la educación tecnológica en colombia -...

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III. ¿QUE ES LA EDUCACIÓN TECNOLÓGICA EN COLOMBIA? EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL CONCEPTO ANTECEDENTES En Colombia, la Educación tecnológica ha sido una moda- lidad educativa curricular e institucionalmente separada de las ingenierías y de las ciencias naturales. Durante la vigencia del Decreto 080 de 1980 ésta fue concebida como una de las tres "modalidades" que conformaban la educa- ción superior: la modalidad universitaria, la tecnológica y la técnica profesional o intermedia profesional. En la nueva Ley 30 de 1992, el concepto de modalidad es reemplazado por el de "campo de acción" -la técnica, la ciencia, la tecnología, las humanidades, el arte y la filosofía (art. 7)- continuando así con la tradicional separación curricular e institucional entre la formación técnica, la tecnológica, las ingenierías y las ciencias. Por otra parte, la educación tecnológica es una de las diversas modalidades de formación para el trabajo en Co- lombia, conjuntamente con la educación técnica secunda- ria, la educación secundaria diversificada (INEM), la forma- ción técnica profesional, y la formación profesional extraescolar delSEN A. La educación tecnológica se inscribe, por tanto, dentro de la evolución de los conceptos y prácti- cas de formación de recursos humanos calificados en el país. La formación de este personal calificado ha sido una permanente preocupación de los educadores. Desde el

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III. ¿QUE ES LA EDUCACIÓN TECNOLÓGICA EN COLOMBIA? EVOLUCIÓN HISTÓRICA

DEL CONCEPTO

ANTECEDENTES

En Colombia, la Educación tecnológica ha sido una moda­lidad educativa curricular e institucionalmente separada de las ingenierías y de las ciencias naturales. Durante la vigencia del Decreto 080 de 1980 ésta fue concebida como una de las tres "modalidades" que conformaban la educa­ción superior: la modalidad universitaria, la tecnológica y la técnica profesional o intermedia profesional. En la nueva Ley 30 de 1992, el concepto de modalidad es reemplazado por el de "campo de acción" -la técnica, la ciencia, la tecnología, las humanidades, el arte y la filosofía (art. 7)-continuando así con la tradicional separación curricular e institucional entre la formación técnica, la tecnológica, las ingenierías y las ciencias.

Por otra parte, la educación tecnológica es una de las diversas modalidades de formación para el trabajo en Co­lombia, conjuntamente con la educación técnica secunda­ria, la educación secundaria diversificada (INEM), la forma­ción técnica profesional, y la formación profesional extraescolar delSEN A. La educación tecnológica se inscribe, por tanto, dentro de la evolución de los conceptos y prácti­cas de formación de recursos humanos calificados en el país.

La formación de este personal calificado ha sido una permanente preocupación de los educadores. Desde el

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comienzo de la República ha existido la conciencia de la necesidad de diseñar modal idades educativas que contri­b u y a n directamente al desarrollo de las fuerzas product i ­vas en la minería, la agricultura y la industria, y que repre­senten una alternativa válida y socialmente deseable al mo­delo prevaleciente de educación general, clásica, que condu­ce a estudios superiores y al trabajo de carácter intelectual.

Desde los pr imeros años de la República los líderes políticos y legisladores habían planteado la importancia del fomento de los estudios de agricultura, minería y comercio, como condición para el desarrollo y la modernización del país. En 1821, el Congreso de Cucuta se p ropuso el fomento de estas modal idades de formación para el trabajo p roduc­tivo. En 1825, Bolívar recomendaba ia creación de una escuela de ingeniería civil y se lamentaba de la abundancia de médicos y abogados mientras faltaban muchos mecáni­cos y agricultores, verdaderos creadores de la r iqueza y el bienestar (Bohórquez, 1956).

En 1826 se p romulga la Ley General de Educación, que resalta la importancia para el desarrollo del país, de la educación en ciencias y oficios útiles.

...el país donde la instrucción está más esparcida, y más generalizada la educackín de la numerosa clase destinada a cultivar las artes, la agricultura y el comercio, es el que más florece por la industria, al mismo tiempo que la ilustración general en ciencias y artes útiles es una fuente perenne y un manantial inagotable de riqueza y poder para la nación que las cultiva... (Safford, F. 1989, pág. 80).

Sin embargo , según Safford, estos "valores de modern i ­dad" , expresados en la intención de una reducida élite de p romover la educación en ciencias y oficios, no fueron correspondidos ni por el desarrollo de las fuerzas produc­tivas ni por la aceptación de este t ipo de educación en la mayoría de la población. Las ideas de modernización y diversificación de la oferta educativa no tenían el respaldo de la d e m a n d a del sector product ivo por recursos h u m a n o s

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calificados y, por tanto, tampoco tenían respaldo social. Durante la mayor parte del siglo pasado las escasas institu­ciones de formación para el trabajo, muchas de ellas confesionales, no gozaban de estatus social ni tenían como principal objetivo la modernización de la producción. Tu­vieron, más bien, un carácter moralista y benefactor. La capacitación para oficios artesanales, para los hijos de obre­ros y artesanos, permitiría encauzar sus energías hacia actividades productivas y remuneradoras, apartándolos del ocio, las malas costumbres y las asociaciones políticas subversivas (Safford, F., op. cit., págs. 94-109).

Sólo en las últimas décadas del siglo pasado (1860-1870) tuvieron relativo éxito los esfuerzos de organización de programas de formación para el trabajo industrial median­te las escuelas de artes y oficios. En 1867 se crea la escuela de artes y oficios en la incipiente Universidad Nacional, segui­da en 1873 por la escuela de artes y oficios de Medellín, dirigida por la comunidad salesiana. Paralelamente surgió la necesidad de formar ingenieros o personal técnico de alto nivel, con fundamentación científica, lo que condujo en 1867 a la creación de la Escuela de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional, que en 1903 se convirtió en la Facul­tad de Matemáticas e Ingeniería, en Bogotá. En 1888 se había creado en Medellín la Escuela de Minas, de gran importancia en la formación de los primeros cuadros técni­cos altamente calificados en el país.

La Ley 39 de 1903 formuló las primeras normas regla­mentarias de la incipiente educación técnica y planteó la necesidad de fomentar la enseñanza de las ciencias y las técnicas para la industria, y la creación de talleres de artes y oficios en las escuelas secundarias para la formación de habilidades prácticas en los estudiantes. En 1905 surgió el Instituto Técnico Central, convertido en poco tiempo en colegio técnico de nivel secundario para la formación de técnicos superiores o ingenieros en mecánica, electricidad y textiles. Este Instituto fue reemplazado posteriormente por la Facuiltad de Matemáticas e Ingenierías de la Universidad Nacional en Bogotá.

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La enseñanza comercial también se inició a principios de siglo con la Escuela Nacional de Comercio, fundada en 1908, cuyo modelo fue ráp idamente dupl icado en otros depar tamentos del país. En 1914 se aprobaron leyes de fomento a la enseñanza agropecuaria, mediante la creación del Insti tuto Agrícola Nacional y de escuelas prácticas de agricul tura en diversos depar tamentos .

Dada la escasa oferta de formación técnica y el poco estatus social o torgado a ésta, a principios de la década de los años 20 las crecientes necesidades de personal a l tamente calificado, de la incipiente industr ia nacional y de los ferro­carriles, eran suplidas pr incipalmente por la importación de técnicos extranjeros. La mayoría de la fuerza laboral estaba compuesta por artesanos (sastres, alhamíes, carpin­teros, zapateros, entre otros) y por trabajadores manuales no calificados.

Según Aliñe Helg:

...de 1.500 a 2.000 alumnos se encontraban inscritos hacia 1925 en los establecimientos públicos y privados de forma­ci ein profesional, mientras había casi 25.000 en la enseñan­za secundaria clásica (Helg, 1987, págs. 90-91).

La concepción 'benefactora' de la formación para el trabajo, duran te los años 30, influyó en la organización, de diversas escuelas de artes y oficios para la capacitación de mujeres y niños pobres en trabajos poco calificados. La mayoría de los estudiantes eran mujeres y el área de forma­ción más impor tante era modistería.

Las otras ofertas de formación en artes y oficios eran b r indadas por unas pocas escuelas industriales como la Escuela Industrial Oficial de Medellín, la Escuela Industr ial de Bogotá y el Instituto Salesiano Justo Berrío, entre otras, do tadas de talleres de electricidad, fundición, carpintería y mecánica, para la formación de fuerza de trabajo calificada para la industr ia nacional.

El continuo desfase entre necesidades industriales y oferta de formación condujo, duran te los años 40, a la

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creación por parte del Estado de tres categorías de escuelas de formación para el trabajo (1948): las escuelas artesanales, de dos años de estudio secundario, para la formación de obreros calificados y artesanos; las escuelas de artes y oficios, de tres o cuatro años de estudio, conducentes al título de "perito" y finalmente, los institutos técnicos indus­triales, de cinco años de formación secundaria, que ofrecían ei título de "experto". Con siete años de estudio se obtenía el título de "técnico". Las principales áreas de especialidad industrial eran: motores, metalurgia, electricidad, cons­trucción y dibujo técnico. Los principales institutos fueron el Técnico Central de Bogotá, el Instituto Técnico Superior de Pereira, el Instituto Pascual Bravo de Medellín y la Escuela Industrial de Barranquilla. Sin embargo, estas nue­vas modalidades de formación continuaban teniendo bajo estatus social, lo que limitaba su demanda debido a la fuerte preferencia por el bachillerato clásico.

También en esta década se enfatiza la formación agrícola mediante la creación, en 1941, de numerosas escuelas agrí­colas municipales, de dos años, adscritas al Departamento de Enseñanza Técnica del Ministerio de Educación. Su principal objetivo era la modernización productiva del campesinado y el desarrollo del espíritu cooperativo. Para­lelamente se crearon los centros de formación de la Federa­ción Nacional de Cafeteros, vinculados con el plan de concentraciones rurales agrícolas o internados para formar cuadros técnicos y expertos en agricultura.

La capacitación de la mujer para el empleo, principal­mente en carreras sociales, paramédicas, comerciales, artís­ticas y literarias, se organizó alrededor de los colegios femeninos superiores o colegios mayores de cultura feme­ninos, creados en 1945 en los departamentos de Cauca, Antioquia, Cundinamarca y Bolívar.

A mediados de la década del 50 era evidente la baja calidad y poca eficacia de los institutos técnicos industriales y escuelas de artes y oficios para formar los técnicos califi­cados requeridos por la creciente industrialización del país. Los graduados de estas instituciones eran muy pocos y

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recibían una formación muy atrasada con relación a los cambios técnicos en la producción. Además, la demanda por este tipo de educación secundaria era muy limitada debido a la preferencia generalizada por el bachillerato clásico.

Debido a las crecientes necesidades de cuadros técnicos y administrativos de alto nivel, el sector industrial había propuesto, por intermedio de la ANDI, diversas modalida­des de cooperación para la formación industrial. Una de estas iniciativas se cristalizó con la creación del Icetex en 1950. Su objetivo era financiar la formación en el exterior de técnicos de nivel superior.

Al mismo tiempo, la necesidad de reforma de la educa­ción secundaria clásica hacia una mayor formación para el trabajo, condujo a diversas propuestas, nunca implemen-tadas, de organización en dos ciclos: el básico de tres o cuatro años y el de especialización técnica o de preparación para la universidad, de dos o tres años. Ei fracaso de estas reformas, propuestas por diversas misiones internaciona­les como la Misión Economía y Humanismo, se debió principalmente a la preferencia por la educación secunda­ria clásica, orientada hacia la universidad (Helg, A., op. cit. págs. 277-281).

Estas dificultades -de índole social y cultural- en la reforma a la secundaria tradicional, aunadas a las deman­das de centrales sindicales como la UTC por ofertas de capacitación ocupacional, condujeron a la adopción del modelo brasilero de formación profesional financiado por el sector productivo. En 1957 se crea el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) para la formación profesional extraescolar (Agudelo, A., 1986). Este modelo se diferencia­ba de la educación técnica secundaria en que no formaba técnicos para el mercado de trabajo en general, sino que adecuaba su formación a las demandas y necesidades espe­cíficas de las empresas.

La creación delSENAinicia la expansión en el país de un modelo 'dual' -escolar y extraescolar- de formación para el trabajo, que posteriormente se caracterizará por complejas

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relaciones de competencia, sustitución y complementación en la formación ofrecida por ambos sistemas (Gómez, V. M., 1988). Se origina entonces una profunda heterogeneidad en los objetivos y en la calidad de la formación, y una gran confusión conceptual y terminológica entre las diversas instituciones, p rogramas y títulos otorgados.

LAS CARRERAS CORTAS E INTERMEDIAS

Debido al poco crecimiento de las opor tun idades d e educa­ción universitaria con relación al creciente n ú m e r o de egre­sados del nivel secundario, duran te los años 60 se crean numerosas instituciones públicas y pr ivadas de nivel post­secundario, con objetivos de "formación para el trabajo", y cuyos p rogramas fueron denominados , en 1968, "carreras cortas". Este concepto era s inónimo de carreras interme­dias, auxiliares, técnicas superiores, subprofesionales y paraprofesionales, y se refería a p rogramas sistemáticos y formales de nivel postsecundar io y con duración de hasta tres años.

Las "carreras cor tas" se ofrecían en diversos tipos de ins­tituciones, como los universitarios, los politécnicos1, los técnicos universitarios, los tecnológicos o escuelas de tecno­logía, los colegios mayores de cultura femenina y los insti­tutos superiores de educación2 .

Entre 1958 y 1954 el sector público estableció varios institutos politécnicos postsecundarios: el de Santander, el de Pereira y el Politécnico Jaime Isaza Cadavid de Medellín, con ca­rácter de instituciones de educación superior especiali­zadas en carreras con duración no mayor de tres años o carreras técnicas no-universitarias. Nótese cómo ya en los años 60 se presentaba el fenómeno de la proliferación de diversos tipos de instituciones educativas, con alto grado de confusión y ambigüedad entre sus respectivas denominaciones. Durante esta década se multiplicaron las instituciones privadas que ofrecían diversos programas al amparo de las normas reglamentarias

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Esta situación condujo ráp idamente a la proliferación de p rogramas e instituciones al tamente heterogéneas y de­siguales. La ausencia de normatización y de bases concep­tuales comunes generó una gran confusión conceptual y terminológica. Existían diversas denominaciones para los p rogramas : carreras cortas intermedias, carreras auxiliares, carreras técnicas superiores, carreras subprofesionales, ca­rreras profesionales o paraprofesionales. El intento de or­denar esta confusión llevó, en 1968, a adoptar la denomina­ción común de "carreras cortas universitarias".

Así mismo, la nomencla tura de las instituciones podía variar entre instituto universitario, instituto politécnico, instituto técnico universitario, instituto tecnológico, escue­la de tecnología, colegios mayores de cultura femenina e institutos superiores de educación. Entre éstos se acordó adop ta r el vocablo de instituto universitario.

Tres eran los principales objetivos de las "carreras cortas e intermedias": preparar personal técnico a nivel post­secundar io en carreras prácticas con fines ocupacionales; facilitar la admisión de estudiantes selectos de estos progra­mas en carreras profesionales largas; y ampliar a todas las regiones del país las opor tun idades de educación postse­cundaria . De esta manera se ampliaría la base de la matrícu­la pa ra estudios universitarios, aprovechando así al máxi­m o el vo lumen de egresados de la educación secundaria. La duración que se estableció para los estudios fue de cuatro a seis semestres. C o m o áreas prioritarias se propusieron: las ciencias agropecuarias , las de la salud, la economía, las ingenierías y las bellas artes.

que autorizaban el funcionamiento de institutos o escuelas de educación superior, entendidos como "... los que sin formar parte de una universidad mantienen estudios profesionales, mediante carreras cortas intermedias que exigen el título de bachiller u otro de igual nivel como requisito básico de ingreso...", según el Artículo 9 del Decreto 1464 de 1963. Los institutos de educación superior, al igual que los colegios mayores, podían expedir diplomas de técnico superior o de perito.

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Sin embargo, la denominación de carreras "cortas o intermedias" conllevaba bajo estatus social y limitaba la demanda de los egresados de la educación secundaria. Era necesaria la modificación de la escasa valoración social del profesional intermedio en la población en general, con el fin de asegurar y aumentar la demanda social para este tipo de formación. Con este objetivo se trató de modificar su ima­gen mediante su dignificación como carrera profesional corta, "alternativa" a las carreras largas, y no como opción de segunda categoría o como sala de espera para el ingreso a las carreras largas tradicionales.

Otras razones para la revaloración del estatus social, propuestas por las instituciones interesadas, eran las si­guientes:

En primer lugar, la creciente necesidad de mandos medios o profesionales intermedios, como condición para la modernización de la producción. Este argu­mento estuvo apoyado en diversos estudios interna­cionales sobre estructuras ocupacionales, en los que se postulaba la existencia de determinados raííos entre los profesionales universitarios tradicionales y los profesionales o técnicos intermedios. Se enfatizaba la importancia de esta nueva categoría ocupacional intermedia en las sociedades modernas y se la dife­renciaba del técnico tradicional, práctico y empírico, formado por el SENA o por las otras instituciones secundarias. En segundo lugar, la necesidad de una división del trabajo de formación entre el SENA, el INEM y las instituciones de educación superior, a cargo respec­tivamente de la instrucción de los técnicos tradicio­nales, los bachilleres técnicos y los "profesionales intermedios" con carreras cortas universitarias. Finalmente, se argüía la necesidad social y económi­ca de diversificar las oportunidades de formación a los graduados de la secundaria. La necesidad social se refería a la provisión de nuevas oportunidades de

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carreras cortas para quienes no podían o no querían acceder a las carreras universitarias largas tradicio­nales. De esta manera se lograría una utilización más racional de las instituciones, la infraestructura y los recursos existentes para la formación. En cuanto a la necesidad económica, por primera vez se utilizaron conceptos de la teoría de Capital Humano, como la necesidad de prever y planificar las demandas futu­ras de formación de recursos humanos altamente calificados, requeridos para el desarrollo económico.

Uno de los primeros intentos de regulación de la educa­ción superior, plasmado en el Plan Básico de la Educación Superior (1968), planteaba como prioridad ia expansión de las carreras cortas, debido al convencimiento de que por cada profesional universitario se requerían cinco técnicos y de que la inteligencia no se manifestaba únicamente en el desarrollo de las facultades intelectuales teóricas sino tam­bién en la capacidad y habilidad de saber hacer bien las cosas (Franco, A. 1988).

LA FORMACIÓN INTERMEDIA PROFESIONAL

A comienzos de los años 70, el Icfes planteó la necesidad de diferenciar entre la formación de carácter tecnológico y la formación práctica de carácter artesanal. La primera se basaba en el concepto de la necesidad de técnicos superio­res o de alto nivel, distintos y de nivel superior al técnico o personal medio que se estaba formando en las carreras cortas tradicionales3. Esta nueva diferenciación no hacía referencia a una categoría ocupacional 'intermedia' y ex­cluía así a las numerosas carreras cortas e intermedias

ICFES, "Carreras tecnológicas: una necesidad", 1974, ICFES, Bases para un plan de desarrollo de la educación tecnológica. 1972-1978,1973.

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existentes, lo que condujo a estas instituciones a elaborar el concepto de formación intermedia profesional, como una moda l idad entre el técnico superior y el obrero calificado. De aquí surgió el concepto de "técnico profesional interme­dio".

Las instituciones con esta nueva tendencia se agremiaron en la Asociación Colombiana de Instituciones de Carreras Profesionales e Intermedias (Acicapi), cuyo principal obje­tivo fue lograr el adjetivo "profesional" para los egresados de estas nuevas carreras.

El concepto de técnico profesional intermedio se confi­guró como se vio anter iormente a part ir de la diferenciación que p lanteó el Icfes entre la formación tecnológica y la formación práctica de carácter artesanal. Esta clasificación era claramente desfavorable para las carreras de formación superior no-universitaria, por la pérd ida de estatus social y de demanda . Así, Acicapi inicia su acción gremial y sostiene que entre las artesanías y las carreras tecnológicas, regula­das a part i r de 1972 bajo el control del Icfes, habría espacio para una categoría intermedia: las carreras técnicas que, según Acicapi, serían verdaderas carreras profesionales en las que se dar ían los principios racionales, técnicos, cientí­ficos y operativos necesarios para elevar las carreras de simple oficio o arte a verdadera profesión (Acicapi, El Informador, Nos . 1 y 2, noviembre 1982, pág. 40).

Sin embargo, nunca se plantearon claras diferencias conceptuales u ocupacionales con la educación tecnológica, no se diferenciaron sus contenidos, ni se reglamentó su operación, ni se comprobó su pre tendida necesidad ocupa­cional o justificación product iva. La única diferencia entre ambas moda l idades era la duración de la formación4. Como

ICFES, Marco teórico y operativo de ta educación técnica profesional, Subdirección Académica, 1983. Más adelante, en este capítulo, se analizarán las diferencias formales y reales entre estas dos modalidades, en el contexto del Decreto 080.

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consecuencia se generó una gran confusión conceptual entre ambas modal idades y una alta heterogeneidad entre las instituciones y programas , en términos de su calidad y de los perfiles ocupacionales ofrecidos.

Según uno de los más connotados actores de esta moda­lidad:

Se puede afirmar... que para esta época (1976-1980) no existía claridad sobre varios aspectos fundamentales: Los objetivos, currículos y perfiles de la modalidad en cuestión y no se tenía una idea clara del tipo de profesional que se debería formar y para qué niveles de las organizaciones se les pretendía capacitar, y lo que es más importante, qué etapas del proceso productivo y a qué niveles de comple­jidad se pretendía que ei egresado atendiera. Tai vacío, unido al hecho de que los Técnicos Intermedios Profesio­nales no eran conocidos suficientemente en el mercado de trabajo, distorsionaron los objetivos de la modalidad...5

El problema de la escasa ident idad profesional y ocupa­cional de este tipo de personal técnico, su escasa d e m a n d a product iva y la poca aceptación por par te de los bachilleres de esta moda l idad de formación se remonta a la década anterior. Esto se debe no sólo a las aspiraciones de movili­d a d social y ocupacional mediante la educación universita­ria, sino también a la percepción de la mala calidad de la ma­yoría de instituciones y p rogramas en esta modal idad , y las consecuencias sobre el destino ocupacional de sus egresados.

Esta situación cont inuó hasta la Reforma de la Educa­ción Superior, Decreto 080 de 1980, por la que este tipo de formación postsecundaria fue elevado al estatus de educa­ción superior. Sin embargo, esta decisión no estuvo basada en la reconceptualización de las diferencias y s imilar idades

NÚÑEZ, F., "Hacia una estructura del sistema de educación superior en sus modalidades técnica profesional y tecnológica", documento presentado en el Seminario Icfes sobre educación técnica y tecnológica, Cartagena, mayo de 1990, pág. 78.

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entre esta moda l idad y la tecnológica, de tal manera que duran te los 12 años de vigencia de ese Decreto se demos t ró que sus diferencias no fueron sustant ivas sino meramen te formales, burocráticas, basadas en el respectivo n ú m e r o de Unidades de Labor Académica (IJLA) y la distr ibución porcentual de las áreas científica, técnica o tecnológica y humanística6 .

... a partir de la expedición del Decreto-Ley 80 de 1980 se da un paso de gran trascendencia como es el de darlee status de educación superior a la modalidad Técnica Intermedia Profesional. Sin embargo, tal decisión no ha estado acom­pañada por acciones de fondo que tiendan a solucionar los problemas estructurales que en materia de filosofía, diseño curricular y difusión entre ususarios tenía esta modalidad (...) la comisión para la redacción del Decreto 080 (...) no se ocupó del marco filosófico y principios de la modalidad..., pues tal como se señala, la traslada al nivel de educación superior sin modificarla y /o replantearla, en sus aspectos conceptuales. De tal manera que si bien la Educación Técnica Profesional mejoró su estatus, paradójica e inex­plicablemente no dio los pasos necesarios para alcanzar la claridad conceptual orientada a producir un marco general sobre objetivos, perfiles y contenidos mínimos de la moda­lidad, prerrequisito fundamental para garantizar un desa­rrollo sostenido y con claridad de la modalidad... y así garantizar una apertura de la educación superior7.

Los comentarios anteriores revelan las carencias y con­trasentidos más notorios del Decreto 080: por una parte , ausencia de fundamentación conceptual entre las modal i ­dades técnica y tecnológica, y por otra, el o torgamiento de estatus de educación superior a una moda l idad que no había logrado previamente su consolidación académica y ocupacional como de formación postsecundaria .

Un análisis más detallado de estas diferencias formales y reales se presenta más adelante en este capítulo. NÚÑEZ, F., op. cit. págs. 79-80. Subrayado en el original.

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Durante la vigencia del Decreto 080 la anterior situación no mejoró ni en su calidad, ni en la demanda estudiantil, ni en su identidad profesional y educativa, ni en sus relaciones con la modalidad tecnológica. Por el contrario, en 1992, al inicio de la nueva Ley 30, su situación era todavía más precaria debido a las siguientes razones:

a. Deterioro de la ya deficiente educación ofrecida. Aunque no existen estudios sistemáticos sobre la calidad de este tipo de formación, los escasos indica­dores disponibles revelan serios problemas. En efec­to, en lo relativo al personal docente -el factor más decisorio en la calidad de la educación- se encuentra que el 90% de los docentes son de hora-cátedra. En 1992, en las 58 instituciones sólo el 5.1% de los docen­tes era de tiempo completo y 5.2% de medio tiempo, siendo la mayoría de estos cargos de carácter admi­nistrativo. Durante la década del 80 el porcentaje de docentes de tiempo completo y parcial disminuyó tanto en instituciones públicas como privadas. Por otra parte, la calificación del personal docente es muy heterogénea. Este personal está compuesto por técnicos profesionales, tecnólogos, licenciados, pro­fesionales especializados, especialistas, magísteres y hasta "doctores", sin que exista una clara racionali­dad respecto a la división del trabajo de formación entre estos diversos tipos de docentes, de hora-cáte­dra la gran mayoría. Tampoco se conocen los crite­rios de selección de estas categorías o niveles de calificación del personal. En las instituciones priva­das no existe Estatuto Docente que regule los crite­rios de selección, evalúe el desempeño y formule políticas de capacitación del personal. En las 10 ins­tituciones públicas, 17% del total, tampoco existen políticas sistemáticas de capacitación especializada para el tipo de docente requerido en esta modalidad. No existe información sistematizada y confiable so­bre otro importante indicador de calidad, como es la

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infraestructura necesaria para la educación técnica: equipos, laboratorios, talleres, bibliotecas, centros de documentación, sitios de práctica, etc. A nivel inter­nacional es ampliamente reconocido que la educa­ción técnica de calidad es más costosa que la educa­ción general o clásica, sobre todo por las altas inver­siones requeridas para actualizar y renovar la infra­estructura técnica necesaria. El costo de ésta constitu­ye un alto porcentaje de las inversiones realizadas. Aunque en el país no se cuenta con información válida y suficiente sobre las inversiones hechas en infraestructura y dotación técnica en este tipo de formación, el conocimiento que se tiene sobre la mayoría de las instituciones revela la pobre, escasa y anticuada infraestructura disponible, lo que imposi­bilita ofrecer una calificación técnica de calidad. La mayor parte de las inversiones se centran en la cons­trucción de edificios y aulas, y en el pago de horas-cátedra, siendo mínima la inversión en la dotación técnica anteriormente señalada. En las instituciones públicas su presupuesto sólo tiene en cuenta los gastos de funcionamiento y servicios generales; el concepto de inversión no existe. Finalmente, dado que la mayor parte de las instituciones de la modali­dad tiene menos de 250 alumnos, es imposible que los recursos logrados por pago de matrículas permi­tan las altas inversiones requeridas para asegurar la calidad de la educación técnica. Posiblemente por esta razón, la mayoría de los pro­gramas de la modalidad se han concentrado en el área comercial: administración y contaduría, con el 42% de los programas y el 35.2% de la matrícula en 1989. Es importante señalar que en 1988 el 54.5% de los programas de esta modalidad eran nocturnos y que a esta jornada pertenecían el 64% de los progra­mas en administración y contaduría. Otra área de alto crecimiento ha sido la educación, con 113% de crecimiento en el número de programas entre 1983 y

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1989. En ese año existían 32 programas en educación, 13% del total, con el 11.3% de la matrícula (Icfes, 1990). Es notorio el escaso número de programas en el área de agronomía, veterinaria y afines, con sólo seis programas sobre 232 y con 1.1% de la matrícula. Finalmente, es necesario obtener y sistematizar in­formación sobre otros indicadores y parámetros de calidad en este tipo de formación, ahora concebida como "campo de acción" en la Ley 30, tales como el tipo de convenios o relaciones establecidas con los sectores productivos. Así mismo, es necesario reali­zar estudios sobre el mercado de trabajo para los egresados de esta modalidad y sobre su desempeño ocupacional. La conformación de una base de datos sobre diversas dimensiones de este "campo de ac­ción" permitirá identificar y comparar los indicado­res de calidad entre las diversas instituciones y pro­gramas. La difusión de dicha información generará una mayor competencia y diferenciación entre éstas, en la medida en que busquen mejorar su posición relativa respecto a los mdicadores publicados, para aumentar su ventaja comparativa en el mercado de las matrículas,

b. Disminución de las matrículas. Aunque durante la década del 80 las matrículas aumentaron en números absolutos, su participación en la educación superior permaneció estancada alrededor del 7%, mientras la modalidad tecnológica duplicó su participación de 6% a 12% en el mismo período. Así mismo, los cupos en la modalidad técnica disminuyeron de 17% a 15% del total, mientras en la tecnológica se duplicaron de 9% a 19%. En 1992 la participación de la modalidad técnica en el total de la matrícula en educación supe­rior era el 7.0% (36.502 estudiantes). También es necesario señalar que las instituciones técnicas profesionales se concentran en las cuatro principales ciudades del país. Sólo unas pocas ciuda­des intermedias cuentan con instituciones técnicas,

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todas oficiales, como Sevilla, Ciénaga, San Juan del Cesar, Espinal, San Andrés, Pensilvania e Ipiales, y constituyen la única oportunidad de educación post­secundaria. En la medida en que estas instituciones nuedan consolidar el carácter técnico de su formación, po­drán contribuir creativamente a la solución de las innumerables necesidades técnicas de su región. Si, por el contrario, se convierten en ruta de acceso o trampolín hacia la educación universitaria tradicio­nal, contribuirán a reforzar el bajo estatus social y educativo de la formación técnica y la percepción de que el único tipo de educación deseable es la univer­sitaria. En este caso, la principal función social de la formación técnica se reduciría a ofrecer oportunida­des de movilidad social y ocupacional a la pequeña élite local que pueda aspirar a la educación universi­taria tradicional, distorsionando así la contribución esperada de la formación técnica al desarrollo econó­mico y social. La alta concentración geográfica antes mencionada, aunada a la concentración de la matrícula y de los programas en el área comercial, son factores que invalidan el argumento frecuentemente expresado por los dirigentes privados de esta modalidad res­pecto a la importancia de ésta como alternativa democratizadora de la educación superior tradicio­nal. En efecto, sólo las instituciones oficiales tienen institutos en algunas ciudades intermedias. Por otra parte, la formación en el área comercial -ofrecida en su mayoría por instituciones privadas- es de índole práctica, aplicada sin fundamentos teóricos, por lo que no puede constituir una alternativa a la educa­ción universitaria sino un tipo totalmente distinto de formación, para una población estudiantil diferente en términos de expectativas educativas y ocupacio­nales. La función de la formación técnica no es demo­cratizar el acceso a la educación universitaria tradi-

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cional sino ofrecer un tipo de formación distinta, educativa y ocupacionalmente, de la universitaria. En esta distinción reside la identidad propia de este tipo de instrucción y su importancia económica y social.

c. El carácterterminal de la formación técnica. El estan­camiento en las matrículas y solicitudes se debe en gran medida a que sus programas son terminales de facto, aunque este carácter no aparece explícito en el Decreto 080, ni en la Ley 30. El 'techo' a la expansión de esta modalidad es la dificultad para la transferen­cia de créditos a la tecnológica, lo que la hace termi­nal, por lo cual la demanda estudiantil se ha orienta­do preferencialmente hacia la educación tecnológica que tiene un segundo ciclo de especialización.

d. El problema de la identidad de la modalidad técnica profesional. Ya había sido previamente señalado cómo el concepto de formación intermedia profesio­nal, antecesor de la actual modalidad técnica, surgió en la década anterior a raíz de la distinción que propuso el Icfes entre los técnicos 'superiores' o de alto nivel y los técnicos tradicionales formados por el SENA o por algunos institutos técnicos secundarios. La exclusión de un nivel o categoría ocupacional 'intermedia' marginaba a numerosas instituciones de carreras cortas e intermedias, las que propusieron el concepto de técnico profesional intermedio, que posteriormente devino en técnico profesional. Sin embargo, este nuevo "técnico" nunca fue adecuada­mente diferenciado ni en términos ocupacionales ni educativos, respecto del técnico formado en la secun­daria ni respecto del teenólogo o técnico superior de la formación tecnológica.

El confuso origen déla modalidad técnica profesional ha sido la causa de su escasa identidad profesional y académi­ca. Al no existir diferencias esenciales respecto a la forma­ción tecnológica, se hace evidente la "sinonimia" existente

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entre ambas modal idades 8 . Por esta razón, du ran te la vi­gencia del Decreto 080, muchas instituciones técnicas bus­caron su transformación en instituciones d e carácter tecno­lógico o universitario.

El no reconocimiento de la especificidad curricular, pedagógica e institucional, propia de la formación técnica, conduce a la pérd ida de ident idad académica y ocupacio­nal. Sin embargo, en la med ida en que este tipo de forma­ción o campo de acción se constituya, por su calidad y especificidad, en verdadera alternativa a la educación uni ­versitaria tradicional, generará nuevas opor tun idades de crecimiento y de expansión de matrículas pues captará a u n alto porcentaje de los egresados de la secundaria en busca de calificación técnica de calidad9.

L A E D U C A C I Ó N T E C N O L Ó G I C A

El concepto inicial de educación tecnológica aparece a comienzos de la década del setenta, en el contexto del creciente interés por la previsión de las necesidades de formación de técnicos al tamente calificados requer idos por el sector product ivo nacional. Este interés tenía anteceden­tes en las diversas misiones internacionales de planeación educat iva que trabajaron en el país a u finales de los años 60 (Misión Lebret, AID, Fundación Ford). También estuvo

NÚÑEZ, F., op. cit., pág. 82.

La mayor demanda potencial por alternativas para la educación universitaria se basa en las tendencias de continuo mejoramiento de la eficiencia de la secundaria y de la restricción del acceso a la educación universitaria para un porcentaje creciente de los graduados. Un análisis reciente de esta problemática puede verse en:GóMEZ,V.M., "El valor social ocupacional y formativo de la educación técnica secundaria en Colombia", Revista Colombiana de Educación, No. 27, 1993, págs. 97-22.

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presente en las recomendaciones del Plan Básico y fue continuado por estudios sobre las necesidades de técnicos, realizados por el Icetex y el SENA.

La idea de técnico superior o de alto nivel, formulada a finales de los años 60, fue el principal concepto que permitió diferenciar la educación tecnológica de las anteriores mo­dalidades de formación intermedia, carreras cortas e insti­tutos universitarios (Mejía, F., 1972, págs. 20-23). La formu­lación de este concepto estuvo influida por diversos estu­dios internacionales que postulaban la necesidad de deter­minados ratios entre el ingeniero profesional y una catego­ría ocupacional intermedia, denominada de diversas mane­ras: auxiliar de ingeniería, técnico en ingeniería, ingeniero técnico, ingeniero práctico, teenólogo, etc. (Frenen, 1986). Independientemente de la denominación que en diferentes países asumía esta categoría ocupacional -debido a diver­sos factores culturales y educativos- estaba siempre referi­da a las ingenierías. Los ratios propuestos no se aplicaban a otro tipo de personal intermedio.

Este concepto de técnico superior fue apoyado por las facultades de ingeniería, preocupadas por las previsiones de alto aumento de los graduados de la carrera, y los subsecuentes problemas de desempleo y subempleo. Entre 1966 y 1970 el número de ingenieros había aumentado de 6.000 a 9.000; ese año la matrícula superaba la cifra de 2.500 alumnos. En 1970, treinta y cuatro universidades tenían facultades de ingeniería.

A finales de 1969 se formó un grupo de trabajo bajo la asesoría del gobierno de la Gran Bretaña y de la Misión Americana para la Enseñanza de Ingeniería, que formuló el "Primer plan de desarrollo de la educación tecnológica 1972 -1978". Dicho plan incluía programas de diseño curricular, perfiles profesionales de los tecnólogos, capacitación do­cente, proyectos para creación de institutos tecnológicos y programas de promoción, divulgación y orientación voca­cional. También se plantearon programas de mediano pla­zo, como la creación de una red de institutos politécnicos. Es importante resaltar cómo en esta conceptualización ini-

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cial el teenólogo estaba directamente ligado a la ingeniería y al sector industrial . Por esta razón se p ropuso definir al teenólogo como:

...quien ocupa una posición intermedia entre el Ingeniero titulado por una parte, y el obrero calificado por la otra, más cerca del primero que del segundo, poseedor de cono­cimientos técnicos en un campo especializado y habilida­des y destrezas particulares que le permiten actuar como personal auxiliar del Ingeniero correspondiente (Mejía, F., 1972).

Sin embargo, esta concepción del teenólogo como auxi­liar del ingeniero y con formación estrechamente l igada a la ingeniería, perdió vigencia al inscribirse en el contexto institucional de comienzos de la década del 70, caracteriza­do por la proliferación de instituciones y p rogramas de formación no-universitaria, por la gran heterogeneidad en la calidad de la formación y por la confusión conceptual y terminológica entre las diversas instituciones, p rogramas y títulos ofrecidos10.

En este contexto, la educación tecnológica fue definida de diversas maneras duran te los pr imeros años de esa década:

a. En el Plan de Desarrollo Económico y Social, 1970-1973, se p ropuso la creación de una red nacional de

Ya había sido señalado cómo durante los años 60 se habían creado numerosas instituciones públicas y privadas de nivel postsecundario, con objetivos de "formación para el trabajo", y cuyos programas fueron denominados como "carreras cortas". Este concepto era sinónimo de carreras intermedias , auxiliares, técnicas superiores , sub­profesionales y paraprofesionales. Esta formación se ofrecía en diversos tipos de instituciones, como las universitarias, los politécnicos, los técnicos universitarios, los tecnológicos o escuelas de tecnología, los colegios mayores de cultura femenina y los institutos superiores de educación.

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institutos politécnicos con carreras de nivel interme­dio. Su filosofía preveía la admisión directa a ellos de los bachilleres de educación media diversificada, así como el ingreso a manera de castigo para los que no rindieran lo suficiente en la universidad.

b. En el Plan Las Cuatro Estrategias se propuso la conformación de un nivel de educación profesional, posterior a la educación básica de nueve años, que abarcaba tres ciclos:

El primero, de enseñanza ocupacional con dura­ción de 4 a 6 semestres. El segundo, de enseñanza tecnológica con dura­ción de 4 a 6 semestres.

- Ei tercero, de enseñanza académica o universita­rio, para preparar profesionales en las diferentes ramas de la ciencia y la tecnología, incluyendo los postgrados.

Esta diferenciación entre los ciclos estaba basada en la concepción de los mandos medios con tres años de formación superior. El plan alude a los institutos tecnológicos, señalando que éstos "...imparten for­mación en cursos cuya preparación sobrepasa el ba­chillerato, pero no alcanza el grado de las profesiones académicas". Se caracterizarían por su orientación vocacional y por un plan de estudios en el cual un mínimo del 50% sería de horas-práctica. Las carreras tecnológicas constituirían programas terminales y de adiestramiento profesional y en ningún caso su objetivo sería servir de puente para carreras acadé­micas. Aunque éste es el primer plan de desarrollo que incluye en la política educativa a las instituciones tecnológicas, no establece ninguna diferenciación entre enseñanza tecnológica y preparación de perso­nal técnico intermedio. Supone una equivalencia entre éste y el teenólogo.

c. En el gobierno liberal de Alfonso López, 1975-1978, se presenta el nuevo Plan de Desarrollo Económico y

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Social para Cerrar la Brecha. El p lan postuló dos objetivos educativos: la ampliación de la cobertura de la educación superior median te u n sistema unifi­cado de univers idad estatal, y la reorganización de los estudios de preíirado en. ciclos con el fin de permitir la posibil idad de un título in termedio, al término de los dos o tres pr imeros años, en aquellas carreras que pud ie ran formar m a n d o s medios reque­ridos por la economía. Así se favorecería a los estu­diantes que por diversas causas no pod ían terminar sus estudios universi tarios completos, se flexibi-lizarían las opor tun idades de formación super ior y se aumentar ía su eficiencia interna,

d. En 1974, el Icfes p ropuso una reformulación concep­tual de la educación tecnológica. Ésta fue definida como la moda l idad y el nivel superior de la educa­ción vocacional.

... es la fase culminante de la educación vocacional, tomada ésta en su concepción de preparar para el ejercicio de una profesión u oficio, más o menos especializado. Da al indi­viduo los conocimientos, destrezas y comportamientos que se requieren para desempeñar con competencia los roles ocupacionales de una actividad laboral específica, o de un reducido grupo de ocupaciones afines (Icfes, 1974, op. cit.).

Este concepto de educación tecnológica era equivalente a la formación vocacional o técnica de nivel postsecLindario. Su objetivo es la calificación ocupacional, práctica, estrecha­mente relacionada con las necesidades de personal técnico in termedio en las empresas .

Básicamente los programas de educación tecnológica, modalidad de la educación superior, deben cumplir los si­guientes objetivos y funciones: Preparar personal técnico a nivel postsecundario en carreras prácticas con fines ocupa­cionales para satisfacer los requerimientos de personal calificado planteados por las exigencias del desarrollo (Ibidem, pág. 20).

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La educación tecnológica fue entonces concebida como una alternativa cualitativamente distinta a la educación universitaria tradicional debido a sus objetivos de califica­ción ocupacional, su menor duración, su supuesta mayor flexibilidad para satisfacer las necesidades técnicas de las empresas y sus mayores posibilidades de expansión en las diversas regiones del país. "En ningún caso su objetivo fundamental será el de servir de puente para las carreras académicas de larga duración" (Ibidem, pág. 21).

El concepto inicial del teenólogo como técnico superior o de alto nivel, estrechamente relacionado con las ingenie­rías, fue reemplazado durante esta década por el de teenó­logo como 'mando medio' o como 'personal intermedio', cuya lOrmacion era ue carácter terminal y ciesvmcuiau-a, institucional y curricularmente, de las ingenierías.

Una importante consecuencia fue la creación de un sistema dualista de formación postsecundaria: por un lado, el sistema universitario tradicional para la formación de ^x\^/C l ú t e o , \_*JÍ i a n u c s i a i u c í D U L I U I y tL iu i^ t iL-LvO, v LJ \J± U L I U I U V A O ,

las instituciones y programas de formación técnica profe­sional y tecnológica, terminales y de bajo estatus social y educativo. Este sistema dualista de formación postsecun­daria caracterizaba el contexto institucional en el que se efectuó la reforma a la educación superior en 1980 (Decreto 080).

La modalidad tecnológica en el Decreto 080 de 1980

En virtud de este decreto se incorporaron al nivel de educa­ción superior dos modalidades de educación postsecunda­ria: la formación intermedia profesional y la educación tecnológica. La primera fue definida como formación prác­tica para el ejercicio de actividades auxiliares o instrumen­tales concretas.

Por su parte, la modalidad tecnológica nunca fue clara­mente definida. En términos generales y ambiguos se pos­tulaba que ésta capacitaría para el ejercicio de actividades

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tecnológicas de más alto nivel, con énfasis en la práctica y con fundamento en los principios tecnológicos que debían sustentar la" . La investigación debía caracterizar a este tipo de formación, la cual se orientaría hacia la creación y adaptación de tecnologías. Los programas terminales debe­rían preparar para el ejercicio de una actividad tecnológica y otorgar el título de teenólogo en la rama correspondiente. Los p rogramas de especialización tecnológica permit i r ían cont inuar un segundo ciclo dentro de una misma rama profesional, con mayor énfasis en la fundamentación cien­tífica, conducente al título de teenólogo especializado (De­creto 080, Artículos 27, 28 y 29).

Durante la década del 80 la educación tecnológica fue la moda l idad de más rápido crecimiento. En 1992 su matrícu­la representaba el 17.1% del total en la educación superior.

Tuvo un carácter al tamente heterogéneo, pues es tuvo conformada por gran n ú m e r o y divers idad de p rogramas e instituciones. Hasta 1992, inicio.de la vigencia de la Ley 30, existían más de 300 diferentes p rogramas , 81 de los cuales estaban en univers idades , 66 en instituciones universi tarias y 168 en instituciones tecnológicas.

Es necesario distinguir entre educación tecnológica e institutos tecnológicos. El concepto de moda l idad implica la existencia de programas de formación tecnológica en diversos tipos de instituciones como las tecnológicas, las univers idades e instituciones universitarias. Un poco más de la mi tad de los p rogramas se ubicaron en las pr imeras , una cuarta par te en las segundas y el resto en el tercer tipo de instituciones12.

VéaseGóMEZ, V. M., "¿Formación técnica o tecnológica? La ambigüedad conceptual del Decreto 080", Revista Arte y Conocimiento, Nos. 8 y 9, 1989, Instituto Tecnológico INP1, Bogotá. En 1990 la matrícula se repartía así: 38.6% en las instituciones tecnológicas, 32% en las instituciones universitarias y 28.5% en las universidades. Contrario a la modalidad de formación

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Sólo la mi tad de los p rogramas tecnológicos se realizaba en la jornada diurna, una tercera parte en la nocturna y los d e m á s pertenecían a la educación a distancia. Al analizar los p rogramas por áreas del conocimiento se encuentra que el 60% se concentraba en aquéllas, no relacionadas con las ciencias naturales, o con tecnologías industriales y agrope­cuarias, o con arquitectura y urbanismo. Estas áreas eran: economía, administración, contaduría y afines (142 progra­mas , de los cuales sólo el 40% eran de jornada diurna); educación (17 programas) ; ciencias sociales, derecho y cien­cias políticas (16 programas) ; bellas artes (15 programas) , y h u m a n i d a d e s y ciencias religiosas (un programa).

En el área de matemáticas y ciencias naturales sólo exis­tían 13 programas . Había 24 p rogramas en agronomía, vete­rinaria y afines, de los cuales sólo diez eran de jornada diurna. En ciencias de la salud había ocho. Los restantes 79 p rogramas pertenecían a áreas m u y heterogéneas y difíciles de diferenciar: ingeniería, arqui tectura y afines, en las cua­les casi la mi tad de los p rogramas eran nocturnos o a distancia.

Los 55 programas tecnológicos en la moda l idad a dis­tancia se distr ibuían de la siguiente manera en las diversas áreas del conocimiento: 14 (25.4%) en agronomía (13), y veterinaria (1); otros 14 en ingeniería; 19 (34.5%) en econo­mía (3), administración (15) y contaduría (1). Por otra parte, la mayor ía de los 102 p rogramas nocturnos pertenecían al área de economía, administración y contaduría con el 64% del total, la mayor par te en administración con 40 de 65 programas .

profesional intermedia, en la tecnológica la mayor parte de la matrícula (59.5 %) fue oficial, aunque esta relación cambió en los institutos tecnológicos en los que el 56.8% de la matrícula era privada y el 88% pertenecía a la jornada nocturna.

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En relación con las matrículas según áreas del conoci­miento y sector oficial y privado, los rasgos principales eran los siguientes en 1989: el 43% de la matrícula se concentraba en una sola área: economía, administración y contaduría. Ingeniería, arquitectura, urbanismo y afines ocupaba el segundo lugar con el 29.2% de la matrícula total. Por tanto, aproximadamente el 73% de la matrícula en esta modalidad se concentraba sólo en estas dos áreas del conocimiento. Las otras participaban con porcentajes pequeños en la matrícu­la: agronomía y veterinaria: 6.8%; educación: 5.0%; ciencias de la salud: 2.6%; bellas artes; 5.7%; sociales: 2.7%; y mate­máticas y ciencias naturales: 2.8% (Icfes, 1989, pág. 69).

Otra importante característica de esta modalidad era su alto grado de concentración geográfica. El 62.3% de la matrícula se concentraba en Medellín y Bogotá, y en algu­nas áreas vecinas (Bello y Rionegro). Añadiendo el 7,5% de la matrícula que corresponde a Cali, casi el 70% se concen­traba en las tres principales áreas urbanas del país. Las otras ofertas de formación tecnológica se distribuían entre Carta­gena, Bucaramanga, Cucuta, Armenia, Pereira, Ibagué y otras pocas ciudades intermedias. En departamentos po­bres y en territorios nacionales la oferta de formación era muy limitada. Por ejemplo, sólo había 21 aspirantes a tecnólogos en el Huila (Neiva); 15 en el Meta (Villavicencio); 75 en el Cauca (Popayán); ninguno en el Caquetá, el Cesar y La Guajira (Icfes, 1989, pág. 95).

En relación con la función social de esta modalidad se ha argumentado su papel como vía alternativa en la educación superior en el país. Según esta tesis, a partir del Decreto 080, la obtención de un título de educación superior es posible sin el paso por la universidad tradicional, a la que se le atribuye el monopolio del acceso al saber, al poder y al estatus socio-económico. La justificación de esta vía alter­nativa es de índole económica y social: la formación de recursos humanos altamente calificados y la provisión de oportunidades alternativas de educación superior que ali­vien la presión de la demanda por la modalidad universita­ria tradicional y 'popularicen' el acceso a la educación

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super ior (Robledo, Galeano y Loaiza, 1982; Loaiza, lc

Sin embargo , la función de educación alternativa requeriría el supues to de la equivalencia de estatus académico entre el título universi tario y el de la moda l idad tecnológica.

En cuanto a la eficacia externa o necesidad ocupacional de la educación tecnológica, sólo se encuentran a lgunas referencias ambiguas y generales sobre la supues ta necesi­d a d en la economía de los l lamados tecnólogos o tecnólogos profesionales, der ivada de una pre tendida relación ópt ima entre el n ú m e r o de profesionales universitarios tradiciona­les (ingenieros, por ejemplo) y el de nuevos tecnólogos. Se supone que la educación tecnológica:

... se encuentra en el espacio o rango comprendido entre ia técnica operativa y el ejercicio de profesiones como la ingeniería, las ciencias agropecuarias, etc., ubicándose así el teenólogo, desde el punto de vista ocupacional, más cerca del profesional clásico que del obrero calificado, y educacionalmente, en el ámbito de la educación superior (Mazo, op. cit.).

Este intento de definición ocupacional parece derivarse más bien de consideraciones normat ivas , abstractas, que del conocimiento del mercado de trabajo y de los diversos factores que lo determinan, como los criterios y prácticas de selección y p romoc ión de personal ut i l izados por los empleadores , el papel del sindicalismo en la formación de mercados internos de trabajo, el efecto de la devaluación educat iva sobre el nivel educat ivo de la fuerza laboral, los efectos de la innovación tecnológica sobre el empleo y la estructura ocupacional, el alto grado de susti tuibil idad entre t ipos y niveles de formación de la fuerza laboral, e tc . "

Un análisis más extenso de la eficacia externa déla educación tecnológica será presentado más adelante.

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Diferencias formales y reales entre las modalidades tecnológica e intermedia profesional en el Decreto 08014

Según el Decreto 080 las principales diferencias entre am­bas modal idades eran las siguientes:

a. La pr imera era la orientación p redominan temente práctica de la moda l idad intermedia profesional.

b . La segunda era la fundamentación científica desea­da en la moda l idad tecnológica.

c. La tercera se refería al papel de la invest igación. En la moda l idad técnica profesional la investigación tenía como fin facilitar la comprensión de determina­dos procesos y mejorar su calidad y eficiencia, mien­tras en la tecnológica el propósi to de la investigación era la creación y adaptación de tecnologías.

d. La cuarta diferencia era e ldes t ino ocupac iona l espe­rado: una actividad auxiliar o instrumental en la pr imera y el ejercicio de una actividad tecnológica en la segunda .

e. La quinta diferencia era el carácter terminal de la moda l idad técnica, mientras que la tecnológica po­día ofrecer p rogramas de especialización. Sin embar­go, después , el Decreto 321 de 1987 autorizó la forma­ción po r de/os, de tal manera que la moda l idad técni­ca permitía: "... la acumulación de derechos académi­cos con el propósi to de ingresar al ciclo de formación tecnológica o al de formación Universi taria" (Artícu­lo 4o.).

El análisis de estas diferencias es relevante en el nuevo contexto jurídico y conceptual de la Ley 30 de 1992. La problemática aquí analizada no ha sido modificada por el cambio de legislación. Persiste entre las actuales instituciones técnicas y tecnológicas, y entre los diversos «campos de acción» propuestos por la nueva Ley.

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f. La sexta diferencia provino de la reglamentación de las Unidades de Labor Académica (ULA) por el De­creto 3191 de 1980. Para la modalidad técnica profe­sional se planteaba el requisito de 1400 ULA distri­buidas así: entre 207o y 30% para la funda-mentación científica; entre 60% y 70% para la formación técnica, de las cuales al menos el 60% debería corresponder a actividad práctica supervisada o ULA de tipo B; finalmente, por lo menos el 10% para la formación humanística (Artículo 4o.). Por su parte, la modali­dad tecnológica requería un mínimo de 2100 ULA de las cuales entre el 30% y el 40% correspondían a la fundamentación científica. La formación tecnológica tendría entre el 507o y el 60%, de las cuales ai menos la mitad debían corresponder a la actividad práctica supervisada o ULA de tipo B. A la formación huma­nista le correspondería al menos el 15% de las ULA (Artículo 5o.).

Las diferencias formales hasta aquí presentadas eran en apariencia muy claras. Se trataría de dos modalidades de formación, o campos de acción, cualitativamente distintos entre sí, con objetivos y contenidos curriculares diferencia­dos con claridad y no complementarios o sustituibles mu­tuamente. De esta forma no sería posible la promoción de un programa técnico al nivel tecnológico sin una reestrvic-turación total del currículo y sin un cambio cualitativo en la filosofía y objetivos de la institución, así como en la cantidad y calidad de docentes, infraestructura técnica y recursos para el aprendizaje.

Sin embargo, las anteriores diferencias formales desapa­recen al analizarse las pocas diferencias reales existentes entre ambas modalidades. En efecto, no existieron diferen­cias reales en lo que respecta a la calidad y los objetivos de formación entre ambas modalidades, debido a la ausencia de fundamentación conceptual y orientación normativa en el Decreto Reglamentario 3191.

Este Decreto reglamentó las diversas áreas o dimensio­nes del aprendizaje en las que se distribuyen las Unidades

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de Labor Académica (ULA): la fundamentación científica, la formación humanística, y la formación específica, técni­ca o tecnológica. En este Decreto no se ofreció una base conceptual para la distribución porcentual de las ULA entre estas áreas del aprendizaje. No existió una formulación de los objetivos curriculares y pedagógicos en cada una, ni se fundamentó su importancia relativa en cada modalidad de formación. Tampoco se formularon los contenidos necesa­rios de cada área, ni su articulación con las otras áreas de formación. No se presentó un concepto educativo que articulara la fundamentación científica con la formación específica, ya sea de carácter técnico o tecnológico, por lo que se perdió la supuesta diferenciación deseada, formal, entre ambas modalidades.

El decreto reglamentario tampoco ofreció criterios de diferenciación respecto al área de fundamentación científi­ca entre ambas modalidades. La única disparidad entre las dos, era de carácter cuantitativo: un 10% de las ULA. Lo mismo sucedió en la formación específica: 10% de diferen­cia, sin brindar criterios de diferenciación curricular entre lo técnico y lo tecnológico. Así mismo, la única diferencia en la actividad práctica supervisada fue de 10% entre ambas modalidades. De igual manera sucedió con la formación humanística.

Esta falta de definición y la ambigüedad conceptual del decreto reglamentario se debió a que el Decreto 080 se limitó a establecer una taxonomía de diferencias formales, como las anteriormente señaladas. Por tanto, el Decreto 3191 y la consiguiente reglamentación de las ULA, sólo ofreció un esquema mecánico de distribución de éstas en las áreas científica, humanística y específica, carentes a su vez de fundamentación diferenciada para cada modalidad.

Una importante consecuencia de lo anterior fue que cada institución o programa de formación técnica o tecno­lógica interpretó de muy diversas maneras el Decreto 3191, generando así una gran confusión conceptual y una gran heterogeneidad en la calidad de la formación impartida. Este Decreto no contribuyó entonces a formar y homo-

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geneizar la calidad de la formación en cada modalidad. Por el contrario, propició una nivelación por lo bajo y una me­nor diferenciación, en la práctica, entre ambas.

Aunque son escasos e insuficientes los estudios sobre la calidad de la formación técnica profesional en el país, se sabe que el área de fundamentación científica ha sido interpretada y definida de cualquier manera en la mayoría de instituciones y programas. Los cursos de matemáticas o ciencias naturales tienden a ser de carácter práctico, como fórmulas o ecuaciones para aplicar a problemas comunes; de carácter complementario de la formación de la secunda­ria, o bien de carácter informativo general sobre la materia. Así mismo, en esta área se incluyen cursos de manejo de computadores, de programación, de contabilidad, o cual­quier otro tipo de curso que permita cumplir el requisito del porcentaje de ULA. No es posible formar así una base cien­tífica mínima necesaria para la comprensión de la técnica.

En la modalidad tecnológica la situación es similar. Dado que nunca fue definida en términos de la relación existente entre ciencia y tecnología, y que su evolución conceptual e institucional se deriva de la tradición de for­mación técnica, la dimensión científica en esta modalidad fue reducida a dos o tres cursos de matemáticas, física o química, de carácter remedial de las deficiencias del bachi­llerato, o de alcance informativo sobre la materia, y clara­mente insuficiente para la fundamentación científica del aprendizaje de la tecnología específica. Ésta es la razón primordial para sostener que la modalidad tecnológica en el país fue sinónimo de formación técnica. Los únicos programas tecnológicos en los que se pudo apreciar una sólida fundamentación científica y, por tanto, una califica­ción intelectual para el desarrollo tecnológico, fueron unos pocos ubicados en universidades y con estrechas relaciones de docencia, asesoría e investigación con facultades de ingeniería.

En la mayoría de los programas tecnológicos del país no existió una tradición o cultura científico-tecnológica. El hecho de estar desvinculados, institucional y académica-

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mente, de las ciencias y de las ingenierías, los imposibilitó para asumir las bases científicas de la formación tecnológi­ca. Una importante consecuencia de esto fue la prolifera­ción de programas que nada tenían que ver con la tecnolo­gía. Más del 60% de los 315 existentes en 1992 no se deriva­ban de la tecnología basada en ciencias naturales o relacio­nada con las ingenierías y el sector productivo. Las áreas del conocimiento de estos programas eran la administración, la educación, las artes, los servicios sociales y otras.

Todo lo anterior condujo a que las diferencias en la calidad y resultados externos de ambas modalidades no fueran significativos. En la práctica, la tecnológica se con­virtió en sinónimo de la modalidad técnica. Esta situación es tanto más cierta cuanto menos sólida haya sido la funda-mentación científica de la formación tecnológica.

La importancia de estas reflexiones para el nuevo con­texto de la Ley 30 de 1992 reside en que la problemática educativa analizada no desaparece en virtud del reemplazo del concepto de modalidad por el de "campo de acción" en esta Ley. Permanecen las mismas instituciones y progra­mas, de las anteriores modalidades, ahora diferenciadas en términos de tipos de instituciones y de campos de acción (Artículos 7 y 16).

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