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AIDA C"RTAGENA PORTALA TlN

ESCALERA

PARA

ELECTRA

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A NOVELA E S CAL E

RA PA R AELEC TRA

ES CAL E R A PAR A E L

ES CALE RAPARA E LEC T R

ESCA PAR A EL ECTR A

ESCA PAR A E LEC T R

ESCALERA PARA ELECTRA

Colección MONTESINOS

ESCALERA PARA ELECTRA AIDA CARTAGENA PORTALATIN

2." Edición 1980

Derechos registrados Depósito de Ley Febrero, 1970

1975, Editora Taller Portada de la autora con dibujo de Cándido Bidó

Composición: Anglofort, S.A. - Barcelona - España Impreso en Santo Domingo, R.D. Pnnted in Dominican Republic

Con los mismos tipos digo: que me animé a escribir una

NOVELA

CAPITULO 1

*Como me hubiera gustado volver a t r ~ s . . Tener veinticinco años, haber heredado el mundo entero y estar lleno de fe y alegría.^

F. Scorr FIWGERALD

a Y volverme valiente para luchar por la liberación de mi país.*

A.C.P.

BAJAMOS de Philopappos para volver a Lica- bette una de las colinas de Atenas. En el punto más alto está el Teatro de LICABETTE. Luego, pasada la medianoche, entre sábanas de lino aún sofoca el ardiente verano del Pireo. Repaso en el Hotel Acropol los textos de Esquilo, Sófocles y Eurípides que traje de Roma. El cuerpo resentido, deshidratado, es la estática. Lo otro es la mente o dinámica que mantiene activo el drama que, una vez más, se repuso en LICABETTE. Está. Estaba la skene. En el proscenio: ELECTRA Ana Synody- nou y ORESTES Thanos Kotsopoulos. El. Ella. Los otros. Uno. Varios. Todos. Prix: 90 dracmas o $3 dólares gringos o !5 francos franceses. Dos Electras para un cerebro es un tumulto. Electra en tierras de Agamenón. También en la historia de

una familia amiga de la nuestra. Electra nació en mi pueblo.

Pensarlo todo a un tiempo, revienta. Sí, lo pien- so en el Hotel Acropol. Pero escribirlo ahora pare- ce trivial. Como Saint-Victor siento los cantos del exterminio sembrar vientos. Siendo el espíritu de Electra en medio del mundo, feroz, esclavo de su duelo y su vergüenza. Tanta vergüenza que aulla- rá con Macbeth: «todos los ríos no bastarán para lavar la mancha». No es posible que me deje ven- cer por el calor, por el cansancio o el sueño. No es posible que abandone el campo: en mi pueblo, ya lo dije: «...viene la palabra, hablamos de palabra, a discreción una sola basta» (Becket). Viene, llega la palabra sustantivo. La palabra se parte a fuerza. Brota la cáscara como una nuez partida o un ba- nano maduro. Brota la cáscara y Swain es un re- cuerdo. Tiro la cáscara y queda como una pesadi- lla, cosa de cosas raras y malditas. Todo lo que desgastó el concepto de la virginidad en mi adoles- cencia.

ESCENA 1

NELECTRA. - iOh negra noche, nodriza de las estrellas de oro! Llevando así este cántaro sobre mi cabeza, en medio de tu sombra voy a buscar agua al río. No porque a tanto me haya re- ducido la miseria, sino porque quiero mostrar a los dioses los ultrajes de Eyisto y, a través del vasto éter, diri- girle a mi padre mis quejas. La mal- dita Tindárida, mi madre, me arrojó del hogar para complacer a su espo-

so. Ella tuvo otros hijos de Egisto: Orestes y yo estábamos de más en la morada..

Swain. Su nombre se escapó aquella mañana de la boca de mi hermana. Estaba aI frente. Mi madre sorprendió la palabra Swain casi en secre- to. No se hicieron esperar reproches y castigos. Decíamos su nombre. No hablábamos de ella. Como una maldición la palabra destruyó ruestro domingo.

ATENAS/VERANO/ 1967. PRIMERA TARJE- TA POSTAL: vista: Erectheion, Pórtico de las Ca- riátides. AMIGOS: Como un tiento mi Electra es la de Eurípides. A pesar de todo el interés que pre- sentaría un examen más profundo de los detalles y variaciones del caso Swain, recuerdo, a propósi- to de Frazer, que en la vieja Guinea alemana el que mataba ... Cariños, HELENE.

ATENAS/VERANO/ 1967. SEGUNDA TAR- JETA POSTAL: vista: Columnata de los Propí- leos. AMIGOS: el que mataba a un enemigo se hacía impuro y su estado era designado con la pa- labra que servía para señalar a la mujer despues del parto. HELENE.

ATENAS/VERAN0/1967. TERCERA TAR- JETA POSTAL: vista: un vaso de Vaphio. AMI- GOS: ... el matador era confinado en la casa de reunión de la aldea, y en derredor suyo había ce- lebración de victoria con danzas y cánticos. HE- LENE.

CAPITULO 2

SWAIN.

Era tan natural que la nombráramos. ~Convie- ne creerlo. .. a discreción ... S (Becket). Llegaba con bastante frecuencia. Acompañada de don Plácido. Siempre en feriado. Nos situábamos a la puerta para esperarlos. Llegaría sobre un caballo blanco de paso corto, ligero. La crin recortada, pareja. La cola amarrada. Bañado con jabones para gente. Peinado. Llegaría a galope sobre la silla escarlata. Vendrían los dos.

ESCENA IV

UELECTRA. - iAh, ah, castiga mi rostro! Como un cisne de sonora voz, Ilama- ría sobre las aguas de un río a su amado padre que hubiese perecido entre las mallas de una pérfida red ...

....¡Pérfida emboscada en la cual pe- reciste a tu regreso de Troya! Tu mu- jer no te ofreció diademas ni coro- nas ... Ella te entregó, y recibió des- pués al traidor en tu lecho..

Me pregunto ahora: ¿Cómo llegó su nombre a aquel campo aledaño, no tan lejos, pero apartado por los grandes barrancos que lo separaban del pueblo? En tiempo de las lluvias y los granizos de mayo, y también durante los meses del invierno, esos caminos se hacían lodazales y pantanos ne- gros. Las patas fuertes y blancas del caballo de Swain se hundían en el lodo. Llegaban Swain y su padre. Siempre ellos. Las patas de los caballos como pares de botas negras de soldados.

Swain.

¿Cómo llegó aquel nombre? A María Sacra- mento, la mujer del lechero, se le quedó pegada a la cabeza la fonética de cosas que decía de rutina y cuyo significado inventaba. Ayudó en el parto. Vio a la mujer de Plácido a reventones abrirse en sangre. Cuando salió la cabeza de la criatura y dejó entrever entre las ancas el mismo sexo, la Sa- cramento hizo el anuncio como si se tratara de una cosa bien, buena, dulce o fina. Sin más senti- do o significado que el suyo propio gritó: SWAIN. Para esa fecha había olvidado las pocas palabras que inventaba cuando trabajó para la mister, la mujer del comandante gringo que pateaba mi piieblo durante la primera ocupación de USA en Llominicana.

Así la siguió llamando el padre. Así la llamaron todos: la madre; los demás. Así la bautizó el curote gordo, feo y santo, Así la registró el Civil.

La fonética del folklore de Los Yayales acunó sus primeros sueños.

La paloma tan poniendo en lo yayale cuan lo juén a bucai huevo cuale ...

La paloma tan poniendo en lo guandule cuan lo juén a bucai huevosazule ...

ESCENA V

«CORO. - iElectra, noble hija de Agame- non, he llegado a tu rústica morada! De Micenas ha venido un hombre que se alimenta sólo de leche en las montañas. Anuncia que, por la voz del heraldo, los argianos proclaman un sacrificio que tendrá lugar dentro de tres días, y las vírgenes jóvenes irán todas al templo de Hera.

ELECTRA, - Ni por el esplendor de la fiesta ni por los collares de oro, amigas, se inquieta mi corazón. NO iré a formar las rondas con las jóvenes argiarias ni marcaré con el pie cadencia algu- na. Lloro mientras llega la noche y entre lágrimas transcurre el día que la sigue ...m

CABLE / CORINTO / VERANO / 1967. AMI- GOS no debo dejarme influenciar con exceso en mi juicio punto antes de las grandes civilizaciones en ceremonias primitivas se observaba una parti- cularidad que confirma el principio de Swain pun- to sin pretender cerrar aquí me arriesgo a seguir escribiendo HELENE.

CAPITULO 3

SWAIN.

La llegada era una fiesta. Verdadero espectácu- lo cuando don Plácido la bajaba del caballo. Que- daba tiesa sobre el cemento de la acera. Veía sin mirar. Sin saludar a los de la casa que la rodeába- mos. El padre hacía nudos, ataba a los postes los caballos. Ahora, en Atenas, pienso que mi herma- na y yo admirábamos a ese tipo moreno. Se que- daba con una funda a rayas entre las manos, de la cual sacaba dos hermosos gallos para hacer apuestas en el redondel del pueblo. Después que se marchaba con los gallos, la muchacha descol- gaba su mirada fría sobre nosotros y saludaba con un gesto. Las domésticas reprochaban sus gestos.

ESCENA V

SELECTRA. - En mi infortunio ningún dios escuchaba mi voz; todos olvidaban los sacrificios que antaño ofreció mi padre. El ha muerto, iay de mi7, y mi hermano que vive, anda perdido por algún lugar extranjero. Pobre vaga-

bundo, se sienta junto al hogar entre los criados, él, hijo de un padre glo- rioso, y yo, bajo este techo labrador consumo mi existencia arrojada del palacio paterno en medio de agrestes montañas. Pero mi madre, con otro esposo comparte el lecho del cri- men ... B

Por qué no confesar que EL SUEÑO de Luce y Segal ha viajado conmigo grandes distancias por trenes y aviones. Antes de subir a Licabette fueron Luce y Segal los que me informaron sobre las pe- sadillas características de los alcohólicos. Saben que desde que llegué al Pireo tomo mucha Meta- xa. Continuamente tratan de asustarme contándo- me los ensueños que parecen reflejar el estado de algunos enfermos, por ejemplo, el caso de un hombre que estaba en proceso de curación, y soñó que tiraba el tapón de una bañera y sin cesar veía alucinaciones de agua en el piso. Poco después co- menzó a mojar sus propios pantalones. ¿Preten- den Luce y Segal excitar mi estado de ánimo? Se- ría imperdonable, o una ocurrencia gratuita sin provecho alguno intentar que el hipotálamo acele- re los impulsos que están detrás de mi cerebro. Estc) es Atenas, y las reglas esenciales del método están, al fin y al cabo, fijadas.

CAPITULO 4

SE DESVELABA. Pensaba. Desvelado pensa- ba. Mi hermano mayor, ya hombrecito, parecía nervioso cuando la describía a sus amigos: cierto, decía, es hermosa y ha desarrollado con los pe- chos duros y grandes. Es esbelta, con mucho pelo negro y brillante que deja caer sobre los ojos. Y la voz: tiene una voz pastosa, como de primadonna, pero apenas conversa: da la impresión de tener algo muy grande dentro de la cabeza. En este mo- mento se me ocurre que mi hermano, que la pre- tendía, hablaba muchas veces con talento: atiene la voz pastosa, como de primadonna,,.

Yo también la exaltaba, hubiera querido ser ella, tener aquel padre que con tanto afán luchaba para agrandar las tierras. Todas las tierras nuevas, las gallinas ponedoras, las vacas cruzadas que col- gaban grandes ubres de leche, la ganancia de los gallos, el perro lanudo, el caballo premiado, la cuenta del Banco: todo era de Swain. Ella podía galopar todos los caminos, llegar donde quisiera, disponer a valuntad de las cosas que se nos priva-

ban. Como extrangulada mi voluntad se resentía cuando llegaba a nuestra casa, y eso, o algo pare- cido, pasaba a todos mis hermanos. ¿Qué o cuáles interioridades guardaba su ángel o demonio? Sin saberlo, presentía que algo me asustaba.

ESCENA V

SORESTES. - Esas mujeres que nos están escuchando, ¿son amigas tuyas?

ELECTRA. - Mantendrán en secreto tus palabras y las mías ...

...- ¡Vergonzosa pregunta! ¿Es que no es aún tiempo de actuar?

ORESTES. - Pero si regresa, ¿cómo casti- gar a los asesinos?

ELECTRA. - Debe atreverse a lo que se atrevió el odio de ella hacia (tu) pa- dre.

ORESTES. - Y tú con él: ¿osaría matar a tu madre? Dime.

ELECTRA. - Sí, con la misma arma que asesinó a mi padre.,

El calor arde. Quema. Uso el teléfono para Ila- mar al mozo del bar y pedirle una limonada doble. Limonada. Limón. Limones. Limonada. LIMONES AMARGOS - Dürrell. Relación fortuita. Escenario de Chipre. No. Ahora no. Quiero CEFALÚ. Pienso bajar a Creta, necesito un aire, aire menos tibio. CEFALÚ. Suena el timbre. El mozo entra con una limonada casi helada que tomo de un solo trago largo. Limón. Limones. Limonada. Limones amar-

gos: (k) Propiedad de los árboles. A Zeus le perte- nece el roble. El conocimiento fue la acción de co- mer la bellota. Hermes era dueño de la palmera, y más tarde, Apolo de la palmera y el laurel. Déme- ter de la higuera ... el falo sagrado de Baco fue he- cho de esa madera. El sicómoro era el árbol de la Vida. El pino pertenece a Cibeles. El álamo negro y los sauces están especialmente vinculados con el solsticio de Invierno, y por lo tanto con Plutón y Perséfone; pero el álamo blanco reclama a l-lércu- les, quien lo sacó de las sombras. Nada acerca de las moreras y los mandarinos. Limón. Limones. LI- MONES AMARGOS: Lawrence Dürrell, y la voz del muktar, casi en falsete:

El mundo gira como una rueda ... Los hombres se reúnen y se separan ... Entonces ... Todos sabían lo que sucedió entonces, y se unieron al estribillo en The Orphaned Realm de Balfour.

CAPITULO 5

DOS MESES sin noticias de Swain.

Tampoco vimos a don Plácido. Daba la impre- sión de que nadie se interesaba por saber que le pasaba al compadre y a su hija. Preguntábamos: sólo los jóvenes preguntábamos. No había res- puesta. Tila, en la cocina, no volvió a contarla en- tre los posibles comensales. ¿Por qué no venía más? Callaban: silencio: silencio. Pensé en algún resabio profesional. No obstante su interesante apariencia física don Plácido era cepa de campesi- nos. <A veces esas gentes se las traen, saben de- masiado...~. Recordaba y me repetía ese concepto abstracto que aún guarda mi padre sobre la mayo- ría de sus clientes del campo. «A veces esa gente se las traen, saben demasiado ...».

ESCENA V

«EL CORO. - Tengo en el alma el mismo deseo de él. Habitando lejos de la ciudad, ignoro sus desventuras y ahora quisiera conocerlas.

ELECTRA. - Mi madre, en medio de los despojos de Frigia, está sentada en un trono; junto a él se hallan las cau- tivas de Asia que mi padre conquistó y que, lo mismo que en Troya, llevan los vestidos sujetos con broches de oro. Mientras el palacio guarda toda- vía la mancha negra donde se co- rrompe la sangre de mi padre, el ase- sino se muestra en público llevado por el mismo carro de su víctima y en su mano criminal sostiene, orgu- lloso, el mismo cetro que antaño go- bernaba a Grecia.,

Ayer volví a la Acrópolis. REPASO: Frontón - Acrotera - Cimacio - Gárgola - Cornisa - Prima- cio - Modillón - Triglifo - Metopa - Friso - Cinta - Régula - Gota - Arquitrabe - Abaco - Equino - Capitel - Fuste - Estría - Dórico - Jónico - Corin- tio - Acanto - Collarino - Base - Entamblamento. Un paréntesis: DURANTE EL NEOLITICO EXIS- TI0 UN POBLADO SOBRE LA ACROPOLIS. En la preheládica, Aqueos y Jonios te adoraban Palas Atenea.

No. No. No es eso. Pienso en otros. Trato de buscar el sueño. No. No. Es en otros que pienso, pero caigo de golpetazo o culo en cosas que van de la palabra a la idea-de la idea a la palabra. ¿A quién se le ocurre memorizar retahilas en un dic- cionario? Escribo: loro - halcón - alondra - palo- ma - pavo - pato - gallina - perdiz - pluma - huevo - nido. No. No. Y no. Es Ernesto. Tal vez Chico. Chico o Ernesto.

Don Plácido. Swain. CLAUDE LELOUCH. *Un Hombre y una Mujer». Filme premiado. Reptil - víbora - Galápago - Anfibio - batracio - rana - sapo -. Un hombre y una mujer: Plácido - Swain. Un hombre. Una Mujer. Resbala el pensamiento: de la palabra a la idea - de la idea a la palabra: Cuerpo - Anatomía - Cadáver - Autopsia - Ca- beza - Cráneo - Cara - Frente - Carrillo - Mejilla - Quijada - Mandíbula - Barbilla - Cuello - Chico - Brazo - Mano - Dedo - Pierna - Muslo - Culo - Pata - Rodilla - Pie - Garra - Encéfalo - Cerebro - Meninge - Médula - Ojo - Oreja - Nariz - Gar- ganta - Laringe - Tráquea - Bronquio - Pulmón - Pleura - Ernesto - Boca - Labio - Lengua - Diente - Muela - Encía - Esófago - Estómago - Vientre - Intestino - Ano - Almorrana - Corazón - Vena - Arteria - Glándula - Hígado - Vaso - Riñón - SEXO - Testícuio - Pene - Semen - Mama - Pezón - Matriz - Ovario - Vulva - Célu- la - Membrana - Nervio - Músculo - Tendón - Cartílago - Ternilla - Hueso - Articulación - San- gre - Linfa - Ganglio - Humor - Serosidad - Piel - Cutis - Cuero - Entrecejo - Cana - Calvicie. Respiremos. Muerte - Morir - Matar - Chico - Sueño - Sopor - Hipnotismo - Anestesia - Dolor -- Picor - Escozor - Hormigueo - Abstinencia - Vómito - Náusea - Defecar - CANSADA - CAN- SANCIO - FATIGA. Ernesto. Ernesto. Ernesto. Ernesto. Casi dormida repito: Entrecejo - Cana - Calvicie. APAGO LA LUZ ¿Dónde están los ca- brones? Las últimas palabras salen en cámara len- ta, partidas, silábicas, por ejemplo: en-tre-ce-jo. Se va esfumando la mente más y más. Acaso no hubo tiempo para decir: Buenas noches. Fin.

PARA SWAIN pocas cosas tenían importancia.

No le interesaban mis hermanos ni los otros jó- venes que pasaban para verla. Era una época en que todas las mujeres estábamos entre los 13 y 15 años. Terrible despertar que nos había obligado a cambiar de jugar a los novios con muñecos por auténticos varones. De pasada rápida por la acera, o juntos en los cines o en los conciertos que sopla- ba la banda del municipio en el parque, los amigos o los novios nos daban paquetitos con significati- vos chocolates cónicos llamados Kiss. Que es besi- to en inglés. O beso. Lo importante es que muchas veces mi conciencia se agitaba y golpeaba como un péndulo de reloj de pared. Me asustaba, no por mojigata, sino porque a veces mi madre me sor- prendía saboreando los chocolates como si fueran besos de verdad. No le interesaba a Swain hacer esas cosas. Pese a que volvía loco a los varones se mostraba indiferente, tímida y fría. Daba la impre- sión de que la asqueaban los comentarios de las pequeñas aventuras amorosas del grupo. La mo-

lestaba que habláramos con malicia, o que la pa- sábamos de manos cogidas con algún novio o amigo con el cual también nos dábamos besos.

Coloreaba de vergüenza y rabia. Esa actitud suya era una lección de pureza y recato que humi- llaba nuestros atrevimientos.

ESCENA V

NELECTRA. - ... La tumba de Agamenón, sin honores, jamás ha recibido liba- ciones ni ramas de mirto, y su pira está permanentemente huérfana de todo ornamento.,

HOTEL ACROPOL: Leche. Queso de cabra. Pan. Macedonia. Mantequilla de la Argólida. SA- LAMI Y NESCAFÉ gringos. Desayuno a les seis de la mañana antes de partir para Tebas, Arakho- va y Delfos. Y luego por la ruta nueva llegar al Canal de Corinto, visitar el antiguo Corinto, Ar- gos, Micenas, y más tarde, trágica evocación de una historia de Atreidas en el Teatro de Epidauro: LAS TROYANAS. También OEDIPUS REX. Etc. Etc

CAPITULO 7

AQUEL día no se hubiese suscitado tantas ve- ces su nombre si a mi hermano no se le hubiera pegado una voz al oído como un claxon pegado. Era la voz de una mujer que salía de «Paraíso», un burdel situado en la parte alta de la ciudad junto a unos talleres donde reparaban su automóvil. Ver- dadero adefesio humano: lucía como endrogada. Un agente policial la llevó a golpetazos hasta un autobús de la penitenciaría. La voz, todo en la voz, era la voz entera de alguien conocido. Solamente Swain poseía esa voz. Preguntó a un niño que Ilo- raba. Lloró más. También al hombre que salió del burdel inmediatamente después que se marchó el autobús. Dijo el nombre. Era ella. Tantas veces ELLA en sus primeros sueñcs.

ESCENA VI

*LABRADOR. - ¿Hola? ¿Quienes son esos extranjeros que veo en mi puerta? ¿Por qué han venido a visitar mi iús- tica mansión? ¿Es a mí a quien bus- can? Es indecoroso que una mujer

mantenga conversación con dos jó- venes.

ELECTRA. - No pienses, amigo, nada malo de mí. Vas a saber cual era nuestra conversación: Esos extranjeros han venido a traerme un mensaje de Orestes. Vosotros, oh forasteros, dig- naos excusar sus palabras.

LABRADOR. - ¿Cómo? ¿Dicen que vive, que sigue viendo la luz?

ELECTRA. - Esperémoslo; pero siempre es débil un hombre desterrado ...

ELECTRA. - El les ha encargado que se enteren de mis aventuras.

LABXADOR. - Pues bien: a la vista están algunas de ellas y tú les dirás las otras.

ELECTRA. - Las conocen: de todo ya están enterado.

LABRADOR. - Hace tiempo que mi puerta debió abrirse para ellos. Entrad en mi casa; en pago a tan buenas nuevas recibiréis todo lo que mi hogar puede ofrecer a sus huéspedes ...

Vosotros, servidores, entrad en mi casa su equipaje. Y nada de objecio- nes: venís a mi casa como amigos de parte de un amigo. Aunque nací po- bre no tengo el alma baja y sabré de- mostrarlo.~

De nuevo en Atenas. Hotel Amalia. Música in- ternacional. Un tocadisco en la terraza suelta a esta hora, dos d e la mañana, ritmos d e piano que acompaña la voz seca y a contrapunto de Agustín Lara:

Noche triste y callada de Veracruz. Canto de pescadores que arrulla el mar ... Vibración de cocuyos que con su luz ...m Vibración de cocuyos que con su luz ... rrrrr Vibración de cocuyos que ...

Se repite. Se repite. Y volverá a repetirse. Mis oídos se llenan de vibración, de cocuyos, su luz. Y de rrrrrrrrrr. Después de dos meses alguien se ex- presaba en español. Lamentablemente: el disco está rayado. C'est la vie, mon cher. ¡Pardiez! Nos veremos en París dentro de seis semanas. Hablare- mos de Swain. Quiero que comentemos este libro, su libro, antes de publicarlo. Au revoir. HELENE.

CAPITULO $

QUINTO PISO del Hotel. Domino la Bahía de Phalero, varias colinas de Atenas, y en un lejano fondo de montañas se me ocurre pensar en el Pentélico.

Después de habitar aquí durante tres semanas este lugar se ha convertido en mi sitio favorito. Cada ángulo de la terraza me ofrece centenares de pági- nas de historia. Aquí es el 611, es mi cuarto de Hotel. Cuelgan de las paredes magníficas repro- ducciones de pinturas arcaicas del Palacio de Knossos, sobre la consola una hermosa jarra en terracota traída de Micenas, y también otros obje- tos sencillos, de gusto exquisito. La habitación tie- ne cortinas color castaño. Cierro la puerta. Pienso en los años que caen sobre las cosas, en que he leído poco y he caminado bastante esta mañana caliente. Sin embargo, me anima la intención de recobrar el tiempo rumbo a esos caminos donde transcurrieron mis primeros años. Cierro la puerta. Posiblemente esta nueva y efímera morada, como !as células de un órgano herido pretenda reponer los tejidos lesionados por el olvido o el tiempo. Re-

cuerdo a mi hermano. A Swain. En este sitio con vuelos de cortinas en castaño ella deja de ser un puntito pequeño y lejano. Se agranda como un aro al fuego. S e ensancha. Dentro la veo callada, esquiva y desconfiada junto a las amigas. Cuánto me provocó su asunto cuando viajé por tierras de Agamenón! Pero abajo, en la calle, desde hace un minuto me desespera un claxon pegado. Recuerdo la voz de Swain y la impresión de mi hermano cuando se le pegó su voz frente a un burdel de prostitutas.

ESCENA VI11

«LABRADOR. - Cuando reflexiono sobre casos de este género, reconozco has- ta que punto la riqueza tiene un pre- cio si hay que alimentar a un hués- ped o hacer dispendios para salvar a un enfermo. En cuanto al pan de cada día, ya cuesta menos, puesto que de igual manera se sacia el horn- bre rico que el pobre.,

ESCENA IX

«EL CORO. - ... Dejando las orillas de la Eu- bea, las nereidas llevaban el escudo y las armas de guerra labradas por He- festo en los yunques de oro. Por el Monte Pelios, por los lejanos valles del Gasa, recuerdos sagrados donde las ninfas se cobijan, iban buscando el retoño que un padre jinete educa- ba para el esplendor de Grecia, al hijo de Tetis la Marinera, esperanza de los Atreidas.~

Son los festivales de Atenas. La aguja del reloj marca pasada las seis de la tarde. El administrador me aclara sobre la Agencia de Viajes: le billet d'en- trée n'est pas inclus. Exacto. Queda poco tiempo para llegar. Pienso en la Bolsa negra. Es la pana- cea de este mundo corrupto, salvaje y primitivo, donde la penicilina detiene la vida y los jets le ro- ban al tiempo. ¿Cómo terminará el duelo de su- premacías de atómicas y cohetes? La pregunta es para la Pitonisa del Santuario de Delfos. Odic.. Ar- mamentos. Odio. Odio. Ambición. Poderío. Com- paro: no es tanto el odio, la sangre y la venganza del mundo primitivo que explota en las tragedias griegas. Me golpeo la frente. Desdoblo el pensa- miento como si quisiera sintonizar otra estación mental. Dos caras. No: la vida: la vida tres mil mi- llones de caras. Entramos: THEATRO DE DORA STRATOU: trajes y danzas tradicionales. Las flau- tas de Pan. Volvemos por dos horas al siglo IV de la Grecia Clásica.

Pertti Perto anota que los naturales de Tro- biand, al igual que los licios de que cuenta Heró- doto, tienen una organización familiar de un régi- men matriarcal, en la que Malinowski creyó en- contrar objeciones a la teoría freudiana del com- plejo de Edipo. Para Freud todos los pueblos del mundo experimentan el problema tipificado en Edipo y que consiste, por una parte en una larga represión del deseo sexual nacido hacia la madre y, por otra, un sentimiento de agresividad nacido por celos, en contra del padre. Entre los isleños de Tobriand encontró Malinowski que el sentimiento de culpabilidad sexual por experimentar deseos

prohibidos no involucraba a la madre, sino a la hermana. Estos datos etnográficos obligan a revi- sar muy rigurosamente la teoría psicológica freu- diana. Señora Helene, biógrafa de Swain, ¿guarda alguna relación esa nota con la vida de Swain? Sin anticipar nada agrego el uso de bebidas em- briagantes en el empleo de la magia amatoria. A continuación: la hipótesis de la Relación de Whit- ing y Child sobre la angustia de socialización oral: sociedades que demuestra angustia de socializa- ción oral mayor al índice promedio: lapones - cha- morros - samoanos - arapesh - hopis - balineses - yanalas - paiutes - chenchúes - tetones - papa- gos - vendas - warraus - wogeos. Sociedades que recurren al origen oral; dobuan osbaigas - kwo- mas - thongas - aloreses - chagas - lasúes - ma- sais, etc., etc., etc. Entre las mujeres, en el primer grupo: tal vez, Swain. En el segundo grupo: positi- vamente: Helene, biógrafa de Swain. Exacto.

Cuando tomamos un taxi y corremos solas por las calles del mundo se nos ocurren retahilas de cosas. Por favor, taxista, en este Hotel. STOP. Al entrar al 611 encuentro en mi habitación a Zimo- no. El camarero me deja una fuente colmada de uvas moradas. Como uvas. Me despido de mí: ¡Hasta mañana, Helene!

CAPITULO 9

HACE MENOS calor

Estoy en la colina de Philoppapos. Tengo en una mano un vaso de NOPTOKAAIS muy frío. Sólo puedo decir que aquí hace menos calor, o que está un poquito más fresco. La amenaza del inevitable descenso hace pensar en el calor. Dije que hace menos calor. La palabra calor se enreda con todas las conversaciones durante el Verano mediteráneo, lo mismo que en el trópico de mi país. Pretendo olvidarlo un poco. Desde una terra- za natural donde se ha instalado un restaurante ambulante contemplo con firmeza la Acr6polis. Esta noche lo que pasa al frente viene sucedierido desde hace varios años. La electricidad tia matado el terror a lo oscuro. Cor, un espectáculo de luces, voces, cantos y música se revive la historia de la Acrópolis. Los reflectores cambian de color: paz: culto: guerra, etc., etc., etc. Atenas construye. Sus enemigos la destruyen: Esparta: Persia: Roma: Turquía, etc., etc., etc. La cúspide de la colina luce en llamas. Triunfo de la técnica. Los griegos de

Pericles Lamahan Técnica al Arte. Incendio. Des- triicción. (.Quién trajo !a piílvora? Luces Cambio dir~ccianal. La colu~ind, el capitel, 21 friso, el fron- tón, etc., etc., etc. Nacen el Partenón, el Eretheion con su Pórtico dz las Cdriatides, los Propíleos, el 'T'~rnpfo de Palas Atenea, el Templo de Zeus, el Teatro de Dyonisous 91 Odeón de Hrodou Atti- koii, etc.. etc., &C., y en aquel Iiigar: reposaba el erifernlo sobre el pellejo fresco del animal sacrifi- cado a la espera de la receta de Esculapio. Atenas es inmortal Frase muy socorrida que repito con júbilc. tPor qué, entorlcos, se aleja mi memoria, a vec~s? No, No se aleja hace casi cinccrdnta años que México edita5a a los c!Ssicc>., griegos para venderlos al pueble; ¿i precio del papel ¿Cuánto cobrará ahora mi editor? No deja de preocuparme esto: malvados editores qLe sólo publican lo que les viene en gana. Searr,~<- claros: lo q u ~ coriviene a su negocio. So ~xc~lsarán: Esto no es una ncve- 1á. Esto es ... ¿Qus. caraic). ent~nces ... ? Es, . %S io 'lile quiere Helene, Lijgrafa de Swain. iExacro!

EL CORO. - Finalmente, sobre la mortífera lanza, se agitaban al galope cuatro cabalios, y una negra polvoreda ie- vant6base en derredor de sus flan- cos. El jefe ae 'ales guerreros fue in- molado a tus amores, pérfida hija de Tindareo. Así los dioses del cielo te enviarán un día a la muerte y enton- ces, por fin, veré manar de tu gar- ganta la sangre derramada por el acerom.

Yo, Helene u Elena, siento un poco de reniordi- miento por haber metido a Eurípides en este lío de Swain. G ~ l p s o mi corazón, lo golpeo duro. Sin embargo, continúo tratando de convencer a mi amigo paraguayo: pero si, Electra nació en mi pueblo. Le amplío: mi pueblo está en Dominicana, Antillas, América. IJn vaso y otro vaso de NOP- TOKAAI bien frío. El espectáculo de la Acr6colis terminó hace media hora . Leo para 61 ain cspítu- lo, dos capítulos, tres capítulos, y otros capitiilos más de la vida de Swain. ¿No piensa usted que es peligroso subir por esta escalera con Eurípides? Sonríe. Calla. Sonríe. Me mira. Sonríe. Vuelvo y golpeo duro mi corazón. Y con VOL: casi apagada imploro a ¡as Suplicantes en el semicoro final: danos la victoria, que somos débiles mujeres!,.

CAPITULO 10

iAH LAS COSAS de Helene! ¿En qué latirrinio ha caída? No es que sea novelera de veleidades ajenas porque hay muchas que son de su propia ocurrencia. Luego de «ESCRIBIR LA TIERRA» se desdobla el libro de Swain en desconcertantes pla- nos. Se le antoja que ya inició una mecánica que debe continuarla en esta escalera. Esa mecánica se corresponde, en una interrelación casual, con los llamados «estilos modernos» que se mofan de Aristóteles, Nebrija, Cervantes, y de todo cuanto hijo de puta que trató de encarcelar la escribanía. Analicemos el caso de Helene en su propia rriedi- da: es anárquica: sólo un poquito anárquica: algo anárquica. Usted dirá qué. La muy tímida es uria necia que intenta en estas páginas firmar la bio- grafía de Swain. ¿Que el escritor se libera? ?,Que se han liberado Julio, Carlos, Mario, la Beatriz, etc., etc.,? ¡Hola, Helene, por favor! ¿Qué la ha compulsado a meterse en ese saco? Que no, que sí ... que qué ... Lo principal es dejar tranquila a esa gente de la Argólida. El Oráculo del propio Apolo le había ordenado hacer lo que hicieron. Fue una

lucha horrenda de sentimientos contrapuestos. Por favor, deje a las Euménides imponer su cas- tigo.

ESCENA X

~ELEcTRA. - Estoy temiendo que hayas perdido la razón.

ANCIANO. - ¿Haber perdido yo la razón, cuando estoy viendo a tu hermano?

ELECTRA. ¿Qué significan esas inespera- das palabras, anciano?

ANCIANO. - Aquí estoy viendo a Orestes, hijo de Agamenón.

ELECTRA - ¿Qué señal has visto en él en la cual yo pueda creer.

ANCIANO. - Esa cicatriz cerca de la ceja, que le dejó una herida que se hizo al caer en casa de su padre cierto día que andaba contigo persiguiendo a un cervatillo.

¿Y vacilabas aún en arrojarte en los brazos de tu hermano?

ELECTRA. - Ahora ya no, anciano. La prueba que me muestras convence a mi corazón.,

Swain.

Regresaba el padre de los gallos. Regresaban también los gallos: cortados: picados: con sangre coagulada. En el jardín, bajo una llave de agua fresca se desprendían los coágulos y quedaban limpias las heridas amoratadas. Después los ani- males daban la impresión de estar bajo los tempo-

rales que azotabon animales y plantas, y que, a vc-"5, hasta agusan (han las plantas y mataban an~m.iles Los gallos daban la sensación de pacífi- cos poil~!eiocs o de gallinas ponedoras, de esas qlie se rescjuardan en busca de calor en cerrados ale- ros.

Regresaba don Plácido sudado. Compartía nuestra mesa. Luego, sin cambiarse de traje, se marchaba con la hija. Noche estrellada, de luna o lluvia cerradd no impedían que ambos quedaran como sorprendidos al sentirnos detrás de los asientos que ~cupaban en el cine. No importaba el tiempo: iniciaban el regreso sin mirarnos. Fue de- masiado tarde cuando comprendí que Swain espe. raba la noche dei domingo corrio quien espera un destino.

a...Si vienes a Argos, extranjero -prosiguió Ifigenia con creciente agitación- ¿ccgura- mente traerás noticias de Truya? ¿Es cier- to que ha quedado totalmente arrasada?

... ¿Y cómo está el caudillo? Paréceme que se llamaba Agamenón, hijo de Atreo Orestes se estremeció a esta pregunta. -No lo sé -dijo desviando la cabeza-, rio me hables de ese hombre, mujer. Pero Ifi- grnia insistió en tono tan d d r e y suplican- te que él no pudo negarse, y dijo: -Murió, su esposa lo mató de muerte cruenta. Un griti, de espanto escapóse de los labios de la sacrrdo" ~1sa.r

(De ~Ifigenia en Táuriúe.)

EXACTO: pueblo pequeño, con tendencia a una vision oscura de la susceptibilidad de modi- ficar los patrones vitales. Exacto Eso ci , y lo peor. que éramos unas mojigatas. De haber sabido algo no nos hubiéramos atrevido a citar nada de lo que pasó en la casa de Agamenón con el hijo de Tiestes la Marinera. Sí, sé que cuando la iitmós- fera pueblerina comenzó a agitar vientos que levantaban tempestades, Swain se convirtió en nuestro único prójimo: sueño arrebatador cori pesadillas, meditaciones violentas que nos Iiena ban de odio, nunca de compasión o perd6r-i. por- que las presiones de nuestra educación h.iii~ian ahondado un profundo calabozo Ilerio de cosas tabú: como un movimiento: mirarse, abrazarse, más todo lo que aflora en el tronco, rnás el natu ral ejercicio de eso que pertenece en la totalidad de su propio cuerpo a un ser humano, más lo del sexto mandamiento, con o sin consentimiento, todo era tabú. Exacto.

ESCENA XII

NELECI'RA. - ¡Al fin vuelo a verte! ¡Te he logrado, inesperada ventura!

0RESTF.S - ¡Al fin te he encontrado!

E I.ECTRA - Me negaba a creerlo. (IRESTtS - Y yo a esperarlo.

Había qrre ser bragado. Esto es: coraje y ente- reza.

El padre de Swain respondería. Y respondió con varios tiros al aire - ¡Recojan plomos! iAhí caye- ron, cabrones, cojan eso! iIvIi hija no se casará con gente de campo, ni que le compre bacineta de oro para cagar mierda! Se arriesgaron a solicitar el consentimiento para matrimonio. Ella parecía tan tímida, cierto que era muy joven, pero no tanto para esa timidez casi huraña que aparentaba y que, a veces, hacía exasperar: «un poquito hura- ñ a ~ la excusaba mi hermano. «Es iógico que tenga algo de campo,. Se arriesgaron los Jiménez, dije. Se adelantaron acondicionando que no sería para antes de dos años el matrimonio por lo joven que era ella. Pretendían asegurarla para Francisco. El p a d r ~ de Swain escuchó atento la petición: ieran tan formales los Jiménez! A esa gente había que ofrecerle algo. Había que ser cortés: icafé para los señores!, ordenó. ¡Pronto, café para estos amigos! Para mí también, deseo acompañarlos. Y no dejen de mandarle un poco a los peones que están en el Rancho 4 atando cuerdas de tabaco. Llegó a la puerta de la cocina: ivaina, coño, mujer, he dicho que pronto con el café! Agarró una rama seca con

la cual golpeó a unos gansos que merodeaban cer- ca. Algunos buscaban gusanillos, otros picoteaban yerbitas tiernas recién nacidas. Por entre las rejas de los tablones vkjos y encogidos salía de la coci- na una gran masa de humo producida por la leña que se hacía ceniza en el fogón de piedra. Regresó a la casa cuando la Sacramento sub16 con el café. Apenas terminó de toinarlo volvió a desenvainar: ¡ahí van plomos! L<> dijo con la mirada fija en e! padre. En el hijo. Separaba las sílabas a golpe de detonaciones. Disparó hasta que el revólver quedó vacío. Despreciados y temerosos los Jiménez se re- tiraron sin decir una sola palabra. Ni un adiós. Por prudencia, tanto e! padre como el hijo, ignoraron el camino que pasaba frente a la casa de Cwain: tomaban el otro: un poco más arriba: con el que hacía cruce frente a la pulpería: por donde se lle- gaba también a la ciudad. Se hizo un corrido la frase:. había que ser bragado para llegarle a don Plácido. Esto es: coraje y entereza.

ESCENA XIII

ORESTES. - Dices bien. Y mi madre: ¿dón- de se encuentra ahora?

ANCIANO. - En Argos. Su esposo la espera para el festín.

ORESTES. - ¿Por qué no ha ido ella crm su marido?

ANCIANO. - A causa de su temor a la censura del pueblo.

ORESTES. - Ya comprendo, ella se sabe mal vista de los ciudadanos.

ANCIANO. - Así, es. Una esposa impía siempre es detestada.

ORESTEC - i p s r o cómo matarla al mismo tiempo que a él?

EI-ECTR~ - Yo prepararé la muerte de mi madre.

ORESTFC Esperemos que la fortuna lo conduzca todo a buen fin.

EL.ECTRA - ¡Que ella te guarde, pues, para una di. las dos tareas!

... ¡Eres, pues, tú mi herniano!

OKESTES - Si, tu único aliado. Venceré a nuestros encrmigos si logro retirar la red que estoy tendiendo.

ELECTRA Estoy segura de ello; habría que dejar de creer en los dioses, si la justicia triunfara sobre la injusticia.

ORESTES - LQué debemos hacer. pues. para conseguirlo'?

AN(_IANO Hay que matar al hijo de Tiestes y a tu madre

Una noticia relacionada con Swain llegó al cole- gio. A las casas de los amigos de su padre en la ciudad. También corrió entre los campesinos del lugar. Con voz muy baja expresaban éstos: había que ser muy bragado para llegarle a don Plácido.

CAPITULO 12

EN EL LEOFORO AMALIA, sentada en la sce- ra de uno de los confortables caft;s de este boule- vard que al estilo de París sale a la calle en Vera- no, veo desfilar griegos de todas ias regmnes conti- nentales e islas. Trato de ideritificarlos con Apolo, la Venus, el Discóbolo, etc , etc. Me agradaría es- cribir a los muchachos: hablé con un joven llama- do Hermes, es el mismo retrato del dio.;. Pero no. Los griegos de ahora no son los que se exhiben en los museos, los que adornan los libros de arte, los que describen la poesía y la tragedia antigua Estos griegos son otros, tan distintos del pueblo de Fidias y Praxisteles. Vaya con la mentira de idealizar al hombre, hermosa mentira de los hermosos cáno- nes. Llega a mi memoria la frase subrayada que nos repetía el profesor: la diferencia entre los re- tratos y esculturas griegas y romanas está en que los griegos para exaltar a un héroe, a un poeta, a un artista, a un atleta, a un dios, etc., etc., seleccio- naban las partes riiás perfectas y bellas de varias personas y con estas hacían un todo. Plasmabar! siempre una idea perfecta y bella. En cambio, los romanos se la pasaban haciendo cosas prácticas y

útiles: camlnos, acueductos, puentes, termas, etc., etc., regrzsentaban a sus generales, cónsules, ves- tales, prcr?tit~tas y dioses con la expresión de lo bello o feo que verdaderamente poseían. En el Leóforo de Amalia boulevard internacional lleno de juventgtl griqga, sucia y melenuda, de parejas frari~esas q u s pasan abrazadas, J una se queda sin saber cuái 63s alla o él ... Lo cierto es que yo, Hele- ne, biógrafa de Swain, me abandono al compromi- so de term'nar su iibro para conternplar esta fau- na, I-a desgíaciada fauna que en Verano hace un aseo d~ Europa, la osada fauna que se atreve a veriir a profanm ia Hélade. Malvada caravana que ime desvíá ?e rni profesor, eil quien pensaba. ¡Qué bien me hizo entender esto que veo ahora! Imposi- ble encontrar a esos griegos que aún viven en mi fantasía. Estos parecen turcos; cirios; rusos; húnga- ros; italianos; franceses; espafioles y latinos de América. kinurio, mi camarero, podría portar un pasaporte de Dominicana. Exacto. Y las turistas japonesa2 q u ~ pasan, y las egipcias que pasan, porque ahora la burguesía egipcia y lo de Nasser y Dayan viceversa Hay muchos egipcios ricos con miedo al piorno, y... etc., etc., ahora están en Ate- nas. Y la jovencita hermosa, tan parecida a Kanari mi amiga de Csrinto, esta sí, cas; grito. esta si que es griega: ha llegado con dos pequeños ~ L C I dan la impresión de ser sus hermanitos. Uno ha derrama- do cobre el mantel un jugo de naranja. Ella rle. Yo. Helene, biógrafa de Swain, estoy condenada a cargar con la existencia de Swain a eiic~ntrarla en cada cosa que aparece, porque e s t ~ de Kanari me ha hecho volver a ella y su paisaje. Expiique- mos: también Swain tuvo des hermanitos. No dis-

frutó ia compañía de su hermario inayor Ramón César, que vivía del otro lado del barranco, en la casona de Ia abuela. Además. antes de ella nacer murió el pequeño Norberto en la ia::sma cascraa. Ramón César era un 9xtraño para Swain. La mo- lestaba que Ilecara a ver a su madre una sola vez al año. ConversaSan largo, muy largo. La madre lo quería con susto y temar d ser sorprertdido; por don Plácido. Juntos SP wntían confidentes, felices, y, a veces, algo confusos. El p a d r ~ había puesto raiuchas barreras. Le decía a la muchacha: te seriti- rías avergon~ada de él ... Sólo dejaba caer algtinas palabras rio terminaba Ia frase. Don Plácido se había desposado con la madre para vivir de las tie- .vas y en la casa hsr?dada por ella. También Ia cama la encontró en la casa. Alto y bien pareclrlo. era hijo de campesinos que se empeñarol- en edu- carlo en la ciudad. Allí pasó varios afios en un co- legio. Luego la vida comenzó fZ-,il rlara l?l&cido: mientras su mujer luchaba con los peoncs. los an; males, las cosechas y su venta, su trabajo era re- clamarle hasta el último centavo >e marchaba. Ella quedaba sola en la finca. En la casa. En la cama. Noches enteras entre viejas sábanas cala- das. Bañada en llanto. Creía adivinar sus pasos entre todos los ruidos de la noche. Se Ir? pasaba atenta a Id lámpara que dejaba con la luz muy baja para que se orientara dentro de la casa, si Ile- gaba. Pero él se queLiaba, a veces dos, tres, cuatro días, y hasta una semaria sin regresar. Sierripre en prostíbulos, en juergas con mujeres. Tragos y jue- go por dinero que perdía. iArre, mulita! Así la salu- daba cuando regresaba. Entonces se entretenía con Ramón César y Norberto, los correteaba a ca-

ballito rnontados sobre sus hombros. Pero sin de- jar de imponerse, de pisar fuerte, de hablar duro a los otros Su única tarea: exigir más y más dinero. iArre, mulita! La frase hería a la muier, iclaro! También era raro, muy raro, que rema8,. +>se con ella las ganas que le sobraban de las otras. En la cama pasaban meses sin intimidades. La despre- ciaba como hembra. Resignada, y con una pena niirica expresada, hasta su propio sexo se anulaba. Y cortio quien descubre algo extraño, a veces se sorprendía de la presencia de aquel triángulo ne- gro reducido a la función de orinar. Sencillamente: a orinar, como cilalquier perro que desagua un so- brante líquido, agrio y pestilente junto a un poste cualquiera

USTED SABE quien es Andrómeda.

Y respeta a Perseus porque este héroe rescató a la princesa Andrómeda para que no fuera devo- rada por un monstruo. Perseus rompió sus cade- nas y se casó con ella. También sé que usted está enterado de que Andrómeda se está usando como símbolo de la mujer moderna que ha conseguido el privilegio de suspender temporalmente su poder reproductivo y liberarse de las restricciones im- puestas a su función más privada. PUNTO.

Good bye preocupaciones. Au revoir miedo. Arrivederci, etcétera. Good morning Swain. Pienso en vos. Descanso en la pequeña Platia Venizelou. Pienso en vos. Aprovecho para leer una carterita de cartón que encontre abandonada en el Parque Nacional, a unos 30 metros del Leóforo Hirodou Attikou que separa el parque del Palacio Real. El parque es como un bosque. Pienso en vos. La car- terita quedó abandonada sobre un banco. Pienso en vos. En Platia Venizelou leo la carterita. Pien- so en vos. En el restaurante que se muda a una

acera de la Platia. Pienso en vos. Como rebanadas de sandía. Pienso en vos. Camino hacia Platia Omonia, sitio donde convergen los grandes leófo- ros de Atenas. Pienso en vos. Leóforo es boule- vard y viceversa. Pienso en vos. Igual que una aguja imantada me atrae el olor de un pinchito de carnero a la parrilla. Pienso en vos. Pan y queso de cabra. Pienso en vos. Tomates rellenos y Meta- xa. Pienso en vos. Pienso en vos porque hablaban en secreto de ti. Oh, Swain, pie~so en vos por los misteriosos achaques que te curaba la enfermera. Punto. La carterita me ata a tu recuerdo. Pienso en vos. Necesito repartir el recuerdo que guardo de vos: pienso en la fauna de cientos y cientos de niñas nórdicas que acampan este Verano junto a los caminos, bajo los árboles, en sótanos, dentro de los coches: colectiva promiscuidad cavernaria a flote, reminiscencia de la horda. A menos de 30 metros del Hirodou. Digo que la carterita era de una gringa: made in USA. Instrucciones en inglés: Tome su primera píídora en el quinto día ..., etc., etc. Ejemplo: si el quinto día es Martes, saque la píldora del Martes. Tome una cada noche. Conti- núe de esta manera tres semanas de píldoras y una de descanso. Esto significará mayor tranquili- dad y felicidad. En la contraportada: Anticoncepti- vo. En la portada: un sugestivo mosaico a colores representa a Andrómeda encadenada. Pienso en vos. En la enfermera. En las chismosas de la coci- na. Pienso en Swain. PUNTO. Señora Helene: ¿de dónde ha sacado usted ese vos? Declaro por las leyes de Salón, que igual que un parche cosido con tiras de panza de cabra lo remendó a mi habla un argentino ayer. END.

tres peones que comían junto al fogón de la coci- na se levantaron, decididos a averiguar, penetra- ron en el gallinero y encontraron el cuerpo tendi- do. Quiso hablar y fue imposible porque la sangre brotaba a grandes chorros por las heridas. Con la mirada fija en sus compañeros, finalmente, quedó completamente muerto. Tenía tres heridas en el cuerpo y un brazo desprendido.

-Han amachetiao a Chano. -Sé quien jue, lo vide correi. -Tu nauito ná. Cállete, boca cerrá no traga moca.

(Sobre el campesino de Dominicana, que aún vive en servidumbre, pesan las más crudas ironías: injusticia de la justicia).

Sólo el más osado se atrevió a llegar a la casa a comunicarle a don Plácido lo que pasó en el galli- nero. Cuando el peón sorpresivamente irrumpió en el comedor salía del aposento. Trataba con no- toria premura de abotonarse la camisa y el panta- lón que acababa de vestir. Era de la ropa que usa- ba para ir al pueblo.

-Peidone señoi, pero e quean machetiao a Cha- no enei galliniero. Está mueitico enei galliniero.

-0iste mujer. Dijo al tiempo que tomaba un peine y se alisaba los cabellos.

-Peidone, señoi, pero baje a veilo.

-Anímense ustedes, póngalo sobre unas yaguas y esperen todos allí. Solamente iré cuando venga el alcalde. Mujer: coje mi paragua y llégate, dile al

alcalde que venga pronto. El peón se retiró obe- diente, aparentemente sumiso, lo cierto era que te- nía miedo. Mucho miedo. Mientras bajaba los es- calones que daban al patio oyó muy claro algo que don Plácido añadía a la frase del recado: si te parece, si te atreves, dile al alcalde que uno de ellos te ha matado a Chano. La mujer salió con premura, caminó casi corriendo el trecho que se- paraba la casa del camino. No llevaba nadz para cubrirse. La lluvia la azotaba. Le pegaba al cuerpo la ropa que vestía. Sólo cuando tomó la dirección en el camino los ojos del peón se desviaron, y miró sin ver, bajo el frondoso mango, a los patos que se beneficiaban con el temporal que había llenado la laguna.

Uno de los peones sollozó.

-Niunalú pai difunto, sejué sin 1ú.

Hizo un montoncito con paja seca y la prendió con un fósforo. Sobre la llama trazó con una mano una cruz. Chano se ponía duro, frío, tieso. El amigo se quedó mirándolo. Tuvo deseos de vo- mitar. No. No voniitó. Eructó. No, no era eso tam- poco lo que quería: necesitaba decir algo, y lo sol- tó como una retahila: Meserere meserere meserere meserere.

Oratefrote oratefrate oratefrate pietá pietá pietá

Al tiempo que hundía en la tierra todo el acero de su cuchillo, y con soberbia y sollozos reventaba en un avemariapurísima, coño, qu'cosa M.grande!

ESCENA XII

KORESTES. - Padre, tú a quien un crimen impío arrojó al Hades.

ELECTRA. - Tierra augusta, la que golpeo con mis manos.

ANCIANO. - Socorrer a esas criaturas tan queridas.

ORESTES - Trae consigo a todos los muertos de la guerra ...

ELECTRA - Aquellos cuya espada te ayu. dó a conquistar Frigia ...

ANCIANO. - Todos aquellos a quienes los malvados impíos inspira? horror.»

Bajo la lluvia torrencial tres horas después re- gresó la mujer con el alcalde rural, El sobre el ca- ballo, ella a pie, con pasos que medía con los del trote del animal. El peón desenterró el cuchillo cuando sintió que los pasos se dirigían hacia el ga- llinero. ¿Dónde está el muerto?, preguntó el amo. Ahí estaba, ahí delante, carajo, pensó el Gago. Cuidado, no lo toquen más: este es el señor Alcal- de, ha venido a mi reclamo porque quiero que se haga justicia. El averiguará todo con ustedes. ¿Qiié cosa? ¿Averiguar qué ... ? Chano yacía muer- to, asesinado, y ninguno de nosotros tenemos nada que ver con esto -pensaron-. ¡Tranquilos, no se muevan!, gritó el amo. Con el propósito de cambiarlo de posición para ver las otras heridas el alcalde avanzó y agarró un brazo del muerto. El miembro aislado salió de la camisa, colgaba la pie- za de la mano del alcalde. No le hizo gracia la prueba. Lo tiró al Gago, ordenándole: póngalo de

nuevo donde estaba. El Gago se estremeció, las 1á- grimas corrían por sus mejillas. Cogió el brazo y volvió a colocarlo dentro de la camisa, dejándole la mano afuera. Le apretó la mano: icoño!, si es como mi hermano. Notó que tenía muchas callosi- dades. Chano y él hacia siete años que trabajaban en el hato de la doña. Trabajaban mucho, más de lo pagado, pero se quedaron allí porque ella los trataba como gente. El Gago se confiaba ert Cha- no, tenía más edad y experiencia que él. Sabía leer y escribir. Lo acompañaba a las bachatas con acompañamiento de rnúsica de acordeón, tambo- ra, güira y palos. Chano era el que mejor marcaba el baile del merengue apambichado, aquello de: abailen de aquí-pallá, bailen de allá-pacá~. Chano era el preferido. Chano, siempre Chano. Cuando don Plácido manifestaba contento por el éxito de alguna cosecha, la doña se limitaba a responderle: gracias a Chano. Y Ramón César y Norberto que- rían entrañablemente a Chano. Este los compla- cía. Jugaba con ellos. Cuando regresaba del pue- blo traía para los niños: palitos de melcocha, coco- netes, pepamentos, gofio, rapadura y otros dulces que compraba en el mercado de víveres. Lo que- rían sin temor: Chano es el papá de nosotros, dijo un día Norberto delante de don Plácido. Y Ramón César añadió: nunca nos deja solos como tú, a ve- ces se queda con nosotros en la casa. Desde en- tonces el pensamiento de don Plácido se llenó de fantasmas y de ocurrencias malsanas relacionadas todas con su mujer. Se complacía azotándola a la vista de los trabajadores. Puta, sí, eso eres. Se lo repetía masticando con rabia la frase cuando ella pasaba por su lado. Siete años tenían trabajando

con ellos Chano y el Gago. Llegaron juntos dos meses después del matrimonio. Don Plácido mira- ba y remiraba con los ojos pegados a la cara de los niños. El cuerpo: el color: los ojos: el pelo negro, muy negro como el mío. Exacto. Pero a los peque- ños les caía el pelo en rizos sobre la frente, igual que a Chano. Y era Chano quien dormía sobre sus piernas al pequeño todas las noches. ¿Qué era todo aquello? ¿Se estarán riendo de mí los de la finca y los vecinos, y hasta los amigos del pueblo?

El sábado siguiente -exactamente dos días des- pués- hubo intensa e inevitable pena. Tomó algu- na ropita y se fue con los niños a la casona de la suegra. Tómelos: yo no mantengo hijos ajenos ni de puta. ¡Que no pisen jamás mi casa! Esa misma tarde juntó a todos los peones para comunicarles que solamente con él debían entenderse en ade- lante. La señora se ocuparía de los oficios de la casa. ¡Nada con ella!, lo repitió subiendo la voz. Y ordenó a los peones que lo siguieran hasta el Ran- cho 4, donde fermentaban, atadas a cuerdas, las hojas del tabaco rubio. Este tabaco que durante mucho años hizo famoso el hato de la doña.

Los trabajadores continuaron forzados con el propósito de aumentar el rendimiento de la tierra. La mujer quedó cautiva dentro de las cuatro pare- des de la casa. ¡Aquí tienes de todo, nada te falta- rá, ni tus malos pensamientos, si quieres! Así mar- charon las cosas durante un año: él dejó las fies- tas, las ausencias. Pero aquel sábado de agosto cuando regresaba de la pulpería que estaba en el cruce, alcanzó a ver cómo los niños se precipita-

ban corriendo hasta agarrar a Chano y abrazarlo. iDiantre de vieja cómplice! Claro. Todo estaba cla- ro, se le ocurrió. No le pasó durante todo el día un pensamiento que no estuviera relacionado con Chano. Chano en el trabajo de la finca; Chano en su casa; Chano en sus comidas; Chano en su cama; Chano con su mujer; Chano haciéndole hi- jos. ¡Coño! Dentro del grito estentóreo de Chano, tanto el Gago como los otros peones escucriaron una maldición. No. No. El Señor no se podía ale- grar ante sus huesos quebrados.

ESCENA XIV

«EL CORO. - De los templos desbordaban los adornos de oro; el resplandor del fuego brillaba sobre los altares en toda la ciudad. La flauta de lotos, servidora de las musas, entonaba sus más brillantes cantos. Los himnos alababan las maravillas del cordero de oro repitiendo que era el bien de Tiestes. Porque él sedujo en secreto a la amada esposa de Atreo y se Ile- vó a su mansión la prenda maravillo- sa. Luego, regresando a la asamblea proclamó que tenía en su casa un cordero cornudo.,

CAPITULO SIN NUMERO

EXIBIR EL CASO DE SWAIN no es tan fácil como para colocar sus hechos en una vitrina de Tiffani, Bon Marché, las Fratellas Fontana, o en Dominicana en la calle El Conde de Peñalva don Bernardino de Menesses Bracamonte y Zapata. Sencillamente: El Conde.

Yo, Helene, su biógrafa, no me siento cómoda al presentarla como en una subasta sin apuestas. Guardaré lo escrito hasta ahora en mi portafolios. La luminosidad que descarga el sol junto a las costas del Pireo se filtra a lo más íntimo de mi conciencia y de aquello que a muchos se !es ocu- rre liamar: discreción.

Dije.

Dije que dejé a Swain ¿quién sabe hasta cuando?

KJEAN PAUL SARTRE ANTE EL ESPEJO» reúne una serie de entrevistas con el otoñal mago de Saint Germain des Prés. ¿Qué contesta el pon- tífice que ha hecho la disección de El Ser y La Nada? Mientras descanso, me interesa volver a leer la página que sigue a este CAPITULO SIN NUMERO. Sartre habla sobre la novela.

ento anasas? Te

a Adamov, el Entr Bernare

-¿Entonces, usted es lo que se llama un progresista, pero no pertenece a ningún partido político? SARTRE: Exactamente; no pertenezco a ningún partido; pero creo que un intelectual debe ser un hombre de izquier- da, un progresista.

-¿Y la novela contemporánea debe estar, en su opi- nión, impregnada de la misma preocupación social? SARTRE: No, creo que la novela debe representar un aspecto total del hombre, de su vida; que no debe limi- tarse a la faz política, social o psicológica, sino abarcar todos sus aspectos.

Segunda entrevista con Abelardo Arias. *Mundo Argentino*, 23 de mayo de 1956.

AMIGOS: no me siento tan culpable de dis- traerme en otras cosas que me apartan de Swain. Sé que le doy una buena parte de mi tiempo, por ejemplo: hoy recibí contestación de una carta que envié a París relacionada con su biografía. Mon- sieur Raymond está muy intrigado. Quiere cono- cer los originales, y, además discutir conmigo este libro antes de publicarse. Sobre el mismo yo opi- naría que se corresponde bastante con los cambios de velocidad de filmación, una edición y montaje a lo Fellini, que las cosas caen de golpetazo o culo, ya aquí o allá, y, aún más, que todo sintoniza o atoniza cual música de Strawinsky o Revuelta. Exacto. Abrazos: HELENE. (Post-data: Es la em- briaguez de Grecia lo que a veces me aparta de Swain).

SWAIN: icómo me exigen que desentrañe todo! Me lastima porque persiste en mí algo de ese pu- dor con que en mi adolescencia se guardaban al- gunos secretos. Aún no me atrevo a asegurar que tú estabas enterada antes de ir a New York de la existencia de Norberto. Si lo sabías, estaba tan disi-

mulada que nunca nos atrevimos a mencionar su nombre. Pobre criatura: junto con Ramón César fue abandonado en la casona de la abuela. Allí los dejó tu padre. La abuela también acogió al Gago después de lo de Chano. El Gago se entregó para atender a las dos criaturas, sobre todo a Norberto, con amor y con pena. Murió el chiquillo: patético episodio. Preparó él mismo una cajita que adornó con encajes de papel de seda a colores. Se fue solo al cementerio con la cajita por delante sobre el caballo. Estuvo dando gritos todo el tiempo que lo cubría con tierra. Nada le importó que acudie- ran alrededor suyo unos cuantos curiosos atraídos por sus voces. Gritaba. Eso era. Gritaba. El Gago siempre manifestaba sus sentimientos tristes con llanto o con gritos. Ahora gritaba al niño que ha- bía cuidado como suyo.

Ramón César ignoraba lo que era la muerte. La abuela de tanto sufrir se había vuelto como una piedra seca. Era al Gago que le correspondía llorar y gritarlo así, alto, como lo hacía de alto. Swain: algunos me han asegurado que tú vives. ¿Qué im- portancia podrá tener ahora tu vida? De algo pue- des estar segura: nunca tuve la intención de escri- birte esta carta. HELENE.

ESCENA XIV

«EL CORO. - Dícese -aunque yo no creo en ello- que el sol de dorados rayos se volvió y al cambiar de lugar, causó la desdicha del género humano por culpa de un solo mortal. Esas leyen- das espantosas para el hombre son

provechosas al culto de los dioses. Mataste a tu esposo sin acordarte que eras la hermana de hermanos gloriosos. iAh, queridas amigas! ¿Oís ese grito o es una vana ilusión que me asalta? Es como el trueno subte- rráneo de Zeus. He aquí que el aire trae rumores menos confusos.

Luego de la muerte de Chano, el fiscal, sin de- jar de asustarse, se tragó la declaración que Ie hizo el Gago. Prometió a don Plácido que solamente bajo juramento le informaría la tremenda acusa- ción que le hacían todos los peones. Los detalles de aquel momento fueron pocos: don Plácido no dijo una sola palabra: metió una mano en un bol- sillo del pantalón: sacó un paquete muy grueso de billetes: lo entregó al fiscal. Dos días después, tan- to al Gago como a los otros peones les dejaron abierta la puerta de la celda. Huyeron. La madre de Swain, llena de odio y de otros sentimientos in- definibles, había obedecido: Alcalde, uno de ellos mató a Chano. Pero ella sabía ... Después de salir de la cárcel y de corretear bastante el Gago no se detuvo hasta sentirse muy cansado y seguro. En- tonces se dio cuenta de que el único camino que le quedaba era el de las muchas cuestas para subir a la loma. Durante siete años había vuelto una sola vez, cuando murió su viejo. Después no lo en- contraron para informarle lo de la mamá. A don Plácido le faltó coraje para decirles que el Gago estaba en la cárcel desde hacía dos meses. Fue mejor tal vez. Cuando resolvió regresar a la loma, antes de llegar al bohío, se detuvo donde Fulgen- cio Pérez, en cuyas tierras vivía la vieja. Fue mejor

tal vez. Fulgencio le demostró afecto y confianza: le explicó que habían quemado el bohío porque la vieja murió de contagio. Le entregó dinero para reponer el daño. Alguna ropa buena. Además, le ofreció un trabajo para cuidar las vacas.

-No. N o puedo. -No. N o puedo.

A cada ofrecimiento repetía como un sonámbulo:

-No. No puedo. -No. No puedo.

Todo aquel mundo de su niñez y adolescencia lo presentía guardado como en una caja fuerte dentro de aquel bohío, cuyas paredes eran de ta- blas de palmas, el techo de pencas de yaguas y el piso: la misma tierra que quedó cercada. Desde su ventana podía contemplar en los amaneceres las nubes bajas que copaban el valle en Invierno: con- tar los bloques alineados de los poblados que esta- ban abajo, y excitarse con la presencia de las ama- polas, porque pisar sus flores justificaba la preñez de las muchachas. Todo su mundo anterior se de- rrumbaba sin el bohío.

-No. N o puedo.

Se fue sin despedirse: sin mirar atrás. No por in- grato. Fulgencio Pérez se dio cuenta de que le co- rrían las lágrimas, de que con la manga de la ca- misa recogía las mucosidades que soltaba por la nariz. De que estaba afligido.

El Gago se enteró antes de llegar al pueblo: al día siguiente de la huida los descargaron a todos por falta de pruebas.

Fue mejor así. Para que quedara limpio y cla- ro como el agua que bebió en el manantial de la loma antes de volver a bajar. Bajando, sus ojos se ensanchaban con interrogaciones confusas, hasta que, de repente, se le estrechó todo el recuerdo en otro camino y una casona vieja del otro lacio del barranco. El Gago llegó donde la abuela que con- sintió en dejarlo para atender a los niños.

ESCENA XV

SELECTRA. - ¿Qué ocurre, amigas mías? ¿Cómo sigue el combate?

EL CORO. - No lo sabemos, pero oímos el lamento del moribundo.

ELECTRA. - ¿Es un argiano el que gime o es uno de los míos?

EL CORO. - No lo sabemos, todo se mezcla en un concierto de gemidos..

NUNCA COMENTARON el caso. La muerte de Norberto desbordó el odio por su mujer. Al- guien lo enteró de que ella llevaba flores al ce- menterio para el niño. Nunca comentaron el caso. Don Plácido se sentía más liberado, sí, pero con más odio porque le cargaba que los demás la vie- ran llorar y con los ojos hinchados y rojizos por una criatura que era su vergüenza. Sin embargo, no abandonó la cama que encontró en la casa. Oía como la ahogaban los gemidos y le decía: de- sentierra al padre para que lloren juntos. Aumen- tó esa noche el llanto de la mujer. Exasperado, don Plácido tomó la pistola que guardaba junto a la cabecera: si quieres que se junten los tres, vuel- ve a gritarlo. Lo dijo casi callado, arrastrando las palabras. Pesaba las palabras, mordía las palabras.

ESCENA XVI

MENSAJERO. - ¡victoria, ¡Oh virgen de Micenas! Orestes es el triunfador y yo lo a n ~ n c i o a todos sus amigos. El

asesino de Agamenón. Egisto, yace sobre el suelo. Demos gracias a los dioses.

ELECTRA. - ¿Quién eres tú? Prueba que tu mensaje es verdadero ...

... En mi terror, amigo, no recordaba tu rostro; pero ahora te reconozco ¿Qué dices, pues? ¿Ha muerto el asesino de mi padre?

MENSAJERO. - Ha muerto: repito la pala- bra que deseas.

ELECTRA. - iOh, dioses! ¡Y tú, justicia que toda lo ves, has llegado por fin...!.

La mujer sintió el hierro frío. El arma apuntaba en su misma cabeza. Es preferible que acabe de una vez, que me mates, gritó fuerte y tan alto que don Plácido temió que despertara a los trabajado- res, que se enterasen de lo que pasaba en su inti- midad. La golpeó duro con la intención de callarla. Cuando se cansó de hacerlo, sin poder dominarla, se subió sobre ella con el propósito de aplastarla. Asperamente levantó la cabeza de la mujer tiran- do de sus cabellos. Inesperadamente la naturaleza le fue restando fuerzas. Estaba horizontal sobre el cuerpo debajo. Debajo era su mujer con todo su calor de hembra. Era ella. Con los pechos erectos como la noche primera, que ahora volvía al pen- samiento con todos sus detalles. No hizo resisten- cia. Se dejó. Volvió a poseerla.

Que toralé, que tolalá, quei buey mul manso no ara ná. ..

Era la voz del Gago. Aprovechaba el muchacho que la lluvia había amainado. Venía del Potrero 2. Traía las vacas y los becerros. Las vacas que el marido de la Sacramento debía ordeñar antes del amanecer. Volvió a repetir la tonada, y su voz, re- pitiéndose, rompía el peso de la lluvia fina:

Que tolalé, q u e tolalá, quei buey mul manso no ara ná. ..

Inmediatamente terminó le dijo a la mujer: se- guirás aquí, sola, encerrada entre estas cuatro pa- redes hasta que esté convencido de que alumbra- rás un hijo y de que yo soy el padre. Con la misma frazada cubrió el cuerpo de los dos y casi al mismo tiempo se quedaron dormidos los dos. Fue muy fuerte la lluvia que cayó al amanecer. Desde la cinco Hilario esperaba a don Plácido para medir la leche que se vendía en el pueblo. La sombra del alero le dio a entender que eran más de la siete. La Sacramento miró al marido con una intención angustiosa: la entendieron los dos. Se sentaron los dos. Próximos a la cocina. A esperar. La doña abrió la puerta y los miró. Disimulaba una sonrisa. Don Placido salió al patio. Sacra e Hilario respira- ron tranquilos. Ella subió a la casa, y sin saber qué hacer o qué decir, se detuvo frente a un viejo reloj de cucú que estaba en una rinconera: eran más de las diez de la mañana.

ESCEiiA XVI

=MENSAJERO. - ... El regresará ya para mostrarte, no la cabeza de Gorgona,

sino el objeto de tu odio, Egisto. Con usura ha corrido la sangre, pagan- do cara la deuda contraída con el muerto.

EL CORO. - Mezcla tus pasos a mi danza, oh amiga; brinca en el aire como un ligero cervatillo; hoy es día de regoci- jo. Tu hermano es vencedor y ha conseguido una corona más bella que la que se gana en las riberas del Afeo. Une, pues, a mi danza tu canto triunfal.

E L C C ~ R A - ioh luz, oh cuadriga, resplan- deciente del sol, oh tierra, oh noche que antes ensombreciste mis ojos! Ahora se despliega libremente la rni- rada mía, porque Egisto, el asesino de mi pddre, ha sucumbido. ¡Vamos! Voy a buscar todas las joyas que guardo encerradas en mi casa para adornar mis cabellos, amigas, a fin de coronar cori ellas la cabeza de mi hermano vencedor.,

TONO PRIMERO: Primavera. Verano. Otoño. Invierno. Qué importancia podrá tener que desglo- se los tiempos del año. Invertimos:

Invierno Otoño

Verano Primavera

TONO SEGUNDO: Desde entonces, a medida que se agudizaban los argumentos se vio como la acusación cambiaba de naturaleza.

TONO TERCERO: Diagnóstico sin censura: le dijo: enséñame tus manos. De modo asombroso estaban bastantes limpias aunque distaban de la asepsia. Flenso en Swain, en el riacho y en los re- nacuajo~ que dejaban huellas sucias.

TONO CUARTO: Obsequiábamos a 13s amigos refrescos de frambuesa con el dinero de Swain. Ahora escribo y tomo un cóctel. ¡Vaya! Junto a todo lo que pienso la ciencia ficción más delirante

parece a menudo un modelo de prudencia. Delira el mundo. ¿Desciende el chimpancé del hombre? La pregunta la hizo un sabio. En los bosques hay una especie de sátiro que llaman Quo-ías. ¿Inventa Morrus? La batalla por ganar un corazón enamo- rado es una aventura de amor. Amor amor amor amor amor amor amor. Pero el infarto es un pro- ceso degenerativo derivado de una falta de irriga- ción total. Cuántos motivos de reflexión hay en es- tas líneas que copia la IBM. A esta altura la IBM ha escrito Swain con tres tipos de letras. No expe- rimento aprensión, pero los nuevos inventos de los genios: BOMBA DE HIDROGENO (pummmmm: miles y miles de cadáveres-cementerios). Para no pensarlo mucho abogo porque las floristas y los paleteros detallen cigarrillos con L.S.D. No. No. L.S.D. atormenta a un tal doctor Davidson. Dice que es un demonio escondido. Digo yo: mujeres que no resisten al picapiedras del marido, y aquel Hippie sucio, y la a go-go que se viste con minifal- da diseñada por Leócharés para Diana y botas como las cretenses; y el pintor, y el vago, y el poli- lla de la familia, y la estéril, y la sin marido, y la cornuda, y el que estafa a su propia vida: orgía de alucinógeno: L.S.D. Efectos dramáticos. No. No hay que evadir la realidad. Todo el que tiene dos onzas de cerebro sabe que la mitad de la humani- dad se muere de hambre: que el mundo se trans- forma con la velocidad de un Lunifk-Sputnik o un APOLO-gringo. Sabe que vive en pleno CAM- BIO. Que este resto de siglo, etapa de metamorfo- sis, va de crisálida a justa realidad vital año 2000 encima L.S.D., en castellano: droga que abre el es- píritu: humo; sueño; cero. Entendemos: ahora es

más allá del mañana; menos lejos del ayer; pero estamos en el presente. Con la Bomba el hombre limita al Sol que ha sido siempre el símbolo de al- gún dios del cual depende. Al dominar la fusión atómica el hombre se libera. ¿Se libera de qué? S e ha liberado el campo de pantanos. Todo ha cam- biado en el escenario de Swain. Como un disco rayado se repite allí la palabra sequía. Los campos quemados. Los animales se vuelven esqueletos. Se queman de sed bajo los árboles. Dicen que la bomba es la culpable. El campo de Swain se ha pegado completamente al pueblo. S e hacen uno. Son uno. Sobre el camino asfaltado pasan veloces automóviles. Yipes, camiones, autobuses, wago- nes. Motos- Honda. Motos- Vespa. Motos- Zuzu ki. Seca. Sequía. S e murió el paisaje de Swain. Tam- bién se murió el paisaje d e la abuela.

PRIMAVERA. VERANO. OTOÑO. INVIER- NO.

PRIMAVERA: fiestas, flores.

VERANO: calor, tronadas, tornados, granizos, aguaceros.

OTOÑO: caían las hojas. Hojas de otoño. Plé- vert y les feuilles mortes. Hojas muertas. París. Pero mi pueblo está en la región norte de Domini- cana. Arriba mi pueblo. Exacto.

INVIERNO: ¿Quiere usted dormir conmigo? ¿Se ríe de mí? Basta de solfas. No joda.

Se borró el paisaje de Swain y de la abuela. Ha- brá necesidad de congelar los paisajes para que no se mueran. Origen quebrado. Libertad solitaria. Lcs gansos acechan. El papá ganso se caga junto a las lilas.

ESCENA XVIII

RELFCTRA - 9 h glorioso vencedor, digno hijo de un padre que fue victorioso c.r~ iü guerra de Ilíos, Orestes mío. Keci-es estas diademas para ceñir los bucles ;le t u cabellera. ¡No regresas tJespL de haber recibido seis pleitos e!: 1i r i - i :u;ha ~ a n a , sino que has ma- tado a nuestro enemigo, Egisto, ase- cirio de tu padre >, el mío!.,

Es natuaai que dquien se pregurite porqué re- cuerdo mezclados a esa época a Luce y a Segal. Es tan sencillo: eEios me dieron la clave: «pocos comprenden cuan inteadeperidientes son el cuerpo y su rnente~ Luego de aprender esto puedo expli- carme a Swain. Los síntomas se ocultan muy dis- cretamente Un dna afloran las complejidades. Son signos de impulsos llenos de resentimientos. Repi- to. luego de aprender esto puedo explicarme a Swain.

NOTA AL MARGEN - Letra A: «BAJO EL VOLCAN*. Malcon Lowry. Infierno y paraíso. La culpa, El amor se gasta en medio d e la vida. La verdadera fuente: Swain. Y todo lo que es relleno en estas páginas: MITO.

NOTA AL MARGEN - Letra B: Diagnósticos diferentes y desalentadores provocaron el viaje a New York. Nada de lo que le habían dicho. iAní- mese, señora! Tocando fuerte el vientre de mi ma- dre el doctor Harry dijo: prepárese, es una criatu- ra. Nací en mi pueblo. Gracias gracias gracias gra- cias. Crienta mi padre que cuando la enfermera Ie dio la noticia le abrazó fuerte, con júbilo, co.i-~o se abraza a los muy conocidos. Le dijo: Gracias. Mrs. Helen, llevará su nombre. Exacto. Ahora que Swain oscurece o ilumina, en el mundo existen: electrónica, televisión, metalurgia, química, anti- conceptivo~, cohetes, energía atómica, armarnen- tos, etc., etc. Soluciones sin problemas. Ya se sabe como se hace la luz domesticada: láser. Entonces. Algo nace. Pienso la palabra muerte.

ESCENA XVIII

((ELECTRA - Hay algo que me ruboriza. pero no obstante quisiera decirlo.

ORESTE~ - LQué es ello? Habla, pues, es- tás al abrigo de todo temor.

ELECTRA. - El que ultraja a u n mcierto puede acasionar censuras.

ORESTES. - Nadie te reprochará por ello.

ELECTRA - La ciudad es malévola y goza en murmurar.

ORESIES. - Habla a tu gusto, hermana mía; entre ese hombre y nosotros siempre ha existido un odio implaca- ble y sin tregua.,

LIQUIDANDO MARGENES - Hasta Letra Z. Los síntomas se ocultan muy discretamente hasta

que un día afloran las complejidades. ¿Conocía Helene a New York? ¿Qué la llevaba a fastidiar a Swain contándole cosas de aquella metrópolis? Swain no se dejaba aplastar. Debía rebasar a Hele- ne. Tenía que ir. Y conocer a New York. Iría. Fue. Estuvo. La sinrazón no ha parido razones; habita- ron un mes en la misma casa; en la misma habita- ción; en el mismo New York. El hombre. La hija. La nota latina lo interpretó bastante. El desborda- do río humano: rico; duro y maldito se tragó el tiempo de los huéspedes. Swain y su padre regre- saron luego d e pretextar que iban a ver a unos médicos que nunca vieron.

HELENE lleva siempre en el portafolios la bio- grafía que escribe sobre Swain. Soy Helene. Hoy paseo por las islas del Golfo de Salónica. Son típi- cos los paisajes con sus villas acostadas sobre las colinas. Salimos del Pireo para llegar a Aghia Ma- rina, Aegina Moni, y cruzando el estrecho de Po- ros hasta Hidra. Después de un refrescante baño busco sombra bajo una higuera joven. Tengo la in- tención de trazar unas líneas. Esas líneas represen- tan el Templo de Aphaia. Sin embargo, a pesar de la paz de los paisajes que se suceden, como un clavo ardiendo algo continuamente trata de perfo- rar más y más mi cabeza, de reventarme con los recuerdos, de esclavizarme a pensar en Swain. Precisando: es casi un sacrificio un cambio mental. Pero siempre Swain. Entonces nosotras las mu- chachas habíamos cumplido los quince y andába- mos un poco más despiertas cuando ella regresó de New York. Fue importante: ¿qué le contaría el padre? Inmediatamente nos dimos cuenta de que había vuelto distinta, con una actitud más agresiva y desbordada en contra de su madre. Por primera vez comenzó a hablar de Norberto y de su abuela.

Expresaba furiosa: ella apoyó a mi madre cuando el escándalo de los varones. Y de repente un amor por una criatura que no había conocido: Norberto. Malvada ... Pero el guía nos avisa que el lunch es a bordo, que podemos beber Metaxa a discreción, que luego disfrutaremos de dos horas de reposo, o lo que venga a ganas. Regresaremos a Atenas a medianoche. Camino por la villa: algo así parecido con el barrio de Bubulina en ~Zorba el Griego, o con algunos pasajes del pueblo del Agá en «Quién ha de morir»

Me queda tiempo para escribir un poco. Escri- bo. Veo que esta escalera se alarga en altitud, que a veces siento vértigos. ¿Se caerá mi escalera'? ¿Quién derribará mi escalera? No seamos pesimis- tas. Continuetnos con las gentes de Swain: estaba ei otro: Ramón César, inteligente; apuesto; sirnpá- tico; tan querido de todos. Las amigas molestába- mos a Swain: se parece tanto a tu padre. No de- mostraba oir o entender, pero oía y entendía. Sí, se parece algo, pero ... Ese pero quedaba en un sus- penso, definitivamente cortaba la conversación, hablaba de otras cosas. Aquel muchacho que nos gustaba mucho debía afrontar una nueva situa- ción. Murió la abuela al apuntar las primeras luces de uria mañana clara y después de un largo tiem- po lleno de achaques. Todo estaba previsto por el nieto. A las ocho se detuvo el coche fúnebre frente a la casona. A las ocho y quince volvía de regreso: se llevaba para siempre a la abuela. Detrás, a lo- mos de caballo la seguían Ramón César y el Gago. El Gago llegó cuando le informaron que la abuela casi se moría. Diría que volvió porque se

había marchado para ver otras cosas, otros pue- blos, para tener otro oficio. Del muchacho expre- saba: ya es suficientemente responsable y capaz para llevar la finca. Es un hombre. Volvió el Gago porque la abuela, Ramón y la casona eran sus co- sas, su vida; feo y moreno, repugnaba Ia presefieia de Juan Zorrilla Mendoza, el agente policial en que se había convertido. Marcharon detrás el nieto y el agente. Los vecinos se limitaron a curiosear el espectáculo. A eso. Nadie se atrevió a seguirlos La abuela le pertenecía a ellos dos. De ellos dos era el duelo. La abuela era una santa: aulló el Gago en- tre un sollozo. A menos de un kilómetro estaba la hija. No intentó rebelarse y llegar para ver a la muerte. Cuando don Plácido regresó, tarde de la noche, ella que estaba enterada de todos los deta- lles por la hija de la Sacramento, se limitó a decir- le: la casa del otro lado del barranco está de luto: hoy enterraron a mi madre. Inmediatamente, como una cuerda tensa, muy tensa, que se rompe y golpea fuerte todo lo que toca, se deshizo en gri- tos. Swain pensó que enloquecía, y que esos gritos eran capaces de enloquecerla a ella también: cá- llate, descastada, de alguna manera tienes que pa- gar lo de Norberto. Esto último lo dijo Swain.

Entonces no. Ahora sí. Las niñas estudian ahora literatura Universal en la primaria y aprenden co- sas de las cosas de estas latitudes. Con este re- cuerdo reprocho un tanto la ignorancia que me asistía relacionada con la arcaica farándula de la Hélade. Esto f6e ayer cuando entraba en Atenas a la Biblioteca de Adriano (2éme siécle avant JC). Llegué para escuchar un concierto de Música de

Cámara. BIBLIOTECA: de la palabra a la idea -de la idea a la palabra; qué hago yo con buscar textos de griegos en griego en biblioteca alguna. Sólo sé decir: nero (agua), gala (leche), Nescafé (degeneración corrupta que se cofisa con el polvo gringo, etc., etc.). Ya he visto miles de manuscritos en anaqueles antiguos y modernos. De ellos me interesó un fragmento de la Ilíada -copia de la época bizantina-. Casi de ayer. Respeto ese papel porque Homero es mi poeta favorito. Este padre de la época jónica alumbró mellizos: la epopeya y la lírica. Para bien o para mal el viejo Homero co- menzó con lo que recogía de los rapsodas ambu- lantes. Se disputan que fuera de Esmirna, Pilos, Argos, Colofón o Atenas, más seguro de los ho- méridas de Quíos. Dije que se aprovechó de los cantantes populares. ¿De dónde eran sus cantan- tes? No, los cantores. Eran de toda la Hélade. El grupo de mujeres de intriga o de cama, como la sabia Minerva que se repartía entre Aquiles y Aga- menón; Afrodita en el lecho de los troyanos agi- tando con su coraje, y las Heras y Palas que coha- bitaban con todos los griegos, impulsaban al resca- te de una hermosa prostituta llamada Helene como yo. Epoca de raptadas. Entre los raptores: Paris; después: Agamenón. Imaginémonos a la re- pudiada Clitemnestra, a quien siempre le sopló la falda adúltera, ahora vengándose en su lecho con Egisto. Antes del padre Homero: La Biblia. Des- pués: la Bomba Atómica y la Luna.

Durante la travesía, a la que dedicamos este ca- pítulo, Helene, biógrafa de Swain, pregunta a un

viejo marino de Rhodas, que vivió varios a f ~ x en la Argentina, si ha leído a Montesquieu, Mallarmé, Rilke, Gorky, Frost, Vargas Llosa, Neruda, Cortá- zar, Fuentes, Veloz Maggiolo, Cela, Goytisoio, Avi- lés Blonda, Iván García, Rueda, Incháustegui, A!- fonseca y la Contreras, y si por moda o convicción se ha interesado en Marx, Engels, Lenin y Mao. No, no. No he leído a ninguno de Ios que usted citó primero. Además, ¿no se ha enterado usted de lo que pasó en Grecia hace una semana pc~r las ideas de los últimos? Los mi'.,ares aplastaron mu- chos griegos. Continúa con orgullo: revise desde Homero y se convencerá: somos un pueblo de mi- litares atenienses; espartanos; macedonios, etc., etc., etc. Observe como Aquiies, dentro del cam- pamento de los mirmidones, preparaba un golpe. Un contragolpe hábil resolvi6 el final de Troya. Yo, Helene, biógrafa de Swain, me siento triste. Siempre los fuertes dominando a los débiles. Aun hoy las botas miiitares continúan aplastando. Este griego está contento de ello. En Dominicana tam- bién las botas apiastan. Los que defienden la liber- tad son perseguidos. Los mejores ciudadanos se van. Los gringos nos revientan. Naturalmente, siempre hay gente decente: llegaron quienes aban- donaron la monódica y se impuso el Coro en la Preclásica Grecia. Eso falta en mi país. Que se irn ponga el Coro. El calor se hace sofocante. Hubiera querido despedirme de las islas después de beber un tarro de ambrosía. El camarero de a bordo me trae coca-cola. La tomo con desgana y mal hu- mor. Veo hacia abajo. Pienso que íos peces son gringos. Que todo lo que trago es gringo. Y que la mierda que también me sale es gringa.

ESCENA XVIII

~ELECTRA. - (Refiriéndose a Egisto.) Tú me has perdido y tú nos has dejado huérfanas d e un padre querido, a mi hermano y a mi que ningún mal te habíamos hecho. Tú te has unido a mi madre en matrimonio infame y has matado a su esposo, Jefe del ejército griego en la Frigia, a donde tú no fuiste jamás. Tú has esperado tener en mi madre una esposa sin vi- cios después de haber mancillado el lecho d e mi padre. Pero, sábelo: el hombre que habiendo mantenido en secreto un comercio culpable con la mujer de otro, se ve más tarde obli- gado a casarse con ella, es digno de compasión si se imagina que la vir- tud que ella no pudo tener junto a otro, la tendrá junto a él.

EL CORO. - Horrible fueron sus actos: ho- rrible es la venganza que os ha paga- d o a 10s dos. La justicia es poderosa.

ORESTES. - ¡Vamos, esclavos! Llevad ese cuerpo al interior de la casa y ocul- tarlo en la sombra. Es preciso que al llegar aquí mi madre no vea el cadá- ver, antes de ser ella misma castiga- da.»

CAPITULO 18

ME DIGO: casos como el de Swairi vienen es- cribiéndose desde Homero, e insisten en el mismo asunto: Esquilo, Sófocles, Eurípides, y, etc., etc., y lo tienen todos los países. ¿Ustedes se lo explican? ¿Explicarlos? ¿Cómo lo explicarían ustedes? Es inexplicable, sencillamente. Entonces, ¿por qué diablos insiste usted en volver a contarlo? Porque necesito descargarme para tener paz: distribuir o repartir el recuerdo. No olvide que la misión mía, como biógrafa de Swain, es una misión estricta- mente confidencial. Desde que comencé a querer ser literata todos los meses me decía: este mes daré comienzo. Parece que era necesario redoblar la voluntad, liberarme del bloqueo mental provo- cado por la cercanía de su paisaje. Ahora, a la dis- tancia, creo que es mucho más fácil que lo que ha sido visto y registrado pueda salir mejor de su pro- pia objetividad. Debí intercalar la palabra perspec- tiva. Además, en Dominicana esas tragedias se es- conden, se guardan como un tótem maldito ence- rrado en silencio. Aquí ustedes la exhiben a plena luz del día o de la noche eléctrica. Allá la gente se signa con la cruz, las espanta como a demonios. Aquí las damas se muestran satisfechas de poder

penetrar la intimidad sexual de la recámara de Cli- t e n x c t r a y Eyisto. Señor Leonidiou Vetazi: un ser h ~ r n a n o no es un animal: en este caso, tal vez un di32 caída que recuerda un cielo sin fondo o sin te- chv. Pienso que no conviene, en consecuencia, ~ ~ : + a r %da la noche a la procura de análisis en hi- p6fs".s. ¿Estamos claros? E1 señor Leoamidiou Vita- z; y >3 ;;SS levantarnos, abandonarnos la mesa casi a' rn;smo tiempo con la intención be recorrer otros sillos de Atenas. Este arqueólogo, que casi acabo de conocer, propone que Ileguernos en Phalera al pintoresco puerto de Toukolimano. Le advierto que tomar6 un vaso grande de Metaxa. Que haré en mi estómago un fondo Metaxa para un pinchi- to de carnero a Ea parrilla. De regreso al hotel se me ocure que el mozo piensa que he tomado mu- cha Metaxa. Redacto un cable para mi país: ATE- NAS/VERANO ~ ~ ~ ~ - A M I G O S : qué - grave es cuando se trata de ahogar el derecho a la liber- tad en un pueblo que quiere ser libre. Punto. HE- LENE.

Siempre aparecía Swain, como en las fiestas de los Martínez, sola en algún rincón, alejada de los que se entretenían con el baile. Con la mirada es- quiva Esquivando. Esquivaba. Hasta los mozos se desviaban porque, hermosa sí, pero temían a sus gestos. A sus desaires, Don Plácido llegaba tem- prano a buscarla: pretextaba nubarrones, mucho lodo, una posible caída en la oscuridad, o temor a un asalto.

Dejo a Swain. Sintonizo otra estación mental. La aguja vuelve hacia atrás y se instala en la mesa

del restaurante de Toukolimano, junto a un amigo de Teherán que volví a encontrar en ese lugar: se- ñor Mahuad, eso de Ios guerrilieros excita mucho al mundo de hoy. Que los de Yugoslavia, Creta, Cuba, Dominicana, Venezuela, Vietnam, etc., etc., etc., etc., etc., etc,, etc. Dejémonos de enurneracio- nes: lo táctico y dinámico se llama guerrilla Gue- rrilleros aparecen por todas partes, hasta en Africa donde se les llama Mau-mau. Mahuad co ifiesa que perteneci6 en su juventud a un grupo que ha- cía sabotaje a los ingleses en las refinerías de Irfin. Le iriterrumpo de nuevo: señor Mauad. en Arnéiri- ca está mi país: Dominicana. Allá apareció el pri- mer guerrillero anticolonialista: era un cacique in- dígena que mantuvo en jaque mucho tiempo a los soldados del emperador Carlos V de España du- rante la conquista: se llamaba Enriquillo. El empe- rador se vio obligado a entregarle algunas de las tierras que perteriecyan a sus duefios los aboríge- nes, y a respetar sus derechas. En Doari- ~lcana, desde que los gringos pisotearon por primera vez la soberanía nacional, a los patrictas que defien- den su tierra, sus minas y sus cosechas, los llaman bandoleros o gavillcros. Es así, sesor Mahaad. En la Dominicana, como en la antigua Esparta, se im- ponen tiranías con el respalde militar. A ese eriga- íao lo llaman democracia. Hemos perdido a un gran número de jóvenes honestos y valientes.

No había razón, pero siempre pretextaba dan Plácido algo para ausentar a la muchacha de las

fiestas: había que llegar temprano, etc., etc., etc. Lo dije ya.

No. Porque luego se quedaban horas en el res- taurante del chino cantonés, justo detrás del ábsi- de de la Iglesia Mayor.

Y NO.

No. Porque le ocurrían cosas tan de sorpresa a Swain que no tenían explicaciones ...

Y NO.

No llegarían temprano. A Swain le entraban ga- nas de llegar a un buen hotel. De dormir en un si- tio confortable, como en el Cánada, o la noche que pasó en San Juan de Puerto Rico.

Y NO.

No se marchaban inmediatamente a su casa. Este testimonio sobre los caprichos de Swain lo se- creteaba Menso, el panadero que recorría la ciu- dad en un caballo con sendos barriles sobre el lomo, repartiendo la venta de galletas y masas de harina. Porque el panadero los veía regresar muy temprano, ensillar los caballos que guardaban en el solar, y volver al campo.

Y NO.

No corrían con brío los caballos: habían queda- do en el solar desde la mañana de la víspera. Vol- vían a paso corto: con hambre. Cuando se acerca- ban a la cerca, y luego veían la casa, relinchaban gozosos. Sabían que detrás estaba el pasto. Que comerían mucho. Que reiniciarían su juego de pe- lea con las arañas cacatas que constantemente pretendían derribarlos con sus mordiscos de pon- zoñas venenosas. Y sabían que también allí había alacranes y muchos nidos de hormigas furiosas que esperaban la noche para desesperarlos: para sentirlos en carreras desbandados, o rascarse en los árboles, ya con la carne ardiendo y sin sueño el cerebro. Pero estaban junto al pasto que comían sin descanso.

ESCENA XVIII

CELECTRA. - Espera. Una nueva ocupa- ción nos llama.

OI{ESTES. - ¿Qué ves? ¿Llegarán acaso socorros de Micenas?

ELECTRA. - No. Es la que me ha concebi- do quien viene hacia acá.

ORESTES. - ¿Qué hacer? Es mi madre. ¿Vamos a degollarla?

ELECTRA. - ¿Sientes piedad frente a tu madre?

ORESTES. - ¡Ay! ¿Cómo matar a quien me alimentó y me dio a la luz?

ELECTRA. - Igual que mató ella a tu padre y el mío.

ORESTES. iOh!, Apolo, qué Oráculo insen sato dictaste ... !

ELECTRA. - Si Febo es insensato: ¿quién posee cordura?

ORESTES. - ... !ordenándome el inaudito asesinato de mi madre!

ELECTRA - Pero, si vengas a tu padre: ¿de qué te crees culpable?>

Solicito al director de la orquesta la música de ~Zorba el Griego». Me dice un secreto. Habla grie- go. No entiendo griego. El arqueólogo de Teherán, señor Mahuad, traduce: aquí los militares dieron un golpe y el autor de esa música está perseguido. Ahora entiendo. Pienso de nuevo en mi país. Pien. so en Septiembre de 1963. Lo que me ha dicho el director tiene en español un equivalente con la música del bolero: d a misma noche / la misma Luna / la misma estrella / en el mismo cielo.» Dije: pienso en Dominicana: Septiembre 1963.

AMIGOS: siempre existen preguntas a las cua- les yo querría responder, pues imagino que el lec- tor y los lectores de la junta de editores se las plantearán como yo misma me las he planteado. ¿Quedó Electra para siempre condenada? Es difí- cil eludir la pregunta. Yo me concreto a responder que lo que cuenta del caso de nosotros es la ver- dad vivida lo que aparece aquí. Y esto me obsesio- na de tal modo, que a veces imagino a Swain como a Oedipus ciego en Colona conducido por Antígona; imagino a mi heroína en mi pueblo o en New York, o, como ahora, en Atenas, mezclándo- se a la multitud, interrumpiendo el tránsito de los coches, bebiendo agua en sus manos desnutridas, tocando con esas mismas manos, portadoras de gérmenes impuros, las barandas y los bancos de las avenidas. Se me ocurre que estará pagando por la vida que le resta todo lo que posee. Y no he dado la respuesta porque al bajar del autobús pró- ximo a Omonia me aventuro en un cruce de calles que resulta laberíntico, que se alarga, y me con- funde el camino que se va apagando con la noche que comienza. Son las 9. Tomo el Boulevard Pi-

reos en lugar del Athinas. Cuando intento regresar al Athinas, paso de la calle Menadrou a Sokxa- tous, de Sokratous a Evripedou, luego, subiendo siempre, llego al Aristofanous. Ya en Ermou tanto Electra como Swain han sido devoradas por mi cansancio. Un coche, y, a Kavalas. En el restau- rante del antiguo monasterio me espera un amigo. Nada de Metaxa. ¡Cómo me asustan Luce y Segal con sus historias de enfermos alcohólicos! Pienso que ahora tal vez podría dar la respuesta. Cero. ivletaxa. ¿Y !a respuesta? Cero respuesta.

Por vez primera Ramón César se dirigió a Swain. La sorprendió junto a la laguna de los pa- tos. Nada te inquiete -le dijo. He venido a verla porque también es mi madre. También es Navi- dad. Y porque puedo verla. La muchacha fingió no escucharlo. He venido a verla porque la quiero, y además, para comunicarle que todo cuanto dejó la abuela es suyo. Que te deje esta casa con tu pa- dre. Todo es tuyo aquí. Mostrándose aún más in- diferente, la muchacha tomó una rama seca y se puso a ondular la laguna. Los patos abandonaron el agua. Ramón César se marchó. Tenía los ojos húmedos. Una hora antes, cuando abrazó a su madre, notó que ella tenía olor a lágrimas y a sue- ño. Con una risa irónica Swain se fue detrás de los patos que habían resuelto marcharse: a merendar desperdicios junto a la cocina. No. No se irá jamás. Jamás abandonará su oficio. La necesitamos. Aquí hay mucho trabajo. Lo dijo alto. Muy alto. Alto, Alto.

Y No.

No. Nadie escuchó su sentencia. El ruido que la inquietó era de un perro realengo que perseguía a un gato. Habló con más confianza: No. No se irá. Se quedará en esta casa como en servidumbre, castigada con el desprecio de mi padre. Castigada con mi odio.

Y No.

No. Porque buscaré la manera de convencerlo. Le contaré todo a Ramón César. Se hará mi alia- do, y también la odiará como nosotros

Y No.

No estuvo esquiva, esquivando, ni separada de los demás esa noche. Un momento: esquivaba, sí, pero a la espera de Ramón César que iría a la fies- ta. Cuando lo vio entrar avanzó hacia él, lo tomó de una mano, y, no lo soltó hasta llegar al balcón. Mientras caminaba, se decía: no, no se irá contigo. No. No se irá.

ESCENA XVIII

~ORESTES. - YO era puro y ahora seré un parricida.

ELECTRA. - Si no defiendes a tu padre se- rás un impío.

ORESTES. - Mi madre me hará expiar su muerte.

ELECTRA. - ¿Quien podrá castigarte si tu padre no está vengado?

............ ~ ~ , . .................................... ~ ..... ..... ..... ...... ~ . . .~ ORECTES. - Jamás admitiré que el Orácu-

lo tenga razón.

ELECTRA. - No dejes ,batir así cobarde- mente tu valor. Tiende a tu nradre la misma ceiada con que ella hizc pare- cer a su marido bajo loa golpes de Egisto.

ORESTEC. -. Voy a entrar. Terrible es la empresa y terrible para mi encargar- me de ella. Mas si los dioses lo han resuelto así, ¡así sea! ¡Pero cuán amarga ha de ser. esa hazaña!,

CAPITULO 20

ESCENA XIX

~CLITEMNESTRA. - Descended del carro, troyanas, y tomad mi mano para ayudarme a poner pie a tierra. Los templos de los dioses se adornan con los despojos de Frigia; pero esas, re- cogidas entre todas las troyanas, son el botín que y o he tomado para reemplazar a m! hija perdida: parte mediocre, pero que ai menos embe. Ilecen mi casa.

ELEGTRA - ¡Dejame, oh madre. tocar tu mano bienaventurada, a mí, esciava exgrllsada de! palacio de su padre, que vivo bajo este techo miserable!

CLITEMNESTRA - Las esclavas están aqbií. no te tomes tu bciyita molestia.

ELECTRA - ¿Por qrié? Y a estoy cautiva y tú me obligas a vivir lejos de mi mo- rada; en mi casa conc,i~!.stada, $10 mis- ma fui vencida, quedii*:,t-> igual que esas mujeres, hugrfznac

CLITEMNESTRA. - ... Tindareo, al errtregar- me a tu padre, n o dese6 mi muerte

ni la de los hijos que me nacieron. Pero él engañando a mi hija con la promesa de una boda con Aquiles, la llevó lejos del palacio, junto a las na- ves bloqueadas en Aúlides y enton- ces, depositándola sobre el altar, segó la blanca existencia de mi Ifige- nia.

.. ............. " ................................... ..... ................

... si ese único crimen hubiese evitado otros muchos, se 12 podría perdonar. Pero no: encontró una Helena luju- riosa y para ella un marido que no supo castigar su traición; por ello fue que inmoló a mi hija ... jamás hubiese matado por ello a mi esposo. Pero he ahí que regresó con una hembra poseída por un dios, una Ménade, y la introdujo en su lecho; desde en- tonces hubo dos esposas habitando bajo el mismo techo. La mujer es sensual, no lo niego. Pero, precisa- mente por existir ese vicio, cuando el marido desprecia el lecho conyugal, la mujer quiere imitar al hombre y toma otro amante.^

Primero habló Swain:

Escúchame, Ramón César: no podrá continuar ese odio tan grande entre todos nosotros. Afirmó él: vendrá mi madre conmigo y todo será suyo. La muchacha: te arrepentirás de tenerla junto a ti; fue ella quien te abandonó junto con el pequeño Nor- berto en la casona de la abuela. Lo hizo cuando mi padre le impuso la separación porque él pensa- ba que el pequeño no era hijo suyo. Ella trató de

envenenarte, a tu hermano también. ¡Mentira!, le rispotó el muchacho. ¡Eso es mentira! Ella debía escoger entre mi padre y ustedes; escogió al hom- bre, nuestro padre. Es todo. ¡MENTIRA!: palabra- expresión apropiada para una portada de impac- to- magazin- moderno «POST», «AHORA», .MACHT», «ARRIBA», KTIME», «PRAVDAa, etc., etc., etc. Película KODACHROME 11-ASA 25-DIN 15K1335-FTSCN-FLASH: Use lámpara flash azules o cubo-flash. Las cifras de guía para exposi- ciones con flash se encuentran en los envases de las lámparas. Escoja la cifra correspondiente al ín- dice ASA 25 o DIN 15 y al tipo de reflector y velo- cidad de obturador por usar. ETC. Etcétera. BLITZCHTAUFNAHMEN: Blaue Blitzlampen oder Blitzwürfeñ verwender. Die Blitzlich-chtlizah- len sind auf der Blitzlampen- Pachung- angege- ben. Wanlen Sie die Leitzahl für ASA 25 oder 15 DIN und den Typ des Reflecktors sowie die Vers- chuluzeir.

Y NO.

¿Abandonados por mi madre? ¿Matarnos? ¿De- jarnos en abandono? Todo para seguir con mi pa- dre, ultrajado por ella. No. S e quedará en aquella casa. Momento después se acercó a Swain y le dijo cinco palabras:

-Se quedará en tu casa.

Sin esperar respuesta llegó hasta donde estaban los señores para despedirse.

Y NO.

Na se ira, Se quedaría en su casa. Se quedó en su casa.

E'i hijo la dejó esperando.

N o respondió a los recados ni a los papeles que le ~ n ~ ~ í í i SU madre.

Tendrá razones para que se comporte así, decía ella, ai tiempo que una serie de interrogaciones la atormentaba i ~ u é 3e pasaría? Solamente Plácido González, tan tremendo, é1 es eI único capaz de continuar torcléndorne ia vida.

El. que abandono a siis hijos. El, que me separó de la hija

Todo cuanto le pertenecia: la tierra y el dinero no le importaban: ei asunto eran sus hijos: matar6 a ese honibre, eso es. lo mataré. Pensó en una an-ipoileta de adrenalina que no alteraría el sabor de la tisana de hojas de naranjo que tomaba todas las mañanas. La adrenalina no dejaría rastros. Un golpetazo al corazón, y, ¡Plácido, quieto para siem- pole!

El malvado. Cómo dormía.

Parecía tan feliz luego de regresar de la ciudad con Swain. Siempre en domingo.

O en días feriados de la patria cuando la llevaba

a la retreta a oír música, a ver los fuegos de colo- res: montantes, los de lágrimas, serpentinas de lu- ces, cohetes, ratones, globos inflados que se eleva- ban y luego se incendiaban cuando estaban muy altos, etc., etc., etc., etc.

Vientos de tempestades comenzaron a apretu- jarse en la alcoba. Lo juro: me volveré peor que él. Mientras yo sufro él duerme tranquilo. Me ha qui- tado lo único que me quedaba: a Ramón César.

Lo aplastaré.

Pisaré sus huesos.

¡Me cagaré sobre su tumba!

<<En verdad, te hemos enviado, iOh Mahoma!, el Korán por partes y no todo de una vez. Aguarda, pues,. En el caso de Swain, prometo que lo daré todo en recompensa por la paciencia con que han sabido esperarme. Su biógrafa: HELENE.

CAPITULO 21

EL AGENTE ZORRILLA alquiló una casa en la capital cuando lo trasladaron para prestar servi- cios en el departamento de robos en la Primera Comandancia. Fue la primera morada que tuvo el Gago. Ramón César lo visitaba con frecuencia. Con relación a Swain, ya dije que Luce y Segal objetan que los síntomas se ocultan, pero que afloran de repente al mas pequeño deseo. No afir- mo que Swain era egoísta, pero no podía consen- tir que el hermano regresara de la capital contán- dole a las amigas cosas muy interesantes.

No digo que era egoísta, pero resolvió que ella también iría. Cuando lo pensó era víspera de la Semana Santa: estaría de vacaciones. Lo dijo. Se fue con su padre al día siguiente. Era Domingo de Ramos. Resultaron sin fundamento las conjeturas de la madre. No se estaba solazando Plácido con los hijos en la capital. Ese mismo domingo el agente Zorrilla --que estaba de licencia- volvió al campo para pasar unos días con el muchacho. Se atormentaba la doña; están Plácido y mis hijos so- lazándose en la capital.

Dije que no era así.

Pero Plácido era su eje de cerebro: todos sus pensamientos giraban desde Plácido Plácido Pláci- do Plácido ...

Y NO.

No vieron Plácido y su hija a Ramón César. La muchacha aprovechó el viaje para que un oculista le examinara la vista. Todo estaba perfecto en la vista. Quiso entonces Swain unos lentes ahuma- dos. Los lentes le daban un aspecto exótico-turista. Dije que quiso ir. Fueron. Estaban. Estuvieron en la capital.

Y NO.

No se calló la madre. habló cuando regresaron. Se acercó a la hija: ¿qué tal?, por fin regresaron, poco tiempo muchacha, ¿cierto? Debieron alargar esta última salida, quedarse, digo: aprovechar más. Swam no tuvo otro pensamiento ni otra intención: derribarla, aplastarla, quitarla para siempre de su lado. No convenía así. Pero aquello de última sali- da. ¿Qué es lo que ha dicho? ¿Qué pretende? Es una egoísta.

Sabe que papá la desprecia.

Eso es todo.

Tampoco debía quedarse callada. Se volvió de- safiante: ¿El asunto es que pretendes marcharte con tu hijo? ¡Vaya! Dilo alto para que todos se en- teren, para que todos te oigan. Escúchame: no te irás con él. Ya te conoce mejor que nosotros. No vendrá por ti. También te odia.

El patio se estremeció con la carrera de un po- tro viejo acosado por las avispas. Se agitó el potro aún más con los peones que trataban de detenerlo porque corría como sin ver, saltó la alambrada de púas de acero que cortaban la carne del animal le- vantándola en tiras.

ESCENA XIX

NELECTRA. - ... Además, yo soy la única mujer que lo sabe en Grecia, tú te mostrabas alegre en cada victoria de los troyanos: cuando la suerte les era adversa, tus ojos se ensombrecían, tampoco deseabas ver regresar de Troya a Agamenón. No obstante, te sobran razones para permanecer dis- traída; tenías a un hombre que valía más que Egisto; Grecia le había pro- clamado jefe de su ejército. Los es- cándalos de tu hermana Helene te permitían adquirir una noble fama; el vicio, por contraste, pone de relieve la virtud.,

Hay un propósito de expresividad puramente fí- sico que puede conducirme al riesgo de seguir un camino equivocado. Para no desviarnos sería con- veniente escuchar a Pawels: en las civilizaciones

antiguas se habla de la pasión, pero a esta se la describe como una demencia que provoca muer- tos, homicidios, desórdenes e imbecilidades. La pa- decieron Medea, Fedra y Dido. Todas las mucha- chas d e Eurípides, agrega Helene; y también miles de seudo-vírgenes que toman anticonceptivos. No hay que dudar que la toma la pareja que se besa en la carretera que va de Atenas a Eleusis. Dije que se besa, no se qué, dentro de un automóvil. CSAAB? No. LVAUXHALL? No. ¿PACKARD? No. LTAUNUS? No. ¿ZODIAC? No. ¿AUSTIN? No. ¿PONTIAC? No. iVOLKS-WAGEN? No. ¿MERCEDES BENZ? No. ¿NSU? No. GCHRYS- LER? No. LOSMOB'LE? No. LPLYMOUTH- VALIANT? No. iFIAT 1100?

¿600? ¿500? No. No.

¿RENAULT? No. ¿SIMCA? No. ¿ANGLIA? No. ¿COMET? No. CCONSUL? No. ¿DAF? No. iDAIHATSU? No. iFORD? No. ¿TOYOTA? No. iHINO? No. ¿ACADIAN? No. ¿CADILLAC? No. ¿PEUGEOT? No.

¿MORRIS-Minor? No.

¿MORRIS- 1100? No.

¿DEBORNAIR? No. LMINICA? No. ¿No está usted bien de la vista o es que le molesta ver el asunto. Esta es su última oportunidad, veamos si acierta: ¿CARAVELLE? No.

¿OPEL CADET? No. ¿D.K.W.? No. ¿CHEVROLET-Convair 66? Exacto.

Ahí dentro se agitan y hacen buches de slliva. Exacto. En resumen, eso de Pawels o de perencejo o de zutanejo, etc., etc., es el gran quebrando uni- versal. La enfermedad fue diagnosticada en el pa- raíso. Primeras víctimas: Eya. Adán. Adán. Eva. El. Ella. Los dos. Adán y Eva. Por los siglos de los mi- lenios, amén. Vamos: ¿y quiere usted que yo me trague que esto es una novela? IDEM.

EVA - CLITEMNESTRA - ELECTRA - ROCAU- RA - SWAIN.

CAPITULO 22

ERA DOMINGO. De los campos entraban los «rosarios» en procesiones. Llegaban con rezos y cánticos. Portaban pencas de palmeras con las ra- mas tejidas, formando cruces, ramilletes de flores, o eran, sencillamente, el retoño retorcido de la penca más nueva.

Llegaban los peregrinos con las ramas para ser bendecidas. Era domingo y se iniciaba la Semana Santa. Don Plácido y la hija se fueron sin decir nada a sus amigos. Pasaron toda la semana en la capital. Cinco días después, aprovechó la doña las ausencias, enjaezó la yegua con una banasta y se fue al pueblo para hacer algunas compras en el al- macén de don Tiburcio. «La creíamos en la capi- tal ... ayer vimos allá a don Plácido y Swain.,, «En- cantados~ fue el único saludo que dieron por res- puesta a los Martínez cuando se encontraron con ellos en un restaurante situado en la Avenida In- dependencia. «La creíamos» ... «Ayer vimos ... » «En- cantados ... » «Pensábamos que ... » Al día siguiente del encuentro de la doña con los Martínez fue do-

mingo. Regresaron don Plácido y la hija. Después de escuchar de su madre: «será la última salidaa, no tardó Swain en desafiarla: le pidió al padre que la llevara al cine. Los caballos relincharon cuando fueron aguantados frente a nuestra casa. Tila dijo en la cocina: pobres difuntos, tendrán serenata esta noche. ¿Por qué hablaba así? ¿Qué quería de- cir? Helene sabía que se expresaba en esa forma cuando encubría algo que consideraba que ella no debía saberlo. Pero se privaba de hacerle presión porque sus frases eran como sentencias, a veces motivaban castigos. Cierto que desde pequeña, yo Helene, he sido curiosa. Me golpeaba esa manera suya de expresar algunas cosas. Hablaba teore- mas.

Me quedé en la cocina. «Son unos tragones de hombre cito s.^ Agliberto estaba en cuclillas junto al fogón. Tomaba café Agliberto: «Créelo, Tila: entie- rran el dinero para guardarlo y después se llevan casi todo lo que ganan aquí. Solamente comen hombrecitos.~ Yo había leído sobre los caníbales, pero el tipo me confundió aún más cuando agre- gó: «son unos negros que tienen mucha fuerza. Cortan cada día varios cordeles de caña. El tiempo que ¡es queda lo pasan en riñas, averiguaciones, ajaderas de batatas y,de hombrecitos; casi siempre terrriinan a rriedianoche con una fiesta de brujería: un baile vodú .~ No pude contenerme: <<Aglibeato; ¿quién te ha leído eso?, «Nadie. Son cosas que pasan en el batey del ingenio de caña,. Helene se alarma con la cantidad de hombrecitos que come esa gente. Son raros esos haitianos. Mi imagina- ción se dilata aún más: pienso en enanos, también

hombres normales de estatura muy pequeña: tra- gados; digeridos; defecados por haitianos. ¿Pero es cierto que comen gente? Tila me tomó por una mano: <niña, vete a la saia, deja tu cerebro tran- quilo, qué gente ni gente, ¿no sabes que los cam- pesinos llaman hombrecitos a los arenques?». Obedecí: caminé casi en puntillas hasta llegar a la sala donde me dejé caer en una butaca cómoda, junto a la cual había una mesita con todo el tope cubierto por una espesa capa de polvo.

Minutos después reventó un trueno.

Una luz zigzagueó por toda la casa.

Escuché la voz de Agliberto.

~Diantre, el rayo mató la perra.,

Continué trazando garabatos.

Pensando en la película.

En la buena suerte de Swain: ella estaba en el cine. Yo, Helene, ignorando mi destino de su futu- ra biógrafa, estaba aburrida, como una idiota sen- tada. En una butaca. Oyendo como el cielo se caía en capas de agua. Reventándose.

Rodé un dedo sobre el polvo: quedó mi nom- bre. Luego supe que la granizada había rajado en bandas las hojas del tabaco que quedaban en las matas. Más tarde, que las plantas de frijoles cu-

biertas de tierra y de agua, también se perderían. Y mucho más tarde aún: que lo que hacían con los haitianos, se llamaba: explotación del hombre por el hombre.

ESCENA XIX

«ELECTRA. - ... Si la justicia consiste en de- volver asesinato por asesinato, es con tu muerte que tu hijo Orestes y yo hemos de vengar a nuestro pa- dre ...

ANCIANO. - ... No hay grandeza que valga tanto como un hogar humilde guar- dado por una esposa fiel.,

Dormí aquella noche con deseos de acabar.

De romper

De cambiar o trastocar algo que hiriera el mundo.

Que aplastara a alguien conocido.

Todo aquello provocado por un rotundo: esta noche no hay cine para ustedes. Fue tanto el ren- cor que mi voluntad y el nombre de la amiga sólo se gustaron después de la medianoche.

En un recodo sin límites.

Donde termina la vigilia y se inicia el sueño.

Dormí profundamente. A la mañana siguiente, al despertar, sonreí.

Pensé en Agliberto.

Sonreí.

Era simpático aquello que llegó a asustarme: lo de la gente que comían hombrecitos. Era impo- sible valorar aquello, entonces. Eso de ser ma- chetero.

Aumentó Fidias su fama inspirándose en obras que describían los textos relacionados con los dio- ses. cLa Teodisea,,, ¿era o no fanatisrno ese culto perenne en tantos templos griegos? Leemos en La Biblia los ataques de los profetas contra la adora- ción de ídolos. Habla Jeremías: «...es el culto de la nada, leños cortados en el bosque o piedras labra- das con buril por mano de escultor^. Pienso otra vez en el Museo de Atenas, monumento construi- do a imitación de la época clásica. Mármoles cla- ros y paños escarlatas. La estatua de Athenea es una copia romana. El vaso de Euthymides que re- presenta al guerrero que se pone la armadura está en el Antiquarium de Munich. La cabeza del Auri- ga se quedó en Delfos. Un pormenor de un friso del Partenón con aurigas está en el British Mu- seum. TARJETA POSTAL-ATENASIVERA- N0/1967. AMIGOS: sin embargo, lo que existe en el Museo de Atenas es en tal cantidad y calidad que para verlo y estudiarlo se necesitan muchos años. ¡Qué grandes eran esos griegos de antes! Siempre, HELENE.

¿QUIEN ES SWAIN para que se preocupen tanto por ella? Respuesta sin organizar: ¡Viva el mundo moderno! -LOCOS que escupís contra todo- Usted cree que todo tiempo futuro será mejor -Nosotros tenemos nuestras propias creencias- El hombre cósmico es hombre nuevo -El más peque- ño liquen probaría que la vida no es una enferme- dad rara- Entre los hombres se encuentran las verdades que esperamos ... ¿Qué pretenden del mundo USA, URSS y CHINA MAO'? -Las máqui- nas copian los comportamientos humanos- El ce- rebro y los robots -No se defraudan los que admi- ten que la muerte llega- Desayunar en Dominica- na, almorzar en Madrid, cenar en París -dormir con alguien cariñoso en Bruselas- iLa amistad o lo que ofrece un amigo? -Cuando ya no queda nada por decir usted está muerto- Este libro no dejará de interesarle, es la biografía de Swain. Será como sacar a pública subasta su retrato, A mí, Helene, su biógrafa, también me inspira el sen- timiento de la discreción. Pero creo que mi móvil es injertar en su cerebro lo que no le dará su ra-

zón: el conocimiento real de ella. ¿Acaso debemos rechazar lo que nombramos? De Diderot su Lettre sur les aveugles. Cito un libro, pregunto: ¿conoce usted ese libro? En «Sobre Héroes y Tumbas,, Er- nesto Sábato mueve un ballet trágico con perso- najes auténticamente ciegos. Cité dos libros: po- dría citar miles de libros. No importa. Lo interesan- te en esta Hora 60 y tanto (67-68-69) del siglo XX, es que los literatos dejemos de hablar de nosotros. «Temo lo que hay en la carpeta de los sabios,,, de- cía Khruschev. Terminemos de una vez: el señor Quintin Hogg estuvo a cargo de la Cartera de Mi- nistro de Ciencias del Gobierno de Sir Alex Dou- glas Home. PUNTO.

Pasaron don Plácido y la hija ocho días en la capital. Hospedados en un hotel situado en la principal arteria comercial. encantad os,,, fue la única respuesta sumada al saludo que dieron a los Martínez cuando se encontraron con éstos. Esta- ban en Santo Domingo. Hija: esta es una ciudad con mucha historia, la más vieja de todas las de América. Tenemos que dedicar parte de nuestro tiempo para conocer la parte histórico-colonial, con sus detalles artísticos y arquitectánicos. Co- menz:lremos por la Catedral Primada. Por la Ca- tedral comenzaron. Por la noche, durante la cena, recordaba de este monumento: Gótico español por dentro, con sus arcos de ojivas, etc., etc., etc., y Renacimiento por fuera. Ella anotó en su libreta: Balcón interior con Cantaría -niños cantores- a la manera de Lucca della Robbia en Florencia. Boca -capillas góticas y románicas en los laterales. Tro- no labrado en caoba, hermosa madera de color

morado como la describió el historiador Fernández de Oviedo. Trono labrado en caoba ... (No, está anotado- se dijo). En el respaldo este: ábside con contrafuertes. Fachada principal de estilo renacen- tista italiano, con columnas clásicas compuestas, hornacinas, puerta central con parteluz, corona- miento clásico de frontón.

Don Plácido leyó lo escrito por Swain.

Muchacha, no dejes de poner lo del campa- nario.

Le dictó lo del campanario:

Se proyectó tan alto como la torre del Homena- je de la Fortaleza. Hubo protestas e intrigas que llegaron hasta el Rey. La torre podía servir como posición estratégica a los enemigos del clan del go- bernador. Lo que vemos ahora es una solución tard:a: presenta varios arcos, además, no guarda relación con el resto del exterior.

Visitaron el Alcázar, palacio de los Virreyes, el hijo del Almirante, llamado don Diego, y de su mujer doña María de Toledo, de la casa de los Du- ques de Alba. En el programa también estaban anotados:

Ruinas de los conventos San Nicolás de Bari y San Francisco; la Puerta de el Conde o Centro de la Independencia Nacional; puerta principal de la antigua muralla que protegía la ciudad colonial.

Dejaron la mañana del sábado para visitar el Museo Nacional. Allí llegaron el sábado. Swain anotó en su libreta:

MANIFESTACIONES CULTURALES DE NUES- TROS ANTEPASADOS INDIGENAS:

Vi hachas petaloideas, hachas de cuello y ha- chas enmangadas; morteros con sus majadores de piedras con cabezas antropomorfas, antropozoo- morfas y fitomorfas. Hermosos collares líticos, al- gunos con cuentas de doble perforación y con amuletos tallados en hueso o en piedra. Espátulas vómicas talladas en hueso de pez Manatí, usadas por las vírgenes para purificarse antes de los ritua- les llamados Areítos, que los había de guerra y otras celebraciones. Guayos de piedras en forma de escudos, usados por los indios para desmenu- zar la yuca con la cual preparaban su casabe o ca- sabí. Hay muchas vasijas de barro de diferentes di- mensiones y tipos: redondas, ovaladas, navicula- res, de doble cuerpo, chatas, con asas o sin asas, las asas a veces de gasa, etc. En estas piezas cam- bia el color del barro que va de rojizo a amarillo. Contribuye a esto el engobe para la cochura. Hay burenes de barro cocido, de los que usaban los in- dios para cocer al fuego su casabe.

El padre tomó la libreta y siguió escribiendo:

Varios ídolos de piedra y de barro cocido, con representaciones sexuales masculinas y femeninas. Y los vaciados que reproducen los Petroglifos de Chacuey: hombres, animales, pájaros, etc., etc.

También están las cabezas pétreas de Macorixes, donde el indio llega a la escultura. Los maravillo- sos Trigonolitos o piedras tricúspides que abundan en la región sureste del país, considerados como dioses protectores de la agricultura. Es imposible anotar todo lo que tiene el Museo. Si algo no pue- de faltar en esta relación es el Duho, asiento de cacique o personaje importante. Don Plácido y la hija no eran unos tontos. Ambos habían e~tu~liado desde pequeños en el colegio del pueblo.

Cuando se despidieron del dueño del Hotel le confiaron su propósito: iVolveremos pronto!

Entonces no calló la madre: habló cuando re- gresaron: nunca dijo nada antes: ahora se acercó a la hija: ¿Qué tal? ¿Por fin regresaron? Poco tiem- po, muchacha, ¿verdad? Debieron quedarse largo para aprovechar esta última salida.

ESCENA XIX

«EL CORO. - La esposa se escoge al azar y como en el juego de dados, vemos a unos felices y desventurados a otros.»

ESCENA XIX

UCLITEMNESTRA. - TU afecto. hija mía, se inclina siempre hacia tu padre. Es la naturaleza: ciertos hijos toman in- condicionalmente el partido del hombre; otros, en cambio, prefieren la madre al padre. Quiero perdonar- te, hija mía, pues no tengo demasia- das razones para alabarme de mi conducta.»

Le dijo don Plácido: pierde el temor muchacha. Fíjate, a pesar de todos los nubarrones, detrás de aquella nube clara que está en el fondo, anda la luna.

No lloverá.

La hija escuchó la sentencia y repitió: no Ilo- verá.

Por la tarde habían llegado los dos en un auto-

móvil público a la ciudad, cenaron en un restau- rante, luego se fueron al cine. A la salida se les hizo difícil encontrar otro vehículo para regresar. La única solución: emprender a pie el camino que los vecinos acostumbraban a hacer en una hora. Se resolvieron. Iniciaron la marcha, temerosos de las nubes pesadas y negras que con inesperada frecuencia se descargaban en torrentes para lim- piar el cielo: para exhibir la luna. Pero esa noche el viento arrastró los nubarrones: despojó de la ca- pota negra el cielo, donde quedó brillante el astro como una moneda de espejo. En el camino y sus alrededores todo se fue desnudando con la luz in- tensa: las casas: los árboles: algunos animales des- velados.

María Sacramento oyó los pasos sigilosos que se iniciaron luego del golpe de la puerta trasera de la casa. Observó una sombra. Pegada a la rendija de un desmantelado cuartucho para trabajadores donde había vivido más de veintidós años, repito: que pegada a la rendija observó la sombra. Se movía.

Cuando la luna perfiló la silueta Sacra quiso gritar, deternerla.

-¿Dónde irá mi doña? Santo. Santo. Santo. Santo. Señor de los ejércitos ...

-¿Dónde irá mi doña ... ? Continuó avanzando la figura, cruzó el trecho que estaba delante de la casa, y al llegar al camino tomó la dirección del

pueblo. Santo. Santo. Santo. Señor de los ejérci- tos: se van a encontrar: ¡Magnífica! ¡Protégelos! Hi- lario la tiró con fuerza:

Sacra, venga pacá, coja eperencia en cabeza ajena noseoivide de Chano.

Con una bocanada de aire el marido apagó la débil luz que se retorcía en el pabilo de la jamia- dora de zinc. Cuando Sacra cayó sobre el catre le pasó la mano por el cuerpo y notó que estaba completamente vestida. También que respiraba con mucha fatiga, que le daba golpes de susto el corazón. Seguía escuchando la letanía de su mu- jer: Santo, Santo, Santo ...

-Atempérate mujei que te pue tocai de la rifa como ai Gago.

La Sacramento lo apartó: déjame, sí, tengo mie- do. Tú solamente piensas en «eso, y no te importa que los perros tengan tres días ladrando. Oyelos como aúllan con temor y pena: parece que están viendo ánimas. Hilado frenó una risotada.

-Dueímete mujei, eso te faitaba, creei ensa pen- dejá de lo perro. Le respondió con una patada, luego: déjame, hombre, que lo que te importa es el diablo que te anda en el cuerpo: levántante y bus- ca otra. Definitivamente la Sacramento se sentó en el borde del catre llena de ira porque el marido no se unía a su pensamiento, a su preocupación, al interés, al afecto y a la gratitud que estimaba debían guardar a sus amos por los veintitantos

años de trabajo esclavo con que habían servido. Duérmete, cagón, eso eres, puñetero. Segundos después el hombre dormía y roncaba como una bestia. Agotada por la faena del día, comprendien- do que era impotente para detener lo que se pro- vocase, sacudió primero, y luego con palabras, despertó a Hilario para entregarse al reclamo acostumbrado. Fue todo.

Por la mañana cuando despertaron había mu- cha luz. Santo. Santo: que dirá mi doña. Se puso el traje, sin peinarse y con el pelo desgreñado salió corriendo con dirección a la cocina. La cocina es- taba cerrada. 1.a casa estaba cerrada. iHilario, Hi- lario, ven, corre! ¡Llega pronto! Hilario se precipitó agarrándose los pantalones, el cinturón estaba en el suelo y pensó que perdía tiempo si lo recogía. Corrió cuando escuchó los gritos desesperados de su mujer. El machete estaba tirado debajo de la mata de aguacate. A la sombra del mismo árbol permanecieron los dos: sin moverse: sin moverse. El arma estaba manchada de sangre. Dije que sin moverse: sin moverse: como dos piedras humanas. El golpe que produjo la caída de un fruto grande y lleno los sacudió. El marido avanzó y tomó el ma- che; e.

-Te lo dije mujei quequídiva apasai lo de Troya.

Fuera cual fuese el lío, el lechero aplicaba la frase que tanto le asustaba cuando era pequeño y el maestro de la escuela rural tomaba el garrote para pegarle a los muchachos que no sabían la lección: «la letra con sangre entras. Hilario lavó el

machete y lo guardó en la enramada dentro de una árgana sobre la cual dormía Maritza, la gata de Swain, que estaba parida.

CABLE: ATENAS/VERAN0/1967. AMIGOS: acabo de terminar el capítulo 24 punto sucedió lo de Troya punto Hilario tenía razón punto HE- LENE.

ESCENA XIX

XLITEMNESTRA. - iOh, desdichada de mí, qué proyectos he concebido! Impul- sada por mi cólera contra mi marido he llegado más lejos de lo necesario!

ELECTRA. - Ya es tarde para lamentarte, ahora que el mal ya no tiene reme- dio. Mi padre está bien muerto ... B

AHORA QUE están de moda nuevas modas li- terarias, defendidas con énfasis en los manifiestos pro-liberación de la escritura y un nuevo lenguaje, y se ha ampliado el vano de la puerta abierta, y en cada horizonte, olas profundas se encrespan hacia una concepción no aristotélica, en búsqueda de lo informal, pero siempre con auténtica validez hu- mana, es decir: representativa del HOMBRE- CARNE, HOMBRE-HUESO, HOMBRE-HAM- BRE, HOMBRE-MISERIA, HOMBRE-DOLOR, HOMBRE-ODIO, HOMBRE-AMOR, HOMBRE- JUSTICIA, HOMBRE-IGUALDAD. De ese hom- bre que con sus palabras o malapalabras expresa lo que piensa o siente con sus palabras o malapa- labras. Eso con sus razonamientos lógicos o con su tontería, puesto que todos los hombres no son ló- gicos ni sabios. Hablo del hombre que llama rana a la rana y usa el sexo en su doble función de ori- nar y fornicar sin necesidad de Mescalina para de- jar desnudos su pensamiento o su acción. Aprove- chándonos de esa libertad puesta en vigencia por los de la rebelión, damos entrada aquí a un retazo

que casi hilvana con lo anterior, y en el que Mr. Aldous Huxley hace alusión a uno de los ejemplos clásicos de diálogos compuestos por el ZEN, y que Sukuky, que le toma prestado, aplica al ejemplo del novicio que pregunta al maestro: ¿qué es el cuerpo de Buda? (como si preguntara cuál es la esencia de la realidad de Buda). Y el maestro res- ponde, con el brusco despropósito de los herma- nos Marx: «El seto al fondo del jardín,,. Si el novi- cio desconcertado insiste, quizá reciba otra res- puesta: «El cuerpo de Buda es un león con una crin dorada».

Bajo el poder de la Mescalina puede quedar anulado el pedante saber de cualquier sabio retó- rico.

¿Qué tengo yo para ganar o perder con este li- bro que no encontrará editores, porque dirán que no es una novela, ni nada que sirva para anuncio? Que Helene no es retórica, etc., etc.

Que la señora Helene es antilógica porque no se quedó pegada como una traza a la tradición in- memorial.

¿l )e qué se burla? Respeta a los que hicieron de la razón la más alta y noble función humana, el centro de la personalidad. Y esas preguntas o res- puestas ¿de dónde vienen? ¿adónde van? El sim- ple y buen sentido nos aconseja revisar a Hornero, Esquilo, Sófocles y Eurípides que se la pasaron hi- lando crueles y hermosas mentiras.

CERO Mescalina. Terminemos rápido: «Cuan-

do recoges agua en tus manos, la luna se refleja en ellas; cuando tocas las flores, el perfume invade tus vestiduras*. Oye, poeta amigo: Yo, Helene, biógrafa de Swain, estoy interesada en ésas y otras cosas, especialmente en éstas: cuando un niño llo- ra, pienso que tiene hambre: que necesita comer. Cuando una condición infrahumana aplasta a mi- llones de hombres; pienso en los que tienen reple- tas las despensas y en las conservas en latas que se oxidan.

Faltaban cinco minutos para las doce de la no- che. Cinco minutos. El fiscal miró el reloj cuando se echó en ia cama. Se cubría con la sábana. Sin- tió que tocaban a la puerta. ¡Puñetero cargo, ni dormir dejan a uno! Era Swain. Tocaba a la puerta del fiscal: por favor, pronto, venga usted conmigo. Cuando caminábamos de regreso a la casa mi pa- dre y yo fuimos sorprendidos por un desconocido: pocas palabras para un desafío: entraron al ce- menterio: el otro se adelantó asestándole una pu- ñalada por la espalda, sin perder tiempo le des- prendió la mano derecha, y, finalmente, le fue en- cima cortándole por varias partes la cabeza. Este es el puñal de mi padre: está limpio. Yo tuve mu- cho miedo, solamente me acerqué cuando vi que el asesino huía. Quedó completamente muerto. Cayó entre dos panteones: el de los Camiños y el de la señora Petra.

El fiscal fue con más autoridades al lugar del hecho.

Después del examen la hija le suplicó que no lo llevaran a la casa.

Que lo llevaran a la sala para velar cadáveres que había en el pueblo.

-Allí lo prepararían mejor.

Allá llenaré todos los requisitos.

Volveremos a traerlo al cementerio.

Para nadie fue raro que la doña no tomara par- te en el asunto del entierro, etc., etc., etc. Hasta las autoridades se olvidaron de su existencia en un momento tan crucial, complicado e importante. Aquello había sido un crimen.

La hija mandó un recado a Ramón Cesar.

Con las primeras luces liegó el muchacho al hospital.

-Es prudente que le avisemos a ella, no olvide- mos que es su mujer. Con mucha timidez Swain se acercó hasta alcanzar con una mano la cabeza de su hermano:

-¡Digo que es mejor que no!

Swain pudo apreciar la voz y los gestos y reco- nocer al victimario.

-¡Digo que es mejor que no!

Nada tenían que ver Ramón César, ni el Gago, ni la Sacramerito, ni su marido, que era tonto, pero fiel.

-¡Digo que es mejor que no!

Las autoridades se disculparon con Swain por las molestias y las muchas preguntas del interro- gatorio.

Era la hija del cacique; de don Plácido; el mandón; el guapo; el que dominaba toda la región; el que aseguraba los votos a los políticos; el que solicitaba a los políticos cargos para los

amigos; el que desplazaba de su puesto a la autoridad

que no le convenía.

El coche fúnebre iba delante. Requiem.

Sin sacerdote ni clérigos. Requiem.

Don Plácido era su dios e iba hecho tiras en un cajón de lujo. Algunos amigos llegaron al hospital para enterarse: querían saber si estaba muerto: Era todo. Swain no saludó a ninguno de ellos.

Su padre iba delante, en el coche. Requiem.

Hecho tiras. Requiem.

Los dos hijos detrás.

Hechos tiras. Hoc est enim Corpus me um.

Querían saber si estaba muerto, qué caray, muerto el perro se acabó la rabia. Era todo, coño.

Así volvieron por el camino que les parecía suyo hasta llegar al cementerio, a menos de dos- cientos metros de hato ue la doña. Luego de guar- darlo, digo, de dejarlo en el panteón de la abuela, Ram6n Cesar acompañó a Swain hasta la entrada del portón que daba al camino. Al fondo estaba la casa con todas las puertas abiertas. Alcanzaron a ver a su madre, moviendose con sus pasos lentos. No comentaron nada de la madre, pero el mucha- cho se fue cargado de rabia y se puso desespera- damente furioso, etc,, etc., etc., como si Swain le hubiese transmitido ese mismo estado suyo y sus pensamientos también. Tenían que cortar la esce- na: sin despedirse, ella ¡e dio la espalda y caminó hacia la casa. El también se marchó hacia la caso- na que había heredado de la abuela. Ahora notó que el Gago la había pintado con colores chillo- nes. Estaba pintada así desde hacía más de seis meses, pero en ese momento le molestaron aque- 110s colores, aquellas tonalidades chillonas tan exa- geradas. Al frente le esperaba un grupo de veci- nos. Mc fue una sonrisa ni una mueca, pero sí un gesto como de agradecimiento que acentuó levan- tando una mano para saludarlos a todos a un mis- mo tiempo sin detener sus pasos. Cerró la puerta. El Gago estaba ahí. S e abrazaron. Lloraron como no habían llorado a la abuela. Con fuertes lloros. No por don Plácido sino por la tragedia que levan- taría más polvo sobre el nombre del muchacho que tanto cuidaban los dos.

ESCENA XIX

NELECTRA. - Pero a tu hijo que vive erran- te, lejos del país: ¿por qué no le ha- ces volver?

CLITEMNESTRA. - Tengo miedo, y mi bien cuenta para mí antes que el suyo.

ELECTRA. ¿No cuentas, pues, con un espo- so feroz para combatirnos?

CLITEMNESTRA. - ES SU naturaleza, y tú: ¿no eres por ventura intratable?,

Y sí.

María Sacramento caminó hacia donde estaba Swain, la cual lucía fatigada, desaliñada, y, eviden- temente colérica. Niña: aquí está tu café.

No tomó el café.

La Sacramento e Hilario estaban enterados de todo. El era analfabeto, hablaba como los del monte, pero se las traía con inteligencia y malicia para averiguar lo que le interesaba. Luego de lim- piar el arma se fue inmediatamente al pueblo, sin esperar mandato alguno. Allí lo supo todo. No perdió un minuto: regresó a galope del caballo cla- vado con la espuela. Llenó la pipa con tabaco de andullo, se fue acercando hasta pegarse completa- mente a su mujer, y casi en secreto le contó lo que había averiguado.

-Ecapá deaseis traei la juticia pa nojotrodo.

Ellos encontraron un machete lleno de sangre y

lo lavaron. Eso era todo. Pero temían. Aumentó el temor de Hilario cuando la doña abrió la puerta. Se asustó sin disimularlo. Pensaban que ella había cogido un camino sin rumbo, tal vez elegido un pueblo desconocido, o que estaba escondida y de- saparecería luego para siempre. En la campana del reloj del pueblo que se escuchaba clara esa mañana clara, Hilario como un autómata contó once golpetazos. Se abrió la puerta y bajó la mujer.

Y sí.

Asomó la doña y le gritó al lechero: pronto, váyase al pueblo con la leche para que no se dañe.

-Yatá enei pueblo mi doña.

Bajó la mujer al patio, dije, y siguió caminando hasta la mata de aguacate. Hilario, que guardaba en un carretón las vasijas vacías, se estremeció. Dejó las vasijas y fue directamente a la enramada. Le entregó el machete. El arma estaba limpia. La recompensa no se hizo esperar: te callarás, o diré quc. has sido tú! El hombre bajó la cabeza y sin mi- rarla caminó hacia atrás. Cuando estuvo un poco lejos se detuvo: depriocúpese midoña.

La Sacramento que vio y escuchó todo se puso colérica, con temor de que le hiciera daño a los dos. La vieja servidora se fue a la enramada, allí pasó todo el mediodía y el resto de la tarde. La se- ñora no la llamó, ni dispuso hacer nada de comer.

A las seis la noche se había adelantado: la casa estaba a oscuras: recordó que había subido con una taza de café para Swain. Que la taza estaría allí. Allí estaba la taza. Sobre el Iíquido azucarado que había en la taza flotaban varias moscas muer- tas. Sintió asco. Deseos de vomitar. Cerró los ojos hasta llegar al patio. Botó el Iíquido. Fue mejor así; que no la llamara nadie: que no le hablara nadie: que la dejaran en paz. La muerte de don Flácido era para la Sacramento algo que también queda- ría sin castigo: como la muerte de Chano. Así se quedarían las cosas otra vez. Y la Sacramento pensaba, razonaba, sabía que la justicia era para los infelices, lo sabía y lo juraba, porque estaba se- gura de que no tocaría a la puerta de la casa de Plácido González. Exacto. No se aplicaba a gente como los González. Exacto. Ni a los políticos co- rrupto~ que apuntalan gobiernos podridos.

Lo cierto es que llegué cansada.

Hoy pasé el día recorriendo una pequeña aldea al norte de Atenas. La iglesia bizantina es una joya, cuyo valor aumenta con algunos iconos del siglo IX, incensarios y candelabros labrados en bronce, también muy antiguos. Lo cierto es que pasé el día caminando por la aldea y el campo que tiene junto a la aldea la familia de Plaxitelous Karolu: caminando entre higueras llenas de frutos grandes y maduros. De algunos olivos ancianos que todavía ofrecen espléndidas cosechas.

Lo cierto es que debí dejar para escribir ma- ñana todo lo anteriormente escrito, pero iya!, lo es- crito escrito escrito está.

Además es el material que hace este capítulo. Y acabo de tomar un litro de Metaxa. Lo sé bien, se cumplirá el propósito de olvidarme de todas esas tragedias.

Tengo entre las manos un botón para apagar la luz.

Unica intención: dormir profundamente. Sé que voy a dormir.

Dentro de mi cabeza, que está muelle sobre la almohada, como en una cinta de palabras se corre una invocación de rishi que aprendí de memoria cuando me entusiasmé bastante con los Vedas: ipor Madhatithi, oh Indra!, poderoso destructor de nuestros enemigos, poseedor de las riquezas, oh tú que inspiras en el temor!, engancha tus caballos color de oro y ven rápidamente a nuestra presen- cia, a fin de beber el zumo de la planta de la luna.

CAPITULO

YO, HELENE, biógrafa de Swain, me acojo a la exposición respecto del realismo que con eco- nomía de palabras ofrece García López en un compendio para estudiantes primarios: Conse- cuencia de ello será la aparición de una serie de temas nuevos y de manera distinta de entender la literatura. En efecto, frente a la exhibición de la intimidad del autor, veremos ahora un mayor in- terés por la descripción de la realidad externa. El escritor, más que de sí mismo, hablará de todo cuanto le rodee, sustituyendo, además, el punto de vista personal por una referencia absoluta- mente objetiva de lo descrito. Ello le llevará tam- bién a prescindir de la imaginación y a observar con gran meticulosidad aquello que quiere llevar a su obra. ¿Entendido? ¡Claro!

Con la medida de lo anterior es natural que Chico aparezca en esta novela con la dimensión que le corresponde. He aquí su nombre comple- to: Francisco del Pilar Gómez Santiago. Nos en- contramos con la vivacidad de este muchacho

crecido, ágil y fuerte, que a los doce años llegaba al pueblo a todo el trote del caballo, con enco- miendas de compras y de recados para los rela- cionados con la familia de don Plácido González. Con bastante frecuencia visitaba nuestra casa, le ofrecíamos algún dulce para inspirarle confianza y agradarlo. Lo cierto es que éramos unas pícaras curiosas y nos interesaba que nos contara cosas. Nos divertía aquello de que estaba enamorado de Swain, de que cuando fuera grande y rico se ca- saría con ella. Hacía gracia el muchacho con su montón de cabellos crespos y despeinados; con los zapatos atado el par y pasado por entre el cuero con que se sujetaba el pantalón a la cintu- ra. Los llevo así porque me quedan cortos; los llevo así porque no quiero que cojan lodo; los Ile- vo así porque no quiero que pierdan el brillo; los llevo así porque no quiero que se acaben. Pero Chico prefería estar descalzo porque así se acos- tumbró desde que dio los primeros pasos. Antes de marcharse peúía algo para Swain. Una flor, un dulce, etc., etc. Y agregaba: voy a venir un día a partirle la cabeza a los muchachos que la ena- moran. Te llevarán a la cárcel. No importa: sola- mente don Plácido tiene derecho a estar con ella. Chico quedaba libre desde las diez de la mañana los domingos y los días consagrados por el calen- dario.

Iba donde la tía. A la madrugada siguiente antes de las primeras luces regresaba al hato de la doña y no era lejos la casa de la tía

a cincuenta metros del cementerio un poco más cerca del pueblo que la casa de Plácido González. Luego que la tía se dormía se levantaba el muchacho, se apostaba junto al camino cuando sentía las pi- sadas de los caballos. Quería ver a Swain. Eso era todo. Ver a Swain.

Sabía que siempre era 13 mismo: se marchaba al pueblo los domingos: él a los gallos; por la no- che los dos al cine.

Regresaban juntos próximo a la medianoche.

Swain es un ángel. Sí, mi ángel, un ángel, mi ángel. Tan pronto pasaban, Chico entraba al bo- hío, se tumbaba en el catre. Dormía tranquilo.

Despertaba antes de apuntar el sol. Con la misma frase:

Swain es un ángel.

ESCENA XIX

=ELECTRA. - Te han dicho, supongo, que acabo de dar a luz. ¿Querrás ofrecer en mi lugar, pues yo ignoro los ritos, el sacrificio acostumbrado para la décima luna (día) del advenimien- to ... ?

CLITEMNESTRA. - Esa tarea corresponde a la que te asistió en el parto.

ELECTRA. - He dado a luz a mi hijo sin ayuda alguna ...

CLITEMNESTRA. - ¿Tu hogar no tiene, pues, amigo alguno en la vecindad?

ELECTRA. - Nadie quiere a los pobres por amigo.

CLITEMNESTRA. - Pues bien, entraré en tu casa para ofrecer el sacrificio se- ñalado para un nacimiento cuando han transcurrido los días necesa- rios ...

ELECTRA. - Entra a mi pobre casa y ten cuidado de no ensuciar tu ropa bajo su techo ennegrecido por el humo ... S

Don Plácido había quitado algurios postes de los que aseguraban la alambrada de la cerca que servía de lindero entre el cementerio y su propie- dad. Pretextaba que así se acortaba el camino para llegar a su casa, que desechaba la cuesta que se hacía barro resbaladizo y peligroso cuando caían fuertes aguaceros, etcétera, etcétera ... De- cían ¡os vecinos: avei con la manía ma rara de crusai a cuaiquiei hora deidía o noche el cimin- terio.

No debe importarle a nadie lo que hace el se- ñor Plácido, si pasa es porque no es cobarde, y lo hace porque le conviene así, replicaba furiosa la Sacramento, tratando de justificarlo. Vieja alca- hueta, lambe olla, murmuraban los mismos veci- nos de Sacra. Continuamos, ya se dijo en este mismo capítulo que lo que interesa es Chico: el muchacho se puso curioso aquella noche: Swain

y su padre tomaron la ruta del cementerio. La noche estaba algo clara, había muchas estrellas. Se juraba que los vio entrar, pero le pareció muy raro que de repente no se sintieran las pisadas de los caballos; media hora después oyó un breve re- linchar y sintió que los caballos continuaban la ruta por el fondo, en dirección a la casa.

¿Tenían Swain y su padre algún pacto c.,n los muertos?

¿Eran los muertos los que les daban las seña- les de entierros de tesoros a don Plácido? ¡Tan rico! Sí, eran los muertos. Y Swain: qué valien- te, sabía yo que no era como las pendejotas del pueblo.

Hubiera querido decirle eso con grito a todo el mundo.

Que ella hablaba con los muertos en el cemen- terio era como una victoria suya. Nadie más tenía ese secreto.

Al día siguiente Chico lucía intranquilo se mo- vía sin sentido por todas partes, sin poner aten-

ción a sus deberes, como un sonámbulo. Una ob- sesión lo dominaba: tener confianza, poder hablar con Swain de los entierros de tesoros, él la ayu- daría. Pasó Swain tres veces por su lado: tuvo la intención, cada vez, de detenerla. Todo era inútil: se quedaba inmóvil y mudo. Sencillamente: no se atrevía a nada. Swain me impresiona: es un án- gel. Soy un baboso, si no me atrevo es porque me estoy volviendo un mierda como los otros peones.

-No me atrevo.

Y estoy e;i el sexto curso y soy un carajo. Se valoraba así porque, lamentablemente, sólo tenía un pensamiento que lo dominaba: la muchacha. .El domingo siguiente la vio pasar para el pueblo acompañada de don Plácido. Chico se mantuvo excitado todo el día, a la espera del regreso.

Sintió unas pisadas, ahí vienen, ahí pasaron como relámpagos, ahí vienen, ahí pasaron como relámpagos, Y, exacto, frente al portal del cementerio frenaron de golpe a las bestias, entraron ... luego, nada de cascos ni pisadas. Chico no pudo contenerse, controlar su curiosidad: ¿dónde estará el lugar del entierro del tesoro? Necesito saberlo. Definitiva- mente se dirigió al cementerio. Quería ver, tam- bién él necesitaba dinero para comprar tierras y animales y poder casarse con Swain.

Se arrastró como un lagarto, pegado a los ar- bustos recortados. Vio los caballos amarrados a una cruz. Estaba agitado. Pensó: están aquí den- tro los dos, aquí está ella. Oyó que hablaban con voz muy baja. Se acercó bastante. Son ellos: ha- blan del tesoro. Quería enterarse para volver lue- go. Cuando no haya nadie que me espíe me Ile- varé el tesoro. Papá, creo que vi una sombra. No, no hay nadie por aquí. Quítate esa ropa pron ... El comenzó inmeditamente a quedarse sin la suya. Chico los vio completamente desnudos, entre dos panteones, el de los Camiños y el de la señora Petra. Hay que tener valor para quedarse así, con el frío que hace, pensó el muchacho. Se acercó más. Aquello de ponerse desnudos se lo impon- dría el demonio, que del demonio dicen que vie- ne el oro de los entierros. Me pondré igual, cuan- do venga mañana me pondré desnudo. Una co- rriente helada como una mano fría sacudió el cuerpo del muchacho. Miedo, un poco de miedo, pero lo que verdaderamente lo alteró fue ver a don Plácido completamente desnudo delante de su ángel.

Fue estremecedor sensible para Chico ver a don Plácido desnudo delante de ... ver a Swain desnuda delante de ...

¡no no no no no no no y no!

Son cosas del demonio profanar los cemente- rios. No, no son co-sas-sas dedel de-monio, tarta- mudeaba nervioso.

Junto a lo que estaba a su vista -que le pare- cía. bueno, bueno, no sé que-que-que e esto (se decía). Digo que sentía miedo, porque se sentía entre cosas del demonio. Miedo. Hubiera querido refugiarse entre ellos, gritar para que lo socorrie. ran No podía hacerlo, a menos de dos metros. N c escavaban escavaban tesoros, 730 escavabari- tesoros? no escavaban- tesoros, no escavabai~. tesoros,

no escavaban te ...

No buscaban tesoros. Chico había aprendido muchas cosas contemplando la naturaleza que le rodeaba. Las cosas que oía a los muchachos de la escuela las relacionaba con la vida de los ani- males que cuidaba. Cuando sorprendía al toro con la vaca corría con dirección a la cocina y le ofrecía apuesta a Hilario: vamos cinco a diez que para marzo la vaca Josefa tendrá becerrito. Esas cosas de los animales lo entretenían, sin embargo, su curiosidad adolescente lo empujaba al monte para sorprender a los peones que hacían lo mis- mo con las mujeres que recogían las cosechas. las agarraban y se tiraban con ellas sobre los ma- torrales, sobre la hierba húmeda, sobre la hierba seca. Sabía que esto sucedía con frecuencia. Dije que sabía que esto sucedía con frecuencia. A la salida de la escuela se ponía escondido. Había sorprendido hasta al mismo Hilario con Antera, la gordota que lavaba las tripas en el cruce de los dos caminos. Eso de Hilario le dio coraje: se lo voy a contar a Sacra para que lo mate a disgus- to. No. No se lo voy a contar a Sacra para que lo

mate a disgusto. No. No se lo voy a contar a esa vieja mantecata que se cree una sabia porque vi- vió en el pueblo y allí fue a la escuela. Lo que sé de ella es porque vive repitiéndolo como una co- torra; y también aquello de que hablaba arnerica- no cuando trabajaba con la míster, la mujer del comandante que era otro míster que vino con un montón de soldados que golpeaban a los del pue- blo ... también a los del campo que no estaban con ellos.

Qué caray, yo no había nacido. Pero me dicen que les tenían mucho odio porque bajaron nuestra bandera cogieron mucha tierra para sembrar caña los gavilleros los de la capital los obligaron a retirarse los del Cibao y esa mentecata alabándose porque trabajó con místeres.

De pena como trata al infeliz de Hilario, tan bueno. Todo eso lo fue pensado mientras caminaba por el trillo hasta llegar a la cocina. Se encontró con la Sacramento y la miró con rabia. Eructó. Jódete mentecata, pensó. Eso era lo que quería, lo que le hubiera dicho palabra a palabra. Cuando terminó de comer tiró el plato esmaltado: ¡que se joda! Esto lo dijo y ella lo oyó. Muchacho: ¿qué te pasa, te picaron avispas en el culo? Chico salió sin responderle.

Lo cierto es que a mí, Helene, biógrafa de Swain, me parece algo controversia1 la psicobio- grafía que se hace la admirabie Guadalupe: .El arte de escribir es el arte de ver y hacer ver a los demás lo que uno ve. Los grandes escritores han visto a los dioses, pero sólo de la cintura para arriba ... ¿De qué quieren que escriba? ¿Qué es lo que a mí me interesa o me conmueve? Soy una escritora que no cuenta relaciones sexuales, y no por timorata, sino por buen gusto. Es difícil supe- rar a Salomón, a Sherezada, la de las Mil y Una Noches, a Bocaccio, al Aretino, a Sade, a mi ami- go Sainz, el de Gazapo. Pienso que lo que hacen son las cuentas de lechera,. Señores aludidos, permitidme la defensa: Exacto; doña Lupe no las escribe, pero se las sabe de memoria.

Don Plácido La hija Los dos no escavaban la tierra. No buscaban tesoros. Chico se estremecía. Lo repito Se enterraba las uñas en la carne. Se rasguñaba el cuerpo.

Estaban allí, desnudos, como las vacas, como los caballos. Swain entre los brazos del hombre.

El muchacho lloraba de indignación porque su ángel se ofrecía con la misma facilidad que Ante- ra la que lavaba las tripas en el matadero del cruce de los dos caminos. Ahí de frente estaba Swain con el mismo desenfado de Antera con Hi- lario o con cualquiera de los peones que la atra-

paban cuando bajaba o subía del río. Igual que Antera igual que Antera igual que Antera. ¡Juro que me vengaré de los dos! Se reconocía impo- tente para enfrentársele a don Plácido, se sentía herido, rebajado por la actitud de la muchacha. Estoy perdido, si me muevo o intento algo me matará como dicen que mató a Chano. De re- pente sintió que algo corría por sus muslos. Que tenía los pantalones húmedos. Que resbalando bajaba: diantre, estoy cagado. Mientras se sacu- día, don Plácido y la muchacha se alejaron. Chi- co ya no lloraba.

Se dejó caer, entre las dos tumbas se quedó dormido. Cuando abrió los ojos y vio tanta luz como un autómata estiró el cuerpo y se levantó sin pensar que se levantaba y salió corriendo, sa- biendo que corría con dirección al arroyo para la- varse. En la cocina María Sacramento, que le te- nía guardado el desayuno, se le acercó para aconsejarlo: oye muchachito, termina pronto de comerte eso, estoy harta de ti y de los desatinos de esta casa.

Chico no la miró. iPuñetera vieja! Vieja puñetera del carajo.

Hizo a un lado la taza con la leche y el plato que contenía dos plátanos ya fríos ya duros. Salió con dirección al gallinero. Allí es- taba la doña. Se quedó para ayudarla a desgra-

nar maíz. A darle de comer maíz a las gallinas. A moler maíz para las palomas.

ATENAS/VERANQ/1967 (PRIMER PARRA- FO DE UNA CARTA) Amigos: Mi tiempo en Atenas se acorta cada día. Debo terminar aquí la biografía de Swain. Hace una hora eran las dos de ia mañana. Escuché música que llegaba del roof-garden. Estaba en el asunto del maíz para las palomas. Todo el capítulo 26 sin descansar. Subí. La Metaxa se me está haciendo un hábito. La luna tari crecida que desnudaba las colinas peladas y las laderas que se levantan y casi ani- llan a Atenas. Nadie tuvo que decírmelo: una era la Acrópolis, y el gigantesco esqueleto pétreo, el Partenón. Naturalmente, que pensé que lo demás que había en la misma colina eran los Propíleos, el Erectheion, el Templo de Atenea, el de Zeus, etc., etc., etc ..., Etcétera, Etcétera ...

Etcétera, etcétera, etcétera ...

Etcétera ...

Etcétera ...

Siempre,

HELENE

HUIT JOURS 2 Créte,

Salida desde el aeropuerto de Atenas para Ile- gar a Herakleion en menos de dos horas. El avión es pequeño. Vuela bajo Apunfax! es, cadena las pequeñas islas, los islotes. Una Varias. O centena- res de cabras. Cabras; cabrÉos; macho cabrys de los sacrificios. Descendemos. Empezarnos repitiendo que en esta isla de Creta tuvo SU origen la Civiliza- ción Occidental. Visita al Museo Arqueológico. Yo, Helene, confieso que en ninguna parte había visto sobre su propia tierra jarras mis hermosas y perfectas que las maravillosas ceráimicas que son estas jarras de Creta. Creta. El Centauro. El. rapto de Europa. La mente a retazos se enreda en una malla de cuarenta siglos. Se enreda. A retazos.

Visita a Knossos: todavía se conservan paredes y columnas hermosísimas con sus pinturas y colo- res originales. ¿Qué has hecho tú Picasso? Labra- do en piedra está en Knossos el trono más antiguo

de Europa. En Europa: menos tronos cada vez. Herakleion y Atenas y el resto del mundo con mi- les de vasijas de este regio palacio son un testimo- nio de la grandeza y esplendor anciano de Creta. Y el trono que cité del rei Minos. Visita al Aggia Tríade.

Quedaban, aún quedan trozos de columnas con sus capiteles protodóricos.

De aquí son los tres vasos negros con temas de- portivos, agrícolas y guerreros que vimos en He- rakleion. En Knossos, bajo la influencia de las pin- turas el naturalismo fue penetrando cada vez más en los talleres ceramistas que llegaron a ser los más famosos del Egeo.

Al fondo: plácido Mar de Masara: por ahí Ilega- ron los que destruyeron el palacio de Aggia. Pasa- ron muchos años para que el Aggia fuera Tríade, esto cuando los Bizantinos levantaron junto al pa- lacio otra joya de arte: la capilla de la Santísima Trinidad. Subieron los aggianos, y en un altibajo: he ahí lo que queda de otro fastuoso palacio que levantaron: Phaestos.

Phaestos. Diría que el techo de cielo y nube es bajo, y que aquí el animal votivo tendría la com- pañía del buey de los cuernos hermosos con to- ques en rojo y azul, y la mujer con la diestra en el pecho y su izquierda en lo alto, el perro con su ca- beza endiademada y una rigidez de ídolo: todo ma- ravilloso.

Pienso: pienso que ya Ráfols no existe. Me enseñó estas cosas. De nuevo en Knossos mientras me extasío ante el recolector de Azafrán con el cuerpo azul- verdoso, y este Príncipe de los Lises, de cuerpo ágil y en un tono ambarino. Creta ocuparía este li- bro y otros libros más. Pasajes gratis para que la humanidad llegara. Y este libro está dedicado a Swain. Tengo un compromiso que me impide marginarla porque sería una traición. Se desvane- ce un poco aquello de la compañía del buey de los cuernos hermosos con toques en rojo y azul.

Y SI.

La política de Chico fue hacerse necesario a la doña. Esto era: acercarse y ayudarla. Hasta se vol- vió comunicativo contándole chismes de los veci- nos e historias de los entierros de tesoros, de los ruidos y sombras que se agitaban en el cementerio durante las noches de fiestas en el pueblo. Le afir- maba el muchacho: yo he visto esas sombras y he oído esos ruidos.

Y SI.

Ciertamente, Chico había sentido ruidos y había visto sombras en el cementerio. La doña le repro- chaba: deja las mentiras: eso es feo. Además, los muertos no salen, ni hablan, ni indican tesoros. Eres muy pequeño para mentir así, te lo repito: eso es feo. Lo decepcionaron esa mañana las pala-

bras de su doña, sin embargo, ya por la tarde se había repuesto, y juró: tratare de convencerla. Le propuso enseñarle lo que le aseguraba haber visto si se sentía dispuesta para precencfar!~? si se centra cori vaior para resistirlo sin hablar una palabra.

Eiia había encontrado en Chico, pdir fin, a al. guicn que ie prestara atención, que le conversara, que tratara de entretenerla, que la ayudara a so- 'E.>relievar su soledad sin despertar recelo, egoísmo o rnddad. El muchacho era inteligente: doña, pero eso cí~larne~te pasa !os doniingoc o días de fiestas cuando ios guardlanes se ausentan y el cementerio queca sin g e ~ t e par la noche

Sí, si, muchacho, voy, iré, iremos. Mañana tornaremos ei carriincs por dentro de la finca y comprobaré SI es cierto lo que cuentas. A la niujer se le ocurrió esto como una nueva aven- tura. se agitó SU pea~samiento recordando que cuando niña se alejaba de la casa hasta avanzada la noche; que ensiiiaba el caballo y se iba a Santia- go donde gastaba el tiempo recorriendo las calles y mirando las tiendas. En ocasiones se fue de pes- ca con los primos a la Poza del Gato. Allí cogió una pulmonía que la enfermó por varios meses. Terminó de cenar. Se sentó en una mecedora y algo nerviosa se mo- vía con un balanceo corto. Pensó: la noche de ma- ñana. La noche de mañana estaba demasiado ter-

ca. Se sorprendió de que tenía fuerzas, de que to- davía era joven y le quedaba en su espíritu un há- lito para aventura. Y tenía a Chico para comentar su aventura.

Se dijo: qué bien me hace ese muchacho. Iría con Chico. Lo llamó: sí, muchacho, iré. Iremos mañana.

ESCENA XX

RELECTRA. - E1 cesto sagrado está dis- puesto; afilado está e¡ cuchiilo que impioró ai toro, junto al cual caerás muerta. Aun en la morada de Edes permanecerás unida al esposo cuyo lecho compartías sobre la tierra. Es todo cuanto puedo concederte, mientras tú vas a pagarme con la muerte de mi padre.»

ESCENA XXI

CORO. - ... Las bóvedas del palacio y las almenas de piedra retumbaron con estas palabras: niOh dolor!, Me asesi- nas mujer, el día en que, después de diez años regreso a mi querida pa- tria?»

Aquel domingo Francisco del Pilar Gómez San- tiago se sintió exageradamente molesto. No pudo ir a ver a la tía como era su costumbre. Durante toda la mañana don Plácido lo hizo ir de un lado a otro: trae agua; seca esto; suelta los caballos; écha- les yerbas; cómprame cigarrillos; barre aquí; llega- te al pueblo y dile al compadre Telé que me man- de el disco dedicado a Valentino: ven pronto, etc., etc.

Aquel domingo don Plácido y la hija no se mar- charon por la mañana a la ciudad. Cuando el mu-

chacho llegó con el disco, luego de entregarlo a don Plácido, caminó hacia la mujer: doña, parece que es preferible dejar lo del cementerio para otra noche.

Le subrayó con énfasis: es hoy, Chico, hoy. Ya veo que tienes miedo muchacho, o lo que cuenta es mentira. Te dije ayer: iré. Iremos esta noche después de las diez. Le aseguró el muchacho, ase- guró no, fingió el muchacho que se sentía enfer- mo: se negó a comer; se mostraba intranquilo por- que pensaba que pasaría como un mentiroso, que perdería la confianza de la doña. Tenía que con- vencerla de posponer el viaje. Chico se estremeció con un trueno. Poco rato después cayó agua. Pen- só que esa lluvia era un milagro: doña, cuando llueve no se oyen ruidos ni se ven sombras en el cementerio.

El destino jugaba a las sorpresas: como en la lotería, como en las carreras de caballo, como en el pocker cuando no se hace trampa, como en los testamentos de las tías vírgenes, como en la pesca, como en la caza, como en como muchas otras cosas, además ... Ines- peradamente el cielo quedó limpio y un sol despe- jado y caliente secó bastante la tierra. Don Plácido vistió con sus enseres los caballos y se fueron al pueblo. El padre. La hija. La luna subió temprano, limpia, grande. El muchacho saltó y bailoteó en el establo, lanzó piedras y espantó a un par de gan- sos que hacían el amor. Los palmípidos se refugia-

rcii en la enramada. Chico no quiso cenar: estaba contento; eso le bastaba. Estaba contento porque estaba seguro de su triunfo. Justo a las diez y me- dia tomaron la mujer y el muchacho el camino por dentro de la finca para llegar al cementerio.

Se apostaron casi en cuclillas, a una discreta y directa distancia de los dos panteones: el de los Camiños y el de la señora Petra. Desde ahí observaban sin ser vistos. La mujer: Chico, llevamos casi una hora esperan- do, volvamos a la casa. El muchacho, presintiendo la escena que lo hacía sufrir y llorar y gozar y go- zar y llorar y sufrir, etc., etc., le respondió con fir- meza; váyase usted si desea, si está cansada, pero yo me quedo, sé que no tardarán en aparecer sombras raras entre esas tumbas. Se lo juro, doña, se lo voy a probar, quédese, y suceda lo que suce- da o vea, no se mueva, no hable por favor, porque me mataría. ¿Mataría? -pensó ella. El muchacho: ¡júrelo! Jurado, le respondió. Y callaron a la espera de lo que sucediera.

ESCENA XXI

*EL CORO. - Oh, la miserable!

CLITEMNESTRA. - (Desde el interior.) iOh, hijos míos!, por los dioses ...m

Los caballos entraron al cementerio. El corazón de Chico latía como un péndulo de reloj de pared.

Cálmate, muchacho, ya veo corrio te mueres, de- cías que no tenías miedo. Llegaron. Rajaron de los caballos.

Los muertos a caballo, dijo ella con una risa des- pejada y burlona.

Llegaron. Chico pretendió huir pero la doña lo agarró por la blusa, con tanta fuerza que no pudo soltarse. Ya que me hiciste venir, aguanta. La luna que estaba en su plenitud desnudó los rostros y los cuerpos de los recién llegados: eran vivos: son Plá- cido y mi hija. Hasta le pareció divertido cuando perisó que los espiaba: ahí era donde escondían el dinero, ese era el motivo de las llegadas a media- noche, de las amanecidas, etc. Ya tenía un secreto, se lo confiaría a Ramón César, posiblemente el muchacho cambiaría con ella, sería un hijo amoro- so otra vez.

NO, no se lo diré. Volver6 sola a sacarlo y me iré lejos, tan lejos que jamas tendrán noticias. Eso es: voy a reírme hasta más no poder cuando me vea libre de todos.

Y NO.

No seguiría riéndose. Cinco minutos después volvería con la frase que expresaba sus continuas desventuras: la vida me ha negado todo, la vida no me perdoiia.

No me perdona. No me perdona. Esto cuando comenzaron a uuiosrse la ropa don Plácido y la hija. Se siiztió excitada de excitación carnal. Era su hoanbre.

¿Qué era todo aquello? Apret6 a Chico más y más sobre ella.

Le clavaba las uñas; Le tiraba fuerte de las orejas; de los cabellos le tiraba fuerte. De repente se le ocurrió: muchacho, llégate a la casa y tráeme la pistola que está en una gaveta de la mesita de no- che de mi cuarto. Soltó a Chico. Chico no se mar- chó con dirección a la casa sino que se escondió detrás de otro panteón. No se perdería de aquello. Cuando se marcharon don Plácido y la muchacha salió de su escondite y volvió donde estaba la doña. Su doña. Su doña no le dijo una sola palabra. La notó tem- blorosa. Con los ojos desmesuradamente abiertos. Llenos de luz de luna. Daba la impresión de estar horrorizada por el desnaturalizado espectáculo que acababa de presenciar. Se mantenía estática. Llena de luz de luna como una piedra inmóvil bajo la luna llena. Habló sin dirigirse a nadie. Lo imaginé siempre, creo que lo supe siempre. Una hora después decidi6 volver a la casa. Don Plácido roncaba. En la habitación contigua la lámpara estaba en- cendida.

Swain leía. Leía muy tranquila a Carlota Bronte.

Es natural que Codex expresara que no es ca- sual el hecho de que, desde la antigüedad clásica, la tradición griega ubicara en Creta las más anti- guas escenas míticas, e hiciera del Egeo uno de los escenarios de las legendarias hazañas de grandes héroes, como Jasón y los Argonautas, porque se asegura que Júpiter había nacido sobre el monte Ida, que también había reinado aquí el mítico rey Minos, que mantenía encerrado al monstruo Mi- notauro en el Laberinto construido por Dédalo.

Ahora sT: retour ii Athenas.

LUEGO DE LA VICTORIA de las tropas de Pi- chardo el Sargento Reyes, que estaba incorporado a las mismas, se sintió, como era natural, cansado y alegre a la vez. Se dejó caer sobre la acera de mi casa y comenzó a cantar con su voz de barítono:

Aquímatán a Lilí eima fiero y ma tirano i ei que lo imite así también aquí10 matamo.

Del otro lado del pueblo, como a diez kilóme- tros, en el camino que sube a Los Amaceyes algu- nos soldados del bando, que se habían extraviado, fueron acorralados por los gringos. Breves interva- los separaban las detonaciones que hacían al aire los invasores con el propósito de amedrentar a los campesinos. En el pueblo, dos descargas de fusil traspasaron la pared del dormitorio de mi madre. El franco-tirador gringo se había atrincherado en la torre mayor de la parroquia. Desde allí hizo blanco en el Sargento Reyes. Sus compañeros, que estaban agrupados en un potrero, detrás de

rni casa, no cz dieron cuenta de la desgracia Tam- bien estaban cansados, alelqr~; y cansados, y can- sados cariZ3bdn aiegres cvp!as inventadas por ellos:

-Estaba ia gente yiiena bajo la muta e'café asomó ia uuca braua toitico ei mundo sejué.

0 6 e

-Si aquímarida mericano toitico tienen que dilse poiqyeimachete que siembra también epanta curise.

oée

Yo, Helene, biógrafa de Swain, es necio confe- sarlo: era toda la familia. La primera bala pasó por dentro de la cuna a una pulgada sobre mi cuerpo tan pequeño. Quemó el mosquitero. Mi madre lanzó un grito. Imagino que sufriría la tremenda conmoción que sienten los que pierden a un ser muy querido. Crecí oyéndola, siempre con la mis- ma expresión: pensé que la niña estaba muerta. Ese pensamiento que absorbe tan poca energía en mi cerebro, mis órganos y sentidos en general, me hizo dura para existir sobre el plano de este gran rompecabezas que es la vida. Me obligó a un poco más de lucha porque nací mujer: control del desa- rrollo del yo; tendencia obligada al dominio propio sin resultado positivo de todo cuanto molesta al sexo opuesto; obligación del desarrollo en grandes dimensiones del potencial humano o intelectual.

Finalmente, el Sí-rgentc Reyes estaba r r i ~ i i r ' ~

Aun estoy viviend~ modrc nuncc: lo dijc, p t r j se rns ocuyre que er: ca fondo prcfcrcncia~ acep- tara con satlcfacci6r, que el sargento fuera e1 muerto

A esa distancia nrc pregi;r-,toe cqi.iC capacidad me asiste para valorar ese hecho? Quedé vivz: simple coincidencia, s como 1s vir, mi madre: algo de aura bunditr: Cuando se abandona el tono de la na~rac:~:, ~;eut:ít, de repertte se eoaae el riesgo de ser tomíada corno un estúpido: por un segundo; por un m<ni~ito; por una hora, por todo un día; por todos 60s arios que 1e restan.

Yo, Helene. biógrafa de Swain, suficientemente adulta, estoy pagada. He victo gobernar durante treinti6.n años a uno de los tiranos más crueles de la tierra.

En 1963 vi a los militares echar por tierra la Ley Substantiva; en abril de 1965 mis amigos: profe- sionales, artistas, escritores, estudiantes, obreros, artesanos y campesinos cerraron filas como héroes y se levantaron con el propósito de restaurar la Ley. A seguidas: la segunda ocupación militar de mi país por los gringos. Muchos de estos intrusos fueron cazados como tórtolas. Un poeta diría: como mariposas. Cazados por casi-niños. Dentro del casco colonial los heroicos. Conocieron los nuevos las realidades: comando; mutilación; muer-

te. Muchos cayeron como valientes, seamos preci- sos: héroes. Entre ellos estaba el soldado-poeta con amoroso amor de isla entera. Los poetas se hicieron arma, los pintores se hicieron arma, la voz segura se hizo arma, la pluma honrada se hizo arma.

En un combo de comando un campesino se im- ponía con un cantar a gritos. Pero los gringos no entendían lo que este muchacho había aprendido de sus antepasados en un campo cibaeño:

-Estaba lagente güena bajo la mata e'café asomo la vaca brava toitico ei mundo sejué.

Oée

-Siaquímanda mericano toitico tendrán que dilse poiqueteimachete que siembra también epanta curise.

Oée

Yo, Helene, biógrafa de Swain, me digo: seamos sincera; dejemos contar el resto a los que estaban cercados, comiendo fuego, comiendo hambre, lu- chando por la vuelta del Orden y la Ley y en con- tra del instruso. Mis amigos no eran de Atenas, Es- parta o Macedonia. Tampoco eran argivos o mir- midones. Eran los jóvenes defensores del honor de mi pueblo.

Mientras duerme, la señora Helene sueña que Orestes le pregunta: ¿Y las palabras okay, sleep,

end y good morning y good night, etc., etc., en esta Escalera para Electra?

Respuesta de Helene en 3 palabras: penetración gringa, querido. La biógrafa se muerde la lengua. Se queda con los ojos fijos en una bandera que continuamente es profanada.

Después de la muerte de don Plácido la doña volvió a abrirse a los otros, a buscar establecer re- laciones amistosas, a llegar con más frecuencia al pueblo. También volvieron a llamarla por su nom- bre: RO-SAU-RA. Llegaba Rosaura en el mismo caballo de don Plácido. Quedaba el animal ama- rrado a un poste a la entrada del pueblo. Esbelta, trajeada de negro, subía la pequeña pendiente con aire solemne. Parece una leona domesticada, dijo una vez mi padre. ¡Aquí no le den cabida a esa mujer! Pasaba esbelta, repito. Elegante: tan idénti- ca a Swain, pero con simpatía. Se volvía coqueta con todos los amigos, con tal naturalidad como si nunca el odio la hubiese sepultado durante veinte años. Se excusaba con todos: no me detengo por- que voy al médico. No me detengo porque voy a la modista. Qué tipo de enfermedad tendría, siem- pre al médico: naturalmente que lo que tiene pa- rece serio y necesita un tratamiento largo, imagi- naban algunos. Siempre al médico.

Alguien creyó acertar: la estará explotando, sa- cándole el dinero, porque no luce enferma.

Don Plhcído no le dejó un solo centavo. Disfru- taba ahora !os beneficios de su trabajo sobre su propia tierra.

Llegó una carta d91 Banco. Abrió la carta. Fue personalmente al Banco. Allí le mostraron el pa- pel notarial del legado de las tierras nuevas y de la cuenta de don Placido. Abrió la carta, Fue perso- nalmente a1 Banco, Eso mismo que estoy repitien- do Todo a favor de !a hija. Sólo de la hija. ¿Era ciquellca lega!? No quiso investigarlo ni consultar con nadie C~~ancic, regresó a la casa pego los pa- peles a la cara de ia muchacha, gritá~dsle: idesna- turaiizada, cesde pequena te hizo así! Abre eso, correspoímde al dineral que te dejó el malvado. Con eso paga é1 tu calor de puta! iQue el diablo guarde a los dos! Necesitaba aire. Abrió Ia puer- ta, tirándola con tal fuerza que la Sacramento y Chico se asustaron con el golpe. La muchacha se lanzó sobre !a madre apretándola contra la pared, amonest6ndola: si quieres seguir viva no se te ocu- rra nombrarlo otra vez! Ea Sacramento y Chico subieron a la casa. E! muchacho se dirigió a la hija: si le pasa algo a tu madre te denunciaré inmedia- tamente. Swain abandonó la habitación. La casa era de Rosaura. Rocaura la dejó en la casa, Aceptaron dividir la casa. Desde aquel mo- mento cada una administró lo que le correspon- día. Bajo el mismo techo: lloraban, maldecían. amaban. Aparentando ignorarse. Siempre se espiaban.

ESCENA XXI

*EL CORO. - ¿,Oís gritar bajo ese techo?

CLITEMNESTRA. - iDesdichada de mi!

EL CORO. - Yo gimo también; sus hijos la están apresando. Un dios dispensa la justicia a la hora marcada por el destino. Lamentable es tu suerte, mas tú fuiste impía, oh, desdichada!, COY> tu esposo.,

ATENAS/VERAN0/1967. (Otra tarjeta) Ami- gos: A pesar del sensible peso de la estructura su- perior, las Korai (Cariátides) del Erectheion no muestran ninguna hueiIa de esfuerzo. Erguidas y en actitud digna llevan sobre su cabeza un canasto que hace de capitel. Los pliegues de la ropa tienen sentido vertical como las estrías de las columnas jónicas. CODEX S. A. HELENE.

¿Qué importancia tiene que se escriba de Swain ... ? Hay un hueco en el fondo de la tierra. Las dos pupilas horadan buscando las estrellas y la luna y a los hombres que cercan la luna. Poeta: la luna está muerta para tu poesía.

Luna para Ia poesía rnuerta-muerta-

El pez y el piPjaro danzan y cantan la victoria que Helmut acompaña con el Cuarteto Cuatro para cuerdas de Arnold Schonberg por ausencia de la Décima Sinfonía que Beethoveri no conipuso.

Necesidades sin horarios ahora cuando todo ocurre.

Para liberarse de la mortificación que disgusta: decid al lobo y al cordero: que apaguen de un soplo el gran camino. El que pasa: ES EL HOMBRE.

En tu cuenca de párpado cerrado sí importa que otro duerma.

Teorema de la luna.

Comprobación real. Aguda punta mineral hacia otra puerta.

Siempre detrás: LOS HOMBRES. Yo

Tú El Nosotros

Vosotros, y Ellos: ¿qué ... qué haremos?

ESTA ES ATENAS. Para esta noche está mar- cado el tiempo. Estoy obligada por rutas del oeste a volver a mi país. Sin embargo, deseo adelantar- me con algunas noticias: CABLE/ATENAS/VE- RAN011967-AMIGOS: Corfú maravillosa punto Mariacalla Onassis vía Opera Atenas punto Rho- das Estambul Ankara Troya Teherán Persépolis etcétera detalles fuera esta novela punto biografía Swain casi terminada punto abandonaré esta no- che tierra Zeus y Palas Atenea HELENE. Dejo el cable en el mostrador, y me repito: Grecia: Grecia: nacieron aquí dioses y hombres que no tardaron en multiplicarse. De la vieja estirpe descendía. Prometeo. Arrastrado a las soledades de Escita lo dejaron cautivo junto a un muro de roca del Cáu- caso.

Yo, Helene o Elena, o llámame usted como lo desee: Josefa, Bonifacia, Gladys,

Agapita, María, Rosa, Elisabetha, Negrita, o etcétera, etcétera ... me siento ahora desolada, como suspendida o en- cadenada cual Prometeo a la tiranía de dos minús- culas agujitas de reloj que marcan inevitablemente mi tiempo. Pero esta Helene, biógrafa de Swain, p d r a jactarse de haber penetrado en los cimien- tos de Troya, de que lanzó c5scaras de bananos maduros sobre la tumba de la señora Clitemnes- tra, de que junto a los bloques ciclópeos y bajo la puerta de los Leones, por donde pasaron Agame- nón, Electra, Orestes, Egisto y las cautivas troya- nas, ha comido higos hermosos y maduros.

Dirá: Que se ha sentado en la silla-trono del Rey Mi-

nos en el Palacio de Knossos, de que ha posado made tourist junto a las columnas de la Acrópolis, de que ha visto la E,lectra de Eurípides en Licabet- te, y que han danzado para ella por 80 dracmas 10s coros de todas las regiones de Grecia con su atuendo a la manera anciana. Pero sobre todo esto la domina un reclamo, con una voz muy fuer- te que la llama por su propio nombre a su propio paisaje: tierra de humus, exuberante paridora de maizales 3 caEas de azúcares, que la llama refrescarse con i3 pdpa de sus cocos nuevos, con la brisa suave 4.e su propio valle.

Todo me sacude a un mismo tiempo, dir.3 que es un cóctel: Atenas: Electra; mi pueblo; Swain: esta nueva gente que acabo de conocer; mis ami- gos de siempre en Dominicana. Tiro de la cortina: hay luz, mucha luz. Es inevitable también: vuelvo a salir para deambular un poquito más por los hermosos leóforos.

ESCENA XXIE

UEL CORO. - Helos aquí, manchados con la sangre caliente de su madre; salen de la mansión y llevan, como un tro- feo, esas marcas que les valdrán tris- tes adjectivos. No, no hay ni hubo ja- más, otra casta más deplorable que la de los descendientes de Tántalo..

Al cumplirse el tercer año de la muerte de don Plácido la hija había alumbrado varias criaturas muertas. La primera a los quince días del aconte- cimiento. Con plena seguridad de su estado de preñez, en seis ocasiones, igual que cuando estaba el padre vivo, llegó con las manos llenas de dinero donde la comadrona. A doña Virtud se le ocurría que la Swain era una estúpida, le daba la misma receta. Otras no volvían más. Pero ahí estaba Swain: probablemente poseyera un pequeñísimo fondo con algo de temor: ahí estaba doña Virtud; sería la Virtud quien se encargaría de darle la sal y de anticiparle: esto te sacudirá las tripas y la ma- triz soltará la bola con toda la porquería de envol- tura. Y aquí tienes esta otra cajita: son 3 cápsulas de quinina, si no resulta lo primero. No dejes de

mandarme la noticia: dile a Virtud ¡que ya! Y la despedía entregándole dos estampitas: una de San Ramón y otra de San Expedito: te ayudarán, niña, te ayudarán.

Dije que se espiaban. Rosaura sabía que Swain recibía visitas. Hablaban y se reían las visitas en la mitad de la casa que ella le dejó a la muchacha. A veces el alcohol los alegraba demasiado.

La madre espiaba los hechos por el tono de la voz, por las pisadas, por la música, por los adioses, por la luz. Los había visto entrar: eran cuatro. Los había visto salir: contó tres.

Naturalmente, quedaba uno. Entonces en la otra mitad de la casa la conversación cambiaba de tema, de tono, de música. Cambiaban los discos en el fonógrafo que Swain había traído de New York. Eri la VICTROLA. -la voz de su amo- corrían los discos, digo, giraban los discos. La música sonaba clara con las voces preferidas: Juan Pulido o Rosi- ta Quiroga. Sobre todo La Cantinela ... con Rosita:

En la noche msís clara la cantinela ...

Con un poco más de velocidad Juan Pulido ani- maba:

Deja que bese chiquilla tus labios rojos como cerezas ...

O la misma Quiroga en:

Mi solo afán, mi ilusión, mi triunfador, es mi hombre. Es mi hombre. Y o le doy cuanto soy, mis encantos y mi amor a mi hombre. A mi hombre ...

La conversación se perdía. Nadie podía decir que la conversación se cansaba. Tal vez estaba más allá de las palabras. El lono, que era automá- tico, repetía los discos. Giraban, giraban los discos. Rosaura deseaba romper, derribar toda la pared que los separaba. Puta, puta, puta. Swain estaba con un hombre. Apagaban la luz. A Rosaura se le reventaba la cabeza: revivía la escena del cemen- terio. Puta, puta, puta.

A menos de dos metros de ella, solamente la pared por en medio.

La hija y el amante de turno se quedaban dor- midos. Así las cosas; bajo el mismo techo se cobi- jaban la madre y la hija.

El odio. El egoísmo. El amor fornicado.

Es mediodía bajo el cielo del Pireo. He vuelto a Phalero: esta obsesión por los tomates rellenos con carne de ternero, arroz y yerbas. Este queso de cabras. Esta sandía fresca. Arrivederci. Adiós, Phalero. Vuelvo a mi cuarto: 312 Hotel Amalia. Acabo de decir que estoy en el hotei. Las 3 p.m. Escribo. Prometí terminar en Atenas esta novela.

Desde hace seis semanas Grecia es mi morada. Soy su huéspeda. Debo marcharme. Lo he dicho muchas veces, sin embargo, me distraigo con algo que leo sobre Robbe Grillet, sobre esas verdades que se le ocurren al tipo que escribe estoy y no es- toy de acuerdo. Pienso que es el mismo Robbe Grillet, quien debe decidir si está o no de acuerdo. No es tan simple la arremetida: veamos algo: la novela tradicional está agonizando y usted trata de aniquilar a esa pobre moribunda que ya casi no respira. De todos los medios que han sido -inten- tados para salvar la novela- desde el diario íntimo al relato confidencial, desde la ciencia-ficción al <flash-back~, el suyo es el m3s radical. Tenga en cuenta esto, Robbe Grillet: cada lector que usted gana a su causa, es un lector perdido para la lite- ratura novelística. A menos que la lectura sea una cosa informe, afásica y paralizada que se da en sus libros -¡y no solamente en sus libros!-, esa cosa que también ofrecen Becket, Bataille, Branchart, que produce una sensación de disgusto mezclada: con fascinación. Se trata de un cadáver aún vi- viente, que habla todavía, semejante a esos perso- najes que están encerrados en un cubo de basura del cual sólo emerge la cabeza.

-iSwain, Swain, tu libro! ¿Que hago con tu li- bro? Lo dicho a Grillet me anonada, me enreda. Revisemos cosas como estas: a partir de este mo- mento, la literatura no tiene ya nada que hacer, no tiene ya nada que comprender, nadie con quien hablar, y espera la muerte definitiva como esos viejos que se sientan en los bancos de los asilos con un g e ~ t o de tristeza.

la consulta, vine a verte, solamente a eso. Estaba atormentado, con el temor de que me hayas olvi- dado. Hoy hace dos meses que no vas a mi con- sultorio. Te expliqué en varias ocasiones que no existe ninguna intimidad entre mi mujer y yo. He venido porque te quiero: porque me haces feliz: porque te necesito.

Rotundamente NO.

No me usarás más. Como un relámpago pasa- ron por la mente de Rosaura algunas escenas que sucedieron entre el médico y ella. Señora: desvís- tase. Luego: tiéndase sobre la mesa para exami- narla mejor. El médico dilataba el conducto vagi- nal: todo está sano. Tres veces más volvió a exa- minarla: decía lo mismo. Vuelva, señora. Rosaura puntual. Vuelva el jueves luego de las cinco. Ten- dré menos clientes. Rosaura puntual. Señora: no se ha visto en un espejo,

¿por qué esos nervios?

Está usted joven, no debe descuidar sus activi- dades femeninas. Desvístase toda: voy a hacerle un examen general. ¿Qué le pasa? iOh. Nada!, pensó ella. Ella era Rosaura y Rosaura estaba ten- dida sobre la mesa, completamente desnuda. De repente sintió como una daga cortando su carne: la mirada del médico; de los pies a la cabeza; de la cabeza a los pies. Examinó: ojos, oídos, la piel, abra bien la boca: los dientes perfectos, lengua puntiaguda, limpia, rosada. Sintió que latía rápido el corazón; colocó su cabeza sobre el pecho de Ro- saura: auiero auscultar bien su corazón; de un

seno al otro seno; aumentaba el ritmo de los lati- dos. La mano del médico se hundió en el vientre de la mujer; rodó hasta los muslos; se detuvo lige- ramente sobre el sexo. Luego de unos momentos, casi de locura, en que Plácido la amenazó con ma- tarla y terminó vencido sobre su cuerpo, y de aquello nació Swain: hay que ser honesto y confe- sarlo: Rosaura no había tenido marido. Rosaura se sintió perdida bajo la fuerte presión de las manos y del cuerpo del médico. Ahora ese hombre se había atrevido a llegar a su casa. Estaba en su propia casa. Venía para hacer el amor. La reclamaba. Pero, rotundamente ... No. Cierto que la había he- cho cambiar, volver a vivir, que ella era otra per- sona. Además, no era cierto que ese tipo la explo- taba como sabía que comentaba alguna gente.

Regalos, flores, cariño. Debes atenderme Ro- saura: te juro que entre mi mujer y yo no existe ninguna clase de relaciones, de intimidades. Ro- saura presentía las tragedias. Se sabía culpable: pudo evitarlo, evitar que sucediera. No lo hizo: es- taba grávida.

Esa tarde.

Esa noche.

El médico se quedó con ella hasta el amanecer del día siguiente. Rosaura: soy responsable, si no quieres, está bien que no vuelvas por el consulto- rio, si tú no lo deseas, aclaró.

Has;a, Rosaura: soy responsable; la observó sin la ropa; e/ vientre estaba bastante crecido. Me di- vorciaré para casarme contigo. El conocía todas las historias de la familia de Plácido González. No le importaban nada. Angel o demonio, había en- contrado en Rosaura el complemento de su vida, la plenitud del goce que no le ofrecía la frígida Mrs. Rose, la gringa que se qued6 una noche en su casa y con la cual le obligó a casarse el coman- dante militar del pueblo duranie la primera ocupa- ción gringa en Dominicana. Angel o demonio: no importaba. Se casaría con ella: era suyo el hijo que llevaba en el vientre: el que no le habia dado Rose. El amor y la exaltaciíjn sexual que había encontra- do en ¡a viuda de Placido González derribarían para siempre a la rígida gringa. Go home Rose. Como quien alcanza una meta, se regocijaba feliz: ¡me dará un hijo! Las visitas continuaron con más frecuencia.

Swain pasaba largas temporadas en la capital, solamente llegaba a buscar dinero cuando le avi- saba su encargado que había vendido alguna cose- cha. Que la viera con el bulto: que iba a tener un hijo!

Además, su estado de preñez no era un secreto. De secreto en secreto la Sacramento se había en- cargado de hacer correr la noticia. No pudo aguantarse: también se lo dijo a Swain: es mejor para ti que piense en otra criatura. Y que el m6di- co la atendería durante el parto, que la quería, que se casaría con ella.

La muchacha se quedó callada: 30 ,a miró si- quiera: aparentaba algo más que indiferencia aes- de que el hombre comenzó a quedarse Chico vol- vió a !a costumbre de mirar por las rendiias. De acechar. A veces se excitaba recordanao las esce- nas que sorprendía en la alcoba: se ponía a saltar y a correr; llegaba al río y lo remontaba hasta en- contrar algunas frutillas para su doña; de esas bo- bas conlo llamaba a las pomarrosas. a los caimo- nies, a 90s algarrobos y otras especies que se de- eí'an de antojo de las mujeres grávidas.

ESCENA XXIII

aELECTRA. - ¡cuántas lágrimas, oh herma- no! Y yo soy la culpable de ellas. Me abrazaba a un odio feroz, yo la hija, contra esa madre que me dio el ser.,

EL TIEMPO de que dispone la señora Helene nunca es suficiente para familiarizarse con el Mu- seo. Ahora camina con bastante rapidez por las calles con el propósito de pasar otras dos horas griegas en el Nacional de Atenas.

PRIMERA VARIACION: DEL CAPITULO 30: PAGINA ¿? Usted ya está enterado del otro pro- blema que hay en Héllas, como llaman los griegos a toda la Grecia, región de regiones continentales e insulares. La dinámica es que Merlina anda dan- do mítines unipersonales y bicontinentales; que el señor de la música de Zorba el Griego está ahora donde nadie sabe donde; que el poeta Niko Papas está ausente, en París; que el Naviero -magnate Onassis-, llega con la Calla para entretener al pueblo luego del golpe de los militares. Todo tan parecido a Dominicana inmediatamente después de Septiembre de 1%3.

Por fin llega Helene al Museo; adquiere una co- pia de la mascarilla de Agamenón; vuelve a mirar el Diadomenos de Polytleitos; el Apollon y la Afro-

dita procedentes de Epidauro; el Grupo de la co- leccióri de @ora Carapanos; la Helene Stathatos y una serie de piezas procedentes de Corfú; tesoros de los siglos XV-XII traído de Micenas; cosas de lo principal artístico de las Cyciades, particularmente de Amargos, Paros, Siphnos, Syros, Naxos y Milo; el Kuroi y la Koria procedentes de la Acrópolis; el grupo de la Arcadia; lo que representa el dramáti- co estilo de Scopah;; edebos y trozos del friso del Partenón atribuidos a Agoracritos y Fidias; Victo- rias y Nereíilas, y casi de hoy, siglo XII d.C., incon- tables Casos, texracotas, tallas y bronces del perío- do Bizanrino,

SEGUNDA VARiACION: DEL CAPITULO 30: iPágina l.!: Receta casi droga: señora Helene, deje a los griegos tranquilos con sus tesoros arcaicos. También usted tiene en su país tesoros arcaicos y rnaraviliscos trabajados por las indígenas taínos. AM1GOS. AMIGO. usted tiene razón. Los símbo- los y la geometría de su mensaje son interesantísi- mos. Pero ahora estoy en Grecia y las cosas de Dominicacana las tengo para siempre en mi país.

REPLICA A MADAMOISELEE BRIGITA: ¿Prefiere usted que le cuente de Swain y que ig- nore el Agor, Benki y Karamikos? Laguna en su cultura sexy, madamoiselle.

ESCENA XXII

XORECTCC - iOh Tierra, oh Zeus que con- templas todos los actos de los horn- bres ... !

ELECTRA. - Cuántas lágrimas, o hermano! Y yo soy la culpable. de ellas. Me abrazaba a un odio atroz, yo, la hija contra esa madre que me dio el ser..

Me digo: Helene, avanza, tienes poco tiempo para cenar; pido una taza de té de jazmín con una tostada. Escribo. Escribiré. Estoy escribiendo. Me voy a medianoche de Grecia. Mañana comenzarán mis días romanos. Marcharme de Grecia es como si huyera despues de cometer un crimen o sentir- me a la espera de que los dioses vengativos y Eri- nias y Euménides cayeran sobre mí. Pero no pue- do ni debo defraudar a mis amigos. CABLE/ATE- NAS/VERAN0/1967. Regresaré esta noche a Roma punto dentro de tres semanas estaré en Do- minicana punto para dar prueba de mucha activi- dad creadora escribiré hasta último momento pun- to llamaría también Mito Pigmalión al conjunto de ficciones oscuras en que Plácido inició a la virgen e hizo de ella una existencia rara modificando realmente todo su psique punto sin olvidar la hi- pótesis de que Adán nacido antes de Eva fuera empujado por Eva - HELENE. Resultará muy costoso este cable: suprimo la palabra CABLE y coloco el papel en un sobre: AIR MAIL.

Cierto que no le importaba a la hija que Rosau- ra tuviera o no amante. Pero verla atendida y feliz no lo soportaba. Rotundamente ... NO. Así se le ocurrió la noche que se encontró con el médico cuando ambos caminaban por el trillo en la saba- na para llegar a la casa. Escúchame niña: me ca- saré con tu madre inmediatamente quede legal- mente libre. Me casaré con ella y vivirá en la ciu-

dad. No te abandonaremos, nos tendrás de visita con frecuencia. Swain, sin mirarlo, como una au- tómata dijo tres veces: gracias gracias gracias. Inesperadamente tomó una dirección distinta, se- parándose sin despedirse. Rotundamente ... No. Pienso que mi madre no se merece a ese hombre: alto, viril, apuesto, como mi padre. Esos pensa- mientos y otros peores mantuvieron desvelada a la muchacha durante toda la noche. Del otro lado de la pared: su madre y el profesional que le ofrecía lo que ella no había podido lograr: matrimonio. Por una rendija quiso mirar al hombre. Se fueron a la cama: apagaron la luz. Ese hombre que le re- presentaba a don Plácido no sería de su madre. No se irá con él. No me quedaré aquí sola, ente- rrada viva, con el recuerdo del hombre que ... Ro- tundamente NO. No se irá con él. Luego, las rela- ciones entre las dos mujeres aparentaban concor- dia. Swain daba contestación a los saludos del mé- dico en forma lacónica, trisilábica: sa-lu-do. Salu- daba. El tiempo que no se detiene: Rosaura Ilegó al noveno mes: daba la impresión que de momen- to iya! iba a reventar.

Con el pretexto de sentir mareos Swain Ilegó al consultorio del doctor. Fue un triunfo que la mu- chacha lo reclamara para asistirla. Le dijo: suéltese un poquito la blusa para examinarle el corazón. Inmediatamente ella soltó todo cuanto llevaba puesto. El hombre sufrió el impacto de la provoca- ción, No se lo demostró, no sintió interés por la muchacha. Cuando salió del consultorio, Swain se ~ c e r r 6 a un safacón y tiró la medicina que el doc- ror !e había regalado, ¡Puñetero!, como se hizo el

estúpido, bien que sabe lo que yo quiero! Volvió al consultorio tres días después. Le dijo que los ma- reos habían aumentado, que se sentía inestable, etc., etc. El médico la interrumpió: usted no tiene nada, absolutamente nada en su corazón. Ella: su deber es volver a examinarme, para algo tiene esa profesión. Ei: con bastante indiferencia: basta con aflojarse un poquito la blusa. Ella: como en la visi- ta anterior volvió a desvestirse completamente. Siempre ella: desafiante se le ofrecía. El, digo, el hombre, correspondió. Cuando la muchacha se marchó se tiró en el sillón del escritorio; se sentía asqueado, arrepentido, cómplice de una traición que podía dañar su felicidad, todo lo que había hallado en Rosaura. Las visitas del médico aumen- taron con el estado de gravidez de Rosaura. Hu- biera pagado a cualquier precio su libertad para entregársela a Rosaura. La muchacha no volvió a la capital: expresamente se ponía en el trillo para encontrarse y saludar al hombre. No le importaba la muchacha. Sus largos años vividos en desolada espera había encontrado su recompensa en Ro- saura. Aparentemente los tres habían armonizado como para llamarse por sus propios nombres: Ro- saura, Ernesto, Swain. La hija representaba prote- gerla. Reprochaba a Ramón César: esto hay que acabarlo de una vez, no podemos seguir viviendo así, mi hermano no comprende: eso le pasará, te quería demasiado Rosaura. Pero el médico y su padre se le identificaban demasiado; se te confun- dían en medio de una lucha erótica; la única lucha que impulsaba a Swain. El único interés que la movía; es como mi padre: alto; viril; ardiente, etv., etc.

TERCERA VARIACION: EN EL CAPITULO 30: PAGINA: Estudios e investigaciones han de- mostrado comportamientos que tienen hilos de amarre con el caso Swain. La persistencia de algu- nas semejanzas pueden producir situaciones difíci- les. Una muchacha de 16 años -conocida de Dobzhansky- y que se llamaba Edith fue alcanzada por un joven: *¡Hola Fay!, ¿cómo es que te hallas tan lejos de tu casa?, Sospechando de que se trataba de un intento para acercarse, Edith rechazó al joven: pero éste era persistente, o perseverante. Idem.

En otra ciudad encontró a la verdadera Fay, de cuyo tipo se había enamorado locamente una vez.

Yo, Helene, biógrafa de Swain, no sé si estoy confundida, pero me parece que este asunto guar- da relación con el caso Swain. Continuación: La cerradura que regula el comportamiento de algu- nas personas, es de tal naturaleza que no respon- de fácilmente a las llaves drdinarias representadas por la educación defectuosa u otras conaiciones adversas al ambiente; en otras personas la cerra- dura de comportamiento se abre con cualquier llave.

Alargamos: se nos ocurre que las observaciones

de Dobzhansky deben formar parte del expedien- te: CASO SWAIN.

Voz de la responsabilidad: Señora Helene, bió- grafa de ella; deje la ciencia a los científicos; leván- tese; fíjese en el reloj: las 9 p.m.; Atenas: Hotel Amalia; Leóforo Amalia; Entonces, icoño!, y así de repente abandonar a Electra, Orestes, Pílades, al Coro y a los Dioscuros. CABLE/ATENAS/VE- RANO/ 1967. Monsieur Raymond llegaré dentro de quince días a París punto imposible cargar con todo Eurípides HELENE.

Esa tarde se quedaron solas en el campo Ro- saura y la hija. Era día de fiesta. Se marcharon los peones y la Sacramento, Hilario y Chico salieron para una tarde con noche de velacióii y rezos don- de el compadre Cándido. A las tres de la tarde Ro- saura dijo: voy a bajar a la cocina para colar café para las dos: voy a guardarle un poco a Ernesto. Ernesto Ernesto Ernesto Ernesto. Ernesto en todas las cosas: Ernesto en todas partes, S610 el nombre es distinto, pero es tan idéntico a.. . Swain no dijo el nombre, pero le representaba a su padre. El nombre de Ernesto invalidaba a Swain. Malvada puta mi madre. Que Ernesto esto, que Ernesto lo otro, que Ernesto aquello, que para cuando venga Ernesto: Ernesto: Ernesto: Ernesto. Ernesto por to- das partes. ¡Vaya con el médico del diablo!, le ofre- cí una salida y la despreció.

¡Ernesto NO! Entró la madre a la cocina y al momento se esca- paba por las rendijas el humo de la leña que se

quemaba y hacía hervir el agua. Un hilo negro, aromático y caliente bajó por el colador. La prime- ra taza para Ernesto, quedó en la cocina. La mujer salía con dos tazas: la de Swain y la suya. Humea- ban despidiendo el olor de una buena cosecha.

De repente se escuchó un grito lacerante, ¿quién sino Rosaura había dado ese grito? Y esos sollozos, y el auxilio, y el vengan, y el me muero.

Una hora después bajó la hija a recoger una ropa tendida al sol que había dejado la Sacramen- to. Vio a la madre. ¿Quién colocó justo a la salida de la cocina el pedazo de madera con el cual, al tropezar, cayó? No le interesó saberlo. Estaba la madre tendida en el suelo. Sangraba. Se desangraba. Corría la sangre. Después de la caída no pudo lavantarse: el parto se provocó inmediatamente. La criatura se agitaba dentro de la envoltura natural y lanzaba débiles alaridos. Rosaura y Swain se miraron. Se quedaron mirándose. Dijo la madre: ten compasión: quiero que el niño se salve. Es lo único que le interesa a Ernesto: su hijo. Swain se quedó indiferente al ruego de la madre.

Con el único pensamiento que la invalidaba y la confundía: ERNESTO ERNESTO ERNESTO ER-

NESTO ES PLACIDO - PLACIDO ES ERiVES- TO. PLACIDO ERNESTO. El movimiento del bulto se fue haciendo menos frecuente. Rosaura siguió sangrando hasta que ya no tuvo fuerzas. La envoltura cayó desde sus manos. Desde el vientre rodó hasta el suelo golpeándose. No se movía más el hijo del doctor. Siempre con la mirada fija en Rosaura, la hija la vio debilitarse, perderse dentro de su propia vida. Le lanzó una saliva. Muy lentamente la saliva fue resbalando por una mejilla de la muerta.

Inmediatamente se dispuso Swain a regresar a la casa. Caminaba. La sorprendió que otros pasos marcaran detrás con el mismo compás de los suyos. Alguien dejó caer dos brazos sobre sus hombros. Se abrazaron por primera vez unidos: era Ramón César.

ESCENA XXII

*EL CORO. - Esto es para esta casa el in fortunio supremo..

PARIS/VERAN0/1967. - Encuentro casual con Monsieur Raymond en la Gare de Lyon. Mon- sieur espera a una hermana que viene de provin- cia. Helene tiene este manuscrito en su cartera. Lo escribió así porque no podía hacerlo de otra manera. Tampoco sabía hacerlo de otra manera. Quiso hacerlo de esta manera.

Cuando a una tipa como ella le acribillan a plo- mazos a sus mejores amigos: MANOLO, paladín de libertades, Pipe FAXAS, pintor, JACQUES, poeta de la isla entera, LEONTE, nacido vecino al lado de su casa de pueblo, a JOSE HORACIO, y acribillan también a otras docenas más, y continúa observando como alevosamente, desaparecen patriotas y se llenan las cárceles, iclaro! y que todo esto es exacta complicidad de gobierno y gringos, iclaro!, Y en otras cosas cosas cosas tantas que duelen: recordarlas, por esas y otras muchas le diré a Monsieur Raymond: me interrumpo: corto: enlazo: etcétera etcétera ... si se rompe el hilo y sin quererlo añado, bien: lo escrito escrito está. Estoy en París y es un joder pensar que en este viaje solamente puedo quedar- me por una semana. Me escondo de Monsieur ..., tengo aprendidas nuevas experiencias y me provo- ca que se intercalen en este texto: algunas historias macabras, sí, que no puedo dejar de contarlas, quiéralo o no el lector. O los críticos, o cualquier hijo-eputa.

SOBRE LA UNITED FRUIT: Esta Cía fi- gura entre los grandes monopolios grin- gos que cual pulpo idem CENTRAL RO- MANA O GULF AND WESTERN AME- RICAN CORP., envuelven con sus ten- táculos a los países subdesarrollados ... como Dominicana.

ENVIO: A PAUL VALERY POETA- CONTABLE: IDEM RAMON FRANCIS- CO: la miseria de dólares en América Lationa obliga a dirigirse en demanda de préstamos a USA, lo que acentúa más la dependencia de los monopolios de USA que vuelve a recibir su material contante y crecido ... como de Dominicana.

Señora Helene: se enreda y me enreda usted cada vez más, sigamos nuestro caso: qué más sabe de Swain? Me han dicha que co xo Edipo ciego ella va por las calles con un lazarillo.

Con los mismos tipos de IBM digo: que uso la coma ,,,,, cuando viene a ganas; el punto ...... cuan- do deseo cortar. Estoy CHEZ PIERRE, Boulevard de Sebastopol, París. Mientras llega la comida leo en un Larousse: Novedoso, sa. adj.

Amer. Nuevo Novelero. Novela: F. (lat. No- vella). Obra literaria que narra una acción fingida. Nombre de las Constituciones de los emperadores de Oriente publicadas por Justi- niano. Novelar v. 1. Referir cuentos y patrañas. Novelero, ra. adj. Muy amigo de novedades. Novelista com. Escritor de novelas. Novelística F. Estudio de la novela como forma literaria. Novedad f . Calidad de nuevo. Cambio. Mu- tación. (Helene añade: ausencia de lo tradi- cional, de lo convencional, etc., etc.)

ESCENA XXII

n E L CORO. - Esto es para esta casa el in- fortunio supremo.=

Antes de enrollar los manuscritos siento ganas ganas ganas ganas de escribir más. Ganas de este París repleto de orientales y de africanos de las casi recientemente perdidas colonias. ¿Que las co- lonias no son ya de Francia? ¡Claro! Señora Hele- ne: ¿,qué le parece lo del laissez-passer?

Voy a cederle la respuesta a Peter Abrahams para que le cuente parte de una de sus aventuras de adolescentes. ¿Abrahams? Sí, el escritor negro africano autor de Es roja /a sangre negra. Fue atrapado y sometido por las Ieyes que rigen I'a- partheid. Monólogo cruel ... j7aurais aimé me repo- ser, et m'assesoir un iristant, mais les bancs du parc me prévenaient: RESERVE AUX EURO- PEEN ... j'avais en poche le prix d'une tassc de thé ... 11 n'y avaint pas d'avais visible: RESERVE AUX EUROPENS ... toutes ces rues, tous ces ar- bres, et m6me I'air pur que je respirais d a n ~ ce quartier étaient: RESERVE AUX EUROPEENS ... Un sentiment d'inferiorité de souffrance ... Lo ha contado Abrahams. Y no fue tan sólo eso lo que le sucedió, porque hasta en el W.C. había un avi- so: RESERVE AUX EUROPEENS. Traducción real: PROHIBIDO PARA NEGROS. Y no sor- prenderse: porque I'apartheid es más terrible que el delito de haber nacido negro norteamericano. Señora Helene: cuente, cuente más ... Dejó sus ojos sobre un Marabout, página 394 -Le Commisaire; Votre nom. -Alfred Hutchinson. -E'tes vous cer- tain de ne pas avoir un nom indigene? -Je suis Al- fred Hutchinson -0u &es- vous sur? Que1 est votre norn de famille indigéne? J e m'apelle Alfred Hut- chinson. -De quelle race est votre mere? -Africai-

ne. -Quelle langue parlez-vous chez vous? -Le swazy et l'anglais. -Jamais I'afrikaan? -Jamais. (Antes de cerrar el libro salté un poquito en la misma página 395, porque es bueno que usted se entere: El Comisario llerio de cólera interrumpió el juicio con un gesto de desprecio.)

Señora Helene: ¿Insiste usted en hacer creer que esto es una novela? El pobre Simón escribía: pensando: comencemos de nuevo, recapitulemos: silla, tubos de acero niquelado, hule, pared, linó- leo, caucho, clorofila. Claude se alarga en líneas de fuga. ¿No conoce usted a Claude Simon? Esta es su Estatua: Son todos unos cochinos Vaya a ver a un profesor Yo ahora cuando tengo algo no lo pienso Cojo el carro y hale ... dice Creo que voy a hacer Créame no uno de esos incapaces Esa polí- tica joder la plata si frota su pulgar contra el índice es el gesto de contar dinero Nos han embotado Hay unos que se han entendido para volver la ca- beza a la gente de este lado o del otro Si no fuera por esa política Fíjese en quien se aprovecha y no se rompa Claro que sí pero es esta política la que lo pudre todo Entonces no me venga a contar his- torias Todo se ha enredado ... ¡Claro! ¡Claro! ¿Vive Swain?

1-0 dije. Dicen. Dijeron que va con un lazarillo, y ese niño con cerebro piensa que solamente no es ella sino que muchos ... son ciegos. Ramón César desapareció, hablaba demasiado con los campesi- nos que no tienen tierra. El chico se repite: no sé,

no sé, pero ni los más grandes encuentran a los que desaparecen, que raro país.

Y su pregunta de que si yo Helene, biógrafa de Swain insisto en que esto es una novela ... ya me revienta. Me seca. Mi cabeza está vacía cuando me acerco a Monsieur Raymond: C'est toute I'histoire de Mademoiselle Swain et sa famille. Au revoir. Debí decirle algo más, pero me impidió concen- trarme la marejada de pasajeros que bajaban su- bían bajaban bajaban subían y el pito y otro pito o pitazos de los trenes. Me cortan, si me cortan, me vuelven una etcétera, etcétera, etcétera, y olvido que junto a los manuscritos quedó un papel con una de las Claves Scaramelli: si este libro llega a caer alguna vez en manos de una persona que as- pire a la contemplación por motivos vanos, yo le ruego que reflexione sobre las duras tenazas por las cuales hay que pasar, y la prensa de numero- sas penas bajo las cuales hay que llorar antes de llegar.

Atenas, Grecia.

Sto. Dgo. Rep. Dominicana