benito ascaso val

68
BENITO ASCASO VAL Codo, 1924. Niño testigo de la defensa de Codo por el Tercio de Montserrat. Vista de Codo unos días antes del ataque republicano. Archivo Santiago Fernández. Cuando empezó la guerra yo no tenía más que 12 años, y aquí vivíamos, en Codo, dedicados a la cosa agrícola, al campo y a la huerta. Los rojos querían entrar en Zaragoza, y el pueblo quedaba en la línea defensiva de los nacionales junto a Belchite. Mandaron al Tercio de Montserrat a defender el pueblo, y cayeron muy bien en Codo. Eran gente ilustrada por lo general, muchos con carrera, huidos de la parte de Cataluña por ser católicos señalados, carlistas y gente de derecha y el pueblo confraternizó muy bien con los catalanes. Al estar tan cerca del frente no teníamos aprovisionamiento ni nada, y nuestro único contacto con la retaguardia era el camión del Tercio que iba y venía de Zaragoza con el suministro. Los requetés estaban repartidos por las casas, dos aquí, seis allá…, dormían y cenaban con las familias de las casas, y durante el día la fuerza permanecía reunida. Nosotros nos alimentábamos con la comida de ellos, iban a la ranchería, cogían lo que tocaba del reparto y lo entregaban todo a la casa donde estaban, y se repartía entre los requetés y los paisanos. El padre Carreras, el cura, hizo una organización para aprovechar su presencia en el pueblo, y organizó lecciones para que alguno nos enseñara su oficio. También se organizó algún partido de fútbol entre los del Tercio y los del pueblo, o con las tropas de Belchite, siempre en buena armonía. Luego se hacía misa de campaña en la plaza, y como mi abuelo era el antiguo sacristán de la iglesia del pueblo, y desde pequeñito había ayudado muchas

Upload: ze-pequeno

Post on 09-Aug-2015

42 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

Page 1: Benito Ascaso Val

BENITO ASCASO VAL

Codo, 1924. Niño testigo de la defensa de Codo por el Tercio de Montserrat.

Vista de Codo unos días antes del ataque republicano. Archivo Santiago Fernández.

Cuando empezó la guerra yo no tenía más que 12 años, y aquí vivíamos, en Codo, dedicados a la cosa agrícola, al campo y a la huerta. Los rojos querían entrar en Zaragoza, y el pueblo quedaba en la línea defensiva de los nacionales junto a Belchite.

Mandaron al Tercio de Montserrat a defender el pueblo, y cayeron muy bien en Codo. Eran gente ilustrada por lo general, muchos con carrera, huidos de la parte de Cataluña por ser católicos señalados, carlistas y gente de derecha y el pueblo confraternizó muy bien con los catalanes. Al estar tan cerca del frente no teníamos aprovisionamiento ni nada, y nuestro único contacto con la retaguardia era el camión del Tercio que iba y venía de Zaragoza con el suministro. Los requetés estaban repartidos por las casas, dos aquí, seis allá…, dormían y cenaban con las familias de las casas, y durante el día la fuerza permanecía reunida. Nosotros nos alimentábamos con la comida de ellos, iban a la ranchería, cogían lo que tocaba del reparto y lo entregaban todo a la casa donde estaban, y se repartía entre los requetés y los paisanos.

El padre Carreras, el cura, hizo una organización para aprovechar su presencia en el pueblo, y organizó lecciones para que alguno nos enseñara su oficio. También se organizó algún partido de fútbol entre los del Tercio y los del pueblo, o con las tropas de Belchite, siempre en buena armonía.

Luego se hacía misa de campaña en la plaza, y como mi abuelo era el antiguo sacristán de la iglesia del pueblo, y desde pequeñito había ayudado muchas veces en misa, o le acompañaba a tocar la campana para la oración o el rosario, esa temporada hice de monaguillo en las misas de campaña del Tercio, a las que asistía la mayor parte del pueblo. Vamos, que en el tiempo que estuvieron aquí nos encariñamos con ellos, y los considerábamos nuestros amigos.

Page 2: Benito Ascaso Val

El páter Mosén Carrera, capellán del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, celebrando una misa de campaña en la 

plaza de Codo, asistido, como monaguillos, por dos niños. Archivo Santiago Fernández.

Todo cambió el día del ataque, el 24 de agosto de 1937. Aquel día, estando por la mañana en la plaza con otros muchachos del pueblo —cosas de chicos—, decidimos ir al campo a cazar pájaros. Salimos con las trampas, comenzamos a plantar los cepos, y aun no habíamos de terminado cuando comenzamos a escuchar ráfagas de ametralladora: «¡Me cago en la leche!, ¡que atacan los rojos!», caímos en cuenta, y nos retiramos corriendo a nuestras casas.

Para el ataque emplearon cantidad de fuerzas comparadas con el número de requetés que había en Codo. Belchite, que quedó completamente destruido en el ataque, estaba guarnecido por falangistas, pero el día del ataque bajó una compañía de falangistas a apoyar a los requetés, les pilló aquí el cerco y se quedaron resistiendo hasta el final. También se unieron a la defensa bastantes hombres de Codo, casi un centenar de voluntarios, que se juntaron con los requetés del Tercio de Montserrat para defender el pueblo.

Los requetés catalanes Giol y Códina contemplan las ruinas de una de las Iglesias de Belchite. 

Archivo Santiago Fernández.

Page 3: Benito Ascaso Val

Aguantaron, pero fueron cayendo las trincheras exteriores, donde la Ermita. Rodeando el pueblo y la gente que quedaba en las trincheras se retiró al interior del pueblo o acabaron copados. Nuestra casa fue la primera que cogieron, al estar en la zona exterior del pueblo y lindar nuestro corral con el parapeto de la trinchera. Pegaron cuatro bombazos de mano y entraron en la casa, y así, poco a poco, se fueron haciendo con el pueblo combatiendo casa por casa.

A la izquierda, posición defensiva “Monte Calvario”, en Codo. A la derecha, requetés catalanes junto 

a una posición defensiva, a las afueras de Codo. Archivo Santiago Fernández.

La mayor parte se retiró a la casa del cura, donde se hicieron fuertes, pero en la plaza quedaron cuatro requetés y un oficial que estuvieron defendiéndose hasta que los liquidaron.

El último lugar de resistencia fue la casa del cura; los que quedaron allí copados intentaron salir por escuadras a ver si alguno podía escapar del cerco y salvarse. Conforme salían en

grupitos de cuatro o cinco comenzaban a tirotearles, alguno caía pero otros escapaban. Sin embargo, del pueblo a Zaragoza hay 40 km., y el que no moría en el primer kilómetro lo hacía a los cinco o a los diez, porque la caballería francesa estaba dándoles caza. Aun así, hubo unos treinta que lograron escapar del cerco con un paisano del pueblo que conocía bien el terreno; les llevó por una vaguada, ocultos de la vista de los rojos y así pudieron salir.

Ya al final, cuando todo estaba perdido, un teniente de Falange y dos más subieron a la cúpula de la torre de la iglesia, y aquellos, después de que los rojos hubieran cogido todo el pueblo, estuvieron resistiendo hasta que quedaron sin munición, la artillería sacudió a la torre y mataron a aquellos valientes, los últimos defensores.

De paisanos de Codo que se unieron a los defensores 22 murieron en la lucha, mientras que el resto fueron capturados y encarcelados en Caspe, donde las pasaron muy putas, mal comidos y mal vividos.

Disparando una ametralladora emplazada en la torre de la iglesia. Foto Skögler. Archivo Pablo Larraz.

Page 4: Benito Ascaso Val

Al comenzar el ataque, dijeron que los paisanos nos refugiáramos en la iglesia, pensando que aquello era un fortín y estaríamos más a salvo. Sin embargo, cuando llegamos, la artillería ya la había fijado como objetivo y habían comenzado a tirar cañonazos. Entramos y estaba llena de heridos y de muertos, así que tuvimos que salir como conejos.

Cuando salimos, Codo estaba ya prácticamente en manos de los rojos, nos cogieron prisioneros a todos. La entrada de los rojos en el pueblo fue terrible, es uno de los recuerdos peores que tengo en la vida. A los pocos que cogieron vivos los afusilaron en la plaza. Luego entraron en la casa que hacía de hospital, tiraron por las ventanas a los que estaban heridos y les pegaron fuego, algunos todavía estaban vivos… Los cadáveres quedaron tirados en las calles durante mucho tiempo. A los paisanos nos condujeron fuera del pueblo, al antiguo matadero municipal, y entonces pensé yo: «cagüen, pues si nos llevan al matadero estamos arreglados, será para matarnos». Sin embargo, era simplemente para tenernos allí concentrados.

Recuerdo que cuando a mí me pillaron estaba descalzo; a última hora —serían ya las diez de la noche— nos montaron en unos camiones rusos y nos llevaron a Caspe. Por el camino, a unos cuatro kilómetros del pueblo, vimos la artillería que habían empleado en el ataque y muchas fuerzas concentradas. En Caspe nos metieron en un local, nos dieron un café con leche, y a montar otra vez al camión. Por el camino, asustado, no dejaba de preguntarme «¿a dónde nos llevarán?, ¿qué será de nosotros?». Nos llevaron a Mequinenza, a los pueblos de Fabara y Maella, y allí estuvimos cosa de un mes. A los que éramos chicos y no teníamos culpa de nada nos dejaron libres; allí estaba mi pobre madre con cuatro hijos y un abuelo de 80 años.

Mientras tanto, después del ataque, el pueblo quedó vacío, sin nadie, y servía de campamento para las fuerzas rojas. Estando en Fabara, nos dieron orden de ir a Maella, que allí nos cogerían unos camiones para llevarnos de nuevo a Codo, porque el frente estaba ya más hacia Zaragoza.

Uno de los primeros contingentes de requetés catalanes que llegaron a Codo. Archivo Santiago Fernández.

Salimos muy de mañana, para andar los cuatro kilómetros que hay desde Fabara a Maella; el camino fue muy malo, yo llevaba a la hermanita en brazos, y otros al abuelo que no podía andar. Nos metieron en la iglesia, y como no nos habían dado nada de comer a la hora del mediodía, los jóvenes nos las ingeniamos para comer algo. En la parte de arriba de a la iglesia

Page 5: Benito Ascaso Val

había un almacén de alfalfa y leña de olivos, así que estuvimos listos: desatamos las gavillas de los fajos de leña, y con las cuerdas hicimos una cuerda grande, la colgamos por la ventana, y como éramos chicos y pasábamos por el agujero de la ventana, nos descolgamos y fuimos a una huerta cercana junto al río. Ya comimos todo lo que pudimos: fruta, tomates, melones… y cuando terminamos, otra vez de vuelta a la iglesia. Si nos pillan, igual nos hubieran matado…

Por fin, a los dos días, vino un camión ruso, lento, pesado y de ruedas macizas, para llevar de vuelta a Codo a los que no valíamos para la guerra: mujeres viudas, abuelos y chicos pequeñitos. Para conducirnos, nos tocó un chófer que se ve que era chófer del día antes, porque el camión se salió de la carretera y volcó en la cuneta. Los jóvenes, como íbamos subidos a la baca del camión pudimos brincar y no nos pasó nada, pero hubo muertos dentro del coche, con criaturas pequeñas de meses. La verdad es que, entre el ataque y esto, pasamos vivos de milagro.

Cuando volvimos al pueblo, a los dos meses, encontramos los cadáveres todavía en las calles, no enterraron a ninguno, ni requetés, ni rojos, ni nada… Veíamos cómo los perros se comían los cadáveres; eso lo he visto yo y me ha dado vergüenza. Tuvimos que ser los vecinos los que recogimos los cuerpos con una pala, los echamos en un carretillo, y luego los sacamos fuera del pueblo para enterrarlos.

Una familia en Codo, ante las ruinas de su vivienda.Archivo Santiago Fernández.

A los pocos días ya vimos que venían las fuerzas nacionales, y nosotros —mi familia— nos escondimos en una cueva que hay en el castillo. Nos metimos y esperamos en una cueva hasta que las fuerzas entraron en el pueblo, y entonces ya nos pasamos. Muchos chicos marchamos directamente a Zaragoza como voluntarios. Me preguntaron la edad, dije que 18, no me echaron atrás pero me dejaron fijo en el cuartel con mi hermano porque ya veían que

Page 6: Benito Ascaso Val

no tenía la edad. Otros del pueblo fueron con un tercio de requetés aragoneses, por simpatía con los que habíamos conocido del Tercio de Montserrat.

Codo fue uno de los principales lugares donde se decidió la guerra. El pueblo quedó mal parado, habían muerto un montón de vecinos entre los que cayeron en la defensa, como después afusilados de los dos lados, de uno y del otro, derechas e izquierdas, envidias y malos quereres. Lo pasamos mal del todo, nos pilló en la línea de fuego, y costó mucho la recuperación y volver a la buena armonía entre los vecinos.

 

Page 7: Benito Ascaso Val

JAIME CERVERO CALVO

Guadalajara, 1921. Requeté del Tercio María de Molina y voluntario de la División Azul.

Tercio de Estíbaliz en Somosierra, en septiembre de 1937.Archivo Jaurrieta.

Nací en Guadalajara en 1921. Yo era hijo único, porque mi madre murió siendo yo un niño, así que vivía con mis abuelos y mi padre, veterinario militar destinado en Guadalajara.

En mi familia no había habido carlistas, pero fue en el instituto —tendría 13 años—, por mis amigos, cuando me fui acercando al tradicionalismo. Por medio de ellos tomé contacto con la Agrupación Escolar Tradicionalista, y allí fue donde conocí el ideal que tenía entonces y con el que sigo 75 años después.A los 15 años ya estaba afiliado a la AET de Guadalajara. Mi padre, la verdad, nunca me dijo nada sobre ello; supongo que yo tampoco comentaba mucho, porque la comunicación de un chico de 14 años con su padre, entonces, no era como ahora.

De la República tengo recuerdos malos, tiempos malos y difíciles para los que entonces éramos “gente de derechas”. Había ataques sobre todo lo que era considerado religioso o de orden, y poco podíamos hacer nosotros cuando había total pasividad del Gobierno. No recuerdo enfrentamientos entre estudiantes, sí algún altercado, como un desfile militar de las fuerzas que había en Guadalajara y que los comunistas intentaron reventar a pedradas, pero no teníamos una preparación militar en la AET. Nos limitábamos a tener reuniones, alguna actividad cultural y, cuando las cosas estaban ya muy feas, hacíamos guardia en la puerta de la Sociedad, por miedo a que la atacaran.

En julio del 36, como otros años, fuimos a pasar el verano a Almazán, en la provincia de Soria. Fue allí donde nos cogió el Alzamiento y menos mal, porque si hubiéramos estado en Guadalajara, con mi padre militar y yo tradicionalista, probablemente lo hubiéramos pasado mal. De hecho saquearon nuestra casa y asesinaron a varios amigos míos de la AET. Nunca

Page 8: Benito Ascaso Val

llegué a saber si también fueron a por mí, pero afortunadamente no estaba allí para comprobarlo.

A pesar de mi edad —15 años—, quise alistarme voluntario, y como en Soria no había ningún Tercio de Requetés con vacantes, otros amigos y yo fuimos a una bandera de Falange. La aventura fue corta: vinieron nuestros padres a buscarnos al cuartel de Falange al día siguiente, hacia las doce de la noche, y nos llevaron de vuelta poco menos que atados.

Ya se me quitó la cosa de la cabeza durante un tiempo, tardé, pero en el 38, a raíz de que Manuel del Castillo, íntimo amigo mío que había sido jefe de los tradicionalistas de Guadalajara —yo lo conocía de estudiante de Medicina en la AET—, estaba de teniente en el Tercio aragonés de María de Molina, me volvió la idea. Manuel había logrado escapar de la zona roja, donde asesinaron a un hermano suyo, así que hablé con él y pude incorporarme a la 1ª Compañía del Tercio María de Molina.

Hablé con mi padre, y esta vez accedió. Además, él entonces estaba también en el frente. Era mayor y se encontraba retirado cuando comenzó la guerra, pero se ofreció para lo que fuera necesario y, como era veterinario militar, le mandaron primero al frente de Castellón, y después a un hospital de ganado que había aquí cerca de Zaragoza, donde ya estuvo mucho tiempo.

Requetés navarros de descanso en una población próxima al frente de Madrid. Archivo Pablo Larraz.

Me uní al tercio en el frente de Guadalajara, en los Montes Universales, un frente estable que cubría el límite entre las provincias de Guadalajara, Cuenca y Teruel. Recuerdo que fue en el otoño del 38, y todavía no había comenzado a hacer frío, así que en las guardias no necesitábamos todavía las mantas.Era un lugar muy tranquilo, sin que nos tocara ni de refilón ninguna batalla de importancia. Se trataba de un destino de descanso para el Tercio, ya que en el frente de Huesca, al comienzo de la guerra, tuvieron cantidad de muertos e incluso deshicieron alguna compañía.

Allí la tranquilidad allí era total; en los ratos libres nos dedicábamos a cazar ardillas con el fusil en los Montes Universales, que entonces había muchas, y luego las preparábamos en merienda. Ya lo creo que eran ricas… Algunas veces nos daban también permiso para bajar al pueblo de Checa a pasar allí la tarde.

Page 9: Benito Ascaso Val

En el Tercio el ambiente era buenísimo; la mayoría eran requetés aragoneses, pero también los había como yo, de otros lugares. También hubo una sección completa de rusos blancos; exiliados que habían combatido por el Zar contra el Ejército Rojo y que ahora querían continuar su lucha contra el comunismo en España. Eran tipos muy simpáticos; entre ellos hablaban ruso, pero dominaban el castellano perfectamente, y de hecho algunos terminaron en la Legión después de la guerra.

Tuvimos muchos ratos divertidos: guitarras, canciones vascas —había requetés vascos—, bailes rusos, jotas aragonesas…, y siempre todo acompañado de vino, bueno o malo, nos daba igual.

Había pocos enemigos y además estaban lejos, pero lo que teníamos en cantidad eran piojos. Por lo general éramos bastante marranos y como los piojos eran muy malos de quitar, muchas veces preferíamos cambiar la ropa y tirarla a intentar acabar con ellos.

A última hora, con aquello a punto de terminar, nos mandaron a El Toro y Barracas, dos pueblos de la provincia de Castellón, donde ya nos cogió el final de la guerra. Fuimos después a Liria, luego a Godella, y de allí andando hasta Valencia, donde desfilamos todo el Tercio. Así terminó mi paso por el Tercio, más testimonial que otra cosa.

Al poco de terminar la guerra, en julio del año 41, me alisté voluntario para ir a Rusia, para combatir al comunismo y por considerarlo un deber de patriota. Yo era carlista, pero había aceptado la Unificación por considerarla necesaria para España en tiempos de guerra, y me alisté encantado en la División Azul haciendo valer la preferencia que tenía como excombatiente de la Cruzada.

Allí se apuntó todo el mundo, algunos amigos de Guadalajara, y muchos a los que las quintas les habían tocado en zona roja. Creo que fui el único excombatiente que se apuntó en Guadalajara, y a

pesar de eso me llamaron el último, cuando ya pensaba: «aquí me quedo yo solo…». Allí conocí a cantidad de muchachos, la mayoría falangistas, pero también muchos que habían estado en Tercios de Requetés, todos con ese afán de derrocar al comunismo que tanto daño había hecho a España.

Marché en una expedición organizada en Zaragoza y al llegar al Campamento de instrucción en Grafenwöhr, en la región alemana de Baviera, fui encuadrado en la 10ª Compañía del Regimiento de Infantería nº 263. Al llegar al frente del Este, a mi unidad le tocó participar en las operaciones de la cabeza de puente del Volchow, y aquello resultó bastante más duro que la guerra de España. El equipo que llevábamos era muy regular, quizá bueno comparado con el que habíamos tenido en España, pero insuficiente para esas condiciones. Muchas veces empezaba a nevar, y como te tocara estar de posición o hubiera que salir de la trinchera por

Requetés rusos del Tercio María de Molina durante una comida en el frente de Guadalajara. En primer plano, el “pope” y la bandera imperial rusa. Archivo Jaurrieta.

Page 10: Benito Ascaso Val

algún ataque, estabas perdido. Te tumbabas en la nieve, notabas como se iba haciendo agua debajo tuya, y acababas mojado hasta los huesos, lleno de frío, y sin notar los pies.

María Isabel Baleztena, de Frentes y Hospitales, visitandoa los requetés del Tercio de Abárzuza en el Alto del León.

Archivo Jaurrieta.

Eso sí, el trato con la población rusa era excelente. Cuando ibas a las casas se deshacían por obsequiarte, por atenderte… Nosotros, los soldados españoles, no teníamos problemas con la población como los tenían los alemanes; no íbamos en plan de conquistadores como ellos, y nos sabíamos ganar el aprecio de la gente. Veíamos con agrado sus costumbres, y aquellas misas ortodoxas que tenían con sus popes.

También en el frente ruso estuve poco: tres meses escasos. Me hirieron el uno de diciembre de 1941 en Nitlikino, un pueblecito cercano a Possad. Aquella tarde hubo unos tiros con los soviéticos, un tiroteo que no llegó ni a batalla, pero a mí me pegaron un balazo en el pecho cuando iba a entrar en una isba. Cuando me dieron, ni me hizo daño ni me enteré; escuché unos disparos y después noté la sangre caliente correr por el cuerpo. Entonces me miré, vi que me habían pegado en el pecho y que la bala había salido por la axila rozando el corazón. No sentía dolor, pero tenía miedo de que me hubiera tocado el pulmón. Gracias a Dios el tiro no dio en zonas vitales, pero me debió tocar algún nervio porque no podía mover la mano.

Después de pasar por dos hospitales españoles, el de Campaña en Grigorowo y el Hospital de Guerra en Porchov, ambos en terreno soviético, me mandaron a convalecer a un hospital, un Reservelazarett situado en Polonia, en un pueblo que se llamaba Bromberg. Era un hospital con personal alemán, enfermeras y médicos, que nos trataban estupendamente a los numerosos españoles allí convalecientes. Fue una convalecencia muy tranquila: salidas para pasear, ir a un cine donde nos ponían algunas películas españolas… siempre muy formalicos. Allí pasé todo el invierno, incluida la Nochebuena del 41, hasta que en marzo del 42 ya regresé a España después de que me declararan inútil, porque todavía no había recuperado el movimiento en la mano izquierda. Y allí terminó mi aventura en Rusia.

Page 11: Benito Ascaso Val

Desfile del Tercio María de Molina por las calles de Valencia,nada más concluida la guerra. Archivo Jaurrieta.

A mí, la guerra de España me hizo polvo. Cuando comenzó estaba estudiando el bachiller, pero entre los años de nuestra guerra y luego los de Rusia, cuando ya quise retomar los estudios era demasiado tarde y tenía ya muy pocas ganas. Luego, para colmo de males, me cogió lo de los maquis; nos movilizaron y pasé otros dos años en las zonas de actividad. Cuando terminó todo me hice empleado del Estado y me establecí en Zaragoza.

Durante muchos años he mantenido contacto con antiguos compañeros de la guerra, tanto del Tercio María de Molina como de la División Azul aquí en Zaragoza. Nos juntábamos en la Hermandad, charlábamos y comentábamos cosas de entonces, pero ahora ya no hay nada. Me da la impresión de que debo quedar yo sólo, el último de aquellos tiempos. A pesar del tiempo que ha pasado, continúo con mis ideas, las que aprendí con trece años en la AET, y sigo siendo muy patriota.

Page 12: Benito Ascaso Val

LUIS DORESTE MANCHADO

Las Palmas de Gran Canaria , 1917. Requeté de los Tercios del Alcázar y de Cristo Rey. 

El Tercio del Alcázar en el Cerro de los Ángeles, en 1939.Archivo Jaurrieta.

Nací en Las Palmas de Gran Canaria el 13 de abril de 1917, dentro de una familia de buena posición económica y cierta vinculación al tradicionalismo. Aquí, lo del carlismo vino de un arcipreste de la catedral de Sevilla de la familia González Roca, que fue el que inculcó el tradicionalismo en las islas y entre otras estaba mi familia. Por aquel entonces, mi padre era el jefe regional de la Comunión Tradicionalista de Canarias, creo que por nombramiento de don Alfonso Carlos. Yo era estudiante, había hecho el bachillerato y estaba en la escuela de comercio; me mantenía al margen de cualquier actividad política y ese tipo de berenjenales, y en Las Palmas, salvo algún altercado y griterío de la izquierda, las cosas no estaban tan alteradas.

Pero claro, llegaban noticias de la península, la quema de conventos y la situación en que se encontraba el país y eso nos alteraba y nos preocupaba. El revulsivo fue el asesinato de José Calvo Sotelo —un asesinato de estado en toda regla— y ya vino el Alzamiento. Una semana después de su muerte, creo que el día 18, se celebró un funeral y acudí yo junto con un primo hermano mío. A la salida, con los ánimos caldeados, el hervor patriótico en la sangre… pues decidimos presentarnos al gobierno militar para mostrar nuestra adhesión al Movimiento. «Luís, vamos a presentarnos», me dijo mi primo. Hicimos acto de presencia, pero nada más.

Recuerdo que en aquellos días, poco después de declararse el estado de guerra, unas margaritas de Las Palmas de la familia González Roca habían confeccionado una bandera roja y gualda, y mi padre la puso en un comercio de la calle Triana, la principal de Las Palmas. Entonces, llamó por teléfono a mi padre el Comandante Militar de la isla para ordenarle que la retirara inmediatamente porque, decía él, «esa bandera está ofendiendo al pueblo de Las Palmas», y eso que estábamos ya en plena guerra, pero por entonces los militares en la isla todavía utilizaban la bandera de la República.

Pasadas unas semanas me decidí a ingresar como voluntario en el Requeté de Canarias junto a mi hermano Antonio, él con 18 años y yo con 19. Aquí el carlismo era muy minoritario, bueno, pero como se dice vulgarmente “cuatro gatos”. Nos alistamos los 87 requetés, y de ellos muchos gente del campo, católica, que se agregaron al Requeté como se podían haber alistado en otra cosa. Carlistas, carlistas, seríamos una docena o algo más, todos buenos amigos que estábamos en la misma sección.

Page 13: Benito Ascaso Val

Embarcamos para la Península el 13 de noviembre a bordo del vapor “Romeo” rumbo a Vigo, donde desembarcamos el 17 para integrarnos en lo que se llamó el “Batallón de Voluntarios Patriotas de Las Palmas”, mandado por el comandante de artillería Rua Figueroa. Ya el día 20 emprendimos la marcha para el frente de Madrid, y llegamos a Brunete cinco días después, donde estuvimos hasta el 13 de enero de 1937. Entonces, los requetés canarios nos incorporamos en Móstoles al Tercio del Alcázar, bajo las órdenes de Emilio Alemán, y emprendimos marcha a Pinto, donde se iniciaron a principios de febrero las operaciones en el frente del Jarama. En la sección éramos en total 87 requetés, y mi hermano Antonio era sargento de requetés y yo era un simple boina roja. Nos tocó tomar el cerro de Cabeza Fuerte y continuar para fortificarnos en el cerro de la Marañosa, donde tuvimos que rechazar varios ataques enemigos importantes. Ellos andaban cerca, y a las noches había intercambios con el enemigo, no de tabaco, más bien intercambio de insultos. Ellos, a los requetés, nos llamaban «hijos de cura», y nosotros a ellos «hijos de la Pasionaria». Precisamente allí tuve mi única herida, una cosa muy leve en el pie. Me llevaron a un hospital allí cerquita, me cosieron y se acabó.

De allí marchamos a Seseña, en Toledo, y el grupo de canarios quedamos agregados al Tercio de requetés de Cristo Rey. La relación con los requetés de otras provincias era de confraternidad y, cuando se podía, ganas de pasarlo bien y tomar unas copas de vino.

Se necesitaba oficialidad, y entonces decidí marchar a la Academia Militar de Granada, donde ascendí a alférez provisional en agosto de 1937. Mi primer destino fue en el Ejército del Centro, la 12 división, que mandaba el general Asensio, en la 4ª compañía de un batallón gallego que guarnecía los Olivares de Nevares, en el frente del Jarama. En marzo del 38, por ser el oficial más antiguo, me asignaron el mando de la compañía y recibimos orden de marchar a Talavera de la Reina.

Estaba conmigo mi hermano Antonio, que era un año más pequeño, y salimos los dos de requetés, habíamos estado juntos en el Tercio del Alcázar y en el Cristo Rey, y después en el batallón de infantería.

A nuestra llegada a Talavera, el día 27 de marzo, mi hermano fue herido por un casco de metralla de aviación. Le trasladaron al Hospital de Talavera, donde le hicieron la primera cura, pero él, a pesar de la oposición de los médicos, quiso incorporarse de nuevo

al frente. Fue entonces, en un contraataque, cuando volvieron a darle y murió. Nunca olvidaré la escena: mi compañía estaba de reserva, y mi hermano andaría unos cien metros por delante, cuando vi llegar a dos camilleros con el cuerpo de mi hermano Antonio. Allí quede, llorando, excitado… El combate prácticamente había terminado, y tuve mis palabras con el capitán que mandaba la compañía en la que iba mi hermano, porque había tenido un comportamiento cobarde, escondiéndose en los momentos críticos. El resto de compañeros

El protagonista de este relato en una posición nacional del Frente del Jarama, en febrero de 1938.

Page 14: Benito Ascaso Val

me tranquilizó y procuró consolarme. Recuerdo que la víspera, Antonio se había confesado y comulgado con el páter.

El entierro fue al día siguiente, y como era muy alto —mediría más de uno ochenta—, y no entraba en la caja, lo llevaron envuelto en unas mantas. Yo estaba tan deshecho que mis compañeros no me dejaron presenciar aquello. Después, me dieron permiso para acudir al funeral a Canarias, pero el cuerpo quedó allí.

Mi hermano y yo escribíamos muchas cartas a casa, casi a diario, que todavía conservo porque mi madre las guardó todas. Ellos nos escribían también, nos daban ánimos y nos decían que estaban orgullosos de nosotros. Sin embargo, cuando mataron a mi hermano, hubo algún familiar que echó en cara a mi pobre padre y a mi tío Manuel el habernos empujado para que saliéramos voluntarios, como si hubieran tenido algo que ver.

A principios de junio nos mandaron a toda la División al frente de Teruel, y permanecimos más de un mes en las posiciones de la Muela de Carrión, hasta que comenzó la ofensiva hasta la Peña del Toro, donde permanecimos posicionados hasta noviembre del 38. En Teruel hicimos muchos prisioneros; recuerdo que al terminar uno de los combates me fijé en uno de ellos, que por la cara me pareció canario, y le pregunté: «¿Y tú de dónde eres?». «Soy canario», me respondió. «¡Coño!, canario, ¿y de dónde?», le volví a preguntar. «De Las Palmas, de la parte de La Isleta», me dijo, que está casi al lado del puerto. Me hizo ilusión, le di una palmada y le dije: «que tengas suerte, carajo». Encontrar paisanos hace ilusión, hasta en el enemigo.

Prisioneros republicanos en el frente de Cataluña.Archivo Jaurrieta

Después, ya como teniente provisional al mando de mi Batallón gallego, nos enviaron a Castellón y al frente de Cataluña con el Cuerpo de Ejército de Navarra. El día 23 de diciembre nos tocó tomar parte en la ofensiva de Cataluña, ocupando Bañolas y Gerona. Recuerdo que en los avances me gustaba ir en cabeza, ligero, calzado con unas simples alpargatas y sin pistola, que me llevaba detrás el asistente. Al llegar a Tarragona me avisó un soldado: «mi teniente, veo a lo lejos veo una bandera blanca». «Hágale señales para que pasen», le dije, y entonces aparecieron unos veinte tíos muy bien pertrechados con un mono azul inmaculado, afeitados, limpios —que se veía que no habían pegado un tiro—, y se identificaron como

Page 15: Benito Ascaso Val

funcionarios de telégrafos de Barcelona y que los acababan de movilizar. Uno de ellos llevaba un reloj de oro y le advertí: «tenga usted cuidado, porque detrás de nosotros vienen un batallón de regulares, y esos, si ven el reloj, son capaces de cualquier cosa, así que métaselo dentro del zapato». «Pues gracias, gracias», me dijo, y había pasado un minuto cuando se lo había metido al zapato todo asustado.

Otro recuerdo doloroso fue en plena ofensiva catalana por el Montseny, se incorporó un alférez provisional y al día siguiente, entre una niebla muy cerrada, una bala enemiga lo mató. No pasó ni 24 horas en el frente el pobre.

Después, ya en el 39, participé en la ruptura del frente de Andalucía por de Peñarroya y la ocupación de Ciudad Real, donde acabó para mí la guerra.

Grupo de oficiales del Tercio María de las Nieves en Madrid,en abril de 1939.

Lo primero que hice entonces fue pedir una autorización para hacer la exhumación del cadáver de mi hermano y poder traerlo a Gran Canaria. Me acompañaron dos amigos, sacamos el cadáver y lo colocamos en una caja encima del coche, amarrado con unas sogas y de Cádiz en barco.

También por aquellas fechas organizamos un acto para agradecer el fin de la guerra y la victoria del Ejército nacional a la Virgen del Pino, la patrona de la isla de Gran Canaria, y allí rendimos honores con fusiles. Acudimos los carlistas de la isla, y mi padre estuvo organizando aquello. En esto, el Jefe del Estado Mayor, con la excusa de que «no teníamos autorización para llevar armas», mandó detener a mi padre en su casa acusado de desobediencia. Vino un teniente de la Guardia Civil y, muy cortésmente, nos dijo que tenía orden del Gobierno Militar de llevar detenido a mi padre a Barranco Seco, era el la prisión. Querían que cogiera un taxi, y entonces intervine: «mi padre no tiene que avergonzarse de nada, así que cogemos la guagua —el autobús de aquí—. Al llegar a comisaría les pedí que me enseñaran la orden de arresto, y entonces el militar al mando escribió en ese momento, en plan chulo, la orden de detención. Allí estuvo mi padre, detenido entre delincuentes.

Page 16: Benito Ascaso Val

La verdad es que algunos militares de la época estaban muy en contra de los carlistas. Años más tarde, en el 47, volvieron a detener a mi padre, esta vez con motivo de una carta que escribió en defensa de don Javier de Borbón-Parma, el regente carlista.

 Requetés y soldados canarios en el Alto del León.

Archivo Baleztena.

Estando en el regimiento de Las Palmas, en los años cuarenta, estando de guardia en la prisión del Lazareto de Gando, me montaron otro follón por visitar y compartir mi comida con Juan Rodríguez Doreste, un tío mío que había sido senador por el partido socialista, un hombre muy culto. A la semana de aquel encuentro me llamó el coronel a su despacho para reprenderme «por haber visitado a un rojo».Supongo que siempre fui un poco rebelde; recuerdo que en los años 40 nos ordenaron abrir trincheras para impedir un posible desembarco de las tropas aliadas en la isla. Llegó el teniente coronel a hacer una inspección de las obras, y no pude aguantarme: «Mi teniente coronel —le dije—, ¿ya sirve esto para algo?, porque ¿qué pueden hacer estas trincheras en la tierra, frente a la potente artillería de los aliados?». Él me contestó secamente: «teniente Doreste, limítese a cumplir ordenes».

La verdad, fue una triste desgracia tener que acudir a una guerra civil, una guerra en la que cuando ganamos, nosotros éramos los buenos y ellos los malos, y ahora es al contrario, nosotros los malos y ellos los buenos. Una guerra es siempre un desastre para todos —yo perdí a un hermano—, y hay cosas que es mejor no revolver.

Page 17: Benito Ascaso Val

RAFAEL FERRANDO SALES

Valencia, 1919. Voluntario del Tercio San Miguel y de la División Azul.

Requetés valencianos y margaritas navarras de Frentes y Hospitales en Castellón, en junio de 1938. Archivo Jaurrieta.

Nací en Valencia en el año 1919, en una familia de abolengo carlista. Mi abuelo, Rafael Ferrando Castell y su hermano mayor, Juan, hicieron la campaña del Maestrazgo con el Ejército de Carlos VII. Luego, con la derrota, Rafael se exilió a Francia, mientras Juan fue detenido y deportado a Cuba en un batallón disciplinario. También mis padres, Federico y Trinidad, eran carlistas, y los nueve hijos seguimos sus pasos.

Yo, cuando era estudiante del instituto, ya estaba afiliado a la AET de Valencia, la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas, y había bastante implantación por la zona; de hecho, había pueblos donde en las elecciones siempre ganaban los carlistas.

Mi padre se dedicaba a la construcción. Era un hombre muy entregado a su trabajo, tenía mucha gente empleada y a todos los trataba tan bien que se ganó su aprecio; le querían, y eso fue mucho en los años duros.

Cuando la República, yo estaba apuntado al Requeté de Valencia en el Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados, que fue como nos quedamos el día del alzamiento: desamparados, porque nunca pudo entrar en acción el Tercio.

Todos nosotros estábamos comprometidos con la sublevación, así que en la noche del 18 de julio, que era sábado, nos habíamos concentrado en la sede del Patronato de la Juventud Obrera de la calle Caballeros con la intención de apoyar al piquete de caballería del Ejército. Sin embargo, el capitán general de Valencia, que también se había comprometido a levantarse, al ser cuñado de Martínez Barrio, se dejó convencer para no hacerlo, y nos dejó en la estacada. Pasaban las horas y llegó al Patronato Fernando Roca, un albañil de la constructora de mi padre que era falangista. «Rafael —me dijo—, no se os ocurra salir armados a la calle, que los Guardias de Asalto os están esperando. Además, han traído refuerzos de Castellón». Comuniqué la noticia a Torrens, el jefe del Tercio, y junto a él y otro requeté decidimos salir a la Plaza de la Virgen a inspeccionar la situación nosotros mismos y,

Page 18: Benito Ascaso Val

tras confirmar las sospechas, regresamos otra vez al Patronato. En esas circunstancias, ya sin capacidad de maniobra, Torrens decidió disolver la concentración. Un sacerdote que había allí presente nos dijo la misa y todos a nuestras casas, así que allí se terminó el Tercio de Nuestra Señora de los Desamparados. Varios requetés que vivíamos cerca —Francisco Barea Cariñena, Antonio De Aura Vilaplana, Soler y yo— fuimos juntos de regreso a nuestras casas. Cuando llegamos al final del Puente de Serranos, vimos cómo dos sujetos armados y con pañuelo rojo al cuello nos miraron mal, pero pudimos pasar y llegar a nuestras casas ya de día, en la mañana del domingo 19 de julio.

Ese día era el santo de mi padre, así que comimos en casa y después pasamos al Centro de don Bosco a jugar a las cartas. La cosa ya estaba revuelta, y el superior del colegio, don Antonio María Martín, y el preceptor, don Basilio Bustillo, nos ordenaron a todos volver a nuestras casas. Quedamos allí solo los cuatro requetés que habíamos regresado juntos a la noche, y nos ofrecimos a los religiosos para quedarnos y defenderles con las pistolas que teníamos en caso de ataque. Se negaron rotundamente y nos mandaron de vuelta a nuestras casas, «vamos a cumplir con nuestra obligación, que es rezar, y ya será lo que Dios quiera», nos dijeron. Poco después, cuando comenzaron las matanzas de religiosos, de carlistas, de católicos y de gente de derecha en general, asesinaron al pobre don Antonio María Martín.

Familiares de un "rebelde ajusticiado por las fuerzasde la República" cerca de Madrid, el 27 de agosto de 1936.

Archivo Pablo Larraz.

Al día siguiente, vinieron a casa dos obreros de mi padre preguntando por mí; eran Gutiérrez y “El Corchero”, los dos de la FAI. Abrió la puerta mi madre, y al verlos desconfió; «no está en casa», les dijo —lo que no era verdad—, y ellos le comentaron: «venimos a avisarle para que tenga cuidado y no salga de casa, porque hay gente que quiere asesinarle». Por lo visto, alguno me tenía ganas porque ayudaba a mi padre en su trabajo, pasaba lista a los obreros y contaba las entradas y salidas de material.Después de la advertencia, mis padres decidieron trasladarnos a Albocácer, a la ermita de Sant Pau, donde solíamos veranear, mientras mi padre continuó yendo y viendo a Valencia ya que estaba construyendo el edificio de Agentes Comerciales.

Page 19: Benito Ascaso Val

Un día le acompañó Juan Sansabas, un obrero suyo, socialista, de Meliana, y al entrar en la iglesia de un pueblo próximo, que habían destruido, mi padre encontró junto a la sacristía donde se dejaban los exvotos por las promesas hechas un uniforme del Ejército, que había pertenecido a la familia de otro obrero del pueblo y que lo habían ofrecido a la Virgen después de que regresara sano y salvo de la guerra de África. Lo recogió de entre los escombros con intención de entregárselo a la familia de éste, cuando llegasen en tren a Meliana.

Total, que a la entrada de la estación encontraron a una mujer de esa familia y le entregaron el uniforme, pero poco después, ya en Meliana, detuvieron a mi padre acusándole de «fascista que traía uniformes para que los fascistas del pueblo se sublevasen», y con esa excusa absurda detuvieron a mi padre, como ya habían hecho con muchos otros.

Juan Sansabas contó en la obra lo que había ocurrido, y un obrero socialista de Paterna, Paco Valero, junto a varios más, decidieron acudir al Comité de Meliana a por mi padre, todos armados con fusiles y con el pañuelo rojo al cuello. «Al fascista de Federico Ferrando Tena esta noche le daremos “el paseo”», les dijeron, y entonces los obreros de mi padre alegaron que tenían órdenes superiores de llevarlo a Valencia, porque «tenía muchas cuentas que dar allí». De esta forma, Valero y los otros obreros lograron salvarle de una muerte segura.

Como Valencia ya no era lugar seguro para él, Paco Valero se lo llevó a Barcelona para que se escondiera en casa de mi abuela Rafaela Tena. Durante todo el viaje, y para no levantar sospechas, Paco fue armado con su fusil y un pañuelo rojo al cuello. Realmente él y muchos otros de los empleados de mi padre, casi todos socialistas o de la FAI, se portaron con él de modo extraordinario. Tenían a mi padre por un hombre justo y le demostraron su aprecio en los momentos más difíciles. De todo hay en la viña del Señor, de buenos y de malos, y aquellos fueron formidables.

Pasaron los meses, y fui a Barcelona con mi padre. Mientras tanto Albocácer fue liberado, y nombraron a mi madre presidenta de las margaritas y delegada de Frentes y Hospitales en el pueblo.

Cuando por fin entraron los nacionales en Barcelona, pude ver entrar por la calle Balmes al Tercio de San Miguel, magníficos carlistas navarros y guipuzcoanos, mientras todavía se escuchaban tiroteos desde lo alto de los edificios. Aquellos chicos me entusiasmaron, y más al día siguiente, cuando los volví a ver en la misa de campaña que se ofició en la Plaza de Cataluña. Pedí incorporarme a esa unidad, el Tercio de San Miguel de Aralar, perteneciente a la 5ª División de Navarra, y me aceptaron gracias a Rafael Ochando Agramunt, antiguo compañero mío de la AET de Valencia, que tras pasarse a la zona nacional en los primeros meses estaba de capitán en la primera compañía del Tercio.

Page 20: Benito Ascaso Val

Acto de imposición de la Medalla Militar Colectiva alTercio San Miguel en el Stadium de Tolosa, en octubre 1937.

Archivo Baleztena.

Me pude incorporar cuando el San Miguel estaba en Figueras, camino hacia los Pirineos. Recuerdo que las tropas republicanas, en su huída hacia el Norte, había quemado las casas de aquella pobre gente, y el Tercio se tuvo que detener a apagar los incendios. No fue mala cosa, porque gracias a eso nos libramos de ser acribillados por los milicianos que habían quedado atrincherados en el Castillo de Figueras.El ambiente en el Tercio era magnífico, siempre cantando y con entusiasmo. Recuerdo, y todavía canto, el himno de la cuarta compañía, la famosa compañía de Tolosa:

La Compañía Tolosa siempre de buen humor,porque nunca le faltan ánimos ni valor,cuando están en el monte con ojo avizor,no temen a la muerte por defender la nación.Los rojos y separatistas son unos artistas en huir, por eso nosotros nos vamos hasta las trincheras a combatir.

Cuando terminó la guerra, todos los requetés del Tercio regresaron a sus casas salvo los que estábamos en quintas, que nos mandaron al 53 Regimiento de Infantería, primero a Bilbao y luego a Santander.

Page 21: Benito Ascaso Val

 Requeté vizcaíno por tierras valencianas.

Archivo Gastañazatorre

Recuerdo que allí, en Santander, se preparaba una visita oficial de Franco y los carlistas llenamos las calles por donde iba a pasar el Generalísimo de carteles en los que se defendía la independencia de la Comunión Tradicionalista frente a la Unificación. Nos detuvieron por aquello y, como represalia, a mí me destinaron al Servicio Especial del Estado Mayor, un puesto nada agradable, ya que nuestro cometido era buscar y detener antiguos republicanos con delitos de sangre. Recuerdo que apresamos a la “Ojo de Piedra”, una proxeneta que regentaba una casa de prostitución de niñas. Cuando detuvimos a aquella mala mujer, que se quedaba con el dinero de las chicas y las obligaba, las mandamos de regreso a sus casas mientras salían llorando de aquel lugar terrible.

Otro hecho terrible que me tocó fue el incendio del año 41. Recuerdo que una noche comenzaron a caer del cielo briznas encendidas y pude ver cómo estaba en llamas toda la parte de la catedral. Eran las nueve de la noche, y me di cuenta de que en la calle de San Francisco y en la de La Blanca, muy estrechas, los vecinos no se habían enterado del incendio. Fui corriendo, de portal en portal y de vivienda en vivienda, gritando y avisando a la gente para que saliera huyendo y se dirigiera al Teatro María Lisarda, donde se podrían refugiar.

También en esos meses en Santander pude fundar el Centro de Apostolado Castrense, el primero de España de ese tipo, y entré en la Junta local de Acción Católica.

El año 41 me alisté para combatir contra el comunismo en Rusia; salí de España el día 14 de junio y cuando regresé era marzo del 43. De Rusia tengo muchos recuerdos, algunos muy duros; lo peor sin duda fueron las condiciones meteorológicas: inviernos con todo nevado y unas temperaturas bajo cero espantosas.

Page 22: Benito Ascaso Val

Requeté disparando en la nueve. Archivo Soldevilla.

Tengo una anécdota muy curiosa de entonces. Para desayunar nos mandaban botes de leche en polvo, pero yo quería a toda costa para mí y para mis hombres leche de vaca auténtica, con la que poder desayunar caliente y en condiciones. Ideé una treta: como las bajas tardaban bastantes días en ser notificadas a los alemanes, y ellos nos seguían mandando más rancho del que necesitábamos, empecé a repartirlo entre la población de un pueblecito cercano, y ellos a cambio nos daban leche de vaca. Cada mañana, mi asistente y yo íbamos con un carro cargado de arroz y chocolate, y regresábamos con pozales de leche recién ordeñada. Me gané el afecto y la amistad de la gente de aquel pueblo, y todos me llamaban “Rafayel”.

Solíamos pasar todos los días por una casa donde vivía una pobre anciana con cuatro chiquillos, y siempre les dejábamos comida y caramelos. Recuerdo que un día aquella pobre mujer, en prueba de su agradecimiento, me sacó un vasito de leche caliente para me lo bebiera, pero no se lo acepté: le dije que se lo diera a los niños.

Como tantas cosas de la guerra, aquello se me olvidó. Pero un día, bastantes años después, estando en la concentración carlista de El Quintillo, la duquesa de Osuna nos invitó a merendar en su palacio a algunos de los que habíamos acudido desde otras ciudades. Allí me quisieron presentar a un chico ruso recién llegado a España, y que se había bautizado como católico con el nombre de Bosco. Cuando me vio, a aquel muchacho se le llenaron los ojos de lágrimas y gritó: «¡Rafayel!». Parece mentira, pero era uno de los pequeños que vivían con aquella anciana, y a los que todos los días dábamos de comer. El momento me emocionó en gran manera, y es que la vida te guarda muchas sorpresas.

Page 23: Benito Ascaso Val

Grupo de Requetés vizcaínos en el frente.Archivo Gastañazatorre.

Después, en los años siguientes, continué también con mi actividad carlista: fui consejero de don Javier de Borbón Parma, y jefe regional de la Comunión Tradicionalista en el Reino de Valencia, hasta que en el año 82 abandoné toda actividad política.

Ahora, con noventa años a mis espaldas y cansado, recuerdo todo aquello y siento añoranza de mis compañeros de juventud.

Page 24: Benito Ascaso Val

FRANCISCO JAVIER DE LIZARZA INDA

Pamplona, Navarra, 1928.Pelayo.

Niños de Leiza en Urto, en la muga de Navarra y Guipúzcoa,junto a la lápida en memoria de Joaquín Muruzabal,

primer requeté navarro caído en combate. Archivo Baleztena.

Nací en Pamplona el 31 de diciembre de 1928, y aunque mi padre era de Leiza, el último pueblo de Navarra antes de Guipúzcoa, casó con mi madre en Pamplona y vino a vivir en la casa de mi madre. Allí nací yo, en el número 6 de la calle Calceteros de Pamplona, frente del ayuntamiento, y recuerdo perfectamente ver desde casa la subida de los toros en San Fermín, así que navarro y pamplonés de pura cepa.

Se puede decir que toda la familia era carlista: mi abuelo, mis tíos, mis padres… todos carlistas. Mi padre, Antonio Lizarza Iribarren, era en el año 36 jefe del Requeté de Navarra. Le habían nombrado en septiembre del 34, cuando la cosa ya empezó a ponerse muy fea, y él fue quien se encargó de toda la organización militar del requeté de Navarra. Últimamente, en julio del 36, también intervino en las relaciones que había entre Mola, la Comunión Tradicionalista y Sanjurjo.

Page 25: Benito Ascaso Val

Para entonces la situación se había deteriorado mucho y mi padre, que había caído muy en gracia al general Sanjurjo, por aquello de que nació en Pamplona y porque su padre, el coronel Sanjurjo, intervino en la tercera guerra carlista y murió en la batalla de Udabe, en el valle de la Ulzama. Sanjurjo tenía algo de pamplonés y algo de carlista, y mi padre —tenía que era un hombre muy simpático y con cierto encanto personal— se lo ganó por ahí.

Después de los problemas que hubo entre Mola y la Comunión en vísperas del Alzamiento, la idea que mi padre tenía en mente era marcharse a Estoril el 17 de julio, traerse a Sanjurjo y ponerle la boina roja, con lo cual el movimiento ya no sería militar, sino que pasaría a ser un nuevo alzamiento carlista. Mi padre estaba seguro que lo iba a conseguir, y por eso salió del aeropuerto de Parma, en Biarritz, el 17 de julio de 1936, en la avioneta de un aviador francés.

Al llegar a Burgos, el francés le dijo a mi padre: «Hemos perdido mucha gasolina al pasar los Pirineos y tenemos que bajar a Burgos a repostar». Bajaron, y al aterrizar en el aeropuerto de Gamonal se encontraron allí formada una compañía de Guardias de Asalto, y a su frente al director general de Seguridad, Alfonso Mayol. Se trataba de una trampa y, sin duda, habían dado instrucciones al piloto para que bajara allí. Entonces, el aviador francés se puso un poco nervioso y le dijo a mi padre: «¿tiene usted alguna cosa que esconder?», y le entregó el documento en que se invitaba a Sanjurjo a ponerse al frente de la sublevación. Mi padre bajó del avión, y el director general de Seguridad lo tomó preso y se lo llevó a Madrid. Por el camino, a través de la radio del coche, iban oyendo las noticias en se anunciaba que había estallado una sublevación militar en África. De esa forma quedó mi padre preso en la cárcel desde ese día hasta enero del 38.

Uno de los tres aviones del Ejército que, procedente de Getafe,desatendieron la orden del Gobierno de bombardear Melilla,

y aterrizaron en Noáin, el 19 de julio de 1936. Junto a lospilotos Salas, Pimentel y Tasso, la guardia de requetés del

aeropuerto. Archivo Baleztena.

Mientras sucedía esto, nosotros estábamos en Leiza con mi madre, y el mismo 19 de julio, a media tarde —no lo olvidaré nunca, yo era un niño de ocho años— llegaron los primeros requetés: eran dos autobuses de chicos de Olite, chicos jovencísimos, de 16 o 17 años, todos con boinica, camisa blanca y alpargatas del campo. Pararon en la calle principal de Leiza, frente de la fonda Gogorza, y allí estaban para recibirles las autoridades del pueblo. Estaba el alcalde de Leiza —de origen carlista—, el cabo de la Guardia Civil, mis tíos Nazario y Rufino…

Page 26: Benito Ascaso Val

Entonces, el cabo de la Guardia Civil soltó un pequeño discurso: «¡Bienvenidos!, Leiza os agradece que estéis hoy aquí, porque venís a salvar España…». Y para terminar, el cabo gritó: «¡Viva la República!». Entonces, la gente del pueblo presenté le increpó: «¡Txorua!, ¡txorua!» —que significa “loco” en vasco—, y él nervioso corrigió: «No, que me he equivocado, ¡muera la República». Aquél estaba —como muchos militares—con esa idea de que la sublevación serviría para restaurar el orden, pero continuando la República.

¡Qué pintas tenían aquellos chicos con la ropa de trabajar en el campo!: los recuerdo perfectamente en la plaza rezando el rosario, y cómo la gente de Leiza salía de sus casas y se sumaba al rosario. Luego llegó un camión de Pamplona con uniformes y correajes, y ya parecían algo cuando se retrataban por grupos en la plaza, e hicieron la reposición la reposición de los crucifijos en el ayuntamiento. Aquellos primeros requetés recibieron orden de ocupar el puesto que tenían los miqueletes en Urto, en la misma frontera entre Navarra y Guipúzcoa, y hubo un enfrentamiento, un intercambio de tiros con los miqueletes, en el que murió Joaquín Muruzábal Muruzábal, de San Martín de Unx, el primer requeté caído en la guerra y único que murió en suelo navarro. Recogieron el cuerpo y lo velaron en la plaza de Leiza. Un tiempo después, se levantó una placa en memoria de Joaquín Muruzabal y la madre del difunto visitó el lugar donde había caído su hijo. Después de aquello, mi madre nos llevó a Pamplona.

Los requetés del Tercio San Miguel proceden a la reposicióndel crucifijo en el ayuntamiento de Leiza, 

ante la mirada de algunos vecinos. Archivo Baleztena.

Mientras tanto, a mi padre lo metieron en Madrid en la cárcel Modelo. A los pocos días de su llegada las milicias asaltaron la cárcel quemando la parte central —la Modelo tiene forma de estrella—, que era donde estaban los archivos y la documentación de los presos. Aquello a mi padre le vino muy bien, yo creo que le salvó la vida, porque en las sacas las milicias buscaban a gente conocida o significada —como el general Ochoa, al que le cortaron la cabeza y después jugaron a fútbol ella—, y al no ser mi padre de Madrid y no tener documentación quedó en cierto modo un poco aislado.

Además, tuvo la suerte de caer en una galería controlada por los comunistas en la que mandaba un tal Vergara, que era vasco, y como mi padre era vasco-parlante, pues pasaban muchos ratos conversando en vasco, mientras los milicianos les escuchaban sorprendidos. Aquello hizo que Vergara le tomara cierto cariño, y le encargó una cosa estupenda, un auténtico chollo, y que consistía en limpiar los retretes. Así que mi padre tenía ese pequeño privilegio, ser el “paniaguado” oficial de Vergara.

Page 27: Benito Ascaso Val

En la celda no había más que un camastro, y se jugaban a fuerza, a pulso con el codo encima de la mesa, y el que ganaba dormía esa noche en el camastro. Un compañero de celda de mi padre me contaba años después: «¡joder! Tu padre dormía casi todas las noches en la cama, porque a pulso nos ganaba a todos». Así se entretenían y despistaban un poco el miedo.

Una noche, a la una de la madrugada, llamaron a mi padre a una de las sacas: «Antonio Lizarza, venga, salgan con lo que tengan que van en libertad». Y en el momento que salía mi padre, gracias a Dios, se encontró con el hijo de Vergara y le preguntó: «don Antonio, ¿pero a dónde va usted?». «Es que me han llamado para la saca», le contestó. «No salga, ya hablaré con mi padre, que él lo arreglará». Y Vergara quitó a mi padre de la lista. Luego, además, hubo cierta confusión con mi padre, ya que su nombre completo era Antonio Luís de Lizarza, y puede que el Luís figurara como primer apellido de mi padre y aquello les confundió.

Nosotros seguíamos en Pamplona, y quizá el recuerdo más cotidiano durante esos meses era ver a mi pobre madre llorando, siempre estaba llorando acordándose de mi padre. Oíamos mucho por la radio, y mamá tenía un mapa de España en el que iba poniendo banderitas con los avances de los nacionales. Mientras tanto, los tres hermanos nos apuntamos a los pelayos; en realidad, en Pamplona, la mayoría de los niños éramos pelayos. Lo vivíamos como una cosa muy patriótica, muy religiosa, muy de Navarra…; por lo demás éramos unos críos y a esas edades, con ocho años, no eres consciente de muchas cosas. Sí recuerdo que había un entusiasmo loco, y que cuando desfilábamos por las calles con nuestra boinica y nuestros fusiles de madera la gente nos aplaudía como loca y nos gritaba. ¡Qué ovaciones! Los falangistas también tenían sus juventudes, los “flechas”, que en Pamplona se les llamaba “balillas”. Desfilaban guapísimos con sus uniformes azules, mucho más arreglados que nosotros, los pelayos, que íbamos bastante más sencillos, un poco “zarrapastrosos”, como se dice en Navarra.

Grupo de pelayos de Leiza. Archivo Jaurrieta.

Por noviembre del 36 se decía que la toma de Madrid era inminente, y nos enseñaron una canción para cuando entrásemos en la capital dedicada a Prieto y a Irujo —navarro de Estella y nacionalista vasco— y que decía algo así:

Irujico, Prieto gordo,qué paliza os hemos dao,

Page 28: Benito Ascaso Val

los requetés navarros que Madrid hemos tomao.

¡Ay! Prieto ¡Ay! Berrugón,Madrid ya cayó.Tómate el café,después del balcón.Irujico, Prieto gordoqué paliza os hemos dao…

Aparte de los desfiles no hacíamos más que rezar: rezar por la victoria, rezar por los muertos que traían de los frentes y que luego acompañábamos en formación en los entierros. El ambiente era de un auténtico entusiasmo y se vivía aquella situación con un espíritu tremendo y un gran fervor religioso.La guerra se entendía como una auténtica cruzada contra el comunismo: los voluntarios llevaban cosidos al pecho Sagrados Corazones, ya que ellos luchaban sobre todo por Dios, aunque también con ilusión y esperanza en lo que vendría después de la victoria. Como carlistas que éramos pensábamos que luego vendría el rey y volvería a España la monarquía tradicional. Pero el rey Alfonso Carlos, aquel viejecito venerable, se murió y algunos falangistas, que eran un hatajo de cabrones, nos cantaban una canción de burla que no quiero ni recordar.

Volviendo la vista atrás, lo que se cuenta ahora en los libros resulta increíble, una manipulación absoluta. Los que hemos vivido aquello, vimos el espíritu con que llegaron a Leiza aquellos chicos de Olite el 19 de julio del 36, y luego oímos todo lo que se está diciendo ahora, para mí, resulta demencial.

De la guerra en Navarra, ahora, de lo único que se habla es de los fusilamientos. El totalmente cierto que en Navarra hubo una represión dura, durísima e injustificable, pero también hay otras cosas que no se cuentan.

Desde mi punto de vista, la actuación de los carlistas en la represión fue muy limitada y mal vista desde el propio carlismo. El mismo Joaquín Baleztena, Jefe Regional de Navarra, sacó una nota en la primera página de El Pensamiento Navarro el día 24 de julio, en que decía: «Los carlistas, soldados, hijos, nietos y bisnietos de soldados no ven enemigos más que en el campo de batalla. Por consiguiente, ningún movilizado, voluntario, ni afiliado a nuestra inmortal Comunión debe ejercer actos de violencia y evitar que aquellos se cometan». Luego, claro, hubo quien no hizo caso de la nota en que Baleztena se opuso rotundamente a la represión, aunque en eso tuvieron mucha más implicación algunos grupos de falangistas. En aquel momento, Navarra estaba partida en dos: en el norte de Navarra o se era carlista o se era nacionalista vasco, y en el sur de Navarra o se era carlista o se era socialista. Al estallar el alzamiento, los carlistas salieron todos a la guerra, y entonces muchos socialistas de la ribera de Navarra —que había mucho— se apresuraron a meterse como falangistas ante el nuevo panorama. La Falange creció de manera espectacular, y José Moreno, que era Jefe de Falange de Navarra, incluso emitió un comunicado los primeros días: «pongo en conocimiento de los comerciantes de Navarra, que queda prohibida la venta de camisas azules», porque la cosa se le iba de las manos. Muchos de estos falangistas marcharon también a la guerra en las banderas de Falange de Navarra —que fueron formidables— pero hubo otros que se quedaron en retaguardia, y entre ellos grupos que se dedicaron a hacer burradas y estragos en los pueblos de la ribera. En el norte de Navarra, también hubo nacionalistas vascos que se hicieron falangistas. Recuerdo como algo increíble lo que sucedió en Leiza, donde a un antiguo nacionalista vasco le hicieron jefe de Falange, y después el gobernador civil de Navarra lo nombró alcalde, todo para no nombrar al alcalde carlista cuyos hijos estaban luchando en el frente. En fin, historias de la guerra.

Page 29: Benito Ascaso Val

Pelayos de Pamplona. Archivo Pablo Larraz.

Afortunadamente, mi padre reapareció en la España nacional el 28 de enero del 38. Para entonces, la Comunión estaba ya deshecha. Se había impuesto la Unificación y la que mandaba era la FET —Falange Española Tradicionalista—. Durante el último año de guerra, mientras recorría toda España en busca de requetés navarros prisioneros, mi padre se dedicó a recoger todo lo que pudo de los tercios de requetés: diarios de operaciones, listas de muertos y heridos, registros de voluntarios… Era consciente de la importancia que tenía dejar constancia de la aportación que había tenido el carlismo en la guerra, en momentos en que todo parecía diluirse a causa de la Unificación.

Yo, mientras tanto, terminé mis estudios, hice la carrera de abogado en Zaragoza, después el doctorado, y luego fui a la Universidad de Edimburgo para hacer otro doctorado. Cuando ya vine a Madrid para establecerme profesionalmente y montar el despacho en el que sigo trabajando, creí que era mi deber retomar la labor iniciada por mi padre. En los años cincuenta comencé a colaborar con Ángel de Lasala, coronel médico de Zaragoza que era excombatiente del Tercio de Nuestra Señora del Pilar, para crear un archivo militar dedicado a la participación del carlismo en la guerra. Comenzamos a reunir toda la información que teníamos a nuestro alcance sobre los 43 tercios de requetés y otras unidades en que había carlistas. Recogimos diarios de operaciones, historiales militares, correspondencia, noticias de prensa, listados de voluntarios y de muertos… También comencé a mandar cuestionarios y a entrevistar a veteranos. En aquel momento, Navarra era un campo de investigación enorme. Había voluntarios excombatientes y antiguos oficiales del Requeté en todos los pueblos, y sin embargo la labor no era nada fácil porque la gente estaba muy desilusionada con la terminación política de la guerra. Se desconfiaba, había hermetismo, y si no te conocían personalmente la gente era muy reacia a colaborar. Tampoco ayudaban las divisiones, las luchas políticas dentro del carlismo. Sin embargo, a base de insistir, unos te enviaban a otros,

Page 30: Benito Ascaso Val

e hicimos bastante labor. En aquel momento las cosas se hacían con papel y lápiz. Había que memorizar, tomar algunas notas a mano durante la entrevista —si te dejaban—, e inmediatamente después, en fresco, escribir. Muchas veces, nada más salir de la casa, me sentaba medio a oscuras en el rellano de las escaleras para anotar antes de que se olvidaran los detalles. Muchos desconfiaban, y preguntaban una y otra vez el porqué y el para qué. Tenían miedo del uso que se pudiera hacer de la información.

Oficiales del Tercio Navarra dando un “tiento” a la bota.De izquierda a derecha: capitán Negrillos, capitán Ciganda,comandante Villanova y Zamanillo. Archivo Emilio Herrera.

Cuando Ángel de Lasala murió, me dejó todo el archivo, y lo agrupé —no digo unifiqué porque la palabra unificación me repugna— con lo que recogió mi padre y lo que yo había hecho. Creo, humildemente, que con los años el mío puede ser el mejor archivo que hay sobre la participación del Requeté en la guerra, un archivo que está abierto a todo el mundo y que muy poca gente viene a investigar, curiosamente sólo algún historiador un poco “rojillo”. Yo, naturalmente, aunque soy carlista, para estas cosas soy muy liberal, y lo he dejado consultar sin ningún problema. La prueba es que, quizá, el mejor libro que se ha escrito sobre los tercios de requetés en la guerra de España lo hizo Julio Aróstegui, catedrático de la universidad de Madrid, y lo hizo basándose principalmente en mi archivo. Aróstegui hizo un trabajo magnífico, meticuloso, bien estructurado, pero quizá demasiado frío, aséptico, “de historiador”, que es lo que es él, y magnífico además. Las únicas palabras de alabanza que hay recogidas en los dos tomos se encuentran en la dedicatoria inicial, y que dice: «a Antonio Lizarza Iribarren y Ángel Lasala Perruna, que supieron guardar la memoria de los suyos, que es también la memoria de todos».

Además de datos militares, en aquellas entrevistas de mis años jóvenes recogí infinidad de anécdotas sobre cómo era el espíritu de los requetés y que muchas veces me vienen a la cabeza. Hace poco me vino a la memoria aquella de un requeté vascoparlante del valle de Ulzama, en el norte de Navarra, llamado —creo recordar— José Cía Zabaleta. Eran tres hermanos voluntarios en el frente, por lo que uno de ellos podía acogerse al decreto por el que el tercer hermano tenía permiso para regresar a casa, así que el comandante, conocedor de que el muchacho apenas sabía el castellano, le explicó el asunto y al final le preguntó: «José, ¿tú irte o quedarte?». A lo que el bueno de Cía le contestó: «yo, quedarte». Así eran la mayoría de los requetés… y no pena haber dedicado buena parte de mi tiempo y también dinero a recoger la historia de aquella gente, de la que ya muy pocos parece que nos acordamos.

Page 31: Benito Ascaso Val

JOSÉ JAVIER NAGORE YÁRNOZ

Pamplona, Navarra, 1919.Voluntario del Tercio de Radio Requeté de Campaña.

Equipo de Radio Requeté de Campaña en el frente de Vizcayael día de la toma de Ochandiano. Con casco de acero

y la antena en las manos, el protagonista de este relato.Archivo Javier Nagore

Nací en Pamplona el 25 de enero de 1919, en una familia de clase media alta. Estudié el Bachillerato en los hermanos Maristas de Pamplona y en el prestigioso Colegio de los Capuchinos de Lecároz desde 1929 hasta 1935.

Hasta cierto punto sí había algo de tradición carlista en la familia: mi bisabuelo paterno, don Leandro Nagore Fernández, que fue notario y decano del Colegio Notarial de Pamplona, estuvo detenido y deportado por los liberales en los años 1872-1876 por sus convicciones tradicionalistas. Fue autor de unos “Apuntes para la Historia “, un libro de memorias durante la segunda guerra carlista que publicó en 1964 la Institución Príncipe de Viana. Sin embargo, tanto mis abuelos —paternos y maternos—como mis padres eran monárquicos alfonsinos.

En 1931, cuando llegó la República, yo tenía 13 años y estaba en el Colegio de Lecároz. Sin embargo, recuerdo que, tanto mis padres como mi hermana Lourdes, todos monárquicos, estuvieron tristes y contrariados por la marcha del rey y la proclamación de la II República. Mi imagen de aquellos gobiernos republicanos fue malísima, una imagen fundamentada no sólo en la razón y el sentido común sino en los hechos: en menos de cinco años dividió a los españoles y estuvo a punto de deshacer España. No puedo decir que desarrollara actividad política en los años anteriores a la guerra, aunque sí intervine —tanto en el Colegio como en la Universidad— en actos de “la derecha“; admiraba a líderes como Víctor Pradera, Calvo Sotelo y José Antonio Primo de Rivera. Entre mis amigos íntimos, había tanto carlistas como falangistas pamploneses. Por entonces, mi padre, que había sido Alcalde de Pamplona y Diputado Foral de Navarra, era Presidente en Navarra de “Renovación Española “, desde su fundación, en 1933, hasta su extinción en 1936, e intervino en varios actos de la TYRE —Tradicionalistas y Renovación Española— y del Bloque Nacional antes del 18 de julio de 1936.

Page 32: Benito Ascaso Val

En julio de 1936 había terminado el ingreso y curso primero de Derecho en la Universidad de Zaragoza, como alumno libre, no oficial. El 11 de julio de 1936 estaba en Zarauz veraneando con mis padres cuando oí las noticias por la radio y pensé que “aquello era inminente “. Mi padre viajó a Pamplona el 16 de julio y volvió a Zarauz el 18 con el coche familiar, un HUP americano, conducido por Daniel, el chofer, que por cierto era comunista. Daniel quiso disuadir a mí padre de que volviera a Zarauz, pues tenía noticias que el Alzamiento no triunfaría en Guipúzcoa. Sin embargo, mi padre creía lo contrario y no le hizo caso. Daniel tuvo razón en parte: a mi padre lo detuvieron en Zarauz a los pocos días y acabó preso en la cárcel de Ondarreta, y a Daniel, que regresó a Pamplona con el coche, también lo detuvieron.

El 19 de julio, ya con las noticias de que Navarra estaba alzada a las órdenes de Mola, a mi primo José Luís Nagore Alcázar y a mí nos pusieron pantalones cortos para que pareciéramos más niños, mientras comenzaron en Zarauz a reclutar hombres para hacer trincheras en la línea de demarcación de Guipúzcoa con Navarra.

Al ocuparse Zarauz por los nacionales en septiembre del 36, quise, ya en Pamplona, alistarme enseguida en un Tercio de requetés para combatir “por Dios y por España”. De mis mejores amigos de la cuadrilla, dos eran requetés: Luís María Olaso y José Ángel Zubiaur; mientras que otros tres estaban en Banderas de Falange navarras: Javier Armendáriz, Carlos Guembe y Martín Galán. Yo me inclinaba hacia las ideas de la Tradición; creía que por Dios, la Patria, los Fueros y el Rey, era hermoso luchar; y era conciente de que, dadas las circunstancias revolucionarias y separatistas que conducían a España a ser satélite comunista de la URRS, no había más remedio.

Un capellán arenga a las tropas en los cuarteles de Pamplonaantes de partir al frente, el 19 de julio de 1936.

Archivo Municipal de Pamplona.

En noviembre de 1936, mi amigo Olaso y yo —él se encontraba en Pamplona convaleciente de una herida recibida en el frente de Oyarzun cuando estaba en el Tercio de Lácar— decidimos presentamos al entonces Jefe de requetés de Navarra Esteban Ezcurra para incorporarnos al Tercio Navarra. Sin embargo, Ezcurra nos dijo que se estaba creando un Tercio de Radios de Campaña y que podíamos servir mejor allí.

Page 33: Benito Ascaso Val

Se trataba de una unidad con aparatos de radio móviles; cada equipo llevaba tres hombres que acompañaban a las unidades de combate para enlazarlas entre sí. Entre mis compañeros, había varios huidos de zona roja y algunos ex-presos de Ondarreta o de las cárceles de Bilbao; gentes de todas las clases sociales y varios voluntarios labradores y obreros, alistados en el Requeté ya antes del 19 de julio.

Una vez alistados Olaso y yo, fuimos el 5 de enero del 37 al frente Guipúzcoa a la Sección de Radio Requeté de Campaña de la 1ª Brigada de Navarra, al mando del teniente coronel Rafael García Valiño, para participar en las maniobras de los Inchorta y Udala.

Recuerdo tras la toma de Ochandiano la impresión que me produjo ver las barbaridades que habían hecho en la Iglesia; más parecía un muladar. Fue precisamente a la salida Ochandiano cuando me hirieron por primera vez, el 10 de abril de 1937, en el cruce de carreteras Dima-Urquiola. Una granada de 15,5 explotó cerca y la onda expansiva me dejó sin conocimiento, con el oído izquierdo reventado, pero pude recuperarme rápido.

Continuamos por tierras vizcaínas en la ruptura del Cinturón de Hierro de Bilbao, el paso del Nervión, y la conquista de Arraiz, Pagasarri, Canita y Altamira, para terminar en la liberación de Bilbao.Aquello fue memorable; nunca podré olvidar la entrada en el Hotel Carlton de Bilbao, sede de la Presidencia de “Euzkadi “, entre dos filas de “gudaris” con las armas rendidas en el suelo, y nuestro entusiasmo al izar la bandera española en el balcón principal.

Pude entonces reencontrarme con mi padre, que de la cárcel de Ondarreta había sido trasladado primero al “Aranzazu-mendi “, barco-prisión anclado en el Abra bilbaino y, más

tarde, al Carmelo de Begoña, también convertido en cárcel. Se podía decir que estaba vivo de milagro, porque de sus compañeros de prisión 224 habían sido fusilados, principalmente durante los asaltos a las cárceles del 4 de enero de 1937.

Terminado el frente de Vizcaya, continuamos para Santander, donde participamos en la ruptura del frente por Cueto y el Valdecebollas, el avance por Torrelavega y el paso de Barreda, donde cortamos las comunicaciones con Santander. Luego, en Asturias me tocó participar en los combates para ocupar el Puerto de Mazuco, el paso del Sella, y las tomas del Sueves y del Fito.

Requetés y niños a las puertas del ayuntamiento de Elorrio (Vizcaya). Archivo Baleztena.

Page 34: Benito Ascaso Val

Teruel, 24 de febrero de 1938. El Tercio de Montejurra salede la ciudad reconquistada de nuevo camino del frente.

Archivo Pablo Larraz

Nos mandaron a Teruel, donde tengo los recuerdos más duros de la guerra, con un frío insoportable, y más de 4.500 bajas en nuestra División, entre muertos, heridos y congelados. Participamos en los combates de Las Pedrizas —donde me hirieron por segunda vez, de metralla—, la Muela de Teruel y las cotas 1.062 y 1.070, además de la conquista del cementerio y Santa Bárbara y la ocupación de Teruel. Precisamente en una de estas cotas, en la 1.062, cuando la noche del 12 enero 1938 nos atacó un batallón rojo de la FAI, pudimos escuchar cantar a los rojos desde muy cerca, y recuerdo perfectamente la letra de su canto:

Arroja la bomba que escupe metralla coloca el petardo y empuña la “star”; no tengas conciencia de tanta canalla hasta que consigas plena libertad. Agrupémonos ‘faístas “, empuñando la pistola hasta morir; con petróleo y dinamita al Gobierno de Franco combatir! ¡Y destruir!

Por la nieve y el hielo apenas se podía encender fuego, así que pasamos con unas latas heladas de carne de caballo que los rojos habían abandonado. En alguna ocasión también comimos gato, que los rancheros nos daban por conejo.

A consecuencia de la primera herida había estado en el Hospital Alfonso Carlos de Pamplona con tratamiento de otorrinolaringología por el Antonio Aznárez, pero fue con los fríos de Teruel cuando se agravaron los problemas en mi oído izquierdo, mal curado del norte. Ingresé para cura ambulatoria en el hospital; iba por las mañanas, me aplicaban un tratamiento en el oído interno, y regresaba a dormir a casa de mis padres. Permanecí en Pamplona desde el 10 de febrero al 5 de marzo de 1938, en que ya me incorporé de nuevo a la Sección, entonces en Daroca, para comenzar cuatro días después la campaña de Aragón.

Page 35: Benito Ascaso Val

Requetés heridos a la entrada del Hospital Alfonso Carlos.Archivo Pablo Larraz.

Luego el Maestrazgo, Cinctorres y Espadán, y ya continuamos nuestro avance por Levante, en la maniobra de Gandesa, la ruptura del frente por Morella, Alcanar, y la llegada al Mediterráneo.Participamos también en la batalla del Ebro, otra etapa de gran dureza, con un calor abrasador y más de 7.700 bajas en la Primera División de Navarra, entre muertos y heridos. Justo al comienzo de la batalla, estuve enfermo del 3 al 7 de septiembre del 38 con fiebre alta y agotamiento físico, quizá por una vacuna antitifoidea infectada.

Nos tocó la ruptura del frente por Caballs, Sierra del Águila, la ocupación de Ascó y Flix, y llegada al Ebro. Aquél fue un momento para recordar. Llegamos a las 4 de la tarde del día 15 de noviembre de 1938 y, cifrado por nuestra radio, la 13, trasmitimos al servicio del teniente coronel Pérez Salas, que estaba al mando de los Tercios Montejurra y Lácar y del 8° batallón de América, el siguiente parte, que todavía conservo: «al Coronel Mizzián: secciones en vanguardia de mi agrupación han llegado al río. Objetivo logrado. Pérez Salas». Cinco minutos después recibimos la contestación, sin cifrar, que decía: «Al teniente coronel Pérez Salas: felicitaciones, batalla terminada. Mizzian». Al leerlo en voz alta, cuantos rodeaban al teniente coronel, comenzaron a gritar, lanzando boinas, cascos y gorros al aire y dando vivas a España.

Page 36: Benito Ascaso Val

Equipo de Radio Requeté de Campaña del teniente coronelPérez Salas ante Caspe, durante la campaña de Aragón.

De izquierda a derecha, «Isho» Ramón Igartua, elprotagonista de este relato y José Mari Rubio.

Archivo Javier Nagore.

El entusiasmo en la guerra se daba pocas veces, quizá en algunos arrebatos del combate, pero sí vivíamos con alegría motivos nimios de nuestro día a día: un sitio cómodo para dormir; una comida caliente en las trincheras, las cartas de la familia, de la novia, la madrina de guerra... Quizá también el escuchar en la radio los partes de guerra la terminación de los frentes: el del Norte, el de Santander, Levante, Cataluña…

Alguna vez, esta alegría se manifestaba en forma irónicamente resignada. Por ejemplo, solíamos contestar con un «¡bien, coño, bien!» a gritos de un patriotismo poco convincente de algunas gentes no combatientes, pero pertrechadas con uniformes rutilantes y pistolas y correajes elegantes, a los que llamábamos “sensación de normalidad” o “emboscados “.

Allá donde llegábamos, fuera Vizcaya, Santander, Aragón, Maestrazgo, Cataluña y Toledo, nos encontrábamos con auténticos desastres provocados por los rojos, lo mismo asesinatos, que robos, incendios y destrucción de iglesias y monasterios. Al ocupar los pueblos y villas en estas provincias, las unidades de la 1ª División de Navarra, tenían que limpiarlas antes de ser consagradas de nuevo. Los “páter” de las unidades celebraban después la Misa sólo con el altar, las naves vacías y, presidiendo el altar, “el Cristo” que llevaban siempre los Tercios de requetés. Así sucedió en Torrelavega, Morella, Castellón, y otros tantos lugares.

El espíritu religioso lo vivíamos muy intensamente: teníamos misas en las trincheras que celebraba “nuestro páter”, se rezaba el Rosario todos los días, aplicándolo “por los nuestros y por los rojos “, y en bastantes ocasiones, antes de entrar en combate, recibimos la absolución colectiva.

Page 37: Benito Ascaso Val

En las unidades de requetés se practicaba aquello de «tirad, pero tirad sin odio», que es el lema cristiano en toda guerra justa, y para nosotros la de España lo era. Desgraciadamente, en retaguardia sí hubo odios y venganzas.

Mujeres de Pamplona repartiendo escapularios y “dententes”entre los soldados y voluntarios que parten al frente,

la tarde del 19 de julio de 1936. Archivo Municipalde Pamplona.

Durante todo el tiempo que estuve en el frente, únicamente presencié dos ejecuciones sobre el campo: la de un internacional francés que un día antes había participado en la muerte a bayonetazos de cuatro requetés del Tercio de Montejurra hechos prisioneros, la víspera de toma de Ochandiano; y la de un brigada del 1º Batallón del Regimiento de América, que “chaqueteó” en dos ocasiones en el Puerto de Mazuco, acusado de «reiterada cobardía ante el enemigo desmoralizando a la tropa». En ambas ocasiones se les sometió a juicio sumarísimo y se les aplicó la ley de guerra.

El ambiente entre los compañeros de unidad era muy bueno; empezamos la guerra como soldados y la terminamos como amigos; éramos un grupo de amigos haciendo juntos la guerra. Junto con las cartas, me llegaron en varias ocasiones paquetes desde Argentina, donde tenía parientes, con víveres, y “atados” de cigarrillos de marcas inglesas y americanas, que causaban sensación entre mis compañeros. Cada uno repartía entre todos los demás los obsequios que recibía.

Nuestro vestuario se reponía por Intendencia con cierta regularidad, lo que no quitaba para que muchas veces, en la ocupación de pueblos y trincheras enemigas recogiéramos muchas prendas abandonadas; a veces, así en Cataluña, de muy buena calidad. Había que arreglárselas: allí no había calefacción, a lo sumo hogueras en primera línea, las de las cocinas en los descansos y el sol siempre, cuando salía. La alegría era una constante entre nosotros a pesar de donde estábamos, y cantábamos mucho: jotas, himnos, mejicanas y cantidad de letrillas absurdas. Después de tantos años todavía recuerdo un buen número de ellas, algunas tan de circunstancias como éstas:

En el cielo manda Dios y en la tierra los gitanos, 

Page 38: Benito Ascaso Val

y en la Sierra de Espadán los cañones de Atilano.

Los de Lácar fuman puro, Montejurra cajetilla, y detrás viene el 8° recogiendo las colillas.

Las muchachas de Pamplona, arriba el chim-púm, chim-púm,ya le han dicho a Mussolini, arriba el chim-púm, chim-púm; si se van los italianos, con quién vamos a ir al cine.Dame la media un día, dame la media ya.

 Requetés del Tercio Lácar en Álcora. Archivo Baleztena.

Entre los requetés y el resto de grupos ideológicos combatientes en nuestro lado nacional había diferencias ideológicas, por supuesto, salvo en cuanto el “por Dios y por España” que nos movía a casi todos los combatientes nacionales. En alguna ocasión hubo tortas y puñetazos, peleas y encontronazos de requetés, falangistas y soldados; pero no llegaba la sangre al río; ni siquiera cuando la unificación en “FET de las Jons “, que en el frente no se acusó para nada, ni siquiera para los uniformes, que siguieron siendo tan multiformes como antes. En nuestra unidad, la 1ª División de Navarra, la confraternización entre todos los divisionarios se daba, se dio, durante toda la guerra; y se da después de ella, al menos en lo que yo conozco.

Los excombatientes nacionales, terminada la guerra, no tuvimos pensión ni beneficio alguno; excepto los condecorados con la Laureada y la Medalla Militar individual; y, también, los mutilados de guerra; aunque no todos, ya que aún teniendo la Medalla de sufrimientos por la Patria y siendo mutilado, no siempre se concedía pensión. Las pensiones, además, eran pequeñas, los excombatientes rojos, en cambio, han logrado indemnizaciones más elevadas; el contraste parece evidente. A lo largo de la guerra, en nuestra sección de Radio Requeté de Campaña, de los 30 o 40 hombres que sucesivamente pasamos por ella, hubo 2 muertos y 18 heridos, 5 de los cuales —yo uno de éstos— heridos en dos ocasiones.

La adaptación a la vida civil, terminada la guerra, fue rápida en los componentes de nuestra Sección. Casi todos volvimos a ser lo que éramos antes: estudiantes, obreros, funcionarios o labradores. Algunos, pocos, continuaron en el Ejército.

Page 39: Benito Ascaso Val

En cuanto a mí, hice los cursos intensivos de Derecho y luego las oposiciones a Notarías en los años 1939 a 1944, en los que saqué plaza. De 1942 a 1945 estuve, como los de mi quinta de 1919, nuevamente de cabo, como lo fui en la guerra, pues nos llamaron a filas debido a la II Guerra Mundial para defender la neutralidad de España. En 1945, ya siendo notario, fui licenciado. Después estuve de notario en Segura, Alsasua, Vigo, Bilbao y Pamplona.

En Navarra formé parte del Consejo Foral y fui representante del Derecho civil de Navarra en la Comisión General de Códigos, Presidente del Consejo de Estudios de Derecho Navarro, entonces máximo organismo jurídico asesor de la Diputación Foral, y coautor del Fuero Nuevo de Navarra y de ocho libros de “Comentarios” a sus leyes.

En 1977, ya notario de Pamplona y Decano del litre. Colegio Notarial, fui elegido Presidente del partido político “Alianza Foral Navarra” hasta el año 1979. Más adelante, disuelto el partido, muchos de sus afiliados pasaron a serlo de “Unión del Pueblo Navarro”. Finalmente, he sido Jefe Regional de la Comunión Tradicionalista Carlista en Navarra y también Consejero Nacional.

Tercio Ortiz de Zárate en Bilbao, en junio de 1939.Archivo Lezama-Leguizamón

Ahora, a mis 90 años, me dedico a estudios jurídicos e históricos; con bastantes publicaciones conocidas. Además, he escrito varios libros sobre nuestra guerra, entre ellos mis recuerdos de aquellos años: En la Primera de Navarra. Memorias de un voluntario navarro de Radio Requeté de Campaña, uno de los primeros libros testimoniales que se escribieron de ella y que ha tenido ya varias reediciones.De unos años a esta parte han proliferado libros que en mi opinión falsean los hechos históricos. Una cosa son los libros de autores que sólo han leído sobre los hechos que recogen, y otra, bien distinta, los testimonios de los que vivieron aquellos hechos. De ahí que los segundos, históricamente, sean más auténticos y veraces.

Los que servimos en los Radio Requeté de Navarra de la 1ª División de Navarra nos hemos reunido todos los años, en una celebración con Misa y comida de hermandad. Son hasta ahora más de 70 reuniones, una por año desde el 1939, aunque ya solamente vivimos muy pocos excombatientes de aquella Sección. Fuimos compañeros y amigos en la guerra y continuamos siéndolo en la paz.

Fueron años duros y alegres. Respecto a las alegrías fueron tantas y en tantas ocasiones que yo, al menos, puedo hoy recordar la guerra con alegre nostalgia. El haber convivido con personas que compartimos el mismo ideal de Cruzada me hace, aún ahora, recordar con ilusión lo vivido y sufrido en mis años de juventud: y permanecer creyente en los mismos principios e ideales.

Page 40: Benito Ascaso Val

No es una tonta vanidad de anciano el llevar como uno de los méritos de mi vida —si ante Dios puede valer alguno— el haber participado en la defensa de los valores eternos de la religión y del espíritu; y me siento orgulloso de ello.

Page 41: Benito Ascaso Val

JUAN RIERA BARTRA

Barcelona, 1913. Requeté evadido de Barcelona. Conductor de tanques.

Frente de Aragón, 1938. Requetés y voluntaria de Frentesy Hospitales con un tanque. Archivo Soldevilla.

Nací en 1913, en el barrio de San Andrés de Palomar, en Barcelona. Fuimos diez hermanos, pero dos murieron de niños y otro hermano más siendo muy joven, así que solo quedamos siete. Éramos una familia era muy religiosa: mi hermano Ramón padecía una enfermedad rara que se llama atrofia muscular progresiva, y que en aquel momento no tenía curación. Todos los años iba de peregrinación a Lourdes acompañado de mis padres y de una hermana para pedir su curación, y el tercer año que iba, con 16 años, murió por camino. Unos días antes, mi madre le dijo: «mira Ramón, me parece que este año no podrás ir porque tienes fiebre y no te encuentras bien», pero él le contestó: «no mamá, tengo que ir que este año seguramente la Virgen me curará». Montó en el tren, y durante el camino, entre Narbona y Carcasona, murió mientras le auxiliaba un jesuita que viajaba en el mismo vagón, y quedó enterrado allí, en Lourdes.

La familia nos habíamos dedicado de siempre a los curtidos; mi abuelo ha había montado a principios de siglo una fábrica de curtidos en San Andrés, que luego tuvo que vender mi padre

Page 42: Benito Ascaso Val

por una crisis. Sin embargo, al cabo de un tiempo tuvo una oportunidad y alquiló otra fábrica de curtidos con la que continuamos en la misma actividad.

Mi padre en principio no era de ningún partido político, pero tenía un pariente que era muy carlista y después de acompañarle varias veces a mítines, aquello le gustó y se hizo carlista. Era un hombre muy conocido en el barrio, Presidente del Carlismo allí, en San Andrés, y durante varios años fue concejal carlista en Barcelona. En aquellos años los carlistas íbamos juntos con la Lliga Regionalista de Cambó, y en la lista del grupo dejaban dos puestos para concejales carlistas.

Luego, durante la República, el ambiente se fue caldeando, y aunque en el barrio no hubo una persecución religiosa abierta, sí había dificultades. Recuerdo que en una de las elecciones acompañé a mi padre a votar y en el colegio encontramos a un grupo de monjas a los que unos señores de izquierdas no les dejaban votar: «las monjas pues no tienen derecho a votar», decían, y mi padre se les enfrentó: «¿no son mujeres?, pues entonces pueden votar como el resto». No se como acabó la cosa, pero había tensión en la calle.

Como carlistas, estábamos comprometidos con el Requeté de Barcelona, así que el 18 de julio, a la madrugada, nos dieron la orden de que los jóvenes nos concentráramos cerca de la plaza Universidad y los adultos acudieran a los cuarteles de San Andrés. Sin embargo, como yo iba con mi padre y un tío, y vivíamos allí, fuimos los tres al cuartel de San Andrés. Allí nos juntamos gente de Renovación Española y bastantes carlistas. Pasamos muchas horas allí en espera de noticias, sin hacer nada, hasta que pasó un avión y tiró una bomba contra el cuartel, aunque cayó fuera.

Abrazos de adhesión entre mandos militares y los jefesde milicias, ante la mirada de los voluntarios civiles

concentrados. Cuartel de América, Pamplona, 19 de juliode 1936. Archivo Ayuntamiento de Pamplona.

Entonces se decidió ya salir, y el capitán que debía conducirnos al interior de Barcelona, al arengarnos justo antes de salir, para contentar a la tropa, tuvo la idea de gritar “viva la República”, con lo que uno de nuestro grupo de requetés gritó al revés, “muera la República”. Los carlistas quedamos descontentos, dejaron los fusiles en el suelo y dijeron: «por eso nosotros no salimos. No hemos venido aquí a salvar la República». Vino entonces el coronel a intentar arreglar la situación, porque lo hicieron mal; sin hubieran empleado para arengarnos algo que nos contentara a todos, como “viva España”, se podía haber evitado.

Page 43: Benito Ascaso Val

A última hora de la tarde, el coronel nos comunicó la situación: «miren, el movimiento de momento está perdido, así que vayan de regreso a sus casas». Mi padre y yo fuimos andando a casa, mientras mi tío cogió andando la carretera porque tenía a la familia veraneando cerca de Barcelona.

Nosotros llegamos a casa, pero a mi tío, que por lo visto le debieron ver salir de los cuarteles, lo detuvieron a por la carretera y lo llevaron al ayuntamiento de Moncada, donde se junto con otros detenidos, entre ellos al jefe del Requeté de Barcelona. Al día siguiente, a la madrugada, se los llevaron en un coche a las afueras del pueblo, entre Moncada y Mollet, muy cerca de Barcelona, les dijeron bajar y les fusilaron junto a la carretera. A mi tío le pegaron un tiro en la cabeza y cayó muerto, pero el Jefe del Requeté de Barcelona tuvo más suerte: una bala le rozó, se tiró al suelo y lo dejaron por muerto. Luego él llegó andando hasta Tarrasa, su pueblo, y después de que le curaran pudo preparar el paso por los Pirineos a la España nacional.

La persecución a los carlistas en Cataluña fue implacable: los que no fueron asesinados acabaron encarcelados o tuvieron que pasar a Francia para salvar el cuello. El caso de Tomás Cailá, el jefe de los carlistas de Cataluña, fue especialmente cruel: lo asesinaron el la plaza de Valls, su pueblo, dejaron el cadáver allí expuesto y avisaron a su madre «para que fuera a buscar a su hijo».

Cuando mi padre y yo llegamos a casa, unos vecinos pasaron a avisarnos de que los milicianos iban a venir a por nosotros, para que nos marcháramos si no queríamos que nos llevaran detenidos. Salimos para Barcelona, a casa de una hermana donde pasamos varios días, hasta que nos dimos cuenta de que tampoco aquel era un lugar seguro. Pasamos entonces a la casa del contable de la fábrica, que tenía doble nacionalidad, francesa y española, con la idea de que quizá por eso estaríamos allí más protegidos.Aprovechando que mi cuñado era médico y tenía un pase para poder entrar y salir de Barcelona, nos fue sacando de la ciudad de uno a uno, como si fuéramos sus ayudantes, para llevarnos a Moncada, el pueblo donde solíamos pasar el verano. Una vez allí, le salió un trabajo como médico en Santa Pau, cerca de Olot, así que nos trasladamos toda la familia allí. Era un pueblo tranquilo, pacífico y había algún carlista que nos ayudó. Además, para no levantar sospechas nos distribuimos en diferentes casas del pueblo.

Después de estar un mes escondidos en el pueblo, tanto yo como mis dos hermanos, decidimos cruzar a Francia para a zona nacional y poder combatir por nuestras ideas. Buscamos un guía de confianza, cogimos un coche de línea y nos bajamos cerca de la frontera; luego descendimos por una pendiente que conocía el guía ya en dirección a Francia. Por el camino encontramos a unos payeses que, extrañados, nos preguntaron: «¿dónde vais por aquí?», a lo que respondimos: «a cazar». Anduvimos hasta pasar la frontera, y el guía regreso. Una vez allí, nos hicieron un pase para poder ir a Perpinyà, donde nos habían informado que carlista había montado un punto de ayuda para los que nos pasábamos. Nos proporcionó billetes de tren a Irún y nos dio instrucciones.

Page 44: Benito Ascaso Val

Pelayos de familias catalanas refugiadas en Pamplona,en formación en la Plaza del Castillo. Noviembre de 1936.

Archivo Jaurrieta.

Una vez que cruzamos a España por Irún los tres hermanos nos presentamos inmediatamente en la oficina de alistamiento de San Sebastián. Pedimos incorporarnos al Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, como la mayoría de catalanes, pero no fue posible: «lo sentimos, pero ya está cubierto», dijeron. Entonces, mi hermano Ignacio y yo, como teníamos carné de conducir, pedimos ir en taques de combate, mientras que Luis, al ser estudiante de Medicina, entró como sanitario en un batallón.

Requetés en un blindado, en 1938 en el frente de Cataluña.Archivo Gastañazatorre Urizar.

En cada compañía de nuestra unidad íbamos tres tanques Krupp y otro Maybach, en el que solía ir el capitán, y cada carro tenía una dotación de dos personas: el conductor y el tirador. Cada tanque estaba armado con un cañón o dos ametralladoras en la torreta giratoria, y nuestra función era ir siempre delante del batallón, hacer rutas antes de los ataques para descubrir si había mucha resistencia y a veces proteger a la infantería en los avances. En alguna ocasión oficiales alemanes nos dieron clases sobre cómo manejar los carros y nociones básicas sobre táctica de la guerra con tanques, pero como realmente se aprendía era andándolos.

Page 45: Benito Ascaso Val

El blindaje soportaba las balas, pero no las granadas de artillería. Recuerdo que en una ocasión impactó una granada encima de uno de los tanques de nuestra compañía, y la torreta saltó por los aires matando al tirador, un chico joven de Barcelona. Estalló la munición y el conductor también murió carbonizado; mi hermano y yo sacamos los cuerpos y los cubrimos con mantas. Luego los cargamos en una furgoneta camino de Zaragoza, donde debían tener parientes.

Sin embargo, lo más duro para nosotros era el calor. Allí dentro metidos, con el calor que desprendía el motor y el sol sobre la chapa, el ambiente se hacía insoportable.

Nos tocó operar en los frentes de Madrid, Toledo, Teruel y la parte del Ebro. En Teruel recuerdo que no lo pasamos tan mal como otros, porque el motor nos hacía de calefacción y con ese frío iba bien. Luego, a la noche, nos retirábamos a alguna casa y dormíamos entre la paja. A las afueras de Teruel tuvimos acciones fuertes; recuerdo un avance hacia las líneas rojas: crucé con el tanque la zanja de la trinchera de los rojos y entonces levantaron los brazos en señal de rendición.

Tanque a las afueras de Teruel, en enero de 1938.Archivo Soldevilla.

La única vez que fui herido fue en Villalba de los Arcos, cerca de Gandesa. Aquellos días nos ordenaron apoyar al tercio de Montserrat, que sufrió cantidad de bajas, y como no había tanques operativos para todas las dotaciones nos turnábamos: un día salía yo con el tanque y al día siguiente mi hermano, y yo me quedaba en el pueblo de descanso. Estando en la entrada de una casa, cayó un obús de artillería, y me entró metralla en el pié. Una cosa de poca importancia, pero no me dejaba caminar. Me evacuaron a Zaragoza hasta que la metralla se movió de sitio y no me dio más molestias, tanto es así que todavía llevo aquella metralla en el pie.

Page 46: Benito Ascaso Val

Tanque nacional en el frente de Aragón. Archivo Madariaga.

También mis hermanos tuvieron suerte y terminaron bien la guerra, únicamente con pequeños sustos. A Ignacio, durante una ruta de inspección, le estalló cerca una bomba y le hizo una herida de poca importancia en la espalda.

Luis tuvo aún más suerte: una noche, mientras dormía con otros tres compañeros debajo de un árbol, comenzó de madrugada un ataque de la artillería roja; cayó una bomba matando a los otros tres, y el único que salvó la vida fue mi hermano.

De aquellos años tengo muchos recuerdo, incluso hice un pequeño librito de memorias sobre mi paso por los tanques. Todavía procuro asistir a todos los actos que organiza la Hermandad del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, la unidad que mejor simboliza el espíritu y los motivos por los que combatimos muchos catalanes en aquella guerra, aunque la historia no se acuerde casi de nosotros.

Page 47: Benito Ascaso Val

MARÍA ISABEL RUIZ DE ULÍBARRI

Allo, Navarra, 1918.Margarita enfermera del Hospital Provincial de Pamplona. Margarita de Frentes y Hospitales.

El general Cabanellas pasando revista a un grupo demargaritas enfermeras, en la Plaza del Castillo de

Pamplona, el 25 de julio de 1936. Archivo Baleztena.

Nací en 1918 en Allo, un pueblito navarro de Tierra Estella, en una familia de grandes recuerdos carlistas que se remontan ya a la primera guerra. En nuestra casa de Muez, “la casa de la Parra”, estuvo alojado don Carlos y doña Margarita durante la batalla de Abárzuza. Mi abuela solía contar historias de aquellos días; nos enseñaba las camas de hierro donde durmieron y la mesita donde doña Margarita preparaba hilas para los heridos. Crecimos en ese ambiente y esa lealtad a la Causa.

A Eugenio, mi padre, farmacéutico de profesión, le adjudicaron la botica de Cáseda, un pueblito cercano a Sangüesa, en la orilla del río Aragón, y marchamos allí toda la familia. Era

Page 48: Benito Ascaso Val

un pueblo bastante revuelto, con una organización muy fuerte de la CNT y de la UGT, seguramente por la cantidad de obreros de otras provincias que vinieron para hacer el túnel del canal de las Bardenas, gente por lo general muy pobre. Hubo enfrentamientos muy fuertes, sobre todo con el asunto de la colectivización de la tierra, aunque también fueron a por la Iglesia. En Cáseda, los de derechas estaban organizados principalmente en Falange —de los pocos pueblos de Navarra donde tuvo implantación antes de la guerra—, y aunque también había un buen grupo de carlistas, en número ganaban. Los carlistas, mi padre con ellos, se reunían en la fonda de Basterra; allí se juntaban, jugaban a las cartas y charlaban de sus cosas. No había todavía círculo entonces, eso se organizó ya en la guerra.

Hubo muchas tensiones y enfrentamientos, Cáseda fue de los pueblos de Navarra más conflictivos durante la República. Recuerdo, a la noche, oír pasar a los republicanos por las calles del pueblo, con unos garrotes con clavos que pegaban en el suelo y gritando “¡Viva la República!”.

Mi padre tenía una reposición enorme que le suministraban desde el Centro Farmacéutico Vizcaíno, y los meses antes a la guerra, viendo lo que se venía, había hecho acopio de algunos artículos en previsión. Dos días después del Alzamiento, avisó a la Junta Carlista de Pamplona, y vinieron con un camión que lo llenaron entero de algodón, vendas, anti-sépticos, medicinas. La de mi familia fue la farmacia de Navarra que dio más para el Alzamiento. Recuerdo que mi padre nos dijo: «hijos, ha llegado un momento crítico para España, y por la Causa debemos estar dispuestos a ofrecer hasta la última gota de sangre de nuestra familia». De hecho, mi hermano Pedro —que era un chaval de 16 años— ya se había alistado voluntario en Pamplona con autorización de mi padre.

Luego mi madre organizó las margaritas en el pueblo, de las que era presidenta, y también mi padre de los requetés de Cáseda. Cuando se acercó el invierno del 36, todas las tardes nos juntábamos un buen grupo para hacer jerséis, pasamontañas y guantes para los requetés; trabajamos muchísimo y las madejas de lana las pagábamos de nuestro bolsillo. Dimos también mantas para el frente, de casa salieron seis, además de los paquetes de aguinaldo que preparamos. También las de Falange estaban organizadas y trabajaron mucho en el pueblo, en cosas parecidas a las nuestras, pero cada grupo por su cuenta.

A comienzos del 37 fui a Pamplona, y como sabíamos algo de enfermería, Blanca Castiella y yo, que las dos éramos margaritas, nos ofrecimos para trabajar en el Hospital Alfonso Carlos. Nos dijeron que en aquel momento no necesitaban más gente, que estaba todo cubierto, pero sí en el Hospital Provincial, así que allí fuimos.

Nos aceptaron y ya nos incorporamos a una de las salas, con Conchita Arraiza como nuestra jefa. Todas las chicas que estábamos allí éramos voluntarias, sin apenas conocimientos de cosa médica; unas carlistas, otras de Falange, y muchas de Acción Católica. Se supone que éramos

Pedro Ruiz de Ulíbarri, requeté voluntario con 16 años, antes de salir al frente de Guipúzcoa. Archivo Ruiz de Ulíbarri.

Page 49: Benito Ascaso Val

voluntarias: no estábamos sujetas ni comprometidas a nada, pero procurábamos ir con regularidad y cumplir bien con nuestra misión, y la verdad es que estuvimos hasta que terminó la guerra.

Nos hicimos nuestros uniformes: bata y delantal blancos, y una capa azul de tirantes y, antes de empezar, tuvimos una conferencia de un médico que nos habló de cómo se hacían las curas, de lo importante de lavarse las manos por si se podía transmitir algo, y cosas muy básicas. Luego, la verdad, creo que no llegamos nunca a hacer curas: nos limitábamos a lavarles las manos y los pies con un balde de agua caliente, a ponerles en termómetro, repartir las medicinas, hacer las camas y darles de comer, si no podían.

Nuestra jornada comenzaba a las nueve de la mañana, donde nos recogía un autobús donde la Diputación para llevarnos a todas las enfermeras voluntarias, y regresábamos hacia las dos del mediodía, cuando comenzaba el segundo turno. No nos sobraba un minuto, y el hospital siempre estuvo lleno; tres filas de camas en cada sala, de soldados de todos los lugares de España y de todo tipo de unidades: desde requetés y falangistas, pasando por legionarios, soldados y hasta moros e italianos.

Aprendimos muchas cosas: a cambiar las sábanas sin tener que mover al enfermo de la cama, y a repartir la comida con el carro por las camas calculando bien cuántos cazos debía poner para que les llegara a todos.

Si teníamos algún rato, escribíamos a los heridos las cartas que mandaban a sus padres —algunos no sabían leer ni escribir—, y cuando murió alguno en nuestra sala, también nos encargábamos con el cura de escribir a sus familias contándoles cómo había sido, intentando siempre suavizar un poco. En esos últimos momentos, siempre intentabas consolar a los chicos, acompañarles, aliviarles… y, con tacto, les hablábamos de Dios. Daba mucha pena ver morir a chicos jóvenes lejos de sus familias y de su tierra.El 10 de septiembre de 1937, mientras mi hermano Pedro estaba en el frente de Huesca haciendo de enlace del general García Valiño, recibió un balazo en la cabeza que le salió por detrás de la oreja con pérdida de masa encefálica. Estuvo al borde de la muerte, e incluso tuvieron que hacerle la trepanación en un hospital de vanguardia.

El 21 de septiembre trajeron a mi hermano al Hospital Alfonso Carlos, y yo pedí dispensa en el hospital para poder atenderle. Debía estar muy mal, porque le pusieron en una habitación a él solo y me dieron libertad de horario para estar con él cuanto quisiera, así que pasaba allí todo el día y algunas noches. Llegó muy mal, muy adormilado y con llagas en los dedos de los pies de tanto andar por los montes.Todos los días venía a hacerle la cura Balbino, un practicante de Sos del Rey Católico; se colocaba en la cabecera de la cama y con unas pinzas, le sacaba la gasa de la cura anterior y, despacito, le iba metiendo en el cráneo un nuevo trozo de gasa estéril. Tras varios meses de curas, la cosa fue bien: cerró la herida sin infección y le colocaron una placa de metal para cerrar la cabeza.

El Hospital Alfonso Carlos tenía un toque cristiano especial y ese orgullo de ser un hospital sostenido con donaciones. Recuerdo todos los días al anochecer, mientras cuidaba de mi hermano, oír pasar por el pasillo de la sala a una monja que se llamaba Sabina rezando el rosario. También había en la sala una enfermera valenciana apellidada Trias de Bes, que se casó con un oficial apellidado Añoveros, al que precisamente conoció en el Hospital.

Pedro se recuperó muy bien; era un niño, ni siquiera había terminado el Bachiller cuando salió a la guerra, y fue estando herido cuando lo terminó con sobresaliente.

Page 50: Benito Ascaso Val

Heridos y enfermeras en una de las salas del Hospital AlfonsoCarlos de Pamplona. Foto Nicolás Ardanaz.

Archivo Museo de Navarra.

Ya en la última parte de la guerra me uní también a las expediciones que organizaba en Pamplona el núcleo de Frentes y Hospitales de Navarra. Dolores Llorente de Lizarraga —tía nuestra— era la presidenta, y ella fue la que me propuso para ayudar a los frentes; como mi madre era la delegada en Cáseda, no me puso inconvenientes.

La sede central estaba en los bajos del edificio de la Diputación, y allí se centralizaban todos los donativos que nos llegaban para repartir a los soldados en el frente y también para ayudar a la gente de las poblaciones que se liberaban. Llegaba cantidad de cosas de los pueblos, de particulares y también de empresas que donaban sus productos, como la casa de conservas “Muerza” o la de anís “Las Cadenas”. También llegaba cantidad enorme de tabaco desde Filipinas, que regalaban los Lizarragas, gente carlista que había marchado allí por negocios. De los pueblos, además, nos mandaban paquetes con jerséis, pasamontañas, guantes y ropas de abrigo tejidos por las margaritas. Una vez se entraba en alguna ciudad importante, o se sabía que alguno de los tercios tenía necesidad, se preparaba el convoy: la Diputación ponía los camiones y la gasolina, se cargaban con toda la ropa, la comida, el tabaco… y el personal de la expedición: los conductores, don Antonio Añoveros —el capellán—, varios chicos para las tareas más pesadas, un grupo de unas 25 chicas para ayudar a repartir las cosas y preparar comidas para los combatientes que se acercaban a la sede de Frentes y Hospitales.

Page 51: Benito Ascaso Val

Participantes de una expedición de Frentes y Hospitalesal frente de Cataluña. En la segunda fila, el segundo

por la izquierda, con teja, es Antonio Añoveros, capellánde la expedición, que años más tarde sería Obispo de Bilbao.

Archivo Jaurrieta.

Íbamos en vanguardia, siempre un poco por detrás de las tropas, pero cerca del frente. En cuanto caía una ciudad entrábamos allí, se ocupaba un local como sede y nos poníamos a trabajar. Se procuraba conseguir pan en el sitio, y con la materia prima que llevábamos —embutido y latas por lo general— preparábamos bocadillos para todo los combatientes que se acercaran por allí. También se acercaba gente necesitada, a los que la guerra había dejado sin nada, y… ¡claro!, ¿cómo te ibas a negar a ayudarles? En más de una ocasión les dimos algo de dinero, billetes de una peseta del lado nacional, porque el dinero rojo ya no valía. Algo de propaganda también se hacía, más que nada repartíamos El Pensamiento Navarro, porque tampoco había tiempo para más.

Formé parte de varias expediciones en Cataluña: Vilanova y la Geltrú, Tarragona, Lérida y Barcelona. En Barcelona estuvimos unos 15 días; montamos nuestra sede en el número 7 de la Plaza de Cataluña, en lo que llamaban la Casa de la Cala. Entre la gente había hambre, suciedad y piojos, muchos piojos; ayudamos en lo que pudimos y pronto nos quedamos sin mercancía. Todavía había revuelo y desórdenes en la ciudad, así que, por seguridad, en la sala donde dormimos María Luisa Castiella, Fermina Vicente, Soledad Zamarbide y yo, recuerdo que pusieron una escolta de dos requetés para que estuviéramos más tranquilas.

Page 52: Benito Ascaso Val

Grupo de requetés y voluntarias de Frentes y Hospitales enBarcelona, en la puerta del local donde se estableció su sede,

antigua sede del Gobierno de Euzkadi en Cataluña.Archivo Jaurrieta.

También me tocó la entrada en Madrid, en la que pasamos bastante peligro, porque en algún lugar de la ciudad nos adelantamos a las tropas. Allí se montó la sede en un café de la calle Alcalá, el café Moka, en el que repartimos miles de cafés, bocadillos y a media cajetilla de cigarrillos, porque no daba para más. El local se hizo famoso y no creo que hubiera combatiente navarro por esas fechas en Madrid que no pasara por “el Moka”. Un día nos colaron un cartel grande en la puerta que decía: «éste es el mejor hotel de Madrid». No sería para tanto, pero la verdad es que trabajamos mucho.

Ya casi no queda gente de aquellos tiempos; conservo amistad con Blanca Castiella Idoy, mi compañera de sala en el Hospital Provincial, que al terminar la guerra entró religiosa en las Hijas de la Caridad, y con Veneranda Algarra, amiga entrañable de Cáseda, y con la que cosimos juntas muchos guantes y pasamontañas para el frente.

Estoy orgullosa del bien que pude hacer aquellos años, de la gente a la que pude ayudar, y de mi aportación a la Causa que aprendí de mis padres. Ahora, tantos años después, miro el diploma de Frentes y Hospitales que tengo sobre mi cama, y a veces me pregunto si mereció la pena tanto sacrificio.

Page 53: Benito Ascaso Val

SILVANO ANCÍN

Aguilar de Codés.Enfermero del Hospital Alfonso Carlos.

Silvano Ancín, con uniforme de requetéenfermero. Archivo Ancín.

Carta remitida a Martín Larráyoz, jefe de enfermeros, con motivo de un permiso para la siega en su pueblo, Aguilar de Codés, el 5 de julio de 1937. Archivo Larráyoz.

 Encabezamiento de la carta.

Amadísimo amigo,

Con mucho gusto tomo la pluma para escribirte cuatro mal trazadas líneas, pero llenas de afecto para mi buen amigo.

Page 54: Benito Ascaso Val

Poco te puedo contar de mi vida campestre, pues como sabes tú, todo se reduce a segar, atar, etc. Se podía llamar esta vida una vida de retiro espiritual. Marcho al campo a las cinco de la mañana y vengo a las nueve y media de la noche, y en todo el día no hablo con nadie y no oigo más que el cantar de las alondras y los trinos de los ruiseñores.

Durante el día, mi pensamiento vuela al hospital y me recreo acordándome de los heridos y enfermos, y ya que no les puedo ayudar personalmente, ofrezco a Dios todos mis trabajos por su pronta curación. Muchos recuerdos para las monjas, enfermeras y demás compañeros, y recibe un saludo de tu más fiel amigo.

Firma de Silvano Ancín.

Foto de grupo de los enfermeros del Hospital Alfonso Carlos.En el centro, con boina, Martín Larráyoz. Archivo Larráyoz.

Page 55: Benito Ascaso Val

ANTONIO ZUBIZARRETA GARRO

Ermua, 1923. Volunario del Requeté Auxiliar y del Tercio de Orden y Policía de Vizcaya.

 

Nací en el año 1923. Mi familia era carlista y vasca por los cuatro costados. Los dieciocho apellidos que conozco son todos vascos, así que cuando algún nacionalista me habla de lo qué es ser vasco, le suelo contestar: «para ser vasco, habrá que ser siempre de la raza vasca», y aquellos ya no hablan más, porque cada cual sabe los apellidos que tiene. Mi abuelo era de Azcoitia y venía con un burro a vender alpargatas a Ermua, y luego se casó allí. Había estado con don Carlos, y fue herido en la batalla de Somorrostro. El abuelo tenía buena amistad con el marqués de Valdespina, que era de Ermua. Éste le alquiló un piso por una renta de cinco duros al año, pero cuando venía en verano, el día que le tocaba pagar se juntaban, se pegaban horas hablando de la guerra carlista, y después le regalaba un bacalao. Disfrutaban tanto, que uno le pagaba los cinco duros y el otro le regalaba un bacalao. El carlismo me vino de la familia y lo viví desde la niñez. Recuerdo algunas canciones que aprendí de mi abuelo, y que ya cantaba cuando me acunaba.

Veteranos carlistas de Lesaca (Navarra), durante un homenaje.Archivo Baleztena.

El alzamiento me pilló en Ermua con 14 años. Cuando estalló la guerra, los rojos y los separatistas comenzaron con las persecuciones apresaron a mi padre y lo metieron con su hermano preso en Larrínaga. En Ermua mataron a cinco: tres en el Cabo Quilates, a Olañeta —el alcalde— en la carretera de Eibar, y en Larrínaga a Juan Zubizarreta Unamuno, que era hermano de mi padre, el cuatro de enero de 1937. Al alcalde de Ermua, Ignacio Olañeta, como al resto, lo mataron por ser carlista. Fue el único alcalde vasco que dijo «no al estatuto de Estella. Si a los Fueros». Porque al principio, aunque hubo una coalición católica con los nacionalistas, éste ya conocía bien cómo eran aquellos. Fue valiente, porque el 19 de julio podía haberse escapado, pero cómo se esperaba que no fracasaran los requetés en San Sebastián, y pensó que no podía dejar solos a los que quedaban en el pueblo, por responsabilidad, no se escapó. Lo cogieron los socialistas de Eibar y los fusilaron, pero fueron los nacionalistas los que dijeron dónde estaba y quién era. En Eibar había pocos carlistas, pero valientes y destacados. De éstos, una veintena se montaron el 19 de julio en el último tren que salió para Vitoria y luego fueron todos a Somosierra. Los carlistas de Ermua, en cambio, tuvieron que irse al monte para que nos los mataran.

Page 56: Benito Ascaso Val

Grupo de requetés de Galdácano del Tercio Ortiz de Zárate.Archivo Soldevilla.

En Guipúzcoa, a parte de San Sebastián, el único pueblo que se sublevó fue Azcoitia. Se levantó la guardia civil y con ella los carlistas, y el más destacado fue Felipe Arzalluz, el padre del político nacionalista. El lema de los nacionalistas entonces era “Jaingoikoa eta lege zaharra”, y lo asombro es que año y medio después de la revolución de octubre, en que mataron a 38 religiosos, estos del “Jaingoikoa eta lege zaharra” se van junto a los que hicieron aquello y en contra de los católicos y, claro, de los carlistas. Ese fue su mayor error, y así como el carlismo ha tenido siempre primero a Dios, ellos primero han tenido su separatismo.

Recuerdo que el primer batallón de Loyola, de rojos y separatistas, estuvo descansando en Ermua un tiempo, en vísperas a la ofensiva de Villarreal. Salieron en autobuses, y la noche anterior, de víspera, ya sabían que partían para Villarreal porque había ofensiva, que luego fue un desastre de organización para ellos a pesar de la ventaja de fuerzas que tenían.

Requetés en Isúsquiza, junto a las posiciones quedefendieron para detener la ofensiva republicana.

Archivo Lezama-Leguizamón.

Page 57: Benito Ascaso Val

Cuanto se liberó Ermua, en cuanto pude me incorporé como voluntario al Requeté Auxiliar, con 15 años. Formábamos parte del Tercio Orden y Policía de Vizcaya, y estábamos ocho compañías agrupadas por los pueblos y lugares de dónde veníamos; había compañía de Algorta, otra de Bilbao, y nosotros, los de Ermua, que nos incorporaron a la de Durango que mandaba el comandante Moisés Armentia. Todos éramos o jóvenes o viejos, ninguno intermedio, y muchos estábamos entre los 14 y los 16 años, y todos carlistas, porque entonces había mucho carlista en Vizcaya. Nos mandaron como fuerza de ocupación de Barcelona. Yo fui el agente del Tercio de Policía numero 232, y nuestra tarea consistía generalmente en trasladar de un sitio a otro a grupos de prisioneros y “pasados”, porque a diario se pasaban a la zona nacional cantidad de milicianos. Primero anduvimos en Lérida y Tarragona, y de allí a Barcelona. Esto se había organizado en diciembre del 38, un poco antes de la ofensiva de Cataluña, porque se creía que al ocupar Barcelona necesitarían mucha fuerza para organizar aquello. Nuestra misión consistía en el traslado de prisioneros entre hospitales y prisiones, y nuestra relación con ellos era buena.

uriosamente, como nosotros no conocíamos aquello, solían ser ellos mismos los que nos guiaban por Barcelona y nos decían por dónde llegar al destino. Recuerdo que caminábamos a su lado mientras solían cantar: «Rocío, ay mi Rocío...». Ninguno intentaba escapar, la mayoría eran “pasados” y la guerra para entonces estaba ya más que decidida. Lo más penoso era cuando nos tocaba llevar heridos rojos; el último traslado fue desde un hospital de Barcelona al convento de San Elías, que estaba en un pueblo detrás del Tibidabo, y tardamos horas en cruzar todo Barcelona. Unos andaban porque muy despacio, y los otros porque había que llevarlos a cuestas porque no podían ni andar… era un desastre cómo estaban cuando llegamos, sucios y poco atendidos.

Tercio de Requetés de Vizcaya de Segunda Línea en Barcelona, en febrero de 1939.Archivo Soldevilla.

Page 58: Benito Ascaso Val

De hecho, yo creo que la guerra que ganó por el espíritu de los requetés los primeros días y organización que hubo en toda la zona nacional. Por ejemplo, esta zona de Vizcaya era muy industrial ya de antes de la guerra. Mucha industria armera, y durante la época roja allí no se fabricó nada, ni una bala. Casi al final empezaron a hacer unos chisqueros, unos mecheros que luego llevaban los milicianos y los gudaris. Les pagaban algo por los casquillos de fusil y con aquello pues hacían mecheros. En cuanto se liberó aquello, a dos meses, ya se fabricaban en la zona más de diez mil proyectiles al día. En cuanto entraron los requetés, a la semana ya vinieron unos militares a ver las fábricas y a organizar aquello: «mira aquí se puede hacer esto y tantos al día…». Así, muchas industrias pequeñas empezaron a hacer proyectiles, piezas de armas y otras cosas que luego mandaban a Andoain, y en Laborda Hermanos es donde se montaba todo, especialmente morteros.