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El cántico de Cygnus

por Fernando Baeza C.

(Tres Capítulos)

Palma de Mallorca, 2010

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El Autor

Fernando Baeza C. nació el 09 de Mayo de 1964 en la ciudad de San

Fernando, Chile, de donde es originaria su familia. Al llegar a España

descubre su fuerte ascendencia española, de raíces andaluza y mallor-

quina respectivamente, por parte de sus bisabuelos paternos.

La totalidad de sus estudios profesionales, es titulado en Contabilidad

General, los realizó en su ciudad natal y sus estudios teológicos duran-

te cuatro años en Rancagua, ciudad cercana a Santiago de Chile, donde

obtiene un Diplomado en Teología, en el Instituto Bíblico Pentecostal

del teólogo Pablo Hoff. Posteriormente revalidaría sus estudios profe-

sionales en Barcelona, España.

A los 16 años abrazó la fe cristiana y desde aquel momento se dedi-

có por completo, en su tiempo libre, a las actividades propias de esta

creencia. Su pasión principal era crear panfletos propagandísticos, en

los cuales volcaba su estado de ánimo altruista, imaginación y tempra-

na creatividad literaria.

En el año 1995, junto a Cecilia Jara J., una reconocida artista de su

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ciudad, crean y graban un cuento de navidad titulado “Más que una

estrella, la historia más bella”, que ha sido representado en obras de

teatro en diversos países con éxito y excelentes críticas de parte del

público asistente. También ejerció como editor y redactor en la revista

del Centro de Estudios y Reflexión Cristiana de su iglesia y cuya publi-

cación trascendió más allá de las fronteras de su país.

Desde aquel momento como editor se interesa por el campo misio-

nero, llegando a visitar varios países en misiones a corto plazo, tales

como Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay, Cuba, Colombia, Alema-

nia y durante estos últimos ocho años en la isla de Mallorca, España.

Actualmente vive en Mallorca y es soltero. Desde el año 2011 es miem-

bro de ADECE (Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos de

España).

A su llegada a España en el año 2004, también comienza a interesarse

por escribir novelas largas y de contenido más profundo, lo que supo-

ne todo un reto para él ya que hasta ese momento sólo había realizado

pequeños cuentos y escritos de no más de cinco páginas normales.

Hasta el momento no se había decidido a publicar, sólo dedicándose a

escribir y desarrollar ideas. Actualmente, aparte de los seis libros que

aparecen publicados en esta página Web, está escribiendo otros cuatro

más y en un horizonte más a mediano plazo tiene más de quince títu-

los que esperan ser desarrollados y publicados…

La temática de sus novelas gira en torno a diversos aspectos del espec-

tro literario: Acción, epistolares, drama, novela negra, terror, existen-

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ciales, épicas, históricas, juveniles y más adelante explorará en novelas

con contenido exclusivo para niños.

Pronto comenzará a estudiar ruso en la Academia de Idiomas de Ma-

llorca y posteriormente Guión para Cine y Televisión. Su siguiente

paso será estudiar Dirección de Cine y Televisión para llevar, algún

día, sus novelas a la pantalla grande.

Actualmente se congrega en la Iglesia Cristiana Evangélica de Palma e

integra el cuerpo de maestros y predicadores de dicha iglesia. Además

como integrante de Manos con Propósito (ministerio de Misiones) se

dedica a preparar personas de diferentes edades para Misiones Trans-

culturales hacia Europa.

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Títulos del autor

Algo extraño en el aireMijail es un nexo entre dos potencias nu-cleares que han firmado un pacto secreto.Pero ignora que sobre él pesa una antigua maldición familiar.Poderosas e inexplicables fuerzas malignas serán liberadas y nadie podrá detenerlas. Sólo un poder superior al destino podrá sal-varle...

Los alemanes también saben llorar¿Es posible aprender a amar y entender a una raza que desde pequeños nos han ense-ñado a excluir y culpar?Porque Alemania sigue siendo un pueblo asesino ante los ojos de la mayoría de la hu-manidad...

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El cantico de Cygnus¡2.700 segundos de comunicación satelital que pueden transformar para siempre la historia del mundo!Una vieja nave espacial perdida en la in-mensidad del universo descubre un pertur-bador secreto que determinará el destino final de la humanidad...

Historia del poeta romántico que enamoró a la Princesa Risueña.Semana tras semana leía hermosas cartas en su dormitorio de prinicesa en la alta torre de marfil.Cartas que le hablaban de la profundidad de la vida y el amor... Sólo la fuente de pie-dra ubicada en medio del castillo conocía la identidad del desconocido y romántico poe-ta...

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Conforme al corazón de DiosLas 70 características de la vida del rey Da-vid.El ejemplo ideal para un mundo en crisis que con urgencia busca modelos en los cua-les reflejarse.

Un perro con papelesEl sueño americano pronto dejará de existir.Otro nuevo y diferente está resurgiendo ahora: el sueño europeo.Muchos anhelan ser protagonistas en pri-mera persona de esta nueva quimera. Esta podria ser la historia de cualquier inmigran-te. De cualquiera...Porque todo sueño tiene un precio.

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Introducción

“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros

fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida;

y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los

libros, según sus obras”.

Verso XII, capítulo XX

Libro de las Revelaciones del vidente de Patmos.

“Roguemos que la raza humana nunca escape de la Tierra y esparza su

iniquidad por todas partes”.

C. S. Lewis

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CAPITULO 1

En el principio de los tiempos. – Una extraña y tormentosa sombra

indefinible e invisible se cernió sobre el hermoso huerto. Hasta el

resplandor del sol se tornó diferente. Alumbraba mas no daba calor.

El primer hombre creado bajó la cabeza y clavó su borrosa y húmeda

mirada en la fresca tierra, mientras en sus oídos resonaba aún la fatídica

sentencia.

Intuyó que había perdido algo más que un gran Amigo, y las buenas

intenciones que éste tenía hacia él y su mujer. Algo que trastornaría la

creación y afectaría a sus generaciones por siempre, hasta que alguien

solucionara aquel terrible problema... con un remedio comprado quién

sabe a qué costoso precio.

Una cálida lágrima seguida de otra empezó a correr por sus juveniles

mejillas. Rápidamente el día se tornó aun más frío, triste y gris.

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A su alrededor quedaban cientos de cosas por hacer y unas cuantas

decenas por terminar: Animales que aún no recibían sus nombres

y otros con los suyos recién estrenados. Unos cuantos más a punto

de parir. Terrenos recién cultivados, frutos por recoger, graneros que

construir para guardar las cosechas, tierras vírgenes por conquistar, la

ampliación de su casa... Tal vez dedicar más tiempo a su mujer... y

conocerla en la totalidad de su integridad.

De reojo miró a su esposa quien tenía los brazos cruzados en su espalda,

a la altura de su cintura, como un reo, también con la cabeza inclinada,

quizás tratando de ocultarse con su vista más abajo del suelo, y a sus

pies, la tierra de aquel enorme huerto también recibía copiosas, tibias

y cristalinas gotas, pero no de lluvia caída del cielo.

Un poco más allá les miraban los animales que habían alcanzado a

domesticar.

El caballo relinchó y golpeó el suelo con sus cascos, invitando de nuevo al

hombre a trotar y pasear por el espléndido huerto. El gato cruzó caminando

en medio de ambos con su cola en alto. Y mientras frotaba su peludo

cuerpo contra las piernas del hombre, levantó su elástico espinazo para

recibir alguna caricia al tiempo que ronroneaba. El perro se paró frente

a ellos jadeando, con la lengua afuera. Moviendo la cola de izquierda a

derecha y con sus orejas hacia delante, miró hacia arriba emitiendo un par

de ladridos, esperando alguna reacción de sus amos. Nada de eso ocurrió.

A lo lejos, un león hizo notar su presencia con un potente rugido que,

de seguro helaría la sangre incluso al hombre más fuerte... con astucia

y lentitud una serpiente se arrastró para esconderse en medio de los

matorrales, como si anhelara que nadie se percatará de su presencia.

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El águila, posada en la rama más alta de un cercano roble, nerviosa,

movía su cabeza mientras escudriñaba hacia abajo aquella escena que

se presentaba ante sus ojos.

El primer hombre y la primera mujer estaban petrificados,

inmóviles como piedra. A las aves y animales les resultaba extraño

el comportamiento de los humanos. Quizás nunca entenderían que

también habían sido involucrados en un problema que ahora les

acarrearía dolorosas consecuencias.

Y estaban de pie ante uno que era superior a todo lo que habían

conocido. Elohim, el Dueño del huerto.

- ¡La mujer que Tú me has dado...! – No eran las únicas pero si las

primeras palabras acusatorias e incriminatorias declaradas por un

ser humano que quedaban registradas en algún lugar del universo

para un lejano día. El del juicio final. Y estaban dirigidas con alevosía

contra Elohim. Éste ignoró la acusación. No era la primera que recibía.

Antes de crear las demás cosas ya había recibido otra más fuerte.

Lucero, la primera creación, el hijo de la mañana, le había acusado

de crear leyes y someter a sus criaturas a ellas pero que Él mismo, no

era capaz de hacerlo. La creación tendría que encargarse de confirmar

esta acusación o de desagraviar el honor del Señor del huerto. Pero

si solamente un hombre hubiere proclamado algo diferente, con una

frase en toda la historia humana, ya por este sólo hecho la acusación

del hijo del alba sería cuestionada y el honor del acusado comenzaría

lentamente a ser reivindicado.

El Dueño extendió sus brazos y recibió de manos de su albo e inmaculado

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ayudante las pieles de animal convertidas en toscas prendas de vestir.

Estaban limpias y en condiciones de ser usadas. Se arrodilló. Pareció

como si pasara por alto aquella directa acusación que lo sindicaba

como el iniciador e incitador de aquel delito recién cometido. Una de

sus rodillas tocó el suelo.

El hombre alzó sus brazos, pero no la vista, como un niño que ha sido

sorprendido en algo que sabe que no es correcto, e inevitablemente

intuye que, tarde o temprano se enfrentará a unos ojos más maduros

y con autoridad que le mostrarán sus consecuencias. Con suavidad y

ternura, como cuando un padre viste a su hijo, aquellas bondadosas

manos que antes habían embellecido la Tierra, ahora calzaron el traje

de piel al cuerpo del hombre comenzando desde su cabeza. Lo mismo

sucedió con la mujer.

Esos vestidos nuevos eran un acto de expiación.

Pero para que ellos pudieran vestirse así, dos inocentes animales

habían muerto antes para cubrir a dos culpables pecadores. Esa sería la

forma en que el hombre, de ahora en adelante, tendría que acercarse y

presentarse ante el Señor del huerto.

Entre el Inmortal y el pecador, en medio, el sacrificio de un inocente.

Los restos de los animales descansaban en el suelo unos metros más

allá. La muerte ya había dejado sentir su olor y presencia sobre la

tierra, las cuales se extenderían hasta los confines de la historia.

Dos rudimentarios delantales confeccionados con hojas de higuera,

ahora esparcidos por el suelo y que lentamente eran empujados con

vergüenza y en silencio por el viento, eran testigos de esto.

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También los ángeles. También el cielo.

Y las tinieblas contabilizaban al haber una batalla ganada en la reciente

creación.

Elohim se puso de pie en medio de ellos, cogió sus manos y les guió a

los límites de aquel huerto. De nuevo, junto a la puerta de salida, se

arrodilló frente al hombre y la mujer. Tomó entre sus suaves dedos

el mentón de ambos y posó un cálido beso en sus frentes, mientras

sus tristes caritas que le miraban reflejaban una profunda e indecible

angustia. Les estrechó en un largo abrazo a ambos, mientras la pareja

escuchaba sus instrucciones finales.

No salían sin esperanza ni a tinieblas exteriores. Se llevaban también

consigo dos promesas: la promesa de un redentor y la seguridad de

la derrota final del enemigo que les había engañado; un deber: la

institución divina de guardar un día de la semana para adorar; y un

resguardo emocional poderoso: el lazo del matrimonio con el cual iban

a estar unidos en familia para poder multiplicarse y dominar la tierra.

Los planes cambiaban por completo para el hombre, mas no para el

Dueño del huerto, pues los acontecimientos seguían el curso que El ya

había determinado desde antes. Por el momento aceptaba este traspié

como parte de su creación, pero por poco tiempo.

Y al final del tiempo, de las edades y del espacio, al final de la historia del

hombre, en la remota distancia de la vida, una pequeña luz comenzaba

a brillar. Luz que nadie podría apagar.

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El cielo ya estaba en movimiento.

El hombre y la mujer caminaron con lentitud, como si sus pisadas

les pesaran, alejándose cada vez más del que fuera su antiguo hogar,

mientras una procesión sin fin de animales y aves les seguía... Abrigaron

la esperanza de escuchar a sus espaldas una voz que les dijera que

volvieran y que nada había pasado. Pero la desobediencia trae sus

consecuencias y debían ser pagadas. Sabían que ya no eran aptos para

aquel lugar. Volver a él en las circunstancias en que se encontraban

ahora hubiera sido un infierno para ellos.

Una santa, dulce y tierna mirada les acompañó hasta que cruzaron el

puente sobre el gran río unos cientos de metros más allá. No había

frustración, derrota ni decepción en esa mirada, mas sí mucho amor.

Él y ella voltearon sus cabezas para mirar por última vez a Elohim.

Lo único que alcanzaron divisar a lo lejos fue una enorme espada de

fuego que se revolvía de un lado a otro en las fuertes manos de un

poderoso y albo ayudante cuidando de que ningún mortal entrará una

vez más al Paraíso hasta que alguien abriera nuevamente la puerta,

hasta que alguien solucionará el problema que ahora traería nefastas

consecuencias para la creación divina: La completa rebelión de la

creación toda contra Elohim, el Señor del huerto.

• • •

Año 33 d.C. - El viejo general romano a cargo de la compañía de

legionarios apostada en las afueras de Jerusalén cabalgó presuroso hasta

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la cima del pequeño montículo ubicado enfrente de donde el joven y

extraño rabino hablaba y exhortaba, como quien tiene autoridad, a

las masas de gente que iban tras él. Le veía como un padre que se

dirige a sus hijos. Quienes le seguían veían en él a uno de los esperados

profetas de la historia judía.

El soldado tenía orden absoluta de seguir sus pasos y vigilarle. Roma

no quería más disturbios dentro de las fronteras de su imperio.

De tiempo en tiempo se levantaban en aquella región de Judea

hombres que, proclamando ser enviados de Dios, alzaban al pueblo

en desobediencia en contra de la dominación y las leyes del águila

imperial. Sabía que ese tipo de líderes religiosos era incluso aun más

peligroso que cualquier líder militar. Había disuelto infinidad de

veces, haciendo uso de la autoridad y fuerza que respaldaba el senado

romano, las frecuentes revueltas de grupos sediciosos judíos y en más

de alguna oportunidad su espada se había teñido de rojo. Conocía muy

bien el carácter, las técnicas y el comportamiento de aquellos grupos

extremistas.

Pero este hombre parado sobre la cima de la pequeña colina del frente

rodeado por aquella gran cantidad de gente que parecía una inmensa

manada de ovejas tendidas al sol escuchándole, era diferente a los

demás. No se comportaba de manera evasiva ni ostentaba arrogancia,

era amable y su estilo de vida respaldaba su palabra. Vivía lo que

hablaba. No era como los aborrecibles fariseos prepotentes y racistas a

quienes el general odiaba con toda su alma. Este rabino era transparente

en su forma de actuar y parecía que no tenía nada que esconder.

Gozaba de las cosas simples que le podía ofrecer cualquier lugar por

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donde caminara y cumplía las leyes romanas. En varias ocasiones le

había visto reír de alegría y deleite, abrazado a personas que se sentían

comprendidos y aceptadas por El. Era humilde de procedencia y aun

así marcaba una abismal diferencia con los hipócritas religiosos judíos.

Su mensaje no hablaba de violencia pero tampoco de claudicaciones.

Se comparaba a sí mismo con objetos comunes en la vida diaria de sus

seguidores. El pan, una roca, la luz, una puerta, el camino, el agua, un

pastor. En más de alguna ocasión se había comparado a sí mismo con

el Dios de los judíos y por esto lo religiosos le odiaban y le acusaban

de blasfemo.

A veces le parecía que su forma de vida era excéntrica en extremo.

Podía estar comiendo mantequilla y miel silvestre y tomando agua de

los manantiales en el desierto como en unas cuantas horas después

sentado en la mesa del más rico de los hombres de la ciudad comiendo

exóticas exquisiteces y bebiendo el mejor de los vinos del mundo

antiguo. O bailando en una boda, dando sus ofrendas en el templo

y pagando sus impuestos al Estado romano. Recitando en la sinagoga

la ley de Moisés que hablaba de santidad, separación y pureza y a la

salida perdonando a la más aborrecible de las pecadoras. Desafiando

abiertamente las leyes impuestas por la religión y compartiendo su

pan eterno con una hambrienta samaritana desechada y despreciada

por todos.

O simplemente parado en medio del poderoso torrente del río de

las opiniones y tradiciones humanas, haciendo uso de la más alta

libertad de conciencia existente, pero siempre apuntando hacia un

lugar más alto.

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Aparecía y desaparecía, se movía de aquí para allá y volvía otra vez

sobre sus pasos como el general que revista sus planes y sus tropas

antes de lanzar el ataque final. Hablaba en enigmas y cazaba a los

sabios en sus propias palabras. Era como si adivinara lo que los demás

pensaban de él.

Parecía más un peligro para los líderes religiosos judíos, pero no para

Roma.

El viejo general romano le conocía sólo de vista. En alguna ocasión él

mismo le había obligado a caminar cargando sus enseres de guerra la

milla obligatoria que exigía la ley romana, pero el joven rabino había

caminado una milla más y después despedirse del soldado deseándole

la bendición del Dios de los hebreos sobre él y su familia.

No poseía el refinamiento de Séneca ni la erudición de Platón pero

superaba con creces a ambos y muchos más. De seguro éstos habrían

dado todo lo que tenían con tal de sentarse a sus pies y escucharle hablar.

Para los romanos era importante su Senado y su forum desde los cuales

daban a conocer y declamaban sus brillantes ideas. Pero este hombre

usaba cualquier medio posible para dar a conocer su verdad. Una

barca, sentado sobre una roca, la casa de un traidor a la causa judía, la

cima de una montaña, un funeral, el templo, una boda o una simple

caminata bajo los frondosos olivos del huerto de Getsemaní...

-¿Tenemos alguna novedad? – La voz de su ayudante, un joven e

inexperto oficial quien recién se incorporaba al lugar en su cabalgadura,

sacó de sus cavilaciones al viejo general. Ambos contemplaron desde

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allí arriba la escena que se presentaba ante sus ojos. Podían escuchar

constantes gritos de júbilo y expresiones de desbordada alegría de

personas que eran sanadas o de almas que eran libertadas de las oscuras

fuerzas del mal. De cuando en cuando un silencio absoluto reinaba en

el lugar cuando el rabino hablaba.

- Si continúa por esa senda, un día este hombre estará mejor protegido

que el mismísimo César e incluso moverá más ejércitos que Alejandro

Magno – el viejo meditó en voz alta.

- ¡Ese hombre es un demente o un loco! – replicó el joven en tono de

desprecio. El general miró de reojo a su ayudante y le sorprendió la

osadía con la cual hablaba.

- Un hombre demente y loco no pronuncia conceptos tan elevados ni

hace cosas tan milagrosas como éste...

- ¡Bah!, en nada es diferente a los otros judíos sediciosos que hemos

rematado. Sólo que éste respalda su mensaje con milagros realizados

con magia o alguna otra cosa desconocida.

- En mi larga carrera militar al servicio del César, he escuchado a

muchos hombres hablar. Aquí en Jerusalén, en Hispania, Las Galias o

Roma, pero jamás escuché algo igual a lo que éste habla.

- ¡Es sólo un charlatán que sólo desea sacar provecho de la gente con

su palabrería!

- Un hombre que habla de sí mismo y que defiende sus ambiciones,

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tarde o temprano sucumbirá a lo que hay dentro de él. Pero este judío

habla de algo más allá. Algo que está fuera de él, pero que también es

parte de él.

- ¿Y qué le llama la atención de las palabras de este súbdito del poder

romano? – El neófito oficial dijo estas palabras con el orgullo propio de

quien pertenece al lado vencedor.

- Le he escuchado hablar de un reino que viene desde el cielo con poder

y potencia...

- ¿Y usted cree eso general?

- ¡No lo sé! Pero cada vez que habla, escucho dentro de lo más profundo

de mi corazón otra voz, el llamado de alguien que me invita a volver

al hogar.

- ¿A Roma?

- ¡No! Es otro hogar. Quizás el único y definitivo que exista –

Sorprendido, el viejo quedó con la mirada suspendida en el aire – si

es que existe – agregó. Descubrió que había dicho algo profundo que

jamás antes había cruzado por su mente.

- ¿Y si ese reino viene desde el cielo, acaso osaría en estos momentos

levantarse contra el poderoso puño de hierro de nuestro imperio y

la bravura de sus generales? - el impetuoso y novato oficial se sentía

desafiado con las palabras del viejo y sabio militar.

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- Tampoco lo sé, joven romano. Pero si lo que ese hombre dice es

verdad, entonces te puedo asegurar dos cosas: Si ese reino viene desde

arriba entonces es eterno y poderosísimo, pues viene de la morada

donde habitan los dioses y hasta el mismísimo César un día tendrá que

arrodillarse y arrojar su corona a los pies del rey que descienda desde

los cielos.

- Y en segundo lugar – el general tomó fuerte las bridas de su caballo

y lo enfiló cuesta abajo, para alcanzar la columna de lanceros que

marchaba rápido a una distancia de medio estadio más allá al compás

de un tambor de guerra – ese rabino no es un demente ni es un loco.

-¿Y qué es entonces? – El otro siguió con su cabalgadura el ejemplo del

más antiguo.

- Probablemente sea el rey de aquel reino...

- ¡Qué! ¿Un Dios convertido en ser humano? – masculló el joven

soldado.

La respuesta quedó suspendida en el aire y apagada por el rápido

galopar de los caballos.

-¡Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te

condenará! – el viento llevó hasta los oídos de los oficiales romanos el

eco de las palabras del rabino Yeshúa, mientras cabalgaban levantando

polvaredas hasta ponerse a la cabeza de sus tropas que marchaban en

dirección a la fortaleza Antonia, al norte del templo de Jerusalén.

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CAPITULO 2

02 de Marzo de 1972. El potente y espontáneo rugir de los motores del

cohete Atlas-Centauro hizo vibrar la tierra en varios cientos de metros

a la redonda. Como si un gran dragón de acero rugiera para demostrar

su poderío y reclamar aquel territorio para sí. Los ingentes borbotones

de humo y vapor lanzados al aire opacaron el limpio cielo de aquel

sector de Florida. Un gran haz de luz iluminó el sector y la imponente

ráfaga de claridad resultante invadió la distancia de los campos

aledaños como el sol al medio día. Pioneer 10, la sonda espacial creada

para explorar los gigantes del sistema solar, Júpiter y Saturno, partía a

ese encuentro estelar montada en un cohete de tres etapas que la puso

en la senda espacial a más de 51.850 kilómetros por hora.

¡La máquina más veloz fabricada por el hombre! titularían después

con extrema soberbia los periódicos más importantes del mundo.

Uno de sus objetivos era contactar con posible vida extraterrestre.

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Quizás el primer intento serio por hacer algo así. Pero también llevaba

en sus entrañas metálicas un extraño y simbólico mensaje informando,

si es que encontraba alguna civilización inteligente en el espacio, de su

procedencia.

- Esta placa de oro contiene toda la información necesaria con respecto

a nosotros como humanidad. Nuestra apariencia como seres humanos,

la fecha del comienzo de la misión Pioneer y nuestra dirección en el

universo - de esta manera explicaba semanas antes a la prensa la utilidad

de aquella placa adosada a la sonda espacial, un entusiasmado Carl

Sagan, el científico que había diseñado el dorado mensaje interestelar.

- ¿Significa que si alguna raza espacial más avanzada descubre esta

nave y decide aniquilarnos... no le será difícil dar con nosotros? – la

gran cantidad de periodistas reunidos en la sala de prensa de la NASA

rió con estrépito ante aquella pregunta formulada por alguien con un

claro acento ruso, pero Sagan la tomó en serio.

- En el fondo es como un mensaje en una botella. Sólo que éste será

lanzado al impredecible mar del cosmos y esperamos que algún día

llegué a la playa estelar de alguna inteligencia extraterrestre. Y nuestro

deseo es que quienes la encuentren sepan leer – rió ante su propia

pequeña broma – en otras palabras, que entiendan el mensaje.

- ¿Cuánto tiempo durará la misión? – preguntó un apresurado

periodista británico.

- Ha sido diseñada para durar 21 meses y creemos que arribará a lugares

donde nunca ha llegado algún otro artefacto creado por el hombre –

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respondió con pausa el científico.

- ¿Qué otras misiones debe cumplir en su trayectoria espacial? – la

nueva pregunta saltó desde el fondo de la sala.

- Bueno, observar Júpiter y su composición, explorar los exteriores

del sistema solar, el viento solar...¡Ah! y estudiar los rayos cósmicos

que atraviesan el sector donde nos encontramos ubicados en la vía

láctea – Carl Sagan miró de reojo a Frank Drake, el otro científico que

había colaborado en el diseño de la placa de oro, para que este siguiera

respondiendo las nuevas preguntas, si éstas se llegasen a formular. Y

no se equivocó.

- ¿Qué tipo de civilización esperan que podría interpretar este mensaje?

- quien hizo la pregunta era una bella periodista que hacía bastante rato

tenía su mano levantada en alto. Su inglés con fuerte acento madrileño

delató su procedencia. Tuvo suerte. Sólo se aceptarían cinco preguntas

y la suya era la última.

- Alguna que fuera muy desarrollada y con avanzados conocimientos

de los púlsares. Si miran atentamente a la izquierda de la placa – Drake

se dirigió al dibujo–mensaje cósmico pintado en una blanca pizarra

ubicada al costado del podio de conferencias – hay un haz de líneas que

parten radialmente de un mismo punto. El punto es nuestro planeta

y las líneas indican la dirección de los púlsares más cercanos a nuestro

sistema solar. Si se fijan bien, en sistema de numeración binario, está

registrada la secuencia de pulsos de cada uno de ellos. Y en la parte

inferior encontramos una representación del sistema solar, con los

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planetas en orden según su distancia del sol y la ruta inicial que seguirá

la Pioneer 10. Ella será nuestra voz, la mensajera del hombre en el

oscuro e infinito espacio interestelar... – sentenció el científico con

un dejo de melancolía y esperanza. Con su aguda mirada indicó al

interlocutor que dirigía la rueda de prensa que ésta ya tocaba a su fin.

Porque sabían que pronto, una de las más importantes y ambiciosas

exploraciones científicas en busca de vida fuera de la tierra comenzaría

desde Cabo Cañaveral.

Con el potentísimo rugir de los motores del cohete Atlas – Centauro.

• • •

La ocasión ameritaba aquella gran solemnidad y elegancia.

Entre besos en la mejilla y en la palma de las manos femeninas,

acreditando así una refinada y exquisita galantería, los hombres de frac

iban y venían por el salón con sus brillantes trajes negros los cuales

dejaban en el aire su aroma de reciente fabricación, el cual inundaba la

enorme y antigua mansión de fines del siglo XVIII recargada de años

de glamour y clase. Poco a poco se fueron ubicando en el centro del

amplio recinto para escuchar el discurso del hombre más poderoso del

planeta.

- ...Por lo tanto, es tiempo de que miremos el futuro con esperanza y

optimismo. Nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos nos mirarán

el día de mañana con orgullo, sabiendo que pertenecen a una raza

que en los momentos más difíciles y con pocas o casi ninguna opción

a favor, supo tomar decisiones correctas para que ellos heredarán lo

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mejor que podíamos darles. Y siempre ha sido y siempre será así.

Señoras, señores...hoy damos otro gran salto en el porvenir de nuestra

evolución como criaturas de este vasto universo. Hace 35 años atrás

lanzamos al espacio a la nave Pioneer 10, en busca de seres de otros

mundos llevando un corto y simple mensaje de los hombres que

habitamos un diminuto planeta ubicado, quizás, en el rincón más

alejado del universo. Y hoy todas las naciones de la tierra como un solo

hombre invitamos al mañana de la humanidad. Cuando unidos a otras

civilizaciones del cosmos compartamos los más nobles ideales que

siempre nos han sostenido y juntos construyamos una paz universal y

duradera. ¡Salud por la raza humana!.

La última parte del discurso del presidente americano levantó una

ovación espontánea al tiempo que decenas de manos con copas de

champaña se elevaban al cielo y resecas gargantas señoriales rugían

respondiendo con otro ¡salud!.

La fiesta era de un nivel extraordinario y también reunía en su entorno

a lo más selecto de la sociedad americana. Poseía el sello de lo temporal,

el brillo de lo superficial. Todo era sonrisas y felicitaciones. De cuando

en cuando alguien se congratulaba a sí mismo por el logro de lo que en

esos momentos se celebraba.

Las lentejuelas y pliegues lustrosos de los vestidos de las socialités

devolvían el resplandor de las lámparas confeccionadas con cristal

simulando gotas de agua que caían como lluvia y que con discreción

colgaban del techo de la enorme mansión. Intentaban infructuosamente

con la luz que irradiaban no ser opacadas por el brillo de todas aquellas

celebridades reunidas allí.

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Los presidentes de la república, el vigente y los que habían pasado

a retiro con una suculenta jubilación, políticos, científicos, militares

y representantes de otros países, componían el grueso de aquella

concurrida y refinada tertulia. Las bandejas con copas de fino champaña

y de bocadillos rellenos de extraños compuestos iban y volvían vacías

en medio de un idioma inglés generalizado que repujaba la atmósfera

del lugar.

Los escritores, cantantes, artistas de cine y de otras índoles, dueños

de periódicos y revistas, tele predicadores, deportistas, millonarios de

última hora y el famosillo de la trasnochada hornada de turno, también

tendrían su oportunidad. Todos aquellos que conformaban la segunda

fila del espectáculo trivial y farandulero de la sociedad. Pero eso sería

en otra ocasión y en otro lugar.

Phillip O’Conell respiró e hinchó sus pulmones de satisfacción y

orgullo. Después de una larga, exhaustiva y minuciosa selección entre

todos los científicos que estaban bajo el control y patrocinio de la

NASA y de otras agencias espaciales extranjeras, había sido designado

para dirigir el costoso proyecto que se emprendería para descubrir y

colonizar otros planetas similares a la Tierra, dentro o fuera del sistema

solar. Era el proyecto SETI original, pero ahora más ampliado.

Esta era una magna noticia científica escogida para coronar el comienzo

del siglo XXI. Un trabajo que por muchos años se venía haciendo

en silencio y lejos de la curiosidad del resto del mundo. Pero ahora

imperiosamente tenía que salir a luz debido al calentamiento global

que como siniestra sombra se cernía raudo y amenazador sobre la

tierra, la velocísima escasez de recursos que se estaba presentando y los

33

efectos que ya se dejaban sentir en el tercer planeta del sistema solar.

El presidente ya había leído al comienzo del discurso el importante

párrafo en el que se le asignaba en esta gran responsabilidad y las

felicitaciones no se hicieron esperar, cayendo sobre él como una lluvia

fugaz en primavera.

Ya todos habían pasado delante de él y su agraciada esposa Claire,

para desearle la mejor suerte del mundo en la nueva responsabilidad

recién asumida y ahora era uno más dentro la informe masa humana

presente. Como sucede al final en este tipo de eventos, ahora la fiesta

era lo más importante.

Phillip, o Phil como le llamaba su esposa y amigos, miró también al

equipo de los más cercanos que le acompañarían y asesorarían en la

magna tarea. Estaban allí, unos cuantos metros más allá, apiñados en

un rincón comentando quién sabe qué cosas, pues les veía reír de buena

gana y brindar sin cesar. Hasta tenían un joven asignado de forma

exclusiva sólo para que les sirviera a ellos. Pronto les conocería más a

fondo cuando fueran trasladados a las instalaciones que secretamente

les habían construido en la isla Nunivak en el mar de Bering, entre

Hooper Bay y Bethel en Alaska, cerca de la helada frontera rusa.

Por el momento estaban siendo entrenados en otras instalaciones

espaciales.

Estaba cansado en extremo y su único anhelo en ese momento era

volver pronto a casa. Pero no podía hacerlo mientras el presidente no

se retirara de aquel lugar. Lo exigía el protocolo y el sentido común.

34

Miró una y otra vez el reloj y le pareció que en vez de marchar hacia

delante, caminaba hacia atrás.

Hasta que llegó el momento que esperaba con ansiedad.

Vio venir hacia él al hombre más poderoso de la tierra, para despedirse.

Sabía que detrás de él los demás empezarían a marcharse, como una

mazorca de maíz cuando se desgrana.

En la despedida no supo cuántas manos apretó ni cuántas mejillas de

mujer besó, ni cuantos aromas de perfumes exclusivos inhaló, hasta

que despertó de aquella especie de sueño de apariencias cuando la

suave brisa del exterior dio contra sus propias mejillas y meció con

suavidad la cola del frac. Claire cubrió sus hombros con la delicada

bufanda de seda y sonrió como una colegiala al verle extender los

brazos en forma de cruz, mirar al cielo y aspirar una gran bocanada de

aire puro, proveniente de la cercana montaña cubierta de verdes pinos.

Tendrían unos cuantos días para estar juntos y descansar.

O’Conell se restregó los ojos y encendió el coche para partir. Tenía que

estar aun atento y despierto durante una hora más, para llegar a casa.

El camino era limpio, transitable y seguro. Y a esa hora el tráfico no era

intenso, era más bien escaso e intermitente.

Durante los diez primeros minutos la conversación con su esposa fue

espontánea y divertida, como si saboreasen en su alegre coloquio el

sabor de la importancia de verse rodeados de tanta gente exclusiva.

Algunos bostezos marcaron el ritmo de las palabras y éstas después

se fueron distanciando, como las luces de los vehículos que pasaban a

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su alrededor. Al final, quedó solo frente al camino que era engullido

por las veloces ruedas de su vehículo. A su lado, Claire dormía

profundamente. Faltaba todavía media hora para llegar a casa.

Su cabeza daba vueltas en medio de tantos pensamientos y el alcohol

consumido acentuaba aun más esa sensación. Aun no lograba ordenar

la cantidad de cosas que quedaban todavía por hacer. No eran en sí de

mayor importancia frente a la gran responsabilidad de estar al frente

de un equipo científico. Pero su insignificancia las tornaba aun más

importantes si no las hacía. Y sólo eran cosas domésticas. Se agolpaban

como un tropel desbocado de corceles en su mente y no lograba darles

un orden necesario y definitivo.

- ¿Por dónde puedo empezar?- se preguntó a sí mismo, y con ligereza pisó

el freno cuando de reojo se dio cuenta que el hexagonal y fluorescente

número blanco que mostraba la señal de tránsito a la orilla del camino

no concordaba con la velocidad que marcaba el velocímetro de su auto.

Sus rápidos pensamientos se mezclaban con los recuerdos de la

etiquetada ceremonia de hacía algunos momentos atrás.

En unas horas más su nombre y su rostro aparecerían en todos los

periódicos del mundo. Tendría sus quince minutos de fama...y con toda

seguridad muchos más. De pronto pequeños segundos de oscuridad

pasaron delante de sus ojos.

Tantos años de estudio, esfuerzo y sacrificio esperando una

oportunidad, ahora le eran recompensados por este nombramiento.

Un suave movimiento de su esposa que trataba de acomodarse en el

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asiento del lado para seguir dormitando, le sacó un momento de sus

cavilaciones. No faltaba mucho para llegar a casa. Un par de kilómetros,

quizás.

En su casa le esperaban la sirvienta, sus dos hijos y su suegra que

tempranamente en su juventud había comenzado a perder la visión

después de salvar a Claire de un accidente casero. Ahora estaba ciega.

Ningún tratamiento médico había logrado devolverle la vista.

Amaba a su familia más que a nada en el mundo. Comenzó a bostezar

de forma más seguida.

Miró por el costado de la ventana y creyó percibir que los árboles

pasaban a su alrededor con una velocidad pasmosa. Sin darse cuenta,

en algunos instantes se convirtieron en una mancha indefinible.

Bostezó ruidosamente otra vez y segundos de oscuridad, esta vez más

prolongados, pasaron ante su vista. Un pensamiento raro comenzó a

tomar cuerpo en sus pensamientos. Formas extrañas y siluetas amorfas

danzaron en el desordenado cabello que descansaba entre su frente y

su nariz. Recuerdos del pasado mezclados con deseos aun irrealizados

en el presente se entrelazaban entre sí. Un poco más allá del iris de sus

ojos unas cuantas pestañas se entrecruzaron. El camino se fue haciendo

angosto y ensombreciendo de forma ininterrumpida ante su vista.

Un sopor fue bajando desde su cabeza dominando con rapidez cada

miembro de su cuerpo. Sintió que ya no se pertenecía. El volante

del coche en sus manos le pareció extraño y sin forma. Una pequeña

lucecilla parpadeante en el panel del coche le parecía indicar que no

se durmiera. Afuera, el fuerte ruido de un motor que aumentó de

37

velocidad, se fue perdiendo en su inconciencia. Las espaciadas rayas

blancas pintadas en el centro del pavimento ahora sólo eran una e

inacabable línea continua.

Sintió el violento zarandeo de las ruedas que se deslizaron sin control

por un desigual terreno y abrió los ojos cuando los tres enormes robles

ubicados en el último recodo del camino antes de su casa, estaban

a menos de cinco metros del cromado parachoques. Por un acto del

instinto su pie derecho pisó a fondo contra el piso del coche y su vista

captó de reojo una flecha que dentro de un círculo iluminado frente de

sí seguía la dirección de las agujas del reloj, pero que al ir descendiendo

hacia la derecha aumentaban en cantidad los números que marcaba.

Presa del pánico repentino sólo atinó a cruzar los brazos a la altura de

la cara. Un tardío reflejo del instinto de supervivencia. Quizás.

Sintió un fuerte impacto, un ruido de hierros que se retorcían y

vidrios que se quebraban y hechos astillas saltaban en diferentes

direcciones. Un agudo y terrorífico chillido de mujer que se perdía

fuera del vehículo completó lo último que alcanzó a escuchar. No vió la

polvareda que ocasionó el brutal golpe del coche contra el añoso árbol,

ni la cantidad de pajarillos que asustados por el ruido a esas horas de

la noche, volaban alrededor exigiendo quizás alguna explicación, ni

algunos pedazos de cromo del vehículo que aun seguían cayendo unos

metros más allá.

El air bag desplegado del lado del chofer comenzó a ser manchado

de sangre proveniente de una rojiza boca entreabierta. En el pasto

circundante, con la ropa totalmente destrozada y ensangrentada,

el cuerpo de una mujer ya seriamente dañado y posiblemente con

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secuelas irreparables, aun intentaba acomodarse a la superficie del

terreno, debido a la inercia de los movimientos, la velocidad y la fuerza

del impacto.

A simple vista ya no tenía vida. La flecha del velocímetro, ahora estática,

marcaba doscientos cuarenta kilómetros.

• • •

Peter Castells cumplía como cada noche su tarea de limpieza de aquella

enorme sala del complejo DSN, la red de espacio profundo de la

NASA. A duras penas había logrado terminar sus estudios secundarios

y éstos ahora sólo le servían para postular a aquel insignificante puesto

de aseador. El único azul de esperanza que prendía en su vida era el

color de su delantal que noche tras noche colgaba en sus hombros para

cumplir la rutinaria labor nocturna.

Interiormente se sentía frustrado... ¿Tantos años de esfuerzo para

qué?, se repetía mientras vaciaba en la negra bolsa plástica los cubos

de basura rebosantes de papeles arrugados con fórmulas y números

ininteligibles. Ni siquiera sabía porqué lo preguntaba. Es más, ni

siquiera sabía por qué estaba allí. Cada noche pasaban ante sus ojos,

como una procesión religiosa, vasos de café aplastados, trozos de

emparedados de pavo, bolígrafos quebrados, botellas de gaseosas,

uno que otro Big Mac y toallitas húmedas con el impresentable color

del catarro de algún “cerebrado” científico.

De cuando en cuando se encontraba con sorpresas esporádicas. Como

perfumes de hombre sin usar, apasionadas cartas de amor eterno de

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adolescentes o mujeres maduras, rubricadas al final con turgentes

labios pintados de recargado lápiz labial, corbatas sin desenvolver de

sus envases y una que otra braga de mujer joven, a juzgar por la talla,

de alguno que quiso conservar por algunos minutos más algún trofeo

de una noche anterior. Con toda probabilidad aquellos eran objetos

de conquistas ocasionales de aquellos genios que trabajaban allí y

quienes, para no ser sorprendidos por sus esposas, tiraban a la basura

los regalos también ocasionales de sus amantes.

Vaciar todos los papeleros en el menor tiempo posible. Esa era la

primera instrucción que había recibido. Y no divulgar nunca jamás con

nadie lo que viera, oyera o leyera en aquel recinto. Esa era la segunda.

Era sólo el comienzo de su trabajo que en sí le tomaba toda la noche y

siempre vigilado por las celosas cámaras de seguridad.

Después tendría que barrer toda la inmensa sala y al final limpiar,

una por una, las pantallas de los computadores en los cuales los sabios

de la informática descifraban la información que les llegaba desde el

espacio profundo. Y si sobraba tiempo, limpiar los gruesos cristales

que rodeaban el recinto y que colgaban cinco metros por sobre su

cabeza. Al menos, y este era su pensamiento de consuelo, estaba en un

lugar donde pocos podían darse el lujo de estar.

Hacía pocos días atrás había llegado en el más estricto secreto y

discreción un equipo de personas para entrenarse, debido a un nuevo

proyecto espacial que pronto se pondría en marcha en Alaska.

Pero, y a él qué le importaba si después de todo sólo era un aseador.

40

En el profundo silencio de la sala sonó, una vez más, aquel triple

sonido como un teléfono cuando está marcando, pero mucho más

agudo. Como un leve pitido. Miró el enorme reloj que pendía colgado

de la sala. Eran las 04: 32 de la madrugada. La misma hora de siempre

en cada noche. No fallaba. Estuviera aquí o allá. Más atrasado en sus

labores o más adelantado, aquello sonaba justo a la misma hora.

El sonido provenía del viejo sector 9 A, dedicado a todas aquellas naves

espaciales que llevaban más de 30 años en el espacio y que de cuando

en cuando, con escasa o nula probabilidad, se pensaba que enviarían

algún mensaje. En más de alguna ocasión había estado frente a aquellos

computadores en el momento que ocurría el suceso y había visto en

las pantallas un pequeño punto de intenso color verde que parpadeaba

tres veces y después desaparecía.

Nunca habló esto con nadie. Pues esas eran las instrucciones. Supuso

que esta situación era parte del funcionamiento de aquel centro espacial

y después de todo, también sabía que cuando éste se desconectaba a las

22 horas, el control de las naves espaciales era tomado por otro centro

ubicado en la costa este de los Estados Unidos, cerca de la frontera con

Canadá.

Vació el enésimo cubo de basura dentro de una lustrosa bolsa negra...

Cerca, el insensible ojo de las cámaras de seguridad registraba con

rigurosa frialdad cada movimiento y detalle de Peter, el hombre

asignado a los servicios domésticos menores.

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CAPITULO 3

– En realidad, es demasiado prematuro hacer un diagnóstico debido

a que su esposa aun está bajo los efectos de los sedantes, pero... – el

hombre que atento escuchaba cerró los ojos temiendo lo peor.

–... pero debe saber que nunca más volverá a moverse! – el médico de

cabecera volteó la mirada hacia Phil mientras le comunicaba lo que

sería de ahora en adelante la vida de su esposa.

Recién, una semana atrás, que había sido nombrado jefe del ambicioso

proyecto espacial jamás emprendido y un accidente fatal, producto de una

imprudencia personal, casi le truncaba la vida a él y a su esposa. Aunque

esta última había sacado la peor parte. El golpe más fuerte del choque del

coche lo había recibido él por su lado. Sólo recibió unos cuantos rasguños

y lucía uno que otro color morado en sus costillas y su cara.

– ¿Qué quiere decir con eso?

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– ¡Qué pasará el resto de sus días postrada en una cama! – soltó el

facultativo, resignado con la suerte de su paciente, mientras enfundaba

sus manos en los bolsillos de su albo delantal.

– ¿Ninguna posibilidad?

– Quizás. Con un poco de suerte y algo de rehabilitación puede mover

algún músculo. Pero no le prometo gran cosa – respondió el médico

que hacía todo lo posible con tal de dar un poco de esperanza al hombre

que hacía tan sólo algunos días atrás era portada de periódicos de todo

el mundo. Sabía que aquella mujer jamás volvería a levantarse y, si es

que los milagros existían, sólo podría mover algún párpado o dedo de

su pie. Pero nada más.

– ¡Yo tuve la culpa! ¡No debí dormirme! – dijo el científico al tiempo

que ocultaba sus húmedos ojos con la palma de su mano. El médico

sólo atinaba a mirarle y escucharlo.

– Habíamos luchado tanto para que yo pudiera llegar a este lugar y

ahora... – Phil miró la cama donde su esposa dormía sumida en un

sueño profundo – Ahora con ella en este estado nada tiene sentido.

– Señor O`conell, no olvide a sus hijos. Y su esposa aún vive – un

par de segundos de silencio pareció una eternidad en aquella aséptica

sala – existen casos similares de personas que han superado este trance

difícil y se han recuperado...

–...En nuestra luna de miel...en una de aquellas hermosas noches de

verano en las playas de Yucatán – el científico se acercó aun más a la

43

cama y acarició la frente de su esposa, pero dirigiéndose al médico

que, estático escuchaba – élla me prometió que lucharíamos codo a

codo para que yo alcanzara mis sueños... Hicimos una promesa – la

pequeña pantalla que indicaba el pulso del corazón marcaba melódica

y sonoramente su función mecánica, subiendo y bajando dentro de los

límites impuestos por el estado de salud del paciente.

– ...Trabajó para que me dedicara a mis estudios y proyectos – poco

a poco su estereotipo de hombre fuerte e intelectual empezó a

derrumbarse – se ocupó del hogar cuando yo estaba ausente, al punto

de olvidarse de sí misma, de sus sueños...

La fuerte carga emocional que apretaba en su corazón y garganta pudo

más que su status de científico de alto rango y Phil rompió a llorar

desconsolado como un niño herido en sus más profundos sentimientos

infantiles.

– ¡Doctor!, he fallado a mi esposa. ¡Ella cumplió! ¡Yo le he fallado como

un miserable estúpido! – en medio de las lágrimas sólo se oyeron

recriminaciones contra sí mismo...

– ¡O`conell! – el médico atinó a responder de forma firme y paternal–

...al menos ahora cumpla con la parte de la promesa que le corresponde

a usted. Piense como si las cosas ahora han tomado un nuevo rumbo

y que este es un tiempo para devolver lo que ha recibido de su esposa.

Creo que ella de una u otra forma se lo agradecerá...

Phil miró hacia el techo y suspiró con rudeza, reprimiendo de golpe

todos aquellos amargos sentimientos que aun pugnaban por salir de

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su corazón. Aquellas palabras llegaron a su mente como una fórmula

matemática, como cuando intentaba cuadrar las órbitas de los satélites

en sus misiones secretas. Apretó con fuerza sus puños, impotente, hasta

al punto de hacerse daño. Como si aceptara aquel revés del destino.

Llegó a la conclusión repentina de que el facultativo tenía razón.

¡Desde aquel lugar al cual había sido ascendido lucharía para demostrar

a su convaleciente esposa e hijos que aquellos esfuerzos no habían sido

en vano!

• • •

La búsqueda de inteligencia extraterrestre o SETI, comenzó en los años

70 con el patrocinio de la NASA. El sostén principal que justificaba esta

idea era encontrar vida extraterrestre inteligente a través del análisis

de señales electromagnéticas que cada radiotelescopio del mundo

capturaría en sus intricadas redes analíticas, o enviando al espacio

mensajes de diferente índole con la esperanza de que alguno de ellos

fuese contestado.

La creencia de que existiese vida en otros planetas provenía de la

extendida teoría naturalista de la evolución. Como el Big Bang lanzó

hacia el infinito la materia que después se transformó en sistemas

solares, entonces en cada uno de estos miles de millones de planetas

que se crearon, la vida siguió su curso independiente de lo que sucedía

en la tierra.

Por lo tanto, había que intentar comunicarse con aquellos hermanos

galácticos formados en la gran explosión y que ahora se hallaban

45

diseminados por el infinito y oscuro espacio.

Pero esto también entrañaba grandes interrogantes.

¿Y qué pasaba si estábamos solos en el universo?

¿O Si la vida existiese pero no fuera lo suficientemente inteligente?

¿Y si no hemos buscado en los lugares adecuados?

¿O no han desarrollado la tecnología adecuada para recibir nuestras

señales?

¿Y si no quisiesen comunicarse con nosotros e ignorasen nuestras

buenas intenciones?

A esto también se sumaba el potente mensaje que la serie televisiva

Star Trek, postulaba en sus películas: Dejar que cada civilización

descubierta en el espacio evolucionara por su propia cuenta, sin que

las otras culturas del cosmos interviniesen en su progreso, hasta que se

dieran cuenta por sí mismos que no estaban solos.

Pero ¿Y qué pasaba si esta última idea ya la estaban practicando con

nosotros otras culturas más avanzadas del universo?

También era verdad que la humanidad estaba siendo sacudida hasta sus

cimientos por una marejada de concientización mundial con respecto

a la sobreexplotación, contaminación y sobrepoblación del mundo.

Importantes comisiones a todo nivel se reunían periódicamente en

46

diferentes partes del globo para buscar una solución rápida a estos y

otros problemas que afectaban a la raza que habitaba el tercer planeta

del sistema solar.

Incluso se barajaba la posibilidad de buscar otros mundos similares

a la tierra para colonizarlos y reproducir allí al género humano o

poseer un lugar alternativo para cuando este planeta fuera un astro

agonizante y terminal en medio de los demás, también agonizantes,

ocho compañeros de viaje en el sistema solar.

Las interrogantes que este conjunto de situaciones planteaba eran

titánicas. Como así también se esperaba que lo fueran las respuestas

obtenidas. Y la comunidad científica internacional lo tenía muy claro.

Por algún lugar había que empezar.

¡Y eso significaba intentar comunicarse con alguien allí afuera!

• • •

El día había sido largo y extenuante. El muchacho que pronto se

convertiría en un hombre con mayores responsabilidades miró sus

manos agrietadas y sucias por la tierra. Esto le demostraba que el

trabajo se hacía cada vez más pesado y deprimente. Su tostada piel

revelaba que el irreverente sol no perdonaba a nada ni nadie que se

moviera al alcance de sus ardientes rayos.

Día tras día sentía sobre sus hombros aquella maldición que mordía

las espaldas como látigo sangriento y que con el paso de las horas su

golpe se hacía más fuerte y doloroso. “Comerás el pan con el sudor de

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tu frente y la tierra sólo te producirá espinas y cardos”.

Miró a lo lejos, por sobre las azules montañas que se recortaban en

el horizonte que se fundía con el rojizo cielo de la tarde. Su padre

le había contado que por allá, por donde se escondía el sol, pero a

muchos días de camino, existía un hermoso e inmenso huerto que

había sido creado para que ellos como familia vivieran sin problemas

ni mayores esfuerzos. Pero había desobedecido una de las instrucciones

y el resultado de aquella decisión fue la expulsión de aquel lugar de

ensueño.

Ahora ellos y todas sus generaciones pagarían las consecuencias.

Miró una vez más sus encallecidas manos y las frotó de forma suave

una contra la otra para desprender los últimos terrones de barro que

aun colgaban de ellas. Él había escogido trabajar cultivando la tierra.

A su padre se le había permitido coger más de 25 especies de semillas

diferentes antes de ser expulsado del huerto prohibido.

El día de la cosecha comenzaría inmediatamente después de ofrecer el

sacrificio más importante del año. Una vez al año había que ofrecer a Elohim

una ofrenda. Hasta ese momento era el jefe de familia quien la ofrecía por

todos. Pero ahora sería él y su hermano, que era pastor de ovejas, quienes

lo harían y de paso se convertirían en hombres maduros, aptos para tomar

decisiones en la vida. Habían sido enseñados cómo ofrecer sacrificios,

pero lo que debían ofrecer quedaba en sus manos. Este simple detalle

determinaba su grado de obediencia al Dios con quien su padre había

hablado cara a cara. Pero tenía un significado más profundo. También

determinaba su propio destino como seres humanos y de su posteridad.

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Hundió su cabeza en la fría agua que bajaba por el cristalino arroyo

cercano y estuvo así unos cuantos segundos. Se levantó. Y dejó que el

refrescante líquido corriera por su barba y el pecho, hasta que algunas

cuantas gotas dispersas bañaron sus pies. Al menos esto refrescaba en

parte el esfuerzo del duro día. A lo lejos escuchó la dulce melodía del

flautín de su hermano, quien encabezaba el nutrido rebaño de ovejas

para guardarlas en el corral.

Aquella tarde ambos tenían que volver temprano al hogar para recibir

las últimas instrucciones, pues mañana era el día más trascendental de

sus vidas.

Agarró su alforja donde guardaba los alimentos del día y la cruzó

sobre sus hombros. Inmediatamente tomó el rústico azadón hecho

de piedra y enfiló por el estrecho sendero rodeado de fragantes flores

silvestres. Un vago razonamiento había cruzado por su mente aquella

tarde y pensó que sería buena idea ponerlo en práctica al día siguiente.

Estaba más que seguro que sorprendería a toda la familia. Pero era una

sorpresa que tenía guardada.

Rápido subió por el serpenteante camino que le condujo hasta la

rústica cabaña hecha de piedras, barro y madera en estado bruto

ubicada en la pequeña colina que dominaba gran parte del boscoso y

enmalezado valle.

Una suave brizna de aire caliente le cruzó la cara y su fino olfato de

campesino captó al instante el olor de la comida que la madre había

preparado y que pronto degustarían.

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Vio a su padre sentado debajo del frondoso encinar preparando los

enseres que serían usados para el sacrificio. Se sentó junto a él sin

hablar. Por el otro lado de la colina vio venir a su hermano, el pastor

de ovejas, quien ansioso y apresurado se aprestaba para congregarse en

aquella pequeña asamblea. Se sentó en el lado opuesto a ellos, también

en silencio.

– Cuando desobedecimos en aquella oportunidad...– una voz gruesa

de hombre maduro, reseca y sufrida se dejó oír.

–...Quedamos desnudos y nada de lo que nos cubriera nos sirvió

para estar de pie ante Él... – el hombre tomó un par de puñales y los

miró por ambos lados. Hablaba con pausas profundas. Sus palabras

denotaban tristeza y resignación.

–...Parecía que con su mirada nos atravesaba. Piel, huesos, sangre,

piedras. Nada se escapaba de su presencia... – la voz grave sonó ronca

y queda – aunque le habíamos fallado, sin embargo Él mismo tenía

la solución del problema – miró su viejo y curtido vestido de piel

de animal, mudo testigo de aquella divina solución a la desnudez

existencial de la raza humana.

– Lo que más me duele aun es... – el hombre volteó súbitamente la

vista hacia un lado para que sus hijos no vieran la amargura que se

agolpaba en su cara. Tomó una piedra de afilar cercana y la apretó con

rudeza en sus manos.

–...Es oír su voz llamándome por el huerto. Aun retumban sus palabras

en mi mente...

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Un profundo silencio se produjo en el lugar. Sólo se escuchó el suave

murmullo del viento meciendo las hojas de los encinos. Los dos

hermanos se miraron. Su padre nunca les había contado aquella parte

tan recóndita de su vida.

– ¡Amigo! ¿Dónde estás? Era la voz de Alguien que llama a su mejor

amigo y corre a su encuentro para contarle las cosas más íntimas que

ha planeado, para compartir sus secretos más insondables, para decirle

que anhela su compañía...como un padre que con tierna voz llama a su

hijo... – la piedra comenzó a ir y venir por el filo de los puñales.

– ¡Amigo! ¿Dónde estás?...Su voz me llamaba con insistencia,

buscándome en medio del huerto al atardecer...la frase quedó a medio

concluir y un silencio sepulcral cayó en el entorno, como la oscuridad

cuando se impone sobre la luz, después que el sol se ha marchado.

– Padre, pero ¿no pudo darte otra oportunidad? – preguntó el joven

que olía a lana de ovejas.

– ¡Nos la dio, por eso estamos aquí!. Pero no para aquel idílico lugar,

porque ya no éramos aptos para vivir en él.

– Y agravé aún más mi desobediencia al culparle a Él, en vez de asumir

mi propia responsabilidad...

El hombre miró de reojo a sus dos hijos. Mañana se sellaba el porvenir

de ambos y también el de sus descendientes. El raspar de piedra y

metal cesó por un breve momento. Pensó si ya estarían preparados para

enfrentar su destino. Amaba a ambos, pero ni siquiera él como padre

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sabía las decisiones que tomarían. Sólo de dos cosas estaba seguro.

Que les había transmitido las instrucciones precisas de cómo acercarse

a Elohim y que cada uno de ellos tendría que asumir las consecuencias

directas de sus actos.

Por lo demás, él y su esposa pronto retornarían a la tierra de donde

fueron tomados y sus hijos obtendrían la tierra por herencia. Maldita,

en desobediencia y engendrando frutos de sufrimiento. Pero también,

al fin y al cabo, tampoco les pertenecía. El único legado que podía

dejarles era el conocimiento de Elohim. Y para eso había invertido

mucho tiempo junto a ellos.

Entregó a cada uno un afilado puñal. La penumbra de la tarde dio paso

a la noche, iluminada débilmente por una luna en cuarto menguante.

La vida nocturna bullía por todas partes con mensajes que sólo cada

especie animal entendía entre sí. En el interior de la cabaña parecía

que todos dormían.

– ¿Crees que nuestros hijos están preparados para los desafíos que

les esperan? – una delicada voz femenina susurró en la oscuridad la

acuciante pregunta al oído del hombre.

– ¡No lo sé! – respondió, al tiempo que con su grueso brazo la rodeaba

por la espalda y la atraía hacia sí.

– Lo único que anhelo es que todo salga bien.

– ¿Y si no?

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– Bueno, que al menos tengan otra oportunidad.

La pareja quedó en silencio y así al fin se durmieron. Pero no fue un

sueño tranquilo para el hombre. Por en medio de su subconsciente

desfilaron en rápida sucesión dolorosas evocaciones... Una sola

prohibición. El doble de privilegios. Derechos sobre todo lo creado.

El árbol prohibido en medio del huerto. Un ladrón y mentiroso. El

fruto mordido. La voz del amigo susurrando en el aire – Al flash de

luces brillantes de relámpagos y sonidos de truenos inquisitorios

retumbando en la conciencia – Excusa sobre excusa. Recriminaciones

personales. Sentencia sobre los culpables. Aroma de sangre y muerte.

Un vestido de piel. La mano extendida del dueño del huerto indicando

la salida. Una espada de fuego... como una procesión espantosa los

terribles recuerdos marcharon al ritmo del compás semejante a una

tortuosa noche de invierno.

El canto de un gallo madrugador le rescató de aquel angustioso mundo

de pesadillas lejanas, el cual no se borraría de su mente hasta el último

día de su vida.

Una lánguida luz comenzó a aparecer detrás de las colinas y la mañana

pasó rauda, como un pensamiento imprevisto.

En el lugar preparado especialmente para aquella ocasión cada uno de

los hijos levantó su respectivo altar de piedras. El sol ya había pasado el

meridiano del día. Temprano, el pastor había ido al rebaño y escogió de

las primogénitas, la más sana y gorda de las ovejas. También el agricultor

había salido en busca de algo y lo mantenía escondido en medio de los

matorrales. Era la sorpresa que había pensado el día anterior.

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Ambos hermanos ordenaron la leña sobre las piedras del altar y

encendieron el fuego. Y al momento de ofrecer el sacrificio sucedió lo

inesperado. El pastor tomó la oveja y la degolló con el bruñido puñal,

dejando que su sangre se derramara sobre el suelo y después tomó el

cuerpo y lo arrojó encima del fuego para que se consumiera totalmente.

Eso era lo correcto.

Pero ¿y el otro hermano qué estaba haciendo? El padre horrorizado

contempló aquello que comenzaba a suceder ante sus ojos. El agricultor

había puesto sobre el fuego manojos de cereales y frutos del campo. ¡Él

jamás les había enseñado tal cosa!

– ¿Qué sacrilegio estás haciendo? – la angustiante pregunta paternal

quedó sin respuesta y retumbó en el aire con un eco desgarrador.

El humo del animal degollado que se quemaba subió directo hacia el

cielo. Eso era la señal que indicaba que la ofrenda sacrificial había sido

aceptada.

Pero el humo de los frutos y cereales del campo se dispersó en todas

las direcciones, sofocando y encegueciendo al joven agricultor que se

encontraba cerca...

Eso era otra señal clara e inequívoca.

Indicaba que su ofrenda había sido rechazada por Elohim.

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FIN de los primeros tres capitulos.

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