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Arquidiócesis de Medellín / Noviembre - Diciembre 2012 / 199 / 1.500 Ejemplares / ISSN 1909-9584 / ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955 "Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI. Deus Caritas 1) "Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI. Deus Caritas 1)

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El Informador 199

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"Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI. Deus Caritas 1)

"Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI. Deus Caritas 1)

REVISTA EL INFORMADOR CARATULA EDICIÓN 197. CIAN MAGENTA AMARILLO NEGRO. CUATRO COLORES. 25-09-2012.

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CONTENIDO

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LA FE SEGÚN LA REVELACIÓN DEL NUEVO TESTAMENTOPor: Jose Gustavo Baena, Pbro.

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LA NOTICIA DEL DOMINGOCOMENTARIO BÍBLICOPor: Jairo Alberto Henao Mesa, Pbro

LA NOTICIA DEL DOMINGOCOMENTARIO TEOLÓGICO PASTORALPor: Álvaro Mejía Góez, Pbro.

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EL CONCILIO VATICANO II Y EL AÑO DE LA FEPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROSPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

EL CONCILIO VATICANO II Y EL AÑO DE LA FE

Era yo un niño todavía cuando entré al Seminario y la primera oración de todas las mañanas era aquella que el Papa Juan XXIII había mandado recitar por el éxito del Concilio Vaticano II, que apenas comenzaba: “Espíritu Divino, renueva tus maravillas en esta nuestra era como si fuera un nuevo Pentecostés, y concede que tu Iglesia, orando perseverantemente e insistentemente con un solo corazón y mente junto con María, la Ma-dre de Jesús, y guiados por Pedro, promueva el reinado del Divino Salvador, el reino de justicia, de amor y de paz”.

Cincuenta años después, con profunda emoción, doy inicio a esta Jornada que quiere conmemorar y recoger el mensaje del mayor acontecimiento eclesial del siglo XX, que tiene y seguirá teniendo profundas repercusiones en la vida de la Iglesia. El Vaticano II, ha dicho el Papa Benedicto XVI, es una brújula segura para orientarnos en el mo-mento presente. Podemos estar seguros que el Vaticano II no tiene marcha atrás. Ahí están sus documentos abiertos a nuevas posibilidades, ca-paces de engendrar nuevas tareas, cargados de espíritu y de esperanza para el futuro.

El Concilio Vaticano II recoge importantes movi-mientos y sugerencias que empezaban a surgir y los encauza hacia grandes proyectos eclesiales: la apertura a la Palabra de Dios, la renovación de la liturgia, la participación de los laicos, el trabajo por la unidad de los cristianos, la tarea de la evan-

La primera motivación para este año especial la dio el Papa cuando lo convocó: “La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memo-ria de su soberanía, recodar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su propia identidad, el derecho de aquello que les pertenece, es decir, nuestra vida. Preci-samente para dar un renova-do impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuen-tran hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da la vida en plenitud”.

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gelización en el mundo, la defensa de la libertad religiosa. Pero, sobre todo, se ocupa de pensar la Iglesia en su conjunto, de mostrar los caminos de su unidad interior y de señalar su puesto y su misión en el mundo de hoy. Quiere una Iglesia capaz de valorar la actividad humana y que, res-petando su autonomía, logre evangelizar la eco-nomía, la política, la educación, las relaciones sociales.

Vivir hoy el espíritu del Concilio Vaticano II nos pide trabajar por construir una Iglesia abierta y fraterna, defensora de la dignidad y de los de-rechos de la persona humana, solidaria con to-das las necesidades de la humanidad, capaz de llevar a todos sus miembros a la comunión y la participación, dispuesta a vivir para el anuncio del Evangelio hasta los confines del mundo. El Va-ticano II diseñó un nuevo paradigma de Iglesia que entrega la riqueza insondable que es Cristo, único capaz de esclarecer el misterio del hombre, a la humanidad con la que dialoga y camina hasta el final de la historia. Un pueblo en camino que, como signo y sacramento, anticipa aquello que Dios quiere: una sociedad en la que se vive la fra-ternidad, la verdad, el amor, la libertad, la justicia y la paz.

Infortunadamente, se han querido hacer diversas lecturas e interpretaciones del Concilio que no siempre han favorecido la marcha de la Iglesia llamada a impulsar el proyecto de salvación de Dios en el mundo. Hoy, como ayer, la Iglesia debe discernir nuevos signos de los tiempos: la libertad y el pluralismo, la llamada cultura digital, la infor-matización del conocimiento, los despliegues de la tecno ciencia, la economía del crecimiento ilimita-do, las búsquedas en el campo ético y moral, las metamorfosis de la religiosidad y la sustentabili-dad ecológica de la Tierra.

El tiempo que vivimos de profundas transforma-ciones y de grandes esperanzas nos exige ante todo la fe, que con frecuencia, ante la fuerza del secularismo, del materialismo y del relativismo,

escasea o se debilita en el mundo y también en amplios sectores de la Iglesia. Así lo ha visto Be-nedicto XVI cuando ha querido situar este impor-tante aniversario del Vaticano II dentro de un Año de la fe.

La primera motivación para este año especial la dio el Papa cuando lo convocó: “La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente ha-blar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recodar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su propia identidad, el derecho de aquello que les pertenece, es decir, nuestra vida. Precisamente para dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la amistad con Cristo que nos da la vida en plenitud”.

Es un año para todos nosotros, para que en el ca-mino de la fe sintamos la necesidad de renovar el paso, que a veces se hace lento y cansado; para comprender el valor de pertenecer a la Iglesia como un antídoto a la esterilidad del individualis-mo que nos acosa en nuestros días; para conju-gar la reflexión y la oración con la inteligencia de la fe que nos hagan sentir la urgencia de Dios en nuestra vida y en el mundo; para salir del mutis-mo de quien no tiene nada que decir y pasar a la alegría de comunicar la maravilla que es Cristo con un testimonio humilde y audaz; para que los que se sienten caminando en la indiferencia reli-giosa y en el agnosticismo encuentren de nuevo el sentido perdido y el gozo de vivir su Bautismo.

Este Año de la fe es también para responder a un clima de ignorancia religiosa que ha ido creciendo entre nosotros. Benedicto XVI lo denunciaba al referirse a “un analfabetismo religioso que se di-funde en medio de nuestra sociedad tan inteligen-te”. Es decir, una carencia de lo más elemental de la gramática religiosa. Es un Año para reencon-trarnos con la belleza de la Iglesia que, según co-mentaban los antiguos autores cristianos, crece y decrece en el tiempo como la luna. Tantas veces

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por las persecuciones y, sobre todo, a causa de los pecados de sus hijos entra en una fase de os-curidad; pero su esplendor depende de la luz del sol, es decir, de Cristo. Por eso, cuando nosotros lo permitimos vuelve a aparecer iluminada por su Señor para entregar al mundo el resplandor del Evangelio.

Un Año de la fe para redescubrir la grandeza de la vida cristiana, que nos saca de nuestra indiferen-cia e individualismo para ponernos al servicio de los demás. Por tanto, en una sociedad donde el egoísmo, la superficialidad y la violencia no dejan de extender su rastro de injusticia, de destrucción y de muerte, la fe marca una urgencia de com-prometerse, con todos los medios y con todos los esfuerzos y sacrificios que sean necesarios, en la construcción de una sociedad equitativa, fraterna y en paz. La fe no es algo para otros, es para nosotros, llamados hoy a un compromiso efecti-vo con los que sufren y ven de diversas maneras conculcada su dignidad.

Es con el espíritu del Vaticano II y con la fuer-za de la fe, como podremos emprender la tarea de la nueva evangelización que es “una actitud, un estilo audaz”. La nueva evangelización es “el coraje de atreverse a transitar por nuevos sende-ros, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio… Es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los prime-ros cristianos, de los primeros misioneros”. Es “el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llama-da a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en co-rrespondencia con los fuertes cambios actuales” (Lineamenta para el Sínodo).

Como nos dice Juan Pablo II en su Carta Apostó-lica Novo Millenio Ineunte, no se trata de “inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradi-ción viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mis-

mo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusa-lén celeste” (NMI, 29)

Los tiempos de la Iglesia necesitan una sedimen-tación muy larga. Hace falta tiempo para recibir, conocer, profundizar, y aplicar el mensaje de un Concilio. Cuando en 1965 se terminó el Concilio, era frecuente escuchar esta expresión: el Vati-cano II se adelantó 50 años. Esos 50 años han pasado; ha llegado la hora de que asumamos la vida y el espíritu que contiene trabajando seria-mente en tres direcciones: una purificación de la Iglesia, un esfuerzo serio por vivir la unidad, un compromiso audaz para evangelizar. Esos 50 años han pasado es hora del nuevo Pentecostés que pedía el Beato Juan XXIII.

Aquí en Medellín se reunieron los Obispos de América Latina en 1968 para aplicar el Concilio a la vida de la Iglesia en nuestro continente. Un compromiso más para que nuestra Arquidióce-sis permita el “aire fresco” del Vaticano II y entre ya por la puerta de la fe, que como ha señalado Benedicto XVI, está siempre abierta e introduce en un camino que no termina nunca. Que esta Jornada esté llena de bendiciones, de alegría, de compromiso y de esperanza para cada uno de Ustedes y para nuestra querida Iglesia en Mede-llín.

(Apartes de la intervención en la Jornada de Re-flexión para conmemorar el 50º aniversario del Concilio Vaticano II dentro del Año de la Fe, Me-dellín, 10 de noviembre de 2012).

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HomilíaEn la Ordenación de Presbíteros

Gen 14,18-20; 1 Pe 5,1-4; Lc 22,14-20.24-30

Me llena de agradecimiento y alegría el poder aco-ger hoy once nuevos sacerdotes en el presbiterio de la Arquidiócesis de Medellín. Unido a los Obis-pos auxiliares y a todos los presbíteros de esta Iglesia particular bendigo al Señor que nos regala nuevos pastores. Los saludo muy cordialmente, queridos ordenandos, rodeados hoy por nuestra oración, nuestros cantos, nuestro sincero afecto y nuestra profunda emoción espiritual.

Entre quienes los acompañamos tienen un puesto especial sus padres y familiares a quienes expreso la gratitud de la Iglesia; los rectores y formadores que los han guiado en su proceso de discernimien-to y de preparación; las diversas comunidades pa-rroquiales en las que ha crecido su fe o han tenido un campo de apostolado; los benefactores, en su mayoría desconocidos, que con su oración, su su-frimiento o sus recursos les han ayudado en este camino.

Los invito a todos Ustedes, hermanos y hermanas, a estar muy cerca de estos once diáconos que den-tro de poco serán ordenados presbíteros, soste-niéndolos con una ferviente plegaria de alabanza al Padre que los ha elegido, al Hijo que los ha atraído hacia sí y al Espíritu Santo que los ha santificado y ahora de nuevo los unge y los consagra. Los invito a todos a entrar en este acontecimiento de salva-ción que se está realizando, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios que ha sido proclamada.

El santo Evangelio nos ha relatado la institución de la Eucaristía. Nos encontramos allí con las palabras que repite cada día el sacerdote “in persona Chris-ti”, para hacer presente sobre el altar el sacrificio realizado en el Calvario. Para un sacerdote estas palabras no son sólo una fórmula consagratoria, sino una fórmula de vida. De ellas surgen su identi-dad, su espiritualidad y su misión. Si toda la Iglesia vive de la Eucaristía, mucho más la existencia sa-cerdotal debe tener “forma eucarística”.

Después de dar gracias, el Señor parte el pan y lo da a sus discípulos. Partir el pan es el gesto que indica que se comparte con otro lo que se tiene, que se le acoge en la intimidad de la propia casa. En el pan partido, el Señor se reparte a sí mismo. Por eso, el gesto de partir el pan alude misteriosamente al amor que llegará hasta la muerte. El se da como “pan para la vida del mundo” (Jn 6,51). Al bendecir y partir el pan, Jesús lo transforma; ya no es pan lo que da, sino la comunión consigo mismo. Esta transforma-ción es, a la vez, el comienzo de la transformación del mundo; un mundo de resurrección, un mundo de Dios, que comienza en el pan transubstanciado.

En el gesto de Jesús que parte el pan, el amor que se comparte ha alcanzado su extrema posibilidad. Jesús se deja partir como pan, cae en tierra como el grano de trigo que muere, se entrega para que el pan escaso se multiplique hasta el fin del mundo. No es sólo un acto litúrgico, es un acto de amor que da la vida. Vivir la Eucaristía es entregarse en el amor para que nazca el mundo nuevo, el mundo de la resurrección, el mundo de Dios.

Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

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Queridos diáconos, como Jesús en la última cena, vivan bendiciendo y dando gracias a Dios por su obra en la historia, por el amor que les ha manifes-tado, por el ministerio que les confía, por la actua-ción que les permite tener en el advenimiento de su Reino. Este es el sentido de la pobreza evangélica: hemos recibido tanto, que no tenemos ya capaci-dad para apegarnos a pequeñas cosas.

Repitan la fórmula eucarística sintiéndose implica-dos en el movimiento espiritual de autodonación que entraña. Su vida tiene sentido si sabe hacerse don y entrega al servicio de los demás. La obedien-cia se ilumina por esta relación con la Eucaristía; al obedecer por amor se está poniendo en la propia carne el “tomen y coman”, siendo también el sacer-dote “cuerpo entregado” para dar vida al mundo.

Hacer la memoria del Señor es mantener vivo y ac-tuante el misterio del amor del Señor hasta la muerte. Hoy, cuando profundos cambios culturales quieren olvidar a Dios y arrancar las raíces cristianas, el sa-cerdote cultiva la espiritualidad de la memoria siendo él mismo un signo personal, un recuerdo vivo, fiel y permanente de Cristo, por su vida de oración, por su caridad pastoral, por su celibato y castidad.

Para que puedan ser acción de gracias permanen-te, hombres entregados, memoria fiel y viviente de Cristo, desciende ahora sobre Ustedes el Espíritu. Se dará este misterio a través del significativo gesto de la imposición de las manos por el que les confe-riré la dignidad presbiteral. El silencio profundo con que el obispo consagrante y, después de él, los de-más sacerdotes impondrán las manos sobre su ca-beza está unido inseparablemente a la oración con-sagratoria con la que pedimos a Dios que derrame sobre Ustedes su Espíritu y los transforme hasta lo más profundo de su ser, haciéndolos partícipes del sacerdocio de Cristo.

Siempre deberán recordar este gesto en el que está el origen de su nueva identidad y de su futura misión. El Papa Benedicto XVI explica el misterio de este momento diciendo que en él tiene lugar el encuen-tro de dos libertades, la libertad de Dios, operante mediante el Espíritu Santo al que el obispo con las

manos extendidas pide que consagre el candidato y la libertad del hombre, expresada en el diácono que de rodillas recibe con fe y alegría este don. Y concluye: “El conjunto de esos gestos es importante, pero infinitamente más importante es el movimiento espiritual, invisible, que expresa; un movimiento bien evocado por el silencio sagrado, que lo envuelve todo, tanto en el interior como en el exterior”.

Esta consagración, a partir de hoy, se vuelve “vida sacerdotal”, la de Jesús, buen Pastor, que habita en Ustedes y se vuelve amor que perdona al pe-cador, que busca al que está perdido, que se des-gasta por las personas que les son confiadas, que se multiplica y se hace fecundo en la acción apos-tólica, que se vuelve consuelo para los que sufren y están heridos por la vida, que no desampara nunca a los pobres, que busca con empeño la santidad para hacerse más capaz de reflejar el corazón de Dios en el mundo.

Queridos diáconos, la Iglesia hoy da gracias a Dios por Ustedes y tiene tanta esperanza en que, como nos ha enseñado el apóstol Pedro, Ustedes sean pastores no a la fuerza, sino de buena gana; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtién-dose en modelos del rebaño; para que cuando apa-rezca el supremo Pastor, reciban la corona de gloria que no se marchita (cf 1 Pe 5,1-4). La Iglesia cuenta con cada uno de Ustedes, espera de Ustedes mu-chos frutos de santidad y de generosidad apostólica.

Queridos ordenandos, en este día tan grande y significativo para Ustedes, yo deseo que sean ver-daderos servidores como Cristo nos ha enseñado, que perseveren con él en sus pruebas, que reciban el Reino como a él le fue transmitido por el Padre y que un día coman y beban a su mesa en el cielo (cf Lc 22, 29-30). Que los acompañe en este camino y en esta misión la Virgen María, a quien los consa-gro; acójanla en su corazón como el apóstol Juan al pie de la cruz. Que ella sea consuelo y estrella de su vida y de su sacerdocio. Amén.

Medellín, 24 de noviembre de 2012

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INTRODUCCIÓN

Les entregamos a continuación un esquema de re-cepción de los textos de la Palabra de Dios para los domingos de Adviento, Navidad y I-II del Tiempo Ordinario. Y lo presentamos siguiendo el esquema de un ejercicio de Lectio Divina.

EL ESQUEMA DE LA LECTIO DIVINA

La Lectio Divina sirvió para estructurar la vida mo-nástica en sus inicios: Los pasos de la Lectio Divina se pueden dividir en dos: Momentos concretos del ejercicio de la Lectio y Respuestas del Monje en su proceso de fe. Una pequeña descripción nos sirve:

• Lectio: Consiste en la lectura de la Palabra de Dios.

• Meditatio: consiste en el estudio de la Palabra de Dios.

• Oratio: Consiste en la oración comunitaria o individual que brota de los dos momentos an-teiores.

• Collatio: Consiste en el compartir en comunidad de todos los elementos suscitados en los pasos previos.

La Noticia del DomingoComentario Bíblico

Por: Jairo Alberto Henao Mesa, Pbro1

1 Presbítero de la Arquidiócesis de Medellín. Magíster en exegesis Bíblica del PIB – Roma. Doctor en Teología de la UPB. Actualmente es Profesor de Sagradas Escrituras en la Facultad de Teología de la UPB-Medellín.

Al finalizar esta lectura so-bre la vida de Jesús y su pri-mera comunidad debemos terminar con una exclama-ción: ¡Lucas no deja de sor-prendernos!

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• Contemplatio: No es un momento concreto. No se contempla por unos minutos. Es un punto de llegada, es una disposición existencial hacia el Misterio de Dios que nos asombra y nos mueve hacia Él, en una especie de adecuación de la vo-luntad, del cuerpo, del alma. No todos llegan fá-cilmente, no siempre se llega. Es como una gra-cia silenciosa del Espíritu de Dios en nosotros. No se trata de zalamería religiosa o banalidad espiritual, tan de moda hoy.

• Operatio: Tampoco se trata de una acción de unos minutos, sino de la misión a que nos lleva el “encuentro” con el Cristo Resucitado, a quien hemos empezado a escuchar por la Lectio y ter-minamos escuchando en el “Silencio de la Con-templación”.

Este nuevo año 2013, somos invitados por el Se-ñor Arzobispo de Medellín, a consolidar las peque-ñas comunidades, que den nuevo vigor a la Evan-gelización. Las partes de este esquema que les proponemos les pueden servir a las pequeñas co-munidades, a los grupos de trabajo pastoral, a los grupos de jóvenes y niños, para: Escuchar, hacer discernimiento y proponer una misión concreta a partir de la Palabra de Dios que se proclama cada domingo.

Si las pequeñas comunidades conocen de ante-mano la Palabra de Dios del domingo, ellos mis-mos pueden ser pequeños evangelizadores en la “casa”, como nos lo propone la primera pedagogía evangelizadora que conocemos: La del evangelista y narrador Lucas en Hechos de los Apóstoles.

Cada comunidad puede plantear al final del trabajo los retos que nos propone la Palabra de Dios en la cotidianidad y esto animado por el carisma y sabidu-ría del Sacerdote puede enriquecer más el ejercicio.

EL AÑO DEL EVANGELISTA SAN LUCAS

Quiero a partir de cinco elementos entrar en lo que podrían ser los grandes lineamientos del evangelis-

ta Lucas para presentar a Jesús. No son los únicos. Pero nos pueden servir para entender un poco la perspectiva lucana.

1. La figura de Juan Bautista.

Es el profeta de la conversión. Así narra el evange-lista: 3,7-20… Leemos este texto para descubrir la forma tan dramática como predica Juan la prepara-ción de Israel para recibir al Mesías.

Los versos 7-9 son totalmente apocalípticos en los términos históricos. El juicio es inminente para Is-rael. Se requiere un cambio, un esfuerzo personal y comunitario para que el desenlace sea favorable. Comienza con un insulto: ¡Raza de víboras! No vale para ello decir que son hijos de Abraham, la con-versión no se suprime por la pertenencia a la raza judía.

Los versos 10-11 introducen la idea de conversión en la misma línea que lo planteó el profeta Isaías, Oseas y Amós: El vestido y la comida son símbolos de la verdadera fraternidad, de que todos se sien-ten hermanos y procuran el pan y el vestido para todos.

Los versos 12-13 trasladan el tema a los cobrado-res de impuestos, aquellos funcionarios serviles, utilitaristas y acomodados en el imperio. La pers-pectiva del dicho no es contra el imperio sino contra la injusticia plasmada en cobrar más de lo que se debe en impuestos.

El verso 14 toca el tema de la soldada, previniéndo-la contra el prevaricato y la injuria. De nuevo apa-rece el tenor apocalíptico de la predicación de Juan Bautista en el verso 17. Así mismo su lucha moral contra las costumbres de Herodes.

Si nos detenemos a mirar la situación que describe el texto, vemos que no era fácil para nadie. Todos estaban expuestos a las tasas imperiales, todos es-taban expuestos a los excesos de poder militar y policivo, la profundización de la pobreza debió ser

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impresionante: Falta el vestido y el pan.

Otros elementos que engalanan la presentación de Juan Bautista como antesala del acontecimiento Jesús:

• Hijo de una familia sacerdotal: 1,5…• Su nacimiento es más un prodigio de Dios que

de la capacidad humana 1,13…• En él actúa el Espíritu de los Profetas del Pue-

blo de Israel. Si leemos algunos pasajes donde este Espíritu actúa, allí encontraremos un pare-cido fundamental entre el ayer y el hoy de la na-rración: Salmo 139 (138), 13-18… Jr 1,4-5… Is 35,1

Una vez que es presentado el origen mismo de Juan, Lucas tiene preparado el terreno para decir lo que está en 16,16: “La ley y los profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se anuncia la buena noticia acerca del Reino de Dios, y a todos se les hace fuerza para que entren”.

2. Relación sinóptica con Marcos – Mateo.

Narra la misma historia que encontramos en Mar-cos y se parece a Mateo en algunas narraciones.

• Marcos. Lucas narra la vida y obra de Jesús como un viaje que comienza en Galilea, ascien-de a Cesaréa de Filipo y desde allí desciende hasta Jerusalén. Galilea – Cesaréa de Filipo – Jerusalén.

• Mateo. Narra la infancia en las cercanías de Je-rusalén; la genealogía de Jesús; las tentaciones; las bienaventuranzas – su relación con la Ley; la oración del Padre Nuestro; amplios relatos de resurrección.

Pero al mismo tiempo se distancia en su perspec-tiva y descubre otros elementos que él cuenta con cierta magia, por no decir profundidad especial.

• Genealogía. 3,23-38. Lucas va un poco más atrás en su presentación y muestra a Jesús como el Nuevo Adán. Cuando yo busco el abolengo de alguien es porque quiero relacionar la sangre de dos personas ubicadas en momentos históricos diferentes. Al decir que Jesús es el nuevo Adán, también nos está sugiriendo que con él se inicia la Nueva Creación.

• Relato de la infancia. Mientras Mateo nos cuen-ta las cosas en la perspectiva de José, hijo de David, San Lucas nos lo cuenta en la perspec-tiva de María: El profeta Isaías 66,10… veía en Sión, la ciudad santa, inundada de la presencia de Yahvé, como la madre de todos los pueblos, a través de la cual se derramaba el conocimiento y el temor del Señor. El pueblo de Israel era el sier-vo a través del cual esto se hacía posible. Lucas ve en María a la Nueva Sión en cuyo seno está el Señor… (mariología funcional). De nuevo los elementos de esta presentación aparecen en el libro de Hechos de los Apóstoles 1,12-14 (leer). Después de la Resurrección – Ascensión a la presencia del Padre, los discípulos de Jesús se encuentran en la ciudad de Jerusalén, en oración y allí están presentes todos los más importantes discípulos y discípulas y por supuesto la Madre de Jesús, con sus hermanos. El primer nacimien-to, el de Jesús, visto en la perspectiva del Se-ñor que se hace presente en Sión, prefigura el segundo nacimiento, el de una comunidad que asume para sí el perfil de la nueva Sión, la con-solada. En ese nuevo alumbramiento van a estar presentes: la comunidad que espera, el Espíritu que inunda y la Madre.

3. El Espíritu Santo en Jesús.

Este elemento que se me ha ocurrido al leer el evangelio de Lucas lo he querido llamar así: iden-tificación de Jesús. Es el evangelio que más men-ciona la realidad Espíritu Santo. Este proviene de la expresión veterotestamentaria RUAJ ADONAI. Este RUAJ… :

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• Es el Espíritu que convierte el caos en el orden de la creación (Gn 1,1).

• Es el fuego y llama que se ve y escucha en la montaña del Sinaí (Dt 5,23-24).

• Es la brisa suave que lleva al profeta Elías a cu-brir su rostro (1Re 19,13).

• Es el Espíritu que adorna con su presencia la vida del Rey para que gobierne sobre su pueblo (Is 11,1-10).

• El mismo fuego devorador que consume al profe-ta (Cfr. Jr 20,9).

• El Espíritu de la anunciación a María, la Hija de Sión (Lc 1,35).

• Es el Espíritu que desciende sobre Jesús en el momento del bautismo (3,21).

• Es el Espíritu que lo acompaña en las tentacio-nes (4,1).

• Es el Espíritu que lo unge con alegría al regreso de los discípulos (10,21)

• Es el Espíritu que se desprende de él en la cruz (23,46).

• Es el Espíritu que arde en el corazón de los dis-cípulos cuando escuchan las Escrituras (24,32) y que los lleva a decir “De veras ha resucitado el Señor”.

• Es el Espíritu que mueve a los discípulos en Pen-tecostés (Act 2,1-13).

• Es el Espíritu que fortalece a Esteban ante la in-minencia del martirio (Act 7,55).

• Es el Espíritu que lleva a Felipe, Pedro y Juan a evangelizar Samaría, grandes antagonistas de los judíos (Act 8,1.5.14-15…).

• Es el Espíritu que transforma el corazón de Pa-blo y le enseña a “sufrir por la cruz de Cristo” (Act 9,16.17-19).

• Es el Espíritu que rompe las barreras que dividen a judíos y paganos (10,44-48).

• Es el Espíritu que rompe las ataduras del judaís-mo y los libera de la antigua hermenéutica de la Ley (Act 15,28).

• Es el Espíritu que nos permite reconocer en Je-sús, al Señor (1Cor 12,3), al verbo oculto de Dios (Jn 1,1; Heb 1,1; 1Cor 1,24).

4. La ciudad de Jerusalén, cumplimiento de la profecía isaiana.

Desde el punto de vista geográfico, Lucas tiene una alta estima por la Ciudad Santa de Jerusalén:

• Lc 1,8. Zacarías está orando en Jerusalén.• Lc 24,52. Los discípulos se quedan orando en la

ciudad de Jerusalén, conectados con el Templo.• Act 1, 12. Los discípulos se encuentran en Jeru-

salén. • Act 2,1. El acontecimiento de Pentecostés ocurre

en Jerusalén.• Act 7. En Jerusalén es el primer martirio de un

cristiano, Esteban.• Act 9,26. La conversión de Pablo es refrendada

por la comunidad de Jerusalén.• Act 11,30. Jerusalén es destinataria de la caridad

de todos los hermanos.• Act 15, 22-29. En Jerusalén se da la carta que

permite la entrada de los gentiles a la comunidad de los creyentes.

• Act 18,22. Jerusalén es el lugar de regreso de Pablo cuando realiza su 2 viaje Misionero.

• Act 21, 15. Jerusalén es el comienzo del camino al martirio de Pablo.

Sólo he puesto algunas referencias que denotan la centralidad que para Lucas tiene la Ciudad donde está el Señor. Jerusalén no sólo es la ciudad de Yahvé, sino también la ciudad del Resucitado.

Esta importancia no es sólo en el orden geográfico sino que allí está el Templo, lugar que evoca la pre-sencia de Yahvé. De la manera como entendamos el Templo depende la comprensión de la fe. Es tan importante esta realidad que el viaje que conduce al martirio de Pablo se origina en la comprensión del Templo (Act 21,26). Tal vez en este punto el evangelista San Juan ha tenido la originalidad de presentar el problema de la comprensión del Tem-plo como el comienzo de toda la polémica en torno a Jesús (Cfr. Jn 2,13…).

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5. Acontecimiento del Padre en la persona de Jesús.

La dinámica Padre – Hijo. Esta característica la veo vislumbrada en lo que apenas acabo de de-cir. El ministerio de Jesús está alimentado en toda su extensión por la comunión con el Padre. El acto formal de esta comunión lo vemos reflejado en lo reiterativo de la oración de Jesús.

• El bautista es anunciado en medio de una litur-gia.

• María aparece en una teofanía, muy similar en el lenguaje a las teofanías del Antiguo Testamento. Esto nos hace pensar en que la anunciación es un acontecimiento en un contexto de comunión con Dios2.

• La pérdida y hallazgo de Jesús se resuelve con la sentencia “debo ocuparme de las cosas de mi padre” (Cf. 2,49). Expresión que se repite en 19,46: “mi casa es casa de oración”.

• Lc 3,21-22. El bautismo de Jesús se hace en un contexto de oración.

• Lc 6,12-13. La elección de los apóstoles.• Lc 9,18-20. La confesión de fe de Pedro.• Lc 9,28-29. El testimonio de la Transfiguración.• Lc 9,16. En el milagro de la multiplicación de los

panes.• Lc 10,21-22. La fiesta del regreso.• Lc 11,1. La importancia de la oración: Jesús los

antoja.• Lc 19,41-43. La congoja en el camino que condu-

ce a la cruz.• Lc 22,17. La última cena.• Lc 22,31-32. Antes de la negación de Pedro ora

por su discípulo Pedro.• Lc 22,41-44. Antes de la pasión.• Lc 23,34. Pendido de la cruz.• Lc 23,46. En el momento de su paso al padre.• Lc 24,30. El encuentro de Emaús, se convierte

en una acción de Gracias.• Lc 24,50-51. La Ascensión termina en un evento

de bendición y oración en el Templo.

Si pasáramos al libro de los Hechos de los Apósto-les encontraríamos múltiples referencias en las que la vida de los creyentes va progresando en medio de experiencias de oración.

6. Pasajes sorprendentes.

Finalmente este evangelista Lucas caracteriza la vida de Jesús y por supuesto la vida de la comuni-dad con algunos de los pasajes más hermosos y re-presentativos. A tal punto que cada uno de nosotros lo recuerda porque todavía ellos nos asombran.

• 10,30-37. La parábola del buen samaritano.• 15,11-32. La parábola del Padre Misericordioso.• 16,19-31. La parábola del rico epulón y el pobre

Lázaro.• 17,11-19. Curación de los 10 leprosos.• 18,9-14. La parábola del fariseo y el cobrador de

impuestos orando en el templo.• 19,1-10. Liberación de Zaqueo.• 15,8-10. La parábola de la mujer que encuentra

la moneda.• 16,1-15. La parábola del mayordomo astuto.• 24,8-12. Las mujeres portadoras de la noticia

acerca de la resurrección.

Después de leer cada uno de estos pasajes nos pueden venir a la mente muchas ideas. Particular-mente recibo estas impresiones:

• Un extranjero, un no judío como modelo de hom-bre piadoso.

• Un padre que perdona, sin hacer matemáticas.• Un rico en el infierno por no repartir de sus bie-

nes.• Un leproso que da gracias.• Un cobrador de impuestos, acaudalado, que es

liberado de su dinero.• Un cobrador de impuestos, que con su humildad

y arrepentimiento es modelo de oración.• Una mujer es evangelizadora.• Un hombre astuto que con los bienes de su amo,

hace el camino hacia la casa del Padre (Cfr. Act 4,32-37).2 Véase por ejemplo el posarse de la nube en Ex 24,15-18; 40.35; así mismo el relato

de la transfiguración contiene todos los elementos contextuales que permiten ima-ginar un contexto de contemplación y comunión con Yahvé (Cf. 9, 29).

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Al finalizar esta lectura sobre la vida de Jesús y su primera comunidad debemos terminar con una ex-clamación: ¡Lucas no deja de sorprendernos!

¿Qué queda después de toda esta lectura? Yo no pretendo mirar el evangelio como un recetario. Aunque debemos descubrir en él la memoria de Je-sús que sana los olvidos y distorsiones de nuestro caminar en la fe. Yo quiero seguir leyendo estas páginas y quiero que en el contexto de la vida coti-diana, de mi fe, mi corazón siga ardiendo y enton-ces siga encontrando las respuestas a la pregunta: ¿qué debo hacer, Señor?

Para esto debemos escuchar a Lucas y su comuni-dad. Hacer como que no hemos escuchado nada y viene alguien con una historia que nos brinda sen-tido y esperanza, que quiere darnos testimonio de unos acontecimientos y de su significado a la luz de la Salvación.

DOMINGO I DEL ADVIENTO

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Jeremías 33,14-16• SALMO 24: ¡A ti Señor, levanto mi alma!• SEGUNDA LECTURA: 1Tesalonicenses 3,12-4,2• EVANGELIO: Lucas 21,25-28.34-36

MEDITATIO.

Si abrimos el evangelio de San Lucas en las prime-ras páginas y leemos la predicación de Juan Bau-tista, al otro lado del Jordán, preparando la llegada del Mesías de Dios (3,7-18), nos encontramos un llamado profundo a la conversión interior y respon-sabilidad social, como disposición real para el reci-bimiento del Señor: El bautista habla a la multitud, habla a los publicanos, habla a los soldados. Ser solidarios, ser equitativos, ser honrados…. Con esto ejemplifica el profeta esa preparación para el recibimiento de la Buena Noticia.

Hoy somos invitados a escuchar un pasaje que está al final del relato de la Buena Noticia (21,25-36), justo antes de la manifestación final del Mesías en la Cruz.

Con un par de imágenes tomadas del salmo 65,8, que evocan el poder de Dios sobre la creación, por-que en cuanto autor habla a través de ella, como dice el Salmo: “Tú que afianzas los montes con tu fuerza, ceñido de poder. Tú que reprimes el es-truendo del mar, el estruendo de las olas y el tumul-to de los pueblos”. Y del libro de Daniel (7,13-14), que nos recuerda al Israel fiel, al Hombre sin tacha, con el cual se inicia la restauración comunitaria, el auténtico reinado de Yahvé, descrito así por el pro-feta: “El reinado, el dominio y la grandeza de todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos” (Dn 7,27). No nos tienen que asustar las imágenes poéticas; la poesía sirve para expre-sar lo profundo, lo que sólo se dice por medio de imágenes. En general, la poesía no debe asustar a nadie, sino hablar al corazón, sensibilizar, llenar de emoción y deseo.

Jesús nos invita a disponernos interior y exterior-mente para ese gran encuentro con el Misterio de Dios que se revelará en la Cruz y Resurrección y que ha comenzado en Belén de Judá. La invitación es muy puntual: ¡Levantarse, estar despiertos y orar! Así se llena de fuerza el discípulo que recibe al Hombre, al Hijo del Hombre, para iniciar una eta-pa definitiva de “liberación” (Lc 21,28).

La imagen central de toda la liturgia de la Palabra en el Primer Domingo del Adviento es aquella del “Mesías que viene”. Y viene con una finalidad de “liberación”, esto es, de realización en esta historia de aquello creado por Dios, y que se prolonga has-ta la Presencia de Dios en la eternidad. Con justa razón el salmo invita a interiorizar el sentido de las lecturas respondiendo en voz alta: ¡A ti Señor, le-vanto mi alma! (Salmo 24). Quien ora así es uno que ha tomado la decisión de estar de pie, como cuando se recibe una visita importante y como

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quien decide ir con aquel que invita a recorrer un camino. De hecho el Salmo recoge todo un ideario interior y social del israelita fiel, con la mirada pues-ta en la fidelidad a la Palabra, en cuanto camino que se recorre.

La esperanza de restauración definitiva había sido sembrada por los profetas que vivieron los diversos exilios a que estuvo expuesto el Pueblo de Israel. De ahí la Primera Lectura de Jeremías. Ellos supie-ron ver en el futuro la acción de Dios. Ellos ayuda-ron a que Israel no se anclara en el pasado. Quien vive en el pasado vive en el odio, en el rencor, en la angustia, en la desesperación. Quien mira hacia el futuro sabe encontrar caminos, sabe cultivar flores en las cenizas. El libro del Profeta Jeremías nos transmite uno de estos anuncios que ven cómo en el futuro Dios restaurará la Casa de David, restau-rará la Tierra, restaurará la Justicia, restaurará la Paz.

Cada generación habla con las palabras e insti-tuciones que su cultura y entendimiento le propor-cionan. En aquel tiempo tener un rey era lo más importante y beneficioso para el cumplimiento en la historia del plan de Dios. Hoy tenemos institucio-nes, que desde nuestra perspectiva, son mejores en su expresión: La Democracia, la Educación, la Vivienda, la Salud, la Lúdica, la Espiritualidad Le-gítima, el Trabajo Digno. Todo ello expresaría que nuestras condiciones de vida están haciendo explí-cito el reinado de Dios.

También la Segunda Lectura de esta domínica de Adviento nos pone de cara al futuro. Un futuro re-moto en cuanto sólo Dios sabe de él. Un futuro de victoria, de encuentro definitivo, de descanso en la eternidad del Misterio de Dios. El primer domingo del Adviento es también una pedagogía que nos lleva a mirar el sentido de la existencia individual y comunitaria como un Encuentro definitivo con aquel que nos ha dado la vida, que nos ha dado a Jesús, el Hijo, que nos da continuamente su Es-píritu.

OPERATIO.

Pero mientras llega ese momento, del que sólo Dios conoce, nosotros somos el pueblo de Dios que an-sía el Encuentro con el Misterio de Cristo, nacido en Belén y que ha ofrendado su vida en la cruz como el mayor testimonio de su misión. Él nos ha envia-do a ser sus Discípulos y Discípulas. Llevar este anuncio es seguir soñando en que con su presen-cia en nuestras vidas vamos a seguir construyendo el reinado de Dios es esta historia, hasta que todos nos presentemos ante el Misterio Inconmensurable de Dios.

En este Adviento y Navidad somos invitados a mi-rar esa disposición interior y exterior para vivir en Encuentro, para como dice el Salmo: ¡Caminar por las sendas de su presencia, de su justicia, de su lealtad, de su misericordia!

Cuál es nuestra respuesta a los llamados que, como en una tormenta cósmica, nos hace el Señor en nuestra historia particular: Ausencia de Paz en el país, falta de compromiso en la educación públi-ca y privada, deshumanización de las personas por medio del consumismo, la degradación del medio ambiente, la pérdida del sentido de la vida como re-lación con Dios y relación solidaria con el hermano y la naturaleza.

El Salmo habla de un orante que está dispuesto a seguir el camino que propone el Señor: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad… las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos” (Sal 24).

Vale la pena preguntarnos si tenemos claro un ca-mino. Y si ése “camino” es el camino del evangelio, al que fue invitado caminar el grupo de los discípu-los de Jesús.

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INMACULADA CONCEPCIÓN

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Génesis 3,9-15.20.• Salmo 97: Cantad al Señor un cántico nuevo,

porque ha hecho maravillas.• SEGUNDA LECTURA: Efesios 1,3-6.11-12.• EVANGELIO: Lucas 1,26-38.

MEDITATIO.

La Tradición Bíblica veterotestamentaria nos ha transmitido que el Pueblo de Israel fue esclavo en Egipto, que Yahvé les sacó por medio de Moisés, el cual los condujo por el desierto sinaítico, duran-te 40 años mientras se daban las condiciones para entrar en las tierras de Canaán, territorio que fue entendido como la Tierra Prometida. De esta forma se cumplía la promesa hecha a los Padres, desde Abraham hasta Jacob, de que el Señor les permiti-ría tener una gran familia y poseer una tierra.

Curioso que, en el principal texto de esta Tradición, es decir, el libro del Éxodo, una vez que el pueblo ha salido de Egipto y ha llegado al Monte Sinaí, la gesta finalice, no en la entrada en la Tierra Prome-tida, sino en el relato de que la Gloria del Señor, su Esplendor, su Espíritu, habitase y llenase la Tienda del Encuentro (Ex 40,34-38).

De hecho, en el mismo texto se dedica casi un 50 % de la narración para hablar de la “construcción del Santuario del Señor” (Ex 25-40). De esta forma, el pueblo que antes servía en esclavitud al Faraón, una vez que tiene claras las nociones fundamentales de la Comunidad de la Alianza y ha construido el San-tuario, sirve en libertad a Yahvé. Mientras el Faraón es un tonto legislador que depreda la vida (Ex 1), vencido por la estulticia de sus propias disposicio-nes, Yahvé es dador de la vida y la libertad (Ex 6,1-9), se revela con sabiduría en el Sinaí (Ex 19-20,21) y llena de su esplendor el Santuario (Ex 40,34-38).

Ésta presencia, ésta Gloria, éste Resplandor de Dios, es más importante que la posesión de la mis-

ma tierra. Su presencia en medio de la comunidad, es la garantía de que nunca el Pueblo va a olvidar quién es su hacedor, quién les ha dado la vida y quién les permite poseer una tierra que mana leche y miel (Dt 8 y 11).

Así es el Misterio que celebramos en este día. Ce-lebramos primordialmente que se nos ha dado el Hijo de Dios, su presencia es la Palabra más radi-calmente pronunciada por el Padre en favor nues-tro. En Él re-descubrimos lo que dice el apóstol San Pablo en la carta a los Efesios: “Él nos eligió en la persona de Cristo con toda clase de bienes espiri-tuales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuése-mos santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1,4). De hecho, con gran pedagogía litúrgica la igle-sia ha dispuesto que este día, anticipo de la navi-dad, sea celebrado en este contexto del nacimiento del Señor. Porque todo lo esperado y celebrado en estos días tiene la pretensión de ser la memoria de aquello que somos, de nuestro origen, nuestras cir-cunstancias, nuestro destino y, además, memoria del papel que la presencia de Dios desempeña en todo este proceso histórico.

“En árabe existe una palabra para quienes buscan a Dios en el desierto: Hanif. Estos personajes co-mienzan mirando la extensión de la arena, los wa-dis y las dunas, y al fin, luego de escrutar y asolar las ideas falsas, no ven más que el resplandor. Y en esa luz que los ciega, entienden que Dios se mani-fiesta, que cada cosa que existe en mundo es de él, lo que en hebreo se llama Atzilut” (Memo Ánjel, Cuestiones Teológicas 82, 2007, p. 484).

El Misterio de Cristo es el Misterio de la Redención humana. Celebramos el nacimiento del niño, no como se celebra el nacimiento de un héroe, de un mito, sino porque Él es la plenitud de la revelación de Dios, en nuestra historia, en orden a que noso-tros participemos de la vida de Dios (Dei Verbum 1). Y, en cuanto acudimos a este Misterio, nosotros también vemos allí el resplandor de Dios que nos ayuda a escrutarnos, asolarnos, comprendernos.

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Fue, precisamente, en el Misterio de Dios que los sabios de Israel compusieron los primeros capí-tulos del Génesis, donde se habla de personajes corporativos, representación de toda la humanidad, como Adán y Eva, Caín y Abel, Noé y la generación de su tiempo. Hoy, de forma particular, escuchamos como un telón de fondo para el Misterio de la En-carnación de Jesús en María, el texto de Eva des-nuda y la serpiente. El ser humano, creado por Dios en bondad y para la bondad, elige siempre. ¡Somos elección! ¡Cada día elegimos ser! Y al hacerlo nos topamos con nuestra propia “desnudez”, en hebreo arum, que el narrador sagrado llama también “astu-cia” (arum), y jugando con esta palabra en todo el relato y con los diversos personajes, nos dice que Adán y Eva eligieron ser astutos como una serpien-te, para no Escuchar a su Creador.

En Cristo, que es el resplandor definitivo de Dios, es su Gloria, nosotros terminamos por compren-dernos a nosotros mismos, cuál es nuestra digni-dad de seres humanos, cuál es nuestra fragilidad, cuál es nuestra misión y nuestro destino, como lo sugiere el cántico de bendición de la Carta de San Pablo.

En todo este contexto narrativo de la Palabra de Dios, aparece entonces la virgen María, como In-maculada. El Concilio Vaticano II, en la Lumen Gen-tium, nos enseñó a mirar a la virgen en el contexto del Misterio de la Iglesia. Ella, a diferencia de ese personaje corporativo que es Eva, sabe “escuchar”. Y luego de “escuchar” sabe ponerse al servicio del Misterio de Dios: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Aquí es donde re-laciono todo con la Tradición del Éxodo. Ella, Ma-ría, es prototipo del pueblo que “sirve” a Dios, no al Faraón, no a la cultura de muerte. Ella, con su “escucha” y “fiat” está llena de la Gloria del Creador de la Vida, como la Tienda del Encuentro. Ella es Tienda del Encuentro en todo esto del Misterio de la Redención, prototipo de la Iglesia, de la comunidad que acoge a su Dios que le habla, que le santifica, que le redime, que le corona.

OPERATIO.

La Carta de San Pablo tiene tres momentos: la afir-mación de nuestro origen: “hemos sido elegidos en Cristo…”; la proclamación de nuestra identidad: “Él nos ha destinado a ser sus Hijos…”; y la misión a que somos llamados: “Nosotros seremos alabanza de su Gloria”.

Hay una fiesta rabínica en Israel llamada la Han-nuká. Esta fiesta surgió en el llamado período grie-go. Es decir, luego de la muerte de Alejandro Mag-no (313 a.C.), sus generales se dividieron todos los territorios conquistados. Hubo para los territorios de Siria y Palestina un rey llamado Antíoco IV Epi-fanes, heredero del poder, que saqueó el Templo y cometió las vejaciones que todo criminal comete cuando está buscando dinero y quiere humillar a un pueblo (2Mac 6,1). Hannuká significa “dedicar”. Y la fiesta surge porque la comunidad quiere “dedi-car” de nuevo el Templo que había sido violentado y profanado por los griegos, siguiendo la tradición más antigua en la que las casas, la ciudad, las mu-rallas, todo se “dedicaba” al Señor. De forma más particular la fiesta tiene que ver con la lámpara del Templo que no se apagó mientras que los Maca-beos retomaron el control del Templo (1Mac 4 y 2Mac 10). Se decía que esta luz nunca se debía apagar. Pero como la revuelta por la recuperación del Templo trajo consigo muertos, era necesario esperar que pasase el tiempo de la purificación. En todo ese lapso de tiempo, dice la tradición rabínica, la lámpara no se apagó. Cada año, cuando se ce-lebra la fiesta, al encender las luces de la Hannuká, el pueblo judío atestigua a los ojos de las naciones que la única luz en este mundo es la luz que Dios hace brillar. Esto demuestra que el Templo no ne-cesita luz que venga de afuera, sino que el mundo entero se ilumina con la luz que sale de Él.

También nosotros adornamos con luces esta so-lemnidad de la Inmaculada. Pero ¿Qué significa esto? En el fiat de María nosotros vemos el signo de la Hannuka, de la luz que nunca se apaga, que no brilla por lo que hay afuera de ella, sino por lo que hay dentro de ella, como la Tienda de Dios.

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Quizás esta implementación narrativa nos ayude a explicarle a cada niño que hace su primera comu-nión en este día, a cada Hijo que se acerca a la celebración de la Eucaristía, qué significa que nos llenemos del “Cuerpo y Sangre del Señor”. Nos lle-namos de la Gloria del Señor. En Cristo nosotros, como dice el apóstol, recuperamos nuestro origen, nuestra identidad y nuestra misión.

DOMINGO II DE ADVIENTO

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Baruc 5,1-9.• SALMO RESPONSORIAL 125: ¡El Señor ha es-

tado grande con nosotros y estamos alegres!• SEGUNDA LECTURA: Filipenses 1,4-6.8-11.• EVANGELIO: Lucas 3,1-6.

MEDITATIO.

El desierto siempre ha tenido un gran potencial de significación en las Sagradas Escrituras: Es lugar de expiación, es lugar de refugio, es lugar de ple-garia, es camino hacia la tierra prometida. Quizás uno de los pasajes más emblemáticos, si no el que más, es el Deuteronomio 8. Allí habla el Señor y le recuerda al Pueblo de Israel la necesidad que hubo de ir al desierto para entender el don de la tierra. Justo allí donde el ser humano no tenía certezas como el pan y el agua, donde se dependía total-mente de la gracia de Dios, del milagro del maná, allí se le dijo al pueblo: “para que aprendas que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor” (Dt 8,3).

En el segundo domingo del Adviento, la liturgia de la Palabra nos propone la figura de Juan Bautista, como aquel que prepara el Camino del Señor, ci-tando al profeta Isaías. Pero este Juan Precursor del Mesías está situado en el desierto. Llevando de nuevo a la comunidad, a los que escuchan, a aquel lugar donde el hombre se debe desproveer de las certezas acumuladas con el tiempo, con los usos y costumbres.

Nos recuerda el profesor Memo Ánjel que existe en árabe una palabra para hablar de aquellos que buscan a Dios en el desierto, Hanif. Y otra pala-bra para hablar de ese resplandor de Dios que se hace presente en todas las cosas como emanación suya, Atzilut (Abraham, un camino, un inicio siem-pre. 2007. Cuestiones Teológicas 82). Quien busca a Dios en el desierto, entiende todos los resplando-res de Dios en la historia.

El desierto es indicativo de silencio, de no seguri-dad humana, allí se recibe la vida como un mila-gro. Es también el lugar del resplandor. Los ára-bes beduinos reconocen que es en ese resplandor de la luz con que amanece el desierto, donde las ideas se aclaran. Todo es invadido por la luz. Allí es el lugar adecuado para ver la salvación de Dios, como dice el profeta Isaías, citado por Lucas (Lc 3,6).

Juan Bautista, entonces, es el que guía a la comuni-dad al desierto para que se comprenda, y para que comprenda su relación con Dios, para que aprenda a esperar al Mesías que llega a su historia. Ese es el mismo tenor de la poesía del pequeño libro de Baruc que también hoy se proclama en la primera lectura: Jerusalén, tratada como una persona, es invitada a mirar que todos sus hijos atraviesan los diversos desiertos, los del oriente y del occidente, para regresar a ella. Ella es invitada a mirar cómo los caminos tortuosos se allanan y cómo los bos-ques hacen sombra al pueblo que viene en carroza. Son imágenes muy candorosas, son la poesía del libro de Baruc; estas imágenes no necesitan tra-ducción, sólo necesitan ser escuchadas.

Ahora, en cuanto hombres de fe que somos, no vamos al desierto al buscar claridad simplemen-te en las ideas, sino que nos encontramos con el misterio de Jesús Mesías, a quien seguimos, en cuyo amor encontramos la fuerza para llevar a feliz término la obra iniciada. Dios mismo la lleva a feliz término. El Papa Benedicto XVI lo ha re-iterado varias veces desde su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un

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acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación de-cisiva” (Deus Caritas 1).

Entendemos en esta línea la exhortación del após-tol San Pablo, en la segunda lectura: Dado que nuestra fe es encuentro con Dios en el Misterio de Cristo nacido en Belén, muerto y Resucitado, Pablo pide a la comunidad que ese amor o donación siga creciendo en conocimiento, sensibilidad para dis-cernir y valorar tal misterio (Flp 1,9), y que de allí broten muchas obras de justicia (Flp 1,10).

OPERATIO.

El Salmo de esta domínica resume nuestro sentir más profundo ante este anuncio: ¡El Señor ha es-tado grande con nosotros y estamos alegres! La primera actitud es la del reconocimiento. Cuántas cosas nos han sucedido a lo largo del año y todas ellas son reveladoras de algo. Quien toma concien-cia de lo que es y tiene, en el silencio del desierto, no podrá sino agradecer a Dios y sentirse más res-ponsable con su vida, de la vida de los demás, del mundo donde vivimos.

Pero para reconocer y agradecer hay que hacer un alto. Hay que dejar, al menos por un breve tiempo de la vida, la rutina, el frenesí, la búsqueda exterior de cosas. El silencio es necesario en todo ser humano, más en el creyente, para escuchar la voz de Dios, para ver el resplandor suyo en los acontecimientos de la vida. Las palabras más au-ténticas nacen del silencio interior. Así lo enfatiza-ba el P. Hernando Uribe: La carencia del sentido es el pecado original del ser humano” (Todos los Santos. El Colombiano, noviembre 2 – 2012, p. 22). Y no hay sentido porque dependemos de lo de afuera. Pareciera que los hombres, creyentes e indiferentes, hubiésemos renunciado a la escucha interior. Por eso nuestras palabras y acciones son tantas veces banales, frívolas, vacías, carentes de humanidad.

Este segundo domingo del Adviento es un llamado a renovar la necesidad del adentro, de la escucha, del silencio, del resplandor de Dios.

DOMINGO III DE ADVIENTO

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Sofonías 3,14-18ª.• Salmo Is 12: Gritad Jubilosos: ¡Qué grande es en

medio de ti el santo de Israel!• SEGUNDA LECTURA: Filipenses 4,4-7.• EVANGELIO: Lucas 3,10-18.

MEDITATIO.

Es el domingo de la Alegría. Desde la perspecti-va de la Palabra de Dios que se proclama, todo se quiere direccionar en este sentido: ¡Regocíjate hija de Sion! exhorta el profeta Sofonías. ¡Gritad jubilo-sos! Continúa el profeta Isaías en el salmo. ¡Estad alegres, hermanos, estad alegres! Acentúa el após-tol San Pablo. ¡Con estas cosas anunciaba Juan la Buena Noticia! Concluye el evangelista Lucas el trozo de este día.

Hay una tríada que siempre pone al ser humano contra la pared: El dolor, la culpa y la muerte. Junto con cualquier otra situación negativa de la vida que se presente, esta tríada refleja el drama humano. La Buena Noticia que es lo predicado por el mismo Juan Bautista en el desierto consiste precisamente en esto: Todos los aspectos negativos de la existen-cia humana pueden afrontarse con el encuentro, la postura y actitud correcta. Juan Bautista habla a la multitud que viene desde los centros económicos, sociales y religiosos de la Judea y la Galilea: Juan los pone de frente al ser humano: ¡El que tenga que reparta! El predicador habla los mercaderes del sis-tema y los sitúa frente a ellos mismos, insinuando una actitud más humana y responsable: ¡No exijáis más de lo establecido! El precursor habla a los sol-dados que se acercan y les hace volver la mirada ha-cia la buena administración de la justicia que ha sido puesta en sus manos: ¡No hagáis extorsión a nadie!

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¿Por qué lo hace Juan Bautista? Porque reconoce por anticipado que en el Misterio de Jesús toda la vida humana se hace claridad: “Él os bautizará con Espíritu Santo” (Lc 3,16). Mientras el gesto de ir al río Jordán y sumergirse cada uno en el agua refleja las buenas intenciones de cada persona, de recuperar su esencia, ahora llega uno que no sólo evidencia las buenas intenciones sino que trae la misma fuerza de Dios para alentar, para sanar, para iluminar, para conducir a todos a la plenitud de la existencia, de cara a Dios, en la más absolu-ta solidaridad humana, en el gozo por la creación dada.

En él hemos, no sólo encontramos a Dios que viene a nosotros y nos encarna, sino que también hemos de reconocer cuál es nuestra relación con el afuera, con las cosas, con los usos y costumbres. En él, los discípulos han de comprender que no sólo tie-nen una relación consigo mismos, sino que somos abocados en la existencia a una relación con los demás, con la naturaleza y con Dios. El ser humano es fundamentalmente relación, decía Martín Buber en su pequeña obra “Yo y Tú”. Y en esa “relación” es donde cada uno se descubre y realiza como ser humano. Jesús asumió este mismo principio para sintetizar todo el misterio del Padre revelándose al hombre: “Ama a tu prójimo, como a ti mismo” (Mc 12,31). Es decir, “Amar a”…. es afirmar que pode-mos ser fuente de algo tremendo, algo que da vida, en los más absolutos términos. Dios es el que ver-daderamente ama…. Y al hombre se le llama a ser como esa fuente, amor.

El tercer domingo del Adviento recoge también es reflejado en una sentencia: ¡han llegado los tiempos mesiánicos! Aquello que nosotros vemos y predica-mos en Jesús de Nazareth, tiene sus anticipos en la historia de Israel. El profeta Sofonías, es hijo del rey Ezequías, o por lo menos vivió en aquel período cuando los asirios, que habían conquistado todos los reinos vecinos (siglo VIII a.C.), comenzaban a declinar su poder. Otro más poderoso vendría des-pués. El profeta es una enamorado de su pueblo, de su ciudad, de la presencia de Dios en ella. Él ve cómo el poder humano se alza, destruye, acorrala,

pero finalmente cede y muere. El poder humano no tiene poder. Podrá tener un poco de tiempo pero él mismo se aniquila. Allí ve levantarse de las ce-nizas al pueblo atribulado. El profeta, entonces, da coraje para precipitar este levantamiento interior y exterior. No invita a la violencia, invita a incorpo-rarse desde la presencia de Dios que habla en los acontecimientos.

OPERATIO.

Por qué estamos aquí reunidos, pregunta el más jo-ven en la celebración de la Pascua judía. Porque en una noche como esta el Señor, bendito sea, nos ha sacado de Egipto y nos ha dado la tierra, contesta el más viejo de la familia.

Por qué estos días son tan alegres, porque cele-bramos la vida, porque se nos ha dado en Jesús de Belén al Hijo de Dios, quien son sus palabras, con sus ejemplos y, sobretodo con su pasión, muerte y resurrección, es la plenitud de la reve-lación de Dios en nuestra historia humana (Dei Verbum 4). En el niño de Belén se muestra cómo la Gloria de Dios viene a tomar habitación en la Tienda Humana, como lo hiciera en la Tienda del Encuentro, cuando guiaba al pueblo por el Desier-to (Ex 40,34).

¡Debemos estar alegres! Llenos de sentido y es-peranza. En la encíclica Spe Salvi, del Papa Be-nedicto XVI, él nos dice lo siguiente: “La salvación no es un simple dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: El pre-sente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si pode-mos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spe Salvi 1).

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DOMINGO IV DE ADVIENTO

LECTIO:

• PRIMERA LECTURA: Miqueas 5,1-4ª• Salmo 79: ¡Oh Dios, restáuranos, que brille tu

rostro y nos salve!• SEGUNDA LECTURA: Hebreos 10,5-10• EVANGELIO: Lucas 1,39-45.

MEDITATIO.

Ser un profeta de desastres es relativamente fácil. Destruir y arrinconar lo que otros han hecho con esmero es propio de rufianes, de seres egoístas. No fue así con los profetas de Israel. Ellos supieron leer la realidad con humildad y reconocer el mal allí donde existía pero fueron capaces de proponer la reconstrucción de lo iniciado con los antepasados. Así no fueron profetas del desorden sino de la es-peranza que Dios suscita en el pueblo que sufre.

Miqueas vivió en el movido siglo VIII. Tuvo relacio-nes con la corte del rey Ezequías, a quien el profeta Isaías anunció la salvación por medio de un Em-manuel (Is 7). Fue testigo de la caída de Samaria (722 a.C.) y del sitio de Jerusalén (701 a.C.), así como del incómodo y humillante vasallaje a que fue sometido el reino sureño de Judá, por parte de los imperialistas Asirios.

En medio de todo ello Miqueas tiene palabras para la esperanza. Hace volver la mirada hacia el pe-queño villorrio que se alzaba en la ladera de Belén. Allí donde una vez había nacido David, signo de la presencia del Señor en la historia del pueblo, pri-mer Mesías.

En la misma línea de quienes narran la historia de David y Saúl, el profeta muestra cómo Dios comien-za siempre algo nuevo desde la pequeñez de los seres humanos, desde la humildad de los acon-tecimientos. Así como un día, a partir de la cruz, comenzará un tiempo totalmente novedoso para la humanidad: ¡Mirad que yo hago nuevas todas las cosas! Dice el crucificado – resucitado (Ap 21,5).

Belén es el mismo villorrio donde la tradición primi-tiva dice que nació el Señor. El evangelista Lucas recoge toda esta noción y nos cuenta el momento de la encarnación de Jesús en la perspectiva de María. Ella, también, humilde y pequeña, apenas una doncella o partenós, pero con la fuerza interior y apertura hacia Dios de la anciana Ana en tiem-pos de Samuel (1Sm 1-2), es capaz de hacer de su vida un Templo para que en él more la presencia de Dios. Ella, con su vida, hace que la semilla de Dios se convierta en árbol que dé muchos frutos, donde hasta las aves vienen a poner sus nidos.

No sólo, entonces, aparece la figura de Belén en la liturgia de este domingo, sino también aquella persona más pequeña que el mismo pueblo don-de naciera David: Una mujer, una adolescente, una que ni siquiera había terminado el proceso nupcial y que, en la tradición de Mateo, merecía el repudio o la lapidación: Ella se engrandece por la disposi-ción interior de su corazón y merece ser la primera bienaventurada del Evangelio de Lucas: “Bendita tú que has creído, porque las palabras del Señor se cumplirán”, responde la anciana Isabel. La pe-queña mujer que ha creído va a recoger todo este sentimiento en la plegaria de gozo cuando dice: El poderoso ha hecho obras grandes por mí su nom-bre es santo y su misericordia infinita con los que le temen… él enaltece a los humildes, a los hambrien-tos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,47.52.53). Bienaventurada ella y los que son como ella.

Con todo este accionar ya se ha puesto en acto el anuncio del Reino, porque con su sola presencia ya lleva el Espíritu que produce la Alegría. Aquel día Isabel fue ungida por ese Espíritu con el gozo y la certeza de la fe, de la confianza en Dios. Uno de los íconos con que Lucas explica el reino de Dios que ha llegado es precisamente la parábola de la pequeña semilla (Lc 13,18-19).

Este cuarto domingo del Adviento es resumido por la Iglesia con la sentencia: ¡La encarnación del Hijo de Dios! Y el salmo con que la asamblea respon-de a la Palabra Proclamada no podía decirlo me-

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jor: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79). Jesús es el rostro de Dios que se venía develando a lo largo de los siglos y que noso-tros hemos tenido la oportunidad de ver, de oír, de sentir (1Cor 1-4; particularmente 2,9).

El autor de la Carta a los Hebreos es un prototi-po muy especial de Discípulo porque nunca pierde de vista el acontecimiento de la entrega genero-sa del Hijo en la Cruz y todo lo que ello significa. Esa debería llamarse el Cántico de la Cruz. Él, en los versos que se proclaman hoy, hace una bella composición en el seno de la Virgen, como que allí fuese el Templo de Jerusalén y se llevase a cabo toda una bella y generosa ritualidad de ordenación sacerdotal: Las palabras de consagración con son esotéricas, mágicas, sino que es la más total adhe-sión al Padre: ¡Aquí estoy para hacer tu voluntad! No ha nacido y ya está entregando su vida como el más auténtico logos divino. Madre e hijo repiten la misma plegaria de adhesión: ¡Aquí estoy!

OPERATIO.

Belén, María y Jesús evidencian cómo se es gran-de desde la pequeñez. Nuestra patria sufre varias enfermedades de grandeza: Enfermos de grandeza son los miembros de las Farc y Bacrim que con las armas quieren ejercer el poder en medio del pueblo. Enfermos de grandeza son los corruptos de cuello blanco que quieren ser ricos de la noche a la maña-na expoliando las arcas comunitarias. Enfermos de grandeza son todos aquellos que se escudan en el poder judicial, en las hermenéuticas privadas de las leyes, para imponerse sobre los que no tienen voz, para arrinconar la voz profética de la iglesia. Enfer-ma de grandeza está la cultura que nosotros mis-mos producimos y que permea a la juventud, donde lo más importante es el qué tienes, el qué vistes, la forma del cuerpo, el cuánto rumbeas, aunque la dignidad y la salud queden expuestas.

En contravía aparece el anuncio de este cuarto do-mingo de Adviento diciéndonos que desde la pers-pectiva de Dios hay sólo una forma de hacernos

grandes: A partir del cultivar la esperanza en la historia, en cuanto establecer metas válidas por las cuales luchar (Cfr. Spe Salvi 1), en cuanto búsque-da y afirmación de un sentido de la vida que tenga en cuenta la presencia de Dios, la humanización del mundo, el cuidado de la naturaleza, la solidari-dad con el hermano, la compasión; y por último, a partir del servicio y la entrega generosa de la vida, para que todos tengan vida.

NATIVIDAD DEL SEÑOR

LECTIO.

• Misa Vespertina: Is 62,1-15; Sal 88; Hech 13,16-17.22-25; Mt 1,1-25.

• Misa de Medianoche: Is 9,1-3.5.6; Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14.

• Misa de Aurora: Is 62,11-12; Sal 96; Tit 3,4-7; Lc 2,15-20.

• Misa del Día: Is 52,7-10; Sal 97; Heb 1,1-6; Jn 1,1-18.

MEDITATIO.

Qué abundancia de textos de la Palabra de Dios que tiene la liturgia de la Pascua y de la Navidad. Las dos Pascuas que determinan nuestra fe: El Misterio de la Encarnación y el Misterio de la Re-dención.

Hora vespertina: Is 62,1-15; Sal 88; Hech 13,16-17.22-25; Mt 1,1-25.

La antífona de la misa vespertina es una citación del libro del Éxodo: “Hoy vas a ver que el Señor vendrá y nos salvará, y mañana contemplaréis su gloria” (Ex 16,6-7). El pueblo estaba desespera-do. Tenía que atravesar un desierto desconocido para poder alcanzar la libertad. La esclavitud tiene un problema más allá de lo físico, y es que ata el alma. Es más fácil desatar el cuerpo que desatar el alma.

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Las palabras que siguen en la primera lectura de la Misa Vespertina no tienen interpretación: Cuando la poesía se interpreta pierde su gusto. La poesía se escucha, como el amor que se disfruta en silen-cio. Dice el Profeta: “Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha” (Isa 62,1-2). Tendremos ocasión de volver a escuchar esta lectura donde Dios le de-vuelve el nombre a Israel en el segundo domingo ordinario. Propongo que sus particularidades las esperemos impacientemente hasta ese domingo. Sin embargo, digamos que imposible acallar el co-razón ante este regalo del niño que nace, en quien se cumple todo presagio, en quien vemos el rostro de Dios. Si la navidad no existiera tendríamos qué inventarla. Porque allí se nos devuelve la vida, la razón de vivir y esperar.

¿Y quién es Abraham…? ¿Y quién es David…? Y, no obstante, de allí sacó Dios una semilla de salvación más grande que todos ellos: Jesús. Así predica el apóstol San Pablo en la segunda lectu-ra tomada de Hechos de los Apóstoles, en la Misa Vespertina. Ahora… ¿Y quién soy yo? Yo soy un invitado a ponerme de rodillas para contemplar este Misterio, que es en función de mí mismo. En mi his-toria personal y comunitaria no estoy solo. Como nos lo va a decir San Mateo en el evangelio que si-gue: 14 generaciones desde Abraham hasta David. 14 generaciones desde David hasta el destierro. 14 generaciones desde el destierro en Babilonia hasta Jesús. 14 es el número del Mesías. DVD = 14, y no es un electrodoméstico, 14 son la suma de los va-lores numéricos de DAVID, el UNGIDO. Hemos de saber que las letras hebreas son al mismo tiempo los números. D = 4 + V = 6 + D = 4. Son las letras de aquel que primero encarnó la realización, en la tierra prometida, del proyecto de Dios, David. Tuvo sus problemas, sus debilidades, pero la Palabra del Señor lo presenta como aquel que fue el más pequeño (1Sam 16,11-12) y cuando fue “grande” aprendió a ponerse de rodillas para poder cumplir el proyecto de Dios en su comunidad (2Sam 12,16-17.19-20.23). De esta forma el narrador sagrado nos dice que Dios siempre jalonó la historia hacia

un objetivo preciso y claro: El Hijo de David, como su Logos definitivo (Juan 1). Es una forma de decir que la historia humana no conduce hacia el absur-do. Conduce hacia donde Dios la dirige, como al Pueblo que salió de Egipto y del que dice Isaías: ¡Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devas-tada; te llamarán mi favorita, porque tu tierra tendrá marido! (Is 62,4).

Hora de Navidad: Is 9,1-3.5.6; Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14.

¡La noche es tiempo de Salvación! En la noche Abraham contaba estrellas y esperaba con fe en Dios (Gn 15,5). En la noche Jacob vio cómo el cielo se juntaba con la tierra (Gn 28,10-12); y en la noche luchó contra Dios y no le dejó, hasta que pronun-ciara su nombre (Gn 32,23-31). En la noche Moisés sacó a al pueblo de la esclavitud (Ex 12,29.31.37). En la noche el pueblo contemplaba la columna de fuego (Nm 9,16). En la noche de la existencia los profetas aprendieron a vivir de la esperanza (Is 41,17-20; 42,15-16; 44,3-4; ). En la noche nació el niño (Lc 2,8-14). En la noche los pastores escucha-ron el anuncio de los ángeles (Lc 2,8-17). En la no-che los magos vieron la señal de una estrella (Mt 2,1-3). Fue la noche la testigo de la resurrección (Lc 24,1-2). En una noche, esperamos que vuelva, y nosotros estaremos allí, con nuestras lámparas encendidas (Lc 12,35-38 // Mt 25,1-13).

La liturgia de la noche de navidad es la más con-templativa. Esa noche fue descrita así por el pro-feta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: Lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz” (Is 9,5). Eran los tiempos del rey Ezequías, en el siglo VIII a.C., y todos se confabulaban contra el rey de Judá: Los hermanos norteños del reino de Israel, los del rei-no de Damasco, los del reino de Tiro y Sidón, to-dos se confabulaban contra el reino del sur, Judá, y su rey Ezequías. En la distancia se acercaban cada vez más los asirios. ¿Qué esperar de los días venideros? La Palabra del Profeta se convierte en

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fortaleza. También hoy todo parece confabularse contra la vida, contra la paz. En muchos hogares no hay pan, no hay trabajo estable, no hay, con justa razón, sentido de futuro. Y, muy a pesar de ello, se nos pide aprender a ver en la noche. Son demasiadas noches en nuestra vida y en la vida de las comunidades. La noche del nacimiento del niño es una noche de luz. La iglesia siembra la es-peranza en la noche de la vida humana, esa es su misión.

El libro del Génesis (1) tiene una curiosidad: Dice que primero fue creada la luz (Gn 1,3) y luego dice que fue creado el sol (Gn 1,14). Podría uno pensar que el narrador sagrado no sabía nada de la rela-ción luz - sol. Pero no, tampoco eran tan tontos, afirmarlo es tanto como decir que nosotros inven-tamos todo el conocimiento y eso es un absurdo, nuestra generación simplemente ha ido un paso más adelante.

En los relatos bíblicos todo tiene una finalidad. La luz es un signo de Dios, por ello es creada antes que los astros. ¡Dios es la luz! Así comienza la se-gunda lectura de la medianoche…. Propio donde la oscuridad está en el clímax, dice la disposición litúr-gica de la iglesia: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Y pone en relación este acto de bondad de Dios con la redención del género humano, con la devuelta al sentido.

La finalidad de la Revelación de Dios no es dar-nos unos decretos, un libro, unas leyes. El Concilio Vaticano II, cuyo aniversario celebramos en este año de la fe nos dice, en la Dei Verbum: “Plugo a Dios revelarse a sí mismo” (DV 1). La finalidad de la revelación es que Dios viene a nuestro encuentro, como el amado a su amada. Y lo hace en su Hijo Jesús. Cómo son de sabrosos los versos del Cantar de los Cantares, meditados en esta noche: “En mi lecho, por la noche, buscaba al amor de mi alma” (Cant 3,1); “Me encontraron los centinelas que ha-cen la ronda de la ciudad. ¿Habéis visto al amor de mi alma? Pregunté. En cuanto los hube pasado, encontré al amor de mi alma. Lo abracé y no lo sol-

té, hasta meterlo en mi casa materna, en la alcoba de la que me concibió” (Cant 3,4). “Mi amado ha bajado a su jardín, al plantel de las balsameras, a deleitarse en el jardín, a recoger sus rosas. Yo soy de mi amado y mi amado de mí” (Cant 6,2-3).

Y los primeros en ser invitados a esta contempla-ción son los pobres, simbolizados en los pastores. Todavía hoy, cuando se visita la Palestina, se pue-de ver el duro trabajo de los pastores. Dios mismo se presenta como pastor en el Salmo 23. Esta con-ciencia pastoril viene de muy atrás y está enraiza-da en la historia amorrea de Mesopotamia, etnias emparentadas que se hicieron a punta de cuidar re-baños, de vivir comunitariamente, de sentirse her-manos solidarios entre sí. De hecho, cuando el libro del Deuteronomio autoriza la existencia de un rey en Israel, este tiene que ser uno que se comporte como “hermano”, como uno que comprende a sus demás conciudadanos y por ello los sabrá guiar (Dt 17,14-20). David mismo es un pastor (1Sm 16,11). Los pastores y quienes son como los pastores son invitados a contemplar, en primer lugar, el Misterio del niño que nace en el establo.

La Misa de Medianoche nos pone a contemplar el Misterio del Pesebre. En estos días hubo una expo-sición de navidad en el Centro Comercial Unicentro - Medellín, se trataba de una cantidad, difícil para mí de calcular, de arreglos y figuras navideñas. Me llamó la atención una: Está María abrazando el niño y recostada, como mujer amante, a los pies de José. La imagen es tierna. Una señora la miraba y dijo a sus acompañantes: ¡Esta la quiero llevar! Lo que enternece es ver a la Madre, apoyada en el amor de su esposo, ambos protegiendo al Hijo de Dios. Nada detuvo a María y a José. Ellos, ciudada-nos respetuosos de las normas de su tiempo y cul-tura, supieron dar acogida a la criatura que nacía. Esas normas no necesariamente eran justas: Los romanos solían hacer censos para actualizar los catastros e incorporar personas al servicio militar, a pesar de ser un gobierno usurpador. Y aunque las cosas fueses así, Dios mismo empieza a incubar un proceso de redención. José y María con su fe lo permiten.

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Hora de la Aurora: Is 62,11-12; Sal 96; Tit 3,4-7; Lc 2,15-20.

El amanecer como preludio de la Pascua. El 21 de diciembre es el día más corto en el hemisferio norte de la tierra. El 25 de diciembre, con una insignifi-cante dosis de imprecisión, se celebraba en Roma el día del Sol que nace. A partir de entonces se pensaba que el sol nacía, que su luz iba creciendo y aumentando cada día. Fueron los cristianos los que llenaron de contenido evangélico esta noción cosmológica. Jesús, encarnado, comienza a nacer y su obra se extiende hasta el momento de la Cruz y Resurrección.

La liturgia nos ofrece un esquema de celebración que recoge esta noción de la luz que nace, desde la antífona que dice: “Hoy brillará una luz sobre no-sotros, porque nos ha nacido el Señor y tiene por nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la Paz, Pa-dre del tiempo futuro; y su reino no tendrá fin”. Este mismo tenor lo encontramos en la lectura que se proclama: Isaías (62,11-12).

En los “Diez Mandamientos” (Ex 20,16 // Dt 5,20 // Lv 19,16), se tutela el buen nombre de un herma-no, de un israelita, de una persona humana. Porque junto con la vida y la familia son los bienes más im-prescindibles que permiten la existencia. Quitar el buen nombre a una persona es como arrebatarle la vida, la esposa y los hijos, o el derecho a un futuro cierto. Y, entonces, una de las primeras realizacio-nes mesiánicas es devolver el nombre: “Los llama-rán Pueblo Santo, redimidos del Señor; a ti te lla-marán buscada, ciudad no abandonada” (Is 62,12). Entre la antífona de entrada y la primera lectura hay una conexión indisoluble: Aquel que tiene un nom-bre propio, el más alto, nos devuelve el nombre. Esto lo podemos entender como devolver la digni-dad al ser humano. En nuestros procesos cultura-les una de las cosas más terribles que perdemos es el nombre: Ser personas. Lo perdemos en la forma como hacemos negocios, como nos divertimos, en el rol que desempeñamos socialmente. ¿Quiénes somos? Esa es una buena pregunta.

Pues en el Misterio de Cristo se revela el Misterio del Hombre. Así lo rezamos con la respuesta del Salmo: “Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor”, que es la versión cristiana del verso del salmo: “Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos justos con el Señor, celebrad su santo nombre” (Sal 96, 11-12).

Hay muchas campañas que llaman la atención por-que forman al ciudadano en esto de recuperar el nombre. Particularmente me gusta una entrevista que trajo el periódico El Colombiano en su edición del martes 13 de noviembre de 2012, hecha a un funcionario gubernamental. Trae a colación varios refranes que muestran la actitud deshumanizadora de nuestras costumbres: “El vivo vive del bobo. A papaya puesta, papaya partida. El que menos co-rre, vuela. El que tiene plata, marranea”. También es cierto que nosotros no estamos como el pueblo de Israel, exiliados en Babilonia, motivo por el cual el profeta hace su oráculo, en el que dice que Yahvé Salvador les devolverá el nombre. Pero nuestro exi-lio sí es tremendamente doloroso. Porque es la pér-dida del sentido comunitario, del sentido de la vida, del sentido de la honradez en las costumbres, es la falta de carácter en nuestras vidas.

Entonces, estas cosas que nos pasan, nos ayudan a discernir qué significa en la cotidianidad una antí-fona que dice: “Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor y tiene por nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la Paz, Padre del tiem-po futuro; y su reino no tendrá fin”. O mejor aún: Qué significa para nuestras vidas leer de nuevo el evangelio de la aurora de navidad que dice: ¡Va-mos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor!” (Lc 2,15). La pregunta es: ¿Qué es lo que nos interesa ver? Por-que la navidad como juego de luces, como espec-táculo sajón es entretenida, pero la navidad como la actualización del Misterio donde el hombre recu-pera su nombre, es otra cosa…

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El día: Is 52,7-10; Sal 97; Heb 1,1-6; Jn 1,1-18.

Toda la vida de Jesús, sus significados, su alcance soteriológico, fue expresada de forma concentrada por los narradores sagrados del Nuevo Testamen-to como “Buena Noticia”, euangelion en griego. La Buena Noticia no es un librito, no son cuatro libritos. La Buena Noticia es el Encuentro con una Persona, que al toparse con nosotros, nos transforma. El do-cumento de Aparecida es muy rico por el desarrollo de esta noción. El Papa Benedicto XVI la ha ex-puesto varias veces en sus intervenciones.

La Sagrada Escritura en su conjunto va haciendo unos oleajes que nos permiten contemplar su pro-fundidad, su fuerza, su inmensidad, como el mar. Y como el mar va y viene y así genera todas las fuerzas que el globo terráqueo necesita para que la vida siga. En el libro del Deuteronomio (34,10-12) se nos dice que “no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara”. De esta forma, la Escritura hace hincapié en Moisés como un referente de fe para la comunidad. Su gesta más lo acontecido en el desierto y el Sinaí han de iluminar por siempre el vida de Israel en la Tierra.

Más adelante, en los tiempos proféticos, tiempos de posesión de la tierra, pero también de depre-dación de lo dado por el Señor, aparece Elías el profeta, que huye a causa de la animadversión de la reina Jezabel y su esposo Ajaz. Elías representa la lucha contra la injusticia y las prácticas idolátricas en el siglo IX-VIII a.C. Representa el celo por una comunidad estructurada sobre bases sólidas que den identidad y cohesión. Pero su causa es motivo de dolor, de persecución, de miedo, de angustia y todo lo demás. Y, en ese contexto, él se convierte en testigo de Dios que pasa silenciosamente, como la brisa, por la vida de la comunidad, dando áni-mo, alimentando para que el camino siga. Allí Elías cubre su rostro ante el Señor que pasa (1Re 19): “La voz le dijo: Sal y permanece de pie en el mon-te ante el Señor. Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el

huracán no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó la voz del Señor que…” (1Re 19,11-14).

Ahora, cuando el pueblo de Israel puede esperar el regreso del exilio en Babilonia, hacia el 538 a.C., cuando de nuevo puede aspirar a tener un nombre, ser una comunidad, ser de nuevo una asamblea celebrante, ser una familia que ara la propia tierra, dice el profeta Isaías que “los vigías cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión” (Is 52,8). Y esa es la Buena Noticia. El Señor pasa, se deja ver, aunque no le veamos con los ojos de la cara, en la historia humana. Nos da signos de credibilidad y de presencia.

Eso lo entendió perfectamente el discípulo que compuso la Carta a los Hebreos. Él gusta de mirar a Jesús Crucificado y Resucitado en los términos de Sacrificio Perfecto que se ofrece, de Altar im-poluto donde se ofrece, del Sacerdocio Eterno que ofrece, de Víctima sin mancha que es ofrecida. Él comprende que esa es la más definitiva manifes-tación de Dios. Si queríamos ver a Dios, nuestros ojos lo han visto por medio del Crucificado y Resu-citado. El discípulo sabe que la historia del Pueblo de Israel es una historia de encuentros y desen-cuentros con el Señor, pero todo ello ha preparado el don más grande, el don del Hijo que se nos ha revelado, en quien podemos confiar, a quien pode-mos escuchar, en quien nuestra humanidad se re-encuentra y camina a paso firme de victoria hacia la Casa del Padre.

Creo que la Misa del Día de Navidad tiene mucho sentido al tomar el Prólogo del evangelio de San Juan. Porque hace que verdaderamente nos pon-gamos nosotros de rodillas, como los pastores, ante el Misterio que allí se muestra: Ése que ha surgido de las entrañas de María, ése que José ha tomado en sus brazos, ése que los pastores han contemplado, Él viene de lo más profundo de Dios, es anterior al tiempo, es Dios. Pero tiene una fina-

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lidad: Ser la luz del mundo que lo va a rechazar. No obstante, su vida, sus palabras, sus signos, su pasión – muerte y resurrección nos permiten decir: “En Él hemos visto definitivamente la acción del Pa-dre, su vida nos lo ha revelado”; en Él recuperamos la posibilidad de “ser Hijos”; por medio de Él pode-mos nosotros meternos en el Misterio de Dios (co-nocer en lenguaje joánico) que tanto nos hace falta, que está en las grandes preguntas de los hombres, que es la intuición de todas las manifestaciones re-ligiosas de la humanidad.

San León Magno nos legó unas sabrosas palabras que ayudan a recibir el Misterio del Nacimiento del Señor: “Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es co-mún la razón para el júbilo: Porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para li-berarnos a todos. Alégrese el Santo, puesto que se acerca a la victoria. Regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón. Anímese el gentil, ya que se le llama a la vida” (Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PL 54, 190-193).

OPERATIO.

Amigos y hermanos… no renunciemos a celebrar la noche de la navidad. La noche es, por sobrema-nera, significante en nuestra Tradición de Fe. En la noche, reunidos como familia, celebramos el naci-miento del Señor. Debemos incentivar, incluso, que sean las familias las protagonistas de esta noche, en medio de la reunión, la conversación, el canto, la plegaria, la comida. Invitemos a las familias a estar recogidas.

Cuántas cosas se desprenden de esta “lluvia que empapa la tierra” (Is 55,10-11). En nuestras parro-quias, pequeñas comunidades, grupos de oración, de acompañamiento y reflexión, podemos descu-brir muchas cosas, nacidas en la Palabra.

Por lo pronto me queda en el corazón, resonando, aquello que escribió el Santo Padre Benedicto XVI:

“Hemos creído en el amor de Dios: Así puede ex-presar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión éti-ca o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación deci-siva” (Deus Caritas 1).

SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 3,2-6.12-14.• Salmo 127: Dichosos los que temen al Señor y

siguen sus caminos.• SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3,12-21.• EVANGELIO: Lucas 2,41-52.

MEDITATIO.

La Celebración de la Navidad tiene incrustado un elemento siempre revelador y renovador: La Fa-milia. Con cariño la iglesia contempla la Sagrada Familia de Nazareth como un logos auténtico que expresa la llegada del Reino de Dios. Cuando lee-mos los evangelios solemos notar que la llama-da de los discípulos es un signo de la llegada del reino, que los milagros ocupan también ese pues-to, las parábolas, la elección de los marginados y pecadores, las mujeres y los niños, la cruz y la resurrección. Debemos agregar la familia. La en-carnación del Señor en nuestra historia humana sólo se ha dado a través de una familia. Los evan-gelistas Lucas y Mateo se preocupan por poner en el escenario del anuncio del reino, el llamado de José y María.

No es casualidad que uno de los aspectos más gozosos de la navidad sea la reunión familiar. Los padres y los hijos se reúnen en torno al pesebre, a causa del novenario. Incluso se invitan los amigos y se comparten regalos. No debería desaparecer este signo de fraternidad y amistad.

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José y María han sabido responder afirmativamen-te al llamado de Dios y con sus vidas han colabo-rado en el plan salvífico de Dios. La Liturgia de la Palabra nos invita a contemplar la Familia en Israel, la Familia de Nazareth y la Familia Cristiana como el ámbito natural de la vida, del anuncio del reino, de la vida en el Espíritu.

El episodio del Evangelio es uno de los más hu-manos que sobre Jesús presentan los evangelios: Por un lado contemplamos al niño que aprende de sus padres las costumbres de su pueblo; puesto que va con ellos en peregrinación a las fiestas de la Pascua cumple con las normas que identifican su comunidad y que expresan el vínculo con Dios. Sucesivamente vemos al adolescente que empie-za a identificarse con una misión, el joven que ha comenzado a hacer elecciones. En medio de todo acontece un pequeño conflicto familiar que se solu-ciona cuando todos juegan el rol que les ha dado la vida: Los padres “sufren” viendo crecer al niño, el joven “acepta” la autoridad de sus padres.

La Liturgia enmarca este relato en otro previo, la exhortación del libro del Eclesiástico que nos ofre-ce una pista sobre la importancia de la familia en Israel. Es un trozo tomado de los primeros capítu-los de este libro que habla sobre la Sabiduría en el Pueblo de Dios. El primer tema es el Temor del Se-ñor como Sabiduría (Eclo 1-2). Y el segundo tema es la Familia como el escenario donde se cultiva la Escucha a Palabra del Señor: “Hijos, escuchad a vuestro Padre, hacedlo así y viviréis” (Eclo 3,1); “Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor. Quien teme al Señor honrará a su padre y servirá a sus padres como si fueran sus amos” (Eclo 3,6-7). Esta lectura es una ampliación sapiencial sobre la importancia del mandamiento que dice: “Honra a tu padre y ma-dre y tendrás larga vida” (Ex 20,12 // Dt 5,16). Sin la familia es imposible la comunidad en Israel, porque no se perpetuará la especie, ni existirá comunidad de Alianza sin ella.

El otro texto que ayuda a enmarcar la escena evan-gélica es el texto de Colosenses. Dividido en dos

partes: Una reflexión sobre la fuerza del amor: “Por encima de todo está el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta” (Col 3,14). De ese amor nacen las demás virtudes y valores con que se debe enri-quecer el discípulo: misericordia, el perdón mutuo, la gratitud, la educación, la alabanza. Seguidamen-te está la consideración sobre la familia cristiana, donde a imagen de Cristo humilde, dócil y paciente se exhorta al padre, a la madre y al hijo. No hay allí una apología del machismo en las costumbres, más bien habla en las categorías de una cierta época, que debemos saber leer e interpretar para no ge-nerar suspicacias en la conciencia de las personas.

OPERATIO.

Como comunidades de discípulos tenemos este de-pósito evangélico que nos urge anunciar todos los días, como un signo auténtico del Reino de Dios, y con mayor énfasis en estos días de Navidad. Qui-siera, por ello, tomar unas cinco nociones que nos permitieran plantear una misión en la familia a partir de esta celebración, en esta navidad:

1. La familia como el ámbito natural de la vida: La vida es don de Dios y el único escenario na-tural para su transmisión es el amor del Padre y la Madre. Si la vida no es transmitida desde el amor las consecuencias las sufrirán los hijos y la comunidad caminará siempre hacia el desfilade-ro de la deshumanización y de las carencias. No basta con tener un apellido, una cuna de oro. La mejor cuna es el amor tierno del padre y la ma-dre. Y, aunque por circunstancias adversas de la vida, muchas familias son de una sola cabeza, no podemos dejar de soñar y desear que el ca-rácter y sentido común sean la cotidianidad. Por ello entiendo que existan familias sólidas donde los hijos son producto del amor del padre y la madre.

2. La familia como una escuela: ¿A quién podre-mos confiar la formación más profunda del ser humano, aquella de los valores más importantes, espirituales y morales? ¿Acaso podrán nuestros

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niños y jóvenes la mansedumbre en las calles de nuestras ciudades? ¿Aprenderán nuestros niños a ser reconciliadores en la Habana – Cuba o vien-do los cilindros bomba que de nuevo explotan en los pueblos más alejados de Bogotá? ¿Aprende-rán nuestros niños sabiduría en las Universida-des Públicas y Privadas? ¿Aprenderán nuestros niños de la honradez y carácter recio viendo a los políticos de turno? ¿Aprenderán sobre la justicia en el circo colombiano? El horizonte de la vida, en toda su diafanidad, con su profundidad tras-cendente, sólo es posible aprenderlo por la vía del amor y testimonio de los padres, porque no existe vara mágica, institución visible que pueda sembrar en el alma del niño y del joven lo que se ara con la sangre, con el sacrificio, con el desve-lo, con el mismo amor.

3. La familia como algo que se prepara con so-lidez: La familia es una siembra. El sembrador riega la semilla, deja que la tierra recupere su fuerza y vienen las limpias, con paciencia ve lle-gar las lluvias y el sol, las noches y los días, al final viene el gozo de la cosecha. Una familia no nace de la noche a la mañana. Nos preparamos para ser ingenieros, conductores, enfermeros, incluso muchos hacen curso para aprender a manipular las armas. Dedicamos tiempo, espa-cio, dinero y esfuerzo para todo lo demás. Pero todavía ocurre en nuestra sociedad que se es padre de la noche a la mañana, en “cualquier de repente” como dice la ya popular canción de la familia que se entona en nuestros templos. Esto es prueba de la ignorancia en la cual se teje cada día nuestra cultura.

4. La familia como la primera iglesia, la prime-ra comunidad. Dios necesita ser descubierto, anunciado, mostrado, testimoniado. Y si bien es cierto que las instituciones religiosas juegan un papel importante en este anuncio, es todavía más cierto que la comunidad de los discípulos comienza por los hogares. Incluso en la otra obri-ta escrita por el evangelista Lucas, Hechos de los Apóstoles, queda consignada la importancia que tuvo la “Casa” en la Acogida de la Palabra

de Dios, del anuncio de nuestro Señor Jesucris-to (Cfr. Hech 10); después de la sinagoga fue la Casa Cristiana, el Hogar de muchos hombres y mujeres que permitieron la siembra del evan-gelio. Muchos padres renuncian a este primer anuncio en el hogar, por falta de conocimiento, por las dudas que la cultura siembra, porque hay menos audacia en la propuesta evangelizadora de nuestros pastores: Nuestra generación ha desmontado una cantidad de insumos que re-cogían a las familias en oración, que fueron in-ventados por los “curas viejos”, y a cambio les hemos dado, muchas veces, nada. No añoro los tiempos pasados, pero sí la audacia para ser más propositivos. A Dios se le conoce primero por los padres y aquellos que juegan un papel importante en el crecimiento de los hijos. Este es el camino más expedito.

5. La familia como la célula fundamental del Estado y la Sociedad. ¿Por qué aparece en la Palabra de Dios una preocupación tan radical y constante acerca de la familia? Primero por la ra-zón natural. Ya desde el libro del Génesis Adán y Eva, padres de Caín y Abel, resumen eso que la naturaleza enseña: Que Dios nos da la vida a través de un Padre y una Madre. Y luego viene una razón histórico-social: Sin familias no existe comunidad, cohesión, nación. Tener familias só-lidas garantizaban la cohesión de la comunidad, la noción de Nación. Muchas veces hemos escu-chado a nuestros gobernantes, con justa razón, la importancia de que en nuestro país exista inver-sión extranjera. Pues debemos considerar que la mejor y mayor inversión de un país, de una socie-dad es la familia. Si lo que existe en un cuartil de malandrines, de gentes sin carácter, una masa de personas sin valores ¿cómo se puede edificar lo demás? Y en esa noción de “familia” participa toda la comunidad, no puede ser que en nuestro país la noción de familia dependa de un grupo elitista de togados, intocables, que irrumpen en el escenario por la vía de la “modulación de la ley”, negando el derecho que tenemos todos, desde nuestras esencias, incluyendo la cosmovisión creyente que tenemos, en la discusión.

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SANTA MARÍA MADRE DE DIOS¡JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ!

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Números 6,22-27.• Salmo 66: ¡El Señor tenga piedad y nos bendiga,

ilumine su rostro y nos salve!• SEGUNDA LECTURA: Gálatas 4,4-7.• EVANGELIO: Lucas 2,16-21.

MEDITATIO.

El sol se posa sobre la tierra y la llena de vida, le da luz y calor. El agua de la lluvia se posa sobre lo cul-tivos y los hace germinar. La luna con su magnetis-mo hace lo suyo en las aguas y las plantas. Incluso nos suscita el romanticismo y las ganas de admirar. La mirada del amante se posa sobre la amada y la hace suspirar. Esta es una buena forma de enten-der la bendición aaronítica que se proclama en el inicio del año. También la encontramos en el salmo 66: “El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro y nos salve”.

Al iniciar el año buscamos ser mirados por los amo-rosos ojos de Dios, queremos que mire nuestras familias, nuestra salud, nuestros anhelos laborales, nuestros éxitos, nuestros hijos. ¡Esto está radicado en lo más profundo de nuestro pueblo cristiano! Y así, la mirada del sacerdote, su cariño y compasión son particularmente especiales en estos días. La comunidad espera ser bendecida, es decir, tocada por el ministerio del sacerdote, porque su mirada compasiva, cariñosa, amigable es como la mirada de Dios sobre nuestras vidas. Nos deberíamos to-mar más en serio este asunto. ¡Todavía entre noso-tros el sacerdote es tenido en cuenta!

Esta conciencia de “relación” nace primero del he-cho de ser discípulos bautizados. Aunque la lla-mada ha acontecido desde el vientre de nuestras madres. Boecio enseñaba que en Dios no hay un ayer, un hoy y un mañana. El tiempo de Dios es un eterno presente. Y esa noción está presente tanto en el significado del nombre de Dios como Yahvé

(Ex 3,14; 6,2), así como en la forma de presentarse el Resucitado en el libro del Apocalipsis (Ap 1,8).

El rostro de Dios se posa sobre nosotros a través del misterio de la encarnación en la Virgen Madre. Al considerar la maternidad de la Santa Virgen Ma-ría lo que se está afirmando es que ya desde el vientre se trata del Hijo de Dios, y que ella es la THEOTOKOS, la madre de Dios. La maternidad, por ende, es el signo de la creación de Dios, de cómo la vida suya llega hasta nosotros. El sacerdo-te en la comunidad encarna la mirada y la compa-sión, la palabra y sabiduría de Cristo.

Pero, también, esta conciencia de que la mirada de Dios se posa sobre nosotros viene del hecho de que no sólo somos discípulos. San Pablo va mucho antes: ¡Somos Hijos! Es decir, comenzamos a te-ner la categoría de aquel que sale del vientre de…. Somos nacidos en el vientre mismo de Dios. Y su Espíritu continua aleteando en cada ser humano. Eso lo hace ser persona, eso lo hace ser humano. La maternidad no es un asunto del azar, es crea-ción de Dios.

Y en cuanto encarnados, discípulos e hijos tene-mos una misión: La Paz. No se trata sólo de esa que se negocia, como una mercancía política, en la Habana – Cuba. El pueblo de Israel tuvo un gran aprecio por la Paz, incluso el saludo cotidiano es el desearse la paz mutuamente. Pero ella tiene varios aspectos que la componen, sin los cuales ella no existe: La noción de Dios en la conciencia indivi-dual y comunitaria, el Dios que los ha sacado de la esclavitud de Egipto, que no resiste la manipu-lación ideológica, que es incluso invisible. Luego esta la noción de comunidad de Alianza: Todos son hermanos, habitan una misma tierra, tienen unas mismas responsabilidades, tienen unos mismos derechos. Incluso el rey, el sacerdote y el profeta se deben entender en relación a sus hermanos, en total dependencia de Dios (Dt 17-18). Si lo primero y segundo existen entonces hay noción de la Ley del Señor y por lo tanto se puede heredar la tierra, la posibilidad de cultivarla, de derivar abundantes frutos, leche y miel (Dt 8), se podrá festejar, com-

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partir con el huérfano, la viuda y el forastero que ha-bita en nuestras casas (Dt 15). Todo esto traducido a nuestros días quiere decir que la paz se edifica sobre unas nociones innegociables y fundamen-tales, que no son simplemente políticas, sino que comienzan en la trascendencia del ser humano, en la afirmación y defensa de su dignidad humana, en su sentido comunitario y relacional. Luego enton-ces vienen aspectos como la educación, la salud, el reposo, y todo lo demás que nos ayuda a vivir racionalmente.

OPERATIO.

El día de presentación de credenciales ante el Santo Padre, como embajador de la República de Colombia, el Sr. Embajador Germán Cardona (No-viembre 5 de 2012), pedía que el Papa bendijera el Proceso de Paz que se iniciaba en la Habana – Cuba (Noviembre 7 de 2012).

La bendición no opera como un efecto del uso de la varita mágica. Eso sólo existe en los videos men-tales de cada uno de nosotros. Bendecir significa reconocer la relación que tienen las cosas con Dios que nos ha dado la vida; las cosas y realidades hu-manas o que sirven al hombre, en cuanto portado-ras de vida, en cuanto expresiones de la vida, en cuanto fruto del trabajo limpio, en cuanto expresión de los intereses honestos de las personas, nos lle-van a dar gracias a Dios, a pedir, incluso, su protec-ción. Todo queda tocado de Dios, en una bendición.¿Puede Dios bendecir el Proceso de Paz? Entre las enseñanzas que nos daban antiguamente para hacer una buena confesión estaban los siguientes pasos: Examen de conciencia, contrición de cora-zón, propósito de enmienda, confesión de boca, satisfacción de obra.

Un día escuchaba en un programa radial a uno de los miembros del antiguo nadaísmo que fundara Gonzalo Arango Arias (perdonen que no retenga su nombre). Lo recuerdo porque me llamó mucho la atención la citación que hiciera, en ese contex-to, de los pasos de una buena confesión, como a

continuación les relato: Él hablaba sobre los pro-cesos de paz. Por aquellos días había terminado el experimento del Caguán. Él decía, palabras que cito desde mi memoria: “Los más claros pasos ha-cia la consecución de la paz están contenidos en algo que la iglesia enseña desde hace mucho rato con respecto a la confesión: Examen de concien-cia, contrición de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca, satisfacción de obra”.

Si queremos la paz debemos sembrarla en el co-razón de quienes empuñan las armas. Si no hay examen de conciencia, si no hay dolor en el cora-zón, si no hay propósito de enmienda, si no hay verdad, si no hay reparación de las víctimas y ellas son “irrelevantes” (El Colombiano, octubre 2012), como lo dijera uno de los miembros del Secretaria-do de la Guerrilla Terrorista, entonces la bendición no actuará como magia sobre la Habana, sobre Oslo, o sobre el “veraniadero” en que se quieran reunir los delegados del Estado y Guerrilleros de las Farc. Hoy cuando escribo estas notas, acaba de estallar un cilindro bomba, como en los viejos tiempos, en un pueblo del Cauca llamado Balboa (Nov 6 de 2012).

Nuestras comunidades son llamadas a reflexionar constantemente sobre la paz, sobre aquello que ge-nera el desprecio por la vida, sobre las condiciones que nos permiten ser personas humanas, sobre la cuota de sacrificio que una generación tiene que hacer para que la siguiente viva, sobre la educa-ción, sobre la espiritualidad, sobre la familia como escenario de convivencia, sobre las casas, sobre la inclusión en la sociedad. Y cuando reviso mis no-tas acaba de ocurrir una masacre de 8 labriegos en Santa Rosa de Osos - Antioquia (noviembre 7 de 2012), a causa del dinero fácil que tantos buscan.

Los Hijos, los Discípulos, los que han sido Encar-nados, tenemos una responsabilidad: Construir la paz, dialogar sobre ella, discutir el día a día de nuestras comunidades. Eso fue lo que hizo Jesús, cuyo nacimiento hemos celebrado por todos estos días.

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EPIFANÍA DEL SEÑOR

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Isaías 60,1-6.• Salmo 71: ¡Se postrarán ante ti, Señor, todos los

reyes de la tierra! • SEGUNDA LECTURA: Efesios 3,2-3ª.5-6.• EVANGELIO: Mateo 2,1-12.

MEDITATIO.

Existieron tres momentos de la vida del Señor, como nos lo presentan los evangelios, que con-formaban el contenido de la EPIFANÍA del Señor: La visita de los magos, el bautismo en el Jordán y la manifestación del Señor en las bodas de Caná. Hoy, en la forma como está articulada la liturgia, tenemos tres domingos que amplifican el anuncio y sentido de esta llegada del Mesías.

El hilo conductor, desde el punto de vista de la Tra-dición Bíblica, es la teología del profeta Isaías: Al reconocer que Dios está en medio de su pueblo, las naciones todas vendrían a Sión y serían por medio suyo, bendecidas.

Un oráculo del tiempor del regreso del destierro ba-bilónico, canta: “El Señor dice a Israel: Los cam-pesinos de Egipto, los comerciantes de Etiopía, la gente de Sabá, de alta estatura, se rendirán ante ti y serán tus esclavos; irán encadenados detrás de ti, se arrodillarán delante de ti y te suplicarán: ¡cierta-mente que Dios está entre ustedes, y no hay más, no hay otro Dios!” (Is 45,14).

Y, en el libro del profeta Zacarías, encontramos este oráculo: “En aquel tiempo, diez extranjeros de las demás naciones agarrarán por la ropa a un ju-dío, y le dirán: Queremos ir con ustedes, porque hemos oído que Dios está con ustedes” (Zac 8,23). Pues la más radical realización de este oráculo lo trae San Mateo en el último capítulo de su evan-gelio:

“Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las na-ciones, háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes to-dos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20).

Jesús envía a sus discípulos a llenar, con el anun-cio de la Buena Noticia, todos los espacios. Se les conmina, no a esperar que vengan, sino a ser deci-didamente quienes van al encuentro de las perso-nas, de las comunidades, de las familias.

Naturalmente, nosotros somos llenos de curiosidad por la manera como Mateo narra el nacimiento de Jesús y la relación que esto tiene con los sabios de los confines. Realmente, allí existe todo un tras-fondo cultural que ya encontramos en algunas na-rraciones de personajes famosos de la antigüedad. Por ejemplo, Heródoto, el gran historiador griego dice que los magos gracias a su estudio de las es-trellas, lograron predecir el nacimiento de Ciro, el gran Rey de los Persas (Historia 1,107-204).

Cierto también es que en la antigüedad la astrolo-gía era una arte apreciado y relacionado con las matemáticas, la física, la historia, la sabiduría de los pueblos. Hubo entonces personas que en la antigüedad se dedicaban a este arte astrológico y muy en serio. San Mateo nos refiere algo así con la persona de Jesús.

Ahora, la manera como nos lo narra San Mateo re-coge otros elementos del entorno del siglo I y del Antiguo Testamento que orientan el sentido del mensaje: primero, Herodes y “Toda Jerusalén” Mt 2,31. La expresión recoge dos hechos concretos: La Palestina del siglo I, tiempos en los que nace Jesús, está sometida a la tiranía del viejo Herodes. Un hombre celoso de su poder que recurre con fre-cuencia a la corrupción y al asesinato, hasta de sus propios hijos y esposas, para mantenerse en el po-der3. En una tierra donde la vida de la reina y de los

3 La vida de Herodes el Grande y de Arquelao están documentadas por FLAVIO JOSEFO, Antigüedades de los Judíos (Libro XVI, capítulo XI; Libro XVII, capí-tulo IX), CLIE, Barcelona 1988.

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príncipes no estaba garantizada, la de nadie estaba garantizada.

Jesús nació entre los últimos años de reinado de Herodes el Grande, más o menos hacia el 6 a.C., y el etnarcado de su hijo Arquelao sobre Judea, Idu-mea (tierras de la actual Arabia) y Samaría. Tam-bién este hijo de Herodes se caracterizó por la bru-talidad, al punto de ser llevado al destierro por los romanos hacia el 6 d.C. El relato sobre el papel de Herodes en el siglo I continúa siendo ambientado con la narración sobre la matanza de los niños ino-centes (Mt 2,16-18).

Cuando leemos ese pasaje no debemos dejar de lado la narración sobre la matanza de los niños en Egipto, en tiempos de Moisés y el Faraón (Ex 1,1ss). Adicionalmente, recoge el oráculo del profe-ta Jeremías (31,15), donde se lamenta la matanza de los hijos de Israel, llevados al destierro de Babi-lonia. Ramá4 en el lugar, hacia el norte de Jerusa-lén, donde se reunían a los nuevos esclavos para enviar hacia Babilonia en tiempos de Nabucodono-sor (Jr 40,1).

Raquel es la esposa preferida de Jacob, es la ma-dre de los hijos de Jacob que se lamenta por el de-sastre del nuevo exilio. La muerte del rey (Mt 2,19), es tipificada como la muerte del Faraón (Ex 4,19-20). Todo esto nos sirve para pensar a Jesús como un nuevo Moisés. El Evangelio, tiempo de Jesús, como un nuevo tránsito por el Desierto, el Reino de los Cielos como la Nueva Tierra Prometida. De hecho con estas y otras caracterizaciones (Mt 5-7), San Mateo se preocupa por presentar a Jesús como el nuevo Maestro de la Ley. Mateo ambienta muy bien con su narración la opo-sición entre el significado de Jesús y el significado de Herodes. Para el pueblo del Señor, que escucha el evangelio de Mateo, cada uno tiene una significa-ción opuesta: ¡Uno es el verdugo otro el salvador! ¡Uno es la esclavitud, el otro la libertad! La salvación no puede venir del centro del poder, de la corrup-ción y de la brutalidad, es decir de las estructuras

establecidas en Jerusalén, sino de una pequeña vi-lla hacia el sur, Belén. La ciudad donde Dios un día suscitó a David, el que implementó un reinado, en el nombre del Señor (1Sm 1,17-12; 16,1-13). Así lo profetizó también el profeta Miqueas (5,2). En la predicación de Miqueas Belén seguirá siendo en el futuro la villa de la esperanza para Israel, de allí saldrá siempre el Pastor de Israel: “En cuanto a ti Belén de Éfrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá un gobernante de Israel que desciende de una antigua familia. Ahora el Señor deja a los suyos, pero sólo hasta que dé a luz la mujer que está esperando un hijo. Entonces se reunirán con sus compatriotas los israelitas que están en el des-tierro” (Miq 5,2-3).

En la conciencia de los cristianos de la comunidad de Mateo esta estrella debía evocar las palabras de Yahvé a Abraham, cuando le dice que su descen-dencia será como las estrellas del cielo (Gn 15,5; 22,17 Ex 32,13 1Cro 27,23 Neh 9,23). En particular, Balaam en el libro de los Números dice: “Veo algo en el futuro, diviso algo allá muy lejos: es una es-trella que sale de Jacob, un rey que se levanta en Israel” (Nm 24,17).

Mientras la información de los jefes de Jerusalén no conduce hacia donde se encuentra Jesús, la crea-ción continúa conspirando para que los sabios en-cuentren al Mesías, siempre al tenor de lo dicho por los profetas del Antiguo Testamento: Is 60,3-4: “Las naciones vendrán hacia tu luz, los reyes vendrán hacia el resplandor de tu amanecer. Levanta los ojos y mira a tu alrededor: todos se reúnen y vienen hacia ti…”; Is 45,14: “los campesinos de Egipto, los comerciantes de Etiopía, la gente de Sabá, de alta estatura… se rendirán delante de ti y te suplicarán”; Is 49,7: “Cuando los reyes y los príncipes te vean, se levantarán y se inclinarán ante ti”.

Finalmente los dones ofrecidos se encuentran den-tro de la tradición de los pueblos antiguos por sus usos simbólicos, de los que también da cuenta el Antiguo Testamento: Incienso, un aroma que perte-nece sólo a Dios; distinguirlo de otros aromas dedi-cados a los hombres es símbolo de reconocimiento

4 Como Cartagena (Colombia) en tiempos de la esclavitud negra en América Latina.

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del Señor en Ex 30,34.38. Dice así, de una forma muy poética, el Cantar de los Cantares: “¿qué es eso que viene en el desierto y avanza entre colum-nas de humo, entre humo de mirra y de incienso y de toda clase de perfumes?” (Cant 3,6 Cfr. Ecclo 24 15).

Estos dones aparecen también en el libro de Isaías junto con el oro y la mirra, siendo los que se han de ofrecer al Israel fiel, del cual Jesús es prototipo en la narrativa de San Mateo (Is 60:6 “Te verás cubier-ta de caravanas de camellos que vienen de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá, cargados de oro y de incienso, y proclamarán las acciones glo-riosas del Señor”. Cfr. Salmo 72,10-11).

Una bella interpretación cristiana ha relacionado el incienso con Dios, la mirra con el hombre y el oro con el rey, de donde se estaría haciendo un recono-cimiento de estas tres facetas de Jesús. En todos estos relatos la historia de Jesús se hace una con la historia del pueblo de Israel en el pasado y en el presente. Ese es el motivo de su venida, de su en-carnación. Debido a ello el pueblo y la humanidad necesitan salvación. El llevará a cabo la definitiva y verdadera alianza, como Hijo de Dios.

OPERATIO.

Pero lo que debe alentar nuestra escucha de la Pa-labra de Dios es esa Teología Universal del Actuar de Dios, el testimonio de Israel entre las naciones y la acogida de este Misterio por todos los pueblos, expresado todo por el profeta Isaías (Is 56-66). En-tendamos que se trataba de un pensamiento revo-lucionario. Sutilmente San Mateo nos está diciendo que Jesús es el cumplimiento de todo lo que habían escrito y dicho los profetas desde antiguo. Así mis-mo que este ungido no sólo sería el nuevo David de Judá sino que lo sería de todos los demás pueblos (Mt 2,2).

Fijémonos, en perspectiva de futuro, cómo desa-rrolla este pensamiento San Lucas, a partir del mo-mento de la Resurrección: Primero es vencido el

miedo de los discípulos por la acción del Espíritu de Dios; luego el diácono Felipe es llevado por el mismo Espíritu a encontrarse con el ministro de la reina Candace (Hech 8,26-40); antes, Felipe había llevado el anuncio de Cristo a Samaría (Hech 8,4-8.14-17); posteriormente es Pedro quien lleva este anuncio a la Casa del centurión Cornelio (Hech 10). Y, a través de todos estos aprendizajes, los discí-pulos y apóstoles se reúnen en Jerusalén y toman la decisión más radical de toda la iglesia primitiva (Hech 15).

Hay una expresión muy linda de la primera lectura que se me ocurre citar en este momento: ¡Levanta la vista en torno, mira: Todos esos se han reuni-do, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, tu corazón se en-sanchará!...” (Is 60,4-5).

En la misma línea lo dice el Apóstol: “También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa de Jesucristo, por la Buena Noticia” (Ef 3,6).

Una iglesia que levanta muros de división no es la iglesia que fue convocada por el oráculo del pro-feta, explicitada por el resucitado y animada por el apóstol Pablo. Hoy se nos pide audacia. Conjugar el verbo “ir” en todas las personas. Casi que se nos invita a olvidar la pastoral del “esperar que”. La pastoral de la “esperar que…” está pasada, es cómoda, nos hace ser funcionarios de un edificio. La pastoral del “ir a…” nos exige valor, genero-sidad, apertura, capacidad de escucha… ensan-chamiento del corazón, como lo dice la figura del profeta Isaías.

Curiosamente, la Epifanía hace alusión a unas per-sonas que vienen, en sentido restringido, pero el sentido que se nos descubre allí es el de Cristo que nos invita a ir, ensanchando cada vez más el cora-zón.

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BAUTISMO DEL SEÑOR

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Isaías 42,1-4.6-7.• Salmo 28: ¡El Señor bendice a su pueblo con la

paz!• SEGUNDA LECTURA: Hech 10,34-38.• EVANGELIO: Lucas 3,15-16.21-22.

MEDITATIO.

Culminamos las fiestas de navidad, el capítulo ini-cial de la celebración de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, quien se hizo hombre (San Pa-blo) y puso su morada en medio de nosotros (San Juan). De una forma más definitiva, el bautismo del Señor, fiesta que hoy celebramos, hace evidente la profecía de Isaías cuando dijo su nombre: “Dios en medio de nosotros” (Is 7,14-15).

El profeta Isaías nos habla de un Siervo Misterioso por medio del cual actuará Dios. Las características serán totalmente diversas a las esperadas por un pueblo sediento de la venganza (regreso del exi-lio), sediento de la orgía de la guerra. Su labor es restablecer, unir, sanar y por medio de ello servir. Dios que conduce la Historia hace que las palabras del profeta tengan su cumplimiento en la persona de Jesús.

Por su parte en la segunda lectura se nos mues-tra cómo el fundamento de la misión de Jesús es su unión con Dios. Y el fundamento de nuestra misión es la unión con el Espíritu del Resucitado, que también llega a la Casa de Cornelio y con ello derriba los muros de división que los hombres le-vantamos. Cuatro son los momentos clave de este derribamiento de muros humanos: El pentecostés donde se finaliza el miedo de los apóstoles (Act 2), el pentecostés donde Felipe visita los Sama-ritanos (Act 8), el pentecostés donde el Espíritu llega a la Casa del romano Cornelio (Act 10) y el pentecostés donde los Discípulos tienen que to-mar la decisión de ser “seguidores de Jesús”, con todas las implicación de inclusión que ello trae

y no simplemente una caricatura de una religión (Act 15).

La Buena Noticia de Jesús es para toda la huma-nidad. Todo el que quiera acercarse al Misterio de Dios es invitado a hacerlo a través del Misterio de Cristo. Y todo aquel que pretenda anunciar a Cristo, debe tener en cuenta el Misterio de cada Hombre, sus circunstancias, su historia, su vida.

La Fiesta del Bautismo del Señor, anunciada por medio del Evangelista San Lucas, evoca la inau-guración del ministerio de Jesús en medio de no-sotros. Los elementos que lo componen: la predi-cación de Juan el bautista a los arrepentidos, el desierto, el río Jordán, el cielo que se abre y la voz que habla a Jesús, la oración de Jesús, sintetizan todo el significado de la vida de Jesús y su misión. Identifiquemos algunos elementos de esta liturgia de la palabra que nos permitan dar sentido a la fiesta.

Dios en medio de nosotros, es la proclamación ma-ravillosa de toda esta celebración del misterio de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Esto se ha ido realizando paulatinamente por medio de la esperanza sembrada por los profetas (adviento), por medio de la figura de la Virgen María, con su fiat obediente a la voluntad de Dios, por medio del nacimiento del niño (pascua de navidad) y su pre-sentación a todas las naciones (epifanía).

Hoy, los que nos acercaron a la consideración del advenimiento del Mesías quedan en un segundo plano y el enviado de Dios se presenta en persona, en medio del núcleo más representativo de la hu-manidad, los necesitados, es decir, los pecadores que escuchan la predicación de Juan Bautista en el desierto, sobre la conversión y el perdón de los pecados.

Toda la preparación anterior de los profetas, del fiat de María, del testimonio de los pueblos que recono-cen a Dios, adquiere sentido en este momento, por-que esta es la finalidad. Dios está en medio de los pecadores, de los que buscan a Dios, de quienes

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son capaces de poner en crisis (juicio) su propio camino. El desierto, al otro lado del Jordán, donde Juan predicaba no deja de tener ese efecto evoca-dor del pueblo que caminaba en el pasado por el desierto, guiado por la nube y por la columna de fuego, Dios, para escapar de la esclavitud de Egip-to y entrar en la tierra prometida, al paso firme de Josué abriéndose camino en las aguas del Jordán (libro de Josué). Evoca también la imagen del pro-feta Oseas, quien habla de las bodas de Dios con la humanidad cuando dice: “le llevaré al desierto y le hablaré al oído” (Os 2,16-17).

Juan Bautista es como Moisés anclado en la otra orilla (Dt 34); permite que sea otro el siervo misterio-so de quien hablaba Isaías, quien cruce las aguas del río y conduzca al nuevo pueblo. El Bautismo de Jesús da sentido a esas aguas, es el paso hacia la tierra prometida, no sólo para Israel sino para toda la humanidad. No se trata de un pedazo de tierra para unas personas, se trata de toda una realidad que inunda a la humanidad. Por eso dice que “se abrió el cielo”, y Jesús lo “vio”. El único capaz de hacerlo. Nadie más en ese momento podía hacerlo. La misión de Jesús en medio de los hombres arre-pentidos, de que habla el evangelio, es precisamen-te llevarlos a comprender que en Él, los cielos se abren para todos. Cielo entendido como el Misterio de Dios que viene a la Creación. La cualidad indis-pensable: La comunión entre el habitante del Cielo, Dios, y el que está en medio de los hombres Jesús, por eso dice la voz: “Este es mi Hijo, el Amado”.

OPERATIO.

San Lucas nos muestra un episodio de lo que ha desencadenado Jesús. Entender lo que pasó en ese momento, hace 2000 años, es muy importante. Todo el capítulo 10 de Hechos de los Apóstoles se puede llamar el Pentecostés de los Paganos. Se trata de la acción pneumatológica de Dios que fa-vorece a toda la humanidad. La iglesia, que es la comunidad una, santa, universal y apostólica, es un evento que refleja la acción del Espíritu de Dios en el mundo, por medio de la memoria del Hijo Muerto

y Resucitado. Que la iglesia es pneumatológica no significa que bailotea todo el día, que hace extrava-gancias esotéricas, que tiene momentos de histeria religiosa colectiva, que mediatiza con vatios de so-nido los gritos y los cantos hasta hacer ruborizar a los participantes, o hacerlos desmayar por medio de la manipulación de las masas.

La iglesia pneumatológica significa que a través de la fe comunitaria que vive el evangelio, abre los co-razones de todos los hombres para que allí aletee el Espíritu del Resucitado y todas las fronteras que nos dividen se derrumben, y construyamos en cada período de la historia un pueblo que camina hacia la tierra prometida, hacia la libertad como decisión por el ser humano, hacia la posesión de la tierra como espacio de todos y para todos, a fin de que no haya hambre, ni marginación, ni frustración.

La iglesia pneumatológica debe conducir a los miembros hacia la dimensión del reino que los he-breos bien llaman shalom. Esto no es identificable con el silencio o la ausencia de guerra, sino que se trata de la estructuración armónica del pueblo de Dios: donde existe el pan hay shalom, donde se permite la búsqueda de la verdad hay shalom, don-de hay solidaridad con el pobre hay shalom, donde hay solidaridad por medio del dinero y los bienes de consumo hay shalom, donde hay educación hay shalom, donde hay respeto por la conciencia indivi-dual hay shalom, donde hay respeto por la búsque-da del bien común hay shalom. En esa medida es verdad lo que dice el salmo, lo que soñamos con el salmo: “El Señor bendice a su pueblo con el shalom – paz” (Sal 28).

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Isaías 62,1-5• Salmo 95: ¡Contad las maravillas del Señor a to-

das las naciones!• SEGUNDA LECTURA: 1Cor 12,4-11• EVANGELIO: Juan 2,1-11

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MEDITATIO.

Durante el año 2010 estuve en Alemania por cuestiones de índole académica. Un día del ve-rano salí a comer fuera de casa, aprovechando el buen tiempo. Llegué a un restaurante italiano. Había en las mesas externas un grupo de señoras alemanas, disfrutando aquel atardecer y la buena mesa mediterránea. Yo me senté en una mesa contigua, para también disfrutar la noche con una buena comida. Inmediatamente noté como una de las damas allí sentadas tomó su cartera y la pasó para el otro lado, lejos de mí. Les permito imagi-nar cómo me sentí y lo que dije en el secreto de mi alma.

Hoy, en la distancia del tiempo, reflexiono que fue lo sucedido: ¡Claro! Yo no tengo ojos azules, no soy rubio europeo, tengo el aspecto de un des-cendiente americano. Por lo tanto, no soy de fiar. Este ejemplo me sirve para que escuchemos con discernimiento lo que dice el profeta a su pueblo, en el nombre del Señor: “Te pondrán nombre nue-vo, pronunciado por la boca del Señor. Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada, a ti te llamarán mi favorita, y a tu tierra desposada. Porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido” (Is 62, 3-4).

Lo que dice el profeta es magnífico: Dios da un “nombre” a su pueblo. Le da identidad. Lo peor de un inmigrante es no tener identidad, ni siquiera de persona humana. Por allí empezamos a compren-der el gran pecado de las sociedades e institucio-nes ricas. Porque pareciera que allí el nombre pro-viniera de la riqueza, del status, del rol que se juega en la comunidad y no del ser “Hijos de Dios”, del ser “Humanidad”. Por lo tanto quien no tenga riqueza o status, no es persona humana. Grave astigmatismo es éste, porque los ojos con que vemos distorsio-nan la realidad vista.

Después de celebrar la navidad, la liturgia comien-za proclamando las Bodas del Mesías en Caná. Esa había sido la ilusión del Profeta Isaías cuando dijo: “Preparará el Señor del universo para todos

los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vino refinados” (Is 25,6). De este modo, y por petición de la Madre, Jesús anticipa su Hora (la de la Cruz y Resurrección) en el ejercicio de Caná de los Galileos. Él es allí dador del vino mejor. Él suscita la fe, el discipulado de los allí presentes. Él hace lo mismo que hizo Yahvé, el Padre, cuan-do el pueblo ya había salido de Egipto: “Su Gloria se posaba llenaba la Tienda del Encuentro” (Ex 40, 34). Jesús, a quien seguimos, en quien somos hi-jos, hace que la fiesta de la vida no pierda el sentido y acabe en frustración.

Cuentan que cuando existía el faro de Alejandría (Norte de Egipto), los barcos desde Alta Mar podían ver en la noche los destellos de luz que les indicaba el puerto. Algo así parece decirnos la palabra de Dios acerca de Jesús. El profeta Isaías decía que un Ungido de Dios “llamearía como antorcha para iluminar a todas las naciones”.

Ni siquiera el sol alcanza a iluminar toda la tierra sino que se tiene que resignar a iluminar un poco más de la mitad del globo terráqueo. Pero Isaías decía que sería luz de todas las naciones. Porque su luz no es la luz eléctrica, ni atómica, ni solar. Él es la luz hecha por el Padre desde el vientre mater-no, capaz de atravesar cuerpos, corazones y men-tes y de esta manera hacernos sentir a todos, pue-blo suyo, hijos suyos, seres humanos, humanidad.A veces cuesta integrar el sentido de todas las lec-turas dominicales en uno solo, pero creo que hoy es posible integrar todo a partir de la noción de dig-nidad humana que despiertan los tiempos mesiáni-cos. ¡Miren si no!

La lectura del Apóstol San Pablo habla de cómo cada uno es morada del Espíritu de Dios. Somos muy fáciles para afirmar la presencia del Espíritu en la comunidad, pero lo de hoy es una afirma-ción sobre cada uno. ¡Habitados por el Espíritu de Dios! ¡Morada de Dios! Sí, es un pesar que al leer este texto nos quedemos en las manifestaciones extraordinarias, muy difíciles de discernir en nues-tros tiempos, por los excesos de que a diario nos

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enteramos. Pero, más allá de ello, la inteligencia humana, el amor de las familias, las cualidades de las personas, todo aquello que nos enriquece y da identidad individual es una acción del Espíritu de Dios que aletea en cada uno. Y somos invitados a ser pregoneros de esta alegría de esta forma de entendernos, porque es real. Como dice el Salmo: “Contad las maravillas del Señor a todas las nacio-nes” (Sal 95).

OPERATIO.

Hoy más que hacer, la invitación es a llenarnos de coraje, de fuerza, por esta presencia que nos inun-da. Como nos lo dicen estas referencias que hago:

En el convento de la Madre Laura, en Belencito, hay un humilde retablo, pegado a la pared exterior de la habitación donde muriera la Madre, allí se contemplan unas aves migratorias volando, y tiene un escrito que dice así: “Jamás han querido posar-se en la tierra, pues dicen que tienen su nido en el cielo”.

Recuerdo de memoria una sentencia de Sor Isabel de la Trinidad que dice: “He visto el cielo en la tie-rra, porque el cielo es Dios y Dios mora en mí. El día que yo entendí esto, todo se hizo luz para mí”.

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTIO.

• PRIMERA LECTURA: Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10• Salmo 18: Tus Palabras, Señor, son espíritu y

vida.• SEGUNDA LECTURA: 1Cor 12,12-30• EVANGELIO: Lucas 1,1-4; 4,14-21.

MEDITATIO.

Se imaginan una Eucaristía que comience al des-puntar el Alba y todavía al medio día no ha termi-nado. Sinceramente…. ¿cuáles serían nuestras

sensaciones? Cada uno ubique una: Cansancio, sueño, frenesí, gozo, ganas de llorar…

El libro del Nehemías nos narra, como Palabra de Dios, el establecimiento y reconstrucción de la co-munidad de Israel, luego de 50 años de exilio en Babilonia y mucho esfuerzo por recuperar el tiempo, las instituciones y todo aquello que les daba identi-dad. Pero el tiempo pasado no se puede recuperar, y las cosas que funcionaron en el ayer tampoco. Queda sólo una: La Palabra del Señor. El pueblo reconstruye toda la sabiduría de los Padres, todo el sentido de la Historia, todo lo que el Señor les ha enseñado a lo largo del tiempo, por medio de los profetas. Recuperan incluso el sentido de la fe de Abraham, el sentido del Éxodo, el sentido de toda esa historia fracasada de los reyes. Y, por primera vez, escuchan con fe, con adhesión, con respeto, con obediencia la proclamación completa de la “ley del Señor”.

Esto comenzó al amanecer y todavía al medio-día no se había terminado. Allí estaban Esdras y Nehemías, estaban los levitas y escribas, estaba el pueblo. Todos en una actitud de “Escucha” y “Obediencia”, de “Contemplación”, al punto de gri-tar constantemente: ¡Amén, amén! Y de llorar de alegría por lo escuchado. Bien recoge el salmo el sentir de ese día: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida” (Sal 18).

Una de las cosas más lindas para inferir de esta narración, es que el pueblo está allí sediento de sentido. De que alguien les ayude a comprender que la catástrofe que trajo el destierro, la pérdida de la tierra, la pérdida del Templo, la pérdida del Rey, todo eso tenía sentido en la medida que el pueblo no se quedase anclado en el pasado sino que la Palabra del Señor le ayudase a recuperar el futuro. El pasado no hay que recuperarlo, lo que tenemos es que, aprender de él y empoderarnos del futuro. La Ley del Señor es Palabra de Dios por-que ayuda a construir el sentido de las cosas, se convierte en camino, en profecía de la comunidad que hay que reconstruir. Así, ella va preparando en cada generación la intervención viva de Dios en la

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historia hasta la llegada de Jesús, Palabra definitiva del Padre.

El relato del evangelista Lucas nos cuenta, a su modo, el inicio de la predicación de Jesús: En la sinagoga, tomando la Palabra del Señor y procla-mándola, leyendo uno de los pasajes más huma-nos de los oráculos proféticos, aquel donde se afir-ma que la mirada de Dios se posa primero sobre los humildes, sobre los marginados, sobre las viudas, sobre los que no cuentan. Y, que cuando eso suce-da, entonces, es porque han comenzado los tiem-pos mesiánicos, los tiempos de Dios. Jesús encar-na ese cumplimiento y por ello su misión tendrá que vérselas primero con los signos de humanización, con los signos del reino: La llamada de los discípu-los, la comida con los pecadores, el favorecimien-to de los marginados y enfermos, la recuperación de la mujer, la acogida de los niños, el don de su vida en la cruz. De esta forma Jesús ha iniciado un tiempo definitivo, de gracia y reinado de Dios, que los discípulos han de continuar, con esmero, con fidelidad y unidad.

Cuando el apóstol San Pablo pone su granito de arena en la continuación de la obra del Señor, en la predicación de la Buena Nueva, echa mano de un texto, citado de memoria, y relacionado con la filosofía de Platón e incluso de Aristóteles, el cual debió haber sido muy apetecido en los círculos de estudio, de sabiduría, política y filosofía, a los que estaba acostumbrada la gente griega del siglo I y II. Y, a través de estas imágenes de la filosofía griega habla de la comunidad, como una estructura diná-mica en la que cada uno es llamado a desempeñar-se con sus carismas, cualidades y ministerios.

Esta forma de hablar del apóstol les brindó mayor claridad a la comunidad que recibió la Buena Nue-va del Señor, para organizarse y hacer posible la vida de fraternidad, la misión, la naciente liturgia la organización. En esto el apóstol fue abierto y au-daz. Tuvo la claridad de un padre que organiza su familia y de esta forma cumplió lo que el Señor dijo a los discípulos: “Sed sal y luz de la tierra” (Mt 5,13-16).

OPERATIO.

Nosotros somos los nuevos receptores de la Pala-bra del Señor. Somos también responsables de la generación en la que nos ha tocado nacer. Brotan, por lo tanto, unas acciones que están contenidas en la liturgia de hoy:

• Fidelidad a la Palabra del Señor. Ahí está ella. Sin la memoria, que es la misma Palabra, no existirán atisbos de fidelidad al Misterio de Dios que proclamamos. El olvido y la distorsión segui-rán campeando en la cotidianidad.

• La misión de Jesús es una misión que redime por medio de la humanización de esta historia. Ni la santificación, ni la redención son sustracción de la realidad y del compromiso transformante de la realidad en todos los sentidos.

• Somos Iglesia, somos una comunidad. En los días de noviembre 2012 una señora me consul-taba sobre otra persona que le leía la Palabra de Dios y la invitaba a una cierta “iglesia”, y le decía que la “iglesia católica era una ramera”. Yo le invité a mantener la altura y el respeto por los demás y a recordarle a esta otra dama que la fe comienza por el respeto al otro, que donde hay vulgaridad y prejuicio, adobado con proselitismo barato, entonces la fe no es cierta, es enferme-dad mental, es ausencia de discernimiento. Por-que si no le entendimos a Jesús que la Ley de Dios tiene por una de sus síntesis el “amor al pró-jimo” (Mc 12,28-34), y este entendido como dar la vida, respetar, etc., entonces no entendimos nada, no somos nada, no somos iglesia de nada.

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DOMINGO I DEL ADVIENTO

El adviento que iniciamos este año es particularmen-te significativo. Algunos medios de comunicación vie-nen promoviendo las teorías mayas que hablan del fin del mundo. Aunque expertos ya han desmentido y clarificado el significado del calendario maya, en muchas personas sigue la inquietud, la duda.

Pero es que la pregunta por el final siempre ha esta-do allí; nadie conoce su final y esto causa una ten-sión existencial propia de todo ser humano; y el cre-yente, por mucha fe que tenga, no se escapa de esta tensión. A propósito del año de la fe, vale la pena reflexionar sobre este aspecto. Nos equivocamos cuando pensamos que la fe sirve para hacernos in-munes a la duda, al sufrimiento, a la equivocación. La fe no opera como un escudo que nos preserva del mundo; la fe es ante todo gracia de Dios para enfrentar el mundo con otros ojos, con otros criterios.

Es de esto que nos habla hoy la palabra de Dios. Si nos fijamos bien, el evangelio de Lucas no es ajeno a lo que en tiempos de Jesús se pensaba sobre el fin del mundo. El pensamiento apocalíptico atravesaba prácticamente todas las creencias judías. La predica-ción de Juan el Bautista es muestra de ello. El juicio de Dios es inminente, la ira de Dios no da tregua, la conversión debe ser ya o si no Dios vendrá a cortar de raíz el árbol que no da fruto.

La Noticia del DomingoComentario Teológico Pastoral

Por: Álvaro Mejía Góez, Pbro1.

1 Presbítero de la Arquidiócesis de Medellín. Magister en Teología Fundamental de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Actualmente profesor de Teología Sistemática de la universidad de San Buenaventura, sede Bogotá.

Los comentarios teológico-pas-torales que se proponen a con-tinuación, pueden utilizarse de dos maneras: o como un com-plemento a los comentarios bíbli-co-teológicos propuestos por el padre Jairo Henao, en la prime-ra parte del texto; o pueden ser comprendidos como un texto in-dependiente. Como fueran utili-zados, estos comentarios tienen la pretensión de ser más pasto-rales con un toque de algunos principios teológicos muy bási-cos. De lo que se tratan estos textos es solo de subsidios para la reflexión de la palabra de Dios en el contexto celebrativo domi-nical o en la lectura y reflexión en pequeños grupos.

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En cambio Jesús quiere cambiar esa visión. Frente a las creencias apocalípticas, la Buena Noticia de Je-sús es que Dios es paciente, que no está enojado, que él quiere poner en el ser humano los elementos necesarios para que respondamos con amor a su amor sin medida; que no es necesario acabar con este mundo sino que el mundo se convierta en el rei-no de Dios que Jesús porta con si; que la tarea que nos pone a todos es “que sea en la tierra como es en el cielo”.

Todos podemos pasar por momentos de miedo, in-certidumbre, angustia. La realidad de nuestra muerte y las noticias sobre el final, probablemente nos in-quieten demasiado, pero el evangelista nos dice que Jesús es portador de una buena noticia, a pesar de todo; y que si queremos vivir con lucidez cristiana el momento presente, entonces debemos incorporar a nuestra vida cuatro actitudes:

1. «Alzad la cabeza». Es una invitación a la vigilan-cia; a mantener la dignidad a pesar del sufrimien-to; a no asumir la realidad con fatalismos; a ser valientes.

2. «Tened cuidado de que no se os embote la men-te». Este es un peligro. Mucha cosas nos pueden hacer mirar a otro lado; a perder de vista lo impor-tante, lo esencial. Nos podemos perder en el mar de nuestras cosas materiales, a amarrar el cora-zón a ellas y a perder la libertad que nos opone en camino hacia la consecución de lo fundamental.

3. «Estad siempre despiertos». Es una actitud di-námica; se trata de no quedarnos “cruzados de brazos”. El mundo necesita que nosotros sigamos construyendo estructuras de justicia; que la tierra sea cada vez más como es en el cielo. El final no se espera de manera pasiva; el final será feliz si nosotros hemos estado despiertos.

4. «Pidiendo fuerza». Dos aspectos se conjugan en esta invitación de Jesús. Orar es la primera. Dios tiene que ser el gran protagonista de esta historia. No es posible sacarlo de nuestros proyectos. Por más que algunos vayan pregonando lo contrario, Dios será el eternamente necesario en nuestro mundo. Los que tenemos fe sabemos que sin él nada es posible. Por eso el segundo elemento.

No pedimos poderes; no pedimos a Dios que nos libre del final; que nos exima de la muerte. Pedi-mos su fuerza, que noes otra cosa que su gracia, es decir, Él mismo. Que venga porque solos nada podemos.

INMACULADA CONCEPCIÓN

Esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, que celebramos casi en las vísperas de la Navidad, reviste una particular importancia, pre-cisamente por el ambiente navideño que ella abre en el ciclo de celebraciones cristianas.

Ciertamente, unos de los grandes aportes de la nue-va teología del Concilio Vaticano II, fue poner la ma-riología en la correcta relación con la cristología y la eclesiología. Por eso esta fiesta debe recordarnos dos cosas principalmente: que María es portadora de la Luz que esperamos y que ella es figura y prototipo del creyente llamado a ser discípulo y misionero de esta buena noticia, de la que la virgen madre es por-tadora. La misión y papel de María en el plan salvífico de Dios debe ser entendido, entonces, en relación con Jesucristo y con su Iglesia.

Celebrar esta fiesta de María, de quien afirmamos fue preservada de pecado original en su concepción, por los méritos de Cristo, porque es la “llena de gra-cia”, es un motivo para mirar nuevamente la fuerte presencia de esta mujer en la vida de Jesús y de la comunidad de discípulos. Esta es una bonita oportu-nidad para recuperar el auténtico valor de María en nuestra vida cristiana y tratar de rescatarla de algu-nas devociones desviadas y sentimentaloides, como precisamente lo advierte el Concilio Vaticano II.

En diversas ocasiones el Papa Pablo VI reconocía que “cierta literatura devocional ha influido en una cierta falta de afecto hacia la Virgen y una cierta di-ficultad para comprender su misión eclesial”. A esta observación habría que agregarle que no solo en lo eclesial sino, y principalmente, en lo cristológico exis-te una distorsión de la figura de María en la espiritua-lidad cristiana.

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Preguntémonos entonces ¿Quiénes se la han apro-piado indebidamente para sí y han escondido su ver-dadero rostro? Tal vez quienes nos quedamos con una presentación superficial y no hacemos el esfuer-zo por descubrir la auténtica dimensión cristológica y bíblica como lugares marianos por excelencia. Quie-nes la han distorsionado son, en definitiva, los que le han arrebatado su imagen evangélica y la han es-condido entre las meras connotaciones devocionales y de imaginería popular.

Hoy quiero proponerles ver en la “llena de gracia” a la mujer plena de fe, que con su presencia simple en la vida de su Hijo y de los Apóstoles, puede proponerse como el gran modelo de esa mística cristiana que hoy tanto reclama el mundo. Una mística de estas carac-terísticas es fácil de encontrar en María de Nazaret. El Magnificat es una preciosa pieza literaria que con-tiene esta mística mariana: “se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Porque ha mirado la humillación de su esclava [...] Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

Cualquier lector desprevenido podría concluir que este texto fue escrito por algún teólogo marxista, o por algún guerrillero creyente; pero no, son palabras de María que “han brotado de la ternura, la limpieza y el gozo que caben en el corazón de María: ese co-razón que había guardado la memoria y el gozo de Jesús, el cual bendecía al Padre por haber ocultado su Reino a los aristócratas de la tierra y haberlos re-velado a los humildes”, como lo dirá Gonzales Faus.

Celebrar la “Llena de gracia” y meditar en su mística es hacer memoria de “la bienaventurada” para traer al presente eclesial el valor de las bienaventuranzas; es hacer memoria del Dios de quien María hace me-moria, cantando las proezas que ese Dios ha obrado a favor de los humillados y desprotegidos; es hacer memoria de la mujer que representa la receptividad más disponible a la Palabra de Dios.

En la historia de María ella se siente agraciada de Dios, amada por Él, invadida por Él en el Espíritu. El

sorprendente misterio de la vida de María no es más que su aceptación plena e incondicional del amor de Dios; de allí que lo más bello de la existencia de Ma-ría es su fe y por lo tanto su fidelidad al proyecto de Dios para ella. Todo esto hace de María la mística y profeta de la que hablan los Padres de la Iglesia.

Esta mística mariana no nos exige renunciar a este mundo, ni evadir el momento presente; por el contra-rio, esta mística “de los ojos abiertos”, expresada por María en el canto del Magnificat, es una mística del amor y el compromiso por los pobres. Por eso vale la pena recordar un trozo del discurso del Beato Juan Pablo II en el santuario de Zapopan, en México, a propósito de esta visión más cristiana de María como mujer mística para el hombre de hoy:

María nos permite superar las múltiples estructuras de pecado [...] y obtener la gracia de la verdadera li-beración, con esa libertad con la que Cristo ha libera-do a todo hombre. De aquí parte, como de su verda-dera fuente, el compromiso auténtico por los demás hombres, nuestros hermanos, especialmente con los más pobres y necesitados, así como el compromiso por la necesaria transformación de la sociedad. [...] María es modelo fiel y cumplidor de la voluntad de Dios para quienes no aceptan pasivamente las cir-cunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la alineación [...] sino que proclaman con ella que Dios es vindicador de los humildes y, si es el caso, depone del trono a los soberbios.

DOMINGO II DE ADVIENTO

Decía un importante teólogo católico que la gran crisis del cristianismo actual no es, como lo fue en otro momento histórico, el ateísmo o la indiferencia religiosa, de la que tanto se preocupó el Beato Juan Pablo II. La gran crisis de hoy es la paganización de nuestra vida cristiana.

Esta intuición toma hoy más significado que nunca. Nos preparamos a la Navidad; a la fiesta del gozo profundo de saber que Dios viene a nosotros, pero nosotros nos hemos embotado de superficialidad y consumismo, en licor y regalos costosos, en fran-cachelas y comilonas, que en muchos casos termi-

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nan en violencia y muerte. Las luces de colores nos hablan de comunas, de duendecillos, de bosques y ríos; en ellos la ciudad gasta millones de pesos, pero la mayoría de las veces no remiten a Cristo, la luz de quien la virgen María es portadora. Los arboles de navidad que en familia buscábamos en los solares vecinos le dieron paso a los arboles sintéticos, ver-des, blancos, azules, que ya no dicen de la presen-cia de Cristo como el árbol de la vida en medio de la casa. Los niños de padres ricos disfrutan de sus costosos regalos, mientras al niño pobre se le dice con una canción ante la ausencia de su regalo que “será que tú hiciste algo malo, el niño lo supo y por eso no los trajo”.

La Navidad fue devorada por el paganismo. Navi-dad se confundió con diciembre y por eso la canción dice “ay maldita navidad, ya vienes con tu bullicio…”. Terminamos maldiciendo lo que debía ser bendición, porque le hemos cerrado las puertas a un tiempo de gracia por excelencia.

Algunos pensaran que el diagnóstico es pesimista, pero la intención es otra. Se trata de mirar en este domingo la figura de Juan el Bautista, que nos hace ver al espejo para descubrir el reflejo de una vida cristiana necesitada de desierto. La predicación de Juan debe resonar con más fuerza hoy, para recor-darnos que el proyecto de Dios para nosotros implica descubrir su presencia en lo sencillo, en lo humilde, en el que sabe hacerse último.

Cuando en Israel todo parece ir bien; los poderosos viven tranquilamente de su riqueza conseguida con dominación y represión, aparece una voz en el de-sierto gritando que Dios tiene algo que decirnos; que las cosas no andan tan bien como parece, porque no se ha hecho justicia al pobre y esta tierra aún no es el reino de Dios. Esta voz debe ser escuchada hoy también en medio de nuestras falsas seguridades, de nuestras opulencias, de nuestro bullicio decembrino. Como nos lo recuerda José Antonio Pagola:

Sólo en el desierto se puede escuchar de verdad la llamada de Dios a «cambiar» el mundo. En el desier-to las personas se ven obligadas a vivir de lo esen-cial. No hay sitio para lo superfluo. No es posible vivir

acumulando cosas y más cosas. Nadie vive de mo-das y apariencias. Se vive en la verdad básica de la vida. Ésta es nuestra tragedia. Instalados en una so-ciedad que para nosotros «va bien», disfrutando de una religión que da seguridad, nos vamos desviando de lo esencial. Nuestro bienestar está «bloqueando» el camino a Dios. Para cambiar el mundo hemos de cambiar nuestra vida: hacerla más responsable y so-lidaria, más generosa y sensible a los que sufren.

Solo volviendo la mirada a Dios, a lo esencial, vol-viendo a recuperar la vida cristiana en condición de “desierto”, se cumplirá en nosotros lo que el Bautista anuncia al final de esta perícopa: “Y todos verán la salvación de Dios”.

DOMINGO III DE ADVIENTO

“¿Qué debemos hacer?”. Es la pregunta que se repi-te y que resalta en el pasaje que Lucas nos propone este domingo. Ante la petición de Juan el Bautista de “dar frutos de conversión”, la actitud de los escuchas es reclamar unas “formulas” que lleven a conseguir lo pedido. ¿Qué debemos hacer? Es una pregunta que pide salidas inmediatas, como es inminente el juicio de Dios según el Bautista.

Las respuestas de Juan son efectivamente positivas, están encaminadas a volcar los bienes hacia los más necesitados; ha asumir actitudes justas y responsa-bles hacia los más débiles y excluidos. Pero al fin y al cabo estas son acciones inmediatas, que pue-den convertirse en pasajeras. Tratan de solucionar los problemas de hoy, pero no necesariamente son acciones de largo aliento que marquen modos de ser, actitudes que se escriban con tinta indeleble en el alma de estas personas. Por eso estas actitudes quedan en la superficie si no se complementan con la promesa que se espera.

Es que el anunciado es mucho más que éste que pide compartir los bienes, practicar la justicia y la honradez. Al que esperamos es la encarnación mis-ma de un reino, donde todas esas actitudes no son acciones pasajeras sino que constituyen el ser mis-mo como criaturas en el mundo. El que viene porta con si a Dios mismo; es Dios mismo y por eso su

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presencia no invita solo a hacer cosas sino a ser; de ahí que el que llega como Dios encarnado en nuestra humanidad venga a bautizarnos con espíritu, porque la transformación que trae para nosotros es desde adentro de nosotros mismos.

La escena que Lucas construye parece mostrarnos un ambiente de alegría por parte de los que pregun-tan a Juan. Se nota un entusiasmo en aquellos que parecen preguntar presurosos ¿Qué debemos ha-cer? Las lecturas de hoy, en su conjunto, quieren expresar esta atmosfera de regocijo expresado por el hombre que se siente mirado y amado por Dios; que se experimenta pecador pero a la vez rehabi-litado por el amor del Padre; que con su presencia garantiza que las cosas volverán a ser como antes: los cojos andarán, los ciegos recobraran la vista, a los pobres se les hará justicia.

Esta es la alegría que expresamos hoy en la liturgia: que el Dios que viene a nuestro encuentro, a inundar-nos de su espíritu, hará nuevas todas las cosas, que no trae soluciones efímeras y pasajeras; que viene a transformarlo todo desde el alma misma del ser hu-mano.

En este año de la fe, estamos invitados a pensar que la ella no puede ser un simple sentimiento que nos impulsa a la caridad, solo por la lastima que pueda despertarnos la miseria de otro hermano. La fe es ante todo una adhesión total a una persona: a Jesús y su proyecto. Si la fe es entendida así, la vida toda se verá transformada y tocada profundamente por el reino de Dios.

DOMINGO IV DE ADVIENTO

En las vísperas de la Navidad, hoy el evangelio nos invita a fijar nuestra mirada en lo pequeño, lo invi-sible e insignificante a los ojos y criterios humanos. El lugar de la escena y sus protagonistas están en situación de minoridad, expresión muy querida por Francisco de Asís. Allí no están presentes los varo-nes, solo dos mujeres; una jovencita embarazada que corrió el peligro de ser lapidada y repudiada por las circunstancias de su embarazo; y una mu-

jer vieja y estéril que es el asombro de familiares y vecinos.

La palabra de Dios de este domingo es sorprenden-te, por eso es buena noticia. Porque anuncia que Dios habla desde la marginación, la exclusión y la sencillez. Dos criaturas en el vientre de sus respecti-vas madres son portadores de una buena nueva: la salvación se está gestando en la virgen madre. Ellas llenas de fe y de Espíritu captan lo que está suce-diendo.

Cualquier mujer embarazada puede compartir su ex-periencia de gozo al llevar su hijo en el vientre. Po-dríamos preguntar a algunas y nos dirán que cuan-do hablan a su hijo y se tocan el vientre, la criatura salta, se mueve, da suaves golpes con sus piecitos. Algunas, inclusive, ponen música junto a su vientre. Algunas teorías modernas dicen que esto incentiva más los sentidos de los bebes y nacen con mayores potenciales en sus capacidades intelectivas.

Pues la escena evangélica nos dice que María “sa-luda” a Isabel y el niño que lleva Isabel en su vientre “salta de alegría”. Nuestras mamás saben perfecta-mente de lo que habla el evangelio. María la portado-ra de salvación, la llena de gracia, la obediente por su fe, saluda y su voz es como música en el vientre de Isabel. Ya el gran teólogo Von Balthasar afirmaba en su obra sobre estética teológica que “solo la belle-za salvaría al mundo”. Jesús, máxima expresión de la belleza emanada de Dios mismo, es música que despierta regocijo, paz, alegría.

¿Cómo puede ser de transformador un saludo? Fijar la mirada en el otro, darle la importancia que merece, dirigir una palabra con respeto, desear cosas bue-nas. Isabel es destinataria de este trato humano por parte de la portadora del prototipo del hombre; porta-dora de aquel en quien se esclarece todo el misterio del ser humano, como lo expresa la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Por eso Isabel desborda de alegría y bendiciendo exclama: “Bendita tú entre to-das las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.

He aquí el origen de la convicción más profunda de los cristianos por el respeto a la vida sin nacer. La fe y costumbres contenidas en la revelación no se ne-

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gocian. La opción de Dios por el inocente, el débil, el indefenso no puede ser distinta que la opción de los seguidores del Señor. Dios está siempre en el origen de la vida y sigue hablándonos en lo más débil de ella misma.

Ad portas de celebrar el nacimiento de quien es el “camino, la verdad y la vida”, es urgente recordar como valientes profetas en medio de la cultura del desprecio por la vida, que toda madre, portadora de vida, es “bendecida” por el autor de la vida; que tam-bién el fruto de su vientre es bendito.

Isabel termina con el mayor de los halagos: “Dichosa tú, que has creído”. María es dichosa porque, como lo canta en el magníficat, Dios ha hecho obras gran-des en ella, ha mirado la humillación de su esclava. Este es el gran misterio de la Navidad que celebra-remos. En María la humanidad queda enaltecida por-que es portadora del perfectamente humano. Dios se hace uno como nosotros y nuestra vida se convierte en música, alegría y júbilo

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Seguramente muchos sentimos una especial nostal-gia en este día de Navidad. Algunos porque hacemos memoria de aquellas navidades cuando estábamos niños. Parecía todo distinto; las cosas eran más sim-ples; los regalos, sin mucha sofisticación, se desfru-taban con especial alegría. En la parroquia ensayá-bamos los villancicos un mes antes. Hacíamos los sonajeros o cascabeles con las tapas metálicas de las bebidas gaseosas. Esperábamos con ansia hacer el árbol de navidad, armar el pesebre, ir a las nove-nas de navidad de casa en casa, dormir temprano para que el niño Dios pudiera poner nuestro regalo en el rincón de la cama.

Otros, tal vez, recuerdan con dolor este día, porque alguien se fue de su vida; un ser querido partió para siempre, un ser amado fue asesinado. Los villan-cicos despiertan nostalgia, recuerdan pobreza, ca-rencias, ausencias. Alguien que esta lejos envió una tarjeta y la pusimos en el árbol de navidad; este año no podemos hacer la fiesta que acostumbramos por-que papa esta enfermo y agonizante en su lecho de

enfermedad. En la noche de navidad no hubo regalo para los niños porque tuvimos un fracaso económico. Un hijo con su cara cicatrizada nos recuerda que en una noche de navidad su rostro fue desfigurado por la pólvora que encendió un adulto irresponsable.

Para ti, para todos aquellos que hoy en su corazón albergan un sufrimiento, para quienes la navidad perdió su sabor; para quienes han hecho de la na-vidad una fiesta pagana; para quienes esta fiesta ya no dice lo que decía cuando estábamos pequeños, porque perdimos la inocencia, la capacidades asom-bro, de regocijarnos con lo simple; para quienes no somos capaces de ver en la humildad al Dios que nace; para todos nosotros, es la invitación de estas palabras que hoy les dirijo: volvamos a descubrir el corazón de estas fiestas. Para ello les propongo mi-rar con detenimiento la escena de la navidad narrada por Lucas.

José el esposo fiel, solícito y responsable con su es-posa en cinta, ha llegado con tiempo, seguramente a su casa paterna en Belén. Allí cuida de María a la espera del parto. María, mujer obediente a Dios, a su esposo y a la ley, emprendió el viaje desde Naza-ret, poniéndose en manos de su Dios, convencida de que en ella está obrando la voluntad de Dios padre. Los esposos venidos de Nazaret son huéspedes en la casa, seguramente abarrotada de otros familiares que, como José, habían viajado a Belén para el cen-so.

Según el relato, en la habitación destinada para las mujeres parturientas, según las costumbres de puri-ficación judías, ya no hay espacio para María. José, para cumplir con la ley, prefiere llevar a su esposa a dar a luz entre los animales, único lugar en el que no se quedaba impuro por el parto de una madre. El relato no dice las especies de animales presentes en el lugar. Será Francisco de Asís quien, en su pri-mera representación de la escena del nacimiento de Jesucristo, pondrá una mula y un buey. ¿Qué tienen de común estos dos animales? Que ambos son es-tériles. He ahí el bellísimo significado de estas dos especies en el pesebre. Allí en medio de la ausencia de vida, nace quien es la vida misma.

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El relato continúa. En medio de la escena humilde y conmovedora en la que José y María prefieren po-nerse junto a los animales, de pronto una claridad inexplicable invade el lugar. El evangelista lo expli-ca diciendo que es la manifestación de “la gloria del Señor”. Luego, ante el temor que invade a los pasto-res, que merodean en las afueras del vecindario, un Ángel les habla diciéndoles: “no temáis”. La imagen es grandiosa: Luz, resplandor, claridad, la presencia de un ángel; todo habla de que lo que allí está suce-diendo es de Dios, viene de Dios, Dios es el autor, es Dios mismo llegando, acercándose.

El mensajero continúa: “Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo”. Fíjense bien, la frase está en singular. No se trata de una buena noticia. Es La Buena Noticia. No es una alegría. Es La alegría. No se trata, entonces, de una buena no-ticia entre otras, o de una alegría como otras tantas. De alegrías efímeras y mentirosas estamos llenos y cansados. De goces pasajeros, pero no de gozos profundos estamos invadidos. La alegría de navidad es distinta. Te invito a que la percibas y la recibas. Es la alegría más profunda que nace de saber que Dios se ha hecho como uno de nosotros. No habría esperanza ninguna para los seres humanos, si no su-piéramos que Dios comparte nuestra naturaleza, es solidario plenamente con nuestra condición y por eso solo él puede salvarnos.

Pero fíjense también en otro detalle. La Buena Nueva que comunica el ángel no es alegría solamente para María y José, que seguramente están invadidos de una alegría inefable; tampoco es una alegría exclu-siva para los pastores. Es una alegría “para todo el pueblo”; es para todos; para nosotros también.

Ese es el corazón de esta fiesta que te invito a re-descubrir: que Jesús es Buena Noticia que invade de alegría profunda los corazones de quienes sufren y están tristes; de quienes veían su vida sin más esperanza, de quienes habían dado por perdida su causa. Si en medio de estas luces, adornos, regalos y bullicio, no eres capaz de descubrir que Jesús es Buena Noticia; si el pesebre ya no te habla del valor de la obediencia, la humildad, la capacidad de renun-ciar, del valor de la vida; si Navidad es solo diciembre

como sinónimo de goce y satisfacciones personales, entonces lo que estas celebrando no es Navidad; es cualquier otra cosa menos Navidad.

Seguramente a pesar de muchas tristezas, también habrán muchos motivos para celebrar en Navidad: hemos alcanzado nuestras metas este año, recupe-ramos la salud, alguien ha regresado a nuestro lado. Pero la razón más importante, la verdadera razón de celebrar, lo que da sentido profundo a estas celebra-ciones navideñas es que “Os ha nacido hoy el Salva-dor, el Mesías, el Señor”.

¡Felices pascuas de Navidad!

SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH

Alguna vez, el padre Gustavo Vélez, Calixto, nos de-cía que acercarse a los evangelios era como abrir el álbum de fotos familiares de Jesús. En nuestras fa-milias guardamos con cariño el álbum de fotos, como testimonio de la historia de este grupo de personas que Dios quiso que existieran y convivieran juntas. Allí están nuestros padres cuando se casaron; las de los hijos apenas dando los primeros pasos; los niños bautizados o haciendo su primera comunión; los gra-dos de bachillerato, etc.

En este álbum de fotos de Jesús, los evangelios, abrimos sus páginas y encontramos bellísimas fotos de Jesús, que lo muestran caminando por las empol-vadas calles de Nazareth; hablando con un ciego; to-mando de la mano a un enfermo; sentado en un pozo conversando amenamente con una mujer. Hoy este álbum de fotos nos proporciona una linda diapositiva: la mamá y el papá cargan en sus brazos al bebé re-cién nacido. Esta foto en el álbum de fotos guardado por el evangelista Lucas, nos recuerda la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

A simple vista son una familia común y normal entre otras tantas familias en Israel. María y José se dedi-can al trabajo artesanal, a cuidar los pocos anima-les domésticos, a las tareas del cuidado de la casa. Cumplen con sus obligaciones religiosas; van al tem-plo a la purificación después del parto; presentan al niño en el templo y lo hacen circuncidar, peregrinan

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a Jerusalén. En esta familia no faltan los afanes y preocupaciones. El malentendido con José porque su prometida estaba en cinta; el viaje a Belén para el censo; el impase porque en la casa no hay espacio para que María de a luz a su hijo; la decisión de tener el bebé entre los animales; la noticia de que Herodes está buscando a los recién nacidos para asesinarlos; la consecuente huida a Egipto; el regreso a la vida normal en Nazareth; la pérdida del niño en el templo y las profecías de los ancianos Simeón y Ana que llenan de dolor a la madre.

Fíjense bien, Dios está con ellos pero no los hace inmunes a los avatares de la vida cotidiana. Los afa-nes de la vida, propios del cumplimiento honesto de nuestras responsabilidades, son inherentes a todo grupo humano y a la familia en especial. Pero Dios está ahí. Se ha encarnado en uno de nosotros y por lo tanto también se hace miembro de una familia.

Esta presencia se sigue dando entre nosotros de ma-nera sacramental. En el sacramento del matrimonio; en la pareja que no se cierra a la vida; en los hijos que llegan a completar esta comunidad de amor, a ejemplo de la comunidad trinitaria. En la valoración de la diferencia entre los miembros de la familia. En la educación en los valores éticos y religiosos; en el respeto por el hogar como núcleo primario de la so-ciedad; en la defensa de los derechos de los niños; en la valoración que damos a la sabiduría de los an-cianos de la casa.

No permitamos que Dios salga de nuestro núcleo familiar; no dejemos que ciertas políticas públicas atenten contra esta presencia divina entre nosotros. Digámosle a nuestros dirigentes y legisladores, que toda familia es un retrato de la familia sagrada de Nazarteh, que por lo tanto cada familia también es sagrada. Que precisamente en eso se basa la digni-dad de toda familia humana, en que ella fue escogida por Dios para que su Hijo pudiera recibir el afecto, la protección y la educación que todo ser humano tiene derecho a recibir de sus padres.

Regresemos a nuestros hogares después de esta santa misa y busquemos el álbum de fotos familia-res. Hagamos memoria de tantas historias en las que hemos experimentado el amor de los otros y hemos

visto patente la presencia de Dios en nuestras fami-lias. Demos un abrazo, expresemos agradecimiento y alabemos al Señor que ha derramado su espíritu de amor entre nosotros. Amén.

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS¡JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ!

Tres aspectos confluyen de manera importante en nuestra celebración de hoy: comenzamos un nuevo año, celebramos la solemnidad de Santa María Ma-dre de Dios y en ella celebramos la Jornada Mundial de la Paz. A estas tres intenciones podemos sumarle el mensaje de la palabra de Dios de hoy que nos trae una bendición.

Al comenzar un nuevo año, sentimos la necesidad de poner toda nuestra vida en las manos del Señor. Parece que el futuro es incierto; empezamos proyec-tos nuevos, les ponemos toda la fe, pero nadie ga-rantiza su buen término. Ahí esta Dios, en Él pone-mos nuestra confianza; nuestro futuro lo ponemos en sus manos. Le queremos decir al iniciar el año, que sin él nada podemos, que camine a nuestro lado, que muestre su amor y misericordia, que su gracia se derrame todos los días en nuestra vida.

Al celebrar nuestra fe en María como la Madre de Dios, profesamos, ante todo, nuestra fe en Jesús como la segunda persona de la Santísima Trinidad. Confesamos que Jesucristo es Dios con nosotros; que como “verdadero Dios y verdadero hombre” nos ha traído a Dios para llevarnos hacia Dios. Que re-novamos nuestra fe en Él y pedimos a su santísima madre nos proteja con su amor maternal en este año que iniciamos. Queremos elevar al Señor nuestra oración este primer día del año, a ejemplo de María, para decirle que se “haga en nosotros según su pa-labra”.

Cuando nos reunimos para pedir por este don tan maravilloso y necesario de la paz, le pedimos a Jesús, que así como inundó de paz a los apóstoles en la resurrección, así inunde nuestras vidas con su espíritu de resurrección, espíritu de amor y de paz; que nuestros corazones se pacifiquen en el encuen-

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tro cotidiano en la eucaristía; que la escucha cotidia-na de la palabra de Dios transforme nuestra mente y nuestro corazón; que la participación frecuente en los sacramentos sea fuente inagotable de gracia. Que la amistad estrecha y cada vez más consciente con Jesucristo, nos de la sensibilidad y los talentos nece-sarios para construir un país en paz, porque hemos practicado la justicia como valor fundamental del rei-no de Dios.

Finalmente, le pedimos al Señor nos dé su ben-dición con las mismas palabras que hoy nos trae la palabra de Dios:

Que el Señor nos bendiga y nos guarde.Haga brillar su rostro sobre nosotros y nos conceda su gracia.Que el Señor alce su rostro hacia nosotros y nos conceda la paz. Amén.

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Ciertamente, el Nuevo Testamento testifica varias epifanías de Jesús. A la visita de los Reyes magos, el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná, habría que sumarle, tal vez, la Transfiguración, la Resurrección, como la más importante de todas, y la Ascensión. Seguro que en esto puede haber distintas opiniones, de acuerdo al sentido más estricto o más amplio que queramos darle al concepto de “epifanía”. Hoy, en la pedagogía misma de la revelación y en la pedagogía usada por la Iglesia, para presentarnos los misterios de nuestra salvación, se nos propone fijar la mirada en la visita de los magos al pesebre.Teológicamente, les propongo leer la epifanía a los magos en dos perspectivas:

La universalidad de la salvación de la que Jesús es portador: La Iglesia siempre ha visto en la figura de los magos, la representación de toda la humanidad. La tradición de la Iglesia fue transmitiendo, incluso, los nombres de estos personajes, y también su co-lor de piel, lo que quería significar su procedencia de raza. En ellos quedaban representados todos los hombres y mujeres de todos los pueblos, para quie-nes Dios se había encarnado y traía su salvación.

Hoy, más que nunca, en la situación de globaliza-ción, apertura y pluralismo cultural en el que vivi-mos, estamos llamados a hacer una lectura renova-da a esta fiesta de la Epifanía. Ciertamente, en los actuales fenómenos de apertura, tanto en lo eco-nómico como en lo cultural y religioso, es cada vez más obvio que vivimos en una realidad pluricultural y es cada vez más necesario que este pluralismo toque nuestra manera de entender a los otros, de comprender la diferencia, de salir de nuestros cri-terios y parámetros demasiado encerrados, para reconocer las riquezas y valores de tantos que son distintos a nosotros.

Esta nueva mirada de la riqueza universal de la sal-vación traída por Jesucristo, pero que acepta la di-ferencia y la pluralidad de visiones del mundo y de la realidad, debe enseñarnos que no podemos acer-carnos al otro con absolutismo intransigentes, pero tampoco con relativismos escépticos. Nosotros so-mos portadores de una Buena Noticia para todos los hombres y mujeres de todas las culturas; esa buena noticia venimos a ofrecerla, a compartirla, nunca a imponerla.

La Epifanía de Jesús, salvador de todos y todas, debe enseñarnos que el cristiano esta llamado a de-rrumbar todos los muros que signifiquen división. La vocación de la Iglesia es a ser pequeño fermento, pequeña porción al servicio de la humanización de toda la masa. La universalidad de la oferta salvado-ra de Cristo, no es colonización de lo distinto sino propuesta de buena nueva para quienes quieran abrir su corazón a esta presencia divina y liberado-ra. El evangelio no se impone, se anuncia para que quien quiera abra su corazón, alimente su fe y se convierta.

Muchos hombres y mujeres de muchos pueblos y ra-zas distintas a nosotros, hoy no conocen a Cristo o lo han rechazado voluntariamente. A ellos los recor-damos en esta fiesta de la Epifanía y hacemos votos, para que pongamos todas las fuerzas y las capacida-des de cada uno al servicio de la humanidad.

Esta fiesta de la Epifanía es una invitación al diálogo. Con el que es distinto, con el que practica otra con-fesión cristiana, con el que es de otra religión u otra

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cultura. Este diálogo no puede reducirse a una acti-vidad académica, por la que expertos de diferentes confesiones ponen en común sus respectivos patri-monios religiosos; eso es muy importante, sin duda, pero el diálogo tiene otras manifestaciones que están al alcance de todos y que todos debemos acostum-brarnos a practicar:

• El diálogo de la vida diaria, por el cual personas de diferentes religiones se esfuerzan por vivir en un espíritu de apertura y de buena vecindad.

• El diálogo que supone un compromiso común en las obras de justicia y liberación humana.

• El diálogo que consiste en compartir experiencias religiosas de oración en una búsqueda común del Absoluto.

La inclusión de los hasta ahora excluidos: cuando uno, viviendo el presente es capaz de entender el pa-sado, entonces es capaz de entender lo que le está pasando como algo que no es fortuito sino que tiene una causalidad. Los expertos llaman a este ejercicio “Etiología histórica”. Los israelitas lo hacían. Solo a través de lo que el pueblo estaba viviendo en el exi-lio, pudieron entender que ellos eran de Dios, que Yahvé los había liberado de Egipto, que los había llevado por el desierto y que seguramente los había creado. Los relatos de creación del génesis son el resultado de este ejercicio de ver el presente en rela-ción con su pasado.

Lo mismo hicieron los discípulos de Jesús. Solo a través del acontecimiento pascual fueron capaces de descubrir lo que habían vivido con Jesús. Una vez se les abrió la comprensión del Cristo resucitado, enten-dieron al Jesús que había caminado junto a ellos por la empobrecida Galilea. Los evangelios son muestra del resultado de esta comprensión.

En este orden de ideas, podemos entender que una de tantas experiencias de los discípulos de Jesús, es que él predicaba el reino de Dios como buena no-ticia para los pobres; que ese reino significaba que los enfermos, tratados como pecadores y por lo tanto excluidos y obligados a la mendicidad, eran invitados de nuevo a la comunión, se les devolvía su dignidad,

podían recuperar su puesto en la familia. La expe-riencia de los discípulos con Jesús es que su pro-yecto es de inclusión. En el reino de Dios no pueden haber excluidos en nombre de ese mismo Dios. Los excluidos hasta ahora por la religión y el orden social establecido, ahora son bienaventurados, de ellos es el reino de los cielos.

Este presente que viven los discípulos es leído en retrospectiva. Los evangelistas expresan que esta buena noticia de inclusión, de los hasta ahora exclui-dos, se vive ya, incluso desde el mismo nacimiento del salvador. Jesús nace en medio de la pobreza, de la carencia, de la incomodidad, de los animales, de la exclusión, para que todos los excluidos puedan go-zar de la salvación que él porta con si.

El padre Federico Carrasquilla lo expresa bellamen-te en sus estudios sobre la “antropología del pobre”. El mundo de la pobreza es incluyente. Porque Jesús nació entre pobres, todos cabemos en su mundo; también los ricos que quieran abrirse a la buena no-ticia pueden ir y entrar en su mundo, allí son bienve-nidos. Pero en ocasiones las cosas no funcionan así cuando es a la inversa. El mundo de los ricos, la ma-yoría de las veces, está cerrado para los pobres; allí no hay espacio para ellos; nos avergüenzan, son ma-leducados, groseros, sucios, afean el lugar. El padre Carrasquilla lo dice sin resentimientos: si Jesús hu-biera nacido en un palacio, tal vez allí no hubieran dejado entrar a los pastores, pero como nació entre los pobres, entonces pudieron ir los reyes magos con sus ofrendas y los pobres se sintieron orgullosos de tan prestante visita.

A esto también nos invita esta fiesta. A la inclusión, a la valoración del mundo de los pobres, que son di-chosos porque simplemente Dios opto por ellos. No porque sean buenos o malos, sino solo porque son pobres. Por eso la Navidad es una invitación a com-partir nuestros bienes, a llevar al mundo del pobre nuestros dones, como lo hicieron los encopetados visitantes al pesebre. El universo está lleno de estre-llas, todas señalándonos una casa, un tugurio, un te-cho de cartón, un hermano solo, una mujer enferma, un viejo desempleado, un niño abandonado. Esos son los nuevos pesebres, los cercanos, los nuestros, los de ahora.

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BAUTISMO DEL SEÑOR

Ciertamente, el Nuevo Testamento testifica varias epifanías de Jesús. A la visita de los Reyes magos, el Bautismo del Señor y las Bodas de Caná, habría que sumarle, tal vez, la Transfiguración, la Resurrección, como la más importante de todas, y la Ascensión. Seguro que en esto puede haber distintas opiniones, de acuerdo al sentido más estricto o más amplio que queramos darle al concepto de “epifanía”. Hoy, en la pedagogía misma de la revelación y en la pedagogía usada por la Iglesia, para presentarnos los misterios de nuestra salvación, se nos propone fijar la mirada en la visita de los magos al pesebre.

Teológicamente, les propongo leer la epifanía a los magos en dos perspectivas:

La universalidad de la salvación de la que Jesús es portador: La Iglesia siempre ha visto en la figura de los magos, la representación de toda la huma-nidad. La tradición de la Iglesia fue transmitiendo, incluso, los nombres de estos personajes, y también su color de piel, lo que quería significar su proce-dencia de raza. En ellos quedaban representados todos los hombres y mujeres de todos los pueblos, para quienes Dios se había encarnado y traía su salvación.

Hoy, más que nunca, en la situación de globaliza-ción, apertura y pluralismo cultural en el que vivi-mos, estamos llamados a hacer una lectura renova-da a esta fiesta de la Epifanía. Ciertamente, en los actuales fenómenos de apertura, tanto en lo eco-nómico como en lo cultural y religioso, es cada vez más obvio que vivimos en una realidad pluricultural y es cada vez más necesario que este pluralismo toque nuestra manera de entender a los otros, de comprender la diferencia, de salir de nuestros cri-terios y parámetros demasiado encerrados, para reconocer las riquezas y valores de tantos que son distintos a nosotros.

Esta nueva mirada de la riqueza universal de la sal-vación traída por Jesucristo, pero que acepta la di-ferencia y la pluralidad de visiones del mundo y de la realidad, debe enseñarnos que no podemos acer-carnos al otro con absolutismo intransigentes, pero

tampoco con relativismos escépticos. Nosotros so-mos portadores de una Buena Noticia para todos los hombres y mujeres de todas las culturas; esa buena noticia venimos a ofrecerla, a compartirla, nunca a imponerla.

La Epifanía de Jesús, salvador de todos y todas, debe enseñarnos que el cristiano esta llamado a de-rrumbar todos los muros que signifiquen división. La vocación de la Iglesia es a ser pequeño fermento, pequeña porción al servicio de la humanización de toda la masa. La universalidad de la oferta salvado-ra de Cristo, no es colonización de lo distinto sino propuesta de buena nueva para quienes quieran abrir su corazón a esta presencia divina y liberado-ra. El evangelio no se impone, se anuncia para que quien quiera abra su corazón, alimente su fe y se convierta.

Muchos hombres y mujeres de muchos pueblos y ra-zas distintas a nosotros, hoy no conocen a Cristo o lo han rechazado voluntariamente. A ellos los recor-damos en esta fiesta de la Epifanía y hacemos votos, para que pongamos todas las fuerzas y las capacida-des de cada uno al servicio de la humanidad.

Esta fiesta de la Epifanía es una invitación al diálogo. Con el que es distinto, con el que practica otra con-fesión cristiana, con el que es de otra religión u otra cultura. Este diálogo no puede reducirse a una acti-vidad académica, por la que expertos de diferentes confesiones ponen en común sus respectivos patri-monios religiosos; eso es muy importante, sin duda, pero el diálogo tiene otras manifestaciones que están al alcance de todos y que todos debemos acostum-brarnos a practicar:

• El diálogo de la vida diaria, por el cual personas de diferentes religiones se esfuerzan por vivir en un espíritu de apertura y de buena vecindad.

• El diálogo que supone un compromiso común en las obras de justicia y liberación humana.

• El diálogo que consiste en compartir experiencias religiosas de oración en una búsqueda común del Absoluto.

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La inclusión de los hasta ahora excluidos: cuando uno, viviendo el presente es capaz de entender el pa-sado, entonces es capaz de entender lo que le está pasando como algo que no es fortuito sino que tiene una causalidad. Los expertos llaman a este ejercicio “Etiología histórica”. Los israelitas lo hacían. Solo a través de lo que el pueblo estaba viviendo en el exi-lio, pudieron entender que ellos eran de Dios, que Yahvé los había liberado de Egipto, que los había llevado por el desierto y que seguramente los había creado. Los relatos de creación del génesis son el resultado de este ejercicio de ver el presente en rela-ción con su pasado.

Lo mismo hicieron los discípulos de Jesús. Solo a través del acontecimiento pascual fueron capaces de descubrir lo que habían vivido con Jesús. Una vez se les abrió la comprensión del Cristo resucitado, enten-dieron al Jesús que había caminado junto a ellos por la empobrecida Galilea. Los evangelios son muestra del resultado de esta comprensión.

En este orden de ideas, podemos entender que una de tantas experiencias de los discípulos de Jesús, es que él predicaba el reino de Dios como buena no-ticia para los pobres; que ese reino significaba que los enfermos, tratados como pecadores y por lo tanto excluidos y obligados a la mendicidad, eran invitados de nuevo a la comunión, se les devolvía su dignidad, podían recuperar su puesto en la familia. La expe-riencia de los discípulos con Jesús es que su pro-yecto es de inclusión. En el reino de Dios no pueden haber excluidos en nombre de ese mismo Dios. Los excluidos hasta ahora por la religión y el orden social establecido, ahora son bienaventurados, de ellos es el reino de los cielos.

Este presente que viven los discípulos es leído en retrospectiva. Los evangelistas expresan que esta buena noticia de inclusión, de los hasta ahora exclui-dos, se vive ya, incluso desde el mismo nacimiento del salvador. Jesús nace en medio de la pobreza, de la carencia, de la incomodidad, de los animales, de la exclusión, para que todos los excluidos puedan go-zar de la salvación que él porta con si.

El padre Federico Carrasquilla lo expresa bellamen-te en sus estudios sobre la “antropología del pobre”.

El mundo de la pobreza es incluyente. Porque Jesús nació entre pobres, todos cabemos en su mundo; también los ricos que quieran abrirse a la buena no-ticia pueden ir y entrar en su mundo, allí son bienve-nidos. Pero en ocasiones las cosas no funcionan así cuando es a la inversa. El mundo de los ricos, la ma-yoría de las veces, está cerrado para los pobres; allí no hay espacio para ellos; nos avergüenzan, son ma-leducados, groseros, sucios, afean el lugar. El padre Carrasquilla lo dice sin resentimientos: si Jesús hu-biera nacido en un palacio, tal vez allí no hubieran dejado entrar a los pastores, pero como nació entre los pobres, entonces pudieron ir los reyes magos con sus ofrendas y los pobres se sintieron orgullosos de tan prestante visita.

A esto también nos invita esta fiesta. A la inclusión, a la valoración del mundo de los pobres, que son di-chosos porque simplemente Dios opto por ellos. No porque sean buenos o malos, sino solo porque son pobres. Por eso la Navidad es una invitación a com-partir nuestros bienes, a llevar al mundo del pobre nuestros dones, como lo hicieron los encopetados visitantes al pesebre. El universo está lleno de estre-llas, todas señalándonos una casa, un tugurio, un te-cho de cartón, un hermano solo, una mujer enferma, un viejo desempleado, un niño abandonado. Esos son los nuevos pesebres, los cercanos, los nuestros, los de ahora.

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C.

¡Que no quede la menor duda: Dios esta en medio de nosotros!

Aunque ya hemos dejado atrás la Navidad, la palabra de Dios nos ofrece este domingo una tercera Epifa-nía del salvador. Según el evangelista Juan, Jesús comienza su ministerio manifestando con un signo misterioso, que Dios ha llegado para transformarlo todo.

El evangelista habla de una boda en Caná de Gali-lea. La escena esta llena de simbolismos. Los novios no tienen nombre, tampoco los invitados; solo María

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y Jesús son identificables, ellos terminan siendo los importantes en la fiesta.

Banquete, bodas, agua, vino, son elementos que se conjugan en el relato para transmitir el mensaje que el evangelista quiere dar. El banquete es una figura muy utilizada en la literatura bíblica, para significar el futuro escatológico que nos espera. Si en el presen-te estamos pasando necesidades y sufrimiento, pero nos mantenemos firmes, Dios recompensará nuestra fidelidad y nos llevará a disfrutar de un banquete. Re-cordemos la parábola de Jesús de los invitados a la fiesta o el de las vírgenes necias.

Las bodas en las culturas semitas eran muy impor-tantes; se celebra el amor, se comparte la alegría, se manifiesta la solidaridad comunitaria. Estas fiestas duraban varios días; era la oportunidad de estar en-tre familiares y vecinos. Se cantaba y danzaba; se to-maba el vino como un símbolo del amor y la alegría. “El vino alegra el corazón”, decían los mayores. “Tus amores son mejores que el vino”, cantaba la novia a su amado.

El otro símbolo es el agua. Esta agua tiene una par-ticularidad; es el agua que la familia ha almacenado en tinajas de piedra para sus purificaciones religio-sas. No es cualquier agua. Estas tinajas en el patio representan la religión de la familia, su piedad y obe-diencia a la ley.

Si entendimos los símbolos, entonces ya podemos descubrir la riqueza de la escena. Cuando en la co-munidad empieza a faltar la alegría, cuando el futuro parece incierto, cuando el amor comienza a debili-tarse, Dios se nos presenta en medio. En ocasiones aparecen entre nosotros personas como María. Sen-sibles a las necesidades, llenas del espíritu, capaces de percibir la necesidad y la angustia; con una sen-sibilidad ante el sufrimiento humano que solo puede ser don de Dios. Y entonces nos abren los ojos, nos impulsan, no nos dejan solos; buscan, interceden, nos llevan a Dios, nos muestran el camino.

Y aparece Jesús en la escena para cambiarlo todo; para devolver la alegría, para no dejar acabar la es-peranza; para garantizar que la comunidad siga reu-

nida; para asegurar que el amor se siga celebrando. Para ello, incluso, Jesús viene a convertir las estruc-turas religiosas. El agua, guardada para las purifica-ciones, es convertida en vino; esa agua guardada en tinajas de piedra, es decir, la religión custodiada en moldes estáticos, pesados, inamovibles, debe ahora servir a la alegría, aportar a la fiesta, garantizar la felicidad.

Esa es la buena noticia de este domingo. No es po-sible predicar una religión de los serios, de los amar-gados, de los sin alegría. No puede haber una re-ligión que patrocine y justifique ideológicamente la exclusión, el desencuentro, la desesperanza. Como dirá José Antonio Pagola: “¿hasta cuándo podremos conservar en «tinajas de piedra» una fe triste y abu-rrida?”, ¿para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos capaces de introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que decir de una comunidad cristiana: «no les queda vino»”.

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C.

Apreciados lectores, en esta ocasión no quiero pro-ponerles un subsidio con una reflexión dominical ya elaborada. Esta vez quiero proponer, más bien, unos criterios teológicos de cómo encaminar la reflexión de este y de los próximos domingos.

¡El Reino de Dios ha llegado! Creo que esta exclama-ción resume el sentido de la palabra de Dios de este domingo. Propongo volver al comentario teológico – bíblico que nos ofrece el padre Jairo Henao, para enmarcar correctamente nuestro comentario:

Jesús encarna ese cumplimiento y por ello su misión tendrá que vérselas primero con los signos de humanización, con los sig-nos del reino: La llamada de los discípu-los, la comida con los pecadores, el favo-recimiento de los marginados y enfermos, la recuperación de la mujer, la acogida de los niños, el don de su vida en la cruz. De esta forma Jesús ha iniciado un tiempo de-

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finitivo, de gracia y reinado de Dios, que los discípulos han de continuar, con esme-ro, con fidelidad y unidad.

Les propongo iniciar, a partir de este domingo, una reflexión sistemática sobre el Reino de Dios, como lo esencial del evangelio. Leer todo el evangelio desde esta clave hermenéutica. Ciertamente, en el Nuevo Testamento, en el Evangelio, aparece la Buena No-ticia del Reino, es decir que el evangelio no va a ser leído como una historia a-crítica, como una narración que contiene bonitas moralejas, sino como el Evan-gelio del Reino de Dios. La expresión “Reino de Dios” es el evangelio, la buena noticia directamente.

El teólogo uruguayo Juan Luis Segundo nos hacía notar que

[…] para nosotros, tal vez lo más impor-tante de Jesús es que Jesús es Dios, para Jesús que era Dios lo más importante de lo que Él dijo era: que el Reino de Dios venía. O sea, a pesar de que nosotros decimos: ¿qué es lo más importante en el cristianismo? y pensamos inmediatamen-te: la divinidad de Jesús, para Jesús que lo inauguró y que debía saber más que no-sotros de qué se trataba, lo importante de esa buena noticia es el Reino.

Creo que toda evangelización debe empezar por in-corporar este anuncio en la vida; y primero en la vida de quien predica. El Reino de Dios hay que recibir-lo, sentirlo, experimentarlo; para ello, seguramente, hay que intentar desaprender, desmontar prejuicios, aprioris doctrinales. El evangelio no es un libro de verdades hechas, no es catecismo; es un anuncio, una propuesta, una persona con un proyecto: es Je-sús y su proyecto de Reino de Dios.

La invitación es a todos. A predicadores y comunida-des; a los agentes de pastoral y a las pequeñas co-munidades. Jesús no comienza su evangelio invitan-do a una religión. El cristianismo inicia con la palabra Reino de Dios. La Iglesia, como lo afirma el Concilio Vaticano II, no se puede identificar simpe y llanamen-te con el Reino, pero está llamada a realizarlo ya en este mundo. La Iglesia no es el Reino pero si debe

prefigurarlo. Nuestra misión no puede estar lejos de este proyecto. La misión no es conseguir adeptos para la Iglesia; es ser Iglesia (pequeño fermento en la masa) al servicio del Reino.

Fíjense como Jesús no se presentó como un funda-dor de una religión. Si entendimos bien su mensaje, Jesús no vino a instaurar una religión distinta a la que él pertenecía. Su misión consistió en transfor-mar la visión de Dios que se tenía al interior de la religión de sus conciudadanos. Esa es la buena nueva; que los que sufren no lo están porque Dios los ha castigado por su pecado, sino que Dios es el Padre que viene a reivindicar a la victima, a trans-formar el llanto en alegría, a hacer bienaventurados a los pobres. Esa debe ser también nuestra misión, nuestra predicación y nuestra responsabilidad. “El Reino de Dios es la transformación de la vida de los demás, no podemos renunciar a eso” (Juan Luis Segundo).

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LA FE SEGÚN LA REVELACIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

Por: Jose Gustavo Baena, Pbro.

La fe de Jesús depende del encuentro inmediato con Dios en él mismo, lo experimenta como acto creador continuo, que busaca hacer unidad per-sonal con él, contando con la absoluta fidelidad de su hijo, única posible en un ser hu-mano. Esta relación de Jesús con Dios es la que tipifica la fe cristiana.

Aunque la fe en cuanto tema de reflexión sea recurrente y hasta familiar, esto no asegura que nos estemos refiriendo a una misma realidad, con un concepto preciso de la misma. De hecho aparece diluida en múltiples concepciones que pertenecen, más a un campo meramente inte-lectualista que a una real experiencia de Dios, que determina esencialmente la existencia del hombre. Además esa multiplicidad de concepcio-nes de la fe dependen en gran manera de la vi-sión que se tenga de Dios y del modo como esté creando el mundo y particularmente el hombre.

Me voy a referir solamente a la experiencia de la fe como se comprendió en el modo de vivir, cristiano en la Iglesia primitiva.

I. JESÚS DE NAZARET Y LA FE

El N. T. , como es obvio, se está refiriendo siem-pre a la fe de los cristianos en el misterio sal-vador de Dios por Jesucristo resucitado. Creen en Jesús, el Señor Salvador. Propiamente no se refiere de manera expresa a la fe del mismo Je-sús. Y la razón es clara: todos los libros del N. T. empezaron a escribirse más de dos décadas después del acontecimiento histórico de la ex-periencia pascual, como la definitiva revelación Dios: el Misterio Cristiano.

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Según el testimonio del Evangelio de San Mar-cos, los discípulos cercanos a Jesús se escan-dalizaron, perdieron la fe en Jesús, se dispersó el grupo (14, 27), lo abandonaron y huyeron to-dos, (Mc 14, 50), posiblemente a Galilea. Sola-mente las mujeres que le seguían resistieron un poco más y lo acompañaron hasta la crucifixión, aunque solo mirándole de lejos (Mc 15, 40): pero también salieron huyendo del sepulcro vacío lle-nas de temor (Mc 16, 8). El Evangelio de Marcos da un salto narrativo diciendo que después de su resurrección Jesús los precederá en Galilea (Mc 14, 28).

Los discípulos de Jesús eran posiblemente todos pescadores y pescadores volvieron a ser. Pa-recería que todo se habría terminado, la misión del Maestro habría sido un fracaso y su muer-te violenta un escándalo. Qué ocurrió entonces en ese encuentro del resucitado con ellos? Fue un encuentro transformador. Los discípulos ex-perimentaron un cambio radical en su modo de existir, ahora son otros y muy distintos de lo que eran antes de la crucifixión, se experimentan transformados por la acción del resucitado vivo en ellos mismos, se sienten configurados con Jesús, por su poder salvador, que ellos acogen desde su libertad, llevando una vida de fidelidad a su Maestro como su Señor, inclusive hasta dar la vida con su muerte también violenta. Es este el hecho en que se revela definitivamente cómo sucede la salvación del hombre y del mundo. El acto salvador de Dios por su Hijo Jesús consiste entonces en la transformación radical de la vida de los seres humanos. Este es el Evangelio que los discípulos anunciaron, la experiencia de su propia transformación, por su fe en el resucita-do, que al acontecer en ellos mismos, los había cambiado.

Antes de la muerte de Jesús, Dios se estaba manifestando de manera absoluta en él, pero no creyeron en él; solamente en la experiencia pascual la vida de Jesús, su pasión, muerte y re-

surrección es percibida y aceptada, como revela-ción del modo como Dios está creando y cual es su voluntad sobre todo ser humano.

Ahora surge una dificultad: ¿cómo explicar que si los discípulos antes de la crucifixión habían per-dido la fe y luego en Galilea se sienten salvados y configurados con él por obra de él mismo ya resucitado, lo que presupone que ahora sí tienen fe? ¿Por qué tienen fe? ¿Qué pudo haberlos dis-puesto a la fe fugitivos en Galilea? Desde el prin-cipio de la vida pública los discípulos le habían seguido fascinados por su testimonio de acerca-miento y acción misericordiosa con los pecado-res, los pobres y los excluidos. Ahora fugitivos y desilusionados en Galilea; pero hondamente im-pactados por la muerte atroz de su Maestro, revi-ven sus experiencias vividas con él; y por esto el resucitado ahora sí los encuentra, dispuestos por la fe a realizar en ellos su obra salvadora.

Pocas veces nos preguntamos por la fe del mis-mo Jesús: ¿Qué creía? Y no es de extrañarse. Por que si solo en la experiencia pascual se per-cibe como revelación la acción salvífica de Dios por Jesús y por eso Jesús pasa, más bien, a ser el objeto de la fe de los cristianos. Por eso cabe preguntarse, ¿qué creía Jesús antes de su muer-te, cómo podría aparecer su fe ante sus discípu-los durante su vida pública?

La respuesta a estas preguntas es determinan-te si queremos entender, de manera diáfana, en qué consiste la fe como estado de vida del creyente. A ello podemos acceder mirando, con un poco de crítica histórica, las tradiciones so-bre la vida terrena de Jesús transmitida por los evangelios. Allí aparece y con gran relevancia la claridad con la cual Jesús percibe la íntima re-lación de Dios con él, y también el modo como vive, a su vez, su propia relación con Dios, dentro de un esquema de hijo en absoluta obediencia y fidelidad incondicional a Dios, como su Padre. Pero, sobre todo, él percibe esta fidelidad, como

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el fundamento sobre el cual se apoya su también absoluta seguridad y confianza en Dios, su Pa-dre. Sin duda, este modo de interpretación de la relación del mismo Jesús con Dios, es justa-mente lo que tipifica, a su vez, el modo como los primeros cristianos vivieron su relación con Dios creador y salvador, por medio de su Hijo encar-nado Jesucristo. Este modo de vida como actitud libre y permanente de obediencia al acto creador y salvador por Jesucristo, es pues, la figura prác-tica de la fe de los cristianos. Pablo la llama “la obediencia de la fe” (Rm 1, 6; 16, 26).

El Reino de Dios, era una categoría propia del judaísmo, algo intensamente anunciado, pero la figura de su contenido y de lo que se esperaba como acontecimiento tenía diversas concepcio-nes. El Reino de Dios que Jesús anuncia es com-pletamente original, aunque su anuncio sucede en el mismo contexto judío. Jesús cree que Dios está en él; percibe por experiencia su inmediatez como acto creador, y que lo crea haciendo uni-dad con él. Entiende que esa unidad es unidad de voluntades. El acto creador es propiamente voluntad, sucede continuamente ya y ahora. Je-sús elige desde su libertad, que su voluntad sea la voluntad de Dios mismo, identificándose con el propósito de Dios creándolo, en una sola vo-luntad. Pero aunque Dios es inimaginable, incom-prensible para todo hombre, inclusive para Jesús mismo, menos aún sería anticipable, hacia donde se mueva el acto libre de Dios creador en él.

Jesús percibe en su propia existencia, que todo lo que piensa, decide o hace es voluntad de Dios, porque tiene certeza absoluta de no opo-ner resistencia alguna al acto creador en él. El principal propósito de Jesús con su anuncio era hacer tomar conciencia a todo el que se encon-traba, de la realidad de Dios en todo ser humano para que lo tomara en serio y se dejara poseer por él; en esto consiste el Reino de Dios, como soberanía de Dios en las personas, como única posibilidad para que el hombre sea realmente el

hombre, que Dios está creando. El propio Jesús en su modo de existir, en absoluta obediencia a Dios su Padre y por eso plenamente poseído por el Creador, tenía la absoluta preocupación de ser ese hombre tal como como Dios lo quería. De allí que la centralidad de la vida de Jesús esté puesta en la fidelidad a Dios el creador.

La fe de Jesús depende del encuentro inmediato con Dios en él mismo, lo experimenta como acto creador continuo, que busaca hacer unidad per-sonal con él, contando con la absoluta fidelidad de su hijo, única posible en un ser humano. Esta relación de Jesús con Dios es la que tipifica la fe cristiana.

Del anuncio de Jesús se desprende que Dios está creando a todo hombre autocomunicándose y autrascendiéndose en él, dándosenos y acon-teciendo en nosotros. De donde se sigue que el ser de Dios está implicado en el ser de todo hom-bre, por eso lo experimentamos cuando nos ex-perimentamos a nosotros mismos, sintiéndonos como criaturas, hechuras continuas de Dios. De allí, entonces, que el único lugar de encuentro in-mediato con Dios seamos nosotros mismos. De este encuentro personal procede gratuitamente nuestra apertura, confianza y seguridad en Dios; en esto y solo en esto, consiste nuestra fe.

Si supuestas todas estas consideraciones hubié-ramos preguntado a Jesús ¿cúal era su misión en su vida? ¿A qué vino al mundo? Nos hubiera respondido: vine al mundo solamente a hacer lo que Dios quería de mí; vine a hacer la voluntad de Dios por encima de cualquier cosa: rechazos, hostilidades, adversidades, desprestigio, incom-prensión, persecución y hasta la muerte violenta. Nos habría parecido extraño que no nos hubiera dicho antes de su muerte y resurrección que su misión era la salvación de la universal humani-dad.

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Hay una fórmula muy primitiva y recogida pos-teriormente de la tradición por el autor de la car-ta a los Hebreos que dice así: “El cual (Jesús) habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágri-mas al que podía salvarle de la muerte, fue es-cuchado por su actitud reverente, y aún siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obedien-cia; y llegado a la perfección (yendo hasta el final obedeciendo) se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Hbr 5, 7-9). Según esta fórmula cristológica, Jesús mis-mo fue salvado, pero no de la muerte física, pues bien sabemos que murió crucificado, sino que lo salvó de la muerte eterna, resucitándolo de entre los muertos, y fue salvado, para no morir, por haber sido obediente, hasta el final, hasta la muerte violenta. Por qué el estado de obediencia incondicional es el que lo constituye como salva-dor? Porqué desde la experiencia pascual se nos ha revelado que Dios solo puede salvarnos por medio de Jesús como instrumento de salvación. Esto quiere decir que el hombre Jesús es el ins-trumento libre del cual se vale Dios para salvar a todos los seres humanos. Así, pues, cuanto más dócil es el instrumento, tanto mayor es su poder salvador; si Jesús es el absolutamente dócil ha-ciendo la voluntad de Dios, obedeciendo al acto creador, por eso es constituido el absoluto salva-dor de la humanidad. De donde se sigue que lo más que podemos decir de Jesús es su absoluta fidelidad a la voluntad de Dios.

Ahora nos queda por precisar qué significa el término salvación? ¿Qué queremos decir al con-fesar que somos salvados? ¿En qué consiste el acto salvador de Dios por Jesucristo y de qué somos salvados? Parece que hemos extendido la salvación a ser liberados o protegidos de una innumerable cantidad de males cósmicos que su-ceden en el orden natural, o bien de situaciones dañosas, peligros, amenazas, adversidades, fra-casos y de toda clase de sufrimientos. Sin embar-go Jesús mismo no fue salvado de estas cosas.

En el N. T., como anuncio centrado en la ex-periencia pascual original, es lugar común, que Dios por Jesús nos salva del pecado y de su con-secuencia, la muerte definitiva del hombre. ¿Por qué el pecado mata, es mortal? Si nos atenemos a Pablo, con el término pecado en singular “el pecado”, no se refiere a hechos puntuales peca-minosos, malvados y perversos, que todos sole-mos cometer. Se refiere de una manera clara y bien definida a un poder que habita en el hombre mismo, que lo esclaviza y lo obliga a hacer aún el mal que no quiere (Rm 7, 14-20). Es una ten-dencia profunda que se encuentra, ya dada en el ser del hombre, por ser criatura y por eso limitada por sí misma. Dios no puede crear sino seres fi-nitos, porque si los crea ya no son infinitos tienen ya un principio, no existían antes de ser creados, y en consecuencia limitados.

A diferencia de los demás seres, se le dio al hom-bre la capacidad de tomar en sus manos, y de una manera libre, la realización de su propia exis-tencia. Parecería que el hombre, como criatura finita, fuera hecho para sí mismo y lo obvio sería que se valiera para ello, de todo lo que tiene a su alcance, sin embargo, todo aquello de lo cual dis-pone, son posibilidades y fuerzas limitadas, sería simplemente intrascendente. Es pues, natural que emplee su inteligencia para recoger, poseer y retener cuanto encuentra a su lado; la codicia humana es generalizada y su ambición no tiene límites. Parecería que los hombres estarían des-tinados a vivir siempre cerrados en sí mismos. Si la existencia del hombre se realizase cerrada en su propio límite estaría, determinado por la temporalidad y su vida terminaría definitivamente con la muerte física, sería naturalmente mortal. Si esto fuera así no estaríamos entendiendo, ni la manera como Dios nos está creando, según la revelación, ni la real magnitud del ser huma-no, como fundamento de su dignidad. Dios con el mismo acto con el cual nos crea como seres limitados al mismo tiempo, con ese mismo acto también nos está salvando, haciéndonos, salir

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de nuestro egoísmo, rompiendo las barreras del límite, trascendiéndonos en los otros e impulsán-donos desde dentro a un entrega incondicional al servicio de nuestros hermanos.

Hasta ahora hemos entendido que Jesús tenia certeza, de que su mismo comportamiento era voluntad de Dios: su entrega incondicional al ser-vicio de sus hermanos, o sea el amor misericor-dia, típico de Dios, visible y concreto. Y por otra parte, la fe de Jesús era un estado permanente de absoluta apertura al acto creador de Dios. La fe de Jesús como estado de apertura continua e incondicional al Creador sucedía siempre dentro de su relación inmediata con Dios. Esto quiere decir, entonces, que el acto creador se manifes-taba con plena claridad en todo su proceder libre. El mismo Jesús en su propio comportamiento mi-sericordioso experimentaba su obediencia abso-luta a la voluntad de Dios haciendo visible, de esta manera, su propia fe, su amor como don de sí en servicio de los otros era, para él, la expe-riencia de su fe. Por eso el lenguaje de Jesús para disponer las personas a la fe y acogieran el Reino de Dios, era precisamente su testimonio de su misericordia.

II. LA FE DE LA IGLESIA PRIMITIVA ELLA MISMA COMO NORMA DE NUES-TRA FE

Pablo en su carta primera a los Tesalonicenses nos dice: “Damos gracias a Dios por todos voso-tros…Tenemos presente ante nuestro Dios Pa-dre, la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor”.(1, 1s) San Pablo da gracias a Dios por la vida cristiana que se con-creta por la obra de la fe, la caridad y la esperan-za, todo ello entendido como un don de Dios. La fe, pues, es una obra que solo procede de Dios y sucede en el creyente, no es un acto puntual que el hombre puede realizar desde su propia

suficiencia, la fe como don de Dios, es una ac-titud permanente y libre que dispone el espíritu del hombre a acoger el Evangelio, o sea el poder del Espíritu del resucitado, que sucede perso-nalmente en el ser del hombre, lo transforma y lo convierte en un ser muy semejante al hombre Jesús, porque en Jesús, en el Verbo Encarnado, “se manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su voca-ción” (G S n. 22) Esto quiere decir que somos incapaces de ser hombres por nosotros mismos, si no nos disponemos a acoger libremente, por la fe, el poder del Espíritu del Resucitado que habi-ta en nosotros, y nos vuelve hombres como Je-sús. En esto consiste precisamente el Evangelio. Es este el anuncio de la Iglesia.

Seguramente el más alto grado de comprensión de la fe, como estado y como obra exclusiva de Dios por el resucitado, en la Iglesia primiti-va, es la doctrina de Pablo sobre la justificación. Cómo hacer de un hombre pecador e inhumano un hombre justo como Jesús. No se trata de una doctrina en cuanto producto elaborado por la reflexión teológica del Apóstol; más bien lo que hace Pablo es dar razón o explicar la experiencia de un hecho que sucedió en él: su propia conver-sión en el camino de Damasco, que él describe con sorprendente brevedad: “Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mi a su Hijo para que lo anunciara entre los gentiles”. (Gl 1, 16) Su conversión fue, pues, un encuentro del resucitado con Pablo. Encuentro que lo transfor-mó, experimentó un cambio radical de su vida: Antes había sido un perseguidor de la comuni-dad cristiana y ahora era un hombre distinto y lo que anunció fue el cambio sucedido en él mismo, y que él llama “su evangelio”; él mismo testigo, pues, de lo que anuncia,(Fp 3,17ss) él mismo otro Jesús crucificado-(Fp 3, 7-11).

Pero ¿qué hizo Pablo para que le ocurriera esa sorpresiva transformación? Al parecer nada, fue

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una pura acción gratuita de Dios en él, por la fe: “Nosotros somos judíos de nacimiento y no gen-tiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino por la fe en Jesucristo” (Gl 2, 15-16). Entonces ¿en qué consiste la fe como obra gra-tuita de Dios? La fe, entonces, es el poder de Dios creador y salvador por Jesucristo que, por un lado, nos dispone a acoger, desde nuestra li-bertad la posibilidad de reproducir en nosotros ese hombre que se revela en Jesús, el hombre justo , y por otro lado, nos capacita para poner en acción esa misma posibilidad.

Más adelante Pablo nos dice: “A nosotros nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe los bie-nes esperados por la justicia. Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión, ni la incircuncisión tie-nen valor sino solamente la fe que actúa por la caridad”. (Gl 5, 5s) Aquí Pablo avanza un paso más y dando razón de lo que es la experiencia de la fe, a saber: la fe solo se pone en acción y se hace visible y por lo tanto experimentable en nosotros mismos a través de un modo de existir o un comportamiento humano, que se llama la caridad, el amor misericordia, el amor verdade-ro, que no es otra cosa que un estado perma-nente de vida según el cual el creyente no sería creyente, sino saliendo de sí mismo en función del otro, en una entrega incondicional y humilde, particularmente al servicio de los más pobres y excluidos de la sociedad. Todas la profesiones de fe que aparecen en la revelación bíblica son confesiones históricas de la fe actuada, esto es, siempre comprometida.

El mismo santo padre Benedicto XVI en su Carta Apostólica “Porta Fidei” en la cual nos convoca a vivir “el año de la fe”, esa fe actuada y testimo-niante por el amor misericordia, nos pone en la escucha de una exhortación de la Carta de San-tiago: ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana

están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calen-taos y hartaos, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?. Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al con-trario, alguno podrá decir: ¿Tu tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe”. (Sant 2, 13-18) Esta exhortación de Santiago cuestiona seriamente la realidad de nuestra fe. ¿En quién estamos con-fiando? Si es en nosotros mismos, resultamos in-capaces de una fe comprometida. ¿Por qué nos hemos vuelto insensibles ante la realidad de la vida de nuestros hermanos más pobres? Nuestra indiferencia e insensibilidad está cerrando nues-tro corazón al don de la fe.

III ¿QUE NOS DISPONE A UNA EXPE-RIENCIA REAL DE LA FE?

Si la fe es un don de Dios, que no producimos por nosotros mismos ¿ Podríamos encontrar si-tuaciones que nos motiven, al menos, para reci-bir el don de la fe? Si volviéramos al caso Jesús encontraríamos alguna luz para despejar esta pregunta. Es muy significativo que Jesús se hu-biese insertado en un medio de pescadores. Ni es casual que se encuentre con pecadores públi-cos, o en lugares solitarios en donde se refugian enfermos considerados como impuros y ende-moniados, o bien en las entradas y salidas de las ciudades, lugares donde vivían mendigando pobres y segregados.

Loa Evangelios nos hablan de una particular ex-periencia que Jesús sentía cuando se encontra-ba en estos medios tan frecuentados por él. Esa experiencia la expresan los evangelistas valién-dose de una palabra (splagnizomai) (Mt 9, 36) que es solamente referida al caso de Jesús y cuyo sentido original era un sentimiento de dolor físico real o dolor de entrañas frente al dolor hu-mano. Más aún, la intención clara de los autores

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de los Evangelios era hacer entender ¿por qué Jesús se movía a una entrega absoluta, al ser-vicio de sus hermanos, pero especialmente los pecadores, los pobres y los excluidos? Y la ra-zón de este comportamiento, era porque le dolía físicamente el dolor de la gente. Esto nos hace comprender que si nos duele el otro, el amor deja de ser una palabra vacía; y entonces sí que nos movemos con todas nuestras fuerzas, valiéndo-nos de todos los medios a nuestro alcance para aliviarlos; de lo contrario estaríamos engañándo-nos. De aquí se sigue que propiamente la expe-riencia del dolor por el otro es la experiencia del amor verdadero.

El dolor por el dolor del otro, entendido como ex-periencia del amor verdadero es un sentimiento que se suele traducir por el término compasión o solidaridad entendida como meterse en la piel del otro para sentir lo que el otro padece como si yo fuera el otro. ¿Pero por qué este sentimien-to tiene tanta eficacia? Porque los sentimientos son dinamismos internos que nos mueven desde dentro a poner en acción todas nuestras faculta-des y en el caso del sentimiento de compasión, nos mueve a responder a las necesidades del otro, a superar nuestra indiferencia, a romper el encierro de nuestros egoísmos, a disponer de tiempo y esfuerzos para actuar en favor del otro y a desacomodarnos de nuestras rutinas e inclu-sive a sacrificarnos nosotros mismos.

Este sentimiento tampoco lo producimos noso-tros mismos, es el otro, aquel que tengo al frente, ese es quien provoca, en mi interior, ese senti-miento de compasión. Esto implica, sin duda, que debe darse un encuentro o contacto con las personas dolientes, que no pasen desapercibi-das, como si fueran seres invisibles, o como si no existieran para nosotros. ¿Pero por qué son precisamente los otros, los que provocan en no-sotros tal sentimiento de compasión y verdadera solidaridad? Y la razón es ésta: por la absoluta dignidad, y el fundamento de esa dignidad es la

realidad de Dios, que los está creando, aconte-ciendo personalmente en ellos. Ese mismo Dios nos está gritando por ellos y desde ellos, invitán-donos con clamor a colaborar con él en la cons-trucción de nuestros hermanos. Dios nos mueve desde ellos, a la experiencia de la fe.

Una sociedad tan injusta y tan inequitativa como lo estamos experimentando no se arregla sino por nosotros los seres humanos ya que Dios ac-túa siempre por nosotros, pero esto no se logra sino por la fe, somos instrumentos de Dios, tal como se nos revela en Jesús. Y como instrumen-tos incapaces por nosotros mismos, necesitamos la fe.

IV ¿POR QUÉ CREER EN LA IGLESIA ?

El Concilio Vaticano II identifica la Iglesia en cuanto Misterio, a pesar de estar constituida por seres humanos; y el mismo Concilio nos enseña que también el mismo hombre es misterio,(G S n. 22), pero este término: misterio, solo se refiere a Dios como ser aboluto, inimaginable, incom-prensible. En otro lugar (LG n. 1) el Concilio nos dice: que esa misma Iglesia en cuanto misterio, “es como un sacramento, o sea signo e instru-mento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano.” Esto quiere decir en-tonces que el misterio de Dios está aconteciendo en nuestra historia humanamente, la Iglesia de la misma manera como el Verbo, o sea la palabra con la cual Dios se nos dice, se nos revela hu-manamente en Jesús, y por tanto él mismo como existencia humana de Dios. Pero además, según el Concilio, la Iglesia es en cuanto sacramento, el instrumento por medio del cual acontece Dios haciendo unidad íntima con cada hombre y de los hombres entre sí.

La unidad de Dios con el hombre y de los hom-bres entre ellos no puede suceder sino en la Igle-sia misterio en cuanto comunidad; esto nos está

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indicando que la comunidad no es el producto de la creatividad humana, sino el modo único como Dios crea los seres humanos.

Ahora, ¿por qué Dios solo puede crear seres humanos aconteciendo personalmente en ellos y en comunidad? Para responder a esta pregun-ta tendríamos que precisar qué entendemos por comunidad, no cualquier comunidad, sino la co-munidad cristiana según la revelación de Dios: Comunidad es el espacio humano donde cada miembro hace comunión, entregándose respon-sablemente al servicio incondicional de sus her-manos. Sin embargo esto puede resultar impo-sible, porque nosotros como criaturas estamos limitados por nosotros mismos y naturalmente inclinados a encerrarnos en ese límite, en una búsqueda ilimitada de nuestros propios intereses y con frecuencia atropellando o sometiendo o explotando de muchas maneras a nuestros her-manos, sutilmente calculadas por la inteligencia. Esto explica por qué, si Dios no nos crea acon-teciendo en nosotros contando con nuestra liber-tad, no seríamos capaces de romper nuestro pro-pio límite y así capacitarnos para ser realmente comunitarios. De allí la necesidad de colaborar libremente con Dios en nuestra propia creación. Ahora podemos entender por qué la fe es el fun-damento de la Iglesia en cuanto que es instru-mento de Dios creador de hombres, realmente humanos. Por eso, sin fe no seríamos capaces de ser comunidad Iglesia.

El proceder de Jesús en su anuncio del Reino de Dios, consistió en hacer comunidad con sus discípulos. El proceder de Pablo, en el anuncio del Evangelio y cuando la Iglesia se independizó de la sinagoga judía, fue igualmente hacer co-munidad con familias paganas, convirtiéndolas en comunidades cristianas misioneras, que se desbordaran contagiando por el testimonio de su manera de vivir, a otros, engendrando así nuevas comunidades cristianas, esparcidas en poco tiempo por toda la olla del Mediterráneo.

Pero a la muerte de Pablo, hubo necesidad de institucionalizar la Iglesia, volviendo estables y permanentes los servicios de misericordia, o sea los carismas, siempre bajo la autoridad de Pedro como primer testigo de la experiencia del resu-citado y sus sucesores, en la visible continuidad de la Iglesia. Sin la Iglesia el Evangelio como acontecer transformador de personas, se habría volatilizado y quedaría inerme. Decía el teólogo Joseph Ratzinger: “Creer solo es posible como miembro de una comunidad de creyentes. La fe por su propia esencia, es la fuerza de la unión…no se puede tener fe en solitario…Una fe inven-tada por uno mismo solo podría garantizarme y decirme, lo que por demás, soy y se por mí mis-mo, sin ser capaz de superar los límites de mi propio yo”.

Muchos dicen tener fe, creen en Dios pero no quieren creer en la Iglesia. Quizás no han con-siderado que en el fondo están en una contra-dicción; porque si se afirma que no se cree en la Iglesia se está afirmando que tampoco se cree en Dios. ¿Por qué? Confesamos, según el Concilio Vaticano II, que tanto el hombre, como la Igle-sia, comunidad de hombres es Misterio de Dios porque en ella este Dios Misterio se humaniza, es decir, se somete a la estrechez espacio-tem-poral del hombre como criatura centrada en un círculo cerrado de su propio yo, para hacerlo salir en entrega incondicional al servicio de los otros, desde el fondo de él mismo, siempre contando con su libertad. De aquí se sigue en buena lógica que si se afirma creer en Dios, también se tiene que afirmar creer en la Iglesia, puesto que ella es Dios mismo aconteciendo humanamente, en la fragilidad de lo humano. Todos somos la Iglesia.

Pero lo que parece no encajar en nuestra racio-nalidad es el modo como Dios procede, a saber: liberar a los hombres del círculo de su propio yo, por medio de hombres que naturalmente están encerrados en sí mismos.

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Quizás comprendamos este modo tan raro de proceder de Dios con esta consideración: supon-gamos un hombre monstruosamente perverso con un comportamiento generalizado de cruel-dad y masivos crímenes, y a pesar de todo, a este hombre, por ser hombre, le es inalienable su absoluta dignidad, fundada en el acontecer continuo de Dios creándolo y al mismo tiempo valiéndose de él mismo como instrumento libe-rador de su propia monstruosidad, esperando, ese mismo Dios, hasta el final, una actitud de apertura de fe de ese mismo hombre. La Iglesia es siempre Misterio, comunidad instrumento de salvación, a pesar de que todos, a excepción de Jesús salvador absoluto por ser absolutamente fiel a Dios, opongamos resistencia a la acción de Dios creador y salvador. Sin embardo cuanto más vayamos rompiendo barreras, por la fe, tan-to más tendremos eficacia en la transformación de nuestro hermanos. Es del todo evidente que el antitestimonio de todo creyente, pero principal-mente de los que lideran la misión evangelizado-ra de la Iglesia, tiene una mayor significación y opaca la credibilidad de la Iglesia.

Se nos dice que la hipótesis de Dios no es ne-cesaria para explicar el origen y el orden del uni-verso, según la racionalidad que emplean los científicos y esto es comprensible. Sin embargo el hombre no es capaz de explicarse él mismo sin Dios. Cómo explicar las experiencias que sen-timos de una esperanza de vida más allá de la muerte física, los anhelos sin límite, nuestra mis-ma tendencia profunda trascendente que no hace sentir, con urgencia, que somos hechos para los demás, la insatisfacción misma de no participar en la reconstrucción de una sociedad más jus-ta. Estas experiencias no se explican si el ser de Dios no está implicado en el ser del hombre. Creámoslo o no, querámoslo o no, entendámoslo o no, calculemos una existencia egoísta o tras-cendente, Dios está allí, en nosotros. ¿No sería lo más sensato y seguro, acoger por la fe nuestra propia realidad, como una oferta gratuita y sería-

mos más hombres y más libres? Si para mejor comprender nuestra fe, como don y revelación de Dios, hemos partido de la fe de Jesús siem-pre vivida en su relación inmediata con Dios, por ello mismo se nos está revelando algo que no se aprende ni se adquiere por nosotros mismos, sino algo que ocurre solamente en el encuentro perso-nal e inmediato con Dios creador y salvador.

Si bien la fe es el poder de Dios, que se nos ofre-ce gratuitamente, no llega a ser realidad visible si no lo ponemos libremente en acción por el amor misericordia o amor de entrega, sobre todo, al servicio de los pecadores y excluidos. Pero la misericordia es, a su vez el único lenguaje que convence y abre lo corazones a la fe en Dios y al poder transformador del Evangelio. Pero además, tenemos a nuestra disposición otra gratuidad que se nos ofrece desde fuera, es el rostro doliente de nuestro prójimo que, cuando lo miramos, provoca en nuestro interior un sentimiento de compasión, a saber, el sentimiento de dolor de entrañas por el otro. El sentimiento de compasión es el que, en definitiva, nos mueve a responder al clamor de Dios que se nos manifiesta en el rostro doliente del prójimo y nos llama con urgencia a colaborar con él. En esto consiste la experiencia de la fe.

En la Iglesia como Cuerpo, Cristo es su espíri-tu y su cabeza, y todos nosotros somos miem-bros, cada uno con responsabilidad salvadora y nos une a todos en función de los más débiles.(1 Co 12, 22-16) Así, pues, la fe radicalizada en el amor´, sobre todo a los más débiles, caracteriza a la Iglesia como autoridad creíble y signo de es-peranza en el mundo.

(Intervención en la Jornada de Reflexión para con-memorar el 50º aniversario del Concilio Vaticano II dentro del Año de la Fe, Medellín, 10 de noviembre de 2012).

(La intervención de Monseñor Fabio Duque Jarami-llo, Obispo de Garzón será publicada en la próxima edición.)

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"Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI. Deus Caritas 1)

"Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI. Deus Caritas 1)

REVISTA EL INFORMADOR CARATULA EDICIÓN 197. CIAN MAGENTA AMARILLO NEGRO. CUATRO COLORES. 25-09-2012.