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. «IN MEMORIAM» ¿POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA? Esteban Pinilla de las Heras REESCRIBIENDO LA HISTORIA En 1960, el filósofo polaco Adam Schaff publicó en la revista internacional Diógenes (edición francesa: Diogène, núm. 30, París, Gallimard) un ensayo bajo el título «Pourquoi récrit-on sans cesse l’Histoire?». Era un trabajo erudito en el cual se compactaban en reducido número de páginas una cantidad de pro- blemas. Adam Schaff se proponía la refutación de dos tesis que él juzgaba erró- neas, a saber, las codificables bajo los conceptos de «presentismo» y de «pers- pectivismo». Digo codificables, pues la simple lectura del ensayo de Schaff y de los autores que él citaba muestra una pluralidad de dimensiones (no solamente historiográficas sino asimismo filosóficas y epistemológicas) subyacentes a cada concepto. A causa de esta pluralidad debo proceder aquí a una simplificación. Si ésta no se hiciese nos perderíamos en un bosque de problemas de diverso orden, naturaleza y jerarquía, y no podríamos atenernos a lo que debe ser claro, distinto y fundamental. La primera tesis está sobre todo vinculada al nombre de Croce y dice, en lo sustantivo, lo siguiente: la Historia constituye una proyección, sobre el pasado, de la política del presente 1 . Por esta causa no existen verdades históricas objeti- 67/94 pp. 7-27 1 En lo sucesivo, Historia (mayúscula) designa el resultado de un trabajo normado por una disciplina universitaria, e historia (minúscula) designa el flujo de eventos. Algún autor anglosa- jón ha dicho que este último es el input de aquél (que sería el output).

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«IN MEMORIAM»

¿POR QUE CONTINUAMENTE SEESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?

Esteban Pinilla de las Heras

REESCRIBIENDO LA HISTORIA

En 1960, el filósofo polaco Adam Schaff publicó en la revista internacionalDiógenes (edición francesa: Diogène, núm. 30, París, Gallimard) un ensayo bajoel título «Pourquoi récrit-on sans cesse l’Histoire?». Era un trabajo erudito enel cual se compactaban en reducido número de páginas una cantidad de pro-blemas. Adam Schaff se proponía la refutación de dos tesis que él juzgaba erró-neas, a saber, las codificables bajo los conceptos de «presentismo» y de «pers-pectivismo». Digo codificables, pues la simple lectura del ensayo de Schaff y delos autores que él citaba muestra una pluralidad de dimensiones (no solamentehistoriográficas sino asimismo filosóficas y epistemológicas) subyacentes a cadaconcepto. A causa de esta pluralidad debo proceder aquí a una simplificación.Si ésta no se hiciese nos perderíamos en un bosque de problemas de diversoorden, naturaleza y jerarquía, y no podríamos atenernos a lo que debe serclaro, distinto y fundamental.

La primera tesis está sobre todo vinculada al nombre de Croce y dice, en losustantivo, lo siguiente: la Historia constituye una proyección, sobre el pasado,de la política del presente1. Por esta causa no existen verdades históricas objeti-

67/94 pp. 7-27

1 En lo sucesivo, Historia (mayúscula) designa el resultado de un trabajo normado por unadisciplina universitaria, e historia (minúscula) designa el flujo de eventos. Algún autor anglosa-jón ha dicho que este último es el input de aquél (que sería el output).

vas: la producción de Historia está subordinada a la política del período en quese produce. Se reescribe sin cesar la Historia a causa de que se transforman lascondiciones (a veces coactivas) sociales, ideológicas, corporativas y políticas,desde las que se hace descripción, interpretación o análisis histórico. El histo-riador pertenece a una estructura social dada, está adherido por ascription opor achievement a unos grupos, a los que se debe, y respecto a los cuales reflejao asume los intereses políticos y sociales, tal como éstos actúan en el presente.

La segunda tesis está vinculada sobre todo al primer historicismo alemán2,y dice en lo sustantivo lo siguiente:

a) El objeto histórico carece de existencia intrínseca: es una construcciónintelectual del historiador. Esta construcción es discrecional e incluso, a veces,arbitraria: él selecciona períodos, datos, fechas, documentos, ideas, procesos, ylos nombra, clasifica y adjetiva con categorías que forman su instrumental pro-fesional.

b) Esas categorías que él emplea para la construcción del objeto no sonpuros instrumentos lógicos o científicos; ellas mismas son históricas, y ademásde su función cognitiva conllevan ideas que traducen o reflejan, directa o indi-rectamente, la cultura del tiempo y del contexto, son una manifestación de laconstante creatividad humana, y con ella una novación, total o parcial, enhorizontes y en perspectiva.

Como es obvio, ambas tesis tienen ciertas dimensiones comunes que serefuerzan recíprocamente. Su resultado conjunto es la negación de las condi-ciones requeribles para producir proposiciones o tesis que sean generalmenteaceptadas como verdaderas y de modo conclusivo y cumulativo. Todo produc-to historiográfico estaría sesgado desde sus orígenes, tanto los motivacionalesdel sujeto como los cognitivos que delimitan el objeto.

Hasta aquí mi resumen de las tesis combatidas por Schaff. No entraré en laexposición de las soluciones que daba el filósofo polaco, algunas brillantes yotras muy endebles (ingenuas). Ello exigiría varias docenas de páginas, y éstasque ahora escribo tienen por meta una justificación de mi estudio y de la téc-nica empleada. El lector deseará además, sin duda, que se le hable lo más pron-to posible de Barcelona (y por extensión de Cataluña y de España) durante unperíodo de algo más de tres decenios; primero bajo la Guerra Civil, que yo vivísiendo apenas un adolescente, y luego bajo el Régimen que en tiempos máscercanos quedó archivado con el término de «franquista». Ahora bien, mi justi-ficación exige que hablemos todavía de estas cosas que, en apariencia, son sola-mente querellas del mundo académico.

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2 Los matices de diferenciación interna en las corrientes de pensamiento y de metodologíadesignadas por el término de historicismo alemán están accesibles a profesores, estudiantes ypúblico, gracias a la edición póstuma de lecciones de Raymond Aron en el Collège de France.Véase Raymond ARON, Leçons sur l’Histoire: Cours du Collège de France, París, Editions deFallois, 1989, pp. 13 y ss.

Las tesis negadoras de la probabilidad de objetivación de verdad históricageneralmente aceptable de modo conclusivo y cumulativo son repensables endos versiones, una que llamaré débil, embellecedora o estética, y que conciernesobre todo al perspectivismo; y la otra que llamaré fuerte, escéptica o política, yque concierne al presentismo.

Por el estímulo de sus necesidades y capacidades culturales, que trascien-den el sustrato biológico, el hombre ha devenido actor que se redescubre y sereinterpreta discontinua y sucesivamente. Desde cada lugar y tiempo piensa lasacciones de otros hombres (que fueron protagonistas individuales y colectivos),y al hacerlo enriquece no sólo sus motivaciones (las de aquéllos), sino tambiénsus cogniciones: cómo ellos percibían las otras gentes y las cosas, y sus propiosproblemas, y valoraban sus medios en relación a sus fines, etc. Este enriqueci-miento a posteriori en motivación y en cognición añade una realidad virtual ala realidad fragmentaria y mal conocida de los actores desaparecidos. En quémedida esta realidad virtual es (fue) verdadera, no podemos ni saberlo nidemostrarlo. Y, con todo, tiene una parte cada vez más importante en la rees-critura de la Historia.

Si la vida cultural de una formación social es sierva de sucesivos dogmatis-mos políticos, no actúa como valor vigente el amor a la verdad, una especie delucidus ordo interiorizado. Lo que se produce es la alternancia de vencidoshumillados y vencedores arrogantes. En la radicalización de esta situación loque hay no es ya creatividad, reinterpretación, enriquecimiento, etc., sino unaforma burda y miserable del presentismo que puede incluir la fabricación tantode la Historia remota, más abstracta, como de la Historiografía más reciente yconcreta.

En el último decenio asistimos, en el contexto cultural en el que escribo, auna gigantesca empresa de reescritura de la Historia. Casi cada semana unopuede constatar, y más particularmente oír por alguno de los medios locales decomunicación de masas, a historiadores (o a gentes que usurpan la dignidaddel historiador) para decir cosas que le dejan a uno atónito, sea porque sehallan en oposición con hechos de los que uno ha sido coetáneo pasivo, seaporque uno los ha vivido comprometidamente.

Esta percepción no es efecto de un solipsismo. En un libro de notable valorliterario, biográfico e histórico, el primer volumen de las memorias del arqui-tecto Oriol Bohigas (que lleva el significativo e inteligente, título de Combatd’incertesses), puede leerse el siguiente párrafo:

«Ja ho he dit moltes vegades: les falsedats imposades pels historiadorsfranquistes han quedat —desgraciadament— compensades pels favori-tismes documentals i per les memóries voluntáriament i esporuguida-ment vindicadores dels que abans o ara han fet militáncia de l’anti-fran-quisme»3.

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3 Op. cit., p. 85, edición de octubre 1989, Barcelona, Edicions 62.

Estas frases de Oriol Bohigas no hacen sino confirmarnos que todo el proble-ma sigue en pie, y que no era una constatación gremial, eventual y efímeraaquel famoso juicio de uno de los fundadores de los Annales, Marc Bloch(autor no citado por Schaff en su ensayo), juicio que dice que desde 1830 nose hace Historia, sino que se hace política.

Las dimensiones del problema no respetan tampoco a los historiadores quepretenden no estar atados por el principio de solidaridad (o, en otras palabras,que aspiran a no ser etiquetados en una facción política). Pondré un ejemploque viene de la circunstancia misma que alberga los materiales de mi objeto deestudio. En 1945, recién terminada (en Europa, no en el Océano Pacífico) laSegunda Guerra Mundial, empezó a publicarse en Barcelona una revista cultu-ral titulada Leonardo: Revista de las Ideas y de las Formas. Esta revista, inicial-mente muy ceñida (como sugiere la inspiración d’orsiana de su título) a mate-rias de arte y de estética, fue introduciendo cada vez más contenidos políticos,algo que era coherente con la preocupación de muchas gentes del país que, enaquellos momentos, se preguntaban cómo le sería posible al Régimen subsistirfrente a la presión internacional, en el aislamiento político y con una situacióninterna de degradación económica.

En el volumen X de Leonardo: Revista de las Ideas y de las Formas, aparecidoen enero de 1946, hay un artículo del escritor catalán Joan Estelrich, una delas figuras intelectuales más conocidas por su colaboración en la «Lliga Regio-nalista» y por su amistad con Cambó. En este artículo, titulado «Un diálogopolítico», Estelrich planteaba con toda transparencia el problema del observa-dor, o del político, que se mantiene fiel a sí mismo en tiempos de continuocambio de ortodoxias:

«Cuando los tiempos se muestran tan rápidamente mudables, el hombreque no cambia se pone en trance de resultar el más inconsecuente. [...]Imaginad un político idealista que, en España, entre 1920 y 1940, hayatenido por norte y guía de sus actos un programa concreto de reformaseconómicas, sociales o culturales. Durante dicho período España hatenido monarquía constitucional, dictadura militar, república democrá-tica, guerra civil, régimen falangista. Cada cambio ha producido unaverdadera revolución de programas y de personal político; después decada cambio las ideologías y las fuerzas políticas ofrecían un panoramaabsolutamente nuevo. El hombre que durante este período no hayahecho ningún cambio de posición o de táctica, se ha eliminado sin másni más. Y para quienes han cambiado de fines, incluso sin darse cuenta,llevados de los acontecimientos cuando no de las pasiones, aquel que,por no cambiar de objetivos, haya cambiado sus amistades, colaboracio-nes y alianzas, aparecerá como un inconsecuente»4.

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4 Loc. cit., p. 19.

En otros números de la misma revista aparecen reiterativamente reflexionessobre el problema de la Historia como ciencia (en su mayoría debidas al histo-riador, profesor en la Universidad de Barcelona, Rafael Ballester Escalas). Enestas reflexiones se hallan, súbita y aisladamente, relámpagos geniales que que-dan sin desarrollar ni sistematizar, perdidos en medio de un mar de frases cir-cunstanciales sobre Hegel, Nietzsche, Spengler, etc. El autor no se preguntapor qué se reescribe continuamente la Historia, pero dice cosas que contribu-yen a pensar otras respuestas que las vulgares sobre la subordinación de la His-toria a la política del presente. Tengamos en cuenta que aquellos ensayos esta-ban escritos cuando acababan de derrumbarse todas las utopías fascistas, desdela del Reich de los Mil Años hasta los fascismos caseros y folklóricos de otrospaíses menores (no solamente en el Sur de Europa). En uno de aquellos ensa-yos, Rafael Ballester Escalas hacía un lúcido examen de la relación entre utopíay ucronía. Y escribe que en Historia, como en teoría de la relatividad, tiempo yespacio son una misma cosa, y por tanto que la utopía exige la ucronía:

«A la utopía le estorba el tiempo, que no constituye para ella nada esen-cial. La característica de lo utópico es la perfección, y el tiempo es algodemasiado delator. [...] En cambio, la tragedia sin el tiempo no se conci-be, porque la tragedia es historia»5.

Lo que el autor está sugiriendo (aunque no lo diga literalmente con estas pala-bras, o más bien lo diga únicamente con referencia a Inglaterra) es que cadaespacio territorial (y social y político) tiene su tiempo, un tiempo que le espropio y que está ligado a su constitución como entidad histórica. Al contrariode la ilusión racionalista y positivista, no hay una historia lineal de la humani-dad, en constante progreso:

«El siglo positivista arrastraba una especie de mística cultural, y no sedaba cuenta de ello. Acostumbrado a considerar la Humanidad comouna Idea platónica, como una entidad homogénea destinada a evolucio-nar siempre hacia adelante, sin que se estancase ninguna de sus partes,había acabado por sacrificar el factor espacio en aras del factor tiempo»6.

Esta reflexión es aplicable asimismo dentro de un Estado y dentro de unanación, e incluso dentro de una metrópoli. Y no solamente por las distintaspertenencias, o adscripciones, de cada historiador a una clase social o a unbando político, sino por algo más esencial y que solicita un análisis más pro-fundo: la pluralidad de espacios sociales, sea en el interior de un Estado, sea enel ámbito de una misma gran ciudad, conlleva potencialmente (y a veces nece-

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5 R. BALLESTER ESCALAS, «Utopía y tragedia: Ensayo sobre dos modos de concebir la Histo-ria», en Leonardo: Revista de las Ideas y de las Formas, Barcelona, vol. 5, agosto 1945, p. 152.

6 Loc. cit., p. 149 (cursiva en el original).

sariamente) una pluralidad de tiempos. Cada actor —universitario, político,financiero, empresario, sindicalista, etc.— y cada aspirante a actor es portadoren alguna medida de un tiempo que es propio a su colectivo. Y, con éste, esportador de una cierta manera de percibir la duración histórica, su permanen-cia y su decadencia.

Este criterio hermenéutico podría trivializarse hasta el ridículo de nuestrosempiristas universitarios si se dice, ex. gr., que la temporalidad que vive el espe-culador en Bolsa (que debe pagar o liquidar en la tercera semana del mes) es dealcance diferente a la temporalidad del cultivador de viñedos (que calcula nosolamente cosechas sino también esperanza de vida de sus viñas). Lo que aquíimporta es algo de otra naturaleza menos subjetiva y más transpersonal. Cuan-to menos homogéneo, social y culturalmente, sea un contexto, cuanto másdividido esté por marcadas diferencias económicas, sociales, culturales, étnicaso lingüísticas, tanta mayor probabilidad hay de que cada sujeto se focalicesobre objetos que le son estrictamente propios, portadores de su temporalidadparticular. La pluralidad de objetos (cogniciones, motivaciones, acciones)queda incrementada en los casos en que operan fracturas generacionales inten-sas, lo cual es a su vez inevitable cuando no hay un sistema educativo públicobien institucionalizado, unificado, centralmente orientado y dirigido, y trans-misor de valores generalmente aceptados, de los que se hace cargo, transitiva-mente, una generación tras otra. Si este sistema existe (o existió), como enFrancia, entonces resulta que desde el pequeño espacio-tiempo local hasta elgran espacio-tiempo estatal, la comprensión de las acciones humanas viene enúltima instancia determinada por el espacio-tiempo estatal; éste es determinantenada remoto de las expectativas y carreras de los actores. En el bien entendidosiguiente: lo es siempre y cuando exista y esté actuante una auténtica clase diri-gente, portadora de un proyecto, dueña de un nivel de gestión pública observa-ble y compartible. Si lo que hay es, en vez de eso, una ficción institucional,como aconteció bajo el Régimen del general Franco, o bien no hay en absolutoclase dirigente, como acontece ahora, entonces no hay tampoco unificación delos microtiempos en la serie gobernada del macrotiempo, y aquéllos se imponencon su desorden, su caos, y sus mediocridades con figura de protagonistas.

A veces, el historiador se ve conducido por las características propias de suobjeto y recorre el camino en sentido inverso: de lo estatal a lo local. Este es unrasgo en la carrera de Pierre Vilar. Su primer trabajo importante fue hecho enBarcelona, en 1934, y versaba sobre «Le rail et la route: Leur rôle dans leproblème général des transports en Espagne» (publicado en Annales d’HistoireEconomique et Sociale, París, Librairie Armand Colin, pp. 571-580). Aunqueen aquel estudio Vilar analizaba la política general de transportes en la dicta-dura de Primo de Rivera y la Segunda República, es ya obvio que su atenciónqueda atraída por particularidades catalanas y, más estrictamente, barcelonesas.

El objeto histórico no es, pues, una construcción tan arbitraria como supo-nen algunas de las tesis criticadas justamente por Schaff. En el análisis de laacción colectiva pueden construirse modelos portadores de una capacidad heu-

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rística. Para que ésta se produzca, no sólo han de ser operativas y verdaderas lasrelaciones entre conceptos y contextos; además de ello, los referentes de losconceptos han de estar ligados de un modo necesario, con coherencia sincróni-ca y con consistencia serial y diacrónica. La acción colectiva se inscribe en, yforma, sistemas. Tal como he dicho y escrito otras veces, si queremos poner elanálisis de la acción humana al nivel científico comparable a análisis en lasciencias «duras», hay que satisfacer no solamente normas lógicas, sino tambiéntres procesos indispensables: conceptualización, contextualización, matemati-zación. Conceptualización: selección y uso de conceptos pertinentes para elsujeto colectivo y para el objeto a explicar. Contextualización: situación socialdel sujeto y sus relaciones. Matematización: algo más que la mera cuantifica-ción: correlacionar las condiciones mayores de cada estructura con la magnitudy orientaciones de la acción. Se pierde todo rigor científico cuando resulta que,como decía Marx, abstraigo el abstracto de su concreto: entonces no me quedanada más que el abstracto. (Ejemplo actual, la palabrería sobre la contractua-lidad en la postmodernidad y otras preciosidades de algunos soi disant soció-logos.)

Dicho en otros términos: aunque el objeto es una construcción discrecio-nal, ésta es sui generis porque incluye una realidad que presenta resistencia a ladeformación. El investigador motivado por la verdad sabe ponerlo de manifies-to y revelar la pertinencia de la cognición de Renan: «ces choses complexes oùtout se tient, où les quelités sortent des défauts, et où l’on ne peut rien changer sansfaire crouler l’ensemble».

Por esto es tan esencial, si queremos comprender y explicar, que el histo-riador permita hablar a los propios actores dentro del contexto de problemasque eran decisivos para ellos y desde la escena donde ellos se agitaban. Estagentileza científica del historiador incrementa la parte de no manipulación delobjeto histórico. Y por esto es también tan esencial que, cuando el historiadorha sido testigo contemporáneo a los hechos, él mismo se convierta en docu-mento: actor frustrado que aporta su testimonio verdadero.

Claro es que esas acciones humanas, individuales y colectivas, que requie-ren ser comprendidas y explicadas, se inscriben dentro de procesos cuya consis-tencia y cuya duración y dirección escapan a la conciencia de la inmensamayoría de los actores. Estos procesos de longue durée son como el cauce de unrío respecto a cada gota anónima del agua. Pero de esto no debemos deducir,ni como teoría ni como técnica historiográfica, que los hombres son comosonámbulos dando golpes en la oscuridad, excepto unos pocos que descubrenuna criatura mística que se pasea por las calles, visible solamente para ellos. Lacriatura mística puede ser la raza, la nación, la nacionalidad, el Volksgeist, unadinastía real, el sujeto histórico proletario, la vanguardia política del sujeto his-tórico, la clase social portadora de la Civilización y que es la clase final de lahistoria, alguna confesión religiosa o las instancias supremas de alguna ordenque domina una iglesia universal. El delirio en la materia está bien nutrido.Y claro es que la búsqueda autoconfirmada de la criatura mística no es científi-

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camente admisible como sustitutivo, ni teórico ni técnico, de los datos contex-tuales de la longue durée producto de acciones colectivas. La comprensión yexplicación de la acción humana requiere la síntesis del microtiempo y delmacrotiempo.

Diez años después de que Schaff publicase su ensayo, apareció en París unpequeño libro de un gran historiador francés, Maurice Bouvier-Ajam. Era elresultado de la reelaboración de ideas ofrecidas a los estudiantes y profesores dePoznan, con ocasión de haberle sido concedido a Maurice Bouvier-Ajam undoctorado honoris causa por la Universidad Adam Mickiewicz de esa ciudadpolaca. El librito (Essai de Méthodologie Historique, París, 1970, ed. Le Pavil-lon) lleva un prefacio de Gaston Wiet, y tanto éste como el texto son, releídosahora, una pequeña maravilla de humildad, de concisión, lucidez y amor a laciencia y a la razón racional.

La estrategia del autor del ensayo emerge en las últimas cuarenta páginas,de mucha mayor densidad de lo que deja traslucir un estilo sencillo y en apa-riencia conductor de obviedades. Después de haber postulado, bien alta, lafunción de la teoría en el trabajo del historiador (lo cual es algo distinto de lafabricación de una teoría de la Historia), y después de haber dicho que le theó-ricien a donc des droits, et même des devoirs, Maurice Bouvier-Ajam escribía:

«En Histoire, les faits n’ont jamais tort. [...] Celui qui part d’un postu-lat, celui qui veut plier les faits aux caprices de sa pensée, celui quientend prouver le bien-fondé d’une thèse préconçue, celui qui ne cher-che qu’à faire triompher ses conceptions [...] aucun d’eux n’est historienet tous sont des doctrinaires.»

«Qu’est-ce donc que la doctrine, si souvent confondue par le grandpublic avec la théorie?»

El análisis de las formas de doctrina lleva al autor a distinguir seis tipos de doc-trina enlazados lógicamente en tres parejas: doctrine-postulat/doctrine-conclu-sion, doctrine-précepte/doctrine-système y doctrine-préjugé/doctrine-prévision.

Obviamente, no puedo entrar aquí en el detalle sustantivo ni en los ejem-plos. Lo importante para lo que estoy diciendo es observar que, después de esteataque fundamental a los doctrinarios, Maurice Bouvier-Ajam recupera la fun-ción necesaria del conocimiento de las doctrinas como integrantes de la reali-dad histórica, e incluso como función supletiva de la teoría:

«La doctrine est, parmi d’autres, un témoin de temps et de mouve-ments de l’Histoire; elle est, parmi d’autres, une cause d’actions, de réac-tions, d’impulsions, de réticences, de sobresauts; à un autre titre, ellejoue, normalement d’une façon temporaire, un rôle supplétif par rap-port à la théorie; elle offre a la recherche scientifique des moyensd’investigation par les suppositions qu’elle soumet aux éventuels contrô-

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les ultérieurs. Encore faut-il que, considérée sous ce dernier aspect, ellereste aussi réaliste que les données concrètes parallèlement acquises lepermettent. Ses expressions les plus subjectives, ses utopies, ses normesmorales ne rentrent pas dans la discipline historique, sauf, éventuelle-ment, en tant que sources de tendances susceptibles d’engendrer desphénomènes ou d’infléchir des orientations positivement exprimées. Les“doctrines pures” [...] requièrent évidemment l’attention, comme toutesles manifestations de l’intelligence humaine; si passionantes qu’ellespuissent être de ce fait, elles ne sont pas des instruments de la recherchescientifique»7.

Pienso que, de una lectura meditada de estos párrafos, quedan algunascosas claras:

a) Las doctrinas son constructs intelectuales poseídos por los actores.Corresponde al historiador examinar cuándo esos objetos son asumidos demodo acrítico y apriorístico por un actor, y cuándo resulta que son (al menosen parte) reelaboraciones de la experiencia del actor. En este último caso existealguna clase de relación o correspondencia positiva entre una vida, un contextoy una ideología. En el primer caso pueden darse correspondencias irracionaleso ilógicas, asociaciones sorprendentes. Las cuales se traducen en hechos erráti-cos, inesperados o irresponsables.

b) El historiador no ha de intentar probar sus propias doctrinas, en elsentido fuerte de probar, el que tiene en las ciencias «duras». La Historia no esuna ciencia «dura» (si bien existen, ciertamente, técnicas «duras» para demos-trar hipótesis y decidir sobre ellas; por ejemplo, la autenticidad de un docu-mento, la existencia de un problema político, jurídico, etc.).

c) A estas alturas de la historia, escribir racionalmente la Historia es, másque nunca, una cuestión de civilización, esto es, de matices.

d) Cuestión de civilización, en su sentido más exigente: porque laimprenta es demasiado fácil de manipular y reinventar.

LA REESCRITURA DE LA MICROHISTORIA Y EL DETERMINISMO

En el siglo XIX continental no parece haber inquietado mucho a los historia-dores la reescritura de la microhistoria. Era tan visible y manifiesto el procesode la macrohistoria, que unas pinceladas erróneas no podían alterar la amplitud,consistencia, contenido y verdad del cuadro entero. La creencia en alguna clasede determinismo histórico formaba parte de las ideologías de la época y se hallaen una pluralidad de autores continentales (en particular franceses) tanto racio-nalistas modernizadores y cuasi-revolucionarios, como Saint-Simon, o bien en

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7 Maurice BOUVIER-AJAM, op. cit., pp. 81-82.

deterministas reaccionarios, como Gobineau. Supuestas, o asumidas de modoapriorístico, ciertas causas o factores, éstas debían operar intrínseca y necesaria-mente en una dirección dada y con unas consecuencias y no otras.

Véanse estos párrafos que cito a continuación, como ejemplos aduciblesentre otros de su estilo, párrafos que hoy nos dejan más que perplejos, asom-brados. Dice Saint-Simon:

«La ley superior del progreso del espíritu humano conduce y dominatodo; para ella, los hombres no son sino instrumentos. Aunque esta fuer-za deriva de nosotros, no está en nuestro poder sustraernos a su influjo ocontrolar su acción, como tampoco podemos cambiar a voluntad elimpulso primigenio que hace circular a nuestro planeta alrededor delsol. Todo cuanto podemos es obedecer esta ley dándonos cuenta delcamino que nos prescribe en vez de ser ciegamente empujados por ella»8.

«El porvenir está compuesto de los últimos términos de una serie cuyostérminos primeros constituyen el pasado. Cuando se estudia a fondo losprimeros términos de una serie, es fácil deducir los siguientes; así, delpasado bien observado, es posible deducir fácilmente el porvenir»9.

Si esto decía el fundador del positivismo, decenios más tarde el ultranacionalis-ta Gobineau no era menos categórico:

«Me considero ahora provisto de todo lo necesario para resolver el pro-blema de la vida y la muerte de las naciones.»

«La Historia no es una ciencia constituida de distinto modo que lasdemás. [...] Se trata de hacer entrar a la Historia en la familia de las cien-cias naturales, de darle [...] toda la precisión de esta clase de conoci-mientos a fin de sustraerla a la jurisdicción [...] de facciones políticas.»

«La jerarquía de las lenguas (nacionales) corresponde rigurosamente a lajerarquía de las razas»10.

Poniendo en términos generales el abordaje de la Historia como ciencia«natural» (sic), puede decirse esto: aquella gente, fuesen de derecha reacciona-ria o fuesen modernizadores revolucionarios, estimaban que el proceso históricoestá rigurosamente determinado; por tanto, el conocimiento del objeto científi-co debía ser determinista; esto requería a su vez que el proceso científico emplea-

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8 L’Organisateur, 1819, en Oeuvres, IV, p. 119.9 Mémoire sur la science de l’homme, 1813, en Oeuvres, XI, p. 288.10 Conde DE GOBINEAU, Essai sur l’inégalité...; traducción española, Ensayo sobre la desigual-

dad de las razas humanas, Barcelona, editorial Apolo, 1937, respectivamente pp. 44, 623, 629 y149.

se métodos e ideas heurísticas deterministas. Dadas tales premisas, la cientifici-dad del producto era asimismo algo asegurado, objetivamente necesario. Estetipo de fe lo abrazaron acríticamente, en el siglo XX, muchos soi-disant marxis-tas, desde Stalin hasta la señora Marta Harnecker.

Ahora el clima de ideas heurísticas prevalecientes nos ha llevado al extremoopuesto11. De modo coherente con la concepción del mundo empirista propiade una mayoría de intelectuales y profesores anglosajones, y en particular nor-teamericanos, se rehúsa la idea simple de causación para enfatizar la ilimitadaplurifuncionalidad de cada evento, y la aleatoriedad de las cadenas de eventos.Generalizaciones a partir de verdades locales. Así, en esa obra el autor norte-americano considera, a veces con excesiva humildad, que la faena científica delhistoriador debe limitarse a proponer, razonar, y probar, paradigmas de inter-pretación. Y que no es una mera conveniencia que empiece su capítulo citadocon un enunciado de Ludwig Wittgenstein que dice «Der Glaube an den Kau-salnexus ist der Aberglaube» (la creencia en el vínculo causal es superstición).

La idea de que la escritura de la Historia es un diálogo con el pasado,influido por los intereses políticos del presente, es común a muchos autores,aunque no todos con el énfasis con que se halla, sea en Benedetto Croce, seaen los marxistas. E. H. Carr, en What is History?, expresa la misma idea.Y Collingwood está en idéntico campo cuando pretende que el historiadorreproduce, en su pensamiento, el pensamiento de los actores históricos quecumplieron determinados actos.

Cuando un espacio social se halla muy fragmentado por diferentes subcul-turas puede acontecer lo siguiente: una pequeña minoría está obsesionada porun problema, el cual es «su» problema; y cuando alguien de esa minoría sepone a escribir la Historia de la entidad social, política o geográfico-políticamás englobante y general, entonces escribe esa Historia imputando a toda lasociedad, o generalizando a toda la población, lo que era nada más el problemade la minoría de su adscripción o pertenencia. Tal procedimiento conduce aanacronismos gigantescos, por decir lo menos grave. La cosa deviene delirantecuando los actores históricos del pasado son definidos, juzgados, etc., por suconciencia o su inconciencia del problema de aquella minoría, y no por losintereses y motivaciones que les eran propios y que marcaban el cauce de losacontecimientos. Este tipo de falacia lo oímos ahora casi cada semana poralgunos medios de comunicación en Barcelona.

El oficio de historiador no ha podido liberarse todavía del estigma originalque lleva en sí desde su nacimiento, cuando era función reservada a un cronis-ta en el entorno cortesano de algún autócrata. Se escribe Historia para servir alpoder constituido, se escribe Historia como biografía apologética, hagiografíaejemplarizante o como biografía condenatoria y estigmatizadora. Se escribe

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11 Véase en el útil libro de David HACKETT FISCHER, Historians’ Fallacies: Towards a Logic ofHistorical Thought (Londres, Routledge & Kegan Paul, 1971), el capítulo titulado «Fallacies ofCausation» (pp. 164-186).

Historia-ficción, como ya denunciaba un antiguo diálogo platónico, el Mene-xeno. Se escribe sobre todo Historia con el objetivo de reforzar la cohesión deun grupo social, una etnia, una nacionalidad; de crear, mantener o incremen-tar la conciencia política, para lo cual se recurre a veces a la fabricación demitos, en el sentido que Georges Sorel dio al término «mito», el sentido de ins-trumento político. Y esto seguirá probablemente siendo así porque, comodecía el gran maestro Enrique Gómez Arboleya (1957), «toda sociedad es unaorganización discutible, que vive justificándose». En fin, se escribe Historiapara que el historiador acceda con éxito al mercado por la originalidad o elescándalo, y se convierta episódicamente en personaje público, con una cotiza-ción de su papel.

No es suficiente, por tanto, la existencia de un instrumental técnico histo-riográfico y de un repertorio de conceptos con estatus científico. Hacen faltaunas condiciones organizativas e institucionales que creo pueden enunciarseasí:

a) Que exista una comunidad científica de la que formen parte los histo-riadores.

b) Que los miembros de la comunidad científica que se dedican a la pro-ducción de Historia estén motivados por normas de ética profesional y deautocrítica.

c) Que el esclarecimiento del pasado sea valorado públicamente, bien porla belleza de su reconstrucción (criterio estético), bien por la comprensiónde cómo eran, cómo trabajaban, pensaban y vivían otros hombres (criteriohumanístico comparativo), bien por la trascendencia que el conocimiento delos problemas del pasado puede tener para la gestión del presente (criteriopragmático).

d) Que haya otros profesionales de la ciencia social interesados en apren-der de los errores del pasado, y por tanto interesados en los servicios des-intere-sados de los historiadores (criterio interdisciplinario).

VIOLENCIA PUBLICA Y VIOLENCIA PRIVADA

El problema que se insinúa en el presente texto es de una extrema comple-jidad y admite diferentes tratamientos. Hay que responder a preguntas delorden de las siguientes:

— ¿Por qué causas en los primeros meses de la Guerra Civil se formaronespontáneamente, tanto en el lado nacionalista como en el republica-no, bandas compuestas por tres o cuatro individuos, aleatorias, nosujetas a organización jerárquica alguna, las cuales se dedicaron a asesi-nar oponentes políticos o religiosos?

— ¿Se trataba de individuos ya predispuestos a aquel comportamiento?

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— ¿Hubo una especie de droga-adicción en el asesinato de modo que cadabanda se profesionalizó, por así decir, en las ejecuciones?

— ¿Eran siempre, verdaderamente, individuos jóvenes, grosso modo entre18 y 25 años?

— ¿De qué clases o grupos sociales procedían?— ¿Tenían alguna noción del mal, o algún criterio moral?— ¿Cómo había sido su socialización, para que ésta se transformase en ese

comportamiento individual?— ¿Qué factores contextuales podrían explicar, o contribuir a explicar, la

adopción de la violencia asesina en aquella magnitud?

Es fácil ver que estas preguntas remiten a análisis pluridisciplinarios, noexhaustivos: histórico-sociales, económicos, antropológicos, psicológicos, etc.Es difícil transmitir ahora al lector el sentimiento de estupor, primero, y dehorror, seguidamente, que invadió a no pocos ciudadanos de Barcelona (ydesde luego a mi padre, a mi gobernanta, la viuda Herbst, y a mí mismo)cuando los anarquistas y las llamadas Patrullas de Control, o individuos sueltossin fe ni ley emergiendo de esos colectivos, se pusieron a asesinar a docenas dereligiosos y religiosas, médicos, abogados, arquitectos, burgueses, empresarios,etcétera, cuyos cadáveres aparecían de madrugada en las estribaciones de Vall-vidriera o de la carretera de la Rabassada (grafía de entonces). Algunas de estasbandas, erráticas e impredictibles en sus territorios y en sus modos de acción,incursionaron en zonas rurales, bien porque alguno de los componentes de labanda era inmigrado suburbial de origen rural y tenía cuentas antiguas queliquidar, bien porque eran llamados por algún revolucionario marginal en lalocalidad, o en otros casos porque el comité anarco que ocupaba el poder localtenía alguna relación, no jerárquica ni organizada, con una banda de la granurbe. El lenguaje popular designó durante meses a estas bandas como «losincontrolados». Y si, como bien decía Leibniz, conocemos diferenciando, aquellaapelación señala precisamente el rasgo diferencial entre un conjunto de rasgoscomunes con otros tipos de terrorismo. Lo característico de aquel fenómeno esque se trataba de individuos aleatoriamente coaligados, portadores de unavoluntad de matar, sin recepción de órdenes superiores, sin jefes aparentes, sinuna organización común a todas, o la mayoría, de las bandas y sin conocimien-to público de su existencia ni por las autoridades estatales republicanas ni porlas autonómicas, los partidos políticos ni los sindicatos. Por tanto, fue algo dis-tinto de los componentes de las Strafexpeditionen nazis, de las razzias del parti-do fascista italiano, de los «escuadrones de la muerte» centro y sudamericanoso, en fin, de la Triple A argentina, formas de terrorismo privado a veces paga-das con dinero público o con dinero de terratenientes, y organizadas por algúnindividuo dirigente, más o menos conocido, con graduación militar.

Al fin, el silencio se rompió en Cataluña porque un valiente sindicalista dela CNT dijo que aquella forma de terrorismo individual ensuciaba el movi-miento obrero (opinión que le costó la vida), y el Presidente Companys dijo, a

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finales de octubre de 1936, que si aquello continuaba, él no podría seguirdonde estaba; i.e., como jefe —nominal— del gobierno autonómico. Mástarde, ya en 1938, el gobierno de la República (el estatal) hizo constituir tribu-nales ad hoc y fusiló media docena de terroristas que pudieron ser localizados oque fueron denunciados por la población. Pero, entre tanto, reinó la máslamentable cobardía.

En la inmediata posguerra, los vencedores en la Guerra Civil hicieron usoinstrumental del terrorismo precedente, como una de las justificaciones delalzamiento militar. Ahora bien, en la entonces llamada Zona Nacional huboasimismo un fenómeno de terrorismo individual e incontrolado. Y que estehecho era moralmente shocking para mentalidades distintas de las aquí predo-minantes, tiene su prueba en que el gobierno italiano encargó, a principios de1937, a su primer embajador cerca de la Junta Militar en Salamanca, RobertoCantalupo, que hiciese ante el general Franco las gestiones necesarias para queel poder que se estaba institucionalizando (i.e., militar) terminase con ejecu-ciones sumarias en Andalucía, en las que no estaba claro qué parte procedía deterrorismo individual y cuál era por sentencias de tribunales militares.

El problema del mal, y más exactamente de la voluntad humana deliberadapara el mal, empezó a preocuparme cuando todavía estábamos, en 1935, enSoria, y mi padre fue objeto de amenazas por parte de un familiar y vecinonuestro. Después de la Guerra Civil quise saber qué clase de explicaciones,racionalizaciones o argumentos afines a estas últimas se tenían por más perti-nentes en el juicio de lo acontecido en el país. No obtuve otra idea más bri-llante que la siguiente: que hay épocas en que Dios abandona el mundo y loshombres quedan entregados a la acción del demonio. Es superfluo añadir que setrataba de respuestas de sacerdotes. Y no parecían ser conscientes de que esaclase de palabras lo que hacía era plantear inmediatamente una serie de pre-guntas más difíciles y apremiantes: ¿Por qué Dios abandona el mundo? ¿Cómolo podemos saber los hombres? ¿Qué signos nos lo indican? ¿Qué hay quehacer para resistir al imperio del demonio? El lector actual se sonreirá ante elcarácter medieval de estas preguntas, pero así eran las cosas hacia 1939, 1943,en los años de gran crisis moral y espiritual. Finalmente, la conversación que-daba cortada en seco de modo autoritario: Doctores tiene la Iglesia. Y uno salíadel trance aureolado peyorativamente con la imagen de muchacho impertinen-te, preguntón, dado a pensar demasiado (lo que siempre fue, según Cervantesy su eximio exégeta don Américo Castro, una inclinación muy peligrosa eneste país)12.

Muchos años después constaté que el Terror plebeyo en la Revoluciónfrancesa había despertado, como reacción, una cantidad de reflexiones y análi-

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12 Por lo demás, ¿qué podía exigirse de los cerebros eclesiásticos en una época en que los obis-pos, e incluso el Cardenal Primado con sede en Toledo, Monseñor Enrique Pla y Deniel, multi-plicaban los textos sobre la urgencia de alargar hasta el tobillo las faldas de todos los ejemplares,de cualquier edad, del sexo femenino, y la necesidad imperiosa de prohibir el baile agarrado?

sis sobre libertad y necesidad en el ser humano, conciencia e inconciencia delmal, determinismo y voluntad, la diferencia entre la acción humana no racio-nal y la acción en el animal. En estas reflexiones, mezcladas con argumentosreligiosos, hubo considerables tonterías, y lo genuina, realmente importante, esmuy minoritario. Cuando el pensador había sido un entusiasta de la Revolu-ción francesa (como lo fueron casi todos los Ilustrados en Occidente y los par-ticipantes en el movimiento de la Aufklärung en el mundo germánico) y frentea la realidad del Terror, se encontró obligado a subrayar sus distancias públicasy su más cauta visión del hombre y de la historia, entonces se produjeron algu-nos escritos de calidad y que conservan su fuerza. Obviamente, esta creatividadtenía que ser mayor, o más madura, allí donde existía viva una cultura filosófi-ca y ética, hábitos de examen racional de conciencia, autonomía sistemática enfilosofía, i.e., las ciudades y universidades de tradición protestante. La tradi-ción filosófica idealista alemana estaba llegando a su máxima madurez. Suscantos a la libertad del espíritu no tenían otro límite que el cuidado del filóso-fo para que alguna autoridad no le declarase públicamente ateo. (Y de aquí,quizá, ciertas espectaculares denuncias de difamación y reivindicaciones de no-ateísmo.) Y, dado que en esta parte occidental del Rhin había materialistasaudaces y convincentes que pretendían ser científicos, y filántropos ciegos parala realidad del mal, aquellos idealistas alemanes se esforzaron al mismo tiempoen ser, y aparecer, como realistas, y esto en dos dimensiones: no sólo en susfundamentos epistemológicos, sino también en sus escritos que hoy clasifica-mos como antropológicos.

Fue el caso del joven Schelling. Cuando estaba en la Academia de Munichterminó un ensayo titulado Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la liber-tad humana (Philosophische Untersuchungen über das Wesen der menschlichenFreiheit, para una edición de sus Philosophische Schriften, Landhust, 1809).Soberbiamente escrito, este trabajo más bien breve contiene destellos de granpenetración sobre libertad y necesidad, libre albedrío y determinismo,conciencia e inconciencia del mal, abordajes que están en las antípodas de loslugares comunes que siguen oyéndose ahora sobre esos problemas. (Digo abor-dajes, no soluciones; criba del trigo; distanciamiento crítico de los lenguajes delos filósofos y de los eclesiásticos, lo que no es poco.) El lector puede prescin-dir de las últimas veinte páginas, irritante anticipo de lo que sería el idealismoteosófico, romántico, místico, y delirante, del Schelling ulterior, y en algunasfrases de penosa reescritura de la misma sopa, en el Schelling anterior (lo quele había valido, más tarde, algún sarcasmo del joven Marx en un apéndice a sudisertación doctoral). Después de lo que allí quedaba dicho sobre el ser huma-no y su lugar en la creación, los vínculos primigenios entre necesidad y libertad, elhombre como acción y voluntad en devenir, y la actualización de la posibilidad delmal en el individuo, uno comprende que hubiese filósofos ateos, educadoresfichteanos y neokantianos. Lo que uno no comprende es que se siguierandiciendo ingenuidades sobre el mal como una especie de eclipse de la razón, ocomo el mal que le llega al individuo heterónomamente, desde la sociedad.

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Este error trágico, tardía lectura populista de lo que en Rousseau era un a prio-ri metódico, estuvo muy extendido en la España de los krausistas y sus epígo-nos, los neokantianos y los educadores de la Segunda República. Elite con pre-tensión de supercivilizada, y víctimas de sí mismos y de la población que teníandebajo.

Ahora bien, todos mamamos de jóvenes en ese equívoco. En 1969, la Uni-versidad Autónoma de Madrid me invitó a participar en un seminario sobre eltema general de las ideologías en la España de hoy. Envié desde París, y luegodefendí en Madrid, una ponencia sobre la relación entre violencia pública eideologías en la sociedad española inmediatamente anterior a la Guerra Civil.No hay en aquel texto ni una leve insinuación sobre causas intrínsecas a losindividuos; todos los factores eran contextuales. Tampoco se explicaba en quémodo los individuos interiorizaban la violencia pública para aplicarla a causasprivadas y transformarla en violencia privada. Esta autocrítica no implica quelos factores contextuales estuvieran mal seleccionados o mal definidos. Al con-trario; los sigo pensando como realmente actuantes. Lo que creo ahora es queesa selección era radicalmente insuficiente. Es más: creo algo grave, ya razona-do por mí en En Menos de la Libertad (pp. 222-234: La racionalización de laviolencia y el des-aprendizaje colectivo), a saber: tendencialmente esta poblaciónse halla en situación de inconciencia ante el mal, y por tanto es vulnerable, inde-fensa, ante el terrorismo. País de mucha moral tribal, pero de poca ética personal.

Para una explicación rigurosa, siguiendo cánones de razonamiento (ya quela prueba de las hipótesis es imposible), el problema no consiste en ir acumu-lando variables contextuales. El método admite todo cuanto sea plausible yvalidado por la experiencia, biográfica o documental, o ambas. La cuestión estáen explicar con universalidad y coherencia un grupo de relaciones entre propie-dades del entorno y atributos de los individuos. Y como fruto del examen, pre-sentar esquemas de explicación que sean válidos para otros hechos semejantesde violencia que es a la vez privada y colectiva.

El caso es un buen ejemplo de la dificultad del método científico en cien-cias sociales. No resuelve la dificultad explicar que, por disolución del ordenlegal y de los vínculos sociales, todo individuo estaba entonces en situación deanomia, y además que (como dijo un ex capitán médico del Ejército republica-no) los asesinos eran, en su mayoría, bien excarcelados, bien psicópatas fuga-dos del hospital, y el resto «vagos y maleantes» (expresión jurídico-penal de laépoca) a quienes alguien había distribuido armas, sin determinar su acciónposterior. Estas explicaciones son descriptivas, ad hoc, y valen en el nivel con-versacional. La amplitud y duración de los hechos requieren otros plantea-mientos. El concepto mismo de anomia exige una especificación. ¿En quémedida reenvía a la disolución del orden institucional —en el sentido másextenso de este último término, i.e., incluyendo instituciones sociales y cultu-rales que pautan los comportamientos de la vida cotidiana— y en qué medidareenvía al naufragio de toda clase de valores y de normas en el propio indivi-duo? Un concepto aislado no constituye una explicación.

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En el escrito que antes cité, ya en la primera página del ensayo y todavíacon profundo acento kantiano, dice Schelling que «ningún concepto puededeterminarse aisladamente: es la demostración de su relación con el todo loque le da su perfección científica». Aserción verdadera en sí misma, apodíctica-mente, y trascendente a la práctica científica. Lo que nos está diciendo es quelas relaciones entre el todo y la parte son recíprocas, no sólo en el ámbito concep-tual sino también en su sustrato empírico. En términos más próximos al pro-blema: el entorno (determinadas propiedades suyas) actúa sobre el individuo(portador de determinados atributos) y, a su vez, el individuo tiende con suacción a reforzar aquella parte del entorno que conviene para su propia acción,su comportamiento, su justificación. Por tanto, el individuo no es un nihilistaindiferente a valores y que permanece aislado, solitario como tal individuo,disponible para coaligarse temporal y aleatoriamente con otros individuossemejantes a él. El asesino potencial se transforma en actual en cuanto sienteque satisface una necesidad. Ha asumido el Mal en la definición misma deSchelling: una voluntad individual que impone su particularismo. La voluntadde este particularismo se estima a sí misma como libertad y como necesaria. Y conella suprime un universalismo. La actualización del Mal empieza con la volun-tad de un particularismo. Obviamente, el universalismo implica también unatrabazón entre necesidad y libertad. Pero aquí el concepto y sus referentesempíricos se sitúan en otro nivel, que es supraindividual.

Ignoro si Durkheim, durante su época de estudio en Alemania, tuvo oca-sión de leer el breve trabajo de Schelling u otros análogos de pensadores alema-nes de los primeros decenios del siglo XIX, indirectamente provocados por lareacción antirrevolucionaria o por la consternación ante el Terror plebeyodurante la Revolución francesa. Probablemente, Durkheim no leyó nada deaquello, porque en 1886 Schelling había sido ya archivado entre los clásicosdel romanticismo y había otros filósofos que atraían la atención del público(Hartmann, Wundt, Schäffle, Nietzsche, etc.). En aquel decenio, Durkheimno había elaborado todavía su teoría moral de bases sociológicas. Ahora bien,la distinción durkheimiana entre individualidad y personalidad, aunque seapuramente analítica, es aquí de suma pertinencia heurística. Tanto el individuocomo la persona, emergente sobre aquél, interiorizan materiales (representacio-nes colectivas, hábitos, comportamientos, etc.) que son sociales. Pero la cons-trucción de la persona implica una jerarquía. La persona es portadora de otronivel de conciencia. La conciencia del individuo expresa el cuerpo y sus esta-dos. La conciencia de la persona reelabora e interioriza valores y vínculos socia-les. En su nivel más cualitativo percibe que en la sociedad, y en otras personas,hay algo que es sagrado. A principios de siglo, Unamuno enunció (simplemen-te enunció, no elaboró) una distinción análoga a la de Durkheim entre indivi-dualidad y personalidad. Y el entonces joven Unamuno decía que la educacióncatólica tradicional que se daba a los adolescentes en España (o en su Vizcayanatal) creaba seres con máxima individualidad y mínima personalidad.

Con lo que queda dicho hasta aquí, basta para advertir que argumentos

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como el que recurre al concepto de anomia y explicaciones que reenvían al vacíode poder, la debilidad del Estado, la incompetencia de los gobernantes (más biencobardía), son insuficientes para comprender (en el sentido weberiano) la acciónde una cantidad de individuos que necesitaban matar, repetitivamente. En unanálisis con rigor científico sería incluso pertinente reducir la extensión de lanoción de contexto (cuyos referentes son institucionales) y sustituirla por la deentorno del individuo (construida con referentes más próximos, culturales, educa-tivos, sociales, territoriales: el barrio, el suburbio, o en el caso de los asesinos de laZona nacionalista, jóvenes carlistas, miembros de las Juventudes de la CEDA,etcétera, determinados colegios religiosos, o poblachones de terratenientes a ladefensiva rodeados de un proletariado que ya no reconocía jerarquías sociales,etcétera). Ahora se ha puesto de moda el término clusters, que es ciertamente másapto para cubrir la interacción recíproca entre el individuo y su entorno. El con-texto resulta demasiado extenso para los individuos sin poder alguno.

Puestas las cosas en estos términos, es factible establecer órdenes de perti-nencia, desde los más externos (la crisis económica, la violencia mundial gene-ralizada, las guerras en Asia, en Africa, en América del Sur, contemporáneascon la formación de una cultura de la violencia en Europa, y concretamente enCataluña) hasta otros que implican necesariamente la interacción del indivi-duo con, o contra, su entorno. Pensemos que la crisis fue precedida por unperíodo de plenitud, lujo, expectativas al alza, maravillas técnicas súbitamenteintroducidas en la vida cotidiana aportando horizontes inimaginables para elhabitante rural, como la radio y el cine, espejismos permanentes, urbanos, quehacían explotar los cerebros de los adolescentes. Barcelona pasa en siete añosde 730.000 a un millón de habitantes. Como todo desarrollo económicocapitalista, éste fue fuertemente desigual, en la dimensión territorial horizontaly en la vertical o social.

Era un tiempo de ubicua, generalizada, difusión de utopías, pero sin for-mación de una cultura política. O, en otras palabras (aspecto central en micomunicación al seminario de la Universidad Autónoma de Madrid en 1969),las ideologías eran débiles relativamente a unas utopías que eran muy fuertes. Laideología desempeña en determinados contextos y coyunturas una funciónpositiva en la medida en que codifica aspectos de la realidad. La utopía imagi-na un futuro ideal o trata de restaurar un pasado mítico. Estas particularesespecies de representaciones colectivas se insertaron en una situación de frus-tración, tanto para las clases altas como para la baja clase media y los lumpen(no sólo los proletarios, fuesen campesinos o industriales). Las clases económi-camente dominantes habían dejado de ser políticamente dominantes, en muchasprovincias y en el vértice del Estado ya no eran tampoco políticamente diri-gentes. No había políticos al timón ni empresarios dispuestos a reformar paraconservar. El concepto mismo de «sociedad española» era en 1936 problemáti-co: había un mosaico de sociedades disjuntas (y en rigor, en el concepto y enlos hechos, la sociedad en el sentido durkheimiano había desaparecido; nadaera ya sagrado; ni el hombre).

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En fin, las clases altas habían fracasado en una capacidad que es fundamen-tal en las formaciones sociales: la violencia latente ha de mantenerse oculta,enmascarada, disimulada detrás de un bosque de legalidades y legitimidadesparciales. Que las formaciones sociales (fuese en el campo andaluz o en lafábrica en Cataluña) descansan en última instancia sobre la fuerza y que en esenivel el Derecho es el lenguaje del Poder, son conocimientos que deben reservarsea unos pocos, precisamente porque el recurso a ellos no puede (ni debe) serpermanente. La paz civil implica que las clases subordinadas siguen, sin resis-tencia visible, la lógica de las clases dominantes. Esta no era la situación.

Los jóvenes hijos de terratenientes o de fabricantes burgueses iban armadoscon una pequeña pistola en el bolsillo. La «cultura» de la pistola determinóincluso la fabricación de auténticas maravillas de artesanía, como la Astra conincrustaciones de nácar. Y si un joven burgués tenía un incidente en, digamos,las Ramblas, en una noche de farra, al día siguiente los lenguajes populares olos semanarios satíricos habían construido su particular adaptación de algúnviejo Quatrain plébéien de las revoluciones transpirenaicas del siglo XIX, genera-lizando para toda una burguesía barcelonesa lo que era, a lo sumo, descripciónde la cadena generacional en una familia13:

Abuelo negrero,Padre banquero,Hijo caballero,Nieto pistolero.

El odio a las clases altas era más impactante en la clase media, y en particu-lar la media-baja, que en las clases trabajadoras industriales urbanas. Entre lostrabajadores de la tierra en Cataluña debió existir una situación de clusters,unos más pacíficos, con vigencia residual de la vieja jerarquía social, y otrosrebosantes de violencia latente. No sé si correspondían a una realidad extensa ono, pero años después de la guerra me contaron, en pueblos donde los trabaja-dores alternaban trabajo agrícola con trabajo en fábricas textiles, casos increí-bles del acoso sexual a las muchachas de la fábrica textil por parte de contra-maestres, encargados, jefes de personal de la empresa, etc.

Esta situación de clusters, unos estallando de violencia latente, otros máspacíficos, siempre en esperanza del milenio final y feliz, se daba asimismo enAndalucía. Extraigo del olvido histórico el texto siguiente, que describe amaravilla lo que era la situación en ciertas áreas del campo andaluz:

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13 Esta estrofa, no sé si de 1935 o ya más antigua y reelaborada, perdió en tierras del Caribey del Río de La Plata su carácter político y se convirtió en una mera descripción del fracaso defamilias de Cantabria o Galicia, emigradas: Abuelo negrero, Padre caballero, Nieto pordiosero. EnBarcelona, o en la costa catalana, Hijo caballero significaba, probablemente, ennoblecido por elrey Alfonso XIII.

«Yo he vivido largos años en Andalucía, he administrado allí justicia, heestado en contacto con las necesidades del campo en aquellos pueblos.Voy a relatar a la Cámara [el Congreso de Diputados, Segunda Repúbli-ca] un caso impresionante que ha quedado en mi memoria y que quieroque todos conozcáis. Se trata de un cortijo en un pueblo del partidojudicial de Carmona y propiedad de un gran señor. [...] Este gran señorvive en Madrid, y aquí venían de Sevilla, como las moscas a la miel,aspirantes al arriendo del cortijo. Por amistad o por influencia con eladministrador se conseguía el arriendo, por ejemplo en 50.000 ptas., y elarrendatario que obtenía en Madrid el arrendamiento en 50.000 ptas.marchaba a Sevilla y allí lo subarrendaba a otro caballero de Carmonaque daba por él 80.000 ptas., y ya el sevillano constituía una renta obase de capital de 30 mil anuales que le permitían pasar las tardes detrásde las vidrieras del Círculo de Labradores. El de Carmona subarrendabaaquello por lo cual pagaba 80, a 100 a otro individuo de El Viso, quiense constituía otro buen pasar con la diferencia; y el de El Viso parcelabalas tierras y las entregaba directamente a los cultivadores para obtener130. De manera que aquello que a los cultivadores les costaba 130.000de sudores y esfuerzos, cuando llegaba al dueño había quedado reducidoa 50 y la diferencia se había distribuido entre los señoritos de Sevilla,Carmona y El Viso, para gastarlo en chatos de manzanilla»14.

Es obvio que la peste parásita era la burguesía intermediaria. El «gran señor»era un ocioso incompetente y absentista. Esta red de relaciones sociales formanuna genuina variable contextual. Los individuos tienen comportamien-tos sociales que están determinados de modo heterónomo por la estructura declases sociales. Y acciones que se les aparecen, a ellos mismos, como autóno-mas, reproducen propiedades de la identidad de cada clase. Eventualmentepractican una reacción, sea directa, o bien indirecta, o bien parasitaria, frente aotra (u otras) clases presentes en la singularidad de cada contexto económico-social, dentro de una dimensión de dominación a subordinación. Puede asíexplicarse, en parte, que años más tarde las víctimas del terrorismo anarco fue-sen proporcionalmente más en la burguesía media que en la clase alta o aristo-cracia (o sus equivalentes territoriales). Cabe añadir que aquella burguesíaparásita e intermediaria contribuía a una coyuntura de inestabilidad económi-ca y laboral, inseguridad en la cadena de situaciones personales e impotenciade los proletarios, eslabón final. Y, en fin, reactivamente, la utopía de los deabajo se focalizaba de modo patéticamente absoluto en la abolición de cual-quier rasgo de jerarquía social: «naide es más que naide», «todos hemos nacidoiguales», etc.

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14 «La Reforma Agraria: debate sobre la totalidad», en Arturo MORI, Crónica de las CortesConstituyentes de la Segunda República Española, Madrid, editorial Aguilar, 1932, tomo VII,p. 475. Del discurso del diputado, por Madrid-provincia, Luis Fernández Clérigo.

Sobre los nexos entre inseguridad y agresividad se hicieron una cantidad deestudios en la Alemania de Weimar, motivados por la gran crisis mundial delos años treinta y el ascenso político de los nacionalsocialistas, en un clima deviolencia pública que, con todo, no se transformó en violencia privada, y a lavez colectiva, de la forma que asumió en España. Con lo dicho queda claro (oeso espero) por qué es preciso distinguir esta violencia, tipificándola como denaturaleza diferente a otras violencias, las de Estado, las paraestatales, las demilicias de partidos políticos con fracciones militarizadas, la violencia disconti-nua de policías locales, la de milicias privadas, etc. Es de otra cosa de lo que hevenido hablando: una interacción recíproca entre determinadas propiedades deun contexto y los atributos de determinados individuos sin fe ni ley. Es asícomo de una violencia pública nace una violencia privada, la cual luego devienecolectiva no por organización sino por acumulación15.

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15 Mi comunicación al seminario antes citado en la Universidad Autónoma de Madrid,diciembre 1969, se halla en el volumen colectivo (con J. Solé Tura, J. Prados Arrarte, CarlosMoya, Antoni Jutglar, J. Jiménez Blanco, etc.) Las ideologías en la España de hoy, Madrid,Ed. Seminarios y Ediciones, 1972. Hay algunas erratas de cierta importancia. El final de lacomunicación está alterado por la censura.

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