“filosofÍa de la ciencia”

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Nº 4 – MARZO DE 2008 C/ Recogidas Nº 45 - 6º-A Granada 18005 [email protected] ISSN 1988-6047 DEP. LEGAL: GR 2922/2007 “FILOSOFÍA DE LA CIENCIA” AUTORIA JONATHAN NIEVES MARTÍNEZ TEMÁTICA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA ETAPA 2º BACHILLER Resumen El artículo que a continuación exponemos versa sobre Galileo Galilei. Concretamente, vamos a hacer retroceder hasta el siglo XVII a la filosofía de dicho autor para repasar uno de los grandes hitos de la humanidad: el fin de los argumentos religiosos contra el Heliocentrismo al quedar demostrado los distintos movimientos de la Tierra. Brevemente vamos a analizar la defensa de los distintos argumentos que expuso Galileo para sostener el movimiento de la Tierra. Palabras clave Movimiento terrestre, rotación, traslación, mareas, vientos alisos, reposo, velocidad, ímpetu, flujo y reflujo, inclinación. TÍTULO: GALILEO Y EL MOVIMIENTO TERRESTRE TÍTULO: GALILEO Y EL MOVIMIENTO TERRESTRE AUTOR: JONATHAN NIEVES MARTÍNEZ AUTOR: JONATHAN NIEVES MARTÍNEZ 1. SOBRE EL MOVIMIENTO DE LA TIERRA Galileo afirmaba que el verdadero método para averiguar si podía atribuirse algún movimiento a la Tierra y, si se pudiese, cual sea, consistiría en considerar y observar si en los cuerpos separados de la Tierra se percibía alguna apariencia de movimiento que afectase a todos por igual. Porque un movimiento que únicamente se percibiese, por ejemplo, en la Luna y que no tuviese nada que ver con Venus o con Júpiter, ni con las estrellas no podría ser de la Tierra en modo alguno, ni de nada que no fuera la Luna. Para Galileo, si consideramos la mole inmensa de la esfera estrellada, en comparación con lo diminuto del globo terrestre, que podría ser contenido en aquella muchos millones de veces, y si además pensamos en la velocidad del movimiento que en un día y una noche tiene que dar la una vuelta entera, cuesta creer que pueda haber alguien que considere más razonable y creíble que la esfera celeste sea la que dé la vuelta y el globo terrestre permanezca quieto.

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Nº 4 – MARZO DE 2008

C/ Recogidas Nº 45 - 6º-A Granada 18005 [email protected]

ISSN 1988-6047 DEP. LEGAL: GR 2922/2007

“FILOSOFÍA DE LA CIENCIA”

AUTORIA JONATHAN NIEVES MARTÍNEZ

TEMÁTICA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

ETAPA 2º BACHILLER

Resumen

El artículo que a continuación exponemos versa sobre Galileo Galilei. Concretamente, vamos a hacer retroceder hasta el siglo XVII a la filosofía de dicho autor para repasar uno de los grandes hitos de la humanidad: el fin de los argumentos religiosos contra el Heliocentrismo al quedar demostrado los distintos movimientos de la Tierra. Brevemente vamos a analizar la defensa de los distintos argumentos que expuso Galileo para sostener el movimiento de la Tierra. Palabras clave Movimiento terrestre, rotación, traslación, mareas, vientos alisos, reposo, velocidad, ímpetu, flujo y reflujo, inclinación.

TÍTULO: GALILEO Y EL MOVIMIENTO TERRESTRETÍTULO: GALILEO Y EL MOVIMIENTO TERRESTRE AUTOR: JONATHAN NIEVES MARTÍNEZAUTOR: JONATHAN NIEVES MARTÍNEZ 1. SOBRE EL MOVIMIENTO DE LA TIERRA Galileo afirmaba que el verdadero método para averiguar si podía atribuirse algún movimiento a la Tierra y, si se pudiese, cual sea, consistiría en considerar y observar si en los cuerpos separados de la Tierra se percibía alguna apariencia de movimiento que afectase a todos por igual. Porque un movimiento que únicamente se percibiese, por ejemplo, en la Luna y que no tuviese nada que ver con Venus o con Júpiter, ni con las estrellas no podría ser de la Tierra en modo alguno, ni de nada que no fuera la Luna. Para Galileo, si consideramos la mole inmensa de la esfera estrellada, en comparación con lo diminuto del globo terrestre, que podría ser contenido en aquella muchos millones de veces, y si además pensamos en la velocidad del movimiento que en un día y una noche tiene que dar la una vuelta entera, cuesta creer que pueda haber alguien que considere más razonable y creíble que la esfera celeste sea la que dé la vuelta y el globo terrestre permanezca quieto.

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or todo ello, según Galileo, existen, por una parte,

o a un centro de los cuerpos que integran el mundo, es decir, los planetas. Por otra parte, existe

reos, innato en ellos por su carácter térreo. Galileo lo denomina natural-terrestre. Además, existe

e mueve impulsado por el plano equidistante a la superficie terrestre, denominado conservado.

er incluidos en el principio de inercia de Galileo. Pero lo ierto es que son muy diferentes entre sí.

un movimiento inercial a los cuerpos celestes, del mismo modo o por analogía on los terrestres.

o, está determinado ontológicamente, es decir, está ligado a la naturaleza de uno de los elementos.

laridad, sino que además sa circularidad es sólo la del plano equidistante a la superficie terrestre.

.1. El movimiento diurno de la Tierra

n con otros que carezcan de este movimiento, con los que se da un cambio de isposición.

P 1) dos movimientos circulares uniformes y por tanto eternos, que tienen un carácter cósmico-natural

y cuyas características se deducen del principio de que el mundo es un cosmos, es decir, un universo ordenado. Son el movimiento de rotación sobre sí mismo y de revolución en torn

2) el movimiento natural eterno de rotación diurna de todos los cuerpos tér

3) el movimiento circular indeleblemente conservado del cuerpo que s

Todos ellos son movimientos que se prolongan indefinidamente con velocidad uniforme y, por tanto, en principio, cumplen los requisitos para sc El cósmico-natural es claramente copernicano, pero la argumentación que lo sostiene es típicamente aristotélica. Galileo nos está hablando aquí del deber ser, pero ni siquiera él cree que por sí mismo constituya una explicación satisfactoria de lo que es y, por tanto, creo que no podemos decir que atribuye c Por lo que hace al movimiento natural-terrestre está claro que no constituye progreso ninguno respecto de Copérnico y, aunque sea un movimiento que persiste eterna y uniformemente, es posiblemente el más lejano al movimiento inercial. Como se ha repetido desde Koyré, el principio de inercia comporta una concepción en que el movimiento, como un estado equivalente al reposo, se ha desontologizado absolutamente. Este movimiento natural-terrestre, por el contrari

El que hemos denominado movimiento conservado es, pues, el que parece constituir un avance conceptual real sobre la concepción tradicional. Pero también podemos darnos cuenta de que la limitación de este movimiento inercial, no consiste sólo en su circue 1 Primer argumento para probar que el movimiento diurno es de la Tierra. Es evidente que el movimiento que es común a muchos móviles es ocioso y como nulo en cuanto a la relación de estos móviles entre sí, porque entre ellos nada cambia, y únicamente es operativo en la relación que esos móviles tiened

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a sobre sí misma se elimina la contrariedad del sentido de los ovimientos, y un único movimiento de Occidente a Oriente se acomoda a todas las apariencias y

or que el de todos los demás planetas, completa en treinta años. Júpiter gira en el suyo, que es menor, en doce años. Marte en dos. La

de las cuales habrán de moverse velocísimamente n círculos vastísimos y otras lentísimamente en círculos pequeñísimos, según que unas u otras se

s estaban en el punto equinoccial y, en consecuencia, describían con su éste, es

ecesario que se hayan

ácil y adecuado el colocarlas inmóviles que hacerlas

Segunda confirmación de que el movimiento diurno es de la Tierra. Si se atribuye este movimiento al cielo, es necesario atribuirle sentido contrario al de los movimientos particulares de todas las esferas de los planetas gracias a los cuales, indiscutiblemente, cada uno tiene su movimiento propio de Occidente hacia Oriente, bastante suave y moderado, y conviene después hacerlos arrastrar en sentido contrario, es decir, de Oriente a Occidente con el rapidísimo movimiento diurno. Mientras que haciendo mover la Tierrmsatisface a todos plenamente. Tercera confirmación de lo mismo. La inverosimilitud se triplica si desordenamos de modo totalmente desproporcionado el orden que vemos que indudablemente existe entre los cuerpos celestes sobre cuya circulación no hay dudas, sino absoluta certeza. Y el orden consiste en que, cuanto mayor sea una esfera acaba su revolución en un tiempo más largo, y las menores en un tiempo más corto. Así, Saturno, que describe un círculo mayloLuna recorre el suyo, mucho más pequeño, en un solo mes. Cuarta confirmación. Si alguien quisiera pasar de la esfera de Saturno a la estrellada, y hacerla tanto más grande que Saturno cuanto convendría en proporción a su movimiento lentísimo de muchos miles de años, sería preciso pasar de ésta a otra mayor, con un salto mucho más desproporcionado, y hacerlo capaz de girar en veinticuatro horas. Pero si se da la movilidad de la Tierra, el orden de los períodos queda perfectamente conservado y desde la esfera perezosísima de Saturno se pasa a las estrellas fijas, totalmente inmóviles, y se elude una cuarta dificultad que hay que asumir necesariamente si se hace móvil la esfera estrellada. Se trata de la disparidad inmensa entre los movimientos de las estrellas, algunas eencuentren más o menos cercanas a los polos. Quinta dificultad resuelta. Y no sólo los tamaños de los círculos y, en consecuencia, las velocidades de los movimientos de estas estrellas serán diferentísimos de los círculos y movimientos de otras, sino que las mismas estrellas variarán sus círculos y sus velocidades, porque las que hace dos mil añomovimiento círculos máximos, al hallarse en nuestros tiempos muchos grados alejadas denvuelto de movimiento más lento y que hayan sido llevadas a moverse en círculos menores. Sexta confirmación. Aumenta la inverosimilitud para quien lo considera detenidamente, el hecho de que es impensable la clase de solidez que ha de poseer aquella vastísima esfera en cuya profundidad estén tan sólidamente pegadas tantas estrellas que, sin cambiar sus posiciones relativas, son concordemente transportadas a la vez con tan gran disparidad de movimientos. O, si el cielo es fluido, lo que es mucho más razonablemente apropiado creer, de modo que todas las estrellas vaguen por sí mismas en él, ¿qué ley regula sus movimientos y con qué fin, para hacer que, vistos desde la Tierra, parezcan hechos por una sola esfera? A mí me parece que, para conseguir esto, es un modo tanto más f

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rrantes, cuanto más fácil y adecuado las numerosas piedras del suelo de una plaza, que a las

ez en el giro. Pero no ncontramos tales dificultades si hacemos mover la Tierra, cuerpo minúsculo e insensible en

nave, de la que habrán estado separadas por mucho tiempo, al mantenerse en el aire. La causa de

ebandas de niños que corren sobre ellas. Séptima confirmación. Y finalmente, si atribuyéramos la rotación diurna al cielo más alto, hay que atribuirle tanta fuerza y potencia que lleve consigo la innumerable multitud de las estrellas fijas, cuerpos vastísimos y bastante más grandes que la Tierra, y además todas las esferas de los planetas, aunque éstas y aquéllas por su naturaleza se muevan en sentidos opuestos. Además de esto, hay que aceptar que el elemento del fuego y la mayor parte del aire sean igualmente arrastrados, y que únicamente el globo de la Tierra permanezca contumaz y renuente a tanta potencia. Esto me parece muy difícil, y no podría entender cómo es posible que la Tierra, cuerpo pensil y equilibrado sobre su centro, indiferente al movimiento y al reposo, situado y rodeado de un ambiente líquido, no hubiera de ceder también ella y ser arrastrada a su vecomparación con el universo y, por ello, incapaz de hacerle violencia alguna. Posteriormente, Galileo expone una experiencia que, por sí sola, basta para mostrar la nulidad de todas las experiencias esgrimidas contra el movimiento de la Tierra. Nos propone encerrarnos con un amigo en la mayor estancia que esté bajo cubierta de algún gran navío, y que metamos en ella moscas, mariposas y animalillos voladores parecidos. Que haya también un recipiente grande de agua con pececillos dentro. Además propone que mantengamos un cubo en alto, que gota a gota vaya dejando caer el agua en otro recipiente de boca estrecha, situado debajo. Cuando la nave esté quieta, nos dice que observemos atentamente que los animalillos volantes se mueven en todas las direcciones de la estancia con igual velocidad. Hemos de ver también que los peces nadan indistintamente hacia todos los lados. Las gotas que caen entrarán todas en la vasija situada debajo. Y si tiramos algo a nuestro amigo, si las distancias son iguales no tendremos que lanzarla con más fuerza hacia una parte que hacia otra. Y si saltamos, como suele decirse, con los pies juntos, nos desplazaremos igual espacio con independencia de la dirección. Y una vez que hayamos observado, dice, diligentemente todas estas cosas, aunque no haya ninguna duda de que mientras el bajel está parado tienen que suceder así, hemos de hacer mover la nave con la velocidad que sea. Veremos que no observaremos el más mínimo cambio en ninguno de los efectos mencionados y que, a partir de ellos, no podremos determinar si la nave avanza o está quieta. Al saltar, también, nos desplazaremos en el entablado los mismo espacios que antes y no se dará el caso de que, porque la nave se mueva velocísimamente, daremos mayores saltos hacia popa que hacia proa aunque en el tiempo que estemos en el aire el entablado que está debajo de nosotros se desplace hacia la parte contraria a nuestro salto. Y al lanzar alguna cosa a nuestro compañero, no necesitaremos tirarla con más fuerza para que le llegue, si él está hacia la popa y nosotros hacia la proa, que si estuviésemos al revés. Las gotas caerán como antes en el vaso inferior, sin que ni siquiera una caiga hacia popa por más que, mientras la gota está en el aire, la nave se desplace muchos palmos. Los peces en su agua no requerirán mayor esfuerzo para nadar hacia la parte delantera del recipiente que hacia la posterior, sino que llegarán con igual facilidad a la comida puesta sobre cualquier lugar del borde del recipiente. Finalmente, las mariposas y las moscas continuarán su vuelo indistintamente hacia cualquier lado, y en ningún caso sucederá que se queden hacia la pared que mira a popa como si estuvieran fatigadas de seguir la veloz carrera de la

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tenidas en ésta incluyendo el aire, porque por eso propuso Galileo que estuviésemos bajo ubierta.

lleva consigo las nubes, así también lleva consigo los pájaros y cualquier otra cosa que esté en l.

.2. El movimiento anual terrestre

odo, pero no por ello dejaba de girar alrededor del Sol junto con la Tierra con l movimiento anual.

la total correspondencia de estos efectos es que el movimiento de la nave es común a todas las cosas conc Realmente, Galileo entendía que la revolución diurna de la Tierra se daba por movimiento propio y natural al globo terrestre y, en consecuencia, a todas sus partes y, en tanto impreso por la naturaleza, les es indeleble. Por ello, la piedra que está en la cima de la torre tiene como su instinto primario el girar en torno al centro de su todo en veinticuatro horas y ejerce ese talento natural eternamente, cualquiera que sea el estado en que sea puesta. No obstante, de ello deducimos que, en particular, para Galileo, agua y tierra han de ser elementos, pero se distinguen por el hecho de que mientras que la tierra tiene un movimiento natural circular y también conserva un movimiento circular impreso, el agua no tiene movimiento natural pero conserva un movimiento circular impreso. El aire, pues, es un tercer elemento con propiedades dinámicas diferentes de las de la tierra y el agua, y no tiene movimiento natural ni una capacidad considerable para conservar el movimiento. Así pues, cuando el pájaro o la nube que, por su parte, poseen el mismo impeto dejan de apoyarse en el suelo para apoyarse en el aire, no habrán de experimentar el menor cambio, ni sufrir la menor desviación bajo la influencia de un eventual movimiento diurno. Si bien, esta no es desde luego la explicación de Galileo en el Dialogo. Por lo que hemos visto hasta ahora, la constitución o naturaleza térrea de un cuerpo –es el caso de un pájaro o de una nube- incluye como característica esencial de éste el que rote con la Tierra cada veinticuatro horas y no necesita recibir ningún impeto para hacerlo. El de rotación diurna es su movimiento natural. Pero lo cierto es que el movimiento propio de los pájaros, o sea, de su volar, no tiene nada que ver con el movimiento universal, al que no aporta ni ayuda ni estorbo. Lo que mantiene inalterado dicho movimiento en los pájaros, es el mismo aire por el cual vagan que, siguiendo naturalmente la rotación de la Tierra, del mismo modo queé 1 Galileo consideraba que el movimiento anual, al mezclarse con los movimientos particulares de todos los planetas, produce muchísimas cosas extrañas, que hasta entonces habían desconcertado a los más grandes hombres del mundo. Pero atendiendo a las conjeturas generales, sostenía que el centro de las revoluciones celestes de los cinco planetas, Saturno, Júpiter, Marte, Venus y Mercurio es el Sol, así como también lo era de la Tierra si se nos ocurría ponerla en el cielo. En cuanto a la Luna, afirmaba que tenía un movimiento circular alrededor de la Tierra, de la que no puede separarse de ningún me Por tanto, Galileo entendía que el reposo era del Sol, en tanto que todos los orbes de los planetas (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) se mueven en torno a él como centro suyo, lo que hacía más razonable pensar que el centro de las esferas móviles esté quieto que el que lo esté algún otro punto alejado de dicho centro. A la Tierra, por tanto, que queda situada en medio de partes móviles, se puede atribuir su movimiento de revolución de un año, y siendo esto así, se sigue como consecuencia necesaria que también el movimiento diurno sea de la Tierra, puesto que si,

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estro año no sería más que un día y una noche, es decir, seis meses de día y seis eses de noche.

ás deducía como consecuencia el cambio de los ortos y los ocasos, de las distancias el cenit, etc.

ismo sucederá en cualquier punto de la uperficie terrestre que en el propio centro de la Tierra.

estando quieto el Sol, la Tierra no girase sobre sí misma, sino que sólo tuviese el movimiento anual en torno al Sol, num Concluyó también que el movimiento anual de la Tierra, en el caso de que deba hacerse sensible en la esfera estrellada, no ha de producir un cambio igualmente visible respecto a todas las estrellas, sino que dicha apariencia tiene que hacerse mayor en algunas, menor en otras, en otras menor aun y, finalmente, en otras absolutamente nulo, por grande que se suponga el círculo de este movimiento anual. Además, decía que los cambios que debían verse eran de dos tipos: uno era el que esas estrellas cambiasen el tamaño aparente, el otro el que variasen las alturas en el meridiano; de lo que ademd Y retomando los dos movimientos atribuidos a la Tierra, es decir, el anual y el diurno, Galileo entendía que el primero era hecho por el centro de la Tierra en la circunferencia del orbe magno, esto es, de un círculo máximo descrito en el plano de la eclíptica, fija e inmutable. El otro, el diurno, lo hace el globo de la Tierra sobre sí mismo alrededor del propio centro y del propio eje, no perpendicular, sino inclinado unos 23 grados y medio respecto al plano de la eclíptica. Dicha inclinación se mantiene a lo largo de todo el año y, lo que destaca como muy importante, se conserva siempre hacia la misma parte del cielo, de modo que el eje del movimiento diurno se mantiene perpetuamente paralelo a sí mismo. De modo que, si imaginamos dicho eje prolongado hasta las estrellas fijas, mientras el centro de la Tierra recorre en un año toda la eclíptica, el propio eje describe la superficie de un cilindro oblicuo que tiene como una de sus bases dicho círculo anual y como la otra un círculo similar imaginariamente descrito por su extremo, o mejor dicho polo, entre las estrellas fijas. Dicho cilindro es oblicuo al plano de la eclíptica según la inclinación del eje que lo describe, y ya hemos dicho que era de 23 grados y medio y que, conservándose perpetuamente idéntica hace que el globo terrestre ya no se incline ni se eleve nunca, sino que se mantenga inmutable. De lo que se deriva que, por lo que respecta a los cambios que han de observarse en las fijas, que dependen sólo del movimiento anual, lo ms Ahora bien, según Galileo, si es verdad que la virtud que mueve la Tierra y la Luna en torno al Sol tiene siempre el mismo vigor, y si es verdad que el mismo móvil, movido por la misma virtud pero en círculos desiguales, recorre arcos similares de los círculos menores en tiempos más breves, nos veremos obligados a decir que la Luna, cuando está a menor distancia del Sol, esto es en el momento de la conjunción, recorre arcos menores del orbe magno que cuando está a mayor distancia, esto es, en la oposición y plenilunio. Y también la Tierra ha de participar de esta desigualdad lunar. Puesto que si nosotros supusiéramos una línea recta trazada desde el centro del Sol por el centro del globo terrestre, y prolongada por el orbe lunar, dicha recta sería el semidiámetro del orbe magno, en el cual la Tierra, si estuviese sola, se movería uniformemente. Pero si en el mismo semidiámetro colocáramos otro cuerpo, que tuviera que ser transportado, colocándolo una vez entre la Tierra y el Sol, y otra más allá de la Tierra a mayor distancia del Sol, es preciso que en este segundo caso el movimiento común de ambos por la circunferencia del orbe magno, debido a la lejanía de la Luna, resulte algo más lento que en el otro caso, cuando la Luna

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r las vibraciones del asta menos frecuentes, y ahora más próximo ara hacerlas más frecuentes.

cia abajo or una superficie declive, al descender espontáneamente por ésta, girará sobre sí misma.

.3. Argumento de las mareas

resentan con las mismas apariencias, suponiendo la movilidad de la Tierra y el estatismo de éstos.

o que el mar esté ometido al flujo y el reflujo, en conformidad con todo lo que en éstos se observa.

ntos diurnos, haciéndolos distintos, en cuanto a su magnitud, en los olsticios y en los equinoccios.

está entre la Tierra y el Sol, esto es, a menor distancia. De modo que en este hecho acaece exactamente lo que sucede en la hora del reloj, representando la Luna el plomo que se ata ahora más lejos del centro para hacep

Ya no había dudas de que el movimiento anual y el diurno, al hacerse éstos en la misma dirección, eran perfectamente compatibles, del mismo modo que si dejamos ir una bola hap 1 Galileo demuestra que la naturaleza ha permitido que los movimientos atribuidos desde hace mucho tiempo a la Tierra, por razones totalmente ajenas a la explicación del flujo y reflujo del mar, sirvan tan adecuadamente para provocarlos, y que el propio flujo y reflujo y la movilidad de la Tierra vengan a confirmarse recíprocamente. Hasta ahora los indicios de esa movilidad se habían tomado de las apariencias celestes, dado que ninguna de las cosas que sucedían en la Tierra podían decir a favor de esta opinión más que de la otra, mostrando que todos los accidentes terrestres, por los cuales usualmente se afirma el estatismo de la Tierra y la movilidad del Sol y del firmamento, se nos p Galileo entendía que, el elemento agua, dada su inmensidad y a que no está unido y pegado al globo terrestre como lo están todas sus partes sólidas –al contrario debido a su fluidez queda parcialmente sui iuris y libre-, resulta el único, entre las cosas sublunares, en el que podemos reconocer algún vestigio e indicio de lo que haga la Tierra en relación al movimiento o a la quietud. Así, si el globo terrestre estuviera inmóvil, no se podría producir naturalmente el flujo y reflujo del mar; si al mismo globo se le confieren los movimientos ya indicados, es necesaris Galileo sostenía que los flujos y reflujos de las aguas marinas eran tres. El primero y principal era el grande y muy notorio, esto es el diurno, según el cual las aguas suben y bajan con intervalos de algunas horas. La mayoría de las ocasiones, este intervalo es de seis horas aproximadamente, esto es, durante seis horas suben y durante seis horas bajan. El segundo período es mensual, y parece que debe su origen al movimiento de la Luna, no porque ésta introduzca otros movimientos, sino sólo porque altera la magnitud de los ya mencionados, con diferencias notables según sea llena o menguante o esté en cuadratura con el Sol. El tercer período es anual, y parece depender del Sol. También altera sólo los movimies Para él, el período principal es el diurno pues sobre él, de modo secundario, ejercen su acción la Luna y el Sol con sus alteraciones mensuales y anuales. En estos cambios observa Galileo tres diferencias, puesto que, en unos lugares, las aguas suben y bajan, sin tener movimiento de avance; en otros, sin subir ni bajar, ora se mueven hacia levante ora retroceden hacia poniente; y en otros, varían las alturas y también las corrientes. Y hacen esto en el extremo de la longitud de los golfos que se extienden de occidente a oriente y terminan en playas, sobre las que el agua al subir tiene

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in mucho avance. Además avanzan y retroceden, sin cambiar la altura, n las partes de en medio.

que supera la imaginación de cualquiera que se interne un poco a fondo en esta especulación.

Es, en suma, agua nueva que como resulta visible acaba de entrar por los cortes y bocas del Lido.

millas de ancho por miles de largo? ¿Qué tigre, qué halcón, orrió o voló jamás con tanta velocidad?

movilidad el continente puede producir el efecto condicionado del modo que se observa que se da.

espacio para esparcirse. Pues si la corriente fuese interceptada por montañas o diques muy altos, entonces subiría y bajaría se

Ahora bien, a Galileo le parece que es bastante probable que, a cualquiera que quiera mantenerse dentro de los límites de lo natural, esos efectos verdaderos y ciertos, aunque no se viese ningún otro, por sí solos le convenzan de que ha de aceptar la movilidad de la Tierra. Puesto que, mantener quieto el recipiente del Mediterráneo, y hacer que el agua que contiene haga lo que hace, es algo

Para Galileo, el decir que la razón natural del flujo y reflujo sea el movimiento de la Tierra, no

quita que esta operación sea milagrosa. Puesto que hasta entonces no se sabía cómo es posible que las aguas contenidas en el seno del Mediterráneo hacían esos movimientos que se les ve hacer, mientras el seno y recipiente continente permanece inmóvil. Por ello, a continuación Galileo se propone mostrar la imposibilidad de que se hagan naturalmente el flujo y reflujo estando la Tierra inmóvil. Supone que estamos en Venecia, donde en este momento las aguas están bajas, el mar en calma y el aire tranquilo. El agua empieza a subir y, en el término de 5 ó 6 horas, crece más de diez palmos. Tal elevación no es alcanzada por la primera agua porque se haya rarificado, sino por el agua nueva que está llegando hasta nosotros, agua de la misma clase que la primera, de la misma salinidad, de la misma densidad, del mismo peso. Los navíos flotan en ella como en la primera, sin sumergirse un ápice más. Un barril de esta segunda no pesa un solo gramo más que la misma cantidad de la otra. Retiene la misma frialdad, sin la más mínima alteración.

Ello mete a Galileo en una espiral de preguntas retóricas: ¿acaso hay aquí alrededor

vorágines u orificios en el fondo del mar, por los que la Tierra atraiga o devuelva el agua, respirando cual inmensa y descomunal ballena? Pero, si es así, ¿cómo es que en el espacio de 6 horas no sube el agua igualmente en Ancona, en Ragusa, en Corfú, donde el crecimiento es pequeñísimo y quizás inobservable?, ¿quién encontrará medio de meter nueva agua en un recipiente inmóvil, y hacer que el agua suba solamente en una determinada arte de éste y en otra no? ¿Acaso esta nueva agua viene prestada del océano, aportándola por el estrecho de Gibraltar? ¿Cuál ha de ser el curso de esta agua que, entrando por el estrecho, llegue en 6 horas hasta las playas del extremo del Mediterráneo, a una distancia de dos o tres mil millas, y que a su retorno recorra de nuevo el mismo espacio en otro tanto tiempo? ¿Qué harán los navíos diseminados por el mar? ¿Qué pasará con los que estuvieran en el estrecho, en un precipicio continuo de una inmensa cantidad de agua que, entrando por un canal de no más de ocho millas de ancho, tenga que dar paso a tanta agua, que en 6 horas inunde un espacio de cientos de c

Una vez sentada la imposibilidad de dar razón de los movimientos que se perciben en las aguas y, a la vez, mantener la inmovilidad del recipiente que las contiene, pasa a ver si la d

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Para él, a un recipiente pueden conferírsele dos clases de movimientos mediante los cuales el agua que contuviese adquiriría la facultad de fluir en él hacia uno u otro extremo, y allí ora subir ora bajar. El primero sería cuando uno u otro de esos extremos se bajase, porque entonces el agua deslizándose hacia la parte inclinada subiría y bajaría recíprocamente en uno y otro. Pero, dado que este subir y bajar no es otra cosa que alejarse o aproximarse al centro de la Tierra, esta clase de movimientos no puede atribuirse a las propias concavidades de la Tierra que son los recipientes que contienen las aguas. Las partes de esos recipientes, cualquiera que sea el movimiento que se atribuya al globo terrestre, no pueden aproximarse ni alejarse del centro de éste. La otra clase de movimiento se daría si el recipiente se moviese (sin inclinarse en absoluto) con un movimiento progresivo, no uniforme sino cambiando de velocidad, acelerándose unas veces y enlenteciéndose otras. De esa diformidad se seguiría que el agua contenida en el recipiente, pero no unida fijamente como las partes sólidas de éste, al contrario, casi separada, libre y no obligada a secundar todos los cambios de su continente debido a su fluidez, al enlentecerse el recipiente, esa agua, reteniendo parte del ímpetu ya adquirido, fluiría hacia la parte delantera donde necesariamente subiría. Y al contrario, si se añadiese al recipiente nueva velocidad, el agua, al retener parte de su lentitud, quedando un poco atrás antes de habituarse al nuevo ímpetu permanecería en la parte trasera, en la que subiría un poco. Galileo demostró también que las partes del globo terrestre se aceleraban y se enlentecían en sus movimientos, planteándose a partir de ello que si la aceleración y enlentecimiento del movimiento del recipiente hace ir y venir el agua contenida en él, a lo largo de éste subir y bajar en sus extremos, ¿quién pretenderá poner dificultades a aceptar que tal efecto puede, e incluso debe darse necesariamente en las aguas marinas contenidas dentro de sus recipientes, sujetos a tales alteraciones, máxime en los que se extienden longitudinalmente de poniente hacia levante, que es la dirección en la que se hace el movimiento de esos recipientes? Estableció ésta como la causa potísima y primaria del flujo y reflujo, sin la cual este efecto no se seguiría en absoluto. Pero los accidentes particulares que se observaban en distintos lugares y momentos eran múltiples y variados y era preciso que dependiesen de otras causas concomitantes, si bien todas deben tener conexión con la primaria. Por ello Galileo examina los distintos accidentes que puedan ser causas de esos diversos efectos. El primero es que cada vez que el agua, merced a un notable enlentecimiento o aceleración del movimiento del recipiente que la contiene, tenga una razón para fluir hacia este o aquel extremo y suba en uno y baje en el otro, no por ello se mantendrá en tal estado, cuando cese la causa primaria sino que, en virtud del propio peso y natural inclinación de nivelarse y equilibrarse, volverá por sí misma velozmente hacia atrás. Y, siendo grave y fluida, no sólo se moverá hacia el equilibrio sino que, promovida por su propio ímpetu, lo traspasará, subiendo en la parte donde antes estaba más baja. Y tampoco se detendrá ahí sino que volviendo de nuevo hacia atrás, con reiteradas idas y venidas mostrará que, desde un movimiento que ha alcanzado una determinada velocidad, no quiere reducirse súbitamente a la privación de éste y al estado de reposo, sino que requiere reducirse a éste sucesivamente, lentamente, debilitándose poco a poco.

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El segundo accidente consiste en que las idas y venidas se hacen y repiten cada vez con menor frecuencia, esto es, en tiempos más breves o más largos, según la distinta longitud de los recipientes que contienen el agua. De modo que en los espacios más cortos las idas y venidas son más frecuentes, y más raras en los más largos. Como tercer hecho destaca que no solamente la mayor o menor longitud del recipiente es causa de que el agua haga sus idas y venidas en tiempos distintos, sino que la mayor o menor profundidad opera lo mismo. Y sucede que del agua contenida en receptáculos de igual longitud, pero de desigual profundidad, la que es más profunda hace sus oscilaciones en tiempos más breves, y las idas y venidas de las aguas menos profundas son menos frecuentes. En cuarto lugar se observan dos efectos que hace el agua en esas oscilaciones suyas. Uno consiste en el subir y bajar alternativamente en uno y otro extremo. El otro en moverse y fluir, por así decir, horizontalmente hacia delante y hacia atrás. Esos dos movimientos distintos residen de modo distinto en distintas partes del agua. Puesto que sus partes extremas son las que suben y bajan mucho; las de en medio no se mueven en absoluto hacia arriba o hacia abajo; las restantes, de modo gradual, las que están más próximas a los extremos suben y bajan proporcionalmente más que las más lejanas. Pero, al contrario, las partes de en medio se mueven considerablemente con el otro movimiento progresivo hacia delante y hacia atrás, que no afecta en absoluto a las aguas que se hallan en los extremos, más que en el caso de que al subir superen los diques y se desborden fuera de su primer álveo y receptáculo. Pero donde hallan el obstáculo los diques que las refrenan, sólo suben y bajan; y no por ello las aguas de en medio dejan de fluir hacia delante o hacia atrás, lo que hacen también las demás partes proporcionalmente, deslizándose más o menos según estén situadas más lejos o cerca del medio. El quinto accidente particular habrá de ser considerado tanto más atentamente cuanto que nos resulta imposible representarlo con la experiencia y ejecución de su efecto. El accidente es el siguiente. En los recipientes que hemos hecho artificialmente y movido como las barcas, ora más, ora menos velozmente, la aceleración y el enlentecimiento es siempre compartido del mismo modo por todo el vaso y por cada una de sus partes, de modo que cuando la barca refrena su movimiento no se enlentece más la parte anterior que la parte posterior, sino que todas participan del mismo enlentecimiento. Lo mismo sucede con la aceleración, esto es, aportando a la barca nueva causa de mayor velocidad, la proa y la popa se aceleran del mismo modo. Pero en los recipientes inmensos, como los lechos larguísimos de los mares, por más que no sean más que cavidades hechas en la solidez del globo terrestre, sucede de modo admirable que los extremos de éstos no aumentan o disminuyen su movimiento como una unidad, igual y en los mismos momentos; sino que cuando, en virtud de la composición de los dos movimientos diurno y anual, resulta que uno de sus extremos ve muy enlentecida su velocidad, el otro todavía sigue afectado y ligado por un movimiento velocísimo. Explicadas todas estas cosas, Galileo se dispone a examinar los accidentes particulares y su variedad, que se observan por experiencia en el flujo y reflujo de las aguas. En primer lugar no deberíamos tener dificultades para entender por qué sucede que en los lagos, estanques y también en mares pequeños el flujo y reflujo no es notable, lo cual tiene dos

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concluyentísimas razones. Una consiste en que, por la cortedad del recipiente, cuando a distintas horas del día adquiere distintos grados de velocidad, éstos son adquiridos por todas sus partes con poca diferencia; y tanto las anteriores como las posteriores, esto es las orientales y las occidentales, se aceleran y enlentecen casi del mismo modo. Además, al hacerse dicha alteración poco a poco y no oponiendo un obstáculo y enlentecimiento repentinos o una súbita y gran aceleración al movimiento del recipiente continente, éste y todas sus partes van impresionándose lenta e igualmente de los mismos grados de velocidad. De esta uniformidad se sigue también que el agua contenida, recibe las mismas impresiones con poca contumacia y reticencia y, en consecuencia, dé muy oscuras indicaciones de que sube o baja, deslizándose hacia uno u otro extremo. Este efecto se ve también manifiestamente en los pequeños recipientes artificiales, en los cuales el agua contenida va impresionándose de los mismos grados de velocidad, siempre que la aceleración o enlentecimiento se hagan con proporción lenta y uniforme. La segunda causa es la recíproca oscilación del agua que proviene del ímpetu que a su vez haya adquirido ésta del movimiento de su continente. Dicha oscilación, como se ha señalado, en los recipientes pequeños hace sus vibraciones muy frecuentes. De ahí resulta que, al residir en los movimientos terrestres la causa de la aportación del movimiento a las aguas, ésta sólo se produce de doce en doce horas, puesto que el movimiento de los recipientes continentes se enlentece y se acelera al máximo una sola vez al día. Sin embargo, otra segunda causa, dependiente de la gravedad del agua, que trata de reducirse al equilibrio y, según la cortedad del recipiente, hace sus idas y venidas en una, dos, tres horas, etc. Mezclándose con la primera, que ya de por sí en los recipientes pequeños resulta pequeñísima, la hace del todo imperceptible. Puesto que, cuando aún no ha acabado de imprimirse la conmoción procedente de la primera causa, que tiene períodos de 12 horas, sobreviene, contrariándola la causa secundaria, dependiente del propio peso del agua que, según la cortedad y profundidad del recipiente, hace sus vibraciones en un tiempo de 1, 2, 3 ó 4 horas, etc., y contrariando a la primera, la perturba y la elimina sin dejarla alcanzar ni el máximo ni la mitad de su movimiento. Y debido a tal contraposición resultada aniquilada del todo, o muy disimulada, la evidencia del flujo y reflujo. Paso en segundo lugar a aclarar la duda de cómo es posible que residiendo en el principio primario la causa de conmover las aguas sólo de 12 en 12 horas, esto es una por la máxima velocidad del movimiento y otra por su máxima lentitud, a pesar de ello el período de los flujos y reflujos parece ser de seis en seis horas. A lo que se responde que tal determinación no puede provenir en absoluto únicamente de la causa primaria, sino que es preciso hacer intervenir las secundarias, esto es la mayor o menor longitud de los recipientes, y la mayor o menor profundidad de las aguas contenidas en ellos. Dichas causas, si bien no tienen acción ninguna en los movimientos de las aguas, dependiendo dicha acción sólo de la causa primaria sin la cual no se producirían flujos y reflujos, la tienen principalísima en la determinación de los tiempos de las idas y venidas, y tan potente, que resulta que la causa primaria se les somete. Así, pues, el período de seis horas no es más propio o natural que otros intervalos de tiempo, sino quizás el más observado por ser el que compete a nuestro Mediterráneo que durante muchos siglos fue el único practicable. Aunque ni siquiera este período se observa en todas sus partes, dado que en algunos lugares más estrechos como en los Dardanelos y el Egeo, los períodos son bastante más breves y, además, muy diferentes entre sí.

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En tercer lugar, resultará muy fácil la razón de por qué algún mar, aunque larguísimo, como el Mar Rojo, carece casi totalmente de flujos y reflujos. Eso sucede porque su longitud no se extiende de oriente a occidente, sino que cruza del siroco hacia maestral. Pero siendo los movimientos de la Tierra de occidente hacia oriente, los impulsos del agua van siempre a dar a los meridianos, y no se mueven de paralelo a paralelo. Por lo que en los mares que se extienden transversalmente hacia los polos y que en el otro sentido son angostos, no hay razón para el flujo y reflujo si no es por la participación de otro mar con el que se comuniquen y que esté sujeto a grandes movimientos. En cuarto lugar, entenderemos muy fácilmente la razón de por qué los flujos y reflujos son máximos, en cuanto al subir y bajar de las aguas, en los extremos de los golfos, y mínimos en las partes de en medio. Entenderemos también que, al contrario, donde las subidas y bajadas son pequeñas, los recorridos en uno y otro sentido son grandes. Fácil cosa es, digo, el entender la causa de estos accidentes, puesto que de éstos sí tenemos comparaciones claras en toda clase de recipientes artificiales fabricados por nosotros, en los cuales se ve que los mismos efectos se siguen naturalmente por el hecho de moverlos con movimiento diforme, esto es, ora acelerando, ora enlenteciendo. Además, considerando, en quinto lugar, que la misma cantidad de agua, aunque se mueva lentamente por un álveo espacioso, al tener que pasar después por un lugar estrecho, necesariamente se desliza con gran ímpetu, no tendremos dificultad para entender la causa de las grandes corrientes que se forman en el estrecho canal que separa Calabria de Sicilia. Ahora, en sexto lugar, es preciso que para dar razón de algunos de los más recónditos e inopinados accidentes que en este tema se observan hagamos otra importante consideración sobre las dos principales causas de los flujos y reflujos, que después se componen y mezclan una con otra. La primera y más importante de éstas es la determinada aceleración y enlentecimiento de las partes de la Tierra, por las cuales las aguas tendrían un determinado período de deslizamiento hacia levante y de regreso hacia poniente en un tiempo de veinticuatro horas. La otra es la que depende de la propia gravedad del agua que, una vez conmovida por la causa primaria, trata de recobrar al equilibrio con reiteradas idas y venidas, que no están determinadas por un tiempo único y prefijado, sino que tienen tanta diversidad de tiempos cuantas son las distintas longitudes y profundidades de los receptáculos y senos de los mares. Y en cuanto dependiente de este segundo principio, el agua iría y volvería, en unos lugares en una hora, en otros en 2, en 4, en 6, en 8, en 10, etc. Ahora bien, si nosotros empezamos a juntar la causa primaria, que tiene un período estable de 12 en 12 horas, con alguna de las secundarias que tuviese un período de 5 en 5 horas, sucederá que en algunos momentos la causa primaria y la secundaria concordarán en hacer ambas los impulsos hacia la misma parte, y esta unión y por así decir unánime conspiración los flujos serán grandes. En otros momentos, al suceder que el impulso primario venga en cierto modo a contrariar el que llevaría el período secundario, y en tal enfrentamiento, al eliminar uno de los principios lo que el otro daría, se debilitarán los movimientos de las aguas y el mar se reducirá a un estado bastante calmado y casi inmóvil. Y otras veces, según que los mismos dos principios ni se contraríen ni

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concuerden del todo, se producirán otros cambios respecto al aumento y disminución de los flujos y reflujos. Además debemos (y equivaldrá al séptimo problema) darnos cuenta de otra causa de movimiento, dependiente de la gran cantidad de las aguas de los ríos que van a desembocar a mares no muy vastos. Por ello, en los canales o bósforos que comunican con tales mares se ve que el agua corre siempre en la misma dirección. Respecto a los otros dos períodos, mensual y anual, que no acarrean accidentes nuevos y distintos a los ya considerados en el período diurno, sino que actúan sobre éstos mismos haciéndolos mayores o menores en distintas partes del mes lunar y en distintos momentos del año solar, como si la Luna y el Sol participaran en la acción y producción de tales efectos, cosa incongruente para Galileo que, viendo que el de los mares es un movimiento local y perceptible, hecho por una mole inmensa de agua, no puede ser inducido a creer en luces, calores suaves, influjos de cualidades ocultas y semejantes imaginaciones vanas, que tantum abest que sean o puedan ser causa del flujo, como al contrario que el flujo sea causa de éstas, esto es de hacerlas aparecer en cabezas más aptas para la locuacidad y ostentación que para la especulación e investigación de las obras más secretas de la naturaleza. Y el sólo hecho de ver que la misma Luna y el mismo Sol no actúan, con su luz, con su movimiento, con su calor enorme o suave, en los receptáculos menores de agua, antes bien que si se quiere conseguir que el agua se eleve, mediante el calor, hay que llevarla poco menos que a la ebullición, y en suma el que nosotros no podamos imitar artificialmente de ningún modo los movimientos del flujo y reflujo, excepto con el movimiento del recipiente, ¿no debería convencer a cualquiera de que todas las demás cosas presentadas como causa de tal efecto son vanas fantasías y del todo ajenas a la verdad? Y puesto que la alteraciones que se dan en los flujos y reflujos en distintas partes del año y del mes tienen sus períodos fijos y constantes, estamos obligados a decir que en la causa primaria de los flujos y reflujos se da una alteración ordenada en los mismos momentos. Además, la alteración que se descubre en los mencionados momentos en los flujos y reflujos no afecta más que a su magnitud, esto es, que las aguas suban o bajen más o menos y en que corran con ímpetu mayor o menor. Así pues, es necesario que lo que es causa primaria del flujo y reflujo en esos determinados momentos aumente o disminuya su fuerza. Galileo tiene presente que la diformidad, esto es, la distinta velocidad del movimiento de los recipientes, es decir, de las partes de la superficie terrestre, depende de que éstas se mueven con el movimiento compuesto por el acoplamiento de los dos movimientos, anual y diurno, propios de todo globo terrestre. De éstos, la rotación diurna, con su ahora añadirse ahora sustraerse al movimiento anual, es la que produce la diformidad en el movimiento compuesto. De modo que la causa del movimiento diforme de los recipientes y, en consecuencia, del flujo y reflujo consiste en las adiciones y sustracciones que hace la rotación diurna al movimiento anual. Eso sucede de tal modo que si estas adiciones y sustracciones se hicieran siempre con la misma proporción respecto al movimiento anual, la causa del flujo y reflujo persistiría, pero así se harían perpetuamente del mismo modo. Esta proporción de las adiciones y sustracciones de la rotación diurna y del movimiento anual, según Galileo, puede hacerse mayor o menor de tres maneras.

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Una consiste en aumentar y disminuir la velocidad del movimiento anual, manteniendo las adiciones y sustracciones hechas por la rotación diurna de la misma magnitud. Porque, dado que el movimiento anual es unas tres veces mayor, esto es más veloz, que el movimiento diurno (considerado también en el círculo máximo), si nosotros lo aumentáramos más, los añadidos o sustracciones del movimiento diurno le acarrearían menor alteración. Pero, al contrario, haciéndolo más lento se vería alterado en mayor proporción por el mismo movimiento diurno, del mismo modo que el aumentar o restar cuatro grados de velocidad al que se mueve con veinte grados, altera menos su curso de lo que lo harían los mismos cuatro grados añadidos o restados al que se moviese solamente con diez grados. La segunda manera consistiría en hacer mayores o menores las adiciones y sustracciones, manteniendo el movimiento anual a la misma velocidad. Esto se entiende tan fácilmente como que una velocidad, supongamos de 20 grados, se altera más con el añadido o sustracción de 10 grados que con el añadido o sustracción de 4. La tercera manera sería si estas dos se añadiesen una a otra, disminuyendo el movimiento anual y aumentando los añadidos y sustracciones diurnas. Siguiendo ahora adelante, y habiendo demostrado que la proporción de las adiciones y sustracciones de la rotación y el movimiento anual se pueden hacer mayores y menores de dos maneras, Galileo añade que la naturaleza se sirve de las dos. Y aun añade más: que si se sirviese de una sola, habría que eliminar una de las dos alteraciones periódicas. Si el movimiento anual no se alterase, cesaría la del período menstrual. Y si los añadidos y sustracciones de la rotación diurna se mantuviesen iguales en todo momento, no existirían las alteraciones del período anual. Ahora bien, Galileo entiende que si es verdad que la virtud que mueve la Tierra y la Luna en torno al Sol tiene siempre el mismo vigor, y si es verdad que el mismo móvil, movido por la misma virtud pero en círculos desiguales, recorre arcos similares de los círculos menores en tiempos más breves, nos vemos obligados a decir que la Luna, cuando está a menor distancia del Sol, esto es, en el momento de la conjunción, recorre arcos menores del orbe magno que cuando está a mayor distancia, esto es, en la oposición y plenilunio. De ahí concluye Galileo que el movimiento anual de la Tierra en el orbe magno y en la eclíptica no es uniforme, y que su diformidad deriva de la Luna y tiene sus períodos y restituciones mensuales. Y dado que se había llegado a la conclusión de que las alteraciones periódicas, mensuales y anuales, de los flujos y reflujos no podían derivar de otra causa que no fuera la proporción alterada entre el movimiento anual y las adiciones y sustracciones de la rotación diurna, y tal alteración podía hacerse de dos modos, esto es, alterando el movimiento anual, ya hemos encontrado el primero de estos dos modos, fundado en la diformidad del movimiento anual, que depende de la Luna y que tiene sus períodos mensuales. Así pues, es necesario que por tal causa los flujos y reflujos tengan un período mensual, dentro del cual se hagan mayores y menores. Y asimismo, la causa del período mensual reside en el movimiento anual y a la vez tiene que ver con la Luna. Con ello deja resueltos Galileo todos los problemas referentes al período diurno del flujo y reflujo. Veamos cómo resuelve los referentes a los otros dos períodos.

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1.4. Argumento de los alisios Galileo entendía que el aire era más tenue y más ligero, y por su ligereza menos adherido a la Tierra que el agua, tanto más grave y corpulenta. Pero negaba que por su ligereza, tenuidad y menor adherencia a la Tierra resultase más eximido que el agua de secundar los movimientos terrestres, por lo cual, a nosotros que participamos totalmente de estos movimientos esa desobediencia nos resultaría sensible y manifiesta. Para él más bien sucede todo lo contrario. La causa que estableció del flujo y reflujo del agua, consistía en que ésta no secundaba la irregularidad del movimiento de su recipiente, sino que conservaba el ímpetu adquirido anteriormente sin disminuirlo o aumentarlo exactamente en la misma medida con que aumentaba o disminuía en su recipiente. Así pues, dado que la desobediencia a un nuevo aumento o disminución del movimiento consiste en la conservación y mantenimiento del ímpetu adquirido anteriormente, el móvil que sea más apto para tal conservación será también el más acomodado para poner de manifiesto el efecto que se da como consecuencia de tal conservación. Ahora bien, según Galileo, hasta qué punto el agua es apta para mantener una agitación adquirida, por más que cese la causa que la imprimió, lo demuestra la experiencia de los mares muy agitados por vientos impetuosos. Sus olas, una vez que el aire se ha calmado y ha cesado el viento, siguen en movimiento durante largo tiempo. Y el que continúe de esta guisa en su conmoción depende de la gravedad del agua. Y puesto que los cuerpos ligeros son mucho más fáciles de ser movidos que los más graves pero, al cesar la causa que los mueve, son tanto menos aptos para conservar el movimiento que se les ha impreso. Por lo cual el aire, siendo en sí mismo tenuísimo y ligerísimo es fácilmente movible por la más mínima fuerza, pero también es ineptísimo para conservar el movimiento cuando cesa el motor. Por ello, respecto al aire que circunda el globo terrestre, Galileo sentencia que, por su adherencia es arrastrado en el giro no menos que el agua, máxime la parte que está contenida en los recipientes que son las llanuras circundadas por los montes. Y así afirma mucho más razonablemente que esa porción es arrastrada en la rotación, arrebatada por la aspereza de la Tierra, y que la porción superior es arrebatada por el movimiento celeste. De este modo Galileo vuelve a confirmar la movilidad del globo terrestre. Una vez visto que el aire, y en particular la parte de éste que no se eleva por encima de las cimas de las montañas más altas, es transportada en su rotación por la aspereza de la superficie terrestre, de ahí deduce que si la superficie de la Tierra no fuese irregular sino tersa y pulida, ya no habría razón para que se llevara consigo al aire, al menos para llevarlo con tanta uniformidad. Ahora bien, no toda superficie de este globo nuestro es escabrosa y áspera, sino que hay grandes espacios lisos, esto es, la superficie de mares amplísimos que, además, al estar alejadísimos de las crestas de los montes que los circundan, no parece que tengan la facultad de llevar consigo el aire que tienen sobre sí. Al no llevarlo consigo, en esos lugares debería sentirse lo que se sigue como consecuencia, de manera que, a partir del hecho de que no se sienta en el aire lo que se sentiría consecuentemente si nuestro globo girase, se podría argumentar su inmovilidad. Pero donde faltasen las causas del movimiento, esto es, donde la superficie del globo tuviese grandes espacios llanos y hubiera menos mezcla de vapores terrestres, ahí cesaría en parte la causa por la que el aire ambiente habría de obedecer totalmente al arrebato de la rotación terrestre.

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De modo que, en esos lugares, mientras la Tierra gira hacia oriente, se debería sentir continuamente un viento que nos golpease soplando de levante hacia poniente, y tal soplo habría de hacerse más sensible donde la rotación terrestre fuese más veloz. Esto sucedería en los lugares más alejados de los polos y próximos al círculo máximo de la rotación diurna. Galileo era consciente de que ya de facto la experiencia apoyaba mucho este argumento, porque en los amplios mares y en las partes lejanas de tierra y situadas en la zona tórrida, esto es, comprendidas entre los trópicos, donde además no se dan evaporaciones terrestres, se siente una aura perpetua que se mueve desde oriente de modo tan constante que gracias a ésta las naves van prósperamente hacia las Indias Occidentales y de éstas, dejando las playas mexicanas, surcan con el mismo favor el Mar Pacífico hacia las Indias, orientales para nosotros, pero occidentales para ellos. Mientras que, por el contrario, la navegación desde allá hacia oriente es difícil e incierta, y no se puede hacer en modo alguno por la misma ruta, sino que hay que costear más cerca de tierra, para encontrar otros vientos, por así decir, accidentales y tumultuarios causados por otros principios, vientos como los que nosotros, habitantes de tierra firme, experimentamos continuamente. Las causas de la generación de estos vientos son muchas y variadas. Los vientos accidentales son los que soplan indistintamente desde todas partes de la Tierra y que perturban los mares alejados del ecuador y rodeados de la superficie áspera de la Tierra, que es lo mismo que decir sometidos a las perturbaciones del aire que se mezclan con esa expiración primaria la cual, si faltasen estos impedimentos accidentales, debería sentirse perpetuamente, máxime sobre el mar. Ello permite a Galileo sentenciar que los efectos del agua y del aire parece que concuerdan maravillosamente con las observaciones celestes para confirmar la movilidad de nuestro globo terrestre. 2. BIBLIOGRAFÍA:

• Galilei, G. (1994). Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano. Madrid: Alianza Editorial.

• Banfi, A. (1967).Vida de Galileo Galilei. Madrid: Alianza Editorial.

• Solís y Sádaba, C. y J. (1976). Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias. Madrid: Editorial Nacional.

• Crombie, A. C. (1974). De San Agustín a Galileo. Madrid: Alianza Editorial.

• Rossi, P. (1966). Los filósofos y las máquinas: 1400-1700. Barcelona: Labor.

• Geymonant, L. (1969). Galileo Galilei. Barcelona: Península.

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Autoría · Jonathan Nieves Martínez · Punta Umbría, Huelva. · E-MAIL: [email protected]