historia crítica no. 27

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://historiacritica.uniandes.edu.co/

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tabla de contenido carta a los lectores dossier: historia y ciencias sociales hugo fazio la historia: ¿ilustrada o renacentista? fernán gonzález aportes al diálogo entre historia y ciencia política. una contribución desde la experiencia investigativa en el cinep ingrid bolívar, paola castaño y franz hensel prácticas académicas, supuestos teóricos y nuevas formas de dar cuenta del estudio de lo social: las relaciones entre historia y ciencia política salomón kalmanovitz la cliometría y la historia económica institucional: reflejos latinoamericanos felipe castañeda conflictos mayores y concepciones de la historia: los casos de agustín de hipona, bartolomé de las casas e immanuel kant carl henrik langebaek historia y arqueología. encuentros y desencuentros claudia montilla el historiador y la novela: de la complicidad mimética a la mediación textual diana marcela rojas la historia y las relaciones internacionales: de la historia inter-nacional a la historia global marta herrera historia y geografía, tiempo y espacio francisco ortega historia y éticas: apuntes para una hermenéutica de la alteridad * * gilberto loaiza cano el recurso biográfico jean boutier fernand braudel, historiador del acontecimiento david bushnell

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simón bolívar en la literatura histórica norteamericana espacio estudiantil laura osorio los pueblos de indios vinculados con las políticas de separación residencial en el nuevo reino de granada

resúmenes / abstracts / palabras claves / key words

reseñas

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carta a los lectores

La revista Historia Crítica, en su interés por fomentar espacios para la discusión sobre el oficio del historiador y el estado de la disciplina en el país, ha querido invitar a un grupo de destacados profesionales de la historia y de otros campos de las ciencias sociales a reflexionar en torno al trabajo del historiador. De esta manera, esperamos propiciar un debate sobre las relaciones entre la disciplina de la historia y las ciencias sociales. Con este ejemplar, nuestra revista llega al número 27 a lo largo de quince años, pero los textos que hemos publicado sobre cuestiones historiográficas son, a todas luces, escasos, insuficientes y no son el resultado de una discusión ordenada.

Esta es una revista de historia, publicada por un Departamento de Historia; su comité editorial y la gran mayoría de sus colaboradores, podríamos decirlo sin pensarlo dos veces, han sido historiadores; pero nos parece oportuno que quienes nos dedicamos a la enseñanza y a la investigación histórica en el país tengamos un espacio de reflexión sobre la disciplina, sus especificidades, sus retos, sus límites, sus dificultades y sus nuevas posibilidades en un momento en que son evidentes las tensiones y limitaciones en los paradigmas dominantes de las ciencias sociales. En las últimas décadas hemos presenciado el surgimiento de vertientes alternativas de pensamiento, para algunos promisorias y redentoras de una modernidad agotada, mientras para otros, confusas, peligrosas y vacías. ¿Cuál es el lugar de la historia en los recientes debates de las ciencias sociales?

Para propiciar la discusión, hemos querido invitar a un grupo de especialistas cuyos aportes nos ayudarán a entender las relaciones que hoy existen entre la historia y la ciencia política, la economía, la filosofía, la arqueología, la literatura, la geografía, los estudios post-coloniales y las relaciones internacionales. Esta reflexión es de particular interés para el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, entre otras razones porque a partir del mes de enero de este año se ha puesto en marcha un programa de maestría en historia que tiene como uno de sus ejes principales las relaciones entre la historia y las otras ciencias sociales.

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Es evidente que el estudio del pasado no es propiedad exclusiva de los historiadores y que, en su desarrollo, la historia ha mantenido una estrecha relación con otros campos del conocimiento. Hoy en día, es frecuente encontrar manifestaciones críticas y cuestionamientos sobre la fragmentación disciplinar, llamados a la interdisciplinariedad y a la necesidad de romper con los tradicionales campos del conocimiento.

Dicho llamado a quebrantar los supuestos paradigmas disciplinares está generalmente acompañado del señalamiento de «la crisis de la disciplina». Esta frecuente afirmación sobre la crisis de las disciplinas es una aseveración pobre. Es infortunada no porque sea falsa, sino, paradójicamente, por su falta de perspectiva histórica. La inestabilidad de los campos del conocimiento no es algo nuevo ni particular de nuestro tiempo, ni lo podemos convertir en el gran descubrimiento de los científicos sociales contemporáneos. Las disciplinas académicas, tal y como las conocemos hoy, son un fenómeno muy reciente. Y más que señalar con pretensiones de originalidad y renovación el descubrimiento de la crisis de las disciplinas, y el consecuente llamado a romper sus fronteras, sería mejor empezar por reconocer el carácter histórico y movedizo de las fronteras disciplinares. Lo preocupante, por lo tanto, no es tanto la «crisis» de las disciplinas, sino más bien el afán por encontrar o proteger la estabilidad y la esencia de un campo de conocimiento. Lo realmente dañino y destructivo es la pretensión profesional por crear fronteras fijas y hacer del estudio de la cultura y de la sociedad un conjunto de parcelas aisladas que se resisten al diálogo. Las fronteras disciplinares no se diferencian mucho de las fronteras geográficas y políticas, las cuales son reales en el sentido que su demarcación tiene consecuencias visibles. Pero, al mismo tiempo, son construcciones sociales levantadas y vigiladas por actores interesados en reconocer la propiedad sobre el territorio, ya bien sea político, geográfico o, en este caso, académico.

Las propuestas de los autores que generalmente son «acusados» de posmodernos y no siempre reconocidos como legítimos miembros de la comunidad de historiadores, han querido mostrar cómo las fronteras entre las disciplinas se hacen difusas y cómo la historia requiere de nuevas herramientas y nuevas preguntas que podemos encontrar en otras disciplinas de las ciencias sociales. En historia aparecen nuevas voces, nuevos actores y se manifiesta un fuerte reclamo a la arrogancia del muy criticado pero poco eludido eurocentrismo. El enfrentamiento con estas preguntas no se puede limitar a un problema de introspección metodológica, ni a un exhaustivo escrutinio de fuentes y archivos; es, por el contrario, un problema que debe examinar la historia y a los historiadores desde «afuera» con la amplitud y diversidad de perspectivas que nos ofrecen otras ramas de las ciencias sociales. Los estudios sobre

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género, sobre estudios culturales y poscoloniales, la historia y la sociología del conocimiento, son, entre otros, espacios reflexivos y de renovación científica, cultural y política, de los cuales la historia tiene mucho que aprender.

Los círculos de colegas y pares son terrenos seguros que alimentan nuestra confianza de ser filósofos, economistas o historiadores a cabalidad; pero los confines departamentales de nuestras universidades y del sistema educativo no son los territorios más fértiles para la innovación científica.

Nuestra invitación al debate sobre la historia y sus límites está lejos de ser un llamado a sumar las filas de fanáticos de la trasgresión disciplinar y dogmáticos contra el método —lo cual es una obvia contradicción-; por el contrario, se trata de reconocer que la labor del historiador no solamente es un permanente esfuerzo por reconstruir el pasado, sino también, y de manera simultánea, un esfuerzo por reelaborar el oficio y las maneras como nos ocupamos del pasado.

Las distintas reflexiones que podemos leer a continuación pretenden cubrir algunos de los frentes y campos del conocimiento importantes para el historiador, pero están lejos de cerrar el debate. Se trata tan sólo de contribuir a la no muy frecuente reflexión sobre las maneras como escribimos la historia.

* * *

Queremos terminar con unas palabras de felicitación para Diana Bonnett, directora de nuestro Departamento, por la obtención del premio «Silvio Zavala» al mejor libro de historia colonial de América publicado entre 2002 y 2003, otorgado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, por su trabajo Tierra y comunidad: un problema irresuelto. El caso del altiplano cundiboyacense (Virreinato de la Nueva Granada), 1750-1800.

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la historia: ¿ilustrada o renacentista? • hugo fazio vengoa* La disciplina de la historia transita por un momento muy peculiar. En condiciones en que el mundo parece avanzar hacia posiciones pragmáticas, inmediatistas, de urgencia, y en el que predominan visiones que pregonan a los cuatro vientos que todo país, empresa, colectivo o individuo que quiera alcanzar el éxito y un merecido lugar bajo el sol, deben convertirse en global player, lógica que esboza una ruptura con el pasado, ya que éste pareciera no contar porque en apariencia las oportunidades que construye el mismo presente serían idénticas para todos, la disciplina de la historia atraviesa por una excelente coyuntura. La sofisticación de la profesionalización, la apertura de nuevos programas de estudio, el crecimiento del número de revistas especializadas, la ampliación de la demanda de conocimiento con perfil histórico, el entusiasmo que muchas de sus obras suscita en el gran público, la madurez de sus trabajos, así como su internacionalización y la paulatina integración de los historiadores en la comunidad académica mundial confirman este buen momento. A ello finalmente se suma la agradable receptividad que esta producción académica encuentra en el seno de la opinión pública. Quizá, esta misma ambigüedad sea la que explica otra situación paradójica que atraviesa la historia: su mayor sofisticación ocurre en un contexto en el cual son profundas las incertidumbres sobre el perfil de la profesión. Aun cuando no siempre se declare de manera pública, se ha vuelto una postura recurrente en los debates de los historiadores insinuar que la historia se encuentra ante un momento de redefinición. Tal vez, nunca habían sido tan grandes las dudas sobre la especificidad de este campo disciplinar. Numerosos son los historiadores que sienten que la disciplina está perdiendo su perfil, que se están desvaneciendo sus anteriores referentes, situación inducida en gran parte por la mayor complejización y sofisticación de los análisis sociales, incluidos los temas históricos. Claro que si se observa el problema en una perspectiva de larga duración, podría argumentarse que esta anunciada y necesaria redefinición no constituye ninguna novedad. En los casi dos siglos que tiene la historia en tanto que conocimiento profesionalizado, siempre ha habido analistas que han anunciado que la historia se debate en medio de una crisis. Gérard Noiriel recuerda que en 1820 se lamentaban porque ya no se podía escribir la historia como se hacía antes1. Desde ese entonces, de manera periódica se han hecho anuncios similares. Cuando se visualiza el problema desde este ángulo podría sostenerse que las palabras “crisis” y “redefinición” han sido fieles compañeros de viaje de la historia. Si nos atenemos al presente más inmediato, podría suponerse que la “crisis” actual no sólo no constituye ninguna novedad, sino que además los supuestos reales y contingentes que experimenta al momento de autodefinirse como campo disciplinar podría ser el producto de su extraordinario crecimiento. En este sentido, podría argumentarse que la “crisis” sería el producto de la dificultad natural que experimenta cualquier tipo de saber ante el aumento en volumen y calidad de la demanda y la madurez alcanzada en los niveles de profesionalización. De ser así, la • Artículo recibido en noviembre de 2003; aprobado en febrero de 2004. * Profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes y del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia. 1 NOIRIEL, Gérard, Sobre la crisis de la historia, Madrid, Ediciones Cátedra, 1997. 10

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dificultad actual podría catalogarse como una coyuntura productiva y beneficiosa en el proceso mismo de consolidación de la disciplina. Si bien la conclusión que se desprende de una visualización del problema a partir de una perspectiva de la larga duración aporta elementos para evitar caer en desesperanzadores fatalismos y el buen momento que atraviesa la disciplina puede servir para hacer la vista gorda a las dificultades, no podemos ni debemos convertir las particularidades de la evolución misma de la disciplina en una coartada que inhiba la reflexión sobre la desfiguración del perfil profesionalizante. Una estratagema tal no sólo se convierte en un procedimiento que impide encontrar mecanismos de respuesta, sino que significa dejar al libre albedrío la reflexión sobre el sentido último de la historia y su papel en el cambiante mundo actual. A nuestro modo de ver, la actitud más sensata consiste en partir del supuesto de que si reina una cierta incertidumbre sobre el sentido de la disciplina, ello obedece a que en la actualidad numerosos factores están alterando los patrones y el guión sobre el que descansa la historia. Podemos observar que varios son los factores que se ubican en el trasfondo de esta transformación que experimenta el saber histórico. Estos los podemos dividir en dos categorías: los primeros son de naturaleza circunstancial y coyuntural, mientras que los segundos aluden a cambios de índole más sistémica que están transformando las sociedades modernas, así como la trama disciplinar que ha predominado en el seno de las ciencias sociales. Dos son los principales procedimientos circunstanciales que inciden en la alteración del perfil disciplinar. El primero consiste en que muchas veces se anuncia una ineludible redefinición como recurso estratégico2. Presagiar una crisis constituye un procedimiento que permite descalificar las viejas maneras de hacer historia y justificar y posicionar nuevas aproximaciones a las cuales se les quiere dar validez. Este procedimiento no es nada nuevo. Ha sido empleado de manera recurrente por la mayoría de las corrientes historiográficas. Un adecuado ejemplo lo encontramos en los inicios de la “escuela” de los Annales. No obstante, la renovación que supuso esta manera de historiar, entre los historiadores ha hecho carrera la tesis de que la escuela de los Annales constituyó una radical ruptura epistemológica en el proceso de profesionalización de la historia3. Pero, si dejamos de lado los aspectos discursivos que se propagaron entre estos historiadores hasta bien entrada la década de los setenta4, podemos constatar más bien que la obra de Marc Bloch y Lucien Febvre constituye tanto una continuidad como una ruptura en las formas y en el contenido de escritura de la historia. No obstante la escasa validez que las más de las veces se le puede asignar a este tipo de “rupturas” epistemológicas, no se puede desconocer que ha sido un importante procedimiento de naturaleza estratégica que ha rendido frutos, entre otros, porque lo “nuevo” se convierte en la medida de todas las cosas. Este mismo procedimiento estratégico lo emplearon más recientemente los historiadores que se adscriben a la corriente del “giro lingüístico”, en la medida en que asumen que las lecturas postestructuralistas constituyen un innovador cambio paradigmático, lo que los ubica de por sí en una posición vanguardista en cuanto a las nuevas formas de escritura histórica. Si bien este tipo de historiadores han tenido el mérito de introducir importantes elementos para comprender mejor los escenarios discursivos que se presentan entre los historiadores, su eventual impacto queda atemperado en relación con el mismo conocimiento histórico, ya que han terminado extrapolando el carácter complejo de la enunciación discursiva a

2 Para un análisis del papel de la estrategia en la historiografía, véase COUTAU-BÉGARIE, Henry, Le phénomène “Nouvelle Histoire”. Stratégie et idéologie des nouveaux historiens, París, Economica, 1982. 3 Véase, a título de ejemplo, AGUIRRE, Carlos Antonio, La escuela de los Annales. Ayer, hoy y mañana, Barcelona, Montesinos, 1999. 4 LE GOFF, Jacques, La Nouvelle histoire, Bruselas, Éditions Complexes, 1979. 11

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los mismos hechos, actores y procesos a los cuales se refieren esas mismas reflexiones. Si el estructuralismo había descentrado al individuo de la historia, el “giro lingüístico” ha terminado por negar la misma historia. El otro procedimiento circunstancial consiste en que en un contexto como el actual en el cual ha aumentado exponencialmente el número de profesionales de la disciplina, en unos escenarios académicos en los cuales se plantea el imperativo urgente e individual de ganarse prontamente un lugar bajo el sol disciplinar y, por último, en una sociedad en las cuales se acentúan las presiones mercantiles sobre el quehacer de los científicos sociales, incluidos los historiadores, los profesionales de la disciplina tienden a exagerar los discursos innovadores. Como oportunamente escribe Eric Hobsbawm, “para ser citados en los índices, lo mejor es introducir una idea nueva que los colegas refutarán sea cual sea su grado de absurdez. Cuánto más crece la profesión, más se profesionaliza y más rentable resulta decir: «hasta ayer todos decían que Napoleón era un hombre grande, yo voy a mostrar que era un hombre insignificante»”5. El problema que se infiere de esta dinámica es doble: de una parte, las sociedades modernas son organizaciones en las que participan distintos tipos de saberes, los cuales compiten en una variedad de campos diferenciados de producción, cuyas normas cambian de manera permanente y cuyos resultados se valoran en el mercado. Pero también son sociedades en las que se ha ampliado el número y la calidad de los públicos, y la relación entre los saberes y éstos se realiza básicamente a través de los mismos circuitos mercantiles. El historiador, por tanto, es un profesional cuya labor está siendo permeada por la lógica mercantil, a la cual, en última instancia, tiene que servir. De otra parte, todas las instituciones, incluso las más tradicionales y sólidas, ya no pueden analizarse al margen de las veloces y radicales transformaciones sociales, las cuales no operan dentro de ningún canon predeterminado. El “gremio” de los historiadores también se encuentra atravesado por este tipo de dinámicas que actúan como fuerzas centrífugas, acrecentando la incertidumbre, pero también acelerando el resultado de la misma operación histórica, para mantenerla a tono con las apremiantes demandas sociales. Esta a veces recurrente práctica no sólo conduce a una relativización del conocimiento histórico, sino que también introduce un alto nivel de incertidumbre sobre la validez y la calidad de la oferta de estos discursos. Si estos dos tipos de factores que recurrentemente intervienen en la enunciada crisis de la historia son de índole estratégico y circunstancial, y no sería del todo equivocado identificarlos como simples modas o como la necesidad de ganar rápidas posiciones de autoridad dentro del gremio profesional, diferente es el grado de incidencia que le corresponde a los dos otros tipos de factores. El primero ya lo enunciaba Fernand Braudel en los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando escribía: “si estamos en un nuevo mundo, ¿por qué no en una nueva historia?”6. El segundo es la compleja interrelación que se presenta entre la historia y las restantes ciencias sociales. Las aceleradas y radicales transformaciones que ha experimentado el mundo en el transcurso de los últimos años han relativizado la capacidad explicativa de los saberes compartimentarizados. Como escribe Jesús Martín Barbero: “Un fantasma recorre las ciencias sociales y la investigación cultural latinoamericana en los últimos años: ese fantasma se llama globalización. Confundida por muchos con el «viejo» y persistente imperialismo, asimilado a la transnacionalización, o, mejor, a la expansión acelerada de las empresas y las lógicas transnacionales, e identificado por otros con la «revolución» tecnológica y hasta con el impulso 5 Citado en NOIRIEL, Gérard, op. cit., p. 201. 6 BRAUDEL, Fernand, Historia y ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1968, p. 22. 12

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secreto de la posmodernidad, la globalización no parece dejarse atrapar ni en los esquemas académicos ni en los paradigmas científicos tradicionales”7. La misma argumentación desarrolla Renato Ortiz, cuando asevera que “el problema es que la modernidad-mundo rompe las fronteras del Estado-nación. Para comprenderla, es necesaria una reactualización del pensamiento. El mundo, como objeto, exige nuevos conceptos de nuestra imaginación sociológica. En este sentido, la globalización no es simplemente un tema entre otros: desafía la reflexión en su existencia categorial. Pensarla es abrirse a una revisión del propio discurso de las ciencias sociales”8. En efecto, uno de las transformaciones más profundas a que ha dado lugar el desarrollo experimentado por las sociedades modernas, es que ha estimulado la emergencia de una todavía embrionaria sociedad global, de las cuales todos los colectivos, sociedad e individuos, con distintos grados de intensidad, hacen parte. Cuando se sostiene que el mundo se encuentra frente a un proceso inédito como es la emergencia de una naciente sociedad global, ello induce a que se reproblematice la manera como tradicionalmente se han entendido las trayectorias de las sociedades nacionales en una perspectiva mundial. De una parte, porque sugiere la confluencia de distintas trayectorias de modernidad9, proceso en el cual participan por igual, aun cuando no de manera equivalente, tanto los países más desarrollados como los que están en vías de desarrollo. Esta transmutación implica que pierde toda su validez explicativa la usual linealidad y secuencialidad del desarrollo, la modernidad y de la modernización. En el caso de los países en desarrollo, la toma de conciencia de esta nueva realidad plantea el desafío de utilizar las herramientas en el análisis histórico elaboradas en los países industrializados para repensar el desenvolvimiento de su propia historia. Como señalaba Josep Fontana hace algunos años, “interpretar la historia de los pueblos no europeos a la luz de nuestras concepciones significa arrebatarles su propia historia y dificultar la solución de sus problemas”10. Hoy, cuando se ha vuelto inminente el cambio de perspectiva en la medida en que todos los colectivos entran a ser parte de esta embrionaria sociedad global, los historiadores deben comprender que su enunciación ha modificado la “misma fundamentación del concepto occidental del conocimiento y del entendimiento al establecer conexiones epistemológicas entre el lugar geocultural y la producción teórica”11, pero no simplemente como una trayectoria diferente, sino como parte de un entrelazamiento con realidades, incluso, a veces, las más distantes. De la otra, esta metamorfosis ha vuelto difuso la dicotomía entre lo “interno” y lo “externo” y, en ese sentido, ha sembrado dudas sobre el aparato conceptual y las perspectivas de análisis desarrollados por las ciencias sociales12, las cuales se centraban en torno a la existencia de compartimientos aislados, cobraban su sentido en perspectivas que asignaban una preeminencia a los Estados-naciones, las sociedades nacionales, las identidades étnicas, nacionales o de clases, etc., o a través de rígidos guiones de diferenciación entre los distintos ambientes sociales (economía, sociedad, cultura, política, etc.). Por último, cuando se asume que estamos asistiendo a la emergencia de una sociedad global se descubre la importancia de múltiples intersticios que comunican y compenetran a los distintos 7 BARBERO, Jesús Martín, “La globalización desde una perspectiva cultural”, en Letra Internacional, N. 58, Madrid, 1998, p. 13. 8 ORTIZ, Renato, Otro territorio, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1998, p. XXI. 9 BECK, Ulrich, La sociedad del riesgo global, México, Siglo XXI, 2001. 10 FONTANA, Josep, Europa ante el espejo, Barcelona, Crítica, 1994, p. 12. 11 MIGNOLO, Walter, “Herencias coloniales y teorías poscoloniales”, en GONZÁLEZ, Beatriz (compiladora), Cultura y Tercer Mundo. Cambios en el saber académico, Tomo 1, Caracas, Nubes y Tierra y Editorial Nueva Sociedad, 1996, p. 119. 12 GIDDENS, Anthony, Capitalismo y la moderna teoría social, Barcelona, Idea Books, 1998. 13

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colectivos, lo cual conduce a pensar las articulaciones sociales no como causalidades últimas (causas y efectos), sino como el producto de determinadas resonancias que producen ciertos acontecimientos, coyunturas y procesos. Esta argumentación que se infiere de las nuevas realidades planetarias también es válida para el análisis de las sociedades individualizadas, las cuales se encuentran atravesadas por múltiples temporalidades humanas, incluidas por las relaciones fantasmagóricas, al decir de Anthony Giddens13. Como lo señalaba hace algunos un importante editorial de la revista parisina Annales, la sociedad no puede seguirse interpretando como una cosa14. Tampoco los grandes modelos –funcionalista y estructuralista- son capaces hoy por hoy de dar cuenta de la complejidad de la sociedad actual. Los objetos sociales no son cosas dotadas de propiedades, sino conjuntos de interrelaciones cambiantes dentro de configuraciones en constante adaptación. Este cúmulo de transformaciones que acabamos de señalar se convierte en un importante factor explicativo de la metamorfosis que está experimentando la historia, así como también las restantes ciencias sociales. La anunciada, aunque no siempre declarada “crisis” de la historia tiene lugar dentro de este nuevo contexto o cambio de era mundial. Las perspectivas de larga duración, visión por cierto predominante en las historiografías contemporáneas, establecen un vínculo durable entre el pasado y el presente, y, en ese sentido, se ven impelidas a realizar, a partir de nuestra compleja inmediatez, una radical relectura del pasado inmediato, así como del más lejano, y a replantear la interacción con las restantes ciencias sociales. Claro que podría argumentarse que todos los sucesivos quiebres que ha experimentado la historia en sus casi dos siglos de existencia como campo disciplinar siempre se han correlacionado con modificaciones en sus formas de relacionarse con los restantes saberes sociales. En efecto, varios de los grandes cambios que ha conocido la disciplina se han producido a partir del diálogo, interiorización u oposición de ciertos postulados que se presentaron a partir de esta interlocución. No es del todo fortuito que una de las preocupaciones centrales de la producción historiográfica contemporánea haya consistido precisamente en intentar establecer un marco relacional entre la historia y las ciencias sociales. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría antes cuando se intentaba establecer un marco relacional con las demás ciencias sociales, en la actualidad el cambio es más profundo porque las transformaciones sistémicas de nuestro presente más inmediato están minando la fundamentación misma y las lógicas explicativas desarrolladas por las ciencias sociales. Esta emergente realidad mundial ayuda a entender los esfuerzos de destacados académicos por repensar las viejas compartimentarizaciones de los análisis sociales15 o la vigencia que adquiere en la actualidad la necesidad de superar el antiguo diálogo entre las ciencias sociales16, puesto que se han debilitado las fronteras en las tradiciones disciplinares, razón por la cual ya no sólo no pueden pensarse como universos aislados, ni como mera interdisciplinariedad, ni tampoco como multi o pluridisciplinariedad, sino como una nueva forma de hibridación transdisciplinaria. Estas transformaciones implican seguir una renovación en la mirada de los asuntos sociales, en alguna medida similar al revolucionario cambio de perspectiva que introdujeron los pintores renacentistas italianos, perspectiva que permitía evitar los engaños ópticos, dio vida al “punto de fuga” en el horizonte que es lo que permite captar las distintas dimensiones del objeto,

13 GIDDENS, Anthony, Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1999. 14 Annales, N. 6 de 1989. 15 WALLERSTEIN, Immanuel (coordinador), Abrir las ciencias sociales, México, Siglo XXI, 2001. 16 FLÓREZ, Alberto, MILLÁN DE BENAVIDES, Carmen (editores), Desafíos de la transdisciplinariedad, Bogotá, Instituto Pensar y Pontificia Universidad Javeriana, 2002. 14

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independientemente del ángulo desde el cual se visualice. Esto significa abandonar la tendencia a imaginar que todavía estamos frente a un mosaico de culturas disciplinares adyacentes y pensar, como alegóricamente lo sugiere Lourdes Arizpe, que “la imagen de hoy tendría que ser la de un árbol, como esas magníficas ceibas de nuestras selvas, enraizadas en culturas locales que dan el nutrimento para que crezca el tronco y las ramas de culturas cada vez más amplias a distintas alturas y que reciben a su vez la savia hecha de Sol para poder seguir creando”17. A esta altura del análisis es perfectamente válido preguntarse ¿cómo puede pensarse la constelación disciplinar de la historia para responder a estos desafíos? De antemano conviene realizar una precisión. La unificación del mundo en tanto que categoría histórica y los mayores niveles de complejización de las sociedades no van a llevar a una unificación disciplinar. La heterogeneidad multifocal no sólo conserva su validez, sino que además es epistemológicamente necesaria porque ningún macro nivel de abstracción es capaz de dar cuenta del carácter polivalente de los conjuntos y agentes sociales actuales. Para comprender el complejo carácter de las sociedades presentes se plantea de modo aún más urgente un análisis en toda su globalidad y ello conserva la importancia de las visiones multifocales. Al respecto, muy revelador es el llamado de atención que hacía el insigne historiador francés Fernand Braudel, cuando escribía: “la historia económica no deja de plantear todos los problemas inherentes a nuestro oficio: es la historia íntegra de los hombres, contemplada desde cierto punto de vista”18. Elegir escala de análisis es privilegiar de antemano una forma de explicación unilateral y peligrosa19. Este consejo braudeliano no quiere decir que no pueda destacarse un aspecto en particular y que no pueda someterse a análisis el ambiente económico, político, social o cultural, o un determinado tipo de perspectiva. Empero, siempre que se opte por privilegiar un campo en particular se debe tener en mente que aquella explicación es parcial porque la sociedad es un fenómeno que tiene múltiples expresiones y ramificaciones, incide indistintamente en los distintos ambientes sociales, crea inéditas compenetraciones entre ellos, pero al mismo tiempo en cada uno de ellos adquiere particularidades que le son propias. Para entender los desafíos que se le plantean a la historia conviene destacar la manera como fue evolucionando la interrelación de ésta con las restantes ciencias sociales. Para esto podemos recurrir a Robert Boyer20, quien distingue cinco tipos de configuraciones de interrelación entre la historia y la economía, procedimiento que es válido para el conjunto de las restantes ciencias sociales. El primer tipo de configuración la define como adyacente, situación que se presenta cuando dos disciplinas tratan temas diferenciados y sólo se retroalimentan con información específica a partir de estos universos separados. Este proceder fue característico de la etapa germinal de la profesionalización de la historia en tanto que saber disciplinado formalizado (mediados del siglo XIX), cuando tuvo que entrar a delimitar un corpus y unos métodos específicos que diferenciaran este campo del conocimiento con respecto a los otros saberes sociales. El segundo tipo de compenetración que distingue Boyer lo define como recubrimiento, procedimiento que crea una yuxtaposición entre dos o más disciplinas para crear un subcampo

17 ARIZPE, Lourdes, “Cultura, creatividad y gobernabilidad”, en MATO, Daniel (compilador), Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, Buenos Aires, Clacso, 2001, p. 36. 18 BRAUDEL, Fernand, La dinámica del capitalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 11. 19 ESTEFANÍA, Joaquín, Hij@, ¿qué es la globalización? La primera revolución del siglo XXI, Madrid, Aguilar, 2002. 20 BOYER, Robert, “Économie et histoire: vers de nouvelles alliances? En Annales Économie, Société, Civilisations, año 44, N. 6, noviembre-diciembre de 1989. 15

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específico (v. gr., la historia económica). En esta constelación, cada una de las disciplinas aporta sus propios métodos y resultados sobre un objetivo común. Este procedimiento fue muy utilizado por los historiadores y demás científicos sociales a mediados del siglo XX. El tercer procedimiento lo define Boyer como dependencia, el cual tiene lugar cuando un campo específico de la historia sigue unos determinados lineamientos teóricos en los cuales la función del análisis histórico se focaliza en la demostración de ciertos enunciados. Quizá, uno de los mayores exponentes de este proceder fue Barrington Moore, con su original libro Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. Otro tipo de compenetración es el de la transcausalidad, que ocurre cuando una determinada causalidad surgida en un entorno disciplinar se utiliza como marco explicativo por parte de las otras disciplinas. Este proceder ha sido característico de la historia marxista, la cual siempre ha reconocido la existencia de un determinante en última instancia en los procesos históricos. La última constelación es la de la transespecificidad, proceso que tiene lugar cuando un concepto tiene aplicaciones particulares en los universos disciplinares, pero en cada una de esas disciplinas conserva su autonomía. Con los cambios sistémicos de la época actual se entiende que esté apareciendo otro tipo de compenetración, la cual es definida por Boyer como interacción simbiótica, dinámica que tiene lugar cuando “los conceptos, las nociones y métodos se encuentran periódicamente alterados y redefinidos a la luz de validaciones que se encuentran en materia de pertinencia o similitud histórica o coherencia lógica”. De todo este cúmulo de interacciones, la historia fue aprendiendo y sofisticando sus enfoques, propuestas metodológicas y resultados. Empero, en los albores del siglo XXI, se ha llegado a un momento en el cual se debe repensar de modo radical la manera como se define el sentido mismo de la historia y su relación con los restantes saberes sociales, cuyo perfil debe inscribirse dentro de la perspectiva de interacción simbiótica, sugerida por Boyer. Es evidente que en nuestro presente más inmediato ni la propuesta metódica, con la que tanto se identificaron muchos historiadores para definir un perfil singularizado, ni el manejo del tiempo constituyen anclajes que particularicen este campo del saber. En condiciones en que se intensifican las compenetraciones del conjunto de las ciencias sociales y de redefinición de la especificidad disciplinar, la historia debe perseverar por concebir como propio el desarrollo de una nueva perspectiva renacentista, un nuevo “punto de fuga”, a través del análisis de la convergencia y la resonancia de las distintas temporalidades históricas, las cuales no se guían por los mapas cognitivos a los que nos ha acostumbrado el saber científico. Para ello, la historia, “quizá, la menos estructurada de las ciencias sociales”21, debe sacar partido de su misma indefinición. Si la historia realizó su “revolución copernicana” con la definición de la historia problema, situación que fue posible por la vinculación que estableció con las demás ciencias sociales22, un fenómeno eminentemente ilustrado, que se inspiraba en el “Pienso, luego existo” cartesiano, este procedimiento tuvo un impacto parcial en la historia. La parcialidad con que se asumieron estos nuevos presupuestos teóricos y metodológicos, que mantuvieron a la historia como la menos estructurada de las ciencias sociales, se ha convertido en una ventaja que le permite en las actuales condiciones una fuga hacia adelante.

21 BRAUDEL, Fernand, Historia y ciencias sociales, op. cit., p. 61. 22 SILVA, Renán, “La servidumbre de las fuentes”, en MAYA, Adriana, BONNETT, Diana (compiladoras), Balance y desafío de la historia de Colombia al inicio del siglo XXI, Bogotá, Uniandes, Departamento de Historia, CESO, 2003, p. 36. 16

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Es evidente que la revolución copernicana constituyó un gran acontecimiento en la historia de la humanidad. Sin embargo, introdujo una escisión entre el conocimiento sensorial y el abstracto, entre la valoración estética y la racional de la realidad. “Cómo puedo conciliar en una sola mente, lo que poseo, y que desea comprender, el mundo de la razón –expresado en las ciencias- y el mundo de la vivencia –expresado en las artes. Desde que Copérnico miró al cielo vivimos en dos planos. Por un lado, el plano en el que se puede medir y calcular, y por el otro aquel en el se puede vivir y valorar”23. Este divorcio fue un fenómeno parcial en la historia, porque como acertadamente señala Renán Silva, la historia presupone el apego a un conjunto de operaciones, en la que participan tanto la perspectiva teórica, las formas artesanales, lo cual se enlaza en “torno a un problema previamente construido, y en el que sus exigencias de método no pueden ser resueltas ni por el recurso a una «teoría» y «filosofía» de la historia, ni por el recurso a la simple crítica documental de tipo forense”24. Ello explica la inevitable tensión que siempre ha existido entre la problematización y la narración en la escritura de la historia. Esta tensión, aunado a su menor nivel de formalización dentro de un rígido guión disciplinar ilustrado, se convierte en su principal ventaja. El hecho de que siempre se encontrara rezagada con respecto a las restantes ciencias sociales, la ubica hoy un paso adelante: el hecho de que no se cristalizara totalmente como una ciencia social le permitió mantener una perspectiva más plástica -más cercana a lo que los físicos de hoy definen como “lógica difusa”, perspectiva que se esfuerza por tomar en serio la inevitable vaguedad de muchos conceptos-, en la cual el espacio, el tiempo y los procesos históricos convergen en un único movimiento. La historia nunca llegó a ser una empresa completamente ilustrada; siempre mantuvo un vínculo con las visiones renacentistas. La historia se identifica más con el genial Leonardo da Vinci que con Copérnico o Newton: es poesía y ciencia, al mismo tiempo. Es más renacentista porque, al igual que Leonardo, ha concebido “el mundo de una forma global en la que el conocimiento abstracto y sensorial, el pensamiento y la experiencia, la epistemología causal y la estética no estaban escindidas, sino que se sustentaban y condicionaban mutuamente”25. Una historia renacentista representa una perspectiva de análisis que ayuda a escapar a la lógica de la causalidad (explicación en términos de causa y efecto) y permite descifrar el cúmulo de fenómenos que incluye en términos de resonancia o de correlación, es decir, estableciendo enlaces diferenciados entre los distintos acontecimientos. El buen momento por el que atraviesa la historia seguramente se explica porque de manera más plástica y polivante puede dar cuenta de la complejidad y la aleatoriedad del mundo actual.

23 FISCHER, Ernst, La otra cultura. Lo que se debería saber de las ciencias naturales, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2003, p. 68. 24 SILVA, Renán, op. cit., p. 44. 25 FISCHER, Ernst, op. cit., p. 75. 17

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aportes al diálogo entre historia y ciencia política. una contribución desde la experiencia investigativa en el cinep • ♣ fernán gonzález ♦ En este trabajo quisiera hacer una mirada retrospectiva de algunos de los trabajos del CINEP y de los míos propios, relacionados con la historia política durante los treinta años en que he estado vinculado a él. Igualmente quiero tratar de aclararme a mí y al lector hasta qué punto la mayor parte de mis propios trabajos pueden inscribirse en la categoría de historia política, ya que yo mismo no tengo muy claramente definida mi identidad profesional, aunque esta indefinición no significa para mí ningún motivo de preocupación. Entre otras cosas, porque estudié tanto Ciencia Política como Historia de América Latina y nunca me he preocupado mucho por las fronteras que algunos profesionales han construido entre las Ciencias Sociales. Es más, considero que la combinación de los dos enfoques, diacrónico y sincrónico, han significado un enorme enriquecimiento de mis perspectivas de análisis. Lo mismo que la combinación entre el acercamiento concreto a la realidad histórica de la actividad política colombiana y la lectura desde modelos teóricos, normalmente abstraídos de otras experiencias históricas. Por esta dualidad, creo que muchos historiadores tradicionales pueden considerarme más como politólogo o sociólogo, mientras que la mayoría de mis colegas politólogos y mis estudiantes me califican claramente como historiador político. Yo tendería a definirme más bien como historiador social y cultural de la vida política colombiana o como sociólogo histórico de la vida política, ya que mi interés básico ha sido siempre indagar por las bases sociales y culturales de la historia política de Colombia. En ese sentido, lo que he tratado de hacer es indagar por los trasfondos históricos de nuestros problemas políticos: intentar responder, desde una relectura de la historia política ampliamente considerada, a las preguntas que se hace la Ciencia Política sobre las actuales violencias, el clientelismo y la corrupción, la crisis de representación política, las relaciones entre Estado y sociedad, e iglesia católica y estado liberal, el tipo de presencia del Estado en las diversas regiones, etc. Así, la pregunta guía que ha dirigido mis investigaciones ha sido el interrogante por los malentendidos fundamentales que operan como trasfondos de los conflictos entre la iglesia católica y el partido liberal, entre los acercamientos clientelistas y tecnocráticos a la vida política, entre las miradas a la violencia desde las llamadas causas objetivas y subjetivas, etc. También ha guiado mis investigaciones la mirada contrapuesta con que esas visiones y los actores de esos conflictos interactúan entre sí: cómo se miran los actores unos a otros y cómo responden a esas miradas. Con frecuencia, la falta de consenso sobre un determinado aspecto obedece a que el problema se entiende de manera diferente. Por ejemplo, es claro que las diversas posiciones asumidas en la discusión sobre clientelismo, corrupción y reforma política ocultan diversas concepciones de la política. Mientras que el fracaso de las recientes negociaciones de paz evidencian, como ha mostrado insistentemente Marco Palacios

• Artículo recibido en octubre de 2003; aprobado en enero de 2004. ♣ Este artículo fue presentado como ponencia en el seminario “La historia política hoy. Su método y las Ciencias Sociales”, organizado por el Departamento de Historia y el Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia (mayo 22 – 25 de 2002). ♦ Politólogo de la Universidad de los Andes, historiador de la Universidad de California, Berkeley, e investigador del CINEP. 18

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1 -amigo y colega historiador, cuyas ideas han enriquecido muchas de estas reflexiones- una dificultad para crear consenso sobre la naturaleza de la salida negociada y del conflicto armado mismo. Malentendidos semejantes se ven en la mirada con que mutuamente se enfrentan la iglesia católica y el partido liberal durante el siglo XIX y primera mitad del XX. Desde mis tiempos de estudiante de Ciencia Política en la Universidad de los Andes, en los ya lejanos años setenta, echaba de menos la mirada histórica de los problemas políticos: fuera de los cursos de Francisco Leal Buitrago sobre la formación del Estado2 y de Darío Fajardo Montaña, y algunas lecturas como las del Poder Político en Colombia, de Fernando Guillén Martínez3, que leíamos en fotocopias desorganizadas y mal paginadas, la dimensión histórica estaba bastante ausente. Parecía que, en el mejor de los casos, la historia comenzaba con el Frente Nacional. Y, por el lado de la Historia, el interés de la mayoría de los historiadores por los problemas políticos era escaso: lo que se consideraba importante era la Historia económica y social, la Historia de las Mentalidades, mientras que la Historia política se relegaba a las tradicionales Academias de Historia, con sus listas de próceres, presidentes, guerras civiles y reformas constitucionales. Quedábamos así reducidos a los libros de Henao y Arrubla, Gustavo Arboleda y, en el mejor de los casos, al enfoque revisionista de Indalecio Liévano Aguirre. Incluso en el terreno de la historia de las ideas políticas, el interés era escaso: los trabajos ya clásicos de Jaime Jaramillo Uribe4 y Gerardo Molina5 eran la excepción. De hecho, todavía no tenemos una buena síntesis del pensamiento conservador en Colombia, a pesar de las antologías existentes de José Eusebio Caro, Mariano Ospina Rodríguez, Miguel Antonio Caro y Laureano Gómez. Sin embargo, tengo que reconocer mi deuda con los trabajos de Jaime Jaramillo, pionero de los estudios sobre el pensamiento político colombiano e iniciador de muchas reflexiones sobre las bases sociales del comportamiento político colombiano en sus análisis sobre la formación de la nación, su diferenciación regional y espacial, su atención al mestizaje, la diferenciación social, los cambios demográficos y los factores del poblamiento colombiano, que nos señalaron un camino6. Esta carencia ilustra la importancia que tiene el reciente impulso renovador de la línea de investigación en historia política que aparece simultáneamente en varias regiones del país. En este contexto de recuperación de la historia política, con el apoyo de los aportes de otras ciencias sociales, se inscribe nuestro intento de diálogo entre Historia y Ciencia Política. Este 1 PALACIOS, Marco, “Proyecciones sobre escenarios de mediano y corto plazo”. Trabajo realizado para la Fundación Ideas para la Paz sobre el campo político y los procesos de diálogo y negociación con las FARC y el ELN, Bogotá, 22 de marzo de 2001. Publicado en forma parcial con el título “Una radiografía de Colombia”, en La Revista de El Espectador, Bogotá, 23 de septiembre de 2001. 2 Recogidos de alguna manera en sus libros, Estudio del comportamiento legislativo en Colombia, tomo I, Análisis histórico del desarrollo político nacional. 1930-1970, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1973; y Estado y Política en Colombia, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1984. 3 La primera edición de este libro póstumo de Fernando Guillén Martínez apareció solamente en 1979, editada por la editorial Punta de Lanza, gracias al esfuerzo de algunos de sus colaboradores y estudiantes de la Universidad Nacional, apoyados por otros amigos y familiares. 4 JARAMILLO URIBE, Jaime, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Editorial Temis, 1964. 5 MOLINA, Gerardo, Las Ideas Liberales en Colombia, volumen I, Bogotá, Editorial Tercer Mundo, 1970. Los tomos II y III fueron publicados por la misma editorial en 1974 y 1977. 6 Cfr. JARAMILLO URIBE, Jaime, “Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII”, “Ideas para una representación sociocultural de las regiones colombianas”, “Nación y región en los orígenes del Estado nacional en Colombia”, “Factores que incidieron en el poblamiento del territorio colombiano”, en Ensayos de historia social, tomos I y II, Bogotá, Tercer Mundo Editores y Ediciones UNIANDES, 1989.Y “Cambios demográficos y aspectos de la política social española durante la segunda mitad del siglo XVIII”, en La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos, Bogotá, El Áncora Editores, 1994. 19

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intento de relectura ha venido buscando superar la separación que normalmente existe entre la visión diacrónica de la Historia política y la mirada sincrónica de la Ciencia política, intento que se hace evidente en la preocupación de varias investigaciones del CINEP por indagar sobre las raíces prepolíticas del comportamiento y adscripción política, sobre las bases sociales, culturales y económicas de la actividad política. En ese sentido, nuestra búsqueda se inspira en la obra ya citada de Fernando Guillén Martínez, que relaciona la adscripción política a los partidos tradicionales con las estructuras sociales relacionadas con la encomienda indígena de los tiempos coloniales y la hacienda colonial y republicana, lo mismo que en los trabajos de Barrington Moore Jr., que tratan de interrelacionar las estructuras agrarias de algunos países con los sistemas políticos posteriormente resultantes7. Sin la consideración de las bases sociales, económicas y culturales del comportamiento político, son ininteligibles el fenómeno del clientelismo y el surgimiento precoz del sistema bipartidista en Colombia, lo mismo que su permanencia hasta la segunda mitad del siglo XX. relaciones entre iglesia católica, sociedad y estado en colombia En esa consideración, es particularmente importante el análisis de las relaciones que se establecen, desde los tiempos coloniales, entre la iglesia católica y las localidades y regiones: la presencia diferenciada del clero católico en los procesos de poblamiento y cohesión social de las diversas regiones tiene, a nuestro parecer, importantes consecuencias políticas y sociales. En este punto se presenta una convergencia de los resultados de nuestras investigaciones sobre las bases sociales del comportamiento político y los trabajos realizados sobre las relaciones entre iglesia católica y estado colombiano. Estos estudios se inician antes de mis estudios de Ciencia Política y responden a una problemática de tipo más personal, pues se enmarcan en la contradicción que vivía parte de mi familia, en particular mi padre, entre la militancia dentro del partido liberal y su firme adhesión a la fe católica, de la que era fervoroso practicante. En el período de la Violencia de los años cincuenta, cuando mi familia se trasladó de Barranquilla a Cali, estaban en boga las pastorales antiliberales y antimodernas de monseñor Miguel Ángel Builes, obispo de Santa Rosa de Osos, y no escaseaban los curas que negaban la absolución a los que se atrevían a confesarse liberales. Creo que esta problemática familiar es uno de los orígenes de mi interés por estudiar, desde el punto de vista liberal, los enfrentamientos de la iglesia católica con el liberalismo y el mundo moderno. Por esta razón, mi libro Poderes Enfrentados8, que recoge varios ensayos sobre el tema, está dedicado a la memoria de mi padre. La otra vertiente de mi interés por el tema tiene que ver con el momento que vivíamos en Colombia a finales de los años sesenta y principios de los setenta: yo estudiaba teología en la Universidad Javeriana, entre los años 1968 y 1971, cuando empezaban a conocerse y estudiarse en el país los resultados del Concilio Vaticano II, realizado entre los años 1962 y 1965, que significaron un verdadero revolcón en el seno de la iglesia católica. Y mucho más, en América Latina y Colombia, donde proliferaron muchos movimientos sacerdotales y laicales de carácter contestatario y radical, que despertaron el rechazo y la incomprensión de

7 MOORE, Barrington Jr., Orígenes sociales de la dictadura y democracia: el señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Barcelona, Editorial Península, 1972. Esta perspectiva ha sido retomada posteriormente por el mismo autor en La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión, México, UNAM, 1989. En una línea semejante, se mueve más recientemente SKOCPOL, Theda, Los Estados y las Revoluciones Sociales. Un análisis comparativo de Francia, Rusia y China, México, Fondo de Cultura Económica, 1984. 8 GONZÁLEZ, Fernán E., Poderes Enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, Bogotá, CINEP, 1997. 20

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la mayor parte de los jerarcas; como resultado de esta contraposición, se hace evidente la división del clero católico y su jerarquía en América Latina. En ese momento surgen Camilo Torres y, posteriormente, los grupos sacerdotales de Golconda y SAL (Sacerdotes para América Latina). En ese contexto teológico y político, era obvia la pregunta sobre las relaciones entre iglesia católica, liberalismo y modernidad, ya que el Concilio Vaticano II significó un importante intento de diálogo con el mundo moderno al reconocerse la iglesia como Pueblo de Dios que camina a través de la historia, al lado de otros pueblos, otras iglesias, otras religiones y un sinnúmero de creencias. Para la iglesia católica colombiana, educada en la lucha contra el liberalismo y el mundo moderno, el reconocimiento que el Concilio hacía de la libertad religiosa y de los valores de la modernidad producían un shock profundo, que hizo confesar a algún obispo que sentía que les habían desencuadernado el Catecismo. En ese momento, cuando empezábamos a entender planteamientos que darían lugar más tarde a la llamada “Teología de la Liberación” en América latina y a los enfoques del grupo Golconda en el caso colombiano, y también a leer los trabajos educativos de Paulo Freire y las discusiones sobre la teoría de la dependencia, empecé a escribir mi trabajo de grado en teología sobre los conflictos entre Religión y Sociedad en Colombia, en torno a la revolución liberal de 18489. Para ese trabajo, descubrí un libro de alguien que se convertiría luego en un buen amigo y colega: Partidos políticos y Clases Sociales, de Germán Colmenares10, que me sugirió una idea que sería clave para mis posteriores investigaciones: la diferencia entre fe religiosa y la expresión sociocultural de esa fe en los diversos momentos de la historia. Esa línea se iría desarrollando luego en mis siguientes trabajos, como el de los antecedentes históricos del nuevo concordato de 197311 y el de las relaciones entre iglesia católica y partidos políticos12, que ya insinúa ideas que se profundizarían más tarde, como la diferenciación regional de la presencia de la iglesia católica en el país (cuya idea germinal aparece ya en los primeros trabajos de Virginia Gutiérrez de Pineda sobre la familia colombiana), las divisiones del clero en torno al proceso de independencia y la vigencia del patronato bajo el régimen republicano, la lectura del catolicismo intransigente de las pastorales del obispo de Pasto, Ezequiel Moreno (canonizado por Juan Pablo II), que predicaba la guerra santa contra el liberalismo, y las consecuencias de la división de la jerarquía en la caída del régimen conservador en 1930. Estas visiones se irían complementando con otros tres ensayos: el primero explora las relaciones de la iglesia católica bajo los gobiernos del general Mosquera y del radicalismo liberal, mostrando la heterogeneidad interna tanto de la iglesia como del partido liberal en esta materia13, mientras que los otros dos muestran el desarrollo de esta problemática durante la Regeneración y la

9 Publicado con el título “Religión y Sociedad en conflicto: la revolución ideológica y social de 1848 en Colombia”, en Eclesiástica Xaveriana, Bogotá, 1972. 10 COLMENARES, Germán, Partidos políticos y clases sociales, Bogotá, Ediciones Universidad de los Andes, 1968. 11 GONZÁLEZ, Fernán E., “Relacionen entre la Iglesia y el Estado a través de la historia colombiana: antecedentes históricos del Nuevo Concordato”, en ANALICIAS, n° 17, septiembre de 1973, Bogotá, CINEP. 12 GONZÁLEZ, Fernán E., “Iglesia y partidos políticos en Colombia”, en Revista de la Universidad de Medellín, n° 21, 1976. Este artículo serviría de base para el libro Partidos políticos y poder eclesiástico. Reseña histórica, 1810-1930, Bogotá, CINEP, 1977, y escrito como parte de la Historia general de la Iglesia en América Latina, tomo VII (Colombia y Venezuela), Salamanca, CEHILA, 1981. Algunos capítulos de este libro fueron objeto de una relectura en 1985, en un documento ocasional del CINEP, titulado “Iglesia y Estado en Colombia durante el siglo XIX (1820-1860)”, Documento ocasional, n° 30, Bogotá, CINEP, 1985. 13 “Iglesia y Estado desde la Convención de Rionegro hasta el Olimpo Radical (1863-1878)”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, n° 15, Bogotá, Universidad Nacional, 1988. 21

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hegemonía conservadora, las reformas liberales de los años treinta, la violencia de mediados de siglo y el Frente Nacional14. De alguna manera, este acercamiento histórico desemboca en una visión más actual del papel de la iglesia católica en la sociedad colombiana a partir de los años setenta y ochenta, recogida en dos ensayos: “La Iglesia jerárquica: un actor ausente”15, sobre la coyuntura de los años ochenta, y “La Iglesia católica en la coyuntura de los noventa: ¿defensa institucional o búsqueda de la paz?”16. En ellos se analiza la crisis del modelo de presencia de la iglesia en la sociedad mediante el control de las instituciones sociales, el desconcierto de la jerarquía frente a los rápidos cambios que se producen en la sociedad colombiana a partir de los años setenta, que se expresan en una acelerada secularización de la sociedad, una mayor heterogeneidad del campo religioso y un reconocimiento de la pluralidad étnica, cultural y religiosa del país. Estos cambios se reflejan en la oscilación de la jerarquía entre una defensa del modelo institucional reflejado en la defensa del régimen concordatario y la búsqueda de un nuevo estilo de presencia en la sociedad que se muestra en la búsqueda de la paz. Estos ensayos fueron escritos, en buena parte, gracias a la insistencia de Francisco Leal Buitrago, amigo, profesor y colega, que no me dejó abandonar el tema. Esta serie de ensayos sobre las relaciones entre iglesia católica, sociedad y estado en Colombia se cierra con una reflexión sobre el papel de la iglesia en la conquista y colonia españolas, que se concreta con la ocasión de la discusión sobre la celebración del V Centenario del descubrimiento de América y finaliza con la edición del libro Poderes Enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, que recoge, en 1997, casi todos los ensayos anteriormente mencionados. El capítulo primero de este libro, “¿Evangelización o Conquista espiritual? La Iglesia en la sociedad de la conquista y la colonia”, sintetiza varias versiones sobre el tema, publicados previamente de manera diversa17. Por su parte, el capítulo final18 intenta realizar una reflexión de conjunto sobre los diversos períodos estudiados desde la relación entre iglesia y modernidad, cuyo inicio se debió a un seminario sobre la recepción de la modernidad en Colombia, realizado en 1989 a petición de la Misión de Ciencia y Tecnología en la facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Bogotá.

para leer la política: una mirada desde la historia

14 “Iglesia Católica y Estado Colombiano (1886-1930)” e “Iglesia Católica y Estado colombiano (1930-1985)”, en Nueva Historia de Colombia, Bogotá, Planeta, 1989. 15 “La Iglesia jerárquica: un actor ausente”, en LEAL, Francisco, ZAMOSC, León (ed.), Al filo del caos. Crisis Política en la Colombia de los años ochenta, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia y Tercer Mundo Editores, 1990. 16 “La Iglesia católica en la coyuntura de los noventa: ¿defensa institucional o búsqueda de la paz?”, en LEAL, Francisco (compilador), En busca de la estabilidad perdida. Actores políticos y sociales en los años noventa, Bogotá, Tercer Mundo Editores, IEPRI (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá) y COLCIENCIAS, 1995. 17 Como los titulados “La Iglesia. Organización en la Colonia, acción misional y educativa”, en Historia de Colombia, Bogotá, Editorial Salvat Colombiana, 1989; “Evangelización y estructura social en la Nueva Granada. Líneas para una reflexión desde la historia”, en La Evangelización en Colombia, Bogotá, Conferencia Episcopal, 1992; “¿Evangelización o conquista espiritual?”, en Crónicas del Nuevo Mundo, Colección de separatas, n° 20, El Colombiano y CINEP, octubre de 1992. Una versión más breve de este último artículo apareció publicado en dos capítulos del libro Un mundo jamás imaginado, Bogotá, Comisión V Centenario y Editorial Santillana, 1992. Estos dos capítulos y la separata de El Colombiano fueron escritos con la colaboración de Marta Victoria Gregory de Velasco. 18 “El fondo del problema: la relación entre Iglesia y modernidad en Colombia”, en Poderes enfrentados, op. cit. 22

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A diferencia de los trabajos sobre las relaciones entre iglesia católica, sociedad y estado colombianos, fruto de un trabajo predominantemente personal que permitió ir armando paulatinamente el rompecabezas antes descrito, las investigaciones más directamente relacionadas con la historia del comportamiento político han estado siempre vinculadas a investigaciones interdisciplinarias realizadas por diversos equipos de trabajo del CINEP, como aparece analizado en el recuento de las investigaciones relacionados con la política, realizado por Ingrid Bolívar con ocasión de los primeros 25 años de este Centro19. Así, los primeros acercamientos al tema del clientelismo y la formación del Estado Nación se producen en una investigación sobre el clientelismo, realizada entre 1975 y 1978, que buscaba indagar por las bases socioeconómicas del comportamiento político en el agro colombiano. El equipo estaba dirigido por el antropólogo Néstor Miranda Ontaneda, ya fallecido, al que debemos buena parte de nuestra formación como investigadores sociales los demás miembros del equipo, compuesto por Alejandro Reyes Posada, Eloisa Vasco, Jorge Valenzuela y Fernán E. González.20 El enfoque entonces adoptado sería el preludio de los siguientes acercamientos del CINEP al estudio de la política colombiana: se partía de combinar el análisis del modelo cultural clientelista con un marco histórico general para desembocar en estudios regionales de caso, como los de Boyacá, Tolima y Sucre, que muestran cómo la relación clientelista se adapta a las particularidades específicas de cada región. Los resultados de esta investigación pionera en Colombia alimentaron varias publicaciones del CINEP de entonces21.

Desde ese entonces se vislumbraba una tendencia que habría de caracterizar el estilo de las investigaciones del CINEP: tratar de superar la mirada meramente coyuntural de los problemas como el clientelismo y la crisis de los partidos tradicionales para enmarcarlos en una mirada de largo plazo. Así, el clientelismo es analizado en relación con la estructura social y económica de algunas regiones del país, miradas desde su diferente desarrollo histórico, como un tipo de relación política enmarcada en el proceso particular de la configuración del Estado colombiano: se supera así el enfoque ahistórico propio del funcionalismo donde nace este enfoque y la crítica moralizante tradicional, para tratar de mirar la manera como se inserta de manera diferenciada en las condiciones sociales, económicas y sociales de distintas regiones y de diversos momentos históricos. En ese sentido, el análisis teórico de Néstor Miranda sobre el fenómeno clientelista como sistema elemental y deformado de seguridad e integración social, contrastado con los grandes momentos de la historia nacional, constituyó uno de los primeros acercamientos al tema en Colombia. Esta mirada dinámica del clientelismo, en su dimensión histórica y diversidad regional, permite entender su función en el proceso de construcción del Estado y sus contradicciones con las tendencias modernizantes de sectores tecnocráticos de la administración pública y apreciar la constante transformación de la clase política tradicional, 19 BOLÍVAR, Ingrid J., “La construcción de referentes para leer la política”, en GONZÁLEZ, Fernán E. (ed.), Una opción y muchas búsquedas. CINEP. 25 años, Bogotá, CINEP, 1998. 20 GONZÁLEZ, Fernán E., “La experiencia del CINEP: una escuela de investigadores”, op. cit. 21 Para la parte más teórica y la visión histórica, ver MIRANDA, Néstor, GONZÁLEZ, Fernán E., “Clientelismo, democracia o poder popular”, en Controversia, n° 41-42, Bogotá, CINEP, 1976; consultar igualmente GONZÁLEZ, Fernán E., “Constituyente I: ¿Consolidación del Estado Nacional?”, en Controversia, n° 59-60, Bogotá, CINEP, 1977. Para los estudios regionales, ver REYES, Alejandro, Latifundio y Poder político, Bogotá, CINEP, 1978; VASCO MONTOYA, Eloísa, Clientelismo y minifundio, Bogotá, CINEP, 1978; RAMÍREZ VALENZUELA, Jorge, Producción arrocera y clientelismo, Bogotá, CINEP, 1978. Años más tarde, Néstor Miranda y Fernán González retomaron el tema del clientelismo, desde la lectura de El Poder Político en Colombia, de Fernando Guillén Martínez, y desde las relaciones con la administración pública, respectivamente. 23

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la movilidad de los políticos clientelistas, donde se observa la decadencia de viejos patronos y el ascenso de nuevos.

En este acercamiento se evidencia el influjo de los planteamientos de Fernando Guillén Martínez, como aparece en el comentario que hacía Néstor Miranda en 198022 y en mi prólogo a la segunda edición de la obra23, ya que Guillén señalaba múltiples continuidades entre formas asociativas prepolíticas, ligadas a los sistemas económicos de la encomienda y la hacienda coloniales, y la posterior adscripción a los partidos políticos tradicionales. Esta idea de indagar por las bases sociales y culturales de la política será clave para las posteriores investigaciones del CINEP sobre violencia y construcción del Estado, el comportamiento electoral y la administración pública24. Sólo que nuestros trabajos posteriores tendrían más en cuenta a la población campesina, mestiza y mulata, no encuadrada en las encomiendas y haciendas coloniales, ni sujeta al control del clero católico, sino vinculada a la colonización de zonas periféricas, con poco control de la iglesia y de las autoridades coloniales

También fueron importantes, en este proceso investigativo, los primeros contactos con la historiografía anglosajona sobre los temas del caciquismo y formación de los partidos tradicionales, a los que tuve acceso gracias a la generosa colaboración de una buena amiga y colega, Catherine LeGrand, que realizaba entonces una investigación exhaustiva sobre los problemas de tierras en la historia colombiana25. En ese entonces, ella me proporcionó unas fotocopias de unos artículos de Malcolm Deas y Frank Safford, muy poco conocidos por esos tiempos: el de Deas se acercaba al tema de la historia del caciquismo en Colombia26, mientras que el de Safford27 se dedicaba a analizar las bases sociales de las adscripciones políticas en los primeros tiempos de nuestra república. Ambos artículos abrieron muchos caminos para nuestras investigaciones y su influencia en nuestros trabajos es bastante obvia, pues ayudan a superar la lectura esquemática y un tanto maniquea con que normalmente se acerca la mayoría de las personas a estos temas.

Estos enfoques se verán aplicados en una serie de artículos más directamente relacionados con la historia política propiamente dicha, tales como los referentes al proyecto político de Bolívar28, los trasfondos sociales y políticos de la llamada Guerra de los Supremos29, la 22 MIRANDA, Néstor, “El poder político en Colombia”, en Enfoques colombianos, n° 14, Bogotá, Fundación Friederich Naumann, marzo de 1980. 23 GONZÁLEZ, Fernán E., “Prólogo” a Fernando Guillén Martínez, El Poder Político en Colombia, Bogotá, Planeta, 1996. 24 Cfr. GONZÁLEZ, Fernán E., “Legislación y comportamiento electoral”, en Controversia, n° 64-65, Bogotá, CINEP, 1978; y “Clientelismo y Administración pública”, en Enfoques Colombianos, n° 14, Bogotá, Fundación Friederich Naumann, 1980. 25 Esta investigación daría lugar a su tesis doctoral, recogida en su libro Colonización y Protesta campesina en Colombia, 1850-1950, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1988. 26 DEAS, Malcolm, “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia”, en Revista de Occidente, tomo XLIII, octubre de 1973. Reproducido más recientemente en su libro Del poder y la gramática, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993. 27 SAFFORD, Frank, “Social Aspects of Politics in Nineteenth-Century Spanish America: New Granada, 1825-1850”, en Journal of Social History, 1972, cuya versión española, aumentada y revisada, fue publicada como “Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850”, en Aspectos del siglo XIX en Colombia, Medellín, Ediciones Hombre Nuevo, 1977. 28 GONZÁLEZ, Fernán E., “El proyecto político de Bolívar: mito y realidad”, publicado originalmente en Controversia, n° 112, Bogotá, CINEP, 1993, y reproducido como capítulo del libro Para leer la Política. Ensayos de historia política colombiana, Bogotá, CINEP, 1997. 24

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lectura conservadora de la revolución liberal de mediados del siglo XIX a partir del mito antijacobino30, los problemas regionales ocultos bajo la crisis de los gobiernos del llamado Olimpo Radical y en los inicios de la Regeneración de Núñez31, que son recogidos y sintetizados en reflexiones más generales sobre las relaciones entre adscripción a los partidos tradicionales, papel de la iglesia católica y formación de identidad nacional32. También de ese estilo es el ensayo sobre la Guerra de los mil días, que relaciona el reclutamiento de las tropas y la adscripción partidista al tipo de poblamiento y cohesión social de las diversas regiones33. En estos últimos ensayos, se nota la influencia de los desarrollos teóricos de Ernest Gellner34, que relaciona las formas de cohesión social en sociedades complejas con el surgimiento del nacionalismo y de la identidad nacional, y Benedict Anderson, con su idea de la Nación como Comunidad imaginada35, que aplicamos al sistema de los dos partidos tradicionales.

conflicto social y violencias

Muchos de estos avances y enfoques fueron retomados nuevamente en las investigaciones sobre Conflicto Social y Violencia, realizadas en el CINEP entre 1988 y 1992, que fue también el resultado de la labor de un equipo interdisciplinar, coordinado por Fernán González y compuesto por los historiadores Fabio Zambrano Pantoja y Fabio López de la Roche, la economista Consuelo Corredor Martínez, la abogada María Teresa Garcés, la comunicadora social Amparo Cadavid Bringe, la antropóloga María Victoria Uribe, los sociólogos Elsa María Blair Trujillo y José Jairo González Arias, el politólogo Mauricio García Durán, el entonces economista Mauricio Romero y el escritor Arturo Alape. En esa investigación ya aparecían conceptos que se irían desarrollando más tarde, como la fragmentación y privatización del poder, la precariedad del Estado, la relación entre los diversos procesos de poblamiento regional y las violencias, la debilidad de la Sociedad Civil y la cultura política de la intolerancia. Los resultados de la investigación, recogidos tanto en

29 GONZÁLEZ, Fernán E., “La Guerra de los Supremos”, publicado originalmente en el tomo II de la Gran Enciclopedia de Colombia, Bogotá, Editorial Círculo de Lectores, 1991, y reproducido como capítulo de Para leer la política, op. cit. 30 GONZÁLEZ, Fernán E., “El mito antijacobino como clave de lectura de la revolución francesa”, publicado originalmente en el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, n° 16-17, Bogotá, Universidad Nacional, 1988-1989 y con algunos cambios, reproducido en la Revista de la Universidad de Medellín, n° 55, Medellín, .1990. Reproducido en 1997 como capítulo de Para leer la Política, antes citado. 31 GONZÁLEZ, Fernán E., “Problemas políticos y regionales durante los gobiernos del Olimpo radical”, publicado en Memorias del VI Congreso de Historia, Ibagué, Universidad de Tolima, 1992, que tuvo lugar en 1987. E igualmente reproducido en Para Leer la Política, antes citado. 32 GONZÁLEZ, Fernán E., “Reflexiones sobre las relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e Iglesia católica”, publicado originalmente en las Memorias del V Congreso de Antropología, realizado en Villa de Leiva, en 1989, Bogotá, ICAN-ICFES, 1989 y “Relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e Iglesia católica, 1820-1886”, publicado originalmente en las Memorias del VII Congreso de Historia de Colombia, Bucaramanga, UIS, 1992. Ambos reproducidos posteriormente como capítulos del libro Para leer la Política, antes citado. 33 GONZÁLEZ, Fernán E., “La Guerra de los mil días”, en Varios, Las guerras civiles desde 1830 y su proyección en el siglo XX, Memorias de la II Cátedra de Historia Ernesto Restrepo Tirado, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998. 34 GELLNER, Ernest, “El nacionalismo y las dos formas de cohesión social en sociedades complejas”, en Cultura, identidad y política. El nacionalismo y los nuevos cambios sociales, Barcelona, Editorial Gedisa, 1989 y Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza Editorial, 1983. 35 ANDERSON, Benedict, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso Editions, 1985 25

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Análisis. Conflicto Social y Violencia, folletos de carácter divulgativo, como en la revista Controversia, y una colección de nueve libros, ilustran la metodología del acercamiento a las múltiples violencias que aquejan al país. Así, un acercamiento global macroeconómico36 e histórico cultural37 se complementa con varios estudios de caso de regiones particularmente violentas, como el Sumapaz38, el Magdalena Medio santandereano39, la zona esmeraldífera de Boyacá40, el Bajo Cauca antioqueño41, Medellín42, y una mirada global a las relaciones de la sociedad civil con las fuerzas armadas43 y a los procesos de paz44, para culminar luego en una mirada más globalizante45, relacionada con el proceso de configuración política del país.

En ese sentido, las investigaciones de este equipo combinaban el enfoque histórico y estructural de larga duración, que tenía en cuenta las dimensiones económica, sociopolítica y cultural, con acercamientos más coyunturales, de mediano y corto plazo, concretados en los estudios regionales de caso, como los anteriormente mencionados. Dentro de este conjunto, el trabajo sobre la configuración política de Colombia46 sirve de puente entre los análisis estructurales y sus expresiones regionales, al mostrar a los partidos tradicionales a la vez como federaciones de poderes locales y regionales que articulan esos ámbitos de poder con los ámbitos nacionales de la política, y como subculturas que proporcionan cierto sentido de pertenencia y relacionan las identidades locales y regionales con la nación y el Estado. Esta lectura de los partidos como subculturas debe mucho a los análisis de otro amigo y colega, Daniel Pécaut47, que han enriquecido muchos de nuestros trabajos48.

Así, se rescata el papel de los partidos tradicionales como respuesta a la fragmentación del poder entre elites regionales, que ha sido tan subrayado por Marco Palacios49, al mostrar cómo se interrelacionan estos poderes locales y regionales, basados en solidaridades y rivalidades del orden prepolítico, con el conjunto de la nación. Luchas de familias y grupos de ellas, enfrentamientos internos entre familias, rivalidades locales y regionales, tensiones entre grupos generacionales, enfrentamientos personales, identidades locales y regionales, 36 CORREDOR, Consuelo, “Modernismo sin modernidad. Modelos de desarrollo en Colombia”, en Controversia, n° 161, Bogotá, CINEP, 1990 y Los límites de la modernización, Bogotá, CINEP, 1992. 37 LÓPEZ DE LA ROCHE, Fabio, Izquierda y cultura política. ¿Oposición alternativa?, Bogotá, CINEP, 1994. 38 GONZÁLEZ, José Jairo, MARULANDA, Elsy, Historias de frontera. Colonización y guerra en el Sumapaz, Bogotá, CINEP, 1990 y GONZÁLEZ, José Jairo, El estigma de las Repúblicas independientes. Espacios de exclusión, 1955-1965, Bogotá, CINEP, 1992. 39 VARGAS, Alejo, Colonización y conflicto armado. Magdalena Medio santandereano, Bogotá, CINEP, 1992. 40 URIBE, María Victoria, Limpiar la tierra. Guerra y poder entre esmeralderos, Bogotá, CINEP, 1992. 41 GARCÍA, Clara Inés, El bajo Cauca antioqueño. Cómo mirar las regiones, Bogotá, CINEP, 1993. Colaboración desde el INER, de la Universidad de Antioquia. 42 SALAZAR, Alonso, JARAMILLO, Ana María, Las subculturas del narcotráfico. Medellín, Bogotá, CINEP, 1992. 43 BLAIR, Elsa María Blair, Las Fuerzas Armadas. Una mirada civil, Bogotá, CINEP, 1993. 44 GARCÍA, Mauricio, Procesos de Paz. De La Uribe a Tlaxcala, Bogotá, CINEP, 1992. 45 Recogida por Fabio Zambrano y Fernán González, en L’Etat inachevé. Las racines de la Violence en Colombie, París, Fondation pour le Progrès de l’homme, 1995. Y en GONZÁLEZ, Fernán E. y otros, Violencia en la región andina. El caso de Colombia, Bogotá-Lima, CINEP y APEP, 1993. 46 GONZÁLEZ, Fernán E., “Aproximación a la configuración política de Colombia”, publicado originalmente en Controversia, n° 153-154, Bogotá, CINEP, 1988 y reimpreso en 1997 como capítulo de Para leer la Política, antes citado. 47 PÉCAUT, Daniel, Orden y Violencia. Colombia 1930-1954, Bogotá, Ediciones Siglo XXI y CEREC, 1987; y Crónicas de dos décadas de política colombiana, 1968-1988, Bogotá, Ediciones Siglo XXI, 1988. 48 ANDERSON, Benedict Anderson, op. cit. 49 PALACIOS, Marco, “La fragmentación regional de las clases dominantes en Colombia. Una perspectiva histórica”, en Estado y clases sociales en Colombia, Bogotá, PROCULTURA, 1986. 26

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todo ello termina desembocando en adscripciones partidistas, diferenciadas por la relación con la iglesia católica, el grado y estilo de movilización popular, y el ritmo de las reformas sociales y económicas. Los caudillos locales y regionales, así como las oligarquías locales se convierten, por esta vía, en intermediarios necesarios del Estado nacional, del que son a la vez adversarios e instrumentos.

En esta investigación cobran particular importancia las dimensiones del espacio y de su ocupación, como bases para la construcción de poderes e identidades locales. En ese sentido, fueron significativos los aportes de Fabio Zambrano Pantoja50 y José Jairo González51 a las discusiones del equipo. En el fondo, la investigación reposaba sobre la comparación implícita entre territorios integrados y periféricos, donde la presencia del Estado era importante o periférica: se comparaban así los territorios donde se producía la violencia actual con los territorios que fueron escenarios de la Violencia de los años cincuenta, para relacionarlos retrospectivamente con los procesos de poblamiento colonial, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se inicia el proceso de colonización campesina permanente como fruto de las contradicciones de las estructuras económicas y sociales de las zonas integradas al centro, y la participación diferenciada de los pobladores de las diversas regiones en las guerras civiles del siglo XIX, especialmente la guerra de los Mil días.

Este enfoque fue reforzado luego por los resultados de la investigación de Mary Roldán sobre la violencia de los años cincuenta en Urrao, Antioquia, donde muestra que el colapso de las instituciones estatales en algunas partes del territorio nacional no implica necesariamente el surgimiento de la violencia, pues en algunos casos los mecanismos de regulación social de las localidades y regiones pueden compensar la ausencia del Estado. Además, muestra cómo la violencia en las zonas periféricas asume un carácter diferente del de las zonas integradas a la sociedad y economía nacionales52. También fueron de mucha utilidad los resultados de la investigación de Catherine Legrand sobre la colonización de baldíos, realizada para optar al doctorado en Historia en la Universidad de Stanford, que están recogidos en un excelente libro, que logra buenos aportes al conocimiento del desarrollo campesino53.

Para esta comparación entre diferentes tipos de poblamiento y de cohesión e integración sociales, prestamos particular atención a las zonas donde la presencia y el control social del clero católico era menor, y más difícil la relación con las autoridades coloniales, inspirándonos en los análisis de Basilio Vicente de Oviedo54 y Virginia Gutiérrez de Pineda55,

50 ZAMBRANO, Fabio, “Ocupación del territorio y conflictos sociales en Colombia”, en Un país en construcción. Poblamiento, problema agrario y conflicto social, Controversia, n° 151-152, Bogotá, CINEP, 1989. 51 GONZÁLEZ, José Jairo González, “Caminos de Oriente: aspectos de la colonización contemporánea del oriente colombiano”, ibídem., ampliado años más tarde por el autor en el libro Amazonia Colombiana: espacio y sociedad, Bogotá, CINEP, 1998. 52 ROLDÁN, Mary, “Guerrilla, contrachusma y caudillos durante la violencia en Antioquia, 1949-1953”, en Estudios Sociales, n° 4, Medellín, FAES, marzo 1989 y Genesis and evolution of «The Violence» in Antioquia, Tesis doctoral en Historia, Universidad de Harvard, 1992. 53 LEGRAND, Catherine, Colonización y protesta campesina en Colombia, 1850-1930, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1988. 54 VICENTE DE OVIEDO, Basilio, Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Biblioteca de Historia Nacional, 1930. 55 GUTIÉRREZ DE PINEDA, Virginia, La familia en Colombia, volumen I, Trasfondo histórico, Bogotá, Facultad de Sociología, Universidad Nacional, 1963. 27

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en los informes del oidor Francisco Moreno y Escandón56 y del arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora57. En esta comparación de los territorios, fueron muy útiles los mapas electorales de la colega y amiga Patricia Pinzón de Lewin58, que muestran cómo se agrupan en el espacio y el tiempo las adscripciones a los partidos tradicionales. Nuestra idea era contraponer este desarrollo territorial de los procesos electorales con lo que sabíamos de los procesos de poblamiento y cohesión social de esos territorios a lo largo de la historia y comparar esta contraposición con los procesos violentos de los años cincuenta y ochenta. Las relaciones entre poblamiento, cohesión social y conflicto a través de la historia colombiana, entresacada de estos trabajos y los estudios de caso regionales han sido resumidas en un artículo publicado posteriormente59.

Por otra parte, los estudios de caso escogidos (Magdalena medio santandereano, zona esmeraldífera de Boyacá, zonas de colonización del Sumapaz y Oriente) mostraban formas diferentes de violencia en relación con la presencia del Estado: había violencia cuya resolución no pasaba por el Estado, sino que estaba totalmente privatizada; otra violencia se producía en zonas de colonización donde el Estado no poseía el pleno monopolio de la fuerza y donde los poderes locales apenas se estaban construyendo, al lado de una violencia que pasaba por el enfrentamiento entre los partidos tradicionales. Para entender estos procesos, recurrimos a los aportes de la historia comparada hechos por Charles Tilly60, que mostraban que los procesos de construcción del Estado no eran homogéneos sino que respondían de manera diferenciada a las condiciones locales y regionales previamente existentes: según el poder de los intermediarios o poderes locales, el Estado hacía presencia de manera directa o indirecta. Estos conceptos de dominio directo e indirecto del Estado, diferenciados por el predominio de una burocracia moderna y un ejército con pleno monopolio de la coerción, o la coexistencia de estos aparatos modernos con formas tradicionales de poder, de gamonales y caciques, nos permitieron comprender mejor la combinación de modernidad y tradición que caracteriza la vida política colombiana61, lo mismo que sus bases prepolíticas de sociabilidades modernas y tradicionales, que se combinan en el funcionamiento de los partidos políticos tradicionales..

Para la comprensión de estas sociabilidades contrapuestas fueron muy útiles las conceptualizaciones introducidas por François-Xavier Guerra62 y Fernando Escalante, que han estudiado, para el caso de México, la manera como se combinan esas sociabilidades, 56 MORENO Y ESCANDÓN, Francisco, Indios y mestizos de la Nueva Granada a fines del siglo XVIII, Bogotá, Banco Popular, 1985. 57 CABALLERO Y GÓNGORA, Antonio, (1789), “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada, que hace el arzobispo obispo de Córdoba a su sucesor el Excmo. Sr. Francisco Gil y Lemos”, en COLMENARES, Germán (ed.), Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, Bogotá, Banco Popular, 1989. 58 PINZÓN DE LEWIN, Patricia, Pueblos, regiones y partidos. La regionalización electoral. Atlas electoral colombiano, Bogotá, CIDER, Ediciones UNIANDES y CEREC, 1989. 59 GONZÁLEZ, Fernán E., “Poblamiento y conflicto social en la historia colombiana”, en Territorios, regiones, sociedades, Bogotá, Universidad del Valle y CEREC, 1994, reproducido en Para Leer la Política, antes citado. 60 TILLY, Charles, Coerción, capital y los Estados europeos, 900-1900, Madrid, Alianza Editorial, 1992 y “Cambio social y Revolución en Europa, 1492-1992”, en Historia Social, n° 15, Valencia, 1993. 61 GONZÁLEZ, Fernán E., “Tradición y Modernidad en la política colombiana”, en Varios, Violencia en la Región Andina. El caso Colombia, Bogotá y Lima, CINEP y APEP, 1993. 62 GUERRA, François-Xavier, “Le peuple souverain: fondements et logiques de fiction” (mecanografiado, sin fecha); “Lugares, formas y ritmos de la política moderna”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia, n° 285, Academia Nacional de Historia, Caracas, 1982; México: del Antiguo Régimen a la Revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1988 y “Teoría y método en el análisis de la Revolución mexicana”, en Revista Mexicana de Sociología, n° 2, México, 1989. 28

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mostrando los efectos que la superposición de formas e instituciones políticas, tomadas de países donde el dominio directo del Estado se ha consolidado, produce en países donde el dominio del Estado sigue siendo de tipo indirecto, mediante los poderes locales previamente existentes en las comunidades. En ese sentido, Guerra llega a defender la necesidad política del gamonalismo como intermediario necesario entre Estado moderno y sociabilidades tradicionales. En sentido semejante se mueve Fernando Escalante63, que muestra que hay una profunda contradicción entre el proyecto explícito de las clases dominantes, la creación de ciudadanía y nación modernas, y su proyecto implícito, que obedecía a la necesidad de mantener su control clientelista sobre las bases populares, que eran su base social de poder. Para el caso español, el estudio clásico de Julián Pitt-Rivers64 ha señalado la importante función que cumplió el gamonalismo local para adaptar y descentralizar las reformas centralizantes del régimen de Franco para las condiciones locales. Estas perspectivas permiten leer de manera más dinámica el papel del clientelismo como articulador de sociabilidades tradicionales y modernas para hacer presente a los aparatos del Estado moderno en condiciones sociales que no permiten su dominio directo.

Estas ideas son desarrolladas con mayor profundidad en las dos investigaciones más recientes sobre la evolución del conflicto armado, su evolución territorial durante la última década y las consecuencias de este accionar para la manera como el Estado hace presencia en el territorio nacional. Estas investigaciones, también de carácter interdisciplinar, han sido desarrolladas por un equipo básico compuesto por Ingrid Bolívar, Teófilo Vásquez y Fernán González, con el apoyo de Mauricio Romero y José Jairo González para algunos estudios de caso regionales, y la ayuda de Raquel Victorino y Franz Henzel como auxiliares de investigación. La primera de ellas65, desarrollada en los años 1999 y 2000, realiza un análisis cuantitativo y cualitativo de las acciones de los actores armados en la década de los años noventa, mostrando los cambios de su cobertura territorial, en relación con el proceso de formación de la Nación y el Estado, desde los tiempos coloniales hasta nuestros días. Como trasfondos de larga duración del actual conflicto armado, se analiza inicialmente el problema campesino, expresado en un movimiento permanente de colonización periférica, desde mediados del siglo XVIII hasta el surgimiento de los narcocultivos y de la guerrilla en los años sesenta, producido por la concentración de la tierra y la estructura demográfica de las zonas centrales integradas a la vida económica de la nación: la manera como se ha venido poblando el país periférico y se ha organizado la estructura social y económica en el orden local resulta un punto clave para la interpretación de la violencia en el largo plazo. En segundo lugar, se estudia el proceso particular de construcción del Estado a partir de una unidad administrativa del imperio español y del desarrollo paulatino de procesos graduales de integración de nuevos territorios y sus poblaciones al conjunto de la nación por medio de las redes de poder de los partidos tradicionales, junto con los fracasos parciales de varios intentos de modernización del Estado y de la sociedad66.

63 ESCALANTE, Fernando, Ciudadanos Imaginarios, México, El Colegio de México, 1993. 64 PITT-RIVERS, Julián, Un pueblo de la Sierra: Grazalema, Madrid, Alianza Editorial, 1989. 65 GONZÁLEZ, Fernán E., BOLÍVAR, Ingrid, VÁSQUEZ, Teófilo, “Evolución reciente de los actores de la guerra en Colombia, cambios en la naturaleza del conflicto armado y sus implicaciones para el Estado”, Informe final, proyecto de investigación realizado por el CINEP, con la financiación de COLCIENCIAS y la AID, marzo de 2001. 66 GONZÁLEZ, Fernán E., “Colombia: una nación fragmentada”, en Cuadernos BAKEAZ, n° 36, Bilbao, Centro de Documentación y Estudios para la Paz, 1999. 29

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Pero estos trasfondos históricos de largo plazo no bastan para la comprensión de las violencias más recientes, pues, como ha señalado reiteradamente Daniel Pécaut67, al lado de estas continuidades, se dan importantes rupturas, que hacen al conflicto actual cualitativamente diferente de las guerras del siglo XIX y de la Violencia de los años cincuenta: en el mediano plazo, los cambios socioculturales de los años sesenta, ligados a la rápida urbanización y a la mayor apertura a las corrientes del pensamiento mundial, hacen entrar en crisis las instituciones que, como los partidos políticos tradicionales y la iglesia católica, expresaban y daban sentido a las tensiones de la sociedad colombiana. La crisis de representación de la política hace que los partidos tradicionales pierdan su capacidad de articular a los nuevos grupos sociales que se consolidan en las ciudades y en las zonas de colonización periférica y de canalizar sus intereses, lo que hace que los problemas de la sociedad no se tramiten por el régimen político y que la vida política se constituya como realidad “aparte”de la sociedad, totalmente autorreferenciada, como sostiene Pécaut68. Y, en el corto plazo, la presencia del narcotráfico en la sociedad, la economía y la política transforma totalmente el conflicto, al permitir el financiamiento autónomo de actores armados, lo que profundiza su carácter militar y desdibuja su dimensión política, al hacerlos independientes de la sociedad colombiana e insensibles frente a la opinión pública, nacional e internacional. Este militarismo incide en las transformaciones recientes de los actores armados, que abandonan sus nichos originales, las zonas de colonización periférica, para proyectarse hacia zonas más ricas e integradas a la economía del país, normalmente latifundios tradicionales o modernos, donde encuentran la respuesta de grupos paramilitares. Por eso, se muestra cómo el accionar de la guerrilla y las autodefensas se desarrolla en contravía, con orígenes contrapuestos, correspondientes a distintos modelos de desarrollo rural.

La interrelación de los dos procesos, poblamiento colonizador y construcción del Estado constituye la “estructura de oportunidades”, en terminología usada por Charles Tilly69 y Sydney Tarrow70, es decir, las condiciones de posibilidad para las opciones voluntarias de los actores que optan por la violencia: nuestro análisis combina así el recurso a las llamadas “causas objetivas” de la violencia, las condiciones estructurales que hacen posible su surgimiento y consolidación, con el análisis de la acción voluntaria de actores sociales, de corte jacobino y mesiánico. Nuestra investigación recurre entonces a la categoría de “acción colectiva violenta”71, a partir del mismo Tilly, Fernando Reinares72 y Michael Taylor73, que correlacionan la formación de movimientos sociales con el proceso de formación del Estado 67 PÉCAUT, Daniel, Crónica de dos décadas de historia colombiana, 1968-1988, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1988, pp. 29-33; y Guerra contra la sociedad, Bogotá, Planeta, 2001, pp. 43-46. 68 PÉCAUT, Daniel, Orden y Violencia..., op. cit., p.126. 69 TILLY, Charles, “Reflexiones sobre la lucha popular en Gran Bretaña, 1758-1834”, en Revista Política y Sociedad, 1993, y “Modelos y realidades de la acción colectiva popular”, en AGUILAR, Fernando (compilador), Intereses individuales y acción colectiva, Madrid, Pablo Iglesias, 1991. 70 TARROW, Sydney, “States and opportunities: The political structuring of social movements”, en McADAM,

Doug, McCARTHY, John D., ZALD, Mayer (ed.), Comparative Perspectives on Social movements. Political

Opportunities, Mobilizing Structures, and Cultural Framings, New York, Cambridge University Press, 1996.

71 VÁSQUEZ, Teófilo, “Un ensayo interpretativo sobre la violencia de los actores armados en Colombia”, en Controversia, n° 175, CINEP, Bogotá, 1999. 72 REINARES, Fernando, Terrorismo y antiterrorismo, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1994. 73 TAYLOR, Michael, “Racionalidad y acción colectiva revolucionaria”, en AGUILAR, Fernando, Intereses individuales y acción colectiva, Madrid, Pablo Iglesias, 1991. 30

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y la acción colectiva con el tipo de poder imperante en una determinada sociedad, y muestran cómo en sociedades agrícolas los procesos de la modernización pueden resolverse por la vía violenta: sólo en una sociedad industrial y un Estado con pleno monopolio de la fuerza, la acción colectiva es necesariamente pacífica. Para el caso de Colombia, la no-resolución del problema agrario permitió la inserción de la opción racional y subjetiva de un grupo guerrillero, de corte mesiánico y jacobino, en las contradicciones estructurales del mundo rural.

En sentido similar, se orientaron las reflexiones de Ingrid J. Bolívar sobre la construcción social del monopolio de la fuerza como fenómeno histórico, que depende de la coyuntura específica de las relaciones entre el estado central y los poderes locales y regionales previamente existentes, de las interdependencias de la sociedad, de su integración territorial y de las relaciones entre economía natural y economía monetaria74. Y sostiene que sólo cuando el Estado logra centralizar el monopolio de la fuerza, se puede excluir el recurso a la violencia como instrumento político: en caso de que no exista pleno monopolio estatal de la fuerza, la violencia seguirá siendo parte del repertorio de los actores sociales y políticos.

En el tema del proceso de construcción del Estado, es visible el influjo de las ideas de Norbert Elias sobre el proceso civilizatorio en Occidente y el papel que juega la consolidación del Estado moderno en él75: la formación del Estado como proceso de integración de regiones y estratos sociales, y el papel articulador de los partidos políticos en ese proceso son importantes sugerencias para la comprensión de nuestro proceso histórico. Por otra parte, la relación entre construcción del monopolio de la fuerza en un territorio y necesidad de la concentración de la población dentro de sus límites, tomada de Ernest Gellner76, nos ayudó a comprender la relación entre poblamiento y construcción del Estado. Así, este autor sostiene que no se puede consolidar el monopolio de la fuerza de un poder central sobre un territorio delimitado cuando parte de su población tiene la posibilidad de escapar de él: es el caso de las sociedades pastoriles donde el carácter móvil de la riqueza permite a los habitantes escapar al control, o el de los campesinos que, a pesar de estar atados a la tierra, pueden situarse en zonas de difícil acceso, donde el esfuerzo de imponerles una dominación central es tan arduo que no vale la pena. Estos planteamientos fueron aplicados por nuestro equipo a los procesos de colonización periférica y de construcción de poderes locales en esas zonas.

Estos planteamientos de Elías y Gellner se combinan con los de Charles Tilly, antes utilizados, como los de la dominación directa e indirecta del Estado, para explicar las relaciones entre los poderes locales constituidos en esas regiones y los procesos de centralización modernizante del Estado, que tiende a convertirlos en sus intermediarios con los pobladores de ellas. En esas relaciones, el equipo sitúa el concepto de modernización política como el paso del dominio indirecto al dominio directo del Estado. Aquí se introduce

74 BOLÍVAR, Ingrid J., “Sociedad y Estado: la configuración del monopolio de la violencia”, en Controversia, n° 175, CINEP, Bogotá, 1999. 75 ELIAS, Norbert, “La génesis social del Estado”, en El proceso de la civilización. Investigaciones psicogenéticas y siociogenéticas, México, Fondo de Cultura Económica, 1996 y “Los procesos de formación del Estado y de construcción de la nación”, en Revista Historia y Sociedad, n° 5, Universidad Nacional, Medellín, 1998. 76 GELLNER, Ernest, El arado, la espada y el libro. Estructura de la historia humana, México, Fondo de Cultura Económica, 1992. 31

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la idea de la modernización selectiva del Estado, tomado de Ana María Bejarano y Renata Segura, que permite profundizar más en la heterogeneidad de la presencia de las instituciones del Estado en el conjunto del país, al mostrar cómo las necesidades de mayor eficiencia administrativa y planificación del gasto público llevaron al Estado colombiano a fortalecer ciertas instituciones de estilo moderno, que coexistían con el manejo tradicional de negociación con la clase política, a la que se despoja de toda iniciativa respecto del gasto público a cambio de “auxilios parlamentarios”77. Esta combinación de estilos políticos, moderno y tradicional, ha sido característica de nuestra vida política, pero en el contexto de las últimas décadas trajo como resultado no buscado la profundización de la crisis de representación política y de la descalificación generalizada de la actividad política, que tiende a ser percibida como “realidad aparte”, al quedar marginada de la discusión de la problemática económica y social.

Aquí se insinúa una línea de reflexión que se profundizaría luego, en torno a la idea de presencia diferenciada del Estado, moderna en unos sectores y tradicional en otras, que se refuerza con el análisis de la gradual integración de territorios y grupos sociales al conjunto de la nación por la vía del bipartidismo. Para ello, el equipo partió de las consideraciones de Paul Oquist78 sobre el “colapso parcial del Estado” como explicación de la violencia de los cincuenta; la idea de “precariedad del Estado”, sugerida por Daniel Pécaut79 como “contexto” de la recurrente violencia en Colombia; y, finalmente, las consideraciones de las investigaciones de Mary Roldán80 y Carlos Miguel Ortiz81 sobre la violencia de los cincuenta, en Antioquia y Quindío, respectivamente. La diferenciación del tipo de violencia según el grado de integración al centro del país y de control del bipartidismo, la existencia de poderes locales capaces de contrarrestar la crisis del Estado central, la falta de autoridad estatal en las regiones de colonización reciente y la incapacidad del Estado para hacer presencia eficaz en la vida económica y social del país, junto con la idea de modernización selectiva del Estado, nos llevaron a percibir que tanto las violencias como la respuesta del Estado a ellas revestía un carácter altamente diferenciado.

Esta diferenciación de la presencia del Estado obedecía a la combinación de algunos aparatos estatales de corte moderno con una presencia mediada por los notables o gamonales locales y regionales, cuyo grado variable de poder determina que en muchos casos esa presencia se aproxime a la categoría de “dominio indirecto” de Charles Tilly, sin llegar al grado de autonomía de los antiguos señores feudales. La dependencia del Estado frente a los poderes de hecho existentes en localidades y regiones tanto como redes de poder que como subculturas que fragmentan la unidad nacional, hacen que su dominio de la sociedad sea precario. Además, la existencia de “territorialidades bélicas”, término hobbesiano adoptado por María Teresa Uribe82 para describir situaciones o porciones territoriales donde el Estado 77 BEJARANO, Ana María Bejarano, SEGURA, Renata, “El fortalecimiento selectivo del Estado durante el Frente Nacional”, en Controversia, n° 169, CINEP, Bogotá, 1996. 78 OQUIST, Paul, Violencia, política y conflicto en Colombia, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1978. 79 PÉCAUT, Daniel, “Colombia: violencia y democracia”, reproducido en Guerra contra la Sociedad, Bogotá, Planeta, 2001. 80 ROLDÁN, Mary, “Guerrilla, contrachusma y caudillos durante la violencia en Antioquia, 1949-1953”, en Estudios Sociales, n° 4, FAES, Medellín, marzo de 1989, y Genesis and evolution of “The Violence” in Antioquia, Colombia, Tesis doctoral, Universidad de Harvard, 1992. 81 ORTIZ, Carlos Miguel, Estado y subversión en Colombia. La violencia en el Quindío años 50, Bogotá, CEREC, CIDER, UNIANDES, 1985. 82 URIBE, María Teresa, “Las soberanías en disputa: ¿conflicto de identidades o de derechos?”, en Nación, ciudadano y soberano, Medellín, Corporación Región, 2001. 32

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no es soberano sino que su poder coexiste con poderes armados de hecho, presentan otra faceta del problema. Asimismo, el hecho de que estas territorialidades bélicas no sean muy permanentes sino que puedan ser desafiadas por otros poderes de hecho, muestra que el conflicto es cada vez más “desterritorializado”, como muestra Daniel Pécaut83. Como respuesta a esta falta de sistema de referencias institucionales, la población civil se ve obligada a replegarse a estrategias individuales de supervivencia, al estilo de un free rider.

Esta línea de análisis caracteriza a nuestra segunda investigación, desarrollada durante el año 2001, profundiza la relación entre la evolución regional de las violencias y el proceso de configuración del Estado84. A partir de los mapas de la evolución territorial del conflicto armado, elaborados por el Sistema de Información georreferenciada del CINEP, el equipo recurrió a la categoría de “presencia diferenciada del Estado”, que intenta recoger las reflexiones de María Teresa Uribe, Paul Oquist, Daniel Pécaut, Mary Roldán y Carlos Miguel Ortiz, lo mismo que los análisis de los procesos de poblamiento y de construcción del Estado, iluminados por la experiencia de los procesos de consolidación de los Estados nacionales, según Tilly, Elías, Guerra, Escalante y otros. Así, la paulatina ocupación del territorio y la manera diferenciada de articulación desigual y conflictiva de las regiones y sus pobladores obligan a superar la imagen homogeneizante de los modelos de construcción del Estado y a mirar de manera diferenciada su presencia en diferentes regiones y sectores sociales. Esto significa recuperar también el carácter histórico, socialmente construido, del Estado y del monopolio estatal de la coerción legítima, lo que los hace siempre frágiles y vulnerables, esencialmente cambiantes según las condiciones particulares de la historia, que hacen, en el caso colombiano, costoso y difícil su proceso de construcción y consolidación.

83 PÉCAUT, Daniel, “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror”, reproducido en Guerra contra la sociedad, Bogotá, Planeta, 2001. 84 GONZÁLEZ, Fernán E., BOLÍVAR, Ingrid J., VÁSQUEZ, Teófilo, “Procesos regionales de violencia y configuración del Estado”, Informe final, proyecto de investigación del CINEP, con la cofinanciación de COLCIENCIAS, febrero de 2002. 33

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prácticas académicas, supuestos teóricos y nuevas formas de dar cuenta del estudio de lo social: las relaciones entre historia y ciencia política • ingrid bolívar♣, paola castaño♦ y franz hensel♠

No se escribe porque se tenga algo que decir, sino porque se tiene ganas de decir algo.

Emil Cioran 1. introducción El objetivo de este artículo es analizar las relaciones entre historia y ciencia política. Este análisis puede llevarse a cabo en distintos niveles, desde la pregunta sobre el carácter de cada una de las disciplinas, sus métodos y sus objetos de estudio –pasando por la naturaleza de sus explicaciones- hasta el carácter político de todo trabajo histórico. Si bien se trata de un panorama amplio, en este escrito se explorarán algunos puntos de entrada para la discusión, tomando como base el supuesto del que parte este número especial de la revista Historia Crítica, esto es, que se trata de disciplinas distinguibles. Más que entrar en la discusión sobre el “estatuto ontológico” de esta distinción, es decir, más que preguntarse si corresponden a partes discretas de la realidad, lo que nos interesa es indagar por las relaciones entre estas disciplinas entendidas como “prácticas académicas”. De hecho, en los recientes debates sobre inter y transdisciplinariedad se ha reconocido que las fronteras disciplinares son construcciones sociales sostenidas por las prácticas. Tales debates sitúan el problema en el diseño de formas institucionales que permitan problematizar y superar dichas barreras1. En efecto, estos enfoques insisten en que las disciplinas “no son cosas sino procesos abiertos y que en la práctica de una «buena ciencia» las fronteras disciplinares no parecen haber sido más que las excusas institucionales y gremiales para tener una puerta de entrada a una práctica que, afortunadamente, las supera en su pretensión fundacional”2. Desde nuestra perspectiva, se trata de una discusión central por cuanto pone de manifiesto una problemática

• Artículo recibido en noviembre de 2003; aprobado en enero de 2004. ♣ Politóloga e historiadora. Investigadora del CINEP y del Instituto Pensar, Universidad Javeriana. ♦ Politóloga e historiadora de la Universidad de los Andes. ♠ Politólogo. Investigador del Instituto de Estudios Históricos, Universidad Externado de Colombia. 1 “Derrumbar las paredes de estas cárceles exige reconocer su existencia, las razones de su existencia y el proceso paralelo de legitimación y descalificación”. ROSALIND, Boyle, “Formaciones intelectuales emergentes: el posicionamiento de las universidades y de las culturas regionales en una era poscolonial”, en FLÓREZ-MALAGÓN, Alberto, MILLÁN DE BENAVIDES, Carmen (editores), Desafíos de la transdisciplinariedad, Bogotá, Instituto Pensar, Pontificia Universidad Javeriana, 2002, p. 114. 2 FLÓREZ-MALAGÓN, Alberto, MILLÁN DE BENAVIDES, Carmen, op. cit., p. 4. 34

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que la actual organización social del conocimiento tiende a dejar fuera de debate: el vínculo entre construcción de conocimiento y condiciones institucionales de la actividad académica. Es necesario entonces recordar que el carácter socialmente construido de una barrera disciplinar no hace de ella algo artificial o carente de consecuencias. Por el contrario, tal barrera expresa la realidad y la fuerza de las diferenciaciones disciplinarias. En este escrito no son objeto de atención las razones por las cuales dichas fronteras fueron establecidas, su génesis socio-histórica, o la necesidad de superarlas. Aquí damos por sentada la distinción institucional entre ciencia política e historia, la cual se reproduce bajo la forma de “departamentos universitarios, programas de instrucción, grados, títulos, revistas académicas, asociaciones nacionales e internacionales e incluso clasificaciones de biblioteca”3. A partir de estos señalamientos, el artículo construye un conjunto de problemas desde los cuales se puede trabajar la relación entre ciencia política e historia. El texto está dividido en cinco secciones. La primera, presenta una breve caracterización de la ciencia política, insistiendo en que en ella convergen distintos tipos de estudio y en que sólo algunos de ellos tienen pretensiones de cientificidad. Tal cuestión resulta importante, porque permite situar el lugar que se asigna a la historia en la constitución de la disciplina y en sus principales tendencias. El segundo aparte del escrito problematiza el uso que la corriente principal de la ciencia política hace de la historia, a partir de la reseña de un artículo que discute ese tema en una de las revistas especializadas más consultadas por los politólogos. La tercera sección explora, de manera esquemática, la forma en que la historia usa algunas categorías centrales de la ciencia política. Además, toma el problema de la formación de los estados modernos para reseñar algunas discusiones sobre la naturaleza de la explicación histórica y sobre el “estatalismo” característico de las ciencias sociales. El cuarto acápite del texto se pregunta por la comprensión de la política que predomina en la llamada “historia política”. Con tal propósito ubica algunas de las discusiones que al respecto han promovido los historiadores de la escuela de los Annales y comenta un trabajo historiográfico sobre la historia política colombiana. En la última sección se recogen los planteamientos de algunos sociólogos e historiadores para mostrar que ciencia política e historia tienen en común la necesidad de construir unos métodos que permitan acceder a procesos sociales que aparecen como productos del azar, la contingencia o sencillamente lo “no racional”. Al lado de esta presentación sobre el contenido del texto, es importante señalar que se trata de un trabajo exploratorio y fragmentado. Más que una discusión completamente armada sobre los vínculos entre historia y ciencia política, el texto construye un conjunto de problemas y explora en ellos los supuestos con los que se relacionan las dos disciplinas. Esta aclaración es importante pues, tal como lo ha señalado Pierre Bourdieu, “El hommo academicus aprecia mucho todo lo que es acabado. Al igual que los pintores ramplones, elimina de sus trabajos las pinceladas, los toques y retoques”. Al referirse al trabajo de algunos grandes pintores, Bourdieu comenta que “en muchas ocasiones echaron a perder sus obras al darles la última mano exigida por la moral del trabajo bien hecho, bien acabado, de la cual la estética académica era la expresión”4. Si bien al trabajo le falta esa “última mano”, logra construir un 3 WALLERSTEIN, Immanuel, “El legado de la sociología, la promesa de la ciencia social”, en Conocer el mundo Saber el mundo. El fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, México D.F., Siglo XXI, 2001, p. 251. 4 BOURDIEU, Pierre, WACQUANT, Loïc, Respuestas por una antropología reflexiva, Barcelona, Grijalbo, 1995, p. 65. 35

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campo de discusión sobre las relaciones entre la historia y la ciencia política. 2. ¿una ciencia política?: subcampos y pretensión de “cientificidad” La discusión sobre las relaciones entre estas dos disciplinas no ha sido abordada sistemáticamente por ninguna de ellas, lo cual representó una dificultad en la elaboración de este texto5. En el caso de la historia, el debate clásico ha girado en torno a sus relaciones y diferenciaciones con respecto a la sociología, y más recientemente se ha dado lugar a una interesante discusión con la antropología6. Pero en el caso de la ciencia política, identificar tales debates resulta más complicado, debido a que es un campo de estudios que está abierto a varias aproximaciones y en el que convergen estudios de distinto tipo. En este sentido, habría que identificar qué vínculos y conflictos con distintas disciplinas caracterizan a cada subcampo. En efecto, la ciencia política frecuentemente es vista como una disciplina de “préstamos”. Quienes la ven desde afuera reparan en su heterogeneidad y eclecticismo como una debilidad, mientras que quienes la practican la ven como una fortaleza. Pero, más allá de esto, lo que resulta central es que ni la discusión a propósito de “el” o “los” métodos distintivos de la disciplina ni sobre la naturaleza de las explicaciones que ella puede dar sobre la política generan mayores preocupaciones entre los politólogos. Esto contrasta con la frecuente discusión entre algunos historiadores acerca de la naturaleza de sus explicaciones y el estatuto epistemológico de la apelación al pasado. Una revisión de los manuales de ciencia política, así como de los programas de pregrado y posgrado revela un panorama claro: la disciplina no aparece como un todo, sino que reúne distintos tipos de estudio. Entre ellos se encuentran principalmente la filosofía política (teoría política, historia de las ideas políticas); la política comparada (regímenes políticos, procesos de democratización, transiciones y cambio político); las relaciones internacionales (teoría de las relaciones internacionales, política internacional, política exterior y organizaciones internacionales); los estudios sobre las instituciones políticas (Estado, gobierno, partidos políticos, administración pública) y los estudios electorales (representación política, participación, grupos de presión, sistemas electorales), entre otros temas. Aunque el asunto de los subcampos no es exclusivo de la ciencia política, sí es particular en ella que, en el carácter unificador de su nombre, se tienda a desconocer que sólo algunas de

5 Aunque los tres autores hemos adelantando estudios de pregrado en Historia y Ciencia política, nuestros campos y perspectivas de investigación no forman parte de los marcos predominantes de ninguna de las dos disciplinas, razón por la cual no hemos enfrentado mayores obstáculos o impedimentos para desplazarnos entre los conceptos y las preguntas de una u otra. En tanto politólogos e historiadores, compartimos una preocupación por la crítica de las categorías con que se hace ciencia social. Los distintos trabajos que hemos adelantado están cruzados por esa preocupación. La elaboración de este artículo hizo evidente para nosotros nuestra propia condición de “extrañeza” en cada una de las disciplinas y de ahí nuestra dificultad para identificar las “discusiones”, los “conflictos” o simplemente “las relaciones” entre la ciencia política y la historia. Por esta razón, es posible que a lo largo del texto algunas de las críticas que hacemos a la ciencia política puedan “aplicarse” a la historia y a cierto tipo de conocimiento producido en general por las ciencias sociales. 6 Ver, por ejemplo, ELÍAS, Norbert, La sociedad cortesana, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1991; LE GOFF, Jacques, “¿Es todavía la política el esqueleto de la historia?”, en Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente Medieval, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 168; BURKE, Peter, Historia y teoría social, México D.F., Editorial Mora, 1997. 36

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sus áreas tienen pretensión de cientificidad. En este sentido se orienta Nevil Johnson7, al distinguir entre “ciencia política” y “estudios políticos”. Distinción que suele colarse en ciertas caracterizaciones de lo politológico como aquello a lo que se puede acceder o, por lo menos, aquello que se estudia siguiendo un método “científico”8. De ahí que, como veremos más adelante, los subcampos predominantes en la disciplina sean aquellos que han implementado métodos y técnicas de investigación reconocidos en campos como la psicología y la economía. Resulta importante insistir en este carácter altamente diferenciado de los estudios que se recogen como “ciencia política” porque desde ahí se hacen visibles las distintas relaciones que los subcampos tienen con diferentes disciplinas. Así, por ejemplo, en el caso de la teoría política es central la relación con la filosofía y la sociología; en los estudios electorales con la economía (recientemente con las perspectivas de elección racional) y con la psicología (particularmente con los marcos analíticos conductistas). Por su parte, los estudios de gobierno y de instituciones políticas retoman algunos elementos del análisis sociológico del derecho, mientras los estudios de política comparada y de relaciones internacionales incorporan desarrollos de la sociología, la teoría jurídica y recientemente la economía. A pesar de este carácter heterogéneo de los estudios agrupados como ciencia política, es indudable que su emergencia e institucionalización como campo académico reconocido están ligadas al predominio de la escuela estadounidense. Cuando se habla del predominio de esta escuela se está aludiendo a la “corriente central”, constituida principalmente por lo que autores como Philip Abrams9 denominan la sociología política norteamericana (Gabriel Almond, David Easton, y Talcott Parsons). Para este autor, el problema fundamental de dicha corriente radica en que tiende a dar por sentado al Estado10 como objeto de estudio, dejando de lado la pregunta por qué es el Estado. Abrams plantea que tal dificultad parte de la forma misma en la que la sociología política se ha estructurado: surge de la escisión entre lo político –entendiendo lo político solamente como el Estado– y lo social. Así, por un lado, la caracterización que predomina en la sociología política tiende a privilegiar las funciones ordinarias del Estado. Se dispone, inclusive metodológicamente, a estudiar inputs y outputs, coordinación de subsistemas, roles e intercambios, olvidando que la pregunta por el Estado mismo no se agota en la pesquisa por sus funciones ordinarias. Por otro lado, la escisión entre lo político y lo social tiende a diluir lo político en lo estatal y hace que se circunscriba el estudio de lo político a los dominios exclusivos de funcionamiento del Estado, sus intermediarios, o a los intercambios que el Estado mismo entabla con aquello que sería la “sociedad”. Esta escuela encuentra su origen en el período de entreguerras en los Estados Unidos, y uno

7 JOHNSON, Nevil, Los límites de la ciencia política, Madrid, Editorial Tecnos, 1991. 8 En nuestro medio, esta distinción ha sido utilizada por Gabriel Murillo y Elizabeth Ungar para caracterizar la diferenciación entre “estudios políticos” y la “investigación disciplinar”. Esto se pone en términos de la bifurcación, que se constata a partir de la década de los setenta, entre “estudios politológicos en sentido estricto” (como los que se hacían en la Universidad de los Andes) y los “estudios políticos de corte interdisciplinario”, de los cuales el CINEP y el IEPRI eran “claros exponentes”. MURILLO, Gabriel, UNGAR, Elizabeth, “Evolución y desarrollo de la ciencia política colombiana: un proceso en marcha”, en Revista de Estudios Sociales, Número 4, agosto de 1999, p. 38. 9 ABRAMS, Philip, “Sobre la dificultad de Estudiar el Estado”, en Journal of Historical Sociology, Volumen 1, Número 1, marzo 1998, p. 84. 10 La minúscula aquí es intencional. Para Philip Abrams, el “Estado” (con mayúscula) contribuye a reificar la imagen del estado como un agente concreto y diferenciado de la trama social; en op. cit., p. 85. 37

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de sus principales exponentes en Charles Meriam de la Universidad de Chicago. Meriam denominaría más tarde el período inicial de la ciencia política como la “fase observadora”, donde los métodos de observación y encuesta aparecían como los únicos capaces de identificar y cuantificar conductas en la vida política. Este carácter conductista fue entonces decisivo en la constitución de la disciplina, siendo los campos de estudio privilegiados los análisis de votación, el comportamiento legislativo y la dinámica electoral. Fue desde aquí que se planteó la apuesta por implantar a la ciencia política como una disciplina diferenciada. Lo que está en juego en estos marcos fundacionales de la disciplina –que aún hoy son predominantes– es un claro afán de “cientifización”. Afán que, recogiendo lo dicho previamente, se evidencia en varias dinámicas: primero, en la pretensión de conferir estabilidad al objeto de estudio. Esto es, demarcar de una vez y para siempre el campo de “lo político” al diferenciarlo de lo social y diluirlo en lo estatal. Segundo, en la preocupación por las técnicas de recolección y análisis de datos. Tercero, en la búsqueda de regularidades en el comportamiento de los sujetos como actores políticos, electores, miembros de instituciones políticas. Y cuarto, en la pretensión de encontrar los modelos para la realización de lo anterior en disciplinas que aparecían más formalizadas, como la economía y la psicología. La importancia del conductismo en la institucionalización de la disciplina queda más clara al recordar que los estudios de comportamiento se orientaban a hacerlo más predecible, más controlable. Por esa vía se esperaba que la nueva ciencia política pudiera servir como un arma para animar la resolución práctica de problemas, la educación civil y la reforma social e institucional. Frente a esas apuestas, la historia tenía poco que ofrecer a la naciente disciplina. Precisamente la historia aparecía como aquello que se debía cambiar. 3. ¿por qué la ciencia política necesita a la historia?: la versión del politólogo Con base en esta breve caracterización de la corriente principal de la disciplina, es posible hacer la pregunta sobre aquello a lo que se alude frecuentemente “desde” la ciencia política cuando se habla de historia. Dennis Kavanagh, en un artículo titulado “¿Por qué la ciencia política necesita a la historia?”11, ofrece una serie de perspectivas que resultan reveladoras de los supuestos desde los que la corriente principal de la ciencia política se acerca a la historia. La razón por la cual este texto merece una mirada cuidadosa es porque no se trata de una voz aislada. Más bien, evidencia de forma sistemática una serie de referentes tácitos que se actualizan en distintos espacios de la disciplina. El artículo de Kavanagh da cuenta de cinco áreas en las cuales la historia “ha enriquecido” el estudio de la política. La primera de ellas alude a la historia como un material de “fuente”; en otras palabras, como proveedora de “información” sobre el pasado. En segundo lugar, la historia “puede ayudar a una mejor comprensión de procesos, instituciones y actores políticos que están constituidos por tipos de comportamiento que perduran en el tiempo”12. La historia aparece aquí como aquella que permite demostrar los lazos entre el presente y el pasado a través de continuidades en el comportamiento. El énfasis en los comportamientos que perduran en el tiempo es, como se dijo antes, una de las puertas a la “cientifización”. En efecto, lo observable y medible son los comportamientos, con mayor precisión, los comportamientos recurrentes. La historia puede informar a propósito de tal recurrencia. 11 KAVANAGH, Dennis, “Why Political Science Needs History”, en Political Studies, Volumen XXXIX, Número 36, 1991, pp. 479-495. 12 Ibid., p. 487. 38

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En tercer lugar, el estudio de la historia también permite “verificar la amplitud y consistencia de los esquemas de interpretación surgidos de análisis teóricos o metateóricos”13. Aquí el politólogo “iría a la historia” –en tanto relato de un proceso, en tanto fuente– para verificar. El autor se pregunta entonces sobre los criterios para elegir los casos por verificar y su respuesta está referida al método de la diferencia. Esto es, a la comparación de experiencias en las cuales un fenómeno ocurre con aquellas en las que no; y luego el aislamiento de algunas similitudes. En una cuarta área, la historia también puede colaborar en la comprensión de los conceptos políticos, mostrando distintas situaciones y lugares en que se pueden aplicar a partir del contexto en el cual fueron producidos. El eje desde el que se caracteriza a la historia aquí es como proveedora de un “contexto” que opera como un medio de análisis de conceptos políticos. Por último, la historia puede ser vista como una fuente de lecciones para las elites por cuanto permite identificar algunas instrucciones y aprender de experiencias del pasado, exitosas o fracasadas. La historia ofrecería entonces la perspectiva que impediría cometer “errores” en el presente a partir de los ejemplos y contraejemplos del pasado. Es claro que esta visión –que fundamenta los lazos entre las dos disciplinas en la idea de que la historia contribuye a la ciencia política como “cuerpo de conocimiento”– resulta profundamente restrictiva y da por sentado elementos que son precisamente objeto de cuidadosa reflexión por parte de algunos historiadores. Así por ejemplo, en la versión del “aporte” que la historia le hace a la ciencia política según Kavanagh se ignoran la problemática correspondencia entre la historia como objeto (como pasado) y como conocimiento de ese pasado; el carácter y la naturaleza de dicho conocimiento; el problema de las continuidades y las discontinuidades; y la visión del contexto como “antecedente”, entre otros problemas. Eso que para Kavanagh y para muchos politólogos aparece sólo como “contexto” y como “información” es algo que en el trabajo del historiador no puede darse por sentado tan fácilmente. La idea de “contexto” puede discutirse mostrando que tiende a disociar unos objetos, de los que se ocuparía la explicación, de otros que se suponen como estables y que sólo estarían ahí como “telón de fondo” o como algo accesorio. Pero aquello sobre lo que habría que preguntarse es por las relaciones entre unos y otros, y por la forma en que se actualizan en un espacio social determinado. Parece que al contexto se remitiera todo aquello que no se ajusta a la delimitación que se hace de un problema y que apelando a él se evita la tarea de definir el carácter de las relaciones entre los fenómenos estudiados. En el trabajo del historiador, sí hay una preocupación manifiesta por hacer visibles estos vínculos. De igual manera, la historia claramente no es una proveedora de datos transparentes sobre el pasado. Este es un punto importante por cuanto para todas las disciplinas es evidente que un objeto dotado de “realidad social” no equivale a un objeto de conocimiento. Entre conocimiento y realidad social existe la mediación no sólo de las categorías sino de las prácticas y las relaciones de poder, las cuales son constitutivas de las configuraciones epistémicas de una época14. Así, aquello que con tanta tranquilidad llamamos “realidad” o, en el caso de la historia, “el pasado”, no es un “algo” dado de antemano, que sea “estudiable” en sí. Sólo se convierte en objeto de atención a través de una interpretación, un objetivo y una expectativa. 13 Ibid., p. 490. 14 FOUCAULT, Michel, Saber y verdad, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1991, p. 23 39

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Nuevos referentes problemáticos son constantemente convertidos en objetos de reflexión histórica, y esto no es simplemente resultado de la forma en que los cientistas sociales y los historiadores finalmente “se dan cuenta” de problemas que siempre estuvieron ahí, esperando ser estudiados, sino que éstos son el correlato de distintos tipos de transformaciones sociales. Como lo han señalado varios autores, entre ellos Michel Foucault, no hay tal cosa como objetos de estudio en sí, sino objetivaciones contingentes de prácticas sociales. El reciente interés por hacer la historia de distintos grupos humanos particulares, por ejemplo, no puede ser entendida sin reparar en la serie de procesos que han hecho posible y más aún deseable el que las distintas agrupaciones sociales “expresen” y configuren su historia, su identidad. Así las cosas, la apelación a la historia como fuente de información y proveedora de datos del pasado ignora que ella no se ocupa del estudio y la representación de algo que de pronto “aparece”, sino que tiene un claro poder de objetivación frente a determinados ámbitos temáticos. El conocimiento histórico no es entonces un simple vehículo para representar “el pasado”, sino que resulta constitutivo de esa idea de pasado. Al respecto, resulta pertinente resaltar dos dinámicas: en primer lugar, la emergencia de nuevas problemáticas en la producción historiográfica; y, en segundo lugar, la apelación al pasado en ciertos procesos políticos. Sobre lo primero, puede recogerse la discusión que Eric Hobsbawm hace sobre la “Historia desde abajo”15. El autor recuerda que sólo se puede hacer “Historia desde abajo”, desde el momento en que empieza a preocuparnos lo que la “gente corriente” hace frente a ciertas decisiones o en determinados acontecimientos. Sin embargo, tendemos a olvidar que tal pregunta sólo se hace posible hoy que echamos de menos la participación de tales grupos en la vida política institucional y que nos hemos acostumbrado a pensar en que cada miembro de un colectivo tiene derecho y capacidad de participar. Tal idea es, por decir lo menos, exótica e ignora de manera rampante el hecho de que “la gente corriente” tiende a convertirse en un factor importante en la toma de decisiones recientemente y sólo frente a ciertos temas y en ciertas experiencias. En segundo lugar, está la forma en que la apelación a la historia se convierte en la base de las reivindicaciones de diversos grupos sociales: la “explosión” de sujetos y la pluralidad de nuevos actores, se traduce en demandas de representación histórica. Así, la apropiación de un pasado provee un sentido de legitimidad que otorga derechos e incluso privilegios en el mundo político institucional. Se trata entonces de una problemática que deviene simultáneamente objeto de conocimiento y espacio de lucha política y, al mismo tiempo, revela cómo las conexiones entre la ciencia política y la historia no se restringen a un vínculo utilitario en términos de “insumos de información” y “datos contextuales” de la primera con respecto a la segunda, como insiste la propuesta de Kavanagh. 4. los usos de las categorías y la naturaleza de las explicaciones Una vez se entiende que los límites entre las disciplinas no son ontológicos ni meramente epistemológicos, no puede decirse que ciertas categorías sean patrimonio exclusivo de la ciencia política. Sin embargo, al prestar atención al carácter de esta disciplina como práctica académica, se hace claro que puede establecerse un mapa de categorías construido sobre la

15 HOBSBAWM, Eric, Sobre la historia, Madrid, Editorial Crítica, 1998, pp. 205-220. 40

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base de los programas de estudio, los libros que han sido elevados al estatuto del canon o los temas centrales en los congresos, entre otros factores. Se trata principalmente de los conceptos de gobierno, sistema político, régimen político, democracia, legitimidad y Estado. A pesar de la insistencia desde la ciencia política en consolidar una cierta tradición científica, puede decirse que las categorías con las que más asiduamente trabaja no son objeto de reflexión de buena parte de los estudios históricos. Al apelar a algunas de ellas, éstas aparecen desprovistas de toda problematización, y se les da un uso que no repara en su especificidad y en el tipo de procesos de la vida social que les dio lugar. Estas dificultades se manifiestan en distintos campos. Por citar sólo un ejemplo, en el acercamiento a colectividades de muy antigua data uno de los problemas centrales está dado por la caracterización de los tipos de organización política. Frecuentemente, se definen estructuras políticas usando términos como democracia, Estado, gobierno, legislación. Este problema de las categorías puede evaluarse en dos niveles: el primero, que es el más general y que es objeto de atención por parte de la historia, revela una tensión clara con respecto a las formas de conocer el pasado desde las configuraciones de pensamiento del presente. En otras palabras, se trata del anacronismo en el uso de los conceptos. Hablar de las sociedades democráticas del octavo milenio antes de Cristo, o de las políticas estatales para referirse a sociedades nómadas que existieron hace más de cinco mil años16, lo que revela es una noción difusa y genérica de la idea de “democracia” y de “Estado”, más que un uso teóricamente informado del concepto. El segundo nivel, más específico, es el que atañe directamente a la ciencia política y a sus dificultades de aparecer como una disciplina con un arsenal conceptual formalizado y diferenciado frente a otros campos del saber. En la construcción del trabajo histórico, no parece ser una obligación conocer las discusiones en torno a algunos de estos conceptos. Esto, en claro contraste con lo que ocurre frente a otras disciplinas, como es el caso de la economía, donde se ha desarrollado un intercambio mucho más informado y una crítica conjunta entre economistas e historiadores sobre los métodos para estudiar procesos económicos en distintas sociedades, incluyendo las precapitalistas17. Aquí es necesario insistir en que no se trata de defender los “stocks” de conocimiento producidos por disciplinas distintas, sino más bien de aclarar y discutir el tipo de herramientas a partir de las cuales es posible desarrollar un determinado trabajo histórico. Otro espacio en el que se puede observar con claridad el tipo de relaciones entre la ciencia política y la Historia es el referido a la formación del Estado moderno. En efecto, el denominado “método histórico” fue recogido a fines de los años sesenta por el Comité de Política Comparada que fundara Gabriel Almond y que tuvo una enorme influencia en el desarrollo de la ciencia política. Una de las principales iniciativas condujo a una conferencia en 197118, que dio origen al libro de la serie de Estudios de Desarrollo Político, compilado por Charles Tilly, The formation of National States in Western Europe19. De igual manera, 16 Ver, por ejemplo, GOUDSBLOM, Johan, JONES, Eric, MENELL, Stephen, The Course of Human History. Economic Growth, Social Process, and Civilization, Nueva York, M.E. Sharpe, 1996. 17 CARDOSO, Ciro, PÉREZ, Héctor, Los métodos de la Historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1999 (edición original: 1976). 18 Ver HUNEEUS, Carlos, LANAS, María Paz, “Ciencia política e Historia. Eduardo Cruz y el Estado de Bienestar en Chile”, en Historia, Santiago de Chile, Número 25, 2002, pp. 151-186. 19 TILLY, Charles, ARDANT, Gabriel (compiladores), The formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press, 1975. Este libro contiene estudios históricos de politólogos como S.E. Finner, Stein Rokkan y el propio Tilly. 41

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los manuales de ciencia política tienden a dedicar un capítulo a este problema. En uno de ellos, el editado por Rafael del Águila, la pregunta por el proceso de formación del Estado se plantea en términos de “los orígenes históricos, la genealogía, y los precedentes del orden estatal”20. Aquí se establece que la estatalidad es el “tema estrella” de la ciencia política y que el conocimiento histórico le puede “ayudar a esa disciplina a deslindar lo que en las actitudes políticas de una determinada sociedad expresa lo tradicional y lo heredado, en contra de lo que sería novedoso y supone un cambio”21. La historia aparece entonces confundida con la pregunta por los orígenes y los precedentes, como si desde ellos se definiera la trayectoria particular que podrían asumir los fenómenos sociales. La forma de organización política que supone el Estado moderno aparece en estos marcos de la disciplina como la culminación de un recorrido histórico que, leído de forma casi teleológica, parece revelar que el Estado es el resultado de un desarrollo “normal” o de una “necesidad” inexorable. El problema se desplaza entonces hacia otro nivel. Esto es, la naturaleza de la explicación histórica que está en juego aquí. Distintos autores que reflexionan sobre el oficio del historiador, entre ellos Eric Hobsbawm, han señalado que es sólo de modo retrospectivo que puede resolverse la cuestión de la inevitabilidad histórica, “e incluso entonces sólo como tautología: lo que sucedió era inevitable, porque no sucedió nada más; por tanto, las otras cosas que podrían haber sucedido tienen una importancia puramente teórica”22. Así, algo que es objeto de reflexión epistemológica para una disciplina (el carácter teleológico de la reconstrucción histórica) es tomado por otra como un supuesto que no merece mayores discusiones: si la ciencia política asume que el Estado no es algo inevitable, y que la dominación estatal no es el único destino posible de la vida social, se ponen en cuestión muchas de sus categorías. Se trata de un punto central en tanto que, como hoy sabemos, gran parte de las herramientas construidas en las ciencias sociales dan por supuesta una sociedad estatalizada y pacificada. La relación entre las ciencias sociales y el Estado ha sido objeto de preocupación en los debates recientes. Se ha mostrado que “el nacimiento de las ciencias sociales no es un fenómeno aditivo a los marcos de organización política definidos por el Estado, sino constitutivo de los mismos”23. Por su parte, el informe de la Comisión Gulbenkian señala como parte de su proyecto de “abrir” las ciencias sociales la necesidad de superar el estadocentrismo que las ha marcado desde el siglo XVIII24. El recorrido anterior nos deja ver que las relaciones entre la ciencia política y la historia no pueden partir del supuesto de que una disciplina tiene un repertorio de categorías listo para ofrecer a la otra. Más bien, exige que ambas reconsideren el proceso de producción de sus categorías y las explicaciones que construyen sobre ciertos fenómenos de la vida social.

20 DE GABRIEL, José Antonio, “La formación del Estado moderno”, en DEL ÁGUILA, Rafael, Manual de ciencia política, Madrid, Editorial Trotta, 1997, p. 37. 21 Ibid., p. 39 22 HOBSBAWM, Eric, “Marx y la Historia”, en Sobre la Historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1998, p. 167. 23 CASTRO-GÓMEZ, Santiago (editor), “Introducción”, en La Reestructuración de las Ciencias Sociales en América Latina, Bogotá, Colección Pensar, 2000, p. xxviiii. 24 Ver WALLERSTEIN, Emmanuel (coordinador), Abrir las Ciencias Sociales. Informe de la Comisión Gulbekian para la reestructuración de las ciencias sociales, México, D.F., Siglo XXI, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2001. 42

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5. lo político en la historia política: ¿cómo interrogar el orden social? Otro nivel que permite identificar algunos de los supuestos desde los que se relacionan estas dos disciplinas es el referido a la forma en que historia concibe a la política, lo cual se puede examinar en el tipo de estudio que se desarrolla bajo el rótulo de “historia política”. Tal rótulo sugiere una pregunta: ¿qué tipo de historia hacemos cuando hacemos historia política y qué forma de comprender lo político revela esta particular forma de hacer historia? Para trabajar esta pregunta se revisa parte de la discusión que al respecto ha sido promovida por la escuela de los Annales, y se muestra la tendencia de la historiografía colombiana a reducir la historia política a la historia de las administraciones y los personajes de la vida política nacional. Como “historia política” solían clasificarse los trabajos que se ocupaban de la reconstrucción de las acciones de los distintos gobiernos, sus personajes y principales logros. A pesar de las muchas críticas que se le pueden hacer a este tipo de estudios, es necesario recordar que en el siglo XIX se pensaba que el trabajo histórico era ordenar los hechos a partir de las fuentes y que estas “daban razón de sí mismos y de sus relaciones… El historiador debía desaparecer tras las bambalinas de unas reglas conocidas de crítica documental. A lo sumo su misión era introducir una coherencia en el relato”25. Así las cosas, la tendencia de la historia política a concentrarse en eventos y personajes no puede separarse de la discusión sobre el tipo de fuentes a las que se podía acceder en el siglo XIX y del lugar que ellas tenían en la construcción de la explicación histórica. En contraste con estas perspectivas, la escuela de los Annales intentará dejar atrás la historia política que se orienta a la construcción de una moraleja y/o a la reconstrucción de los grandes acontecimientos, y empezará a hacer especial énfasis en la llamada “historia social”26. Las críticas que los fundadores de Annales hacían a la historia política no pasaban por alto las dificultades propias de su “objeto”. Así, por ejemplo, Marc Bloch señala: “Habría mucho que decir sobre la palabra «político». ¿Por qué debe tomársela como sinónimo de superficial? Acaso una Historia enteramente centrada, como es legítimo que lo esté, en la evolución de los modos de gobierno y en la suerte de los gobernados no está obligada a tratar de comprender desde adentro los hechos que ha elegido como su objeto de estudio?”27. Los intereses de Bloch en torno a la necesidad de revisar la comprensión de la política fueron retomados por otros historiadores de la escuela, como Georges Duby, Maurice Agulhon e incluso Jacques LeGoff. Los trabajos de estos historiadores abordan la política pero desplazándola de la mirada centrada en personajes a la pregunta por el tipo de sociabilidad. Al comentar este punto, Burke señala que “el retorno al tema político producido en la tercera generación [de Annales] es una reacción contra Braudel… esa reacción está vinculada con un redescubrimiento de la importancia que tiene la acción frente a la estructura. También está vinculada con la percepción de la importancia de lo que los norteamericanos llaman cultura política, la importancia de las ideas y las mentalidades”28. 25 COLMENARES, Germán, “Sobre fuentes, temporalidades y escritura de la historia”, en Ensayos sobre historiografia, Bogotá, Tercer Mundo, Colciencias, Universidad del Valle, 1998, p. 75. 26 La referencia aquí a la escuela de los Annales se utiliza como ejemplo y no pretende agotar el universo de las corrientes historiográficas. Así mismo, la razón de su elección viene dada por el influjo que tal escuela ha tenido en la producción historiográfica nacional y porque las apreciaciones que en este aparte desarrollamos sólo pueden referirse a las escuelas historiográficas que cuentan con cierta pretensión de cientificidad. 27 LE GOFF, Jacques, “¿Es todavía la política el esqueleto de la historia?”, en op. cit., p. 68. 28 BURKE, Peter, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales, 1929-1989, Barcelona, Gedisa, 1993, p. 88 43

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Jacques Le Goff desarrolla este problema sobre las transformaciones de la historia política en un texto intitulado “¿Es la política todavía el esqueleto de la historia?”29. Allí el mismo autor pregunta: ¿cómo hacer la historia de los vínculos políticos, reconociendo que la política no es totalmente autónoma, pero también que no se explica como simple proyección de los conflictos estructurales: conflicto agrario, luchas entre capital y trabajo, entre otros? En ese sentido, es necesario partir de que la historia política, más que un asunto de personajes, es un esfuerzo por establecer el tipo y la forma de una red de relaciones entre distintos grupos sociales, y entre distintos procesos de la vida social tendiendo siempre a una interpretación totalizante. A pesar de que la historiografía colombiana se ha estructurado en buena parte alrededor de las discusiones de la escuela de los Annales, en lo que respecta a la historia política, parecería que tales discusiones no han sido revisadas con detenimiento. El tipo de estudios que predomina en la historiografía política colombiana tiende a preocuparse por una serie de temas circunscritos a las preguntas por la historia constitucional, las ideas políticas, el Estado y sus instituciones, el bipartidismo, las fuerzas armadas y los regímenes políticos y periodos presidenciales30. Igual de revelador con respecto a esta forma de entender la historia política es el comentario que hace Malcolm Deas al ensayo historiográfico citado. El primer punto que este autor discute es ¿qué es la historiografía política? No obstante, su pregunta no se dirige tanto a aquello que se entiende por política sino a aquello que se considera digno de ser historiografiado, es decir, “quienes sin ser historiadores profesionales o aún historiadores amateur tratan de imponer cierta forma al pasado político, o al menos entenderlo”. Lo que interesa de este ensayo historiográfico, y del comentario respectivo, es que los márgenes de la crítica al tipo de historia política que se hace no permiten leer un debate fundamental: qué se entiende por política cuando se hace historia política. Parecería que los problemas del balance de Medina fueran la ausencia de algunas obras, los criterios de clasificación e incluso algunos vacíos temáticos que con urgencia deberían ser suplidos. Por el contrario, para los intereses de este texto lo que debe resaltarse, tanto en el balance como el comentario, es la existencia de un consenso en la forma de entender lo político: la configuración de una historia política cuyo objeto fundamental es el pasado de las instituciones del Estado, de los acontecimientos “políticamente” relevantes (guerras, conflictos interestatales y rivalidades entre caudillos) y de los presidentes y sus administraciones (de ahí que Deas mismo añore las memorias de un Carlos Lleras). Sin desconocer que la formación de las instituciones estatales también es historia política, y que incluso habría que reforzar la historia de la política entendida como un oficio particular (historia de los políticos y de sus redes), es preciso insistir en que la política no se agota en el estudio de los aparatos del Estado. Por el contrario, estudiar históricamente la política implica preguntarse por sus bases sociales, por las luchas en torno a la definición del orden social y por el lugar que cada uno de los actores intenta darse en él. Así mismo, implica reconocer la 29 LE GOFF, Jacques, “¿Es todavía la política el esqueleto de la historia?”, en op. cit., p. 68. 30 Esta caracterización se hace teniendo en cuenta el ensayo historiográfico elaborado por Medófilo Medina y se considera como representativo de aquello que se privilegia como político en la historia política. MEDINA, Medófilo, “La historiografía política del siglo XX en Colombia”, en TOVAR ZAMBRANO, Bernardo (compilador), La historia al final del milenio, Bogotá, Universidad Nacional, 1994. Es necesario señalar que aquí no se pretende desconocer el trabajo de autores como Germán Colmenares, Margarita Garrido, Martha Herrera, Diana Bonnett e inclusive Malcolm Deas (en su sugestivo ensayo sobre el poder y la gramática) entre otros, quienes, con sus trabajos, han contribuido a la reconceptualización de lo político en la historiografía colombiana. 44

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coexistencia conflictiva de distintas formas de dominación y reparar en la solución que distintos grupos sociales en diferentes épocas le han dado a la pregunta por el sentido de una vida juntos. La historia política debe pues reconocer que la vida social transcurre en distintos mundos de experiencia31 y que lo político se juega en las formas en las que nos hemos representado como sociedad, así como en los intentos que hemos elaborado para diferenciarnos. 6. consideración final El hecho de que en la ciencia política tengan un lugar destacado las aproximaciones basadas en otras disciplinas ha puesto sobre el tapete la pregunta acerca del “núcleo” de la ciencia política. Aunque esta pregunta tiende a suponer un ideal de purismo disciplinar que resulta problemático, sí resulta conveniente recalcar que la inexistencia de “una” ciencia política tiene que ver con la dificultad de establecer el carácter y la forma que toma lo político en cada sociedad, en cada tiempo y en los distintos espacios de la vida social. Norbert Lechner32 se ha referido a este problema señalando que la definición de lo que es “política” forma parte de la lucha política y no de un ejercicio de elucidación o argumentación racional. No es por medio de la lógica formal, ni de un método científico centrado en la abstracción como se van a establecer los límites de lo político. Tal proceso tiene lugar en medio de luchas políticas en las que la “lógica formal” y el “pensamiento racional” coexisten conflictivamente con distintas formas de pensamiento y tipos de práctica social. Algunos sociólogos, como Pierre Bourdieu y Norbert Elías33, han llamado la atención sobre el hecho de que el análisis de la política no puede quedarse atrapado en los modelos mecánicos y racionalistas de la vida social. Ambos insisten en la centralidad de la “práctica” y de las “experiencias” en la construcción del mundo político. Ambos están interesados en la acumulación de conocimiento, pero insisten en la necesidad de diferenciar nuestros métodos de trabajo de los supuestos sobre aquello que pretendemos encontrar en la sociedad. Para decirlo con más claridad, es el investigador el que procede con una pretensión de cientificidad, siguiendo procedimientos de constatación y verificación, estableciendo cadenas causales, revisando permanentemente la naturaleza de las explicaciones a las que apela, examinando la interrelación entre fenómenos diversos, estableciendo relaciones que no son inmediatas para la percepción, entre otras prácticas. Lo central aquí es que el investigador pretende seguir un método racional pero no puede suponer que el orden social está organizado de esa manera. Atendiendo a esto, en el estudio de la política puede identificarse la necesidad de diseñar métodos de investigación que no estén centrados en el hombre como un ser racional y en el proceso de construcción de conocimiento como una actividad solipsista y abstracta. Esta discusión, promovida por algunos sociólogos interesados en la política y en el Estado, no ha tenido mayores efectos en la ciencia política y en el conjunto de las ciencias sociales en general. Desde la sociología del conocimiento se han mostrado los múltiples problemas de la

31 ALONSO, Ana María, “The politics of space, time and substance: state formation, Nationalism, and Ethnicity”, en Annual Review of Anthropologist, Volumen 23, Número 1, 1994; y CALHOUN, Craig, “Nationalism and the contradictions of Modernity”, en Berkeley Journal of sociology, Volumen 42, 1997-1998. 32 LECHNER, Norbert, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, Madrid, Editorial Siglo XXI, 1986. 33 BOURDIEU, Pierre, WACQUANT, *Loic, op. cit.; ELIAS, Norbert, Compromiso y distanciamiento, Barcelona, Editorial Península, 1990; y Sociología Fundamental, Barcelona, Gedisa, 1992. 45

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elección racional como apuesta metodológica para trabajar ciertos temas. Sin embargo, eso no se ha traducido en una discusión más amplia y un grupo importante de científicos sociales continúan esperando que el mundo se comporte “lógica” y racionalmente. En este punto se ha discutido el impacto que la matemática y la lógica formal tienen en la construcción de los modelos de análisis social. Bourdieu ha denunciado con fuerza que los procesos de formalización que están pendientes en las ciencias sociales no tienen por qué acoger procedimientos y técnicas que niegan la experiencia y la inducción. Para nuestros propósitos esta discusión resulta significativa por cuanto algo similar tiene lugar en la historia. Algunos historiadores británicos marxistas, y entre ellos Edward Palmer Thompson, se han ocupado de discutir el estatuto epistemológico del conocimiento histórico, la especificidad de su método y los marcados contrastes con el modelo estándar de producción de conocimiento hecho célebre por los filósofos. Este autor es enfático a la hora de indicar que la historia tiene un método distintivo que le permite interpelar a las ciencias sociales y construir un tipo específico de conocimiento atento a los procesos, a los cambios, a la experiencia y a lo que muda. Esto, en claro contraste con el conocimiento de estructuras y de objetos en reposo que tiende a predominar en las ciencias sociales34. Para los propósitos del artículo resulta revelador que tanto el conocimiento histórico como el estudio de la política exijan el desarrollo de unos métodos específicos desde los cuales se puedan capturar algunos fenómenos sociales que aparecen como contingentes, azarosos, en últimas, como inaprehensibles. Así, la reflexión sobre los vínculos entre historia y ciencia política es sobre todo una discusión sobre cómo se concibe el orden social, cómo se imaginan y reproducen las relaciones sociales en distintos mundos de experiencia y en distintos tiempos y, especialmente, sobre cómo se piensa que se pueden estudiar tales fenómenos. De ahí que podamos concluir señalando que las relaciones entre ciencia política e historia no se desprenden de un modelo analítico y de un ejercicio deductivo, sino, más bien, del riesgo que se corre al enfrentar nuevas formas de producir conocimiento.

34 THOMPSON, Edward, Miseria de la teoría, Barcelona, Editorial Crítica, 1981. 46

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la cliometría y la historia económica institucional: reflejos latinoamericanos •

salomón kalmanovitz ♣ 1 1. introducción La historia económica moderna ha sufrido dos grandes cambios en el último medio siglo. El primero fue la cliometría, la cual introdujo el análisis econométrico de series largas de las cuentas nacionales, organizadas de acuerdo con modelos económicos para dar cuenta de los procesos de crecimiento de largo plazo, de la rentabilidad social de inversiones en infra-estructura o de la productividad de diversas formas de producción o de sectores específicos. La segunda transformación, más reciente, surge de recurrir a las instituciones para explicar los cambios históricos y el comportamiento económico de las sociedades. De esta manera, se comenzaron a resolver preguntas sobre el papel de la revolución democrática en Europa, las instituciones parlamentarias y fiscales así creadas, y su efecto sobre el desarrollo económico de largo plazo, el impacto de la depredación de los excedentes sociales o de la inseguridad de los derechos de propiedad en la inversión, o de los incentivos creados para la acumulación de capital por modelos corporativos de desarrollo económico. En este ensayo me voy a referir en especial a la influencia que ha tenido la llamada economía neoinstitucional sobre el estudio y análisis de la historia y su aplicación a los problemas del desarrollo económico de América Latina y de Colombia, aunque también me ocuparé de los intentos de la cliometría de establecerse en el país. Es notorio que las dos corrientes han tenido poca aceptación en América Latina, resistencia que trataré de explicar2. El ensayo cuenta con seis secciones de las cuales ésta es la primera. La segunda tratará la naturaleza de las propuestas de la cliometría y la tercera los aportes del nuevo institucionalismo para la historia económica, resaltando el trabajo de Douglass North. La cuarta sección inspeccionará brevemente la historia económica en América Latina y se referirá al predominio de la teoría de la dependencia, que dificultó el progreso de la cliometría en estos lares, junto con sus expresiones en Colombia, las cuales serán el tema de la quinta sección. La sexta sección presentará algunas conclusiones.

• Artículo recibido en enero 2004; aceptado en febrero 2004. ♣ Miembro de la Junta Directiva del Banco de la República y profesor de la Universidad Nacional de Colombia. 1 Agradezco los comentarios de Juan Carlos M. Coll, Miguel Urrutia, Fernando Tenjo, James Robinson y de un árbitro anónimo de Historia Crítica. Agradezco también a Tomas Martín por su intensa labor de edición y corrección de estilo. 2 Vale aclarar que los departamentos de historia de los Estados Unidos también han sido reacios a las iniciativas especializadas en economía y, por lo tanto, la propia historiografía norteamericana, que mantiene cierto interés por América Latina, no ha trasmitido las variantes disciplinarias que se desarrollan en las facultades de economía, las cuales, a su vez, están escasamente interesadas en problemas latinoamericanos. 47

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2. la cliometría La cliometría consistió en la aplicación de la teoría económica y de la econometría al análisis del pasado. Uno de sus gestores fue Simon Kuznets, quien desde 1948 había emprendido un ambicioso proyecto apoyado por el National Bureau of Economic Research, el cual culminó con su libro El crecimiento económico moderno (Madrid, Aguilar, 1973), publicado en inglés en 1966. Allí, Kuznets estableció criterios para analizar los países con base en las categorías de producción, asignación de recursos, distribución del ingreso, consumo y relaciones externas (los flujos de conocimiento, personas y capital entre países). La producción se relacionaba con la población, y las categorías de producto o ingreso per cápita pasaron a ser la vara de comparación de la riqueza entre países. La relación entre insumos y producto daba una idea de la productividad de los factores y al remanente, que era fundamental, se le tildaba como la productividad total de los factores. La distribución se refería a los ingresos del capital, del trabajo y de la tierra. La idea era elaborar series largas de las cuentas nacionales, las cuales, a su vez, habían sido deducidas de las categorías keynesianas de consumo, ahorro e inversión de distintos países para poder hacer comparaciones informadas. El crecimiento moderno se refería a un patrón de acumulación de capital rápido y sostenido a lo largo del tiempo. Otro influyente autor de la escuela cliométrica fue Robert Fogel. En su libro Railroads and American Economic Growth: Essays in Econometric History (1964) trató de calcular el costo beneficio de la inversión hecha en ferrocarriles en los Estados Unidos durante el siglo XIX. Fogel hizo un número de importantes innovaciones en la naturaleza de la investigación histórica, entre las que se encuentran la definición operacional del ahorro social, la utilización explícita de ejemplos contra factuales, el uso de modelos económicos para calcular lo que hubieran sido los costos calculados por un agente racional y, por último, la selección y comprobación de hipótesis que estaban sesgadas en contra de sus hallazgos principales. Sus resultados indicaron que los ferrocarriles no habían jugado un papel tan importante en el crecimiento económico de los Estados Unidos como se había creído porque había medios de transporte alternativos, como la red de canales y de carreteras existentes. El mismo Fogel, en conjunción con Stanley Engerman, publicó en 1974 un polémico libro sobre la esclavitud norteamericana, Time on the Cross: The Economics of American Negro Slavery3, en el cual se cuestionaban todas las posiciones más aceptadas sobre la institución, como que la esclavitud era una inversión poco rentable, que estaba en su etapa económica moribunda, que el trabajo esclavo y la producción agrícola basada en él eran económicamente ineficientes, que la esclavitud había conducido al estancamiento del Sur de los Estados Unidos y que había impuesto condiciones de vida extremas a los esclavos. También comenzó a ser reconsiderado el supuesto de que la esclavitud era ineficiente y no generaba excedentes como lo suponían algunos historiadores, como Eugene Genovese4. La nueva visión realzó entonces los factores ideológicos que condujeron a la guerra de secesión. Fogel adelanta una investigación de enormes proporciones en las que combina la demografía, la salud, la nutrición, la altura y masa corporal de las personas en el pasado para relacionarlas con el rendimiento e inteligencia de la fuerza de trabajo que están a la base de los cambios de productividad de largo plazo en las sociedades. Utilizando los archivos del ejército, datos de 3 Existe versión en castellano: FOGEL, Robert, ENGERMAN, Stanley, Tiempo en la cruz, la economía esclavista en los Estados Unidos, Madrid, Siglo XXI, 1974. 4 GENOVESE, Eugene, Economía política de la esclavitud: estudios sobre la economía y la sociedad en el sur esclavista, Barcelona, Editorial Península, 1970. 48

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morbilidad, componentes de la nutrición, condiciones sanitarias generales, atención de partos, período promedio de vida y los sistemas sociales de salud, Fogel ha logrado establecer una relación entre condiciones físicas de la población, esperanza de vida al nacer y su capacidad para desarrollar habilidades en la división del trabajo. “Durante la mayor parte de la historia y en gran parte del mundo en desarrollo de hoy, atrofias severas y la baja masa corporal limitaron seriamente la vida. De qué manera las personas del mundo desarrollado escaparon del hambre ha sido un tema prioritario en la agenda de investigación de Fogel”5. La más reciente contribución de Fogel que reunirá muchos de sus trabajos elaborados en los últimos veinte años lleva el título de The Escape from Hunger and Premature Death, 1700-2100: Europe, America and the Third World (Cambridge University Press, Cambridge, 2004)6. Eric Hobsbawm observa que el papel de la cliometría ha sido fundamentalmente crítico: “en la medida en que [...] obliga a los historiadores a pensar claramente y hace de detector de tonterías, cumple funciones necesarias y valiosas”7. En cuanto a los ejercicios contrafácticos, éstos pueden ser útiles en la medida en que iluminen lo que evidentemente sucedió, pero no dejan de ser especulativos. La cliometría falla cuando aplica al pasado modelos de comportamiento de un capitalismo sin aristas, plenamente desarrollado, aplicando supuestos como la elección racional o la optimización de la rentabilidad en casos donde éstos no aparecen claramente en el horizonte del agente económico, sea este un siervo feudal, un esclavo romano o un terrateniente aristocrático. Jon Elster cuestiona a fondo la utilización por los cliometristas de los escenarios contrafácticos, lo que él llama “mundos posibles”, pues su selección tiende a predeterminar los resultados obtenidos8 y, en verdad, nunca podrá ser comprobado el “qué hubiera pasado sí borramos algún evento histórico”. Sin embargo, también aclara que cualquier selección de hechos relevantes por parte del historiador es, en cierta forma, contrafáctica, porque se están desestimando otros hechos de la realidad, es decir, se fabrica una realidad algo distinta a la que arrojan los datos, seguramente simplificada. Los aportes a la nueva historia económica se siguieron consolidando con el tiempo. En nuestro medio, como se verá, tuvo un aparatoso comienzo, y Jesús Antonio Bejarano llegó a decir que se trataba de una disciplina en decadencia. North afirmaba en 1974 que los cliometristas habían encontrado que la esclavitud era rentable y que los ferrocarriles no habían sido tan esenciales como parecían, pero que no habían sabido identificar cuál había sido el impulso del crecimiento de largo plazo ni entendían cambios en la distribución del ingreso causados por las transformaciones históricas. Habían atacado problemas específicos o instituciones, pero no habían entrado a aclarar la transformación de los sistemas económicos, es decir, el crecimiento de largo plazo. El gobierno no jugaba ningún papel endógeno y era introducido de manera casuística, ad hoc. El único análisis que proveían era el de decisiones de mercado, pero dejaban por fuera el hogar, las asociaciones económicas (gremios) y no informaban sobre las decisiones políticas. Se preguntaba: ¿cómo puede uno hablar seriamente acerca del pasado económico sin una explicación de las decisiones que se toman por fuera de los mercados? Por último, North afirmaba algo que es relevante para entender la dificultad

5 GOLDIN, Claudia. “Cliometrics and the Nobel”, en Journal of Economic Perspectives, Primavera, 1995, p. 205. 6 En el sitio http://nber.org se encuentran muchos de los trabajos de Fogel y pueden bajarse. 7 HOBSBAWM, Eric, Sobre la historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1998, p. 123. 8 ELSTER, Jon, Lógica y sociedad, contradicciones y mundos posibles, Barcelona, Gedisa Editorial. Elster se pregunta, por ejemplo, cuál hubiera sido el crecimiento económico del sur de los Estados Unidos si nunca hubiera conocido la esclavitud y contara con una estructura social similar a la del norte de ese país; p. 259. 49

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para que la disciplina se desarrollara en países con sistemas universitarios incompletos: la cliometría no podía ser enseñada en los cursos de pregrado, ya que no solamente era compleja sino que no iluminaba el pasado de manera relevante y escasamente incentivaba la curiosidad de los estudiantes9. Más tarde, en 1997, North decía que después de 40 años, la cliometría había consolidado sus contribuciones: “la aplicación de un cuerpo sistemático de teoría y sofisticados métodos cuantitativos a su campo de acción [...] logró substituir o especificar con mayor precisión la mayor parte de las explicaciones económicas tradicionales que habían sido elaboradas sobre el pasado reciente del hombre”. Pero seguía presa, en lo fundamental, de la teoría neo-clásica, cuyos supuestos eran “los de un mundo sin fricciones en el cual las instituciones y el gobierno no juegan ningún papel explícito”10. En fin, la cliometría había contribuido a esclarecer muchos eventos y problemas microeconómicos de la economía capitalista para lo cual contó con un creciente arsenal de medios técnicos. Los instrumentos estadísticos y econométricos que se pueden aplicar a la historia han seguido mejorando, tornándose en herramientas de trabajo más sofisticadas, como los filtros Hodrick-Prescott y el Kalman, que sustraen las tendencias de largo plazo de las propiamente cíclicas en el comportamiento de las variables de un modelo y son de una gran ayuda para discernir cuál es el crecimiento potencial de una economía en el largo plazo y cómo el crecimiento observado se desvía en distintos momentos cuando lo sobrepasa o se coloca por debajo del mismo. Los filtros también le restan volatilidad a una serie y permiten analizarla mejor. Así mismo, modelos de equilibrio general computable y otros basados en sistemas de ecuaciones han sido ampliamente desarrollados y pueden ser corridos rápidamente con el gran poder computacional derivado de la informática moderna11. Herman Van der Wee, de la Universidad de Lovaina, dijo en la conferencia inaugural de la Asociación Internacional de Historiadores Económicos celebrada en Buenos Aires en 2002 que “la historia económica nunca ha exhibido tanta actividad y dinamismo como el que muestra en la actualidad, interactuando mucho más que durante los anteriores períodos con otras ramas de las humanidades y de las ciencias sociales”12. La micro-economía y la micro-historia, dotadas de nuevas herramientas de formalización como la teoría de juegos, habían contribuido a entender mejor la relación entre estructura (necesidad), riesgo (amenaza) y la libertad humana. La historia económica dejó a un lado su encierro cliométrico y se re-encontró con la sociología, la ciencia política y la psicología experimental, como ya lo habían hecho los clásicos del pasado, desde Adam Smith a Joseph Schumpeter, para tratar de responder a nuevos interrogantes sociales y modelar también las instituciones políticas, de tal modo que contribuyó a revelar aspectos de una realidad socio-económica más compleja. Pero tampoco era una panacea y se declaraba impedida al atacar los problemas de las transiciones económicas y políticas y, por sobre todo, le costaba trabajo explicar el crecimiento económico de largo plazo. Un balance exhaustivo al que remito al lector interesado es el texto

9 NORTH, Douglass C., “Beyond the New Economic History”, en The Journal of Economic History, Vol. 34, No. 1, Marzo 1974, p. 2. 10 NORTH, Douglass C., “Cliometrics - 40 Years Later”, en The American Economic Review, Vol. 87, No. 2, Mayo 1997, p. 412. 11 KYDLAND, Finn, PRESCOTT, Edward, “The Econometrics of the General Equilibrium Approach to Business Cycle”, en Federal Reserve Bank of Minneapolis, Reporte 130, Noviembre 1990. 12 VAN DER WEE, Herman, “Flexibility and Growth: the Discipline of Economic History in the Mirror of the past”, conferencia inaugual, XIII Congreso de la Asociación Internacional de Historiadores Económicos (I.E.H.A.), 2002. 50

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de Baccini y Gianeti, Cliometría, en donde se hace un balance metodológico de los enfoques que compiten dentro de la historia económica cuantitativa y de los debates subyacentes13. 3. la historia económica neoinstitucional La otra vertiente que transformó la historia económica responde a las inquietudes formuladas por Douglass North y otros historiadores, los cuales revivieron una corriente que tiene antecedentes en la escuela histórica alemana y en los institucionalistas norteamericanos de principios del siglo XX. Las instituciones son definidas como las reglas de juego que guían la conducta de los agentes económicos, los que reaccionan de alguna manera maximizadora para sus propios intereses pero no necesariamente en forma que impulse el crecimiento económico, con lo cual se cuestiona el principio smithiano de la confluencia del interés individual y el social. Las instituciones pueden ser formales y estar escritas en la constitución, las leyes y los organigramas de las empresas, o ser informales como las normas sociales, las ideologías y las religiones que se constituyen en guías de acción de los agentes. En su libro de 1961, The economic growth of the United States: 1790-1860, Douglass North sostenía que la fuerza subyacente más influyente en la historia era la evolución de los mercados y se declaraba en desacuerdo con el tratamiento tradicional de la historiografía norteamericana, preocupada por la descripción y el cambio institucional, sin entender los procesos de crecimiento económico14. Las instituciones en la historiografía tradicional eran entendidas como organizaciones y estaban separadas de la dinámica económica. Más adelante, el mismo North las entendería de manera muy distinta, a saber, como un entorno de incentivos que fomenta o restringe el crecimiento económico, ofrece garantías o no a los derechos de propiedad, y conduce el excedente económico hacia la inversión o hacia su depredación por parte del Estado y otros agentes.

El trabajo en el que aparecieron sus nuevas propuestas, El nacimiento del mundo occidental, subtitulado como una nueva historia económica (900-1700), fue elaborado junto con Robert Thomas15. En éste la pregunta fundamental fue: ¿qué hizo que por primera vez en la historia humana algunas sociedades obtuvieran crecimientos de largo plazo y superaran la pobreza abyecta y las hambrunas? El argumento central de North y Thomas es que la organización económica eficiente fue la clave del crecimiento y que los arreglos institucionales, en especial la definición adecuada de los derechos de propiedad y su protección, crearon incentivos para canalizar el esfuerzo económico en una dirección que acercó la tasa de retorno privada a la social. La estructura política favoreció a los empresarios pero introdujo a la vez limitaciones al despotismo y abrió el campo de las oportunidades a más agentes. Las patentes protegieron e incentivaron la invención y es en este sentido que se entiende mejor el acercamiento del rendimiento individual –en este caso, el monopolio temporal que genera una renta para el inventor– y el rendimiento social, la reducción de costos o la mejora en la calidad de vida que surgen de la innovación y que benefician a toda la sociedad. Al mismo tiempo, la innovación recibió un fuerte incentivo que multiplicó las iniciativas individuales.

13 BACCINI, Alberto, GIANETI, Renato, Cliometría, Barcelona, Editorial Grijalbo, 1997. 14 NORTH, Douglass C., The economic growth of the United States: 1790-1860, New York, Norton Press, 1966, p. vi. 15 NORTH, Douglass C., THOMAS, Robert, El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), México, Siglo Veintiuno Editores, 1978. 51

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La atmósfera institucional de Inglaterra y Holanda favoreció entonces la inversión de capital, y la extensión del mercado permitió la realización de economías de escala; es en este sentido que se precisa la noción de eficiencia, pues a partir de cierto nivel de producción caen los costos unitarios y se abaratan los productos. El protestantismo justificó la riqueza como posible expresión de gracia e indujo una disciplina social en la población trabajadora. Con ello hubo una legitimación del capitalismo y un aumento en la calidad de los factores de la producción. El apoyo del Estado y del capital a las universidades impulsó el desarrollo de nuevas tecnologías. La separación Estado-Iglesia permitió el libre examen y la investigación científica, mientras que el Estado se concentraba en impulsar el desarrollo del capitalismo y no en defender o atacar algún credo.

Uno de los aspectos centrales de la teoría neoinstitucional es la importancia que le concede a los costos de transacción. Éstos se definen como los costos de información, los costos de los contratos y la supervisión de su cumplimiento, es decir, los costos legales y del sistema de justicia, el costo de los riesgos implícitos en las operaciones, los cuales se reducen por el desarrollo del cálculo de esos riesgos. El surgimiento de Occidente fue posible por una reducción de las imperfecciones de mercado o por una mejora en el funcionamiento de los mercados, que significó una reducción de costos asociados a la incertidumbre y a la calidad de la información. En este sentido, surgieron mercados de letras de cambio y, en la medida en que el comercio aumentaba, aparecieron agentes especializados en el mercado monetario. Cuando se instauró el mercado de deuda pública, donde el fisco fue impecable en el cumplimiento de sus obligaciones, surgió un mercado profundo que permitió transar también deuda privada y eventualmente acciones de las sociedades anónimas. La reducción de la inflación fue posible porque se prohibió afeitar y falsificar las monedas en la forma en que lo habían hecho hasta el momento las monarquías absolutas, lo que también condujo a una mejora notable de la información contenida en los precios. El mercado de capital y la baja inflación dieron lugar a tasas muy bajas de interés y a la posibilidad de financiar grandes inversiones en proyectos densos en capital, como metalurgias, ferrocarriles, canales, etc. Con una mejor información se pudieron medir los riesgos, surgió el cálculo actuarial y la industria de los seguros. Hubo además cambios organizativos que fueron fundamentales para el progreso de las empresas, tanto en sus métodos de gobierno como en la transparencia que la contabilidad pública introdujo para los accionistas. El surgimiento de las sociedades por acciones, que eran responsables sólo por el capital invertido en ellas, redujo el riesgo asociado con las organizaciones industriales, pues los dueños de acciones tenían salvaguardado su patrimonio personal de los efectos de una posible quiebra16. North enfrenta el problema de las instituciones informales, en particular el de la religión, en términos muy económicos. Las leyes contra la usura impedían normalizar los contratos de crédito y medir y acotar adecuadamente el riesgo crediticio. Esto aumentaba los costos de transacción en el mercado financiero y obligaba a que los agentes diseñaran complejos contratos para evadir las regulaciones morales que imponía la Iglesia católica. El mercado financiero es uno de los más complejos y es una pieza fundamental en el proceso de desarrollo económico. Una vez abolidas las leyes contra la usura, se desarrollaron a fondo los mercados financieros de Amsterdam y Londres, cuyas tasas de interés estaban por debajo de 16 NORTH, Douglass, WEINGAST, Barry, “Constitutions and Commitment: the Evolution of Institutions Governing Public Choice in Seventeen Century England”, en ALSTON, Lee J., EGGERTSSON, Thráinn, NORTH, Douglass, Empirical Studies in Institutional Change, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pp. 147-161. 52

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las que ordenaba la Iglesia. Pero hay también elementos culturales que Weber destacó y que North descarta: el protestantismo combatió la mentalidad mágica y regresó a la concepción de un Dios abstracto, justificó la acumulación de capital y la racionalidad derivada de ella, indujo el ascetismo y la responsabilidad en la vida diaria e incentivó el perfeccionamiento personal mediante el trabajo, el estudio y la lectura, lo que contribuyó a que se extendiera y universalizara el alfabetismo dentro de la población17.

La teoría neoinstitucional analiza entonces los incentivos que podían conducir a los individuos a emprender actividades socialmente deseables (generadoras de comercio y de empleo) o actividades redistributivas, las cuales capturan parte de las rentas producidas por otros agentes, pudiendo incluso depredar todos sus excedentes. Entre las primeras, se destaca un factor fundamental del crecimiento económico continuo: las instituciones que incentivaron a que el excedente fuera re-invertido continuamente y, al mismo tiempo, aumentara como resultado de la eficiencia institucional y de la contenida en el cambio técnico. En este sentido, las sociedades capitalistas cumplieron, primero, con la expansión del ahorro y, segundo, con su canalización hacia la inversión, mientras que las instituciones políticas favorecían el cambio técnico, a pesar de que éste casi siempre producía perdedores. Las sociedades que atravesaron por revoluciones socialistas, como Rusia y China, mantuvieron tasas de crecimiento elevadas durante cuatro o cinco décadas, invirtiendo una enorme proporción de su producto anual, pero no fueron sostenibles en el tiempo, entre otras cosas, porque no favorecían el cambio técnico ni promovían la productividad de sus plantas industriales, y es precisamente la eficiencia la que impulsa fundamentalmente el crecimiento de largo plazo de los países. En contravía a considerar la eficiencia como fundamento del crecimiento, el modelo de Harrod-Domar informaba que su fundamento era la inversión en bienes de capital y construcciones, lo cual se convirtió en la receta básica de todas las agencias multilaterales y marcó los planes de desarrollo de cientos de países pobres durante 40 años. Antes de que se popularizara, el modelo de crecimiento de Solow, siguiendo la visión original de Kuznets, planteaba que el grueso del crecimiento surgía de la mayor productividad de todos los factores y del cambio técnico que reasignaba todos los recursos de forma más productiva que en el pasado18.

De otro lado, la redistribución del ingreso a favor de pequeñas capas aristocráticas u oligárquicas significaba que se daban pérdidas para los agentes productivos, como pudo haber sucedido durante gran parte de la historia humana de imperios y monarquías, y la vida social se caracterizaba por la monotonía y la ausencia de iniciativas. En tal sentido había que analizar cómo estaban definidos los derechos de propiedad, si eran justos y aceptados por muchos y contribuyeron a la eficiencia, y si fueron efectivamente defendidos en caso de ser agredidos. Los derechos de propiedad latifundistas, sobre las personas o sobre las propiedades de siervos y arrendatarios, eran desafiados por muchos agentes y contribuían a ineficiencias estructurales en los sistemas de producción y distribución. Los derechos de propiedad surgidos de reformas agrarias probaron ser claves en el desarrollo más rápido de muchos países que pasaron por los cataclismos de revoluciones y revueltas campesinas, y en el que surgieran instituciones políticas más aceptadas por la población, esto es, instituciones que contaban con una mayor legitimidad19. 17 WEBER, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Editorial Península, 1969, pp. 250-258. 18 EASTERLY, William, The Elusive Quest for Growth, Cambridge, Mass., The MIT Press, 2002, 47. 19 MOORE, Barrington, Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia: el señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Barcelona, Editorial Península, 1973. 53

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En la Unión Soviética colapsaron las reglas de distribución del ingreso y la férrea disciplina social mantenida por el patriotismo y el terror del Estado durante los años sesenta del siglo XX, lo que condujo al lento desgaste del sistema y a su eventual colapso. En China, sus dirigentes cambiaron el modelo de desarrollo antes del agotamiento del socialismo soviético, seducidos por el éxito exportador del capitalismo en el Este asiático. No faltaron modelos corporativos de desarrollo exitoso, como los de Alemania, Italia y, en menor medida, el de España, montados sobre fuertes caudillos que irrespetaron los derechos de propiedad de grandes segmentos de sus poblaciones, y disolvieron las instituciones parlamentarias, por lo cual no contaban con reglas de sucesión conocidas y respetadas por todos los agentes. La segunda guerra liquidó los regímenes propiamente fascistas, mientras que el falangismo franquista encontró formas de relevo parlamentarias que eventualmente le prestaron estabilidad al crecimiento de largo plazo de la economía española mediante su apertura e integración al Mercado Común de Europa.

En su célebre opúsculo publicado en inglés en 1990, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico20, el autor sistematizó en una teoría coherente sus anteriores aportes a la historiografía. Afirma allí que “ofrece el esbozo de una teoría de las instituciones y del cambio institucional” y que centra su atención “sobre el problema de la colaboración humana, específicamente en captar las ventajas del comercio”. La colaboración es propiciada por instituciones que logran resolver los conflictos de interés de manera consensuada, permiten que los perdedores de los cambios técnicos e institucionales obtengan alguna reparación, pero aseguran que el cambio exigido por la acumulación de capital siga su marcha. Si se quisiera hacer una síntesis muy breve, se podría señalar que North afirma que las instituciones proveen la estructura básica en la cual los seres humanos han creado orden y reducido la incertidumbre del intercambio en la historia. Junto con la tecnología empleada, ellas determinan los costos de transacción y transformación y, por lo tanto, la rentabilidad y la posibilidad de emprender la actividad económica. Se descuelga de la visión neo-clásica para decir que ésta introduce una “característica devastadoramente limitante para aquellos historiadores cuyo problema central es explicar el cambio a lo largo del tiempo”21, suponiendo “un mundo sin fricciones” donde las instituciones no existen o no importan. De esta manera, se olvida el objetivo principal de la historia económica: tratar de explicar los diversos patrones de crecimiento, estancamiento y decadencia de las sociedades en el tiempo, y explorar la manera en la cual las fricciones que son consecuencia de la interacción humana producen resultados ampliamente divergentes. Las condiciones iniciales para el desarrollo capitalista fueron un espacio amplio comercial, un mercado interior sin barreras o comercio internacional con pocas barreras. La protección limita la extensión del mercado y entrega rentas a los productores protegidos. Éstos, a su vez, le restan poder político a los sectores y regiones que se perjudican con la protección. La mayor extensión del mercado lleva a una mayor especialización y a aumentos de la productividad. La entrada al mercado se limita cuando el Estado otorga monopolios, vende puestos públicos o discrimina a favor de unos intereses –no necesariamente los más productivos o eficientes– en contra de otros. La educación es importante para el desarrollo económico porque permite una especialización más compleja del trabajo y de la producción. 20 NORTH, Douglass C., Instituciones, cambio institucional y desempeño económico, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. 21 Ibid., p. 168. 54

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En las sociedades industrializadas los derechos de propiedad se legitiman porque dependen de una justicia imparcial, del monopolio de las armas del Estado y no de la fuerza privada del agente. Es en este contexto en que proliferan los contratos o intercambios económicos y con ellos el desarrollo y la apropiación de la tecnología. Para North, “cuando comparamos el costo de realizar transacciones en un país del Tercer Mundo con uno de economía industrial […] vemos que los costos por intercambio en el primero son mucho mayores y que, a veces, no hay ningún intercambio debido a lo elevado de los costos. En el Tercer Mundo la estructura institucional carece de estructura formal (y de cumplimietno obligatorio) que apuntale los mercados eficientes”22. North introduce el concepto de path dependency, o dependencia del pasado, el cual establece que la matriz institucional de una sociedad se reproduce en el tiempo y, aunque va transformándose, conserva algunos de sus rasgos fundamentales. En este sentido, “la historia económica latinoamericana [...] ha perpetuado las tradiciones centralistas y burocráticas trasmitidas por la herencia española y portuguesa [...] permanecen relaciones personales en la base de los intercambios políticos y económicos” y eso explica en alguna medida la precaria estabilidad política y la dificultad para apropiar el potencial de la tecnología moderna. En los Estados Unidos, dependiente de la matriz institucional parlamentaria y propiciadora del crecimiento económico, “se dieron todos los intercambios impersonales más complejos que le permitió capturar las ganancias económicas de la tecnología moderna”23. Para North, los casos de Francia, España y Portugal durante la alta edad media muestran fuertes poderes centrales que se arrogaron muchos derechos económicos, a partir de los cuales repartieron arbitrariamente privilegios, monopolios y rentas específicas. “La persistencia de instituciones ineficientes, ilustrada por el caso de España, fue un resultado de las necesidades fiscales de los gobernantes que condujo a horizontes acortados de tiempo y, por lo tanto, a una disparidad entre incentivos privados y bienestar social”24. North aduce que al principio del siglo XVI España e Inglaterra encaraban problemas fiscales similares y con costos militares crecientes, debidos a la creación de nuevas tecnologías de guerra. Mientras la primera pudo resolverlos con base en el tesoro de sus colonias americanas, sin tener que recurrir a las cortes o parlamentos, la segunda se vio obligada a hacer negociaciones con sus súbditos ricos que eventualmente se convirtieron en ciudadanos influyentes en la política de la república monárquica. A la vez que Inglaterra aumentó su poderío estatal y militar, y propiciaba su revolución industrial, lo que le permitió dominar el mundo del siglo XVIII, España fue llevada “a crisis fiscales sin solución, quiebras, confiscación de activos y derechos de propiedad inseguros, en fin, a tres siglos de relativo estancamiento”25. España fue testigo de la despoblación del campo, del estancamiento de su industria y del colapso del sistema de comercio de Sevilla con el Nuevo Mundo, todos asociados a las políticas de control de precios, incrementos arbitrarios de impuestos y confiscaciones repetidas. La política no estaba al servicio del desarrollo económico sino que era un instrumento fiscal para la depredación de la riqueza privada. 22 Ibid., p. 92. 23 Ibid., p. 117. 24 Ibid., p. 18. North se refiere, entre otros, al caso de la Mesta, un derecho de pastoreo que pagaban los ganaderos y que les permitía invadir sembradíos para alimentar sus hatos, de tal modo que la contribución para el Rey implicaba el freno al desarrollo agrícola de España. El Rey conocía de los daños así causados, pero su cálculo era que tenía ingresos seguros y no tenía en mente una alternativa para ellos que hubiera surgido de la mayor productividad obtenida en el campo de prohibirse tal práctica 25 Ibid., p. 113. 55

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Un autor que complementa las líneas de análisis de North es Robert Bates en su trabajo Violence and Prosperity26. Para él, un sistema judicial o un ejército pueden cubrir un área y población grandes, reduciendo los costos unitarios de justicia y protección. “Un conjunto de derechos de propiedad especificados puede ser extendido indefinidamente a otras áreas con un bajo costo adicional”. Es fundamental el paso de la justicia privada que limita la acumulación de capital y destina recursos a la venganza, a la justicia en manos del Estado que limite el conflicto intra-social. El período de continuas guerras de la alta edad media generó crisis fiscales que dieron fuerza a las ciudades, a sus comerciantes y banqueros. Avner Greif ha hecho contribuciones a la historia institucional de la edad media europea y ha elaborado modelos de teoría de juegos a situaciones de conflicto y violencia27. Otro autor que ha investigado el tema de los costos de transacción es Oliver Williamson, dos de cuyos trabajos han sido traducidos al español28 y que ha desplegado influencia sobre algunos trabajos de historia que se concentran en los compromisos creíbles y el cumplimiento de los contratos. North desdeña el elemento religioso como fundamental en su teoría de las instituciones, en cuanto considera que no sobredetermina a los agentes, aunque ha mostrado su impacto sobre la restricción a los mercados financieros. No menciona North que la Iglesia fue la organización más líquida de la edad media y que aspiraba al monopolio del crédito, otorgado bajo sus reglas. Pero hay que tener en cuenta que la Iglesia católica fue también el pilar ideológico del absolutismo europeo y portaba una ideología que condenaba al capitalismo y a las virtudes burguesas: ahorro, racionalidad e individualismo responsable, en tanto la primera equivalía a la avaricia, la segunda cuestionaba la fe y la tercera se desviaba de la obediencia. Igualmente, la Iglesia tenía el monopolio de la educación y de las obras sociales y, por lo tanto, se oponía tanto a la educación obligatoria y laica como a los impuestos, distintos a la caridad, que financiaran la educación y la salud de la población. La separación de Iglesia-Estado fue condición necesaria del orden burgués consensuado en Europa, pero la materialización de dicha separación en muchos países latinoamericanos no logró cambiar en lo fundamental la matriz institucional que condicionaba su comportamiento económico. Por ejemplo, la fiebre dogmática de los liberales radicales latinoamericanos reproducía una actitud religiosa (era el caso de la elaboración de los llamados “catecismos liberales”, los cuales, al igual que el católico, debían ser memorizados por los militantes)29. Ésta es otra muestra que pone de manifiesto la razón por la cual North dice que la religión en sí no determina los comportamientos de los agentes. Hay situaciones como las de América Latina en las que persisten instituciones ineficientes porque hay agentes poderosos que se benefician con ellas. Sistemas financieros distorsionados por el crédito subsidiado y la inflación que tiende a expropiar a los agentes que viven de rentas fijas y a todos los acreedores, protecciones altas que otorgan rentas extraídas de la población consumidora a favor de terratenientes e industriales, exenciones de impuestos a la tierra y al ganado pero altos impuestos al consumo, son todas políticas que defienden férreamente sus beneficiarios. Acá no fue suficiente la adopción de constituciones 26 BATES, Robert, Violence and Prosperity, New York, Norton Press Co., 2001. 27 GREIF, Avner, “The Institutional Foundations of Commercial Expansion in Twelfth-century Genoa”, en Analytic Narratives, Oxford, Oxford University Press, 1998; “Coordination, Commitment and Enforcement: The Case of the Merchant Gild” (con Paul Milgrom y Barry Weingast), en The Journal of Political Economy, Agosto 1994. 28 WILLIAMSON, Oliver, Las instituciones económicas del capitalismo, 1989, y La naturaleza de la empresa, 1996, ambos publicados por el Fondo de Cultura Económica. 29 TOVAR, Leonardo, “Los catecismos liberales”. Cátedra de Pensamiento Colombiano durante el Siglo XIX, Departamento de Filosofía, Universidad Nacional. Borrador, 2004. 56

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o sistemas legales norteamericanos o franceses porque éstos quedaron superpuestos sobre una larga tradición de controles burocráticos centralizados. La descentralización terminó pronto con esquemas de re-concentración del poder en todos los Estados que se quisieron llamar federados y que mostraron el carácter paternal de las transferencias y regalías para sus respectivas regiones. Ésta es otra muestra más de que la historia está anclada en el pasado. 4. la historia económica en américa latina. En la tradición latinoamericana hay una tendencia a examinar los problemas de manera dogmática: en el siglo XIX se creyó que el pluralismo religioso terminaría en la guerra de creencias y en la condenación eterna, o que las esferas políticas regionales y locales castrarían el poder central si se les permitía alguna autonomía. Y así también con los debates ideológicos y científicos: la proliferación de puntos de vista acarrearía el desorden y los puntos ciertos, los “nuestros”, serían destruidos. Y así ha sido también con las corrientes que juzgamos como enemigas, las que no son de “nuestra familia” y las que riñen con “nuestra cultura”. La teoría neo-clásica es irremediablemente de derecha y debe ser exorcizada, destruida, según esta visión dogmática de la ciencia. Sin embargo, tal teoría tiene sus indudables fortalezas –formalización matemática rigurosa, hipótesis coherentes, comprobación empírica de las mismas, contrastación con las hipótesis contrarias– y muchos de sus resultados son buenos, indiferentes a su filiación política. Los elementos críticos hacia las tradiciones hispánicas contenidas en la obra de North han dificultado la aceptación del neoinstitucionalismo y su historiografía en América Latina30. Es así como la nueva historia económica, incluyendo su vertiente neoinstitucional, ha sido repelida por aquellos intelectuales que no sienten culpa alguna de estar envueltos en el legado histórico, que sienten una simpatía grande hacia el Estado paternal y una antipatía de magnitud similar contra el individualismo que acompaña al capitalismo. Éste ha sido un lecho propicio para la aceptación del marxismo y explica en buena parte su éxito relativo. Para muchos científicos sociales, en general, el enorme poder exhibido por los Estados Unidos, en menor medida el de Europa, debe ser resistido activamente y sus sistemas económicos y sociales rechazados con base en algún ideal socialista, lo cual impide analizar en detalle el bosque nacional y sus posibilidades. La teoría neo-clásica tuvo poco desarrollo en las universidades latinoamericanas porque se creía que sus supuestos sobre el hombre racional y la ausencia de fricciones en el cierre de los mercados no aplicaban al medio social local. Alguna razón tenía esta crítica porque evidentemente no funcionaban de manera fluida las instituciones que exige el capitalismo para poder desarrollarse y muchos de los mercados estaban permanentemente obstruidos por malas regulaciones impuestas por los grupos de poder que se beneficiaban con ellas. En vez de dicha teoría, tuvieron una amplia acogida las derivaciones de la escuela histórica alemana con sus postulados sobre la necesidad de tener una sociedad orgánica, industrializada, con 30 La intelectualidad latinoamericana se dividió en el siglo XIX entre pro-norteamericanos liberales y federalistas, y conservadores pro-hispánicos que defendían la tradición cultural. En el siglo XX se dividieron en pro-franceses republicanos, pero centralistas en el caso de los liberales, y marxistas que quisieron repetir los ejemplos de la revolución bolchevique, de la revolución china o de la cubana. También se dieron las inclinaciones indigenistas que rechazaron tanto el pasado hispánico como toda la tradición de la cultura occidental para reafirmar unos valores autóctonos. Por último, los conservadores del siglo XX fueron receptivos a los modelos corporativos fascistas de España y Alemania y a las ideologías racistas para aducir que el fracaso latinoamericano se debía a las bajas calidades genéticas de los negros, los indígenas y las mezclas de mulatos y mestizos. Cfr. KRAUZE, Enrique, Travesía liberal, México, Tusquets Editores, 2003. 57

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base en la protección, y economistas como Antonio García y su obra Bases de la economía contemporánea31, fueron ampliamente aceptados en el continente latinoamericano. La falta de una tradición liberal y de un pensamiento racionalista también hizo atractivo el marxismo para la intelectualidad local. El neoinstitucionalismo parte del individualismo metodológico y, por lo tanto, el análisis no se sesgará a favor del colectivo. Sin embargo, podrá tratar sin problemas conductas sociales y ponderar intereses de grupo. Así como los agentes ricos pueden ser depredados, el nivel de tributos puede ser tan bajo que el Estado sea débil e invite a la insurgencia a tomárselo o caer en manos de intereses particulares. Son temas liberales pero creo que son progresivos, más que los que enarbolan los marxistas y populistas. Los criterios de progreso tenían que ver, de acuerdo con el mismo Marx, con el avance de la libertad política y el de las fuerzas productivas. En ambas medidas la izquierda contemporánea falla. Tanto la libertad económica como la política pueden ser sacrificadas en aras de la igualdad económica. Por fin, la izquierda considera la eficiencia como una obsesión derechista, a pesar de que los sistemas que no la profundizan colapsan (la Unión Soviética) o reducen dramáticamente el nivel de vida de todos sus ciudadanos (Cuba, Corea del Norte). Por último, rechazar la teoría neo-clásica también implicó alejarse de los métodos de constatación empírica de hipótesis bien estructuradas y contrastadas e hizo muy difícil el desarrollo de ciencias sociales basadas en el rigor científico, muchas de las cuales fueron influidas por la economía y su formalización matemática. En parte por tales razones, en parte porque los recursos educativos son no sólo escasos sino precarios y los sueldos de los profesores no recuperan la inversión en estudios doctorales, la historia económica y la neoinstitucional, y las ciencias en general, obtuvieron un desarrollo lento y resistido en América Latina. La teoría de la dependencia que se desarrolló ampliamente en la década de los setenta del siglo XX tenía como sustento la querella fundamental de que la división internacional del trabajo le había sido impuesta por las grandes potencias a América Latina y que era intrínsicamente injusta. Los precios de las materias primas bajaban siempre y los de las manufacturas subían32. La inversión extranjera, a su vez, descapitalizaba a los países sometidos, de tal modo que quedaban encerrados en la envoltura de un subdesarrollo creciente. Los dependentistas ignoraban el caso de los Estados Unidos, de la edad de oro argentina o de Australia, países que comenzaron exportando materias primas y recibieron grandes inversiones inglesas para desarrollar sus canales y ferrocarriles o para otras ramas de la economía, con lo cual lograron un grado importante de industrialización. De esta manera, la teoría de la dependencia ignoró la estructura social y sus instituciones, las cuales generan fricciones o lubrican el desarrollo económico, y conducen al orden o al desorden político33. Una vez elaboradas las estadísticas de las cuentas nacionales de los 31 GARCÍA, Antonio, Bases de la economía contemporánea, Madrid, Editorial Plaza y Janés, 1984. 32 Que en términos teóricos no es posible, en tanto la productividad industrial progresa más rápidamente que la registrada en los renglones de materias primas y los precios de las manufacturas deben caer por ese motivo más que los precios de las segundas. Además, el análisis empírico de largo plazo corrobora lo anterior, modificado por condiciones de sobre-competencia, y registra, más bien, un ciclo que depende del período de maduración de las inversiones requeridas para aumentar la producción de materias primas. 33 Yo elaboré una crítica marxista en 1971, en la cual acusaba a los dependentistas de ignorar la existencia de clases y de sus conflictos en la historia. También mostraba que la inversión extranjera expandía el capitalismo local. Por lo demás, ellos ignoraban los datos sobre el crecimiento, los cuales reflejaban la fuerte acumulación de capital que había caracterizado a Colombia durante la mayor parte del siglo XX; cfr. KALMANOVITZ, 58

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países y hechos cálculos serios sobre su crecimiento económico, se descubrió que el comportamiento de América Latina durante el siglo XX había sido bastante bueno, mucho mejor que el del siglo XIX, el cual prácticamente se perdió en el desorden político que legó el choque de la independencia34. Por último, no sobra reafirmar que la teoría de la dependencia careció de rigor al suponer de entrada que sus hipótesis eran verdaderas y por eso no se plantearon hipótesis falseables o mundos alternativos. Hay varios trabajos importantes de los neoinstitucionalistas aplicados a América Latina que referiré brevemente. El libro de John Coatsworth y Alan Taylor, Latin America and the World Economy Since 1800 35, cuestiona los supuestos dependentistas y sería provechoso traducirlo al español. El trabajo Douglass North, Barry Weingast y William Summerhill, “Orden, desorden y cambio económico: Latinoamérica versus Norte América”36, es una comparación entre la América colonizada por Inglaterra, que legó sus instituciones democrático-liberales en el norte del continente, también en Jamaica, y la llevada a cabo por España con sus correspondientes instituciones monárquicas y corporativas. El tema que analizan es la forma en que los dos sistemas reaccionan frente a un cambio violento de régimen –el proceso de independencia–, del cual surge una fase de desorden político. Éste se caracteriza por una anulación de los derechos de propiedad existentes, el desplazamiento de una autoridad política por una o unas nuevas, donde “los ciudadanos temen por sus vidas, sus familias, y por sus fuentes de supervivencia”37. El orden político es entendido como un conjunto de instituciones que aseguran una autoridad, cierto nivel de obediencia de la población a ella, unas bases políticas de apoyo y un respeto relativo a los derechos de propiedad existentes. Mientras en el norte el desorden fue superado (después de una guerra que fue también civil) por una federación de las 13 colonias cuyas asambleas y ciudadanos se pusieron de acuerdo en una constitución que articulaba una república de democracia representativa, en las colonias españolas las federaciones explotaron rápidamente, se erigieron Estados sobre las divisiones burocráticas establecidas por los españoles y se sucedieron muchas constituciones, cada una impuesta después de una guerra civil, situación que sólo comenzó a decantarse en el último cuarto del siglo XIX, cuando ya los Estados Unidos de América se habían unificado, habían abolido la esclavitud en 1864, avanzaban en una rápida industrialización y se apropiaban de más la mitad de los Estados Unidos de México, de Puerto Rico y de Cuba. Daron Acemoglu, James Robinson y otros han trabajado el tema de la dependencia del pasado para diferenciar colonias de poblamiento que eventualmente desarrollaron tanto instituciones democráticas como sus mercados, de las colonias extractivas que sometieron a la población nativa o importaron esclavos38. Esto, a su vez, lo relacionan con la calidad de los climas que ofrecieron condiciones salubres o no de asentamiento para las poblaciones

Salomón, “A propósito de Arrubla”, en Ensayos sobre el desarrollo del capitalismo dependiente, Bogotá, Editorial Pluma, 1977. 34 BULMER-THOMAS, Víctor, La historia económica de América Latina desde la independencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. 35 COATSWORTH, John, TAYLOR, Alan, Latin America and the World Economy since 1800, Cambridge, David Rockefeller Center for Latin American Studies, 1999. 36 NORTH, Douglass, SUMMERHILL, William, WEINGAST, Barry, “Orden, desorden y cambio económico: Latinoamérica versus Norte América”, en Revista Instituciones y Desarrollo, N° 12 y 13, Barcelona, 2002. 37 Ibid., p. 10. 38 ACEMOGLU, Daron, JOHNSON, Simon, ROBINSON, James, THAICHAROEN, Ynyong,. “Institutional Causes, Macroeconomic Symptons: Volatility, Crises and Growth”, en Journal of Monetary Economics, 50, 1, Enero de 2003, pp. 49-123. 59

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europeas. En las colonias extractivas, la independencia no constituyó un cambio estructural sino que las antiguas instituciones por medio de las cuales se extraían los excedentes fueron ocupadas por las capas locales más beneficiadas de la fase colonial. En el caso de Jamaica, una colonia de tipo plantación, extractiva, con una población esclava y una delgada capa terrateniente inglesa, no fue posible establecer una democracia parlamentaria estable. Una insurrección de los esclavos manumitidos en 1864 dio lugar a que este país regresara a su estatus de colonia, a la cual se le entregó algún autogobierno a partir de 1884, para que sólo en 1962 obtuviera su independencia plena, sin haber logrado un desarrollo económico sostenible39.

Otros trabajos importantes son los editados por Stephen Haber en su colección de ensayos Cómo se rezagó la América Latina40, en la cual se incursiona en las historias económicas de Brasil y México, y se analizan las pautas del desarrollo económico de largo plazo, la relación entre los transportes y el desarrollo económico, la profundización alcanzada por los mercados financieros y el desarrollo de la agricultura, y el efecto de las desigualdades sociales en el desarrollo profundo de Canadá y los Estados Unidos y en el débil crecimiento de América Latina. Haber es autor de una importante obra, Industria y subdesarrollo, La industrialización de México41, en la cual hace un análisis de la evolución de los factores de la producción, de la atmósfera provista por la economía política, del financiamiento de la inversión industrial y de los efectos de la revolución en el crecimiento de la industria. Encuentra paradójicamente que la conmoción política no se reflejó proporcionalmente en el desarrollo económico mexicano de la época, lo cual lo indujo a profundizar el tema del grado de seguridad de los derechos de propiedad en situaciones revolucionarias42.

Para la Argentina está el trabajo seminal de Carlos Díaz Alejandro, Essays on the Economic History of the Argentine Republic, publicado en 197043, y uno reciente editado por Gerardo della Paolera y Alan Taylor, A New Economic History of Argentina, enfocado en el cambio económico de largo plazo, los desarrollos mayores en la política económica y los cambios fundamentales en las instituciones y las ideas44. La Universidad Torcuato Di Tella y la de San Andrés, así como la Fundación Gobierno y Sociedad (http://fgys.org), han hecho contribuciones sistemáticas a la historia económica moderna. Autores como Jeremy Adelman, Guido di Tella, Carlos Newland y Robeto Cortés Conde han hecho trabajos sobre el desarrollo agrícola de ese país. Luis Bértola ha elaborado trabajos sobre la historia económica del Uruguay. La Revista de Historia Económica, de 1999, Vol. XVII, a la cual remito al lector, trae un balance más adecuado de la historiografía latinoamericana del que yo pueda hacer en estas líneas. Por último, vale la pena mencionar el libro de Alan Dye, Cuban Sugar in the Age of Mass Production: Technology and the Economics of the Sugar Central,

39 Otros trabajos de James Robinson y de Daron Acemoglu se encuentran publicados en http://nber.org. 40 HABER, Stephen (comp.), Cómo se rezagó la América Latina. Ensayos sobre las historias económicas de Brasil y México, 1800-1914, México, Fondo de Cultura Económica, 1999. 41 HABER, Stephen, Industria y subdesarrollo. La industrialización de México, Madrid, Alianza Editorial, 1992. 42 BORTZ, Jeff, HABER, Stephen, (comp.), The Mexican Economy, 1870-1930: Essays on the Economic History of Institutions, Revolution and Growth (Social Science History), Stanford, Stanford University Press, 2002. 43 DÍAZ ALEJANDRO, Carlos, Essays on the Economic History of the Argentine Republic, New Haven, Yale University Press, 1970. 44 DELLA PAOLERA, Gerardo, TAYLOR, Alan, A New Economic History of Argentina, Cambridge (Inglaterra), Cambridge University Press, 2003. 60

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pues es tal vez el trabajo más completo de análisis histórico de cumplimiento de contratos y costos de transacción para América Latina45.

5. la nueva historia económica en colombia Fue notable el auge de la historia económica en la Colombia de los años sesenta y setenta. Originada por los historiadores profesionales Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando Melo y Germán Colmenares, quienes construyeron, apoyados en los archivos coloniales y locales, las historias de las formas de trabajo coloniales de las principales regiones del país y del esclavismo. De los tres, Melo recibió un entrenamiento anglosajón, mientras que Jaramillo Uribe fue entrenado en Alemania, y Colmenares lo fue por la escuela francesa de los Annales.

Los historiadores norteamericanos hicieron una gran contribución a la literatura, destacándose James Parsons, Frank Safford y David Bushnell. Hubo un relevo por parte de economistas en los años setenta que se dedicaron a tareas más teóricas (Bejarano)46, a cubrir el desarrollo del comercio (Ocampo)47, a la historia laboral (Urrutia)48, del café (Palacios)49 y de la agricultura(Kalmanovitz)50. La visión dependentista orientó el trabajo de José Antonio Ocampo, pero sus excesos fueron rebajados por el entrenamiento doctoral del autor en los Estados Unidos, de tal modo que la investigación sobre las series de comercio es muy rigurosa y las fases de crecimiento y colapso del mismo son explicadas con base en una combinación de un argumento dependentista –Colombia como país periférico, sometido a la división internacional del trabajo– y otro argumento que dice que existe un sustrato social interno, una clase terrateniente depredadora de los recursos naturales, que sólo puede participar en el comercio mundial cuando éste genera altas rentas y se debe retirar cuando retornan condiciones normales de mercado. Kalmanovitz elaboró una historia económica de Colombia con un enfoque marxista que combinaba política y economía, pero también dentro de la tradición empirista anglosajona y partiendo de y reconociendo la literatura existente51. En 1988 apareció Historia económica de Colombia, obra editada por José Antonio Ocampo, la cual reunió a los economistas de Fedesarrollo con los historiadores Colmenares, Jaramillo Uribe, Melo, y Tovar, y con el economista Jesús Antonio Bejarano, quienes elaboraron una obra que carece de unidad interna en torno al tratamiento de la servidumbre y del capitalismo. El equipo de Fedesarrollo hizo una historia macroeconómica, con base en un modelo keynesiano o neo-estructuralista que ya no tuvo nada que ver con la diversidad de enfoques de los historiadores. En ella se tomaba como un dato positivo el alto grado de intervención

45 DYE, Alan, Cuban Sugar in the Age of Mass Production: Technology and the Economics of the Sugar Central, 1899-1929, Stanford, Stanford University Press, 1998. 46 BEJARANO, Jesús Antonio, “Guía para perplejos: Una mirada a la historiografía colombiana”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 24, Bogotá, Universidad Nacional, 1997. 47 OCAMPO, José Antonio, Colombia y la economía mundial, 1830-1910, Bogotá, Siglo Veintiuno Editores de Colombia y Fedesarrollo, 1984. 48 URRUTIA, Miguel, Historia del sindicalismo en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes, 1969. 49 PALACIOS, Marco, El café en Colombia (1850-1970): una historia económica, social y política, Bogotá, Editorial Presencia, 1979. 50 KALMANOVITZ, Salomón, El desarrollo de la agricultura en Colombia, Bogotá, Editorial La Carreta, 1978; cfr., del mismo autor, Economía y nación. Una breve historia de Colombia, Bogotá, Siglo Veintiuno Editores, 1985. 51 KALMANOVITZ, Salomón, Economía y nación..., op. cit. 61

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estatal, el dirigismo centralista y no se tenían en cuenta las propuestas liberales sobre la división de poderes y descentralización política52. La historia económica como cliometría fue introducida al país por un estudiante de doctorado de MIT, William P. McGreevey, en su tesis, la cual apareció en inglés como libro con el modesto título de An Economic History of Colombia, y que fue publicada en español en 1975 simplemente como Historia económica de Colombia 1840-1930. El libro presentó modelos econométricos de costo beneficio sobre el impacto de la inversión en transportes en el desarrollo del país y de otras variables para terminar explicando de manera incoherente el despegue económico del país en el siglo XX a partir de la voluntad de los colonos antioqueños53. En el mismo año de 1975 se realizó en Bogotá un seminario sobre esta obra seminal que terminó siendo una encerrona en la que se le desmenuzó y criticó duramente desde el punto de vista de sus fuentes, sus estadísticas, sus modelos teóricos, sus hipótesis y sus conclusiones54. Fue también un intenso debate de las distintas posiciones de la izquierda en ese momento. El embate estuvo dirigido por los historiadores profesionales que desconfiaban de las técnicas estadísticas y econométricas sofisticadas de las que hacía gala McGreevey, y que aducían que no se podía sustituir el análisis crítico de las fuentes primarias o cuestionaban las series desestacionalizadas, acusándolo de invención de cifras para cubrir algunos años en los que simplemente se extrapolaban las cifras de períodos anteriores de acuerdo con su tendencia. Adolfo Meisel revisó los cálculos de McGreevey sobre el costo beneficio de los ferrocarriles y concluye que el razonamiento y los datos presentados son rigurosos, con lo cual se demuestra adecuadamente que las inversiones en infra-estructura de los años veinte del siglo pasado fueron positivas para el país, al contrario del juicio tradicional acerca del período, visto como “la danza de los millones” y dominado por la corrupción y el desperdicio55. El contrapunteo entre el tabaco durante el siglo XIX y el café durante el siglo XX que elaboró McGreevey es interesante desde el punto de vista de los encadenamientos e impactos de la actividad exportadora en el crecimiento de largo plazo. Otras partes del estudio sí están marcadas por la ingenuidad de las hipótesis –por ejemplo, que los antioqueños se desarrollaron porque tuvieron la voluntad de hacerlo–, pero una mala aplicación de la cliometría no significa que ésta se encuentre totalmente equivocada, como supusieron, por ejemplo, Jesús Antonio Bejarano y Marco Palacios. El libro compilado por Ocampo en 1988 fue la despedida del auge que había obtenido la historia económica en Colombia. En los ochenta y noventa se ampliaron los estudios de historia en muchas universidades del país y hubo una explosión de trabajos, orientados muchos de ellos por teorías posmodernas, bastante facilistas, pero también en las direcciones de la historia política, sindical, de las ciencias, del conflicto y regional. Hubo historias de

52 OCAMPO, José Antonio (comp.), Historia económica de Colombia, Bogotá, Tercer Mundo Editores, Fedesarrollo. 1988. 53 MCGREEVEY, William Paul, Historia económica de Colombia 1845-1930, Bogota, Ediciones Tercer Mundo, 1975. 54 INSTITUTO DE ESTUDIOS COLOMBIANOS, Historia de Colombia, un debate en marcha, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1979. 55 MEISEL, Adolfo, “La cliometría en Colombia: una revolución interrumpida”, en Revista de Historia Económica, Vol. XVII, número especial, Madrid, 1999. 62

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género y de etnia que sacrificaron la visión general y la pretensión de objetividad de la ciencia para defender particularismos. Se lamentaba Meisel de que, a partir de la evaluación tan negativa del trabajo pionero de McGreevey, la nueva historia económica tardó casi veinte años en poder levantar vuelo nuevamente con los trabajos de historia monetaria compilados por Fabio Sánchez56. Más recientemente, El crecimiento de Colombia durante el siglo XX, de Miguel Urrutia, Adriana Pontón y Carlos Esteban Posada, analiza los motores del crecimiento, hace una nueva estimación de la evolución histórica del PIB, calcula la tasa natural de crecimiento y el producto potencial, investiga la relación ahorro-inversión, la tasa de interés y el comercio exterior. El libro contiene un CD-rom con todas las series estadísticas 1925-2000, algunas que se inician en 1905, lo que facilita la labor de otros historiadores57. Por otra parte, Meisel adelanta un trabajo sobre los temas de Fogel de estatura y masa, basados en los archivos laborales del Banco de la República que existen desde 1923. Otros trabajos en una tónica similar se adelantan en el Banco de la República58 y en el CEDE de la Universidad de los Andes59. También son de destacar dentro de las corrientes modernas los trabajos de Adolfo Meisel60 y Eduardo Posada Carbó sobre la historia económica de la costa caribe, los trabajos de Santiago Montenegro61 y Juan José Echavarría62 y las investigaciones de historia empresarial de los siglos XIX y XX bajo el liderazgo de Carlos Eduardo Dávila Ladrón de Guevara63. Es de resaltar, por último, la publicación en el año de 2002 de la obra de Marco Palacios y Frank Safford, Colombia. País fragmentado, sociedad dividida. Su historia, que sigue las pautas de la historiografía clásica de analizar y enlazar los temas que obtienen relevancia para los objetivos de los investigadores. El sub-título de la obra, “País fragmentado, sociedad dividida”, define los dos grandes sustratos en los que está basada: una geografía difícil de dominar que derivó en costos de transporte excesivos que frenaron la constitución de un mercado interno hasta entrado el siglo XX, y las divisiones en castas, clases, regiones y creencias que precipitaron al país a una larga serie de conflictos que no se acaban de disipar en el siglo XXI64.

56 SÁNCHEZ TORRES, Fabio (comp.), Ensayos de historia monetaria y bancaria de Colombia, Bogotá, Tercer Mundo Editores, Fedesarrollo, Asobancaria, 1994. 57 URRUTIA, Miguel, PONTÓN, Adriana, POSADA, Carlos Esteban, El crecimiento económico colombiano en el siglo XX, Bogotá, Fondo de Cultura Económica y Banco de la República, 2002. 58 JUNGUITO, Roberto, “Historia fiscal del siglo XX”; RAMÍREZ, María Teresa, “La infraestructura en el siglo XX”; KALMANOVITZ, Salomón, LÓPEZ, Enrique, “La agricultura en el siglo XX”; AVELLA, Mauricio, “La deuda externa colombiana en los siglos XIX y XX”. Cfr. algunos avances en Borradores de Economía del Banco de la República. 59 SÁNCHEZ TORRES, Fabio, “Historia monetaria de Colombia de 1940 a 2000”. 60 MEISEL, Adolfo (ed.), Historia económica y social del Caribe colombiano, Bogotá, ECOE Ediciones, 1994. 61 MONTENEGRO, Santiago. El arduo tránsito hacia la modernidad. Historia de la industria textil durante la primera mitad del siglo XX, Medellín, CEDE de la Universidad de los Andes, Universidad de Antioquía y Editorial Norma, 2002. 62 ECHAVARRÍA, Juan José, Crisis e industrialización: las lecciones de los treinta, Bogotá, Tercer Mundo, Banco de la República, Fedesarrollo, 1999. 63 DÁVILA LADRÓN DE GUEVARA, Carlos, Empresas y empresarios en la historia de Colombia, siglos XIX-XX: una colección de estudios recientes, Bogotá, Cepal, Editorial Norma, Ediciones Uniandes, Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, 2003. 64 PALACIOS, Palacios, SAFFORD, Frank, Colombia. País fragmentado, sociedad dividida. Su historia, Bogotá, Editorial Norma, 2002. 63

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El análisis económico que hace Palacios para los años noventa del siglo XX concluye que el estancamiento económico del país se debe indistintamente a la enfermedad holandesa –aquella causada por las rentas petroleras y del narcotráfico que revaluaron el peso colombiano desde los años ochenta– junto con las reformas “neo-liberales” de los años noventa y, finalmente, por la inseguridad generada por el conflicto interno. No menciona Palacios el reflujo de capitales externos que fue determinante para que toda la región latinoamericana (y asiática) sufriera una dura recesión en los tres últimos años del siglo XX, de la cual obviamente no escapó Colombia. La participación en el libro de un economista que utilizara modelos económicos habría podido ayudar a sopesar cómo cada uno de tales factores afectó el crecimiento económico y el resultado se habría aproximado mejor a explicar por qué falló la economía del país al final del siglo XX. Pero eso es un detalle menor en una obra de largo aliento que es imprescindible para todo lector que aspire a entender la historia colombiana.

Se podría argumentar que alcanzar el grado de virtuosismo técnico y documental que caracterizan a la cliometría y a la historia neoinstitucional exige un sistema educativo riguroso de nivel doctoral que no existe en el país, de tal modo que el desarrollo de este campo del saber requiere de un mayor número de investigadores doctorados que se dediquen a la investigación histórica, algo que es rentable hoy en día en la medida en que constituye un peldaño para entrar en la política y ocupar los altos cargos del Estado. Las universidades públicas siguen concentradas en posiciones de izquierda que orientan a la mayor parte de los estudiantes hacia las áreas de investigación de menor resistencia, mientras que las privadas, con unas tres o cuatro excepciones, no generan la rentabilidad suficiente como para subsidiar los estudios de ciencias sociales en general y los de historia económica en particular. Lo anterior puede contribuir a explicar la escasez de trabajos locales en cliometría. Trabajos metodológicos claves como la historia monetaria de Milton Friedman y Anna Swchartz o el libro de North de 1961 sobre el crecimiento de los Estados Unidos no han sido traducidos al español y el sistema universitario local es bastante resistente al bilingüismo. La novedad del neoinstitucionalismo y la reticencia de muchos investigadores al mismo, a su vez, ha tenido que ver con que sean escasas las contribuciones en este terreno a pesar de que resulte atractivo para los estudiosos de todos los temas, en especial de la agricultura, la historia monetaria, y de la economía política en general65.

5. algunas conclusiones

A pesar de sus tropiezos y malentendidos, la cliometría y sus adaptaciones institucionales muestran algunos avances en los últimos años. En un ensayo anterior he insistido en que el neoinstitucionalismo hace parte del paradigma neo-clásico, aunque abandona sus supuestos de plena racionalidad económica y de la ausencia de las fricciones de mercado66. Esta

65 Cfr. KALMANOVITZ, Salomón, AVELLA, Mauricio, “Barrera al desarrollo: las instituciones monetarias colombianas en la década de 1950”, en KALMANOVITZ, Salomón, Ensayos sobre banca central en Colombia: independencia, comportamiento e historia, Cali, Editorial Norma y Banco de la República, 2003. Una anécdota ilustra la resistencia aludida: presentado un balance sobre un trabajo de la agricultura en el siglo XX con esa orientación por este autor en un seminario, uno de los participantes manifestó que “el neoinstitucionalismo había logrado infiltrarse en el país”. 66 KALMANOVITZ, Salomón, “El neoinstitucionalismo como escuela”, en Economía Institucional, Bogotá, No 9, Universidad Externado de Colombia, 2003. 64

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variación teórica permite explicar de mejor manera el accidentado desarrollo económico de América Latina, pues destaca problemas como los derechos de propiedad extensivos e ineficientes, y los sistemas políticos centralistas y corporativos, basados en la desigualdad. Tales sistemas tienden a reposar en el despotismo y en intervenciones estatales sesgadas a favor de intereses improductivos que conducen a frecuentes pérdidas de los equilibrios macro-económicos mínimos que exige cualquier economía para poder crecer de manera sostenible en el tiempo.

Cabe preguntarse ahora cuál es la filiación política del neoinstitucionalismo, si es que tiene alguna. En sus orígenes, el institucionalismo fue influido por la escuela histórica alemana y contó con radicales como Thorstein Veblen y el socialista Wesley Mitchell. North fue marxista y disidente en su juventud, objetor de conciencia de la segunda guerra mundial. Su defensa del modo de desarrollo norteamericano es una convicción que no todos tenemos que compartir, pero sigue siendo cierto que las democracias liberales son regímenes fuertes política y económicamente. North es ahora investigador del Hoover Institute, que es de derecha. Sin embargo, el Estado que hace buenas regulaciones sugerido por North no es el Estado mínimo o la devolución de impuestos a los ricos que propone hoy en día la derecha. Los derechos de propiedad justos y legítimos que le otorgan fuerza implican que las reformas agrarias y los niveles de tributación progresivos son también parte de un entorno institucional propicio para el desarrollo económico de largo plazo. North no se involucra con asesorías a gobiernos porque considera que su papel es académico y se lamenta de las precipitadas asesorías de los profesores norteamericanos en la transición hacia el capitalismo de Rusia. Tampoco parecería estar de acuerdo con el consenso de Washington, en tanto las reformas son adaptadas por las instituciones y los agentes que son favorecidos por ellas, dejando a sus arquitectos con los crespos hechos. Conozco juristas de izquierda que se sienten a gusto con North, mejor que con la vertiente neo-clásica del derecho y la economía. El análisis de agencia le serviría bien a un sindicato y a un crítico de las corporaciones y grupos financieros industriales; es posible que la izquierda lo utilice para los fines de justificar ciertas conductas en términos de defensa clasista o de solidaridad.

La idea de la path dependency propuesta por North, que parece ser una explicación fatalista sobre el devenir de las naciones colonizadas por los regímenes absolutistas europeos, ha sido mal recibida entre la intelectualidad latinoamericana, que rehúsa verse condenada a un destino de estancamiento, de inestabilidad y desaliño políticos. Sin embargo, la idea es fructífera, hace parte del necesario auto-conocimiento de la condición latinoamericana y es posible aplicarla con cuidado para conocer en qué medida cada país se ha alejado de su matriz institucional y puede absorber reformas democráticas y económicas que lo aparten de ese sino trágico legado por España y Portugal en el Nuevo Mundo. Países como Chile, México, Costa Rica y Brasil han desarrollado instituciones políticas más consensuadas y sostenibles de las que tuvieron en el pasado; algunos de ellos han entrado también en rutas de sostenibilidad fiscal de largo plazo. El régimen político colombiano mismo ha entrado en un terreno más sólido y legítimo del que tuvo hasta 1991, sobre la base de una constitución consensuada, y aunque no ha superado sus desequilibrios fiscales, éstos tampoco han sido tan pronunciados como para hacerlo caer en el abismo de la insolvencia.

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El rechazo de la teoría económica neo-clásica en América Latina y la adopción de la visión de la dependencia y del marxismo fueron factores que propiciaron culturalmente el aventurerismo de las políticas macro-económicas que culminó en las fases de hiper-inflación, de las devaluaciones calamitosas, del aumento exponencial de la miseria y del colapso del crecimiento económico durante varios lustros. En Colombia se repitió este proceso, pero afortunadamente de manera menos intensa, quizás porque no hubo una ruptura populista que conjugara los intereses de una burguesía industrial con los trabajadores, en contra de los exportadores, de tal modo que los economistas de esa orientación no tuvieron la oportunidad de conducir la política económica; no se dieron entonces pérdidas calamitosas de los equilibrios macroeconómicos. Por lo demás, hubo varias cosechas de economistas entrenados en los países anglosajones que asumieron con bastante solvencia el manejo de las políticas macroeconómicas.

Los aportes de la teoría neoinstitucional en torno a los costos de transacción y al cambio político contribuyen a ajustar mejor la teoría económica a las realidades políticas y económicas de las economías con pocas fricciones y también a las que presentan muchas de ellas, como las de América Latina, como también entender sus orígenes y complejidades, a insinuar de manera aproximada las reformas que pueden ir en dirección de democratizar sus regímenes políticos y de profundizar sus mercados y su desarrollo económico. Se requiere entonces, al igual que en todas las ciencias, de una fuerte vocación autocrítica que permita despegarse de la perspectiva localista y de la propia matriz institucional, para así poder entender mejor las leyes de movimiento de las sociedades latinoamericanas.

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conflictos mayores y concepciones de la historia: los casos de agustín de hipona, bartolomé de las casas e immanuel kant • ∞ felipe castañeda ♦ I La historia se ha entendido normalmente y en términos generales como indagación sobre el pasado. Sin embargo, este tipo de averiguaciones ha respondido no sólo a los intereses más diversos, sino a diferentes maneras de concebir lo que se ha de investigar y el cómo hacerlo. A lo anterior se han ligado, asimismo, intentos de fundamentación, en los que por lo general se ha dado cuenta de las definiciones de las categorías principales que se utilizan o que se presuponen al escribir historia, así como sobre los principios que permiten estructurarla. Lo último permite explicar que la indagación histórica se haya vinculado eventualmente con planeamientos de índole filosófica. Casos como el de Agustín de Hipona, Bartolomé de Las Casas e Immanuel Kant pueden ser bastante ilustrativos al respecto. Efectivamente, los tres vivieron en momentos históricos en los que de una u otra manera el presente los motivó a volcar su mirada hacia el pasado. Eso no es una situación extraña: corrientemente hay que indagar sobre el pasado para poder dar razón de ciertos asuntos del presente. Lo llamativo consiste en que lo hicieron de tal forma que reformularon la misma concepción de lo que se entendía por historia en sus respectivos momentos, con conciencia de los intereses a los que tenía que responder su indagación, en función de determinadas actitudes frente a su presente dado. Ahora bien, si se miran por encima los acontecimientos respectivos que dieron lugar a los planteamientos sobre concepciones de la historia en estos tres personajes, se trata de eventos que apuntan a marcadas rupturas en los sistemas de creencias y sobreentendidos vigentes: la caída de Roma, el descubrimiento y la conquista de América y la Revolución francesa. Hay hechos que no cuestionan una determinada manera de hacer y de mantener una concepción de la realidad, puesto que se dejan asimilar por ella, porque se pueden integrar, porque no chocan con lo que se considera como razonable y esperable. Sin embargo, eventualmente se pueden dar otros que no resultan fácilmente subsumibles bajo ella, es más, que caen bajo el ámbito de lo que no se puede pensar, de lo completamente inaudito o inusitado. Creo, a título de hipótesis de trabajo, que para Agustín, Las Casas y Kant sus presentes se asumieron de esta manera. Esto pudo tener por consecuencia que los parámetros corrientes y dados para indagar sobre el pasado resultasen obsoletos, precisamente porque los sistemas de sobreentendidos operantes no podían dar cuenta de las nuevas situaciones. Esta circunstancia de crisis de los propios criterios de razonabilidad pudo tener por efecto la motivación para generar nuevas maneras de entender la concepción misma de la historia, precisamente, para poderse hacer a un presente poco asible desde los parámetros anteriores.

• Artículo recibido en noviembre de 2003; aprobado en febrero de 2004. ∞ Este artículo es resultado de la investigación “Guerra justa en el siglo XVI y fundamentación de la concepción del indio para la Colonia”, realizado con el apoyo financiero de Colciencias, entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo científico y tecnológico de Colombia. ♦ Profesor asociado y director del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes. 67

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Este ensayo pretende mostrar, por cierto de una manera muy somera, en qué sentido los eventos mencionados chocaron marcadamente con algunos principios de las concepciones de mundo vigentes, dando lugar a la necesidad de replantear la forma de entender la historia, en función de intereses y condicionamientos específicos. En primer lugar se irá sobre el significado de los tres sucesos para cada uno de estos pensadores, después se describirán algunos de los conceptos básicos que permiten definir sus respectivas concepciones de la historia y, finalmente, se tratarán de extraer algunas conclusiones acerca de la pertinencia de adelantar estudios sobre la historia de las concepciones de la historia teniendo en cuenta su relación frente a las concepciones de mundo respectivas. II El 24 de Agosto del año 410 de nuestra era sucede algo mucho más excepcional que el atentado a las Torres Gemelas del 11 de Septiembre del 20011: cae la ciudad de Roma a manos de Alarico, un “bárbaro” recién convertido al cristianismo2. Este acontecimiento pone de manifiesto una crisis fundamental en la cosmovisión del momento3, de la que tan sólo se van a resaltar algunas características relacionadas con la manera como Agustín de Hipona parece que la percibió. El imperio había sido gobernado desde hacía algún tiempo por emperadores que de una u otra manera habían adoptado el cristianismo como religión oficial. El avance de éste frente a las idolatrías paganas se tenía que entender como una especie de milagro, puesto que no sólo representó un hecho difícilmente imaginable, sino que invitaba a pensar en la intervención divina directa para poderlo explicar4. Así, la iglesia universal comenzaba a confundirse con el mismo imperio, asimismo universal, bajo el aval de Dios. El cristianismo aspiró a identificarse con Roma y que ésta fuese su propio reflejo concreto. En consecuencia, resultaba bastante paradójico que justamente en este proceso, el símbolo mismo del mundo antiguo ya bajo la tutela espiritual y, en considerable medida, política, del cristianismo fuese puesto en cuestión. Si el dios cristiano estaba en principio de acuerdo con ese impresionante avance de su religión, ¿por qué permitía en su omnipotencia, suma bondad y sabiduría, un hecho tal? ¿Acaso este dios no debía más bien proteger a sus siervos frente al avance de hordas bárbaras, aunque incomprensiblemente permeadas de algo de cristianismo? Lo cruento de la caída de Roma, las muertes, el hambre y todo tipo de inenarrables excesos, no parecían compatibles con un cristianismo que creía que, en principio, estaba haciendo las cosas bien. El texto de La devastación de Roma5 se puede entender como una de las primeras formulaciones de Agustín sobre el problema: 1 Cf. BORRADORI, Giovanna, La filosofía en una época de terror - Diálogos con Jürgen Habermas y Jacques Derrida, Bogotá, Taurus, 2003, en especial pp. 53-56, 131-137. 2 “La noche del 24 de agosto del año 410, mientras se desencadenaba una gran tormenta, Alarico con sus godos entró en Roma por la Puerta Salaria. Concedió a sus tropas tres días y tres noches de pillaje y perdonó solamente las iglesias cristianas (...) Al tercer día, cargados con un inmenso botín, los invasores abandonaron la ciudad dirigiéndose hacia el sur. Una gran masa de fugitivos de Roma e Italia llegaron a Sicilia y al norte de África y extendieron la estremecedora noticia de la caída de la Ciudad Eterna”; PEGUEROLES, Juan, El pensamiento filosófico de San Agustín, Barcelona, Nueva Colección Labor, 1972. 3 “«La antorcha clarísima que iluminaba toda la tierra se ha apagado, el Imperio romano ha sido decapitado y en un sola ciudad ha perecido todo el mundo»“ (palabras de San Jerónimo, citadas por PEGUEROLES, Juan, en ibid., p. 107). 4 “¿Os parece de poca monta, o imagináis que no es un milagro, y un milagro estupendo, que todo el mundo siga a un hombre crucificado?” (De la fe en lo que no se ve, en Obras de San Agustín, Tomo IV, Madrid, BAC, 1948, p. 807). 5 Ibid, Tomo XL. 68

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Nos han anunciado cosas horrendas. Exterminios, incendios, saqueos, asesinatos, torturas de hombres. Ciertamente que hemos oído muchos relatos escalofriantes: hemos gemido sobre todas las desgracias: con frecuencia hemos derramado lágrimas, sin apenas tener consuelo. Sí, no lo desmiento, no niego que hemos oído enormes males, que se han acometido atrocidades en la gran Roma6.

Pero el asunto no se queda acá:

(...) nos llega a nosotros una polémica muy violenta y rabiosa de parte de los hombres que atacan a nuestras Escrituras impíamente, no de los que la estudian con piedad y preguntan sobre todo a propósito de la reciente devastación de Roma: (...) Entre tantos fieles, tantos consagrados, tantos continentes, tan numerosos siervos y siervas de Dios, ¿no han podido contarse ni (...) incluso diez [justos]? Si eso es inadmisible, ¿por qué Dios no ha perdonado a la ciudad (...)?7

Este texto no pareció suficiente respuesta a los inconvenientes, que apuntaron a dos tipos de cuestionamientos mutuamente interrelacionados: primero, ¿cómo hacer compatible una determinada idea de lo divino, mediada por un texto como la Biblia, con la devastación de la cristiana Roma? Y segundo, ¿cómo defender al cristianismo mismo frente a las inculpaciones por parte de los paganos, también romanos, que lo vieron como directamente responsable de la caída de la Ciudad Eterna? Durante trece años de trabajo, Agustín le dio vueltas al tema, lo que dio por resultado lo que se conoce como La ciudad de Dios8. Se trata de una colección de libros en la que se tratan diversos asuntos de índole teológica, filosófica, doctrinal, pero también, y eso es lo que importa destacar, en la que se plantea un determinada forma de concebir la historia, que condicionó fuertemente y por mucho tiempo la manera de escribirla y de entenderla9. Como sea, acá interesa hacer énfasis sobre la manera como se asumió un determinado acontecimiento histórico, la caída de Roma, que puso en cuestión una determinada imagen de mundo, lo que dio lugar a una determinada reformulación de la comprensión de la indagación histórica, asignándole una función específica ligada con una cierta fundamentación filosófica. Algo similar se puede decir en relación con el descubrimiento y la conquista de América: se trató de un suceso que motivó fuertes cuestionamientos sobre el propio sistema de sobreentendidos y creencias que hacía posible consolidar una manera general de comprender a la naturaleza, al hombre, a la sociedad y a sus valores. No obstante, en este caso la situación no es tan aparentemente sencilla como en lo esbozado sobre la caída de Roma, puesto que no hay una figura de las dimensiones e influencia de Agustín, que con su sombra o resplandor haya minimizado otras respuestas a la respectiva situación de crisis. En efecto, se encuentran múltiples y diversas indagaciones históricas sobre la conquista, que responden a todo tipo de intereses. No obstante, no todas llegaron a tal grado de elaboración como para representar una propuesta fundamentada de asumir el oficio de historiador. Probablemente la obra histórica de Bartolomé de Las Casas es una de las que más se acerca a este calificativo.

6 Ibid., p. 519. 7 Ibid., p. 517. 8 “Por septiembre del 413 apareció la primera entrega de los tres primeros libros. (...) [Y] los últimos aparecieron en el 426”. (Introducción [a la Ciudad de Dios] de Victorino Capánaga, en Ibid., Tomo XVI, p. 15). 9 “Es imposible exagerar la influencia histórica de sus libros sobre La ciudad de Dios. De intención apologética y ocasionados por la necesidad de defender a la fe cristiana acusada como responsable de la ruina del mundo antiguo, la teología de la historia que en ella se contiene fue uno de los elementos fundamentales de la constitución del mundo humano occidental”, VIDAL, Canal, Historia de la Filosofía Medieval, Barcelona, Herder, 1992, p. 71. 69

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Se puede afirmar, sin temor a exagerar, que a Las Casas no le podía caber en la cabeza la conquista de América, entendida grosso modo como el sometimiento violento de los pueblos aborígenes descubiertos. Obras como la Brevísima relación de la destrucción de la Indias10 dan cuenta de un acontecimiento bélico sin precedentes, en el que se hizo patente un lado del cristiano conquistador inusitadamente incompatible con la imagen no sólo del creyente convencional, sino con la del hombre mismo11. De una u otra forma, lo que se refleja en la conquista cuestiona fuertemente la propia concepción de lo que se asume que en principio debería ser la humanidad y la religiosidad12. Ahora bien, la reacción de Las Casas difiere notablemente de la de Agustín: este último constata contradicciones marcadas entre cristianismo y hechos históricos que amenazan directamente la posibilidad de un credo y de una iglesia en proceso de consolidación. De ahí que su propuesta histórica tiende a mostrar que la caída de Roma no fue incompatible con el hecho de ser o de convertirse al cristianismo. O si se quiere, que la Roma del cristianismo no era la Roma que cayó en manos de Alarico, que se trataba de otra ciudad, y que no se deben confundir. Agustín tratará de justificar el cristianismo a pesar y precisamente por la devastación de Roma. En este sentido, Agustín no sólo no pretende negar que Roma cayó, sino que afirma el hecho buscando alternativas para poderlo asimilar. Las Casas opta por otra estrategia bien diferente: el hecho bélico de la conquista se concibe básicamente como algo injusto, es decir, como algo que no debió haber sido, y para mostrarlo genera un discurso histórico que tiene como fin, justamente, probar esa injusticia, para así poderlo sancionar. De ahí que la historia se asuma como una especie de defensa ante un tribunal: el historiador aporta pruebas para una determinada causa. La indagación histórica deviene en Apologética Historia:

La causa final de escribilla fué cognoscer todas y tan infinitas naciones desde vastísimo orbe infamadas por algunos, que no temieron a Dios (...), publicando que no eran gentes de buena razón para gobernarse, carecientes de humana policía y ordenadas repúblicas, (...), como si la Divina Providencia en la creación de tan innumerable número de ánimas racionales se hobiera descuidado, dejando errar la naturaleza humana (...), en tan cuasi infinita parte como esta es del linaje humano, a que saliesen todas insociales, y por consiguiente mostruosas, contra la natural inclinación de todas las gentes del mundo (...) / Para demostración de la verdad, que es en contrario, se traen y se copilan en este libro {tales y cuáles temas}13.

Obviamente, Las Casas interpela un planteamiento que defiende la conquista, que la legitima, frente al cual se deben encausar los argumentos en contra. El punto de vista de Juan Ginés de Sepúlveda expresó de la mejor manera posible esta posición, así como los datos aportados por Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general natural de las Indias. De ahí que buena parte de las categorías y argumentos que utiliza Las Casas estén en estrecha relación con las opiniones de estos dos autores, para poderlos contradecir. De ahí que no en vano muchas de las 10 Edición de André Saint-Lu, Madrid, Cátedra-Letras Hispánicas, 1984 (1542). 11 “En estas ovejas mansas [i.e., los indios] y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las entrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad (...)”, en ibid., pp. 72 y ss. 12 “Y desde este año de diez y ocho hasta el día de hoy, que estamos en el año de mil y quinientos y cuarenta y dos, ha rebosado y llegado a su colmo toda la iniquidad, toda la injusticia, toda la violencia y tiranía que los cristianos han hecho en las Indias, porque del todo han perdido todo temor a Dios y al rey, y se han olvidado de sí mesmos”, en ibid., p. 100. 13 Apologética Historia Sumaria, en Biblioteca de Autores Españoles, Tomo 105 (I), Madrid, Ediciones Atlas, 1957, p. 3. 70

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preocupaciones de Las Casas se enfoquen hacia los criterios que permiten decidir si un cierto ser se puede comprender como humano en sentido propio, en aras de lograr enfrentar las justificaciones vinculadas con la presunta condición de siervos por naturaleza de los indios. Sin embargo, lo llamativo del asunto consiste en el planteamiento de una concepción de la historia centrada en una indagación sobre el pasado, entendida como recopilación de material probatorio para poder decidir sobre la legitimidad o ilegitimidad de un hecho bélico presente. Así, la historia parece presuponer una idea de lo que debería ser o de lo que es la justicia, y estructura su discurso en función de esto. Una tercera y muy diferente manera de concebir la historia se encuentra dos siglos más adelante en la obra de Kant. Acontecimientos de diversa índole parecen sacudir el ámbito político y social. Ya no se trata de grandes descubrimientos que dan cuenta del tamaño, pero también de las necesarias limitaciones, de lo que se puede entender por el orbe, así como tampoco de las chocantes y marcadas diferencias culturales humanas que pueden tener cabida en una creación supuestamente homogénea. Una idea del ser humano concebido como individuo autónomo frente a instancias trascendentes, como la divinidad o como el mismo orden natural, y racionalmente responsable de su realidad, parece imponerse. Por otro lado, se comienza a constatar un desfase irremediable entre las instituciones políticas vigentes y ese aire ilustrado. Se plantea un modelo de cómo debería ser la organización política en general, acorde con ese ideal. Pero no sólo eso: pensamientos como el de Kant proponen lineamientos generales para poder comprender tanto los hechos del pasado como los del futuro y la misma condición presente en función de esa tendencia, que resalta una concepción del ser humano como cosmopolita, propendiendo aún contra su voluntad hacia el progreso y hacia algún tipo de organización política supraestatal. En 1784 escribe su Idea de una historia universal en sentido cosmopolita14, algunos años antes de la Revolución francesa, pero como presagiando o compartiendo ya de antemano esa atmósfera. A diferencia de Agustín o de Las Casas, el planteamiento histórico de Kant difícilmente parece subsumirse como reacción a determinados hechos históricos dados, sino más bien a una mentalidad bastante ajustada al espíritu de su tiempo, por llamarlo de alguna manera. Sucesos como la Revolución francesa fueron entendidos por Kant más bien como confirmaciones de sus planteamientos que como eventos inusitados, sorprendentes y cuestionadores de una imagen de mundo aparentemente vigente. Un breve texto de 1797 permite dar cuenta del punto:

Este suceso [un hecho de nuestro tiempo que prueba esa tendencia moral del género humano] no se cifra en relevantes acciones o alevosos crímenes ejecutados por los hombres, en virtud de los cuales se menoscaba lo que era grandioso y se magnifica cuanto era mezquino (...) / La revolución de un pueblo pletórico de espíritu, que estamos presenciando en nuestros días, puede triunfar o fracasar, puede acumular miserias y atrocidades en tal medida que cualquier hombre sensato nunca se decidiese a repetir un experimento tan costoso, (....) y sin embargo, esa revolución (...) encuentra en el ánimo de todos los espectadores (que no están comprometidos en el juego) una simpatía rayana en el entusiasmo...15.

En este caso se supone que de una u otra manera los hechos deben corresponder a una determinada concepción de lo que es el ser humano. Y como éste presenta unas características

14 Se utilizará la traducción de Roldán Panadero y Roberto Rodríguez en KANT, Immanuel, Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia, Madrid, Tecnos, 1987 (1784), abreviatura: IHU. 15 Replanteamiento de la cuestión sobre si el género humano se halla en continuo progreso hacia lo mejor, en ibid. 71

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específicas, debe ser posible determinar unos lineamientos de la historia general de la humanidad, si se quiere, unos hilos conductores de la misma. De esta manera, éstos permiten fijar un marco general para entender y concebir el actuar particular humano y así poder comprender su historia, no sólo desde sus inicios hasta el presente, sino de este último hacia su fin. La historia tiene necesariamente un componente prospectivo: señala no sólo un fin y un camino, sino que avala la conveniencia de que se lleve a cabo, a la vez que prevé que ese será precisamente el que de una u otra manera se tendrá que recorrer. Curiosamente, la guerra en forma de revolución de fines del XVIII lo confirma, puesto que parece indicar claramente una disposición humana que inexorablemente va a tender, tarde o temprano, hacia una situación de paz universal. III Volviendo a Agustín: Como ya se mencionó, la estrategia básica de Agustín para evitar la inculpación del cristianismo como causante de la caída de Roma, se puede entender, en buena medida, como una reformulación de la forma de entender los sucesos de su presente a partir de un replanteamiento de la historia. En concreto, se van a destacar brevemente tan sólo tres premisas supuestas en la articulación de su propuesta y que son relevantes para dar cuenta de lo específico de su idea de la historia. Primera premisa: se debe distinguir entre la “ciudad terrestre” -civitate terrena- y la “ciudad de Dios” -civitate dei16. Bajo el concepto de ciudad, Agustín está entendiendo comunidad, es decir, grupos de personas que se pueden asociar por algún tipo de rasgo común17. Éste consistirá principalmente en la tendencia y la búsqueda de un determinado fin, que se concibe como un bien. De esta forma, por “ciudad” no se está pensando directamente en sociedades de tipo político, o que estén organizadas a partir de leyes de carácter civil y público. Tampoco se está haciendo referencia a grupos que sean identificables por habitar en un mismo territorio o por responder a una misma etnia. La ciudad de la que se habla se refiere, más bien, a la posibilidad de agrupar personas que comparten una misma idea de lo que es deseable y a lo que se debe propender. Ahora bien, habría dos tipos esenciales de bienes en la base de cualquier ciudad: Dios asumido como bien último y principal, o lo que no es él, es decir, lo terreno, o el hombre, o lo temporal, o lo particular, o el mal, o el demonio18. De esta manera, se podrían definir dos tipos de ciudades: la de los seres que resultan identificables y agrupables a partir de la disposición espiritual de búsqueda de ese fin trascendente divino y que actúan en consecuencia, y la de los que estructuran su vida en función de valores ajenos a esa idea de lo que es Dios.

16 Sobre el tema se remite a: VAN OORT, Johannes, “Civitas dei-terrena civitas: The Concept of the Two Antithetical Cities and Its Sourcers (Books XI-XIV [de la Ciudad de Dios])”, en HORN, Christoph (ed.), Augustinus - De civitate dei, Klassiker Auslegen, Tomo 11, Berlín, Akademie Verlag, 1997, pp. 157-169. Y a RINCÓN, Alfonso, “San Agustín y la utopía según Ernst Bloch”, en Ideas y Valores, Bogotá, n. 73, abril, 1987, pp. 85-100. 17 “[...] una ciudad, que no es otra cosa que una multitud de hombres unidos entre sí por algún vínculo social”, (La Ciudad de Dios en Obras Completas de San Agustín, op. cit., Tomo XVII, Libro XV, 8, p. 161). 18 “Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial.” (La Ciudad de Dios, op. cit, Libro XIV, 28, p. 137.) 72

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Así, se puede afirmar que la existencia de estas ciudades no se implica mutuamente, una puede darse sin la otra, aún cuando tampoco se excluyan, en la medida en que personas que pertenezcan a una o a otra convivan en una misma sociedad. En consecuencia, la pérdida de una no conlleva a la destrucción necesaria de la otra. Por otro lado, estas ciudades tienden a manifestarse en entidades concretas, es decir, en conductas, sociedades, organizaciones e instituciones tangibles. Esto permite afirmar que organizaciones políticas y sociales como la ciudad de Roma, de una u otra manera se pueden entender como encarnando, en mayor o menor medida, tanto la ciudad de Dios como la terrena. El punto es importante, porque a los ojos de Agustín, esto le hace posible argumentar que no se debe confundir la ciudad de Roma con la ciudad de Dios. Así, la pérdida de Roma en ningún caso tiene por qué implicar la destrucción o el cuestionamiento de la ciudad de Dios. Una segunda premisa propone que el tiempo esencialmente tiene un comienzo y un fin. Es decir, que nace con el inicio de la creación del todo y de la instauración de las dos ciudades mencionadas, y que tiene como su fin la separación definitiva de ambas. De esta manera se supone una idea de progreso latente en la misma concepción general del tiempo: el inicio de la historia queda determinado a partir de la instauración de las dos ciudades por la caída del demonio, esto es, por el primer agente que asume como bien pretendido algo ajeno al Dios mismo. Este primer acontecimiento da lugar a una situación conflictiva entre seres que propenden por una u otra de las ciudades –ángeles confirmados frente a ángeles caídos-, y que marcará la historia total del género humano desde la comisión del pecado original, pero que, no obstante, terminará con un juicio final, en el que se separarán definitivamente los seres pertenecientes a una y otra comunidad, siendo premiados los unos y castigados eternamente los otros. Así, la caída de Roma se debe entender como un paso progresivo en función de ese fin. Sencillamente, se pierde algo de lo que representa tan sólo la ciudad terrena, la ciudad del demonio. Es un evento que significa que no se la debe confundir con la verdadera ni con lo verdaderamente deseable. En este sentido, la caída de Roma cumple una especie de función de llamado de atención: así como fue necesario que alguna vez cayeran Sodoma y Gomorra por su perdición y malicia, de manera similar también Roma al irse degenerando y encarnando casi exclusivamente la ciudad terrena. Tercera premisa: el inicio de la ciudad terrena viene marcado por lo inmoral. Esto es algo que se explica cuando se supone que lo moralmente correcto es propender por la ciudad de Dios. Así, la ciudad terrena sólo es aceptable en la medida en que esté en función de la de Dios, es decir, que le sirva como medio. Pero, en todo caso, cuando se la considera por sí misma o cuando se la hace valer como una especie de bien absoluto, necesariamente se tiene que tratar de algo moralmente reprochable y que, en consecuencia, no sólo debe ser evitado sino que merece castigo. Y esta es otra consideración básica para Agustín: el sufrimiento de la ciudad terrena tiene razón de justa pena, se debe asumir como castigo merecido. Por lo tanto, la caída de Roma no sólo indica que las cosas moralmente no iban bien y que era merecido el abandono de Dios, sino que había que castigar la impiedad de la ciudad. De alguna manera, se trató de un acontecimiento justo en el que los malos se castigaron y los buenos se confirmaron19.

19 “Como por un mismo fuego brilla el oro y humea la paja; como bajo un mismo trillo se tritura la paja y el grano se limpia; como no se confunde el alpechín con el aceite al ser exprimidos bajo la misma almazara, de igual modo un mismo golpe, cayendo sobre los buenos, los somete a prueba, los purifica, los afina; y condena, arrasa y extermina a los malos” (Ibid., Tomo XVI, Libro 9, pp. 18 y ss.). 73

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Para concluir, se puede afirmar que para Agustín la historia se concibe como historia de la humanidad, es decir, como algo que trasciende el mero ámbito limitado del propio grupo al que se pertenece, o a la nación, o a la cultura, o hasta la misma civilización. Por otro lado, supone una idea de tiempo lineal, que impide que se den repeticiones de acontecimientos, o ciclos en el devenir. Por esto, los acontecimientos se pueden asumir como eventos únicos, siempre diferentes y que continuamente tienen que dar lugar a nuevas situaciones. Pero también este planteamiento permite fundamentar una noción de progreso al asumir que el tiempo tiene un comienzo y un fin, y que este último coincidirá con la confirmación definitiva de unos en la felicidad y con el castigo correspondiente de los otros en el dolor. En este sentido, la indagación histórica necesariamente tiene que estar ligada a categorías morales y a juicios de valor. Por otro lado, sus ideas acerca de la historia se inscriben dentro del marco general de un sistema de creencias religiosas. En otras palabras, se trata de una historia eminentemente cristiana, propuesta en momentos de crisis de concepciones de mundo “paganas”. De acuerdo a lo anterior, el caso de Las Casas difiere notablemente, así como su propuesta acerca de la historia: se debe defender a los indios americanos descubiertos y en vías de conquista o de colonización de los supuestos o pretendidos títulos de dominio y sujeción por parte de la corona española. En consecuencia, la indagación histórica se concibe como una recopilación de material probatorio para poder refutar las pretensiones del invasor20. Ahora bien, como gran parte de las justificaciones del dominio español parecen soportarse en la pretendida inhumanidad o barbarie de los indios, el procedimiento para hacerse a la información necesaria estará esencialmente vinculado con las categorías que permiten dar cuenta de lo que se entiende por humano en general. Así, los conceptos básicos de la propuesta de Las Casas no tendrán que ver directamente con categorías morales al estilo de Agustín, sino con criterios para poder establecer si un determinado pueblo cumple con los requisitos de humanidad asumidos como válidos. Y lo anterior, por lo menos en dos órdenes: puntos de vista que permitan una evaluación de la situación actual de los pueblos indígenas, pero también otros que logren hacerlo en función del pasado y de la historia de otros21. En relación con lo primero, y apoyándose en ideas de Aristóteles, permeadas por desarrollos escolásticos, Las Casas retoma el concepto de virtud, que hace referencia a la disposición adecuada de un determinado sujeto para el mejor desarrollo de su naturaleza. De esta manera, se habla de virtudes humanas para referirse principalmente a disposiciones de conducta que le permitirían al hombre la realización más conveniente de las características que, en principio, le son propias según su naturaleza. Ahora bien, la naturaleza humana se desenvuelve, según Las Casas, en el ámbito de lo individual, de lo familiar, de lo político y de lo religioso. En otras palabras, el hombre se ve compelido por su forma de ser a tratar de realizarse en todos estos órdenes. De ahí que en buena medida estos rasgos de la naturaleza humana se le manifiesten como fines que debe lograr para poderse entender como humano en sentido pleno. Así, estos fines naturales humanos no sólo representan rasgos que son inherentes a su forma de ser, sino que pueden servir como criterios para establecer en qué medida un determinado grupo humano 20 “Pensando, pues, y considerando yo muchas veces morosamente los defectos y errores que arriba quedan dichos y los no disimulables dañosos inconvenientes que dellos se han seguido y cada día se siguen, porque de la relación verídica del hecho nace y tiene origen, según dicen los juristas, el derecho, quise ponerme a escribir (...)” Propuesta: DE LAS CASAS, Bartolomé, Historia de las Indias, Ayacucho, 1986, p. 16). 21 “(...) desde cerca del año 500 veo y ando por aquestas Indias y conozco lo que escribere; a lo cual pertenecerá , no sólo contar las obras profanas y seglares acaecidas en mis tiempos, pero también lo que tocare a las eclesiásticas, entreponiendo a veces algunos morales apuntamientos y haciendo alguna mixtura de la cualidad, naturaleza y propiedades destas regiones, reinos y tierras y lo que en sí contienen, con las costumbres, religión, ritos, ceremonias y condición de las gentes naturales dellas, cotejando las de otras muchas naciones con ellas, tocando las veces que pareciere lo a la meteria de la cosmografía y geografía concerniente (...)” (Ibid., p. 19). 74

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efectivamente ha logrado realizarse adecuadamente como tal. Pero como el logro de estos fines depende de las disposiciones conductuales, el estudio de las virtudes o de los vicios del pueblo en cuestión se hace indispensable para poder establecer su grado de humanidad. Esto explica que la indagación sobre la humanidad de un determinado pueblo se concrete en el estudio de por lo menos estos frentes: los oficios y las actividades ligadas a lo que permita el desarrollo humano individual, o virtudes monásticas; la manera de organizarse en familias, las relaciones matrimoniales y lo que haga referencia a la educación y trato con los hijos, o virtudes económicas; la organización de la sociedad como interrelación de familias, el sistema político, la administración de justicia, aspectos urbanísticos y de comercio, o virtudes políticas; y, finalmente, las prácticas de índole religiosa, los rituales, organización de los sacerdotes, etc., o virtudes religiosas. De esta manera, la descripción de un determinado pueblo cubre aspectos de muy diversa índole, aparentemente cercanos a lo que hoy podríamos entender como un mezcla entre aproximación sociológica y antropológica, o si se quiere, “cultural” en sentido amplio. Sin embargo, el contexto resulta bien diferente: toda esta información básicamente sirve como acervo para establecer un eventual grado de humanidad, que servirá como parte de una especie de juicio para permitir, impedir o condicionar una empresa bélica de conquista. Como sea, se presupone una determinada idea de lo que es la humanidad y una, por cierto, universal y necesaria. Sin embargo, el asunto se complementa con un estudio de la situación presente puesto en función no sólo del pasado, sino de la comparación con otros pueblos, lo que permite relativizar el juicio sobre la humanidad del pueblo en cuestión. De esta forma, Las Casas aspira a establecer que los diferentes pueblos han pasado necesariamente por una suerte de etapas que se inician normalmente con un alto grado de barbarie y aparente inhumanidad, pero que tienden o han tendido a altas cumbres de civilización y religiosidad22. Así, es posible comparar la situación actual dada de un determinado pueblo no sólo con los criterios intemporales de humanidad ya referidos, sino también con las etapas concretas por las que ya habrían pasado pueblos que podrían servir como modelos de humanidad, bien sea por sus realizaciones actuales o por su historia pasada. Obviamente, para poder hacer estas comparaciones, se hace necesario ir sobre la historia de otras culturas en función de las virtudes ya referidas. En consecuencia, la indagación sobre el presente de un cierto pueblo termina implicando volver sobre la historia de los demás. Por lo tanto, para poder entender en qué medida pueden ser inhumanas, por ejemplo, las costumbres de sacrificios humanos de los indios del Yucatán, hay que ir sobre los rituales de sacrificios en la Roma clásica, en los pueblos germánicos, etc. En esta exposición se dejaron de lado ideas de cuño agustiniano que permean de una u otra manera la posición de Las Casas en relación con la historia como disciplina. Efectivamente, el Defensor de los Indios entiende también el devenir humano como una suerte de historia de salvación, en la que la barbarie o la eventual inhumanidad de algunos pueblos no sólo supone la intervención maligna del demonio, que habría motivado recaídas en los vicios y desarrollos perniciosos de la humanidad, sino que hace patente la ocasión propicia para dar inicio a una campaña de evangelización. Desde este punto de vista, la historia se sigue entendiendo, en

22 “Hase llegado a los susodichos defectos, carecer también de noticia de las antiguas historias, no sólo de las divinas y eclesiásticas, pero también muchas profanas, que, si las leyeran, hubieran conocido, lo uno como no hubo generación o gente de las pasadas ni antes del diluvio ni después, por política y discreta que fuese, que a sus principios no tuviese muchas faltas ferinas e irracionalidades, viviendo sin policía, y después de la primera edad exclusive, abundante de gravísimos y nefastos delitos que a la idolatría se siguen, y otras muchas, que son bien políticas y cristianas, que antes que la fe se les predicase, sin casas y sin ciudades y como animales brutos vivían” (Ibid., p. 13). 75

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alguna medida, como la continuación de una lucha trascendente entre el bien y el mal, que tiene su reflejo y contrapartida en el devenir concreto de la humanidad. Como sea, en todo caso el giro en la apreciación general de la historia resulta considerable, si se piensa en la inclusión de estudios “culturales” sobre los pueblos por indagar, así como por las comparaciones entre culturas de diversos tiempos. La posición de Kant parece dejar de lado tanto lo inmediatamente cultural, como el condicionamiento trascendente del discurrir del hombre en su apreciación general de la historia, aunque sin embargo, mantiene una idea de progreso continuo de la humanidad, ligado con el tránsito de un estado de barbarie a uno de civilización bajo ordenamientos jurídicos. El punto de partida de su planteamiento consiste en afirmar que “todas las disposiciones naturales de una criatura están destinadas a desarrollarse alguna vez completamente y con arreglo a un fin”23. El principio es importante porque indica que la naturaleza y condición de las disposiciones naturales humanas necesariamente tendrán que determinar esencialmente la conducta de los seres humanos concretos. En este sentido, debe poderse establecer una relación estrecha entre el conjunto total de las acciones humanas a través del tiempo y este condicionamiento. En consecuencia, la historia de la humanidad se tiene que entender como algo ligado a las fases, a los momentos y las circunstancias que conlleve el desarrollo de estas potencialidades del hombre por actualizar. Ahora bien, las disposiciones propiamente humanas apuntan, según Kant, al “uso de la razón”, entendido, en términos generales, como la adquisición de conocimiento y como el obrar que resulta en función de ese mismo saber adquirido. Por lo tanto, el desarrollo de las capacidades racionales no sólo se ve como una especie de superación del bagaje instintivo, sino como algo relacionado con el aprendizaje y la transmisión de saber, teniendo en cuenta las limitaciones propias del ser humano. Así, se trata de algo sujeto al ensayo y al error, y a un esfuerzo continuo que permite ir haciéndose a un saber que se va ampliando y perfeccionando. Como anota explícitamente Kant, se trata de una empresa de la humanidad, y no de algo que se pueda desarrollar plenamente en un individuo aislado: racional será propiamente la humanidad como resultado de un trabajo sostenido de comunicación de conocimiento de generación en generación24. Por lo dicho, la concepción de la historia ya se va perfilando como algo que tiene por sujeto propio a la humanidad y como fin su desarrollo racional pleno. De esta manera, el acontecer humano ya se puede ir entendiendo en función de ese proceso por el que necesariamente tendrán que ir pasando todos los hombres concretos: superar un plano de acción individual y fuertemente permeado por lo instintivo y la ausencia de conocimiento, hasta llegar a actuar como miembro y beneficiario del bagaje de un saber legado, confirmado, comprobado, universal, común y compartido de la humanidad. Ahora bien, el desarrollo de las disposiciones racionales se hace necesario porque la dotación instintiva y corporal resulta insuficiente. En otras palabras, la naturaleza no sólo habría proveído al hombre con la capacidad de llegar a desarrollar plenamente su racionalidad, sino que lo motivaría compulsivamente a que lo hiciera: la alternativa es generar cultura en sentido amplio o perecer. De esta manera, la condición concreta del ser humano se concibe

23 IHU, p. 5. 24 Cfr. Principio Segundo en IHU, pp. 6-7. 76

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básicamente como el resultado de su propio trabajo y logros en función de una empresa continua y sostenida de hacerse a conocimiento y ampliarlo. Por lo tanto, su condición se asume igualmente como algo que sólo se lo debe a él y por lo que sólo él debe responder. Por lo tanto, como algo que no se lo debe agradecer ni echar en cara a ninguna otra instancia, como por ejemplo, a Dios o a un orden natural que obedezca a un ordenamiento causal fijo y predeterminado25. Obviamente, en todo esto se deja entrever ese aire típicamente ilustrado de Kant: el hombre es propiamente lo que logre autónomamente por medio de su razón. No es ni un instrumento de una instancia superior, ni le debe rendir cuentas a nadie, salvo a sí mismo como miembro de un empresa común humana. Así, la historia se va asumiendo exclusivamente como acontecer humano, y no tanto como algo condicionado por agentes y fines de carácter trascendente, como la providencia divina. No obstante, aunque la historia devenga en acontecer humano, las características del hombre concreto frente a su cuerpo y lo instintivo, pero también, frente a sus relaciones inmediatas con los demás, conllevan a que la naturaleza se conciba como un factor que no sólo obliga a que el hombre tenga que desarrollarse como ser racional, sino que determina también el medio en el que lo vaya a hacer:

El medio del que se sirve la Naturaleza para llevar a cabo el desarrollo de todas sus disposiciones es el antagonismo de las mismas dentro de la sociedad, en la medida en que ese antagonismo acaba por convertirse en la causa de un orden legal de aquellas disposiciones26.

Kant en este punto es claro: el hombre no puede vivir por fuera de un ámbito social, pero, a la vez, no soporta hacerlo. Su tendencia natural lo lleva a formar sociedad, tanto como a individualizarse. Esta especie de neurosis congénita disposicional humana hace que el hombre tenga que contar con los otros, que no pueda prescindir de ellos, pero que nunca pierda la motivación de tratar de ponerlos en función de los propios intereses, de someterlos, de resistírseles. El resultado no puede ser mejor desde el punto de vista del desarrollo de las disposiciones racionales: el trato necesario con los demás es el mejor remedio para la pereza y el conformismo, puesto que el otro se concibe como una especie de mal necesario que hay que tener bajo control en lo posible y frente al cual nunca se debe bajar la guardia. El egoísmo y el ambiente de competencia mueven inevitablemente al perfeccionamiento del uso de la razón, ya que no es posible ni evitar la sociabilidad, pero tampoco reprimir la tendencia opuesta27. Lo anterior lleva a la postulación de un estado de naturaleza: cada quien se hace enemigo potencial del otro, a la vez que no lo puede evitar. Así, el conflicto recíproco se tiene que dar. Y esto tiene que ser así, no sólo por las características naturales del hombre, sino precisamente como una especie de garantía de la naturaleza para que el hombre logre llegar a realizarse como ser racional. Kant ve con muy buenos ojos esta insociable sociabilidad humana que representa el motor sostenido de producción progresiva cultural: el asunto no consiste tan sólo en lograr una adaptación al medio, sino en el lograr “enfrentar” al otro, de manera independiente a lo anterior. Por lo tanto, el conflicto se concibe como algo necesariamente inherente a lo humano, pero también, como un gran peligro y una amenaza, que podría atentar directamente contra la posibilidad misma de la humanidad. De ahí que sea necesario compensar esta conflictividad natural con algo que le ponga coto, de tal manera que evite sus eventuales efectos perniciosos y que a la vez permita y potencie sus bondades. Y con esto se explicaría la inevitabilidad de la 25 Cfr. Tercer Principio en IHU, pp. 7-8. 26 IHU, p. 8. 27 Cfr. Cuarto Principio en IHU, pp. 8-10. 77

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generación de sociedades civiles, es decir, de organizaciones políticas que, reguladas por leyes, tengan suficiente poder coercitivo para limitar la libertad individual28. De esta forma, la historia se concibe asimismo como el paso progresivo de situaciones de estado de naturaleza a sociedades civiles que, de una u otra forma, tratan de organizar legalmente las manifestaciones de la necesaria insociable sociabilidad del hombre. Además, la historia se hace, en gran medida, historia de lo político, historia de cómo se conforman, se mantienen, se alteran o se disuelven Estados. Y esto tiene que ser así, ya que se trata del escenario exigido para y por el desarrollo de las disposiciones racionales humanas. Sin embargo, la historia no puede terminar con la mera consolidación de Estados, puesto que ellos mismos se comportan en sus relaciones interestatales así como los individuos en las interpersonales: no se pueden “soportar”, pero tampoco se pueden “evitar”. La necesidad de comercio, el hecho de que la población crezca pero que la Tierra sea redonda, etc., explican que tenga que haber contactos entre Estados, como también que estén fuertemente permeados por los intereses particulares respectivos. De ahí que esto no sólo refuerce esa tendencia a tratar de ser mejor que el problemático otro, sino que se tenga una fuente continua de conflictos o, si se quiere, una situación de estado de naturaleza entre sociedades civiles o de guerra general. Esto indica que la naturaleza no sólo motiva que los individuos traten de organizarse en sociedades civiles individuales, sino que de una u otra forma el género humano llegue a conformar una especie de sociedad civil de Estados, una confederación de pueblos con un poder unificado y voluntad común29. No es de nuestro interés ir sobre este planteamiento, que se verá más ampliamente desarrollado en su texto Para la paz perpetua de 179530, sino tan sólo mencionar que con esto se determina el eventual fin de la historia humana o, por lo menos, hacia donde apunta la tendencia del acontecer humano según los principios mencionados. Mientras el hombre no resuelva el problema de la organización e implantación de un proyecto de sociedad legal cosmopolita, tampoco podrá acceder a sociedades civiles que garanticen propiamente un medio adecuado para el desarrollo de las disposiciones racionales31. Antes de terminar este esbozo de la concepción de la historia kantiana, unas palabras sobre su relación con la Revolución francesa: las guerras en general se pueden entender desde esta perspectiva como síntomas de que las sociedades civiles se están moviendo y de que están tratando de superar a las otras. Así, no se trata meramente de hechos negativos o de indicadores de inhumanidad. Sin embargo, siempre son llamados de atención acerca de lo indispensable de entablar vínculos legales interestatales, ya que la guerra, como el estado de naturaleza, no son

28 Cfr. Quinto Principio en IHU, pp. 10-11. 29 Cfr. Séptimo Principio de IHU, p. 14: “... abandonar el estado anómico propio de los salvajes e ingresar en una confederación de pueblos, dentro de la cual aun el Estado más pequeño pudiera contar con que tanto su seguridad como su derecho no dependiera de su propio poderío o del propio dictamen jurídico, sino únicamente de esa confederación de pueblos (...), de un poder unificado y de la decisión conforme a leyes de la voluntad común”. 30 “Los pueblos, en cuanto Estados, pueden considerarse como individuos que, en su estado de naturaleza (es decir, independientemente de leyes externas), se perjudican en su coexistencia, y cada uno, en aras de su seguridad, puede y debe exigir del otro que entre con él en una constitución, semejante a la civil, en que se pueda garantizar a cada uno su derecho. Esto sería una federación de pueblos que, sin embargo, no debería ser un estado de pueblos.” (Para la paz perpetua en Propuesta: KANT, Immanuel, En defensa de la Ilustración, Barcelona, Alba Ed., 1999, p. 319). 31 “El problema del establecimiento de una constitución civil perfecta depende a su vez del problema de una reglamentación de las relaciones interestatales y no puede ser resuelto sin solucionar previamente esto último.” (IHU, p. 13). 78

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situaciones ni deseables de por sí, ni sostenibles32. Algo de esto puede valer, por lo menos indirectamente, para la Revolución francesa pensando en las guerras napoleónicas que le siguieron. Pero, si se la considera como un intento de combatir un régimen absolutista de la importancia y relevancia del francés de entonces, reflejaría un momento muy llamativo de la historia de la humanidad, en la medida en que representa la tendencia propia y natural del ser humano a tratarse de organizar en sociedades civiles, en las que claramente el poder ejecutivo quede separado del legislativo, evitando el despotismo33. En otras palabras, un acontecimiento, desafortunado o no, malogrado o no, pero plenamente compatible con la idea un ser humano entendido como libre en potencia, es decir, con la capacidad de obrar voluntariamente según y por leyes, y que requiere de un medio político adecuado para tal fin, al que la naturaleza misma lo impele inevitablemente34. IV Los planteamientos de Agustín, Las Casas y Kant permiten afirmar que la indagación histórica obedece a una cierta manera de concebir la disciplina en general, es decir, a una serie de categorías y de principios que conforman lo que se puede llamar, en términos amplios, una “teoría de la historia”.

Ahora bien, esas teorías no resultan desligadas de la forma como se entiende y se asume la realidad en términos generales, es decir, no son ajenas a determinadas concepciones de mundo35, sino que por el contrario, parecen fuertemente condicionadas por éstas. El caso de Agustín indica que su propuesta sobre la historia responde precisamente a una situación de crisis del mundo pagano romano, así como al intento de afianzar y promover una forma cristiana de concebir la realidad. El de Las Casas plantea una crítica marcada a la manera como se está asumiendo el proceso de la conquista, lo que lleva a revisar, o por lo menos, a tratar de corregir la concepción de mundo vigente por medio de su idea de lo que debe ser la historia, así como la versión verdadera de los sucesos en el Nuevo Mundo. El de Kant permite hablar de una concepción de la historia que parece confirmar el espíritu de su tiempo, que resulta acorde con los acontecimientos revolucionarios que se van dando y que, de una u otra manera, logra tomar conciencia y expresión teórica de su momento.

32 “Habiendo dispuesto la naturaleza que los hombres puedan vivir sobre la tierra, ha querido también despóticamente que deban vivir, incluso contra su inclinación (...) ha elegido la guerra como medio para lograr su fin.” (Para la paz perpetua, op. cit., p. 331). 33 “El republicanismo es el principio político de la separación del poder ejecutivo (el gobierno) del legislativo; el despotismo es el de la ejecución arbitraria por el Estado de leyes que se ha dado a sí mismo, con lo que la voluntad pública es manejada por el regente como su voluntad particular.” (Ibid., p. 317). 34 “Primer artículo definitivo para la paz perpetua: La constitución civil de todo Estado debe ser republicana / La constitución republicana se establece, en primer lugar, según el principio de libertad de los miembros de una sociedad (como hombres); en segundo lugar, según principios de dependencia en que todos se hallan respecto a una sola legislación común (como súbditos); en tercer lugar, según la ley de igualdad de éstos (como ciudadanos) (...)”. Ibid., p. 315. 35 El término 'concepción de la realidad', 'de mundo' o 'imagen de mundo', se ha venido utilizando de una manera más bien intuitiva y general a lo largo de este ensayo. Sin embargo, responde al sentido acuñado por L. Wittgenstein en su libro Sobre la certeza. Para ampliaciones sobre este concepto, ver: BOTERO, Juan José, “La noción de «Imagen de Mundo»”, en FLÓREZ, Alfonso, HOLGUÍN, Magdalena, MELÉNDEZ, Raúl (eds.), Del espejo a las herramientas - Ensayos sobre el pensamiento de Wittgenstein, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, 2003. 79

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De acá se desprende que es posible y conveniente tratar de explicar las concepciones de la historia en función de sus eventuales relaciones frente a las concepciones de mundo en las que se inscriban, o de las que se traten de desprender, o las que pretendan promover. Esto se justifica, según lo visto, ya que parece haber una relación estrecha entre la vigencia de una determinada concepción de la historia y la de la concepción de la realidad que presuponga. Por lo tanto, desde esta óptica, el estudio de las concepciones de la historia dependería en buena medida del estudio de las concepciones de mundo respectivas y, en este sentido, no se podría separar de investigaciones relacionadas con los sistemas de principios, creencias y sobreentendidos que resultan incuestionables y presupuestos para y por una determinada “cultura”. Lo esbozado en relación con Agustín indica que sería preciso ir sobre sus planteamientos filosóficos y teológicos, así como sobre la manera como se asumieron por ese entonces ciertos sucesos propios de la historia de la decadencia del Imperio Romano, para poder hacer explícita su propuesta de imagen de mundo de cuño cristiano, en la que se inscribe y fundamenta su propuesta histórica. Algo similar se podría decir, guardando las distancias y las diferencias, sobre Las Casas y Kant. Esto señala también que la historia como disciplina no se puede reducir a su aspecto teórico, puesto que, de una u otra manera, siempre parece generar apreciaciones valorativas sobre sus objetos de estudio, en la medida en que presupone un querer ver y concebir las cosas de determinada manera, tácito o explícito, o si se quiere, porque implica algún tipo de toma de posición frente al presente dado.

Para terminar, vale la pena mencionar que si se acepta que hay una relación estrecha entre concepciones de la historia y de mundo, ya que siempre hay la posibilidad de diferencias o de alteraciones de éstas últimas, necesariamente se debe contar con diversas formas de asumir la historia, es decir, con algún tipo de relativismo en el plano de las concepciones de la historia misma.

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historia y arqueología. encuentros y desencuentros ♦ ∗ carl henrik langebaek• preámbulo La relación entre los historiadores y los arqueólogos en Colombia está marcada por cierta ambivalencia. En teoría, estos últimos deberían ser, entre todos los antropólogos, los más cercanos a los historiadores. En general, incluso las razones para un distanciamiento grande entre historia y antropología parecen objetables. Como afirma Marc Augé1, si el espacio es la materia prima de la antropología, es un espacio histórico, y si el tiempo es la materia prima de la historia, es un tiempo localizado y, por lo tanto, antropológico. Pero el divorcio es en teoría aún mas absurdo por cuanto los arqueólogos podrían por igual tratar con “tiempos localizados” y con “espacios históricos” sin que sintieran la más mínima pérdida en tanto disciplina. Historiadores y arqueólogos pueden reclamar, legítimamente, que tienen objetivos en común: tratan de explicar las acciones de la gente en el pasado, o procesos de cambio pretéritos; aunque a veces expresado de formas distintas, procuran entender y explicar fenómenos de cambio cultural. No obstante, en Colombia los historiadores no se consideran arqueólogos; y los arqueólogos rara vez se ven como historiadores. Antes que nada, los arqueólogos se definen a sí mismos como “antropólogos del pasado”. Creen, con pocas excepciones, que todo lo que la arqueología tiene de teórico se lo debe a la antropología, no a la historia. Quienes ejercen como arqueólogos en Colombia, estudian en departamentos de antropología y rara vez asoman sus narices en los de historia. Cuando la antropología americana era poco más que la colección de curiosidades etnográficas, la arqueología no iba más allá de la colección de antigüedades; cuando la primera enfatizó el estudio de las comunidades, la segunda se concentró en el estudio de patrones de asentamiento; cuando la primera descubrió la ecología cultural, la segunda se sintió fascinada por los estudios ecológicos; cuando la antropología retomó las banderas del evolucionismo, la arqueología hizo lo propio2. Y, más recientemente, cuando renegó de ella, y se echó en brazos del relativismo y la postmodernidad, muchos arqueólogos dejaron de excavar y se convirtieron en “críticos” relativistas y postmodernos. Esta situación no es universal. En Europa y en la antigua Unión Soviética, los arqueólogos se sienten más cercanos a la historia que a la antropología. En algunas universidades de Inglaterra, se describe a la arqueología como una simple “ciencia auxiliar” de la historia3. En otras partes de Europa, la disciplina está más cerca de las ciencias de la tierra. En la antigua Unión Soviética, muchos arqueólogos se consideraban historiadores con pala4. En breve, el contraste es grande: en Colombia, como en el resto del continente americano, la arqueología se define como una

♦ Artículo recibido en diciembre 2003; aprobado en enero 2004. ∗ El autor agradece los comentarios de Mauricio Nieto y Carlo Emilio Piazzini, los cuales contribuyeron a enriquecer el artículo. • Arqueólogo. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. 1 AUGÉ, Marc, “El espacio histórico de la antropología y el tiempo antropológico de la historia”, en Cucuilco. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, vol. 1, N. 1, 1994, p. 15. 2 FLANNERY, Kent, “Culture History vs Cultural Process: A Debate in American Archaeology”, en Scientific American, 1967, vol. 217 N. 2, pp. 119-22. 3 HALSALL, Guy, “Archaeology and Historiography”, en BENTLEY, M. (ed.), Companion to Historiography, Londres, Routledge, 1997, p. 818. 4 KLEJN, Leo, La arqueología soviética. Historia de una escuela desconocida, Barcelona, Editorial Crítica, 1993. 81

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disciplina científica, perteneciente –al lado de la etnología, la antropología física y la lingüística- a la antropología. Aquí, al igual que en el resto de América, ha prosperado la idea de que arqueología es antropología o no es nada5. La estrecha relación entre la arqueología y la antropología en Colombia, así como su alejamiento de la historia, lleva implícita tensiones, y también sentidos y razones. Este artículo tiene como objetivo describir la relación entre la arqueología, la antropología y la historia entendidas, no más que como “campos de acción del pensamiento” –como si la realidad se dividiera en una “antropológica” y otra “histórica”-, en términos disciplinares. El autor de este artículo no comparte la posición de algunos arqueólogos de que la arqueología es una ciencia generalizante y la historia una disciplina particularista. Por el contrario, este artículo quiere demostrar que, aunque las prácticas de unos y otros se ha distanciado, no es simplemente por ignorancia de los arqueólogos, no sólo por los prejuicios de la antropología con respecto a la historia, sino también por la actitud de los historiadores con respecto al pasado prehispánico. Más que un divorcio entre arqueólogos e historiadores, existen desacuerdos, insalvables por cuanto ideológicos, entre ciertas formas de hacer arqueología y ciertas formas de hacer historia. Ambas disciplinas han hecho parte de una tradición intelectual común y tienen retos a futuro que las obligarán a converger, pero el divorcio entre formas de ver el pasado, independientemente de que se puedan encasillar en parcelas profesionales, existirán por un buen tiempo. los orígenes del desencuentro El inicio de la antropología y la historia es prácticamente indiferenciable. Las dos tienen sentido, hasta cierto punto, por las mismas razones. Sin embargo, el ejercicio práctico implicó que, en el afán de las disciplinas por diferenciarse y “madurar” autónomamente, el tipo de arqueología que se ha hecho en América terminara afiliándose más a la antropología que a la historia. Y es que, en el continente americano, los estudios históricos no se realizaron de la manera que en el Viejo Mundo. Cuando la curiosidad Ilustrada se interesó por América, se pensó que el estudio de los aborígenes podía arrojar luz sobre el pasado de los europeos. Joseph Lafitau, al escribir en 1724 Costumbres de los salvajes americanos comparadas con los de tiempos antiguos, especuló, seriamente, que las sociedades nativas del Nuevo Mundo encerraban la clave para comprender el pasado europeo. Si su idea hubiera prosperado, independientemente de lo acertada, historia y arqueología jamás se habrían separado. Pero fue una ilusión pasajera, apenas retomada por Lewis Morgan a finales del siglo XIX en los Estados Unidos y otros evolucionistas de una forma de la que hoy seríamos muy críticos. Efectivamente, se trataba de un evolucionismo que –en palabras de Augé6- asumía los desplazamientos en el espacio como equivalentes a desplazamientos en el tiempo. Independientemente de la ingenuidad con que los evolucionistas de finales del siglo XIX plantearon el problema, por lo menos había una virtud: historia y antropología (incluyendo por su puesto a la arqueología), en el fondo, se referían a la misma cosa. El hecho es que los estudios antropológicos no se incorporaran en la disciplina histórica; por el contrario, arqueología e historia encontraron cada una su propio nicho. Los primeros interesados por el pasado prehispánico –los jesuitas y, más tarde, los naturalistas criollos y exploradores europeos de finales del siglo XVIII- admitieron que había dos maneras de 5 FLANNERY, Kent, op. cit. Para la relación entre arqueología y antropología: GOSDEN, Chris, Anthropology and Archaeology, a Changing Relationship, Londres, Routledge, 1999. 6 AUGÉ, Marc, op. cit., p. 15. 82

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estudiar el pasado remoto de América: una, a través de las ruinas; otra, por medio de la observación de las costumbres entre los aborígenes. Ninguno de las dos era un método propiamente histórico, aunque se hablara con frecuencia de reconstruir la “historia americana”. Hubo intentos por conciliar las cosas y poder emprender una investigación verdaderamente “histórica”; prueba de ello es la frecuencia con la que la historia de los pueblos americanos se pensó como una extensión de pueblos conocidos en el Viejo Mundo; mejor aún, los intentos de encontrar una “escritura” en las pictografías, o “calendarios” en algunos grabados sobre piedras, como forma de incorporar a las sociedades prehispánicas más complejas a la ideal Ilustrada de “Civilización”. Pero al final ninguna de esas ideas prosperó (excepto, y muy puntualmente, en el caso de la escritura mesoamericana). Estudiar el pasado indígena y los monumentos terminaron por confundirse en una sola cosa, muy diferente a la de comprender la historia de Europa. La arqueología, como la antropología, se hizo impensable fuera del hecho colonial. En la Nueva Granada, a finales del siglo XVIII, Jorge Tadeo Lozano planteó que, con el fin de estudiar la naturaleza de los pueblos anteriores a la llegada de los españoles, era necesario realizar trabajo etnográfico entre sus descendientes. Esas comunidades, especialmente las más remotas, arrojarían luz sobre los tiempos prehispánicos. La antropología no se hizo pasado –no se hizo historia; pero en cambio el presente etnográfico, se hizo pasado7. Gran parte de los estudios realizados sobre el pasado aborigen se inspiró en las ciencias naturales. Hasta cierto punto, la historia universal misma se asimilaba a un problema de las ciencias naturales. Y es que, desde que Carl Linneo había especulado sobre la genealogía de las razas humanas, el desarrollo histórico de las mismas se podía reducir a su constitución física o el medio que habitaran, lo cual fue especialmente debatido en el caso americano8. No fue, desde luego, una opción unilateral, adoptada tan sólo por interesados en el pasado prehispánico. La historia no se hizo pasado americano por los prejuicios de clase. Y porque, si bien la naturaleza parecía explicar la “debilidad” o incluso el “degeneramiento” de los pueblos no occidentales, estos últimos parecían escapar en ocasiones al enorme peso de la naturaleza. Por lo tanto, su estudio podría también escapar a un modelo centrado en la naturaleza. El alejamiento entre la historia y la arqueología se agudizó a medida que la antropología se definió como el estudio del “otro”, del no europeo, y también por cuanto el punto de partida de los pueblos no occidentales tenía un referente ajeno, que no requería estudiar Europa. La historia perdió interés por el pasado prehispánico, y la arqueología –inicialmente poco más que el interés por las antigüedades- encontró un nicho adecuado a sus propósitos. De hecho, al lado de la antropología, un enorme campo de interés claramente pertinente para las ciencias naturales y médicas. Al fin y al cabo, para las elites, el estudio del pasado prehispánico de alguna manera representaba efectivamente el estudio del “otro”. De un “otro” del cual, por cierto, era necesario tomar distancia. Aunque algunos criollos de finales del siglo XVIII –entre ellos José María Salazar y Manuel del Socorro Rodríguez- defendieron la existencia de una “historia prehispánica integrada a una historia americana”, la opinión generalizada en esa época fue que la historia nativa era poco digna de incorporarse a la historia nacional. Para Francisco José de Caldas, el medio americano degeneraba en mayor o menor grado las diferentes razas que habitaban la Nueva Granada, especialmente las tierras bajas. Tan sólo se salvaba la población – predominantemente blanca- de las tierras altas.

7 LANGEBAEK, Carl Henrik, Arqueología colombiana: ciencia, pasado y exclusión, Bogotá, Colciencias, 2003, p. 60. 8 GERBI, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993; LANGEBAEK, Carl Henrik, op. cit. 83

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El pasado prehispánico se hizo equivalente a “prehistoria” en el sentido de constituirse en una etapa felizmente superada. Para Tadeo Lozano, las sociedades que encontraron los españoles eran o bien “rudimento de una población que empezaba a formarse” o “reliquias de grandes naciones” que habían degenerado. Optó por lo segundo, con lo cual el problema propiamente histórico quedó superado por un planteamiento derivado de las ciencias naturales: por qué habían degenerado las sociedades prehispánicas. Por qué, como lamentablemente aún se preguntan algunos arqueólogos, “no habían llegado a ser”. Según Pedro Fermín de Vargas, había que reconocer el “estado miserable de estas regiones antes que los europeos se estableciesen en ellas”. Años más tarde, Manuel Vélez, al encontrar las ruinas arqueológicas de El Infiernito, sostuvo que debían ser el legado de “pueblos más antiguos y civilizados que los que encontraron los españoles”. Igual opinión sostuvo más tarde, a mediados del siglo XIX, Agustín Codazzi con respecto a San Agustín9. El divorcio entre la historia nacional, la cual, en cierto sentido, no podía ser más que la de occidente, y el estudio del pasado remoto en América, se confirmó a lo largo del siglo XIX. La historia creció, especialmente con la influencia del romanticismo, en el estudio de lo particular, único e irrepetible de lo patrio. En las nuevas naciones americanas, la historia creció como el recuento de los hechos, personas y acontecimientos euroamericanos. La antropología, en contraste, se desarrolló en un ambiente que siempre mantuvo pretensiones más generalizantes. Ya a mediados del siglo XIX, Samuel Harris, en los Estados Unidos, había encontrado en la alianza entre la arqueología, la etnología, la lingüística y la craneometría (base aún de nuestros currículos), la clave para entender las ocupaciones humanas en América, antes de la historia10. Mientras para el historiador, cada estudio se constituía en un esfuerzo por comprender un contexto concreto, para el antropólogo, y con ello para el arqueólogo, cada investigación se tomaba como un “caso” más que ayudaría a investigar asuntos más generales. Los problemas fueron relativamente independientes de la construcción nacional, naturalmente con las excepciones de Perú y, especialmente México, y algunos intentos en el caso de Colombia con los muiscas. Los estudios comparativos eran mucho más factibles en un contexto como el de las sociedades prehispánicas; no era el caso de las historias nacionales, cada una de las cuales se pensó a sí misma única e inconmensurable. Para complicar las cosas, cuando a lo largo del siglo XIX se fortaleció el estudio de las sociedades prehispánicas, en parte debido a la expansión imperial europea y su afán por amontonar objetos de todos los confines del mundo en sus museos, el evolucionismo biológico había comenzado a orientar sus baterías hacia el entendimiento de las razas humanas. Aunque el evolucionismo de Darwin no fue fácilmente aceptado en Colombia, más o menos por las mismas razones que su contraparte marxista tampoco lo sería más tarde, los arqueólogos colombianos establecieron sin mayor problema una relación entre raza, lengua y nivel de desarrollo que hizo del estudio del pasado un campo inseparable de cuestiones biológicas. El estudio del pasado prehispánico se plegó, en efecto, a ese nuevo enfoque, cambiando, al menos en parte, su interés por la geografía por un notable cuestionamiento de lo asuntos biológicos. Estudiar los procesos de ocupación del ámbito geográfico o de cambio cultural fue equivalente a preguntarse por cuestiones de raza. A partir de las primeras clasificaciones raciales 9 LANGEBAEK, Carl Henrik, op. cit., pp. 63, 85-86. PIAZZINI, Emilio, Arqueología de las fronteras: la región del Bajo Cauca-Nechí, Territorios y Metáforas, Medellín, Iner-Universidad de Antioquia, pp. 247-63. 10 GRUBER, Jacob W., “Archaeology, History and Culture”, en MELTZER, David J., FOWLER, Don D., SABLOFF, J. A. (eds.), American Archaeology: Past and Future, Washington, Smithsonian Institution Press, 1986, pp. 163-86. 84

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–y, en el caso de Suramérica, de la obra de Alcides d´Orbigny- cada cultura fue asociada a una raza particular. En Colombia, se habló de que los “primitivos” habitantes de la selva pertenecían a la raza pampeana, la más antigua e imperfecta; las civilizaciones de la sabana de Bogotá hacían parte de la superior raza andina, de origen peruano; y los grupos que encontraron los españoles en la costa atlántica a la raza Caribe, quizás proveniente de México o de las Antillas. El estudio de las razas apartó a la arqueología aún más de la historia, para hacerla cada vez más parte de la antropología. Esta última, de hecho, a finales del siglo XIX, no era mucho más que el estudio científico de las razas y sus costumbres. Era una suerte de “biología histórica humana”. El paradigma impuesto sobre la arqueología, a manos de la biología y las ciencias naturales, predominó a lo largo del siglo XIX y bien entrado el XX. La antropología creció de espaldas a la historia debido, por lo menos en parte, a su obsesión por el “presente etnográfico” y su énfasis en las aproximaciones estructural-funcionalistas. Pero también porque el estudio de la nación por parte de los historiadores le dio la espalda al tema de las sociedades prehispánicas: si el pasado indígena se podía entender en términos de raza (lo cual en parte explicaba su decadencia contemporánea), Colombia como nación tenía más que ver con héroes y batallas. Más tarde, cuando se pudo hablar de la arqueología como disciplina, no se rompió con esa tradición. Paul Rivet, tomado como iniciador de la antropología científica en América (de igual forma que sumisamente en su momento se tomó a Humboldt como el primer gran científico en nuestras tierras), era médico. Y médicos fueron, en general, los debates en los cuales participaron los antropólogos, o sus equivalentes, hasta mediados del siglo XX. Rivet hizo un llamado para englobar los procesos de evolución americana dentro de la evolución humana entendida a la vez como proceso biológico y cultural. Reforzó, de esta manera, el método comparativo. Así mismo, procuró fortalecer el trabajo de campo entre sus pupilos, tanto para rescatar lo que se pensaba sería valiosísima información sobre las “últimas” sociedades indígenas, como para estudiar el pasado prehispánico. Rivet, en esto, adoptó una idea que también hacía carrera en Norteamérica. Allí, Franz Boas, en su artículo “Some problems in North America Archaeology”, publicado en 1902, había sostenido que probablemente los restos encontrados en ese continente habían sido abandonados por gente con una cultura muy similar a la de los actuales indígenas. Por lo tanto, la etnografía se convertía en una poderosa aliada para entender el pasado. Dada la urgencia del “rescate” etnográfico, la tarea de los arqueólogos se supeditó a mediciones y observaciones que pudieran hacer mientras trabajaban con comunidades indígenas vivas. El trabajo de Rivet llevó a una serie de estudios de grupos sanguíneos, craneometría y lingüística; se suponía que ellos arrojarían luz sobre problemas como el poblamiento de América y el desarrollo de las civilizaciones americanas. En otras palabras, se podía estudiar el pasado, siempre y cuando se hiciera sin sacrificar el estudio de las que serían las “últimas” sociedades indígenas; el arqueólogo-etnógrafo, dispuesto a tomar muestras de sangre entre indígenas actuales para comprender la ocupación del continente, se distanció aún más del historiador, ajeno no sólo a esas metodologías, sino incluso a las preguntas más básicas que guiaban la investigación. Pero además, debido a la naturaleza de los estudios biológicos y lingüísticos, los métodos de laboratorio del arqueólogo se confundieron con los del profesional de las ciencias naturales. Otro aspecto que vinculó aún más al arqueólogo en las cuestiones antropológicas fue la importancia que le dieron Rivet y sus alumnos a la investigación de “áreas culturales”. Éstas se pensaron como relativamente estables en el tiempo. La distribución de rasgos culturales estudiada por los arqueólogos se asumía como relativamente similar a lo observado en el presente por los etnógrafos. Por lo tanto, estudiarlas era de interés para entender tanto el presente etnográfico como el pasado prehispánico.

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La confusión en la materia se evidencia en el estudio de los grupos indígenas y restos arqueológicos en muchas partes del país. Pero quizás con más fuerza en aquellas donde se supone han sobrevivido las comunidades indígenas más “auténticas”. Es el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta: sus restos arqueológicos y sus comunidades indígenas fueron por años estudiadas por parte de las mismas personas, prácticamente con los mismos intereses y preguntas. Los historiadores no podían participar en semejante empresa para resolver las cuestiones que ellos se habían planteado como las más importantes. El trabajo etnográfico y sincrónico simplemente no podía hacer parte de sus intereses. Esto no quiere decir que los arqueólogos no se interesaran por temas que indudablemente resultaban de interés para los historiadores, pero lo hicieron de una forma muy particular. En Colombia, son pocos los arqueólogos de la segunda mitad del siglo XX que despreciaran los archivos. Algunos de ellos llevaron a cabo trabajos historiográficos de primer orden. Pero se trató de investigaciones que difícilmente se incorporaban a la corriente historiográfica nacional. Esto se entiende mejor si comparamos la Historia de la Provincia de Santa Marta, de Ernesto Restrepo, con Datos histórico-culturales sobre las tribus de la antigua Gobernación de Santa Marta, de Gerardo Reichel-Dolmatoff11. Exagerando un poco las cosas, pero no mucho, si se lee la primera, la historia se iniciaría con la llegada de los españoles y no habría sido más que una sucesión de conquistadores y gobernadores. Si se lee la segunda, se pensaría que todo lo que sucedió se circunscribe a la resistencia cultural indígena y su capacidad de sobrevivir hasta nuestros días, como si la llegada de los españoles hubiera sido algo irrelevante o apenas significativo. El desprecio de los arqueólogos por la historia sólo tiene paralelo en el que los propios historiadores han sentido por la arqueología. La Historia de la Nueva Granada de José Manuel Restrepo comienza con la Independencia. La obra del mismo título de Joaquín Acosta, mucho más inclinado a una visión más balanceada de la historia patria, con la llegada de Colón. Obras más recientes, como la Nueva Historia de Colombia, no incluye ningún trabajo de carácter arqueológico. Las enciclopédicas históricas de Colombia, publicadas por Lerner, el Círculo de Lectores o Planeta, incluyen la historia prehispánica como un capítulo aparte a cargo de arqueólogos, sin mayor vinculación con los procesos históricos más recientes. Desde luego, se debe destacar que historiadores como Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo, Jaime Jaramillo y Hermes Tovar, para citar algunos casos, han tenido un interés por temas indígenas. Y que ese interés es mayor que el que los arqueólogos sienten por cualquier cosa distinta a los indígenas prehispánicos y, en el mejor de los casos, a sus descendientes. No obstante, pese a las excepciones, rara vez el interés de los historiadores se remonta más allá del siglo XVI, es decir de lo que encontraron y describieron los conquistadores. Casi siempre los desarrollos prehispánicos ocupan el lugar de “antecedentes”. Y en la producción historiográfica europea sobre América, la tensión entre historia y arqueología sigue presente. El tratamiento intelectualmente “limitado” de las sociedades prehispánicas se excusa por la “naturaleza propia” de la perspectiva arqueológica. Sobre las sociedades más antiguas, sólo existen “testigos mudos” y, por lo tanto, empobrecidos análisis que sólo la existencia de documentos escritos podría llenar. una historia intelectual común No obstante la trayectoria tan distinta de los arqueólogos y los historiadores, el desencuentro con la historia nunca ha sido completo. De hecho, las dos han compartido un desarrollo intelectual común. La separación ha sido disciplinar y, por lo tanto, gremial y política. Sin embargo, los 11 RESTREPO, Ernesto, Historia de la Provincia de Santa Marta, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1975; REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo, Datos histórico-culturales sobre las tribus de la antigua Gobernación de Santa Marta, Bogotá, Imprenta del Banco de la República, 1951. 86

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grandes temas de las humanidades y ciencias sociales las han tocado a las dos; pueden tener diferencias profundas en cuanto a sus fuentes e intereses, no sobre cuestiones de fondo; pueden ver de maneras muy diferentes al mundo, funcionar en mundos institucionales aparte, pero no ven dos mundos distintos ni funcionan en universos completamente distintos. De hecho, cada escuela que se ha desarrollado en la arqueología tiene una contraparte en la historia. La escuela arqueológica predominante en el país hasta hace pocos años, es decir la arqueología histórico-cultural es, en efecto, comparable con la historia positiva. Para sus practicantes, la cultura se definía a partir de ciertos tipos de restos materiales que se encuentran recurrentemente asociados. En el mejor de los casos, es decir cuando explícitamente se pensó en el problema, cualquier cambio social se propuso impulsado por migraciones e influencias de una cultura sobre otra. Con frecuencia, el reemplazo de unos pueblos por otros se constituyó en el motor de la historia. De allí también se derivó la idea de que la tarea del arqueólogo era relativamente modesta; se limitaba al quehacer de un minusválido que podía decir algunas cosas interesantes sobre tecnología y sistemas productivos, muy poco sobre organización social y nada, o casi nada, sobre la vida política y la ideología de las sociedades que estudiaba. Lo histórico se redujo a lo particular y la investigación se circunscribió al estudio de tipologías secuenciales de eventos descritos en términos de relaciones causa-efecto12. La tarea consistió en amontonar montañas de hechos y tratar de ubicarlos en una escala temporal. Se trató de una propuesta inductiva y empírica. Y también de una tarea que se veía como “científica” en el mismo sentido que las disciplinas biológicas. La tarea del arqueólogo histórico-cultural no era muy distinta a la que llevaban a cabo muchos historiadores. Ellos también se imaginaron con excesiva frecuencia como los encargados del estudio de lo que “había sucedido” a través de la acumulación de información. Asimismo, vieron en la sucesión de factores externos a la sociedad el motor de la historia. También ellos reclamaron la legitimidad de conocer de forma “neutral” y “objetiva” el pasado. Cuando la arqueología procesual, a mediados de los sesenta, reaccionó contra la historia, lo hizo no sólo plegándose a una noción positivista de la ciencia, sino también en contravía de una historia que había probado no ser muy superior. También lo hizo, y esto sus críticos europeos no lo comprenden fácilmente, contra una historia euro-céntrica que había demostrado su olímpico desprecio por lo prehispánico en América. La cuestión tiene antecedentes. Dos de los maestros del líder de la arqueología procesual -Lewis Binford- habían manifestado sus reservas con respecto a la historia y además compartían una visión unitaria de la ciencia. Por un lado, Leslie White reclamaba que las técnicas y suposiciones básicas “que comprenden la manera científica de interpretar la realidad”, eran igualmente aplicables “a todas sus fases, a la humana social, o cultural, como asimismo a la biológica y la física”. Para White, la ciencia se asimilaba a un “modo de conducta”, a un “modo de interpretar la realidad, antes que como una entidad en sí misma”13. Por otro lado, Julian Steward distinguía entre una aproximación científica, generalizante, y otra histórica, particularista, a la cultura14. Las condiciones estaban dadas desde muchos otros puntos de vista. Ya había hecho carrera la crítica de Radcliffe-Brown a la historia como conjetura, o la proclama de Edmund Leach en el sentido de que la historia sólo importaba a 12 COBB, Charles, “Social reproduction of the Longue dureé in the Prehistory of the Midcontinental United States”, en WHITLEY, D. S. (ed.), Reader in Archaeological Theory. Post-Procesual and Cognitive Approaches, Londres, Routledge, 1998, p. 199-218. 13 WHITE, Leslie, La ciencia de la cultura. Un estudio sobre el hombre y la civilización, Buenos Aires, Paidós, 1964, p. 27. 14 STEWARD, Julian, Theory of Culture Change. The methodology of multilinear evolution, Chicago, University of Illinois Press, 1972, p. 3. 87

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los antropólogos sociales en el nivel empírico, viéndose obligados a rechazar todo lo que percibieran en ella, que era mucho, de “especulativo”. Los antropólogos, con razón, criticaron a los historiadores su excesivo interés por los acontecimientos únicos y su ingenua idea de reconstruir el pasado “como realmente había sido”15. La falsa dicotomía entre ciencia e historia obligaba a tomar decisiones, lo cual fue explícitamente aceptado por Binford. Para él, así como para algunos otros arqueólogos procesuales, la sociedad fue vista como todo aquello del sistema cultural, es decir por fuera de lo somático y genético, que respondía adaptativamente al medio ambiente16. La arqueología se erigió entonces como una ciencia que sentía la necesidad de desarrollar su propia jerga para entender la variabilidad cultural. Adicionalmente, adoptando el modelo de las ciencias naturales que se percibió como más interpretativo, los arqueólogos procesuales aspiraron a “llegar a leyes”, especialmente a las que Carl Hempel consideraba eran las únicas que se podían alcanzar en el estudio del pasado: es decir, “probabilísticas”17. La arqueología procesual creyó en la necesidad de formular hipótesis y verificarlas, idealmente con ayuda de información “independiente”. Los textos más radicales de la arqueología procesual reivindicaron oponerse a los historiadores “no científicos”, los cuales no se preocupaban por contrastar o confirmar leyes, sino que depositaban su confianza en los argumentos de sus colegas basados en su seriedad profesional. No es que no se preocuparan por “leyes”, sino que éstas eran implícitas y plausibles, en lugar de explícitas y verificadas. En este contexto, explicación se hizo necesariamente equivalente a predicción. Desde luego, se dudó por completo de las explicaciones a partir de “eventos antecedentes” las cuales parecían ser la materia prima de la interpretación histórica18; es decir, se cuestionó que narrando eventos ordenados cronológicamente se estuviera dando una explicación satisfactoria de esa cadena de eventos. Así mismo, se privilegió el uso de herramientas cuantitativas para el análisis de información. Aunque el llamado de Binford consistió en romper radicalmente con “la historia”, se deben hacer salvedades. La primera es que, en Colombia, las propuestas de Binford no son las culpables –si se puede hablar aquí de “culpa”- de que la arqueología esté más cerca de las ciencias naturales que de la historia. La sagrada unión entre lingüística, antropología física, etnología y arqueología, entendida como la unión comprensiva de lo humano, ha sido el paradigma predominante en la educación universitaria en Colombia mucho antes que Binford. La clasificación taxonómica en la que se basaba el trabajo de los arqueólogos colombianos era ya, plenamente, prestada de la biología, mucho antes de la influencia del procesualismo. No en vano, Gerardo Reichel-Dolmatoff denominaba “especímenes” a sus muestras de cerámica. La aproximación de Paul Rivet al pasado prehispánico había sido un enorme respaldo a la unión entre la arqueología y las ciencias naturales. Éstas se caracterizaron por clasificar hechos, describir relaciones y llegar a generalizaciones. Copiar cierto modelo de las ciencias naturales fue exactamente lo que pretendieron hacer los arqueólogos colombianos a partir de los cuarenta19.

15 STURTEVANT, William C., “Anthropology, History and Ethnohistory”, en CLIFTON, James A. (ed.), Introduction to Cultural Anthropology. Essays in the Scope and Methods of the Science of Man, Nueva York, Houghton Mifflin Company, 1968, p. 452. 16 BINFORD, Lewis, Archaeological Perspectives, Nueva York, Seminar Press, 1972, p. 431. 17 DRAY, H., HEMPEL, Carl, “Historical Explanation: A Contemporary Controversy”, en DONAGAN, A. (ed.), Philosophy of History, Nueva York, The Macmillan Company, 1965, pp. 106-112. 18 DUNNELL, Robert C., Systematics in Prehistory, Nueva York, Free Press, 1971, p. 20. 19 LANGEBAEK, Carl, op. cit., pp. 160-168. 88

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La segunda salvedad es que muchos historiadores estuvieron dispuestos a compartir una visión muy similar a la de Binford sobre su propia práctica. La historia no se liberó, inmaculada, de la pretensión de que las explicaciones pudieran asimilarse a predicciones, pese a su enfoque por lo general particularista. Por ejemplo, la pretensión de Binford de alcanzar leyes “probabilísticas” no era muy distinta a lo que, desde la historia, Labrousse planteaba: que el estudio del pasado no podía alcanzar la formulación de “leyes” como las de las ciencias naturales, pero sí generalizaciones en el sentido, no de necesidad, sino de probabilidad, más en el sentido de “apostar” que de “prever”20. Tampoco existía un abismo enorme con la propuesta de historiadores como Cardoso y Pérez Brignoli21, dispuestos a darle la bienvenida a herramientas prestadas de las ciencias naturales –como los métodos estadísticos y las estructuras lógico-matemáticas, a través de la mediación de las ciencias sociales. El debate sobre el status científico de la historia se dio también en Colombia, por la misma época en que se discutió el asunto con respecto a la arqueología22. La tercera salvedad es que la arqueología que se desarrolló a partir de finales de los sesenta no se puede reducir ni a lo que sucedió en los Estados Unidos, ni a los planteamientos de Binford. Es más, pese a los inevitables estereotipos con que a veces jugamos desprevenidamente, no toda la arqueología que se hizo o se hace en los Estados Unidos es igual, ni toda la arqueología que se hace en Colombia es resultado de la influencia foránea. La gran mayoría de arqueólogos de la década de los setenta del siglo XX compartían la idea de que “hacían ciencia, en lugar de escribir historia, deducían en vez de inducir, evaluaban hipótesis en lugar de especular”23. Pero, aunque el paradigma general parecía claro, la práctica no lo fue tanto24. Si bien gran parte de la arqueología comenzó a anclarse más en el modelo de las ciencias naturales, al menos algunos de sus practicantes se iniciaron en el estudio del pasado de formas perfectamente comprensibles para los historiadores. De hecho, un puñado intentó estudiar casos arqueológicos concretos a partir de las ideas tomadas de los historiadores25. Incluso, algunos comenzaron a preocuparse por el análisis de documentos escritos, bastión tradicional de los historiadores, como parte del llamado de Binford por evaluar la mayor cantidad de evidencia independiente posible. Walter Taylor, uno de los pioneros de la arqueología procesual, mantuvo como preocupación central la relación entre la arqueología y la historia. Y gracias a esa relación, sin ignorar la que indudablemente existía con la antropología, quiso romper tanto con una arqueología histórico-cultural como con una historia normativa. En su famosa tesis de doctorado, A Study of Archaelogy, escrita en 1948, incluyó un capítulo titulado “Archaeology: History or Anthropology?” Admitió que los arqueólogos eran antropólogos que paradójicamente sentían que hacían historia y que eso obligaba a preguntarse si sería que los arqueólogos estaban totalmente despistados o si las relaciones entre la antropología y la historia era más rica y compleja de lo que se pensaba. Naturalmente, optó por lo segundo. Entre todas las posibles definiciones de lo que es la “historia” –es decir, o bien el ámbito de lo pasado, o el “origen de las

20 LABROUSSE, K., Las estructuras y los hombres, Barcelona, Ediciones Ariel, 1969, p. 102. 21 CARDOSO, Ciro, PÉREZ BRIGNOLI, Héctor, Los métodos de la historia, México, Editorial Grijalbo, 1976, p. 43. 22 MELO, Jorge Orlando, “Los estudios históricos en Colombia, situación actual y tendencias predominantes”, en MELO, Jorge Orlando (ed.) La Nueva Historia de Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1976, pp. 25-58 23 LEONE, Mark, “Issues in Anthropological Archaeology”, en LEONE, Mark (ed.), Contemporary Archaeology. A Guide to Theory and Contributions, Carbondale, Southern Illinois University Press, 1972, p. 17. 24 Ibid., p. 25. 25 TRIGGER, Bruce, Sociocultural Evolution: Calculation and Contingency, Nueva York, Blackwell Publishers, 1998. 89

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cosas”, o la proyección del pensamiento contemporáneo sobre el pasado- se decidió por esta última. Nada implicaba que la historia o la arqueología no se ajustaran a esa definición. No obstante, en su opinión, lo lamentable es que la mayor parte de los arqueólogos recolectaban información, en tanto que los antropólogos buscaban llegar a generalizaciones para entender aspectos culturales, y los historiadores combinaban información particular con generalizaciones culturales para llegar a explicaciones sobre las diferencias y las transformaciones sociales. Evidentemente, los arqueólogos debían integrarse con sus colegas antropólogos e historiadores. La arqueología procesual, o por lo menos su versión más radical, cientifista y, por qué no decirlo, simplista, fue duramente criticada a partir de la década de los setenta del siglo XX. En primer lugar, se le objetó que los sistemas sociales se imaginaran como esencialmente estables; en segundo lugar, que la ideología estuviera virtualmente ausente del análisis. Se consideró que la estructura social podía ser vista como un conjunto de normas y reglas, en otras palabras como códigos de comportamiento. Por lo tanto, se argumentó que la cultura material jugaba un papel importante y que ella podía ser leída como un “texto”26; la arqueología, por lo tanto, podía entenderse –como lo sugería el sugestivo título de uno de los libros de Ian Hodder- equivalente a “leer el pasado” (Reading the Past). Las nociones de habitus de Bourdieu y de la gramática generativa de Chomsky entraron a hacer parte integral del arsenal de nuevos conceptos con que trabajaron muchos arqueólogos. Y en lugar de procesos y comportamiento, se habló cada vez con mayor frecuencia de contingencia y agencia. Las implicaciones teóricas y metodológicas de lo que entonces se vino a llamar post-procesualismo, fueron enormes. Se negó, con razón, la oposición entre teoría y datos. Se afirmó que la historia ofrecía un método que serviría tanto a la antropología como a la historia en la medida en que ofrecía un modelo de interpretaciones alternativo a los acartonados modelos etnográficos27. Se propuso que las interpretaciones necesariamente implicaban la empatía del investigador con los eventos del pasado. Y, al mismo tiempo, se dejó al margen el énfasis que había propuesto Binford en la verificación. Así mismo, se propuso que la empatía entre el arqueólogo y los acontecimientos del pasado obligaba a conocer los actores humanos específicos y su contexto cultural; por lo tanto, también a entender cómo esos actores negociaban sus roles en ámbitos ideológicos concretos. No todo fue tan productivo. Entre las consecuencias negativas, algunos arqueólogos cayeron presa de simplistas dicotomías y encontraron una fácil excusa para ocultar su falta de conocimiento en métodos cuatitativos. La ingenuidad ha llegado a extremos delirantes. Aun hoy, existen arqueólogos que consideran “positivista” –o “neopositivista”, lo cual es aparentemente más grave- cualquier trabajo de arqueología que utilice la estadística y se formule preguntas explícitas. En esos términos, incluso Marx pasaría por positivista de la mejor estirpe. Aunque la influencia de historiadores como Collingwood se hizo patente, especialmente en Hodder, no se trató tan sólo de una colonización de la arqueología por parte de la historia. En cierto modo, fue también una colonización de la historia por parte de la antropología. O por lo menos, de un acercamiento mutuo. Ya Franz Boas, a principios del siglo XX, había hecho un llamado por una antropología más particularista e historicista, aunque no simpatizara con la idea de la empatía subjetiva con el objeto de estudio y sí con la neutralidad científica. Además, gracias a la escuela francesa de los Annales, y la “historia popular” inglesa, la historia se hizo más antropológica e, incluso, si se me permite, más procesual. Los historiadores reflexionaron, 26 HODDER, Ian, Reading the Past: Current Approaches to Interpretation in Archaeology, Cambridge, Cambridge University Press, 1986. 27 DEETZ, James, “History and Archaeological Theory: Walter Taylor Revisited”, en American Antiquity, vol. 53 N. 1, 1988, pp. 13-22. 90

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quizás no por primera vez, pero sí de forma consistente e insistente, en la historia de la vida cotidiana y en las naciones no como cuerpos homogéneos de gente, sino como entidades fracturadas en clases, rodeadas de un cambiante medio físico, económico, social y cultural. A partir de los Annales, los mismos historiadores empezaron a propugnar por un acercamiento con las ciencias sociales. Basta recordar la importancia del estudio de la geografía y el clima en los estudios de Braudel; o también, su propuesta por reivindicar el método comparativo, su invitación a que la historia partiera de “problemas”, o su noción de que no existía una relación aséptica entre el historiador y su materia prima28. Las fronteras, en cuanto al verdadero carácter de las fuentes, también se objetaron: aparte de los documentos, estaba la tradición oral, además de muchas otras posibilidades; entre ellas, desde luego, la cultura material que los arqueólogos habían venido estudiando desde hacía años. las facetas inútiles del debate El anterior recuento debería ofrecer una explicación razonable de por qué la gran mayoría de los arqueólogos en América se han sentido antropólogos, no historiadores. Pero, al mismo tiempo, por lo menos insinuaría por qué, pese a todo, el desarrollo de las disciplinas ha estado vinculado. En realidad, cualquier oposición entre historia y arqueología ignora que las posiciones teóricas de los historiadores son diversas, o incluso mucho más que las de los arqueólogos. Omite, además, que incluso la dicotomía entre historia y antropología es falsa29. Por lo tanto, cuando se afirma que los arqueólogos ignoran la historia se hace referencia a una decisión más o menos explícita de objetar alguna manera de ver el pasado. Es justo entonces preguntarse de qué historia se está hablando. Y es que realmente hay formas de hacer historia que bien vale la pena ignorar. Los puentes han sido más fáciles, aunque se les pueda imputar cierta falta de conciencia explícita en el asunto, cuando la manera de ver el pasado es ideológicamente más aceptable para practicantes de una y otra disciplina. Otra faceta del debate es por completo ingenua y hace más evidente la falsedad de la dicotomía entre historia y arqueología, aun incluso si lo que pretende es tender puentes entre las dos. No pocas veces se mantiene que el acercamiento a la historia representa para los arqueólogos la apertura a nuevas formas de conocer, a más y mejores maneras de aproximarse al pasado. Es más, con frecuencia se agrega un cuestionable argumento ideológico: se afirma que la ciencia es “excluyente” y la historia, entendida como ejercicio no científico sino humanista, “incluyente”. Esta idea es cándida al menos por dos razones: primero porque la teoría crítica no proviene sólo del campo de los historiadores; segundo, porque la exclusión social, especialmente en países como Colombia, ha estado tan a cargo de los poetas como de los biólogos, e incluso más de los gramáticos que de los etnógrafos. Si alguien quiere afirmar que las teorías científicas de finales del siglo XIX (marxismo y darwinismo, en especial) sentaron las bases para la exclusión, debería por lo menos tratar de explicar por qué las excluyentes elites colombianas vieron en esas teorías un formidable enemigo y las ignoraron o criticaron consistentemente desde finales del siglo XIX, mientras exaltaban la filología, las artes y la literatura30.

28 SAMUEL, Rápale, “Historia popular, historia del pueblo”, en SAMUEL, Rápale (ed.), Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Editorial Grijalbo, 1984, pp. 15-47. 29 TRIGGER, Bruce, “History and contemporary American Archaeology: A Critical Analysis”, en LAMBERG-KARLOVSKY, C.C., KOHL, P. (eds.), Archaeological Thought in America, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 19-34. 30 LANGEBAEK, Carl, op. cit. 91

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retos al futuro: la arqueología histórica y la etnohistoria Hay razones para sospechar que cualquier llamado a una nueva síntesis entre la antropología o la historia, o entre la arqueología y la historia, así como cualquier petición sobre la mayor o menor preponderancia de una sobre otra, está llamado al fracaso. Lo anterior, desde luego, no quiere decir que no existan problemas por resolver. No obstante, el desarrollo intelectual compartido, es necesario reconocer que la relación entre la historia y la arqueología no ha sido la más productiva. Es hueco decir que los arqueólogos deben aceptar la historia, y hasta absurdo, como lo hizo Hodder, pedir “volver a ella”. Igualmente tonto es afirmar que no la deben aceptar. Las fronteras se han ido, afortunadamente, borrando, no sólo porque la arqueología esté plegándose a la historia, sino también porque la historia se ha venido acercando a la antropología. O mejor, porque los sectores más críticos tanto de la una como de la otra han visto la necesidad de marcos conceptuales más abarcantes y sofisticados. La arqueología no puede escoger ser antropología o historia; podrá ser más una que otra, pero jamás podrá ser algo que no sea ni la una ni la otra. La forma más productiva para entender la dinámica interacción entre ellas, no consiste en demarcar las cuestiones de teoría o método que cada una de ellas debe abordar. Por el contrario, está delineada por la necesidad de encontrar nichos comunes en los cuales puedan interactuar de la manera más productiva. Un nicho en común está conformado por el surgimiento de “disciplinas” que tratan de funcionar como síntesis entre la historia y la antropología, o entre la historia y la arqueología. Hay dos experiencias al respecto: la etnohistoria, que trata de hacer lo primero31, y la arqueología histórica, que pretende lo segundo32. Las dos tienen la enorme virtud de obligar al arqueólogo a dejar su refugio prehispánico y enfrentarlo, en mayor o menor grado, al mundo y sociedad de hoy. Ambas contribuyen de manera decisiva a romper la dicotomía entre las historias antes y después de la llegada de los españoles. Más aún, desbaratan, en hora buena, con el absurdo, que se desarrolló desde inicios del siglo XIX, de que la arqueología se refiere exclusivamente al estudio del pasado cuando no había documentos históricos33. Finalmente, rompen con la noción de que la cultura europea, la africana, o la experiencia republicana en América, no son el campo de estudio del arqueólogo. La etnohistoria y la arqueología histórica han obligado a que los arqueólogos –y en general los antropólogos- se enfrenten a la evidencia escrita. A su vez, esto ha llevado a que se familiaricen con debates teóricos que hacen parte más de la historia y de la literatura que de la antropología dentro de la cual fueron formados. Lamentablemente, los arqueólogos se han preocupado por la información textual desde tres limitadas perspectivas: ilustrativa, en la cual los datos han servido para “ilustrar” y a lo mejor contextualizar aspectos tales como la apariencia de la gente o de los objetos; justificatoria, en la cual los hallazgos arqueológicos se han utilizado para confirmar una propuesta tomada de la lectura de documentos; y, finalmente, para llenar vacíos, es decir, concentrar la investigación arqueológica en el rescate de información de aquellos aspectos sobre los cuales los documentos no dicen nada34. Añadiría que otra fuente de preocupación por los textos se inscribe dentro de nuestra muy cuestionable tradición retórica, en la cual todo es muy

31 BERMÚDEZ, Suzy, MENDOZA, Enrique, “Etnohistoria e historia social: dos formas de recuperación del pasado”, en Revista de Antropología, vol. 3, núm. 2, 1987, pp. 31-54. 32 DEETZ, James, op. cit. 33 TRIGGER, Bruce, Beyond History: The Methods of Prehistory, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston, 1968, p. 3. 34 HALSALL, Guy, op. cit., p. 819. 92

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elegante y argumentado, pero nada tiene relación con nuestra práctica, y menos con nuestra realidad. Estos usos de los textos no agotan las posibilidades. Es más, las limitan seriamente. Las reducen a cuestión de método. Cualquier preocupación seria por el texto deberá abordar, tarde o temprano, lo que la naturaleza del texto implica en términos de cómo conocemos. No quiero caer aquí en la simpleza de todo conocimiento como narrativa. Pero sí recordar al texto como gramática, y por lo tanto como un sistema de conocimiento regulado. Tanto los arqueólogos como los historiadores escribimos historia, pero no nos reducimos a simples narrativas, y por lo tanto intervenimos en un proceso creativo común, cuya naturaleza apenas comenzamos a explorar. La arqueología histórica y la etnohistoria tienen la limitación de enfocar la interacción entre antropólogos, historiadores y arqueólogos desde el punto de vista de los materiales que estudian, a lo sumo desde el problema del método. Los etnohistoriadores se piensan como historiadores sensibles a la diferencia cultural o como antropólogos de archivo. En sus orígenes, la etnohistoria se definió como el estudio del cambio en poblaciones aborígenes, en oposición a la historia europea. Asumió que estudiar el cambio acaecido después de la conquista era fundamental para comprender cómo eran las sociedades actuales, que de ellos se preservaba como nativo y, al mismo tiempo, aportar información valiosa que los arqueólogos pudieran proyectar a un pasado prehispánico que se asumía relativamente constante. Por lo general, creen que la ausencia de documentos escritos sobre el pasado prehispánico es una gran limitación y que, en cambio, ellos pueden aportar un conocimiento mucho más completo para la época de contacto. Los arqueólogos, con gran naturalidad, aceptan la información etnohistórica para entender procesos de contacto, e incluso tienden a proyectarlos al pasado prehispánico para darle sentido a sus hallazgos35. Los arqueólogos históricos se consideran arqueólogos que tienen la buena fortuna de contar con documentos y a partir de eso quieren definir su peculiar carácter como “disciplina”; una disciplina que se podría definir como “el estudio arqueológico de los aspectos materiales –en términos históricos, culturales y sociales concretos- de los efectos del mercantilismo y del capitalismo traídos de Europa”36. Ni la etnohistoria ni la arqueología histórica podrían existir sin el hecho colonial y sin una ruptura, más o menos artificial, entre lo prehispánico y lo posthispánico. Sin duda, las dos pueden llamar potencialmente la atención tanto de arqueólogos como historiadores, lo cual redundaría en el trabajo articulado de profesionales de las dos disciplinas. No obstante, en términos prácticos, la etnohistoria la hacen por lo general antropólogos con poca preparación como arqueólogos y la arqueología histórica arqueólogos. Es decir, las dos “disciplinas” se toman como parte de la antropología, lo cual no tiene nada de raro, puesto que también ésta es imposible sin el hecho colonial. Pero más allá de ese problema práctico, la verdad es que etnohistoriadores y arqueólogos históricos hay de todas las tendencias. Volver a esas “disciplinas”, en abstracto, en búsqueda de puentes entre la arqueología y la historia, puede aportar, pero sólo de forma muy limitada. Con el auge de la arqueología procesual, numerosos arqueólogos históricos se acogieron a sus propuestas y, entusiastas, adoptaron lo que percibieron como ciencia normativa. Hoy, hay arqueólogos históricos y etnohistoriadores marxistas, estructuralistas, funcionalistas, y –desde

35 ROGERS, J. Daniel, WILSON, Samuel M. (eds), Ethnohistory and Archaeology. Approaches to Postcontact Change in the Americas, Nueva York, Plenum, 1993. 36 ORSER, Charles E., Introducción a la Arqueología Histórica. Buenos Aires, Asociación de amigos del Instituto Nacional de Antropología, 2000, p. 22. Ver también: LEONE, Marc, POTTER, Parker B., The Recovery of Meaning-Historical Archaeology in the Easter United States (eds.), Washington, Smithsonian Institution Press, 1988. 93

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luego- escépticos y despistados. Por cierto, existen también corrientes en la etnohistoria y la arqueología histórica que reproducen el rompimiento de la historiografía con el pasado prehispánico, transformándose en una suerte de historia a secas, en el sentido clásico de historia nacional. El que etnohistoriadores y arqueólogos históricos tengan ciertos acuerdos sobre el problema de sus fuentes y cierto interés por el contacto cultural entre europeos e indígenas, no parece ser suficiente para garantizar un trabajo mutuamente productivo entre historiadores y arqueólogos. historia de la arqueología y antropología de la historia Una posible interacción entre la arqueología y la historia respeta las barreras disciplinares. Incluso se alimenta de ellas. Se basa en la mirada que cada una de las disciplinas puede hacer sobre la otra. En los últimos años, la historia de la arqueología pasó de ser un incómodo interés por parte de algunos arqueólogos a ser un tema central en el carácter reflexivo que se quiere de la disciplina37. En Colombia, se ha empezado a publicar sobre el tema desde el punto de vista historiográfico38, postcolonial39 y crítico40. Los trabajos realizados se han concentrado en investigar cómo se han desarrollado ciertos debates, o cómo ellos se relacionan con el contexto en el cual se desarrolla la práctica. Sin embargo, aún no se cuenta con historiadores (o filósofos) que se interesen seriamente por el tema. No ha sido, en fin, una mirada desde la historia, sino un afán de los propios arqueólogos por escudriñar los antecedentes de su disciplina. Por otra parte, falta por completo la mirada antropológica sobre la historia. La oportunidad, por ejemplo, de estudiar la enseñanza de la historia en el aula, o los prejuicios antropológicos de la disciplina histórica, está completamente ausente en el panorama. Algunos historiadores pueden tener lo que se puede llamar una suerte de sensibilidad antropológica, pero no han sido los antropólogos quienes han liderado esa mirada. retos en común: los grandes problemas El trabajo de los etnohistoriadores y arqueólogos históricos, o la mirada que los antropólogos podamos hacer sobre la historia, o viceversa, sólo resuelven el problema de la relación entre la arqueología (o la antropología) y la historia, desde un punto de vista disciplinar. No obstante los aportes que puedan realizar, rehuyen un aspecto fundamental. Y es que, como afirma R. Aron41, todos pensamos históricamente. Prefieren, en otras palabras, ignorar que la historia abarca todo el inmenso rango de lo social; que la realidad histórica es siempre sociológica, antropológica, filosófica y psicológica, por no mencionar sus relaciones con la estética en cualquiera de sus manifestaciones. Para ponerlo en palabras de Braudel, que la historia no puede ser menos que la “suma de todas las historias posibles, pasadas, presentes y futuras”. Las soluciones propuestas se quedan en el campo de lo disciplinar. Y no atacan a fondo el problema.

37 TRIGGER, Bruce, The comming of Age of the History of Archaeology. Journal of Anthropological Research, vol. 2 N. 1, 1994, pp. 113-136. 38 BURCHER DE URIBE, Pricilla, Raíces de la arqueología en Colombia, Medellín, Universidad de Antioquia, 1985; HERRERA, Leonor, “Colombia”, en MURRAY, Tim (ed.), Encyclopedia of Archaeology, Londres, 1999, pp. 354-369. 39 GNECCO, Cristóbal, Multivocalidad histórica. Hacia una cartografía postcolonial de la arqueología, Bogotá, Departamento de Antropología, Universidad de los Andes, 1999; GNECCO, Cristóbal, PIAZZINI, Emilio (eds.), Arqueología al desnudo. Reflexiones sobre la práctica disciplinaria, Popayán, Editorial Universidad del Cauca, 2003. 40 PIAZZINI, Emilio, Arqueología al desnudo..., op. cit.; LANGEBAEK, Carl, op. cit. 41 ARON, Raymond, Dimensiones de la conciencia histórica, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 38. 94

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Un campo de interacción muy productivo entre la historia y la arqueología está dado por la definición de problemas conceptuales lo suficientemente abarcantes como para ser siempre útiles cuando se intenta dar solución a problemas concretos, sin importar si se trata del campo habitual de los arqueólogos o de los historiadores. Estos problemas no son ni necesariamente particularistas, ni exclusivamente comparativos y generalizantes. Para dar un ejemplo, tanto arqueólogos como historiadores estamos preocupados por la noción de tiempo. Pese a la cercanía de la arqueología con la antropología, las nociones de cambio histórico y de tiempo tan ampliamente discutidas. Levi-Strauss lo ejemplifica con la diferenciación entre sociedades calientes y sociedades frías. También Marshall Sahlins, en Islands of History42, cuando se refiere al diálogo entre las categorías recibidas –claramente históricas y en cierto sentido arqueológicas- y los contextos percibidos. Incluso, la preocupación reciente por la aceleración de la historia y el estrechamiento del planeta, son temas a las cuales los arqueólogos podrían aportar. Desafortunadamente, los arqueólogos usamos el tiempo cronométrico y estamos apegados a la idea de lo que Elias llama el tiempo físico. Es más, definimos unidades de tiempo a partir de cultura material, contextos estratigráficos y dataciones absolutas. Tomamos entonces cada una de las unidades de tiempo como categoría homogénea. También la gran mayoría de historiadores se apega a una dimensión única de tiempo, la cual se despliega linealmente en un sólo sentido y está compuesta por unidades idénticas. Este tiempo no es, en ninguno de los casos, el tiempo histórico. La separación entre tiempo físico y social está relacionada con el ascenso de las ciencias físicas; ellas hicieron del primero el prototipo de tiempo como tal y como un compendio de orden, y en cierto sentido algo más real43. Pero tanto la arqueología como la historia han comenzado a sospechar que la noción de cambio cultural es oportunista y no direccional. Es decir, que cualquier escala de tiempo cronológica, por sí sola, no es el marco en el cual existen (ni mucho menos se explican) los cambios. La escuela de los Annales se interesó por el estudio de la naturaleza del tiempo y eso tuvo profundas implicaciones para los arqueólogos, acostumbrados a la idea de que ellos, por la naturaleza de su disciplina, estudiaban procesos a largo plazo. Braudel se preocupó por los cambios estructurales, lentos, basado en transformaciones geográficas, climáticas y biológicas; la coyuntura, es decir los ciclos más pequeños que involucran variables económicas y sociales; y los eventos, entendidos como las oscilaciones que representan episodios o actos individuales. No es casual que los arqueólogos que se preocuparon en serio por el tema se enfrentaron a dos problemas que hoy en día ninguno considera ajeno a su práctica: el asunto de las escalas de análisis y el del individuo y la agencia. El aspecto del largo plazo, asimilado a la idea de cambios estructurales, ha sido implícito en trabajos arqueológicos: el estudio del cosmos zapoteca en Marcus y Flannery44, el intento de explicar las continuidades culturales milenarias en los centros ceremoniales andinos de Isbell45. En el contexto colombiano, sin embargo, el problema ha sido planteado de forma relativamente simplista. Escuetamente, se acude a la propuesta de las permanencias inmutables y casi eternas de una suerte de núcleo cultural nativo. Un ejemplo es el caso de Ann Osborn y su trabajo sobre los u´was en relación con el pasado prehispánico. La

42 SAHLINS, Marshall, Islands of History, Chicago, The University of Chicago Press, 1985. PIAZZINI, Emilio, op. cit. 43 ELIAS, Norbert, Sobre el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 130. 44 MARCUS, Joyce, FLANNERY, Kent, Zapotec Civilization. How Urban Society Evolved in the Mexico´s Oaxaca Valley, Londres, Thames and Hudson, 1996. 45 ISBELL, W. H., Mummies and Mortuary Monuments: A Postprocessual Prehistory of Central Andean Social organization, Austin, University of Texas Press, 1997. 95

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autora habló de las “estructuras de pensamiento que son resistentes al cambio social”46. Los mitos y ritos son tomados entonces como punto de referencia para identificar lugares de residencia de grupos relacionados e identificar los sitios arqueológicos. Los relatos de los chamanes (y de otros indígenas) le sirvieron para identificar regiones a las cuales luego se desplazó y encontró sitios arqueológicos, con la idea de “localizar los grupos denominados tunebos (autodenominados u´wa) en el pasado y profundizar nuestro conocimiento de su cultura”47. En este caso, se elimina el problema histórico, para resolverlo enteramente a favor de la etnología. Un reto para historiadores y arqueólogos es el debate franco sobre la solidez conceptual que apoya sus investigaciones. En otras palabras, la confrontación de sus maneras de ver en el mundo en el sentido más general posible. Cuando los arqueólogos post-procesuales proclamaron un llamado a “regresar a la historia”, no lo hicieron desprevenidamente. Muchos se limitaron a una manera de ver la historia, en el caso de Hodder a la propuesta idealista de Collingwood, asimilando la historia sólo a su dimensión narrativa o discursiva, enfatizando la necesidad de introducirse dentro de los acontecimientos y pretendiendo entender la finalidad de los acontecimientos y el pensamiento detrás de ellos. Es decir, quisieron recrear los hechos en la mente y entender la historia como un proceso continuo, sin rupturas. Esta fue una decisión de la que los arqueólogos deben ser conscientes. Hodder no hizo un llamado a retomar la historia que, en su propio país, estaban llevando a cabo Edward Thompson o Eric Hobsbawm, es decir la contraparte marxista y más cercana a la antropología. Seleccionó, por el contrario, a su más formidable oponente. Algunos arqueólogos post-procesuales aceptan que la noción de evolución se debe rechazar por completo, y que el cambio social debe verse como “siempre abierto, un texto polisémico, un texto para ser escrito e interpretado, y no como algo que define en cualquier grado lo que escribimos”48. Esta es una forma de hacer historia. Y no necesariamente la más conveniente. El llamado de Hodder no fue simplemente a regresar a “la historia”; se trató, más bien, de volver a cierta clase de historia: consistió en plantear, una vez más, un matrimonio, a mi juicio dudoso, entre la arqueología y cierta clase de ver el pasado. Uno de los más importantes retos al futuro es decidir si la historia, como la concebía Collingwood, es la más útil para los arqueólogos. Si la decisión es aceptarlo, entonces se debe explicar por qué historia y evolución son conceptos opuestos, no complementarios49. La única forma de hacer arqueología crítica no se basa en la propuesta de “regresar a la historia”, ni en defender el relativismo. El llamado a volver a la historia podrá convertirse, una vez más, en un regreso al particularismo y en una nueva (aunque ya vieja) reacción contra el evolucionismo. No sería nada raro. El fenómeno se ha repetido a lo largo de la historia de la arqueología colombiana en forma, paradójicamente, de sofisticadas innovaciones traídas de afuera, pero que en realidad tienen un notable y conservador arraigo local50. Los arqueólogos no deberían siquiera cuestionarse si quieren o no dialogar con la historia. Tendrán que hacerlo, aunque como disciplina tendrán también diálogo con las ciencias naturales y no avergonzarse de ello. Pero quien se tome en serio el oficio, se verá obligado a decidir cuál

46 OSBORN, Ann, El vuelo de las Tijeretas, Bogotá, Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de la República, 1985, p. 18. 47 Ibid., p. 23. 48 SHANKS, Michael, TILLER, Christopher, Social Theory and Archaeology, Alburquerque, University of New Mexico Press, 1987, p. 175. 49 TRIGGER, Bruce, History and contemporary American Archaeology, op. cit., p. 19. 50 LANGEBAEK, Carl, op. cit. 96

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historia es su mejor aliada y cuál se ajusta mejor a sus compromisos e intereses. Se verán obligados a resolver si otras alternativas a las planteadas por la corriente post-procesual son mejores opciones. Igual reto tienen los historiadores: habrán de ser conscientes de las diferentes formas de hacer arqueología y, por lo tanto, desecharlas o aceptarlas con elementos de juicio crítico, no como supuestas verdades disciplinares. Hace años, Gordon Childe criticó que se consideraba que la tarea del historiador “consistía en dilucidar los hechos de interés y en describirlos en una secuencia cronológica y con arreglo a formas literarias artísticas”51. La gran mayoría de historiadores y de arqueólogos estarían de acuerdo con esa crítica. De forma explícita, Childe objetó las que el llamó historia teológica, o la basada en héroes; la historia geométrica, basada en la idea de llegar a leyes “inmutables, comparables a las de las matemáticas”; la historia basada en determinismos geográficos o de raza; y la historia como parte de la economía política, entendida ésta como un comportamiento económico basado en la maximización de las ganancias. Abogó, en cambio, por una historia, que si bien científica, se trabajara como proceso creador, no como la aplicación de una receta. Childe consideró que la arqueología era, a la vez una “ciencia seria” y una “historia de la actividad humana, siempre que los actos hayan producido resultados concretos y dejado indicios reconocibles”52. El trabajo de los arqueólogos tenía, a su juicio, la capacidad de revolucionar a la propia disciplina histórica. Afortunadamente algunos arqueólogos empiezan a tomar en serio esos argumentos.

51 CHILDE, Gordon, Teoría de la Historia, Buenos Aires, Editorial La Pléyade, 1976, p. 58. 52 CHILDE, Gordon, Progreso y arqueología, Buenos Aires, Editorial Dédalo, 1960, p. 8. 97

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el historiador y la novela: de la complicidad mimética a la mediación textual ∗ claudia montilla v.♦ El trabajo de Hayden White ha despertado, en las últimas décadas, un interés especial en la manera como se construye el discurso histórico. La narrativa del historiador, como explica White, es una ficción verbal1 cuya forma tiene mucho en común con su contraparte literaria. En su ya clásico Metahistoria2, White demuestra la manera como subyacen los tropos literarios y sus correspondientes aparatos retóricos en la narrativa histórica decimonónica. Las ideas de White bien pueden haber tenido impacto en el ámbito de la producción histórica, cuestionando muchos de sus procedimientos y acercándola en muchos sentidos a la literaria, en tanto permite al historiador una particular conciencia de su uso del lenguaje. Sin embargo, desde los estudios literarios llama la atención el hecho de que otro estudioso de la historiografía, Dominick LaCapra, haya venido, desde mediados de la década de 1980, sugiriendo la necesidad de cambiar el enfoque tradicional del historiador hacia la literatura, es decir, reemplazar la noción de la literatura –la novela en particular- como “una ventana hacia la vida o los desarrollos del pasado” que es pertinente para el historiador en tanto puede convertirse en “conocimiento e información útil”3. En contraste con este enfoque tradicional, LaCapra plantea la necesidad de entender los textos como “usos variables del lenguaje que «inscriben» contextos de diferentes maneras, maneras que comprometen al intérprete como historiador y crítico en un intercambio con el pasado a través de la lectura de textos”4. Esto implica un trabajo en al menos tres niveles, el de la escritura, el de la recepción y el de la lectura crítica. Para LaCapra, la “escritura contemporánea de la historia puede aprender algo de naturaleza autocrítica de un tipo de discurso que a menudo ha tratado de usar o explicar de manera excesivamente simplista”5. Desde mi punto de vista, un acercamiento a la novela decimonónica y al realismo puede, al menos en parte, dar cuenta del origen de este «simplismo» y, a través de los desarrollos de la novela modernista, mostrar un camino posible hacia la lectura por la que propugna LaCapra. En este trabajo me propongo por tanto hacer un seguimiento de las concepciones de la novela y del realismo decimonónico hasta alcanzar el período llamado Modernismo (1880-1930), durante el cual, en términos generales, entra en crisis la capacidad representativa de la obra de arte y se inauguran nuevos lenguajes. La novela de vanguardia, sin embargo, lejos de separarse del mundo social y la contingencia histórica, incorpora nuevos universos de la experiencia de seres humanos y entes sociales a su –también novedosa- intervención experimental en el ámbito narrativo. Al generar exigentes procesos de lectura e

∗ Artículo recibido en enero de 2004; aprobado en febrero de 2004. ♦ Profesora Asociada Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales Universidad de los Andes, Ph.D. Literatura comparada, Universidad del Estado de Nueva York, Stony Brook. 1 WHITE, Hayden, “The Historical Text as a Literary Artifact”, en LEITCH, Vincent (ed.), The Norton Anthology of Theory and Criticism, Nueva York y Londres, W.W. Norton & Co., 2001, p. 1713. 2 WHITE, Hayden, Metahistory. The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins University Press, 1973. 3 LA CAPRA, Dominick, “History and the Novel”, en History and Criticism, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1985, p. 125 (mi traducción). 4 Ibid., p. 127 (mi traducción). 5 Ibid., p. 132 (mi traducción). 98

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interpretación, la novela moderna deja de ser ese “proveedor relativamente estable de información y fundamento contextual para la interpretación [histórica]”6 y obliga al lector a asumir la necesidad de enfrentarse a aquellos procesos y problemas textuales aún no resueltos que ella misma pone en evidencia. El lector se convierte en última instancia en el “protagonista” de la novela contemporánea, en tanto su lectura e interpretación son lo que da sentido a la obra. El historiador, en particular, puede mostrarse perceptivo ante las provocativas implicaciones del texto literario moderno y su interpretación crítica, no sólo en relación con la “información” que pueda obtener de su lectura, sino además en su propia construcción del discurso histórico. Como afirma Ian Watt, el siglo XVIII representa el período de gestación de la novela moderna, en tanto escritores como Defoe, Richardson y Fielding se apropian, en una época de cambio social, de nuevos principios filosóficos -originados en el pensamiento de Descartes y Locke- para el desarrollo de su ficción7. La tradición francesa no vio un desarrollo del realismo sino hasta después de la Revolución de 1789, que “colocó a la clase media francesa en una posición de poder social y literario que su contraparte inglesa había logrado exactamente un siglo antes, en la Revolución Gloriosa de 1689”8. El desarrollo del género durante el siglo XIX permite afirmar que la capacidad representativa de la novela constituye su principal razón de ser. La función mimética de la novela, su Realismo, la convertía en la “informante” perfecta del historiador. Sin embargo, en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, tienen lugar cambios importantes en la novela. También profundamente arraigados en procesos históricos, estos cambios inspiran nuevas reflexiones teóricas y críticas que marcan tanto el desarrollo del género en el siglo XX como su apreciación crítica y, obviamente, su relación con otras áreas del conocimiento como la historia. En términos generales, se complica el recurso del historiador o el científico social a la novela como fuente de información sobre el pasado, remoto o reciente. La novela del siglo XX parece prestarse de manera menos natural e inmediata que la del XIX a actuar como transparente aliada del historiador, y se esconde, al menos en sus expresiones vanguardistas, tras formas arcanas y significados inestables que problematizan y cuestionan la función mimética.

* * * Durante gran parte del siglo XIX, la idea de que la novela sirve como suplemento a la historia se reafirma en los pronunciamientos de los propios escritores. En efecto, para algunos de los grandes novelistas del siglo XIX, la literatura sí cumple una función suplementaria, y es justamente allí donde reside su grandeza. Y es que la novela ofrece ese otro lado de la historia, el lado humano que omitían los historiadores y que Balzac se propuso recoger:

La Sociedad francesa sería el historiador, y yo sólo tendría que ser su secretario. Al levantar el inventario de los vicios y las virtudes, al reunir los principales hechos de las pasiones, al pintar los caracteres, al elegir los principales hechos de la Sociedad, al componer los tipos mediante la reunión de los rasgos de varios personajes

6 LA CAPRA, Dominick, History, Politics, and the Novel, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1987, p. 9 (mi traducción). 7 WATT, Ian, The Rise of the Novel, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1957. 8 Ibid., p. 300. 99

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homogéneos, tal vez podría yo llegar a escribir la historia que tantos historiadores han olvidado, la historia de las costumbres9.

De manera similar, en las permanentes interpelaciones que hace a su lector en Rojo y negro (1830), Stendhal insiste en que sólo un mundo tan mezquino como el de la Restauración podría permitir el fracaso de hombres con los talentos y cualidades de Julien Sorel; recrear el mundo social que condujo a Sorel al cadalso -y que irónicamente permitió el apogeo heroico de Mathilde de Mole- se convierte, pues, en el imperativo literario de un ferviente seguidor de Napoleón Bonaparte que, al igual que su ídolo, lo perdió todo en 181410. Ambos ejemplos invocan de manera inmediata el evento histórico culminante de la modernidad, la Revolución Francesa, y la subsiguiente derrota de sus ideales políticos, el período de la Restauración, que se inicia con la caída de Napoleón. Para Stendhal y Balzac, así como para la mayoría de los realistas del siglo XIX, se trata pues de entender la historia presente, las dificultades inherentes a la experiencia humana en un mundo capitalista, burgués y deshumanizado, y de representarla con la ilusión de contribuir a su transformación11. Paralelamente, en la misma época surge, en consonancia con las teorías de Hegel sobre la historia, un profundo interés literario en los momentos pasados. En 1814, según Georg Lukács, surge la novela histórica12, fundamentada en la historiografía de la Ilustración13. Lukács anota, al explicar la relevancia del estudio histórico en el momento contemporáneo:

La estructura de la historia, que en ocasiones revela nuevos y grandiosos hechos y conexiones, sirve para demostrar la necesidad de una total renovación de la “irracional” sociedad feudal absolutista para derivar de las experiencias históricas aquellos principios con cuyo auxilio se pueda crear una sociedad “racional”, un estado “racional”14.

El profundo análisis de Lukács en La novela histórica sigue el argumento principal de que “fue la Revolución Francesa, la lucha revolucionaria, el auge y la caída de Napoleón lo que convirtió a la historia en una experiencia de masas, y lo hizo en proporciones europeas”15. Y por esta razón, el género de la novela histórica juega un papel primordial en la toma de conciencia de los procesos históricos. Se hace entonces evidente que varios autores de novelas históricas, entre ellos su fundador y más grande exponente, Sir Walter Scott, hayan emprendido la labor de representar aquellos mundos pasados -especialmente medievales- en los cuales ya se atisbaba la posibilidad moderna del renacimiento y la grandeza nacional. Y la lucha por esta grandeza nacional, añade Lukács, “exige la investigación y representación artística”16.

9 BALZAC, Honoré de, “Avant-propos de la Comédie Humaine”, en VACHON, Stéphane (ed.), Écrits sur le roman, París, Livre de Poche, 2000, p. 287 (mi traducción). 10 Como anota Erich Auerbach en su ya clásico estudio de 1942 (Mimesis: La representación de la realidad en la literatura, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 431), “Cuando cayó Napoleón, cayó él”. 11 Este propósito se hace mucho más evidente en escritores del realismo tardío y el naturalismo, como Zola y Maupassant. 12 LUKÁCS, Georg, La novela histórica, México, Era, 1977, p. 15. 13 Que en el mismo estudio define Lukács como “en su orientación esencial, una preparación ideológica de la Revolución Francesa” (Ibid., p. 17). 14 Ibid. 15 Ibid., p. 20. 16 Ibid., p. 19. 100

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Al utilizar las más graves crisis de la historia medieval inglesa para mostrar la participación de las masas y de los héroes “mediocres”17 en los destinos nacionales, Scott se sitúa en aquellos momentos esenciales de la conformación de la nacionalidad, y lo hace situando la experiencia de personajes del común contra el trasfondo de un momento específico y de las acciones de un personaje histórico determinante en el proceso de conformación nacional (la gesta de Ricardo Corazón de León en Ivanhoe, por ejemplo). La novela histórica permite, pues, que el lector, al poder identificarse con el o los personajes centrales de la novela, sienta que él mismo, como persona que forma parte de la masa del pueblo, es partícipe de la historia de la nación; igualmente, le facilita la comprensión de las peculiaridades de ese momento específico y su carácter fundacional, otorgándole por tanto una conciencia histórica. Es decir, la novela histórica tiene una función que desborda la mera experiencia estética y llega a situarse incluso en el ámbito de lo didáctico. Y en este sentido, percibimos una convergencia entre los propósitos de la novela histórica y la novela realista. La una elabora momentos pasados y la otra momentos presentes, pero ambas lo hacen desde una conciencia histórica y política, respondiendo a un llamado urgente, y con una perspectiva crítica. Se podría, además, traer a colación el caso de otros escritores decimonónicos que, como Balzac, Scott, Manzoni y Stendhal, concibieron su propia creación estética como una misión histórica -la de ofrecer y analizar la experiencia vivida- a la vez que, y este elemento es fundamental, expresaban sus profundas críticas al mundo burgués y carente de valores en el cual les había tocado vivir. Baste mencionar a Émile Zola y Guy de Maupassant en la tradición francesa, a León Tolstoy, a Charles Dickens, George Eliot y Thomas Hardy, y a Benito Pérez Galdós, para mencionar a los más notables, en una línea que tal vez culmina con el imponente retrato de la decadencia de la burguesía que encontramos en la obra de Proust y del último gran realista decimonónico, al decir de Lukács, Thomas Mann. Todos ellos, cada uno en su tiempo y de acuerdo con las correspondientes complejidades sociales y políticas propias del siglo de las revoluciones, fueron consecuentes con el principio realista, derivado de la confianza en el poder de la Razón humana, heredada de la Ilustración: la representación de la realidad en sus múltiples niveles constituye la razón de ser del trabajo literario. Y este trabajo de representación, esta función mimética, cumple además una labor crítica que fundamenta, en el siglo XIX mejor que nunca, la noción de la novela como suplemento de la historia. Pero también en el mismo siglo XIX presenciamos leves movimientos que, de manera sutil, empiezan a cuestionar, en diferentes grados, la preponderancia de la preocupación por la historia como elemento crítico y didáctico en la creación novelística, la capacidad de la propia novela de lograr su cometido de imitar la realidad, y hasta la necesidad histórica del compromiso del escritor. En primera instancia, como lo muestra Alessandro Manzoni, uno de los máximos exponentes del género histórico y autor de la novela I promesi sposi (1824), en su ensayo Sul romanzzo storico (1828), el género de la novela histórica presenta graves fisuras en su definición. Como intenté mostrar en un artículo anterior18, Manzoni prosigue una argumentación que lo conduce a la conclusión de que en la novela histórica “lo necesario resulta imposible, y dos condiciones esenciales no pueden nunca ser reconciliadas, ni siquiera una de ellas alcanzada. 17 Ibid., p. 32. 18 MONTILLA, Claudia, “La novela histórica: ¿Mito y archivo?” en Texto y Contexto, Bogotá, 28, septiembre-diciembre de 1995, pp.47-66. 101

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La novela histórica, además de no poseer un propósito propio, distorsiona dos”19. Los propósitos contradictorios de la novela histórica que guían la reflexión de Manzoni son, por una parte, la creación de mundos ficticios verosímiles propia del quehacer del novelista, y por otra parte la condición necesaria de la fidelidad a la verdad histórica. Los términos “novela” e “histórica”, para Manzoni, son mutuamente excluyentes. El ensayo de Manzoni, curiosamente ignorado por la crítica, se vuelve contra su propia obra, pero no llega a asestar un golpe definitivo contra la tradición de Scott. Por otra parte, hacia mediados del siglo, Gustave Flaubert desplaza la necesidad histórica de representar el tiempo presente (a lo Balzac) y afirma en múltiples apartes de su correspondencia que la realidad (execrable, sí) sólo es mero pretexto para el trabajo del escritor con el lenguaje, para la creación del estilo. Para Flaubert, “el tema no tiene sino una importancia relativa; lo que cuenta es la lógica interior, la perfección de la estructura y de la textura, que dependen enteramente del uso único e irremplazable de elementos lingüísticos y rítmicos”20. Como anota Victor Bromberg, “sin duda Flaubert es el primer escritor francés que se preocupó de manera tan sistemática por las posibilidades, los límites, las dificultades técnicas y los criterios de la novela en tanto género artísticamente viable”21. En actitud que lo aleja claramente de los grandes realistas y lo hace predecesor de algunos planteamientos muy posteriores, Flaubert cree que la densidad de un texto depende no de la complejidad de su relación con la realidad, no de la efectividad de su representación, sino “de una concepción minuciosa, de la búsqueda paciente de la expresión”22. De ahí, continúa Bromberg, “sus esfuerzos por descubrir y poner en práctica las leyes del equilibrio, de la gradación, de la modulación, de la media tinta -y en particular, de los complejos recursos del estilo indirecto”23. De ahí también el deseo perentorio de Flaubert de alejarse del mundo, de retraerse, de lograr, como anota en sus cartas, “la impasibilidad y la impersonalidad del artista”24. Pues si el escritor debe estar en su obra como Dios en el universo, “eso quiere decir que no debe ser visible en ningún lugar, pero también que debe estar presente en todas partes”25. La idea que percibimos detrás de los planteamientos de Flaubert apunta hacia una relativa autonomía de la obra literaria con respecto del mundo real. No se trata aquí, como en Balzac, de que la historia (contemporánea o pasada) dicte para que la novela transcriba. La novela no es en Flaubert secretaria de la historia. Como anotó extensamente Roland Barthes en su ensayo “L’éffet du réel”,26 las descripciones de los objetos en Flaubert, a diferencia de lo que ocurre en las novelas de Balzac -donde están íntegramente relacionados con los personajes y su situación social27- aparecen como garantía de una relación con lo real, pero no son lo real. De igual manera, si bien el mundo de Emma Bovary está arraigado en un telón de fondo histórico, el Segundo Imperio, las coyunturas propias de la organización social y política de

19 MANZONI, Alessandro, On the Historical Novel, S. Bermann (trad.), Lincoln, University of Nebraska Press, 1983, p. 76 (mi traducción). 20 BROMBERG, Victor, Flaubert, París, Écrivains de toujours/Seuil, 1971, p. 28 (mi traducción). 21 Ibid., p. 28. 22 Ibid., p. 29. 23 Ibid. 24 Ibid. 25 Ibid. 26 BARTHES, Roland, “The Reality Effect”, en The Rustle of Language, Nueva York, Hill & Wang, 1986, pp. 141-148. 27 A propósito de la pensión Vauquer, microcosmos de la sociedad parisina de 1830 en Papá Goriot, dice Balzac: “en fin, toda su persona [la de Mme. Vauquer] explica la pensión, así como la pensión implica su persona”; en BALZAC, Le Père Goriot, París, Folio, 1971, p. 28 (mi traducción). 102

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la época no son materia directa de discusión o crítica, y su representación artística nunca forma parte del propósito literario de Flaubert. Se podría añadir además que, en la compleja situación de Emma Bovary, producto de su imaginación romántica y de su educación, no caben elaboraciones sociológicas como las que se hacía Mme De Beauséant en Papá Goriot para explicar su condición trágica. Y puesto que el mundo de la novela flaubertiana nos es mostrado a través de los ojos y la mente de Emma -y algunas veces, en sorprendente recuadro, de Charles- y no los de Flaubert, no hay aquí espacio para la mediación crítica del narrador al estilo de Balzac o Stendhal. La novela posterior a Flaubert, en especial la obra de Émile Zola, desarrollada en torno a los eventos de la Comuna de París (1870) y el advenimiento del socialismo en la vida política francesa, parece ignorar las ideas literarias de Flaubert y definitivamente da al traste con el principio del Arte por el arte y “el encanto sensible de lo feo” de Edmond de Goncourt. En palabras de Erich Auerbach, en Zola se trata, “sin duda alguna, de la médula de los problemas sociales de la época, de la lucha entre el capital industrial y la clase trabajadora”28. Con sus discípulos del Grupo de jóvenes realistas de Médan, los Naturalistas, entre los cuales se cuentan, entre otros, Guy de Maupassant y J.K. Huysmans, Zola emprendió la labor de mostrar la realidad de las clases bajas tal y como era, como lo expone detalladamente en su ensayo La novela experimental, con el fin de ofrecerla como laboratorio de la transformación social y poner en evidencia la evolución reaccionaria del capitalismo francés29. Lukács explica muy claramente la razón por la cual, en su opinión, ni Zola ni los Naturalistas logran alcanzar la altura estética de sus antecesores, los grandes realistas de la Restauración: “la evolución social de la burguesía ha transformado la vida del escritor: el escritor ahora no vive más y no combate más del principio al fin la gran batalla de su época, sino que se reduce a ser un simple espectador y un gran cronista de la vida pública”30. Por eso fue necesario desarrollar un método -la Novela Experimental- que permitiera al naturalista informarse, empaparse, documentarse sobre las capas sociales que quería analizar. Para Lukács, el proyecto de la novela experimental de Zola no es sino “una tentativa de encontrar un método con la ayuda del cual el escritor, degradado a simple espectador, pudiera realistamente dominar la realidad”31. Y sus resultados contrastan, nuevamente desde la óptica del crítico húngaro, con las tradiciones del “auténtico realismo”:

El sistema “científico” de Zola busca el nivel medio y la gris mediocridad, y la gris realidad estadística es precisamente el plano sobre el cual todas las contradicciones internas se borran, donde el grande y el chico, el noble y el abyecto, el inteligente y el bruto son igualmente “productos” mediocres: eso significa entonces la muerte de la gran literatura32.

Lukács tilda el método naturalista de “dudoso”, y anota que toda su retórica no impide que en la obra de Zola se perfile el gran escritor que es33: “Zola ha podido ser un gran escritor sólo porque no siempre ha logrado seguir con plena lógica y coherencia su propio programa de

28 AUERBACH, Erich, Mimesis: La representación de la realidad en la literatura, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 480. 29 LUKÁCS, Georg, “Para el centenario de Zola”, en Ensayos sobre el realismo europeo, Buenos Aires, Ediciones Siglo XX, sin fecha, p. 112. 30 Ibid., p. 117. 31 Ibid. 32 Ibid., p. 119. 33 Ibid., p. 121. 103

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escritor”34. En su introducción a la novela À rebours (1884), de J.K. Huysmans, Robert Baldick afirma que éste “mostraba ya inquietantes señales de no tener la intención de pasar el resto de su vida produciendo los desolados documentales sociales que Zola urgía a sus discípulos a escribir y que él mismo evitaba”35. Y es que, en efecto, como lo muestran Maupassant en Bel Ami (1885), y Proust es su monumental novela, la vida capitalista moderna también tiene una grandeza (“una grandeza inhumana”, en palabras de Lukács), que Zola odia y desprecia tanto como Flaubert y que le impide “quedarse simplemente como un «experimentador» frío e impasible, como exige la doctrina positivista-naturalista”36. Lukács advierte que, a pesar de que “en el conjunto vence de continuo la teoría”, la grandiosa obra de Zola está llena de “singulares escenas de una naturaleza eficacísima” que le hacen superar “la gris mediocridad del naturalismo”37. Para Lukács, entonces, en el naturalismo se ha perdido aquel interés integral de Balzac de “desenmascarar todas las contradicciones del capitalismo”. Esto significa adoptar una concepción no dialéctica de la sociedad: los contrastes, tan vívidos e impenetrables para Balzac y Stendhal, han desaparecido en Zola. La eliminación programática, en la novela naturalista, del contraste entre burguesía y proletariado “encerrará la crítica social de Zola, subjetivamente respetabilísima y muy valiente, en el infranqueable círculo mágico de la angustia mental del progresismo burgués”38. Y esta pérdida significa, en el pensamiento de Lukács, el fin del verdadero realismo, pues el reflejo inmediato de las apariencias nunca puede trascender la reificación de toda conciencia bajo el capitalismo. En su ensayo “¿Reportaje o retrato?”, sobre una novela de Ottwald, Lukács denomina esta tendencia “Anticapitalismo romántico” y critica su psicologismo aduciendo que “estos escritores consideran los efectos ideológicos como la realidad que les es inmediatamente dada, y proceden desde este punto de partida a combatir las insondables, y por tanto mitologizadas, causas de lo que consideran dañino y deshumanizante”39. En el mismo ensayo, Lukács afirma que Huysmans y Bourget inauguran este psicologismo. Huysmans consideró romper con el proyecto de Zola, su maestro, que ya le parecía un callejón sin salida, y optó por “sacudirse las ideas preconcebidas, extender el alcance de la novela, introducirla en el arte, la ciencia, la historia: en una palabra, usar esta forma de literatura sólo como un marco en el cual insertar un trabajo mucho más serio”40. Así, el disgusto, la desilusión y el tedio de la vida conducen en À rebours a una artificialidad, al mundo de los sueños, los placeres perversos y las ilusiones extravagantes, a un exotismo que lo aleja de “la novela realista y las reproducciones de los maestros flamencos” y lo acerca a “la poesía de Mallarmé y la pintura de Gustave Moreau”41. Es el mundo de los dandys -del Barón de Charlus de Proust- y el mal du siècle, del decadentismo literario, ese movimiento que, “en Francia e Inglaterra se caracterizó por un deleite en lo perverso y lo artificial, un sed de nuevas y complejas sensaciones, un deseo de extender las fronteras de la experiencia

34 Ibid., p. 118. 35 HUYSMANS, J.K., À rebours, (traducción e introducción de Robert Baldick), Londres, Penguin, 1957, p. 6 (mi traducción). 36 LUKÁCS, Georg, “Para el centenario de Zola”, op. cit., p. 119. 37 Ibid., p. 120. 38 Ibid., p. 113. 39 LUKÁCS, Georg, “Reportage or Portrayal?”, en Essays on Realism, Cambridge, MA, MIT Press, 1980, p. 47 (mi traducción). 40 BALDICK, Robert, op. cit., p. 7. 41 Ibid. 104

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emocional y espiritual”42, y que no es otro que el de la literatura de los Simbolistas, de Baudelaire, Verlaine y Mallarmé. Por otra parte, a medida que se acerca el siglo XX, se revela, además, un cuestionamiento crítico de aquellos principios filosóficos que inspiraron la revolución burguesa. Tanto la inquebrantable fe en la capacidad de la razón humana para comprender, analizar, clasificar, y en última instancia reformar el mundo, como la concomitante confianza en la capacidad representativa del lenguaje, comienzan a mostrar sus quiebres. Ciertamente, el pensamiento de autores como Nietzsche y Freud desestabiliza aún más las promesas del imperio de la razón. La terrible inminencia de hechos históricos como la Primera Guerra Mundial, además, aumenta el desencanto y hace patente el fracaso de los ideales decimonónicos. Sin embargo, tanto la guerra como la Revolución de Octubre significaron una enorme vitalidad creativa. Y la vanguardia toma su fuerza de una radical ruptura con el realismo y busca renovar todos los lenguajes artísticos43. Y como todos los artistas modernistas, los novelistas de las dos primeras décadas del siglo XX rompen el pacto realista y se empeñan en la exploración de aquellas regiones vedadas al uso de razón: la subjetividad, la memoria, la conciencia, la noción interna del tiempo. Como se percibe en las obras de Marcel Proust44, James Joyce y Virginia Woolf, por ejemplo, a pesar de que los tres autores sitúan sus narraciones en ambientes contemporáneos obviamente determinados por las condiciones de su tiempo, el objetivo primordial de su indagación estética es la exploración de esas nuevas zonas del conocimiento, y en mucha mayor medida, un profundo cuestionamiento y búsqueda de la manera de expresarlas literariamente. La proliferación de “novelas de artista” del período modernista (Muerte en Venecia y Doctor Faustus, de Thomas Mann, El retrato del artista adolescente, de James Joyce, y En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, para mencionar las más importantes) parece indicar que la reflexión sobre los procesos del arte y la formación y madurez del artista superan en importancia -y en interés- a la representación de las prerrogativas del ciudadano moderno en un universo que le es hostil. Además de irse contra el realismo, la vanguardia se enfrenta también contra la “decadente” cultura burguesa y, en especial, contra la angustiosa búsqueda personal de los simbolistas. Desde antes de la Primera Guerra Mundial, los esfuerzos de los futuristas rusos, como Mayakovsky, proclamaban “como hogar de la poesía el ruidoso materialismo de la era de la máquina” y al poeta como “proletario”45. Pero, además, los futuristas promovieron el concepto de la “palabra autosuficiente”, que insistía en la imagen sonora contenida en las palabras como algo diferente de su capacidad para referirse a las cosas.

42 Ibid., p. 13. 43 Sin embargo, desde el punto de vista de Lukács, Thomas Mann y Maxim Gorky son escritores que continuaron la tradición realista y sostuvieron el retrato dialéctico de la sociedad, a diferencia de los practicantes del realismo socialista y tendencioso que, para Lukács, constituye la decadencia de la tradición del realismo “crítico” iniciada por Balzac y Stendhal, y la pérdida de toda visión dialéctica y distancia crítica hacia la historia. 44 En el caso de Proust, a pesar de que En busca del tiempo perdido es considerada como la representación del París mundano del fin de siglo (la Comédie mondaine, en contrapunto con la Comédie humaine de Balzac), es claro que la motivación principal de la novela es la puesta en marcha del mecanismo de la memoria involuntaria como germen de la obra de arte y no la recreación del cuadro de vicios, virtudes y costumbres que permitiría la comprensión de la realidad social de su tiempo (cosa que logra además, por cierto). 45 SELDEN, Raman, Teoría literaria contemporánea, Barcelona, Ariel, 1987, p. 14. 105

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Y este es el panorama que enfrentan los estudiosos del Círculo Lingüístico de Moscú (fundado en 1915) y la Opojaz (Sociedad para el Estudio del Lenguaje Poético, creada en 1916). Inspirados por los planteamientos de los futuristas, los formalistas de Moscú “emprendieron la elaboración de una teoría literaria que tenía relación con la habilidad técnica del escritor y las artes del oficio”46. En un artículo decisivo, escrito en 1925, diez años después de la constitución del Círculo, Boris Eichenbaum recoge los principios básicos del “Método formal”47, que abre todas las preguntas e investigaciones que conducen al replanteamiento de todos los conceptos literarios tradicionales y que dominan la investigación literaria del siglo XX. El interés que suscitan los Formalistas Rusos como los primeros en abordar los estudios literarios como actividad científica moderna, además de insistir en una profesionalización de ese tipo de saber, ha quedado discretamente sumergido bajo las múltiples corrientes y modos de abordar el hecho literario a lo largo del siglo XX. El formalismo ruso, junto con una crítica de inspiración marxista y la teoría del lenguaje de Ferdinand de Saussure, constituye el núcleo de la concepción contemporánea de la obra literaria como artefacto cuya materia prima no es la realidad histórico-social, sino el lenguaje concebido como sistema y que, por tanto, tiene una profunda raigambre ideológica que no es posible confundir con la mera representación de la realidad. En primera instancia, hay que mencionar la reflexión formalista sobre el lenguaje literario. Como anota Eichenbaum, “mientras que los estudiosos tradicionales de la literatura se orientaban hacia la historia de la cultura o de la sociedad, los formalistas se caracterizaban por orientarse hacia la lingüística”48, y su afirmación fundamental consistía en que “el objeto de la ciencia literaria en cuanto tal debe ser la investigación de las cualidades específicas del material literario que lo distinguen de cualquier otro, aunque este material, debido a sus rasgos secundarios, indirectos, dé motivo y derecho a utilizarlo también como objeto auxiliar en otras ciencias”49. La búsqueda de esa ciencia de la literatura, “cuyo objeto no es la literatura, sino la literariedad (literaturnost), es decir, aquello que hace de una obra determinada una obra literaria”50, lleva al reconocimiento de que “la especificidad del arte consiste en una utilización particular del material”51, segundo principio de los formalistas. A través del estudio de los sonidos del verso, en tercer lugar, los formalistas llegan a liberarse de la correlación tradicional entre “forma” y “contenido” y de la noción de forma “como una envoltura, un vaso en que se vierte un líquido” (el contenido). Y este es el tercer principio básico de los formalistas: la forma “cesó de ser la envoltura para pasar a ser una entidad completa, concreta y dinámica, que tiene un contenido en sí misma, fuera de toda correlación”52. Como lo presentaría más adelante Roman Jakobson, “la forma es el contenido” de la obra de arte. En cuarto lugar, para analizar la forma entendida como contenido, “había que demostrar que la sensación, el carácter perceptible, aparece como consecuencia de los procedimientos artísticos que obligan a experimentar la forma”53. Son 46 Ibid., p. 15. 47 EICHENBAUM, Boris, “La teoría del «método formal»”, en VOLEK, Emil (ed.), Antología del formalismo ruso y el grupo de Bajtín, Madrid, Fundamentos, 1992, pp. 69-113. 48 Ibid., p. 76. 49 Ibid., p. 75. 50 JAKOBSON, Roman, La poesía rusa actual, Praga, 1921, citado por EICHENBAUM, Boris en Ibid, p. 75. 51 Ibid., p. 82. 52 Ibid. 53 Ibid. 106

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ellos el procedimiento de “desfamiliarización” o “extrañamiento” (ostranenie) y el procedimiento de la forma dificultada (zatrudnennaia forma). Anota Eichenbaum al respecto que “el arte se entiende como una manera de alterar el automatismo perceptivo; el objetivo de la imagen no es aproximar su significado a nuestro entendimiento, sino crear una percepción particular del objeto, crear su “visión” y no su “reconocimiento”54. Parte de este proceso implica que la obra literaria “revele” su propia técnica. Y, desde el punto de vista de Shklovsky, “revelar” los recursos utilizados es “lo más literario que una novela puede hacer”55. El quinto principio formalista corresponde al término siuzhet, una prolongación tanto del mecanismo de extrañamiento como de la comprensión de la forma como contenido de la obra de arte. Como explica Emil Volek en una nota aclaratoria, el siuzhet “se refiere a la secuencia narrativa actual de los elementos de la historia (story, récit)”, o sea al orden en que están dispuestos los sucesos en la obra literaria. “Al siuzhet se oponía la «fábula», o sea la reconstrucción de la misma historia en sus conexiones lógicas, cronológicas y causales”56. Los cinco principios básicos de los formalistas representan, pues, toda una ruptura con la concepción decimonónica de la novela. Centran el valor estético en la apreciación de las peculiaridades intrínsecas del texto -su modo de ser forma, la manera como “desnaturaliza” la percepción de la realidad, su conciencia de ser artefacto, su técnica “revelada”, la disposición de su fábula (su siuzhet), en suma, su literariedad (literaturnost)- y no en el mundo exterior -histórico o social- que el texto dice, pretende o simula representar. La concepción formalista de la obra literaria podría resumirse en la siguiente afirmación de Victor Shklovsky:

El propósito del arte es comunicar la sensación de las cosas en el modo en que se perciben, no en el modo en que se conocen. La técnica del arte consiste en hacer “extraños” los objetos, crear formas complicadas, incrementar la dificultad y la extensión de la percepción, ya que, en estética, el proceso de percepción es un fin en sí mismo y, por lo tanto, debe prolongarse. El arte es el modo de experimentar las propiedades artísticas de un objeto. El objeto en sí no tiene importancia57.

Finalmente, el énfasis de los formalistas en los mecanismos y modos del arte no implica el destierro del mundo externo de la obra de arte. Muy por el contrario. Por una parte, en la teoría formalista hay una preocupación por la historia literaria “como una revolución permanente en la que cada nuevo desarrollo era un intento de rechazar la mano muerta de la familiaridad y la respuesta habitual”58. Y además, por otra parte, los desarrollos tardíos del formalismo involucran un retorno de la consideración del “medio externo”. Me refiero a la Escuela de Bakhtin, que siguió “siendo formalista en lo que respecta a la estructura lingüística de las obras literarias, pero sufrió una poderosa influencia del marxismo en lo referente a la imposibilidad de separar lenguaje e ideología”59. Es decir, Bakhtin y sus seguidores (Medvedev y Voloshinov, principalmente) se interesan por el lenguaje y el discurso como fenómenos sociales: “Los signos verbales son el escenario de la lucha de clases: la clase gobernante intentará siempre reducir el significado de las palabras y convertir

54 Ibid., p. 83. El mecanismo de ostranenie funciona de manera similar a la noción de “distanciamiento” de Bertolt Brecht. 55 SELDEN, Raman, Teoría literaria contemporánea, Barcelona, Ariel, 1987, p. 19. 56 EICHENBAUM, Boris, op. cit., p. 85. 57 SHKLOVSKY, Victor, “El arte como técnica” (1917), citado por SELDEN, Raman, op. cit., p. 17. La cursiva es de Shklovsky. 58 SELDEN, Raman, op. cit, .p. 24. 59 Ibid., p. 25. 107

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los signos sociales en «uniacentuales», pero en épocas de tensión social, cuando los intereses de las clases chocan y se cruzan, se pone de manifiesto en el terreno del lenguaje la vitalidad y «multiacentualidad» básica de los signos lingüísticos”60. En su notable obra Problemas de la poética de Dostoyevsky (1929), Bakhtin analiza la “polifonía” que encuentra en las novelas del escritor ruso, donde los puntos de vista de los personajes de la obra no están organizados en torno a una idea principal, donde la conciencia de dichos personajes no se funde con la del autor ni “se subordina a su punto de vista, sino que conserva su integridad e independencia”61. A diferencia de la voz controladora del autor de la novela de Tolstoy –y que se puede extender a Balzac, donde “sólo hay una verdad, la suya”-, en Dostoyevsky, Bakhtin encuentra una simultánea presencia de diversas voces que entran en un diálogo que considera liberador y subversivo. Lo importante para nosotros en la teoría de la novela polifónica o dialógica es que en ella no existe mediación entre las voces de los personajes y el lector: no hay una jerarquización impuesta por el autor, ni tampoco una preeminencia de su “tesis” en la lectura interpretativa de la obra. Las voces “conviven” en el universo narrativo, y ni siquiera la mano todopoderosa del autor puede controlar una apertura e inestabilidad propia del texto literario. Por otra parte, otra de las versiones tardías del pensamiento formalista, el Círculo Lingüístico de Praga, fundado en 1926, hizo énfasis en “la tensión dinámica que se establece en el producto artístico entre literatura y sociedad”62. La obra de Tynyanov, Jakobson y Mukarovsky se centra en la idea de la “función estética” de determinados productos discursivos. En palabras de Selden,

un discurso político, una biografía, una carta, un fragmento de propaganda pueden adquirir o no un valor estético en sociedades y épocas diferentes. La superación del formalismo puro de los primeros tiempos en el trabajo de formalistas tardíos como Bakhtin y los estudiosos de Praga es un regreso al problema de la relación entre literatura y sociedad, pero ya con la mediación que implica la definición de las peculiaridades del hecho literario63.

Como hemos visto antes, uno de los más importantes teóricos marxistas, Georg Lukács, adjudicaba al arte literario la misión de ofrecer una visión completa, dialéctica, dinámica, vívida y verdadera de la realidad. En oposición a otro pensador y artista marxista, Bertolt Brecht, quien propendía por el distanciamiento, en parte proveniente de la teoría formalista del extrañamiento, como manera de hacer añicos la realidad para poner en marcha procesos de valoración crítica sobre ella y así desenmascarar los disfraces del “siempre sinuoso sistema capitalista”64, Lukács insistió en la organicidad de la obra de arte verdadera, criticando de esta manera la fragmentación y subjetividad del arte de vanguardia, en especial del expresionismo. Por otra parte, es necesario mencionar otra de las vertientes del pensamiento marxista, la de la Teoría Crítica, introducida por Adorno y otros estudiosos del Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt. Estos pensadores entraron en el debate sobre el realismo propiciado por Lukács y Brecht. Lejos de rechazar el arte de vanguardia, como lo hiciera Lukács, los miembros de la Escuela de Frakfurt consideran que dicho arte, difícil y hasta arcano, lleva en sí mismo un ya no positivo sino, por el contrario, negativo conocimiento del mundo real, que facilita el distanciamiento a la vez que, al prevenir “la fácil 60 Ibid. 61 Ibid., p. 26. 62 Ibid., p. 29. 63 Ibid. 64 Ibid., p. 45. 108

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asimilación de nuevas ideas en envoltorios familiares y consumibles”65, plantea la alienación del individuo como verdad última de la sociedad moderna. De otro lado, los descubrimientos de Ferdinand de Saussure sobre la naturaleza no referencial del lenguaje (en el Curso de Lingüística General66) tienen importantes consecuencias en los estudios literarios. Para Saussure, la lengua es un sistema cuyos elementos no pertenecen a la realidad: como lo expresa en el concepto de la arbitrariedad del signo, “los elementos del lenguaje no adquieren sentido como resultado de alguna conexión entre las palabras y las cosas, sino en tanto partes de un sistema de relaciones”67. El pensamiento estructuralista, emanado de la teoría lingüística de Saussure, intenta descubrir la “gramática” de sistemas de significados humanos concretos y, por esta razón, buscan, como lo hace Todorov, las reglas implícitas que rigen la práctica literaria. Los experimentos teóricos de Propp, en sus análisis del cuento folklórico ruso y de Lévi-Strauss sobre los relatos mitológicos, por ejemplo, se centran en la fijación de unos patrones y funciones lógicos que subyacen en la construcción de los relatos que estudian. De ahí la idea de que las obras literarias específicas, lejos de decir verdades acerca de la vida humana o mostrarnos las cosas tal como son y de expresar un yo esencial del autor, ponen en movimiento una serie de estructuras, mezclan textos ya existentes que funcionan como “citas sin comillas”, para utilizar la expresión de Barthes, y no son la expresión de un autor sino su juego dentro del inmenso diccionario de posibilidades que es el sistema del lenguaje. Los estructuralistas de inspiración saussuriana atacan pues la idea de que detrás de toda obra de arte hay una verdad y arremeten contra la “paternidad” de un autor, como se sintetiza en la máxima de la “Muerte del autor”. Selden anota que “en lugar de decir que el lenguaje del autor refleja la realidad, los estructuralistas sostienen que la estructura del lenguaje produce [o construye, para usar el término de más contemporánea vigencia] la realidad”68. A diferencia de los marxistas pues, cuyas teorías tratan de los conflictos y los cambios históricos que surgen en la sociedad y que de una manera u otra positiva o negativa- se reflejan en la literatura, los estructuralistas estudian el funcionamiento interno de los sistemas como algo separado de su contexto histórico.

* * * En la separación del hecho artístico con todas sus peculiaridades por parte de los formalistas, complicada por la insistencia –tanto de miembros de la propia escuela formalista como de los pensadores marxistas- en la íntima imbricación ideológica del hecho artístico literario con los movimientos de la sociedad, además de la afirmación estructuralista de que el lenguaje tiene un funcionamiento autónomo con respecto a la realidad, se encuentran todos los vectores que rompen la complicidad realista y confluyen en la definición contemporánea de los textos literarios y los discursos culturales como tejido contradictorio, como maquinaria retórica, como campo de trabajo metodológico (para utilizar nuevamente una expresión de Barthes) donde se juegan, además del carácter de artefacto autónomo de la obra de arte, las categorías de relación del individuo con la realidad, los esquemas de poder y dominación que subyacen en toda manifestación humana, y las densas redes de significación. Esto quiere decir que el texto literario constituye mucho más que una representación de la realidad y exige de su lector una actividad que trasciende la extracción “utilitarista” de un cierto número de datos que le ofrecerían una visión de un determinado momento histórico –pasado o presente. Como

65 Ibid., p. 47. 66 Texto de 1915, donde los alumnos de Saussure recopilan los cursos por él dictados en la Universidad de Ginebra en los años 1906-1907, 1908-1909 y 1910-1911. 67 Ibid., p. 69. 68 Ibid., p. 86. 109

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anota Dominick La Capra, la teoría literaria del siglo XX enseña que una de las maneras como la novela establece “contactos desafiantes con la «realidad» y con la «historia» es precisamente resistiéndose a una cerrazón narrativa armoniosa”69. Y en esa resistencia el lector se ve obligado a “volver a los problemas irresueltos que la novela ayuda a revelar” y a abordar la mediación textual para construir lecturas mejores y más desafiantes, lecturas no predeterminadas por categorías reduccionistas sino que abran universos de significación que reten premisas y conclusiones teóricas generalizadas. Dichas lecturas, en el caso particular del historiador, ofrecen además la oportunidad de lograr mejores y más provocativas formulaciones de la compleja naturaleza de la narrativa.

69 LA CAPRA, Dominick, History, Politics, and the Novel, op. cit., p. 14. 110

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la historia y las relaciones internacionales: de la historia inter-nacional a la historia global • ♦ diana marcela rojas ∗

La historia constituye una fuente casi inagotable de información, referentes, significados y ejemplos para las relaciones internacionales (RI). Podríamos resaltar muchas maneras en las cuales ambas se entrelazan; una de las más evidentes son los usos (y los abusos) permanentes que hacen los decisores y los líderes políticos para respaldar, justificar, legitimar o excusar decisiones en materia de política exterior. Podemos mencionar también cómo, en muchas ocasiones, la actuación internacional de los países se explica a partir de las representaciones que tienen de sí mismos y de sus historias nacionales; también encontramos intentos recurrentes por parte de algunos analistas e incluso de responsables políticos de identificar “leyes” que explicarían la permanencia de un sistema internacional, como el caso de Paul

• Artículo recibido en diciembre 2003; aceptado en febrero 2004. •♦ Este artículo presenta algunos ideas discutidas en el curso de la investigación “Una aproximación genealógica a la teoría de las relaciones internacionales: los dilemas de una disciplina en ciernes”, apoyada por la División de Investigaciones de Bogotá (DIB) y que la autora adelanta conjuntamente con el profesor Roch Little del Departamento de Historia de la Universidad Nacional. ∗ Filósofa y politóloga. Investigadora del IEPRI, Universidad Nacional de Colombia. 111

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Kennedy o de Jean Baptiste Durosselle con su teoría del auge y la decadencia de las potencias 1 Todo ello bastaría para señalar la estrecha relación entre las dos disciplinas; sin embargo, a mi juicio hay un nexo entre ambas que resulta aún más interesante: las relaciones internacionales en tanto discurso racional sobre una aspecto de lo social se constituye en sí misma en un objeto histórico que, hoy por hoy, está llamado a desaparecer para dar lugar a una comprensión distinta del quehacer humano a escala global. Este es un lugar curioso para levantar el acta de defunción de una disciplina; sin embargo, por las razones que expondremos a continuación, es justamente una reflexión sobre el vínculo entre la historia y las relaciones internacionales la que nos lleva a esta conclusión sorprendente y a primera vista chocante. La idea central de este ensayo es la siguiente: el discurso sobre lo internacional tiene su propia historicidad, y es a través de ella que podemos intentar comprender los cambios en el escenario internacional globalizado. A continuación intentaremos ubicar las RI en su periplo histórico con el fin de identificar la conformación de tres modelos distintos de sistema internacional a lo largo de los tres últimos siglos. El hilo conductor en el establecimiento y el cambio de un modelo a otro lo constituye el papel que juega la guerra como elemento central de toda forma de orden internacional y, consecuentemente, como aspecto específico de las RI. Este recorrido nos conduce de una historia entre naciones a una historia mundial y, finalmente, a una historia global cuya caracterización nos permitirá trazar algunas coordenadas en el escenario internacional de la posguerra fría y mostrar los elementos que hacen que en este contexto global lo internacional pierda su especificidad y nos plantee el desafío de reformular nuestra comprensión del mundo de hoy. 1. las relaciones internacionales en su historia La historia, de una manera u otra, es un referente permanente de comprensión de lo internacional, al punto que llegan a confundirse. No resulta casual que, pese a los esfuerzos de la escuela francesa, no se haya consolidado en un corpus de producción bibliográfica una rama específica de la historia denominada “historia de las relaciones internacionales”2; en últimas, porque en buena medida la historia de las naciones es en sí misma una historia de lo internacional. Es evidente que sin tomar en cuenta sus vínculos con lo internacional no podría entenderse el periplo histórico de las sociedades, particularmente en la historia moderna. Pero quisiéramos ir más allá de la historia de los manuales y mostrar cómo las relaciones internacionales se conforman en tanto discurso en un momento particular; un discurso que tiene un comienzo y que, a nuestro juicio, también tiene un fin. El mayor aporte de la historia a las RI consiste en tratarlas como un objeto histórico, en examinar su discurso como resultado de una conjunción de factores en un momento específico, en correr el velo de la reificación que los teóricos de lo internacional han querido mantener; la historia, lo que nos evidencia, es la propia historicidad de las RI. Su carácter circunscrito y relativo, sus estrechos

1 Para un panorama más extenso y detallado del los usos de la historia en la política internacional, ver: GROSSER, Pierre, “De l’usage de l’Histoire dans les politiques étrangères”, en Politique Étrangère. Nouveaux regards, París, Presses de Sciences Po, 2002, pp. 361-388; SMITH, Thomas W., History and International Relations, Londres, Routledge, 1999. 2 RENOUVIN, Pierre, Historia de las Relaciones Internacionales, Madrid, Aguilar, 1960. 112

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vínculos con el discurso de la modernidad y su correlación con el surgimiento y desarrollo del Estado moderno. En efecto, las RI surgen con la organización del mundo en estados nacionales, fundamentalmente a partir de la paz de Westfalia en 1648. En una primera etapa, que abarca los siglos XVII y XVIII, las RI se establecen como relaciones entre las naciones, y particularmente las europeas, de allí que no fueran incluidas aquellas regiones del mundo que no estaban organizadas como tales. Una segunda etapa comprende el siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial y se organiza como el Concierto de Naciones, resultado de la conmoción causada por la Revolución Francesa y el proyecto napoleónico en el continente europeo. En una tercera etapa, y de la mano de las dos guerras mundiales y la Guerra Fría, el discurso sobre lo internacional se convierte en una historia mundial; allí las relaciones internacionales se generalizan y extienden a escala planetaria. Y en una cuarta etapa, que se empieza a desarrollar a partir del fin de la Guerra Fría, nos hallaríamos ante la conformación de una “historia global” en la que las relaciones “inter-nacionales” entre estados se desdibujan ante la intensificación de las relaciones sociales a escala global debido al proceso de globalización. La idea de una historia global implicaría, como tal, la desaparición del discurso sobre lo internacional que se hallaba afincado en la distinción fundamental entre el adentro y el afuera, así como en la guerra como mecanismo de mantenimiento del orden internacional. Nos hallamos, pues, ante un cambio histórico fundamental, que nos exige una comprensión distinta del sistema internacional, de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo. 2. la historia inter-nacional a. el sistema westfaliano Tratar el discurso sobre lo internacional desde su historicidad implica afirmar que lo internacional no ha existido desde siempre y que tampoco existirá para siempre. Pese a los debates que se plantean en algunos de los manuales de la disciplina sobre si se puede hablar de relaciones internacionales en la sociedades antiguas, lo cierto es que el surgimiento del discurso sobre lo internacional está estrechamente ligado a la conformación del Estado-nación moderno y al establecimiento de un sistema de estados nacionales en Europa durante los siglos XVI y XVII. El sistema westfaliano surge, en efecto, del derrumbe del proyecto medieval europeo de un imperio universal, el cual era una fusión de las tradiciones del imperio romano y de la iglesia católica. En lugar de un imperio aparece un grupo de estados equiparables en poderío. “Cuando diversos estados así constituidos tienen que enfrentarse entre sí, sólo hay dos resultados posibles: o bien un Estado se vuelve tan poderoso que domina a todos los demás y crea un imperio, o ningún Estado es lo bastante para alcanzar esa meta”3. Ello planteó el problema acerca de cómo lograr la convivencia entre iguales en ausencia de una autoridad suprema. De allí surge el sistema de equilibrio de poder, el cual buscaba limitar la capacidad de unos estados para dominar a otros y, con ello, el alcance de los conflictos. No se trataba entonces de eliminar las guerras y alcanzar una paz permanente, sino, más bien, de lograr un cierto grado de estabilidad en un mecanismo de pesos y contrapesos.

3 KISSINGER, Henry, La Diplomacia, México, FCE, 2000 (5ª edición), p. 15. 113

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La paz de Westfalia fue el resultado de la Guerra de los Treinta Años causada por el proceso de Contrarreforma a principios del s. XVII; la guerra se produjo a raíz del intento de emperador Fernando II de revivir la universalidad católica, suprimir el protestantismo y establecer un dominio imperial sobre los príncipes de Europa central. Los Habsburgo intentaban consolidar el Sacro Imperio romano germánico como la potencia dominante en el continente bajo la égida de la religión católica; en contraste, la política de raison d’état seguida por Richelieu anteponía el interés nacional de Francia a las filiaciones religiosas. Mientras para el emperador Fernando II el Estado estaba al servicio de la religión, para Richelieu, en cambio, la religión debía subordinarse al interés del Estado. El Tratado de Westfalia que puso fin a la confrontación religiosa le otorgó la soberanía a los pequeños estados de Europa central y, con ello, volvió inviable el Sacro Imperio Romano Germánico. De acuerdo con el Tratado, el Emperador no podía reclutar soldados, recaudar impuestos, hacer leyes, declarar la guerra o ratificar los términos de la paz sin el consentimiento de los representantes de todos los estados que conformaban el Imperio. De la Guerra de los Treinta Años los gobernantes europeos sacaron dos lecciones: la primera consistió en que se respetaría la elección religiosa que hiciera cada país; se admitió que el rey (y no la Iglesia) sería la suprema autoridad religiosa en su propia nación. Este acuerdo confirmó que el territorio era el requisito clave para tomar parte en la política internacional moderna, conformando el concepto de Estado territorial. La segunda lección provino de la peligrosidad de apoyarse en ejércitos mercenarios, lo cual dio lugar a la conformación de ejércitos nacionales, comandados y financiados por los monarcas. Ello suscitó a su vez la necesidad de organizar las finanzas públicas y crear una burocracia civil para administrar las nuevas fuerzas y los recursos necesarios para sostenerlas4. Los estados modernos se construyen entonces en ruptura con el principio universal religioso de la Edad Media. El concepto medieval de moral universal fue reemplazado por el de interés nacional sustentado la raison d’état, y la nostalgia de una monarquía universal fue desplazada por la doctrina del equilibrio de poder. Esta doctrina se contrapuso a la tradición universalista apoyada en la supremacía de la ley moral. El problema que heredan las relaciones internacionales a partir del modelo de equilibrio del poder es el de una política que no tiene una base moral. En adelante, la religión y la moral quedarán sometidas a la raison d’état. Los defensores de esta idea invirtieron la crítica de los universalistas asegurando que una política de interés nacional representaba la suprema ley moral5. De este modo, el primer sistema internacional moderno se constituye sobre un auténtico trastocamiento de valores. El legado problemático del sistema westfaliano consiste en que, para muchos teóricos y analistas de las relaciones internacionales, y en particular los realistas, el equilibrio del poder terminó siendo asumido como la forma natural de las relaciones internacionales, válido para todo tiempo y lugar. Como lo señala Kissinger, esta solución particular, moderna y europea, se convirtió en “el principio rector del orden mundial”, ya que concordaba con la episteme de la época. En efecto, para los pensadores racionalistas, este sistema en el que ciertos principios racionales se equilibraban entre sí era el que mejor concordaba con la visión mecanicista del universo, imperante en la época. El equilibrio de poder continuaba el mismo tipo de razonamiento de Adam Smith, Montesquieu o Madison en la idea de que las fuerzas dejadas en libertad, para que cada uno buscase realizar de manera egoísta su propio interés, conducía, a través de un mecanismo casi automático, al equilibrio del sistema y, con ello, al bien 4 KNUTSEN, Torbjorn, A history of International Relations theory, Manchester University Press, 1997, pp. 85-87. 5 KISSINGER, op. cit., p. 59. 114

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común. El sistema del equilibrio de poder entre naciones se basaba en la creencia de que la armonía se derivaba de la competencia entre intereses egoístas. Sin embargo, este modelo no fue el resultado de una decisión expresa de los actores internacionales de la época, sino consecuencia de la búsqueda de poder por parte de los estados europeos. Serán los filósofos de la Ilustración en el siglo XVIII quienes posteriormente interpreten el sistema internacional resultante de la paz de Westfalia como parte de un universo que funcionaba como una gran maquinaria de reloj en una marcha incesante de progreso: “los filósofos estaban confundiendo el resultado con la intención. Durante todo el siglo XVIII los príncipes de Europa entablaron innumerables guerras sin que haya la menor prueba de que la intención consciente fuera aplicar algún concepto general de orden internacional”6. Los príncipes europeos estaban guiados por cálculos de beneficio inmediato y compensaciones específicas y no por un principio trascendental de orden internacional. No obstante, fue justamente esa actitud y el hecho de que ningún Estado estuviera en capacidad de dominar a los otros y conformar un imperio, lo que terminó dando forma a un orden internacional basado en el equilibrio de poder. Este sistema fue reforzado por la política exterior seguida de manera muy consciente por Gran Bretaña durante los siglos XVIII y XIX. A partir del reinado de Guillermo III, Inglaterra asumió como su interés nacional el mantenimiento del equilibrio en Europa. Este origen del discurso sobre lo internacional hará que el actor central, y el único, sea el Estado-nación moderno. La soberanía que lo consagra designa el poder último, sin limitaciones que ejerce el Estado tanto hacia adentro como hacia fuera. Esta reificación hará abstracción de todos los elementos que particularizaban a los estados y establecerá con ello un modelo de organización social aplicable a la diversidad de experiencias históricas. En buena medida, las teorías de las RI se han apoyado hasta hoy en una visión reificada (y deificada) del Estado que lo supone un actor racional, homogéneo y atemporal. El sistema internacional moderno estará conformado por estados cuya característica principal es el atributo de soberanía. Nuevamente otra ficción que le permite plantear un sistema unificado y homogéneo7. Durante este primer período, la preocupación central será por el “orden internacional”, un orden concebido bajo un modelo mecanicista de balance entre potencias regido por una lógica racionalista de adecuación de medios a fines. Un orden de todos modos circunscrito al escenario europeo de las naciones. b. el concierto europeo La misma lógica de relaciones entre las naciones regirá durante el siglo XIX, aunque diversos factores vendrán a complicar el juego de lo internacional y el sistema de equilibrio de poder. El “Concierto Europeo” fue la respuesta al designio de Francia de hacer la guerra al resto de Europa para conservar su revolución y difundir por todo el continente los ideales de la República. Los ejércitos napoleónicos casi logran el objetivo de establecer una comunidad europea bajo la égida de Francia. Ante tal amenaza, Gran Bretaña, Prusia, Austria y Rusia

6 Ibid., p. 63. 7 Como nos lo recuerda Badie, “principio ambiguo y utilizado de manera contradictoria por parte de actores con racionalidades opuestas, la soberanía es pues en primera instancia una ficción, en el sentido pleno del término: en lugar de dirigirse a lo real, hace un llamado al imaginario y nos proporciona una construcción lógica que le da la vida internacional una apariencia de coherencia”; cfr. BADIE, Bertrand, Un monde sans souveraineté. Les Etats entre ruse et responsabilité, París, Fayard, 1999, p. 10. 115

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establecieron una alianza permanente con miras a garantizar un nuevo arreglo territorial en Europa. El Congreso de Viena de 1815 establece entonces, por primera vez y de manera consciente, un orden internacional basado en el equilibrio de poder. Allí, el equilibrio que el siglo anterior había sido el resultado de la búsqueda egoísta y anárquica del interés nacional por parte de cada Estado, ahora era complementado con el acuerdo sobre unos valores compartidos. El nuevo orden europeo se basaba en la idea de que, en aras de la estabilidad, era preciso conservar las cabezas coronadas legítimas, suprimir los movimientos nacionales y liberales, y lograr que las relaciones entre los estados estuvieran regidas por la búsqueda del consenso entre gobernantes de ideas afines. Así, aunque el Congreso de Viena reafirmó el equilibrio de poder como mecanismo de mantenimiento del orden internacional, se apeló no sólo al recurso a la fuerza sino que además se buscó moderar la conducta internacional a través de vínculos morales y políticos. El poder y la legitimidad se constituyeron en las bases del orden internacional que imperó durante el siglo XIX en Europa. Así, y a diferencia del sistema establecido con la paz de Westfalia, la Santa Alianza consagrada en los acuerdos de Viena introdujeron un elemento de freno moral en la relaciones entre las grandes potencias. Para estas últimas, y ante una amenaza mayor a su propio sistema de organización social, “los intereses creados que aparecieron en la supervivencia de sus instituciones internas hicieron que evitaran todo conflicto, que en el siglo anterior, habrían abordado como cosa natural”8. La legitimidad y la permanencia de los regímenes monárquicos se convirtieron, pues, en los garantes del orden internacional. Un orden que duró medio siglo, hasta cuando la guerra de Crimea disolvió la Santa Alianza. Si bien en la segunda mitad del siglo XIX Europa se mantuvo en una relativa calma, las relaciones entre las naciones estarían regidas más por la Realpolitik que por los valores compartidos. 3. el sistema internacional se vuelve mundial Las dos guerras mundiales alteraron los principios que sustentaban el orden internacional forjado con el Concierto Europeo. El equilibrio logrado a través del sistema de alianzas se tornó en un mecanismo demasiado complejo y rígido, que terminó arrastrando a las potencias europeas a las guerras catastróficas de la primera mitad del siglo XX. La perversión del sistema de alianzas se debió en buena medida al impacto que los cambios tecnológicos tuvieron en la estrategia militar, así como al hecho de que las potencias enfrentadas pusieron al servicio de la guerra todo el potencial que brindaba el desarrollo industrial. Así mismo, el empuje imperialista del siglo anterior amplió los escenarios incorporando apartadas regiones del planeta al juego internacional. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, el sistema internacional estaba quebrado y no era posible volver a la misma solución vigente durante tres siglos para garantizar el orden y la estabilidad. El gran desafío para los líderes políticos del momento consistía en encontrar otro principio regulador que ya no sólo restableciera el equilibrio, sino que evitara una nueva guerra. Es así como se llega a la idea de un gobierno mundial, en el que participarían todas las naciones y a través del cual se establecerían mecanismos pacíficos de resolución de los conflictos. El presidente norteamericano Woodrow Wilson fue uno de los impulsores de la visión de una organización universal, la Sociedad de Naciones (SDN), que conservaría la paz

8 KISSINGER, op. cit., p. 79. 116

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por medio de un sistema de seguridad colectiva y no a través de alianzas9. Dicha visión se fundamentaba en la idea de que la paz dependía de la difusión de la democracia, que los estados debían estar sometidos a las mismas normas morales que las personas, y que el interés nacional debía ser compatible con un sistema universal de derecho; Estados Unidos (EU) rechazaba la idea europea de que la moral de los estados debía ser juzgada con normas distintas de la moral de los individuos. Así, los norteamericanos se rebelaron desde el principio contra el sistema y los valores de Europa, desdeñaron el concepto de equilibrio de poder, y consideraron inmoral la práctica de la Realpolitik. Los dirigentes estaban convencidos de que EU tenían la responsabilidad especial de difundir sus valores como contribución a la paz mundial:

al proclamar la ruptura radical con los preceptos y las experiencias del Viejo Mundo, la idea wilsoniana de un orden mundial se derivó de la fe norteamericana en la naturaleza esencialmente pacífica del hombre y una subyacente armonía del mundo. De ahí se colegía que las naciones democráticas, por definición, eran pacíficas; los pueblos a los que se otorgara la autodeterminación ya no tendrían razón alguna para ir a la guerra o para oprimir a otros. Y una vez que todos los pueblos hubiesen probado los beneficios de la paz y la democracia, sin duda se levantarían como uno solo para defender sus logros10.

Así, luego de la Primera Guerra Mundial, Wilson propuso defender el orden internacional mediante el consenso moral en torno a la paz. En adelante, el nuevo orden internacional estaría basado en un régimen de seguridad colectiva que eliminaría la guerra como forma de regulación de los conflictos entre los países. La Sociedad de Naciones, animada por los principios de extensión de la democracia y defensa a ultranza de la paz, se proponía resolver las crisis internacionales sin guerras. Los arquitectos de este nuevo sistema internacional confiaban en la fuerza moral de la opinión pública mundial. Esperaban que la conservación de la paz ya no dependiera del acostumbrado cálculo del poder, sino de un consenso universal apoyado por un mecanismo de vigilancia. Las naciones democráticas en conjunto serían las garantes de la paz, reemplazando los viejos sistemas de poder y de equilibrio de alianzas. El fundamento de la seguridad colectiva radicaba en el establecimiento de derechos iguales entre los estados y la idea de que todas las naciones considerarían de igual modo cada amenaza a la seguridad y estarían dispuestas a correr los mismos riesgos al oponérsele. En este orden mundial, serían las consideraciones morales, y no los imperativos geopolíticos, las que frenarían la guerra. Sin embargo, una diferencia fundamental entre las visiones norteamericana y europea se puso de presente; el orden internacional europeo no se basaba en la bondad esencial del hombre; suponía, por el contrario, el carácter esencialmente egoísta de la naturaleza humana y la propensión natural de los estados a la guerra, la cual era preciso contrarrestar o equilibrar. Para los norteamericanos, en cambio, no era la autodeterminación la que causaba la guerra sino su ausencia. Ante tales divergencias de fondo, rápidamente la SDN mostró las

9 Los conceptos de “seguridad colectiva” y de “alianza” son diametralmente opuestos: “las alianzas tradicionales iban dirigidas contra amenazas específicas y definían obligaciones precisas para grupos específicos de países unidos por intereses nacionales compartidos o por preocupaciones de seguridad comunes. La seguridad colectiva no define una amenaza en particular, no garantiza a ninguna nación en lo individual y no discrimina a ninguna. Teóricamente fue planeada para resistir a cualquier amenaza a la paz por cualquiera que la lanzara, y contra cualquiera a quien fuese dirigida. Las alianzas siempre presuponen un adversario potencial determinado; la seguridad colectiva defiende el derecho internacional en abstracto, al que trata de apoyar casi como un sistema judicial”; cfr. KISSINGER, op. cit., p. 244. 10 Ibid., p. 218. 117

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dificultades para organizar un gobierno mundial, pues cada potencia anteponía sus intereses nacionales a los intereses colectivos y no estaban interesadas en renunciar a su capacidad de autodefensa en aras de principios morales maximalistas ni de una ideal “paz perpetua”. Para muchos, fue justamente ese pacifismo a ultranza promovido por la SDN y los términos del Tratado de Versalles los que permitieron el ascenso de Hitler, el expansionismo japonés y el consecuente estallido de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, al término de la guerra, el problema respecto a cuáles debían ser los fundamentos de un nuevo orden internacional seguía sin respuesta. El ensayo de la Sociedad de Naciones parecía irrepetible, sobre todo si se mantenía el idealismo a ultranza de una completa pacificación de la vida internacional. La creación de las Naciones Unidas surge de la necesidad de establecer un mecanismo colectivo de regulación de la vida internacional que partiera del reconocimiento de la diferencia de poderío entre los países, y que combinara un principio democrático (la Asamblea de Naciones) con un principio realista (el Consejo de Seguridad) en la gestión de las crisis internacionales. Una organización que aspirara al mantenimiento de la paz, pero sin renunciar al recurso a la guerra, el cual sería regulado a través del Consejo de Seguridad. No obstante, el orden internacional que se establecerá durante los siguientes cincuenta años no estará regido por el sistema de Naciones Unidas sino en realidad por la lógica de confrontación bipolar establecida durante la Guerra Fría. Allí, un régimen de seguridad colectiva se va configurando, no tanto como producto de una decisión de los países, sino por la fuerza de las circunstancias. Durante este período, las dos superpotencias operan a partir de principios diferentes a los del equilibrio de poder: “en un mundo con predominio de dos potencias, nadie puede decir que el conflicto conducirá al bien común; todo lo que gane un bando lo perderá el otro”11. El recurso a las armas nucleares va a cambiar las reglas del juego internacional de una manera radical; en adelante, evitar la guerra se convertirá en el objetivo primordial de la política exterior de las potencias. En la era nuclear, sólo la Unión Soviética y los Estados Unidos tendrán los medios técnicos para iniciar una guerra general en la que los riesgos serían tan catastróficos que ninguna de las dos superpotencias se atrevió a poner en manos de ningún aliado, por muy cercano que fuera tan aterrador poder12. En virtud de la amenaza extrema del exterminio de la humanidad y de la devastación total, la historia se hizo verdaderamente mundial; todos los rincones del planeta, aún los más alejados, sufrirían las consecuencias de una guerra nuclear, todos terminarían alineados, directa o indirectamente, con alguno de los dos campos. La confrontación de los dos modelos de organización social, política y económica, el capitalista y el comunista, moldeó así la vida internacional casi por completo; ella fijó unas reglas de juego vigentes por varias décadas y, sobre todo, garantizó la estabilidad de un sistema internacional a través de la doctrina de la contención13. El orden internacional no estará garantizado ya por medio de la guerra como forma corriente de relación entre los estados, ni del consenso a través de valores compartidos, ni menos aún por medio un sistema de seguridad colectiva que renegaría de aquélla y buscaría erradicar todo recurso a la fuerza; el orden internacional de la Guerra Fría se mantendrá en virtud del terror a desencadenar el holocausto nuclear justamente porque, a través de la carrera armamentística, se alimentan permanentemente las posibilidades reales de que una conflagración tal tenga lugar. 11 Ibid., p. 16. 12 ARON, Raymond, Paix et guerre entre les nations, París, Calman-Lévy, 1962; p. 471. 13 DEIBEL, Ferry, GADDIS, John, La contención. Concepto y política, Buenos Aires, GEL, 1992. 118

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4. la historia global: el acta de defunción de las relaciones internacionales El fin de la Guerra Fría tiene el efecto de una caja de Pandora para el orden internacional: una serie de tendencias que se venían gestando desde los años sesenta en diversos campos confluyen y sincronizan sus tiempos a principios de la década de los noventa, dando lugar a transformaciones de grandes dimensiones en la vida social en todo el mundo. El proceso de globalización ha producido durante las tres últimas décadas una intensificación de la interdependencia, dando lugar a la conformación de una especie de “sociedad global”. Ello tiene enormes consecuencias no sólo en el juego internacional, sino en la concepción misma de las relaciones internacionales. En una historia global como la que estamos viviendo, la idea de relaciones inter-nacionales pierde sentido y capacidad explicativa. Y ello por dos razones fundamentales: la primera, porque en la medida en que la distinción entre lo interno y lo externo se desdibuja en mayoría de las dimensiones de la vida social planetaria, la política internacional se vuelve doméstica y viceversa. Y la segunda, porque la guerra, como problema fundamental a resolver en el juego internacional, desaparece como un asunto entre estados. Los atentados del 11-S nos han hecho aún más patentes estas dos condiciones. En su mayoría, las reglas que regularon la vida internacional desde el sistema de Westfalia han perdido su validez. Varios elementos nos permiten sustentar esta posición. En primer lugar, los actores internacionales son múltiples y muchos de entre ellos no reivindican ni necesitan declarar su carácter de soberanos. Estamos en un mundo poblado por actores muy diversos y de todas las gamas: estados, cuasi-estados, estados fallidos, empresas multinacionales, organizaciones regionales, organismos intergubernamentales, grupos sociales, ONG, individuos, etc. Con tal cantidad de actores y con tanta diversidad en su naturaleza, intereses, lógicas y estrategias, es muy difícil seguir hablando de relaciones inter-nacionales. Como lo señala Rosenau, estaríamos pasando de una matriz estatocéntrica a una sociocéntrica en el manejo de los asuntos públicos14. En consecuencia, la política se “desestataliza” y por esta misma vía se “desinternacionaliza”; el Estado deja de tener el monopolio de la representación de su comunidad política, lo cual implica replantear el problema de la representación, el de la comunidad política y, en suma, el de la democracia misma. Ello pone de presente que no todas las articulaciones locales y globales de los asuntos humanos están mediadas por los estados. Mientras el Estado evoca una política espacial y territorialmente definida, la política mundial evoca la velocidad y la temporalidad. Hacia afuera ya no habría una única comunidad representada por el Estado, la idea misma de interés nacional se pone en cuestión. Nos encontraríamos ante intereses fragmentarios que conformarían comunidades ad hoc más allá y más acá de los referentes territoriales. No tiene sentido, entonces, hablar de relaciones internacionales como opuestas a relaciones nacionales, como si se tratara de dos procesos distintos, diferenciables. La política se “desterritorializa”: la distinción tajante entre el adentro y el afuera se desdibuja y pierde sentido para la compresión de varias de las dinámicas políticas actuales. Hay una multiplicidad de escenarios en los que fluyen los distintos actores. No importa tanto en el territorio en que se desenvuelve la acción, sino más bien los escenarios de diversa naturaleza en donde se discute y los efectos prácticos que tienen las decisiones. Los medios de comunicación, por ejemplo, se convierten, a su vez, en un escenario crucial del debate y no en meros reproductores de información. En

14 ROSENAU, James, Turbulence in world politics. A theory of change and continuity. New Jersey, Princeton University Press, 1990. 119

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esa medida, se relativizan y a veces se diluyen las fronteras entre la política doméstica y la política internacional15. El orden internacional, en las condiciones actuales, ya no puede apelar a ninguno de los principios que sustentaron los sistemas internacionales anteriores; se trata de un escenario demasiado complejo, con muchos actores de diversa naturaleza y con una extrema dispersión y sofisticación en los medios que permiten el uso de la fuerza; en el actual escenario global, hay una extensión y una banalización del recurso a la guerra representado en el terrorismo. El terrorismo ya no es como en el pasado, una forma menor de reivindicación de objetivos políticos; es, más bien, la nueva forma de guerra, la guerra de la era de la globalización. Esta nueva forma de guerra adquiere las características mismas de la sociedad en la que se desarrolla: es dispersa, multiforme, accesible, fragmentaria y, sobre todo, logra a partir de recursos pequeños generar grandes efectos; ello gracias al desarrollo tecnológico y al gran impacto de los medios de comunicación. Una guerra a la medida de la sociedad del riesgo global, como lo señala Ulrich Beck16. Por primera vez en la historia moderna, la guerra, que jugaba como mecanismo regulatorio de las relaciones internacionales, deja de ser capacidad exclusiva de los estados. El recurso a la violencia como potestad de los estados deja de ser un elemento definitorio y específico de las relaciones internacionales y se diluye en el tejido social globalizado de manera indiscriminada. A nuestro juicio, la guerra entre estados, potencial o real, ya no es garante del orden internacional y desaparece como elemento específico de las relaciones internacionales en la modernidad. Seguir hablando entonces de “sistema internacional” en el mundo de hoy nos evoca, querámoslo o no, la carga de sentido de los siglos anteriores: la de la interacción entre estados que deciden sus políticas exteriores, la de la guerra como mecanismo de regulación de conflictos por excelencia, la de diplomacia clásica. Lo cierto es que el juego, hoy, es mucho mas complejo, se desarrolla en múltiples escenarios y a partir de lógicas que van más allá de los referentes territoriales; un escenario muy distinto y no forzosamente ligado a la lógica territorial; un juego en el que la reglas han sido completamente trastocadas, en donde se mezclan elementos de los sistemas anteriores y se conforman al mismo tiempo nuevas reglas ad hoc, frente a las cuales hay y seguirá habiendo un puja permanente entre diversos tipos de actores. Ante tal complejidad, ya no podemos sostener una visión mecanicista del sistema internacional, ni siquiera de una orgánica y evolutiva, la imagen del mundo que estamos viviendo se aproxima más a aquella formulada por la teoría del caos. Una imagen que, a la manera de las ondas en un estanque, se compone y recompone en permanencia. consideraciones finales Este intento de caracterización de los sistemas internacionales que se han configurado en la modernidad, más que enmarcarse en una historia de las relaciones internacionales, lo que ha buscado es llamar la atención sobre el carácter histórico que reviste el discurso sobre lo internacional y la manera como ese discurso se ha ido modelando de acuerdo con los imperativos, intereses, y circunstancias de cada época. Aunque en ello no hay ninguna 15 HUELSCHOFF, M. G., “Domestic Politics and Dynamics Issue Linkage: A Reformulation of Integration Theory”, en International Studies Quarterly, 38, 1994, pp. 255-279. 16 BECK, Ulrich, La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI Editores, 2002. 120

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novedad, mucho menos para aquellos quienes, como los historiadores, están habituados a esa mirada en perspectiva, lo cierto es que para las relaciones internacionales como disciplina, la ausencia de sensibilidad histórica la ha encerrado en una visión monolítica y acrítica de su propio objeto de estudio, volviéndola en muchas ocasiones estéril para responder a los desafíos de una nueva época.

Los teóricos y analistas internacionales no salimos aún de nuestro estado de perplejidad ante la velocidad y la complejidad de los cambios que estamos viviendo; varias hipótesis se manejan para tratar de darle coherencia a este mundo caótico y, aparentemente, inaprehensible. Para algunos, el nuevo orden internacional que se estaría configurando corresponde más a la idea de una hegemonía por parte de una “hiperpotencia” o una “megapotencia”, los Estados Unidos, quienes se irán encargando de estabilizar y regular el escenario internacional actual, ya sea a través de la constitución de una forma renovada de “imperio”, o de una forma más benévola de cooperación con las otras potencias17. Desde otra posición, algunos han planteado que, frente a la imposibilidad del dominio pleno de un solo actor internacional, estaríamos ante un resurgimiento del sistema de equilibrio de poder. De modo que, tarde o temprano, tendríamos que llegar a la instauración de un sistema de democracia cosmopolita, pues sería la única forma de regular un mundo tan complejo en el que los estados (y sobretodo las potencias) han dejado de ser los únicos actores del juego internacional. Esta baraja de posibilidades y, sobre todo, los altos niveles de incertidumbre que se nos presentan, revelan la urgente necesidad de cambiar nuestro instrumental conceptual, pues una y otra vez resulta inadecuado para explicar la novedad frente a la que nos encontramos. En esta tarea, la historia como disciplina tiene un papel crucial, pues nos permite relativizar, poner en perspectiva, contextualizar, en suma, “historizar” el discurso sobre lo internacional y, con ello, superar la noción misma de “relaciones internacionales”. Es este tipo de reflexión el que nos permitirá comprender los alcances de la vida política y social a escala global. Una tarea en la que apenas nos hallamos en los inicios.

17 Ver NYE, Joseph, Las paradojas del poder norteamericano, Bogotá, Taurus, 2003; KAGAN, Robert. Poder y debilidad, Bogotá, Taurus, 2003. 121

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historia y geografía, tiempo y espacio ♦

A Dora Rothlisberger, en memoria

marta herrera ángel • En los últimos diez años, como consecuencia de ciertas decisiones que tomé frente a los erráticos designios del destino, he tenido que explicar en varias oportunidades por qué me parece importante articular los estudios de geografía, con los de historia y los de ciencia política. En el curso de los intercambios que sobre este tema se han dado, también he tenido la oportunidad de escuchar argumentaciones de gran interés sobre la articulación entre estas disciplinas y en algunas lecturas he encontrado señalamientos de extensión variable que destacan estas relaciones. En términos generales, mi memoria ha registrado múltiples comentarios sobre la importancia de relacionar las diferentes disciplinas y, en particular, la historia y la geografía. También registra que la pregunta sobre por qué relacionar ambas disciplinas ha sido escuchada en repetidas oportunidades, lo que sugiere que la articulación entre ambas y/o la importancia de hacerlo no es incuestionable, esto es, no se da por supuesta. Lo que no registra la memoria es que se haya sostenido la inconveniencia de relacionarlas o que no estén relacionadas. Esta última observación no implica necesariamente que la articulación se acepte sin discusión. Es factible pensar que sus opositores prefieran guardarse sus ideas al respecto, ya sea por no herir susceptibilidades, o debido a los riesgos argumentativos que se podrían correr al plantear abiertamente tales ideas. Lo anterior podría estar indicando que para expertos y profanos es difícil sostener que tal relación no existe o que su práctica sea de poco interés. De ser así, podríamos afirmar que existe un cierto consenso en cuanto a la importancia de articular ambas disciplinas. Surge entonces la pregunta ¿qué tan común es que esta relación se exprese en la práctica de las respectivas disciplinas? Este artículo se centra en el análisis de la práctica de esa relación. Para el efecto, se utilizará como materia prima la experiencia vivida por la autora “en terreno”, en diferentes escenarios académicos, y de la cual no sólo fue observadora, sino también participante. La situación presenta sus ventajas y también sus desventajas. Se trata de una experiencia de primera mano pero, a un tiempo, no se programó como una actividad investigativa. Simplemente se vivió. La información, entonces, no se recolectó en forma sistemática, ni en función a un tema y un problema de investigación relativamente definidos. El ejercicio que se hace es casi que el opuesto: se intenta recapitular sobre la experiencia vivida con el fin de sistematizarla, al menos en parte, y utilizarla para discutir un tema y un problema específicos. Siento que uno de los posibles escollos lo representa cierto tinte autobiográfico que pueda reflejar el ejercicio, por lo que conviene explicitar que esos elementos autobiográficos, al igual que la angustia ante el papel en blanco, no son de manera alguna excepcionales. La idea de que las

♦ Artículo recibido en enero 2004; aceptado en febrero 2004. • Profesora asociada, Departamento de Geografía, Universidad Nacional de Colombia. 122

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disciplinas eran un artificio que se utilizaba ante la imposibilidad humana de abarcar el “conocimiento” en su conjunto, era ampliamente debatida cuando adelanté mis estudios de pregrado. En el Departamento de Ciencia Política, Dora Rothlisberger nos incentivaba permanentemente para que nos “paseáramos” por otros departamentos, por otras aproximaciones, por otras perspectivas; a Dora le debo muchas cosas, entre ellas mi interés por lo interdisciplinario y la apertura de posibilidades para experimentar las grandes ventajas que ese acercamiento ofrecía. De otra parte, miles de investigadoras e investigadores en el país se han visto en la necesidad de recurrir a otras disciplinas para dar cuenta del problema alrededor del cual gira su actividad. En contravía de las limitaciones institucionales y de las barreras lingüísticas que se establecen entre disciplinas, se han esforzado por incorporar otros conocimientos, otras formas de ver y de pensar. Mi experiencia, entonces, no es única o particular. Forma parte del conjunto de experiencias probables a las que están sometidos quienes se han vinculado en las últimas décadas con la actividad universitaria en el país. Este es un caso en el que la compañía sí me consuela. I. los problemas espaciales de la estructuración del poder Aunque durante mi estadía en la universidad, mi sueño fue el de dedicarme a la investigación, al concluir mis estudios en Ciencia Política me dediqué a la administración pública. Con el argumento de que para entender el Estado había que conocerlo por dentro, realicé un interesante viaje por diferentes vericuetos del ámbito público colombiano. Sin embargo, en ese mundo no estaba en mi elemento, y mi interés por la investigación seguía en pie. Después de diez largos años, logré romper amarras y reingresé a las filas universitarias. Me incorporé a la Maestría de Historia y como problema de investigación para la tesis me centré en el análisis de las estructuras de control político de la Nueva Granada en el siglo XVIII, mediante el estudio del corregidor de naturales en la provincia de Santafé. Como era de esperarse, a medida que avanzaba en la investigación, surgían múltiples interrogantes, piezas que no encajaban en el gran rompecabezas. Una de ellas, que resultaba central para entender la estructuración del control político sobre la población de los corregimientos y que me persiguió por más de un año, fue la de la forma cómo se distribuía el espacio en los pueblos de indios. Se trataba de un problema que había recibido poca atención, en buena medida porque en el esquema, generalmente implícito, que se manejaba sobre el ordenamiento del espacio “rural” de la provincia, esos pueblos no tenían cabida. El concepto de pueblo tiene variados significados, distintos al de poblado o asentamiento nucleado, como por ejemplo la gente de un lugar, la gente del “común” o los integrantes de un grupo étnico. No es de extrañar entonces que las referencias documentales a los pueblos de indios se hayan interpretado en un sentido distinto al de poblado y que los estudios puedan trabajar continuamente con ese concepto sin asociarlo a un tipo de asentamiento específico. Adicionalmente, es importante tener en cuenta que en la actualidad –y también en el siglo pasado– los indígenas de comunidad usualmente residen en los resguardos y que las propias experiencias del investigador pueden llevarlo a interpretar el pasado con base en lo que observa en el presente. Años antes de iniciar la investigación había viajado a Silvia, Cauca. Allí, en el pueblo, en el asentamiento nucleado que operaba como cabecera municipal, había observado a los indígenas Guambiano que lo visitaban el día domingo. En alguna plaza, con sus vistosos trajes y sus sombreros negros, las mujeres tejían pacientemente, mientras al lado los hombres dormían en el piso, luego de haber consumido ingentes dosis de alcohol. Esos indígenas vivían en sus resguardos y los domingos iban al poblado, habitado por población

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no indígena. Esta percepción del resguardo como eje del poblamiento indígena era la que sobresalía en la historiografía relativa a los pueblos de indios en el período colonial. En contraposición con el resguardo, estaba la hacienda. Los conflictos por la tierra, el despojo de que habían sido objeto los pobladores nativos, la forma como se los expoliaba a través de la encomienda, el tributo, la mita y el concierto, formaban parte de los tópicos centrales de estudio1. Esta perspectiva era más que explicable en una época en la que el debate sobre la inequitativa distribución de las tierras agrícolas y la urgencia de una reforma agraria y laboral estaban al orden del día. En ese contexto, la discusión en torno a los resguardos y a la forma como los hacendados se habían apropiado de sus tierras y forzado a los indígenas a trabajar para ellos ocupaba un papel central. También se resaltaba en los estudios sobre el siglo XVIII la invasión de los resguardos por parte de pobladores mestizos que vivían ilegalmente en sus tierras debido, por una parte, a la escasez de éstas y, por otra, a la disminución de la población nativa, que llevaba a que las tierras de los resguardos estuvieran siendo subutilizadas. La representación general que surgía era la de un espacio rural ocupado por haciendas y resguardos, en la que este último no sólo se veía acorralado por la hacienda, sino también invadido por pobladores mestizos, que lo habitaban ilegalmente. De otra parte, el espacio urbano se percibía como el espacio de la población no indígena. Mörner lo expresó con gran claridad:

el aumento de la población mestiza y mulata ejercía una presión cada vez más fuerte sobre el sector rural, dividido entre latifundistas españoles y comunidades indígenas. Sólo en caso de haberse fundado continuamente nuevas poblaciones de “españoles” con sus propias tierras, hubiera sido posible el absorber por lo menos la mayor parte de todos estos elementos conservando intacto el sistema si no la extensión de los resguardos. Pero las ciudades, villas y pueblos de españoles de Nueva Granada eran poco numerosos y su número sólo aumentó lentamente2.

Esta aproximación, sin embargo, presentaba fisuras, que se hacían palpables al trabajar la información documental mirando el problema de la estructuración del poder. Este punto conviene resaltarlo. En términos del discurso y de los problemas historiográficos que se manejaban, puede considerarse que era relativamente difícil detectar esas inconsistencias, pero al incorporar el problema del poder en una provincia específica, esto es en un espacio relativamente reducido, se hacía necesario entrar a precisar los fenómenos con mayor detalle

1 Los títulos mismos de los trabajos reflejan esta perspectiva. Véase, por ejemplo, COLMENARES, Germán, de MELO, Margarita, FAJARDO, Darío (comp.), Fuentes documentales para la historia del trabajo en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes, 1968; HERNANDEZ RODRÍGUEZ, Guillermo, De los Chibchas a la Colonia y a la República. Del Clan a la Encomienda y al Latifundio en Colombia (1949), 2a. ed., Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura –Colcultura–, 1975; FRIEDE, Juan, “De la encomienda indiana a la propiedad territorial y su influencia sobre el mestizaje”, en A.C.H.S.C., No. 4, Bogotá, Universidad Nacional, 1969, pp. 35-61; COLMENARES, Germán, Encomienda y población en la Provincia de Pamplona (1549-1650), Bogotá, Universidad de los Andes, 1969; TOVAR PINZÓN, Hermes, Hacienda colonial y formación social, Barcelona, Sendai Ediciones, 1988; GONZÁLEZ, Margarita, El resguardo en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1970; VILLAMARÍN, Juan A., “Encomenderos and Indians in the Formation of Colonial Society in the Sabana de Bogotá Colombia -1537 to 1740-”, 2 vols., Brandeis University, Tesis Doctoral presentada ante el Departamento de Antropología, 1972; FAJARDO, Darío, El régimen de la encomienda en la Provincia de Vélez. Población Indígena y Economía, Bogotá, Universidad de los Andes, 1969; RUIZ RIVERA, Julián, Encomienda y Mita en Nueva Granada en el siglo XVII, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano–Americanos de Sevilla, 1975. 2 MÖRNER, Magnus, “Las comunidades indígenas y la legislación segregacionista en el Nuevo Reino de Granada”, ACHSC, No. 1, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1963, pp. 63-88, p. 70. 124

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y era en ese momento que las inconsistencias se ponían en evidencia3. Para ponerlo en términos geográficos, se trataba de un problema de escalas. Si se abarca un territorio amplio se pierde el detalle; al ampliar la escala y trabajar con mayor detalle un espacio relativamente reducido, se ve un panorama completamente distinto. Es entonces cuando puede suceder que lo que antes no presentaba problema alguno, porque se veía en forma generalizada, empiece a verse como inconsistente. Y eso fue precisamente lo que sucedió. Cuando empecé a leer los documentos sonreía al leer: “En el pueblo y resguardo de... Pasca, Chocontá o Nemocón...”. Ingenuamente pensaba que se trataba de uno de los tantos formalismos y repeticiones de que hace gala la documentación colonial. Tiempo tendría para darme cuenta que mi juicio era apresurado. Había dos espacios distintos: el pueblo y el resguardo. En otros escritos me he referido detalladamente a este problema, por lo que aquí me limitaré a dar una rápida descripción que sirva de base para adelantar la discusión que aquí nos interesa, de la relación entre la historia y la geografía4. A grandes rasgos, la provincia de Santafé comprendía lo que había sido el territorio del Zipa muisca en el momento de la invasión. Inicialmente, los europeos se asentaron en la ciudad que fundaron para el efecto, Santafé de Bogotá, y que funcionó a lo largo del periodo colonial como la única ciudad en la provincia y la sede, primero de la audiencia y luego del virreinato. En el resto del territorio provincial, que era el de mayor extensión, continuaron viviendo los indígenas sobrevivientes. Paralelamente, se fueron asignando tierras fuera de la ciudad a los colonos españoles para cultivos y cría de ganados. Para abreviar, cuando se hable de la provincia se excluirá a la ciudad, aunque en la práctica uno y otra funcionaban como una unidad administrativa. A mediados del siglo XVI se ordenó a los indígenas de la provincia construir pueblos, esto es, asentamientos nucleados: en el centro la plaza, alrededor de la plaza, la iglesia, la casa del cura, la del cabildo y la cárcel y las de los principales (caciques, capitanes). De la plaza debían salir las calles y formar cuadras (el famoso damero) en las que los indígenas debían construir sus casas. El espacio dado a cada indígena para su vivienda debía permitirle tener un solar, esto es, un espacio en el que pudiera tener una huerta y animales pequeños, como por ejemplo, gallinas. Este proceso se conoció en Hispanoamérica con el nombre de reducciones, y al espacio que así se estableció con el nombre de pueblo de indios. Allí, los nativos debían residir en forma permanente. En cuanto a los sembrados grandes de papa, maíz, trigo y demás, los seguirían haciendo donde acostumbraban, pero debían vivir y dormir en el pueblo. Los nuevos pueblos de indios se erigieron así como espacios físicos, como poblados. Este ordenamiento del espacio no satisfacía los requerimientos de los indígenas, por lo que luego de algunos esfuerzos por subvertirlo abiertamente, optaron por evitar vivir permanentemente en esos pueblos. Las autoridades, por su parte, una y otra vez los volvían a congregar. Esta dinámica llevó a varios investigadores a desestimar la importancia de esos

3 MELO, Jorge Orlando, “¿Cuánta tierra necesita un indio para sobrevivir?”, en Gaceta No. 12-3, Bogotá, Colcultura, 1977, pp. 28-32, ya había empezado a llamar la atención sobre esas inconsistencias. 4 HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder local, población y ordenamiento territorial en la Nueva Granada. El Corregimiento de Naturales en la Provincia de Santafé. Siglo XVIII, Bogotá, Archivo General de la Nación, 1996; “Espacio y poder. Pueblos de indios en la Provincia de Santafé (siglo XVIII)”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XXXI, Bogotá, 1994, pp. 35–62; “Population, Territory and Power in Eighteenth Century New Granada: Pueblos de Indios and Authorities in the Province of Santafé”, Austin, Yearbook, Conference of Latin Americanist Geographers, 1995, pp. 121-131. 125

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poblados y a considerarlos desde la perspectiva de su fracaso5, Ahora bien, a finales del siglo XVI se tomó una nueva medida y fue la de crear resguardos. Alrededor o al lado de los pueblos se debía señalar una extensión de tierra en la que los indígenas hicieran sus cultivos de “año y vez”, es decir, los de mayor extensión y donde pudieran tener sus ganados. En adelante, los indígenas no podrían cultivar donde acostumbraban, sino sólo en las tierras del resguardo. En estas últimas no podían vivir ni dormir, sino que debían hacerlo en el poblado. Con la asignación de resguardos, que significó despojar a los indígenas de buena parte de las tierras que les habían pertenecido ancestralmente, la corona pudo disponer de abundantes tierras para venderlas o componerlas entre los colonos. En el espacio provincial se tenía entonces a la ciudad de Santafé, más de medio centenar de pueblos de indios, con sus respectivos resguardos y las propiedades de los colonos. Paralelamente a la demarcación de los resguardos, se estableció la institución del corregidor de naturales. Esta consistía, básicamente, en que un funcionario nombrado por la corona, el corregidor de naturales, asumía la administración de un corregimiento o partido conformado por varios pueblos de indios, en promedio unos siete en la provincia de Santafé. Un punto de gran importancia fue que a este corregidor se le dio jurisdicción tanto sobre la población indígena, como sobre la población no indígena que habitaba en el corregimiento bajo su mando, el cual, adicionalmente, constituía un territorio continuo, es decir, que no abarcaba únicamente a los pueblos de indios y sus resguardos, sino también a los territorios ocupados por los colonos. Estos últimos, muchos de ellos administradores de las propiedades de los grandes propietarios y otros mestizos o blancos de escasos recursos que habían logrado acceder a algunos terrenos, empezaron a proliferar en la provincia. En principio, estos colonos debían asistir a los diferentes oficios religiosos en las iglesias de la ciudad de Santafé, pero dadas las distancias entre su sitio de residencia y la ciudad, a principios del siglo XVII se estableció que podían ser atendidos espiritualmente en los pueblos de indios por los curas que allí residían. Sobre esta base se delimitaron los territorios o las jurisdicciones que cada cura debía atender y que comprendían no sólo al respectivo pueblo de indios y su o sus resguardos, sino también los territorios ocupados por los nuevos pobladores. Con el tiempo, el concepto de pueblo de indios se utilizó no sólo para referirse al poblado indígena, sino que con frecuencia englobaba al conjunto de la jurisdicción del cura del pueblo de indios –esto es, territorios indígenas y no indígenas–, con lo que su significado se hizo mucho más complejo y confuso. En buena medida, fue esta ambivalencia del término la que llevó a los investigadores a concluir que la población no indígena que habitaba en la provincia vivía allí ilegalmente6. En efecto, dado que según las normas de segregación espacial emitidas por la corona, la población indígena y la no indígena no debían cohabitar en un mismo espacio, la utilización del concepto de pueblo de indios para referirse a la jurisdicción del cura llevaba a interpretar que los no indígenas registrados en los padrones de

5 Véase, por ejemplo, COLMENARES, Germán, Historia económica y social de Colombia 1537-1719 (1973), 3a. ed., Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1983, pp. 67–68; MARTÍNEZ GARNICA, Armando, “El Proyecto de la República de los indios”, GUERRERO, Amado A., (comp.), Cultura política, movimientos sociales y violencia en la Historia de Colombia. VIII Congreso Nacional de Historia de Colombia, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 1992, pp. 111-121; CORRADINE, Alberto, “Urbanismo español en Colombia. Los pueblos de indios”; SALCEDO SALCEDO, Jaime, “Los pueblos de indios en el Nuevo Reino de Granada y Popayán”, ambos artículos en GUTIÉRREZ, Ramón (coord.), Pueblos de indios. Otro urbanismo en la región andina, Quito, Adiciones Abya-Yala, 1993, pp. 157–178 y pp. 179-203, respectivamente. Una excepción dentro de esta tendencia la constituye FALS BORDA, Orlando, “Indian Congregations in the New Kingdom of Granada: Land Tenure aspects, 1595-1850”, en The Americas, número 13, 1956-7, pp. 331-351. 6 Véase, por ejemplo, MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 74; FRIEDE, Juan, Los Chibchas bajo la dominación española (1960), 3a. ed., Bogotá, La Carreta, s.f., p. 266. 126

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los pueblos vivían allí ilegalmente. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, sólo entre el 5 y el 10% de los pobladores no indígenas de la provincia habitaban ilegalmente en el poblado indígena o en el resguardo. El estudio del ordenamiento espacial de los pueblos de indios había proporcionado una nueva perspectiva. El espacio “rural” de la provincia no podía seguir siendo visto como ocupado exclusivamente por haciendas y resguardos. Los poblados indígenas, independientemente de que fueran habitados día a día, se constituían en espacios en los que semanalmente confluían indígenas y no indígenas y cuya importancia en términos políticos era mucho mayor de la que hasta el momento se les había atribuido. La percepción del espacio urbano como el espacio de la población no indígena se ponía en tela de juicio y, en esa medida, la de la ciudad de Santafé como el único centro urbano de la provincia. Se sugería la necesidad de reconsiderar las categorías de lo urbano y lo rural. Adicionalmente, se mostraba la consolidación de un importante grupo de población no indígena, conformado por pequeños y medianos propietarios y también por arrendatarios, que vivían en los alrededores de los poblados y resguardos indígenas y de las haciendas. Estos pobladores, sin contravenir las normas de segregación espacial, establecían permanentemente relaciones con los indígenas, con ocasión de los servicios religiosos que se prestaban en las iglesias de los pueblos de indios y, en este contexto, incorporaron los valores de la sociedad colonial. II. la contraposición espacio-tiempo El anterior ejemplo constituye una muestra de cómo una investigación emprendida desde una perspectiva histórica, articulada con preguntas derivadas de la ciencia política, se enfocó hacia problemas relacionados con el espacio. Estaba anclado en la perspectiva histórica, en la medida en que buscaba entender un problema dentro de una temporalidad específica. El problema derivó en otro, también anclado en lo historiográfico, como lo fue el relativo a su proceso de configuración y a la temporalidad de ese proceso. Para lograrlo, había sido necesario escudriñar en las escuetas y fragmentarias descripciones que aportaban los documentos sobre la forma como se organizaba el espacio en la provincia. Datos tan nimios como que Domingo de la Cruz, un indígena ladino de Fontibón, tenía su bohío en el pueblo, junto a la iglesia o que la casa del cacique del pueblo de Choachí tenía sus paredes unidas a la de la sacristía, habían llevado a considerar la existencia física de los pueblos de indios, en tanto que asentamientos nucleados7. Ese esfuerzo hizo forzoso mirar el espacio, ya no como “telón de fondo”, sino como parte, y bien importante por cierto, del objeto mismo de la investigación. De esa forma, se había logrado ir un poco más allá y desentrañar los parámetros generales de su ordenamiento y las ambigüedades del uso del concepto. En todo caso, estos hallazgos, si bien significaban un aporte en términos de la comprensión del manejo político de los asentamientos y su ordenamiento espacial, así como sobre la articulación entre ambas esferas, generaban nuevos interrogantes, como por ejemplo: ¿por qué el damero?, ¿por qué la insistencia en que los indígenas organizaran su espacio en esas cuadrículas?, ¿por qué la resistencia a poblar esos asentamientos? Era necesario incursionar en forma más decidida en el campo de la geografía, para poder ir más allá de la verificación de un tipo de ordenamiento del espacio y del establecimiento de algunas de sus implicaciones. Resultaba fundamental mirar ese problema histórico desde una perspectiva geográfica para enriquecer el análisis.

7 A.G.N. (Bogotá), Caciques e Indios, 25, f. 583v.; VELANDIA, Roberto, Enciclopedia Histórica de Cundinamarca, 5 vols., Bogotá, Biblioteca de Autores Cundinamarqueses, 1979-1982, T. II, p. 851. 127

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Adicionalmente, el caso narrado a manera de ilustración no fue el único. Los problemas de investigación frecuentemente llevan a incursionar en otros ámbitos disciplinares; en mi caso particular, la antropología y la geografía actuaban como polos de atracción. La fascinación por la antropología era de vieja data. Mis amigas más cercanas en la universidad, y cuya amistad por fortuna todavía conservo, eran estudiantes de antropología y actualmente antropólogas; mi hermana también. De otra parte, Dora me había acolitado sin límites las incursiones en ese departamento que, por la época, poco aceptaba a los intrusos. Con Dios o con el diablo me había dicho su director, y yo, no sé si con Dios o con el diablo, me colé en cuanto curso de ese departamento pude, hasta que los cruces de horario y las limitaciones de tiempo me dejaron fuera de combate. Entre esos cursos estuvo el de Geografía de Colombia, que dictó Camilo Domínguez. Fue excelente, pero había sido mi único acercamiento formal a esa disciplina. Es de destacar, sin embargo, que dentro de ciertas tendencias historiográficas, en particular la escuela de los Anales, no se disocia a la Historia de la Geografía. Trabajos como los de F. Braudel, E. Le Roy Ladurie o G. Duby atestiguan esta relación. Yo quería avanzar más en ese terreno. Me había dado cuenta que tenía que trabajar con mucha cautela en esas incursiones en lo espacial, en particular cuando consideraba temas que caían dentro de la esfera de la denominada geografía física. Es un campo minado, en el que los términos técnicos forman una espesa cortina que dificulta la visión. Pero era una visión que valía la pena develar, por lo que terminé armando maletitas y mascando el inglés en un Departamento de Geografía. Casi me da un infarto cuando capté que tan sugestiva decisión involucraba la elaboración de una nueva tesis, pero ya era demasiado tarde. Para mi sorpresa, en el campo de la geografía se evidenciaba una profunda escisión –casi tan profunda como la disciplinar– entre la geografía física y la humana. La primera, con su aureola científica, poco se preocupa por hacerse comprensible al común de los mortales. Yo entré al bando de la segunda, pero sin resignarme a mantener esa división. Por lo pronto, el departamento me ofrecía interesantes posibilidades de aproximación a la problemática de lo espacial, en especial en el campo de la denominada geografía cultural, y hacia allí se encaminaron mis esfuerzos. Espacio. Tiempo. Dos dimensiones, dos categorías, dos producciones culturales utilizadas como punto de referencia para organizar la experiencia, para darle sentido al entorno, para aproximarse a lo cotidiano y a lo excepcional. La inclusión de una tercera categoría, la de lo cultural, implica, por su parte, el reconocimiento de que el contenido y sentido de estos dos conceptos no es absoluto y, en esa medida, no existe una coincidencia uno a uno entre éstos y aquellos, entre el concepto y lo que se busca aprehender y entender mediante su utilización. Más allá de lo que el fenómeno en cuanto a tal sea, el concepto partirá de su interpretación, más que de su existencia, una existencia por lo demás múltiple y compleja, y que por eso mismo ofrece innumerables facetas. La conceptualización es entonces un artificio, una creación, mediante la cual se busca hacer comprensible al ser, a su entorno y a su devenir. Pero no hay que engañarse. El hecho de que sea una creación no reduce su poder generativo. Actuamos en función a esa interpretación. Es con base en esa lectura del entorno que la acción se hace posible. Esta última, por su parte, es la que permite, en buena medida, establecer la adecuación o, más bien, la funcionalidad de las herramientas interpretativas y analíticas utilizadas. Y es que el fenómeno en sí mismo no es un artificio, tiene una dinámica con la cual la representación y la acción subsecuente tienen que empatar de alguna manera, para el logro de fines específicos. En todo este proceso, la memoria ocupa un lugar privilegiado. Es la que registra, muestra y oculta. Es un mecanismo dinámico que debe

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reconfigurarse permanentemente para “actualizar” la experiencia y para adecuarla a la acción. Y cuando hablamos de memoria, hablamos de historia8. Ahora bien, desde hace ya varias décadas, en el campo de la geografía y, en general, de las ciencias sociales, se ha cuestionado el privilegio que se le ha dado al tiempo sobre el espacio, a la historia sobre la geografía9. Se trata de un problema que amerita la mayor atención, ya que puede ser explicado, al menos en parte, por el tipo de relaciones que se establecen con el espacio. Como varios autores han resaltado10, en la cotidianidad hay toda una serie de prácticas que se manejan en forma casi que automática y, entre ellas, las prácticas espaciales ocupan un lugar destacado. Precisamente, de esta especie de automatismo deriva buena parte de la importancia de lo espacial. No se trata sólo de que la configuración física misma del espacio –piénsese en la llanura o la montaña, e incluso en un edificio– tienda a ser más “estable” y difícil de modificar, sino también que por razones prácticas –al menos dentro del sistema cultural en el que estamos inmersos– requerimos cierta estabilidad espacial. A diferencia de lo que sucede con el tiempo, el espacio tiende a manejarse en forma “automática”. Arriba, abajo, dentro, fuera, adelante, atrás, son categorías que se interiorizan en la más tierna infancia y que deben manejarse sin mayores reflexiones o cuestionamientos para facilitar el movimiento. ¿Cuántos accidentes de tránsito se han ocasionado porque el conductor no maneja adecuadamente o en forma automática las direcciones derecha e izquierda y gira para el lado contrario al que le es indicado o se demora demasiado en entender y descifrar el mensaje? Ahora bien, este manejo automatizado del espacio tiene consecuencias epistemológicas importantes, debido a que lleva a perder de vista lo espacial, a invisibilizarlo, a abstraerlo sin mayores reflexiones, en tanto mantenga ciertos niveles de funcionalidad. Se refuerza así el carácter estructurante de lo espacial. Pero, además, el ordenamiento del espacio ocupa un papel central en la incorporación de las pautas culturales de una sociedad, entendidas éstas como las estructuras de significados a través de las cuales se interpretan los fenómenos de la vida cotidiana11. El análisis de ese problema permite apreciar cómo el ordenamiento que se hace del espacio no sólo refleja esas estructuras de significado, sino que, a la vez, las inculca12. La eficacia de este proceso obedece, en gran medida, a que se realiza en forma inconsciente. Un determinado 8 Sobre la relación entre historia y memoria, ver, entre otros: OLLILA, Ann (ed.), Historical Perspectives on Memory, Helsinki, Finnish Historical Society, Studia Historica 61, 1999; RAPPAPORT, Joanne, The Politics of Memory. Native Historical Interpretation in the Colombian Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 1990; HILL, Jonathan D., “Mith and History”, HILL, Jonathan D. (ed.), Rethinking History and Mith. Indigenous South American Perspectives on the Past, Urbana y Chicago, University of Illinois Press, 1998. 9 Véase, por ejemplo, SOJA, Edward, Postmodern Geographies. The Reassertion of Space in Critical Social Theory (1989), 4ª impresión, Londres y Nueva York, Verso, 1994. 10 Véase, por ejemplo, DOUGLAS, Mary, Implicit Meanings. Essays in Antropology (1975), 1ª reimpresión, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1978; BOURDIEU, Pierre, Outline of a Theory of Practice (1972), Cambridge, Cambridge University Press, 1993. 11 Esta definición de cultura ha sido tomada de GEERTZ, Clifford, The Interpretation of Cultures, Basic Books, 1973, p. 312. 12 Sobre este problema, véase EDELMAN, Murray, The Symbolic Uses of Politics, Urbana, University of Illinois Press, 1964, p. 95; ELIADE, Mircea, Lo sagrado y lo profano, Barcelona, 1957 (8ava. Edición), Colección Labor, 1992, pp. 25-61; LEFEBVRE, Henry, The Production of Space (1974), Cambridge, Blackwell Publishers, 1992; COSGROVE, Denis, The Palladian Landscape. Geographical Change and its Cultural Representations in Sixteenth-Century Italy, University Park, Pennsylvania State University Press, 1993, pp. 1-9; DUNCAN, James, The City as a Text: The Politics of Landscape Interpretation in the Kandyan Kingdom, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, p. 19; “The Power of Place in Kandy, Sri Lanka: 1780-1980”, en AGNEW, John, DUNCAN, James S., The Power of Place. Bringing together Geographical and Sociological Imaginations, Boston, Unwin Hyman, 1989, pp. 185-201; KOWALSKI, Jeff Karl (ed.), Mesoamerican Architecture as a Cultural Symbol, Nueva York, Oxford, Oxford University Press, 1999. 129

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ordenamiento del espacio, que es incorporado en la experiencia del individuo desde su más tierna infancia, termina por ser para él el ordenamiento natural de las cosas y no uno de los tantos ordenamientos posibles13. Ese ordenamiento, a su vez, no es ingenuo ni intrascendente, sino que, por el contrario, refleja y, a la vez, inculca parámetros de clasificación, principios cosmológicos, valores sociales, jerarquías, criterios de identificación, el “deber ser” y las prohibiciones sociales14. La jerarquía y el privilegio implícito en ocupar la cabecera de la mesa o de vivir sobre el marco de la plaza, en el contexto de la sociedad colonial hispanoamericana15, constituyen ejemplos de este fenómeno, que adquiere una gran complejidad al considerar los diversos niveles y dimensiones en que las sociedades viven y estructuran el espacio con el que se identifican16. Esa vivencia y estructuración del espacio nunca es estática, ni carente de conflictos; por el contrario, en la acción cotidiana permanentemente se interpela, ya sea para reafirmarla o transformarla17. Sobre estas bases, el pueblo de indios adquirió nuevas dimensiones18. El damero no era ni es simplemente una cuadrícula, es una representación cosmológica, que se articula con una representación del mundo divino, que se refleja en el ordenamiento del espacio humano y plasma en él un sistema clasificatorio y jerárquico. Por ejemplo, el panorama que ofrece la plaza de muchos pueblos de la sabana de Bogotá, en un soleado día de principios de enero, tal vez no evoque la idea de un texto literario; sin embargo, desde cierta perspectiva, eso es lo que se está contemplando. La iglesia en un canto de la plaza, en otro la casa municipal, al lado de una o varias tiendas, la heladería, de pronto un bar y alguna que otra casa de las familias principales del pueblo. Se trata de elementos cuya organización y distribución está transmitiendo un mensaje, está inculcando unas ideas y unos valores, cuya fuerza radica precisamente en que su mensaje se percibe en forma inconsciente. Esa distribución, ese orden de las cosas, se está representando como el orden natural, el orden que debe seguirse y, con él, el sistema de valores y jerarquías que lo acompaña. Dios, el Dios cristiano debe estar en el centro del poblado, al igual que la autoridad y las personas prestantes de la población. La plaza, el sitio de reunión, a donde se va a pasear, a charlar con los conocidos, a enterarse de las últimas noticias y chismorreos y que en algunas partes es todavía el sitio donde los

13 BOURDIEU, Pierre, The Logic of Practice (1980), Stanford, Stanford University Press, 1990, p. 76; HALL, Edward T., The Hidden Dimension. An anthopologist examines man's use of space in public and in private (1966), Nueva York, Anchor Books, 1969, pp. 1-3; DUNCAN, James, DUNCAN, Nancy, “(Re)reading the Landscape”, en Environment and Planning D: Society and Space, vol. 6, 1988, pp. 117-126; DUNCAN, James, The City, op. cit., pp. 11-24; COSGROVE, Denis, The Palladian, op. cit., pp. 5-9. 14 BOURDIEU, Pierre, The Logic of Practice, op. cit., p. 76; ELIADE, Mircea, op. cit., pp. 25–61 y LEFEBVRE, Henry, op. cit. 15 Véase ROBINSON, David, “El significado de «lugar» en América Latina”, en Revista de Extensión Cultural, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 1989, pp. 6-24 y “La ciudad colonial hispanoamericana: ¿símbolo o texto?”, PESET, José Luis (comp.), Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1989, pp. 249-280. 16 Sobre la diversidad de niveles y dimensiones de la espacialidad, véase LEFEBVRE, Henry, The Production of Space, op. cit.; SOJA, Edward, Postmodern Geographies, op. cit., p. 2. 17 Diferentes aproximaciones a este fenómeno se pueden encontrar en TURNER, Victor, Dramas, Fields, and Metaphors. Symbolic Action in Human Society (1974), 7ª ed., Nueva York, Cornell University Press, 1994; CERTEAU, Michel de, The Practice of Everyday Life (1974), Berkeley, University of California Press, 1988; GIDDENS, Anthony, Central Problems in Social Theory. Action, Structure and Contradiction in Social Analysis, Berkeley, University of California Press, 1979. 18 Véase, HERREA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos, siglo XVIII, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia y Academia Colombiana de Historia, 2002; “Ordenamiento espacial de los pueblos de indios: Dominación y resistencia en la sociedad colonial”, en Revista Fronteras, Vol. II, No. 2, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998, pp. 93-128. 130

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campesinos de los alrededores del poblado llevan a mercadear sus productos, se ubica a la sombra de esas dos grandes figuras del poder: la iglesia y el Estado, al igual que la tienda a donde se reúnen los compadres para intercambiar ideas al calor de unas polas. Niñas y muchachos se verán atraídos por las golosinas y cachivaches que ofrecen los almacenes del marco de la plaza, o tendrán que ir en busca de una panela, una libra de papas o de arroz para satisfacer algún encargo doméstico. Bajo una disculpa o por necesidad, las mujeres también llegarán a la tienda, donde tendrán la oportunidad de enterarse del último escándalo que conmoverá al poblado durante los próximos días. Jóvenes y jovencitas la harán escenario de sus coqueteos y sus miradas furtivas. Unos y otros considerarán natural que esas actividades se desarrollen en ese espacio, que a su vez es el espacio central del pueblo y que estructura la distribución de casas y calles. La reiteración de un texto, que la memoria evoca sin dificultad, señala a la plaza como el centro de socialización por excelencia y a los poderes eclesiástico, estatal y económico, como los muros que enmarcan y contienen dentro de sus límites estas relaciones. La insistencia con que en el período colonial se buscó que los indígenas y los no indígenas organizaran el espacio siguiendo este esquema de damero no era entonces un capricho vano. La resistencia indígena, tampoco. Era una confrontación de cosmovisiones, de universos divinos y humanos, de estructuras de relaciones, de clasificaciones y de sistemas jerárquicos. Se sabe muy poco sobre el ordenamiento espacial de los poblados al momento de la invasión europea del siglo XVI, pero algunos elementos del lenguaje que quedaron registrados en diccionarios ofrecen algunas pequeñas pistas sobre elementos base de la confrontación19. Por ejemplo, la idea de pueblo se expresaba en el idioma muisca con la palabra quyca. No había palabra muisca para el concepto de plaza del pueblo, lo que indica que no se trataba de un espacio con el que se considerara que debía contar un quyca muisca. Al igual que la palabra pueblo en español, el concepto de quyca muisca también tenía otros significados y se utilizaba para designar la tierra, patria o región. En contraposición a la significativa ausencia del concepto de plaza del pueblo, la palabra ucta o uta se utilizaba para designar a la plaza que está delante de la casa y también el patio. Lo anterior indica que si bien no era usual que un quyca o pueblo muisca tuviera una plaza, delante de la casa, a la que se denominaba gue, sí se acostumbraba contar con una ucta o uta (es decir una plaza o patio). Ahora bien, el uso de este término resulta significativo, ya que con la palabra uta también se designaba a la capitanía menor, cuyos integrantes estaban unidos entre sí por lazos de parentesco, es decir, que se consideraban entre ellos como familiares. Esta asociación de conceptos llama la atención sobre la estrecha articulación existente entre el ordenamiento espacial muisca y su estructura de parentesco. De otra parte, el que el concepto de uta (plaza o patio) se asociara con la gue o casa, y fuera sinónimo de la capitanía menor, que a su vez constituye una unidad en términos de la organización social y política muisca, indicaría, en caso de que las uta o plazas muiscas fueran también un importante lugar de socialización, que esta actividad tenía como eje a la familia extensa, más que a las agrupaciones mayores, como podrían ser las del pueblo o quyca. Pero, además, el concepto de casa, es decir gue, también se utilizaba para denominar el bohío. La equivalencia entre ambos términos no era sin embargo total, ya que la casa podía tener más de un bohío. En el caso de que la casa tuviera dos bohíos, por ejemplo, se utilizaba la expresión hanuc azone. Los bohíos podían ser grandes y redondos, caso en el cual se 19 Los términos muiscas que se incluyen a continuación han sido tomados de GONZÁLEZ DE PÉREZ, María Stella (comp.), “Diccionario y Gramática Chibcha” Manuscrito Anónimo de la Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1987. 131

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denominaban cusmuy, o cuadrados, a los que se les daba el nombre de sugue o de gue ingezona. Sus nombres también variaban según el tamaño: un bohío pequeño se denominaba tytha o tytua y un bohío medio recibía el nombre de guyhyty muy. Si el bohío era de bahareque, se lo denominaba suhuzy muy, y en caso de que no se habitara se indicaba con la expresión gue mny muy. Esta variedad de expresiones llama la atención sobre la complejidad del ordenamiento espacial muisca y sobre la heterogeneidad de sus construcciones. Esta complejidad se ve confirmada por la evidencia arqueológica encontrada en el Valle de Samacá, habitado por indígenas muiscas. Según estos hallazgos, las edificaciones se encontraban en agrupaciones que operaban como “unidades económicas autosuficientes, donde cada unidad residencial parece haber desarrollado las actividades básicas, pero cada una de ellas parece haberse especializado en una labor, que se complementaba con las de las demás”20. conclusiones Según Duby:

El geógrafo mira un paisaje y se esfuerza por explicarlo. Sabe que ese objeto, verdadera obra de arte, es el producto de una larga elaboración, que lo ha modelado a través de los tiempos la acción colectiva del grupo social que se instaló en ese espacio y aún hoy sigue transformándolo. Por consiguiente, el geógrafo se ve obligado a estudiar antes que nada lo material, es decir, los elementos físicos modelados poco a poco por el grupo social; pero con la misma atención analiza también las fuerzas, los deseos, la configuración de esos deseos, y por tanto se ve obligado a hacerse un poco historiador21.

Yo diría que el anterior señalamiento vale igualmente para el historiador. Comprender la dinámica social en un tiempo determinado obliga a mirar su funcionamiento en la dimensión espacial y es entonces cuando el historiador debe hacerse un poco geógrafo. En realidad, debe ir más allá y extender sus incursiones hacia diversos campos disciplinares, pero aquí interesa destacar el de la relación entre la historia y la geografía. Hasta aquí he proporcionado ejemplos sacados de mi experiencia investigativa, que creo ilustran el problema. En lo que sigue voy a consignar algunas reflexiones derivadas de mi experiencia docente con las que se busca incentivar el debate. Desde esa perspectiva, se me ocurre que un aspecto importante del aporte de la geografía histórica, en la que confluyen problemas de tiempo y espacio, es que confluyen también lo estructural y lo cotidiano, la infraestructura y la superestructura, lo material y lo ideológico. Veo contornos muy difusos. Intuiciones, destellos, inconsistencias. Con el tiempo se articulan problemas estructurales, pero en permanente proceso de cambio, como por ejemplo, la memoria. Pero si se considera la memoria ¿no se está pensando en ideología? Y cuando se habla de espacio ¿no tiende uno a remitirse a problemas de estructuras, de bases materiales de subsistencia, a lo infraestructural? ¿En el manejo de lo geográfico no se percibe, consciente o inconscientemente, que lo económico está incrustado en lo geográfico? Y nótese que muy probablemente no es al contrario. Pero ¿por qué no? Tal vez porque en términos profundos la “materia prima” está en lo geográfico, al igual que la estructuración básica. El movimiento

20 BOADA RIVAS, Ana María, “Bases of Social Hierarchy in a Muisca Central Village of the Northeastern Highlands of Colombia”, Disertación Doctoral, Pittsburgh, University of Pittsburgh, 1998, pp. 151-152; mi traducción. 21 DUBY, Georges, La Historia continúa (1991), 2ª ed. en español, Madrid, Editorial Debate, 1993, p. 11; subrayados míos. 132

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dialéctico estaría definido en términos de lo espacial, de lo geográfico. De otra parte, los problemas de temporalidad, vinculados con la memoria, estarían en la base del pasado que está presente en forma permanente, pero selectiva. De esa memoria que se configura y reconfigura incesantemente en el presente, en la cotidianidad. De esa memoria que está y no está, que entra y sale de la escena caprichosamente. De esa memoria sin la cual el accionar cotidiano sería un imposible y que, en la medida en que registra tanto la experiencia, como las representaciones que le dan sentido al entorno, incide permanentemente sobre nuestro accionar. El espacio no es algo exterior a mí, yo estoy dentro del espacio, yo formo parte del espacio, yo soy espacio. ¿Soy tiempo? Tal vez no. Me configuro en el tiempo, en mí, en un instante, se condensan múltiples tiempos, existo en el tiempo, pero no creo ser tiempo, como si creo ser espacio. Soy espacio. Sí. Que se configura en el tiempo, que deviene en el tiempo. ¿Soy tiempo condensado? ¿Condenso el tiempo? ¿Qué es el tiempo? ¿Es una sucesión linear de instantes? Es, como dice la canción, adusto, taciturno, pero es un Dios ¡cuidado con él! ¿Será así? ¿Será esa frase una salida para ocupar espacio? Tengo la sensación de que, al menos en el contexto cultural en el que estoy inserta, los seres tendemos a ver el espacio como lo que está fuera de nosotros, en el exterior, y no vernos a nosotros mismos como formando parte de ese espacio. Pero en el tiempo tal vez sí nos sentimos inmersos, como si fuéramos tiempo. Como si el tiempo no fuera algo exterior al ser. Tal vez ahí hay una ilusión. El tiempo es algo exterior al ser, mientras que el ser es espacio.

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Historia y éticas: apuntes para una hermenéutica de la alteridad Francisco Ortega*

The Ogre does what ogres can, Deeds quite impossible for man,

But one prize is beyond his reach, The Ogre can not master Speech.

W. H. Auden I.Introducción: el impulso ético de la crítica

El siguiente ensayo, como su título lo indica, es un ejercicio preliminar o, más bien, una colección de apuntes que se sabe parcial e incompleta pero que es el producto de mi preocupación constante por el papel de la alteridad en sus diversas manifestaciones –la diferencia, la diversidad, lo distinto, la heterogeneidad o, como en este caso, lo subalterno –en la constitución de nuestro presente. A pesar de las obvias limitaciones de un trabajo inconcluso, agradezco la oportunidad de publicar en el número especial de Revista Historia Crítica, porque considero que las reflexiones aquí expuestas pueden ser pertinentes para participar en el debate en torno a la reconstitución de la disciplina.1 Ofrezco mis apuntes, pues, con la intención de abrir espacios de diálogo y con el ánimo de que lo que proponen (y dejan de proponer) resuene en lectores diversos.

El ensayo parte del supuesto que la historiografía (tal como todas las demás ciencias interpretativas, desde la crítica literaria hasta la antropología y sociología) resulta de una operación social y, por lo tanto, responde a determinaciones de lugar y de procedimiento. En consecuencia, es imposible separar los resultados de esa operación intelectual –aquello que comúnmente llamamos saber histórico– de la dimensión social que inevitablemente lo hace posible. La vieja máxima de que todo saber es político es tan cierto en lo concerniente a su forma –es decir, a la manera como se produce y se comporta – como a sus contenidos.2 A partir de esta breve reflexión me interesa llamar la atención sobre los a menudo olvidados lazos que existen entre el saber y el poder. Durante las siguientes páginas exploraré –así sea esquemáticamente– la dimensión ética que subyace tales nexos e insistiré en la urgente necesidad de continuar los esfuerzos dirigidos a pensar una historia situacional, crítica y conscientemente participativa.

* Profesor, Universidad de Wisconsin-Madison 1 - El problema de la alteridad se ha convertido en uno de los ejes más importantes de la reflexión histórica en los últimos años. Algunos de los trabajos más influyentes son, Michel de Certeau, L'Absent de l'histoire (Paris: Mame, 1973); Emmanuel Lèvinas, Le Temps et l'autre (Montpellier, Fr: Éditions Fata Morgana, 1979); Tzvetan Todorov, La Conquête de l'Amérique (Paris: Editions du Seuil, 1982); Mark C. Taylor, Altarity (Chicago: University of Chicago Press, 1987); Dipesh Chakrabarty, Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2000). Para una amplia selección de temas y acercamientos, ver Howard Marchitello, ed., What Happens to History. The Renewal of Ethics in Contemporary Thought (New York: Routledge, 2001). 2 - Michel de Certeau, La cultura en plural, ed. Luce Giard, Rogelio Paredes trad. (Buenos Aires: Nueva Visión, 1999) 111-112. Certeau afirma que la interpretación como operación se debe entender “como la relación entre un lugar (un reclutamiento, un medio, un oficio, etcétera), varios procedimientos de análisis (una disciplina) y la construcción de un texto (una literatura)”. Los determinantes de la operación no agotan la integridad del saber, pero si lo marcan de manera decisiva y hace de la objetividad de la historia un término acordado entre los practicantes de la disciplina. Ver Michel de Certeau, La escritura de la historia, Jorge López Moctezuma trad., 2 rev. ed. (México: Universidad Iberoamericana, 1993) 68. Para una discusión del tema, ver Francisco A. Ortega Martínez, "Aventuras de una heterología fantasmal", en La irrupción de lo impensado. Cátedra Michel de Certeau 2003, ed. Francisco A. Ortega Martínez, Cuadernos Pensar en Público (Santafé de Bogotá: Editorial de la Universidad Javeriana, 2004). 134

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El llamado de atención al nexo entre saber y poder y el consecuente intento por refundar la labor interpretativa desde una poética del lugar, constituyen dos de las variables decisivas de las nuevas orientaciones metodológicas. Las variables responden a la llamada crisis disciplinaria y al fracaso de los metarelatos y han definido los aspectos más innovadores y controversiales de las ciencias sociales durante los últimos treinta años.3 En este contexto, es importante destacar que las variables no son novedosas ni ajenas a la tradición crítica latinoamericana. De hecho, podríamos afirmar que la modernidad crítica entra en los circuitos americanos por medio de la interrogación a fondo de los mismos fundamentos epistemológicos que la rigen. En efecto, un vasto –diríamos incluso, dominante– sector de la crítica en el continente estructura su discurso de tal manera que solicita que el quehacer interpretativo se enfrente a la necesidad de darle una respuesta al problema de la especificidad latinoamericana. Este problema se plantea como el interrogante de si la experiencia histórica (manifiesta en subjetividades y artefactos culturales) es inmediatamente accesible a las elaboraciones teóricas europeas o si por el contrario se corre el riesgo de que estas prácticas críticas oculten, desplacen o subordinen la especificidad de esa experiencia.4

Aunque a menudo se confunden, es necesario diferenciar dos propuestas que emergen de este modo de estructurar el discurso crítico: una relacionada con la identidad y otra con la ética.5 La primera le contrapone a las pretensiones universalistas de las categorías del saber occidental una singularidad americana. Según esta tradición, la singularidad americana ha sido disimulada a través de la historia y es deber de la práctica intelectual genuina desenmascarar las distorsiones producidas por el saber euro-céntrico. Por eso mismo, el aspecto referente a la identidad encuentra una de sus respuestas más espectaculares en el intento por establecer prácticas del saber propiamente latinoamericanas, ya bien sean artísticas (por ejemplo, una estética latinoamericana tal como el llamado “realismo mágico”) o de la filosofía y las ciencias sociales (por ejemplo, la filosofía latinoamericana de Leopoldo Zea, la antropología de la América profunda de Roberto Kusch o, incluso la sociología del pueblo de Alejandro Moreno).6

3 - Para un informe sobre la crisis del saber, ver Jean François Lyotard, The Postmodern Condition: A Report on Knowledge, Geoff Bennington and Brian Massumi trad. (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993). 4- Desde el periodo colonial el ejercicio intelectual –y en particular el historiográfico-- tiene un carácter meta-teórico importante necesariamente vinculado a su condición de reflexión desde la periferia de los centros de saber. Ya en el siglo XVI se debate el tipo de lenguaje que mejor se adecua para describir la realidad americana, mientras que en el XVIII la elite intelectual criolla se apropia de los lenguajes científicos para re-escribir las historias locales. Para un estudio interesante sobre esos debates, ver Jorge Cañizares-Esguerra, How to Write the History of the New World. Histories, Epistemologies, and Identities in the Eighteenth-Century Atlantic World (Stanford, Cal: Stanford University Press, 2001). Roberto Salazar Ramos, en Posmodernidad y verdad. Algunos metarelatos en la constitución del saber (Santafé de Bogotá: USTA, 1994), y Santiago Castro Gómez, en Crítica de la razón latinoamericana (Barcelona: Puvill Libros, S.A., 1996), han desarrollado una sagaz genealogía de la reflexión cultural en el contexto de debates teóricos más recientes. 5 - Augusto Salazar Bondy enuncia claramente la diferenciación en 1968 al publicar ¿Existe una filosofía de nuestra América? (México: Siglo XXI, 1968) en el marco de una polémica con el filósofo mexicano Leopoldo Zea. En 1973, Salazar Bondy propone como alternativa un programa emancipador para el quehacer crítico en América. "Filosofía de la dominación y filosofía de la liberación", Stromata 29 (1973): 390 ss. 6 - Alejandro Moreno escribe que la nueva sociología debe erigirse como un “... saber no especulativo, sin que por ello carezca de conceptos; no reflexivo, pero tampoco exento de reflexión; práctico-experiencial, vivido -sino vivencial-, emanante de la realidad cotidiana de una comunidad o pueblo; en el que la vida y pensamiento se conforman e integran; dotado de unos contenidos y una forma que los estructura en una identidad propia". El aro y la trama. Episteme, modernidad y pueblo, 2da ed., Colección Convivium (Caracas: Centro de Investigaciones Populares, 1995) 468; mis cursivas. Ver también, Leopoldo Zea, La filosofía americana como filosofía sin más, 10a ed. (México, D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 1985) y Roberto Kusch, América profunda, 2a ed. (Buenos Aires: Editorial Bonum, 1975). Roberto Salazar Ramos adelanta una crítica de los aspectos de esta tradición relacionados con la identidad y el populismo. Para una versión sintética del argumento, ver Leonardo Tovar 135

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Por otra parte, la tradición propiamente ética de la crítica latinoamericana substituye el vocabulario de identidad (filosofía latinoamericana) por uno de acción política (filosofía de la liberación; pedagogía del oprimido). La práctica intelectual resulta del sentimiento de indignación que tiene lugar con la toma de conciencia de la violencia social, institucional y cultural que se genera con la perversión estructural propia del subdesarrollo y del estado concomitante de dependencia cultural que éste acarrea.7 El importante filósofo argentino Arturo Roig expone esta doble presión sobre el pensar al declarar que "las estructuras sociales en sí mismas consideradas, son injustas en la medida que se organizan sobre la relación dominador-dominado, hecho que se presenta agravado por nuestro estado cultural dependiente".8 Ante esa doble presión, Orlando Fals Borda propone una ciencia social de la liberación que permita

... la utilización del método científico para describir, analizar y aplicar el conocimiento para transformar la sociedad, trastocar la estructura de poder y de las clases que condicionan esa transformación y poner en marcha todas las medidas conducentes a asegurar una satisfacción más amplia y real del pueblo.9

A pesar del carácter epistemológico de la formulación, su inflexión fundamental es ética en cuanto la preocupación normativa es la violencia social y la manera como el mismo discurso teórico se ocupa de disimular su razón de ser. A raíz de esta conexión y en la medida que el aparato crítico se descubre cómplice de la violencia y la dependencia la función de la reflexión deviene, a la par de trabajo teórico, intervención e impugnación.

Para los fines que me conciernen propongo desvincular la búsqueda o afirmación de una supuesta identidad –que a veces parece dominar esa la crítica latinoamericana– de la preocupación esencialmente ética por ejercer una labor responsable desde y con el saber. Precisamente, adoptando como punto de partida explícito la inflexión ética, mi objetivo en las próximas páginas es examinar –a la luz de algunos de los debates teóricos más importantes del momento– las posibilidades presentes para habilitar una cultura de la interpretación capaz y consciente de sus responsabilidades locales y globales. Es por eso apenas natural que me halle explorando la intersección de tres tradiciones que, abierta o veladamente, comentan y toman posiciones éticas sobre el ejercicio interpretativo. Las tres vertientes son la hermenéutica contemporánea (en especial Emmanuel Lèvinas, Paul Ricoeur y, en alguna medida, Gianni Vattimo y Hans-Georg Gadamer); la teoría poscolonial, especialmente aquella que desde la historiografía y la crítica cultural se identifica como un modelo de interpretación en función de una subalternidad postimperial y que critica las formas totalizadoras del historicismo europeo en cuanto éstas encuentran su expresión en las relaciones coloniales y poscoloniales (Gayatri

González, "El ejercicio de la filosofía como arqueología. Entrevista con Roberto Salazar Ramos", Dissens 1 (1995): 43-50. 7 - Gonzalo Sánchez Gómez adiciona a la crisis de los grandes relatos y a la que emerge frente a la dis-asociación de cultura y política, la crisis que es propia de una guerra endémica que desgarra a Colombia. Ver "Los intelectuales y la política", Revista Colombia-Thema http://colombia-thema.org/ (1999). [Sánchez leyó el ensayo durante el marco de la Semana Universitaria con motivo de recibir la Orden Gerardo Molina. Septiembre 21, 1999]. 8- En su colección de ensayos Filosofía, universidad y filósofos en América Latina (México: UNAM, 1981) 9. El artículo "Función actual de la filosofía en América Latina" se publicó originalmente en 1971. 9 - Orlando Fals Borda, Ciencia propia y colonialismo intelectual: los nuevos rumbos, 3ra ed. (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1987) 15-16. 136

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Spivak, Grupo de Estudios Subalternos, J-Achille Mbembé);10 y, finalmente, la ya mencionada tradición teórica contestataria sobre las posibilidades y responsabilidades de la crítica en el contexto neo-colonial de América Latina.11 La excusa inicial para poner en diálogo tradiciones aparentemente disímiles, se da con lo que considero una productiva complementariedad de las tres narrativas. Esta complementariedad es de dos tipos. La primera se puede formular como la sucesión estratégicamente válida de la crítica al proyecto ontológico que inscribe permanentemente el Ser en el horizonte (idealista y universalista) del racionalismo europeo moderno. Las tres vertientes enfatizan que nuestro único contacto con el ser es a través del ente, es decir, "que el ser es para el hombre primordialmente una pura disponibilidad que se desgrana en el infinito mundo de los entes y sus relaciones".12 Esta crítica conlleva –como lo define Enrique Dussel, uno de los exponentes más conocidos de la filosofía de la liberación—una revisión de la “escisión originaria de la moral formal, desde Kant, de la ética de la vida humana, que no se la juzga relevante”.13 El segundo tipo de complementariedad tiene que ver con la marcada centralidad que la alteridad desempeña en las tres narrativas en cuanto ésta se constituye en el punto de partida para la crítica a la totalidad (ya que la alteridad es aquello que siempre permanece fuera de la totalidad) 10- Stephen Slemon, "The Scramble for Postcolonialism", en The Post-Colonial Studies Reader, ed. Griffiths y Tiffin Ashcroft (Nueva York: Routledge, 1995), 45-52. El concepto de lo poscolonial fue utilizado por primera vez en 1959, en un artículo sobre la India en que se refiría al periodo de la postindependencia. Dentro del ambiente de los estudios culturales en Gran Bretaña el concepto de poscolonialismo está fuertemente asociado con la literatura del Commonwealth y la irrupción en los departamentos de inglés de literatura no canónica (ver, por ejemplo, Bill Ashcroft, Gareth Griffiths, y Helen Tiffin, The Empire Writes Back (New York: Routledge, 1990). En Estados Unidos su acepción es más amplia y ambigua. Entre otros incluye trabajos en el campo de la historiografía –el colectivo del Grupo de Estudios Subalternos–, el análisis discursivo ejemplificado por Edward Said y el proyecto filosófico de V. Y. Mudimbe y Achille Mbembé. Decidí optar por el nombre post-colonial porque de manera genérica designa una corriente que examina vehementemente el carácter ideológico de la tradición europea; "it foregrounds a politics of opposition and struggle, and problematizes the key relationship between centre and periphery" Vijan Mishra y Bob Hodge, "What is Post(-)Colonialism?" en Australian Cultural Studies: A Reader, ed. John Frow y Meghan Morris (Urbana: University of Illinois Press, 1993), 30-46 30. Por otro lado, dada mi posición como profesor latinoamericano cuyo quehacer transcurre entre Estados Unidos y Colombia, me parece importante plantear un diálogo con otras corrientes de resistencia global. 11 - Para los fines de este ensayo limitaré mis referencias a la llamada filosofía de la liberación, tradición en la que se destacan Enrique Dussel, Arturo Roig, Augusto Salazar Bondy, Juan Carlos Scannone, Germán Marquínez Argote y Mauricio Beuchot Puentes, entre muchos otros. Este grupo de pensadores surge a fines de los años sesenta y son tributarios de la fenomenología, la escuela de Frankfurt y el marxismo europeo. Su programa filosófico es triple: 1) adelantar una rigurosa labor crítica de acuerdo con los modos de reflexión propia de la teoría; 2) hacer de la reflexión una labor política en función de la dialéctica teoría-praxis; 3) modular como tema y articular como contexto de la reflexión metodológica las condiciones sociales de marginalidad de la gran mayoría de los habitantes del continente. Ver Enrique Dussel, "Philosophy in Latin America in the Twentieth Century: Problems and Currents", en Eduardo Mendieta, ed., Latin American Philosophy Currents, Issues, Debates (Bloomington: Indiana University Press, 2003) 12-13; 30-33. Aunque lo que me interesa rescatar es la tendencia a reconocer la responsabilidad social del saber, no está de sobra aclarar que mi propuesta parte del supuesto que este programa teórico mantiene su vigencia para la reflexíon crítica contemporánea. Por eso, a pesar de todas las posibles discrepancias que tenga con sus varias formulaciones, en lo que sigue me ocuparé exclusivamente de lo que aún tiene por decirle a nuestro presente. Para aquellos interesados en una crítica, ver Horacio Cerutti Gulberg, Filosofía de la liberación latinoamericana (México: Fondo de Cultura Económica, 1982); Ofelia Schutte, Cultural Identity and Social Liberation in Latin American Thought (New York: State University of New York, 1993); Roberto Salazar Ramos, "Los grandes metarelatos en la interpretación de la historia latinoamericana", en Filosofía de la historia (junio-julio 1992). Ponencias VII Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana (Santafé de Bogotá: Universidad Santo Tomás, 1993), 63-108; y Castro Gómez, Crítica. 12- Roig, Filosofía, universidad 17. 13 - Enrique Dussel, La ética de la liberación ante el desafío de Apel, Taylor y Vattimo con respuesta crítica inédita de K.-O. Apel (Toluca: Universidad Autónoma del Estado de México, 1998) 5. Más adelante Dussel define su proyecto como una búsqueda de un “tertium quid no considerado en el debate euro-norteamericano, y mucho más si se sitúa este tertium en la perspectiva de la periferia mundial, empobrecida, explotada y excluida...” (132). 137

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y para un nuevo ejercicio de la interpretación. Una vez más, Dussel formula la consecuencia ética de esta complementariedad desde la perspectiva de la filosofía de la liberación. La reflexión crítica debe partir

... desde la Alteridad, desde el ‘compelido’ o el ‘excluido’ ... de lo concreto-histórico, se trata de mostrar esas condiciones de posibilidad del dialogar, desde la afirmación de la Alteridad, y, al mismo tiempo, desde la negatividad, desde su imposibilidad empírica concreta, al menos como punto de partida, de que ‘el Otro-excluido’ y ‘dominado’ pueda efectivamente intervenir ... .14

Mi intención en este ensayo es aprovechar la complementariedad de estas narrativas (tanto en la crítica al horizonte ontológico como en el papel de la alteridad) para comenzar a explorar las posibilidades de una hermenéutica de la subalternidad que nos ayude a re-fundar un ejercicio historiográfico crítico. Esta hermenéutica debe ser sensible a las relaciones de poder que configuran la subordinación social y, lo más importante, debe ser capaz de responder respetuosamente a la alteridad que caracteriza al subalterno.15

Por cuanto la tarea que tal proyecto supone es enorme, en este caso me ocuparé sólo de tres aspectos fundamentales. En primera instancia examinaré la sucesión de críticas al horizonte ontológico del idealismo europeo. En segundo lugar exploraré el papel que la alteridad desempeña en cada uno de estos discursos. En tercer lugar, exploraré algunos modos como la alteridad puede habilitar o interrumpir una hermenéutica post-imperial de la subalternidad. Para cerrar, intentaré hacer una evaluación conjunta y avanzar algunas posibilidades que puedan ser útiles para el desarrollo de una hermenéutica de la subalternidad.

II. La crítica hermeneútica al horizonte ontológico

La relación con otro no es una relación idílica y armoniosa de comunión ni una empatía mediante la cual podemos

ponernos en su lugar. Emmanuel Lèvinas16

La tradición hermenéutica, más que cualquier otra de las modalidades filosóficas europeas contemporáneas, acarrea una voluntad de romper con el carácter ontológico de la metafísica del racionalismo moderno, al proponer el reemplazo de este horizonte del Ser con el histórico de la hermenéutica, trocando así los requisitos de verdad de una referencialidad ajena al horizonte

14 - Enrique Dussel, 1492, El encubrimiento del otro. El origen del mito de la modernidad (Santa Fe de Bogotá: Ediciones Antropos, 1992) 13. 15 - El término subalterno fue propuesto en su momento por Antonio Gramsci en sus Quaderni del carcere (1926-1937) para designar el proletariado bajo el regimen capitalista (ver, por ejemplo, “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas”). Ranajit Guha y el colectivo de estudios de la subalternidad retoman el concepto a partir de la década de 1970 para fundamentar un enunciado crítico del pasado, a partir de la articulación de las relaciones coloniales como la oposición fundamental e irreducible (aunque no única) entre la elite y el subalterno. Para una bibliografía inicial, ver Ranajit Guha, Las voces de la historia y otros estudios de subalternidad, ed. Josep Fontana (Barcelona: Crítica, 2002) y Ranajit Guha, ed., A Subaltern Studies Reader 1986-1995 (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997). En español, las antologías básicas son de Silvia Rivera Cusicanqui y Rossana Barragán, eds., Debates post-coloniales. Una introducción a los estudios de la subalternidad (La Paz, Bolivia y Rotterdam, Holanda: Historias, Aruwiri, SEPHIS, 1997); Saurabh Dube, ed., Pasados poscoloniales (México D.F.: El Colegio de México. Versión electrónica: www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/libros/ poscolonialismo/poscol.html, 1999); e Ileana Rodríguez, ed., Convergencia de tiempos. Estudios subalternos/ contextos latinoamericanos. Estado, cultural, subalternidad (Amsterdam: Rodopi, 2001). 16 - Emmanuel Lèvinas, El tiempo y el Otro, José Luis Pardo Torío trad. (Barcelona: Paidós, 1993) 116. 138

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cultural y de carácter absoluto (el Ser) a otra interna, parcial y contingente. Sus orígenes históricos son eminentemente políticos y sus intenciones emancipatorias. Según Kurt Mueller-Vollmer la hermenéutica se remonta a comienzos de la Reforma protestante, cuando los teólogos alemanes invocaron el principio de perspicuidad por medio del cual afirmaban la autosuficiencia de los textos sagrados frente a la autoridad doctrinal de la Iglesia y, por lo tanto, se postulaban como lectores capaces de formular interpretaciones y doctrinas.17 A finales del siglo XIX y principios del XX la interpretación hermenéutica es fuertemente revitalizada y se transforma de una actividad disciplinaria (teológica, histórica, filológica) en el modelo que la filosofía utiliza para criticar lo que Lèvinas llama la metafísica de la presencia.18 La transformación ocurre, entre otras, debido a la necesidad de fundar una teoría de la verdad para las ciencias humanas, que las distinguiera del modelo de las ciencias positivas. Cinco son los postulados de la hermenéutica contemporánea que me interesa destacar. En primer lugar, la hermenéutica parte de un reconocimiento explícito de la inscripción del “yo-intérprete” en el evento interpretativo; en segundo lugar, postula la existencia de una tradición –fuera de la cual y anterior a la cual no se puede llevar a cabo el acto interpretativo– que comprende la situación interpretante e interpretada; en tercer lugar, reconoce la mediación del lenguaje (o de la teoría) en la producción del objeto inquirido a través de lo que Gadamer llama prejuicios; en cuarto lugar, la hermeneútica propone la interpretación –en contraste a la explicación, más adecuada para las ciencias exactas– como modo de re-presentación de la realidad inquirida.19 En quinto y último lugar, la hermeneútica se sabe parcial y reconoce en su discernimiento una inevitable voluntad política. No es sorpresa, pues, que las ciencias sociales –la historia y la antropología, por ejemplo– hayan percibido en la hermeneútica una apertura a la alteridad social y una crítica al idealismo que resulta de su voluntad para reconocerse como modo contingente de producir saber (en términos certeaunianos, de concebirse como operación). La hermenéutica contemporánea emerge en el debate contra dos corrientes dominantes de su tiempo, el positivismo, que propone la adopción total del modelo y verdad científica, y el relativismo y sus derivados (pragmatismo, historicismo, utilitarismo), que sacrifican el concepto de verdad trascendente. En este debate la hermenéutica se encarga de llevar a cabo la crítica al lenguaje metafísico del racionalismo moderno, sin renunciar a las pretensiones de una verdad fundacional que la autorice.20 Sin embargo, el problema central ante el cual la hermenéutica se intenta constituir como respuesta metodológica es, más que epistemológico, profundamente ético y, como ya vimos en el contexto de su emergencia, político. Por eso 17- Aunque la Real Academia Española define la hermenéutica (del griego hermeneutikos, ciencia de la interpretación) como el "arte de interpretar los textos y especialmente... los textos sagrados", Schleiermacher primero y después Wilhem Dilthey la adoptan como método de conocimiento apropiado para el tipo de experiencia escrutado por las ciencias humanas. Posteriormente, la hermenéutica se enriquece con la contribución de Husserl, Heidegger, Barthes, Ricoeur, Gadamer, Habermas, Hans Jauss, Geertz, etc., y se convierte en uno de los métodos predilectos de las ciencias sociales. Un excelente estudio introductorio a la historia de la hermenéutica se puede encontrar en Karl Mueller-Vollmer, "Language, Mind, and Artifact: An Outline of Hermeneutic Theory Since the Enlightenment", en Hermeneutic Reader, ed. Karl Mueller-Vollmer (New York: Continuum, 1985), 1-53. La información presentada en esta parte del ensayo está basada en ese capítulo. Ver, también, Hans-Georg Gadamer, Reason in the Age of Science, F. G. Lawrence trad. (Cambridge, Ma: MIT Press, 1981), en especial los ensayos "Hermeneutics as Practical Philosophy" (88-112) y "Hermeneutics as a Theoretical and Practical Task (113-138). 18- En "Dialogue with Emmanuel Levinas" en Richard Cohen, ed., Face to Face with Lèvinas (Albany: State University of New York Press, 1986) 18-20. Ver, también, Emmanuel Lèvinas, Otherwise than Being or Beyond Essence, Alphonso Lingis trad. (La Haya: Maritnus Nijhoff Publishers, 1981) 5-8 y 165-171. 19 - Wilhem Dilthey propone la distinción entre ciencias exactas (descriptivas) y humanas (interpretativas) en “The Formation of the Historical World in the Human Sciences” (1910). Ver Selected Works, ed. Rudolf A. Makkreel y Frithjof Rodi, H.P. Rickman trad., vol. III (Princeton, Nj: Princeton University Press, 2002) 101-209. 20 - Edmund Husserl hace esta observación en “The Origins of Geometry”, uno de los apéndices de The Crisis of the European Sciences and Trascendental Phenomenology (Evanston: Northwestern University Press, 1970) 369-378. 139

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mismo, Hans-Georg Gadamer anota que la crisis del conocimiento repercute no solamente en el campo de la metafísica sino también, o quizás especialmente, en el ámbito de lo político:

La comprensión de los condicionantes del saber por los poderes históricos y sociales que actúan en el presente, significa no sólo un debilitamiento teórico de nuestra fe en el saber sino también una indefensión de hecho del conocimiento ante el poder arbitrario del presente.21

Dentro de la teología, la jurisprudencia y la filología clásica –todos dominios privilegiados de la hermeneútica—el esfuerzo por erigir defensas ante la potencial arbitrariedad del mundo contemporáneo encuentra su expresión motriz en la relación del acto interpretativo con una tradición canónica validada por textos sagrados.

Aunque existe una amplia variedad de modelos, la hermenéutica, por norma, recubre la distancia entre sujeto inquisidor y objeto inquirido con una necesaria continuidad cultural, también conocida como círculo hermenéutico.22 Dos son las condiciones que hacen posible esta continuidad: la presencia de ‘prejuicios’ y de textos fundacionales. En primer lugar la comunalidad entre objeto e investigador está puntuada, de acuerdo con Gadamer, por un conjunto de expectativas y asunciones compartidas –la historicidad del propio intérprete– que él llama prejuicios.23 De esta manera, el prejuicio no es un defecto de la interpretación sino que es su condición habilitadora, el requisito para que exista significación. La diferencia entre el prejuicio de la doxa y el del ejercicio hermenéutico es que éste último es sometido a una crítica a través de la auto-reflexión:

La hermenéutica tiene que ver con una actitud teórica para con la práctica de la interpretación, la interpretación de textos, y también en relación con las experiencias interpretadas en ellos y en nuestra orientación comunicativa en el mundo. La postura teórica nos hace concientes de manera reflexiva de lo que está en juego en la experiencia práctica de la comprensión.24

En segundo lugar, la hermenéutica establece la continuidad por medio de la identificación de referentes o textos fundacionales (así sea en la forma de textos sagrados –el Talmud o la Biblia, por ejemplo, en los que la distancia entre significación y significante es cero– o en la forma de unos referentes principales –el Talmud y la Biblia, entre muchos otros, aunque ya no como textos sagrados– a los que la historia se refiere constantemente para poder constituir un pasado) 21- Mi traducción de “The insight into the conditioners of all knowledge by the historical and social powers that move the present signifies not only a theoretical weakening of our belief in knowledge but also a factual defenselessness of our knowledge against the arbitrary powers of the age”. Hans-Georg Gadamer, "Truth in the Human Sciences", en Hermeneutics and Truth, ed. Brice R. Wachterhauser (Evanston, Il: Northwestern University Press, 1994) 27. 22 - El círculo hermenéutico es el modo dialéctico como procede el conocimiento hermenéutico: "Complete knowledge always involves an apparent circle, that each part can be understood only out of the whole to which it belongs, and vice versa. All knowledge which is scientific must be constructed in this way". Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher, "Compendium of 1819", en The Hermeneutics Reader, ed. Karl Mueller-Vollmer (New York: Continuum, 1994) "Introduction". IX. 20.1. 23- Ver Hans-Georg Gadamer, "What is Truth?" en The Hermeneutic Reader: Texts of the German Tradition From the Enlightenment to the Present, ed. Karl Mueller-Vollmer (New York: Continuum, 1985) y Gadamer, "Truth in the Human Sciences". También "Text and Interpretation", en Dialogue and Deconstruction: The Gadamer-Derrida Encounter, ed. Diane Michelfelder y Richard Palmer (New York: Suny Press, 1989), 21-51 y su colección de ensayos Reason in the Age of Science. 24- Mi traducción de “Hermeneutics has to do with a theoretical attitude toward the practice of interpretation, the interpretation of texts, but also in relation to the experiences interpreted in them and in our communicatively unfolded orientations in the world. This theoretic stance only makes us aware reflectively of what's performatively at play in the practical experience of understanding”. Gadamer, Reason in the Age of Science 112. 140

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que proveen la autoridad inicial para comenzar una lectura. El modelo hermenéutico vive entonces en continua tensión: por un lado afirma ante todo dogma e institución la capacidad interpretativa del lector, pero por otra parte somete esta capacidad a los prejuicios (dogmas) epocales y a las demandas implícitas en una tradición histórica.

En el intento por adecuarse a un mundo secular y pluri-religioso pero siempre evitando caer en el relativismo o pragmatismo, la hermenéutica contemporánea presenta dos alternativas: por un lado está el giro místico de Lèvinas (teológicamente compartido por Certeau y Ricoeur) que intenta fundamentar una filosofía primera (una ética trascendental) en el sustrato infra-religioso de los textos sagrados, sustrato que en la práctica tiene su manifestación fundamental en el rostro del Otro.25 Por otra parte está el gesto secularizador de Gadamer, Váttimo y Habermas en el que la autoridad ética del texto sagrado es remplazada ya bien por el sustrato común de la tradición, las estructuras sociales que marcan el horizonte epocal o por un modelo de acción comunicativa regido por categorías morales de corte kantiano.26 En el primer caso la ética se fundamenta en una trascendencia previamente establecida y sólo accesible a través de la fe. En el segundo se fundamenta ya bien en una crítica a la tradición, o en un esfuerzo historicista, o en una fe (también) quasi religiosa en la capacidad de la razón humanista para ejercer una crítica a la ideología. En ambos casos, sin embargo, la tensión, entre tradición (atada o no a unos textos sagrados) y pluralidad de la interpretación, es inevitable.

De ahí que no sea sorprendente que uno de los temas dominantes de la hermenéutica es el de su validez universal, aspecto clave, por otra parte, para fundamentar una ética.27 Sin embargo, esta aspiración a la vigencia universal le causa serios problemas, especialmente al ala secular de la hermenéutica. Así, en Gadamer, por ejemplo, conceptos como autoridad, razón superior y tradición genuina circulan libremente de manera problemática y poco crítica con la intención de resolver la tensión inherente al modelo hermenéutico, reconstituyendo un horizonte de objetividad.28 Ahora bien, desde una perspectiva no masculina ni europea, la reconstitución de ese horizonte totalizador hace que la tensión inherente a la hermenéutica se vuelva insoportable y que el impulso emancipatorio crítico que le da origen se trunque. Esta es precisamente la crítica que el femenismo le hace a la hermenéutica cuando Georgia Warnke objeta que “la historia es casi invariablemente una historia sexista y los prejuicios compartidos de una sociedad son, una vez más, prejuicios compartidos sexistas”.29 Desde otra perspectiva, la

25 - De Emmanuel Lèvinas, ver Otherwise than Being y Totality and Infinity: An Essay on Exteriority, Alphonso Lingis trad. (Pittsburg (Pa): Duquesne University Press, 2000); de Paul Ricoeur, Essays in Biblical Interpretation y Del texto a la acción. Ensayo de hermenéutica II, Pablo Corona trad. (México: Fondo de Cultura Económica, 2002); de Michel de Certeau, L'Absent de l'histoire y L'Étranger ou l'union dans la difference (Paris: Desclée de Brouwer, 1991). 26 - De Hans G. Gadamer, ver Reason in the Age of Science y Truth and Method, Garrett Barden and John Cumming trad. (New York: Crossroads, 1982); de Gianni Vattimo, Ética de la interpretación, Teresa Oñate trad. (Barcelona: Paidós, 1991); de Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Manuel Jiménez Redondo trad., 2 vols. (Madrid: Ediciones Taurus, 1987) y Accion comunicativa y razon sin trascendencia, Pere Fabra Abat trad. (Barcelona: Paidós, 2002). 27- Ver, por ejemplo, Gadamer, "Text and Interpretation" y Jürgen Habermas, "The Hermeneutic Claim to Universality", en The Hermeneutic Tradition: From Ast to Ricoeur, ed. Gayle Ormiston y Alan Schrift (Albany: State University of New York Press, 1990), 245-272. 28- Esta reconstitución no es exclusiva de Gadamer. Por ejemplo, en otro conocido hermeneuta la reconstitución se ofrece con otro vocabulario, esta vez de corte heideggariano: "Si una ética 'hermenéutica' es posible, le hace falta una ontología nihilista... como una 'ontología de la actualidad', para la cual resulta decisiva la referencia a una cierta imagen de la modernidad, de su destino, de su secularización, y de su 'fin' eventual". Vattimo, Etica 11-12. 29- Traducción de “history is almost invariably a sexist history and the shared understanding of a society are, again, a sexist set of shared understandings”. Georgia Warnke, "Hermeneutic, Tradition, and the Standpoint of Women", en Hermeneutics and Truth, ed. Brice R. Wachterhauser (Evanston, Il: Northwestern University Press, 141

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global (que complementa, no desplaza, la feminista), Gayatri Spivak apunta que aun en los momentos cuando “... la historia de Europa como Sujeto/Tema es narrativizada por el derecho, la economía política, y la ideología de Occidente, este Sujeto encubierto pretende que no tiene ‘determinaciones geo-políticas’”.30

El impulso ético de la hermenéutica contemporánea coincide con el del femenismo, el poscolonialismo y el de la llamada filosofía de la liberación, en cuanto todos ellos intentan pensar el ser fuera del lenguaje universalista del racionalismo humanista que postula al Hombre de la Modernidad Europea como el Ser de la Historia; buscan, en otras palabras, "Una ontología que asegure la preeminencia del objeto respecto de la conciencia".31 Sin embargo, la crítica poscolonial y la filosofía de la liberación retoman la crítica al racionalismo europeo precisamente donde la hermenéutica europea se encuentra menos deseosa de cuestionar sus privilegios, es decir, allí donde los lazos entre el poder geopolítico (económico, cultural) y un tipo de saber (en cuanto ese saber es productivo debido a su carácter neocolonial) se traban más rígida y violentamente, es decir, en esa continuidad entre tradición (textos canónicos y prejuicios) e interpretación que es el círculo hermenéutico.32 Para la filosofía de la liberación y el poscolonialismo, el problema ya no consiste en una relación más o menos liberal entre tradición e interpretación, sino en el reconocimiento de que ciertos conceptos y categorías que inscriben el ente (Escritura, Historia, Ser, Nación) y que rigen la relación entre tradición e interpretación, inevitablemente recuperan contenidos idealistas y reconstituyen teleologías que sobre-textualizan el ente y sus modos, y justifican los sistemas de exclusión. En otras palabras, el círculo hermenéutico (prejuicios y referentes fundacionales) estructuran un relato historicista en el que la modernidad europea funciona como el justificador supremo de un ordenamiento mundial caracterizado por la desigualdad y el desconocimiento de la particularidad local: un ordenamiento neoimperial.33

1994), 204-226 206. Warnke apunta que los lazos que someten la interpretación a la tradición perjudican a la mujer en cuanto siendo patriarcal esta tradición exhibe dos constantes: "the exclusion of women from most historical traditions and the patriarchal prejudices that have stereotyped women in demeaning and disenfranchasing ways" (206). 30- Uso, con ligeras modificaciones, la versión en español del ensayo de Gayatri Chakravorty Spivak, "¿Puede hablar el sujeto subalterno?" Orbis Tertius. Revista de Teoría y Crítica Literaria 3 (1998): 175-235. El texto en inglés dice: “.. the history of Europe as Subject is narrativized by the law, political economy, and ideology of the West, this concealed Subject pretends it has 'no geo-political determinations". "Can the Subaltern Speak?" en Marxism and the Interpretation of Culture, ed. Cary Nelson y Larry Grossberg (Urbana: University of Illinois Press, 1988), 271-313 272. Agradezco a Mercedes López la información sobre la traducción y el esfuerzo por conseguir una copia. 31- Roig, Filosofía, universidad 16. 32- El ejemplo paradigmático sería el rechazo de la jerarquía eclesial a las reinterpretaciones de la Biblia que han surgido con la teología de la liberación. En todos los casos el Vaticano ha impuesto severas sanciones. A un nivel más secular, la adecuación de las políticas económicas a las necesidades del mercado internacional redefinen la función de las instituciones sociales y las hacen vulnerables a la tremenda colisión de las narrativas de la Historia, la Nación y la Modernidad. Este choque de narrativas sobredetermina el horizonte epocal del sujeto periférico, al proponer un concepto modular de lo histórico, lo moderno y la ciudadanía. Ver Octavio Ianni, Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina, C. Colombani y J. Cintra trad. (México: Siglo XXI, 1970). Enrique Dussel, “Crítica del mito de la modernidad”, Dussel, Encubrimiento del otro 99-117. 33- Sobre esta recuperación historicista ver: Jacques Derrida, "White Mythologies", en Margins of Philosophy (Chicago: University of Chicago Press, 1982), 207-271; Dipesh Chakrabarty “La poscolonialidad y el artilugio de la Historia: ¿Quién habla en nombre de los pasados ‘indios’?” en Saurabh Dube, ed., Pasados poscoloniales (México D.F.: El Colegio de México, 1999); Robert Young, White Mythologies: Writing History and the West (New York: Routledge, 1990); Partha Chatterjee, Nationalist Thought and the Colonial World: A Derivative Discourse? (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993); y Alberto Moreiras, The Exhaustion of Difference. The Politics of Latin American Cultural Studies (Durham (NC): Duke University Press, 2001) 13-16; 249-263. 142

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La sobre-textualización geopolítica del ente y sus modos presenta un obstáculo serio, cuando se intenta postular un modelo hermenéutico globalmente significativo, fuera del lenguaje de la totalidad del racionalismo humanista y que responda a las demandas del subalterno. Esto se debe, en primer lugar, a que este lenguaje es el único que ha logrado imponerse de manera general con algún éxito y su reemplazo por modelos hermenéuticos post-historicistas, globalmente competentes (no quiero decir universales) resulta tremendamente difícil.34 Una segunda dificultad radica en la insuficiente historización que la hermenéutica contemporánea ha hecho del sujeto humanista, ya que al remplazar el horizonte ontológico por su horizonte epocal, la inscripción ontológica en y del cuerpo del subalterno pasó desapercibida.35 El surgimiento de la filosofía de la liberación y del poscolonialismo responde al historicismo que emerge de ese descuido y señala que el problema de una hermenéutica transcultural se presenta en los dos momentos nodales de la operación interpretativa: en el relato histórico (o ámbito estructural de los prejuicios) y en el sujeto de ese relato histórico (o ámbito referencial de los textos fundacionales).

La crítica poscolonial observa que el concepto de historia necesariamente postula un relato modelo –La Historia– estructurado de tal manera que sobredetermina todos los otros relatos posibles, asignándoles posiciones subordinadas dentro de su relación universal. Dipesh Chakrabarty escribe que "en lo que toca al discurso académico de la historia –es decir, la ‘historia’ como un discurso producido en el ámbito institucional de la universidad–, ‘Europa’ sigue siendo el sujeto soberano, teórico, de todas las historias".36 Esta Historia modelo ha sido “inocentemente” formulada multitud de veces. Como ejemplo propongo la de Max Weber, escasamente diferente de la gran mayoría en su autoconciencia:

El estudio de la historia universal, un producto de la civilización europea moderna, nos obliga a preguntarnos a qué combinación de circunstancias se debe el hecho que en la civilización occidental, y sólo en la civilización occidental, han ocurrido fenómenos culturales que ... tiene una línea de desarrollo con significado y valor universal.37

34- Al argumento de que no hay necesidad de concebir un modelo hermenéutico globalmente significativo, le haría la observación de que dado lo avanzado del relato histórico modular (materializado en el mercado capitalista y en la oficialización del Estado nacional como el modelo de comunidad política), los intentos por imaginar modelos interpretativos que no tomen en consideración la globalización del mundo están condenados a ontologizar al subalterno ya bien como el punto de partida del desarrollismo o como el horizonte de llegada del nativismo. En ambos casos éstas densas tradiciones desplazan y silencian el sitio de la hermenéutica subalterna. Como anota Anthony Appiah "we are all already contaminated by each other". "Is the Post- in Postmodernism the Post- in Postcolonial?" Critical Inquiry 17 (1991) 354. La tarea no es formular un sujeto autóctono sino imaginar modelos interpretativos que trasciendan el binarismo yo/otro sin que nieguen la heterogeneidad radical. 35- Spivak utiliza el femenino para subrayar los diferentes modos de subordinación. Su uso es adecuado ya que la categoría de género es constitutiva de la subalternidad. Mi uso del masculino obedece en este caso al enrarecimiento que conlleva en español, especialmente en relación a la alteridad, el uso del femenino (La Otra). Para ser consistente y evitar distracciones, me disculpo y utilizo un masculino que, sin embargo, quiere no ser ajeno a la diferencia sexual. 36- Dipesh Chakrabarty “Poscolonialidad y el artilugio de la Historia”. Para un desarrollo más sostenido de esa tesis, ver Provincializing Europe y Habitations of Modernity. (Chicago: University of Chicago Press, 2002). Ver también el último libro de Ranajit Guha, History at the Limit of World-History (New York: Columbia University Press, 2002) 24-47. 37- Mi traducción de: “A product of modern European civilization, studying any problem of universal history, [leads the historian] to ask himself to what combination of circumstances the fact should be attributed that in Western civilization, and in Western civilization only, cultural phenomena have appeared which ... lie in a line of 143

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Con la codiciada modernidad como premio final, este relato modelo postula una historia para ser repetida y consumida en todos los rincones del planeta. A los relatos subalternos les toca –si desean llegar a alcanzar la meta de La Historia, ser modernos– repetir el modelo mecánicamente desempeñando el único papel reservado para ellos, “el proyecto de no-originalidad decidida”.38 Concomitante con este relato, existe un sujeto modular (o referente fundacional) normativo de toda interpretación, que al ser narrativizado en el tal relato asigna identidades derivadas a los demás participantes de La Historia. Adaptando la categoría de Jean Braudillard, Chakrabarty se refiere a este sujeto modular como la hiperreal "Europa", cuyo efecto es activar otras identidades hiperreales como "Oriente", "India", "África" y, podríamos agregar, "América" y "Latinoamérica".39 El papel de la hiper-identidad es crear la abrumadora impresión de que toda identidad es fija y existe anclada en realidades primordiales. Cuando los nombres propios son asumidos como verdades ontológicas éstos hinchan el ente con contenidos programáticos que le hacen participar de lo que Spivak llama los modos de existencia fantasmagóricos: ipseité y mêmeté.40 El modo de existencia ipseity es aquel que le permite al ente definirse en relación a sí mismo, mientras que la mêmeté designa aquel que debe definirse en función de un modelo dado, lo que Homi Bhabha llama, modo de existencia mimético.41 De esta manera el sujeto modular reclama la plenitud del Ser para sí (por eso ha sido posible hablar del Ser al referirse a este ente) y postula la identidad de los demás en relación con la suya, de tal modo que todo otro debe definirse en función de este módulo. Por consiguiente, la identidad del otro se define por una distancia que es diferencia (en la medida en que no participa del Ser), que es derivada (en la medida en que participa del Ser) y que es subalterna (en cuanto la distancia refleja el limitado acceso a las tecnologías hegemónicas auto-habilitadoras). Su manifestación, por eso mismo, adquiere proporciones monstruosas, abyectas, como Kristeva apunta, que ni son sujeto ni son objeto.42 III. El puño de lo Otro y el método analéctico: la filosofía de la liberación

... todavía no hemos dado con el análisis lógico correcto de lo que queremos decir con nuestras expresiones éticas y religiosas.

Ludwig Wittgenstein43

Tomando como punto de partida la complementariedad de las críticas al horizonte ontológico, una hermenéutica debe fundamentar su ejercicio en la trascendencia que le garantice su integridad ante el pragmatismo, el relativismo o el positivismo. Este acto fundacional debe

development having universal significance and value”. Max Weber, The Protestant Ethics and the Spirit of Capitalism, Talcott Parsons trad. (Nueva York: Macmillan, 1976) 13. Énfasis en el original. 38- Mi traducción de "the project of positive unoriginality". Meaghan Morris, "Metamorphoses at Sydney Tower", New Formations 11 (1990) 10. 39- Son términos hiperreales "en cuanto a que se refieren a ciertas figuras de la imaginación, cuyos referentes geográficos permanecen más o menos indeterminados”. Chakrabarty, “Poscolonialidad y el artilugio de la Historia” 1. El concepto de hiperreal es desarrollado por Jean Braudillard, Simulations, P. Foss, P. Patton, y P. Beitchman trad. (Nueva York: Semiotext, 1983) 23-26. 40- Gayatri Chakravorty Spivak, Outside in the Teaching Machine (New York: Routledge, 1993) 212. 41- "El mimetismo y el hombre. La ambivalencia del discurso colonial", en su libro Homi Bhabha, El lugar de la cultura, César Aira trad. (Buenos Aires: Manantial, 2002) 111-119. 42- Julia Kristeva, Powers of Horror. An Essay on Abjection, Leon S. Roudiez trad. (New York: Columbia University Press, 1982) 2-11. 43 - Ludwig Wittgensein, Conferencia sobre ética. Con dos comentarios sobre la teoría del valor, Fina Birulés trad. (Barcelona: Paidós, 1989) 42-43. 144

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trascender la positividad de lo empírico para garantizar la inviolabilidad del sujeto, es decir, debe abrir un espacio de trascendencia que nos permita fundamentar el significado de lo ético. Lyotard resumió de manera sobria esa necesidad cuando escribe que, "Un ser humano tiene derechos sólo si es algo más que un ser humano".44 La hermenéutica secular –Habermas, Gadamer y Vattimo– al afirmar, desde su terreno epistemológico, la posibilidad y comunicabilidad del significado, se hacen precisamente vulnerables a este tipo de reduccionismo. La filosofía de la liberación y el poscolonialismo, por su parte, forman parte de la tradición que Paul Ricoeur designa como la hermenéutica de la sospecha, es decir, la crítica a la ideología ejemplificada por Marx, Nietzsche y Freud, eficiente para criticar la totalidad pero que él y Lèvinas consideran insuficiente para fundamentar una nueva ética de la crítica.45

Por eso, la hermenéutica de Ricoeur y Lèvinas enfatizan la alteridad radical que caracteriza al Ser, el núcleo de incomunicabilidad que el Ser contiene, que se manifiesta como surplus de lenguaje y que le impide ser reducido a significado. Mientras para Gadamer, Habermas y Vattimo conceptos como tradición, autoridad, prejuicio y horizonte epocal son habilitadores, para Paul Ricoeur, Michel de Certeau y Emmanuel Lèvinas resultan altamente sospechosos. Por paradójico que resulte, estoy convencido que una hermenéutica de la subalternidad requiere de este tipo de alteridad para fundamentar su crítica a la prioridad ontológica, ya que ésta busca pensar "de otra manera que Ser" (autrement qu'être). Sin embargo, es necesario advertirlo de una vez, ésta resulta insuficiente al intentar pensar una “ética de la liberación” (tal como la propone la filosofía de la liberación), es decir al intentar fundamentar un tipo de saber que se apoye en la alteridad subalterna del marginado.46

A partir de una fenomenología de la inmanencia, Emmanuel Lèvinas propone que la alteridad trascendental deviene, en primera instancia, al experimentar la fundamental soledad de nuestra existencia:

En realidad, el hecho de ser tiene mucho de íntimo; la existencia es la única cosa que no puedo comunicar; yo puedo hacer un recuento, pero no puedo compartir mi existencia. La soledad aparece acá como el aislamiento que marca el acontecimiento mismo de ser. Lo social está más allá de la ontología.47

Lo que está verdaderamente presente no es el patente descubrimiento de lo que es, sino un ente con más Ser que el de su manifestación temporal. Por eso mismo, la experiencia de la existencia como hecho radicalmente aislado nos pone frente a la existencia ajena, contemplando en su rostro lo totalmente misterioso y radicalmente Otro. Por su parte, el otro subalterno conserva un sentido propio, ya que no se agota en relación con la diferencia entre 44- Traducción de “A human being has rights only if he is other than a human being”. Jean François Lyotard, "The Other's Rights", en On Human Rights: The Oxford Amnesty Lectures, ed. Barbara Johnson (New York: Harper Collins, 1993) 136. 45- Paul Ricoeur, "The Critique of Religion" en Charles Reagan y David Stewart, eds., The Philosophy of Paul Ricoeur (Boston: Beacon Press, 1978) 214. 46 - Ver, por ejemplo, Dussel, Ética de la liberación; Mauricio Beuchot, La hermenéutica analógica en la filosofía de la cultura y en las ciencias sociales (Morelia, Mex: Red Utopía A. C. Jitanjáfora, 2002); el ensayo “Problemas hermenéuticos para una fundamentacion de la ética” en Arturo Andrés Roig, Ética del poder y moralidad de la protesta: la moral latinoamericana de la emergencia (Quito: Corporación Editora Nacional, 2002). Ver también el sumario ofrecido por Hans Schelkshorn, "Discurso y liberación", en Debate en torno a la ética del discurso de Apel, ed. Enrique Dussel (México: Siglo XXI, 1994), 11-34. 47- Mi traducción de “En réalité, le fait d'être est ce qu'il y a de plus privé; l'existence est la seule chose que je ne puisse communiquer; je peux la raconter, mais je ne peux partager mon existence. La solitude apparaît donc ici comme l'isolement qui marque l'evenement même d'être. Le social est au-delà de l'ontologie”. Emmanuel Lèvinas, Éthique et infini. Dialogues avec Philippe Nemo (Paris: Librairie Arthème Fayard, 1982) 58. 145

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existentes, sino en la misteriosa inaprehensibilidad de su existencia: lo completamente Otro (le tout-autre) ni puede ser tematizado ni es susceptible a la ipseité o a la mêmeté.48 El rostro de lo Otro es, pues, el linde a partir del cual el Ser se desdobla en alteridad radical, el intersticio desde el cual se puede fundar una ética de la trascendencia. Por consiguiente, Emmanuel Lèvinas paradójicamente fundamenta una filosofía primera (ética) para la hermenéutica, a partir de la inmovilización del acto interpretativo. Esta inmovilización ocurre con la preeminencia que el decir (dire) adquiere sobre lo dicho (dit), cuya significación va más allá de lo dicho.49 En este contexto el decir (dire) es lo irreducible a interpretación, su valor nunca se puede establecer en función de lo dicho (dit). Consecuentemente, una ética que intente fundamentarse en esta única y certera alteridad conlleva la responsabilidad intolerable de responderle –no al Ser, sino– a lo que yace más allá, a pesar del Ser. Se entenderá que esta fundamentación presenta un serio cuestionamiento a la historiografía. En primer lugar, la fórmula levinasiana cuestiona el acercamiento positivista, cuyas premisas fundamentan desde hace mucho tiempo la práctica disciplinaria. Según ella, el historiador positivista continúa y perpetúa una labor apropiativa que resulta en una reducción de lo Otro a lo mismo, fundamento de la metafísica de la violencia que rige el aparato epistemólogico de Occidente. En segundo lugar, y para restaurar las condiciones de responsabilidad del saber (es decir, al reconocer esos nexos inevitables entre saber y política), la formula de Lèvinas nos invita a considerar el decir en exceso a lo dicho. El documento, por lo tanto, vale no sólo por lo que informa (lo que nos dice) sino por la trascendencia desde donde se enuncia como acto locutorio (el decir). Por consiguiente, no basta simplemente recoger testimonios enunciados por otros; es necesario, ante todo, saber escuchar lo que ese otro no puede decir: “Una ética de la historia demanda vigilancia al atestiguar aquello que no puede ser visto, atestiguar el mismo proceso de atestiguamiento”.50

48 - Sigo la distinción que Certeau propone con el uso de Otro (Autre, A) y otro (autre, a) para identificar una tensión y diferencia ya clásica en psicoanálisis. Freud introduce esta diferenciación cuando usa los conceptos der Andere (otra persona) y das Andere (lo otro, la alteridad). Jacques Lacan hace de ella uno de los ejes de su teoría. La distinción parece adquirir un carácter sistemático a partir del Seminario II, cuando compara el Otro radical, como un eje de la relación subjetiva, con el otro que no es otro en verdad, “since it is essentially coupled with the ego, in a relation which is always reflexive, interchangeable". Jacques Lacan, The Seminar. Book II. The Ego in Freud's Theory and in the Technique of Psychoanalysis 1954-1955, ed. Jacques-Alain Miller, Sylvana Tomaselli trad. (New York: Norton, 1988) 321. De manera sucinta es posible definir al otro como una proyección del yo, a la vez contraparte e imagen especular, lo que quiere decir que pertenece al registro del imaginario. Según Certeau, la operación interpretativa produce otros. Por su parte, el Otro es, para Lacan, el lugar de la alteridad radical que no puede ser asimilado por la identificación. Como dirá en el Seminario de 1955-56, el Otro es un lugar, el lugar donde se constituye el lenguaje, la escena del inconsciente, lo cual quiere decir que pertenece al registro de lo simbólico. The Seminar. Book III. The Psychoses, 1955-56, trad. Russell Grigg, ed. Jacques-Alain Miller (London: Routledge, 1993) 274. En el análisis de Certeau, lo Otro designa una existencia que escapa los modos de aprehensión seculares de la modernidad, pero que a la vez es constitutiva del yo, el punto de exclusión y los lazos simbólicos por medio de los cuales esa exclusión jamás es definitiva. En este texto usaré la notación otro para designar una condición estrictamente relacional con un sujeto cuya diferencia está en cuestión. La notación Otro la reservo para aquellas instancias en que necesito referirme a la condición de alteridad radical, ya sea que esté anunciada por la presencia de un sujeto o de un objeto. Certeau, “La operación historiográfica”, Escritura 67-118. ¿El sujeto subalterno que habita el centro de la teoría poscolonial y la filosofía de la liberación es Otro u otro? En este punto es necesario enfatizar que estas designaciones no son antagónicas. De hecho, es necesario pensar la intersección de un dominio (otro) con el otro (Otro) en tanto todo subalterno siempre es partícipe de ambos: es una construcción ideológica –por medio de la cual se naturaliza su subordinación–que, sin embargo, siempre arrastra las trazas de lo Otro, en especial en sus repetidos retornos. 49- Lèvinas, Otherwise than Being 37-38. 50 -Mi traducción de “An ethics of history requires vigilance in witnessing to that which cannot be seen, in witnessing to the process of witnessing itself”. Kelly Oliver, "Witnessing Otherness in History", en What Happens to History. The Renewal of Ethics in Contemporary Thought, ed. Howard Marchitello (New York: Routledge, 2001), 41-66; 65. Quiero aprovechar este aparte para reconocer la contribución de un trabajo que encuentro muy 146

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Esta alteridad trascendental es la que Enrique Dussel acertadamente adapta para fundamentar la sociabilidad en América Latina. A partir de ella Dussel puede inscribir el ente como lo dis-tinto (ya no lo diferente, es decir lo que depende de la norma para inscribir su identidad) o la alteridad: "Lo dis-tinto es el Otro como persona, el que en tanto libre no se origina en lo idéntico".51 La restauración de lo Otro como principio generativo de la existencia y de la sociabilidad histórica conduce a una ciencia reflexivamente heterológica: “Al tomar la subjetividad alterada como punto de partida, podemos restablecer las condiciones de interpelación y responsabilidad (habilidad de dar respuesta) que hacen la subjetividad posible y ética”.52 Sin embargo, a pesar de lo profundamente fértil que resulta la ética de Lèvinas, una hermenéutica que tome las condiciones de subalternidad como punto de partida necesita reseñar ciertas tensiones inherentes a su filosofía. En primer lugar el momento crucial del cara-a-cara, el vislumbre de lo Otro en el rostro ajeno, sólo es accesible desde una posición de poder: “El Otro es, por ejemplo, el débil, el pobre, ‘la viuda y el huérfano’, mientras que yo soy el rico o el poderoso”.53 Para reconocer al Otro en el rostro ajeno el yo debe querer reconocer la fragilidad ajena, reconocer esa misma vulnerabilidad en su propio rostro y ablandarse ante el Otro. Ese gesto sólo es pensable desde una posición de relativo poder en el que el yo sabe que no se extinguirá en el acto. Dos son las consecuencias. En primer lugar, la distancia ante lo Otro, aun cuando es respetuosa, lo confina al misterio, al desconocimiento, en suma lo fetichiza y lo abandona a una política que se confunde con mística. En segundo lugar, en situaciones de subordinación extrema, en que el cara-a-cara con el poderoso simplemente no es posible, el subalterno no puede darse el lujo de dar el rostro. Cuando encara al poderoso es para desafiarlo (cara-contra-cara), no da su rostro, sino su puño. Esa es la gran lección que nos deja la obra de Frantz Fanon.54 Un análisis de la identidad de la alteridad evidencia el grado en que la ética de Lèvinas está implicada en, desde y por una posición de poder. Lèvinas busca una alteridad esencial y por eso su primera intuición se da a partir de la experiencia de la propia existencia. Sin embargo, el único momento en que esa alteridad es definida positivamente –en que adquiere identidad– es a partir del encuentro con la diferencia sexual. Lo contrario, absolutamente contrario, dice Lèvinas, que define lo Otro es lo femenino, lo definido a su vez por el misterio y la modestia, “un modo de existencia que consiste en rehuir la luz”.55 Lo femenino se postula así, desde el principio, como lo contrario a unas aspiraciones atribuidas exclusivamente al hombre. El modo específico como las relaciones con lo Otro –con lo femenino– se dan, es a través de la erótica, sugerente. Alejandro Castillejo, La poética de lo Otro. Para una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional, 2000). 51- Enrique Dussel y Daniel E. Guillot, Liberación latinoamericana y Emmanuel Levinas, Enfoques latinoamericanos (Buenos Aires: Editorial Bonum, 1975) 25. 52 - Mi traducción de: “By taking othered subjectivity as a point of departure, we can re-establish the conditions of addressability and response-ability that make subjectivity possible and ethical”. Oliver, "Witnessing Otherness in History", 64. 53- Mi traducción de “The Other is, for example, the weak, the poor, 'the widow and the orphan', whereas I am the rich or the powerful”. Lèvinas, "Time and the Other" en Seán Hand, ed., The Levinas Reader (Oxford: Basil Blackwell, 1989) 48. 54- Frantz Fanon, Les Damnés de la terre (Paris: Éditions Maspero, 1961). La crítica a una ética formalista es recogida de manera uniforme por el grupo de pensadores asociado con la filosofía de la liberación. Menciono sólo algunos de los textos más conocidos: Juan Carlos Scannone, "La liberación latinoamericana. Ontología del proceso auténticamente Liberador", Stromata 27 (1972); Salazar Bondy, "Filosofía de la dominación y filosofía de la liberación"; Dussel y Guillot, Liberación y Lèvinas; Roig, Ética del poder; Beuchot, Hermeneútica analógica; etc. 55- Mi traducción de “a mode of being which consists in shunning the light”. Lèvinas, "Time and the Other" 50. 147

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de manera que se excluyen las relaciones de poder y de conocimiento. Luce Irigaray arguye que en la filosofía de Lèvinas la mujer está exclusivamente definida desde el punto de vista del hombre.56 Lèvinas no tiene mucho que decir de la comunidad que nace del placer, de la convivencia con lo femenino. Su erótica, continua Irigaray, sacrifica “la dimensión vital del cuerpo de lo Otro para la elaboración de un futuro para sí mismo”.57 La comunidad que cuenta es la que nace con el niño quien a la larga substituye a la mujer como el modelo de alteridad. Lèvinas reduce la relación con lo Otro a la reproducción, y a la mujer la reduce en función de la maternidad. Irigaray objeta que:

Desde mi punto de vista, este gesto fracasa en lograr la relación con el otro, y doblemente: no reconoce al otro femenino y el yo como otro en relación con ella; no deja al niño[a] a su propia generación. Me parece pertinente agregar que no reconoce a Dios en amor.58

Consecuentemente la inauguración de la alteridad es confusa, ya que ésta no se deriva solamente de que el yo experimente lo femenino como la existencia ajena, sino también como lo genéricamente (en el sentido sexual y discursivo) contrario. Pero ¿en qué consiste esta condición de mujer que tan fácilmente puede ser postulada como base de toda diferencia? Los calificativos “misterioso” y “modestia” resultan en este contexto extremadamente sospechosos y encuentran resonancias violentas tanto en el decir (prejuicio) como en lo dicho (tradición). Para anticipar el lenguaje poscolonial que discutiré en el próximo apartado, estos adjetivos reconstituyen una ontología del Ser, a través del relato historicista que postula su normatividad.

Por otra parte, a consecuencia de la posición de poder desde donde es formulada, la ética de Lèvinas prescribe una responsabilidad infinita que sólo se puede manifestar en veneración ante lo Otro. Sin embargo, la veneración no sólo es insuficiente para disputar ese discurso de alteridad metafísica con que el subalterno ha sido inscrito en las relaciones de poder social, sino que además continua un venerable proceso de fetichización del subalterno no-occidental (piénsese sólo en los atributos asociados con con el indígena o la mujer negra en algunos discursos hegemónicos) que lo relega al campo de la ideología. Es claro que una hermenéutica de la subalternidad no puede pensar lo Otro como presencia positiva ni como veneración recuperable: “El otro análogo, nos dice Mauricio Beuchot, no [es] el otro... equívoco y misterioso de Lévinas, ni el otro que se ansía unívoco, como en Habermas y Apel”.59

56- Esta son algunas de las críticas de Luce Irigaray ("Questions to Emmanuel Lèvinas: On the Divinity of Love") y Catherine Chalier ("Ethics and the Femenine"), ambos artículos en Robert Bernasconi y Simon Critchley, eds., Re-Reading Lèvinas (Bloomington: Indiana University Press, 1991). Ver también Luce Irigaray, "The Fecundity of the Caress", en Face to Face with Lèvinas, ed. Richard Cohen (Albany: State University of New York Press, 1985), 231-256 57- Mi traducción de “the vital dimension of the Other's body to the elaboration of a future for himself”. Luce Irigaray, "Questions to Emmanuel Lèvinas: On the Divinity of Love", en Re-Reading Lèvinas, ed. Robert Bernasconi y Simon Critchley (Bloomington: Indiana University Press, 1991) 110. 58- Mi traducción de “From my point of view, this gesture fails to achieve the relation to the other, and doubly so: it does not recognize the femenine other and the self as other in relation to her; it does not leave the child to his [her] own generation. It seems to me pertinent to add that it does not recognize God in love”. Ibid. 111-112. 59 - Mauricio Beuchot, Hermenéutica analógica y crisis de la modernidad (Publicado originalmente en Universidad de México [Revista de la UNAM], 567-568 [abril-mayo, 1998]: 13. Edición de Nora María Matamoros Franco) (Antología del Ensayo Hispánico, 1998 [citado enero 9 2004]); disponible en http://ensayo.rom.uga.edu/antologia/XXA/beuchot/beuchot2.htm. 148

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En Lèvinas el Ser aún permanece ontologizado, en cuanto el horizonte que lo comprende no está consciente de sus privilegios y se postula como universal. La filosofía de la liberación nos enseña que una hermenéutica de la subalternidad está forzada a complementar la trascendencia inicial, al apuntar que lo Otro no sólo está en la experiencia misma de la existencia, sino que también subyace en la experiencia culturalmente particular de la existencia, una experiencia cultural que participa, aunque no es reducida a las relaciones de poder.60 Dos son las lecciones principales de esta observación: el posicionamiento social de la reflexión y su articulación experiencial como intervención política.

En gran medida, el posicionamiento de la filosofía de la liberación continúa el impulso historicista iniciado por la hermeneútica contemporánea, al aceptar que las condiciones materiales de existencia representan una diferencia epistémica importante. Sin embargo, como ya hemos visto, la relación entre uno y otro momento no es de simple continuidad. El posicionamiento constituye ante todo una respuesta a lo que Walter Mignolo llama la geopolítica del conocimiento, es decir el modo como los sistemas de saber propios de la modernidad se despliegan de manera homogénea y aparentemente neutra, desvalorizando los saberes locales. Mignolo escribe que

... la “historia” del conocimiento está marcada geo-históricamente y además tiene un valor y un lugar de “origen”. El conocimiento no es abstracto y des-localizado. Todo lo contrario..., es una manifestación de la diferencia colonial. (...) El discurso de la modernidad creó la ilusión de que el conocimiento es des-incorporado y des-localizado y que es necesario, desde todas las regiones del planeta, “subir” a la epistemología de la modernidad.61

El posicionamiento desde lo compelido (para usar el lenguaje de Dussel) representa la articulación de una hermeneútica situacional de la subalternidad que se sabe, no sólo respetuosa de lo Otro, sino activamente comprometida con la situación del otro. El sentido ético de este compromiso es tan fuerte que “desde las víctimas, quedan los demás calificados como verdugos o cómplices, a menos que pongan su vida en superar esta historia”.62

60 - Dussel, Encubrimiento del otro 155-210; Dussel, Ética de la liberación 7-41. 61 - Más adelante, Mignolo añade “la mayor consecuencia de la geopolítica del conocimiento es poder comprender que el conocimiento funciona como la economía. Se dice hoy que no hay ya centro y periferia. No obstante, la economía de Argentina o de Ecuador no son las economías que guían la economía del mundo”. Catherine Walsh, "Las geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder". Entrevista a Walter Mignolo (Vol 1. No. 4) [Polis. Revista Académica] (Universidad Bolivariana de Chile, 2003 [citado enero 9 2004]); disponible en www.revistapolis.cl/4/wal.pdf. Esta entrevista corresponde al capítulo inicial del libro de Catherine Walsh, Freya Schiwy, y Santiago Castro Gómez, Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder. Perspectivas desde lo Andino (Quito: UASB/Abya Yala, 2004) 1-26. Para una reflexíon, sobre el aporte de la filosofía de la liberación al debate contemporáneo, ver “Capitalismo y geopolítica del conocimiento” de Walter Mignolo, Capitalismo y geopolítica del conocimiento: El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporanáneo (Buenos Aires: El Signo, 2001). 62 - Ignacio Ellacuría, teólogo de la liberación, continúa diciendo que el pensamiento debe emerger “desde los excluidos tan radicalmente que mueren de hambre y que medio viven enfermos con enfermedades de pobres, o que apenas alcanzan a sobrevivir. Desde los marginados del mercado de trabajo y los servicios modernos. Desde aquellos a quienes se les niega gran parte del fruto de su trabajo y la participación en la toma de decisiones y en el control de la marcha de la vida pública. Desde los despreciados como pobres, incultos, como derrotados en la lucha por la vida. Desde los que por ser pobres son sospechosos, los acosados y maltratados por la policía y el ejército. Desde los humillados por quienes los contratan en el trabajo, por sus líderes políticos, por los funcionarios públicos... desde el reverso de la historia, es pues, desde las mayorías latinoamericanas que viven mal, porque 149

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La segunda lección que nos deja la intervención de la filosofía de la liberación está íntimamente relacionada con el punto anterior. Un posicionamiento comprometido con el compelido no sólo significa llevar a cabo una hermeneútica de la subalternidad, sino que ésta debe hacerse desde y con el subalterno. Metodológicamente, esto significa que es necesario abrir el pensamiento a la inter-acción con la alteridad. Como Roig dice "sólo a partir de una fuerte preeminencia de ente, captado en su alteridad y en su novedad, podremos organizar un pensar dialéctico abierto".63 Algunos llaman esta apertura –o ideal de apertura– pensamienot analógico (Beuchot, Moreno Olmedo), otros analéctico (Dussel, Mignolo), hay quienes prefieren la denominación mestiza (Beuchot, Bolívar Echeverría). Lo cierto es que estas propuestas coinciden en una disponibilidad a pensar experiencialmente la reflexión.

En efecto, la distancia entre el lenguaje de la hermenéutica europea y el de la filosofía de la liberación se puede percibir mejor en la disparidad con que se formulan las preocupaciones éticas. Mientras la hermenéutica habla especialmente de un cuidado por el otro, Dussel y sus colegas hablan de solidaridad, compromiso y lucha. Una vez que la ética de Lèvinas prefiere un modo de sociabilidad propio de la intimidad (erótico y filial), algunos conceptos comunales –convivencia, amistad, solidaridad– no son propiamente teorizados. El concepto de comunidad, por ejemplo, jamás es pensado en función de la solidaridad y, por lo tanto, deviene abstracción y norma. Al situarse decididamente al lado del excluido, la filosofía de la liberación se obliga a pensar metodológicamente la categoría de solidaridad, el trabajo con el otro, como posibilidad filosófica. Si para Beuchot el pensamiento analógico “y [la] participación van juntos; precisamente la analogía es la condición de posibilidad de la participación”, para Alejandro Moreno Olmedo,

Con el pensamiento ... analéctico pueden pensarse al mismo tiempo la unidad en la diferencia, respeta la distinción en la unidad y a ésta en la distinción, sin separación ni confusión de trascendencia e inmanencia, comprende la negación desde la afirmación (y no al revés) y la afirmación y negación desde la trascendencia propia de la vía eminentiae.64

La solidaridad como categoría formal del pensamiento inagura un respeto por lo distinto, hace difícil hablar o actuar por lo Otro, pero requiere que uno haga todo lo posible por permitir que las acciones y palabras de lo Otro sean aprehendidas.

Así como Lèvinas rehabilitó el concepto de "rostro", la filosofía de la liberación busca un vocabulario más adecuado para concretizar y relatar lo elusivo que caracteriza la posición del sujeto marginal. Este vocabulario es de dos tipos: el vital que inscribe la experiencia del subalterno en el horizonte experiencial y el político-ético que intenta activar comunidad, a partir de una nueva conciencia del pasado. Historiográficamente, esta propuesta plantea la necesidad de revalorizar otras fuentes del saber y otros modos de saber. En efecto, esta

viven como sometidos, como vencidos”. Ignacio Ellacuría y Juan Carlos Scannone, Para una filosofía desde América Latina (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 1992) 42. 63- Roig, Filosofía, universidad 19. 64 -Hermeneútica analógica 27; Moreno Olmedo, Aro y la trama 457. Ver, también, Enrique Dussel, "El método analéctico y la filosofía latinoamericana", en América Latina. Dependencia y liberación (Buenos Aires: Fernando García Cambeiro, 1973). 150

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perspectiva mantiene (muy anti-foucauldianamente) que “la clase que lucha, que está sometida, es el sujeto [depositario] mismo del conocimiento histórico”.65 De este modo la filosofía de la liberación nos incita a considerar las prácticas y ‘dialectos’ locales que expresan las relaciones sociales, pues allí se encuentran saberes y memorias subyugadas, necesarias para elaborar un saber socialmente responsable. En términos generales podemos decir, con Michel de Certeau, que la filosofía de la liberación nos invita a descubrir la astucia creativa del subalterno, pues es allí donde se elabora todo sentido posible de comunidad.

IV. Del rostro al rastro del otro: la razón poscolonial The concept of life is given its due only if everything that has a history of its own, and is not merely a setting for history, is credited with life. Walter Benjamin, “Task of the Translator”66.

Una posible definición del método poscolonial sería la de un acercamiento teórico a las ciencias interpretativas que en el proceso de criticar el historicismo (es decir, la unidad subjetiva, racional, legal, universal y aparentemente neutra) del humanismo y de su aparato ideológico (Historia, Nación, etc) y político (Estado), ensaya la posibilidad de concebir un sujeto y un lenguaje situacional. Este sujeto y lenguaje, por ser situacional (es decir, hermenéutico) y subordinado a una narrativa hegemónica (es decir, colonial), está teñido por el sino de la alteridad (es decir, por el problema de la relación con lo Otro dentro del proceso interpretativo). Desde el punto de vista ético, este lenguaje poscolonial se anuncia como el esfuerzo por pensar la diversidad de la existencia en el contexto neoimperial del presente. En consecuencia, una historia de la subalternidad representa un intento por pensar al y con el otro, manteniendo una distancia que ni lo reduzca a pura ininteligibilidad ni se acerque tanto que lo convierta en repositorio de pura cognoscibilidad. Ambas posiciones son éticamente homicidas y políticamente tienen vocación totalitaria. Tanto para la hermenéutica como para la crítica poscolonial y la filosofía de la liberación, la alteridad se constituye en el punto de partida para ejercer una crítica a la totalidad ya que, como dije antes, la alteridad es lo que –a pesar de la totalidad—permanece fuera de su dominio. Ya vimos cómo históricamente la hermenéutica surge en el momento cuando la diferencia accede al proceso de lectura del texto sagrado. Por eso, no es aventurado afirmar que la alteridad es el elemento fundacional del acto interpretativo. La existencia de la diferencia encamina a quien la encara en el proceso hermenéutico. Como Paul Ricoeur señala, en el proceso de la hermenéutica "no hay vía directa del yo al yo excepto por el desvío de la apropiación".67 Sin embargo, la alteridad aludida en cada una de estas narrativas no es siempre la misma. Para evitar confusiones hay que establecer que estas tres vertientes –la hermenéutica contemporánea, el poscolonialismo y la filosofía de la liberación– identifican registros de alteridades que no son ni contiguos ni continuos, pero que ciertamente están relacionados. En primera instancia, la crítica al humanismo racionalista de la hermenéutica se apoya de manera decisiva en el proyecto postestructuralista que critica el Sujeto al demostrar la arbitraria erección de

65- Walter Benjamin, "Tesis de filosofía de la historia (1940)", en Discursos interrumpidos I (Madrid: Taurus, 1973), 177-191, Tesis 12. Moreno Olmedo escribe que “nos falta una hermenéutica de nuestro lenguaje popular. La creo indispensable... como... posibilidad heurística”. Moreno Olmedo, Aro y la trama 479. 66- Benjamín, "Task of the Translator", Illuminations, traducido del alemán por Harry Zohn, New York: Shocken Books, 1973 (1969); p. 71. 67- Mi traducción de “there is no direct way from myself to myself except through the roundabout way of the appropiation”. Ricoeur, Essays in Biblical Interpretation 43. Claro, la distancia (y también la necesaria complementariedad) entre las tres tradiciones radica, según vengo argumentando, en la manera como esa apropiacion difiere en cada caso. 151

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alteridades ontologizadas que habilitan la producción de verdades. Esta es una alteridad que no existe en el mundo de los entes y cuya única manifestación es la total ausencia. La crítica postestructuralista descentra los fundamentos ontológicos que sustentan el Sujeto del humanismo racionalista, a través de la investigación de las tecnologías que habilitan la erección de este Sujeto. Entre estas tecnologías se encuentran el origen, el suplemento (por ejemplo, la escritura como suplemento del habla) y la margen (el salvaje como margen de lo civilizado), es decir, los elementos contextuales del Ser.68 En efecto, tanto el origen como la margen y el suplemento son tecnologías necesarias que garantizan la constitución del marco referencial del Ser, fundamento de su sociabilidad. Es precisamente a través de su oposición (oralidad/escritura; naturaleza/cultura; salvaje/civilizado) que producen el efecto de la inmanencia atribuida al Ser, aun cuando sean ellas –y no el Ser– las responsables de su sentido y autoridad. El desmonte del aparato ontológico ocurre cuando se demuestra que la primicia que el Ser reclama, su trascendencia, es, en realidad, arbitraria, dependiente de un suplemento y de carácter violento. La desestabilización del Ser significa también la desestabilización de los suplementos (por ejemplo, la oralidad, la naturaleza, el salvaje, la mujer, etc.). Quizás ha sido Lacán quien mejor resumió la crítica anti-humanista cuando escribe que Lo Femenino no existe: “Mujer sólo se puede escribir con una barra a través. No existe tal cosa como La Mujer, en la que el artículo definido representa el universal. No existe tal cosa como La Mujer una vez que de su esencia... ella no-es-completa”.69 La mujer en este pasaje no se refiere a la persona, sino a la construcción hiperreal ya mencionada anteriormente por Chakrabarty. La hermenéutica europea se plantea el problema de lo Otro como límite y sustento de su quehacer. Parte del enunciado que

... en cada otro, hay una otredad –que no soy yo, que es diferente del yo, pero que puedo comprender, de hecho asimilar– y hay también una alteridad radical, inasimilable, incomprensible e incluso impensable. Y el pensamiento occidental no cesa de confundir el otro con la otredad, de reducir el otro a la otredad.70

En ese trazado, lo Otro corresponde al rostro ajeno que funda el saber y autoriza una ética posmetafísica, alteridad que Lèvinas, mejor que nadie, ha expuesto repetidamente.71 Sin

68- El suplemento existe como exceso al todo que reside siempre fuera de éste. Al hacerlo surgir y exponer su lógica, el suplemento expone la carencia del todo. La margen, por su parte, es ese espacio excesivo que rodea el texto. La margen funciona entonces como un tipo de suplemento que cuestiona la pre-eminencia del centro al denotar su carácter derivativo y pone en entredicho la diferencia entre interior y exterior. La deconstrucción es entonces un intento por hacer evidentes las oposiciones que autorizan las construcciones culturales al señalar sus aporías, su différance, a traves de un examen del suplemento, traza, etc. Jacques Derrida, Of Gramatology, Gayatri Chakravorty Spivak trad. (Baltimore: The John Hopkins University, 1976) 313; y Margins of Philosophy, Alan Bass trad. (Chicago: University of Chicago Press, 1984) 3-27. 69- Mi traducción de “Woman con only be written with a bar through it. There is no such thing as Woman, Woman with a capital W indicating the universal. There’s no such thing as Woman because, in her essence ... she is not-whole". Jacques Lacan, The Seminar. Book XX. Encore, 1972-73. On Feminine Sexuality. The Limits of Love and Knowledge, ed. Jacques-Alain Miller, Bruce Fink trad. (New York: Norton, 1998) 72-73. Cito de la excelente traducción al inglés por no tener a mano la versión en francés o español. Sin embargo, la pequeña modificación que introduzco en mi traducción al español refleja el sentido del original francés. 70 - Mi traducción de “dans tout autre, il y a l’autrui –ce qui n’est pas moi, ce qui est différent de moi, mais je peux comprendre, voire assimiler– et il y a aussi une altérité radicale, inassimilable, incompréhensible et même impensable. Et la pensée occidentale ne cesse de prendre l’autre pour autrui, de réduire l’autre à autrui”. Jean Braudillard y Marc Guillaume, Figures de l'altérité (Paris: Descartes & cie., 1994) 10. 71 - Ver Lèvinas, Tiempo y el Otro 107-121; Emmanuel Lèvinas, Alterity and Transcendence, Michael Smith trad. (New York: Columbia University Press, 1999), 3-76. Más allá de la fenomelogía, Zygmunt Bauman ha 152

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embargo, en términos generales la hermeneútica contemporánea mantiene una actitud mucho más compleja y contradictoria ante la alteridad. Por un lado, Gadamer, por ejemplo, postula que lo extraño es lo que nos abre las puertas a nosotros mismos.72 Aparte de que la noción de lo "extraño" (como la de "desvío" y “apropiación” anteriormente acuñadas por Ricoeur) es ambigua y contradice la crítica del Sujeto humanista, es importante notar aquí que lo Otro no vale por sí sino por el Sujeto, su valor es instrumental, sus trazas son desplazadas. La insuficiencia teórica que se manifiesta en el historicismo europeo re-postula el sujeto unitario del humanismo a través de categorías idealistas y pone en funcionamiento una alteridad que, dentro del horizonte cultural, es constitutiva del yo. La hermenéutica, entonces, parte de la premisa muy convencional de que sólo se puede hablar desde la mismidad y que el sujeto es lo que, de alguna manera, se define en función de lo otro-que-nos-abre-las-puertas-a-nosotros-mismos. La historia más que acoger la fuerza irruptura de lo Otro, produce múltiples otros. Tanto el feminismo como la filosofía de la liberación y el poscolonialismo se han nutrido de esta intervención para adelantar una crítica al sujeto patriarcal y neoimperial. Sin embargo, desde una perspectiva postimperialista, tanto uno como otro buscan estallar la tensión inherente al modelo hermenéutico introduciendo el sujeto subalterno postimperial como alteridad, es decir, buscan demostrar que tras la ausencia del Ser se ocultan las trazas de una subalternidad (el feminismo surge, por ejemplo, ante el reconocimiento de que la condición del sujeto "mujer" exhibe una subordinación real en el sistema patriarcal que necesita ser articulada positivamente, es decir más allá de la crítica al sujeto masculino). Para estas prácticas críticas el proceso interpretativo no es el devenir en el que lo Otro se hace visible; tampoco en el que su definitiva ausencia se revela de manera concluyente probando imposible toda identidad. Más bien, el acto interpretativo es el proceso en el que la propia anunciada ausencia descubre una existencia inaprehensible pero cierta, una continuidad (llena de silencios, vacíos, discontinuidades) contaminante y perturbadora, entre el inquirido, el inquisidor y el lector. Por otra parte, aunque la hermenéutica postestructural y la crítica poscolonial escogen el sujeto del humanismo racionalista como el objeto de sus críticas, los aspectos que sus críticas enfatizan, reflejan la diversidad de sus programas políticos. Si el objetivo de la hermenéutica, el blanco de sus críticas, es la manifestación trascendental del sujeto racionalista, para el poscolonialismo y la filosofía de la liberación (que piensan lo Otro con y desde el otro colonial) es su naturaleza neoimperialista. El propósito del postestructuralismo no es revindicar la especificidad de un sujeto subordinado, sino negar radicalmente la posibilidad de sujeto (en este caso, el trabajo de Gianni Vattimo es ejemplar); su crítica recupera al Otro –el contexto– como la demostrable, necesaria y violenta ausencia que la diferencia establece.73 Si la crítica posthumanista enfatiza que lo Otro sólo existe en la exclusión, el poscolonialismo afirma que lo Otro es lo que no está en el Sujeto.74

desarrollado este punto en extenso y de modo brillante en Postmodern Ethics (Cambridge, Ma: Blackwell, 1993). Ver, en especial, “The Elusive Universality” (37-61) y “The Elusive Foundations” (62-81). 72- "... the fascination of the other, the strange, the distant is effective in opening us to ourselves". Gadamer, "What is Truth?" 44. 73 - Ver, por ejemplo, “Verso un’ontologia del declino”, en Gianni Vattimo, Al di là del soggetto: Nietzsche, Heidegger e l'ermeneutica (Milan: Feltrinelli, 1981) 11-42. En el texto Vattimo lee, a través de Heidegger, la ontología de preeminencia que tradicionalmente se le asigna a Occidente, para demonstrar su carencia y proponer como tarea una ontología del atardecer, de la evanescencia. 74- Lacan, Feminine 73; Gayatri Chakravorty Spivak, "Displacement and the Discourse of Woman", en Displacement: Derrida and After, ed. Mark Krupnick (Bloomington: Indiana Unviersity Press, 1983) 174. Ver también “History”en Spivak, A Critique of Postcolonial Reason. Toward a History of the Vanishing Present (Cambridge: Harvard University Press, 1999) 423-431. 153

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El post-colonialismo no puede prescindir totalmente del sujeto que lo invocó. Por eso se propone dos tareas: por un lado investiga el enrarecimiento que ha acaecido en nombre del subalterno, para designar una presencia (que es ausencia) y que habilita al Sujeto. Interroga la mirada deseosa y omnívora del Sujeto metropolitano que desaparece al deseado y considera que el mundo está disponible para su consumo; interroga ese deseo que tiene algo de científico (en su deseo por saberlo todo del otro), de judicial (en su confianza para erigirse juez de todas las actividades del otro), de policial (en su deseo por controlarlo todo del otro). La crítica poscolonial señala que el ausentamiento de lo Otro se nutre de los lazos coloniales y se manifiesta de diversas formas, en la totalidad discursiva que Edward Said llama orientalismo, en el campo de ansiedad y ambivalencia colonial que Homi Bhabha, actualizando a Franz Fanon, reseña como modo operativo del otro en el circuito cultural de la metrópoli.75

En el campo historiográfico, el proyecto poscolonial examina las prácticas disciplinarias y los circuitos de saber para rastrear los modos de inscripción, sujeción y alteración de los subalternos coloniales. El trabajo de Edward Said, en particular Orientalismo¸ ejemplifica esta primera tarea. Said adapta el análisis del discurso propuesto por Foucault, para cambiar el enfoque de la historia intelectual a la historia de las prácticas descriptivas y señalar allí, donde sólo era visible un cuerpo venerable de saber, una máquina productora de alteridades. A través del rastreo de esa producción intelectual, llamada orientalismo, Said traza la economía moral que le permite a Occidente ejercer y justificar un dominio geopolítico desde el siglo XVIII. El orientalismo entonces es “un modo de relacionarse con Oriente basado en el lugar especial que éste ocupa en la experiencia de Europa occidental”.76 El objetivo de Said es poner en evidencia las prácticas discursivas por medio de las cuales Occidente construyó a Oriente y a la vez se asignó una imagen auto afirmativa. Por medio de esta genealogía histórica, el autor procura desestabilizar la certeza de Occidente (al revelar los modos como el sujeto imperial reclama para sí la plenitud del Ser) y evidenciar el origen epistémico de la violencia colonial.

La segunda tarea que el poscolonialismo se arroga es el problema de como pensar la alteridad subalterna sin ontologizarla ni desaparecerla.77 Al reconocer la crítica al Sujeto humanista, el poscolonialismo también se ve forzado a reconocer que el espacio de lo Otro, del subalterno, sólo existe de manera sobredeterminada; su voz es inaudible, su presencia violentamente expulsada del Ser, sepultado simultáneamente bajo las narrativas de autoctonía (el nativo) y de modernidad (ciudadano).78 En efecto, para que el colonialismo funcione, escribe Achille Mbembe, es necesario crear el nativo, un ser de quien “no procede ningún acto racional legítimo” y a quien se le considera incapaz de actuar dentro de una “unidad de significado”. El nativo “no aspira a la trascendencia… [es una] cosa que es, pero sólo en la medida en que no es

75- Edward Said, Orientalismo, María Luisa Fuentes trad. (Madrid: Editorial Libertaria, 1990). Bhabha, El lugar de la cultura, en especial el ensayo titulado "El mimetismo y el hombre. La ambivalencia del discurso colonial". 76 - Said, Orientalismo 19. V. Y. Mudimbe llevó a cabo una descripción similar para el caso de Africa ecuatorial en The Invention of Africa: Gnosis, Philosophy and the Order of Knowledge (Bloomington, In: Indiana University Press, 1988). 77 - Precisamente, quienes critican la filosofía de la liberación señalan acertadamente la propensión de sus prácticantes a una ontologización romántica y populista del marginado. Castro Gómez, Crítica 145-170. 78- En "¿Puede hablar el sujeto subalterno?" Spivak escribe “entre el patriarcado y el imperialismo, entre la constitución del sujeto y la formación del objeto, lo que desaparece es la figura de la mujer, pero no esfumada en la Nada prístina, sino que ella sufre un violento traslado basado en una figuración desplazada de ‘la mujer del Tercer Mundo’ atrapada entre tradición y modernización. (...) En ese movimiento no hay margen para que el sujeto sexuado subalterno pueda hablar” (225-226). 154

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nada”.79 El nativo es siempre nativo, oculta el ser del subalterno. Igual ocurre con las narrativas de la modernidad, la política y el desarrollo económico, narrativas cuyo sentido está siempre en otro lado.80 El post-colonialismo observa que los mismos esfuerzos por desaparecer al subalterno marcan la presencia del subalterno en los pliegos del discurso histórico. Su silencio jamás es ausencia; su inquietante traza es subversiva ya que, la insurgencia, señala Ranajit Guha, “es así la antítesis necesaria del colonialismo”.81 Al subalterno se le puede leer en las trazas que su voz deja en la memoria, en el manto de lo que no-es, donde queda cifrada la cicatriz de su desaparición.82 De ese modo, las trazas del subalterno, las trazas de la violencia ejercida contra el subalterno, constituyen el fundamento de una nueva labor historiográfica. Esta historia no se puede entender como el intento por recuperar el sujeto subalterno, sino como la búsqueda de la memoria de una presencia Otra, cuya historia es dis-tinta (no diferente), cuya ontología es dis-tinta, cuyo sentido aún no es claro. Esta hermeneútica procura ante todo –en el mejor sentido propuesto por Benjamin y Certeau– la irrupción de lo impensable. La tarea entonces no es reemplazar la historia por otro tipo de disciplina. De hecho, la reescritura histórica –tal y como lo propone la filosofía de la liberación– constituye un modo efectivo de resistencia. Sin embargo, vale la pena tener en cuenta que la re-escritura generalmente apunta a una economía de inclusión que no modifica la violencia epistémica. El objetivo, entonces, es intervenir el aparato de tal manera que la confusión propia de la realidad poscolonial (la no simultaneidad de lo simultáneo, como dice Carlos Rincón) se inscribe, marginalmente, en el espacio discursivo abierto por la historia.83 La cuestión, por lo tanto, no es ejercer una decidida oposición a la historia, sino hacer un uso táctico de ella.84 Sólo allí, en esa memoria hecha presente, en las trazas de una inaudible voz, yacen las bases para fundamentar un nuevo sentido de comunidad.

79 - Mi traducción de “no rational act with any degree of lawfulness proceeds”; “unity of meaning”; “does not aspire to a transcendence, (...) thing that is, but only insofar as it is nothing”. J.-Achille Mbembé, On the Postcolony (Berkeley: University of California Press, 2001) 187. 80 - En el mismo libro, Mbembé adelanta una crítica al concepto de modernidad política en Africa. Ver el capítulo “On Private Indirect Government”, Ibid. 66-101. Por su parte, Arturo Escobar –quien toma a Colombia como caso de estudio– desarrolla una crítica brillante del concepto de desarrollismo en Arturo Escobar, Encountering Development: The Making and Unmaking of the Third World (Princeton, Nj: Princeton University Press, 1994), ver en especial 3-20; 102-153. 81- Mi traducción de “was thus the necessary antithesis of colonialism”. Ranajit Guha, Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India (Delhi: Oxford University Press, 1983) 2. 82- Dussel y Guillot, Liberación y Lèvinas 26-30. 83 - Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo (Santafé de Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1995). 84 - Uso el concepto de “táctica” en el sentido que le asigna Michel de Certeau y que contrapone al de “estrategia”. Si la estrategia es el lugar desde donde el poder despliega su quehacer, la táctica es el modo como los débiles responden: “Llamo estrategia al cálculo (o a la manipulación) de las relaciones de fuerzas que se hace posible desde que un sujeto de voluntad y de poder (...) resulta aislable. La estrategia postula un lugar susceptible de ser circunscrito como algo propio y de ser la base donde administrar las relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas. (...) Llamo táctica a la acción calculada que determina la ausencia de un lugar propio. (...) La táctica no tiene más lugar que la del otro (...), debe actuar con el terreno que le impone y organiza la ley de una fuerza extraña. (...) Aprovecha las ‘ocasiones’ y depende de ellas (...) Necesita utilizar (...) las fallas que las coyunturas (...) abren en la vigilancia del poder propietario. Caza furtivamente. (...) Es astuta. (...) [Es] un arte del débil”. Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, Alejandro Pescador trad., Luce Giard ed., vol. 1: Artes de hacer (México D.F.: Universidad Iberoamericana, 1996) 42-43. 155

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V. “Una imagen que relampaguea”. Notas a modo de conclusión

Hasta este momento he tratado de demostrar la complementariedad crítica que existe entre la hermenéutica contemporánea, la filosofía de la liberación y la crítica poscolonial. La tarea queda apenas esbozada, pues como lo mencioné al principio éste sólo puede ser el comienzo de un diálogo crítico que requiere muchas otras voces y experiencias. Pienso, sin embargo, que es absolutamente necesario abrir estas y otras tradiciones intelectuales a una interrogación sostenida y cruzada para comenzar a imaginar una hermenéutica que tome en cuenta las condiciones que producen subalternidad. Linda Hutcheon ha escrito que:

El presente cuestionamiento posestructuralista/ posmoderno a la coherencia del sujeto autónomo tendrá que ser suspendido en discursos feministas y poscoloniales una vez que ambos tienen primero que postular y afirmar una subjetividad negada o alienada: esos cuestionamientos radicales posmodernos son en muchas instancias producto del orden dominante que se puede dar el lujo de cuestionar lo que posee con total seguridad.85

Un sector importante de la filosofía de la liberación coincide, aunque por razones diferentes, con esta crítica. Desde una perspectiva que revindica el impulso emancipador de la modernidad, ellos consideran la crítica al sujeto autónomo un lujo sólo posible en la comodidad de la autosatisfacción.86 No estoy de acuerdo con esta evaluación. Aunque la relación entre las dos posiciones es tensa no es excluyente: el postestructuralismo tiende a enfatizar el ausentamiento, el poscolonialismo y la filosofía de la liberación las trazas del subalterno desplazado. Por otra parte, las dos se refieren a alteridades y sujetos de diferente orden y, en consecuencia, no son incompatibles. Es más, la crítica al sujeto (neo) imperial sólo se puede llevar a cabo como parte de un proyecto general de la crítica al sujeto del racionalismo humanista. Una hermenéutica de la subalternidad no puede aspirar a ser productiva si cae en la tentación del nativismo o en la autosuficiencia.87 Coincido, eso sí, con la apreciación de que una aproximación al sujeto humanista que no examine sus dimensiones patriarcales e imperiales termina re-postulando al Hombre-Europa como Sujeto universal. Por eso, en la medida en que la hermenéutica contemporánea permanece alejada de la crítica al sujeto neoimperialista y patriarcal su rendimiento teórico se confundirá con los requerimientos de una preeminencia geo-política de aspiraciones universalistas. En la misma medida, tanto la crítica del poscolonialismo como la del feminismo, serán imprescindibles. Considero también que la única hermenéutica que se puede preciar de cumplir con su programa ético es aquella que explícitamente se postula desde y con la subalternidad, aquella que lleva a 85- Traducción de: “The current post-structuralist/post-modern challenges to the coherent, autonomous subject have to be put on hold on feminist and post-colonial discourses, for both must work first to assert and affirm a denied or alienated subjectivity: those radical post-modern challenges are in many ways the luxury of the dominant order which can afford to challenge that which it securely possesses”. Linda Hutcheon, "Circling the Downspout of Empire: Post-Colonialism and Post-Modernism", Ariel 20 (1989) 151. 86 - Ver, por ejemplo, los textos de Arturo Andrés Roig, "¿Qué hacer con los relatos, la maña, la sospecha y la historia? Respuesta a los post-modernos", en Rostro y filosofía de América Latina (Mendoza, Arg: Editorial de la Uiversidad de Cuyo, 1993), 118-122; y "Posmodernismo: paradoja e hipérbole. Identidad, sujetividad e Historia de las Ideas desde una Filosofía latinoamericana," Casa de las Américas 213 (1998): 6-16. 87- Salazar Ramos y Castro Gómez han argumentado de manera convincente en contra de una reflexión metodológica que se apoye en proyectos identitarios. Salazar Ramos, "Los grandes metarelatos en la interpretación de la historia latinoamericana"; Castro Gómez, Crítica 99-120. Nancy Fraser y Linda Nicholson hacen esta misma crítica al feminismo en "Social Criticism Without Philosophy: An Encounter Between Feminism and Postmodernism", Communications 10 (1988). 156

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cabo el impulso emancipatorio que le dio origen y que no se avergüenza de decir con Mariátegui, "Mi crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no creo absolutamente".88 Por eso, el problema que se plantea es el de desarrollar estrategias interpretativas que nos permitan ejercer el acto hermenéutico sobre/desde/con la subalternidad. Sin embargo, dada la existencia paradójica del sujeto subalterno, su hermenéutica debe incorporar esta contradicción, ya que se erige sobre el vacío: entre la discontinuidad (una discontinuidad doble: la que resulta de las circunstancias históricas que se refieren al subdesarrollo y la que existe debido a la heterogeneidad radical de los discursos culturales) y el silencio del subalterno. Debe ser, por consiguiente, una hermenéutica capaz –frente a las trazas silenciosas del subalterno– de sentir el dolor punzante del Walter Benjamin que descubre que nada nunca está seguro, que siempre todo está amenazado con perderse, una vez que “al pasado sólo puede retenérsele en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista, en el instante de su cognoscibilidad. ‘La verdad no se nos escapará’; esta frase… designa el lugar preciso en que [toda hermeneútica de la subalternidad] atraviesa la imagen del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en ella”.89 Pero ese es un programa al que tendremos que regresar en el futuro con mayor parsimonia. Es por otra parte, una labor colectiva o, como diría Dussel, analéctica

88- José María Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima: Amauta, 1981) 230. 89- Benjamin, "Tesis de filosofía de la historia (1940)", Tesis número 5. 157

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el recurso biográfico ♦ gilberto loaiza cano ∗

No hay indicador más importante del carácter de una sociedad que el tipo de historia que escribe o deja de escribir.

Edward Carr 1. lo híbrido como punto de partida En la revista Universidad del 28 de julio de 1928 hay un artículo de Baldomero Sanín Cano titulado “La biografía en Colombia”; el crítico examina algunas novedades biográficas de su época, entre ellas la aparición de un diccionario de biografías de colombianos ilustres. En su atento examen, Sanín Cano se percató de las variedades posibles de biografías y de la caprichosa selección de los individuos dignos de ocupar lugar en el diccionario, lo cual decía más de las fidelidades del biógrafo que de las características de sus biografiados. El ensayista detectó, para su momento, dos tipos de biógrafos: aquellos que no se preocupaban por escribir regidos por un sustento documental y que gozaban de una amplia libertad imaginativa, con procedimientos narrativos cercanos a la novela, aquellos cultores de los pequeños detalles como Marcel Schwob y André Maurois; y aquellos otros apegados juiciosamente a los documentos sin despreciar las virtudes de una buena narración, como sucedía con su amigo, el hispanista James Fitzmaurice-Kelly, quien acababa de publicar una biografía del autor del Quijote. De esta manera, creo, Sanín Cano percibía en su momento ese carácter liminar que siempre ha distinguido a la biografía, que puede arrastrarnos tanto al mundo de las ficciones como al mundo de las reconstrucciones históricas; y también nos anunciaba que la biografía, según su juicio, debía ser una mezcla afortunada de una escritura entretenida y del riguroso sustento de las fuentes documentales1. El ya lejano diagnóstico de aquel texto conserva su vigencia; de hecho, son muy pocos los ejercicios nuestros de reflexión sobre ese incómodo género que oscila entre el divertimento literario y los rigores de las ciencias sociales. Lo que advirtió Sanín Cano no es extraño para nuestra época en la que, se supone, hay un cierto auge editorial y académico –aunque lo uno no sea compatible con lo otro- de escrituras biográficas y autobiográficas de calidades, resultados, procedimientos e intenciones muy diversos. Por eso, tal vez, cualquier discusión contemporánea sobre la pertinencia o importancia o validez o eficacia o belleza de la biografía necesita un punto de partida que nos permita salir en búsqueda de alguna certeza. Según una literatura cada vez más abundante y reiterativa, podríamos concluir que el único consenso en las ciencias sociales contemporáneas es que no existe ningún consenso, que vivimos esa llamada crisis posmoderna con su caos y confusión ♦ Artículo recibido en mayo 2003; aprobado en junio 2003. ∗ Profesor asociado del Departamento de Historia, Universidad del Valle. Es autor de dos estudios biográficos: Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura, Bogotá, Colcultura-Tercer Mundo Editores, 1994; Manuel Ancízar y su época, 1811-1882, biografía inédita. 1 SANÍN CANO, Baldomero, “La biografía en Colombia”, en revista Universidad, Bogotá, julio 28 de 1928, pp. 89-92. 158

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inherentes, con su amoralidad metodológica que se traduce en el “todo vale”. Estamos de acuerdo en que no hay ningún acuerdo, coincidimos en que hay muchas divergencias, muchas posturas e imposturas. Desde el empirismo más primitivo y fácil hasta las sofisticaciones conceptuales en apariencia más impertinentes. El punto de partida puede ser, visto de ese modo, muy detestable y quizás no augure grandes cosas en el trayecto, pero al menos permite decir que lo que hacemos algunos historiadores y otros científicos sociales pertenece, según la constatación, a un tiempo de crisis de paradigmas, a una mezcla, a la vez estéril y fecunda, de escepticismo y cinismo. Es probable, pues, que el empleo cada vez más frecuente del recurso biográfico en la investigación histórica y en otras ciencias sociales haga parte de ese amplio espectro de divergencias, de posibilidades metodológicas que no obedecen a un consenso nuevo o, más bien, que es una de esas tantas dispersiones promovidas por una eclosión de temas y problemas o, ese puede ser nuestro caso, el retorno a viejas modalidades narrativas que, por alguna razón (o por muchas razones), ha recobrado su importancia. Uno de los tantos observadores y a la vez promotores de los replanteamientos en las ciencias humanas hablaba de la restauración del papel del individuo2. Es evidente que ahora hay una saturación de formas de escritura concentradas en la singularidad del individuo o en las intimidades del yo. Biografías, autobiografías, memorias, confesiones, biografías noveladas; todo ello parece hacer parte de un vuelco narcisista muy propio de los tiempos contemporáneos o de la necesidad de cuidar de sí mismo en público, de expiarse y explicarse ante los demás. A eso se le agrega el aporte consuetudinario de la televisión en la narración y exaltación de vidas o estilos de vida; desde la juiciosa y justa crónica sobre un artista local olvidado, sobre un viejo intelectual en uso de buen de retiro, sobre un digno campesino desplazado, hasta las triviales notas faranduleras que hacen el frívolo autorretrato de nuestra clase media. Es posible que estemos experimentando, como lo diría un atento historiador para otros tiempos, un giro individualista, “un retorno a la pura individualidad”3 que delata una puesta en crisis de modelos de cientificidad y que transgrede las divisiones territoriales de las ciencias sociales. Es posible que sea una reacción desencantada ante la ruina de las utopías de la vida en común. Es posible que ante la ausencia de soluciones en nuestro presente, añoremos nombres propios que nos evocan trayectorias intelectuales o políticas aparentemente coherentes y ejemplares. No podrá sorprendernos entre tantas posibilidades que el lúcido historiador profesional redescubra que la biografía sirve para exonerar de culpas, para cumplir, como en remotos tiempos del oficio, la tarea de juez o de abogado defensor4. Estamos, en todo caso así parece, ante un viejo género revitalizado que permite plantear de nuevo, pero quizás con elementos teórico-interpretativos más consistentes, el problema de lo acontecimental y narrativo o, ese otro clásico dilema de las ciencias sociales, el papel del individuo en los procesos históricos. 2 CHARTIER, Roger, “La historia, entre relato y conocimiento”, en revista Historia y espacio, Universidad del Valle, Cali, n° 17, pp. 185-206. 3 ROMERO, José Luis, Sobre la biografía y la historia, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1945, p. 45. 4 En torno a la vida de algunos políticos colombianos, como es el caso de Rafael Núñez (1825-1894), viejos y nuevos biógrafos se han preocupado por preparar exoneraciones. Eduardo Posada Carbó se ha interesado mucho por desvincular al baluarte de la Regeneración de su participación en la Convención liberal de 1863. Véase su artículo “Regiones y regionalismos”, en El Tiempo, Bogotá, agosto 3 de 2001, 1-15. 159

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Pero prefiero arriesgar algo más que esta constatación para explicar la inclinación que hemos tenido algunos historiadores e investigadores sociales en Colombia por la escritura biográfica. Creo que es necesario remontarse a una tradición híbrida en la que está inscrita el ejercicio biográfico, hibridez en el desarrollo de nuestras ciencias sociales e hibridez propia de un género de escritura que ha tenido oficiantes de muy variada estirpe, desde el investigador social hasta el escritor cuasiprofesional que ha hallado en la biografía su género predilecto y la ha cultivado con relativo esmero y con también relativo reconocimiento editorial. Oficio compartido por artistas e historiadores, la biografía no pertenece ni ha pertenecido a plenitud a los consensos y paradigmas de los recetarios universales de buen comportamiento epistemológico. Su adopción en los medios académicos universitarios ha sido más bien tardía y recelosa, adobada por algún gesto de conmiseración o de resignada aceptación. Sospechosa para unos, también aparece como sugestiva y necesaria para otros. Unos la desprecian y la asocian con esa vieja práctica de historiadores anclados en la romántica visión de los grandes héroes, de historiadores de dudosa condición que se han esforzado por construir monumentos mediante relatos hiperbólicos sobre las supuestas gestas de unos individuos relacionados con hitos fundamentales en la construcción del mundo republicano. Otros la conciben como una etapa en la evolución de la historiografía contemporánea, la asocian con una manera de abordar los problemas de la libertad y la trascendencia del sujeto en los procesos históricos; no la adoptan como esa “vieja narrativa” ampulosa, plagada de anécdotas que edifica leyendas y que es pobre en explicaciones, sino como una solución argumentativa y bien documentada para entender la relación entre el individuo y los sistemas normativos generales. Unos cuantos ejemplos de la trayectoria de la biografía en Colombia durante el siglo XX, nos permiten encontrar variaciones semejantes o más matizadas aún que las que halló en su época Sanín Cano. Sin duda, son muy diferentes las conocidas biografías de Indalecio Liévano Aguirre de lo que hizo el profesor Herbert Braun en su estudio sobre Jorge Eliécer Gaitán. Unas omiten deliberadamente la descripción de las fuentes que sustentan el estudio, otras las incluyen minuciosamente en el transcurso de sus textos. Unos intentan fracturar la linealidad temporal con giros de sabor novelesco; Walter J. Broderick, por ejemplo, se esfuerza por no comenzar por el comienzo; otros adoptan el camino clásico de partir desde los determinantes antecedentes de la familia del biografiado hasta la batalla final con la muerte. Las variaciones se incrementan en la selección del personaje biografiado o en el grado de exhaustividad o de fragmentación del enunciado biográfico. Algunas biografías son escritas por herederos o albaceas de la memoria del individuo elegido y suelen derivar en monótonas hipérboles; otras, en contraste, hacen del personaje, alguien que en apariencia no tuvo un gran relieve decisorio, un simple vehículo para conocer ámbitos políticos o intelectuales donde habitó ese individuo5. Los relatos de Alfredo Molano suelen ser interesadamente fragmentarios y matizados por la visión del mundo de un sociólogo que permite hablar, a su manera, a la Colombia rural. Algunas biografías tienen dificultades notorias para establecer significativas relaciones -si acaso las establecen- entre el individuo y el contexto normativo que lo determinó; otras parten de la preocupación sustancial por entablar el diálogo entre el individuo y su contexto. Para unos, la biografía es una

5 La biografía del historiador Medófilo Medina corresponde muy bien con ese propósito: MEDINA, Medófilo, Juegos de rebeldía, la trayectoria política de Saúl Charris de la Hoz (1914-), Cindec-UN, Bogotá, 1997. Sobre ese tipo de biografías de personajes intermedios, ver: TEYSSIER, Arnaud, “Biographie et historie politique: l’exemple de Joseph Barthélemy”, en Problèmes et méthodes de la biographie, París, Publications de la Sorbonne, 1985. 160

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sumatoria de anécdotas guiadas solamente por la cronología y con la única certeza de que el chismorreo tendrá que morir con la extinción del personaje; para otros, es imprescindible un modelo interpretativo que permita entender el conjunto de esa vida y las facetas precisas de su trayectoria, dándole a cada detalle su lugar apropiado en el universo de la obra. Unos habrán leído a Marcel Proust, otros a Max Weber6; otros más exigentes con el género habrán hecho una mezcla entre el disfrute de unas cuantas novelas y el manejo cabal de conceptos antropológicos o filosóficos o sociológicos. Aún más, la fructífera mezcla de todo ello parece imponerse ante los desafíos de un género tan ecléctico. La inclinación reciente por la biografía, los giros personales de algunos colegas en sus trayectorias investigativas, que incluyen un acercamiento al plano del concreto, singular y accidental individuo, hacen parte, insisto, de una híbrida condición de nuestra evolución historiográfica que pasa, además, por la híbrida índole del género biográfico mismo. La biografía procede, en nuestro medio, de unas formas tradicionales de representación discursiva de los hechos históricos que concebía a determinados individuos como unos arquetipos productores y gestores de nuevas realidades. Pero también podríamos afirmar que en nuestra práctica biográfica también se halla cierta inquietud que se aleja de los conservadores principios de heroicidad; si nos detenemos en el nombre de Alberto Miramón, autor desigual y prolífico, encontraremos que en la misma Academia Colombiana de Historia hubo una especie de disidencia que prefirió el estudio de personalidades que, como diría aquel biógrafo, les “fue dado vivir en la penumbra y fenecer en la sombra”, precisamente en una época que, decía él, “no le place que le hablen de seres sin aristas heroicas”7. Con fecundas inclinaciones por el componente psicológico de los individuos, Miramón escudriñó las vidas de seres nada ejemplares y pareció haber aplicado en la biografía el hallazgo del anti-héroe de la novela del siglo XX o los aportes del psicoanálisis. El extinto profesor Germán Colmenares fue, tal vez, el principal responsable de la aversión que los historiadores profesionales han sentido hacia el género biográfico. Muchos sabemos que Colmenares fue el historiador colombiano que mejor empleó, para su momento, sus refinadas y actualizadas herramientas interpretativas en el análisis del discurso historiográfico hispanoamericano del siglo XIX y ese análisis incluyó un desciframiento del molde biográfico que emplearon algunos historiadores de aquel siglo8. Ese examen, adelanto, todavía es vigente no tanto por su soledad -nadie lo siguió en el esfuerzo- sino porque caracteriza con agudeza las intenciones de quienes acudieron a ese género. Más vinculado con las enseñanzas del estructuralismo de Annales, Colmenares, a la hora de morir, apenas estaba intuyendo el retorno o asunción de alternativas metodológicas que buscaban sacudir la tiranía impersonal de los estudios de larga duración. Sólo en tiempos más próximos, algunos de sus alumnos se han animado a desafiar la obsesión por las estructuras para declarar que en el estudio del

6 La biografía de Alejandro López, escrita por MAYOR MORA, Alberto, está fundada en varios conceptos de matriz weberiana; Técnica y utopía (biografía intelectual y política de Alejandro López, 1876-1940), Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2001. 7 MIRAMÓN, Alberto, Dos vidas no ejemplares, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1962, pp. 9, 12. 8 Me refiero más precisamente a su libro Las convenciones contra la cultura, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1997. 161

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papel de los individuos pueden hallarse explicaciones relevantes sobre la conflictiva historia de Colombia9. Los historiadores colombianos inscritos en la llamada “nueva historia”, quienes se formaron y se consolidaron en las pautas del marxismo y del estructuralismo, vieron en la biografía un divertimento insustancial que merecía arrinconarse en nuestra anquilosada Academia de Historia o en nuestro Instituto Caro y Cuervo, donde muchos de sus miembros seguían -y siguen- construyendo el inflamado “epos patriótico -en palabras del mencionado Colmenares- en torno a actores que desarrollaban una acción casi siempre ejemplar”10. Los antecedentes de la práctica biográfica en Colombia no resultaban muy llamativos para los historiadores que, desde la década de 1960, han intentado legitimarse socialmente gracias a la aplicación de modelos metodológicos que les garanticen un sólido estatus de cientificidad. Además, las novedades en las corrientes historiográficas, por ejemplo la puesta en boga de la historia social, consagrada por Annales como la superación de la historia episódica concentrada en individuos y acontecimientos, acrecentaron el abismo entre los historiadores forjados en los rigores universitarios y los pobres aportes de la biografía tradicional. El interés por los movimientos o grupos sociales, por lo masivo y colectivo, dejó aún más al margen las intenciones esporádicas de estudiar seres humanos concretos que poseyeran algún hipotético rasgo singularizador. Tanto así que aún hoy es posible que entre colegas la biografía sea mirada de soslayo porque, dicen algunos, “eso es un asunto de literatos, de escritores”, completamente ajena a la historiografía, lejana de sus problemas y de sus procedimientos. No es extraño, por tanto, que la biografía no tenga unos dolientes conceptuales. En los variopintos congresos de historia en Colombia aún no se ha evaluado el aporte del género y los especialistas en balances de la disciplina historiográfica omiten el examen de esa variante en las formas de escritura de la historia. Eso no habla solamente de los caprichos de los autores de esos balances, también exhibe la renuencia a legitimar el recurso de la biografía, a pesar de que sean cada vez menos insulares los trabajos monográficos de estudiantes o los proyectos de investigación de profesores que conciben la aventura, relativa, de escribir una biografía. Y, en términos editoriales, las biografías escritas en el mundo universitario están más bien sometidas a quedarse un buen tiempo en el cuarto de San Alejo. Se impone, entonces, la tarea de iniciar el examen de un recurso de investigación y de escritura que se ha debatido entre adhesiones y repulsas. 2. tradición y novedad Ya lo he dicho, la biografía tiene sus adeptos y sus detractores, los unos y los otros igualmente respetables. La biografía padece o disfruta una condición incómoda y, por tanto, está sometida a la ambivalencia. Pertenece a la tradición y a la novedad. Puede indicar el regreso a una vieja concepción sobre el predominio de los grandes individuos en la historia, pero también puede ser una de las tantas alternativas contemporáneas en la investigación histórica. Parece indicar un retorno a una historia conservadora y 9 POSADA CARBÓ, Eduardo, citando a la historiadora Margarita Garrido, discípula conspicua del profesor Colmenares, en “La historia: refugio y respuesta”, en El Tiempo, Bogotá, viernes 28 de septiembre de 2001. 10 COLMENARES, Germán, op. cit., p. 59. 162

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también insinúa una renovada mirada sobre la singularidad del individuo y sobre la red de relaciones a la que fatalmente pertenece. Hace parte esencial de un supuesto retorno a un viejo universo narrativo que muchos ya habían desahuciado y, a la vez, hace parte de novedosas aventuras individuales en las trayectorias de reconocidos investigadores. Para la literatura es como una hijastra detestable que merece pertenecer al mundo de los historiadores, al de esos seres que por falta de imaginación y de talento necesitan leer documentos para poder contar algo; pero éstos, también molestos y presuntuosos, la ven como una práctica vulgarizadora y divulgativa agobiada por licencias de ficción que ponen en tela de juicio el estatus científico de la disciplina histórica. Otros, más generosos, dicen que el verdadero historiador tiene que afrontar por lo menos alguna vez los retos de la escritura de una biografía. Bastarían, para el halago, las siguientes palabras de Georges Duby: “Para mí la biografía, uno de los géneros históricos más difíciles, es quizá, al mismo tiempo, el más apasionante”11. Las valoraciones son disímiles. Unos la enajenan y dicen que es un género solitario que ha hecho su particular camino, que es un “sistema aparte” que ha llevado su “curso separado” con la intervención de “escritores que no eran historiadores”. Aún más, las preguntas del biógrafo -dice uno de ellos- han sido tradicionalmente preguntas extrañas al interés del historiador12. Otros perciben que los actuales ejercicios biográficos hacen parte de un lamentable regreso al uso de “géneros tradicionales” y, más tajantemente, consideran que es un “retroceso de la historia...hacia la literatura”13. A esta opinión se le puede agregar la desconfianza ante el presunto “escapismo narrativo” que podría ofrecer la biografía; una “falsa solución” fundada en una forma narrativa tradicional que escatima las urgidas visiones globales, totalizantes, según el parecer de Josep Fontana14. Pero al mismo tiempo, los historiadores contemporáneos que han sido seducidos por los encantos biográficos acogen el género porque les permite plantear preocupaciones fundacionales de la disciplina histórica15. Uno de ellos, por ejemplo, la adoptó reconociendo su inicial extrañeza y su prevención ante ese género demasiado popular, muy exitoso editorialmente en Francia y peligrosamente inclinado a las buenas maneras estilísticas que, muchas veces, el historiador repudia. Me refiero al significativo y reciente giro biográfico de Jacques Le Goff con su Saint Louis; inédita experiencia en su trayectoria que terminó por convencerlo de que la “biografía es una manera particular de hacer historia”, de que “la biografía enfrenta hoy al historiador con los problemas esenciales”. Del temor, el historiador francés pasó al entusiasmo necesario para justificar este salto hacia un género tradicionalmente invadido por los novelistas y, según sus palabras, “despreciado por los historiadores”16. Es preciso reconocer que los historiadores hispanoamericanos, en la valoración juiciosa de José Luis Romero, le dieron un temprano recibimiento a la biografía como una forma historiográfica que no era superior ni inferior a otras17. Comunidades de historiadores

11 DUBY, Georges, Diálogo sobre la historia (conversaciones con Guy Lardreau), Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 59. 12 Todo esto lo sostiene HANDLIN, Oscar, en La verdad en la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 265-275. 13 BARROS, Carlos, “La historia que viene”, en Congreso Internacional de Historia a debate, Santiago de Compostela, 1993. 14 FONTANA, Josep, La historia después del fin de la historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1992, p. 21. 15 LEVI, Giovanni, “Les usages de la biographie”, en Annales, n° 6, noviembre-diciembre, 1989, pp. 1325-1336. 16 LE GOFF, Jacques, Saint Louis, París, Gallimard, 1996, p. 15 (traducción libre del original). 17 ROMERO, José Luis, op. cit., pp. 15-45. 163

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más recientes le han ido otorgando a la biografía virtudes metodológicas muy variadas y le han ido adjudicando un lugar preponderante. Desde la década de 1980 se pueden rastrear coloquios o encuentros con sus respectivos ensayos y ponencias que anuncian o sirven de corolario para una aventura biográfica. Giovanni Levi, el autor de La herencia inmaterial, una historia de un exorcista piamontés del siglo XVII, ya había advertido el “auge de la biografía” en los canónicos territorios de la historiografía europea durante ese decenio18. En medio de la crisis de paradigmas, la biografía se fue volviendo un lugar de encuentro, sobre todo para la literatura y la historia. Además, al lado de la biografía, en los últimos veinte años se ha ido conformando una crítica especializada en torno a la escritura autobiográfica que, a su vez, algunos la han entendido como una pariente muy cercana de la biografía. Al fin y al cabo, la una y la otra se dedican al intento de reconstruir una conciencia individual. En definitiva, la inclinación biográfica, su recepción en la disciplina histórica de los últimos años no es un asunto espontáneo e improvisado; parece obedecer a un paulatino recogimiento, a un retorno bien meditado sobre un género tradicional pero esta vez con el amparo de otros recursos interpretativos, con otros métodos de indagación, con otras miradas sobre el carácter de las fuentes, con otras intenciones y, por supuesto, con otros problemas. Todo eso apenas obvio si aceptamos que el historiador contemporáneo es un ser mucho más consciente de los ardides de su oficio. No debe desdeñarse que los antropólogos, tal vez menos expuestos a los prejuicios cientifistas de los historiadores, tal vez más osados y menos inseguros, se han preocupado por examinar los usos y variedades de la biografía. Han examinado las semejanzas y diferencias entre la biografía y la historia de vida y, además, han comprobado la validez de los cruces y aportes interdisciplinarios de lo biográfico. Para la antropología, biografía e historia de vida son corrientes y necesarios métodos de investigación, formas de apropiación de información indispensables para todas las ciencias humanas e, incluso, para las ciencias médicas19. Los campos de impacto que la antropología le concede a la biografía como método que nos documenta sobre un individuo no son nada despreciables y trascienden sobre esa mezquina preocupación que un sector de la historiografía contemporánea exhibe para desterrar de su frágil dominio cualquier práctica que no huela a racionalidad o a cientifismo. Precisamente, la biografía asoma como una especie de solución en que se encuentran y se complementan, como diría alguna vez Blas Pascal, el espíritu de fineza y el espíritu geométrico. En el campo de la sociología bastaría evocar los nombres de Alain Touraine y Pierre Bourdieu para hallar, en el uno, el llamado a un retorno del actor, del sujeto, como representación de la capacidad de los hombres para liberarse, a la vez, según Touraine, de los principios trascendentes y de las reglas comunitarias. En el profesor Bourdieu, en contraste, se halla una de las críticas más contundentes al recurso de la biografía, señalando sus defectos esenciales como relato que parte de una ilusoria coherencia o perfección de las trayectorias de los individuos20. Pero creo que el aporte de la sociología es más variado y depende, en buena medida, de la recepción de determinados

18 LEVI, Giovanni, op. cit., p. 1325. 19 Recomiendo a propósito el balance de lo biográfico en la disciplina antropológica elaborado por LANGNESS, Lewis, The life history in Anthropological sciences, University of Washington, 1965. 20 TOURAINE, Alain, Le retour de l’acteur, París, Librairie Arthème Fayard, 1984; BOURDIEU, Pierre, El sentido de lo práctico, Madrid, Taurus, 1991, pp. 94-97. Del mismo autor: “L’illusion biographique”, en Actes de la recherche en sciences sociales, n° 62/63, junio de 1986, pp. 69-72. 164

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métodos y tendencias en la interpretación de productos simbólicos de todo orden. Permitiéndome la licencia de acudir a mi modesta experiencia de biógrafo, creo que puedo dar testimonio del influjo de las reflexiones metodológicas de Mijail Bajtin para formular una rutina de investigación biográfica a partir de procesos primitivos de compilación de obras completas de algunos autores nacionales. El análisis y la interpretación de esas obras a la luz del estudio de la vida del autor y de los determinantes de la época o de las épocas en que se produjo la totalidad de esas obras, han sido un fruto injerto en que se han mezclado, por ejemplo, la lectura del autor de la Estética de la creación verbal -de quien es preciso evocar aquella premisa aterradoramente elemental según la cual “donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento en las ciencias humanas”21- y los aportes de la sociología de la creación artística en versión de, también por ejemplo, Lucien Goldmann, para quien era inevitable explicar una obra individual apelando al trayecto vital del individuo creador y a la visión del mundo del grupo social específico al cual pertenecía ese intelectual o ese artista22. A esto se le podría añadir los aportes de las teorizaciones literarias que escaparon del inmanentismo estructural que despreciaba cualquier información que estuviera por fuera de los signos contenidos en el texto literario o en la obra artística. El memorable estudio de Bajtin sobre la obra de Rabelais y los ensayos de Roland Barthes sobre Racine abrieron las puertas del recurso biográfico como elemento interpretativo de obras y trayectorias individuales en relación con un entorno histórico-cultural. La recepción de la biografía en el dominio de la historiografía profesional de las dos últimas décadas ha tenido sus respetables resistencias. Los defensores de lo estructural y macro-histórico ven muy pernicioso ese entusiasmo por lo accidental, por lo singular, por lo íntimo aparentemente desconectado de contextos más amplios. También piensan que es una concesión fácil a las formas elementales del relato y el desprecio de estrategias argumentativas y explicativas en el discurso historiográfico. El visible remanente positivista que exhiben algunos autores de libros sobre la teoría y el método en la investigación histórica se manifiesta en una tajante condena del recurso biográfico y de cualquier intención narrativa actual, con excepción de las exigencias mínimas procedimentales que todo historiador afronta al tener que contar algo. Para algunos de esos autores es imposible regresar “a la vieja historia narrativa” después de la larga y afortunada experiencia de la historia estructural que predominó durante buena parte de la historiografía del siglo XX23. Incluso quienes han sido conocidos por formular explícitas invitaciones a regresar a la historia narrativa, como es el caso de Lawrence Stone, agregan la salvedad de que no sugieren ni defienden el retorno a los viejos historiadores narrativos, los biógrafos, sino a una forma de historia narrativa conectada con las novedades que, en su momento, correspondían al surgimiento de temas en la historia de las mentalidades24.

21 BAJTIN, Mijail, Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 298. 22 GOLDMANN, Lucien, su estudio clásico sobre la obra de Pascal, El hombre y lo absoluto (el dios oculto), Barcelona, Ediciones Península, 1968; para detalles sobre su método: “El estructuralismo genético en sociología de la literatura”, en Literatura y sociedad, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1969. 23 ARÓSTEGUI, Julio, La investigación histórica: teoría y método, Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1995, p. 260. 24 STONE, Lawrence, “El renacer de la narrativa: reflexiones sobre una nueva vieja historia”, en revista Eco, Bogotá, n° 239, septiembre 1981, pp. 449-478. Entre las muchas críticas a ese supuesto retorno narrativo, HOBSBAWM, Eric, “Sobre el renacer de la narrativa”, en Sobre la historia, Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1998, pp. 190-195. 165

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Quienes temen que el consistente edificio del estructuralismo construido por la escuela de Annales se pulverice con la supuesta reivindicación biográfica del individuo, nos hacen recordar la polémica entre Isaiah Berlin y Edward Carr, cuando este último se refería despectivamente al “prejuicio biográfico” y propugnaba por una historia más impersonal como garantía de una historia más científica. Esa dicotomía, tenazmente discutida por Berlin, entre los extremos dogmáticos del determinismo que le otorga nula importancia al ser humano en el proceso histórico y de aquel otro que le confiere una desmesurada trascendencia al papel transformador de unos cuantos individuos, se vuelve vigente en esta puesta en crisis de las ciencias sociales, no sólo de la disciplina histórica. A quienes, como Carr, merecerían ahora que se les señale como positivistas tardíos, es necesario recordarles que el estructuralismo de Annales contempló, de todos modos, y en ejemplos muy valiosos, la posibilidad de tratar al insignificante individuo con la consecuente apelación a las formas de un predominante discurso narrativo25. Hay que recordar el llamado casi exasperado de Lucien Febvre, autor de dos memorables trabajos que colindan con lo biográfico, por retornar a los hombres, a esos olvidados “hombres solos” de ciertos textos de historia. Marc Bloch, menos emocional que su amigo, también consideró en sus reflexiones la importancia de las “conciencias individuales” cuando afirmaba que “el objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho: los hombres”26. Mientras tanto, Fernand Braudel está expuesto como el más empecinado y fructífero estructuralista de la escuela de Annales. Pero en su polémica con el Jean-Paul Sartre que se había dedicado a escribir biografías, Braudel dejó escapar su aprobación del relativo aporte del estudio de la vida de un individuo. Es más, gracias a este historiador podría entenderse, en parte, la manera como la biografía contemporánea asume su tarea. Para el autor de El Mediterráneo, la biografía estaba fatalmente asociada a la despreciable historia de los acontecimientos, pero comprendía, y he ahí lo relevante de su apreciación, que el estudio de un caso concreto, individual, no podía desconectarse de estructuras más amplias que cobijan y ayudan a explicar ese caso. Vale la pena citar completa la iluminadora observación de Braudel en su debate con Sartre:

Estoy enteramente de acuerdo en que no se habrá dicho todo cuando se haya “situado” a Flaubert como burgués y a Tintoretto como un pequeño burgués; pero el estudio de un caso concreto -Flaubert, Valéry, o la política exterior de los girondinos- siempre devuelve en definitiva a Sartre al contexto estructural y profundo27.

Por tanto, la biografía entendida así debe estar metodológicamente situada, relacionada en una dinámica conversación entre acontecimiento y estructura. No es la rigidez y la soledad del accidente individual lo que debe quedar circunscrito a la biografía, sino la conexión de ese accidente, de esa singularidad, con los procesos generales a que pertenece esa vida.

25 La polémica sobre determinismo e importancia del individuo en la historia está expuesta por BERLIN, Isaiah, en Libertad y necesidad en la historia, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1974. 26 FEBVRE, Lucien, Combates por la historia, Barcelona, Editorial Ariel, 1982, pp. 156 y 157 (edición original: 1953). BLOCH, Marc, Introducción a la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 24, 25, 117-121 (edición original: 1949). 27 BRAUDEL, Fernand. La historia y las ciencias sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1968, p. 103. 166

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Así, pues, la biografía, hoy, ha tenido en su contra a aquellos que creen que corremos el riesgo de regresar a los grandes héroes de Carlyle o a los hombres representativos de Emerson. Temor relativamente fundado de volver a una romántica y excesiva idea de la importancia del individuo o, peor, de ciertos individuos en el proceso histórico. También cuenta con la enemistad de quienes piensan que el cánon de cientificidad sustentado en el estructuralismo se evapora en ocupaciones acontecimentales y que el discurso histórico se trivializa con el relato lineal y cuasi literario que deja a un lado la argumentación y la demostración. Mientras tanto, sus defensores y nuevos oficiantes se preocupan por presentar una idea más matizada y problemática del individuo biografiable. También encuentran en la biografía una puesta en cuestión del problema no resuelto de la relación entre determinismo y libertad, entre destino individual y sistema social con sus normas, y también creen que el género biográfico soluciona la falsa dicotomía de narrar o explicar en el discurso histórico. 3. el problema del individuo Es obvio que la biografía despierta el interés por un problema que las filosofías de la historia y las ciencias sociales han pretendido resolver de las maneras más variadas: el papel del individuo en la historia. La biografía parte de otorgarle al individuo un papel central, determinante, en los procesos históricos. Pero es menos obvio que la biografía, además, es un encuentro de conciencias individuales, la del biógrafo con la de su personaje. La aparente soledad del uno parece ir en busca de la aparente soledad del otro. La biografía es una forma muy peculiar de diálogo, de comunión, entre el presente y el pasado en que adquiere gran relieve la singularidad de los nombres propios del biógrafo y el biografiado. Ignoro la existencia de biografías escritas al alimón o que sean el resultado burocrático-académico de una línea de investigación o de un grupo de estudio o algo semejante. Los estudios biográficos suelen ser aventuras individuales tanto en el trayecto investigativo como en los resultados evidentes plasmados por la escritura. Vista de ese modo, la biografía reivindica un individualismo a ultranza28. La mirada concentrada en individuos determinados parte de concebir que el individuo elegido condensa, resume o caracteriza una época; que da sentido sobre el comportamiento de un grupo de personas; que ese microcosmos puede ofrecernos una relación con el macrocosmos; que la pequeña historia de ese pequeño átomo nos remite a la gran historia de procesos que envolvieron a ese individuo. Wilhelm Dilthey, en su estudio sobre Novalis, decía que sólo con evocar el nombre del poeta “nos parece vivir rodeados por el mundo tal como a él se le revelaba...Todo se reúne en él”. Algo semejante pretendemos decir los biógrafos contemporáneos al justificar la elección de nuestro individuo biografiado. Ahora bien, el punto de discordia tiene que ver con qué individuos, más o menos que otros, cumplen con ese supuesto poder de condensación; quiénes y por qué reúnen mayores atributos singularizadores que los distinguen y, en cierto modo, los separan de las demás personas. Son muy diversas y sutiles las modulaciones en la escogencia de un personaje digno del ejercicio biográfico; cada individualidad, nos lo explicó muy bien Norbert Elias, hace parte de un contexto funcional, así que podríamos pensar que cada elección de un biografiado es la elección de un ser humano en el contexto de sus funciones y de sus

28 Admito que varios colegas reivindican la “institucionalidad académica” a la que han pertenecido sus ejercicios biográficos. 167

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relaciones. Aquí es donde me parece que la biografía se vuelve, también, una ilusión, porque no evado que los biógrafos incurramos en la ingenuidad de creer que tenemos ante nosotros seres humanos que alguna vez tuvieron una gran capacidad para actuar y proyectar sus destinos, que se distinguieron por una gran fuerza de determinación de los hechos. Y, a lo sumo, todo lo que logramos es reconstruir cómo el individuo está sometido a las redes normativas de su sociedad. Acudiendo a ejemplos de mi cosecha, el niño Luis Tejada no debió haber planeado hacerse expulsar a sus seis años del Colegio de los Hermanos Cristianos. El niño Manuel Ancízar no podía, a sus diez años, impedir que las tropas de Bolívar se acercaran a Bogotá y, menos, que se consumara la salida de los españoles del Nuevo Reino de Granada. Sin embargo, la expulsión del uno y el destierro del otro marcaron de modo muy específico sus individualidades respectivas y los puso frente a determinados márgenes de oportunidades de elección en el resto de sus vidas. Cada uno se fue haciendo singular por sus conductas: Tejada, bohemio y contestatario; Ancízar, sobrio y sistemático; pero sus conductas fueron las resultantes de su maleabilidad, de su manera de acomodarse al tejido humano que los circundaba. Parafraseando al sociólogo en mientes, todos tenemos la posibilidad de ser distintos y, a la vez, todos estamos atados a contextos que no están plenamente bajo nuestro control. Es decir, todos somos potencialmente dignos de una biografía. El biógrafo contemporáneo no puede perder de vista esta paradójica condición del individuo y los niveles posibles en que éste tiene márgenes de acción. La diferencia entre la biografía de un político y la de un artista no estriba solamente en que se tratan de profesiones disímiles con productos simbólicos de diversa índole, sino en el margen de decisión y de dirección según la transitoria y determinada posición de los individuos. El político, o determinados políticos, tiene mayor propensión para influir en el destino de otros, mientras que el artista, o cierto tipo de artistas, no suele verse siquiera preocupado por incidir directamente en las trayectorias vitales de los demás. Estos dilemas relacionados con el influjo activo y consciente del individuo o con su nula capacidad transformadora en la historia lo resumía así Agnes Heller cuando afirmaba que “naturalmente, no existe en absoluto ninguna filosofía de la historia que haya negado que son los seres humanos los que configuran la historia...El problema no es si son los hombres los que hacen la historia, sino si la hacen todos o sólo una parte; si la hacen todos en igual medida, o algunos más que otros”29. En Jerzy Topolsky es evidente que se parte de creer que sí hay unas personas que cumplen papeles más protagónicos que otras y que ha sido la historia política la encargada de reivindicar en la forma biográfica “las acciones de los individuos destacados”, de aquellos que cumplen funciones organizativas, que “inician” y unen las acciones de las demás personas30. Otros están persuadidos de que hay hombres que ocuparon un estrato intermedio en la vida pública y que, precisamente, por haber sido medianamente importantes, sus biografías sirven para reconstruir determinados ambientes intelectuales o políticos que una gran figura no nos permitiría vislumbrar. Pero, sin duda, en la biografía contemporánea vamos a encontrar un espectro de matices mucho más grande de “individuos destacados”: el artista cínico que vive en las márgenes de las convenciones culturales; el ermitaño que en apariencia no guarda relación alguna con su sociedad; los seres humanos comunes de los sectores populares de cualquier época que, gracias a algún soporte documental o a la mirada aguda de un investigador, logran diferenciarse. 29 HELLER, Agnes, Teoría de la historia, Barcelona, Editorial Fontamara, 1992, p. 213. 30 TOPOLSKY, Jerzy, Metodología de la historia, Madrid, Ediciones Cátedra, 1955, p. 203. 168

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Presumo que muchos estaremos de acuerdo en que la crítica de Pierre Bourdieu a una sobrevaloración del papel del individuo en el recurso biográfico se convirtió en pauta ineludible para que los historiadores contemporáneos tomen ciertas precauciones. El riesgo simplificador de que se le otorgue un papel excesivamente activo y coherente al individuo lo examinó el recién fallecido sociólogo francés mientras exponía sus conceptos clásicos de habitus y de campo simbólico. Para él, todo individuo está en relativa libertad de actuar dentro de un conjunto previsible de conductas. La unidad de sentido que logramos percibir en el conjunto de la obra de un artista o en la trayectoria de una vida es el resultado de una interacción entre las constricciones de una estructura previa y “la libertad condicionada y condicional” que anula los extremos “de una creación de imprevisible novedad como de una simple reproducción mecánica de los condicionamientos sociales”31. De tal manera que las trayectorias biográficas no son el resultado de proyectos, de orientaciones, de intenciones que preceden y luego se concretan en los acontecimientos de una vida; esa es, según Bourdieu, la propensión ilusoria de las biografías. De esa ilusión de coherencia en las vidas de los individuos intentan librarse las biografías recientes de Giovanni Levi y Jacques Le Goff. Al menos ellos se han planteado y le han buscado solución al problema. Para el primero, la biografía cumple un papel intersticial en la puja entre normas y prácticas; entre individuo y grupo; entre determinismo y libertad. Según Levi, está claro que “ningún sistema normativo es lo suficientemente estructurado para eliminar cualquier posibilidad de escogencia”32. Mientras tanto, Le Goff advierte en la introducción de su Saint Louis que toda biografía debe afrontar “el exceso de coherencia inherente a toda aproximación biográfica”. Evitar la ilusión de perfección, de poder del personaje sobre su realidad es tarea primordial del biógrafo, piensa también Le Goff. El historiador francés expone así cómo intentó escapar a esa “ilusión” de perfección y coherencia en su biografía: “Él [San Luís] se construye él mismo y construye su época en la misma medida que él es construido por ella”33. La relación del todo con las partes y de las partes con el todo parece ser, entonces, el meollo del asunto. Evocando una fórmula de un famoso filósofo alemán, los biógrafos no pueden representarse a un individuo “flotando en el aire”34. Por eso podríamos arriesgar, por ahora, la siguiente conclusión: la biografía contemporánea trata de reconstruir la vida de individuos en situación. Si la biografía no sitúa al individuo, si no construye en su relato un diálogo intenso entre contexto normativo y el microproceso existencial del individuo, el resultado será muy cuestionable. El recurso de la biografía en nuestros tiempos debería tomar al individuo como se toma una aguja con hilo para zurcir un vestido y quizás se nos deba volver más importante el vestido elaborado que la aguja misma y, quizás también, la maestría del asunto consista en hacer buen uso de la aguja y del hilo.

31 BOURDIEU, Pierre, El sentido de lo práctico, op. cit., pp. 94-97. Del mismo autor: “L’illusion biographique”, op. cit., pp. 69-72. 32 LEVI, Giovanni, op. cit., p. 1333. 33 LE GOFF, Jacques, op. cit., pp. 17 y 18. Traducción libre al español por el autor de este ensayo. 34 HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Ediciones Revista de Occidente, 1974, p. 90. 169

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4. epílogo: la biografía histórica Admitamos, esta vez como autohalago, que escribir una biografía es difícil y apasionante. Quizás lo más encantador de asumir el reto de investigar una vida, de querer decir toda la verdad posible sobre un individuo, son los retos documentales que aparecen en el camino; el grado de incertidumbre que se afronta en la medida que se avanza. La única certeza es la playa desde donde se parte, pero no se sabe a plenitud cómo y a dónde se va a llegar. La aparición de detalles desprovistos de significado al comienzo y que luego se nos vuelven fundamentales o, al revés, comprobar que nos detuvimos en un berenjenal de anécdotas que no constituían una significación determinante en la composición general de la obra. Las travesías geográficas y las cognoscitivas en busca de una explicación, de un dato relevante del contexto; la paralela compilación y ordenación de la producción teórica del sujeto escogido; la continua elaboración y disolución de conjeturas; la erudición que debe proteger la narración del suceso más común. La selección de diversos tonos: no es lo mismo narrar el nacimiento que la muerte; no es lo mismo explicar los contenidos y la recepción de un libro que las neurosis del sujeto; la seducción o la antipatía que pueden generar el personaje; el desconcierto de un hallazgo cuando creíamos poseer una explicación redonda de su devenir. Escribir biografías en que la intención fundamental sea poner en diálogo al individuo con su contexto normativo se vuelve una tarea que exige autores versátiles. La “biografía histórica”, si nos atenemos al bautizo de Le Goff, exige seguir la trayectoria del individuo por todos los mundos en que haya habitado. El biógrafo se expone a los más variados matices y asociaciones entre los elementos de la pequeña historia de los detalles en apariencia muy anodinos y las generalizaciones de la gran historia. Este tipo de biografía, sin duda, se distingue por su exhaustividad de otras muestras en ese género. No se trata solamente de escribir entretenido, de ahondar en el pulimento de un estilo o de desafiar los protocolos de un discurso; se trata, más bien, de conseguir la combinación adecuada en el arte de narrar y explicar, con base en documentos, el proceso de existencia de un individuo que, se supone, cristaliza una significativa red de relaciones. Sin la intención de proponer definiciones canónicas o de preparar un nuevo consenso sobre las normas de un género de escritura, podríamos afirmar, por ahora, que la biografía es un recurso narrativo y argumentativo en que se elige, con el individuo, una zona de documentos y una perspectiva, un desde dónde se narra, como se diría en las teorías literarias. También podríamos presumir que hay, al menos, dos tipos de escritura de biografías relativamente fáciles de detectar. Aquella precedida de un proceso que abarca la definición de criterios de selección del personaje biografiable; la precisión de cuál debe ser el acervo documental que no suele restringirse (y no puede restringirse) a la documentación que proporcionen herederos o albaceas; el aparato teórico interpretativo acompañado de un conjunto de hipótesis; las decisiones sobre la mezcla de narración y explicación en la organización del relato; la conciencia de la continua tensión entre contexto normativo y libertad individual limitada. La otra, muy diferente, suele ser omisiva en procesos de crítica y cotejación de fuentes, se acomoda a lo que proporcione el archivo legado directamente por el biografiado; acostumbra a ser escrita por algún tipo de heredero (ideológico, político, sentimental, familiar, en fin); no construye ni utiliza un aparato teórico- interpretativo; no mezcla narración y explicación

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de manera apropiada y deja, fácilmente, filtrar todas las formas pronominales que delatan una subjetividad muy activa, comprometida en la exaltación o en la condena del biografiado; en consecuencia, el individuo aparece como un solitario perfecto (o como un perfecto solitario) sin nexos orgánicos con un todo social que lo precede y lo determina. Creo que la conversación sobre lo que ha venido siendo el recurso de la biografía como género de escritura o como método de indagación en las ciencias humanas, en Colombia, apenas comienza. Hacen falta evaluaciones de las producciones regionales que, al menos en los claustros universitarios, se ha ido acrecentando. El descubrimiento de archivos privados ha garantizado en buena medida escoger el camino biográfico, aunque se cometan los errores derivados de la concentración exclusiva en el archivo directamente legado por el biografiado. Aún falta analizar la extensión de la biografía a la prosopografía que, en otros lugares, ha rendido frutos en el estudio de grupos sociales o generacionales. Los criterios de selección de los individuos del pasado merecen su particular discusión entre quienes nos hemos vuelto unos “profesionales de la memoria”; los intereses subyacentes en cada selección, las identificaciones, aversiones y exaltaciones que la biografía voluntaria o involuntariamente prepara; la edificación o destrucción de mitos que dan sustento a dogmatismos y militancias. Todavía habrá que discernir qué de arte y qué de ciencia pueden o quieren contener nuestros ejercicios biográficos, o si es necesario reivindicar la unilateralidad al respecto. Pero, en todo caso, la discusión parte de la evidencia de hallar inserta esa práctica en el circuito de comunicación de los científicos sociales contemporáneos. Esta vez no se ha tratado de reivindicar un camino demasiado heterodoxo ni de adherirnos a un nuevo consenso legitimador. Ni lo uno ni lo otro.

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fernand braudel, historiador del acontecimiento ♦ ♣ jean boutier ♦ “Si el estudio de los hechos humanos pretende constituirse en una ciencia positiva, debe alejarse de los hechos únicos y centrar su atención en los hechos que se repiten, es decir debe rechazar lo accidental y apegarse a lo regular, eliminar lo individual y estudiar solamente lo social”1. Estas cortas líneas escritas por François Simiand cuando apenas se iniciaba el siglo XX –en una polémica abierta contra una historia que a lo largo del siglo precedente había situado los hechos individualmente determinados en el centro de sus preocupaciones-, marcaron de manera profunda una de las mayores corrientes de la historiografía francesa del siglo XX. Atacando simultáneamente la predominancia de la historia política y la débil articulación del empleo lineal de la causalidad –que conduce con frecuencia a recurrir al marco cronológico “puro y simple” o a la periodización de acuerdo a los reinados-, Simiand, siguiendo a Paul Lacombe, abría la puerta a la crítica radical de la “historia événementielle” (historia de los acontecimientos) –la expresión es de Lacombe-, lo que conllevó no sólo a la devaluación del acontecimiento, sino, como lo dijo Paul Ricoeur, a su desaparición2. En esta experiencia intelectual, que ya ha dado lugar a análisis enriquecedores tanto desde el punto de vista epistemológico como historiográfico3, Fernand Braudel ocupa una posición central4. Sus declaraciones, tardías pero vigorosas, y retomadas sin cesar, que recurren menos a una argumentación puntillosa –fundada en una sólida construcción teórica- que a una gama sutil de metáforas afortunadas, variadas pero coherentes5, hicieron de él el vocero por excelencia de

♦ Artículo recibido en enero 2004; aprobado en febrero 2004. ♣ Texto ofrecido por el historiador francés Jean Boutier al Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle para su publicación en Sociedad y Economía, revista de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la mencionada Universidad. Teniendo en cuenta el objeto central del presente dossier, el texto ha sido cedido de manera exclusiva a Historia Crítica. Traducción realizada por Ricardo Arias, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. ♦ Director de estudios en la escuela de Altos estudios en ciencias sociales, Marsella. Especialista en historia social de Europa Moderna. En 1995 editó, con Dominique Julia, Passés recomposés. Champs et chantiers de l’histoire, París, Autrement. 1 SIMIAND, François, “Méthode historique et science sociale. Étude critique d’après les ouvrages récents de M. Lacombe et de M. Seignobos”, en Revue de Synthèse historique, VI, 1903, p. 17; reeditado en Annales, Économies, Sociétés, Civilisations, XV, 1960, pp. 83-119. 2 RICOEUR, Paul, Temps et récit, 1, L’intrigue et le récit historique, París, Seuil, 1983; reedición 1991, pp. 173-200: “L’éclipse de l’événement dans l’historiographie française”. 3 Para el primer aspecto, ver en particular RICOEUR, Paul, op. cit.; para el segundo, POMIAN, Przystof, L’ordre du temps, París, Gallimard, capítulo I, “Evénements”; MORETTI, Mauro, “Parlando di «eventi». Un aspetto del dibattito storiografico attorno alle Annales dal secondo dopoguerra ad oggi”, en Società e Storia, VII, 1985, pp. 373-442; DUMOULIN, Olivier, “Evénementielle (histoire)”, en BURGUIERE, André (ed.), Dictionnaire des sciences historiques, París, PUF, 1986, pp. 271-272; ver igualmente, en la misma obra, la contribución de Jacques Revel. 4 Para una introducción a la obra de Fernand Braudel en lengua alemana, cfr. SCHMIDT, J., Die historiographische Ansatz F. Braudels und die gegenwärtige Krise der Geschichtswissenschaft, Bamberg, 1971; KRAWSTEINER, Barbara, Zeit, Raum, Struktur: Fernand Braudel und die Geschichtsschreibung in Frankreich, Viena, Geyer Edition, 1989. Para una actualización reciente, cfr. REVEL, Jacques (ed.), Fernand Braudel, París, Le livre de Poche, 1999. Remito también al excelente análisis del Mediterráneo que hizo Ricoeur: Temps et récit, op. cit. , 1, pp. 366-384. 5 Cfr. las observaciones de P. Ricoeur, op. cit., 1, pp. 187-188. Para lo relacionado con el recurso a las metáforas y no a los conceptos, cfr. las observaciones de Giuliana Gemelli, quien remite a la vez a Bachelard, del que Braudel 172

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los detractores de la llamada historia événementielle. Sus opciones metodológicas son bien conocidas: Braudel las expuso claramente en el prefacio de El Mediterráneo, cuya arquitectura de conjunto reproduce la articulación de los tiempos de la historia, comenzando por el “tiempo geográfico”, prácticamente inmóvil, en el que se dan las relaciones entre el hombre y el entorno; le sigue el “tiempo social”, débilmente pronunciado, que mide las economías, los Estados y las sociedades; para terminar, está el “tiempo individual” que, aunque aparece sólo al final de la obra, lo cual disminuye su estatus, no es sin embargo eliminado de la historiografía. En efecto, en la tercera parte del libro, intitulada “Los acontecimientos, la política y los hombres”, Braudel despliega una historia política del Mediterráneo centrada en los años 1550-1599, en la que defiende el lugar que ésta ocupa en su obra, aun cuando pueda tratarse “de la historia tradicional, si se quiere de la historia cortada a la medida no del hombre sino del individuo, la historia événementielle de [Paul Lacombe y de] François Simiand: una agitación que no va más allá de la superficie, las olas que levantan las mareas con su poderoso movimiento. Una historia de oscilaciones breves, rápidas, nerviosas. Ultrasensible por definición, el menor paso pone en alerta todos sus instrumentos de medición. Pero es una historia que tal y como es, es la más apasionante, la más rica en humanidad, pero también la más peligrosa. Desconfiemos de esta historia todavía en ascuas, tal como las gentes de la época la sintieron y la vivieron, al ritmo de su vida, breve como la nuestra [...]. Los acontecimientos resonantes no son, con frecuencia, más que instantes fugaces, en los que se manifiestan estos grandes destinos y que sólo pueden explicarse gracias a ellos”6. Casi todo está dicho en este texto de presentación. En sus sucesivos trabajos, Braudel desarrollará sus metáforas, sin analizarlas realmente, organizándolas alrededor de parejas superficialidad/profundidad, efímero/duración: “los acontecimientos, esa capa superficial y brillante de la historia”7, “esa polvareda de actos, de vidas individuales atadas las unas a las otras”8, son “imágenes instantáneas de la historia”, “actos siempre dramáticos y breves”9. Más aún, “los acontecimientos [son como polvo]: atraviesan la historia como exhalaciones sucesivas. Tan pronto se vislumbran sus resplandores, la noche los absorbe. [resplandores breves; tan pronto se vislumbran regresan a la noche y frecuentemente al olvido.]”10. Una rápida evocación biográfica, en la lección inaugural del Collège de France, explicita esta imagen y da cuenta de su articulación de una edición a otra: “Conservo el recuerdo, una noche, cerca a Bahía, de haber sido envuelto por un fuego artificial de luciérnagas fosforescentes; sus luces pálidas brillaban, se apagaban, volvían a brillar, sin aclarar realmente la noche. Lo mismo sucede con los acontecimientos: más allá de su resplandor, la oscuridad triunfa”11. fue lector en los años 1930, y a la elaboración de una ciencia de lo complejo. Para entender a Braudel, es necesario por consiguiente sumergirse en el “universo inasequible de las metáforas” (Fernand Braudel e l'Europa universale, Venecia, Marsilio, 1990; utilizo aquí, salvo excepción, la edición francesa, revisada y aumentada, publicada bajo el título Fernand Braudel, París, O. Jacob, 1995, pp. 87-88). En lo relacionado con la lógica de estas metáforas, cfr. KINSER, Samuel, “Annaliste Paradigm? The Geohistorical Structuralism of Fernand Braudel”, en American Historical Review, LXXXVI, 1981, p. 72. 6 BRAUDEL, Fernand, La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II (en adelante Méd., 1949), París, Armand Colin, 1949, pp. XIII-XIV; segunda edición, 1966 (en adelante Méd., 1966), pp. 16-17: las partes añadidas de la segunda edición figuran entre corchetes. 7 Med., 1949, p. 923; Méd., 1966, II, p. 383. Hay que observar que Lucien Febvre había utilizado, en 1931, una metáfora similar –la “corteza aparente”- para designar los acontecimientos en el mundo político-diplomático: texto retomado en FEBVRE, Lucien, Combats pour l’histoire, París, A. Colin, 1953, p. 62. 8 Méd., 1949, p. 721. 9 BRAUDEL, Fernand, “Positions de l’histoire en 1950”, en Écrits sur l’histoire, París, Flammarion, 1969, p. 22. 10 Méd., 1949, p. 923; Méd., 1966, II, p. 383. 11 BRAUDEL, Fernand, “Positions...”, op. cit. , p. 22. La “parábola” de Bahía aparece tal cual en el texto de las lecciones que Braudel dio durante su cautiverio en Alemania, durante los años 1941-1944: “L’histoire, mesure du monde [1944]”, en Les écrits de Fernand Braudel, II, Les ambitions de l’histoire, París, De Fallois, 1997, pp. 23-24. 173

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De ahí surge el último elemento de su requisitorio: la sospecha que tiende a descalificar este tipo de historia, que sale directamente de los testimonios de los contemporáneos, marcada con el sello de sus interpretaciones, de sus miopías o de sus intereses, portadora de una ilusión mayor que hace creer a los hombres que ellos, solo ellos, hacen la historia. Sin embargo, aunque “los acontecimientos son realidades para periodistas”, la historia no puede ignorarlos ya que ella es “la imagen de la vida bajo todas sus formas”12. Se trata entonces de una devaluación del acontecimiento, pero es una devaluación paradójica, y consciente de serlo. Es solamente con su artículo sobre la “larga duración” –un texto en el que la argumentación intelectual está al servicio de una propuesta política de reorganización del campo de las ciencias sociales en Francia- que Braudel le da finalmente a sus propósitos un vocabulario teórico: la historia cede su lugar a la ciencia social y el acontecimiento desaparece en provecho del tiempo corto. “La ciencia social casi tiene horror del acontecimiento –sostiene Braudel en ese artículo. No sin razón: el tiempo corto es la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones”13. No pretendo ir más allá en estos análisis, aun cuando nuevos elementos y nuevos textos todavía inéditos permitieran hacer algunos retoques de detalle14. Quisiera, por el contrario, mostrar cómo esta crítica del acontecimiento –cuyo surgimiento en la reflexión braudeliana intentaré entender- no lleva a Braudel a eliminar los acontecimientos –aunque estuvo tentado de hacerlo en varias ocasiones-, sino a construirlos y organizarlos de manera diferente. I. En la breve autobiografía que concede en 1972 al Journal of Modern History, Braudel presenta de manera muy lacónica su lenta evolución hacia la historia “nueva”. En los años 1920, como joven profesor de bachillerato en Argelia, enseña una historia muy tradicional, según él. “En esa época, confiesa, yo era un historiador del acontecimiento, de la política, de las biografías ilustres”15. Si nos atenemos a este testimonio, la crítica radical al acontecimiento no habría aparecido sino mucho más tarde, en la época de su cautiverio en Alemania: “Mi visión de la historia tomó entonces su forma definitiva, sin que yo me diera inmediatamente cuenta de ello, en parte como la única respuesta intelectual a un espectáculo –el Mediterráneo-, que ningún otro relato tradicional me parecía en capacidad de captar, en parte también como la única respuesta existencial en aquellos tiempos trágicos por los que atravesaba. Sentía que frente a todos esos acontecimientos con los que nos inundaban la radio y los periódicos de nuestros enemigos, y frente incluso a las noticias de Londres que nos hacían llegar las emisiones clandestinas, yo tenía que dejarlos atrás, rechazarlos, negarlos. ¡Abajo el acontecimiento, sobre todo el que nos contraría! Me sentía en la necesidad de creer que la historia, el destino, se inscribían en una mayor profundidad. Escoger el observatorio del tiempo largo era escoger como refugio la posición del mismo Dios padre”16.

12 Méd., 1949, p. 721. 13 BRAUDEL, Fernand, “Histoire et sciences sociales. La longue durée”, en Annales, Économies, Sociétés, Civilisations, XIII, 1958, pp. 725-753; retomado en Écrits sur l’histoire, op. cit., p. 46. 14 Ver, en particular, “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., pp. 11-83. 15 BRAUDEL, Fernand, “Ma formation d’historien”, op. cit., p. 15. “Personal Testimony”, en Journal of Modern History, XLIV, 1972, p. 451; el texto original, en francés, fue publicado con el título “Ma formation d’historien”, en Écrits sur l’histoire, II, Paris, Arthaud, 1990, p. 11. 16 BRAUDEL, Fernand, “Ma formation d’historien”, op. cit., p. 15. 174

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Braudel dijo y repitió en varias ocasiones que la guerra o, más exactamente, la experiencia de la cautividad constituyó un “verdadero laboratorio intelectual”17. En 1958 explicó cómo, para soportar un “cautiverio bastante sombrío”, “para escapar a la crónica de esos difíciles años (1940-1945)”, debía “rechazar los acontecimientos y el tiempo de los acontecimientos, [...] ponerse al margen, al abrigo, y así poderlos observar con mayor distancia, juzgarlos mejor y no creer demasiado en ellos”18. Braudel volvió sobre estos mismos propósitos poco antes de morir, con ocasión del Coloquio de Châteauvallon: en la citadela de Maguncia, “el problema era escapar, en cierta medida, de los acontecimientos que zumbaban a nuestro alrededor, diciéndonos: «No es tan importante como parece». ¿No se podía superar esos movimientos de marea, esos ascensos y descensos para ver algo completamente diferente? Es lo que yo he llamado, desde muy temprano, «el punto de vista de Dios padre». Para Dios padre, un año no cuenta; un siglo es un pestañeo”19. La reciente publicación de su Histoire, mesure du monde, redactada en 1944 con el fin de reunir en un texto coherente las conferencias dictadas en el campo en que estuvo prisionero, revela finalmente, con el capítulo inaugural, la primera reflexión explícita y articulada que condujo a Braudel no a rechazar el acontecimiento, sino desvalorizar su papel histórico y su estatus historiográfico. La vida como prisionero impone una ascésis análoga a la que debía someterse el historiador: para conservar su confianza en el porvenir, el prisionero debe tomar, no sin dificultad, distancia frente a las noticias que recibe; es cierto que debe criticar esas informaciones, pero corre el risgo de perderse en los hechos que no tienen futuro; su verdadera esperanza radica en las grandes “líneas de fuerza” que harán la historia del mañana. Sucede lo mismo con el historiador: para producir sus explicaciones, debe sustituir “una historia que, al estar centrada en el individuo, es dubitativa”, por “una historia mucho más simple y mucho más clara si se le examinara desde sus bases y sus realidades sociales”20. La traducción científica de una experiencia existencial encuentra entonces, con una argumentación ligeramente desfasada, una de las proposiciones formuladas casi cuarenta años atrás por Simiand. Pero debemos preguntarnos si realmente la experiencia del cautiverio es suficiente para explicar esta toma de posición o, por el contrario, debemos articularla a un itinerario intelectual anterior, sin el cual la propuesta de Braudel no se hubiera podido elaborar. Esta segunda hipótesis debe ser tomada en consideración máxime si sabemos que, en su prefacio a la segunda edición del Mediterráneo, Braudel no dudó en afirmar que su tesis “había sido establecida, si no completamente, al menos sí en sus grandes líneas, en 1939, al término de la primera etapa radiante de los Annales de Marc Bloch y de Lucien Febvre, uno de cuyos frutos directos fue precisamente su tesis sobre los acontecimientos”21. En efecto, parece difícil –a menos de deleitarse con las paradojas o las astucias de la historia- explicar la construcción braudeliana como una simple y llana respuesta a una situación específica –la guerra percibida a través de la experiencia del cautiverio. No podemos dejar de constatar, por ejemplo, que, en el mismo momento, la experiencia inmediata de la derrota francesa en la primavera de 1940 no produjo los mismos efectos en Marc Bloch quien, lejos de tomar distancia frente a los acontecimientos, lo que hizo fue sumergirse en ellos para tratar de analizar sus razones profundas. Bloch escribe un libro, inédito hasta su muerte, que constituye, retomando sus propios términos, un “testimonio” y una “declaración” realizados por un derrotado que no

17 GEMELLI, G., op. cit. , edición italiana, p. 31. 18 “Histoire et sociologie”, en GURVITCH, Georges, (ed.), Traité de sociologie, París, PUF, 1958-1960, reeditado en Écrits sur l’histoire, op. cit., p. 116. 19 Une leçon d’histoire de Fernand Braudel. Châteauvallon, octubre 1985 , París, Arthaud, 1986, p. 7. 20 “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., p. 28. 21 Méd., 1966, I, p. 11. 175

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fue prisionero, que conservó su libertad, pero que, sin embargo, desde el verano de 1940 –el libro tiene la fecha de julio-septiembre de ese mismo año, es decir que la legislación antisemita de Vichy no lo ha afectado todavía- optó por tomar posición a favor de una historia candente y trágica. Así como sucede con Braudel, Bloch no se contenta con una simple narración: su testimonio pasa inmediatamente del análisis de los acontecimientos tal como él los vivió al análisis de las “causas profundas”22 de la derrota y va hasta las ramificaciones causales más alejadas, más complejas y, en el estado actual de las ciencias humanas, las más ocultas”23. La lista de estas causas es extensa: desde las formas del poder y de comando, tanto militar como civil, la cultura de las clases dirigentes, hasta los fundamentos de la sociedad en su conjunto –“Lo que acaba de ser derrotado entre nosotros, es precisamente nuestra pequeña y entrañable ciudad”24-, pasando por todo aquello que pudo ayudar a moldearla (la enseñanza, el movimiento sindical, etc.). Pero la identificación, el inventario, la discusión de las causas de la derrota invitan al investigador a ir más allá de las simples constataciones y a liberarse de sus costumbres profesionales: “Adeptos de las ciencias del hombre o sabios de los laboratorios, quizá nosotros también fuimos apartados de la acción individual por una especie de fatalismo, inherente a la práctica de nuestras disciplinas, las cuales nos acostumbraron a considerar, por encima de todo, en la sociedad como en la naturaleza, el juego de las fuerzas masivas. Frente a esas profundidades marinas, de una fortaleza casi cósmica, ¿qué efecto podían tener los pobres gestos de un náufrago? Así se malinterpreta la historia”25. La esperanza de Bloch reside desde entonces no en el peso de las fuerzas profundas anónimas –descritas mediante metáforas marinas cercanas a las de Braudel, pero denunciadas como una coartada de intelectual o de sabio-, sino en “el progreso en la toma de conciencia de la colectividad”, propio a “nuestras civilizaciones”, el cual, modificando ligeramente la “mentalidad común”, termina por “inclinar, en cierta medida, el curso de los acontecimientos, que son determinados, en última instancia, por la psicología humana”26. Uno de los historiadores que ha explorado más fondo la marginalización del individuo en el análisis histórico no duda, en el momento preciso en que la guerra acaba de estallar, a escribirle a Lucien Febvre: “Desde ahora, los hombres como nosotros deben persuadirse que pueden hacer muchas cosas”27. A partir de constataciones similares sobre el oficio del historiador, Marc Bloch y Fernand Braudel, confrontados a los mismos acontecimientos, tomaron, como vemos, posiciones radicalmente diferentes, incluso incompatibles. ¿La situación de cada uno de ellos –la libertad del primero durante el verano del cuarenta, el cautiverio del segundo- basta para explicar las diferencias que separan al uno del otro? El análisis del itinerario intelectual de Braudel en los años 1920-1930 no es sencillo. Braudel hizo pocas confesiones acerca de esos años de elaboración y concepción del Mediterráneo, que a menudo ha presentado [como girando] en torno a dos experiencias esenciales: la experiencia

22 BLOCH, Marc, L’étrange défaite, témoignage écrit en 1940 [1946], París, A. Colin, 1957, p. 194; hay que observar que el adjetivo“profundo” aparece frecuentemente en los escritos de Bloch (por ejemplo, pp. 165, 173, etc.). Para estudiar los nexos entre las posiciones científicas y políticas de Bloch, ver las bellas páginas de GEREMEK, Bronislaw, “Marc Bloch, historien et résistant”, en Annales, Économies, Sociétés, Civilisations, XL, 1986, pp. 1091-1105; consultar también los enriquecedores análisis de DUMOULIN, Olivier, Marc Bloch, París, 2000. 23 BLOCH, Marc, op. cit., p. 167. 24 Ibid., p. 191. 25 Ibid., p. 217. 26 Ibid., p. 217. 27 MÜLLER, Bertrand, “Marc Bloch et les années trente: l’historien, l’homme et l’histoire”, en DEYON, Pierre, RICHEZ, Jean-Claude, STRAUSS, Léon (ed.), Marc Bloch, l’historien et la cité, Estrasburgo, 1997, p. 182, citado en DUMOULIN, Olivier, op. cit., p. 176. 176

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argelina (1923-1932) y luego la experiencia brasileña (1935-1939). [Igualmente] [También] ha presentado sus construcciones historiográficas no como el producto de una reflexión teórica o metodológica, sino como el camino más conveniente, la mejor articulación posible, durante el paso a la escritura, cuando se está frente a un material rico y complejo. Sin embargo, una lectura minuciosa de sus escritos durante esos años deja al descubierto huellas de la construcción -¿progresiva?- de su crítica del acontecimiento28. Desde su primer artículo importante, consagrado a la presencia española en África del Norte durante el siglo XVI y publicado en 192829, Braudel toma claramente partido frente al problema del acontecimiento, de acuerdo a tres direcciones. En primer lugar, en una historia plagada de “peripecias”, en la que “abundan las páginas de historia militar”30 y que él mismo organiza alrededor de grandes acontecimientos (toma de Granada, 1492; muerte de Fernando, 1516; tratado de Cateau-Cambresis, 1559, etc.), Braudel se obliga a tomar distancia con relación al acontecimiento: “hay que mirar los acontecimientos desde muy lejos con el deseo sistemático de explicar”31. Se trata, por supuesto, de evitar tanto el tono apologético de las biografías de los grandes personajes como la simple reproducción de los relatos de los contemporáneos; pero se trata también de empobrecer, de simplificar, de alisar (a imagen de los estadísticos que aplican promedios móviles a sus series de datos temporales) la “realidad viviente y confusa de la historia”. Esto no significa que Braudel rechace la historia événementielle, pero este distanciamiento le permite, en un segundo momento, evaluar mejor los tiempos fuertes, las rupturas, sin dejarse seducir por todo aquello que llama inmediatamente la atención: “Dejemos de lado por un instante la historia teatral de este periodo. Djerba (1560), Malta (1565), Lepanto (1571), Túnez (1573-74), son acontecimientos sensacionales por excelencia, pero, contrariamente a lo que en algunas ocasiones se ha dicho, no significaron siempre una ruptura”32. Lo que le concede al acontecimiento su importancia histórica no debía ser lo que dicen de él sus contemporáneos o lo que antecede a ese acontecimiento, sino su capacidad para modificar el curso histórico de las cosas. Sin hacer explícitas sus referencias, Braudel muestra claramente que conoce –directa o indirectamente, poco importa- los debates que Simiand había abierto contra la historia événementielle. Como Simiand, Braudel denuncia los excesos de una simple historia-batalla que desconoce totalmente las bases materiales de las operaciones militares (las armas, las embarcaciones, el material, los conocimientos cartográficos, las instrucciones náuticas, etc.). Más aún: Braudel también se aleja de una de las formas mayores de la ilusión cronológica, la confusión entre el carácter consecutivo de dos fenómenos y su orden de “causalidad”: “Las expediciones africanas son cronológicamente la continuación de la guerra victoriosa de Granada, ¿pero significa esto acaso que son consecuencia directa de esta última? Es aconsejable mostrarse prudente para no exagerar la cuestión”33. Sin embargo, Braudel no retoma las posiciones de

28 Para abordar el conjunto de la obra braudeliana, cfr. TENENTI, Branislava, “Bibliographie des travaux de Fernand Braudel”, en Mélanges en l’honneur de Fernand Braudel. Méthodologie de l’histoire et des sciences humaines, Toulouse, Privat, 1973, p. 483-509 (exhaustiva hasta 1971). 29 “Les Espagnols et l’Afrique du Nord de 1492 à 1577”, en Revue africaine, LXIX, 1928, pp. 184-233, 351-428. 30 Ibid., pp. 188-189. 31 Ibid., p. 209. 32 Ibid. , p. 392. 33 Ibid., p. 192. Se pueden encontrar observaciones similares, algunos años más tarde, en el informe de JULIEN, Charles-André, “L’Histoire de l’Afrique du Nord. Tunisie, Algérie, Maroc”, en Revue historique, LXXIV, 1933, Paris, 1931, p. 52: “Hay algunos signos que presagian la lluvia que no son, sin embargo, la causa.” 177

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Simiand: si la historia es con frecuencia una realidad confusa es porque “la parte del azar ocupa una posición muy grande”34. Es difícil seguir la evolución de su pensamiento durante los años treinta. En esa época, Braudel se dedica mucho más a la enseñanza que a la publicación, con la excepción de numerosas reseñas, las cuales por momentos dejan entrever algunas de sus concepciones sobre la historia. Si en esas reseñas no encontramos nada relacionado directamente con el acontecimiento, podemos, sin embargo, observar dos tomas de posición, muy cercanas a las reivindicaciones que por ese entonces hace la revista Annales. Tal y como se escribe, la historia événementielle es una historia abstracta, que presenta hechos desencarnados: la descripción de estos hechos ignora todo lo que es humano así como todo aquello que debía ser tenido en cuenta por una historia “viva”35; en cambio, Braudel reivindica un acercamiento casi etnográfico, enriquecedor, preciso, de la materialidad de los hechos. De esa manera, Braudel adora la evocación del desorden del desembarco de las tropas francesas en Argel (1830), la descripción del campo de Sidi-Ferruch, el análisis de los mecanismos concretos de la mediación diplomática cuando los representantes franceses no pueden entrar en contacto con el Maghzen sino por la mediación obligada de un delegado oficial que reside en Tánger, del cual Braudel brinda una extraordinaria descripción36. El segundo punto es todavía más importante: los hechos, los acontecimientos, no deben limitarse al plano político; más aún, los acontecimientos no deben ser separados de las otras realidades que los rodean o los enmarcan, no deben ser aislados del contexto más amplio que les da sentido: “Casi siempre resulta peligroso romper, en una narración, los marcos cronológicos del pasado, pero es más peligroso aún limitarse a los hechos políticos y diplomáticos sin ir hasta las realidades profundas que éstos traducen más o menos bien, ya sean religiosas, económicas, intelectuales o sociales”37. En todo esto, sin embargo, no hallamos nada que cuestione de manera radical el estatuto mismo del acontecimiento en historia. II. “La buena política, la actitud viril consiste en reaccionar contra ellos [los acontecimientos], de soportarlos pacientemente al comienzo y sobre todo de juzgarlos en su valor, a veces tan irrisorio...”38. Antes de la debacle de la primavera de 1940 y de su experiencia como prisionero, Braudel jamás había tomado una posición tan clara y vigorosa, estrechamente relacionada con la reaparición de ese “sentido de lo trágico histórico”39 característico de esos años de guerra. En

34 “ Les Espagnols...”, op. cit. , p. 209; en una reseña sobre un libro de política colonial de la Monarquía de Julio, publicada el mismo año en la misma Revista africana (LXIX, 1928, p. 462), Braudel concluía aún más explícitamente: “La política del gobierno siempre se ha limitado a ir detrás los acontecimientos... El azar ha sido un gran obrero en la conquista de Algeria”. Estas observaciones fueron retomadas durante sus años de cuativerio, en “L’histoire, mesure du monde”, op. cit. , p. 27. 35 Braudel utiliza frecuentemente expresiones similares: “De tanto esforzarse por ser exacto, el señor Esquer supo dar, en el relato de los acontecimientos militares de la expedición, la impresión de la vida misma”, en Revue africaine, LXXI, 1930, p. 167; “De ese tipo de libros, la vida está excluida”, en Revue historique, t. 196, 1946, p. 85. 36 Informes en Revue africaine, LXXI, 1930, p. 167, 400. 37 Revue historique, t. 168, 1936, p. 84. 38 “L’histoire, mesure du monde ”, op. cit., p. 17. 39 ROUPNEL, Gaston, Histoire et destin, París, Grasset, 1943, p. 170, citado por BRAUDEL, Fernand, “Faillite de l’histoire, triomphe du destin?”, en Annales d’Histoire sociale, VI, 1944, p. 71; Braudel hace suya la fórmula: 178

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adelante, Braudel exhibe su posición sin ninguna ambigüedad: “... los acontecimientos y los hombres desplazan a duras penas el destino”40. No obstante, esos acontecimientos existen y, por consiguiente, no hay por qué negarlos. Toda la obra de Braudel resuena, a veces de manera ensordecedora, de innumerables acontecimientos y de sus ecos: “Su historia no escatima fechas, batallas y tratados”, observa Ricoeur41, algo que, por lo demás, muchos otros lectores han pasado por alto42. Así como Felipe II en El Escorial, Braudel, durante su cautiverio, es asaltado por la proliferación de acontecimientos mundiales, a pesar de que su situación resulta, desde este punto de vista, poco favorable: “Ustedes estarán de acuerdo en que no me encuentro en la mejor posición para percibir el mundo”43, le confesaba Braudel a unos de sus compañeros de cautiverio. ¿Cómo entonces podría escapar el historiador al “inmenso rumor”44 del mundo? En toda su obra, Braudel no dejó de ampliar permanentemente la acepción del término “acontecimiento”. Si el acontecimiento está en todas partes, en última instancia todo puede ser acontecimiento. Braudel incluso le da cabida al acontecimiento en esa “verdadera historia” –la historia económica, social...-, que siempre ha constituido el objeto de todos aquellos que han intentado desvalorizarlo. Hacia atrás, ninguna faceta de la actividad humana, ni siquiera del mundo natural, no le es en lo sucesivo extraño, ya se trate de aspectos de tipo “económico, social, literario, institucional, religioso, incluso geográfico (un vendaval, una tempestad) o de aspectos de tipo político”45. De esta manera, El Mediterráneo está construido a partir de una proliferación de pequeños hechos, todos ellos debidamente fechados y situados con gran precisión: “Exactamente en 1297, las embarcaciones genovesas emprendían su primer viaje directo hacia Brujas”; “en 1554, los venecianos le roban a Alejandro 600 paquetes de especias”; “en 1551, Nicot le envió a Catalina de Médicis polvo de tabaco para combatir la migraña”; “en 1559, la comuna de Villarfocchiardo pactó una convención con sus señores, relacionada con sus derechos feudales”; “si una centena de piezas de artillería provenientes de Flandes llegan, en 1566, a Málaga, el acontecimiento es de inmediato señalado por parte de los corresponsales diplomáticos”46. Es inútil alargar la lista: en cada página, Braudel recuerda un hecho, un “incidente corriente”47, “mil detalles”48 que ilustran claramente cómo, en las sociedades antiguas, los bienes, tanto como los hombres, “no cesan de desplazarse”49. En ese sentido, no tiene nada de extraño que Braudel, al momento de redactar la última versión de su libro, luego de salir de “Hemos encontrado, por largo tiempo, el sentido trágico de la historia”, en “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., p. 17. 40 “Faillite de l’histoire...”, op. cit., p. 76. 41 RICOEUR, Paul, op. cit., I, p. 375. 42 Para convencerse de ello, basta hacer un seguimiento de las reseñas sobre el Mediterráneo: frecuentemente, la tercera parte no es tenida en cuenta (es lo que hace, por ejemplo, Claude Lefort, “Histoire et sociologie dans l’oeuvre de Fernand Braudel”, en Cahiers internationaux de Sociologie, VII, vol. XIII, 1952, p. 122-131); los especialistas del siglo XVI son prácticamente los únicos, y generalmente de manera breve, en elogiar esta parte del libro (por ejemplo, BATAILLON, Marcel, en Revue économique, I (2), 1950, pp. 239-241). 43 “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., p. 16. 44 Philippe II [1969], reeditado en Écrits sur l’histoire, II, op. cit., p. 241: “...mientras que el rey prosigue en su tarea, alrededor de él el mundo cesa de producir su inmenso rumor”. 45 Écrits sur l’histoire, op. cit., p. 46; se encuentra una enumeración casi idéntica en Méd., 1966, II, p. 223. Una ilustración ejemplar de esta situación lo constituye el estudio y la cartografía de la borrasca originada por los vientos mistrales el 19 de abril de 1569, que dispersó las galeras del Gran Comandante de Castilla; Méd., 1966, II, p. 231. 46 Méd., 1949, pp. 164, 428, 557, 627, 663. 47 Ibid., p. 558. 48 BRAUDEL, Paule, “Les origines intellectuelles de Fernand Braudel: un témoignage”, Annales, Économies, Sociétés, Civilisations, XLVII, 1992, p. 242. 49 Méd., 1949, p. 555. 179

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cautiverio, haya adoptado una estricta cronología para reclasificar la totalidad de su fichero documental50. Hacia adelante, el acontecimiento puede convertirse en un fenómeno invisible, que ni siquiera ha sido percibido jamás por los contemporáneos, a pesar de que su impacto sobre el curso histórico es mayor que el de aquellos acontecimientos a los que los contemporáneos atribuyeron una importancia capital, como el desplazamiento del epicentro del imperio español, a finales de los años 1550, que se traslada del continente europeo al Atlántico: “Como sucede siempre, los más grandes acontecimientos no hacen, por decirlo así, ningún ruido; la faz del mundo se transformó sin que nadie lo hubiera notado”51. La proliferación de acontecimientos conlleva, naturalmente, a desvalorizar la noción misma de acontecimiento, considerado como elemento de una serie que agrupa realidades que se repiten. Pero, entre esos acontecimientos, algunos señalan un cambio, una ruptura: la llegada de un nuevo producto, la apertura de una relación comercial, etc. Si bien es cierto que los acontecimientos económicos y políticos pertenecen a dos “cadenas” diferentes, no exigen, sin embargo, un tratamiento diferente. A partir del momento en que Braudel reconoce la necesidad de estudiar los “acontecimientos”52, acepta algunos principios tradicionales, como por ejemplo la noción de acontecimiento “importante”, que exige escoger, jerarquizar, evaluar los acontecimientos en sí mismos, sin importar que se trate de un hecho que explica, que arroja consecuencias, que es considerado como importante por los contemporáneos o que se inscribe dentro de una serie de hechos53. Si el pequeño hecho que resulta ilustrativo no suscita casi interrogantes, el acontecimiento importante, al contrario, no es evidente. Y debemos constatar, en relación con este punto, que Braudel duda, vacila, varía e incluso, por momentos, cambia de parecer completamente. Por ejemplo, la batalla de Mühlberg (abril 1547), durante la cual las tropas imperiales derrotaron al ejército de los príncipes protestantes de la Liga de Esmalcalda: en la primera edición del Mediterráneo, Braudel considera esta batalla, sin ambigüedad aunque sí con matices, como un acontecimiento decisivo a escala continental, un gran acontecimiento54: “la gran batalla de Mühlberg..., determinó, de un solo golpe, el destino de Alemania y de Europa (al menos, tanto como puede determinarse un destino tan cambiante)”. ¿Fue una gran batalla porque se produjo inesperadamente? Quizá, pero eso poco importa. Si en la segunda edición del Mediterráneo (1965) la versión anterior no sufre ninguna modificación, Braudel sí introduce ciertas atenuaciones, e incluso quizá algunas retractaciones, en su ensayo biográfico sobre Carlos V, a pesar de que es publicado en ese mismo año de 1965: “¿Victoria total? Sí, sin duda, pero efímera”, agrega en esa ocasión55. El impacto de Mühlberg en la historia europea es ahora muy secundario: la batalla no es más que un simple episodio de una historia cuyo desenlace se decide en otros lugares. Lo mismo se aprecia con la batalla de Lepanto (octubre 1571), el acontecimiento por excelencia del mundo mediterráneo en la época de Felipe II, “el más impactante de los acontecimientos militares del siglo XVI en el Mediterráneo”56. Este acontecimiento, que fue tan sensacional como inesperado, tuvo sin embargo consecuencias 50 BRAUDEL, Paule, op. cit., p. 238. 51 “Philippe II”, op. cit., pp. 210, 217. 52 Recordemos que la tercera parte del Mediterráneo se intitula, en las dos ediciones, “Les événements, la politique et les hommes”. 53 Méd., 1966, II, pp. 223-224. 54 Esta expresión es retomada con frecuencia: por ejemplo, Méd., 1966, II, p. 279: los “grandes acontecimientos de Europa del occidente y del norte”. 55 Méd., 1949, p. 731; Méd., 1966, II, pp. 231, 233; “Charles Quint...”, op. cit. , p. 187. Para una evaluación más reciente sobre Mühlberg, ver SCHILLING, Heinz, Aufbruch und Krise. Deutschland, 1517-1648, Berlín, Wolf Jobst Siedler Verlag GmbH, 1988 (ed. italiana, Bologna, Il Mulino, 1997, p. 262). 56 Méd., 1949, p. 923. 180

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inciertas y menores, aunque no se puede negar que la batalla contribuyó al surgimiento de “mil realidades novedosas” en los años posteriores. Es inútil negar “la espectacular victoria de Lepanto, la más grande alcanzada por el cristianismo en los últimos tres siglos”, pero bajo una condición: “el espectáculo grandioso no debe embelesarnos”57. Como todo gran acontecimiento, concluye Braudel, su “interés reside antes que nada quizá en señalar, mediante un ejemplo estrepitoso, los límites mismos de la historia événementielle58. III. Desde el periodo de cautiverio, las reflexiones de Braudel parecen sujetas a un vaivén argumentativo, presente también en la revisión de la segunda edición del Mediterráneo: “... La peor política, ustedes lo saben, sería ignorar completamente esos acontecimientos o aceptarlos tal como se presentan a nosotros, ceder a sus repetidas manifestaciones”59. Pero si nos quedamos en estos argumentos, si volvemos incesantemente sobre las reflexiones teóricas, olvidamos tomar en consideración la práctica historiográfica. Y es que Braudel propone, quizá sin quererlo, una cierta manera de describir los acontecimientos. El haber retomado las reflexiones sobre el acontecimiento60 nos ha sido útil en este acercamiento a la historia de los acontecimientos practicada por Braudel, que, curiosamente, ninguno de sus innumerables exegetas ha tomado realmente en consideración61. Ahora bien, la historia événementielle de Braudel difiere sustancialmente de aquella que él critica, ya sea que Braudel trate de acontecimientos mayores como la batalla de Lepanto (1571), examinada en varias oportunidades62, o de realidades más modestas, como el sitio de Toulon por parte de las tropas saboyanas en 1707, durante la campaña de Víctor-Amédée II contra Luís XIV63. Primer aspecto: el tratamiento de los acontecimientos, por parte de Braudel, no toma la forma del relato, más o menos lineal. En ningún momento encontramos en él una verdadera descripción, incluso si el mismo Braudel, en repetidas ocasiones, como ya lo vimos, elogió una descripción etnográfica que podría reflejar la vida social en su efervescencia y su complejidad. En Braudel hay como una especie de desconfianza hacia el testimonio: “Los numerosos relatos sobre el encuentro [de Lepanto] no son de ninguna manera de una objetividad histórica perfecta. En ellos, es difícil separar lo verdadero y decir a quién corresponde el mérito de tan gran victoria”64. El problema planteado no es simplemente el de la objetividad. Es cierto que Braudel ya lo había subrayado en sus conferencias como cautivo, “hay tantos testimonios como versiones”65. Pero me parece que se trata, de una manera más general, de un problema de producción, y de utilización, del hecho histórico. Contrariamente a los historiadores de la escuela metódica, Braudel jamás consideró los hechos establecidos mediante el método crítico como si fuesen átomos puros, definitivamente 57 “Philippe II”, op. cit., pp. 232-233; Braudel retomará una vez más el análisis de Lepanto durante el coloquio organizado para conmemorar el cuarto centenario de este acontecimiento. 58 Méd., 1949, p. 924; el texto aparece con muy pocas modificaciones en Méd., 1966, II, p. 383. 59 “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., p. 17. 60 Subrayemos de manera particular las propuestas de Andreas Suter, “Histoire sociale et événements historiques. Pour une nouvelle approche”, en Annales, Histoire, Sciences sociales, LII, 1997, pp. 543-567, sobre todo su propuesta original sobre el recurso a la “cámara lenta”. 61 Esta observación se aplica incluso a los recientes trabajos sobre las formas de la retórica historiográfica; ver, por ejemplo, CARRARD, Philippe, Poetics of the New History. French Historical Discourse from Braudel to Chartier, Baltimore-Londres, 1992, en particularr pp. 29-37, “The Politics of Storytelling”. 62 Ver, en particular, su contribución al coloquio italiano organizado para celebrar el cuarto aniversario de la batalla. 63 BRAUDEL, Fernand, L’Identité de la France, t. 1, Espace et histoire, París, Arthaud, 1985, pp. 316-336. 64 Méd., 1949, p. 938; observemos que “lo verdadero y decir” desaparece en la segunda edición, II, p. 395. 65 “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., p. 29. 181

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independientes de los testimonios o de las fuentes que los transmitieron. Durante su cautiverio, Braudel afirmó que un acontecimiento es “un hecho marcado, señalado expresamente para que lo notemos, registrado, de una u otra manera hecho visible a nuestros ojos [...]. Por lo tanto, no debemos creer en la pureza del hecho, material histórico, ayer y aún hoy considerado con una especie de idolatría. «Esas personas no se dan cuenta, escribe Lucien Febvre, que su famoso hecho ya es el resultado de toda una elaboración, una abstracción en la que lo subjetivo ya ha actuado»”66. Los hechos históricos no pueden, por consiguiente, ser separados de los soportes que los han registrado, de los hombres que los han relatado67. En su campo de prisionero, lo que hace Braudel es reflexionar sobre los hechos y su proliferación. Aislado del mundo, Braudel debía encontrarse desprovisto de toda información. Pero no es así: las noticias abundan, los “hechos” relatados por la prensa invaden el campo de prisioneros. De esta manera, la prensa aparece como uno de los principales agentes de la construcción del presente en términos de acontecimientos; su producción de estos hechos –en la escogencia, en su puesta en escena, en los cortes cronológicos que los aíslan, y que son técnicas ya probadas a las cuales recurren los cortos que cinematográficos que anuncian las nuevas películas68- se convierte entonces en un fenómeno aún más cultural que político. “El perpetuo torbellino de la gran historia”69 no se separa entonces jamás de las formas escritas de la notación y de la puesta en circulación de la información, que se convierte así en “esta fabricante de acontecimientos”70. La experiencia del cautiverio le permite a Braudel comprender mejor el universo en el que vivió Felipe II. Es el “papelerío”, indispensable a los estados de la primera modernidad, lo que une a Felipe II con su vasto imperio, ya sea el raudal de correos”71 dirigidos directamente al emperador por sus representantes, sus embajadores o incluso por esos numerosos aventureros que no dejan de narrar, a su manera, lo que ven o lo que hacen, o también los innumerables “avvisi”, venecianos, sicilianos, malteses, pontificales o franceses que difunden muy rápidamente todo lo que deben conocer aquellos que deciden, soberanos, administradores, militares o mercaderes72. De esta manera, hechos y ruidos se mezclan en escritos que circulan, sin que el soberano pueda realmente diferenciar entre ellos, y sin que el historiador, a su vez, tampoco tenga necesidad de hacerlo. Lo que para un buen número de historiadores no es más que una fuente, se convierte de esta manera en parte del proceso analizado. Las múltiples cronologías, las de los hechos, las de la difusión de la información, se entrelazan. Si los hechos llegan al historiador únicamente gracias a los vectores que los han llevado al conocimiento de sus contemporáneos, las decisiones, en cambio, sólo pueden ser conocidas cuando se transforman en instrucciones escritas. En efecto, Braudel no se contenta nunca con registrar los hechos; por el contrario, hace un seguimiento a la manera como se propaga la información, a los nuevos impulsos selectivos que ésta efectúa cuando llega a tal o cual “decididor”; Braudel anota las diversas interpretaciones, las 66 Ibid., p. 18. 67 Un caso extremo se encuentra en un artículo poco conocido de Braudel, “La mort de Martin De Acuña: 4 février 1585”, en Mélanges offerts à Marcel Bataillon , Bulletin hispanique, LXIVbis, 1962, pp. 3-18, en el que Braudel edita el único documento que informa acerca de la muerte de un aventurero, del que Braudel había trazado la trayectoria en El Mediterráneo y que se encuentra en su Philippe II, en el que se narra la ejecución de este aventurero. 68 “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., p. 20. 69 “Charles Quint... ”, op. cit., p. 171. 70 “L’histoire, mesure du monde”, op. cit., 1997, p. 19. 71 “Charles Quint... ”, op. cit., p. 196. 72 Con relación a este punto, ver el reciente estudio de DOOLEY, Brendam, “De bonne main: les pourvoyeurs de nouvelles à Rome au XVIIe siècle”, en Annales, Histoires, Sciences sociales, LIV, 1999, p. 1317-1344, que remite a los trabajos anteriores. 182

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incertidumbres, las ignorancias. Los “ecos” del acontecimiento no son simplemente indicadores de un sistema de información, sino que pertenecen a las cadenas de acontecimientos que constituyen los procesos históricos: es “la noticia” de la conclusión de la Santa Liga la que “precipita los preparativos militares73. Considerado bajo este ángulo, el acontecimiento no es sometido inmediatamente a las evaluaciones en términos de verdad: ruidos y rumores tienen su importancia, y su eficacia, “ruidos de guerra”, por supuesto, pero también en ocasiones ruidos que “hacen reír a Europa”74. Dejemos de lado los casos clásicos y trillados, y examinemos un acontecimiento a propósito del cual nunca se ha planteado la pregunta sobre el impacto que tuvo en términos históricos: la expedición española, inicialmente preparada contra Trípoli de Berbería, y que realmente desembocó en la toma de Djerba, antes de llegar a su fin por el repliegue precipitado de las tropas de Felipe II, en 1559-156075. Ante la sugerencia de un caballero de Malta, Felipe II decide enviar una expedición contra el pirata berberisco Dragut. El esquema cronológico parece sencillo: la decisión es confirmada por escrito el 15 de junio de 1559, la flota española zarpa finalmente de Siracusa (Sicilia), el 1ro de diciembre, permanece varios meses en Malta (hasta el 10 de febrero); el punto de encuentro de los navíos –galeras españolas de Nápoles y de Sicilia, galeras alquiladas de los genoveses, los toscanos, el duque de Mónaco, etc.- tiene lugar en Zuara, puerto del cual zarpan el 2 de marzo para desembarcar finalmente, no ya en Trípoli, sino en Djerba el 7 del mismo mes. El 11 de mayo, Djerba es tomada de nuevo por la Armada turca, y el fuerte, todavía en manos de los españoles, se rinde en agosto. Una presentación de este tipo remite a un acercamiento “rankiano” del acontecimiento –lo que sucedió realmente durante ese año- y se satisface con una restitución lineal del acontecimiento o con una secuencia de los acontecimientos. El análisis de Braudel es muy diferente: en el interior de una presentación globalmente cronológica y narrativa, su análisis intenta demostrar las tomas de decisión, sin ocultar los conflictos que las rodean; también tiene en cuenta los horizontes de acción de los principales protagonistas (el rey, los virreyes de Sicilia y de Nápoles, el gobernador de Milán, el gran maestro de la Orden de Malta, para sólo mencionar personajes españoles), reconstituye en parte la información que éstos pueden tener, con sus incertidumbres e incluso con sus interferencias y retrasos: el 14 de mayo, el virrey de Nápoles se entera que la flota turca ha “sido vista frente a las costas de Zante”, cuando en realidad ésta se encuentra en Djerba desde el 11-; igualmente, su análisis sigue de cerca la ejecución de las órdenes que, independientemente de su éxito o fracaso, es inseparable tanto de las estructuras políticas del imperio español como de las decisiones y percepciones de los actores (no sólo españoles, sino también los berberiscos y los turcos). La breve interrupción de la lluvia que permite a la flota abandonar Mesina no anuncia buen tiempo: la decisión, tomada únicamente por el virrey, es la de un soldado, no un marino. En cuanto al acontecimiento en sí, tal y como realmente sucedió, pasa casi desapercibido en el texto. Para describir esta secuencia, Braudel recurre a dos procesos, desde entonces clásicos: un cambio de escala, que amplía el espacio de observación, y de comprehensión –a pesar de que se trata de un acontecimiento catalogado como “secundario”-, al conjunto del Mediterráneo, desde España 73 Méd., 1949, p. 933. 74 Por ejemplo, Med., 1966, II, pp. 388, 389, 391. 75 Méd., 1949, pp. 798-813; 1966, II, pp. 285-296. La expedición ya había sido objeto de un profundo estudio: DE MONCHICOURT, Charles, L’expédition espagnole de 1560 contre l'île de Djerba, París, 1913. 183

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hasta Persia, e incluso a una gran parte de Europa, hasta Viena; una desaceleración en el flujo de los hechos para seguir casi que cotidianamente los hechos, los ruidos, las informaciones, para seguir lo más cerca posible los actores... El marco de análisis de un acontecimiento difiere del marco local al interior del cual se desarrolla el acontecimiento como tal; también difiere del marco de la decisión –el imperio español- para integrar el espacio de los enfrentamientos y de los conflictos en Europa. Braudel ya había recurrido a este tipo de estrategia en su trabajo sobre los españoles en África del Norte: al subrayar en ese texto “la estrecha relación de las operaciones en África, de la historia española y de las complicaciones europeas”, ya había hecho énfasis en la distancia entre espacio referencial y espacio de análisis76. En el marco de la expedición de Djerba, la operación combina dos aspectos: primero, reconstituir las lógicas de los diversos protagonistas de la expedición, tanto del lado español como del turco, que no adquieren sentido sino en relación a los horizontes de referencia que informan acerca de las preocupaciones y las concepciones de los principales actores; segundo, reconstituir la circulación de la información, dato esencial en la elaboración de las tácticas y de las decisiones militares. Desde su regreso a España en 1559, la política de Felipe II es elaborada en la oficina del rey, en el corazón del palacio. Las concepciones de sus representantes, en cambio, incluso si contribuyen a un imperativo común –la seguridad del territorio que les ha sido confiado y, de manera general, del imperio español77-, remiten a otros contextos: el gobernador del ducado de Milán es tomado en su confrontación con Francia, reino considerado todavía como una amenaza real para Italia del Norte, incluso después del tratado de Cateau-Cambresis, máxime después de la muerte de Enrique II, que agrega un elemento de incertidumbre política; el virrey de Nápoles está preocupado, antes que nada, por la protección de las costas del Adriático, blanco potencial de las expediciones otomanas; por su parte, el virrey de Sicilia parece tener la mirada fija en los costas africanas. Esas preocupaciones aclaran los consejos y las decisiones de cada uno de ellos: en ese sentido, el virrey de Nápoles retrasa incesantemente el alistamiento de las tropas y la partida de su flota mientras que persista la amenaza turca sobre Pouilles, en octubre 1559; el virrey es el primero en abogar ante Felipe por el abandono de Djerba desde abril de 1560, en momentos en que se entera de la salida de la flota turca de Estambul. De esta manera, los contextos específicos de cada uno de esos territorios hacen difícil la coordinación de los esfuerzos militares emprendidos por el rey, hasta tal punto que el monarca toma a veces su decisión sin esperar la respuesta de su representante en el extranjero. La circulación de la información no remite al esquema de las situaciones que he desarrollado en los párrafos anteriores. En la cuenca mediterránea, los vectores de información son numerosos, algunos irregulares –“se escuchan mil ruidos, más o menos exactos, en la correspondencia veneciana”-, otros inesperados: es una embarcación de Marsella la que trae la noticia de la constitución de la armada española en Asia menor y es un viajero que regresa de Constantinopla quien hace saber al virrey de Nápoles que la armada turca ya salió. Y, por supuesto, sin información no se pueden tomar decisiones, así como tampoco puede darse la puesta en marcha de tácticas o estrategias, militares o políticas. A no ser que la presión de los acontecimientos o la lógica interna de éstos conduzcan al rey, al jefe, a decidir casi que contra su voluntad: la escogencia se impone entonces por sí misma, ya que “los acontecimientos lo conducen necesariamente a ella”78. 76 “Les Espagnols...”, op. cit., p. 191. 77 Cf. RIBOT GARCÍA, Luis A., “Las provincias italianas y la defensa de la monarquía”, en MUSI, Aurelio (éd.), Nel sistema imperiale. L’Italia spagnola, Nápoles, 1994, pp. 67-92. 78 Con respecto al viaje de Enrique II a Alemania, ver, Méd., 1966, II, p. 245. 184

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De esta manera, estas circulaciones de la información se convierten en un factor central para la comprehensión de un hecho de estructura, sin el cual el análisis de los acontecimientos sería inimaginable: “La lentitud de todas las formas de acción de la época”79, incluso si Braudel la presenta, en el asunto de Djerba, como el resultado de una operación en la cual la logística pone en marcha los recursos de toda la Italia española. Lentitud de una burocracia, es cierto –que no funciona siempre, sin embargo, como una burocracia: el rey “papeleyro... demorado en tomar decisiones, es decir siempre indeciso”80, le confiere la comandancia al duque de Medina Celi incluso antes de haber recibido de él el informe sobre la expedición que le solicitó hace más de un mes. Lentitud también de las discusiones –“infinitas componendas” conducidas por diversos intermediarios, a veces extraños, como lo prueban los voluminosos archivos81-, discusiones se llevan a cabo en el seno del imperio, pero también entre los diferentes estados situados sobre el Mediterráneo82. En esta tercera parte, en la que la anécdota acompaña en cada página a la “gran historia”, la descripción meticulosa de los hechos y de los flujos de información se substituye al relato; esa descripción hace énfasis progresivamente en los encadenamientos, en los cruces de series heterogéneas, en las coacciones y en los hechos de estructuras. El problema del azar, que Braudel se planteaba en cautiverio, parece aquí desparecer en provecho de lo que Marcel Bataillon había subrayado en su informe de una manera tan acertada: “la contingencia que reina en la tercera [parte] es tomada en una red estrecha de necesidades”83. Las estrategias de innovación, tan importantes para los Annales, la voluntad de situar a la historia en el centro del campo de las ciencias sociales, condujeron a Braudel a poner el acento en las proposiciones suyas que rompían de manera más radical con las prácticas historiográficas tradicionales; esas proposiciones de Braudel son el producto de lecturas reductoras de sus trabajos, que dejaron al margen una parte importante de otros trabajos suyos, ocultando así el hecho de que los cuestionamientos braudelianos –más o menos fuertes, más o menos radicales- también se referían al tratamiento de los acontecimientos.

79 “Philippe II”, op. cit., p. 249. 80 Ibid., p. 220 ; 81 “Charles Quint...”, op. cit., p. 181 82 Sobre la proliferación de los intermediarios entre los turcos y los españoles, en los años posteriores a Lepanto, ver Méd., 1966, II, pp. 433-434. 83 BATAILLON, Marcel, op. cit., p. 240. 185

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simón bolívar en la literatura histórica norteamericana ♦ ♠ david bushnell ♣ El tema de la independencia hispanoamericana y con él la consideración de la vida y obra del Libertador Simón Bolívar ha llamado necesariamente la atención de los historiadores latinoamericanistas en Estados Unidos, pero la atención ha sido desigual a través de las años y hasta con tendencia a la baja. Ocupaba, eso sí, un puesto de obvia importancia a principios del siglo pasado para los pioneros norteamericanos de tan novedosa especialización: si de antemano no se sabía casi nada de los países vecinos, parecía lógico empezar rastreando sus orígenes coloniales y el proceso mismo de la transformación de colonias en repúblicas. En años recientes, sin embargo, se ha dado un auge de los estudios de historia socioeconómica y cultural, y esto al parecer ha incidido negativamente en el estudio de la época de la independencia, de acuerdo con el criterio algo equivocado de que la emancipación no conllevó hondas transformaciones sino en las relaciones políticas. Es dable suponer también que ha entrado en juego alguna reacción frente a la aparente sobrevaloración del tema tanto por parte de los pioneros norteamericanos como por la historiografía tradicionalista de los países latinoamericanos. Un caso excepcional ha sido la atención constante que han dedicado los estudiosos norteamericanos a la independencia mexicana, lo que se explica fácilmente por la cercanía geográfica y todo el cúmulo de lazos concretos entre Estados Unidos y México y por haber sido en México quizás más obvio que en otra parte el subfondo socioeconómico de la lucha. Las figuras principales de la independencia en México –Hidalgo, Morelos, Iturbide– han recibido el homenaje de estudios biográficos por miembros prestantes de nuestro gremio de historiadores, mientras que otras obras han versado sobre facetas de la independencia mexicana en su conjunto. Incluso han aparecido compilaciones de estudios de diversos historiadores sobre el tema; y no existe casi nada similar sobre la epopeya bolivariana, por más que al Libertador se le reconoce como héroe máximo de toda la independencia hispanoamericana. Es bien llamativo el hecho de que de las seis ponencias de historiadores norteamericanos presentadas en el congreso que organizó la Academia Nacional de la Historia de Venezuela con motivo del bicentenario del Libertador en 1983, dos versaron sobre México y dos más sobre otras colonias pertenecientes al Virreinato de la Nueva España, o sea Cuba y Centroamérica; sólo dos tuvieron que ver específicamente con Venezuela, y una de éstas abarcaba los antecedentes coloniales y la postindependencia hasta 1850 además del mismo movimiento emancipador1.

♦ Artículo recibido en septiembre 2003; aprobado en noviembre 2003. ♠ Este artículo es la versión ligeramente revisada de una ponencia presentada al simposio historiográfico realizado en la Universidad de los Andes de Mérida, Venezuela, en septiembre de 2002. ♣ Profesor emérito de la Universidad de la Florida. 1 ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA DE VENEZUELA, Congreso Bicentenario de Simón Bolívar, 4 tomos, Caracas, 1986. La última de las ponencias a que se hace referencia es la de John V. Lombardi, “Bases de orden social: propiedad, sociedad, autoridad en el siglo de transición en Venezuela, 1780-1850”, que se publica en el tomo III, pp. 61-83.

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Pues bien, ya fueran sus estudios sobre México o sobre la América Latina en general, los denominados “pioneros” de la historia latinoamericana en Estados Unidos hicieron su entrada en el ámbito universitario a fines del siglo 19 y comienzos del 20, coincidiendo así con el lanzamiento de una política hemisférica de su país mucho más activista e incluso de un abierto intervencionismo en la cuenca del Caribe. No se trata de que estos historiadores hayan sido necesariamente voceros conscientes ni inconscientes del imperialismo, pero el creciente interés político y comercial en los países vecinos resultó un factor favorable en cuanto atraía estudiantes para sus clases y lectores de sus escritos. Y uno de ellos fue probablemente el especialista más importante que ha tenido jamás Estados Unidos en el tema de la independencia hispanoamericana. Se trata de William Spence Robertson, bien conocido en Venezuela como biógrafo del Precursor Miranda pero autor de otros varios libros sobre la época de emancipación. Como es costumbre entre biógrafos, tiende a tomar partido –aunque no de manera incondicional- a favor de su biografiado, pero demuestra una admirable circunspección al tocar sus relaciones con el Libertador. Se abstiene de atribuirle motivos siniestros en lo referente a la prisión de Miranda. Es más, en una obra anterior, que es una historia general de la independencia en forma de capítulos dedicados cada uno a un prócer hispanoamericano diferente, Simón Bolívar figura por cuenta propia y se le declara sin reservas “la personalidad máxima de la edad heroica de Sudamérica”. En este caso el autor sí expresa un juicio algo negativo con respecto a su papel en la prisión de Miranda y acepta sin serio cuestionamiento la llamada “Carta de Lafond” en que se fundamenta la interpretación de académicos argentinos con respecto a la Entrevista de Guayaquil; mas así y todo su análisis de las discrepancias con San Martín es bastante equilibrado2. Aun antes del profesor Robertson, otro miembro de la generación pionera, Frederick L. Paxson, había escrito una historia general de la independencia (o por lo menos de la de Sudamérica Española)3. Forzosamente trata de Bolívar pero muy a la ligera, porque la temática que realmente le interesaba al autor era la teoría y la práctica del reconocimiento de nuevas naciones; por lo tanto, hay énfasis primordial sobre la política de cancillerías extranjeras. Algo más interesante en el campo de las relaciones internacionales, y con enfoque específico sobre Bolívar, es el artículo que publicó William R. Shepherd en el primer volumen, aparecido en 1918, de la Hispanic American Historical Review, que sigue siendo órgano principal de los especialistas norteamericanos en historia de América Latina. Titulado sencillamente “Bolívar and the United States”, fue un intento de respuesta al antinorteamericanismo de su propia época, haciendo ver que el Libertador fue gran admirador de su país. No le resultó difícil reunir citas sueltas de Bolívar en apoyo de la tesis, pero le costó un mayor esfuerzo soslayar otros comentarios no tan favorables. En el caso del más acerbo y más conocido de todos, la advertencia de que los Estados Unidos parecían destinados a “plagar la América de miserias a nombre de la libertad”, su método es ingenioso aun cuando no necesariamente convincente, pues sugiere que sustrayendo una pequeña coma de la forma en que generalmente se reproduce la cita se convierte en una denuncia de todas las repúblicas americanas y no sólo los Estados Unidos4.

2 ROBERTSON, William Spence, The life of Miranda, 2 tomos, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1929, tomo 2, pp. 181-185; y Rise of the Spanish-American Republics as told in the lives of their liberators, Nueva York, D. Appleton, 1918, pp. 77, 239-243, 248. 3 PAXSON, Frederick L., The independence of the South-American Republics, Filadelfia: Ferris & Leach, 1903. 4 SHEPHERD, William R., “Bolívar and the United States”, en Hispanic American Historical Review, Durham, vol. 1, núm. 3, 1918, p. 279. 187

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Ya en 1914, el mismo Shepherd había publicado una descripción general geográfico-histórica titulada escuetamente Central and South America, que mereció reeditarse después en Madrid en traducción castellana5. Sin embargo, el primer texto verdadero de historia latinoamericana para la enseñanza universitaria apareció en 1919, escrito por William W. Sweet y salpicado, forzoso es decirlo, de pequeños errores. Es un texto bastante somero, pero trata con relativa extensión a Simón Bolívar, en comparación con otros actores históricos hispanoamericanos. Y aunque no deja de criticar ciertos aspectos de su política y de sus rasgos personales –ve con malos ojos, por ejemplo, el haber vivido con concubina, detalle éste que hoy día llamaría mucho menos la atención–, al fin asevera resueltamente que Simón Bolívar superó en logros y talentos a todos los demás libertadores6. El texto de Sweet sentó unas pautas que seguirían casi todos los textos posteriores en cuanto le dedica mayor atención al Libertador que a otras figuras sobresalientes de la región, por lo menos hasta después de la entrada en escena de Fidel Castro, y también en cuanto a la apreciación general de su obra. Hasta el año 2000 inclusive, se habían acumulado otros 26 textos generales de historia latinoamericana, la mayor cantidad de ellos aparecida entre los años 1930 –cuando la Política del Buen Vecino del segundo presidente Roosevelt dio gran impulso a los estudios latinoamericanistas- y los años 1970; desde entonces, un número más reducido de textos ha tendido a acaparar el mercado universitario. Y de acuerdo con una burda cuantificación de la atención que se le dedica al Libertador en la historia del continente, que constituye el Anexo 1, en sólo dos textos es más extensa la discusión de la carrera político-militar del libertador argentino San Martín que la de Bolívar; más comúnmente el argentino ni se le acerca. Por otra parte, aun cuando de 1968 para acá el líder cubano es la figura más mencionada –por la percepción de su relevancia contemporánea aun más que por una valoración de su importancia a largo plazo–, en algunos casos Bolívar le lleva la delantera incluso a Castro. El amplio margen a favor de Bolívar que arroja el penúltimo de los textos, aparecido en 1999, se debe sin duda entre otros factores al disminuído perfil actual de la Revolución cubana, desde una perspectiva estadounidense. Sea como fuere la extensión con que se trata al Libertador, la visión que ofrecen los textos es sin excepción positiva, a pesar de las reservas expresas o implícitas que en la mayoría de las casos se notan con respecto a ciertas acciones o actitudes del héroe. Un ejemplo bastante obvio de las reservas mencionadas lo ofrece la Entrevista de Guayaquil, que más de la mitad de los autores –comenzando con Sweet– interpretan de acuerdo con la línea de la historiografía tradicional argentina que nos presenta a un Bolívar renuente a ofrecer colaboración desinteresada e irrestricta a su contraparte argentino. El texto de Hubert Herring, de lejos el más difundido durante el tercer cuarto del siglo, se documenta fundamentalmente en la vida de San Martín por el hombre de letras argentino Ricardo Rojas, que lleva el título bien diciente El santo de la espada, y aun reproduce un largo extracto (sacado curiosamente de una biografía de Bolívar) de la tan debatida “Carta de Lafond” que se ha atribuído al libertador argentino7. Mas como se desprende del Anexo 2, que esquematiza el tratamiento de unos cuantos puntos controvertidos a través de los años, la crítica a Bolívar por su actitud aparente frente a San Martín se ha vuelto menos notable,

5 SHEPHERD, William R., Latin America, Nueva York, H. Holt, 1914. La versión española se tituló América Latina y es de Editorial América, Madrid, 1917. 6 SWEET, William W., A history of Latin America, Nueva York, Abingdon Press, 1919, en especial p. 195. 7 HERRING, Hubert, A history of Latin America from the beginnings to the present, 3a ed., Nueva York, Alfred A. Knopf, 1972, pp. 271-273. 188

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entre otros motivos porque el episodio mismo llama cada vez menos la atención de los estudiosos. Se ha criticado también, como arriba queda mencionado, el papel de Bolívar en el encarcelamiento de Miranda, aunque generalmente sin llegar al extremo de insinuar (como Salvador de Madariaga8) que él entregó al Precursor a los españoles precisamente a cambio de un salvoconducto para salir del país y en el supuesto de que así no se le confiscarían sus propiedades. El texto de Donald Dozer que lo inculpa simplemente de haber “traicionado” a Miranda es más o menos representativo de los que tocan el episodio9. Otro tema recurrente, que se presta a interpretaciones dudosas más bien que de inculpaciones, es la actitud de Bolívar para con Estados Unidos y lo que posteriormente se llamó el panamericanismo. Una mayoría de los textos que expresan un concepto en la materia lo hacen aparecer a él lisa y llanamente como precursor del movimiento panamericano, principalmente a base de su iniciativa del Congreso de Panamá y pasando por alto su oposición a que se invitara a los Estados Unidos (o a Haití y el Brasil) a un cónclave que en su concepto debía ser esencialmente de los pueblos de América Española. Entre la selecta minoría de escritores de textos que le atribuye a Bolívar una política de unidad estrictamente hispanoamericana se halla el pionero Robertson, autor de un texto general publicado en 1922 que es el primero que trata del asunto10; pero a este respecto no sentó pauta. Es interesante constatar que dos textos de los más usados en años recientes, el de Benjamin Keen y Mark Wasserman (en las últimas ediciones sin Wasserman como co-autor) y el de Bradford Burns, sencillamente hacen caso omiso de la cuestión11. Es generalmente somero en los textos el análisis de la constitución vitalicia y de la dictadura final del Libertador, y con mayor frecuencia en tono negativo que positivo. Una excepción llamativa es el texto de Dana Munro, un connotado especialista en relaciones interamericanas e historia de Centroamérica, cuya primera edición apareció en 1942. El libro no es de los más detallados pero se extiende más de lo acostumbrado sobre la constitución para Bolivia y aun reconociendo que no se ajustaba al republicansimo ideal, subraya el enfoque realista del Libertador dadas las condiciones imperantes en la América Latina de su época12. Mas brilla en fin casi por su ausencia en los textos norteamericanos el análisis de la política económica y social del Libertador, materia que o se pasa por alto o es tratada con superficialidad. Suele haber a lo sumo una breve mención de sus propuestas de abolición de la esclavitud y de distribución de tierras entre los soldados revolucionarios, como en el texto muy difundido de Keen, que sin embargo unas páginas después se refiere al “prejuicio racial obsesivo” de Bolívar a base de un concepto aislado que profiriera sobre el general mexicano Vicente Guerrero13. La falta de un enfoque más serio en esta área por 8 MADARIAGA, Salvador de, Bolívar, 2a ed., 2 vols., México, 1953, tomo I, pp. 356-371. 9 DOZER, Donald M., Latin America: an interpretive history, ed. revisada, Tempe, Arizona State University Press, 1979, p. 194. 10 ROBERTSON, William S., History of the Latin-American nations, Nueva York, D. Appleton, 1922, p. 540. 11 KEEN, Benjamin, WASSERMAN, Mark, A short history of Latin America, Boston, Houghton Mifflin, 1980; BURNS, E. Bradford, Latin America: a concise interpretive history, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1972. El texto de Keen y Wasserman en su cuarta edición (1992) ostenta sólo la autoría de Keen y en la sexta (2000) aparece con Keith Haynes como co-autor, pero la editorial sigue siendo Houghton Mifflin y los pasajes referentes a la independencia casi no se han modificado. 12 MUNRO, Dana G., The Latin American Republics: a history, Nueva York, D. Appleton-Century, 1942, pp. 182-185. Sin embargo, la filiación panamericanista del autor lo induce a clasificar a Bolívar como precursor del actual sistema interamericano. 13 KEEN, A history of Latin America, Boston, Houghton Mifflin, 1992, p. 243. En la versión anterior del mismo texto, escrito en colaboración con Mark Wasserman y citado arriba, la misma frase aparece en la p. 235. 189

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parte de los autores norteamericanos refleja al parecer un conocimiento inadecuado de corrientes actuales de la historiografía latinoamericana, ya sea para incorporar o para rebatir los planteamientos de estudiosos revisionistas. También pareciera quizás que este examen de la historiografía norteamericana se haya centrado demasiado en los libros de texto; pero no sólo son ellos en fin de cuentas la fuente más leída, sino que hay una sorprendente escasez de obras dedicadas específicamente al Libertador. O mejor dicho, existe un número no desdeñable de biografías de Bolívar por autores norteamericanos, pero por regla general no son trabajos de investigación científica por historiadores de formación profesional, y muchas de ellas son francamente para lectores juveniles. Esto no quiere decir, por supuesto, que siempre carezcan de mérito intrínseco. Por ejemplo, la obra Birth of a world: Bolívar in terms of his peoples del notable hispanista Waldo Frank, aparecida en 1951 y de la que existen dos versiones en traducción castellana, se fundamentó en la consulta de una gama amplia de las fuentes impresas y contó con el asesoramiento de varios especialistas latinoamericanos14. No tuvo la misma aceptación en círculos académicos que la obra de Gerhard Masur –alemán refugiado del nazismo quien se radicó en Estados Unidos después de una estadía en Colombia– cuya primera edición salió de la imprenta en 1948 y que se ha convertido en la biografía en inglés más utilizada por los estudiosos15. Sin embargo, el libro de Frank fue de lectura más amena y ofreció una visión generalmente acertada de la vida del Libertador, siendo una de las mejores biografías escritas con el propósito de divulgación popular. En particular, la de Frank fue una obra mejor ejecutada que la anterior biografía popular Bolívar, the passionate warrior, del periodista venezolano-estadounidense T.R.Ybarra16 y que la obra Simón Bolívar, man of glory de Daniel Clinton, quien usó el seudónimo Thomas Rourke17. Plagado de errores, el libro de Clinton/Rourke es muy inferior a su mejor conocida biografía de Juan Vicente Gómez. Excesivamente apologético además de muy sucinto, pero de amplísima distribución, fue el resumen de la vida de Bolívar por Daniel del Río, una figura principal por muchos años de la Bolivarian Society of the United States18. Por otro lado, entre las biografías para jóvenes se destaca claramente la de Donald E. Worcester, quien sí era historiador universitario especializado en América Latina aunque no precisamente en el período de la independencia19. La obra de Worcester no lleva citas de fuentes (aparte de una bibliografía de sólo seis títulos) ni otro despliegue de erudición, pero es bien escrita y en su interpretación bastante aceptable. Cabe agregar que la obra de Masur no ha sido la única biografía de Bolívar de autor europeo editado en Estados Unidos. Le habían antecedido entre otras la del inglés Hildegarde Angell, publicada en 1930 y quizás la mejor de las disponibles en inglés para su época20. Hubo además una edición neoyorquina de la de J.B.Trend, otro inglés de cuya obra se incluyen dos extractos en la serie Bolívar y Europa que editó en Caracas la Comisión

14 FRANK, Waldo, Birth of a world: Bolívar in terms of his peoples, Boston, Houghton Mifflin, 1951. En español se titula El nacimiento de un mundo: Bolívar dentro del marco de sus propios pueblos y se editó tanto en Madrid (Editorial Aguilar, 1956) como en La Habana (Editorial de Ciencias Sociales, 1978). 15 MASUR, Gerhard, Simón Bolívar, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1948. La segunda edición, también por la University of New Mexico Press, se hizo en 1960. 16 YBARRA, T.R., Bolívar, the passionate warrior, Nueva York, I. Washburn, 1929. 17 CLINTON, Daniel J. (Thomas Rourke), Simón Bolívar, man of glory, Nueva York, W. Morrow, 1939. 18 DEL RIO, Daniel A., Simón Bolívar, Nueva York, Bolivarian Society of the United States, 1965. 19 WORCESTER, Donald E., Bolívar, Boston, Little, Brown, & Co., 1977. 20 ANGELL, Hildegarde, Simón Bolívar, South American Liberator, Nueva York, W.W.Norton, 1930.

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Ejecutiva del Bicentenario de Simón Bolívar21. Tampoco ha sido el profesor Worcester el único miembro del gremio profesional de historiadores universitarios en Estados Unidos que publicara un tomo sobre el Libertador. Tanto John Johnson como yo hicimos hace cuatro décadas unas compilaciones de escritos varios del mismo Libertador o concernientes a su obra para el uso de clases universitarias, y por cierto Johnson, quien no ocultaba su propia deuda para con el libro de Masur, redactó una larga introducción que equivale casi a biografía breve y que ofrece al comienzo un esbozo bien equilibrado de los rasgos personales del Libertador22. En fechas más recientes han aparecido otras dos biografías de Bolívar por historiadores norteamericanos, constituyendo en ambos casos obras básicamente de divulgación. Una de éstas es otro aporte mío a la bibliografía bolivariana, formando parte de una serie de biografías cortas para la enseñanza universitaria en cursos de historia tanto universal como de América Latina23. La otra es una obra un poco más larga que escribió hace varios años la profesora Jane Lucas De Grummond, una especialista en historia de Venezuela y del Caribe, pero ampliamente revisada después de su muerte por Richard Slatta24. La mía pone mayor énfasis quizás en la acción gubernamental del Libertador y la de De Grummond y Slatta en aspectos militares y personales. Otros dos historiadores contemporáneos, Richard Graham y Jan Kinsbruner, han escrito obras generales sobre la independencia hispanoamericana, así como había hecho Robertson a principios del siglo XX25. A diferencia de él, no utilizan una organización biográfica y tampoco son obras tan completas como la del historiador inglés John Lynch, que sigue siendo la principal de su género en idioma inglés26. El profesor Graham, siendo brasileñista, es el único que intenta combinar en un solo esquema interpretativo las independencias de la América Española y la Portuguesa; otra originalidad suya es la división explícita del movimiento, a la altura de 1815 aproximadamente, en dos guerras distintas, la primera fallida y la segunda coronada con éxito, lo que concuerda bastante bien con el proceso en Venezuela y Nueva Granada. Sin embargo, es una obra demasiado breve (de unas 179 páginas en la segunda edición) como para profundizar en el papel concreto de Bolívar y no deja de cometer algunos pequeños errores, llegando incluso a aseverar que Manuela Sáenz entraba “frecuentemente” al mismo campo de batalla al lado del Libertador27. Kinsbruner, por su parte, comete el error de llamarle a Bolívar “liberal doctrinario” en la primera edición de su libro aunque no en las posteriores, donde aparece

21 TREND, John B., Bolívar and the independence of Spanish America, Nueva York, Harper and Row, 1968. La primera edición se publicó en Londres (Hodder & Stoughton, 1946) y de ella se tomaron los documentos 441a y 441b de Bolívar y Europa en las crónicas, el pensamiento político y la historiografía, 3 tomos, Caracas, Comité Ejecutivo del Bicentenario de Simón Bolívar, 1988-1995, tomo II, pp. 178-197. 22 JOHNSON, John J., Simón Bolívar and Spanish American independence: 1783-1830, Princeton, D. Van Nostrand, 1968; BUSHNELL, David, Simón Bolívar: man and image, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1970. 23 Simón Bolívar: liberation and disappointment, Nueva York, Longman, 2003. De hecho, ésta es una versión revisada de una breve biografía publicada antes en castellano, Simón Bolívar: hombre de Caracas, proyecto de América, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2002. 24 Simón Bolívar’s quest for glory, College Station, Texas A and M University Press, 2003. 25 GRAHAM, Richard, Independence in Latin America: a comparative approach, 2a ed., Nueva York, McGraw Hill, 1994; KINSBRUNER, Jay, The Spanish-American independence movement, Nueva York, Krieger Publishing Co., 1973. En ediciones posteriores, la obra de Kinsbruner se titula Independence in Spanish America: civil wars, revolutions, and underdevelopment, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1994, y 2a ed. revisada, 2000. 26 LYNCH, John, The Spanish-American revolutions, 1808-1826, 1a ed., Nueva York, Norton, 1973. De amplia difusión también es la traducción castellana, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Ariel, 1976. 27 GRAHAM, op. cit., p. 114.

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como “liberal decimonónico” a la vez que “republicano autocrático”28. Con mayor exactitud en sus detalles bolivarianos y de un alcance geográfico aun más ambicioso que el de Graham, Lester Langley a mediados de la década pasada analizó el proceso independentista a nivel hemisférico. Al igual que Simón Bolívar, subraya las diferencias entre los contornos angloamericano e hispanoamericano y aunque no profundiza en la acción del Libertador, y dedica tal vez atención excesiva a la cuestión racial, señala debidamente la complejidad de sus ideas no sólo a ese respecto sino en su calidad de forjador de naciones29. Algunas otras obras generales se han escrito en Estados Unidos sobre aspectos diplomáticos de la independencia. El tema por lo común no ha captado la atención de historiadores recientes, pero ya en 1929 J. Fred Rippy, a quien podemos clasificar como miembro de la segunda generación de latinoamericanistas profesionales, publicó una obra clásica sobre la rivalidad anglo-norteamericana por influencia política y comercial entre las nuevas naciones hispanoamericanas, en la que naturalmente se refirió a la anglofilia de Bolívar y al impacto negativo que tuvo sobre su imagen en Estados Unidos30. El mismo Rippy redactó después un artículo sobre las opiniones de diplomáticos de su país con respecto al Libertador. Apareció el escrito en 193531, o sea en plena época de la Política de Buena Vecindad, que alentaba en especial el estudio de las relaciones interamericanas. En el solo lustro de 1937 a 1941 se editaron dos estudios fundamentales sobre Estados Unidos y la independencia de Hispanoamérica por los distinguidos latinoamericanistas Charles Griffin y Arthur P. Whitaker32. Mas éstos no se ocuparon con mucha detención del Libertador. El libro de Griffin dedica algunas páginas a la disputa de Bolívar con Baptis Irvine en Angostura y por lo demás ofrece unas menciones sueltas del Libertador. Y puesto que abarca el período sólo hasta el reconocimiento de la Gran Colombia no toca siquiera el Congreso de Panamá. Whitaker llega un poco más allá, pero por concentrarse expresamente en la política norteamericana dedica poca atención a la de Bolívar. Y por la misma época, la historia durante muchos años clásica de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina por Samuel Flagg Bemis –especialista en historia diplomática norteamericana más bien que la de América Latina y cuya interpretación está impregnada de un menosprecio hacia los países vecinos– hizo una sola mención, tangencial, de Bolívar33. Whitaker, aunque llegó a ser identificado como especialista en historia argentina, nunca abandonó su interés en la de las relaciones interamericanas y en un breve volumen de ensayos aparecido en 1954 trazó con mayor precisión la actitud del Libertador. El libro llevó el título sugestivo The Western Hemisphere idea: its rise and decline34 y tuvo gran influencia en los medios universitarios norteamericanos. Con respecto a Bolívar, dejó muy

28 KINSBRUNER, op. cit., 1a ed., p. 80, y 2a ed., pp. 113 y 115. 29 LANGLEY, Lester D., The Americas in the age of revolution, New Haven, Yale University Press, 1996. 30 RIPPY, J. Fred, Rivalry of the United States and Great Britain over Latin America (1808-1930), Baltimore, Johns Hopkins Press, 1929, pp. 152-150, 171-174, 181-188, 194-199, 208-215. 31 RIPPY, “Bolívar as viewed by contemporary diplomats of the United States”, en Hispanic American Historical Review”, vol. 15, núm. 3, 1935, pp. 287-297. 32 GRIFFIN, Charles C., The United States and the disruption of the Spanish Empire 1810-1822: a study of the relations of the United States with Spain and with the rebel colonies, Nueva York, Columbia University Press, 1937; WHITAKER, Arthur P., The United States and the independence of Latin America, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1943. 33 BEMIS, Samuel F., The Latin American policy of the United States: an historical interpretation, Nueva York, Harcourt Brace, 1943, p. 39. 34 Ithaca, Cornell University Press, 1954.

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en claro que su pensamiento, sin haber sido invariable a través del tiempo, distaba mucho de la concepción norteamericana de un excepcionalismo hemisférico cuya expresión política natural tenía que ser bajo el liderazgo de Estados Unidos. Pero ni Whitaker ni otros estudiosos más recientes han formulado un análisis global de la actitud del Libertador frente a su nación, tal como intentó Shepherd en el ensayo ya mencionado. Más bien la última obra aparecida en Estados Unidos referente a la política internacional de Simón Bolívar tiene que ver con sus propósitos sudamericanos y en especial sus ideas con respecto al imperio del Brasil. El autor, Thomas Millington, es profesor no de historia sino de ciencias políticas, pero el trabajo es historiográfico y aunque el autor confiesa no haber pasado mucho tiempo en los archivos ha revisado toda la gama de fuentes primarias impresas, para llegar a una interpretación algo tendenciosa que se plasma en el mismo subtítulo de la obra, Colombia’s military and Brazil’s monarchy: undermining the republican foundations of South American independence35 o sea “Los militares de Colombia y la monarquía del Brasil: socavando las bases republicanas de la independencia sudamericana”. Para Millington, la meta fundamental de Bolívar fue la creación de una serie de gobiernos seudomonárquicos en los Andes, y por esto sus reservas iniciales para con el imperio brasileño –por los vínculos diplomáticos y dinásticos entre el emperador y la Santa Alianza europea– poco a poco cedieron el paso a la idea de una posible colaboración antirepublicana. Artículos sueltos se han publicado también sobre episodios concretos de las relaciones norteamericanas con los revolucionarios de Costa Firme (vgr., la misión Irvine36) en que Bolívar de alguna manera estaba involucrado. Existen igualmente dos excelentes resúmenes de las relaciones históricas de Venezuela con Estados Unidos, por Benjamin Frankel (escrito inicialmente como tesis doctoral en la Universidad de California) y por la profesora Judith Ewell, autora de otras obras importantes sobre historia venezolana37. Los dos libros incorporan adelantos de la investigación de estudiosos venezolanos además de norteamericanos y se refieren naturalmente, aunque someramente, a acciones de Bolívar. Mucho más extensa es la consideración de la política de Bolívar en la obra Colombia and the United States de E. Taylor Parks, pero por su fecha de publicación (1935) no incorpora adelantos recientes y exhibe lamentablemente las limitaciones de la historia diplomática del tipo más tradicional38. Bolívar figura necesariamente en las historias generales escritas en Estados Unidos sobre países bolivarianos, pero éstas tampoco son muchas. En lo que a Venezuela se refiere, la principal es de John Lombardi, quien comparte con Ewell la primacía entre venezolanistas norteamericanos. Su enfoque es primordialmente socioeconómico, pero destaca incluso la importancia del Libertador como ejemplar del romanticismo y su aporte literario personal39.

35 Westport, Greenwood Press, 1996. 36 Por ejemplo, los dos artículos de HANKE, Lewis, “Baptis Irvine’s reports on Simón Bolívar”, en Hispanic American Historical Review, vol. 16, núm. 3, 1936, pp. 360-373, y “Simón Bolívar and neutral rights”, en ibidem, vol. 21, núm. 2, 1941, pp. 258-291; y VIVIAN, James F., “The Orinoco River and Angostura, Venezuela, in the summer of 1819: the narrative of a Maryland naval captain”, en The Americas, Washington, vol. 24, núm. 2, 1967, pp. 160-183. 37 FRANKEL, Benjamin A., Venezuela y los Estados Unidos (1810-1888), Caracas, Fundación John Boulton, 1977; EWELL, Judith E., Venezuela and the United States: from Monroe’s doctrine to petroleum’s empire, Athens, University of Georgia Press, 1996. 38 PARKS, E. Taylor, Colombia and the United States 1765-1934, Durham, Duke University Press, 1935. 39 LOMBARDI, John V., Venezuela: the search for order, the dream of progress, Nueva York, Oxford University Press, 1982, en especial pp. 255-257.

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Sobre Colombia hay dos, una de mi autoría y otra que acaba de publicarse por Frank Safford en colaboración con Marco Palacios pero cuya parte referente a la época de la independencia es de Safford. Por el enfoque geográfico y por nuestra común experiencia previa como investigadores de la política neogranadina, en ambos libros la cobertura de la historia de Bolívar se centra más en su papel de gobernante grancolombiano que en el de general victorioso. Por consiguiente, se trata sobre todo de la historia de un fracaso final, achacado en parte a errores que cometiera el mismo Libertador pero fundamentalmente a la ingobernabilidad de la unión40. Tanto Safford como yo nos ocupamos de la política social y económica del Libertador, y quizás por el sencillo hecho de haber tratado más a fondo su último gobierno (y siempre con la salvedad de lo referente a la esclavitud) francamente sin detectar en ella los alcances revolucionarios que hacen resaltar algunas interpretaciones revisionistas. La esclavitud es en todo caso la cuestión social de la época que más ha llamado la atención de los investigadores norteamericanos. Fue tema del artículo de Harold A. Bierck, “Las pugnas por la abolición de la esclavitud en la Gran Colombia”, que a pesar del título se remonta al acuerdo entre Bolívar y el presidente haitiano Pétion como punto de partida41. El profesor Lombardi es también autor de una monografía que abarca hasta la extinción final de la institución en Venezuela42. Estos dos trabajos no aportan verdaderamente nuevos puntos de vista sobre la política del Libertador pero sí datos concretos adicionales, sobre todo en cuanto al funcionamiento de las juntas de manumisión. Y una visión global de toda la política económica del Libertador “en la teoría y en la práctica” fue esbozada por José León Helguera, historiador norteamericano de ascendencia mexicano-austriaca, en un artículo del Boletín Histórico que hace años publicaba en Caracas la Fundación John Boulton43. No pretendió ser sino “una exploración preliminar”, pero constituía una exploración de temas que por aquella época todavía no se habían estudiado de manera sistemática. Al igual que los trabajos de Bierck y Lombardi, el ensayo de Helguera significaba por otra parte una respuesta positiva al llamado que en 1949 hiciera Charles Griffin en un artículo muchas veces citado y cuyo contenido él elaboró después en un ciclo de conferencias dictadas en Caracas, para que se investigaran más a fondo los aspectos sociales y económicos de la emancipación. El enfoque de Griffin era continental, mas como era natural hizo varias referencias concretas a la política de Bolívar, de quien puntualizó que entre los prohombres de la época era “quien siente las mayores preocupaciones sociales”. Semejantes “preocupaciones” resultaban en alguna parte de la necesidad de vencer “la hostilidad de los pardos” dando mayor “contenido social a la revolución”, pero reflejaban igualmente en concepto del autor unas convicciones ideológicas de estirpe liberal44. Lamentablemente, el mismo Griffin no continuó sus indagaciones en este campo. 40 BUSHNELL (para la versión castellana), Colombia: una nación a pesar de sí misma, de los tiempos precolombinos hasta nuestros días. Bogotá, Planeta Colombiana, 1996; SAFFORD, Frank, PALACIOS, Marco, Colombia: fragmented land, divided society, Nueva York, Oxford University Press, 2002, en especial pp. 118-131. 41 BIERCK, Harold A., “Las pugnas por la abolición de la esclavitud en la Gran Colombia”, en BEJARANO, Jesús, comp. El siglo xix en Colombia visto por historiadores norteamericanos, Bogotá, Editorial La Carreta, 1977, pp. 309-343. La versión original en inglés apareció en 1953. 42 LOMBARDI, The decline and abolition of Negro slavery in Venezuela 1820-1854, Westport, Greenwood Press, 1971. 43 HELGUERA, J. León, “Bolívar: una interpretación de su política económica en la teoría y en la práctica”, Boletín Histórico, Caracas, núm. 17, 1968, pp. 167-183. 44 GRIFFIN, Los temas sociales y económicos en la época de la independencia, Caracas, Fundación John Boulton y Fundación Eugenio Mendoza, 1962, pp.24, 48, 59, 66, 73. El artículo antecedente, “Economic and 194

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Historiadores norteamericanos no han elaborado artículos o monografías sobre otros aspectos temáticos de la vida del Libertador, salvo unas muy pocas excepciones, como la descripción cuidadosa de la anexión de Guayaquil por William Gray45 y un esbozo bastante general de su política eclesiástica por Mary Watters46, autora también de una historia de las relaciones entre estado e iglesia en Venezuela. Cabe añadir, sin embargo, que varios especialistas han investigado la acción de colaboradores o rivales de Bolívar y por lo tanto se han expresado sobre la acción de él. El mejor ejemplo sigue siendo la vida de Miranda por Robertson, pero otros son la vida de Pedro Gual por Bierck; el trabajo mío sobre la administración del vicepresidente Santander; de John P. Hoover sobre el mariscal Sucre; de Jane Lucas de Grummond sobre el corsario de origen norteamericano Renato Beluche; y de Stephen Stoan sobre Pablo Morillo47. Stoan, por una solidaridad de autor con su objeto de estudio –el máximo jefe realista– nos da una interpretación peyorativa del Libertador, casi a la manera de los legionarios europeos desafectos cuyo testimonio influyó obviamente en su análisis. Además, debo confesar que en el libro referido y en otros varios trabajos concernientes a la Gran Colombia he profesado un verdadero respeto por Santander, pero siempre me he esforzado por conciliarlo con una admiración sincera por el Libertador. Es más, si alguien dudara de mi fervor bolivariano, lo puedo comprobar fácilmente en base a la carta que conservo en mi archivo personal, del mismísimo don Salvador de Miranda, quien me increpa el no haber tomado suficientemente en serio sus propias críticas al Libertador48. En fin, y a pesar del tono negativo del libro de Stoan o de mis propias veleidades santanderistas, el saldo general de la historiografía norteamericana con respecto a Bolívar es claramente favorable. Así y todo, lo que se ha escrito en Estados Unidos no guarda ni de lejos relación, en términos cuantitativos, con la importancia primordial que se le atribuye a él en los mismos textos norteamericanos (e igualmente, vale decirlo, en nuestras obras de referencia y nomenclatura de pueblos). He aquí, pues, un reto al que ojalá responda positivamente la próxima generación de historiadores del país.

social aspects of the era of Spanish-American independence”, se publicó en la Hispanic American Historical Review, vol. 29, núm. 2, 1949, pp. 170-187. 45 GRAY, William H, “Bolívar’s conquest of Guayaquil”, en Hispanic American Historical Review, vol. 27, núm. 4, 1947, pp. 603-622. 46 WATTERS, Mary W., “Bolívar and the church”, en Catholic Historical Review, Washington, vol. 21, 1934, pp. 299-313. 47 ROBERTSON, op. cit; BIERCK, Vida pública de don Pedro Gual, Caracas, Ministerio de Educación Nacional, 1947; BUSHNELL, El régimen de Santander en la Gran Colombia, 2a ed. castellana, Bogotá, El Ancora Editores, 1985; HOOVER, John P., Sucre, soldado y revolucionario, Cumaná, Editorial de la Universidad de Oriente, 1975; DE GRUMMOND, Jane Lucas, Renato Beluche: smuggler, privateer and patriot 1780-1960, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1983; STOAN, Stephen, Pablo Morillo and Venezuela, 1815-1820, Columbus, Ohio State University Press, 1974. 48 Carta de Salvador de Miranda a David Bushnell, Oxford, 18 de octubre 1970, en archivo personal del autor. 195

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Fuentes (en orden alfabético de autores y con especificación sólo de la primera edición si hay más de una): Bailey, Helen M., y Abraham Nasatir, Latin America, the development of its civilization (Englewood Cliffs, NJ, Prentice-Hall, 1960); Bannon, John Francis, y Peter Masten Donne, Latin America: an historical survey (Milwaukee, Bruce, 1947); Beezley, William H., y Colin M. MacLachlan, Latin America: the peoples and their history (Fort Worth, Harcourt Brace, 2000); Bernstein, Harry, Modern and contemporary Latin America (Filadelfia, Lippincott, 1952); Burns, E. Bradford, Latin America: a concise interpretive history (Englewood Cliffs, NJ, Prentice-Hall, 1972); Chapman, Charles E., Colonial Hispanic America: a history y Republican Hispanic America: a history (Nueva York, Macmillan, 1933 y 1937); Clayton, Lawrence A., y Michael L. Conniff, A history of modern Latin America (Fort Worth, Harcourt Brace, 1999); Crow, John A., The epic of Latin America (Garden City, Doubleday, 1946); Davis, Harold E., History of Latin America (Nueva York, Ronald Press, 1968); Dozer, Donald M., Latin America: an interpretive history (Nueva York, McGraw-Hill, 1962); Fagg, John E., Latin America: a general history (Nueva York. Macmillan, 1963); Herring, Hubert, A history of Latin America from the beginnings to the present (Nueva York, Knopf, 1955); James, Herman G., y Percy Alvin Martin, The republics of Latin America: their history, governments and economic conditions (Nueva York, Harper, 1923); Jones, Tom B., Introduction to Hispanic American history (Nueva York, Harper, 1939); Keen, Benjamin, y Mark Wasserman, A short history of Latin America (Boston, Houghton Mifflin, 1980); Moore, David R., A history of Latin America (Nueva York, Prentice-Hall, 1938); Munro, Dana G., The Latin American republics: a history (Nueva York, D. Appleton-Century, 1942); Rippy, J. Fred, Historical evolution of Hispanic America (Nueva York, Crofts, 1932); Robertson, William S., History of the Latin-American nations (Nueva York, D. Appleton, 1922); Shafer, Robert J., A history of Latin America (Lexington, D. C. Heath, 1978); Shepherd, William R., The Hispanic Nations of the New World (New Haven, Yale University Press, 1919); Sweet, William W., Latin American history (Nueva York, Abingdon Press, 1919); Thomas, Alfred B., Latin America: a history (Nueva York, Macmillan, 1956); Wilgus, A. Curtis, The development of Hispanic America (Nueva York, Farrar and Rinehart, 1941); Williams, Mary W., The people and politics of Latin America (Boston, Ginn & Co., 1930); Worcester, Donald E., y Wendell G. Schaeffer, The growth and culture of Latin America (Nueva York, Oxford University Press, 1956).

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los pueblos de indios vinculados con las políticas de separación residencial en el nuevo reino de granada ♣

laura osorio

El “encierro” esconde, a la vez, una metafísica de la ciudad y una política de la religión. Reside, como un esfuerzo de síntesis tiránica, a medio camino entre el jardín de Dios

de las ciudades que los hombres expulsados del paraíso, han levantado con sus manos. Michel Foucault

marco general

El presente trabajo considera que uno de los puntos de partida de la política social de la corona española en América y, específicamente, en el Nuevo Reino de Granada, fue el dualismo o división entre la comunidad o república de los españoles y la república de Indios. Esta visión ideal del ♣ Artículo recibido en agosto 2002; aprobado en diciembre 2002.

Estudiante de último semestre de Ciencia política e Historia de la Universidad de los Andes.

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orden se sustentaba en que “el sistema político colonial estaba dotado de una integridad que encadenaba las relaciones sociales y el orden político a una doctrina uniforme” 1. Doctrina que tiene un claro fundamento y contenido religioso, expresado específicamente en la idea de “república cristiana”. Así, la constitución de ésta era la condición de “humanidad” y, por lo tanto, el modo de acción privilegiado de la corona española para ejercer su dominación en diferentes ámbitos imbricados y configurados conjuntamente –el político, económico, social y cultural. La denominación de lo “humano” pasaba por el “vivir congregado” a “son de campana” o “en policía”. Lo que se concretaba en dos dimensiones interrelacionadas: por un lado, en el diseño de una determinada configuración espacial urbana jerarquizada. Por otro, en la promoción de un tipo de sujeto que respondía a estas condiciones de “convivencia”, y la condena de los que no se inscribían en esta forma “ordenada” de vivir. De este modo, las políticas de reducción en los pueblos de indios, en principio diferenciados de la ciudad, la cual era concebida como el espacio de la “civilización” de los “blancos” y “otras gentes”, se reforzaban de forma lógica con mecanismos como las políticas de separación. Estas políticas criminalizaban a los sujetos como los forasteros, vagabundos (en su mayoría mestizos, mulatos, blancos empobrecidos, indios y negros fugados) por su potencial perturbador de la “estabilidad” del orden social. Las jerarquías que operaban en la diferenciación tanto del espacio urbano como de “las gentes” poseían un carácter social como político. Según Germán Colmenares, “desde el punto de vista del Estado español, la existencia de diversas jerarquías y esferas en la sociedad debía garantizar un eslabonamiento indispensable para transmitir la autoridad regia. Colocada en un extremo de la cadena, ésta requería de un orden social inalterable para hacerse sentir, a través de sus intermediarios, hasta el eslabón más bajo de la cadena tan alejado del primero”2. La pretensión de un orden social inalterable era una premisa fundamental para el ejercicio de la dominación colonial. Estas relaciones sociales no tienen existencia real excepto en el espacio y a través de él, por lo cual los “pilares” de éstas son espaciales, y en esta medida la caracterización de los componentes de la forma urbana jerarquizada entre la “república de españoles”: la ciudad y la “república de indios”: el pueblo de indios permite dar cuenta de la forma en que se desarrollaban las relaciones sociales en el mundo colonial.

1 COLMENARES, Germán, “La ley y el orden social: fundamento profano y fundamento divino”, en Boletín cultural y bibliográfico, Bogotá, Vol. XXVII, No. 22, 1990, p 5. 2 Ibid., p. 9.

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Así mismo, el ejercicio de poder colonial también pretendía controlar y dominar a las “gentes”, por lo que las leyes y políticas de separación como esfuerzos de la corona para mantener el aislamiento residencial de los indios, se entrelazan en la práctica, según Magnus Mörner, con todos los aspectos de la sociedad agraria de Hispanoamérica durante el periodo colonial: aspectos como el mestizaje, la evolución de los sistemas de tenencia de la tierra y de trabajo, los métodos de cristianización y las organizaciones eclesiásticas, fiscales y militares, que también pueden ser explicadas a la luz de las formas de organización jerarquizada del espacio urbano3. Colmenares afirma que “en el manejo de la ley penal estaba contenido el núcleo de la cuestión política dentro del Estado colonial”4. Así, la existencia de leyes penales sobre las políticas de separación residencial, en las que pueden distinguirse cinco etapas5, manifiesta el contenido político de fomentar la separación residencial, que buscaba especialmente controlar “elementos perturbadores” como los forasteros y vagos, ante la existencia de un modelo de la república cristiana que seguía siendo la representación de la ciudad de Dios. En este modelo, el desorden moral o la contravención sexual, acusaciones entre otras hechas a los vagabundos y forasteros, podía llegar a revestir una connotación moral de rebeldía política. La actitud colectiva frente a ciertos desordenes morales6, específicamente, frente a la figura de los forasteros y vagabundos, y la represión de éstos por parte de las autoridades, revelan en la sociedad colonial el papel desmesurado de un complejo ideológico moral impuesto por la iglesia. De este modo, la presencia reiterativa de formas de represión sobre los forasteros y vagabundos posibilita comprender los patrones del orden colonial y la forma en que la estabilidad social y política exigía la aceptación de que ningún acto podía violar las obligaciones sociales impuestas por un orden jerárquico.

El mestizaje surgió como factor perturbador del orden social jerarquizado. Aunque en principio se construyeron una serie de formulaciones para evitar la coexistencia interracial, esto se enfrentaba con que las dinámicas mismas del orden colonial posibilitaban los espacios de encuentro y mestizaje, que eran también de conflictividad. En consecuencia, “sobre los mestizos pesaba un predicamento de imprevisibilidad y eran tildados de inestables, buscarruidos, gente de vida irregular y de malas costumbres”7.

3 MÖRNER, Magnus, La corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América, Estocolmo, Almqvist y Wiksell, 1970, p. 12. 4 COLMENARES, Germán, op. cit., p. 7. 5 MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 130. 6 Este argumento es mencionado por Colmenares, op. cit., pp. 6-7. 7 Ibid., p. 12.

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Los forasteros y vagabundos abarcaban todo una población de diferente connotación racial (se contaban, entre ellos, blancos empobrecidos, negros e indios huidos), aunque primaban los zambos, mulatos y mestizos. El elemento social mestizo no encontraba un acomodo en la república cristiana8, al no estar sujeto a una clara relación de subordinación como la que constituía el tributo, el trabajo personal o la esclavitud, o aun aquellas leyes inscritas en un código informulado de honor que regía para los estratos superiores. En consecuencia, con el andar del tiempo, el dualismo entre la “república de españoles” y la “república de indios” fue cada vez más artificial, debido al impacto del silencioso proceso de mestizaje que actuó como una especie de influjo nivelador9, y aumentó la presión entre blancos y mestizos sin tierra sobre las tierras de los pueblos de indios. Bajo estas circunstancias, la legislación prohibitiva de la convivencia con los indígenas vería limitada su eficacia. Estas dinámicas esperan ser abordadas en el presente trabajo a partir de dos momentos. En una primera etapa, se hará referencia a las formas de dominación colonial territorializadas en el espacio urbano. En primer lugar, a partir de los valores legales-religiosos en la visión dual del orden colonial. Enseguida, a través de una caracterización de la ciudad por ser ésta la república de españoles y, finalmente, se abordará el pueblo de indios como tecnología de dominación. En una segunda etapa, se abordarán las formas de dominación colonial dirigidas al control del sujeto a partir de una caracterización de las políticas de Separación Residencial y las implicaciones de éstas en diferentes ámbitos del orden colonial en el Nuevo Reino de Granada. Para concluir, se realizará una consideración final en la que se le dedicará especial atención al lugar del mestizaje en el ejercicio de las relaciones de poder coloniales y sus efectos en el “orden colonial”. las formas de dominación colonial territorializadas en el espacio urbano valores legales-religiosos en la visión dual del orden colonial En el orden colonial se presentaba una especie de “fusión” entre el gobierno, la legislación y la administración de la justicia. Escenario en el que la monarquía debía ser el árbitro superior al impartir justicia y al gozar de un fundamento religioso. Según Felipe II, “la buena administración de justicia es el medio en que consisten la seguridad, quietud y sosiego de los estados”10. El concepto de buen gobierno era expresión de esta necesidad y

8 Ibid., p. 12. 9 MÖRNER, Magnus, op. cit., p 11. 10 Ibid., p. 17.

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tenía como fin el “bien común”, ideal formulado por la escolástica. Este ideal presentaba exigencias de armonía, concordia, orden y unidad. En este contexto, el temor a la discordia clamaba por la autoridad en la metáfora organicista que comprendía a la sociedad en tanto “cuerpo social”. La doctrina del bien común aparece como “objeto teleológico provisional asignado para su realización en la ciudad del hombre en espera de la más lejana ciudad de Dios”11. Esta referencia al bien común tenía un carácter legal tanto como teológico, lo que refleja el profundo impacto del derecho romano y canónico, llamado derecho común y del escolasticismo. A partir de la mención al bien común, la corona argumentaba: “más se debe entender y mirar en estas Indias al bien común de los indios que de los españoles, porque los indios son los propios y naturales de ellas y los españoles advenedizos”12, con lo que se justificaba la concentración de la población indígena en los pueblos de indios, así como las leyes de separación residencial de las razas. En esta relación entre lo temporal y lo espiritual, la mención de palabras como “policía” y “república” manifiestan la simultaneidad de un ideal esencialmente cristiano, por lo que el vivir “sin policía” se convertía en sinónimo de vivir como un “animal”, sin Dios ni ley. Por el contrario, vivir “en policía”era equivalente a vivir en “república”. Esta categoría de “república” como ideal se refería a la fundación de ciudades españolas, lo mismo que a la concentración de los indios, lo que le asignaba humanidad y calidad política a los sujetos. Esto explica la primacía de la forma urbana y su significativo componente religioso.

En la importancia asignada al “vivir juntos” y “no desparramados”, subyace una visión organicista de la sociedad colonial comprendida como “cuerpo. El primer paso de la corona española, en concordancia con su tradición alquimista medieval, consistió en separar, disolver, los ingredientes constitutivos de lo que sería el cuerpo de España en las Indias: la república de los españoles frente a los pueblos de indios, ejes temáticos que se abordarán a continuación.

la “república de españoles”: caracterización de la ciudad

La ciudad desempeñó un rol estratégico en el ejercicio de poder hispano y en el “sueño de orden” colonial. Según Ramón Gutiérrez, la ciudad hispanoamericana se conformó en un proceso de síntesis en el que interactúan las teorías urbanas renacentistas y las experiencias

11 COLMENARES, Germán, op. cit., p. 4. 12 MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 18.

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fundacionales ibéricas y americanas13. También se va configurando en un proceso de ensayo-error-corrección, que se vislumbra en dos hechos sintomáticos: la frecuencia de traslados de ciudades y la formulación de una normativa en las Ordenanzas de Población de Felipe II (1573) que definen un marco imperativo, el cual no habrá de aplicarse “literalmente” a ninguna ciudad del continente.

Las Ordenanzas de 1573 formalizan una estructura urbana centrada en la cuadrícula con preeminencia de la iglesia y la plaza como eje articulador, en la cual tienen un importante lugar la prácticas fundacionales en América, que también constituyen este corpus normativo. De esta forma, el plan reticular no pudo imponerse en todas partes, “casi siempre se borraba en los suburbios ocupados por los indios, pues éstos no formaban físicamente parte de la ciudad”14. Estas ordenanzas, recogidas en las Leyes de Indias de 1680, conforman el marco conceptual, pero no un modelo físico concreto. La denominada ciudad superpuesta es una de las modalidades evidentes de modificación de las pautas normativas en las que la ciudad española habrá de conformarse sobre un antiguo asentamiento indígena15. Así, al proceso de síntesis generado por el español desde “su” realidad cabe incluir los fenómenos de aceptación, rechazo y/o apropiación de la cultura receptora y la generación de un modelo urbano a partir de esta interacción.

En la “superposición”, el modelo de ciudad se adapta a las preexistencias, y las transferencias conceptuales se recortan en las posibilidades. En el planteamiento hispánico de la superposición se define inicialmente una segregación racial -reforzada jurídicamente por las políticas de separación residencial- y luego una reestructuración funcional. Esto es verificable en la conformación de los barrios así como en la vertebración del sistema de parroquias y pueblos de indios16. Germán Colmenares sustenta que la ocupación española en América se caracterizó por su carácter urbano17. Según este autor, el afán de recompensa de los conquistadores multiplicaba los centros urbanos en ramificaciones que se extendían al paso de la hueste conquistadora. Los enfrentamientos entre los conquistadores motivaban la creación de nuevos centros urbanos. Este aspecto es importante porque permite explicar, en

13 GUTIÉRREZ, Ramón, Pueblos de Indios: otro urbanismo en la región Andina, Quito, Biblioteca Abya- yala, 1993, p. 12. 14 CALVO, Tomás, Iberoamérica de 1570-1710, Barcelona, Península. 1995, p. 171. 15 Esta noción de “ciudad superpuesta”es desarrollada por GUTIÉRREZ, Ramón, op. cit., p. 14. 16 Ibid., p. 17. 17 COLMENARES, Germán, “La formación de la economía colonial 1500-1740”, en OCAMPO, José Antonio (ed), Historia económica de Colombia, Bogotá, Siglo XXI, 1998, p. 26.

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parte, la “atomización de los espacios económicos”18. También es pertinente anotar la forma en que los centros urbanos representaban privilegios sociales y políticos, de los que se podían derivar beneficios económicos

En la ciudad, la plaza constituye la afirmación de su poder civilizador. Es una especie de “teatro del mundo”19, en cuyo marco se levantan los símbolos visibles de la dominación española20: las casas del cabildo, la iglesia, la cárcel y, en algún lugar, junto a las tiendas, la escribanía. Alrededor de la plaza se levantaban las casas de los caudillos de la hueste y en las manzanas cercanas se hacía una repartición para que los demás tuvieran casa poblada. Esto hacía parte de una exigencia de la corona, que pretendía evitar que en América se reprodujera una casta feudal con bases rurales.

Según Colmenares21, la ciudad surge como un concepto político patrimonial de dominio en el que los privilegios económicos se derivan de las funciones políticas. Así mismo, la ciudad, como “república de españoles”, se sustentaba en el papel que se le designaba a la “república de indios”, con lo que se evidencia la forma en que las jerarquizaciones urbanas contienen dinámicas de diferenciación y segregación social.

La ciudad se define como el espacio de la vida política y social, en el que se transformaban las costumbres indígenas, “feroces, por otras humanas”22, y se enseñaba, como lo afirmaba el jurista Solórzano Pereira, “la verdadera agricultura, la construcción de casas, la reunión en pueblos, la lectura, la escritura y otras artes que en otros tiempos les eran extrañas”23. Para el ideal de la “república cristiana”, era central expandir “la forma de vida” urbana, puesto que ésta posibilitaba controlar el espacio y los sujetos que lo habitaban, así como los recursos y la mano de obra que explotaban éstos.

La ciudad colonial se ideaba como el espacio de la “civilización” en el cual actuaban los supuestos ideológicos de una república cristiana. Esta presentaba diversas funciones, como base de aprovisionamiento, factoría comercial de intercambio, cabeza de puente para penetraciones más profundas, eslabón de una amplia cadena de fundaciones, centro administrativo local y regional, elemento de sometimiento y fijación de la 18 Ibid., p. 27. 19 CALVO, Tomás, op. cit., p. 173. 20 COLMENARES, Germán, “La formación de la economía colonial 1500-1740”, op. cit., p. 27. 21 Ibid., p. 28. 22 CALVO, Tomás, op. cit., p. 166. 23 Ibid., p. 166.

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población indígena, polo de concentración de autoridades de diverso tipo, foco de centro de la propiedad del suelo y núcleo de difusión de una “nueva forma de vivir”, sinónimo de “república”, “orden”, “policía” y condición de “humanidad”24.

En el Nuevo Reino de Granada funciona una tipología urbana: la ciudad administrativa: Santafé, Tunja, Pamplona, que se caracterizan por una alta densidad indígena en su espacio a controlar; la ciudad minera: ubicada especialmente en el occidente (Zaragoza, Remedios, Cáceres, Santafé de Antioquia) y Popayán; y, finalmente, los enclaves, puertos fluviales y marítimos, como Cartagena y Honda, entre otros.

La ciudad se convierte en un instrumento pedagógico de dominación. En principio se imagina como el espacio de los blancos “caballeros” y “soldados”, mientras que el campo sería el espacio de los indios. Sin embargo, ¿cómo pensar la relación ciudad campo en la colonia? ¿Acaso como campos cerrados en sí mismos y aislados el uno del otro? Si bien las condiciones físicas y el aislamiento geográfico posibilitaban quizás esa imagen de dos universos aislados y autocontenidos, también es importante enfatizar en que la ciudad de los españoles necesitaba por diferentes motivos –como la disponibilidad de mano de obra - de la cercanía de los indios.

En este escenario, el sistema colonial requería para su “estabilidad” un “orden social inalterado”, y para esto puso en circulación discursos y formas jurídicas como las leyes de separación residencial que buscaban controlar prácticas que distorsionaran el dualismo colonial. Pero las mismas lógicas del orden colonial, como sus formas económicas –el trabajo de los indígenas en las ciudades- posibilitaban prácticas como el mestizaje, fenómeno que perturbaba el modelo de orden en la sociedad colonial sustentado en una especie de “sociedad de castas”.

la “república de indios”: el pueblo de indios como mecanismo de dominación El fenómeno urbano español en América se canaliza sobre la doble y conjunta vertiente de la ciudad y el pueblo de indios25. Así, uno de los fenómenos más relevantes en la reorganización poblacional y territorial del continente americano fue la configuración de poblados indígenas concretados según pautas normativas. Magnus Mörner define la reducción 24 La ciudad hispanoamericana. El sueño de un orden, México, CEHOPU, 1989, p. 53. 25 DE SOLANO, Francisco, Ciudades hispanoamericanos y pueblos de indios, Madrid, Biblioteca Historia de América, 1990, p. 333.

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como “el concentramiento de los indios en poblados organizados, estables, accesibles para facilitar a la vez cristianizarlos y ponerlos en policía”26. Además de esta finalidad de tipo religioso, es importante explicitar los objetivos de control político y económico –especialmente fiscales- en la congregación de parcialidades indígenas dispersas. La política de reducción puede entenderse como una pragmática instrumental que resolvió el nivel de lo institucional, a partir de la cual la corona luchaba en dos territorios de poder: el que surgía frente a los “nativos” con la penetración territorial y el que se desarrollaba en el interior de las huestes conquistadoras. En cierta medida, las políticas de reducción de indios hacen parte de una especie de “proyecto de indianidad”, que se opone y a la vez sostiene (especialmente en la disponibilidad de mano de obra) al proyecto de la hispanidad, que estatuía su superioridad y preeminencia en la fundación de ciudades. Las reducciones se constituyeron en el sistema de mayor impacto en la planificación de los pueblos de indios por parte del español. Su marco teórico está conformado por la idea inicial de “congregar a los caciques e indios en las goteras de las ciudades y villas de los españoles para tener un mediato servicio personal e doctrinarlos”27. Así, aunque las políticas de separación residencial prohibieran la convivencia física y simultánea de los indígenas frente a los españoles y mestizos, las lógicas propias de la ciudad o república de españoles requerían de la cercanía de la república de indios en la periferia para su efectiva utilización y control económico, fiscal y religioso. Es significativo que en las ordenanzas de Felipe II (1573) se consignara: “en la periferia se situarían carnicerías, pescaderías, tenerías y otras oficinas que causan inmundicias”28, puesto que los pueblos de indios ubicados en la periferia terminarían de una u otra forma cobijados por esta representación de la “inmundicia”. Específicamente para el caso del Nuevo Reino de Granada es útil señalar que la corona española, tras la primera fase de descubrimiento, resuelve romper con el esquema de gobierno exclusivamente militar y personalista, y se propone implantar un orden jurídico especial, mediante el cual pueda contar con los mecanismos para controlar los conflictos que se presentan entre los conquistadores. Se busca de este modo establecer el buen gobierno de la república29. El cambio se concretó con la creación de la Audiencia de Santafé, cuyo gobierno sólo se instaura en 1550. Sin embargo, diez años después de fundada Santafé de Bogota, no se conocía aún el número de 26 MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 43. 27 GUTIÉRREZ, Ramón, op. cit., p. 21. 28 La ciudad hispanoamericana, op. cit., p. 76. 29 CORRADINE, Alberto, “Urbanismo español en Colombia los pueblos de indios”, en GUTIÉRREZ, Ramón (ed.), op. cit., pp. 28-29.

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indígenas, por lo que posiblemente éstos continuaban habitando como lo hacían antes de la llegada de los españoles. En este escenario, la aplicación de la Real Cédula de 1549, por la que se ordenaba la reunión de lo indígenas en pueblos de indios a partir de las previas experiencias mexicanas, no alcanzó a tener efectiva aplicación. Hacia los últimos años del siglo XVI, la Audiencia programa un plan completo y general para los territorios comprendidos en su jurisdicción. Sin embargo, es sólo hasta la visita del licenciado Luis Henríquez30 que se llevan a término las cédulas reales. Este personaje parte de Santafé, aproximadamente en 1600, con instrucciones de recorrer el Nuevo Reino de Granada y las demás provincias dependientes de la Audiencia: Tunja, Pamplona, Cartagena y Santa Marta. En ese momento, las mayores densidades poblacionales se ubicaban en la zona montañosa de la región centro-oriental del país, mientras que Antioquia y las gobernaciones de Cartagena y Santa Marta tenían una limitada población. En su visita, Luis Henríquez procedió a ordenar el trazado de calles, manzanas y lotes dando, a entender que lo realizado antes de su visita no se había consolidado como organización o “policía” de acuerdo al modelo de las ciudades españolas. En las visitas, el visitador o su delegado procedía, en primer lugar, a señalar el lote correspondiente a la iglesia y en frente a ella, el de la plaza, teniendo en cuenta la importancia del espacio sacro; también se encargaba del trazado de las calles y de la dimensión de los lotes. Otra función delegada consistía en obligar a los indígenas a construir sus bohíos, trasladar la población dispersa y quemar los bohíos con el fin de evitar el despoblamiento del nuevo lugar organizado según las órdenes de la corona. La estructura de lo pueblos de indios31, cuyo plano es más ideográfico que técnico se conformaba en términos generales por los siguientes elementos: el resguardo, cuyas tierras eran de propiedad comunitaria; el portal y el altozolano, cercano a la iglesia, eran el lugar donde se declaraba la doctrina cristiana a los indígenas; la cruz atrial, las capillas posas que se levantaban por iniciativa del dura doctrinero o de los feligreses, la casa del cura doctrinero, la casa del cacique y la del cabildo.

El cabildo indígena puede ser considerado como un “dispositivo de autocolonización”, porque debía promover la doctrina cristiana y “extirpar” la idolatría. También respondía por la recaudación de los tributos y regulaba la prestación de indígenas para que realizaran los trabajos requeridos por los encomenderos y las autoridades coloniales, además de los que les podían llegar a imponer el cura doctrinero. Así mismo, tenía a su cargo la reglamentación de las penas, de la escuela, la distribución de aguas y construcción de caminos en el interior del territorio.

30 Ibid., p. 158. 31 SALCEDO, Jaime, “Los pueblos de indios en el Nuevo Reino de Granada y Popayán”, en GUTIÉRREZ, Ramón, op. cit., pp. 189-200.

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Los alcaldes de los pueblos de indios y resguardos podían castigar con un día de prisión, seis y ocho azotes al indio que faltare a misa el día de fiesta o se embriagase. En síntesis, el cabildo era un instrumento de mediación entre los indígenas y las autoridades coloniales El auto de repoblamiento de Guachetá dictado por Luis Henríquez en 1599, es ilustrativo de las características del proceso de reducción de la población indígena. En este,

Mandaba y mando que alrededor de la plaza frente a la dicha iglesia y por los lados de dicha plaza se pueblen los capitanes en la orden siguiente: en cuarenta y cinco varas de cuadro que están junto a la casa de Don Andrés, Gobernador, se pueble el capitán Don Juan Teinaba y en la otra esquina más abajo Don Pedro, capitán de Nengua; y al lado de la casa de la comunidad dejando tres varas de medir de callejón junto a la dicha casa y por la otra banda cinco varas de calle, línea recta, en el cuadro y vacío que allí están, quitando un bohío viejo que hay, se pueble Don Fernando, capitán de la Gueita; y luego de la otra banda de dicha casa y dejando tres varas de callejón, se pueble Don Alonso Canoa, y junto a la iglesia dejando cuatro varas de hueco en medio se pueble otro indio principal, y los demás indios sacando las calles derechas como su merced manda en buena policía española, se vayan poblando en sus solares de cuadro de veinte y dos varas y media de cada solar, con las puertas a la calle, el cual puedan tener casa, despensa, y huerta. Y porque muchos tienen ocupado un gran solar y hacen una gran labranza en medio del pueblo con lo que viven unos apartados de otros, se manda que los dichos indios particulares no tengan más solar de las dichas veinte y dos varas de frente, que hacen dos solares, un callejos de dos varas de ancho, y entre cada noventa varas de cuadro que hacen cuatro solares una calle de cinco varas de ancho...32.

El visitador Henríquez dio aplicación a las cédulas reales que establecían que la iglesia matriz sería financiada en una tercera parte por la corona, otra por los encomenderos y una última por los vecinos no encomenderos, es decir, los propios indígenas. Se configuró un nuevo grupo motor en la construcción de las iglesias como fueron los contratistas33. En el momento en que se realizó la visita de Lesmes de Espinosa Saravia, en 1617, o de Juan de Villabona Zuaurre, en 1623, se comprobó que los indígenas habitaban los pueblos fundados entre 1600 y 1604.

32 Citado en SALCEDO, Jaime, op. cit., p. 186. 33 CORRADINE, Alberto, op. cit., p. 162.

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De esta forma, la acción de Henríquez significó un cambio en la distribución de la población indígena en la concentración de 147 pueblos de indios. En otros lugares situados en las faldas de la meseta del altiplano cundiboyacense, la topografía accidentada, la baja densidad de las comunidades indígenas, o su pronunciada agresividad, dieron como resultado la fundación de pocas poblaciones. Se realizó otra delegación en el corregidor de Tunja Capitán don Antonio Beltrán de Guevara, a quien se señaló la provincia de su jurisdicción, que abarca los actuales departamentos de Santander, Norte de Santander y los Estados de Táchira y Mérida en Venezuela34. A diferencia de Henríquez, él sí ordeno dejar constancia de la manera como procedía al ordenar cada pueblo de indios; otras diferencias que pueden establecerse se refieren al tipo de topografía y clima, puesto que éste recorrió un terreno no accidentado con climas que van de frío a cálido. Así mismo, en este caso, la densidad de la población indígena era inferior y ésta se constituía por grupos como los Guanes, los Chitareros, los Motilones, que en su mayoría presentaron una fuerte resistencia a la dominación española. El número de pueblos organizados por Beltrán de Guevara fue mucho menor que los de Henríquez. Para la efectividad y permanencia de los pueblos resultados de cada una de las visitas, puede establecerse una vinculación entre la solución urbana en cada caso y la importancia del edificio destinado a la iglesia doctrinera que, para el caso de la visitas de Henríquez, alcanzó mayor relevancia. Por lo tanto, los resultados dispares de las dos delegaciones dan cuenta de las particularidades locales y regionales en la aplicación y ejecución de las políticas de reducción a las que es importante atender para evitar vagas generalizaciones. Hacia el siglo XVIII se presenta otra etapa de organización de asentamientos urbanos, pero esta vez promovido por los vecinos, principalmente mestizos que estaban interesados en la organización de parroquias. Ante la disminución demográfica de los indígenas y la presión de los mestizos y blancos pobres, entre otros, por obtener tierra, los indígenas son trasladados a otros pueblos, y los blancos y mestizos que habitan las cercanías exigen la erección de parroquias, que en muchos casos continúan usando el nombre usado por los indígenas. En cambio, en Santander, la población blanca y mestiza tiende a formar nuevos pueblos. Francisco Moreno y Escandón, fiscal protector de naturales, es una figura representativa de esta nueva etapa de organización en el siglo XVIII. Este funcionario aconsejaba, en 1772, que se redistribuyeran las tierras y términos de los pueblos de indios y los resguardos, especialmente del altiplano; además, aducía que en los límites de los resguardos se

34 Ibid., p 163.

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aglomeraban mestizos, vagos y pobres, en general todos los seres que la inventiva humana erigida desde la óptica del ejercicio de poder había creado para reforzar el sistema clasificatorio referido a los hombres que debían y podían ser explotados. En su informe, mencionaba la explotación “inmisericorde” a que eran sometidos los “naturales”, por parte de aventureros, de los alcaldes pedáneos y por una “muchedumbre de vagos” que con su presencia en términos de los pueblos de indios y resguardos, disolvían al indígena en el espacio de su diferencia. Las metáforas de aventureros y de vagos que emplea implican la importancia de judicializar a estas poblaciones. La solución propuesta por Escandón a esta problemática situación se sustentaba en la implantación de tres políticas que aseguraban la obtención de un mismo resultado: los indígenas debían ser nuevamente remunerados y reubicados en territorios de resguardo que, por su extensión, podían contener un mayor volumen de esta población. Los terrenos sobrantes debían venderse en subasta pública con el propósito de generar para la administración colonial nuevos beneficios económicos. Los vagos, los individuos que se alejaban de la vida en policía, debían ser internados en los hospicios y en los orfanatos de jóvenes con el propósito de eliminar los escándalos que sus vidas licenciosas a diario provocaban35. Colmenares señala que si quisiera buscarse una categoría específica que revelara los patrones más característicos del orden social colonial, y resumiera un conjunto de actitudes respecto a estos patrones, la palabra escándalo sería un buen candidato36. En el escándalo se convertían en hechos sociales las conductas privadas. Además, en él confluían los motivos ideológicos de la iglesia con los valores sociales que el Estado pretendía conservar. Ilustrativo de este proceso es que los hospicios propuestos por Escandón eran sostenidos con los dineros provenientes de los miembros las elites locales y de las cajas pertenecientes a las comunidades religiosas, las cuales se servían del Patronato Real. Estas propuestas de integración hacían parte de una larga tradición en Europa, en donde se recurría a ese tipo de propuestas con el fin de hacer trabajar por comida y por un techo a los menesterosos, vagos y mendigos. De acuerdo con este escenario que se presenta alrededor de fines del siglo XVIII, puede inferirse que la constitución del régimen reduccional se enfrentó en la práctica a una serie de dificultades, tales como la huida de los indios reducidos para evitar servir a la mita o pagar tributos convirtiéndose en “vagos” o “forasteros”. En otras circunstancias las “sacas” de los encomenderos o el requerimiento de los pobladores activos como “yanaconas”, “pongos”, u otras formas de servicio personal en la ciudad o la hacienda, fueron drenando los pueblos. Esta movilidad de la población

35 Ibid., p 134. 36 COLMENARES, Germán, “La ley y el orden social...”, op. cit., pp. 6-7.

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indígena actuó como uno de los principales factores desestructurantes en las sociedades indígenas, produciendo en éstas diversos efectos sicológicos y sociales. En este espacio se comprende la relación establecida entre la política de reducciones en pueblos de indios, con las leyes de separación residencial que pretendían controlar y criminalizar a actores sociales, como los forasteros o vagabundos, los cuales poseían un fuerte potencial perturbador para el orden social colonial, cuando al mismo tiempo eran producidos por las lógicas de éste. El pueblo de indios se presentó como un artilugio institucional enmarcado en la legislación indiana y un refinado instrumento tecnológico de dominación colonial. De esta forma, los pueblos de indios estuvieron situados entre el poder de la corona y sus administrados coloniales, y los poderes locales alternos de los encomenderos, comerciantes, hacendados y mineros. En este orden de ideas, la legislación de las políticas de separación residencial hacía de los pueblos de indios “espacios de confinamiento”. Michel Foucault afirma: “el confinamiento es un hecho masivo, es asunto de policía, en el sentido sumamente preciso que se le da al vocablo en la época clásica: el conjunto de medidas que hacen del trabajo algo a la vez posible y necesario para todos aquellos que no podrían vivir sin él”37. En sincronía con esta dinámica, se establece una doble relación entre la confinación y la internación: el carácter del encierro y su fin de utilidad. Por lo tanto, el indígena es vigilado en el pueblo de indios y se verifica el cumplimiento de la normatividad de acuerdo a la vida en policía. Los sujetos como los vagos, forasteros (indios, mestizos y negros huidos) que no cumplan con esta normatividad, se convertirán en sujetos de represión.

Estás prácticas de internación y las exigencias del trabajo no están definidas, ni mucho menos, por las exigencias de la economía. Una visión moral las sostiene y las anima38. La trascendencia ética moral y política que justificaba su imposición forzosa se sustenta en la visión de mundo clásica de la cristiandad, en la cual el trabajo y la ociosidad habían trazado su línea divisoria, La ociosidad se define como la madre de todos los vicios, por lo que debía ser superada por el trabajo que garantiza la inmanencia del la república y la sociedad. Así, la pobreza adquirió y conserva aún la marca y el significado de la relajación de las costumbres, del debilitamiento de la disciplina. las formas de dominación colonial dirigidas al control y producción de sujetos

37 FOUCAULT, Michel, op. cit., pp. 54-55. 38 Ibid., p. 117.

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las políticas de separación residencial en el nuevo reino de granada

A partir de la anterior caracterización de la “visión dual” entre la república de españoles y la república de indios, se constata cómo, por medio de la organización del espacio, se ejerce un control sobre el cuerpo humano, imponiendo una disciplina sobre los movimientos y sus lugares de permanencia o de exclusión, de modo que se detenta el poder político. De este modo, la política de reducciones en los pueblos de indios puede definirse como un mecanismo de ejercicio del poder político, que tiene una íntima relación con las políticas de la segregación, como elemento importante para la conservación del dualismo sistemático entre pueblos de indios y pueblos de españoles, entre doctrinas de indios y parroquias de españoles. Magnus Mörner considera que “en comparación con otras regiones hispanoamericanas la historia de los esfuerzos de la corona para efectuar la segregación en el Nuevo Reino de Granada, no deja de ser especialmente prolongada”39. En este espacio concreto, la prohibición para los blancos, negros y gente de mezcla de residir entre los indígenas constituye uno de los rasgos más significativos de la época colonial. Tras los efectos negativos del primer periodo de convivencia indio-española motivado por la “teoría del buen ejemplo”, según la cual los españoles con su ejemplo facilitarían la cristianización, la opinión contraria de “la teoría del mal ejemplo” terminó prevaleciendo hacia la segunda mitad del siglo XVI, con una política en pro de la separación residencial entre los indios y los demás habitantes de las Indias. Las primeras expresiones legislativas excluían de los pueblos de indios a una serie de “categorías” de sujetos consideradas especialmente perniciosas. Es significativo que la primera categoría excluida fue la de los negros (a partir de 1541), seguida de los encomenderos, sus familiares y sus mayordomos, calpisques (1550-1563) y los vagabundos solteros (1563). En 1578, una cédula dirigida a todas las autoridades indianas prohibió general y categóricamente que mestizos, mulatos y negros, anduvieran entre los indios. En 1646 se declaraban incluidos aún en la prohibición los españoles, mestizos y mulatos que hubiesen conseguido lograr tierra entre los indios. Se exceptuó a los mestizos y zambos, hijos de indias y nacidos en los pueblos de indios. Estas leyes fueron incluidas en la recopilación de las Leyes de los Reinos de Indias, que teóricamente estuvieron en vigor hasta el fin del periodo español. La primera expresión de esta serie de leyes se presenta en 1558 en la Audiencia de Santafé. La audiencia argumentaba que “ningún indio ladino, ni mestizo, ni negro, ni mulato, no entre ni esté de asiento en ningún pueblo de indios del distrito de esta audiencia, por vía de vecindad, ni por otro color, si no fuere pasando del camino y el tal caso, pueda estar un día e una

39 MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 72.

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noche, e no más so pena de cien azotes e por la primera, e por la segunda, la pena doblada en caso de resistir la orden de salir, los foráneos debían ser apresados y enviados a la justicia española más cercana”40. De este modo, se criminalizan los elementos perturbadores del orden social ante el temor permanente de la discordia en una visión organicista en que se compara la sociedad con el cuerpo humano. En este punto, es importante resaltar la función disciplinaria del castigo. La aplicación de los azotes en los acusados de forasteros da cuenta de cómo la ejemplaridad del castigo revestía una forma y una función públicas. Por otra parte, es posible contraponer el ideal de la república cristiana pretendida por el sistema colonial de diferentes formas, y practicada a través de diversos mecanismos, con la legislación casi excesiva de los delitos contra la vagancia, ya que lo que la que la sociedad repudia con más ahínco nos proporciona mejor su retrato que aquello que loaba o que establecía como un ideal del comportamiento social. Esta forma de aproximarse es lo que Michel de Certeau denomina como una teoría de las desviaciones para penetrar en el corazón mismo de una sociedad41. En el corazón de esta sociedad, “los negros” son los primeros nombrados en este conjunto de leyes, puesto que se les considera gentes de mal vivir y una especie de “plaga” para los indios, mientras que a los españoles no se les cuestiona su condición de “vivir”, sino su “mal ejemplo”. En palabras de Tomás López, “no consientan que entre los dichos naturales anden negros y mulatos ni mestizos ni otras gentes de mal vivir ni españoles de mal ejemplo”42. Estas afirmaciones de 1559 se anticipaban a una legislación general y categórica para el resto de Hispanoamérica.

Los calpisques constituían otra categoría excluida de los pueblos de indios. Por lo tanto, las políticas de separación residencial no tenían exclusivamente una connotación racial, sino que se sustentaban también en una serie de consideraciones de tipo moral. Muestra de esto es que el presidente Briceño recibió, en 1772, instrucciones de dedicar particular atención a los vagabundos solteros españoles que debían sacar de entre los indios para aprender oficios y vivir en las ciudades españolas. La preocupación por la existencia de forasteros motivaba el establecimiento sistemático de congregaciones o reducciones, en las cuales la vida de indio debía conformarse a las “normas civilizadas” y “urbanas”, en sincronía con la idea del orden de la “república cristiana”. Hacia 1665, la corona vuelve a ordenar “que los españoles y mestizos que hubieren entre los indios se reduzcan a los pueblos de españoles sin permitir que vivan entre los

40 Ibid., p. 65. 41 COLMENARES, Germán, La ley y el orden social...”, op. cit., p. 8. 42 MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 65.

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indios”43. A estas declaraciones, la audiencia contestó, en 1667, que estaba preparando una población separada para la gente vagabunda y que iba a cumplir las órdenes recibidas; sin embargo, no se constató si se realizó esta población. En 1668, en el distrito de Tunja, José Gil de Soria, en calidad de visitador, tomó medidas para aplicar las leyes de segregación en Sogamoso, “donde [...] asisten de todos géneros de gentes continuamente haciendo vecindad, como si fuese pueblo de españoles arrendado y sembrando los resguardos [...] Los no-indios fueron notificados que debían salir del pueblo dentro de tres días y no volver so pena de cien patacones”44. El visitador agregó que por cuanto algunos habían fingido salir dejando sus casas cerradas y algunos de sus bienes con la intención de volverse pronto, pasado el tercer día las casas debían ser demolidas y los bienes sacados a remate. Esta actitud manifiesta la preocupación por la preservación de la república cristiana que implicaba el uso de diferentes formas de disciplina. Estas acciones no eran solamente de carácter local, también se emprendían unas más generales. Hacia 1701, Pedro de Sarmiento Huesterlín consideraba que la trasgresión a las leyes residía en la negligencia de los corregidores de indios y al interés económico de los curas por agregar feligreses45. Así mismo, afirmaba que las consecuencias de la convivencia eran negativas para el aspecto moral, religioso y fiscal. Sin embargo, existían limitaciones al cumplimiento de las Políticas de Separación residencial. Así, se presentaron una serie de intentos fracasados como el del fiscal Sarmiento en los primeros años del siglo XVIII, puesto que la presencia de los denominados “forasteros” era una realidad inminente, ya que ésta respondía a una serie de condiciones socioeconómicas específicas, como el problema del acceso a la tierra. Durante el siglo XVIII, en las zonas centrales del Nuevo Reino de Granda la población indígena presentaba una fuerte disminución demográfica en los antiguos pueblos, y los resguardos presentaban una alta población mestiza. Según Mörner, a raíz de las consecuencias eclesiásticas, esta situación se presentó al Consejo de Indias, lo que da cuenta de la confluencia de los motivos ideológicos de la iglesia y los valores sociales que el Estado buscaba preservar46. Según el Arzobispo de Santafé, Don Pedro Felipe de Arzua, el problema consistía en que los párrocos de indios, que generalmente eran frailes, también servían de párrocos para los españoles y mestizos que estaban en los pueblos. Así, en 1749 proponía que se expidiera una orden general 43 Ibid., p. 70. 44 Ibid., p. 70. 45 Ibid., p. 71. 46 Ibid., p. 73.

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ordenando la separación de unos y otros en distintas parroquias. Sin embargo, para esta época no se presenta una actitud fuertemente represiva, sino que se insiste en actuar con cautela, por lo que el fiscal ordena “proceder con el tiento que requiere la naturaleza de esta providencia general y teniendo a la vista los inconvenientes que acaso pueda producir la mencionada separación”47. En las limitaciones de las políticas de separación residencial aparecen dos problemas fundamentales relacionados entre sí: el de la tenencia de la tierra y el aspecto eclesiástico. En 1755, el Oidor Decano de la Audiencia de Santafé, Andrés Verdugo y Oquendo, desarrolló una visita que abarcó 85 pueblos, situados en su mayoría en el distrito de Tunja. El Oidor constató la disminución demográfica de la población indígena y la fuerte presión que ejercía sobre los resguardos la población blanca y mestiza. En los pueblos visitados por su antecesor Valcárcel, en 1635-1636, éste había contado 42.334 indios, mientras que ahora había sólo 22.543. En la visita de Verdugo vivían 37.685 “vecinos” que estaban legalmente prohibidos. En este contexto, se dificultaba aplicar con rigurosidad las políticas de separación de residencia. Se prefirió restringir las tierras de los resguardos más alejados del pueblo. Para este momento, las limitaciones en la aplicación de las leyes de Separación Residencial se manifiestan en los argumentos de Verdugo: “aunque lo referido se opone a lo dispuesto en algunas de las leyes de la Recopilación de estos Reinos en las que se prohíbe vivan los españoles en pueblos de indios tan discretas, ellas permiten apartarse de sus disposiciones concurriendo justas causas y poder dar principio a nuevas disposiciones cuando las antiguas vienen a ser perjudiciales para la República”48. Ante esta situación, se presentó un giro en los intereses de la corona española, como puede leerse de las afirmaciones del Oidor, para quien, al poder adquirir tierras legalmente, los vecinos se harían consumidores de “los géneros que se fabrican en estas provincias y de los que vienen de España”49. Igualmente, se ejercería control sobre las formas ilegales de vivir, las cuales eran utilizadas por curas y corregidores como instrumento para obtener recursos a partir de la amenaza de la aplicación de las leyes de segregación. Además, se presenta un giro en la interpretación del elemento social mestizo, vinculada especialmente con la preocupación por el control de la ociosidad que perturbaría el pretendido orden social de la república cristiana.

47 Ibid., p. 74. 48 Ibid., p. 75. 49 Ibid., p. 74.

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la razón de prohibir las leyes [que] vivan los españoles en las reducciones y pueblos de indios es por haberse experimentado que algunos de ellos que tratan, trajinan, viven y andan entre los indios, son hombres inquietos de mal vivir y gente pérdida, lo que así sucedía en tiempos de conquistas y pacificaciones [...] lo que al presente es muy diverso por ser los más viven en los pueblos y sus resguardos nacidos de los antiguos nobles españoles conquistadores, encomenderos, con mezcla de naturales, gentes dedicadas a la cultura del campo, que no tienen otro arbitrio que pasar la vida que arrendar a los indios las tierras de los resguardos evitando de ese modo la ociosidad que faltándoles les sería precisa50.

Con esta serie de variaciones en la forma de percibir el “espíritu” de las leyes de separación residencial, se estaba formalizando una situación existente. El Oidor Verdugo, por lo tanto, ordenó la venta total o parcial de algunos resguardos. Así mismo, dispuso que los indios que fueran minoría en algunos pueblos fueran trasladados a otros pueblos y que se entregaran las tierras del resguardo en subasta pública a los vecinos. De este modo, las políticas de separación concebidas inicialmente para la “protección” de los indígenas que oculta en el confinamiento formas de dominación, se transformarían en un instrumento para controlar a los campesinos blancos y mestizos. consideraciones finales: el lugar del mestizaje en el ejercicio de las relaciones de poder coloniales Como lo señala Jaime Jaramillo Uribe, “el mestizaje constituyó el elemento dinámico de la sociedad colonial”51 y éste experimentó un auge especialmente fuerte en la población neogranadina. De este modo, los esfuerzos por revivir el dualismo entre la “república de blancos” y la “república de indios” fueron desafortunados. Consideraciones de carácter administrativo, justiciero, fiscal y eclesiástico se oponían en principio al proceso de mestizaje, por considerarlo perturbador del orden social. Sin embargo, aunque existieran una serie de formulaciones para evitar la coexistencia interracial, las mismas dinámicas del orden colonial posibilitaron los espacios de encuentro y mestizaje, que por lo tanto eran también de conflictividad. Según Magnus Mörner, “la infiltración de los pueblos de indios por elementos generalmente de sangre mixta y de categoría humilde obedecía

50 Ibid., p. 75. 51 JARAMILLO URIBE, Jaime, “Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Separata del anuario colombiano de historia social y de la cultura, Bogotá, n. 3, 1967, p. 25.

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más bien a una necesidad económico-social”52. Ante estas “necesidades”, gran parte de la población acusada de vagancia era población mestiza y negra. Esta población se contraponía a la imagen del “pueblo ideal”. En sincronía con esta posición, el cura Oviedo en Sogamoso caracterizaba a los mestizos hacia finales del siglo XVIII como “inquietos y revoltosos”, por lo que “se ejecutan muchas muertes por las muchas bebidas”. Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, como regente Visitador de la Audiencia, afirmaba que “siendo tan distintas las leyes y reglas por las que en lo espiritual y temporal deben gobernarse los pueblos de indios de los que corresponde a los sitios, villas y ciudades donde residen los blancos y demás castas y aún así entre sí incompatibles”, también argumentaba que “por desgracia a pesar de estos poderosos motivos que impulsan abrazar el medio legal de la absoluta separación de los indios respecto de las otras castas, es preciso confesar imposibilidad moral que incluye su práctica atendidas las circunstancias locales, especialmente si como ahora sucede si se quisiese dar una regla general de este asunto”53. Por lo tanto, hacia fines del siglo XVIII se pretendía que a los mestizos, españoles e indios, los uniera la amistad y comercio voluntario al trato y rescate y conversación con los españoles. Tras la “independencia”, el 4 de octubre se proclamó una nueva norma: “en las parroquias de indígenas podrán establecerse cualesquiera otros ciudadanos pagando el correspondiente arrendamiento por los solares que ocupen sus casas; pero de ningún modo perjudicarán a los indígenas en sus sementeras u otros productos de sus resguardos”54. De este modo, se suponía que se estaba promoviendo la “integración” de las poblaciones. Sin embargo, las prácticas diferenciadoras que actúan en el espacio como en los sujetos, tienen el carácter de fuerzas de larga duración. Por lo tanto, la configuración de la forma urbana como centro-periferia da cuenta de la continuidad de las formas de segregación socio-espacial. Así mismo, la enunciación de categorías de sujetos considerados “perniciosos” como lo vagos y forasteros, también adquiere la forma de una práctica continua que opera como correlato a la conformación del orden social. De este modo, aunque se ha tendido a distanciar de manera absoluta el nuevo orden republicano de sus inmediatos antecedentes coloniales, es importante considerar los procesos históricos en una perspectiva de larga duración que posibilite las herramientas analíticas para reflexionar sobre el “estado actual de las cosas”. Escenario en el que las formas de acción sobre el espacio y el sujeto implican formas de dominación que se confrontan con el supuesto sujeto-ciudadano libre que la democracia fórmula y que aún

52 MÖRNER, Magnus, op. cit., p. 70. 53 Ibid., p. 79. 54 Ibid., p. 85.

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hoy guarda un fuerte componente de la noción de “república” y sus implicaciones ideológicas.

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resúmenes / abstrats / palabras claves / keywords

hugo fazio la historia: ¿ilustrada o renacentista?

El artículo se propone mostrar algunos de los cambios que ha experimentado la disciplina de la historia en las últimas décadas. Tres son los principales influjos que pesan sobre el oficio: la presión que ejerce la sociedad contemporánea, el complejo diálogo que esta disciplina ha mantenido con las demás ciencias sociales, y la profunda transformación del mundo en los años más recientes. A partir de estos elementos, el autor propone que la historia debe emprender una reorientación, la cual se inscribe dentro de una perspectiva renancentista.

palabras claves: historia, historiografía, historia presente, globalización

history: enlightened or renaissance?

The article proposes to show some of the changes that the discipline of history has undergone in the past few decades. Three main influxes have affected the profession: the pressure exerted by contemporary society, the complex dialogue the discipline has maintained with the other social sciences, and the profound transformation of the world in recent decades. On the basis of these elements, the author holds that history should undertake a reorientation, inscribed within a renaissanee perspective.

key words: history, historiography, present history, globalization.

fernán gonzález aportes al diálogo entre historia y ciencia política. una contribución desde la experiencia investigativa en el cinep

En este trabajo quisiera hacer una mirada retrospectiva de algunos de los trabajos del CINEP y de los míos propios, relacionados con la historia política durante los treinta años en que he estado vinculado a él. Igualmente, quiero tratar de aclararme a mí y al lector hasta qué punto la mayor parte de mis propios trabajos pueden inscribirse en la categoría de historia política, ya que yo mismo no tengo muy claramente definida mi identidad profesional, aunque esta indefinición no significa para mí ningún motivo de preocupación. Entre otras cosas, porque estudié tanto Ciencia Política como Historia de

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América Latina, y nunca me he preocupado mucho por las fronteras que algunos profesionales han construido entre las ciencias sociales. Es más, considero que la combinación de los dos enfoques, diacrónico y sincrónico, han significado un enorme enriquecimiento de mis perspectivas de análisis. Lo mismo que la combinación entre el acercamiento concreto a la realidad histórica de la actividad política colombiana y la lectura desde modelos teóricos, normalmente abstraídos de otras experiencias históricas.

palabras claves: historia, ciencia política, cinep, ciencias sociales, política colombiana.

contributions to the dialogue between history and political science. a contribution from research experience in the cinep

In this article I would like to take a retrospective look at some of the CINEP s studies and some of my own work relating to political history during the thirty years in which I have been associated with the institition. I also want to try to clarify for myself and for the reader to what extent most of my own work can be inscribed in the category of political history, since I myself have not very clearly defined my professional identity, although this indefinition is no cause of concern for me, among other things, because I have studied both Political Science and Latin American History and have never worried much about the borderlines that some professionals have drawn between the social sciences. Furthermore, I believe that the combination of the two focuses, diachronic and synchronic, have enriched my analytical perspectives enormously. The same applies to the combination of the concrete approach to the historical reality of Colombian political activity and a reading of it from the viewpoint of theoretical models, usually abstracted from other historical experiences.

key words: history, political science, cinep, social sciences, colombian politics.

ingrid bolívar, paola castaño, franz hensel prácticas académicas, supuestos teóricos y nuevas formas de dar cuenta del estudio de lo social: las relaciones entre historia y ciencia política

Tomando como base la distinción entre historia y ciencia política como disciplinas, este artículo construye una serie de problemas y explora en ellos algunos de los supuestos desde los cuales estas disciplinas se relacionan entre sí. El texto está dividido en cinco secciones. La primera presenta una breve caracterización de la ciencia política, insistiendo en que en ella convergen distintos tipos de estudio y en que sólo algunos de ellos tienen

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pretensiones de cientifícidad. El segundo aparte del escrito problematiza el uso que la corriente principal de la ciencia política hace de la historia a partir de la reseña de un artículo que discute ese tema en una de las revistas especializadas más consultadas por los politólogos. La tercera sección explora la forma en que la historia usa algunas categorías centrales de la ciencia política. Además, toma el problema de la formación de los estados modernos para reseñar algunas discusiones sobre la naturaleza de la explicación histórica y sobre el «estatalismo» característico de las ciencias sociales. El cuarto acápite del texto se pregunta por la comprensión de la política que predomina en la llamada historia política. Con tal propósito, ubica algunas de las discusiones que al respecto han promovido los historiadores de la escuela de los Anuales y comenta un trabajo historiográfico sobre la historia política colombiana. En la última sección, se recogen los planteamientos de algunos sociólogos e historiadores para mostrar que la ciencia política y la historia tienen en común la necesidad de construir unos métodos que permitan acceder a procesos sociales que aparecen como productos del azar, la contingencia o, sencillamente, lo «no racional».

palabras claves: ciencia política, historia, disciplinas, prácticas académicas, supuestos teóricos.

academic practices, theoretical assumptions and new ways of explaining the study of the social: the relations between history and political science

This article, based on the distinction between History and Political Science as disciplines, constructs a series of problems and explores in them some of the assumptions that relate these disciplines to one another. The text is divided into five sections. The first presents a brief characterization of Political Science, stressing that it is a discipline where different types of study converge, only some of which can make scientific claims. The second part questions the uses of History in mainstream political science, based on the review of an article that discusses the subject in one of the journals most widely consulted by political scientists. The third section schematically explores the way History uses some of the main categories of Political Science and also deals with the problem of the formation of modern states to review some discussions of the «statalist» nature of the social sciences. The fourth section raises questions about the understanding of politics that underlies so-called «Political History» by locating some of the discussions promoted by historians of the Annals School, and comments on a historiographic approach to Colombian political history. The final section gathers arguments used by certain sociologists and historians to stress the fact that both History and Political Science have in common the need to develop methods that will allow them to accede to social processes that appear to be the products of random, contingency, or simply the «non-rational».

key words: political science, history, disciplines, academic practices, theoretical assumptions.

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salomón kalmanovitz la cliometría y la historia económica institucional: reflejos latinoamericanos

Este ensayo narra el desarrollo de la cliometría y de la historia neoinstitucional en los Estados Unidos y sus problemas de aceptación por la academia latinoamericana y colombiana. Hay rivalidad entre las dos escuelas porque responden a bases teóricas algo distintas: mientras la primera reposa en la teoría económica neoclásica, la segunda cuestiona sus supuestos sobre la ausencia de fricciones y de instituciones. La moderna historia económica tuvo que competir con la teoría de la dependencia en la América Latina y comenzó a tener alguna aceptación cuando la segunda comenzó a evidenciar problemas de inconsistencia, falta de rigor, ausencia de pruebas de falseabilidad e incapacidad de predicción. En Colombia, la cliometría fue rechazada de entrada, junto con el trabajo de William P. McGreevey, Historia económica de Colombia, y tomó más de 20 años para que volviera a su utilidad para entender el pasado, mientras que la historia neoinstitucional apenas se inicia.

palabras claves: cliometría, neoinstitucionalismo, historia económica, américa latina, Colombia, douglass north.

cliometrics and institutional economic history: latin american reflections

This essay narrates the development of cliometrics and neo-institutional history in the United States and its problems of acceptance among Latin American academics in general and in Colombia in particular. There is rivalry between the two schools because they respond to somewhat different theoretical bases: whereas the former is based on neo-classical economic theory, the second questions its assumptions about the absence of frictions and institutions. Modern economic history had to compete with dependency theory in Latin America and only found some acceptance when the latter began to show problems of inconsistency, lack of rigour, absence of falseability tests, and inability to predict. Cliometrics was rejected from the start in Colombia, together with William P. McGreevey's Economic History of Colombia, and it took more than twenty years for it to recover recognition of its usefulness for understanding the past, while neo-institutional history is only just beginning to be accepted.

key words; cliometrics, neo-institutionalism, economic history. latin america, Colombia, douglass north.

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felipe castañeda conflictos mayores y concepciones de la historia: los casos de agustín de hipona, bartolomé de las casas e immanuel kant

Hay eventos que pueden cuestionar la concepción de realidad vigente, en la medida en que resulta imposible asimilarlos con base en el sistema de valores y categorías de pensamiento que normalmente se utilizan. La caída de Roma en el año 410, el descubrimiento y la conquista de América, así como la Revolución francesa serían acontecimientos de este tipo. Parte del intento de lograr hacerlos razonables consistió en formular replanteamientos en la manera de concebir la historia en general. En este ensayo se aborda el tema, con el ánimo de mostrar en qué sentido los eventos mencionados condicionaron las propuestas filosóficas sobre la concepción de la historia en Agustín de Hipona, Bartolomé de Las Casas e Immanuel Kant. Sugiere, además, que la explicación de las concepciones de la historia implica ir sobre el estudio de las concepciones de mundo respectivas, en las que se fundamentan.

palabras claves: filosofía de la historia, agustín, las casas, kant, ciudad de dios, apologética historia, ideas para una historia universal.

major conflicts and concepts of history: the cases of agustín de hipona, bartolomé de las casas, and immanuel kant

There are events that can question the concept of valid reality to the extent to which it becomes impossible to assimilate them based on the valué system and categories of thought that are normally used. The fall of Rome in the year 410, the discovery and conquest of America, as well as the French Revolution would be events of mis type. Part of the effort to make them reasonable has consisted of formulating new ways of conceiving of history in general. The essay deals with mis topic in order to show the way in which said events have conditioned philosophical proposals regarding the concept of history in the work of Agustín de Hipona, Bartolomé de Las Casas, and Immanuel Kant. Furthermore, it suggests that the explanation of different concepts of history implies going over the study of the respective world concepts on which they are grounded.

key words: philosophy of history, agustín, las casas, kant, city of god, historie apologetics, ideas for a universal history.

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carl henrik langebaek historia y arqueología, encuentros y desencuentros

Este trabajo examina la relación entre la arqueología y la historia, entendidas como disciplinas. Describe el proceso mediante el cual ambas disciplinas se distanciaron y encontraron nichos de acción separados en el contexto americano y colombiano en particular. Analiza las relaciones entre las dos disciplinas a futuro, proponiendo escenarios de acción y la necesaria relación que se vislumbra a futuro entre dos disciplinas que, tradicionalmente, se han dado la espalda.

palabras claves: arqueología, historia, etnohistoria, arqueología histórica, sociedades prehispánicas.

history and archaeology, encounters and disencounters

This arricie examines the relation between archaeology and history, understood as disciplines. It explores the process by means of which these disciplines have become distanced and found sepárate niches of action in the American context and in the Colombian context in particular. It analyzes the future relations between the two disciplines, proposing action scenarios and the necessary relation foreseen for the future between these two disciplines which have traditionally turned their backs on each other.

key words: archaeology, history, ethnohistory, historical archaeology, prehispanic societies.

claudia montilla v. el historiador y la novela: de la complicidad mimética a la mediación textual

El artículo sugiere la necesidad de cambiar el enfoque tradicional del historiador hacia la literatura, según el cual ésta es una proveedora de «conocimiento e información útil». Este enfoque se centra en la concepción de la obra literaria—la novela en particular— como fiel representación de la realidad. Sin embargo, desde mediados del siglo XIX empieza a percibirse una crítica a esta capacidad mimética de la novela. A través de un recorrido por los puntos de vista de varios autores—ya clásicos—del siglo XIX, el artículo presenta las fisuras que paulatinamente revelan cuestionamientos a la capacidad mimética de la novela. El artículo presenta desarrollos posteriores en la teoría literaria que acompañaron el rompimiento con el realismo, propio de la narrativa modernista, para mostrar que a partir de la vanguardia la novela exige un lector diferente, capaz de percibir e interrogar aquellos procesos y problemas textuales aún no resueltos que la novela pone en evidencia y que exigen al historiador una apertura hacia nuevas formas de lectura.

palabras claves: novela, realismo, representación, vanguardia, modernismo, formalismo, lectura.

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the historian and the novel: from mimetic complicity to textual mediation

The article suggests the need for a shift in the historian's traditional outlook on literature, according to which the latter is a provider of «useful knowledge and information.» This point of view is based on the conception of the literary work—the novel, in particular— as a faithful representación of reality. Nevertheless, a critique of this mimetic ability of the novel is perceived as early as the mid-nineteenth century. The article explores how several canonical nineteenth-century authors began to question the mimetic capacity of the novel. It also discusses later developments in literary theory concomitant with Modernism's break with realism. Beginning with the Avant-garde, the novel demanded a different kind of reader, one able to perceive and interrógate those unresolved textual processes and problems that the novel itself evidences and therefore demand from the historian an opening to new forms of reading.

key words: novel, realism, representation, avant-garde, modernism, formalism, reading.

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diana márcela rojas la historia y las relaciones internacionales: de la historia inter-nacional a la historia global

En la exploración de los nexos entre las relaciones internacionales y la historia encontramos un vínculo que contribuye a la redefinición misma de la disciplina. En efecto, las relaciones internacionales en tanto discurso racional sobre un aspecto de lo social se constituye en sí misma en un objeto histórico. El objetivo del artículo consiste en ubicar las RI en su periplo histórico con el fin de identificar la conformación de tres modelos distintos de sistema internacional a lo largo de los tres últimos siglos. Este recorrido nos conduce de una historia entre naciones a una historia mundial y, finalmente, a una historia global cuya caracterización nos permite trazar algunas coordenadas en el escenario internacional de principios del siglo XXI y mostrar los elementos que hacen que en este contexto global lo internacional pierda su especificidad y nos plantee el desafío de reformular nuestra comprensión del mundo de hoy.

palabras claves: teoría de las relaciones internacionales, historia global, sistema, internacional, globali^ación, guerra.

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history and international relations: from inter-national history to global history

In exploring the connections between international relations and history, we find a link that contributes to the redefinition of the discipline itself. In fact, international relations as a rational discourse on one aspect of the social sphere constitutes a historical object in itself. The aim of the article is to sitúate IR on its historical voyage in order to identify the development of three different international-system models throughout the course of the past three centuries. This overview leads us from a history between nations to a world history and, finally, to a global history, the nature of which allows us to outline certain coordinates in the international scenario at the dawn of the 21st century and indicate the elements that make the international idea lose its specificity and confronts us with the challenge of reformulating our own understanding of today's world.

key words: theory of international relations, global history, international system, globalization, war.

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marta herrera ángel historia y geografía, tiempo y espacio

Este artículo analiza la manera como la geografía y la historia se han relacionado en la práctica. Para el efecto, se utilizará como materia prima la experiencia vivida por la autora «en terreno», en diferentes escenarios académicos, y de la cual no sólo fue observadora, sino también participante. La situación presenta sus ventajas y también sus desventajas. Se trata de una experiencia de primera mano pero, a un tiempo, no se programó como una actividad investigativa. Simplemente se vivió. La información, entonces, no se recolectó en forma sistemática, ni en función a un tema y un problema de investigación relativamente definidos. El ejercicio que se hace es casi que el opuesto: se intenta recapitular sobre la experiencia vivida con el fin de sistematizarla, al menos en parte, y utilizarla para discutir un tema y un problema específico.

palabras claves: geografía, historia, colonia, poblamiento history

history and geography, time and space

This article analyzes the way in which geography and history have been related in practice. The article uses the author's field experience, in which she was not only an observer but a participant as well, of its raw material in different academic scenarios. Said situation presents both advantages and disadvantages. It is a question of first-hand experience but one that has not been programmed as a research activity; it was instead simply a life

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experience. Therefore, the information was not collected systematically, ñor in relation to a relatively defined topic or specific research problem. The exercise involved almost the opposite type: it attempts to recapitulate data about a concrete life experience in order to systematize it, at least partially, and to use it to discuss a specific topic and problem.

key words: geography, history, colony, settlement

francisco ortega historia y éticas: apuntes para una hermenéutica de la alteridad

Este ensayo parte del supuesto que toda ciencia interpretativa resulta de una operación social y, por lo tanto, responde a determinaciones de lugar y de procedimiento. En consecuencia , es imposible separar los resultados de esa operación intelectual de la dimensión social que la hace posible. A partir de esta breve reflexión, me interesa llamar la atención sobre los a menudo olvidados lazos que existen entre el saber y el poder a través de un diálogo entre representantes de tres tradiciones que, abierta o veladamente, comentan y toman posiciones éticas sobre el ejercicio interpretativo: la hermenéutica contemporánea, la filosofía de la liberación en América Latina y la teoría poscolonial. El objetivo último del ensayo corresponde a la urgente necesidad de continuar los esfuerzos dirigidos a pensar una historia situacional, crítica y conscientemente participativa.

palabras claves: hermenéutica, filosofía de la liberación, teoría poscolonial, ética, alteridad, historiografía cultural.

history and ethics: clues for an hermeuntics of alterity

This essay is based on the assumption that all interpretative science results from a social operation and thus responds to determinations of place and origin. Consequently, it is impossible to sepárate the results of this intellectual operation from the social dimensión that makes it possible. On the basis of this brief reflection, I wish to cali attention to the frequently forgotten links that exist between knowledge and power through a dialogue among representatives of the three traditions which, openly or otherwise, comment upon and take ethical positions regarding the practice of interpretation: contemporary hermeneutics, the philosophy of liberation in Latin America, and postcolonial theory. The ultímate objective of this essay corresponds to the urgent need to continué efforts to think in terms of a situational, critical, and consciously participatory type of history

key words: hermeneutics, philosophy of liberation, postcolonial theory, ethics, alterity, cultural historiography.

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gilberto loaiza cano el recurso biográfico

La biografía ha sido un género de escritura aceptado con renuencia por la historiografía del siglo XX; es un género híbrido que oscila entre las ciencias sociales y la literatura. En Colombia, poco se ha reflexionado sobre nuestra tradición biográfica, por esa razón este ensayo expone algunos de los problemas esenciales que plantea la biografía, entre ellos el del papel del individuo en la historia. Al final, el autor considera que la «biografía histórica» es la posible solución a la relación del individuo con el contexto normativo que lo determina y a la relación entre las exigencias estilísticas del relato biográfico y los rigores de la investigación en ciencias sociales.

palabras claves: biografía, biografía histórica, individuo, acontecimiento, estructura, estructuralismo, determinismo.

the biographical resource

Biography is a genre of writing that has been accepted with reluctance by 20th century historiographers; it is a hybrid genre that oscillates between the social sciences and literature. In Colombia, there has been little reflection upon our biographical tradition, for which reason this essay presents some of the essential problems posed by biography: among them, the Jndividual's role in history. Finally, the author considers historical biography to be a possible solution to the individual's relation to the normative context that determines it and to the relationship between the stylistic demands of biographical narrative and the requirements of research in the social sciences.

key words: biography, historical biography, individual, event, structure, structuralism, determinism.

jean boutier fernand braudel, historiador del acontecimiento

Braudel y sus reflexiones sobre las diferentes temporalidades, Braudel y sus fuertes críticas al acontecimiento. El artículo rastrea el surgimiento del acontecimiento en la reflexión braudeliana y analiza los problemas epistemológicos que éste plantea para el historiador. Pero esas críticas no llevan a Braudel a eliminar los acontecimientos —aunque estuvo tentado de hacerlo en varias ocasiones-, sino a construirlos y organizarlos de manera diferente.

palabras claves: braudel, acontecimiento, anuales, ciencias sociales, temporalidades, larga duración.

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fernand braudel, historian of events

Braudel and his reflections on different temporalities: Braudel and his strong criticism of events. The article traces the rise of events in Braudelian reflection and analyzes the epistemological problems that said position poses for historians. Nonetheless, the different criticisms did not lead Braudel to elimínate events — although he was tempted to do so on various occasions-, but rather to construct them and to organize them in a different way.

key words: braudel, event, annals, social sciences, temporalities, long duration.

david bushnell simón bolívar en la literatura histórica norteamericana

Aun cuando la independencia sudamericana no es actualmente un tema que llama mucho la atención de los historiadores norteamericanos, los que se especializan en América Latina han tratado forzosamente la vida y obra de Simón Bolívar. El es de lejos la figura latinoamericana más mencionada en los textos de enseñanza universitaria, y la imagen que de él se presenta es generalmente positiva. Sin embargo, son escasos los aportes originales hechos por investigadores de Estados Unidos a la historiografía bolivariana. Las biografías del Libertador por autores norteamericanos han sido casi todas obras de divulgación o hasta para lectores juveniles. Otros escritos sobre el período, inclusive biografías de sus rivales y colaboradores, han compensado sólo en alguna pequeña parte esta deficiencia.

palabras claves: independencia sudamericana, simón bolívar, historiografía bolivariana, enseñanza universitaria.

simón bolívar in american historical literature

Although historians in the United States have not in recent years paid much attention to the independence of South America, those specializing in Latin America history have inevitably written on the life and works of Simón Bolívar. However, their original research contributions to Bolivarian historiography have been few. The biographies of Bolívar by United States authors have been mainly popularizations or even works for juvenile readers. Other writings on the period, including studies of his rivals and collaborators, have only in small measure made up for the lack.

key words: south american independence, simón bolívar, bolivarian historiography, university teaching.

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laura osorio los pueblos de indios vinculados con las políticas de separación residencial en el nuevo reino de granada

Uno de los puntos de partida de la política social de la Corona española en América y específicamente en el Nuevo Reino de Granada fue el dualismo o división entre la comunidad o república de los españoles y la República de Indios. La denominación de lo «humano» pasaba por el «vivir congregado» a «son de campana» o «en policía» en «república». Lo que se concretaba en dos dimensiones interrelacionadas: por un lado, en el diseño de una determinada configuración espacial urbana jerarquizada. Por otro lado, en la promoción de un tipo de sujeto que respondía a estas condiciones de «convivencia», y la condena de los que no se inscribían en esta forma «ordenada» de vivir. De este modo, las políticas de reducción en los pueblos de indios, en principio diferenciados de la ciudad que era concebida como el espacio de la «civilización» los «blancos» y «otras gentes», se reforzaban de forma lógica con mecanismos como las políticas de separación residencial. Sin embargo, esta visión ideal de orden socio-espacial se enfrentaría en la práctica, por una parte, a la necesidad de los españoles de la cercanía de los indígenas por diversos motivos, especialmente de orden económico y, por otra parte, a las «perturbaciones» generadas por las dinámicas del mestizaje.

palabras claves: colonia, pueblos de indios, políticas de separación residencial, sujeto, espacio, república, ciudad, mestizaje, civilización, forasteros, vagabundos, ociosos.

indian villages linked to segregation policies in the kingdom of nueva granada

One of the basic points of the social policy of the Spanish Crown in America and specifically in the Kingdom of Nueva Granada was the dualism or división between the community or Republic of the Spaniards and the Republic of the Indians. The term «human» changed from meaning «living collectively» to «toll of the bell» or «in pólice» in «republic». This was made concrete in two inter-related dimensions: on the one hand, in the design of a certain type of stratified urban spatial configuration and, on the other hand, in the promotion of a type of subject who would respond to said conditions of «coexistence», and the condemnation of those who did not enroll in the «well-ordered» way of life. Thus, the policies aimed at reducing the indian population, originally differentiated from the urban population, which was considered to be the space of «civilization», «whites», and «other people», were logically reinforced through mechanisms such as residential segregation policies. Nevertheless, this ideal visión of socio-spatial order would confront in practice, on the one hand, the Spaniards' need to have the indians cióse at hand for various reasons, especially of an economic nature and, on the

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other hand, the danger of disturbances resulting from crossbreeding between the white and indian races.

key words: colony, indian villages, residential segregration policies, subject, space, republic, city, crossbreeding between the white and Indian races, civilz^ation, outsiders, vagabonds, idlers.

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reseñas JÁUREGUI, Sandra, ORTIZ, Luis Carlos, VEGA, Renán, El Panamá colombiano en la repartición imperialista (1848-1903). Reconstrucción histórica a partir de las fuentes diplomáticas de Francia, Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico, Alejandría Libros, 2003, 304 pp. eduardo sáenz rovner • En este libro, Renán Vega, Sandra Jáuregui y Luis Carlos Ortiz analizan medio siglo de historia pamameña utilizando la correspondencia del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. A propósito, los tres autores tienen una reconocida experiencia en el trabajo en fuentes primarias francesas. El estudio de los archivos diplomáticos franceses confirma que la República de Panamá fue básicamente una creación del imperialismo norteamericano. Los eventos que precipitaron la separación de Panamá de Colombia en 1903 se dieron como resultado de las acciones conjuntas del gobierno norteamericano y especuladores franceses y estadounidenses. El papel de los líderes panameños aparecería entonces como simplemente accesorio. Esta línea de argumentación coincide con los resultados del libro reciente El país creado por Wall Street, escrito por el autor panameño Ovidio Díaz Espino, quien basó su trabajo en fuentes de los Estados Unidos. El trabajo de Vega, Jáuregui y Ortiz tiene el mérito de ubicar la historia de Panamá en un contexto internacional, básicamente el contexto de la vigorosa expansión del capitalismo norteamericano desde la segunda mitad del siglo XIX. Panamá fue transformado por su creciente incorporación al capitalismo internacional durante esas décadas. Los cambios fueron económicos, culturales y demográficos. De hecho, como cruce de caminos internacional, gracias al Ferrocarril de Panamá y a su posición geográfica, la región tuvo los mayores movimientos migratorios internacionales; es más, los únicos significativos, en la Colombia de la época. Influidos por la historiografía de la Escuela de los Annales, los autores señalan cómo las transformaciones económicas cambiaron “la temporalidad agraria, preindustrial y precapitalista” en Panamá. El ferrocarril, por encima de todo, cambió la economía y la cultura de esa región. Panamá no sólo se norteamericanizó, sino que atrajo inmigrantes europeos, afrocaribeños y chinos, y sirvió de punto de tránsito para chilenos, peruanos y ecuatorianos camino a California. Panamá aparece en la segunda mitad del siglo XIX como un territorio de frontera, pero en muy buena parte frontera de los Estados Unidos, en el que la soberanía colombiana era permanentemente cuestionada. Leyendo el libro, de cierta forma nos podemos remontar a la Texas mexicana, frontera suroccidental de los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XIX, donde la migración norteamericana llevó a su eventual separación de México en la década de 1830.

• Ph.D. Profesor Titular. Universidad Nacional de Colombia. 233

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El libro muestra a un buen número de residentes y visitantes norteamericanos en Panamá como aventureros y ambiciosos. Nos ilustra este trabajo sobre las intensas tensiones raciales entre los estadounidenses blancos y los panameños y caribeños negros (sin ignorar, por supuesto, el racismo de los panameños blancos). Estas tensiones reventaron en los tumultos de la así llamada Guerra de la Sandía en 1856, después del asesinato de un panameño de color por parte de un norteamericano. El libro nos informa también sobre el desprecio de los norteamericanos hacia las mismas autoridades colombianas. Esto hacía parte de una percepción generalizada sobre las repúblicas latinoamericanas como niños de color, pobres, incultos y mal criados y que necesitaban de la tutela y la orientación del Tío Sam. Un estudio clásico de estas actitudes aparece en el sugestivo libro de John J. Johnson, Latin America in Caricature, trabajo pleno de ilustraciones de la época; una de estas ilustraciones, a propósito, se reproduce en la obra que reseñamos. Los autores analizan también las repercusiones de las guerras civiles colombianas en territorio panameño. Muestran cómo los negros de la provincia tomaban partido por los liberales, e incluso lideraban las fuerzas rebeldes. Esto confirma la argumentación de Helen Delpar en su libro sobre historia política de Colombia durante el siglo XIX. Antes de la separación de Panamá hubo repetidos desembarcos de tropas norteamericanas, invocando el Tratado Mallarino-Bidlack de 1846 y la defensa del la ley y el orden para el normal funcionamiento de las comunicaciones y los negocios en el itsmo. Los autores resaltan cómo varios de estos desembarcos fueron solicitados por las mismas autoridades locales. Regresando al campo de las transformaciones económicas, subrayaríamos que no debemos olvidar que la expansión capitalista en Panamá, además de las contradicciones señaladas, trajo también progreso material y desarrollo económico al itsmo. (A propósito sería interesante que se estudiase la influencia del Ferrocarril de Panamá sobre el desarrollo interno, tal y como se ha hecho por parte de especialistas de la Nueva Historia Económica cuantitativa para otras regiones de América Latina.) Me gustaría subrayar también que los contrastes entre la cultura y los intereses norteamericanos y locales en Panamá, podrían tener una lectura similar a la que hace Jonathan Brown en su trabajo sobre la expansión norteamericana y británica en el sector petrolero en México desde finales del siglo XIX, expansión en la que chocaron los valores de un ethos liberal, libertario y burgués, con intereses y resistencias precapitalistas y hasta corporatistas.

Hubiera sido interesante que el libro, a la luz de la evidencia empírica que exploran sus autores, hubiese entrado en diálogo con las discusiones historiográficas sobre la expansión del capitalismo norteamericano y el imperialismo que encontramos en los trabajos clásicos de Walter La Feber y William Appleman Williams, lo mismo que en el debate relativamente reciente planteado por Charles Bergquist sobre las bases sociales del imperialismo norteamericano. En la introducción del libro, y al comparar los archivos norteamericanos y la documentación diplomática francesa, los autores señalan: “Una diferencia fundamental…. estribaba en que como Panamá no constituía una esfera geopolítica de Francia, [los franceses] podían hablar de una manera más franca y directa sobre las acciones de los Estados Unidos, lo que proporciona una significativa masa documental para estudiar y comprender críticamente la presencia estadounidense en Panamá”. Anotaríamos, sin embargo, que las fuentes diplomáticas norteamericanas tienen la suficiente objetividad y son centrales para entender la historia política y económica de sus vecinos y áreas de influencia, así como el Archivo de Indias es clave para estudiar la historia de la colonia en Hispanoamérica.

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Por último, el libro sugiere interesantes paralelos y continuidades entre su periodo de estudio y el imperialismo económico y militar norteamericano contemporáneo. Los autores tienen el valor de llamar las cosas por su nombre y se distancian, afortunadamente, de esa historia pretendidamente aséptica, pero en el fondo conformista y cortesana, y que lleva años desgastando su autocalificación como “nueva” historia de Colombia. Y por supuesto, recomendamos la lectura de esta obra de Vega, Jáuregui y Ortiz, tanto por su aporte historiográfico que nos ayuda a entender el por qué de las intrigas y manipulaciones alrededor del proyecto del Canal desembocando en la separación de Panamá de Colombia hace exactamente un siglo, así como por su seriedad profesional, su utilización de fuentes inéditas, y su prosa ágil y amable para con el lector.

* * * SERULNIKOV, Sergio, Subverting Colonial Authority. Challenges to Spanish Rule in Eighteenth-Century Southern Andes, Duke University Press, 2003, 287 pp. marcela echeverri ♣ El libro Subverting Colonial Authority es un ejemplar trabajo que ilustra la posibilidad de revisar conjuntamente episodios y períodos históricos narrados tradicionalmente desde la historia imperial, por una parte, y como fenómenos de movilización popular, por la otra. Su objeto es la politización campesina en la zona de Chayanta (actual Bolivia), que precedió a la gran insurrección de 1781, resaltando cómo, a nivel jurídico, las reformas borbónicas estuvieron profundamente relacionadas con la misma. El gran logro y aporte histórico del libro es que demuestra de qué manera diferentes definiciones de lo colonial tuvieron consecuencias en la práctica. Al ser apropiadas de distintas formas por los grupos sociales que permanecían en la tensión de la relación colonial durante los siglos diecisiete y dieciocho –oficiales imperiales, elites rurales e indígenas campesinos- las nociones sobre justicia y legitimidad del gobierno colonial competían, y en el caso de este estudio vemos cómo resultaron en crisis. Serulnikov demuestra que los grupos campesinos de Chayanta se habían incorporado al sistema colonial desde su base, utilizando principios de legitimidad comunal para determinar la capacidad del gobierno monárquico de ejercer justicia. Es decir, como parte de su existencia dentro del imperio, la estructura política de las comunidades determinó durante largo tiempo la forma en que se ejercía el gobierno. Si bien durante los años previos a las reformas borbónicas el sistema de gobierno indirecto funcionó, asegurando la legitimidad del régimen y el control más eficiente de las comunidades por parte del estado, esto cambió durante el siglo dieciocho. Serulnikov demuestra que los cambios fueron la expresión de dos procesos simultáneos: un cambio institucional promovido desde arriba, en el nivel de la ley y la autoridad (el absolutismo Borbón) y otro que tuvo lugar desde abajo: la erosión simbólica y material de la estructura de

♣ Antropóloga de la Universidad de los Andes con título de MA en Teoría social y política del New Scholl for Social Research. Actualmente, está haciendo su doctorado sobre historia de América Latina y del Caribe en la Universidad de Nueva York.

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las comunidades andinas, que conllevo al creciente número de protestas sociales y, finalmente, a la rebelión. En esta línea de análisis, el trabajo de Serulnikov se une al publicado por Sinclair Thomson sólo un año antes. Ambos aplican de manera innovadora un lente político al estudio histórico de las comunidades indígenas de Bolivia en el periodo colonial1. Estos trabajos revisan las secciones menos estudiadas de la gran insurrección –Thomson La Paz y Serulnikov Chayanta- de la que se conoce mas comúnmente la que fue liderada por Túpac Amaru en la región del Cuzco. Al comparar las distintas fases y áreas del movimiento, Serulnikov afirma que tienen en común haber surgido en el largo plazo, en un proceso de empoderamiento cultural y político de las comunidades andinas. Esto se dio por la estructura y forma que tenía el dominio imperial en la región: la elite española y criolla reconoció aspectos de la autoridad cultural de la elite Inca. Esta alianza estaba en la base del imperio español y, según Serulnikov, fue fundamental para que, en la práctica, la esencial dominación étnica que tuvo origen en la conquista del territorio fuera diluida. En otras palabras, hubo una progresiva subversión de las marcas de subalternidad indígena que estaban basadas en premisas étnicas. La importancia de diferenciar y comparar las etapas y regiones de la insurrección es enorme, como lo demuestra este trabajo. En particular, las diferencias políticas regionales conciernen al origen, desarrollo, metas y consecuencias finales de la insurrección. Por ejemplo, el proyecto de la Paz estuvo caracterizado por un movimiento de base que tenía connotaciones raciales radicales y, a diferencia del Cuzco, no tenía ningún interés por generar alianzas interraciales a nivel local para consolidar el proyecto anticolonial. En Chayanta, el proceso estuvo marcado por la manera en que los indígenas se habían apropiado de las estructuras del gobierno colonial. Por esto, Serulnikov considera que la particularidad de tal insurrección debe apreciarse sobretodo a nivel del reto que significó para las estructuras coloniales de conocimiento basadas en nociones sobre la subalternidad indígena, como base de la legitimidad del gobierno colonial. En las dos últimas décadas, ha proliferado la historiografía sobre las estrategias adaptativas y de resistencia de los campesinos indígenas en los Andes del sur en el contexto colonial. Constituyendo una corriente de historia social latinoamericana y en cercana relación con la investigación antropológica en la zona, esta historiografía ha demostrado la permanencia de rasgos étnicos distintivos durante el periodo colonial hasta el presente. El trabajo de Serulnikov utiliza de manera estratégica evidencias sobre la economía y ecología andinas, así como la particular trascendencia de definiciones étnicas de la identidad a pesar del proyecto toledano en la región. En sus doce años de gobierno en la zona, el Virrey Toledo (1569-1581) emprendió una reacomodación de la población indígena en pueblos, estructuras hispánicas fundamentales. La historia social ha dado lugar a una visión dinámica de la historia de los grupos rurales en Bolivia, abriendo espacio para preguntas diferentes sobre lo que en otro marco analítico, estructuralista y dependentista, hubiese sido imposible de pensar2. Es decir que, mientras los estructuralistas trazaron la expansión directa y lineal de las economías mercantiles y pintaron un panorama de extinción de las economías étnicas, los trabajos de historia social permiten ver que en el norte de Potosí “la sociedad nativa sí pasó por un profundo proceso de fragmentación desde la conquista española, pero también fue capaz de conservar las bases fundamentales de su organización social participando exitosamente en los mercados de trabajo y de productos,

1 THOMSON, Sinclair, We Alone Will Rule. Native Andean Politics in the Age of Insurrection, University of Wisconsin Press, 2002. 2 Revisiones a la percepción de las estructuras coloniales como totalitarias y de la perspectiva estructuralista pueden econtrarse en LARSON, Brooke, HARRIS, Olivia, TANDETER, Enrique (eds.), Ethnicity, Markets, and Migration in the Andes: At the crossroads of history and anthropology, Duke, 1995. 236

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alquilando las tierras comunales y los molinos, e involucrándose en otras estrategias de reproducción social y económica” (p. 11). En este contexto, el trabajo de Serulnikov interpela estos debates de historia colonial tardía y de antropología cultural en el mundo andino en tres niveles. Primero, se distancia de la tradición historiográfica que se enfoca en las insurrecciones para estudiar los significados y los contextos políticos de la violencia colectiva3. El análisis no privilegia la fuerza como el único mecanismo popular para interpelar al sistema colonial. En este sentido, a pesar de que el eje histórico central de este trabajo es la insurrección de 1781, Serulnikov busca estudiar positivamente las raíces de la insurgencia indígena en las rutinas políticas y jurídicas de las comunidades indígenas durante el siglo dieciocho. Así, en el libro vemos una narración que demuestra que en Chayanta la rebelión de 1781 viene impulsada sobretodo por las experiencias exitosas previas de los movimientos de protesta indígena. Esto también implica que las nociones de legitimidad política de los campesinos estaban atadas profundamente a las realidades del gobierno colonial, y los horizontes ideológicos de las comunidades indígenas se expandieron mas allá del nivel de la comunidad, involucrándose activamente con el sistema jurídico colonial. En segundo lugar, el trabajo integra tres niveles de análisis que, como señalé antes, han sido generalmente reconstruidos de manera independiente: la relación entre el imperio, el gobierno colonial y la sociedad rural. Específicamente, Subverting Colonial Authority define y observa la interacción entre los distintos niveles como el proceso de construcción del estado colonial. Aquí se encuentra tal vez la particularidad más interesante de la perspectiva de Serulnikov, que integra el concepto de hegemonía que ha sido central al estudio de América Latina en el siglo diecinueve y veinte (es decir en el período nacional o poscolonial), al estudio de la sociedad colonial. El autor dice que la hegemonía del Estado debe ser examinada desde dos perspectivas complementarias: como un proceso y no como una estructura estable de dominación, y como proyectos inherentemente ambivalentes, más que como modelos ideológicos cohesivos. Serulnikov demuestra la importancia de integrar a los sectores populares en el estudio del Estado y, a la vez, resalta el carácter histórico de las luchas políticas que tienen lugar en la constitución de sistemas políticos imperiales, en los distintos niveles ya mencionados. Por ello, en este libro vemos cómo la transformación política de la era de los Borbones, la intensificación de la lucha al interior de las elites entre las agencias del gobierno imperial, regional y local, así como la lucha entre el gobierno y la Iglesia católica, sumado al incremento de las protestas campesinas, conjuntamente transformaron la percepción y el alcance de las instituciones españolas en los Andes. Serulnikov demuestra que lo que estaba en juego en este proceso eran los fundamentos de la legitimidad colonial. En este sentido, este trabajo incursiona en dos aspectos cruciales de las nociones sobre lo político, la autoridad y la ley, estudiando su relación desde el punto de vista de la práctica, a partir de sus significados en el contexto colonial4. En cuanto a lo primero, es interesante ver que la autoridad, como fenómeno local, solamente puede ser entendida en los Andes teniendo en cuenta el papel de los jefes étnicos en las zonas rurales. El siglo dieciocho coincide con el debilitamiento de la institución hereditaria de los cacicazgos, siendo que los grupos indígenas dejaron de considerar los derechos hereditarios como un requisito suficiente para el gobierno de las comunidades. Esto es el origen de la crisis de la autoridad a nivel de los ayllus andinos, y es

3 Una importante referencia en los estudios de rebelión e insurrección andina es STERN, Steve (ed), Resistance, Rebellion and Consciousness in the Andean Peasant World, University of Wisconsin Press, 1987. 4 Es importante tener en cuenta el plural de los significados. Como lo muestra el título del cuarto capítulo del libro, “Imágenes del colonialismo en disputa”, un eje de esta discusión es explicar el progresivo enfrentamiento entre las nociones hispanas del colonialismo y las nociones indígenas del mismo. 237

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lo que Serulnikov estudia paralelamente a los cambios en la estructura de gobierno imperial5. En cuanto a la ley, este trabajo también propone una definición social de la misma, donde “el proceso de la aplicación de la ley era menos un problema de coerción estatal que un balance local de fuerzas” (p. 35). Y en la medida en que la evidencia demuestra que durante el siglo dieciocho los grupos indígenas se apropiaron cada vez más de los mecanismos jurídicos o, en otras palabras, que la actividad jurídica indígena aumentó, Serulnikov muestra que los mecanismos de sujeción política del sistema colonial estaban erosionándose. En este aspecto, también el uso del concepto de hegemonía merece ser resaltado. Serulnikov sigue el trabajo pionero de Steve Stern sobre la acomodación de los grupos indígenas en el sistema colonial, demostrando que el sistema jurídico es un mecanismo central de dominación colonial en los Andes, pero que a la vez se constituye en una estrategia de protección para la clase oprimida. Stern estudia Huamanga (Perú) a mediados del siglo XVII, señalando que el sistema de justicia español tiene una profunda relación con la dominación hegemónica colonial sobre los grupos indígenas. Debido a que los indígenas utilizan las instituciones jurídicas individualmente, Stern dice que “se debilita la posibilidad de organizar un movimiento mas amplio, mas unificado e independiente, de parte de los campesinos”6. Serulnikov, estudiando otra región, lleva esta problemática un siglo y medio más adelante y demuestra que los discursos coloniales no fueron del todo estáticos o totalizantes, y que la adaptación e incorporación de los grupos campesinos a las estructuras y los valores políticos hispánicos les permitió subvertir la autoridad colonial en defensa de sus intereses. El uso de esta terminología en Subverting Colonial Authority, y del marco analítico que supone, hace que este trabajo vuelva a abrir el debate sobre las posibilidades de utilizar en el contexto colonial este tipo de conceptos que, me parece a mi, están imbricados con una noción liberal de la política. Estudios sobre la transición del gobierno colonial al gobierno nacional en México y Perú, por ejemplo, han utilizado la noción de formación del Estado como herramienta para unificar lo que tradicionalmente se ha llamado “el Estado” con “la sociedad”, y estudiar su relación como un proceso histórico7. ¿Cuáles pueden ser las diferencias estructurales entre el mundo colonial y el nacional en términos de la construcción del Estado? Me parece que al inspirar esta pregunta, el libro de Serulnikov nos dirige hacia un aspecto de la historia latinoamericana que poco se ha problematizado: los actores y las estructuras políticas locales que estuvieron en la base del sistema colonial (que obviamente son variables, según la zona), el proceso de negociación del gobierno y la autoridad durante la colonia y, por supuesto, las transformaciones que las guerras de independencia y el establecimiento de la república representan en los mismos niveles, como cambios en la relación de los distintos actores. El tercer nivel de análisis historiográfico y antropológico en el que se ubica esta investigación se refiere a la emergencia de la conciencia y solidaridad étnicas, en el contexto de una creciente crisis de hegemonía cultural. Serulnikov invierte la manera en que tradicionalmente se ha descrito el rol de la “utopía Andina” en la insurrección, que se asocia con la propagación de nociones milenarias inspiradas en el tema del retorno del rey Inca. Se trata más bien, según este enfoque sobre los fundamentos políticos de la insurgencia indígena, del resultado y no del origen de la crisis de la autoridad colonial en la región. En la medida en que los campesinos indígenas de la zona del norte de Potosí pudieron superar las tendencias hacia la fragmentación

5 Ayllus son las unidades del nivel más básico de organización étnica, en torno a la posesión de tierras comunales. 6 STERN, Steve, Peru’s Indian Peoples and the Challenge of the Spanish Conquest, University of Wisconsin Press, 1982, p. 135. 7 Trabajos relevantes en este tema son JOSEPH, Gilbert, NUGENT, Daniel, Everyday Forms of State Formation, Duke, 1994; Florencia Mallon Peasant and Nation, University of California Press, 1995; THURNER, Mark, From Two Republics to One Divided, Duke, 1997. 238

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étnica (implícitas en el sistema colonial), se constituyeron en actores políticos al utilizar no solamente la fuerza sino también la ley de manera exitosa. Así fue que se ubicaron en una posición que les permitió exigir derechos como indígenas y obligar al gobierno colonial a cumplir con las expectativas corporativas de las comunidades. Desde una posición contra-hegemónica, y en concierto con las otras áreas que se levantaron en 1781, en Chayanta el tema incaico se integró a los motores de la insurrección en su fase tardía y no antes. En este tercer aspecto, el libro es un aporte historiográfico que propone una revisión de presupuestos fundamentales del orden político nacional en los países de América Latina. En Colombia hoy, por ejemplo, donde el tema indígena se ha incorporado a la política nacional, estamos obligados a hacernos preguntas sobre la manera en que narramos el proceso que conllevó a la legitimación de las etnicidades. ¿Por qué le damos tan poca profundidad a la historia política de los grupos indígenas en Colombia? Las etnografías que recientemente han documentado el activismo indígena en el sur del país durante el siglo veinte nos han iluminado sobre una etapa de este proyecto, pero necesitamos saber con mayor claridad cuál ha sido esta historia política en los siglos anteriores8. Por una parte, ello va de la mano con el contexto político actual que reconoce y promueve la existencia de identidades étnicas al interior de la nacionalidad. Pero, de otro lado, el reto que se plantea historiográficamente no es tan lineal o sencillo. No se trata solamente de rastrear etnicidades o de demostrar la permanencia de las mismas desde el periodo prehispánico; todos sabemos que ello constituye un proceso de invención del pasado que, aunque válido y, en algunas instancias necesario, no es crítico frente a las fuentes históricas. Tal como lo plantea Serulnikov, es posible denunciar las nociones coloniales (que en gran parte se encuentran a la base de la estructura política nacional) de sumisión étnica que justificaron la opresión política y económica de ciertos grupos, demostrando que funcionaron generando una imagen apolítica de las comunidades indígenas. En gran medida, el poder simbólico del Estado colonial consistía en demarcar a los campesinos de la racionalidad legal sobre la que se erigió el proyecto imperial/colonial. El proyecto crítico de hacer historia de esta manera documenta cómo ese presupuesto de la dominación étnica fue cuestionado constantemente, ya que estos mismos grupos apelaron siempre a la legalidad para hacer justicia. Reconocer esta postura, que no debe ser únicamente válida para la Bolivia tardocolonial, nos permite contrarrestar los puntos ciegos de un sistema político que está basado en la separación y el silenciamiento de lo que se considera como sus márgenes. Lo que el trabajo de Serulnikov nos invita a hacer es reconocer que tal separación entre márgenes y centro es retórica (con el poder que ello implica y su complicidad con la historia), y que detrás de tal retórica podemos encontrar explicación a otras posiciones, así como evidencia de usos y luchas más profundas de la política, y de la interdependencia que existe entre el supuesto centro y las márgenes.

8 Me refiero a los trabajos de RAPPAPORT, Joanne, The Politics of Memory, Cambridge University Press, 1990; y Cumbe Reborn, University of Chicago Press, 1994. El reciente trabajo de SANDERS, James, por otra parte, ha demostrado que la actividad política indígena en el Cauca es importante a comienzos de la república de la Nueva Granada; ver, de este autor, “Belonging to the Great Granadan Family. Partisan Struggle and the Construction of Indigenous Identity and Politics in Southwestern Colombia, 1849-1890”, en APPELBAUM, Nancy et. al., Race and Nation in Modern Latin America, University of North Carolina Press, 2003. 239

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