensa pradera. Era curioso, pero no recordaba que la

hierba fuera tan alta el día que cabalgó por ella. Ahora la falda de su vestido no hacía más queengancharse en las pequeñas matas silvestres que crecían por todas partes y la obligaba a tirarconstantemente de ella, haciéndola malgastar sus escasas fuerzas.

Llegó hasta el acantilado y quedó fascinada por el ímpetu con que las olas golpeaban lasrocas. ¡Cuánta fuerza malgastada inútilmente! ¡Cuánta energía desaprovechada!

Por un instante pensó lo fácil que sería despeñarse por aquellos riscos y terminar de unavez con toda su mala suerte. Pero Roxana no era cobarde y ese pensamiento fue tan fugaz como elpaso de las nubes en un día de viento.

Dániel iba a salir de aquello y ella confiaba plenamente en su juicio. Era imposible que élla creyera culpable. Era imposible que no se hubiera dado cuenta de que las cosas habíancambiado entre ellos.

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CAPÍTULO 8

El tiempo pasó sin que tuviera conciencia de ello y solo cuando se fijó en lo mucho que elsol había variado su posición, se percató de ello. Emprendió el regreso lo más lentamente que lefue posible.

La idea de que nadie esperaba con interés su vuelta no la animaba a acelerar el paso.Dániel ocupaba sus pensamientos. Le era imposible sentir odio por él. Al contrario, comprendíaperfectamente su reacción y hasta disculpaba que pudiera creerla capaz de querer terminar con suvida.

Ya de vuelta, tomó de nuevo el estrecho sendero que terminaba en el jardín privado deChu-linn. Necesitaba hablar con alguien y el anciano parecía ser la única persona en todo elcastillo dispuesto a conversar con ella. El jardín estaba desierto. Roxana no se extrañó. ¿Por qué,para variar, iba a salirle algo bien?

Entró al interior, pero se detuvo nada más traspasar el umbral. Si tomaba el pasillo de laderecha, el camino más corto para acceder a las escaleras y subir a la habitación que se habíaconvertido en su único refugio en los últimos días, debería pasar obligatoriamente por el salóncentral. Lanrech había instalado allí su cuartel general con todos sus libros de consulta yseguramente estaría allí. No tenía suficiente moral para enfrentarse a su expresión de compasión ylástima, así que optó por continuar pasillo adelante.

Debería pasar por los dormitorios del servicio y las cocinas, pero lo prefería.Roxana no había visitado aquella zona demasiado, así que no le extrañó que uno de los

dormitorios estuviera abierto y hubiera una persona en su interior. No se fijó en quién podía ser.Solo cuando ya rebasaba la puerta y la mujer que había en su interior la llamó, se detuvo.

—Nenita, ¿eres tú?Roxana creyó que su cabeza le estaba jugando una mala pasada. Habría jurado que la

propia mamá Marta la estaba llamando. No estaba dispuesta a dejarse vencer a estas alturas, asíque optó por continuar pasillo adelante.

—Roxana, niña —insistió mamá Marta ahora desde el umbral, al ver que no se detenía.«Era imposible que se equivocara», pensó Roxana. Se giró y sus pies se paralizaron.Marta, según se acercaba, adivinó la sorpresa en su rostro, vio como sus ojos se

humedecían y como ocultaba su boca tras las manos.—Mi niña, ¿es que no vas a darme un abrazo?Roxana se lanzó a su cuello con intención de no soltarse nunca más.—Marta, mi Marta. Mi querida Marta. ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Sabe mi esposo

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que has venido?Marta se extrañó de la pregunta.—Por supuesto que lo sabe. Fue él quien me mandó llamar. Ahora fue Roxana la

sorprendida y, por su expresión, Marta supo que no estaba al corriente de lo que había acontecidoen las últimas horas, tanto en Trento como en Tubrique.

—¿Es posible que no sepas nada?—Las relaciones sociales no han sido mi fuerte en estos últimos días —intentó justificarse

la joven.Marta la tomó de la mano y se encerraron juntas en la habitación para ponerla al corriente

de todo. Roxana no daba crédito a lo que oía.—Por lo visto, ayer —explicó la fiel Marta—, el señor Trento, tu esposo quiero decir,

mandó registrar la habitación de Gertrudis, la arpía que tu tía envió aquí. Oculto en el fondo deuno de sus baúles, encontraron varios frascos con polvos y líquidos, digamos perjudiciales para lasalud.

Marta parecía divertida mientras relataba los hechos.—Gertrudis fue sometida a un interrogatorio en el que confesó, no solo que envenenó al

señor, sino que, además, lo había hecho por orden de su señora.—¿Mía?—No tontita. De tu tía Emily.Llegados a este punto, Roxana no lo resistió más y tuvo que levantarse y abrir la ventana

para tomar aire.—¡Dios Santo! —exclamó asombrada.—Espera, todavía queda lo mejor. Ayer, ya entrada la noche, se presentó en Tubrique el

señor Lanrech, creo que es el médico y además amigo de la familia. Bueno, el caso es que traíauna carta escrita de puño y letra por tu esposo dirigida a tu tía. Desconozco su contenido, pero elcaso es que esta mañana, al amanecer, tu tía Emily, ha abandonado Tubrique, llevando tan solo unpequeño baúl con sus efectos personales.

Marta se detuvo para tomar aire y continuar.—El señor Lanrech, con muy buenos modos, nos ha informado a todo el servicio de que,

por expreso deseo de los señores de Trento, todo continuaría igual y el castillo de Tubrique debíacontinuar en perfectas condiciones.

Mamá Marta palmeó la mano de Roxana, sentada de nuevo a su lado y muy sonrienteañadió:

—Ahora viene lo que más me gusta.Roxana la observó sin salir de su asombro.—El señor Lanrech, me llamó a solas y me dijo que tu esposo le había encomendado que

me preguntara si estaría dispuesta a trasladarme a Trento para servirle a él y a su esposa.Ahora fue Marta la que se levantó.—Imagínate mi respuesta. Antes de que se diera cuenta, me tenía montada en su carruaje

con mis cuatro cosas empacadas.Roxana sonrió imaginándolo. Seguro que había sido así.

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Volvió a repasar toda la historia y empezó a comprender algunas cosas. Su tía conocíaperfectamente sus gustos culinarios y se había ocupado de instruir a Gertrudis para asegurarse deque solo Dániel resultara afectado por el veneno.

Roxana, después de todo el cúmulo de noticias, quiso salir a tomar un poco el aire yrecapacitar. Su fiel Marta no estaba dispuesta a abandonarla tan pronto, así que la acompañó.

El sol lucía en lo alto, para recordar a Roxana que nunca llueve eternamente.La joven se sentía aliviada sin el fuerte peso de la sospecha sobre sus hombros. Todo

volvía a ser como antes. No, se dijo a sí misma, ya nada era como antes. Dániel la vio dar lavuelta y enfilar el estrecho sendero por el que él paseaba. Se detuvo y la observó, sin ser visto.Roxana gesticulaba moviendo los brazos exageradamente. Relataba entusiasmada alguna historia ala expectante Marta. Nunca había hablado con él con tanto entusiasmo y efusividad. Tuvo envidiade Marta.

Roxana giró sobre sí misma en una de sus explicaciones y cuando sus ojos divisaron aDániel, sus pies se clavaron al suelo. Fue tal la alegría que sintió que, sin pensarlo, sonrióabiertamente y corrió hacia él abrazándose a su cintura como si hubiesen pasado años desde laúltima vez que se habían visto.

Dániel, que estaba convencido de que lo odiaba por haberla mantenido apartada de él, sequedó tan sorprendido que no reaccionó y Roxana interpretó su frialdad como rechazo.

—Perdona —se excusó Roxana separándose—, a veces tengo impulsos incontrolados. Noquería molestarte, lo siento.

Dániel la sujetó antes de que se alejara y con más vida en la mirada que nunca, sedisculpó por su reacción.

—No te confundas. Mi pasividad la ha provocado la sorpresa, no la indiferencia.Roxana le creyó y volvió a abrazarse más fuerte todavía. Esta vez Dániel la envolvió en

sus brazos.—Oh, Dios. ¡He tenido tanto miedo! —confesó sin soltarle.Dániel acarició sus cabellos y serenamente aseguró.—Ya todo ha pasado.—¿Seguro? ¿Estás bien de verdad?—Sí —musitó Dániel sin poder creer la reacción tan cariñosa de su esposa.Roxana recuperó su porte de enfermera perfecta.—¿Has comido? Debes comer para recuperar fuerzas. ¿Quieres que comamos juntos?Dániel sonrió divertido por el dinamismo que derrochaba la muchacha.—¿Sabes qué hora es? Comí hace ya un buen rato. Te he mandado buscar por todas partes.

Pensé que me habías abandonado. ¿Dónde estabas?—Salí a dar un paseo.—Sí, Chu-linn me lo dijo, pero eso fue bien de mañana.—Perdí la noción del tiempo. Creí que nadie me esperaba.Dániel volvió a abrazarla.—Pues ya ves que estabas equivocada.

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Roxana volvió a mostrar su hermosa dentadura.Él levantó la vista y vio a Marta que, unos pasos más atrás, secaba con su pañuelo las

lágrimas de alegría que escapaban de sus cansados ojos.—Marta, me alegro de que aceptaras mi propuesta. Bienvenida a Trento.—Muchas gracias, mi señor.—Espero que seas mejor cocinera que la última —bromeó Dániel sin soltar a su esposa

—. No he quedado muy contento de sus servicios.—No se preocupe, mi señor, conmigo no tendrá problemas de ese tipo.Marta sonrió maliciosamente mientras guardaba el pañuelo y añadió:—Bueno, al menos mientras trate bien a mi señora.—¡Marta! —renegó la propia Roxana avergonzaba por el atrevimiento de su sirvienta.Dániel renegó con su dedo índice levantado, mientras luchaba por contener la risa. Justo

en ese momento, apareció Sofi por el final del camino, llamándole.—Ha venido Lanrech, te espera en la sala. Parece que ya conoce el antídoto del veneno.—¡Estupendo! —exclamó eufórico, girándose sin pérdida de tiempo.—¿Te acompaño? —preguntó Roxana.—¡Ni hablar! —exclamó él—, ¿quieres que Marta acabe conmigo el primer día? He

aprendido algo con todo esto —bromeó regresando sobre sus pasos—, nunca hagas enfadar a tucocinera.

Dániel besó la frente de Roxana y volvió a girar rumbo a la casa.—Disfruta de su compañía —añadió—, sé cuánto la echabas de menos. Yo estoy cansado.

Voy a acostarme un rato. Nos veremos más tarde.Al pasar junto a su cuñada, le preguntó:—¿Vienes?—Enseguida, quiero hablar un momento con tu esposa.Roxana supuso que Sofi quería pedirle disculpas e intentó ponérselo más fácil, así que

propuso a Marta que se acercara a admirar las rosas de Trento.—Yo iré enseguida.Sofi esperó a que la sirvienta se alejara unos pasos para comenzar a hablar.—No sé cómo justificar mi comportamiento. Estoy tan avergonzada…—No tienes por qué —interrumpió Roxana—, tu forma de actuar te honra.—No debí juzgarte tan a la ligera. No sé qué me paso. En cuanto me enteré me llené de

odio y de cólera y los dirigí hacia ti. Eras el blanco perfecto. Dániel me había contado queenvenenaste a la tropa cuando invadieron Tubrique y yo pensé que...

—Aquello era diferente. Esa gente había matado a mis padres. Dániel, sin embargo, no mehabía hecho ningún daño, al contrario, ha demostrado más paciencia de la que nadie hubieraimaginado. Puede que no le quisiera, pero desde luego, no le odiaba.

—Has hablado en pasado. ¿Quieres decir que ahora ya le quieres?Roxana fue todo lo sincera que pudo.—No te puedo responder a eso. Ni yo misma lo sé. Han pasado demasiadas cosas y tengo

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que replantearme todo de nuevo.—No quisiera que mi comportamiento influyera para nada en vuestra relación. No me lo

perdonaría jamás. Puedes odiarme a mí si quieres, pero no lo castigues a él por mi culpa. Locierto es que él no dudó de ti ni un instante.

Roxana tomó las manos de Sofi entre las suyas y las apretó con fuerza.—No te preocupes, eso no va pasar.—Entonces, ¿me perdonas?—No hay nada que perdonar. Me alegro de que mi esposo tenga una defensora tan fiel.

Espero que algún día yo merezca la misma confianza.—Te aseguro que personalmente, me has demostrado con creces que eres toda una mujer.

Has soportado sin motivo quedar relevada a un segundo puesto. No quiero ni imaginar lo que hastenido que sufrir sin poder estar junto a él. Y todo por mi estupidez. Nunca podré perdonármelo,nunca.

—Por favor, olvídalo. Yo ya lo he olvidado.Roxana había besado la mejilla de Sofi y había corrido hacia la rosaleda sin dar tiempo a

su cuñada a más suplicas ni lamentaciones. Sus padres le habían enseñado a no ser rencorosa ysaber perdonar y una vez más había demostrado ser una buena discípula. Nadie reclamó losservicios de Marta en el resto de la tarde así que pudieron pasarla juntas. Roxana volvió asentirse segura y protegida. Marta siempre había estado a su lado. Solo durante esos últimos dosaños había tenido que aprender a prescindir de su compañía. Se refugiaron en la humildehabitación de Marta y la joven se recostó sobre el pecho de su ama de cría y aceptó encantada suscaricias y sus canturreos.

—Recuerdo esa nana —comentó adormilada.—Es imposible. Eras muy pequeña.—La recuerdo —insistió Roxana. Recuerdo una pequeña habitación con una gran

chimenea, siempre con altas llamas. Recuerdo una alfombra de piel de oso blanca. Recuerdo estarsentada en tu regazo, con mi cara hundida en tu pecho.

Marta rio feliz.—Es posible —admitió—. Había una pequeña habitación en la que solía encerrarme

contigo tardes enteras. Pero eras muy pequeña, no puedes recordarlo.—Pues ya ves que sí —aseguró orgullosa.Dániel no bajó a la hora de cenar. Lanrech y Sofi, que sí lo hicieron, le disculparon.—Estaba más cansado de lo que quería admitir —afirmó Lanrech—. Casi tengo que darle

un puñetazo, pero he conseguido que se quede en la cama. Puedo curarle, pero solo si él pone desu parte un poco.

—Date por contento con esta pequeña victoria —comentó Sofi mientras se servía unaración de carne—. Mañana será más difícil que le retengas. Está que rabia por recuperar el ritmode su vida y volver a ocuparse de sus tareas.

Roxana no dijo nada al respecto, pero la verdad es que le habría gustado que Dánielcenara con ellos.

Cuando subió a la habitación acarició la puerta y pegó el oído a la madera. Como no

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escuchó nada, supuso que Dániel dormía y siguió de largo hacia la habitación contigua. Hubieraquerido, al menos, darle las buenas noches. Estaba tan contenta de que ya estuviera mejor…

Pese a la pequeña espinita clavada de no haberle visto, Roxana se durmió relativamentepronto. Sin tener en cuenta ese pequeño detalle, el día había resultado perfecto. Se levantó sinningún aliciente y ahora de regreso a la cama, había recuperado a mamá Marta, Sofi le habíaofrecido sus disculpas y Dániel había vuelto milagrosamente a la vida. ¡No podía pedir más!

Se despertó, un poco más tarde, sobresaltada por un ruido. La puerta lateral quecomunicaba las dos habitaciones estaba abierta y se distinguía perfectamente la figura de unhombre junto a la cama.

—¿Dániel? ¿Qué haces aquí?—He venido a buscarte.—¿Te encuentras mal? ¿Te pasa algo? —preguntó sentándose en la cama alarmada.—Sí —respondió sin dar muestras de malestar—. Llevo horas esperándote. ¿Qué haces

aquí?—Bueno, Lanrech dijo que estabas cansado —se excusó Roxana—. Cuando subí de cenar

pensé en entrar, pero no quise molestarte.—Pues lo hiciste —respondió Dániel risueño, mientras apartaba las ropas de la cama.Ella, todavía adormilada, se vio, de pronto, volando en brazos de su marido. Se sujetó

rápidamente a su cuello y, sorprendida, observó en silencio como Dániel traspasaba el umbral dela puerta y regresaba a la cama con ella en sus brazos.

La depositó suavemente sobre el colchón y afirmó:—Este es tu lugar. Siempre que no estés aquí, yo estaré mal, así que espero no volver a

tener que ir a buscarte.Depositó un dulce beso en sus labios y añadió a escasos centímetros:—¿Entendido?Roxana, sonriente, contestó:—Entendido.—Bien —exclamó Dániel echándose a su lado y tapando rápidamente sus cuerpos con las

mantas.A continuación, Dániel se abrazó fuerte al cuerpo de Roxana y apoyó su cabeza sobre sus

pechos en lugar de en la almohada. Una vez instalado y ante la continua sorpresa de Roxana,comentó sosegado:

—Ahora sí que voy a descansar bien. Todo es perfecto. Todo está en su lugar.Efectivamente, Dániel se durmió al instante y no cambió de postura en toda la noche.Cuando Roxana despertó al día siguiente, tenía el brazo adormilado por el peso del

cuerpo de Dániel y la pierna izquierda, apresada también bajo el peso de la del esposo, se habíaquedado dormida. Aun con todo, Roxana no intentó moverse para no despertarlo. Con la mano quetenía libre peinó los dorados cabellos de Dániel y comprobó la temperatura de su frente. Parecíanormal.

Ya llevaba despierta un buen rato y Dániel parecía seguir el mejor de los sueños, pero, depronto, movió su mano y la llevó hasta su nariz. La rascó un segundo y volvió a colocarla en la

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misma posición.—¿Estás despierto? —susurró Roxana.—¡Ajá! —respondió sin variar un ápice su posición.—Tengo adormecido medio cuerpo —se quejó Roxana—, creí que dormías.—Llevo un rato disfrutando del paisaje —respondió inmóvil.Roxana golpeó con los dedos la cabeza de Dániel y este se quejó exageradamente.—¡Auuu! ¡Cuidado! Estoy enfermo. Debes tratarme con cariño, si no tendré una recaída

—exigió muy serio.—¿Quién es ahora el niño caprichoso? —inquirió ella divertida, besándole el cabello.Él no contestó y continuó en la misma posición un rato más hasta que Marta se presentó

con una bandeja repleta de todo lo necesario para disfrutar de un opíparo desayuno para dos.La dulce Marta sonrió al verlos tan abrazados.—He decidido empezar ya a dispensaros mis cuidados personales. Roxana jamás ha

estado enferma —explicó— y conseguiré que vos estéis reestablecido por completo en pocosdías.

—¡Ah, estupendo! Te lo agradeceré. Tengo algunos asuntos pendientes para los quenecesito todas mis energías y estoy deseando acometerlos cuantos antes.

Roxana supo por su mirada que se refería a su pospuesta noche de bodas y no le importó.Al contrario, sonrió pícaramente dándole pie.

La fiel Marta posó la bandeja y fue a correr las cortinas para que entrara más luz. Deespalda a ellos comentó:

—El señor Lanrech me ha dado ese frasquito, dice que es su medicina y debéis tomarloentero.

Dániel sujetó el brazo de Roxana y le hizo una seña para que guardara silencio. Entonces,muy serio, replicó:

—No lo tomaré hasta que el propio Lanrech venga a decírmelo en persona. Misexperiencias con el servicio en este campo no son muy buenas.

Marta se giró y lo miró sorprendida, pero, al verle tan serio, creyó realmente que su señorno confiaba en ella y humildemente, respondió sumisa:

—Como queráis. Ahora mismo le digo que suba y hable con vos.Dániel apretaba con fuerza la mano de Roxana, oculta bajo las sábanas, pero esta, al ver

el semblante abatido de su querida Marta, no pudo resistir más y antes de que llegara a la puertaexclamó:

—No seas tonta. ¿No ves que se está burlando de ti?Marta volvió a mirarle y entonces vio asomar en sus ojos una chispa demoníaca.Ni el propio Dániel pudo soportarlo más y al final se echó a reír exclamando:—Está bien, anda, trae aquí esa pócima. Si he de morir, que sea cuanto antes.Marta regresó risueña y, con más confianza de la que debía esperarse, respondió contenta

a su señor:—Será desalmado. Casi me parte el corazón. Reírse así de una pobre mujer indefensa.

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Casi me hace llorar.—¿Llorar? —repitió Dániel riendo todavía—. No puedo imaginarte llorando. Eres dura

como una roca.—¿Dura? —repitió Marta—. Mi mano sí que es dura y su trasero va a probarla ahora

mismo.Roxana en verdad creyó que iba a pegarle y rápidamente interpuso su propio cuerpo en la

trayectoria protegiendo así el de Dániel.—Marta, ni se te ocurra. Está enfermo y hay que tratarle con cariño, si no tendrá una

recaída.Nadie podía negar que la actitud de Roxana hacia su esposo había cambiado y mucho. El

propio Dániel se había dado cuenta que lo que había supuesto una desgracia en su vida, muyposiblemente había sido una bendición para su matrimonio. Roxana, ya no solo no rehusaba suscaricias, sino que parecía anhelarlas. Pero Dániel no quería apresurarse. Había prometido nohacerle el amor hasta que ella se lo pidiera y aunque le costara un gran esfuerzo iba a intentarcumplirlo.

Roxana hizo mención de levantarse casi una hora después y su esposo intentó impedírselo.No quería abandonar aquella habitación en la que parecía haberse originado una magia especial.

—Vamos, tampoco es bueno que estés aquí encerrado todo el día. Hace un sol espléndido.¿Por qué no cogemos unas mantas y nos tumbamos en el jardín? —propuso entusiasmada.

Dániel pareció sorprendido.—Jamás he hecho nada semejante.—Pues ya va siendo hora. Yo lo hacía a menudo en Tubrique. Será divertido, podemos

llevarnos unos libros y una botella con zumo recién exprimido. ¡Vamos, el sol nos espera!El hombre no resistió mucho aquella mirada suplicante. Se instalaron en la zona más

soleada y alejada de la casa. Roxana se tumbó y Dániel apoyó su cabeza sobre el vientre de ella.La mujer se entretuvo leyendo un rato, pero Dániel no dejaba de hacerle cosquillas con el tallo deuna hierba. La deslizaba por su oreja, su cuello y luego jugueteó con ella ante los orificios nasaleshasta que la hizo estornudar.

El caballero estaba resultando mucho más travieso y juguetón de lo que Roxana creyócuando le vio la primera vez en Tubrique. Entonces recordó Tubrique y recordó a su tía.

—¿Por qué crees que tía Emily habrá obrado de esta manera?—Bueno, desde mi punto de vista, tu tía nunca tuvo intención de renunciar a tus

propiedades. Al casarte conmigo todo pasó a mis manos, pero si yo hubiera muerto, habríarecuperado, no solo tus propiedades, sino también las mías.

Roxana suponía algo así, pero al oír la verdad tan crudamente, sintió un escalofrío.—Y, aunque nunca pueda probarse, creo que no es la primera vez que el veneno es su

aliado. Visto lo visto, me atrevería a asegurar que su marido tuvo el mismo final que habíaplaneado para mí.

Roxana volvió a mirarle con asombro y él respondió a su muda pregunta.—Piénsalo. La casaron muy joven y, aunque su esposo era mucho mayor, gozaba de

perfecta salud en sus esponsales y, sin embargo, empezó a languidecer casi de forma inmediata

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hasta que murió en poco menos de un año, por lo que tú misma me has relatado. A mi juicio.consiguió librarse de su esposo y al no tener este ningún pariente, por ende, y, sospecho que, trasalgún acuerdo con el rey, consiguió sus tierras. Bien administradas le habrían podido servir paravivir sin estrecheces el resto de su vida. Pero, por lo poco que vi de Tubrique a mi llegada, tu tíano era una buena administradora. Tus propios siervos se lo relataron a Lanrech a su llegada. Asíque supongo que sus tierras llevaron el mismo camino, y extrajo hasta la última gota de sangre asus propios siervos. Ahora se disponía a hacer lo mismo con Tubrique y, si hubiera conseguidosalirse con la suya, mis tierras habrían tenido el mismo final.

—¿Cómo puede haber gente tan avariciosa? Puedo llegar a entender que alguien deseematar movido por el odio, yo misma lo sentí cuando mataron a mis padres, pero que esténdispuestos a hacerlo solo por cosas materiales, me parece increíble.

—Pues ya ves, no lo es.A Roxana se le ocurrió otra pregunta.—¿Qué fue lo que escribiste en aquella nota para conseguir que tía Emily abandonara la

propiedad tan pronto?—La amenacé con cosas que creo que nunca habría sido capaz de hacer, pero, por suerte,

ella no me conoce lo suficiente y las creyó.—¿Qué cosas?—No pienso decírtelas —respondió con una mirada chispeante—. Tal vez algún día tenga

que amenazarte a ti con esas mismas cosas.Roxana sonrió y replicó:—Yo no las creería, empiezo a conocerte bien.—¿Ah sí? ¿Eso crees?—¡Ajá! Estoy convencida —aseguró sonriente.Dániel sonrió también y besó dulcemente aquellos labios tan sedientos de besos como los

suyos. Después, casi sin separarlos, afirmó:—Me alegro.Ambos se miraban ausentes de todo cuando escucharon gritar a Lanrech.—Muy bonito, llevo horas buscándoos.—Es tu día de suerte —respondió su amigo haciendo señales para que se acercara—, ya

nos has encontrado.Roxana se sentó rápidamente, pero Dániel siguió recostado sobre los muslos de su esposa.—¿Qué quieres? ¿Ocurre algo?—No, venía a que me invitaras a comer.—¿Es que no tienes cocinera en tu casa?—No tan buena como la tuya. Es difícil encontrarlas de confianza.—¿Me lo vas a decir a mí? —bromeó Dániel—. ¿Qué traes ahí? —le preguntó señalando

la cesta que portaba su amigo.—Como no regresabais, Marta supuso que estabais muy bien instalados, así que se ha

tomado la libertad de prepararos algunas viandas para que las degustéis aquí mismo.

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—¡Qué buena idea! —exclamó Roxana—. ¿Nos acompañáis?—Bueno, casualmente creo que Marta ha preparado tres generosas raciones.—Pues entonces no se hable más —se burló Dániel—, tendrás que quedarte para no

desperdiciarlo.Lanrech se sentó rápidamente en una de las esquinas de la manta y Roxana comenzó a

extender sobre el improvisado mantel el contenido de la cesta.Dániel, abusando de la confianza que tenía con su amigo, imaginó que su esposa, por no

hacer una escena delante de Lanrech, admitiría con más benignidad sus caricias y sus besos y nose equivocó. Roxana, inexperta en aquellas lindes, se fio de su marido y no creyó que fuera nadamalo. Dániel besó, acarició, halagó y bromeó con su mujer como nunca antes lo había hecho enpúblico.

Juntos, comieron, charlaron y bromearon casi hasta el atardecer, momento en que elconvaleciente, tuvo que darse por vencido y reconocer su agotamiento.

Sofi, puesto que Dániel se había retirado, rompió su promesa y cenó con Roxanaencantada. Su relación no había sufrido ningún deterioro, al contrario, ahora las dos sabían hastadonde llegaba su amor por Dániel.

Durante toda la cena, Roxana no pudo dejar de pensar que su marido estaba en eldormitorio y que la esperaba ansioso. En estos últimos días había aprendido a confiar en él. Alprincipio, cada vez que se acercaba para besarla o abrazarla, temía que terminara tumbándola encualquier parte y haciéndole el amor brutalmente.

Ahora sabía que un beso y una caricia no tenían por qué ir a más si ambos no querían yeso le hacía sentirse segura y deseosa de compartir el lecho con él.

Aquejada de un repentino dolor de cabeza, que desapareció en cuanto subió las escaleras,se excusó y abandonó la mesa nada más terminar.

Dániel leía recostado en la cama, pero posó el libro en cuanto la vio.—¿Qué tal has cenado?—Estupendamente. Mi estómago ha reconocido enseguida los familiares guisos de Marta.

¿Y tú? ¿Te han subido algo?—Sí, Marta en persona quiso cerciorarse de que me lo comía todo.Dániel se volvió malintencionado y añadió:—Solo me falta el postre.Roxana tardó unos segundos en comprender el juego de palabras y a qué postre se refería

y cuando lo hizo sus mejillas se encendieron, pero no dejó de sonreír.—Vamos, desnúdate y ven cuanto antes. Ya no puedo dormir si no te tengo a mi lado.Roxana comenzó a desvestirse al instante. Ya no sentía vergüenza de hacerlo ante su

esposo, así que no utilizó el biombo. Ingenuamente, sin saber la tempestad que estaba provocandoen el cuerpo de Dániel, se fue despojando del vestido, las enaguas, las medias... Muyprobablemente, cuando se colocó el camisón y acudió a la cama, la temperatura del enfermo habíaascendido varias décimas y no precisamente por un empeoramiento físico.

Él, caballero, la cercó con sus brazos y se besaron.—No te puedes imaginar lo que te eché de menos cuando recuperé la consciencia y tú no

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estabas allí. Y lo mal que lo pasé cuando tuve que seguir manteniéndote alejada de mí. Pero eranecesario, lo entiendes, ¿verdad? Tenía que hacer creer a todos que te culpaba a ti para queGertrudis siguiera confiada. Era la única forma —se justificó—, ¿lo comprendes?

Roxana asintió sin mucho convencimiento. Ella habría seguido la farsa si Dániel lehubiera puesto sobre aviso.

—Siento mucho que no hubiera otra forma de hacerlo.Él apoyó su frente sobre la de su esposa y respiró al unísono.—Se me partió el alma cuando llegó Sofi echa una furia y me culpó de todo. Me sentí

fatal, pero no fue nada comparado con cuando me dijo Lanrech que tú no querías verme.—No dudé de ti ni un momento, lo sabes ¿verdad?—Ahora sí, pero hubo momentos en que sentí que me moría pensando que dudabas de mí.—No sabes cuánto lo siento. Me habría gustado poder evitarlo.A Roxana se le humedecieron los ojos al recordarlo y se giró de medio lado para que no

la viera llorar.Dániel se pegó a su espalda y cruzó sus brazos sobre los senos de Roxana. Besó su

hombro y acopló su cabeza entre este y la de Roxana. Así, como un solo cuerpo, ambos sequedaron dormidos.

Roxana despertó al alba, sin motivo aparente. Dániel ya no estaba abrazado a ella. Se girólentamente y lo vio tendido a su lado con el pecho descubierto. Posó la mano sobre la frente ycomprobó la temperatura. Parecía normal.

Roxana se tumbó de costado, muy cerca de él, y lo observó sin reparos. Su respiración erarítmica y acompasada. Su rostro relajado, le parecía cada vez más bello.

Dániel había tenido oportunidad de acariciar con la mirada todo su cuerpo, sin embargo,ella, seguía desconociendo la mayor parte del suyo.

Comprobó una vez más que su esposo dormía y lentamente levantó las mantas para ver sucuerpo entero.

En lugar de volverlas a posar sobre él, las retiró y amontonó a los pies de la cama.El hombre no había variado su ritmo respiratorio así que continuó tranquila con su

examen. Posó la palma de la mano sobre su pecho y dejó que los dedos se mezclaran con su vello.Fue una sensación muy agradable. Se agachó y pegó la nariz a su piel, para aspirar su aromavaronil.

Precavida, comprobó de nuevo el rostro de Dániel. Su expresión era la misma así quepermitió que la mano se deslizara lentamente hacia su vientre. La posó sobre él y dejó que sebalanceara arriba y abajo. Bajo la palma, notaba una piel tersa y un torso musculoso. Nunca sehabía parado a pensar que el cuerpo de hombre pudiera ser bello, pero sin duda aquel lo era. Susojos descendieron más. Un canalillo de vello volvía a crecer bajo su ombligo para quedar ocultopor las calzas. Su rostro seguía a escasos centímetros. Dejó descansar su mano sobre el muslo deDániel mientras centraba su atención en aquel voluminoso abultamiento que había justo al lado.Roxana, hipnotizada por él, levantó la mano para ir a tocarlo, pero en ese instante, dándole unsusto de muerte, Dániel se giró, volviéndose de espaldas. Ella tuvo que darse por satisfecha yvolvió a tumbarse, cubriendo antes el cuerpo de su esposo con las mantas.

Este recuperó el sosiego minutos más tarde. Se había despertado cuando Roxana

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acariciaba su pecho y no había querido privarla, ni privarse, de ese placer. Había resistido inerteel descenso de sus dedos primero por su estómago y luego por su vientre. Había soportadoestoicamente la respiración de Roxana, traspasándole las calzas y quemándole la piel. Perocuando sintió que la mano de Roxana abandonaba el muslo, buscando un nuevo emplazamiento, nopudo resistirlo más y tuvo que girarse para no abalanzarse sobre su esposa y romper su promesa.

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CAPÍTULO 9

Roxana no pudo quitarse en todo el día de la cabeza esa imagen del cuerpo de Dánieltendido a su merced. Después de su examen ocular de la noche pasada no había podido dormirse yahora su imaginación añadía mil sensaciones más, tan excitantes como las que ya había sentido.Esas imágenes surgían en su mente sin previo aviso y entonces empezaba a sentir un inmenso calory sus pezones, sin saber por qué, se endurecían.

Tras mantener una fructífera conversación con mamá Marta, decidió que esa misma nochehablaría con Dániel y aclararía los términos de su matrimonio.

En cuanto terminó de cenar, volvió a escabullirse hasta el cuarto de Marta para recibir unaúltima inyección de ánimos y, antes de que se le pasara el efecto, subió presta hasta el dormitoriodonde ya aguardaba su esposo.

—¿Dónde estabas?—Con mamá Marta. Tenía que hablar con ella.—¿A estas horas?—Era urgente.Él no quiso preguntar más. Roxana paseaba nerviosa de un lado a otro, así que supuso que

se lo contaría en cualquier momento.—Quería hablar contigo sobre una cosa.—Tú dirás —inquirió Dániel sentándose sobre el saliente de la ventana.La muchacha seguía caminando de un lado a otro, retorciéndose los dedos y sin saber

cómo empezar.—Bueno, como ya te habrás dado cuenta, nuestra relación ha mejorado bastante desde

nuestro matrimonio, pero supongo que todavía puede mejorar más.Él intuyó qué era lo que Roxana quería decirle, rogó a Dios para no estar equivocado,

pero continuó expectante y, fingiendo despreocupación, comentó:—Sí, soy de la misma opinión. Pero no sé en qué modo puedo yo cambiar las cosas. La

situación depende enteramente de ti —respondió impasible—. Yo estoy esperando una indicacióntuya.

—Bueno, de eso se trata. Yo, aunque quisiera, no sabría de qué modo cambiarla. Yo nosé... no sé cómo... quiero decir que mi experiencia es bastante limitada y no sé...

Roxana intentaba suplir con gestos su falta de palabras. Dániel se apiadó de ella y le echóuna mano.

—Quieres decir, que estarías dispuesta a dar un paso adelante, pero que no sabes cómo,

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¿es eso?Roxana se detuvo ante él, aliviada por un momento.—Sí, eso es. Bueno sería un paso corto, no muy grande, hay que tener en cuenta tus

condiciones.—¿Mis condiciones?—Estás convaleciente todavía, no querría que por mi culpa sufrieras una recaída.Dániel bajó la vista y acarició pensativo su mentón.—¡Ya! Entonces, exactamente ¿qué es lo que tú sugieres? Quiero decir, ¿a qué llamas tú un

paso corto?El caballero la miraba de nuevo expectante y Roxana tuvo que estrujar sus dedos una vez

más.—No sé, en tu estado yo no pretendo que hagamos... que hagamos...Ella volvía a gesticular y tartamudear al mismo tiempo.—¿Hacer el amor tal vez?—Eso. Yo no quiero hacerlo, pero tal vez podríamos ensayar.—¿Ensayar?—Sí, para cuando estés repuesto poder hacerlo.—¿Hacer el qué? —preguntó maliciosamente Dániel.—El amor —respondió con dificultad Roxana.—Si no entiendo mal, estás dispuesta a consumar por fin nuestro matrimonio, aunque no

ahora mismo. Ahora solo quieres ensayar ¿no es eso?Roxana sonrió ampliamente como si se hubiera deshecho de un gran peso.—Eso es —respondió tras un suspiro.—Ya, bueno, que yo sepa, eso es algo que no se puede ensayar —replicó Dániel

extremadamente feliz, aunque no dejo que su cara lo reflejara.Ella volvió a sumirse en una total angustia.—En todo caso —añadió internamente divertido—, podríamos ensayar los preliminares.—¿Preliminares?—Sí. Algunos pasos previos que, aunque no son indispensables, es muy agradable llevar a

cabo.La sonrisa regresó al rostro de la joven.—Esos preliminares son a los que me refería —afirmó convencida.Dániel sonrió tremendamente divertido. Se puso en pie y se acercó hasta ella con los

brazos en cruz.—Bueno, tú dirás, yo estoy dispuesto a hacer lo que tú me digas.Roxana sudaba como si estuviera a escasos centímetros de las llamas de la chimenea,

cuando en realidad ni siquiera estaba encendida.—Ahí está el problema, yo no sé muy bien que hacer. ¿Alguna sugerencia?—¿Te fías de mi juicio?

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—Por supuesto —contestó confiada.Dániel fingió pensar.—Podrías besarme para ir rompiendo el hielo —sugirió.—¿Besarte?—Sí, siempre soy yo el que lo hago y tú la que respondes. Cambiaremos los papeles para

variar.Roxana se quedó pensativa un instante, pero luego se acercó y se estiró para alcanzar la

lejana boca de su esposo.Este, que permanecía lo más estirado posible, vio cómo se ponía de puntillas y con gran

esfuerzo conseguía alcanzar sus labios. En su papel de frío instructor, propuso un cambio deposición.

—Espera, me sentaré, creo que estaremos más cómodos.Tomó asiento y palmeó sus muslos para que ella se sentara encima. Roxana aceptó la

sugerencia y, más tiesa que un palo, se sentó pegando sus labios a continuación sobre los deDániel, sin la más mínima pasión, pero en cuanto él puso su grano de arena, el beso se volviódenso y apasionado.

El caballero colocó su brazo por detrás de la espalda de Roxana y suavemente la obligó ainclinarse hacia atrás. Entonces paseó la mano por su muslo y los labios por su escote.

La muchacha notaba ya su corazón galopar a toda velocidad, pero no tenía intención dedetener aquello. Le había costado demasiado esfuerzo llegar a proponerlo.

Continuaron unos minutos más allí sentados, pero Dániel no se conformaba con aquello,quería más. La tomó en sus brazos y la levantó sin esfuerzo y sin dejar de besarla.

—¿Dónde vas? —preguntó Roxana en cuanto notó que flotaba.—Nos sentaremos sobre la cama, estaremos más cómodos. Él, con gran pericia, fue indicando a su discípula qué debía de hacer. Consiguió que

imitara sus movimientos, que le besara donde él la besaba, incluso que le despojara de la camisa,como antes le había despojado él de su camisola y su corpiño.

Dániel se arriesgó aún más y la ordenó susurrante.—Quítate la falda. Si lo haces te enseñaré los lugares en los que más placer produce una

caricia.Roxana deseaba conocer esos lugares, así que no dudó en levantarse y muy lentamente

despojarse de su falda, ante la atenta mirada de su esposo.El hombre la tomó de su estrecha cintura y la atrajo hacia sí para besar su vientre.Roxana, aún de pie, echó la cabeza hacia atrás y solo cuando notó que Dániel aprisionaba

uno de sus senos, regresó a su posición buscando sus labios.Él la hizo girar levemente y sosteniéndola, la dejó caer sobre su propia pierna, hasta que

quedó tumbada sobre la cama.La mujer, al verse tendida, volvió a titubear, pero su esposo supo aplacar sus miedos.—Relájate, no haremos nada que tú no quieras hacer. Cuando quieras que me detenga,

solo tienes que decirlo.

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Roxana le creyó y dejó que siguiera besándola y acariciándola en lugares inconfesables,pero tremendamente excitantes. Notaba como todo su cuerpo hervía. Con los ojos cerrados,esperaba a que él la sorprendiera con un nuevo movimiento. Cada una de sus caricias y sus besosproducía más placer que el anterior y provocaba una sed insaciable. Quería más y más.

Poco después Dániel contemplaba, por primera vez, la belleza del cuerpo desnudo de suesposa. Volvió a acariciar sus pechos, masajeó su vientre y dejó que su mano se perdiera entre laspiernas de Roxana. Su rostro estaba hundido entre ellas cuando su esposa le llamó con insistencia.Él temió que quisiera detenerse, pero, aun así, acudió a su llamada.

—¿Qué quieres, mi amor? —preguntó antes de besar sus labios.Roxana, jadeante y sudorosa, exigió:—Por favor, no te pares ahora. No te detengas.Dániel, pleno de felicidad, respondió:—No podría, aunque quisiera, mi amor.El hombre, libre de su promesa, rompió todas las ataduras y dejó que la pasión corriera al

fin a raudales.Ella, que creía haber llegado ya a tocar el cielo, descubrió en su propio cuerpo

sensaciones nuevas que jamás pensó que pudieran sentirse. Cuando, horas más tarde, descansabaya recostada sobre el pecho de su esposo, se recriminó así misma su estupidez. Había estadoposponiendo aquel maravilloso momento, basada solo en las estupideces que, durante años, habíaoído contar en las cocinas de Tubrique. Marta se lo había aclarado aquella tarde. «Hacer el amorpuede ser la cosa más extraordinaria del mundo si lo haces con el hombre que amas o el acto máshorrible y abominable si te ves obligada a hacerlo con alguien que no desees».

—¿Duermes mi amor? —le preguntó su esposo.Ella, por toda respuesta, besó su pecho y volvió a posar la cabeza sobre él.—¿Estás bien? —se interesó Dániel.—Un poco enfadada —respondió sin que su tono denotara nada parecido—. Me has

engañado. Dijiste que solo íbamos a besarnos.—Eso no es cierto —musitó Dániel besándole el cabello—, solo he hecho lo que tú me

has dicho.—Empleaste malas artes, reconócelo. Sabías que no podría resistir tu ataque.Dániel rio por el lenguaje bélico utilizado.—Sí, he de confesar que sí. Pero ya sabes, todo vale en el amor y en la guerra.—Creí que era tu hermano el experto en guerras.—Cierto. Yo lo soy en el amor.Roxana levantó la cabeza y le miró divertida por su ingeniosa respuesta.—Ha sido maravilloso —confesó sin ningún rubor.Él agradeció su sinceridad.—Te aseguro que para mí también ha sido muy especial.La besó y añadió pícaramente:—Eso que estoy convaleciente. En plenas facultades, puedo mejorarlo.

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A la muchacha se le abrió la boca de asombro y con un gran aspaviento preguntó sin poderllegar a imaginarlo:

—¿En serio?Dániel no pudo evitar soltar una sonora carcajada. Si algo le cautivaba de su esposa, era

esa ingenuidad que demostraba a cada momento.—Por supuesto, mi amor —acertó a contestar tras unos segundos—, esto es como el vino,

mejora con los años y la experiencia. Cuanto más lo practiquemos, mejor nos saldrá.Ahora fue ella la que, con gran picardía y sin ningún pudor, afirmó divertida:—Si eso es cierto, estoy deseando que llegue la próxima vez. No consigo imaginar a lo

que podemos llegar dentro de unos años.Dániel volvió a soltar una inmensa carcajada y tuvo que ser Roxana con sus besos la que

acallara sus risas, para que no despertara a todo el castillo.Aquella noche fue la primera de las noches. Y el día siguiente, el primero de todos los

días.Juntos comenzaron una andadura que ni en sus mejores sueños imaginaron nunca. Su

relación era maravillosa. Por el día eran los perfectos compañeros para todo, por la noche losamantes más ansiosos y generosos.

Roxana tomó pronto iniciativas propias y, como Dániel pronosticó, su relación se hizomás intensa y excitante. Inventaban cualquier excusa para estar solos y buscaban los rincones másoscuros para que sus cuerpos pudieran encontrarse.

Fueron meses plenos de felicidad, pero, como Roxana sabía muy bien, ese sentimiento nosolía ser muy duradero en su vida.

Reposaban tranquilamente tras la comida cuando las voces de Justo les sacaron de surelajado descanso.

—Señor, ha venido un hombre. Dice que trae noticias de su hermano. Al parecer ha estadocon él en el frente.

—Hazle entrar, deprisa.Dániel tomó de la mano a Roxana y juntos volaron escaleras abajo. El soldado en cuestión

presentaba un aspecto lamentable. Harapiento y agotado, le era difícil mantenerse en pie debido auna herida en su pierna.

Dániel corrió presto a sujetarle cuando le vio tambalearse.—Deprisa, decid a Marta que traiga algo de comer y preparad una alcoba donde puede

acostarse.—No señor —negó el recién llegado—, os lo agradezco, pero no puedo quedarme.

Quiero llegar cuanto antes a mi casa, falto desde hace tres años. Con el plato de comida serásuficiente.

El caballero aceptó la voluntad del soldado y Justo, a una señal suya, corrió a la cocina.El propio Dániel echó el brazo del herido por encima de su hombro y lo ayudó a llegar

hasta el comedor.Marta llegó presta con un rebosante plato de lentejas y Dániel esperó pacientemente a que

el maltrecho viajero recobrara sus fuerzas.

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Para cuando comenzó su relato, Sofi ya se había unido a ellos.El soldado narró cómo se había unido al señor de Trento hacía seis meses y desde

entonces habían luchado juntos. Hacía poco más o menos un mes habían caído en una emboscadaque le había obligado a refugiarse en un castillo deshabitado en el que quedaron sitiados.Empezaron a faltar los víveres y a escasear el agua. Los hombres, desfallecidos, empezaron aenfermar. Un grupo reducido, entre los que él había sido elegido, consiguió, siguiendo las órdenesdel señor de Trento, escapar al asedio y huir para pedir ayuda. Tardaron varios días en localizartropas aliadas. Cuando al fin lo hicieron, se pusieron en marcha rumbo al castillo, pero, por elcamino, ellos mismos fueron atacados. El grupo se dispersó. Fueron pocos los sobrevivientes. Élconsiguió salvarse, escondido bajo los cuerpos sin vida de sus compañeros. El hombre hablabacon dificultad y, con cada palabra, parecía rememorar los amargos momentos vividos.

—Entonces, ¿no llegaron a socorrer al grupo de mi hermano?—No señor. No quedó nadie para hacerlo. Yo emprendí de nuevo el camino, buscando

algún grupo al que poder unirme y entonces fue cuando me encontré con aquel soldado.—¿Qué soldado? —preguntó Sofi.El que me dijo que el señor de Trento resistía mal herido entre las ruinas del castillo.—Y él, ¿cómo lo sabía?—Me dijo que pertenecía al grupo que se quedó con el señor de Trento.—Y tu ¿no le conocías? —indagó Dániel.—La verdad es que no. Unos días antes del ataque, se habían unido a nosotros un grupo

bastante numeroso, supongo que vino con a ellos.Roxana, Sofi y Dániel, guardaron silencio intentando asimilar la noticia. El viajero

continuó el relato.—Me dijo que, dos días después de que partiera mi grupo en busca de ayuda, habían

sufrido un brutal ataque y prácticamente todas las tropas habían sido aniquiladas. Los que no,como el señor de Trento, habían sido abandonados a su suerte. Sin comida ni agua.

Ahora el pobre infeliz quiso descargar el sentimiento de culpa que sentía en su interior.—Yo solo no podía hacer nada y como Trento me pillaba de camino a casa, decidí venir a

decírselo.Dániel palmeó su hombro, demostrando que nada le reprochaba.—Ya hace tres días de esto, ni siquiera sé si seguirá con vida —añadió desconsolado—.

Él siempre nos trató bien a todos, es lo menos que podía hacer por él.El anfitrión le pidió que le explicara, lo más exactamente posible, la localización de esas

ruinas donde se suponía continuaba su hermano. Después insistió para que el soldado descansara,al menos unas horas, antes de ponerse en camino de nuevo y el hombre aceptó agradecido.

Los tres pasaron gran parte de la noche encerrados en el gran salón.Dániel y Roxana intentaban animar a la desolada Sofi que dio muestras de gran entereza.Por supuesto estaba decidido que Dániel partiera en busca de su hermano Enrique. Ahora

se trataba tan solo de elegir la forma y la ruta. Si la envergadura de la batalla y la posteriormatanza eran como el viajero relataba, a estas alturas el lugar estaría plagado de buitres, pero delos de la especie humana, dispuestos a saquear y robar a todo hombre vivo o muerto.

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A medida que Sofi se tranquilizaba, Roxana comenzaba a inquietarse.Sofi no tenía la menor duda de que si su amado Enrique seguía con vida, Dániel daría con

él y lo traería a casa. Si por desgracia no llegaba a tiempo, al menos le quedaría el consuelo depoder enterrar su cuerpo en la tierra que le vio nacer.

Dániel sabía lo peligroso que podía ser aquello y buscó la mejor manera de llevarlo abuen fin. Si marchaba acompañado de un numeroso grupo de hombres, le sería más fácil localizara su hermano, pero de la misma forma, sería presa mucho más fácil para cualquiera de los gruposenemigos que todavía seguían en la zona. Si, por el contrario, iba solo, pasaría másdesapercibido, aunque también era probable que fuera pasto fácil para atracadores de caminos,desertores y bandidos desalmados.

Era una locura intentar meterse en aquella cueva de lobos, pasar desapercibido y volver asalir sin llamar la atención. Dániel era consciente de ello, por eso decidió ir solo. No pondría enpeligro ninguna vida que no fuera la suya propia.

Roxana, que lo consideraba una empresa imposible para varios hombres, no creía quepudiera llegar a buen fin si emprendía la aventura en solitario, pero pese a ello, no protestó,aceptó y apoyó la decisión de su esposo. Seguramente, era la primera vez que se comportabacomo la esposa fiel y sumisa que todo el mundo esperaba que fuera.

Era más de media noche cuando, una vez organizado todo, los tres se retiraron a descansarunas horas.

Sofi insistió en que Dániel le avisara antes de su partida.El matrimonio no perdió el poco tiempo que les quedaba durmiendo. Ambos, aunque

ninguno lo confesó, temían que esas fueran las últimas horas que pasaran juntos. Hicieron el amor,deleitándose y saboreando cada instante como si fuera el último.

Él sentía que el alma se le partía al tener que abandonar a su esposa. Por fin habíaalcanzado la felicidad tan ansiada. Su vida junto a ella era plena y maravillosa. Solo tenía unfallo. Había sido tan breve…

Dániel le agradeció tremendamente que no intentara impedir su marcha. No estaba segurode haber podido resistir una sola súplica. Deseaba tanto no apartarse de su lado, pero ella parecíahaber entendido que era su deber auxiliar a su hermano. Aun así, quiso cerciorarse.

—Tengo que ir, lo entiendes ¿verdad?—Por supuesto. Tu hermano cuenta contigo, depende de ti.Roxana acarició su mejilla y añadió:—Todos dependemos de ti, por eso has de volver sano y salvo. ¿Me oyes?Dániel sonrió.Su esposa, se agarró a su cuello e imploró:—Por favor, ten mucho cuidado. Yo no podría vivir sin ti. He perdido demasiadas cosas

en mi corta vida. Si no vuelves yo... yo...—¡Sshhh! Eso no va a pasar. Nada ni nadie me va a impedir que vuelva. Nos quedan

muchos años de felicidad.Se abrazaron y agotaron así los últimos momentos juntos.Todos salieron a despedirle hasta la puerta. Su mujer le acompañó hasta el caballo.

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Dániel volvió a abrazarla antes de subir a él y después, desde lo alto, ordenó:—Quiero encontrarte exactamente en este lugar cuando vuelva.Roxana sonrió solo para él.—No me moveré de aquí hasta que lo hagas.Los primeros rayos de sol disparaban sus fechas cuando el caballero se perdió tras el

bosque de encinas.Su esposa continuó allí de pie, como si pensara cumplir al pie de la letra su promesa de

no moverse. Sofi avanzó hasta ella y la abrazó por los hombros. Si estrecha había sido su amistadhasta entonces ahora que el dolor y la desesperación las unían, se hicieron inseparables. Pasabanel día juntas, imaginando mentalmente a cada instante cuál sería la posición exacta de Dániel.

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CAPÍTULO 10

Los días pasaban y su estado de ánimo no mejoró. Ambas se mostraban fuertes ante laotra, pero ninguna podía evitar pensar lo peor.

Lanrech las visitaba con frecuencia y aunque, en un primer momento, enfureció alenterarse de que Dániel había partido solo, después comprendió sus motivos y supo que él por sersu amigo, habría sido el último al que habría metido en semejante ratonera.

Roxana solo se sentía liberada de sus cargas cuando cabalgaba, cosa que ahora haciatodas las mañanas al alba.

Aquella en concreto, como todas desde la marcha de Dániel, se colocó sus leotardos y sublusón hasta las rodillas, trenzó su pelo y se enfundó su vieja casaca para montar.

A esas horas el castillo entero dormía. A ella le gustaba sentir esa soledad, esa paz de lasprimeras horas.

Solo el viejo Chu-linn solía estar levantado, practicando sus ejercicios.Roxana se asomó por la ventana para comprobarlo, pero el pequeño recinto ajardinado

estaba vacío. Le extrañó, pero pensó que tal vez ella había madrugado más de lo normal.Sus habitaciones daban a la parte trasera por eso, seguramente, no escuchó el ruido de

caballos y los sigilosos pasos que habían alertado a Chu-linn.Cuando Roxana salió al pasillo se sobresaltó al ver venir hacia ella dos figuras en la semi

penumbra.Chu-linn caminaba a medio vestir y traía consigo a una Sofi sobresaltada, recién salida de

la cama.El anciano hizo señas para que Roxana entrara de nuevo a la habitación y ellos entraron

detrás, cerrando la puerta.—Hay gente en la casa —informó el maestro a media voz.—¿Gente? ¿Qué gente?—Mala gente —aclaró—. Quédense aquí y echen el cerrojo. Voy a buscar ayuda.A continuación, cerró la puerta y se marchó. Roxana obedeció y corrió el cerrojo

inmediatamente. Ambas se alejaron de la puerta y Sofi contó lo poco que sabía.—Chu-linn me ha despertado. Dice que ha visto entrar a un grupo de hombres. Vienen

armados.Golpes y voces en la escalera les hicieron callar. Las dos mujeres se abrazaron temerosas.

Al instante alguien intento abrir la puerta. No podía ser Chu-linn, sabía que estaban cerradas. Elrevuelo en el exterior era ahora perfectamente audible.

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—¡Dios mío! ¿Qué está ocurriendo? —exclamó Sofi.Un nuevo golpe, esta vez mucho más cercano, volvió a alertarlas.—Dos hombres aquí —oyeron gritar—, hay que derribar esta puerta.La puerta cedió pronto a los enormes empujones que le propinaban desde el otro lado.

Unos minutos después se desplomó definitivamente, franqueando la entrada a dos grandullonessudorosos por el esfuerzo. Un tercer hombre los apartó con malos modos y entró en la alcoba.

—¡Señoras!, siento haberos despertado, no era mi intención armar tanto revuelo.Aunque desagradable, no podía negársele unos modales dignos tan solo de la clase más

alta. Sofi, aunque en todo el tiempo que llevaba viviendo en Tubrique lo había visto en contadasocasiones, lo reconoció enseguida y lo puso en conocimiento de su cuñada. El asaltante no eraotro que su vecino Dalton. Roxana ya había oído hablar de él. Primero a su esposo, cuando alllegar a Tubrique le comentó su arisco carácter. Después, fue la propia Sofi la que le relató lahistoria completa. Al parecer había estado prometido con Isabel, la madre de Dániel y suenemistad abierta y declarada hacia los Trento venía desde que, según él, Enrique, el padre deDániel, la había raptado contra su voluntad, poniendo así fin a la posibilidad de que contrajeramatrimonio con el propio Dalton, como estaba previsto.

Ambas mujeres, sin hablarlo entre ellas, supieron que esto que estaba ocurriendo hoy, erauna consecuencia de aquello.

—¿Qué buscáis aquí? —increpó Sofi, disimulando su miedo lo mejor que pudo.—El tesoro de la casa.—Pues no está en esta habitación. Buscadlo en otras estancias —ordenó altiva Roxana,

sin soltar la cintura de Sofi.—Os equivocáis, señora, el tesoro que yo busco lo tengo justo delante. ¿O es que hay en

la casa tesoros más valiosos que vuestras personas?Ambas se miraron alarmadas y, cuando los dos gigantes intentaron separarlas, se

resistieron con uñas y dientes.Al salir al pasillo el primero de los hombres con Roxana sujeta por la cintura, recibió un

certero golpe de Chu-linn que le hizo caer. Con destreza, el anciano golpeó al segundo, que se vioobligado a soltar a Sofi. Ambas se refugiaron tras el maestro que continuaba en guardia.

Los dos hombres, mucho más altos y corpulentos que Chu-linn, se levantaron y regresaronpara atacarle de nuevo.

—¡Huyan! ¡Vamos! Escóndanse —les gritó el anciano.Las mujeres se tomaron de la mano y corrieron pasillo adelante. Para entonces la casa

estaba repleta de hombres. El maestro había alertado a los sirvientes y todos, armados con palos yhierros, defendían lo mejor que podían el castillo. Tuvieron que esquivar varios golpes, pero alfinal alcanzaron las escaleras y empezaron a descender.

Dalton alertó desde lo alto para que no las dejaran escapar.—Vamos hacia las cocinas —propuso Roxana sin dejar de correr—. Si alcanzamos la

puerta la cerraremos por dentro y quedaremos aisladas.Dos nuevas moles humanas se interpusieron en su camino. Sin duda aquel hombre no

creyó que aquella jovencita representara ninguna amenaza, pero se equivocó.

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Roxana aprovechó un descuido para, con un brusco movimiento, soltar su brazo. Entonceslo levantó hacia delante y retrocedió con todas sus fuerzas, hincando su codo en el estómago deldesdichado. El hombre se plegó por la cintura y la muchacha, sin darle tiempo a recuperarse,levantó su antebrazo con el puño cerrado y golpeó con fuerza su nariz. De nuevo el hombre volvióa enderezarse y, sin salir de su asombro, sintió como un grueso madero golpeaba su nuca,haciéndole perder definitivamente el sentido.

El otro hombretón que sostenía a Sofi la soltó, empujándola a un lado, para enfrentarsebravuconamente a aquella atrevida.

Se plantó ante ella, poniendo los brazos en cruz como para facilitarle la tarea. Supetulante forma de actuar le llevó al fracaso.

Roxana aprovechó la ventaja que le daba el necio de su enemigo e imitó uno de losmovimientos que tantas veces había visto repetir a Chu-linn en los últimos meses. Echó unarodilla a tierra y, con el puño cerrado, estiró con todas sus fuerzas el brazo, golpeando laentrepierna del fanfarrón. Al instante un nuevo golpe, esta vez con el pie, hizo que el tacón de subota de montar se hincara en el estómago del jactancioso visitante. Sofi se encargó de rematarlocon un certero estacazo en la nuca.

Confiadas, celebraron su triunfo, sin darse cuenta de que dos nuevos contrincantes seacercaban. Roxana se giró, cogió un madero con ambas manos y les esperó, blandiéndolo, conambas manos, como si de una espada se tratase.

—Corre Sofi —gritó valientemente.—No, no me voy sin ti.—Corre, yo voy ahora mismo. Corre y cierra la puerta.Sofi, aterrorizada, corrió. Oyó a Roxana insultar y gritar a los agresores, pero siguió

corriendo. Un par de minutos más tarde, a salvo en las cocinas, con el resto de las mujeres, siguióespiando los movimientos de los invasores.

La joven dama se defendió con uñas y dientes. Las cosas que Chu-linn le había enseñadodurante esos meses en sus clases diarias, estaban siendo de gran utilidad. Volvió a revivir lamisma rabia e impotencia que sintió cuando fue Tubrique lo que asaltaron. Entonces era una niña yno había podido defenderse, pero ahora no se quedaría quieta.

Consiguió derribar a dos nuevos contrincantes. Vio a Chu-linn, se aproximó hasta él yjuntos hicieron un frente común cubriéndose las espaldas. Se defendió como el más bravo de losmuchachos, pero aquellos hombretones, aunque caían, volvían a levantarse como si nada y ella,sin embargo, iba desfondándose con cada golpe que asestaba. Al fin, el numeroso grupo deasaltantes consiguió reducirla, no sin tener que escuchar todo tipo de insultos e improperios.

—¡Soltadme, estúpidos! ¡Soltadme! ¡Dejadme marchar, atajo de mulas!De nuevo Dalton apareció en escena.—¿Y la otra? —preguntó.—Consiguió escapar, señor. Creemos que se ha refugiado con los criados en las cocinas.

¿Queréis que vayamos a por ella?—No, ya hemos armado demasiado revuelo. Me conformaré con la mitad del botín. No

hay que ser demasiado avaricioso.Dalton intentó acariciar la mejilla de Roxana, pero esta torció la cara, impidiéndoselo.

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—Se arrepentirá de esto. Mi esposo le perseguirá hasta el fin del mundo —le asegurórabiosa.

—Lo dudo señora. ¡Lleváosla!Arturo de Dalton quiso disfrutar unos breves instantes de la venganza tanto tiempo

esperada y deseada, aunque, como todos los cobardes, no quiso correr riesgos innecesarios yabandonó la propiedad de sus vecinos lo más rápidamente posible, no sin antes ordenar a unoscuantos hombres que quemaran las caballerizas.

No creía que ninguno de los criados de Trento se atreviera a seguirles, pero, por si acaso,el fuego los mantendría entretenidos el tiempo suficiente.

Cuando llegó junto a los caballos la señora de Trento seguía sin montar.—¿Qué ocurre? Ya deberíais estar a una legua de aquí.—Señor, dice que no sabe montar.—¿Y tú lo has creído, estúpido? ¿Qué crees que se disponía a hacer vestida así?Roxana contestó a la pregunta directamente.—Intento aprender a montar. Quiero dar una sorpresa a mi esposo.Arturo de Dalton la miró intentando descubrir la verdad. Era imposible que no supiera

montar. ¡Era imposible!—No me lo creo —afirmó malhumorado. Montad ya, si no queréis hacer todo el

recorrido a pie.El hombre que había acompañado a Roxana hasta los caballos se atrevió a intervenir.—Señor, creo que dice la verdad. He intentado hacerle montar y ha caído del caballo

nada más subir. No sé cómo no se ha partido el cuello.Dalton observó que, efectivamente, todos los leotardos y el blusón de la mujer estaban

manchados de tierra. Deseoso de alejarse, desistió malhumorado.—Está bien, que alguien cargue con ella en su caballo.Roxana, con su pequeña actuación, había conseguido al menos que la marcha fuera más

lenta. El pequeño grupo, se puso en camino. Ella, a lomos de uno de los caballos, sujeta a lacintura de uno de los hombres, vio como los establos eran pasto de las llamas y rogó a Dios que almenos los caballos hubieran podido salvarse.

Estaba muerta de miedo, pero no estaba dispuesta a que nadie lo notara. Se esforzaba porreconocer el camino, pero, salvo el que había utilizado el día que llegó a Trento, no conocía nadade los alrededores, solo la pradera por la que galopaba cada mañana. Se prometió a sí misma que,si salía de aquella, exploraría todos los senderos circundantes a la propiedad.

En un primer momento creyó que, puesto que Dalton era vecino, sería allí donde larecluiría para pedir un rescate.

Tras las primeras horas y a juzgar por lo poco que habló con él, dedujo que Dalton nopretendía exigir ningún rescate. Y eso le asustó todavía más. Empezó a darse cuenta de que,seguramente, habría urdido una venganza acorde con todo el odio que llevaba dentro. Y eso noauguraba nada buena para ella.

Lo que Dalton pretendía era raptar a las esposas de ambos hermanos y privarles de sucompañía para el resto de sus vidas. Le pareció un justo precio por la ofensa que el padre de

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ambos había cometido contra su persona, robándole a la que iba a ser su prometida, raptándola yhaciéndole luego su esposa.

Por supuesto Dalton no tuvo nunca en cuenta los pocos deseos que Isabel, la madre deDániel y Enrique, tenía por casarse con él y, sin embargo, lo mucho que amaba a Enrique deTrento.

Dalton nunca se recuperó de esa ofensa y aunque eximía de toda culpa a la mujer, jamásperdonó a Trento.

En vida de Enrique de Trento nunca tuvo ocasión de urdir nada digno de su retorcidamente, pero ahora, Emily de Tubrique se lo había puesto en bandeja, ofreciéndose paraproporcionarle toda la información que necesitaba. En su exhaustivo informe se le olvidómencionar que su sobrina no supiera montar y que tuviera un carácter tan indómito. Se habíadefendido con uñas y dientes, como hubiera hecho cualquier hombre y, por su culpa, la otra señorade Trento había conseguido escapar, pero, en fin, eso ya no tenía remedio, pensó Dalton.Concentraría toda su venganza en la persona de Roxana de Trento. Pensaría para ella la forma máscruel de morir o de vivir y, por supuesto, se aseguraría de que su amado esposo estuviera alcorriente de su desgracia.

En un principio la idea fue quitarle la vida y entregar después su cuerpo inerte a laspuertas de Trento. Ahora empezaba a creer que había formas de vivir mucho más horribles quecualquier muerte.

La idea se le había ocurrido tan solo unos días antes, pero, cuanto más pensaba en ella,más le entusiasmaba. El embarcar a la señora de Trento en un buque que la llevara al otro lado delocéano había sido una idea perfecta. El venderla allí al más lúgubre burdel que encontrara habíasido el colofón digno del mejor pensador. Dalton sonrió malévolamente imaginando la existenciaque le esperaba a la joven.

Aquella noche Roxana no durmió demasiado. Aunque estaba más tranquila al comprobartras todo el día cabalgando que, al menos, su secuestrador no tenía intención de terminar con ellaen las próximas horas. Eso le daba tiempo para pensar una posible solución.

Calculó mentalmente cual sería la situación exacta de Dániel. Si había cumplido elitinerario que él mismo se había marcado, a esas alturas habría llegado ya al lugar donde sesuponía que Enrique yacía herido. Eso quería decir que deberían pasar otros seis u ocho díashasta que regresara a casa, suponiendo que Enrique pudiera cabalgar y seguir su ritmo.

Esta conclusión desmoralizó a Roxana. Era demasiada la ventaja que Dalton llevaría paracuando su esposo quisiera seguirles.

Además, Dániel ni siquiera sabía qué camino debía tomar. Aceptar esta realidad supusoun duro golpe para la moral de Roxana, pero no se rindió. Nunca lo hacía. Asumió que su futurodependía en gran medida de ella sola y, a partir de ese instante, centró todos sus esfuerzos enpermanecer atenta y aprovechar el más mínimo descuido de sus vigilantes para escapar.

Y al fin, dos días más tarde, surgió la oportunidad.Cuando acamparon, ya al anochecer, un jabalí irrumpió en el campamento, originando un

tremendo caos. Algunos caballos corrieron asustados y un hombre cayó sobre el fuego y sus ropasse prendieron. Algunos corrieron a socorrerle, otros persiguieron al jabalí y el resto salió enbusca de los caballos. Roxana se quedó sola y sigilosamente se escabulló ocultándose en lassombras. En su huida topó con uno de los caballos y, aunque estaba muy nervioso, consiguió

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montarlo. Cuando, subida sobre su grupa, saltó sobre el fuego, cruzando el campamento, todos sedieron cuenta de lo buena amazona que era y Dalton enfurecido, dio la voz de alarma.

—Todos tras ella, estúpidos. ¡No veis que se escapa!Ya era noche cerrada y Roxana no conseguía distinguir camino alguno. Dejó que el

caballo galopara a sus anchas y se limitó a sujetarse con fuerza al cuello del animal para no sergolpeada por las ramas de los árboles. Aun así, fueron varios los troncos que golpearon su cabezay sus hombros, pero conservó el equilibrio.

Roxana se dio cuenta de que no podría resistir mucho rato sobre el caballo. Aquellaoscuridad lo impedía. Detuvo la desenfrenada carrera, desmontó y azuzó el caballo para que sealejara.

Era una apuesta arriesgada. Sabía que, al deshacerse del caballo, su huida sería más lenta,pero al retenerlo junto a ella toda la noche, con lo nervioso que estaba, sus relinchos terminaríandelatando su posición.

A tientas, se ocultó entre unos arbustos cercanos y, allí guarecida, pasó el resto de lanoche.

Con las primeras luces, abandonó su escondite. Pensó que sus perseguidores no podíanestar muy lejos y no se equivocó. Pronto escuchó sus voces.

Caminó durante horas sin conseguir ver el final del bosque. No sabía si eso era bueno omalo. Si se veía obligada a atravesar un claro para huir, sería presa fácil, pero tampoco podíapasar el resto de su vida recluida en aquel bosque para no ser descubierta.

Jugó al gato y al ratón durante todo el día. No dejó de moverse, burlando y esquivando algrupo de hombres que rastreaban cada palmo de extensión.

Agradeció que el sol, al fin, se retirara a descansar y la dejara a ella hacer lo mismo.Agotada, se recostó entre unos matorrales. No había comido en todo el día, aunque sí

bebió varias veces cuando cruzó zigzagueante por el arroyo que atravesaba la arboleda.—Por aquí no está —exclamó uno de los hombres a escasos centímetros de ella.Roxana se había despertado segundos antes, cuando el crujir de las hojas le había alertado

de la presencia de aquel hombre. No se movió cuando un palo atravesó el matorral y fue ahundirse en la tierra a escasos milímetros de su tobillo y tampoco lo hizo cuando, en una nuevaincursión, el palo rozó su oreja derecha. Tan solo cuando el perseguidor se había alejado asomó lacabeza para comprobar que no hubiera más merodeadores y, solo entonces, abandonó el matorralen sentido contrario.

Siguió la misma pauta que el día anterior. Caminó y caminó sin detenerse y al atardecer,volvió a guarecerse. Esta vez, localizó una pequeña abertura entre unas rocas y se introdujo enella, temerosa de encontrar algún animal en su interior. Por suerte estaba vacía.

Al día siguiente, el hambre y el cansancio habían hecho mella en su cuerpo. Sus leotardosse habían roto por varias partes y sus piernas estaban llenas de arañazos. Todo su cuerpo pedía agritos unas horas más de descanso. Roxana pensó que no sería peligroso permanecer escondida enaquel agujero el resto del día. Por la noche, con la oscuridad por aliada, se aventuraría a cruzar lapequeña explanada que había descubierto el día anterior.

Pero se equivocó.—¡Buenas tardes, bella durmiente! ¿Habéis descansado lo suficiente? —preguntó

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socarronamente Dalton, asomado en la entrada de la pequeña cavidad.Roxana se incorporó sobresaltada y quedó sentada frente a él. Y cuando vio que extendía

su brazo para cogerla no lo pensó. Encogió sus piernas y volvió a estirarlas con toda su fuerza,estrellando la suela de sus botas de montar contra el rostro de Dalton. Este no pudo impedir que sucuerpo se desnivelara por el tremendo golpe y, al caer hacia atrás, permitió que Roxana pudieraabandonar la oquedad.

La mujer corrió y saltó de piedra en piedra cruzando el riachuelo. Dalton y otros doshombres corrían tras ella y un tercero salió de pronto de frente, sin darle tiempo a esquivarlo y lainterceptó.

Ella se revolvió como gato panza arriba. Arañó, mordió y forcejeó con el testarudograndullón que había interrumpido su escapada, pero este no cedió y cuando Dalton llegó junto aellos, Roxana ya estaba bien sujeta.

El fuerte golpe que la muchacha le había propinado había hecho brotar la sangre de sunariz y ahora el líquido viscoso cubría gran parte de su mejilla. Aun así, sonreía como si no fueraimportante.

—Empiezo a creer que sois una verdadera pesadilla para cualquier hombre. No entiendocomo el joven de los Trento pudo fijarse en vos. Debía de estar muy desesperado para tomaroscomo esposa.

Ella, ofendida, forcejeó de nuevo y, como no consiguió soltarse, escupió enfurecida elrostro de Dalton. Este limpió pausadamente la saliva, entremezclada ya con su propia sangre y acontinuación, y con la misma parsimonia, frotó la palma de su mano sobre el blusón de la mujer,dejándolo teñido de rojo.

Todos volvieron a cruzar el riachuelo. Roxana, con sus continuos empujones, provocó quefueran varias las ocasiones en que los hombres que la sujetaban y ella misma terminaran con másde medio cuerpo hundido en las aguas. Al llegar a la orilla Dalton se detuvo.

—Dejad de provocar problemas —le gritó irritado—. Estoy empezando a hartarme.—Enfurecido, que es peor, debe de estar mi esposo, que ya estará buscándonos por media

región. No querría estar en vuestro pellejo cuando os encuentre.Dalton se carcajeó.—No lo hará querida mía —contestó burlonamente.—Sí lo hará —rectificó Roxana con el mismo tintineo en su voz—, yo le he

proporcionado el retraso que necesitaba para alcanzarnos.Ahora Dalton carcajeó con más fuerza, desconcertando a Roxana.—Mi querida niña, ¿de verdad creéis que ha servido de algo esta escaramuza vuestra?Dalton parecía saber algo que ella desconocía.—¿Acaso pensáis que vuestro esposo recogerá a su deteriorado hermano y regresará

raudo para emprender nuestra persecución?Roxana le miraba extrañada. Ella no había mencionado el motivo de la ausencia de

Dániel. ¿Cómo sabía Dalton que había ido a buscar a Enrique?—Lo único que vuestro esposo va a encontrar en aquellas ruinas es muerte, la suya por

supuesto.

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Roxana palideció sin poder evitarlo y Dalton disfrutó relatando esa parte de su venganza.—¿Cómo sabe que mi esposo ha ido a buscar a su hermano? —preguntó casi sin querer.—Porque yo lo mande allí —respondió orgulloso.—Pero un hombre vino a casa, dijo que...—Sí —interrumpió Dalton con aire desinteresado—, esa parte de la historia la conozco.

Es cierto que se produjo una batalla y lo es también que Enrique de Trento participó en ella, pero,desafortunadamente, resultó ileso. Por suerte, el fiel siervo que encontramos de camino no estabaal corriente y creyó a pies juntillas la trágica historia que mi emisario le contó.

Dalton levantó los brazos y alzó la vista al cielo orando sarcástico en voz alta.—¡Bienaventurado sea el cielo por seguir manteniendo vivos a hombres incautos e

inocentes de buena voluntad, porque ellos servirán a mis propósitos de mil amores!Roxana encolerizó al pensar la suerte que Dániel habría corrido.Dalton continuó con su monólogo.—El caso es que, cuando vuestro esposo llegue allí, solo encontrara al grupo de hombres

que yo mismo he enviado para que le ataquen.Roxana intentó razonar con coherencia.—Si su intención es matarlo, ¿para qué servirá mi rapto si él no va a saberlo y no va a

poder pagar rescate alguno?Dalton le concedió gustoso una explicación al ver que, pese a su condición de mujer,

estaba dotada de cierta claridad de mente.—Nadie ha hablado de rescate —susurró como si fuera un secreto—, ni de matarlo —

aseveró tremendamente divertido—. Al menos de momento —añadió malicioso—. Mis hombrestienen orden de hacerlo prisionero y trasladarlo a mis calabozos. Allí, yo mismo, después deasegurarme de que vos partís en el interior del barco, yo mismo, como os decía, mujer, le haréparticipe del oscuro futuro que os espera. Luego solo tendré que sentarme para ver cómo seconsume día a día, hasta que el mismo suplique que lo mate.

Los ojos de Dalton reflejaron todo el odio que anidaba en su corazón y ese punto delocura que Roxana empezaba a sospechar que sufría.

—¿Cómo puede disfrutar planeando y provocando algo tan horrible?—No es nada personal contra vos, creedme. Vuestro único error fue cruzaros en mi

camino, bueno, en el del joven Trento. Llevo muchos años planeando esto para ahora detenerme.En realidad, es lo único que me ha mantenido vivo. La posibilidad de que algún día pudieraprovocar a los Trento tanto o más dolor del que ellos me provocaron a mí.

—Es ruin y despreciable. Es odioso y no me extraña que Isabel os rechazara.Toda la satisfacción que ondeaba en el rostro estriado de Dalton desapareció en un

instante.Ahora Roxana solo quería herirle como él le había herido a ella y lo consiguió.—No os permito que habléis así. No es cierto. Trento la raptó, no fue con él por su propia

voluntad.—No seáis estúpido. Vos también me habéis raptado a mí y desde ahora os digo que no

pienso quedarme de brazos cruzados viendo cómo se sale con la suya. Seguiré intentado escapar

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hasta que lo consiga.Los propios hombres de Dalton estaban atemorizados. Nadie había osado nunca hablarle

así. Sus ojos estaban inyectados de sangre y parecía que iban a salírsele de sus órbitas de unmomento a otro. Roxana le propinó la última estocada.

—¿Creéis que ella hubiera permanecido al lado de Trento si no le amara? ¿Creéis que lehubiera dado hijos?

Roxana sonrió malévola.—Sois más estúpido de lo que pensaba —sentenció sarcástica.La reacción del enfermizo Dalton no se hizo esperar. Le propino un puñetazo en la

mandíbula que la hizo perder el conocimiento.—¡Cállate ya, bruja! —le gritó cuando esta ya estaba desplomada sobre el suelo.Levantó la vista y sus hombres volvieron a temblar.—Conseguid que no vuelva a dar más problemas, pero no estropeéis la mercancía más de

lo imprescindible. Sus estúpidos jueguecitos ya nos han hecho perder un tiempo precioso.Uno de los hombres cargó con el cuerpo de Roxana sobre su hombro y regresaron todos al

campamento.Dalton, en realidad, no temía que Trento pudiera alcanzarles.Estaba seguro de que no había escapado a su emboscada. Su nerviosismo se debía más

bien a la posibilidad de que una nueva demora pudiera ocasionar el retraso suficiente para que elcapitán del barco se cansara de esperarle y partiera sin la mujer a bordo.

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CAPÍTULO 11

Nadie vio a Chu-linn en los dos días que siguieron al ataque del castillo. Cuando regresó,sobre uno de los caballos desaparecidos en el incendio, los hermanos Trento ya estaban allí ytanto unos como otros, se sorprendieron al verse.

—¡Chu-linn! —exclamó Dániel aliviado de ver a su maestro sano y salvo—. ¿De dóndesales? Todos temíamos lo peor.

El cálido abrazo de su discípulo borró todo el cansancio que Chu-linn arrastraba tras dosdías sin casi dormir, ni comer más que algunos frutos silvestres.

Chu-linn, más rápido de reflejos que el resto, cuando vio que los asaltantes conseguíanllevarse a Roxana con ellos, tomó uno de los caballos y los siguió para cerciorarse de su rumbo.Estudió la ruta, las costumbres del grupo, incluso, una noche, se arriesgó a acercarse a sucampamento para intentar escuchar retazos de alguna conversación que le diera alguna pista. Cuando estuvo seguro de su destino, regresó a por ayuda.

Tras su detallado informe fueron Dániel y Enrique los que satisficieron su curiosidad.—A mitad de camino el propio Enrique salió a mi encuentro —relató Dániel—. Al

principio le confundí con un grupo de asaltantes y a punto estuvimos de enzarzarnos en unapequeña escaramuza, pero en el último momento se aclaró el entuerto.

Enrique continuó el relato sin soltar la cintura de Sofi.—Yo me extrañé de verle por aquellos parajes y él se extrañó de verme en perfecto

estado. Atamos cabos y llegamos a la conclusión de que algo o, más bien, alguien, tenía muchointerés en alejarnos de casa, así que cabalgamos de regreso sin descanso.

Sofi tomó las manos del anciano entre las suyas para hablar.—Me quedé sola. Sin Enrique ni Dániel, sin ti y sin Roxana, no sabía qué hacer. El mundo

se me vino encima. Pedí a Dios que me enviara ayuda y ya ves, hoy todos estamos aquí.Sofi se entristeció al instante.—Bueno, casi todos.Dániel, pasado el momento de alegría que el reencuentro con su maestro le había

proporcionado, volvía a pasear por la estancia como un tigre apresado. Solo las palabras de Chu-linn volvieron a serenarle.

—Aún podemos estar todos juntos de nuevo. Si nos damos prisa, hay una posibilidad.Dániel antes de ilusionarse, quiso una confirmación.—¿Estás seguro?—No sé el motivo, pero la señora cabalga a lomos de un caballo junto a uno de los

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hombres. Han de adecuar la marcha a su paso y, quieras que no, este es más lento. Cualquier otroincidente que pueda surgirles puede retrasar su marcha. Solo nos llevan un par de días. Sicabalgamos a buen ritmo, tan solo con un retraso de un día, conseguiríamos alcanzarlos.

El anciano hablaba con más entusiasmo del que solía emplear habitualmente. A Dániel lebastó con eso.

—Si hay una sola posibilidad, yo no me doy por vencido —afirmó sonriendo por primeravez.

—Bien ¿cuándo marchamos? —preguntó con igual entusiasmado su hermano.—Pero Enrique —protestó Sofi—, tú no puedes...—Querida mía, llevo meses en el campo de batalla, créeme, podré soportar un par de días

más sentado sobre mi caballo.Enrique sonrió amoroso a su esposa y besó su frente tranquilizador. Sofi apretó sus manos

entre las suyas y asintió de buen grado. Sabía que era justo. Roxana había sido apresada pordefenderla a ella. Merecía toda la ayuda posible.

—¿He oído que vais de excursión? Supongo que no pensareis hacerlo sin mí.Todos se giraron hacia a la puerta al oír la voz de Lanrech y rieron al verle cargado con

un zurrón repleto de todo lo imprescindible para pasar unos días fuera de casa y, por supuesto, suinseparable arco en la mano.

Una hora más tarde la expedición partía con abundantes caballos, víveres y, sobretodo,entusiasmo. Chu-linn precedía la expedición. Dániel le seguía de cerca y los caballos de Enriquey Lanrech le iban a la zaga. Cerraba el grupo Justo, encargado de los caballos de refresco.

Roxana se despertó dolorida y entumecida. Se dio cuenta de que tenía las manos atadas ala espalda y, aunque la habían tumbado sobre una fina estera, tenía el frío calado hasta los huesospor causa del remojón en el río que había empapado sus ropas.

Observó que el campamento presentaba una gran actividad.Todos iban y venían recopilando y guardándolo todo. Todos menos uno que, sentado frente

a ella, con aspecto aburrido, parecía vigilarla.—Tengo frío.El hombre miró a todas partes, sin duda buscando la aprobación de su jefe, pero al no

verlo, se levantó de mala gana y tomó una de las mantas enrolladas de su caballo, echándola sinmucho miramiento sobre el cuerpo de Roxana.

A los pocos minutos, esta dejó de tiritar. Estaba asustada. Sabía que había perdido suúnica oportunidad de escapar. Ahora ya no la perderían de vista. Cerró los ojos y unas diminutaslágrimas asomaron a sus ojos. Deseaba tanto que Dániel estuviera a su lado.

Sabía que era imposible, pero la consolaba pensar que su príncipe azul, si pudiera,correría tras ella hasta el fin del mundo para rescatarla de aquella pesadilla. Ese era el sueño. Larealidad, por desgracia, era mucho más cruel. Casi con toda seguridad, Dániel ocuparía ya uno delos calabozos de Dalton y, maltrecho y desnutrido, debería pasar el resto de lo que le quedara devida consumiéndose en aquella mazmorra.

Alguien a su espalda retiró de repente la manta. Un rostro tremendamente sonriente, con lanariz hinchada, apareció ante ella.

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—Es hora de que nos haga una demostración de su milagroso aprendizaje en la monta decaballos.

Uno de los hombres, tiró de sus hombros y la puso en pie.—No podré hacerlo con las manos atadas.Era mentira. Roxana era capaz de dominar aquel manso jamelgo, solo con sus piernas,

pero por supuesto, no estaba dispuesta a facilitar un ápice su traslado.—Tienes razón supongo —concedió Dalton.Al instante miró a uno de los hombres y, abandonando el falso tono cordial y afable,

ordenó.—Átaselas delante.El grupo de Dániel cabalgaba todo el día sin descanso. Hasta para comer, se limitaban a

aflojar la marcha, pero sin detenerse.Al mediodía del segundo día, calcularon que habrían recorrido ya la mitad del camino.

Cambiaron los caballos por los de refresco y Justo quedó en aquel pequeño bosque al cuidado delos ya agotados por el esfuerzo. Cuando regresaran, volverían a detenerse en el mismo lugar ycambiarían las cabalgaduras de nuevo.

Dániel intentaba descansar en las escasas horas que paraban para dormir.Apuraban hasta los últimos rayos de luz y cabalgaban ya para cuando el sol se

desperezaba y, aun así, las noches se le hacían eternas. Veía a Roxana de nuevo ante él como aquelprimer día en la pequeña salita de Tubrique, cuando su tía Emily se la presentó sin darle tiempotan siquiera a despojarse de su polvoriento vestido.

Ya entonces intuyó que aquella mujercita iba a cambiar su destino y no se equivocó.Ahora ya estaba seguro de que no podría vivir sin ella a su lado. Era tan vital para él

como el aire que respiraba. Las turbadoras imágenes de su última noche juntos, con sus sudorososcuerpos entrelazados, se le hicieron insoportables.

El cielo parecía no darle descanso. Ahora que le había devuelto a su hermano, sano ysalvo, se empeñaba en arrebatarle violentamente a su esposa.

Se había sentido tan desolado a su regreso a Trento… De lejos, habían visto la chimeneade humo que ascendía en el cielo y temieron lo peor. Recordaba las imágenes ralentizadas de sullegada.

Ambos hermanos habían saltado de sus caballos y corrido a la casa. Ambos habíangritado el nombre de sus respectivas esposas, pero solo Enrique había podido estrechar a la suyaentre sus brazos. Había sido la primera vez en su vida que había sentido envidia de él.

Por suerte Chu-linn había llegado poco después, proporcionándole un mínimo deesperanza.

Dániel se revolvió nervioso.—Hermano —exclamó Enrique, sin moverse—, como no te pares quieto no vas a dejar

pegar ojo a nadie.Dániel se sentó inquieto.—Lo siento, no puedo evitarlo. Es que no hago nada más que pensar si todo esto es inútil,

si después de este esfuerzo, no llegamos a tiempo. Está claro que Dalton intenta zarpar en algún

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navío que le espera. Una vez que lo haga no habrá forma humana de dar con Roxana.Dániel se echó las manos a la cabeza y las hundió entre sus rubios cabellos.—¡Dios santo! No sé si podría resistirlo. No sé si podría seguir viviendo si... sin ella.

Con el peso de que todo fue culpa mía porque no supe cuidarla mejor.—¡Basta ya! No te martirices de ese modo. No eres responsable de nada. ¿Quién podía

pensar que ese desequilibrado iba a urdir un plan tan macabro?Dániel respiró profundamente e intentó tranquilizarse.—Lo siento —se disculpó—. No quiero parecer un histérico, pero me siento tan vacío.Dániel utilizó las técnicas de relajación que le había enseñado Chu-linn de joven y que

tantas veces había practicado. Aspiró aire, contuvo la respiración por unos instantes y luego lodejó escapar lentamente.

Mucho más sereno y dueño de si, añadió:—Juro que, si la ha tocado, le mataré. Juro que, si le ha hecho daño, no tendré piedad.Esa era una idea que rondaba en su mente desde un principio.Si lo que Dalton pretendía era venganza, nada le hubiera dolido más a él que saber que

había abusado de su esposa.El atribulado caballero, sin saber todavía hasta qué límites llegaba el odio de Dalton,

pensaba que quería llevarse a Roxana al otro lado del océano, solo para estar seguro de que nadiepodría arrebatársela. En el mejor de los casos se casaría con ella, con algún nombre falso. En elpeor y lo más seguro, la conservaría a su lado como una simple concubina. El ingenio de Dánielno podía imaginar que la venganza de Dalton iba mucho más lejos.

Imaginó las viejas y asquerosas manos de Dalton sobre la tersa y suave piel de Roxana yvolvió a perder el control.

Por fin, tras seis interminables horas de absoluta oscuridad, pudieron reanudar la marcha.Dániel se sintió mucho más tranquilo sobre su corcel pensando que, muy posiblemente y

con un poco de ayuda divina, aquel sería el último día que pasaría sin Roxana.Aquella mañana, al despertar, cuando la levantaron del suelo, Roxana sufrió un mareo y

gracias a que su vigilante de turno estuvo atento, no dio con su cuerpo en el suelo.Poco después vomitó el escaso desayuno que había ingerido y Dalton pareció

preocuparse. Tal vez la mujer se habría enfriado el día anterior. Necesitaba embarcar en perfectascondiciones. Era un duro viaje y, en mal estado, moriría antes de llegar a su destino.

Solo por eso, se ocupó de abrigarla mejor y comenzó la marcha a un ritmo más moderado.Roxana lo agradeció. Ella, al contrario que su raptor, no estaba preocupada por su salud,

aunque sí por la del hijo que llevaba en sus entrañas.Tentada estuvo de decírselo a su esposo antes de su marcha, pero no quiso que partiera

preocupado. Decidió que se lo diría a su regreso. Quería que fuera el primero en saberlo así quenadie, ni siquiera su fiel Marta, estaba al tanto de su embarazo. Ahora se arrepentía de su secreto.Ninguno sabía que un vástago de los Trento iba a nacer y crecer muy lejos de los suyos.

Roxana volvió a sentir náuseas y vomitó desde lo alto de su caballo, plegada por lacintura. Pese a lo mal que se sentía, se alegró solo por ver aparecer la preocupación en el rostrode Dalton.

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Hicieron varios descansos a lo largo de la mañana, pero el estado de la mujer no mejoró.Aquel día su pequeño se había despertado peleón y quería dejar bien claro que estaba harto detanto trajín.

Roxana sonrió pensando que era tan inquieto y testarudo como sus padres. Disfrutóimaginándolo crecer rodeado de los suyos.

Ella le habría enseñado a montar, de su padre habría aprendido a confiar en sí mismo.Lanrech seguro que le habría convertido en un experto arquero. Recordaba perfectamente el díaque le vio practicar en el jardín. A Roxana, debido a la gran distancia, le resultaba difícildistinguir los colores de los círculos que rodeaban de menor a mayor aquel tronco circular sobreel que Lanrech disparaba sus fechas, sin embargo, él consiguió que todas se clavaran en el círculodel centro, el más pequeño. Seguro que sus tíos Sofi y Enrique también habrían podido enseñarlecosas importantes.

Ahora todo eso era imposible. Su hijo conocería a todos aquellos personajes solo por loque ella le contara. Su padre, sus tíos, Marta, Lanrech, Chu-linn, serían personas importantes en suvida, ella se encargaría de eso, pero serían personajes sin rostros. Roxana se apenó al pensarlo.

Dalton, que se había adelantado en la marcha, regresó galopando y se detuvo sonrienteante ella.

—Bueno señora, nuestro viaje llega a su fin —Dalton intensificó su sonrisa—, al menos elmío. La costa está tras esa loma y el barco sigue allí esperándonos.

A Roxana se le cayó el mundo encima. Volvió a sentir que su cabeza se bamboleaba, peroni siquiera tuvo tiempo de sujetarse con fuerza al caballo.

Dalton la vio caer estrepitosamente al suelo y maldijo en voz alta.—¡Estúpida zorra! No vas a conseguir retrasar ni un minuto más la consecución de mi

venganza. ¡Vamos, deprisa! Cogedla y subidla al caballo.Dos hombres la levantaron rápidamente y la colocaron con brazos y piernas colgando por

cada lado del caballo.Dániel empezaba a impacientarse. La costa aparecería en cualquier momento y no había ni

rastro de la expedición de Dalton.Para colmo los caballos estaban reventados y habían tenido que aflojar la marcha por un

tiempo para que recuperaran el resuello.Enrique y Lanrech, algo más rezagados, observaban a Dániel preocupados.—Nunca le había visto tan desesperado —comentó Lanrech.—Dímelo a mí —respondió Enrique—. Cuando partí hace casi un año, dejé al cargo de la

casa a un joven alocado más preocupado en divertirse con todas las faldas de los alrededores queen buscar una mujer para toda su vida. Ahora regreso y encuentro a un hombre maduro yresponsable, volcado en cuerpo y alma en recuperar a su esposa a toda costa.

Se hizo un silencio y Enrique añadió:—Amigo mío, ¿cuéntame cómo es esa mujer que ha cambiado de tal forma a mi hermano?Lanrech no supo que contestar en un primer momento.—Roxana es hermosa, es vital, es... es...Lanrech bajó la cabeza y sonrió rememorando el rostro de Roxana. Se giró hacia Enrique

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y mirándolo de frente afirmó muy seriamente.—Solo puedo decirte que, si me hubieras hablado a mí de ella en lugar de a tu hermano,

ahora sería yo el que correría desesperado tras ella.—¡Dios mío! —exclamó Enrique divertido—. ¿Tal es su encanto?—Podrás juzgar por ti mismo dentro de poco.—Eso espero —respondió de corazón, dejando traslucir también su miedo a no llegar a

tiempo.Dániel hizo girar a su caballo y regresó sobre sus pasos.—¿Qué? ¿Reemprendemos la cabalgada?—Es pronto, los caballos no han descansado lo suficiente —justificó Enrique, molesto

por tener que ser él la voz crítica.Dániel le miró desesperado.—Hermano, noto que la pierdo. Cada minuto que pasa siento que es fundamental para

alcanzarla antes de que se aleje irremediablemente de mi lado.Enrique entendió su sufrimiento y cedió de buen grado.—Bueno, supongo que una corta cabalgada hasta la costa no los matará.Dániel sonrió agradecido. Hizo girar de nuevo a su caballo y los tres al unísono picaron

espuelas. Chu-linn les siguió a escasos metros. La vitalidad del anciano era impresionante. Enningún momento desentonó con el grupo ni fue una carga para ellos en la marcha.

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CAPÍTULO 12

Dalton, cada vez más excitado al ver ya tan cerca su victoria, daba órdenes sin cesar a sushombres.

La mujer seguía inconsciente y él lo prefería así. Sería más fácil embarcarla sin ningúntipo de resistencia. Había visto demasiada decisión y coraje en los ojos de aquella joven y lacreía capaz hasta de tirarse al mar, si era necesario, con tal de no subir a aquel barco.

Dalton, en lo alto de aquellos riscos, con la brisa del mar azotando su cara, se sentía ya asalvo. Estaba claro que Trento había caído en su trampa y ahora descansaba cómodamente en unode sus calabozos. Por eso no creyó necesario que todos sus hombres descendieran a la playa.Ahorraría tiempo si solo bajaban los necesarios para transportar a la mujer hasta la barca que elcapitán había enviado a la orilla para recogerla.

Dos de los individuos introdujeron a Roxana en el interior de la pequeña balsa. Esta, talvez por el balanceo recobró el conocimiento, pero solo fue un instante.

Dalton volvió a alegrase de su desfallecimiento. Todo estaba saliendo de maravilla.Únicamente, cuando por el otro extremo de la playa vio aparecer a un jinete cabalgando a

toda velocidad, su retorcido corazón sufrió un pequeño desajuste en su palpitar. Solo un hombremuy desesperado podría cabalgar de esa forma y a él solo se le ocurría un hombre con razonespara estar tan locamente desesperado.

Su corazón, como el de todos los cobardes en momentos críticos, comenzó a galopar aritmos insospechados. Alertó a sus hombres y corrió a cobijarse tras la barca.

Sus hombres se parapetaron delante de él para protegerlo, con la intención de derribar aljinete, pero dos certeras fechas atravesaron ambas gargantas, con escasos segundos de diferencia.

El jinete seguía avanzando sin aminorar la marcha y estaba claro que él no había lanzadolas mortíferas fechas. Dalton miró hacia los riscos y divisó dos figuras humanas. Tuvo claro queninguna correspondía a sus hombres y también distinguió con perfecta claridad un hermoso arco enlas manos de uno de ellos.

Realmente Dalton no fue un gran rival para Dániel. Lanrech y Chu-linn se habíanencargado, desde la cima del acantilado, de despejarle el terreno, pero Dániel, antes de separarsede ellos, había dejado muy claro que Dalton era suyo.

Dániel se tiró sobre él desde lo alto del caballo y ambos rodaron por la arena. Dalton yaparecía destrozado solo por el tremendo topetazo recibido, pero, aun así, tuvo que soportar latanda de puñetazos que Dániel le propinó. Sin duda sus años eran ya demasiados para aquellasperipecias, pero el joven Trento necesitaba descarga toda la ira que llevaba dentro y no iba aparar hasta deshacerse de ella.

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Dalton, tendido sobre la arena, con los cabellos mojados por las olas que se acercaban atocarlo y con todo el rostro ensangrentado, no parecía capaz de hacer daño ni a una mosca y esoera precisamente lo que Dániel pretendía. Quitarle las ganas de herir a nadie para el resto de suvida.

Aquel rostro deformado por los golpes dejó de interesar de pronto a Dániel que loabandonó y corrió para reunirse con Roxana en la barca. La tomó en brazos y la sacó paradepositarla cuidadosamente sobre la arena.

Apoyó la cabeza de su mujer sobre sus piernas y retiró sus despeinados cabellos de subello rostro. Se quedó así, mirándola, sin atreverse casi a tocarla por miedo a lastimarla.

Se asustó al ver el blusón lleno de sangre, pero no encontró herida alguna en su cuerpo.Tan solo su mandíbula estaba amoratada y un rasponazo había levantado parte de la piel de sufrente. Por lo demás parecía disfrutar de un relajado descanso. Al fin se atrevió a acariciar surostro y susurrar su nombre.

—Roxan, despierta mi amor.Ella seguía sumida en sus profundos sueños. No quería despertar. Recordaba haber visto

el agua y creía recordar también que la habían subido a una barca. Ya todo estaba perdido. Dánielno había acudido en su auxilio y eso solo podía significar que su esposo estaba en poder deDalton, así que, ya nada tenía importancia. Roxana se sentía vencida. Su único consuelo era seguircon los ojos cerrados e imaginar que Dániel seguía a su lado.

Tan reales le parecieron sus pensamientos que incluso creyó escuchar su voz llamándola.«Roxan», «Roxan, mi amor, vuelve conmigo, regresa a mi lado», le repetía en sus sueños. Era tancálido el susurro que instintivamente abrió los ojos y entonces creyó que la alucinacióncontinuaba. Un sonriente Dániel la tenía en su regazo y acariciaba amorosamente su mejilla.

—¡Dániel! —exclamó incrédula, levantando su mano para tocar aquel rostro, convencidade que desaparecería antes de que lo alcanzaran sus dedos.

Dániel aprisionó dentro de su mano la de su esposa.—Hola mi amor —musitó besando las yemas de sus dedos.—¿Eres tú? ¿De verdad eres tú? ¡No es posible!—Lo es. ¿Acaso dudabas que vendría?—Dalton te tendió una trampa. Te esperaba para hacerte su prisionero.—Encontré a mi hermano por el camino. No llegué al destino. Sus planes fallaron.Roxana apretaba con fuerza la mano de su esposo y tras unos segundos empezó a creer que

aquello era real, que no era fruto de su imaginación. Solo cuando estuvo convencida, sonrió yafirmó jubilosa.

—¡Dios mío! ¡Estás aquí! ¡Conmigo! Y estás sano y salvo.—Sí, igual que tú mi amor, ya no tienes nada que temer. No permitiré que nadie vuelva a

hacerte daño. Nadie volverá a cogerme desprevenido.Enrique, que había disminuido la marcha al ver que su hermano pequeño ya tenía la

situación controlada, volvió a alarmarse cuando vio ponerse a Dalton en movimiento. Puso sucaballo al trote y continuó sin perderle de vista.

Dalton, con dificultad, había conseguido reincorporarse y ahora se esforzaba por erguirse

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y alcanzar la posición vertical.Enrique miró a lo alto de los riscos, pero Lanrech y Chu-linn ya no estaban allí. Para

cuando volvió a mirar al frente, Dalton rebuscaba afanosamente entre sus ropas y le pareció quesacaba un objeto de entre sus pliegues. Puso el caballo al galope en cuanto identificó lo que era ygritó intentando alertar a su hermano, que seguía sin darse cuenta de que Dalton se había levantadode la arena.

—¡Dániel! ¡cuidado! —volvió a gritar desesperado, cargando ya de forma automática suballesta.

Dániel levantó la vista. Le pareció que su hermano gritaba, pero con el ruido del mar noentendió lo que decía. Fue Roxana la que atenazó su brazo y le alertó sobre las intenciones deDalton.

Entonces, giró la cabeza y vio como este echaba el brazo atrás para tomar impulso ylanzar su daga y solo tuvo tiempo de tumbarse sobre Roxana, para protegerla con su propiocuerpo.

Lanrech y Chu-linn, habían querido inspeccionar la zona para asegurarse que todos losmaleantes habían huido. Ahora, asomados de nuevo en lo alto del risco, miraban sin comprenderqué había ocurrido en el poco tiempo que habían perdido de vista la playa. Vieron a Dániel yRoxana inmóviles, tendidos en la arena y vieron a Dalton de pie a escasos metros de ellos. Suscorazones se detuvieron por el terror. Si Dalton les había atacado de alguna forma, desde tan cortadistancia, era evidente que no había podido fallar.

Eso mismo pensaba Dániel y, sin embargo, no sentía dolor alguno. Era imposible que elfilo de la daga hubiera alcanzado a Roxana sin atravesarle a él primero. Levantó la cabeza y miróhacia su izquierda.

Dalton continuaba allí ante ellos. Miraba alternativamente hacia el frente y hacia abajo yDániel imitó su movimiento. La mano de Dalton intentaba detener, sin éxito, la sangre que bullía aborbotones de su estómago. Dániel levantó la vista hacia su rostro. En él vio dolor, pero sobretodo incredulidad. Al mirar hacia donde Dalton miraba, justo detrás de ellos, hacia el otroextremo de la playa, lo comprendió todo.

Un golpe seco le hizo girar de nuevo la vista hacia Dalton. Su cuerpo, ya sin vida, sehabía desplomado sobre la arena y ahora, ni tan siquiera las olas querían rozarle.

Enrique llegó hasta ellos y desmontó, todavía con la ballesta en la mano.—Lo siento, sé que habías dicho que no lo tocáramos, pero no tuve otra opción —intentó

justificar, aunque nadie lo ponía en duda.Enrique, acostumbrado a cruzarse con la muerte en muchas ocasiones, había reaccionado

correctamente y de forma intuitiva.Tras la escueta explicación, dio el tema por zanjado y con aire renovado y una sonrisa

muy parecida a la de Dániel, miró a Roxana y exclamó:—Bueno, supongo que esta belleza es la causante de todo este desaguisado.A continuación, paseó la vista a lo largo del cuerpo de Roxana y añadió malicioso:—En cierto modo, disculpo a nuestro vecino. Pocos hombres soportarían estas vistas

cruzándose de brazos.Enrique tenía clavados sus ojos en los destrozados leotardos de Roxana, que dejaban

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entrever partes discontinuas de sus esbeltas piernas.Dániel, ya más tranquilo y tan divertido como su hermano, regañó a Roxana.—¿Ves lo que has hecho, mi amor? Te advertí de que no quería que nadie te viera vestida

con estas ropas y tú, obras en consecuencia y te paseas por media región con ellas puestas.—Te prometo que nadie volverá a verme jamás con estas ropas —respondió muy seria

Roxana.Su esposo temió que hubiera quedado traumatizada y no quisiera volver a montar y ella, al

ver su rostro dubitativo, añadió:—Estas pienso quemarlas en cuanto llegue a casa, pero conseguiré hacerme con otras

similares.Los dos hombres rieron divertidos por su tono irrevocable.Dániel, más relajado tras asimilar lo cerca que había estado de la muerte y lo inevitable

que había sido la de Dalton, besó a su esposa y se la presentó formalmente a su hermano mayor.Este se acercó y tomó las manos de su cuñada entre las suyas.

—Es un verdadero placer conocerte Roxana, lo digo de corazón. Ya conocía tu valor porlo que contaron tus criados de Tubrique cuando llegué allí, pero mi esposa me ha narrado lovaliente que fuiste al enfrentarte a dos hombres por defenderla. Jamás podré pagártelo.

—Yo te debo a ti algo mucho más valioso. Tú le hablaste a Dániel de mí. Gracias a tiahora soy su esposa. No hay nada que yo pueda hacer que iguale eso.

Dániel la apretó contra sí y depositó un sonoro beso en el nacimiento de su cabello.—¡Eh! —gritó en ese momento Lanrech desde lo alto. ¿Pensáis quedaros a vivir ahí

abajo? Lo digo por no esperaros. Los tres se giraron hacia lo alto y saludaron con la mano.—No os mováis, subimos enseguida —ordenó Enrique sin darse cuenta de que su hermano

y la esposa de este estaban ocupados saciando su sed de besos.Al ver a los esposos abrazados y con sus labios fundidos, se giró de nuevo, levantó su

vista hacia arriba y añadió:—Bueno, yo al menos subo enseguida, estos, empiezo a dudarlo.Los esposos rieron felices e interrumpieron por unos minutos sus besos. El tiempo justo

de subir juntos al caballo de Dániel.—¡Eh! ¿Qué hacemos con los cadáveres? —preguntó este a su hermano mayor, antes de

emprender la marcha.—Déjalos. Los hombres que han huido regresarán cuando nos vayamos. Ellos se

encargarán de recogerlos.Sin más demora abandonaron la playa.Enrique, en cuanto llegaron a lo alto, se adelantó, concediendo a la pareja una intimidad

que ambos deseaban y que Roxana aprovechó para comunicar la gran noticia a su esposo.Dániel la había colocado delante de él y abrazaba amorosamente su cintura.Ella, de medio lado, rodeaba con su brazo izquierdo el cuello de su esposo y la mano

derecha, acariciaba su pecho justo a la altura del corazón.—¡Dios mío!, he pasado tanto miedo —confesó Dániel pegando su nariz al cabello de

Roxana para aspirar su aroma—. ¡Creí perderte!

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—Yo también. Han sido los días más amargos de mi vida, pero llevaba un cachito de ticonmigo y eso me daba fuerzas.

Dániel sonrió incrédulo.—Yo también te tenía en mi corazón, pero, si soy sincero, eso no me ayudaba demasiado.

Yo necesito algo más real, más palpable.—Es que lo mío era más real —afirmó melosa—, más palpable —añadió cogiendo la

mano de su esposo y posándola sobre su propio vientre.El hombre detuvo su caballo al instante.—¿Me estás diciendo lo que creo que me estás diciendo?Roxana se giró hacia delante con aire distraído y respondió altanera.—No sé lo que tú crees que yo estoy diciendo.Dániel se estaba poniendo muy nervioso. Volvió a girar a Roxana hacia un lado y suplicó.—Roxan, mi amor, no me hagas esto. Explícate mejor para que yo pueda entenderlo.Su esposa sonrió divertida. No recordaba haberle visto tan azorado.—Lo has entendido perfectamente —musitó acariciándole el rostro—. Vamos a tener un

hijo. ¿Lo has entendido ahora?Dániel expulsó de pronto todo el aire que sin darse cuenta había retenido en sus pulmones

y sonrió torpemente.—¡Dios mío!, vamos a tener un hijo —repitió intentando asimilarlo—. ¿Cuándo lo has

sabido?—Estaba casi segura cuando te marchaste.—¿Por qué no me lo dijiste?—¿Te habrías marchado?Dániel meditó un instante y contestó sincero:—Me habría resultado todavía más difícil de lo que ya fue.—Pues entonces —exclamó Roxana feliz, besándole en la boca.Los demás se reunieron con ellos.—Oye, ¿vais a estar así todo el viaje de regreso? —bromeó Lanrech—, va a ser

insoportable.Dániel despegó sus labios de los de su esposa y anunció la buena nueva, todavía sin

creerla.—Roxan está embarazada. ¡Vamos a tener un hijo!Hasta los pájaros revolotearon alborozados después del anuncio.Roxana se sintió incómoda con tantos ojos observándola y refugió su rostro en el pecho de

su amado esposo.—¡Caray! Eso sí que es un notición —exclamó Lanrech, saliendo de su letargo.Arrimó su caballo y besó efusivamente los labios de Roxana. Esta sonrió vergonzosa.Enrique los abrazó emocionado e incluso Chu-linn se tomó la libertad de estrechar sus

manos con ellos.

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Aunque agotados, todos emprendieron el regreso con energías renovadas.Dániel insistió en que se adelantaran. Ellos aminorarían la marcha para importunar lo

menos posible a la criatura.Roxana insistió en que no era necesario, pero él fue más testarudo y consiguió que les

dejaran solos.Cuando la pareja llegó al pequeño bosque en el que Justo se había quedado con los

caballos, ya no había nadie. Solo un trozo de papel, clavado en uno de los troncos les esperaba:«Junto al río hemos dejado víveres y mantas. No os demoréis demasiado. Enrique».

Dániel desclavó el mensaje y leyó en voz alta una posdata. «Sed buenos... Lanrech».Dániel miró pícaramente a Roxana y preguntó:—¿Qué habrá querido decir?Roxana, fingiendo ingenuidad, respondió dulcemente.—¡No tengo ni idea!Dániel carcajeó con ganas, mientras la tomaba por la cintura y giraba con ella en

volandas.Cenaron frente a una pequeña hoguera y después se tendieron sobre las mantas, uno junto

al otro. Ocupados cada uno con sus propios pensamientos, se creó un largo silencio.Roxana estaba tumbada de lado y Dániel permanecía con su pecho pegado a la espalda de

su esposa. La abrazaba por la cintura, como si tuviera miedo de que pudiera volver a perderla.Acarició un mechón de sus cabellos y la besó en el cuello.

—Estás muy callada.—Tú también.Dániel volvió a besar aquel hermoso cuello.—Pensaba lo desesperado que estaba la última noche que estuve acostado en este bosque.

Hacía horas que cabalgábamos siguiendo el rastro de Dalton, pero empezaba a temer que pudierafracasar en mi empeño.

—Yo también dormí en este bosque y mi estado de ánimo no era mucho mejor que el tuyo.A escasos metros de aquí fue donde me capturaron después de mi intento fallido de escapar. Elmundo se me vino encima cuando desperté y tenía frente a mí el desagradable rostro de Dalton.Fue una estupidez pensar que podría escapar.

Dániel la obligó suavemente a girarse para poder ver su rostro:—No fue una estupidez. Con tu pequeña escapada me concediste a mí el tiempo suficiente

para alcanzaros. Sin ti no lo habría conseguido.Roxana sonrió y acarició la nariz de su esposo con su dedo índice.—Entonces ¿crees que formamos un buen equipo?Él besó aquel dedo que ahora se deslizaba por sus labios y respondió sin dudar.—¡El mejor!Unos segundos después ambos rodaban de un lado a otro, enrollados en un amasijo de

mantas.Dániel, mientras desataba desesperado las cintas de sus calzones, oyó decir a Roxan entre

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risas.—Tendremos que mentir a Lanrech cuando regresemos.El hombre sonrió divertido.—¿Por qué mentir? ¡Que se muera de envidia!Ambos rieron felices antes de sellar sus bocas mutuamente con sus labios.

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CAPÍTULO 13

Para cuando llegaron a casa, por supuesto, todos en Trento conocían la gran noticia delembarazo de Roxana. Marta, sin duda, fue la más llorona. A la alegría de saber a salvo a supequeña tenía que añadir ahora la noticia de la nueva criatura que venía de camino. No cabía en síde gozo cuando los vio llegar. Sin respetar jerarquías, fue la primera que se adelantó para abrazara Roxana.

Por supuesto, nadie se lo tuvo en cuenta. Al contrario.—Mamá Marta, deja de llorar o voy a pensar que no te alegras de verme —exclamó

Roxana tras el tercer achuchón.—¡Mi niña! ¡Mi niña! ¿Cómo no voy a alegrarme?, pero es que me tienes en un continuo

sobresalto. En cuanto consigo tenerte a mi vera, te vuelves a alejar.—Nunca por mi voluntad mamá Marta.—Ya lo sé criatura, ya lo sé.La fiel Marta volvió a abrazarse a Roxana. Esta soportaba encantada sus apretujones, pero

cuando vio acercarse a Sofi, forcejeó sutilmente con su nana para que la permitiera reunirse consu cuñada.

Sofi esperó pacientemente junto a su marido. Había tenido tanto miedo… Nunca se habríaperdonado que algo malo le pasara a Roxana por su culpa. Se creía responsable de su secuestro,cuando en realidad no lo era. Pensó que era a ella a quien querían raptar y al no conseguirlo sehabían llevado a Roxana. Enrique, a su regreso, le había explicado que las intenciones de Daltoneran secuestrar a ambas. La conducta de Roxana había evitado que eso sucediera.

Ahora pensaba que, si ella no hubiera huido a las cocinas y se hubiera quedado a ayudar aRoxana, tal vez ninguna hubiera sufrido daños. Temió que Roxana le guardara rencor por ello,pero solo le hizo falta ver su franca sonrisa para saber que se equivocaba y entonces ella tambiénsonrió aliviada.

—Sofi ¿estás bien? —se interesó Roxana cariñosamente, al verla tan demacrada.—Ahora ya sí. Te aseguro que no han sido los mejores días de mi vida.—Bueno, los míos tampoco —comentó divertida Roxana.—Sin embargo, tú tienes un aspecto magnifico —halagó Sofi, observándola de arriba a

abajo.—Es que yo —respondió Roxana pícaramente, mirando de reojo a Dániel, que no le

quitaba la vista de encima—, tengo mis propios trucos de belleza.—Sí, eso me han dicho. Tienes que contármelos con detalle.

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Dániel ocultó su rostro tras su mano, fingiendo rubor. Al instante se acercó para tomar aRoxana de la cintura y empujarla amorosamente hacia el interior de la casa.

—Será mejor que dejéis la conversación en este punto. No sé por qué me parece que va adejar de ser apta para menores en cualquier momento.

—¿Qué importa? —inquirió Sofi divertida—, aquí no hay ningún menor que yo sepa, almenos de momento.

Enrique se vio en la obligación de echar una mano a su hermano pequeño y zarandeócariñosamente a su esposa.

—Pero lo habrá en breve y hay ciertas cosas a las que tendremos que ir acostumbrándonospoco a poco, por ejemplo, a dominar esa lengua viperina que tenéis las mujeres.

Las dos rieron divertidas y echaron a correr intentando huir, pero sus esposos, dotados deexcelentes reflejos, las capturaron al instante colmándolas de castigadores besos y espeluznantescaricias. Cuando terminaron su tortura, ninguna de las dos recordaba ya la conversación quehabían interrumpido.

Los días sucesivos fueron para ambas parejas como una segunda oportunidad. Dániel yRoxana disfrutaban cada momento como si fuera el último y Sofi y Enrique, que habían olvidadoya sus primeros años de matrimonio, recobraron la memoria con el constante ejemplo de Dániel ysu esposa.

Cuatro semanas más tarde, tras una placentera siesta, Dániel compartió con Roxana susplanes de trasladarse a Tubrique.

—Hasta ahora estaba obligado a permanecer aquí. Con Enrique lejos de casa, yo tenía laresponsabilidad moral de cuidar de las tierras, pero ahora que él ya ha cumplido su compromisode servicio al rey y no tienen intención de abandonar nunca más Trento, podrá hacerlo sin miayuda. Así que, si tú me dejas, yo puedo ocuparme de las tierras de Tubrique.

—Sabes que por ley son tuyas desde que te casaste conmigo. Dániel, tumbado junto a ella,se giró y se inclinó sobre su cuerpo para conseguir de ella toda su atención.

—No me importa lo que diga la ley. No quiero que ella me regale nada que tú no quierasdarme.

A Roxana se le humedecieron los ojos. Él buscaba su consentimiento aún a sabiendas deque no lo necesitaba para nada.

—Sabes que todo lo mío es tuyo —respondió emocionada.Tras una pequeña pausa, añadió con gran solemnidad:—Quiero que te hagas cargo de mis tierras.Roxana rectificó al momento.—Quiero que tú te hagas cargo de nuestras tierras.Dániel sonrió y añadió:—Lo haré si tú, a cambio, cuidas de nuestros hijos.Roxana afirmó con la cabeza. La emoción no la dejaba hablar. Su esposo había puesto

mucho énfasis en la palabra «nuestros».Pocos hombres se habrían molestado en buscar el consentimiento de sus esposas para

disponer de sus pertenencias. Pocos habrían cambiado el «yo» por el «nosotros». Pocos, con la

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ley de su parte, hubieran renunciado a sus privilegios solo buscando el bien común.Dániel, besó los ojos de Roxana, secándolos con sus labios. Su esposa lo obligó a

separarse y afirmó dulcemente:—Te amo.Él sabía que era cierto. Conocía los sentimientos de Roxana, pero era la primera vez que

lo escuchaba de sus labios de una forma tan clara y creyó morir de gozo.—¡Dios mío! ¡Qué dulces suenan esas palabras en tus labios!La mujer se retiró propinándole un pequeño empujón que le desconcertó.—¿En mis labios? —repitió con tono amenazante—. ¿Acaso lo has oído en otros labios?Dániel carcajeó.—Contesta —insistió, instigándole con pequeños pellizcos intercostales.—¡Ay! —se quejó Dániel sin dejar de reír—, bueno creo que Megan dijo algo parecido el

otro día, pero no lo recuerdo bien.Roxana les había visto hablar unos minutos en la comida que habían dado hacía una

semana para celebrar su regreso y comunicar a los más íntimos la noticia de su embarazo.Dániel, en esta ocasión, al contrario que en la última reunión, no se había separado de su

esposa, excepto unos minutos en los que Megan había insistido en hablar a solas con él.Roxana les había vigilado de lejos. Vio las zalamerías de ella y vio la fría y seca reacción

de él. Supo que Megan había intentado algo y supo que fuera cual fuera la propuesta, su esposo lahabía rechazado. Ahora intuía por donde habían ido los tiros.

Dániel estaba de nuevo sobre ella y la miraba amorosamente.—En realidad, me hizo una invitación que en otro tiempo no habría dudado en aceptar —

comentó distraídamente.De pronto sus ojos color miel se posaron de nuevo sobre los dulces ojos color turquesa de

Roxana y añadió:—Pero en este momento, me sería imposible aceptar ninguna proposición que no saliera

de tus labios.La mujer volvió a sonreír y se dejó besar larga y apasionadamente. Cuando Dániel se

separó, ella aprovechó para preguntar, sin poder disimular su ansiedad.—Y ¿cuándo has pensado que nos traslademos a Tubrique?Dániel se dejó caer sobre la almohada, fingiéndose herido.—Creí que te tenía embelesada con mis besos y resulta que ocupas tu mente con algo muy

distinto.—Puede ser —reconoció Roxana melosamente—. Por eso, cuanto antes regresemos a

Tubrique, antes tendré mi mente enteramente libre para dedicarla a ti.—¡Será tramposa! —acusó Dániel mientras volvía a abrazarla.Más en serio, añadió:—Nos iremos cuando tú quieras. No deseo demorarlo demasiado. Quiero que cuando

nazca nuestro hijo estemos totalmente instalados ya.Roxana se acurrucó sobre su pecho y oculta allí, sin tener que mirarle a los ojos, preguntó

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temerosa:—No te arrepentirás de abandonar Trento ¿verdad? Tampoco quiero que vayas a la fuerza.—Trento ha sido mi hogar mucho tiempo y en cierta forma nunca dejará de serlo, pero

también es cierto que siempre supe que sería Enrique quien lo heredaría.Dániel tomó la barbilla de Roxana y le obligó a mirarle.—No se me ocurre otro lugar mejor para sustituir a Trento que el castillo de Tubrique.Roxana lo sorprendió con un rápido, corto y sonoro beso en su boca.—No te arrepentirás, vamos a ser muy felices allí. Ya lo verás —aseguró entusiasmada.Dániel no quiso confesarlo en voz alta, pero sabía que él sería feliz viviendo debajo de un

puente, si Roxana estaba a su lado.Un mes más tarde, estaban totalmente instalados en Tubrique. Dániel había pedido a su

maestro que se fuera a vivir con ellos y el anciano Chu-linn, había aceptado encantado y porsupuesto, a mamá Marta no tuvieron ni que preguntarle. Empacó sus cosas la primera.

Dániel se tomó unos días para conocer bien la propiedad y pronto empezó a organizar lastierras en distintas zonas de cultivos y pastoreo y, unos meses más tarde, las improductivas tierrasde Tubrique parecían otras.

Mientras tanto Roxana, hasta donde su abultado vientre se lo permitía, se fue ocupando dearreglar por dentro y por fuera su casa, hasta convertirla en su hogar. En pocos meses Tubriquealcanzó de nuevo todo su esplendor de épocas pasadas y fue el tema de conversación en lacomarca entera. El matrimonio se sintió satisfecho de su trabajo.

Cuando su hijo Eduardo nació, solo Enrique pudo venir a conocerlo. Sofi estaba en susegundo mes de embarazo y Lanrech les había recomendado que evitara los viajes.

—Ya veis —había comentado orgulloso Enrique—, al parecer todo el problema era queno pasaba el tiempo suficiente en casa.

Roxana y Sofi aún tuvieron que esperar un tiempo para verse.Sofi, tras varios meses de reposo casi absoluto, dio a luz a un precioso niño al que

llamaron Nicolás, como su abuelo materno.Sus tíos no pudieron acudir a su nacimiento. Roxana no se encontraba muy bien y Dániel

no había querido separarse de ella. Casi tres meses después, Dániel acudió al fin a ver a susobrino. Solo, pues Roxana seguía sin poder viajar, aunque esta vez el motivo fuera un nuevoembarazo.

Fue la primavera siguiente, después de que Roxana diera a luz a su segundo vástago, unapreciosa niña muy parecida a su madre, según mamá Marta, cuando al fin las dos amigas pudieronvolver a reunirse.

Fueron días felices para la saga de los Trento y hubo muchos más a partir de entonces.

FIN

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Nota de la autora:

Y hasta aquí mi historia. Espero que te haya gustado. Su propósitono era otro más que el de entretenerte. Conseguir raptarte por unas horasy llevarte a un tiempo y a un lugar al que solo se puede viajar a través deun libro. Espero que el viaje haya sido agradable.

Seguro que no te ha pasado desapercibido que en ningúnmomento menciono el año en el que trascurre la historia. Tampoco ellugar. Ni siquiera el país. Y sigo la misma pauta con paisajes, vestidos o elaspecto físico de los protagonistas. No me he recreado en descripcionesmuy detalladas si no eran imprescindibles. He dado pequeñas pinceladasque marquen un camino, pero poco más y tiene su por qué.

La razón es que quería dejar un poco de espacio para que tú,como lector, también pudieras utilizar tu imaginación. A mí, como lectora,me gusta que lo hagan y está historia, una vez marcados esos pequeñosparámetros, me permitía hacerlo.

Hablo de batallas, asedios y matrimonios concertados que dan unapista de en qué franja de tiempo no estamos moviendo. Y hablo debosques, extensas praderas verdes, playas y acantilados, que ya hacendescartar que la historia trascurra en el desierto del norte de África, porejemplo, pero… igual podría estar desarrollándose en Cantabria o Galicia,como en Cornualles o las costas de Normandía… y en realidad a mí meda igual. Puedes elegir el lugar que prefieras e imaginarlo a tu gusto. Yahí está el “quid” de la cuestión.

Lo que he pretendido con ello es que, con esos detalles, con esostoques personales que tú puedes añadir a la historia y que son fruto de tuimaginación, de alguna forma, la lleves a tu terreno y la sientas más tuya,más cercana. Y, por lo tanto, te llegue más adentro.

Si ha sido así, si mi historia te ha gustado, te agradecería quedejaras constancia de tu opinión en las redes sociales. En la plataforma deAmazon…, si frecuentas algún blog literario… en tu muro de Facebook,en tu cuenta de Instagram… No sabes lo importante que es para un autor(supongo que, para cualquier autor, pero sobre todo para los que están

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comenzando como yo) y cuánto alimenta su alma, el saber que su obra, ala que le ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo, gusta a los lectores.

Gracias de antemano y hasta una próxima ocasión. Te invito a visitar mi blog:El blog de Rosa Sáenz.https://elblogderosasaenz.blogspot.com

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Otras novelas de la autora:

Tremendo Malentendido

Marian es una mujer joven y dinámica, volcadaen conseguir que su recién inaugurada empresa de publicidad despeguedefinitivamente.

Andy es un hombre con una más que holgada posición económica,que se ha ganado el respeto y el reconocimiento de todos al recuperar,con gran esfuerzo, la fortuna familiar perdida tras la muerte de su padre.

Sus caminos se entrecruzan cuando Carlos, un amigo adolescentecomún, les invita a ambos a un acto benéfico para conseguir juguetes paralos niños más desfavorecidos de su barriada.

Marian da por hecho que Andy pertenece a un estatus social muchomás bajo del que en verdad ostenta, sin por ello, poder dejar de sentirseatraída por su personalidad. Al mismo tiempo, en el ámbito laboral,persigue, insistentemente, a un magnate de la industria hotelera porquesabe que, si lo consigue como cliente, le dará el empujón definitivo quenecesita su negocio. Todo esto sin saber que, ambos hombres, son lamisma persona.

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Recompensa, una familia

Rebeca fue condenada a un año de prisión poragresión cuando, en realidad, su única falta había sido defenderse de loque, de otro modo, habría terminado siendo una violación. Lo queempieza como una gran tragedia para ella, acaba convirtiéndose en unabendición. Ese paréntesis forzoso que sufre su vida, le va a proporcionarlo que su severa rutina de estudio le había impedido tener hasta ahora: unafamilia.

Arturo se tiene por un patrón justo. Cuando una persona empiezaa trabajar para él, solo le advierte dos cosas. Que no permite que ledesobedezcan y que no soporta que le mientan. Y, personalmente, solotiene una norma: mantener siempre la relación con sus trabajadores en unplano estrictamente laboral.

Hasta ahora, con esas sencillas pautas, había sido suficiente. Hastaahora.

Cuando conoce a Rebeca, ella le hace saltarse sus propias normas

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e incluso pone su vida en peligro con tal de protegerla.

Recompensa una familia es una novela romántica, ambientada enunos viñedos, que lleva implícita un canto a la positividad porque, a veces,hasta de las peores experiencias, surgen cosas maravillosas.