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Además de unos paisajes y unas pistas de esquí formidables, el valle de Aosta tiene una rica historia que se traduce en numerosos vestigios romanos y hasta un centenar de castillos desperdigados por su geografía. POR SIQUI SÁNCHEZ ITALIA Valle de Aosta Montañas con historia El valle de Aosta está salpicado de numerosas fortalezas. Pasado Saint Vincent se llega al castillo de Verrés.

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Además de unos paisajes y unas pistas de esquí formidables, el valle de Aosta tiene una rica historia que se traduce en numerosos vestigios romanos y hasta un centenar de castillos desperdigados por su geografía. POR SIQUI SÁNCHEZ

ITALIA

Valle de Aosta Montañas con historia

El valle de Aosta está salpicado de numerosas fortalezas. Pasado Saint Vincent se llega al castillo de Verrés.

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Las montañas del valle de Aosta son un paraíso de la nieve. Courmayeur y Breuil-Cervinia son sus estaciones de esquí alpino más conocidas. A la izq, dos excursionistas en el mirador del Helbronner. A la derecha, el pueblo de Valtournenche.

En Aosta se elevan los cuatro picos más altos de los Alpes: el Cervino, el Monte Rosa, el Mont Blanc y el Gran Paradiso

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Podría parecer un tópico definir al valle de Aosta como el corazón de Europa. Un pequeño rincón de apenas 100 kilóme-

tros de largo en pleno centro de los Alpes, entre Francia, Italia y Suiza y rodeado por los picos más altos del continente; pero los 100 castillos que jalonan el valle, a un promedio de uno por kilómetro, hablan de un corazón bastante más inquieto de lo normal. Los castillos han confi-gurado desde hace siglos la personalidad del valle, hasta el punto que, antes de la invención del telégrafo, un mensaje podía ir de Turín a Chambery en cuatro horas. La importancia es-

tratégica de su situación, pasillo natural entre Italia y Europa, garantizó desde siempre a los valdostanos una historia agitada, llena de sor-presas y de visitantes ilustres, desde Augusto hasta Napoleón.

Un pequeño gran valleLo que más sorprende del valle de Aosta es la gran densidad de historia, de costumbres, de monumentos, de paisajes… en tan poco es-pacio. Aosta es la comunidad autónoma más pequeña de Italia, con apenas 120.000 habitan-tes; pero en sólo 190 kilómetros cuadrados –de los que una cuarta parte es reserva natural– se concentran 210 glaciares, 400 lagos, 500 torren-tes, el primer parque nacional creado en Italia, y los cuatro picos más altos de los Alpes: el Cervino, el Monte Rosa, el Montblanc y el Gran Paradiso. Durante muchos años, Aosta ha sido conocida por sus espléndidos 868 kilómetros de pistas de esquí. Esquiar en Courmayeur, a los pies del Montblanc, o deslizarse por las pistas de Cervinia contemplando la silueta inconfun-dible del icono alpino por excelencia, el Monte Cervino, son experiencias que poco tienen que ver con la idea de un telesilla abarrotado en fin de semana. Es un lujo para los sentidos en toda regla. Precisamente la excelencia de sus esta-ciones ha hecho que durante muchos años el valle fuera considerado únicamente un destino de esquí, dejando de lado todo lo demás.

Dos vacas en pleno combate durante la Batalla de Reinas, en la Arena de La Croix Noire. La competición se acaba cuando una de ellas se retira.Al lado, uno de los músicos que amenizan el duelo. En la imagen de la dcha, la puerta Praetoria de Aosta, herencia de tiempos romanos.

Los valdostanos se reúnen cada año en Aosta para celebrar la tradicional Batalla de las Reinas

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Panorámica de este valle que, con una extensión de 3.262 kilómetros cuadrados, es la región más pequeña de Italia. Aosta, la llamada Roma de los Alpes, es su capital y única ciudad.

Aosta, la capital del valle, conserva numerosos vestigios romanos que hablan de su importancia como puerta de la Galia

La Roma de los AlpesAosta ha preservado para nosotros todo el lega-do que le valió el sobrenombre de Roma de los Alpes hace dos mil años, y conserva suficien-tes vestigios para hacer de un paseo a pie por la ciudad un viaje por la historia. El Teatro, el Foro, las murallas y muchos otros restos de la época romana hablan de la relevancia que tuvo durante cinco siglos como puerta de la Galia. Los romanos, conscientes de la importancia es-tratégica de la ciudad, aplicaron en ella toda su ciencia urbanística para crear una urbe ideal, que aún hoy puede apreciarse en el trazado de las calles: un rectángulo rodeado de muros,

con la puerta Praetoria y el arco de Augusto –erigido en honor del fundador de la villa– en el eje principal.Las dimensiones han cambiado poco. Aosta sigue siendo una ciudad pequeña, asequible, que se deja recorrer fácilmente a pie. Encon-traremos aquí y allá sorpresas como la colegiata de Sant’Orso y su estupendo claustro, joya del románico, o la catedral de Santa María Assun-ta; pero siempre acabaremos en la plaza Emille Chanoux, el lugar donde van los aostanos a ver y dejarse ver, y donde mejor se puede apreciar ese ambiente de pequeña ciudad donde todos se conocen y se saludan por su nombre.

Cualquier época es buena para visitar Aosta, pero hay algunas especialmente interesantes. Cada año, el 30 y el 31 de enero, una muche-dumbre de visitantes llega a la ciudad con oca-sión de la milenaria Feria de Sant’Orso. En esta feria de artesanía, una de las más importantes de los Alpes, podemos ver magníficas escultu-ras y piezas de madera, hierro forjado y piedra producidas por los mejores artesanos. Durante dos días el ambiente en las calles es espectacu-lar, se hace prácticamente imposible caminar por el centro de la ciudad, y los bailes y ce-lebraciones se suceden hasta muy tarde pese al intenso frío. Para los que quieran ahorrarse

el frío, desde hace años se realiza una edición veraniega el primer sábado de agosto.Otra cita importante tiene lugar el penúltimo domingo de octubre. Ese día se celebra la final de la Batalla de Reinas, que coronará a la vaca reina de los pastos de ese año. Para calibrar la importancia del evento, hay que entender la re-lación que tienen los valdostanos con sus vacas. En palabras de Bernard Clos, presidente de la Asociación Amis del Batailles de Reines, “la vaca es para nosotros mucho más que un obje-to de producción, es una compañera con quien compartimos penas y preocupaciones, alegrías y emociones, éxitos y decepciones”. La final se

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Pórtico de entrada del castillo de Issogne (s. XV), situado bajo la localidad de Verres. A la derecha, la fortaleza de Bard, un importante bastión militar que se enfrentó a las tropas de Napoleón.

Varios castillos defendieron las tierras de este pequeño valle, lugar de paso por los Alpes

celebra en la Arena de la Croix Noire. El re-cinto, con capacidad para 8.000 espectadores, se llena de público que observa atentamen-te durante todo el día las evoluciones de los animales. El ambiente es formidable: familias enteras ocupan desde primera hora las gradas del estadio provistas de mantas, comida y be-bida para no perderse detalle. En los “boxes”, donde animales y propietarios comparten la espera, se puede comprobar hasta qué punto las vacas son un miembro más de la familia; allí reciben caricias, abrazos y palabras de ánimo antes del combate. Sorprende la ternura con que son tratadas, pero más aún la combatividad que despliegan cuando tienen enfrente a una rival. Este año la vencedora ha sido, por tercer año consecutivo, Venise, de los hermanos Clos. Una campeona de más de 700 kg que da una vuelta triunfal a la arena acompañada de sus orgullosos propietarios.Junto a la Arena, en los numerosos puestos de comida y bebida, podemos probar algunos de los clásicos del valle, como el emblemático queso de Fontina o el Lard d’Arnad, una es-pecie de tocino cortado muy fino, preparado y adobado durante tres meses con ajos, salvia, laurel, romero y otras hierbas de montaña. Po-

demos encontrar también por todas partes las llamadas cantinas, un lugar donde probar los peculiares vinos que se producen en la zona, como el Torrette, el Donnas, el Chambave, o productos orgullosamente autóctonos, como el Génépy, un destilado a base de hierbas silves-tres, o la conocida grapa. Pero la verdadera personalidad de Aosta se en-cuentra diseminada a lo largo de todo el valle en forma de castillos que van surgiendo enmar-cados por una naturaleza imponente, pequeños pueblos de montaña que aparecen a los pies de enormes picos nevados junto a bosques de abetos. Los Alpes son el escenario y a la vez el espectáculo. Todas esas fortalezas tienen algo especial, pero algunas destacan especialmen-te, como el castillo de Issogne, con sus frescos pintados en el pórtico de entrada; el castillo de Verrès, de una elegancia sobria impresionante; la fortaleza de Bard, convertida ahora en cen-tro de divulgación de la cultura, o el castillo de Sarre, decorado por Humberto I de Saboya con cientos de cornamentas de cabra montés dándole un aire entre macabro y kitsch inigua-lable. Hay muchos más, pero vale la pena ir des-cubriéndolos poco a poco, junto con las otras sorpresas que nos reserva el valle. □

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