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Michael Ende La Prisión De La Libertad

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Relatos del autor de La historia interminale o Momo, Michael Ende, escritor alemán del siglo 20

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  • Michael Ende

    La Prisin De La Libertad

  • ENDE, MICHAEL LA PRISIN DE LA LIBERTAD

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    ndice La Meta De Un Largo Viaje ............................................................................ 3 El Pasillo De Borromeo Colmi ...................................................................... 29 La Casa De Las Afueras ................................................................................ 33 Sin Duda Algo Pequeo................................................................................. 42 Las Catacumbas De Misraim......................................................................... 47 Notas De Max Muto, Viajero Por El Mundo Del Sueo............................... 63 Cuento De La Mil Y Once Noche ................................................................. 70 La Leyenda De Indicava ............................................................................... 79

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    La Meta De Un Largo Viaje Con ocho aos Cyril conoca todos los hoteles de lujo del continente europeo y la mayora

    de los del Prximo Oriente, pero ms all de esto no saba prcticamente nada del mundo. El portero con librea que en todas partes llevaba las mismas imponentes patillas y la misma gorra de visera era, por as decir, el polica de fronteras y el guardin de su infancia.

    El padre de Cyril, lord Basil Abercomby, era miembro del servicio diplomtico de su majestad la reina Victoria. La seccin en la que trabajaba era difcil de definir: se dedicaba a los as llamados asuntos especiales. En cualquier caso obligaba al lord a desplazarse constantemente de una gran ciudad a otra, sin permanecer nunca ms de un mes o dos en el mismo sitio. Por necesidades de su movilidad empleaba el menor nmero posible de personas a su servicio. Entre ellas se hallaban, en primer lugar, su ayuda de cmara Henry, Miss Twiggle, la institutriz, una seorita madura con dientes de caballo que tena por obligacin atender a Cyril y ensearle buenos modales, y por fin Mr. Ashley, un joven demacrado y descolorido, si se prescinde de su aficin a emborracharse durante sus horas de ocio en soledad y ensimismamiento totales. Mr. Ashley serva a lord Abercomby de secretario privado y al mismo tiempo ocupaba el cargo de tutor, es decir, de profesor particular de Cyril. El inters paternal de lord Basil se agotaba en la contratacin de estas dos personas. Una vez por semana cenaba a solas con su hijo, pero como ambos no tenan otro empeo que no permitir que el otro se le acercara demasiado, la conversacin se arrastraba ms bien con dificultad. Al final padre e hijo se sentan igualmente aliviados de que, una vez ms, hubieran superado el encuentro.

    Cyril, ya por su aspecto, no se trataba de un nio que despertase simpatas. Su figura era desgarbada lo que en general slo se dice de personas mayores, tena una constitucin huesuda, desprovista de carne, pelo pajizo, incoloro, ojos acuosos algo protuberantes, labios gruesos que expresaban descontento y una barbilla extraordinariamente larga. Lo ms curioso,

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    sin embargo, en un muchacho de su edad era la total ausencia de movimiento en el rostro. Lo llevaba como una mscara. La mayora de los empleados de los hoteles le consideraban arrogante. Algunos sobre todo las camareras en pases mediterrneos teman su mirada y evitaban encontrarse a solas con l.

    Eso era naturalmente una exageracin, pero no obstante haba algo en el carcter de Cyril que todos los que le trataban notaban y que a todos asustaba: su excesiva fuerza de voluntad. Por fortuna sta slo se manifestaba de vez en cuando, pues en general Cyril actuaba con indolencia, no demostraba ningn inters concreto y pareca carecer totalmente de temperamento. Poda pasarse das enteros en el hall del hotel observando a los clientes que llegaban o partan, o leyendo lo que encontraba a mano, ya fuera el peridico financiero o la gua para los baos termales, cuyo contenido olvidaba en el acto. Su actitud arrogante cambiaba radicalmente cuando tomaba una determinacin. Entonces no haba nada en el mundo que le distrajera de su objetivo. La cortesa distante con la que sola manifestar sus deseos no admita contradiccin. Si alguien intentaba oponerse a sus rdenes alzaba con asombro las cejas y no slo Miss Twiggle o Mr. Ashley, sino tambin el venerable y veterano Henry obedecan inmediatamente. Cmo lograba imponerse el nio era un enigma para los que le rodeaban, y l mismo lo consideraba algo tan natural que ni siquiera reflexionaba sobre ello.

    En una ocasin en la cocina de un hotel, en la que merodeaba de vez en cuando para desesperacin de los cocineros, vio una langosta viva y al instante orden que fuera trasladada a su baera. As se hizo, a pesar de que el crustceo haba sido encargado por un husped para la cena. Cyril estuvo observando durante media hora a la extraa criatura, pero como sta no haca ms que mover de tiempo en tiempo sus largas antenas, perdi el inters y se march, olvidndola. Por la noche, al ir a baarse, la descubri de nuevo. La sac al pasillo y la dej all. El animal se arrastr debajo de un armario y no volvi a aparecer. Unos das ms tarde el olor insoportable alarm al personal del hotel, que tuvo alguna dificultad para dar con el origen de aquella pestilencia. Otra vez Cyril oblig al jefe de recepcin de un hotel dans a construir con l durante varias horas un hombre de nieve, que luego debi ser transportado al hall donde se derriti lentamente. En Atenas, despus de un concierto de piano en el saln del comedor, hizo subir al pianista con el piano de cola a su habitacin, donde exigi al desafortunado artista que le enseara sin dilacin a tocar el instrumento. Al comprender que necesitaba alguna prctica cogi una rabieta, a consecuencia de la cual sufri especialmente el piano. Tras esta escena cay enfermo y pas varios das en cama con fiebre. Cuando lord Basil se enteraba de estas excentricidades de su hijo, sola parecer ms divertido que enojado.

    Es sin duda un Abercomby, era su indiferente comentario. Seguramente quera decir que en la larga serie de sus antepasados haba existido toda clase de locura y que los caprichos de Cyril no podan medirse por el rasero de la gente corriente.

    Cyril haba nacido, por cierto, en la India, pero apenas si recordaba el nombre de su ciudad natal o algo del pas. Su padre estaba entonces destinado en el consulado. Sobre su madre, lady Olivia, Cyril tan slo saba lo que lord Basil le haba contado una vez, con palabras ms que breves, en respuesta a sus preguntas. Lady Olivia se haba fugado con un violinista a los pocos meses de nacer su hijo. Evidentemente el padre no apreciaba en absoluto las conversaciones en torno a este tema, por lo cual el hijo no volvi a tocarlo. A travs de Mr. Ashley se enter ms tarde de que no se haba tratado de un violinista cualquiera, sino del entonces famoso virtuoso Camillo Berenici, el dolo de las damas de toda Europa. Esta relacin romntica, sin embargo, se haba disuelto al cabo de un ao, como suele ocurrir con este tipo de aventuras. Mr. Ashley pareca relatar la historia con evidente placer, aunque quiz estuviera un poco bebido y por lo tanto se sintiera especialmente locuaz. El escndalo social continu Mr. Ashley haba sido considerable. Lady Olivia se retir por completo del mundo

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    y viva en casi total soledad en una de sus propiedades del sur de Essex. Lord Basil, por cierto, no se haba divorciado nunca de ella, pero haba quemado todos sus retratos y daguerrotipos, y jams pronunciaba, si se excepta la citada ocasin, su nombre. Cyril, pues, desconoca incluso el aspecto de su madre.

    La razn por la que Abercomby llevaba a su hijo en sus viajes por el mundo en vez de meterle en uno de los internados que correspondan a su clase no estaba muy clara y daba pie a numerosas conjeturas. Entre ellas, desde luego, no figuraba el amor paterno, ya que era sobradamente conocido que lord Abercomby, dejando a un lado sus obligaciones diplomticas, slo se interesaba por su coleccin de armas y objetos militares, que completaba con adquisiciones en todo el mundo y enviaba a Claystone Manor, la casa solariega de la familia, para gran incomodidad del viejo criado Jonathan, que ya no saba qu hacer con ellas. El motivo de lord Abercomby lo originaba simplemente su preocupacin de que lady Olivia tomara contacto con su hijo en cuanto l se distrajera y no controlara la situacin. Era, pues, cuestin de evitar esa posibilidad, y no por el muchacho, sino como castigo a su esposa por la ofensa que le haba infligido. Esta misma razn le hizo eludir en todos esos aos volver a Inglaterra, salvo breves estancias de pocos das debidas a asuntos profesionales, durante las cuales dejaba a su hijo en el extranjero al cuidado del servicio.

    En una de estas ocasiones el muchacho sorprendi a sus educadores en una situacin extremadamente delicada. Ocurri una noche en que Cyril se despert por una razn indeterminada y llam a su institutriz, que dorma en la habitacin contigua. Como no reciba respuesta se levant para ver qu pasaba. La cama de Miss Twiggle estaba intacta. Cyril sali en su busca. Al pasar delante de la habitacin del tutor oy extraos gemidos. Abri con cuidado la puerta. Lo que vio le interes. De modo que entr sin ser notado y, tras tomar asiento, se dedic a observar atentamente la escena. Mr. Ashley y Miss Twiggle, semidesnudos, rodaban entrelazados por la alfombra como en un combate de lucha libre. Mientras l grua, ella chillaba. Encima de la mesa haba una botella de whisky vaca y dos vasos casi llenos. Al cabo de un rato los dos combatientes fueron calmndose y se quedaron por fin quietos, jadeando. Cyril tosi discretamente. La pareja se incorpor sobresaltada y le mir con acalorada expresin. El chico no saba cmo explicarse la escena, pero ley en la mirada de la pareja verguenza y sentimiento de culpabilidad. Eso le bast. Se puso en pie y sin decir palabra volvi a su habitacin. Ninguno de los dos hizo referencia a lo sucedido en los das siguientes. Tambin Cyril guard silencio. En el comportamiento, ya de por s inseguro, de la institutriz y el tutor se mezcl a partir de entonces una especie de sumisin que Cyril disfrutaba. Aunque no saba muy bien a qu se deba, se percataba por completo de que moralmente tena a ambos en sus manos. Para acentuar la distancia entre ellos y l, insisti en cenar solo. No le molestaba en absoluto que todos los comensales le miraran de reojo o descaradamente como si fuera un bicho raro. Despus de la cena sola sentarse una o dos horas en el saln. Si Miss Twiggle le rogaba con timidez que se marchara a la cama, la mandaba callar y retirarse. Ocupaba su sitio en el saln como alguien que est matando el tiempo hasta que le llegue el momento de actuar. Y, en efecto, Cyril esperaba. En el fondo esperaba desde que haba venido al mundo, pero no saba qu esperaba.

    Esta incgnita se despej una tarde en el hotel Inghilterra de Roma, cuando al pasear por los pasillos alfombrados oy desde una ventana tapada por grandes palmeras un sollozo estrangulado pero lastimero. Se acerc con sigilo y descubri a una nia de aproximadamente su edad que con las piernas encogidas se acurrucaba en un silln de cuero y apretaba la cara contra el respaldo deshecha en lgrimas. El espectculo de una explosin tan desenfrenada de sentimientos le result nuevo y sorprendente. Durante un rato contempl a la nia en silencio y por fin pregunt:

    Puedo ayudarle, seorita?

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    La nia volvi su rostro deformado por el llanto, le fulmin con la mirada y le espet: No me mires con esos ojos tan estpidos y tan saltones! Djame en paz! Haba hablado en ingls, pero con una modulacin curiosa que Cyril desconoca. Lo siento, seorita contest con una ligera reverencia. No quera molestarla. Ella pareca esperar que l se marchara, pero Cyril no se movi. Lrgate! buf ella. Preocpate de tus asuntos. A pesar de lo grosero de sus palabras, el tono ya era menos antiptico. Sin duda dijo Cyril. La comprendo perfectamente, seorita. Me permite sentarme un momento? Le ech una mirada dubitativa, pues no estaba an muy segura si se rea de ella o no.

    Luego alz los hombros. Haz lo que quieras. Los sillones no son mos. Cyril se sent enfrente de la nia, mientras ella se limpiaba la nariz. Alguien le ha hecho dao, seorita? pregunt por fin. La nia buf: S, mi ta Ann. Me convenci de que la acompaara en este horrible viaje por Europa.

    Llevamos casi cuatro meses fuera de casa. Cuatro meses! Comprendes? Dice que lo ha pagado todo por adelantado y que no quiere tirar el dinero por la ventana. Dice que lo hace por m.

    Cyril reflexion un momento; luego dijo: No entiendo, la verdad, lo que eso tiene de doloroso. Ah! exclam ella impaciente. Tengo ganas de volver a casa, unas ganas terribles. Ganas? de qu? pregunt Cyril sin comprender nada. La nia sigui parloteando como si no hubiera odo la pregunta: Si al menos me dejaran volver sola. No pretendo que me acompaen. Cogera el primer barco y regresara a casa. Me da igual lo que dure el viaje con tal que la direccin sea la

    adecuada. Enseguida me sentira mejor, cada da un poquito mejor. Pap y mam me recogeran en Nueva York porque yo no conozco muy bien los trenes.

    Est usted enferma, seorita? pregunt Cyril. Pues... s!... No!... Yo qu s! le mir irritada. En cualquier caso estoy segura de

    que si no vuelvo inmediatamente a casa me morir. No me diga? exclam l interesado. Y por qu? Entonces ella le habl de un pequeo pueblo en el oeste de Estados Unidos donde vivan

    sus padres con sus dos hermanos ms pequeos, Tom y Aby, y con Sarah, la negra vieja y gorda que saba tantas canciones y cuentos de fantasmas, y su perrito Fips que cazaba ratas y una vez haba atacado a un tejn. Y le habl del gran bosque situado tras la casa, en el que haba bayas especiales, y de un cierto Mr. Cunnigle que tena una tienda en el pueblo vecino, donde se poda comprar de todo y donde ola a esto y a aquello, y de otras mil cosas insignificantes. La nia se fue entusiasmando al hablar; le haca bien enumerar cada detalle, aunque careciera de importancia.

    Cyril la escuchaba e intentaba descubrir lo que haba de especial en aquel lugar que justificara que alguien no quisiera estar lejos de l, ni siquiera unos meses. La nia pareca sentirse comprendida, pues al final le agradeci su inters y le invit a visitarla cuando fuera por all. Luego la pequea se march consolada y aliviada. Cyril no se haba enterado ni de su nombre.

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    Al da siguiente la nia probablemente haba emprendido viaje con su ta, ya que Cyril no la encontr por ninguna parte y no quiso preguntar por ella. En el fondo le daba igual. Lo que le interesaba era el extrao estado de nimo de la nia, que ella misma haba definido como nostalgia, palabra que a l no le deca nada. Por primera vez comprendi confusamente que no haba tenido nunca algo parecido a un hogar ni ninguna cosa por la que hubiera podido sentir nostalgia y pena. Le faltaba algo, sin duda, pero no estaba seguro de si eso era positivo o negativo. Decidi investigar el asunto.

    No habl de ello ni con Mr. Ashley ni con Miss Twiggle, y an menos con su padre, pero empez a buscar el trato con desconocidos. ms tarde o ms pronto sola llevar la conversacin al tema del hogar. Le daba lo mismo que se tratara de nios o de damas y caballeros de edad, de la camarera, el botones o el director del hotel, pues pronto constat que a todos, sin excepcin, les gustaba hablar de ese tema y que a menudo una sonrisa iluminaba sus rostros. A algunos les brillaban los ojos y se volvan muy locuaces, otros caan en la melancola, pero todos daban gran importancia al asunto. Aunque los detalles diferan, los relatos se asemejaban en cierto sentido. Nunca tenan un rasgo nico, especial, algo que justificara tanto derroche de sentimientos. Y an otra cosa le llam la atencin: el hogar no precisaba estar por fuerza en el lugar donde se haba nacido. Tampoco coincida con el lugar de residencia actual. Qu rasgos lo caracterizaban y quin los determinaba? Lo decida cada cual segn su capricho? Por qu l no dispona de un hogar? Era evidente que todos los seres humanos, excepto l, posean algo como un santuario, un tesoro cuyo valor no resultaba tangible ni mostrable, pero que constitua una realidad. La idea de que precisamente l estaba excluido de esa posesin le pareci insoportable. Estaba decidido a conseguirla a cualquier precio. En algn lugar del mundo, sin duda, exista tambin para l ese tesoro.

    Cyril obtuvo de su padre el permiso para realizar excursiones fuera del hotel. Su padre le otorg el permiso con la condicin estricta de que esas excursiones se realizaran en compaa de Mr. Ashley o de Miss Twiggle, o de ambos a la vez.

    Al principio salieron los tres juntos, pero Cyril pronto se cans de esto, pues sus educadores solan dedicarse, en especial, el uno al otro. Miss Twiggle daba muestras de sufrir, por razones inexplicables, en presencia de Mr. Ashley. Todas sus palabras contenan un reproche hacia l. Mr. Ashley, en cambio, le contestaba con irona y frialdad. Cyril no senta especial afecto por ninguno de los dos, pero puesto a elegir y pareca inevitable Mr. Ashley se aproximaba ms a sus proyectos. Para sorpresa y tambin un poco de fastidio del tutor, acostumbrado a dedicarse fuera de su horario de servicio y de clases a sus diversiones, no siempre muy decorosas, Cyril se empe en acompaarle a todas partes. Mr. Ashley, que desconoca los verdaderos mviles de su pupilo, suspiraba en secreto, pero al mismo tiempo se senta orgulloso, ya que crea que el sbito inters del muchacho por el pas y la gente era el resultado de sus esfuerzos pedaggicos de los ltimos aos.

    Al principio se limit a mostrarle las avenidas principales y las plazas, los palacios, iglesias, ruinas de templos y otros monumentos, que en aquel tiempo formaban parte del acervo cultural de todo viajero ingls. Cyril contemplaba todo con intensa atencin, pero lo que vea le dejaba indiferente. Para satisfacer las inarticuladas expectativas del muchacho, Mr. Ashley le llev a zonas menos conocidas por l, como los barrios perifricos y pobres, las zonas portuarias y las tabernas, y le llev asimismo fuera de las ciudades, a las montaas y las bahas, los desiertos y los bosques. Durante estas expediciones surgi entre ellos algo similar a una relacin de camaradera, que por fin indujo a Mr. Ashley a conducir a su alumno no slo a combates de gallos y carreras de galgos, sino tambin a funciones de cabaret y a otros entretenimientos de an ms dudosa ndole. Cuando crey estar seguro de la discrecin de Cyril, y ya que no poda deshacerse de l de ningn modo, le condujo incluso a casas de mala

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    nota, en las que el muchacho aguardaba a su profesor en el saln hasta que ste volva de su acuciante conversacin a solas con una de las damas all empleadas.

    Cyril tomaba nota de todo con rostro impenetrable, pues ya haba aprendido a travs de sus innumerables investigaciones que el hogar de cada uno poda estar en cualquier lugar. En vano, sin embargo, esperaba sentirse alegre o triste en alguno de estos sitios. Nada de lo que vea tena el menor significado para l. Esta revelacin se la guard para s.

    Las dudosas excursiones de estudio, por supuesto, no le pasaron desapercibidas al padre de Cyril. La noticia de ellas se haba extendido por toda la sociedad victoriana, despertando un considerable escndalo. Pero, como sucede a menudo, lord Abercomby no se haba enterado de nada. Una tarde, pocos das despus de haber cumplido Cyril los doce aos, padre e hijo coincidieron en un establecimiento del mundo frvolo de Madrid, muy de moda en la poca. El chico estaba sentado en el saln en un divn oriental, rodeado de drapeados, plumas de pavo real y seoritas en nglig que charlaban animadamente con l cmo no sobre sus respectivos hogares. Lord Basil pas delante de su hijo sin decir palabra, como si no le conociera, y abandon el lugar del vicio. Al da siguiente durante el t de las cinco Cyril se enter de que su tutor haba sido despedido. Entre padre e hijo no se habl ni una sola palabra sobre el episodio, pues los tiempos eran muy puritanos. Dos das ms tarde Miss Twiggle, con expresin impvida pero con la nariz colorada de llorar, se despidi del lord. A solas con Cyril le confes lo siguiente: Seguramente no comprenders lo que pasa, querido. Has de saber que Max..., quiero decir Mr. Ashley, es el primer y nico amor de mi vida. Le seguir a donde vaya, en la necesidad y en la muerte. Piensa en m cuando t tambin ames un da. Luego intent despedirse de l con un beso, lo que Cyril evit con xito.

    La bsqueda de un nuevo tutor y de una nueva institutriz result ser innecesaria, ya que tres semanas despus lord Abercomby reciba telegrficamente la noticia de la muerte de lady Olivia tras una larga enfermedad, tal vez contrada en la India. Padre e hijo viajaron de inmediato al sur de Essex y tomaron parte en el solemne funeral que, como pareca previsible, se desarroll bajo una torrencial lluvia. Era la primera ocasin en que Cyril pisaba Inglaterra. Si acaso aguardaba que le invadieran sentimientos hogareos se vio frustrado en sus esperanzas. Tambin la mansin de los Abercomby, Claystone Manor, adonde viaj a continuacin con su padre, fue una decepcin. El casern gigantesco, oscuro, repleto de armas, que comparado con los grandes hoteles internacionales no ofreca ninguna comodidad y en el que se pasaba constantemente fro, le result ajeno por completo.

    Lord Abercomby silenci ante su hijo que su madre, que no le haba visto nunca, a excepcin de los primeros meses despus de su nacimiento, le haba declarado heredero nico de todos sus bienes. Abercomby decidi comunicarle este hecho el da de su mayora de edad para evitar as posibles sentimientos de agradecimiento filial. Su decisin formaba parte del castigo pstumo en este caso a su esposa infiel.

    Una vez desaparecida la necesidad de llevar a su hijo en todos sus viajes, lord Abercomby le meti inmediatamente en una de esas famosas instituciones educativas de las clases altas, el college de E., donde los nios ingleses se convierten en caballeros ingleses. Cyril se adapt con indolencia despectiva a los rigores pedaggicos, dando a entender a sus compaeros y, sobre todo, a sus profesores que no les tomaba demasiado en serio. Como por otro lado era un excelente alumno hablaba ya en aquel tiempo ocho

    idiomas impecablemente, se le consideraba una lumbrera en el college, aunque nadie senta por l mucho afecto. Al terminar el colegio pas, segn corresponda a su rango, a O., en cuya universidad empez a estudiar filosofa e historia.

    Al cabo de unos cursos y curiosamente, de nuevo, poco antes de cumplir aos, los veintiuno recibi la visita inesperada de Mr. Thorne, el abogado de la familia. El venerable caballero tom asiento en una silla resoplando y comenz a preparar con rebuscadas palabras

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    al joven para recibir una trgica noticia, como la calific. Durante una cacera de zorros en las proximidades de Fontainebleau, lord Abercomby haba cado del caballo, con tan mala fortuna que se haba roto el cuello. Cyril recibi la noticia imperturbable.

    Ahora sois no slo el heredero del ttulo de vuestro padre, sino tambin el nico heredero de las fortunas paterna y materna, de las propiedades mobiliarias e inmobiliarias de ambos, ya que sois, mi querido y joven amigo, el nico heredero de ambas familias dijo Mr. Thorne secndose el sudor de la frente y la papada con un pauelo. Me he permitido traeros todos los documentos, cuentas y balances para que, si lo deseis, os hagis una idea del estado de vuestra fortuna.

    Mr. Thorne atrajo un pesado maletn hacia s y lo alz sobre sus rodillas. Gracias dijo Cyril, no se moleste. Oh, ya comprendo respondi Mr. Thorne. Lo resolveremos ms adelante.

    Perdonadme, no quera ser desconsiderado. Tenis algn deseo especial con respecto a la ceremonia del entierro?

    No, que yo sepa contest Cyril. Lo dejo todo en sus manos. Ya sabr usted lo que hay que hacer. Sin duda, milord. Cundo deseis partir? Adnde? Bueno, pues al entierro de vuestro padre, supongo. Mi querido Mr. Thorne dijo Cyril, no veo por qu debera asumir tal responsabilidad. Odio ese tipo de ceremonias. Haga usted con el cadver lo que estime oportuno. El abogado tosi, su rostro se congestion. Bien, sin duda dijo luchando por no ahogarse. Es un secreto a voces que entre vos y

    vuestro padre no exista... cmo dira?... una relacin perfecta, pero no obstante, creo que ahora que ha fallecido, perdonad que me permita recordaros que hay algo llamado la obligacin filial.

    Ah, s? pregunt Cyril enarcando las cejas. Mr. Thorne abri indeciso el maletn y lo volvi a cerrar. No me interpretis mal, milord, la decisin es vuestra. Slo quera llamar la atencin

    sobre el hecho de que la opinin pblica observar todos los detalles de tan magno acontecimiento.

    Ah, s? Usted cree? coment Cyril aburrido. En fin dijo Mr. Thorne, por lo que se refiere a los asuntos de la herencia propongo... Venda todo le interrumpi Cyril. El abogado le mir estupefacto, con la boca abierta. S dijo Cyril, me ha comprendido usted bien, mi querido amigo. No deseo quedarme

    con nada. Convierta todo lo que no sea dinero en dinero. Sin duda sabr usted mejor que nadie cmo hacerlo.

    Queris decir balbuci Mr. Thorne que venda las fincas, los bosques, los castillos, las obras de arte, la coleccin de vuestro padre. . . ?

    Cyril asinti brevemente. Fuera con todo. Vndalo. El viejo abogado jadeaba como un pez fuera del agua. Su rostro se puso de color violeta. Sera necesario recapacitar un poco, milord. Os hallis en un estado anmico peculiar...

    Para decirlo con toda claridad, milord: no podis hacer algo as. No puede ser. De ninguna

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    manera. Desde hace cuarenta y cinco aos soy abogado de confianza de la familia y tengo que deciros que... ira contra todas... Os ruego que no olvidis que se trata de los bienes que vuestros antepasados acumularon durante siglos... Escuchad, Cyril, si es que me permits llamaros as, estis moralmente obligado a dejarlos en su da a vuestros propios descendientes.

    El joven lord se volvi de espaldas con brusquedad y mir por la ventana. Framente, pero con evidente impaciencia en la voz, respondi:

    No tendr descendencia. El abogado levant sus gordas manos en ademn de protesta. Querido muchacho, a vuestra edad no se sabe con esa seguridad... Podra ser que... No le interrumpi Cyril, no podra ser. Y no me llame querido muchacho se volvi

    hacia el abogado y le mir distante. Si tiene usted escrpulos insuperables, Mr. Thorne, sin duda ser fcil encontrar a otra persona que se encargue de mis asuntos. Buenos das.

    Mr. Thorne, enfadadsimo por el descarado tratamiento que haba recibido, sin merecerlo en absoluto, decidi no aceptar aquel encargo inmoral y sin conciencia. Pero en su viaje de regreso a Londres su excitacin cedi a reflexiones ms claras y razonables. Despus de discutir el asunto durante dos das con sus socios, Saymor y Puddleby, lleg a la conclusin de que el margen de beneficio que poda esperarse legalmente slo por las comisiones de ventas de tan gran magnitud superaba de modo considerable todo el perjuicio que por participar en el previsible escndalo sufrira su hasta ahora intachable nombre profesional.

    En un documento rebosante de clusulas dirigido al joven lord, Mr. Thorne y Co. se declararon dispuestos a ejecutar las transacciones necesarias. A vuelta de correo recibieron la firma de Cyril Abercomby y la liquidacin pudo comenzar.

    Cuando la opinin pblica se enter del asunto era difcil de evitar se desencaden un vendaval de protestas. No slo la aristocracia y las clases altas del Reino expresaron unnimemente su repulsa ante una falta tal de sentido de la tradicin y de la clase, la cuestin se debati tambin durante das en el Parlamento, e incluso entre las clases bajas abundaron las acaloradas discusiones en torno al tema de si un personaje de tal calaa mereca llamarse sbdito de su majestad. Sin embargo, desde un punto de vista legal no exista ningn impedimento a este saldo de la cultura y la dignidad inglesas, como lo definieron varios peridicos. Mr. Thorne y Co. con prudente previsin ya se haban encargado de que as fuera.

    A Cyril mismo el escndalo suscitado le conmocion poco. Haba interrumpido inmediatamente los estudios recin empezados y se haba marchado del pas. En los prximos aos viaj sin rumbo preciso, guiado por el capricho y el azar, por ciudades y pases del mundo, pero no como en tiempos de su padre exclusivamente por Europa y el Prximo Oriente, sino tambin por Africa, India, Amrica del Sur y el Lejano Oriente. Se aburra mortalmente en estos viajes, pues ni los paisajes ni los monumentos, ni los ocanos ni las costumbres de pueblos desconocidos le despertaban algo ms que un inters superficial, que apenas mereca que abandonara por l las comodidades de los grandes hoteles. Al no hallar el secreto de la propia pertenencia a algo en este mundo, las dems maravillas del universo carecan de voz y significado para l.

    Su nico acompaante en este vagabundeo era un criado llamado Wang que haba comprado en Hong Kong al jefe del sindicato del opio. Wang posea la facultad, rayana casi en lo sobrenatural, de no existir cuando no se le necesitaba, pero estar inmediatamente presente cuando su amo requera sus servicios. Pareca incluso conocer de antemano sus deseos, por lo que apenas si intercambiaban unas palabras.

    En un primer momento la aristocracia inglesa haba boicoteado por tcito acuerdo la venta de los bienes Abercomby, pero pronto tuvo que revisar su actitud. Aparecieron numerosas gentes interesadas del extranjero que con sus ofertas hicieron subir los precios. Cuando un

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    millonario americano del caucho llamado Jason Popey compr sin pestaear Claystone Manor con todo lo que rodeaba la mansin y cuanto contena incluido el viejo mayordomo Jonathan, el orgullo nacional recibi un verdadero golpe. Para salvar lo que an poda salvarse, se inici una carrera de las familias ricas y poderosas de Inglaterra dispuestas a salvar lo que an no se haba vendido. Hay que decir en honor de Mr. Torpe y Co. que siempre prefirieron a estos ltimos compradores, aunque tuvieran que rebajarles algo los precios. En cualquier caso, tres aos despus de la muerte del viejo lord, Cyril perteneca ya a la lista de los cien hombres ms ricos del mundo, al menos por lo que se refiere a su cuenta bancaria.

    El escndalo se fue apagando y la sociedad encontr otros temas de conversacin. La nica pregunta que de vez en cuando inquietaba los espritus sobre todo de las madres de hijas casaderas era qu hara Cyril Abercomby con esas cantidades ingentes de dinero. Se saba que no se dedicaba al juego ni a las apuestas de ningn tipo. Tampoco tena pasiones caras, como por ejemplo coleccionar jarrones Ming o joyas indias. Se vesta impecablemente pero sin ostentacin. Viva de acuerdo con su rango, pero siempre en hoteles. No mantena una amante cara, ni se dedicaba a otros vicios ms discretos. Qu se propona hacer con el dinero? Todos, incluido l mismo, lo ignoraban.

    Durante la dcada siguiente Cyril continu su inquieta vida viajera. Se haba acostumbrado de tal modo a lo que l defina como su bsqueda, que le resultaba una manera de vida normal. Naturalmente ya haba perdido la esperanza ingenua de sus aos de juventud de encontrar algn da lo que buscaba. Es ms, ya no lo deseaba y hubiera sido un engorro encontrarlo. Defina su situacin con la frmula siguiente: la longitud del camino se halla en proporcin indirecta a la posibilidad de desear alcanzar la meta. Segn su opinin esta frmula contena toda la irona de la bsqueda humana. El verdadero sentido de toda esperanza era que sta permaneciera siempre sin cumplir, ya que la satisfaccin, a fin de cuentas, desembocaba en una decepcin. S, el mismo Dios haca bien en no cumplir nunca las promesas realizadas al gnero humano desde el principio de los tiempos. Supongamos que un da tuviera la desafortunada idea de cumplir su palabra y que el Mesas volviera efectivamente por las nubes; que el Juicio Final se llevara a cabo y que la Jerusaln Celestial descendiera de verdad de las alturas. El resultado no sera ms que un fracaso de dimensiones csmicas. Dios haba dejado a sus creyentes esperar demasiado y cualquier acontecimiento, incluso el ms espectacular, slo despertara un generalizado: Ah, y esto es todo? Por otro lado, sin duda era muy sabio por parte de Dios (suponiendo que existiera) no revocar ninguna de sus promesas. La esperanza, ella sola, mantena en marcha el mundo.

    Para un hombre como Cyril, que haba desenmascarado as el juego del destino, no era, naturalmente, fcil continuar jugando. Pero Cyril lo haca y adems con cierto placer burln. Era consciente de ser uno de esos eternos insatisfechos que se han imaginado los ocanos ms grandes, las montaas ms altas, los cielos ms lejanos, pero por ello no se senta desgraciado. Slo que su indiferencia hacia el mundo y los hombres abarcaba ahora tambin su propia vida: ya no le importaba mucho, sin sentir por eso el deseo de librarse de ella.

    Cyril Abercomby se haba instalado en esta actitud vital, ms o menos cmodamente, pues tambin se puede instalar uno en la provisionalidad. Paradjicamente haba conseguido la seguridad, pues aparte del aburrimiento, era inasequible a cualquier sufrimiento. Al menos eso crea hasta aquella tarde en Francfort del Meno, en la que cambiaron algunas cosas para l.

    Desde haca tiempo no era invitado casi nunca a reuniones sociales. Si las reglas de la etiqueta burguesa o aristocrtica no lo requeran absolutamente, se prefera prescindir de su presencia, pues era notorio que por su comportamiento excntrico y sus comentarios despiadados terminaba con cualquier conversacin y disipaba toda cordialidad.

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    Es improbable que el consejero de Comercio Jakob Von Erschl actuara con desconocimiento de la mala fama que preceda por todas partes a lord Abercomby. Quiz pensara que su autoridad personal bastara para dominar situaciones en las que otros fracasaban; quiz pretendiera, sobre todo, entablar relaciones de negocios con el riqusimo ingls el consejero de Comercio posea uno de los bancos privados ms florecientes de Alemania; sea como fuere, envi al lord una nota al hotel Zum Romer invitndole a una cena en el crculo ntimo de amigos del arte y de la msica. El Von en su nombre era, por cierto, tan reciente como su mansin, un edificio de ladrillos de estilo neogtico, situado en las afueras de la ciudad en un magnfico parque. Cyril acept la invitacin.

    Antes de la cena, fraulein Isolde, hija de la casa, una muchacha gordita, con trenzas, cant varios lieder de un compositor prometedor, como se dijo llamado Joseph Katz, que tambin se encontraba entre la docena de invitados. Result ser un caballero pequeo, entrado en carnes y totalmente calvo, de unos cincuenta aos, que durante el recital mantuvo los ojos cerrados y las manos juntas sobre los labios. Un teniente alto, con condecoraciones en el pecho, acompa al piano a la cantante, que tena una voz bonita pero un poco dbil.

    El aplauso fue prolongado y cordial. Tan slo Cyril no particip en l. Herr Katz bes la mano de fraulein Isolde una y otra vez, inclinndose para recibir los aplausos. La esposa del consejero de Comercio, que llevaba una pequea diadema de brillantes en lo alto de

    su peinado, sudaba visiblemente en su entusiasmo por el talento de herr Katz. Nosotros, los alemanes dijo volvindose hacia Cyril, somos el pueblo que ha

    producido todos los compositores verdaderamente grandes. Incluso Handel, que es reclamado como suyo por los ingleses, vuestros compatriotas, es de origen alemn. Tenis que reconocerlo, milord.

    Desde luego, madame contest secamente Cyril. Sin duda tena todas las razones para emigrar. Con esta respuesta de apertura la velada tom un rumbo imparable hacia la catstrofe.

    Aunque herr Von Erschl intentara con todos sus recursos diplomticos dar a las conversaciones un giro humorstico, la atmsfera de la reunin cay bajo el punto de congelacin. La cena an no haba llegado al postre y ya se cerna sobre los presentes un silencio glacial. Cyril, con su instinto clarividente para los puntos dbiles de los dems, haba conseguido ofender a cada uno de los comensales reunidos en torno a la mesa.

    Cuando por fin sirvieron el caf y el coac y, para las damas, el licor de menta, el consejero de Comercio ofreci mostrar su coleccin de pinturas a los aficionados al arte entre sus invitados. Todos aceptaron; tambin lord Abercomby, para desesperacin tcita de los dems.

    Al final de varios pasillos y de un invernadero, los invitados llegaron a una especie de puerta blindada provista de varias cerraduras, palancas y ruedas. Herr Von Erschl utiliz n gran llavero y luego gir las palancas y las ruedas en un orden determinado.

    Como se trata de valores considerables, hay que tomar, por desgracia, tantas medidas de precaucin fue su comentario.

    Una vez abierta la puerta, el grupo entr en un gabinete sin ventanas iluminado por lmparas de gas adosadas a las paredes. Cuadros de todos los tamaos, en pesados marcos dorados, colgaban uno junto al otro. Con evidente orgullo de propietario, el consejero de Comercio mostr primero las piezas maestras de su coleccin, el Retrato de un viejo con pipa de Rembrandt, un Pequeo entierro de Jesucristo de Durero, unos apuntes a la sanguina para una Virgen con el nio de Rafael y el Retrato de un comerciante desconocido de Tiziano, sin olvidar en cada caso de dar el precio que haba pagado por la obra. Los cuadros restantes eran en su mayora obras de autores contemporneos, en gran parte escenas de gnero y

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    representaciones histricas o mitolgicas como Sansn y Dalila, La muerte de Sigfrido o El viejo Fritz y el molinero. Los precios tambin citados en estos casos eran naturalmente ms modestos.

    Lo considero como una inversin explic, excusndose, el consejero de Comercio. Desde luego hay que asumir un cierto riesgo en este tipo de especulaciones. Pero segn la opinin de los expertos que he consultado, por supuesto, antes de comprar, su valor subir de modo considerable.

    Despus de que los invitados expresaran debidamente su admiracin ante las obras, todos volvieron al saln. Al cabo de un rato el anfitrin not la falta de lord Abercomby.

    Dios mo! dijo en voz baja a su hija. No le habr encerrado por descuido en el gabinete?

    Dame las llaves dijo ella tambin en voz baja. Ver si est all. T ocpate de tus invitados, papato.

    Efectivamente, Isolde hall al lord en el gabinete de los cuadros, pero ste no pareca haberse dado cuenta de que haba sido olvidado all. Estaba inmvil, sumido en la contemplacin de un cuadro. Ella se le acerc y le mir por encima de su hombro, pero tampoco de eso pareci darse cuenta.

    Es un cuadro curioso, verdad, milord? dijo. Se titula La meta de un largo viaje. Quiz me podis explicar por qu se llama as.

    Como lord Abercomby no reaccionara, la muchacha continu en tono ligero: Mi padre lo trajo hace unos aos de Npoles. Un marqus arruinado se lo dio a cambio

    del saldo de sus cuentas. Su nombre, si mal no recuerdo, era Tagliasassi o algo parecido. Conocis quiz a esa familia, milord?

    El silencio obstinado del invitado empezaba a ponerla nerviosa. Si os molesta mi charla, decdmelo. Creis que este cuadro es valioso? Seguramente

    sois ms entendido que ninguno de nosotros. Sin duda tiene un valor: el de ser raro. Nos han dicho que slo existen veinte o treinta cuadros de este artista. Se llama... Esperad un momento. Isidorio Messi. Habis odo alguna vez este nombre? No? Nosotros tampoco. Pap dice que quiz se trate de un artista alemn. Pero por qu resida precisamente en Npoles es una incgnita. Por cierto, todos sus cuadros son extraos: iglesias que explotan, palacios de los muertos, ciudades fantasma... Yo soy una chica ignorante y no entiendo de estas cosas, pero no creis que deba de estar loco?

    Cyril segua inmvil y fraulein Isolde pens que no la haba odo. Por encima de su hombro, tambin ella miraba fijamente el cuadro. No era muy grande, al menos al compararlo con otras piezas de la coleccin. Quiz sesenta centmetros de ancho por ochenta de alto. Representaba un desierto pedregoso bajo la luz extremadamente clara de la luna, aunque no se vean en el oscuro cielo nocturno ni luna ni estrellas. Extraas formaciones montaosas cerraban hacia el fondo un amplio valle, en cuyo centro se alzaba una roca gigantesca en forma de seta, carcomida por oquedades y cuevas. Ningn camino conduca a la cumbre de esta roca cristalina, ninguna escala o escalera, ningn ascensor comunicaba el valle con la terraza superior de la roca. Se alzaba sobre ella con innumerables torrecillas y cpulas, ventanales y balcones, un palacio de ensueo, construido con piedra lunar lechosa, iridiscente y semitranslcida. En los nichos de los muros y encima de las balaustradas de las terrazas haba esculturas blanquecinas como huesos, bien reconocibles a pesar de su tamao diminuto. Haba caballeros con barba y fantstica armadura junto a hadas coronadas de flores, dioses con cabezas de animales y demonios, penitentes con capucha y reyes con corona; haba bufones, ngeles, tullidos y parejas de amantes, nios jugando al corro y ancianos doblados por la edad. Cuanto ms descansaba la mirada sobre el lienzo, tantos ms detalles aparecan,

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    como si fuera inagotable, al igual que las imgenes proliferantes del sueo y del delirio. Todas las ventanas del palacio estaban brillantemente iluminadas, como si tras ellas tuviera lugar una esplndida fiesta a la luz de las velas. Pero slo en una ventana, situada sobre la gran puerta de entrada, cerrada, se distingua la silueta de un hombre, con la mano alzada en ademn de saludo o rechazo.

    Podis imaginar continu fraulein Isolde, acercndose ms a su invitado que a mi madre le espanta este cuadro? Pasa siempre muy deprisa ante l. No lo habis notado? Os confesar, milord, que a m me sucede lo mismo. Me parece siniestro. Tiene algo... cmo decirlo? Ayudadme, milord, decidme qu impresin os causa.Isolde le mir de reoio y se asust. Qu os sucede, milord? Lloris?

    Cyril se apart bruscamente de ella y sali con pasos rgidos del gabinete. Fraulein Isolde le sigui con la vista, consternada. Unos momentos despus apareci su madre.

    Hijita, qu haces? exclam. Todos te estn esperando; desean que cantes otra vez. Tambin herr Katz lo desea. Dnde est ese horrible ingls? No estaba aqu?

    S dijo Isolde mirando a su madre con los ojos muy abiertos. Imagnate, mam, estaba en silencio delante del cuadro y las lgrimas le corran por las mejillas. Lord Abercomby

    lloraba, yo misma lo he visto. Madre e hija volvieron con sus invitados y relataron lo sucedido. Lord Abercomby se

    haba marchado sin una palabra de explicacin o de agradecimiento. Lo sucedido era un nuevo testimonio de su carcter excntrico: en esto todos los dems invitados, que en esta velada, excepcionalmente, no tenan dificultades para encontrar un tema de conversacin, se mostraban de acuerdo.

    A la maana siguiente el consejero de Comercio recibi una carta de lord Abercomby que no contena ni la ms mnima expresin de disculpa por su inadmisible conducta, pero s una peticin breve, formulada casi en tono de orden, para que le vendiese enseguida el lienzo de Isidorio Messi titulado La meta de un largo viaje. El lord estaba dispuesto a pagar por l cualquier precio.

    Jakob Von Erschl le contest con la misma brevedad y contundencia dicindole que no pensaba en absoluto vendrselo.

    Aquella misma tarde, en su palco de la pera sobre el escenario unas corpulentas damas con cola de sirena cantaban Wagalaweia, inform a su esposa con breves palabras de la pretensin de lord Abercomby.

    Por qu no le vendes el cuadro? le pregunt ella en voz baja. A m no me gusta y a ti tampoco te interesa mucho. Si su oferta es realmente... adecuada... No le vendera ni mis pantuflas! contest l indignado. Por qu no? pregunt ella. Algunos ingleses tienen spleen. Algunos ingleses dijo l creen que uno slo piensa en el dinero. Quiz sea as en la

    prfida Albin, pero aqu, en Alemania, an creemos en los ideales. Su esposa le mir de reojo. Conoca bien su expresin cuando se obstinaba. Tienes toda la razn, Jakob, querido dijo conciliadora. Adems, nos sobra el dinero. Ese britnico arrogante debe aprender que no todo se compra con dinero en este mundo

    gru herr Von Erschl. Se asom desde el palco vecino un caballero con monculo y les lanz una mirada

    reprobadora. La esposa del consejero de Comercio dio unos golpecitos en la rodilla de su marido e hizo chisss!. Luego ambos dirigieron su atencin de nuevo a las damas con cola de sirena del escenario que seguan cantando Wagalaweia. No se haban perdido nada .

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    En casa, a la misma hora, fraulein Isolde, recostada en su rcamier y con la barbilla apoyada en la mano se contemplaba pensativa en el gran espejo de su dormitorio. Se haba excusado de ir a la funcin de pera alegando sentirse indispuesta. Deseaba estar sola para aclarar sus agitados sentimientos.

    Se dice que los hombres estn indefensos ante las lgrimas femeninas, porque, con total desconocimiento de su verdadero significado, las equiparan a las suyas propias. Suponiendo que esta afirmacin sea cierta, hay que aadir que las mujeres en este punto

    poseen un instinto ms sutil. Precisamente porque intuyen la diferencia del significado entre sus lgrimas y las de los hombres no pueden sustraerse a su poder. Un rostro ptreo de hombre por el que corre una lgrima derrite cualquier corazn femenino.

    Fraulein Isolde haba contemplado en un momento de clarividencia la verdad sobre Cyril Abercomby. Ahora saba que era un ngel cado que como el Lucifer de Danteespera en el eterno hielo de su soledad ser redimido por el amor de una mujer. En todas las novelas que Isolde haba ledo el parmetro para la magnitud de un amor era el sufrimiento que ocasionaba. Saba, o intua, que le costara indecibles penalidades salvar al ngel cado de sus tinieblas y se preguntaba si tendra suficientes fuerzas para ello. Una y otra vez se miraba inquisitivamente en el espejo. El rostro inocente y rollizo de jovencita no pegaba en absoluto con la dificultad de la empresa. Pero ya cambiara. Pronto el dolor espiritualizara sus rasgos, pronto tendra un verdadero destino y sus amigas la admiraran.

    Lord Abercomby contemplaba el Francfort nocturno por la ventana de su lujosa suite en el hotel Am Romer. El criado Wang le trajo silenciosamente la cena, pero su amo la rechaz con la mano, sin volverse siquiera. El criado, siempre guardando el mismo silencio, se llev todo otra vez. Qu tena aquel cuadro que le haba impresionado tanto, que le haba literalmente conmocionado? No se trataba, desde luego, de su valor artstico, aunque ste era considerable. Las cuestiones artsticas no interesaban a Cyril ms que de un modo tangencial. No, se trataba de otra cosa. Aquel cuadro contena un mensaje personal, incluso ntimo, para l; un mensaje que no comprenda al menos de momento, pero que, como saba con claridad meridiana, estaba dirigido a l y slo a l entre todos los habitantes de la Tierra, un mensaje a travs de los siglos que no concerna a nadie ms que a l. En la realidad exterior no haba encontrado nada a lo que sentirse unido, como otros seres humanos se sentan unidos a su patria. Nunca se le haba ocurrido buscarlo en el mundo de lo imaginario, del arte. Y ahora se encontraba inesperadamente, cara a cara, con su secreto ms ntimo. Saber que se hallaba en manos extraas y que poda ser contemplado por ojos extraos y estpidos le produca casi malestar fsico, como a un amante celoso la exhibicin del cuerpo desnudo de la amada.

    Todos los esfuerzos de Cyril, cada fibra de su como ya sabemos considerable voluntad se dirigieron desde ese instante a esta nica meta. Al igual que el montn de limaduras de hierro que se ordena hacia un polo gracias a la fuerza del imn, su vida hasta ahora catica encontr de golpe su centro mgico. El ttulo del cuadro, La meta de un largo viaje, tena para l un significado muy personal. Deseaba ese cuadro. Necesitaba poseerlo a cualquier precio. Y ya de antemano saba que alcanzara su objetivo, right or wrong.

    El rechazo de su oferta de compra le haba asombrado, pues la suma que estaba dispuesto a pagar era sin duda enorme. Sin embargo, las dificultades espolearon su espritu combativo y le confirmaron en su decisin.

    Durante las siguientes semanas bombarde al consejero de Comercio con ofertas cada vez mayores a menudo varias veces al da, hasta que las sumas alcanzaron proporciones verdaderamente absurdas. Al principio crey que el sentido comercial del banquero prevalecera sobre todas las dems razones para no venderle el cuadro, pero el banquero ya ni le contestaba. Cyril comprendi al fin que el obstculo no era el precio, sino l mismo como

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    comprador. Sin duda herr Von Erschl hubiera cedido el lienzo en condiciones justas a cualquier otro que le interesara. A l no se lo vendera, por motivos personales.

    Para evitar ese obstculo, Cyril encarg la compra del cuadro a varios galeristas famosos. Uno de ellos acudi expresamente desde Pars a su llamada. Bajo la condicin de no descubrir en ningn caso su nombre a lo largo de las negociaciones, les dio plenos

    poderes. Pero, por supuesto, Jakob Von Erschl se percat de la estratagema y el intento fracas.

    Cyril comprendi que el reto al que se enfrentaba era mayor de lo que haba imaginado. El destino haba decidido, segn pareca, ponerle a prueba y el consejero de Comercio con su cerrazn no era ms que su obtuso instrumento. Pues bien, si la lucha iba a ser a vida o muerte, l, Cyril Abercomby, estaba dispuesto a ello. En la guerra todos los medios que conducen a la victoria estn justificados. Y como el destino, segn se vea, no era muy sutil en la eleccin de sus armas, l no se senta obligado a tener escrpulos morales.

    Cyril viaj a Londres y se present ante uno de los directores del Banco de Inglaterra

    solicitando una entrevista para un asunto muy personal. Como era uno de los clientes ms ricos del banco fue recibido inmediatamente y con la mayor deferencia.

    El director en cuestin se llamaba John Smith y, como su nombre, todo en l era de una perfecta mediocridad. Tena alrededor de cincuenta aos, un rostro vaco, insignificante, y su traje, su figura y su bigotito eran absolutamente inanes; el camuflaje perfecto. El nico rasgo personal era un pequeo tic en el prpado derecho, que de vez en cuando se estremeca de modo involuntario.

    Los dos hombres se sentaron el uno frente al otro en los profundos sillones de un despacho forrado de madera. Mr. Smith ofreci puros y jerez y durante un rato se habl del tiempo, que para esta poca del ao principios de marzo era extraordinariamente clido. Luego hubo una pausa. Cyril por fin rompi el silencio:

    Puedo dar por sentado que nada de lo que tratemos aqu saldr al exterior? Naturalmente, milord contest Mr. Smith. Qu puedo hacer por vos? Le suena el nombre de Jakob Von Erschl? Naturalmente, seor. Se trata del banquero de Francfort, no? Uno de nuestros mejores

    socios en el continente. Aunque desde hace slo unos aos. No es una firma antigua; ya sabis lo que quiero decir.

    Cyril chup de su cigarro y expuls el aire formando anillos de humo. No parece sentir gran simpata por nuestro pas. Es posible, seor, pero los negocios y la simpata no tienen por qu coincidir siempre. Cyril asinti pensativo. Usted, por supuesto, conoce la situacin de mi fortuna. Si no me equivoco, mis medios

    me permiten empresas de algn alcance. No os entiendo, seor. Quiero saber, Mr. Smith, si mi dinero me da la posibilidad de arruinar a herr Von Erschl. El director mir a su interlocutor sin expresin alguna durante unos segundos. Luego se

    puso en pie y fue a coger unas carpetas finas de una pequea caja fuerte, escondida detrs de la madera de la pared. Ech una mirada a los documentos, tom

    un sorbito de jerez y carraspe. Me temo, seor, que no va a ser fcil.

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    Por eso estoy aqu contest Cyril un poco irritado. La primera posibilidad que hay que considerar en estos casos explic Mr. Smith

    consiste en sondear la situacin personal, es decir, la situacin sociomoral de la persona en cuestin. Casi todos tienen pequeos secretos que prefieren no dar a conocer a la opinin pblica.

    Y el director esboz una sonrisa que dio paso de inmediato a su expresin neutra. Su ojo derecho parpadeo.

    Quiere usted decir que debo emplear unos detectives? pregunt Cyril. No sera necesario, seor. Tenemos por costumbre estar informados acerca de cada uno

    de nuestros socios ms importantes, tambin y especialmente sobre su vida privada. Es una pura medida de seguridad, como comprenderis. Por nuestros informes, sin embargo, puedo decirle que herr Von Erschl no es muv interesante en este sentido. Entre nosotros y con la mxima confianza: de vez en cuando suele pasar con otros socios ciertas tardes con damas venales, pero no del rango que correspondera a su nivel social. Parece incluso tener una tendencia hacia cmo decirlo? las aventuras erticas francamente baratas. No sabra decir si por espritu de ahorro o por gusto. Con esto se le podra ocasionar alguna incomodidad social y familiar, milord, pero para lo que os proponis no creo que baste. Lo siento mucho, seor.

    Bien dijo Cyril. Veamos ahora la posibilidad de llevarle a la bancarrota financiera. El prpado derecho de Mr. Smith se estremeci. Tan lejos queris ir, milord? Y por qu no? Perdonad, seor, pero al fin y al cabo no se trata de vuestro sastre o del frutero de la

    esquina. Las dimensiones son, al menos, inusuales de nuevo el director se sumergi en sus documentos. Sin duda, milord, vuestra fortuna os ofrece posibilidades considerables. Utilizando con cuidado y clculo vuestros recursos podis producir a vuestro contrincante un dao nada desdeable. Con un poco de suerte incluso conseguirais ponerle fuera de combate financieramente. Os tengo que advertir, sin embargo, que nosotros no lo permitiremos.

    Acaso por razones morales? pregunt Cyril con sonrisa sardnica. Oh, no, seor. El Banco de Inglaterra no se considera el depositario de la moral... Eso supona le cort Cyril. ... pero tenemos cierto inters en mantener la estabilidad del Banco Erschl. Al menos por

    el momento. Lo siento, seor. Con otras palabras: tambin tendra que enfrentarme a ustedes. Algo as, seor, aunque slo de manera indirecta. Estn en juego prioridades

    internacionales, polticas y econmicas. Cyril gir la copa de jerez entre sus dedos. Dice usted que por el momento, Mr. Smith. Supongamos que las prioridades se

    alteran. Supongamos que entonces lo intente otra vez. Comprendo, seor respondi el director. Herr Von Erschl tiene fama de poseer una

    cabeza muy capacitada en su terreno. Os hablar claro, milord. No podis entrar en un duelo de ese calibre solo, es decir, sin un asesoramiento adecuado. Nosotros, siento decirlo, no estamos en situacin de proporcionroslo. Tendrais que contratar especialistas que fueran verdaderamente capaces de desarrollar y ejecutar planes de altos vuelos. En varios pases a la vez. Esta gente, aparte de los conocimientos tcnicos,

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    debera poseer la falta de escrpulos necesaria para no echarse atrs ante nada. Por otro lado su lealtad a vos, seor, tendra que ser incuestionable, pues en caso contrario vuestro contrincante podra volverlos fcilmente contra vos. Os dir sin tapujos que sera muy difcil encontrar tipos as.

    Supongamos que los encuentro dijo Cyril. Cunto tiempo tardaran en acabar, segn sus clculos, con el Banco Erschl? Bueno, seor, requerira cierta paciencia por vuestra parte. Estas empresas no triunfan de

    la noche a la maana, si es que triunfan. Cunto tiempo? Es difcil de precisar. Habra que considerar las circunstancias. Bien, pero cunto tiempo? Mr. Smith parpade nerviosamente. Creo, seor, que en el mejor de los casos serian cuatro o cinco aos, pero probablemente

    habr que contar con ms aos para un plan de esta envergadura. Demasiado tiempo exclam Cyril furioso. Mr. Smith pareci aliviado. Eso pienso yo, seor. Sera como la labor de toda una vida. Y nadie podra predecir si al

    final no os arruinarais vos mismo. Resultara muy doloroso. Permitidme una pregunta: por qu razn os proponis tal plan?

    Estoy decidido a adquirir cierto objeto de este hombre, pero l se opone obstinadamente a vendrmelo, sea cual sea la suma que le ofrezca.

    Oh, en efecto, un asunto engorroso, seor. Le obligar a esa venta de un modo u otro, se lo aseguro. No lo dudo, seor. De qu objeto se trata? De una obra de arte dijo Cyril, y ponindose en pie cogi su sombrero y su bastn. Mr. Smith se qued sentado y le mir. La Mona Lisa quiz, seor, o la Venus de Milo? No, no contest impaciente Cyril. Es un cuadro sin importancia. Oh! exclam Mr. Smith parpadeando. Al acompaar a su cliente hasta la puerta, en un vano intento por bromear, observ: No sera ms fcil, milord, casarse con la hija del propietario del cuadro? O, si el

    sacrificio os parece excesivo, hacer robar la obra por unos ladrones avezados? Cyril se qued un momento inmvil; luego alz la cabeza y sali sin despedirse. Mr.

    Smith cerr la puerta, se dej caer en su silln y, perdido en reflexiones, sacudi la ceniza de su cigarro en la copa de jerez.

    Naturalmente, Cyril no haba tomado las ltimas palabras del director ms en serio de lo

    que ste haba pretendido, al menos de momento. Durante su viaje de vuelta a Francfort surgieron una y otra vez en su mente como moscas molestas. Incluso aparecieron en sus sueos. La idea de robar o hacer robar el cuadro ejerca una fatal atraccin en l. Sus intenciones eran imprecisas, como si se mantuvieran en vilo, pues para un plan concreto le faltaba toda premisa.

    Cuando regres a su suite de lujo del hotel Am Romer, Wang le entreg una nota en papel rosa que ola a violetas, un perfume que Cyril aborreca. La carta haba sido entregada por una

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    persona desconocida en la recepcin. En caligrafa recargada, de colegiala, contena las siguientes palabras:

    T que no has encontrado el alma gemela, que caminas por sendas perdidas, no has visto la flor a tu paso? Aqu florece un corazn humano que te entiende.

    Una amiga. A pesar de, o quiz precisamente por, el anonimato pudoroso no fue difcil para

    Abercomby acertar quin era la remitente de la nota. Este inesperado giro de los acontecimientos le vena como anillo al dedo. Para mayor seguridad encarg a Wang que descubriera cundo sola salir fraulein Isolde von Erschl de su casa. Y en una de esas ocasiones le entreg, a travs de un botones del hotel, una cartita en la que le peda una cita y que firmaba como un amigo de las flores. Cuando la muchacha ley la misiva se ruboriz y sin titubear entreg al mensajero un sobre, preparado desde haca tiempo, por lo que pareca. Cyril hall en l indicados un sitio y una hora.

    La primera cita tuvo lugar, muy prosaicamente, a las diez de la maana y, para colmo, en una repostera de las afueras. Transcurri como suelen transcurrir inevitablemente tales encuentros, con rigidez y formalismo. Isolde, en su timidez, no saba qu cara adoptar y Cyril ocultaba con dificultad la sensacin de ridculo que le produca la situacin. Sin embargo, a esta primera cita siguieron otras y, poco a poco, la atmsfera se fue distendiendo.

    Cyril se esforz, en la medida de sus posibilidades, por seducir el corazn de la muchacha, o, dicho con palabras menos eufemsticas, en conseguir que obedeciera a sus intenciones. Una vez obtenido esto ya tena, por as decir, un pie en la puerta del gabinete de arte de Erschl. La nica dificultad estribaba en su escasa experiencia en el arte de la seduccin, al menos en lo que se refera a sus posibilidades personales en este terreno. Su aspecto exterior, como l muy bien saba, no resultaba atractivo para las mujeres. Hasta el momento nunca haba invertido su sentimiento y su inteligencia en empresas erticas, pues su trato espordico con el sexo femenino se haba limitado a puras transacciones comerciales mediante el empleo de su dinero en los barrios ms oscuros de las ciudades que visitaba. Quien ha de mentir convincentemente por fuerza ha de conocer la verdad, y l nunca se haba interesado por ella. As que de forma provisional se atuvo a las convenciones de la galantera. Regalaba enormes ramos de rosas rojas, joyas y perfumes caros y se inventaba con gran dificultad frases halagadoras y originales. Al mismo tiempo se senta fatal, y no porque mintiera, sino porque notaba que lo haca como un principiante.

    De nuevo circunstancias con las que no contaba vinieron en su ayuda. Pronto descubri que era innecesario esforzarse. Resultaba evidente que la muchacha, en lo que se refera al cortejo masculino, estaba mimada hasta el hasto y esperaba de l todo menos excesos sentimentales o arranques amorosos. Al contrario, cuanto ms reservado o indiferente se mostraba l, ms entregada e incluso sumisa se volva ella. El papel que la joven deseaba interpretar en esta historia, como le dio a entender ms o menos a las claras, era el de la mujer que sufre y se sacrifica. Comprensiblemente, a Cyril le cost poco darle gusto.

    Como ella tena reparos en visitarle en su hotel, por el temor a que la viera algn conocido, lord Abercomby encarg a su criado alquilar un apartamento como nido de amor. Estaba adornado con palmeras, divanes amplios, mesitas turcas, cortinas de terciopelo y figuritas lascivas de biscuit. La casa, adems, posea varias salidas. El servicio, constituido por un matrimonio de edad, viva de la discrecin y por eso era de confianza.

    En su primera noche de amor, como la llam Isolde, aunque hubiera tenido lugar a las tres de la tarde con las cortinas echadas, result que ella era an virgen. Diez minutos despus de dejar de serlo murmur al odo de Cyril:

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    Ahora soy tu esposa, amado mo. Te he sacrificado lo ms valioso que tena para demostrarte mi amor. Me crees ahora?

    l se liber de su abrazo, encendi un puro, solt unos cuantos anillos de humo y respondi:

    Si algn da llego a creer en el amor me tragar una libra de estricnina, me pegar un tiro en la boca y, al mismo tiempo, me tirar al vaco desde una torre bien alta para no sobrevivir.

    Ella llor un poco, pero en el fondo se sinti feliz, porque su respuesta testimoniaba de nuevo lo importante que era la labor de salvacin que se dispona a llevar a cabo con l.

    Desde aquel momento se convirti en una regla fija de su relacin que l exigiera cada da distintas demostraciones, cada vez ms arriesgadas, de su amor incondicional y que ella se sometiera a su voluntad cada vez con menor resistencia. En este altar ella fue sacrificando paso a paso su autoestima y su sentido del pudor y la moral. Si su amante viva en el centro tenebroso de su maldicin pensaba la joven, ella deba de andar el camino hasta all para rescatarle, aunque fuera con los pies descalzos y sangrando. Por fin dispona de material para anotar en su diario, y sus lgrimas cayeron en ms de una pgina.

    En una ocasin Cyril expres el deseo de que ella le entregara todas las llaves de la mansin paterna, incluidas las del gabinete de arte.

    Para qu? pregunt la joven. Qu quieres hacer con ellas? Nada respondi l. Slo deseo ver si yo significo ms para ti que tus padres. Por favor, amor mo, no me pidas eso. l sonri torcidamente. Oh, ya veo. Olvdalo. Poda haberlo imaginado. Al menos explcame lo que pretendes. No lo entiendo. Ah est la cosa, querida nia. Para m hubiera significado mucho que estuvieras

    dispuesta a hacer algo por m sin comprender por qu y para qu. No hablemos ms de ello. Isolde estaba desesperada. La evidente decepcin de Cyril pona en peligro todos sus

    esfuerzos. Senta que se le escapaba y eso era insoportable. En el fondo qu ms daba entregarle las llaves?

    Bien dijo por fin, en cuanto se ofrezca una ocasin lo har. Espero que mi padre no lo note.

    Cuatro das despus le trajo las llaves. El consejero de Comercio haba salido de viaje y las haba dejado en su escritorio.

    Cuando vuelva preguntar inmediatamente quin las ha cogido dijo ella preocupada. Y entonces qu?

    No preguntar nada replic Cyril, porque para entonces ya habrs devuelto las llaves a su sitio. Yo slo quiero ver si por amor a m eres capaz de robarle a tu padre. Has aprobado el examen.

    Ella se lanz en sus brazos, le cubri de besos y balbuci: Gracias, gracias, querido. Ms tarde, mientras Isolde tomaba un bao, Cyril hizo cuidadosos moldes de cera de

    todas las llaves. Cuando se separaron ese da, ella llevaba orgullosa y feliz el llavero en su bolso, nuevamente a casa. No saba que aqul haba sido su ltimo encuentro con lord Abercomby.

    Los verdaderos maestros entre los ladrones de arte se encuentran, como sabe todo el mundo, en Italia. Y la creme de la creme del oficio se halla, como tambin es notorio, en Npoles.

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    En aquel tiempo viva all uno de estos virtuosos del oficio, con renombre internacional, aunque nadie saba con exactitud cmo se llamaba, ya que oficialmente haba cierta confusin acerca de su verdadero nombre. La lista empezaba con Abacchiu, Rosario y pasaba por Pappalardo, Nazareno di hasta Zanni, Eliogabale por todas las letras del alfabeto. Para simplificar se le llamaba en crculos enterados er professore.

    En efecto, este personaje haba conseguido en media hora arrancar de la pared de la iglesia de Santa Maria della Montagna en Castell Ferrato un fresco de Giotto de tres por cinco metros sin daarlo. Luego lo haba transportado al otro lado del Adritico, donde le esperaba un prncipe montenegrino que lo quera para adornar la capilla de su castillo.

    Haba ms proezas legendarias en su biografa, aunque probablemente eran en gran medida pura invencin. Sin embargo, el resto bastaba para justificar su fama e inducir a lord Abercomby a entrar en tratos con l.

    Er professore era un hombre pequeo, muy gil, de alrededor de cuarenta aos, con manos de una delicadeza femenina y, cosa rara para un napolitano, pelirrojo. Viva en una magnfica villa, en la que su extensa familia se ocupaba de un modo u otro. Al crculo de sus clientes y patronos pertenecan, adems de unos notables de la Camorra, ministros y cardenales e incluso varios directores de museos nacionales e internacionales, ya que haba (y hay) ciertas transacciones cuyo desarrollo legal sera muy complicado. La polica se mantena muy discreta en sus pesquisas sobre er professore. No le podan demostrar nada y tampoco se esforzaban demasiado en ello.

    Una trrida tarde de agosto, lord Abercomby se hallaba frente a frente con este especialista en la sombreada terraza de su villa. Las cigarras daban un atronador concierto y en las proximidades murmuraba un surtidor. Del tema de la conversacin slo se enteraron ellos dos, pero en el curso de este dilogo Cyril le entreg a su anfitrin las llaves de la mansin Erschl, que haba mandado hacer segn los moldes de cera, y un plano de la casa que haba obtenido a travs de las oficinas de la construccin

    urbana de Francfort. El lugar donde se hallaba el cuadro deseado estaba marcado con tinta roja. A continuacin Cyril le dio un paquete que contena el adelanto en libras esterlinas. Su contemplacin volvi al maestro, hasta entonces algo escptico, sbitamente aquiescente. Cuando se enter de los honorarios que su cliente estaba dispuesto a pagar a la entrega del cuadro, sus ojillos veloces empezaron a brillar de amor propio profesional. (Por cierto, conoca el cuadro de Isidorio Messi, propiedad del marqus Tagliasassi, y en su opinin la oferta era totalmente desmedida, pero eso, como es lgico, se lo call, pues no se trataba de su dinero, an no.)

    Cyril se haba presentado al professore bajo el nombre de Brown, ya que quera mantener secreta su identidad en este asunto. Er professore, claro est, saba que el nombre era falso el que se hace llamar Brown, en general, se llama de otra manera y probablemente no existe nadie que en realidad se llame Brown y Cyril comprenda que l lo saba. Pero este hecho no influy en absoluto en la relacin de confianza necesaria para el negocio. Acordaron que la mercanca deseada sera entregada el 15 de septiembre a las seis de la tarde en determinada posada de Estambul llamada Golden Horn. Luego ambos hombres se separaron satisfechos.

    Todo transcurri como se haba apalabrado. El Golden Horn result ser una casa de citas, cuya clientela se reclutaba entre las prostitutas del barrio. Cyril y er professore se encontraron en el ltimo piso, en una habitacin llena de cucarachas desde cuya ventana se divisaba, por encima de los tejados, el Bsforo.

    Despus de que el cuadro fuera desembalado y entregado, y una vez pagados los honorarios estipulados, el italiano titube al despedirse.

    No s si tendr alguna importancia para usted, Mr. Brown dijo al fin. Se ha producido

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    un desgraciado incidente en la consecucin del cuadro. Como su socio en este negocio creo que es mi obligacin informarle al ver la expresin de sorpresa de su interlocutor se apresur a aadir: Oh, no me interprete mal. No deseo conseguir un dinero extra. Estoy ms que contento con lo que he obtenido. Se trata en realidad de... un trgico accidente totalmente imprevisto. Sin duda entra en el crculo de mis riesgos profesionales y, desde luego, me responsabilizo de ello por completo. No quiero estropearle el placer en la adquisicin de esta obra de arte, Mr. Brown, pero ha de saber usted que debe mantener secreta su posesin al menos durante los prximos diez aos. Para ser breves: ha venido a mezclarse en el asunto un socio que no es fcil de evitar. Sabe usted a quin me refiero?

    La muerte? pregunt Cyril. Er professore se santigu y suspir. Su rostro adopt un aire dolorido. No estaba previsto en nuestro plan que el consejero de Comercio en persona apareciera

    de pronto en el gabinete de arte a las dos de la madrugada, cuando debera encontrarse durmiendo profundamente. Insisti en impedirnos abandonar el gabinete y empez a gritar. Mis dos ayudantes tuvieron que reducirle. Le maniataron y le amordazaron. Crame, Mr. Brown, no queramos hacerle dao, pero, por la sangre de san Jenaro!, cmo bamos a saber que el hombre sufra en aquel momento un catarro y no poda respirar por la nariz? Al da siguiente nos enteramos por los peridicos de que le haban encontrado asfixiado. Lo siento muchsimo, pues el asesinato no forma parte de mis mtodos.

    Cyril contemplaba con rostro impvido el cuadro apoyado en la pared. El sol poniente lanzaba a travs de la ventana una franja roja sobre l.

    Por desgracia esto no es todo continu el italiano. Ignoro hasta qu punto qu punto conoce usted a la familia Erschl, pero seguramente sabr que el consejero tena una hija que le quera mucho. Como nos vimos obligados a escondernos durante una semana antes de poder cruzar la frontera, tuvimos ocasin de enterarnos de la tragedia a travs de los informes diarios de la prensa. La hija creo que se llamaba Isabella desapareci a los dos das de la muerte de su padre. Encontraron una carta de despedida en la que declaraba su culpabilidad, porque, como deca literalmente, haba sido cmplice del diablo. Nadie supo, por cierto, a quin o a qu se refera con estas palabras. Poco despus sacaron su cuerpo del... Cmo se llama ese ro? Meno, creo. Descubrieron que estaba embarazada.

    Cyril se puso bruscamente en pie y fue a la ventana. Er professore contempl su espalda y sacudi la cabeza. Tras un breve silencio, aadi:

    La madre se halla desde entonces en un sanatorio para los nervios. No pude enterarme de ms detalles.

    Es suficiente dijo Cyril con voz plana. Le agradezco esas noticias. Que le vaya bien. Lo mismo le deseo, Mr. Brown dijo el otro, y cerr sigilosamente la puerta. Lord Abercomby mand a un orfebre turco fabricar un cofre con las medidas del cuadro,

    un cajn de acero plateado, forrado de terciopelo azul y finamente cincelado por fuera. Se hallaba provisto de una cerradura secreta que nadie que no conociera la combinacin de letras rabes, que el propietario poda cambiar de modo constante, era capaz de abrir. Este contenedor estaba pensado no como precaucin ante el posible robo, sino como proteccin a miradas extraas. Ni siquiera a Wang, que era el nico hombre de confianza de Cyril, se le permiti volver a ver el cuadro en los aos siguientes.

    El lord sola encerrarse largas horas. Entonces sacaba el cuadro de su envoltorio blindado, lo colocaba delante de l y lo contemplaba. Es difcil describir lo que le pasaba por la cabeza durante esas meditaciones. l mismo no dispona de palabras para las extraas sensaciones que le invadan. Era consciente, y no lo olvidaba ni un instante, de que no tena ante los ojos ms que una creacin imaginaria, la representacin bidimensional de un paisaje y un edificio

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    ficticios, y sin embargo era capaz, por una va incomprensible para l, de entrar y salir literalmente de este edificio. Como en un sueo despierto peregrinaba por espacios, habitaciones, salas, pasillos, suba y bajaba escalinatas. Nada de todo ello era visible en el cuadro; todo se hallaba tras la fachada de aquellas ventanas iluminadas por la luz de las velas. Y no obstante, estaba all, independiente de la fantasa y del capricho del soador.

    Cuantas ms excursiones de stas emprenda Cyril, tanto ms cmodo se senta en ellas. Pronto hubiera sido capaz no slo de dibujar los planos y la planta de cada piso, sino que tambin hubiera podido establecer los inventarios de los muebles y objetos, de las obras de arte, libros y curiosidades que contena el palacio de piedra lunar.

    Poco a poco lleg a la conclusin de que slo haba una explicacin para esta realidad paralela que perciba una y otra vez: el cuadro no era invencin de un pintor. El edificio deba existir realmente en algn sitio y el pintor lo haba copiado con absoluta fidelidad. No poda ser de otra manera. Porque cmo si no Cyril lograba recordar con tal exactitud cada detalle? Si se tratara de un recuerdo tena que haber visto el palacio alguna vez, y es ms, debera haber vivido en l. Y ste no era el caso, estaba por completo seguro de ello.

    Qu significa, por otro lado, recuerdo? La conciencia que basamos en l es demasiado vaporosa. Lo que acabamos de decir, leer o hacer se convierte, un instante ms tarde, en pura irrealidad. Existe slo en nuestra memoria, y as toda nuestra vida, todo nuestro mundo. Lo que logramos definir como real es nicamente ese momento infinitesimal de presente, que ya ha pasado en cuanto queremos pensar en l. Cmo podemos estar seguros de que no hemos surgido esta maana, hace una hora o hace un instante, con una memoria de treinta, cien o mil aos? No hay certeza, porque no sabemos lo que es la memoria y de dnde viene. Pero si las cosas son as, si el tiempo no es ms que el modo en que nuestra conciencia percibe un mundo que no tiene tiempo, entonces por qu no habra de haber recuerdos de algo que nos pasar en un futuro prximo o lejano?

    Elucubraciones de este tipo movieron a lord Abercomby a reanudar su antigua vida viajera. No es que la hubiera abandonado del todo si se exceptan algunas pausas, pero ahora tena otro objetivo muy concreto. Decidi encontrar el palacio de piedra lunar que mostraba el cuadro de Isidorio Messi y adquirirlo.

    Aunque las diferentes localizaciones posibles eran innumerables no eran infinitas, pues el cuadro mostraba un valle desierto y rocoso, rodeado de un anillo de extraas montaas. Sin duda poda hallarse tanto en Islandia como en los Andes o en el Cucaso...

    Cyril pas ocho aos dedicado a esta bsqueda y, a diferencia de la primera mitad de su viaje existencial, se acostumbr pronto a prescindir de toda comodidad de la vida civilizada, lo que no supona que Wang, su fiel criado, dejara de esforzarse en hacer llevaderas, en la medida de lo posible, las penalidades. El cuadro en su contenedor de acero le acompaaba a todas partes y no pasaba un da sin que Cyril lo contemplara.

    Cada vez eran menos frecuentes sus viajes a Europa. Slo volva para someterse de cuando en cuando a ciertos tratamientos mdicos. Haba cumplido cuarenta y cinco aos y sufra de progresivas perturbaciones del sentido del equilibrio. El nico especialista para esta dolencia era entonces un mdico de Bolonia. Durante las sesiones de tratamiento, que tenan lugar una vez por semana, Cyril se hospedaba en el Danieli de Venecia.

    Era noviembre. La ciudad de la laguna estaba envuelta en nieblas densas y hmedas como un fantasma en su velo ureo. Desde su habitacin del hotel, Cyril apenas distingua la silueta de Santa Maria della Salute en la otra orilla del Gran Canal. Como era an pronto, esa tarde sali a pasear por las callejas. Sin proponrselo lleg a esa parte de la ciudad llamada el Ghetto, la fundicin, de la que todos los barrios del mundo habitados por judos han tomado su nombre. La niebla fue hacindose ms espesa. Oscureca, y cuando Cyril pas por quinta

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    vez delante de la vieja sinagoga comprendi que se haba perdido irremisiblemente. El barrio pareca muerto. No encontr ningn transente al que preguntar por el camino; ni siquiera una luz en alguna ventana indicaba la existencia de un alma viviente. Un puentecito muy arqueado le condujo a un callejn tan estrecho que con los brazos extendidos poda tocar las paredes laterales. Hacia arriba se encabalgaban hasta donde alcanzaba la vista las fachadas de muchos pisos manchadas de humedad. En la niebla y la oscuridad incipiente la calleja pareca un tenebroso pasaje. Calle della Genesi, ley Cyril en una lpida de mrmol.

    Sigui adelante a tientas y pronto se hall ante una puerta que cerraba oblicuamente la calleja. Un farol iluminaba la muestra que colgaba encima del dintel. A la manera ingenua de los grabados populares apareca dibujado un grupo de cazadores medievales

    persiguiendo a un ciervo que saltaba. Curiosamente el ciervo no era ms que la nube de flechas que los cazadores haban descargado sobre l. La imagen fascin a Cyril. No pudo descifrar las letras hebreas que la acompaaban, pero s el nombre del propietario de la tienda: Ajasver Tubal. Gir el picaporte y entr.

    Le recibi un amplio espacio abovedado, iluminado dbilmente por unas pocas lmparas, que se perda hacia el fondo en la penumbra. En el centro de aquel espacio vaco haba un imponente escritorio y, detrs de l, un hombre con tirantes y manguitos negros. Era extraordinariamente alto y ancho de hombros. Sobre la cabeza llevaba lo que alguna vez fue quiz una chistera. Cyril se asust un poco al verle. No tena barba ni aspecto de viejo; pareca labrado en lava, masivo y pesado. Las oquedades de los ojos eran oscuras y desde su profundidad brillaban dos puntos luminosos.

    Qu desea el caballero?pregunt el anciano con voz penetrante y ronca que retumb en la bveda.

    He visto por casualidad la muestra de su tienda dijo Cyril en tono intrascendente y me interesara saber lo que significa. Bien dijo el anciano, significa lo que veis. La nube de flechas forma en su vuelo la

    silueta del ciervo, sobre la que los cazadores han disparado. As es. Por qu lo preguntis? Como no s hebreo contest Cyril no pude descifrar la inscripcin que acompaa a la imagen. Buscad y encontraris, eso es lo que dice la inscripcin explic el anciano. Como

    cristiano que sois deberais conocerla. En efecto confirm Cyril. Entonces esta tienda es algo as como una oficina de objetos

    perdidos, supongo. As es dijo el anciano asintiendo con la cabeza. En sus movimientos y su voz haba un

    cansancio infinito. Cyril mir a su alrededor. Dgame, signor... Tubal, no es as? As es asinti nuevamente el anciano. sto est muy vaco. signor Tubal. S dijo el viejo, vaco. Con qu comerciis? No es como imaginis vos. Y cmo imagino? Que aqu se encuentra lo que otros han perdido, as lo imaginis, seor. Bueno, y no es as?

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    Tubal sacudi la cabeza. Buscad y encontraris, dijo aquel que nunca existi. Pero muchos han credo en l y le

    han buscado. Por eso existe. Es as. Cmo sabis que no existi nunca? El viejo lanz a su interlocutor una mirada penetrante. Ya veo murmur como si hablara consigo mismo. Lo s. Yo tambin he buscado.

    Hace mucho tiempo. Pero lo he olvidado. Ahora ya no busco. Cyril se sinti turbado. El tono pattico con el que el anciano profera sus confusas

    palabras le confunda. Irritado, pregunt: De algo tendris que vivir. Tubal asinti. Hay que vivir, si no se puede morir. La cuestin es saber lo que se quiere. Sabe el seor

    lo que quiere? Oh, s dijo Cyril. Lo s perfectamente. A pesar de ello no puedo encontrarlo. Eso es malo opin el viejo. Quiz no habis buscado bien. Y cmo se busca bien? Pues, como esos cazadores con el ciervo. La verdad es que no os entiendo. No lo entendisasinti pensativo Tubal ya veo, por eso habis venido a verme. Me honris. Deseis aprender conmigo a buscar? Os lo ruego respondi irnicamente Cyril. Cunto vais a cobrarme? Nada dijo el viejo inclinndose un poco. Pero habis de saber que est prohibido. Deseis aprender a pesar de ello? Prohibido? Por quin? Por Dios respondi Tubal. Creis en Dios? Hasta ahora no hemos sido presentados contest secamente Cyril. Pero que Dios cre el mundo en siete das eso s que lo sabis? Continu el viejo. Algo he odo dijo Cyril. Eso est bien exclam Tubal. Aunque es slo una media verdad. Dios cre el paraso

    y cre al hombre. Como luego quit el paraso al hombre, ste se cre el mundo para vivir en l. Y todava est crendolo.

    Bueno dijo Cyril, no veo que eso tenga que ver con mi pregunta. El viejo suspir y reflexion un rato. Haba un hombre Comenz al fin (quiz habis odo hablar de l) que hace unos aos descubri las ruinas de la antigua Troya. Os refers a Schliemann? S, me refiero a l, se era su nombre. Creis que fue Troya lo que descubri? Por qu

    era Troya? Porque la busc all, como los cazadores que persiguen al ciervo. Por eso Troya estaba all. Comprendis lo que quiero decir?

    No estoy seguro Contest Cyril. Tratis de decir que antes no haba nada all? De nuevo Tubal sacudi su gran cabeza y chasque la lengua. Por qu no comprendis? Como la encontr, estuvo siempre all.

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    Hubo un silencio; luego el viejo emiti un sonido ronco que poda ser una ahogada carcajada.

    De este modo los hombres encuentran todo: los huesos de monstruos prehistricos y de animaleshombre. Por qu? Porque buscan. Y as han creado el mundo, pieza por pieza, y dicen que ha sido Dios. Pero mirad qu mundo han hecho, lleno de espejismos y contradicciones, de crueldad y violencia, de avaricia y sufrimiento, sin sentido en lo grande y en lo pequeo. Y decidme: cmo va a haber creado Dios, al que llaman justo y santo, tanta imperfeccin? El hombre es el creador de todo y no lo sabe. No quiere saberlo porque tiene miedo de s mismo, y con razn. Tampoco Coln, cuando descubri el Nuevo Mundo, quera creer que lo haba creado l a travs de su bsqueda, pues pensaba en buscar otra cosa.

    Un momento le interrumpi Cyril. Eso fue hace ms de trescientos aos, si no me equivoco. Y decs que hablasteis con l?

    Los puntos luminosos en el fondo de las cuencas de los ojos brillaron con un breve destello. Luego volvieron a apagarse.

    No entendis. Pero, qu se le va a hacer! No tiene importancia. No hablemos de m. Estoy cansado.

    Mirad, amigo intent apaciguarle, vuestras ideas me parecen muy interesantes... Acaso soy un filsofo? se encresp el viejo. Soy un telogo? No se trata de ideas.

    No lo comprendis? Deberais daros prisa si queris encontrar lo que buscis. Pronto no habr ya sitio, pronto todo estar completado y terminado.

    Hizo un gesto a su visitante para que le acompaara y le condujo al fondo del espacio abovedado. All haba un globo terrqueo casi tan grande como una persona. Tubal lo hizo girar.

    Ya veis, montaas, mares, islas, continentes... Por todas partes hay cosas... Al principio todo estaba en blanco y vaco. Ahora hay pocos huecos libres. Escoged uno, si queris.

    Cyril miraba fijamente el globo que giraba. Qu suceder, en vuestra opinin, cuando todos los espacios vacos estn colmados? De nuevo el viejo solt su extraa carcajada. Qu s yo! Ya veremos. Quiz el fin del mundo. sa es mi esperanza. Por eso me

    dedico a este negocio. Cyril detuvo el globo. En el Hindukush haba an una mancha blanca diminuta. Puso el

    dedo en ella. Aqudijo. Tubal asinti y murmur: Como gustis. De pronto su rostro gris piedra se acerc al de Cyril. Pareca gigantesco, como una

    montaa rocosa, pero... En el mismo momento se transform en el rostro benigno y algo simple de un hombre con barba encanecida.

    Tranquilo, seor dijo sonriendo. Le he sacado a tiempo del agua. Todo est en orden. Cyril se dio cuenta de que los vestidos se le pegaban al cuerpo, mojados. Se encontraba

    en una gndola que se meca suavemente. El hombre barbudo se inclinaba sobre l. Quin es usted?pregunt Cyril con dificultad. Qu ha ocurrido? De dnde vengo? Por un pelo no se ha ahogado usted, seor explic el hombre. Si no hubiera pasado

    casualmente y le hubiera visto dando tumbos en la niebla... Parece que perdi usted el equilibrio y cay al agua. Tard un rato en encontrarle. Maldita niebla! Iba usted a la deriva en el agua, boca abajo. No fue fcil sacarle.

  • ENDE, MICHAEL LA PRISIN DE LA LIBERTAD

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    Gracias por ayudarmedijo Cyril incorporndose. Tome, como muestra de mi agradecimiento.

    Sac su monedero mojado del bolsillo y se lo entreg a su salvador. No es necesario, seor dijo el hombre. No era ms que mi deber de cristiano. Sin embargo, cogi con rapidez el monedero y lo abri. Lo que vio pareci sorprenderle

    gratamente. Estuvo usted celebrndolo, eh? dijo riendo. En alegre compaa uno no se da cuenta de si bebe un vaso ms o menos. Es comprensible. No estoy borracho dijo Cyril. Hara usted el favor de llevarme al Danieli? Tengo

    fro. S seorrespondi con deferencia el hombre. No est lejos, slo a dos minutos de aqu. Cuando Cyril lleg a su habitacin y se sec y cambi, abri el contenedor de acero para

    sacar el cuadro. La imagen haba desaparecido. Slo quedaba el lienzo vaco y un poco quebradizo. Durante el medio ao siguiente lord Abercomby se dedic a preparar cuidadosamente su

    expedicin al Hindukush. Estudi todos los mapas que pudo encontrar y estableci una ruta de viaje. Hizo listas para el equipamiento necesario y para las vituallas. Cuando se extendi la noticia de que planeaba esta expedicin se presentaron numerosos interesados en participar en ella. Escogi a tres, con los cuales se entrevist para discutir los detalles. En aquel tiempo el alpinismo estaba poco desarrollado y el nico experto en este terreno si puede decirse as era el sueco Thor Thorwald. El segundo hombre al que contrat era el polaco Andje Bronsky, profesor a pesar de su juventud y conocedor de veinte dialectos hindes, paquistanes y mongoles. El tercero, por ltimo, era el dibujante cientfico y pintor Emanuel Merkel de Mnich, que haba adquirido fama por diversas publicaciones.

    Los cinco hombres (Wang, naturalmente, formaba parte del grupo) viajaron primero a Karachi y de all a Hyderabad, donde el viaje se interrumpi durante cinco semanas para recoger un mximo de informacin sobre el lugar al que se dirigan. Lord Abercomby, por cierto, no haba comunicado a ninguno de sus compaeros de expedicin, tampoco a su criado, el verdadero mvil de la empresa. Oficialmente se trataba slo de intereses cientficogeogrficos.

    Desde Hyderabad el camino les condujo bordeando el ro Sindh hacia el norte, hasta Islamabad. All se hizo una nueva pausa para los preparativos que permitiran adentrarse en las regiones montaosas, sin explorar, del Hindukush. Estos preparativos requirieron ms de tres meses, pues a pesar de las muy generosas ofertas de recompensa la mayora de los porteadores, muleteros y sherpas que circulaban por las posadas de las caravanas se negaban a participar en un plan que consideraban descabellado.

    Por fin se logr reclutar, poco a poco, a diecisis hombres a los que las enormes sumas que ofreca lord Abercomby hacan olvidar sus escrpulos. Cyril saba perfectamente que no se trataba en ningn caso de los me