el puente de talita - plenamar · una metáfora urdida desde rayuela, con lo que rotulo este texto...

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El Puente de Talita Martha Rivera Garrido Plenamar Plenamar https://plenamar.do/2020/04/el-puente-de-talita/ 1/4 Desde el poema hacia el Poema en la Nave Sorda de René ¿Han visto a René Rodríguez Soriano? ¿Lo conocen? ¿Lo han contemplado oscilar de un paso al siguiente, y viceversa, con un andar siempre tan pausado, como si le diera trabajo mover su alta humanidad de carne y hueso en cada movimiento con el que se desplaza? Con la pobre raigambre de quien es demasiado alto para ser contenido por un espacio demasiado pequeño, con esa estatura que avanza ascendente hacia el pico más frío de los altozanos de Constanza. Quizá no les parezca nada vinculante esta pregunta, cuando hemos venido aquí a conocer su nuevo libro, Nave Sorda. Pero sin embargo, a mí, que me ha tocado ya varias veces, todas entrañables, hacer para él y junto a él lo que hoy aquí nos convoca, sí que me lo parece. Tal vez porque la vieja niña que soy, conoce demasiado bien, no sólo a este niño que nació viejo, sino también (y tal vez más) su literatura toda. Entonces, el símil entre la alta corporeidad de René y el desborde de su obra, de su sólida obra, chorreante en torno a las aristas de una insularidad literaria endémica, pandémica, que padecemos en el marco referencial coetáneo, simultáneo, dominicanos y dominicanas de varias generaciones dedicadas al oficio de escribir, es una idea que quiero dejar sostenida aquí, al iniciar estas breves notas, para retomarla y aterrizarla al final de ellas. Mientras vamos navegando en su nave sorda, barco grande (como él mismo) que anda (guárdenme un minutico esa idea). Recuerdo que cuando me tocó presentar hace un par de años su bellísimo libro “Solo de flauta”, intenté descortazariar a René desde todas sus intertextualidades. Sin embargo, es precisamente con una metáfora urdida desde Rayuela, con lo que rotulo este texto destetado a destiempo, en un intento por demostrar que yo nunca le creí el cuento con el que (cuando, antes y después de cantar sus canciones hechas de abecedarios de colores rosa y gris metal, y de una Muestra Gratis del René publicista, que no el mismo pero idéntico a aquél cuyas raíces sin comienzo y sin final había descubierto Enriquillo Sánchez una década atrás de la mía) se empeñó en querer hacernos creer que antes que poeta, teníamos que considerarlo cuentista. Y no se lo creí, porque lo conozco bien y desde siempre, y porque fue desde el poema mismo, ese que nunca lo ha abandonado, desde donde planifiqué una vez junto con él un atentado al gobierno de Katmandú, manejando bicicletas tan aladas como aviones pirueteando sobre las montañas heladas, para girar delirantes hasta el mareo, aferrados a las aspas de un abanico tan blanco como el arroz con leche que cocinaba a las seis de la tarde, ni un minuto más, ni uno menos, la vecina de su escarpada casa materna. Tan blanco como este texto: “Apago el abanico en mis recuerdos, Ausencia; refocila la lluvia sorda en el traspatio y en estas manos despistadas, amargo este sabor, un poco olvido; apuro de este día, al margen de sus goznes, este sabor sin riendas del veneno, esparciendo su vida entre lo muerto”.

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El Puente de Talita Martha Rivera Garrido Plenamar

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Desde el poema hacia el Poema en la Nave Sorda de René¿Han visto a René Rodríguez Soriano? ¿Lo conocen? ¿Lo han contemplado oscilar de un paso alsiguiente, y viceversa, con un andar siempre tan pausado, como si le diera trabajo mover su altahumanidad de carne y hueso en cada movimiento con el que se desplaza? Con la pobre raigambre dequien es demasiado alto para ser contenido por un espacio demasiado pequeño, con esa estatura queavanza ascendente hacia el pico más frío de los altozanos de Constanza.

Quizá no les parezca nada vinculante esta pregunta, cuando hemos venido aquí a conocer su nuevolibro, Nave Sorda.

Pero sin embargo, a mí, que me ha tocado ya varias veces, todas entrañables, hacer para él y junto aél lo que hoy aquí nos convoca, sí que me lo parece. Tal vez porque la vieja niña que soy, conocedemasiado bien, no sólo a este niño que nació viejo, sino también (y tal vez más) su literatura toda.Entonces, el símil entre la alta corporeidad de René y el desborde de su obra, de su sólida obra,chorreante en torno a las aristas de una insularidad literaria endémica, pandémica, que padecemosen el marco referencial coetáneo, simultáneo, dominicanos y dominicanas de varias generacionesdedicadas al oficio de escribir, es una idea que quiero dejar sostenida aquí, al iniciar estas brevesnotas, para retomarla y aterrizarla al final de ellas. Mientras vamos navegando en su nave sorda,barco grande (como él mismo) que anda (guárdenme un minutico esa idea).

Recuerdo que cuando me tocó presentar hace un par de años su bellísimo libro “Solo de flauta”,intenté descortazariar a René desde todas sus intertextualidades. Sin embargo, es precisamente conuna metáfora urdida desde Rayuela, con lo que rotulo este texto destetado a destiempo, en unintento por demostrar que yo nunca le creí el cuento con el que (cuando, antes y después de cantarsus canciones hechas de abecedarios de colores rosa y gris metal, y de una Muestra Gratis del Renépublicista, que no el mismo pero idéntico a aquél cuyas raíces sin comienzo y sin final habíadescubierto Enriquillo Sánchez una década atrás de la mía) se empeñó en querer hacernos creer queantes que poeta, teníamos que considerarlo cuentista. Y no se lo creí, porque lo conozco bien ydesde siempre, y porque fue desde el poema mismo, ese que nunca lo ha abandonado, desde dondeplanifiqué una vez junto con él un atentado al gobierno de Katmandú, manejando bicicletas tanaladas como aviones pirueteando sobre las montañas heladas, para girar delirantes hasta el mareo,aferrados a las aspas de un abanico tan blanco como el arroz con leche que cocinaba a las seis de latarde, ni un minuto más, ni uno menos, la vecina de su escarpada casa materna. Tan blanco comoeste texto:

“Apago el abanico en mis recuerdos, Ausencia; refocila la lluvia sorda en el traspatio y en estasmanos despistadas, amargo este sabor, un poco olvido; apuro de este día, al margen de sus goznes,este sabor sin riendas del veneno, esparciendo su vida entre lo muerto”.

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Entonces, como decía, me veo obligada a regresar a Cortázar, para atravesar igual que Talita aquélpuente que construía Horacio Oliveira desde él hacia él mismo; para llegar a Traveler, conectandotoda la obra de René Rodríguez Soriano desde un mismo cordón umbilical que viene y va desde yhacia el poema en la ambición baudeleriana de hacer poesía sea en prosa o en verso. Y RenéRodríguez Soriano, siempre ha sido poeta. Poeta novelando en versos afilados, contando historiasbreves de una memoria que es él y lo trasciende, haciendo libros tal y como quiso Novalis (comoquien hace música), dando respuestas malintencionadas a entrevistas conspicuas, en campañaspublicitariamente ausentes, y en la forma en cómo se desplaza, lenta y pausadamente, desde su altacorporeidad hacia el texto. Hacia todo texto. A cualquier texto. Barco grande, ande o no ande.

Toda la obra de René, toda, puede ser vista a través de algunas imágenes de aquél inefable texto deGastón Bachellard, Instante Poético e Instante Metafísico:

La poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema tiene que dar una visión del universo yel secreto de un alma, un ser y objetos, todo a la vez. Si ella sigue simplemente el tiempo de la vidaes menos que la vida; sólo puede ser más que la vida inmovilizando la vida (…). Es entonces elprincipio de una simultaneidad esencial en que el ser más disperso, más desunido, conquista suunidad.

(…) Ante todo, golpeando sobre las palabras huecas, hace callar la prosa o los trinos que dejarían enel espíritu del lector una continuidad de pensamiento o, de murmullo. Luego, después de lassonoridades vacías, produce su instante. Para, construir un instante complejo, para insertar en eseinstante simultaneidades numerosas, el poeta destruye la continuidad simple del tiempoencadenado.

En todo verdadero poema pueden hallarse, pues, los elementos de un tiempo detenido (…).

Al aceptar las consecuencias del instante poético, la prosodia logra llegar a la prosa, al pensamiento

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explicado, a los amores experimentados, a la vida social, a la vida corriente, la vida que se deslizalineal, continua. Pero todas las reglas prosódicas no son más que medios, viejos medios. El fin es laverticalidad, la profundidad o la altura; es el instante estabilizado en que las simultaneidades, alordenarse, demuestran que el instante poético tiene una perspectiva metafísica”.

Y tal vez entonces debería yo callarme aquí, porque, esencialmente, para entender la unidad de unasola obra como continuum, de esta que hablamos esta noche, de una obra que transita su puentecosmogónico, hecho de palabras, de amor a la lengua, de jugar limpiamente con vocablos que serepiten para diferenciarse, que fundan una evocación de lo que el escritor, el poeta de Nave Sorda yde Su Nombre Julia quiere decir y dice, desde el silencio que funda en su sordera (esa sorderagesticulante, hablante, lírica, rigurosa, escritural y existencialmente plantada) bastaría esecompactadamente grande exergo del texto de Bachelard. O quizá ampliar lo que se quiere decir conel martes de una de sus naves sordas cualquiera:

“Oyendo tu canción, filtran mis sueños penas y estrabismos. Esta distancia atroz, da de beber delagua que no cesa, enrojeciendo el ojo tieso, dedo y horas en salmuera, tú girando en mi alfabeto enbandas. Asomos y promesas, urdiendo en lontananza. ¿Qué ha sido de tus aspas, sus girosdeslenguados, barriéndome la angustia? ¿Qué ha sido de mis manos, desgonzadas y ciegas? Di quehas vuelto, llena la estancia sorda con tonos encendidos; di que estás y que eres capitán, capitana(ya sé que hacer con esta boca cada noche, frente al mapa de tus carnes)”.

Pero no. No es suficiente. Porque en un escritor que ha recorrido por más de cuarenta años todos losgéneros, nunca un solo poema podrá ser suficiente. Y porque el poeta no se ha detenido solamenteen el aliento sordo de su poiesis. René nombra mundos, sus mundos, memorias vivísimas en cadauno de los textos que recorren ese cordón que va del ombligo a la placenta en su obra toda. De unabibliografía que existe para ser leída en su contínuum. Y hay de todo aquí, como en las boticas deConstanza y de Houston.

Nave Sorda es un abrazo breve entre el andar pausado (aquí retomo el principio, recuerdan quepregunté si lo habían visto caminando, al escritor) y la danza. Vemos, sentimos, leemos, vemos, eneste texto, como si fuéramos atravesando el puente de Talita que tanto amó él ha amado, toda laobra de René Rodriguez Soriano en este solo libro que hoy nos convoca.

Veo este libro como un solo poema, trabajado con amor a la lengua, a su lengua, hecho de palabrasa veces invisibles, tanto sordas como mudas, como ciegas.

Limpio, como quien retiene en los pulmones una exhalación lírica, un poema casi perfecto, es estelibro de mi hermano René. Y entiendo que el mismo nos propone más que nunca leer su obra comoun todo. Transitarla de aquí para allá y de allá para acá. Y debería terminar aquí. Pero no quiero sinantes dejar mi propio, personal manifiesto, ante la propuesta de una lectura de puente.

Yo planteo que René Rodríguez Soriano es el autor más sólido y más solo de una generación que nisiquiera existe a en la literatura dominicana. Un fundamental Des-generado (como él a sí mismo seproclama). El autor emblemático de un tránsito que con rigor, él y casi nadie más ha trasegado ennuestro país. Pienso que es necesario aproximarnos a la unidad de su obra plasmada en Nave Sorda,también a partir de las palabras de Marcio Veloz Maggiolo al referirse a nuestro escritor abordandosu narrativa más breve:

“René tiene el don de manejar la poesía que deshiela el misterio. No es necesario que el cuento seaun dechado de ejercicios técnicos, su pluma nos lleva por el remolino de la fantasía que puede seruna teoría del recuerdo”.

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El Puente de Talita Martha Rivera Garrido Plenamar

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Podrán llegar a esta nave sin sordera, atravesando el puente del capítulo 41 de Rayuela:

-Tengo miedo -dijo Talita-. Tu tablón parece menos sólido que el nuestro. -¿Qué? -dijo Oliveira ofendido-. ¿Pero vos no te das cuenta que es un tablón de puro cedro? No vas acomparar con esa porquería de pino. Pasate tranquila al mío, nomás. -¿Vos qué decís, Manú?-preguntó Talita, dándose vuelta.

Traveler, que iba a contestar, miró el punto donde se tocaban los dos tablones y la soga malajustada. A caballo sobre su tablón, sentía que le vibraba entre las piernas de una manera entreagradable y desagradable. Talita no tenía más que apoyarse sobre las manos, tomar un ligeroimpulso y entrar en la zona del tablón de Oliveira.

Por supuesto el puente resistíó, porque estaba muy bien hecho.

3 de marzo del 2016, Santo Domingo

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Martha Rivera-Garrido es poeta, narradora y ensayista.