kierkegaard soren - estetica del matrimonio

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    S R E N

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    Ediciones elaleph.com

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    LOS LIMITES DEL AMOR ROMNTICO

    Amigo mo:Estas lneas, las primeras que caen bajo tus ojos, son las

    ltimas que he escrito, y procuran, una vez ms, servirse delgnero epistolar para un estudio prolijo como el que aqu te

    envo. Se corresponden pues, con mis ltimas cartas, y tie-nen con ellas una relacin formal, que manifiesta as, exte-riormente, aquello de que el contenido querra convencertecon tan diversos argumentos, a saber que t lees realmenteuna carta. No quise renunciar a la idea de una misiva dirigidaa ti, porque la falta de tiempo no me ha permitido consagrar

    a la redaccin el empeo que exigira un tratado. Y, por otraparte, me ha entrado el escrpulo de no perder la ocasin deconversar contigo en el tono de transida admonicin, propiodel gnero epistolar. Eres demasiado versado en el arte deconversar de todo, en general, sin ser tocado personalmentepor el tema, para que yo te ofrezca esa tentacin de desatartu vigor polmico. Ya sabes cmo procedi el profeta Na-thn con el rey David, cuando ste, tratando de penetrar laparbola que el hombre de Dios le haba propuesto, no qui-so ver en ello lo que le concerna. Nathn particulariz,

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    agregando: "T eres ese hombre, oh Rey". Del mismo mo-do, yo he querido recordarte incesantemente que se trata de

    ti, y que me dirijo a ti. No dudo, pues, en manera alguna, queen el curso de la lectura tendrs la sensacin de leer una car-ta, a pesar del formato del papel. Como soy empleado pbli-co, estoy acostumbrado a llenar la hoja entera, y quizs estehbito tenga su ventaja si, a tus ojos, reviste de cierto carc-ter oficial a mi epstola. Es tan larga que en la balanza de

    Correo sera onerosa; sin embargo, para la balanza de preci-sin de la crtica sutil sera ms bien liviana. Ten la bondadde usar de la una y la otra, as la del Correo, puesto que norecibes mi carta para reexpedirla, como la de la crtica, por-que me apenara mucho verte cometer un error tan grosero yque probara tanta falta de simpata.

    Si otro, no tuviera este estudio, lo hallara quizs muysingular y, sin duda, superfluo. Si casado, exclamara con lajovialidad de padre de familia: Pues claro, el matrimonio es labelleza de la vida. Si hombre joven, y de pensamiento algoconfuso e irreflexivo, exclamara: "No, la belleza de la vida esel amor". Pero ninguno de los dos concebira cmo se me ha

    ocurrido pensar en salvar el crdito esttico del matrimonio.Incluso, en lugar de ser simptico a los ojos de los esposos,actuales o futuros, quizs sospecharan de m, porque defen-der es acusar y yo debera agradecrtelo, nunca lo he dudado.

    T, a quien quiero a pesar de todas tus extravagancias, comoun hijo, como un hermano, como un amigo, con un hermo-

    so amor, porque quizs consigas un da hallar el centro detus movimientos excntricos. T, a quien amo por tu vivaci-dad, tus pasiones, tus debilidades. T, a quien quiero en el

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    temor y el temblor del amor religioso, porque s de tus ex-travos y porque eres para m muy otra cosa que un fenme-

    no. En verdad, cuando te veo sustraerte, encabritarte comoun caballo salvaje, cuando te veo caer para volver a callar,entonces me abstengo, s, de todas las tonteras de la peda-goga. Pero pienso en el indomado caballo de carrera, veo lamano que tira de las riendas, que levanta sobre tu cabeza elltigo de un rudo destino. Y, con todo, cuando por fin este

    estudio llegue a tus manos, dirs, seguramente: "Se ha im-puesto una tarea inmensa; pero veamos cmo la ha cumpli-do".

    Es posible que yo te hable con una dulzura excesiva,que sea demasiado paciente contigo. Quizs hiciera mejor enrecurrir a la autoridad que, pese a tu orgullo, conservo sobre

    ti; o ms valiera, en nuestras plticas, dejar esta cuestin delmatrimonio completamente al margen. Porque t eres, enmuchos aspectos, pernicioso: ms habla uno contigo y msla conversacin se echa a perder. Sin ser hostil al matrimo-nio, abusas, para mofarte de l, de tu visin irnica y de tussarcasmos mordaces. Tus golpes no son vanos, te lo conce-

    do. Das en el blanco, seguramente, y tienes un gran talentode observacin. Pero agrego que se es quizs tu punto d-bil. Porque tu vida transcurrir en puras veleidades de vivir.Ms vale eso, replicars sin duda, que seguir las vas frreasde la trivialidad, que sumir se en el hormiguero de la vidasocial. No se puede decir, repito, que aborrezcas el matri-

    monio: nunca lo has abordado an con seriedad, sino paraescandalizarte de l, y me confesars, espero, que no hasprofundizado la cuestin. Los amoros, eso es lo que te inte-

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    resa. Sabes sumergirte, sabes replegarte en una clarividenciade soador que se embriaga de amor. Por as decir, te rodeas

    de la ms fina tela de araa para luego ponerte al acecho.Como no eres un nio, de conciencia apenas despierta, tumirada descubre algo ms; y, sin embargo, te conformas conese estado. Lo que amas es lo inesperado. La sonrisa de unahermosa muchacha en una situacin picante, una ojeada suyaque atrapas: he ah lo que persigues, ah tienes un motivo

    para tu frvola imaginacin. T que tanto te empeas en serobservador, resgnate tambin a ser sometido a observacin.

    Te recordar un hecho. Una linda joven que casualmente sehall a tu lado en un convite (hay que tener en cuenta, natu-ralmente, que no conocas su nombre, ni su edad, ni la situa-cin de sus padres, etc.), pareca demasiado orgullosa para

    dedicarte siquiera una mirada. Por un momento te sentisteperplejo: era simple coquetera, o acaso entraba en su acti-tud un poco de coercin que, hbilmente insinuada, podamostrar a la bella bajo un ngulo interesante? Enfrente, unespejo te permita observarla. Ella levant hacia l tmida-mente la mirada, segura de que la tuya la esperaba all, y se

    sonroj al encontrarla. Cosas as registras con la fidelidad y laprontitud de un daguerrotipo, al que le basta con medio mi-nuto, as fuera con mal tiempo. S, t eres ciertamente de unacuriosa ndole, ora demasiado joven, ora realmente un ancia-no. A veces meditas con seriedad profunda los ms noblesproblemas de la ciencia y la manera de consagrarle tu vida;

    otras, eres un enamorado en ascuas. Sin embargo, siguesmuy alejado del matrimonio, y espero que tu genio bueno teguardar de los malos caminos, porque me parece a veces

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    adivinar por ciertos indicios que intentas portarte como unpequeo Jpiter. Tienes una idea tan alta de tu amor que,

    seguramente, cualquier muchacha debera considerarse felizde ser tu amada durante ocho das. Prosigues, entonces,hasta nueva orden, tus estudios amorosos, de concierto contus investigaciones estticas, ticas, metafsicas, cosmopolti-cas, etc. Y uno no podra realmente aborrecerte por ello: enti, como se pensaba en la Edad Media, el mal se confunde

    con algo de bonhoma y de puerilidad. Nunca pensaste en elmatrimonio sino como simple observador, pero hay ciertaperfidia en atenerse exclusivamente a esa actitud. Cuntas

    veces, te lo confieso, me has divertido, y cuntas me afligistetambin, contndome cmo te ganas la confianza de tal ocual cnyuge, para ver a qu profundidades se halla sumido

    en el atolladero de la vida conyugal! Tienes realmente el donde entrometerte, y admito tambin el placer que me procurasal relatarme tus conclusiones, y a la vista de tu jbilo desbor-dante cada vez que puedes echar sobre el tapete una obser-

    vacin todava fresca. Pero, sinceramente, tu inters por lapsicologa carece de seriedad, y deja adivinar ms bien la

    curiosidad de un melanclico.Me propongo sobre todo dos cuestiones: mostrar el

    valor esttico del matrimonio, y cmo puede conservar eseelemento esttico, a pesar de los mltiples obstculos de la

    vida. Sin embargo, para que puedas abandonarte con msconfianza a la edificacin que te aporte la lectura de esta

    obrita, seguir insistiendo un poco con la polmica, para darsu merecido a tus observaciones sarcsticas. As espero za-farme del tributo exigido por los estados brbaros, para ha-

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    llarme entonces apaciblemente en mi papel; porque estoy enmi papel, siendo casado y combatiendo por el matrimonio,

    pro aris et focis. Y creme: tanto me importa esta cuestinque, a pesar de mi repugnancia por escribir libros, casi meentran ganas de hacerlo si puedo salvar una sola unin delinfierno en que se ha hundido, o hacer a dos esposos msaptos para cumplir la ms hermosa de las misiones que sehayan propuesto al ser humano.

    Como medida de prudencia, deber quizs referirme ami mujer y a nuestra vida en comn, no porque tenga yo eldesparpajo de proponer nuestra unin como ejemplo y regla,sino que la invocar porque la visin de los poetas, por logeneral, es infundada, y no tiene fuerza de prueba, y a m meimporta mostrar que, aun en la vida diaria, es posible ser fiel

    a la esttica. Me conoces desde hace mucho tiempo y a miesposa desde hace cinco aos. La encuentras hermosa y,sobre todo, amable; y yo tambin. Sin embargo, bien lo s,no es tan hermosa a la maana como por la noche; slo du-rante el da desaparece de ella cierto elemento de melancolacasi enfermiza; de noche, cuando ese elemento se ha borra-

    do, entonces puede ella, realmente, aspirar a gustar. Tambins que su nariz no es de una belleza perfecta: es demasiadochica. Sin embargo, se vuelve hacia el mundo con aire rebel-de y, por haber motivado tan placenteras bromas, yo no laquerra ms bella si estuviera en mi poder transformarla. Hayen la vida, como ves, una contingencia mucho ms impor-

    tante que aquella a la que t eres adicto. Por mi parte, doygracias a Dios por todos esos bienes, y olvido sus pequeasdesventajas. Adems, estas cosas son secundarias. Pero hay

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    una cosa, s, por la que doy gracias a Dios con toda mi alma,y es que mi mujer es mi primero y nico amor, y otra cosa

    que pido a Dios con lodo mi corazn es la fuerza de noanhelar nunca otro amor. Es ste un culto domstico, delque igualmente participa mi esposa; porque cada uno de missentimientos, cada una de las disposiciones de mi alma, seennoblecen cuando los hago compartir por ella. Aun lossentimientos religiosos ms elevados son ms llevaderos

    cuando se los experimenta al unsono: ante mi mujer soy a lavez el pastor y la grey. Y si, por acaso, yo fuera tan inhuma-

    no como para olvidar esa ventura, si incurriera en la ingrati-tud de no dar gracias a Dios, mi mujer me lo recordara. Ves,mi joven amigo, no se trata de los melindres de los primerosdas de la pasin, ni de experiencias erticas por intentar,

    como ocurre con casi todos los enamorados cuando co-mienzan su noviazgo, y se preguntan l si ella no ha conoci-do ya la pasin y ella si l no habr amado a otra mujer. No,aqu estamos realmente en lo grave de la vida, y sin embargono se excluyen de ello el calor ni la belleza, ni lo ertico ni lapoesa. En verdad, me importa mucho que ella me ame

    realmente, y retribuirle ese amor. No porque tema quenuestra unin no alcance, en el curso de los aos, esa solidezque vemos en la mayor parte de las dems, pero me alegrarejuvenecer constantemente nuestro amor del primer da,otorgndole un valor religioso a la vez que esttico. PorqueDios, para m, no es un ser supramundano al punto de de-

    sinteresarse del pacto que l mismo instituy entre el hom-bre y la mujer, ni yo mismo un ser tan espiritual como paradesdear el aspecto terrestre de la vicia. Y toda la belleza de

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    la ertica pagana conserva su valor en el cristianismo, en lamedida en que es compatible con el matrimonio. Ese reju-

    venecimiento de nuestra pasin no es la simple mirada haciaatrs del melanclico, ni esa potica evocacin de lo vivido aque terminamos por reducirnos. Todo ello debilita, y el reju-

    venecimiento de que yo hablo es un acto. Demasiado prontollego el momento en que es preciso resignarse a recordar tansolo, de modo que debemos, por el mayor tiempo posible,

    conservar viva la fresca fuente de la vida.Pero t vives de verdaderos actos de bandidismo. Te

    deslizas furtivamente, caes sobre el prjimo y le quitas sums bello momento de felicidad, pones ela sombra en tubolsillo como el largo individuo de Peter Schlemil1, y te reti-ras segn tu capricho. Es cierto, como dices, que nada pier-

    den los interesados, y que ellos, a menudo, ignoran inclusosu momento ms bello; ms an, pretendes que te estnagradecidos por haberlos mostrado, gracias a tus juegos deluces y a tus frmulas mgicas, transfigurados, elevados a latalla sobrenatural de ese momento de exaltacin. Quizs nopierdan nada, en efecto; pero se plantea la cuestin de saber

    si ello no les dejar para siempre un doloroso recuerdo; a tujuicio, todo ello te mortifica, porque pierdes tu tiempo, tutranquilidad y la paciencia que necesitas para vivir; pero tsabes muy bien que todo eso te falta, precisamente. No mehas escrito un da, acaso, que la paciencia que se requierepara soportar el peso de la vida debe de ser una virtud ex-

    traordinaria, y que t no sentas siquiera la necesaria para1Personaje de "El hombre que vendi su sombra", de Adal-berto von Chamisso.

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    atreverte a vivir? Ya ves que tu vida se resuelve en simplesepisodios en que buscas apenas lo interesante... Si, al menos,

    se pudiera esperar que la energa que te inflama en esos ins-tantes tomara forma en ti, coordinara tu vida, y la ensancha-ra, haras seguramente grandes cosas. Porque entonces tetransfiguras. Hay en ti una inquietud sobre la cual flota, sinembargo, la clara lumbre de la inteligencia; tu alma se con-centra por entero en el nico punto que te ocupa; traza tu

    razn cien proyectos; lodo lo dispones para el ataque. Su-fres un fracaso en una direccin? Instantneamente, tu dia-lctica casi diablica se pone a explicar el fracaso, hacindoloservir a una nueva tctica. Planeas constantemente por en-cima de ti mismo, y si bien cada una de tus diligencias es porlo menos igualmente decisiva, te reservas, sin embargo, una

    facultad de interpretacin que, con una palabra, puede alte-rarlo todo.

    Agrega a ello la efervescencia del sentimiento que leanima. Tus ojos lanzan centellas, o ms bien pareces tenercien ojos que brillan, todos ellos en acecho; un rubor fugiti-

    vo pasa por tu rostro; te apoyas firmemente en tus clculos,

    y sin embargo esperas con una terrible impaciencia. Creo,querida amigo mo, que en definitiva te engaas, y que alimaginarte, como dices, que "captas" a un hombre en suhora afortunada, apenas si te haces cargo de tu propia exalta-cin. Tienes tanta energa concentrada que llegas a ser crea-dor de ella. Yo he admitido, por esa razn, que tu conducta

    no es tan perniciosa para el prjimo; pero, en cambio, esabsolutamente funesta para ti. Y no reposa, acaso, sobreuna perfidia monstruosa? Poco te importa, dices, el juicio de

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    los hombres, que por lo dems deberan estarte agradecidospor no transformarlos en cerdos con un golpe de varita, co-

    mo Circe, sino que los transformas de cerdos en hroes.Obraras de muy distinto modo, dices tambin, si ellos con-fiaran verdaderamente en ti; pero nunca has encontrado talconfidente. Tu corazn est conmovido, y secretamente teenternece la idea de sacrificarte por otro. Ya ves que no teniego tampoco cierto espritu de bondad y de caridad; tu

    modo de socorrer a los desdichados es verdaderamente be-llo, y la humanidad que demuestras no carece de nobleza;pero creo tambin ver en ella un residuo de soberbia. No terecordar tal o cual manifestacin excntrica de tus inclina-ciones; mal estara ensombrecer del todo el bien que puedahaber en ti; pero djame, en cambio, evocar un pequeo

    incidente de tu vida que acaso convenga recordarte.Un da me contaste que, volviendo de un palco, seguas

    a dos menesterosas. Mi narracin no tendr ahora, sin duda,la vivacidad de la tuya cuando subiste mis escalones de acuatro pensando en tu aventura. Eran dos criadas de granja.Probablemente haban conocido das mejores, ya olvidados,

    y el establo no es precisamente un lugar donde se abrigue laesperanza de un porvenir ms sonriente. Una de ellas aspiruna pizca y, presentando la tabaquera a su amiga, dijo: "Si yotuviera cinco rixdals"..., quizs espantada de la temeridad deese deseo, que se perdi en el pramo, sin esperanzas. Perote presentaste t: ya habas sacado la billetera y retirado cinco

    rixdals antes de avanzar el paso decisivo, para conservarle ala situacin la elasticidad conveniente y para prevenir en ladesdichada una sospecha prematura. Avanzaste con esa

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    cortesa casi humilde que cuadra a un espritu caritativo: lediste los cinco rixdals y desapareciste. No te alegr el efecto

    que habas producido, sino que te preguntabas si ella, enlugar de ver en ese hecho un socorro providencial, no serebelara endurecida por largos sufrimientos, contra esa Di-

    vina Providencia que aqu se reduca al azar. Lo que te indu-ca a examinar si la satisfaccin fortuita de un deseoformulado por azar no sumira probablemente al hombre en

    la desesperacin, puesto que la realidad de la vida se en-cuentra all negada en sus races ms profundas. Te empea-bas, pues, en asumir el papel del destino, y tu satisfaccinprovena de la cantidad de reflexiones que podas deducir deaquello. Admito de buena gana que tienes excelentes aptitu-des para ese papel, si asociamos a la palabra destino la idea

    de la inconstancia total y del puro capricho; por mi parte, yoen la vida me conformo con un papel ms modesto. Esecaso, por lo dems, puede servir, para mostrarte cmo, contus experiencias, ejerces una funesta influencia sobre la gen-te. Sales ganando, porque has dado cinco rixdals a esa pobremujer, has satisfecho su mayor deseo; sin embargo, t lo

    reconoces, tu buena accin poda hacer tambin que esadesdichada maldijera a Dios, como a Job le aconsej su mu-jer. Alegars que tales eventualidades no dependen de ti; yque si uno debiera medir a tal punto las consecuencias, nun-ca podra obrar. Pero yo respondo que s se puede. Si yohubiera regalado cinco rixdals, sabra de cierto que no me he

    entregado a una experiencia; estara convencido de que laDivina Providencia, cuyo instrumento me hubiera sentidoentonces, haca las cosas segn corresponde, y que, por lo

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    tanto, yo no tendra nada que reprocharme. Hasta qu puntoflota, indecisa, tu vida puedes tambin penetrarlo si piensas

    en tu completa incertidumbre frente al temor de sentir unda el alma agobiada, y a la de ver cmo tus sutiles arguciasde hipocondraco te arrojan a un crculo mgico de conse-cuencias, del que pugnaras en vano por salir. No ests segu-ro de no remover alguna vez cielo y tierra por hallar denuevo a la menesterosa, notar el efecto de tu gesto y "la

    forma en que obr sobre ella". Porque sers siempre el mis-mo incorregible: apasionado como eres, quizs llegaras aolvidar tus vastos planes, tus estudios, y en suma, todas esasbagatelas, para dar con esa desgraciada que quizs hayamuerto hace tiempo. He ah cmo tratas de reparar tus ye-rros y cmo, de ese modo, la misin de tu vida viene a ser

    tan discutible... Puede decirse que t quieres ser a la vez eldestino y la Providencia, misin que el Seor mismo nopuede llenar, porque es solamente una de esas dos cosas. Elcelo que despliegas puede merecer elogios, pero no ves,dime, si cada vez est ms claro, que lo que te falta, y te faltaabsolutamente, es la fe?

    En vez de salvar tu alma, remitindote a Dios ante cadacosa, en vez de tomar ese atajo, te complaces en desvos sinfin que no te conducirn a ninguna parte. Me dirs que, deese modo, no se precisa obrar. S, te respondo, se precisa,puesto que eres consciente de ocupar en el mundo un lugarque es tuyo, en el que debes concentrar toda tu actividad. Lo

    que ocurre es que tu manera de obrar raya en la locura. Medirs tambin que si te hubieras cruzado de brazos, dejn-dole a Dios el cuidado de intervenir, quizs esa pobre mujer

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    no hubiera recibido socorro alguno. Es posible, pero t shubieras recibido la ayuda de Dios, e incluso ella s hubiera

    confiado tambin en Dios. Y no ves que si ahora tomarasrealmente tus botas de viaje para correr el mundo, y perdertu tiempo y tus fuerzas, te sustraeras a toda actividad, expo-nindote quizs a nuevos tormentos en el futuro? Esta exis-tencia caprichosa, repito, no es una especie de traicin? Encaso de que emprendieras la vuelta al mundo para hallar de

    nuevo a esa indigente, ello probara sin duda una fidelidadextraordinaria, inaudita, puesto que no te habra impulsadoningn mvil egosta, y no partiras como un amante en bus-ca de su amada, sino que obraras por pura simpata. Pero yorespondo: gurdate de hablar de egosmo, no se trata de esesentimiento, sino de tu habitual impudor de rebelde. Como

    desprecias todas las prescripciones de la ley divina y humana,para librarte de ellas te aferras al azar, que en este caso esuna mendiga que no conoces. Y debido a tu simpata, elladebe estar, toda ella, al servicio de tus experiencias. Olvidassiempre que tu existencia en este mundo no puede estarfundada nicamente en el azar, y que cuando haces de l lo

    esencial pierdes completamente de vista lo que debes a tuprjimo. Ya s que no te faltarn sofismas a guisa de paliati-

    vos, ni una irnica flexibilidad para reducir las exigencias.As, por ejemplo, me objetars que no eres tan fatuo como

    para creerte el hombre que debera trabajar en todo aquelloque dejas, en cambio, a los espritus eminentes, y que te con-

    formas con dedicarte solamente a una tarea regular. Pero, enel fondo, sa es una enorme mentira. Porque t no quieresabsolutamente nada, sino entregarte a tus experiencias, y sa

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    es la posicin desde la cual consideras todas las cosas, a me-nudo con no poca insolencia, y siempre te mofas de la acti-

    vidad, como aquella vez en que lo hiciste a propsito de unhombre que haba encontrado un fin risible. Por muchosdas te regocijaste diciendo que, si bien nada se saba de losservicios que ese hombre haba rendido en vida a las grandesideas, y a todo lo dems, ahora se poda, al menos, afirmarque en verdad no haba vivido en vano... puesto que te di-

    verta.Ya lo he dicho: lo que pretendes es ser el Destino. Oh,

    aguarda un instante! No tengo el propsito de enjaretarte unsermn, pero existen las cosas serias para las cuales, yo lo s,tienes un raro y profundo respeto. Si se es capaz de suscitar-las en ti, o se confa bastante en ti para dejarlas aparecer en

    tu alma, entonces se descubre un hombre muy diferente.Imagina, para tomar el caso supremo, imagina que plazca alprincipio todopoderoso del mundo, al Dios del ciclo, pre-sentarse como enigma al gnero humano, y dejarle en esacruel incertidumbre. No sentiras palpitar en ti la revuelta?Podras, en ciertos momentos, soportar esa tortura u obligar

    a tu pensamiento a medir ese espanto? Y sin embargo, quinmejor que l puede, si me atrevo a decirlo, pronunciar estaspalabras soberbias: "Qu me importan los hombres!" Claroque no es as, y que cuando yo declaro que Dios es incom-prensible mi alma se eleva hacia el Todopoderoso, y que loafirmo en los momentos de felicidad suprema, puesto que es

    incomprensible porque lo es su amor, y porque su amorexcede a todo entendimiento. Aplicada a Dios esa palabra,incomprensible, designa la perfeccin suprema; en cambio, si

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    un pecado. Y Cristo no consideraba como una usurpacin

    ser semejante a Dios, y sin embargo se humillaba; mientras

    que has recibido.Reflexiona: tu vida transcurre, y tambin para ti llegar

    vivir, otro recurso que el de recordar. No este o aquel re

    cuerdo que te encanta, en su amalgama de ficcin y de verdad, sino una grave evocacin de la conciencia, unaevocacintus ojos una lista que no dir de crmenes, sino de posibilidades frustradas, de fantasmas que no podrs expulsar. Aneres joven: la ductilidad intelectual que ostentas conviene a

    asombra ver a uno de esos payasos de tan flexibles articulaciones que suprimen, de hecho, todas las leyes a que estnsometidas la marcha y la estatura del hombre: lo mismo oc -rre en ti con las cosas del espritu. Puedes pararte tanto sobre

    a-

    pero es un arte malsano y, te lo ruego por tu tranquilidad,cuida que tu privilegio no se convierta, al fin, en una mald -cin. Un hombre de convicciones no puede, a su antojo,

    pongo en guardia no contra el mundo, sino contra ti mismo,

    as como pongo al mundo en guardia contra ti.

    aleccionara yo, sobre todo si fuera inteligente. Cmo no

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    hacerlo cuando yo, que creo poder medirme contigo, si nopor la sutileza al menos por la gravedad y la firmeza, si no

    por la versatilidad y el brillo de las teoras al menos por lasolidez de los principios, no dejo de sentir realmente, a ve-ces, y a pesar mo, la seduccin de tus palabras, de sentir elcontagio de tu espritu endiablado de esa malicia de aparien-cia benvola con que te burlas de todo hacindome compar-tir esa ebriedad de intelectual y de esteta que es tu elemento?

    Veo muy bien la incertidumbre de mi conducta para contigoora demasiado severa, ora harto complaciente, y no hay enello nada de asombroso porque eres un resumen de todas lasposibilidades, y es preciso ver en ti tan pronto la de tu ruinacomo la de tu salvacin. Llevas a su extremo todo pensa-miento, todo sentimiento, bueno o malo, triste o alegre, y

    ello de manera abstracta, ms que concreta, de suerte que esabsqueda es ms bien una simple disposicin del alma, de laque nada resulta sino la conciencia que de ello asumes. Perono llegas, empero, a hallar en ello una traba o una ayudacuando te confas de nuevo al mismo sentimiento, porquesiempre te reservas la posibilidad de hacerlo. Se puede, pues,

    reprocharte cualquier cosa sin imputarte nada, porque todose encuentra en ti sin estar realmente. Confiesas o no confie-sas, segn los casos, haber experimentado tal sentimiento yescapas a toda imputacin; lo que te importa es haber cono-cido ese sentimiento en la plenitud de su verdad pattica.

    I. DE LAS AGRESIONES DE LA LITERATURACONTRA EL AMOR

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    Yo quera, pues, hablar del valor esttico del matrimo-

    nio. Cuestin que puede parecer superflua, puesto que esevalor es reconocido por todos, despus de tantos ejemplos

    caballerescos y de los hroes de aventuras que, desde hacesiglos, se exponen a increbles vicisitudes para entrar final-mente en el puerto tranquilo de un matrimonio feliz. Acaso,durante siglos, los lectores de novelas no han penado, volu-

    men tras volumen, para llegar a la conclusin de una uninapacible, y las generaciones no han soportado una tras otra,concienzudamente, cuatro actos de intrigas y contratiemposcon la dbil perspectiva de un dulce himeneo en el quinto?Sin embargo, esos esfuerzos desmesurados no han logradoapenas alabar al matrimonio, y mucho me temo que la lectu-

    ra de tales obras no haya dejado a nadie la sensacin de serapto para la misin que se ha propuesto, o la de tener unaorientacin en la vida, porque el funesto defecto de esashistorias es el de terminar donde deberan empezar. Despusde haber triunfado de tantas asechanzas de la suerte, losamantes se arrojan, por fin uno en brazos del otro; cae el

    teln, est el libro terminado, pero el lector no lleva ganadonada. Porque no se necesita realmente de mucho arte parallegar all, una vez que crepitan las primeras llamas del amor;basta con el coraje y la habilidad suficiente para ganar, lu-chando, el objeto considerado corto el tpico bien. En cam-bio, se requiere reflexin, sabidura, paciencia, para desafiar

    el hasto que sigue por lo comn a la satisfaccin del deseo.Es muy natural que en sus comienzos el amor no presentedificultades a la posesin de su objeto, y que, a falta de obs-

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    tculos, los suscite, incluso con el nico fin de triunfar sobreellos. Toda la atencin de esos autores est dirigida a tal fin:

    eliminados los peligros, ya sabe el director de escena lo quedebe hacer. Por eso es raro ver en el teatro, o en un libro,celebrarse un matrimonio, sin que la pera y el ballet apro-

    vechen ese momento para el galimatas de las tiradas dram-ticas, los suntuosos cortejos, el intercambio de anillos, laimponente gesticulacin y las miradas celestes del figurante.

    La parte de verdad de toda esa trama, su elemento propia-mente esttico, es que as se pone en movimiento al amor; yalo veremos abrirse un camino luchando contra un medioadverso. El error es que esa lucha, esa dialctica son pura-mente exteriores, y que el amor, al cabo, sigue siendo tanabstracto como al principio. Pero que se anime la idea de la

    dialctica propia del amor, la idea de su lucha patolgicaapasionada, de su relacin con la tica, con lo religioso, yentonces ya no se necesitar de padres insensibles, de gine-ceos, de princesas encantadas, de ogros y monstruos paradarle trabajo al amor. En nuestros das no es frecuente darcon esos padres crueles, esos monstruos feroces, y, en la

    medida en que la nueva literatura se modela sobre la antigua,hace del dinero, en verdad, el medio adverso en que el amorse mueve. Y aun soportamos cuatro actos cuando hay bue-nas posibilidades de que el to de la herencia muera en elquinto.

    Sin embargo, las piezas de ese gnero no son frecuentes.

    Por lo general, la nueva literatura opta por cubrir de ridculoal amor, visto en la inmediatez abstracta en que lo situaba lanovela. Si examinamos, por ejemplo, el teatro de Scribe, ve-

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    mos que uno de sus temas favoritos consiste en concebir elamor como una ilusin. Me basta recordrtelo, porque eres

    un adepto de Scribe y de su polmica: creo, al menos, queaun siendo el paladn de sus opiniones, ante todos y contratodos, t, en cambio, te reservars el amor caballeresco. Por-que, lejos de no tener sentimientos, eres, en esta materia, elms obstinado de los hombres que yo conozca. Recuerdoque un da me enviaste una pequea crtica de Los pequeos

    amores, de Scribe, escrita con un entusiasmo casi desespera-do. Decas que esa pieza era la mejor que su autor hayacompuesto y que, bien comprendida, basta para acordarle lainmortalidad. Quiero citarte otra que, a mi juicio, revela eldefecto de todo lo que hace este autor. Se titula "Para siem-pre", e ironiza sobre los casos de pasin. Gracias a las argu-

    cias de una madre prevenida, aunque mujer de mundo, unhombre joven siente una nueva pasin que su madre creedefinitiva; pero el espectador, disgustado ante la arbitrarie-dad completa con que el autor ha puesto aqu punto final,comprende fcilmente que nada se opone a una terceraaventura. Es asombroso, por otra parte, observar hasta qu

    punto la poesa nueva est por consumirse: hace tiempo queviva del amor. Nuestra poca recuerda la de la decadencia

    griega: todo subsiste, pero nadie cree ya en las viejas formas.Han desaparecido los vnculos espirituales que las legitima-ban, y toda la poca se nos aparece tragicmica: trgica por-que sombra, cmica porque an subsiste. Pues lo

    perecedero es siempre, en suma, el soporte de lo imperece-dero, y lo espiritual de lo material. Y si pudiramos imaginarque un cuerpo privado de su alma pudiera an cumplir por

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    un instante sus funciones habituales, ello tambin sera tragi-cmico. Pero dejemos al tiempo cumplir su obra de destruc-

    cin: cuanto ms consuma de la sustancia de que est hechoel amor romntico, ms tremendo ser el da en que esa con-suncin haya acabado, el sobresalto en que tomaremos con-ciencia de la prdida sufrida, y entonces sentiremos nuestradesdicha en la desesperacin.

    II. APOLOGIA (Y NOSTALGIA) DEL AMOR

    ROMNTICO

    Veamos ahora en qu medida ha conseguido nuestrotiempo sustituir con algo superior el amor romntico que ha

    destruido. Pero yo indicar, primero, por qu signos se reco-noce ese amor. En una palabra, podemos decir que es inme-diato: verla y amarla es todo uno; y ella, as lo entreveasimplemente desde su aposento de muchacha, por una fisurade la ventana cerrada, ella lo ama tambin, y a el slo en todoel mundo. Como habamos convenido, aqu debera yo inter-

    calar algunas descargas polmicas, para provocar en ti la se-crecin de bilis que se exige para una sana y saludableasimilacin de mis argumentos. Pero no me resuelvo a ellopor dos razones. Primera, porque el procedimiento es hoymuy socorrido y, para hablar franco, no puede concebirseque t sigas aqu la corriente contra la que te levantas en

    cualquier circunstancia. Segunda, porque yo he conservadocierta fe en la verdad del amor romntico, cierto respeto ycierta melancola cuando pienso en l. Me contentar, pues,

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    con recordar tu consigna cuando sales a luchar contra esaconcepcin, y que yo encuentro en el ttulo de un pequeo

    tratado que has compuesto: "Las afinidades electivas e in-comprensibles, o harmona praestabilita de dos corazones".Hablo aqu de la atraccin que Goethe, el primero, en sus

    Afinidades electivas, donde despliega un arte tan consuma-do, nos hizo sospechar en el simbolismo de la naturaleza,para luego llevarla al mundo del espritu. Salvo que Goethe,

    para justificar esa atraccin, se empe en mostrarnos unasucesin de momentos (quizs para indicar la diferencia en-tre la vida de la naturaleza y la del espritu), sin sealar laprontitud con que los factores se conjugan, la impaciencia yla precisin caractersticas del amor. No es hermoso pensarque dos seres estn, de esta suerte, destinados el uno al otro?

    Cuntas veces siente uno la necesidad de cruzar el dintel dela historia, el deseo nostlgico del bosque virgen que hemosdejado a nuestras espaldas. Y ese deseo no cobra una doblesignificacin cuando se le asocia la idea de otro ser para elque tambin esas regiones son su patria? Toda unin, aun-que concluida despus de reflexin madura, siente, al menos

    en ciertos momentos, la necesidad de representarse un plande esa ndole. Y qu buena cosa es pensar que Dios, siendoespritu, ame a la vez el amor terrestre! Admito que hay, enesto, mucho de engao entre la multitud de los cnyuges, ytambin reconozco que tus observaciones sobre este puntome han regocijado a veces; pero no debemos olvidar la parte

    de verdad. Este o aqul piensan, acaso, que ms vale teneruna libertad plena en la eleccin de "la compaera de su

    vida"; pero esa opinin revela una rara es-trechez, una mise-

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    rable suficiencia de espritu, porque no adivina que el amorromntico es libre en su genialidad, y que esa espontaneidad

    hace su grandeza.La inmediatez del amor romntico se muestra en la ne-

    cesidad natural sobre la que nicamente reposa. Fndase enla belleza: por una parte la belleza sensible, por otra la que,pudiendo manifestarse en lo sensible, en y con lo sensible,no se deja examinar, sino que esta constantemente a punto

    de manifestarse, y slo se muestra por momentos. Aunquefundado esencialmente en lo sensible, este amor tiene sunobleza, porque implica cierta conciencia de la eternidad:porque es su sello de eternidad lo que distingue de la volup-tuosidad al amor. Los amantes estn profundamente con-

    vencidos de que forman un lodo perfecto, a salvo de toda

    mudanza para siempre. Pero como esa seguridad reposa enel orden natural de aquellas afinidades, lo eterno se ve asfundado en lo temporal, y con ello se anula a s mismo. Co-mo esa seguridad no ha sufrido ningn contraste, ni encon-tr fundamento ms slido, se revela como una ilusin: deah que sea tan fcil ridiculizarla. Pero no deberamos apresu-

    rarnos tanto, y en verdad repugna ver en la comedia nueva aesos intrigantes, tan sensitivos, al parecer, como precavidosacerca de la ilusin del amor. A m, nada me repugna comouna mujer as, y ningn desenfreno me inspira tanto disgus-to, nada me irrita tanto como ver a una doncella enamoradaen manos de semejante celestina: es realmente menos terri-

    ble imaginarla a merced de un club de seductores. Es tristever a un hombre decepcionado de todo lo que ofrece de

    sustancial la vida, pero mucho ms cruel es ver ese extravo

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    en una mujer. Sin embargo, ya lo he dicho, el amor romnti-co tiene una analoga con el orden moral en la presunta eter-

    nidad que lo ennoblece, y lo salva de la pura sensualidad. Losensual es, en efecto, cosa del momento. Busca una satisfac-cin instantnea y, cuanto ms refinado, ms sabe hacer delinstante de goce una pequea eternidad. La eternidad verda-dera del amor, que es la verdadera moralidad, tiene por pri-mer efecto, pues, salvarlo de lo sensible. Pero si ha de

    producir esa eternidad verdadera, es preciso que intervengala voluntad. Ya volver sobre este punto.

    Nuestra poca ha visto muy bien el lado flaco del amorromntico: los ataques irnicos que le dirige son, a veces,muy divertidos. Pero veremos si ha remediado sus defectos,y veremos lo que ha propuesto en su lugar. Puede decirse

    que ha seguido dos caminos: uno de ellos se muestra falso ala primera ojeada: falso, es decir inmoral. El segundo, msrespetable, deja de costado, sin embargo, el elemento pro-fundo del amor. Pues, si el amor reposa sobre lo sensible,claramente se ve que aquella caballeresca fidelidad segn loinmediato es una locura. Por qu, pues, asombrarse de que

    la mujer reclame su emancipacin, uno de los numerosos yhorribles fenmenos de nuestro tiempo cuya responsabilidadtienen los hombres? Lo eterno que el amor implica se con-

    vierte en objeto de burla: lo que se retiene del amor es elaspecto temporal, pero quintaesenciado en eternidad sensi-ble, en el instante eterno del abrazo. Mis palabras no se apli-

    can solamente a tal o cual seductor que ronda por el mundocomo una bestia de rapia; no, sino que tambin se refierena un numeroso coro de espritus de lo ms distinguidos, y

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    Byron no es el nico que declare al amor un paraso y al ma-trimonio un interno. Claramente se ve aqu intervenir la re-

    flexin, de la que est desprovisto el amor romntico, que seacomodaba de buen grado con el matrimonio y aceptaba labendicin de la Iglesia, como una bella solemnidad ms, quesin embargo no adquiere una particular importancia en elamor romntico como tal. Al intervenir la reflexin, el amorromntico, con una impasibilidad y un endurecimiento terri-

    ble de la razn, hall una definicin nueva del amor des-venturado, que consiste en ser amado cuando ya no se ama,

    y no en amar aunque el propio amor no sea compartido. Enverdad, si esos tericos se dieran cuenta de toda la profundi-

    dad de sus palabras, retrocederan con espanto; porque,aparte la suma de experiencia, de habilidad y refinamiento

    que implican, dejan tambin sospechar la presencia de laconciencia. De suerte que el momento viene a ser principal.Cuntas veces no hemos escuchado estas palabras desver-gonzadas de un amante animado de ese espritu, a la desdi-chada muchacha capaz de un solo amor: "No pido tanto, meconformo con menos: lejos de m la idea de exigir que me

    ames por toda la eternidad; basta que me ames en el mo-mento que yo deseo". Esos amantes saben muy bien que losensible es perecedero; pero saben tambin cul es el mo-mento ms bello, y eso les basta. Desde luego, una corrientesemejante revela una inmoralidad absoluta; pero en cambio,segn esa idea, constituye en cierto sentido un progreso ha-

    cia nuestro objeto, en la medida en que presenta una denun-cia formal contra el matrimonio. Pero cuando estaconcepcin trata de cubrir su sensualismo con una vestidura

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    ms decente, entonces no se limita al instante aislado, sinoque lo hace durar en el tiempo, de tal modo, sin embargo,

    que tome conciencia no de lo eterno sino de lo temporal, obien que se aferre a esa oposicin de lo eterno representn-dose un cambio posible en el tiempo. Estima que bien sepuede soportar la vida en comn por cierto tiempo, pero sereserva una salida para el caso de que se presente una elec-cin ms halagea, que entonces no se vacilara en efectuar.

    Hace del matrimonio una institucin civil: basta con pre-sentarse ante un magistrado para que la unin se disuelva, yse contraiga otra, como se anuncia un cambio de residencia.No me interesa si el Estado encuentra en ello su ventaja;para el individuo es, en verdad, una situacin singular. Deah que nunca la veamos cumplida de hecho, pero el tiempo

    nos trae su continua amenaza. Se necesitara tambin unabuena dosis de impudicia, y no creo la palabra demasiadofuerte; adems, una asociacin de esa clase demostrara, so-bre lodo en el contratante femenino, una ligereza que lindacon la depravacin.

    III. MELANCOLIA Y LIBERTINAJE

    Hay otra disposicin de espritu muy distinta, aunquecapaz de anlogo punto de vista, y si hablo de ella ser, sobretodo, porque es muy caracterstica de nuestro tiempo. Vea-

    mos: un plan de esa ndole puede reposar sobre una melan-cola de tendencia egosta o simptica. Bastante se ha dichode la ligereza de este tiempo, pero ahora creo muy oportuno

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    tratar un poco de su melancola, y espero que ello ilumine lacuestin toda. No es la melancola el defecto de nuestros

    das? No la encontramos aun en las despreocupadas risas?No es la que nos quit el valor de mandar, el valor de obe-decer, la confianza indispensable para esperar? Cuandonuestros buenos filsofos hacen de todo para tornar tangiblela realidad, no nos abruma ella, al punto de sentirnos muypronto sofocados? Todo pasa a segundo plano, salvo el pre-

    sente. Qu mucho, pues, si, en la perpetua angustia de per-derlo, lo perdemos! Cierto, no debemos disiparnos en unafugitiva esperanza, y no es as como debemos elevarnos a lasnubes; pero, para gozar verdaderamente; se precisa aire, y sia los das de tristeza convienen los cielos abiertos, tambinimporta abrir la puerta de par en par sobre amplios hori-

    zontes los das de jbilo. Sin duda, el gozo pierde en ello,aparentemente, cierto grado de la intensidad que tiene en loslmites en que lo encierra la angustia; pero la prdida no hade ser grande, puesto que ese goce se asemeja mucho a laintensa voluptuosidad que cuesta la vida a los gansos de Es-trasburgo. Es posible que no me lo concedas fcilmente; en

    cambio, no necesito insistir sobre la importancia de la inten-sidad que s obtiene de la otra manera. T eres, en ese senti-do, un virtuoso, t qui di dederunt forman, divitias,artemque fruendi. Si el goce fuera lo esencial de la vida, yome echara a tus pies como un discpulo, puesto que eresmaestro en ese arte: envejeces de prisa por aspirar a pleno

    pulmn, gracias al canal de los recuerdos, y luego vuelves a laprimera juventud ebrio de esperanza. Tu goce es tan pronto

    viril como afeminado; es inmediato, o bien sometido a una

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    reflexin que se ejerce hasta sobre el goce de otro, o que teaconseja abstenerte del placer. O bien te entregas, el alma

    abierta y accesible como una ciudad que acaba de capitular, yentonces acallas la reflexin, porque cada paso de los ex-tranjeros resuena en las calles desiertas. Pero siempre con-servas un pequeo puesto avanzado de observacin. O si tualma se cierra vuelves a los refugios escarpados e inaccesi-bles. As eres. Reconoce el egosmo de tu goce: nunca te

    abandonas, nunca dejas a los otros rerse de ti. Si bien te res,con razn, de quienes se consumen en la voluptuosidad,como los libertinos de depravado corazn, en cambio sabesa maravilla el arte del galanteo, en tal forma que tal o cualpasioncilla realce tu personalidad. No ignoras que el gocems intenso es el que prolongamos sabiendo que quizs se

    desvanecer dentro de un instante. De ah que el final deDon Juan le guste tanto. Perseguido por la polica, por elmundo entero, por los vivos y los muertos, solo en uncuarto aislado, recoge una vez ms toda la energa de su al-ma, levanta una vez ms la copa, y solaza por su ltima vezsu alma al son de la msica.

    IV. SOBRE EL "MATRIMONIO RAZONADO"

    Volviendo a lo que te deca, esa concepcin puede re-sultar de la melancola de carcter, ser egosta o simptica. La

    primera teme naturalmente por ella misma y, como tildamelancola, es vida de goce. Tiene un horror secreto portoda unin contrada de por vida. "Cmo estar seguro, si

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    todo puede cambiar: esta criatura a la que adoro puede trans-formarse; el destino puede ponerme ms tarde frente a otra

    en quien encontrar verdaderamente el ideal de mis sueos".Como toda melancola es obstinada, y lo sabe. "Tal vez, sedice, unos vnculos indisolubles tengan por efecto hacermeinsoportable a esta criatura a la que, sin ellos, yo amara contoda mi alma; tal vez, tal vez, etc.". En cuanto a la melancolasimptica, es ms dolorosa y tambin un poco ms noble,

    porque desconfa de s misma por consideracin a la otraparte. Quin est seguro de no cambiar? Pudiera ser que loque yo ahora considero bueno en m, desapareciese maana;pudiera ser que los dones gracias a los cuales cautivo ahora ami amada, y que deseo conservar para ella, los perdiera, yque ella se viese entonces engaada, defraudada; quizs la

    tentase entonces un partido ms brillante y fuera incapaz deresistir, y, Dios mo!, yo tendra esa infidelidad sobre miconciencia. Nada tendra que reprocharle, sera yo quienhabra cambiado, se lo perdonara todo con tal que ella per-donase tambin mi imprudencia por haberla inducido a unacto tan decisivo. Sabra, en conciencia, que en vez de sedu-

    cirla la hube puesto en guardia contra m, y que ella huboseguido su libre resolucin; pero quizs justamente esa ad-

    vertencia fuera la que le indujere a tentacin, mostrndole enm a un hombre mejor de lo que soy", etctera. Bien se veque esta manera de pensar no se satisface con una unin dediez aos ms que con una de cinco, ni con un pacto como

    el que Saladino concert con los cristianos por diez aos,diez meses, diez semanas, diez das y diez minutos, ni quetampoco una unin de esa suerte satisface ms que una con-

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    trada de por vida. Tambin es evidente que esta concepcinconoce demasiado bien el sentido de aquel dicho: "Cada da

    su pesar". Se esfuerza uno por vivir como si cada da fueradecisivo, da de examen. De modo que cuando nuestra po-ca se muestra tan inclinada a "neutralizar" el matrimonio, larazn no es que hallamos ms perfeccin en el celibato, co-mo en la Edad Media, sino la cobarda, la avidez de goce. Delo que se deduce tambin que los matrimonios concertados

    por un determinado perodo no ofrecen ventaja alguna,puesto que comportan las mismas dificultades que los con-certados de por vida; y tan es posible que brinden a los inte-resados la fuerza necesaria para vivir, como que enerven, porel contrario, las energas profundas de la unin conyugal,relajen la tensin de la voluntad y disminuyan la confianza,

    esa bendicin del matrimonio. Adems, ya est claro, y loveremos aun mejor ms adelante, que esa clase de asociacio-

    nes no ha alcanzado la conciencia de eternidad que caracteri-za a la moralidad, y que es necesaria para hacer de la uninun matrimonio. T lo admitirs sin reservas: cuntas veces,y con cunta seguridad tu irona no hiri con justa agudeza

    esa clase de sentimientos (recuerda "los azares del amor o elamor al infinito"), por los cuales un joven acodado a la ven-tana de su novia ve a una muchacha pasar por la esquina,siente el "flechazo" y se lanza en su persecucin. Pero, en-tretanto, tropieza con otra, y as siempre!

    La segunda corriente seguida por nuestra poca para

    remediar el amor romntico respeta los convencionalismos ypreconiza el "mariage de raison ". Ya el trmino demuestraque nos hallamos en la esfera de la reflexin. Algunos, t,

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    por ejemplo, se asombran al or hablar del matrimonio asconcebido, a mitad del camino entre el amor inmediato y la

    razn razonarte, porque, para respetar la lengua, deberamosllamarlo "matrimonio razonado"2. Gustas, sobre todo, siem-pre con mucho de equvoco, de presentar "los prejuicios"como el slido fundamento de la unin conyugal. Nuestrapoca muestra cun penetrada est la reflexin cuando nece-sita recurrir a un expediente tal como el matrimonio de con-

    veniencia. Esa clase de unin es, por lo menos, consecuenteen la medida en que renuncia al amor propiamente dicho:pero tambin muestra, con ello, que no resuelve la cuestin.Un "matrimonio razonado" debe ser considerado, pues, co-mo una especie de capitulacin, que las complicaciones de la

    vida haran inevitable. Pero qu triste ver que es, por as de-

    cir, el nico consuelo de la poesa de hoy. El nico consuelo:el de la desesperacin.

    Porque es la desesperacin, manifiestamente, lo que ha-ce aceptar semejante unin. La contraen libremente personasque perdieron hace tiempo la ingenuidad de la infancia; sa-ben que el amor propiamente dicho es una ilusin, y que su

    realizacin es, en todo caso, un pium desiderium. El puntode vista que entonces se adopta es el de la prosa de la vida,del dinero, del rango social, etc. La anin parece moral en lamedida en que ha neutralizado la faz "sensible" del matri-monio; pero queda por saber si esa neutralizacin no ser

    2 Matrimonio de razn: sentido doble (Fornuft), digno delser de razn que es el hombre. Matrimonio razonado (Fors-tand), es decir fundado en el clculo, el inters, el egosmo(N. del T.).

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    tan contraria a la tica como a la esttica. Incluso si no seelimina completamente el elemento ertico, actan fras con-

    sideraciones sobre la necesidad de ser prudente, de no dis-gustar al otro demasiado pronto, porque la vida nunca nostrae lo ideal y, de todos modos, se trata de un partido real-mente conveniente... Lo eterno que, como ya hemos visto,entra en todo matrimonio aqu en realidad no aparece, por-que la razn calcula siempre en lo temporal. En suma, que

    una unin contrada en esas condiciones es a la vez inmoraly frgil. Pero el matrimonio de conveniencia puede alcanzarcierta belleza cuando lo determina un motivo superior, ex-trao a la unin misma; por ejemplo, cuando una doncella,por amor a su familia, se casa con un hombre capaz deprestarle a sta su amparo. Pero esa finalidad, totalmente

    exterior, demuestra muy bien que no podemos buscar all lasolucin del problema. Habra lugar a examinar quizs lasmuchas razones que se invocan para casarse; pero, justa-mente, esas consideraciones pertenecen a la esfera de la ra-zn.

    Se ha visto que el amor romntico se funda en una ilu-

    sin, y su eternidad en el tiempo; que, si bien est ntima-mente convencido de la constancia absoluta de susentimiento, el caballero del amor romntico no tiene, a surespecto, ninguna certeza, porque hasta ahora lo ha buscadoen las vicisitudes de un medio totalmente exterior. El amorromntico, animado de una hermosa piedad, puede igual-

    mente aceptar el matrimonio, sin transmitirle por ello unasignificacin profunda. Se ha visto cmo ese amor inmedia-to, no sin belleza, pero tambin con cierta pobreza intelec-

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    tual, se expone fatalmente a la irona y a la mofa de una po-ca de reflexin que lo somete a su crtica, y se ha visto al

    mismo tiempo lo que semejante poca puede aportar enlugar de aquello. Entregndose a la crtica del matrimonio,nuestra poca se declara por el amor incluyendo al matrimo-nio, y por otra parte admite el matrimonio excluyendo alamor. As hemos visto en un drama moderno a una razona-ble costurerita formularse esta sabia observacin sobre esos

    seores: "Nos aman, pero no se casan con nosotras; a lasmujeres de su mundo no las quieren, pero se casan conellas".

    Mi rpido examen (me veo obligado a llamar as a estaslneas, no obstante mi primitivo deseo de escribir slo unalarga carta), mi rpido examen llega as a un punto en que el

    matrimonio parecer a plena luz. Que corresponda esen-cialmente al cristianismo; que las naciones paganas no lohayan conocido en su forma acabada, a pesar de la sensuali-dad del Oriente y todo el sentido esttico de Grecia; que elpropio judasmo no lo ha llevado a la perfeccin, a pesar desu innegable sentimiento de lo idlico, todo ello lo admitirs

    sin obligarme a insistir. Sobre todo porque, y bastar sim-plemente con recordrtelo, en ninguna parte la oposicin desexo fue sometida a una reflexin tan profunda, de tal modoque "el otro sexo" ha recibido plena justicia. Pero tambinen el cristianismo el amor ha debido sufrir no pocas vicisitu-des antes de que pudiera verse la profundidad, la belleza y la

    verdad del matrimonio. Sin embargo, como la generacinprecedente, y en parte la nuestra, se caracterizan por la refle-xin, no es fcil demostrar lo que yo sostengo; y como he

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    encontrado en ti a un virtuoso en el arte de desentraar lospuntos dbiles, la tarea que me he propuesto, la de conven-

    certe si es posible, se complica doblemente. Confieso, sinembargo, mi gratitud por tus objeciones. Cuando yo resumolos argumentos que has expuesto, numerosos y aislados, ylos considero en conjunto, encuentro tanto talento e ingenioque vienen a ser una excelente gua para quien pretende res-ponderte; tus ataques no son tan superficiales que no con-

    tengan tambin algo de verdad cuando disputas con alguien,aunque ni l ni t lo adivinen en ese instante.

    V. DE COMO EL MATRIMONIO SALVA DEL

    ESCEPTICISMO AL AMOR

    El amor romntico, pues, carece de reflexin, y tal es sudefecto. De modo que sera buen mtodo el de someter el

    verdadero amor conyugal a una especie de duda previa, locual podra parecer tanto ms necesario cuanto que hemosllegado aqu partiendo del mundo de la reflexin. No niego

    de modo alguno que el matrimonio sea artificialmente reali-zable partiendo de esa duda; pero se trata de saber si en esecaso no se alter su naturaleza, puesto que se abriga la ideade un divorcio entre el amor y el matrimonio. Se trata desaber, pues, si est en la esencia del matrimonio destruir lapasin cuando se duda de la posibilidad de llevarla a cabo, y

    con esa destruccin hacer posible y real clamor conyugal. Demodo que el matrimonio de Adn y Eva fue propiamente elnico en que ese amor se conserv intacto, y ello, sobre to-

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    do, por la razn que Miseaus expuso con tanta gracia: a sa-ber, que no era posible amar a ningn otro. Se trata de saber

    si la pasin, pasando a una inmediatez concntrica superior,no estar a salvo de ese esceptismo, de modo que clamorconyugal no tenga necesidad de sepultar las bellas esperanzasde la pasin. El matrimonio no sera otra cosa que la pasinenriquecida de condiciones que, lejos de disminuirla, la en-noblecen. La exposicin de este problema es difcil, pero de

    una extrema importancia si no queremos encontrar en laesfera de lo tico un abismo anlogo al que, en la esfera in-telectual, separa la ciencia de la fe. Y t no me contradecirs,mi querido amigo (porque tu corazn encierra tambin elsentimiento del amor, y tu cerebro conoce demasiado la du-da): Ojal el cristiano pudiera llamar a Dios el Dios del

    Amor, poniendo en ese trmino una indecible felicidad, esepoder eterno en el mundo que es el amor terrestre! Si bienhe caracterizado precedentemente al amor romntico y elamor reflexivo como puntos de vista discursivos, aqu se

    ver con claridad en qu medida la unidad superior es unavuelta a lo inmediato, y en qu medida subsiste en ella,

    aparte una que contiene en ms, lo que se encontraba en elestadio anterior. No cabe duda de que el amor reflexivo seconsume sin cesar, y que se extingue, con arbitrariedad com-pleta, en un punto o en otro; ni que aspira a superarse en unaesfera ms alta. Pero se trata de saber si sta no puede, por smisma, entrar en relacin con la pasin. Esa esfera ms alta

    es la de la religin, en la que vienen a parar la reflexin y larajn; y as como nada es imposible a Dios, tampoco haynada imposible para el individuo religioso. En la esfera de lo

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    religioso, el amor recupera el infinito que ha buscado envano en clamor reflexivo. Pero si lo religioso, superior a to-

    do lo terrestre, es al mismo tiempo e igualmente excntrico,aunque concntrico al amor inmediato, la unidad puede es-tablecerse sin que sea necesario el dolor, que la religin pue-de, sin duda, curar, pero que no por eso ser menosprofundo. Es muy raro que se discuta esta cuestin: los quetienen el sentido del amor romntico no se preocupan del

    matrimonio, y muchos matrimonios se conciertan, desgra-ciadamente, sin ese profundo sentimiento de lo ertico quees, por cierto, lo que hay de ms hermoso en la existenciahumana. El cristianismo tiende insistentemente al matrimo-nio. Si, pues, el amor conyugal no pudiera contener todo loertico que hay en la pasin, el cristianismo no sera el su-

    premo grado de la evolucin de la humanidad. Y es, segura-mente, un secreto temor de tal desacuerdo la causa principalde la desesperacin que resuena en el lirismo nuevo, en ver-so o en prosa.

    Como ves, la tarea que me he propuesto consiste enmostrar que el amor romntico es compatible con el matri-

    monio, y puede subsistir en l; ms an, que el matrimonioes la verdadera glorificacin de ese amor. No pretendo, conello, echar sombras sobre los matrimonios que se amparanen la reflexin y se salvan de su naufragio; no niego que sepueda hacer mucho con ellos, ni carezco de simpata alpunto de rehusarles mi admiracin. No olvido, en suma, que

    la corriente de toda nuestra poca puede, a menudo, hacerde ese paso una triste necesidad. Pero conviene recordar quetodo individuo de cualquier generacin recomienza, en cierta

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    medida, su vida, y que cada cual tiene la posibilidad de evitar,pues, ese abismo. Tambin conviene recordar que cada ge-

    neracin ha de intruirse en la precedente, y que, por lo tanto,una generacin entregada a ese drama tan triste de la refle-xin puede dejar a la siguiente las ms felices perspectivas. Ypor numerosas y arduas que sean las complicaciones que la

    vida pueda an reservarme, me impongo la pesada tarea demostrar que cuando la pasin se transforma en matrimonio,

    ste no la destruye, sino que la glorifica; y si me impongotambin la tarea, insignificante para muchos pero a mis ojosla ms importante, de mostrar que mi modesta unin sirvi aesa transformacin, es para hallar la fuerza y el valor con quecumplir constantemente aquel otro designio inicial.

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    EXAMEN DEL MATRIMONIO CRISTIANO

    Una vez ms, no puedo sino alborozarme de escribirpara ti, porque si bien es cierto que yo no querra hablar aningn otro de mi vida conyugal, tambin lo es que me abro

    a ti con una confiada alegra. A veces, cuando se serena eltumulto de tus pensamientos, su trabajo y su lucha, cuandose apaga el rumor de ese formidable mecanismo de tu cere-bro, llegan momentos de calma cuyo silencio, casi angustiosoen el primer instante, ejerce muy pronto su accin verdade-ramente benfica. Espero que este estudio te halle en uno de

    esos momentos; y si se te puede confiar sin temor cualquierpensamiento mientras la mquina est en marcha, pues en-tonces no escuchas nada, tambin se te puede decir todo sinponerse a tu merced cuando tu alma se halla sumida en esapaz solemne. De modo que hablar tambin de aquella dequien no hablo sino con la silenciosa naturaleza, para escu-

    charme solamente a m; aquella a la que debo tanto, y entreotras cosas este valor con que oso defender la causa de lapasin y del matrimonio; porque, a pesar de todo mi amor y

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    todo mi esfuerzo, qu podra yo si no acudiera ella en miayuda; qu podra yo si ella no me infundiera entusiasmo y

    voluntad. Sin embargo, s muy bien que si yo le dijera estono me lo creera; y quizs yo hiciera mal, porque correra elriesgo de agitar y turbar la profundidad y la pureza de sualma. Mi primer cuidado ser orientarme, y sobre todoguiarte, hacia la definicin de la naturaleza del matrimonio.Su principio constituyente, su sustancia, es evidentemente el

    amor, o si te empeas en especificar, el Eros. Si eliminamosese elemento, la vida en comn es o bien la pura y simplesatisfaccin del apetito sensual, o bien una asociacin, unasociedad para alcanzar tal o cual objeto; pero el amor llevajustamente el sello de la eternidad, tanto cuando se trata delamor supersticioso, aventurero, caballeresco, como del amor

    religioso, impregnado de profunda moralidad y animado deuna seguridad fuerte y profunda.

    Como toda condicin, el matrimonio tiene tambin sustraidores. No pienso, naturalmente, en los seductores, por-que no han entrado en la santa condicin del matrimonio(espero que estas pginas te hallen en un estado de espritu

    en que ese trmino no te haga sonrer). Ni pienso en losesposos divorciados, porque no tienen, con todo, el corajede lanzarse a una revuelta abierta. No, yo pienso en aquellosque slo se rebelan en pensamiento, sin osar pasar a los ac-tos; en esos miserables esposos que suspiran por el amordesvanecido hace tiempo; aquellos que, para citarte se encie-

    rran como dementes cada uno en su celda conyugal aferrn-dose a las verjas de hierro y recitando sus frusleras sobre ladulzura del noviazgo y la amarga decepcin del matrimonio.

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    Siguiendo tu justa observacin, son de aquellos que formu-lan sus felicitaciones a todo recin casado con una especie de

    alegra perversa. No sabra yo decirte cun despreciables losencuentro y cmo me alegra cuando uno de ellos te tomapor confidente, y derrama toda su bilis, y vuelca todas susmentiras sobre la felicidad de los primeros amores, y enton-ces le asestas, con tu aire maligno: "Dios me guarde deaventurarme sobre ese pramo helado!" Y as veo redoblar

    la amargura del que no ha podido arrastrarte al communenaufragium! A gentes as aludes cuando hablas de un tiernopadre y de sus cuatro hijos modelos, a los que de buena ganaenviara al diablo.

    Si sus expresiones tuvieran algn fundamento, debera-mos admitir la separacin del amor y del matrimonio, referi-

    do el uno a un momento del tiempo, el segundo a otra, peroambos incompatibles. Entonces descubriramos inmediata-mente cul es, de los dos, el momento del amor: el del no-

    viazgo, por supuesto, el tiempo feliz del noviazgo, cuyoencanto celebran con cualquier pretexto, y con una emociny transportes de cmica vulgaridad. Nunca, te lo confieso, he

    apreciado mucho esas bobaliconadas del noviazgo; y ms seinsiste sobre ese perodo, ms se me hace pensar en el tiem-po que demoran ciertas personas para lanzarse al agua,cuando van y vienen sobre el puente flotante, prueban elagua con la mano y el pie, y la encuentran ora demasiadofra, ora demasiado caliente. Si fuera cierto que el tiempo del

    noviazgo es el ms bello, no veo realmente por qu esasgentes se han casado. Sin embargo, se casan, siguiendo elprotocolo burgus ms estricto, cuando tas, primos y veci-

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    nos lo encuentran oportuno, con un convencionalismo enque hallaron la misma letrgica indolencia que en la concep-

    cin del noviazgo como el ms bello momento de la vida.En todo caso prefiero a los otros, los temerarios, que sloencuentran placer en arrojarse al agua: siempre es algo, aun-que el gesto no tenga nunca tanta grandeza, el estremeci-miento de la conciencia tan apacible virtud, ni la reaccin dela voluntad tanta energa como cuando un brazo viril y pode-

    roso estrecha a la amada con tierna firmeza, con una fuerzaque le infunde, sin embargo, el sentimiento de la libertad,con el que ella puede precipitarse ante Dios en el ocano dela vida.

    Si esa separacin del matrimonio y el amor tuviera algu-na validez salvo en algunos miserables sin seso, monstruos

    ms bien, tan poco informados de la naturaleza del amorcomo de la naturaleza del amor conyugal, mala postura fuerala del matrimonio y vano mi proyecto de explicar su valoresttico, de explicar que es una armona esttica del amor.Pero qu razn invocar para justificar esa separacin? Qui-zs fuera necesario alegar que el amor est condenado a de-

    saparecer. Aqu vemos una vez ms la desconfianza y lacobarda de que nuestra poca ofrece tantos ejemplos; una yotra caracterizadas por la creencia de que la evolucin esregresin y destruccin. Admito de buen grado que un amortan mezquino y dbil, ni varonil ni femenino (un amor dedos centavos, como diras con tu habitual irreverencia), no

    puede, desde luego, resistir un slo golpe de viento en lastempestades de la vida. Pero no podramos decir lo mismocon respecto al amor y al matrimonio cuando uno y otro se

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    hallan en su estado natural y sano. O bien, habra que alegar,lo tico y lo religioso que surgen del hecho del matrimonio

    muestran una naturaleza tan distinta a la del amor que nopueden, por lo tanto, unirse. De suerte que el amor no po-dra llevar en la vida una lucha victoriosa a menos que pudie-ra fundirse y contar nicamente consigo mismo. Estamanera de ver volvera la cuestin sea el pathos inexperi-mentado del amor inmediato, o bien el capricho o arbitrio de

    cualquier individuo que se sienta capaz de terminar la carreracon sus solas fuerzas. Esta ltima concepcin, segn la cuallo coco y lo religioso ejerceran en el matrimonio un efectodestructivo, ostenta, en primer trmino, cierta vitalidad, quepuede fcilmente imponer, en una observacin rpida; y, apesar de su vicio, comporta una sublimidad harto diferente a

    toda la miseria de la primera. Ya volver sobre ello, tantoms cuanto que mucho me engaa mi mirada de inquisidorsi no veo en ti a un hereje infestado en cierta medida por eseerror.

    I. LA RESIGNACION, ELEMENTO ETICO YRELIGIOSO DEL MATRIMONIO

    El amor es la substancia del matrimonio. Pero cul esprimero? El amor precede o sigue al matrimonio? Esta l-tima concepcin ha gozado de mucho favor entre los esp-

    ritus limitados, y ha sido predicada por los padres avisados ylas madres aun ms prudentes que, por haber hecho esa ex-periencia, a lo que suponen, toman venganza pretendiendo

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    imponerla sin rplica a sus hijos. Tal es el sabio procedi-miento de los vendedores de palomas cuando encierran en

    una pequea jaula dos de esos pjaros sin la menor simpatarecproca, los cuales, se piensa, ya terminarn por entender-se. Esa teora es, naturalmente, de tal indigencia, que slo lamenciono por cumplir con ella, y tambin para recordartetus numerosas stiras sobre este punto. El amor es, pues, elelemento primero. Adems, y segn lo que llevo dicho, es de

    esencia tan sutil, -y aunque natural- tan poco natural, y tandelicado, que no puede en manera alguna soportar el con-tacto de la realidad. Heme aqu nuevamente en el punto enque estbamos hace un momento: el noviazgo parece reco-brar toda su importancia. Pero qu es el noviazgo sino unamor irreal que se nutre nicamente de esa blanda y dulce

    torta que es la posibilidad? Ignora la realidad, se mueve unoen el vaco, y persevera en la prctica de los mismos gestos,apasionados pero insignificantes. Y cuanto ms fuera de larealidad estn los enamorados, ms esfuerzo les cuestan esosmovimientos tan ficticios, y que los agotan, ms sienten lanecesidad de evadirse de la grave realidad del matrimonio. El

    noviazgo parece no comportar ninguna realidad que resultenecesariamente de l; es un magnfico expediente para quie-nes no tienen el valor de contraer la unin. Ante ese pasodecisivo experimentan, sin duda, y segn lo ms probablecon una gran acuidad, la necesidad de buscar ayuda en unpoder superior, y transigen doblemente: consigo mismo,

    iniciando un noviazgo con los riesgos consiguientes, y conese poder, puesto que no renuncian a la bendicin de la Igle-sia, bendicin a la que, en medio de su enorme supersticin,

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    valorizan demasiado. De modo que tenemos nuevamente, ensu forma ms ruin, la ms cobarde y la menos viril, un cisma

    entre el amor y el matrimonio. Sin embargo, esa concepcinhbrida no puede extraviarnos: all el amor no tiene el carc-ter del amor, le falta el aspecto sensible, que en el matrimo-nio halla su expresin moral. Esa concepcin neutraliza loertico, al punto que el noviazgo podra concertarse, incluso,entre personas del mismo sexo. En cambio, se reivindica la

    sensible, pero manteniendo esta distincin, se sumerge almismo tiempo en una de las direcciones que he indicadoprecedentemente. Noviazgos as estn desprovistos de belle-za, cualquiera sea el aspecto en que se los considere; aundesde el punto de vista religioso, porque son una tentativa deengaar a Dios, de alcanzar con astucia una finalidad para la

    cual no se cree precisar de su concurso, aunque se apela a Elcuando se siente el inconveniente de proceder de otra mane-ra.

    El matrimonio no debe, pues, conducir al amor; lo pre-supone, por el contrario, y no como un pasado, sino comoun presente. Pero el matrimonio comporta un momento

    tico y religioso que el amor no tiene: de modo que se fundaen la resignacin, lo que el amor no hace. Si admitimos aho-ra que todo hombre sigue en su vida un doble movimiento,primero el movimiento pagano, en el que triunfa el amor, yluego el cristiano, de que el matrimonio es expresin, y si noadmitimos que el amor (Eros), deba ser excluido del cristia-

    nismo, es preciso demostrar entonces que es compatible conel matrimonio. Me hago cargo de que, si un profano leyeraestas pginas, mucho le sorprendera ver que cuestin tan

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    simple haya podido costarme tanto empeo. Pero yo escribopara ti solamente, y tu desarrollo intelectual te permite com-

    prender a maravilla las dificultades.Comencemos, pues, por examinar el amor. Adopto aqu

    un trmino que, a pesar de tus burlas y las de todo el mundo,siempre ha tenido para m una hermosa significacin: la de lapasin (y creme, yo no ceder si por l se produce una dis-puta en nuestra correspondencia... como no ceders tampo-

    co t). Al pronunciar esa palabra pienso en lo ms hermosode la vida. En tu boca, descarga en toda la lnea el fuego detus observaciones malvolas; pero como para m no tienenada de risible, y a la verdad me expongo a tu ataque paradesdearlo, tampoco encuentro en ella la melancola quepuede acarrear a otros. Esa melancola no es forzosamente

    enfermiza; mrbido es slo lo falso y engaoso. Despus deun amor desventurado y la experiencia de esa dolorosa de-cepcin, es bello, es cosa sana mantenerse fiel a un senti-miento, y conservar a pesar de todo la fe en la pasin,emocin primera del amor. Y cuando, en el curso de losaos, la recordamos a veces de una manera viviente, aunque

    el alma haya tenido tanta salud como para despedirse enalguna forma de ese gnero de vida y consagrarse a un ob-jeto superior, es bueno recordar con melancola la pasincomo una cosa que no era, sin duda, la perfeccin, pero quetena, con todo, una belleza rara. Y cunto ms sana, msbella y noble es esa melancola que el prosaico razonamiento,

    emancipado hace tiempo de todas estas puerilidades, que esadiablica sabidura a lo maestro Basilio, que presume ser lasalud, pero que es la ms profunda enfermedad de consun-

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    cin. Porque, de qu le servira a un hombre ganar el mun-do si perdiera el alma? Para m, aun el trmino de "pasin"

    no tiene sombra de melancola: en todo caso comporta unligero tinte de suave tristeza; es mi grito de guerra y, aunquecasado desde hace varios aos, aun tengo el honor de com-batir bajo la ensea victoriosa de la pasin o, si quieres, delamor-instinto.

    II. LA PASION COMO MOMENTO DE LA "COSA

    PRIMERA"

    Para ti, sin embargo, esta idea de "primero" es un valorsusceptible de alza y de baja. Es a tus ojos un enigma, como

    el movimiento de las olas. A veces, toda "cosa primera" teentusiasma. Tan cargado ests de la energa concentrada enella que no quieres otra cosa. Inflamado de amor, sumergidoen profundos ensueos, como una nube de lluvia que seprecipita, y suave como una brisa de verano, te representascabalmente a Jpiter cuando visitaba a su amada en forma de

    nube o lluvia. El pasado se desvanece, todas las fronteras sedesvanecen. T te dilatas de ms en ms, sientes una muellesoltura invadir todos tus miembros, y tus huesos se trans-forman en flexibles msculos: as el gladiador estira y alargasu cuerpo para ser el amo de ese cuerpo. Dirase que as sedespoja de su fuerza; pero esa voluptuosa tortura es, por

    cierto, la condicin del justo empleo de su vigor. Te hallasentonces en un estado en que gozas de la pura voluptuosidadde la receptividad perfecta. Basta el ms ligero contacto para

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    estremecer a ese cuerpo espiritualizado, inmensamente dis-tendido e invisible. Hay un animal ante el que suelo quedar-

    me a menudo pensativo: es la medusa. Has observado queesa masa gelatinosa puede extenderse en superficie y luegosumergirse lentamente, o bien ascender, tan tranquila y tanfirme que uno creyera poder sostenerse sobre ella? Pero lamedusa ve aproximarse su presa: entonces adopta la formade un saco, y se hunde rpidamente en las profundidades,

    arrastrando en ese movimiento a su vctima, no a ese saco,puesto que no lo tiene, sino a ella misma, porque ella es unsaco y nada ms. Entonces puede contraerse a tal punto queya no se comprende cmo poda distenderse. Lo mismoocurre, poco ms o menos, contigo: perdona si no encuentroun animal ms noble para compararte, y sonre de ti mismo a

    la idea de que eres un saco. Es en esos momentos cuandopersigues "la cosa primera", y slo esa cosas quieres, sin sos-pechar la contradiccin que hay en querer constantemente lamisma cosa, pues luego ser necesario o que nunca hayas

    venido a ella o que la hayas realmente posedo. Y sin pensartampoco que el objeto de tu contemplacin, de tu goce, no

    es jams sino un reflejo de la cosa primera. Y repara tambinen tu error cuando crees que la cosa primera debera estarenteramente presente en otra cosa distinta, y ponerse demanifiesto a poco que sepamos buscarla. Repara, adems,que en la medida en que invocas tu experiencia vuelves aequivocarte, porque nunca has avanzado en la buena direc-

    cin. En otros momentos, por el contrario, eres fro, incisivoy mordaz como el ciervo, sarcstico como la escarcha, trans-parente en tu razn como el aire lo es, por lo comn, cuando

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    se renueva. Eres seco y estril, tan encerrado en tu egosmocomo sea posible. Si, cuando te hallas en ese estado, uno te

    habla por ventura de la cosa primera, y de la belleza que hayen ella, y tal vez te cuenta de su primer amor, entonces tepones francamente bilioso. La "cosa primera" es entonces lams ridcula y la ms miserable de todas, una de esas menti-ras que las generaciones se transmiten, aferrndose a ellascada vez ms. En tu furor, masacras, como Herodes, uno

    tras otro, a los inocentes. En interminables discursos, sostie-nes que es una cobarda indigna del hombre aferrarse as a la"cosa primera", que la verdad est en lo que conquista y noen lo ya dado. Recuerdo que un da viniste a visitarme en eseestado. Despus de haber llenado tu pipa, como de costum-bre, te instalaste en el silln ms confortable, alargaste tus

    piernas sobre una silla, te pusiste a hurgar en mis papeles(recuerdo, incluso, que te los arranqu), y luego te lanzaste aun elogio irnico del amor a primera vista, y de todo lo quees primero, incluso "los primeros golpes que recibimos en laescuela". Y agregaste, a guisa de comentario, que t podashablar con autoridad, pues tu maestro era, a lo que sabas, el

    nico que supiera pegar con fuerza. Y luego, para terminar,silbaste aquella cancin de los primeros golpes, despediste alotro extremo del cuarto la silla en que habas alargado tuspies y saliste.

    Es intil, pues, buscar contigo el esclarecimiento delmisterio que se esconde tras esa palabra "primero", que ha

    cumplido y cumplir siempre un papel inmenso en el mun-do. Su valor es realmente decisivo para el estado espiritualdel individuo; y, si ste no lo siente as, eso basta para de-

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    mostrar que su alma no est dispuesta a vibrar al contacto delas cosas superiores. En cambio, dos caminos se presentan a

    aquel que ha reconocido la importancia de la "cosa primera".Ora contiene la promesa del porvenir, es el motor quearrastra hacia adelante, la impulsin infinita: tal es el caso delas individualidades felices, para quienes la cosa primera noes sino el presente, pero el presente hecho de esa cosa que sedespliega y rejuvenece sin cesar. O bien la cosa primera no

    mueve ni anima, en el individuo, al individuo: la fuerza quecontiene no es para el una fuerza de impulsin sino de repul-sin. As ocurre con esas individualidades desventuradas quese alejan siempre ms de "lo primero"; pero se sobrentiendeque ello no puede producirse sino, en parte, por su propiaculpa.

    A ese trmino de "primero", todos los que conocen elcontacto de su idea le asocian una noble significacin, y slosi aplicado a las cosas de las esferas inferiores cobra la acep-cin ms baja. Note faltarn ejemplos de esa clase: las prime-ras pruebas de un libro, la primera vez que uno se pone untraje, etc. Cuando ms posibilidades hay de que una cosa se

    repita, menos su carcter primero tiene valor. Y a la inversa:cuanto ms grande sea la importancia de la cosa que aparecepor primera vez en su carcter primero, menos posibilidadeshay de que esa cosa se repita. Si se trata de algo eterno, en-tonces toda posibilidad de repeticin desaparece. De ah quecuando, con una gravedad impregnada de melancola, se

    habla de las primeras emociones de un amor como si nodebieran repetirse nunca, no se desdea al amor en modoalguno; por el contrario, se le dispensa el elogio ms profun-

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    do, puesto que en l se ve el poder eterno. As, para consen-tir una pequea digresin filosfica no a mi pluma, sino a mi

    pensamiento, Dios no se ha encarnado sino una vez, y fueravano esperar que ese hecho se repita. Poda hacerlo a menu-

    do en el paganismo, pero precisamente porque no se tratabaentonces de una verdadera encarnacin. Del mismo modo,el hombre slo nace una vez, sin posibilidad alguna de repe-ticin, y la metempsicosis ignora ese valor del nacimiento.

    Precisar mi pensamiento con algunos ejemplos: nosotrossaludamos con cierta sensacin de solemnidad la primerahoja, la primera golondrina. Lo hacemos por la idea que ellosuscita en nosotros. Aqu, lo que se ofrece en su carcterprimero no es, pues, lo primero en s, o sea la primera go-londrina tomada aisladamente. Un grabado representa a Can

    dando muerte a Abel: en el fondo vemos a Adn y Eva. Yno decido si el grabado es valioso, pero la leyenda explicativame ha interesado siempre: prima caedes, priori parentes, priruis lactas, el primer homicidio, los primeros padres, el primerduelo. Aqu la cosa primera cobra nuevamente una significa-cin profunda: nuestra reflexin versa sobre la cosa en s,

    aunque ms con respecto al tiempo que al sujeto, pues no seve la continuidad que con la "cosa primera" establece el to-

    do. (El todo ha de entenderse naturalmente como el pecadoque se transmite en la especie. El primer pecado, concebidocomo la cada de Adn y Eva, orienta mejor el pensamientohacia lo continuo, pero como la naturaleza del mal es no

    tener continuidad, comprendes fcilmente por qu no lomoese ejemplo). Pero veamos otros. Como se sabe, varias sectasmuy estrictas de la Cristiandad tomaron las palabras de la

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    Epstola a los Hebreos sobre la imposibilidad para quienesun da vieron la luz de convertirse nuevamente si caen en la

    apostara, y las invocaron para mostrar que la gracia de Diostiene sus lmites. Aqu se reconoce todo el valor de la cosaprimera: la vida cristiana aparece en toda su profundidad, yquien se engaa una vez est perdido. Aunque en esta con-cepcin el elemento eterno est demasiado circunscripto alas condiciones de lo temporal, el ejemplo puede servirnos

    para comprender cmo la "cosa primera" es el todo, la sus-tancia integral. Pero si lo que se da a conocer en la "cosaprimera" depende de una sntesis de lo temporal y lo eterno,todos mis anteriores anlisis parecen, desde luego, conservarsu valor. La "cosa primera" contiene la totalidad implcita ysecretamente. Y por lo tanto no me sonroja referirme a las

    primeras emociones de un amor. Para los felices, ese primerinstante es al mismo tiempo el segundo, el tercero, el ltimo,porque es aqu determinacin de eternidad; y para los des-

    venturados es el momento, y se convierte en una determina-cin de la temporalidad. Una vez dado, es para aqullos unpresente y para stos un pasado. Y en la medida en que la

    reflexin acte en los primeros, fortificar al amor, atendien-do a lo eterno que ste comporta, mientras que lo destruirsi atiende a su aspecto temporal. As, para aquel en quien lareflexin se ejerce segn el tiempo, el primer beso, porejemplo, ser un pasado (como lo prob Byron en un pe-queo poema); y para aquel en quien se ejerce segn la eter-

    nidad, una posibilidad eterna.

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    III. LIBERTAD Y NECESIDAD DEL AMOR

    Todo esto, en lo que se refiere al predicado de "prime-ro" que hemos aplicado al amor. Ahora intentar un examenms detenido de esa pasin que he llamado tambin amor-instinto. Pero antes recuerda, te lo ruego, la pequea contra-diccin a que llegamos cuando yo deca que la pasin poseela sustancia integral: no ser lo ms hbil tomar de l una

    bocanada, y enseguida pasar a una segunda emocin deamor? Pero esto fuera jugar con la pasin: no slo se desva-nece, sino que tampoco tendremos el momento siguiente.Pero slo la pasin ser primero? Sin duda; sin embargo, sila reflexin se refiere a la sustancia, lo es slo en la medidaen que le seamos fieles; y, si es as, no resulta una segunda

    emocin del amor? No, porque por esa misma persistenciaresulta ser la primera, cuando la reflexin concierne a laeternidad.

    Que ciertos filisteos, presumiendo estar en la edad enque conviene ir en busca de una compaera (quizs por losavisos matrimoniales de un peridico), se hayan excluido de

    la pasin una vez por todas, y que esa mezquina condicinburguesa no puede ser considerada como antecedente delamor, ello salta a la vista. Sin duda. Eros podra compade-cerlos bastante como para tenderle a un hombre de esa clasela celada de enamorarlo. Bastante compasin, digo, porquese necesita una dosis extraordinaria para acordar al hombre

    el ms sublime de los bienes terrestres, como lo es siempre lapasin, as fuera infortunada. Pero el desventurado, enton-ces, se convierte siempre en una excepcin, y tampoco su

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    estado anterior nos instruye. Si hemos de creer a los sacer-dotes de la msica ms dignos de fe sobre este punto, y nos

    detenemos, por ejemplo, en Mozart, describiremos mejor elestado que precede al amor recordando que el amor ciega. Elque lo siente pierde, por as decir, la facultad de ver. Lo ob-servamos en su persona: se sume en s mismo, contempla su

    visin interior, al mismo tiempo que se esfuerza constante-mente por volver los ojos hacia el mundo que lo ha cegado,

    y sobre el cual fija, sin embargo, sus miradas. Es un estadode sueo, y sin embargo, de bsqueda, que Mozart mostrcon no menos sensualidad que esp