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1 BOLETI DE LA FRATERIDAD CISTERCIESE DE SATA MARIA DE HUERTA De nuevo con todos vosotros Fraternum llega un poco antes de que nos veamos envueltos en los festejos navideños que distorsionan nuestro quehacer diario. Como decíamos en el número anterior: Sencillo. Tan sólo pretende además de servir de registro a nuestra pequeña historia, aunque ya sean 23 años de vida de nuestra Fraternidad, hacernos reflexionar sobre nuestras actitudes con la colaboración siempre inestimables de nuestros fieles escritores. En primer lugar, las reflexiones de nuestro Abad Isidoro atacan el tema de la Crisis, definiéndola como la hora de Dios en nuestras vidas. Y de nuevo disfrutamos del regalo de nuestro querido Padre Francisco Rafael que eleva el nivel de nuestro pequeño boletín con su contribución sobre los conflictos domésticos, utilizando la evángelica historia de Marta y María. Otro buen amigo y colaborador, Jairo del Agua, nos ofrece la posibilidad de conseguir su Monografía sobre la Oración que envía a quién la solicite. En este número: “Desde Huerta” – La crisis y la hora de Dios - por Isidoro “Reflexiones de nuestros fraternos” – He dejado las cosas de niño y Hacer el bien por Pilar. – De la importancia de la cocina en la vida monástica – por Leo Crónicas de la FraternidadDespués del verano - por Luis. “Colaboración especial” – Marta y María. Reflexión sobre los conflictos domésticos sin resolver - por P. Francisco Rafael In memorian por Consuelo OCTUBRE 2019 3ª Época – º 74

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BOLETI� DE LA FRATER�IDAD CISTERCIE�SE

DE SA�TA MARIA DE HUERTA

De nuevo con todos vosotros Fraternum llega un poco antes de que nos veamos envueltos en los festejos navideños que distorsionan nuestro quehacer diario. Como decíamos en el número anterior: Sencillo. Tan sólo pretende además de servir de registro a nuestra pequeña historia, aunque ya sean 23 años de vida de nuestra Fraternidad, hacernos reflexionar sobre nuestras actitudes con la colaboración siempre inestimables de nuestros fieles escritores. En primer lugar, las reflexiones de nuestro Abad Isidoro atacan el tema de la Crisis, definiéndola como la hora de Dios en nuestras vidas. Y de nuevo disfrutamos del regalo de nuestro querido Padre Francisco Rafael que eleva el nivel de nuestro pequeño boletín con su contribución sobre los conflictos domésticos, utilizando la evángelica historia de Marta y María.

Otro buen amigo y colaborador, Jairo del Agua, nos ofrece la posibilidad de conseguir su Monografía sobre la Oración que envía a quién la solicite.

En este número: “Desde Huerta” – La crisis y la hora de Dios - por Isidoro “Reflexiones de nuestros fraternos” – He dejado las cosas de niño y Hacer el bien por Pilar. – De la importancia de la cocina en la vida monástica – por Leo “Crónicas de la Fraternidad” – Después del verano - por Luis. “Colaboración especial” – Marta y María. Reflexión sobre los conflictos domésticos sin resolver - por P. Francisco Rafael

In memorian – por Consuelo OCTUBRE 2019

3ª Época – �º 74

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“LA CRISIS Y LA HORA DE DIOS”

por Isidoro, † Abad de Sta. Mª de Huerta

A lo largo de la vida todos nos encontramos con un visitante que nos quiere demasiado y de vez en cuando llama a nuestra puerta. Es un visitante que nos ayuda a avanzar, pero al que no quisiéramos ver. Solemos llamarlo “crisis”. La crisis es una oportunidad en la que tenemos que decidir ante un momento importante en la vida. Según la decisión que tomemos tendrá unas consecuencias u otras. En medicina se llama crisis al

cambio brusco durante una enfermedad que puede llevar a mejorarla o a empeorarla. La crisis, por lo tanto, es una situación que pone a prueba nuestra libertad de decisión. Por lo general, la crisis nos desestabiliza y atormenta, probando nuestra solidez interior y nuestra coherencia con los ideales y opciones de vida que hemos tomado. Ver cómo nuestros ideales desfallecen o están en peligro, nos hace sufrir. Cuanto menos sensibles, menos sentimos la crisis, viviendo ciegos a la realidad. Pero cuanto más nos implicamos en la vida, mayor es la sensibilidad ante ella, generando en nosotros deseos de cambiar o de reafirmarnos. Solo quien ama tiene la motivación necesaria para afrontar la crisis y tomar la decisión adecuada. La crisis no es algo que debamos solucionar de forma aislada, como quien quita una mancha, sino que surge de lo que somos y afecta a lo que somos. Por eso debemos examinar su origen y su efecto en nosotros. Quien se limita a echar la culpa a los acontecimientos o a los demás, no quiere afrontar la crisis, no se percata que es un momento importante en su camino, buscando simplemente eliminar el hecho que la provocó. La crisis siempre nos está revelando algo previo, alguna fragilidad que la suscita. ¿Por qué un mismo hecho a unas personas las hace entrar en crisis y a otras no? De ahí la importancia de investigar en el propio interior para detectar el origen de la crisis. Aquí podemos constatar que todos estamos influenciados por experiencias negativas de la infancia o de otro momento de nuestra vida, sin que por ello estemos condenados a repetirlas, sino que nos servirán para comprendernos mejor hoy, sabiendo que somos libres de actuar aun con ese condicionante. Como también estamos influenciados por el contexto cultural en el que vivimos sin que eso anule nuestra libertad de elección, aunque sí condicione nuestro actuar. Quien afronta las crisis desde su pasado vivirá en una frustración permanente. Quien es capaz de aprender de su pasado y mirar hacia adelante, estará en un aprendizaje permanente. Pero no basta con conocer el origen de la crisis, es necesario tomar conciencia de la gravedad de la situación en que nos encontramos para desear afrontarla. Mucho más peligroso que las crisis es vivir situaciones críticas sin hacerse ningún problema. Entonces habría qué desear entrar en crisis. La crisis siempre es una ocasión, es la hora de Dios en nuestra vida, cuando se pone a prueba nuestra libertad, cuando se nos da la oportunidad de elegir desde el amor y desde la fe, pues no podemos controlarlo todo. Es la hora en que se pone a prueba nuestra fidelidad y nuestra confianza en Dios, viendo su presencia aun en las situaciones más absurdas humanamente hablando. Y no podemos olvidar que las grandes aspiraciones vienen acompañadas siempre de grandes crisis y tentaciones. Es curioso la diversidad de formas que tenemos de afrontar las crisis. Los hay que dan la impresión de que nunca entran en crisis. Son los que parecen vivir tranquilos, haciendo lo que han hecho siempre sin meterse en muchos problemas ni complicarse la vida. Es verdad que han tenido las dificultades propias de la convivencia, pero parece que nunca han estado verdaderamente en crisis, pues han sabido acomodarse a su realidad, en algunos casos incluso con vivencias escandalosas en la clandestinidad. Muchos de este grupo viven en la mediocridad, sin entusiasmo. Pueden parecer tranquilos, sin extravagancias ni grandes transgresiones, no tienen grandes dudas. Curiosamente, estas personas que nunca están en crisis, pero que siempre tienen que llevar la razón, suelen poner en crisis a otros para que estén en crisis en su lugar. Luego hay otro grupo que parece que siempre está en crisis. Es la actitud contraria, pero quizá muy parecida. Quien siempre está en crisis es que nunca lo está realmente, pues la crisis en sí misma debe ser limitada en el tiempo al exigir una respuesta, tomar una decisión en algún sentido. Quien está en crisis continua suele ser por

Desde Huerta

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cosas que lo incomodan, utilizándolas como excusa para no tomar decisiones o hacer que los demás tengan más cuidado con él o, incluso, lo teman. Quizá pueda ser que se trate de una persona muy perfeccionista o que se mira demasiado a sí misma, y su miedo a equivocarse la paraliza. Solo podrá salir de esa situación cuando se olvide de sí misma y se arriesgue a caminar confiada. Hay otro género de personas que parecen vivir una crisis en standby, en estado de “espera”. Este tipo de no-crisis es la del que no quiere tenerla mientras pueda, negándola o alejándose de ella. Quien se limita a desconocer su mundo interior vive de forma anodina, con unas relaciones sin implicación interior, sin corazón. Pero la espera no puede ser infinita. Tarde o temprano las ataduras con las que teníamos férreamente controlada la crisis empiezan a romperse. Los miedos, las prohibiciones y las normas comienzan a aflojarse en la meseta de la vida, a lo que se puede unir el cansancio o la desilusión. Y es precisamente entonces, cuando más frágiles y dubitativos estamos, cuando surge con fuerza aquello que habíamos reprimido, siendo más difícil dominarlo. De ahí la importancia de adelantarse, conocerlo, sentir la crisis y tratar de encauzarla a tiempo. Es necesario tomar conciencia de lo que nos pasa y aprender a gestionar los “fracasos” de la vida sin dramatismos, pues nos revelan la verdad que hay dentro de nosotros. Entonces aprenderemos de las crisis y podremos sacar de ellas algo positivo sin negarla ni evitarla.

por Pilar Vargas

«Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como

niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño» (1Cor 13,11).

¿Por qué S. Pablo integra estas palabras precisamente en uno de los textos más bellos del Nuevo Testamento, el que escribe a los Corintios explicándoles como tiene que ser el amor?

Al leerlo, podría pensarse que el Apóstol sentía añoranza de esa niñez perdida, pero más bien creo que lo que quería expresar es el hecho de que al fin había dejado esa infancia espiritual que le impedía crecer en el verdadero Amor.

Entonces cabría preguntarse: ¿por qué Jesucristo en varias ocasiones nos repite la necesidad de hacernos como niños?

Al preguntar los discípulos a Jesús quién era mayor en el Reino de los Cielos, Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no

entraréis en el Reino de los Cielos». (Mt 18,3).

Y ante la pregunta de Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el

seno de su madre y nacer?» Jesús vuelve a insistir en que hay que nacer de nuevo para entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 4-5).

A lo largo de la Historia de la Salvación, vamos descubriendo a un Dios Padre que intenta por todos los medios que su pueblo escogido no sea como el niño pequeño que siempre quiere salirse con la suya y hacer lo que le venga en gana. Como nos pasa a nosotros con nuestros hijos, Yahvé intenta atraer al pueblo de Israel con amor y ternura, «Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que le temen» (salmo 103). «Cuando Israel era niño, yo le amé... Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí...Yo enseñé

a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas

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humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me

inclinaba hacia él y le daba de comer. (Os 11) », pero como cualquier otro padre, también Dios pierde a veces la paciencia y reprende y amenaza con castigos cuando los israelitas ponen al límite su paciencia. «Porque

Yahveh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido» (Pr 3,12)

A veces los padres, para comprender las actitudes de nuestros hijos hemos intentado ponernos a su nivel intentando ver las cosas desde el punto de vista del niño. Lo mismo Dios en un momento determinado de la historia decidió encarnarse para vivir y sentir más de cerca cómo es ese corazón del hombre que tantas veces quiere vivir de espaldas a su Creador.

«El que acoge a un niño como este a mi me acoge» (Lc 9,48) dice Jesús identificándose con ellos. El Señor muestra un interés muy especial hacia los niños asemejándolos a los desheredados de la tierra, porque la infancia espiritual, en el sentido bíblico, equivale a una pobreza evangélica.

Cuando Jesús afirma que hay que hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos no nos está pidiendo que permanezcamos siempre así. El no quiere infantilismos pues estos revelan la inmadurez del ser humano, ya que el niño suele ser voluble, inconstante, caprichoso, egoísta e irresponsable.

Cuando Jesús nos dice que hay que hacerse como niños nos está recordando que ellos son modelo de sencillez, de candor transparente ausente de todo doblez, ejemplo de sinceridad y de sentido filial pues dependen amorosamente de los padres y tienen necesidad de ellos abandonándose confiadamente en sus brazos. El niño inspira ternura y amor y se convierte en un modelo para la vida espiritual, pero a la vez es débil y dependiente del mayor, del Padre.

Ser niño significa ser creyente. La infancia espiritual consiste según Jesucristo en vivir de la paternidad de Dios. La capacidad de asombro y la apertura a la bondad y a la belleza, en definitiva la apertura a Dios, es un signo de la verdadera infancia y esta la recobramos a medida que se va recobrando la esperanza, pero sabiendo que es un don gratuito que hay que acogerlo en la oración diaria. Ser niño es vivir en la Verdad, es tener una inmensa fe, es admitir que no podemos nada sin Dios. Pero este volver a la infancia es laborioso, porque entraña renunciar a nuestra independencia y abandonar nuestros criterios y suficiencias.

Unámonos con Miguel de Unamuno en su oración y pidámosle al Padre:

"Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar.

La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad;

vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar"

por Pilar Vargas Nuestro refranero español es muy rico en refranes tan ciertos como la vida misma. Hoy me voy a centrar en ese que dice: «Haz el bien y no mires a quién». Este refrán es una invitación a hacer el bien de manera desinteresada y eso ha sido siempre una de los principios de mi vida, dar sin esperar nada a cambio.

Hace unos meses tenía una discusión con una amiga que me prevenía de que a la hora de visitar ancianos o personas enfermas había que ser muy cautos pues no todas las familias eran partidarias de que un extraño invadiese la intimidad del hogar de su padre, madre etc. Yo le decía que uno tenía que actuar siempre según su conciencia y no ir con tantos prejuicios y miedos porque, si tenemos tantos miramientos nunca podremos hacer el bien a quién lo necesita. Ante su insistencia le contesté que tal vez yo era una imprudente al tirarme a la

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piscina sin comprobar si tenía la suficiente agua para no partirme la cabeza. Entendía su preocupación pero pensaba que actuando siempre de buena fe y con amor al prójimo ¿qué mal me podría pasar? ¡Qué equivocada estaba!

Hay otro refrán que yo siempre había escuchado aunque tal vez no esté en el refranero, y es ese que dice: "Haz el bien y aguarda el leñazo". ¡Y qué gran verdad encierra también!. Lo curioso es que, como el hombre es el único animal que tropieza dos veces (y más) en la misma piedra, volvía yo nuevamente a ser víctima, no sólo de la ingratitud por parte de quién le has entregado tu tiempo, tu cariño y tu dinero, sino del insulto de los familiares, teniendo que escuchar cosas muy fuertes como la de no ser una buena persona, (que es lo mismo que llamarte mala persona). Y todo porque hay gente que no es capaz de entender que alguien pueda hacer cosas por amor sin querer nada a cambio.

Cuando alguien te ataca y hiere tus sentimientos, la primera reacción es de rabia, de ganas de insultar al que te ha herido, de arrepentimiento por el tiempo "perdido" y del deseo de tirar la toalla y no volver a complicarse la vida por nadie.

Pero pasados esos primeros momentos de ira y de dolor, el alma se va serenando, y se empiezan a ver las cosas desde otra perspectiva, la de Cristo, la de Aquel que fue condenado a morir atrozmente cuando su único crimen fue amar y hacer el bien. Y entonces una se pregunta qué es realmente lo que más duele si el insulto inmerecido o el orgullo herido después de haber hecho el bien.

Entonces me vienen a la mente las palabras de S. Juan María Vianney cuando en uno de sus sermones sobre el orgullo dice lo siguiente:

«Una persona verdaderamente humilde nunca habla de sí misma, ni en bien ni en mal; conténtese con

humillarse delante de Dios, que la conoce tal cual es. Nunca emite su juicio sobre la conducta de los demás y

nunca deja de formar buena opinión de todo el mundo. Nunca desprecia a nadie más que a sí misma. Si habla

de su prójimo, es para elogiarlo; si no puede decir de los demás cosa buena, se calla. Siente tanto horror de las

alabanzas, cuanto los orgullosos aborrecen la humillación. Prefiere siempre para amigos a los que le dan a

conocer sus defectos. Si se le ofrece la ocasión de favorecer a alguien, escogerá siempre como objeto de sus

atenciones a quién le calumnió o le causó algún perjuicio. Los orgullosos buscan siempre la compañía de

quienes los adulan y tienen en algo; ella, por el contrario, se apartará de la lisonja para ir en busca de los que

parecen tenerla en opinión desfavorable. Sus delicias consisten en hallarse sólo con su Dios, mostrarle sus

miserias, y suplicarle que se apiade de ella. Encaminando todas sus acciones solamente a agradar a Dios,

nunca se preocupa de lo que podrán decir de ella los demás. Trabaja para agradar a Dios»

Y el alma se siente avergonzada porque una vez más el orgullo ha sido más fuerte que la humildad.

Leía también en una reflexión que, «aunque te encuentres con el desprecio o la incomprensión, cada alma es la

figura entrañable del rostro de Dios que nos acompaña para vivir, ¡siempre! junto al cuerpo llagado de Cristo». Pero ¡qué difícil es encontrarlo en quien te hace daño!.

Los cristianos tenemos muchos retos, pero de todos pienso que el más difícil es la humildad. Y las ocasiones de ser humilde solo nos las brindan las humillaciones que recibimos injustamente. Sabemos que todos somos pecadores, pero aún así, si realmente somos sinceros con nosotros mismos, en el fondo de nuestro corazoncito pensamos que somos buenos, por eso cuando alguien te ve con otros ojos y te hiere, el mundo parece desplomarse a tus pies. No nos queda otra que aceptar la ofensa y orar por el que nos ofende. El Padrenuestro que diariamente rezamos nos lo deja bien clarito: "Y perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a

los que nos ofenden"

Y en cuanto a los refranes sigo pensando que, aunque de vez en cuando tengamos que sufrir algún leñazo, siempre es mejor el de hacer el bien sin mirar a quien.

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por Leonardo Muñoz Quienes paseen por el Monasterio de Santa María de Huerta verán que la cocina y el comedor de los monjes están situados en la panda del claustro opuesta a la iglesia, al otro lado de la cocina está el comedor de los conversos. El de los monjes reproduce la forma del coro: las mesas miraban al interior de la sala y desde un hermoso púlpito se leía mientras se tomaban los alimentos en silencio. Preparación, servicio y consumo del sustento se orientan a la búsqueda de la perfección espiritual propia de la vida monacal. La Regla de San Benito dispone que su preparación y servicio deben ser realizados por turnos por todos los monjes: “Los hermanos han de servirse mutuamente, y nadie será dispensado del servicio de la cocina, a no ser por enfermedad, o bien por estar ocupado en alguna cosa muy importante, porque así se consigue una mayor recompensa y una mayor caridad. Pero a los débiles se les proporcionarán ayudantes, para que no lo hagan con tristeza” (cap XXXV). Con estas normas San Benito busca fomentar la caridad y entrega de todos al bienestar de la comunidad. La alimentación debía ser la adecuada para una vida ascética pero teniendo en cuenta los casos especiales como

los ancianos, los enfermos, los niños o aquellos que realizaban trabajos penosos. Se prohibía el consumo de carnes de cuadrúpedos. Hoy día se mantiene el servicio de los alimentos según la Regla pero ya no cocinan todos sino que uno o varios monjes se encargan de este menester. Un mínimo de calidad en la preparación de los alimentos exige que solamente quienes entienden preparen la comida, no se trata de echar de comer, sino de dar de comer. Sabemos que una alimentación equilibrada con productos saludables y bien elaborados repercuten en el bienestar físico y psíquico de las personas.

En el budismo monástico zen, al contrario de la Regla de San Benito, el cocinero ocupa un lugar relevante, porque comprendieron la importancia de una adecuada alimentación. Sus comunidades son dirigidas por seis monjes con cargos diferentes, entre ellos el Tenzo, el cocinero. Su función sería parecida a la del chef en un restaurante actual y su objetivo colaborar desde su actividad al bien de la sangha, nombre que recibe la comunidad monacal, y a su propia perfección espiritual. Dogen, maestro zen japonés de siglo XIIl, dejó un texto en el que relata como realizaban su tarea los Tenzos chinos, comparándolos con los de su país que al parecer habían caído en la desidia abandonando el espíritu que debía regir su trabajo. Se ocupaban de que los menús fueran variados y apropiados a las estaciones. El alimento debía ser tratado con el mismo esmero que si fuera destinado a ser servido a un emperador. Era importante la adecuada combinación de los seis sabores (amargo, ácido, dulce, picante, salado, soso) y de las tres virtudes (suavidad-ligereza, limpieza-frescura, cuidado-precisión). Antes de comenzar la faena se informaban del número de personas a las que había que alimentar ese día para elaborar la cantidad adecuada. Mientras se guisaban los alimentos el Tenzo tenía que supervisar el trabajo aunque se lo hubiera encargado a un ayudante dado que el era el responsable último de todo lo que allí se hiciera. El arroz y las legumbres, la comida era estrictamente vegetariana, eran examinados cuidadosamente para evitar la presencia de piedrecitas, insectos u otras impurezas. La limpieza y colocación de los utensilios en su lugar correspondiente debía ser realizada al terminar la faena. Quizá Dogen exageró la entrega de los Tenzos chinos a su trabajo buscando animar a los suyos a salir de la desidia, pues según cuenta algunos incluso raramente entraban en la cocina dejando todo el trabajo a los ayudantes. Escribe el monje japonés: “Ya que la vida os permite cocinar, sed felices de vivir esta vida y alegraos de ser lo que sois” “Acaso cuando tenéis en vuestras manos el agua o el grano, no los veis con la tierna y amante mirada de una madre que cuida de su hijo”.” “Lo esencial en el arte de la cocina es tener una actitud de espíritu muy sincera y respetuosa hacia los productos y el tratarlos sin juzgarlos por su apariencia, ya sea basta o refinada”. “La función del jefe o el responsable de cualquier actividad, incluido el Tenzo, requiere tres cualidades: alegría de vivir, benevolencia y grandeza de espíritu”.

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por Luis, “Cronista Oficial de Fraternum”

“DESPUÉS DEL VERANO…”

CRÓNICA DEL ENCUENTRO DEL 21-09-2019 Ya estamos nuevamente en los postreros días del estío y a las puertas del nuevo curso monástico, por llamarlo de alguna manera propia, o lo que es más bien, ya estamos en el encuentro del tercer trimestre del año. Atrás quedaron las vacaciones, las playas, las montañas, las meditaciones veraniegas en los días de descanso, las lecturas, los recuerdos de la Fraternidad vividos en los meses pasados, las oraciones por tantos hermanos laicos como monjes que han padecido alguna contrariedad en la salud, y en definitiva adiós al verano, que en la tierra soriana es de duro trabajo agrícola: Ya lo dice el poeta, cuando el calor torra la meseta: “Por senderos trillados/ de tierra ardiente, un rebaño que baja/ en busca de la umbría y de la fuente….(Hilarión Sánchez Ord. Carm.). El día del encuentro venía ensombrecido por la tremenda “gota fría” habida los días precedentes en toda la zona del Mediterráneo, que tantos daños, desolación, y vidas humanas causó, porque además el riesgo no había desaparecido completamente y se anunciaban posibles efectos este día en Castilla y Aragón. No fue así, y el día fue soleado y espléndido en todos los sentidos, con una asistencia importante, como lo reflejan los 36 “fraternos” que acudieron el día 21 de septiembre a Huerta. Tras la invocación al Espíritu Santo, con la oración a él dedicada, tomó la palabra el Abad informando de las novedades en la comunidad monástica, que apenas había, salvo el inicio del noviciado de Manuel. Se refirió, después, a la reunión habida en el monasterio de las Huelgas donde la Congregación Cisterciense de San Bernardo celebró su Capitulo General, momento que se aprovechó para reunirse los abades y abadesas de España y conmemorar el IX centenario de la Carta de Caridad, acto en el que estuvo presente el propio Abad Isidoro. También se refirió a uno de los temas que se trató el día anterior en el Consejo de la Fraternidad. Fue el referido a las reuniones que celebramos los días del encuentro en los grupos después de Nona. Se acordó y así nos lo transmitió que en cada grupo debería haber un moderador de entre los presentes que dirigiese los debates y ordenara el dialogo y al mismo tiempo animase a participar a todos sin salirse del tema que se haya propuesto; al mismo tiempo otro del grupo trasladaría a la puesta en común las conclusiones habidas, alargándose el tiempo de debate de los grupos hasta las 17 horas. Seguiría la puesta en común y terminada ésta se daría por finalizado el encuentro. Se quería alcanzar con esta modificación un mayor dinamismo y participación en los grupos, y se proponía como final del Encuentro trimestral el momento citado, dada la necesidad que tienen algunos fraternos de emprender lo antes posible el regreso a sus lugares de origen. Y mientras unos viajen a sus destinos, los que queden en el monasterio pueden, hacer Lectio, oración, paseo por los claustros o lo que cada uno buenamente quisiera, sin perjuicio de poder asistir a Vísperas. Como todas las innovaciones el tiempo nos dirá si es eficaz o no la propuesta citada, pero hay quien piensa, que de alguna manera, se acorta la estancia en el monasterio de un número, cada vez mayor, de fraternos. Finalmente propuso como tema de debate para los grupos de la tarde, el siguiente, en la línea del Comité Internacional, sobre “Equilibrio de vida”: 1º ¿Qué te cuesta más armonizar en tu vida y a qué lo atribuyes?; 2º ¿Te ha ayudado en algo la espiritualidad cisterciense en tu mantenimiento del equilibrio de vida? Terminada la participación del Abad, tomó la palabra Enrique, Coordinador General, iniciando su intervención dando cuenta de la feliz noticia de la constitución del nuevo Grupo de Valencia, que se denominará Zaidía, en recuerdo de un viejo monasterio de que aquella región que aún existe, aunque en lugar distinto del primitivo emplazamiento. Seguidamente recordó que de aquí al mes de diciembre se deben producir las renovaciones de los Coordinadores de Grupo, mediante las correspondientes votaciones, una vez más, insistió, en la conveniencia de que vayan pasando por este “servicio” todos los integrantes de los Grupos.

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Pasó a informar del encuentro habido en Ávila el pasado mes de Junio al que asistieron 27 laicos cistercienses de distintas fraternidades de España: La Oliva, Nª Sª de la Paz, Huerta, San Clemente, Armenteira y Sobrado, que tuvo como lema “llevar el carisma cisterciense al mundo de hoy”. En dicho encuentro nuestro formador el P. José Ignacio, pronunció una charla sobre la Carta de Caridad, tan de actualidad, por la celebración de su centenario. Enrique se refirió también a otros de los temas que tiene en estudio el Comité Internacional. Se trata del método de voto que deben tener aquellas Fraternidades que están integradas en un Monasterio, cuando aquellas son más de una como ocurre en algunos lugares de Estados Unidos, donde parece lógico, y en esa línea va el Comité, que solo tengan derecho a un voto por monasterio, y no a tres o cuatro o cinco según sea el número de Fraternidades que tenga una comunidad monástica. Se refirió a los testimonios personales que analizará el Comité Internacional. Se han presentado en Ávila 17, se leyeron todos anónimamente y se eligieron 3. Se acordó que se enviarían a los Coordinadores de Grupo para su difusión entre todos los fraternos. Finalmente expuso la necesidad de elegir delegados para el Encuentro Internacional que tendrá lugar el próximo año entre los días 20-24 de junio en EE.UU. Tras un largo debate de si deberían presentarse a la elección voluntariamente los que quisieran, o si por el contrario todos eran susceptibles de ser elegidos sin presentación alguna, a la manera que son elegidos los abades. Se optó por esta segunda fórmula. Serán dos, ya que Enrique (que debería ir sin lugar a dudas en su condición de Coordinador General), al ser suplente de Tina no cuenta como delegado nuestro, y va directamente como miembro del Comité Internacional. Llevadas a cabo las votaciones, fueron elegidos: Chelo con 22 votos y mayoría absoluta en primera votación; Pilar Rojas con 24 votos en segunda votación; y Jesús como suplente con 7 votos. Así pues, acudirán en representación de la Fraternidad de Huerta como delegados al Encuentro Internacional en EE.UU, Chelo y Pilar Rojas, acompañados del P. José Ignacio como Padre Formador, y Enrique como miembro del Comité Internacional. Terminada la intervención de Enrique, Mariano, expuso su experiencia como asistente a las jornadas habidas sobre vida monástica, en el Monasterio de Santa Marta de Tormes (Salamanca), en las que también estuvo presente Mª Paz, alabando la oportunidad de estas jornadas. Con un poco de retraso por la densidad de los temas abordados anteriormente, fue el momento de la intervención del P. José Ignacio. En esta ocasión el tema que nos propuso y del que facilitó el texto fue “LA LITURGIA DE LAS HORAS – El Oficio Divino”-. Como es habitual en él, y además en esta ocasión con mayor motivo por el poco tiempo de que disponía, trató de dar unas pinceladas sobre como deberíamos entender el contenido del tema, partiendo de que tenemos cuatro asideros que deberíamos tener presentes en nuestra vida espiritual, y más como laicos cistercienses, a saber: a) la liturgia de las horas; b) la lectio divina; c) la Eucaristía; y d) la oración continua. De ahí la importancia que daba a la Liturgia de las Horas, y de ahí la razón de proponer este tema como uno de los pilares de nuestra formación. Se fijó como punto esencial en el apartado III del texto “Dimensión Trinitaria de la Oración litúrgica”, y en el V “La Liturgia de las horas es una celebración“. Esta celebración es la propia vida. Y recalcó como definición por excelencia del Oficio Divino aquella que figura en el texto facilitado: “Es la voz de la misma esposa que habla al esposo; más aún, es la oración de Cristo con su cuerpo al padre”. Fue una breve exposición pero muy intensa y como siempre resaltó el trabajo personal a realizar en cada Grupo. La mañana finalizó con la celebración de la Eucaristía, a la que siguió la comida fraterna en la Hospedería, en esta ocasión con un potaje de garbanzos buenísimo, según el sentir general, y empana da la zona, todo ello dentro de la más feliz armonía. Después de Nona, los grupos se reunieron para debatir sobre el tema propuesto: 1º ¿Qué te cuesta más armonizar en tu vida y a qué lo atribuyes?; 2º ¿Te ha ayudado en algo la espiritualidad cisterciense en tu mantenimiento del equilibrio de vida? Como se ha dicho al principio el tiempo para debatir fue mayor, y a continuación tuvo lugar la puesta en común, de la que destacamos algunas conclusiones: Es difícil armonizar las cosas imprevistas; los cristianos lo tenemos más fácil como hombres y mujeres de Fe; ¿los que no tienen en Fe en que se escudan?; Dios a veces nos pone a prueba para ver como respondemos; ¿es posible armonizar nuestra vida con la Fe?; el carisma cisterciense nos ayuda a fortalecernos; es importante incorporar los valores del Cister en nuestra vida cotidiana; hay relativizar las cosas, sabiendo discernir lo que es importante y lo que no lo es; vivir siempre en cualquier lugar con los valores del Cister, sencillez, humildad…; hay que jerarquizar los valores; hay que organizarse y prepararse para las situaciones imprevistas; la espiritualidad cisterciense ayuda a equilibrar la vida; el ejemplo lo tenemos en la vida monástica para armonizar la cabeza con el corazón; hay que afrontar la vida y las cosas importantes sin tener miedo; es preciso tener una coherencia de vida con una vida interior fuerte; es fácil echar la culpa a los demás de los que nos pasa, sin pensar en nuestra propia responsabilidad;

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hay que armonizar la realidad con el deseo, aunque sea difícil; los sentimientos y la emotividad alteran y ambas cosas nos llevan al desequilibrio aunque sea algo que no nos gusta; cada cosa tiene un valor y hay que saber dar a cada cosa el valor que tiene; es importante dejarse equilibrar por Dios; es evidente que cosas que se producen fuera de nosotros nos producen desasosiego, como ocurre con la pobreza, las migraciones, la violencia etc.; es una lucha entre mi vida como persona y como creyente; los valores cistercienses nos ayudan a ver todo de otra manera y nos armonizan lo que esta desequilibrado… El Abad por su parte, quiso poner punto final a esta puesta en común haciendo por su parte algunas reflexiones: “nos afecta a todos el equilibrio exterior porque de alguna manera influye en nuestras vidas aunque nosotros no seamos protagonista de lo que ocurre; por eso es necesario establecer un orden que guie nuestros pasos; es muy difícil el equilibrio de las cosas interiores porque dependen de las emociones, y el miedo nos paraliza, y en ese sentido: 1. El miedo exterior nos aferra a las cosas; 2. En el miedo hay que confiar en Dios, cierto es que El no nos va a resolver los problemas pero tenemos que tener el convencimiento que está ahí presente; y 3. saber que lo negativo nos puede dar, incluso, algo positivo”. Y como se propuso al principio del Encuentro los trabajos del día finalizaron con la terminación de la puesta en común, dejando que cada uno organizase su propio tiempo a partir de este momento, unos regresando a sus lugares de origen y otros en el monasterio. Precisamente y referido a uno de los “asideros” a los que se refería José Ignacio en la charla de la mañana, concretamente el referido a la oración continua, recordé unos versos que hace muchos años leí en el libro de Fr. Tomas Polvorosa (que fue monje de Huerta y después dominico) sobre “Santa María la Real de Huerta” que dicen así: “ Ni el rezo estorba al trabajo,/ni el trabajo estorba al rezo./ Trenzando juncos y mimbres/ se puede labrar, a un tiempo; para la tierra un cestillo/ y un rosario para el cielo.” Y la tarde lentamente caída entre sombras y luces parpadeantes mientras unos y otros retornábamos a nuestros destinos, Madrid, Valencia, Zaragoza, Soria….y atrás se iban quedando Medinaceli, Alcalá de Henares, Calatayud, Molina de Aragón, Almazán… ¡Cuánta historia de España atesoran las piedras venerables de todos estos lugares!.

ENTREGA Nº 4 - AÑO 1999

12 de marzo.- La Fraternidad celebra su encuentro trimestral en el monasterio. El P. Severino era por aquellos años nuestro formador. Los viajes desde Madrid donde residían la mayoría de los fraternos se hacían en un mini-autobús, siendo Polo y Sagrario los encargados de la infraestructura viajera. 12 de marzo.- Dentro de nuestra formación, en ese día, el P. Severino continuó con el estudio de la Biblia, dentro del misterio de la Salvación, que en esta ocasión estuvo centrado en “El diluvio y la alianza con Noé”. Por la tarde el tema de reflexión fue “el camino del Cister-lugar de oración”. Tanto por la mañana como la tarde, después de la exposiciones de los temas, hubo coloquio con participación de diversos fraternos. 19 de marzo.- Hace la profesión temporal el Hº José Luis. Asisten un pequeño grupo de la Fraternidad en representación de la misma. 15 de abril.- Nevó en Huerta. Un tanto sorprendente en esa época del año. 1 de mayo.- Cayeron 40 litros de agua por metro cuadrado con su correspondiente granizo. Está demostrado que la climatología en Huerta es un tanto caprichosa y a veces preocupante. No tenemos más que ver la última riada que anegó el monasterio. Mayo (finales).- Empiezan las obras de restauración del arco de entrada a la plaza del monasterio de Huerta. Junio.- Sigue la inestabilidad atmosférica con tormentas varias con abundantes lluvias y granizo. Los monjes de Montesión son requeridos por las monjas de la Congregación de San Bernardo para que les den Ejercicios Espirituales en diversos monasterios, y así: Emilio va a Gradefes (León), Severino a Liérganes (Santander), y Vicente a Teror (Gran Canaria).

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11,12 y 13 de junio:- La fraternidad celebra unas jornadas (encuentro anual) en Huerta. 12 de Junio.- Por la tarde, aprovechando estas jornadas, se celebró un encuentro entre la Fraternidad de laicos y la Comunidad de monjes con una asistencia muy nutrida de los mismos. La reunión duró tres horas con intervenciones diversas de unos y de otros alcanzándose un contexto generalizado. El Cronista decía relatando el hecho:”Este humilde cronista, pretende reflejar las cosas tal como se presentan. Pulsó luego del encuentro, las opiniones de los asistentes, y pudo constatar un grado de satisfacción como pocas veces se había alcanzado. Verdaderamente fue un auténtico y sincero encuentro”. 13 de junio.- Terminadas estas jornadas, se llegó a una conclusión generalizada sobre la Fraternidad: “Se nota el tiempo que llevamos en este empeño común. Hay una mejoría en todos los órdenes, la organización está en el mejor de los niveles, la novedad introducida en las labores de cocina y comedor fue un acierto, el grado de silencio en la hospedería es muy estimable, la participación en los debates más intensa que nunca, y el grado de madurez y responsabilidad muy digno de valorarse. Curiosa valoración con tan solo poco más de dos años de vida. ¿Seguimos en esa línea? Agosto.- Aparece publicado el nº 6 de Fraternun (8 páginas y un anexo), con aportaciones escritas del Hº Eduardo, Juanvi, Pilar (Zaragoza), Torcuato (Córdoba), Amalia, Alicia, Pepe, y Luis. En el editorial se plantea la meta de hacer un gran encuentro en el año 2000 en Huerta con asistencia de Fraternidades de toda España. Se quiere que sea algo especial. Más adelante en el Boletín se dice :”El año 2000 además de ser todo un símbolo, se cumplen los 50 años, de la vuelta de los monjes a Santa María, y va a ser Huerta lugar designado para el Jubileo…..Debería ser la primera vez que todos los fraternos celebremos el poder estar juntos, los de Madrid, Zaragoza, Barcelona; Córdoba….. El Encuentro 2000 puede ser el inicio de algo realmente definitivo para el futuro….”. Agosto (Fraternum nº 6).- En dicho número hay un trabajo muy interesante de Juanvi en el que se recoge una reproducción parcial de una charla en inglés, encontrada en la página Web de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, del Abad General Dom Armand Veilleux, titulada “ La participación de los laicos en la Familia Cisterciense”. Esta charla se pronunció el 4 de julio de 1999 a la Asociación de la Abadía de Nª Sª del Santo Espíritu, Conyers, Georgia (EE.UU). El mismo contenido fue repetido una semana después a la Comunidad de Scourmont (Belgica). La Charla que no tiene desperdicio es imposible reproducir en un espacio limitado como este. Se parte del papel de los laicos en la Iglesia y se acude al Concilio Vaticano II, y al Sínodo de 1987 “Sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo……y el derecho del pueblo laico a reunirse en comunidades de personas laicas siguiendo diversas orientaciones espirituales”. Citaré tan solo un párrafo de la charla, que a mí me parece de especial transcendencia: “El único camino por el cual uno puede llegar a ser un “laico cisterciense” es, no por medio de algún tipo de conexión jurídica con la orden cisterciense, sino estableciendo una unión personal de comunión con una concreta y local comunidad cisterciense, sea de monjes o de monjas”.

Hasta siempre Luz María.

El 11 de agosto cesó la luz natural de una mujer moderna, adelantada a su tiempo y que fue valiente e independiente hasta el final de sus días. Encontró en la Comunidad del Císter un amor y acogimiento por el que

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experimentó una gran devoción, ella nos ha demostrado que no está reñida la modernidad y el feminismo con la fe cristiana y la espiritualidad que profesa el Císter.

La humildad y la austeridad de los monjes cistercienses, fueron un ejemplo a seguir por Luz María, en estos momentos donde el materialismo parece que lo impregna todo, en Santa María de Huerta reside la paz y el amor cristiano, donde ella fue FELIZ (lo pongo en mayúsculas porque para Luz, que había viajado tanto y era tan culta, sólo en Huerta era dichosa, junto a los monjes experimentando el amor a Dios).

Todos los que hemos tenido la suerte de conocerla y disfrutar de su amistad, la recordaremos siempre como esa mujer jovial hasta el último día, independiente, valiente y reforzada por la fe cristiana, por todo esto os agradecería que en vuestra oración recordarais para ella este pasaje bíblico:

“El Señor es mi pastor; nada me falta En verdes praderas me hace descansar, a las aguas tranquilas me conduce, me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos, haciendo honor a su nombre. Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo tu vara y tu bastón me inspiran confianza. Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar. Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré.”

Tu amiga Consuelo P.D. Un agradecimiento especial a los monjes de Santa María de Huerta y a los de Montesión que con todo cariño y hasta el último momento han cuidado y acompañado a mi amiga Luz María. Gracias, siempre gracias.

MARTA y MARÍA (Reflexión sobre

conflictos domésticos, sin resolver)

por Francisco Rafael de Pascual, ocso

El texto evangélico en cuestión hace referencia a una visita de Jesús al hogar de sus amigos María, Marta y Lázaro, en Betania. En aquella casa solían llamar a Jesús “el Señor”, y él parece ser que iba con frecuencia. Se lee en un libro, Memorias de un repórter de los tiempos de Cristo, de Carlos Mª de Heredia1 –libro delicioso, imaginativo y realista, ideal para entender los entresijos del Evangelio-, que Marta y María solían ser muy generosas en los regalos a Jesús, y que la burrita en la que entró Jesús en Jerusalén la tenían preparada las dos hermanas para dársela a Jesús, y que no tuviera así que andar tanto.

1 Carlos Mª de Heredia, Memorias de un reportero de los tiempos de Cristo, EDIBESA, Madrid 2012. Carlos María de Heredia,

escritor jesuita mexicano, ha logrado en esta obra algo tan difícil y tan importante como es exponer toda la vida de Jesús y su

mensaje con la fluidez y el interés de la novela más apasionante, sin perder ni la fidelidad al Evangelio y a la historia, ni la veneración

y el amor a Jesucristo. Podría decirse que es un libro ideal para introducir a los jóvenes en la vida de Jesús y el auténtico sentido

pedagógico de los Evangelios. En estos momentos en que la cultura religiosa sobre Jesús histórico y el contexto judaico no es mucha

entre los jóvenes y aspirantes a la vida consagrada, puede resultar este libro un excelente instrumento para la lectio divina.

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En los Evangelios se relatan acontecimientos de la vida de Jesús; aspectos de su personalidad, carácter y modo de actuar que llamó la atención a quienes estaban con él; y los reflejaron en los Evangelios porque los encontraban “reveladores” de la persona del Maestro y de su modo de enseñar, de comportarse, de reflejar una personalidad libre, exquisita y entregada a la misión, a la vocación recibida y a las tradiciones de Israel. Jesús era muy observado por sus discípulos, amigos y, sobre todo, escribas y fariseos; Jesús en muchas ocasiones desconcertaba, sorprendía y despertaba admiración, pues encontraba voluntariamente modos de ser y decir libres y espontáneos, que revelaban unas convicciones profundas, siempre más conformes y cercanas a la auténtica sabiduría de Israel –especialmente recogida en los libros “sapienciales” y “proféticos” que a “la ley”2 judía, o a la Misná3 y la Torá4. Él mismo dijo que “no había venido a rechazar ni anular la ley, sino a darla plenitud”. Por eso es tan importante saber y entender cuál es “la ley” de que hablaba. Ciertamente Jesús, lo confiesan los evangelistas y quienes le oían, sorprendía por su modo de enseñar e interpretar “la ley” – no habla como los demás, habla con autoridad, ¿de dónde saca tanta sabiduría?, se encendían los corazones cuando hablaba; también a veces decepcionaba y los discípulos le abandonaban, escandalizaba y llamaba la atención directamente, increpaba y dirigía durísimos reproches; se enfrentaba, reclamaba atención y un trato correcto, era atrevido y transgresor, pero siempre justo y atento a las necesidades reales; no le gustaba la “casuística” sobre “la ley” y zanjaba las discusiones con energía y claridad; en sus relaciones personales acogía a todos, contraviniendo muchas normas judías: abrazaba a los niños, abordaba a sus interlocutores y les hacía ver sus contradicciones, se dejaba tocar por las mujeres, tocaba y abrazaba a los enfermos, estaba pendiente de los “detalles (que diríamos hoy), y “no se le escapaba una”; preparaba las cosas con esmero y gran finura (la entrada en Jerusalén, la última Cena, su comportamiento en la Pasión y en la Cruz, las apariciones a sus discípulos tras la Resurrección...)-. Y mucho más que se podría decir. Por otra parte, se ve que Jesús conocía bien “le ley” judía, los comentarios de los rabinos, los riesgos y castigos a que se enfrentaban los transgresores y que, ciertas transgresiones podían conllevar azotes, excomuniones y hasta la pena de muerte por lapidación... y, de hecho, habría visto algunas de estas prácticas públicas en su infancia y juventud. Jesús tenía conciencia de ser sacerdote –ungido para una misión, y por eso fue al Jordán-, profeta –porque hablaba al modo de los profetas y sabía que le consideraban como tal-, rey –no por herencia o para ejercer autoridad, sino por sentirse libre y siempre en comunión con su Padre-. Así, pues, hereda y asume desde su infancia la Tradición y prácticas judías, que respeta; pero a las que da una nueva dimensión en un contexto muy radicalizado y politizado como el que le tocó vivir. Bien, con este planteamiento previo podemos entrar ya en el acontecimiento narrado por los Evangelios y que ha sido extensamente comentado a lo largo de la Tradición y predicación dentro de la espiritualidad cristiana. Pero no se trata ahora de enumerar o explicar lo que los Padres y autores espirituales han escrito o predicado sobre este capítulo evangélico, o sobre lo que la Tradición cristiana y mística entiende por Marta y María como dos formas opuestas o complementarias –según los comentaristas- de la práctica espiritual: acción y contemplación. Jesús no tuvo esa intención ni pensaba en tal distinción. Jesús, sencillamente y como en otras muchas ocasiones abordó un hecho ordinario de la vida cotidiana y se posicionó ante él, dejando caer su comentario –que es lo que llamó la atención de los evangelistas y por eso nos lo cuentan-. No por el hecho en sí, o para “provocar” interpretaciones, sino para dar a conocer la personalidad excepcional de Jesús, quien siempre aprovechaba la ocasión para manifestar su vida interior, su conexión con el Padre, su deseo de ir “a lo

2 Entender bien lo que significa “la Ley” tanto en los Evangelios como en san Pablo, es fundamental para comprender el Nuevo

Testamento y la predicación apostólica. No tiene nada que ver “la Ley” con lo que nosotros designamos hoy como “ley”, norma

cívica o legislativa. Esto tiene una gran importancia para la moral cristiana, fundada en el Evangelio y en la Tradición. Teniendo en

cuenta que muy común y generalizada esta confusión, y que en el cristianismo, sobre todo occidental, hemos heredado muchas

malas costumbres del judaísmo, tener claros los conceptos ayuda enormemente la práctica objetiva, en la medida que es posible, de

la ascesis y la mística cristianas. Por eso recomendamos prestar atención a los dos libros citados en las notas que siguen. 3 La Misná recoge la inmensa tradición oral judía y constituye la base del Talmud. El Talmud no es más que la Misná y su

comentario, de modo que esta es la esencia y la base del Talmud, en torno a la cual giraba el judaísmo histórico. La Misná-Talmud

es la biblia del judaísmo, el conjunto de saberes, normas, costumbres y prácticas diarias o habituales del buen israelita, y todo eso se

aprendía desde la infancia en las escuelas rabínicas y se discutía en las escuelas de las sinagogas. Lógicamente, según las

interpretaciones de los maestros, cabía la discusión, la duda, los radicalismos y los laxismos. San Pablo, como buen israelita formado

en “la Ley” (Misná-Talmud) y acérrimo defensor de la misma, hubo de sufrir un largo proceso de conversión, sobre todo al descubrir

que no había ya más ley que la enseñanza de Jesús. Véase: La Misná, edición preparada por Carlos del Valle, Editora Nacional, Col.

Clásicos para una Biblioteca Contemporánea, Madrid 1981. 4 Ver: Las puertas de la Ley, por Rabí Zeev Grinvald, Ediciones Obelisco, Colección Alef, Barcelona 2006. “Las puertas de la Ley” es

el resumen más completo y lúcido que se haya escrito en nuestra época del Shulján Aruj, y en el que las leyes de la Sabiduría se

ponen al alcance de todo el que desee asumir la forma que propone la tradición y sabiduría del Sinaí: La Torá.

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esencial”. No era el momento de grandes discursos, como en la Cena; era la ocasión de poner las cosas en su sitió y dar a cada cosa la importancia que merece. JESÚS se presenta, y parece ser que de forma inesperada y movido por las circunstancias, en casa de sus amigos, íntimos amigos, donde se va con confianza. Lógicamente causa sorpresa y se produce el revuelo habitual en estos casos. Lo que no hay ni en Marta ni en María es indiferencia. Las dos se disponen a acogerlo del mejor modo posible y según les dicta su temperamento. En una visita así todos experimentamos cierta incomodidad y nerviosismo. Jesús porque seguramente se sintió un poco inoportuno –y más si iba con acompañantes-, Marta porque no había preparado nada, María porque con la alegría del encuentro se embobó con Jesús. Lázaro, o no estaba o estaba a “lo suyo”. Jesús se da cuenta de que es causante de inquietud, sabe cómo es Marta y la ve nerviosa e imparable; lógicamente presta atención a María, que se clavado a sus pies. Y, ante las quejas de Marta quiere, sencillamente, ordenar un poco las cosas sin disgustar a nadie, sin resultar grosero y tratando que la situación no se escape de las manos, que no se cree un conflicto innecesario, ni a causa de él y sus amigos ni entre las dos hermanas. En las palabras de Jesús no hay reproche, ni desprecia lo que hace Marta o la fuerza a que haga como María; sencillamente, con finura y confianza la recomienda que no se altere, que lo importante es lo importante en ese momento: disfrutar del encuentro. La queja de Marta respecto a María abarca algo más que el momento presente: indica una actitud ya enraizada en un juicio sobre su hermana. Y, de hecho, ella ya tiene asumida su posición de “organizadora” y la ejerce sin dilación: ve, observa, organiza, distribuye y pide ayuda. María, por su parte, espontánea y natural, se “pierde” y se emboba con Jesús, a quien seguramente admiraba y quería tanto como Marta, pero toma una actitud más conforme con su modo de ser, no porque ella piense que es “la mejor”, ni siquiera piensa en que se hermana se va a quejar y que Jesús la va a defender –seguramente se levantaría y haría lo que le indicó Marta, y luego ya, todos tranquilos, disfrutaron de la comida y la conversación-. Jesús estuvo, seguramente, atento y agradecido tanto con María como con Marta, sus discípulos y Lázaro, si es que apareció. Parece ser, pues, que ya se han descrito más o menos todos los ingredientes del conflicto, que, según el Evangelio, debió tener un final feliz, y todos tan contentos, sin malentendidos ni enfrentamientos, ni portazos ni caras largas. Jesús no provoca nunca esas situaciones. ¿Por qué surge el conflicto? Si pensamos en aquello de “vida activa” y “vida contemplativa”, en su contraposición o complementariedad, tendremos ya el conflicto servido y sin posibilidades de solución. Quienes viven una vida familiar a la antigua usanza –sobre todo si es numerosa, cosa rara hoy-, comunitaria consagrada o corporativo-laboral, saben muy bien que los conflictos surgen espontáneamente cuando se dan alguna de estas características o varias a la vez:

• Imprevisión, sorpresa o polarización. • Adopción incorrecta de funciones o ignorancia de las mismas. • Toma de postura frente a los demás, especialmente de queja o no colaboración. • Un mal ordenamiento comunitario o laboral que no se “reordena”.

Podrían indicarse algunas más; pero estas son suficientes ante el caso que nos ocupa y que refleja el Evangelio. Imprevisión La experiencia demuestra que la mayoría de las personas reacciona por debajo de sus límites o media en situaciones de imprevisión o sorpresa, y que, normalmente, esto lleva a tomar posturas –polarizaciones- que no suelen ser las correctas. En una vida tan organizada y compartimentada como es la comunitaria cisterciense, la imprevisión suele pagarse cara, y san Benito quiere que “la casa de Dios esté administrada por personas sabias”, que no se ceda a la improvisación –de la lectura comunitaria, por ejemplo- y que cada persona sepa de qué es responsable y “sepa lo que recibe y lo que entrega”, poner algunos ejemplos... Se recomienda al superior que lo haga todo con orden –según la Regla-, que tome consejo, que no sea excesivo en nada, para que no se contristen ni murmuren los hermanos. Quien ingresa en un monasterio debe aprender a ser organizado, o no dejarse llevar por impulsos primarios –necesidad o urgencia- y a saber obedecer y colaborar.

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Cuando llega lo imprevisto en la reacción se pone de relieve o sale a la superficie el nivel de “formación” –es decir, la estructura global de la personalidad-: generalmente se reacciona conforme al estado interior habitual, salvo en situaciones límite. La reacción personal está representada por un amplio abanico de posibilidades: sorpresa-nerviosismo, análisis (de la situación)-reacción (proporcionada o desproporcionada), toma de posición –compromiso-indiferencia-huida-. Solo se mencionan tres, y según se opte por una o por otra actitud, es posible que surja el conflicto. Una persona que domina el nerviosismo, que analiza objetivamente la situación y reacciona en proporción y se compromete, normalmente saldrá airosa, creará paz y ayudará a los demás. Otra que cede al nerviosismo, analiza mal la situación (pro prejuicios o por interés) y huye o se inhibe, aumentará el conflicto y creará tensión. Adopción incorrecta de funciones y toma de posición ante los demás La Regla de san Benito y las Constituciones de cada Congregación monástica, en el caso de monjes y monjas, establecen claramente y con sumo rigor y exactitud la postura, funciones, actitudes y posibilidades que corresponden o podrían corresponder a cada miembro de la comunidad. En la práctica, estas funciones deben ser claras, conocidas por todos y asumidas con responsabilidad. Ningún miembro de la comunidad debe atribuirse (por exceso o defecto) competencias que no le corresponden o que no han sido señaladas por la “ley común del monasterio” y el mandato del abad. Deben ser conocidas por todos, y no supuestas o imaginadas solo por algunos. Por eso, en tiempos en que en la mayoría de las comunidades se notan huecos de personal, de funciones y capacidades y hay cierta crisis de funciones, debe actuarse con mayor claridad. Los más antiguos, por ejemplo, pueden “recordar” las funciones y atribuciones de las responsabilidades comunitarias, o cargos; los más nuevos, si no tienen un patrón o no se les han señalado esas responsabilidades, pueden sufrir un desequilibrio y un desgaste, y un conflicto. Se puede exigir a los encargados o responsables –por costumbre y “memoria”- algo que ellos no saben es su responsabilidad o les haya sido encomendado; o se puede uno atribuir responsabilidades y funciones que los demás no han oído que tenga ni le han sido encomendadas. En ambos casos se puede pecar por exceso o por defecto. Eso puede producir hiperactividad de unos y pasividad en otros, no se trata de un conflicto entre “acción” y “contemplación”. San Benito es muy tajante en lo que corresponde a que “nadie haga en el monasterio lo que no le ha sido encomendado por el abad” (por exceso o por defecto). Y las Constituciones de la familia cisterciense describen a los encargados del monasterio como colaboradores del gobierno del abad y de su impronta pastoral. Los conflictos en este campo tienen dos vías de solución: el “buen gobierno” y la comunicación fluida y respetuosa entre los miembros de la comunidad. María seguramente no sabía lo que se proponía Marta al ver a Jesús en su casa; y Marta se montó la acogida y el “servicio” suponiendo María debía estar al tanto y colaborar. Por eso Jesús hubo de hacer de “mediador”, para que no estallara el conflicto. En el dibujo que encabeza estas líneas, aparece claramente que Marta ha tomado postura ante María, una postura que puede significar: “Toma la escoba y barre; aquí somos todos iguales; todos debemos ocuparnos de todo; no te escabullas... ayúdame, que no voy a hacer las cosas yo sola... et., etc.” Y María sigue su línea. “A mí nadie me ha dicho nada; ahora no me toca; eso a mí ni me va ni me viene; ya hemos quedado en qué debe hacer cada una... etc., etc.” De hecho, estas actitudes o tomas de postura no están muy en consonancia con la teología paulina de los dones y carismas del Espíritu, ni con el “buen celo” que san Benito describe en su Regla. El texto clásico de Colosenses 3, 12.17 (proclamado como segunda lectura en la liturgia de la solemnidad de san Benito, 11 de julio) no deja nunca de ser un texto esclarecedor y programático en que cada comunidad cristiana debería mirarse. En esas actitudes o posturas –de evasión, disculpa y dejarse llevar- suele estar en la base el temperamento, las costumbres, la educación y sensibilidad de cada miembro de la comunidad, la generosidad o reticencia, la imaginación o la pasividad, etc. Todo es comprensible (aunque no justificable), y, como se dice normalmente, cada uno puede tener sus sus motivos; pero todo es también “educable” y “perfectible” y, sobre todo, cae dentro del campo de la caridad y no de la conveniencia o el mero orden establecido. De hecho, la ascesis monástica tiene como uno de sus objetivos corregir y enderezar los modos desviados de ser o vivir en comunidad.

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San Benito, con el realismo que caracteriza su Regla, conoce y describe bien las situaciones y conductas anómalas en las personas que componen la comunidad, y sale siempre al paso con prudencia (y la energía que requerían los tiempos). San Benito sabe muy bien que debe haber un “sentido comunitario” sano que puede proteger y guiar al monje en casos de conflicto La postura de María se acerca un poco a la del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. Y maría se puede asemejar un poco al hijo menor que dice que no va a la viña y al final sí que va. Se trata, por tanto, de un proceso de conversión que tiene su base en la capacidad de adaptabilidad, de saber colaborar con los demás y dejarse guiar por quien tiene a su cargo gobernar la comunidad. En las posturas tomadas, tanto por Marta como por María, puede darse un juicio implícito sobre sobre los demás y su trabajo: “No sé lo que haces, ni lo que piensas hacer”; y por eso no lo valoro, por una parte; y, por otra, “solo lo que yo hago tiene valor, y los demás no lo reconocen ni me ayudan”. Una vez más Jesús tiene que ser el mediador; pero no un Jesús teórico, idealizado, sino el Jesús real que caminaba por Palestina y que sorprendía cada día a sus discípulos con sus intervenciones, sus curaciones, sus reacciones ante los pobres y enfermos y su rechazo a los que “ponían cargas pesadas sobre los demás, pero no las cumplían”. Él mismo se sorprendía de que le tocasen y recurrieran en ciertas ocasiones a Él. Observar el comportamiento de Jesús en el Evangelio quizá no sea muy “científico”; pero sí es un ejercicio muy práctico para contemplativos que viven en comunidad. Y esto, imitar a Jesús, no depende del número de miembros de la comunidad. Un tercer aspecto a tratar, pues, es “un mal ordenamiento comunitario o laboral que no se reordena” o, por así decir, no se “reconvierte”. Quizá Marta y María habían encontrado su equilibrio propio dentro de la casa, tenían sus parcelas propias de actividad y no solían entrar en conflicto, habitualmente... pero surgió un imprevisto y saltaron algunas chispas. No se debe tratar nunca de buscar responsables ni señalar con el dedo, como hizo Marta. Se trata de saber afrontar situaciones que, por cambios propios de los tiempos, de las edades y del itinerario vital de los grupos o comunidades cambian. Marta, por el modo de hablar a Jesús en varias ocasiones, parece ser que era mayor que él. Una mujer temperamental, previsora y entregada a su responsabilidad. No por eso dejó de experimentar cierto conflicto y desazón, tanto por la visita sorpresa de Jesús como por la ausencia de este en el fallecimiento de su hermano Lázaro. Parece que tuvo el sentimiento de verse sola y desbordada, en ambas ocasiones mencionadas; con un pesar de impotencia, como frustrada en sus esperanzas. Tenía fe en la resurrección final; pero su hermano estaba muerto ante ella. Jesús no se avergüenza por llorar, comprende la situación, deja que su amor se desborde y se produce una resurrección. Muy posiblemente Lázaro murió en paz, añorando la presencia de Jesús; pero confiado en que su muerte no era el final. ¿es lo que quieren expresar los Evangelios? Ya son bastantes los años en que se viene diciendo que las comunidades monásticas están sufriendo un proceso de cambio, de “fin de etapa” y de precariedad creciente. Ahora ya no se dice, es una realidad palpable y que proviene de muchas causas ya analizadas y consideradas. Pero lo que sí constituye una preocupación y reto es cómo afrontar los conflictos normales que plantean la precariedad y la inercia ante costumbres y modos de proceder que hoy se revelan como poco efectivos (aunque en otro tiempo fueran válidos). Cabría decir que es imposible “recuperar”, pero no lo es “reordenar”, “redirigir” y “acomodar”. Se ha dicho esto muchas veces con relación a los espacios físicos, los edificios... pero también las personas deben hacerlo, por iniciativa propia o mediante ayuda. Una dificultad añadida en nuestros tiempos es que las sociedades se han vuelto más complejas que antaño. Y la vida monástica ya no recibe un trato benevolente y tolerante en lo administrativo, etc. Las comunidades monásticas se enfrentan hoy a problemas también complejos ante los que se sienten incapacitadas y necesitan ayuda. Aceptar ayuda requiere un replanteamiento de las situaciones y, en algunos casos, una profunda “conversión”, La ayuda se recibe para potenciar un cambio, no para mantener artificialmente situaciones ya insostenibles. Reconsiderando Volviendo a casa de Lázaro, y al toque de atención dado por Jesús a Marta, nos encontramos con que las palabras de Jesús son “reveladoras”, es decir, abren una nueva dimensión en las relaciones, y así lo hacen notar los evangelistas: no se trata de un mero “consejo”, es algo más; se trata de una invitación a Marta para que reconsidere su actitud y se centre en lo que de verdad importa y en lo que merece la pena emplear el tiempo.

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“Reconsiderar” conlleva analizar las situaciones nuevas y las posturas que se deben tomar. Y esto no es solo tarea de los individuos que forman una comunidad –tarea que cada uno debe hacer, ciertamente-, sino que, en un paso más adelante, debe hacerse comunitariamente, superando el conflicto inicial que esto pueda suponer. El buen gobierno, la capacidad de recibir consejo, la disponibilidad a facilitar la comunicación y la pérdida del miedo a no saber dónde se va y hasta dónde se va a llegar, son las condiciones para superar el conflicto. Muy posiblemente Jesús dijo a María. “¡Anda, ve a ayudar a tu hermana!”. Seguro que María lo hizo, con cierto disgusto por su parte, desde luego; pero no por eso perdió la atención a Jesús. “Para ganar hay que perder algo”, dicen los manuales de autoayuda. Tiene su parte de verdad. Pero lo importante es saber qué se debe perder y lo que se quiere ganar. María no quería tampoco seguir a los pies de Jesús a precio de perder a su hermana. Puede parecer que ciertas situaciones de conflicto no tienen solución, que nos encontramos ante la higuera que no daba higos. Era una situación real, estaba medio seca. Pero el “dueño de la viña” aún mantenía la esperanza, sentía ternura por la higuera y no pensaba escatimar ningún esfuerzo para revitalizarla. También para él fue un toque de atención y un estímulo para despertar su atención y cuidado por la higuera. Francisco Rafael de Pascual, ocso Abadía de Viaceli 11 de julio, solemnidad de san Benito

Nuestro amigo y colaborador, Jairo del Agua, ha completado su monografía sobre la oración, de la cúal hemos publicado alguna separata en anteriores números de Fraternum. Está a disposición de quién esté interesado en la siguiente

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