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EL SPLEEN DE PARÍS CHARLES BAUDELAIRE

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E L S P L E E N D EP A R Í S

C H A R L E SB A U D E L A I R E

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E L S P L E E N D E P A R Í S

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A ARSÈNE HOUSSAYE

Mi querido amigo, le envío una obrita que notiene ni pies ni cabeza porque aquí todo es pies ycabeza a la vez, alternativa y recíprocamente. Con-sidere las admirables comodidades que ofrece a to-dos esta combinación, a usted, a mí y al lector. Po-demos cortar donde queremos, yo mi ensueño, us-ted el manuscrito y el lector su lectura, porque nosupedito su esquiva voluntad al hilo interminable deuna intriga superflua. Sustraiga una vértebra y losdos trozos de esta tortuosa fantasía se unirán sinesfuerzo. Córtelo en muchos fragmentos y verá quecada cual puede existir separado. Con la esperanzade que algunos de estos pedazos sean lo bastantevívidos para gustarle y divertirlo, me atrevo a dedi-carle la serpiente entera.

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Tengo una pequeña confesión que hacerle. Hoje-ando por lo menos una vigésima vez el famosoGaspard et la Nuit de Aloysius Bretrand (¿acaso unlibro que conocemos usted yo y algunos amigos notiene todo el derecho a ser llamado famoso?) se meocurrió intentar algo parecido y aplicar a la de-scripción de la vida moderna -mejor dicho, una vidamoderna y más abstracta- el procedimiento que élaplicó a la pintura de la vida antigua, tan extraña-mente pintoresca.

¿Quién no ha soñado el milagro de una prosapoética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible ycontrastada que pudiera adaptarse a los movimien-tos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoña-ción y a los sobresaltos de la conciencia?

Esta obsesión nace de frecuentar las grandes ciu-dades, del entrecruzamiento de sus incontables rela-ciones. También usted, mi querido amigo, trató detraducir en canción el grito estridente del vidriero y deexpresar en prosa lírica sus desoladoras resonanciascuando atraviesan las altas brumas de la calle y lle-gan a las buhardillas.

A decir verdad, temo que mi celo no me hayatraído felicidad. Apenas iniciado el trabajo me dicuenta de que estaba muy lejos de mi misterioso y

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brillante modelo y que además hacía algo -si puedellamarse algo a esto- singularmente diferente. Esteaccidente enorgullecería a cualquier otro, pero hu-milla profundamente a un espíritu para quien el másgrande honor del poeta es cumplir exactamente conlo que había proyectado hacer.

Su muy afectuosoC. B.

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IEL EXTRANJERO

- Hombre enigmático, dime a quién amas más:¿a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu her-mano?

- No tengo padre ni madre, ni hermano ni her-mana.

- ¿Tus amigos?- Usa una palabra cuyo sentido me es descono-

cido hasta hoy.- ¿Tu patria?- Ignoro bajo qué latitud está ubicada.- ¿La belleza?- Con gusto la amaría, diosa e inmortal.- ¿El oro?- Lo odio tanto como usted a Dios.- ¿Qué amas entonces, extraordinario extran-

jero?

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- Amo las nubes... las nubes que pasan... allá...allá... ¡maravillosas nubes!

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IILA DESESPERACION

DE LA VIDA

La viejita apergaminada se sintió muy feliz ante elhermoso bebé al que todos hacían fiesta, a quientodos querían gustar; un hermoso ser, tan frágil co-mo ella, la viejita, y también como ella sin dientes nipelo.

Y se le acercó para hacerle sonrisas y mimos.Pero el bebé asustado se debatió bajo las caricias

de la decrépita mujer y llenó la casa de chillidos.Entonces la pobre vieja se retiró a su eterna so-

ledad y lloró en el rincón diciéndose: "-Para noso-tras, viejas desdichadas, ya pasó la edad de gustar...siquiera a los inocentes; ¡horrorizamos también alos bebés que queremos amar!"

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IIIEL RUEGO DEL

ARTISTA

¡Qué penetrantes son los atardeceres de los díasde otoño! ¡Penetrantes hasta el dolor! porque haydeliciosas sensaciones donde lo vago no excluye lointenso; y no hay punta más afilada que la del Infi-nito.

¡Qué delicia ahogar la mirada en la inmensidaddel cielo y el mar! ¡Soledad, silencio, incomparablecastidad de lo celeste! una vela pequeña tiembla enel horizonte y en su pequeñez y soledad imita miirremediable existencia, monótona melodía de lasolas, todo piensa en mí y yo pienso en todo (en lamagnitud de la ensoñación, el yo se pierde) musicaly pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sindeducciones.

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Pero tanto los pensamientos que surgen de mícomo los que proceden de las cosas, se vuelven enseguida demasiado intensos. La energía en el placercrea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervioscrispados sólo producen vibraciones estridentes ydolorosas.

Y ahora, la profundidad del cielo me consterna;su limpidez me exaspera. La insensibilidad del mar,la inmutabilidad del espectáculo, me rebelan... ¿su-frir eternamente o eternamente huir de lo bello?¡Naturaleza, maga despiadada, rival siempre victo-riosa, déjame! ¡No tientes mis deseos y mi orgullo!El estudio de lo bello es un duelo donde el artistagrita de espanto antes de ser vencido.

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IVUN BROMISTA

Era la explosión del año nuevo: caos de barro ynieve, atravesado por mil carruajes, brillando de ju-guetes y bombones, bullendo de tentaciones y de-sesperación, delirio oficial de una gran ciudad capazde perturbar el cerebro del más decidido solitario.

En medio de la confusión y el estruendo, un as-no trotaba vigorosamente acuciado por un brutoque llevaba látigo.

Cuando el asno iba a doblar una esquina, un se-ñorito enguantado, aprisionado en un traje reciénestrenado y una corbata cruel, se inclinó ceremonio-samente ante la humilde bestia y sacándose el som-brero le dijo: "¡Que sea bueno y feliz!" y giró haciasus camaradas con fatuidad y como pidiéndolesaprobación para su gracia.

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El asno no vio al atildado bromista y celosa-mente siguió corriendo hacia donde el deber lo lla-maba.

Pero a mí, en un súbito ataque de furia contra elmagnífico imbécil, me pareció que concentraba to-do el espíritu de Francia.

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VEL CUARTO DOBLE

Un cuarto que parece una ilusión, un cuarto ver-daderamente espiritual, donde la atmósfera inmóvilse tiñe suavemente de rosa y azul.

Allí el alma se baña de pereza, con perfume depena y de deseo. Hay algo de crepúsculo, azulado yrosado; un sueño de placer durante un eclipse.

Los muebles tienen forma alargada, postrada,lánguida. Los muebles parecen soñar, como si tuvie-ran vida sonámbula, como lo vegetal y lo mineral.Los tejidos hablan una lengua muda, como las flo-res, los cielos, los ocasos.

Ninguna abominación artística en las paredes.Para el sueño puro, para la impresión no analizada,el arte definido, el arte positivo es una blasfemia.

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Todo tiene aquí la claridad justa y la deliciosa oscu-ridad de la armonía.

Un infinitesimal olor del gusto más exquisito,mezclado con ligerísima humedad flota en la at-mósfera donde una sensación de cálido invernaderoacuna al espíritu adormecido.

La muselina cae abundante delante de las venta-nas y la cama; se derrama en nevadas cascadas. Enla cama está el Idolo acostado, la reina de los sue-ños. ¿Pero cómo ha llegado aquí? ¿Quién la trajo?¿Qué mágico poder la puso en ese trono de ilusióny placer? ¿Qué importa? Está aquí. Yo la reconozco.

Y suyos son los ojos cuya llama recorre el cre-púsculo; ¡sutiles y terribles luceros que reconozco porsu tremenda picardía! Atraen, subyugan, devoran lamirada del imprudente que los contempla. Dema-siado estudié las estrellas negras que exigen curiosi-dad y admiración.

¿A qué demonio benefactor le tengo que agrade-cer estar rodeado de misterioso silencio, paz y per-fume? ¡Beatitud! ¡lo que en general llamamos vida,incluso, en su mejor expresión, no tiene nada quever con esta vida suprema que ahora conozco y sa-boreo, minuto a minuto, segundo a segundo!

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¡No! ¡Ya no hay minutos! ¡Ya no hay segundos!¡El tiempo desaparece! ¡reina la Eternidad, unaeternidad de delicias!

Pero un golpe terrible, pesado, resonó en lapuerta y como en los sueños infernales, creí que re-cibía un picotazo en el estómago.

Y luego entró un espectro. Un ujier que viene atorturarme en nombre de la ley; una infame con-cubina que grita miseria y suma a los dolores de mivida, las trivialidades de la suya; o el cadete de undirector de diario que reclama la continuación delmanuscrito.

El cuarto paradisíaco, el ídolo, la reina de lossueños, la sílfide, como decía el gran René, toda lamagia desapareció con el brutal golpe que dio elEspectro.

¡Horror! ¡recuerdo, recuerdo, sí! Todo esto esmío, el tugurio, la temporada en el eterno tedio. Losmuebles estúpidos, sucios, astillados, el hogar sinfuego y sin brasa, sucio de escupidas; las tristesventanas polvorientas en las que la lluvia grabó hue-llas; los manuscritos tachados e incompletos, el al-manaque donde el lápiz marcó fechas siniestras.

Y hasta el perfume desconocido que me exta-siaba, también fue reemplazado por un fétido olor a

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tabaco mezclado con no sé qué moho nause-abundo. Ahora se respira aquí rancia desesperación.

En este mundo estrecho y lleno de desazón, unsolo objeto me sonríe: la botellita de láudano; vieja yterrible amiga y como todas las amigas, fecunda encaricias y traiciones.

Sí, el tiempo ha reaparecido; el tiempo reina aho-ra soberano y con el odiado viejo vuelve el demo-níaco cortejo de recuerdos, penas, espasmos, mie-dos, angustias, pesadillas, cólera y neurosis.

Puedo asegurar que ahora los segundos se acen-túan fuerte y solemnemente, y al desprenderse delpéndulo van diciendo: "¡Yo soy la Vida, la inso-portable, la implacable Vida!"

Hay un solo segundo en la vida humana cuya mi-sión es anunciar una buena noticia, la buena nuevaque provoca un miedo inexplicable.

¡Sí! El tiempo reina; ha retomado su brutal dic-tadura. Y me empuja como si fuera un buey, con eldoble aguijón "¡Arre! ¡Borrico! ¡Suda, esclavo! ¡Vi-ve, condenado!"

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VIA CADA CUAL SU

QUIMERA

Bajo el cielo gris, en una ancha llanura polvo-rienta, sin caminos, sin hierba, sin un cardo ni unahortiga, encontré varios hombres que iban encorva-dos.

Cada uno llevaba sobre la espalda una enormequimera, tan pesada como una bolsa de harina ocarbón, o la mochila de un infante del ejér-cito ro-mano.

Pero la monstruosa bestia no era un peso inertesino que envolvía y oprimía al hombre con mús-culos elásticos y potentes; con dos enormes garrasse sujetaba al pecho de su montura y su fabulosacabeza sobrepasaba la frente del hombre como losterribles cascos de los antiguos guerreros que au-mentaban el terror del enemigo.

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Interrogué a uno de los hombres para saberadónde iban de ese modo. Me contestó que ni él nilos otros sabían nada, pero que evidentemente ibana algún lugar ya que estaban impulsados por una in-vencible necesidad de caminar.

Curiosamente, ninguno de los viajeros parecíairritado contra la bestia feroz que les colgaba delcuello e iba pegada a la espalda, como si la con-sideraran parte de sí mismos. Ninguno de los ros-tros cansados y serios expresaba desesperación; bajola cúpula melancólica del cielo, con los pies sumer-gidos en el polvo de una tierra tan desolada como elcielo, caminaban con la resignada fisonomía de loscondenados a esperar siempre.

El cortejo pasó a mi lado y penetró en la atmós-fera del horizonte, en el lugar donde la superficieredondeada del planeta se oculta a la curiosidad dela mirada humana.

Y por un instante me obstiné queriendo com-prender ese misterio, pero pronto la irresistible indi-ferencia se abatió sobre mí, agobiándome más ro-tundamente de lo que a ellos sus aplastantes quime-ras.

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VIIEL LOCO Y VENUS

¡Qué día admirable! El amplio parque se ador-mece bajo el ojo abrasador del sol como la juventudbajo el dominio del Amor!

El éxtasis universal se expresa sin ningún sonido;las mismas aguas están como adormecidas. Biendistinta de las fiestas humanas, ésta es una orgía si-lenciosa.

Parecería que una luz siempre creciente hace re-splandecer más y más los objetos, las flores excitanla energía de sus colores para rivalizar con el azuldel cielo y el calor, que vuelve visible los perfumes,los hace elevarse como vapor hacia el astro.

Sin embargo, en medio de este regocijo universal,yo descubrí un ser afligido.

A los pies de una Venus colosal, un loco fingido,un bufón voluntario que hace reír a los reyes cuan-

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do los remordimientos y el tedio los persiguen, ves-tido con un brillante traje ridículo, tocado con cuer-nos y cascabeles, acurrucado contra el pedestal alzasus ojos llenos de lágrimas hacia la diosa inmortal.

Y los ojos dicen: "Soy el último y el más solo delos hombres, privado del amor y la amistad, máspobre que el animal más imperfecto. ¡Pero yo tam-bién he nacido para comprender y sentir

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la inmortal belleza! ¡Dios! ¡Apiádate de mi tristeza ymi delirio!

La implacable Venus mira a lo lejos con ojos demármol.

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VIIIEL PERRO Y EL FRASCO

"Mi lindo perro, mi buen perro, mi querido pi-chicho, acércate y huele el excelente perfume com-prado al mejor perfumista de la ciudad".

Y el perro, meneando la cola, que es, para estospobres seres, el signo de la risa o la sonrisa, se acer-ca y pone curioso su nariz húmeda sobre el frascoabierto; luego, retrocediendo de repente con temor,me ladra como reprochándomelo.

-"¡Ah! perro miserable, si te hubiera ofrecido unmontón de excrementos lo hubieras husmeado condelicia y hasta lo hubieras comido. Tú también, in-digno compañero de mi triste vida, te pareces al pú-blico, al que jamás hay que ofrecerle perfumes deli-cados que lo exasperen, sino basura cuidadosamenteseleccionada."

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IXUN VIDRIERO MALO

Hay naturalezas puramente contemplativas, e in-capaces de acción que bajo un impulso misterioso ydesconocido pueden actuar con una celeridad de laque se ignoran capaces.

Como quien por temor a encontrar una noticiatriste ronda cobardemente una hora delante de supuerta sin atreverse a entrar, y guarda quince díasuna carta sin abrirla o al cabo de seis meses se deci-de a hacer un trámite necesario desde hace un año,pero como la flecha de un arco, a veces se sientebruscamente impelido a actuar por una fuerza irre-sistible. Ni el moralista ni el médico, que pretendensaber todo, explican cómo surge en esas almas pere-zosas y sensuales una energía tan loca ni cómo, in-capaces de lo más indispensable y sencillo, en un

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instante encuentran el coraje para los actos más ab-surdos y peligrosos.

Uno de mis amigos, el más inofensivo soñadorque haya existido, incendió un bosque para ver, de-cía, si el fuego ardía con tanta facilidad como seafirmaba. El experimento fracasó diez veces segui-das; la undécima tuvo demasiado éxito.

Otro encenderá un cigarro al lado de un tonel depólvora para ver, para saber, para tentar al destino, paraobligarse a probar su fuerza, para apostar, para co-nocer los placeres de la ansiedad, por nada, por ca-pricho, por ocio.

Es una fuerza que nace del aburrimiento y la ilu-sión; y como ya dije, entre quienes más im-previstamente se manifiesta es entre los indolentes ylos soñadores.

Otro, tímido hasta el punto de bajar los ojos anteuna mirada, que para entrar en el café tiene que reu-nir toda su pobre voluntad y que al pasar por la ta-quilla del teatro cree que los empleados están inves-tidos con la majestad de Minos, Eaco y Radamante,bruscamente abrazará a un viejo cualquiera y lo be-sará efusivamente ante una multitud asombrada.

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-¿Por qué? Quizás... quizás su fisonomía le pare-ció irresistiblemente simpática... Tal vez, pero máslegítimo es pensar que ni él lo sabe.

Más de una vez he sido víctima de crisis y arre-batos que hacen pensar en demonios maliciosos in-filtrados para obligarnos a cumplir, a pesar nuestro,su más absurda voluntad.

Cierta mañana que me había levantado hosco,triste, cansado de aburrimiento, me pareció que te-nía que hacer algo grande, una acción brillante y ¡ay!abrí la ventana.

(El espíritu de mistificación, que no resulta deltrabajo o del cálculo sino de la inspiración fortuita,participa en gran medida de este humor -histéricopara los médicos, satánico para quienes piensanmejor- que irresistiblemente empuja hacia accionespeligrosas e inconvenientes.) La primera personaque vi en la calle fue un vidriero cuyo grito agudo ydiscordante llegaba a través de la pesada y sucia at-mósfera parisina. Sería imposible determinar porqué este pobre hombre despertó en mí un odio tanrepentino como despótico.

"¡Hey!" le grité que subiera mientras pensaba nosin cierta alegría que, dado que la habitación estabaen el sexto piso y la escalera era muy angosta, para

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el hombre sería cansador subir con la frágil mercan-cía, rozando los ángulos.

Finalmente apareció: revisé con curiosidad todossus vidrios y le dije: "¿Cómo? ¿No tiene vidrios decolores? ¿vidrios rosas, rojos, azules, vidrios mági-cos, vidrios del paraíso? ¡Sinvergüenza! ¡Se atreve apasear por los barrios pobres y ni siquiera tiene vi-drios que hagan la vida hermosa!" Y lo empujé haciala escalera donde tropezó entre protestas.

Yo me acerqué al balcón y me apoderé de unamacetita con flores, cuando reapareció en el vanode la puerta dejé caer perpendicularmente mi armade guerra contra el extremo posterior de su tramoya;el golpe lo dio vuelta y toda la pobre fortuna am-bulante terminó rompiéndosele en la espalda con elestrépito de un palacio de cristal hecho añicos por lapólvora.

Y borracho de locura le grité con furia "¡La vidahermosa! ¡La vida hermosa!"

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XA LA UNA DE LA

MAÑANA

¡Por fin solo! Lo único que se oye pasar sonunos vehículos retrasados y destartalados. Por algu-nas horas tendremos silencio, ya que no descanso.¡Por fin! La tiranía del rostro humano ha desapare-cido y sufriré solamente por mí.

¡Por fin! ¡Ahora puedo descansar en un baño deoscuridad! Ante todo, doble vuelta de llave. Me pa-rece que eso aumentará mi soledad y fortificará lasbarricadas que actualmente me separan del mundo.

¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible! Recapitulemosla jornada: haber visto a varios hombres de letras, yuno me preguntó si se podía llegar a Rusia por tierra(sin duda tomaba a Rusia por una isla); haber discu-tido con un director de revista que a cada objeción

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respondía "aquí somos gente honesta" lo que signi-fica que los otros diarios están redactados por cana-llas; haber saludado a una veintena de personas,quince de ellos desconocidos, y sin la precaución decomprar guantes; haber subido, para matar el tiem-po durante un chaparrón, a lo de una acróbata queme pidió que le diseñara un traje de venusina; cor-tejar a un director de teatro que al despedirme dijo:"Tal vez hiciera bien en dirigirse a Z..., que es el máspesado, el más tonto y el más célebre de mis auto-res; tal vez llegue a algo con él; véalo y después ha-blamos"; haberme jactado (¿por qué?) de varias ac-ciones viles que nunca cometí y negar cobardementeotras travesuras que ejecuté con alegría, delito defanfarronada, crimen de respeto humano; rehusarun sencillo favor a un amigo y dar una recomenda-ción escrita a un perfecto estúpido. ¿Habré termi-nado?

Descontento de todos y descontento de mí, que-rría redimirme y enorgullecerme en el silencio y lasoledad de la noche. ¡Almas que amé, almas quecelebré, fortifíquenme, sosténganme, alejen de mí lamentira y la corrupción del mundo, y vos, mi Dios ySeñor, concédeme la gracia de producir unos versos

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bellos que me prueben que no soy el último de loshombres, que no soy inferior a los que desprecio!

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XILA MUJER SALVAJE Y

LA PEQUEÑA AMANTE

"Para ser sincero, querida mía usted me cansa sinmedida y sin piedad.

"Al oírla suspirar cualquiera diría que sufre másque las cosechadoras sexagenarias y las mendigasque recogen migajas en la puerta de los cafés.

"Si fueran suspiros de remordimiento, tal vez lahonrarían, pero sólo traducen la saciedad del bi-enestar y la languidez del descanso. Y además, eseexceso de palabras inútiles: «¡Quiérame mucho! ¡Lonecesito tanto! ¡Consuéleme aquí, acarícieme allá!».Muy bien, voy a tratar de curarla, tal vez encontre-mos cómo, por poca plata, y sin ir muy lejos.

"Observemos la sólida jaula de hierro en la quese debate gritando como condenado, sacude los ba-rrotes como orangután enloquecido por el encierro,

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un monstruo peludo que da vueltas en redondocomo el tigre, se balancea como el oso blanco, y cu-ya forma imita vagamente la de usted.

"El monstruo responde al tipo de animal al quesuele llamarse «mi ángel»; es decir una mujer. Elotro monstruo, que grita ensordecedoramente ar-mado con un palo, es un marido. Encadenó a sulegítima esposa como a una bestia y la exhibe por lacalle los días de fiesta, con permiso de los jueces,claro está.

"Ponga mucha atención y observe con qué fero-cidad no disimulada destroza conejos vivos y aveschillonas que le arroja su cuidador. «No hay quecomer todo el mismo día», dice él y con esta palabraprudente le arranca cruelmente la presa, cuya ma-deja de vísceras se engancha en los dientes de labestia feroz... de la mujer, quiero decir.

"¡Pero... un bastonazo para calmarla! Porque yaclava los terribles ojos de gula en el resto de comida.Gran Dios, el palo no es de utilería, se oye el re-tumbar de la carne a pesar del pelo postizo. Cuantomás se le desencajan los ojos, más naturalmente aúlla.La rabia la hace brillar como hierro caliente.

"¡Esos son los hábitos conyugales de los descen-dientes de Adán y Eva, obra de tus manos, Dios

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mío! La mujer es indudablemente infeliz aunque talvez los acariciantes goces de la gloria no le sean deltodo ajenos. Hay desgracias más irremediables y sincompensación. En el mundo al que fue arrojada, ala mujer jamás se le ocurrió que merecía otro desti-no.

"¡Y ahora, nuestro turno, querida preciosa! Antelos infiernos que pueblan el mundo qué quiere quepiense del suyo, tan hermoso, vién-dola descansarsobre suaves tapices, tan suaves como su propiapiel, y comer sólo carne cocinada por un hábil ser-vidor que se la corta cuidadosamente.

"¿Y qué pueden significar todos los suspiritosque inflaman su perfumado pecho, robusta coqueta?¿Y sus modales aprendidos en libros y su infatigablemelancolía que en el espectador inspira un senti-miento bien distinto de la piedad? A veces tengoganas de enseñarle qué es la verdadera desdicha.

"Al verla así, mi frágil belleza, con los pies en elfango y los ojos húmedos mirando el cielo comopidiendo un rey, usted parece una rana joven in-vocando al ideal. Si desprecia al nulo, que es lo queahora yo soy, ¡ojo con la cigüeña que la masticará, latragará y la matará a su antojo!

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"Poeta al fin, no soy tan tonto como cree y si mecansa demasiado con sus preciosos lloriqueos la voy atratar como mujer salvaje o la tiro por la ventana co-mo envase vacío".

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XIILAS MULTITUDES

Sumergirse en la multitud no es para todos: gozarde la muchedumbre es un arte; una francachela devitalidad a expensas del género humano y sólo pue-de dársele uno al que el hada inspiró desde la cunael gusto del disfraz y la máscara, el desprecio por eldomicilio y la pasión por viajar.

Multitud, solitud: términos iguales y convertiblespara el poeta activo y fecundo. Quien no sabe po-blar su soledad, tampoco sabe estar solo en mediode una muchedumbre atareada.

El poeta disfruta de ese incomparable privilegio,porque puede ser él mismo y otro, según su vol-untad. Como almas errantes que buscan un cuerpo,entra cuando quiere en el personaje de cada quien.Sólo para él, todo está disponible y si ciertos sitios

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parecen estarle vedados es que a su criterio no valela pena visitarlos.

El paseante solitario y pensativo obtiene una sin-gular ebriedad en la comunión universal. El quedesposa fácilmente a la multitud conoce febriles ale-grías, de las que eternamente se verá privado elegoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, en-quistado como un molusco. El adopta todas lasprofesiones, todas las dichas y todas las miserias quela circunstancia le presenta.

Lo que los hombres llaman amor es demasiadopequeño, demasiado restringido y demasiado débil,comparado con la inefable orgía, la santa prostitu-ción del alma que se da entera, poesía y caridad, a loque imprevistamente aparece, al desconocido quepasa.

A veces es bueno enseñarle a los felices de estemundo, más no sea para humillar un instante suestúpido orgullo, que hay una felicidad superior a lasuya, más vasta y más refinada. Los fundadores decolonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes mi-sioneros exiliados en el fin del mundo, sin duda algoconocen de esas misteriosas embriagueces; y, en elseno de la vasta familia que su genio creó, a veces

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deben reírse de quienes los compadecen por susuerte, tan agitada, y por su vida, tan casta.

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XIIILAS VIUDAS

Vauvenargues dice que en los parques hay sende-ros sólo frecuentados por la ambición frustrada, losinventores despreciados, las glorias abortadas, loscorazones rotos, y todas las almas tumultuosas y ce-rradas, estremecidas por suspiros, que huyen de lainsolente mirada de los felices y los perezosos. Enesos sombríos rincones se dan cita los lisiados por lavida.

El poeta y el filósofo dirigen allí sus ávidas con-jeturas y encuentran pasto seguro porque si hay unsitio que desdeñan visitar es la felicidad de los ricos.Su movimiento en el vacío no ofrece ningún interés.Pero se sienten irresistiblemente atraídos hacia todolo débil, ruinoso, triste y huérfano.

El ojo experimentado nunca se equivoca. En losrasgos rígidos o abatidos, los ojos sumidos y opacos

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o donde brillan los últimos relámpagos de la lucha,en las arrugas profundas, en los movimientos lentoso bruscos, descifran de inmediato las innumerablesseñales del amor engañado, la devoción secreta, losesfuerzos sin recompensa, el hambre y el frío, hu-milde y silenciosamente soportados.

¿Observaron alguna vez a las viudas sentadas enbancos solitarios? Viudas pobres que es fácil re-conocer, vistan o no luto. En el luto del pobresiempre falta algo, cierta ausencia de armonía lo ha-ce más lacerante. Está obligado a regatear con sudolor. El rico en cambio lleva el suyo sin que le faltenada.

¿Cual es la viuda más triste, la que lleva de sumano un niñito con quien no puede compartir supensamiento, o la que está completamente sola? Nolo sé... Una vez seguí durante horas a una ancianaafligida: rígida, tiesa, bajo su chalcito raído, todo suser irradiaba orgullo de estoica.

Evidentemente, su absoluta soledad la había con-denado a los hábitos de un viejo solterón y el ca-rácter masculino de sus costumbres agregaba unagudo misterio a su austeridad. Almorzó cualquiercosa en un café miserable. La seguí hasta una bi-blioteca y la espié mientras buscaba en los periódi-

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cos, con ojos activos y hace mucho quemados porlas lágrimas, noticias de poderoso y personal interés.

Finalmente, a la tarde, bajo un encantador cielode otoño, del que bajan en procesión las penas y losrecuerdos, se sentó un poco aparte en un parque aescuchar, lejos del gentío, uno de los conciertos conque la banda del regimiento recompensa al puebloparisino.

¡Sin duda era ése el pequeño derroche de la an-ciana inocente (o purificada), el bien ganado con-suelo de los largos días sin amigos, sin conver-sación, sin alegría ni confidente, que Dios dejabacaer sobre ella, desde hacía muchos años! Tre-scientos sesenta y cinco veces por año.

Y una más:Jamás pude contener una mirada -si no univer-

salmente simpática, al menos curiosa- hacia la mul-titud de parias que se apretujan alrededor del recintode un concierto público. La orquesta lanza a travésde la noche, cantos de fiesta, triunfo y placer. Losvestidos lanzan destellos, las miradas se encuentran,los ociosos, cansados de no hacer nada, se bambo-lean fingiendo disfrutar, indolentes, de la música.No hay aquí nada que no sea rico y feliz; nada queno respire e inspire despreocupación y placer de vi-

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vir la vida; nada, excepto el aspecto de la turba apo-yada en el cerco exterior que recoge gratis, por elviento, jirones de música mientras mira la brillantehoguera del interior.

Siempre interesa el reflejo de la alegría de vivirdel rico, en la mirada del pobre. Pero ese día, entremedio del pueblo vestido con batones y zapatillas viun ser cuya nobleza contrastaba poderosamente conla trivialidad circundante.

Era una mujer alta, majestuosa y con aire tan no-ble que no pude recordar ninguna comparable entrelas bellezas aristocráticas del pasado. Destilaba unaroma de elevada virtud. Su rostro, triste y delgado,concordaba perfectamente con el luto riguroso quevestía. Como la plebe, a la que se había mezcladopero que no advertía, también miraba el mundo lu-minoso y escuchaba moviendo dulcemente la cabe-za.

¡Singular visión! Seguramente su pobreza; si esque hay tal pobreza -me dije- no admite una eco-nomía rigurosa; la nobleza del rostro me lo afirma¿por qué entonces permanece allí, donde contrastacon tanta claridad?

Pero creí adivinar la razón cuando pasé cerca deella impulsado por mi curiosidad. La noble viuda

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llevaba un niño de la mano, vestido de negro comoella; por módico que fuera el precio de la entradaalcanzaría para pagar una necesidad del pequeño, omejor incluso algo superfluo como un juguete.

Y habrá vuelto a pie, pensando y soñando, sola,siempre sola, porque el niño es travieso, egoísta, sindulzura ni paciencia; pero tampoco puede, como unanimal, perro o gato, servir de confidente de losdolores solitarios.

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XIVEL VIEJO

SALTIMBANQUI

Por todas partes se expandía, se desparramaba,se asombraba, el pueblo en fiesta. Era una de lasocasiones que, para compensar las malas épocas delaño, esperan con mucha anticipación los saltimban-quis, los acróbatas, los domadores de fieras y losvendedores ambulantes.

Me parece que, durante esos días, el pueblo olvi-da todo, la dulzura y el trabajo, y se vuelve como losniños. Para los pequeños es un día de recreo, el ho-rror de la escuela pospuesto veinticuatro horas. Paralos grandes es un armisticio firmado con las poten-cias maléficas de la vida, una tregua para la conten-ción y la lucha universales.

Incluso el hombre de mundo y el que se ocupade trabajos espirituales, difícilmente escapan a la in-

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fluencia del júbilo popular. Sin querer, absorben suparte de esta atmósfera despreocupada. En cuanto amí, como verdadero parisino, nunca dejo de echarun vistazo por todos los puestos que se exhiben pa-ra estas épocas solemnes.

Verdaderamente se hacían una competenciaformidable: chillaban, mugían, rugían. Se mezclabangritos, detonaciones de cobres y explosiones decohetes. Los titiriteros y los bufones gesticulabansus rostros morenos, curtidos por el viento, la lluviay el sol; con el aplomo de los comediantes segurosde su eficacia, lanzaban palabras y chistes de unacomicidad tan sólida e intensa como la de Moliére.Los hércules, orgu-llosos de la enormidad de susmiembros, sin frente y sin cráneo, como los oran-gutanes, se repatingaban majestuosamente en lostrajes especialmente lavados la víspera. Las bailari-nas, bellas como las hadas o las princesas, saltaban yhacían cabriolas bajo la luz de las linternas que cu-bría de brillos sus faldas.

Todo era luz, polvareda, gritos, alegría, tumulto;unos gastaban, otros ganaban, igualmente felices losunos y los otros. Los niños se colgaban de las faldasde las madres para obtener un bastón de azúcar, ose subían a las espaldas de sus padres para ver mejor

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a un prestidigitador radiante como un dios. Y portodas partes circulaba, dominando todos los perfu-mes, un olor a frito que era como el incienso de estafiesta.

Al final, en el último extremo de la fila de pues-tos, como si, avergonzado, se hubiera autoexiliadode todos esos esplendores, vi a un pobre saltimban-qui encorvado, caduco, decrépito, una ruina dehombre, apoyado contra uno de los postes de suchoza; una choza más miserable que la del másbruto de los salvajes, y cuya indigencia iluminabandemasiado bien dos cabos de vela, chorreantes yahumados.

Por todas partes la alegría, el éxito, el desborde;la certeza del pan para mañana; por todas partes laexplosión frenética de la vitalidad. Aquí la miseriaabsoluta, y para colmo del horror, miseria disfrazadacon harapos cómicos, donde la necesidad y no elarte, introducía el contraste. ¡El miserable no reía!No lloraba, no bailaba, no gesticulaba, no gritaba;no cantaba ninguna canción, ni alegre ni triste, noimploraba. Permanecía mudo e inmóvil. Había re-nunciado, había abdicado. Su destino estaba signa-do.

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¡Pero qué mirada profunda, inolvidable, paseabasobre la multitud y las luces, cuyo movimientoconstante se detenía a pocos pasos de su repulsivamiseria! Sentí mi garganta apretada por la mano te-rrible de la histeria, y me pareció que mi mirada seofuscaba con lágrimas rebel-des que no quieren ca-er.

¿Qué hacer? ¿Para qué pedirle al desdichado larareza, la maravilla que pudiera mostrar en esas ti-nieblas hediondas, detrás del telón raído? Verdade-ramente, no me atreví; y, aunque la razón de mi ti-midez haga reír, confesaré que temí humillarlo. Fi-nalmente, cuando acababa de decidirme a dejar algode dinero en su escenario para que adivinara mi in-tención, una oleada de gente, causada por no sé quéproblema, me alejó de él.

Y, volviéndome, obsesionado por esta visión,traté de analizar mi repentino dolor y me dije: ¡Aca-bo de ver la imagen del viejo hombre de letras queha sobrevivido a la generación de la que fue brillantecantor; el viejo poeta sin amigos, sin familia, sin hi-jos, degradado por su miseria y por la ingratitud pú-blica, y en cuya choza el mundo olvidadizo no quie-re entrar!

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XVLA TORTA

Viajaba. El paisaje era de una majestuosidad y unesplendor irresistibles. Sin duda mi alma se conta-gió. Mis pensamientos revoloteaban con la mismalevedad que la atmósfera; las pasiones vulgares co-mo el odio y el amor profano me parecían tan re-motas como los nubarrones que desfilaban en elfondo del abismo, bajo mis pies; mi alma me pare-cía tan vasta y pura como la cúpula del cielo que merodeaba; el recuerdo de las cosas terrenas llegaba ami corazón muy debilitado, disminuido como el so-nido del cencerro de imperceptibles manadas quepastaban lejos, muy lejos, en la ladera de otra mon-taña. Sobre el pequeño lago inmóvil, que la profun-didad volvía negro, pasaba a veces la sombra de unanube que se reflejaba como la capa de un gigantealado que atravesara el cielo. Y recuerdo que esta

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sensación solemne y rara, causada por un gran mo-vimiento silencioso, me llenaba de una alegría don-de se mezclaba el miedo. En pocas palabras, laemocionante belleza que me rodeaba me hacía sen-tir en paz conmigo y con el universo; en mi perfectabeatitud y mi total olvido de todo mal terreno habíaempezado a considerar que los diarios que preten-den que el hombre ha nacido bueno no eran final-mente tan ridículos; y cuando la incurable materiarenovó sus exigencias, pensé en reparar la fatiga ycalmar el hambre que la larga ascensión habían cau-sado. Saqué de mi bolsillo un buen pedazo de pan,una taza de cuero y un porrón de cierto elixir quepor ese entonces los farmacéuticos vendían a losturistas para mezclar con agua de nieve.

Cortaba tranquilamente mi pan cuando un soni-do muy leve me hizo levantar los ojos. Ante mí ha-bía un chico harapiento, negro, hirsuto, de ojos va-cíos, salvajes y como suplicantes que parecían devo-rar el pedazo de pan. Y lo oí suspirar, con voz bajay ronca, la palabra torta. No pude dejar de sonreír alescuchar el nombre con que honraba a mi pan casiblanco, y corté para él una buena rodaja y se la ofre-cí. Se acercó lentamente, sin quitar los ojos del ob-jeto de su codicia; después, agarró el pedazo y retro-

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cedió velozmente como temiendo que el ofreci-miento no fuera sincero o que me hubiera arrepen-tido.

Pero en el mismo instante fue derribado por otropequeño salvaje, surgido de no sé dónde y tanexactamente igual al primero como si fuera su her-mano gemelo. Juntos rodaron por el suelo dispu-tándose el precioso botín sin que ninguno de losdos quisiera sacrificar la mitad para su hermano. Elprimero, exasperado, atrapó al otro por el pelo; éstele agarró la oreja con los dientes y escupió un peda-cito ensangrentado con un poderoso juramento endialecto. El legítimo propietario de la torta trató declavar sus pequeñas garras en los ojos del usurpa-dor, quien a su vez puso toda su fuerza en estran-gular a su adversario con una mano, mientras la otratrataba de deslizar el premio del combate en el bol-sillo. Pero excitado por la desesperación, el vencidose levantó e hizo rodar por tierra al vencedor conun cabezazo en el estómago. ¿Para qué describiruna lucha horrible, que duró más de lo que las fuer-zas infantiles hacían suponer? La torta iba de manoen mano y cambiaba de bolsillo a cada momento,pero también cambiaba de volumen. Y cuando alfinal, extenuados, temblorosos, en-sangrentados, se

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detuvieron porque no podían más, a decir verdad yano quedaba ningún motivo de combate: el pedazode pan había desaparecido, deshecho en miguitas,grandes como los granos de arena con los que sehabía mezclado.

El espectáculo había ensombrecido el paisaje, yla calma alegría que distraía mi alma antes de ver alos hombrecitos, había desaparecido absolutamente;estuve triste mucho tiempo repitiéndome sin pausa:"¡Existe un país magnífico donde el pan se llamatorta, manjar tan raro que basta para engendrar unaguerra fraticida!"

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XVIEL RELOJ

Los chinos miran la hora en el ojo de los gatos.Un día, un misionero que paseaba por los alrede-

dores de Nankin se dio cuenta de que había olvi-dado su reloj y le preguntó la hora a un chico.

Al principio, el chico del Celeste Imperio dudó,después cambió de idea y contestó: "Se lo voy a de-cir". Poco después volvió trayendo en brazos ungato muy gordo, le miró el centro del ojo y sin du-dar afirmó: "Falta poco para el mediodía". Lo queera muy cierto.

En cuanto a mí, si miro a la bella Felina, la tanbien nombrada, que es el honor de su sexo, el orgu-llo de mi corazón y el aroma de mi espíritu, tanto denoche como de día, a plena luz o en la sombra opa-ca, en el fondo de sus adorables ojos siempre veo lahora con claridad, la misma siempre, una hora vasta,

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solemne, grande como el espacio, sin división deminutos o segundos -una hora inmóvil que los re-lojes no marcan, liviana como un suspiro y rápidacomo una mirada.

Y si algún inoportuno viniera a perturbarmemientras mi mirada descansa sobre este deliciosocuadrante, si algún genio deshonesto e intolerante oalgún demonio del contratiempo viniera a decirme:"¿Qué miras con tanto esmero, qué buscas en losojos de esta persona? ¿Miras la hora, mortal pródigoy ocioso?", yo respondería sin dudar: "¡Sí, miro lahora; es la eternidad!".

¿Verdad, señora, que es éste un madrigal ver-daderamente valioso y tan enfático como ustedmisma? Para ser sincero, sentí tanto placer bor-dando esta preciosa galantería que no pediré, acambio, nada.

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XVIIUN HEMISFERIO EN

UNA CABELLERA

Déjame respirar mucho, mucho tiempo, el olorde tu pelo, sumergir todo mi rostro, como un hom-bre sediento en el agua de una fuente, y agitarlo conmi mano como un pañuelo perfumado, para espar-cir recuerdos en el aire.

¡Si supieras todo lo que veo! ¡Todo lo que siento!¡Todo lo que escucho en tu pelo! Mi alma viaja en elperfume como el alma de otros, en la música.

Tu pelo contiene un sueño entero, lleno de ve-lámenes y arboladuras; contiene grandes mares cu-yos monzones me llevan hacia climas encantadores,donde el espacio es más azul y más profundo, laatmósfera se perfuma con frutos, hojas y piel hu-mana.

En el océano de tu cabellera, entreveo un puertohormigueante de cantos melancólicos, con hombresvigorosos de todas las naciones y navíos de todas lasformas que recortan con sus arquitecturas finas ycomplicadas, un cielo inmenso que se abandona aleterno calor.

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En las caricias de tu cabellera, reencuentro la lan-guidez de las largas horas pasadas en un diván, en lacabina de un hermoso navío, acunada por el vaivénimperceptible del puerto, entre macetas con flores ytinajas refrescantes.

En el ardiente hogar de tu cabellera, respiro elolor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en lanoche de tu cabellera, veo resplandecer el infinitodel cielo tropical; en las aterciopeladas orillas de tucabellera me emborracho con los perfumes del al-quitrán, el almizcle y el aceite de coco entrelazados.

Déjame morder tus pesadas y negras trenzas mu-cho tiempo. Al mordisquear tu pelo elástico y rebel-de, es como si comiera recuerdos.

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XVIIILA INVITACION

AL VIAJE

Hay un país magnífico, un país de Jauja, que sue-ño visitar con una vieja amiga. País singular, en-vuelto en las brumas del norte que podría llamarseel Oriente de Occidente, la China de Europa, ytanto la conoce la cálida y caprichosa fantasía, que lailustra paciente y tenazmente con sabias y delicadasarborescencias.

Un verdadero país de Jauja, donde todo es bello,rico, tranquilo, honesto; donde el lujo se complaceal reflejarse en el orden, donde la vida es generosa, ydulce respirarla; que excluye el desorden, la turbu-lencia y lo imprevisto; donde la felicidad se une alsilencio; donde hasta la cocina es poética, abun-dante y excitante a la vez; donde todo se te parece,mi amado ángel.

¿Conoces la febril enfermedad que se apodera denosotros en las heladas miserias, la nostalgia del paísdesconocido, la angustia de la curiosidad? Hay unsitio que se te parece, donde todo es bello, rico,calmo y honesto, y donde la fantasía ha construidoy decorado una China occidental, donde la vida se

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respira dulcemente y la felicidad se une al silencio.¡Allí hay que vivir, allí hay que morir!

Sí, allí hay que ir a respirar, soñar y prolongar lashoras con infinitas sensaciones. Un músico escribióInvitación al vals ¿pero quién compondrá Invitación alviaje, para ofrecerla a la mujer amada, a la hermanadilecta?

Sí, en esta atmósfera sería bueno vivir -donde lashoras más lentas contengan más pensamientos,donde los relojes marquen la dicha con solemnidadmás profunda y significativa.

En biombos brillantes o en cueros dorados y desombría riqueza viven discretas pinturas beatas, pro-fundas y tranquilas como el alma del artista que lascreó. Los ocasos que espléndidamente iluminan elcomedor o la sala, se filtran a través de bellos tapi-ces o altos ventanales labrados y divididos con plo-mo en muchos compartimentos. Los muebles sonamplios, extraños, protegidos con cerraduras y se-cretos, como las almas refinadas. Los espejos, losmetales, los ta-pices, la orfebrería y la loza compo-nen una sinfonía muda y misteriosa; y de cada cosay cada rincón, de los resquicios de los cajones y lospliegues de las telas, emana un singular perfume,

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reminiscencia de Sumatra, que es como el almamisma de la habitación.

¡Un verdadero país de Jauja, donde todo es rico,brillante como una buena conciencia, una magníficabatería de cocina, una espléndida orfebrería, una jo-ya multicolor! Allí afluyen los tesoros como a la casade un trabajador digno del mundo entero. País sin-gular, superior, como el arte a la naturaleza, porqueel sueño reforma, corrige, embellece y refunda.

¡Que los alquimistas de la horticultura busquenmás y más, que sin cesar restrinjan los límites de sudicha! ¡Que sigan proponiendo premios de sesentay de cien mil florines para el que resuelva sus ambi-ciosos problemas! Yo ya encontré mi tulipán negro, ymi dalia azul.

Flor incomparable, tulipán recuperado, dalia ale-górica, ¿no es cierto que es allí donde habría que vi-vir y florecer? ¿en ese país tan calmo y soñador?¿No sería ése el marco para tu analogía, donde po-drías contemplarte -como dicen los místicos- en tupropia correspondencia?

¡Sueños y más sueños! Y cuanto más ambiciosa ydelicada el alma, más la alejan los sueños de lo posi-ble. Cada hombre entraña su dosis de opio naturalque secreta y renueva incesantemente porque, desde

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el nacimiento hasta la muerte ¿con cuantas horaspodemos contar, col-madas por el goce positivo, laacción decidida y exitosa? ¿Viviremos alguna vez,alguna vez pasaremos por el cuadro que mi espíritupintó y que se te parece?

Todos los tesoros, muebles, lujo, el orden, losperfumes, las flores milagrosas, eres tú. Y tambiéntú los grandes ríos y los canales tranquilos. Losenormes barcos que los navegan cargados de rique-zas, con sus monótonos cantos de maniobras, sonmis pensamientos dormidos o revoloteando sobretu pecho. Suavemente los conduces hacia el mar quees infinito, mientras en la limpidez de tu alma bellapiensas en la profundidad del cielo; y cuando fatiga-dos por la marea y cargados de productos deOriente vuelven al puerto natal, serán mis pensa-mientos enriquecidos que también vuelven hacia ti,desde el infinito.

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XIXEL JUGUETE DEL

POBRE

Quisiera dar la idea de un juego inocente. ¡Haytan pocas diversiones libres de culpa!

Si por la mañana sale con la decidida intenciónde pasear por las avenidas, llene los bolsillos conpequeñas baratijas -el polichinela movido por unhilo, los herreros que golpean el yunque, el jinete ysu caballo con cola de pito-, y regálelos, a lo largode los cafés y debajo de los árboles, a los niños des-conocidos y pobres que vaya encontrando. Verá quesus ojos se abren desmesuradamente. Primero no seatreverán a recibirlos, dudarán de su suerte. Despuéssus manos agarrarán con fuerza el regalo y huiráncomo los gatos, que van a comer lejos el pedazo depan que acaban de darles, porque aprendie-ron adesconfiar del hombre.

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En una calle, detrás de la reja de un amplio jar-dín, donde surgía la blancura de un lindo castillobañado por el sol, había un chico hermoso y fresco,vestido con un traje de campo lleno de coquetería.

El lujo, la despreocupación y el cotidiano espec-táculo de la riqueza, pone tan lindos a estos niñosque parecen hechos de distinta pasta que los hijosde la medianía o la pobreza.

Cerca, sobre el pasto, había un muñeco esplén-dido, nuevo como su dueño, barnizado, dorado,vestido de púrpura y cubierto de plumitas y brillos.Pero el chico en vez de distraerse con su juguetepreferido, observaba lo siguiente.

Del otro lado de la reja, en la calle, entre cardos yhortigas, había otro chico, sucio, raquítico, negro,hijo de paria en quien una mirada imparcial encon-traría belleza -como el conocedor intuye una pinturagenial bajo un barniz de carrocería- limpiándole larepugnante pátina de miseria.

A través de los barrotes simbólicos que separanambos mundos, la calle y el castillo, el chico pobremostraba al rico su propio juguete, que éste obser-vaba ávido, como un objeto raro y desconocido. ¡Eljuguete que el pequeño zaparrastroso provocaba,agitaba y sacudía, era una rata viva! Sin duda para

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economizar, los padres habían sacado el juguete dela vida misma.

Los dos chicos se reían juntos, fraternalmente,con dientes de idéntica blancura.

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XXLOS DONES DE LAS

HADAS

En una gran asamblea de hadas se procedía adistribuir regalos entre los nacidos a la vida las últi-mas veinticuatro horas.

Eran muy diferentes las antiguas y caprichosasHermanas del Destino, las extravagantes Madres dela alegría y el dolor: algunas tenían aspecto sombríoy ceñudo, otras, juguetón y travieso; había jóvenesque siempre habían sido jóvenes y viejas que siem-pre habían sido viejas.

Todos los padres que creen en las hadas habíanvenido y cada cual traía en brazos a su bebé.

Los dones, facultades, la buena suerte y las cir-cunstancias invencibles estaban apilados al lado deltribunal como las recompensas en el estrado cuandodistribuyen premios. Lo particular aquí era que los

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dones no recompensaban un esfuerzo sino que,muy al contrario, la gracia se acordaba a alguien quetodavía no había vivido, y era una gracia que podíadeterminar su destino, siendo tanto fuente de sudesgracia como de su felicidad.

Las pobres hadas estaban muy ocupadas pues lamultitud de solicitantes era grande y el mundo in-termedio entre el hombre y Dios, está como noso-tros sometido a la terrible ley del tiempo y de su in-finita posteridad, los días, las horas, los minutos, lossegundos.

En realidad, estaban tan desconcertadas comoministros en día de su audiencia, o empleados delBanco de Empeños cuando una fiesta nacional au-toriza dispensas gratuitas. Creo incluso que mirabanlas agujas del reloj con tanta impaciencia como jue-ces humanos que en sesión desde temprano, nopueden dejar de soñar con la cena, la familia y lasqueridas pantuflas. Si en la justicia sobrenatural hayalgo de precipitación y azar, no nos sorprendamossi a veces ocurre lo mismo con la justicia humana. Siasí fuera, nosotros también seríamos jueces injustos.

Asimismo se cometieron ese día algunas tonteríasque, de ser la prudencia y no el capricho el carácter

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distintivo y eterno de las hadas, podrían considerar-se ridículas.

Por ejemplo, el poder de atraer dinero magnéti-camente fue adjudicado al único heredero de unafamilia muy rica que, sin ningún espíritu de caridadni deseo por los bienes más evidentes de la vida, enel futuro habría de encontrarse prodigiosamente de-sorientado con sus millones.

El amor por lo bello y el poder poético fuerondados al hijo de un oscuro mendigo que de ningúnmodo podría sostener las facultades ni aliviar las ne-cesidades de su deplorable progenie.

Olvidé decir que en esos casos solemnes, la dis-tribución es inapelable y ningún don puede ser re-chazado.

Ya se levantaban las hadas, creyendo cumplida lajornada pues no quedaba ningún regalo ni gen-erosidad que lanzar a esa mezcolanza hu-mana,cuando un bravo hombre, al parecer pequeño co-merciante, se levantó y sujetando el vestido de mul-ticolores tules del hada que tenía más cerca, excla-mó: "¡Señora! ¡No se olvide de nosotros! ¡Todavíafalta mi bebé! ¡Espero no haber venido en balde!"

Bien podía el hada sentirse desorientada pues noquedaba nada más. Pero recordó a tiempo una ley

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muy conocida aunque poco usada en el mundo so-brenatural, habitado por impalpables deidades ami-gas del hombre y a menudo obligadas a adaptarse asus pasiones (como las hadas, los gnomos, las sala-mandras, sílfides, silfos, ninfas, ondinos y ondinas),la ley que concede a las hadas en caso de agota-miento de la partida, la facultad de otorgar un donsuplementario y excepcional, siempre y cuando tu-viera la suficiente imaginación para crearlo en elacto.

Entonces el buen hada dijo, con aplomo dignode su rango, "Doy a tu hijo... le doy... ¡el don degustar!"

"¿Pero gustar cómo? ¿gustar...? ¿Gustar porqué?" preguntó porfiadamente el pequeño comer-ciante que indudablemente era de los razonadorestípicos, incapaz de elevarse a la lógica del absurdo.

"¡Porqué... Porqué!" replicó el hada irritada dán-dole la espalda; y cuando alcanzó el cortejo de suscompañeras dijo "¿Qué les parece el pequeño fran-cés vanidoso, que quiere comprender todo y que apesar de conseguir el mejor de los dones, se atreve ainterrogar y discutir lo indiscutible?"

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XXILAS TENTACIONES

o Eros, Pluto y la Gloria

Dos magníficos Satanes y una Diablesa no me-nos extraordinaria, subieron anoche la misteriosa es-calera por donde el Infierno acomete el abandonodel hombre dormido para comunicarse en secretocon él. Gloriosamente vinieron a ponerse frente amí, parados como en un estrado. Un infernal re-splandor emanaba de los tres personajes que sedestacaban sobre el fondo opaco de la noche. Pare-cían tan orgullosos y dominantes que al principiolos tomé por verdaderos Dioses.

La cara del primer satán era ambigua y en las lí-neas de su cuerpo había la molicie de los antiguosBacos. Sus hermosos ojos lánguidos, de color oscu-ro e incierto, parecían violetas cargadas con espesasgotas de tormenta. Sus labios entreabiertos, pebete-

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ros que destilaban aroma de perfumes y cada vezque suspiraba, se encendían almizclados insectosque revoloteaban en el ardor de su aliento.

Alrededor de su túnica púrpura llevaba enrolladacomo cinturón, una brillosa serpiente que lo mirabacon ojos de brasa y la cabeza erguida. Del cinturónvivo pendían brillantes cuchillos e instrumentos decirugía que alternaban con ampollas de siniestroslicores. La mano derecha sostenía un frasco decontenido rojo brillante que decía estas extrañaspalabras en la etiqueta: "Bebed, ésta es mi sangre,un tónico perfecto"; la izquierda, un violín que sinduda le servía para cantar alegrías y penas y paracontagiar locura en las noches sabáticas.

Los delicados tobillos arrastraban eslabones deuna cadena de oro rota y cuando la molestia lo for-zaba a bajar los ojos, contemplaba vanidoso lasuñas de los pies, brillantes y cuidadas como piedrasfacetadas.

Me miró con ojos inconsolables que destilabaninsidiosa ebriedad y me dijo con voz cantarina: "Siquisieras, si quisieras, serías señor de las almas y másdueño de la materia viva que el escultor de la arcilla;conocerías el placer siempre renacido, saldrías de ti

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para olvidarte en otro y atraerías otras almas que seconfundirían con la tuya".

Le contesté: "¡Muchas gracias! No tengo nadaque ver con seres de pacotilla que no valen más queyo. Aunque me dé vergüenza recordar, no quieroolvidar nada; y aunque no te hubiera reconocido,viejo monstruo, tu cuchillería misteriosa y tus am-pollas equívocas y las cadenas que atan tus pies sonsímbolos que aclaran los inconvenientes de tuamistad. Guarda tus regalos,"

El segundo satán no tenía su aire a la vez trágicoy sonriente, ni modales insinuantes ni esa bellezadelicada y perfumada. Era un hombre enorme concara sin ojos, y una panza pesada le caía sobre losmuslos. Su piel estaba toda dorada e ilustrada comoun tatuaje de muchas figuritas movedizas represen-tando las innumerables formas de la miseria univer-sal. Había hombrecitos descarnados que por propiavoluntad se colgaban de un clavo, pequeños gno-mos deformes y delgados pidiendo limosna más conlos ojos que con las manos temblorosas, y madresancianas con fetos colgando de sus extenuados pe-zones. Y mucho más.

El satán gordo golpeaba con el puño su panzainmensa que soltaba un largo y sonoro tintineo de

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metal, terminado por un vago gemido de voces hu-manas. Se reía, mostrando impúdicamente losdientes cariados, con la misma risa imbécil de todoslos hombres de todos los países después de comerdemasiado.

Dijo: "¡Puedo darte lo que todo consigue, lo quetodo vale, lo que a todo reemplaza!" Y golpeó sumonstruosa panza y el eco glosó su grosera palabra.

Me aparté con disgusto y respondí: "Para mi fe-licidad no necesito la miseria de nadie. No quieroriqueza entristecida por todas las desgracias quepinta tu piel".

En cuanto a la Diablesa, mentiría si no confe-sara, que a primera vista le encontré un extraño en-canto. Para definirlo, sólo podría compararlo al deciertas mujeres muy hermosas y ya maduras que noenvejecen y cuya belleza conserva la magia pene-trante de las ruinas. Era imperiosa y dislocada y susojos, aunque vencidos, contenían una fuerza fasci-nante. Lo que más me impresionó fue el misterio desu voz en la que recordé a las más deliciosas contraltiy también la ronquera de las gargantas lavadas sincesar por el aguardiente.

"¿Quieres conocer mi poder?" dijo la falsa diosacon voz encantadora y paradójica. "Escucha".

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Y llevó a su boca una gigantesca trompeta ador-nada con titulares de todos los diarios del mundo ygritó mi nombre que rodó por el aire con el sonidode cien mil truenos y volvió con la resonancia deleco del planeta más lejano.

"¡Diablos, dije casi subyugado, es precioso!" Pe-ro al observar más detenidamente a la seductora vi-rago, vagamente recordé haberla visto bebiendojunto a famosos pícaros y el sonido ronco del cobreme hizo recordar una trompeta prostituída.

Contesté con todo mi desprecio. "¡Vete! No es-toy hecho para desposar a la amante de ciertos in-nombrables".

Bien podía enorgullecerme por tan valiente abne-gación. Pero por desgracia me desperté y la fuerzame abandonó completamente. "Sólo tan profunda-mente dormido podía mostrar tantos escrúpulos. ¡Sivolvieran cuando estoy despierto no sería tan deli-cado!".

Y los invoqué en voz alta, les supliqué perdón,les ofrecí deshonrarme tanto como fuera necesariopara merecer sus favores... Sin duda los había ofen-dido seriamente, porque no volvieron jamás.

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XXIIEL CREPUSCULO

Cae el día. Una profunda calma nace en los po-bres espíritus cansados del trabajo de la jornada;también los pensamientos adquieren los tiernos einciertos colores del ocaso.

De lo alto de la montaña y atravesando transpar-entes nubes crepusculares llega a mi balcón un tro-nar de voces discordantes que la distancia transfor-ma en lúgubre armonía, como de marea alta o elsurgimiento de una tempestad.

¿Quiénes son los desdichados que en vez de cal-marse, creen como las lechuzas que la noche es se-ñal de aquelarre? El siniestro ulular proviene de unnegro hospicio que cuelga de la montaña. A la no-che, mientras fumo contemplando la quietud delinmenso valle sembrado de casas, cada ventana pa-rece decirme "¡ahora hay paz aquí, la alegría de la

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familia esta aquí!". Y cuando el viento sopla desdelo alto acuno mi sorprendido pensamiento con esaimitación de la armonía infernal.

El crepúsculo excita a los locos. Tuve dos amigosa quienes el crepúsculo enfermaba. Uno desconocíatoda relación de amistad y cortesía, y maltrataba acualquiera salvajemente. Tomó por símbolo insul-tante a un pollo y se lo tiró por la cabeza al mozo.El atardecer, que es precursor de placeres profun-dos, a él le arruinaba las cosas más suculentas.

Otro, herido de ambición, se volvía más agrio ysombrío y odioso cuanto más declinaba el día. In-dulgente y sociable a pleno sol, de noche era impia-doso. Ejercía rabiosamente su manía crepuscular nosólo con los demás sino consigo mismo.

El primero murió loco, incapaz de reconocer asu mujer ni a su hijo; el segundo lleva en sí la in-quietud de un mal perpetuo. Aunque lo hubieranhonrado con todas las medallas de las repúblicas ylos príncipes, el crepúsculo le despertaría siempreuna ardiente ambición de distinciones imaginarias.La noche, que destilaba tinieblas en su espíritu, traeluz al mío. Sé que no es extraño que una causa en-gendre dos efectos opuestos, pero esto siempre meintriga y me alarma.

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¡Noche! ¡Tinieblas refrescantes! ¡Señal de fiestainterior, liberación de angustia! ¡En la soledad de lallanura o en los pétreos laberintos de la capital, titi-lar de estrellas o estallido de lámparas, es fuego deartificio de la diosa Libertad!

¡Dulce y suave crepúsculo! Rosados fulgores sedetienen en el horizonte como si fueran la agoníadel día bajo el oprimente triunfo de la noche; lasllamas de los candelabros tachonan de rojo opacolas últimas glorias del ocaso, y espesos tapices delOriente profundo imitan complicados sentimientosque luchan en el corazón del hombre a la hora so-lemne de la vida.

Como si fuera el extraño vestido de la bailarina,una gasa transparente que amortigua el esplendor,en el negro presente se desliza el pasado delicioso;así las vacilantes estrellas de oro y plata, que la cu-bren representan el fuego de la fantasía que sólo seenciende en el profundo luto de la noche.

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XIIILA SOLEDAD

Un filantrópico periodista dice que la soledad esmala para el hombre y para apoyar su tesis cita -como todos los incrédulos- palabras de los padresde la iglesia.

Sé que el demonio frecuenta gustoso los sitiosáridos y que el espíritu del asesinato y la lubricidadse enciende en la soledad. Pero semejante soledad espeligrosa sólo para el alma que, ociosa y errabunda,la pueble con pasiones y quimeras.

Un charlatán cuyo máximo placer fuera hablardesde un púlpito o tribuna correría gran riesgo devolverse loco furioso en la isla de Robinson. Noexijo de mi periodista las valerosas virtudes de Ro-binson, pero pido que no acuse a los amantes de lasoledad y el misterio.

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Entre nuestras razas cotorreantes hay individuosque llegarían a aceptar el suplicio supremo con talde que se les permitiera hacer una copiosa arengadesde el cadalso sin que los tambores de Santerre lescortasen intempestivamente la palabra.

Aunque no los compadezco porque advierto quelas efusiones oratorias les procuran placeres se-mejantes a los que otros logran en el silencio y elrecogimiento, los desprecio.

Sobre todo deseo que mi maldito periodista medeje divertir a mi manera. "Así pues -dijo conapostólico tono nasal- ¿nunca siente usted necesi-dad de compartir sus goces?" ¡Mírenlo, al sutil envi-dioso! ¡El horrible aguafiestas sabe que desdeño lossuyos y viene a insinuarse en los míos!

"La gran desdicha de no poder estar solo", diceLa Bruyère en alguna parte, como para que se aver-güencen los que corren a buscar olvido en el gentío,con miedo de no soportarse a sí mismos.

"Casi todas nuestras desdichas provienen de nohaber podido permanecer en el cuarto" dice Pascal,otro sabio, llamando a la celda de recogimiento a losperturbados que buscan felicidad en el movimientoy en cierta prostitución que podría llamarse fraterni-

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taria, si quisiera hablar la hermosa lengua de mi épo-ca.

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XXIVLOS PROYECTOS

Mientras paseaba por un gran parque solitario sedecía "¡Qué bella estaría con un traje de corte,complicado y fastuoso, descendiendo los escalonesde mármol de un palacio y atravesando la atmósferaen una hermosa noche, frente a los grandes jardinesy las fuentes! Porque parece una princesa."

Más tarde, al pasar por una calle, se detuvo en unnegocio de grabados y en una carpeta descubrió unaestampa que representaba un paisaje tropical y sedijo: "¡No! no es en un palacio donde querría po-seer su querida vida. Allí no estaríamos en casa.Además esos muros cargados de oro no dejarían es-pacio para colocar su imagen; en esas solemnes ga-lerías no hay un solo sitio para la intimidad. Decidi-damente, es aquí donde habría que estar para culti-var el sueño de mi vida."

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Y mientras con los ojos analizaba los detalles delgrabado, mentalmente continuaba: "Al borde delmar, en una linda cabaña de madera, rodeada de ár-boles extraños y relucientes cuyo nombre olvidé...,en la atmósfera, un olor embriagador, indefinible...,en la cabaña un potente perfume de rosa y almiz-cle...; más lejos, detrás de nuestro dominio, los más-tiles balanceándose en el oleaje... a nuestro alrede-dor, más allá del cuarto iluminado por la luz rosaque tamizan los toldos, decorado por esteras frescasy flores bonitas, con raros asientos de rococó por-tugués en madera pesada y oscura (en los que des-cansaría muy calma, muy bien abanicada, fumandotabaco con un toque de opio) más allá de la balaus-trada el escándalo de los pájaros locos de luz, y laconversación de las negritas... y a la noche, comoacompañamiento a mis sueños, el canto triste de losárboles de música, los melancólicos filaos. Sí, cier-tamente, es justo éste el decorado que buscaba. ¿Quétengo yo que hacer en un palacio?"

Y después, caminando por una amplia avenida,vio un hotel limpito, y en una de sus ventanas ador-nadas con cortinas de indiana multicolor, dos son-rientes cabezas asomadas. "Es evidente -se dijo- quemi espíritu es un gran vagabundo para tener que ir a

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buscar tan lejos lo que está tan cerca. El placer y lafelicidad están en el primer hotel, el hotel del azar,fecundo en goces. Un gran fuego, vistosas cerámi-cas, una comida pasable, vino común, y una camamuy ancha con sábanas un poco ásperas, pero fres-cas; ¿qué mejor?".

Y al volver a su casa, a la hora en que los conse-jos de la Sabiduría no se ahogan en los zumbidos dela vida exterior, se dijo: "Hoy tuve, en sueños, tresdomicilios en los que hallé igual placer. ¿Por quéobligar a mi cuerpo a cambiar de lugar, si mi almaviaja tan ágilmente? ¿Y para qué ejecutar proyectos,ya que el proyecto en sí mismo es suficiente goce?

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XXVLA BELLA DOROTEA

El sol fulmina con luz directa y terrible la ciudad;la arena está resplandeciente y la mar centellea. Elmundo estupefacto se repliega cobardemente yduerme la siesta, una siesta que es una especie dedeliciosa muerte en la que el durmiente, a mediasdespierto, disfruta los goces de su abatimiento.

Pero Dorotea, fuerte y orgullosa como el sol,avanza por la calle desierta, único ser vivo a esta ho-ra bajo el inmenso cielo, y hace sobre la luz unamancha restallante y negra.

Avanza, balanceando blandamente su torso, tandelgado sobre sus caderas tan anchas. Su vestido deseda adherente, de tono claro y rosa, divide vívida-mente la oscuridad de su piel y reproduce exacta-mente su largo talle, su espalda comba y su gargantaaguda.

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La sombrilla roja, que tamiza la luz, proyecta so-bre su rostro oscuro el sangrante artificio de sus re-flejos.

El peso de su enorme cabellera casi azul empujahacia atrás la cabeza delicada y le otorga un airetriunfal y perezoso. Largos pendientes murmuransecretos en sus preciosas orejas. De tiempo entiempo la brisa del mar levanta el ruedo de su faldavaporosa y muestra una pierna reluciente y magnífi-ca; y el pie, como el de las diosas de mármol queEuropa encierra en sus museos, imprime fielmentesu forma sobre la fina arena. Porque Dorotea es tanprodigiosamente coqueta que el placer de ser admi-rada prevalece sobre su orgullo de libertad y, aunquelibre, va descalza.

Así camina, armoniosamente, feliz de vivir y son-riendo con blanca sonrisa, como si percibiera a lolejos, en el espacio, un espejo que reflejara su portey su belleza.

¿Qué poderoso motivo hace ir así a la perezosaDorotea, bella y fría como el bronce, a la hora enque hasta los perros gimen de dolor bajo el solmordiente? ¿Por qué dejó su pequeña cabaña tancoqueta donde con unas pocas flores y esteras lograun perfecto salón y disfruta peinándose, fumando,

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haciéndose abanicar o mirándose en el espejo de susgrandes abanicos de plumas, mientras el mar, mo-nótono y poderoso acompañamiento de ensueñosindecisos, golpea la playa a cien pasos de allí, y lamarmita de hierro cocina un guiso de cangrejos conarroz y azafrán, que hace llegar desde el fondo delpatio su aroma excitante?

Tal vez tenga una cita con cierto joven oficialque, en playas lejanas, ha escuchado hablar de lacélebre Dorotea. Infaliblemente ella, simple criatura,le pedirá que describa el baile de la Opera, y pre-guntará si se puede ir descalzo, como a las danzasdel domingo, donde las viejas cafres se ponen bo-rrachas y furiosas de alegría, y si las bellas damas deParís son más hermosas que ella.

Dorotea es admirada y mimada por todos, y seríaperfectamente feliz si no tuviera que economizarpiastra sobre piastra para poder comprar a su her-manita que ya tiene once años y que está madura, ¡ytan bonita! Sin duda lo logrará, la buena Dorotea:¡el amo de la niña es muy avaro, demasiado avaropara comprender otra belleza que no sea la de susescudos!

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XXVILOS OJOS DE LOS

POBRES

Quieres saber por qué te detesto, hoy. Será másfácil para mí explicarlo que para ti entenderlo. Por-que eres el mejor ejemplo de impermeabilidad fe-menina que hay.

Pasamos juntos una larga jornada que me resultócorta. Nos prometimos pensamientos mutuos, deuno y el otro, y que nuestras almas serían una, enadelante -un sueño que no tiene nada de original,excepto que a pesar de haber sido soñado por todoslos hombres, ninguno pudo realizarlo nunca.

A la noche, un poco cansada, quisiste sentarte enun nuevo café, en una esquina de una avenida nue-va, todavía llena de escombros pero que ya exhibíasus incompletos esplendores. El café resplandecía.Hasta la luz desplegaba el ardor de un estreno, ilu-

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minando con toda su fuerza los muros encegueci-dos de blancura, las fascinantes superficies de losespejos, el oro de los panes y las cornisas, los pajesde redondas mejillas que eran arrastrados por perroscon correas, alegres damas con un halcón posadoen el puño, ninfas y diosas con frutas en la cabeza,pasteles y carnes, Hebes y Ganímedes sosteniendola pequeña ánfora de la bebida o el obelisco bicolorde los helados... toda la historia y la mitología al ser-vicio de la glotonería.

Justo frente a nosotros, en la vereda, se había pa-rado un hombre de unos cuarenta años, de rostroafligido y barba grisácea, con un niño de la mano yotro en brazos, demasiado pequeño para caminar.Haciendo de criada, sacaba a sus hijos a pasear denoche. Harapientos. Los tres rostros extraordina-riamente serios y los seis ojos observaban atenta-mente el nuevo café con idéntica admiración que laedad matizaba diferentemente.

Los ojos del padre decían "¡Qué hermoso! ¡Quéhermoso! Es como si todo el oro del pobre mundoestuviera en estas paredes". Los ojos del niño "¡Quéhermoso! ¡Qué hermoso! Pero es una casa a la quesólo pueden entrar los que no son como nosotros".En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban de-

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masiado extasiados para expresar otra cosa que nofuera una alegría fascinada y profunda.

Los cantantes dicen que el placer vuelve buena elalma y ablanda el corazón. Aquella noche la cancióntenía razón. No sólo me enternecía la familia deojos sino que me avergonzaban las copas y las bote-llas, más grandes que nuestra sed. Volví mi miradahacia la tuya, amor querido, para leer en ellos mipensamiento, me sumergí en tus ojos tan bellos ydulces, en tus ojos verdes habitados por el caprichoe inspirados por la luna hasta que dijiste "¡Esa gentede ahí es insoportable, con los ojos abiertos comopuertas de garaje! ¿No le pedirías al mozo que losaleje?"

¡Así de difícil es comprenderse, mi ángel amado,y así de incomunicable es el pensamiento, inclusoentre gente que se ama!

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XXVIIUNA MUERTE HEROICA

Fanciullo era un bufón admirable, y casi un ami-go del Príncipe. Pero para las personas consagradasde alma a lo cómico, las cosas serias tienen fatalesatractivos y aunque parezca extraño que las ideas depatria y libertad se apoderen despóticamente del ce-rebro de un histrión, un día Fanciullo entró en unaconspiración formada por algunos gentilhombresdescontentos.

En todas partes hay hombres de bien que denun-cian a otros hombres de humor atrabiliario quequieren deponer príncipes y producir el cambio dela sociedad, sin consultarla. Como Fanciullo, los se-ñores en cuestión fueron arrestados y destinados auna muerte segura.

Podría pensarse que el Príncipe casi se disgustó alencontrar a su actor favorito entre los rebeldes. El

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Príncipe no era ni mejor ni peor que otro; pero unaexcesiva sensibilidad lo volvía en muchos casos máscruel y más déspota que sus pares. Apasionado porlas bellas artes, de las que era además excelente co-nocedor, era realmente insaciable de placeres. Com-pletamente indiferente a los hombres y a la moral, élmismo verdadero artista, sólo reconocía como ene-migo peligroso al Aburrimiento, y los extraños es-fuerzos que hacía para huir o vencer a este tiranodel mundo seguramente le hubieran valido el epítetode "monstruo" por parte de un historiador severo,si en sus dominios se hubiera permitido algo que noestuviera únicamente dirigido al placer o la sorpresa,que es una de las formas más delicadas del placer.La gran desgracia de este Príncipe fue que nuncatuvo un teatro lo suficientemente amplio para sugenio. Existen jóvenes Nerones que se ahogan enlímites demasiado estrechos y cuyos nombres ybuena voluntad ignoraran siempre los siglos venide-ros. La imprevisible Providencia había otorgado aéste facultades mayores que sus Estados.

De pronto corrió el rumor de que el soberanoquería perdonar a todos los conjurados; y el origendel rumor fue el anuncio de un gran espectáculodonde Fanciullo representaría uno de sus principales

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y mejores roles, y al que incluso asistirían -se decía-los gentilhombres condenados; signo evidente,agregaban los espíritus superficiales, de la generosadisposición del Príncipe ofendido.

Tratándose de un hombre tan natural y deliber-adamente excéntrico todo era posible, incluso lavirtud, incluso la clemencia, sobre todo si podíaproporcionarle placeres inesperados. Pero para losque como yo habían penetrado un poco más en lasprofundidades de esta alma curiosa y enferma, erainfinitamente más probable que el Príncipe quisierajuzgar el valor del talento escénico de un hombrecondenado a muerte. Quería aprovechar la ocasiónpara hacer una experiencia psicológica de interéscapital, y verificar hasta qué punto las facultades ha-bituales de un artista podían ser alteradas o modifi-cadas por la situación extraordinaria en que se ha-llaba; además ¿ había en su alma una intención máso menos decidida de clemencia? Es un punto quejamás pudo aclararse.

Por fin, llegado el gran día, la pequeña corte de-splegó todas sus pompas, y de no haberlo visto seríadifícil concebir todo el esplendor que la clase privi-legiada de un Estado pequeño, con recursos limita-dos, puede mostrar para una verdadera solemnidad.

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Y ésta era doblemente verdadera, primero por lamagia del lujo desplegado y luego por el interés mo-ral y misterioso que se le adjudicaba.

El señor Fanciullo sobresalía sobre todo en losroles mudos o poco cargados de palabras que confrecuencia son los principales en los dramas mági-cos cuyo objetivo es representar simbólicamente elmisterio de la vida. Entró en escena suavemente ycon una perfecta naturalidad que contribuyó a forti-ficar en el noble público, la idea de dulzura y deperdón.

Cuando se dice de un actor "Es un buen actor",se usa una fórmula que implica que bajo el per-sonaje se adivina al comediante, es decir el arte, elesfuerzo, la voluntad. Pero si un actor logra ser, conrespecto al personaje que debe crear, lo que las me-jores estatuas de la Antigüe-dad -milagrosamentevívidas, animadas, videntes- son según la idea gene-ral y confusa de belleza, sin duda sería ése un casosingular y totalmente imprevisto. Aquella noche,Fanciullo fue una perfecta idealización, que era im-posible no considerar viva, posible, real. El bufóniba, venía, reía, lloraba, se convulsionaba, con unaindes-tructible aureola alrededor de la cabeza, au-reola invisible para todos, pero visible para mí, y

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donde se mezclaban, en extraña amalgama, los ra-yos del Arte y la gloria del Martirio. Fanciullo intro-ducía, por no sé qué gracia especial, lo divino y losobrenatural, aún en las más extraordinarias bufone-rías. Mi pluma tiembla, y lágrimas de una emociónsiempre presente me suben a los ojos mientras tratode describir esta noche inolvidable. Fanciullo mehacía comprobar, de manera perentoria, irrefutable,que la ebriedad del arte es la más adecuada paraocultar los terrores del abismo; que el genio puederepresentar la comedia al borde de la tumba con unaalegría que le impide ver la tumba, perdido comoestá, en un paraíso que excluye toda idea de tumba yde destrucción.

Ese público, por indiferente y frívolo que fuera,pronto evidenció el todo poderoso dominio del ar-tista. Nadie pensó ya en la muerte, el duelo ni lostormentos. Cada quien se abandonó, sin inquietud,a los múltiples goces que ofrece la visión de unaobra de arte viva.

Las explosiones de alegría y entusiasmo con-movieron en varias oportunidades los cimientos deledificio con la energía de un trueno ininterrumpido.El mismo Príncipe, ebrio, mezclaba sus aplausos alos de su corte.

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No obstante, para un ojo clarividente, en su em-briaguez, había confusión. ¿Acaso se sentía vencidoen su poder de déspota? ¿humillado en su arte paraaterrorizar los corazones y abismar los espíritus?¿frustradas sus esperanzas y burladas sus previsio-nes? Semejantes suposiciones no exactamente justi-ficadas pero no absoluta-mente injustificadas atra-vesaron mi espíritu mientras contemplaba el rostrodel Príncipe, en el cual una nueva palidez se agrega-ba incesan-temente a su palidez habitual, como lanieve se agrega a la nieve. Sus labios se apretabanmás y más, y sus ojos se encendían con un fuegointerior semejante al de la envidia y el rencor, inclu-so mientras aplaudía ostensiblemente el talento desu antiguo amigo, el extraño bufón, que re-presentaba tan bien la muerte. En cierto momentovi a Su Alteza inclinarse hacia un pequeño paje ubi-cado detrás suyo, y hablarle al oído. La traviesa fi-sonomía del bonito niño se iluminó con una son-risa; y luego abandonó con vivacidad el palco prin-cipal como para cumplir un encargo urgente.

Minutos más tarde un silbato agudo, prolongado,interrumpió a Fanciullo en uno de sus mejores mo-mentos, y laceró a la vez los oídos y los corazones.Y del sitio de la sala de donde había surgido esta

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inesperada desaprobación, un niño se precipitó porun corredor entre risas sofocadas.

Fanciullo, estremecido, despertado de su sueño,cerró primero los ojos y casi de inmediato los rea-brió desmesuradamente; abrió luego la boca comopara respirar convulsivamente, vaciló un poco haciadelante, un poco hacia atrás, y luego rígidamentecayó muerto sobre el escenario.

El silbato, rápido como la espada ¿había real-mente frustrado al verdugo? ¿Había adivinado elPríncipe toda la homicida eficacia de su chiste? Ca-be la duda. ¿Acaso extrañó a su querido e inimitableFanciullo? Tierno y legítimo es creerlo.

Los gentilhombres culpables gozaron por últimavez del espectáculo de la comedia. Esa misma no-che fueron borrados de la vida.

Desde entonces, diversos mimos, justamenteapreciados en diferentes países, vinieron a actuar enla corte de ...; pero ninguno de ellos pudo evocar elmaravilloso talento de Fanciullo, ni obtener losmismos favores.

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XXVIIILA FALSA MONEDA

Al alejarnos de la tabaquería, mi amigo hizo unacuidadosa clasificación de su dinero; en el bolsilloizquierdo deslizó pequeñas monedas de oro; en elderecho, moneditas de plata; en el bolsillo izquierdode su pantalón, un montón de centavos y por fin,en el derecho, una moneda de plata de dos francosque había examinado cuidadosamente "¡Singular yminucioso reparto!" me dije a mí mismo.

Nos encontramos con un pobre que nos tendiótemblando su boina.

No conozco nada más inquietante que la mudaelocuencia de los ojos suplicantes, que para el hom-bre sensible que puede leer en ellos, contienen tantohumildad como reproches. Algo parecido a estaprofundidad de complejo sentimiento hay en losojos llorosos de los perros fustigados.

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La limosna de mi amigo fue mucho mayor que lamía y le dije: "Tiene razón; después del placer de sersorprendido, no hay nada como dar una sorpresa -Era la moneda falsa.", me contestó tranquilamente,como justificando su prodigalidad.

En mi miserable cerebro, siempre ocupado endescubrir dificultades inexistentes (¡qué cansadorafacultad me otorgó la naturaleza!), surgió de prontola idea de que semejante conducta sólo era com-prensible en tanto deseo de crear un acontecimientoen la vida del pobre diablo, tal vez incluso de cono-cer las posibles consecuen-cias, funestas o no, quepudiera engendrar una moneda falsa en la mano deun mendigo. ¿Podía tal vez multiplicarse en mone-das verdaderas? ¿o acaso llevarlo a prisión? Supon-gamos un tabernero, un panadero: ¿podría hacerlodetener por falsificador o distribuidor de monedafalsa? Pero también, la moneda falsa podría ser, enel caso de un pequeño y pobre especulador, la semi-lla de una rápida fortuna. Mi fantasía seguía su cur-so, prestando alas al espíritu de mi amigo y obte-niendo todas las deducciones posibles de todas lashipótesis posibles.

Bruscamente él interrumpió mi ensueño re-tomando mis propias palabras: "Sí, tiene razón; no

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hay placer más dulce que sorprender a un hombredándole más de lo que espera."

Lo miré al fondo de los ojos y me espantó ver ensus ojos el brillo de un candor irrefutable. Entoncesvi claramente que había querido hacer caridad ybuen negocio a la vez; ganar cuarenta sueldos y elcorazón de Dios; llegar económicamente al paraíso;obtener gratis la medalla de hombre caritativo. Lehubiera casi perdonado el deseo de goce criminal deque lo suponía capaz hace un instante; me había pa-recido curioso, singular, que se divirtiera compro-metiendo a un pobre: pero jamás le perdonaría lainepcia de su cálculo. Nunca hay excusas para sermalvado, pero tiene cierto mérito reconocerse comotal: el más irreparable de los vicios es hacer mal porestupidez.

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XXIXEL JUGADORGENEROSO

Ayer, entre la muchedumbre del bulevard, sentíque me rozaba un ser misterioso que siempre habíadeseado conocer, y que reconocí de inmediato, aun-que jamás lo había visto. Sin duda él tenía un deseosemejante porque al pasar me hizo un significativoguiño que yo me apresuré a obedecer. Lo seguí ydescendí tras él a una habitación subterránea, ex-traordinaria, donde brillaba un lujo imposible decomparar con ninguna habitación de París. Me pa-reció raro haber pasado tantas veces delante delprestigioso refugio sin advertir la entrada. Reinabauna atmósfera exquisita aunque excitante, que ins-tantáneamente hacía olvidar los fastidiosos horroresde la vida; se respiraba una beatitud sombría, comola que deben sentir los comedores de loto al desem-

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barcar en una isla encantada, iluminada por una tar-de eterna. Entonces, al son adormecedor de melo-diosas cascadas, sienten el deseo de no volver a vera sus ancestros, sus mujeres, sus hijos, y nunca másremontan las altas olas del mar.

Había rostros extraños de hombres y mujeres,marcados por una belleza fatal y que me parecía ha-ber visto en épocas y países imposibles de recordarexactamente; me inspiraban fraternal simpatía másque el miedo que nace frente a lo desconocido. Siquisiera definir de alguna manera la singular expre-sión de sus miradas, diría que jamás vi ojos en losque brillara con más energía el horror del hastío y eldeseo inmortal de sentirse vivir.

Cuando nos sentamos, mi anfitrión y yo éramosviejos y entrañables amigos.

Comimos, bebimos más de la cuenta toda clasede vinos extraordinarios y, cosa no menos ex-traordinaria, me pareció que al cabo de varias horas,yo no estaba más borracho que él. Sin embargo eljuego, ese sobrehumano placer, había interrumpidoen diferentes ocasiones nuestras frecuentes libacio-nes, y debo decir que yo había jugado y perdido mialma, como habíamos apostado, con una despreo-cupación y una delicadeza heroicas. El alma es algo

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tan impalpable, a menudo tan inútil y a veces tanmolesto que sentí menos su pérdida que la de mistarjetas durante un paseo.

Fumamos algunos cigarros de sabor y perfumeincomparables que sugerían al alma nostalgia de paí-ses y alegrías desconocidas y, embria-gado con tan-tas delicias, en un acceso de familiaridad que parecióno disgustarle, me atreví a exclamar, apoderándomede una copa llena hasta el borde: "¡A vuestra in-mortal salud, viejo Buco!"

Hablamos también del universo, de su creación yde su futura destrucción; de la gran idea del siglo, esdecir, el progreso y la perfectibilidad y, en general,de todas las formas de la infatuación humana.

Sobre este tema, Su Alteza era inagotable en lig-eras e irrefutables bromas y se expresaba con suavedicción y tranquila comicidad como nunca encontréen ninguno de los grandes conversadores de la hu-manidad. Me explicó el absurdo de las diferentesfilosofías que hasta el presente habían tomado po-sesión del cerebro humano, e incluso me confió al-gunos principios fundamentales cuyo beneficio ypropiedad no me conviene compartir con nadie. Deninguna manera se lamentaba por la mala reputa-ción de la que goza en todas partes del mundo, me

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aseguró ser la persona más interesada en la destruc-ción de la superstición, y me confesó que sólo una vezhabía temido por su poder, el día en que había escu-chado a un predicador, más sutil que sus colegas,exclamar en el sermón: "¡Mis queridos hermanos,jamás olvidéis, al escuchar alabanzas sobre el pro-greso de las luces, que la astucia más hermosa deldiablo es persuadir de que no existe!"

El recuerdo de ese célebre orador nos condujonaturalmente hacia el tema de las academias, y miextraño comensal afirmó que en muchos casos él nodesdeñaba inspirar la pluma, la palabra y la concien-cia de los pedagogos, y que casi siempre asistía enpersona pero invisible, a todas las sesiones académi-cas.

Envalentonado por tantas bondades, le pedí no-ticias de Dios, y si lo había visto últimamente. Merespondió, con una despreocupación matizada decierta tristeza: "Nos saludamos cuando nos encon-tramos, como dos viejos gentilhombres, en quienesuna innata cortesía no sofoca completamente el re-cuerdo de antiguos rencores."

Dudo que Su Alteza haya dado jamás una audi-encia tan larga a un simple mortal, y temí abusar.Por fin, cuando el alba estremecedora aclaró los vi-

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drios, este célebre personaje, cantado por tantospoetas y servido por tantos filósofos que trabajanpara su gloria sin saberlo, me dijo: "Quiero queguarde un buen recuerdo de mí, y probarle que Yo,del que tanto mal se dice, soy a veces un buen diablopara usar una expresión vulgar. Para recompensar lapérdida irremediable de su alma, le ofrezco laapuesta que habría ganado si la suerte hubiera esta-do de su lado, es decir la posibilidad de aliviar yvencer, durante toda la vida, este extraño mal, elaburrimiento, que es la fuente de todas las enferme-dades y de todos los miserables progresos. No ha-brá deseo formulado por usted que yo no ayude aconcretar; reinará sobre sus vulgares semejantes; se-rá alimentado con galanterías y adoración, incluso;la plata, el oro, los diamantes, los palacios mágicos,vendrán en su busca y pedirán ser aceptados sin quehaya hecho ningún esfuerzo para ganarlos; cambiaráde patria y de región tan a menudo como su fantasíalo ordene; se embriagará de placer hasta el cansan-cio en países encantadores donde siempre hace ca-lor y donde las mujeres huelen tan bien como lasflores, -etcétera, etcétera...-", agregó poniéndose depie y despidiéndome con una buena sonrisa.

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Si no hubiera sido por miedo a humillarme frentea una reunión tan numerosa, con gusto hubiera caí-do a los pies de ese jugador generoso, para agrade-cerle su extraordinaria magnificencia. Pero poco apoco, luego de haberlo dejado, la incurable descon-fianza volvió a mí; ya no osaba creer tan prodigiosafelicidad y, al acostarme, rezando todavía en unresto de costumbre imbécil, repetía en una duerme-vela: "¡Dios mío! ¡Señor, mi Dios! ¡haz que el dia-blo mantenga su palabra!".

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XXXLA CUERDA

a Eduardo Manet

"Las ilusiones son tantas -decía mi amigo- comolas relaciones de los hombres entre sí o de los hom-bres con las cosas. Cuando la ilusión desaparece, yel ser o el hecho surge tal cual es, sentimos algo ex-traño, confuso, un poco de pena por el fantasmaperdido pero también sor-presa frente a lo real. Sihay un fenómeno evidente, trivial, siempre idénticoy de naturaleza inequívoca, es el amor maternal. Estan difícil pensar a una madre sin amor como a unaluz sin calor. ¿No es totalmente legítimo atribuir alamor de madre todas las acciones y palabras de estahacia su hijo? Sin embargo escucha esta pequeñahistoria en la que fui engañado por la ilusión másnatural.

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"Mi profesión de pintor hace que observe rostrosy fisonomías que aparecen en mi camino con aten-ción, y usted sabe que esta facultad nos da la satis-facción de volver más rica y significativa la vida. Enel alejado barrio donde vivo, con amplios espacioscubiertos de césped que separan a los edificios entresí, solía encontrar a un muchachito de aspecto ar-diente y juguetón, que me atraía más que los demás.Más de una vez posó para mí y lo transformé engitanillo, en ángel y en amor mitológico. Hice queempuñara el violín del vagabundo, la corona de es-pinas y los clavos de la pasión, la antorcha de Eros.Tanto me encariñó su encanto que un día pedí a suspadres, gente pobre, que me lo cedieran. Prometívestirlo bien, darle algún dinero y no imponerle mástrabajo que la limpieza de los pinceles y algunosmandados. Limpio era encantador y la vida en micasa le pareció un paraíso comparada a la del tugu-rio paterno. Sólo debo decir que a veces este hom-brecito me sorprendía con singulares crisis de triste-za precoz y que pronto manifestó un inmoderadogusto por el azúcar y el licor. Tanto, que un día enque constaté, pese a mis muchas advertencias, quehabía vuelto a las andadas, lo amenacé con man-darlo de vuelta a lo de sus padres. Después me fui y

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mis asuntos me retuvieron fuera de casa un rato lar-go.

"¡Cual no fue mi horror y mi sorpresa cuando alvolver a casa lo primero que vi fue a mi hombrecito,mi alegre compañero de vida, ahorcado en una sa-liente del armario! Sus pies casi tocaban el piso yuna silla que sin duda había empujado con el pie,estaba caída a su lado; la cabeza, convulsivamentevolcada sobre el hombro y la cara amorotonada conlos ojos tristes tan abiertos que al principio me pa-reció vivo.

"Descolgarlo no fue tarea fácil. Ya estaba rígido yyo tenía un inexplicable horror a dejarlo caer brus-camente al suelo. Tuve que abrazarlo y cortar lacuerda con la mano libre. Pero hecho esto, no todoestaba terminado porque el pequeño monstruo ha-bía usado una cuerda muy delgada que había entra-do profundamente en la carne y con tijeras delgadastuve que buscar la cuerda en los labios de la heridapara soltar el cuello.

"Olvidé decir que había pedido auxilio a gritos,pero todos mis vecinos rehusaron ayudarme, fieles ala costumbre del hombre civilizado que, no sé porqué, nunca quiere mezclarse en los asuntos de unahorcado. Cuando llegó el médico, declaró que el

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chico estaba muerto desde hacía varias horas. Des-pués, cuando lo desvestimos para lavarlo, la rigidezcadavérica era tal que, desesperando de flexionar susmiembros, rompimos y cortamos las vestimentaspara poder sacárselas.

"El comisario, ante el que tuve que declarar el in-cidente me miró de costado y dijo: «Es muy sospe-choso», movido sin duda por el inveterado deseo yhábito profesional de provocar miedo tanto en ino-centes como en culpables.

"Quedaba una suprema tarea que cumplir y lasola idea me angustiaba terriblemente: tenía que avi-sar a los padres. Mis pies se negaban a llevarme. Fi-nalmente reuní coraje. Para mi gran sorpresa la ma-dre permaneció impasible; ni una lágrima humede-ció sus ojos. Lo atribuí al horror que debía sentir yrecordé una conocida sentencia: «Los dolores másterribles son dolores mudos». En cuanto al padre secontentó con decir, brutal y soñador «Después detodo, es mejor así; hubiera terminado mal».

"El cuerpo seguía extendido en mi diván y, asis-tido por una criada, me ocupaba de los últimos pre-parativos cuando la madre entró en mi taller. Dijoque quería ver el cadáver de su hijo. Realmente nopodía impedirle que se embriagara con su desdicha

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ni negarle este último y sombrío consuelo. Despuésme pidió que le mostrara el sitio donde su pequeñose había ahorcado. «No, señora -contesté- le va ahacer mal». Y cuando involuntariamente mis ojos sevolvieron hacia el fúnebre armario percibí con dis-gusto mezclado con horror y cólera, que el clavohabía quedado en la pared, con un largo extremo decuerda colgando todavía. Me lancé con rapidez aarrancar esos últimos vestigios de la desgracia ycuando iba a tirarlos por la ventana la pobre mujerme agarró del brazo y me dijo con voz irresistible«¡Oh señor, déjeme eso! ¡Se lo pido! ¡Se lo su-plico!». Creí que la desesperación la trastornabatanto que se enternecía con el instrumento de lamuerte de su hijo y quería guardarlo como una reli-quia querida y horrible. Y se apoderó del clavo y dela cuerda.

"Por fin, por fin todo había terminado. Sóloquedaba retomar el trabajo, con más fuerza quenunca para alejar poco a poco ese pequeño cadáverque habitaba los pliegues de mi cerebro y cuyo fan-tasma me atormentaba con sus grandes ojos fijos.Al día siguiente recibí un paquete de cartas: unas, delos inquilinos de mi casa, otras, de los vecinos; una,del primer piso, otra del segundo, otra del tercero. Y

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así sucesivamente. Unas con estilo semicómico,trataban de disfrazar en la broma la sinceridad delpedido; otras eran decididamente descaradas y sinortografía, pero todas con el mismo objetivo, es de-cir: obtener un pedazo de la funesta y beatíficacuerda. Entre los firmantes había más mujeres quehombres pero créame, ninguno pertenecía a la claseínfima y vulgar. Guardé las cartas.

"Y entonces, repentinamente, mis ideas se aclara-ron. Comprendí por qué la madre necesitaba conse-guir la cuerda y con qué negocio pretendía consolar-se".

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XXXILAS VOCACIONES

En un bello jardín en que los rayos del sol otoñalse solazaban, bajo un cielo casi verde donde flota-ban doradas nubes como continentes suspendidos,conversaban cuatro hermosos niños, cuatro varonescansados de jugar.

Uno dijo: "Ayer me llevaron al teatro. En gran-des y tristes palacios, con el mar y el cielo de fondo,hombres y mujeres, serios y tristes pero mucho máshermosos y mejor vestidos que los que hay en todaspartes, hablan con voz cantante. Amenazan, supli-can, se desconsuelan y a veces apoyan la mano so-bre el puñal que llevan en el cinto. ¡Es tan lindo!¡Las mujeres son mucho más hermosas y grandesque las que vienen de visita a casa y a pesar de quelos grandes ojos vacíos y las mejillas encendidas tie-

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nen un aire terrible, es imposible no amarlas! Te damiedo, ganas de llorar y estás contento... Y lo másraro es que dan ganas de vestirte así, de decir y ha-cer las mismas cosas, y de hablar con la mismavoz..."

Otro de los cuatro niños, que desde hacía unmomento no escuchaba el discurso de su camaraday observaba con sorprendente fijeza no sé quépunto del cielo, dijo de pronto: "¡Miren, miren allá!¿Lo ven? Está sentado sobre esa nubecita solitaria,esa nubecita color fuego, que corre suavemente yparece que también El nos mira" "¿Pero quién?"preguntaron los otros.

"¡Dios!" contestó con perfecto acento de convic-ción. "Ya está muy lejos, ahora no lo pueden ver.Viaja, sin duda, para visitar todos los países. Cuida-do, va a pasar detrás de esa arboleda que está en elhorizonte... Y ahora baja detrás del campanario...¡Ah! ¡Ya no se lo ve!" Y el niño permaneció largorato mirando hacia allí, observando la línea que se-para tierra y cielo, con ojos brillantes e indecible ex-presión de éxtasis y pesar.

"Que estúpido es éste, con su buen Dios quesólo él puede ver!" dijo entonces el tercero, y todasu personita denotaba una vivacidad y una vitalidad

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singular. "Les voy a contar algo que a ustedes nuncales pasó y que es más interesante que el teatro y lasnubes. Hace algunos días, mis padres me llevaronde viaje pero en el albergue no había suficientes ca-mas para todos; se decidió entonces que yo durmie-ra en una misma cama con mi criada.", atrajo cercaa sus camaradas y habló con voz más baja "Es algomuy raro eso de no acostarse solo y estar en unamisma cama con la criada, en medio de la oscuri-dad. Como ella se durmió y yo no, me divertí pa-sando mi mano por sus brazos, su cuello y loshombros. Tiene los brazos y el cuello más anchosque todas las mujeres y la piel tan suave, tan suave,que parece papel de carta, o pa-pel de seda. Sentíatanto placer que habría seguido mucho tiempo si nohubiera tenido miedo, primero de despertarla ytambién miedo de no sé qué. Después sumergí micara en el pelo que le caía por la espalda, espesocomo melena y perfumado como las flores del jar-dín a esta hora. ¡Cuando puedan traten de hacercomo yo y verán!"

Mientras contaba, el joven autor de esta prodi-giosa revelación tenía los ojos desorbitados y estu-pefactos por lo que aún sentía, y los rayos del ocaso,deslizándose a través de los rojizos bucles de su ca-

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bellera desgreñada le encendían una especie de au-reola de pasión. Era fácil adivinar que no gastaría suvida buscando la divinidad en las nubes, sino que laencontraría con frecuencia y en otra parte.

Finalmente, el cuarto dijo: "Saben que apenas medivierto en casa; nunca me llevan al teatro, mi tutores demasiado avaro; Dios no se ocupa ni de mí nide mi aburrimiento y carezco de una hermosa criadaque me mime. Muchas veces creí que mi placer seríair siempre recto y adelante, sin saber dónde, sin quenadie se inquietara, viendo nuevos países. No estoybien en ningún sitio y pienso que estaría mejor lejosde donde estoy. ¡Y bien! en la última feria del pue-blo cercano vi a tres hombres que vivían como a mime gustaría. Ustedes no prestaron atención. Erangrandes, casi negros, y harapientos, pero parecíanmuy orgullosos de no necesitar a nadie. Los grandesojos oscuros brillaban mientras tocaban música; unamúsica tan sorprendente que daban ganas de bailar,de llorar o de hacer ambas cosas a la vez. Si se laescuchaba mucho, uno se volvía un poco loco. Elque movía el arco sobre el violín parecía contar unapena, y el que hacía saltar un martillito sobre unapianola que le colgaba del cuello, daba la sensaciónde burlarse de la queja de su vecino mientras que el

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tercero golpeaba cada tanto los platillos con ex-traordinaria violencia. Estaban tan contentos quecuando la multitud se dispersó, siguieron tocando sumúsica de salvajes. Después recogieron las mon-edas, cargaron el equipaje a la espalda y se fueron.Yo, que quería saber dónde vivían, los seguí de le-jos, hasta el límite del bosque. Y recién ahí com-prendí que no vivían en ninguna parte.

"Entonces uno dijo: "¿Hace falta que armemosla tienda?"

"¡Claro que no!" contestó otro "¡es una nochetan hermosa!"

"Contando la ganancia el tercero decía: "Esagente no siente la música y las mujeres bailan comoosos. Felizmente antes de un mes estaremos enAustria, y habrá gente más amable".

"Tal vez haríamos mejor yendo a España, por-que avanza la estación; huyamos antes de las lluviasy mojemos sólo la garganta" dijo uno de los otrosdos.

"Ya ven cómo recuerdo todo. Después cada cualbebió una taza de aguardiente y se durmieron al se-reno. Primero quise pedirles que me llevaran y meenseñaran a tocar sus instrumentos; pero no meatreví, sin duda porque siempre es muy difícil tomar

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una decisión y también porque tenía miedo de queme detuvieran antes de salir de Francia".

El desinterés de los tres camaradas me hizo pen-sar que el pequeño era ya un incomprendido. Loobservé atentamente; en los ojos y la frente tenía unno sé qué fatal, que generalmente espanta la simpa-tía y que en cambio excitaba la mía. Por un mo-mento tuve la extraña idea de que podía tener unhermano por mí mismo ignorado.

El sol ya había bajado. La noche solemne habíatomado su lugar. Los niños se separaron y cada unofue a madurar su destino, escandalizar a su prójimoy gravitar hacia la gloria o el deshonor, según su cir-cunstancia o azar.

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XXXIIEL TIRSO

a Franz Liszt

¿Qué es un tirso? En mi sentido moral y poético,un emblema sagrado en manos de sacerdotes y sa-cerdotisas que celebran a la divinidad que in-terpretan y sirven. En lo concreto, es sólo un palo,estaca para el lúpulo, guía de la viña, seco, duro yrecto. Alrededor de esta estaca, en meandros capri-chosos juguetean y retozan los tallos y las flores, si-nuosos y huidizos unos, inclinados como campanaso copas volcadas otros. Una desconcertante gloriabrota de esta comple-jidad de líneas y colores, tier-nas o restallantes. ¿No podría decirse que la líneacurva y la espiral cortejan a la recta y danzan a sualrededor con muda adoración? ¿O acaso que todaslas delicadas corolas, los cálices, estallidos de perfu-me y color ejecutan un místico fandango en torno

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del hierático bastón? ¿Y sin embargo quién será elimprudente mortal que se atreva a precisar si las flo-res y los pámpanos han sido hechos para el tirso osi el tirso es pretexto para que se muestre la bellezade pámpanos y flores? El tirso es la representaciónde su sorprendente dualidad, maestro poderoso yvenerado, querido Bacante de la misteriosa y apa-sionada belleza. Ninguna ninfa desenfrenada por elinvencible Baco sacudió nunca el tirso sobre las ca-bezas de sus enloquecidas compañeras con tantaenergía y deseo como usted su genio sobre los cora-zones de sus hermanos. El palo es su voluntad rec-ta, firme, inquebrantable; las flores, el paseo de sufantasía alrededor de la voluntad; es el elemento fe-menino ejecutando en torno al macho prestigiosaspiruetas. Línea recta y arabesco, intención y expre-sión, rigidez de la voluntad, sinuosidad del verbo,unidad de objetivo, variedad de medios, amalgamatodopoderosa e indivisible del genio, ¿qué analistatendrá el estúpido coraje, de dividirlo y separarlo?

Querido Liszt, a través de las brumas, más allá delos ríos, sobre las ciudades donde los pianos cantantu gloria y la imprenta traduce tu sabiduría, dondesea que estés, en los esplendores de la ciudad eternao en las brumas de los países soñadores que con-

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suela Cambrino, improvisando cantos de deleite ode inefable dolor, o confiando al papel tus profun-das meditaciones, ¡Cantor del placer y de la angustiaeternas, filósofo, poeta y artista, yo te saludo en lainmortalidad!

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XXXIIIEMBORRACHENSE

Hay que estar siempre ebrio. Eso es todo: la úni-ca cuestión. Para no sentir el horrible peso deltiempo quebrando la espalda y doblándonos hacia latierra, hay que emborracharse sin tregua.

¿Pero con qué? Con vino, poesía, o virtud, comogustéis. Pero emborráchense.

Y si alguna vez, en las escalinatas de un palacio,sobre la hierba verde de un parque, en la taciturnasoledad del cuarto, despiertan ya disminuida o desa-parecida la borrachera, pregunten al viento, a la ola,a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, alo que gime y rueda, a todo lo que canta, a todo loque habla, pregunten qué hora es y el viento, la ola,la estrella, el pájaro, el reloj, responderán: "¡Es horade emborracharse! ¡Para no ser mártires esclavos del

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tiempo, emborráchense; emborracharse sin cesar!Con vino, poesía o virtud, como gustéis."

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XXXIV¡TAN PRONTO!

Ya cien veces había surgido el sol, radiante o de-solado, en la inmensa cuba del mar, de bordes ape-nas perceptibles, y cien veces había vuelto a hundir-se, resplandeciente o sombrío, en el inmenso bañode la noche. Hacía muchos días que podíamoscontemplar el otro lado del firmamento y descifrarel alfabeto celeste de las antípodas. Y cada uno delos pasajeros gemía y murmuraba. Parecía que laproximidad de la tierra aguijoneaba el sufrimiento."¿Cuándo enton-ces?", decían, "dejaremos de dor-mir un sueño sacudido por la marea y perturbadopor un viento que ronca más alto que nosotros?¿Cuándo podremos dejar de comer carne tan saladacomo el infame elemento que nos lleva? ¿Cuándopodremos digerir en un asiento inmóvil?"

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Algunos pensaban en sus hogares, extrañaban asus mujeres infieles y agrias, y a su prole gritona.Todos estaban tan perturbados por la imagen de latierra ausente que habrían comido pasto con másentusiasmo que los animales.

Finalmente se avistó una costa y al aproximarnosvimos que era una tierra magnífica, fascinante. Pare-cía que las músicas de la vida se desprendían de ellacon vago murmullo y que estas costas, ricas en todotipo de vegetación, exhalaran un delicioso perfumede flores y frutos a varias leguas a la redonda.

De inmediato todos se pusieron contentos, cadacual abdicó de su mal humor. Los litigios se olvida-ron, se perdonaron los recíprocos equívocos; losduelos concertados fueron anulados de la memoria,y los rencores se desvanecieron como humaredas.

Sólo yo estaba triste, inconcebiblemente triste.Como un sacerdote a quien se hubiera despojado desu divinidad, con desoladora amar-gura no podíadesprenderme de este mar tan monstruosamenteseductor, de este mar tan infinitamente variado ensu terrible simplicidad, que parece contener y repre-sentar en sus juegos, ritmos, cóleras y sonrisas, loshumores, agonías y éxtasis de todas las almas quehan vivido, viven y vivirán.

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Al despedirme de su incomparable belleza, mesentía abatido hasta la muerte; por eso, cuando cadauno de mis compañeros dijo "¡Por fin!" sólo pudeexclamar "¡Tan pronto!".

Pero estaba la tierra, la tierra con sus ruidos, suspasiones, comodidades y fiestas; una tierra rica ymagnífica, llena de promesas, que nos enviaba unmisterioso perfume de rosa y almizcle y de dondenos llegaban las músicas de la vida con amantemurmullo.

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XXXVLAS VENTANAS

Quien mira a través de una ventana abierta, ja-más ve tantas cosas como el que mira una ventanacerrada. No hay objeto más profundo, misterioso,fecundo, tenebroso, y radiante que una ventana ilu-minada por una vela. Lo que puede verse al solsiempre es menos interesante que lo que pasa detrásde un vidrio. En ese agujero negro o luminoso vivela vida, sueña la vida, sufre la vida.

Por sobre la marea de techos veo a una mujermadura, ya arrugada, pobre, siempre inclinada sobrealguna cosa, y que no sale nunca. Con el rostro, elvestido, el gesto, con casi nada, rehice la historia deesta mujer, o más bien su leyenda, y ciertas veces mela cuento a mí mismo y lloro.

Si se hubiera tratado de un pobre anciano, la hu-biera reconstruido con la misma facilidad.

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Me acuesto, orgulloso de haber vivido y sufridootras vidas que no son la mía.

Podrán decirme "¿Estás seguro de que es la ver-dadera historia?" ¿Qué importa lo que pueda ser larealidad fuera de mí, si me ha ayudado a vivir y asentir qué soy y cómo soy?

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XXXVIEL DESEO DE PINTAR

¡Desdichado el hombre, pero feliz el artista des-garrado por el deseo! Necesito pintar a la que tanpocas veces vi y que huyó veloz, como algo hermo-so y nostálgico tras el viajero que la noche arrastra.¡Hace cuánto tiempo ya que desapareció!

Es hermosa, y más: es sorprendente. El negroabunda en ella: y lo que inspira es nocturno y pro-fundo. Sus ojos son dos antros donde el misteriocentellea vagamente, y su mirada ilumina como elrayo: una explosión en las tinieblas.

Si pudiera concebirse un astro negro prodigandoluz y felicidad, diría que es un sol negro. Pero máshace pensar en la luna, que sin duda la marcó con sutemible influencia; no la luna blanca de los idiliosque parece una esposa fría; sino una luna siniestra yembriagadora, suspendida en el fondo de una noche

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tormentosa y turbada por el correr de las nubes; nola luna apacible y discreta que visita el sueño de loshombres puros sino la luna arrancada del cielo, ven-cida y rebelde, a la que las brujas de Tesalia obligana danzar sobre la hierba aterrorizada!

En su pequeña frente conviven la voluntad tenazy la pasión por la caza. Sin embargo, en la parte in-ferior de su rostro inquietante -donde las sensiblesnarinas aspiran lo desconocido y lo imposible- esta-lla con gracia indescriptible la risa de una bocagrande, roja y blanca y deliciosa que hace soñar conel milagro de una magnífica flor nacida en terrenovolcánico.

Hay mujeres que inspiran el deseo de vencerlas ygozar de ellas; ésta el de morir lentamente bajo sumirada.

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XXXVIILAS BENDICIONES

DE LA LUNA

La Luna, que es el capricho mismo, miró por laventana mientras dormías en tu cuna, y se dijo:"Esta niña me gusta".

Y descendió blandamente su escalera de nubes ypasó sin ruido a través de los vidrios. Luego se ten-dió sobre ti con la blanda ternura de una madre, ydejó sus colores sobre tu rostro. Tus pupilas se vol-vieron verdes, y tus mejillas extraordinariamente pá-lidas. Al ver a tu visitante tus ojos se agrandaroninsólitamente y ella te abrazó tan tiernamente elcuello que para siempre te quedó el deseo de llorar.

Sin embargo, en la expansión de su alegría, laLuna llenaba toda la habitación como una atmós-fera fosfórica, como un veneno luminoso; y todaesta luz viviente pensaba y decía: "Sufrirás eter-

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namente la influencia de mi beso. Serás bella a mimanera. Amarás lo que yo amo y lo que me ama: elagua, las nubes, el silencio y la noche; la mar inmen-sa y verde; el agua uniforme y multiforme; el sitiodonde no estás; el amante que no conocerás; las flo-res monstruosas; los perfumes que hacen delirar; losgatos que desfallecen sobre pianos gimiendo comomujeres, con voz ronca y dulce!

"Serás amada por mis amantes, cortejada por miscortejantes. Serás la reina de los hombres de ojosverdes cuyo cuello también abracé en mis cariciasnocturnas; de los que aman la mar, la mar inmensa,tumultuosa y verde, el agua informe y multiforme, ellugar donde no están, la mujer que no conocen, lasflores siniestras que parecen inciensarios de una reli-gión desconocida, los perfumes que perturban lavoluntad, y los animales salvajes y voluptuosos queson los emblemas de su locura."

Y por eso, maldita niña amada y mimada, estoyahora rendido a tus pies, buscando en ti el reflejo dela temible Divinidad, de la fatídica madrina, la no-driza envenenadora de todos los lunáticos.

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XXXVII¿CUAL ES LA

VERDADERA?

Yo conocí a una tal Benedicta que llenaba la at-mósfera de ideal, y sus ojos encendían un deseo degrandeza, belleza, gloria y de todo lo que hace creeren la inmortalidad.

Pero esta niña milagrosa era demasiado bella pa-ra vivir mucho tiempo; murió pocos días después deconocerla, y yo mismo la enterré, un día en que laprimavera agitaba su inciensario hasta en los ce-menterios. Fui yo quien la enterró, bien confinadaen un féretro de madera perfumada e incorruptiblecomo los cofres de la India.

Y cuando mis ojos quedaron fijos en el lugardonde estaba enterrado mi tesoro, súbitamente vi auna personita singularmente parecida a la difunta

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que, pataleando sobre la tierra fresca con una vio-lencia histérica y notable, decía estallando en risas:"¡La verdadera Benedicta soy yo! ¡Soy yo, una cana-lla famosa! ¡Y para castigar tu locura y tu ceguera,me amarás tal como soy!".

Pero yo, furioso, contesté. "¡No! ¡no! ¡no!" y pa-ra acentuar mejor mi rechazo pateé tan violen-tamente la tierra que mi pierna se hundió hasta larodilla en la reciente sepultura y como un lobo apri-sionado en la trampa, quedé atado para siempre a lafosa del ideal.

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XXXIXUN CABALLO DE RAZA

Ella es muy fea. ¡Sin embargo, deliciosa!El tiempo y el amor la marcaron con sus garras y

cruelmente le enseñaron lo que cada minuto y cadabeso se llevan de juventud y de frescura.

Es verdaderamente fea: hormiga, araña y hastaesqueleto si quieren; pero también es brebaje, ma-gisterio, brujería. En suma, es exquisita.

El tiempo no pudo romper la armonía brillantede su andar ni la indestructible elegancia de su osa-menta. El amor no alteró la suavidad de su alientode niña; el tiempo no arrancó ni un poco de suabundante melena que con salvajes perfumes exhalatoda la endiablada vitalidad del mediodía francés:Nimes, Aix, Arles, Avignon, Narbonne, Toulouse,¡ciudades bendecidas por el sol, amorosas y encan-tadoras!

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El tiempo y el amor en vano le dieron dentella-das; no disminuyeron en nada el vago pero eternoencanto de su pecho de muchacho.

Gastada tal vez pero no cansada y siempre hero-ica, se parece a los caballos de raza que el ojo delverdadero aficionado reconoce aunque estén atadosa un coche de alquiler o a un pesado carro.

¡Y además ella es tan dulce y ferviente! Ama co-mo se ama en otoño; es como si la proximidad delinvierno encendiera en su corazón un fuego nuevo,y la complacencia de su ternura no cansara nunca.

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XLEL ESPEJO

Un hombre horrible entra y se mira en el espejo."-¿Por qué se mira usted en el espejo, si única-

mente podrá mirarse con disgusto?"El hombre horrible me responde: "Señor, según

los inmortales principios del 89, todos los hombresson iguales ante la ley; así que yo tengo derecho amirarme; si con placer o con disgusto, atañe a miconciencia".

Según el sentido común, indudablemente yo te-nía razón; pero desde el punto de vista de la ley, élno estaba equivocado.

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XLIEL PUERTO

Un puerto es un sitio encantador para un almacansada de las luchas. La amplitud del cielo, la móvilarquitectura de las nubes, los colores cambiantes delmar y el centelleo de los faros son un prisma mara-villosamente límpido para divertir los ojos sin can-sarse jamás. Las delicadas formas de los barcos concomplicados aparejos en los que la marea imprimearmoniosas oscilaciones, alimentan el alma con elgusto del ritmo y la belleza. Y además, sobre todo,para quien ca-rece ya de curiosidad y ambición, esun misterioso y aristocrático placer contemplar des-de el mirador o acodado en el muelle, los movi-mientos de quienes parten y regresan, de quienestodavía tienen fuerzas para querer y deseo para via-jar o para enriquecerse.

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XLIIRETRATO DE LAS

AMANTES

En un salón para hombres, un fumadero con-tiguo a un elegante garito, cuatro hombres fumabany bebían. No eran exactamente jóvenes ni viejos,hermosos ni feos; pero viejos o jóvenes, tenían esadistinción fácil de reconocer en los veteranos de laparranda, un indescriptible no sé qué, cierta tristezafría e irónica que dice claramente: "Vivimos a fondoy buscamos algo que pudiéramos amar y estimar".

Uno de ellos lanzó la conversación sobre el temade las mujeres. Hubiera sido más filosófico no ha-blar de eso en absoluto, pero hay gente aguda que,después de beber, no desprecia las conversacionesbanales. Entonces, al que habla se lo escucha comose escucharía música bailable.

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"Todos los hombres, decía, han tenido la edaddel Querubín: es la época en que, a falta de dríadas,se abraza sin miramientos el tronco de las encinas.Es el primer grado del amor. En el segundo se co-mienza a elegir. Poder deliberar ya es decadencia. Esentonces cuando se busca decididamente la belleza.Pero yo, señores, me vanaglorio de haber llegadohace tiempo a la época climatérica del tercer grado,donde la belleza misma no alcanza si no está sazo-nada por el perfume, la ropa, etcétera. Incluso con-fesaré que a veces aspiro a una desconocida felici-dad, que debe indicar absoluta calma. Pero durantetoda mi vida, exceptuada la edad del Querubín, fuisobre todo sensible a la insoportable tontería, a lairritante mediocridad de las mujeres. Lo que en losanimales amo por sobre todas las cosas es su can-dor. Juzgad pues cuánto debí sufrir por mi últimaamante.

"Era la bastarda de un príncipe. Bella, está demás decirlo, ¿por qué si no la habría tomado? Peroella arruinaba esta gran cualidad con una ambiciónmalsana y deforme. Era una mujer que siempre que-ría mostrarse como hombre. "¡Usted no es unhombre! ¡Ah! ¡Si yo fuera hombre! Entre nosotrosdos, ¡el hombre soy yo!" Esos eran los insoporta-

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bles dichos que vertía su boca de la que jamás hu-biera querido ver salir sino canciones. Acerca de unlibro, un poema, una ópera por la que dejaba esca-par mi admiración: "¿Realmente cree usted que esmuy fuerte?" decía ella; "¿acaso sabe usted qué es lafuerza?", argumentaba.

Un buen día se interesó por la química: de man-era que entre mi boca y la suya encontré en adelanteuna máscara de vidrio. A pesar de todo, era dema-siado mojigata. Si por azar la abrazaba con un gestodemasiado amoroso, se convulsionaba como unasensible violada...

-¿Cómo terminó todo? dijo uno de los otros tres.No lo imaginaba tan paciente.

-Dios, -retomó él- puso remedio al mal. Un díaencontré a esta Minerva hambrienta de fuerza ideal,a solas con mi criado y en una situación que meobligó a retirarme discretamente para no hacerla en-rojecer. Por la noche los despedí a los dos, y les pa-gué los sueldos atrasados.

-En cuanto a mí, -contestó el interlocutor,- sólotengo que quejarme de mí mismo. La felicidad vinoa habitar en mi casa y no supe reconocerla. En losúltimos tiempos, el destino me había concedido laalegría de la mujer más dulce y sumisa, la más de-

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vota de las criaturas, ¡siempre lista y sin entusiasmo!"¡Claro que quiero, ya que le parece agradable!" Erasu respuesta habitual. Si dieran bastonazos a la pa-red o al sillón obtendrían más suspiros que los queconseguían del pecho de mi amante los arrebatosdel amor más furibundo. Después de un año de vi-da común, me confesó que jamás había conocido elplacer. Ese duelo desigual me disgustó y la incom-parable joven se casó. Más tarde se me antojó en-contrarla y me dijo, mostrándome seis hermosos hi-jos: "¡Y bien! Mi querido amigo, la esposa es toda-vía tan virgen como la amante". Nada había cam-biado en esta persona. A veces lo lamento: habríadebido casarme".

Los otros se pusieron a reír y un tercero dijo:"Señores, conocí goces que tal vez ustedes des-

cuidaron. Quiero hablar de lo cómico en el amor,una comicidad que no excluye la admiración. Headmirado más a mi última amante de lo que, creo,han odiado o amado a las suyas. Y todo el mundo laadmiraba tanto como yo. Cuando entrábamos en unrestorán, al cabo de unos minutos se olvidaban decomer para mirarla. Hasta los mozos y la cajera su-frían de ese éxtasis contagioso y se olvidaban de susdeberes. Para ser breve, durante algún tiempo yo

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viví con un fenómeno viviente. Comía, masticaba, tri-turaba, devoraba, deglutía, pero con el más suave ydespreocupado aspecto del mundo. Largo tiempome mantuvo en éxtasis. Tenía un modo dulce, so-ñador, inglés y romántico de decir: "¡Tengo ham-bre!" Y repetía esas palabras día y noche, mostrandolos más lindos dientes del mundo, que los hubieranenternecido y divertido al mismo tiempo. Hubierapodido hacer fortuna exhi-biéndola en las feriascomo monstruo polífago. La alimentaba bien; no obs-tante me abandonó... -¿por un suministrador de ví-veres, tal vez? -Algo parecido, una especie de em-pleado de la intendencia que, mediante cierta com-binación solo por él conocida, proporcionaba a estapobre criatura la ración de varios soldados. Al me-nos eso es lo que supuse.

-Yo, dijo el cuarto, toleré atroces sufrimientospor lo contrario de lo que se le reprocha a la hem-bra egoísta. ¡Salen mal parados, mortales demasiadoafortunados, al quejarse de las imperfecciones de susamantes!

Esto fue dicho en un tono demasiado serio porun hombre de aspecto dulce y pausado, con una fi-sonomía casi clerical, desgraciadamente iluminada

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por ojos de un gris claro, cuya mirada dice: "¡Quie-ro!" o: "¡Hay que!" o bien: "¡No perdono jamás!"

"Si, nervioso como lo conozco a usted, G..., co-bardes y livianos como son los dos, K... y J...., hu-bieran estado relacionados con cierta mujer que co-nozco, hubieran huido, o hubieran muerto. Yo hesobrevivido, como ven. Figúrense una persona in-capaz de cometer un error de sentimiento o de cál-culo; una desoladora serenidad de carácter; una de-voción sin comedia y sin énfasis; una dulzura sindebilidad; una energía sin violencia. La historia demi amor se parece a un interminable viaje sobre unasuperficie pura y limpia como un espejo, vertigino-samente monótona, que reflejara todos mis senti-mientos y mis gestos con la irónica exactitud de mipropia conciencia, de manera que no podía permi-tirme un gesto o un sentimiento irracional sin perci-bir inmediatamente el mudo reproche de mi insepa-rable espectro. El amor se me aparecía como unatutela. ¡Cuántas tonterías me impidió cometer, quelamento no haber cometido! ¡Cuántas deudas paga-das a mi pesar! Ella me privaba de to-dos los bene-ficios que hubiera podido obtener de mi locura.Con fría e infranqueable regla frenaba todos miscaprichos. Para colmo de horror, no exigía recono-

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cimiento, una vez pasado el peligro. Cuántas vecestuve que contenerme para no saltarle al cuello, gri-tándole: "¡Sé imperfecta, miserable! ¡para que puedaamarte sin malestar y sin cólera!" Durante variosaños, la admiré, el corazón lleno de odio. ¡Por fin,no fui yo quien murió!

-¡Ah! dijeron los otros, ¡murió entonces!-¡Sí! Eso no podía continuar así. El amor se ha-

bía transformado en una pesadilla agobiante. Ven-cer o morir, como dice la política, ¡tal era la alterna-tiva que el destino me imponía! Una noche, en unbosque... a orillas de una laguna luego de un melan-cólico paseo en que sus ojos, los ojos de ella, refle-jaban la dulzura del cielo y en que mi corazón, elcorazón mío, estaba crispado como el infierno...

-¡Qué!-¡Cómo!-¿Qué quiere decir?-Era inevitable. Tengo demasiado sentido de jus-

ticia para golpear, ultrajar o despedir a un servidorirreprochable. Pero había que equiparar ese senti-miento con el horror que su ser me inspiraba; de-sembarazarse de ella sin faltarle el respeto. ¿Quéquerían que hiciese, si era perfecta?

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Los otros tres lo miraron vaga y ligeramente ale-lados, como fingiendo no comprender y confesan-do implícitamente que no se sentían capaces de unaacción tan rigurosa aunque suficientemente razona-ble.

Después se hicieron traer nuevas botellas paramatar el tiempo que tiene la vida tan larga, y acelerarla vida que transcurre tan lentamente.

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XLIIIEL GALANTE TIRADOR

Mientras el coche atravesaba el bosque, él hizoque se detuviera cerca de un campo de tiro, diciendoque quería disparar algunas balas para matar el tiem-po. ¿Matar al monstruo, no es acaso la ocupaciónmás ordinaria y legítima? Y galantemente ofreció lamano a su querida, deliciosa, execrable y misteriosamujer a la que debe tantos placeres, tantos dolores,y tal vez también gran parte de su genio.

Varias balas dieron lejos del objetivo propuesto;una de ellas incluso entró en el techo; y mientras laencantadora criatura reía como loca, burlándose dela torpeza del esposo, éste se volvió bruscamentehacia ella y le dijo: "Observa esta muñeca, allá, a laderecha, la que tiene la nariz respingada y rostro al-tanero. ¡Y bien! querido ángel, me imagino que eres tú".

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Y cerró los ojos y soltó el gatillo. La muñeca fuelimpiamente decapitada.

Entonces, inclinándose hacia su querida, deli-ciosa, execrable mujer, su inevitable e impiadosamusa, y besándole respetuosamente la mano, agre-gó: "¡Ah! Mi ángel querido, cuanto te agradezco mipuntería!".

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XLIVLA SOPA Y LAS NUBES

Mientras mi loquita bienamada me daba la cena,por la ventana abierta del comedor yo contemplabaen las movedizas arquitecturas que Dios hace conlas nubes, las maravillosas construcciones de lo im-palpable. Y me decía, a través de mi contemplación:

"-Todas estas fantasmagorías son casi tan bellascomo los ojos de mi hermosa bienamada, la mons-truosa loquita de ojos verdes."

Cuando de repente, recibí un violento puñetazoen la espalda, y oí la voz ronca y encantadora, la vozhistérica y entorpecida por el aguardiente, la voz demi querida, pequeña bienamada que decía:

"¿Te falta mucho para comer la sopa, h... p...vendedor de nubes?"

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XLVEL CAMPO DE TIROY EL CEMENTERIO

-Vista del cementerio, Cafetín.- Singular cartel -sedijo nuestro paseante- ¡pero bien puesto para darsed! Con seguridad el dueño de este café sabe apre-ciar a Horacio y a los poetas discípulos de Epicuro.Incluso es posible que conozca el profundo refina-miento de los antiguos egipcios, para quienes nohabía buen festín sin esqueleto, o sin un emblemacualquiera de la brevedad de la vida.

Y entró, bebió un vaso de cerveza enfrente de lastumbas y lentamente fumó un cigarro. Luego, tuvoganas de bajar hasta el cementerio donde la hierbaera tan alta y tan incitante, y rei-naba un rico sol.

En efecto, la luz y el calor eran álgidos, y parecíaque el sol ebrio se extendía a todo lo largo de unaalfombra de magníficas flores fertilizadas por la

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destrucción. Un inmenso rumor de vida llenaba elaire -la vida de los infinitamente pequeños-, inte-rrumpida a intervalos regulares por el crepitar de losdisparos de un tiro vecino, que estallaban con la ex-plosión de los tapones de champaña en el zumbidode una sinfonía asordinada.

Entonces, bajo el sol que le calentaba el cerebroy en la atmósfera de ardientes perfumes de lamuerte, escuchó una voz murmurar bajo la tumbaen la que se había sentado. Y la voz decía: "¡Maldi-tos los blancos y las carabinas, turbulentos vivos,que tan poco se preocupan por los difuntos en sudivino reposo! ¡Malditas sus ambiciones, malditossus cálculos, mortales impacientes, que vienen a es-tudiar el arte de matar cerca del santuario de laMuerte!

¡Si supieran lo fácil que es ganar el premio, lo fá-cil de alcanzar que es el fin, y cómo todo, excepto lamuerte, es nada, no se fatigarían tanto, laboriososvivos, e interrumpirían con menos frecuencia elsueño de los que desde hace mucho yacen en el fin,en el único verdadero fin de la detestable vida!"

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XLVIPERDER LA AUREOLA

"¡Eh! ¿cómo? ¿Usted aquí, mi querido? ¡Usted,en un lugar malo! ¡Usted, el bebedor de quin-taesencias! ¡Usted, que come ambrosía! Ver-daderamente, hay de qué sorprenderse.

-Querido mío, conoce mi terror a los caballos y alos coches. Hace un momento, cuando atravesaba laavenida con gran apuro, y sorteaba el barro, a travésdel caos movedizo en que la muerte llega al galopepor todos los costados a la vez, en un movimientobrusco mi aureola se deslizó de la cabeza, al fangodel empedrado. No tuve el coraje de recogerla. Juz-gué menos desagradable perder mis insignias quehacerme romper los huesos. Y además, me dije, dealgo sirve la desgracia. Ahora puedo pasearme de in-cógnito, cometer bajas acciones, y abandonarme a la

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canalla, como los simples mortales. ¡Y héme aquí,en todo semejante a usted, como puede ver!

-Al menos debería hacer publicar esa aureola, ohacerla reclamar por el comisario.

-¡Por favor! ¡No! Me encuentro bien aquí. Sólousted me ha reconocido. Además la dignidad meaburre. Por otra parte pienso con alegría que algúnmal poeta la recogerá e impúdicamente se adornarácon ella. ¡Qué gozo, hacer feliz a alguien! ¡Y sobretodo, alguien que me hará reír! ¡Piense en X, o enZ! ¿Eh? ¡Qué divertido será eso!

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XLVIISEÑORITA BISTURI

Cuando llegaba al extremo de la avenida, bajo lasluces de gas, sentí un brazo deslizarse dulcementebajo el mío y escuché una voz que me decía al oído:"¿Usted es médico, señor?"

Miré; era una solterona robusta, con ojos muyabiertos, ligeramente maquillada, los cabellos le flo-taban en el viento con las bridas de su sombrero.

-No; no soy médico. Déjeme pasar. -¡Oh, sí!Usted es médico. Lo veo claro. Venga a mi casa.¡Estará muy contento de mí, venga! -Sin duda, iré averla, pero más tarde, después del médico, ¡qué dia-blos!... -¡Ah! ¡ah! dijo ella, siempre suspendida de mibrazo, y estallando en risas, -usted es médico chisto-so, yo conocí a varios de ese tipo. Venga.

Yo amo apasionadamente el misterio porquesiempre tengo la esperanza de desentrañarlo. Me

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dejé, pues, arrastrar por esta compañía, o más bienpor este enigma inesperado.

Omito la descripción del tugurio; se la puede en-contrar en varios antiguos poetas franceses muy co-nocidos. Solamente, detalle no percibido porRégnier, dos o tres retratos de célebres doctorescolgaban de los muros.

¡Cómo me mimó! Un fuego vivo, vino caliente,cigarros; y al ofrecerme esas buenas cosas, en-cendiéndome ella misma un cigarro, la bufonescacriatura me decía: "Haga como en su casa, amigomío, póngase cómodo. Eso le recordará el hospitaly el buen tiempo de la juventud. -¡Ah, a propósito!¿dónde consiguió usted esas canas? Usted no estabaasí, hace no mucho tiempo, cuando era interno deL... Recuerdo que era usted quien lo asistía en lasoperaciones graves. ¡Ese sí que es un hombre aquien le gusta cortar, tallar y refilar! Usted le alcan-zaba los instrumentos, los hilos y las esponjas".

-Y cuando terminaba la operación, decía orgul-losamente, mirando su reloj: "¡Cinco minutos, seño-res! ¡Oh, yo voy por todas partes. Co-nozco bien aesos señores!.

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Algunos instantes más tarde, tuteándome, re-tomaba su cantinela: "¿Eres médico, no es cierto,gatito?"

Este ininteligible refrán me hizo saltar sobre mispiernas. "¡No!" grité furioso.

-"¿Cirujano, entonces?-¡No! ¡no! ¡a menos que sea para cortarte la ca-

beza...! ¡P... m... que te p...!-Espera, retomó ella, ya vas a ver.Y sacó de un armario un rollo de papeles que no

eran otra que la colección de retratos de médicosilustres de la época, litografiados por Maurin, quedurante varios años pudieron verse exhibidos en elquai Voltaire.

-¡Mira! ¿reconoces a éste?-¡Sí! es X. El nombre está debajo, además. Pero

lo conozco personalmente.-¡Ya lo sabía! ¡Ten! es Z. que decía en su curso,

hablando de X.: "¡Ese monstruo lleva en el rostro lanegrura de su alma!" ¡Todo porque el otro teníadistinta opinión en un asunto! ¡Cómo se reían deeso en la Escuela, en esa época! ¿Lo recuerdas?- Yéste es K., que denunciaba al gobierno a los insur-gentes que curaba en el hospital. Era tiempo de re-beliones. ¿Cómo es posible que un hombre tan

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buen mozo tuviera tan poco corazón?- Y ahora W.,un famoso médico inglés; lo encontré en su viaje aParís. Tiene aspecto como de señorita, ¿no es cier-to?

Y cuando toqué un paquete atado, que había de-jado sobre la mesita: "Espera un poco, dijo ella;- esde los internos, y este paquete es el de los externos."

Y desplegó en abanico una masa de fotografíasque representaban fisonomías mucho más jóvenes.

-Cuando nos volvamos a ver me darás un retratotuyo, ¿no es cierto, querido?

-Pero, le dije, siguiendo a mi vez mi idea fija, yotambién,- ¿por qué me crees médico?

-¡Porque eres tan gentil, y tan bueno con lasmujeres!

-¡Lógica singular! me dije a mí mismo.-¡Oh! casi nunca me equivoco; conocí gran can-

tidad. Me gustan mucho esos señores y, aunque noestoy enferma, los voy a visitar algunas veces, sólopara verlos. Algunos me dicen fríamente: "¡Ustedno está en absoluto enferma!" Pero hay otros queme comprenden, porque les hago caras.

- ¿Y cuando no comprenden?-¡Bueno! Como los molesté inútilmente, les dejo

diez francos sobre la chimenea. -¡Son tan buenos y

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dulces, esos hombres! -En el Piedad descubrí a unjoven interno, hermoso como un ángel, que es cor-tés ¡y cómo trabaja el pobre muchacho! Sus cama-radas me dijeron que no tiene un peso porque suspadres son tan pobres que no pueden mandarle na-da. Eso me dio confianza. Después de todo soy unamujer bastante bonita, aunque ya no joven. Le dije:"Ven a verme, ven a verme seguido. Y no te hagasproblema conmigo; no necesito dinero". Pero túcomprendes que le hice entender esto por una can-tidad de maneras; no se lo dije crudamente; ¡teníatanto miedo de humillar al pobre muchacho!

-¡Y bien! ¿creerías que tengo un loco deseo queno me atrevo a decirle? ¡Quisiera que venga a vermecon su maletín y su delantal, incluso con un poco desangre!

Dijo esto con aire muy cándido, como un hom-bre sensible diría a la actriz que ama: "Quiero verlavestida con el traje que llevaba en su famoso perso-naje..."

Yo, obstinándome, retomé: "¿Puedes recordar laépoca y la ocasión en que nació en ti esta pasión tanparticular?"

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Con gran dificultad me hice comprender y porfin lo logré. Pero ella me contestó con mucha triste-za y desviando los ojos: "No sé... no me acuerdo".

¿Cuántas extravagancias hay en una gran ciudad,si sabe uno pasear y mirar?. La vida hormiguea demonstruos inocentes. ¡Dios mi Señor! el Creador, elMaestro; vos que hiciste la Ley y la Libertad; el so-berano que deja hacer, el juez que perdona; que estálleno de motivos y de causas, y que tal vez puso enmi espíritu el gusto del ho-rror para convertir a micorazón, como la cura en la punta de una cuchilla;¡Señor, ten piedad, ten piedad de los locos y de laslocas! ¡Oh Creador! ¿Pueden existir monstruos a losojos de Aquél, el único que sabe por qué existen,cómo se hicieron y cómo hubieran podido no hacerse?

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XLVIII

ANY WHERE OUT OFTHE WORLD

En Cualquier ParteFuera del Mundo

Esta vida es un hospital donde cada enfermo estáposeído por el deseo de cambiar de cama. Este que-rría sufrir frente a la estufa, y aquel cree que sanaríaal lado de la ventana.

Me parece que yo siempre estaría bien allí dondeno estoy, y este tema de la mudanza es uno de losque discuto incesantemente con mi alma.

"Dime, alma mía, pobre alma con frío, ¿qué teparecería habitar en Lisboa? Debe hacer calor allí yte reconfortarías como un lagarto. Esta ciudad estáa orillas del agua; se dice que esta construída enmármol y que su pueblo tiene tal odio a lo vegetalque arranca todos los árboles. Sería un paisaje a tu

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gusto; ¡un paisaje hecho con luz y mineral, y líquidopara reflejarlos!".

Mi alma no responde."Ya que amas tanto el reposo, con el espectáculo

del movimiento, ¿quieres venir a vivir en Holanda,esa tierra beatífica? Tal vez te divertirías en esta re-gión cuya imagen tan a menudo admiraste en losmuseos. ¿Qué pensarías de Rotterdam, tú, que amasla maraña de mástiles y los navíos amarrados al piede las casas?"

Mi alma permanece muda.-¿Batavia te sonreiría más, tal vez? Además allí

encontraríamos el espíritu de Europa con la bellezatropical.

Ni una palabra. ¿Habrá muerto mi alma?-¿Será que has llegado a tal punto de letargo que

sólo te complaces con tu enfermedad? Si es así, hu-yamos hacia los países que son analo-gías de laMuerte.

-Yo me ocupo de nuestro asunto, ¡pobre alma!Haremos nuestras maletas para Torneo. Vayamosmás lejos aún, al último extremo del Báltico; máslejos de la vida todavía si es posible; instalémonosen el polo. Allí el sol roza sólo oblicuamente la tie-rra y las lentas alternativas de la luz y de la noche

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suprimen la variedad y aumentan la monotonía, esamitad de la nada. Allí podremos tomar largos bañosde tinieblas, aunque para divertirnos las auroras bo-reales nos enviarán cada tanto sus haces rosados,como reflejos de fuegos de artificio del Infierno!

Finalmente mi alma hace explosión y juiciosa-mente me grita: "¡No importa dónde! ¡no importadónde! ¡con tal de que sea lejos de este mundo!"

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XLIXAPORREEMOS A LOS

POBRES

Confinado quince días en mi habitación, me ha-bía rodeado de libros de moda en esa época (hacedieciséis o diecisiete años); quiero decir libros dondese trata el arte de volver a los pueblos felices, sabiosy ricos, en veinticuatro horas. Así pues, yo había di-gerido, -tragado, quiero decir- todas las elucubracio-nes de todos estos em-presarios de la felicidad pú-blica, -que aconsejan a los pobres volverse esclavos,y los persuaden de que son reyes destronados. Na-die se sor-prenderá entonces de que estuviera en unestado de espíritu próximo al vértigo o a la estupi-dez.

Solamente me parecía sentir, confinado al fondode mi intelecto, el oscuro germen de una idea supe-rior a todas las fórmulas del sentido común que ha-

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bía recorrido recientemente en el diccionario. Perosólo era la idea de una idea, algo infinitamente vago.

Y salí muy sediento. Pues el gusto apasionado delas malas lecturas engendra una necesidad pro-porcional de aire libre y de refrescos.

Cuando iba a entrar en un café, un mendigo metendió el sombrero con una de esas miradas in-olvidables que derribarían tronos, si el espíritu re-moviera la materia, y si el ojo de un mago hicieramadurar las uvas.

Al mismo tiempo, escuchaba una voz murmu-rando en mi oído, una voz que reconocí perfec-tamente; era la del buen Angel, o buen demonio,que me acompaña a todas partes. Ya que Sócratestenía su buen Demonio, ¿por qué no podría yo te-ner un buen Angel, y por qué no habría de obtener,como Sócrates, mi diploma de locura, firmado porel sutil Lelut y el bien informado Baillarger?

Hay una diferencia entre el Demonio de Sócratesy el mío, y es que el de Sócrates no se manifestabasino para prohibirle, advertirle, impedirle, y que elmío se digna aconsejar, sugerir, persuadir. El pobreSócrates tenía un Demonio prohibitivo; y el mío esun gran afirmador, el mío es un Demonio de ac-ción, un Demonio de combate.

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Además su voz me cuchicheaba: "Sólo es igual aotro quien así lo prueba, y sólo es digno de libertadquien sabe conquistarla"

Inmediatamente salté sobre el mendigo. Con unsolo puñetazo le taponé un ojo que en un segundose hinchó como una pelota. Quebré una de misuñas al romperle dos dientes, y como no me sentíademasiado fuerte porque nací delicado y no meejercité demasiado en el boxeo, para aporrear rápi-damente a ese viejo lo agarré con una mano delcuello de su traje y con la otra le apreté la garganta yme puse a sacudirle vigorosamente la cabeza contrauna pared. Debo con-fesar que previamente habíahechado un vistazo por los alrededores y había veri-ficado que en el desierto suburbio me encontrabafuera del alcance de cualquier agente de policía.

Después de derribar al debilitado sexagenariocon una patada en la espalda, tan enérgica como pa-ra partirle los omóplatos, me apoderé de una gruesarama de árbol caída y lo golpeé con la obstinadaenergía de los cocineros que quieren ablandar unbife.

De pronto, -¡Oh milagro! ¡Oh goce del filósofoque verifica la excelencia de su teoría!- vi a la antiguaosamenta darse vuelta, levantarse con una energía

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que jamás habría sospechado en máquina tan sin-gularmente desequilibrada y, con una mirada deodio que me pareció de buen augurio, el decrépitomalandrín se lanzó sobre mí, me golpeó los dosojos, me rompió cuatro dientes y con la misma ra-ma de árbol me molió a palos. Con mi enérgica me-dicación yo le había devuelto el orgullo y la vida.

Entonces hice grandes gestos para que com-prendiera que consideraba terminada la discusión,me levanté con la satisfacción de un sofista del Pór-tico y le dije: "¡Señor, usted es mi par! hágame elhonor de compartir conmigo la bolsa; y recuerdeque, si es usted realmente filántropo, en caso de quele pidan limosna tiene que aplicar en sus colegas lateoría que yo tuve el dolor de intentar sobre su es-palda".

El me juró que había comprendido mi teoría, yque obedecería mis consejos.

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LLOS PERROS BUENOS

a Joseph Stevens

Jamás, ni siquiera ante los jóvenes escritores demi siglo, me avergoncé de mi admiración porBuffon pero no sería a él, pintor de la naturalezapomposa, a quien invocaría hoy en mi auxilio. No.Más gustoso me dirigiría a Sterne para decirle: ¡Bajadel cielo o sube hasta mí desde los Campos Elíseose inspira un canto digno de ti, farsante sentimental,incomparable farsante, un canto sobre los perrosbuenos, los pobres perros! Vuelve montado sobre elfamoso asno que siempre te acompaña en la memo-ria de la posteridad; y sobre todo que el asno no seolvide el inmortal mazapán que delicadamente cuel-ga de sus labios!

¡Atrás, musa académica! No tengo nada que ha-cer con esa vieja mojigata. Invoco a la musa fami-

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liar, ciudadana y viva, para que me ayude a cantar alos perros buenos, los perros sucios y miserablesque nadie aguanta, llenos de pestes y pulgas, ex-cepto el pobre socio o el poeta que lo mira con ojofraternal.

Nada de perros lindos, cuadrúpedos pretencio-sos, daneses, falderos, tan chochos consigo mismosque sin discreción se lanzan contra piernas o panto-rrillas del visitante, seguros de gustar, ruidosos co-mo niños, estúpidos como mujercitas, y a veces hu-raños e insolentes como un criado! Sobre todo nadade esas serpientes de cuatro patas, los temblorosos,ociosos lebreles que en el hocico no tienen olfatopara seguir la pista de un amigo ni en la cabezachata, algo de inteligencia para jugar al dominó.

¡Fuera todos los parásitos aburridos!¡Que se vuelvan a la cucha acolchada de seda! Le

canto al perro sucio, al perro pobre, sin casa, al va-gabundo, al saltimbanqui, al perro que como el ac-tor, el pobre y el bohemio, tiene el instinto maravi-llosamente aguijoneado por la necesidad, madre tanbuena y verdadera patrona de la inteligencia!

Le canto a los perros calamitosos, a los que va-gabundean solitarios en las sinuosas colinas de lasinmensas ciudades y a los que con ojos brillantes y

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llenos de espíritu le dijeron al hombre solitario: "llé-vame, contigo y con nuestras dos miserias haremosuna felicidad"

¿A dónde van los perros? preguntaba hace pocotiempo Néstor Roqueplan en un inmortal folletínque él ya debe haber olvidado y que sólo recor-damos yo y, tal vez, Saint Beuve.

¿A dónde van los perros? preguntan hombres pocoperspicaces. Van a sus cosas. Citas de negocios, ci-tas de amor. En la niebla o la nieve, entre la mugre,bajo el mordiente calor, cuando llueve a cántaros yvienen y van, trotan y pasan bajo los coches, enlo-quecidos por las pulgas, la pasión, la necesidad o eldeber.

Igual que nosotros se han levantado muy tem-prano y se buscan la vida o corren a sus placeres.

Los hay que duermen en una ruina suburbana ycada día a la misma hora llegan a la cocina del PalaisRoyal a pedir su ración; otros acuden en grupos, demás de cinco leguas y comparten la comida queprepararon caritativas vírgenes sexagenarias de co-razón desocupado, que se dedican a los perros por-que los hombres imbéciles son indiferentes.

Como negros fugitivos, otros locos de amorabandonan sus casas para venir a la ciudad y dan

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vueltas una hora entera alrededor de una hermosaperra, de aspecto un poco descuidado pero orgullo-sa y agradecida.

Sin documentos ni facturas ni portafolios, sontodos muy exactos.

¿Conocen ustedes la perezosa Bélgica y como yohan admirado sus fuertes perros atados a la carretadel carnicero, la lechera o el panadero, que con la-dridos triunfales expresan el orgulloso placer quesienten al rivalizar con los caballos?

¡Aquí hay dos que pertenecen a un orden más ci-vilizado todavía! Permítanme introducirlos a la piezadel saltimbanqui ausente. Una cama de maderapintada sin cortinados, frazadas desordenadas ysembradas de pulgas, dos sillas de paja, cocina dehierro y uno o dos instrumentos de música destar-talados. Triste mobiliario. Les pido que observen aestos dos personajes inteligentes, con traje raído ysuntuoso a la vez, peinados como trovadores o mi-litares, y que con ojos de brujos vigilan la obra sintítulo que hierve en la cocina encendida y en la quese yergue una larga cuchara, plantada como el mástilque anuncia cuando la construcción ha terminado.

¿Acaso no es justo que tan celosos comediantessalgan a la calle después de alimentar la panza con

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una sopa potente y sólida? ¿No se dispensa un pocode sensualidad en esos pobres diablos que tienenque afrontar la indiferencia del público y las injusti-cias de un director que tiene la parte del león y setoma la sopa de cuatro actores juntos?

¡Cuántas veces contemplé sonriente y simpática-mente a esos filósofos de cuatro patas, esclavos,complacientes, sumisos o sacrificados que el diccio-nario republicano clasificaría de oficiosos si, dema-siado ocupadas en la felicidad de los hombres, larepública encontrara tiempo para dirigir también elhonor de los perros!

Y cuántas veces pensé que para recompensartanto coraje, paciencia y trabajo, en algún lugar de-bía haber un paraíso especial para los perros bue-nos, los perros pobres, los mugrientos y solitarios.¡Swedenborg afirma que hay uno para turcos y otropara holandeses!

Los pastores de Virgilio y Teócrito, como re-compensa a su canto esperaban un buen queso, unaflauta de un buen artesano, o una cabra con las tetasllenas. El cantor de los perros pobres recibió comorecompensa una casaca buena y gastada, que hacepensar en el sol otoñal, en la belleza de las mujeresmaduras y en los veranos en el Saint Martin.

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Ninguno de los que estaba en la taberna de la ca-lle Villa Hermosa olvidará la petulancia con que elpintor se quitó la casaca para dársela al poeta, alcomprender que es bueno y honesto cantar a losperros pobres.

Como magnífico tirano italiano de los buenostiempos, ofrecía al divino Aretino una daga adorna-da con piedrerías o un abrigo cortesano, a cambiode un precioso soneto o de un raro poema satírico.

Y cada vez que el poeta se pone la casaca delpintor, se ve obligado a pensar en los perros bue-nos, los perros filósofos, en los veranos en el SaintMartin y en la belleza de las mujeres muy maduras.