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Los contenidos de este libro están protegidos por la ley. Está prohibido reproducir total o parcialmente los contenidos del libro con propósito comercial. Por lo demás, puede usarse libremente con propósito educativo o similar. Para más información: www.jasarqueologia.es

Primera edición: Diciembre 2019Edición original en inglés: 2016

© Edición:JAS Arqueología S.L.U.Plaza de Mondariz 628029 Madrid (España)www.jasarqueologia.es

Edición: Jaime Almansa SánchezCorrección: Daniel García Raso

© Textos e imágenes:De los autores según se menciona en el texto

ISBN: 978-84-944368-6-4

Distribuido en Acceso Abierto en tienda.jasarqueologia.esEs la versión en castellano de Archaeology and Neoliberalism

Hecho en España - Made in Spain

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ARQUEOLOGÍAY

NEOLIBERALISMO

Pablo Aparicio Resco (Ed.)

JAS Arqueología Editorial

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1. Prefacio. Pablo Aparicio Resco. 1

2. Del Pay-per-view al Pay-per-publish, o de la mercantilización de la publicación científica. Jaime Almansa Sánchez.

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3. Arqueología y Capitalismo. Juan Manuel Vicent García. 17

4. La arqueología profesional en España: un ensayo de síntesis cualitativa. Rafael Soler Rocha. 29

5. Juntos de la mano hacia la extinción: la tutela patrimonial (neoliberal) de las comunidades rurales. Xurxo M. Ayán Vila y José Mª. Señorán Martín.

45

6. Consumir pasado, digerir identidad. Cuando el pasado se convierte en producto de consumo. Tono Vizcaíno Estevan.

59

7. Ni ética ni excelencia. El naufragio de la arqueología neoliberal en España. Alicia Torija López.

71

8. Algunas divagaciones sobre persuasión económica, ceremonias institucionales y manipulación simbólica a través del cataclismo de la arqueología comercial española. Eva Parga-Dans.

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ÍNDICE

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9. ¿Alguien necesita una transfusión? Humanidades y sociedad y viceversa. Beatriz Comendador.

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10. Arqueologías del presente y museos del futuro, o de cómo abrir la relación entre patrimonio y procomún. Antonio Lafuente y Paz Sastre.

111

11. Del cuidado del hogar al cartel publicitario. Algunos planteamientos sobre el pensamiento neoliberal y la arqueología de género. Alfonso Monsalve Romera.

125

12. Arqueólogos migrantes ante el neoliberalismo del siglo XXI. Pedro A. Carretero Poblete. 137

13. El lugar de la arqueología en el capitalismo tardío: estructura de la violencia en las fases disciplinaria y posdisciplinaria de la arqueología. Alejandro Haber.

151

14. Arqueología y Neoliberalismo en el Perú: una aproximación. Henry Tantaleán. 171

15. La Revolución suburbana. Apuntes de arqueología y capitalismo neoliberal en la megalópolis mexicana. Juan Reynol Bibiano Tonchez y Juan José Guerrero García.

191

16. La arqueología y el multiculturalismo neoliberal en Chile. Patricia Ayala Rocabado. 207

17. Bienvenidos al desierto de lo real: industria y capital en atacama (1880-2015). Flora Vilches. 221

18. La arqueología y la explotación de la riqueza de la tierra en Uruguay en el marco del desarrollismo y la globalización neoliberal. Gustavo Verdesio.

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19. Cómo aprendí la ley del mercado. Laurent Olivier. 243

20. Arqueología sin sentidos. Anestesia y capitalismo. José Roberto Pellini. 259

21. El fin de la historia y la arqueología polaca después de la caída del comunismo. Dawid Kobialka.

271

22. Bajo el paraguas del neoliberalismo:el papel de la arqueología iraní en la reducción de la diversidad cultural. Leila Papoli-Yazdi y Omran Garazhian.

287

23. Atrapados en un escenario empresarial: implicaciones del neoliberalismo en la gestión del patrimonio arqueológico en los Países Bajos. Monique H. van den Dries.

305

24. Nuevas estrategias de gestión en la arqueología comercial británica. Nicolas Zorzin. 325

25. Neoliberalismo y arqueología en Alemania. Ulrike Sommer y Martin Schmidt. 359

26. El desafío del neoliberalismo y el patrimonio arqueológico en Turquía: ¿protección o destrucción? Veysel Apaydin.

375

27. Epílogo: Arqueología como acción política. Randall H. McGuire. 389

Bibliografía 405

Sobre los autores 461

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David Harvey (2007: 6-7) define el neoliberalismo de la siguiente forma:

El neoliberalismo es ante todo una teoría de prác-ticas políticas y económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional ca-racterizado por derechos de propiedad fuertes, mercados libres y libertad de comercio […]. Por otro lado en aquellas áreas en las que no existe mercado, como la tierra, el agua, la educación, la seguridad social o la contaminación medioam-biental, este debe ser creado cuando sea nece-sario mediante la acción estatal.

En un primer análisis, podríamos decir que esto úl-timo es precisamente lo que ha sucedido con la ar-queología durante el ciclo de hegemonía neoliberal: la acción estatal, combinada con las presiones socioe-conómicas desencadenadas por la propia contrarre-volución neoliberal, han creado un mercado en un ámbito hasta ahora dependiente, casi exclusivamen-te, del Estado. Sería este un caso más de lo que el pro-pio Harvey (2014: 231) llama «nuevos cercamientos»:

3.ARQUEOLOGÍA Y CAPITALISMO

Juan M. Vicent García

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una parcela de la realidad hasta ahora definida como un bien común, y como tal tutelada por el Estado, es mercantilizada mediante una combinación de dispo-siciones legislativas y prácticas político-administrativas, de modo que se convierte en un ámbito de acción empresarial orientada a la acumulación de capital. En este caso, ese ámbito es lo que llamamos patrimonio, que incluye el subconjunto patrimonio arqueológico. A través del cercamiento de este último, la arqueolo-gía (que es la actividad que lo produce) se convierte necesariamente en una acción empresarial, incluso en el caso de que sea ejercida desde instancias pú-blicas, como universidades y centros de investigación. Una vez diagnosticado el problema, podemos pasar a discutir las consecuencias de esta mercantilización del patrimonio que parece ser el resultado de unas po-líticas concretas impulsadas por un ciclo político-eco-nómico, y a proponer formas de resistencia contra sus efectos más contradictorios con los fundamentos mis-mos de la ética científica que está en la esencia de nuestra identidad como arqueólogos (sobre todo en lo que se refiere a la conservación y acceso público de los elementos que constituyen el patrimonio arqueoló-gico). Este es, al menos, el enfoque de la mayor par-te de las discusiones en torno al tópico Arqueología y neoliberalismo y, aunque escribo sin conocer ninguna de las contribuciones al presente volumen, seguramen-te abundará en las páginas que el lector tiene ante sí.

Creo, sin embargo, que este enfoque es un tanto superficial, en el sentido de que hace aparecer como coyunturales (dependientes del ciclo político-econó-mico) aspectos que son estructurales, y no dependen tanto de las políticas neoliberales cuanto de la propia naturaleza de la arqueología bajo el capitalismo. De-

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beríamos preguntarnos por esta última cuestión antes de establecer un diagnóstico de la situación actual de la arqueología. El neoliberalismo en cuanto teoría de prácticas políticas y económicas se opone a la social-democracia, que es, hoy por hoy, la única alternativa de organización del capitalismo como modo de pro-ducción global absolutamente dominante. Para ob-tener una visión de lo que es la arqueología bajo el capitalismo avanzado, independientemente de cuál sea el ciclo político y económico dominante, debería-mos preguntarnos por lo que sería diferente (lo que de hecho ha sido diferente) bajo la socialdemocracia. En otras palabras: antes de discutir sobre arqueología y neoliberalismo, deberíamos aclarar algo sobre el tópi-co más general Arqueología y capitalismo. Para ello, propongo indagar sobre la implicación de la arqueo-logía en los procesos de producción de valor y acu-mulación de capital que constituyen el núcleo mismo del régimen capitalista. Este enfoque no invalida otros posibles análisis, pero abre algunas perspectivas críti-cas sobre aspectos de una cierta falsa conciencia ca-racterística de la comunidad arqueológica y pone el foco sobre algunas cuestiones que suelen quedar al margen de las discusiones sobre arqueología.

El tópico arqueología y capitalismo no es nuevo. Desde el inicio del movimiento posprocesual en la dé-cada de 1980, la denuncia de las implicaciones pro-capitalistas de las teorías y prácticas arqueológicas procesualistas fue una constante, ya se hiciera desde posiciones marxistas ya desde otras encuadradas en el movimiento posmoderno. El cariz de estas críticas queda perfectamente fijado en la célebre cita de M. Shanks y Ch. Tilley (1987: 62): «Una gran parte de la ar-queología es práctica ideológica que sostiene y justifi-

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ca un presente capitalista». El carácter ideológico de las interpretaciones arqueológicas del pasado se de-nunciaba contra la pretensión de libertad de valores implícita en el cientifismo neopositivista. Estas críticas se referían a la arqueología en tanto en cuanto acti-vidad discursiva. Los críticos posprocesuales acusaban a los arqueólogos funcionalistas de proyectar sobre el pasado remoto de la humanidad concepciones de la sociedad que naturalizan el capitalismo, presentan-do la desigualdad social o la racionalidad económi-ca capitalista como consustanciales con toda forma de sociabilidad humana. Un ejemplo clásico sería la «aplicación acrítica de la optimal foraging theory» a los cazadores-recolectores (Gilman 1989: 69). Una par-te de estas críticas fueron más allá de la denuncia de los contenidos ideológicos implícitos en las teorías ar-queológicas para poner de manifiesto los sesgos de clase y género implícitos en las prácticas de la comuni-dad arqueológica o su implicación en el imperialismo y colonialismo occidentales. Estas líneas de crítica se desarrollarán extraordinariamente en las décadas pos-teriores, dando lugar a diferentes arqueologías críticas (feminista, poscolonial, etc.).

Todas estas críticas tienen como objeto la arqueolo-gía como práctica ideológica y los discursos interpre-tativos que produce como instancias de legitimación científica del orden social capitalista. No se refieren, en primera instancia al menos, a la arqueología como práctica económica, sujeta a las propias leyes del ca-pitalismo. Ahora bien, desde la misma década de 1980, se desarrolla una incipiente arqueología comercial y una progresiva implicación de la práctica arqueo-lógica en ámbitos directamente relacionados con la economía productiva (urbanización, construcción de

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infraestructuras) y la administración pública (gestión de recursos culturales). La vinculación de la arqueología con el capitalismo ya no es solo la de una instancia le-gitimadora (o crítica) del capitalismo, sino que se con-vierte en un agente directo de procesos productivos, en una actividad económica.

El capitalismo es el régimen de producción genera-lizada de mercancías, en el que toda actividad pro-ductiva se orienta al objetivo de producir y acumular valor: «En la economía capitalista, el único objetivo es transformar una cantidad inicial de valor en una ma-yor, y esto quiere decir transformar una suma de dinero en más dinero» (Jappe 2015: 48). En este sentido, si una actividad concreta, pongamos la arqueología, existe bajo el capitalismo, es porque de alguna manera con-tribuye a este objetivo.

La arqueología es, en primer lugar, una disciplina científica cuyo propósito es producir conocimiento so-bre las sociedades humanas del pasado a través del estudio sistemático de los restos materiales de la ac-ción social. En el curso de esta actividad, transforma la parcela de la realidad que contiene estos restos en lo que llamamos registro arqueológico, mediante di-ferentes operaciones materiales y conceptuales que otorgan un orden y un significado a los elementos que lo constituyen.

En cuanto disciplina científica, la arqueología for-ma parte de una cadena de valorización muy con-creta. Produce un tipo específico de conocimiento, socialmente designado como científico, que funciona como mercancía de una industria a la que el registro arqueológico solo interesa como objeto de trabajo, pero no como producto. En la actualidad, esa indus-tria se manifiesta a través de los oligopolios globales de

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la edición científica, aunque estos son solo una parte del complejo científico-industrial. Sería desviarnos del tema el tratar de analizar cómo funciona la cadena de valorización de la producción científica, que ha reducido a los investigadores a agentes alienados de la transferencia masiva a manos privadas de recursos públicos, atribuidos a la investigación por decisiones políticas que se supone que sirven a determinados valores positivamente consensuados en nuestras so-ciedades. Los científicos del presente, y con ellos los arqueólogos en cuanto investigadores académicos, se preocupan básicamente, obligados por sus propias instituciones, de producir artículos científicos u otros re-sultados susceptibles de ser objetos de propiedad inte-lectual (patentes, modelos de utilidad, etc.) de los que puedan apropiarse las revistas científicas de impacto de las grandes plataformas editoriales o la industria. Su contribución a la acumulación de capital por estos oligopolios es premiada por el Estado u otros agentes (fundaciones, universidades privadas, organismos in-tergubernamentales) con la mejora de las condiciones laborales (o el acceso a ellas), es decir, por la vía de los salarios. El cercamiento de la ciencia transforma los resultados de la investigación en una mercancía y ex-propia a los científicos del valor que producen, convir-tiéndoles en trabajadores asalariados. Es difícil no ver en esta situación lo que Marx y Engels (2010: 44) antici-paron en un célebre pasaje del Manifiesto:

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta hoy eran venerables y contempladas con piadoso respeto. Ha conver-tido en asalariados suyos al médico, al jurista, al cura, al poeta, al hombre de ciencia.

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Ahora, bien, los arqueólogos que trabajan como científicos no suelen estar contratados como arqueó-logos, sino como investigadores o profesores. La mer-cancía que producen no es el registro arqueológico, que, sin embargo, es también un resultado material de su trabajo. Ocurre que este resultado, además de servir de soporte al conocimiento que es objetivo de la ar-queología-ciencia, y materia prima de sus productos, sirve para otras cosas: tiene un valor de uso que provie-ne de su integración en lo que llamamos patrimonio.

El patrimonio, independientemente de las definicio-nes concretas que queramos darle, es un espacio signi-ficante políticamente acotado, en el que se engloban cosas materiales (como el registro arqueológico) o in-materiales, a las que se atribuye un valor (entendiendo aquí el término en sentido axiológico) específico, que designamos como patrimonial, constituido por la hi-póstasis de un conjunto de valores de uso social (iden-titario, educativo, cultural, recreativo, estético, etc.) complementarios entre sí y excluyentes de otros.

Durante mucho tiempo, los arqueólogos, y otros pro-ductores de patrimonio, hemos trabajado sobre la con-vicción de que el objetivo de nuestro trabajo de trans-formación de la realidad, además de la producción de conocimiento, era la creación de este valor patri-monial. Esto daba lugar a la ilusión de que nuestra par-ticipación en los procesos de valorización capitalistas era puramente accidental. Así, por ejemplo, durante la burbuja inmobiliaria, las intervenciones arqueológicas se convirtieron en un coste de producción asociado a la liberación de suelo-mercancía, impuesto por una legislación patrimonial que actuaba como una instan-cia de regulación en el sector de la construcción. Pero los arqueólogos nos sentíamos comprometidos única-

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mente con los valores patrimoniales que nuestro traba-jo generaba. Únicamente, admitíamos que la financia-ción de nuestro trabajo requería una cierta integración en el proceso general de producción capitalista que, además, nos ofrecía oportunidades para ampliar la siempre insuficiente iniciativa estatal. La relación de los arqueólogos con la industria de la construcción se constituyó, pues, en una suerte de servidumbre volun-taria, cuyo precio fue una mutación real en el papel de la arqueología, totalmente independiente de los compromisos éticos de los arqueólogos con los valo-res (en sentido axiológico) implícitos en la producción de patrimonio. Porque, efectivamente, la arqueología transforma la realidad material en registro arqueoló-gico, y por lo tanto produce conocimiento y valores patrimoniales, pero, inevitablemente, este trabajo está subordinado a los objetivos de la acumulación de ca-pital en el sector inmobiliario.

En primera instancia, y en condiciones ideales, estos dos planos (el axiológico y el económico) no son nece-sariamente incompatibles, lo que ha servido de base para propuestas formuladas en los últimos años sobre una redefinición de la arqueología como tecnocien-cia (Barreiro 2013).

En cualquier caso, es cierto que la relación de la ar-queología con la acumulación de capital en el sector inmobiliario no es sustantiva, no tanto porque haya de-pendido de factores coyunturales ligados al ciclo eco-nómico (¡atentos, porque las grúas vuelven a levantar-se sobre el paisaje de nuestros campos!), cuanto por-que los arqueólogos no producen suelo- mercancía, sino que su trabajo es consumido en el propio proceso de producción. Desde el punto de vista de este último no son otra cosa que técnicos, como puedan serlo los

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ingenieros o los conductores de maquinaria pesada. Desde la óptica del proceso de valorización capitalis-ta, el trabajo de los arqueólogos no es otra cosa que trabajo abstracto: genera valor de cambio, al margen de cuáles sean los valores de uso posibles de sus pro-ductos materiales.

Por oposición, la producción de patrimonio es el ámbito en el que el trabajo de los arqueólogos cobra sentido en su dimensión concreta, es decir, como pro-ductora de valores de uso específicos. Independien-temente de su participación en los dos procesos de valorización capitalista descritos hasta aquí, la arqueo-logía genera un producto, el registro arqueológico, a cuyo valor de uso social llamamos valor patrimonial. El trabajo concreto de los arqueólogos consiste en ha-cer socialmente útil el registro arqueológico. Aparente-mente esta actividad no tiene otros compromisos que los que la ética profesional presupone en relación con la axiología del valor patrimonial, es decir, con la utili-dad social (educativa, identitaria, recreativa, etc.) del registro arqueológico.

Ahora bien, en la medida en que se desarrolla efec-tivamente bajo las condiciones del capitalismo, pode-mos sospechar que el proceso de puesta en valor del patrimonio, por utilizar la ambigua expresión común, es también, de alguna manera, un proceso de valoriza-ción capitalista. Ello equivale a afirmar que el patrimo-nio, además de su valor de uso social específico, tiene en algún sentido un valor de cambio, lo que finalmen-te significa que es una mercancía.

Esta afirmación puede resultar difícil de aceptar. Es evidente que el patrimonio, especialmente el registro arqueológico, con la excepción de su mercantilización directa como objeto de tráfico comercial, no es en sí

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mismo una mercancía en el sentido que lo puedan ser los productos de la industria. Pero lo cierto es que existe una «industria del patrimonio» (Hewison 1987), lo cual significa que, de algún modo, el patrimonio interviene en cadenas de valorización.

El caso del patrimonio es similar al de los recursos na-turales, como la tierra o el agua (e incluso la luz del sol, como vemos actualmente en España). En principio son objetos con elevado valor de uso, pero al estar dispo-nibles en la naturaleza, carecen de valor de cambio, hasta que son apropiados (normalmente como conse-cuencia de acciones políticas), cercados, sustraídos al acceso generalizado. Es decir, la valorización de estos recursos depende del establecimiento de condiciones específicas y restringidas para la realización de su valor de uso. Se puede aducir que el patrimonio, por su pro-pia definición política, es un bien público. Incluso en el caso de que un bien patrimonial sea propiedad priva-da, la legislación patrimonial establece la obligación de que sea accesible para su uso por los ciudadanos bajo determinadas condiciones, y obliga a sus propie-tarios a velar por su conservación. Es precisamente ese uso, y no la propia mercantilización del bien patrimo-nial, el que sustenta un valor de cambio.

El valor de uso del patrimonio se realiza a través de su consumo (cultural, identitario, educativo o, cada vez más frecuentemente, como espectáculo) por parte de los ciudadanos. La industria del patrimonio produce valor mediante operaciones conceptuales y materiales que transforman la materialidad del bien patrimonial (en nuestro caso, el registro arqueológico) en algo significante que pueda ser consumido. En esas operaciones, obviamente, intervienen los arqueólogos, de tal modo que su trabajo genera un valor de cambio

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que es el reverso necesario del valor patrimonial, y que se realiza de la única manera posible en el capitalis-mo: transformándose en dinero. La realización puede ser directa, mediante el cobro de entradas de acceso, servicios de guía o de animación cultural y otros. Pero, en su mayor parte, la acumulación de capital genera-da por la industria del patrimonio es indirecta, median-te el incremento de los beneficios de las infraestructu-ras turísticas generado por una atracción patrimonial, o bien el suministro de contenidos a la industria cultural.

El valor de cambio de un bien patrimonial es la suma de los beneficios totales, directos e indirectos, que ge-nera la intermediación industrial en la realización social de su valor de uso. En consecuencia, depende de los factores que determinan sus condiciones de consumo, que son establecidas por la propia industria a partir del marco general establecido por el Estado. Este último debería limitar las contradicciones potenciales que pueden surgir entre las esferas axiológica y económi-ca, por ejemplo, cuando las expectativas de la segun-da resultan ser contradictorias con los imperativos de conservación, autenticidad e integridad de los bienes patrimoniales implícitos en la primera. Estas contradic-ciones son inherentes a la subordinación de la cadena de valorización patrimonial a la de valorización capi-talista y en principio se dirimen en el ámbito político. Es aquí, quizás, donde son más palpables las diferencias entre el ciclo socialdemócrata y el neoliberal. Bajo el neoliberalismo, el Estado tiende a actuar al servicio de los intereses de la acumulación de capital, en lugar de limitarse a garantizar la cohesión equilibrada de la re-producción social.

Puede verse un ejemplo paradigmático de estas diferencias en la secuencia de acontecimientos en

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torno a la Cueva de Altamira. Durante la legislatura 2011-2015, el gobierno neoliberal puso los poderes del Estado al servicio de los intereses de la industria turística local (y de sus propios intereses políticos) en contra de las prescripciones conservacionistas de los investigado-res (Sáiz-Jiménez et al. 2011), autorizando una apertura limitada de la cueva. Esto contrasta con la decisión de cierre total, adoptada por el anterior gobierno social-demócrata en contra de esos mismos intereses y en función del bien superior de la conservación de un ele-mento relevante del patrimonio de la humanidad.

En cualquier caso, lo que importa es que, indepen-dientemente de lo que los arqueólogos pensemos so-bre nuestra disciplina y de cuáles sean nuestros com-promisos éticos con la axiología del valor patrimonial, participamos objetivamente en los procesos de pro-ducción de valor que constituyen la naturaleza mis-ma del capitalismo. Si esto no fuera así, simplemente la arqueología no podría existir. El conocimiento y críti-ca de las implicaciones de este hecho es la única vía para crear las condiciones de superación de las con-tradicciones que nos impone el ecosistema capitalis-ta, y transformar la arqueología en un instrumento de emancipación social, en lugar de un recurso más de la sociedad del espectáculo.