baudelaire prosa

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Índice Poemas en prosa - I - El extranjero - II - La desesperación de la vieja - III - El «yo pecador» del artista - IV - Un gracioso - V - La estancia doble - VI - Cada cual, con su quimera VII El loco y la Venus VIII El perro y el frasco IX El mal vidriero - X - A la una de la mañana - XI - La «mujer salvaje» y la queridita - XII - Las muchedumbres - XIII - Las viudas - XIV - El viejo saltimbanqui - XV - El pastel - XVI - El reloj - XVII - Un hemisferio en una cabellera - XVIII - La invitación al viaje - XIX - El juguete del pobre - XX - Los dones de las hadas - XXI - Las tentaciones, o Eros, Pluto y la Gloria - XXII - El crepúsculo de la noche - XXIII - La soledad - XXIV - Los Proyectos - XXV -

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ndicePoemas en prosa- I -El extranjero- II -La desesperacin de la vieja- III -El yo pecador del artista- IV -Un gracioso- V -La estancia doble- VI -Cada cual, con su quimeraVIIEl loco y la VenusVIIIEl perro y el frascoIXEl mal vidriero- X -A la una de la maana- XI -La mujer salvaje y la queridita- XII -Las muchedumbres- XIII -Las viudas- XIV -El viejo saltimbanqui- XV -El pastel- XVI -El reloj- XVII -Un hemisferio en una cabellera- XVIII -La invitacin al viaje- XIX -El juguete del pobre- XX -Los dones de las hadas- XXI -Las tentaciones, o Eros, Pluto y la Gloria- XXII -El crepsculo de la noche- XXIII -La soledad- XXIV -Los Proyectos- XXV -La hermosa Dorotea- XXVI -Los ojos de los pobres- XXVII -Muerte heroica- XXVIII -La moneda falsa- XXIX -El jugador generoso- XXX -La cuerda- XXXI -Las vocaciones- XXXII -El tirso- XXXIII -Embriagaos- XXXIV -Ya!- XXXV -Las ventanas- XXXVI -El deseo de pintar- XXXVII -Los beneficios de la Luna- XXXVIII -Cul es la verdadera?- XXXIX -Un caballo de raza- XL -El espejo- XLI -El Puerto- XLII -Retratos de queridas- XLIII -El tirador galante- XLIV -La sopa y las nubes- XLV -El tiro y el cementerio- XLVI -Extravo de aureola- XLVII -La seorita Bistur- XLVIII -Any Where Out of the World (En cualquier parte, fuera del mundo)- XLIX -Matemos a los pobres!- L -Los perros buenosEplogo

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Poemas en prosaBaudelaire, Charles

- I -El extranjero-A quin quieres ms, hombre enigmtico, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.-A tus amigos?-Empleis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.-A tu patria?-Ignoro en qu latitud est situada.-A la belleza?-Bien la querra, ya que es diosa e inmortal.-Al oro?-Lo aborrezco lo mismo que aborrecis vosotros a Dios.-Pues a quin quieres, extraordinario extranjero?-Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por all.... a las nubes maravillosas!

- II -La desesperacin de la viejaLa viejecilla arrugada sentase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos queran agradar; aquel lindo ser tan frgil como ella, viejecita, y como ella tambin sin dientes ni cabellos.Y se le acerc para hacerle fiestas y gestos agradables.Pero el nio, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrpita, llenando la casa con sus aullidos.Entonces la viejecilla se retir a su soledad eterna, y lloraba en un rincn, diciendo: Ay! Ya pas para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; y hasta causamos horror a los nios pequeos cuando vamos a darles cario!

- III -El yo pecador del artistaCun penetrante es el final del da en otoo! Ay! Penetrante hasta el dolor! Pues hay en l ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta ms acerada que la de lo infinito.Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeez y aislamiento, de mi existencia irremediable, meloda montona de la marejada, todo eso que piensa por m, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagacin el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de m, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energa en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan ms que vibraciones chillonas, dolorosas.Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectculo me subleva... Ay! Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, djame! No tientes ms a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.

- IV -Un graciosoEra la explosin del ao nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por mil carruajes, centelleante de juguetes y de bombones, hormigueante de codicia y desesperacin; delirio oficial de una ciudad grande, hecho para perturbar el cerebro del solitario ms fuerte.Entre todo aquel barullo y estruendo trotaba un asno vivamente, arreado por un tipejo que empuaba el ltigo.Cuando el burro iba a volver la esquina de una acera, un seorito enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje nuevo, se inclin, ceremonioso, ante el humilde animal, y le dijo, quitndose el sombrero: Se lo deseo bueno y feliz! Volviose despus con aire fatuo no s a qu camaradas suyos, como para rogarles que aadieran aprobacin a su contento.El asno, sin ver al gracioso, sigui corriendo con celo hacia donde le llamaba el deber.A m me acometi sbitamente una rabia inconmensurable contra aquel magnfico imbcil, que me pareci concentrar en s todo el ingenio de Francia.

- V -La estancia dobleUna estancia parecida a una divagacin, una estancia verdaderamente espiritual, de atmsfera quieta y teida levemente de rosa y azul.Toma en ella el alma un bao de pereza aromado de pesar y de deseo. Es algo crepuscular, azulado, rseo; un ensueo de placer durante un eclipse.Tienen los muebles formas alargadas, postradas, languidecentes. Tienen los muebles aire de soar; creeraselos dotados de vida sonambulesca, como vegetales y minerales. Hablan las telas una lengua muda, como las flores, como los cielos, como las puestas de Sol.Ninguna abominacin artstica en las paredes. En relacin con el sueo puro, con la impresin no analizada, el arte definido, el arte positivo, es blasfemia. Aqu todo tiene la suficiente claridad, la deliciosa obscuridad de la armona.Un olor infinitesimal, exquisitamente elegido, al que se mezcla una levsima humedad, nada en la atmsfera, donde mecen al espritu adormilado sensaciones de invernadero.Llueve abundante muselina delante de las ventanas y delante del lecho; derramase en cascadas nivosas. En el lecho est acostado el dolo, la soberana de los ensueos. Pero cmo est aqu? Quin la trajo? Qu virtud mgica la instal en este trono de ensueo y de placer? Qu importa? Ah est! La reconozco.Esos son los ojos cuya llama atraviesa el crepsculo, miras sutiles y tremendas que reconozco en su malicia espantosa. Atraen, subyugan, devoran las miradas del imprudente que las contempla. A menudo estudi esas estrellas negras que imponen curiosidad y admiracin.A qu demonio benvolo debo hallarme as, rodeado de misterio, de silencio, de paz y de perfumes? Oh beatitud! Lo que solemos llamar vida, aun en su ms dichosa expansin, nada tiene de comn con la vida suprema, que ahora conozco y saboreo de minuto en minuto, de segundo en segundo.No! Ya no hay minutos, ya no hay segundos! Desapareci el tiempo; reina la Eternidad, una eternidad de delicias.Pero un golpe terrible, pesado, reson en la puerta, y, como en sueos infernales, me ha parecido recibir un golpe de azadn en el estmago.Luego ha entrado un espectro. Es un alguacil que viene a torturarme en nombre de la ley, una infame concubina que viene a dar gritos de miseria y a echar las liviandades de su existencia sobre los dolores de la ma, o el ordenanza de un director de peridico que viene a pedir ms original.La estancia paradisaca, el dolo, la soberana de los ensueos, la Slfide, como deca Renato el grande, toda aquella magia desapareci al golpe brutal del espectro.Horror! Ya recuerdo!, ya recuerdo! S! Este desvn, esta morada del Eterno hasto, es la ma. Estos son los muebles necios, polvorientos, descantillados; la chimenea sin llama y sin ascua, mancillada por los escupitajos; las tristes ventanas llenas de polvo en que traz surcos la lluvia; los manuscritos llenos de tachones, sin concluir; el calendario en que el lpiz marc las fechas siniestras!Y este perfume de otro mundo, del que me embriagu con sensibilidad perfeccionada, ay!, reemplazado est por un ftido olor a tabaco, mezclado con no s que nauseabundo moho. Aqu se respira ahora lo rancio de la desolacin.En este mundo estrecho, pero tan henchido de repugnancia, slo un objeto conocido me sonre: la ampolla de ludano, vieja y terrible amiga, como todas las amigas; ay!, fecunda en caricias y traiciones.Ah, s! El tiempo reapareci; el tiempo reina ya como soberano; y con el horrible viejo volvi todo su acompaamiento de recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cleras y neurosis.Os aseguro que ahora los segundos estn acentuados fuerte y solemnemente; que cada uno al saltar del reloj dice: Soy la Vida, la insoportable, la implacable Vida!No hay ms que un segundo en la vida humana que tenga por misin el anuncio de una buena nueva, la buena nueva que a todos los causa inexplicable miedo.S!, el Tiempo reina; ha recobrado la dictadura brutal. Me azuza como a un buey, con su doble aguijn: Arre, borrico! Suda, esclavo! Vive condenado!

- VI -Cada cual, con su quimeraBajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni csped, sin un cardo, sin una ortiga, tropec con muchos hombres que caminaban encorvados.Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbn, o la mochila de un soldado de infantera romana.Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolva y oprima, por el contrario, al hombre, con sus msculos elsticos y poderosos; prendase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendan aumentar el terror de sus enemigos.Interrogu a uno de aquellos hombres preguntndole adnde iban de aquel modo. Me contest que ni l ni los dems lo saban; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.Observacin curiosa: ninguno de aquellos viajeros pareca irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubirase dicho que lo consideraban como parte de s mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperacin mostraban; bajo la capa esplentica del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.Y el cortejo pas junto a m, y se hundi en la atmsfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.Me obstin unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dej caer sobre m, y me qued ms profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.

VIIEl loco y la VenusQu admirable da! El vasto parque desmaya ante la mirada abrasadora del Sol, como la juventud bajo el dominio del Amor.El xtasis universal de las cosas no se expresa por ruido ninguno; las mismas aguas estn como dormidas. Harto diferente de las fiestas humanas, sta es una orga silenciosa.Dirase que una luz siempre en aumento da a las cosas un centelleo cada vez mayor; que las flores excitadas arden en deseos de rivalizar con el azul del cielo por la energa de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los levanta hacia el astro como humaredas.

Pero entre el goce universal he visto un ser afligido.A los pies de una Venus colosal, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios que se encargan de hacer rer a los reyes cuando el remordimiento o el hasto los obsesiona, emperejilado con un traje brillante y ridculo, con tocado de cuernos y cascabeles, acurrucado junto al pedestal, levanta los ojos arrasados en lgrimas hacia la inmortal diosa.Y dicen sus ojos: Soy el ltimo, el ms solitario de los seres humanos, privado de amor y de amistad; soy inferior en mucho al animal ms imperfecto. Hecho estoy, sin embargo, yo tambin, para comprender y sentir la inmortal belleza. Ay! Diosa! Tened piedad de mi tristeza y de mi delirio!Pero la Venus implacable mira a lo lejos no s qu con sus ojos de mrmol.

VIIIEl perro y el frasco-Lindo perro mo, buen perro, chucho querido, acrcate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumera de la ciudad.Y el perro, meneando la cola, signo, segn creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la hmeda nariz en el frasco destapado; luego, echndose atrs con sbito temor, me ladra, como si me reconviniera.-Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montn de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorndolos tal vez. As t, indigno compaero de mi triste vida, te pareces al pblico, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.

IXEl mal vidrieroHay naturalezas puramente contemplativas, impropias totalmente para la accin, que, sin embargo, merced a un impulso misterioso y desconocido, actan en ocasiones con rapidez de que se hubieran credo incapaces.El que, temeroso de que el portero le d una noticia triste, se pasa una hora rondando su puerta sin atreverse a volver a casa; el que conserva quince das una carta sin abrirla o no se resigna hasta pasados seis meses a dar un paso necesario desde un ao antes, llegan a sentirse alguna vez precipitados bruscamente a la accin por una fuerza irresistible, como la flecha de un arco. El moralista y el mdico, que pretenden saberlo todo, no pueden explicarse de dnde les viene a las almas perezosas y voluptuosas tan sbita y loca energa, y cmo, incapaces de llevar a trmino lo ms sencillo y necesario, hallan en determinado momento un valor de lujo para ejecutar los actos ms absurdos y aun los ms peligrosos.Un amigo mo, el ms inofensivo soador que haya existido jams, prendi una vez fuego a un bosque, para ver, segn deca, si el fuego se propagaba con tanta facilidad como suele afirmarse. Diez veces seguidas fracas el experimento; pero a la undcima hubo de salir demasiado bien.Otro encender un cigarro junto a un barril de plvora, para ver, para saber, para tentar al destino, para forzarse a una prueba de energa, para drselas de jugador, para conocer los placeres de la ansiedad, por nada, por capricho, por falta de quehacer.Es una especie de energa que mana del aburrimiento y de la divagacin; y aquellos en quien tan francamente se manifiesta suelen ser, como dije, las criaturas ms indolentes, las ms soadoras.Otro, tmido hasta el punto de bajar los ojos aun ante la mirada de los hombres, hasta el punto de tener que echar mano de toda su pobre voluntad para entrar en un caf o pasar por la taquilla de un teatro, en que los taquilleros le parecen investidos de una majestad de Minos, Eaco y Radamanto, echar bruscamente los brazos al cuello a un anciano que pase junto a l, y le besar con entusiasmo delante del gento asombrado...Por qu? Por qu..., porque aquella fisonoma le fue irresistiblemente simptica? Quiz; pero es ms legtimo suponer que ni l mismo sabe por qu.Ms de una vez he sido yo vctima de ataques e impulsos semejantes, que nos autorizan a creer que unos demonios maliciosos se nos meten dentro y nos mandan hacer, sin que nos demos cuenta, sus ms absurdas voluntades.Una maana me levant desapacible, triste, cansado de ocio y movido, segn me pareca, a llevar a cabo algo grande, una accin de brillo. Abr la ventana. Ay de m!(Observad, os lo ruego, que el espritu de mixtificacin, que en ciertas personas no es resultante de trabajo o combinacin alguna, sino de inspiracin fortuita, participa en mucho, aunque slo sea por el ardor del deseo, del humor, histrico al decir de los mdicos, satnico segn los que piensan un poco mejor que los mdicos, que nos mueve sin resistencia a multitud de acciones peligrosas e inconvenientes.)La primera persona que vi en la calle fue un vidriero, cuyo pregn, penetrante, discordante, subi hacia m a travs de la densa y sucia atmsfera parisiense. Imposible me sera, por lo dems, decir por qu me acometi, para con aquel pobre hombre, un odio tan sbito como desptico.Eh, eh! -le grit que subiese-. Entretanto reflexionaba, no sin cierta alegra, que, como el cuarto estaba en el sexto piso y la escalera era harto estrecha, el hombre hara su ascensin no sin trabajo y daran ms de un tropezn las puntas de su frgil mercanca.Presentose al cabo: examin curiosamente todos sus vidrios y le dije: Cmo? No tiene cristales de colores? Cristales rosa, rojos, azules; cristales mgicos, cristales de paraso? Habr imprudencia? Y se atreve a pasear por los barrios pobres sin tener siquiera cristales que hagan ver la vida bella? Y le empuj vivamente a la escalera, donde, gruendo, dio un traspis.Me llegu al balcn y me apoder de una maceta chica, y cuando l sali del portal dej caer perpendicularmente mi mquina de guerra encima del borde posterior de sus ganchos, y, derribado por el choque, se le acab de romper bajo las espaldas toda su mezquina mercanca ambulante, con el estallido de un palacio de cristal partido por el rayo.Y embriagado por mi locura, le grit furioso: La vida bella, la vida bella!Tales chanzas nerviosas no dejan de tener peligro y suelen pagarse caras. Pero qu le importa la condenacin eterna a quien hall en un segundo lo infinito del goce!

- X -A la una de la maanaSolo por fin! Ya no se oye ms que el rodar de algunos coches rezagados y derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si no el reposo. Por fin desapareci la tirana del rostro humano, y ya slo por m sufrir!Por fin! Ya se me consiente descansar en un bao de tinieblas. Lo primero, doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha de aumentar mi soledad y fortalecer las barricadas que me separan actualmente del mundo.Vida horrible! Ciudad horrible! Recapitulemos el da: ver a varios hombres de letras, uno de los cuales me pregunt si se puede ir a Rusia por va de tierra -sin duda tomaba por isla a Rusia-; disputar generosamente con el director de una revista, que, a cada objecin, contestaba: Este es el partido de los hombres honrados; lo cual implica que los dems peridicos estn redactados por bribones; saludar a unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones de manos, en igual proporcin, sin haber tomado la precaucin de comprar unos guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrn, a casa de cierta corsetera, que me rog que le dibujara un traje de Venustre; hacer la rosca al director de un teatro, para que, al despedirme, me diga: Quiz lo acierte dirigindose a Z...; es, de todos mis autores, el ms pesado, el ms tonto y el ms clebre; con l podra usted conseguir algo. Hblele, y all veremos; alabarme -por qu?- de varias acciones feas que jams comet y negar cobardemente algunas otras fechoras que llev a cabo con gozo, delito de fanfarronera, crimen de respetos humanos; negar a un amigo cierto favor fcil y dar una recomendacin por escrito a un tunante cabal. Uf! Se acab?Descontento de todos, descontento de m, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que am, almas de los que cant, fortalecedme, sostenedme, alejad de m la mentira y los vahos corruptores del mundo; y vos, Seor, Dios mo, concededme la gracia de producir algunos versos buenos, que a m mismo me prueben que no soy el ltimo de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio.

- XI -La mujer salvaje y la queriditaEn verdad, querida, me molestis sin tasa y compasin; dirase, al oros suspirar, que padecis ms que las espigadoras sexagenarias y las viejas pordioseras que van recogiendo mendrugos de pan a las puertas de las tabernas.Si vuestros suspiros expresaran siquiera remordimiento, algn honor os haran; pero no traducen sino la saciedad del bienestar y el agobio del descanso. Y, adems, no cesis de verteros en palabras intiles: Quireme! Lo necesito tanto! Consulame por aqu, acarciame por all! Mirad: voy a intentar curaros; quiz por dos sueldos encontremos el modo, en mitad de una fiesta y sin alejarnos mucho.Contemplemos bien, os lo ruego, esta slida jaula de hierro tras de la cual se agita, aullando como un condenado, sacudiendo los barrotes como un orangutn exasperado por el destierro, imitando a la perfeccin ya los brincos circulares del tigre, ya los estpidos balanceos del oso blanco, ese monstruo hirsuto cuya forma imita asaz vagamente la vuestra.Ese monstruo es un animal de aquellos a quienes se suelen llamar ngel mo!, es decir, una mujer. El monstruo aqul, el que grita a voz en cuello, con un garrote en la mano, es su marido. Ha encadenado a su mujer legtima como a un animal, y la va enseando por las barriadas, los das de feria, con licencia de los magistrados; no faltaba ms.Fijaos bien! Veis con qu veracidad -acaso no simulada!- destroza conejos vivos y voltiles chillones, que su cornac le arroja. Vaya -dice ste-, no hay que comrselo todo en un da; y tras las prudentes palabras le arranca cruelmente la presa, dejando un instante prendida la madeja de los desperdicios a los dientes de la bestia feroz, quiero decir de la mujer.Ea!, un palo para calmarla; porque est flechando con ojos terribles de codicia el alimento arrebatado. Dios eterno! El garrote no es garrote de comedia. Osteis sonar la carne, a pesar de la pelambrera postiza? Por eso ahora se le saltan los ojos de la cabeza y alla muy naturalmente. En su rabia, centellea toda, como hierro en el yunque.Tales son las costumbres conyugales de estos dos descendientes de Eva y de Adn, obras de vuestras manos, Dios mo! Incontestablemente, desdichada es esta mujer, aunque, en ltimo trmino, quiz los goces titilantes de la gloria no lo sean desconocidos. Desdichas ms irremediables hay que no tienen compensacin. Pero en el mundo adonde la arrojaron, nunca pudo ella pensar que una mujer mereciera otro destino.Hablemos ahora vos y yo, preciosa querida! A la vista de los infiernos que pueblan el mundo, qu he de pensar yo de vuestro lindo infierno, si vos no descansis ms que sobre telas tan suaves como vuestra piel, y slo comis carnes cocidas, cuyos pedazos se cuida de trinchar un domstico hbil?Y qu pueden significar para m todos esos suspirillos que os hinchan el pecho perfumado, robusta coqueta? Y todas esas afectaciones aprendidas en los libros, y esa infatigable melancola, hecha para inspirar a los espectadores un sentimiento en todo distinto de la compasin? A la verdad, me entran ganas algunas veces de ensearos lo que es la verdadera desdicha.Vindoos as, hermosa delicada ma, con los pies en el fango, vueltos vaporosamente los ojos al cielo, como para pedirle rey, se os tomara con verosimilitud por una rana joven invocando al ideal. Si despreciis la viga -lo que yo soy ahora, como sabis-, cuidado con la gra que ha de mascaros, tragaros y mataros a su gusto.Por poeta que sea, no soy tan cndido como quisierais creer, y si harto a menudo me cansis con vuestros primorosos lloriqueos, he de trataros como a mujer salvaje, o arrojaros por la ventana como botella vaca.

- XII -Las muchedumbresNo a todos les es dado tomar un bao de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y slo puede darse a expensas del gnero humano un atracn de vitalidad aquel a quien un hada insufl en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio y la pasin del viaje.Multitud, soledad: trminos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. El que no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en una muchedumbre atareada.Goza el poeta del incomparable privilegio de poder a su guisa ser l y ser otros. Como las almas errantes en busca de cuerpo, entra cuando quiere en la persona de cada cual. Slo para l est todo vacante; y si ciertos lugares parecen cerrrsele, ser que a sus ojos no valen la pena de una visita.El paseante solitario y pensativo saca una embriaguez singular de esta universal comunin. El que fcilmente se desposa con la muchedumbre, conoce placeres febriles, de que estarn eternamente privados el egosta, cerrado como un cofre, y el perezoso, interno como un molusco. Adopta por suyas todas las profesiones, todas las alegras y todas las miserias que las circunstancias le ofrecen.Lo que llaman amor los hombres es sobrado pequeo, sobrado restringido y dbil, comparado con esta inefable orga, con esta santa prostitucin del alma, que se da toda ella, poesa y caridad, a lo imprevisto que se revela, a lo desconocido que pasa.Bueno es decir alguna vez a los venturosos de este mundo, aunque slo sea para humillar un instante su orgullo necio, que hay venturas superiores a la suya, ms vastas y ms refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes misioneros, desterrados en la externidad del mundo, conocen, sin duda, algo de estas misteriosas embriagueces; y en el seno de la vasta familia que su genio se form, alguna vez han de rerse de los que les compadecen por su fortuna, tan agitada, y por su vida, tan casta.

- XIII -Las viudasDice Vauvenargues que en los jardines pblicos hay paseos frecuentados principalmente por la ambicin venida a menos, por los inventores desgraciados, por las glorias abortadas, por los corazones rotos, por todas esas almas temblorosas y cerradas en que rugen todava los ltimos suspiros de una tempestad, que se alejan de la insolente mirada de los satisfechos y de los ociosos. En estos refugios umbros se dan cita los lisiados por la vida.A esos lugares, sobre todo, gustan el poeta y el filsofo de dirigir sus vidas conjeturas. Pasto cierto hay en ellos. Porque si algn paraje desdean visitar, es, sobre todo, como insinu hace un momento, la alegra de los ricos. Tal turbulencia en el vaco nada tiene que les atraiga. Por el contrario, sintense irresistiblemente arrastrados hacia todo lo dbil, lo arruinado, lo contristado, lo hurfano.Una mirada experta nunca se engaa. En esas facciones rgidas o abatidas, en esos ojos hundidos y empaados o brillantes con los ltimos fulgores de la lucha, en esas arrugas hondas y mltiples, en ese andar tan lento o tan brusco, al instante descifra las innumerables leyendas del amor engaado, de la abnegacin incomprendida, de los esfuerzos sin recompensa, del hambre y del fro soportados humilde y silenciosamente.Visteis alguna vez en esos bancos solitarios viudas pobres? Enlutadas o no, fcil es conocerlas. Adems, siempre hay en el luto del pobre algo a faltar, una ausencia de armona que le infunde mayor desconsuelo. Se ve obligado a escatimar en su dolor. El rico lleva el suyo de bote en bote.Qu viuda es ms triste y entristecedora, la que tira de la mano de un nio, con el que no puede compartir su divagacin, o la que est sola del todo? No s... Una vez llegu a seguir durante largas horas a una vieja afligida de tal especie; tiesa, erguida, con un corto chal gastado, llevaba en todo su ser una altanera de estoica.Estaba evidentemente condenada por una soledad absoluta a los hbitos de un soltern, y el carcter masculino de sus costumbres pona una sazn misteriosa en su austeridad. No s en qu caf miserable ni de qu manera almorz. La segu al gabinete de lectura y la espi mucho tiempo, mientras que buscaba en las gacetas con ojos activos, quemados tiempo atrs por las lgrimas, noticias de inters poderoso y personal.Al cabo, por la tarde, bajo un cielo de otoo encantador, uno de esos cielos de que bajan en muchedumbre pesares y recuerdos, sentose aparte en un jardn, para escuchar, lejos del gento, un concierto de esos con que la msica de los regimientos regala al pueblo parisiense.Aquel era, sin duda, el exceso de la vieja inocente -o de la vieja purificada-, el bien ganado consuelo de uno de esos pesados das sin amigo, sin charla, sin alegra, sin confidente, que Dios dejaba caer sobre ella, quiz desde muchos aos antes, trescientas sesenta y cinco veces al ao.Otra ms:Nunca pude contener una mirada, si no de universal simpata, por lo menos curiosa, a la muchedumbre de parias que se apretujan en torno al recinto de un concierto pblico. Lanza la orquesta, a travs de la noche, cantos de fiesta, de triunfo o de placer. Los vestidos de las mujeres arrastran rebrillando; crzanse las miradas; los ociosos, cansados de no hacer nada, se balancean, fingen saborear, indolentes, la msica. Aqu nada que no sea rico, venturoso; nada que no respire e inspire despreocupacin y gozo de dejarse vivir; nada, salvo el aspecto de aquella turba que se apoya all, en la valla exterior, cogiendo gratis, a merced del viento, un jirn de msica y mirando la centelleante hornaza interior.Siempre ha sido interesante el reflejo de la alegra del rico en el fondo de los ojos del pobre. Pero aquel da, a travs del pueblo vestido de blusa y de indiana, vi un ser cuya nobleza formaba llamativo contraste con toda la trivialidad del contorno.Era una mujer alta, majestuosa y de nobleza tal en todo su porte, que no guardo recuerdo de semejante suya en las colecciones de las aristocrticas bellezas del pasado. Un perfume de altanera virtud emanaba de toda su persona. Su faz, triste y enflaquecida, casaba perfectamente con el luto riguroso de que iba vestida. Tambin, como la plebe con que se haba mezclado sin verla, miraba al mundo luminoso con ojos profundos, y, gacha suavemente la cabeza, escuchaba.Visin singular! De seguro -me dije-, esa pobreza, si hay tal pobreza, no ha de admitir la economa srdida; una tan noble faz me lo fa. Por qu, pues, permanece voluntariamente en un medio en el que es mancha tan llamativa?Pero, al pasar curioso junto a ella, cre adivinar la razn. La viuda alta llevaba de la mano un nio, vestido, como ella, de negro; por mdico que fuese el precio de la entrada, bastaba acaso aquel precio para pagar un da las necesidades de la criatura, o, mejor tal vez, una superfluidad, un juguete.Y se habr vuelto a su casa a pie, meditando y soando, sola, porque el nio es travieso, egosta, no tiene dulzura ni paciencia, y ni siquiera puede, como el puro animal, como el gato y el perro, servir de confidente a los dolores solitarios.

- XIV -El viejo saltimbanquiPor doquiera se ostentaba, se derramaba, se solazaba el pueblo en holgorio. Era una solemnidad de esas que, con mucha antelacin, son esperanza de los saltimbanquis, de los prestidigitadores, de los domadores de bichos y de los vendedores ambulantes, para compensar los malos tiempos del ao.En das as, el pueblo me parece que se olvida de todo, del dolor y del trabajo; se vuelve como los nios. Para los chiquillos es da de asueto, es el horror de la escuela aplazado por veinticuatro horas. Para los mayores es un armisticio concertado con las potencias malficas de la vida, un alto en la contienda y la lucha universal.Hasta el hombre de mundo y el hombre dado a trabajos espirituales escapan difcilmente a la influencia del jbilo popular. Absorben sin querer su parte de esa atmsfera de despreocupacin. Por lo que a m toca, no dejo nunca, como buen parisiense, de pasar revista a todas las barracas que se pavonean en esas pocas solemnes.Hacanse, en verdad, competencia formidable: chillaban, mugan, aullaban. Era una mezcolanza de gritos, detonaciones de cobre y explosiones de cohetes. Titiriteros y payasos ponan convulsiones en los rasgos de sus rostros atezados y curtidos por el viento, la lluvia y el sol; soltaban, con aplomo de comediantes seguros del efecto, chistes y chuscadas, de una comicidad slida y densa como la de Molire... Los Hrcules, orgullosos de la enormidad de sus miembros, sin frente y sin crneo, como orangutanes, se hinchaban majestuosamente bajo las mallas lavadas la vspera para la solemnidad. Las bailarinas, hermosas como hadas o princesas, saltaban y hacan cabriolas al fulgor de las linternas, que les llenaba de chispas el faldelln.No haba ms que luz, polvo, gritos, gozo, tumulto; gastaban unos, ganaban otros, alegres unos y otros por igual. Colgbanse los nios de la falda de sus madres para conseguir una barra de caramelo, o se suban en hombros de sus padres para ver bien a un escamoteador relumbrante como una divinidad. Y por todas partes circulaba, dominando todos los perfumes, un olor a frito, que era como el incienso de la fiesta.Al extremo, al ltimo extremo de la fila de barracas, como si, vergonzoso, se hubiera l mismo desterrado de todos aquellos esplendores, vi a un pobre saltimbanqui, encorvado, caduco, decrpito, a la ruina de un hombre, recostado en un poste de su choza; choza ms miserable que la del salvaje embrutecido, harto bien iluminada todava en su desolacin por dos cabos de vela corridos y humeantes.Por dondequiera, gozo, lucro, liviandad; por dondequiera, certidumbre del pan de maana; por dondequiera, explosin frentica de la vitalidad. Aqu, miseria absoluta, miseria embozada, para colmo de horror, en harapos cmicos, en contraste trado, ms que por el arte, por la necesidad. No se rea aquel desgraciado! No lloraba, no bailaba, no gesticulaba, no gritaba, no cantaba ninguna cancin, alegre ni lamentable, ni imploraba tampoco. Estaba mudo, inmvil; haba renunciado, abdicado... Su destino estaba cumplido.Pero, qu mirada profunda, inolvidable, paseaba por el gento y las luces, cuyas olas movedizas iban a pararse a pocos pasos de su repulsiva miseria! Sent que la mano terrible de la histeria me oprima la garganta, y me pareci que me ofuscaban los ojos lgrimas rebeldes, de las que se niegan a caer.Qu hara yo? Para qu preguntar al infortunado qu curiosidad, qu maravilla podra ensear en aquellas tinieblas malolientes, detrs de la cortina desgarrada? No me atreva, a la verdad; y aunque la razn de mi timidez haya de moveros a risa, confesar que tem humillarle. Acababa por fin de resolverme a dejar al paso algn dinero en una tabla de aqullas, esperando que adivinara mi intento, cuando un gran reflujo de gente, causado no s por qu perturbacin, hubo do arrastrarme lejos de all.Y al marcharme, obsesionado por aquella visin, trat de analizar mi dolor sbito, y me dije: Acabo de ver la imagen del literato viejo, superviviente de la generacin de que fue entretenimiento brillante; del poeta viejo sin amigos, sin familia, sin hijos, degradado por la miseria y por la ingratitud pblica, en la barraca donde no quiere entrar ya la gente olvidadiza!

- XV -El pastelViajaba. El paisaje en medio del cual me haba colocado tena grandeza y nobleza irresistibles. Algo de ellas se comunic sin duda en aquel momento a mi alma. Revoloteaban mis pensamientos con ligereza igual a la de la atmsfera; las pasiones vulgares, como el odio y el amor profano, aparecanseme ya tan alejadas como las nubes que desfilaban por el fondo de los abismos, a mis pies; mi alma parecame tan vasta y pura como la cpula del cielo que me envolva; el recuerdo de las cosas terrenales no llegaba a mi corazn sino debilitado y disminuido, como el son de la esquila de los rebaos imperceptibles que pasan lejos, muy lejos, por la vertiente de otra montaa. Sobre el lago pequeo, inmvil, negro por su inmensa profundidad, pasaba de vez en cuando la sombra de una nube, como el reflejo de la capa de un gigante areo que volara cruzando el cielo. Y recuerdo que aquella sensacin solemne y rara, causada por un gran movimiento perfectamente silencioso, me llenaba de una alegra mezclada con miedo. En suma, que me senta, gracias a la embriagadora belleza que me rodeaba, en paz perfecta conmigo mismo y con el universo; y aun sospecho que en mi perfecta beatitud y en mi total olvido de todo el mal terrestre, haba llegado a no encontrar tan ridculos a los peridicos que pretenden que el hombre naci bueno, cuando, renovadas las exigencias de la materia implacable, pens en reparar la fatiga y en aliviar el apetito despierto por tan larga ascensin. Saqu del bolsillo un buen pedazo de pan, una taza de cuero y un frasco de cierto elixir que los farmacuticos de aquellos tiempos solan vender a los turistas, para mezclarlo, llegada la ocasin, con agua de nieve.Parta tranquilamente el pan, cuando un ruido muy leve me hizo levantar los ojos. Ante m estaba una criaturilla desharrapada, negra, desgreada, cuyos ojos hundidos, fros y suplicantes, devoraban el pedazo de pan. Y le o suspirar en voz baja y ronca la palabra pastel! No pude contener la risa al or el apelativo con que se dignaba honrar a mi pan casi blanco. Cort una buena rebanada y se la ofrec. Acercose lentamente, sin quitar los ojos del objeto de su codicia; luego, echando mano al pedazo, retrocedi vivamente, como si hubiese temido que mi oferta no fuese sincera, o que me fuese a volver atrs.Pero en el mismo instante le derrib otro chiquillo salvaje, que no s de dnde sala, tan perfectamente semejante al primero, que se le hubiera podido tomar por hermano gemelo suyo. Juntos rodaron por el suelo, disputndose la preciada presa, sin que ninguno de ellos quisiera, indudablemente, sacrificar la mitad a su hermano. Exasperado el primero, agarr del pelo al segundo; cogiole ste una oreja entro los dientes, y escupi un pedacito ensangrentado, con un soberbio reniego dialectal. El propietario legtimo del pastel trat de hundir las menudas garras en los ojos del usurpador; ste, a su vez, aplic todas sus fuerzas a estrangular al adversario con una mano, mientras que con la otra intentaba meterse en el bolsillo el galardn del combate. Pero, reanimado por la desesperacin, levantose el vencido y ech a rodar por el suelo al vencedor de un cabezazo en el estmago. Para qu describir una lucha horrorosa, que dur, en verdad, ms tiempo del que parecan prometer las fuerzas infantiles? Viajaba el pastel de mano en mano y cambiaba a cada momento de bolsillo; pero, ay!, iba cambiando tambin de volumen; y cuando, por fin, extenuados, jadeantes, ensangrentados, parronse, en la imposibilidad de seguir, no quedaba, a decir verdad, motivo ninguno de batalla; el pedazo de pan haba desaparecido y estaba desparramado en migajas, semejantes a los granos de arena con que se mezclaban.Tal espectculo haba llenado de bruma el paisaje, y el gozo tranquilo en que se solazaba mi alma, antes de haber visto a los hombrecillos, haba desaparecido por entero; me qued mucho tiempo triste, repitindome sin cesar: Conque hay un pas soberbio en que al pan le llaman 'pastel', golosina tan rara que basta para engendrar una guerra perfectamente fratricida!

- XVI -El relojLos chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto da, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirti que se le haba olvidado el reloj, y le pregunt a un chiquillo qu hora era.El chicuelo del Celeste Imperio vacil al pronto; luego, volviendo sobre s, contest: Voy a decrselo. Pocos instantes despus presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirndole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirm, sin titubear: Todava no son las doce en punto. Y as era en verdad.Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazn y perfume de mi espritu, ya sea de noche, ya de da, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin divisin de minutos ni segundos, una hora inmvil que no est marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rpida como una ojeada.Si algn importuno viniera a molestarme mientras la mirada ma reposa en tan deliciosa esfera; si algn genio malo e intolerante, si algn Demonio del contratiempo viniese a decirme: Qu miras con tal cuidado? Qu buscas en los ojos de esa criatura? Ves en ellos la hora, mortal prdigo y holgazn? Yo, sin vacilar, contestara: S; veo en ellos la hora. Es la Eternidad!Verdad, seora, que ste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enftico como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantera presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.

- XVII -Un hemisferio en una cabelleraDjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pauelo odorfero, para sacudir recuerdos al aire.Si pudieras saber todo lo que veo! Todo lo que siento! Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los dems hombres en la msica.Tus cabellos contienen todo un ensueo, lleno de velmenes y de mstiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es ms azul y ms profundo, en que la atmsfera est perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.En el ocano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melanclicos, hombres vigorosos de toda nacin y navos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor.En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un divn, en la cmara de un hermoso navo, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodn, del almizcle y del aceite de coco.Djame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elsticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

- XVIII -La invitacin al viajeHay un pas soberbio, un pas de Jauja -dicen-, que sueo visitar con una antigua amiga. Pas singular, anegado en las brumas de nuestro Norte, y al que se pudiera llamar el Oriente de Occidente, la China de Europa: tanta carrera ha tomado en l la clida y caprichosa fantasa; tanto la ilustr paciente y tenazmente con sus sabrosas y delicadas vegetaciones.Un verdadero pas de Jauja, en el que todo es bello, rico, tranquilo, honrado; en que el lujo se refleja a placer en el orden; en que la vida es crasa y suave de respirar; de donde estn excludos el desorden, la turbulencia y lo improvisto; en que la felicidad se despos con el silencio; en que hasta la cocina es potica, pinge y excitante; en que todo se te parece, ngel mo.Conoces la enfermedad febril que se aduea de nosotros en las fras miserias, la ignorada nostalgia de la tierra, la angustia de la curiosidad? Un pas hay que se te parece, en que todo es bello, rico, tranquilo y honrado, en que la fantasa edific y decor una China occidental, en que la vida es suave de respirar, en que la felicidad se despos con el silencio. All hay que irse a vivir, all es donde hay que morir!S, all hay que irse a respirar, a soar, a alargar las horas en lo infinito de las sensaciones. Un msico ha escrito la Invitacin al vals; quin ser el que componga la invitacin al viaje que pueda ofrecerse a la mujer amada, a la hermana de eleccin?S, en aquella atmsfera dara gusto vivir; all, donde las horas ms lentas contienen ms pensamientos, donde los relojes hacen sonar la dicha con ms profunda y ms significativa solemnidad.En tableros relucientes o en cueros dorados con riqueza sombra, viven discretamente unas pinturas beatas, tranquilas y profundas, como las almas de los artistas que las crearon. Las puestas del Sol, que tan ricamente colorean el comedor o la sala, tamizadas estn por bellas estofas o por esos altos ventanales labrados que el plomo divide en numerosos compartimientos. Vastos, curiosos, raros son los muebles, armados de cerraduras y de secretos, como almas refinadas. Espejos, metales, telas, orfebrera, loza, conciertan all para los ojos una sinfona muda y misteriosa; y de todo, de cada rincn, de las rajas de los cajones y de los pliegues de las telas se escapa un singular perfume, un vulvete de Sumatra, que es como el alma de la vivienda.Un verdadero pas de Jauja, te digo, donde todo es rico, limpio y reluciente como una buena conciencia, como una magnfica batera de cocina, como una orfebrera esplndida, como una joyera policromada. All afluyen los tesoros del mundo, como a la casa de un hombre laborioso que mereci bien del mundo entero. Pas singular, superior a los otros, como lo es el Arte a la Naturaleza, en que sta se reforma por el ensueo, en que est corregida, hermoseada, refundida.Busquen, sigan buscando, alejen sin cesar los lmites de su felicidad esos alquimistas de la horticultura! Propongan premios de sesenta y de cien mil florines para quien resolviere sus ambiciosos problemas! Yo ya encontr mi tulipn negro y mi dalia azul!Flor incomparable, tulipn hallado de nuevo, alegrica dalia, all, a aquel hermoso pas tan tranquilo, tan soador, es adonde habra que irse a vivir y a florecer, no es verdad? No te encontraras all con tu analoga por marco y no podras mirarte, para hablar, como los msticos, en tu propia correspondencia?Sueos! Siempre sueos!, y cuanto ms ambiciosa y delicada es el alma tanto ms la alejan de lo posible los sueos. Cada hombre lleva en s su dosis de opio natural, incesantemente segregada y renovada, y, del nacer al morir, cuntas horas contamos llenas del goce positivo, de la accin bien lograda y decidida? Viviremos jams, estaremos jams en ese cuadro que te pint mi espritu, en ese cuadro que se te parece?Estos tesoros, estos muebles, este lujo, este orden, estos perfumes, estas flores milagrosas son t. Son t tambin estos grandes ros, estos canales tranquilos. Los enormes navos que arrastran, cargados todos de riquezas, de los que salen los cantos montonos de la maniobra, son mis pensamientos, que duermen o ruedan sobre tu seno. T los guas dulcemente hacia el mar, que es lo infinito, mientras reflejas las profundidades del cielo en la limpidez de tu alma hermosa; y cuando, rendidos por la marejada y hastiados de los productos de Oriente, vuelven al puerto natal, son tambin mis pensamientos, que tornan, enriquecidos de lo infinito, hacia ti.

- XIX -El juguete del pobreQuiero dar idea de una diversin inocente. Hay tan pocos entretenimientos que no sean culpables!Cuando salgis por la maana con decidida intencin de vagar por la carretera, llenaos los bolsillos de esos menudos inventos de a dos cuartos, tales como el polichinela sin relieve, movido por un hilo no ms; los herreros que martillan sobre el yunque; el jinete de un caballo, que tiene un silbato por cola; y por delante de las tabernas, al pie de los rboles, regaldselos a los chicuelos desconocidos y pobres que encontris. Veris cmo se les agrandan desmesuradamente los ojos. Al principio no se atrevern a tomarlos, dudosos de su ventura. Luego, sus manos agarrarn vivamente el regalo, y echarn a correr como los gatos que van a comerse lejos la tajada que les disteis, porque han aprendido a desconfiar del hombre.En una carretera, detrs de la verja de un vasto jardn, al extremo del cual apareca la blancura de un lindo castillo herido por el sol, estaba en pie un nio, guapo y fresco, vestido con uno de esos trajes de campo, tan llenos de coquetera.El lujo, la despreocupacin, el espectculo habitual de la riqueza, hacen tan guapos a esos chicos, que se les creyera formados de otra pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza.A su lado, yaca en la hierba un juguete esplndido, tan nuevo como su amo, brillante, dorado, vestido con traje de prpura y cubierto de penachos y cuentas de vidrio. Pero el nio no se ocupaba de su juguete predilecto, y ved lo que estaba mirando:Del lado de all de la verja, en la carretera, entre cardos y ortigas, haba otro chico, sucio, desmedrado, fuliginoso, uno de esos chiquillos parias, cuya hermosura descubriran ojos imparciales, si, como los ojos de un aficionado adivinan una pintura ideal bajo un barniz de coche, lo limpiaran de la repugnante ptina de la miseria.A travs de los barrotes simblicos que separaban dos mundos, la carretera y el castillo, el nio pobre enseaba al nio rico su propio juguete, y ste lo examinaba con avidez, como objeto raro y desconocido. Y aquel juguete que el desharrapado hostigaba, agitaba y sacuda en una jaula, era un ratn vivo. Los padres, por economa, sin duda, haban sacado el juguete de la vida misma.Y los dos nios se rean de uno a otro, fraternalmente, con dientes de igual blancura.

- XX -Los dones de las hadasHaba gran asamblea de hadas para proceder al reparto de dones entre todos los recin nacidos llegados a la vida en las ltimas veinticuatro horas.Todas aquellas antiguas y caprichosas hermanas del Destino; todas aquellas madres raras del gozo y del dolor, eran muy diferentes: tenan unas aspecto sombro y ceudo; otras, aspecto alocado y malicioso; unas, jvenes que haban sido siempre jvenes; otras, viejas que haban sido siempre viejas.Todos los padres que tienen fe en las hadas haban acudido, llevando cada cual a su recin nacido en brazos.Los dones, las facultades, los buenos azares, las circunstancias invencibles habanse acumulado junto al tribunal, como los premios en el estrado para su reparto. Lo que en ello haba de particular era que los dones no servan de recompensa a un esfuerzo, sino, por el contrario, eran una gracia concedida al que no haba vivido an, gracia capaz de determinar su destino y convertirse lo mismo en fuente de su desgracia que de su felicidad.Las pobres hadas estaban ocupadsimas, porque la multitud de solicitantes era grande, y la gente intermediaria puesta entre el hombre y Dios est sometida, como nosotros, a la terrible ley del tiempo y de su infinita posteridad, los das, las horas, los minutos y los segundos.En verdad, estaban tan azoradas como ministros en da de audiencia o como empleados del Monte de Piedad cuando una fiesta nacional autoriza los desempeos gratuitos. Hasta creo que miraban de tiempo en tiempo la manecilla del reloj con tanta impaciencia como jueces humanos que, en sesin desde por la maana, no pueden por menos de soar con la hora de comer, con la familia y con sus zapatillas adoradas. Si en la justicia sobrenatural hay algo de precipitacin y de azar, no nos asombremos de que ocurra lo mismo alguna vez en la justicia humana. Seramos nosotros, en tal caso, jueces injustos.Tambin se cometieron aquel da ciertas ligerezas que podran llamarse raras si la prudencia, ms que el capricho, fuese carcter distintivo y eterno de las hadas.As, el poder de atraer mgicamente a la fortuna se adjudic al nico heredero de una familia riqusima, que, por no estar dotada de ningn sentido de caridad y tampoco de codicia ninguna por los bienes ms visibles de la vida, haban de verse ms adelante prodigiosamente enredados entre sus millones.As, se dio el amor a la Belleza y a la Fuerza potica al hijo de un sombro pobretn, cantero de oficio, que de ninguna manera peda favorecer las disposiciones ni aliviar las necesidades de su deplorable progenitura.Se me olvidaba deciros que el reparto, en casos tan solemnes, es sin apelacin, y que no hay don que pueda rehusarse.Levantbanse todas las hadas, creyendo cumplida su faena, porque ya no quedaba regalo ninguno, largueza ninguna que echar a toda aquella morralla humana, cuando un buen hombre, un pobre comerciantillo, segn creo, se levant, y cogiendo del vestido de vapores multicolores al hada que ms cerca tena, exclam:Eh! Seora! Que nos olvida! Todava falta mi chico. No quiero haber venido en balde.El hada poda verse en un aprieto, porque nada quedaba ya. Acordose a tiempo, sin embargo, de una ley muy conocida, aunque rara vez aplicada, en el mundo sobrenatural habitado por aquellas deidades impalpables amigas del hombre y obligadas con frecuencia a doblegarse a sus pasiones, tales como las hadas, gnomos, las salamandras, las slfides, los silfos, las nixas, los ondinos y las ondinas -quiero decir de la ley que concede a las hadas, en casos semejantes, o sea en el caso de haberse agotado los lotes, la facultad de conceder otro, suplementario y excepcional, siempre que tenga imaginacin bastante para crearlo de repente.As, pues, la buena hada contest, con aplomo digno de su rango: Doy a tu hijo..., le doy... el don de agradar!Pero, agradar cmo? Agradar?... Agradar por qu? -pregunt tenazmente el tenderillo, que sin duda sera uno de esos razonadores tan abundantes, incapaz de levantarse hasta la lgica de lo absurdo.Porque s! Porque s! -replic el hada colrica, volvindole la espalda; y al incorporarse al cortejo de sus compaeras, les iba diciendo-: Qu os parece ese francesito vanidoso, que quiere entenderlo todo, y que, encima de lograr para su hijo el don mejor, aun se atreve a preguntar y a discutir lo indiscutible?

- XXI -Las tentaciones, o Eros, Pluto y la GloriaDos satanes y una diablesa, no menos extraordinaria, subieron la pasada noche por la escalera misteriosa con que el infierno asalta la flaqueza del hombre dormido y se comunica en secreto con l. Y vinieron a colocarse gloriosamente delante de m, en pie, como sobre un estrado. Un esplendor sulfreo emanaba de los tres personajes, que resaltaban as en el fondo opaco de la noche. Tenan aspecto tan altivo y dominante, que al pronto los tom a los tres por verdaderos dioses.La cara del primer Satn era de sexo ambiguo, y haba tambin, en las lneas de su cuerpo, la malicia de los antiguos Bacos. Sus bellos ojos lnguidos, de color tenebroso e indeciso, parecan violetas cargadas an de las densas lgrimas de la tempestad, y sus labios, entreabiertos, pebeteros clidos, de los que se exhalaba un bienoliente perfume; y cada vez que suspiraba, insectos almizclados iluminbanse en revoloteo al ardor de su hlito.Arrollbase a su tnica de prpura, a manera de cinturn, una serpiente de tonos cambiantes que, levantando la cabeza, volva languideciente hacia l los ojos de brasa. De ese vivo cinturn colgaban, alternados con ampollas colmadas de licores siniestros, cuchillos brillantes o instrumentos de ciruga. Tena en la mano derecha otra ampolla, cuyo contenido era de un rojo luminoso, con estas raras palabras por etiqueta: Bebed; esta es mi sangre, cordial perfecto; en la izquierda, un violn, que le serva, sin duda, para cantar sus placeres y sus dolores y para extender el contagio de su locura en noches de aquelarre.Arrastraban de sus tobillos delicados varios eslabones de una cadena de oro rota, y cuando la molestia que le produca le obligaba a bajar los ojos al suelo, contemplaba vanidoso las uas de sus pies, brillantes y pulidas como bien labradas piedras.Me mir con ojos de inconsolable desconsuelo, que vertan embriaguez insidiosa, y me dijo con voz de encanto: Si quieres, si quieres, te har seor de las almas, y sers dueo de la materia viva, ms que el escultor pueda serlo del barro, y conocers el placer, sin cesar renaciente, de salir de ti mismo para olvidarte en los otros y de atraer las almas hasta confundirlas con la tuya.Y yo le contest: Mucho te lo agradezco! De nada me sirve esa pacotilla de seres que no valen sin duda ms que mi pobre yo. Aunque algo me avergence el recuerdo, nada puedo olvidar; y si no te hubiese conocido, viejo monstruo, tus cuchillos misteriosos, tus ampollas equvocas, las cadenas que te traban los pies, son smbolos que explican con claridad bastante los inconvenientes de tu amistad. Gurdate tus regalos.El segundo Satn no tena el aspecto a la vez trgico y sonriente, ni las buenas maneras insinuantes, ni la belleza delicada y perfumada del otro. Era un hombre basto, de rostro grueso y sin ojos, cuya pesada panza se desplomaba sobre sus muslos, cuya piel estaba toda dorada e ilustrada, como por un tatuaje, con multitud de figurillas movedizas, que representaban las formas mltiples de la miseria universal Haba hombrecillos macilentos que se colgaban voluntariamente de un clavo; haba gnomos chicos y deformes, flacos, que pedan limosna ms con los ojos suplicantes que con las manos trmulas, y tambin madres viejas con abortos agarrados a las tetas extenuadas, y otros muchos ms haba.El gordo Satn se golpeaba con el puo la inmensa panza, de donde sala entonces un largo y resonante tintineo de metal, que terminaba en un vago gemido hecho de numerosas voces humanas. Y se rea, mostrando impdico los dientes estropeados, con enorme risa imbcil, como ciertos hombres de todos los pases cuando han comido demasiado bien.Y ste me dijo: Puedo darte lo que todo lo consigue, lo que vale por todo, lo que a todo reemplaza! Y se golpe el vientre monstruo, cuyo eco sonante sirvi de comentario a las palabras groseras.Me volv con repugnancia y contest: No necesito, para mi goce, la miseria de nadie; y no quiero riqueza entristecida, como papel de habitaciones, por todas las desdichas representadas en tu piel.Por lo que toca a la diablesa, mentira yo si no confesara que a primera vista hall raro encanto en ella. Para definir tal encanto no lo podra comparar a nada mejor que al de las bellsimas mujeres maduras, que, sin embargo, ya no envejecen, y cuya hermosura conserva la magia penetrante de las ruinas. Tena a la vez aspecto imperioso y desmadejado, y sus ojos, a pesar del cansancio, conservaban fuerza fascinadora. Lo que ms me llam la atencin fue el misterio de su voz, en la que encontraba el recuerdo de las contraltos ms deliciosas y un poco tambin de la ronquera de las gargantas lavadas sin cesar por el aguardiente.Quieres conocer mi podero? -dijo la falsa diosa con su voz encantadora y paradjica-. Escucha.Y se llev a los labios una trompeta gigantesca y llena de cintas como un mirlitn, con los ttulos de todos los peridicos del universo, y a travs de la trompeta grit mi nombre, que rod as por el espacio con el ruido de cien mil truenos, y volvi a m repercutido por el eco ms lejano del planeta.Diablo -salt, casi subyugado-, eso es bonito! Pero al examinar ms atentamente al marimacho seductor me pareci reconocerla vagamente, por haberla visto brincar con algunos pilletes conocidos mos; y el ronco sonar del cobre me trajo a los odos no s qu recuerdo de trompeta prostituida.Por eso respond, con todo mi desdn: Vete! No estoy guisado para casarme con la querida de algunos que no quiero nombrar!Tena yo derecho, ciertamente, a estar orgulloso de tan valerosa abnegacin. Mas, por desgracia, me despert y todas mis fuerzas me abandonaron. En verdad -me dije-, muy aletargado tena que estar para mostrar tales escrpulos. Ay! Si pudiesen volver cuando estoy despierto, no me las dara de tan delicado!Y los invoqu en alta voz, suplicndoles que me perdonaran, ofrecindoles que me deshonrara lo ms a menudo que fuese necesario para merecer sus favores; pero les haba ofendido gravemente, sin duda, porque no han vuelto jams.

- XXII -El crepsculo de la nocheVa cayendo el da. Una gran paz llena las pobres mentes, cansadas del trabajo diario, y sus pensamientos toman ya los colores tiernos o indecisos del crepsculo.Sin embargo, desde la cima de la montaa llega hasta mi balcn, a travs de las nubes transparentes del atardecer, un gran aullido, compuesto de una multitud de gritos discordes que el espacio transforma en lgubre armona, como de marea ascendente o de tempestad que empieza.Quines son los infortunados a quien la tarde no calma, y toman, como los bhos, la llegada de la noche por seal de aquelarre? Este siniestro ulular nos llega del negro hospital encaramado en la montaa, y al atardecer, fumando y contemplando el reposo del valle inmenso erizado de casas en que cada ventana nos dice: Aqu est la paz ahora; aqu est la alegra de la familia!, puedo, cuando el viento sopla de arriba, mecer mi pensamiento, asombrado en esa imitacin de las armonas infernales.El crepsculo excita a los locos. Recuerdo que tuve dos amigos a quien el crepsculo pona malos. Uno, desconociendo entonces toda relacin de amistad y cortesa, maltrataba como un salvaje al primero que llegaba. Le he visto tirar a la cabeza de un camarero un pollo excelente, porque se imagin ver en l no s que jeroglfico insultante. El atardecer, premisor de los goces profundos, le echaba a perder lo ms suculento.El otro, ambicioso herido, se iba volviendo, conforme bajaba la luz, ms agrio, ms sombro, ms reacio. Indulgente y sociable durante el da, era despiadado de noche; y no slo con los dems, sino consigo mismo esgrima rabiosamente su mana crepuscular.El primero muri loco, incapaz de reconocer a su mujer y a su hijo; el segundo lleva en s la inquietud de un malestar perpetuo, y aunque le gratificaran con todos los honores que pueden conferir repblicas y prncipes, creo que el crepsculo encendera en l aun el ansia abrasadora de distinciones imaginarias. La noche, que pona tinieblas en su mente, trae luz a la ma; y, aunque no sea raro ver a la misma causa engendrar dos efectos contrarios, ello me tiene siempre lleno de intriga y de alarma.Oh noche! Oh refrescantes tinieblas! Sois para m seal de fiesta interior, sois liberacin de una angustia! En la soledad de las llanuras, en los laberintos pedregosos de una capital, centelleo de estrellas, explosin de linternas, sois el fuego de artificio de la diosa Libertad!Crepsculo, cun dulce y tierno eres! Los resplandores sonrosados que se arrastran an por el horizonte, como agonizar del da bajo la opresin victoriosa de su noche, las almas de los candelabros que ponen manchas de un rojo opaco en las ltimas glorias del Poniente, los pesados cortinajes que corro una mano invisible de las profundidades del Oriente, inician todos los sentimientos complicados que luchan dentro del corazn del hombre en las horas solemnes de la vida.Tomarasele tambin por uno de esos raros trajes de bailarina en que la gasa transparente y sombra deja entrever los esplendores amortiguados de una falda brillante, como bajo el negro presente se trasluce el delicioso pasado, y las estrellas vacilantes de oro y de plata que la salpican representan esas luces de la fantasa que no se encienden bien sino en el luto profundo de la Noche.

- XXIII -La soledadUn gacetillero filntropo me dice que la soledad es mala para el hombre; y en apoyo de su tesis cita, como todos los incrdulos, palabras de los padres de la Iglesia.S que el Demonio frecuenta gustoso los lugares ridos, y que el espritu del asesinato y de la lubricidad se inflama maravillosamente en las soledades. Pero sera posible que esta soledad slo fuese peligrosa para el alma ociosa y divagadora, que la puebla con sus pasiones y con sus quimeras.Cierto que un charlatn, cuyo placer supremo consiste en hablar desde lo alto de una ctedra o de una tribuna, correra fuerte peligro al volverse loco furioso en la isla de Robinsn. No exigir a mi gacetillero las animosas virtudes de Crusoe; pero le pido que no entable acusacin contra los enamorados de la soledad y del misterio.Hay en nuestras razas parlanchinas individuos que aceptaran con menor repugnancia el suplicio supremo si se les permitiera lanzar desde lo alto del patbulo una copiosa arenga, sin miedo de que los tambores de Santerre les cortasen intempestivamente la palabra.No los compadezco, porque adivino que sus efusiones oratorias les procuran placeres iguales a los que otros sacan del silencio y del recogimiento; pero los desprecio.Deseo, ante todo, que mi gacetillero maldito me dejo divertirme a mi gusto. Pero no siente usted nunca -me dice, en tono nasal archiapostlico- necesidad de compartir sus goces? Miren el sutil envidioso! Sabe que desdeo los suyos y viene a insinuarse en los mos, el horrible aguafiestas!La desgracia grande de no poder estar solo!... -dice en algn lado La Bruyre, como para avergonzar a todos los que corren a olvidarse entre la muchedumbre, temerosos, sin duda, de no poder soportarse a s mismos.Casi todas nuestras desgracias provienen de no haber sabido quedarnos en nuestra habitacin -dice otro sabio, creo que Pascal, llamando as a la celda del recogimiento a todos los alocados que buscan la dicha en el movimiento y en una prostitucin que llamara yo fraternitaria, si quisiera hablar la hermosa lengua de mi siglo.

- XXIV -Los ProyectosDecase l, paseando por un vasto parque solitario: Cun bella estara con un traje de corto, complicado y fastuoso, bajando, a travs de la atmsfera de una bella tarde, los escalones de mrmol de un palacio, frente a extensas praderas de csped y de estanques! Porque tiene naturalmente aspecto de princesa!Al pasar ms tarde por una callo detvose ante una tienda de grabados, y como hallara en una carpeta una estampa, representacin de un paisaje tropical, se dijo: No! No es en un palacio donde yo quisiera poseer su amada existencia. No estaramos en casa. Adems, las paredes, acribilladas de oro, no dejaran sitio para colgar su imagen; en las solemnes galeras no hay un rincn para la intimidad. Decididamente, ah es donde habra que irse para cultivar el ensueo de mi vida.Y mientras analizaba con los ojos los detalles del grabado, prosegua naturalmente. A la orilla del mar, una hermosa cabaa de madera, envuelta por todos estos rboles raros y relucientes, cuyos nombres olvid...; en la atmsfera, un aroma embriagador, indefinible...; en la cabaa, un poderoso perfume de rosas y de almizcle...; ms lejos, detrs de nuestro breve dominio, puntas de mstiles mecidos por la marea...; en derredor, ms all de la estancia, iluminada por una luz rosa, tamizada por las cortinillas, decorada con esterillas frescas y flores mareantes y con raros asientos de un rococ portugus, de madera pesada y tenebrosa -en donde ella descansara, tan quieta, tan bien abanicada, fumando tabaco levemente opiceo-; ms all de la varenga, el bullicio de los pjaros, ebrios de luz, y el parloteo de las negritas... Y por la noche, para hacer compaa a mis sueos, el cantar quejumbroso de los rboles de msica, de los filaos melanclicos. S; ah tengo, en verdad, el fondo que buscaba. Para qu quiero un palacio?Y ms all, caminando por una gran avenida, vio una posada limpita, con una ventana avivada por unas cortinas de indiana multicolor, a la que asomaban dos cabezas risueas. Y en seguida: Muy vagabundo tiene que ser mi pensamiento -se dijo- para ir a buscar tan lejos lo que tan cerca est de m. Placer y ventura se hallan en la primera posada que se ve, en la posada del azar, tan fecunda en voluptuosidades. Un buen fuego, lozas vistosas, cena aceptable, vino spero, cama muy ancha, con colgaduras algo toscas, pero nuevas. Qu hay mejor?Y cuando volvi a casa, a la hora en que los consejos de la sabidura no estn ya apagados por el zumbido de la vida exterior, se dijo:Tuve hoy, en sueos, tres domicilios en los que hall un mismo goce. Para qu forzar al cuerpo a cambiar de sitio, si mi alma viaja tan de prisa? Y para qu ejecutar proyectos, si es ya el proyecto en s goce suficiente?

- XXV -La hermosa DoroteaAgobia el Sol a la ciudad con su luz recta y terrible; la arena resplandece y el mar espejea. Cobardemente se rinde el mundo estupefacto y duerme la siesta, siesta que es una especie de muerte sabrosa en que el dormido, despierto a medias, saborea los placeres de su aniquilamiento.Sin embargo, Dorotea, fuerte y altiva como el Sol, avanza por la calle desierta, nico ser vivo a esta hora bajo el inmenso azul, y forma en la luz una mancha brillante y negra.Avanza, balanceando muellemente el torso tan fino sobre las caderas tan anchas. Su vestido de seda ajustado, de tono claro y rosa, contrasta vivamente con las tinieblas de su piel, moldeando con exactitud su tallo largo, su espalda hundida y su pecho puntiagudo.La sombrilla roja, tamizando la luz, proyecta en su rostro sombro el afeite ensangrentado de sus reflejos.El peso de su enorme cabellera casi azul echa atrs su cabeza delicada y le da aire de triunfo y de pereza. Pesados pendientes gorjean secretos en sus orejas lindas.De tiempo en tiempo, la brisa del mar levanta un extremo de su falda flotante y deja ver la pierna luciente y soberbia; y su pie, semejante a los pies de las diosas de mrmol que Europa encierra en sus museos, imprime fielmente su forma en la arena menuda. Porque Dorotea es tan prodigiosamente coqueta, que el gusto de verse admirada vence en ella al orgullo de la libertad, y aunque es libre, anda sin zapatos.Avanza as, armoniosamente, dichosa de vivir, sonriente, con blanca sonrisa, como si viese a lo lejos, en el espacio, un espejo que reflejara su porte y su hermosura.A la hora en que los mismos perros gimen de dolor al sol que los muerde, qu poderoso motivo hace andar as a la perezosa Dorotea, hermosa y fra como el bronce?Por qu dej la estrecha cabaa, tan coquetamente dispuesta con flores y esterillas, que a tan poca costa le forman tocador perfecto; donde halla tanto placer en estarse peinando, en fumar, en que le den aire o en mirarse en el espejo de sus anchos abanicos de plumas, mientras el mar, que azota la playa a cien pasos de all, da a sus divagaciones indecisas un poderoso y montono acompaamiento, y la marmita de hierro, en que est puesto a cocer un guisado de cangrejos con arroz y azafrn, le enva, desde el fondo del patio, sus perfumes excitantes?Quiz tiene cita con algn ofcialillo que en playas lejanas oy a sus compaeros hablar de la famosa Dorotea. Infaliblemente, la sencilla criatura le pedir que le describa el baile de la pera, y le preguntar si se puede ir descalza, como a la danza del domingo, en que hasta las viejas cafrinas se ponen borrachas y furiosas de gozo, y tambin si las bellas seoras de Pars son todas ms guapas que ella.A Dorotea todos la admiran y la halagan, y sera perfectamente feliz si no tuviese que amontonar piastra sobre piastra para el rescate de su hermanita, que tendr once aos, y ya est madura y es tan hermosa. Lo conseguir sin duda la buena Dorotea! El amo de la nia es tan avaro! Demasiado avaro para comprender otra hermosura que la de los escudos.

- XXVI -Los ojos de los pobresAh!, queris saber por qu hoy os aborrezco. Ms fcil os ser comprenderlo, sin duda, que a m explicroslo; porque sois, creo yo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que pueda encontrarse.Juntos pasamos un largo da, que me pareci corto. Nos habamos hecho la promesa de que todos los pensamientos seran comunes para los dos, y nuestras almas ya no seran en adelante ms que una; ensueo que nada tiene de original, despus de todo, a no ser que, sondolo todos los hombres, nunca lo realiz ninguno.Al anochecer, un poco fatigada, quisisteis sentaros delante de un caf nuevo que haca esquina a un bulevar, nuevo, lleno todava de cascotes y ostentando ya gloriosamente sus esplendores, sin concluir. Centelleaba el caf. El gas mismo desplegaba todo el ardor de un estreno, e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, los lienzos deslumbradores de los espejos, los oros de las medias caas y de las cornisas, los pajes de mejillas infladas arrastrados por los perros en tralla, las damas risueas con el halcn posado en el puo, las ninfas y las diosas que llevaban sobre la cabeza frutas, pasteles y caza; las Hebes y las Ganimedes ofreciendo a brazo tendido el anforilla de jarabe o el obelisco bicolor de los helados con copete: la historia entera de la mitologa puesta al servicio de la gula.Enfrente mismo de nosotros, en el arroyo, estaba plantado un pobre hombre de unos cuarenta aos, de faz cansada y barba canosa; llevaba de la mano a un nio, y con el otro brazo sostena a una criatura dbil para andar todava. Haca de niera, y sacaba a sus hijos a tomar el aire del anochecer. Todos harapientos. Las tres caras tenan extraordinaria seriedad, y los seis ojos contemplaban fijamente el caf nuevo, con una admiracin igual, que los aos matizaban de modo diverso.Los ojos del padre decan: Qu hermoso! Qu hermoso! Parece como si todo el oro del msero mundo se hubiera colocado en esas paredes! Los ojos del nio: Qu hermoso!, qu hermoso!; pero es una casa donde slo puede entrar la gente que no es como nosotros! Los ojos del ms chico estaban fascinados de sobra para expresar cosa distinta de un gozo estpido y profundo.Los cancioneros suelen decir que el placer vuelve al alma buena y ablanda los corazones. Por lo que a m toca, la cancin dijo bien aquella tarde. No slo me haba enternecido aquella familia de ojos, sino que me avergonzaba un tanto de nuestros vasos y de nuestras botellas, mayores que nuestra sed. Volva yo los ojos hacia los vuestros, querido amor mo, para leer en ellos mi pensamiento; me sumerga en vuestros ojos tan bellos y tan extraamente dulces, en vuestros ojos verdes, habitados por el capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijisteis: Esa gente me est siendo insoportable con sus ojos tan abiertos como puertas cocheras! Por qu no peds al dueo del caf que los haga alejarse?Tan difcil es entenderse, ngel querido, y tan incomunicable el pensamiento, aun entre seres que se aman!

- XXVII -Muerte heroicaFanciullo era un admirable bufn, casi un amigo del prncipe. Mas, para las personas consagradas a lo cmico por profesin, lo serio tiene atractivos fatales, y por raro que pueda parecer que las ideas de patria y de libertad se apoderen despticamente del cerebro de un histrin, un da Fanciullo tom parte en cierta conspiracin tramada por algunos seores descontentos.En todas partes hay hombres de bien que denuncian al Poder los individuos de humor atrabiliario, que quieren desposeer a los prncipes y operar, sin consultarla, la mudanza de una sociedad. Los seores en cuestin fueron detenidos, y con ellos Fanciullo, y condenados a muerte cierta.Gustoso creera yo que al prncipe lleg a enfadarlo aquello de encontrar entre los rebeldes a su comediante favorito. El prncipe no era ni mejor ni peor que los dems; pero una sensibilidad excesiva le haca en muchos casos ms cruel y ms dspota que todos sus semejantes. Apasionado por las bellas artes, y adems entendido en ellas como pocos, mostrbase verdaderamente insaciable de placeres. Harto indiferente con relacin a los hombres y a la moral, artista verdadero en persona, no conoca enemigo ms peligroso que el aburrimiento, y los esfuerzos raros que haca para huir de este tirano del mundo o vencerle le hubieran atrado ciertamente, por parte de un historiador severo, el epteto de monstruo, si hubiera dejado que en sus dominios se escribiese algo que no tendiera nicamente al placer o al asombro, que es una de las ms delicadas formas del placer. La gran desdicha de aquel prncipe fue no tener nunca un teatro suficientemente vasto para su genio. Hay Nerones jvenes que se ahogan en lmites sobrado estrechos; los siglos por venir han de ignorar siempre su nombre y su buena voluntad. La Providencia, imprevisora, haba dado a aqul facultades mayores de sus estados.Corri de repente la voz de que el soberano quera otorgar gracia a todos los conjurados; y origen de tal rumor fue el anuncio de un gran espectculo en que Fanciullo haba de representar uno de sus papeles principales y mejores, y al que asistiran tambin, segn informes, los caballeros condenados; signo evidente, agregaban los espritus superficiales, de las tendencias generosas del prncipe ofendido.Por parte de un hombre tan natural y voluntariamente excntrico, todo era posible, hasta la virtud, hasta la clemencia, sobre todo si pensaba encontrar en ella placeres inesperados. Mas para los que, como yo, haban podido penetrar ms adentro en las profundidades de aquella alma curiosa y enferma, era infinitamente ms probable que el prncipe quisiera juzgar del valor de los talentos escnicos de un hombre condenado a muerte. Quera aprovechar la ocasin para hacer un experimento fisiolgico de inters capital, y comprobar hasta qu punto las facultades habituales de un artista podan alterarse o modificarse ante la situacin extraordinaria en que l se encontraba; despus de esto, exista en su alma una intencin ms o menos resuelta de clemencia? Punto es ste que jams ha podido aclararse.Lleg, al cabo, el gran da, y la reducida corte despleg todas sus pompas; difcil sera concebir, sin haberlo visto, cuntos esplendores puede ostentar la clase privilegiada de un Estado con recursos restringidos en una verdadera solemnidad. Aqulla era doblemente verdadera; lo primero, por la magia del lujo desplegado, y despus, por el inters moral y misterioso que llevaba consigo.Maese Fanciullo sobresala, ante todo, en los papeles mudos, o poco cargados de palabras, que suelen ser los principales en esos dramas de magia, cuyo objeto es representar simblicamente el misterio de la vida. Entr en escena con ligereza y con perfecta soltura, y ello contribuy a fortalecer en el noble auditorio la idea de benignidad y de perdn.Cuando de un comediante se dice: Ese es un buen comediante, se echa mano de una frmula que implica que, tras el personaje, se deja adivinar el cmico, es decir, el arte, el esfuerzo, la voluntad. Pues si un comediante llega a ser, con relacin al personaje que est encargado de expresar, lo que las mejores estatuas antiguas, milagrosamente animadas, vivas, andantes, videntes, podran ser, con respecto a la idea general y confusa de belleza, se sera, a no dudar, caso singular y totalmente improvisto. Fanciullo fue aquella noche una perfecta idealizacin, que era imposible no suponer viva, posible, real. El bufn iba, vena, rea, lloraba, entraba en convulsin, con una indestructible aureola en derredor de la cabeza, aureola invisible para todos, pero visible para m, que una en extraa amalgama los rayos del arte con la gloria del martirio. Fanciullo introduca, por no s qu gracia especial suya, lo divino y lo sobrenatural, hasta en las bufonadas ms extravagantes. Tiembla mi pluma, y lgrimas de emocin siempre presente se me suben a los ojos cuando intento describiros aquella inolvidable velada. Demostrbame Fanciullo, de manera perentoria, irrefutable, que la embriaguez del arte es ms apta que otra cualquiera para velar los terrores del abismo; que el genio puede representar la comedia al borde de la tumba con una alegra que no le deje ver la tumba, perdido como est en un paraso que excluye toda idea de tumba y destruccin.Todo aquel pblico, por estragado y frvolo que fuese, pronto sinti el omnipotente dominio del artista. Nadie so ya en muerte, luto o suplicio. Cada cual se abandon, sin inquietud, a los placeres mltiples que da la vista de una obra maestra de arte vivo. Las explosiones de gozo y admiracin sacudieron varias veces las bvedas del edificio con la energa de un trueno continuo. Hasta el prncipe, embriagado, mezcl su aplauso al de su corte.Sin embargo, para los ojos clarividentes, su embriaguez no careca de mezcla. Sentase vencido en su podero de dspota? Humillado en su arte de atemorizar corazones y embotar nimos? Frustrado en sus esperanzas y afrentado en sus previsiones? Tales supuestos, no exactamente justificados, pero no en absoluto injustificables, cruzaron por mi mente mientras contemplaba yo el rostro del prncipe, en el que una palidez nueva iba a juntarse sin cesar con su habitual palidez, como nieve sobre nieve. Apretbanse cada vez con ms fuerza sus labios, y sus ojos se iluminaban con fuego interior, semejante al de los celos y al del odio, hasta cuando aplauda ostensiblemente los talentos de su antiguo amigo, el extrao bufn, que tan bien bufoneaba con la muerte. En determinado momento vi a su alteza inclinarse hacia un pajecillo, colocado detrs de l, y hablarle al odo. La cara traviesa del lindo muchacho se ilumin con una sonrisa, y sali vivamente despus del palco principesco, cual si fuera a cumplir un encargo urgente.Pocos minutos ms tarde, un silbido agudo, prolongado, interrumpi a Fanciullo en uno de sus mejores momentos, y desgarr a la vez odos y corazn del artista. Del sitio de donde haba brotado aquella inesperada desaprobacin, un muchacho se precipitaba al pasillo ahogando la risa.Fanciullo, sacudido, despertando de su sueo, cerr primero los ojos, los volvi a abrir casi enseguida, agrandados desmesuradamente, abri luego la boca como para respirar convulso, vacil un poco hacia adelante, otro poco hacia atrs, y cay despus muerto de repente en las tablas.El silbido, rpido como el acero, haba frustrado en realidad al verdugo? Haba el prncipe mismo advertido toda la homicida eficacia de su treta? Permitida est la duda. Tuvo sentimiento por su querido e inimitable Fanciullo? Dulce y legtimo es creerlo.Los caballeros culpables haban gozado por ltima vez del espectculo de la comedia. Aquella misma noche fueron borrados de la vida.Desde entonces ac, varios mimos, justamente apreciados en diferentes pases, han venido a representar ante la corte de ***, pero ninguno de ellos ha podido reanimar los maravillosos talentos de Fanciullo ni levantarse hasta el mismo favor.

- XXVIII -La moneda falsaConforme nos alejbamos del estanco, mi amigo iba haciendo una cuidadosa separacin de sus monedas; en el bolsillo izquierdo del chaleco desliz unas moneditas de oro; en el derecho, plata menuda; en el bolsillo izquierdo del pantaln, un puado de cobre, y, por ltimo, en el derecho, una moneda de plata de dos francos que haba examinado de manera particular:Singular y minucioso reparto! -dije para m.Nos encontramos con un pobre que nos tendi la gorra temblando. Nada conozco ms inquietador que la elocuencia muda de esos ojos suplicantes que tienen a la vez, para el hombre sensible que sabe leer en ellos, tanta humildad y tantas reconvenciones. Encuentra algo prximo a esa profundidad de asentimiento complicado en los ojos lacrimosos de los perros cuando se les azota.El don de mi amigo fue mucho ms considerable que el mo, y lo dije: Hace bien; despus del placer de asombrarse, no lo hay mayor que el de causar una sorpresa. Era la moneda falsa, me contest tranquilamente, como para justificar su prodigalidad.Pero en mi cerebro miserable, siempre ocupado en buscar lo que no se halla (qu abrumadora facultad me ha regalado la Naturaleza!), entr de repente la idea de que semejante conducta por parte de mi amigo slo tena excusa en el deseo de crear un acontecimiento en la vida de aquel infeliz, y quiz el de conocer las distintas consecuencias, funestas o no, que una moneda falsa puede engendrar en manos de un mendigo. No poda multiplicarse en piezas buenas? No poda llevarle asimismo a la crcel? Un tabernero, un panadero, por ejemplo, le mandaran acaso detener por monedero falso, o como a expendedor de moneda falsa. Tambin podra ocurrir que la moneda falsa fuese, para un pobre especulador insignificante, germen de la riqueza de algunos das. Y as mi fantasa progresaba, prestando alas a la mente de mi amigo y sacando todas las deducciones posibles de todas las hiptesis posibles.Pero l rompi bruscamente mi divagacin recogiendo mis propias palabras: S, estis en lo cierto; no hay placer ms dulce que el de sorprender a un hombre dndole ms de lo que espera.Le mir a lo blanco de los ojos y me qued asustado al ver que en los suyos brillaba un incontestable candor. Entonces vi claro que haba querido hacer al mismo tiempo una caridad y un buen negocio; ganarse cuarenta sueldos y el corazn de Dios; alcanzar econmicamente el paraso; lograr, en fin, gratis, credencial de hombre caritativo. Casi le hubiera perdonado el deseo del goce criminal de que le supuse capaz poco antes; me hubiera parecido curioso, singular, que se entretuviera en comprometer a los pobres; pero nunca le perdonar la inepcia de su clculo. No hay excusa para la maldad; pero el que es malo, si lo sabe, tiene algn mrito; el vicio ms irreparable es el de hacer el mal por tontera.

- XXIX -El jugador generosoAyer, entre la muchedumbre del bulevar, sent que me rozaba un ser misterioso que siempre tuve deseo de conocer, y a quien reconoc en seguida, aunque no le hubiese visto jams. Haba, sin duda, en l para conmigo un deseo anlogo, porque al pasar me lanz significativamente un guio, al que me di prisa por obedecer. Le segu con atencin, y pronto baj detrs de l a una mansin subterrnea deslumbradora, en que brillaba un lujo del cual ninguna de las habitaciones superiores de Pars podra ofrecer ejemplo aproximado. Parecame raro que hubiese podido yo pasar tan a menudo cerca de aquel misterioso cobijo sin adivinar su entrada. Reinaba all una atmsfera exquisita, aunque de mareo, que casi haca olvidar instantneamente todos los fastidiosos horrores de la vida; respirbase all una sombra beatitud, anloga a la que debieron de sentir los comedores de loto cuando, al desembarcar en una isla encantada, iluminada por los resplandores de una eterna prima tarde, sintieron nacer dentro de s el sonido adormecedor de las cascadas melodiosas, el deseo de no volver a ver nunca sus penates, a sus mujeres, a sus hijos, y de no tomar nunca a mecerse en las altas olas del mar.Haba all rostros extraos de hombres y de mujeres, sealados por una hermosura fatal, que me pareca haber ya visto en pocas y en pases que no poda recordar exactamente, y antes me inspiraban fraternal simpata que ese temor nacido de ordinario al aspecto de lo desconocido. Si intentara definir de un modo cualquiera la expresin singular de sus miradas, dira que nunca vi ojos en que ms enrgicamente brillara el horror del hasto y el deseo inmortal de sentirse vivir.Mi husped y yo ramos ya, cuando nos sentamos, antiguos y perfectos amigos. Comimos y bebimos sin tasa toda clase de vinos extraordinarios, y lo que es ms extraordinario an, me pareci, despus de varias horas, que yo no estaba ms borracho que l. Sin embargo, el juego, placer sobrehumano, haba interrumpido con diversos intervalos nuestras libaciones frecuentes, y tengo que deciros que me haba jugado y perdido el alma, mano a mano, con una despreocupacin y una ligereza heroicas. El alma es cosa tan impalpable, tan intil a menudo, y en ocasiones tan molesta, que, al perderla, no sent ms que una emocin algo menor que si se me hubiera extraviado, yendo de paseo, una tarjeta de visita.Fumamos largamente algunos cigarros cuyo sabor y aroma incomparables daban al alma la nostalgia de pases y de venturas desconocidos, y embriagado de tantas delicias, me atrev, en un acceso de familiaridad que no pareci desagradarle, a exclamar, echando mano a una copa llena hasta el borde: A vuestra salud, inmortal viejo Chivo!Hablamos tambin del Universo, de su creacin y de su destruccin futura; de la idea grande del siglo, es decir, del progreso y de la perfectibilidad, y, en general, de todas las formas de la infatuacin humana. Tratndose de esto, su alteza no agotaba las chanzas ligeras e irrefutables, expresndose con una suavidad de diccin y una tranquilidad en la chacota que no he visto nunca en ninguno de los ms clebres conversadores de la Humanidad. Me explic lo absurdo de las diferentes filosofas que se haban posesionado hasta entonces del cerebro humano, y hasta se dign declararme, en confianza, algunos principios fundamentales cuyos beneficios y propiedad no me conviene compartir con nadie. No se quej en lo ms mnimo de la mala reputacin de que goza en todas las partes del mundo; me asegur que l, en persona, era el mayor interesado, en destruir la supersticin, y lleg a confesarme que no haba temido por su propio poder ms que una vez sola, el da en que oy decir desde el plpito a un predicador ms listo que sus cofrades: Queridos hermanos, no olvidis nunca, cuando oigis elogiar el progreso de las luces, que la ms bonita astucia del diablo est en persuadiros de que no existe.El recuerdo de aquel clebre orador nos llev naturalmente al asunto de las academias; mi extrao husped me afirm que no tena a menos, en muchos casos, inspirar la pluma, la palabra, la conciencia de los pedagogos, y que asista siempre en persona, aunque invisible, a todas las sesiones acadmicas.Animado por tantas bondades, le ped noticias de Dios y le pregunt si le haba visto recientemente. Me contest con un despego matizado de alguna tristeza: Nos saludamos si nos vemos; pero como dos caballeros ancianos que no hubieran conseguido apagar del todo el recuerdo de pasadas rencillas en una cortesa innata.Es dudoso que su alteza haya dado jams audiencia tan larga a un simple mortal, y yo tema estar abusando. Por fin, cuando la trmula aurora blanqueaba los cristales, aquel famoso personaje, cantado por tantos poetas y servido por tantos filsofos, que, sin saberlo, trabajan por su gloria, me dijo: Quiero que tenga buen recuerdo de m, y voy a demostrarle que yo, de quien tan mal se habla, soy algunas veces un buen diablo, para servirme de una locucin vulgar. En compensacin por la prdida irremediable de su alma, le doy la puesta que hubiese ganado si la suerte se hubiera declarado en favor suyo, es decir, la posibilidad de aliviar y de vencer, durante toda la vida, esa rara afeccin del hasto, fuente de todas vuestras enfermedades y de todos vuestros miserables progresos. Nunca formular deseo que yo no le ayude a realizar; reinar sobre todos sus vulgares semejantes; tendr buena provisin de halagos y aun de adoraciones; la plata, el oro, los diamantes, los palacios de magia saldrn a buscarle, y le rogarn que los acepte, sin que haya necesidad de esfuerzo para guardarlos; cambiar de patria y de pas tan a menudo como su fantasa se lo ordene; se emborrachar de placeres, sin cansancio, en pases encantadores donde siempre hace calor y donde las mujeres huelen tan bien como las flores, etctera, etc... -aadi levantndose y despidindome con amable sonrisa.Si no hubiera sido por temor a humillarme delante de tan numerosa asamblea, de buena gana hubiese yo cado a los pies del generoso jugador, para darle gracias por su munificencia inaudita., Pero, poco a poco, luego que le hube dejado, fue volviendo a mi seno la desconfianza incurable; no me atrev ya a creer en felicidad tan prodigiosa, y mientras me acostaba, rezando una vez ms, por un resto de costumbre imbcil, repetame medio dormido: Dios mo! Seor Dios mo! Haced que el diablo me cumpla su palabra!

- XXX -La cuerdaA douard Manet.Las ilusiones -me deca un amigo- son tan innumerables quiz como las relaciones de los hombres entre s o de los hombres con las cosas. Y cuando la ilusin desaparece, es decir, cuando vemos al ser o el hecho tal como existe fuera de nosotros, experimentamos un raro sentimiento complicado, mitad pesar por la desaparicin del fantasma, mitad agradable sorpresa ante la novedad, ante la realidad del hecho. Si existe un fenmeno evidente, trivial, siempre parecido y de naturaleza ante la cual sea imposible equivocarse, es el amor materno. Tan difcil es suponer una madre sin amor materno como una luz sin calor. No ser, por tanto, perfectamente legtimo atribuir al amor materno todas las acciones y las palabras de una madre relativas a su hijo? Pues od, sin embargo, esta breve historia, en la que me he dejado engaar singularmente por la ilusin ms natural.Mi profesin de pintor me mueve a mirar atentamente las caras, las fisonomas que se atraviesan