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LA INDIANIZACIÓNCAUTIVOS, RENEGADOS, «HOMMES LIBRES»

Y MISIONEROS EN LOS CONFINES AMERICANOS

(S. XVI-XIX)

Salvador Bernabéu AlbertChristophe Giudicelli

y Gilles Havard (coords.)

Ediciones Doce CallesÉcole des Hautes Études en Sciences Sociales

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SUMARIO

Páginas

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Salvador Bernabéu Albert, Christophe Giudicelli y Gilles Havard

Indianización y confines. Dos conceptos debatibles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19José Luis de Rojas

INDIANIZACIÓN POR INMERSIÓN. DE NAUFRAGOS Y CAUTIVOS

Cautivos en el Pacífico Norte: la odisea de John R. Jewitt y John Thompson(1803-1805) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35Salvador Bernabéu Albert

Civilizados abominables, y aún cristianos. La fábula del náufrago redimido enla conquista del Nuevo Mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59Francisco M. Gil García

Apolinario Moreno. Cautivo de los comanches y prisionero en México . . . . . 85Francisco Javier Sánchez Moreno

De la civilización a la barbarie. La indianización de cautivos euroamericanosentre los indios comanches (1820-1875) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107Joaquín Rivaya-Martínez

FRONTERAS POROSAS. LOS INDIANIZADOS EN LOS CONFINES COLONIALES

El conquistador y su sombra. Silencios en la conquista del Tucumán (sigloXVI) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137Christophe Giudicelli

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Martim Soares Moreno, capitaine luso-brésilien au service du roi et chefindien: colonisation et indianisation dans l’Amérique portugaise duXVIIe siècle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161Guida Marques

¿Un irresistible retorno a la «barbarie»? Cautivos, tránsfugas y guardianes oel imperioso influjo de las «provincias de afuera» (Chile, siglo XVII) . . . . 183Jimena Paz Obregón Iturra

Más allá del poder colonial. ¿Quiénes eran los «indianizados» en el Septen-trión novohispano del siglo XVIII? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211Sara Ortelli

Les hommes libres: la création de nouvelles identités dans la Prairie nord-américaine (vers 1790-1821) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231Gilles Havard

MISIÓN E INDIANIZACIÓN

Pensar la indianización desde las fronteras santafesinas del Chaco en el sigloXVIII. Cristóbal Almaraz, sus alianzas y estrategias de poder . . . . . . . . . . 265Carlos D. Paz

Indios misionados y misioneros indianizados en las tierras bajas de Américadel Sur. Sobre los límites de la adaptación cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291Guillermo Wilde

La figure du «missionnaire chamane» chez les Inuit de l’Arctique de l’Estcanadien (1894-1950) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311Frédéric Laugrand

INDIANIZACIÓN E IDENTIDAD: EL CASO DE CANADÁ

Contestations identitaires et indianisation des Autochtones de la vallée duSaint-Laurent (1820-1869) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335Alain Beaulieu

Les colons du Canada face aux Amérindiens et la peur de «passer pour desSauvages» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363Denys Delâge

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INTRODUCCIÓN

Salvador Bernabéu Albert,Christophe Giudicelli

y Gilles Havard

A CONTRASENTIDO

La reflexión que desembocó en el presente libro empezó hace ya algún tiempopor una preocupación común a sus coordinadores, más allá de las diferenciasde sus respectivas áreas de investigación. A su vez, esta preocupación nacióde una incomodidad compartida a la hora de dar cuenta de cierto fenómenoque parece no tener lugar propio en la narrativa histórica, y que sin embargosurgía con cierta terquedad en nuestras fuentes, como figuras fugaces ymudas, relegadas en los intersticios de la historia. Como si la historiografíadedicada a la confrontación propia de la conquista de los confines americanosy a la instalación de la sociedad colonial en esas tierras periféricas carecierade las herramientas analíticas necesarias para aprehender los casos que cons-tituyen el objeto de este trabajo colectivo. La elección de la nebulosa con-ceptual que llamamos la indianización responde a esta necesidad: más queuna categoría fija y monolítica, se presenta más bien a la vez como un con-cepto en construcción y una propuesta metodológica destinada a rescatar unproceso (o una serie de procesos) opacados en gran medida por el orden deldiscurso histórico.

Durante mucho tiempo se ha analizado la interculturalidad desde unsolo lado del mal llamado «encuentro», limitando al estudio a la aculturación

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de los indios concebida como la acción inexorable del elemento dominante(europeo) sobre otro (americano) condenado sin remisión a diluirse en el pri-mero. Los estudios presentados a continuación se aplican a abandonar estaorientación teleológica fundadora de la lógica colonial –y prolongada por laideología del progreso y de la civilización como horizonte insuperable– paraver qué pasaba a la vera de este camino demasiado llano para ser honesto.

Dicho de otro modo, se trataría aquí de tomar a contrapié esa lógicainexorable del proceso civilizador y de ir más allá de los estudios tradiciona-les sobre la aculturación, destacando y explicitando trayectorias individualeso colectivas que constituyen auténticos contra-sentidos. Ello no hubiera sidoposible sin un trabajo de hibridación disciplinaria: todos los estudios quepresentamos a continuación se encuentran en mayor o menor grado marca-dos tanto por el método histórico como por enfoques de corte antropológi-co.1 Dicha hibridación nos pareció esencial para tratar de abrazar en toda sucomplejidad lo que se tramaba en aquellos contra-sentidos, en la medida enque dejan entrever una mayor fluidez entre los diferentes agentes socialesimplicados en aquellas relaciones de frontera, y permiten aprehender unacirculación menos lineal o vectorial entre los polos discursivos que se handado a llamar «la sociedad colonial» y «el mundo indígena».

La historia de los cautivos, renegados y coureurs de bois que fueronadoptados por los autóctonos se inscribe en la larga duración de los contac-tos interculturales. Se estira desde los primeros años de la conquista españo-la hasta el cierre de la frontier estadounidense, en las últimas décadas delsiglos XIX y afecta todas las regiones del Nuevo Mundo, si bien con mayorfrecuencia e intensidad en sus confines. Sus figuras fueron numerosas y reci-bieron nombres muy diversos según las regiones: truchements normandos yBandeirantes en Brasil, renegados, desertores y apóstatas en la América espa-ñola, Indian Countrymen, White savages y renegades en la América británica,

1 Huelga decir que esta reflexión no sale de la nada. Entre los trabajos con los que reconocemosuna deuda crítica están los estudios sobre las diferentes modalidades de aculturación, transculturación,biculturalidad (desde los textos clásicos de HERSKOVITS, LINTON y REDFIELD, 1936; ORTIZ, 1940; BASTI-DE, 1955, WACHTEL, 1974 hasta los de ALBERRO, 1992; FRANK, 2003; MARTÍNEZ, 2008; pasando porsupuesto por los de HALLOWELL, 1957 y 1963); los innumerables ensayos sobre cautivos y náufragos (porcitar algunos, HEARD, 1973; AXTELL, 1975; VAUGHAN y RICHTER, 1980; DÉSY, 1983; SOCOLOW, 1992;MARTÍNEZ TORRES, 2004. Una buena síntesis bibliográfica en WEBER, 2007); sin olvidar los trabajos sobrela etnogénesis (desde el clásico ensayo de STURTEVANT, 1971 hasta los aportes de HILL, 1996; SALOMON ySCHWARTZ, 1999 y BOCCARA, 2007), los nuevos enfoques sobre el mestizaje (AMSELLE ,1990; GRUZINSKI,1999), los passeurs, o agentes mediadores (ARES y GRUZINSKI, 1997; MERRELL, 1999), y la todavía fértil tra-dición de estudios sobre la frontera –sea nombrada así o rechazada como concepto analítico– concebidacomo lugar y proceso intenso de interacciones sociales, políticas y culturales (WHITE, 1991; BOCCARA,2001; MANDRINI y PAZ, 2002; HAVARD, 2003; BERNABÉU ALBERT, 2009; GIUDICELLI, 2010; ORTELLI yCELESTINO DE ALMEIDA, 2011-2012).

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coureurs de bois, vagabonds y François devenus Sauvages de la América fran-cesa, hommes libres, chasseurs des montagnes y Squaw men en el Oeste norte-americano. Todos, individuos o grupos sociales europeos, mestizos o criollos,voluntariamente o no, vivieron en la proximidad inmediata de los indios, asi-milándose a veces totalmente hasta el punto de elegir al otro sin vuelta atrás.

Por supuesto, privilegiamos aquí las zonas periféricas de los imperiosamericanos, fronteras, tierra adentro, pays d’en haut, pays des sauvages, back-countries e indian countries que formaban esas zonas-fronteras muy pocodefinidas, sin olvidar los océanos, cuyos caprichos abrieron muchas vecesviolentamente puertas imprevistas de un mundo hacia otro. Fue allí, en esosespacios movedizos, porosos y dinámicos donde los fenómenos de asimila-ción de los colonos fueron más marcados.

La indianización –igual que cualquier forma de transculturación– no esun fenómeno uniforme y monolítico. Tampoco es un fenómeno exclusivo delNuevo Mundo, aunque haya tomado allí un relieve específico. De hecho, lasexpresiones going native o s’ensauvager acompañaron la experiencia de laexpansión europea en el mundo entero, desde el siglo XV hasta el siglo XIX:pensemos en los lançados o tangomaos portugueses en las costas occidentalesde África;2 en los diferentes renegados de las islas del Pacífico, llamadosbeachcombers en el siglo XIX,3 en los Pākehā Māori de Nueva-Zelandia;4 enlos White black-fellows del bush australiano; en los castiços o indiaticos de laIndia Portuguesa,5 o en los colonos rusos ob’inorodchivanie («indigeniza-dos») o ob’iakutilis («iakoutizados») de la Siberia oriental6.

Tratamos de aprehenderla en toda su complejidad y de apreciar susdiversos grados de intensidad, desde el abandono liso y llano de toda refe-rencia europea (caso excepcional) hasta la integración puntual de objetos,comportamientos, valores, creencias, incluso entre los agentes expresamenteencargados de asegurar la integración de los indios en la órbita del podercolonial. Uno de los objetivos perseguido a través del prisma de la indianiza-ción es restituir hasta donde sea posible las dinámicas socioculturales queregían esos procesos, sin jamás pretender transformarlo en un marco acotadoy rígido o, por decir las cosas más claramente, sin querer acuñar un nuevolecho de procusto teórico. Las advertencias liminares de José Luís de Rojasrecuerdan oportunamente que nuestro proto-concepto encuentra sus con-tornos en la confrontación con los hechos y en la discusión interdisciplinaria.

2 MENDÈS, 2012.3 MAUDE, 1968; CAMPBELL, 1998.4 THORN, 2003.5 BARRETT, 1948, GRUZINSKI, 2001, 114-115.6 SUNDERLAND, 1996.

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El libro pretende discutir y cuestionar la categoría falsamente transpa-rente de indios blancos: ¿se han convertido los individuos calificados de Whi-te Indians, Whites Savages o bárbaros blancos en las fuentes coloniales perotambién, en fechas mucho más recientes bajo la pluma de ciertos historiado-res,7 realmente en indios?

La plena y completa asimilación de los así llamados «indios blancos»significa que esos individuos interiorizan los modos de pensar, de sentir y deactuar de las sociedades que los acogieron, es decir que no se contentan conadoptar los elementos materiales de la nueva cultura, sino también unos ele-mentos más simbólicos: formas y modos corporales, creencias, ritos, etcétera.De modo que para nosotros el rótulo «indio blanco» se confunde ante todocon una categoría conceptual, un estado ideal por definición incómodo dediscernir y difícil de restituir. En este sentido, hay que entender el conceptomucho más como un proceso que como un objeto determinado y finito. Enpocas palabras, y sin juego de palabra alguno, el «indio blanco» no es ni pue-de ser un tipo ideal.8

Se considerarán en las páginas que siguen las variantes de las temáticasabiertas: ¿Es comparable el medio pánico al ensalvajamiento o a la barbari-zación en todas las regiones consideradas? ¿Qué forma toma este miedo?¿Cómo se expresa? ¿Son equiparables las lógicas subyacentes en el o los pro-cesos estudiados? En su diversidad, los estudios aquí presentados esbozanuna primera tipología de los indianizados, que no se pueden reducir al tipoideal que acabamos de evocar. Al intentar una genealogía de la expresión enlas fuentes coloniales, nos dimos cuenta que si bien aparecen, vituperadoscon sumo horror, algunos white savages y demás bárbaros blancos, aquejadospor una peligrosa indianization (encontramos el término en inglés tan prontocomo en el siglo XVII para la Nueva Inglaterra9), hay que precisar a) que sumención es muy marginal y b) que es ante todo un discalificativo usado paracondenar ciertas conductas escandalosas aisladas, mucho más que una cate-goría precisamente definida para designar cualquier europeo devenido enindio. De hecho, aparte de los casos aislados que de alguna manera rompieron

7 Por ejemplo AXTELL, 1975; JACQUIN, 1987; STERN, 1991.8 En el sentido weberiano de la palabra, claro…9 Al parecer, este americanismo fue forjado primero en inglés: la primera ocurrencia conocida se

la debemos al puritano Cotton Mather en 1692, quien traduce el horror de sus coreligionarios ante lo queles parece la peor de las abominaciones: We have too far degenerated into Indian vices… We have [become]shamefully Indianized (MATHER, 1692, ápud. TAKAKI, 1992, 909). Precisemos sin embargo que indianizar-se, en ese contexto significaba más bien barbarizarse, decivilizarse, ensauvagement, decristianizarse y, vol-ver a caer bajo el poder del Diablo. Se trataba por lo tanto más de un procedimiento retórico destinado aelaborar un discurso sobre sí –la retórica del salvaje como contraejemplo del cristiano y de la policía cris-tiana. Se trata por lo tanto de algo distinto de la indianización concebida como proceso social concreto yherramienta analítica.

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con su sociedad de origen, aparece un amplio abanico de categorías socialesque, por varios motivos, se encuentran en una situación de mediadores cul-turales: desperados huyendo de la ley, mercaderes y contrabandistas, trampe-ros y comerciantes de pieles, trajinantes y vagabonds, soldados de los presi-dios perdidos en tierra de nadie, sin olvidar el caso particular y a su vezpolifacético de todos los náufragos y cautivos de los innumerables fracasosde la conquista.

Éstos últimos, son objeto de la primera parte del libro, dedicada a laindianización por inmersión. Para darnos la medida de la inmensa variedadposible de esos naúfragos, Francisco Gil García y Salvador Bernabéu Albertpresentan dos casos por cierto muy distintos, escogidos en los dos extremosde la cronología contemplada, pescados en los dos océanos que bañan elcontinente, y sacados de dos contextos políticos y culturales disímiles,haciendo pasar al lector de los arrecifes del incipiente Caribe español a lastribulaciones de dos ingleses esclavizados entre los Nootka de la costa cana-diense del Pacífico a principios del siglo XIX. A su vez, Francisco Javier Sán-chez Moreno y Joaquín Rivaya Martínez analizan la incorporación de los cau-tivos europeos entre los Comanches en plena expansión en la mayor partedel citado siglo, dando a ver una lógica de asimilación alternativa pero nomenos conquistadora que la de las potencias coloniales.

La tipología de los indianizados que propone este trabajo colectivo evi-dencia la relación entre esos individuos y el –o los– poder(es), así como supapel en el diagrama colonial: aunque vivan entre los indios, ¿se debe real-mente dejar de considerarlos súbditos o incluso agentes del poder colonial?Por otra parte, se nos impuso como imprescindible el estudio de las causas yde las motivaciones de aquella «tentación indígena» ejercida sobre todas lacategorías de colonos considerados: búsqueda de poder, de prestigio, dedinero, de protección (contra la justica en particular), pero también atractivoespecífio de las sociedades indígenas –hospitalidad sexual, por ejemplo.

En esta línea, la segunda parte del libro, sin llegar a una teoría generaldel basculement o de la oscilación se aboca a esbozar un primer desbroza-miento del campo de los posibles, enfocando en las categorías de agentesmás afectados por la porosidad de las seudo-fronteras socioculturales queatravesaban las diferentes regiones consideradas. Ahí están las figuras convo-cadas por cada uno de los autores, desde los mismísmos conquistadores delTucumán primitivo cuyos vaivenes entre las ciudades coloniales y el enclaverefractario calchaquí recontruye Christophe Giudicelli, o el ambiguo MartimSoares Moreno capitán luso-brasileño del Ceará pero también líder indígenapresentado por Guida Marques, hasta la existencia de los hommes libres de lapradera norteamericana, aquellos ex-empleados de las compañías de comer-cio de pieles que vivirían como indios rastreados por Gilles Havard, pasando

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por las vacilaciones seguidas por Jimena Obregón Iturra de los capitanes deamigos de la frontera mapuche del centro-sur chileno, o los integrantes de lastumultuosas bandas de apóstatas, desertores e infidentes localizados por SaraOrtelli en las sierras y desiertos de la Nueva Vizcaya tardocolonial. Todasesas figuras evidencian más allá de sus diferencias una extrema labilidad delas identidades de partida, demuestran a las claras que la atracción sociocul-tural no se ejerció en sentido único y, last but not least, que existió y a vecesperduró por mucho tiempo en esos confines la posibilidad de una nuevasociedad autónoma, conformada por diferentes grupos socioétnicos amalga-mados al margen, y muchas veces contra el poder colonial. Convengamos,sin vanagloria alguna, que no es poco el mérito de nuestra categoría analíticaen construcción si nos permitió entreabrir la perspectiva vertiginosa de loque pudo haber sido unas alternativas políticas al orden colonial, alternativasque, por defecto genérico, bien podría llamarse indianizadas.

Por fin –y para terminar de arruinar la misma posibilidad de unificacióndel concepto epónimo de este libro– dos modalidades más, bastante distin-tas, de indianización se impusieron a los que imprudentemente abrimos lacaja de Pandora al someter a debate nuestra propuesta. Primero la perspecti-va de la indianización de los indios, es decir la transformación de los gruposhumanos que vivían en el suelo americano en una categoría genérica, la deindios, como consecuencia de la conquista.10

Esta indianización de los indios rebasa con creces la cuestión de la mira-da homogeneizante de los europeos. Existieron instituciones especializadasen la creación de un indio acorde con las exigencias sociales, religiosas y polí-ticas del nuevo orden. Uno de los campos más fértiles para seguir esa trans-formación activa es por supuesto el de los estudios sobre misiones, si consi-deramos que las reducciones tenían el cometido civilizatorio no sólo deconvertir a los nativos en cristianos sino de estandarizar a sus neófitos en unanueva categoría colonial de indios de misión. Sobre este punto, son de granvalor los estudios de Carlos Paz y de Guillermo Wilde, respectivamentesobre el espacio misionero del Chaco santafesino, dominado por los abipo-nes, y la provincia misionera del Paraguay, auténtico laboratorio de la Com-pañía de Jesús desde su fundación a principios del siglo XVII hasta la expul-sión de los ignacianos en 1767. Ensancha y enriquece aún esta perspectiva lafigura ináudita destacada por Frédéric Laugrand del misionero-chamánentre los inuits del ártico canadiense entre finales del siglo XIX y mediadosdel siglo XX es decir en el primer medio siglo de su conversión por misione-ros anglicanos y católicos (Oblatos de María Inmaculada).

10 Notaremos de paso que para los colonos inmersos en las sociedades autóctonas no se tratapropiamente hablando de indianización sino de huronización, calchaquización, mapuchización, etc.

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La última modalidad que se nos impuso en la confrontación de nuestrostrabajos fue la relación compleja y a veces muy intricada entre indianización eidentidad colectiva, indianización y estado. Nos limitamos en este libro al casoespecífico de Canadá pero queda claro que esta perspectiva entraña un poten-cial heurístico que rebasa con creces este ejemplo. No es casual sin embargoque semejante problemática se haya trasladado desde Canadá donde el pro-blema fue realmente central. La contribución de Alain Beaulieu, que analizala categorización de las poblaciones originarias en el proceso de construccióndel estado-nación canadiense, y la de Denys Delâge, dedicada más bien areconstruir el entramado de influencias cruzadas entre poblaciones autócto-nas e identidad canadiense dan cuenta de la riqueza de este enfoque.

Por supuesto, los trabajos que presentamos a continuación están lejosde agotar el campo abierto por la perspectiva conceptual y metodológica quelos reúne. Mejor. Si su insuficiencia es motivo de nuevas exploraciones sobrela indianización, habrá cumplido holgadamente su cometido.

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INDIANIZACIÓN Y CONFINES.DOS CONCEPTOS DEBATIBLES

José Luis de RojasUniversidad Complutense de Madrid

El propósito enunciado en el título del proyecto que dio origen a estas refle-xiones orientaba las presentaciones hacia los cautivos, renegados y «coureursde bois», pero el epígrafe principal alienta a una reflexión más amplia que, apartir de los conceptos enunciados, sirva para pensar la América colonial deuna manera algo diferente, más compleja y, para nuestro gusto, mucho másinteresante.1

Si «indianización» quiere decir «hacerse indio», «convertirse en indio» o«adquirir la cultura indígena», siempre nos lleva a un punto conflictivo: ¿quésignifica ser indio? o ¿qué es un indio? A veces parece que estamos de acuer-do en alguna definición, pero cuando miramos más de cerca, las diferenciassaltan a la vista. Para el periodo prehispánico, el tema parece estar claro:indios son todos los habitantes de América. Pero desde la llegada de los euro-peos, el asunto se complica cada vez más. Y es que en realidad, cuandocomienza a haber indios es cuando llegan los españoles. Antes había muchospueblos diferentes, algunos de ellos miembros de la misma unidad política, degrado o por la fuerza, pero nunca parte de un mismo colectivo. Y con enormes

1 Agradezco las indicaciones y correcciones hechas por el Dr. Francisco Miguel Gil, que hancontribuido a enriquecer el debate propuesto en estas páginas.

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diferencias en la complejidad cultural. Es muy significativo el comienzo delcapitulo cuarto de Steve Stern en su libro sobre Huamanga: «En el decenio de1570, los pueblos de Huamanga por fin se convirtieron en indios».2 Tambiénes muy ilustrativo el último capítulo del libro de Karen Spalding (1974):«¿Quiénes son los indios?», del que copiamos el principio: «La sociedad colo-nial del área andina se hallaba dividida en dos sectores distintos: los españolesy los indios. Pero después de generaciones de miscegenación, cuyo alcance hasido claramente documentado por historiadores, ¿cómo es que los miembrosde la sociedad colonial pudieron mantener la aguda distinción entre el espa-ñol y el indio?, ¿qué criterios determinaron quién era un indio y quién no enlos dos últimos siglos del régimen colonial español?».3

El tiempo y las mezclas, o las mezclas a lo largo del tiempo, hacen variarla definición y, por un efecto de espejo, deberíamos plantearnos tambiénquién es un español (o europeo para lo que nos interesa aquí) o un mestizo.

Probablemente las respuestas sean múltiples y en ellas tenga que ver elpunto de vista del que contesta. Desde la perspectiva occidental, tendemos aagrupar a los nativos americanos bajo un único término, pero si les pregunta-mos a ellos las cosas pueden cambiar. En la documentación colonial el iden-tificador más utilizado por los nativos para ellos mismos es su pueblo de origen(«naturales de...»); en el período prehispánico, según se puede leer en docu-mentos coloniales como las Relaciones Histórico-Geográficas, y al menos enMesoamérica, solía ser su señor el identificador («somos vasallos de Mocte-zuma»). Las clasificaciones en etnias, lenguas y culturas son fruto de la acti-vidad de los estudiosos posteriores y es relativamente frecuente que en la rea-lidad, en una misma entidad política, convivan gentes con adscripcionesdiferentes. Y eso sin considerar que en el mundo prehispánico también seproducían mezclas y que había individuos políglotas. Y deberíamos tener encuenta el grado de conocimiento de la existencia de los demás que tenía cadapueblo, y la consideración en que tenían a los que conocían. Las denomina-ciones de «chichimecas» o «chiriguanos» tienen origen prehispánico y traenaparejado el desprecio por el otro desde entonces. Y de esas concepcionesindígenas fue como pasaron a los españoles la caracterización de esos pue-blos, en una suerte de herencia conceptual.4 Y los incas o los mexicas podían,a su vez, haber heredado sus conceptos de sus antecesores o de pueblosexternos recién conquistados: «[…] tanto el nombre suri haque como los tér-minos aplicados a las otras poblaciones muestran una muy importanteimpronta aymara, que sugiere que la narrativa inkaika sobre estos territorios

2 STERN, 1986, 133.3 SPALDING, 1974, 147.4 GIUDICELLI, 2005, 158; MARTÍNEZ, 2005, 34.

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podría ser heredera o copartícipe, a su vez, de otro sistema de percepciones ycategorizaciones culturales».5

La misma existencia de conquistas que condujeron a la creación deimperios habla de la falta de unidad de los llamados indígenas, lo cual sepuso de manifiesto en el momento de la conquista española y la presencia denumerosos aliados indígenas, como se puede ver ya en muchas interpretacio-nes modernas de las conquistas americanas. Como muestra, uno de los mitosdesmitificados por Restall:

En esta crónica no se observa ningún indicio de solidaridad racial entre nahuasy mayas, y no hay motivos para suponer que debiera existir tal relación de afi-nidad. Los españoles agrupaban a diversos pueblos indígenas bajo el término“indios”, pero para los mayas de Calkiní, los culhuas eran tan extranjeros comolos españoles. Eran invasores que debían ser repudiados o acogidos, si las cir-cunstancias lo permitían, o si se hubieran desligado de la expansión militarmexica por Yucatán, algo que nunca ocurrió pero que podría haber ocurrido sino hubieran aparecido los españoles.

Tampoco existía solidaridad étnica maya en el siglo XVI. Con el tiempo, losmayas de la región de Calkiní y otras zonas de Yucatán acompañarían a losespañoles en la expansión hacia las regiones no conquistadas de la península,como porteadores, guerreros y auxiliares de diversos tipos.6

Nosotros creemos que hay muchas posibilidades de que desconocieranque pertenecían a alguna unidad étnica, pues ellos empleaban otros referen-tes, como hemos comentado ya y se ve en la última parte de la cita. Es untema éste en el que nos falta algo de lo que podríamos denominar «humildademic», en la que debemos hacer menos caso a nuestras clasificaciones y mása las suyas. No puedo resistir la tentación de mencionar una anécdota perso-nal que es muy posible que tenga mucho que ver con mi progresivo aleja-miento de la práctica de la arqueología. En mis comienzos profesionales seme ocurrió poner en cuestión la unidad de los mayas manifestando que ladenominación de cultura maya a un área tan extensa y durante tanto tiempoera cuestionable, y que yo veía grandes diferencias, por ejemplo, en la arqui-tectura, donde clasificar conjuntamente a Palenque, Tikal, Uxmal o ChichénItzá me parecía arbitrario. Además, añadía, en el centro de México, dondelos parecidos entre Teotihuacan y Tenochtitlan me parecían notorios, la cos-tumbre establecía que en cada período habláramos de una cultura diferentesin aparente conexión entre una y otra. El resultado de la polémica fue muyclaro. En realidad no llegó a haber polémica y sí un ex-arqueólogo.

5 MARTÍNEZ, 2005, 45.6 RESTALL, 2010, 88-89.

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Volviendo a los referentes utilizados por los indígenas prehispánicos,nunca se sintieron parte de un colectivo mayor, y eso abre todo un abanicode posibilidades que podemos poner de manifiesto con unos pocos ejemplos.En el momento de la conquista del Perú, Pedro de Alvarado acudió desdeMéxico con un numeroso contingente que luego vendió a Pizarro y compa-ñía. En él había indígenas de Nicaragua, de Guatemala y tlaxcaltecas del centrode México. Lockhart7 habla de ellos junto a los indígenas andinos, perodeberíamos preguntarnos seriamente cómo los vieron éstos y con quiénes losemparejaron, pues era gente desconocida que había venido con los españolesy cuya vida giraba en torno a estos. Un caso contrario de problemas de etni-cidad se produjo en el siglo XVII en la Nueva España, donde fue elegidogobernador de Tenochtitlan don Francisco Benítez Inga, indio del Perú,según él hijo de nobles indígenas. Uno de los requisitos para poder ser gober-nador indígena era ser indio puro, y éste lo era, aunque no de la manera en laque el legislador pensaba. Pero de acuerdo a esa ley no había forma de negarleel derecho, así que para intentar quitarlo de en medio se le acusó de mestizo,aunque no prosperó.8 Quizás porque era una acusación tan utilizada que yatenía poco efecto.

Y podemos considerar otra influencia colonial de esta manera de ver elperíodo prehispánico: los pueblos americanos tenían un largo historial de con-quistas e imposiciones, y unas listas probablemente largas de agravios; ademástenían práctica en sobrevivir a los cambios impuestos y mantener identidadespropias dentro de unidades mayores. Y siendo esto así, se entiende muchomejor su comportamiento bajo el dominio español, que comprende resisten-cias y adaptaciones, a veces íntimamente ligadas.

Desde un punto de vista indígena quizás los recién llegados podían seragrupados como españoles o castellanos, pero desde un punto de vista espa-ñol, las diferencias eran notables. No solamente había individuos de naciona-lidades diferentes, sino también de religiones distintas, pese a todas las prohi-biciones existentes. E incluso súbditos de reyes diferentes, aunque fuera encalidad de agresores, como ocurría con los piratas. Sería interesante constatarcómo explicaron los españoles a los indígenas que, además de su poderosísi-mo emperador, había otros reyes que no estaban sometidos a él, o que junto aldios cristiano representado en la tierra por el papa de Roma, había otros cre-dos, unos seguidores del mismo Cristo, aunque de manera diferente a la quepregonaban los españoles, y otros de otros dioses, pues aunque en teoría esta-ba prohibida la entrada de no cristianos, en la práctica las fronteras eran uncoladero. Un ejemplo del lío que los indígenas tenían para definir o entender

7 LOCKHART, 1982, capítulo XI.8 Ver CONNELL, 2011, 118-125.

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las instituciones españolas, lo podemos ver en el cronista indígena novohispa-no Domingo de San Antón Muñón Cuauhtlehuanitzin,9 quien escribió ennahuatl a comienzos del siglo XVII: «Y don Carlos volvió a Alemania de dondeera emperador y conservaba el tlahtocayotl de Roma, sin embargo tambiéndesde allí gobernaba España. De manera que era rey del tlahtocayotl de España,que no es imperio sino reino.» Convendría preguntarse qué entendían Chi-malpahin y compañía por «imperio» y «reino», aunque el uso del náhuatl«tlahtocayotl» puede constituir una pista.

Y con el tiempo empezaron a diferenciarse en la América hispana lospeninsulares y los criollos, aunque era muy frecuente que los primeros entra-ran en las familias de los segundos y tuvieran una descendencia común, queen muchas ocasiones volvía a admitir en sus filas a nuevos peninsulares.

Y además llegaron también esclavos negros, claramente diferentes delos europeos para los españoles y vaya usted a saber cómo fueron conceptua-lizados por los indígenas, si tuvieron claro que eran distintos o pensaron queera una variedad de color. Lo que no podemos negar es que llegaron juntos,y como en los pueblos indígenas también había señores y servidores, nodebieron tener problemas para entender la situación.

Y que había diferencias entre los europeos fue notorio para los indíge-nas y no solamente en el aspecto personal, pues había individuos mejores ypeores. En la evangelización, al menos en la Nueva España, los pueblos pug-naban por ser adoctrinados por la orden de su preferencia, generalmentefranciscanos, aunque debemos poner en reserva esta afirmación, pues lasnoticias proceden en su mayor parte de frailes franciscanos. Una pista de estola constituye una de las acusaciones de que fue objeto don Carlos Ome -tochtzin en su temprano proceso (1539): «Preguntado, si asimismo decía esteconfesante que los frayles de Sant Francisco thenian una manera de vida y devestido, dotrina y oración, y otra diferente los dominicos y otra los agustinos,y otra los clérigos, como era público [...]».10

Don Carlos lo negó para tratar de salvarse, pero la formulación de lapregunta nos ilustra sobre cómo se producían las cosas. Y si lo decía, la ver-dad es que tenía toda la razón. Parte de las dificultades de la evangelizaciónse debieron precisamente a estas diferencias y a los costos que suponíanalbergar a una u otra orden religiosa.11 Y es significativo cómo estos indíge-nas trataban de elegir a los forasteros que preferían e incluso los compara-ban, como se ve en este fragmento de los Naufragios de Álvar Núñez Cabezade Vaca, en el que se habla de unos y otros cristianos:

9 CHIMALPAHIN, 1983, 195, 197.10 GONZÁLEZ OBREGÓN, 2009, 80.11 Ver ROJAS, 2010b.

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