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DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL DEL TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN / HIPERACTIVIDAD (TDAH). Daniel Martín Fernández-Mayoralas. INTRODUCCIÓN Tal y como se ha descrito previamente, el diagnóstico del TDAH es clínico 1, 2 . Debe ser realizado por un facultativo con entrenamiento y experiencia en el TDAH y sus comorbilidades y debe sustentarse, de momento, hasta la salida del DSM-V, en los síntomas del DSM-IV-TR 1 . Previamente ha quedado claro que los antecedentes personales, la anamnesis, la exploración 3 y el deterioro o la repercusión sobre la vida del niño son factores muy importantes para establecer el diagnóstico. ESCALAS DE EVALUACIÓN La obtención de información directa de los padres y de la escuela a través de cuestionarios validados en España como, entre otros, la escala de evaluación del TDAH (ADHD-RS), que son los criterios DSM-IV-TR cuantificados, la escala de Conners de 20 items y la obtención de informes abiertos cualitativos es muy recomendable 2 . Pueden usarse de forma

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DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL DEL TRASTORNO POR DÉFICIT DE

ATENCIÓN / HIPERACTIVIDAD (TDAH).

Daniel Martín Fernández-Mayoralas.

INTRODUCCIÓN

Tal y como se ha descrito previamente, el diagnóstico del TDAH es clínico1, 2. Debe ser

realizado por un facultativo con entrenamiento y experiencia en el TDAH y sus

comorbilidades y debe sustentarse, de momento, hasta la salida del DSM-V, en los

síntomas del DSM-IV-TR1. Previamente ha quedado claro que los antecedentes personales,

la anamnesis, la exploración3 y el deterioro o la repercusión sobre la vida del niño son

factores muy importantes para establecer el diagnóstico.

ESCALAS DE EVALUACIÓN

La obtención de información directa de los padres y de la escuela a través de cuestionarios

validados en España como, entre otros, la escala de evaluación del TDAH (ADHD-RS),

que son los criterios DSM-IV-TR cuantificados, la escala de Conners de 20 items y la

obtención de informes abiertos cualitativos es muy recomendable2. Pueden usarse de forma

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complementaria y nunca como sustitutos de la entrevista clínica, para detectar la presencia

y evaluar la intensidad y evolución de los síntomas y la respuesta al tratamiento2. Ninguna

escala confirma ni excluye el diagnóstico, ayuda a realizar correctamente el mismo. Otros

registros ecológicos (escala de Achenbach, el sistema de evaluación de la conducta de niños

y adolescentes –BASC-, etcétera) pueden usarse para el cribado de otro diagnóstico y/o

comorbilidad4.

EXPLORACIÓN

El examen físico es imprescindible4, 5. La mayoría de los pacientes con TDAH muestran un

examen físico-neurológico normal. Sin embargo, ciertos sujetos

muestran rasgos físicos, como lesiones cutáneas o patrones

dismórficos, que pueden hacernos sospechar un trastorno subyacente

que pudiera justificar la presencia de un TDAH4, 5. No es infrecuente

reconocer ciertos síndromes, como los trastornos del espectro

alcohólico fetal6, la neurofibromatosis tipo 1 y el síndrome de

Klinefelter, entre muchos otros, que

han pasado previamente

desapercibidos y que tienen una

tipificación genética a veces conocida

y un pronóstico dependiente de la

propia enfermedad4. No obstante, es

evidente que tales causas no son las mayoritarias4, 7.

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EVALUACIÓN NEUROPSICOLÓGICA

Los estudios neuropsicológicos y de neuroimagen han demostrado que la mayoría de los

niños con TDAH presentan una alteración cognitiva en distintos componentes de las

funciones ejecutivas8, 9, de la motivación y de la regulación de las emociones10, existiendo

diferentes modelos al respecto (lógico, teniendo en cuenta que se trata de un trastorno muy

heterogéneo, es decir, existe una gran variabilidad neuropsicológica entre las muestras de

TDAH y dentro de ellas)11-13. Aunque no es imprescindible de forma rutinaria, el grupo de

trabajo de la Guía de Práctica Clínica sobre el TDAH en niños y adolescentes (GPC)12 la

recomienda por consenso y como parte de una buena práctica clínica, dada su utilidad para

establecer los objetivos de la intervención reeducativa. La exploración neuropsicológica del

TDAH en niños y adolescentes resulta útil para conocer el perfil de habilidades y

dificultades en el funcionamiento cognitivo y la comorbilidad con trastornos específicos del

aprendizaje12. Publicada en 2010, esta guía forma parte del Plan de Calidad para el Sistema

Nacional de Salud (SNS) del Ministerio de Sanidad y de de las Guías de Práctica Clínica en

el SNS y constituye una inestimable ayuda para la toma de decisiones en el SNS. En ella se

pretende dar, a la población y a los profesionales sanitarios y de la educación, un

instrumento útil que dé respuestas a las cuestiones básicas del trastorno, especialmente a las

relacionadas con la evaluación diagnóstica y

terapéutica. Es el resultado del trabajo de un grupo

de profesionales vinculados al TDAH y expertos en

la metodología de la GPC; ha sido revisada por

profesionales expertos en el TDAH de diferentes

especialidades (psiquiatría, neuropsicología,

psicología clínica, neuropediatría,

psicopedagogía, pediatría, etcétera); cuenta

con el aval de asociaciones de pacientes y

sociedades científicas españolas implicadas

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en su atención12.

Guías más conservadoras al respecto, como la de la American Academy of Child and

Adolescent Psychiatry (AACAP), consideran que debe realizarse cuando se sospecha o sea

importante valorar el perfil de funcionamiento cognitivo y/o la presencia de un trastorno de

aprendizaje comórbido, lo que es muy frecuente en la consulta diaria: malos resultados

escolares, rendimiento académico disminuido, etcétera8.

La presencia de trastornos del aprendizaje es alta, por lo que se hace necesario descartar o

confirmar su existencia para obtener un perfil completo del paciente que influirá en un

tratamiento adecuado y completo y no sólo de los síntomas cardinales del TDAH o de

otro/s cuadros psicopatológicos asociados5, 14. Debe valorarse al menos el nivel cognitivo,

preferiblemente mediante la Weschler Intelligence Scale for Children versión IV (WISC-

IV) y las habilidades en lectura, por ejemplo mediante la evaluación de los procesos

lectores (PROLEC), para educación primaria o secundaria. La presencia de un cociente

intelectual bajo, límite o elevado o de un trastorno lector no descarta el diagnóstico4. Si el

examen neuropsicológico ha demostrado la existencia de un cociente intelectual (CI) bajo,

problemas lingüísticos o de la lecto-escritura, será necesario valorar junto con el Equipo de

Orientación del área las ayudas o apoyos escolares que va a precisar el niño12. El

diagnóstico de TDAH es compatible con el de retraso mental (codificado en el eje II del

DSM-IV-TR). Los niños con discapacidad intelectual o inteligencia normal-baja (de ahí la

necesidad de realizar test formales de inteligencia) pueden padecer un TDAH asociado o

bien no padecerlo y precisar o no tratamiento farmacológico15. Lo mismo sucede con los

niños superdotados.

Puede ser útil evaluar la capacidad de atención mediante diversas pruebas14; los test de

ejecución continuada -CPT- parecen ser los más útiles; la discrepancia entre el cociente

intelectual y los resultados del CPT han mostrado una mayor especificidad diagnóstica que

cualquier otra medida neurocognitiva, aunque no es diagnóstica en sí misma, pues ningún

test neuropsicológico confirma ni excluye el diagnóstico16. Es decir, no es imprescindible

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para el diagnóstico del TDAH que exista una alteración en los resultados de los test

neuropsicológicos que evalúan las funciones ejecutivas12 pero éstos pueden servir de ayuda

en casos de duda diagnóstica o para establecer la gravedad del déficit ejecutivo o atencional

en determinados casos16.

No está indicada la realización de exámenes médicos complementarios de forma

sistemática. La realización de pruebas específicas en el campo médico

(electroencefalograma -EEG-, resonancia magnética –RM- cerebral, cariotipo, analítica,

etcétera) estará condicionada a las características del paciente como veremos

posteriormente4, 5, 7, 12.

DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL

El diagnóstico diferencial es extenso, pero debemos recordar, que con frecuencia, los

trastornos hallados pueden ser comórbidos (coexistentes) al TDAH2. La GPC indica que

dentro de la valoración clínica, no todo niño movido y despistado tiene TDAH; es necesario

hacer el diagnóstico diferencial con otras entidades que pueden ser “confundidas” con el

trastorno. Sin embargo, no siempre es fácil diferenciar cuando una entidad está “imitando”

un TDAH o cuando es una comorbilidad coexistente. Las fronteras pueden ser borrosas,

tanto en niños como en los adultos17. Por ejemplo, los síntomas de hiperactividad,

impulsividad y déficit de atención pueden aparecer en una amplia variedad de trastornos:

retraso mental, trastornos de aprendizaje, trastornos del comportamiento, trastornos de

ansiedad, trastornos del estado de ánimo o abuso de sustancias, por ejemplo. El DSM-IV-

TR advierte que los síntomas no deben aparecer “exclusivamente” en el transcurso de un

trastorno generalizado del desarrollo (incluyendo el autismo), esquizofrenia u otro trastorno

psicótico (cuando en realidad los síntomas de TDAH suelen presentarse antes de que se

pueda presentar e incluso intuir la presencia de un diagnóstico de tales características), y

no se “explica mejor” por la presencia de un trastorno del estado de ánimo, trastorno de

ansiedad, trastorno disociativo o de la personalidad, lo que “emborrona” más el asunto,

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pues, como veremos luego, los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad son

comorbilidades frecuentes del TDAH.

Sin embargo, detrás de cada uno de estos trastornos puede existir un TDAH subyacente y

ser una comorbilidad o bien no existir un TDAH subyacente y ser una entidad “imitadora”

de un TDAH3. Igual sucede con todos los factores ambientales: estrés, negligencia/abuso

infantil, malnutrición, inconsistencia en pautas educativas, etcétera. Un niño con TDAH

con un padre con TDAH puede sufrir estrés ambiental y unas pautas educativas poco

consistentes. Lo mismo sucede con diagnósticos “médicos” tales como encefalopatías

postraumáticas o postinfecciosas, epilepsia, trastornos del sueño (apneas del sueño,

síndrome de piernas inquietas, síndrome de movimientos periódicos de las extremidades),

trastornos sensoriales (déficit visuales y auditivos significativos), efecto secundario de

fármacos (broncodilatadores, antihistamínicos, antiepilépticos por ejemplo), disfunción

tiroidea, intoxicación por plomo, anemia ferropénica y un largo etcétera. El caso de los

trastornos generalizados del desarrollo es arquetípico; mientras que es un diagnóstico

incompatible con TDAH en el DSM-IV-TR, probablemente dejará de serlo en el DSM-V

(ver capítulo de “Clínica y Diagnóstico”).

Debe examinarse atentamente la presencia de déficits visuales (por ejemplo, estrabismo o

ambliopía) o auditivos (por ejemplo: otitis media crónica) que puedan condicionar el

aprendizaje del niño.

Sabemos que el TDAH está presente en muchos niños

epilépticos (como mínimo en un 20%), incluidos aquellos

con ausencias (y no solo por los “episodios de

desconexión”) o centro-temporales benignas18, 19. La

ocurrencia de descargas epileptiformes interictales en el

EEG (dependiendo de su duración, localización,

generalización, edad de inicio, etcétera) tiene un efecto

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adicional e independiente en los procesos cognitivo-atencionales y del autocontrol en

aquellos pacientes con descargas muy frecuentes20, a veces en pacientes con pocas o

incluso ninguna crisis epiléptica clínica objetivable. De hecho, la presencia o no de TDAH

(o de otras disfunciones neuropsiquiátricas mucho más graves) en pacientes epilépticos es

multifactorial y depende también del uso de los fármacos antiepilépticos, del tipo de

epilepsia (algunas tienden a asociarse con TDAH con más frecuencia que otras

independientemente de las anomalías del EEG y la desaparición de las crisis), siendo el

mecanismo de producción de la epilepsia en sí el relacionado con la aparición de TDAH.

Dicho de otra forma, aunque existe relación entre la desaparición de las anomalías en el

EEG y la mejoría de la función neurognitiva y conductual20, 21, esto no sucede siempre3,

incluso en epilepsias idiopáticas generalizadas tales como la epilepsia asociada a ausencias

de diferentes tipos22 (a pesar de haber desaparecido toda ausencia, anomalía EEG y estar

sin tratamiento) o en las epilepsias parciales benignas de la infancia (rolándicas, occipitales

y otras)20, 23. Por ello no existe evidencia suficiente para realizar un tratamiento rutinario

con antiepilépticos en todos los niños con descargas EEG subclínicas y TDAH u otros

problemas neuropsiquátricos, sino solo en aquellos con gran frecuencia de descargas

epileptiformes (sobre todo si hay generalización, especialmente durante el sueño no-REM)

y, en definitiva, en aquellos casos que por sus características consideremos que una

disminución de las descargas pueda suponer una mejoría neuroconductual20. Por lo tanto,

aunque no de forma rutinaria12, la sospecha de ausencias, un patrón atípico de TDAH por

su evolución (por ejemplo una aparición explosiva de los síntomas) o acompañada de CI

límites o bajos, lesiones cutáneas llamativas: hemangiomatosas, hipocrómicas, en café con

leche, etcétera, fenotipos faciales peculiares, malformaciones congénitas, alteraciones

neurocognitivas atípicas o “extrañas” deben de conducir a la realización de un EEG, un

EEG con privación de sueño, de sueño completo o de 24

horas según sospecha3. Cuando se sospeche una alteración

específica del sueño deberá realizarse una

polisomnografía nocturna3.

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Respecto a la realización de otras pruebas complementarias en niños con TDAH como la

RM cerebral, las indicaciones serían similares en muchos aspectos. Por ejemplo, en un niño

que tenga más de 6 manchas café con leche, posibilidad de secuelas de procesos hipóxicos

o infecciosos previos, hemangioma facial (por ejemplo, el síndrome PHACE), formas de

inicio extrañas y explosivas de TDAH o asociadas a sitomatología psiquiátrica grave (como

en la enfermedad de Wilson, la adrenoleucodistrofia ligada al X y otras muchas

metabolopatías), malformaciones congénitas (manos, pies, corazón, genitales, anales,

etcétera). Una analítica con hormonas tiroideas es de elección cuando el cuadro compatible

del paciente es compatible con alguna alteración endocrinológica, sobre todo hiper o

hipotiroidismo)3. El cariotipo es imprescindible en aquellos con CI bajos o límites

acompañados de una analítica básica y detección del test del cromosoma X-frágil. También

si la exploración nos hace sospechar una aneuploidia

sexual como el síndrome de Turner o de Klinefelter24,

por ejemplo. También puede requerirse una exploración

genética más exhaustiva en el caso de niños de aspecto

sindrómico (técnica MLPA de delecciones o

microdelecciones subteloméricas y estudio MLPA de

síndromes, así como la técnica CGH-array (hibridación

genómica comparada) de 244K). Ya en 1902, Still realizó la primera descripción clínica

sobre la conducta de 43 niños, muchos de ellos con síntomas de un trastorno muy similar a

lo que hoy conocemos como TDAH5 y observó que los síntomas del trastorno pueden ser

idénticos en pacientes sin deterioro general del intelecto y sin enfermedad física, en niños

con un deterioro general del intelecto (síndrome de Down, por ejemplo), así como en niños

con enfermedades físicas sin deterioro intelectual de tipo crónico (tumor cerebral, pacientes

recuperados de meningitis o encefalitis, determinados trastornos neurogenéticos,

traumatismo craneoencefálico) o episódico (epilepsia, enfermedades infecciosas o post-

infecciosas como la escarlatina o la fiebre reumática, incluida la corea de Sydenham)3. Por

lo tanto, desde la primera descripción del trastorno conocemos que los síntomas TDAH

pueden ir asociados a múltiples y variadas enfermedades neurológicas o sistémicas que

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conviene detectar, debido a las importantes implicaciones en el pronóstico y tratamiento del

paciente3. Existen sujetos que aún con un CI normal pueden mostrar estigmas de un

trastorno neurológico que conviniera ser detectado.

El DSM-IV no aclara apartados diferenciales en base a la etiología del TDAH, como no lo

hace en el retraso mental o el autismo, trastornos del neurodesarrollo por norma

plurietiológicos, pero es importante realizar el diagnóstico etiológico que puede ir asociado

a los síntomas TDAH. Actualmente están descritos numerosos síndromes diferentes que

pueden mostrar TDAH sin retraso mental, muchos de los cuales presentan rasgos físicos

menores que apoyan su identificación4. En ocasiones estos hallazgos conllevan un enfoque

diagnóstico diferente al de los niños sin estos signos y al relevante descubrimiento de

diversas entidades nosológicas, tales como el síndrome de Noonan, la hipomelanosis de Ito

o el síndrome de Bannayan-Riley-Ruvalcaba25, habiéndose referenciado otros síndromes

como el velo-cardio-facial (microdelección 22q11.2)26, Gomez–Lopez-Hernandez27,

Simpson-Golabi-Behmel28, Sotos29, microduplicación 15q13.2q13.330, cariotipo 47,XXX31,

Lujan Fryns, cromosoma X-frágil en el sexo femenino (donde puede cursar como un

TDAH sin discapacidad intelectual alguna) y en muy raras ocasiones el masculino que

pueden cursar con un fenotipo peculiar, ausencia de déficit cognitivo significativo y

presencia de síntomas TDAH4, 5, 32. La importancia del diagnóstico etiológico es indudable,

tanto desde el punto de vista pronóstico como terapéutico, aunque en ausencia de signos

físicos y/o neurológicos o una historia familiar compatible la rentabilidad diagnóstica de las

pruebas complementarias en niños con TDAH es escasa12 y la exploración clínica

minuciosa y con pericia es la herramienta más potente para el diagnóstico etiológico de

estos pacientes4.

COMORBILIDAD

La comorbilidad está presente en más de la mitad de los casos. Debe recogerse información

sobre las dificultades del aprendizaje, las conductas oposicionistas o asociales y síntomas

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emocionales (preocupación excesiva, llanto habitual, irritabilidad, dificultades para

dormir)1. Estos problemas pueden tener una importancia mayor que el propio TDAH, o

imitarlo y condicionar la presentación clínica, el pronóstico y el tratamiento1, 2, 33. Entre los

trastornos del aprendizaje, los más frecuentes son los de la lecto-escritura (que no descarta

el diagnóstico de TDAH ni la posibilidad de utilizar un tratamiento farmacológico para

mejorar los síntomas de este último)5. Los porcentajes de los trastornos comórbidos son

variables: trastorno negativista- desafiante (40-60%), trastornos específicos del aprendizaje

(45%), ansiedad (30-45%), depresión (4-30%), trastorno disocial (14-46%) y tics o

trastorno de Tourette (9-11%)4. El varón suele ser más propenso a los trastornos

externalizantes (trastorno negativista-desafiante y trastorno disocial) y la mujer a los

internalizantes (depresión y ansiedad)4.

Otro de los trastornos comórbidos más preocupantes es el abuso de sustancias tóxicas en la

adolescencia y edad adulta (16%)4, 5. Los pacientes con TDAH tienen un riesgo 4 veces

mayor de presentar este problema respecto a la población general. La coexistencia de

trastornos comórbidos, antecedentes familiares de TDAH y/o el mal control terapéutico del

paciente aumentan este riesgo. Factores como el fracaso académico, las dificultades

sociales, el empobrecimiento de la autoestima y la aparición de trastornos comórbidos

durante la primera etapa escolar redundan en estos riesgos1. Cuando se evalúan

adolescentes y adultos jóvenes, el cuadro puede ser más complicado si no se ha abordado y

tratado adecuadamente; los problemas académicos o laborales, los problemas comórbidos

propios o intensificados en esta etapa (consumo de sustancias tóxicas, conductas

antisociales) y la impulsividad reflejada en accidentes con vehículos, pueden dificultar

claramente tanto el tratamiento como la evolución de estos pacientes. Tampoco es

infrecuente la alteración de la coordinación motora en el TDAH. Algunos autores

consideran la existencia del síndrome DAMP (acrónimo, del inglés “deficits in attention,

motor control and perception”) que incluye la presencia de problemas atencionales con

torpeza motora y alteraciones de la percepción; se trataría de pacientes con TDAH y

trastorno del desarrollo de la coordinación (reflejado en el DSM-IV-TR) o con TDAH y

trastorno del aprendizaje no-verbal o “procedimental” (no reflejado en el DSM-IV-TR)4.

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En aquellos casos en los que exista comorbilidad psiquiátrica (trastorno de ansiedad

generalizada, depresión, trastorno disocial, etcétera) es conveniente la valoración y

tratamiento si procede por un especialista en psiquiatra infantil2. Si la sospecha es de

patología neurológica (exploración neurológica alterada, sospecha de epilepsia, dismorfias,

discromías, etcétera), es conveniente igualmente la valoración por un neuropediatra1, 4.

Frecuentemente es necesaria la intervención de otros especialistas. Por lo tanto, los

antecedentes personales y familiares, la historia clínica, la exploración física, las escalas e

informes de padres/profesores (y los test neuropsicológicos en la mayoría de los casos) nos

van a facilitar la necesidad o no de pedir una, dos, muchas pruebas complementarias

“médicas” o ninguna en absoluto4.

El DSM-IV-TR, gracias a su sistema multiaxial de evaluación nos permite hacer un

diagnóstico de TDAH en el eje I, de trastorno de la presonalidad (en los adultos) o de

retraso mental en el eje II, de enfermedades “médicas” en el eje III y de problemas

psicosociales/ambientales en el eje IV, e incluso de evaluación de la actividad global en el

eje V, lo que a nuestro modo de ver simplifica mucho el problema.

CASO CLÍNICO

Un paciente de 12 años consulta por problemas en la atención y fracaso escolar sin

presentar sintomatología hiperactiva ni impulsiva. Embarazo normal. Presenta desde el

nacimiento (parto normal) una hemiparesia izquierda leve que no le incapacita

ocupacionalmente y ha sido correctamente tratada mediante estimulación. Nunca ha tenido

crisis epilépticas. A pesar de que el embarazo y el parto fueron normales su trastorno motor

se ha achacado a asfixia perinatal. Presenta una hipoacusia neurosensorial de oído derecho

del 70% y una audición perfecta del oído izquierdo. No hay problemas relevantes de visión

a pesar de tener una pequeña lesión retiniana periférica derecha. La adquisición del

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lenguaje ha sido normal así como la de la lectura y la marcha autónoma se adquirió a los

24 meses. A la exploración el niño permanece alerta, con expresión inteligente, con un

perímetro craneal entre el percentil 3 y el 5 y con una leve hemiparesia izquierda espástica

como única afectación en la exploración neurológica.

Aporta una tomografía computarizada de cráneo

normal. Se solicita una RM cerebral donde se observan lesiones bilaterales de predominio

derecho con criterios de Van der Knaap de infección congénita por citomegalovirus, con

afectación de los polos temporales anteriores y de las

zonas periventriculares frontales, entre otras34, 35.

Desde el punto de vista clínico los problemas

académicos son muy importantes, el rendimiento cada

vez es peor, es el segundo año que repite curso a pesar

de que se “sienta delante de los libros”. Cumple 7 de 9

criterios de inatención del DSM-IV-TR y las

puntuaciones de las escalas ADHD-RS y Conners son

compatibles con TDAH subtipo déficit de atención

(TDAH-I). El WISC-IV muestra un cociente intelectual

total (CIT) de 69 (comprensión verbal (CV) 78, razonamiento perceptivo (RP) 89, memoria

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de trabajo (MT) 55 y velocidad de procesamiento (VP) 76 (como se ve el índice general

cognitivo CV + RP es superior a 70, por lo que el resultado de “retraso mental leve” se

debe en exclusiva a la baja memoria de trabajo, por lo que dicho diagnóstico es discutible

por este motivo y por los concernientes al punto 2 del DSM-IV-TR, dado que existe una

adecuada comunicación, cuidado personal, una vida doméstica muy agradable, etcétera). El

CPT-II apoya el diagnóstico con un alto índice de fiabilidad. El PROLEC no detecta errores

de lectura significativos (dificultades leves en lectura de palabras y en signos de

puntuación). No existen problemas de ansiedad ni del estado de ánimo. Se recomienda

apoyo psicopedagógico general y tratamiento con metilfenidato (1,1mg/Kg/día). El

resultado es “espectacular” según padres y profesores, tanto que actualmente el sujeto, con

18 años, cursa primero de bachillerato con resultados muy aceptables.

El eje I permite diagnosticar al paciente de un TDAH-I, el eje II de retraso mental leve

versus “límite” dado que el índice general cognitivo no entra en rango de retraso mental y

el eje III de infección congénita por citomegalovirus. Esta distinción multiaxial no implica

que existan diferencias fundamentales en su conceptualización, ni que los trastornos

mentales dejen de tener relación con factores o procesos físicos o biológicos, ni que las

enfermedades médicas no estén relacionadas con factores o procesos comportamentales o

psicológicos. En este caso nos enfrentamos a procesos comórbidos.

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