historia crítica no. 59

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://historiacritica.uniandes.edu.co/

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N° 59 · Enero - marzo 2016

Universidad de los Andes · Facultad de Ciencias SocialesDepartamento de Historia

Bogotá, Colombia

Traducción al inglés · Carol O’FlynnTraducción al portugués · Roanita DalpiazCorrección de estilo · Guillermo DíezEquipo Informático · Claudia Vega Diseño de Editorial y Diagramación · Víctor GómezImagen de portada y portadillas · Composiciones a partir de las imágenes publicadas en el libro: Mauricio Nieto Olarte, La obra cartográfica de Francisco José de Caldas. Bogotá: Ediciones Uniandes/Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales : ICAHN, 2006, que se encuentran en Archivo Histórico Restrepo, Bogotá (Colombia) y en el Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro del Ejército, Ministerio de Defensa, Madrid (España). Elaborada por Víctor Gómez.

Impresión · Panamericana formas e impresos S.A.

La revista tiene todos sus contenidos en acceso abierto a través de su página web. La versión impresa tiene un costo y puede adquirirse en:

Distribución · Siglo del Hombre Editores Cra 32 No 25-46 · Bogotá, Colombia · PBX (571) 337 77 00 · www.siglodelhombre.comSuscripciones | Librería Universidad de los Andes · Cra 1a No 19-27 Ed. AU 106 · Bogotá, ColombiaTels. (571) 339 49 49 ext. 2071 – 2099 · http://libreria.uniandes.edu.coCanjes | Facultad de Ciencias Sociales · Universidad de los Andes · Cra. 1a Este No. 18A – 10 Ed. Franco, piso 6, oficina 617 · Bogotá – Colombia · Tel [571] 3394949 Ext.: [email protected] · http://publicacionesfaciso.uniandes.edu.co

Páginas del número · 224pp.Formato · 19 x 24.5 cmTiraje · 300 ejemplaresPeriodicidad · TrimestralISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987eISSN 1900-6152 Precio · $ 30.000 (Colombia)

* Las ideas aquí expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores.* El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para uso personal o en el aula de clase,

siempre y cuando se mencione la fuente. Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero autorización del Comité Editorial de la revista.

Acerca de la revista

Historia Crítica es la revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Cumple con sus lectores desde su creación en 1989.

La revista Historia Crítica tiene como objetivo publicar artículos inéditos de autores nacionales y extranjeros, que presenten resultados de investigación histórica o balances historiográficos, así como reflexiones académicas relacionadas con los estudios históricos. La calidad de los artículos se asegura mediante un proceso de evaluación interno y externo, el cual es realizado por pares académicos nacio-nales e internacionales.

La revista cuenta con la siguiente estructura: un director, un editor, un gestor editorial, un comité editorial y un comité científico, que garantizan la calidad y pertinencia de los contenidos de la revista. Los miembros de los comités son evaluados anualmente en función de sus publicaciones en otras revis-tas nacionales e internacionales.

Historia Crítica contribuye al desarrollo de la disciplina histórica en un país que necesita fortalecer el estudio de la Historia y el de todas las Ciencias Sociales, para la mejor comprensión de su entorno social, político, económico y cultural. En este sentido, se ha afianzado como un punto de encuentro para la comunidad académica nacional e internacional, logrando el fortalecimiento de la investigación.

El público de la revista Historia Crítica está compuesto por estudiantes de pregrado y posgrado y por profesionales nacionales y extranjeros, como insumo para sus estudios y sus investigaciones en acadé-micas, así como por personas interesadas en los estudios históricos.

Palabras clave: historia, ciencias sociales, investigación, historiografía.Las secciones de la revista son las siguientes:La Carta a los lectores y Presentación del Dossier informa sobre el contenido del número y la per-

tinencia del tema que se está tratando.La sección de Artículos divulga resultados de investigación y balances historiográficos. Esta sección

se divide en tres partes:• El Dossier reúne artículos que giran alrededor de una temática específica, convocada previa-

mente por el Equipo Editorial.• En Tema abierto se incluyen artículos sobre variados intereses historiográficos, distintos a los

que reúne el dossier.• El Espacio estudiantil publica artículos escritos por estudiantes de pregrado, maestría y doc-

torado adscritos a diversas universidades. Si el tema del artículo corresponde con el del dossier, se ubica como último artículo del mismo; si no es el caso, se ubica al final del Tema abierto.

• Las Reseñas y los Ensayos bibliográficos ponen en perspectiva publicaciones historiográficas recientes.

• Los Notilibros ofrecen una breve descripción de publicaciones recientes de interés para el investigador.

Adicionalmente, la revista puede evaluar la pertinencia de incluir traducciones de artículos publicados en el extranjero en idiomas distintos a español, inglés o portugués, así como transcripciones de fuentes de archivo con introducción explicativa.

La revista somete todos los artículos que recibe a la herramienta de detección de plagio.

Todos los contenidos de la revista son de libre acceso y se pueden descargar en formato PDF, HTML y en versión e-book en nuestra página web: http://historiacritica.uniandes.edu.co

La revista hace parte de los siguientes catálogos, bases bibliográficas, índices y siste-mas de indexación:Publindex - Índice Nacional de Publicaciones Seriadas Científicas y Tecnológicas Colombianas,

(Colciencias, Colombia), desde 1998. Actualmente en categoría A1.Sociological Abstracts y Worldwide Political Science Abstracts (CSA-ProQuest, Estados Unidos), desde

2000.Ulrich’s Periodicals Directory (CSA-ProQuest, Estados Unidos), desde 2001.PRISMA - Publicaciones y Revistas Sociales y Humanísticas (CSA-ProQuest, Gran Bretaña), desde 2001.Historical Abstracts y America: History &Life (EBSCO Information Services, antes ABC-CLIO, Estados

Unidos), desde 2001.HAPI - Hispanic American Periodical Index (UCLA, Estados Unidos), desde 2002.OCENET (Editorial Oceano, España), desde 2003.LATINDEX - Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el

Caribe, España y Portugal (México), desde 2005.Fuente Académica, Current Abstracts, EP Smartlink Fulltext, TOC Premier, Academica Search Complete,

SocINDEX (EBSCO Information Services, Estados Unidos), desde 2005.RedALyC - Red de Revistas Científicas de América Latina y El Caribe, España y Portugal (UAEM,

México), desde 2007.DOAJ - Directory of Open Access Journal (Lund University Libraries, Suecia), desde 2007.Informe académico y Académica onefile (Estados Unidos), desde 2007.CLASE - Citas latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (UNAM, México), desde 2007.DIALNET - Difusión de Alertas en la Red (Universidad de La Rioja, España), desde 2007.CIBERA - Biblioteca Virtual Iberoamericana/España/Portugal (German Institute of Global and Area

Studies, Alemania), desde 2007.SciELO - Scientific Electronic Library Online (Colombia), desde 2007.CREDI - Centro de Recursos Documentales e Informáticos (Organización de Estados Iberoamericanos,

España), desde 2008.HLAS - Handbook of Latin American Studies (Library of Congress, Estados Unidos), desde 2008.LAPTOC - Latin American Periodicals Tables of Contents (University of Pittsburgh, Estados Unidos),

desde 2008.Social Sciences Citation Index - Arts and Humanities Citation Index (ISI-Thomson Reuters, Estados

Unidos), desde 2008.SCOPUS - Database of abstracts and citations for scholarly journal articles (Elsevier, Países Bajos),

desde 2008.LatAm -Estudios Latinamericanos (International Information Services, Estados Unidos), desde el

2009.SciELO Citation Index (Thomson Reuters–SciELO), desde 2013.

Portales Web:http://www.lablaa.org/listado_revistas.htm (Biblioteca Luis Angel Arango, Colombia), desde 2001.http://www.cervantesvirtual.com/portales/ (Quórum Portal de Revistas, Universidad de Alcalá,

España), desde 2007.http://sala.clacso.org.ar/biblioteca/Members/lenlaces (Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO,

Argentina), desde 2007.http://www.historiadoresonline.com (Historiadores OnLine - HOL, Argentina), desde 2007.

Tabla de contenidoCarta a los lectores · 9-10

Artículos dossier: Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera

Presentación del dossier “Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera” · 13-18Diana Bonnett Vélez, Universidad de los Andes, Colombia

La(s) frontera(s) exteriores e interiores de la Monarquía Hispánica: perspectivas historiográficas · 19-39Tomás A. Mantecón Movellán, Universidad de Cantabria, España, ySusana Truchuelo García, Universidad de Cantabria, España

Mestizaje y frontera en las tierras del Pacífico del Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVII · 41-60Juan David Montoya Guzmán, Universidad Nacional de Colombia

Representaciones de un territorio. La frontera mapuche en los proyectos ilustrados del Reino de Chile en la segunda mitad del siglo XVIII · 61-80Natalia Gándara, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

De antiguos territorios coloniales a nuevas fronteras republicanas: la Guerra de Castas y los límites del suroeste de México, 1821-1893 · 81-100Laura Caso Barrera, Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, México, yMario M. Aliphat Fernández, Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, México

La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930) · 101-121Sergio González Miranda, Universidad Arturo Prat, Chile

Espacio estudiantil

Representaciones del intelectual. El suplemento El Nuevo Tiempo Literario en Colombia y su relación con la cultura europea en la primera mitad del siglo XX · 125-142Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, Universidad de Antioquia, Colombia

Tema abierto

Ilustración y educación. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Nueva España (siglo XVIII) · 145-164Rafael Castañeda García, Universidad Nacional Autónoma de México

La organización sindical de los trabajadores gráficos de Mendoza durante la dictadura militar de la Revolución Argentina (1966-1973) · 165-183Marcela Emili, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

Reseñas

Cajas Sarria, Mario. La historia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia (1886-1991), 2 tomos. Bogotá: Universidad de los Andes/Universidad ICESI, 2015 · 187-189Leonardo García Jaramillo, Universidad EAFIT, Colombia

Santamaría-Delgado, Carolina. Vitrolas, rocolas y radioteatros. Hábitos de escucha de la música popular en Medellín, 1930-1950. Bogotá: Universidad Javeriana/Banco de la República, 2014 · 190-193Leidy Paola Bolaños Florido, Universidad de los Andes, Colombia

Notilibros · 191-193Políticas editoriales · 194-199

Table of ContentsLetter to readers · 9-10

Thematic Articles: A historical, theoretical and historiographical view of the border

Presentation of the Dossier “A historical, theoretical and historiographical view of the border” · 13-18Diana Bonnett Vélez, Universidad de los Andes, Colombia

The External and Internal Frontier(s) of the Spanish Monarchy: Historiographical Perspectives · 19-39Tomás A. Mantecón Movellán, Universidad de Cantabria, Spain, andSusana Truchuelo García, Universidad de Cantabria, Spain

Mestizaje and the Frontier in the Pacific Territory of the New Kingdom of Granada in the 16th and 17th Centuries · 41-60Juan David Montoya Guzmán, Universidad Nacional de Colombia

Representations of a Territory: The Mapuche Frontier in the Enlightened Projects of the Kingdom of Chile in the Second Half of the 18th Century · 61-80Natalia Gándara, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

From Old Colonial Territories to New Republican Frontiers: The War of the Castes and the Boundaries of the Southwest of Mexico, 1821-1893 · 81-100Laura Caso Barrera, Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, Mexico, andMario M. Aliphat Fernández, Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, Mexico

The Cross-Border Leaf: Coca Consumption among Nitrate-Mining Workers in the Norte Grande of Chile (1900-1930) · 101-121Sergio González Miranda, Universidad Arturo Prat, Chile

Student Space

Representations of the Intellectual: El Nuevo Tiempo Literario in Colombia and its Relation to European Culture During the First Half of the 20th Century · 125-142Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, Universidad de Antioquia, Colombia

Open Forum

Enlightenment and Education. The Congregation of the Oratory of St. Philip Neri in New Spain (18th Century) · 145-164Rafael Castañeda García, Universidad Nacional Autónoma de México

The Labor Organization of the Graphic Workers of Mendoza during the Military Dictatorship of the Argentine Revolution (1966-1973) · 165-183Marcela Emili, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

Book Reviews

Cajas Sarria, Mario. La historia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia (1886-1991), 2 tomos. Bogotá: Universidad de los Andes/Universidad ICESI, 2015 · 187-189Leonardo García Jaramillo, Universidad EAFIT, Colombia

Santamaría-Delgado, Carolina. Vitrolas, rocolas y radioteatros. Hábitos de escucha de la música popular en Medellín, 1930-1950. Bogotá: Universidad Javeriana/Banco de la República, 2014 · 190-193Leidy Paola Bolaños Florido, Universidad de los Andes, Colombia

Book Notes · 191-193Editorial Policies · 200-204

Lista de conteúdosCarta aos leitores · 9-10

Artigos dossiê: Um olhar histórico, teórico e historiográfico sobre a fronteira

Apresentação do dossiê “Um olhar histórico, teórico e historiográfico sobre a fronteira” · 13-18Diana Bonnett Vélez, Universidad de los Andes, Colômbia

A(s) fronteira(s) exteriores e interiores da Monarquia Hispânica: perspectivas historiográficas · 19-39Tomás A. Mantecón Movellán, Universidad de Cantabria, Espanha, eSusana Truchuelo García, Universidad de Cantabria, Espanha

Mestiçagem e fronteira nas terras do Pacífico do Novo Reino de Granada, séculos XVI e XVII · 41-60Juan David Montoya Guzmán, Universidad Nacional de Colombia

Representações de um território. A fronteira mapuche nos projetos ilustrados do Reino do Chile na segunda metade do século XVIII · 61-80Natalia Gándara, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

De antigos territórios coloniais a novas fronteiras republicanas: a Guerra de Castas e os limites do sudo-este do México, 1821-1893 · 81-100Laura Caso Barrera, Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, México, eMario M. Aliphat Fernández, Colegio de Postgraduados, Campus Puebla, México

A folha transfronteiriça. O consumo de coca nas mineradoras de sal no Norte Grande do Chile (1900-1930) · 101-121Sergio González Miranda, Universidad Arturo Prat, Chile

Espaço estudantil

Representações do intelectual. O suplemento colombiano El Nuevo Tiempo Literario e sua relação com a cultura europeia na primeira metade do século XX · 125-142Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, Universidad de Antioquia, Colômbia

Tema aberto

Iluminismo e educação. A Congregação do Oratório de San Felipe Neri na Nova Espanha (século XVIII) · 145-164Rafael Castañeda García, Universidad Nacional Autónoma de México

A organização sindical dos trabalhadores gráficos de Mendoza durante a ditadura militar da Revolução Argentina (1966-1973) · 165-183Marcela Emili, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

Resenhas

Cajas Sarria, Mario. La historia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia (1886-1991), 2 tomos. Bogotá: Universidad de los Andes/Universidad ICESI, 2015 · 187-189Leonardo García Jaramillo, Universidad EAFIT, Colômbia

Santamaría-Delgado, Carolina. Vitrolas, rocolas y radioteatros. Hábitos de escucha de la música popular en Medellín, 1930-1950. Bogotá: Universidad Javeriana/Banco de la República, 2014 · 190-193Leidy Paola Bolaños Florido, Universidad de los Andes, Colômbia

Notilivros · 191-193Políticas editoriais · 205-210

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Carta a los lectores

Con el presente número de Historia Crítica entregamos al lector el dossier “Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera”, coordinado por la profesora Diana Bonnett Vélez de la Universidad de los Andes (Colombia), que se une a las reflexiones que se han elaborado desde centros de estudios, publicaciones seriadas, compilaciones de libros, congresos y seminarios en América Latina sobre “la frontera” como una noción analítica retomada desde la sociología, las ciencias políticas, la antropología, la economía y la historia. Pero además desde el propio trabajo interdisciplinario que permite un acercamiento comparativo a diversas problemáticas, retomando de manera crítica el concepto de frontera en lo económico, lo social, lo cultural, lo psicológico, lo legal y, en su acepción más habitual, lo territorial. Los ejes temáticos que se pre-sentan en este dossier —acordes con los debates internacionales que tratan el espacio, los objetos y los actores que hacen parte de la frontera— discuten sobre la historiografía de la Monarquía Hispánica, la idea de representación del territorio en Chile, el consumo de coca en zonas trans-fronterizas, la construcción de la frontera suroeste de México y los mediadores fronterizos en el Pacífico de la Nueva Granada.

A este número especial temático se unen los artículos de las secciones de Tema estudiantil y Tema abierto de Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, Rafael Castañeda García y Marcela Emili. En el primero, Bedoya Sánchez se pregunta por las representaciones que hicieron del “intelectual” los autores del suplemento El Nuevo Tiempo Literario durante la primera mitad del siglo XX. Se trataba de una publicación adscrita a uno de los diarios liberales más influyentes de Colombia: El Nuevo Tiempo, que publicó desde su centro en Bogotá importantes eventos de la vida política, social, económica y cultural entre 1902 y 1932. En las páginas del suplemento, el autor estableció el intento consciente de sus colaboradores por diferenciar las características, los saberes y los campos de acción del “intelectual”, mostrando las características del “escritor” de literatura, el “crítico” literario y el intelectual de acción. Lo anterior tomando como referencia de análisis los escritos de intelectuales franceses, españoles, ingleses y alemanes que de manera continua hacían alusión en las secciones de la publicación a Beethoven, Goethe, Schopenhauer, Wagner, Taine, Zola, entre otros. Esto lleva a Bedoya Sánchez a cuestionarse los componentes que hacen de la literatura un proceso de construcción colectiva originado desde Colombia, pero que se constituía en realidad con las noticias, las ideas y las representaciones del mundo que presentaba el intelectual europeo occidental y que se citaba en el suplemento.

En el segundo, Castañeda García estudia la intervención de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en los procesos de alfabetización de Nueva España durante el período de la deno-minada Ilustración (siglo XVIII). Esta Orden religiosa la fundó en Europa en 1515 Felipe Neri e ingresó al Virreinato novohispano en el siglo XVII a poblados como Puebla, México, Guadalajara, Oaxaca, San Miguel el Grande, Orizaba, Querétaro y Guanajuato. El trabajo de la Congregación del Oratorio, analizado por el autor desde la región del Bajío, se concretó en la instrucción popular de hombres y mujeres en los colegios de primeras letras, por medio de la inclusión de disciplinas modernas como las operaciones matemáticas elementales, las lenguas modernas, la física experi-mental y la lógica, que formaban alumnos versados en áreas de conocimiento afines con lo vivido en numerosos territorios de América. Lo que concluye este artículo es que, a pesar del interés de los religiosos filipenses por llevar a cabo la Ilustración en los colegios que tenían a su cargo, las

10 Carta a los lectores

condiciones económicas de los poblados dificultaban realizar con éxito los proyectos de instruc-ción educativa esbozados en el papel.

En el tercero, Emili se adentra en la trayectoria de los trabajadores gráficos de la ciudad de Mendoza durante la dictadura militar de la Revolución Argentina (1966-1973). Estos obreros, entre los que se destacaban maquinistas, tipógrafos, encuadernadores y linotipistas, fueron reco-nocidos por los sindicatos y la prensa de aquella época como un grupo combativo, a pesar de no protagonizar luchas gremiales. La autora busca explicar esta contradicción adentrándose en las dinámicas internas, las estrategias y el posicionamiento de esta organización en Mendoza durante la dictadura, empleando para ello las actas de las asambleas y los libros de las reuniones, las publi-caciones El Obrero Ferroviario, Los Andes y Mendoza, y los testimonios orales de actores que conformaban el Sindicato de Artes Gráficas de Mendoza. Para la autora, la imagen combativa que se hizo de este grupo respondía a la tradición de lucha que tenía el gremio desde sus orígenes, a su interés en participar en las disputas de otros obreros y su fuerte vinculación ideológica a los partidos de izquierda existentes en ese entonces en Argentina. Esto, contrario a lo que se piensa, a pesar de que en su interior se discutiera frecuentemente la colaboración de sus integrantes en la práctica gremial, la participación en las actividades sindicales y el papel que debían desempeñar en el ámbito nacional.

Este número finaliza, como es usual, con la sección de Reseñas, a cargo de Leidy Paola Bolaños y Leonardo García Jaramillo sobre publicaciones editadas por la Universidad Javeriana, el Banco de la República, la Universidad de los Andes y la Universidad ICESI, que dan cuenta de las pro-blemáticas que en la actualidad se están discutiendo en el ámbito académico colombiano y que buscan ser un aporte a la historiografía de América Latina. Así como con la sección Notilibros, que presenta una breve descripción de publicaciones recientes publicadas por distintos investigadores en Colombia, Argentina, España, Londres y Brasil en español, inglés y portugués.

Dossier

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Presentación del dossier “Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera”

Diana Bonnett VélezUniversidad de los Andes, Colombia

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.01

“La noción de ‘frontera natural’ es simplemente un mito político”Étienne Balibar1

En la actualidad, el concepto de frontera se usa de forma multivariada. En la medida en que ha transcurrido el tiempo pareciera ser que su significado se ha ampliado y que ahora el estudio de la frontera cobija y abarca las diversas disciplinas de las Ciencias Sociales2. Por lo que resulta impor-tante acercarse a su definición y algunos cambios en su significado histórico. Primero, “Frontera”, en su sentido etimológico, proviene de “tierra frente a otra”, por lo que usualmente se asocia al “límite entre dos territorios”, de allí que por lo general se haya vinculado su uso a procesos de orden militar y político, atendiendo a la función del Estado, del territorio y de la población. Sin embargo, la frontera, en cualquiera de sus acepciones, es una construcción social, en la medida que cada límite y cada espacio deben ser entendidos desde su historia particular, como parte de la biografía exclusiva de cada sociedad3.

Por ejemplo, en el mundo moderno, a diferencia de la actualidad, el concepto de frontera fue empleado de manera más definida. Pensadores iusnaturalistas, como Francisco de Vitoria y Fran-cisco Suárez, lo usaron dentro de su concepción jurídica de lo que era el Imperio español. Su empleo tenía entonces que ver con los tratados y derechos de los reinos de Castilla y Aragón sobre los hombres y las posesiones de Ultramar. Así lo señala Juan Carlos Arriaga Rodríguez para explicar la diferencia entre dos acepciones del concepto, la jurídica y la política. Para Arriaga Rodríguez, detrás del concepto jurídico lo verdaderamente importante tenía que ver con la relevancia que se daba a las posesiones del rey. Por lo tanto, a los pensadores modernos no les interesaba solamente la frontera como línea divisoria o como demarcación de un espacio definido, sino “el globo de

1 “[…] consideramos que no hay ni ‘fronteras naturales’ ni nunca han existido. El hecho de vincular la frontera a un río o una cadena de montañas responde ‘al derecho de naturalizar una noción que es básicamente política’. En este proceso de naturalización es esencialista su sentido, hasta tal punto de que igual que no es posible modificar el curso de un río, ni la cadena de una montaña, la frontera ‘está ahí para siempre’. Eso significa que, como institución, la frontera es ante todo una categoría histórica que siempre ha de ser entendida en su propia biografía, como resultado de una historia particular”. Ricard Zapata-Barrero, “Frontera: concepto y política”, en Fronteras en movimiento. Migraciones hacia la Unión Europea en el contexto mediterráneo, editado por Ricard Zapata-Barrero y Xavier Ferrer-Gallardo (Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2012), 40.

2 Véase al respecto: Salvador Bernabéu Albert, Poblar la inmensidad: sociedades, conflictividad y representación en las márgenes del Imperio Hispánico (siglos XV-XIX) (Rubi: Ediciones Rubeo, 2010), 548; Salvador Bernabéu Albert y Frédérique Langue, coords., Fronteras y sensibilidades en las Américas (Madrid: Ediciones Doce Calles, 2011), 392.

3 Zapata-Barrero, “Frontera: concepto y política”, 27-56.

14 Presentación del dossier “Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera”Diana Bonnett Vélez

tierra” que contenía en su totalidad la Monarquía católica4. Esta idea vinculaba el poder territorial con la grandeza “inconmensurable” que había adquirido el imperio, “donde nunca se ponía el sol”.

A partir de los procesos emancipatorios vividos en Hispanoamérica en los inicios del siglo XIX, las fronteras comenzaron a ser pensadas desde los intereses de los Estados nacionales, no sólo como los derechos sobre las tierras, sino respecto a la importancia de definir sus límites. En éstos se formalizaba ahora la idea de soberanía y de dominio de los gobernantes sobre los nuevos Estados, sus pobladores y los territorios que los conformaban. Desde entonces, la noción política de frontera interesaba más bien a partir de los derechos que generaban la posesión y la propiedad sobre “la población, los objetos y recursos”. A estos derechos se accedía en la medida en que un determinado territorio fuese considerado como propio5. En la definición política eran igualmente significativos la noción de frontera como línea de demarcación territorial y lo que contenía6, por lo que cabría preguntarse: ¿En manos de quién estaba la decisión de incluir o excluir los espacios y los hombres? ¿Bajo qué ideales sociales y políticos se forjaron las nuevas fronteras?

De manera tácita, la noción política de frontera en el siglo XIX acentuaba su interés en los factores económicos, científicos y culturales de los imperios y de las naciones. Bajo la mentalidad ilustrada, los grandes imperios se habían preocupado por conocer dónde y qué tantos recursos podían explotar, y les interesaba además lo que estos recursos significaban dentro de los haberes de un Estado. Las expediciones científicas de fines del siglo XVIII ya respondían a estos intereses, y desde este punto de vista, las relaciones geográficas y los viajes de expedición coadyuvaron a cono-cer más sobre la composición de la naturaleza, las riquezas del subsuelo, y a saber más sobre los hombres que habitaban en los distintos espacios adquiridos tras la era de las colonizaciones7. En el caso de Chile, Rafael Sagredo encuentra en su investigación que este territorio fue considerado dentro de los dominios como “la frontera austral del Imperio español”, es decir, como la expresión del límite geográfico del imperio, pero también como una “frontera científica”: “Un territorio por conocer a través del método propio de la ciencia; por explotar y aprovechar económicamente gra-cias al conocimiento que obtuviera de su exploración y estudio”8.

De modo similar a las apuestas de los Estados nacionales, historiográficamente autores como Friedrich Ratzel y Frederick Jackson Turner dedicaron sus obras a diversas consideraciones teó-ricas y analíticas sobre el estudio de la frontera en el siglo XIX. A partir de entonces se comenzó además a escribir sobre este concepto, expandiéndose y adquiriendo diferentes relaciones con lo propiamente histórico, con lo geográfico y con las otras Ciencias Sociales. Desde entonces, hasta la actualidad, el estudio de la frontera se ha ajustado a los referentes de las distintas escuelas de pensa-miento y ha dado cuenta de las aristas desde donde se puede examinar el concepto. Después de que

4 Juan Carlos Arriaga-Rodríguez, “Tres tesis del concepto Frontera en la historiografía”, en Tres miradas a la historia contemporánea, coordinado por Gerardo Gurza Lavalle (México: Instituto Mora, 2013), 9.

5 Arriaga-Rodríguez, “Tres tesis del concepto”, 9.6 Por mucho tiempo la frontera evocó espacios donde reinaban la anomia, el narcotráfico, las redes y la trata de

personas, y asuntos que tenían que ver con la ilegalidad. Es decir, la diferencia entre la “civilidad y la barbarie”. Los “cruzafronteras” y los “espaldas mojadas” son dos ejemplos cotidianos.

7 Rafael Sagredo Baeza y José Ignacio Leiva González, La expedición Malaspina en la frontera austral del Imperio español (Santiago: Editorial Universitaria, 2004), 27.

8 Sagredo señala que “Chile es apreciado y estudiado en tanto área geográfica que es preciso cautelar militarmente en su condición de mera línea de defensa de las posesiones de España en las costas del Pacífico sur, cuando no del océano en su totalidad, en tanto espacio imperial”. Sagredo Baeza y Leiva González, La expedición Malaspina, 27.

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 13-18 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.01

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estos dos autores ofrecieran sus trabajos, diversos historiadores, geógrafos y sociólogos avanzaron en sus análisis sobre este concepto. Aquí se puede hacer referencia, entre otros investigadores, a Arnold Toynbee, Paul Vidal de La Blache, Lucien Febvre y Marc Bloch9.

Lo que se aprecia en el panorama descrito es que actualmente es casi imposible encuadrar el concepto en una única definición, como en su momento lo harían el mundo moderno y los Esta-dos nacionales. Además, en los últimos años, los estudios sobre la frontera han adquirido incluso un mayor protagonismo porque a través de su análisis no sólo se observan diferencias, sino que se expresan las diversas posibilidades y estrategias usadas por los hombres para conectar o rebatir las interacciones entre los hombres y su medio. Desde la geografía, la historia y la antropología, los estudios sobre la “frontera” remiten a los investigadores a examinar de modo interdisciplinar el territorio, las fluidas condiciones del espacio social y las estrategias geopolíticas de los gobiernos; al mismo tiempo que desde los estudios regionales se abre paso a los análisis que diferencian la frontera urbana y los espacios rurales, que en el ámbito de la colonialidad se han prestado para construir fronteras entre lo deseado y lo excluido.

También la frontera marca interesantes elementos para comprender desde los estudios socio-lógicos y desde la antropología la alteridad, la diferencia y la alternatividad. Pues más allá de la frontera colonizada se encontraba la idea de la existencia de la antropofagia, la insumisión y la barbarie, cuando se daba el encuentro de dos culturas disímiles en un mismo espacio. A esto se suman los trabajos de los economistas, para quienes la frontera significa un eje de intercambio, de contrabando y de toda clase de movimientos monetarios. Así como los estudios culturales, que a su vez han aportado nuevas miradas a esta noción al asociarla con procesos de innovación, de adaptación y, por decirlo de algún modo, de renovación cultural.

Este dossier ha tenido como objetivo reunir trabajos que ofrecen una renovada mirada sobre este tema, dirigidos a todos los interesados en la Historia y, por supuesto, en las Ciencias Sociales. Los artículos proporcionan una mirada sobre la problemática de la frontera asociada con procesos referentes al período colonial, a los eventos ocurridos durante los siglos XIX y XX, e incluso a las nuevas perspectivas de análisis para los historiadores del siglo XXI. El conjunto de investigacio-nes que le permiten al lector observar la diversidad de temáticas y de espacios que confluyen al hablarse de frontera. Dada la multiplicidad de posibilidades de análisis, en ellos se pueden observar los planteamientos teóricos que suscitan, a la vez que se ponen en escena, los trabajos históricos e historiográficos asociados con esta categoría.

Inicia el dossier con un artículo de corte historiográfico en el que Tomás A. Mantecón Movellán y Susana Truchuelo García ofrecen una perspectiva de la frontera con su mirada de historiadores del siglo XXI. El artículo se titula “La(s) frontera(s) exteriores e interiores de la Monarquía Hispánica: perspectivas historiográficas”. En el texto escenifican la conflictividad y el dinamismo de las fronteras durante el período que los autores rotulan como propio de “la Monarquía Hispánica”, es decir, desde los inicios de la conquista de las Indias hasta la eclosión de los Estados nacionales. Desde su punto de vista, la frontera como “noción polisémica” arroja importantes explicaciones sobre las actuaciones de la monarquía en el imperio, pero también en sus contornos. Definen la “Monarquía Hispánica” como una “estructura política compleja, sujeta a dinámicas de cambio, inducidas por causas endógenas y exógenas, que afectaron de

9 Al respecto, véase Arriaga-Rodríguez, “Tres tesis del concepto”.

16 Presentación del dossier “Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera”Diana Bonnett Vélez

forma desigual a cada una de sus partes”. Desde esta definición explican diferentes procesos vivi-dos hacia adentro del imperio y hacia afuera, entendiendo la frontera de manera “poliédrica”, que de alguna manera coincide con las anotaciones que se hacían al principio de esta presen-tación. El artículo, como se podrá apreciar, se detiene en explicar las relaciones problemáticas, que son “consustancial(es) a los contornos fronterizos”.

El dossier prosigue con un artículo interesado en la historia colonial neogranadina, del período que se denomina la “colonia temprana”. En su artículo titulado “Mestizaje y frontera en las tierras del Pacífico del Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVII”, Juan David Montoya define en una frase contundente el carácter de la frontera que explora como “mundos permeables al extremo”. En una “región de frontera”, como califica el autor las tierras del Pacífico colombiano, surgieron hom-bres que reflejaban muy bien las condiciones de las “fronteras sociales” y “marginales” del Imperio español. En ellas, el ser “híbrido” se expresó mediante el mestizaje biológico y el ser ladino. El objetivo de este artículo, pues, es perfilar las características de aquellos individuos, de naturaleza heterogénea, que desde las fronteras sirvieron de mediadores en el proceso de conquista hispana. Por un lado, los hijos mestizos de conquistadores de Antioquia y del Chocó, quienes al lado de sus padres quisieron buscar fortuna. Aquí se ejemplifican los casos de Alonso de Rodas Carvajal y Melchor Velázquez, el Mozo. Por otro lado, la historia de otros mediadores culturales, indios y negros, como también de “los jefes nativos; y embajadas comerciales que en lugar de enfrentar a los colonos ibéricos optaron por comerciar sus alimentos y riquezas a cambio de armas y herra-mientas provenientes del Viejo Mundo”.

El siguiente artículo nos relaciona con Chile como una frontera muy significativa para el Impe-rio español. La investigación de Natalia Gándara Chacana, “Representaciones de un territorio. La frontera mapuche en los proyectos ilustrados del Reino de Chile en la segunda mitad del siglo XVIII”, aporta una nueva óptica sobre el territorio de frontera mapuche, al subrayar elementos interesantes e insuficientemente estudiados por la historiografía de fines del siglo XX. Gándara define las fronteras como “espacios sociales donde culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan, a menudo dentro de relaciones altamente asimétricas de dominación y subordinación”. Al hablar de la historiografía de la frontera mapuche en el siglo XVIII, Gándara vincula su trabajo con un tema de mucho interés para la historia actual: hacer historia de las representaciones del territorio es hacer la historia de las representaciones espaciales del poder. En ese sentido, como en otros casos americanos, “los proyectos de expansión colonial son leídos como productos del discurso ilustrado y la mentalidad reformista del siglo XVIII”. Las comunidades mapuches se man-tenían hacia mediados del siglo XVIII como un territorio independiente, que debería ser asimilado a los criterios ilustrados de progreso y utilidad, obedeciendo de esta manera a los cambios del poder internacional. El artículo se sitúa en el estudio de cuatro proyectos que se propusieron para poder asimilar el territorio mapuche a la soberanía española y disminuir el nivel de vulnerabilidad de esta zona frente a los intereses de las principales potencias.

Por su parte, Laura Caso y Mario Alphat titulan su artículo “De antiguos territorios coloniales a nuevas fronteras republicanas: la Guerra de Castas y los límites del suroeste de México, 1821-1893”. Éste se sitúa en los inicios del siglo XIX y pone en su centro una pregunta que puede replicarse en otros contextos: ¿Bajo qué consideraciones se demarcaron las fronteras de los nuevos Estados nacionales? En ese caso se examinan los conflictos suscitados a partir de la circunscripción de la frontera del territorio mexicano con las Provincias Unidas de Centroamérica y, posteriormente, con la República de Guatemala; a estas dificultades se sumó el difícil proceso de establecer la fron-

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tera con Belice, en manos de Inglaterra. Definir una frontera, en este caso particular, tuvo efectos en el fraccionamiento de un arzobispado, en la ruptura de poblaciones de lengua itza y en el desco-nocimiento de los intereses de la población india. Por tanto, la construcción de la frontera sureste de México da cuenta de la ideología que animaba a los gobernantes de los Estados-nación, para pensar sus territorios y los hombres que los conformaban. La sublevación indígena de 1847, más conocida como la Guerra de Castas, hizo más compleja la situación en aquella frontera. Este artí-culo aproxima al concepto de “zonas de frontera”, asociado con regiones marginales, con aquellos espacios que representan el lado opuesto de la “civilidad” y del control del Estado.

“La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)” es el último artículo de este dossier. Sergio Alberto González Miranda estu-dia en un contexto nuevo —en pleno desierto de Atacama, en el Norte Grande de Chile— el flujo de la hoja de coca. Si bien esta mercancía se movió comúnmente en otros contextos mineros de Chile y del norte de Argentina, lo que hace inédita esta investigación es su tránsito junto con los trabajadores que debían emplearse en las minas de salitre, caracterizadas por ser minas a cielo abierto. Asociados a la introducción de la coca, también llegaron a Chile otros productos, como los tejidos, el chuño, el charqui, la quinoa y las chichas, productos que terminaron siendo extensivos a toda la comunidad de mineros. En esta investigación se observa la paradoja que surge alrededor de un producto cuyo consumo es prohibido por el Estado, pero que adquiere importancia en un territorio que, ante la ausencia de trabajadores, requiere mano de obra boliviana.

En conclusión, los artículos que aquí se presentan son una expresión de la gran variedad de acepciones que actualmente encierra el concepto de frontera en la disciplina histórica y en las Ciencias Sociales. Por una parte, estas investigaciones expresan el ensanchamiento y la variedad de temas y de ámbitos en el que se inscribe, cuando se trata de los saberes sociales; al mismo tiempo que muestran la multiplicidad de aplicación a distintos tiempos y lugares. Por último, en el dossier puede observarse que los estudios sobre la frontera han adquirido cada vez mayores formas y se pueden asociar de manera multivariada a los intereses de las disciplinas sociales, enriqueciendo enormemente sus perspectivas de análisis.

Bibliografía

1. Arriaga-Rodríguez, Juan Carlos. “Tres tesis del concepto Frontera en la historiografía”. En Tres miradas a la historia contemporánea, coordinado por Gerardo Gurza Lavalle. México: Instituto Mora, 2013, 9-47.

2. Balibar, Étienne. Nosotros, ¿ciudadanos de Europa?: las fronteras, el Estado, el pueblo. Madrid: Tecnos, 2003.

3. Bernabéu Albert, Salvador. Poblar la inmensidad: sociedades, conflictividad y representación en las márgenes del Imperio Hispánico (siglos XV-XIX). Rubi: Ediciones Rubeo, 2010.

4. Bernabéu Albert, Salvador y Frédérique Langue, coordinadores. Fronteras y sensibilidades en las Américas. Madrid: Ediciones Doce Calles, 2011.

5. Sagredo Baeza, Rafael y José Ignacio Leiva González. La expedición Malaspina en la frontera austral del Imperio español. Santiago: Editorial Universitaria, 2004.

6. Zapata-Barrero, Ricard. “Frontera: concepto y política”. En Fronteras en movimiento. Migraciones hacia la Unión Europea en el contexto mediterráneo, editado por Ricard Zapata-Barrero y Xavier Ferrer-Gallardo. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2012, 27-56.

18 Presentación del dossier “Una mirada histórica, teórica e historiográfica sobre la frontera”Diana Bonnett Vélez

Diana Bonnett VélezProfesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Historiadora de la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia), Magíster en Historia Andina por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Ecuador) y Doctora en Historia por El Colegio de México. Miembro del grupo de investigación Historia Colonial (Categoría C en Colciencias). Algunas de sus últimas publicaciones son el artículo “Oficios, rangos y parentesco. Los trabajadores de la casa de la moneda de Santafé. 1620-1816”. Historia y Memoria 6 (2013): 103-141, y el libro, coordinado junto con Nelson Fernando González Martínez y Carlos Gustavo Hinestroza González, Entre el poder, el cambio y el orden social en la Nueva Granada colonial. Estudios de caso (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2013), y editora académica de la publicación Germán Colmenares: una obra para la historia (Bogotá: Universidad del Rosario, 2015). [email protected]

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La(s) frontera(s) exteriores e interiores de la Monarquía Hispánica: perspectivas historiográficas❧

Tomás A. Mantecón MovellánUniversidad de Cantabria, España

Susana Truchuelo GarcíaUniversidad de Cantabria, España

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.02Artículo recibido: 02 de marzo de 2015/Aprobado: 30 de junio de 2015/ Modificado: 07 de julio de 2015

Resumen: Este artículo analiza las perspectivas científicas para estudiar las fronteras de la Monarquía Hispánica en sus márgenes —o epidermis— y en su interior. Aquí se cuestiona si las concepciones tradicionales de la historiografía ofrecen visiones suficientemente complejas sobre la naturaleza y los confines de esta monarquía. Por ello, se propone un análisis desde puntos de vista interdisciplinares y comparativos que explique la polisemia histórica de la frontera en la estructura imperial española, atendiendo a elementos cartográficos, jurídicos, políticos, económicos, sociales, mentales, culturales, confesionales, étnicos y emocionales. Todo ello pemite concluir que concluir que los espacios fronterizos interiores y epidérmicos del imperio formaban parte de su compleja naturaleza y afectaron de manera directa su constitución, dinamismo y disolución.

Palabras clave: frontera, España, historia moderna, historiografía (Thesaurus); gobernanza (palabras clave del autor).

The External and Internal Frontier(s) of the Spanish Monarchy: Historiographical Perspectives

Abstract: This article analyzes the scientific perspectives for studying the frontiers of the Spanish Monarchy at its margins —or epidermis— and in its interior. It questions whether traditional historiographical conceptions offer sufficiently complex visions of the nature and the confines of said monarchy. For this reason, it proposes an interdisciplinary and comparative analysis to explain the historical polysemy of the frontier in the Spanish imperial structure, taking into account cartographical, legal, political, economic, social, mental, cultural, religious, ethnic and emotional elements. All of this leads it to conclude that the internal and epidermal frontier spaces of the empire formed part of its complex nature and directly affected its constitution, dynamism, and dissolution.

Keywords: frontier, Spain, governance, modern history, historiography (Thesaurus).

A(s) fronteira(s) exteriores e interiores da Monarquia Hispânica: perspectivas historiográficas

Resumo: Este artigo analisa as perspectivas científicas para estudar as fronteiras da Monarquia Hispânica em suas margens —ou epiderme— e em seu interior. Aqui se questiona se as concepções tradicionais da historiografia oferecem visões suficientes e completas sobre a natureza e os confins dessa monarquia. Portanto, propõe-se uma análise de pontos de vista interdisciplinares e comparativos para explicar a polissemia histórica da fronteira na estrutura imperial espanhola atendendo a elementos cartográficos,

❧ Este artículo es resultado del proyecto de investigación HAR2012-39034-C03-01, titulado “Ciudades, gentes e intercambios: élites, gobierno y policía urbana en la Monarquía Hispánica en la Edad Moderna”, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (Gobierno de España).

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jurídicos, políticos, econômicos, sociais, mentais, culturais, confessionais, étnicos e emocionais. Conclui-se que os espaços fronteiriços interiores e epidérmicos do império faziam parte de sua complexa natureza e afetaram de maneira direta sua constituição, dinamismo e dissolução.

Palavras-chave: fronteira, Espanha, história moderna, historiografia (Thesaurus); governança (autor de palavras-chave).

Introducción

La idea de frontera que resulta fértil para el análisis histórico de la realidad de la Monarquía His-pánica es una noción polisémica en los espacios, tiempos y contextos. Las fronteras han tenido una dimensión histórica y se expresan como escenarios controvertidos, por cuanto separan y permiten que se muestren alteridades diferenciadas en interacción. En ocasiones se diluyen para configurar territorios o entornos más amplios, o se refuerzan en los bordes para acentuar la identidad del conjunto integrado y protegido con respecto a otros limítrofes. Se han conformado geográfica y cartográfica, jurídica, militar y culturalmente por usos y convenciones sociales, debido al autor-reconocimiento y a la percepción de la alteridad entre comunidades separadas por la fe, la etnia o la jerarquía social, el género o incluso la edad. Han adoptado forma en limes imperiales, fronteras internas y mentales, confines de la conciencia, del entendimiento o de la tolerancia. También se han mostrado más abiertas o más cerradas, más o menos porosas o permeables y simbólicas.

Durante el Antiguo Régimen la Monarquía Hispánica conformaba una estructura política com-pleja, sujeta a dinámicas de cambio que afectaron de forma desigual a cada una de sus partes; obviamente, también a sus fronteras. Entre la etapa de las primeras exploraciones del continente americano y el final del reinado de Carlos I, el mapa territorial prácticamente estaba conformado, aunque mantenía confines fluctuantes. En los reinados de sus descendientes, la disputa por la hegemonía europea tuvo también impactos en los ámbitos de proyección colonial de las estructu-ras políticas emergentes del Viejo Mundo, puesto que el Imperio español y las oportunidades que ofrecían sus recursos y mercados siempre fueron un horizonte para las potencias rivales.

La Monarquía Hispánica era una entidad política compuesta, refería un imperio vasto, cuya epidermis contenía un cuerpo político más extenso y complejo que cualquier otra estructura política de su género de los siglos XVI y XVIII. Contenía elementos de cohesión y de diversidad —incluso de fragmentación— tanto en los espacios europeos como en los transatlánticos. De ahí que la integración de las Indias y de Filipinas dotaba de una grandísima complejidad a un sistema que implicaba toda una telaraña de derechos, privilegios, jurisdicciones y fronteras. En su interior, los principios jurídicos, el encuadre legal, el gobierno, la policía y la administración, la cultura y la religión o las gentes y los recursos circulaban como elementos que dotaban de mayor o menor cohesión a un conjunto plural, al que dispensaban los nutrientes y aportes necesarios.

Los impulsos vitales de esta máquina se proyectaban hacia el exterior, afectando a las relacio-nes con otras sociedades, culturas y estructuras políticas. No obstante, también en su interior se mostraban fronteras lingüísticas, culturales, étnicas, de género, religiosas, de tolerancia o arraiga-das en prejuicios. Todos estos espacios fronterizos afectaron al propio dinamismo histórico del Imperio español en los siglos de la Edad Moderna hasta la gestación de los Estados nacionales y la redefinición de los espacios fronterizos internacionales.

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1. La frontera, una realidad plural

Las líneas, rayas, raia, mugas, mojones, barreras y confines, entre otras denominaciones, eran referentes para colocar los límites hasta donde llegaban los espacios dominados y desde donde se debían realizar las proyecciones sobre nuevos territorios1. El mar y las cadenas montañosas actuaban como fronteras naturales, que perfilaban ámbitos donde se contenían gentes vinculadas entre sí, y, al tiempo, eran percibidas cada vez más como un elemento de protección frente a las ambiciones y los avances de los otros, en especial de sus vecinos. Más allá de su dimensión geográ-fica, la frontera también refiere a un proyecto, que se concreta por el ejercicio de los poderes que la definen, preservan, protegen y redefinen cada vez que la contemplan amenazada o atacada. En cada espacio de sociabilidad son observables fronteras territoriales, étnicas, de género, éticas y morales, ligadas a la jerarquía social, el honor, el privilegio, los criterios de estamento, de integra-ción y exclusión en una corporación o en una comunidad política; y en cada entorno se conocen interacciones e intercambios, pero también tensiones y conflictos que alimentan las historias de frontera(s) y a la vez dispensan materia para una Historia de la(s) frontera(s)2.

Los limes de la Monarquía Hispánica expresaban una gran diversidad, flexibilidad y dinamismo. De ello dan cuenta los poliédricos enfoques analíticos para explicar el fenómeno, aunque gene-ralmente han dominado las perspectivas focalizadas en las relaciones político-diplomáticas o geoestratégicas3, en las prácticas de gobierno y mercado4 o en las asociadas a factores étnicos que configuraban límites5. De hecho, el paradigma de la frontera que triunfó durante mucho tiempo fue el que encontraba su explicación vinculada al nacimiento del Estado-nación decimonónico6. Siguiendo estas líneas se habían gestado la mitificación y mistificación tanto de las Conquistas del Desierto en la joven Argentina como las del Far West norteamericano que tanto entusiasmaron a Frederick Jackson Turner en 1893. Los dos son ejemplos muy notables, pero no únicos o singula-res. De este modo, mientras la conquista del Oeste tocaba a su fin y Buffalo Bill se engalanaba con hábito de pionero en tierras vírgenes para entretener a los curiosos que asistían a sus espectáculos, se asistía a la construcción del American Dream sobre esos valores del pionero, atribuyendo a la joven nación el espíritu de lucha de esos colonos en tierra de nadie.

Dentro de este paradigma historiográfico, las tierras salvajes se ofrecían como escenarios llenos de oportunidades para los colonos que se enfrentaban a hostiles nativos irredentos, pero que pro-

1 Para Raffestin, con “lo Stato Moderno” surge la idea de frontera lineal ligada a un territorio que es objeto de soberanía, pero cuya traza cartográfica se difumina cuando se experimenta la realidad. Claude Raffestin, “Elementi per una teoría della frontiera”, en La frontiera da stato a nazione. Il caso Piemonte (Roma: Bulzoni, 1987), 25.

2 Tomás A. Mantecón, “Frontera(s) e historia(s) en los mundos ibéricos”. Manuscrits. Revista d’Història Moderna 32 (2014): 19-32, doi: dx.doi.org/10.5565/rev/manuscrits.55.

3 Véase: Daniel Nordman, “La frontera: nociones y problemas en Francia, siglos XVI-XVIII”. Historia Crítica 32, (2006): 154-171, y “La frontera: teories i lògiques territorials a França (segles XVI-XVIII)”. Manuscrits. Revista d’Història Moderna 26 (2008): 21-33.

4 Ofelia Rey Castelao, “En los bordes: los estudios sobre la frontera en el modernismo peninsular”, en Fronteras e Historia. Balance y perspectivas de futuro (Badajoz: Gehsomp, 2014), 15-46.

5 Raúl Mandrini y Carlos Paz, comps., Las fronteras hispano criollas del mundo indígena latinoamericano en los siglos XVIII-XIX (Tandil: UNCPBA, 2003).

6 Peter Sahlins, Frontières et identités nationales. La France et l’Espagne dans les Pyrénées depuis le XVIIe siècle (París: Belin, 1996), 51-53.

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gresivamente podían integrarse en civilización. Los europeos, en esos entornos, habrían ido dando forma a unas sociedades de hombres artífices de progreso y portadores de civilización. La vigencia de este mito facilitaría la integración de los inmigrantes y el desarrollo de valores igualitarios. Así, la frontera habría acabado por forjar identidad en la sociedad norteamericana. El proceso de cons-trucción del mito de la frontera acompañaba entonces al de los Estados nacionales y contaminaba, en aquel tiempo como hoy, las aproximaciones historiográficas.

Sin embargo, el modelo de misión religiosa y asentamiento desarrollado por los hispánicos en las primeras fases de la Conquista aporta más complejidad al fenómeno de la construcción de la frontera imperial hispana de lo que muestra el paradigma turneriano. Pero algunos episodios fron-terizos como la destrucción de la misión de Santa Cruz de San Saba en 1758 —un año más tarde de su erección en las cercanías del presidio de San Luis de las Amarillas, en el Septentrión Novohis-pano— alimentaban el imaginario de la frontera como un espacio de guerra, movible y peligrosa, que ponía a prueba los esfuerzos civilizadores. A pesar de ello, la variedad de interacciones de grupos nativos entre sí y con la administración, con la Iglesia y con las misiones rebasaba una expli-cación etnocéntrica que parece minimizar los expolios, el conflicto y la guerra de dominación.

Las fronteras geográficas se mostraban, no obstante, como espacios difusos, dotados de una permeabilidad derivada de las prácticas cotidianas, de la concurrencia jurisdiccional y de las interacciones inter/transfronterizas. Esto otorgaba una naturaleza polisémica a estos espacios des-tinados a separar pero articuladores de interacciones, ofreciendo ángulos aún por explorar. Eso explica que en la actualidad las perspectivas analíticas se enfocan desde múltiples ángulos, pues la frontera se muestra como político-territorial, cultural, religiosa, artística, económica, lingüística o psicológica componiendo una realidad plural. El enfoque comparativo y multidisciplinar está pre-sente hoy. De ello dan cuenta los cuatro volúmenes sobre Frontiere: rappresentazioni, integrazioni e conflitti tra Europa e America, secoli, que son fruto de unas jornadas organizadas por los profesores Favarò, Merluzzi y Sabatini en la Universidad de Roma Tre en 2013. Una iniciativa análoga es la monografía colectiva que editan Susana Truchuelo y Emir Reitano sobre Las fronteras del Mundo Atlántico en La Plata. Más centrado en el marco europeo, pero con la misma inspiración revisio-nista y de crítica historiográfica, es el libro Fronteras e Historia. Balance y perspectivas de futuro, editado en 2014 en Badajoz. El dossier que ahora publica el número 59 de Historia Crítica muestra una oportuna continuidad a un debate abierto sobre estas materias en un privilegiado ámbito de investigación histórica sobre la(s) frontera(s) como fue la Monarquía Hispánica.

2. Gobernar el imperio y sus fronteras

Las líneas divisorias trazadas por la cartografía dibujaban los contornos o límites del imperio y ope-raban en diferentes planos: entre las áreas de influencia de las potencias europeas; entre europeos y sociedades, monarquías e imperios nativos, para establecer sus relaciones mutuas; también dentro de la sociedad colonial que se configuró en el marco de la gestación de los imperios. Estas fronteras ofrecían escenarios para la segregación y, llegado el caso, para la confrontación, pero también ámbi-tos para la cooperación. De todo esto dieron muestra el conquistador, el contrabandista, el bandido, el soldado, así como el misionero o el chamán nativo y las brujas, en general, el indígena (salvaje o integrado) y el mestizo (étnico o cultural); y también los discursos, representaciones, diálogos, conversaciones e intercambios, que se gestaban en sus espacios y se expresaban como interacciones, aculturaciones, traducciones culturales, negociaciones, imposiciones, disciplinas o conquistas.

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El imperio era un espacio social, político, económico y cultural complejo, muy alejado de los conceptos de soberanía y nación que se aplicarían a las realidades nacionales consolidadas a lo largo del siglo XIX. La construcción de una frontera no sólo física sino también jurídica fue una tarea lenta y titubeante, al igual que lo fue controlar el espacio de los perfiles del imperio. El camino hacia la definición de una frontera político-territorial comenzó en el Antiguo Régimen de la mano del poder regio y sus agentes y gracias al argumento de la guerra y la diplomacia. Éstas se erigían en los factores fundamentales sobre los que se sustentaban otros argumentos, como el militar, el económico y el religioso. También fue labor de otros muchos agentes que contribuyeron a materializar una frontera en cada espacio.

Durante la Edad Moderna, el Imperio español fue, a la vez, un espacio y una práctica de poder y un ámbito de oportunidades y ocasiones para concretarse diversamente. Contaba con una cabeza, allá donde se asentaba el monarca, pero ésta se apoyaba sobre diversas cabeceras. Éstas eran órga-nos vitales de la Monarquía y resultaban imprescindibles para definir al conjunto en su diversidad, transmitir su vigor como estructura y asentar sus bordes fronterizos. La práctica política obligaba a una negociación permanente entre nodos de ese conjunto interconectados de variadas formas, no sólo con la cabeza, lo que resulta obvio, sino también entre sí, incluso entre unidades que contaban con cabezas propias dentro de la estructura para la que actuaban como cabeceras. Por ejemplo, Cuzco era la de los reinos y provincias del Perú, al tiempo que Santiago lo era, a su vez, del reino de Chile, y todo sin cuestionarse la soberanía imperial sobre las gentes del Nuevo Mundo.

El diálogo político era parte consustancial de la política e instrumento para la conservación de la Monarquía; y en ese diálogo cada una de sus partes mantenía lazos y relaciones con otras partes o centros, en muchos casos sin necesidad de pasar por la cabeza. Se llegaban a conformar espacios de relación particulares en los que la presencia del sistema imperial podía ser muy tenue, incluso, en la práctica, ausente. En los territorios europeos, primero, y en los americanos, después, los vínculos políticos que daban cohesión al conjunto estaban sustentados en una tácita fidelidad a la Corona, que implicaba un teórico intercambio de ayuda por protección y tutela. Se trataba de rela-ciones contractuales en las que las entidades políticas y sus sujetos integrantes podían demostrar su lealtad y obediencia al monarca. Esta reciprocidad de servicios aglutinaba no sólo las relaciones con el monarca, sino también con sus representantes y con la compleja red clientelar que permitía el buen gobierno de territorios tan diversos7. En los límites fronterizos esas relaciones jerárquicas obligaban a los vasallos a la defensa del conjunto de ataques enemigos, provinieran de potencias exteriores o de las mismas gentes que formaban parte del imperio.

Unas disputas venían derivadas de la coexistencia de marcos jurídico-políticos singulares en cada uno de esos espacios, que condicionaban las relaciones de poder entre las autoridades loca-les y los delegados reales en estos ámbitos de frontera interior o exterior. Otro foco de tensión era generado por la diversidad de intereses que impulsaban a los agentes sociales y políticos que integraban la frontera marítima y terrestre, en especial en la aplicación práctica de los bloqueos comerciales impulsados por la Corona frente a sus enemigos. Asimismo, un tercer ámbito de problemas vino derivado de la conflictividad interna de las comunidades locales, que no eran uná-

7 Alicia Esteban Estríngana, coord., Servir al rey en la Monarquía de los Austrias (Madrid: Sílex, 2012), y Susana Truchuelo, “Servicio y reciprocidad en la Monarquía Hispánica: prácticas de gobierno entre la corte y los territorios en el Antiguo Régimen”, en El príncipe, su corte y sus reinos. El sistema político bajomedieval y moderno (s. XIV al XVIII) (Salta: Universidad de Salta, 2015).

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nimes en sus opiniones, intereses, decisiones, confesiones; unas tensiones que podían dificultar la convivencia y el buen gobierno interno de esos espacios fronterizos y hacer peligrar, por tanto, la paz en esos perímetros tan sensibles del imperio.

Las prácticas habituales de gobierno entre administración real y el poder local, basadas en el consenso y la negociación, quedaban mediatizas en los momentos excepcionales de guerra abierta, que fueron continuos en la Edad Moderna8. Es incontestable que las urgencias bélicas facilitaron el incesante acrecentamiento del poder real, así como la intensificación de los principios de sumisión y obediencia de los súbditos a la cabeza, claramente desde mediados del siglo XVII y, sobre todo, en el XVIII9. Pero el monarca no podía hacer un uso arbitrario de su potestad, sino apoyarse en principios recogidos por la tratadística que se basaban en la doctrina de la necesidad y de la utilidad pública, que permitía al soberano emplear su poder extraordinario y, al mismo tiempo, obligaba a los súbditos del imperio a acatar sus órdenes por encima de derechos, costumbres o leyes locales.

En las prácticas de gobierno de un espacio tan vasto fue fundamental la colaboración de las élites locales con la corte. En este encuadre cobraban especial relevancia las actitudes de las oligarquías de espacios fronterizos alejados de la autoridad real, mostrando así su fidelidad al poder soberano y activando, al mismo tiempo, la reciprocidad regia propia de esas relaciones de dependencia, subordinación y ayuda mutua entre desiguales. En esas relaciones de fidelidad e intercambios de servicios estaban implicadas toda la comunidad y todas las gentes de la frontera, como demandaba el monarca para alcanzar un efectivo gobierno10. Oligarquías y comunidades locales contribuyeron a hacer frontera y marcaron los límites del absolutismo en este campo, al reivindicar el manteni-miento de normas consuetudinarias, prácticas políticas y culturales. De hecho, usos y costumbres, privilegios y prácticas transfronterizas fomentaban las interacciones con el exterior, atravesando ríos, mares, montañas y valles, que, más que barreras, eran entendidos como cauces de interac-ción, con lo que contribuían así a dar porosidad a la frontera, más que impermeabilidad.

Estas actitudes divergentes de las gentes de frontera, alternando la defensa y contravención de costumbres, prácticas o leyes, y el apoyo/rechazo a los instrumentos del poder real, se reprodu-cían, generando continuas disputas que, en ocasiones, como en los casos de las Provincias Unidas, Portugal, Cataluña, provocaron rupturas radicales de la fidelidad. Pero no todo fueron tensiones y enfrentamientos en la gestión del territorio fronterizo. Los márgenes litorales y terrestres y las fronteras internas fueron también espacios de conflicto y negociación, donde se reprodujeron los consensos entre los miembros de una comunidad cambiante y con opiniones encontradas (naturales y foráneos, oligarquías y excluidos del poder, comerciantes y productores o católicos y sospechosos de herejía), pero no siempre excluyentes pues convergían en unos intereses comunes que otorgaban identidad a unos espacios de frontera, que seguían entendiéndose como espacios dinámicos y en interacción.

En el período moderno continuaron las tensiones y los consensos en las relaciones de las gentes de las fronteras con una autoridad regia que no siempre actuó en esos espacios en términos de

8 Un estudio de caso en Susana Truchuelo, “Gobernar territorios en tiempo de guerra: la mediación de las oligarquías en la Monarquía de los Habsburgo”. Revista Escuela de Historia 12, n.° 1 (2013).

9 Jean-Paul Zúñiga, coord., Negociar la obediencia: autoridad y consentimiento en el mundo ibérico en la Edad Moderna (Granada: Comares, 2013), 1-10.

10 Susana Truchuelo, “La norma, la práctica y los actores políticos: el gobierno de los territorios desde la Historia del Poder”, en VII Coloquio de Metodología Histórica Aplicada (Universidad de Santiago, España, 2013).

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imposición, ni siempre trató de fijar entre los gobernados de esos territorios alejados del centro una frontera de sumisión a su autoridad. Es más, fueron los actores políticos, todos ellos, quienes trazaron y construyeron la frontera a través de unas prácticas no siempre impuestas y deseadas desde arriba. La negociación continuó siendo parte inherente a las relaciones de fidelidad al rey en cada uno de los espacios que articulaban el sistema.

3. Las fronteras del mar

El mar cobró una relevancia crucial en el espacio imperial español. Su carácter fronterizo venía determinado por el hecho de que en un imperio ultramarino suponía una oportunidad de comu-nicación, pero al tiempo era un reto para la cohesión del territorium y de sus habitantes. Era el cauce que favorecía el establecimiento de un marco de relaciones complejas entre los vasallos de la Corona, originarios y residentes de cualquier espacio bajo control imperial, pero también con los vasallos de las potencias vecinas de esa vasta estructura política. El mar constituía una frontera dinámica, no lineal, que separaba los territorios y los hombres sujetos a la Monarquía Hispánica de los espacios sometidos a otra soberanía11.

Estas fronteras marítimas, como gran parte de las terrestres, intentaban construirse desde el punto de vista físico y desde una orientación militar como espacios dibujados en torno a puntos geoestratégicos defensivos frente a ataques exteriores, pero también de agresiones interiores. Las villas y los puertos litorales eran emplazamientos estratégicos en esos ámbitos. La Corona se servía de estos enclaves para proyectar su autoridad, pese a la existencia de una pluralidad de jurisdiccio-nes con dominio simultáneo en la costa. Eso ocurría incluso en espacios con una laxa presencia de la autoridad monárquica, como eran los territorios americanos en los primeros tiempos de la colo-nización12. Desde otras perspectivas, los perfiles de la frontera dejan de apoyarse en delimitaciones tan nítidas como líneas, rayas o puntos y tienden a desdibujarse o, incluso, diluirse.

En un imperio como el español, en el que el concepto de frontera marítima ofrecía continui-dad a los confines terrestres13, estuvieron siempre muy presentes las complicadas relaciones entre defensa militar, control aduanero, desarrollo institucional y dinámicas económicas, cuyo análisis posibilita observar la permeabilidad de la frontera marítima. A pesar de ello, la multiplicación de enfrentamientos bélicos entre las distintas potencias europeas determinó que las líneas divisorias primaran más que las de comunicación en estos ámbitos. Así lo ha mostrado la historia militar. Esta historiografía ha mostrado el mar y la costa como límites, fronteras infranqueables frente al enemigo. El riesgo de contaminación herética también propició en diferentes momentos la apari-ción de fronteras confesionales y el fortalecimiento de los límites y su control.

11 Renaud Morieux, Une mer pour deux royaumes. La Manche, frontière franco-anglaise (Rennes: Presses Universitaires de Rennes, 2008), 5.

12 Jorge Díaz Ceballos, “La configuración de la red urbana en la Castilla del Oro, 1508-1522”, en Identidades urbanas en la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII) (Santiago de Compostela: USC, 2015), 45-66.

13 La doble cara que basculaba entre circulación, intercambio e integración hasta exclusión, frente y bloqueo se percibía igualmente en las fronteras terrestres. Yves Junot, “Construcción de fronteras, pertenencias y circulaciones en los Países Bajos españoles (1477-1609)”, en Las fronteras del Mundo Atlántico (siglos XVI-XIX) (La Plata: Universidad Nacional de La Plata, 2015), y José Javier Ruiz Ibáñez, “Vivir en el campo de Marte: población e identidad en la frontera entre Francia y los Países Bajos (siglos XVI-XVII)”, en Les sociétés de frontière: de la Méditerranée à l’Atlantique: XVIe-XVIIIe siècle (Madrid: Casa de Velázquez, 2011), 165-176.

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El perímetro costero era un espacio sensible a las facetas de protección, defensa y, llegado el caso, organización de ataques preventivos o control de la actividad de los rivales. La Corona enfa-tizaba esta faceta del limes marítimo, con el apoyo de los poderes locales; por ello, Habsburgos y Borbones priorizaron la “guarda y seguridad” de esos límites fronterizos. Fortalezas y presidios, torres, atalayas y vigías proliferaron en las costas mediterráneas, en el Atlántico y en el Pacífico españoles, de la mano de ingenieros como los Spannocchi o Antonelli. Buscaban vigilar la costa y prevenir amenazas, convirtiendo el litoral en fronteras marítimas fortificadas. Las nuevas edi-ficaciones litorales se iniciaron en el reinado del emperador frente al ataque esporádico de los corsarios berberiscos, del vecino francés y, a partir de 1580, de ingleses y rebeldes holandeses. Había que proteger la sensible y codiciada ruta atlántica con los territorios americanos y las tierras españolas del Pacífico.

Estas prácticas defensivas contribuyeron a hacer frontera y a enfatizar la importancia de lo marí-timo como raya o línea militar inexpugnable. A lo largo de todo el período colonial, la Monarquía se preocupó, primero, por constituir esas fortalezas litorales y, luego, por mantenerlas y conservarlas con fuerzas permanentes, bien aprovisionadas y lo más numerosas y disciplinadas que fuera posible. Ese programa defensivo del perímetro marítimo estuvo acompañado de unas titubeantes políticas de creación de una marina de guerra, que adquirió carácter más permanente a partir de 1580, con la creación de la Armada del Mar Océano y, en particular, tras la derrota de La Invencible. El régimen de flotas ensayado, ya en los contornos mediterráneos y sus islas, se asentó luego en los atlánticos y, finalmente, se incorporó en las rutas comerciales del Pacífico. Su efectividad corrió pareja con el mismo prestigio internacional de la Monarquía Hispánica y, por tanto, comenzó a descender a partir de los años treinta del siglo XVII.

La convivencia en las fronteras litorales entre los intereses defensivos militares y los intercambios económicos, en los que estaban implicados los habitantes de esos espacios marítimos y los vasallos de potencias extranjeras, no estuvo exenta de problemas. La puesta en práctica de políticas de defensa militar, al igual que las de bloqueo comercial, generó tensiones y conflictos, que contribuían a difi-cultar la formalización de una línea costera cerrada y compacta frente a ataques enemigos, así como articulada en torno a puertas de acceso al imperio únicas, controladas y ubicadas en ciudades y en fortalezas litorales14. De hecho, durante la Edad Moderna, la necesidad de la Monarquía Hispánica de los intercambios comerciales entre los territorios españoles a ambos lados del Atlántico —para facilitar la conservación del cuerpo político que componía— dispensó oportunidades de negocio no sólo a los vasallos de la Corona sino también a las potencias extranjeras. Todo ello hizo más porosa la frontera en la paz y la guerra. Las dificultades defensivas de ese comercio monopolístico se expresaron salpicadas en la cronología de los conflictos en que se vio inmersa la Monarquía durante el siglo XVII, y aun fueron más palpables en el siglo XVIII.

Los puntos estratégicos litorales sustentaron sus actividades económicas en un comercio terrestre y marítimo, que se basó, en muchos casos, en la consolidación de marcos arancelarios ventajosos que facilitaban el mercado. El poder real en ocasiones optó por la legalización contro-lada de los intercambios con el enemigo, logrando ventajas económicas incluso de un comercio imposible de detener. Al tiempo se satisfacían las aspiraciones de los súbditos fronterizos en reco-nocimiento de necesidades de la demanda, entendiendo esta problemática de una forma amplia

14 Susana Truchuelo, “Fronteras marítimas en la Monarquía de los Habsburgo: el control de la costa cantábrica”. Manuscrits n.° 32 (2014): 33-60, doi: dx.doi.org/10.5565/rev/manuscrits.47.

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y compleja. Estas licencias bajo control real y de sus agentes directos contribuían además a con-solidar la autoridad monárquica en territorios lejanos, donde el control sobre los derechos de la Corona en los intercambios comerciales ya era laxo en el siglo XVII y aun en el XVIII.

La supervisión de la legalidad comercial, la represión del creciente contrabando, así como los intereses económicos de oligarquías y comerciantes afectaron a los intercambios. Esto permite comprobar la escasa operatividad efectiva que tenían esos perímetros marítimos como espacios en los que hacer frontera. Así, el bloqueo comercial a ingleses y holandeses a fines del siglo XVI fracasó ante el contrabando y la reiterada concesión de licencias reales; la moneda falsa de vellón siguió entrando en España en el siglo XVII, mientras salía la de plata. Eran prácticas ilícitas, desarrolla-das en los puertos, en las que participaron comerciantes autóctonos e intermediarios, de manera especial franceses, ingleses y holandeses15.

La presencia de comerciantes extranjeros en los puertos del imperio otorgaba pluralidad y diversidad a esas comunidades locales y favorecía la permeabilidad de la frontera. Aunque los extranjeros enemigos eran expulsados, ello no impedía en períodos de guerra la presencia en suelo español de foráneos en proceso de integración, a pesar de que sus fidelidades políticas, económi-cas y confesionales hacia la causa de los Habsburgo fueran dudosas. Eso acentuaba el peligro de difusión herética, espionaje y quiebra de las políticas de guerra económica16. Estas redes comercia-les en las que participaban españoles y colonias de judeoconversos residentes en la costa atlántica francesa —que conectaban con las redes comerciales dirigidas desde Holanda, gracias a la mayor tolerancia religiosa— seguían activas en el siglo XVII y preservaban la porosidad fronteriza de los contornos marítimos.

El comercio ilegal suponía no sólo la apertura de facto de las puertas de la frontera, sino que, incluso, en ocasiones todo el territorio litoral se convertía en una invisible puerta de acceso entor-nada, mal controlada, por la que transitaban alimentos, manufacturas textiles, pertrechos navales, metales, libros, capitales, tecnologías, hombres, mujeres y mucha información. Estos intercambios procedían, en ocasiones, de territorios en los que en los siglos XVI y XVII había calado el protes-tantismo, lo que añadía preocupación a las autoridades. Para combatir las entradas de productos prohibidos y minimizar estas prácticas ilícitas, la Monarquía intervino, primeramente, impulsando la participación de individuos y comunidades en la supervisión a nivel local. Esto contribuyó a asentar la presencia de la Corona en esos territorios, gracias a la negociación con las élites locales, que se adaptaban a la imposición legal y las prácticas de intervención.

Los monarcas intensificaron en los siglos XVII y XVIII los bloqueos económicos y recurrieron a la utilización de vías de control, vinculadas al ejercicio directo del poder real mediante mili-tares, corregidores, oficiales subalternos y jueces extraordinarios, que controlaran, vigilaran y reprimieran el contrabando e hicieran cumplir las normas que contribuyeran a la construcción de una frontera teóricamente cerrada para los enemigos de la Corona. Desde el siglo XVII, la

15 Tomás A. Mantecón, “Les réseaux de contrebandiers dans les ports atlantiques de Castille au cours du XVIIe siècle”, en Villes atlantiques dans l’Europe occidentale du Moyen Âge au XXe siècle (Rennes: Presses Universitaires de Rennes, 2006), 315-335. A partir de Felipe III se produjo en el Mediterráneo una gran permeabilidad de mercancías e información. Natividad Planas, “La frontière franchissable: normes et pratiques dans les échanges entre le royaume de Majorque et les terres d´Islam au XVIIe siècle”. Revue d´histoire moderne et contemporaine 48, n.° 2/3 (2001): 123-147, doi: dx.doi.org/10.2307/20530688.

16 Susana Truchuelo, “Heresy and Commercial Exchanges in Early Modern Northern Spain”, en Exile and Religious Identity, 1500-1800 (Londres: Pickering & Chatto, 2014), 127-140.

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Corona mostró iniciativas claras de reapropiación del litoral, control y militarización de la frontera marítima, palpable también en lo terrestre. Esto llegó a generar conflictos de autoridad entre los oficiales reales, así como con las comunidades urbanas y los poderes señoriales. Tanto comer-ciantes, marineros, pescadores o agricultores como los distintos oficiales locales y agentes reales supervisores de esa frontera litoral —alcaldes, gobernadores, capitanes generales, corregidores y administradores de aduanas— participaron en ese nutrido contrabando con la aquiescencia de la Corona. Así se ha constatado en entornos tan diversos dentro del teatro de operaciones marítimas de la Monarquía como la frontera del Cantábrico, el canal de La Mancha o el Río de la Plata17. Aun en el siglo XVIII, en estos confines marítimos se conocía una gran flexibilidad en la vigilancia y el control de los contornos litorales, que continuó apoyándose en los poderes que las comunidades locales otorgaban a sus propios oficiales, nutridos de las mismas oligarquías que sustentaban los tráficos legales y, también, los ilícitos.

4. Los contornos del imperio y la elasticidad de las fronteras

En el conjunto del imperio se distinguían las fronteras exteriores o epidérmicas y las interiores. De definir las primeras se ocupaban las guerras y los tratados. Asimismo, los reajustes se concretaban en conflictos, acciones diplomáticas o enfrentamientos bélicos, que dotaban de dinamismo a la epidermis imperial. Prueba de ese dinamismo era la pervivencia de elementos que difuminaban esos contornos fronterizos: los vínculos económicos, de amistad, parentesco, vecindad, paisanaje o idioma que existían entre las gentes de ambos lados de la frontera alteraban la rigidez y linealidad de los límites entre dos soberanías, confiriendo identidad territorial a la sociedad de frontera. La contigüidad de gentes fomentaba lazos que pervivían de manera independiente de los intereses y políticas de la Monarquía, lo que significaba la apertura, incluso en períodos bélicos, de variados contactos entre vecinos transfronterizos. Todo ello influía en el mantenimiento de solidaridades e interdependencias económicas, que asumían vías legales e ilegales.

Este tipo de vínculos, por ejemplo, relacionaban a las comunidades de la línea imaginaria que separaba Portugal y España18, o de ambos lados de la cordillera pirenaica entre Francia y España19, y podían llegar a regularse bajo la forma de contratos de libre tránsito de personas y bienes. Se les conoció como lies et passeries. Eran de origen medieval y adoptaban un tipo de tratados de paz agropastoriles de defensa mutua, luego desarrollados en el siglo XVI hacia el libre comercio. Se difuminaba así la rigidez de una frontera que se quería imponer desde arriba, a través de la práctica del aumento de control militar, comercial o religioso. Con el mismo espíritu de libertad comercial se suscribieron aperturas parciales de los intercambios, renovadas en épocas de guerras entre los vecinos de ambos lados de los Pirineos. Aquí, los protagonistas podían variar: es el caso de los franceses de Labourd, en el sur de Francia, y los habitantes de los territorios vascos del lado ibérico

17 Zacarías Moutoukias, Contrabando y control colonial en el siglo XVII. Buenos Aires, el Atlántico y el espacio peruano (Buenos Aires: Bibliotecas Universitarias, 1988).

18 João Pedro Gomes, “Bajo el signo de Géminis: Portugal y la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII”, en Las vecindades de las Monarquías Ibéricas (México: FCE, 2013), 181-211.

19 Francis Brumont, “Des relations sans frontières: le commerce franco-navarrais au début du XVIIe siècle”, en Frontières, editado por Christian Desplat (París: CTHS, 2002), 219-242 ; Patrice Poujade, Une société marchande. Le commerce et ses acteurs dans les Pyrénées modernes (Toulouse: Presses Universitaires de Toulouse, 2008).

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del río Bidasoa, así como de las gentes de las Cuatro Villas de la Costa de la Mar, quienes tenían vínculos más económicos que culturales con sus vecinos franceses. Estos acuerdos comerciales quedaron recogidos en licencias o tratados suscritos entre las autoridades española y gala que lega-lizaban la libertad en el transporte y comercio de bastimentos20.

Pese a esta continua interacción transfronteriza, las guerras favorecieron la militarización de la población y la traza de contornos más precisos, en particular, a partir de Cateau-Cambrésis, cuando se terminó de definir la compleja frontera territorial de los Países Bajos. Los tratados de paz de los siglos XVI y XVII entre las potencias europeas contribuyeron a definir unos márgenes impe-riales, que se mantuvieron prácticamente estables hasta los recortes territoriales de Westfalia y los Pirineos, en las Provincias Unidas, Rosellón y Cerdaña, así como algo después Portugal. Décadas más tarde también se impuso una nueva reubicación internacional de la Monarquía Hispánica, que tuvo importantes consecuencias en sus contornos imperiales. Así, después de las negociaciones de paz en Utrecht, a pesar de que los tratados marcaran un punto de equilibrio, los conflictos bélicos ulteriores en casi todos los escenarios posibles —Italia, Europa Central, Inglaterra, los mares, las costas de las Indias— dieron muchas ocasiones para un dinamismo en el perímetro del imperio, en particular en el lucrativo espacio americano.

La presión de las potencias emergentes sobre las fronteras del imperio fue creciente en el siglo XVIII. Por eso, América también estuvo presente en Utrecht y en todos los tratados que culmi-naron los procesos bélicos en que participó la Monarquía. A la altura de 1700, no obstante, la epidermis del imperio aún mostraba una enorme elasticidad en vastas regiones, incluidos espacios costeros americanos, muy disputados por otras potencias europeas como ámbitos de expansión. Así sucedía en la amplia franja entre la Alta California y el Norte de Florida, en el Cono Sur latino-americano, en las riberas del Paraná o en enclaves estratégicos del Caribe. Ni siquiera los perfiles que aparentemente podían considerarse más nítidos de la Monarquía quedaban establecidos con precisión. Algunos conflictos fronterizos se hicieron crónicos durante el Siglo de las Luces, y aun después, desde las pesquerías de Terranova hasta las Malvinas, pasando por el Caribe o el Río de la Plata y la Colonia del Sacramento.

La cuestión fronteriza quedaba directamente vinculada a la captación de recursos y beneficios. Así, el Caribe ofrecía posibilidades óptimas para monocultivos de plantación y para la redistribución de esclavos y el contrabando. Para los británicos, por otro lado, este espacio era una pieza fundamen-tal ( Jamaica, Barbados, Bahamas, las islas de Sotavento, los establecimientos en Belice y la Costa de los Mosquitos), y también para franceses y holandeses. Durante el siglo XVIII, la tensión hispano--británica alimentó el dinamismo fronterizo, por lo que la Guerra de la Oreja de Jenkins adquirió connotaciones simbólicas desde este punto de vista. La Paz de Aquisgrán puso fin a este conflicto, así como el tratado comercial firmado en Madrid en 1750, con compensaciones para los británicos que no colmaron sus aspiraciones. Esto explica la ulterior presión inglesa sobre puntos estratégicos del imperio: el acoso a Cartagena en 1741 precedió a la toma de La Habana en 1762, y este episodio, a las invasiones de Montevideo y Buenos Aires en 1806 y 1807. Paradójicamente, el comercio bilateral no sólo no cesó sino que dejó beneficios para ambas potencias en todo el período.

En el Cono Sur, también Matto Grosso y el Alto Paraná, así como el área desde la Colonia del Sacramento hasta la desembocadura del Río de La Plata, ilustraban fricciones hispano-lusas,

20 Caroline Lugat, “Les traités de ‘Bonne correspondance’ entre les trois provinces maritimes basques (XVIe-XVIIe siècles)”. Revue Historique 304, n.° 623 (2002): 611-655.

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aliñadas con un intenso contrabando. Las acciones de garimpeiros y bandeirantes se desarrollaban en el interior de Brasil y desde Matto Grosso hasta las riberas medias del Paraná. La intervención de estos agentes se convertía en factor crónico de un conflicto que llevó a los españoles a actuar contra la Colonia del Sacramento hasta que el Tratado de Madrid permitió recuperar el control del emplazamiento. El acuerdo abrió otro conflicto fronterizo. La cesión a Portugal del territorio de siete misiones jesuitas y sus estancias al este del río Uruguay alimentó las guerras guaraníticas, que en los tres años siguientes a febrero de 1753 dejaron un balance cruento, sin que su fin cerrara el contubernio fronterizo.

La Guerra de los Siete años reabrió hostilidades en 1761. En ese tiempo, la Colonia del Sacra-mento quedó en manos españolas, para retornar al control luso hasta 1777, cuando, como las misiones, volvió al dominio español. Ese año, la erección del Virreinato de La Plata reforzó el control de la frontera desde Charcas, Tucumán y Cuyo hasta el Río de la Plata, asestando un golpe al contra-bando, pero sin extinguirlo, dada su penetración en el tejido social. Tampoco fenecieron las acciones de los bandeirantes ni la tensión política fronteriza, que se proyectó después del período colonial.

Más al norte, desde la Alta California y el norte de Nuevo México hasta Nueva Orleans y Florida o provincia de Apalache se trazaba una movible, amplia, imprecisa, porosa y dinámica frontera del imperio; un ámbito de fricción con otras potencias europeas que incrementaban allí su presencia en el siglo XVIII. Aún hacia 1704, acciones protagonizadas por nativos del grupo creek, espole-ados por los británicos, destruyeron decenas de misiones en la provincia de Apalache. La zona volvió a ser sacudida en los posteriores conflictos angloespañoles. Durante el siglo XVIII, un ancho cinturón entre la Alta California y a lo largo de Nuevo México conoció el desarrollo de fuertes y presidios, en un esfuerzo para fijar las posiciones de la Corona y evitar el contrabando. La movili-dad de comanches, apaches, utes y navajos otorgaba gran inestabilidad en la región y dinamizaba la frontera que se extendía hacia Sonora, Nueva Vizcaya y Nuevo Santander. El dramático ejemplo de San Sabá, misión fundada en 1757 pocos kilómetros al sur del río Grande y destruida por los comanches el año siguiente, sintetiza el modelo de implantación que asociaba el tándem formado por misiones y presidios con destacamentos militares21. También se gestaron centros urbanos para propiciar el asentamiento de la población y el desarrollo de funciones de control y mercado.

Esta región era un amplio ámbito de interacción y fricción que dotaba de personalidad fron-teriza a las sociedades del territorio. Albuquerque, Abiquiú y Ojo Caliente sirvieron a estos fines desde 1706, 1734 y 1735, abriendo los espacios del sur a su proyección sobre el territorio Utah. Los intercambios servirían para una mejor articulación del espacio y sus gentes, contribuyendo a fijar esas fronteras. Los gobernadores coloniales debían dar licencias para las transacciones, estableciendo un control sobre la ética de los tratos. Sin embargo, nadie aceptaría mostrar sus cartas, y, así, muchas transacciones acabaron por llamarse rescates, pues se negociaba todo tipo de intercambios, incluso el de cautivos. Este tipo de experiencias, conocidas también en las regiones pampeanas del Cono Sur, ofrecían opciones para superar fronteras interiores y culturales dentro del territorium de la Monarquía Hispánica.

21 John H. Hann, “Summary Guide to Spanish Florida Missions and Visitas. With Churches in the Sixteenth and Seventeenth Centuries”. The Americas 46, n.° 4 (1990): 417-513, doi: dx.doi.org/10.2307/1006866. Joshua Piker, “Colonists and Creeks: Rethinking the Pre-Revolutionary Southern Backcountry”. The Journal of Southern History 70, n.° 3 (2004): 503-540, doi: dx.doi.org/10.2307/27648476. Sara Ortelli, Trama de una guerra conveniente: Nueva Vizcaya y la sombra de los apaches (1748-1790) (México: El Colegio de México, 2007).

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Este tipo de interacciones describían situaciones muy conocidas en todo el ámbito indiano durante el período colonial, algo que flexibilizaba los bordes fronterizos y dotaba de elasticidad a las concreciones cronológicas de fenómenos históricos. Si la resistencia inca en Vilcabamba en los cuarenta años que siguieron a 1532 evidenció que estas situaciones podían adoptar formas de interacción variadas, afectando a la propia definición de la conquista22, las fronteras del enten-dimiento también afectaban a la configuración de espacios de fricción dentro de las sociedades mestizas indianas. La existencia de estos ámbitos planteaba retos a la traducción cultural no siem-pre resueltos a favor de la convivencia. El mismo patrón intervenía en las proyecciones de los imperios ibéricos en África y Asia23.

Si el territorium de la Monarquía y las sociedades que integraba experimentaba estos fenóme-nos fronterizos tanto en su epidermis como en su interior, y en los escenarios que propiciaban la comunicación se conocían fricciones de este género, haciendo del Atlántico una gigantesca frontera, también el Pacífico fue un espacio de operaciones entre potencias coloniales que cobró relevancia en el siglo XVIII. En el marco del conflicto sucesorio español, la proyección europea sobre el Pacífico enfatizó el papel de control fronterizo desempeñado por la Armada del Mar del Sur desde el Callao. Los navíos británicos también hostigaban el tráfico en Filipinas. Además, en las primeras décadas del XVIII se asentaron algunas de las posiciones españolas y se consolidó el control cartográfico de las Marianas y las Carolinas.

Una estructura política global, como era la Monarquía Hispánica, conoció presiones fronterizas en todos sus espacios a lo largo de los siglos de vigencia del sistema imperial. El Caribe fue espe-cialmente privilegiado tanto por las interacciones y los intercambios como por las fricciones y los conflictos. Ninguna de las sacudidas que se conocían en la epidermis de la Monarquía, sin embargo, sería explicable sin considerar las tensiones históricas que ésta experimentaba en sus fronteras inte-riores, y viceversa. El control y la disputa sobre Gibraltar ejemplifican esta cuestión desde el propio momento en que los navíos británicos al mando del almirante Rooke se posicionaron en El Peñón e hicieron capitular la plaza el 4 de agosto de 1704, conformando un litigioso punto caliente en la epidermis del imperio, pero dentro de la península Ibérica. Los posteriores intentos de recuperación diplomática o militar de este enclave se saldaron en contra de los intereses hispanos. Incluso, situa-ciones tan complejas como las creadas por la invasión francesa en la quiebra del Antiguo Régimen permitieron expresar fenómenos de frontera social, disidencia y desobediencia dentro de la socie-dad española, tanto en la península Ibérica como en Indias, actuando como factores del proceso de implosión del sistema colonial y de la propia Monarquía Hispánica24.

22 Manfredi Merluzzi, “La monarquía española y los últimos incas ¿una frontera interior?”. Manuscrits. Revista d’Història Moderna 32 (2014): 61-84, doi: dx.doi.org/10.5565/rev/manuscrits.51.

23 Eduardo Valenzuela Avaca, “Las fronteras del entendimiento en la frontera mapuche: brujería, justicia y traducción cultural en Chile durante el siglo XVIII”. Manuscrits. Revista d’Història Moderna 32 (2014): 109-128, doi: dx.doi.org/10.5565/rev/manuscrits.44; Sergio Mantecón Sardiñas, “Los misioneros jesuitas, traductores culturales: las fronteras culturales de la misión católica en la China del siglo XVIII”. Manuscrits. Revista d’Història Moderna 32 (2014): 129-150, doi: dx.doi.org/10.5565/rev/manuscrits.46, y Tomás A. Mantecón y Sergio Mantecón Sardiñas, “Entre las cortes europeas y las africanas de la Costa del Oro y el reino de Etiopía: misioneros, autoridades indígenas y traducción cultural en la Edad Moderna”, en El príncipe, su corte y sus reinos. El sistema político bajomedieval y moderno (s. XIV al XVIII) (Salta: Universidad de Salta, 2015).

24 Una síntesis en Tomás Pérez Vejo, “El problema de la nación en las independencias americanas: una propuesta teórica”. Mexican Studies/Estudios Mexicanos 24, n.° 2 (2008): 221-243, doi: dx.doi.org/10.1525/msem.2008.24.2.221.

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5. Ciudades y fronteras interiores

Si en el perímetro terrestre y marítimo del imperio se producían fricciones que conferían personali-dad e identidad a los espacios fronterizos y ayudaban a definir la noción de confín, límite y horizonte de los espacios dominados por la Monarquía Hispánica, las tensiones fronterizas afectaban también a las gentes y los espacios comprendidos dentro de esta epidermis imperial. Esto ofrece mayor polise-mia al fenómeno de la frontera en su significado histórico. Pueden interpretarse así episodios como el de la conquista de los últimos incas, pero también fenómenos que afectaron a numerosas ciuda-des de Indias a lo largo de los siglos entre la Conquista y la disolución del sistema imperial y que las convirtieron en ciudades nómadas, algo que afectó a no menos de 160 ciudades en los territorios americanos. Este fenómeno no sólo dotaba de complejidad a las concreciones de la frontera en cada ámbito urbano, sino que redefinía e intensificaba este fenómeno cuando se expresaba en espacios que componían regiones-confín, en los límites del territorium imperial español25.

Desde los inicios de la Conquista estos territorios americanos componían un horizonte misio-nal ineludible para la extensión de la pietas, al igual que las “Indias de acá” en la península Ibérica, particularmente para una iglesia militante postridentina definida como católica (universal). El referente de las Indias —Occidentales, Orientales o las “de acá”— actuaba como un límite y un desafío para los misioneros. La imagen es aplicable a los conquistadores y los administradores de los territorios extrapeninsulares de la Monarquía; de la misma forma, también se podían apreciar fronteras internas alimentadas por prejuicios de toda índole en la península Ibérica26. Estas formas de frontera no sólo enmarcaban elementos de segregación, tensión y confrontación, sino también de interacción, intercambio, mestizaje e hibridación. En las Indias Occidentales, los españoles encontraron retos fronterizos singulares. Muchos de los que hallaron no eran fruto del encuentro entre nativos y europeos, sino preexistentes ya, conformados entre las propias sociedades y cultu-ras nativas. El Chaco, por ejemplo, ya era etiquetado como frontera por los incas y contenía, a su vez, otras entre una realidad plural de naciones indígenas que, aunque no tenían una clara distin-ción étnica, sino cultural, se reconocían como diversas, compitiendo por espacios y recursos aún en el siglo XVIII. Los escenarios chaqueños no eran muy diferentes a otros americanos sobre los que ejercían presión los agentes de las potencias e iglesias europeas. Durante el período colonial, las reducciones jesuíticas tenían connotaciones de frontera, no sólo en las relaciones entre misio-neros y nativos, sino también entre éstos, el mercado y los intereses de otros colonos y burócratas. A esto se añadía una fricción de intereses fronterizos entre las dos coronas ibéricas que no quedó cerrada en el Tratado de Madrid.

Para los misioneros dispuestos a combatir la idolatría y superstición en América, África o Asia, la frontera era una especie de horizonte, un espacio intangible hacia el que proyectarse, pero que marcaba nuevas y lejanas distancias, justo cuando aparentaba ser un confín más

25 Alain Musset, “Los traslados de ciudades en América: autorretrato de una sociedad en crisis”. Anuario de Estudios Americanos 62, n.° 2 (2005): 77-102, doi: dx.doi.org/10.3989/aeamer.2005.v62.i2.50. Benita Herreros, “Ciudades nómadas en las fronteras americanas: el traslado de San Miguel de Tucumán a finales del siglo XVII”, en Identidades urbanas en la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII) (Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela, Servizo de Publicacións e Intercambio Científico, 2015), 97-124.

26 Rafael Benítez, “La liquidación de las fronteras religiosas en una sociedad fronteriza. De la Valencia mudéjar a la Valencia sin moriscos”, en Les sociétés de frontière: de la Méditerranée à l’Atlantique: XVIe-XVIIIe siècle, coordinado por Michel Bertrand y Natividad Planas (Madrid: Casa de Velázquez, 2011), 259-272.

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próximo27. En todos los ámbitos se componían espacios y poliédricas sociedades de frontera. Éstas establecían sus límites, sus espacios dominados y diferenciados, pero también eran entor-nos de interacción y fricción. El trasiego ilegal de ganado —y de otras mercancías ilícitas, como armas o metales preciosos— podía llegar a constituir una preocupación suficiente para hacer permeables los mismísimos Andes, el Septentrión novohispano, el Paraná o la raya entre Castilla y Portugal. Las fronteras generaban estos efectos y oportunidades de intercambio económico y cultural. Las sociedades pirenaicas, sujetas a gran movilidad a ambos lados de las fronteras, dan cuenta de este rasgo durante la Edad Moderna. Igualmente, en el período colonial, ocasionales incursiones y saqueos de indígenas en entornos poco controlados confirieron una personalidad fronteriza muy diversa al Septentrión novohispano. Las acciones de indios malones hacían lo propio en las regiones pampeanas.

En el Cono Sur, los grupos mapuches se movían para ubicar ganado cimarrón o robado proce-dente de los pastizales pampeanos en los mercados al otro lado de los Andes. Sus saqueos, como en la frontera norte novohispana, eran empresas económicas y formaban parte de las opciones de transacción fronteriza. En la Araucanía, la ribera sur del Bío Bío marcaba una divisoria entre los nativos bárbaros y los civilizados o reducidos28. La oposición indígena-español tenía otra versión diferente en la tensión entre diversas naciones indígenas. El pretexto de la presencia de indios no reducidos permitía organizar expediciones de castigo. El asalto comanche a la misión de Santa Cruz de San Sabá en 1758 y la expedición de castigo del año siguiente ejemplifican las concrecio-nes de estos episodios fronterizos.

Gentes sin escrúpulos aprovechaban esta lógica para saquear y organizar una lucrativa caza del hombre por el hombre. El resultado era colocar a nativos al servicio de colonos. Eran los llama-dos genízaros, que podían aplicarse a diversos trabajos bajo el pretexto de que su vinculación al amo-protector-instructor favorecía su reducción a la vida civil. Los cazadores de hombres llegaban a capturar genízaros en comunidades nativas pacíficas, para luego lucrarse con su venta29. Estas prácticas alimentaban saqueos mutuos que volvían crónica la violencia en algunas regiones fron-terizas. En la cultura mapuche, la maloca amparaba la venganza del agraviado; era una especie de reciprocidad negativa que justificaba acciones violentas protagonizadas por indígenas (malones) contra colonos o contra la administración30. Prácticas de este tipo también fueron desarrolladas por pueblos navajos y otros del septentrión novohispano dotando de inseguridad a las fronteras.

Estos límites interiores eran espacios de convivencia, interacción y mestizaje, a la vez que de oportunidades y posibilidades. En ocasiones, era preciso contar con la intervención de inter-mediarios o traductores culturales que mostraban síntomas de mestizaje cultural. La mediación

27 Louis Pérouas, “Missions intérieures et missions extérieures françaises durant les premières décennies du XVIIe siècle”. Parole et Mission 7, n.° 27 (1964): 644-659, y Tomás A. Mantecón, “Sangre de santos, ¿semilla de cristianos? Espíritu misionero y martirio en la temprana Edad Moderna”. Revista Convergência Crítica 1, n.° 2 (2012): 299-326.

28 Yéssica González Gómez, “Conflicto, violencia sexual y formas de transgresión moral en el obispado de Concepción, 1750-1890”, 2 vols. (Tesis de doctorado, Universidad de Huelva, 2011). Rolf Foerster y Julio Vezub, “Malón, ración y nación en las Pampas: el factor Juan Manuel de Rosas (1820-1880)”. Historia 2, n.° 44 (2011): 259-286, doi: dx.doi.org/10.4067/S0717-71942011000200001.

29 Alan Gallay, ed., Indian Slavery in Colonial America (Lincoln: University of Nebraska Press, 2010).30 Margarita Gentile, “Actas de alianza entre indios y españoles (gobernación de Tucumán, siglos XVI y XVII)”.

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realizada no se alejaba de la emprendida por las oligarquías locales en las ciudades europeas, que contribuían a adaptar las normas de gobierno a los intereses de las comunidades y del monarca. En América, caciques nativos asumían estas facetas de mediación. No obstante, actuaban con una fidelidad cultural hacia su propio entorno, en cuyo entramado de relaciones de poder y autoridad se enquistaban. A su vez, las sociedades nativas integraban también en su seno colonos blancos. A veces eran cautivos; otras, agregados inscritos voluntariamente en los universos aborígenes. Todo intensificaba un creciente mestizaje que contribuía a una interacción social y cultural mayor de la que representan las pinturas de castas, destinadas al utópico fin de representar un imposible: una taxonomía del mestizaje31.

Las delegaciones nativas, que participaban en los intercambios urbanos manteniendo su entronque indígena, llevaban las fronteras imperiales hasta el corazón de las ciudades que lo arti-culaban. El mercado favoreció la integración de amplias regiones económicas. La concentración de población en las franjas costeras europeas y en las áreas extractivas del continente americano estimuló producciones, que abastecerían estos entornos de productos básicos. Esto dinamizó otros núcleos urbanos. Ocurrió en el Durango americano y ciudades en los circuitos de la Mesta novohispana o en Salta y Tucumán. Otras ciudades, como México y Lima o La Habana, Carta-gena de Indias, Valparaíso, Concepción, Acapulco, Veracruz, Portobelo, Buenos Aires o Manila, centros administrativos y comerciales, facilitaron desde el siglo XVI el desarrollo de otros cen-tros que capitalizaban la producción para el consumo. Estas dinámicas urbanas impulsadas por intereses comerciales, a la par que bélicos y estratégicos, habían sido operativas desde tiempo atrás en Europa. Las ciudades medievales, ejes estructuradores, organizadores y dominadores del territorio, ya se guiaban por intereses comerciales globales. Así lo muestra el dinamismo de los puertos mediterráneos, cantábricos, así como el de los Países Bajos durante el dominio español. En América, a mediados del siglo XVII, se contaban más de trescientas ciudades, cifra que creció ligeramente en el Siglo de las Luces. Se desarrollaron más las grandes ciudades, que siguieron recibiendo aportes europeos.

Los núcleos urbanos protagonizaban las interacciones que implicaban la articulación del terri-torium de la Monarquía Hispánica. Montevideo, por ejemplo, fue favorecida no sólo por las rutas terrestres desde Charcas hasta el Río de la Plata, sino también por el incremento del tráfico al sur del cabo de Hornos, los conflictos de límites hispano-lusos y la necesidad española de reducir el contrabando. En cada nodo urbano, la combinación de factores hacía que la conectividad entre ellos fuera más o menos intensa. Esto acentuaba, o bien la cohesión y articulación territoriales, o bien el establecimiento de fronteras interiores en el imperio. Las reformas administrativas con-solidaban procesos de articulación construidos durante el período colonial. Buenos Aires, por ejemplo, constituía en el momento de asentamiento del Virreinato el vértice meridional de una gigantesca red económica que en forma de gran C se proyectaba desde Cartagena, Bogotá y Quito, atravesaba los Andes centrales hasta Santiago y Valparaíso para, desde ahí, conectar con Tucumán y Córdoba hacia el Río de la Plata. Anteriormente, en el otro extremo de esa gran C, la fundación del Virreinato de Nueva Granada reorganizaba la gestión territorial de las audiencias de Quito, Panamá y Santa Fe y recomponía las del Virreinato del Perú. A los dos lados del Atlántico, la inte-

31 Valenzuela ha mostrado variados ejemplos de este fenómeno. Jaime Valenzuela Avaca, “Indios urbanos: inmigraciones, alteridad y ladinización en Santiago de Chile (siglos XVI-XVII)”. Historia Crítica 53 (2014): 13-34, doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit53.2014.01.

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 19-39 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.02

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racción era ineludible, pero las tensiones internacionales determinaban las formas en que ésta se concretaba. La Guerra de Sucesión y los conflictos ulteriores afectaron a estos contactos, así como a la navegación interregional en los territorios del imperio.

Otras fronteras interiores eran visibles en las ciudades, planteaban límites políticos, incluso jurídicos, infranqueables para gran parte de la colectividad. Sea como fuere, por su capacidad para articular territorios y gentes, así como para propiciar la conectividad con otros ámbitos de decisión superiores dentro de la estructura política que componía el imperio, las ciudades eran auténticas vértebras del esqueleto de la Monarquía Hispánica.

Conclusiones

La constitución de una estructura política como fue la Monarquía Hispánica desde la época de la conquista de las Indias hasta la disolución del sistema imperial y la eclosión de los Estados nacio-nales es una historia de la conformación y el dinamismo de las fronteras que dimensionaban el territorium de esta comunidad política global. El vigor para proteger el limes era una muestra de la propia naturaleza de la Monarquía, mientras que en aquellos contextos y circunstancias en que la epidermis imperial se hacía más flexible y vulnerable, lo era por fragilidades en la propia comple-xión de cuanto sostenía el edificio político, sus recursos, sus tensiones internas o la presión exógena de otras potencias económicas y militares. Este enfoque analítico subraya la relevancia historiográ-fica del estudio fronterizo para explicar la historia del Imperio español lejos del etnocentrismo que suponía la tradicional historia imperial y reconoce como factores del cambio histórico fenómenos y procesos, incluso acciones concretas, de adaptación, interacción e intercambio en unos escena-rios de circulación no sólo de recursos, gentes y valores, sino también de cultura jurídica, lo que permitió, a su vez, dispensar resignificaciones a los principios sobre los que se construía, y luego se disolvió como una estructura de poder global.

La complexión interna de la Monarquía Hispánica aporta una gran complejidad al objeto de investigación. Queda esto claro en lo que se refiere a la multiplicidad de reinos, ciudades, virrei-natos, jurisdicciones, etnias, religiones, culturas, teorías políticas e intereses económicos. Todos estos elementos aportan enorme riqueza a estos espacios de frontera y, en particular, a las gentes que los habitaban y que con sus actuaciones, vivencias y prácticas cotidianas contribuían a definir y a hacer unas fronteras con rasgos que no eran homologables en cada escenario del territorium imperial. Eso no es una novedad, puesto que formaba parte de los rasgos comunes en las estruc-turas de las sociedades del Antiguo Régimen. Sin embargo, las combinatorias específicas de cada parte constitutiva del imperio, así como del conjunto, otorgaban personalidad al Imperio español y a sus componentes; lo que era reconocible tanto desde dentro de la epidermis con que se prote-gía como desde fuera del limes que perfilaba ese territorium imperial.

La soberanía ejercida por el monarca católico y cabeza de la Monarquía, fuera Habsburgo o Borbón, en un marco de pluralidad de poderes con un claro referente jerárquico de desigualdad política basada en la fidelidad y la obediencia, imprimía una básica orientación del gobierno sobre la frontera: intolerancia confesional, activación de fidelidades y de mediaciones a través de los poderes locales, que hacían efectiva la práctica de la convivencia y de la colaboración, resolución de las discrepancias mediante el consenso o imposición, generalmente a través de una negocia-ción en que todos los agentes participaban. Todos estos elementos se hacían muy presentes en los bordes del imperio, esto es, territorios que se encontraban en expansión y consolidación durante

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mucho tiempo, pero también siempre alertas ante las codicias de las potencias emergentes que, fortalecidas después de los tratados de Westfalia, merced a sus propias recomposiciones internas, se mostraban más pujantes y beligerantes en los escenarios internacionales y rivalizaban con la Monarquía Hispánica por controlar puntos estratégicos y zonas de influencia en los escenarios ultramarinos y europeos.

Si el dinamismo fronterizo en los bordes del imperio es bien conocido, modelado por los con-flictos y las guerras, los tratados y paces, aún queda mucho por profundizar sobre los impactos de las presiones exteriores en los desarrollos de formas de gobierno y autoridad en escenarios locales, así como sobre la manera en que las experiencias humanas de las fronteras exteriores e interiores ayudaron a modelarlas y dotarlas de personalidad y dinamismo histórico. La intervención de estos agentes sociales se concretaba en actuaciones que contribuían a la delimitación, la indefinición y las recomposiciones de los límites o márgenes de esos espacios no sólo geográficos, sino tam-bién políticos, económicos y culturales, incluso de la tolerancia y el entendimiento. Contemplado desde estas perspectivas, el mundo de la frontera refiere mucho más que territorios y otorga un gran protagonismo no sólo a las gentes, sino, particularmente, a los intermediarios, mediadores o traductores culturales, que intervenían desde dentro de estos entornos y contribuían a recon-figurarla. A pesar de la investigación acumulada sobre todas estas materias por la historiografía multidisciplinar internacional, aún hay muchos escenarios fronterizos por explorar desde dentro de la diversidad que encerraba esta estructura de poder global.

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Tomás A. Mantecón MovellánCatedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cantabria (España). Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras por la misma universidad. Ha sido Visiting Member del Darwin College (Cambridge, 1995 y 1996) y Guest Lecturer de la Erasmus Rotterdam Universiteit (1997), así como Investigador Invitado en la Universidad Federico II de Nápoles (2007-2008) y Professeur Invité de la EHESS (2015). Entre sus publicaciones se encuentran: Contrarreforma y religiosidad popular en Cantabria  (1990),  Conflictividad y disciplinamiento social en la Cantabria rural del Antiguo Régimen (1997), La muerte de Antonia Isabel Sánchez  (1998 en español y 2014 en italiano), y España en tiempos de Ilustración. Los desafíos del siglo XVIII (Madrid: Alianza, 2013). [email protected]

Susana Truchuelo GarcíaProfesora titular de Historia Moderna de la Universidad de Cantabria (España). Licenciada y Doctora en Filosofía y Letras por la misma universidad. Fue investigadora Postdoctoral del programa Juan de la Cierva en el Departamento de Historia Medieval, Moderna y de América de la Universidad del País Vasco (España). Ha sido profesora visitante en el Istituto Storico Italo-Germanico en Trento (1994 y 1995), en la EHESS (de 2007 a 2011), y Maître de Conférences invitada en la Universidad Toulouse Jean Jaurés (2014). Entre su producción bibliográfica se encuentran los libros: La representación de las corporaciones locales guipuzcoanas en el entramado político provincial (siglos XVI-XVII) (1997), Gipuzkoa y el poder real en la Alta Edad Moderna (2004) y Tolosa en la Edad Moderna (Organización y gobierno de una villa guipuzcoana) (2006). [email protected]

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Mestizaje y frontera en las tierras del Pacífico del Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVII❧

Juan David Montoya GuzmánUniversidad Nacional de Colombia

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.03Artículo recibido: 19 de febrero de 2015/ Aprobado: 02 de julio de 2015/ Modificado: 24 de agosto de 2015

Resumen: Este artículo tiene como objetivo analizar las diferentes relaciones de mestizaje que ocurrieron en las tierras del Pacífico durante los primeros dos siglos de ocupación europea. La investigación revela que, contrario a lo que un amplio sector de la historiografía ha sostenido, la conquista no fue unilateral y compacta, sino que se trató de un proceso discontinuo y heterogéneo que permitió el surgimiento de nuevos grupos como los mestizos. Estos participaron activamente en las guerras contra los indios cuando eran educados en el mundo colonial, pero también atacaron a los conquistadores cuando fueron criados dentro de las sociedades indígenas. Utilizando diferentes fuentes de la época, se analiza el proceso de mestizaje no sólo desde su faceta biológica, sino también cultural. Así se podrá comprender cómo a ambos lados de la línea fronteriza colonial se vivió un intenso proceso de mestizaje.

Palabras clave: frontera, guerra, Pacífico (Thesaurus); mestizaje, ladinos, conquista, cautivos (palabras clave del autor).

Mestizaje and the Frontier in the Pacific Territory of the New Kingdom of Granada in the 16th and 17th Centuries

Abstract: The objective of this article is to analyze the different relations of miscegenation that occurred in the Pacific territory of the New Kingdom of Granada during the first two centuries of European occupation. The study reveals that, contrary to what a broad sector of historiography has sustained, the Conquest was not unilateral and compact, but rather a discontinuous and heterogeneous process that permitted the rise of new groups such as the Mestizos. When these groups were educated in the colonial world, they participated actively in the wars against the Indians, but when they were brought up within the indigenous societies, they also knew how to attack the Conquistadors. The study uses different sources to analyze the process of miscegenation not only from the biological perspective, but from the cultural perspective as well. It is thus possible to understand how an intense process of racial-mixing known as mestizaje took place on both sides of the colonial boundary line.

Keywords: frontier, war, Pacific (Thesaurus); mestizaje, Ladinos, conquest, captives (author’s keywords).

Mestiçagem e fronteira nas terras do Pacífico do Novo Reino de Granada, séculos XVI e XVII

Resumo: Este artigo tem como objetivo analisar as diferentes relações de mestiçagem que ocorreram nas terras do Pacífico durante os primeiros dois séculos de ocupação europeia. A pesquisa revela que, ao contrário do que um grande setor da historiografia sustenta, a conquista não foi unilateral e compacta, mas sim se tratou

❧ Este artículo hace parte de la investigación en curso “Historia de una frontera marginal: las tierras del Pacífico de las Audiencias de Santa Fe y Quito, 1573-1687”. El autor agradece las correcciones y comentarios de Pilar Ramírez Restrepo. No contó con financiación para su realización.

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de um processo descontínuo e heterogêneo que permitiu o surgimento de novos grupos como os mestiços. Estes participaram ativamente das guerras contra os índios quando eram educados no mundo colonial, mas também souberam atacar os conquistadores quando foram criados dentro das sociedades indígenas. Utilizando diferentes fontes, analisa-se o processo de mestiçagem não somente de uma perspectiva biológica, mas também cultural. Assim, poderá ser compreendido como, a ambos os lados da linha fronteiriça colonial, se viveu um intenso processo de mestiçagem.

Palavras-chave: mestiçagem, fronteira, guerra, ladinos, conquista, cativos, Pacífico (autor de palavras-chave).

Introducción

Por sus condiciones geográficas y sociales, las tierras del Pacífico que estaban bajo la juris-dicción del Nuevo Reino de Granada fueron consideradas desde el siglo XVI como una región fronteriza1. Sin embargo, es conveniente repensar esta idea, pues en muchas ocasiones la historio-grafía colombiana ha calificado la frontera como una línea civilizatoria en constante expansión, lo que recuerda la imagen creada por el historiador Frederick Jackson Turner a finales del siglo XIX para el oeste norteamericano, y que ha tenido tanta influencia en la historiografía latinoa-mericana2. Contrario a esto, la frontera debe pensarse como un espacio imaginado, inestable y atravesado por la circulación de individuos, saberes y bienes.

De ahí que el objetivo de este artículo sea analizar a los hombres que sirvieron como mediado-res entre las sociedades hispánicas y nativas3. Del contacto forzado o amistoso entre los mundos indígenas y europeo surgió una sociedad mestiza biológica y culturalmente: hombres mezclados que abandonaron el mundo indígena para marchar al lado de sus padres españoles a través de la selva; indios ladinos que sirvieron como mediadores entre las autoridades coloniales y los jefes

1 Las tierras del Pacífico son una franja de casi mil kilómetros de largo y entre 80 y 160 kilómetros de ancho. Con excepción del Darién, está región está ubicada entre el océano Pacífico y la cordillera Occidental de los Andes. Sus límites naturales son el río Chone al sur (en la provincia de Esmeraldas) y el golfo de San Miguel al norte (en Panamá). Robert C. West, Las tierras bajas del Pacífico colombiano (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000), 31. La administración colonial dividió este extenso territorio en cuatro grandes provincias: Esmeraldas (ubicada entre los ríos Chone y Mira), Barbacoas (entre los ríos Mira y Micay), Chocó (entre la bahía de Buenaventura y el curso medio del río Atrato) y Darién (entre los golfos de Urabá y San Miguel). Esta vasta porción de territorio estaba bajo la jurisdicción de las Audiencias de Santafé, Quito y Panamá, lo que complicó su control y suscitó a lo largo de la época colonial varios pleitos por el control de su población y sus recursos naturales.

2 Frederick Jackson Turner, La frontera en la Historia americana (San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1986). Recientemente, David Weber señaló la influencia que ejercieron las teorías de Turner y de Herbert Eugene Bolton en la historiografía latinoamericana. David Weber, “Turner, los boltonianos y las tierras de frontera”, en Estudios (Nuevos y Viejos) sobre la frontera, editado por Francisco de Solano y Salvador Bernabéu Albert (Madrid: CSIC, 1991), 61-84.

3 Serge Gruzinski ha utilizado la categoría passeurs para calificar a los individuos que tuvieron o asumieron un papel de mediadores entre las diferentes sociedades o grupos durante el período colonial. Serge Gruzinski, “Monarquía católica, mundialización y mestizajes: algunas pistas para el historiador de hoy”. Memoria Americana n.º 11 (2003): 27. Además, ver: Serge Gruzinski, “Passeurs y élites ‘católicas’ en las Cuatro Partes del Mundo. Los inicios ibéricos de la mundialización (1580-1640)”, en Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el mundo ibérico, siglos XVI-XIX, editado por Scarlett O’Phelan Godoy y Carmen Salazar-Soler (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú/Instituto Riva-Agüero/Instituto Francés de Estudios Andinos, 2005), 13-29.

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nativos; y embajadas comerciales que en lugar de enfrentar a los colonos ibéricos optaron por trocar sus alimentos y riquezas a cambio de armas y herramientas provenientes del Viejo Mundo4.

1. El mestizaje en una frontera de guerra

La conquista del Nuevo Reino de Granada no se realizó de forma tan rápida y efectiva como sucedió en Nueva España o Perú. En las zonas más distantes de las antiguas culturas mesoameri-canas y andinas, la relación entre indios y españoles desencadenó una serie de comportamientos entre sus habitantes que eran vistos por los oficiales de la Corona como peligrosos. Una de estas conductas fue siempre asociada a los hombres híbridos. En la vasta región que se extendía desde la ciudad de Panamá hasta la de Portoviejo, la presencia de mestizos, mulatos, indios forasteros o ladinos, españoles pobres y renegados le confirió un matiz particular a esa zona5.

Como en otras fronteras, mientras una parte de los colonos eran mestizos que se integraron en las milicias fronterizas, otro sector auxilió a los adversarios. Por ejemplo, en 1635 el gobernador de Popayán Lorenzo de Villaquirán escribió en su relación que en las ciudades de Santa María del Puerto de las Barbacoas y Santa Bárbara de la isla del Gallo asistían de forma continua 66 soldados que eran “mestizos, otros mulatos libres y los menos son españoles”6. Este dato presenta varios puntos de interés. Primero, evoca las hostilidades tradicionales entre el variopinto grupo conquistador y los sindaguas. También revela que los mismos mestizos, predominantes en el poblamiento fronte-rizo, recibían la formación guerrera y se convertían en unos temibles especialistas del combate. Así, cuando en 1633 Juan Vélez de Guevara y Salamanca capituló con Felipe IV la conquista del Chocó, se indicó que no debía llevar indios “amigos”, sino reclutar mestizos, mulatos, zambaigos y negros libres y esclavos, “pues se entiende ay mucha gente ociosa y vagamunda en las provincias del Nuevo Reyno de Granada, Quito y Popayán, que son de más fuerças y para mayor trabajo que los indios”7.

4 Thierry Saignes estudió de forma magistral el caso de mestizos que decidieron unirse al bando chiriguano en la frontera oriental del Virreinato peruano. “Mestizos y salvajes: los desafíos del mestizaje en la frontera chiriguano (1570-1620)”, en Historia del pueblo chiriguano, editado por Isabelle Combés (La Paz: Instituto Francés de Estudios Andinos/Institut de Recherche pour le Développement/France Coopération/Ambassade de France en Bolivie/Plural Editores, 2007), 185-230.

5 Saignes, “Mestizos y salvajes”, 186. Son muchos los ejemplos de mestizos que siguieron a sus progenitores europeos para pelear contra los naturales. Ése es el caso de Miguel Caldera, un mestizo que combatió a los chichimecas en la segunda mitad del siglo XVI. Philip W. Powell, Capitán mestizo. Miguel Caldera y la frontera norteña. La pacificación de los chichimecas (1548-1597) (México: FCE, 1980). La figura del mestizo Caldera ha sido estudiada recientemente por Juan Carlos Ruiz Guadalajara, “Capitán Miguel Caldera y la frontera chichimeca: entre el mestizo historiográfico y el soldado del rey”. Revista de Indias LLX, n.° 248 (2010): 23-58, doi: dx.doi.org/10.3989/revindias.2010.002. Otros mestizos alcanzaron celebridad y reconocimiento no sólo por servir como conquistadores, sino también por haber dejado testimonios muy importantes sobre la Conquista. Tal es el caso del conocido Inca Garcilaso de la Vega en el Perú, de Ruy Díaz de Guzmán en el Paraguay y Tucumán, y de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en México. Carmen Bernand y Serge Gruzinski, Historia del Nuevo Mundo. Los mestizajes, 1550-1640, t. 2 (México: FCE, 1999), 81-168.

6 Archivo General de Indias (AGI), Sevilla-España, Fondo Quito, t. 32, doc. 59, f. 5r.7 AGI, Fondo Patronato, t, 233, r. 17, f. 496r. También en 1664, en una medida desesperada, Diego de Egües y

Beaumont, presidente de la Audiencia de Santafé, intentó convencer a Felipe IV de ampliar la frontera minera de la provincia del Chocó, debido a la crisis económica que se vivía en toda la región, por lo que era “menester no estimar conquista de tierra de tanta riqueza a que también se deve ynclinar haver más criollos y mestizos en todas estas provincias de los que caben en ellas”. AGI, Quito, t. 67, f. 2r.

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Mapa 1. Centros urbanos de las gobernaciones de Popayán, Antioquia, Esmeraldas y Panamá, siglos XVI-XVII

Fuente: Juan David Montoya Guzmán, “Poblamiento, guerra y minería en las tierras bajas del Pacífico: Chocó, Barbacoas y Esmeraldas entre 1570 y 1640”, en Poblar la inmensidad: sociedades, conflictividad y representación en los márgenes del

Imperio Hispánico (siglos XV-XIX), editado por Salvador Bernabéu Albert (Madrid: CSIC, 2010), 315-347.

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Pero, ¿eran muy numerosos los mestizos en las ciudades de la gobernación de Popayán? Es difí-cil saberlo. Por ejemplo, Toro albergaba pobladores españoles provenientes de los centros urbanos adyacentes, pero también mestizos y mulatos. Según la relación del agustino Jerónimo de Escobar fechada en 1582, había dos mil indios repartidos entre veinte vecinos, “algunos dellos son mulatos y mestizos y gente no digna de tener vasallos”8. Lo mismo sucedía en otras ciudades fronterizas de la gobernación, como Almaguer y San Juan de Trujillo de Iscancé9. Ya entrado el siglo XVII, el gobernador Villaquirán notó que las ciudades andinas que tenían una fuerte conexión con las tierras del Pacífico, como Cartago, Toro, Buga, Cali y Pasto, albergaban pocos vecinos, la mayoría “soldados, mercaderes, ofiçiales, españoles, mestizos, mulatos y negros”10. También hay que tener en cuenta que no sólo se trataba de mestizos biológicos, sino también culturales11. La práctica generalizada en América de entregar al recién nacido a nodrizas indígenas o negras llevó a que los más moralistas sostuvieran que amamantar a un niño implicaba la transmisión de características psicológicas a través de la lactancia12.

2. Dos historias mestizas

La historia de las tierras del Pacífico ha conservado el rastro de ciertos mestizos enfrentados con las diferentes sociedades indígenas. Sus trayectorias permiten precisar tanto la extensión del dilema que debieron enfrentar entre sus comunidades de origen como las modalidades de su presencia en las fronteras del Pacífico. Los dos siguientes protagonistas, nacidos en el Nuevo Reino de Gra-nada, integran a grandes rasgos la misma generación (de mediados del siglo XVI). Ellos, Alonso de Rodas Carvajal y Melchor Velázquez, el mozo, eran hijos de importantes conquistadores de Antioquia y el Chocó, respectivamente. Los dos combatieron a los indios, pero su oscilación entre las dos sociedades los llevó a no estar exentos de ambigüedades. A partir de estos dos ejemplos es posible aproximarse a la personalidad de los mestizos fronterizos (estatus, actividades, desempe-ños) y explicar sus elecciones, que marcaron el destino de esta frontera del Pacífico.

8 “Memorial que da Fray Gerónimo Descobar predicador de la orden de San Agustín al Real Consejo de Indias en lo que toca a la provincia de Popayán (1582)”, en Relaciones y Visitas a los Andes. S. XVI, editado por Hermes Tovar Pinzón, t. 1 (Bogotá: Biblioteca Nacional/Colcultura/Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1993), 410.

9 “Memorial que da Fray Gerónimo”, 395-396 y 404.10 AGI, Quito, t. 32, doc. 59, f. 4r.11 La historiografía sobre el período colonial se ha centrado en analizar principalmente el mestizaje biológico, donde se

destacan los trabajos pioneros de Richard Konetzke y Magnus Mörner. Sin embargo, en los últimos años los estudios del historiador Serge Gruzinski han enriquecido el debate, pues ha introducido la variante del mestizaje cultural, con análisis sobre las mezclas de ideas, estilos o técnicas en la pintura colonial. El pensamiento mestizo. Cultura amerindia y civilización del Renacimiento (Barcelona: Paidós, 2007). El mismo Gruzinski también ha analizado el impacto del mestizaje cultural resultado de la creación de la Monarquía Católica (1580-1640), lo que permitió conectar grupos humanos, individuos, productos y saberes de diferentes continentes. Serge Gruzinski, Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización (México: FCE, 2010).

12 Solange Alberro, Del gachupín al criollo. O de cómo los españoles de México dejaron de serlo (México: El Colegio de México, 1992), 203-212. Aunque los ejemplos son muchos para toda América, basta con mencionar que en 1635 el obispo de Popayán Diego de Montoya y Mendoza escribió un corto informe al rey sosteniendo que los españoles criollos y mestizos no debían ocupar cargos en la milicia ni en la Iglesia, pues, “la experiençia enseña quan grande es la diferencia regularmente entre los hespañoles y los que se criaron con la leche destas mugeres indias que son todos los que nacen acá y a toda ley siempre fue bueno aver mamado buena leche y aun los yndios conoçen esta diferencia”. AGI, Quito, t. 78, doc. 45, f. 1v.

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2.1. Alonso de Rodas CarvajalEl extremeño Gaspar de Rodas gobernó la provincia de Antioquia entre 1546 y 1607 —en propie-dad, desde 1584—13. Durante su gobierno se fundaron las primeras ciudades, se encomendaron los indios y se reguló la explotación minera14. Los descendientes de Rodas lograron ejercer, por lo menos veinte años más, su influencia en la Provincia: su hija, María de Rodas, una “mestiza trofeo”, se casó con el español Bartolomé de Alarcón, un experimentado minero y excorregidor de Mariquita, que heredó de su suegro el título de gobernador; mientras que el mestizo Alonso de Rodas Carvajal fue un rico conquistador y encomendero de la zona15. Este último nació en la villa de Santafé en la década de 1550, hijo de Catalina, una india de nación catía, y fue criado en casa de su padre. Se sabe muy poco sobre su niñez, pero lo que sí es seguro es que después de 1567, cuando su progenitor regresó de un prolongado destierro, lo acompañó en las diferentes expediciones de conquista, pues, según un testigo de la época, lo tenía en “mucha estimaçion, nombrándole y apli-cándole como a su hijo que es”16. Rodas Carvajal encarnaba el pasado prehispánico, el presente de la Conquista y el futuro del mestizaje.

Todavía adolescente, se alistó en 1570 en la hueste que comandó su padre para reprimir a los indios peques y ebéjicos que asolaban la ciudad de Antioquia la vieja, y que culminó con la fun-dación de la ciudad de San Juan de Rodas, donde “asistió año y medio en la dicha conquista”17. Seguidamente, participó en el “castigo” a los indios tahamíes y nutabes que asesinaron al gober-nador Andrés de Valdivia en 1575. En esta guerra, el mestizo Rodas aportó “armas y cavallos y mantenimientos y otros pertrechos”, acogió en su “rancho” a soldados paniaguados durante más de un año y fue vecino de la ciudad de Cáceres, en donde recibió en encomienda una buena por-ción de los indios nutabes18. Posteriormente, su padre fue comisionado por la Audiencia de Santafé para que auxiliara a los habitantes de la ciudad de Santa Águeda de Gualí —fundada en 1574 por el adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada—. Allí, el mestizo Rodas comandó un grupo de soldados hasta dejar a los indios “paçificos y seguros”. Su carrera frenética no paró. Entre 1580 y 1581, nue-vamente los Rodas iniciaron una nueva conquista.

13 José María Restrepo Sáenz, Gobernadores de Antioquia, 1571-1819 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1931), 17-37.14 Archivo General de la Nación (AGN), Bogotá-Colombia, Colonia, Fondo Empleados públicos de Antioquia, t. 4,

ff. 588r-628v. En 1587 Rodas promulgó unas ordenanzas para regular la explotación minera de Antioquia. AGN, Colonia, Fondo Minas de Antioquia, t. 38, ff. 966v-980r.

15 El término “mestizas trofeo” es utilizado para la región de Charcas por la historiadora Ana María Presta, “Indígenas, españoles y mestizaje en la región andina”, en Historia de las mujeres en España y América Latina, editado por Margarita Ortega, Asunción Lavrin y Pilar Pérez Cantó, vol. 2 (Madrid: Cátedra, 2005), 560. Al igual que en Antioquia, en las provincias centrales del Nuevo Reino como Santafé y Tunja, las mestizas notables también se convirtieron en un mecanismo que servía para reforzar las relaciones políticas y económicas del grupo de los encomenderos. Joanne Rappaport, The Disappearing Mestizo. Configuring Difference in the Colonial New Kingdom of Granada (Durham/Londres: Duke University Press, 2014), 100-106.

16 En 1582, el escribano de Santafé de Antioquia Pedro Ruy de Tamayo afirmó que era público y notorio que Alonso de Rodas era “hijo natural del dicho governador Gaspar de Rodas, avido siendo soltero y con mujer libre y soltera”. AGN, Colonia, Empleados públicos de Antioquia, t. 3, ff. 588r-v.

17 AGN, Colonia, Empleados públicos de Antioquia, t. 3, f. 578v.18 En AGN, Colonia, Empleados públicos de Antioquia, t. 3, f. 579r. Se trataba del repartimiento de Ziritave; sus

indios pagaban como tributo ocho mantas y pescado ahumado, y el mestizo Rodas los obligaba a ir a trabajar a sus minas ubicadas en la villa de San Jerónimo del Monte, y cada dos meses, a sembrar maíz en una estancia ubicada cerca de Santafé de Antioquia. AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Antioquia, t. 3, ff. 457r-v.

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La riqueza de las tierras mesopotámicas entre los ríos Cauca y Nechí tenía una fama bien ganada. La expedición desembocó en la fundación de Zaragoza (1581), que fue, tal vez, el principal centro aurífero del Nuevo Mundo durante el siglo XVI. Para cimentar la importancia de su participación en las guerras de frontera, el mestizo Rodas afirmó que la ciudad se había poblado rápidamente por españoles llegados de todas las provincias de América y que se convirtió en uno de los centros mineros más “frequentados de contrataçion”19. A Rodas Carvajal, su padre lo nombró teniente y justicia mayor de la nueva ciudad20. Un año después, el mestizo Rodas ordenó redactar su relación de méritos, en la que afirmaba que era hijo “natural” del gobernador de Antioquia y que desde la “tierna edad” de los 12 años se había dedicado a combatir contra los indios de Antioquia y del partido de la Tierra Caliente, gastando su fortuna y ocupándose en los oficios de soldado, caudillo, capitán, justicia mayor y visitador general de los indios de Antioquia21.

En 1591, el gobernador Rodas firmó una capitulación con el capitán Bernardo de Vargas Machuca (el famoso autor de Milicia y Descripción de las Indias y de Apologías y Discursos de las Conquistas Occidentales), para conquistar a los indios guazuzes. Rodas delegó a su hijo mestizo para que se encargara de reclutar y equipar la tropa, mientras que Vargas Machuca se encargaría de comandarla22. Al parecer, la expedición nunca se realizó. Dos años después, el gobernador Rodas presentó a su hijo ante el Consejo de Indias como un “hombre noble, esperimentado, de mucha calidad y partes” que servía al rey en Zaragoza23. Fue elegido alcalde ordinario de Santafé de Antio-quia en 1595, y dos años después, teniente de gobernador en el mismo centro urbano. Ese mismo año comenzó una serie de disputas con el clan de los Tabordas y los Guzmanes, encabezados por el pendenciero portugués Damián de Silva y por Francisco de Guzmán, el mozo, respectivamente24. Para abastecer las lucrativas minas de Zaragoza, en 1597 el gobernador Rodas le adjudicó a su hijo treinta fanegadas de tierra en Quebrada Seca (muy cerca de Santafé de Antioquia) para que cul-tivara maíz y sirviera como estancia de cría y engorde de ganado25. Al año siguiente, recibió una estancia en el valle de Aburrá, “tierra vaca y sin dueño” que limitaba con las del exitoso minero y también mestizo Pedro Martín Dávila26.

En 1604, el mestizo Rodas Carvajal reapareció como caudillo en el “castigo” a los indios peques y ebéjicos que se habían ausentado de sus encomiendas para refugiarse en Chocó, tierra considerada de “guerra” por los vecinos de Antioquia27. Dos años después, al morir su padre, el mestizo quedó como “heredero universal”, pero no sólo de las tierras y repartimientos, sino también de las deudas y los conflictos de su progenitor. Lo que más ansiaba, el título de gober-nador de la Provincia, no pudo obtenerlo, pero sí su cuñado, Bartolomé de Alarcón. En 1607

19 AGN, Colonia, Empleados públicos de Antioquia, t. 3, f. 581v.20 William Jaramillo Mejía, Antioquia bajo los Austrias, t. 2 (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica,

1996), 355.21 AGN, Colonia, Empleados públicos de Antioquia, t. 3, f. 578r.22 María Luisa Martínez de Salinas Alonso, Castilla ante el Nuevo Mundo: la trayectoria indiana del gobernador

Bernardo de Vargas Machuca (Valladolid: Diputación Provincial de Valladolid, 1991), 57-60.23 AGI, Fondo Santa Fe, t. 51, r. 1, doc. 7a, f. 1v.24 Jaramillo Mejía, Antioquia, 357-361.25 Archivo Histórico de Antioquia (AHA), Medellín-Colombia, Colonia, Tierras, t. 159, doc. 4203, f. 15v.26 AHA, Colonia, Tierras, t. 141, doc. 3863, f. 535v.27 AHA, Colonia, Indios, t. 23, doc. 696, f. 534r.

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Rodas Carvajal contrajo matrimonio con doña María de Centeno, una criolla española. Con esto parecía sellarse una serie de disputas que se remontaban a mediados del siglo XVI. Centeno era hija del capitán Fernando de Zafra Centeno y de doña Juana de Taborda, hija del capitán Juan Taborda, el viejo, un veterano conquistador que le disputó al gobernador Rodas durante décadas su preeminencia en la región. Pero el matrimonio Rodas-Centeno duró poco. En 1609, el obispo de Popayán fray Juan González de Mendoza visitó la “tierra muy remota” de Antioquia y descasó a la pareja28. Según los contradictores del obispo, lo hizo por cinco mil pesos en “joyas de oro y negros” que había recibido de Damián de Silva, padrastro de doña María de Centeno, a quien casó al unísono con Antonio de Machado, el mozo29.

Ese mismo año, Rodas Carvajal escribió a Felipe III quejándose por la actuación del obispo payanés. Según el mestizo, el prelado actuaba como un “ynquisidor”, pues había removido de sus cargos a los alguaciles y alcaides de la cárcel, creyéndose otro “rey Midas”, y extorsionado a los vecinos de Santafé de Antioquia, amenazándolos con enviarlos al Tribunal de Inquisición. Intimidados, los vecinos “de mala gana daban hasta la sangre de sus brasos y el sustento de sus hijos y familia, y quando se beian libres de sus manos, les paresia aber escapado del saco de Roma y derrota de Pabia”, escribió desconsolado el mestizo. Continuaba afirmando que el obispo González de Mendoza imaginaba que él tenía ocultas las “rriquezas de Creso” que le había dejado su padre, el gobernador Rodas. Su balance era negativo. Perdió tres mil pesos en oro, plata, esclavos, joyas, una “mula de mucho valor” y hasta a su mujer, doña María de Cen-teno, pues el obispo consintió que Antonio de Machado, el viejo, sacara a “mano armada” a Centeno de su casa y se la entregara a su hijo homónimo, quedando el mestizo “llorando en este balle de lágrimas”, “limpio y despojado”30.

De la unión Rodas-Centeno sólo nació un hijo, Juan, que al parecer murió joven31. Aunque ya el mestizo Rodas había tenido con Francisca Beltrán, una oscura mujer, a Francisco, Juan y Gaspar de Rodas, el mozo. El segundo de ellos nunca se casó, pero tuvo una vida activa en las expediciones militares que se organizaron en Santafé de Antioquia para conquistar a los indios del Chocó32, y en compañía de su hermano Gaspar, le encomendaron en 1606 los indios de Norisco (jurisdicción de Santafé de Antioquia)33. Este último fue el más destacado de la segunda generación de mestizos.

28 El obispo agustino fray Juan González de Mendoza, aunque nunca visitó Asia, escribió en 1585 una historia de China, publicada con el título Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reyno de la China (Barcelona: Por Juan Pablo Manescal, 1586).

29 AGI, Quito, t. 80, r. 1, doc. 91, f. 1r.30 AGI, Santa Fe, t. 19, r. 4, doc. 48b, ff. 1r-2r. Ya a punto de morir, a mediados de la década de 1630, el mestizo

Rodas Carvajal le confesó a su hijo Juan de Rodas: “Hijo, si doña María de Çenteno fuera otra yo le embiaria a decir en secreto con vos que sacara a estos yndios porque son suyos de derecho […] pero es tan miserable que por no gastar un tomín los a de dejar perder todo”, y preguntándole su vástago por qué asumía esa posición, siendo un “hombre christiano”, el viejo mestizo replicó: “qué quereis hijo que haga, donde fuerza ay, derecho se pierde”. En AHA, Colonia, Indios, t. 23, doc. 696, ff. 605r-606v.

31 El 22 de enero de 1610, en Santafé de Antioquia, fue bautizado Juan, hijo legítimo de Juan de Rodas Carvajal y doña María de Centeno. Sus padrinos fueron Francisco Pulgarín y doña María de Taborda. Archivo Arquidiocesano de Santafé de Antioquia (AASA), Santafé de Antioquia-Colombia, Libro primero de bautizos, t. 1, f. 76v.

32 Juan de Rodas Carvajal afirmó que había participado en 1640 en la entrada que realizó el capitán Gregorio de Guzmán y Céspedes en el “castigo” a los indios citarabiraes que asesinaron a Martín Bueno de Sancho y su hueste. AHA, Colonia, Indios, t. 23, doc. 690, f. 415r.

33 AGN, Sección Colonia, Fondo Visitas de Boyacá, t. 7, ff. 434v-437r.

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Nacido hacia 1580, se casó al finalizar el siglo XVI con doña Francisca de Santander Pimentel, una criolla hija del contador Rodrigo de Santander34.

En las fronteras entre Antioquia y Chocó, los Rodas formaron un verdadero clan hispano-in-dígena de dimensiones considerables. Gaspar de Rodas, el mozo, tuvo tres hijos. Los dos varones, Alonso de Rodas Carvajal, el mozo, y Juan de Rodas Carvajal, el mozo, se destacaron en la primera mitad del siglo XVII en las expediciones contra los indios del Chocó. Por ejemplo, en 1630 ambos hermanos se alistaron en la hueste que reclutó el maese de campo Agustín Burgos de Antolínez en Santafé de Antioquia35. El último también acompañó al capitán Fernando de Ocio y Salazar en 1639 en la expedición que buscaba reprimir a los citarabiraes en la cuenca del río Atrato36. Los Rodas formaron un especie de feudo mestizo que aprovechaba al máximo las libertades que les otorgaba su doble situación marginal —geográfica y social— en una región fronteriza que se mantuvo casi siem-pre en guerra permanente. Sus comportamientos, tan dispares respecto a los intereses de la política colonial, también podrían responder a la creciente sospecha de los oficiales de la Corona, apoyados por una legislación cada vez más restrictiva para los mestizos en el último cuarto del siglo XVI.

2.2. Melchor Velázquez, el mozoDesde las últimas décadas del siglo XVI, los mestizos y mulatos buscaron honor y fortuna acom-pañando a sus padres en las entradas que se organizaron para “descargar la tierra” de soldados sin oficio, y que podían culminar en fundaciones exitosas o simplemente en combates contra los indios que se resistían al dominio ibérico37. Tal es el caso de Melchor Velázquez, el mozo, un mestizo que se destacó en la conquista del Chocó. Velázquez era hijo de Melchor Velázquez de Valdenebro, el “sobresaliente” conquistador de Popayán, que había emigrado desde su natural Utrera, en Andalucía, al Perú a finales de la década de 1540, y que participó activamente en las guerras civiles de ese Virrei-nato. Después, en compañía del gobernador de Popayán Sebastián de Belalcázar, entró al “castigo” de los indios gorrones, cerca de Cali, y junto a Hernando de Cepeda fue a descubrir el “Pancenú”38.

34 Jaramillo Mejía, Antioquia, 373.35 AHA, Colonia, Indios, t. 23, doc. 690, ff. 350v-351r.36 AGN, Sección Colonia, Fondo Caciques e indios, t. 68, f. 257r.37 Cuando en 1604 el capitán Miguel de Urnieta Lezcano preparó una expedición para repoblar las minas de

Antioquia la vieja y reducir a los carautas, se alistaron los hermanos mestizos Alonso, Diego y Francisco, hijos de Juan Taborda, el viejo. AHA, Colonia, Indios, t. 23, doc. 696, f. 535v. En 1613, el mestizo Hernando Alonso, vecino de Anserma, fue legitimado por las autoridades metropolitanas. Hasta ahí nada distinto con respecto a cientos de sus contemporáneos de la misma “calidad”, que también recibieron esa gracia. No obstante, Alonso afirmó ser hijo de Diego Alonso Cid y de Magdalena (una india natural de Anserma). En su petición, el mestizo resaltó su vida militar, pues había participado en las campañas que sofocaron la rebelión de más de mil esclavos negros en el real de minas de Quiebralomo; en la expedición al Chocó que comandó el capitán Hernando Benítez y en la que condujo el maese de campo Rodrigo Hidalgo Rangel para “castigar” a los chocoes que destruyeron la villa de Caramanta en 1599. Además, mantenía tres soldados y escopetas en su casa de Cartago para defenderse de las invasiones de los pijaos. AGI, Quito, t. 28, doc. 64, f. 1v. Otro ejemplo es el de Martín Bueno de Sancho, quien en 1638 llevó a Diego Ordóñez y Antonio Bueno, sus dos hijos mestizos, al Chocó. AHA, Colonia, Indios, t. 23, doc. 688, f. 303v. Los indios guías de esta última expedición escoltaron a los españoles a un sitio en Chocó, donde fundaron la ciudad de San Juan de Castro, de corta vida, pues debieron abandonarla cuando supieron que los indios trataban de asesinar a los invasores: “supo el yntento un yndio que devia tener amistad con un soldado mestiço hijo del mismo capitán Martín Bueno, dio el avisso y con el la vida a todos”. AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 26r.

38 AGI, Patronato, t. 160, r. 1, doc. 3, f. 925v.

50 Mestizaje y frontera en las tierras del Pacífico del Nuevo Reino de Granada, siglos xvi y xviiJuan David Montoya Guzmán

Velázquez de Valdenebro participó en la fundación de Buga (1559), donde se asentó como vecino, e hizo esporádicamente entradas a los indios putimaes, ubicados en la cordillera Central39. Estuvo en 1570 en el traslado de Buga al lugar que ocupa actualmente, y allí fue nombrado teniente y justicia mayor40. Para recompensar su larga carrera, se le adjudicó la encomienda de Guanaiya. En 1572 fue comisionado por el gobernador de Popayán Jerónimo de Silva para descubrir las pro-vincias del Chocó y conquistar a los indios chancos, totumas e yngaraes, los “salteadores” que atacaban a los españoles que se desplazaban entre Cali y Anserma, e incendiaban las estancias y los hatos. Al año siguiente, Velázquez de Valdenebro pobló la ciudad de Toro, en medio de las mon-tañas del Chocó, un contrafuerte que sirvió para contener las arremetidas de los indios y como centro pionero para la explotación de oro en los ríos comarcanos. Resultado de las diferentes entradas que realizaron los vecinos de Toro, la Audiencia de Santafé lo nombró en 1575 gober-nador del Chocó, un inexplorado territorio que abarcaba desde la bahía de Buenaventura, al sur, hasta los límites del Darién, en el norte41.

Velázquez de Valdenebro se casó en Buga con Catalina de Fuenmayor y Belalcázar, primogénita del fundador de Buga y Almaguer, Alonso de Fuenmayor, y de la mestiza Catalina de Belalcázar, hija del gobernador Belalcázar. Según el flamante conquistador del Chocó, su enlace con una de las familias más influyentes de la gobernación de Popayán lo había realizado para “perpetuarse en estas partes”. Antes de unirse al poderoso clan mestizo de los Belalcázar, Velázquez de Valdenebro había tenido un hijo natural, homónimo: “que en el tiempo que fue engendrado y naçido fue avido y proqueado en mujer soltera y siendo yo soltero en la cibdad de Cartago desta governacion de Popayán abra veinte años poco más o menos”. Así que el mestizo Velázquez había nacido hacia 1557; su madre era Ana Quimbaya, una india de Cartago, y su padre quiso legitimarlo para que heredara encomiendas y oficios en la ciudad de Toro42.

Es casi seguro que el mestizo Velázquez pasó su infancia en íntimo contacto con su madre, y ella fue la que le dio de mamar y le enseñó los primeros pasos y las primeras palabras; pero, sin duda, creció inmerso en el mundo de su padre, absorbiendo sus mismos valores y, seguramente, borrando la distinción entre él y el hijo legítimo Rodrigo Velázquez de Valdenebro y Fuenma-yor, pues, al fin y al cabo, su madre era hija de una distinguida mestiza43. Un testigo de la época (Francisco de Trejo, casado con la mestiza Magdalena de Belalcázar) afirmó en 1577 que Melchor Velázquez de Valdenebro había criado a su hijo mestizo y asimismo “lo amava, quería y tenía”44.

Sin embargo, su condición de ilegítimo lo situaba en una clara posición de desigualdad ante la ley. En efecto, el derecho castellano trasplantado a América restringía sus posibilidades de acceder a la herencia de sus progenitores y a la vez le impedía obtener cargos y honores de carácter civil y

39 AGI, Patronato, t. 160, r. 1, doc. 3, f. 926v.40 Tulio Enrique Tascón, La conquista de Buga. Historia del descubrimiento y colonización de la provincia de Buga

(Buga: Tipografía Colombia, 1924), 232-235.41 AGI, Patronato, t. 160, r. 1, doc. 3, ff. 905- 971r-v.42 AGI, Patronato, t. 160, r. 1, doc. 3, ff. 988r-1048r.43 Rodrigo Velázquez de Valdenebro y Fuenmayor murió en Buga en 1635. Archivo Histórico Leonardo Tascón

(AHLT), Buga-Colombia, Mortuarias, caja 121, ff. 1r-20r.44 AGI, Patronato, t. 160, r. 1, doc. 3, f. 1048v.

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eclesiástico45. Para Velázquez de Valdenebro, su hijo mestizo era su primer descendiente, y hay bas-tantes indicios que permiten pensar que, en principio, en él vio a su futuro sucesor, comenzando por el nombre que le puso en el bautismo. Lamentablemente, como lo indica Berta Ares Queija, “se sabe todavía muy poco sobre las estrategias seguidas en el siglo XVI respecto a la transmisión de nombres y apellidos, pero lo que sí se conoce es que, al menos entre la nobleza y las familias importantes, no se dejaba al azar, sino que estaba en relación con la transmisión del patrimonio, los títulos y la continuidad del linaje”46.

Trejo —soldado que participó en la hueste que llevó Velázquez de Valdenebro al Chocó— había visto al hijo mestizo del gobernador como uno “de los que más trabajaron y sirvieron” al rey. Además, era presentado como “buen soldado y muy leal vasallo” y uno de los “descubridores de las provinçias de los totumas e yngaraes e del Chocó”47. En efecto, durante la campaña de 1573, el mestizo Velázquez se destacó en los enfrentamientos con los indios. En recompensa, su padre le concedió la vecindad de Toro, transformándose con rapidez en un exitoso minero. Aunque tam-bién es cierto que la zona de Toro no ofrecía mayores incentivos para los españoles medianamente ricos, pues no había muchos que quisieran invertir su fortuna en la explotación de unas minas lejanas, en un ambiente hostil y con la zozobra de un ataque de los indios “bárbaros”. El goberna-dor de Popayán Juan de Tuesta Salazar le informó en 1583 al Consejo de Indias que Toro se había convertido en un “receptáculo de hombres delinquentes”48.

En 1588, el mestizo acompañó a su padre en una expedición compuesta por un centenar de soldados que logró alcanzar la desembocadura del río San Juan, en el océano Pacífico49. Dos años después, Velázquez de Valdenebro organizó una nueva entrada a la provincia de Noanamá. Con setenta soldados —incluido su hijo mestizo— y, según el franciscano Simón, “codiciosos de haber a las manos tantas riquezas como aquellas provincias echaba a volar la fama” se internaron en lo más profundo de la selva, donde fueron emboscados a orillas del río San Juan por los indios y per-dieron la vida once soldados. No alcanzaron a reponerse del primer enfrentamiento, cuando los “bárbaros” propinaron un nuevo golpe, y esta vez asesinaron a nueve soldados y un fraile50.

Para el cronista Simón, fueron “tan inmensos trabajos” los padecidos por los conquistadores españoles que veinte soldados resultaron muertos en la retirada hacia Toro. El mismo gobernador Velázquez de Valdenebro hubiese perdido la vida, de no ser por “traer a su lado un hijo suyo, de buenos bríos, mestizo, que le ayudó a salir de todas las dificultades”. Para “castigar” a los noana-maes, el mestizo Velázquez reunió 75 soldados, pero cuando recorrió el río San Juan en busca

45 Berta Ares Queija, “Los niños de la Conquista (Perú, 1532-1560)”, en Historia de la infancia en América Latina, editado por Pablo Rodríguez Jiménez y María Emma Manarelli (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007), 91.

46 Berta Ares Queija, “Un borracho de chicha y vino. La construcción social del mestizo (Perú, siglo XVI)”, en Mezclado y sospechoso. Movilidad e identidades. España y América (siglos XVI-XVIII), editado por Gregorio Salinero (Madrid: Casa Velázquez, 2005), 127.

47 AGI, Patronato, t. 160, r. 1, doc. 3, f. 1048v.48 AGI, Quito, t. 23, doc. 8, f. 4v.49 Fray Pedro Simón, Noticias Historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, editado por

Juan Friede, t. 6 (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1981 [1626]), 237-238.50 Otra fuente afirma que en la entrada de Velázquez de Valdenebro “se alzaron estos yndios contra él y le mataron

con traycion ochenta hombres y quatro hijos suyos”. AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 343r.

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de guerreros indígenas, sus viviendas estaban despobladas, debido a una epidemia51. En 1591, el capitán Diego de Bocanegra, comisionado por la Audiencia de Santafé para hacer la composición de los repartimientos de Toro, encontró al mestizo Velázquez como encomendero. Antonio Bau-tista Colón, un mercader que trajinaba entre Toro y las minas de Yarrama, declaró que el mestizo Velázquez extrajo de estas últimas más de 1.500 pesos de oro en tan sólo cinco meses; de la mina de Rionegro, ochocientos pesos, y de La Plata, diez mil pesos, con tan sólo veintitrés indios52.

Tras la muerte de Velázquez de Valdenebro, en 1592, la gobernación del Chocó no recayó en ninguno de sus hijos53. El elegido por el presidente de la Audiencia de Santafé, Antonio González, fue Melchor de Salazar, quien pidió ampliar la jurisdicción y, en poco tiempo, envió ocho expedi-ciones hasta las provincias de los indios eripides, moriramaes, cirimbaraes, chocoes y noanamaes. Ese mismo año, Melchor Velázquez, el mozo, aparecía encabezando la lista de vecinos de Toro. Vivía pobremente, como sus compañeros encomenderos, siempre alertas por un posible ataque de los indios54. Aquí debe recordarse que en el mundo de la Conquista había características más impor-tantes que el color de la piel (que permitían que ciertos mestizos fueran aceptados por la sociedad colonial) y que, aunque existía todo un sistema discriminatorio que excluía a los miembros de las castas, se aseguraba que los derechos y obligaciones estuvieran bajo la tutela de un español55. De ahí que en 1594, el gobernador Salazar desterró de Toro a “algunos hombres de mal vivir”, entre los que se encontraban el mulato Garçi Suero y el mestizo Velázquez. Pero en 1596 este último estaba nuevamente en Toro, pues según Salazar era un hombre “yndecente, ynquieto y de mal bivir”56. En 1606, aparecía como encomendero de Toro57. El mestizo Velázquez murió en su ley, asesinado en un levantamiento de los chocoes en Toro, al parecer, a finales de la década de 161058.

3. Diplomacia, comercio y trabajo

Varias sociedades indígenas de las tierras del Pacífico accedían al mundo colonial a través del cau-tiverio, las visitas “diplomáticas”, los viajes de trueque y las temporadas de labores agrícolas. Cada manera era forzada por intereses económicos o por la búsqueda de protección. Hombres, mujeres y niños eran capturados y vendidos como “esclavos” por ser “indios de guerra”. Matrículas e infor-mes atestiguan la presencia de esclavos indígenas oriundos de las tierras del Pacífico, en una área tan vasta que iniciaba en Panamá y terminaba en Pasto59. Con el calificativo de “indio de guerra” se disfrazaban a menudo otros individuos que habían sido comprados a los mismos indios o captura-

51 Simón, Noticias Historiales de las conquistas, 240.52 Archivo Central del Cauca (ACC), Popayán-Colombia, C I-5 encomiendas, sig. 3, f. 3r-4v.53 Diógenes Piedrahíta, Historia de Toro (Cali: Imprenta Departamental, 1954), II.54 AGI, Santa Fe, t. 93, doc. 42, ff. 1025r-1027r.55 Joanne Rappaport, “¿Quién es mestizo? Descifrando la mezcla racial en el Nuevo Reino de Granada, siglos XVI

y XVII”. Varia Historia 25, n.º 41 (2009): 43-60, doi: dx.doi.org/10.1590/S0104-87752009000100003.56 AGI, Quito, t. 24, doc. 38, ff. 1v-2r.57 AGN, Sección Colonia, Fondo Encomiendas, t. 20, doc. 3, ff. 83r-v.58 AGI, Patronato, t. 233, r. 2, f. 168v. Otra fuente indica que a Velázquez, el mozo, lo “mataron los yndios en el

tiempo que gobernaba la provincia de Popayán don Basco de Silva”. AGI, Patronato, t. 233, r. 2, f. 326v.59 Por ejemplo, en 1635 el jesuita Francisco de Rugi denunció que era común la captura de “piezas” de indios que

eran sacados desde la zona del río Guapi hasta la ciudad de Pasto. Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (FBEAEP), Quito-Ecuador, Archivo de la antigua provincia de Quito, leg. III, doc. 246, f. 35v. Sobre los indios desnaturalizados del Darién y vendidos en Panamá en la década de 1620, ver: AGI, Panamá, t. 30, doc. 87d, f. 4r.

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dos como “piezas” en expediciones ilegales contra grupos pacíficos, incluso aliados de los propios colonos fronterizos60. Las labores mineras y agrícolas a las que eran sometidas las “piezas” debían ser insoportables para los otrora guerreros61.

Las relaciones diplomáticas entre españoles e indios eran estrategias políticas de las que cada bando buscaba sacar el mayor provecho: la consolidación de treguas o paces para los pri-meros; sondeo de las intenciones coloniales y deseo de artículos coloniales para los segundos. Más corriente de lo que se ha pensado era la fuerte relación entre grupos indígenas y autoridades fronterizas (gobernadores de Antioquia o Popayán, misioneros, encomenderos). Las “embajadas” de los indios de las tierras del Pacífico se tornaban espectaculares cuando se dirigían a Santafé de Antioquia, Anserma, Toro o Cali, de donde volvían “agasajados” con regalos de prestigio. Por ejemplo, en 1630 Miguel Pacheco Portocarrero recordó que a principios del siglo XVII vio a cinco caciques chocoes salir a Cali a vender “media libra de perlas, rricas, gruezas”62, y años después un testigo afirmó que en Cartago el capitán Martín Bueno de Sancho mantenía “buena paz” con los poyaes y tenía “comunicación” con los tatamaes, “de tal manera que salían a verle en tropas y fuera de su tierra y se venían al hato del suso dicho donde los agasajaba con dadibas”63.

En 1661, el capitán Santiago Bueno de Sancho del Castillo (hijo del malogrado conquistador Martín Bueno de Sancho) informó que a su casa de campo —ubicada en el hato de Santa Ana— había llegado el cacique Choagra con ocho indios chocoes más pidiendo que se le poblara en las cabeceras del río Apía. Bueno de Sancho del Castillo, que no había olvidado los sueños gloriosos de su padre, obtuvo de la Audiencia de Santafé el rimbombante título de “protector y adminis-trador” de los indios poyaes y tatamaes, y procedió a fundar la ciudad de Santiago de Apía. Los caciques Juan Chuagarra y Maugara congregaron más de 250 indios en las cabeceras del río Apía, pero al parecer la iniciativa no pudo consolidarse64.

En los primeros puestos fronterizos, durante los intervalos de paz del siglo XVII, los viajes de los indios eran periódicos y llegaban a veces hasta Cartago o Anserma. Los chocoes traían produc-tos de caza y colecta, como loros, corteza de trementina, anime, harina de maíz, oro y pescado salado65. El visitador Lesmes de Espinosa Saravia presenció en 1627 en esta última ciudad cómo los chocoes, a cambio de sus productos, recibían de los españoles, hachas, machetes, cuchillos y

60 En agosto de 1640, Miguel de la Yuste de los Ríos, uno de los principales vecinos de Cartago, escribió un memorial al fiscal de la Audiencia de Santafé Jorge de Herrera y Castillo informándole que el maese de campo Juan Antonio Pereira había entrado el año anterior a la provincia de Poya para “castigar” a los indios acusados de asesinar a los capitanes Martín Bueno de Sancho y Mateo de Cifuentes; pero que en realidad los poyaes estaban de “paz” desde hacía quince años, lo que no le importó a Pereira, pues apresó al cacique Guacatá, y “con sus hijos y mugeres y en colleras los sacó a las sabanas desta ciudad, donde sin ninguna duda parecerán todos por estar fuera de su natural”. AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 516r.

61 El beneficiado Martín de Tolosa declaró en 1630 que los vecinos de Cali hacían “correrías” para “sacar algunos yndios a la dicha ciudad donde es muy público se an vendido”. AGI, Patronato, t. 233, r. 2, f. 150v. Para el caso de Antioquia, AHA, Indios, t. 23, doc. 690, f. 409r.

62 AGI, Patronato, t. 233, r. 2, f. 175v.63 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 451v.64 Archivo Histórico de Cartago (AHC), Cartago-Colombia, Judicial, sig. J/D-J/-1, ff. 32v-34r.65 Sobre el comercio de las diferentes resinas para curar o pintar en el mundo colonial, véase: Gabriela Siracusano,

El poder de los colores. De lo material a lo simbólico en las prácticas culturales andinas. Siglos XVI-XVIII (Buenos Aires: FCE, 2005), 68-76.

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chaquiras66. Y en Antioquia, Agustín Burgos de Antolínez recordaba hacia 1650 que había sellado un tratado de paz con los chocoes, poblando en el valle de Urrao a los caciques Masagare, Buji y Simón Alférez67. Queda claro que para conseguir estos últimos productos se requería la interven-ción de una red de allegados y corresponsales. La red de complicidades, a veces involuntarias, podía afectar a los colonos, pues los indios conocían los puntos fuertes y débiles de las ciudades. Así, también en 1627, Gonzalo Ortiz Diente —un encomendero de Anserma—68 declaró que los chocoes estaban poblados a tan sólo tres días de la ciudad, a orillas de un río llamado Cima, y que era tanta la “comunicación y amistad” con los españoles que cuando llegaban a la ciudad “van abraçando a todos los que encuentran, llamándolos compañeros y amigos y tienen mucha familia-ridad”, invitando a los vecinos para que se adentraran al Chocó, dejando como prenda a sus hijos, y que así aprendieran el idioma castellano y fueran evangelizados69.

Algunos de esos niños indígenas estaban en custodia de Martín del Pozo, vecino de Anserma (y asesinado tiempo después por los chocoes)70, del viejo capitán Francisco de Pereira, de Jerónimo Marín y del cura de la ciudad de Toro. Estas visitas confirman la ambigüedad entre el comercio y la guerra, y revelan el alto grado de intimidad y vinculación directa entre pobladores de los centros urbanos fronterizos e indios de las tierras del Pacífico. Entre los que eran baqueanos en Anserma, debido a sus incursiones amistosas al Chocó, se encontraban Marcelo de Tejada, Diego de Arena, Francisco Andino, don Pedro (cacique del pueblo de Tabuyá) y don Cristóbal (cacique del pueblo de la Sabana)71. Del mismo modo, en la década de 1680, en el Darién, los bucaneros ingleses y franceses entregaban a los indios productos no tradicionales que se convertían en necesidades culturales. Los cunas, por ejemplo, adquirieron nuevas habilidades (como el manejo de armas de fuego o el dominio del idioma inglés), así como la incorporación de nombres ingleses, una forma de establecer relaciones de compadrazgo72. Un grupo de capuchinos que recorrió la zona observó que con el “trato y comunicación que han tenido [los cunas] con varias naciones estrangeras, se han hecho muy ladinos”73. Y que por permitirles transitar entre los dos océanos recibían a cambio

66 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 925r.67 Según un testigo, Burgos de Antolínez “yso las pases que abía muchos años no salían [a Santafé de Antioquia] y

teniendo aquí costumbre de que los besinos diesen maíz y lo demás que comiesen los chocoes”. AHA, Indios, t. 23, doc. 690, f. 359r.

68 Ortiz Diente fue encomendero del pueblo de Chatapa (con diecinueve tributarios); además, en 1627 sirvió como intérprete durante la visita del oidor Lesmes de Espinosa Saravia, por “saver y entender muy bien la lengua de los dichos yndios”. AGN, Colonia, Fondo Visitas Cauca, t. 1, f. 19r.

69 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 926v.70 Del Pozo, al parecer, era miembro de una destacada familia de Anserma. En la misma época, habitaban en esa

ciudad Marcos del Pozo (difunto ya en 1627), encomendero de Opirama; el presbítero Pedro del Pozo, quien era doctrinero del real de minas de Quiebralomo; y Lázaro Martín del Pozo, cura de Anserma. AGN, Colonia, Visitas Cauca, t. 1, ff. 47r, 61r y 371v.

71 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 926v.72 Un escocés anónimo escribió que había podido aprender un poco la lengua de los naturales porque había un

cuna que “puede hablar inglés”. “Una carta, que da una descripción del Istmo del Darién. (Donde la colonia escocesa está situada), de una caballero que vive allí al presente, 1699”. Hombre y Cultura 2, n.º 1 (1970): 118.

73 Mateo de Anguiano, Vida y virtudes del capuchino español, el v. siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona. Religioso lego de la Serphica Religión de los Menores Capuchinos de N. Padre San Francisco y Primer Misionero Apostólico de las provincias de España, para el Reyno del Congo en África y para los indios infieles en la América (Madrid: Imprenta Real, 1704), 304.

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“cosillas que ellos usan para engalanarse en sus festines y embriaguezes”74. Otro motivo de residen-cia estacional en las zonas fronterizas implicaba las labores agrícolas. Se ignora cuándo empezó esa costumbre de refugiarse estacionalmente en los valles de Urrao o del Cauca.

4. Cautivos, fugitivos y ladinos

Los prisioneros europeos raptados en el ataque de una estancia o de una caravana de viajeros incluían a todo tipo de individuos: mineros y sus familias, esclavos negros, mulatos, mujeres ibéri-cas, guías mestizos o cargueros indios. Por ejemplo, en 1596, Aricum, un indio de nación noanamá que había sido capturado en el río San Juan por el gobernador Melchor de Salazar para que infor-mara sobre las riquezas del territorio, reveló:

“los días pasados llegó a este río una casa grande que se entiende nabio y que del salieron mucha gente y que salieron a ellos los yndios y tomaron quatro españoles y un muchacho y una biega y dos muchachas, mugeres blancas y rrubias, que la biega y el muchacho son muertos y que las dos moças están acomodadas con dos yndios caçiques de quien tienen hijos”75.

En 1599, en la punta de Manglares, límite de la provincia de Barbacoas y Esmeraldas, los indios del cacique Alpan capturaron a un grupo de sobrevivientes del barco llamado San Felipe y San-tiago, que hacía el trayecto Panamá-El Callao. Entre los náufragos se encontraban dos negros y dos negras esclavos, además de Juan Ortega de la Torre, contador de la Bula de la Santa Cruzada de la ciudad de Lima76. Este último, al ver que eran pocos los sobrevivientes, decidió, en compañía de los cuatro esclavos negros, emprender el recorrido hasta Portoviejo, pero con tan mala suerte que fueron capturados por una tropa de indios que iban en canoas. Según el español, él fue entregado al cacique Alpan, de la provincia de Pisbí, donde estuvo cautivo durante casi dos meses:

“sirviéndolos y con harto miedo y rriesgo de la vida por ser ynfieles, gente de guerra y que come carne humana, haziendome travajar trayéndoles el maíz y leña del monte y dándome de palos y los muchos tirándome con cañas diziendo, al xpiano […] y al cabo de dicho tiempo que me tuvie-ron en su poder por pareçerles que ya hera tiempo de comerme me llebaron a esta provinçia de Pogotaví en cassa de una yndia huida donde estube quatro días y al quinto que hera quando me avian de matar y estaba echa la chicha y aparejadas las ollas donde me avian de coser, permitió dios de librarme por mano de un yndio llamado don Rapahel Guacip”77.

Ortega de la Torre y los esclavos negros fueron rescatados por orden del cacique del pueblo de Tulcán, don Miguel Tulcanaza. El intercambio se hizo por mantas, camisetas, sombreros y sal78. En general, durante las refriegas con los españoles, los indios preferían matar a los hombres y guardar a las mujeres e hijas, que integraban a las aldeas y constituían una importante moneda de cambio. Para las sociedades indígenas, las mujeres tenían un valor principal. Argoma, otro indio apresado

74 Anguiano, Vida y virtudes del capuchino español, 304.75 AGI, Santa Fe, t. 93, doc. 42, f. 1029v.76 AGI, Quito, t. 25, doc. 45g, f. 1v.77 AGI, Quito, t. 25, doc. 45g, ff. 3v-4r.78 AGI, Quito, t. 25, doc. 45g, f. 1r.

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por la muerte del capitán Mateo de Cifuentes, en 1640, atestiguó que estando sembrando maíz vio llegar a un grupo de guerreros citarabiraes, después de ahogar y rematar a flechazos a más de cincuenta españoles en el río Atrato, y “trayan consigo dos negras”79.

Las autoridades coloniales también se inquietaban por la aparición de los individuos que eran “ladinos” y que mantenían una fuerte relación con los “indios de guerra”80. Los “ladinos”, nativos hispanizados que dominaban la lengua castellana, hacían parte del grupo que se ha definido como “híbridos”81. Desde la Baja Edad Media ibérica, el término ladino era utilizado para referirse “al morisco y extranjero que aprendió nuestra lengua con tanto cuidado que apenas le diferenciamos de nosotros”82. Eran justamente esa confusión de fronteras y la posibilidad de intercambiar posi-ciones sociales en una sociedad jerarquizada las que le conferían al ladino una posición ambigua y peligrosa, pues muchos habían sido criados en las ciudades y villas de los españoles83, como ocurrió con Andrés Zorrito, “guía y lengua” en la expedición que condujo el capitán Fernando de Ocio y Salazar al Chocó en 1639. Zorrito, nacido en lo más profundo de la selva chocoana, llevaba varios años viviendo en la ciudad de Antioquia84. Y también en 1674, cuando Juan Bueso de Valdés emprendió su viaje que lo conduciría desde Santafé de Antioquia hasta la cuenca del río Atrato, llevó como su “lengua” a Pedro Daza, “que es bastante por averse criado en Antiochia”85.

Por ejemplo, en 1636 el obispo Montoya y Mendoza criticaba las entradas que había realizado Bueno de Sancho a las tierras del Pacífico en 1628 y 1631, pues los indios chocoes “salían de paz” hasta Anserma, Cartago y Toro, trayendo oro que intercambiaban por herramientas; pero la adver-tencia que les hizo Sebastián, un indio ladino, era que “no sacasen oro porque sirviese de cevo para que los españoles no se poblasen en sus tierras”. De esta forma, el comercio se interrumpió, y hacía doce años que los indios sólo sacaban pita, anime, resinas, caraña, harina de maíz, gallinas y cerdos, pero no el preciado metal86.

Pero no sólo los indios eran ladinos, también los negros y mulatos se desempeñaban en ocasio-nes como intérpretes, casi siempre de hombres que mantenían contacto cotidiano en los reales de minas, lo que les permitía aprender la lengua de los indígenas y, en ocasiones, establecer estrechos

79 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 184r.80 El franciscano Pedro Simón definió así la palabra “ladino” en un vocabulario que acompañaba las Noticias

Historiales: “Se llama el que sabe la lengua extraña de la suya y con metáfora se llama ladino el que es resabido en cualquier trato”. Tabla para la inteligencia de algunos vocablos desta Historia, editado por Luis Carlos Mantilla Ruiz O.F.M. (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1986 [1637]), 71.

81 Carmen Bernand, “Mestizos, mulatos y ladinos en Hispanoamérica: un enfoque antropológico de un proceso histórico”, en Motivos de la antropología americanista. Indagación en la diferencia, editado por Miguel León-Portilla (México: FCE, 2001), 118.

82 Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, editado por Felipe C. R. Maldonado (Madrid: Castalia, 1995 [1611]), 697.

83 Tal es el caso del cacique Málaga, de nación noanamá y criado en la casa del influyente capitán Gregorio de Astigarreta durante la primera mitad del siglo XVII. AGI, Santa Fe, t. 196, s/f. En la misma época, Juan, un indio de nación poya, fue criado en Toro en casa del maese de campo Juan Antonio Pereira y Farías. “Juan, desta naçion poya de quien yo, en algún modo me fiava por aver sido criado en mi casa y ser casado en ella con una yndia del pueblo de Cajamarca, de donde soy encomendero”. AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 522v.

84 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, f. 257r.85 AGI, Santa Fe, t. 204, r. 1, f. 193r.86 AGN, Colonia, Caciques e indios, t. 68, ff. 28r-v.

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lazos de reciprocidad87. Así, cuando en 1680 interrogaron en Anserma a Mitigre, un capitán de los chocoes, sobre los excesos que cometían los misioneros franciscanos en la cuenca del río Atrato, el que sirvió de “lengua” fue un esclavo negro del minero Jacinto Roque de Espinosa llamado Agus-tín: “el qual es criollo y ladino y está corriente en la lengua del dicho yndio y versado en la naçion Chocó”88. Y cuatro años después, Lorenzo, un mulato que había llevado como intérprete el maese de campo Juan de Caicedo Salazar, fue el encargado de escoger los indios chocoes que serían ahor-cados en el pueblo de Lloró: veintidós víctimas en total89.

Extraños para muchos, al ser reconocidos como subversivos potenciales, por ser de origen indígena o africano, los individuos que se identificaban como “ladinos” tuvieron que ajustarse con-tinuamente, asumiendo posiciones verdaderamente contradictorias. Tanto los mestizos como los ladinos eran producto de la invasión europea. Sus vidas, transitando constantemente entre dos mundos, los condujeron a una gran adaptabilidad, pues podían servir como intérpretes de los espa-ñoles, guías, soldados y hasta caudillos de los indios que pretendían atacar las posesiones coloniales90.

Conclusiones

La historiografía colombiana ha analizado tradicionalmente el período de la Conquista como el choque de dos civilizaciones que se repelieron instantáneamente después de su encuentro. Por un lado, el conquistador español, rapaz, violento y ortodoxo; por el otro, el indio “bárbaro”, apolítico y pagano. Sin embargo, la lectura de las fuentes primarias deja entrever un mundo variopinto y lleno de matices. La misma historiografía se ha restringido, en la mayoría de los casos, a estudiar el enfrentamiento entre nativos y conquistadores, dejando de lado otros actores de la Conquista. El caso de las tierras del Pacífico revela que la naciente sociedad colonial era mucho más heterogé-nea, pues la presencia de hombres de la más diversa calidad (mestizos biológicos, nativos ladinos, mulatos o españoles) multiplicó los acercamientos e intercambios que acabaron por generar un modo de vida común que se alejaba del modelo ideado por la Corona.

Además, hay que tener en cuenta que la negociación hacía parte de la cultura política. La imagen popularizada por las crónicas de Indias de que los españoles vivían en un estado constante de guerra abierta contra los indios merece ser repensada. En este artículo se estudió la forma como las diferentes sociedades indígenas de las tierras del Pacífico accedían al mundo colonial (cautiverio, visitas “diplo-máticas”, viajes de trueque y temporadas de labores agrícolas), lo que generaba autonomía entre los nativos e incentivaba a ambos lados de la frontera no sólo el mestizaje biológico, sino también cultural. Procesos que rompen definitivamente con la idea de una conquista monolítica y unidireccional.

87 No sólo los indios, los negros y las castas podían convertirse en ladinos. En 1635, el conquistador de los indios sindaguas Francisco de Prado y Zúñiga nombró al alférez Francisco Ramos y a Marcos Rosero como intérpretes, porque “saven y entienden vien la lengua malla y del ynga, que es la que se hablan en estas provinçias”. AGI, Quito, t. 16, r. 15, doc. 67, f. 580v. Otro caso registrado es el de José de Salamanca, un minero español de la provincia de Citará, que declaró en 1667 que “sabe ablar y entender la lengua materna” de los chocoes. AGI, Quito, f. 194r.

88 AGI, Santa Fe, t. 204, r. 2, f. 497r.89 AGI, Santa Fe, t. 204, r. 5, f. 766v.90 Rolena Adorno, “El indio ladino en el Perú colonial”, en De palabra y obra en el Nuevo Mundo: tramas de la

identidad, editado por Miguel León-Portilla, Manuel Gutiérrez Estévez, Gary Gossen et al., t. 1 (Madrid: Siglo XXI, 1992), 369-395.

58 Mestizaje y frontera en las tierras del Pacífico del Nuevo Reino de Granada, siglos xvi y xviiJuan David Montoya Guzmán

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Juan David Montoya GuzmánDirector y profesor asistente del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Historiador y Magíster de la misma universidad, y Doctor en Historia de América Latina de la Universidad Pablo de Olavide (España). Miembro del grupo de investigación Historia, Territorio y Poblamiento en Colombia (Categoría C en Colciencias). [email protected]

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Representaciones de un territorio. La frontera mapuche en los proyectos ilustrados del Reino de Chile en la segunda mitad del siglo XVIII❧

Natalia GándaraPontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.04Artículo recibido: 16 de febrero de 2015/ Aprobado: 02 de julio de 2015/Modificado: 22 de julio de 2015

Resumen: Este artículo tiene por objetivo analizar las representaciones que elaboraron las autoridades del Reino de Chile sobre el territorio de la frontera mapuche. La investigación se realizó a partir de cuatro proyectos de expansión territorial promovidos durante la segunda mitad del siglo XVIII. Los hallazgos de este estudio indican que los proyectistas idearon estrategias pacíficas para integrar esta frontera al Reino de Chile, con el fin de articular este espacio en términos defensivos-estratégicos e incorporarlo a la cultura y economía coloniales. El diseño de estos proyectos estuvo a cargo de intelectuales que adaptaron principios ilustrados para resolver el problema fronterizo, creando nuevas representaciones sobre este espacio que resaltaron su importancia dentro del sistema territorial colonial español.

Palabras clave: frontera, Chile, ilustración (Thesaurus); territorio, mapuches representación (palabras clave del autor).

Representations of a Territory: The Mapuche Frontier in the Enlightened Projects of the Kingdom of Chile in the Second Half of the 18th Century

Abstract: The objective of this article is to analyze the representations elaborated by the authorities of the Kingdom of Chile regarding the territory of the Mapuche frontier. The research was done on the basis of four projects of territorial expansion promoted during the second half of the 18th century. The findings of this study indicate that those who planned these projects devised peaceful strategies for integrating said frontier into the Kingdom of Chile, in order to articulate said space in defensive-strategic terms and incorporate it into the colonial culture and economy. The projects were designed by intellectuals who adapted the principles of the Enlightenment to resolve the problem of the frontier, thus creating new representations regarding this space that emphasized its importance within the Spanish colonial territorial system.

Keywords: frontier, Chile (Thesaurus); representation, territory, Enlightenment, Mapuches (author’s keywords).

Representações de um território. A fronteira mapuche nos projetos ilustrados do Reino do Chile na segunda metade do século XVIII

Resumo: Este artigo tem por objetivo analisar as representações que as autoridades do Reino do Chile elaboraram sobre o território da fronteira mapuche. Esta pesquisa foi realizada a partir de quatro projetos de expansão territorial promovidos durante a segunda metade do século XVIII. As constatações deste estudo indicam que os projetistas idealizaram estratégias pacíficas para integrar essa fronteira ao Reino do Chile a fim de articular esse espaço em termos defensivos-estratégicos e incorporá-lo à cultura e à economia coloniais. O desenho desses projetos esteve a cargo de intelectuais que adotaram princípios ilustrados para resolver o problema fronteiriço criando novas representações sobre esse espaço que ressaltaram sua importância dentro do sistema territorial colonial espanhol.

Palavras-chave: fronteira, Chile, iluminismo (Thesaurus); representação, território, mapuches (autor de palavras-chave).

❧ Este artículo es fruto de la investigación de la tesis para optar al grado de Magíster, titulada “Interpretaciones y representaciones de un territorio. ‘La Frontera’ en los proyectos ilustrados de la segunda mitad del siglo XVIII”, financiada por la beca CONICYT 2012-2014.

62 Representaciones de un territorio. La frontera mapuche en los proyectos ilustrados del Reino de ChileNatalia Gándara

Introducción

Durante el siglo XVIII, la seguridad territorial del Imperio hispano estaba siendo amenazada por las potencias extranjeras —en especial, por Inglaterra—, lo cual ponía en riesgo la soberanía de la Corona en el espacio americano. Según John Elliott, la guerra de los Siete Años dejó al descubierto “las carencias de un sistema de defensa mal preparado para la guerra fronteriza a gran escala y los ataques anfibios”1. La toma de La Habana y de Manila en 1762, por ejemplo, evidenció de manera clara la vulnerabilidad territorial del Imperio español. A partir de este episodio, el gobierno español puso en marcha una serie de reformas administrativas y militares en todo el imperio, y se constru-yeron nuevos complejos defensivos en las posiciones indianas del Caribe, Río de la Plata y el sur de Chile. La importancia de esta estrategia radica en que la política colonial apuntaba a unir enclaves militares a través de distintos territorios2. El objetivo de estas medidas era estructurar el espacio ame-ricano, vertebrar la defensa de las posesiones españolas y hacer desaparecer las fronteras interiores integrando el espacio hispanoamericano en un sistema territorial colonial. Los espacios marginales, como la colonia de Sacramento o la costa este centroamericana, y las fronteras del Norte de Nueva España, la Araucanía y la Patagonia desempeñaron un rol clave en esta configuración del espacio territorial y marítimo de la Corona española en América. La protección y defensa de estos territorios para el control geopolítico se asumieron como vitales para la mantención del dominio hispano y para la defensa de los centros políticos y económicos. De esta forma, las fronteras interétnicas se trans-formaron en un problema para la configuración del espacio de influencia español, en la medida que dejaban entrever la vulnerabilidad del dominio español en el continente. En este contexto emergen diferentes proyectos para integrar las zonas marginales y fronterizas al sistema territorial hispano3.

La historiografía preocupada por las fronteras ha visto un auge significativo en las últimas déca-das, puesto que, como lo señala Hebe Clementi, la historia de América Latina es la historia de la transformación y expansión de sucesivas fronteras4. Esta concepción abrió nuevas alternativas de análisis, profundizando y complejizando el estudio de la historia en estos países. Ahora bien, el con-cepto frontera no se restringe a su significado de límite físico y cultural; por el contrario, se propone una mirada amplia que la comprenda como una región que abarca las fronteras y sus hinterlands5. Esto, como lo señala Guillaume Boccara, se debe a que las fronteras son “áreas de soberanías imbri-

1 John Elliott, Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830) (México: Editorial Taurus, 2009), 436.

2 Ximena Urbina, La frontera de arriba en Chile colonial: interacción hispano-indígena en el territorio entre Valdivia y Chiloé e imaginario de sus bordes geográficos, 1600-1800 (Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2009), 239.

3 Véase: Carlos Lázaro, “El reformismo borbónico y los indígenas fronterizos”, en El reformismo borbónico: una visión interdisciplinar, editado por Agustín Guimerá (Madrid: Alianza Universidad, 1996), 277-292.

4 Refiérase a Hebe Clementi, La frontera en América. Una clave interpretativa de la historia americana (Buenos Aires: Editorial Leviatán, 1985).

5 Guillaume Boccara, “Génesis y estructura de los complejos fronterizos euro-indígenas. Repensando los márge-nes americanos a partir (y más allá) de la obra de Nathan Wachtel”. Memoria Americana n.° 13 (2005): 46.

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cadas, o de interpenetración de varios espacios políticos”6. En este sentido, un espacio es fronterizo “cuando una de las culturas o estados en contacto tiene pretensión de avanzar sobre él y hacerlo suyo, es decir, transformar lo ajeno en propio, por medio de la incorporación de la población que ocupa tales tierras, su desplazamiento o simplemente de su expulsión”7. Las fronteras —en cuanto zonas de contacto— son espacios sociales donde culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan, a menudo dentro de relaciones altamente asimétricas de dominación y subordinación8.

El territorio habitado por los mapuches, tradicionalmente conocido como el Estado de Arauco, La Frontera o La Araucanía, es un ejemplo clásico del tipo de frontera descrito. Este espacio se extendía desde el río Biobío hasta aproximadamente el río Toltén, expandiendo su dominio hacia las pampas9. Después de la batalla de Curalaba, en 1598, las comunidades mapuches expulsaron a los conquistadores españoles y quemaron las siete ciudades construidas al sur del río Biobío, que estableció una frontera con el Reino de Chile. En este proceso se configuró una imagen negativa de la frontera como tierra de guerra, lo que motivó a Diego de Rosales, en el siglo XVII, a bauti-zarlo como “el Flandes indiano”. Pero además, durante los siglos coloniales el estado de Arauco fue sometido a diferentes estrategias de integración. La acción bélica, las misiones, el comercio y los parlamentos fueron los medios más utilizados para incorporar y asimilar este territorio a los cánones culturales y políticos españoles. A pesar de no estar incorporado, los hispanocriollos que habitaron el Reino de Chile siempre pensaron este territorio como el área de expansión natural del dominio indiano al sur del continente, por lo que su independencia era vista como un problema para la soberanía política y territorial del reino y, por extensión, del Virreinato peruano.

A mediados del siglo XVIII se desarrollaron diversos planes y proyectos de integración territo-rial de La Araucanía al Reino de Chile, muchos de los cuales fueron guiados por las ideas ilustradas. Este artículo tiene el propósito de estudiar cuatro de estos proyectos, con el objetivo de analizar las interpretaciones y representaciones que construyeron sobre el territorio de la frontera mapuche, con la finalidad de contribuir al conocimiento de las fronteras hispanoamericanas y comprender las diferentes estrategias de dominación coloniales sobre el territorio mapuche durante la segunda mitad del siglo XVIII. Aunque se escribieron otros proyectos similares en el mismo período10, estos cuatro planes son considerados aquí por la importancia histórica de sus autores y los obje-tivos trazados por los proyectistas. Si bien estas fuentes están separadas por cincuenta años, los medios propuestos para la integración de la Araucanía son similares. En este sentido, la rebelión indígena de 1766 no significó cambios importantes en las estrategias de dominio propuestas por los autores, ello en la medida que la construcción de villas, fuertes, y la actividad misional, eran estrategias aprobadas por la Corona.

Por tanto, los proyectos que se analizarán en las próximas páginas son testimonio de la impor-tancia geográfica y política que adquirió el espacio fronterizo mapuche durante la segunda mitad

6 Boccara, “Génesis y estructura”, 46.7 Urbina, La frontera de arriba, 28.8 Mary Louise Pratt, Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación (México: FCE, 2010), 31.9 Véase: Raúl Mandrini y Sara Ortelli, “Los Araucanos en las Pampas (c.1700-1850)”, en Colonización, resistencia

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10 Sobre este tema: Antonio Sors, “Historia del reino de Chile situado en la América meridional”. Revista Chilena de Historia y Geografía n.° 45 (1923): 49-86.

64 Representaciones de un territorio. La frontera mapuche en los proyectos ilustrados del Reino de ChileNatalia Gándara

del siglo XVIII. El estudio de estos documentos busca abrir nuevos espacios al análisis histórico del territorio mapuche, dando énfasis al carácter sociocultural de las representaciones espacia-les. Aunque estos proyectos nunca fueron implementados, interesa estudiar aquí la construcción discursiva que se hace de la Araucanía desde la perspectiva colonial. Sobre este punto es impor-tante tener en cuenta que la historiografía latinoamericana no ha dado suficiente importancia a los proyectos construidos desde el pensamiento ilustrado en Hispanoamérica, y tampoco se ha preo-cupado por los efectos de la adopción de este discurso en la forma de pensar, concebir y apropiar el territorio; por lo que se espera que este artículo sea una contribución al conocimiento de estas fuentes y las lógicas que las motivan.

Además, si se tiene en cuenta que de manera tradicional esta historiografía sobre la frontera mapuche ha sostenido que durante el período estudiado el objeto de la política indiana era el con-trol de los vasallos, remarcando la diferencia con el período republicano, donde la clave radicaba en el control territorial. Este artículo busca matizar estas diferencias, pues evidencia la preocupa-ción y valoración estratégicas y económicas de la Araucanía en los discursos coloniales. En este sentido, es importante remarcar cómo estos intelectuales problematizaron la cuestión de la fron-tera interétnica mapuche, en un contexto de creciente presión inglesa sobre el Pacífico Sur. Por ello, se piensa a la Araucanía como un espacio clave para mantener la paz y estabilidad internas del Reino de Chile, conectándolo al mismo tiempo al sistema de defensa imperial.

1. Los proyectos y el pensamiento ilustrado en Hispanoamérica

La Ilustración, entendida como discurso social, establece un régimen de verdad que crea obje-tos de conocimiento y modela las representaciones sobre la sociedad, la economía, la naturaleza, el territorio, entre otros. El pensamiento ilustrado floreció plenamente entre los hispanocriollos durante la segunda mitad del siglo XVIII, manifestándose en el realce del estudio de la economía, la política y la filosofía, para luego ser aplicado en la administración colonial. Su fundamento dis-cursivo radicaba en la creencia en el poder de la observación y la fe en la razón como los únicos medios válidos para intervenir en la realidad social y en la naturaleza. Los intelectuales y burócra-tas aplicaron estos fundamentos a sus políticas con el fin de aumentar el comercio, la industria, la producción y las rentas públicas. Según Mauricio Nieto, “el gobierno español basó sus políticas en el supuesto de que la adquisición y aplicación de conocimientos científicos incrementaría su poder político y económico”11, puesto que para los ilustrados la clave del progreso económico radicaba en la explotación eficiente y racional de los recursos naturales. Los reformadores borbónicos en España e Hispanoamérica “esperaban impulsar el progreso mediante la aplicación de los métodos de la ciencia a la sociedad. Estos personajes racionalizaron las estructuras administrativas, busca-ron formas de promover el crecimiento económico y recopilaron y analizaron datos”12; para ello, adoptaron enfoques “racionales” a los problemas políticos, económicos, sociales y territoriales. Esto, de acuerdo con Margarita Garrido, porque el discurso ilustrado alcanzó a afectar todos los aspectos de las colonias13.

11 Mauricio Nieto, “Políticas imperiales de la Ilustración española: Historia Natural y la apropiación del Nuevo Mundo”. Historia Crítica n.° 11 (1995): 39.

12 David Weber, Bárbaros. Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración (Barcelona: Crítica, 2007), 17.13 Margarita Garrido, “La historia colonial en historia crítica: un balance”. Historia Crítica n.° 25 (2003): 47.

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La Ilustración hispanoamericana es un tema complejo y altamente debatido por la historio-grafía, y su tratamiento en profundidad excede los propósitos de este ensayo. No obstante, es importante remarcar que los proyectos son uno de los productos más importantes de la Ilustra-ción hispana —e hispanoamericana, por extensión—. Según David Weber, el siglo XVIII fue una época marcada por la labor de los proyectistas, vale decir, “ensayistas que inundaban al gobierno con planes de posibles reformas”14. En relación con lo anterior, José Muñoz también considera que los proyectos son un producto típico del racionalismo, y agrega que el “proyectismo” es una forma consustancial de ver, plantear y resolver los problemas de aquel período15. En la mayoría de los casos, fueron fomentados por los propios monarcas, miembros importantes del gabinete y altas autoridades indianas.

En cuanto a los proyectistas, se trataba de hombres cultos y eruditos con estudios formales y experiencia profesional, y más o menos influidos por la corriente de la Ilustración. A tal categoría pertenecían los obispos y los provinciales de las órdenes religiosas, las altas autoridades civiles y militares16. De allí que sus proyectos hayan surgido de su conocimiento y experiencia particulares sobre el problema. Su objetivo era proponer los medios, estrategias y posibles soluciones a pro-blemas concretos que aquejaban a cualquier rubro de la administración imperial. Por lo general, los proyectos tenían una estructura argumentativa común, donde se analizaba una situación, se desarrollaba un diagnóstico de las causas del problema y se presentaba una serie de soluciones para dar fin a la problemática. Esta estructura argumentativa responde a que la función básica de los proyectos radicaba en su utilidad a los intereses monárquicos.

Esta tipo de “proyectismo” es fruto del período de renovación imperial borbónica, por cuanto estos planes propusieron una forma de control y dominación política, económica, social y territorial más profunda. En este contexto de reformas, los territorios marginales, periféricos y fronterizos también fueron objeto de diversos proyectos emanados de la administración colonial indiana, cuyo fin radicaba en la incorporación y asimilación total de estos territorios y su población a los márgenes de la soberanía política del Imperio español. Durante todo este siglo, autoridades políticas, religiosas y militares escribieron diferentes proyectos y planes, cuyo objetivo era la ane-xión del territorio dominado por comunidades indígenas que permanecían independientes y/o territorios que todavía no se habían asimilado totalmente a la soberanía indiana, tales como las islas del Caribe, Florida, la frontera norte de Nueva España y la frontera sur del Reino de Chile.

En esta oportunidad se analizarán los proyectos esbozados por el jesuita Joaquín Villarreal; el oidor de la Audiencia de Santiago, José Perfecto de Salas; el ingeniero militar —y futuro virrey del Perú— Ambrosio O´Higgins, y el militar Vicente Carvallo, quienes plantearon un programa con diferentes soluciones para anexar de forma pacífica el territorio dominado por los mapuches al sur del río Biobío. El sacerdote Joaquín Villarreal fue procurador de la Compañía de Jesús en Chile; en 1743 escribió sus “Representaciones del reino de Chile sobre la importancia y necesidad de reducir a pueblos sus habitantes dispersos por los campos […] y sobre la importancia y necesidad

14 Weber, Bárbaros. Los españoles, 209.15 José Muñoz, “Los proyectos sobre España e Indias en el siglo XVIII: el proyectismo como género”. Estudios

Políticos LIV, n.° 8 (1955): 174.16 Alfredo Jiménez, “El bárbaro en la mente y la voz del ilustrado: la frontera norte de Nueva España”, en El Gran

Norte Mexicano. Indios, misioneros y pobladores entre el mito y la historia, editado por Salvador Bernabéu (Sevi-lla: CSIC, 2009), 364.

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de sujetar y reducir a pueblos los indios araucanos”, propuestas aprobadas por el Rey y convertidas en Ley en 1744 con la Real Cédula de 5 de abril, documentos fundamentales para la política de urbanización del reino. Mientras que José Perfecto de Salas fue un destacado burócrata, quien en su calidad de oidor de la Real Audiencia de Santiago en 1750 redactó un extenso informe al Rey, donde se refirió al territorio del reino y su administración dando cuenta de los mayores proble-mas que observó durante su recorrido de inspección. En el informe otorgó especial atención a los problemas de administración de justicia y a la necesidad de reducir a la población a pueblos. Asimismo, dedicó varias páginas a la situación de la frontera mapuche, denunciando la ineficacia del ejército fronterizo y proponiendo medidas para incorporar este espacio de forma definitiva.

De igual forma, como ingeniero militar emplazado en la Frontera, en 1767 Ambrosio O´Higgins desarrolló un tercer proyecto de integración del espacio fronterizo mapuche. Con una amplia visión territorial, estructuró un proyecto en que consideraba el traslado de la línea fronteriza al sur. Su obje-tivo era integrar el espacio fronterizo mapuche a partir de la construcción de poblaciones, con el fin de proteger la frontera, tener libre tránsito a Valdivia y Chiloé y establecer vías de comunicación con Buenos Aires a través de la Pampa. En 1793, el Capitán de Dragones Vicente Carvallo presentó un memorial al Rey “sobre cómo reconquistar y repoblar las ciudades destruidas al sur del río Biobío”. Con este documento, el militar buscaba repoblar el espacio fronterizo para conseguir un doble fin: primero, aumentar la defensa del reino y evitar el asedio de las potencias enemigas, y, segundo, asi-milar la población fronteriza para incrementar la productividad e industria en la zona.

2. Los proyectos de expansión territorial sobre la frontera mapuche

Los proyectos escritos por Villarreal, Salas, O’Higgins y Carvallo resignificaron la Frontera a la luz de los cambios del sistema global de poder imperial de poder español y el interés inglés por avanzar sobre el Pacífico Sur, con la intención de vertebrar el territorio con fines defensivos, estratégicos y económicos. Las representaciones construidas por estos intelectuales responden a una forma de pensar el territorio que no sólo está relacionada con el dominio político, sino que fundamen-talmente está ligada a la idea de utilidad y funcionalidad del espacio geográfico, cuestión que se alinea con los principios ilustrados y el carácter reformista de aquel período. Además de lo ante-rior, la experiencia personal de cada autor, sus objetivos y sus observaciones, fueron motivaciones importantes que subyacen en el diseño de cada proyecto. La promoción personal en la carrera civil o militar, la intención de ganar notoriedad dentro de la administración indiana o la denuncia de problemas e irregularidades son aspectos relevantes que condicionan la escritura de estos planes.

La lectura crítica de estos proyectos evidencia el carácter histórico de las fronteras. Como área de soberanías múltiples, la frontera mapuche se vio sometida a diversas interpretaciones y representaciones sociales. Es por ello que se debe destacar que no todos los sujetos hispanos la representaban de la misma forma: así, la interpretación de un misionero era muy distinta a la de un militar o a la de un burócrata. A pesar de la diferencia de caracteres y de trayectorias, cada uno de estos intelectuales dio importancia política, económica y estratégica al espacio mapuche como un territorio necesario para la consolidación política y económica del reino y, por extensión, del imperio. De modo e intensidad distintos, cada uno de estos sujetos tuvo —en algún punto de su vida— contacto directo con la frontera mapuche.

A partir de una visión utilitarista del territorio, los proyectistas buscaron pacificar y civilizar la frontera, que era comprendida como espacio vacío o carente de orden. Este último rasgo es el

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que hace que estos proyectos sean diferentes a otros discursos ideados con anterioridad, pues no se trata de someter el territorio a través de la guerra o sólo cristianizar a la población, sino que el objetivo también pretendía incorporar, asimilar y ordenar el territorio. Al mismo tiempo, estos proyectos asimilan discursiva y simbólicamente a las comunidades mapuches, tratándolas como un elemento más del paisaje. A partir de esta consideración, se plantea la incorporación de los indios como beneficiosa para el reino, el erario y los propios grupos que habitaban este espacio. Así lo describe Carvallo: “gustarán entonces el bien de la sociedad, y separados de la disparada dispersión en que viven, dejarán la vida de fieras que ahora llevan. Se alejará de ellos la miseria y tendrán sus días alegres en medio de la abundancia”17. También es importante destacar la rele-vancia que los autores asignan al mestizaje racial18 y la asimilación cultural mapuche, pues, como señala O´Higgins, lo fundamental era hacer de éstos “razonables vasallos”19.

La idea de progreso que subyace al discurso de estos cuatro planes se relaciona con el desarrollo material y productivo, que toma como punto de referencia las sociedades europeas20. Los autores aplicaron esta racionalidad para pensar el territorio mapuche, incorporarlo y asimilarlo desde una perspectiva sistémica al resto del reino, enfatizando el peligro que significaba tener una frontera sin control. Por un lado, se pensaba en la amenaza interna, debido al miedo latente de rebelión indí-gena, y, por el otro, estaba el peligro externo de invasión extranjera, en especial de Inglaterra. Como señala León, lo que se temía desde las autoridades políticas y militares era la confluencia de estas dos amenazas21. Para los proyectistas, la insumisión de los mapuches y la desconexión de este espa-cio planteaban serios problemas para la comunicación y defensa tanto territorial del Reino de Chile como marítima del Pacífico Sur. Por ello, a mediados del siglo XVIII, la Araucanía se transformó en un problema político-territorial que cuestionaba la consolidación de la sociedad del reino al norte de la Frontera y dejaba entrever la situación de aislamiento de Valdivia y Chiloé y la vulnerabilidad

17 Vicente Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo Goyeneche al rey, sobre cómo reconquistar y repoblar las ciudades destruidas al sur del río Biobío”, en Serie de estudios y documentos para la historia de las ciudades del reino, Tomo II Régimen legal de la fundación de las ciudades en Chile durante el siglo XVIII, editado por Santiago Lorenzo (Santiago: Academia Chilena de la Historia, 2004), 313.

18 Este aspecto es principalmente importante para Salas, quien lo usa para justificar el dominio de la Araucanía. “Informe sobre el Reino de Chile”, Santiago, 1750, en Archivo Nacional Histórico (ANH), Fondo Capitanía General, vol. 714, ff. 360-371v. El documento se encuentra también compilado en: José de Salas, “Informe sobre el Reino de Chile”, en Un letrado del siglo XVIII, el doctor José Perfecto de Salas, Ricardo Donoso (Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1963), 103-133.

19 Ambrosio O´Higgins, “Descripción del Reino de Chile. Sus productos, comercio y habitantes. Reflexiones so-bre su estado actual con algunas proposiciones relativas a la reducción de indios infieles, y adelantamiento de aquellos dominios de su Majestad, 1767”, en El Marqués de Osorno Don Ambrosio Higgins: 1720-1801, Ricardo Donoso (Santiago: Ediciones Universidad de Chile, 1941), 437.

20 Esto se refleja claramente cuando se describen las potencialidades del territorio. Véase O´Higgins, “Des-cripción del Reino”, 431-434; Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 314; De Salas, “Informe sobre el Reino”, 107; Villarreal, “Representación del Reino de Chile. Sobre la importancia y necesidad de sujetar y reducir a los pueblos indios araucanos. La imposibilidad de conseguirlo, perseverando en la conducta pasada; y la facilidad con que puede lograrse sin costo alguno del real erario por medio de las providen-cias que se expresan”, en Serie de estudios y documentos para la historia de las ciudades del reino, Tomo II Régimen legal de la fundación de las ciudades en Chile durante el siglo XVIII, editado por Santiago Lorenzo (Santiago: Academia Chilena de la Historia, 2004), 27.

21 Leonardo León, “Los araucanos y la amenaza de ultramar, 1750-1807”. Revista de Indias 54, n.° 201 (1994): 313-354.

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del dominio español en el Mar del Sur. Ahora bien, la difusión y circulación de las ideas ilustradas no son los únicos motores que explican la aparición de estos proyectos de expansión hacia la Fron-tera. Las relaciones hispano-mapuches, relativamente pacíficas, así como la experiencia personal y las observaciones que cada autor realizó en terreno, sirvieron como justificaciones para escribir y promocionar planes de expansión hacia el espacio dominado por las comunidades mapuches.

El contacto hispano-mapuche durante los primeros siglos coloniales se caracterizó por la guerra y el enfrentamiento bélico. Sin embargo, esto empezó a cambiar de manera gradual hacia mediados de siglo XVII, cuando se comenzó a propiciar otro tipo de estrategia de contacto, como las misio-nes, el comercio y, especialmente, la realización de parlamentos22. La intensificación del contacto fronterizo a fines del siglo XVII y durante el siglo XVIII estuvo marcada también por la aparición de diferentes funcionarios fronterizos, como el comisario de naciones y los capitanes de amigos, figuras que actuaron como mediadores culturales y políticos, ayudando a profundizar las redes de contacto entre ambos grupos23. Durante la segunda mitad de este último siglo, las autoridades indianas —tanto metropolitanas como locales— buscaron priorizar políticas de paz y contacto pacífico, como el comercio, la actividad misional desarrollada por jesuitas y franciscanos y la realización de pactos en los Parlamentos. Al mismo tiempo, se proseguía con la estrategia de creación de fuertes y fortines militares, que fueron pensados como medios de contacto, defensa y avanzada hacia la frontera.

Sin embargo, y a pesar de las diversas estrategias de dominación —bélicas o pacíficas— por parte de la administración civil y militar del Reino de Chile, el territorio mapuche permanecía independiente. Los eventos calificados como rebeliones por parte de los españoles en dos perío-dos (1723-1726 y 1766-1771)24 ponían en evidencia la vulnerabilidad y falta de control sobre la Araucanía, que cuestionaban, al mismo tiempo, los medios de contacto con las comunidades loca-les no sometidas y los mecanismos de avance sobre la Frontera. De acuerdo con León, “el hecho de que los mapuches no hubieran podido ser reducidos a la vida social y cristiana […] era percibido como un peligro por las autoridades de Chile”25. Con todo, y pese a estos intervalos de conflicto bélico, las circunstancias locales propias de un contacto fronterizo más pacífico propiciaron el contexto para el diseño de planes de integración y asimilación territorial del estado de Arauco26.

Al no estar asimilada al sistema imperial español, la frontera mapuche era concebida por los proyectistas como un espacio dominado por la barbarie y la idolatría, carente de orden y policía. Y era vista, sobre todo, como una amenaza para la soberanía política y territorial del reino. En sus proyectos, estos intelectuales desarrollaron un diagnóstico sobre las dificultades y amenazas que

22 Refiérase a Sergio Villalobos, La vida fronteriza en Chile (Madrid: Mapfre, 1992); Sergio Villalobos et al., Rela-ciones fronterizas en la Araucanía (Santiago: Universidad Católica, 1982).

23 Véase Guillaume Boccara, Los vencedores. Historia del pueblo mapuche en la época colonial (Santiago: Universi-dad Católica del Norte/Ocho Libros Editores, 2007).

24 Según Casanova, “la rebelión de 1723 se generó en el comercio fronterizo, en las obligaciones abusivas im-puestas a los indígenas. A su vez, la rebelión de 1766 tuvo por causa el propósito de reunir a los araucanos en pueblos”, Holdenis Casanova, Las rebeliones araucanas del siglo XVIII (Temuco: Ediciones Universidad de La Frontera, 1987), 105.

25 Leonardo León, “Que la dicha herida se la dio de buena, sin que interviniese traición alguna…: El ordenamiento del espacio fronterizo mapuche, 1726-1760”. Historia Social y de las Mentalidades n.° 5 (2001): 155.

26 José Manuel Zavala, Los mapuches del siglo XVIII. Dinámica interétnica y estrategias de resistencia (Temuco: Edi-ciones Universidad Católica de Temuco, 2011), 130-134; Santiago Lorenzo, “La vida fronteriza y los proyectos fronterizos para integrar a los araucanos a mediados del siglo XVIII”. Tiempo y Espacio n.° 3 (1992): 55-64.

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significaba tenerlo sin dominio político; para ello, formularon un plan con soluciones concretas, con el fin de poner término a este problema.

2.1. Diagnóstico sobre el problema del territorio fronterizoEn sus proyectos, los cuatro intelectuales ilustrados dieron cuenta de la vulnerabilidad territorial que significaba para el reino tener este espacio fronterizo sin dominar, pues no sólo representaba una amenaza para la soberanía desde el punto de vista de las posibles rebeliones de las comunida-des no sometidas, sino que también hacía al reino vulnerable a invasiones extranjeras, implicando una seria amenaza para su comunicación y articulación territorial. Tal como lo ha evidenciado la historiografía chilena, el valor de Chile como colonia hispana radicaba fundamentalmente en su importancia estratégica, por su carácter de llave para la navegación del Mar del Sur y su posición de antemural del rico Virreinato del Perú27. Los cuatro proyectos que se presentan ilustraron la importancia de la ubicación del reino en su relación con el sistema de defensa imperial y, al mismo tiempo, dieron a conocer la vulnerabilidad militar y territorial que significaba tener una frontera interétnica dentro de este espacio.

De acuerdo con el análisis de los proyectistas, el Reino de Chile presentaba grandes poten-cialidades, por su ubicación, clima y fertilidad de sus valles; sin embargo, todos estos elementos positivos se veían truncados por la marginalidad, incomunicación y desprotección en las que se vivía. Para Salas y Villarreal, el problema principal estaba centrado en la despoblación del Reino de Chile28. Mientras que para Carvallo, los mayores desafíos que debía superar la colonia chilena eran la desprotección —en cuanto a defensa— y la pobreza material de los habitantes29. Por su parte, Ambrosio O´Higgins aseguraba que el progreso del reino se veía interrumpido por la existencia de la frontera controlada por indios bárbaros que impedían el desarrollo del comercio, la agricultura y otras empresas30.

Para los proyectistas, el territorio mapuche impedía la comunicación y ponía en entredicho la soberanía territorial del Imperio español en el Pacífico Sur americano. Así, el aislamiento y la inco-municación de Valdivia y Chiloé se pensaban como un importante problema para el progreso y la felicidad del reino. De este modo, la integración de la frontera a Chile significaría la vertebración del territorio y su comunicación expedita con sus ciudades, plazas y puertos, vitales para asegurar la defensa y la consolidación territorial de la colonia de Chile. En segundo lugar, otro elemento que agravaba el diagnóstico era la posible alianza entre las comunidades locales no sometidas y los extranjeros. El jesuita Villarreal denunciaba así la situación:

“de la conquista de cualquiera de los dos puertos expresados, resulta no solo la ruina de toda la costa del mar del sur, sino también la conquista del reino de Chile, valiéndose para hacerla de nuestros propios indios, que estando tan preocupados contra nuestra nación por las extorsiones experimentadas en lo pasado, y que recelan continuarán en el futuro, fácilmente se dejarían indu-cir a costa de algunos regalillos a declararnos la guerra”31.

27 Véase: Gabriel Guarda, Flandes Indiano. Las fortificaciones del Reino de Chile 1541-1826 (Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1990).

28 Villarreal, “Representación del Reino”, 24, De Salas, “Informe sobre el Reino”, 110.29 Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 302.30 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 433-434.31 Villarreal, “Representación del Reino”, 38.

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Un tercer aspecto relevante dentro del diagnóstico fue la importante posición del territorio mapuche en cuanto a su proyección hacia los territorios más australes. Incorporar la frontera mapu-che a la soberanía de Reino de Chile significaría, por ejemplo, una proyección hacia el estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos, lugares que, si bien no estaban dominados por los españoles, eran incluidos dentro de su esfera de influencia. Asimismo, tal como evidenciaron O´Higgins y Carvallo, la integración de la Araucanía permitiría la proyección hacia el oriente, para incorporar las inexploradas tierras de las pampas y Patagonia32. De allí la importancia que adquirió la tierra mapuche dentro de su posición en el continente. A partir de este diagnóstico, los cuatro intelec-tuales consideraron pertinente elaborar un plan de intervención política-territorial, con el fin de asimilar de manera efectiva esta frontera al sistema imperial.

2.2. Elementos en común en los cuatro proyectosEl elemento central común a los proyectos de Salas, Villarreal, Carvallo y O´Higgins es la confi-guración de una interpretación y representación del territorio fronterizo. En cada uno se planteó la conformación de un pensamiento geográfico sistémico sobre el Reino de Chile. Dentro de este marco, la Araucanía se integra a un todo territorial, con el objetivo de vertebrar el espacio con fines defensivos, políticos y económicos. La frontera mapuche es comprendida e interpretada como un espacio por pacificar, integrándolo a las lógicas de la cultura, economía y política hispanocriollas.

A pesar de sus diferentes enfoques, estos cuatro proyectos mantienen una estructura argu-mentativa similar. Cada uno de ellos comienza articulando su análisis a partir de una descripción geográfica del territorio chileno, en general, y de la frontera mapuche, en particular. Según Jaime Borja, este tipo de descripción era pensada como una de las partes fundamentales de los discursos coloniales, que era empleada como mecanismo argumentativo con el fin de amplificar el problema sobre el cual se quería llamar la atención y, con ello, persuadir al lector33. Dentro de esta descripción, los proyectistas potencian la riqueza, fertilidad y bondad climática del terri-torio del reino. Las palabras de Villarreal representan un ejemplo de lo sostenido al describir la riqueza mineral del reino: “No es menos fecundo de minerales, pudiendo decirse de su terreno ser como una plancha de oro casi de la extensión del reino […] Es notoria la abundancia y buena calidad de las minas de cobre que se benefician en Coquimbo, y son muchísimas las que pueden labrarse en todo el reino”34.

Desde esta perspectiva, la necesidad de integrar todo el territorio en términos económicos es descrita de manera amplia por cada autor. El aprovechamiento de los recursos hídricos, mineros y agrícolas de todo el reino, en particular de la Frontera, es enfatizado en cada proyecto, cuestión específicamente importante para O´Higgins, quien subrayaba la necesidad de utilizar todos los recursos, incluso los forestales, no ponderados por los otros intelectuales: “y al sur del Rio Biobío, especialmente desde el río Imperial por la costa de Arauco hasta Valdivia y Chiloé, hay montes continuados, cargados de Pellin o Roble, y otros árboles […] entre ellos muy adecuados para edifi-cios y construcciones de navíos, palos masteleros, vergas, etc.”35.

32 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 437; Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 323.33 Jaime Borja, “Idolatría, tiranía y barbarie. La construcción del indígena en una crónica indiana”, en Passeurs,

mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el Mundo Ibérico, siglos XVI-XIX, editado por Scar-lett O´Phelan y Carmen Salazar-Soler (Lima: Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005), 35.

34 Villarreal, “Representación del Reino”, 23.35 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 432.

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El segundo aspecto común a los cuatro proyectos son los elementos de análisis e interpreta-ción. Cada proyectista articuló una completa argumentación sobre el fracaso de los medios de contacto utilizados hasta ese momento, pero además cada uno realizó una crítica importante a las formas de contacto fronterizas. Por ejemplo, Salas centró su crítica en la acción del Ejército, al argumentar que: “los medios hasta aquí practicados no han tenido proporción con el fin, pues por el de la guerra no se ha avanzado un palmo de tierra más allá de la barrera que siempre han tenido los indios, y el de la predicación no ha cogido el fruto de un indio perfectamente convertido”36.

Otra de las críticas persistentes hacía referencia al accionar de los capitanes de amigos, figu-ras vistas como negativas, que atentaban contra las relaciones pacíficas hispano-mapuches. Por ejemplo, Para Salas, estos funcionarios son representados como tipos corruptos y negligentes que exacerban la animadversión de los indios contra los españoles37. En tanto, para O´Higgins se hacía imperativo terminar todos los ultrajes38, mientras que para Villarreal era fundamental dar trato justo a los araucanos, y llegó a argumentar que convendría tratarlos “como si fueran de nuestra propia nación”39, apuntando su crítica al rol de los funcionarios de la frontera. El comercio hispa-no-indígena también fue analizado por los proyectistas. Desde su visión ilustrada, fue visto como un elemento positivo que debía ser controlado por el estado colonial para hacerlo más provechoso para el reino. En este mismo sentido, O´Higgins y Carvallo sostenían la necesidad de fomentar industrias artesanales locales para hacer viables económicamente estos proyectos40.

La actividad misional también fue objeto de importantes críticas por parte de estos proyec-tistas, quienes argumentaban que, a pesar de la buena intención de los religiosos, las misiones no habían logrado apaciguar a los indios, y mucho menos su evangelización41. Así, O´Higgins, Salas y Villarreal proponían supeditar el sistema misional al proyecto de reducción de indios en pueblos42. Para Carvallo, quien escribió su proyecto luego de la rebelión de 1766 y de la expulsión de los jesui-tas de América, esta empresa, además de fútil, representó una verdadera carga económica para la Corona. Según este autor, la barbaridad de los araucanos impedía cualquier acto de sometimiento mediante la fe, pues afirmaba que “nada más se avanza con este método que exponer lo sagrado a los riesgos del ultraje”43.

Todas estas críticas se apoyaron en dos elementos centrales del discurso ilustrado. El primero radica en la importancia de la experiencia y la observación. Las interpretaciones sobre el espacio mapuche que desarrollaron estos proyectistas se sostienen como crítica fundamentada, debido a la experiencia que cada uno tuvo. Ya sea como militar, en funciones burocráticas o religiosas, cada autor construyó su interpretación a partir de lo que vio y vivió. Por tanto, las representaciones construidas se validaron por esta misma experiencia. El segundo elemento clave son la funcionali-

36 De Salas, “Informe sobre el Reino”, 127.37 Véase De Salas, “Informe sobre el Reino”, 118-119; Villarreal, “Representación del Reino”, 42.38 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 442-443.39 Villarreal, “Representación del Reino”, 43.40 Véase O´Higgins, “Descripción del Reino”, 443; también, Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 316.41 Villarreal no critica la actividad misional, sino el contexto de extorsión y abusos en los cuales se desarrolla.

Véase Villarreal, “Representación del Reino”, 41-42.42 Véase: O´Higgins, “Descripción del Reino”, 439; De Salas, “Informe sobre el Reino”, 127; Villarreal, “Represen-

tación del Reino”, 42-43.43 Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 372.

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dad y utilidad. Los autores comprendieron la necesidad política y militar de anexar estos territorios y, al mismo tiempo, concibieron su utilidad en términos económicos, productivos y estratégicos. Se trataba de incorporar el territorio al orden geoeconómico colonial y a los patrones culturales de la civilización hispana. Por último, el tercer elemento transversal a estos cuatro proyectos fue la formación de un plan de acción para incorporar de manera permanente la frontera a la soberanía territorial del Reino de Chile. A partir de este diagnóstico, cada proyectista propuso una serie de medidas para solucionar el problema que representaba el territorio independiente que habitaban las comunidades mapuches. Esto es lo que se revisará a continuación.

2.3. Soluciones al problema de la fronteraDesde la perspectiva analítica de esta investigación, es importante estudiar ahora cómo estos intelec-tuales entendieron la necesidad de integrar la frontera mapuche, con el fin de articularla económica y políticamente con el resto del territorio del Reino de Chile y el Virreinato peruano. A partir de sus análisis, los proyectistas comprendieron que el territorio mapuche no podía ser conquistado ni ocupado bélicamente, pues los recursos militares eran limitados y no había suficientes incentivos económicos para el desarrollo de esta empresa. Según los autores, no sólo era necesario integrar este espacio intermedio que cortaba las comunicaciones del reino, impidiendo la continuidad terrestre, sino que también era importante hacer de este espacio un territorio productivo. Desde esta lógica, se pensó en diseñar un plan a largo plazo con diferentes etapas que pudiera incorporar y asimilar paula-tinamente la frontera a la soberanía política y territorial del sistema imperial hispano.

Cada proyectista reflexionó en torno a los medios más favorables para lograr la integración y anexión de la frontera mapuche. Todos coincidieron en que las villas eran el mecanismo para lograr estos objetivos de forma pacífica y relativamente barata para las arcas imperiales. No sólo pensaban que era importante profundizar el contacto con las comunidades más inmediatas a la frontera —como aquellas que vivían aledañas a los fuertes y haciendas españoles—, sino que tam-bién era fundamental la integración de aquellas comunidades más interiores con las que había menos contacto e intercambio comercial. Por tanto, la primera medida que se planteó, y la más importante, fue la reducción de las comunidades indígenas a pueblos. Se debe destacar que para los proyectistas, la reducción de la población era vista como un imperativo religioso, económico y geopolítico para el progreso del reino. Por ello, la construcción de villas era entendida como una estrategia integral de control del espacio fronterizo y de su población.

La estrategia de reducción de la población en ciudades fue una constante de la política colo-nial hispana sobre los territorios americanos. Los historiadores han argumentado ampliamente que la organización socioterritorial de las colonias hispanoamericanas en ciudades tuvo un claro objetivo político-civilizatorio, que se transformó en el eje territorial del proceso de aculturación de las comunidades indígenas locales. Tal como lo sostiene Francisco de Solano, la conformación de núcleos urbanos se torna fundamental para la conquista de América, pues su función básica es la potenciación de los espacios, la erección de lugares de vigilancia y el establecimiento de una constante presencia de soberanía44. Desde la visión ilustrada y utilitarista del siglo XVIII, la cons-trucción de villas tuvo la finalidad de organizar y transformar los territorios en unidades políticas y económicas más maniobrables y productivas. A partir de esta iniciativa, las autoridades borbó-

44 Francisco de Solano, Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios (Madrid: CSIC, 1990), 32.

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nicas buscaron la integración de todas las comunidades al sistema económico, político y territorial del imperio. A través de ella se lograban la “civilización” de las sociedades periféricas y la integra-ción de todos los espacios al sistema colonial. Además, para Solano, la mayoría de las fundaciones de pueblos hispanoamericanos durante el siglo XVIII tuvieron fines estratégicos, convirtiéndolas en puestos de avanzada, límite y frontera45.

El proceso de reducción de las poblaciones indígenas debe ser comprendido entonces como una estrategia de transformación y aculturación del orden socioespacial indígena. La organización del territorio en ciudades posibilita la implementación del orden colonial y legitima el control polí-tico, cultural y económico de la administración colonial. De acuerdo además con Marta Herrera, con la creación de pueblos de indios “no sólo se trataba de nuclear a la población, sino de lograr que el ordenamiento de estos núcleos reflejara el sistema simbólico de valores y jerarquías his-panas, de tal manera que legitimara el orden colonial”46. La reducción de la población indígena a pueblos tenía como fin pacificar y asimilar a las comunidades locales a la cultura y economía hispa-nocriollas, tal como lo mandaba la Real Ordenanza de 1573 de Felipe II. Con este documento, las autoridades metropolitanas instaron a colonizar y expandir el dominio indiano a partir de la fun-dación de ciudades. Los proyectos de estos cuatro intelectuales hacen eco de estos argumentos, y para su análisis se debe tomar en consideración que esta Ordenanza no había podido ser aplicada en Chile durante todo el siglo XVII y gran parte del siglo XVIII, por ser éste un territorio perifé-rico, ruralizado y sometido constantemente a rebeliones indígenas y desastres naturales.

Para estos proyectos, la estrategia de reducción de los indios en pueblos posibilitaría el control del territorio, haría más eficiente la repartición de los recursos, reforzaría las medidas de defensa territorial y permitiría la vida civilizada y cristiana de los sujetos. Así lo sintetiza el jesuita Villa-rreal, quien pondera la estrategia poblacional no sólo como un medio de sujeción efectivo, sino también pacífico, pues con la erección de pueblos en la frontera “se irá minorando la idolatría, se ampliará la dominación española sin gasto del erario, sin derramar sangre, ni colmar el infierno con las almas de aquellos infieles desdichados”47. En tanto, para los proyectistas, la vida urbana planteaba una serie de beneficios útiles tanto para la administración indiana como para los mismos pobladores. Así, por ejemplo, Carvallo afirmaba que la vida urbana en las villas haría de estos pobladores sujetos civilizados y cristianos:

“Gustarán entonces el bien de la sociedad, y separados de la disparada dispersión en que viven, deja-rán la vida de fieras que ahora llevan. Se alejará de ellos la miseria y tendrán sus días alegres en medio de la abundancia. Establecerán una perpetua reconciliación con la quietud viviendo en ánimo tran-

45 La creación de centros urbanos en todo el norte de Nueva España obedece a este principio; el nacimiento de San Antonio de Béjar en 1744, en Texas, y la fundación de San Francisco de la Alta California, en 1776, son ejemplos de esta política. También se construyeron núcleos urbanos en plena zona de indios, con el objetivo de pacificar y civilizar estas fronteras. La fundación de pueblos de indios en Paraguay a partir de 1789 es un ejem-plo de ello, al instalarse varias aldeas en Turumá con indios mbayá, así como en Timbó, Naranjay y Melodía. Francisco Solano, Ciudades hispanoamericanas, 94. Además, debe citarse el caso de la ciudad de Buenos Aires y su hinterland. Véase: Mariana Canedo, “Fortines y pueblos en Buenos Aires del siglo XVIII: ¿Una política de urbanización para la frontera?”. Mundo Agrario 7, n.° 13 (2007): s/p., <http://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/v07n13a09/1183>.

46 Ver: Marta Herrera, “Ordenamiento espacial de los pueblos de indios: dominación y resistencia en la sociedad colonial”. Revista Fronteras de la Historia 2 (1998): 113-114.

47 Villarreal, “Representación del Reino”, 28.

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quilo y sosegado […] Abjurarán el pernicioso libertinaje, cuya detestable práctica les hace desmentir la nacionalidad que gozan, y gustarán de la suavidad de la ley, que contiene al hombre en sus deberes. Y, para decirlo de una vez, abominarán unos la infame apostasía a que se abandonaron, y otros la ciega gentilidad, y se liberarán de la tiranía con el que demonio les oprime”48.

En sintonía con lo anterior, para O´Higgins el “espíritu de poblaciones” consistía también en proteger el comercio, la agricultura y la industria49, mientras que para Villarreal la construcción de las villas fronterizas significaba para los indios “la oportunidad de instruirse en los misterios de la fe, de frecuentar los sacramentos, y morir con ellos, y con un sacerdote que les ayude en aquel terrible paso. Podrá el celo del cura y corregidor refrenar sus liviandades y castigar los hurtos y demás delitos”50.

Por otro lado, no debe olvidarse que para estos personajes ligados al poder colonial, la sujeción de la población a la vida urbana se traducía en la incorporación de estas comunidades a la vida civil y a la vida cristiana. Como argumenta Nieto, para los pensadores ilustrados hispanoameri-canos, “el control de la población, su educación religiosa y su inclusión en un social ‘civilizado’, requiere de su incorporación en las prácticas cristianas y por lo tanto la Iglesia como organismo del Estado, tiene una responsabilidad mayor”51. Bajo esta lógica, la reducción a pueblos y villas buscaba desarrollar una administración efectiva de los recursos, asegurar el control de las comuni-dades indígenas —no integradas hasta ese momento— y potenciar el adoctrinamiento religioso de éstas. Lo importante, desde esta perspectiva, es comprender que los intelectuales pensaban la vida urbana como la forma de vida civilizada, pues, tal como lo sostiene Villarreal, la vida en la ciudad es “fundamento de toda felicidad que puede gozarse en la vida”52.

El control de la frontera, a partir de la reducción de los indios en pueblos, significaría al mismo tiempo la integración comunicacional, la potenciación del comercio y la conexión de los espa-cios aislados. En tal sentido, para Ambrosio O´Higgins era urgente “el conseguir el libre tránsito y comunicación entre la Frontera y la Plaza de Valdivia con la facilidad de poder socorrer a esta en qualesquiera urgencia con tropa y víveres, objeto desde luego sumamente importante”53. A la misma conclusión llegó Salas, quien planteaba que “entre los grandes provechos que se reporta-rían de la reducción de los indios y reforma del ejército, no fuera menos el principal que de esa manera se franqueasen los caminos y hubiese libre tránsito y comunicación por tierra con Valdivia y Chiloé”54. Asimismo, O´Higgins planteaba que el control de la Araucanía permitiría proyectar el dominio territorial hacia las pampas, la misma opinión que sostendría Carvallo años más tarde. Para llevar a cabo esta proyección territorial, ambos autores consideraban necesario trasladar la frontera hacia el sur y crear una serie de fuertes en la línea fronteriza55.

La visión geoestratégica del territorio es un pilar fundamental para comprender el sentido de estos

48 Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 313.49 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 439.50 Villarreal, “Representación del Reino”, 28; De Salas, “Informe sobre el Reino”, 122.51 Mauricio Nieto, Orden natural y orden social: ciencia y política en el Semanario del Nuevo Reino de Granada

(Madrid: CSIC, 2007), 189.52 Villarreal, “Representación del Reino”, 2453 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 436.54 De Salas, “Informe sobre el Reino”, 127; Villarreal, “Representación del Reino”, 37.55 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 436; Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 328.

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cuatro proyectos de integración fronteriza. Los autores buscaban articular política y económicamente todo el territorio, pues, tal como lo señala O´Higgins, la verdadera defensa de Chile y de toda América “consiste en la multitud de sus poblaciones, su disposición y modo de gobernarlas”56. Según, Nieto, Castaño y Ojeda, el control del territorio y de la población se transformó en el principal objetivo de los proyectos ilustrados hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XVIII. El afán por constituir individuos productivos para el reino se convierte en un problema político esencial: “la necesidad de transformar la sociedad en una colectividad productiva trasciende su dimensión propiamente econó-mica y se inscribe dentro de un proyecto de civilización en el cual lo moral y lo material aparecen como esferas difícilmente separables”57, cuestión particularmente apreciable en los proyecto de O´Higgins y Carvallo. Desde una perspectiva pragmática y utilitarista —propia del pensamiento ilustrado his-pano—, estos proyectos comprendieron la creación de pueblos como herramientas esenciales para el fortalecimiento de la producción y la asimilación económica de la Araucanía.

Al igual que O´Higgins y Salas, Carvallo ponderó las ventajas económicas que traería al reino y al erario la incorporación de este territorio a través de la creación de pueblos. En su argumen-tación, el militar explica los beneficios del cese de hostilidades y establece que al crear pueblos se avanzaría en el progreso del reino, al incorporar nuevos vasallos y al explotar nuevas tierras. En su proyecto, la creación de pueblos en la frontera no sólo será calificada como útil, sino también como indispensable para el progreso:

“entrarán al dominio de la agricultura los fertilísimos campos que jamás fueron heridos de la punta del arado, y que se podrán trabajar las ricas minas de piedras preciosas, plata, oro y cobre que oculta su malicia […] recuperará más de cien mil vasallos que se substrajeron de su obediencia al real erario, porque cesarán las contribuciones que hace a esta ingrata y pérfida nación. Recogerá gruesas cantidades de derecho de alcabalas, y con el aumento de vecindario le tendrán de traba-jadores la agricultura y minería, y percibirá el erario una considerable entrada de estos ramos”58.

Con el fin de llevar a cabo de forma efectiva la anexión de la Araucanía, los intelectuales inte-graron la estrategia poblacional a una serie de medidas secundarias y subordinadas que permitirían reforzar el control de la población y su territorio. Para ello, se debían optimizar los recursos y transformar las estrategias de contacto en la frontera. Por ejemplo, para José de Salas era vital reformar la acción del Ejército y redistribuir el Real Situado, ya que con estas medidas se lograría controlar la seguridad de la región y del Ejército59. Junto con Villarreal, Salas consideró impor-tante la incorporación política de jefes y caciques mapuches, con el fin de darles “una serie de honores y privilegios perpetuos propios de su supremo carácter”60. La estrategia era realzar y esti-mular la jerarquía dentro de las comunidades, potenciando la figura del cacique, desarticulando, de esta manera, la sociabilidad más horizontal propia de las comunidades indígenas de esta zona. En este mismo sentido, el autor consideró relevante trasladar a los hijos de los caciques a centros

56 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 435.57 Mauricio Nieto, Paola Castaño, Diana Ojeda, “Ilustración y orden social: el problema de la población en el Se-

manario de Nuevo Reino de Granada (1808-1810)”. Revista de Indias LXV, n.° 235 (2005): 691.58 Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 308.59 De Salas, “Informe sobre el Reino”, 125.60 Villarreal, “Representación del Reino”, 44; Véase De Salas, “Informe sobre el Reino”, 122.

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de estudios hispanos, con el fin de educarlos en los principios culturales del cristianismo61. Con esta estrategia se buscaba incorporar política y culturalmente a las nuevas generaciones de líderes de estas comunidades independientes.

Por su parte, O´Higgins planteaba la necesidad de organizar una intervención del espacio mapuche articulado no sólo en pueblos, sino también a partir de una línea de fortines militares con capacidad para contener cien familias, con el fin de asegurar la defensa de amenazas inter-nas y extranjeras y articular la comunicación del territorio. Con este método se podría lograr un tránsito expedito por toda la frontera interior llegando incluso a atravesar hasta las pampas, en la actual Argentina. Al respecto, el ingeniero argumentaba que con los “fuertes no tendrán que temer los pasajeros, arrieros y conductores del comercio a Chile, y pueblos del Perú en sus tránsitos desde Buenos Aires, de las incursiones, robos, que los indios de las pampas y la sierra están continuamente haciendo contra los españoles”62. Desde la perspectiva de O´Higgins, estas plazas fortificadas vendrían a actuar como pequeños centros urbanos, porque no sólo tendrían una función de defensa del territorio, sino que serían lugares estratégicos de comercio, vigilancia y civilización. Lo que buscaba O´Higgins con esta medida era el control de toda el área habitada por las comunidades indígenas, ampliando su dominio hacia los espacios transcordilleranos.

Los cuatro proyectos buscaban articular estas estrategias sin causar enfrentamientos bélicos ni gastos al real erario; por el contrario, buscaban incorporarlas para fomentar su explotación agrícola, mineral e incluso forestal. Todos los autores se preocuparon por la viabilidad económica del proyecto que presentaban. Por ejemplo, Carvallo y O´Higgins plantearon la necesidad de fortalecer la integra-ción del territorio mapuche a partir de la generación de una industria artesanal textil y la explotación de los recursos mineros y forestales de la zona. Asimismo, se da cuenta de la importancia de brindar a estos nuevos pueblos fronterizos todos los recursos necesarios para la vida en estas comunidades. Por ejemplo, Carvallo creía que era fundamental —para atraer población y consolidar la empresa de fundaciones— construir hospitales, iglesias y conventos religiosos, para así satisfacer las necesidades básicas de los pobladores. Otra preocupación fue la atracción de más población a estas nuevas ciu-dades. Los intelectuales argumentaban que el éxito del programa de fundación de pueblos radicaba en la atracción y mantención de población en estas nuevas villas. Así, la solución que dio Carvallo fue la potenciación de la migración de 1.400 familias, 700 de las cuales debían venir de Chiloé, por ser “gente robusta criada en el trabajo y por naturaleza industriosa y laboriosa”63, y el resto, de los obispados de Santiago y Concepción. De la misma opinión era Villarreal, quien decía que convenía formar los diferentes pueblos con los mismos españoles y mestizos de las islas de Chiloé y los indios de las cercanías64. O´Higgins, por su parte, promovía también la migración de extranjeros, con el fin de potenciar en la zona las industrias textil y forestal65.

En definitiva, los cuatro proyectos basaron el control territorial hispano sobre la frontera mapuche en la instauración de poblaciones. Junto con ello, plantearon también la realización de

61 De Salas, “Informe sobre el Reino”, 125.62 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 439. Para profundizar este tema, refiérase a Daniel  Villar  y Juan  Jimé-

nez, “Un argel disimulado. Aucan y poder entre los corsarios de Mamil Mapu (segunda mitad del siglo XVIII)”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates 2005, doi: dx.do.org/10.4000/nuevomundo.656.

63 Carvallo, “Memorial de Vicente Carvallo”, 318.64 Villarreal, “Representación del Reino”, 44.65 O´Higgins, “Descripción del Reino”, 443.

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otras estrategias secundarias como la creación de una línea de fuertes en la frontera, la cooptación de los líderes indígenas, la potenciación de misiones para la evangelización de las comunidades no sometidas, la reforma del Ejército, en el caso de Salas, y la migración de población blanca y mestiza para fortalecer el sistema de pueblos ideado.

Conclusiones

La historiografía contemporánea ha demostrado cómo en la frontera mapuche no hubo una política clara, un plan de acción estructurado por parte de los hispanocriollos para la incorporación definitiva de este territorio y su población, y ha acentuado, por otra parte, la existencia de una frontera viva diná-mica y cambiante, en la cual ambos grupos interactuaban de acuerdo con sus intereses. No obstante estos avances historiográficos, se han dejado de lado las imágenes y representaciones que se tenían de estos territorios. Tal como lo dice Margarita Garrido, contribuir al estudio de las representaciones implica entender las múltiples dimensiones tanto la económica como la social y la cultural66, agregando, desde nuestra perspectiva, la dimensión espacial. Esto significa, entre otras cosas, preguntarse sobre los discursos y representaciones que modelan las prácticas sociales acerca del territorio.

La importancia de estos proyectos radica, no en su impacto político, ni en la efectividad de las solu-ciones ideadas, sino en las nuevas interpretaciones que hicieron de un espacio territorial periférico y fronterizo como el territorio mapuche de frontera hacia mediados del siglo XVIII. El objetivo de estos planes no era anexar este espacio en un afán imperialista, sino asimilar el territorio mapuche desde los criterios de la utilidad, el progreso y el orden, en un contexto de cambios del sistema internacional de poder y el interés inglés por avanzar sobre el Pacífico Sur. Estos planes son leídos como productos del discurso ilustrado y la mentalidad reformista del siglo XVIII. El mérito de estos autores se basa en la capacidad de discutir y replantearse las concepciones sobre el territorio y sus habitantes, en un con-texto cultural e intelectual que no acostumbraba a criticar a las autoridades y la tradición.

La relevancia histórica de cada uno es la articulación de una visión territorial sistémica que conecta el denominado estado de Arauco con el territorio del reino y con las dinámicas del espa-cio de influencia hispana a nivel global. Chile, en cuanto colonia periférica, tenía valor dentro del espacio imperial como antemural del Virreinato peruano. A nivel local, la existencia del territorio mapuche moldeó el desarrollo histórico del reino. La emergencia de un “Chile de paz” al norte del río Biobío y otro “de guerra” hacia el sur tuvo importantes efectos en el desarrollo económico, político y social durante el período colonial. Como otras fronteras, el espacio controlado por las comunidades mapuches, hacia mediados del siglo XVIII, seguía independiente, haciendo de esta región una zona vulnerable a las invasiones extranjeras y a las rebeliones indígenas.

Las representaciones que los intelectuales ilustrados construyeron sobre este espacio giran en torno a dos ejes: primero, su importancia geoestratégica, y segundo, su potencialidad económica. En estos proyectos se desarrolla una interpretación de la frontera como un espacio problemático, por cuanto representa una fractura en el sistema territorial del Reino de Chile. Según los proyectistas, la existencia de este territorio controlado por comunidades independientes impedía la comunicación terrestre, aislando las zonas de Valdivia y Chiloé. Asimismo, en su diagnóstico evidencian la vulne-rabilidad que significaba para la administración local este espacio frente a las posibles amenazas de

66 Garrido, “La historia colonial”, 43.

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rebeliones de las comunidades que habitaban la frontera y sus interiores, y la potencial alianza que éstas podían hacer con los enemigos de la Corona española. En términos culturales, este espacio fue representado como un espacio sin policía, sin orden ni religión.

Desde una perspectiva económica, la frontera mapuche fue pensada como un territorio rico en recursos forestales, mineros y agrícolas, pero que aparece sin explotar. Para Salas y Villarreal, pero en especial para Carvallo y O´Higgins, la existencia de estos recursos legitimaría la intervención y ocupa-ción definitiva de este espacio a partir de una serie de estrategias y medidas más eficientes. Los autores coincidieron en que la mejor forma de asimilar este espacio sería la reducción de los indios en pueblos, que cumplirían dos funciones claves: por un lado, la dominación e integración de la Frontera y sus habi-tantes, y por otro, los pueblos serían la máxima empresa de defensa y seguridad del territorio. Con estos pueblos, los proyectistas buscaban apuntar a diversos objetivos: controlar efectivamente el territorio con el fin de asegurar la defensa del Pacífico Sur y eliminar las posibles “rebeliones” de las comunidades mapuches. Segundo, integrar la comunicación terrestre del Reino de Chile, vertebrando el territorio de norte a sur, de Copiapó a Valdivia. Tercero, ahorrar recursos del erario fiscal y distribuir de mejor manera el situado. Cuarto, convertir a las poblaciones mapuches definitivamente al cristianismo y asi-milarlas a los cánones culturales hispanos. Por último, los autores buscaban incorporar estos territorios al sistema económico colonial, a partir de una explotación de sus recursos naturales.

El interés por parte de la monarquía española por las fronteras pone en evidencia una nueva relación del imperio con el territorio americano, cuestión que se demuestra en la generación de proyectos de expansión territorial, planes de defensa y reformas administrativas. Es en este sentido que resulta interesante apuntar cómo los ideales de orden, progreso y utilidad no sólo se adaptaron a las reformas políticas, económicas y administrativas llevadas a cabo por el Imperio español en América, sino que éstas también tuvieron un impacto en la forma de concebir y organizar el terri-torio, incluso en aquellos lugares como las fronteras del norte de México y de Chile, que, si bien no estaban dominadas, eran consideradas igualmente como propias.

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Natalia GándaraProfesora de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile). Magíster en Historia del Instituto de Historia y Licenciada en Historia (mención Ciencia Política) por la misma universidad. Entre sus publicaciones recientes se encuentra el artículo: “Reflexiones sobre la Historia sociocultural del cuerpo a partir del concepto braudeliano de civilización material”. Raíces de Expresión 10 (2013): 13-21. [email protected]

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De antiguos territorios coloniales a nuevas fronteras republicanas: la Guerra de Castas y los límites del suroeste de México, 1821-1893❧

Laura Caso BarreraColegio de Postgraduados, Campus Puebla, México

Mario M. Aliphat FernándezColegio de Postgraduados, Campus Puebla, México

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.05Artículo recibido: 23 de febrero de 2015/ Aprobado: 02 de julio de 2015/ Modificado: 22 de julio de 2015

Resumen: En este artículo se analizan, a través de documentación de archivo, principalmente cartográfica, los procesos de delimitación territorial entre la provincia de Yucatán y El Petén, así como de la región ocupada por los británicos (en la actualidad, Belice). La elaboración de informes y mapas para el establecimiento de límites y fronteras entre provincias y, posteriormente, estados nacionales refleja las políticas de dichos Estados para la conformación de sus territorios. En este contexto se estudia el impacto que tuvo la sublevación indígena conocida como Guerra de Castas en el proceso de conformación de límites y fronteras.

Palabras clave: México-Guatemala-Belice (Thesaurus); Estados nacionales, delimitación territorial, Guerra de Castas (palabras clave del autor).

From Old Colonial Territories to New Republican Frontiers: The War of the Castes and the Boundaries of the Southwest of Mexico, 1821-1893

Abstract: Through the analysis of archival material, mainly cartographic, this article explores the processes of territorial delimitation between the province of Yucatan and El Petén, as well as of the region then occupied by the British (present-day Belize). The elaboration of reports and maps for the establishment of limits and borders between provinces, and later between nation states, reflects the policies of those states regarding the establishment of their territories. In this context it studies the impact that the indigenous uprising known as the War of the Castes had on the process of establishing limits and borders.

Keywords: Mexico-Guatemala-Belize (Thesaurus); Nation states, territorial delimitation, War of the Castes (author’s keywords).

De antigos territórios coloniais a novas fronteiras republicanas: a Guerra de Castas e os limites do sudoeste do México, 1821-1893

Resumo: Neste artigo, analisam-se, por meio de documentação de arquivo, principalmente cartográfica, os processos de delimitação territorial entre a província de Yucatán e El Petén, bem como da região ocupada pelos britânicos (na atualidade, Belize). A elaboração de relatórios e mapas para o estabelecimento de limites e fronteiras entre províncias e, posteriormente, estados nacionais reflete as políticas desses Estados para a formação de seus territórios. Nesse contexto, estuda-se o impacto que a sublevação indígena, conhecida como Guerra de Castas, teve no processo de conformação de limites e fronteiras.

Palavras-chave: México-Guatemala-Belize (Thesaurus); Estados nacionais, delimitação territorial, Guerra de Castas (autor de palavras-chave).

❧ Este artículo se llevó a cabo con el apoyo financiero otorgado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (México), a través del Proyecto SEP-CONACYT 131026, gracias al cual se obtuvo acceso a archivos, bibliotecas y mapotecas en el extranjero. Los autores dan las gracias al Archivo Histórico Genaro Estrada, Acervo Histó-rico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, por todas las facilidades otorgadas para consultar sus colecciones y reproducir los mapas que acompañan este artículo. Asimismo, agradecen a la Dra. Diana Bonnett, coordinadora del dossier, y a los revisores de Historia Crítica por sus observaciones.

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Introducción

Entre las principales consecuencias de los movimientos independentistas de América Latina se encuentra el cambio radical en la geografía política, que dio paso a la conformación de nuevos Estados nacionales y, por supuesto, a una nueva cartografía. Para comprender estos reajustes y acomodos geopolíticos, particularmente en la península de Yucatán a partir de 1821, se parte aquí de un análisis documental y cartográfico sobre la organización política y geográfica previa a la Independencia. Las oligarquías provinciales cumplieron un papel fundamental en los reajustes políticos y territoriales, que llevarían a la creación de estados, provincias y Estados nacionales.

Entre 1821 y 1824, los límites que separaban a la Audiencia de México de la Audiencia de Guatemala sufrieron una serie de reacomodos que darían lugar a la conformación del territorio nacional mexicano y al territorio de la unión centroamericana. En 1821, los impulsores del Plan de Iguala intentaron unificar el gobierno de las antiguas posesiones españolas de la América del norte, y surgió la idea de conformar el Imperio del Septentrión1. Sin embargo, las autoridades guatemaltecas tardaron algunos meses en suscribir el Plan de Iguala, lo cual fue aprovechado por los dirigentes políticos y las oligarquías locales de varias provincias, entre ellas Chiapas, que optaron por unirse al imperio, lo que desató una oleada de pronunciamientos separatistas que fracturaron la unidad interna de la antigua Capitanía de Guatemala. Esta situación suponía que los ayuntamientos y las diputaciones podían adoptar medidas tan trascendentales como el decla-rarse independientes e incorporarse al imperio2.

La intendencia de Yucatán (1787-1821) comprendía las provincias de Yucatán y Tabasco, que se encontraban bajo la autoridad política de la Audiencia de México, mientras que la provincia de El Petén era administrada políticamente por la Audiencia de Guatemala, pero pertenecía al Obispado de Yucatán. En este contexto, la provincia de El Petén hizo una junta general con los ayuntamientos, autoridades civiles, militares y eclesiásticas y “vecinos capitalistas y hacendados”, donde pronunció su voluntad de unirse a Yucatán por un acta firmada el 30 de marzo de 1823. Además, mandaron un apoderado a Mérida con el fin de establecer su petición al imperio3. Lo que fuera el antiguo Reino de Guatemala se adhirió al Imperio mexicano en 1822, pero se trató de una unión efímera, ya que para 1823 se independizaría y se conformarían las Provincias Unidas de Centro América4. En este sentido, cuando El Petén envió su petición, ésta fue desechada por las

1 Miguel Ángel Castillo, Mónica Toussaint Ribot y Mario Vázquez Olivera, Espacios diversos, historia en común. México, Guatemala y Belice: la construcción de una frontera (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2006), 49.

2 Mónica Toussaint Ribot, Guadalupe Rodríguez de Ita y Mario Vázquez Olivera, Vecindad y diplomacia, Centroamérica en la política exterior mexicana 1821-1988 (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2006), 33-35. Jordana Dym, From Sovereign Villages to National States. City, State and Federation in Central America, 1759-1839 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2006), XVII-XXXI.

3 “Manifiesto de la justicia y derecho del distrito de El Petén Itzá”, Campeche, 1829, en Archivo Histórico Genaro Estrada (AHGE), Ciudad de México-México, exp. 4-24-7124, 2 y 3.

4 Toussaint Ribot, Rodríguez de Ita y Vázquez Olivera, Vecindad y diplomacia, 48; Jorge Luján Muñoz, “La anexión a México”, en Historia general de Guatemala, t. 3: Siglo XVIII hasta la Independencia, dirigido por Jorge Luján Muñoz y Cristina Zilbermann de Luján (Guatemala: Asociación Amigos del País/Fundación para la Cultura y el Desarrollo, 1995), 445-452.

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Provincias Unidas de Centro América y no fue tomada en cuenta ni por el estado de Yucatán, ni por el Estado mexicano.

En el caso de la provincia de Yucatán, el proceso de independencia enfrentó a las élites de Mérida y Campeche por el control político y económico de la península. Las pugnas entre la oligarquía de la península los llevaron a armar a los indígenas mayas involucrándolos en sus luchas intestinas con ofreci-mientos como restitución de tierras y rebajas en impuestos civiles y eclesiásticos, promesas que nunca cumplieron y que darían lugar a la sublevación indígena conocida como Guerra de Castas. Los líderes indígenas de la sublevación plantearon la creación de un territorio indígena autónomo, que logaron establecer en el sureste de la península (en la actualidad, estado de Quintana Roo) por medio de las armas, hasta 1901, cuando su capital (Chan Santa Cruz) fue tomada por tropas federales mexicanas.

El movimiento indígena tuvo repercusiones de gran importancia, que llevaron finalmente a la separación de El Petén del Obispado de Yucatán en 1863 y su incorporación al Arzobispado de Guatemala, dando lugar al establecimiento de límites entre Yucatán y el distrito de El Petén. Asimismo, los territorios ocupados por los ingleses —en la actualidad Belice— promovieron el comercio de armas, municiones y pertrechos con los indígenas sublevados, bajo la política del libre comercio, con lo que pusieron presión al Estado mexicano, que optó por reconocer la ocu-pación inglesa y llevar a cabo la delimitación territorial. El gobierno mexicano prefirió pactar con la “civilización” que aceptar la barbarie que suponía reconocer los derechos territoriales que defendían los mayas. Esto muestra cómo muchos movimientos indígenas del siglo XIX surgieron como una reacción para salvaguardar sus tierras y conservar sus territorios, cuando vieron afecta-das sus dinámicas territoriales, debido a las delimitaciones fronterizas entre provincias y Estados nacionales5. Tal fue el caso de los mayas, que vieron afectado su territorio a partir del proceso de independencia y de reconfiguración de límites entre provincias y Estados nacionales.

1. Reconfiguración y demarcación territorial de Yucatán y El Petén

Antes de la llegada de los españoles a la península de Yucatán, las provincias indígenas se concen-traban en la parte norte de la península; entretanto, la parte sureste era una región poco poblada que servía como una zona de refugio en casos de guerra, catástrofes naturales y hambrunas. Al igual que otros pueblos mesoamericanos, los mayas veían su territorio como un espacio sagrado que había sido creado y cedido a los hombres por las divinidades. El ordenamiento del espacio sagrado materializado en el territorio es descrito en un texto indígena conocido como el Chilam Balam de Chumayel. Estos textos, preservados hasta el siglo XIX, fueron escritos en maya con caracteres latinos; en ellos se conservó la historia del territorio y de sus gobernantes6.

La provincia de Yucatán estuvo conformada durante gran parte del período colonial por la

5 Christian Gros y Luisa Fernández Sánchez, “Las fronteras indígenas de América Latina: de la marginación a la integración. Nación, etnia y neo liberalización doscientos años después de la independencia”. Mundo Amazónico 2 (2011): 95-100, doi: dx.doi.org/10.5113/ma.2.16905. Claudia Leonor López Garcés, “Pueblos indígenas, fronteras y estados nacionales: reflexiones histórico-antropológicas desde las fronteras Brasil-Colombia-Perú y Brasil-Francia”. Mundo Amazónico 2 (2011): 155-178, doi: dx.doi.org/10.5113/ma.2.16903. Ruth Piedrasanta Herrera, “Territorios indígenas en frontera: los Chuj en el período liberal (1871-1944) en la frontera Guatemala-México”. Boletín Americanista n.° 69 (2014): 69-78.

6 Laura Caso Barrera y Mario Aliphat Fernández, “Organización política de los itzaes desde el posclásico hasta 1702”. Historia Mexicana 51, n.° 4 (2002): 713-748.

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parte norte de la península, la costa de la bahía de Campeche y la provincia de Bacalar, localizada en la zona sureste de la península, enmarcada por la bahía del Espíritu Santo, la bahía de Bacalar y el río Hondo7. Esta provincia se extendía hasta el actual Belice, pero al igual que en la mayor parte de la península, el control hispano se concentraba únicamente en la población de Salamanca de Bacalar y sus alrededores. El sur y sureste de la península hasta el norte del Petén (en la actualidad, departamento de Guatemala) eran una región que se encontraba, de hecho, fuera del dominio colonial, que la convertía en una zona de refugio para indígenas fugitivos, principalmente del norte de Yucatán8. En El Petén se encontraba el señorío de los itzaes, que actuaba como un centro político y que frenó la dominación hispana en la región hasta la caída de su capital, en 1697, a manos del conquistador Martín de Ursúa y Arizmendi9.

Los límites entre la región dominada por los españoles y la zona no conquistada en El Petén se convirtieron en lugares de gran interacción para la población maya, por el considerable flujo de personas, noticias y mercancías que por allí circulaban. En el caso de Yucatán, los límites entre la zona dominada por los españoles y la no conquistada se volvieron “pulsantes” o “cambiantes”, pues al no estar bien establecido el dominio hispano en ellos, el señorío itzá procuró que las poblaciones allí asentadas pasaran a su esfera de poder. Los españoles, por su parte, intentaron recuperar el dominio de esas zonas, ya fuera por la persuasión religiosa o por medio de entradas militares, por lo que estos límites variaban de acuerdo con la influencia y el control que ejercieran ambos grupos sobre ellos. Desde la perspectiva española, dichos límites representaban fronteras de la “civiliza-ción”, en donde se incubaban el paganismo, la idolatría y la rebelión. Desde la perspectiva maya, por el contrario, representaban una recuperación de su territorio y forma de vida10.

La región fuera del dominio español era culturalmente homogénea, puesto que los mayas yuca-tecos e itzaes compartían cultura, lengua e historia. Si bien la conquista de El Petén a manos de Martín de Ursúa debió anexar este territorio al gobierno de la capitanía de Yucatán, por diferencias entre el conquistador y el gobernador de la península, Roque de Soberanis y Centeno, la admi-nistración política de esta provincia quedó a cargo de la Audiencia de Guatemala, mientras que la administración religiosa quedó bajo el Obispado de Yucatán. La doble administración político-re-ligiosa de El Petén no cambió sino hasta 1863, cuando finalmente fue disgregado del Obispado de Yucatán e incorporado al Arzobispado de Guatemala11.

El control administrativo de la Audiencia de Guatemala sobre la provincia del Petén Itzá tuvo como resultado el incremento al doble del territorio guatemalteco, y sus límites llegaron casi a alcanzar la parte media de la península de Yucatán. Se señala en varios documentos que el límite entre Yucatán y El Petén era la aguada de Noh Becan, de donde partía el camino real. En la Audien-cia de Guatemala se incluyeron además 250 kilómetros de costa en el mar de las Antillas, que

7 Mario Aliphat Fernández y Laura Caso Barrera, “La construcción histórica de las Tierras Bajas Mayas del Sur por medio de mapas esquemáticos”. Historia Mexicana 63, n.° 2 (2013): 839-875.

8 “Plano de la Provincia de Yucatán”, 1734, Centro Geográfico del Ejército (CGE), Madrid-España, Sección Mapas y Planos, Fondo América: México 121, s/f.

9 Laura Caso Barrera, Caminos en la selva. Migración, comercio y resistencia. Mayas yucatecos e itzaes, siglos XVII- XIX (México: El Colegio de México/FCE, 2002), 155-172.

10 Caso Barrera, Caminos en la selva, 165-204.11 “Mapa del obispado de Yucatán”, 22 de febrero de 1806, en Archivo General de Indias (AGI), Sevilla-España,

Fondo Mapas y Planos, Signatura MP-México 496, s/f. [Mapa a color].

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tiempo después se perderían a manos de los ingleses12. En realidad, el control hispano en El Petén se limitaba a la isla principal, llamada Nuestra Señora de los Remedios y San Pablo del Petén Itzá, algunas poblaciones indígenas aledañas a la laguna y otras más situadas a lo largo de los caminos: al norte hacia Yucatán y al sur hacia Cobán. Entre 1734 y 1742 existían diecisiete pueblos en El Petén, distribuidos de la siguiente forma: junto a la ribera de la laguna de Petén Itzá estaban San Jerónimo, San Andrés, San José, San Bernabé y Concepción; hacia el camino a Verapaz estaban Santa Ana, Santo Toribio, San Pedro, Los Dolores, San Francisco y San Luis; y por el camino real a Yucatán se localizaban los pueblos de San Miguel, Santa Rita, San Martín, San Felipe, Concepción y San Antonio, así como varias aguadas muy importantes para los viajeros. Los tres últimos pue-blos se formaron con poblaciones fugitivas de Yucatán, pues —como se señaló anteriormente— El Petén era una zona de refugio para los mayas que huían del norte de la península y continuó sién-dolo hasta el siglo XIX13. En 1783, en el Plano de los ríos de Valiz, Nuevo y Hondo, situados entre el golfo Dulce o la Provincia de Guatemala y la de Yucatán, aparece el pueblo de San Felipe como el último de la provincia de Yucatán; este mapa es de gran importancia, ya que fue retomado por el gobierno mexicano para establecer los límites con Guatemala14.

La doble administración a la que estaba sujeta la provincia de El Petén conllevaba serios pro-blemas administrativos, jurisdiccionales e, incluso, judiciales. Los castellanos de El Petén, por lo general, tuvieron enfrentamientos y pugnas constantes con los vicarios-jueces eclesiásticos y curas enviados desde Yucatán. En relación con estos problemas, el rey envió una Real Cédula en 1786, en donde se pedía a las autoridades de Guatemala que se definiera una sola administración para esa provincia, para lo cual se solicitaron las opiniones de personajes ilustres que conocían bien El Petén y del castellano del presidio, Guillermo Mace. Mediante esta información se pretendía decidir si la provincia debía estar bajo la administración política y religiosa de Guatemala o de Yucatán. Por supuesto, el castellano de El Petén, Guillermo Mace, señaló la importancia de que dicha provincia permaneciera sujeta a la Audiencia de Guatemala, argumentando las dificultades de comunicación y las distancias existentes con Yucatán y la capital de Nueva España; asimismo, sugería que El Petén fuera incorporado al Arzobispado de Guatemala15.

En 1819, en vísperas de la Independencia, la situación de El Petén continuaba siendo la misma, por lo que el vicario y juez eclesiástico del Petén, Domingo Fajardo, presentó ante la Audiencia de Guatemala un escrito en el que daba cuenta del estado ruinoso de la provincia y sus habitantes, señalando además que la administración guatemalteca no se ocupaba de enviar dinero para pagar a los curas y mantener los servicios religiosos16. En este documento, el cura Fajardo describía todos los beneficios que resultarían de la incorporación definitiva de El Petén a la administración polí-tica y religiosa de Yucatán, señalando que el camino hacia esa provincia era “más corto y llano”

12 Luis G. Zorrilla, Relaciones de México con la República de Centro América y con Guatemala (México: Porrúa, 1982), 51-52.

13 Caso Barrera, Caminos en la selva, 311-320.14 “Plano de los ríos de Valiz, Nuevo y Hondo situados entre el Golfo Dulce o Provincia de Goatemala y la de

Yucatan”, Versalles, 3 de septiembre de 1783, en AGI, Mapas y Planos, MP-México 390, s/f. [Mapa a color].15 “Se informe al rey sobre los inconvenientes que se siguen de que el presidio del Petén este sujeto en lo espiritual

al obispado de Yucatán”, 16 de febrero de 1786, en Archivo General de Centro América (AGCA), Ciudad de Guatemala-Guatemala, leg. 5464, exp. 46907 [Real Cédula].

16 “Representación del padre Domingo Fajardo, vicario del Petén”, Guatemala, 7 de agosto de 1819, en AGCA, leg. 188, exp. 3843, s/f.

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que el que iba hasta la capital de Guatemala. Además de exponer que el comercio de El Petén, que se centraba en ganado vacuno y caballar, así como en la producción de tabaco, sólo se hacía con Yucatán y Tabasco. Resulta claro entonces que Fajardo representaba los intereses de la élite ligada a Yucatán y Campeche por lazos familiares, políticos y comerciales presentados.

El mismo Fajardo había abierto un camino en 1805 que iba desde El Petén hasta Tabasco17, ya que, en su opinión, la unión con la península conllevaría un incremento en la producción tanto de la ganadería y de tabaco como de otros productos y riquezas de El Petén que no eran debida-mente valorados y explotados. Fajardo basaba su argumentación, además de las posibles ventajas en cuanto a la administración religiosa, política y económica, en la historia y cultura compartidas por ambas provincias, pero también en el uso de las variaciones cercanas de lengua maya que hablaban itzaes y mayas yucatecos. A su vez, Fajardo señalaba de manera acertada que la lengua itzá no se hablaba en ninguna otra población de Guatemala, por lo que forzosamente se necesita-ban ministros eclesiásticos de Yucatán, que eran los únicos que sabían la lengua. Es posible que para este informe elaborado por Fajardo se solicitara de nuevo a la Corona la integración total de El Petén a Yucatán, aunque ni las autoridades de Guatemala ni las de Yucatán mostraron mayor interés en resolver la situación de esta lejana provincia18.

Ahora bien, con el surgimiento de movimientos pro-independentistas en Yucatán se empezó a cuestionar la postura que tomaría dicha provincia si se obtenía la emancipación de la Metrópoli, pues, entre otras cosas, cabía la posibilidad de convertirse en una “nación independiente” o la de unir su destino a México o a Centro América. Las pretensiones autonomistas de la península se plasmaron en 1840 y 184619. En el caso de Yucatán, el proceso de independencia no estuvo marcado por la violencia que identifica el movimiento libertario en el centro de México. Yuca-tán decidió en 1821 unirse al Imperio mexicano, aunque no con un total acuerdo de la oligarquía local, por las fuertes rivalidades existentes entre la oligarquía campechana y la de Mérida, que tenían posturas económicas y políticas encontradas. El 29 de mayo de 1823, la diputación pro-vincial yucateca condiciona la anexión de dicho estado a la nación mexicana: siempre y cuando la nueva república se sustentara sobre las bases federalistas y aceptara que Yucatán tuviera su propia Constitución. Por su parte, Campeche apoyaba el centralismo y la unión con México, puesto que comerciaba principalmente con los puertos mexicanos del Golfo, mientras que Mérida lo hacía con Cuba y Estados Unidos, por lo que no tenía un especial interés en ser parte de México. Mérida, como capital provincial, intentaba imponer sus intereses sobre los de Campeche, mientras que el puerto intentaba imponer los suyos a Mérida a través de su supremacía mercantil20. La oligarquía peninsular, ocupada en sus disputas internas, no mostró interés por incorporar El Petén a Yucatán, como sí lo hizo la oligarquía chiapaneca en relación con el Soconusco.

En 1823, se observa que Yucatán se dividía en diecisiete partidos, agrupados en cinco distritos: Mérida, Izamal, Valladolid, Campeche y Tekax. Con todo, en la práctica la península se dividía en cuatro regiones fundamentales, con características particulares con respecto a su composición étnica

17 “Mapa del Obispado de Yucatán”, s/f.18 Zorrilla, Relaciones de México, 209.19 Eligio Ancona, Historia de Yucatán, t. 3 (Mérida: Universidad Autónoma de Yucatán, 1978), 192-199; “Reseñas

de la Independencia desde Yucatán y Campeche”, 1821, en AHGE, leg. LE1611 (2).20 Moisés González Navarro, Raza y Tierra. La Guerra de castas y el henequén (México: El Colegio de México,

1979), 50.

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y sus actividades económicas: Mérida-Izamal, Campeche, Valladolid y Tekax. Esta segmentación se confirmaría el 3 de mayo de 1858, cuando se firmó el Convenio de División Territorial entre los actua-les estados de Yucatán y Campeche. Posteriormente, el territorio ocupado por los mayas rebeldes se convertiría en el actual estado de Quintana Roo21. Allí, las pugnas dentro de las élites peninsulares tuvieron fuertes repercusiones: en primer lugar, relaciones tirantes y difíciles con el gobierno de la república, y además, en sus luchas involucraron a los indígenas mayas, reclutándolos por medio de la leva, como fuerzas armadas, bajo las promesas de desaparecer las obvenciones, disminuir la contri-bución personal y restituir tierras. El incumplimiento de estos ofrecimientos, junto con otras muchas causas, impulsó el desarrollo de una exitosa rebelión indígena, conocida como Guerra de Castas, que permitió que los indígenas sublevados tuvieran el control territorial del sureste de la península de Yucatán, donde establecieron su centro de poder político-religioso, conocido como Chan Santa Cruz22. Para el Estado mexicano y para las oligarquías regionales, la sublevación indígena fue una guerra en contra de la “civilización”, y jamás reconocieron las promesas incumplidas a los indígenas, ni dieron valor alguno a su pretensión de tener un territorio autónomo.

En 1823, de igual forma, el gobierno de Iturbide comisionó al regidor de El Petén, Anselmo Díaz, para que obtuviera información sobre los límites de ese distrito. Este personaje sólo llegó a reconocer los ríos San Pedro y Candelaria. Guadalupe Victoria, primer presidente mexicano, comisionó también el 21 de julio de 1827 al cura Domingo Fajardo, que, después de haber sido vicario y juez eclesiástico de El Petén, se había convertido en diputado en el Congreso por Yucatán. Este personaje debía ir a El Petén y a los territorios ocupados por los ingleses, en lo que actual-mente es Belice, para indagar sobre sus avances y poder así exigir el cumplimiento del Artículo 4 de la Convención de 1786, firmada por España e Inglaterra, que establecía la rotunda prohibición a los ingleses de hacer fortificaciones, defensas, o establecer cuerpo de tropa o pieza alguna de artillería. Para lograr frenar a los ingleses y pedir el cumplimiento de lo establecido con la Corona española en 1783 y 1786, era de suma importancia la demarcación de los límites con Centro Amé-rica23. Además del establecimiento de linderos y derechos de México sobre esas provincias, se le pidió a Fajardo informar sobre “los frutos y productos naturales de comercio e industria” enviando muestras de lo que considerara más importante o notable24.

Fajardo, obsesionado con la causa petenera, se concentró en realizar un informe sólido que jus-tificara la integración de dicha provincia a Yucatán, desde los puntos de vista geográfico, comercial, histórico y lingüístico. Su obstinación lo desvió, por supuesto, de la causa primordial de su viaje, que era observar las posesiones inglesas y hacer propuestas para frenar su avance. El mapa elaborado por Fajardo fue tan favorable a la causa petenera que, a la postre, resultó problemática para México, cuando se tuvieron que establecer y pactar los límites con Guatemala. Fajardo señalaba la aguada de Noh Becan, donde empezaba el camino real de Yucatán hacia El Petén, como el límite norte de dicho

21 Javier Rodríguez Piña, Guerra de Castas. La venta de indios mayas a Cuba, 1848-1861 (México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990), 18-19.

22 González Navarro, Raza y Tierra, 76-107; Laura Caso Barrera, “Entre civilización y barbarie. La visión de los historiadores liberales sobre la Guerra de Castas de Yucatán”, en México: historia y alteridad. Perspectivas multidisciplinarias sobre la cuestión indígena, coordinado por Yael Bitrán (México: Universidad Iberoamericana/Departamento de Historia, 2001), 149-177.

23 Zorrilla, Relaciones de México, 210.24 “Territorio de Petén y Belice y la República de Centro América. Comisión del diputado Domingo Fajardo”,

1827-1831, en AHGE, exp. 4-24-7124, s/f.

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distrito, y el pueblo de San Antonio como parte de la jurisdicción de El Petén. Sin embargo, en su mapa Fajardo delimita la jurisdicción de El Petén a los pueblos situados en el camino, mientras que el territorio adyacente lo considera parte de Yucatán. Curiosamente, en el mismo mapa, el diputado Fajardo incluyó al Soconusco como parte del territorio de Guatemala, por lo que el mencionado mapa fue la causa de aprietos posteriores en las negociaciones del gobierno mexicano (mapa 1).

Mapa 1. Mapa de la península de Yucatán

Fuente: Domingo Fajardo, “Copia realizada por Domingo Lascano”, 1827, en AHGE, caja 10, núm.17, LE 873. [Mapa en blanco y negro con líneas en colores].

Domingo Fajardo fue acusado por las autoridades de la emergente unión de Centro América de pretender “arrebatarles El Petén”, por lo que en su defensa argumentó lo siguiente: “que cuando los distritos de la federación de Centro América estaban en libertad de decidir por la república que más les conviniera; el del Petén solicitó por medios legales su unión a la mexicana; pero el gobierno de Centro América de aquella época [1823] no convino”25. Como lo señalaba Fajardo,

25 “Territorio de Petén y Belice y la República de Centro América”, s/f.

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los peteneros habían solicitado su anexión a México con poco éxito; en 1828, de nuevo reiteraron su petición de ser incluidos en la nación mexicana y, en particular, en Yucatán argumentando que el gobierno de Centro América tenía a la provincia abandonada y sin recursos. En un manifiesto fechado en 1828 y publicado el año siguiente en Campeche, los peteneros apuntaban los proble-mas que enfrentaban por la lejanía de Guatemala y la falta de orden, policía y ayuda económica de dicho gobierno, por lo que presentaban reiteradamente su pretensión de unirse a Yucatán26.

Fajardo concluyó en su informe que los ingleses estaban contraviniendo los tratados de 1783 y 1786, y que ocupaban ilegalmente territorio mexicano. En ese sentido, hacía ver que El Petén, por el “abandono” en que lo tenía el gobierno de Centro América, no contaba con los recursos financieros ni militares para enfrentar a los ingleses, por lo que éstos se localizaban muy cerca de los poblados de dicha provincia, convirtiéndose, por lo tanto, en una posible puerta de entrada a cualquier potencia extranjera que así lo intentara. Además de esta nota alarmista, Fajardo añadió a su argumentación la importancia de agregar El Petén a Yucatán, donde el primero estaba unido de manera natural a la segunda, pues incluso existían serranías y ríos caudalosos que impedían la comunicación con Guatemala. En su opinión, sólo mediante la unión de El Petén a Yucatán lograría esa provincia tener un desarrollo económico, político y comercial; además, insistía en que ambas provincias compartían una historia común y la lengua maya. Como parte de las élites criollas, Fajardo retomó la importancia de la historia indígena de la península, sin tomar en cuenta los reclamos de los indígenas que habitaban en aquel tiempo el territorio.

Los argumentos esgrimidos por Fajardo en relación con la unión del Petén a Yucatán eran muy similares a los que utilizó el gobierno mexicano para justificar la anexión de Chiapas a México. En este sentido, los peteneros, en su manifiesto de 1828, hacían ver la injusticia del caso y la falsedad de los principios que habían sustentado la emancipación de España. Pero poco sirvieron estos argumentos: el gobierno mexicano aparentemente no consideraba a El Petén una provincia de importancia estratégica para la consolidación del territorio nacional como lo era Chiapas, por lo que ignoró las pretensiones peteneras. Es más, se puede decir que el gobierno mexicano utilizó a El Petén como carta de cambio en relación con las posteriores reclamaciones de los derechos de Guatemala sobre el Soconusco y Chiapas. Por otra parte, como se ha señalado, la oligarquía yucateca tampoco presentó un verdadero interés por integrar a su territorio a dicha provincia, por cuanto veían a El Petén como una provincia distante, que servía como un refugio para los indígenas mayas. Finalmente, la élite petenera perdió interés en formar parte de Yucatán, pues la oligarquía de la península estaba más preocupada en participar en sus luchas intestinas para obte-ner el control político y económico que en anexar a su distante provincia.

Por otro lado, durante el gobierno liberal de Mariano Gálvez (1831-1838) se encargó a Miguel Rivera Maestre la elaboración de un Atlas de Guatemala, que contaba con mapas de los siete depar-tamentos: Quetzaltenango, Verapaz, Chiquimula, Totonicapán, Sololá Sacatepéquez y Guatemala, así como el mapa del Estado entero, impreso en 1832. La cuarta lámina correspondía al departa-mento de Verapaz, que comprendía el antiguo partido del mismo nombre y el distrito de El Petén. Asimismo, incluía la parte noroeste del actual departamento de Izabal y toda la costa desde la bahía de Honduras (actual Amatique) hasta el río Hondo, que es el límite con Yucatán. En este mapa, el

26 “Manifiesto de la justicia y derecho del distrito de El Petén Itzá”, 2 y 3.

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lindero entre El Petén y Yucatán aparece como indefinido27 y se señalan los territorios ocupados por poblaciones indígenas, nombrándolas como “los mayas y lacandones”.

A esto se suma que en 1847 estalló en la población de Tepich una sublevación maya de propor-ciones inesperadas, con lo cual la élite de El Petén ya no estuvo inclinada a unir su destino al de Yucatán. Los indígenas sublevados ocuparon la parte suroriental de la península y llegaron a tomar Bacalar en 1858, con lo que el escenario de la situación fronteriza cambió drásticamente, pues los mayas tenían, de hecho, bajo su control los territorios del lado mexicano del río Hondo. La carto-grafía de este período es muy escasa, y más aquella que muestra la localización de las posiciones de los mayas rebeldes. Uno de los pocos mapas que indica la ocupación de los mayas rebeldes o “indios orientales” es el “Mapa de la Península de Yucatán Comprendidos los Estados de Yucatán y Campeche” de Joaquín Hübbe y Andrés Aznar, con importantes datos aportados por Hermann Berendt, de 1878. Precisamente, parte del problema para la localización geográfica de los asenta-mientos de los grupos rebeldes fue la dificultad de entrar a dichos territorios desde Yucatán. En 1889, el inglés William Miller, topógrafo general asistente del gobierno británico, realizó un viaje de reconocimiento desde Belice a Chan Santa Cruz, la capital de los cruzoob o mayas rebeldes, gracias a lo cual pudo hacer varias correcciones importantes al mapa de Hübbe-Aznar28. Los suble-vados pretendían obtener una total independencia de Yucatán y alcanzar el control absoluto del territorio que tenían bajo su poder:

“Y finalmente declararon [los líderes indígenas] que ningún arreglo les sería satisfactorio, siem-pre que no se les asegurase un gobierno independiente; que deseaban que se les dejase una parte del país, tirándose una línea desde Bacalar hacia el norte, hasta el Golfo de México, y quedar libres del pago de contribuciones al gobierno del estado”29.

Los rebeldes se dividieron en dos facciones: por un lado, los cruzoob, establecidos en Chan Santa Cruz —en la actualidad, la ciudad de Carrillo Puerto, Quintana Roo—, y, por el otro, los mayas de Icaiche y Chichanha —localizados al sur de Quintana Roo—. Los primeros hicieron algu-nas incursiones armadas en los distritos del norte de Belice, pero a la postre prefirieron mantener relaciones armoniosas con los establecimientos de los ingleses, que les suplían armamento y muni-ciones. Los segundos llegaron a someterse en 1853 a las autoridades campechanas, por lo que se les reconoció como los “pacíficos del sur”, encargados de frenar el comercio de armas entre ingleses y cruzoob. Estos “pacíficos del sur” realizaron ataques armados contra poblaciones en Belice y también en El Petén30. De ahí que el corregidor del distrito de El Petén, Modesto Méndez, fungiera

27 Miguel Rivera Maestre, “Atlas guatemalteco en ocho cartas formadas y grabadas en Guatemala de orden del Gefe del Estado C. Doctor Mariano Gálvez”, Guatemala, 1832, en AGCA, Mapoteca.

28 William Miller, “A Journey from British Honduras to Santa Cruz, Yucatan”. Proceedings of the Royal Geographical Society and Monthly Record of Geography, New Monthly Series, 11, n.° 1 (1889): 23-28, doi: dx.doi.org/10.2307/1800839. Joaquín Hübbe, Andrés Aznar Pérez y Hermann C. Berendt, “Mapa de la Península de Yucatán comprendiendo los estados de Yucatán y Campeche”, 1878, en Library of Congress (LC), Washington D.C.-Estados Unidos, Map Division.

29 “Rebelión de indios en Yucatán. Copia y traducción de una carta del superintendente de las Posesiones Británicas en Honduras, John Francourt quien se entrevistó con el caudillo maya Venancio Pec, Posesiones Británicas en Honduras”, 10 de diciembre de 1849, en AHGE, exp. H/501.1, leg.1-1-248, ff. 50-52.

30 O. Nigel Bolland, Colonialismo y resistencia en Belice. Ensayos de sociología histórica (México: Conaculta/Grijalbo, 1992).

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como conciliador entre las autoridades de Yucatán y los caudillos de los mayas rebeldes. Este per-sonaje promovió que los indígenas fugitivos y sublevados se poblaran en El Petén ofreciéndoles tierra y contribuciones menores a las que pagaban en Yucatán; a cambio, estos inmigrantes pobla-rían la zona norte de El Petén, carente de habitantes, y aportarían mano de obra. Las autoridades de El Petén intentaron que los mayas refugiados aceptaran la autoridad y el reconocimiento tanto de la administración local como del Estado guatemalteco. A pesar de esto, los indígenas refugiados en ese distrito lo consideraban parte de un territorio ancestral, y lo que buscaban era vivir de manera autónoma y al margen de cualquier autoridad política31.

La Guerra de Castas, finalmente, fue una motivación para que las autoridades de El Petén pidieran ante la Santa Sede ser separadas del Obispado de Yucatán y que se les agregara al Arzo-bispado de Guatemala. El Petén fue anexado al Arzobispado de Guatemala el 22 de septiembre de 1863, lo que llevó a determinar y establecer los límites y jurisdicciones entre ambas provincias y territorios nacionales. Las causas esgrimidas por las autoridades peteneras para dicha anexión fueron la sublevación indígena que asolaba a Yucatán y la difícil situación que enfrentaba en ese momento el gobierno de México, debido a la intervención francesa (1861-1867)32. Cuando en 1863 se establecieron los límites entre Yucatán y El Petén, el gobierno mexicano retomó la información de mapas coloniales del siglo XVIII, donde aparece el pueblo de San Felipe como el límite entre ambas provincias33. Estos límites aparecen en el mapa “Carte du Yucatan et des Régions Voisines” de 1864, de Víctor A. Malte Brun34. Por su parte, las autoridades de El Petén y Guatemala no logra-ron presentar documentación histórica que probara que esos pueblos pertenecían al partido de San Antonio en El Petén, por lo consignado en el expediente para la segregación de El Petén, ya que sólo contaban con el informe de Domingo Fajardo hecho en 1828 y su mapa, que señalaba a Noh Becan como el límite de dicho distrito35.

2. Reconfiguración del territorio bajo ocupación inglesa

La provincia de Bacalar, que formaba parte de la Capitanía de Yucatán, se extendía en el siglo XVI hacia el sur, en lo que actualmente es el río Sibún. La presencia española en esta zona fue muy débil, debido al carácter rebelde y guerrero de las poblaciones mayas allí asentadas. Estos pueblos mayas lograron una total autonomía alrededor de 1638, quedando bajo el control político-eco-nómico del señorío itzá36. A mediados del siglo XVII empezaron a llegar a este territorio piratas y

31 Terry Rugeley, “La Guerra de Castas en Guatemala”. Saastun. Revista de Cultura Maya 0, n.° 3 (1997): 67-97. Rosa Torras Conangla, “Los refugiados mayas yucatecos en la colonización de El Petén: Vicisitudes de una frontera”. Boletín Americanista 2, n.° 69 (2014): 15-32.

32 “Expediente formado por solicitud de los habitantes del territorio denominado ‘El Petén’ acerca de que se les segregue de la dependencia política y eclesiástica de Yucatán”, Petén, 1863-1864, en AGCA, exp. 1, leg. BL 28549, s/f.

33 “Compilación de documentos hecha en 1854, para llevar a cabo el arreglo de límites entre México y Guatemala”, en AHGE, leg. LE2417, s/f.

34 Victor A. Malte Brun, “Carte du Yucatan et des Régions Voisines”, París, 1864, en The Bancroft Library (TBL), Berkeley-Estados Unidos, Map Collection, núm. G4680 1864.M3 Case C.

35 “Expediente formado por solicitud de los habitantes del territorio denominado ‘El Petén’”, s/f.36 Peter Gerhard, La frontera sureste de la Nueva España (México: Universidad Autónoma de México, 1991), 172;

Caso Barrera, Caminos en la selva, 165-204.

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madereros ingleses conocidos como baymen, que llevaban negros esclavos y zambos mosquitos, para realizar el corte de palo de tinte y, luego, de maderas preciosas como cedro y caoba.

Mientras los ingleses penetraban por el sur, la escasa población hispana, junto con algunos pueblos indios, se trasladó hacia el norte. Los asentamientos ingleses fueron considerados por las autoridades coloniales españolas como un verdadero problema, y a lo largo del siglo XVIII se hicieron varias expul-siones con poco éxito, puesto que los ingleses siempre regresaban. En 1725 se organizó una expedición desde Yucatán con la Armada de Barlovento, para expulsar a los ingleses establecidos en el río Wallis (Belice), atrapar todas sus embarcaciones y quemar las rancherías que hubieran formado para la explo-tación maderera en la zona37. A pesar de lograr que los ingleses abandonaran sus establecimientos, éstos no eran repoblados por los españoles, por lo que volvían a ser invadidos, una vez que las fuerzas arma-das hispanas se retiraban. Sin embargo, en 1727 las fuerzas españolas de Yucatán lograron recuperar la fortaleza de Bacalar, que se convirtió en un bastión frente a las incursiones inglesas y de los mayas rebeldes en el sur de la península38. En el “Plano de la Provincia de Yucatán […]” de 1734 se muestra un período en el que los españoles retomaron el control de los territorios periféricos de la península de Yucatán, al recuperar el control de la Laguna de Términos y de Bacalar39.

En 1756, el gobernador de Yucatán, Melchor de Navarrete, tomó declaración a unos ingleses fugitivos del río Wallis, que dijeron lo que sabían sobre un nuevo establecimiento británico en la zona y que gozaba del apoyo decidido del gobernador inglés de Jamaica. Dichos testigos expusieron también que “la intención de esta nación [Inglaterra] es apropiarse aquel terreno y radicarse en él perpetuamente, fortificándole, extendiéndole y haciéndole formidable”40. Para esta fecha, los ingle-ses ya contaban con baluartes, y, según los testigos interrogados por Navarrete, planeaban hacer una fortaleza en el río Nuevo, con el fin de “establecerse y hacerse dueños” del río Wallis y sus contornos. El gobernador de Yucatán remitió estas noticias a la Corona, por la gravedad que representaban. Se puede afirmar que Navarrete estaba en lo correcto al formular su preocupación, ya que en dicho informe se expresan las intenciones de Inglaterra con respecto a los territorios que ocupaban.

Después de la Guerra de los Siete Años, que involucró a Inglaterra, Francia y España, se firmo el Tratado de París en 1763, por el que Inglaterra devolvía a España las ciudades de La Habana y Manila, a cambio de permisos de explotación del palo de tinte (logwood) en las costas de la bahía de Honduras. En el artículo 17 de dicho tratado se establecía que España permitiría la ocupación inglesa de estos territorios para la explotación y el comercio del palo de tinte, siempre y cuando Inglaterra demoliera las fortificaciones que hubieran construido sus vasallos. Este punto del con-venio implicó el reconocimiento jurídico por parte de España de la ocupación, hasta entonces ilegal, de los ingleses, socavando así la soberanía de la Corona española sobre estos territorios41. El gobernador de Yucatán, Felipe Remírez de Estenoz, recibió órdenes de la Corona de hacer cum-plir las disposiciones del tratado de 1763, y asimismo intentó establecer con precisión los límites donde podían instaurar sus explotaciones madereras los ingleses, ya que en sus instrucciones no

37 “Compilación de documentos hecha en 1854”, s/f.38 Gerhard, La frontera sureste, 172.39 “Plano de la Provincia de Yucatán”, s/f.40 “Compilación de documentos hecha en 1854”, s/f.41 Alberto Herrarte, “Presencia inglesa en el Reino de Guatemala”, en Historia general de Guatemala, t. 3: Siglo

XVIII hasta la Independencia, dirigido por Jorge Luján Muñoz y Cristina Zilbermann de Luján, (Guatemala: Asociación Amigos del País/Fundación para la Cultura y el Desarrollo, 1995), 89.

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debían rebasar las riberas del río Hondo, debido al peligro de que los ingleses invadieran El Petén. Se permitió, sin embargo, hacer cortes de palo de tinte en los ríos Nuevo y Wallis, por lo que a partir de ese momento las autoridades de Yucatán y Guatemala empezaron a establecer la demar-cación necesaria entre ambas provincias, previa a los asentamientos ingleses.

Los mapas posteriores a 1763 señalan las últimas poblaciones de Yucatán y El Petén, quedando claro que los ríos Hondo y Nuevo estaban dentro de la provincia de Yucatán, y el río Wallis, en la provincia de El Petén. La carta titulada “El Plano de los Ríos de Valis, Nuevo y Hondo, 1783” mues-tra precisamente esta demarcación, señalando que el último pueblo de Yucatán era San Felipe, y el río Nuevo, el límite más al sur. La Provincia de Petén comenzaba en el poblado de Santa Rita, y el río Wallis, en su totalidad, estaba ubicado dentro de su territorio42. La frontera septentrional de El Petén, a partir de la conquista de Martín de Ursúa, iba de Noh Becan al oriente de Champotón, y de allí al sureste, hasta alcanzar Tipú, en el río Wallis (Belice), y al suroeste, al arroyo Yalchilán, en el río San Pedro. Pero los españoles no lograron establecer asentamientos en la mayor parte de dicho territorio, por el temor a los itzaes y a otros mayas rebeldes dispersos en la selva43.

Los ingleses lograron obtener los mayores beneficios del Tratado de 1763, sin cumplir con lo que habían pactado. En 1779, al iniciarse la guerra de independencia de Estados Unidos de América, España nuevamente se alió con Francia en contra de Inglaterra. Este momento fue apro-vechado por el gobernador de Yucatán, Roberto Rivas Betancourt, para desalojar a los ingleses del río Nuevo, de cayo Cocina y del río Hondo, que ya ocupaban para esas fechas. Al firmarse la paz en 1783, España logró recuperar Florida, pero en relación con Belice cedió aún más que en el tratado de 1763. En el punto seis de dicho convenio se establecieron nuevos límites, en donde los ingle-ses podían asentarse y hacer los cortes de madera, que ya en esta ocasión abarcaban hasta el río Hondo. El 8 de mayo de 1784, el gobernador y capitán general de la provincia de Yucatán, Joseph Merino y Zevallos, realizó la entrega a los ingleses de los terrenos señalados en el nuevo tratado, destinados para el corte de palo de tinte en el artículo 6°, haciendo además un reconocimiento de los límites y el establecimiento de mojoneras y colindancias.

Por su parte, el gobernador Merino y Zevallos comisionó al ingeniero voluntario Juan Joseph de León para que realizara un plano exacto con los límites que se establecieron con los ingleses, y del cual enviarían una copia al virrey de Nueva España y otra al presidente de la Audiencia de Guatemala (mapa 2). Supuestamente, se debían demoler las fortificaciones inglesas en el área, y se especificó que las con-cesiones hechas por España no derogaban de ninguna manera su derecho de soberanía sobre estos territorios. Sin embargo, como con el convenio anterior, dichas especificaciones fueron letra muerta44. No satisfechos con lo obtenido en 1783, los ingleses solicitaron una ampliación del tratado en 1786, con lo que se les permitió extender sus actividades a la región comprendida entre los ríos Belice y Sibún, y se amplió el permiso del corte de palo de tinte al de maderas preciosas como cedro y caoba45. En el nuevo tratado, en los puntos 9 y 14, claramente se prohibía el contrabando de armas y su venta a los indígenas que habitaban la región, lo cual tenía un cierto carácter “profético”, que vislumbraba lo que sucedería sesenta y un años después, durante la Guerra de Castas. Si bien los tratados seguían sosteniendo que

42 “Plano de los ríos de Valiz, Nuevo y Hondo”, s/f.43 Zorrilla, Relaciones de México, 735-741; Herrarte, “Presencia inglesa”, 83.44 Zorrilla, Relaciones de México, 742.45 “Mapa de la Península de Yucatán. Comprende por la costa, desde la Bahía de Campeche hasta el Rio Tinto”, San

Lorenzo 11 de noviembre de 1785, en AGI, Mapas y Planos, MP-México, 399, s/f. [Mapa a color].

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estos territorios pertenecían a la Corona española, los mapas ingleses de la época ya señalaban estos territorios como asentamientos británicos46.

La cartografía generada a partir de 1764, en la que se esbozaban los límites entre Yucatán y El Petén, prevaleció hasta el momento de la Independencia, y fue en estos mapas, planos y cartas que se apoyó Guatemala para afirmar que la jurisdicción de Yucatán terminaba en el río Hondo, por lo que el territorio de Belice y de las concesiones a los ingleses se encontraba en territorio guate-malteco. Se puede decir con certeza que la región entre los ríos Nuevo y Hondo estuvo siempre bajo la jurisdicción de la intendencia de Yucatán, como parte de la provincia de Bacalar, hasta el momento de la consumación de la Independencia. Entre 1806 y 1821, los ingleses avanzaron en su expansión colonial hacia el occidente y sur del territorio, haciendo fortificaciones y violando todas las cláusulas de los tratados firmados con España. En el momento de consumarse la Inde-pendencia de México, los ingleses tenían derechos otorgados por los españoles de cortar maderas en el territorio comprendido entre los ríos Hondo y Sibún; sin embargo, en la región comprendida entre el Hondo y el Nuevo, estos antiguos derechos estaban de facto restringidos por la presencia de fuerzas militares mexicanas establecidas en el territorio de Bacalar47.

Mapa 2. Plano de los ríos Hondo, Nuevo y Wallis, situados en la parte oriental de la provincia de Yucatán

Fuente: Juan Joseph De León, 1785, en AHGE, caja 10, leg. LE 2417. [Mapa a colores].

46 Alain Breton y Michel Antochiw, Catálogo Cartográfico de Belice, 1511-1880 (México: CEMCA, 1992), 35.47 Zorrilla, Relaciones de México, 754.

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El gobierno republicano de Guadalupe Victoria firmó en 1825 el “Primer Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” con Inglaterra, en el que ambas naciones ratificaban los tratados de 1783 y 1786. Sin embargo, dicho tratado no fue revalidado por el gobierno inglés, pues los de 1783 y 1786 se habían firmado con la Corona española, y no con los Estados Unidos Mexicanos. En 1826 se firmó un nuevo tratado, que en esta ocasión sí fue ratificado por Inglaterra, por el que México reconocía los derechos que dicho país obtuvo de España y se obligó a respetarlos. En un mapa pos-terior, titulado Belize, trazado por Antonio García Cubas en 1883, aparecen los límites establecidos por los Tratados de 1783 y 1786, y que son la base para el establecimiento de los límites del nuevo tratado de 1826; con esto, los ingleses se sintieron seguros de recobrar las posesiones entre los ríos Nuevo y Hondo que habían sido ocupadas por fuerzas de Bacalar48. En 1828, Inglaterra exigió al gobierno mexicano que se aceptaran los derechos de soberanía y usufructo sobre este territorio; mientras esto sucedía en México, las Provincias Unidas de Centro América, preocupadas por el avance inglés hacia el sur del Sibún, enviaron una comisión en 1830 para establecer los límites de Belice. Las Provincias Unidas de Centro América, al contrario de México, no reconocieron la vali-dez de los tratados de 1783 y 1786 firmados por Inglaterra con España49.

La situación de los territorios ocupados por los ingleses se complicó aún más para el gobierno mexicano con la sublevación maya de 1847. Como ya se señaló, los mayas rebeldes se dividieron en dos facciones: los cruzoob, establecidos en Chan Santa Cruz (en la actualidad, Carrillo Puerto, Quintana Roo), y los mayas de Icaiche y Chichanha (al sur de Quintana Roo). Los primeros estable-cieron tratos con comerciantes de Belice, que les suplían armas y municiones a cambio de ganado y otros artículos que tomaban a los hacendados y pueblos durante sus campañas. Al venderles armamento a los indígenas sublevados, los ingleses estaban contraviniendo los artículos 9 y 14 del Tratado de 1786. El gobierno mexicano hizo constantes reclamos al gobierno inglés de Belice sobre la venta de armas y municiones a los mayas sublevados y la protección que éstos recibían en territorio inglés. En 1855 William Stevenson, autoridad inglesa en Belice, contestó a los reclamos del gobierno mexicano manifestando que si bien era cierto “que los comerciantes de Belice venden pólvora y armas a los indios de Yucatán en considerables cantidades, pero no con el fin de que los indios hagan la guerra, sino como cualquier objeto de licito comercio”. Estas explicaciones dadas por el gobierno de Belice sólo confirmaban los argumentos del gobierno mexicano sobre la dispo-sición inglesa de proveer armas y municiones a los mayas rebeldes, “que eran hombres fuera de la civilización y por consiguiente enemigos tan feroces como implacables”50.

Como se mostró, en 1858 los mayas de Chan Santa Cruz tomaron Bacalar, eliminando de golpe el último reducto militar yucateco; con esto, el territorio fronterizo cambió en forma dramática, pues la región situada del lado mexicano del río Hondo quedó en poder de los mayas hasta princi-pios del siglo XX51. Los mayas de Chichanha e Icaiche, asentados al suroeste de Bacalar, decidieron en 1853 firmar un convenio de paz con las autoridades de Yucatán, por el que lograron conservar su autonomía y ciertos privilegios, a cambio de dejar de hostilizar a las poblaciones mestizas y colaborar con el gobierno para combatir a los cruzoob. Estas poblaciones mayas también estable-

48 Antonio García Cubas, “Plano de Belize”, 10 de agosto de 1883, en AHGE, caja 10, leg. LE1694 15 A.49 Zorrilla, Relaciones de México, 760.50 “Territorio de Honduras Británica o de Belice 1873”, en AHGE, leg. LE 1687, ff.19- 20.51 Castillo, Toussaint Ribot y Vázquez Olivera, Espacios diversos, 90-91.

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cieron acuerdos con las autoridades de El Petén y Belice para frenar los ataques que realizaban en dichos lugares. Asimismo, hicieron arreglos con compañías madereras inglesas como la de Young y Toledo, pero cuando esta última no cumplió con lo acordado, el campamento maderero de la compañía fue atacado en 1856 por los “mayas pacíficos”. A pesar de los acuerdos, los “pacíficos” de Chichanha e Icaiche continuaron realizando ataques a diversas poblaciones en El Petén y Belice.

En 1872, los mayas “pacíficos” atacaron Orange Walk, saqueando y quemando la población, además de dejar varias personas muertas y heridas. Las autoridades de Belice interpusieron una queja ante el gobierno de México por las pérdidas que habían sufrido y exigieron una compensa-ción económica, a lo que el gobierno mexicano se opuso argumentando que los comerciantes de Belice habían provocado dicha situación al haber armado en un principio a los mayas sublevados52. Este ataque hizo que Inglaterra propusiera establecer los límites con la provincia de Yucatán, con la argumentación de que el territorio que ocupaban era suyo por derecho de conquista, negando la soberanía de México sobre dicha región53. Fue precisamente la presencia de los mayas rebeldes en el sureste de la península lo que hizo que en 1892 la legislatura de Yucatán presentara una pro-puesta al gobierno federal para que se establecieran los límites con Belice y, así, acabar la venta de armas de los ingleses a los mayas rebeldes y finalizar la Guerra de Castas. Tal fue el impacto de la rebelión indígena que para salvaguardar la seguridad y el bienestar del estado de Yucatán, el gobierno federal decidió en 1893 firmar un tratado de límites con Gran Bretaña, por el que México reconocía la legalidad de la presencia inglesa en Belice y renunciaba a reclamar la posesión de ese territorio, esgrimiendo los derechos de soberanía heredados de España (mapa 3). Por su parte, Inglaterra se comprometió a impedir la venta de armas y municiones a los indígenas54. Se puede concluir que fueron el impacto y las repercusiones de la Guerra de Castas los que finalmente esta-blecieron las bases para la conformación de la actual frontera suroriental del territorio mexicano.

Conclusiones

Como resultado de los procesos de independencia de 1821, las demarcaciones que separaban las audiencias que conformaban el Virreinato de Nueva España sufrieron una serie de reacomodos terri-toriales. Esto dio lugar al establecimiento de los límites entre lo que actualmente son tres distintas naciones: México, Guatemala y Belice. Con la conformación de nuevos Estados nacionales surgió la necesidad de fijar límites, dando lugar a una nueva geografía y a un corpus cartográfico. En este trabajo se analizó la cartografía colonial y la que se generó luego de 1821, para entender los diversos procesos de delimitación territorial entre provincias y entre los nacientes Estados nacionales.

Aquí se partió del análisis de los procesos de delimitación territorial entre la provincia de Yucatán y El Petén, desde los intentos de este distrito de incorporarse a Yucatán en 1821 y, posterior-mente, el proceso de segregación de dicha provincia del Obispado de Yucatán y el establecimiento de límites entre ambas provincias en 1863. En el proceso de segregación de este distrito tuvo un papel fundamental el desarrollo de la rebelión indígena en Yucatán, que hizo desistir a la oligarquía petenera de su posible anexión a la península. Para el establecimiento de límites entre Yucatán y

52 “Territorio de Honduras Británica o de Belice 1873”, ff. 13-22.53 Castillo, Toussaint Ribot y Vázquez Olivera, Espacios diversos, 131.54 Castillo, Toussaint Ribot y Vázquez Olivera, Espacios diversos, 134-135.

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Mapa 3. Mapa de la parte de Honduras Británica que ilustra el acuerdo del 8 de julio de 1893 entre Gran Bretaña y México

Fuente: Mr. Fabers, Southampton, septiembre de 1893, en AHGE, caja 10, leg. LE 1695 (I). [Mapa en blanco y negro con líneas en colores].

El Petén, el Estado mexicano fundamentó su postura en documentación colonial y en mapas que establecían el límite en el pueblo de San Felipe; mientras que El Petén y el Estado guatemalteco argumentaron que el partido de San Antonio era parte de dicho distrito y que, por consiguiente, el límite septentrional de El Petén era la aguada de Noh Becan. Sin embargo, no pudieron respaldar su caso, al no contar con mapas y fuentes coloniales.

En el caso de los territorios ocupados por los ingleses desde el período colonial, con la firma del Tratado de París en 1763, España reconoció jurídicamente la ocupación ilegal de los ingleses, debilitando así la soberanía territorial española sobre los mismos. La documentación y los mapas con respecto a estos procesos muestran las dificultades que tuvieron las autoridades coloniales de Yucatán para controlar la presencia inglesa en sus territorios. A lo largo de los siglos XVIII y XIX, los ingleses avanzaron hacia el occidente y sur de la región que ocupaban, estableciendo fortifica-ciones y poblaciones permanentes. En 1821, una vez consumada la Independencia de México, los británicos expandían y explotaban el territorio comprendido entre los ríos Hondo y Sibún, y lo único que frenaba de alguna manera su avance eran las fuerzas militares mexicanas que ocupaban el territorio de Bacalar, que limitaba al sur con el río Nuevo.

La sublevación indígena conocida como Guerra de Castas replanteó la delimitación territorial, ya que los mayas rebeldes llegaron a ocupar casi toda la región suroriental de la península. La meta de los indígenas sublevados era recuperar su territorio ancestral y lograr así su plena autonomía.

98 De antiguos territorios coloniales a nuevas fronteras republicanas: la Guerra de Castas y los límites del suroeste de MéxicoLaura Caso Barrera | Mario M. Aliphat Fernández

Los procesos independentistas de 1821 y los nuevos Estados nacionales no tomaron en cuenta a las poblaciones indígenas que eran parte de esos territorios y que fueron afectadas con la demar-cación de límites y fronteras. El planteamiento de un territorio indígena autónomo fue visto como una amenaza a la civilización por los grupos en el poder. La posición británica se benefició del desarrollo de esta rebelión indígena, pues al suministrarles armas a los sublevados creó las condi-ciones para obligar al gobierno mexicano a reconocer la posesión de los territorios que ocupaban.

En 1872, Inglaterra propuso establecer los límites con Yucatán, argumentando que el territorio que ocupaban era suyo por derecho de conquista, con lo cual no reconocían la soberanía de México sobre el mismo. Se puede decir que fue el temor a que los mayas lograran su propósito de autono-mía, poniendo en riesgo la soberanía del estado de Yucatán, lo que llevó al gobierno federal a firmar en 1893 un tratado de límites con Gran Bretaña, por el cual México renunciaba a cualquier derecho territorial sobre Belice. Los ingleses, por su parte, se comprometieron a acabar con la venta de arma-mento y pertrechos a los mayas insumisos. La firma de este tratado se sustentaba en la defensa de la integridad del territorio mexicano, amenazada, por una parte, por los mayas rebeldes y, por otra, por los ingleses. Esta política definitivamente llevó a la conclusión de la Guerra de Castas. Fue hasta setenta y dos años después de la Independencia de México, que finalmente se logró la demarcación de la frontera del extremo suroriental y se establecieron las bases para negociar un tratado de límites con Guatemala, conformando la cartografía actual de la República Mexicana.

Bibliografía

Fuentes primarias

Archivos:

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100 De antiguos territorios coloniales a nuevas fronteras republicanas: la Guerra de Castas y los límites del suroeste de MéxicoLaura Caso Barrera | Mario M. Aliphat Fernández

Laura Caso BarreraProfesora-Investigadora del Colegio de Postgraduados-Campus Puebla (México). Magíster en Antropología Socio-Cultural de la University of Calgary (Canadá), y Magíster y Doctora en Historia por El Colegio de México. Se destaca entre sus publicaciones con Mario Aliphat Fernández el artículo: “La construcción histórica de las Tierras Bajas Mayas del Sur por medio de mapas esquemáticos”. Historia Mexicana 63, n.° 2 (2013): 839-875. [email protected]

Mario Aliphat FernándezProfesor-Investigador del Colegio de Postgraduados-Campus Puebla (México). Antropólogo de McGill University (Canadá) y Doctor en Ciencias Antropológicas de la University of Calgary (Canadá). Publicó con Laura Caso Barrera el artículo: “Mejores son huertos de cacao y achiote que minas de oro y plata: huertos especializados de los choles del Manché y de los k’ekchi’es”. Latin American Antiquity 23, n.° 3 (2012): 282-299. [email protected]

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La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)❧

Sergio González MirandaUniversidad Arturo Prat, Chile

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.06Artículo recibido: 16 de febrero de 2015/ Aprobado: 30 de junio de 2015/ Modificado: 06 de julio de 2015

Resumen: Trabajadores bolivianos cruzaron los Andes y participaron en las faenas mineras del salitre desde el inicio del ciclo de expansión de esa industria en el siglo XIX hasta su término definitivo, con la crisis de 1930. Con ellos llegaron hasta los pueblos y campamentos de Tarapacá y Antofagasta variadas mercancías que formaban parte esencial de su dieta, incluida la hoja de coca. Si bien su consumo se asocia a las minas de altura y de socavón, aquí se estudia la importancia que tuvo en una minería de desierto y a rajo abierto. También se analizan su comercio en las pulperías y la mirada de los funcionarios públicos sobre el impacto social y laboral de esta hoja transfronteriza. Se realizó un registro historiográfico de archivos de prensa y documentos oficiales ubicados en Chile y Bolivia, para contrastar las hipótesis; concluyéndose que el consumo de la hoja de coca fue generalizado en la industria del salitre por los trabajadores de casi todos los oficios. Respecto de las nacionalidades, el consumo no fue exclusivo de bolivianos, también se consumió entre los trabajadores peruanos y chilenos.

Palabras clave: Chile, consumo (Thesaurus); hoja de coca, industria del salitre, circuitos ransfronterizos (palabras clave del autor).

The Cross-Border Leaf: Coca Consumption among Nitrate-Mining Workers in the Norte Grande of Chile (1900-1930)

Abstract: Bolivian workers have crossed the Andes and participated in the nitrate-mining projects from the beginning of the cycle of expansion of that industry in the 19th century until its definitive ending with the crisis of 1930. Along with the arrival of these workers in the towns and camps of Tarapacá and Antofagasta, came a variety of goods that formed an essential part of their diet, including coca leaves. Although the consumption of this product is associated with high-altitude mining and underground mining, this article studies the importance it had in desert and open-pit mining. It also analyzes the commerce of coca in the local stores known as pulperías, and the opinion of public officials regarding the social and labor impact of this cross-border leaf. A historiographical study was done of press archives and official documents located in Chile and Bolivia, to contrast the hypotheses on the subject, leading to conclude that the consumption of coca was generalized among workers of almost all types in the nitrate-mining industry. With respect to nationalities, the consumption of coca was not limited exclusively to Bolivians, but was common among Peruvian and Chilean workers as well.

Keywords: Chile, consumption (Thesaurus); coca leaf, nitrate-mining industry, cross-border circuits (author’s keywords).

❧ Este artículo es resultado del proyecto financiado por Conicyt/Fondecyt 1130517.

102 La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)Sergio González Miranda

A folha transfronteiriça. O consumo de coca nas mineradoras de sal no Norte Grande do Chile (1900-1930)

Resumo: Trabalhadores bolivianos atravessaram os Andes e participaram dos trabalhos em mineração de sal desde o início do ciclo de expansão dessa indústria no século XIX até seu final definitivo, com a crise de 1930. Com eles, chegaram até os povos e acampamentos de Tarapacá e Antofagasta variadas mercadorias que faziam parte essencial de sua alimentação, incluída a folha de coca. Embora seu consumo seja associado às minas de altura e de socavão, aqui se estuda a importância que teve numa mineração de deserto e a céu aberto. Também se analisam seu comércio nas mercearias e o olhar dos funcionários públicos sobre o impacto social e laboral dessa folha transfronteiriça. Realizou-se um registro historiográfico de arquivos de imprensa e documentos oficiais localizados no Chile e na Bolívia para comparar as hipóteses. Conclui-se que o consumo da folha de coca foi generalizado na indústria do salitre pelos trabalhadores de quase todos os ofícios. A respeito das nacionalidades, o consumo não foi exclusivo dos bolivianos, também se consumia entre os trabalhadores peruanos e chilenos.

Palavras-chave: Chile, consumo; (Thesaurus); folha de coca, indústria do salitre, ciclos transfronteiriços (autor de palavras-chave).

Introducción

Es sabido el uso ritual de la hoja de coca en las comunidades altoandinas aimaras en las regio-nes de Arica-Parinacota, Tarapacá y Antofagasta, territorio que se conoce popularmente como Norte Grande de Chile, que confirma lo señalado por historiadores como Anthony Henman, que hacia finales del siglo XVI mascar coca “había llegado a ser ampliamente aceptado como hecho de la vida en los Andes”1. Por lo mismo, la hoja de coca formó parte principal de los flujos de mer-cancías del “espacio peruano” dentro de la economía colonial, que estudió magistralmente Carlos Sempat Assadourian2. El actual Norte Grande de Chile, donde se ubicó la industria del salitre durante los siglos XIX y XX, formó parte de ese mercado regional de la economía de la plata des-crito y analizado por Sempat Assadourian3, donde el polo principal fue Potosí. En otra publicación se ha analizado cómo la economía del salitre reactivó muchos de esos flujos coloniales, entre ellos el mercado de animales desde Argentina4. Pero aquí se intentará ir un poco más allá abordando una de las mercancías más tradicionales del “espacio peruano”: la hoja de coca, siendo el arrieraje y el ferrocarril dos medios de transporte complementarios en su circulación desde fines del siglo XIX.

Es también conocida por los historiadores la relación entre el trabajo minero y el consumo de coca desde la época colonial; como indica Enrique Orche, “formaron en la época colonial, e incluso hoy día, un binomio indisoluble en las alturas andinas, de modo que no fue posible la una sin la otra,

1 Anthony Henman, Mama coca (La Paz: Editorial Hisbol, 1992), 35.2 Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico

(Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1982).3 Carlos Sempat Assadourian, “Integración y desintegración regional en el espacio colonial”. EURE 3, n.° 8

(1973): 11-23.4 Sergio González, “El arrieraje argentino y las salitreras”, en NOA-Norte Grande. Crónica de dos regiones

integradas, compilado por Olivia Mora Campos y Pablo Romero Muñoz (Buenos Aires: Embajada de Chile en Argentina, 1999), 43-47.

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 101-121 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.06

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al menos con la intensidad con que las explotaciones mineras se desarrollaron”5. Sin embargo, se ha asociado de manera especial el consumo de coca a faenas mineras de altura y de socavón, porque también se vincula a una acción ritual, como lo explica magistralmente Thérèse Bouysse-Cassagne:

“lo más notable del caso es que los cultos a los socavones perduraron. Las koyas podían vetar la entrada a los cerros, si el que buscaba los minerales, no los aplacaba con su aqullicu de coca mas-cada. Álvarez señala que los mineros no solo ofrecían esta coca a la entrada de la bocamina sino a todos los lugares peligrosos del socavón. La coca tenía, en efecto, el poder de ablandar la roca […] En regla general, es todo el proceso minero metalúrgico que era sacralizado, incluso el proceso de fundición por guayras (los guayradores se confesaban antes de emprender su tarea y ofrecían coca y algún aborto de llama o cuy a la guayra […]) Y cuando los mineros fueron por el soroche, mochaban los mochaderos que tenían al salir de Potosí, ‘mocharon’ en el camino las apachetas para el buen succeso de su viaje, y a la mina de soroche igualmente”6.

El consumo de coca en el socavón no solamente formaba parte de un ritual andino, sino que también tenía un significado comunitario y gremial o sindical, como lo indica Olivia Harris: “En las galerías y socavones los mineros crean su propia comunidad, mascando hojas de coca y ofreciendo ch’allas antes de emprender el trabajo. Tal como lo ha demostrado Pascale Absi en su estudio sobre la mina de Potosí, los mineros entran en una relación recíproca con las divinidades de la mina mediante las ofrendas colectivas, que al mismo tiempo sirven para constituir los equipos de trabajo que extraen los minerales y militan en los sindicatos y cooperativas […]”7.

Lo opuesto a las minas de socavón o subterráneas son las minas a rajo abierto. Las minas de salitre se pueden calificar dentro de las segundas, aunque también hubo extracción de caliche8 desde cuevas, pero fue proporcionalmente menor frente a lo extraído de las calicheras abiertas. Por lo tanto, en el caso salitrero no fue posible ritualizar las faenas de acopio del caliche como se hacía en el socavón con la plata o el estaño. Por lo mismo, no existieron comunidades en torno a la coca ni sindicatos de trabajadores bolivianos en los campamentos salitreros, con excepción de las sociedades de socorros mutuos bolivianas que existieron en los pueblos de la pampa y de la costa. Sin embargo, hubo cofradías religiosas relacionadas con la fiesta de la Virgen de La Tirana, el principal ritual andino asociado a las faenas salitreras, que, si bien tiene un origen en la minería argentífera de Tarapacá9, fue posteriormente resignificado por la población pampina salitrera10. Así, “La Tirana” se transformó en un dispensario ritual de salud para la población del desierto, donde los indicios andinos son claros y evidentes11.

5 Enrique Orche, “Coca y minería en el Alto Perú durante el período colonial”. De Re Metallica 10, n.° 11 (2008): 106.6 Thérèse Bouysse-Cassagne, “Las minas del centro-sur andino, los cultos prehispánicos”. Bulletin de l’Institut

français d’études andines 34, n.° 3 (2005): 351-357.7 Olivia Harris, “‘Trocaban el trabajo en fiesta y regocijo’. Acerca del valor del trabajo en los Andes históricos y

contemporáneos”. Chungara 42, n.° 1 (2010): 227, doi: dx.doi.org/10.4067/S0717-73562010000100031.8 Mineral no metálico del cual se extraen el salitre y el yodo después de un proceso industrial de lixiviación.9 Lautaro Núñez, La Tirana (Antofagasta: Editorial de la Universidad Católica del Norte, 1998).10 Sergio González, “La presencia indígena en el enclave salitrero de Tarapacá: una reflexión en torno a la fiesta de

La Tirana”. Chungara 38, n.° 1 (2006): 35-49, doi: dx.doi.org/10.4067/S0717-73562006000100005.11 Juan Van Kessel, Lucero del desierto (Iquique: Universidad Libre de Ámsterdam/Ciren, 1987). Alberto Díaz,

“En la pampa los diablos andan sueltos. Demonios danzantes de la fiesta del santuario de La Tirana”. Revista Musical Chilena 65, n.° 216 (2011): 58-97, doi: dx.doi.org/10.4067/S0716-27902011000200004.

104 La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)Sergio González Miranda

Uno de los más ilustres investigadores que recorrió hacia 1854 las primeras faenas mineras de nitrato de soda en Tarapacá fue William Bollaert12; incluso, lo hizo acompañado del empresario salitrero George Smith. Llama la atención que haga referencia al consumo de coca en una comu-nidad andina de la precordillera de esta provincia llamada Macaya, durante la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria, virgen asociada a la minería de socavón. En un párrafo de su relato señala que al pasar: “no puedo decir mucho de las damas maduras, porque la costumbre de mascar coca no contribuye a agregar algo a su ya decadente belleza”13. Todas las comunidades de precordillera, como Macaya, quedaron vinculadas comercialmente a la industria del salitre, en especial en su período de expansión, entre 1870 y 1920.

Según María Rostworowski, habrían existido en el período precolombino por lo menos “dos variedades de coca, la una de la región oriental de los Andes y la segunda cultivada en vertientes del Océano Pacífico”14, pero no menciona el territorio costero de lo que actualmente es el Norte Grande de Chile. Sí lo hacen Waldo Ríos y Elías Pizarro, quienes recopilaron antecedentes en el litoral de Arica sobre el cultivo de la Thupa coca, “la variedad más interesante para el Inca. Además, las evidencias arqueológicas señalan la existencia de una tradición por la coca en la región y, en particular, en el valle de Azapa, la que es corroborada por la información etnohis-tórica y toponímica”15, pero estos cultivos ya no existían durante la República. Por lo tanto, la presencia de la hoja de coca en las faenas mineras en el territorio debió exigir el cruce de la cor-dillera de los Andes y de las respectivas fronteras nacionales, por lo que se está ante la presencia de una mercancía transfronteriza.

Con la llegada de peones bolivianos a las faenas del salitre arribaron también sus costum-bres y hábitos alimenticios; entonces se hicieron conocidas en los pueblos y campamentos del desierto salitrero “las chichas de mucko” y “de jora”, “el cordillate”, todos los derivados de los auquénidos —como el pelo y el charqui, lana y carne de ovinos—, quinua, papa chuño, tejidos de todo tipo como aguayos y talegas, entre otros, y, por cierto, la hoja de coca. Si bien es conocido el consumo de la hoja de coca en faenas mineras en toda la región sur andina durante los siglos XIX y XX, incluidos los actuales Noroeste de Argentina y el Norte Grande de Chile, en la actua-lidad aún no se conocen por esta investigación estudios sobre dicho consumo en el desierto de Atacama, donde se ubicaron los campamentos mineros salitreros durante los siglos XIX y XX, en el señalado Norte Grande.

En el imprescindible estudio de María Luisa Soux La coca liberal. Producción y circulación a principios del siglo XX se afirma que “sin lugar a dudas los principales países compradores eran la Argentina y Chile donde la coca era consumida por los trabajadores agrícolas hasta en Tucumán y por los peones en las minas de cobre y salitre chilenas”16; sin embargo, no proporciona más

12 Publicó sus impresiones de viaje en su obra William Bollaert, Antiquarian, Ethnological and Other Researches in New Granada, Equador, Peru and Chile, with Observations on the Pre-Incarial, Incarial, and Other Monuments of Peruvian Nations (Londres: Trüber & Co, 1860).

13 William Bollaert, “Descripción de la provincia de Tarapacá”. Norte Grande I, n.° 3/4 (1975): 478.14 María Rostwrowski, “Plantaciones prehispánicas de coca en la vertiente del Pacífico”. Revista del Museo

Nacional XXXIX (1973): 200.15 Waldo Ríos y Elías Pizarro, “Cultivos prehispánicos: el caso de la coca en el extremo norte de Chile (s. XVI)”.

Diálogo Andino 7, n.° 8 (1988/1989): 94.16 María Luisa Soux, La coca liberal. Producción y circulación a principios del siglo XX (La Paz: Editorial Cocayapu,

1993), 167.

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 101-121 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.06

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información que la referida, incluso deja excluida la principal región salitrera durante el ciclo de expansión del nitrato (Tarapacá) de los circuitos de la coca en el período de su estudio. Cuando el control fronterizo se endureció hacia el final del ciclo del salitre, y el espacio transfronterizo creado por esta economía minera se había prácticamente desintegrado, Luis Castro registra que entre “enero y junio de 1930 la internación de este producto alcanzaba a los 11.717 kilos”17, según los datos de la oficina sanitaria provincial, a partir de un control del expendio de este producto en pueblos y campamentos salitreros de Tarapacá18.

1. La frontera internacional y la hoja de coca

Después de la Guerra del Pacífico, la libre circulación de la hoja de coca, como de otras mer-cancías provenientes de Bolivia hacia las provincias de Tarapacá y Antofagasta, respondió a una política del Gobierno chileno de fronteras abiertas, para asegurarles a los empresarios salitreros suficiente mano de obra. Con los trabajadores y sus familias vinieron al desierto de Atacama las mercancías que para ellos eran de primera necesidad, incluida la hoja de coca. Los controles en la frontera se realizaban a través de rondas policiales hasta la segunda década del siglo XX, especialmente en Tarapacá, pues en Antofagasta la existencia del ferrocarril que unió Oruro con Antofagasta facilitó el transporte de bienes y personas, así como su control. En cambio, el arrieraje siguió siendo fundamental en Tarapacá. Con razón, el historiador cochabambino Gustavo Rodríguez Ostria señala que:

“Resulta casi obvio, aunque la investigación empírica debería comprobarlo, que sobre la espa-cialidad oficial existía otra más informal pero igualmente viva. Entre 1910-1920, por ejemplo, cuando la crisis del mercado se hacía insoportable y para colmo la sequía se tornaba tam-bién insoportable, literalmente miles de campesinos, colonos y artesanos cochabambinos se dirigieron a pie hasta las salitreras de Tarapacá y Antofagasta, en búsqueda de trabajo, renun-ciando a establecerse en zonas más cercanas y al alcance del sistema departamental como el Chapare. Desde allí muchos retornaban cruzando en dos largas semanas los páramos cordille-ranos para el tiempo de la siembra y la cosecha, como si la coca no fuera sino uno más de sus nichos ecológicos […]”19.

La investigación empírica confirmó lo señalado por Rodríguez Ostria20, en el sentido de ese vínculo casi de economía vertical entre Cochabamba y Tarapacá (no así Antofagasta, como lo

17 Luis Castro, “Tráfico mercantil andino, comerciantes indígenas y fiscalización estatal (Tarapacá, norte de Chile 1880-1938)”. Revista de Indias LXXIV, n.° 261 (2014): 567, doi: dx.doi.org/10.3989/revindias.2014.019.

18 En el periódico El Pueblo, un articulista, criticando el alza de precios en la pulpería en el campamento Verdugo, señala lo siguiente: “Después de esos artículos de primera necesidad, me ocuparé de la coca, que vende, escandalosamente, a los pobres bolivianos, a los que la necesitan para remedio y a algunos que sin ser bolivianos, también la mascan […]”, El Pueblo [n.° 261], Iquique, 15 de marzo, 1902.

19 Gustavo Rodríguez Ostria, La construcción de una región. Cochabamba y su historia. Siglos XIX y XX (Cochabamba: Universidad Mayor de San Simón, 1995), 22.

20 Sergio González, “Cochabambinos de habla quechua en las salitreras de Tarapacá (1880-1930)”. Chungara 27, n.° 2 (1995): 135-151.

106 La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)Sergio González Miranda

anota este autor). En efecto, fueron miles quienes llegaron hasta las salitreras21; muchos de ellos cruzaron la cordillera, donde los hitos relevantes de la frontera no fueron las pirámides de fierro puestas por los peritos de ambos países en 190622, en el marco del Tratado de 1904, sino las apache-tas que les marcaban la ruta hacia el poniente. El prestigioso investigador norteamericano Isaiah Bowman, de la Universidad de Yale, al recorrer en 1913 el desierto y la puna de Atacama describe así una apacheta en la ruta entre Pastos Grandes y el Salar de Rincón: “construida de piedras y adobes, se encuentran coca, pedazos de velas y lana de llamas”23. Sin duda, las hojas de coca acom-pañaron a los enganchados del salitre provenientes de Bolivia, más todavía si realizaron la ruta caminando. Muchos también regresaron a pie hacia sus comunidades en momentos dramáticos como la Guerra del Pacífico, la huelga y masacre obreras de 1907, las grandes crisis económicas de 1914, 1919 y 1930, entre otros, y posiblemente dejaron hojas de coca en las apachetas como testi-monio de su paso y con la esperanza del regreso.

Los hitos fronterizos, en efecto, no fueron obstáculos para quienes se internaban por las mon-tañas hacia las salitreras de Tarapacá y Antofagasta, menos para los “patrones”, es decir, los que internaban ganado y mano de obra enganchada. El historiador boliviano Juan Albarracín Millán afirma además que en Argentina, Chile, Perú y Brasil se beneficiaron de mano de obra indígena boliviana: aimaras, quechuas, chiriguanos, chiquitanos, y otros. Específicamente para el caso chi-leno, registra una noticia de El Diario del 7 de julio de 1914, a saber:

“el traficante de indios bolivianos Enrique Kelly ponía en la prensa de Iquique este aviso: ‘Ofrezco poner la cantidad de gente que se me pida, sea en puerto o en la misma oficina a donde vayan los enganchados’. Los que denunciaron este tráfico decían a su vez: ‘Se los llevan como manadas de bueyes o corderos’. La ‘gente’ que sufría este comercio salía de los departamentos de La Paz, Oruro y Cochabamba y no se tiene noticia si alguna vez los liberales tuvieran algún interés en ponerle término, en defensa de los indios”24.

Sin embargo, no reflexiona sobre por qué estos indios, como los define, estaban dispuestos a viajar a un lugar supuestamente muy inhóspito —como el desierto— para ser expoliados en las minas de nitrato. Una respuesta posible es la diferencia a favor no sólo en los salarios que reci-bían respecto de las haciendas u otras faenas mineras en Bolivia, sino también en la libertad que ellos disfrutaban con relación a esas otras opciones laborales. Además, disfrutaron del acceso a la cultura y política obreras salitreras, que fueron influyendo lentamente en el peón boliviano25. Sin

21 Esta migración cochabambina de tipo pendular, en cierta forma, se inserta en la tesis de John Murra del control andino de un máximo de pisos ecológicos uniendo los valles bolivianos con el litoral chileno: “El control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las sociedades andinas”, en El mundo andino, población, medio ambiente y economía, editado por Instituto de Estudios Peruanos (Lima: Editorial IEP, 2009), 85-125.

22 Luis Riso Patrón, La línea de frontera con la República de Bolivia (Santiago: Sociedad Imprenta y Litografía Universo, 1910), 378.

23 Isaiah Bowman, Los senderos del desierto de Atacama (Santiago: Imprenta Universitaria, 1942), 35.24 Juan Albarracín, El poder minero (La Paz: Editora Urquizo Ltda., 1972), 245.25 Una historia muy interesante nos la entrega el historiador boliviano Guillermo Lora respecto de los hermanos

Arturo y Víctor Daza, cochabambinos, quienes trabajaron en las salitreras de Tarapacá, donde conocieron al dirigente obrero Luis Emilio Recabarren y se integraron al Partido Obrero Socialista; posteriormente fueron precursores del movimiento sindical boliviano. Guillermo Lora, Historia del movimiento obrero boliviano 1933-1952 (La Paz: Editorial Los Amigos del Libro, 1980).

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desconocer que enfrentaron engaños por parte de estos “enganchadores”26, como lo denunciado por el diario La Patria del 28 de mayo de 1920 (un año de crisis), respecto de cuarenta trabajadores bolivianos engañados por un enganchador para ser contratados en la oficina Sargento Aldea del Cantón Central o Bolivia, a quienes no les dieron alimentos durante cuatro días, obligando a algu-nos a bajarse en estaciones ferroviarias antes de llegar a la salitrera.

2. El inútil control de la coca transfronteriza

La hoja de coca cruzó todas las rutas andinas que comunicaban a Bolivia y Chile, desde la triple frontera de Ancomarca hasta la triple frontera del Zapaleri, como es el caso de las fronteras de Tarapacá y Antofagasta27. Por un lado, por la frontera de Tarapacá, el cruce de la hoja de coca por senderos de llameros y arrieros fue considerado contrabando por las autoridades chilenas; por ello no es extraño que se informara ocasionalmente al Intendente de Tarapacá de este problema: “Subdelegación 11ª de Tarapacá. Tarapacá 6 de Abril 1911.- En Septiembre 1909 y un oficio Nª 54 dirijido a la Intendencia, esta Subdelegación daba cuenta de los contrabandos de coca, lana, ganado y salitre que se hacían; y pedía fuerza para hacer respetar la Ley; dicha nota, quedó sin contestación. Chusmiza, Cultane, Sibaya, Sotoca, Parca y Mamiña; son los puntos de tránsito para Bolivia y creo que unas parejas de carabineros recorriendo los caminos de Huara a Chusmiza, Tarapacá a Cultane y Tarapacá a Mamiña; cortarían el mal en su raíz”28.

Entonces se llegó a pedir un puerto de cordillera para detener este contrabando, que, como se verá, afectaba más a las pulperías de las Compañías salitreras que al Estado nacional, porque estas mercancías llegaban directamente a los comerciantes que eran competencia de las monopólicas pulperías, que —a diferencia de las pulperías de la minería boliviana— también vendían a altos pre-cios estos productos tradicionales de primera necesidad como la hoja de coca, las harinas de maíz, las papas deshidratadas, el charqui, las carnes de llamas y las chichas: “Subdelegado de Tarapacá. Hace presente que por los pueblos de Chusmiza, Cariquima y otros, se internan artículos bolivia-nos como ser lana, coca y yerbas medicinales, sin pagar los derechos de aduana correspondientes. Pide se cree un puerto de Cordillera y se le den informes sobre los artículos internados por otro país y que se consideran como contrabando. Informe el Administrador de Aduana.- Anótese.- J. Guzmán.- E. Chamberlain”29.

La hoja de coca no llegaba solamente como contrabando, también estaba entre los productos considerados medicinales; por lo tanto, era exportada para las boticas o farmacias de los campa-mentos y pueblos salitreros. En el siguiente documento, que es un fragmento de un informe de la Oficina Sanitaria Provincial de Tarapacá de 1929, se señala la importación de coca para boticas de la provincia:

26 Sujetos que contrataban a trabajadores en sus lugares de origen, la mayoría de las veces con un contrato de palabra de supuestamente alguna Compañía Salitrera.

27 Alejandro Benedetti y Esteban Salizzi, “Llegar, pasar, regresar a la frontera. Aproximación al sistema de movilidad argentino-boliviano”. Revista Transporte y Territorio n.° 4 (2011): 155.

28 Archivo Regional de Tarapacá (ART), Iquique-Chile, Fondo Intendencia de Tarapacá, Libro Subdelegaciones [1911], Ubicación ITAR-824, 98.

29 “Contrabando frontera Bolivia”, 1909, en ART, Intendencia de Tarapacá, Libro Providencias, Ubicación ITAR-721, f. 70.

108 La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)Sergio González Miranda

“CONTROL DE EXPENDIO DE LA COCA.- Desde el 1º de Enero al 23 de Septiembre último se ha efectuado el siguiente expendio de hojas de coca por las firmas que se expresan:

Meses Cajiao y Cia. N. Molina y Cia.

Petric y Zanea Marinovic y Caperic

Mollaghauer y Cia.

Kilos Kilos Kilos Kilos Kilos

Enero 2.182 ---- 2.367 712 ----Febrero 800 ---- 2.613 2.250 ----Marzo 1.538 ---- 583 604,3 ----Abril 2.351 ---- 1.954,5 ---- 1.311Mayo 1.476 ---- 1.525,5 ---- 1.732,5Junio 1.173 2.137 1.416 ---- 57,5Julio 2.186 2.130 57,5 ---- ----Agosto 3.035 533 ---- ---- 80,5Setbre 610 ---- 25 ---- 69Sumas 15.131 4.820 9.970,5 3.866,8 3.300,8

Del cuadro que antecede se desprende que las firmas importadoras vendieron durante el período señalado la cantidad de 37.108,5 kilos, de los cuales 604 correspondieron a ventas entre los mismos internadores, siendo por consiguiente, para el consumo, la venta efectiva de 36.504, 5 kilos./Como he informado recientemente el señor Director General, a pesar de la prohibición existente para internar hojas de coca, esta droga ha seguido vendiéndose en forma oculta en las oficinas salitreras y pueblos de la pampa, debido a que hay internadores clandestinos que la traen de Bolivia por los pasos del interior disimuladas con otras mercaderías./Aunque el cuerpo de Carabineros mantiene una vigilancia constante para reprimir el contrabando de la coca, sin embargo no ha podido impedir que la internación clandestina de dicha droga siga efectuándose, debido a que en la provincia existen numerosos pasos de comunicación con Bolivia a donde la vigilancia no puede hacerse efectiva”30.

Desde la perspectiva de las autoridades chilenas, el circuito de la hoja de coca era contrabando y debía controlarse policialmente; por ello, hacia 1909 se solicitaba un “puerto de cordillera” para obligar a pagar derechos a productos tradicionales como la papa chuño, el charqui y la coca. Un documento de la Intendencia de Tarapacá del 24 de septiembre de 1937 muestra además la preo-cupación de las autoridades por el contrabando de este tipo de mercancías, que demuestra lo inútil de su control fronterizo. Para entonces, ya había concluido el ciclo del salitre:

“El señor Gobernador del Departamento de Pisagua, por oficio Nº 241, de 30 de Agosto último, hace ver a esta Intendencia la necesidad que existe de instalar un Servicio de Aduana de fronteras en los pueblos de Isluga o Chiapa, de dicho Departamento, que es el paso obligado por el interior de esta Provincia a la República de Bolivia. Conjuntamente con el referido oficio, me permito acompañar informes del señor Administrador de Aduana de Iquique, y del señor Prefecto de Carabineros, que concuerdan con la conveniencia de un servicio de esta naturaleza en los mencionados pueblos”31.

30 ART, Intendencia de Tarapacá, Libro Memorias [1929], ff. 27-29, Ubicación ITAR-1428.31 ART, Intendencia de Tarapacá, Libro Oficios de los Ministerios [1937], s/f., Ubicación ITAR-1687.

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Además, la coca se vendía en Tarapacá en almacenes al por mayor y menor, como el caso del almacén El Ferrocarril de Pozo Almonte, ubicado en la calle Balmaceda N° 1 al 3, de propiedad de Juan Dassori, un conocido minero tarapaqueño. En otro pueblo importante de la pampa salitrera de Tarapacá, Huara, el comerciante Lorenzo Lagomarsino informa que vende artículos bolivianos como coca, medias y fajas. Estas últimas eran muy utilizadas por los derripiadores para protegerse las piernas y la cintura dentro de los cachuchos32.

Por otro lado, por la frontera de Antofagasta, el ferrocarril sólo hizo aumentar el flujo de mercancías andinas, mientras que en Tarapacá se debió seguir confiando en arrieros33. Por esto, aquí se coincide con María Luisa Soux, que considera que la hoja de coca que circulaba hacia países como Argentina y Chile estaría dentro de lo que llama el “espacio económico tradicional”; es decir, dentro de una misma región, aunque existan fronteras político-admi-nistrativas. Sobre esta problemática expone Soux: “al encontrarse estos países dentro del mercado regional no vamos a considerar como verdadera exportación aunque para fines fisca-les funcione como tal; lo mismo ocurría con la coca que iba al Perú”34. Al hablar de Argentina y Chile, en rigor está refiriéndose al Noroeste argentino35 y al Norte Grande chileno, dos regio-nes que además están estrechamente vinculadas por rutas tradicionales de arriería36, donde también circuló la hoja de coca; allí, las fronteras eran la anomalía, una discontinuidad ines-perada para arrieros que conocían estas rutas desde la Colonia.

La decisión de la “Antofagasta and Bolivia Railway C°” de extender la línea ferroviaria salitrera hacia Bolivia y transformar un ferrocarril minero en internacional fue audaz no sólo desde el punto de vista de la ingeniería (debía cruzar la cordillera de los Andes), sino también económico y político. En 1887, este ferrocarril alcanzó la estación de Ollagüe, en pleno alti-plano chileno, a 3696 msnm, llegando a Uyuni en 1889, y a Oruro en 189237. Los análisis de los testimonios de los pampinos bolivianos que llegaron a trabajar a las salitreras señalan a estas dos estaciones donde se embarcaron hacia Chile. Quizás nadie mejor que un literato que vivió el período y conoció el lugar para describir lo que fue para el pampino recorrer esos parajes entre el altiplano y el desierto. Carlos Pezoa Véliz, en su cuento “El taita de la oficina”, anota: “Y así habían pasado cuarenta años para ‘el taita de la oficina’. De Calama a Uyuni, de Uyuni a Chuquicamata, de Chuquicamata a Sierra Gorda, de Sierra Gorda a Caracoles, de Caracoles a

32 Los cachuchos eran grandes fondos de fierro forjado donde se lixiviaba el salitre. Los derripiadores tenían la tarea de extraer el ripio todavía caliente que quedaba adherido en los serpentines y en el piso y las paredes de los cachuchos.

33 Ricardo Valderrama y Carmen Escalante, “Arrieros, traperos y llameros en Huancavelica”. Allpanchis XVIII, n.° 21 (1983): 65.

34 Soux, La coca liberal, 167.35 Un completo estudio sobre la “coca y el coqueo” se encuentra en Akira Igaki, “Desde Ambrosetti hasta Rabey,

sobre la coca y el coqueo en Argentina”. Andes 21 (2010): 131-145.36 Viviana Conti, “Entre la plata y el salitre. Los mercados del Pacífico para las producciones del Norte argentino

(1830-1930)”, en Una tierra y tres naciones. El litoral salitrero entre 1830 y 1930, compilado por Viviana Conti y Marcelo Lagos (San Salvador de Jujuy: Universidad Nacional de Jujuy, 2002), 119-149. Cecilia Sanhueza y Hans Gundermann, “Estado, expansión capitalista y sujetos sociales en Atacama (1879-1928)”. Estudios Atacameños n.° 34 (2007): 113-136.

37 Harold Blakemore, Historia del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia 1888-1988 (Santiago: Edición Mercedes Gajú/Impresos Universitarios, 1996), 56.

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Antofagasta, de Antofagasta a Taltal y de Taltal a Lautaro. Ahí estaba como último trabajador de la oficina [...]”38.

Ese deambular tan propio de los pampinos que describe Pezoa Véliz se puede explicar en Antofagasta por la existencia del ferrocarril a Oruro, sumado al ferrocarril longitudinal que recorría el país de norte a sur desde Pisagua hasta Caldera, y los ferrocarriles salitreros que iban de los puertos de embarque a las oficinas, generándose una circulación dendriforme por todo el desierto y sus nexos regionales y transfronterizos. Por ejemplo, Julián Cobo, pampino que dejó su testimonio por escrito de lo que efectivamente fue testigo, sobre las salitreras de Antofagasta, dice: “A Antofagasta llegaron grandes enganches bolivianos que vivieron en las corridas [de casas] destinadas para ellos […] Pocos trabajadores procedían de las regiones aus-trales [chilenas]. La mayoría era de las provincias de Atacama y Coquimbo. Con el éxodo partían los bolivianos, pero muchos se quedaban en la costa para no regresar más a Bolivia […]”39.

El equipo de investigadores que se ha especializado en la Oficina María Elena, siguiendo a Floreal Recabarren, uno de los más respetados historiadores antofagastinos, indica además que “respecto de la presencia de bolivianos, los que también fueron significativos en número, muchos empresarios publicitaron sus necesidades de trabajadores en lengua aymara, a los que, como una forma de atraer-los, se les aseguraba que no les iba a faltar la coca […]”40. La existencia del ferrocarril de Antofagasta a Oruro aseguró un flujo de fardos de coca para la exportación de ultramar y el consumo interno, sin perjuicio del circuito tradicional de la hoja de coca entre Lípez —Noroeste argentino— y Atacama, que siguió operando durante todo el período salitrero hasta la crisis definitiva de 1930.

A partir de entonces, la hoja de la coca comenzó a transportarse en vagones del ferrocarril. Entre los productos de exportación boliviana de origen agrícola, la coca ocupaba el primer lugar41, lo que demuestra la importancia de este ferrocarril “salitrero” para el acceso de Bolivia a ultramar; pero también de las rutas de navegación que generó la industria del nitrato. El principal destino de la coca a comienzos del siglo XX fue el puerto de Hamburgo, uno de los puertos salitreros más importantes, desde donde operaba la naviera Laeisz, dueña la famosa línea de veleros “P”. El vín-culo de Bolivia con la industria del nitrato fue completo. No sólo se trataba de mano de obra traída en enganche o por cuenta propia a las faenas más básicas de esta industria, como la extracción de caliche, sino también de empresas propietarias de muelles en Antofagasta, como la Barnett C°, que tenía sucursales en Oruro y Uyuni. Por su parte, los ferrocarriles significaron para Bolivia una plataforma muy importante para la exportación, donde se entrelazan las líneas férreas bolivianas con las argentinas y chilenas. En 1923 exportó por los puertos de “Chile 965,272 toneladas/ Perú 143,512 toneladas/ Argentina 91,868 toneladas/ Brasil 46,512 toneladas”42.

Por lo anterior, la coca se vendía y se publicitaba en los principales medios de Tarapacá y Anto-fagasta (un ejemplo de esto, en la imagen 1). En este último lugar, en un año tan avanzado dentro

38 Carlos Pezoa Véliz, “El taita de la oficina”, en Antología del cuento nortino, compilado por Mario Bahamonde (Santiago: Editorial de la Universidad de Chile, 1966), 66.

39 Julián Cobo, Yo vi nacer y morir a los pueblos salitreros (Santiago: Editorial Quimantú, 1971), 68.40 Juan Carlos Rodríguez, Pablo Miranda y Pedro Mege, “Réquiem para María Elena. Notas sobre el imaginario de

los últimos pampinos”. Estudios Atacameños n.° 30 (2005): 151.41 Soux, La coca liberal, 37.42 Manuel Heras, ed., Chile y su intercambio y Bolivia en la actualidad. Propaganda editada por la empresa The South

American Corporation (Antofagasta: Imprenta La Castellana, 1927), 189.

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del ciclo del salitre como 1927, aparecen empresas como la de Juan Siglic, con residencia en la calle Sotomayor N° 131 de Calama, quien se promovía como concesionario para importar coca. Desde Calama podía abastecer a la minería del cobre de Chuquicamata y las salitreras del Cantón Central o Bolivia aledañas al pueblo de Sierra Gorda. También, la empresa “Benjamín Acuña y S.” ofrecía coca, café y tejidos al por mayor y menor en Antofagasta. Rafael Gaínza importaba coca, café, harina, arroz, kerosene, nafta, y sebo para minas desde Villazón (Bolivia). Por su parte, la sociedad “Bach Hnos.”, que comercializaba cueros, lana, coca, entre otros productos, tenía su casa central en La Quiaca, un escritorio en Buenos Aires y una sucursal en Villazón (Bolivia).

En el álbum de Tarapacá y Antofagasta de 1924, editado por Eugenio Gajardo Cruzat, aparece la publicidad de Federico Llorens, comerciante de Calama, quien internaba todo tipo de artículos desde Bolivia como pieles de zorro y chinchilla, y respecto de la hoja de coca señalaba que estaba “autorizado oficialmente por el Supremo Gobierno para importar coca”. Lo anterior demuestra la fina línea que separaba la comercialización legal de la ilegal de este producto, porque, en rigor, el destino de la coca era el mismo, pues el uso medicinal era insignificante respecto del consumo en las faenas mineras como estimulante para el trabajo. Por ejemplo, Bolivia exportó durante 1923 la cantidad de 324.606.000 kilos de coca en hojas, con un valor comercial de 841.343.50 Bs., siendo superada sólo por las exportaciones de minerales y cuero salado43.

Imagen 1. Propaganda comercial salitrera, almacén “ʻPobre Diabloʼ Gallinazos” de propiedad de Braulio Novoa

Fuente: Archivo Nacional de Chile (ANC), Santiago de Chile-Chile, Fondo Salitre [sin catalogar].

43 Heras, Chile y su intercambio, 189.

112 La hoja transfronteriza. El consumo de coca en las faenas mineras salitreras en el Norte Grande de Chile (1900-1930)Sergio González Miranda

Mientras las empresas comerciales ofertaban la hoja de coca en sus almacenes al por mayor y menor, había un incomprensible control de su comercialización en los campamentos salitreros, que sólo se explica por el monopolio que ejercían las pulperías. Esto puede verse en un informe emanado desde la Oficina Araucana, ubicada en el Cantón Central o Bolivia en Antofagasta, el 9 de diciembre de 1928, dirigido a la administración principal de la empresa, ubicada en la oficina Chacabuco:

“Consumo de Coca:De acuerdo con su atenta Nº 100/28 me permito comunicar a usted los datos que he podido obtener después de investigar detenidamente este asunto.En esta hay alrededor de 65 bolivianos, muchos de los cuales van personalmente a la Unión44 en los días festivos y compran lo que necesitan para su uso personal.Lo que se interna clandestinamente desde la Unión, tomando por base el número de operarios que usa este artículo, puede estimarse en cinco kilos mensuales los cuales son vendidos a precios que fluctúan entre $30.00 y $40.00 por kilo. Las personas que, ocultamente hacen la reventa en ésta, he podido averiguar son: Zacarías Madrid Maturana y Apolinario Herrera García, de nacio-nalidad boliviana”45.

La salitrera Araucana estaba en las cercanías del pueblo Unión, el principal del Cantón Central o Bolivia; por lo mismo, la competencia que tenía la pulpería era muy seria para los administrado-res; entonces, una forma de controlarla era a través de los vigilantes de población.

3. La coca en las minas de nitrato

“Cada noche se deslizaba para situarse frente a la fonda. Hasta que, al fin, su terca paciencia se vio recompensada. Allí estaba el hombre [que le robó], luciendo la misma sonrisa y hablando, hablando […] Contuvo las ansias que le impulsaban a actuar de inmediato y con un nuevo puñado de coca jugosa y amarga entre los dientes, se armó de paciencia […]”46.

La imagen de un pampino con una “armada de coca” en su boca no era extraña para quienes vivie-ron en los campamentos salitreros durante el ciclo de expansión del nitrato. Ese ciclo anunció su final cuando terminó la Primera Guerra Mundial, y sus últimos estertores, con la gran crisis mundial de 1930. Pero ¿Por qué requerían los pampinos la coca si no eran mineros de altura ni de socavón? Tampoco estaban obligados, como en las minas de plata y estaño, a horarios infernales; en las salitreras eran trabajadores libres; incluso, lo que pudieran producir era su responsabilidad y decisión. No había látigo, pero había una necesidad inmensa de trabajar muy duro en pleno desierto. Además, el desierto se caminaba, ya fuera para ir a la calichera, a la estación de ferrocar-ril o al pueblo; entonces, había que guardar energías; por ello, no fue cosa extraña que en 1907, los pampinos cruzaran la pampa a pie para ir al puerto de Iquique a reclamar sus derechos, como tampoco que cuando se presentaron las crisis salitreras de 1914, 1919 y 1930 cruzaran de regreso la cordillera y el altiplano. Entonces, la coca fue una fiel compañera.

44 Se refiere al pueblo Pampa Unión, ubicado en el Cantón Central o Bolivia.45 Archivo Histórico de la Universidad Católica del Norte (AHUCN), Antofagasta-Chile, Fondo Chacabuco, Libro

Oficina Araucana [1928], s/f.46 Mario Vernal, El enganchado. Cuentos del salitre (Antofagasta: Emelnor Editores, 2008), 14.

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¿Dónde podían conseguir la imprescindible coca los trabajadores bolivianos en los campa-mentos salitreros? La respuesta instantánea que surge es: en las pulperías de las oficinas salitreras. Sin embargo, María Luisa Soux advierte, de igual modo, que para el caso de las minas de Potosí, Oruro, Challapata y Uyuni, a pesar de la estrecha relación entre minería y coca, “no era comercia-lizada por medio de las pulperías. En los libros de ‘exportación’ referidos hay una sola compañía minera que compró directamente la coca, era la Compañía Minera de Chuquiaguillo”47. En efecto, en el caso de las pulperías salitreras, todo parece indicar que no se expedía coca desde sus almace-nes, porque en los informes sobre las mercancías de primera necesidad que mencionaban patrones y obreros en las huelgas y los memoriales no aparece la hoja de coca. Sin embargo, una mirada más atenta demuestra que sí estuvo entre los principales productos de las pulperías.

La Comisión Parlamentaria enviada en 1913 al norte salitrero para estudiar las necesidades de los trabajadores de esa industria analiza en su informe varias pulperías de oficinas salitreras reales como tipologías. En el caso N° 6, que se refiere a una salitrera del departamento de Pisagua —con una cantidad de trabajadores que varió ese año de 600 a 429, donde 136 eran chilenos, 140 perua-nos, 142 bolivianos, y otras nacionalidades, 11—, la pulpería registró los siguientes productos de primera necesidad, a saber: azúcar, arroz, carne, grasa en hojas, aceite, aceite en botella Betus, fre-joles, ají pimentón, ají colorado, cerveza, café, charqui, fideos, fósforos, garbanzos, harina, leche condensada, maíz, manteca, papas, coca, té Hornimans, té Ratanpuro, trigo, vino, velas, yerba. El precio que pagaba la Oficina, según datos entregados por la administración, por la libra de coca era de $1.35 pesos, y la vendía a $2. El valor de la libra de coca era similar al precio del charqui48.

En Antofagasta, por su parte, en forma indirecta se tiene la confirmación de la venta de coca a través de los canales formales de la Compañía, incluso en un año tan tardío como 1926, cuando las leyes sociales ya estaban en plena vigencia y existía en las oficinas salitreras una inspección de la Oficina del Trabajo si, suponemos, el consumo de coca debía ser controlado:

“Oficina Los Dones/12 de diciembre 1926/

Reservada

Señor

Inspector General de Oficinas

Oficina José Santos Ossa

Muy señor mío:

CONSUMO DE COCA. - Su atta. N° 98/28.- En atención a su atta., citada me es grato informar a Ud. que el consumo de coca en esta Oficina, proveniente desde la Estación ‘Unión’ es de 45 a 50 lbs., más o menos, mensual, siendo su precio de venta de $ 14.- la libra. De la reventa de ella se encargan los bolivianos residentes en ésta.

Saluda muy atentamente a Ud./ A. Campbell/ Administrador”49.

47 Soux, La coca liberal, 174.48 Enrique Oyarzún, comp., Comisión Parlamentaria encargada de estudiar las necesidades de las provincias de

Tarapacá y Antofagasta (Santiago: Talleres de la Empresa Zigzag, 1913), 286.49 AHUCN, Chacabuco, Libro Oficina Los Dones [1926], s/f.

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La oficina Los Dones, según la Guía Comercial e Industrial de Tarapacá y Antofagasta de 1923, pertenecía a la “Gibbs y C°”50, una de las compañías más importantes, aunque se trataba de una salitrera más bien pequeña. Llama la atención que se abasteciera de la Estación “Unión”, estando lejos de ella, pues Los Dones no perteneció al Cantón Central o Bolivia. Se trataba de un campamento aislado.

4. El consumo de coca y la política pública chilena

Con el movimiento social que lideró la Gran Combinación Mancomunal Obrera en 190451, se inauguraron las visitas de Comisiones Consultivas, integradas por funcionarios del Gobierno central y del Congreso, para analizar la “cuestión obrera” en el salitre. La Comisión Consultiva de 190852 fue enviada para evaluar la huelga y posterior masacre de la escuela Santa María de Iquique. Todavía la coca no se había transformado en un tema de política pública; apenas en la Comisión Consultiva de 1919 se indicó como un problema social. Estas visitas fueron la antesala de la Oficina del Trabajo en Chile.

Sin embargo, debe reconocerse que funcionarios públicos como Eugenio Frías Collao, Daniel Martner, entre otros, y el diputado Enrique Oyarzún realizaron una crítica profunda a las condiciones sociales y laborales a las que estaban sometidos los trabajadores del salitre y sus familias, entregando las bases para la promulgación de las primeras leyes sociales en Chile, bajo el gobierno de Arturo Alessandri (1920-1924). Pero la mirada que tuvieron sobre el trabajador indígena fue prejuiciada, y respecto del consumo de la hoja de coca se asemejaron a quienes en Bolivia y Perú —desde la Colo-nia— quisieron erradicarla. Según María Luisa Soux, esto se encontraba asociado a los extirpadores de idolatrías53, mientras que para Ana Sánchez se trataría de la intervención de la Inquisición54. Los funcionarios públicos chilenos vieron en la coca una práctica degradante, contraria al progreso, y solicitaron medidas dentro de una política pública dirigida hacia la industria del salitre.

La Comisión Consultiva de 1919 propuso como primer medida una ley sobre contrato indivi-dual y colectivo del trabajo; después, la garantía de libertad de comercio, la obligatoriedad de las pulpería a vender a precio de costo, creación de cooperativas, reglamento de higiene y salubri-dad en el trabajo, ley sobre el trabajo de la mujer y de los niños, reforma a la ley de accidentes del trabajo, personalidad jurídica para gremios y sindicatos, reforma a la ley de habitaciones obre-ras, mejoramiento de la instrucción para niños y adultos, entre otras. Con el número 13 estaban “las medidas encaminadas a combatir el alcoholismo y el consumo de coca”55. Daniel Martner, quien fue profesor de Hacienda Pública y director del Seminario de Ciencias Económicas de la Universidad de Chile, además de integrante de las Comisiones Consultivas enviadas a la pampa

50 Ffrench-Davis y Rauld, eds., Guía General de las Provincias de Tarapacá y Antofagasta 1923 (Iquique: Editores Lemare & Co., 1923), 221.

51 Enrique Reyes Navarro, El desarrollo de la conciencia proletaria en Chile (Documentos) (Santiago: Editorial Orbe, 1973).

52 Manuel Salas Lavaqui, comp., Trabajos y antecedentes presentados al Supremo Gobierno por la Comisión Consultiva del Norte (Santiago: Imprenta Cervantes, 1908).

53 Soux, La coca liberal, 45.54 Ana Sánchez, “‘El talismán del diablo’. La Inquisición frente al consumo de coca (Lima, siglo XVII)”. Revista de

la Inquisición n.° 6 (1997): 148.55 Carlos Ruiz, Carlos Fernández, Eugenio Frías y Daniel Martner, El problema social-económico del norte

(Ministerio del Interior) (Santiago: Imprenta Nacional, 1919), 118.

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 101-121 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.06

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salitrera, propuso en 1919 “la prohibición del consumo de coca que cunde más y más y destruye el organismo obrero”56.

La visión de los funcionarios públicos chilenos se podría calificar de “sarmientina”, donde la dualidad civilización y barbarie estaba presente cuando elaboraban sus políticas públicas; incluso, en algunos autores, la asociación con un proceso de chilenización destinado hacia el mundo andino57, donde la escuela fiscal, las obras públicas, el servicio militar obligatorio, el control fron-terizo, la organización del trabajo, entre otras medidas, formaron parte de esa visión de agentes y agencias estatales en las regiones de Tarapacá y Antofagasta durante el ciclo minero del salitre. A modo de ejemplo de esta perspectiva “sarmientina”, se lee un extracto de un informe escrito que la maestra Zayda Contreras González, directora de la escuela N°45 de Poroma (valle de la precor-dillera de Tarapacá), le envió en enero de 1933 al Inspector Provincial de Educación, Pedro Baeza Cruzat, quien lo consideró tan “ameno e interesante” que se lo remitió al Intendente de la Provin-cia. En una de sus partes la profesora señala:

“[...] Hoy por la actual crisis, el comercio de coca y aguardiente se hace en poca cantidad, pero según datos autorizados en tiempos anteriores, fue este pueblo el punto obligado de los grandes contrabandos de coca, alcohol y muchas veces de opio, artículos traídos desde Bolivia para ser negociados en las oficinas salitreras o estaciones del interior. Tales contrabandos duraron hasta la paralización de los trabajos del ‘Tranque de Pachica’, tiempo en que, a pesar del retén de Carabi-neros, expendían las especies de contrabando, dañando así a la Aduana Nacional, esto es, a causa que en ningún punto de la ‘raya’ limítrofe con Bolivia, hay ni siquiera pequeñas aduanillas que velen por los intereses del país.Por el lado boliviano hay de trecho en trecho aduanillas y los carabineros de ese país recorren constantemente la Raya Divisoria, impidiendo la entrada clandestina de salitre, trigo, cigarros y otros productos chilenos y castigando con detenciones y fuertes multas hasta el llevar cigarrillos o fósforos para el propio uso, pero haciendo ningún caso de las tropas que cargadas pasan a la vista de ellos internando contrabandos en nuestro territorio, trayendo además estos comercian-tes epidemias y contagios pues, pasan como si estuvieran en su casa, sin pasaporte, certificado de vacuna, ni un carnet.Si el Gobierno tendiera de vez en cuando su vista hasta esos desgraciados pueblos, se evitaría en algo el aniquilamiento de la raza y haría conocer sus derechos entre esos montañeses que hasta poco desconocían las leyes y el respeto al Gobierno chileno, no sabiendo muchos si eran perua-nos, bolivianos o tarapaqueños [...]”58.

El consumo de coca se asoció, por parte de los funcionarios públicos chilenos, al trabajador boliviano indígena, sobre el cual hubo un notorio prejuicio cultural, ya que fue visto como sinó-nimo del atraso y la barbarie. En cambio, tuvieron una actitud de defensa del obrero, en quien

56 Daniel Martner, “El problema social-económico de Tarapacá y Antofagasta”, en Tarapacá, editado por Sección de Prensa e Informaciones del “Centro de Estudiantes de Tarapacá” (Santiago: Editorial Universitaria, 1919), 30.

57 Alberto Díaz, “Aymaras, peruanos y chilenos en los Andes ariqueños: resistencia y conflicto frente a la chilenización del norte de Chile”. Revista de Antropología Iberoamericana 1, n.° 2 (2006): 300. Luis Castro, “Imaginarios y chilenización: los agentes fiscales chilenos y su visión del espacio y la población andina de la provincia de Tarapacá, norte de Chile 1880-1918”. Anuario de Estudios Americanos 71, n.° 2 (2014): 661-690, doi: dx.doi.org/10.3989/aeamer.2014.2.10.

58 ART, Intendencia de Tarapacá, Libro Visitación de Escuelas [1933], s/f., Ubicación ITAR-1680.

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depositaban una esperanza de cambio cultural59. Esta visión discriminatoria hacia el indígena tam-bién tácitamente se asumió en la historiografía chilena de la época sobre la sociedad del salitre, al invisibilizarlo frente al obrero ilustrado. Así, en el informe de la Comisión Consultiva Parlamen-taria de 1913, presidida por el diputado Enrique Oyarzún, se señala lo siguiente: “El trabajador boliviano es casi siempre un indígena en estado de semi-barbarie: vive en común con sus animales, duerme con ellos, y cuando en algunas oficinas se han hecho porquerizas y corrales especiales, algo distantes de los campamentos, para evitar el desaseo, ese trabajador burla la vigilancia de los guardianes nocturnos del campamento y va al corral y sustrae sus cabros y cerdos para hacerlos dormir en su propia habitación. ¿Obedece esto al solo deseo de evitar los robos?”60.

La asociación entre la coca y la semi-barbarie fue inmediata para los liberales chilenos, que coincide con la de sus similares bolivianos. Juan Albarracín Millán, historiador boliviano, anota que “los mestizos según la definición de Bautista Saavedra [presidente de Bolivia] eran ‘híbridos, disolutos, endebles [...]’”61. La prensa chilena no le va en zaga a su par de Bolivia respecto del indígena y su hábito de mascar hojas de coca con yuta, tratando de “salvar” de ese supuesto vicio al “roto chileno”:

“A estas notas encomiásticas que quisiéramos dejarla sin más comentarios, como un estímulo al roto pampino, se interpone una mui desagradable. El roto está evidenciado con la coca i con la yuta, sustancia asquerosa esta última cuyo preparado es de papas i ceniza.Ambas sustancias, como es sabido son el alimento del indio boliviano, de ese indio famélico, lleno de mansedumbre que llega a las calicheras a cavar su fosa con su propia mano i que, salvo rarísimas excepciones, resiste este trabajo que requiere un alimento abundante e higiénico.La coca tiene la cualidad de adormecer o atrofiar los órganos digestivos, porque es un veneno enervantísimo.I la yuta, es algo así como un montón de barro arrojado a un charco próximo a disecarse.Como estos tóxicos, como es lógico suponer, el individuo va lenta i prematuramente camino del cementerio; su rostro se desfigura con surcos que remedan a la mueca horrorosa de la muerte. Sus sentidos no alimentan ningún deseo, i son sus cuerpos los de un autómata i sus acciones las de un idiota.El vicio ha llegado ya a su más alto grado. Los indios consumen la coca i yuta en menos escala que los chilenos que en forma tan brutal se depravan, i siempre por su ignorancia fatal”62.

El esfuerzo por parte de las autoridades aumentó con el tiempo para evitar el consumo de la hoja de coca en las oficinas salitreras; sin embargo, fue una lucha perdida porque la hoja de coca se transformó con el tiempo en un producto de consumo básico y, posiblemente, simbólico en algunos grupos. En una fecha tardía como el 14 de febrero de 1930, el periódico El Tarapacá de Iquique contiene una inserción respecto de un nuevo reglamento sobre este asunto; por cierto, con el conocido argumento discriminatorio respecto de indígenas, mestizos, peruanos y bolivia-nos, señalando a la población chilena como víctima de una influencia nefasta para la salud.

59 Se debe recordar que Nicolás Palacios, autor del polémico libro Raza Chilena. Libro escrito por un chileno y para los chilenos (Valparaíso: Imprenta y Litografía Alemana, 1904), fue médico en las salitreras de Pisagua.

60 Oyarzún, Comisión Parlamentaria, 225.61 Albarracín, El poder minero, 239.62 “Atractivos pampinos”, El Nacional, Iquique, octubre 20, 1915, 1.

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5. La coca en las salitreras

En la actualidad, por otro lado, se ha reglamentado la venta de coca en las provincias de Tarapacá y Antofagasta, estudiadas en este artículo. Es conocido por distintos medios que en la región sali-trera y minera hay numerosos obreros peruanos, y más aún bolivianos —la mayor parte indios o mestizos con fuerte proporción de sangre indígena—, cuya vida resulta difícil sin el uso de la coca. Por esta razón, la reglamentación del uso de esta sustancia tiende a que las salitreras puedan conservar sus operarios bolivianos, que son baratos y útiles. Dentro de un criterio absoluto, había sido conveniente una prohibición del expendio de la coca. El aire de adormecimiento que tienen muchos indios de las altas mesetas proviene del uso constante de este elemento. En tal sentido, no es extraño encontrar chilenos que caen en el mismo estado de modorra permanente y en una especie de ausencia de cuanto les rodea, y son indiferentes a todo. Pero no se duda de que se hayan tomado en cuenta las conveniencias de la industria, que no quiere prescindir del operario boliviano o peruano, por razones económicas, y se ha partido de la base de que, sin la coca, esos hombres emigrarían. Por lo que se supone que el reglamento, del cual sólo se conoce por esta investigación un resumen, tendrá disposiciones que permitan a las autoridades vigilar el uso de esa sustancia y reducirla, si es posible, a los obreros de aquellas nacionalidades, ya habituados a él, e intoxicados de tal modo que no pueden privarse de su empleo.

Ahora bien, si fuera posible tener otra posición para evitar que estos grupos caigan de “la coca-manía” en el uso de la cocaína o de la morfina, se podría dar un vuelco a esta problemática. Se conocen estudios médicos que han observado el desarrollo del uso de la coca en el norte, los cuales han asistido a fenómenos penosos y pavorosos de consumo entre obreros chilenos. No se trata todavía de un tema alarmante, pero parece ser la indicación de un peligro serio, expuesto por las empresas mineras. Por ejemplo, con relación a lo expuesto aquí, la Asociación de Productores de Salitre, por intermedio de su Gerente, hizo saber a la prensa que, con fecha 13 de marzo de 2014, se había enviado una nota al Ministro de Bienestar Social, pidiendo que sea decretada la prohibición del comercio de la coca en las provincias salitreras y la cancelación de todas las autorizaciones que para ello se hubieren concedido. Como puede verse, los industriales salitreros están censurando con mayor frecuencia el consumo de coca en las oficinas, siendo intereses particulares los que han movido siempre las solicitudes de concesión para internarla63.

Conclusiones

La presencia boliviana en las salitreras del Norte Grande de Chile podría calificarse de migración pendular, puesto que las familias bolivianas solían regresar todos los años a sus comunidades de origen. La cordillera de los Andes nunca fue obstáculo para quienes tomaron la decisión de trabajar en la industria del nitrato de sodio. Los primeros enganchados, incluso, la cruzaron a pie durante el siglo XIX; después llegarían en ferrocarril de Antofagasta a Oruro64, que les evitaría esa aventura de semanas caminando por la precordillera y el altiplano. En un siglo de idas y venidas, sí se afirma que los pampinos de origen boliviano —que estuvieron en los campamentos desde los inicios del ciclo

63 “La Coca en las Salitreras”, El Tarapacá [n.° 11.266], Iquique, 14 de febrero, 1930, 3.64 Luis Gómez Zubieta, Ferrocarriles en Bolivia. Del anhelo a la frustración, 1860-1929 (La Paz: UMSA, 1998).

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del nitrato, a partir del segundo tercio del siglo XIX— se fueron transformando en parte esencial de la sociedad del salitre, en especial en la región de Tarapacá. Los pampinos bolivianos se sentían iden-tificados con algún lugar a uno u otro lado de esa cordillera. Por ello, cuando el retorno fue obligado, debido a las grandes crisis salitreras, generó un desarraigo particularmente doloroso.

La llegada de trabajadores cochabambinos y de otros lugares de Bolivia a las faenas del salitre planteó un problema de abastecimiento a los patrones salitreros, especialmente de bienes tradicio-nales, entre ellos la hoja de coca. En este artículo se ha podido constatar que la coca acompañó a los pampinos durante todo el ciclo del salitre. Sus flujos utilizaron todos los medios de transporte (llameros, arrieros y el ferrocarril), y además fue embarcada en veleros y vapores con rumbo a Europa. Se vendió en las pulperías de las oficinas salitreras, en los pueblos del desierto y en los valles de la precordillera. Fue mercadería de contrabando y considerada medicinal, ocupando un sitio en las boticas de los puertos de embarque como Iquique y Antofagasta. La hoja de coca fue entonces un producto sobreviviente de la Colonia, de las minas de altura y socavón de plata y estaño en Bolivia, que siguió ocupando un lugar —entre oficial y clandestino— durante las repúbli-cas. Cruzó las fronteras hacia el Noroeste argentino y hacia el Norte Grande chileno, para ser usada en las calicheras de Tarapacá y Antofagasta.

Por último, los funcionarios del Estado nacional calificaron el consumo de coca dentro de un marco ideológico o cultural que se consolidó en Chile a mediados del siglo XIX con la escuela normal y su fundador, Domingo Faustino Sarmiento. Un pensamiento liberal positivista que vio en este tipo de prácticas culturales la antítesis del progreso y la civilización; por lo tanto, sugirieron estas políticas públicas para controlar el consumo de la coca en las salitreras, pero se encontraron con la resistencia no sólo de los mineros, sino también de los comerciantes y de las propias Com-pañías Salitreras a través de sus pulperías, que no dejaron de vender este producto.

Bibliografía

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Sergio González MirandaProfesor titular del Instituto de Estudios Internacionales (INTE) de la Universidad Arturo Prat (Chile). Sociólogo de la Universidad de Chile, Magíster en Desarrollo Urbano-Regional de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Doctor en Estudios Americanos (mención en Relaciones Internacionales) de la Universidad de Santiago (Chile) y en Educación de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile). Ha publicado los artículos: “De espacio heterológico a posición estratégica: el poder político de la cocina pampina en la minería del nitrato chileno: el caso de ‘la huelga de las cocinas apagadas’ (1918-1946)”. Revista Estudios Atacameños n.° 48 (2014): 191-208, doi: dx.doi.org/10.4067/S0718-10432014000200013, y “¿Especuladores o industriosos? La política chilena y el problema de la propiedad salitrera en Tarapacá durante la década de 1880”. Revista Historia n.° 47 (2014): 39-64, doi: dx.doi.org/10.4067/S0717-71942014000100002. [email protected]

Espacio estudiantil

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Representaciones del intelectual. El suplemento El Nuevo Tiempo Literario en Colombia y su relación con la cultura europea en la primera mitad del siglo XX❧

Gustavo Adolfo Bedoya SánchezUniversidad de Antioquia, Colombia

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.07Artículo recibido: 03 de marzo de 2015/ Aprobado: 30 de septiembre de 2015/ Modificado: 21 de octubre de 2015

Resumen: Este artículo se pregunta por las diversas imágenes que los integrantes del suplemento colombiano El Nuevo Tiempo Literario hicieron del “intelectual” durante la primera mitad del siglo XX. Se analizan estas representaciones valiéndose del estudio y la comparación de figuras emblemáticas europeas, y del análisis de sus ideas en momentos coyunturales como, por ejemplo, el caso Dreyfus y la Gran Guerra. Para concluir que la autorrepresentación que hicieron los colabores del suplemento les permitió distinguir las diferencias y similitudes entre escribir, pensar y “actuar”, es decir, entre ser un literato, un crítico de la literatura y un intelectual comprometido con la acción política.

Palabras clave: Colombia, prensa, literatura, intelectuales, Europa (Thesaurus).

Representations of the Intellectual: El Nuevo Tiempo Literario in Colombia and its Relation to European Culture during the First Half of the 20th CenturyAbstract: This article explores the diverse images that the staff of the Colombian literary supplement El Nuevo Tiempo Literario presented of the stereotype of “intellectual” during the first half of the 20th century. It analyzes said representations through the study and comparison of emblematic European figures and the analysis of their ideas in important historical moments such as the Dreyfus Case and the Great War, for example. The conclusion is that the self-representations of the supplement’s collaborators made it possible to distinguish the differences and similarities between writing, thinking, and “acting,” i.e., between being literati, literary critics, and intellectuals committed to political action.

Keywords: Colombia, press, literature, intellectuals, Europe (Thesaurus).

Representações do intelectual. O suplemento colombiano El Nuevo Tiempo Literario e sua relação com a cultura europeia na primeira metade do século XXResumo: Este artigo questiona sobre as diversas imagens que os integrantes do suplemento colombiano El Nuevo Tiempo Literario fizeram do “intelectual” durante a primeira metade do século XX. Analisam-se essas representações valendo-se do estudo e da comparação de figuras emblemáticas europeias e da análise de suas ideias em momentos conjunturais como, por exemplo, o caso Dreyfus e a Grande Guerra. Conclui-se que a autorrepresentação que os colaboradores do suplemento fizeram lhes permitiu identificar as diferenças e semelhanças entre escrever, pensar e “atuar”, isto é, entre ser um literato, um crítico de literatura e um intelectual comprometido com a ação política.

Palavras-chave: Colômbia, imprensa, literatura, intelectuais, Europa (Thesaurus).

❧ Este artículo es resultado del proyecto de investigación “Balance historiográfico de las publicaciones periódicas hispanoamericanas: temas, enfoques y conclusiones”, desarrollado por el grupo de investigación Colombia: tra-diciones de la palabra (CTP), y que se inscribe en la Estrategia de Sostenibilidad de los grupos de investigación 2013-2014 de la Universidad de Antioquia (Colombia). Asimismo, hace parte de los resultados de la tesis doc-toral: “El suplemento literario en los procesos de modernización cultural. El caso de El Nuevo Tiempo Literario y la figura del intelectual (Bogotá: 1903-1915, 1927-1929)”, que se adelanta para obtener el título de Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.

126 Representaciones del intelectual. El suplemento El Nuevo Tiempo Literario en Colombia y su relación con la cultura europeaGustavo Adolfo Bedoya Sánchez

Introducción

Este artículo tiene como objetivo evidenciar las diversas imágenes que acerca del “intelectual” hicieron los integrantes del suplemento colombiano El Nuevo Tiempo Literario. Para ello, se exponen las similitudes y diferencias entre estas imágenes y el propio ejercicio que llevaron a cabo los colabora-dores en la publicación de textos literarios y críticos, que se componían de ensayos, revisiones, reseñas y notas biográficas y bibliográficas. Se trata de dilucidar aquí las diferentes imágenes que los colabora-dores del suplemento hicieron de su propia función como intelectuales, y las cercanías manifiestas con otras funciones, tales como escribir literatura, pensar en el análisis crítico de lo literario y disonar en la acción política diaria. No sobra recordar que, por lo regular, toda agrupación intelectual fue dueña de su propio medio periódico; de esta manera, en la cofradía y en la sala de redacción las “participacio-nes” fueron socializadas, corregidas, algunas de ellas descartadas y otras, finalmente, dispuestas para su publicación. Así, el análisis de la prensa posibilita que se ahonde en la conciencia que los agentes tuvieron de su propia función intelectual, ya que la concreción de un medio periódico redunda en el reconocimiento que un grupo tiene de sus objetivos y alcances culturales.

También es necesario reconocer que las agrupaciones fueron conscientes de la importancia que tenía la escogencia de una materialidad específica: ya fuera una revista o un diario, por cuanto la decisión implicaba una apuesta intelectual y editorial diferente. Más si se tiene en cuenta que las participaciones y las ideas debían plasmarse en textos, que luego iban a ser maquetados antes de su impresión para su potencial y posterior lectura. Pero estas operaciones estaban (y están) con-dicionadas por la naturaleza intrínseca del formato elegido: no es igual pensar en estas acciones si el formato de publicación es una revista o un suplemento. Es importante entonces aclarar que el suplemento objeto de este estudio, a diferencia de la revista, está abierto al público amplio y diverso del diario, y no a un público minoritario ilustrado en el tema1.

Por último, y quizás una de las mayores garantías metodológicas para quienes se dedican al estudio de la prensa, en sus páginas se puede rastrear, además de las propias colaboraciones estéti-cas, la conciencia colectiva que los agentes literarios tuvieron de ellos mismos. Lo anterior gracias a la publicación de prospectos, prólogos, editoriales y notas informativas. Estas formas textuales dan cuenta directa de un sentir grupal, de sus expectativas y anhelos intelectuales, es decir, expo-nen información sobre la imagen que el grupo tuvo acerca de sus funciones, las representaciones que como intelectuales hicieron de ellos mismos. Un punto que será esbozado tomando como ejemplo el suplemento El Nuevo Tiempo Literario2.

1 Es en este sentido que Roger Chartier llama la atención sobre la importancia de la materialidad en la interpretación de la obra: “Hay una ilusión que debe ser disipada, la ilusión de que un texto es el mismo texto aunque cambie de forma”. Cultura escrita, literatura e historia (México: FCE, 2006 [1999]), 208. Véase también a Donald Francis McKenzie, Bibliografía y sociología de los textos (Madrid: Akal Editores, 1999).

2 En relación con el concepto representación, Chartier indica: “Las representaciones no son simples imágenes, verídicas o engañosas, de una realidad que les sería externa. Poseen una energía propia que persuade de que el mundo o el pasado es, en efecto, lo que dicen que es. En ese sentido, producen las brechas que fracturan a las sociedades y las incorporan en los individuos. Conducir la historia de la cultura escrita dándole como piedra angular la historia de las representaciones es, pues, vincular el poder de los escritos o de las imágenes que los dan a leer, escuchar o ver, con las categorías mentales, socialmente diferenciadas que son los matices de las clasificaciones y de los juicios”. La historia o la lectura del tiempo (Barcelona: Gedisa, 2007), 73-74. Subrayado en el original.

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Pero además es necesario tener en cuenta que se eligió un suplemento como eje de un estudio histórico de la intelectualidad, con el propósito de ser un aporte a los estudios históricos de la literatura, de la prensa, de las ideas y de los intelectuales de América Latina. En este sentido, se hace necesario recordar el proyecto historiográfico dirigido por Carlos Altamirano y que, desgra-ciadamente, en su momento no encontró eco entre los estudiosos colombianos. Así, en ninguno de los dos tomos que componen dicha investigación se alude al caso de intelectuales en Colombia3. Una tarea que han adelantado —profusamente—, entre muchos otros, el historiador Renán Silva4, y los profesores organizados en torno al proyecto Temas y tendencias de la historia intelectual en América Latina de la Universidad Nacional Autónoma de México, una apuesta contemporánea a la de Altamirano que centra su interés en la figura intelectual continental y la participación que allí tuvieron los escritores latinoamericanos, entre ellos los colombianos5.

1. El Nuevo Tiempo Literario

El suplemento El Nuevo Tiempo Literario (ENTL) le perteneció a uno de los diarios más influyentes de la época: El Nuevo Tiempo (Bogotá, 1902-1932), considerado como el “primer gran periódico del siglo [XX]”6. Ambos medios fueron idea de los liberales Carlos Arturo Torres y José Camacho Carrizosa; sin embargo, en 1905 fueron adquiridos por el conservador Ismael Enrique Arciniegas, y, finalmente, en 1927 pasaron a manos de Abel Casabianca, reconocido conservador doctrinario, quien nunca se hizo cargo del suplemento, dejándolo bajo la dirección de su anterior dueño. Esta singular naturaleza del diario y su suplemento permite evidenciar la injerencia que las doctrinas ideológicas tienen en los proyectos culturales; asimismo, las ideas y los contenidos literarios publi-cados en ambos medios son la prueba de la circulación y convivencia de por lo menos tres visiones distintas y contradictorias del mundo intelectual colombiano de principios del siglo XX.

Bajo la coordinación de Torres (1903-1905), el suplemento estuvo abierto a la disímil influencia intelectual del mundo occidental: Francia e Inglaterra, principalmente, pero también la tradicional referencia a España; y al mismo tiempo se destacaron la mención y publicación de textos escritos por autores alemanes, portugueses y estadounidenses, junto con las colaboraciones de diferentes autores latinoamericanos: mexicanos, venezolanos, uruguayos y argentinos, para llamar la atención sobre aquellos que más publicaron en sus páginas. De entre todas estas participaciones, la cuota colombiana fue la más alta, siendo el propio Torres uno de los autores más publicitados dentro del suplemento. También se destaca una copiosa publicación de textos críticos, en comparación con textos narrativos y dramáticos, en donde indiscutiblemente el género poético fue el más profuso.

3 Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, editado por Jorge Myers (Buenos Aires: Katz Editores, 2008); Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina II. Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo XX (Buenos Aires: Katz Editores, 2010). Es de notar que en el segundo tomo se hace alusión al caso de las revistas literarias como protagonistas y fuentes para un estudio de la intelligentsia, ofreciendo el caso de seis publicaciones periódicas.

4 Renán Silva, Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación (Medellín: Banco de la República/Fondo Editorial EAFIT, 2002).

5 Aimer Granados, Álvaro Matute y Miguel Ángel Urrego, eds., Temas y tendencias de la historia intelectual en América Latina (Morelia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Universidad Nacional Autónoma de México, 2010).

6 Mariluz Vallejo, A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia 1880-1980 (Bogotá: Planeta, 2006), 390.

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Entre tanto, en la dirección de Arciniegas (1905-1923), y en principio con la compañía de Octavio Torres, hermano de Carlos Arturo, el suplemento le otorgó una atención especial a la publicación de textos y temas propios de la península Ibérica: ensayos y artículos sobre el Siglo de Oro, Quevedo, Lope de Vega y Cervantes. Las famosas participaciones tomadas de revistas literarias y periódicos galos fueron remplazadas por las referencias a revistas españolas y por la constante publicación de ensayos, cartas y notas de Marcelino Menéndez Pelayo y Miguel de Unamuno. Atrás habían quedado las referencias a Hippolyte Taine y Théophile Gautier, así como los textos de autoría o sobre las obras de Herbert Spencer y Friedrich Nietzsche, dos autores alta-mente visibilizados en aquel entonces por Carlos Arturo Torres. Si durante su primera dirección el suplemento publicó numerosos textos críticos, bajo la dirección de Arciniegas éstos dieron paso para que el género poético redoblara su presencia.

Durante los siguientes años, y hasta su cierre definitivo en 1929, el suplemento continuó siendo dirigido por Arciniegas. Ahora bien, antes de su primera interrupción, en 1915, el director contó con la ayuda de Víctor M. Londoño (1912-1913) y Diego Uribe (1913-1915), aunque en su cor-respondencia con el mexicano Alfonso Reyes se quejara siempre de la poca ayuda que recibía. Asimismo, en febrero de 1927 le escribió a Reyes indicándole que aunque el diario estaba “en situación desastrosa, […] ya está cogiendo aliento. Creo que en unos tres meses lo pondré en pie”, tiempo que casi coincide con el relanzamiento del suplemento, en junio de ese mismo año7. Ahora bien, es de anotar que el primer cierre del suplemento duró un poco más de doce años (1915-1927), así que cuando el suplemento volvió a ser editado, le pertenecía por entero a Casabianca, quien desde 1923 ejercía como “Director” del diario. A pesar de este cambio, tal como ya se dijo, la coordinación del suplemento la siguió teniendo la colaboración de Arciniegas, de allí que no haya cambios drásticos en la publicación; aunque no sucedió lo mismo en el caso del diario8.

Es significativo anotar que al ejercer como director del diario, Casabianca haya sido saludado y relacionado con el pensamiento de diversos conservadores dogmáticos: “El partido, al asumir el doctor Casabianca la Dirección de este periódico, debe sentirse de plácemes, porque tendrá en él el más firme sostén de sus ideales. No en balde se lleva en las venas la sangre de uno de aquellos patricios que, como José Eusebio y Miguel Antonio Caro, Leonardo Canal, Mallarino y Julio Arboleda, figuran en letras de oro en los anales del conservatismo”9. Pero también es necesario enfatizar que la acción intelectual del suplemento se llevó a cabo en los años que la historiografía tradicional ha denominado

7 Carta manuscrita de Arciniegas a Reyes, en papel con membrete del diario, y el título: “Director y propietario Ismael Enrique Arciniegas”. La carta está fechada en 21 de febrero de 1927, en Bogotá. Véase: Adolfo Caicedo Palacios, Alfonso Reyes y los intelectuales colombianos: diálogo epistolar (Bogotá: Siglo del Hombre Editores/Universidad de los Andes, 2009), 90. En todas las citas de ésta y otras fuentes se ha conservado la ortografía de la época.

8 En otra ocasión se ha abordado la disonancia intelectual, patente, entre el diario y el suplemento: Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, “Relectura de una hegemonía conservadora no homogénea. Perfil intelectual del diario El Nuevo Tiempo y su suplemento El Nuevo Tiempo Literario (Bogotá: 1903-1915, 1927-1929)”, en Miradas sobre la prensa en el siglo XX, coordinado por Luciano Ramírez Hurtado, Adriana Pineda Soto y Alain Liévano Díaz (Aguascalientes: Universidad Autónoma de Aguascalientes/Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica, 2014), 9-45.

9 “El nuevo Director de El Nuevo Tiempo”, El Nuevo Tiempo, 18 de octubre, 1923. Un estudio centrado en el matiz radical del diario, bajo la dirección de Casabianca, se puede apreciar en la esclarecedora investigación de Ricardo Arias Trujillo Los Leopardos, una historia intelectual de los años 1920 (Bogotá: Universidad de los Andes, 2007), 141-149.

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Hegemonía Conservadora (comprendida entre 1886 y 1930), el período histórico durante el cual el Partido Conservador se mantuvo en el poder, principalmente bajo las políticas de la Regeneración (1880-1899). El período es recordado por las sucesivas guerras civiles, la desorganización adminis-trativa, las relaciones hermanadas entre el Estado y la Iglesia, la pobreza y la censura sistémica a los medios periódicos. De la época sobresalen los sucesivos mandatos presidenciales de Rafael Núñez (1880-1882, 1884-1886, 1887-1892, 1892-1894), secundados por las ideas de Miguel Antonio Caro; la concreción de la Constitución de 1886 (bajo la colaboración de monseñor José Telésforo Paúl); la firma del Concordato con la Santa Sede, el 31 de diciembre de 1887; y la Ley 61 de 1888, conocida como “Ley de los Caballos”, que impidió la oposición en la prensa10.

Volviendo al suplemento, el cambio de dueño no hizo variar su naturaleza, a excepción, quizás, de la publicación de algunas muestras literarias italianas, pero nada que permita identificar un potencial control de Casabianca. Esto lleva a concluir que aparentemente la visión conservadora y católica de Arciniegas fue suficiente para su nuevo dueño. Finalmente, es necesario subrayar que el suplemento se canceló en 1929, tres años antes del cierre del diario, fecha que coincide justamente con la poca injerencia que el gobierno conservador empezó a tener, obviamente, en el momento en que la Hegemonía Conservadora fue secundada por políticas y gobiernos de corte liberal11.

2. De influencias y modelos

Los colaboradores de ENTL utilizaron en profusas ocasiones el término “intelectual”, pocos concep-tualizaron en torno a él, y un gran porcentaje lo utilizó haciendo referencia a autores pertenecientes a contextos diferentes al fin de siècle; así, es reiterada la mención de Sócrates, Agustín de Hipona, Leonardo da Vinci, Shakespeare y Cervantes como intelectuales. En estos casos es evidente la forma en que el término se utilizó a manera de adjetivo calificativo, en el sentido de “intelecto” o “inteligen-cia”; o también como equivalente a “culto”, “docto” y “sabio”, e incluso relacionándolo con ejercicios intelectuales propios de los “filósofos”, “letrados”, “publicistas”, “escritores” y “artistas”. En general, lo que se buscó fue relacionar el nombre del autor admirado con lo que en su momento se consideró su mayor distintivo “intelectual”; de allí, por ejemplo, que además de intelectuales fueran llamados “genios” o “glorias”. Así, para Max Grillo, los pueblos se organizan alrededor de la “gloria intelectual” de reconocidos hombres: Dante para los italianos, Goethe para los alemanes, Shakespeare para los ingleses y Cervantes para España y toda Hispanoamérica12.

Ahora bien, en términos metodológicos resulta mucho más significativo centrarse en los casos en que los colaboradores de ENTL utilizaron dicho término, pero en un intento consciente por diferenciar las características, los saberes y el campo de acción del “intelectual”, frente al “escritor” de literatura (o literato), al “crítico” literario (muchas veces denominado “ensayista”) y al hombre político o intelectual de la acción. Este uso del término estuvo ligado, claramente, con la imagen que los colaboradores de ENTL tuvieron acerca de sus referentes ideológicos, es

10 Una interpretación, aún certera, de este momento histórico, en la obra de Christopher Abel, Política, Iglesia y partidos en Colombia: 1886-1953 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1987).

11 En aras de profundizar sobre las condiciones sociales del momento, vale la pena mencionar la investigación de Miguel Ángel Urrego Intelectuales, Estado y Nación en Colombia. De la guerra de los Mil Días a la Constitución de 1991 (Bogotá: Siglo del Hombre Editores/Universidad Central, 2002), 37-82.

12 Max Grillo, “La gloria de Cervantes”, El Nuevo Tiempo Literario, 7 de febrero, 1915, 626.

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decir, de sus modelos. Tal como lo propone Coser, el intelectual siempre ha llamado la atención sobre otras realidades (contemporáneas o pasadas), en las que su labor parece ser reconocida en términos positivos13. De esta manera, la representación que los intelectuales de ENTL hicie-ron de ellos mismos dependió, en el mayor número de los casos, de la comparación —directa e indirecta— con reconocidas personalidades de la época, del contexto nacional, pero en especial del contexto europeo.

Los colaboradores de ENTL llamaron la atención sobre una serie de intelectuales europeos, casi todos ellos franceses y españoles, además de algunos ingleses y alemanes. Éstos fueron vistos como ejemplos a seguir, modelos de pensamiento y comportamiento civil. De entre todos escogieron a publicistas, literatos, críticos de literatura, filósofos e historiadores. En muy pocas ocasiones llamaron la atención sobre estadistas. Asimismo, dibujaron una imagen del intelectual aislado, solitario, privado de las funciones domésticas, a veces incluso célibe, pero sobre todo ávido lector e incomprendido por su responsabilidad con la “verdad” y la “razón”. Por ejemplo, Carlos Arturo Torres subrayó la importancia de Spencer, de quien admiraba su “tolerancia inte-lectual”, la que el colombiano califica como condición necesaria de la cultura y de la inteligencia moderna. La admiración del colombiano por el inglés lo llevó a compararlo, incluso, con Aristó-teles14. Otro intelectual destacado por Torres es el filósofo alemán Nietzsche, de quien resalta su faceta como pensador y poeta. De su poesía dice que tiene “el sello indiscutible del genio”, una característica que está más relacionada con el propio pensamiento que con la creación poética15. Asimismo, ENTL publicó un ensayo del filósofo alemán en el que se ocupa de los “genios soli-tarios” e “incomprendidos”, exactamente de Beethoven, Goethe, Schopenhauer y Wagner. Para Nietzsche, estos autores “no quieren otra cosa que la verdad y franqueza”, y por eso sus actos no pueden ser menos que “explosiones”16.

Entre los franceses, los autores más citados como intelectuales en ENTL fueron los filósofos y críticos literarios. De entre todos ellos sobresale Hippolyte Taine, de quien se publicaron frag-mentos de su obra y noticias de la reedición de sus libros, pero sobre todo notas biográficas y estudios de su personalidad. Uno de las más dicientes es la traducción de J. Pontón de un estudio de Melchior de Vogüé, en donde Taine es llamado “El jefe” de “las letras francesas”. Vogüé aclara que Taine no es un hombre ordinario, sino un hombre que dedicó su vida a la lectura y al estudio, en pro de la “verdad” y el “bien”, lo que lo asemeja, incluso, a un “santo”17. Como se verá cuando se hable de Julien Benda, equiparar a los intelectuales con figuras religiosas es una constante, en el sentido de que los intelectuales deben ser fieles al raciocinio y a la justicia.

Para los integrantes de ENTL, los intelectuales que admiraban tenían tanta importancia en sus naciones de origen como en la Colombia de principios del siglo XX. De esta manera, estos intelectuales fueron considerados “ideólogos” y “pensadores”, hombres que indicaban la manera en que la sociedad debía pensar. Así, para Torres la obra de Edgar Quinet es toda ella una defensa

13 Lewis A. Coser, Hombres de ideas. El punto de vista de un sociólogo (México: FCE, 1968 [1965]), 238-254. Para el autor se trata de una lectura parcial, limitada, que el intelectual hace de dichas realidades, de allí la admiración exacerbada por lo foráneo, lo que el autor ha dado en llamar “La salvación en el extranjero”.

14 Carlos Arturo Torres, “Herbert Spencer”, ENTL, 31 de enero, 1904, 497.15 Carlos Arturo Torres, “Nietzsche poeta”, ENTL, 14 de junio, 1903, 52.16 Friedrich Nietzsche, “Los espíritus solitarios”, ENTL, 4 de agosto, 1903, 166.17 Melchor de Vogüé, “Hipólito Taine”, ENTL, 24 de mayo, 1903, 8.

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de la “democracia y de la República, de la independencia y de la libertad, no sólo de su patria sino de todos los pueblos oprimidos de la tierra”; por ello, el francés es reconocido por Torres como una “conciencia”18. Ahora bien, un elemento particularmente repetitivo: las noticias biográficas y los estudios enfocados en los intelectuales europeos buscaron exponer al hombre ideológico, más que al literato o al crítico de arte; en este mismo sentido, estas formas textuales establecieron las características que debían tener los intelectuales colombianos. El lugar común parece ser el “compromiso” del profesional con la “verdad” y la “justicia”, lo que lo convierte en un intelectual, más que el hecho de dedicarse a la creación ficcional. Esta preferencia por la faceta ideológica se patentiza en el nombre del reconocido Émile Zola.

2.1. Émile Zola y el caso DreyfusComo se sabe, el término “intelectual” nació, conceptualmente, en medio del denominado caso Dreyfus; fue en ese momento que el adjetivo se convirtió en sustantivo19. En 1894, el capitán francés, y judío, Alfred Dreyfus fue acusado injustamente de alta traición y condenado a cadena perpetua. La extrema derecha y los antisemitas que lo acusaban utilizaron el término “intelec-tuales” para designar negativamente a los defensores, entre quienes se contaba al escritor Émile Zola, quien publicó su carta Yo acuso, dirigida al presidente de la República, Félix Faure, en L’Au-rore, el 13 de enero de 1898. La intervención de Zola puso en entredicho al Estado francés, al poder judicial, a la Iglesia, a los medios de comunicación y a la opinión pública, y lo convirtió en el hombre de letras disonante, comprometido con la verdad y la justicia20.

En Colombia, la imagen de Zola como intelectual trascendió la que ya tenía desacreditada como escritor naturalista. Fue un hecho que la crítica literaria conservadora atacó los temas, los personajes y las descripciones experimentales de Zola. En 1899 se tildó al naturalismo (su escuela artística) de realismo “grosero”, y se le atacó por su afición a las “escenas repugnantes” y a las “podredumbres sociales”21. En contraste, durante el siglo XX Zola fue leído como un hombre de ideas y defensor de la razón. En este sentido, ENTL tradujo más textos críticos escritos por el fran-cés que sus propias muestras literarias. Uno de esos textos dicta que todo hombre debe “actuar” y “pensar” al unísono (mientras que el militar sólo actúa y el filósofo sólo piensa), al tiempo que certifica la acción intelectual del literato: “los escritores somos la gran fuerza con nuestro tintero y nuestra pluma: somos los dueños de los oídos y del corazón del pueblo”22.

Lo mismo sucedió en el caso de la publicación de textos críticos sobre la obra literaria de Zola: poco importó el análisis de sus novelas, en comparación con la comprensión de sus ideas. Incluso, cuando se publicó alguna reseña sobre su obra literaria, ésta se centró —con regularidad— en algún

18 Carlos Arturo Torres, “Edgar Quinet”, ENTL, 1 de noviembre, 1903, 369.19 Su importancia ha hecho que, luego de la Revolución Francesa, sea el acontecimiento más historiado en Francia.

François Dosse, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual (Valencia: Universitat de València, 2007 [2003]).

20 Émile Zola, Yo acuso. La verdad en marcha (Barcelona: Tusquets Editores, 2006 [1901]). Es de anotar que Zola ya había publicado tres artículos sobre el mismo caso en 1897, en el periódico Le Fígaro, pero éste se negó a seguir haciéndolo; también había publicado dos artículos en formato folleto, y además de la carta al presidente Faure publicó ocho textos más en L’Aurore. Por último, en 1901 recopiló estas publicaciones antecediéndolas de algunas notas explicativas y un Prólogo, lo que da origen al libro que aquí citamos.

21 Diego Rejaz, “Conceptos sobre literatura”, Rojo y Azul, 28 de mayo, 1899.22 Émile Zola, “La tinta y la sangre”, ENTL, 29 de noviembre, 1903, 434.

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aspecto ideológico, ya fuera a través de la focalización del narrador o de la posición política de alguno de los personajes. Por ejemplo, Jean Bourdeau reseña Germinal arguyendo que la obra diferencia a las “masas ignorantes” de las “individualidades intelectuales”, entre las que resalta la personalidad del escritor23. ENTL también se apropió del caso Dreyfus; en sus páginas se dio noticia de los sucesos: apresamientos, interrogatorios, decisiones de jurados y jueces, pero sobre todo de la adhesión de los escritores y políticos del mundo en referencia a la causa del implicado. Así, fue constante la mención a la negativa que recibió la causa Dreyfus por parte de Jules Lemaître; pero en especial sobresalen las menciones al apoyo recibido por Anatole France y el político René Waldeck-Rousseau. Acerca del último, Torres publicó una amplia reseña biográfica en la que dibujó la “equilibrada modalidad intelectual” del estadista. Según Torres, Waldeck-Rousseau expuso mejor que nadie que la adhesión política no implica la abdicación de las propias convicciones, lo que debía imitarse siempre24.

La prensa política siguió de cerca lo relacionado con el caso Dreyfus. En Colombia sobresale el caso de El Republicano (Bogotá, 1907-1912), coordinado por su dueño, Ricardo Tirado Macías. Pocos medios nacionales se abstuvieron de dar cuenta de lo que iba sucediendo en París; incluso, algunos colaboradores colombianos tomaron una posición pública; gran parte de ellos pertenecía a la prensa liberal, y manifestaron su auxilio al acusado: Carlos Martínez Silva, Jerónimo Argáez, Fidel Cano, José Camacho Carrizosa, entre otros. En el caso de las publicaciones periódicas literarias sucedió otro tanto, pero en general la recepción que hicieron resultó menos comprometida. Ahora bien, en un intento por conservar su especialización, la prensa literaria reprodujo diversos comentarios y noticias que invo-lucraban el caso Dreyfus con algún aspecto del fenómeno literario, por ejemplo, ENTL publicó un estudio sobre Anatole France, donde se permite recordar la participación del poeta en la defensa del militar25; asimismo, ENTL publicitó la lectura que Leopoldo Lugones hizo en conmemoración de la vida y obra de Zola (en el Teatro Victoria de Buenos Aires, el 22 de octubre de 1902)26, entre otros.

2.2. Defender ParísLa suerte de París también unió a los integrantes de ENTL. La ciudad siguió siendo la capital cultural e intelectual de Occidente, aun en los momentos en que sus propios intelectuales desacreditaron las decisiones de su Gobierno (en el ya aludido caso Dreyfus). La oposición de los intelectuales reafirmó la validez de París y de todo su capital simbólico; recuérdese que esta reafirmación se llevó a cabo sin atender las amonestaciones y críticas del Gobierno y sus seguidores. Así, la autonomía del campo intelectual se evidenció, claramente, en el momento en que los hombres de letras intervinieron en los asuntos políticos de su país; no sólo en el caso de reconocidas personalidades, sino también en el caso de los estudiantes que marcharon y firmaron las demandas y los requerimientos a favor de la absolución del capitán Dreyfus27. En ENTL París siguió siendo admirada por tolerar ideologías forá-

23 Jean Bourdeau, “El alma de las multitudes”, ENTL, 8 de junio, 1913, 533-535.24 Carlos Arturo Torres, “Waldeck-Rousseau”, ENTL, 20 de noviembre, 1904, 373.25 Eduardo Gómez Carrillo, “La obra política de Anatole France”, ENTL, 4 de noviembre, 1906, 491.26 Leopoldo Lugones, “Homenaje a la memoria de Zola”, ENTL, 29 de noviembre, 1903, 436-442.27 Las protestas, las demandas y los requerimientos fueron listados de reclamos firmados por un número crecido de

personas, en aras de impactar en las decisiones gubernamentales, aludiendo al efecto masa; en contraposición, el cuestionario fue diligenciado por una autoridad reconocida en su momento. Éstas y otras formas de protesta son estudiadas por Christophe Charle para establecer la conciencia y el significado que los “intelectuales” tuvieron de ellos mismos durante el caso Dreyfus. Christophe Charle, El nacimiento de los “intelectuales” (Buenos Aires: Nueva Visión, 2009 [1990]), 105.

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neas a las de su propio establecimiento gubernamental, puesto que el imaginario colectivo la siguió representando como el lugar ideal para crear y pensar, y el viaje-procesión a París siguió siendo tan popular como lo había sido a finales del siglo XIX: los intelectuales buscaron en ella su formación académica y estética, al mismo tiempo que buscaron la manera de ser reconocidos e impactar en su campo específico, adscribiéndose a la propia dinámica cultural de la ciudad28.

Esta admiración y este respeto por París se reafirmaron, nuevamente, en el momento en que Ale-mania irrumpió en Francia, en los inicios de la Gran Guerra, conocida hoy como la Primera Guerra Mundial: 1914-1918. Sólo habían pasado algunos meses de iniciada la intervención cuando el joven colombiano Luis Eduardo Nieto, quien había tenido la oportunidad de formarse en la capital francesa, publicó en ENTL su posición antialemana. El intelectual rechazó la intervención, denigró la supuesta efectividad de la guerra, pero sobre todo lamentó el potencial daño de la ciudad, y además aseguró: “París es todo el vicio, pero al mismo tiempo toda la virtud del orbe […] París es la humanidad en minia-tura […]”29. En este mismo sentido, la participación del venezolano Rufino Blanco Fombona es tajante, por ejemplo, en “Notas de amor”, el escritor alude al poema de Prudhomme, quien llama la atención sobre una “enfermedad” que no tiene cura y que se llama Alemania: “Un día nos sorprende; nos invade, nos hace su presa; somos suyos. ¿Cómo? Lo ignoramos”30. De esta manera, si los críticos literarios y escritores franceses son el parangón intelectual para una parcela de estudiosos colombianos de princi-pios del siglo XX, París es el centro intelectual que posibilita el pensamiento, la disonancia y la razón.

Durante la Gran Guerra, ENTL publicó de manera especial muestras de afecto dirigidas a la civilización francesa, mientras que fue poco lo que se advirtió sobre la suerte de las otras naciones europeas involucradas. Asimismo, en el caso de las críticas, todas parecían dirigidas a los alema-nes, pero no sólo al gobierno de turno, sino que también se generalizaron a toda su idiosincrasia. De esta manera lo hizo, por ejemplo, Paul Bourget (en traducción de Luis Alejandro Caro): para el francés, el “vicio intelectual” de “la guerra”, propio de los alemanes, se propagó también por culpa de la tradición kantiana y las ideas de Goethe31. Es significativo que seguido de este ensayo se haya publicado el poema “Los bárbaros”, del escritor colombiano Federico Rivas Frade, poema de 33 estrofas, en cuatro partes, que versa sobre los alemanes y en el que se puede leer: “Hoy visten uni-formes de correcta elegancia,/ rigen los dirigibles y los acorazados,/ espanto y muerte siembran a lenguas de distancia/ y a sí mismos se llaman pueblos civilizados”32.

El 23 de mayo de 1915 ENTL publicó “La opinión de Rodó sobre la guerra”. El texto fue ideado por la coordinación del suplemento y está compuesto por una serie de fragmentos tomados de diversas obras de Rodó, donde el autor se lamenta de la guerra e invita a la protesta y a la aversión.

28 La relevancia de París para los hispanoamericanos durante el siglo XIX se puede constatar en la investigación de François-Xavier Guerra, “La luz y sus reflejos: París y la política latinoamericana”, en Figuras de la modernidad. Hispanoamérica siglos XIX-XX, compilado por Annick Lempérière y Georges Lomné (Bogotá: Universidad Externado/Instituto Francés de Estudios Andinos, Taurus, 2012), 391-405. En otra ocasión se adelantó un estudio sobre la influencia de la capital francesa para los colombianos, escritores de literatura, en el fin de siècle: Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, “Destino París. El sistema literario francés en la prensa literaria colombiana. El caso de Revista Gris (1892-1896), Revista Contemporánea (1904-1905) y Trofeos (1906-1908)”. Anales de Literatura Hispanoamericana 43 (2014): 63-84, doi: dx.doi.org/10.5209/rev_ALHI.2014.v43.47113.

29 Luis Eduardo Nieto Caballero, “En las puertas de París”, ENTL, 4 de octubre, 1914, 375.30 Rufino Blanco Fombona, “Notas de amor”, ENTL, 15 de noviembre, 1914, 461.31 Paul Bourget, “Kant y Goethe”, ENTL, 18 de abril, 1915, 130.32 Federico Rivas Frade, “Los bárbaros”, ENTL, 18 de abril, 1915, 136.

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Para ese entonces Rodó ya era considerado un guía intelectual de América, y en Colombia la lec-tura de sus ideas se debía, en gran parte, al trabajo realizado por Torres, quien había acogido sus ideas a finales del siglo XIX y principios del XX. Las palabras del uruguayo se tornaron en bandera y resumen de la propuesta de gran parte de los colaboradores del suplemento:

“No quiero ni puedo ser imparcial. Mi razón serena aprueba y confirma los espontáneos impulsos de mi sentimiento, y mi sentimiento y razón me llevan […] allí donde reconozco mis afectos de raza, mi concepción de los destinos humanos y la filiación de mis ideas […] La causa de Francia y sus aliados es, en el más alto y amplio sentido, la causa de la humanidad”33.

Ahora bien, la diferencia entre colaborar literariamente para un medio periódico y pensar y disonar al modo de Spencer, Taine, Nietzsche o Zola se hará más patente en la dicotomía que para fines del siglo XIX se conocerá como la tensión entre los escritores pertenecientes a la tradición hispanista, conformada por quienes ejercían el poder político en altos cargos gubernamentales, y los jóvenes defensores de corrientes modernistas, muchos de ellos estudiantes y profesionales que laboraban en universidades y otros cargos menores. De esta manera, es evidente la diferenciación que se lleva a cabo en ENTL de dos funciones intelectuales, entre escribir literatura y pensar.

3. Literatura e ideas

Existió, a finales del siglo XIX y principios del XX, una brecha entre hacer literatura y pensar. Para algunos agentes, como la élite conservadora hispanista, el compromiso político en lo literario era conditio sine qua non. Su compromiso los convirtió, para sus opositores, en escritores programá-ticos, defensores en su literatura de ideales y valores, pero no en intelectuales, ya que en lugar de defender la razón amañaban el discurso a sus propios intereses. Por su parte, los tradicionalistas acusaron a los jóvenes modernistas de “apáticos”, y a su literatura, de “vacía”. Incluso un hombre como Tomás Carrasquilla se opuso a la experimentación formal moderna sobre la descripción detallada de la realidad34. Para muchos, los modernistas no pensaban, tampoco hacían literatura, y sus textos sólo resultaban provocadores35. Por su parte, para los modernistas su obra estaba guiada por el único fin de suma relevancia: la máxima del arte por el arte; así, el contenido de sus obras pasó a un segundo plano frente a la propia composición y la experimentación formal.

La anterior idea no significó que los modernistas no se permitieran el raciocinio en sus obras, además de lo que ya implicaban sus composiciones en términos de métrica, por ejemplo, o en la

33 José Enrique Rodó, “La opinión de Rodó sobre la guerra”, ENTL, 23 de mayo, 1915, 193.34 Tomás Carrasquilla, “Homilía N. 1”, Alpha, 1 de marzo, 1906, 1-15. Véase también a Luis María Mora, para

quien el simbolismo y el decadentismo son “anárquicos”, tanto en la forma literaria (la métrica inexistente, por ejemplo) como en el contenido de sus historias (libre de influencias ideológicas “positivas”). Además, dice el crítico, las obras modernistas son “vagas”, centradas en lo sonoro más que en las ideas; de allí que prefieran el “artificio” sobre el arte, y por eso el misticismo que profesaban era “inmoral” y “dañino”; inspirado por las drogas y no por el sentimiento religioso. Luis María Mora, De la decadencia y el simbolismo (Bogotá: Imprenta Nacional, 1903), 105.

35 Ya se han abordado aquí las discusiones y tensiones entre la élite hispanista colombiana y los “jóvenes” modernistas, en: Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez y Diana María Barrios, “Entre la norma y la ruptura, entre lo clásico y lo moderno. La crítica literaria colombiana en la prensa de 1900 a 1920”, en “La busca de la verdad más que la verdad misma”. Discusiones literarias en las publicaciones periódicas colombianas 1835-1950, coordinado por Olga Vallejo (Lima: Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar, 2015), 121-157.

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producción de imágenes y en la experimentación con símbolos, donde fue usual que los moder-nistas, haciéndose un espacio en el campo intelectual, se dieran a la tarea de evaluar el arte, y que también se permitieran la disquisición de temas contemporáneos. En este caso, el nombre de Baldomero Sanín Cano resulta una referencia obligada, referencia que ha opacado para la crítica actual los nombres de Max Grillo y Víctor M. Londoño, entre muchos otros. La disyuntiva entre hacer literatura y pensar permitió diferenciar al literato del intelectual, o por lo menos así lo plan-teaba Remy de Gourmont, para quien Victor Hugo es “uno de los más grandes poetas”, aunque sea un “filósofo humilde”: “Han existido grandes pintores, grandes escultores, grandes músicos casi desprovistos de inteligencia”36. Dado lo anterior, para Manuel F. Robles es sorprendente encon-trar en un solo hombre el “espíritu crítico” junto con el “creativo”: “Cierto que raras veces corren parejas, en una misma personalidad, las facultades creadoras con el espíritu crítico que todo lo analiza con una frialdad desesperante. Es que el análisis las más de las ocasiones no deja florecer con lozanía las llamas de la inspiración”37.

Ahora bien, para Torres era necesario hallar un punto medio entre la escritura ficcional y el pensamiento, de allí su propuesta de una “literatura de ideas”. Para el colombiano, no se trata de una literatura de “tesis” o “docente”, como la poesía política de Rafael Núñez y que critican los jóvenes modernistas; para él se trata de “la literatura de finalidad, el arte puesto al servicio de las eternas aspiraciones humanas, ennoblecido por las grandes ideas”38, y explica: si antes las ideas invadían el terreno literario, lo que se necesita ahora es que la literatura invada el terreno de las ideas. Torres encabeza una tradición mediadora entre la tensión “tradición” y “renovación”: a la tradición le niega la posibilidad de la literatura comprometida, y a la segunda, la especificidad en la forma, pues lo literario también debe ser “fondo” (o contenido, en términos teóricos actu-ales). En su propuesta, Torres también utiliza a Victor Hugo, pero en este caso para ejemplificar la comunión entre arte e ideas; y en el caso colombiano utiliza a Santiago Pérez, a quien ya le había dedicado un número completo en ENTL, y de quien decía: “Entre las cimas intelectuales de Amé-rica […] era una cumbre”39.

Ahora bien, a pesar de la salida que Torres descubre para solventar la tensión entre literatura y pensamiento, muchas fueron las críticas y la fuerte censura para quienes no marcharon al ritmo de una literatura comprometida con lo político: la conjeturada “apatía” del escritor no comprome-tido siguió siendo estereotipada, incluso, entrado el siglo XX; sin embargo, la imagen del escritor recluido en su famosa torre de marfil fue reemplazada gradualmente, al tiempo que las manifes-taciones modernistas se colaban en el campo literario. Para finales de la década de 1920, eran los escritores “populares” quienes estaban en la mira de los críticos tradicionalistas, ya que pensa-ban que aquellos sólo escribían para entretener. De esta manera, Guillermo Camacho y Montoya atacaba a los nuevos lectores y escritores: “Obsérvese que las generaciones anteriores a la actual

36 Remy de Gourmont, “El genio poético”, ENTL, 26 de enero, 1913, 225 y 226.37 Manuel F. Robles, “Antonio Gómez Restrepo”, ENTL, 25 de julio, 1915, 337. Es de anotar que para el crítico

sólo hombres como Bourget y France combinan de manera elocuente las esferas literaria y crítica; a su parecer, el hombre más cercano a dicho ideal en Colombia es Antonio Gómez Restrepo.

38 Carlos Arturo Torres, “La literatura de ideas. Discurso de Recepción en la Academia Colombiana de la Lengua, el 10 de julio de 1910”, en Obras, prólogo, compilación y notas por Rubén Sierra Mejía, tomo II (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2002 [1910]), 351-352.

39 Carlos Arturo Torres, “Santiago Pérez”, ENTL, 30 de agosto, 1903, 225.

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tenían unas preocupaciones más serias. Pensaban en las fórmulas de gobierno, en los libros, y si se reunían en un café era para intentar derrumbar un gobierno”40. Para el crítico, los escritores ya no escriben para que la gente piense, pues están preocupados por el éxito de su obra.

Por aspectos como los descritos, en ENTL, a lo largo de la década de 1920, la crítica contra lo nuevo dejará de aludir directamente al modernismo y se centrará en los movimientos de vanguar-dia; aunque las razones formales y de contenido contra “lo nuevo” seguirán siendo las mismas, así como la negativa de la tradición a aceptar la aparente falta de compromiso político de estas mani-festaciones. A pesar del ambiente retratado hasta aquí, no sobra indicar que existieron maneras y formas estéticas, las cuales permitieron contrarrestar la aparente tensión irreconciliable entre pensar y hacer literatura. Éste es el caso de la siguiente forma literaria.

3.1. “El ensayo a la manera inglesa”Esta forma literaria permitió la impresión de ideas y puntos de vista sin necesidad de compro-meter el aspecto estético de lo literario. También posibilitó la opinión personal, sin ligar de raíz lo estético. “El ensayo a la manera inglesa” (essay), a diferencia del ensayo francés (essai), tenía la amplitud que su autor podía necesitar a la hora de debatir (aunque regularmente también resulta-ban ser cortos), así como compartía con su vecino la libertad y la flexibilidad en la escogencia de su contenido y en su procedimiento argumentativo. En ellos había una intención dialogal; de allí que muchos mencionaran explícitamente al lector y apelaran a su juicio crítico. Otra característica de estas formas es que no poseían una estructura prefijada, tal como sucedía, por ejemplo, con el estudio monográfico o el estudio científico.

La especificidad en el caso inglés hacía referencia exacta al ejemplo que habían dado los ensayis-tas románticos ingleses, pero sobre todo a la obra de reconocidos publicistas que se habían editado en sus propios medios periódicos; vale la pena resaltar los nombres de los ingleses Richard Steele y Joseph Addison, quienes impulsaron sus obras y las de diversos escritores en dos de sus diversos medios periódicos: The Tatler (1709-1711) y The Spectator (1711-1712)41. La mayor cualidad del ensayo a la forma inglesa, y que parece ser el ideal que buscaban los autores colombianos de prin-cipios del siglo XX, estriba en la confluencia de un estilo ágil, abierto a un público amplio, pero sin dejar de ser riguroso, agudo, además de fino (es decir, bien escrito en términos gramaticales).

La denominación “ensayo al estilo inglés” aparece, incluso, consignada en el Prólogo-Revisión que Carlos Arturo Torres redactó una vez finalizado el primer año de actividades de ENTL. Para el colombiano, esta forma —junto con la crítica literaria y los géneros ficcionales— apareció copio-samente publicada y se seguiría haciendo en el suplemento, siempre y cuando los textos acataran las normas de la moralidad y la correcta escritura42. Ahora bien, en Colombia esta forma literaria estuvo relacionada con los jóvenes modernistas, mucho más que con los autores pertenecientes a la tradición hispanista: mientras los últimos ejercían su autoridad literaria, al tiempo que ejercían el poder político, los primeros blandían argumentos en su contra y a favor de una nueva manera de ver las cosas. Así, vale la pena resaltar que en 1914 ENTL publicó “Los escritores modernos de la

40 Guillermo Camacho y Montoya, “Más notas sobre Baroja”, ENTL, 17 de septiembre, 1927, 602.41 No sobra indicar que Terry Eagleton considera que el trabajo llevado a cabo por este par de publicistas

es signo inicial del nacimiento de la crítica moderna. Terry Eagleton, La función de la crítica (Barcelona: Paidós, 2012 [1996]), 21.

42 Carlos Arturo Torres, “El Nuevo Tiempo Literario”, ENTL, mayo, 1904, iii-iv.

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América Latina”, del peruano Francisco García Calderón, donde el autor enumera una serie larga de “modernistas”, quienes resultaban ser —todos ellos— “ensayistas a la manera inglesa”43. Es en este mismo sentido que, para Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes resultaba un ensayista: “Y se parece, en verdad, a [los] ensayistas ingleses: no a la grave familia, filosófica y moralista, de los siglos XVII y XVIII, ni a la familia de polemistas y críticos del XIX, sino a la de los ensayistas libres del periodo romántico […]”, tales como Lamb y Hazlitt, por ejemplo44.

Por último, vale la pena resaltar que esta forma literaria también permitió la producción crítica sobre lo literario. En el suplemento hay varios ejemplos de sumo interés, que bien pueden dar cuenta de este asunto45; sin embargo, las palabras de Gustavo Gallinal resumen el fenómeno en un texto sobre la vida y obra de Rodó, en donde el autor expone que la crítica literaria puede estar emparentada con una forma literaria que permita el estudio serio y el tratamiento ágil:

“Crítica literaria concebida, no como un género circunscripto al comentario de libros, sino de fronteras abiertas y libres perspectivas […] La crítica, así concebida, tiene la amplitud y libertad del ensayo al modo inglés, género ondulador y flexible, de contenido virtualmente sin límites, como creado para contener la producción total de espectadores y comentadores de la vida moderna en su infinita variedad de aspectos y paisajes”46.

En este sentido, para Gallinal, y siguiendo muy de cerca los postulados de Carlos Arturo Torres en Los ídolos del foro, el ensayo resulta, y cita al colombiano, “el más vasto y complejo de los géneros literarios, rico museo de la inteligencia y la sensibilidad donde, a favor de una amplitud ilimitada de que no disponen los géneros sujetos a una arquitectura retórica, se confunden el arte del historiador, la observación del psicólogo, la doctrina del sabio, la imaginación del novelista, el subjetivismo del poeta”47. Si para algunos agentes literarios existió una brecha entre hacer lite-ratura y pensar, esta brecha fue mayor entre hacer literatura y dedicarse a la política. De nuevo, se trató de una crítica a la falta de compromiso de ciertos escritores: para los hispanistas, ambas facetas estaban unidas, pero para los modernistas lo literario no podía ser “contaminado” con lo político. Ahora bien, el tema adquirió otros matices entre los agentes partícipes.

4. Literatura y acción política

ENTL publicó un texto de Pierre Drieu La Rochelle en el que el autor llama la atención sobre “una traición de los escritores […] más grosera, más evidente que aquella denunciada por Julien Benda”: se trata de la “ambición política” —por su parte, Benda había revelado la adhesión política de los

43 Francisco García Calderón, “Los escritores modernos de la América Latina”, ENTL, 5 de julio, 1914, 185. Entre ellos, sobresalen: José Enrique Rodó, Manuel Baldomero Ugarte, Baldomero Sanín Cano, además de Emilio Becker, Ricardo Rojas, Manuel Díaz Rodríguez, Pedro Emilio Coll, Manuel González Prada, José de la Riva Agüero, Pedro Enríquez Ureña, Carlos Reyles, Oliveira Lima y José Verissimo.

44 Pedro Henríquez Ureña, “Alfonso Reyes”, ENTL, 4 de febrero, 1928, 926.45 Carlos Arturo Torres, “Del movimiento literario en la Europa contemporánea”, ENTL, 23 de junio, 1907, 347-

350; Antonio Gómez Restrepo, “Prólogo a la antología de poetas colombianos (de Fernando de Ory)”, ENTL, 19 de julio, 1914, 209-233.

46 Gustavo Gallinal, “La crítica de Rodó”, ENTL, 22 de octubre, 1927, 683.47 Carlos Arturo Torres, citado por Gustavo Gallinal, “La crítica de Rodó”, 683-684.

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intelectuales—48. Para el crítico, un escritor no debe ambicionar ingresar a la política, pues su arte debe trascender la enseñanza de ideales y valores:

“El escritor no necesita, para servir los grandes intereses sociales que se agitan siempre en su pecho a la vez que los demás intereses humanos, entrar en la política. Esto no puede creerse si no se ven las consecuencias secretas, pero inmensas y rápidas, que tienen en el mundo las obras literarias. Las obras son pura acción en sus efectos, porque son pura acción en su principio: son producidas por la disciplina más enérgica que un hombre puede imponerse a sí mismo”49.

Ingresar a la política, en palabras del crítico, traía consecuencias negativas para el mundo del arte, un punto que parecería entreverse en el caso de Lamartine, quien en sus funciones oficiales descuidó su obra literaria50. La posición de La Rochelle —mantenerse al margen de lo político— tenía su origen en las palabras de Julien Benda, quien dos años atrás había establecido la diferencia entre “intelectuales” y “artistas”, en La Trahison des clercs, literalmente La traición de los clérigos. En este texto hacía alusión a que la misión del intelectual, es decir, su “compromiso crítico” en pro de los derechos universales, es un sacerdocio que debe ser ejecutado con la más alta conciencia. El libro fue traducido como La traición de los intelectuales, y, a pesar de lo que se cree, el estudio no se opone al ejercicio político del intelectual, pero sí a la adhesión del intelectual a las “pasiones polí-ticas”. De esta manera, plantea que los intelectuales, entre ellos críticos, filósofos e historiadores, deben disonar de las pasiones políticas. Ahora bien, y aquí la mayor diferencia entre los dos críti-cos, Benda sí consideró oportuno que los artistas —poetas, novelistas y dramaturgos— pudieran hacer gala de sus ideas políticas, pero exclusivamente en su arte: “No hay que pedir a los poetas que separen sus obras de sus pasiones. Estas son la sustancia de aquéllas, y la única cuestión consiste en saber si fabrican sus poemas para verter sus pasiones o si buscan pasiones para hacer sus poemas”51.

Ahora la disyuntiva entre el arte literario y la acción política podía ser entendida de otra manera, por lo menos para los colaboradores de ENTL. El eje de la discusión se centraba en lo que dieron en llamar “preconcepción intelectual”, propuesta que permitía diferenciar al “sabio” del “pensa-dor”, según los propios términos de Antonio José Iregui, quien evalúa la obra de Salvador Camacho Roldán. Para Iregui, el “sabio” acumula conocimiento, tal como se puede evidenciar en los hombres de letras de Colombia, en los académicos, poetas y estadistas, pero es en el “pensador” en donde se origina el conocimiento. Dado lo anterior, llama “intelectual” a Camacho Roldán, pues su pensa-miento nunca ha estado sujeto a “ninguna preconcepción” política, religiosa, estética, entre otras52. Es de anotar que para el crítico las preconcepciones no soportan el análisis de la razón, puesto que su fundamento está originado en consideraciones amañadas por la pasión política, religiosa o estética.

En el suplemento se produjo un fenómeno que permite desentrañar el asunto: cuando Torres fungía como coordinador realizó la evaluación de las “cimas intelectuales”, el caso de Santiago

48 Pierre Drieu La Rochelle, “Los escritores y la política”, ENTL, 23 de noviembre, 1929, 1897.49 Drieu La Rochelle, “Los escritores y la política”, 1898.50 Además, asegura el crítico: “Cuando un literato baja a la arena, siempre tiene enfrente a un hombre de

acción, delante del cual el intruso parece pequeño: Chateaubriand y Benjamín Constant parecen pequeños ante Bonaparte; D’Annunzio en Fiume resulta pequeño ante Mussolini en Roma; Maurras es pequeño ante Clemenceau”. Drieu La Rochelle, “Los escritores y la política”, 1897. Énfasis del autor.

51 Julien Benda, La traición de los intelectuales (Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1951 [1927]), 66-67.52 Antonio José Iregui, “Ensayos biográficos. Salvador Camacho Roldán”, ENTL, 17 de julio, 1904, 228-229.

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Pérez y una serie de autores ingleses, alemanes y franceses, tal como ya se ha mencionado y expuesto en este artículo. Cuando el suplemento pasó a manos de Arciniegas, el nuevo director intentó continuar con dicha tarea, estudiando primero a Ricardo Sánchez Ramírez y luego a Luis Trigueros. Lo interesante es que para ese entonces se publicó también un texto de Torres dedicado a Manuel Murillo Toro, pero dicho texto está antecedido por una aclaración de la “Coordinación”, en la que se lee explícitamente que la inserción de dicho texto no significa que “[en el suplemento] estemos en un todo de acuerdo con gran parte de ideas en él contenidas”53. Es la primera vez que se hace esta aclaración; anteriormente parecía existir un consenso entre las opiniones impresas y las ideas de la coordinación, incluso cuando las ideas resultaban contradictorias. Ahora las cosas han cambiado de manera radical, la coordinación de Arciniegas deja muy en claro lo que no está en consonancia con su forma de pensar, en este caso particular, con la defensa del pensamiento del liberal Murillo, expuesta por Torres.

La adhesión interesada a una idea política, sobre la propia razón y justicia, fue el motivo con-cluyente que les permitió a los modernistas atacar la tradición. No se trataba de acusar las obras que defendían una idea o un valor, puesto que finalmente ellos también lo hacían; se trató del hecho de que dicha idea o dicho valor no soportaba el juicio y el raciocinio. Para los jóvenes modernistas resul-taba caduco limitar su horizonte de expectativas intelectuales a la esfera española, no abrirse a otros contextos y lenguas, así como a la experimentación de temas, formas y procedimientos de creación y composición. La fuerte relación que para ese entonces existía entre la Iglesia católica y el Estado tampoco fue aceptada por los modernistas, aunque nunca se opusieron a la presencia de la fe en la vida diaria de las personas; sin embargo, revaluaron la autoridad de la Iglesia con respecto a los temas y metodologías de la enseñanza pública de la que se hacía cargo la Iglesia católica desde 1887, una vez firmado el Concordato con la Santa Sede.

Conclusiones

En los últimos cuadernillos del suplemento, cuando se ingresa a la década de 1920, queda una sensación de desasosiego: las participaciones de Torres, obviamente, han desaparecido; también las diversas colaboraciones de la falange modernista, quizás con la excepción de algunas noti-cias sobre las labores de Baldomero Sanín Cano en el extranjero; gran parte de los textos críticos publicados en la época responden a los nombres de su coordinador Arciniegas, junto con Antonio Gómez Restrepo y Eduardo Castillo, todos ellos de alto cuño conservador y representantes aún de una visión romántica de lo literario, aunque la poesía siguió siendo el género más publicitado; y el suplemento como conjunto perdió fuerza ante la edición de los suplementos de los dos diarios más importantes que aún en la actualidad existen en Colombia: El Tiempo y El Espectador. En sus años finales, el suplemento tiende a ser más monofónico; ha pasado mucho tiempo desde la confluencia de la diversidad y las opiniones encontradas. El estado del suplemento se parece al que Manual A. Bonilla había impreso, en 1911, ante la muerte en Francia de Rufino José Cuervo:

“Los grandes hombres se van. Aún tiembla el suelo colombiano por la caída de aquel roble —Caro— que sombreaba nuestra selva sagrada; y ahora se desploma, con estrépito continental, Cuervo, el otro árbol grandioso, que elevó tanto el ramaje como para que le viese todo el mundo.

53 Carlos Arturo Torres, “Murillo”, ENTL, 30 de julio, 1905, 122.

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Y para desgracia común, alguna de las encinas que ya tocaba las primeras ramas de aquellos robles, fue á rodar al abismo: aquel sembrador de ideas que se llamó Carlos Arturo Torres no verá el fruto de sus altos empeños, porque la tumba reclamó para sí la flor de ese noble espíritu, todo luz y armonía, ecuanimidad y justicia, fe y patriotismo, que lo hicieron grande apóstol del ideal y caballero del Espíritu Santo”54.

ENTL desaparece sin dar noticia alguna, quedando apenas en la mente de algunos de sus cola-boradores que hacen menciones varias en entrevistas y conversaciones. Incluso en la actualidad, los estudios históricos-literarios suelen pasar rápidamente por el hecho de que gran parte del trabajo intelectual de los escritores colombianos se centró en las páginas de éste y otros medios periódicos. En este caso, la crítica e historia literarias han desatendido la manera en que el suple-mento expuso, continuamente, las cercanías y diferencias entre disímiles roles intelectuales: escribir literatura, hacer crítica literaria y desempeñarse en las lides políticas. Aunque podían ser ejecutadas por una misma persona (el caso de Caro, por ejemplo, o el de Torres, quien incluso fue uno de los pocos críticos del conservatismo invitado a participar activamente en comisiones gubernamentales), por lo general fueron diferenciadas por la falange modernista, quien exigía que la tercera práctica no se inmiscuyera en las dos primeras, las cuales consideraban prioritarias en un país imbuido del afán de lucro y plagado de analfabetismo.

La crítica en contra del intelectual comprometido políticamente se centraba en el hecho de que no contaminara su obra artística con sus ideas y dogmas. El hombre político podía ser res-petado siempre, pero no así el escritor comprometido, y mucho menos con “preconcepciones” o lugares comunes, es decir, con ideas que no soportaran el análisis concienzudo, científico, de los argumentos. En este sentido, formas textuales como la nota, la reseña y el ensayo al modo inglés permitieron que los jóvenes opinaran sin comprometer sus ejercicios literarios. No es gratuito que hayan sido justamente ellos quienes emprendieran esta marcha y lucha textual, pues eran quie-nes debían hacerse un espacio en el panorama intelectual de la nación. Grandes personalidades extranjeras sirvieron de ejemplo cuando los hombres de letras se pensaron a sí mismos como inte-lectuales, y de ellos se copian incluso ademanes y gustos.

La concreción del suplemento y la ejecución consciente de las diversas funciones intelectuales en él (escribir literatura, pensar y actuar políticamente), nos permiten comprender que la literatura es parte de un proceso colectivo. En este caso, un proceso que —desde sus inicios, y en un impulso que podemos calificar de moderno— intentó hacerse a las noticias, las ideas y los representantes del mundo intelectual europeo occidental. ENTL marca dicho impulso cosmopolita, aunque en sus años finales se haya visto reducido ante las nuevas publicaciones, ideadas ya bajo las políticas de la República Liberal. De esta manera, es claro poder concluir que, aun durante la Hegemonía Conservadora, y revestido bajo las políticas tradicionalistas, ENTL permitió la existencia de diver-sas maneras de pensar y sentir, las que para entonces marcaron el fin del escritor como intelectual, y que dan inicio a la división marcada de las funciones entre los profesionales, y con ello, el ingreso de nuevos tipos intelectuales, distintos al intelectual gramático y escritor de literatura.

54 Manuel A. Bonilla, “D. Rufino J. Cuervo”, ENTL, 10 de septiembre, 1911, 515.

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Gustavo Adolfo Bedoya SánchezDocente investigador de la Universidad de Antioquia (Colombia). Licenciado en Literatura por la Universidad del Valle (Colombia), Magíster en Literatura por la Universidad de Antioquia y candidato a Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Miembro del grupo de investigación  Colombia: tradiciones de la palabra  (Categoría A en Colciencias). Ha sido becario del Ministerio de Cultura (2014, 2013, 2012), la Alcaldía de Medellín (2014) y el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD, 2011). Entre sus publicaciones recientes se encuentran: “Entre la teoría y la práctica. La educación en la revista literaria Alpha (Medellín: 1906-1912, 1915): formación de una comunidad intelectual”, en Arte a seis voces. Colección Becas a la Creación. Ensayos de Crítica en Artes (Medellín: Pulso & Letras Editores/Alcaldía de Medellín, 2015), 115-145, e “Invectivas y burlas malintencionadas. La descalificación de lo literario en la prensa colombiana de fin de siglo: 1888-1918”, en El humor en la historia de la comunicación en Europa y América, editado por Antonio Laguna Platero y José Reig Cruañes (Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2015), 203-216. [email protected]

Tema abierto

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Ilustración y educación. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Nueva España (siglo XVIII)❧

Rafael Castañeda GarcíaUniversidad Nacional Autónoma de México

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.08Artículo recibido: 06 de abril de 2015/ Aprobado: 19 de agosto de 2015/ Modificado: 10 de noviembre de 2015

Resumen: El presente artículo busca mostrar la participación de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en la alfabetización de Nueva España durante el siglo XVIII. Mediante diversas fuentes documentales manuscritas y editas, se comprueba que la orden de los filipenses se sumó al proyecto ilustrado a través de la instrucción popular de ambos sexos, y la inclusión de disciplinas modernas en la oferta educativa de sus colegios y escuelas de primeras letras, particularmente en la región del Bajío.

Palabras clave: alfabetización, colegio, educación, infancia (Thesaurus); clero secular, Nueva España (palabras clave del autor).

Enlightenment and Education. The Congregation of the Oratory of St. Philip Neri in New Spain (18th Century)

Abstract: The present article seeks to show the participation of the Congregation of the Oratory of St. Philip Neri in the process of spreading literacy in New Spain during the 18th century. Through an analysis of a variety of handwritten and edited documentary sources, it shows that the order founded by St. Philip Neri contributed to the enlightened project through its work of promoting public education for both sexes and the inclusion of modern disciplines in the education offerings of its secondary and primary schools, especially in the Bajío region.

Keywords: secondary school, education, childhood (Thesaurus); spreading literacy, secular clergy, New Spain (author’s keywords).

Iluminismo e educação. A Congregação do Oratório de San Felipe Neri na Nova Espanha (século XVIII)

Resumo: Este artigo busca mostrar a participação da Congregação do Oratório de San Felipe Neri na alfabetização da Nova Espanha durante o século XVIII. Mediante diversas fontes documentares manuscritas e editadas, comprova-se que a ordem dos filipenses se somou ao projeto iluminista por meio da instrução popular da ambos os sexos e a inclusão de disciplinas modernas na oferta educativa de seus colégios e escolas de “primeiras letras”, particularmente na região do Bajío.

Palavras-chave: alfabetização, colégio, infância (Thesaurus); educação, clero secular, Nova Espanha (autor de palavras-chave).

❧ La presente investigación es parte del proyecto de posdoctorado que realiza el autor en el Instituto de Investi-gaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), financiada por el Programa de Becas Posdoctorales de la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México.

146 Ilustración y educación. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Nueva España (siglo XVIII)Rafael Castañeda García

Introducción

Felipe Neri nació el 21 de julio de 1515; contemporáneo de Ignacio de Loyola, fundó el primer Oratorio en 1575, cuando el papa Gregorio XIII donó a la comunidad la casa religiosa de Santa María in Vallicella (Italia). A partir de entonces, la Congregación de los filipenses, conformada por presbíteros y clérigos seculares1, trabajó en dos sentidos, en la atención espiritual y en la educación de las primeras letras para los desprotegidos: niños y mujeres. Desde su fundación se estableció que cada Congregación del Oratorio de San Felipe Neri fuese independiente, incluso de la que se encontraba instaurada en Roma. Esto bien podía responder a que dentro del territorio eclesiás-tico se les consideraba sometidos de manera especial a la autoridad del obispo. Pronto se crearon otros Oratorios en otras ciudades de Europa y en América, como la primera casa de los filipenses, fundada en la ciudad de Puebla de los Ángeles en 1651, apenas seis años después de haberse esta-blecido el primer Oratorio en España2. Sería incluso en el Virreinato novohispano donde se contó con la mayor presencia de la Congregación filipense en toda la América hispánica, con un total de ocho casas en las ciudades y villas de Puebla, México, Guadalajara, Oaxaca, San Miguel el Grande, Orizaba, Querétaro y Guanajuato3.

En los últimos años, la historiografía mexicana ha intentado valorar la influencia de la Iglesia sobre la sociedad colonial en ámbitos más amplios, es decir, que vayan más allá de lo espiritual, como los comportamientos sociales y los modelos ideológicos4. Por ejemplo, sobre el clero secular se conocen menos sus relaciones con los poderes locales, virreinales, y con la feligresía, que les permitieron establecerse y consolidarse5. A medida que aparecen monografías sobre individuos e instituciones del ámbito eclesiástico, va cobrando mayor relieve la hipótesis de un clero mucho

1 El deseo de San Felipe Neri, según detallan sus biógrafos, fue que “sus hijos se mantuviesen en estado de pres-bíteros y clérigos seculares, sin vínculo de votos, ni de juradas promesas, y que sirviesen a Dios libremente y con voluntad siempre espontanea, atendiendo a la propia salvación y a la del prójimo, con el desempeño de los ejercicios del Instituto […]”. P. Juan Marciano, Vida del Glorioso padre y patriarca San Felipe Neri fundador de la congregación del Oratorio, traducido por Don M. de B., tomo I (Madrid: Establecimiento tipográfico de D. N. de Castro Palomino, 1853), 242.

2 El Oratorio de Valencia fue fundado en 1645, y fue el primero en la península española. Manuel Martín Riego y José Roda Peña, El Oratorio de San Felipe Neri de Sevilla. Historia y patrimonio artístico (Córdoba: CajaSur, 2004), 48.

3 No se incluye en esta lista los oratorianos de León (Guanajuato), pues su fundación data de 1838. En otras pose-siones españolas de Ultramar, hasta ahora se han localizado para este mismo período siete casas de los filipenses en La Habana, Santiago de Guatemala, Panamá, Lima, Sucre, Quito y Bogotá.

4 Alicia Mayer, “La Reforma Católica en Nueva España. Confesión, disciplina, valores sociales y religiosidad en el México virreinal. Una perspectiva de investigación”, en La Iglesia en Nueva España. Problemas y perspectivas de investigación, coordinado por María del Pilar Martínez López-Cano (México: UNAM, 2010), 29.

5 En este sentido, William B. Taylor abrió hace ya algunos años un camino; ver: Ministros de lo sagrado: sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII, vols. 1 y 2 (México: El Colegio de Michoacán/Secretaría de Goberna-ción/El Colegio de México, 1999); otro trabajo más reciente es de Rodolfo Aguirre Salvador, Un clero en transi-ción: población clerical, cambio parroquial y política eclesiástica en el arzobispado de México, 1700-1749 (México/Madrid: UNAM/Bonilla Artigas Editores/Iberoamericana Vervuert, 2012).

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más cercano e influenciado por las Luces de lo que los académicos suponían décadas atrás6. A los mismos jesuitas, a los que la historiografía mexicana ha etiquetado de manera general de ilustra-dos, se tendría que cuestionarlos si como colectividad tuvieron ese perfil: “parece que las figuras como Alegre o Clavijero han hecho que se generalice el carácter de la Compañía en su conjunto”7. Se puede correr el mismo riesgo con Juan Benito Díaz de Gamarra, quien ha sido uno de los ora-torianos de San Felipe Neri más destacados8. ¿Se les puede aplicar la etiqueta de “ilustrados” a los presbíteros y clérigos seculares de la Congregación del Oratorio de la Nueva España? La respuesta no busca ceñirse a los rostros más conocidos en el campo de la filosofía y las letras, sino ampliar la perspectiva al conjunto de acciones en la educación que realizaron los individuos que integraron esta corporación durante el siglo XVIII y la primera década del XIX.

El interés de los filipenses por la cultura los llevó a participar en la educación y, en algunos casos, a fundar colegios en ambos lados del Atlántico; algunos de ellos fueron muy importantes en sus respectivas regiones. Ejemplo de ello aconteció en Málaga, a mediados del siglo XVIII, en donde los filipenses contaban con una cultura superior al promedio del resto del clero diocesano y fundaron una Casa de Estudios en 17579. En Alcalá de Henares, ciudad universitaria por tradición, los filipenses no establecieron ningún colegio pero sus miembros estuvieron ligados a la enseñanza de cátedras10. Por lo tanto, el siglo XVIII no se puede reducir a un período en el que el fenómeno de la Ilustración se caracterizó por la transmisión internacional de ideas, textos y autores11. En esta etapa, la alfabetización aumentó significativamente entre la población en general, tanto en Europa como en América, así la masculina como la femenina12. Con un clero mejor preparado, se

6 Gérard Dufour, “De la Ilustración al liberalismo: el clero jansenista”, en España y América entre la Ilustración y el Liberalismo, editado por Joseph Pérez y Armando Alberola (Alicante/Madrid: Casa de Velázquez, 1993), 63. Para el caso novohispano, véase: Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente (México: El Colegio de Michoacán/Editorial Clío, 2014); Gerardo Sánchez Díaz, “Manuel de la Torre Lloreda: entre la Ilustración novohispana y la construcción de la República”, en Entre la tradición y la Modernidad. Estudios sobre la Independencia, coordinado por Moisés Guzmán Pérez (México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2006), 99-122; Juvenal Jaramillo Magaña, José Pérez Calama. Un clérigo ilustrado del siglo XVIII en la Antigua Valladolid de Michoacán (México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1990).

7 Iván Escamilla González, “La Iglesia y los orígenes de la Ilustración novohispana”, en La Iglesia en Nueva Es-paña. Problemas y perspectivas de investigación, coordinado por María del Pilar Martínez López-Cano (México: UNAM, 2010), 111. A este tenor, plantea Enrique González González: la historiografía ha tendido a ver, de modo casi axiomático, a la orden ignaciana como portadora de la modernidad. “La expulsión de los jesuitas y la educación novohispana ¿debacle cultural o proceso secularizador?”, en Ilustración en el mundo hispánico: preámbulo de las independencias, editado por Milena Koprivitza Acuña et al. (México: Gobierno del Estado de Tlaxcala/Instituto Tlaxcalteca de la Cultura/Universidad Iberoamericana, 2009), 255.

8 Sobre Gamarra, véase: Victoria Junco de Meyer, Gamarra o el Eclecticismo en México (México: FCE, 1973); Carlos Herrejón Peredo, “Benito Díaz de Gamarra a través de su biblioteca”. Boletín del Instituto de Investigacio-nes Bibliográficas Segunda época, n.° 2 (1988): 149-189; y Carlos Herrejón Peredo, “Formación del zamorano Gamarra”. Relaciones n.° 52 (1992): 135-165.

9 Según María Soledad Santos Arrebola, con esta fundación se buscaba contrarrestar el vacío educativo, y con el devenir de los años los filipenses pudieron elevar el nivel intelectual de los malageños, tanto seglares como ecle-siásticos. María Soledad Santos Arrebola, La Málaga ilustrada y los filipenses (Málaga: Universidad de Málaga, 1990), 73-74 y 113-116.

10 En 1694 se estableció la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en esta ciudad. Ángel Alba, “El Oratorio de San Felipe Neri de Alcalá de Henares (1694-1729)”. Anales del Instituto de Estudios Madrileños n.° 14 (1977), 143-145.

11 Thomas Munck, Historia social de la Ilustración (Barcelona: Crítica, 2013), 22.12 Munck, Historia social, 77.

148 Ilustración y educación. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Nueva España (siglo XVIII)Rafael Castañeda García

buscó trabajar en el perfeccionamiento individual, y las ideas de la Ilustración intentaron regular las prácticas religiosas con un criterio de utilidad social13. Bajo este esquema, resulta relevante estudiar el aporte de los filipenses novohispanos en las distintas regiones donde se instalaron, su participación en la distribución geográfica de la alfabetización novohispana y en la difusión de las ideas ilustradas. Para ello, es importante determinar si en todos hubo las condiciones necesarias para llevar a cabo discursos y prácticas con tintes ilustrados; se cree en este artículo que uno de los caminos para estudiar este aspecto es su labor educativa.

Para este trabajo, se entiende por educación ilustrada aquellas prácticas patrocinadas por los ayuntamientos, la Iglesia o grupos particulares durante el siglo XVIII, que buscaron llevar la ins-trucción pública y gratuita sin limitación alguna de grupos sociales ni sexos. En el campo de los estudios mayores se intentó enseñar las “ciencias útiles”, un conocimiento racionalista con metodo-logías empíricas. Esta secularización de la educación contribuyó a la difusión de nuevas actitudes hacia el conocimiento, y con ello, una búsqueda de la prosperidad en el conjunto de la sociedad.

1. El devenir de los filipenses en el Siglo de las Luces

Esta corporación eclesiástica se conformó de acuerdo a las condiciones que les presentó cada rea-lidad regional, por lo que desempeñaron múltiples papeles en las comunidades donde se situaron. Se tiene conocimiento, por ejemplo, que en sólo dos casas del Oratorio de la Congregación hubo un motivo educativo que justificó su fundación: San Miguel el Grande y Guanajuato. En el de Puebla y en el de Oaxaca, en sus discursos de promoción mencionaron como una de sus tareas la atención a los enfermos, y la solidaridad con los clérigos pobres tanto en lo espiritual como en lo material14. Mien-tras que en el de Querétaro, el consenso fue que ayudarían en la “enseñanza de la doctrina cristiana a los vecinos”, y que con sus “buenas costumbres” edificarían a los demás clérigos de la ciudad15. Pero también el destino de estos presbíteros en el siglo XVIII fue muy diferente, a pesar de haber sido un período en el que la Iglesia secular en su conjunto tuvo un crecimiento tanto cualitativo como cuanti-tativo, y se alcanzaron los índices más altos en cuanto a la demanda de grados de bachiller en toda la Nueva España16, lo que no se reflejó en todas las casas de la Congregación del Oratorio.

En Puebla, por ejemplo, el obispo elaboró una relación en 1772 sobre el estado material de la “Santa Iglesia” de dicha ciudad; en ella se señala que el Oratorio de San Felipe Neri contaba con casa e iglesia, pero “tan pobre en el día que apenas se puede sostener, y así sólo hay dos presbíteros dedicados al Santo Instituto con que no les es fácil cumplir ni hacer otra cosa que cuidar dicha igle-sia celebrando en esta los oficios divinos”; incluso tenían que acudir en su ayuda otros sacerdotes

13 Marie-Hélène Froeschlé-Chopard, “Religión”, en Diccionario histórico de la Ilustración, editado por Vicenzo Ferrone y Daniel Roche (Madrid: Alianza Editorial, 1998), 197-202.

14 Luis Ávila Blancas, Prólogo a Memorias Históricas de la Congregación de El Oratorio de San Felipe Neri de la ciu-dad de México, de Julián Gutiérrez Dávila (México: Sociedad Mexicana de Bibliófilos, 2005), xiv. En los testimo-nios que se levantaron para la fundación de la casa filipense de Oaxaca, los personajes entrevistados señalaron la utilidad de la Congregación en la atención espiritual a los feligreses, pero también, que al ubicarse el templo que los albergaría enfrente del hospital Real de San Cosme y San Damián, podían ayudar en la atención a los enfermos. Archivo General de Indias (AGI), Sevilla-España, Sección México, vol. 716.

15 AGI, México, vol. 716, ff. 7v y 14.16 Rodolfo Aguirre Salvador, “El clero secular del arzobispado de México: oficios y ocupaciones en la primera

mitad del siglo XVIII”. Letras Históricas n.° 1 (2009): 68-72.

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para administrar el sacramento de la penitencia17. También con pocos elementos de la comunidad de San Felipe Neri se encontraba la ciudad queretana; para 1803 residían un prepósito y tres pres-bíteros18. Por último, a los de Orizaba se les señaló desde su fundación no exceder el número de siete sacerdotes, ni tampoco incrementar “sus bienes ni posesiones que las que tienen al presente” de su fundación19. Si bien es cierto que la Congregación del Oratorio en Europa y en América nunca fue una colectividad numerosa, esta cantidad de presbíteros seculares en estas tres casas oratorianas hace pensar que su labor, más allá de la administración de sacramentos y asistencia espiritual, fue muy limitada20.

El contraste fue el de la ciudad de México, pues en los cuarenta años de existencia de la cofra-día clerical llamada “Sagrada Unión de Clérigos Presbíteros del Oratorio de Nuestro Glorioso padre San Felipe Neri” se había agregado a ella lo más ilustre del clero secular capitalino y de otras provincias novohispanas21. De hecho, cuando la Audiencia de México dio sus argumentos a la Corona para que se confirmara la licencia de fundación del Oratorio en 1700, destacó que sus integrantes eran “sujetos de letras, virtud, modestia que compostura espejo y dechado en que debe mirarse el demás resto de la clerecía”22. Para 1736, ya constituidos como Oratorio, habita-ban esta comunidad veinte sacerdotes y cuatro hermanos legos23. Además, mantuvieron buenas relaciones con la élite intelectual y artística de la época, como lo muestra una carta redactada en 1747 por el prepósito de la Congregación del Oratorio dirigida al rey, donde expresaba su apoyo al Dr. Juan José de Eguiara y Eguren como el candidato más digno para ocupar la canonjía magistral. En dicho escrito quedaba plasmada la amistad entre uno de los sabios universitarios más destacados de la Nueva España y los filipenses de la capital del Virreinato24. Parece que en el interés por la cultura y las disciplinas intelectuales, el Oratorio de la ciudad de México fue considerado el más importante de entre todas sus casas; casi desde su fundación fue un cuerpo muy respetado por las altas esferas del poder.

17 AGI, Sección México, vol. 2622. El autor agradece la gentileza del profesor Sergio Francisco Rosas por propor-cionar este documento.

18 “Libro de visita del arzobispado Francisco Javier de Lizana y Beaumont”, Querétaro, 1803, en Archivo Histó-rico del Arzobispado de México (AHAM), México D.F.-México, caja 31CL, s/exp., f. 57v. Dos años después, la construcción del templo fue concluida gracias a varias donaciones de vecinos pudientes, e inaugurada el 19 de septiembre “con la presencia del cura de Dolores don Miguel Hidalgo y Costilla, amigo de los filipenses”. Luis Ávila Blancas, “El templo de San Felipe Neri de Querétaro”. Noticias y Documentos Históricos Primera época, n.° 4 (1980): 29.

19 AGI, México, vol. 2526; y Mariano Monterrosa Prado, Oratorios de San Felipe Neri en México, y un testimonio vivo, la fundación del Oratorio de San Felipe Neri en la villa de Orizaba (México: Centro de Asistencia y Promo-ción, 1992), 75-76.

20 En el Oratorio de San Felipe Neri de Lima, en 1754 había trece presbíteros seculares; en Valencia, la Congre-gación filipense contaba con dieciséis “padres sacerdotes” en 1755; en ese mismo año, la casa del Oratorio de Madrid se componía de nueve miembros; por su parte, el de Granada tenía once “padres filipenses”. Esto sin contar a los hermanos legos y criados que también formaron parte de la comunidad de cada casa, pero que no siempre la documentación consultada los precisa. AGI, Sección Lima, vol. 1592.

21 Luis Ávila Blancas, Bio-bibliografía de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de México, siglos XVII-XXI (México: Miguel Ferro, 2008), 5.

22 AGI, México, vol. 814.23 José María Marroquí, La Ciudad de México, tomo II (México: Jesús Medina Editor, 1969), 430.24 AGI, Sección Indiferente, vol. 231, exp. 40.

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Aquí interesa mencionar el intento en 1773 por parte del Oratorio de Guadalajara de erigir colegio y abrir en él las cátedras de estudios mayores y menores. Los religiosos formaron un largo expediente para conseguir la licencia real, mientras que la Audiencia les otorgaba un permiso tem-poral para enseñar; a pesar de esto, el 3 de noviembre de 1774 el rey expresó que “no había tenido a bien condescender a la solicitud de los filipenses” y les encargaba que cesaran en el “uso de la licencia” concedida por la Audiencia. Para autores como Carmen Castañeda, esta negativa por parte de Carlos III, al prohibir la fundación de un colegio oratoriano, representaba las intencio-nes del poder monárquico de querer desmontar los privilegios del clero y preferir instituir una universidad, institución controlada por el poder real a donde se acude a los “estudios generales”, y suprimir “casa de estudios particulares”25. Sin embargo, tampoco se debe olvidar que desde el siglo XVII ya funcionaban tres centros de enseñanza en la ciudad: los colegios jesuitas, el de Santo Tomás de Aquino y el colegio seminario de San Juan Bautista; además del colegio seminario Tri-dentino de Señor San José26. Por otra parte, los filipenses de Oaxaca no mostraron algún interés en el proceso de enseñanza ni fue uno de sus motivos para justificar su presencia; la razón puede estar en que para esas fechas ya existían en la ciudad el colegio jesuita de San Juan, abierto desde 1576, y el seminario conciliar, fundado en 167327.

La Congregación filipense novohispana, además de las labores sacramentales y espirituales, mostró una especial dedicación en la atención a los enfermos y una solidaridad material con el resto del clero. En el transcurso del siglo XVIII, en un período de transición política y cultural, la Iglesia dejó de tener el control de la educación28. Frente a este escenario, los oratorianos trata-ron de establecer tres centros de enseñanza, de los cuales sólo dos fueron autorizados: el de San Francisco de Sales y el Real Colegio de la Purísima Concepción, ambos ubicados en el Bajío. En el primer caso no existía un antecedente de colegio que atendiera a la población de la villa sanmigue-lense y sus jurisdicciones vecinas; así, mediante una real cédula se aprobó la fundación en 1734, que de hecho ya funcionaba desde 1712. Además se les concedió el privilegio y gracia de Univer-sidad, esto es, que los estudiantes que asistieran al colegio de San Francisco de Sales tendrían el privilegio de poder graduarse en la de México con sus respectivas certificaciones del prepósito29. Mientras que en Guanajuato, tras el destierro de la Compañía de Jesús, el real minero se quedó sin colegio que atendiera a su población, por lo que las élites y las autoridades buscaron suplir la

25 Carmen Castañeda, La educación en Guadalajara durante la Colonia 1552-1821 (México: El Colegio de Jalisco/El Colegio de México, 1984), 152-153. La Universidad de Guadalajara abrió sus puertas en 1792; sin embargo, para comprender en su justa dimensión este hecho se debe atender al contexto tapatío y reconocer las razones por las cuales se les negó el permiso a los oratorianos; por el momento no existen trabajos al respecto.

26 Véase: Esteban J. Palomera, La obra educativa de los jesuitas en Guadalajara 1586-1986 (México: Instituto de Ciencias (Guadalajara)/ITESO/Universidad Iberoamericana, 1986), capítulos III y IV.

27 Rodolfo Aguirre Salvador, “De seminario conciliar a universidad: un proyecto frustrado del obispado de Oa-xaca (1746-1774)”, en Espacios de saber, espacios de poder. Iglesia, universidades y colegios en Hispanoamérica, siglos XVI-XIX, coordinado por Rodolfo Aguirre Salvador (México/Madrid: UNAM/Bonilla Artigas Editores/Iberoamericana Vervuert, 2013), 119-120.

28 A partir de la secularización de mediados del siglo XVIII, la educación dejó de ser controlada por las institucio-nes eclesiásticas, y en su mayoría fue absorbida por los ayuntamientos en todo el territorio del México virreinal. Véase: Dorothy Tanck de Estrada, “El gobierno municipal y las escuelas de primeras letras en el siglo XVIII mexicano”. Revista Mexicana de Investigación Educativa 7, n.° 15 (2002): 257-278.

29 AGI, México, vol. 2541, leg. 6.

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misión educativa de los jesuitas con la Congregación del Oratorio30. En 1776, el obispo don Luis Fernando Hoyos y Mier, los curas párrocos y el Ayuntamiento convinieron “no haber otro medio para el exterminio del idiotismo, y el competente remedio de las gravísimas necesidades espiritu-ales de aquel crecido vecindario, que el pronto establecimiento del oratorio”31. Así, después de un largo proceso se inauguró el Real Colegio de la Purísima Concepción, el 9 de diciembre de 1796, ahora bajo la supervisión de los sacerdotes de San Felipe Neri32.

La mayoría de las casas de esta corporación religiosa novohispana no tuvieron una ocupación docente, salvo las que fueron mencionadas, establecidas según lo requirieron las necesidades del lugar. Cabe decir que, a excepción de la villa de Orizaba, en el resto de los lugares donde se instaló la Congregación del Oratorio ya existían uno o varios centros de enseñanza33. Fueron dos los facto-res que determinaron el establecimiento de colegios filipenses: el primero, que no existiera alguno en la jurisdicción donde residían, y el segundo, la necesidad del apoyo por parte de las autoridades y las élites. Para el caso de Orizaba, uno de los inconvenientes fue que desde su establecimiento se les impidió incrementar el capital económico que tenían en el momento de su erección. Ahora es importante revisar las características generales de estos centros de enseñanza y su perfil educativo. ¿Fue una educación distinta a la que se venía impartiendo? Parece difícil poder diferenciar entre la enseñanza elemental tradicional y la que se puede denominar ilustrada.

2. “Educación para todos”: escuelas de primeras letras

Durante los siglos XVI y XVII, la instrucción de los niños recayó en órdenes monásticas y maestros particulares, que se centraban en la enseñanza de la catequesis, el castellano y, en ocasiones, las primeras letras. En este período, el aprendizaje para leer y escribir estuvo reservado a aquellos que tuvieran los recursos para pagar algunas de estas escuelas, que se ubicaron en los principales centros urbanos. Fueron los jesuitas novohispanos quienes en casi todos sus colegios abrieron una escuela de primeras letras y recibieron a todos los grupos sociales34. Pero ya en la centuria dieciochesca, en el reinado de Carlos III y su sucesor, la educación se volvió una preocupación prioritaria; para ello se adoptaron medidas encaminadas a alfabetizar a los niños pobres y, así, orientarlos hacia tareas “útiles”35. El principal instrumento fueron las escuelas de primeras letras;

30 José Luis Caño Ortigosa coincide en que había un “interés cultural” por parte del Ayuntamiento de la ciudad para mantener y mejorar los colegios de primeras letras y sustituir las cátedras que habían dejado los jesuitas. José Luis Caño Ortigosa, Guanajuato en vísperas de la independencia: la élite local en el siglo XVIII (Sevilla: Uni-versidad de Sevilla/Universidad de Guanajuato, 2011), 194.

31 AGI, México, vol. 2541, leg. 19.32 Archivo Histórico de la Universidad de Guanajuato (AHUG), Guanajuato-México, Fondo Colegio del estado,

caja 1, exp. 9, doc. 8.33 David Carbajal López, “Educación del público y educación pública en Orizaba: de las obras pías a los proyectos

del primer federalismo, 1767-1834”. Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura n.° 16 (2010), 73-74.34 Véase: Pilar Gonzalbo Aizpuru, Historia de la educación en la época colonial. El mundo indígena (México: El

Colegio de México, 1990), 145-148; y de la misma autora, “El virreinato y el nuevo orden”, en Historia mínima. La educación en México (México: El Colegio de México, 2010), 55 y 63.

35 En Madrid, a partir de 1780 se crea una serie de escuelas gratuitas para niños y niñas, aunque sin dotación estatal al estilo moderno. René Andioc, “Notas a la primera enseñanza en Madrid a finales del XVIII”, en El siglo que llaman ilustrado. Homenaje a Francisco Aguilar Piñal, coordinado por Joaquín Álvarez Barrientos y José Checa Beltrán (Madrid: CSIC, 1996), 73.

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para algunos historiadores, este tema es de los menos estudiados dentro del ámbito de la historia de la educación ilustrada hispanoamericana, sobre todo por la ausencia de trabajos monográficos que permitan medir los niveles cualitativo y cuantitativo alcanzados por la enseñanza de la instruc-ción elemental en América y Europa36.

Esto responde, según Dorothy Tanck, a que en las grandes ciudades del Virreinato, durante el Siglo de las Luces, la mayoría de los alumnos asistieron a escuelas gratuitas, ya fueran financiadas por los ayuntamientos, grupos filantrópicos, la Iglesia o los pueblos de indios37. En este contexto, la Iglesia promovió, a partir de 1753, la educación elemental, en la cual se enseñaba de manera separada a niños y niñas a leer, hablar y escribir38. Uno de los antecedentes de estos centros de enseñanza para el obispado de Michoacán ocurrió en 1765, mediante un edicto de visita que firmó el ilustrado Gerónimo López de Llergo, en el cual se trataba de la instalación de escuelas parro-quiales de primeras letras que debían fundarse en las cabeceras, vicarías, y hasta en los ranchos donde el número de pobladores lo ameritara39. No obstante, en ciudades como San Luis Potosí —la más poblada de este obispado— fueron las escuelas particulares el principal espacio educativo de la niñez y juventud en el período de 1771 a 1823, pues las que había promovido el ayuntamiento fueron muy inestables, y lo mismo sucedió con las escuelas conventuales o parroquiales, que nunca fueron de carácter permanente40.

Al parecer, en San Miguel el Grande y Guanajuato las escuelas parroquiales y las vinculadas a los ayuntamientos no tuvieron cabida, ya que la formación de la niñez recayó en los oratorianos de San Felipe Neri, quienes se sumaron a este espíritu ilustrado mediante la instrucción popular. Esta tarea concluyó al finalizar la primera década del siglo XIX; casi por esas fechas, la Constitución de Cádiz ordenó a los nuevos ayuntamientos constitucionales el establecimiento de escuelas munici-pales que enseñaran las primeras letras41, y con ello, en el transcurso de esta centuria disminuyó de manera significativa la cantidad de referencias que articulaban Iglesia y educación elemental en la naciente nación mexicana42.

36 Olegario Negrín Fajardo, “La enseñanza de las primeras letras ilustradas en Hispanoamérica. Historiografía y bibliografía”, en La Ilustración en América colonial, editado por Diana Soto Arango, Miguel Ángel Puig-Samper y Luis Carlos Arboleda (Madrid: CSIC/Doce Calles/Colciencias, 1995), 70. Para el caso español, véase: Javier Laspalas, “Las escuelas de primeras letras en la sociedad española del siglo XVIII: balance y perspectivas de in-vestigación”, en Educación, redes y producción de élites en el siglo XVIII, editado por José María Imízcoz y Álvaro Chaparro (Madrid: Sílex, 2013), 17-38.

37 Dorothy Tanck de Estrada, “El Siglo de las Luces”, en Historia mínima. La educación en México (México: El Colegio de México, 2010), 90-91.

38 Dorothy Tanck de Estrada, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821 (México: El Colegio de México, 1999), 158-159.

39 María Guadalupe Cedeño Peguero, “Ilustración, educación y secularización: las escuelas parroquiales del obispado de Michoacán (1765-1767)”, en Espacios de saber espacios de poder. Iglesia, universidades y colegios en Hispanoamérica, siglos XVI-XIX, coordinado por Rodolfo Aguirre Salvador (México/Madrid: UNAM/Bonilla Artigas Editores/Iberoamericana Vervuert, 2013), 295.

40 Ricardo F. Sánchez López, “Aproximaciones al origen de las escuelas de primeras letras en San Luis Potosí”, en Historia y antropología de la educación en San Luis Potosí, coordinado por Oresta López Pérez, tomo VIII, volumen II (México: Comisión del Bicentenario y del Centenario, 2012), 212.

41 Tanck de Estrada, “El Siglo de las Luces”, 79 y 89.42 José Bustamante Vismara, Escuelas en tiempos de cambio: política, maestros y finanzas en el valle de Toluca duran-

te la primera mitad del siglo XIX (México: El Colegio de México, 2014), 68.

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La real cédula de 1734, que aprobaba la constitución de la Congregación del Oratorio de la villa de San Miguel, también otorgaba la facultad a los sacerdotes para enseñar públicamente a los niños en escuelas43. De ahí que, quince años más tarde, el prepósito Francisco Pérez de Espinoza le solicitara al virrey licencia para erigir “en formal colegio una casa y que la congregación fuese patrón, para enseñanza de la juventud”44. En el trámite de la escritura de la fundación, el obispo de Michoacán, Dr. don Martín Elizacoechea, realizó un informe sobre la utilidad del colegio, en que señalaba que uno de los motivos que movió la piedad del rey de conceder la licencia para enseñar públicamente en las clases a los filipenses fue la inclusión de los pobres, “que no tienen facultades para mantenerse en la universidad de esa ciudad”, y que los indios, “especialmente los caciques y principales” fueran instruidos para así cumplir con lo establecido en las reales cédulas y leyes “en que se encarga la doctrina de estos miserables que por falta de maestros no saben de su rusticidad e ignorancia, que estorba para conciliar el trato político y cristianas observaciones”45. A excepción de la nobleza indígena, que desde finales del siglo XVII tuvieron acceso a colegios jesuitas y semi-narios conciliares para poder realizar estudios, los “indios del común” contaron con pocas escuelas de primeras letras, las cuales se multiplicaron en el siguiente siglo46.

El 8 de abril de 1753 se concedió la licencia en una real cédula aprobando la fundación del colegio con el título de San Francisco de Sales, “para enseñar a los niños pobres a leer y escri-bir y a los de mayor edad la gramática y retórica, filosofía y teología escolástica y moral”47. Este carácter de colegio piadoso, por atender a los más necesitados, fue destacado también en el pleito que sostuvieron con el obispo Juan Ignacio de la Rocha en 1781, respecto a la jurisdicción que reclamaba el diocesano para visitar el Oratorio y su colegio, que a su vez fue negado por los padres filipenses mediante el argumento del Real Patronato y por ser colegio meramente secular y no eclesiástico. Por ello insistían en que no era una corporación educativa instituida “absolutamente para estudios” sino también “para el estudio de jóvenes pobres”48, a la que acudían “niños pobres no sólo de la villa sino de toda la comarca”49. En palabras del ilustrado español Gaspar Melchor de Jovellanos, “instrucción y educación” eran las principales fuentes de prosperidad; en este sentido, los filipenses, con su empeño en una educación infantil, se sumaron a esta idea de los ilustrados de generalizar la alfabetización al mayor número de personas, desde el monarca hasta el último habi-tante de España y sus territorios, y con ello, contribuir en la formación de una sociedad próspera50.

43 Archivo General de la Nación (AGN), México D.F.-México, Fondo Universidad, vol. 22, exp. 127, f. 79v.44 AGI, México, vol. 2541, leg. 6.45 Valladolid, noviembre 20 de 1749. Es importante señalar que junto al obispo se encontraba su secretario, Geró-

nimo López de Llergo. AGN, Sección Indiferente virreinal, caja 2409, exp. 1, ff. 18-19v.46 Margarita Menegus y Rodolfo Aguirre Salvador, Los indios, el sacerdocio y la Universidad en Nueva España, siglos

XVI-XVIII (México: UNAM/Plaza y Valdés, 2006), 103-117.47 AGI, México, vol. 2541, leg. 6.48 Véase: Rafael Castañeda García, “Un episodio del pleito entre el Colegio de San Francisco de Sales de San Miguel el

Grande y el obispo Juan Ignacio de la Rocha, 1782”. Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad 32, n.° 127 (2011): 135.49 D. Manuel Quijano Zavala, La venerable Congregación del Oratorio de N. P. S. Felipe Neri de la villa de San Miguel

el Grande, obispado de Michoacán, expone los motivos con que ha resistido ser visitada en cuanto tal, y en cuanto Casa de Estudios, en lo respectivo a su gobierno interior económico y académico: y para no separar de sus delibera-ciones al P. Dr. D. Juan Benito Díaz de Gamarra (México: D. Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1782), 39-40.

50 Vicent Llombart, Jovellanos y el otoño de las Luces. Educación, economía, política y felicidad (Gijón: Ediciones Trea, 2012), 66 y 71.

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Esta nueva valoración de la infancia vino acompañada tanto de la escuela como del maestro, quienes van a alcanzar un reconocimiento oficial y público en el siglo XVIII51. Así, sobre el cole-gio filipense de Guanajuato, en 1794, en los testimonios que trataban sobre la edificación de este Oratorio y la erección de estudios y dotación de maestros se señaló la necesidad de establecer tres escuelas de primeras letras: dos para hombres y una para mujeres; una de ellas se ubicaría en los bajos del colegio, y las otras dos fuera de él, “en parajes proporcionados”52. La misma cantidad de escuelas y con la misma distribución de género había dispuesto el ayuntamiento de San Luis Potosí en 178953. Entre tanto, en la ciudad de Toluca, en 1796, los indios acudían a la escuela de la parroquia, y “los españoles y otros” ocurrían diariamente a escuelas particulares54. Como último ejemplo, en una localidad tan importante como Puebla, ante el abandono en que se hallaba la educación popular, fue un presbítero, Antonio Ximénez de las Cuevas, quien en 1802 propuso la creación de una Junta de Caridad; buscaba no sólo mejorar la educación de la niñez sino también la creación de dos escuelas de sordomudos. Fue hasta abril de 1812 cuando por cédula real fue aprobada la Junta de Caridad y Buena Educación55.

Para finales del siglo XVIII, si en los pueblos de indios la responsabilidad educativa fue principal-mente tarea del gobierno civil, en los centros urbanos los ayuntamientos no siempre garantizaron esta alfabetización popular; casos como los de San Luis Potosí, Toluca y Puebla dan cuenta de este asunto56. En cambio, el clero siguió manteniendo cierta presencia importante en la ocupación docente de carácter gratuito y abierto a cualquier grupo social. Este espíritu ilustrado de ciertos sectores de la Iglesia también incorporó a la población femenina; ya en un documento de 1801, cuando el Real Colegio de la Purísima Concepción de Guanajuato se encontraba funcionando, se registraron los sueldos pagados a los maestros desde diciembre de 1796 hasta mayo de 1801, y allí queda evidencia de los cuatro maestros de primeras letras que había, dos para cada sexo57. La Ilustración en ambos lados del Atlántico tuvo entre sus objetivos la extensión de la enseñanza sin limitación alguna de clases sociales ni sexos; de hecho, puso mayor atención en las clases inferio-res, y fue, así, una etapa de distribución de la enseñanza en todos los rincones de la sociedad58.

51 Teófilo Aguayo, “Las escuelas de primeras letras y de gramática en Álava: familia y estrategias educativas en la Edad Moderna”, en Educación, redes y producción de élites en el siglo XVIII, editado por José María Imízcoz y Álvaro Chaparro (Madrid: Sílex, 2013), 40.

52 AGN, Indiferente virreinal, caja 2158, exp. 21, ff. 3-4.53 Sánchez López, “Aproximaciones al origen”, 187.54 Bustamante, Escuelas en tiempos de cambio, 120.55 Fue hasta 1824 cuando la Junta pudo establecer una escuela de niñas, en la que atendían treinta niñas pobres y

diez de paga, y a las maestras se les recomendaba tratar por igual a todas, sin manifestar preferencias. Rosario Torres Domínguez, “La enseñanza de las primeras letras a las niñas de Puebla. Un estudio a partir de sus regla-mentos: 1790-1843”. Revista Mexicana de Historia de la Educación 2, n.° 4 (2014): 233.

56 En Puebla fue poca la participación del ayuntamiento de la ciudad en la educación gratuita. En 1821 había veintidós escuelas de primeras letras, ocho particulares, cuatro gratuitas y diez escuelas pías de conventos y parroquias. Tanck de Estrada, “El Siglo de las Luces”, 91.

57 Los salarios anuales eran los siguientes: “primer maestro”, 400 pesos; “segundo maestro”, 500 pesos; y la prime-ra y segunda maestras, 350 pesos cada una. AHUG, Colegio del estado, caja 1, exp. 12, doc. 5, ff. 8-9.

58 Llombart, Jovellanos y el otoño, 57.

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En un período en el cual, según los especialistas, la gran mayoría de las escuelas gratuitas eran establecidas y financiadas por los ayuntamientos y grupos filantrópicos59, los sacerdotes filipenses de San Miguel el Grande y Guanajuato se atribuyeron un papel educativo en un sector esencial que estaba casi excluido; de esta forma, cumplieron con una doble vocación: ser guías espirituales y pedagogos, como lo había propuesto don Gaspar de Jovellanos60. Este principio de orden social y económico que buscaba mediante la instrucción elemental integrar a los marginados —identi-ficando las autoridades a los indios como los pobres del Virreinato— fue el elemento novedoso y una expresión del pensamiento ilustrado, “una inclusión indiscriminada en la alfabetización”, que no se limitaba a leer y escribir, sino que incluía el aprendizaje de las operaciones matemáticas elementales61. A pesar de lo descrito y de los datos proporcionados, aquí también se debe decir que la documentación consultada no permite determinar el nivel de impacto de la enseñanza de las primeras letras ni la cantidad de niños que atendieron los oratorianos de San Felipe Neri en el Bajío, mucho menos si hubo una renovación de los métodos pedagógicos o una uniformidad de la enseñanza, que permitiera conseguir una cierta igualdad en las personas instruidas.

3. Colegios de estudios mayores

En la intendencia de Guanajuato existió el franciscano y pontificio colegio de la Purísima Concep-ción en Celaya, además de los dos filipenses, que eran el Real Colegio de la Purísima Concepción, en Guanajuato, y el más importante de todos, el de San Francisco de Sales, en San Miguel el Grande. En el período de 1732 a 1757, la región del Bajío ocupó el segundo lugar de todo el territo-rio novohispano con mayor demanda de colegios y población estudiantil62. Respecto a las cátedras de estudios mayores, la Ilustración dieciochesca imprimió su sello por medio de la inclusión de nuevas disciplinas y la introducción de autores más modernos. En el plano de las lecturas y los libros que llegaban importados de España, se inicia un proceso que se encamina a la secularización de la lectura hacia 178063.

Como se muestra en este artículo, la Compañía de Jesús aceptó en 1763 algunas de las recomen-daciones hechas por los innovadores y añadió cursos nuevos en sus colegios novohispanos en forma de “academias”, con estudios de matemáticas, lenguas modernas, física, química, historia y geografía,

59 Señala Dorothy Tanck que 1783 divide el período: antes de esa fecha, la Iglesia todavía tenía un papel en la edu-cación elemental de los indios, y después los municipios y las autoridades gubernamentales eran los encargados de establecer, financiar y supervisar las escuelas. Tanck de Estrada, “El gobierno municipal”, 265.

60 Jovellanos deseaba que los sacerdotes, impulsados por una noble ambición, se convirtieran en los “padres e institutores de sus pueblos”; para ello, habrían de dedicarse al estudio de las ciencias útiles, puesto que tenían las capacidades exigidas. De esa forma, cumplirían con su doble vocación de guías espirituales y de pedagogos. Jean-René Aymes, Ilustración y Revolución francesa en España (Lleida: Milenio, 2005), 113.

61 Cedeño Peguero, “Ilustración, educación y secularización”, 295 y 307.62 Mónica Hidalgo Pego realizó en su investigación un acercamiento al número de colegiales en el Virreinato en

el período de 1732 a 1757; con ello, pudo localizar dónde hubo mayor demanda de colegios en cuatro zonas geográficas de la Nueva España: Norte, Sur, Bajío y Centro. Siendo las dos últimas las que contaron con mayor población estudiantil. Mónica Hidalgo Pego, “Los colegiales novohispanos y la Real Universidad de México. 1732-1757”, en De maestros y discípulos, México. Siglos XVI-XIX, coordinado por Leticia Pérez Puente (México: UNAM, 1998), 92-99.

63 Cristina Gómez Álvarez, Navegar con libros. El comercio de libros entre España y Nueva España (1750-1820) (Madrid: Trama Editorial/UNAM, 2011), 127.

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ya que la Universidad no promovía esas materias en sus planes de estudio64. Lo mismo sucedía en España; la mayoría de sus universidades se desarrollaron sólo en dos ámbitos de la enseñanza: teo-logía y artes. Las consideradas “ciencias útiles” —como cánones o derecho, así como medicina— se impartían cada vez menos en sus claustros. Sobre la cátedra de matemáticas, se señalaba en un testi-monio de 1726 que estos estudios en Salamanca estuvieron “sin maestro treinta años y sin enseñanza más de ciento cincuenta”, “en un abandono terrible”, y que la situación era aún peor en materias que no contaban con tanta tradición como la física o las ciencias naturales65.

En la ciudad de México, la enseñanza de las matemáticas se ofrecía en la Academia de San Carlos y en el Colegio de Minería, fundados en 1785 y 1788, respectivamente66. En otras latitudes, como en la ciudad de Quito, hasta antes de la reforma de estudios, realizada por el obispo José Pérez Calama en 1791, no se dictaban clases de matemáticas que llevaran a los alumnos más allá de las cuatro reglas aritméticas67. Si se elabora un análisis cronológico sobre este asunto, parece que el colegio filipense de San Francisco de Sales en el Bajío se adelantó en el desarrollo del pensamiento crítico con respecto a otras instituciones educativas. Esto bien puede observarse en la documenta-ción a partir de 1770, donde se detalla que contó con un maestro que enseñaba lógica; otro, física experimental, y uno más dedicado a las matemáticas68.

Estas últimas dos materias, matemáticas y física, representaron nuevas formas de conoci-miento, que serían consideradas entre 1770 y 1820 como el núcleo obligado de toda formación filosófica, y aún más de manera oficial, en los momentos en que primaron las reformas de estudio de tipo moderno, o bien de manera práctica, en los colegios universidades69. En este contexto, los filipenses se inclinaron por las “ciencias útiles” frente a las “especulativas” o tradicionales, y con ello bien podrían caber en la categoría historiográfica de “Ilustración cristiana”, que, según Fran-cisco Sánchez-Blanco, se “reserva para aquellos representantes del clero que pusieron en marcha un programa reformador […]”, “una moral más rigurosa y aconsejan emplear menos dinero para los cultos externos y dedicar parte de las rentas eclesiásticas a obras asistenciales”70.

Si un grupo reducido de jesuitas había sido de los primeros en promover el método experimen-tal de las ciencias a mediados del siglo XVIII, tocaba ahora a este sector del clero secular continuar esa reforma en los estudios superiores que promulgaban una formación más empírica, mediante el impulso de las matemáticas, las ciencias naturales y la física. No se puede olvidar que en 1777,

64 Dorothy Tanck de Estrada, “El Siglo de las Luces”, 70.65 Tomás A. Mantecón, España en tiempos de Ilustración. Los desafíos del siglo XVIII (Madrid: Alianza Editorial,

2013), 231-232.66 En 1790, el criollo Diego Guadalajara Tello enseñó geometría, principalmente a los alumnos que iban a especia-

lizarse en las bellas artes; mientras que en 1792, en el Colegio de Minería se impartían las materias de química y mineralogía, y a petición de los alumnos se añadió un curso de cálculo integral y diferencial, y uno de latín. Tanck de Estrada, “El Siglo de las Luces”, 74-75 y 78.

67 Ekkehart Keeding, Surge la nación. La Ilustración en la Audiencia de Quito (1725-1812) (Quito: Banco Central del Ecuador, 2005), 493.

68 Ernesto de la Torre Villar, “El Colegio de Estudios de San Francisco de Sales en la Congregación de San Miguel el Grande y la mitra michoacana”. Estudios de Historia Novohispana 7, n.° 7 (1981): 165.

69 Renán Silva, La Ilustración en el Virreinato de Nueva Granada. Estudios de historia cultural (Medellín: La Carreta Editores, 2005), 65.

70 Francisco Sánchez-Blanco, La Ilustración y la unidad cultural europea (Madrid: Fundación de Municipios Pablo de Olavide/Marcial Pons Historia, 2013), 156-157.

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la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri elaboró a petición de la Corona la descripción de la villa de San Miguel, con noticias relevantes y muy detalladas respecto a su geografía, física e historia natural71. Correspondió a Juan Benito Díaz de Gamarra redactar dicho informe, en el cual mostró sus dotes de botánico y naturalista.

Asimismo, sería el colegio de San Francisco de Sales el más destacado en la región abajeña entre 1744 y 1767, que había otorgado 156 grados de bachiller en artes, mientras que el de la Con-cepción de Celaya, en un lapso de tiempo mucho más prolongado, desde 1718 hasta 1767, contaba con 149 estudiantes graduados72. Sin embargo, la característica de la educación impartida sería muy parecida a lo que años después practicarían los demás centros de enseñanza, con una mezcla de materias tradicionales y de modernidad ilustrada. Por un lado, se ofreció una formación de corte más racional y con metodologías empíricas, y por otro, se tienen personajes como el presbí-tero don Antonio de Silva, catedrático de este colegio, en el cual “leyó gramática, retórica, filosofía y teología escolástica y moral, todo con el mayor acierto. Escribió y dictó a sus discípulos un curso de filosofía de los más aplaudidos en aquel tiempo”73. Todo esto llevó a considerar este colegio fili-pense —después de la expulsión de los jesuitas— “como uno de los focos de cultura más operantes en el centro del territorio novohispano”74.

Tanto el colegio filipense de San Miguel el Grande como el de Guanajuato tuvieron cierta auto-nomía con respecto a la administración de sus recursos y de las cátedras ofrecidas. El primero fue gobernado por un rector y cuatro maestros, quienes eran elegidos por la Junta General, confor-mada únicamente por los padres del Oratorio, sin intervención del diocesano75. El de Guanajuato era administrado por un rector y un vicerrector, y todas las cátedras recaían en sujetos que propo-nían los filipenses y que confirmaba el virrey, a excepción de las matemáticas, que se proveyeron después con la intervención del Real Tribunal de Minería76. En 1797 se celebraron cinco actos literarios de lógica; al año siguiente hubo seis de física moderna, geometría, aritmética y álgebra77.

Esto respondía a lo que uno de los más destacados ilustrados de Nueva Granada diría en la segunda mitad de la centuria dieciochesca: que las matemáticas constituyeron la forma primera para la edu-cación y dirección de la observación y la experiencia, pues los razonamientos derivados de ella se

71 La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de dicha Villa, “Descripción de la Villa de San Miguel el Gran-de en el Obispado de Michoacán y de su Alcaldía Mayor, o Jurisdicción”, 1777. Boletín de la Biblioteca Nacional 1, n.° 11 (1905).

72 Véase: Rodolfo Aguirre Salvador, “Grados y Colegios en la Nueva España, 1704-1767”. Tzintzun n.° 36 (2002): 33-34 y 50-52.

73 “Antonio de Silva, presbítero del oratorio de San Felipe Neri de la villa de San Miguel el Grande. Estudió hasta la sagrada teología en el colegio de San Francisco Xavier de la ciudad de Querétaro, y ordenado ya de presbítero se retiró a aquel ejemplar oratorio, en donde se mereció la estimación de todos los vecinos de la villa, y principal-mente de los padres sus hermanos que le confirieron todos los empleos que prescribe su instituto, hasta hacerlo su Prepósito. Satisfechos los mismos padres de su grande instrucción y literatura lo nombraron catedrático del colegio de San Francisco de Sales, murió el 3 de agosto de 1782”. José María Zelaa e Hidalgo, Adiciones al libro de las glorias de Querétaro (México: Imprenta de Arizpe, 1810), 24-26.

74 Torre Villar, “El Colegio de Estudios”, 163.75 Quijano Zavala, La venerable Congregación, 41 y 43.76 AHUG, Colegio del estado, caja 1, exp. 16, doc. 1, [1805].77 AHUG, Colegio del estado, caja 1, exp. 10, doc. 3.

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fundaban “en el camino más seguro de las demostraciones matemáticas”78. Esto explica además porque entre 1799 y 1807, de las cátedras impartidas en el Real Colegio de la Purísima Concepción en Guanaju-ato, la de matemáticas era la más costosa, y se erogaban anualmente 500 pesos, mientras que por las de gramática, filosofía y teología se pagaban a los maestros por ese mismo período 300 pesos79.

Pero además, en 1806 y 1807, cuando el colegio estaba en declive por el mal manejo de las finan-zas, y aparentemente también por el poco empeño de los oratorianos, las cátedras de filosofía y teología se habían suspendido por no haber colegiales, quedando abiertas sólo las de matemáticas y gramática: la primera con diez o doce discípulos y la segunda con sólo cuatro o cinco estudiantes. Tan grave era la situación de este espacio educativo que tanto el Intendente de Guanajuato como el Ayuntamiento de la ciudad pidieron al virrey en 1807 que hasta que se elaborara una nueva reforma y constituciones del colegio, éste debería cerrarse y los padres filipenses retirarse “a las habitaciones del Oratorio quedando solamente abierta la cátedra de matemáticas”80. Sin duda, esta materia formativa de carácter empírico respondía a las necesidades y demandas de la actividad minera y del comercio en Guanajuato; no podían darse el lujo de prescindir de ella, sobre todo en un período, finales del siglo XVIII y primera década del XIX, que experimentó un impulso en la producción minera, tanto que llegó a ocupar la cima como el mayor productor de plata de toda la Nueva España.

La instrucción superior colonial impartida por los filipenses dio cabida en sus aulas a las “ciencias útiles”, que comenzaban a fraguarse en las nociones de observación y experiencia, de conocimiento natural y de descripción y medida81. Si bien aquí no se puede afirmar que en esta innovación empírica fueran precursores en la región del Bajío, como tampoco que todos sus miembros fueran hombres de letras y de ciencias, sí se puede enfatizar que contribuyeron a la difusión de nuevas actitudes hacia el conocimiento, característica de un movimiento intelectual denominado Ilustración. Ahora bien, otro aspecto de esta corporación eclesiástica fue que en su mayor parte, o casi exclusivamente, estuvo conformada por criollos, en un período en el que los principales cargos en colegios y academias ilustradas fueron ocupados por profesores peninsula-res82; ejemplo de ello fueron la Academia de Bellas Artes y el Colegio de Minería83.

Finalmente, hay un conjunto de actores detrás de este escenario; son quienes empujan o retra-san, según sus intereses, el desarrollo de la alfabetización y las estrategias educativas; en este punto se hace referencia a las élites abajeñas. Aunque no se va a abordar esta problemática en este artí-culo, sí es importante destacar que este grupo se involucró intensamente en la actividad educativa,

78 Se hace referencia a José Celestino Mutis, quien inauguró el estudio de las matemáticas a través de su labor docente en aquel Virreinato, entre 1762 y 1764. Renán Silva, La Ilustración en el Virreinato, 64 y 66.

79 AHUG, Colegio del estado, caja 1, exp. 12, doc. 5, ff. 8-8v; caja1, exp. 16, doc. 1.80 En 1807, los capitales corrientes del colegio no cubrían con sus réditos los gastos que se estaban erogando; en

este año se gastaron 3.868 pesos e ingresaron 3.449 pesos 7 ½ reales. AHUG, Colegio del estado, caja 1, exp. 17, doc. 1; caja 1, exp. 18, doc. 1.

81 Renán Silva, La Ilustración en el Virreinato, 78.82 Sobre algunas semblanzas o pequeñas biografías de padres filipenses, véase: Ávila Blancas, Bio-bibliografìa de la

Congregación, 11-41 y 65-262; Zelaa e Hidalgo, Adiciones al libro, 24-25 y 42; Mariano Monterrosa Prado, Oratorios de San Felipe Neri, 23-25; y Carlos Herrejón, “Colegios e intelectuales en el obispado de Michoacán, 1770-1821”, en La guerra de independencia en el obispado de Michoacán, coordinado por José Antonio Serrano Ortega (México: El Colegio de Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán/Secretaría de Cultura, 2010), 81-82.

83 Annick Lempérière, Entre Dios y el rey: la república. La ciudad de México de los siglos XVI al XIX (México: FCE, 2013), 280.

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apoyando las iniciativas y fundaciones de colegios no sólo de esta comarca sino de otras ciudades. Por ejemplo, el Cabildo de la villa de San Miguel el Grande aportó fondos para la fundación de la Academia de San Carlos, en 178384. Estas élites fueron el otro motor para impulsar la cultura; así, los sacerdotes filipenses supieron trabajar y armonizar tanto con los más pobres como con esta minoría selecta y rectora de la sociedad. En otras palabras, los oratorianos de San Felipe Neri no se limitaron a ser parte de estas instituciones de asistencia social —piadosas—, sino que tuvieron dos perfiles en la educación: por un lado, una más popular y básica, y por el otro, una especializada y dirigida a las élites y los sectores medios.

Conclusión

La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Nueva España se desarrolló en diferentes ámbitos de la cultura, además de sus tareas propias como corporación eclesiástica; mostró un perfil del clero secular más preparado y dispuesto a la transmisión intelectual. El presbítero filipense fue en algunas ocasiones un “agente de orden público que participó plenamente en la racionalidad y el utilitarismo de la Ilustración, orientados a la producción”85. En su labor educativa no sólo contri-buyeron a la formación de cuadros de profesionistas, sino que como factores de cambio dejaron los cimientos de la Ilustración y modernidad, aun cuando su impacto sea difícil de medir86.

Con base en la documentación e historiografía analizadas hasta este momento, se puede afir-mar que su mayor influencia educativa fue en la región del Bajío. En esta comarca, la figura del filipense del siglo XVIII se insertó en diferentes contextos sociales, económicos y culturales. Este regionalismo ilustrado o el desarrollo de la modernidad fuera de los centros tradicionales de cultura y saber, como México y Puebla, lleva a considerar otros territorios novohispanos donde existieron las condiciones favorables para un cambio cultural, y un impulso y avance del pensa-miento crítico, “una Ilustración dentro de la Iglesia”87. En este sentido, valdría la pena cuestionarse sobre qué pasaba con el resto del clero secular en esta región abajeña, cómo fue su relación con los oratorianos de San Felipe Neri.

Lo que sí resulta ser una realidad es que la Congregación del Oratorio contribuyó al aumento sensible del número de alfabetizados en el curso del siglo XVIII. Se asiste aquí a un reparto de funciones entre escuelas de primeras letras y colegios de estudios superiores, que entre otras cosas se caracterizaron por una búsqueda de la igualdad de sexos en la alfabetización, una oferta peda-gógica y curricular más racional y empírica en la educación colonial superior. Por lo que se puede afirmar que una parte de los oratorianos novohispanos estaban al tanto de las ideas ilustradas, pero no todos tuvieron las condiciones económicas y sociales para expresarlas. Evidentemente, la edu-cación no fue la única manera de manifestar las ideas modernas que estaban en auge en Europa. Habrá que buscar en otros aspectos de la vida, por ejemplo, en su contribución al desarrollo de la

84 Entre las corporaciones que dieron fondos para la fundación y que se comprometían a pagar una contribución anual en el futuro se encontraban el Tribunal de Minería, el Cabildo de la ciudad de México, y los de otras ciudades como Veracruz, Querétaro, Orizaba, Córdoba y San Miguel el Grande. Annick Lempérière, Entre Dios y el rey, 274.

85 Dominique Juliá, “El sacerdote”, en El hombre de la Ilustración, editado por Michel Vovelle (Madrid: Alianza Editorial, 1995), 390.

86 Herrejón, “Colegios e intelectuales”, 72.87 Sánchez-Blanco, La Ilustración y la unidad, 153.

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imprenta en Oaxaca, o su aporte como escritores de diferentes materias y, por último, su partici-pación como calificadores del Santo Oficio de la Inquisición. Por lo pronto, si se quiere valorar la participación social de la enseñanza de los filipenses habrá que hacerlo bajo la óptica regional. Así, pues, queda todavía una investigación laboriosa por hacer, no sólo de las estrategias pedagógicas, sino de la función socializadora y formativa del proceso del aprendizaje88.

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Rafael Castañeda GarcíaInvestigador posdoctoral del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación en la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, Magíster y Doctor en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán (México). Entre algunas de sus publicaciones están, en coordinación con Rosa Alicia Pérez Luque, el libro Entre la solemnidad y el regocijo. Fiestas, devociones y religiosidad en Nueva España y el mundo Hispánico (México: El Colegio de Michoacán/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2015) y el texto “La devoción a Santa Ifigenia entre los negros y mulatos de Nueva España, siglos XVII y XVIII”, en Esclavitud, mestizaje y abolicionismo en los mundos hispánicos, editado por Aurelia Martín Casares (Granada: Universidad de Granada, 2015), 151-174. [email protected]

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La organización sindical de los trabajadores gráficos de Mendoza durante la dictadura militar de la Revolución Argentina (1966-1973)❧

Marcela EmiliUniversidad Nacional de Cuyo, Argentina

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.09Artículo recibido: 07 de abril de 2015/ Aprobado: 20 de agosto de 2015/ Modificado: 14 de septiembre de 2015

Resumen: Este artículo busca conocer la trayectoria de los trabajadores gráficos de Mendoza durante la dictadura militar de la Revolución Argentina. Estos obreros fueron reconocidos como “combativos” por miembros del movimiento sindical del período y por los diarios de la época, a pesar de ser un sector que casi no protagonizó luchas en aquellos años. Con el propósito de explicar esta paradoja, se indaga aquí sobre su dinámica de organización interna, las estrategias sindicales y los posicionamientos frente a otras organizaciones de trabajadores y frente a la propia dictadura. A través del análisis de documentos sindicales —actas de Asambleas y reuniones de Comisión Directiva— y entrevistas a obreros gráficos del período se dan a conocer aspectos internos y externos de ese gremio y del oficio gráfico.

Palabras clave: organización sindical, dictadura, Argentina (Thesaurus); Mendoza, trabajadores gráficos (palabras clave del autor).

The Labor Organization of the Graphic Workers of Mendoza during the Military Dictatorship of the Argentine Revolution (1966-1973)

Abstract: This article explores the trajectory of the graphic workers of Mendoza during the military dictatorship of the Argentine Revolution. These workers were recognized as “combative” by members of the labor movement of the period and by the press of the era, despite being a sector that did not play any leading role in the struggles of those years. In order to explain this paradox, this article inquires into the internal dynamics of the organization, its union strategies, and the positions it adopted with respect to other labor organizations and with respect to the dictatorship itself. Through the analysis of union documents—the minutes of Assemblies and Steering Committee Meetings— and interviews of graphic workers of the period, it reveals internal and external aspects of this guild and the graphic trade itself.

Keywords: dictatorship, Argentina (Thesaurus); Mendoza, graphic workers, union organization (author’s keywords).

A organização sindical dos trabalhadores gráficos de Mendoza durante a ditadura militar da Revolução Argentina (1966-1973)

Resumo: Este artigo busca conhecer a trajetória dos trabalhadores gráficos de Mendoza durante a ditadura militar da Revolução Argentina. Esses operários foram reconhecidos como “combativos” por membros do movimento sindical do período e pelos jornais da época, apesar de serem um setor que quase não protagonizou lutas naqueles anos. Com o propósito de explicar esse paradoxo, indaga-se aqui sobre sua

❧ Este trabajo forma parte de la tesis doctoral en curso denominada “La generación de militantes gremiales del sesenta en Mendoza. Cultura sindical y tradiciones en disputa entre 1966 y 1973”, financiada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina).

166 La organización sindical de los trabajadores gráficos de Mendoza durante la dictadura militar de la Revolución Argentina (1966-1973) Marcela Emili

dinâmica de organização interna, as estratégias sindicais e os posicionamentos diante de outras organizações de trabalhadores e da própria ditadura. Por meio da análise de documentos sindicais —atas de assembleias e reuniões de Comissão Diretiva— e entrevistas com trabalhadores gráficos do período, dão-se a conhecer aspectos internos e externos desse grêmio e do ofício gráfico.

Palavras-chave: ditadura, Argentina (Thesaurus); Mendoza, trabalhadores gráficos, organização sindical (autor de palavras-chave).

Introducción

Los gráficos fueron los primeros trabajadores en organizarse para mejorar sus condiciones de trabajo y de vida en Argentina durante el siglo XX. En Mendoza, principal espacio de estudio de este artículo, la asociación de trabajadores de diarios e imprentas se formó en 1905. En sus orí-genes se vincularon con las tendencias ideológicas socialistas, pero hacia fines de los años treinta abrazaron la corriente sindicalista del movimiento obrero argentino. Luego, con el nacimiento del movimiento peronista, hacia 1943, adhirieron críticamente al mismo. Esa adhesión les per-mitió sostener cierta tradición de independencia, que los incluyó en el sector de los gremios No Alineados hacia comienzos de la década del sesenta. Por tanto, este trabajo se ocupará de manera específica de los trabajadores gráficos de Mendoza, tomando el período que recorre este sindicato desde 1966 hasta 1973, años en que se desarrolló la dictadura de la Revolución Argentina. El tra-bajo fue realizado a través del análisis de las Actas de Asambleas Ordinarias y Extraordinarias del sindicato y las Actas de reuniones de la Comisión Directiva del mismo, correspondientes a los años mencionados. Esta fuente fue completada con el registro del diario Los Andes del período estu-diado y del diario Mendoza, desde 1969. Aquí se cuenta también con testimonios de trabajadores gráficos de aquellos años.

Con este objetivo y estas fuentes se intentará explicar algunas de las características que asumie-ron las prácticas sindicales de estos trabajadores, tanto dentro del gremio como en sus vínculos con otros trabajadores organizados. Los debates y medidas de fuerza que sostuvieron, sus posicio-namientos ideológicos y las cuestiones relacionadas con la vida sindical cotidiana serán algunos de los temas que se abordarán en este artículo. Así como la imagen de gremio combativo que conservan en su memoria los militantes del movimiento sindical del período y que está presente en los periódicos de la época.

1. Un breve contexto: la dictadura de la Revolución Argentina

Este trabajo se enmarca en la dictadura de la Revolución Argentina, iniciada tras el golpe militar de junio de 1966. Con el objetivo de asegurar la hegemonía a la burguesía industrial monopólica —previa conciliación de intereses entre los sectores dominantes— y la neutrali-zación política del peronismo a través de una oferta de participación corporativa en el sistema de los distintos sectores de la población1, las Fuerzas Armadas interrumpieron el gobierno

1 Mónica Peralta Ramos, Acumulación del capital y crisis política en Argentina (1930-1974) (México: Siglo XXI, 1978), 112.

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semidemocrático2 del radical Arturo Illia. La condición previa, necesaria para imponer nuevas reglas de juego económicas en el país, fue la desactivación política de los sectores populares orga-nizados y la imposición de orden en la sociedad. Para ello, por ejemplo, se definieron algunas medidas que buscaban asegurar el disciplinamiento de los trabajadores y la suspensión de ins-tancias de negociación importantes que tenía el sindicalismo organizado argentino, como las negociaciones colectivas. Esto fue iniciado durante la presidencia del general Juan Carlos Onganía, primer mandatario de la Revolución Argentina, cuyo gobierno se extendió hasta junio de 1970.

Apenas comenzada la gestión militar se abrieron espacios de confrontación con los ferrovia-rios3, portuarios de Buenos Aires4 y azucareros de la provincia de Tucumán5, ya que la ofensiva modernizadora y racionalizadora desplegada en esos ámbitos incluía despidos y modificaciones en el régimen laboral, que perjudicaban la situación de los trabajadores. En cuanto a la situación en Mendoza, se deben mencionar algunos focos conflictivos localizados fundamentalmente en el ámbito estatal: los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa de energía Luz y Fuerza y los trabajadores de la Sanidad. Se trató en todos los casos de demandas centradas en lo económico, que apuntaban a conservar las fuentes de trabajo y a conseguir aumentos de salarios y recuperar las discusiones de los convenios colectivos. A pesar de coincidir en el tipo de reclamo, no hubo accio-nes que trascendieran el ámbito propio de cada sector y tampoco una acción eficiente y firme de la regional de la Confederación General del Trabajo (CGT) —central que nucleaba a los sindicatos argentinos— para propiciar y apoyar medidas conjuntas. En los primeros meses, las declaraciones de las autoridades cegetistas se dirigieron a ofrecer su apoyo al gobernador impuesto por el Ejecu-tivo Nacional, el general Eugenio Blanco, sin hacer ningún tipo de reclamo o pedido.

2 La calificación de semidemocracias obedece a la proscripción electoral de la fuerza política del peronismo, vigente desde 1955.

3 El Plan de Reestructuración Ferroviaria presentado por el gobierno preveía el cierre de ramales, la privatización de tareas específicas de los talleres ferroviarios, el cierre de talleres, la introducción de modificaciones importantes en el régimen de trabajo, como la extensión en la jornada laboral; la movilidad de los francos semanales y de los períodos fuera de residencia (cuando se cumplía el trabajo en otras estaciones, talleres), el aumento de los topes kilométricos sin considerar el problema de la fatiga física de los obreros, los cambios en el escalafón y en el sistema previsional. Los Andes, varias ediciones (5 de mayo de 1966, 10 de junio de 1966 y 9 de noviembre de 1966), “Vuelta a viejos planes ya fracasados”, El Obrero Ferroviario, agosto, 1966, 3.

4 La “modernización” del puerto a través de despidos y modificaciones en el régimen laboral generó una huelga de los obreros portuarios que se prolongó varios meses. El conflicto giró en torno al nuevo reglamento de trabajo, que establecía cuatro turnos con un salario por turno, mientras que el régimen anterior le permitía a cada estibador acopiar más de un salario con el sistema de horas extras. Jaqueados por la Policía y la Prefectura marítima, sin apoyo de la CGT, los trabajadores fueron duramente reprimidos, y el sindicato fue intervenido en octubre de 1966. Alejandro Schneider, Los compañeros. Trabajadores, izquierda y peronismo. 1955-1973 (Buenos Aires: Imago Mundi, 2006).

5 En agosto de 1966 se decretó la reducción de la producción de azúcar mediante la intervención, el cierre y el desmantelamiento de siete fábricas azucareras, por lo que 9327 obreros de fábrica y del surco perdieron su trabajo. La resistencia de los trabajadores al cierre y sus primeras medidas (ollas populares y manifestaciones por las calles) obligaron a las autoridades al uso de la Gendarmería y la Policía Federal. A lo largo de todo el gobierno de la Revolución Argentina continuaron los enfrentamientos y la oposición de trabajadores y estudiantes a la ofensiva “modernizadora”. Cuando finalizó la dictadura de la Revolución Argentina, once de los veintisiete ingenios azucareros habían sido cerrados y casi un tercio de la población tuvo que migrar en busca de nuevas fuentes de trabajo. Para ampliar, puede consultarse Silvia Nassif, Tucumanazos. Una huella histórica de luchas populares, 1969-1972 (Tucumán: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, 2013), y Roberto Pucci, Historia de la destrucción de una provincia. Tucumán 1966 (Buenos Aires: Imago Mundi, 2014).

168 La organización sindical de los trabajadores gráficos de Mendoza durante la dictadura militar de la Revolución Argentina (1966-1973) Marcela Emili

La actitud de la CGT nacional también fue de apoyo al golpe militar, y los miembros de la conduc-ción elegidos en octubre de 1966 manifestaron públicamente su deseo de “dialogar con el gobierno y los empresarios” y solicitaron “participación en la Revolución Argentina”6. Las presiones de los sectores en conflicto llevaron sin embargo a la central a definir un Plan de Acción a comienzos de 1967, que fracasó y permitió a la dictadura de Onganía avanzar fuertemente con la política económica. Para ello se presentó el plan del ministro de Economía Adalbert Krieger Vasena, que fue el intento más enér-gico realizado hasta el momento para consolidar el predominio extranjero en la producción industrial y encauzar la economía argentina en un proceso sustentable de crecimiento bajo su control7.

A pesar de los apoyos que recibió la Revolución Argentina de las grandes empresas naciona-les y extranjeras, de algunos sectores medios y de las cúpulas sindicales, continuó la inestabilidad política, y lentamente algunos grupos comenzaron a oponerse a las políticas y medidas oficiales. Las huelgas y movilizaciones en algunas ciudades como Córdoba, Rosario y Tucumán se multi-plicaron y lograron gran participación de estudiantes, trabajadores y organizaciones peronistas y de izquierda. Como consecuencia de los hechos sociales de masas conocidos como Rosaria-zo-Cordobazo-Rosariazo, producidos en mayo de 1969 los dos primeros, y en septiembre del mismo año el último, se modificaron las políticas de estabilización económica, lo que se tradujo en el reemplazo en 1970 de Onganía por el general Roberto Levingston y en un cambio de línea en la política económica y social. Esta modificación de las políticas económicas y sociales fue completada por el general Alejandro Lanusse, quien encaró la tarea del llamado a elecciones8. La presencia de tres presidentes dentro de la Revolución Argentina constituye una expresión del fracaso de las tentativas de desactivar a la sociedad organizada y da cuenta de las diferencias internas dentro de las Fuerzas Armadas9.

2. La impronta combativa del sindicato gráfico: entre el oficio, la solidaridad y la tradición de lucha

La historia del gremio de los gráficos en la provincia se remonta a 1905, año en que se agrupa-ron los trabajadores de diarios e imprentas dando vida al Sindicato de Artes Gráficas de Mendoza (SAGM). Su impronta de gremio combativo con una larga tradición de luchas formaba parte del imaginario de los trabajadores en las décadas del sesenta y setenta, momento en que se ubica tem-poralmente este trabajo y continúa presente en los relatos que éstos realizan de aquellos años. El origen vinculado al socialismo en los comienzos de la organización derivó luego hacia los años veinte en la adscripción a la ideología sindicalista del movimiento obrero argentino, en conso-nancia con la Federación Obrera Provincial Mendocina (FOMP). Hacia 1930, la FOMP sostenía “la necesidad de prescindir de la colaboración con los partidos políticos en vistas a proteger la organización obrera y al sindicato como ámbito privilegiado para la acción colectiva”10. En esa

6 Declaraciones de Prado, La Nación, 27 de octubre y 9 de diciembre, 1966, 8; Guillermo O’Donnell, El Estado burocrático autoritario. Triunfos, derrotas y crisis (Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1982), 109.

7 Eduardo Basualdo, Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad (Buenos Aires: Siglo XXI, 2010), 58.

8 Martín Asborno, La moderna aristocracia financiera. Argentina 1930-1992 (Buenos Aires: El Bloque, 1993).9 Estas divisiones se encuentran explicadas en O’Donnell, El Estado burocrático autoritario, 95-104.10 Mariana Garzón Rogé, El peronismo en la primera hora. Mendoza, 1943-1946 (Buenos Aires: EDIUNC, 2014), 95.

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posición los encontró el advenimiento del peronismo, fenómeno que causó profundos debates en el seno del gremio gráfico —como en la mayoría de las organizaciones obreras del país—, que llegó a sostener en los primeros años del gobierno del general Perón una posición independiente, pero apoyando las políticas que se implementaban desde 1944, cuando aquel ocupaba el cargo de Secretario en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Esa independencia vinculada a la posición sin-dicalista que se ha mencionado atravesó toda la historia del SAGM hasta el período estudiado. Es decir, que las controversias y discusiones sobre la relación con los partidos políticos (en especial, la autonomía gremial) siguieron siendo un tema central para el activismo del gremio.

Sin embargo, y pese a esa impronta de gremio combativo, no hay en el período estudiado aquí registro de conflictos específicos de estos trabajadores11. Si bien es posible dar cuenta de su participación en luchas generales contra la dictadura, no hay —salvo unas pocas excepciones— disputas específicas del sector. Entonces, ¿De dónde viene esa imagen de sindicato batallador, imagen todavía presente en la memoria de los trabajadores del período?12 ¿Qué características de estos trabajadores aportaron elementos a la construcción de esa identidad luchadora que formaba —y forma— parte del imaginario sindical de aquellos años? Sin duda, el origen casi mítico de sus organizaciones tiene mucho que ver con esa construcción. Los gráficos fueron precursores y propulsores del sindicalismo argentino, al ser los primeros en fundar una organización mutual (la Sociedad Tipográfica Bonaerense, en 1857) y los primeros en organizar un sindicato (la Unión Tipográfica Bonaerense, en 1877) y decretar la primera huelga obrera, en 1878 (por mejores sala-rios y reducción de la jornada laboral). Los hitos enumerados eran repetidos y transmitidos de generación en generación y se mantuvieron como el andamiaje sobre el que se asienta la marca combativa, a la que se hizo referencia al comienzo de este apartado. El trabajo u oficio que realiza-ban aportó de igual manera, dada la importancia de la imprenta, importancia que conservaba hasta bien entrada la década del setenta:

“El oficio gráfico en la década del ‘60/‘70, y de ahí para atrás, era uno de los mejores oficios que había. Porque era muy bien mirado y tenía mucho prestigio. Prestigio por las cosas que se hacían, Ud. armaba un libro, armaba el diario de secciones, armaba el boletín. Las encuadernaciones que Ud. ve en la casa de gobierno y que ve en las universidades, y en muchos lugares, el 60% o el 80%, fueron hechas en la imprenta de la casa de gobierno [Imprenta Oficial]13.En aquellos tiempos éramos la piedra del escándalo para todos porque éramos, ¿qué éramos? Éramos la imprenta, la cultura, todo ¿y qué era la imprenta en aquellos tiempos? Era lo que son ahora las comunicaciones, todo. Vos tenías que tener un lugar donde imprimir los volantes, donde imprimir todo, porque te salía en contra la prensa que siempre ha existido y existe y vos tenías que contestar y convocar y llamar por el volante”14.

11 Se basó esta afirmación en un registro diario de la conflictividad laboral llevado a cabo en dos periódicos provinciales —Los Andes y Mendoza—, entre mayo de 1966 y mayo de 1973. Ese registro fue completado —para el caso de los trabajadores gráficos— con las actas de asambleas y de reuniones de la Comisión Directiva del SAGM del mismo período.

12 Para realizar la tesis doctoral en curso sobre el movimiento obrero organizado de Mendoza en las décadas del sesenta y setenta se han efectuado entrevistas en profundidad a treinta trabajadores de esos años (militantes sindicales en su mayoría). Casi todos ellos ubican a los gráficos entre los obreros más combativos del período.

13 Julio Luna, en discusión con el autor, 1 de abril de 2014.14 Reynaldo Herrero, en discusión con el autor, 24 de julio de 2012.

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Como se aprecia en estos relatos, el oficio gráfico, en cuanto a expresión escrita de la palabra, daba prestigio y los posicionaba en un lugar especial: el de la cultura y la educación. Incluso, esa particularidad de la tarea que se realizaba con las imprentas podía ser también una herramienta para la lucha, al ofrecer un vehículo de comunicación y de contrainformación a aquellos trabajado-res que estuvieran en conflicto. El mismo nombre del sindicato que agrupaba a estos trabajadores “de artes gráficas” ilustra el tipo de oficio que realizaban y cierta sensación de orgullo que com-partían. Su labor era un arte —de armar palabras, textos, libros— que incluía diferentes niveles y tareas: maquinista, tipógrafo, encuadernador y linotipista, cada una con su carrera (de aprendiz a especializado), cuyo aprendizaje se hacía en situación de trabajo y tenía una duración variable que era supervisada por el sindicato. Todavía faltaban unos años para que el ingreso de la tecnología, que reemplazó a la maquinaria utilizada por los gráficos, dejara sin poder a estos operarios califica-dos, en especial a tipógrafos y linotipistas.

Las palabras de Herrero dan otra pista para reflexionar sobre la marca de combatividad de los gráficos. La disposición a apoyar con acciones concretas —como la elaboración de volantes para comunicar las medidas o comunicados para contestar a la prensa “burguesa” y, en ocasiones, a la prensa del propio sindicato— era un aporte importante también en el marco de las disputas inter-nas para los sectores que se oponían a las dirigencias gremiales y para los sindicatos pequeños, que no contaban con esa herramienta. La solidaridad se expresaba permitiendo asimismo el uso del local sindical para las reuniones —muchas veces clandestinas— de organizaciones nuevas de tra-bajadores o agrupamientos opositores dentro de los gremios. El peso de la tradición “izquierdista” influyó además en la consideración que otros trabajadores tenían de los gráficos. Las posturas ideo-lógicas asumidas por el activismo desde los inicios de la organización, resignificadas activamente en los sesenta, son mencionadas de manera continua en asambleas, cuando se hacía necesario recuperar el “espíritu luchador” del gremio15.

Lo anterior se daba porque se conjugaron varios factores para alimentar esa imagen comba-tiva: la importancia del oficio gráfico en el terreno cultural, educativo, y para otros trabajadores; el prestigio que otorgaba manejar ese oficio cuando todavía no se modificaba la forma de realizar el trabajo, y el saber obrero era —para los propios obreros— un elemento que los diferenciaba de otros y aportaba en la construcción del perfil del colectivo gráfico, la tradición de lucha. Esos elementos daban al SAGM un lugar estratégico en el mundo laboral de la provincia. El sentido de lo estratégico no estaba dado en este caso por la posición económica o por el poder de detener la producción de muchas otras personas, ya sea en una industria o en toda una economía16, sino en una combinación de elementos morales, ideológicos, que se expresaban en la tradición y permi-tían ubicar a estos trabajadores en la vereda de los más combativos de la provincia.

15 En esta investigación se entiende la tradición en el sentido que plantea Williams, como una herramienta de conexión del pasado con el presente, que, en la práctica, ofrece un sentido de predispuesta continuidad. Raymond Williams, Marxismo y literatura, traducido por Guillermo David (Buenos Aires: Las Cuarenta, 2009 [1977]), 138.

16 John Womack, Posición estratégica y fuerza obrera. Hacia una nueva historia de los movimientos obreros (México: FCE, 2007).

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3. La dinámica interna del Sindicato de Artes Gráficas mendocino: participación y educación gremial

La organización interna del SAGM se conformaba con delegados de talleres: imprentas y diarios, y una comisión directiva que se renovaba mediante elecciones cada dos años. Las instancias de participación de los asociados al gremio eran las reuniones en el lugar de trabajo y las asambleas ordinarias —en las que se presentaban la Memoria y el Balance del año— y las extraordinarias, convocadas aproximadamente cada treinta días, aunque esto variaba en virtud de la coyuntura. Se realizaban los días domingo, día no laborable para la mayoría de los gráficos, siempre en la sede sindical. La figura del delegado tenía un peso significativo en la estructura organizativa, ya que éste era la voz de los trabajadores en las asambleas y conformaba el activismo del sindicato. En general, la mayoría de ellos eran militantes políticos preocupados por obtener el respeto de sus compañe-ros y patrones. Los entrevistados y activistas que se expresaban en las asambleas coincidieron en la necesidad de que el delegado fuera un operario responsable y capacitado, que manejara todas las tareas del oficio y pudiera entonces comprender las problemáticas de cada sector:

“Esto, esto lo aprendí de un dirigente Vicente […] era de la Federación de la Madera en Buenos Aires y lo escuché que decía: ‘el delegado de un taller de una empresa, el delgado tienen que ser el más capaz, el más inteligente para poder ser el delegado, no puede ser cualquiera. ¿Por qué digo esto? Porque le puede discutir a la empresa cómo es y porque tiene inteligencia’ decía el hombre. Entonces yo me acuerdo [reflexiona] voy a tener que ser el mejor operario en donde esté, pero no para poder tener rivalidad con nadie, al contrario, para poder discutir”17.

La falta de participación de los afiliados en las actividades cotidianas de la organización fue uno de los puntos más conflictivos, situación que en general parecía diferente en el acatamiento de las medidas de fuerza realizadas en el período que se estudia aquí. Es común encontrar en las actas la imposibilidad de realizar las asambleas, por ser insuficientes el número de compañeros presentes y la ejecución de nuevas convocatorias18. A veces, luego de dos convocatorias frustradas, alguno de los presentes efectuaba una moción pidiendo la realización de la asamblea con los asistentes, para agilizar así la resolución de situaciones urgentes19.

Para los dirigentes, este problema tenía origen en la falta de educación gremial de los trabajadores gráficos, y su polémica se relacionaba con la necesaria participación del sindicato en las discusiones nacionales, que mantenían las tendencias y los agrupamientos sindicales del período. El debate giraba en torno a la vinculación que debía tenerse hacia afuera del gremio, pero entendiendo que la misma debía ser definida entre todos los miembros de la organización, y no ser sólo expresión de las orientacio-nes de los dirigentes. De ahí el hincapié puesto en la educación gremial, incentivando la participación tanto en las actividades que respondieran a demandas o conflictos propios del sector como en aquellas

17 Herrero, entrevista.18 El promedio de asistentes a las asambleas extraordinarias y ordinarias durante el período en que se ubica el

trabajo es de cincuenta afiliados, número que crece en coyunturas especiales, como el mes de mayo de 1969, luego del Rosariazo, en las que participan más de cien trabajadores. Libros de asistencia Asambleas desde el 9 de enero de 1966 hasta el 30 de diciembre de 1973.

19 Puede consultarse: Actas de Asambleas (AA) del 17 de octubre de 1967. Esta falta de participación probablemente se extendía a las elecciones de Comisión Directiva. En las realizadas en febrero de 1970, sobre un total de 894 empadronados, sólo asistieron a votar 109. También en AA del 29 de marzo de 1970.

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que ampliaban el horizonte de lucha, ubicando a los gráficos en el conjunto de la clase trabajadora y en las disputas que la misma mantenía con clases y sectores diversos de la sociedad.

A pesar de esto, las intervenciones de los miembros de la Comisión Directiva en sus reunio-nes dan cuenta de esta problemática y las disyuntivas que generaba. Para algunos miembros de la Comisión Directiva, hacía falta más organización, recuperar la participación de los afiliados en las actividades gremiales y, después, resolver los vínculos y participación en nucleamien-tos20 y en alguna de las CGT21. Otros creían que el sindicato no podía ni debía mantenerse al margen de la situación nacional, aislándose o actuando en forma independiente. Estas inter-venciones deben enmarcarse en el momento de gran movilización y conflictividad social de 1969 que recorría —con variada intensidad— todo el país: “No se puede tener un gremio inde-pendiente, lo que se tiene que hacer es trabajar más para crear conciencia en los asociados, unificarlos y poder así afrontar la lucha. Se debe participar en todas las reuniones de la CGT, así se podrá tener una idea cabal de todo lo que acontece en el movimiento. El gremio tiene una línea de lucha y debe seguir en ella”22.

Como se observa, las discusiones giraban en torno a los vínculos que debían sostenerse a nivel nacional, pero también se ponía énfasis en la necesaria organización interna del gremio, apun-tando sobre todo a militar a los trabajadores gráficos para que participaran más, sumándose a los debates y medidas que se dispusieran. Las intervenciones de los dirigentes aventuraban dos caminos para superar esa situación: mientras que para algunos era una cuestión gradual, en donde primero debía lograrse la participación de los trabajadores en asuntos propios de los gráficos y, una vez logrado esto, abrir la organización a otros horizontes de confrontación, para otros ambas tareas debían desarrollarse a la par, de lo contrario se corría el riesgo de aislarse del movimiento y perder fuerzas en las posibles confrontaciones. Así, pues, el debate sobre la participación en las actividades del movimiento sindical se centraba por momentos en la posición por sostener y encarar frente a las luchas que se daban en el país, teniendo en cuenta con quiénes aliarse, qué reivindicaciones levantar o a quiénes prestar apoyo, y en ocasiones reaparecía el tema de la auto-nomía frente a los partidos políticos y agrupamientos ideológicos. En esas discusiones parecía recuperarse la tendencia sindicalista que el gremio abrazó durante tantos años.

20 Después del golpe militar de la Revolución Libertadora, en 1955, que desalojó del Gobierno al peronismo, los sindicatos se agruparon en dos nucleamientos ideológico-políticos: las “32 organizaciones mayoritarias y democráticas”, conformadas por los sectores no peronistas alineados con la Libertadora, y las “62 organizaciones”, constituidas por gremios peronistas, comunistas y otras corrientes ideológicas de izquierda. Estos agrupamientos atravesaron divisiones, se dispersaron y concentraron bajo diferentes denominaciones a lo largo de los años de proscripción del peronismo. Beatriz Balvé, Los nucleamientos políticos ideológicos de la clase obrera. Composición interna y alineamientos sindicales en relación a gobiernos y partidos. Argentina, 1955-1974 (Buenos Aires: CICSO/Serie de estudios n.° 51, 1990). Hacia 1966 se encuentra a las 62 Organizaciones peronistas divididas en las 62 Leales (dirigidas por el metalúrgico Augusto Vandor) y las 62 De Pie Junto a Perón (dirigidas por el secretario del gremio textil, José Alonso), el Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS), de tendencia comunista; los Gremios Independientes y los No Alineados, del que formaba parte el SAGM (después de haber sido parte de los 32 gremios, primero, y de los Independientes, luego). Sobre el origen del agrupamiento de los No Alineados, dice Darío Dawyd que fue un desprendimiento de los Gremios Independientes que acompañó frecuentemente la estrategia vandorista. Darío Dawyd, Sindicatos y política en la Argentina del Cordobazo. El peronismo entre la CGT de los Argentinos y la reorganización sindical (1968-1970) (Buenos Aires: Pueblo Heredero, 2011).

21 Desde marzo de 1968 existían dos centrales en el país: la CGT de los Argentinos y la CGT Azopardo (ver más adelante).

22 Sobre este asunto: Libro de Actas de Reuniones de Comisión Directiva (ARCD) del 19 de julio de 1969.

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En cuanto al asunto interno, un intento para dar solución a ese problema fue la creación de subcomisiones —de asuntos gremiales, de relaciones sociales, de trabajos internos y de represen-tación frente a la CGT—, fijando encuentros semanales, para que los responsables de las mismas informaran sobre lo actuado. También, los encargados de la tesorería del gremio debían informar en esos encuentros de la situación económica de la asociación23. No se estableció cómo se vincu-larían las comisiones con los trabajadores, ni qué tareas específicas debían realizar. No obstante la rápida decisión tomada en esa reunión de Comisión Directiva y la preocupación sobre el tema que se encuentra en las actas, en los siguientes encuentros no se informó sobre los avances realizados por las subcomisiones. Al parecer, el problema continuó, y la militancia gremial siguió concen-trada en el activismo, liderada por los delegados de taller y miembros de la Comisión Directiva.

Los problemas que generaba la “indisciplina gremial” son otros de los aspectos que aparecen regularmente en las actas. Siempre se recurría a la asamblea para decidir qué hacer con quienes caían en faltas, y era común sancionar a los compañeros que no acataban las medidas de fuerza resueltas por las instancias estatutarias. La sanción generalmente implicaba la expulsión del gremio, medida que podía revisarse transcurrido determinado tiempo, dependiendo de la grave-dad de la falta. Por ejemplo, en la Asamblea Extraordinaria realizada el día 10 de diciembre de 1967 se discutió la situación de un afiliado que había sido expulsado por haber trabajado durante una huelga mantenida por el personal de la Litografía Mendocina, o la de varios afiliados que se pusie-ron a disposición de la patronal en un conflicto que se presentó en el diario El Tiempo de Cuyo por la falta de pago de los salarios. A veces, como sucedió en el diario Los Andes, era la comisión interna quien pedía la sanción. En esa oportunidad se pidió “La suspensión de afiliación para unos y la expulsión para otros operarios jerarquizados porque nunca acataban las decisiones del perso-nal y a su vez entorpecían la labor del mismo. Este personal se prestó a trabajar parcialmente de 18 a 20 horas diarias, en esos momentos el personal había retirado toda colaboración a la empresa”24.

Para este tipo de sanciones, incluso se consideraban situaciones por fuera de la provincia, tales como el hecho de trasladarse a trabajar a la provincia de San Juan (ubicada al norte de Mendoza), para reemplazar a trabajadores de allí que estuvieran en conflicto. Un caso más complejo sería el de un trabajador, tildado de “carnero”25, es decir, acusado de “actuar siempre con criterio propio”, cuyo paso por los talleres donde trabajó fue “funesto para los compañeros”. La discusión incluso llegó a considerar la posibilidad de reincorporarlo a la organización, “para que no sea usado como elemento disociador por la patronal”26. En los casos consultados hasta el momento, siempre el trabajador sancionado era invitado a la asamblea para defenderse y argumentar los motivos por los que debería ser reincorporado al gremio.

23 ARCD, correspondiente también al 19 de julio de 1969.24 Consultado en: Libro de AA del 30 de junio de 1968.25 Nombre ofensivo que recibían los trabajadores que no adherían a las huelgas.26 Libro de AA del 10 de diciembre de 1968.

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Dentro de las estrategias sindicales internas del SAGM, la Bolsa de trabajo fue un elemento muy importante en la década del sesenta, como lo había sido en los años anteriores27. En los registros de 1963 se encuentran intervenciones que promovían la reorganización de la Bolsa, así como resoluciones para que la Comisión Directiva “normalice la situación de los talleres en cuanto a elección de delegados y comisiones internas”28, con el fin de tener una idea clara del panorama de los ocupados en cada plaza. El objetivo aquí era evitar la doble plaza, ya que los lugares disponibles debían ser ocupados por aquellos compañeros que no tuvieran trabajo. Similar era la situación hacia 1968, ya que, por ejemplo, en el diario La palabra “trabajaban com-pañeros que tienen plaza fija y también jubilados y entonces se sugirió que la Comisión visitara ese diario para ubicar a los compañeros desocupados”29. Relatando lo que sucedía en la Imprenta Oficial, dice Reynaldo Herrero:

“Los trabajadores no podían entrar por el gobierno por nadie, sino por la bolsa de trabajo del sindicato porque teníamos bolsa de trabajo nosotros […] nosotros teníamos una bolsa de trabajo que nos pedían los patrones el obrero porque en cada taller había un delegado y tenía que ir con la orden del sindicato para poder entrar sino no entraba en los talleres”30.

Ahora bien, la presencia de la Bolsa de trabajo generaba controversias entre los trabaja-dores, posiciones a favor y en contra de su utilización. Lo positivo estaba dado por el hecho de que se aseguraba la contratación del obrero con la categoría que tenía. Esto significaba mejor salario y ventajas laborales. Si, en cambio, el operario era contratado por otra vía, la categoría no siempre era respetada, y en ocasiones consideraban su categoría como inferior a la que poseía realmente, con los perjuicios que eso generaba en su situación salarial. De alguna manera, se puede plantear que, en este sentido, la acción del gremio regulaba y hacía efectivo el respeto por las categorías del oficio31. El costado negativo del uso de la Bolsa se presentaba cuando llegaban nuevos trabajadores a una imprenta o diario y se generaban asperezas entre “viejos y nuevos”, porque estos últimos no respetaban las trayectorias ni las relaciones que ya se habían establecido entre los compañeros. Según uno de los entrevistados, “sólo venían a pasar por encima”32. Este gráfico trabajaba en la Imprenta Oficial, el taller más grande de la provincia, junto con el diario Los Andes. El ingreso allí, hasta la implementación de la Bolsa, se hacía por la vía familiar. El tener un padre, hermano o tío gráfico daba la legitimidad y el pasaporte necesarios para ser parte de la “familia de la Imprenta Oficial”.

La herramienta de la Bolsa de trabajo se complementaba con el control que el SAGM pre-tendía realizar de la doble plaza. También esta función sindical suscitaba malestar entre buena

27 Al respecto, Mariana Garzón Rogé considera que la regulación del ingreso de los trabajadores a los talleres fue una de las estrategias del gremio, para evitar el desmembramiento y “sostenerlo contra los riesgos que acechaban con destruir la organización en los tiempos sombríos del comienzo de la Segunda Guerra Mundial”. Mariana Garzón Rogé, “Vamos hacia la realidad, no hacia la utopía: El Sindicato de Artes Gráficas de Mendoza, 1939-1945” (ponencia presentada en las XII Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, octubre 28-31, 2009), 2.

28 Libro de AA del 20 de septiembre de 1963.29 Libro de AA del 28 de enero de 1968.30 Herrero, entrevista.31 Julio Díaz, en discusión con el autor, 20 de marzo de 2014.32 Luna, entrevista.

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parte de los trabajadores. La doble plaza refería a la imposibilidad que tenían los gráficos de trabajar en dos talleres a la vez. Era, desde la concepción del sindicato, una forma de evitar que hubiera desocupados en el sector, ayudando a quienes no tenían un puesto de trabajo. Las personas que se oponían a esta resolución del sindicato argumentaban que si había trabajado-res requeridos por más de un patrón, esto se debía a que eran capaces en su oficio, y agregaban que los dueños de diarios y talleres los contrataban igual, dejándolos “en negro” (es decir, no estaban registrados) para asegurarse un buen empleado y evitar el control del gremio. Por eso, en las actas se lee la importancia dada por algunos delegados a regularizar la situación en todos los espacios de trabajo y contar así con la figura legítima del delegado que informaba de esas irregularidades. Es interesante la discusión que se abría con estos temas, ya que involucraba a trabajadores, a sus representantes y a los patrones. Uno de los ejes en esos debates estaba puesto en el rol o función que tenía el sindicato y en los choques que podían presentarse entre las diferentes concepciones de cómo practicar la solidaridad interna. Un dato interesante de señalar es que quienes se oponían a la doble plaza no se basaban en argumentos económi-cos —no planteaban como necesario tener dos trabajos, en virtud de los bajos salarios que percibían, por ejemplo, a pesar de que las críticas que se hacían al gobierno de la dictadura sí apuntaban en esa dirección—. Para ellos, se podía ser solidario de otras maneras, brindando ayuda económica a algún compañero, o a filiales de otras provincias, ayuda que en ocasiones se recolectaba con base en aportes individuales, y otras veces salía de los fondos del gremio.

Se debe agregar que ésta fue una práctica común del sindicalismo argentino, con fines estraté-gicos, puesto que el control del acceso a los puestos de trabajo permitía al gremio sumar afiliados y presionar a los ingresantes a participar de las medidas (ya se observa que éste fue uno de los problemas que tuvo el SAGM en el período aquí estudiado), y reforzaba los lazos de solidaridad al atender las necesidades de los compañeros parados.

4. El enfrentamiento con la dictadura y las posiciones frente a la división de la CGT

Durante los primeros meses del gobierno de la dictadura, la posición adoptada por los gráficos no fue de oposición a la misma, en espera de sus resoluciones. Continuaron en esa postura, aun cuando se realizó la primera protesta conjunta contra ese gobierno, el paro general del 14 de diciembre de 196633. Es probable que esta actitud se vinculara con su adscripción al nucleamiento de los No Alineados, que sostenían la consigna de no enfrentamiento con la Revolución Argentina. El viraje hacia una línea más dura, opositora a la dictadura, se produjo al año siguiente. Conforme con lo que sucedía en varias regiones del país, las asambleas realizadas en 1967, en especial a partir de julio, comenzaron a manifestar críticas al gobierno local y nacional. La puesta en marcha del plan económico del ministro Krieger Vasena, luego del fracaso del Plan de Acción de la CGT,

33 La CGT decidió realizar una protesta contra las medidas económicas implementadas por el Gobierno. Las críticas apuntaban a los despidos en la administración pública, a las consecuencias negativas que tenían la política económica y la inflación sobre el salario, y manifestaban la solidaridad con los trabajadores en conflicto —ferroviarios, portuarios y azucareros—. La CGT Regional acató las disposiciones del Comité Central Confederal (órgano máximo de resolución de la central) y apoyó el paro, que tuvo repercusión importante en Mendoza, en especial en la industria y en el transporte (con la adhesión total de los trabajadores del riel).

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realizado a comienzos de 196734, y una serie de leyes que afectaban la situación de los trabajadores impulsaron esos primeros cuestionamientos a la gestión militar y a la conducción de la central. Entre esas leyes se destacaban la 17224, que congeló los salarios por dieciocho meses, y la suspen-sión de la ley 14250, que reglamentaba las negociaciones colectivas.

Los gráficos hacían responsables del fracaso de este plan a las autoridades cegetistas, acusándo-las también de la falta de actitud firme para oponerse al Ejecutivo, al ejercer sólo tímidas presiones para obtener beneficios que nunca llegaron. La manifestación más visible de este cambio de actitud fue el reclamo por las paritarias. El tema fue encarado por la Federación Argentina de Trabajadores de Imprenta (FATI), en el marco de un “plan de acción por la conquista de un convenio único y nacional”, y fue discutido en varias de las reuniones. Las intervenciones de los afiliados al respecto vinculaban la situación crítica que vivían los trabajadores, como consecuencia de la política eco-nómica del Gobierno, con la imposibilidad de discutir en las paritarias los necesarios aumentos de sueldo (se pedía un aumento del 40%). La FATI envió el pedido de convocatoria a la Secretaría de Trabajo, pedido que fue devuelto sin agregar nada al documento. La decisión adoptada entonces por la organización gráfica nacional fue no tomar medidas de acción directa, para “no mandar al sacrificio al gremio” y encarar una tarea de “esclarecimiento público de lo que significaba la polí-tica económica y social del gobierno y del perjuicio que causaba la ley 17224 a los obreros”35.

Es importante destacar lo que implicaba para el movimiento obrero organizado argentino —desde mediados de la década del cuarenta— el proceso político de elaboración del convenio colectivo de trabajo. Tanto la escala salarial como las formas de organización del trabajo o los puntos sobre las condiciones del mismo se desarrollaban y se definían de acuerdo con largos y con-flictivos debates entre las partes, en el ámbito de la negociación colectiva. Ésta involucraba todos los recursos y prácticas de la organización, y en muchas ocasiones debía ser defendida, luego de firmada, en los lugares de trabajo manteniendo movilizados todos los componentes organizativos

34 A principios de ese año, la CGT anunció el lanzamiento de un Plan de Acción, que incluía paros nacionales de 24 horas para el 1º de marzo y de 48 horas para el 21 y 22 del mismo mes (que no llegó a realizarse), acompañados de “campañas de esclarecimiento” y “movilizaciones”, que podían terminar en ocupaciones de fábricas. Las reivindicaciones planteadas eran: reapertura de fábricas cerradas, desechar la política inflacionaria basada en la pérdida del valor adquisitivo de los salarios y en la desocupación, participación de los trabajadores, a través de la CGT, en la formulación y puesta en marcha de una política económica al servicio del desarrollo nacional, inmediata solución de problemas laborales pendientes, en especial los que afectaban a portuarios, ferroviarios y trabajadores del azúcar y no adopción de modificaciones al régimen de trabajo y a la situación gremial, sin la previa participación de los sindicatos y de la CGT. Los Andes, 15 de febrero, 1967, 4. El Gobierno respondió con una serie de medidas que mostraban su decisión de oponerse duramente a la CGT. El Consejo Nacional de Seguridad (CONASE) se reunió en febrero y decidió interrumpir el diálogo con la central obrera, denunciando que el plan de lucha estaba influenciado por los comunistas. Se sancionaron leyes represivas y fueron prohibidas las manifestaciones en la vía pública. Los fondos de varios sindicatos fueron congelados y se anunció el despido de todos los trabajadores estatales que adhirieran a las medidas de fuerza propuestas en el marco del Plan de Acción. Sin embargo, el Plan avanzó, por lo que en la provincia el paro general del 1º de marzo tuvo repercusión parcial, según la prensa local. El mayor acatamiento se dio en las zonas alejadas de la capital provincial, porque los gremios que adhirieron fueron los de la industria. Entre los estatales, acataron los trabajadores de Luz y Fuerza y ferroviarios. Los Andes, 2 de marzo, 1967. Como respuesta, el Ejecutivo despidió trabajadores públicos y levantó actas sumariales contra ellos, congeló recepción de fondos retenidos por las empresas y retiró la personería gremial a Textiles, Azucareros, Obreros Químicos, Telefónicos de capital, Metalúrgicos y la Unión Ferroviaria. Esta actitud y las disputas internas entre las tendencias sindicales llevaron a la CGT a suspender el Plan.

35 Libro de AA del SAGM del 10 de diciembre de 1967.

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de los gremios36. Si se consideran de esta manera, se pueden comprender tanto la decisión del gobierno de Onganía de suspender esa instancia de confrontación/discusión como el hecho de que fuera la punta de lanza en buena parte de los sindicatos para cuestionar a ese gobierno.

Las manifestaciones de oposición a la Revolución Argentina y a la actitud asumida por las auto-ridades de la CGT continuaron con ritmos e ímpetus diversos en el territorio nacional. En el plano de la organización obrera, explotaron a comienzos de 1968, cuando se llevó a cabo el Congreso Normalizador de la CGT, denominado Amado Olmos, en homenaje al dirigente del sindicato de Sanidad fallecido en enero. Allí se enfrentaron dos posiciones: la de los delegados que no querían permitir la participación de los representantes de gremios intervenidos (condición que imponía el gobierno dictatorial) y la de aquellos que aceptaban y exigían la participación de todos los sin-dicatos con voz y voto37. Al no haber acuerdo, la CGT se dividió en la CGT Paseo Colón, llamada CGT de los Argentinos, formada por los gremios que sufrían en forma más dura las medidas del Gobierno y los intervenidos por el Estado, con actitudes más combativas; y la CGT Azopardo, constituida por los sindicatos con mayor peso tanto por su número de afiliados como por represen-tar ramas de la industria centrales para el desarrollo del país, más conciliadora y abierta al diálogo con el Gobierno.

Las regionales del interior debieron posicionarse frente a esta fractura. Los gráficos realizaron el 17 de abril una asamblea, cuyo único punto era la situación de la CGT. Luego de un informe que explicaba la manera en que se había llevado a cabo el congreso, acordaron que el mismo se desa-rrolló en forma estatutaria38. También, los miembros de la Comisión Directiva leyeron circulares enviadas por la FATI en apoyo de la nueva conducción, y comunicados de prensa emitidos por las nuevas autoridades de la CGT. Finalmente, el secretario general intervino para aclarar la modifi-cación de la estrategia respecto a la participación en la central:

“[Aunque] los gráficos de Mendoza habían resuelto la inhibición de la comisión administra-tiva para participar en la CGT, [se] entendía que en lo referente a los actuales problemas, la posición de nuestro gremio debía ser apoyar a la nueva mesa directiva de la CGT por entender que los motivos que la llevaron a esta situación se basan en la defensa clara de los derechos de los trabajadores”39.

Para reforzar su moción, el dirigente dio a conocer las “maniobras de la ex mesa directiva de la CGT en el sentido de que no adoptaba ninguna resolución ante la política laboral del actual gobierno”40. No se ha encontrado hasta el momento registro de la asamblea mencionada en el acta; sin embargo es probable que la decisión de apartarse de la CGT fuera tomada en virtud de la falta de oposición firme y con hechos que mostraba la conducción anterior frente al gobierno de la dic-

36 Agustín Nieto, “Negociación colectiva y lucha de clases: convenio laboral para fileteros, 1969-1970”, [manuscrito sin publicar].

37 En el fondo, lo que se debatía era aceptar o rechazar la legalidad que imponía un gobierno ilegítimo.38 En función de la discusión que se dio en el congreso, luego de la división, los diarios locales comenzaron a

denominar “rebelde” a la nueva CGT, mientras que la de Azopardo era la central “legal” (aun cuando no recibió el reconocimiento del Gobierno). A juzgar por el peso dado al argumento de la legalidad estatutaria de la elección, ése era entre el activismo gremial de los gráficos un paso previo importante para sumarse a la CGTA. En Libro de AA del 17 de abril de 1968.

39 Libro de AA del 17 de abril de 1968.40 Libro de AA del 17 de abril de 1968.

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tadura tanto a nivel local como nacional. Por último, en asamblea, los afiliados decidieron apoyar a la CGTA y a su secretariado.

Por tanto, a diferencia de lo ocurrido en la ciudad de Buenos Aires, donde la Federación Grá-fica Bonaerense se constituyó en la principal impulsora de la CGTA (el gráfico Raimundo Ongaro, perteneciente a esa federación, fue elegido secretario general), en Mendoza el SAGM no tuvo una participación destacada en la nueva central. Si bien la conducción participó en las acciones que con-cluyeron en la conformación de la CGTA local41, al parecer las disputas internas entre los dirigentes —disputas que giraban en torno a sus adscripciones ideológicas, al haber en su seno peronistas, comu-nistas y socialistas— impidieron estructurarla en forma sostenida y convertirla en el aglutinante de las luchas contra la dictadura42. Aunque todos formaran parte de una misma tendencia sindical com-bativa43, sus diferencias político-ideológicas tuvieron un peso mayor que determinó en gran medida la imposibilidad de crecimiento de la CGTA Regional. Al quedar centrada en el activismo sindical y atravesada por sus divergencias, se alejó de los problemas que los trabajadores vivían cotidianamente en sus lugares de trabajo —siendo ése uno de los puntos centrales de su propuesta programática—, y tuvo escasa incidencia como Central en los conflictos locales.

Sin embargo, y a pesar de su “poca fuerza” en la provincia, para las autoridades del SAGM siguió siendo la central que a nivel nacional impulsaba la lucha contra la política de la dictadura. Por ello, en momentos en que desde distintos agrupamientos y sindicatos se promovía la unifica-ción de ambas centrales, algunos de los miembros de la comisión se oponían y consideraban que los gráficos debían permanecer en la CGTA: “Lo que les interesa a los gráficos es participar en la CGTA, pues si nos quedamos callados es lo mismo que dar la aprobación a la política gubernamen-

41 La “Marcha de los pobres” en apoyo a la jornada de lucha contra el gobierno de los monopolios definida por la CGTA se realizó con la participación de los veintiocho gremios mendocinos que posteriormente, el 26 de julio de 1968, convocaron al plenario para considerar la reorganización de la regional. Con la presencia de Ongaro, en la provincia se eligieron las nuevas autoridades que conformaron el secretariado de la CGTA local. Los Andes, 20 de julio de 1968 y 30 de julio de 1978, 7. Entre los sindicatos que formaron parte de ese proceso estaban la Unión Ferroviaria, ATSA (sanidad), Contratistas de viñas y frutales, Obreros mosaístas, Artes gráficas, FOETRA (telefónicos), SOEVA (vitivinícolas), SUPE (petroleros), La Fraternidad, Cementistas, obreros malteros y cerveceros, vendedores de diarios y revistas. Un análisis sobre la formación de la CGTA en Mendoza puede verse en Marcela Emili, “Experiencias sindicales de la historia reciente en Mendoza: la presencia de la CGT de los argentinos en la provincia”. Cuadernos de Historia, Serie Economía y Sociedad n.° 12 (2012): 95-109.

42 En el programa de la CGTA se convocaba a otros sectores de la sociedad para unirse en la oposición a la dictadura, coordinando la resistencia junto al movimiento obrero. Para ampliar, ver Juan Alberto Bozza, “Resistencia y radicalización. La CGT de los Argentinos, un ámbito de convergencia de la nueva izquierda” (ponencia presentada en las IX Jornadas Interescuelas de Historia, Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades, Argentina, septiembre 24-26, 2003); Dawyd, Sindicatos y política en la Argentina.

43 Dawyd identifica tres tendencias sindicales en el período: participacionistas, dialoguistas y combativos. Los participacionistas adhirieron al llamado a participar en el gobierno de Onganía en 1966. Privilegiaban el acercamiento al Gobierno, ya que de éste dependía la supervivencia de los sindicatos para dedicarse a la concertación social junto al Estado. En este período se fueron alejando de sus orígenes peronistas, inclinándose por una actitud apolítica y pragmática con el Estado, en cooperación con el capitalismo hegemónico. Los dialoguistas o negociadores también sostenían la necesidad de mantener la existencia de los sindicatos y su función de concertación social, pero con la participación política de los mismos, su intención era alcanzar la reformulación del pacto social de 1945-1955, con el consiguiente reforzamiento de la actividad industrial y de los sindicatos que adscribían a la tendencia. Los combativos por su parte, hacían hincapié en la defensa de las conquistas laborales, participación política de los trabajadores sin proscripciones e intervención activa del Estado en la economía nacional. Dawyd, Sindicatos y política en la Argentina, 33.

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tal, se debe luchar por los derechos obreros”44. Un aspecto interesante de analizar en esos debates era la relación que se establecía con otras organizaciones de trabajadores. La preocupación en esos momentos pasaba por el acatamiento o no de las disposiciones y medidas que ellos definían. Desde el SAGM se sostenía que si bien había que acatarlas para evitar ser señalados como traido-res o participacionistas, también era necesario “tener un gremio con personalidad, que luche por sus convicciones y no solamente por disciplina gremial”45. Es posible que este tema se vincule al hecho de ocupar los gráficos de Buenos Aires un lugar central en la CGTA, y entonces es probable que el gremio local se sintiera en la disyuntiva de obedecer ciegamente las directivas del sindicato bonaerense o permitirse y generar el ámbito para que el activismo pudiera debatirlo y atender en ciertos momentos a las posibilidades reales de hacerse cargo de esas medidas.

Aquí se observan nuevamente los debates atravesados por el siempre presente anhelo de inde-pendencia del sindicato gráfico local. También, en las discusiones generadas por las disputas entre la Federación Argentina de Trabajadores de Imprenta y la Federación Gráfica Bonaerense (FGB), que terminaron en la ruptura de la organización que nucleaba a los gráficos de todo el país. Si bien no profundizamos en este punto, debido a que sólo se encuentran dos actas donde se informa sobre lo ocurrido en el congreso —la división de la FATI—, sí parece interesante mencionar los argumentos esgrimidos por los delegados mendocinos enviados a Córdoba46. En ellos es posible inferir críticas a lo actuado por los representantes de la FGB, que buscaron imponer su línea política-ideológica47. Al parecer, para los gráficos locales era importante resguardar la independencia, a fin de evitar los conflictos internos entre las tendencias mayoritarias del SAGM, los comunistas y los peronistas.

Entre abril de 1970 y abril de 1972 (cuando se produjo el hecho social de masas denomi-nado Mendozazo48), las acciones conjuntas de todos los trabajadores dominaron el escenario de la conflictividad provincial. La máxima expresión de esas acciones fueron las huelgas generales impulsadas desde las bases y/o las conducciones —nacionales y regionales— de la CGT49. En tér-minos generales, todas se realizaron con el fin de protestar contra la política económica y social de la dictadura. Las reivindicaciones se centraron en torno a la necesidad de aumentos salariales para hacer frente al alza en el costo de vida, la plena vigencia de la ley 14250 de convenciones colectivas, la derogación de la legislación represiva y el reordenamiento adecuado del sistema previsional. En todos los casos, su acatamiento generaba acaloradas discusiones entre los delegados del SAGM, que llevaban la voz de trabajadores de las imprentas y los diarios a las asambleas gremiales. A veces, la decisión se dirimía en torno a la dirección o el sector que convocaba a la medida, y entonces las

44 Libro de ARCD del 19 de julio de 1969.45 Libro de ARCD del 18 de junio de 1969.46 En una asamblea extraordinaria realizada en el mes de julio de 1972 se encuentra el informe sobre la división de la

FATI; luego, en un acta fechada en noviembre del mismo año se discutió la posibilidad de sancionar a un compañero acusado de mantener vínculos “programáticos” con la FGB y de militar por la conformación de una agrupación gráfica peronista (denominada “17 de Octubre”). El tema es encarado nuevamente en agosto de 1973, pero, dado que excede nuestro período, no se ha analizado en este artículo. Queda pendiente para futuros avances.

47 Libro de AA del 5 de julio de 1972.48 Un análisis del Mendozazo puede consultarse en Gabriela Scodeller, “Conflictos obreros en Mendoza (1969-

1974): cambios en las formas de organización y de lucha producto del Mendozazo” (Tesis de doctorado en Historia, Universidad Nacional de La Plata, 2009).

49 En Mendoza se realizaron cuatro huelgas generales en 1970: el 23 de abril, 9 de octubre, 12 y 13 de noviembre, una en 1971 el 29 de septiembre y una de 48 horas el 29 de febrero y el 1 de marzo en 1972.

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intervenciones giraban alrededor del debate recurrente de los vínculos entre bases, direcciones y burocracia sindical. Obviamente, contaba con más legitimidad el reclamo que, según entendían los activistas, “nacía de las bases”50.

En ocasiones, la decisión ponía en juego también las relaciones con la Federación y el alcance del disciplinamiento gremial. Entonces, se planteaban el papel que tenía la FATI, sus declaracio-nes sobre la huelga y el deber del SAGM en esa coyuntura: “si la FATI había decidido el paro, el sindicato gráfico debía ser disciplinado y acatarlo también, buscando el acuerdo en los lugares de trabajo”51. Cabe destacar que en el análisis de la coyuntura que hacían los activistas se considera-ban los factores por tener en cuenta para asegurar el éxito de la medida. Por ejemplo, se buscaba asegurar la participación de los obreros del diario Los Andes y de la Imprenta Oficial, por ser ésos los talleres con más personal de la provincia.

Igual tono tiene la discusión sobre el paro dispuesto por la CGT para el 29 de septiembre de 1971. La no adhesión de canillitas (repartidores de diarios), trabajadores de prensa y las filiales de San Juan y San Luis, junto con la recomendación de FATI de no participar en el mismo, dificul-taban la determinación. Para algunos afiliados era un “paro político”, y ciertas reivindicaciones ni siquiera tenían que ver con Mendoza. Las críticas apuntaban contra la CGT Regional por no favorecer la discusión de la medida desde las bases y por limitar su participación a estas acciones de alcance nacional, sin intervenir en los conflictos diarios de los trabajadores provinciales. El delegado de la Imprenta Oficial consideró en esa ocasión que “no deben ignorarse los motivos expuestos para la realización del paro —aumento de salarios y libertad de presos sociales y gremia-les—”52, motivos vinculados a la situación material que atravesaban los trabajadores, más allá de la dirección que tuviera la huelga. Sin embargo, la decisión fue el no acatamiento, a pesar de que ya cincuenta gremios habían adherido en la provincia53. Diferente es la postura que se tomó frente al paro del 29 de febrero y primero de marzo de 1972. Allí se entendió que debían participar, ya que era contra el Gobierno, y aunque el paro era impulsado por la CGT, los trabajadores gráficos sos-tenían que debía hacerse también “contra los dirigentes de la central que frenan la voz de protesta de la clase obrera”54. La huelga registró en Mendoza el mayor acatamiento de los últimos años55.

Conclusiones

A lo largo de este trabajo se han presentado las prácticas sindicales del Sindicato de Artes Gráficas de la provincia de Mendoza. Si bien se trata de un gremio pequeño, tanto en términos de afiliados

50 Libro de AA del 10 de noviembre de 1970.51 Libro de AA del 07 de diciembre de 1970.52 Libro de AA del 27 de septiembre de 1971.53 Los Andes, 29 de septiembre, 1971, 3.54 Libro del AA del SAGM del 20 de febrero de 1972.55 Según datos de la Dirección Provincial del Trabajo, se registra un 100% de acatamiento a las medidas en los

gremios de la carne, ceramistas, comercio, choferes de micro, gráficos, madera, vidrio, farmacias, mosaístas, telefónicos, panaderos, construcción, papel, metalúrgicos, aguas gaseosas, mecánicos y anexos, administración pública (menos el personal jerárquico); entre un 90 y 99% de acatamiento en los gremios de alimentación, estaciones de servicio, frigoríficos de frutas, químicos, gastronómicos, cerveceros, bancarios; y por debajo de esa cifra, molineros, vitivinícolas, camioneros y rurales. No hubo circulación de diarios durante la jornada; el único gremio que no participó fue el SUPE. Mendoza, 2 de marzo, 1972, 10.

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como en cuanto a la centralidad que ocupaba en la dinámica de acumulación de capital de la pro-vincia, su estudio es importante por ser referenciado tanto por fuentes periodísticas de la época como por trabajadores del período como uno de los más combativos desde fines de la década del sesenta. Sin embargo, no es posible vincular en forma lineal esa impronta de combatividad con luchas específicas del sector, mantenidas por estos trabajadores entre 1966 y 1973. Si bien su par-ticipación en las disputas del conjunto de los trabajadores organizados fue más activa, tampoco logró posicionarlos como la dirección del movimiento que se opuso a la dictadura de la Revolución Argentina en Mendoza, tal como ocurrió con la federación gráfica de Buenos Aires.

A través del análisis de las fuentes orales y escritas utilizadas se ha intentado esbozar otras razo-nes para tratar de explicar esta suerte de paradoja, que presenta un gremio con una alta imagen combativa y que, no obstante ello, casi no protagoniza hechos conflictivos en el período. Entre esas razones se destacan las que se vinculan a las características del oficio y a la tradición de lucha que tenía el gremio desde sus orígenes. Respecto al oficio, se observó la importancia que éste tuvo en el ámbito cultural, educativo, y el prestigio que todavía acompañaba al trabajador gráfico en los sesenta. A ello se sumaba el hecho de poder colaborar, a través del manejo de ese saber, con las luchas y disputas de otros obreros, poniendo a su disposición una herramienta para comunicar sus decisiones, fijar posiciones, entre otros. Se agregaba también la posibilidad de utilizar la sede del sindicato para reunirse muchas veces en forma clandestina, ya sea porque se trataba de un gremio intervenido o de una agrupación opositora a la conducción sindical.

En cuanto a la tradición de lucha, se describió que la misma se remontaba a los orígenes de la organización, erigiendo a los gráficos en la cima del relato fundacional del movimiento obrero argentino. Esa tradición siempre se vinculaba, ideológicamente, a la izquierda, aunque en el caso del SAGM persistía la pretensión de sostener un espacio de independencia de los partidos políticos. En este sentido, se resaltó en varias oportunidades la huella que dejó la tendencia del sindicalismo revolucionario dominante en el gremio mendocino, desde la década del treinta, que postulaba la necesidad de mantener la autonomía de los sindicatos frente a las organizaciones partidarias. Esto porque la posibilidad de analizar las actas de reuniones de Comisión Directiva y de las asambleas acercó a la forma en que los afiliados y activistas debatían los problemas que se presentaban en la vida sindical, ya sea en el ámbito laboral de los talleres o en las relaciones de los gráficos con otros trabajadores y con el gobierno de la dictadura. Los testimonios de obreros gráficos del período enriquecieron el contenido de esas fuentes y permitieron acceder a aspectos que no estaban pre-sentes en las actas analizadas.

En general, se puede afirmar que la trayectoria de la organización, sus intereses y preocupacio-nes, no es diferente de la que siguieron otros gremios de la provincia, e incluso de otras regiones. Aun cuando ciertos aspectos, como la falta de participación que se infiere de las fuentes consultadas, llamaron la atención de este artículo, otros puntos analizados en estas páginas, como la necesidad de controlar el acceso a las fuentes de trabajo o el interés por mantener la unión de la organización, san-cionando las faltas de los afiliados, son comunes a varios sindicatos de la época, y su análisis permite considerar tanto los acuerdos como los disensos que existían entre los trabajadores gráficos.

Ahora bien, el problema de la poca participación pone en evidencia que la práctica gremial se nucleó en el activismo, compuesto por los delegados y miembros de la Comisión Directiva. Es interesante destacar el alto nivel y conocimiento político que tenían esos militantes, visibles en las intervenciones y en la lectura de las coyunturas que realizaban antes de definir los pasos y estrategias por seguir. Siguiendo en esa línea, se deben mencionar las discusiones sostenidas

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en torno a los vínculos que se mantenían con la CGT y las caracterizaciones de la dictadura de la Revolución Argentina. En este sentido, se pudieron constatar el avance progresivo de las críticas al Gobierno y el aumento de las medidas de fuerza contra el mismo. Fue posible también rescatar en esos debates las diferencias ideológicas internas entre el activismo del sindicato, la convivencia —muchas veces en tensión— de trabajadores peronistas, comunistas y, en menor número, radica-les, sin que ninguna de ellas logrará la hegemonía absoluta sobre las otras. Nuevamente se refiere aquí a la tradición de la tendencia sindicalista que, como se planteó reiteradas veces, reclamaba la independencia de los partidos políticos. Aunque no se entró en detalles acerca del conflicto que se presentó hacia 1972 entre la FATI y la FGB, sí se puede suponer que el mismo expresaba ese anhelo de independencia frente a los intentos de la gráfica bonaerense de imponer su línea, y el intento de resguardar el acuerdo entre comunistas y peronistas, que, con relativa estabilidad —no exenta de enfrentamientos—, dirigía el gremio desde comienzos de la década del sesenta.

Bibliografía

Fuentes primarias

Documentación primaria impresa:

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Marcela EmiliProfesora de Historia en la Universidad Nacional de Cuyo (Argentina). Estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales de la misma universidad. Miembro del Observatorio de Conflictividad Social de la provincia de Mendoza (Argentina). Entre sus temas de investigación se encuentran: historia del movimiento obrero mendocino de las décadas del sesenta y setenta; estudios de la conflictividad entre Estado y sindicatos; análisis de la cultura sindical de la generación de militantes sindicales de los sesenta y setenta. Sus últimos trabajos publicados son: “Los estudios sobre trabajadores en Mendoza: revisión historiográfica e hipótesis preliminares”. Estudios del ISHIR 3, n.° 6 (2013): 133-149; “Cultura sindical mendocina: organización gremial y conflictividad en tiempos de la dictadura de la Revolución Argentina”. Revista Historia Caribe 9, n.° 25 (2014): 153-180. [email protected]

Reseñas

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Cajas Sarria, Mario. La historia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia (1886-1991), 2 tomos. Bogotá: Universidad de los Andes/Universidad ICESI, 2015, t. I, 409 pp., t. II, 451, pp.

Leonardo García JaramilloUniversidad EAFIT, Colombia

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.10

La colección Historia y Materiales del Derecho de la Universidad de los Andes (Colombia) publicó un nuevo libro, titulado La historia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia (1886-1991). Su autor, el profesor Mario Cajas Sarria, reconstruye la historia de la Corte Suprema a partir de su trayectoria como juez de control constitucional, con perspectiva en el contexto político y en los ambientes institucionales que se vivieron durante dicha trayectoria. La historia inicia en 1886, cuando la Constitución del 4 de agosto de ese año creó la Corte Suprema, y finaliza en 1991, cuando la Asamblea Nacional Constituyente instituyó la jurisdicción constitucional y creó un organismo judicial independiente al que confió el control constitucional de las leyes y los actos legislativos.

La constatación fundada acerca de la escasez de estudios sobre el rol como juez constitucional que desempeñó la Corte Suprema justifica el punto de partida y principal objetivo de la investi-gación. De manera adicional, la precariedad de otros estudios se refleja en la falta de perspectiva histórica y política respecto de las contribuciones de la academia jurídica local en el desarrollo de este rol de la Corte Suprema. Este balance pone en perspectiva la importancia de este Tribunal en el surgimiento y la consolidación de la institucionalidad judicial en Colombia. Por lo que el estado del arte sobre la perspectiva histórica y política del rol como juez constitucional de la Corte Suprema se analiza a partir de fuentes locales y extranjeras que han abordado el estudio de sus respectivos tribunales. Aquí se coloca un particular énfasis en los estudios sobre la Corte Suprema de Estados Unidos. En este punto la investigación señala un potencial rumbo de nuevos estudios, pues la ciencia política en Colombia, y en general en América Latina, no ha estudiado las cortes más allá, por ejemplo, de la oferta y la demanda de justicia, la congestión e independencia, y en torno a la dicotomía judicialización de la política/politización de la justicia. De ahí que metodolo-gías conductistas, actitudinalistas y neoinstitucionales, entre otras, tengan potencial en contextos urgidos de estudios que permitan comprender el trabajo de los jueces.

Si bien la obra está poco fundamentada en el campo del estricto análisis histórico, en la medida en que arma un relato con algunas complejidades a partir de una historia episódica que se extiende sobre un tiempo lineal uniforme, sobresale por recurrir a fuentes primarias adicionales a la juris-prudencia. En una investigación de este tipo, los materiales producidos por la Corte Suprema, y por los estudiosos especialistas de ese entonces (referencias temporales con buenos análisis inter-textuales), constituyen la fuente esencial de trabajo. Pero en esta obra la reconstrucción se realiza desde la interacción entre variables internas y externas, es decir, tanto de precedentes, doctrinas e ideologías como del contexto sociopolítico y los ambientes institucionales de las distintas épocas donde se ejerció dicho control.

188 Cajas Sarria, Mario. La historia de la Corte Suprema de Justicia de Colombia (1886-1991), 2 tomos Leonardo García Jaramillo

Incorporar esta variable demuestra ser particularmente relevante y le da a esta investigación un carácter importante dentro de los análisis históricos que tratan estas problemáticas. Las decisiones judiciales son también, y muchas veces fundamentalmente, el resultado del clima social y político coyuntural. Las transformaciones en el derecho constitucional, en su dogmática e interpretación, responden a la propia evolución de su doctrina y jurisprudencia, pero también de las condiciones políticas del momento, la ideología de sus magistrados, los ambientes institucionales, el clima de la opinión pública, la emergencia de tensiones por la presión de los partidos, entre otras. José Victorino Lastarria, jurista chileno, afirmaba ya en 1848 que, como todos los demás poderes públi-cos, el poder judicial es un verdadero poder político del Estado. Para comprender cómo opera un tribunal tan importante en una democracia como la Corte Suprema, hay que concebirlo nece-sariamente como un actor político y como órgano judicial. La investigación aborda entonces un importante elemento ausente de estudios de este tipo, como es el rol institucional de la Corte desde su particular naturaleza como actor político, pues aunque indudablemente lo es, difiere de la naturaleza afín que comparten el Ejecutivo y el Legislativo.

Se muestra cómo el relevo en la facultad de control constitucional de la Corte Suprema a la Corte Constitucional estuvo precedido por discusiones intensas relacionadas con la crítica al poder que había adquirido la Corte Suprema sobre el Ejecutivo y el Legislativo. Por esta razón, era necesario un tribunal independiente y con injerencia del Ejecutivo y el Legislativo en su con-formación. Otros sectores vieron en la creación de un nuevo tribunal el mecanismo idóneo para proteger y desarrollar el proyecto institucional en ciernes con la Constitución de 1991. Por tanto, la obra entabla un diálogo fructífero con investigaciones que han abordado distintos momentos con-vulsos de la historia social y política colombiana, donde la Corte Suprema ha desempeñado un rol fundamental. Entre estas investigaciones es destacable la reconstrucción de la tragedia nacional, si bien muchas veces contada, que desembocó en el cambio constitucional de 1991. Más si se tiene presente que la Corte fue un actor institucional fundamental en la década previa a este cambio, pues además de víctima directa (por el asalto al Palacio de Justicia, que dejó 98 víctimas morta-les, entre ellos 11 magistrados) tomó una serie de decisiones de trascendencia no sólo jurídica sino también política y económica, en desarrollo de la facultad de control constitucional.

La originalidad de este estudio radica entonces en el enfoque desde el cual se aborda el fenó-meno, pues la historiografía de este tema se ha dirigido mayoritariamente hacia las razones y coyunturas que convergieron en la creación de la Corte Constitucional y el panorama discipli-nar observado de ahí en adelante. En este caso, el enfoque es a partir de la Corte Suprema, en particular desde el cambio en varias doctrinas restrictivas del control constitucional, que habían impedido, por cuenta del plebiscito de 1957 que dio inicio al Frente Nacional, el cambio consti-tucional por iniciativa ejecutiva. Se pone de presente cómo los estudios sobre el rol institucional de la Corte Suprema y su jurisprudencia fueron prácticamente marginales desde los albores de la República misma, hasta cuando en 1910 se le atribuyó el poder de decidir sobre la constitucionali-dad de las leyes. Ahí surge el debate jurídico y político sobre el rol de la justicia constitucional, que se reavivó en 1968 con la creación de la Sala Constitucional de la Corte Suprema. Esta presentación se realiza en el marco de una sucinta pero interesante periodización del derecho constitucional colombiano a partir de un inventario de fuentes. Se destacan los trabajos de J.A.C. Grant, Carlos Restrepo Piedrahíta y Manuel José Cepeda.

A pesar de que algunos precedentes se destacan respecto de otros por su progresismo, no se utiliza la contraposición entre activismo y restricción judicial, tan usual en investigaciones donde

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una de sus principales fuentes es la jurisprudencia. La razón es que su carga ideológica muchas veces impide captar la complejidad de contextos políticos, ambientes institucionales y doctrinas jurídicas en el trascurso de la historia de la Corte. Considero sobre todo persuasivo el argumento conforme al cual concentrar el análisis jurisprudencial en categorías como activismo y restricción puede conducir a hallazgos anacrónicos, porque en un mismo período la Corte podría parecer más o menos activista o restrictiva, según la coyuntura política respecto de la cual se consideren sus precedentes.

Ahora bien, la metodología y el corpus teórico desembocan en una propuesta analítica para narrar políticamente la historia de la Corte Suprema como juez constitucional. Los tres elementos centrales de la propuesta son: primero, la periodización del control constitucional por parte de la Corte Suprema, la cual responde no sólo a hechos estándares en cuya fijación se coincide en general (1886, 1910 y 1991, por ejemplo), sino también al contexto político y la doctrina jurídica en general. Segundo, las cuatro claves de entrada a la jurisprudencia a partir de los precedentes que mejor captan, a juicio del autor, el rol político de la Corte: las sentencias sobre control constitu-cional a) de estados de excepción, b) de leyes por vicios de trámite, c) de tratados internacionales y d) de reformas a la Constitución. Y tercero, la categoría interpretativa que surge de la relación constitutiva entre los contextos políticos o ambientes institucionales y la doctrina jurídica. Esta relación se fue dando a medida que ciertos cambios afectaban a la Corte, y, por tanto, asumía un papel activo en su configuración, y que ella misma los propiciaba con una decisión polémica. Pero también respecto de las normas y la doctrina propia del derecho constitucional que demarcaban el camino por el cual debía transitar la Corte.

En ejercicio del control constitucional, la Corte sorteó distintos tipos de crisis políticas y desa-fíos institucionales, lo cual le permite afirmar al autor que la doctrina constitucional fue maleable, de conformidad con el régimen político. De manera fundamental, ante crisis y desafíos como un golpe de Estado, un régimen militar o cambios constitucionales. A veces el control constitucional fue permisivo, mientras que otras fue adaptativo, pero procurando dar siempre la apariencia de normalidad institucional y acatamiento a los materiales jurídicos.

Esta obra, finalmente, sorteó con éxito el desafío que impone la transformación de una tesis doctoral en libro académico. El auditorio de una tesis son, fundamentalmente, su director y sus jurados. El auditorio de un libro es indeterminado: estudiantes, profesores de la propia disciplina o de otras disciplinas, investigadores y futuros autores del mismo campo. Sin afectar el rigor meto-dológico, la precisión conceptual, la claridad expositiva, la sistematización y el análisis de fuentes primarias, el libro, en su lenguaje y estructura, logra vincular a un amplio auditorio.

Leonardo García JaramilloEditor de la revista Co-herencia y profesor del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT (Colombia). Abogado de la Universidad de Caldas (Colombia), Magíster en Humanidades —con énfasis en Estudios Políticos— de la Universidad EAFIT y estudiante de una maestría con conexión al doctorado de la Università Degli Studi di Genova (Italia). Miembro del grupo de investigación Sociedad, política e historias conectadas (Categoría A en Colciencias). [email protected]

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Santamaría-Delgado, Carolina. Vitrolas, rocolas y radioteatros. Hábitos de escucha de la música popular en Medellín, 1930-1950. Bogotá: Universidad Javeriana/Banco de la República, 2014, 234 pp.

Leidy Paola Bolaños FloridoUniversidad de los Andes, Colombia

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.11

El libro publicado por Carolina Santamaría-Delgado, resultado de una tesis doctoral en Etnomu-sicología, con énfasis en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos), constituye un acercamiento a los nuevos sonidos que difundían y, otras veces, negaban la vida moderna en el período comprendido entre 1930 y 1950 en la ciudad Medellín (Colombia). Aunque es una investigación proveniente del campo de la etnomusicología y no propiamente del histórico, la autora advierte que su enfoque no parte de la tradición musicológica más ortodoxa, preocupada por la historia de la creación artística (compositores e intérpretes) y del análisis del texto musical per se (partituras y grabaciones). En cambio, plantea que busca “identificar procesos globales relacionados con la recepción, la circulación y los usos sociales que se le dan a la música localmente” (p. 23) y, con este propósito, cómo músicas como el bambuco, el bolero y el tango “atravesaron durante el siglo XX procesos de urbanización, masificación y folclorización” (p. 23). Ahora bien, para no dejar dudas de que se trata de una investigación con un importante sentido histórico y social, Santamaría-Delgado agrega páginas más adelante que “Si se quiere conocer el origen y evolución de los usos y significados y las valoraciones estéticas que rodean el consumo de un producto cultural en un contexto histórico y social especifico, se hace necesaria la realización de un estudio de caso, ya sea de corte histórico o etnográfico, como el presente trabajo” (p. 30).

No obstante, de manera simultánea a la lectura de los propósitos del libro, el lector se tropieza con un marco teórico atiborrado de conceptos como “nación moderna”, “identidades colectivas”, “géneros musicales”, “comunidades imaginadas”, “mediaciones”, “medios de comunicación” o “lo popular”, que son retomados de obras de gran tradición historiográfica como la de Benedict Anderson. Pero se trata, en ocasiones, de un uso descontrolado de conceptos —pocas veces expli-cados— y de una gama amplia de autores no siempre referenciados cuidadosamente, aspectos que no permiten comprender el significado de nociones fundamentales como la de hábitos de escucha, central incluso en la propuesta presentada pero poco explorada empíricamente dentro de la inves-tigación. En tal sentido, se tiene la sensación de que el marco teórico reemplaza la explicación que debería estar en la problemática abordada y en aspectos claves del trabajo como la delimitación del universo social y la escogencia de fuentes.

Lo expuesto puede verse en el intento que realiza la autora por otorgar una perspectiva propia a su análisis, para lo cual retoma el estudio del reconocido sociólogo Pierre Bourdieu sobre la distinción y la relación entre gustos estéticos y clases sociales, concluyendo que “hay un elemento que está ausente”, pero que “resulta indispensable para pensar el estudio cultural en la sociedad

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 190-193 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.11

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colombiana: el peso del discurso de blancura, que es el legado de la experiencia colonial” (p. 31)1; discurso que la autora —sin emplear matices— equipara con “élite”, “dominación” o “clase social alta”. Teniendo en cuenta estos aspectos, es importante señalar a continuación algunos ejemplos que muestran también cómo entra a funcionar dicha sobreestimación teórica en la exposición de los resultados del libro reseñado.

Así, pues, en el acápite dedicado al bolero, Santamaría-Delgado recuerda el pasado africano de este género y los esfuerzos de su “blanqueamiento” por parte de una “clase media cosmopolita”, de la cual no se otorga la menor descripción. Se afirma que mientras el bolero no “amenazara con transgredir las fronteras de raza y clase, su aceptación en la esfera pública estaba garantizada” (p. 195). Para dar sustento a lo anterior, se extrae un caso difundido por la revista Micro, en el que Camilo Correa, crítico musical, expresa su molestia por la cancelación de las presentaciones en vivo del cantante de boleros de Puerto Rico Rafael Hernández. En este caso, Santamaría-Delgado afirma que la censura puesta a Her-nández, “solo podía ser una: la complexión oscura del maestro”. Por lo que se aclara que la indignación de Correa de ninguna manera podría deberse a su tolerancia racial, a pesar de que se aprecie lo contra-rio en una cita extraída de la misma revista. En éste y otros apartes del capítulo, ante la falta de evidencia empírica de los casos expuestos, el lector queda con el interrogante de si realmente pesó tanto en la sociedad de Medellín el color de piel del artista como medida de éxito musical.

En este mismo sentido, en el acápite dos se da un seguimiento en la prensa local de las dis-cusiones sobre la legitimidad del bambuco como música nacional entre músicos e intelectuales musicales de este contexto. Dicha legitimidad estaba asociada con el dominio de aspectos técnicos complejos de los que carecía la mayoría de músicos y compositores populares. Aquí se interpreta el problema de la imperfección de la escritura musical del bambuco de la siguiente manera:

“Una expropiación epistémica del saber popular, es decir, la tajante negación a reconocer el valor de conocimiento y la praxis de los intérpretes populares y el derecho que ellos tenían a decidir sobre su propia tradición musical […] Encajar el ritmo del bambuco dentro de la métrica era el paso final de la empresa por civilizarlo (criollizarlo, blanquearlo) de tal manera que pudiera armonizar con el orden social y la jerarquía patriarcal” (p. 103).

La anterior aseveración resulta problemática al extraer conceptos de la llamada teoría “decolo-nial” como expropiación epistémica, para interpretar las discusiones de compositores de la década de los treinta, como Emilio Murillo y Gonzalo Vidal, en torno a la legitimidad de la escritura musi-cal del bambuco. Pero resulta aún más compleja su afirmación sobre la “tajante negación” de la formación empírica de los intérpretes populares por parte de estos compositores, basándose en un fragmento de la entrevista a Ligia Mayo, una compositora aficionada que ante la pregunta de “si alguna vez había compuesto un bambuco, ella respondió: ¿Bambuco? No, no, eso es demasiado difícil”. Pero además, en el libro se dedican varias páginas a una discusión sin resultados prácticos, pues a renglón seguido de la anterior cita, la autora afirma: “No es fácil medir el impacto real que tuvieron, tanto entre el público como entre los músicos populares, todas estas discusiones alrede-dor del bambuco y el proyecto de rescate de la música nacional impulsado desde Micro” (p. 103). Esto parece responder en gran parte a la falta de delimitación del propio objeto de estudio, lo que se manifiesta en la forma de abordar el problema.

1 Énfasis del autor.

192 Santamaría-Delgado, Carolina. Vitrolas, rocolas y radioteatros. Hábitos de escucha de la música popular en Medellín, 1930-1950 Leidy Paola Bolaños Florido

De igual forma, al anteponer categorías previas a los datos empíricos, Vitrolas, rocolas y radio-teatros recuerda la observación elaborada en su momento por el sociólogo Jean-Claude Passeron de que el campo de aplicación teórica en una investigación particular no se define por la proximi-dad a una tendencia intelectual, así fuese momentáneamente dominante, sino en la capacidad del investigador para concretizar enunciados y conceptos previos en el análisis de corpus empíricos capaces de ampliar o producir nuevos enunciados2. Siguiendo a Passeron, y a contrapelo de la idea común de que la teoría es el punto de partida de la investigación, el terreno de la teoría social es aquel que se edifica mediante el ejercicio de confrontación constante entre las interpretaciones preexistentes del investigador y la realidad, que igualmente se encuentra mediada por interpreta-ciones que arroja su material de investigación.

Continuando con la reseña de esta obra, y enfocando el análisis en otros aspectos, Santa-maría-Delgado toma como uno de sus principales referentes el estudio de Peter Wade sobre la configuración de la música costeña. De esta obra se emplea de manera especial el argumento de que el éxito o aceptación de las orquestas de porros —ya sea por parte de las clases medias o de las clases altas— se debe a que su música y sus músicos se habían sometido a una fuerte “estilización”3. Y aunque esta música podría ser considerada demasiado negra, rural, “vulgar” o tradicional para dichos sectores, Wade acentúa el papel desempeñado por el elemento negro en la música costeña como símbolo de “identidad nacional”. No obstante, la dificultad de este postulado reside en que la interpretación de Wade no fue leída de modo “provisional”; por el contrario, investigaciones históricas posteriores sobre la música popular, como la aquí reseñada, se obstinaron en encontrar una “otredad” “negra” o “subalterna” en los discursos sobre la formación de lo nacional.

Si bien cuando se analiza el contexto colombiano no se puede negar la existencia de prejui-cios raciales en los testimonios que dejó la intelectualidad letrada de la época, sí es cuestionable proyectar preocupaciones contemporáneas a las fuentes consultadas, en vez de extraer de ellas su significación contextual y particular sometiéndolas al análisis propio de la época de estudio. Lo descrito sería entonces otra de las dificultades que se encuentra en este libro, en el que se persuade a los lectores de “un fuerte racismo y clasismo” de la sociedad de Medellín de los años treinta y cuarenta. Esto, sin duda, pone una barrera a la comprensión de “las intenciones” del contexto ori-ginario y de los actores que participaron en la definición de los datos registrados.

Por otro lado, esta investigación, en vez de adentrarse en los objetivos enunciados en la intro-ducción, es decir, “en la recepción, la circulación y los usos sociales que se le dan a la música localmente”, dedica varias páginas a la llegada de Gardel al país y se concentra en la descripción de anécdotas biográficas —por ejemplo, sobre los detalles de las causas técnicas del accidente que causó la muerte del cantante— y en explicaciones innecesarias que desvían aún más el propósito de este trabajo, que pretendía alejarse de la etnomusicología ortodoxa, interesada en la anécdota biográfica de los cantantes. Por tanto, para la autora el mito de Gardel tras su prematura muerte, dos entrevistas a cronistas de tango, junto con fragmentos de la novela Aire de tango de Manuel Mejía Vallejo, constituyen antecedentes suficientes para explicar la consolidación del tango como música popular en la década de los cincuenta en Medellín.

2 Jean-Claude Passeron, El razonamiento sociológico: el espacio comparativo de las pruebas históricas (Madrid: Siglo XXI, 2011), 119-145.

3 Peter Wade, Música, raza y nación: música tropical en Colombia (Bogotá: Vicepresidencia de la República de Colombia, 2002).

Hist. Crit. No. 59 · Enero - marzo · Pp 190-193 · ISSN 0121-1617 · eISSN 1900-6152 doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit59.2016.11

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Esto se observa claramente cuando se recrean anécdotas acerca de un compositor local de tango llamado Tartarín, y Santamaría-Delgado deduce lo siguiente: “Como el lector ya habrá sospechado, la anterior es una escena ficticia que combina libremente datos históricos y anécdo-tas acerca del carácter de Tartarín […] La narración tiene como propósito describir el contexto y reconstruir el espacio social y económico del tango-canción en Medellín” (p. 132). Lo ante-rior puede ser considerado un caso evidente de sobreinterpretación de información. En tanto, se deduce de una anécdota literaria sobre la recepción popular del tango en Medellín en los años cua-renta, en torno a un imaginario que además posibilita reconstruir el contexto estructural en el que tuvo lugar el aire moderno del tango. En este sentido, se recurre a enunciados retóricos que ocul-tan el débil alcance empírico de la investigación y su capacidad para producir nuevo conocimiento.

Por los elementos expuestos, el libro reseñado se trata de una investigación que, a pesar de aproximarse al proceso de modernización cultural en Colombia, del que mucho se ha dicho pero poco se ha escrito en cuanto a sus alcances prácticos, no logra delimitar el objeto de estudio —o por lo menos clarificarlo— empleando para ello los propios datos empíricos. Esto puede llevar a una dificultad para cualquier investigador: recurrir a un marco teórico desmesurado e inflado y a un conjunto de proposiciones que se deducen de datos exiguos, o en algunos casos ya conocidos en la historiografía que de una u otra manera aborda la temática. Pero a su vez, a que no se cumpla a cabalidad con los objetos que se anuncian en el título mismo del libro, por cuanto poco se informa sobre las vitrolas, las rocolas y los radioteatros, y sobre su significación social para los oyentes. Así, pues, al finalizar la lectura, el lector se cuestiona los aportes de esta investigación enunciados desde la introducción, que no lograron hacerse visibles en los argu-mentos presentados en sus páginas, y al mismo tiempo se sorprende por el importante acervo documental recopilado tanto de fuentes bibliográficas como documentales en el libro, que segu-ramente podrán guiar el trabajo de aquellos académicos interesados en continuar ahondando en la problemática de la música como objeto de análisis histórico.

Leidy Paola Bolaños FloridoEstudiante del doctorado en Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital de Bogotá (Colombia) y Magíster en Estudios Culturales de la Universidad de los Andes. [email protected]

Los árbitros de este número de la revista fueron:

Rafael E. Acevedo P., Universidad de Cartagena, ColombiaSebastián Leandro Alioto, Universidad Nacional del Sur, Argentina

Paul Aubert, Aix-Marseille Université, FranciaCarlos Augusto Bastos, Universidade Federal do Amapá, BrasilAscensión Cambrón Infante, Universidad da Coruña, España

David Carbajal López, Universidad de Guadalajara, MéxicoLuis Castro Castro, Universidad de Valparaiso, Chile

Arauco Chihuailaf, Université Paris 8, Vincennes-Saint-Denis, FranciaDarío Dawyd, Universidad Nacional de La Matanza, Argentina

Máximo Diago Hernando, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, EspañaAlberto Díaz Araya, Universidad de Tarapacá, Chile

David Mourão Ferreira Castaño, Universidade Nova de Lisboa, PortugalCarolina Figueroa Cerna, Universidad Arturo Prat, Chile

Karim Ghorbal, Université de Tunis El Manar, TúnezAdriana Gómez Aíza, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, MéxicoClara González-Garzón Finat, Universidad Complutense de Madrid, España

Paula Andrea Lenguita, Centro de Estudios e Investigaciones Laborales CONICET, Argentina Carlos Arturo López Jiménez, Pontificia Universidad Javeriana, Colombia

Manfredi Merluzzi, Università degli Studi Roma Ter, ItaliaSara Ortelli, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina

Simón Palominos Mandiola, Universidad Alberto Hurtado, ChileLía Quarleri, Universidad de San Martín, Argentina

Margarita Restrepo Olano, Universidad Pontificia Bolivariana, ColombiaGerardo Fabián Rodríguez, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina

Mauricio F. Rojas Gómez, Universidad Bío-Bío, ChileCarmen Ruiz Barrionuevo, Universidad de Salamanca, España

Ernest Sánchez Santiró, Instituto Mora, MéxicoInés Elena Sanjurjo, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

Sven Schuster, Universidad del Rosario, ColombiaLuz María Oralia Tamayo Pérez, Universidad Nacional Autónoma de México

Rosa Torras Conangla, Universidad Nacional Autónoma de MéxicoEduardo Valenzuela A., Universidad de Chile

Rocio Velasco de Castro, Universidad de Extremadura, EspañaAlberto Vieira, Centro de Estudos de História do Atlântico, Portugal

191Notilibros

Este libro trata varios temas entremezclados. Es un estudio de historia de las relaciones entre tres países: la Alemania nazi, Colombia y los Estados Unidos en la década de los treinta del siglo XX. Alemania y los Estados Unidos competían en (y por) Colombia. En ese sentido, es un libro de historia imperial, de aquellos poderosos que quieren influir en los más débiles. Es también historia de la aviación. Toda una novedosa tecnolo-gía que se estaba desarrollando rápidamente durante la primera mitad del siglo XX y que irrumpiría como un arma poderosa en la Segunda Guerra Mundial. Se trata aquí de la lucha por este sector para fines impe-rialistas en Colombia. Pero también —como lo hacía Colombia— de apropiarse de la aviación para imitar un modelo de modernización que se suponía más avanzado, más civilizado.

Bosemberg, Luis Eduardo. La Alemania

nacionalsocialista, la Scadta y la aviación

colombiana en la década de 1930. Bogotá:

Ediciones Uniandes, 2015, 176pp.

ISBN: 978-958-774-115-5

Guevara Salamanca, José Luis. La fábrica

del hombre. Historias de viajes y usos de los

libros del Nuevo Reino de Granada en el siglo

XVII. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad

Javeriana, 2015, 180pp. ISBN: 978-958-716-786-3

La fábrica del hombre es la expresión que el impresor Alonso Víctor de Paredes usó para comparar la creación divina del hombre con la produc-ción de libros a finales del siglo XVII en España. Esta obra sirve como invitación a los lectores a mirar las historias que rodean la creación de los libros que nacieron en el Nuevo Reino de Granada durante gran parte del siglo XVII. Para entender las dinámicas del libro en el siglo XVII es nece-sario abordar la materialidad del manuscrito y del impreso en un mismo orden y no como subordinación de uno hacia el otro. Esto se debe a que los dos objetos cumplieron muchas de las funciones que se esperaba que el libro tuviera para la época, compartieron tipos de escritura y las relaciones que entre ellos existieron fueron más allá de entender el libro manuscrito como una etapa en la producción del impreso.

Castillo Navia, Blanca Cecilia. Entre el

desarrollo y el bienestar. Memorias de un

lugar tejido en el mar. Popayán: Editorial

Universidad del Cauca, 2015, 226pp.

ISBN: 978-958-732-173-9

Existen escritos que nos hablan del Pacífico, de sus riquezas ambien-tales, megadiversidad y de las posibilidades futuras que puede ofrecer como polo de desarrollo o activador del transporte económico mundial. Sin embargo, del territorio de vida de las comunidades negras, para quienes la pesca artesanal es su vida y la manera tangible alcanzar el bie-nestar, es muy poco lo que se dice. El presente texto centra su interés en los pescadores artesanales, para quienes el mar es su territorio y la razón de su existencia. Lugar hídrico, casi infinito, que no entiende ni de fronteras ni de acuerdos políticos y que contribuye a instaurar y repre-sentar el mundo de la vida de los pescadores marinos negros que aun hoy, entre políticas de la diferencia, la alteridad y la equidad, afrontan el reto de esquivar el avance cada vez más agigantado de un fenómeno prestado y extraño denominado desarrollo capitalista, aferrándose a la visión propia de un progreso comunitario a un bienestar posible.

192 Notilibros

Inventada entre las Islas británicas, Holanda y Francia a la confluencia del siglo XVII y del siglo XVIII, la francmasonería fue la primera expre-sión de una sociedad civil internacional. Abandonada durante mucho tiempo por los sociólogos e historiadores, solo se constituyó en objeto de investigaciones científicas durante la segunda mitad del siglo XX. Este contexto explica la pregnancia residual de ciertas leyendas tejidas en torno a sus orígenes. ¿Cuáles son estos mitos? ¿Cuáles fueron las fun-ciones de estas neo-tradiciones? ¿Cuáles son los verdaderos orígenes de la masonería? ¿Cuál fue la relación entre su creación y la revolución cul-tural del siglo XVIII, siglo de las Luces, de la ciencia y de la razón?

Mollès, Dévrig. La invención de la

masonería. Revolución cultural: religión,

ciencia y exilios. La Plata: Editorial

Universidad Nacional de La Plata, 2015, 165pp.

ISBN: 978-987-198-561-6

Manuel, Carme e Ignacio Ramos, eds. Letras desde la trinchera.

Testimonios literarios de la Primera Guerra

Mundial. Valencia: Editorial Universitat de

València, 2015, 434pp. ISBN: 978-84-370-9710-7

Con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), este volumen trata de rastrear el conflicto bélico como tema, espacio y personaje en la producción literaria de los principales países que par-ticiparon en él y que reflejaron el enorme impacto en su literatura y prensa. Los estudios aquí reunidos toman como marco geográfico inter-disciplinar las literaturas de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Estados Unidos y Canadá, y aúnan diferentes perspectivas genéricas que incluyen el teatro, la poesía y la narrativa. De este modo, a partir de acer-camientos críticos derivados de los estudios culturales, estos artículos pretenden ejemplificar la construcción estética de la Gran Guerra por parte de autores contemporáneos del conflicto, así como por aquellos posteriores a él, y que crecieron como testigos directos de sus conse-cuencias más inmediatas.

Hitchcock, Tim y Shoemaker Robert.

London Lives. Poverty, Crime and the Making

of a Modern City, 1690–1800. Cambridge:

Cambridge University Press, 2015, 496pp.

ISBN: 978-110-763-994-2

London Lives is a fascinating new study which exposes, for the first time, the lesser-known experiences of eighteenth-century thieves, paupers, prostitutes and highwaymen. It charts the experiences of hundreds of thousands of Londoners who found themselves submerged in poverty or prosecuted for crime, and surveys their responses to illustrate the extent to which plebeian Londoners influenced the pace and direction of social policy. Calling upon a new body of evidence, the book illuminates the lives of prison escapees, expert manipulators of the poor relief system, celebrity highwaymen, lone mothers and vagrants, revealing how they each played the system to the best of their ability in order to survive in their various circumstances of misfortune. In their acts of desperation, the authors argue that the poor and criminal exercised a profound and effective form of agency that changed the system itself, and shaped the evolution of the modern state.

Notilibros 193

Of Beards and Men makes the case that today’s bearded renaissance is part of a centuries-long cycle in which facial hairstyles have varied in response to changing ideals of masculinity. Christopher Oldstone-Moore explains that the clean-shaven face has been the default style throughout Western history —see Alexander the Great’s beardless face, for example, as the Greek heroic ideal. But the primacy of razors has been chal-lenged over the years by four great bearded movements, beginning with Hadrian in the second century and stretching to today’s bristled resur-gence. The clean-shaven face today, Oldstone-Moore says, has come to signify a virtuous and sociable man, whereas the beard marks someone as self-reliant and unconventional. History, then, has established spe-cific meanings for facial hair, which both inspire and constrain a man’s choices in how he presents himself to the world.

Oldstone-Moore, Christopher. Of Beards

and Men. The Revealing History of Facial Hair. Chicago: University of

Chicago Press, 2015, 352pp.

ISBN: 978-022-628-400-2

Crews, Roberts. Afghan Modern: The History of a

Global Nation. Cambridge: Belknap

Press, 2015, 400pp. ISBN: 978-067-428-609-2

Rugged, remote, riven by tribal rivalries and religious violence, Afghan-istan seems to many a country frozen in time and forsaken by the world. Afghan Modern presents a bold challenge to these misperceptions, revealing how Afghans, over the course of their history, have engaged and connected with a wider world and come to share in our modern glo-balized age. Always a mobile people, Afghan travelers, traders, pilgrims, scholars, and artists have ventured abroad for centuries, their cosmo-politan sensibilities providing a compass for navigating a constantly changing world. Robert Crews traces the roots of Afghan globalism to the early modern period, when, as the subjects of sprawling empires, the residents of Kabul, Kandahar, and other urban centers forged linkages with far-flung imperial centers throughout the Middle East and Asia.

Viella, Silvio. Racionalidade. Uma

história universal. Campinas: Editora

Unicamp, 2015, 512pp. ISBN: 978-852-681-276-5

O desenvolvimento da racionalidade é uma história de sucesso. Afinal, a racionalidade foi e é o motor da cultura ocidental e o motivo pelo qual esta supera todas as outras culturas mundiais na modernidade, no tocante ao poder político. Do século VIII ao VI a.C., o pensamento lógico se formou de modo paralelo em vários campos: por meio da invenção da ciência filosófica, da geometrização do espaço e da orde-nação das batalhas, da medição do tempo, passando pela economia do dinheiro e pelas novas formas de organização da esfera política, a racio-nalidade tornou-se sinônimo de progresso. Também os conceitos de liberdade e democracia pertencem a esse contexto. Silvio Vietta recons-trói essa história de muitos êxitos, mas também descreve seus riscos e curtos-circuitos. Desenvolve, ademais, uma “outra” racionalidade, per-ceptivamente amarrada com o passado e de caráter reflexivo, mas com potencial para nos mostrar a porta de saída das crises atuais.

194

Políticas editoriales

publicación de carácter histórico (objetivo, marco teórico, metodología, conclusiones y bibliografía). Posteriormente, toda contribución es sometida a la evaluación de dos árbitros  internacionales y al concepto del Equipo Editorial. El resultado de las evaluaciones será comunicado al autor en un perí-odo inferior a seis meses a partir de la recepción del artículo. Las observaciones de los evaluadores internacionales, así como las del Equipo Editorial, deberán ser tomadas en cuenta por el autor, quien hará los ajustes solicitados. Estas modificaciones y correcciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le será indicado por el editor de la revista (aprox. 15 días). Luego de reci-bir el artículo modificado, se le informará al autor acerca de su aprobación. El Equipo Editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado.

La revista se reserva el derecho de hacer correccio-nes menores de estilo. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existentes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación pri-vilegiado con los autores.

Procedimiento con las reseñas y los ensayos bibliográficosHistoria Crítica procede de dos formas para conseguir reseñas. Por un lado, los autores pueden remitir sus reseñas al correo electrónico de la revista. Lo mismo se aplica a los ensayos bibliográficos. Por otro lado, la revista recibe libros a su dirección postal (Cra 1a N° 18A-12, of GB-417, Bogotá, Colombia) previo aviso por correo electrónico, ojala indicando nombres de posibles reseñadores. En este caso, la revista buscará conseguir una reseña del libro remitido.

Las reseñas deben ser críticas y versar sobre libros pertinentes para la disciplina histórica que hayan sido publicados en los cinco últimos años. Los ensayos bibliográficos deben discutir críticamente una, dos o más obras. Las reseñas y los ensayos bibliográficos son sometidos a revisión y, de ser aprobados, a eventuales modificaciones.

Normas para los autores

Tipo de artículos, fechas y modalidad de recepción• Historia Crítica publica artículos inéditos que

presenten resultados de investigación histórica, innovaciones teóricas sobre debates en interpreta-ción histórica o balances historiográficos completos.

• Se publican textos en español, inglés y portugués, pero se acepta recibir la versión inicial de los textos en otros idiomas (francés e italiano). En caso de ser aprobado, el autor se encargará de entregar la ver-sión definitiva traducida al español, ya que Historia Crítica no ofrece ayuda para este efecto.

• Las fechas de recepción de artículos de Tema abierto y para los Dossiers se informan en las res-pectivas convocatorias.

• Los artículos deben ser remitidos por medio del enlace previsto para este efecto en el sitio web de la revista http://historiacritica.uniandes.edu.co o enviados al correo electrónico [email protected]

• Los demás textos (reseñas, ensayos bibliográ-ficos, entrevistas, etc.) deben ser enviados al correo electrónico [email protected]

• Los artículos enviados a Historia Crítica para ser evaluados no pueden estar simultáneamente en proceso de evaluación en otra publicación.

• La Revista somete todos los artículos que recibe en sus convocatorias a la herramienta de detección de plagio. Cuando se detecta total o parcialmente (sin la citación correspondiente) plagio, el texto no se envía a evaluación y se noti-fica al autor el motivo del rechazo.

• Todos los artículos publicados cuentan con un número de identificación DOI, que de acuerdo con las políticas editoriales internacionales, debe ser citado por los autores que utilizan los contenidos, al igual que el título abreviado de la Revista: hist.crit.

Evaluación de los artículos y proceso editorialA la recepción de un artículo, el Equipo Editorial evalúa si cumple con los requisitos básicos exigidos por la revista (normas de citación y presentación formal), así como su pertinencia para figurar en una

Políticas Editoriales 195

Indicaciones para los autores de textos aceptados para publicación (artículos, reseñas, ensayos bibliográficos y entrevistas)• Los autores recibirán dos ejemplares del número

en el que participaron.• Los autores de los textos aceptados autorizan,

mediante la firma del ‘Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual’, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transfor-mación y distribución) a la Universidad de los Andes, para incluir el texto en la revista Historia Crítica (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros.

• En caso de que un artículo quisiera incluirse posteriormente en otra publicación, deberán señalarse claramente los datos de la publicación original en Historia Crítica, previa autorización solicitada al Equipo Editorial de la revista.

Presentación general de los artículosLos artículos no deben tener más de once mil pala-bra (18-22 páginas) con resumen, notas de pie de página y bibliografía, respetando las siguientes espe-cificaciones:• Letra Times New Roman tamaño 12, a espacio

sencillo, con márgenes de 3 cm, paginado y en papel tamaño carta.

• Las notas irán a pie de página, en letra Times New Roman tamaño 10 y a espacio sencillo.

• La bibliografía, los cuadros, gráficas, ilustracio-nes, fotografías y mapas se cuentan aparte.

• En la primera página, debe figurar un resumen en español de máximo 100 palabras. El resumen debe ser analítico (presentar los objetivos del artículo, su contenido y sus resultados).

• Luego del resumen, se debe adjuntar un listado de tres a seis palabras clave, que se eligen prefe-riblemente en el Thesaurus de la Unesco (http://databases.unesco.org/thessp/) o, en su defecto, en otro thesaurus reconocido cuyo nombre informará a la revista. Cuando una palabra no se encuentre normalizada en Thesaurus, debe señalarse.

• El resumen, las palabras clave y el título deben presentarse también en inglés.

• El nombre del autor no debe figurar en el artículo.• Los datos del autor deben entregarse en un

documento adjunto e incluir nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, títulos acadé-micos, afiliación institucional, cargos actuales, estudios en curso y publicaciones en libros y revistas.

• En esta hoja, también es necesario indicar de qué investigaciones resultado el artículo y cómo se financió.

• Cuando los contenidos utilizados tengan un número de identificación DOI, éste debe incluirse en el listado de referencias.

Presentación general de las reseñas y de los ensayos bibliográficosLas reseñas y los ensayos bibliográficos deben pre-sentarse a espacio sencillo, en letra Times New Roman tamaño 12, con márgenes de 3 cm y en papel tamaño carta. Las obras citadas en el texto deberán ser referenciadas a pie de página. Las reseñas deben constar de máximo tres páginas y los ensayos biblio-gráficos tendrán entre 8 y 12 páginas.

Reglas de edición• Las subdivisiones en el cuerpo del texto (capí-

tulos, subcapítulos, etc.) deben ir numeradas en números arábigos, excepto la introducción y la conclusión que no se numeran.

• Los términos en latín y las palabras extranjeras deberán figurar en letra itálica.

• La primera vez que se use una abreviatura, ésta deberá ir entre paréntesis después de la fórmula completa; las siguientes veces se usará única-mente la abreviatura.

• Las citas textuales que sobrepasen cuatro ren-glones deben colocarse en formato de cita larga, entre comillas, a espacio sencillo, tamaño de letra 11 y márgenes reducidos.

• Debe haber un espacio entre cada uno de los pár-rafos; estos irán sin sangrado.

• Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas deben aparecer referenciados y explica-dos en el texto. Deben estar, asimismo, titulados, numerados secuencialmente y acompañados por sus respectivos pies de imagen y fuente(s). Se ubican enseguida del párrafo donde se anuncian. Las imágenes se entregarán en formato digital (jpg o tiff 300 y 240 dpi). Es responsabilidad del autor conseguir y entregar a la revista el permiso para la publicación de las imágenes que lo requieran.

• Las notas de pie de página deberán aparecer en números arábigos.

• Al final del artículo deberá ubicarse la bibliogra-fía, escrita en letra Times New Roman tamaño 11, a espacio sencillo y con sangría francesa. Se organizará en fuentes primarias y secundarias, presentando en las primeras las siguientes partes: archivo, publicaciones periódicas, libros. En la bibliografía deben presentarse en orden alfabé-tico las referencias completas de todas las obras utilizadas en el artículo, sin incluir títulos que no estén referenciados en los pies de página.

196 Políticas Editoriales

ReferenciasHistoria Crítica utiliza Chicago Manual of Style, en su edición número 16, versión Humanities Style. A continuación se utilizaran tres abreviaturas que per-miten ver las diferencias entre la forma de citar en las notas a pie de página (N), notas abreviadas (NA) y en la bibliografía (B):

Libros o partes de libros:

De un solo autorN Nombre Apellido(s), Título completo (Ciudad:

Editorial, año), páginas consultadas.NA Apellido(s), Título resumido, páginas consulta-

dasB Apellido(s), Nombre. Título completo. Ciudad:

Editorial, año.

Dos o tres autoresN Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s),

Título completo (Ciudad: Editorial, año), pági-nas consultadas.

NA Apellido(s) y apellido(s), Título resumido, páginas consultadas

B Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año.

Cuatro o más autoresN Nombre Apellido(s) et al., Título completo

(Ciudad: Editorial, año), páginas consultadas.NA Apellido et al, Título resumido, páginas consul-

tadasB Apellido(s), Nombre, Nombre Apellido(s),

Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año.

Capítulos de librosN Nombre Apellido(s), “Título artículo”, en

Título completo, editado/compilado/coor-dinado por Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s) (Ciudad: Editorial, año), páginas consultadas.

NA Apellido(s), “Título (resumido) del capítulo”, páginas consultadas.

B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. En Título completo, editado/compilado/coordinado por Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Ciudad: Editorial, año, páginas consultadas.

Artículo dentro de la compilaciónN Nombre Apellido(s), Título, editado, compi-

lado o traducido por Nombre Apellido, vols. (Ciudad: Editorial, año), páginas consultadas.

NA Nombre Apellido(s), Título, páginas consulta-das.

B Apellido(s), Nombre. Título, editado, com-pilado o traducido por Nombre Apellido, volumen(es). Ciudad: Editorial, año.

Introducciones, prefacios o presentacionesN Nombre Apellido(s), Introducción/Prefacio/

Presentaciones a Título Completo (Ciudad: editorial, año), páginas consultadas.

NA Apellido(s), Introducción/Prefacio/Presenta-ciones a Título resumido, páginas consultadas.

B Apellido(s), Nombre. Introducción/Prefacio/Presentaciones a Título Completo, de Nombre Apellido, intervalo de páginas. Ciudad: Edito-rial, año.

Introducciones, prefacios o presentaciones (diferente al autor principal)N Nombre Apellido(s), Introducción/Prefacios/Pre-

sentaciones a Título Completo, de Nombre Autor (Ciudad: editorial, año), páginas consultadas.

NA Apellido(s), Introducción/Prefacios/Presentaciones a Título resumido, páginas con-sultadas.

B Apellido(s), Nombre. Introducción/Pre-facios/Presentaciones a Título Completo, de Nombre Apellido, intervalo de páginas. Ciudad: Editorial, año.

Compilaciones (editor, traductor o compilador además del autor)N Nombre Apellido(s), Título completo, ed./

comp./trad. Nombre y Apellido del com-pilador (Ciudad: Editorial, año), páginas consultadas.

NA Apellido(s), Título resumido, páginas consultadas.B Apellido(s), Nombre. Título Completo. Com-

pilado/editado/traducido por Nombre y Apellido. Ciudad: Editorial, año.

Artículos de revista, prensa y tesis

Artículo de revistas académicasN Nombre Apellido(s), “Título artículo”. Título

revista volumen, n° número (año): páginas consultadas, doi.

NA Apellido(s), “Título (resumido) del artículo”, páginas consultadas.

B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título revista  volumen, n°  número (año): páginas consultadas, doi.

Número especiales de revistasN Nombre Apellido(s), “Título artículo”, en

“Título número especial o dossier revista”, ed., Nombre Apellido(s), dossier o número espe-cial, Título dossier o número especial volumen, n.° número (año): páginas consultadas, doi.

NA Apellido(s), “Título (resumido) del artículo”, páginas consultadas.

B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Dos-sier o Número especial, revista  volumen, n.° número (año).

Políticas Editoriales 197

Artículo de prensa (con autor o sin él)N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título

periódico, día y mes, año, páginas consultadas [URL, si se toma referencia de internet].

NA Apellido(s), “Título (resumido) del artículo”, páginas consultadas.

B Título periódico. Ciudad, año.

TesisN Nombre Apellido(s), “Título tesis” (Tesis de

pregrado/maestría/doctorado, Institución, año), páginas consultadas.

NA Apellido(s), “Título (resumido) de tesis”, páginas consultadas.

B Apellido(s), Nombre. “Título tesis”. Tesis pre-grado/maestría/doctorado, Institución, año.

Entrevistas y comunicaciones personales

PersonalN Nombre Apellido(s) entrevistado (profesión),

en discusión con el autor, día mes año.NA Apellido(s) entrevistado, discusión, entre-

vista.B Apellido(s) Nombre entrevistado. En discu-

sión con el autor. Día mes año.

PublicadaN “Título entrevista”, por Nombre Apellido(s),

nombre publicación, fecha de consulta (día mes año), URL o doi.

NA Título (resumido) entrevista.B “Título entrevista”, por Nombre Apellido(s).

Nombre publicación, fecha de consulta (día mes año), URL o doi. URL o doi.

Correo electrónicoN Nombre Apellido(s), correo electrónico al autor,

fecha de consulta (día mes año), URL o doi.NA Apellido(s), correo.B Nombre Apellido(s), correo electrónico al autor.

Fecha de consulta (día mes año) URL o doi.

Referencias tomadas de internet

Si un libro/artículo está disponible en más de un formato, se cita la versión que fue consultada. Para libros se referencia el URL y para artículos el DOI (Digital Object Identifier) o en su defecto el URL. Cuando sea URL se debe poner así .

Libros digitalesN Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s),

eds., Título completo (Ciudad: Editorial, año), páginas consultadas, doi, URL, Kindle edition, PDF e-book, Microsof Reader e-book (según sea el caso).

NA Apellido(s), Título (resumido) del libro, pági-nas consultadas.

B Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s), eds. Título completo. Ciudad: Editorial, año, doi, URL, Kindle edition, PDF e-book, Micro-sof Reader e-book (según sea el caso).

Artículo de revistas académicas en líneaN Nombre Apellido(s), “Título artículo”. Título

revista Vol: No (año): 45, volumen, n.° número (año): páginas consultadas, URL o doi.

NA Apellido(s), “Título (resumido) del artículo”, páginas consultadas.

B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título revista volumen, n.° número (año): páginas consultadas, URL o doi.

Páginas de internetSe hace referencia a una colección de documentos (páginas) o de un individuo o de una organización, disponible en una localización específica de la world wide web.N “Título de la página”, Titulo del sitio virtual,

fecha de consulta (día mes año), URL o doi.NA “Título (resumido) de la página”.B “Título de la página”. Titulo del sitio virtual,

URL o doi.

Fuentes de archivo

N Nombre Apellido(s) (si aplica), “Título del documento”, lugar y fecha (si aplica), en Siglas del archivo, Sección, Fondo, vol./leg./t., f. o ff. La primera vez se cita el nombre completo del archivo, la abreviatura entre paréntesis y, enseguida, ciudad-país.

NA Apellido(s), “Título del documento”, fólios o páginas consultadas.

B Nombre completo del archivo (sigla), Ciuda-d-País. Sección, Fondo (según corresponda al artículo).

Nota:

Luego de la primera citación se procede así: Apellido, dos o tres palabras del título, 45-90. No se utiliza Ibid., ibidem, cfr. ni op. cit.

Políticas éticas

Publicación y autoría:La revista Historia Crítica hace parte del Depar-tamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Bogotá--Colombia) encargada del soporte financiero de la publicación. Se encuentra ubicada en el Edificio Franco, Of. GB-417. La dirección electrónica de la revista es http://historiacritica.uniandes.edu.co y

198 Políticas Editoriales

su correo [email protected] El teléfono de contacto es el 3394949, extensiones 3716 y 5526.

Cuenta con la siguiente estructura: un director, un editor, un asistente editorial, un comité edito-rial y un comité científico que garantizan la calidad y pertinencia de los contenidos de la revista. Los miembros de los comités son evaluados anualmente en función de su reconocimiento en el área y de su producción académica, visible en otras revistas nacionales e internacionales.

Los artículos presentados a la revista deben ser originales e inéditos y éstos no deben estar simultáneamente en proceso de evaluación ni tener compromisos editoriales con ninguna otra publicación. Si el manuscrito es aceptado, los editores esperan que su aparición anteceda a cual-quier otra publicación total o parcial del artículo. Si el autor de un artículo quisiera incluirlo poste-riormente en otra publicación, la revista donde se publique deberá señalar claramente los datos de la publicación original, previa autorización solici-tada al editor de la revista.

Asimismo, cuando la revista tiene interés en publicar un artículo que ya ha sido previamente publicado se compromete a pedir la autorización correspondiente a la editorial que realizó la primera publicación.

Responsabilidades del Autor:Los autores deben remitir sus artículos a través del enlace habilitado en la página web de la revista o enviarlo al siguiente correo electrónico: [email protected] en las fechas estableci-das por la revista para la recepción de los artículos. La revista tiene normas de acceso público para los autores en español, inglés y portugués, que contie-nen las pautas para la presentación de los artículos y reseñas, así como las reglas de edición. Se puede consultar en: http://historiacritica.uniandes.edu.co/page.php?c=Normas+para+los+autores y en la versión impresa de la revista.

Si bien los equipos editoriales aprueban los artículos con base en criterios de calidad, rigurosi-dad investigativa y teniendo en cuenta la evaluación realizada por pares, los autores son los responsables de las ideas allí expresadas, así como de la idoneidad ética del artículo.

Los autores tienen que hacer explícito que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros. Si se utiliza material que no sea de propiedad de los autores, es responsabilidad de los mismos asegurarse de tener las autorizaciones para el uso, reproducción y publicación de cuadros, gráficas, mapas, diagra-mas, fotografías, entre otros.

También aceptan someter sus textos a las evalua-ciones de pares externos y se comprometen a tener en cuenta las observaciones de los evaluadores, así como las del Equipo Editorial, para la realización de los ajustes solicitados. Estas modificaciones y cor-recciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le sea indicado por el editor de la revista. Luego que la revista reciba el artículo modificado, se le informará al autor acerca de su completa aprobación.

Cuando los textos sometidos a consideración de la revista no sean aceptados para publicación, el editor enviará una notificación escrita al autor explicándole los motivos por los cuales su texto no será publicado en la revista. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existen-tes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico consti-tuye el medio de comunicación privilegiado con los autores.

El Equipo Editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo.

Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del “Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual”, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transforma-ción y distribución) a la Universidad de los Andes, para incluir el texto en la revista (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros.

Revisión por pares/responsabilidad de los evaluadores:

A la recepción de un artículo, el equipo editorial evalúa si cumple con los requisitos básicos exigidos por la revista. El equipo editorial establece el primer filtro, teniendo en cuenta formato, calidad (objetivo, marco teórico, metodología, conclusiones y biblio-grafía). Después de esta primera revisión, se definen los artículos que iniciarán el proceso de arbitraje. Los textos son, en esta instancia, sometidos a la evaluación de pares académicos  internacionales y al concepto del equipo editorial, quien se reserva la última palabra de los contenidos a publicar. El resultado será comunicado al autor en un período de hasta seis meses a partir de la recepción del artículo. Cuando el proceso de evaluación exceda este plazo, el editor deberá informar al autor dicha situación.

Políticas Editoriales 199

Todos los artículos que pasen el primer filtro de revisión serán sometidos a un proceso de arbitraje a cargo de evaluadores internacionales, quienes podrán formular sugerencias al autor, señalando referencias significativas que no hayan sido inclui-das en el trabajo. Estos lectores son, en su mayoría, externos a la institución y en su elección se busca que no tengan conflictos de interés con las temáti-cas sobre las que deben conceptuar. Ante cualquier duda se procederá a un remplazo del evaluador.

La revista cuenta con un formato que con-tiene preguntas con criterios cuidadosamente definidos, que el evaluador debe responder sobre el artículo objeto de evaluación. A su vez, tiene la responsabilidad de aceptar, rechazar o aprobar con modificaciones el artículo arbitrado. Durante la evaluación, tanto los nombres de los autores como de los evaluadores serán mantenidos en completo anonimato.

Responsabilidades editoriales:El Equipo Editorial de la revista, con la participación de los comités editorial y científico, es responsa-ble de definir las políticas editoriales para que la revista cumpla con los estándares que permiten su posicionamiento como una reconocida publicación académica. La revisión continua de estos parámetros asegura que la revista mejore y llene las expectativas de la comunidad académica.

Así como se publican normas editoriales, que la revista espera sean cumplidas en su totalidad, tam-bién deberá publicar correcciones, aclaraciones,

rectificaciones y dar justificaciones cuando la situ-ación lo amerite. El Equipo es responsable, previa evaluación, de la escogencia de los mejores artículos para ser publicados. Esta selección estará siempre basada en la calidad y relevancia del artículo, en su originalidad y contribuciones al conocimiento social. En este mismo sentido, cuando un artículo es rechazado la justificación que se le da al autor deberá orientarse hacia estos aspectos.

El editor es responsable del proceso de todos los artículos que se postulan a la revista, y debe desarrollar mecanismos de confidencialidad mien-tras dura el proceso de evaluación por pares hasta su publicación o rechazo. Cuando la revista recibe quejas de cualquier tipo, el Equipo debe responder prontamente de acuerdo a las normas establecidas por la publicación, y en caso de que el reclamo lo amerite, debe asegurarse de que se lleve a cabo la adecuada investigación tendiente a la resolución del problema.

Cuando se reconozca falta de exactitud en un con-tenido publicado, se consultará al Equipo Editorial, y se harán las correcciones y/o aclaraciones en la página web de la revista. Tan pronto un número de la revista salga publicado el editor tiene la responsabilidad de su difusión y distribución a los colaboradores, evaluado-res y a las entidades con las que se hayan establecido acuerdos de intercambio, así como a los repositorios y sistemas de indexación nacionales e internacionales. Igualmente, el editor se ocupará del envío de la revista a los suscriptores activos.

200

Editorial Policies

vance for appearing in a publication in the field of history (objective, theoretical framework, metho-dology, conclusions and bibliography). Afterwards, all contributions are submitted for evaluation to two international peer reviews and the Editorial Committee. The results of these evaluations will be reported to the author no later than six months from the date the article was received. The observations of the evaluators, as well as those of the Editorial Team, must be taken into account by the author, who will make the requested adjustments. Said modifications and corrections to the manuscript must be submit-ted by the author within the time set by the editor of the Journal (approx. 15 days). After receiving the modified article, the author will notified if it has been approved or not. The Editorial Team reserves the final word on the publication of articles and the issue in which said articles will be published. This decision will be informed to the author as soon as it is known, provided that the author has submitted all requested documentation within the set times. The Journal reserves the right copy edit the text for minor errors. During the editing process, authors may be consulted by the editors to resolve certain questions. Both during the evaluation and editing processes, e-mail will be the most used means of communication with the author.

Procedure for Reviews and Bibliographical EssaysHistoria Crítica has two means of obtaining reviews. In one, authors send in their reviews, and also biblio-graphical essays, to the journal’s e-mail. In the other, the journal receives books by post (Cra. 1 No. 18A-12, Building Roberto Franco, of. GB-417, Bogotá, Colombia), having previously received notice via e-mail indicating potential reviewers, when pos-sible. In this case, the journal will attempt to find a review of the book.

All reviews must be critical and focus on books which are relevant to historical disciplines and which have been published for no more than five years. Bibliographical essays must critically analyze one, two, or more works. Both reviews and biblio-graphical essays are reviewed and, if accepted, may be subjected to modifications.

Instructions for authors

Type of Articles, Submission Dates and Guidelines• Historia Crítica prints previously unpublished

articles which present the results of historical investigations, innovations regarding debates on historical interpretation or complete historiogra-phical reviews.

• The Journal publishes articles in Spanish, English and Portuguese, but also accepts drafts in other languages (French, and Italian). If the article is approved, the author responsibility to submit the final version in Spanish, as Historia Crítica does not offer assistance in this regard.

• Submission deadlines for open topic articles and issue-specific topics will be provided in the cor-responding calls for papers.

• The articles must be submitted through the link provided in the journal’s website http://historia-critica.uniandes.edu.co or by e-mail to: [email protected].

• All articles submitted to Historia Crítica in ists calls for paper undergo a plagiarism detection process. When partial (i.e., without the corresponding cita-tion) or total plagiarism is detected, the text will not be considered for evaluation and the author will be notified of the reason for rejection.

• Other articles (reviews, bibliographical essays, interviews, etc.) must be sent by e-mail to [email protected].

• The articles sent to Historia Crítica for evaluation cannot be simultaneously in the process of being evaluated by another publication.

• All articles published have a DOI identification number which, according to international edito-rial policies, must be cited by the authors who use the contents, along with the abbreviated title of the journal: hist.crit.

Editorial PolicyUpon receipt of an article, the Editorial Team evaluates it to determine whether it fulfills the basic requirements established by the journal (rules for citation and formal presentation), as well as its rele-

Editorial Policies 201

Directions for Authors Whose Articles Have Been Accepted for Publication• Each author will receive two copies of the issue

which includes their article.• By signing the “Intellectual Property Rights

Authorization of Use Form”, the authors of accep-ted texts give the to Universidad de los Andes authorization to make use of the proprietary copyright (reproduction, public communication, transformation, and distribution) and include the text in Historia Crítica (electronic and print ver-sion). In this document, authors also confirm the authorship of the article and certify that in wri-ting it they have observed copyright laws.

• If an author wishes to include their article in another journal or book in the future, they must request authorization from the director of Histo-ria Crítica, and the article’s original publication in Historia Crítica must be clearly referenced.

General Presentation of ArticlesArticles should not have more than eleven thou-sand word (18-22 pages) with short, footnotes and bibliography page which meet the following speci-fications.• Articles must not exceed 11.000 words, including

abstract, footnotes and bibliography.• Times New Roman, 12 points must be used, and

text must be single-spaced, with margins at 3 x 3 x 3 x 3 cm, page-numbered, and in letter- sized paper.

• Notes must be footnotes, in Times New Roman, 10 point, and single-spaced.

• On the first page there must be an abstract, in Spanish, of at most 100 words. The abstract must be analytical (present the objectives of the arti-cle, its content, and its results).

• After the abstract, a list of three to six keywords must be included.

• Summary, keywords, and title must also be sub-mitted in English.

• The name of the author must not appear in the article.

• Author information must be included in an additional document and must include name, address, phone number, e-mail, academic titles, institutional affiliation, current position, current studies, and publications in books and journals.

• Said page must also indicate what investigation the article is a result of and how it was funded.

• When the contents used have a DOI identifica-tion number, it should be included in the list of references.

General Presentation of Reviews and Bibliographical EssaysReviews must be at most three pages long, single--spaced, using Times New Roman, 12 points, with 3 cm margins and letter-sized paper. Bibliographical essays must be 8-12 long, using Times New Roman, 12 points, with 3 cm margins and letter-sized paper.

Editing Rules• Subdivisions of the body of the text (chapters,

subsections, etc.) must be numbered using Arabic numerals, except the Introduction and the Conclusion, which are not numbered.

• Terms in Latin and foreign words must be writ-ten in italics.

• The first time an abbreviation is used, it must be placed in parenthesis after the text being abbre-viated; afterwards, only the abbreviation must be used.

• Quotations over four lines long must be placed in long form, between quotation marks, single-spa-ced, in 11 point font and with reduced margins.

• There must be a space between each paragraph of the text; these must not be indented.

• Tables, graphs, illustrations, photographs, and maps must be referenced and explained in the text. They must also be titled, numbered sequen-tially and accompanied by their respective image notes and source(s). They must be placed immediately after the paragraph where they are announced. Images must be submitted in high quality digital format (jpg o tiff 300 y 240 dpi). Obtaining the publication authorization of figu-res which require it is responsibility of the author.

• Footnotes must be numbered using Arabic num-bers.

• The bibliography of the article must be placed at the end, in Times New Roman, 11 points, single--spaced and with a hanging indentation. It must be organized separating primary and secondary sources. Primary sources must include: files, periodicals, books. Titles must be presented in alphabetic order. The bibliography must con-tain complete references to all words used in the article, without including titles that are not refe-renced in the footnotes.

References:Historia Crítica uses an the Chicago Manual of Style, 16th ed., Humanities Style. Below three abbreviations will be used in order to show the differences between the quotation style in footnotes (N), style shorten in footnotes (NA) and in the bibliography (B).

202 Editorial Policies

Book:

Single AuthorN First Name Last Name(s), Complete Title

(City: Publisher, Year), consulted page.NA Last Name, Short Title, consulted page.B Last Name(s), First Name. Complete Title.

City: Publisher, Year.

Two AuthorsN First Name Last Name(s) and First Name Last

Name(s), Complete Title (City: Publisher, Year), consulted page.

NA Last Name(s) and Last Name(s), Short Title, consulted page.

B Last Name(s), First Name, and First Name Last Name(s). Complete Title. City: Publisher, Year.

Four or more authorsN First Name Last Name(s) et al., Complete Title

(City: Publisher, Year), consulted page.NA Last Name(s) and Last Name(s), Last Name(s),

Last Name(s), Short Title, consulted page.B Last Name(s), First Name, First Name Last

Name(s), First Name Last Name(s) and First Name Last Name(s). Complete Title. City: Publisher, Year.

Book ChaptersN First Name Last Name(s), “Article Name”, in

Complete Title, edited, compiled, coordinated by First Name Last Name(s) and First Name Last Name(s) (City: Publisher, Year), consul-ted page.

NA Last Name(s), “Short Article Name”, consul-ted page.

B Last Name(s), First Name. “Article Name.” In Complete Title, edited, compiled, and coordi-nated by First Name Last Name(s) and First Name Last Name(s). City: Publisher, Year, consulted page.

Article in compilationN First Name Last Name(s), Complete Title,

edited, compiled or translated by First Name Last Name, vols. (City: Publisher, Year), con-sulted page.

NA Last Name(s), “Short Title”, consulted page.B Last Name(s), First Name. Complete Title,

edited, compiled or translated by First Name Last Name(s) and First Name Last Name(s), volume. City: Publisher, Year, consulted page.

Introductions, Prefaces or PresentationsN First Name Last Name(s), Introductions, Pre-

faces or Presentations to Complete Title (City: Publisher, Year), consulted page.

NA Last Name(s), Introductions, Prefaces or Pre-sentations a Short Title, consulted page.

B Last Name(s), First Name. Introductions, Pre-faces or Presentations to Complete Title. City: Publisher, Year, consulted page.

Compilations (editor, translator or compiler in addi-tion to author)N First Name Last Name(s), Complete Title, ed./

comp./trad. First Name and Last Name com-piler (City: Publisher, Year), consulted page.

NA Last Name(s), Short Title, consulted page.B Last Name(s), First Name. Complete Title.

Compiled/edited/translated by First Name and Last Name(s). City: Publisher, Year.

Article in Journal, Press and Theses

Article in JournalN First Name Last Name(s), “Article Name,”

Journal Name, Vol: No (Year): consulted page.NA Last Name(s), “Short Article Name”, con-

sulted page.B Last Name(s), First Name. “Article Name.”-

Journal Name, Vol: No (Year): consulted page.

PressN First Name Last Name(s), “Article

Name,”Newspaper Name, City, Day and Month, Year, consulted page.

NA Last Name(s), “Article (summary) Name,” consulted page.

B Newspaper Name. City, Year.

Thesis:N First Name Last Name(s), “Thesis Title”

(Undergraduate/Master’s/PhD thesis in, Uni-versity, Year), consulted page.

NA Last Name(s), “Title (summary) Thesis,” con-sulted page.

B Last Name(s), First Name. “Thesis Title.” Undergraduate/Master’s/PhD thesis in, Uni-versity, Year.

Interviews and personal communications

PersonalN First Name Last Name(s), person interviewed

(profession), in discussion whit the author, Day and Month, Year.

NA Last Name(s), discussion.B Last Name(s), First Name person interviewed.

In discussion whit the author, Day and Month, Year.

PublishedN- “Title interview,” by First Name Last Name(s),

publication name, date of consultation (day month year), url o doi.

NA “Title (summary) interview.”B “Title interview,” by First Name Last Name(s).

Editorial Policies 203

Publication name, date of consultation (day month year), url o doi.

Electronic mailing listN First Name Last Name(s), email the author,

date of consultation (day month year), url o doi.

NA Last Name(s), email.B Last Name(s), First Name. Email the author, date

of consultation (day month year), url o doi.

Internet Publications

Electronic BookN First Name Last Name(s), Complete Title

(City: Publisher, Year), consulted page, doi, url, Kindle edition, PDF e-book, Microsof Reader e-book.

NA Last Name, Short Title, consulted page.B Last Name(s), First Name. Complete Title.

City: Publisher, Year, doi, url, Kindle edition, PDF e-book, Microsof Reader e-book.

Electronic journal articleN First Name Last Name(s), “Article Name,”-

Journal Name, Vol: No (Year): consulted page, url o doi.

NA Last Name(s), “Short Article Name,”consulted page.

B Last Name(s), First Name. “Article Name.” Journal Name, Vol: No (Year): consulted page, url o doi.

Internet PublicationsN “Page title”, Title virtual site, consultation date

(day month year), url o doi.NA “Title (summarized) of the page.”B “Page title”. Title virtual site, url o doi.

Archive Source

N “Document Name”, place, date, and other pertinent data (if applicable), in Archive Abbre-viation, Section, Fund, vol./leg./t., f. o ff. The first time it is quoted the full name of the Archive is mentioned followed by the abbreviation in parenthesis, followed by City-Country.

B Full name of the Archive (abbreviation), City--Country, Section(s), Fund(s).

Note:

After the first quotation, proceed as follows: Last Name, two or three words of the title, 45-90. Do not use Ibid., ibidem, cfr. or op.cit.

Consult the “Instructions for authors” in Spanish, English and Portuguese on http://historia-critica.uniandes.edu.co

Ethic Guidelines of the Journal

Publication and authorship:Historia Crítica is the journal of the Faculty of Social Sciences at Universidad de los Andes who (Bogo-tá-Colombia) finances the publication. It is located in the Franco Building, Of. GB-417. The web page of the journal is http://historiacritica.uniandes.edu.co and its e-mail address [email protected] Contact telephone is 3394999, extension 3716.

The structure of its organization is as follows: a director, an editor, an assistant editor, an editorial committee and a scientific committee who guaran-tee the quality and relevance of the contents of the journal. The members are evaluated annually in rela-tion to their academic production in other national and international journals.

The articles submitted to the journal must be original and unpublished and must not be in an evaluation process or have an editorial commit-ment to any other publication. If the manuscript is accepted, the editors expect that its appearance will precede republication of the essay, or any signifi-cant part thereof, in another work. If the author of an article wants to include it in another publication, the details of the original publication must be clearly stated by the journal where it will be published and must be authorized by the editor of the journal.

In the same way when the journal is interested in publishing an article that has been previously published it will ask for permission from the edito-rial charged of the first publication.

Author responsibilities:Authors must submit their articles through the following link and send them to the following addresses: [email protected] within the dates set by the magazine for their submission. The magazine has instructions of public access for the authors that contain the guidelines for the presentation of the articles and reviews, as well as editorial procedures which can be accessed in: http://historiacritica.uniandes.edu.co/page.php?-c=Normas+para+los+autores and in all the printed versions of the journal.

Although the articles approved by editorial teams take into account criteria of quality, research rigor and the evaluation by international peers. The responsibility for the ideas expressed in the article rest upon the authors, as well as his ethical level.

The authors must specifically make clear that the essay written by them respects the intellectual property rights of third parties. If they use material which is not their property it is their responsibility to obtain due permission for their use in publication, be it illustrations, maps diagrams, photographs, etc.

204 Editorial Policies

They also agree to submit their texts to evaluation by two international external peers and must take into account their observations as well as those made by the Editorial Team. These should be noted by the author to make the necessary adjustments. The author, in the time limit indicated by the journal editor, must carry out the modifications and corrections of the manus-cript. Once the modified article is submitted, the author will be notified of its complete approval.

When the manuscripts submitted to the jour-nal are not accepted for publication the editor will notify the author in writing, explaining the reasons why it will not be published.

During the editing process, editors may consult the authors to clarify any doubts. Both in the process of evaluation and edition any communication with the authors will be by electronic means preferably.

The editorial team will reserve rights regarding the publication of the articles and the issue in which they will be published. The publication date will be observed once the author submits the required documentation within the time frame previously indicated. The journal reserves the right to make minor corrections of style.

The authors of approved manuscripts authorize the use of intellectual property rights by signing the ‘Document of authorization of intellectual property rights use’ and the usage of the author’s patrimonial rights (reproduction, public communication, trans-formation and distribution) to the Universidad de los Andes, in order to include the text in the jour-nal (both printed and electronic versions). In this same document the authors confirm that they are the authors of the text and that intellectual property rights of third parties are respected in the text.

Peer review / responsibility for the reviewers:Upon receipt of an article, the editorial team evaluates it to see whether it meets the basic requirements sti-pulated by the journal. The editorial team establishes the first filter, taking into account both format and qua-lity (objective, theoretical framework, methodology, conclusions and bibliography). After this first review, it is decided which articles will begin the arbitration process. At this point, the texts are subjected to inter-national peer review, as well as to assessment by the editorial team, which has the last word regarding which contents will be published. The results will be commu-nicated to the author within a period of six months from the date of receipt of the article. When the evalua-tion process exceeds this time limit, the editor must inform the author of said situation.

All articles that pass the first revision filter will be submitted to an evaluation process by internatio-nal peer reviewers, who can make suggestions to the

author, pointing out possibly significant references to the author which have not been included in the essay. These readers are generally externalto the institution and are chosen taking into account they do not have interests that might conflict with the topics they are evaluating. If there are any doubts the evaluator will be replaced.

The journal uses a format that contains questions with carefully defined criteria that must be answered by the evaluator about the article. He or she has the responsibility of accepting or refusing the article or approving modifications to it. During this process the journal will under no circumstances reveal the name of the author of the article being evaluated. In the same way the journal protects the identity of reviewers. During the evaluation both the names of the authors as well as those of the reviewers will not be disclosed.

Editorial responsibilities:The editorial board of the journal composed of scientific and editorial teams, is responsible for defining the edi-torial policies so that the journal sustains the standards of a renowned academic publication. These guidelines are constantly reviewed to improve the journal and fulfill the expectations of the academic community.

Just as the journal expects editorial norms be to be observed, it must also publish corrections, clarifi-cations, retractions and apologies when needed.

The team is responsible for the choice of the best articles to be published after evaluation.This selection will always be based on the quality and relevance of the article, as well as its originality and contributions to the social knowledge. In the same way, when an article is refused, the justification given to the author must take these aspects into con-sideration.

The editor is responsible for the procedure of all the articles submitted to the magazine, and must develop confidential mechanisms during the evalua-tion process that leads to its publication or refusal.

When the magazine receives complaints of any kind the team must answer promptly according to the norms established for publication, and in case the complaint is justified it must make sure the necessary investigation is carried out to solve the problem.

When there is a mistake in a published content it must be promptly corrected and announced in the Web site of the journal.

As soon as a volume of the journal is published the editor has the responsibility of its diffusion and distribution to contributors, reviewers and institu-tions with whom exchange agreements have been established, as well as national and international repositories and indexation systems. In the same way the editor will be in charge of sending the jour-nal to active subscribers.

205

Políticas editoriais

bem como sua pertinência para figurar numa publi-cação de caráter histórico (objetivo, referencial teórico, metodologia, conclusões e bibliografia). As observações dos avaliadores internacionais, bem como as da Equipe Editorial, deverão ser levadas em consideração pelo autor, que fará os ajustes solicita-dos. Essas modificações e correções no manuscrito deverão ser realizadas pelo autor no prazo que será indicado pelo editor da revista (aproximadamente 15 dias). Depois de ter recebido o artigo modificado, o autor será informado sobre sua aprovação.

O Equipe Editorial se reserva a última palavra sobre a publicação dos artigos e o número no qual se publicarão, decisão que será comunicada ao autor assim que se tornar conhecida. Essa data se cumprirá sempre que o autor fizer chegar toda a documentação que lhe foi solicitada no prazo indicado. A revista se reserva o direito de fazer correções menores de estilo.

Durante o processo de edição, os autores pode-rão ser consultados pelos editores para resolver dúvidas existentes. Tanto no processo de avaliação quanto no de edição, o correio eletrônico constitui o meio de comunicação privilegiado com os autores.

Procedimento com as resenhas e os ensaios bibliográficosHistoria Crítica procede de duas formas para o rece-bimento de resenhas. Por um lado, os autores podem remetê-las ao e-mail da revista. O mesmo procedi-mento se aplica aos ensaios bibliográficos. Por outro lado, a revista recebe livros no seu endereço postal (Cra. 1 n. 18A- 12, Edifício Roberto Franco, of. GB-417, Bogotá, Colômbia) com aviso prévio por e-mail, de preferência indicando nomes de possíveis resenhistas. Nesse caso, a revista tentará contatá-los ou contatar algum acadêmico interessado em fazer a resenha do livro enviado.

As resenhas devem ser críticas e versar sobre livros pertinentes à disciplina histórica que tenham sido publicados nos últimos cinco anos. Os ensaios bibliográficos devem discutir criticamente uma, duas ou mais obras. As resenhas e os ensaios biblio-gráficos são submetidos à análise de conteúdo e, sendo aprovados, a eventuais modificações.

Normas para os autores

Tipo de artigos, datas e modalidade de recepção• Historia Crítica publica artigos inéditos que

apresentem resultados de pesquisa histórica, ino-vações teóricas sobre debates em interpretação histórica ou balanços historiográficos completos.

• Publicam-se textos em espanhol, inglês e portu-guês; contudo, aceita-se receber a versão inicial dos textos em outros idiomas como o francês e o italiano. No caso de ser aprovado, o autor se encarregará de entregar a versão definitiva tra-duzida ao espanhol, já que Historia Crítica não oferece ajuda para esse fim.

• As datas de recepção de artigos de tema livre e para os Dossiês são informadas nos respectivos editais.

• Os artigos devem ser enviados por meio do link designado para tanto na website da revista http://historiacritica.uniandes.edu.co ou envia-dos ao e-mail [email protected] .

• Os demais textos (resenhas, ensaios bibliográ-ficos, entrevistas etc.) devem ser enviados ao e-mail [email protected].

• A revista sumete todos os artigos que recebe em seus editais á ferramenta de detecção de plágio. Quando se detecta que um texto foi usado sem a citação correspondente (total ou parcialmente), este não é enviado á avaliação e o autor é notifi-cado sobre o motivo da recusa.

• Os artigos enviados à Historia Crítica para serem avaliados não podem estar simultaneamente em processo de avaliação em outra publicação.

• Todos os artigos publicados contam com um número de identificação DOI, que, de acordo com as políticas editoriais internacionais, deve ser citado pelos autores que utilizam os conte-údos, assim como o título abreviado da revista: hist.crit.

Avaliação dos artigos e processo editorialAo receber um artigo, a Equipe Editorial avalia se ele cumpre com os requisitos básicos exigidos pela revista (normas de citação e apresentação formal),

206 Políticas Editoriais

Indicações para os autores de textos aceitos para publicação (artigos, resenhas, ensaios bibliográficos e entrevistas)• Os autores receberão dois exemplares do número

do qual participaram.• Os autores dos artigos aceitos autorizam, por

meio da assinatura do “Documento de autoriza-ção de uso de direitos de propriedade intelectual”, a utilização dos direitos patrimoniais de autor (reprodução, comunicação pública, transforma-ção e distribuição) à Universidad de los Andes para incluir o artigo na revista Historia Crítica (versão impressa e versão eletrônica).

• Caso um artigo queira ser incluído posteriormente em outra publicação, deverão ser citados os dados da publicação original na Historia Crítica, com auto-rização prévia solicitada à direção da revista.

Apresentação geral dos artigos• Os artigos não devem ter mais de 11 mil palavras

(18 a 22 páginas) contando resumo, as notas de rodapé e a bibliografia.

• Deverão estar em letra Times New Roman, tama-nho 12, entrelinhas simples, com margens de 3 cm, paginado e em papel tamanho carta.

• As notas de rodapé deverão estar em letra Times New Roman, tamanho 10 e entrelinhas simples.

• As referências, quadros, gráficos, ilustrações, fotografias e mapas se contam à parte.

• Na primeira página, deve conter um resumo em espanhol de no máximo 100 palavras. O resumo deve ser analítico (apresentando os objetivos do artigo, seu conteúdo e seus resultados).

• Após o resumo, deve-se inserir uma lista de três a seis palavras-chave, escolhidas preferivelmente no Tesauro da Unesco (http://databases.unesco.org/thessp/) ou, na sua falta, em outro tesauro reconhecido, cujo nome será informado à revista. Quando uma palavra não se encontrar normali-zada num tesauro, deve ser indicado.

• Depois do resumo, deve-se anexar uma lista de três a seis palavras-chaves.

• O resumo, as palavras-chaves e o título devem estar também em inglês.

• O nome do autor não deve figurar no artigo.• Os dados do autor devem ser entregues em um

documento anexo e incluir nome, endereço, telefone, e-mail, títulos acadêmicos, afiliação institucional, cargos atuais, estudos em curso e publicações em livros e revistas.

• Nesta folha, também é necessário indicar de que pesquisa o artigo é resultado e como se financiou.

• Quando o conteúdo usado para ter um número de identificação de DOI, deve ser incluído na lista de referências.

Apresentação geral das resenhas e dos ensaios bibliográficosAs resenhas e os ensaios bibliográficos devem ser apresentados no formato Word para Windows, com entrelinhas simples, letra Times New Roman 12, margens de 3 cm e no tamanho carta. As obras cita-das no texto deverão ser referenciadas em notas de rodapé. As resenhas devem constar de no máximo três páginas, e os ensaios, entre 8 e 12 páginas.

Regras de edição• As subdivisões no corpo do texto (capítulos,

subcapítulos etc.) devem ir enumeradas com números arábicos, exceto a introdução e a con-clusão que não se enumeram.

• Os termos em latim e as palavras estrangeiras devem estar em itálico.

• Na primeira vez em que se usar uma abreviatura, esta deverá ir entre parênteses depois da fórmula completa; nas seguintes menções, será usada uni-camente a abreviatura.

• As citações textuais que ultrapassem quatro linhas devem ser colocadas no formato de citação longa, entre aspas, entrelinhas simples, tamanho de letra 11 e margens reduzidas.

• Deve haver um espaço entre os parágrafos e estes deverão estar sem tabulação.

• Os quadros, gráficos, ilustrações, fotografias e mapas devem aparecer referenciados e expli-cados no texto. Devem estar, da mesma forma, com títulos, enumerados sequencialmente e acompanhados por suas respectivas legendas e fonte(s). Localizam-se logo após o parágrafo de onde se anunciam. As imagens serão entregues em formato digital ( jpg o tiff 300 y 240 dpi). É responsabilidade do autor conseguir a autoriza-ção para a publicação de imagens.

• As notas de rodapé deverão aparecer em núme-ros arábicos.

• Ao final do artigo, deverão estar as referências, escritas em letra Times New Roman, tamanho 11, entrelinhas simples e com e numerada. Serão organizadas em fontes primárias e secundária, apresentando nas primeiras as seguintes partes: arquivo, publicações periódicas, livros. Os títu-los devem ser apresentados em ordem alfabética. Nas referências, devem aparecer todas as obras utilizadas no artigo, sem incluir títulos que não estejam referenciados nas notas de rodapé.

ReferênciasHistoria Crítica utiliza Chicago Manual of Style, edição número 16, Humanities Style. À continuação se utilizarão duas abreviaturas que permitem ver as diferenças entre a forma de citar nas notas de rodapé

Políticas Editoriais 207

(N), cita abreviada nas notas de rodapé (NA) e nas referências (B):

Livro o parte do livro:

De um só autorN Nome Sobrenome(s), Título completo (Cidade:

Editora, ano), páginas consultadas.NA Sobrenome(s), Título resumido, página con-

sultado.B Sobrenome(s), Nome. Título completo.

Cidade: Editora, ano.

Dois o três autoresN Nome Sobrenome(s) e Nome Sobrenome(s),

Título completo (Cidade: Editora, ano), pági-nas consultadas.

NA Sobrenome(s), Título resumido, página con-sultado.

B Sobrenome(s), Nome, e Nome Sobrenome(s). Título completo. Cidade: Editora, ano.

Quatro ou mais autoresN Nome Sobrenome(s) et al., Título completo

(Cidade: Editora, ano), páginas consultadas.NA Sobrenome(s) et al, Título resumido, página

consultadas.B Sobrenome(s), Nome, Nome Sobrenome(s),

Nome Sobrenome(s) e Nome Sobrenome(s). Título completo. Cidade: Editora, ano.

Capítulo em livroN Nome Sobrenome(s), “Título artigo”, em Título

completo, editor/compilador/coordenada pela Nome Sobrenome(s) e Nome Sobrenome(s) (Cidade: Editora, ano), páginas consultadas.

NA Sobrenome(s), “Título (resumido) do capí-tulo”, página consultadas.

B Sobrenome(s), Nome. “Título artigo”. Em Título completo, editado por Nome Sobre-nome(s) e Nome Sobrenome(s). Cidade: Editora, ano, 45-90.

Artigo em compilaçãoN Nome Sobrenome(s), Título, editado, compi-

lado o traduzido por Nome Sobrenome, vols. (Cidade: Editora, ano), página consultado.

NA Sobrenome(s), Título, página consultado.B Sobrenome(s), Nome. Título, editado, com-

pilado o traduzido por Nome Sobrenome, volume. Cidade: Editora, ano.

Introdução/Prefácio/ApresentaçõesN Nome Sobrenome(s), Introdução/Prefácio/

Apresentações Título completo (Cidade: Edi-tora, ano), páginas consultadas.

NA Sobrenome(s), Introdução/Prefácio/Apresen-tações Título resumido, páginas consultadas.

B Sobrenome(s), Nome. Introdução/Prefácio/Apresentações. Cidade: Editora, ano.

Compilação (editor/tradutor ou compilador ademais do autor)N Nome Sobrenome(s), Título completo, ed./

comp./trad. Nome Sobrenome(s), do com-pilador (Cidade: Editora, ano), páginas consultadas.

NA- Sobrenome(s), Título resumido, páginas consul-tadas.

B- Sobrenome(s), Nome. Título Completo. Com-pilado/editado/traduzido por Nome Sobrenome(s). Cidade: Editora, ano.

Artigo da revista, impresa e tese

Artigo da revistoN Nome Sobrenome(s), “Título artigo”, Título

revista, Volume, n.° número (ano): páginas consultadas, doi.

NA Sobrenome(s), “Título (resumido) do artigo”, páginas consultadas.

B Sobrenome(s), Nome. “Título artigo”. Título revista, Volume, n.° número (ano): páginas consultadas, doi.

Número especial das revistasN Nome Sobrenome(s), “Título artigo”, em

“Título número especiais o dossiê revista”, ed., Nome Sobrenome(s), dossiê o número espe-ciais, Título revista, volume, n.° número (ano): páginas consultadas, doi.

NA Sobrenome(s), “Título (resumido) do artigo”, páginas consultadas.

B Nome Sobrenome(s). “Título artigo”. Dossiê o Número especiais, Título dossiê o número especiais volume, n.° número (ano).

Artigo de imprensa (com ou sem autor)N Nome Sobrenome(s), “Título artigo”, Título

periódico/jornal, Cidade, dia y mês, ano, pági-nas consultadas [se a referência é tomada de internet].

NA Sobrenome(s), “Título (resumido) do artigo”, páginas consultadas.

B Título periódico/jornal. Cidade, ano.

TeseN Nome Sobrenome(s), “Título tese” (tese gra-

duação/PhD/Mestrado, Universidade, ano), páginas consultadas.

NA Sobrenome(s), “Título (resumido) da tese”, páginas consultadas.

B Sobrenome(s), Nome. “Título tese”. Tese gra-duação/PhD/Mestrado, Universidade, ano.

208 Políticas Editoriais

Entrevista e comunicações pessoais

PerssoalN Nome Sobrenome(s), entrevistado (profis-

são), em discussão com autor, dia mês ano.NA Sobrenome(s), entrevistado, discussão, entrevista.B Sobrenome(s), Nome entrevistado. Em dis-

cussão com o autor. Dia mês ano.

PublicadoN “Título entrevista publicada”, Nome da publi-

cação, data completa (dia mês ano), url o doi.NA “Título (resumido) entrevista”.B “Título entrevista publicada”. Nome da publi-

cação, data completa (dia mês ano) url o doi.

Correio eletrônicoN Nome Sobrenome(s), correio eletrônico o

autor, data completa (dia mês ano), url o doi.NA Sobrenome(s), correio.B Sobrenome(s), Nome. Correio eletrônico o

autor. Data completa(dia mês ano) url o doi.

Publicações na internet

LivroN Nome Sobrenome(s), Título completo

(Cidade: Editora, ano), páginas consultadas, doi, url, Kindle edition, PDF e-book, Micro-sof Reader e-book (conforme o caso).

NA Sobrenome(s), Título resumido, página con-sultado.

B Sobrenome(s), Nome. Título completo. Cidade: Editora, ano. , doi, url, Kindle edi-tion, PDF e-book, Microsof Reader e-book (conforme o caso).

Artigo das revistasN Nome Sobrenome(s), “Título artigo”, Título

revista Volume, n.° número (ano): páginas consultadas, url ou doi.

NA Sobrenome(s), “Título (resumido) do artigo”, páginas consultadas.

B Sobrenome(s), Nome. “Título artigo”. Título revista Volume, n.° número (ano): páginas consultadas, url ou doi.

Publicações na internetN- “Título da página”, Título site virtual, data de

consulta (dia mês ano), url o doi.NA “Título (resumido) da página”.B “Título da página”. Título site virtual, url o

doi.

Fontes de arquivo

N “Título documento”, lugar y data, e outros dados pertinentes (se aplicável), em Siglas

do arquivo, Seção, Fundo, vol./leg./t., f. ou ff. Na primeira vez se cita o nome completo do arquivo e a abreviatura entre parêntesis, e Cidade-País.

B Nome completo do arquivo (sigla), Cidade--País, Seção, Fundo (s).

Nota:

Logo após a primeira citação, procede-se assim: Nome Sobrenome, duas ou três palavras do título, 45-90. Não se utiliza nem Ibid., ibidem, cfr. ou op. cit.

Consulte as “Normas para os autores” em espa-nhol, inglês e português em http://historiacritica.uniandes.edu.co

Guia Políticas éticas da revista

Publicação e autoriaA revista Historia Crítica faz parte da Faculdade de Ciências Sociais da Universidad de los Andes (Bogo-tá-Colombia), encarregada do suporte financeiro da publicação. Sua sede se encontra no Edifício Franco, escritório GB-417. A página da revista http://histo-riacritica.uniandes.edu.co, e seu e-mail é [email protected]. O telefone para contato é (57 1) 339-4999, ramais 3716.

Conta com a seguinte estrutura: um diretor, um editor, um assistente editorial, um comitê editorial e um comitê científico, os quais garantem a qualidade e pertinência dos conteúdos da revista. Os membros são avaliados anualmente em função de seu reco-nhecimento na área e de sua produção acadêmica, visíveis em outras revistas nacionais e internacionais.

Os artigos apresentados à revista devem ser ori-ginais e inéditos e não devem estar simultaneamente em processo de avaliação nem ter compromissos editoriais com nenhuma outra publicação. Se o texto for aceito, os editores esperam que seu apare-cimento anteceda a qualquer outra publicação total ou parcial do artigo. Se o autor de um artigo quiser incluí-lo posteriormente em outra publicação, a revista na qual se pretende publicar deverá indicar claramente os dados da publicação original e possuir prévia autorização solicitada ao editor da revista.

Do mesmo modo, quando a revista tiver interesse em publicar um artigo já publicado previamente, compromete-se a pedir a autorização correspon-dente à editora que realizou a primeira publicação.

Responsabilidades do AutorOs autores devem remeter seus artigos pelo link habilitado na página web e enviá-los aos seguintes correios eletrônicos: [email protected] nas datas estabelecidas pela revista para a recep-

Políticas Editoriais 209

ção dos artigos. A revista possui normas para os autores de acesso público que contêm as pautas para a apresentação dos artigos e resenhas, bem como as regras de edição. Elas podem ser con-sultadas em: http://historiacritica.uniandes.edu.co/page.php?c=Normas+para+los+autores e na versão impressa da revista.

Ainda que as equipes editoriais aprovem os artigos com base em critérios de qualidade, rigorosi-dade investigativa e considerem a avaliação realizada por pares internacionais, são os autores os responsá-veis pelas ideias expressas no texto bem como pela idoneidade ética dele.

Os autores devem deixar explícito que o texto é de sua autoria e que nele se respeitam os direi-tos de propriedade intelectual de terceiros. Se for utilizado material que não seja de propriedade dos autores, é responsabilidade deles se assegurarem de ter as autorizações para o uso, reprodução e publicação de quadros, gráficos, mapas, diagra-mas, fotografias etc.

Além disso, os autores aceitam submeter seus textos às avaliações de pares externos e se comprometem a considerar as observações dos avaliadores internacionais bem como as do Equipo Editorial para a realização dos ajustes soli-citados. Essas modificações e correções do texto deverão ser realizadas pelo autor no prazo que o editor da revista indicar. Assim que a revista rece-ber o artigo modificado, será informado ao autor sobre sua completa aprovação.

Quando os textos submetidos à revista não forem aceitos para publicação, o editor enviará uma notificação escrita ao autor na qual se expli-carão os motivos pelos quais seu texto não será publicado pela revista.Durante o processo de edição, os autores poderão ser consultados pelos editores para resolver dúvidas. Tanto no processo de avaliação quanto no de edição, o correio eletrô-nico constitui o meio de comunicação privilegiado com os autores.

O Equipo Editorial tem a última palavra sobre a publicação dos artigos e sobre o número no qual serão publicados. Essa data se cumprirá sempre que o autor tiver enviado toda a documentação que lhe foi solicitada no prazo indicado. A revista tem o direito de fazer revisões menores de estilo.

Os autores dos textos aceitos autorizam, mediante a assinatura do “Documento de autoriza-ção de uso de direitos de propriedade intelectual”, a utilização dos direitos patrimoniais do autor (reprodução, comunicação pública, transforma-ção e distribuição) pela Universidad de los Andes, para incluir o texto na revista (versão impressa e eletrônica). Nesse mesmo documento, os autores confirmam que o texto é de sua autoria e se respeitam os direitos de propriedade intelectual de terceiros.

Revisão por pares/responsabilidade dos avaliadoresAo receber um artigo, a equipe editorial avalia se este cumpre com os requisitos básicos exigidos pela revista. Além disso, estabelece-se o primeiro filtro e leva-se em consideração formato, qualidade e perti-nência; depois desta primeira revisão, definem-se os artigos que iniciarão o processo de arbitragem. Os textos são, neste primeiro momento, submetidos à avaliação de pares acadêmicos internacionais e ao conceito da equipe editorial. O resultado será comu-nicado ao autor em um período de até seis meses a partir do recebimento do artigo. Quando o processo de avaliação exceder esse prazo, o editor deverá informar ao autor a situação.

Todos os artigos que passarem pelo primeiro filtro de revisão serão submetidos a um processo de arbitragem a cargo de pares avaliadores internacio-nais, os quais poderão formular sugestões ao autor e indicar referências significativas que não tenham sido incluídas no trabalho. Esses leitores são, em sua maioria, externos à instituição e, em sua eleição, busca-se que não tenham conflitos de interesse com as temáticas sobre as quais devem conceituar. Diante de qualquer dúvida, uma substituição do avaliador será realizada.

A revista conta com um formato que contém perguntas com critérios cuidadosamente definidos que o avaliador deve responder sobre o artigo objeto de avaliação. Ele tem a responsabilidade de acei-tar, rejeitar ou aprovar com modificações o artigo arbitrado. Durante a avaliação, tanto os nomes dos autores quanto o dos avaliadores serão mantidos em completo anonimato.

Responsabilidades editoriaisA equipe editorial da revista, com a participação dos comitês editorial e científico, é responsável pela definição das políticas editoriais para que a revista cumpra com os padrões que permitem seu posi-cionamento como uma reconhecida publicação acadêmica. A revisão contínua desses parâmetros garante que a revista melhore e cumpra com as expectativas da comunidade acadêmica.

Assim como se publicam normas editoriais que a revista espera que sejam cumpridas em sua totalidade, ela também deverá publicar correções, esclarecimentos, retificações e dar justificativas quando necessário.

A equipe é responsável, sob prévia avaliação, da escolha dos melhores artigos para publicação. Essa seleção estará sempre baseada na qualidade e relevância do artigo, em sua originalidade e contri-buições para o conhecimento social. Nesse sentido, quando um artigo é rejeitado, a justificativa dada ao autor deverá ser orientada a esses aspectos.

210 Políticas Editoriais

O editor é responsável pelo processo de todos os artigos que se postulam à revista e deve desenvolver mecanismos de confidencialidade enquanto durar o processo de avaliação por pares até sua publicação ou recusa.

Quando a revista receber reclamações de qual-quer tipo, a equipe deve responder brevemente de acordo com as normas estabelecidas pela publicação e, caso a reclamação seja coerente, ela deve garantir que se realize a adequada investigação a fim de resol-ver o problema.

Quando se reconhecer falta de exatidão em um conteúdo publicado, a Equipe Editorial será consul-tada e serão feitas as correções e/ou esclarecimentos na página web da revista. Assim que um número da revista for publicado, o editor tem a responsabili-dade de sua difusão e distribuição aos colaboradores, avaliadores e às entidades com as quais se tenham estabelecido acordos de intercâmbio, bem como aos repositórios e sistemas de indexação nacionais e internacionais. Além disso, o editor se responsabili-zará pelo envio da revista aos assinantes ativos.

Revista Historia Críticahttp://historiacritica.uniandes.edu.co