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Arquidiócesis de Medellín / Octubre 2012 / 198 / 1.200 Ejemplares / ISSN 1909-9584 / ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955 "El Catecismo de la Iglesia Católica, fue promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe”. S.S. Benedicto XVI. Porta Fidei. Numeral 4. "El Catecismo de la Iglesia Católica, fue promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe”. S.S. Benedicto XVI. Porta Fidei. Numeral 4.

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"El Catecismo de la Iglesia Católica, fue promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,

con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe”.

S.S. Benedicto XVI. Porta Fidei. Numeral 4.

"El Catecismo de la Iglesia Católica, fue promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,

con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe”.

S.S. Benedicto XVI. Porta Fidei. Numeral 4.

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CONTENIDO

SÍNODO DE LOS OBISPOSMENSAJE FINAL

LA DOCTRINA CATÓLICA FUENTE DEL DERECHOCANÓNICOPor: Elías Lopera Cárdenas, Pbro.

2 32

1962: HACIA LA “LUMEN GENTIUM”Por: Fernando José Bernal Parra, Pbro.

27

BREVE BOSQUEJO PARA ACOMPAÑAR LA LECTURA DE LA SEGUNDA PARTE DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICAPor: Gabriel Jaime Molina Vélez, Pbro.

17

5

LA NOTICIA DEL DOMINGOPor: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

36

CUIDEMOS LA OBRA DE DIOSPor: Rafael Betancur Machado, Pbro.

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LA VISITA AD LIMINA APOSTOLORUMPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

LA VISITA AD LIMINA

APOSTOLORUM

Durante el pasado mes de septiembre, tuve la ocasión de vivir la Visita ad Limina Apostolorum en compañía de los Obispos auxiliares y de otros Obispos de Colom-bia. Ha sido un momento muy signifi cativo para mí y también muy importante para nuestra Arquidiócesis de Medellín.El eco de una primera Visita ad Liminapodría-mos encontrarlo en la Carta a los Gálatas; después de hablar de su conversión y del apostolado que ha asumi-do entre los paganos, San Pablo dice: “Luego... subí a Jerusalén para ver a Pedro y permanecí quince días en su compañía” (1,18).La Visita ad Limina no se reduce a un acto meramente administrativo o jurídico, sino que conlleva elementos que le dan una profunda dimensión espiritual, teológica y pastoral. Ha sido, ante todo, una peregrinación; es de-cir, una experiencia de fe y de comunión eclesial, un viaje interior hacia lo que Dios quiere decirnos y dar-nos hoy. Se comienza, efectivamente, con una visita a las tumbas de los apóstoles como en un propósito de encontrarse con el testimonio dado por ellos hasta de-rramar la sangre, como un retorno a las fuentes, como un reencuentro con las raíces más profundas de la fe y de la Iglesia. Igualmente, tiene profundo signifi cado el encuentro con el Sucesor de Pedro, sobre quien Cristo ha edifi cado su Iglesia (cf Mt 16,18). Desde entonces, Pedro y sus sucesores han presidido la Iglesia en la caridad y han sido un signo y un instrumento para la unidad de los discípulos de Jesús. Con ocasión de la Visita ad Limina, cada Obis-po tiene la posibilidad de acercarse hasta el Obispo de Roma y profesar así la relación más estrecha de comu-nión con aquel que posee en la Iglesia el primado como Cabeza visible y, a la vez, como principio de unidad (cfLG, 23).Al calor de la fe de quien ha proclamado: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, se logra saber que este tiempo de sufrimientos y esperanzas por el que atravesamos es

también un tiempo de Dios y una hora privilegiada en la historia de nuestra Iglesia. Seguramente ya todos cono-cen el texto del discurso del Santo Padre con las orien-taciones que nos ha dado. Los dos momentos que com-partimos con el Papa han estado marcados por la amable cercanía que él nos manifestó y por nuestra admiración ante su lucidez para seguir la vida de la Iglesia y su entre-ga sin reservas al Señor. La visita a las Congregaciones de la Curia Ro-mana tiene una gran importancia en cuanto son los ins-trumentos ordinarios para facilitar el “ministerio petrino”. A estas ofi cinas del Santo Padre van los Obispos durante la Visita ad Limina en grupo o individualmente para exponer sus problemas y pedir las informaciones que requieran.En las reuniones con todos los Dicasterios, que fueron inten-sas, afl oraron numerosas situaciones que vive la sociedad actual en Colombia y en el mundo, y que necesariamente deben ser asumidos e iluminados por la Iglesia. Tuvimos la ocasión de reunirnos con los Prefectos y sus colabora-dores en veintitrés Dicasterios. La reunión se iniciaba con la presentación del grupo, con una sintética exposición de la situación pas-toral de las diócesis que representábamos en lo que toca a las cuestiones de competencia de cada Congre-gación. Después se formulaban preguntas e inquietu-des concretas acerca de problemas particulares y se recibían las respectivas respuestas.Aun sin orden y sin indicaciones precisas o comentarios explicativos, me parece conveniente compartir con Ustedes algunas refl exiones y orientaciones, que pueden tener interés para todos, recogidas en estos diálogos. Les pido que las consideren y las tengan presentes, pues nos resul-tan ciertamente valiosas para darle identidad a nuestra Iglesia particular y para la realización de nuestro trabajo pastoral. 1. La nueva evangelización supone una eclesiología,

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un nuevo modelo de Iglesia. La nueva evangelización sólo la hace una auténtica comunidad cristiana. Es ne-cesario fortalecer las parroquias, para que así como engendran los hijos de Dios, también sepan guiarlos y acompañarlos en la maduración de su fe. No se pue-de suponer que nuestros fi eles tienen fe; por eso, con-viene partir siempre de un primer anuncio, un anuncio concreto que todos entiendan, que llegue a la vida, que se proclama con la unción del Espíritu Santo. Se re-quiere, de otra parte, organizar convenientes itinerarios de iniciación cristiana; estamos realizando la iniciación cristiana como hace 200 años; en este campo hay que tomar decisiones con valentía. Igualmente, es necesa-rio promover adecuados caminos de espiritualidad que con creatividad logren presentar a Dios en las actuales coyunturas culturales y responder a las necesidades del hombre de hoy.

2. Estamos en un momento de transición cultural; de ahí la crisis que vivimos. Nuestra gran preocupa-ción es cómo transmitir la fe a las generaciones que vienen; esta transmisión de la fe en este momento cultural a los indiferentes, a los alejados y a los que no son cristianos es de hecho la nueva evangeliza-ción. La novedad de la evangelización es la novedad de la vida cristiana; lo que importa defi nitivamente es que se reciba a Cristo como la novedad absoluta de la vida. La novedad que es Cristo sólo se puede presentar si lo conocemos, si llevamos una vida de discípulos, si Él ha pasado por nosotros dejándonos conversión y santidad.

3. Hay tres elementos fundamentales en la nueva evangelización: El anuncio respaldado por la forma-ción; debe haber una formación sistemática y per-manente, evitando una información desarticulada. La liturgia que haga unidad entre la gracia que se recibe y la vida de cada día; se pueden usar muchas estrategias, pero sin la gracia no se produce nada y la liturgia es el primer espacio de la gracia. El testi-monio que muestra en nuestro estilo de vida que so-mos discípulos de Jesús; nuestro estilo de vida tiene que ser un signo de credibilidad.

4. En este año de la fe insistir en una sólida formación doctrinal. No creemos en un Dios etéreo, abstracto, indeterminado, sino en el Dios trinitario. La impor-tancia de la encarnación se percibe al ver que en Cristo nos ha sido dicho y revelado todo. La Iglesia no es una asociación, es un don de Dios, es un signo de la unidad de Dios con nosotros. No nos podemos quedar en un tradicionalismo religioso, debemos ir a la vida que nos presenta Cristo en el Evangelio. En América Latina es necesario proteger el pueblo cató-

lico de las sectas que van no sólo contra la unidad de la Iglesia sino contra la unidad cultural de un pueblo forjado por el catolicismo.

5. Es necesario poner el mayor interés en la celebra-ción de la liturgia. Más que hacer, la liturgia es aco-ger la salvación de Dios. Resulta muy importante que la liturgia tenga espíritu, que revele el sentido del misterio. Hay que darle todo su valor a la Eu-caristía del domingo, especialmente en este Año de la fe. No hay nueva evangelización sin la Misa del domingo bien celebrada y aprovechada por la co-munidad cristiana. Es preciso cuidar la Eucaristía de la sociedad de consumo, que pretende quitarle su identidad y su sentido; la Eucaristía no es un produc-to más. Urge conocer bien y aplicar debidamente la Instrucción del Misal Romano. El canto reviste una particular importancia en la liturgia y, por tanto, de-ben darse criterios para que ayude a orar y a crear unidad en la comunidad.

6. La encrucijada cultural de un cambio epocal ha crea-do una problemática enorme en torno a la familia. La propuesta cristiana es una luz para este momento de crisis que tiene un origen común: el deterioro de la condición humana. No se puede olvidar que la fami-lia es un recurso de la humanidad y, por tanto, hay que hablar y escribir sobre la teología y la espiritua-lidad de la familia. Urge un esfuerzo en dos direccio-nes: Mostrar la belleza y la fuerza de las familias ver-daderamente cristianas que no producen problemas y testimoniar que la familia es el pilar de la sociedad y sin este sujeto fundamental es difícil combatir las demás patologías sociales. Por lo mismo, hay que mostrar que la familia tiene derechos que deben ser reconocidos.

7. Las circunstancias que vivimos nos llaman como nun-ca a defender la institución familiar, a acompañar a las parejas, a formar humana y cristianamente a los novios. Se debe diseñar una pastoral familiar que co-rresponda a las necesidades y a las oportunidades de hoy. Procurar mediante diversas y adecuadas ayudas que la familia siga siendo la primera transmisora de la fe cristiana. Invitar a las familias para que acompañen a los hijos en su proceso vocacional; que los hogares sean en verdad el primer semillero de vocaciones sa-cerdotales, religiosas y laicales.

8. No podemos ceder espacios en el campo educa-tivo. La misión de la Iglesia requiere mantener los colegios y universidades católicos, ayudar a diver-sas instituciones en la orientación de la educación, cuidar con esmero la educación religiosa escolar, aportar a través de los medios nuevos y antiguos

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los principios y los valores que crean humanidad y abren la cultura al Evangelio. La pastoral educativa debe seren todos los colegios y universidades, no sólo en los católicos. Entre los centros educativos de una Iglesia particular tienen especial importancia los seminarios, que deben ser cuidados por toda la co-munidad diocesana y deben adecuarse a las exigen-cias que tiene actualmente la misión de la Iglesia.

9. En los seminarios es preciso mostrar con claridad la vocación sacerdotal, que se diferencia de los laicos no sólo por grado sino también por naturaleza. Es una vo-cación enriquecida con un nuevo sacramento. Resul-ta muy importante en este momento hacer una seria promoción vocacional, darle toda la fuerza al año pro-pedéutico, defi nir bien el papel del director espiritual, reforzar la formación teológica que puede aprovechar mejor el Catecismo de la Iglesia Católica, lograr hacer procesos de desintoxicación de los jóvenes que vienen de la realidad del mundo y, sobre todo, propiciar una profunda vida espiritual, pues sin unión íntima con Cris-to no hay verdadero sacerdocio. Convendría unir los seminarios para lograr formar un solo presbiterio, para que el obispo pueda atenderlo bien, para garantizar un óptimo equipo de formadores.

10. Una diócesis debe valorar la vida consagrada e inte-grarla fructuosamente en su vida. Resulta útil tener presente cuanto ha quedado señalado en la Exhor-tación Apostólica Vita Consecrata del Beato Juan Pablo II y en el documento MutuaeRelationes de la Congregación para la Vida Religiosa. Conviene tra-bajar con más empeño para integrar el apostolado de los religiosos en la pastoral diocesana. Del mismo modo, es necesario ayudar a fomentar la vida espi-ritual de los religiosos, a superar la crisis vocacional de algunas comunidades religiosas y a discernir lo que conviene con relación a nuevas experiencias de vida consagrada.

11. Cada vez debemos dar más espacio a los laicos en la vida de la Iglesia. Llevarlos a que asuman su misión, sin “clericalizarlos” ni enquistarlos en los lu-gares eclesiales en los que se sienten cómodos y seguros, sino invitándolos a estar en esos lugares donde sólo ellos pueden ir con el mensaje del Evan-gelio. La Iglesia no está completamente fundada y organizada sin un laicado bien formado y fi elmente unido a los proyectos pastorales de la diócesis y de las parroquias.

12. Si la Iglesia no comunica no cumple su misión. La comunicación no es un sector de la pastoral sino que encara toda la realidad de la Iglesia. No se duda que debemos evangelizar, pero debemos preguntarnos

cómo hay que hacerlo hoy. Las nuevas tecnologías infl uyen sobre la manera de ser y de vivir de la gen-te, especialmente de los jóvenes. Más que de instru-mentos hoy se habla de un “ambiente”, que está ge-nerando la “cultura digital”. Uno de los más grandes desafíos es evangelizar en el lenguaje de hoy y no quedarnos sólo con espacios devocionales a través de los medios. Sacerdotes y seminaristas debemos formarnos para la comunicación, empezando por la homilía que en tantas ocasiones resulta insufrible.

13. Hay que ayudar para que la Palabra de Dios entre en las culturas, que son la conciencia colectiva de los pue-blos, para que las purifi que, las transforme y las eleve. Cuando la fe cristiana lleva un mensaje a una cultura no está produciendo una contaminación cultural, sino que está aportando a su fecundación. Además de la trascendencia horizontal de las culturas, que las lleva al diálogo, existe una trascendencia vertical puesto que la mayoría de las preguntas de una cultura son de ca-rácter religioso. Frente a las culturas es preciso mante-ner una simpatía crítica, no ingenua, pues no todos los elementos culturales ayudan a crecer en humanidad; por eso resulta muy útil, no sólo un análisis sociológico de las culturas, sino también un discernimiento desde la Palabra de Dios.

14. Los bienes culturales, tanto lo que se refi ere a obras de arte como a la riqueza documental en archivos y bibliotecas, son parte del patrimonio de la fe de la Iglesia. Son un verdadero medio de evangelización. El 85% del patrimonio cultural en el mundo es reli-gioso. Después del tráfi co de armas y de drogas, el tráfi co más practicado es el de obras religiosas. De-bemos hacernos conscientes del deber de valorar, tutelar y promover los bienes culturales de la Iglesia. En este sentido, entender que la Iglesia ha creado objetos para el culto, no para hacer museos y que aun hoy debemos fomentar un arte que sirva para el culto cristiano.

15. A veces la caridad se confunde con la acción social. La caridad refl eja a Cristo; se imita a Cristo al darse a sí mismo. La pastoral social no es la de una agencia o de una ONG, más que acción social es pastoral caritativa. Lo fundamental es el nexo entre caridad y evangelización, como se veía en la vida de los após-toles. Es necesario consolidar el servicio de caridad a nivel diocesano y parroquial. Hay que aprovechar especialmente el tiempo de cuaresma para formar en la caridad y propiciar el ejercicio de la caridad. Para el próximo año, el Santo Padre nos invita a re-fl exionar que “nosotros hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él”.

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Sínodo de los Obispos

MENSAJE FINAL

Hermanos y hermanas:

“Gracia a vosotros de parte de Dios, nuestro Pa-dre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7). Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para refl exionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos vosotros, para animar y orien-tar el servicio al Evangelio en los diversos con-textos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.

1. Como la samaritana en el pozo.

Nos dejamos iluminar por una página del Evan-gelio: el encuentro de Jesús con la mujer sama-ritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con una vasija vacía, con la esperanza de saciar el deseo más profun-do del corazón, aquel que sólo puede dar signi-fi cado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la bús-queda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.

Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Igle-sia siente el deber de sentarse junto a los hom-

XIII Asamblea General Or-dinaria La Nueva Evangeli-zación para la Transmisión de la Fe CristianaOctubre 7 al 28 de 2012.

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bres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer pre-sente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo él es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desve-larnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio – a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” – muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del tes-timonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

2. Una nueva evangelización.

Conducir a los hombres y las mujeres de nues-tro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evan-gelización. En todos los lugares se siente la ne-cesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obsta-culizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes.

No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afi rma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) – de insertarse en el largo camino de pro-clamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edifi cado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas con el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de

generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.

Los cambios sociales y culturales nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo re-novado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresio-nes” (Juan Pablo II, Discurso ala XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización di-rigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo re-cibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia y viven sin referencia alguna a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo en-cuentro con el Señor, el único que llena de signi-fi cado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social” (Benedic-to XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea ge-neral ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012).

3. El encuentro personal con Jesucris-to en la Iglesia.

Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, senti-mos la exigencia de deciros, con profunda con-vicción, que la fe se decide, sobre todo, en la rela-ción que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belle-za y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, derramada como don del Padre por su resurrec-

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ción de entre los muertos y comunicada a noso-tros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a si mismo por medio de una renovada alianza de amor.

La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacra-mento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es refl ejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.

Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuen-tren como en su casa, con experiencias concre-tas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -“Mirad como se aman” (Tertulliano, Apo-logetico, 39, 7) – atraigan la mirada desencanta-da de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía do-minical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el signifi -cado del Evangelio.

Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta ex-periencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los po-zos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evan-gelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.

4. Las ocasiones del encuentro con Je-sús y la escucha de la Escritura.

Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto a po-ner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo.

Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enferme-dad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia pre-sencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las perso-nas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo quela Escritura nos dice de la expe-riencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.

La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, ilu-minada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mis-mo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nue-vos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.

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5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión.

Queremos resaltar que la nueva evangelización se refi ere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recor-dado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión Sentimos since-ramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la mise-ria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que he-mos reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Esta-mos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los san-tos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evange-lización.

Si esta renovación fuese confi ada a nuestras fuer-zas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hom-bres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.

La tarea de la nueva evangelización descansa so-bre esta serena certeza. Nosotros confi amos en

la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.

6. Reconocer en el mundo de hoy nue-vas oportunidades de evangelización.

Este sereno coraje sostiene también nuestra mi-rada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lle-no de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto.

No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión – aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence – nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación de Dios a ser testigos de su nom-bre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desa-fíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos.

Sabemos que en el mundo debemos afrontar una dura lucha contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desa-fíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio. También las migraciones – aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos – son

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ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas. La secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia re-pensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evan-gelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimien-tos, como lo hacía Jesús. También en las for-mas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradicto-rios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.

Frente a los interrogantes que las culturas domi-nantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No so-mos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recor-dado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores” (Benedicto XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asam-blea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012).

7. Evangelización, familia y vida consa-grada.

Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella – con un rol muy signifi cativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la fi gura paterna y su responsabilidad – los signos de la fe, la comunicación de las primeras verda-des, la educación en la oración, el testimonio de

los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográfi cas, culturales y sociales, to-dos los obispos del Sínodo han confi rmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evange-lización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa.

No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hom-bre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus rit-mos ni sostenida en sus esfuerzos por las pro-pias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afi rmar que tene-mos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específi cos de acom-pañamiento antes y después del matrimonio en las formas más penosas de atey son un signo de esta fuente de vida plena para los hombres en la sociedad. Las muchas y siempre queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y fa-milias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comu-nión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífi ca.

Nuestra refl exión se ha dirigido también a las si-tuaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacra-mental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolo-rosos que repercuten incluso sobre la educación

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en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Igle-sia, aunque no pueden recibir la absolución sa-cramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.

La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condi-ciones fundamentales de la existencia en el ho-rizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar cómo esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el fi nal de los tiempos.

De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamen-te porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obedien-cia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asam-blea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fi delidad a la llamada del Señor y por la contri-bución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situacio-nes nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafi rmarse como testi-gos y promotores de nueva evangelización en los

varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa.

8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización.

La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instrumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.

En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescin-dible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunida-des o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. És-tas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.

En la parroquia continúa siendo decisivo el minis-terio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asam-blea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida es-piritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.

Junto a los sacerdotes reconocemos la presen-cia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas fi guras ministeria-les y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio

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caritativo, así como las diversas formas de parti-cipación y de corresponsabilidad de parte de los fi eles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca sufi cientemente reconocida. Tam-bién a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos cultu-rales actuales.

Mirando a los laicos, una palabra específi ca se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expre-siones de la riqueza de los dones que el Espíri-tu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fi delidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias par-ticulares.

Dar testimonio del Evangelio nos es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo. Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha con-movido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evan-gelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Es-tamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.

9. Para que los jóvenes puedan encon-trarse con Cristo.

Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confl uir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve los profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspira-ciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.

Queremos ayudarles en su búsqueda e invita-mos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar, la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las es-peculaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro.

La nueva evangelización tiene un campo particu-larmente arduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos impor-tantes, como las numerosas y diversas experien-cias de espiritualidad, servicio y misión. A los jó-venes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en sus ambientes.

10. El Evangelio en diálogo con la cul-tura y la experiencia humana y con las religiones.

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La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para ha-cer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es más ancho en cuanto al mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso signifi ca que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confi anza de poder encon-trar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convic-ción de que la fe tiene recursos sufi cientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de con-templar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.

El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educa-ción y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de inves-tigación: escuelas y universidades. Donde se de-sarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ám-bito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con cami-nos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difí-ciles, desempeñan esta tarea.

La evangelización exige que se preste gran aten-ción al mundo de las comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se for-

man las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.

Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento cien-tífi co. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio es-piritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras raciona-les que se encuentran en la base de la creación. Cuando la ciencia y la técnica no presumen de en-cerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la huma-nización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agrade-cimiento.

Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expre-sión del genio humano: el arte en sus varias for-mas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente signifi cativo de expre-sión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente efi caz de la nueva evan-gelización.

Más allá del arte, toda obra del hombre es un es-pacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes: liberar el trabajo de aquellas condicio-nes que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amena-zada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes, poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de

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la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsa-bilidad hacia las generaciones venideras.

El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cris-tianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad tra-bajan por su salud.

Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromi-so de cuidado desinteresado y transparente por el bien común, desde el respeto total a la digni-dad de la persona humana desde su concepción hasta su fi n natural, de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, de la libertad educativa, en la promoción de la libertad religiosa, en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra. A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.

El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinata-rio, también, en las otras religiones. Si evangeliza-mos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discí-pulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expre-sado en las diferentes religiones.

El diálogo entre las religiones quiere ser una con-tribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraterni-

dad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.

11. En el Año de la Fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica.

En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “«desertifi cación» espiritual” que ha avanza-do en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afi rmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su im-portancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!

Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nue-va evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Conci-lio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refl eja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten resaltar nuestra plena adhesión a las enseñan-zas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.

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12. Contemplando el misterio y cerca-nos a los pobres.

En esta óptica queremos indicar a todos los fi eles dos expresiones de la vida de la fe que nos pa-recen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización.

El primero está constituído por el don y la ex-periencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los rui-dos que lo invaden.

Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hom-bres y mujeres, dedican su vida, en los monas-terios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gen-te. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el fl ujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos aco-gidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.

El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el ros-tro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

A los pobres les reconocemos un lugar privilegia-do en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un refl ejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es miste-riosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fi delidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en defi niti-va, conduce a Cristo.

El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la con-vivencia humana desde la vida social y política.

13. Una palabra a las Iglesias de las di-versas regiones del mundo.

La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesia-les presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.

Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera di-fusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fi delidad y a vosotros, cris-tianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evange-lización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de

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Cristo; algunos fi eles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continúe a ben-decir vuestra fi delidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de fi rme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.

Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos nuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones huma-nas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recien-tes, a edifi caros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, espe-cialmente en las pequeñas comunidades cristia-nas. Afi rmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llama-da de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea libe-rados de la violencia y los confl ictos que lo ator-mentan.

Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven his-toria vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. Tam-bién conviene reconocer que muchas de las ex-presiones de la cultura de vuestra sociedad es-tán lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población

de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fie-les a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la Amé-rica Latina en la permanente tarea de evangeli-zación de vuestro continente.

El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asam-blea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vues-tro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de voso-tros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe os exhor-tamos a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.

También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortaleci-miento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mun-dial, es una semilla profunda, confi ada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las di-versas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada a la margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro con-tinente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.

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Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pa-sado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y ex-periencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundad experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha con-tribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las difi culta-des del presentes no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben de-safi ar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.

Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, fi -nalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis es-cuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si cono-cieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encon-trarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es ver-daderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).

14. La estrella de María ilumina el de-sierto.

A punto de fi nalizar esta experiencia de comu-nión entre los obispos de todo el mundo y de co-

laboración con el ministerio del Sucesor de Pe-dro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus discípulos: “Id y haced discípulos de todos los pueblo [...]. Sabed que yo estoy con vo-sotros, todos los días, hasta el fi n del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión esta vez no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de las llagas más oscuras del corazón de nues-tros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.

Esta presencia llena de gozo nuestros corazo-nes. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alaban-za: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diver-sos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el ca-mino de la nueva evangelización.

La fi gura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, po-drá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace fl o-recer el desierto y como en la noche en el desier-to las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización a quien, confi ados, nos encomendamos.

Vaticano, Octubre 26 de 2012

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LA NOTICIA

DEL DOMINGO

Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

DOMINGO XXXI T.O.

Deuteronomio 6, 2 - 6

Dos elementos son fundamentales para com-prender mejor esta profesión de fe israelita: la

fi rmeza de Dios y su amor que no conoce límites. Veamos:

La aceptación del monoteísmo en el pueblo elegido fue un proceso lento y progresivo, ya que en sus etapas primigenias, aún aceptando la existencia de otras divinidades, decidió dar culto sólo a Yhwh, que los había liberado de Egipto; sin embargo, luego de vivir la dolorosa experiencia del exilio, Israel com-prendió que la debacle de la nación no trajo consigo la de su Dios, sino que Él seguía vivo y actuando, de modo que llegó a una deducción fundamental: los falsos dioses simplemente no eran nada. El así llamado “segundo Isaías” desempeñó un papel fun-damental en el desarrollo de esta doctrina.

Por otra parte, el libro del Deuteronomio habla re-petidas veces del amor de Dios hacia su pueblo: baste recordar pasajes como 4,37 ó 23, 6. Citemos el bellísimo pasaje de 7, 7 - 8: “No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os ha que-rido el Señor y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignifi cante de todos los pueblos, sino por-que el Señor os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres”.

Concluye el Año Litúrgico y en el Domingo XXXI se nos hace un llamado a evaluar nuestro amor a Dios desde el amor al prójimo; seguidamente, el tema central será el ejemplo de los pobres, quienes nos evangelizan. Las lecturas del Domingo XXXIII nos invitarán a dos actitudes: esperanza por el triunfo fi nal de Dios sobre el mal y estar preparados por medio de la vigilancia. Final-mente, la Solemnidad de Cris-to Rey nos permitirá descubrir en Cristo Sufriente al Rey es-clavo, que nos llama a dejar que Él reine en nuestros cora-zones y a entregar la vida por los hermanos.

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Ahora bien: desde esta doble perspectiva se com-prende mejor el por qué Israel debía recordar, al menos tres veces al día, esta solemne profesión de fe, llamada “Shema”1 ya que, reconociendo la ga-rantía que da el seguir al verdadero y único Dios, se comprometía así a amarlo porque Él los amó pri-mero, tal como vendrá expresado en el salmo. La importancia de este precepto fundamental es am-pliada por Jesús en el Evangelio de hoy, en cuanto plantea la trascendencia del amor al prójimo.

Salmo 18 (17)

Este salmo es un “Te Deum” que el soberano del pueblo proclama para dar gracias a Dios por a victoria que le ha concedido2. La riqueza del him-no radica en que, aparte de la alabanza, involucra igualmente diversas imágenes. Veamos en térmi-nos generales su estructura, de modo que poda-mos comprenderlo mejor: después de una apertura llena de invocaciones al Señor, que es ante todo refugio y protección (vv. 2 – 4), sigue una “mini la-mentación” en la que el orante manifi esta su temor ante la muerte y el Sheol (vv. 5 – 7), para dar paso así a una gloriosa teofanía (vv. 8 – 16), que termina con la intervención liberadora de Dios (vv. 17 – 20), cuya motivación, aunque en forma secundaria, es la inocencia del salmista (vv. 21 – 28). Llegamos así al gran agradecimiento de los vv. 29 – 46 y como solemne conclusión, encontramos la doxolo-gía fi nal (vv. 47 – 51) en la que se aclama la victoria divina. Vamos ahora a observar en forma breve las secciones que hoy proclamamos en la liturgia y que son precisamente el inicio (vv. 2 – 4) y el fi nal (vv. 47 – 51), que sirven de marco a todo el salmo y en las que encontramos una fi gura literaria llama-da “inclusión”, que consiste en presentar elementos paralelos tanto al inicio como al fi n de una obra para mostrar su unidad. ¿Cuáles son esos elementos si-milares? El orante comienza afi rmando su amor a Dios, por medio del ya muchas veces comentado verbo “rhm” (v. 2), que hace alusión a las vísceras maternas y que constituye el único caso en todo el

1 Se trata del imperativo masculino del verbo hebreo “šm،”, “escuchar”.2 De hecho, el versículo inicial, dando a David la autoría, afi rma que el rey compuso

este salmo cuando el Señor le regaló la victoria sobre sus enemigos y sobre Saúl.

AT en el que el Señor no es sujeto, sino objeto de la acción. Dicho amor nace de una serie de atributos (v. 3), los cuales, más que defi nir la esencia divina, muestran qué es lo que caracteriza su relación con el ser humano: fuerza, roca, alcázar, libertador del peligro, un Dios que siempre tiene sus oídos abier-tos para escuchar las necesidades de sus hijos y acudir en su auxilio (v. 4). Todo esto es retomado en la doxología conclusiva, a la que se añade un aspecto trascendental para la lectura del salmo: la fi delidad divina con respecto a la promesa hecha a David y su linaje (v. 51).

El “Te Deum” que oramos en este día nos invita a confi ar plenamente en Dios, Quien nunca defrauda, Quien nunca abandona: cada día podemos experi-mentar su acción liberadora y nos convencemos de que Aquel que ha sido fi el en nuestro pasado, nos revelará cada día su fi delidad eterna.

Hebreos 7, 23 – 28

Uno de los grandes problemas que afrontó el autor de esta exhortación fue el hecho de que el sacer-docio de Cristo fue puesto en tela de juicio, debido a su no proveniencia de la tribu de Leví. Es por eso que en 7, 11 – 28 se presentarán serios argumen-tos para demostrar la superioridad de su sacerdocio con respecto al de los levitas. Cinco criterios serán fundamentales en esta fi nalidad:

a) Recordando el Salmo 110,4, si Dios ha jurado instituir otro sacerdocio, diverso del aaronita, es porque ésta institución no cumplió plenamente su misión (Hebreos 7, 11 – 17). En otras pala-bras: la alianza de la que Jesús es garante es más fuerte y estable que la del Antiguo Testa-mento, mediada por el sacerdocio levita, que se deduce revocable, ya que no pesa sobre él una clausula de juramento.

b) A diferencia de los levitas, cuyo ministerio estaba caracterizado por la transitoriedad, el sacerdocio de Cristo permanece eternamente (v. 24), gracias a su Resurrección (13,20), hecho que le permite seguir intercediendo por la humanidad (v. 25).

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c) La pureza y santidad de Jesús lo diferencian de aquellos hombres pecadores, que debían ofrecer continuamente sacrifi cios por sus propios peca-dos (v. 27).

d) En vez de víctimas ajenas, Cristo Sacerdote fue capaz de ofrecerse a sí mismo (v. 27).

e) Finalmente, un rasgo esencial de Jesús es su condición de Hijo (v. 28), que lo hace ontológica-mente diverso de los levitas.

Así, una comunidad perturbada porque no encon-traba fundamentos para defender el sacerdocio de Cristo, logro hallar, gracias a la fe, motivos sufi cien-tes para afi rmar dicha realidad en cuanto a eterni-dad, santidad y donación de su propia vida.

Marcos 12, 28b – 34

Desde 11,27 encontramos a Jesús en el Templo, siendo interrogado por miembros de diversos gru-pos israelitas. Luego de la brillante respuesta a la inquietud de los saduceos, un intérprete de la Ley, es decir, un escriba, se le acerca para plantearle una inquietud que, tal como en 10,2 y 12,18, versa sobre un tema debatido entre las escuelas teoló-gicas judías. En efecto, si la Ley de Moisés esta-ba compuesta por 613 preceptos, 365 en forma de prohibición y 248 formulados “en modo positivo”, no existía un acuerdo sobre cuál de ellos sería el más importante, llegando incluso algunos a plantear que sería el sábado, ya que el mismo Dios lo observó al fi nal de la creación.

Así pues, como veremos, este relato nos revela el interés meramente académico de un hombre acos-tumbrado a interpretar los preceptos legales.

Jesús comienza su respuesta citando el texto de la primera lectura, cuya esencia apunta a que el ser humano entero se debe sólo a Dios; es por eso que el amor con que se le honra ha de brotar de la vida misma (alma), de la sede de las decisiones, pensamientos y sentimientos (corazón – mente) y de la capacidad de acción (fuerzas). El hombre, en

pocas palabras, no puede admitir la presencia de otros “señores” en ninguna de las dimensiones de su existencia.

La novedad del Maestro, en todo caso, radica en que une el mandamiento principal a otro del que no puede ser disociado, y es el amor al prójimo, fundamentado en Lv 19,18; de ahí que, para que el amor a Dios sea sincero, ha de manifestarse en la caridad solícita. Los demás mandamientos, el sá-bado incluido, resultan secundarios.

El escriba reconoce en Jesús un rabino, pero hay un detalle que no podemos dejar pasar por alto: si el Maestro se había referido a Dios como “nuestro” y al prójimo como “tuyo”, el letrado deja de lado los posesivos y pasa a una realidad impersonal donde es ajeno el compromiso (vv. 32 – 33). Para ser cla-ros, su inquietud era más teórica que vital; de ahí que, si bien no está lejos del Reino, tampoco se ha comprometido con Él y es por eso que, como afi rman Mateos y Camacho, “reconoce en Jesús un experto a quien consultar, pero no un guía al que hay que seguir. Se trata de un teólogo especulativo que no traduce en su vida las condiciones a las que lo lleva su ciencia”3.

Jesús no se preocupó simplemente por “entender” los preceptos legales de Israel, al modo del escri-ba, sino de vivirlos: Él, en efecto, mostró su amor al Padre en la medida en que, como sacerdote (segunda lectura) fue capaz de dar la vida por los hermanos. Hoy damos gracias a Dios por tantas personas que a lo largo de la historia han seguido su ejemplo4.

3 J. MATEOS – F. CAMACHO. El Evangelio de Marcos: Análisis Lingüístico y Co-mentario Exegético, vol. III. Ediciones El Almendro de Córdoba 2008, pp. 246 – 247.

4 No podemos dejar pasar por alto la fi gura de un gran académico que no redujo su experiencia de Dios a la simple especulación intelectual, sino que la vivió profunda-mente en la caridad: se trata del CARDENAL CARLO MARIA MARTINI, biblista de fama internacional, quecelebró su Pascua el 31 de Agosto del presente año. Quie-nes tuvimos la fortuna de compartir con él un buen tiempo, podemos testimoniar que en su vida primó la caridad por encima del conocimiento y de ello dan fe miles de personas a las que acogía diariamente para dar una palabra de esperanza. Él no estuvo lejos del Reino, sino que lo vivió realmente: amó a Dios en la medida en que se entregó al prójimo.

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DOMINGO XXXII T.O.

1 Reyes 17, 10 – 16

Los habitantes del reino del norte en Israel sintieron la continua tentación de acudir a Baal, divinidad de la lluvia, proveniente de la vecina región Fenicia; el dilema, entonces, consistía en esto: o se adoraba a Yhwh, o se adoraba a Baal. La casa real en tiempos de Ajab promovió el culto a este último, pero el Se-ñor se impuso desde el principio, tanto así que ce-rró el cielo para que no lloviese (17,1) y, no conten-to con esto, envió al profeta Elías a la propia región del falso dios (v. 9) para demostrar, en medio de tan terrible sequía, quién era el único y verdadero amo5. En otras palabras: ante la escasez de pro-ductos necesarios para vivir, Yhwh, sin necesidad de la lluvia, fue capaz de ofrecer a la pobre viuda y a su hijo cuanto necesitaban: harina y aceite.

Hemos de prestar atención, en el contexto de las demás lecturas, a la presencia de una viuda, mu-jer que en el antiguo oriente quedaba a merced de lo que otros pudiesen hacer por ella. ¿Cómo se-ría posible que ella diese de comer a Elías? Dos factores impedían semejante obra de caridad: en primer lugar, la sequía; y, por otra parte, su pobre-za. Pero todo el relato enseña que cuando los más necesitados descubren que es Dios Quien provee todo en sus vidas, ellos son capaces de partir su propio pan con los demás. La viuda del Evangelio nos dará a entender que, en su más extrema ne-cesidad, no cabía motivo alguno para olvidarse del Señor y por eso su culto era digno de ser mostrado como ejemplo y contraste, ante la incoherencia de muchos que presumían honrar a Dios, cuando en el fondo sólo se buscaban a sí mismos.

Salmo 146 (145)

Nos encontramos ante un himno “aleluyático” en honor a Dios salvador, única esperanza y ayuda. Habiendo resaltado la inutilidad de poner la espe-ranza en los seres humanos (vv. 2-4), se nos dice

5 En efecto, el término “Bá،al”, en hebreo, aparte de expresar un nombre propio, signifi ca igualmente “señor”, “marido” “amo” o “dueño”: Cf. Is 1,3.

por qué ésta ha de residir sólo en Dios, y para tal fi n hace un elenco de doce atributos divinos (vv. 6-10), en forma de jaculatoria: a) Él es creador b)Su fi delidad es eterna c) Dignifi ca a los últimos de la sociedad, a los ignorados d) Da pan a los ham-brientos e) Liberta a los cautivos: clara referencia al éxodo, elemento fundamental del credo israelita. f) Abre los ojos al ciego, signo de la era mesiánica (Is 29,18; 35,5; 42,7) g) Endereza a los que se do-blan: no se trata de un emperador impasible, sen-tado en su trono, sino de un padre que se inclina para levantar al hijo caído h) Ama a los justos: los que permanecen fi eles a la alianza i) Guarda a los peregrinos, quienes debían ser benefi ciados por la hospitalidad, tal como ordena Ex 22,20 j) Sustenta al huérfano y a la viuda, representantes de los más necesitados y desvalidos entre el pueblo de Israel (tema esencial en este Domingo) k) Trastorna el camino de los malvados: única expresión negativa en las jaculatorias. l) Él es rey, pero ante todo un soberano cercano y amigo.

Hebreos 9, 24 – 28

Bien dice Manzi que 9, 1 – 28 “ilustra la efi cacia sal-vífi ca y el carácter defi nitivo del sacrifi cio llevado a término por Cristo en su pasión”6. Recordemos una vez más que las comunidades a las que va dirigida esta exhortación se sentían desanimadas al ver la sencillez del culto cristiano en la fracción del pan y dudaban del sacerdocio de Cristo. Pues bien, luego de hacer mención del “día de Expiación” o “Yom Kippur” (Levítico, caps. 16 y 23), cuando el sumo sacerdote entraba en el recinto sagrado del Templo una sola vez al año, el predicador ratifi ca una vez más la inefi cacia de tan solemne acción, por el he-cho de ser repetitiva. Con el sacrifi cio de Cristo en la Cruz ocurre todo lo contrario, ya que entró en el “sancta sanctorum” verdadero, que es el cielo, no ofreciendo la sangre de un chivo expiatorio, sino la propia (vv. 11 ss).

De esta forma, el autor nos coloca, en la lectura de hoy, ante “el gran día de expiación” cuando el Resucitado entró en el cielo luego de haber derra-

6 Carta a los Hebreos, España, Desclée de Brouwer 2005, p. 128.

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mado su sangre en la Pasión. Así, con un sacrifi cio que borra los pecados (v. 26), Cristo recuerda al Siervo de Isaías (53,6), capaz de sufrir por otros; ya no se trata de un macho cabrío inmolado para pedir perdón a Dios: es Dios mismo, Quien, anonadán-dose a plenitud, ha querido asumir el puesto de los transgresores para darles la salvación.

Concluye el texto con un mensaje de esperanza: Aquel que se ha ofrecido volverá, ya no para can-celar el pecado, sino para hacer partícipes de su vida gloriosa a los cristianos que han esperado en él (v. 28).

Marcos 12, 38 – 44

Tratemos de determinar el contexto en el que es-tamos: Jesús, llegando al Templo (11,27), ha con-frontado a los saduceos y a los maestros de la Ley. Recordemos que una semana atrás nos detenía-mos en la actitud del escriba, quien, inquieto por los principales mandamientos, reducía su intención a una simple especulación académica sin querer im-plicar la vida misma; de ahí que, antes de pronun-ciar el discurso escatológico, el Maestro hará én-fasis en cómo ha de ser el verdadero culto a Dios. Dos imágenes son trascendentales al respecto:

1) Aparecen de nuevo los maestros de la Ley (“grammateús”), grandes protagonistas en las escenas precedentes (11,27; 12,28. 35). Sus ac-titudes -dice Jesús- no son las mejores, ya que han centrado su atención en sí mismos, buscan-do ser alabados y reconocidos. La última refe-rencia es más grave aún: si “huérfanos y viudas” eran personas tan limitadas en sus derechos, que la legislación tenía especial consideración de ellos (Cf. entre otros Dt 20, 16 – 19; 24, 17 – 22; Ex 22, 21 – 23), los individuos en men-ción aprovechaban su función de consejeros y abogados en cuestiones de jurisprudencia para solventarse, paradójicamente de la pobreza de estas mujeres7. Todo apunta a una realidad de-terminante: predicando en el lugar sagrado para el pueblo de Israel, el Maestro pone en tela de

7 D. KAPKIN, Marcos: Historia humana del Hijo de Dios, o.c., p. 521.

juicio la actitud de aquellos que han hecho de la relación con Dios un pretexto para buscar su propia vanagloria.

2) La escena continúa en el templo; ahora Jesús se ha sentado cerca al patio de las mujeres, obser-vando el arca del tesoro. Aparece como protago-nista una mujer anónima, desconocida, margina-da por el hecho de no tener quién se preocupase de ella, aspecto que se demuestra en la “insigni-fi cante” ofrenda: un cuadrante!8 Así, como afi rma Picaza, “es evidente que en el entorno de este templo ha podido surgir y se ha desarrollado también una piedad ejemplar de apertura a Dios y de confi anza en su misterio”9.

No dudemos de la sorpresa que pudo causar en los discípulos el hecho de colocar a una mujer como ejemplo, algo inusual en la cultura israelita; sin embargo, una pobre mujer se convierte aquí en el signo más evidente de cómo honrar a Dios: no buscando el propio benefi cio, como los escribas, sino llegando incluso a dar lo que falta para vivir, es decir, sin dejar nada para uno mismo. Su culto se asemejaba, guardando las proporciones, al de Cristo Sacerdote en la segunda lectura.

Si Elías, ayudando a la viuda de Sarepta le enseñó la omnipotencia del Señor, Jesús va más allá: no ayuda, no auxilia, pero escondidamente dignifi ca esta pobre mujer al colocarla como ejemplo a se-guir. La invitación es clara: ¿cómo podemos dejar que los pobres nos evangelicen?.

DOMINGO XXXIII T.O.

Daniel 12, 1 – 3

Luego de presentar en el capítulo 11 el fi n de An-tíoco IV Epífanes, cruel perseguidor de los judíos

8 El cuadrante era una moneda romana y su valor se calculaba con respecto al de-nario, es decir, el salario de un día (equivalente a la “dracma” griega). A quienes les gusta las matemáticas, los invitamos a hacer una “regla de tres”: si un “as” corres-pondía a 1/16 de un denario y el “cuadrante” era 1/4 de “as”, ¿a cuánto equivalía un cuadrante? Los valores los hemos tomado de A. ROUET, Hombres y Cosas del Nuevo Testamento. Estella: Verbo Divino, 1982, p. 45.

9 En su obra “Para vivir el Evangelio: Lectura de Marcos”. Estella, Verbo Divino, 1997, p. 174.

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en el siglo II a.C., el autor, ya próximo a concluir la sección en hebreo de la obra, va a centrar su atención en dos realidades: el Día del Señor y la suerte de los que permanecieron fi eles en medio de la gran tribulación.

Siguiendo la concepción profética precedente (Jl 3 – 4; Ez 38 – 39; Is 24 – 27. 66), la derrota del enemigo representa aquí el gran anticipo de la instauración defi nitiva del reinado de Dios; en esta intervención divina aparece como heraldo el arcángel Miguel, de quien se ha ponderado su protección (10, 13. 21).

Hay un detalle que no podemos dejar pasar de largo y es la aparición de un tema novedoso en la men-talidad hebrea; se trata dela Resurrección de los muertos, en la que se establece una separación: el gozo eterno y la ruina eterna, es decir, el fraca-so defi nitivo (v. 2). Ahora bien: dentro del grupo de salvados sobresalen, no sólo los guerreros (Maca-beos) y los mártires, como Eleázar; aquí aparecen unos personajes llamados “sabios”, caracterizados por enseñar a otros la conversión.

La época seléucida fue un momento de prueba para la fe de Israel: mientras algunos se dejaron helenizar y renegaron del Señor, otros fueron ca-paces de resistir luchando, en el martirio y en la lla-mada a una vida justa; en todo caso, al rey malvado también le llegó su hora fi nal. Estas dos realidades fueron releídas por los hebreos como invitación a poner la esperanza sólo en Aquel que no defrauda, Aquel que, como dirá el Evangelio de hoy, en su fi rmeza y estabilidad da garantías únicas de salva-ción.

Salmo 16 (15)

Este salmo se presenta ante todo como la profesión de fe («protégeme, Dios mío, en ti me refugio») en la que el vocabulario e imágenes permiten pensar en un sacerdote o levita, quien se opone tajante-mente a los actos idolátricos (v. 4).

El espíritu levítico de este himno se evidencia en los vv. 5 – 6: la tribu de Leví no poseía ningún te-

rritorio en Israel, ya que el Señor era su única po-sesión (Dt 10,9) y éste Dios no se considera lejano, sino que camina “de frente” (v. 8) como un padre que precede a su hijo en un sendero difícil o como un amigo que se avecina para el diálogo.

La alegría del salmista llega a su plenitud porque está seguro de que Dios no lo abandonará en el sheol y esta certeza se da porque ha experimenta-do que el Eterno ya lo acompaña desde el presente. Ya los apóstoles harán memoria de estas palabras aplicándolas a Jesús en Hch 2,22 – 36; 13,14 – 43.

Concluyen así las palabras del orante expresando por medio de dos elementos su gran alegría (vv. 11): el Señor le enseñará el camino de la vida y le permitirá estar en su presencia nada más y nada menos que a su derecha, manifestando así su pre-dilección, ya que sólo aquellos dignos de confi anza eran colocados a la derecha del rey.

Hebreos 10, 11 – 14. 18

El tema central de la semana pasada era el carác-ter efi caz y salvífi co de la entrega de Cristo. Ra-tifi cando este postulado, el predicador pasa, de comparar el sacrifi cio del Salvador con los sacrifi -cios del AT (10, 4 – 10), a comparar a Cristo mis-mo con los sacerdotes antiguos (vv. 11 – 14): estos últimos, “atareados” con sus funciones cultuales, ofrecían sacrifi cios incapaces de borrar los peca-dos (v. 11); Él en cambio, con una sola ofrenda, la de su propia vida, mostró el valor de su entrega en relación con Dios (se sentó a la diestra de Dios) y con los hombres, a quienes perfeccionó, borrando sus pecados. Ahora bien: ¿cómo participan los cre-yentes de esta victoria sobre el mal? Detengamos nuestra atención en la acción de “hacer perfectos a los santifi cados” (v. 14): decíamos hace seis Do-mingos que el verbo “teleióō” hace alusión en la Septuaginta al rito de consagración sacerdotal en el que las manos del consagrado eran llenadas con la carne de un animal sacrifi cado, “perfeccionándo-se” así, o mejor “volviéndose aptas” para llevar a cabo su misión cultual. En otras palabras: el autor pretende enseñar que quien sigue verdaderamente

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a Cristo es capacitado por Él para participar en su sacerdocio entregando la vida, hecho que le permi-te entrar también en la comunión con Dios (v. 19). Concluimos así nuestra refl exión del Sermón a los Hebreos afi rmando que, si bien el sacrifi cio de Cris-to es único en su efi cacia salvífi ca, los cristianos es-tamos llamados a renovar nuestro bautismo, a vivir como verdaderos sacerdotes, refl ejando el triunfo de la gracia sobre el pecado en la medida en que vivimos la auténtica donación de la vida, anticipo de un fi n lleno de esperanza, como enseñará Jesús en el Evangelio.

Marcos 13, 24 – 32

Nos encontramos en el segundo gran discurso de Jesús en el Evangelio de Marcos, el discurso esca-tológico, cuyo mensaje central es el siguiente: en los últimos tiempos, sólo la fe en Cristo salvará: ni las instituciones religiosas judías, ni la idolatría pa-gana y sus príncipes soberbios serán de ayuda.

Ya en los versículos precedentes Jesús se ha refe-rido a la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. en términos de “tribulación” (13,19. 24), dando a entender que incluso aquel lugar en el que habían cimentado la fe los judíos, sería reducido a escombros.

En la sección siguiente, que hoy proclamamos, el énfasis viene puesto en la inefi cacia del elemento pagano en cuanto a su idolatría y organización po-lítica. Veamos10:

Del sol y la luna se dice que perderán su resplan-dor: los astros en mención eran bien conocidos en el AT como elementos de idolatría (Dt 4,19ss; 2 Re 17,16). Lo que se quiere aquí expresar, enton-ces, es el eclipse de las falsas divinidades, amplia-mente conocidas por el auditorio gentil de Marcos. Por otra parte, de las estrellas y las “fuerzas del cielo” se afi rma que caerán o serán conmovidas: volviendo a la ayuda del AT, era común represen-tar los gobernantes como astros celestes, tal como

10 Seguimos muy de cerca la refl exión de J. MATEOS – F. CAMACHO en su ya citado comentario sobre Marcos.

hace Isaías con el rey de Babilonia, que cae del cielo, haciendo alusión a su derrota (14, 12 – 14); las potencias o “fuerzas”, estando en el cielo, son entidades que han usurpado el lugar exclusivo del Padre, de Quien se ha dicho ése es su lugar (Mc 11,26). Resumiendo lo dicho hasta aquí: ante el desmoronamiento de las instituciones judías, no cabe como solución recurrir al paganismo: sólo Cristo salva, y de ello darán razón los versículos siguientes.

De Jesús se dicen tres elementos fundamentales:

a) Él es Dios que, como en el AT, viene entre las nubes (Sal 104,3).

b) Él viene con fuerza, fuerza de vida, fi rme y es-table, no como los efímeros elementos celestes apenas mencionados.

c) Él viene con gloria, porque es el único Rey del universo.

Vale la pena resaltar un aspecto trascendental para comprender mejor la contraposición entre Cristo y los elementos paganos: mientras que estos últimos han subido al cielo para usurpar el poder de Dios, para divinizarse, el Hijo del hombre, precisamente designado con este título, ha querido bajar del cie-lo, hacerse humilde, para darnos la salvación.

Se comprende, entonces, el núcleo de esta exhorta-ción: sólo Cristo puede dar garantías certeras para salvarnos: no hay persona ni cosa alguna en lasque pueda reposar nuestra seguridad. Qué bueno sería seguir meditando en esta realidad, a propósito del Año de la Fe.

Concluyamos con una breve refl exión sobre la pa-rábola de la higuera y el desconocimiento de Jesús con respecto al momento fi nal:

a) La inminencia de la Parusía fue un elemento ca-racterístico de las primeras generaciones cristia-nas y a ello hace referencia la higuera (vv.

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28 – 29): hay que tener en cuenta que éste, a diferencia de otros árboles de Palestina que se mantienen verdes siempre, pierde su follaje en invierno para recuperarlo en verano; además, el espacio de tiempo entre invierno y verano, la pri-mavera, es breve en aquel lugar. Así, “la proximi-dad del verano, indicada por las variaciones de la naturaleza, es clara para los indicios simbólicos que expresan otra proximidad”11.

b) ¿Cómo es posible que Jesús ignore el momento de su Parusía? Hay quienes ven en esta reali-dad una posterior corrección de la comunidad cristiana a la inminencia de la parusía12, a la que hacíamos referencia; sin embargo, todo apunta a indicar que el fi n de la historia es gracia y el mis-mo Cristo, en la humildad y obediencia que lo han caracterizado, deja en manos del Padre “la gracia de su premio y la hora de su gracia”, invitando así, como en la parábola que sigue a continua-ción, a la vigilancia como actitud fundamental13.

Vamos concluyendo, no sólo el Año Litúrgico, sino también el año civil, hechos que nos remiten nece-sariamente a una realidad incontestable: el tiempo va pasando y cada día nos acercamos más a la eter-nidad. Cada día seremos testigos de la victoria del bien sobre el mal, cada día podremos ver cómo Dios se impone sobre el pecado y nos asegura la Resu-rrección dichosa; nos corresponde, entonces, a los creyentes, ser heraldos de dicha victoria en la medi-da en que, viviendo el sacerdocio recibido en el Bau-tismo (segunda lectura), manifestemos así la alegre espera de un fi n que anticipamos en la esperanza.

SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Daniel 7, 13 – 14

Durante la helenización promovida en el siglo II a.C. por Antíoco IV en Jerusalén, las reacciones no

11 Cf. J. GNILKA, Evangelio según San Marcos, vol. II. Salamanca, Sígueme 2005, p. 239.

12 Tal es la conclusión de GNILKA,o.c., p. 241.13 Es la propuesta de PICAZA, o.c., p.182.

se hicieron esperar y, a la lucha armada de los Ma-cabeos, y a los sabios, mencionados una semana atrás, se sumaba ahora la respuesta del movimien-to profético-apocalíptico en la fi gura de un autor que, haciendo uso de variadas imágenes, pretende animar los creyentes a no desfallecer en la fe.

El hagiógrafo, heredero de la tradición de su pue-blo, sabe que los imperios dominadores de Israel a lo largo de la historia han sido representados como bestias14, de modo que al inicio del capítulo 7 los describe hasta llegar a la crueldad del soberano seléucida apenas mencionado. Pero en medio de semejante caos hay un mensaje de esperanza: a las fi eras se contrapone el ser humano, el cual, creado a imagen de Dios, está llamado a ejercer potestad sobre las bestias (Gen 1,28). No podemos pasar por alto que el telón de fondo de este relato es el Salmo 8, que canta la dignidad del hombre, a quien Dios ha entregado poder sobre la creación.

Desde estos presupuestos es posible comprender mejor el breve texto que hoy proclamamos: según el designio divino, no son las bestias las que están llamadas a gobernar la historia, sino el ser humano, quien ha de preocuparse porque la vida sea preci-samente humana y no feroz, destructiva y violenta. ¿Quién podrá ser el “hijo de hombre” descrito por Daniel? El autor bíblico está pensando en la comu-nidad israelita, pueblo escogido y consagrado por Dios15, llamado a ser luz en el mundo; sin embargo, leyendo el texto a la luz de todo el canon bíblico (la así llamada “lectura canónica” propuesta en Dei Verbum 12), es innegable que se trata de Cristo Jesús, Quien, desde el servicio y la entrega nos ha enseñado que la realeza y el poder se ejercen en cuanto servicio y donación, tal como veremos en la segunda lectura y el Evangelio.

Salmo 93 (92)

Este himno, probablemente usado en alguna pro-cesión al Templo de Jerusalén, canta el señorío de Dios sobre el cosmos y la historia. Hemos de tener

14 Egipto, como un cocodrilo en Ez 32; Babilonia, como un dragón en Jr 51,34.15 Cf. L. ALONSO SCHÖKEL – J.L. SICRE DÍAZ. Profetas II. Madrid, Cristiandad

1980, p. 1274.

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presente que “según la cosmología bíblica, el mun-do es como un bloque que se yergue sobre el océa-no primordial, símbolo de la nada y de las fuerzas que acechan la creación”16. En forma inútil estas aguas levantan tres veces su voz contra el dominio del Señor, Quien, tal como narra Job 38, 8 – 11, controla el caos que trata de imponerse.

Ahora bien: Dios, en su trascendencia y poder, ha sido capaz de abajarse para estar cercano a Israel, concretamente en el Templo, en el Arca de la Alian-za, que ha elegido como trono (v. 5), abajamiento que llega a plenitud en el Evangelio de hoy.

He ahí, pues, un salmo que genera confi anza y es-peranza en los creyentes, tantas veces sacudidos por las violentastempestades de la historia, como las comunidades perseguidas de Daniel o del Apo-calipsis: en medio de las más grandes difi cultades de la existencia, los creyentes sabemos que Dios ha querido mostrar su realeza en el servicio, en el humilde ajusticiado por Pilato, en Aquel que entre-gó su vida, el Rey esclavo.

Apocalipsis 1, 5 - 8

Luego de la introducción a la obra, encontramos reunida una asamblea litúrgica. Observemos los dos momentos fundamentales de dicha liturgia17:

En primer lugar, un lector lee el saludo epistolar de apertura del escrito. Se trata de un saludo Trinita-rio (vv. 4 - 5): la gracia, saludo típico de los grie-gos, que evoca la “xáris” y la paz, saludo de los hebreos, que evoca el “shalom”, tienen su origen en Dios Padre, en el Espíritu Santo (representado en su plenitud gracias al número 7) y en Cristo Jesús, descrito aquí por medio de tres títulos: testigo fi el, primogénito de entre los muertos y príncipe de los reyes de la tierra (v. 5). Nótese la importancia de estas afi rmaciones, ya que, en medio de la terrible persecución desencadenada por Domiciano, nues-tro autor apunta a desvelar (“apokálypsis”) una rea-

16 G. RAVASI. Una Comunidad lee los Salmos, San Pablo, Santa Fe de Bogotá 2011, p. 359.

17 Una vez más nos dejamos iluminar por la sabiduría delCardenal RAVASI en su obra “Apocalisse”, Casale Monferrato, Piemme 2009, pp. 22 – 24.

lidad fundamental para los creyentes: sólo Cristo merece toda gloria y honor.

Luego, la asamblea responde al lector con una acla-mación, que es una nueva y sugestiva profesión de fe, donde se reconocen igualmente tres obras de Cristo: Él nos ama, nos ha liberado del pecado y nos ha consagrado como reyes y sacerdotes en la Iglesia.

El lector continúa con una nueva profesión de fe en Cristo (v. 7) que teje imágenes del Antiguo Tes-tamento: el Hijo del Hombre presente en Daniel (7,13), el traspasado que evoca Zacarías (12, 10. 14). Todo apunta a ensalzar al crucifi cado glorioso.Finalmente, entra en escena Dios mismo (v. 8), ra-tifi cando cuanto se ha dicho.

No fue fácil para los creyentes del año 95 d.C. re-conocer a Jesús como Rey en medio de las per-secuciones y difi cultades y de hecho, algunos se postraron ante el emperador romano, reconociendo su realeza; sin embargo, ya desde el inicio de la obra Juan de Patmos nos regala la bellísima ima-gen de Cristo que reina glorioso porque antes ha padecido para salvarnos: Él es el primer testigo fi el, cuya actitud habrá de ser imitada por los fi eles perseguidos,

Juan 18, 33b – 37

Durante los últimos siete Domingos hemos podido comprender cuál es la identidad de Cristo Sacerdo-te, según el Sermón a los Hebreos: Él ha ofrecido su propia sangre para purifi carnos del pecado; Él nunca esperó que los pecadores se le acercaran para ser reconciliados con Dios, sino que fue ca-paz de ir a buscarlos y comunicarles la misericordia divina. En pocas palabras: la identidad de Cristo Sacerdote se fundamenta en un olvido de sí para darse a los demás.

Esta misma identidad es la que transparenta su di-mensión real, y así nos lo revela el Evangelio de esta Solemnidad: Jesús ha sido entregado a Pilato por las autoridades de su pueblo, con el fi n de ser

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juzgado; el motivo de la acusación es la pretensión del poder, tanto así, que lo envían al Procurador afi rmando que afi rma ser «rey de los judíos».Pilato se inquieta ante esta situación, pues bien sabía que debía controlar el territorio que César le había en-comendado, teniendo el gran deber de aplacar todo intento de revolución o sublevación contra Roma; así pues, cualquiera que apareciese con rasgos de Mesías, alimentando la esperanza de liberación judía, debía ser ajusticiado y, en última instancia, eliminado.

Pero lo que más impresiona al Procurador es la respuesta de Jesús en el v. 36: Jesús le contesta afi rmando su realeza; pero no es un rey como los del mundo, hasta el punto que rechaza todo tipo de violencia para conseguir su objetivo (recordemos no más cómo corta el ímpetu de Pedro en el Mon-te de los Olivos: Jn 18,11). Jesús es rey, sí, pero no como los conocidos por su pueblo: su reino no es opresor, como el de Tiberio, ni narcisista, como el de Herodes Antipas, ni sanguinario, como el del cruel Pilato; no! Como Él mismo afi rma, su reino no es de este mundo: no es un reino que funciona con base en los criterios humanos; es, por el con-trario, un reino en el que los primeros son aquellos que se vuelven últimos.

Descubrimos entonces, que toda la vida de Jesús giró en torno a este gran ideal: mostrar a Dios Pa-dre que reina con amor y misericordia, saliendo en búsqueda de sus hijos. Así reveló la VERDAD: la verdad de Dios, que ama; pero igualmente la ver-dad del hombre: el proyecto existencial de todo ser humano no es otro sino aquel que nos enseñó el Maestro con su propia vida, es decir, vivir en actitud de servicio y entrega.Pilato no llegó a comprender la magnitud de dicha afi rmación; para él existía otra verdad: la violencia, la opresión, el lujo y la posibili-dad de escalar en el poder.

Así pues, concluyendo el Año Litúrgico y en el con-texto del Año de la Fe, hagamos el propósito de vivir una auténtica adhesión a Cristo, que Él sea el Rey y Señor de nuestro corazón. Veremos que, no obstante las más grandes adversidades, nos

auxiliará tal como a las comunidades perseguidas de las que hemos hablado en las lecturas. Pero no olvidemos que la realeza, de la que participamos desde el Bautismo, hemos de manifestarla en el servicio y la donación, en el abajamiento caracte-rístico del Evangelio que hoy proclamamos.

NOTA La Dirección de El Informador Arquidiocesano, quie-re agradecerle a Pablo Andrés Palacio Montoya, sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín, que du-rante tres años estuvo escribiendo la sección LA NOTICIA DEL DOMINGO. En nombre de todos los lectores un Dios le pague y seguimos contando con su pensamiento en próximos artículos.

Le damos la bienvenida a los dos nuevos articulis-tas para esta sección, enriqueciéndola, no solo con la exégesis, sino en el campo teológica – pastoral. Gracias apreciados colegas y amigos:

1. Jairo Alberto Henao Mesa. Sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín. Egresado del Pontifi cio Instituto Bíblico de Roma con el tí-tulo de Magister en Exégesis Bíblica. Doctor en Teología de la Universidad Pontifi cia Bo-livariana. Actualmente es docente interno de la Facultad de Teología en el Área Bíblica.

2. Álvaro de Jesús Mejía Góez. Sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín. Egresado de la Universidad Pontifi cia Gregoriana de Roma con el título de Licenciado (magister) en Teología Fundamental. Doctor en Teolo-gía en la Universidad Pontifi cia Bolivariana. Actualmente es docente de la Facultad de Teología de la Universidad de San Buena-ventura en Bogotá.

Juan Pablo Cardona Q. Pbro. Director del Departamento de Comunicación

Arquidiócesis de Medellín.

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1962: Hacia la

“Lumen Gentium”

El once de octubre de 1962, aunque jornada llu-viosa del otoño romano, fue un día primaveral

para la Iglesia. Ese día un anciano de casi ochenta y un años, el papa Juan XXIII, rodeado de más de dos mil obispos, participaba en la celebración de la Eucaristía, celebrada por el decano del colegio de cardenales el francés Eugène Tisserant en la Ba-sílica de San Pedro en el Vaticano, para dar inicio a las labores del Concilio Ecuménico Vaticano II. La alocución, de sólo 35 minutos, del anciano pon-tífi ce, fue un llamado al “aggiornamento”, al rever-decimiento de la juventud de la Iglesia: “La Iglesia, iluminada por la luz de este concilio, tal es nuestra esperanza, acrecentará sus riquezas espirituales sacando acopio de nuestras energías y mirará in-trépidamente al porvenir. Ella, en efecto, con opor-tunas actualizaciones y con una sabia organización de mutua colaboración hará que los hombres, las familias, los pueblos, vuelvan realmente su espíritu a las cosas del cielo”.1

Fueron muchos los jefes de estado y los dignatarios que ocuparon ese día, cerca a los “padres concilia-res”, las tribunas de la imponente basílica vaticana. Pero el principal invitado fue el Espíritu del Señor Resucitado. Era su presencia la que hacía viva la esperanza de que todo este esfuerzo realizado por hombres provenientes de todos los extremos de la tierra, fuera impulso efi caz en la obra de la colabo-ración a la construcción del Reino de Dios y en la apertura de la Iglesia hacia la realidad concreta del mundo contemporáneo.

1 Cfr. AAS 54 (1962) 786 – 795.

La tarea eclesiológica del Vaticano II podría enfocar-se como el complemento de la obra interrumpida de su predecesor el concilio Vaticano I. O podría ser algo completamente nue-vo en su enfoque teológi-co y pastoral, mucho más acorde con las esperanzas del mundo del siglo XX en relación con el anuncio del Evangelio y con la misión de la Iglesia.

Por: Fernando José Bernal Parra, Pbro.Facultad de Teologia UPB

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El tiempo trascurrido entre el once de octubre y el ocho de diciembre, entre dos fi estas marianas, la Maternidad Divina (en el calendario de entonces) y la Inmaculada Concepción, es decir, la primera se-sión o etapa conciliar, estuvo sembrado de sorpre-sas, de planteamientos dispares, de búsquedas y, también, de cansancio y tentación de desánimo.

Cinco temas fueron presentados sucesivamente a la asamblea para la deliberación conciliar, durante las labores de 1962: la reforma litúrgica, el esque-ma sobre las fuentes de la Revelación, el proyecto de decreto sobre los medios de comunicación so-cial, el esquema que entonces se llamaba “Sobre la Unidad” y que se refería a la relación de la Iglesia Católica con las Iglesias Ortodoxas de Oriente y, fi -nalmente, el esquema que habría de ser el corazón de todo el concilio, es decir, la cuestión “De Eccle-sia”, la refl exión sobre la Iglesia. Pero, entre estos cinco, fueron tres los temas que realmente coparon la atención de los padres conciliares: la liturgia, la Revelación y la Iglesia.2

El primer tópico, la liturgia, suscitó amplias discu-siones: la teología de la celebración, el latín o las lenguas vernáculas, la relación entre la liturgia y las culturas autóctonas, la comunión bajo las dos especies, la restauración de la concelebración, el año litúrgico, la música y el arte sagrado, las refor-mas del misal, del leccionario y del breviario. Las posiciones fueron muchas veces totalmente dispa-res, pero se fue avanzando hacia una coincidencia en lo esencial. Fue el único esquema aprobado en principio durante las trabajos de 1962. Sin embargo, al terminarse la primera sesión en diciembre, un in-gente trabajo quedó encomendado a la “Comisión de Liturgia” que debía estudiar el material debatido durante la sesión y armonizar centenares de suge-rencias hechas por los “padres conciliares”.

Sólo un año más tarde, el 4 de diciembre de 1963, como fruto primero del concilio, como primicias podríamos decir, se aprobaría la constitución “Sa-

2 El esquema “Sobre los Medios de Comunicación Social” fue aceptado rápidamente en sólo dos días de discusión, pero enviado a una comisión que debía abreviarlo y modifi car algunos aspectos para su aprobación fi nal. Sería promulgado el 4 de diciembre de 1963. El esquema “Sobre la Unidad” no fue aceptado, sino que su contenido pasó a integrarse con los trabajos sobre el ecumenismo preparados por el Secretariado para la Unión de los Cristianos.

crosanctum Concilium” sobre la liturgia, apuntando hacia una celebración verdaderamente comunitaria del Misterio de Cristo, alejada de la minuciosidad de las rúbricas y mucho más inspirada en el papel fun-damental de la Palabra de Dios.

El tema de la Revelación, en el esquema enton-ces presentado, trataba de convertir en afi rmación magisterial la doctrina más que dudosa de las “dos fuentes”, es decir, Sagrada Escritura y Tradición entendidas como lugares teológicos prácticamente independientes, y daba una interpretación discutible a los temas de la inspiración y de la inerrancia bí-blica. Suscitó uno de los debates más álgidos de todo el trabajo conciliar. Los padres que conforma-ron el grupo que se fue conociendo como “la mayo-ría”, debidamente asesorados por los teólogos que actuaban como “peritos”, pusieron en entredicho un proyecto que aparecía ajeno a los avances de la exégesis y de la teología fundamental en los dece-nios anteriores.

Es de notar que en la preparación del esquema no había participado ningún representante del Pon-tifi cio Instituto Bíblico, institución jesuítica en ese momento cuestionada frontalmente desde la Late-ranense, recientemente promovida por Juan XXIII a la categoría de Universidad.

El impase fue solucionado por el papa, quien decidió que el esquema, preparado por la “Comisión Precon-ciliar de Teología”, fuera retirado del orden del día y remitido a una comisión mixta que sería conformada por miembros de la “Comisión de la Doctrina de la Fe y de las Costumbres”, que había sustituido a la “Preconciliar de Teología”, y del recientemente crea-do “Secretariado para la Unión de los Cristianos”.

La nueva comisión, que se ocuparía de analizar las objeciones y de preparar una base más bíblica y actualizada para el futuro debate conciliar, sería presidida conjuntamente, por las cabezas de esas dos instancias conciliares, la comisión y el secre-tariado, los cardenales Alfredo Ottaviani y Agustín Bea. Este último, durante varios años confesor del papa Pío XII, eminente jesuita y antiguo profesor de la Pontifi cia Universidad Gregoriana y ex rector del

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Pontifi cio Instituto Bíblico, sería la garantía de una refl exión en la que, más allá de lo estrictamente ju-rídico, se diera primacía a la Sagrada Escritura y a la tradición patrística de los primeros siglos y no simplemente, como era pretensión de los teólogos del “Santo Ofi cio”, a las encíclicas pontifi cias de los últimos decenios.

El tema en estudio y discusión, sólo tres años des-pués, en la cuarta y última etapa del concilio, se convertiría en la constitución “Dei Verbum” sobre la Divina Revelación, promulgada solemnemente por el papa Paulo VI el 18 de noviembre de 1965.

Pero ahora fi jemos especialmente nuestra atención en el esquema “De Ecclesia”. El concilio Vaticano I, suspendido abruptamente en 1970 por el papa Pío IX ante la presión de los acontecimientos políticos y militares del momento, es decir, la Guerra Franco Pru-siana y la toma de Roma por las tropas del rey Víctor Manuel II, había aprobado una constitución sobre la Iglesia, la “Pastor Aeternus”. Pero ésta sólo aborda-ba un aspecto de la eclesialidad: el rol del obispo de Roma en la Iglesia universal y, dentro de esa refl exión, el tema, defi nido como dogma por el papa, de la infa-libilidad de las defi niciones pontifi cias “Ex Cathedra”.

La tarea eclesiológica del Vaticano II podría enfo-carse como el complemento de la obra interrumpida de su predecesor el concilio Vaticano I. O podría ser algo completamente nuevo en su enfoque teológico y pastoral, mucho más acorde con las esperanzas del mundo del siglo XX en relación con el anuncio del Evangelio y con la misión de la Iglesia.

¿Cuál eclesiología inspiraría las tareas conciliares? ¿La eclesiología “clásica” inspirada en la teología postridentina que subrayaba en la Iglesia los as-pectos institucionales y su calidad como “sociedad perfecta”? ¿Seguiría el concilio esa tendencia típi-ca en la línea de la afi rmación del cardenal jesuita Roberto Belarmino cuando escribía: “La Iglesia es una asamblea de hombres tan visible y tan palpable como la asamblea del Pueblo Romano, o del Reino de Francia, o de la República de Venecia”?3

3 Controv. Lib. III, De Ecclesia Militante, c. 2. Cfr. Dulles Avery. Modelos de la Igle-sia, Sal Terrae, Santander, 1975. p. 7

O, por el contrario, ¿Se abriría el concilio a los vientos renovadores que habían soplado, para la eclesiología, desde los años siguientes al fi n de la Primera Guerra Mundial, es decir, a partir de 1919, cuando Romano Guardini escribía: “Un aconte-cimiento de incalculable valor a comenzado: La Iglesia se despierta en las almas”?4 Se iniciaba en-tonces un lento y, a veces, controvertido redescubri-miento de la esencia interior de la Iglesia, de su Sa-cramentalidad, de su Misterio, de ese Misterio que le da la vida y que está más allá de la sola visibilidad institucional.

La vuelta a las categorías bíblicas de “Cuerpo de Cristo” y “Pueblo de Dios”, redescubiertas y profun-dizadas, en el campo de la teología católica, con los trabajos de Émile Mersh S. J.5 y de Ives Congar O. P.6 y de tantos otros teólogos pertenecientes o afi -nes a la mal llamada “Nueva Teología”, había dado un nuevo aire de frescura a la refl exión sobre la Igle-sia. Repetir los postulados de la neoescolástica, o profundizar las sistematizaciones de los dominicos de “Le Saulchoir”, de los jesuitas de “Lyon-Fourviè-re”, de los teólogos de Lovaina y de tantos otros que, da cara a la Sagrada Escritura y a la patrística, querían ir más allá de la comprensión que hemos llamado “clásica”. Este era el dilema de la refl exión conciliar eclesiológica en aquel momento decisivo.

¿Cuál era entonces la orientación del esquema que, elaborado por una subcomisión al interior de la “Co-misión Preconciliar de Teología”, fue presentado a la asamblea conciliar por el cardenal Alfredo Otta-

4 En un artículo que tuvo mucha resonancia publicado en 1921 en la revista “Ho-chland” de Munich. El cardenal Joseph Ratzinger hizo referencia a este “eslogan” de Guardini en su conferencia pronunciada en 27 de febrero de 2000 en el marco del “Congreso Internacional sobre la actualización del Concilio Vaticano II”. Dijo entonces el futuro papa Benedicto XVI refi riéndose a los años siguientes al fi n de la Primera Guerra Mundial: “No sólo Romano Guardini hablaba de un despertarse de la Iglesia en las almas; el obispo evangélico Otto Dibelius acuñaba la fórmula de El Siglo de la Iglesia y Karl Barth daba a su dogmática, fundada sobre las tradiciones reformadas, el título programático de Dogmática Eclesial”.

5 Cfr. Mersch, Émile. La vie historique de Jesús et sa vie mystique, en Nouvel Revue Théologique, LX (1933), 5-20. Mersch, Émile. Le Christ mystique centre de la théologie comme science, en Nou-vel Revue Théologique, LXI (1934), 449-475. Mersch, Émile. Le corps mystique du Christ. Etudes de Théologie historique, Des-clée de Brouwer, París, 1936, 2 v.Mersch, Émile. La Théologie du corps mystique, 4° Ed., Desclée de Brouwer, Bru-ges, 1954, 2v.Mersch, Émile. Morale et corps mystique, Desclée de Brouwer, Bruges, 1955.

6 Cfr. “La Iglesia y su Unidad”, artículo escrito en mayo de 1937, incluido en el volu-men “Cristianos Desunidos. Principios de un Ecumenismo Católico” de ese mismo año y en “Bosquejos sobre el Misterio de la Iglesia” (1941).

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viani, presidente de dicha comisión y secretario del Santo Ofi cio, el día primero de diciembre de 1962?

El esquema constaba de once capítulos. Muchos de los “padres conciliares” percibieron en él un refl ejo de la eclesiología institucional “clásica” y, más que un conjunto armónico desde el punto de vista teológico, juzgaron que parecía más bien una yuxtaposición de temas doctrinales con marcado acento jurídico.

Tal vez no sea inútil recordar ahora cuales fueron los temas que se trataban en esos once capítulos: la naturaleza de la Iglesia, los miembros de la Iglesia y la necesidad de ésta para la salvación, el episcopa-do como grado supremo del sacramento del orden, los obispos residenciales, los estados de perfección, los laicos, el magisterio, la autoridad y la obediencia, las relaciones entre la Iglesia y el estado, la necesi-dad de las misiones, y, fi nalmente, el ecumenismo.

Esta sistematización fue discutida en el aula conci-liar entre el primero y el siete de diciembre de ese año 1962, es decir, en la última semana de trabajos de la primera sesión o etapa del concilio que debía clausurarse el día ocho del mismo mes, como ya lo hemos indicado, en la fi esta de la Inmaculada Con-cepción. Aunque se propuso, por parte del cardenal Ottaviani, aplazar para el año siguiente el inicio de esta discusión, la propuesta no fue aceptada porque el concilio ardía en deseos de iniciar el trabajo sobre este tema fundamental.

Las críticas no se hicieron esperar y estas provinieron de personajes claves dentro del episcopado, como, entre otros, los cardenales Aquilles Liénart, obispo de Lille; Franz König, arzobispo de Viena; Bernard Jan Alfrink, arzobispo de Utrech; Josef Frings, de Colonia, Julius August Döpfner de Munich, Leo Jo-seph Suenens de Malinas-Bruselas, Joseph Ritter de St. Louis (USA), Giovanni Battista Montini de Mi-lán, Giacomo Lercaro de Bolonia y Augustin Bea del Secretariado para la Unión de los Cristianos.

Podríamos resumir así las críticas que resonaron en la basílica y que, seguramente, sorprendieron a muchos de los “padres conciliares” y a los miembros de la co-misión que había elaborado el esquema: este quiere

responder HOY a preguntas de AYER, es decir, so-lucionar interrogantes que, muchas veces, ya no se plantean desde hacía varios decenios, por no tener ya resonancia en la sensibilidad eclesial real actual.

Como sucedió con frecuencia, el cardenal Liénart, eminente exalumno del Pontifi cio Instituto Bíblico, con sus 78 años a cuestas, fue quien abrió el debate poniendo el dedo precisamente en los puntos más álgidos: “La Iglesia que debe proponerse a nuestra fe no es una simple sociedad humana, sino un ver-dadero y gran misterio”. Y también: “Hay que evitar a todo trance que las fórmulas o el modo de hablar so-bre la Iglesia corrompan el misterio. Por ejemplo, no habría que establecer una relación de identidad de la Iglesia Católica con el Cuerpo Místico, como si el Cuerpo Místico estuviera totalmente comprehendido en los términos de la Iglesia Católica Romana. Ésta es verdadero Cuerpo de Cristo, pero no lo agota”.7

Recordemos también una intervención particular-mente ovacionada en al aula conciliar como fue la de monseñor Émile de Smedt, obispo de Brujas (Bélgica), quien acusó al esquema de comportar tres grandes defi ciencias: triunfalismo, clericalismo y juridicismo. Como habría de hacerlo en otros mo-mentos decisivos del proceso conciliar, el obispo belga supo poner el dedo en la herida.

Las críticas, aún reconociendo el esfuerzo y el traba-jo de la comisión preparatoria, fueron demoledoras: el esquema no tiene base bíblica sufi ciente, la per-tenecia a la Iglesia se enfoca en forma jurídica y an-tiecuménica, no se habla para nada del presbiterado y del diaconado, el episcopado no se relaciona con el Pueblo de Dios, la santidad cristiana se presenta como característica exclusiva de la vida religiosa, el papel eclesial del laico aparece en clave totalmente pasiva, en el ecumenismo se subraya más lo que separa y mucho menos lo que puede unir y servir de base para el diálogo y el acercamiento, se ignora totalmente la índole escatológica de la Iglesia.

Otros “padres”, sobre todo italianos, defendieron las orientaciones centrales del esquema y opinaron

7 Acta Synodalia S. Concilii Oecumenici Vaticani II, Vol. I., Periodus Prima, Pars IV, Typis Polyglotis Vaticani, 1971, p. 126

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que, aunque evidentemente debía ser reformado, no sería necesario reemplazarlo por uno nuevo. Pero esto aparecía ya como claramente imposible, dado el peso y la trascendencia de las objeciones planteadas.

Recordemos aquí las intervenciones verdaderamen-te iluminadoras para el proceso de la refl exión sobre la Iglesia, a las que hicimos alusión en otro artículo en esta misma revista, es decir, los planteamientos de los cardenales Suenens y Montini los días cuatro y cinco de diciembre de ese año 1962, proponiendo como brújula orientadora de todo el trabajo conciliar el tema de la Iglesia, e indicando también la forma de tratarlo desde un doble punto de vista: el ser y el hacer, el misterio y el ministerio, la Iglesia “hacia adentro” y la Iglesia “hacia afuera”.

Añadamos ahora el hecho de que estas interven-ciones fueron secundadas el día seis por otro de los “pesos pesados” del concilio, el cardenal Lercaro, quien, además, puso el acento en el aspecto de la pobreza, absolutamente necesario, según él lo ex-plicó, para que la Iglesia sea creíble en el mundo de hoy: “Si la Iglesia es fi el a la pobreza, en ella encontrará la luz y descubrirá el camino más apto para predicar integralmente el Evangelio, mensaje de Dios que, siendo como era rico, se hizo pobre”.8

Este fue el inicio del proceso que habría de conducir fi nalmente, en noviembre de 1964, a la Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”. Pero, como lo veremos en próximas entregas, ese proce-so debía recorrer todavía un camino lento y tortuo-so. El gran número de participantes en el concilio, las mentalidades diferentes, las fundamentaciones teológicas diversas, hicieron más que difícil el avan-ce. Pero no olvidemos en ese proceso, la presen-cia del Espíritu Santo que, mucho más allá de las tendencias y, a veces, debemos reconocerlo, de las intrigas, guía a la Iglesia y con su fuerza hace pre-sente siempre al Señor Resucitado.

Después de la clausura de la primera sesión con-ciliar por Juan XXIII el ocho de diciembre de 1962, empieza el trabajo arduo de los cardenales, obis-

8 La Documentation Catholique, 60 (1963) 53 – 54.

pos y teólogos bajo cuya responsabilidad recayó el proponer un nuevo esquema De Ecclesia, sobre la Iglesia, para el trabajo de la segunda etapa conciliar convocada por el papa para el otoño de 1963. Entre los teólogos cuyo aporte fue fundamental en este momento tenemos que subrayar ante todo el nom-bre de Gérard Philips de la Universidad de Lovaina y también el del padre dominico Yves Congar.

El trabajo de la comisión, con los aportes que se fueron recibiendo de los obispos y de las conferen-cias episcopales, reduciría el esquema primitivo a otro mucho más armónico, presentado en sólo cua-tro capítulos, cuyo redactor principal fue Philips y que serviría de punto de partida para la discusión de la segunda etapa conciliar, ya en el pontifi cado del sucesor de Juan XXIII, ya que éste moriría el 3 de junio de 1963, el papa Pablo VI, quien sería electo el 21 del mismo mes. Trataremos el tema re-ferente a este segundo esquema en otra entrega de estas refl exiones sencillas, que esperan ayudarnos no solamente a recordar, sino principalmente a vivir, en la alegría del “Año de la Fe” al que nos convoca el papa Benedicto XVI, las intuiciones y enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Bibliografía.Acta Synodalia S. Concilii Oecumenici Vaticani II, Vol I, Periodus Prima, Pars IV, Typis Polyglotis Va-tic. Romae 1971.Alberigo, Giuseppe. Breve Historia del Concilio Vati-cano II, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005.Alberigo, Giuseppe (ed.). Historia del Concilio Va-ticano II, Volumen I y II, Ediciones Sígueme, Sala-manca, 1999 y 2002.Congar, Yves. Mon Journal du Concile I, Les Édi-tions du Cerf, Paris, 2002.De Lubac, Henri. Carnets du Concile I. Éditions du Cerf, Paris, 2007.Madrigal, Santiago. Vaticano II: Remembranza y Actualización. Sal Terrae, Santander, 2002.Madrigal, Santiago. Tiempo de Concilio. Sal Tarrae, Santander, 2009.Martín Descalzo, José Luis. Un Periodista en el Concilio, I etapa, Propaganda Popular Católica, Ma-drid, 1963.

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LA DOCTRINA

CATOLICA

FUENTE DEL

DERECHO

CANONICO

Por: Elías Lopera Cárdenas, Pbro.

Nos planteamos la relación entre el Catecismo y el Derecho Canónico, como la que se da entre

la doctrina y el derecho, dirían los tratadistas del derecho, entre la ideología y las leyes que orien-tan la praxis. Por eso sostenemos que “el depósito de la fe” (Depositum fi dei Cf. 1Tm 6, 20; 2 Tm 1, 12-14), contenido en la Sagrada Tradición, en las Sagradas Escrituras (DV 10) y, agreguemos, en el Magisterio de la Iglesia (DV 10) han sido siempre las fuentes1 de sus preceptos y sus leyes.

La Iglesia es una realidad compleja analizada por los sociólogos en sus obras y en sus miembros, los fi eles cristianos; por los teólogos en su naturaleza, constitución y compendio de la fe; y por los juris-tas en sus estructuras y en sus normas. La Igle-sia, como Misterio de comunión en Cristo y como Pueblo de Dios que anuncia el Evangelio y propone la salvación, es una realidad siempre nueva que construye el Reino de Dios en el mundo, que en el tiempo es sociedad visible, jurídica y autónoma, con instituciones en parte inmutables y en gran parte factibles de innovarse, decimos aggionarse, siempre, en función de su fi n.

Decimos que la Tradición y la Escritura son fuen-tes del Derecho Canónico pues no podemos com-prender las instituciones y las leyes de la Iglesia prescindiendo de ellas. El Pueblo de Dios en el AT era Israel y en el NT es la Iglesia; Jesucristo y su tiempo, con su propuesta de la Nueva Alianza y del

1 FUNK F.X., Edizione delle Fonti, Patres Apostolici, 2 Vol. Paderborn 1902; CO-LOMBO S., Patres Apostolici, Turín 1954; EUSEBIO DE CESAREA, Storia eccle-siastica, traducción del texto griego con notas por Del Ton G., Roma 1964.

Tanto el Concilio Vaticano II como el Código de Derecho Canónico de 1983 han tenido el mismo propósito: reformar la vida cristiana.

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Reino; los Doce y el primado de Pedro con los que Jesús instituye su Iglesia; la estructura de la Iglesia como sociedad con su origen, sus fi nes, sus medios y sus órganos peculiares;… los encontramos en las fuentes y los recoge la normativa eclesiástica.

Aparece con claridad que el Evangelio es la ley fun-damental de la Iglesia y del NT resulta que la Iglesia tiene un ordenamiento jurídico propio y distinto de los preceptos judíos y a todo otro sistema de leyes de las sociedades humanas.

La iglesia que se ha extendido a lo largo de los siglos con una actividad fecunda en muchos cam-pos, en donde sus estructuras se han desarrollado continuamente y se han adaptado a las nuevas si-tuaciones históricas, entre tensiones, contrastes y reformas recurrentes; sin embargo en la formación de la disciplina canónica ha sido fi el al depósito de la fe y de la moral, cuyas fuentes ha conservado intactas (DV 7).

En la era apostólica Pedro y los Apóstoles organi-zaban las comunidades cristianas y ejercían el ser-vicio de la autoridad, que comprendía lo que hoy llamamos actos ejecutivos, legislativos y judiciales; estas funciones pasaron después a sus sucesores, los obispos, en las iglesias locales. Las fuentes2 jurídicas formales, en documentos diversos, en el tiempo apostólico y post-apostólico (70-180 d. de C.) fueron dadas por los mismos Apóstoles, los Pa-dres apostólicos y los apologistas. Entre ellas tene-mos las Cartas de los Apóstoles, como las de San Pedro, San Pablo,…; de San Ignacio de Antioquía, San Clemente, San Justino, San Eusebio, el Pastor de Hermas y la Didagé, mencionando las más so-bresalientes (Ss. I y II).

Durante la Iglesia que sufre las grandes persecu-ciones3 (193-313 d. de C.), las fuentes, algunas con lagunas, fueron los escritos y las cartas de los obispos, como, de San Ireneo, San Hipólito, S. Cipriano, Orígenes, Tertuliano y Novaciano. Tam-

2 AV., Collezioni pseudo-apostoliche: Edizione critica; FUNK F.X., Didascalia et Constituciones Apostolici, Turín 1905; BOTTEGA D´ERASMO, La Traditio apos-tolica di Ippolito, Turín 1970; CIPROTTI P., La versión de Clément, Milán 1967.

3 JOANNOU P.P., La legislation imperial et la christianisation de lÉmpire Romain (315-476), Roma 1972.

bién algunas colecciones jurídicas como la Tradi-ción Apostólica de San Hipólito y la Didascalia, los Cánones penitenciales y de los Apóstoles (S. IV) y Tertuliano (De corona IV, 1. 4, CCL II, 1043ss.). En los tiempos de los Padres de la Iglesia, tanto orien-tales como latinos4, tenemos un período fecundo y complejo, donde ellos son la garantía de la reno-vación teológica, litúrgica y canónica de la Iglesia.

En la Iglesia de los nuevos reinos barbáricos5 hasta la reforma gregoriana (Ss. VII-XI) encontramos el Epítome Hispano, la Renovación Dionisiana (774 d. de C.), la Daqueriana (800 d. de C.), los Manua-les Penitenciales y los Capitulares, las Reglas de la vida comunitaria de las Ordenes monásticas y de los Canónigos regulares.

La edad clásica del derecho canónico es el Medioe-vo (Ss. XII-XIV), que comienza con el Decreto de Graciano, la redacción de la cinco Compilaciones Antiguas, los Decretales de los Papas, el Corpus Iuris Canonici y las Clementinas del Papa Clemente V. Es un período rico por el notable desarrollo de la teología, la liturgia, el arte y el derecho; fue un mo-mento áureo de la llamada cristiandad, donde todos deben ser bautizados y cristianos (Worms 1122).

Apareció el humanismo que interpeló, sacudió y convulsionó la sociedad de los siglos XIV-XVI, apa-recieron Martín Lutero y sus tesis, el protestantismo y la reforma de la Iglesia Católica. Las fuentes de derecho para la Iglesia fueron las Reglas de Can-cillería, los concordatos con los príncipes, los con-cilios y los sínodos, pero sobre todo, el Concilio de Trento (1545-1563)6 con sus defi niciones y precep-tos sobre la fe, la liturgia, la disciplina y los medios de aplicación, agreguemos su célebre ultimátum del “anatema sit”; cuya vigencia llega hasta el siglo XX en los Actos y Ofi cios del Papa y de la Curia Romana.

En 1904 el Papa San Pío X creó las Comisiones de cardenales y consultores para la elaboración de

4 DEKKERS E., Clavis Patrum Latinorum, in Sacris Erudiri III, Steenbrugge 1961.5 VIVES Y., MARIN MARTINEZ T.. MARTINEZ DIEZ G., Concilios visigóticos e

Hispano-romanos, Barcelona-Madrid 1963.6 DENZINGER E., El Magisterio de la iglesia, Barcelona 1963, pp. 782ss.

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un código de derecho canónico, que imitando los códigos civiles sistematizara las leyes de la Iglesia. Este Código fue promulgado por el Papa Benedicto XV el 27 de mayo de 1917 y entró en vigencia el 19 de mayo de 1918; vigencia que se extiende hasta el 25 de enero de1983 cuando el Papa Juan Pablo II promulga el Nuevo Código. Hasta este momento las leyes de la Iglesia estaban dentro de los tex-tos doctrinales, ya sistematizadas en el Código de 1917 el depósito doctrinal está contenido implícita o explícitamente en los cánones.

El visionario y carismático Papa “Bueno”, Juan XXIII, convocó7 el Concilio Vaticano II, que el 11 de este mes de octubre celebramos los 50 años de su apertura, y es un motivo para nosotros para pro-fundizar en los textos, como continuidad dinámica y fi el de sus enseñanzas, porque a él atañe prin-cipalmente que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más auténtica y efi caz; en la necesidad urgente y exigencia apremiante del aggiornamento perma-nente para llevar el Evangelio a un mundo afectado gravemente por el egoísmo, el hedonismo y el rela-tivismo; donde muchos hacen caso omiso de Dios o la rechazan o le consideran una amenaza para la libertad y la felicidad de la persona humana.

El 25 de enero de 1959 el Papa Juan XXIII anunció públicamente su decisión de reformar el Código de derecho canónico de 1917 y nombró la Comisión respectiva. El Papa Bueno dijo que “La nueva le-gislación canónica se convierta en un medio efi caz para que la Iglesia pueda perfeccionarse y cada día esté en mejores disposiciones de realizar su misión de salvación en este mundo”8. A punto de concluir el Concilio Vaticano II, el 20 de noviembre de 1965, el Papa Pablo VI dio a la Comisión dos elementos que debían orientar todo el trabajo. No era hacer una nueva codifi cación de las leyes, sino, también, reformarlas de acuerdo a la mentalidad y exigen-cias nuevas de la Iglesia de hoy. Además, tener en cuenta las Actas del Concilio Vaticano II, para que

7 Juan XXIII el 25 de enero de 1959 anuncia a los cardenales su propósito de con-vocar un concilio y el 29 de junio del mismo año indica los fi nes del mismo.

8 Cf. JUAN PABLO II, Constitución Apostólica; Sacrae disciplinae leges, AAS 75 (1983), Pars II, p. 13.

los tesoros doctrinales de este Concilio, inmenso aporte a la vida pastoral, tuviesen en la legislación canónica sus corolarios prácticos y su necesario complemento.

La Asamblea del Sínodo de los Obispos9 en el mes de octubre de 1967 aprobó los principios que debían orientar la reforma del Código Pío-Bene-dictino: 1. Conservar el carácter jurídico del nuevo código. 2. Que haya coordinación entre ambos fue-ros externo e interno. 3. Debe tenerse en cuenta la justicia, la caridad, la templanza, la benignidad para lograr la equidad en la aplicación pastoral de los cánones. 4. Que convierta en ordinarias las fa-cultades que antes eran extraordinarias buscando el buen servicio de los pastores y el cuidado de los fi eles. 5. Que haya mayor vigencia en la Iglesia del principio de subsidiariedad. 6. Que establezca la igualdad de todos para garantizar los derechos de las personas. 7. Que establezca el debido proce-dimiento que tutele los derechos subjetivos de los fi eles. 8. Que revise la naturaleza territorial del ejer-cicio del gobierno eclesiástico, porque hay razones del apostolado moderno que lo piden. 9. Reducir lo más posible las penas latae sentintiae y que la ab-soluta mayoría sean ferendae sententiae. 10. Que el nuevo código se distribuya sistemáticamente.

El Papa Juan Pablo II promulgó el Nuevo Código el 25 de enero de 1983 y entró en vigencia el primer día de adviento del mismo año con la Constitución Apostólica Sacrae Disciplinae Leges10.

Tanto el Concilio Vaticano II como el Código de De-recho Canónico de 1983 han tenido el mismo pro-pósito: reformar la vida cristiana. Estos dos con el Catecismo de la Iglesia católica tienen, además, el propósito de conservar, presentar y explicar el de-pósito de la fe al hombre de hoy; para que la Iglesia crezca en riquezas espirituales, cobre nuevas fuer-zas, ilumine el camino de los hombres hacia Dios y mire sin miedo el futuro11; así se convierten nece-

9 PABLO VI. Asamblea general del Sínodo de los Obispos “… la preservación y for-talecimiento de la fe católica, su integridad, su fuerza, su desarrollo, su coherencia doctrinal e histórica”, 29.09-29.10 de 1967, AAS 67 (1967).

10 Ibidem, AAS 75 (1983).11 Cf. JUAN XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de

1962: AAS 54 (1962), p. 788.

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sariamente en punto de referencia de toda acción pastoral, en el esfuerzo consciente por traducir sus enseñanzas y directrices en aplicaciónes concretas y fi eles12.

Ojalá el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica13, que celebramos el 11 de octubre de este año, sea14 motivo para im-pulsar su estudio y sus enseñanzas, para profundi-zar en los textos, buscando un conocimiento orgá-nico y completo de los contenidos de la fe y para guiar y fortalecer nuestro encuentro con Cristo.

12 Cf. PABLO VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II, 8 de diciembre de 1965: AAS 58 (1966), p. 7.

13 JUAN PABLO II, Constitución apostólica Fidei depositum, 11 de octubre de 1992: AAS 92 (1992).

14 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a la 64 Asamblea de la CEI: 24 de mayo de 2012.

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BREVE BOSQUEJO

PARA ACOMPAÑAR

LA LECTURA DE LA

SEGUNDA PARTE DEL

CATECISMO DE LA

IGLESIA CATÓLICA

Por: Gabriel Jaime Molina Vélez, Pbro.

Sin la liturgia y los sacra-mentos, la profesión de fe no tendría efi cacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración» (Carta apost. Porta fi dei, n. 11).

El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) siguien-do la gran tradición de los catecismos, articula su

contenido en torno a cuatro pilares secuenciales: el Credo, la Sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer plano; el obrar cristiano, expuesto a partir de los mandamientos, y, fi nalmente, la oración cristiana, concretada en el Padrenuestro. Estas cuatro partes corresponden con las tareas fundamentales de la ca-tequesis, que de acuerdo con el Directorio General para la Catequesis son: ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo (cf. n. 85).

Este breve apunte describe la estructura y el conte-nido de la segunda parte del CEC, es decir, lo que viene reunido bajo el titulo la celebración del misterio cristiano (nn. 1066-1690) y pretende ser una sencilla motivación para profundizar cada vez más en este “verdadero instrumento de apoyo a la fe”.

El Misterio que celebra y vive la Iglesia en su liturgia es en el fondo el objeto del Símbolo de fe que, ce-lebrado y comunicado mediante acciones litúrgicas, está presente para iluminar y sostener a los fi eles en su obrar (los Mandamientos) y es fundamento de la oración del creyente (el Padrenuestro), que expresa el objeto de la súplica, la alabanza y la intercesión (cf. CEC n. 13). De este modo, las dos primeras partes del Catecismo - la fe y la liturgia- ponen de manifi esto que es Dios quien sale al encuentro del hombre; y las dos partes fi nales - la vida en Cristo y la oración cristiana - evidencian la respuesta que cada creyente ha de dar a la iniciativa divina.

El CEC en su misma estructura, lo recordaba, hace poco, el Papa Benedicto XVI, «presenta el desarrollo

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de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el en-cuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y ac-túa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la li-turgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría efi cacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la en-señanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración» (Carta apost. Porta fi dei, n. 11).

La segunda parte reunida, como ya se dijo, bajo el epígrafe la celebración del Misterio cristiano se divi-de en dos secciones: La primera aborda la economía sacramental en dos capítulos: el primero el misterio pascual en el tiempo de la Iglesia y el segundo la celebración sacramental del misterio pascual. La se-gunda sección afronta los siete sacramentos de la Iglesia, desplegados en tres capítulos: el primero los sacramentos de la iniciación cristiana; el segundo los sacramentos de curación; y el tercero los sacra-mentos al servicio de la comunidad.

Así pues, el Catecismo en 624 numerales, de los 2865 que lo conforman, enseña como la obra salví-fi ca de la Trinidad se hace presente en las acciones sagradas de la liturgia y afi rma lo que es fundamen-tal y común a toda la Iglesia en lo que se refi ere a la acción sagrada en cuanto misterio y celebración, particularmente en lo que se refi ere a los sacramen-tos y los sacramentales (cf. n. 1075).

En su texto el CEC no se limita a una simple expo-sición orgánica y sintética de los contenidos esen-ciales y fundamentales de la liturgia y los sacramen-tos, sino que hace referencia continua a la Sagrada Escritura, al testimonio de los Padres de la Iglesia, a la Tradición y el Magisterio. En su exposición re-curre con frecuencia a la doctrinal que el Concilio Vaticano II ofreció sobre el sentido teológico de la liturgia, refl ejado en particular, como es obvio, a la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium (SC). Se vale además de las enseñanzas de los concilios de Lyon, Florencia y Trento. Recurre a la teología de

san Agustín, santo Tomás de Aquino y al Magisterio pontifi cio más reciente.

La segunda parte del CEC inicia con un prefacio en el que hace una explicación de la razón de la litur-gia y el signifi cado de dicho termino. Recure a la SC para describe la liturgia «como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se signifi ca y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santifi cación del hom-bre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público inte-gral. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Igle-sia, es acción sagrada por excelencia cuya efi cacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (n. 7). El texto pre-senta a la liturgia como fuente de vida, y establece su relación con la oración y la catequesis (cf. nn. 1071-1075). La liturgia es «el lugar privilegiado de la catequesis» pues la catequesis «está intrínseca-mente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres» (Juan Pablo II, Exhort. ap. Catechesi tradendae, 23).

La primera sección es dedicada a la economía sa-cramental que viene defi nida como la comunicación (o “dispensación”) de los frutos del Misterio pascual de Cristo en su esencia teológica y en su dimensión litúrgica (nn. 1077-1134), y describe la naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración litúrgica a través de la diversidad de las tradiciones litúrgicas y presenta lo que es común a la celebración de los siete sacramentos (nn. 1135-1209).

La explicación de las celebraciones litúrgicas se for-mula a partir de cuatro cuestiones inmediatas que se presentan a un fi el al respecto: ¿Quién celebra? (nn. 1136-1144) ¿Cómo celebrar? (nn. 1145-1164) ¿Cuándo celebrar? (nn. 1163-1178) y ¿Dónde ce-lebrar? (nn. 1179-1186). El texto va respondiendo a cada una de las preguntas abordando los principales argumentos de la liturgia: los agentes que participan en la acción celebrativa; el lenguaje propio de la ce-lebración que se expresa en signos y en símbolos,

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sin pasar por alto la importancia de la palabra y las gestos, el canto y la música; así mismo se abordar el tiempo litúrgico y la liturgia horaria, para concluir con el espacio celebrativo.

La segunda sección se ocupa de los siete sacramen-tos de la Iglesia (nn. 1210-1666) y de otras celebracio-nes litúrgicas, como los sacramentales y las exequias cristianas (nn. 1667-1690). En todo este apartado se tienen muy presentes las breves indicaciones conci-liares sobre cada sacramento y su celebración (SC 47-82) y enseña lo que es propio de cada uno de ellos.

Los sacramentos se comprenden como celebracio-nes de la presencia de Dios en medio de su pueblo y respuesta de la Iglesia a la llamada que Dios hace a través de los sacramentos: donación de la gracia y, a la vez, acogida por parte hombre. Son también acción de gracias que tiene como ejes el amor misericordio-so del Dios que perdona y la realidad del hombre, lla-mado a celebrar eternamente, desde ya, el gozo y la posesión de Dios.

El orden por el que se opta para presentar cada uno de ellos sigue la clásica semejanza entre las etapas de la vida natural y la vida espiritual, a las que se re-fi ere Santo Tomás de Aquino: en primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana, luego los de curación y fi nalmente los sacramentos al servicio de la comunidad.

Junto al carácter trinitario, y sobre todo pneumato-lógico, del tratamiento de los sacramentos hay que valorar la catequesis mistagógica en la que se va ex-plicando cada uno de ellos, a partir de sus elementos celebrativos. Igualmente hay que destacar el recurso constante que hace de las fuentes litúrgicas de Orien-te y Occidente expresando de algún modo, por así decir, la catolicidad de la Iglesia, que tiene una sola fe y es una sola familia.

El CEC ha sacado las aplicaciones de la doctrina con-ciliar y ha brindado una amplia y profunda considera-ción del hecho litúrgico con muchas consecuencias en el orden espiritual y pastoral que es necesario profun-dizar para una más perfecta adhesión a ellas y pro-mover el conocimiento y la aplicación de las mismas.

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CUIDEMOS LA

OBRA DE DIOS

Por: Rafael Betancur Machado, Pbro.

INTRODUCCIÓN

El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo (cf. Gn 2,15), tiene una responsabilidad específi ca sobre el ambiente y el mundo en el que vive, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida, no sólo para el presente, sino también para las generaciones fu-turas. Es la cuestión ecológica - que van desde la conservación de los hábitats naturales de las espe-cies de animales y formas de vida, hasta la «eco-logía humana» propiamente dicha - que encuentra en la Biblia una ética clara y fuerte, dando lugar a una solución respetuosa del gran bien de la vida, de toda vida. De hecho, ‘el dominio’ confi ado al hom-bre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de “usar y abusar”, o de disponer de las cosas como mejor parezca. La li-mitación impuesta desde el principio por el mismo Creador, y expresada simbólicamente con la pro-hibición de “comer del fruto del árbol” (cf. Gn 2,16-17), muestra claramente que, cuando se trata de la naturaleza, estamos sometidos a las leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune. (Evangelium Vitae, S.S Juan Pa-blo II, Sección 42 - 1995).

Constituye la naturaleza el don más preciado que Dios nos ha dado para nuestro bienestar material: cuidémosla y amémosla como seres racionales.

Constituye la naturaleza el don más preciado que Dios nos ha dado para nuestro bienestar material: cuidé-mosla y amémosla como seres racionales.

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1. CALENTAMIENTO DEL PLANETA

Nos causa hoy una gran sorpresa ver como la tierra comenzó a calentarse considerablemente cerca de 0.5°C entre los años 1980 a 1990 y como al ritmo actual podría calentarse de 1.5° a 2.5° C más du-rante los próximos 50 o 60 años de acuerdo a las predicciones de los científi cos.

El calentamiento global es un término utilizado para referirse al fenómeno del aumento de la temperatu-ra media global, de la atmósfera terrestre y de los océanos, que posiblemente alcanzó el nivel de ca-lentamiento de la época medieval a mediados del siglo XX, para excederlo a partir de entonces.

Todas las recopilaciones de datos representativos a partir de las muestras de hielo, los anillos de cre-cimiento de los árboles, etc., indican que las tem-peraturas fueron cálidas durante el Medioevo, se enfriaron a valores bajos durante los siglos XVII, XVIII y XIX y se volvieron a calentar después con rapidez. Cuando se estudia el Holoceno (últimos 11.600 años), el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) no aprecia evidencias de que existieran temperaturas medias anuales mun-diales más cálidas que las actuales. Si las proyec-ciones de un calentamiento aproximado de 5 °C en este siglo se materializan, entonces el planeta ha-brá experimentado una cantidad de calentamiento medio mundial igual a la que sufrió al fi nal de la Glaciación wisconsiense (último período glaciar); según el IPCC no hay pruebas de que la posible tasa de cambio mundial futuro haya sido igualada en los últimos 50 millones de años por una eleva-ción de temperatura comparable.

El calentamiento global está asociado a un cambio climático que puede tener causa antropogénica o no. El principal efecto que causa el calentamiento global es el efecto invernadero, fenómeno que se refi ere a la absorción por ciertos gases atmosféricos—princi-palmente H2O, seguido por CO2 y O3— de parte de la energía que el suelo emite, como consecuencia de haber sido calentado por la radiación solar. El efecto invernadero natural que estabiliza el clima de la Tie-

rra no es cuestión que se incluya en el debate sobre el calentamiento global. Sin este efecto invernadero natural las temperaturas caerían aproximadamente en unos 30 °C; con tal cambio, los océanos podrían congelarse y la vida, tal como la conocemos, sería imposible. Para que este efecto se produzca, son necesarios estos gases de efecto invernadero, pero en proporciones adecuadas. Lo que preocupa a los climatólogos es que una elevación de esa propor-ción producirá un aumento de la temperatura debido al calor atrapado en la baja atmósfera.

Se han propuesto varias medidas con el fi n de mi-tigar el cambio climático, adaptarse a él o utilizar geo-ingeniería para combatir sus efectos. El mayor acuerdo internacional respectivo al calentamiento global ha sido el Protocolo de Kyoto, el cual tiene como objetivo la estabilización de la concentración de gases de efecto invernadero para evitar una “in-terferencia antropogénica peligrosa con el sistema climático”. Fue adoptado durante Convención Mar-co de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climá-tico y promueve una reducción de emisiones con-taminantes, principalmente CO2. Hasta noviembre de 2009, 187 estados han ratifi cado el protocolo. EE. UU., mayor emisor de gases de invernadero mundial, no ha ratifi cado el protocolo.

Más allá del consenso científi co general en torno a la aceptación del origen principalmente antropo-génico del calentamiento global, hay un intenso debate político sobre la realidad, de la evidencia científi ca del mismo. Por ejemplo, algunos de esos políticos opinan que el presunto consenso climático es una falacia.

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2. EL DESHIELO

De acuerdo a ese ritmo el “deshielo polar” en don-de están las principales reservas de aguas dulces, es ya un hecho que está causando alarma y que aumenta el nivel del mar y destruye las fuentes de agua, los bosques y la agricultura en muchas parte del mundo.

Se comprobó también la elevación de 0.18°C de la temperatura promedio mundial, en el siglo pasado con las mayores olas de calor verifi cadas en la dé-cada de los 90. Un último elemento surgió cuando los científi cos de la NASA compararon las fotos ob-tenidas por el “satélite Nimbus” en un periodo de 15 años, cuando descubrieron que el perímetro del mar de hielo, alrededor de los polos estaba dismi-nuyendo lo cual confi rmaba el deshielo en acción.

La NASA ha informado que su satélite “Radarsat” detectó un enorme agujero de más de un kilómetro y medio en el polo norte.

El hielo presente en el polo norte se derrite con ma-yor rapidez. Los Inuit (tribu que habita la región), han sido los primeros en darse cuenta del proble-ma, ya que éstos tenían que aprovechar el poco tiempo que les quedaba de hielo para cazar, de años hacia el presente, se ha notado que los lap-sos cada vez son más amplios, en otras palabras, el tiempo en el que el mar se encuentra libre de hie-lo se ha extendido cada vez más. La organización ecologista WWF, confi rma que la temperatura am-biental promedio se ha incrementado en 5° Celcius y esto a su vez, ha provocado la desaparición de un

casquete polar equivalente a un millón de kilóme-tros cuadrados.

El deshielo, de hecho, es una de las más grandes y graves amenazas que enfrenta la humanidad. Ya que este problema implica muchísimas otras com-plicaciones en la forma de vivir de las personas. El deshielo polar está rompiendo con el delicado balan-ce que existe en el planeta, esto provocará y está provocando muchas desgracias a la humanidad. Entre las principales consecuencias del derretimien-to están: la inundación de muchas partes bajas del mundo, ya que al derretirse tal cantidad de agua, el nivel del mar subiría aproximadamente 5 metros, dejando bajo el agua grandes extensiones de tierra fuertemente pobladas en el mundo como Londres y Bristol. Cabe destacar, que el incremento de un solo metro en el mar, provocaría la puesta en peligro a más de 17 millones de personas. A su vez, esto ten-dría graves consecuencias económicas y sociales.

Otros estudios pintan un escenario verdaderamen-te apocalíptico: las grandes masas de agua derreti-da, podrían alterar el balance de las corrientes ma-rinas, deteniéndolas por completo, lo que implica huracanes más fuertes, nevadas mucho más rigu-rosas y sequías más extensas y fuertes.

El deshielo de los polos, es una problemática ac-tual, la cual nos puede llevar a una crisis de la cual sería difícil salir. Por tanto, si se quiere evitar la muerte y sufrimiento de muchísimas personas y es-pecies, se tendría que crear una conciencia social desde ahora, y de esta manera erradicar una de las mayores amenazas del planeta tierra.

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El deshielo es provocado mayoritariamente por el calentamiento global, es considerado uno de los problemas más graves que amenazan la humani-dad ya que muchas poblaciones con alta densidad de habitantes se verían inundadas y afectadas; también provocaría tormentas más fuertes y cada vez más comunes. La fauna de esa zona, por ejem-plo, los osos polares desaparecerían por la ausen-cia de casquetes de hielo.

Hay una gran cantidad de gases sin precedentes, del efecto invernadero se han liberado hacia la at-mósfera, además del: Dióxido de carbono, el me-tano, el óxido de nitrógeno y clorofl uoro, carbonos que están considerados como algunos de los más dañinos pues:

2.1. Destruyen la capa de ozono:Que se encuentra en la estratósfera y que es esencial para la supervivencia de la vida en la tierra, ya que esta capa absorbe la mayor par-te de las radiaciones ultravioletas emitidas por el sol, protegiéndonos así de su dañino efecto. Si la capa de ozono disminuyera y llegará a la capa terrestre más rayos ultravioletas el efec-to podría ser desastroso, como por ejemplo: El aumento del cáncer en la piel, de enfermeda-des oftalmológicas, del crecimiento de las plan-tas y otras enfermedades no conocidas.

2.2. La producción de basura tóxica:Como la acumulación de desechos domésticos e industriales no biodegradables y de residuos de combustible nuclear (basura atómica) que desprenden sustancias tóxicas, que producen daños en el medio ambiente y enfermedades en los seres humanos.

3. CONTAMINACIÓN DEL AIRE

Se entiende por contaminación del aire o atmosféri-ca a la presencia en la atmósfera de sustancias en una cantidad que implique molestias o riesgo para la salud de las personas y de los demás seres vivos, vienen de cualquier naturaleza, así como que puedan

atacar a distintos materiales, reducir la visibilidad o producir olores desagradables. El nombre de la con-taminación atmosférica se aplica por lo general a las alteraciones que tienen efectos perniciosos en los seres vivos y los elementos materiales, y no a otras alteraciones inocuas. Los principales mecanismos de contaminación atmosférica son los procesos indus-triales que implican combustión, tanto en industrias como en automóviles y calefacciones residenciales, que generan dióxido y monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y azufre, entre otros contaminantes. Igualmente, algunas industrias emiten gases nocivos en sus procesos productivos, como cloro o hidrocar-buros que no han realizado combustión completa.

La contaminación atmosférica puede tener carácter local, cuando los efectos ligados al foco se sufren en los mimos lugares, o planetario, cuando por las características del contaminante, se ve afectado el equilibrio del planeta y zonas alejadas a las que contienen los focos emisores.

La contaminación del aire se da:

3.1. Por materia en partículas entre las cuales se encuentran: El polvo, la mugre, el hollín, las go-tas líquidas de las fábricas (las calderas), las plantas de energía, los automóviles, las obras en construcción, los incendios y la erosión na-tural. Esta es la causante de los efectos adver-sos a la salud.

3.2. El dióxido de azufre que se deriva principal-mente de la combustión del carbón y petróleo proveniente de fuentes estacionarias (quema de árboles para el carbón), refi nerías y funcio-nes de metales no ferrosos (cobre).

3.3. El monóxido de carbono: Gas incoloro, inodo-ro y venenoso producido por la combustión in-completa de carbono en los combustibles.

3.4. El óxido de nitrógeno que tiene como fuentes principales de emisión de este gas: Los auto-móviles, así como las instalaciones eléctricas de calderas industriales.

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3.5. La lluvia ácida que se refi ere a toda clase de precipitación ácida incluyendo la nieve y la nie-bla como las partículas ácidas de polvo que tienen como principales componentes el áci-do sulfúrico y el óxido de nitrógeno. Esta lluvia está implicada en la destrucción de lagos, des-gaste de las estructuras hechas por el hombre y la destrucción de bosques y cultivos.

Los efectos de los gases de la atmósfera en el cli-ma son:

• Efectos climáticos: Generalmente los contaminan-tes se elevan o fl otan lejos de sus fuentes sin acu-mularse hasta niveles peligrosos. Los patrones de vientos, las nubes, la lluvia y la temperatura pue-den afectar la rapidez con que los contaminantes se alejan de una zona. Los patrones climáticos que atrapan la contaminación atmosférica en valles o la desplacen por la tierra pueden, dañar ambientes limpios distantes de las fuentes originales. La con-taminación del aire se produce por toda sustancia no deseada que llega a la atmósfera. Es un proble-ma principal en la sociedad moderna. A pesar de que la contaminación del aire es generalmente un problema peor en las ciudades, los contaminantes afectan el aire en todos lugares. Estas sustancias incluyen varios gases y partículas minúsculas o materia de partículas que pueden ser perjudiciales para la salud humana y el ambiente. La contami-nación puede ser en forma de gases, líquidos o sólidos. Muchos contaminantes se liberan al aire

como resultado del comportamiento humano. La contaminación existe en diferentes niveles: perso-nal, nacional y mundial.

• El efecto invernadero: Evita que una parte del calor recibido desde el sol deje la atmósfera y vuelva al espacio. Esto calienta la superfi cie de la tierra. Existe una cierta cantidad de gases de efecto de invernadero en la atmósfera que son absolutamente necesarios para calentar la Tierra, pero en la debida proporción. Actividades como la quema de combustibles derivados del carbo-no aumentan esa proporción y el efecto inver-nadero aumenta. Muchos científi cos consideran que como consecuencia se está produciendo el calentamiento global. Otros gases que contribu-yen al problema incluyen los clorofl uorocarbonos (CFCs), el metano, los óxidos nitrosos y el ozono.

• Daño a la capa de ozono: El ozono es una for-ma de oxígeno O3 que se encuentra en la atmós-fera superior de la tierra. El daño a la capa de ozono se produce principalmente por el uso de clorofl uorocarbonos (CFCs). La capa fi na de mo-léculas de ozono en la atmósfera absorbe algu-nos de los rayos ultravioletas (UV) antes de que lleguen a la superfi cie de la tierra, con lo cual se hace posible la vida en la tierra. El agotamiento del ozono produce niveles más altos de radiación UV en la tierra, con lo cual se pone en peligro tanto a plantas como a animales.

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4. CALENTAMIENTO GLOBAL EN CO-LOMBIA

En nuestro país este fenómeno aumenta debido a los impactos ambientales que se generan a través de los procesos industriales, lo que conlleva a ca-sos que son difíciles de controlar los cuales se ven refl ejados a nivel del ambiente y la salud de los ha-bitantes.

Colombia es un país de muchos contrastes natura-les, de abundante fl ora y fauna silvestre; contando con una variedad de paisajes naturales desde la Guajira hasta la Amazonía. Teniendo así una rique-za natural digna de admirar. Sin embargo, en los últimos años se evidenciado efecto de éste fenó-meno en nuestro país.

El calentamiento global es un hecho y en el país los efectos ya son evidentes. Según datos del Instituto de Hidrología Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) y el Departamento de Geografía de la Uni-versidad Nacional de Colombia, la temperatura del aire aumentó entre 0,1 y 0,2 °C por decenio durante la segunda mitad del siglo XX.

La señal más clara es el retroceso de los neva-dos en el país. En 1974 se disponía de un área de aproximadamente 94 kilómetros cuadrados (km2), en 2003 esta área disminuyó a 55 km2. Cada año, estas zonas pierden entre 2% y 3% de su super-fi cie. En las costas colombianas se ha registrado una tendencia al aumento del nivel medio del mar de tres a cuatro milímetros anuales en el pacifi co y uno o dos milímetros en el Caribe.

La frecuencia de las lluvias también ha aumenta-do o disminuido en algunas regiones. “Los cambios son progresivos y las consecuencias afectarán a la próxima generación, en unos 50 a 60 años. No va-mos a ver un aumento brusco de la temperatura o del nivel del mar; sin embargo, los efectos ya son evidentes y por eso grupos de investigación de las universidades y otras instituciones han desarrolla-do diferentes estudios con resultados que orientan sobre qué hacer en Colombia”, explicó José Daniel

Pabón, director del Departamento de Geografía de la Universidad Nacional de Colombia e investigador reconocido en el ámbito internacional sobre el tema de cambio climático.

Los efectos fueron evaluados de forma preliminar en la Primera Comunicación Nacional de Colombia ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 2001, cuya elabora-ción fue coordinada por el Ideam.

CONCLUSIÓN

Todos podemos contribuir a hacer algo para redu-cir la emisión de gases de efecto invernadero para conservar nuestro planeta.

A continuación se mencionan varios aspectos de nuestra vida a tener en cuenta:

1) Reducir el consumo de energía.2) Utilizar bombillas Fluorescentes.3) Limitar el consumo de agua.4) Mantener las cuencas de aguas limpias.5) Hacer mayor uso de la energía solar.6) Sembrar árboles. 7) Reciclar envases de aluminio, plástico, vidrio,

cartón y papel.8) Adquirir productos sin empaque o con empa-

que reciclado o reciclable.9) Utilizar papel reciclado.10) Caminar o utilizar transporte publico.11) Hacer uso efi ciente del automóvil.12) Crear conciencia en otros sobre la importancia

de tomar acciones dirigidas a reducir el impac-to del calentamiento global.

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El Catecismo de la Iglesia Católica fue promulgado en 1992 por el Beato Juan Pablo II. El mismo Papa dijo en Julio del 1997:

"El Catecismo de la Iglesia Católica presenta una exposición orgánica y sistemática de los contenidos fundamentales de la fe y de la moral católicas, a la luz de la Tradición viva de la Iglesia y del Concilio Vaticano II; y contribuye notablemente a un conocimiento más profundo y sistemático de la fe".

“Por tanto, es necesario que este instrumento sirva como punto de referencia para laenseñanza de la religión en las comunidades parroquiales. Además, es deseable que cada familia tenga una copia del Catecismo de la Iglesia Católica, porque es una guía segura en la educación religiosa y en la vida conforme a la fe".