kierkegaard (silencio)
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Que hablen las rocas, y las hojas se conviertan en frutos.
La hiper-ética en Kierkegaard para un mundo en silencio.
Resumen.
En una época de verdaderas liquidaciones, incluidas “las verdades”, Kierkegaard
desarrolló a través de sus obras una revolución en función de la verdad más allá
del discurso que desembocará en una hiper-lógica y se manifestará en la
responsabilidad absoluta con el otro: una hiper-ética del amor. Pero esta hiper-
ética no rebosa en el otro vivo, sino el muerto; en aquél muerto –así como el
dormido- que no da respuesta y del que no se espera reciprocidad y sin embargo,
se espera que despierte por sí mismo. Una ética que transforme las hojas en
frutos, y en la que las piedras hablen y la humanidad guarde silencio. Una ética
de lo imposible.
Introducción.
Cuando estuve en un bosque encantado
noté con asombro que una piedra me
cantaba, con modulaciones y con timbres de
tenor.
Debajo de la piedra vi a un sapo invernando
y supe que era el sapo el que cantaba y seguí
buscando maravillas que saber, que saber.
La primera mentira. Silvio Rodríguez.
En octubre de 1837, en uno de sus primeros Papeles, Kierkegaard escribió lo
siguiente: La desgracia de nuestra época es que todos los hombres dicen la
verdad –cuánto hubiese sido mejor vivir en un tiempo donde los hombres
mintieran, pero las rocas dijeran la verdad. (Kierkegaard, 2013:119). En las líneas
que siguen trataré de mostrar los elementos por los cuales considero que el autor
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tiene razón al respecto. Para ello conviene tener en cuenta lo que publicaría seis
años más tarde en Temor y temblor bajo el pseudónimo de Johannes de Silentio.
En las primeras líneas de esta obra declaró:
Nuestra época ha emprendido ein wirklicher Ausverkauft – una verdadera
liquidación1- no sólo en el mundo del comercio, sino también en el de las ideas.
Todo se puede comprar a unos precios tan bajos que uno se pregunta si no llegará
el momento en que nadie desee comprar. Cualquier marqueur de la especulación
que se dedique a seguir meticulosamente el nuevo y significativo curso de la
filosofía, cualquier profesor libre universitario, docente, particular o estudiante,
cualquiera que tenga la filosofía como profesión o afición, no se detiene en el
estadio de la duda radical, sino que va más allá (…) Pero, ¿y Descartes?, lo ha
hecho ¿no? Descartes, venerable, humilde y honesto pensador, cuyos escritos
nadie podrá leer sin sentirse movido por una profunda emoción, ha hecho lo que
ha dicho y ha dicho lo que ha hecho. ¡Ah! ¡Cuán poco común es en nuestra época
una actitud como la suya! Descartes —lo repite él mismo con insistencia— nunca
dudó en lo tocante a la fe (…) (Kierkegaard, Temor y temblor, 1843/2001, pág. 19)2
En el párrafo anterior puede verse que Kierkegaard ha entendido la
sobrevaloración del decir, del hablar y por ende del discurso en sí mismo que
emerge de las ideas y que tiene una “pretensión de verdad”. Es esta última la que,
a mi juicio, busca homogeneizar bajo un mismo sistema de pensamiento y
prácticas a quién la reciba y la compre –como diría Kierkegaard-. Al fin y al cabo,
las nuevas verdades,3 de antes y de hoy, se encuentran siempre en liquidación.
Pero, ¿y Descartes?, Kierkegaard alude a este personaje no por su método o
sistema filosófico que busca dudar de todo hasta llegar a lo indudable, y mucho
menos por lo que sus contemporáneos y antecesores le atribuyeron como
1 El contexto en el que coloca Kierkegaard el término “liquidación” hace suponer que lo utiliza no en el sentido de “dar por terminado algo” sino en el de poner a un bajo precio la mercancía que está por terminarse. 2 Las cursivas están en la traducción al español que hace Vicente Simón Merchand de esa obra de Kierkegaard. 3 Al hablar de “nuevas verdades” estamos haciendo referencia a las ideas que en la época de Kierkegaard se consideraban novedosas y eran ampliamente aceptadas sólo por serlo. Podría decirse que los autores de ese tiempo sabían “vender” sus ideas.
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fundador de una nueva tradición filosófica: la racionalista. No, a él le interesa
aquello sobre lo que no duda, como diría Descartes en Principios de la filosofía,” lo
que nos ha sido revelado por Dios y hay que creerlo como lo más cierto de todo
aunque la luz de la razón nos mostrase con toda claridad algo diferente.”
(Descartes, 1987/1664:26). Pero el interés de Kierkegaard sobre lo tocante a la fe
en Descartes no es una defensa del dogma o credo religioso, por el contrario,
encuentra en dicha afirmación una problemática aún mayor que la de cualquier
pretensión de verdad y saberes conocidos. Más que la duda o el dogma revelado
o la certeza misma, lo que a Kierkegaard le interesa es el acto de creer y más aún,
creer incluso contra todo saber. Pero esto no significa excluir o abolir otros
actuares y sus resultados (por ejemplo: la labor filosófica y el impulso de lo
estético), por el contrario, pretende realzarlos y reafirmarlos pero con la condición
de que se vean sujetos a un estadio superior para generar otro en el que se vean
armonizados y que brinden una experiencia de vida mejor. Es debido a esto que
me parece pertinente retomar las palabras de Laura Llevadot de su publicación
Creer lo imposible:
[…] no es posible seguir oponiendo inocentemente la religión a la razón, la fe al
saber, justo porque ambas “tienen la misma fuente” (FS, 74). En el fondo del
razonamiento más calculador mora la creencia (…) Incluso el saber más
calculador, en la medida en que quiere ser comunicado, en la medida en que apela
a un vínculo con el otro exige, más allá de toda prueba, que se crea en él antes de
iniciar el despliegue inacabable […]
Una nueva lógica desde la fe “Creer lo imposible”.
Laura Llevadot, en el mismo trabajo, propone una relación entre La Fe de
Kierkegaard y la deconstrucción de Derrida. Esta relación se da en las
particularidades y orígenes en las que ambas tienen de por medio. Laura Llevadot
dijo: La Fe como “querer creer contra todo saber” y el saber como “querer creer
pero sabiendo” tienen en común el deseo de creer” (Llevadot L. , 2010, pág. 4)
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De este modo, a diferencia de la Fe, el saber no quiere arriesgarse; pues el saber
quiere creer en lo que ve (y es capaz de explicar, teorizar y comprobar), mientras
que la fe cree en lo que no se ve puesto que su lógica no recae en lo comprobable
ni en el precepto de posibilidad. A diferencia de la lógica del saber que a lo mucho
puede desembocar en la utopía, la fe se coloca en el suelo de la aporía, es decir
de los límites del mismo saber.
Esta nueva lógica, nombrada por la misma Llevadot como hiper-lógica, necesita
de dos elementos para que pueda asimilarse por quién -en su riesgo- ha decidido
seguirla e interiorizarla como parte de su experiencia de vida. Estos dos elementos
son: el silencio y del secreto. Difícil riesgo para “quien ha decidido renunciar a los
universalismos de la razón” (Llevadot L. , 2010, pág. 5) a la enmarcación del
empirismo, y quién a su vez, busca vivir en la aporía que surge de la experiencia
de la finitud en relación la infinitud. De tal manera, la vida, la muerte, y todo lo que
humanamente puede experimentarse –y que Kierkegaard experimentó-,
necesitará de aquello que el discurso, y cualquier pretensión de verdad no
pueden proporcionar, es decir, de una realidad del silencio y, por ende, del
secreto. De aquí la importancia que Derrida en Dar la muerte (Derrida J. , 1999) le
dará al seudónimo de Kierkegaard: Johannes de Silentio; nombrando así, al
mismo autor como: Kierkegaard de Silentio, un Kierkegaard que ha propuesto al
Creer (con mayúscula) como la primera necesidad.
La angustia: El individuo procesándose en la nada “del desierto y del silencio”.
Pero el Creer en Kierkegaard de Silentio, no es un estadio que surja de la
espontaneidad, sino todo lo contrario, es necesario pasar por un proceso. Y aquí,
proceso en su etimología apófisis –como crecimiento y desarrollo- quién lo viva,
pasará una serie de pruebas, transformaciones y sufrimiento; sufrimiento por la
alteración y la alternancia de la concepción de uno mismo, y a su vez como una
decisión de vida. Es en esta apófisis, en la que Kierkegaard encuentra a la
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angustia como eje central de una vida plena, donde se descubre el destino
cuando el individuo se dispone a abandonarse en la misma. Pues el destino es
como una brujería y una posibilidad. La angustia se convierte en el pasaje
(pasadizo) donde el Amor, descubre su lugar de pertenencia, así como lo
menciona en las Obras del amor (Kierkegaard, 1847/2006, pág. 26)
¿Dónde se encuentra ese lugar, su paradero, de donde brota? Sí, este lugar está
celado o se encuentra en lo celado. En lo más íntimo de un ser humano existe un
lugar; de este lugar brota la vida del amor, porque «del corazón brota la vida«. Mas
este lugar no lo puedes ver; por mucho que te adentres, el origen se sustrae en la
lejanía y la ocultación; y aunque te hubieses adentrado lo más posible, el origen
estaría todavía como un poco más dentro, como acontece con el manantial de la
fuente, que precisamente cuanto más cerca estás tú, más lejos se encuentra él.
Pero si Sören halla en el corazón el lugar donde la angustia debe reposar, es
precisamente porque: «natsâr lêb Kîy mi-nnê tôtsâ âh« “del corazón emana la
vida” (Proverbios: 2001). Kierkegaard, previamente y a través de sus estudios
teológicos, ha descubierto que el corazón no es tan solo el lugar de lo afectivo, ni
de lo emocional como actualmente se pudiera pensar. No, para Sören, el corazón,
como en la tradición del antiguo testamento se coloca en el lado de la lêb en
hebreo, es decir, de la «voluntad». La voluntad como decisión del mismo individuo,
que intenta contra toda posibilidad; decidir “perderlo todo para ganarlo todo”. En el
Concepto de la Angustia, en los últimos apartados, la paradoja que conlleva la
angustia es la base para comprender y vivir este camino que el cristianismo no
conoció:
Pero el que ha seguido el curso de la desdicha que da la posibilidad, lo ha perdido
todo, todo, como nunca lo ha perdido nadie en la realidad. Mas si él, que ha
engañado a la posibilidad, que ha querido enseñarle, no ha rechazado
deslealmente a la angustia, que ha querido salvarle, lo recobra todo duplicado;
pues el discípulo de la imposibilidad alcanza la infinitud, mas el alma de todo
expira en la finitud. (Kierkegaard, 1844/1982, pág. 186)
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Es así como la angustia, no sólo es un estado de alteración de los sentidos,
sino la condición primaria del individuo para que pueda descubrir la máxima
experiencia de vida que lo ha de conducir a una eternidad en lo presente. Para la
cultura occidental, pareciera que este camino es una “angosta vereda” imposible
de recorrer, sin embargo lo que encuentra -en el misterio de lo incognoscible- en
su apasionado estudio de los relatos bíblicos (por ejemplo el relato de Abraham),
aquello que parece imposible de ejecutar, se convierte en la alternativa hacia una
vida mejor y por ende, una ética superior. De aquí, que la relación entre
Kierkegaard de Silentio y Jacques Derrida se converge en una nueva posibilidad
de lo imposible, en la que sólo aquellos dispuestos a arriesgarse y a dejar de lado
lo “necesario” para la condición humana; dicho en otras palabras, arriesgarse a
posicionarse más allá del estadio estético y del ético, para descubrir lo oculto
dentro de sí mismos. A partir de esto, creo que es pertinente mencionar lo que
Derrida dijera en el documental autobiográfico que protagonizo llamado Por otra
parte (Fathy S. , 1999):
Si hay una decisión de la posibilidad debe pasar la prueba de la aporía, de lo
indecidible, de ese momento que no es solamente una fase sino de un momento
en cierta manera interminable por la prueba de esta imposibilidad de decidir o de
disponer de una norma o de una regla previa que permita decidir.
Más allá de cualquier “es necesario” identificable, es necesario que yo no sepa a
dónde ir, lo que hay que hacer, lo que debo decidir, para que una decisión allí
donde parece imposible, sea posible, y en consecuencia el don de la
responsabilidad se dé. Lo que quiere decir que -si hay decisión y responsabilidad-
ellas deben atravesar el desierto absoluto.
De una hiper-lógica del Creer a una hiper-ética del Amor. Pero el trabajo del Kierkegaard de Silentio no termina con sólo una nueva
alternativa para que la humanidad pueda ser en el mundo, o conducirse en el
mismo. No es tan sólo una nueva formación dentro de lo cognitivo y cognosicible,
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y mucho menos el tratado que permita a la humanidad asentarse en una
seguridad de lo que está a su alcance, en todo caso, eso “vendrá por añadidura”.
Lo que Sören ha hablado es de una religión sin religión, dicho en otras palabras, el
cómo la religión deber asimilarse y experimentarse bajo la paradoja de la finitud
sobre la infinitud. Dicha experiencia, que llamo experiencia de fe, busca el
momento del silencio para hacerse saber en todo tiempo, no a través de las
palabras, ni del lenguaje, sino a través de las obras, de los frutos. Así como lo dirá
en las Obras del amor (Kierkegaard, 1847/2006, pág. 29)
El árbol se conoce por los frutos; es cierto que también se le puede conocer por
las hojas, pero el fruto es desde luego la señal esencial. De manera que si por las
hojas fuera por lo que conocieras que éste es tal árbol determinado, pero al llegar
el tiempo de la sazón te percataras de que no da fruto, conocerías en ello
entonces que ese árbol no era propiamente el que parecía ser por las hojas.
Exactamente lo mismo sucede con la capacidad del amor de ser cognoscible.
Los frutos son pues, la revelación silenciosa de todo árbol. Las hojas por el
contrario pueden confundir y en ocasiones ser equívocas. En otras palabras, si
bien es cierto que por medio del lenguaje se puede “bendecir”, es decir, fomentar
el bien, el lenguaje aún queda relegado a un estado de inmadurez y de pretendida
posibilidad, es decir, no llega a concretarse en el acto mismo de quién lo utiliza. A
lo que Kierkegaard menciona:
La misma palabra en boca de uno puede ser tan rica, tan sincera, y en boca de
otro ser como el susurro indefinido de las hojas; la misma palabra en boca de uno
puede ser como «el bendito grano alimenticio» (…) Ben Sira dijo de modo
amonestador: «Y tus hojas devores, y destruyas tus frutos, y te dejes a ti mismo
como un tronco seco» ; pues precisamente por las palabras y dichos, como único
fruto del amor, se conoce si un ser humano ha arrancado las hojas a destiempo,
de suerte que no conseguirá fruto alguno, y eso por no hablar de lo
verdaderamente terrible, a saber, que en las palabras y dichos se conozca
precisamente alguna vez al estafador. Por tanto, el amor inmaduro y engañoso se
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conoce porque su único fruto son las palabras y dichos. (Kierkegaard, 1847/2006,
pág. 30)
La hiper-lógica ahora desemboca en una nueva ética: la hiper-ética, nombrada así
también por Llevadot, una hiper-ética que se mueve en la aporía. En su tratado La
muerte del otro (Llevadot L. , 2011), Llevadot lleva esta propuesta, en una
dimensión de lo ajeno y tocante al discurso no sólo a los vivos, sino a los muertos
y a los no nacidos, pero, ¿por qué a estos? Porque de un muerto no escucha, no
sabe; de un muerto no se espera nada Y, ¿quiénes son los muertos?, los que
están y sobre todo los que ya no están. Llevadot menciona: “El muerto soy yo, es
el vivo, es el prójimo, es todo.” (Llevadot L. , 2011, pág. 12). Por eso es preciso
cambiar la forma de ver la ética, pues en esta ética les sobrevivirá el fruto, a
aquellos muertos. Ese fruto de cada árbol que actualmente está vivo. Ante esto,
las palabras de Derrida son apropiadas para ilustrarlo. (Fathy S. , 1999)
Mi deseo más tenas sería recomenzar, revivir lo malo y lo bueno; eso que hoy sé
que fue malo: el sufrimiento. Una vez ocurrido, es la posibilidad de esta
sublimación, de esta transfiguración, de esta alquimia, que hace que el recuerdo
de un sufrimiento, se vuelva un buen recuerdo. Entonces, tendría ganas de
repetirlo. Y es eso la sombra de la muerte, el miedo la angustia y la tristeza de la
muerte que viene, que me gustaría recomenzar, recomenzar y recomenzar, las
mismas cosas sin siquiera inventar cosas nuevas. Revivir lo que viví.
Ahí donde se detiene la bendición, he aquí el matiz. La precisión que me gustaría
aportar es que cuando algo del pasado, bueno o malo, que fue bueno o malo en el
pasado, continúa hoy y continuara mañana a dar frutos o resultados, cuando lo
negativo continúa proliferando y viviendo e incluso sobreviviéndome en ese
momento ya no quiero recomenzar. Entonces, cuando el mal tiene un futuro,
cuando el mal pasado tiene un futuro, si puedo decirlo así, en ese momento no
puedo decir que maldiga, pero ya no bendigo.
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Una anotación sobre el silencio.
¿Por qué un mundo en silencio? Harto de las verdades plasmadas en los tratados
creados en un siglo maravillado por el avance de las posturas sobre el origen y
noción de lo humano (Darwin y el evolucionismo por ejemplo: Véase la nota en
Temor y Temblor) y así como los sistemas propuestos para dar explicaciones
universales pretendiendo generar un conocimiento homogéneo, Kierkegaard
echará mano de su propia experiencia de vida, partiendo de lo más inmediato
hasta lo más absurdo. Sören –adelantado a su época- ha previsto lo que
encerrarse en la habitación del saber puede provocar, llevando a la humanidad a
una enajenación con aquellos otros elementos que la sitúan como un ser en un
espacio y tiempo determinados.
Preguntémonos qué clase de árboles somos, si de los que damos hojas, o de los
que se manifiestan a través de los frutos, y de ser así, ¿qué clase de frutos?
Regresando nuevamente a Derrida, recordemos que estos frutos nos sobrevivirán,
más allá del tiempo, más allá de la nada. Más allá de lo imposible.
Soliloquio sobre huir de la angustia.
¿En qué momento dejé de abandonarme en los brazos del Amor para caminar con
mis pies llenos de llagas por caminatas sin dirección? - ¿Cómo fue que me
introduje en el afán del futuro y me olvidé del banquete providente, aquél que las
aves del cielo no siembran y sin embargo, después de comerlo, elevan sus alas
para el vuelo? Y ¿En qué momento caí en la desesperación hasta perder la
paciencia con la que crece el lirio que no tiene que esperar a que alguien le
siembre y tan sólo cree en el tiempo en que surgirá del polvo y las cenizas de
otros seres -que muertos- reposan en las sombras del campo sobre el cual nadie
ha puesto sus ojos?
¿Cuándo dejé de creer lo imposible?
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Bibliografía
• Derrida, J. (1999). Dar la muerte (primera ed.). (C. de Piretti, & P. Vidarte, Trads.) Buenos Aires, Barcelona, México, Francia/España: Paidós.
• Fathy, S. (Dirección). (1999). Por otra parte [Película]. Francia, Argelia, España, E.U.
• Kierkegaard, S. (1843/2001). Temor y temblor. (V. S. Merchán, Ed., & V. S. Merchán, Trad.) Madrid: Alianza.
• Kierkegaard, S. (1844/1982). El concepto de la angustia (segunda ed.). (J. L. Aranguren
Trad.) Madrid, Madrid, España: ESPASA-CALIPE.
• Kierkegaard, S. (1847/2006). Las obras del amor (Works of love). (V. Alonso, Ed., & D. G.
Rivero, Trad.) Salamanca, España: Sígueme.
• Kierkegaard, S. (2013). Colección de papeles de Kierkegaard. Los primeros diarios Vol. II 1837-1838. (J. M. Benitti, Trad.) Copenhage/México, Distrito Federal: Universidad Iberoamericana.
• Llevadot, L. (2010). Creer lo imposible: Kierkegaard y Derrida. Catedra de filosofía contemporánea, 189-199.
• Llevadot, L. (2011). La muerte del otro: Kierkegaard, Lévinas, Derrida. Convivium(24), 103-118.
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