4 ordinario c nadie es profeta

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NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

¿No es éste el hijo del carpintero?

Él les dijo: «En verdad os digo, que ningún profeta es bien recibido en su patria. Pero en verdad os digo también que muchas viudas había en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y sobrevino una gran hambre… y a ninguna fue enviado sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda.Lucas 4, 21-30.

Después de proclamar el texto del profeta Isaías en la sinagoga, todos quedan maravillados.

Pero, a continuación, Jesús adopta un tono exigente y sus vecinos pasan a la crítica y al deseo

de matarlo. «¿Quién es este?», se preguntan.

«¿No es el hijo del carpintero?»

Jesús constata, apenado, que nadie es profeta en su tierra. No escapa a las críticas y a los recelos de los suyos. ¿Cuántas veces hemos oído esto en boca de nuestras familias o

vecinos?

Nos cuesta reconocer lo bueno que tienen los demás, y quizás tras nuestro desdén se esconde

la inseguridad. Con sus citas del Antiguo Testamento, Jesús pone el dedo en la llaga ante la

cerrazón de su pueblo.

¿Cuántas horas gastamos en críticas inútiles?¿Cuánto tiempo perdemos en murmuraciones?No hablar nunca mal de nadie, a nadie, debería

ser un principio en nuestra conducta.

En cambio, tenemos un hermoso anuncio que transmitir. Deberíamos sentirnos

impulsados a sacar a la luz todo lo bueno y bello de cada cual, y comunicarlo.

Para ello necesitamos un corazón compasivo.

A veces, la persona más sencilla y humilde que vive a nuestro lado nos puede enseñar muchas cosas. En la sencillez se manifiesta

el soplo del Espíritu.

Mucha gente espera prodigios espectaculares. Exige a Dios que dé pruebas. No nos damos cuenta de que el gran milagro

ya se ha producido…

Es su presencia constante en la

Eucaristía. Dios se nos ofrece a

sí mismo. Todo lo que venga después, será por añadidura.

El mayor regalo ya lo tenemos: Cristo

resucitó y nos abrió el camino hacia una

vida nueva.

¿Cómo salimos de las misas? ¿Salimos alegres y animados?Lo que hemos oído y vivido, ¿cambia en algo nuestra actitud diaria ante la vida y ante los demás? ¿Nos convierte?

Ser conscientes de la grandeza de este

don transformará nuestra vida y nos hará responsables

a la hora de emplear nuestro

tiempo y nuestras palabras.

Ojalá nuestras conversaciones reflejen siempre la bondad de Dios, y nuestro tiempo

sea invertido en acrecentar su Reino.

Textos: Joaquín Iglesias Aranda.

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