zzlit - revista - la jiribilla

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publicacin quincenal www.lajiribilla.cu www.lajiribilla.cubaweb.cu Continúa en la página 10 s oportuno, en vísperas de un acontecimiento de la impor- tancia del Foro Social de las Américas, y en una coyuntura internacional tan crítica como la actual, preguntarse acerca de la vitalidad y fortaleza de las fuerzas sociales que resis- ten la imposición del proyecto neoliberal, el momento de su aparición y las formas orga- nizativas bajo las cuales lo hacen. Las razo- nes de la irrupción de nuevos sujetos políticos son múltiples y complejas, pero existen algunas que se reiteran a lo largo y ancho de América Latina y que, por eso mismo, conviene destacar. crecimiento muy inferiores a las de los períodos que le precedieron; el neoliberalismo ha fraca- sado de manera aún más rotunda en redistribuir los ingresos y las rentas, pese a las reiteradas promesas en contrario, ahora silenciosamente archivadas, de las argumentaciones basadas en la «teoría del derrame», esa engañifa que pre- tendió pasar por una verdad revelada. No hubo tal cosa: los ricos se enriquecieron cada vez más al paso que la gran masa de la población se su- mergía más profundamente en la pobreza; al dar rienda suelta a las tendencias predatorias de los mercados el neoliberalismo provocó nota- bles fracturas de todo tipo al instituir un verda- dero «apartheid» económico y social que destruyó casi irreparablemente la trama de nues- tras sociedades y debilitó hasta límites casi des- conocidos la legitimidad del estado democrático trabajosamente instaurado en los años 80 del siglo pasado. Este triple fracaso del neoliberalismo po- tenció las contradicciones desencadenadas por la crisis del modelo de acumulación estableci- do en los años de la posguerra al imponer como estrategia de salida de la misma las po- líticas de «ajuste y estabilización» impulsadas por el Consenso de Washington y cuyos resul- tados están a la vista. Todo este cuadro no podía, sino tener consecuencias bien signifi- cativas en lo relativo a la constitución de nuevos sujetos políticos, por cuanto: a) precipitó el surgimiento de nuevos acto- res sociales que modificaron de manera notable el paisaje sociopolítico de varios países. El caso de los piqueteros en la Argentina o los peque- ños agricultores endeudados de México, nuclea- dos en «El campo no aguanta más», arrojados a la protesta social por el despojo y la exclusión económica y social a que los someten las políti- cas neoliberales son de los más conocidos. Habría que agregar también en esta categoría a los jóvenes privados de futuro por un modelo económico que los condena y a toda una varie- dad de organizaciones de inspiración identitaria —de etnia, género, opción sexual, lengua, etcé- tera— y los movimientos «alterglobalización» (sobre los cuales volveremos después) hastia- dos de la mercantilización de lo social y las políticas de supresión de las diferencias pro- movidas por el neoliberalismo. El fracaso del neoliberalismo Después de casi 30 años de cruentos ensayos, iniciados en el Chile de la sangre todavía caliente de Salvador Allende en 1973, continuado luego por la dictadura genocida establecida en la Argentina en 1976 con el objeto de instaurar el predo- minio del capital financiero y diseminado posteriormente como una pestilencia me- dieval por todo el Tercer Mundo, el veredicto de la experiencia histórica es inapelable: el neoliberalismo ha demostrado ser incapaz de promover el crecimiento económico, y en este sentido su desempeño ha resulta- do ser, tomando un período suficiente- mente largo, uno de los fiascos más estruendosos de la historia económica del siglo XX, con tasas de Atilio Born Argentina E raíces de la resistencia al neo liberalismo Ilustración: Nelson Ponce El Chava A Flandes con cien picas Guillermo Rodrguez Rivera AGAIN Entrevista con Pisar la raya Ignacio Echevarra

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Page 1: ZZLIT - Revista - La Jiribilla

� publicación quincenal � www.lajiribilla.cuwww.lajiribilla.cubaweb.cu

Continúa en la página 10

s oportuno, en vísperas de unacontecimiento de la impor-tancia del Foro Social de lasAméricas, y en una coyunturainternacional tan crítica como

la actual, preguntarse acerca de la vitalidady fortaleza de las fuerzas sociales que resis-ten la imposición del proyecto neoliberal, elmomento de su aparición y las formas orga-nizativas bajo las cuales lo hacen. Las razo-nes de la irrupción de nuevos sujetospolíticos son múltiples y complejas, peroexisten algunas que se reiteran a lo largo yancho de América Latina y que, por eso mismo,conviene destacar.

crecimiento muy inferiores a las de los períodosque le precedieron; el neoliberalismo ha fraca-sado de manera aún más rotunda en redistribuirlos ingresos y las rentas, pese a las reiteradaspromesas en contrario, ahora silenciosamentearchivadas, de las argumentaciones basadas enla «teoría del derrame», esa engañifa que pre-tendió pasar por una verdad revelada. No hubotal cosa: los ricos se enriquecieron cada vez másal paso que la gran masa de la población se su-mergía más profundamente en la pobreza; aldar rienda suelta a las tendencias predatorias delos mercados el neoliberalismo provocó nota-bles fracturas de todo tipo al instituir un verda-dero «apartheid» económico y social quedestruyó casi irreparablemente la trama de nues-tras sociedades y debilitó hasta límites casi des-conocidos la legitimidad del estado democráticotrabajosamente instaurado en los años 80 delsiglo pasado.

Este triple fracaso del neoliberalismo po-tenció las contradicciones desencadenadas porla crisis del modelo de acumulación estableci-do en los años de la posguerra al imponercomo estrategia de salida de la misma las po-líticas de «ajuste y estabilización» impulsadaspor el Consenso de Washington y cuyos resul-tados están a la vista. Todo este cuadro nopodía, sino tener consecuencias bien signifi-cativas en lo relativo a la constitución de nuevossujetos políticos, por cuanto:

a) precipitó el surgimiento de nuevos acto-res sociales que modificaron de manera notableel paisaje sociopolítico de varios países. El casode los piqueteros en la Argentina o los peque-ños agricultores endeudados de México, nuclea-dos en «El campo no aguanta más», arrojados ala protesta social por el despojo y la exclusióneconómica y social a que los someten las políti-cas neoliberales son de los más conocidos.Habría que agregar también en esta categoría alos jóvenes privados de futuro por un modeloeconómico que los condena y a toda una varie-dad de organizaciones de inspiración identitaria—de etnia, género, opción sexual, lengua, etcé-tera— y los movimientos «alterglobalización»(sobre los cuales volveremos después) hastia-dos de la mercantilización de lo social y laspolíticas de supresión de las diferencias pro-movidas por el neoliberalismo.

El fracaso del neoliberalismoDespués de casi 30 años de cruentos

ensayos, iniciados en el Chile de la sangretodavía caliente de Salvador Allende en1973, continuado luego por la dictaduragenocida establecida en la Argentina en1976 con el objeto de instaurar el predo-minio del capital financiero y diseminadoposteriormente como una pestilencia me-dieval por todo el Tercer Mundo, el veredictode la experiencia histórica es inapelable: elneoliberalismo ha demostrado ser incapazde promover el crecimiento económico, yen este sentido su desempeño ha resulta-

do ser, tomando un período suficiente-mente largo, uno de los fiascosmás estruendosos de la historiaeconómica del siglo XX, con tasas de

Atilio BorónArgentina E

raíces de la resistencia alneoliberalismo

Ilustración: Nelson Ponce

ElChava

AFlandes

concien

picas

GuillermoRodríguezRivera

AGAIN

Entrevistacon

Pisarlaraya

IgnacioEchevarría

Page 2: ZZLIT - Revista - La Jiribilla

La literatura de intriga política, cuandoresulta en verdad literatura, puede ser

halagüeña. De este tipo de librosal cine hay casi siempre un atajo,aunque sea aparente. Sus in-

gredientes (perdón por la afectación culinaria)se avienen con un ritmo de signo rápido, condesplazamientos espectaculares, con unsuspense tan canónico y tan convencional aun tiempo, que no deja de seducir a lectoreshonorables. Desde aquella novela de ejecuciónun tanto nebulosa como lo fue The princessCasamassima, que Henry James publicó en1885 hasta, digamos, El día del chacal, unlibro del inglés Frederick Forsyth, cuya versióncinematográfica ha repetido la televisión cu-bana, la intriga política, sujeta a todas las va-riaciones de grado y de ejecución que se desee,corre tal vez más riesgos que cualquier otrosubtema, pero sus ganancias —cuando lashay— se constatan a corto plazo. Como eldiabolismo, el horror en general y quizás notanto el sexo, esos libros son propensos a unéxito rápido y masivo, gracias a que sus refe-rentes guardan una especie de universalidadcotidiana, acaso también efímera.

El complejo estatuto de los best sellers hatenido entre sus reglas la de estimular las emo-ciones con prioridad sobre la reflexión o cual-quier otro ademán del discurso ensayístico,propio también de la novela. Su postulado esla acción, si bien el best seller moderno, deuna forma o de otra, pretende crear ciertosvínculos con la cultura. Simplificados o no, amerced del tremendismo del argumento odesvirtuados por la endemia sensacionalista,tales lazos ayudan a tramar un voto de auten-ticidad, debido tal vez a que todo lo que seinsinúa desde la cultura tiende a hacerse res-petado. Demasiado irónico para que se le con-

sidere una seria novela de intrigapolítica, y quizás demasiado serio para

ser considerado un best seller —hablo,por supuesto, de ordenanzas, no de

realización mercantil—, el último libro deDaniel Chavarría tiene de lo uno y de lo otro.Creo, incluso, que sin ser quizás la intencióndel novelista, Una pica en Flandes (Letras Cu-banas, 2004) somete esos presupuestos a unatensión casi inquisitorial. Intriga política, ero-tismo, cultura, turismo, humor, fatalidad y sor-presa entran en juego en esta especie dethriller que transcurre entre Italia, Grecia, Es-paña, Francia Alemania y América. La novela,tal como puede leerse ahora, es en realidad laprimera parte de una saga que tratará de pro-longarse, según su propio autor, hasta el tomoquinto (si se trata de jugar, hágase en grande,no faltaba más). Por lo pronto, tres historiasparalelas, como tres módulos que Chavarríadeja en nuestras manos para que barajemossegún la capacidad algorítmica de cada cual,marchan hacia un sitio en que deberán confluir,vencidos unos lances tan aparatosos comosingulares. Este libro se arriesga a fabular ymoralizar a un mismo tiempo, pero en todocaso engarza sus presupuestos políticos enuna actitud picaresca, en el manejo desprejui-ciado del tema del dinero y/o la riqueza, y enlos recursos de la aventura y el espionaje (a talpunto que, bien entreverados de erudición,tales recursos pudieran incorporar, inclusive, elementos del pop art). A lo largo de su cre-ciente opera omnia, Daniel Chavarría parecedispuesto a demostrar que no hay ficcionesneutrales ni en lo concerniente a los asuntosde la pura ideología política.

Un ajedrecista sin atractivos visibles (inhi-bido, taciturno, como un buey que arrastra elarado, diría Virgilio Piñera, pero, ¡con precau-ción!); un arqueólogo homosexual (exterior-mente impasible, pero por dentro la inútilintranquilidad de un oso tibetano, diría JoséLezama Lima, aunque quién sabe), y un profe-sor al que lo pierden las faldas (siempre en elhoy, pero en un hoy que no roza la tierra, diríaLeonid Andréiev), deberán resolver una seriede enigmas capaces de hacerlos nadar en

dinero. Los dueños de la fortuna se nos iránpresentando de forma escalonada, al igual quesus fines. Una pica en Flandes resulta, con todopropósito, un libro de amplios despliegues,hilado para lindar con la grandilocuencia y sa-carle además partido. Melodramático en oca-siones, quizás demasiado lógico en otras,salpicado a ratos de un sutil patetismo, bogabien en las aguas del emplazamiento a las po-líticas de hegemonía que siguen rigiendo elmundo, gracias a que Daniel Chavarría no seha olvidado de que redacta una novela.

De tal modo, los alegatos ideológicos másimportantes están, aparentemente, fuera dela zona de acción de la voz del narrador. Talfalacia (que lo es, puesto que, en términos es-trictamente filológicos, ese pacto nombradonarrador nunca llega a desacoplarse del todode ese otro, no menos puesto en entredicho,al que llamamos autor) es como un juego deespejos, en el que la imagen del narrador seretira convenientemente de aquellos torpesprocederes de buena parte de la novela poli-cial cubana de los años 70 e inicios de los 80del siglo pasado, que, periódicamente, comoen la mala televisión capitalista, interrumpíanla trama para ir a pueriles comerciales ideoló-gicos. Los alegatos, en la realidad de Una picaen Flandes, son documentos citados al pie dela letra, y ello produce un distanciamiento queotorga credibilidad al narrador. Es como si esteno se mezclara con sus personajes. Podemosapostar que su neutralidad es profesional, pero

nos irradia a través de distancias inconmen-surables, y, sin embargo, no parece de locospoder emplearlo contra su propia hegemo-nía. No al poder, sino a los medios. De tal modo,los grandes grupos de la comunicación, en sumayoría de derecha, se difunden a sí mismospor todo el mundo, y, a su vez, la izquierdaratifica haber descubierto en el uso de Inter-net una especie de dios de bajo costo, que lefacilita la movilización. Algo parecido ocurreen Una pica en Flandes. Sus escaramuzas me-diáticas son más que un mero recurso de dra-maturgia; son la manifestación de una lógicaomnipresente, algunos dirían que fatal, capazde originar una serie de disyuntivas, casi todasde sino ético. La sociedad mediática ha empa-rentado las historias de los personajes princi-pales del libro, y ante (y al mismo tiempo,«gracias a») su incuestionable plurivalencia,ellos acabarán, diríase que unidos en espíritu.

Y admítaseme el impulso aspavientoso,pues en esta novela se apuesta por los gestosde amplia cobertura, por despliegues —creoque ya lo dije— a todo pie, si bien hay aquíalgunos gastos de más, como uno que otropersonaje que entra a escena demasiado ins-pirado para nada. Menos importante es la sen-sación de que hemos leído una historiaincompleta, es decir, que no llega a cerrarseconvincentemente, aun cuando nos sepamosal inicio de una gran cruzada. De acuerdo enacuerdo, la literatura nos ha acostumbrado aquerer que los libros graviten en torno a una

así y todo manipulamos una especie de ga-rantía: nos convencerá la historia, no la mora-leja. Y la historia es atrayente, con personajesbien perfilados, mejor, eso sí, los masculinos,pues ni Gloria Múndula ni Elena ni tampocoCecilia guardan el poder de seducción de aquellaLysis de Mileto, de la mejor novela de Chavarría:El ojo Dindymenio, aunque no están obliga-das a ello. A fin de cuentas, la Grecia de Unapica en Flandes es, en comparación con la dePericles, una tierra de baja intensidad. Proba-blemente este libro no haya sido pensado parala posteridad, si bien ningún autor —autor deveras— es tan suicida que se enrole en un pro-yecto por pura intuición. Me contradigo congusto, dejándome llevar, entre otras cosas, porla forma en que Daniel Chavarría encara elasunto del saber cultural. Su gesto desechacualquier prejuicio, incluso aquel que nos re-procharía una idea estrictamente utilitaria delconocimiento. Ha resuelto involucrarse en unanovela moderna, de una modernidad, no abs-tracta, como lo es la de Proust, sino a ras detecnologías y de algunos clichés del desarro-llo. No sería ocioso especular, a propósito dela tecnología, sobre el papel asignado en Unapica en Flandes a los medios de comunicaciónmasiva. Roberto González Echavarría ha re-flexionado sobre el protagonismo en la con-formación de la realidad de eso que, en sentidogeneral, conocemos como «la información»,y que extiende su influencia, inevitablemente,hasta los predios de la ficción artística. El lla-mado poder mediático se ha vuelto, es verdad,tan ubicuo que, como los isótopos nucleares,

lógica circular, que las narraciones en variostomos nos concedan la ilusión de cumplirseglobalmente, pero también en cada ciclo, yUna pica en Flandes parece, en tal sentido, untanto fuera de balance, como si se suspendie-ra, antes que acceder a un ending progresivo,que no previsible.

Cuando se escuchan historias, dice máso menos un personaje de Umberto Eco, seha de suspender la incredulidad. Esa cuali-dad previa de lo literario se da siempre «acondición de», y las condiciones superan,aunque muchos no reparasen en ello, unasimple calidad verosímil. Es probable que lasficciones artísticas no pasen de ser tristesconvenios entre quien las redacta y quienlas lee, pero hay gente dispuesta a estable-cerse en ellas como a la espera de una com-pensación. Una pica en Flandes no escatimaesa posibilidad. Confieso que me ha incli-nado más a la diversión que a ciertas reflexio-nes profundas, pero no debo ser un lectorpromedio. Lo que puede fascinarme de unanovela es su argumento, su estilo (confun-diendo a propósito libro con escritor), y sudesafío a la cultura, esa interesante arista dela eternidad. Y todo eso ahora me ha pareci-do importante, y digno de estos pensamien-tos. En adición, Una pica en Flandes nosrecuerda que, a fin de cuentas, la literaturaes también oficio o que al menos, el oficioes lo que nunca se debería soslayar.

Rogelio RiverónCuba

A Flandescon cien picasUNA TRANSACCIÓNEN LOS TÚNELESDE INTERNET

Ilustración: Lauzán

http://www.lajiribilla.cu/2005/n194_01/194_04.html

Page 3: ZZLIT - Revista - La Jiribilla

n ajedrez, cuando alguien se ve conminado ajugar A o B, donde ambas movidas representanpérdida material, de posición o iniciativa, se diceque está en Zugzwang, término intraducible,próximo quizá a la alternativa española de

guatemala o guatapeor.El viernes 17 de diciembre de 2004, El Tiempo informaba

desde Bogotá que según el semanario Voz, órgano del PC co-lombiano, Rodrigo Granda, un distinguido miembro del equi-po diplomático de las FARC, con más de 20 años de trayectoriaguerrillera, había sido detenido en Caracas por agentes delDISIP venezolano, en colaboración operativa con la policía po-lítica de Colombia (DAS).

Trasladado a la frontera en el maletero de un vehículo, lapolicía colombiana difundió la noticia de que lo habían captu-rado en Cúcuta.

Como esto generó un gran revuelo y durante varios días lasautoridades venezolanas no se pronunciaron al respecto, unaveintena de intelectuales progresistas de calibre internacional(Calvo Ospina, Martín Almada, Aram Aharonian, NoamChomsky, Pablo Kilberg y otros), con todo el respeto delcaso, dirigieron una carta abierta al Presidente de Vene-zuela, para rogarle algún pronunciamiento sobre el esca-broso asunto. Días después, en el programa Aló,Presidente, Hugo Chávez declaró que la policía colom-biana había mentido al pueblo y al presidente Uribe. Luego,Jesse Chacón, ministro del Interior y Justicia, confirmó laparticipación de militares venezolanos, sobornados porun millón y medio de dólares. Mientras tanto, una profu-sa información sigue acumulándose: que si Granda usabapapeles falsos para vivir en Venezuela; que si fue invitado alencuentro En Defensa de la Humanidad; que si no lo fue,pero andaba por el Hilton como Perico por su casa y alternabacon los invitados; que los militares venezolanos corruptosfueron sobornados por un coronel colombiano; que si lo co-gieron así o asao... Los detalles no son esenciales; y más valeno perderse entre los árboles, para ver adónde conducen lostrillos del bosque.

Parece que los encargados de avanzar el pentagonal PlanColombia, han decidido echar mano del Zugzwang: o la Revo-lución bolivariana se pone de parte de la guerrilla y favorece undeterioro de las relaciones oficiales entre Colombia y Venezue-la, seguido de un crescendo conflicto destinado a justificaruna invasión; o de lo contrario, por preservar sus relacionescon el gobierno de Uribe, formula declaraciones perjudicialespara la guerrilla, con el consiguiente desprestigio ante la izquier-da mundial.

Sin duda, una situación difícil, pero nihil sub sole novum.Quienes confiamos en la lucidez augural del presidente Chávez,en su valentía y lealtad a las causas justas, estamos persua-didos de que la Revolución bolivariana saldrá ilesa. NingúnZugzwang dañará su prestigio actual ante los pueblos y laintelectualidad progresista internacional; y si de momento seafecta el proceso integracionista que hoy capitanea en Latinoamé-rica, mala suerte; ya vendrán tiempos mejores. Como ejemplo yprecedente, ahí está la Revolución cubana: desde los tiemposen que se la quería manipular con la cuota azucarera o con elpetróleo o ante la humillante alternativa de permitir que losgringos inspeccionaran el territorio en busca de misiles, loscubanos siempre respondieron con valentía; y ante las grandesamenazas y la prepotencia imperial, Patria o Muerte fue, y se-guirá siendo, su consigna suprema.

En cuanto a la Venezuela bolivariana, sus partidarios en elmundo no dudamos de que ante el ladino ajedrez del PlanColombia, el gobierno de Chávez va a jugar la Defensa Verdad,y si lo apuran, su Variante Hormonas.

Daniel ChavarríaCuba

E

Ilustración: Sarmiento

http://www.lajiribilla.cu/2005/n193_01/193_08.html

Page 4: ZZLIT - Revista - La Jiribilla

n efecto, lo han hecho otra vez.Recuerdo aquel año de 1968 enel que Lyndon B. Johnson, texa-no ascendido a la presidencianorteamericana tras el asesina-

to de John F. Kennedy en Dallas, acrecentabahasta la locura la presencia militar norteame-ricana en Viet Nam.

Ese año crucial para la historia estadouni-dense, los votantes norteamericanos optaron porla más conservadora, la más guerrerista de lasopciones que el menú electoral de ese año lesofrecía. Optaron por hacer presidente a RichardNixon, el vicepresidente que, en tiempos delmandato de Ike Eisenhower, había promovidolas mayores trampas de la CIA.

Eligieron al artífice del derrocamiento delúnico proceso democrático que había vividoGuatemala. Eligieron al hombre que engendró,pocos años después, la invasión a Cuba por Bahíade Cochinos que concluyó en el desastre que fuepara los invasores la batalla de Playa Girón.

Nixon llevó al extremo las acciones que habíadesatado Johnson. Los bombardeos se acrecen-taron bárbaramente: miles de toneladas de TNTcayeron sobre las ciudades vietnamitas. Se em-plearon defoliantes para arrasar las selvas delpaís, porque ellas constituían el refugio de losguerrilleros del ya temido Vietcong. Era exacta-mente lo que habían hecho los potentes EE.UU.,en expansión en el siglo XIX, cuando extermina-ron los búfalos americanos para quitarles la co-mida a los indios.

Siempre el dinero por encima del entorno.¿Todavía alguien se asombra de que no firmenel protocolo de Kyoto?

Nadie había empleado hasta entonces elnapalm como arma de ataque ni nadie habíaoído hablar del «agente naranja», que causótantos estragos entre los soldados norteameri-canos como entre los soldados comunistas queaspiraba a destruir.

Aldeas completas —Song My, My Lai— fueronarrasadas, exterminadas.

El tormento de Lídice, masacrada por losnazis en la Checoslovaquia ocupada, se repe-tía cotidianamente sin mucho despliegue deprensa.

No tenían otra solución porque no la había.Asesinaban mujeres, ancianos y niños porquetodos ellos eran combatientes por la expul-sión del invasor de la patria.

Esos patriotas vietnamitas fueron los prime-ros en demostrar fehacientemente que las po-derosas y perfectamente equipadas tropasnorteamericanas son peculiarmente vulnerablescuando se enfrentan a una guerra irregular apo-yada por toda una nación. Claro que esas tropasprodujeron miles de muertos en Viet Nam, quearrasaron el país casi hasta cambiar su naturaleza,pero fueron también implacablemente desaloja-das, y el país se ha recuperado.

Cuando advertían que su presencia enViet Nam resultaba demasiado costosa en muertos,idearon la «vietnamización» de la guerra, con laque pretendían que los soldados vietnamitasque los apoyaban se hicieran cargo ellos solosde enfrentar a las tropas del Frente de LiberaciónNacional y de la República Democrática de VietNam. Pero no era, sino una ilusión.

Esos soldados fueron apabullantemente arra-sados, apenas sus jefes norteamericanos se habían

retirado.El Oriente Medio actual, si bien es

muy diferente de la península indo-china de aquellos años 70, presenta

también interesantes puntos de contacto conella. En Indochina, EE.UU. decidió, en un mo-mento de las hostilidades, ampliar el conflictoa países vecinos como eran Laos y Cambodia.Todavía no se han decidido a hacerlo con losvecinos de Iraq que ellos consideran enemi-gos, como Siria e Irán. Pero ya han comenza-do a valorar la posibilidad de «intervencionesquirúrgicas» contra Siria. En Indochina esas«extirpaciones» hicieron metástasis.

La reelección este año 2004 de GeorgeBush como presidente de los EE.UU. y cabezavisible del grupo que ha azuzado la guerra enel Oriente Medio, hace que no sea imposibleque ello ocurra.

Por supuesto, que ese equipo se ha pre-venido contra algunos de los factores que

produjeron la crisis interna que desató VietNam en los EE.UU..

Entonces, el actual Comandante en Jefeyanqui estuvo refugiado en la fuerza aérea delestado de Texas, al amparo de papá. Ahora loshijos de las clases ricas norteamericanas notendrán que hacer nada semejante ni muchomenos ir a combatir de verdad, como hizo JohnF. Kennedy en la Segunda Guerra Mundial yJohn Kerry en la de Viet Nam. Ahora los solda-dos son pagados y, por supuesto, solo se ins-criben los negros, los asiáticos, los latinos, losmás recientes inmigrantes, los pobres, en esanómina de candidatos a víctimas por explo-sión de coches-bomba. Pero los cadáveresllegan puntualmente: ya son mil y tantosdesde que Bush proclamó la victoria en Iraq yla ración de dos o tres muertos diarios, comomínimo, no tiene tendencia a disminuir.

¿Podrán, en los próximos meses, «iraqui-zar» la guerra? Creo que ni ellos mismos locreen, a pesar de que, a veces, me parece quelos gobernantes norteamericanos, además deinsuflarles sus mentiras a sus conciudadanos,son capaces de creerlas ellos mismos. Parecie-ra que en Iraq esos soldados esperaban ser

AGAIN

GuillermoRodríguez

RiveraCuba

Erecibidos como libertadores. El ulterior desa-rrollo de la guerra ha demostrado que no eraasí y que en el Oriente Medio, el desacreditara las fuerzas que quieren dialogar, parece queúnicamente conducirá a que ellas sean susti-tuidas por otras radicalizadas a las que no lesinteresa el diálogo, porque saben que en él,los EE.UU. no irían a buscar un arreglo viablepara las dos partes, sino a consumar con arre-glos la victoria que no han podido obtener enlos campos de batalla.

Se empeñan en llamar «terroristas» a unoshombres que, como los franceses bajo la ocu-pación nazi o los argelinos bajo la ocupaciónfrancesa, luchan como pueden para recuperarsu patria.

Los círculos de poder norteamericanosnunca han querido ahondar, indagar en lasverdaderas razones que los condujeron a laaplastante derrota sufrida en Viet Nam, venci-dos por un pueblo al que eran incomparable-mente superiores en poderío económico,tecnológico y militar.

Una vez escuché proclamar al primergran caudillo de la última reacción yanqui,Ronald Reagan, que la de Viet Nam fue unaguerra que a los EE.UU. no les permitieronganar. Y claro, nunca explicó cuál fue el in-salvable obstáculo que tuvieron, quién o quéles impidió consumar la victoria que él veíacomo posible.

Lo cierto es que han transcurrido más de30 años desde entonces. La generación queprotagonizó la derrota de Viet Nam ya es desexagenarios.

Los que van a combatir en Iraq no tienenesa memoria que preservan hombres comoOliver Stone o Noam Chomsky. La implacablemaquinaria ideológica que integran los grandesmedios de información norteamericanos se haencargado de borrar, de desaparecer esa me-moria. Los pobres que irán a combatir y acasoa morir en Falluyah, Mosul o Bagdad, no parti-ciparán de un saber que quedará constreñidoa aquellos sectores que ya no son llamados acombatir en las guerras que libra EE.UU.

Acaso sea esa conciencia, esa posibili-dad para meditar, ese poder escapar a lanecesidad de venderle la vida al Pentágonode Rumsfeld por un poco de dinero o unpasaporte norteamericano, el gran obstácu-lo que advirtió Reagan.

Se trata de borrar la memoria histórica, deno recordar lo que pasó.

Acaso Rumsfeld y Condoleeza Rice seanlectores de Santayana, quien dijo que elpueblo que olvida su historia, queda impla-cablemente condenado a vivirla otra vez.

De eso se trata: de que vuelvan aquellosdías de Viet Nam, de hacerlo otra vez, a versi al fin, en un mundo en el que los EE.UU.no tienen (por ahora) rivales de categoría,no aparecen aquellos misteriosos impedi-mentos que intuía el viejo Ronald Reagan.Pero, si aparecieran,cuando venga la nuevadecepción de la nueva generación, ya lasarcas de los fabricantes de armas para losque trabajan Cheney, Rumsfeld, Condy y elmismísimo Presidente, ya estarán bien re-pletas con los miles de millones de dólaresque pagarán los contribuyentes. Así pues,again.

Ilustración: David

http://www.lajiribilla.cu/2005/n194_01/194_03.html

Page 5: ZZLIT - Revista - La Jiribilla

A la verdad no te puedo decir ahora cuándoescuché, por primera vez, la canción «Yolanda». Ni

siquiera podría decir con certeza, si fue en la voz de Pablo Milanésla primera vez que pude disfrutarla. Lo cierto es que cuando eso

sucedió tuve de inmediato la sensación de que ya estaba escuchando unaantigua canción, que por los años de los años nos estaba cantando al amor

del porvenir. Hombre, tendría que ser en la radio o haciendo rodar el disco de vinilo, cuando el

joven clarín oriental de Pablo, como parte del Grupo de Experimentación Sonora delICAIC, estallaba como una voz indispensable en las lindes de La Habana. Más allá o

más acá, sentía que esa canción era algo clásico, surgida delante de mi másperturbada juventud.

Hace, creo, dos noches, he visto a Emilia Morales cantar «Yolanda» como un himno en elmismo borde del Malecón, desde ese mítico Gato Tuerto, y por supuesto volví a

meterme en mis orígenes, pensando en que «Yolanda» era ya uno de mis santos y señas.El asunto es que en mi primer viaje a España, allá por diciembre de 1990, muy tímido,

para no decir otra cosa, me metí en un cruce subterráneo, debajo de la emblemáticafuente de las Cibeles y después de haber topado con vendedores de pañuelos, som-breritos, falsos pañuelos de Norteamérica, collares de Ceilán… sentí una guitarrafamiliar. En una curva del túnel, vi a una muchacha —guitarra en mano— cantando,

la mismísima «Yolanda», de Pablo Milanés, con un morado pañueloextendido. Me le quedé delante, haciendo el natural papel de duende.

De los que andamos tratando de convertir la sencilla naturalidadtrascendente, en lo más importante que nos puede suceder.

Pablo Milanés, brindando su santo y su seña, más allá delas canciones que pudieran confirmarlo.

http://www.lajirib

illa.cu/2005/n193_01/aprende.html

Bladimir

Zamora

Céspedes

Cuba

Pablo Milanés, brindando su

santo y su seña, más allá de

las canciones que pudieran

confirmarlo.

Ilustración: Darien

Page 6: ZZLIT - Revista - La Jiribilla

l pasado 4 de septiembre de 2004 aparecióen Babelia una reseña del crítico literarioIgnacio Echevarría (Barcelona, 1960) sobre lanovela El hijo del acordeonista, de BernardoAtxaga, publicada por la editorial Alfaguara.

Para el crítico, justo con la publicación de este texto comen-zaron los «inconvenientes», pues a partir de ahí sus traba-jos empezaron a ser «retenidos» en la misma publicacióndonde ejerciera durante más de 14 años. A pesar de que elpropio director de El País, Jesús Ceberio, asegurara, en suertede irónica sentencia: «en modo alguno puede hablarse decensura»; una vez más quedaron expuestos los caminos quetransita la política editorial del periódico, insertado junto aAlfaguara en el conglomerado mediático PRISA. La expe-riencia de Ignacio Echevarría motivó este diálogo y reveló,entre otros temas, las condiciones bajo las que se ejerce lacrítica en los medios españoles.

En el camino hacia convertirse en uno de los críticos litera-rios más importantes de España, se ha encontrado seguramen-te con diversos estilos y modos de hacer Literatura. ¿Cómovalora Ud. el panorama actual de la Literatura española?

Eso de «uno de los críticos literarios más importantes deEspaña» suena muy halagador, pero en el fondo es comodecir nada o peor todavía: es como invocar uno de esosrecords absurdos en que la excelencia no entraña ningúnmérito, como por ejemplo, el de lavarse los dientes con másfrecuencia que nadie. En España, partamos de allí, apenashay crítica literaria propiamente dicha, al menos en la prensa, de modo que —a poco que uno se lo tome con alguna serie-dad, lo cual ya es mucho decir— no es difícil destacar eneste oficio dudoso y más bien residual. Esto tiene que vercon el estado actual de la literatura española, que ofrece unpanorama ecléctico y desarticulado, sin apenas contrastes,consecuencia de la nivelación de todos los valores en la queinsiste machaconamente la industria cultural, que un díalanza a bombo y platillo a un autor como Juan Marsé ocomo Javier Marías, y al día siguiente lo hace con ArturoPérez Reverte o Pedro Luis Zafón, y esa misma tarde con ZoeValdés o Lucía Etxebarría. Todo pasa por ser literatura, sinmás, sin graduación de valor. Y el resultado es un paisajeconfortablemente anodino, como un campo de golf.

Hablando en términos de cultura en la más amplia acep-ción de la palabra, ¿qué saldo nos legará el hecho de que seanlos intereses comerciales los que estén imponiendo gustos yestéticas?

Demos la vuelta a su planteamiento y digamos que elhecho de que sean los intereses comerciales los que esténimponiendo gustos y estéticas es el saldo que nos ha lega-do la inoperancia de la crítica, consecuencia, a su vez, de ladeserción de la clase intelectual y el consiguiente abando-no de sus órganos y de su representatividad a los agentesde la industria cultural, a cuyo campo se han pasado algu-nos por venalidad, otros por desesperación o por cobardíao por pereza.

En un mundo donde se publican cientos de miles de libroscada día, ¿cuál debe ser el papel del crítico literario?

En teoría, esa concurrencia de libros y más libros deberíatraducirse en una mayor relevancia de la crítica y de sufunción orientadora. Pero los intereses de la industria cul-tural conspiran en contra de esta relevancia, con el fin deque el papel del crítico literario lo asuma la publicidad. Siendoasí, al crítico, que juega en inferioridad de condiciones, no lequeda otro recurso que convertirse él mismo en un publicis-ta y emplear las técnicas de la publicidad —es decir, la con-tundencia, el ingenio, la agresividad, la capacidad de acuñarconsignas— para promover aquello mismo de lo que la pu-blicidad misma no deja de ser un perverso simulacro: el sis-tema de valores en función del cual el propio crítico articulasu lectura. En la medida en que, en esta tarea, se enfrenta adificultades crecientes, buena parte de la energía del crítico;sin embargo, ha de consumirse en velar por la propia super-vivencia de su oficio y cuanto comporta.

Constantino Bértolo afirma en su artículo «La muerte delcrítico. Prisa contra Prisa»: «el crítico cruzó la linde de unapropiedad que no se puede franquear impunemente. Echeva-rría abrió la ventana, dejó entrar la luz y señaló con el dedo».¿Esperaba Ud. que le cortaran ese dedo, al decir del propioBértolo? ¿Era consciente de las fronteras que estaba transgre-diendo, así como de las posibles consecuencias tratándose dePrisa y de un medio como El País?

Ya en otro lugar he dejado dicho que la crítica, en cuantogénero periodístico, sobrevive por virtud de las cuotas decredibilidad y de decoro que los grandes medios se sientenobligados a pagar para mantener su influencia. Así es a talpunto que las posibilidades de una crítica independienteson proporcionales al importe de la cuota que el medio encuestión está dispuesto a pagar para asegurar esa credibili-dad. Ese importe fijaría los límites en el que se desenvuelvela tarea del crítico. Este no puede dejar de reconocerlos, ydeberá trabajar precisamente en esos límites; no dentro,sino en la raya misma de esos límites, que la actuación delcrítico, si es comprometida y rigurosa, contribuirá a tensar y,acaso, a dilatar, dado que el reconocimiento de los propioslímites no supone ni mucho menos su aceptación.

Así las cosas, circunstancias que determinaron mi «cese»como colaborador del diario El País no venían dadas desdesiempre ni mucho menos, sino que son producto de larebaja de las cuotas de credibilidad y de decoro que, de untiempo a esta parte, el periódico se siente impelido a satis-facer. Esa rebaja es consecuencia, sin duda, del exceso deconfianza que al periódico le inspira su aplastante hegemo-nía, y se viene traduciendo, entre otras cosas, en un estre-chamiento progresivo de los límites que dentro del periódicose conceden a la crítica más o menos independiente. Quiendurante años, como yo, había trabajado en esos límites,despertó un buen día fuera de ellos. Pero no por haberlosroto o temerariamente atravesado, sino porque esos límiteshabían reducido su círculo, y dejaban fuera a quien acampa-ba en sus lindes.

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Ilustraciones: Nelson Ponce

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e contado otras veces que miinfancia y primera adolescenciatranscurrieron ajenas al siglo XX.El televisor lo conocí solo en lasvisitas anuales a La Habana y

con el teléfono sucedió algo parecido. Todavía—en mitad de la cuarentena— me siento comopez fuera del agua cuando en un grupo secomenta sobre series para niños u otros pro-gramas que «la gente del pueblo» vio cuandotodos éramos chiquitos.

En los 60 había muy pocos teléfonos en lazona de Tamarindo. Recuerdo una pública —allado de la farmacia— en la que uno debía espe-rar horas para comunicarse con La Habana o conlugares no tan lejanos como Chambas o Morón.Desde allí también se conectaba con el progra-ma Once variedades, de la emisora radio Surco. Setrataba de una rústica discoteca, de la que Tania

y yo nos reímos a veces. Ella con candor y yo conprofunda melancolía. Tras la complicada llama-da telefónica se oía la voz «del compañero Vásquez»y enseguida se podía saludar a alguien muyquerido y pedir un tema musical preferido, casisiempre esa canción que «te pegaba», te decía,te representaba ante la novia escurridiza del mo-mento.

Ahora me he convertido en un amante delteléfono, sobre todo en su variante de correoelectrónico. A los amigos les hago una llamadapor cada tres o cuatro mensajes. El timbrazopuede interrumpir desde el almuerzo hasta elmomento culminante del amor; el e-mail no, seabre cuando estamos listos para enterarnos delo que el mundo cercano o lejano nos informadesde la pantalla del ordenador.

Con la contestadora se me sale un poco elguajiro pertinaz que me habita. Claro que esútil, pero me resulta un tanto fría y distante.Por momentos funciona como una suerte deregaño. «No podemos atenderlo ahora»,como diciéndote: «¿para qué molestas en estepreciso momento?».

A los móviles o celulares no sé si llegaré convida y con ánimo de seguir adaptándome a unatecnología que me llegó tarde. Algún colega medirá que el maestro Estorino le buscó la vuelta ala computadora al filo de los 70. El móvil, en lospaíses desarrollados parece haberse convertidoen algo así como un cepillo de dientes, por lo degeneralizado y también por lo de individual. Aquíes todavía raro, exótico, caro y exclusivo. Identifi-ca a personas importantes o solventes. El grupohumorístico Pagola la Paga les ha dedicado unnúmero a los orgullosos portadores de los móvi-les a la cubana. Alguna gente sacrifica otras ne-cesidades por tal de andar con el telefonito, queluce muy bien en el cinto masculino o dentro dela cartera de las mujeres. Una cosa me pregunto,¿si me regalaran uno, a quién llamo? Porque noconozco a casi nadie con celular y el compañeroVásquez —si existiera por algún lugar del dialo de la vida— no debe haberlo conseguidotodavía.

AmadodelPino

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Dicho esto, el artículo de Constantino Bértolo ofrece, enclave política, un excelente análisis —el más perspicaz de cuantosse han hecho— de la situación, y nada tengo que objetar a loque dice. Solo puedo añadir que sí, que yo era consciente deestar jugando un juego peligroso, si bien lo jugué desde laconfianza de que podía salir, una vez más, ileso. Perder, encualquier caso, ya sea un dedo o un puesto de trabajo, es elriesgo de actuar en los límites. Pero no cabe duda de que deotro modo no vale la pena actuar.

¿Cuáles han sido las consecuencias, en lo profesional y enlo personal, de su «caso», teniendo en cuenta consensos, di-ferencias y aclaraciones?

En lo personal está muy claro: he dejado de colaborarcon El País y con ello he puesto término a una actividaddesarrollada con entusiasmo y con pasión, pero tambiéncon dudas y con escrúpulos, a lo largo de quince años. Enun plano más amplio, mi «carta abierta» y la cadena de reac-ciones que desató pienso que quizás hayan contribuido aponer en evidencia la situación cada vez más precaria enque la crítica misma sobrevive en la prensa española. Nocabe ser muy optimista al respecto, pero hay motivos paraesperar que ello sirva para cobrar conciencia del estado delas cosas y, a partir de ahí, se ensanche la posibilidad de quealguna vez cambien.

¿Puede un periódico como El País defender criterios cultu-rales por sobre intereses comerciales y políticos?

Puede, por supuesto. Y debe. Otra cosa es que finalmenteno lo haga, por razones precisamente comerciales y políticas.

Es posible el papel de la crítica y del crítico en los mediosespañoles de la actualidad. ¿Bajo qué condiciones?

Es posible, claro. Bajo condiciones, eso sí, de extrema vigi-lancia, y dentro de unos límites cada vez más estrechos, encompetencia cada vez más desigual con la presión de la publi-cidad. Lo cual hace la tarea del crítico cada vez más difícil. Todosu arte consistirá entonces —como en los regímenes someti-dos a censura— en sortear esos límites o en hacerlos polémi-camente palpables.

Usted ha asegurado: «la industria cultural usurpa su lugara la cultura propiamente dicha». ¿Será ese per se el futuro dela cultura en España?

En España y me temo que en todas partes. Como me temoque allí, donde excepcionalmente eso no esté ocurriendo,como por ejemplo en Cuba, haya que lidiar entonces con eldirigismo cultural, poco amigo, asimismo, de la crítica.

En los últimos meses ha tenido una gran cobertura infor-mativa la novela El lado frío de la almohada, de la escritoraBelén Gopegui, la cual ha provocado intensas polémicas enlos distintos medios por el tema que trata. ¿Qué opinión lemerece este otro «caso»?

Belén Gopegui se cuenta entre los poquísimos escrito-res españoles que no descarta para sus libros la posibilidadde intervenir críticamente en la sociedad. El precio que hade pagar con ello, sin embargo, es renunciar a la ampliacobertura publicitaria —que no informativa— de la quegozan otros escritores menos enojosos. No es del todo ciertoque su novela, políticamente explosiva, haya obtenido unagran atención mediática ni que haya dado lugar a intensaspolémicas. Lejos de eso, más bien ha padecido la «ley delsilencio» que impera sobre todo producto que no se ofrez-ca convenientemente homologado. A pesar de lo cual, lanovela, como las anteriores de esta autora, se ha abiertocamino entre un número nada despreciable de lectores (ellibro va por su tercera edición) y ha promovido, en círculossiempre reducidos, estimulantes discusiones. Eso indica quehay razones para mantener viva la llama de la esperanza deque finalmente cunda el desacuerdo con un estado de cosasque nos quieren imponer como inevitable. A este respecto,la discusión sobre la legitimidad del régimen cubano, y elbalance sobre los alcances de la Revolución, constituyen unbuen objeto de reflexión, al que cabe arrancar múltipleslecciones y avisos.

http://www.lajiribilla.cu/2005/n194_01/194_35.html

http://www.lajiribilla.cu/2005/n195_01/lacronica.html

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Ángela MolinaEspaña

La crítica: innovación estéticadel pensamiento

Lo ocurrido con el crítico Ignacio Echeva-rría es un asunto grave, y su moraleja, por asídecir, es la interminable revelación de la difi-cultad del pensamiento independiente enEspaña, aunque esta afirmación sería útil enotros contextos geográficos, igualmente atas-cados. El/la crítico, como afirmaba Cioran apropósito de la filosofía, tiene un pensamien-to torturado, un pensar que se devora a sí mismo,que continúa intacto e incluso brilla a pesar deesos reiterados actos de autofagia.

Consuela pensar que de todo este asuntosaldrá algo bueno, algo que sin duda los másaltos responsables del periódico El País con-vertirán en una experiencia esencialmente inefa-ble, la de ensanchar los márgenes del ejerciciode la prensa libre, que no es otra cosa que laautodeterminación del ser humano para ejer-cer su derecho a la libre expresión y opinión,algo que curiosamente se está publicitandoen las páginas de este diario durante lasúltimas semanas, ilustrado con la fotografíade importantes periodistas, y que tiene comoobjetivo concienciar al ciudadano en la nece-sidad de votar a favor del Tratado de la Cons-titución Europea. Estos fueron y no deben dejarde ser los principios fundacionales de esteperiódico.

Hoy, la gran innovación estética del pensa-miento es la crítica, y todos los que ejercen elabuso sobre ella cometen una acusacióncontra el lenguaje, y por lo tanto contra lapalabra escrita, ese misterio fértil y maravilloso.Lo que nos llevaría a afirmar que la literatura, ypor lo tanto su promoción, serán experimen-tadas como un lastre. Vivimos una época enque no solo las imágenes, sino también el len-guaje, han sido pervertidos a favor de la fan-tasmagoría, de la falsedad. La crítica ha sidodegradada a la categoría de acontecimiento.No debemos entrar en esa habitación con elaire viciado. La censura y represalia contraIgnacio Echevarría eluden escrupulosamenteel problema real en su medio, El País, ya quenos habla simplemente de un acontecimien-to que ellos titulan policialmente «el casoEchevarría».

La crítica, como el silencio, existe por vo-luntad, por una decisión de romper lo que enprincipio parece inalterable. John Cage decíaque no existía el silencio, porque siempre ocu-rre algo que produce un sonido.

A los que están preocupados únicamentecon promocionar sus intereses económicos,habría que recordarles que todavía está vigen-te aquel pacto fáustico que han firmado conla verdad.

Ángela Molina: Crítica española.

Isaac RosaEspaña

Seguimos inocentesLa crítica literaria, y en general la infor-

mación cultural, no están ni mejor nipeor que el resto de secciones deinformación o de opinión de los

medios. Cuando sucede algo como lo de IgnacioEchevarría, los lectores de prensa experimentamosuna repentina (y tardía) pérdida de la inocencia.Nos parece increíble que suceda algo así.

Se deshace momentáneamente (pero nuncade forma definitiva) el malentendido que sufreuna mayoría de lectores: el hermoso (pero nocivo)malentendido que consagra el producto pe-riodístico en base a unos ideales que estaríanpor encima de su condición mercantil, por losque tendría en cuenta valores como la objeti-vidad, la independencia o la libertad de expre-sión, antes que los intereses particulares delas empresas propietarias. Lo que en cualquiersector parecería increíble, cuando no sospe-choso (que un fabricante antepusiera noblesideales y el respeto a sus clientes, por encimade su cuenta de resultados), es posible, o másbien verosímil, en el periodismo.

Mientras los lectores permanecemos ino-centes y sostenemos el malentendido, los pro-pietarios de diarios, en una muestra desinceridad antes que de cinismo, no hablan yade rotativos o redacciones, sino de empresasperiodísticas, expresión en la que lo sustanti-vo es empresa, y periodística es adjetivo, en elsentido secundario, no esencial. Mientras losejecutivos de las empresas periodísticas hablanen términos inequívocos de producto, merca-do, objetivos, nosotros, cándidos lectores, se-guimos diciendo editorial, periódico,información, crítica, y seguimos diciendo in-dependencia, y seguimos creyendo que lasopiniones son completamente libres oque los intereses privados son compa-tibles con los intereses colectivos o queel tamaño de la cartera de un anun-ciante no influye en su tratamientoinformativo. Seguimos inocentes.

En el caso de la información cul-tural, tal vez la inocencia es mayor, porel prestigio que sigue teniendo lo cul-tural. Y sobre todo por culpa de unos pocos(y en retirada), como Ignacio Echevarría,que con su independencia sostienen(tal vez a su pesar) el malentendido quepermite que nos creamos realmen-te informados, realmente libres.

Isaac Rosa: Periodista y narrador español.

Rodolfo EnriqueFogwill

Buenos Aires

Babelia parece peorIgnoro el tema. Solo sigo con

atención las páginas culturales de El País yel ABC de Madrid, a las que atiendo máscomo fenómeno cultural y documento po-lítico que como manifestaciones de la críti-ca. La crítica, en España, se procesa en otrosespacios: mesas de bar, páginas de weblogs,revistas marginales o electrónicas y en re-cintos cerrados de la academia que jamástrascienden a la prensa. Lo mismo tiende aocurrir en todos nuestros países.

La prensa se debe a su público, a sus pa-trones y a sus anunciantes publicitarios, entrelos que se cuenta el Estado y esto deja pocolugar para la crítica. Basta mirar las portadasde los suplementos para verificar que se ajus-tan rigurosamente a la agenda oficial de

efemérides, eventos y lanzamientos editoria-les y siempre en sincronización con la políticay las estrategias de las corporaciones. Es sobreesa agenda en la que los medios piden «cola-boraciones» a sus «críticos», que son en sumayoría free lancers.

Debe haber una expresión en español parareferir este tipo de trabajador, pero es preferi-ble nombrarlo así, para evocar la matriz labo-ral yanqui bajo la que se configura la gestióneditorial. Por eso, en el caso Echevarría no habríaque hablar de censura —el comentario fuepublicado—, sino de represalias patronales.En verdad, el comentarista había incurridomuchas veces en estas indisciplinas, pero nobien apareció esa reseña, desde la Argentina ylo mismo desde Chile, la leímos convencidosde que, en la Babelia «rodarían cabezas», segúnla frase que semanas después empleó el co-lumnista Rodríguez Rivero, del ABC cultural,que es otro que también se desplaza por lacuerda floja. Con El hijo del acordeonista setocaban otros temas y ya era otro momentode España. Antes del 11-M, en tiempos del PP,cualquier manifestación de disidencia suma-ba fuerzas a la oposición que alentaba elgrupo económico que controla el periódico.Este año la escena es otra, llegaba la etapa deorganizar las propias fuerzas y semanas antes,el mismo suplemento de El País escandalizó al

establishment y a la gusanería internacional conla publicación de un reportaje donde la Gopeguimanifiesta su solidaridad con Cuba socialista.

Difícilmente la dirección del diario dejaríaimpune una nueva emisión de notas disonan-tes, porque la reseña, esta vez, no solo burla-ba un costoso montaje editorial (aparecía comocontinuidad de un extenso reportaje al autordel libro, al cabo de cuya lectura nada haríaprever su descalificación), sino que volvía adenunciar lo que en marketing librero sellama «una fuerte apuesta editorial», agra-vada en este caso por lo que parece una fuerteapuesta política del grupo económico Prisa-Alfaguara: proyectar a un autor vasco a la listade best sellers y abrir una apariencia de diálo-go sobre uno de los temas tabú de la culturaespañola. El otro es el de la monarquía, untema que para esa nación de súbditos pasagraciosamente desapercibido. Aún hoy, los lec-tores de Sudamérica revisan cada edición deBabelia para ver cuánto ha empeorado con elcambio. No pocos aguardan la aparición deuna nueva reseña de Ignacio Echevarría y estoes algo que nadie debe descartar.

Leída así, sin su firma, la Babelia parecepeor. No creo que sea peor: sigue igual y ape-nas un poco más desacreditada. Pienso que lacontinuidad de la proscripción es lo mejor quepuede sucederle al comentarista: le abrirá nuevosespacios y le propondrá nuevos temas y géne-ros a su trabajo, que espero nunca más vuelvaa ser corporativo. Es un intelectual que ya hacreado su público y tiene mucho por decir que

no vale la pena gra-bar sobre un papelde los sábados que

cada lunes se reciclaen las manufacturas de

cartón barato y solo se re-cuerda cuando da lugar a

un pequeño escándalo.Sobre los ecos del episodio,

los más rescatables fueron lacarta de Ignacio, su ulterior in-

tervención aclaratoria sobre las re-laciones ocasionales entre la

indigencia narrativa e incompetenciamoral y el brillante análisis de la escena

efectuado por Constantino Bértolo en ElMundo, que llegó a mi país vía el weblog deArcadi Spada, y finalmente, lo que lleva a pen-sar en la respuesta de Atxaga, cuando alguien,interpelándolo como «amigo Atxaga» lo invi-tó a sumar su firma a las de quienes mani-festamos nuestra solidaridad con el crítico,recordó a todos que en la lista, «Solidarioscon Ignacio Echevarría» abundan firmas degente que no merece amistad ni clemencia:tiburones editoriales, críticos venales y colabora-dores de la gusanería de Letras Libres. «Ustedesno son mis amigos, y no debieran dirigirse a mícomo tales» —comienza la respuesta. Agregaque nunca se ha visto a los firmantes en unamovilización de protesta contra la censura de pren-sa en el País Vasco ni en los diversos actos contra latortura en España, en los que, para la perspectivade tantos súbditos, solo participan los humanis-tas e izquierdistas trasnochados.

Rodolfo Enrique Fogwill: Sociólogo y narrador argentino.

Enrique Vila-MatasBarcelona

Solo lo difícil es estimulanteAunque con notables excepciones (Ignacio

Echevarría es, sin duda, una de ellas, es im-

¿Qué le mereceopinióny la promoción literariasEncuesta de La Jiribilla:

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prescindible que siga ejerciendo la crítica enEspaña, aunque me temo que quiere abandonar),no se distingue precisamente el panoramaliterario de mi país por el nivel alto de sus crí-ticos o el de sus creadores. En realidad, no hayningún país actualmente en el que se hayapodido detectar un cierto esplendor artísticoen una dirección u otra.

Hasta en los lugares con una mayor tradi-ción lectora (Alemania, Francia) el nivel de lacrítica es bajo y triunfa (como en todas partes)la mediocridad de obras que en su gran mayo-ría constituyen un insulto a la inteligencia delos lectores que, a su vez, en gran parte, handejado de ser inteligentes. En las circunstanciasactuales (donde no todo es culpa del mercado,sino también de los propios autores que reba-jan su ambición para hacerse con un lugar alsol), no solo en España, sino en el resto delmundo, el panorama que le espera a la literatu-ra parece, a primera vista, sombrío y difícil. Peroquiero creer que solo lo parece. Porque aunquenos resulte ahora extraño escucharlo, ese pa-norama desesperante puede también ayu-dar a escribir. Se trata de una paradoja kafkianaen la que deberíamos creer, pues no hay queolvidar que, a pesar de todo, la literatura sigueviva, solo la literatura «dice» hoy en día un len-guaje distinto. Lo que ya no puede empeorarmás, tiende siempre a mejorar, por muy difícilque parezca que eso ocurra. Y no hay que olvi-dar que, como decía Lezama Lima, «solo lo difí-cil es estimulante».

Enrique Vila-Matas: Narrador español.

Jorge HerraldeEspaña

«Pesimismo de la inteligencia,optimismo de la voluntad»

El peso de la promoción es mucho másimportante que el de la crítica, sea esta favora-ble o desfavorable, lo cual acentúa inevitable-mente la imperante banalización cultural.

Existen varios suplementos literarios deperiódicos importantes cuya propiedad per-tenece a empresas con editoriales propias.Así, Babelia, de El País, y el grupo Santillana(Alfaguara, Taurus, Aguilar); El Cultural, deEl Mundo, y la editorial La Esfera de losLibros; Libros, de El Periódico, y EdicionesB; La Razón, y ahora Avui, y Planeta. Tales«pecados originales» pueden convertirse,en la práctica, en «mortales» o «veniales»,por seguir con tal terminología. Y la purezano puede ser de este mundo, como es biensabido.

La influencia de las revistas culturales esmuy escasa ya que sus tirajes son en generalraquíticos.

En cuanto a Ignacio Echevarría, buen ami-go, lo considero un excelente e imprescindi-ble crítico, aunque no siempre esté de acuerdocon sus reseñas (en especial cuando se refie-ren, de forma negativa y a mi juicio discutible,a autores de Anagrama que he leído con aten-ción), pero ello no empañan ni mi admiraciónni nuestra amistad. Respecto a su conflicto conEl País, basta repasar las palabras de la propiaDefensora del Lector de dicho periódico,Malén Aznarez.

En resumen, regresemos al olvidadoAntonio Gramsci y a su célebre frase: «Pesi-mismo de la inteligencia, optimismo de lavoluntad».

Jorge Herralde: Editor español.

Guillem MartínezBarcelona

Una actitud exótica Así, a lo bestia, se podría contestar tranqui-

lamente a su pregunta que la promociónliteraria vive hoy en España su edad de oro.Pura bicoca, no es ese el estado —de salud ymental— de la crítica. Lo que invita a pensarque la promoción tiene mucho que ver con lacultura española, pero no así la crítica, que enla cultura española es un peligro. O incluso,algo peor. Es decir, algo menos épico. Un ab-surdo, un extranjerismo, una pose innecesariay que nadie comprende. No se vayan, que meexplico, amiguitos.

Durante el franquismo, la cultura españo-la sufrió en el exterior, el exilio y la desconexiónrespecto al interior. En el interior, a su vez, sesufrió, entre otros absurdos, el exterminio dela tradición exiliada. Con la instauración de lademocracia, hubiera parecido razonable queEspaña reinstaurara, también, una normalidadcultural. Una normalidad cultural es difíciltras esos paréntesis dictatoriales tan hispa-nos, tan nuestros y que duran tanto. No obs-tante, parece ser que, entre todas lasposibilidades de solución al respecto, nues-tra sociedad se ha decidido por instaurar unanormalidad cultural sustentada en su subnor-malidad cultural.

Subnormalidad cultural, trailer: la demo-cracia en España vino fruto no del perdón, lacondena o la catarsis del pasado —tres mane-ras elegantes de tirar para adelante—, sino apartir de la omisión del pasado. En sus mo-mentos genéricos, el pasado era desestabili-zante para la democracia española, unademocracia en la que participaban todos losgrandes responsables del pasado. Cualquierproblemática que pudiera plantearse era con-siderada desestabilizadora. La sociedad es-pañola consumió muchos esfuerzos en nocrear desestabilización. Uno de los esfuer-zos consumidos más llamativos fue, tal vez,la inteligencia. Y eso se traduce en una cul-tura en la que no prima la inteligencia, sinola ausencia de conflicto, complaciente, cuyoobjetivo no es crear puntos de vista críticos—concebidos como desestabilizadores—,sino crear puntos de vista amables. O sim-plemente, no crear puntos de vista.

La cultura española construida desde laTransición es así una cultura nacionalista—defiende los productos nativos por elmero hecho de ser nativos, sin más valor—,castiza —no es exportable; la cultura españolase ha especializado en no hablar de sí misma;nuestros principales productos literarios sonsentimentales o costumbristas, dos génerosque permiten hablar de la realidad sin ser pro-blemáticos—, muy vinculada al poder —porno ser desestabilizadora—, la cultura españo-la y sus profesionales, durante tres días demarzo del año pasado, fueron incapaces de

decir lo que se decía abiertamente y por escri-to en otras culturas europeas: que el Gobier-no español mentía. Por ende, y resumiendotodo lo anterior, la cultura española es, fun-damentalmente, acrítica. Y ese es su gran va-lor. Es más, cualquier objeto cultural quecontenga crítica es percibido como no vincu-lado a esta cultura, como objeto foráneo, fa-nático, estridente o rencoroso, por utilizar otrotipo de calidad.

Todos esos valores citados crean un profe-sional de la cultura —escritor, crítico, periodistao Ministro de Cultura— muy uniforme, queescribe accesos a la realidad y al arte muy pa-recidos, tal vez con verdadero terror a ser dife-rentes. Quizás, la única forma de diferenciarsede un intelectual medio frente a otro es lapromoción. Es decir, aparecer en los medios.Lo cual, a su vez, crea un profesional muycomplaciente con ellos, y que entiendeque su trabajo es publicar sin vertebrarideas. Unos medios que, a su vez, compar-ten con sus usuarios la cultura no-proble-mática y no-desestabilizada.

La cultura española, así, no tiene meca-nismos para diferenciar lo que es una críti-ca, un arma de destrucción masiva o unbotijo. Y en la duda, arremete contra los dosprimeros conceptos. La cultura española notiene mecanismos para defenderse del esta-do y de las empresas culturales, dos cacha-rros que comparten y vertebran la culturaespañola, que se confunden con ella, quecarecen de control intelectual —un intelec-tual español, por todo lo dicho anteriormen-te, carece en su horizonte de la idea de serproblemático ante el estado o su empresa—,y que por eso mismo no son muy poco criti-cados por el intelectual español.

La problemática que denunció Echeva-rría en su carta no es, pues, una problemáti-ca exótica. Lo único exótico en toda lapolémica ha sido la actitud de Echevarría—valiente, individualista, transparente y conun discurso coherente; cuatro exotismoslocales—, al darles palabras a las dinámicascotidianas. También ha sido exótica la res-puesta de los principales intelectuales espa-ñoles e iberoamericanos o latinoamericanos,o como diablos se diga, tan confundidos enocasiones con la cultura española que haydías enteros en los que crees que compar-ten los mismos mecanismos acríticos. Y, porúltimo, han sido exóticas las críticas a la cul-tura española que han nacido, implícitamen-te, si bien no explícitamente, con tantoexotismo. Por primera vez, en los veintipicos

el estado actual de la críticaen los medios españoles?

de años que llevamos con el mismo modelocultural.

No obstante, lo exótico es lo contrario delo típico. Tanto exotismo es muy poco paraque cambie la dinámica acrítica de la culturaespañola. La única gran cultura europea quepuede vivir —o morir lentamente—, no ya sincrítica especializada —de la que Ignacio eraun/el puntal—, sino sin crítica a secas. Dehecho, en lo que es una orientación de lacultura en la que vivimos, la polémica suscita-da por Ignacio ha sido utilizada como armaarrojadiza de unos grupos de comunicaciónfrente a otros. Medios diferentes, pero quecomparten una misma idea estabilizadora decultura española, y que han españolizado ytipificado la polémica exótica, utilizándola enguerras y pataletas de grupos de comunica-ción y de empresas culturales —quizás la úni-ca beligerancia cultural posible en España—.Ignacio ha sido el primero en dibujar consu cuerpo los límites de la cultura española—sus posibilidades críticas, sus vinculacioneseconómicas, su carácter de pequeña culturamundial. Será curioso saber si Ignacio, elhombre que se rió de la cultura española,volverá a trabajar en un medio español. Esdecir, en la cultura española.

Guillem Martínez: Periodista y guionista español.

Rafael GumucioChile

El «alivio» de la críticaMe parece pésimo y triste para los lati-

noamericanos víctimas de tantas dictaduras ycaudillajes (de derecha, de izquierda o deambos lados a la vez) saber que en España, lamadre patria y cuna de gran parte de nuestracultura, sea posible la crítica, la democracia yla libertad, era un alivio.

Pero vemos que sucumben nuestrospadres europeos en los peores defectosde Latinoamérica, la coima, la censura, lacastración, el servilismo y la estupidez na-cionalistas. Saber que de ahí vienen mis an-cestros no sé por qué, me hace entender queno les será tan fácil a mis descendientes salirdel círculo vicioso.

Rafael Gumucio: Periodista y escritor chileno.

http://www.lajiribilla.cu/2005/n191_01/191_22.html

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Viene de la página primera

b) acrecentó la gravitación de otras fuerzassociales y políticas ya existentes pero que, hastaese momento, carecían de una proyección na-cional debido a los insuficientes niveles de movi-lización y organización que las caracterizaban y alas dificultades para instalar sobre el terreno dela política nacional sus formatos organizativos,tácticas de lucha y reivindicaciones históricas. Enuna enumeración que no pretende ser exhaus-tiva señalaríamos el caso de los campesinosen Brasil y México o el de los pueblos origina-rios en Ecuador, Bolivia y parte de México yMesoamérica.

c) atrajo a las filas de la contestación al neo-liberalismo a grupos y sectores sociales interme-dios, las llamadas «clases medias», a causa desus impactos pauperizadores y excluyentes o,como en el caso argentino, por la lisa y llanaexpropiación de sus ahorros sufrida por estosgrupos a mano de los grandes bancos y con lacomplicidad del gobierno. Los «caceroleros» ar-gentinos son un ejemplo muy concreto, perotambién lo son los médicos y trabajadores de lasalud en El Salvador o los grupos movilizadospor la «Guerra del agua» en Cochabamba o laresistencia a las políticas privatizadoras del go-bierno peruano en Arequipa.

Los infranqueables límites de los «capi-talismos democráticos»

En segundo término es preciso decir que elsurgimiento de estas nuevas expresiones de re-sistencia al neoliberalismo se relaciona íntima-mente con el fracaso de los «capitalismosdemocráticos» en la región. Aclaremos que pre-ferimos utilizar esta expresión en lugar de lasmás usuales como «democracias capitalistas» o«democracias burguesas» porque, tal como lodemostráramos en otra parte, estas acepcionesmás corrientes ofrecen una imagen distorsiona-da de la realidad política y social de los estadosde la región al sugerir que en ellos lo esencial essu componente democrático siendo lo «capita-lista» o lo «burgués» meros aditamentos adjeti-vos a un orden político fundamentalmentedemocrático cuando la realidad enseña exac-tamente lo contrario. Baste con señalar quela frustración generada por el desempeño delos regímenes llamados democráticos en estaparte del mundo ha sido intensa, profunda yprolongada.1

Fue de la mano de estas peculiares «demo-cracias», que florecieron en la región a partir delos años 80, cuando las condiciones sociales em-peoraron dramáticamente. Mientras que en otraslatitudes el capitalismo democrático aparecíacomo promotor del bienestar material y cautelo-samente tolerante ante las reivindicaciones igua-litaristas que proponía el movimiento popular—e insistamos en eso de que aparecía porque,en realidad, tales resultados eran consecuenciade las luchas sociales de las clases subalternasen contra de los capitalistas— en América Latinala democracia trajo bajo el brazo políticas deajuste y estabilización, precarización laboral, al-tas tasas de desocupación, aumento vertiginosode la pobreza, vulnerabilidad externa, endeuda-miento desenfrenado y extranjerización de nues-tras economías. Democracias pues vacías de todocontenido, reducidas —como recordaba Fernan-do H. Cardoso antes de ser presidente delBrasil— a una mueca sin gusto ni rabia inca-paz «de eliminar el olor de farsa de la políticademocrática», causado por la incapacidad de eserégimen político para introducir reformas defondo en el sistema productivo y «en las formas

de distribución y apropiación de las ri-quezas.»2

Tal como lo planteáramos en «Trasel búho de Minerva», nuestra región

apenas si ha conocido el grado más bajo en laescala de desarrollo democrático posible dentrode los estrechos márgenes de maniobra quepermite la estructura de la sociedad capitalista.Democracias meramente electorales, es decir,regímenes políticos sustantivamente oligárqui-cos, controlados por el gran capital con totalindependencia de los partidos gobernantes queasumen las tareas de gestión en nombre de aquel,pero donde el pueblo es convocado cadacuatro o cinco años a elegir quién o quiénesserán los encargados de sojuzgarlo. Con demo-cracias de este tipo no es casual que, al cabo dereiteradas frustraciones, se produzca el renaci-miento de fuerzas sociales de izquierda y el avancede los movimientos que resisten a la globaliza-ción neoliberal.

La problemática de la organizaciónEn tercer lugar habría que decir que este pro-

ceso ha sido también alimentado por la crisisque se ha abatido sobre los formatos tradicio-nales de representación política. Pocas dudascaben de que la nueva morfología de la protestasocial en nuestra región es un síntoma de la de-cadencia de los grandes partidos populistas y deizquierda, de los viejos modelos de organizaciónsindical y de las formas tradicionales de luchapolítica y social. Decadencia que, sin duda, seexplica por las transformaciones ocurridas en la«base social» típica de esos formatos organiza-tivos debido a: la creciente heterogeneidad del«universo asalariado»; la declinante gravitacióncuantitativa del proletariado industrial en el con-junto de las clases subalternas y la aparición deun voluminoso «subproletariado» —denomina-do «pobretariado» por Frei Betto— que incluyea un vasto conjunto de desocupados permanen-tes, trabajadores ocasionales, precarizados e in-formales, cuentapropistas de subsistencia (losfuturos «empresarios schumpeterianos», en ladelirante visión del teórico neoliberal peruanoHernando de Soto) y toda una vasta masa margi-nal a la que el capitalismo ha declarado como«redundante» e «inexplotable.» Esto, en unasociedad como la capitalista que se asientasobre la relación salarial, significa que esas masasya no tienen derecho a vivir. De ahí que con suspolíticas y sus criminales de «cuello blanco» ycon estudios doctorales de economía en losEE.UU. el neoliberalismo practique una silencio-sa, pero efectiva eutanasia de los pobres en Amé-rica Latina, África y Asia.

La decadencia de los formatos tradicionalesde organización se relaciona, como si lo anteriorno fuera poco, con la explosión de múltiplesidentidades (étnicas, lingüísticas, de género, deopción sexual, etc.) que redefinen hacia la bajala relevancia de las tradicionales variables clasis-tas. Si a esta enumeración le añadimos la inade-cuación de los partidos políticos y los sindicatospara descifrar correctamente las claves de nuestrotiempo, la esclerosis de sus estructuras y prácti-cas organizativas (no en todos los casos igual,pero sí predominantemente), y el anacronismode sus discursos y estrategias comunicacionales,se comprenderán muy fácilmente por un ladolas razones por las que estos entraron en crisis; y,por el otro, las que explican la emergencia denuevas formas de lucha y movimientos de pro-testa social. Unas y otros son también síntomaselocuentes de la progresiva irrelevancia de lasllamadas instituciones representativas para ca-nalizar las aspiraciones ciudadanas, lo que a suvez explica, al menos en parte, el visceral —¡ysuicida!— rechazo de las fuerzas sociales emer-gentes a enfrentar seriamente la problemáticade la organización que tantos debates originaraa comienzos del siglo XX en el movimiento obre-ro, y el creciente atractivo que sobre dichos suje-tos ejerce la «acción directa». Tal como lodemuestra contundentemente la experiencia ar-gentina es de la mayor importancia abrir unadiscusión que permita dilucidar las razones porlas cuales un vigoroso movimiento popular pudoponer fin a un gobierno, el de la Alianza presidi-do por Fernando de la Rúa, pero no pudo ponerfin al ensayo neoliberal. Lo mismo aconteció enEcuador y, más recientemente, en octubre del2003, en Bolivia. Esta asignatura está aún pen-diente en los movimientos populares de Amé-rica Latina.

Globalización de las luchasUn cuarto y último factor, en una lista que no

intenta ser exhaustiva, que explica la emergen-cia de nuevas fuerzas sociales es la globalizaciónde las luchas en contra del neoliberalismo. Estascomenzaron y se difundieron rápidamente portodo el orbe a partir de iniciativas que no surgie-ron ni de partidos ni de sindicatos ni menos to-davía se generaron en la «escena política oficial».En el caso latinoamericano el papel estelar locumplió el zapatismo, al emerger de la Selva La-candona el 1º de enero de 1994 y declarar laguerra al neoliberalismo. La incansable labor delMST en Brasil, otra organización no tradicional,amplificó considerablemente el impacto de loszapatistas. Luego, en una verdadera avalancha,se sucedieron grandes movilizaciones de cam-pesinos e indígenas en Bolivia, Ecuador, Perú yen algunas regiones de Colombia y Chile.

Las luchas de los piqueteros argentinos, lan-zadas como respuesta a las privatizaciones delmenemismo, son de la misma época y se inscri-ben en la misma tendencia general. Los aconte-cimientos de Seattle y otros similaresescenificados en Washington, Nueva York, París,Génova, Gotemburgo y otras grandes ciudadesdel mundo desarrollado le dieron a la protestaen contra del Consenso de Washington unaimpronta universal, ratificada año tras año porlos impresionantes progresos experimentadospor la convocatoria del Foro Social Mundial dePorto Alegre. Se produjo así una especie de «efec-to dominó» que, sin lugar a dudas y contrarian-do una teorización muy difundida en nuestrotiempo, la de Hardt y Negri en Imperio, reveló lacomunicación existente entre las luchas socialesy procesos políticos puestos en juego en los másapartados rincones del planeta.

El neoliberalismo armadoDadas la proliferación y la fortaleza de los

movimientos contrarios al neoliberalismo no sor-prende su explícita transformación en una doc-trina y una práctica fuertemente autoritarias. Amedida que sus políticas tropezaban con unacreciente resistencia popular tanto en los capita-lismos metropolitanos como en la periferia, elneoliberalismo fue progresivamente abando-nando su fachada falsamente democrática y de-mostró que en el fondo no era otra cosa que unproyecto reaccionario y autoritario de contrarre-formas que pretendía disimularse en la supues-ta racionalidad y anonimato del mercado. En esteproceso involutivo podemos distinguir tres eta-pas: una primera, anterior a los acontecimientosde Seattle, en noviembre de 1999, en la cual elneoliberalismo se empeñaba en mostrar su «rostrohumano» y en exhibirse como el portador de lasensatez técnica en el manejo de las complejascuestiones económicas. Luego del trauma deSeattle el neoliberalismo elabora estrategias de-fensivas y comienza a desarrollar un discurso yuna práctica orientados a la militarización de lapolítica y a la criminalización de la protestasocial. Huelga aclarar que estas directivas pro-venían de Washington y eran transmitidas a travésde una densa red de mediaciones que las pre-sentaban no como una estrategia en contra dela protesta social, sino como parte de un plansocialmente más ambiguo diseñado para com-batir al narcotráfico y las insurgencias guerrille-ras de la región.

La etapa posterior, la tercera, está marcadapor el evento traumático del ataque a las TorresGemelas de Nueva York y al Pentágono y co-mienza, para ser muy estrictos, con el anunciode la nueva doctrina estratégica norteamericanaen septiembre de 2002, donde se afirma el prin-cipio de la «guerra preventiva» y se clausura enlos hechos la posibilidad de un orden interna-cional plural a partir del principio de que, enpalabras del presidente George W. Bush Jr., «estaes una guerra entre el bien y el mal, y Dios no esneutral». En esta interpretación Dios, naturalmen-te, está del lado de los mercados y la democra-cia liberal al estilo norteamericano. Quienes nocomprendan una verdad tan elemental comoesta, un axioma que no requiere de prueba al-guna, solo pueden ser personeros del mal a loscuales se les debe tratar sin ninguna clase decontemplaciones. Su mera existencia como sereshumanos poseedores de derechos inalienables

se desvanece, ante los ojos de los imperialistasde hoy, de la misma manera como lo hiciera lahumanidad de los pueblos originarios de Amé-rica Latina ante la llegada de los conquistadoresibéricos.

La satanización de los críticos de la globali-zación neoliberal, unida al vertiginoso endureci-miento del clima ideológico y político nacional einternacional, provocó en los meses inmediata-mente posteriores a los acontecimientos del 11de septiembre del 2001 un importante reflujoen las movilizaciones y las protestas que sevenían produciendo con un ritmo cada vez másintenso en numerosos países. No obstante ello,pocos meses después la ofensiva de los movi-mientos sociales contrarios a la globalizaciónneoliberal recuperó su dinámica expansiva, quese ha sostenido hasta la actualidad. Es que talesprotestas nada tienen de coyuntural, sino queson indicativas de una condición estructural deesta nueva fase del desarrollo capitalista, en lacual la proporción de excluidos sin ninguna po-sibilidad de reintegrarse al mercado de trabajocrece sin cesar. En ese sentido, la exitosa realiza-ción del Foro Social Mundial de Porto Alegre acomienzos del 2002, cuando aún no se termina-ban de remover los escombros de las Torres Gemelasde Nueva York, fue de alguna manera el síntomade una irresistible recuperación, que se ratifica-ría después en numerosas ciudades de las Amé-ricas y Europa, para encontrar su apogeo en lasgigantescas demostraciones de Génova y pocodespués en Florencia, durante la realización delForo Social Europeo en noviembre del 2002.

Por otra parte, las formidables manifestacio-nes contrarias a la guerra de Iraq y muy particu-larmente las que tuvieron lugar en las principalesciudades del mundo el 15 de febrero del 2003en la Jornada de Protesta Global contra laGuerra promovida desde el Tercer Foro SocialMundial de Porto Alegre, que convocaron enciudades como Londres, Roma, Madrid, Barce-lona, París y Berlín, entre tantas otras, a la másgran cantidad de personas jamás vista, ratifi-caron este ascenso de la lucha de masas contrael neoliberalismo y la agresión imperialista. Laexitosa realización del IV Foro Social Mundial enMumbay, en febrero del 2004, y la revitalizaciónde las luchas contra el ALCA en toda AméricaLatina son otras tantas señales de que pese a sucreciente despliegue represivo las clases domi-nantes no logran detener a las fuerzas socialescontestatarias.

En este marco no puede sorprender la reno-vada agresividad del imperialismo y sus aliadoslocales, evidenciada en Afganistán e Iraq ytambién por su incondicional apoyo al fascistaSharon en Israel y a cuanto gobierno reacciona-rio exista en el mundo. Violencia que se mani-fiesta, en América Latina, por la escalada deagresiones y hostigamientos contra Cuba y Ve-nezuela, y contra cualquier gobierno que enAmérica Latina insinúe tímidas críticas a los inte-reses dominantes. El neoliberalismo, despojadode todas sus artificiosas justificaciones morales,se presenta ahora desnudo, fuertemente arma-do y dispuesto a todo. Ante esto sería buenoque los movimientos sociales latinoamericanosy, sobre todo, las siempre titubeantes buenasalmas progresistas, recordasen la sentencia queel Dante inscribiera en la entrada del SéptimoCírculo del Infierno: «este lugar, el más horren-do y ardiente del infierno, está reservado paraaquellos que en tiempos de crisis moral optaronpor la neutralidad.»

Notas1. Atilio A. Borón, «Tras el búho de Minerva. Mercado contrademocracia en el capitalismo de fin de siglo» (Buenos Aires:Fondo de Cultura Económica, 2000), pp. 149-184.

2. Fernando Henrique Cardoso, «La democracia en AméricaLatina», en Punto de Vista (Buenos Aires), Nº 23, abril de1985.

* Atilio A. Borón, politólogo argentino, es secretario ejecutivodel Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).Publicado en América Latina en Movimiento, No. 385-386,edición especial, Foro Social de las Américas, ALAI, 20 juliode 2004.

raíces de la resistencia alneoliberalismo

http://www.lajiribilla.cu/2005/n195_01/laopinion1.html

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?

Tienen algo nuevo que decir Los Van Van? ¿Podránseguir movilizando los intereses de los bailadores? Todo

parece indicar que sí. En Cuba —vista hace fe— cadapresencia suya en el cartel de una sesión bailable,sea a cielo abierto con intensos aires populares o en

los exclusivos reductos de los hoteles de administraciónextranjera o en las Casas de la Música que funcionan bajo elsigno del CUC (peso cubano convertible), asegura en un casola multitud y en otro la taquilla.

Pero la demostración más viva de permanencia en la crestade la ola de las orquestas cubanas de música bailable se tieneante la audición de su más reciente producción fonográfica,Chapeando (Unicornio, 2004), que devuelve a las huestesde Juan Formell al seno de la discografía domésti-ca luego de su controversial paso por la firmaCaliente.

Lo que en los últimos discos grabados envivo se advertía, aquí cuaja a plenitud: el perfilde Los Van Van de comienzos de siglo XXI, unaorquesta que, sin perder su sello original ni haceralarde de una ruptura en su paso de avance, ofre-ce una solución de continuidad a un trabajo demás de tres décadas.

Formell ha conseguido impregnar de sus códi-gos estilísticos a los más jóvenes integrantes de laagrupación, sin atentar contra las posibilidades indi-viduales. No es cosa nueva en él. Ya en Los Van Vande los comienzos, la relativa autonomía de laque gozaron José Luis Quintana (Changuito)primero, y luego César Pedroso, permitieron elensanchamiento de la originalidad del sonidoorquestal.

Ahora se observa, de una parte, el ajuste es-tilístico y el crecimiento estilístico de SamuelFormell, a cargo de la batería y responsabilizadocon la sucesión al mando de la banda; el pianista RobertoCarlos Rodríguez (Cucurucho) y el tecladista Boris Luna, y deotra, la siempre deseada complementación del equipo vo-cal, integrado por Roberto Hernández (Robertón), MarioRivera (Mayito), Jenny Valdés y Abdel Rasalps (Lele).

En el plano del repertorio, las posibilidades bailables no sereducen a lo que ofrece la «timba dura», sino que esta, en lostemas más exorbitantes, se presenta sumamente enriquecidacon diversas apropiaciones intergenéricas y desplazamientosestructurales que revelan las renovadas inquietudes formalesde Formell. Quizá sea interesante glosar cada uno de los temasdel fonograma para aproximarnos a dichas búsquedas o entodo caso, señalar también algunas carencias:

«Chapeando» (Juan Formell): Su entorno sonoro partede lo que dejó «Ampárame». Invocación profana. Curiosa-mente se le pide protección a Yemayá para cruzar los mares,aunque la simbología de la «chapea» aluda a Elegguá, abri-dor de caminos en el panteón yoruba. La mezcla optimiza elresultado de los pujantes toques y claves.

«Corazón» (Samuel Formell): Sencilla, pero convincenteapelación sentimental, servida para bailar casino, bajo unamarcha muy definida, en el más puro estilo Van Van. En laparte propositiva se observan ciertos tintes funkies perfec-tamente asimilados. Al final, con los últimos coros, se desatael «timbeo», aderezado por un simulacro rock a cargo deBoris Luna.

«Después de todo» (Juan Formell): Balada felizmente tras-vestida gracias a la maestría orquestal del propio autor allogro de la sección de cuerdas encabezada por Irving Fró-meta y a la contaminación rumbera. De lo contrario no pasa-ría de ser una de esas canciones «montoneras» (del montón)de la mal llamada «música romántica», con salsa de ñapa.

«No pidas más prestado» (Juan Formell): El maestro vuelvepor sus fueros como cronista social de su tiempo. Crítica al«picador». Melodías de aparente fácil manejo, pero suma-mente coherentes y creativas. «Breakes» precisos. Coros queharán época. Cien puntos para bailar.

«Por qué no te enamoras« (Cándido Fabré): Soberbia re-creación de uno de los frutos de la cosecha sonera de Fabré.No es casual cederle la parte vocal a Robertón. Obsérvese cómose puede coreografiar escalonadamente: de las vueltas del ca-sino al «despelote«. Orquestación inteligente, rica pero dis-creta, para que las guías rítmicas no se pierdan.

«Te recordaremos» (Diego El Cigala): En apariencias, unadeclaración de amor a Cuba. No pasa de ser un truco publicita-rio. Los Van Van no necesitan del cantaor para subir valores. ElCigala no necesita de Los Van Van para ser quien es. Textoingenuo. Resultado olvidable.

«Anda, ven y quiéreme» (Juan Formell): De Tío Tom a FidelMorales y José Luis Cortés, los barrios de La Habana han sidoasunto de rumbas y sones. Formell ofrece su versión o mejordicho, se la sirve a Lele, «hijo de un fundador» de Los Van Van,como dice el texto. Pieza disfrutable para el baile de arriba

abajo. Y con una fuerte carga de crítica de costumbres en elmontuno final.

«Nada» (Juan Formell): Pareciera, al inicio, una vuelta alpasado. Se percibe el regusto por aquella legendaria «YuyaMartínez» de los 70. Pero, cuidado, porque los acentos bacha-teros, llevados a un primer plano por una percusión machaco-na, le confieren otro aire. Jenny explota sus mejores facetasvocales, con buena dosis de histrionismo. Boris simula el trescon fortuna. Y para variar, rap intercalado.

«La buena» (Roberto C. Rodríguez y Jorge Díaz): Songo decorte satírico. Muestra de ajuste al estilo Formell. El segundocoro es lo mejor de la pieza.

«Agua» (Samuel Formell): Tema suficientemente probadoen los bailes populares. La letra es solo un pretexto para desa-rrollar varias de las ideas temáticas más interesantes en la evo-lución de la timba. Estructuralmente complejo el discursointerno de la obra, sustentado en una orquestación brillante y,sin embargo, perfectamente bailable.

«Ven, ven, ven» (Roberto C. Rodríguez y Jorge Díaz): Losjóvenes miran la orquesta por dentro. Reafirmación de lapoética formelliana. Cuando dicen que «Yo soy Van Van elmismo de siempre» apuntan a una solución de continui-dad, no a la mimesis. Se reciclan viejos coros y estribillos. Es

Pedro de la HozCuba

el corte que más se acerca a la explosividad de la orquestaen sus presentaciones en vivo. Más son que timba.

«El montuno» (Juan Formell): Aquí es Formell el quereafirma su poética: dar al bailador del día lo que este semerece. Aflora con fuerza irreductible su raíz. Es interesan-te el carácter polémico del texto: «¿Será posible / componerun montuno / con texto profundo / y que sea bueno parabailar / ¿Será posible / organizar los sentidos / y analizar elcontenido / directamente a los pies?» Quien esto escribe notiene prejuicios en «organizar los sentidos» y echar un pie.No puede ser de otra manera, pues Formell ha dispuesto unsolo de Cucurucho, otro de Samuelito, una incursión deltrompetista invitado Alexander Rodríguez y el magníficotrombonista Hugo Morejón unos mambos, que no puedendejarse de saborear con el sentido del oído y la cabeza clara,no mala.

Al final, vuelve «Chapeando». Más baile, pero sobretodo, como ha dicho del disco el notable etnólogo y folclo-rista Rogelio Martínez Furé esta «es música fundadora deidentidades».

VANVANchapea duro y con ganas

Ilustración: Idania

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omo sucede cada año, el PremioCasa de las Américas reúne ensu jurado a representantes de lomejor de nuestras letras latinoa-mericanas. Este año, en su edi-

ción 46, entre los escritores seleccionados paravalorar los textos presentados en el géneronovela, se encontró una de las más prolijasnarradoras de Argentina y de Latinoamérica:Liliana Heker, una mujer que ante el temblorque causaban los tiros y las torturas de losaños de dictadura militar en Argentina, nuncaoptó por el silencio. «El poema es pésimo, peropor la carta se nota que sos una escritora», lehabía dicho el destacado escritor argentinoAbelardo Castillo, después de leer los escritosque Liliana le había hecho llegar cuando solotenía diecisiete años. Ahora, amigo suyo, Cas-

tillo debe sentirse muy orgulloso de no ha-berse equivocado con la adolescente

Heker al hacer semejante vaticinio yaceptarla en la revista literaria Elgrillo de papel. En esta publicación

y en otras como El escarabajo de oro y El orni-torrinco, que fundara años después, desem-peñó una intensa y rebelde labor al calor delas polémicas que sacudieron a NuestraAmérica.Cuentos como «Los que vieron lazarza», «Un resplandor que se apagó en elmundo», «Las perlas del mal», la coleccióncompleta «Los bordes de lo real»; y novelascomo Zona de Clivaje y El fin de la historia laconvierten en uno de los faros de este conti-nente de cuentistas y novelistas. En estas obrasestán presentes la sagacidad de un estilo yla responsabilidad de una literatura compro-metida.

Liliana estudió Física en la Universidad deBuenos Aires, carrera que abandonó por la Lite-ratura. ¿Cómo se produce este cambio en su vida?

Ingresé en la Facultad de Física cuando esta-ba en el último año de la escuela secundaria, y yaen esa época escribía. Estando en la Facultadmandé una carta y un poema a la revista literariaEl grillo de papel. Allí me encontré con uno de

los directores, Abelardo Castillo, que en ese mo-mento era un escritor muy joven. Él me invitó aformar parte de la revista, es decir, que mientrasestudiaba Física ya yo estaba trabajando en unarevista literaria. Abelardo Castillo es un granamigo mío desde esta época, y es para mí unode los mayores escritores argentinos. Cuentistaexcepcional, maestro en el oficio de narrar, grannovelista, dramaturgo, ensayista y un hombreplenamente ético, consecuente en sus ideas, ensu concepción de la literatura y en lo que debeser la vida hasta las últimas consecuencias. De élaprendí mucho de narrativa.

En las reuniones de El grillo de papel estabaaprendiendo lo que es un cuento y lo que eselegir verdaderamente la literatura, pues hastaese momento yo escribía textos a través de loscuales me expresaba, pero no tenían una forma.Es en esta revista donde empiezo a trabajar mistextos, en esas discusiones apasionadas que segeneraban por cuestiones ideológicas y litera-rias. Los años 60 fueron muy intensos en esesentido. Después llego a ser secretaria de redac-ción hasta que El grillo de papel fue prohibida.A fines de los 60 fundamos una nueva revista, Elescarabajo de oro, de la que fui primeramentesecretaria de redacción y después directora. Yapara este tiempo tengo casi terminado mi primerlibro de cuentos, Los que vieron la zarza; comien-zo a sentirme firme en el campo de la literatura ydecido dejar la carrera de Física, pues realmenteme faltaban muy pocas materias para terminarlay todo lo que cursé de Física lo hice tironeadapor la literatura.

Su novela El fin de la historia es una denun-cia a los crímenes perpetrados por la dictaduramilitar argentina en los años 70. ¿Cuál fue suexperiencia en estos años?

En esa época yo me quedé en la Argentina.Trabajaba como programadora de Computaciónen la Administración Pública, y en mayo de 1976me echaron por subversiva. Me fueron a buscara mi casa, pero yo no estaba. Me fui durantequince días y después regresé. Decidí quedarmeen Argentina y eso no tiene nada de heroico.Decidí quedarme porque confiaba en que real-mente no me matarían, no me desaparecieran,aunque podía haber ocurrido.

Mi experiencia durante esos años fue muydura y al mismo tiempo muy intensa. Por unaparte convivíamos con el miedo y la muerte. Esoera una presencia permanente. Al mismo tiemposeguíamos construyendo nuestra obra dentro dela libertad o el exilio que podía ser nuestrapropia habitación. Yo seguía escribiendo y sefue conformando lo que yo de alguna maneracreo que por fin llegó a ser una especie de resis-tencia cultural. Con Castillo fundé otra revistaen 1977, El ornitorrinco, que tomaba los temasde polémica que eran necesarios tomar en laépoca de la dictadura. También dábamos talle-res, los cuales en Argentina tuvieron su origenen estos años de dictadura. Los talleres respon-dían a una doble necesidad. Estaba la necesidadque teníamos muchos escritores de trabajar cuandose nos había echado de nuestros empleos, ytambién la necesidad de los nuevos escrito-res de nuclearse, de discutir sobre sus cuentoscuando ya no existían las reuniones en los Cafés,en las revistas literarias. Si nos reuníamos ungrupo de escritores en un Café a discutir uncuento o un poema, era muy probable que ter-mináramos siendo unos desaparecidos. Enton-ces los talleres reemplazan esas reuniones y seempiezan a hacer en lugares privados, en nuestrascasas. Comenzaba a ser un trabajo para muchosde los escritores que no podíamos trabajar enotros lugares. Fue una experiencia muy dura lade la dictadura, pero al mismo tiempo de ningu-na manera siento que hayan sido años muertospara mí. Al contrario, sentíamos que nuestraspalabras y nuestros actos tenían un peso al decirlo que pensábamos en cualquier ámbito en elque pudiéramos expresarnos. Además no pode-mos olvidar que en la Argentina estaban ocu-rriendo hechos de enorme fuerza contra ladictadura, como por ejemplo las manifestacio-nes de las madres y las abuelas de Plaza de Mayo,la acción de los organismos de derechos huma-nos dentro del país y un fenómeno cultural degran repercusión cultural que fue Teatro Abierto.

El rol que me tocó a mí fue actuar dentro de mipaís y es una elección de la que no me arrepiento.

Pero, ¿era realmente subversiva?Para ser subversiva en la dictadura militar

argentina no era necesario formar parte de laguerrilla. Con solo ser un escritor de izquierda—como era mi caso— era suficiente para serconsiderado como subversivo. Creo que el hechodeterminante por el que me fueron a buscar ypor el que me echaron, no fue siquiera por serescritora, sino porque yo era secretaria de actasde las asambleas que se realizaban en mi centrode trabajo. Los años 1974 y 1975 fueron demucha lucha obrera, de huelgas y asambleas.Quizás también influyó el haber ganado lamención en el Premio Casa de las Américas en1966, el haber formado parte de una lista en lasociedad de escritores que era realmente de iz-quierda. Todo eso influyó en que se me conside-rara subversiva, pero por mucho menos unargentino era subversivo. Para la dictadura mili-tar, salvo los complacientes y los que estaban deacuerdo con su régimen pavoroso y asesino, todoséramos subversivos.

En una ocasión, al referirse a su novela El finde la historia, expresó que ningún texto suyo ledio tanto trabajo y que al mismo tiempo conninguno se había sentido tan libre. ¿Cómo ex-plica Liliana esta ruptura?

Es cierto. Es una novela en la cual yo queríadar cuenta de lo que había sido mi historia, lahistoria de mi generación, esa historia que arran-ca de alguna forma en la adolescencia con laRevolución cubana, que nos hace ver nuestraparticipación en la historia de una manera dis-tinta, que genera un tiempo de esperanza y decreer que cada uno de nuestros actos y de nuestrostextos tienen un sentido en un tiempo de horrory de muerte. Yo quería de alguna manera darcuenta de ese período que yo viví y al mismotiempo contar una historia puntual de una mili-tante brillante que pasa por diferentes instantesde la militancia, que es secuestrada y llevada aun campo de exterminio, donde también tieneun papel tristemente protagónico. Quería contartodo esto, pero no quería escribir una novelalineal porque me parecía que iba a ser un libroaburridísimo de 600 páginas. Creo que una no-vela provoca una especie de conmoción poéticaen quien la lee y que el escritor tiene que conse-guir ese efecto. La sensación que yo tenía eraque todo lo que yo quería decir— y que eramucho y muy diverso— debía contarse al mismotiempo, es decir, que un episodio significara alotro. Pero no sabía cómo contarlo. Durantemucho tiempo tuve la historia, los episodios,pero no encontraba la forma. Cuando descubríla forma me di cuenta de que en literatura pode-mos hacer lo que queramos. Empecé a tener unasensación de libertad y alegría pese al horrorque contaba. El proceso creador fue para mí di-choso porque estaba descubriendo la forma paracontar mi historia. Me sentía libre porque consi-deraba que estaba rompiendo incluso con ciertaescritura mía anterior.

Diálogos sobre la vida y la muerte es un librode entrevistas a profesionales e intelectuales quehan reflexionado sobre el tema, y a través de lascuales usted indaga sobre el significado de lamuerte como palabra, como fenómeno biológi-co y psíquico, y las formas de las que el hombrese arma para defenderse de ella. Con este libro,¿hacia dónde se inclina más Liliana: hacia la lite-ratura o hacia el periodismo?

Hacia la literatura siempre. Yo no me consi-dero periodista. No porque no admire a los pe-riodistas, sino porque yo soy, aun cuando escribapara un medio, una escritora a largo plazo. Yono tengo ese ritmo de los periodistas que redactanuna nota para entregarla dentro de tres horas. Yonecesito ese trabajo, ese proceso en que voyencontrando la forma. Ese libro de entrevistas—que creo fascinante— también fue de lentaelaboración. Su hechura tiene dos etapas. Unafue a principios de 1980, en plena dictaduramilitar, cuando un editor me lo propuso y yoacepté. Pero ese editor tiene muchas deudas, nole paga a nadie, escapa del país y le cierran la edito-rial. Entonces el libro no circuló. Recientemente

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en el 2001 la editorial Alfaguara —editorial quepublica mis libros— descubre un ejemplar deDiálogos sobre la vida y la muerte, le parece fas-cinante y me pide que haga una nueva versión.A partir de entonces empieza un proceso bas-tante largo para elegir quiénes serían los entre-vistados y cuáles de las entrevistas ya hechas,rescatar. De modo que, pese a que el géneroentrevista corresponde al periodismo, la formade elaborar el libro corresponde a la de un escri-tor. Y aunque considero que hay un límite muydefinido entre periodismo y literatura, tambiéncreo que muchas veces trabajé en la intercep-ción de los géneros del periodismo y de la litera-tura. Muchas veces periodistas como RolandoWalsh hacen un trabajo literario. Lo que tambiénpasa es que cuando Walsh escribe libros excep-cionales como ¿Quién mató a Rosendo? uOperación Masacre, su trabajo es el de un pe-riodista, el de un investigador que va detrás delo que realmente ocurrió y que quiere indagaren la verdad de los hechos, pero el trabajo deescritura y construcción del texto es el de un es-critor. A ese escritor-periodista tal vez sí pudieraacercarme porque tiene que ver con lo que yoentiendo que puede ser mi trabajo.

¿Por qué tocar esta vez la muerte desde unpunto de vista tan distinto al tratado en El fin dela historia?

Aunque en un principio yo no me propongotratar la muerte en El fin de la historia, esta secruza en la novela de la misma manera que atra-viesa algunos cuentos míos. En el caso de Diálo-gos sobre la vida y la muerte, específicamenteme propongo indagar, a través de la palabra deotros y del prólogo que yo escribo, en una cuestiónque nos concierne a todos y que marca práctica-mente todos nuestros actos, desde el más ele-mental —como por ejemplo, comer, respirar—hasta la creación artística o el espíritu religioso, ysin embargo, es un tema tabú. Nadie se sientaen un Café a charlar con un amigo sobre la muerte.Me pareció que era necesario poner todos esoscuestionamientos que nos hacemos, todos esosmiedos que tenemos, en la superficie. Por esome propuse tomar a distintos escritores y espe-cialistas que pudieran hablar sobre la muertedesde su propia óptica. El biólogo Marcelino tieneuna entrevista excepcional. Él escribió un libroque remueve el piso con solo mencionar su títu-lo: La muerte y sus ventajas. Es un libro deslum-brante y sacude muchísimo. También desde elpunto de vista del psicoanálisis y la psiquiatría seaborda el tema del suicidio, el miedo a la muerteo su negación. Aparece otra psicoanalista, MaríaLucía Pelento, que trabajó particularmente conla infancia y en la elaboración del duelo en casode catástrofes sociales. Ella hizo un trabajo, desdela época de la dictadura, con familiares de losdesaparecidos. María Lucía toma la elaboracióndel duelo en esa tragedia nacional, ese duelo noelaborado nunca por nosotros como sociedad.

Una cosa es la muerte y otra muy distinta la desapa-rición. Hay siempre algo trágicamente inconclusoen la desaparición. Un profesor de religionescomparadas toma el tema de la muerte a travésde las distintas religiones, creencias y los distin-tos mitos. Un médico especialista en CuidadosIntensivos aborda, con un humanismo impre-sionante, ese período tan tremendo y singulardel enfermo terminal, ese período de la vida enque ya se sabe casi con certeza que la vida tieneun plazo muy corto.

Hice también entrevistas a cinco escritoresque me parecieron podían encarar el tema de lavida y la muerte de una manera muy particular.Uno de ellos es Jorge Luis Borges. La entrevistade Borges es deslumbrante como todas las quese le hacen, y tiene una particularidad respecto ala de los otros cuatro escritores entrevistados.Borges es el único que no niega la muerte.Cuando le pregunto —y esa es la pregunta queabre la entrevista—: «¿qué le sugiere la palabramuerte?», el me responde: «una gran esperan-za, la esperanza de dejar de ser». Los otros escri-tores entrevistados tienen una actitud denegación, de rebeldía respecto a la muerte. Hayuna entrevista notable a Abelardo Castillo. Esta-ba segura de que por su profundidad filosóficaiba a concederme una excelente y deslumbranteentrevista. Ana María Shua podía encarar el temade la muerte desde distintos ángulos, precisa-mente por su condición de mujer, de madre, deescritora, y porque ella también pasó por unaenfermedad bastante terrible. Otro de los en-trevistados es Eduardo Pablovki, dramaturgo,actor, psicoanalista, había sido militante, depor-tista, por lo que podía darme una perspectivabastante interesante. También entrevisté al hu-morista Fontana Rosa. Creo que a veces el humorsuele ser una especie de filtro que ponemos paradefendernos de la muerte.

Diálogos sobre la vida y la muerte es un libroque a mí me apasionó mucho escribir. Cada unade las entrevistas me movilizó y el libro tambiénresultó muy movilizador para los lectores.

Siendo apenas una adolescente escribió al-gunos poemas. Sin embargo, en su obra litera-ria publicada no figura ninguna colección depoemas...

Poemas muy malos. En mi obra no figuran nivan a figurar.

¿Desistió del género? ¿Por qué?Desistí porque no soy buena poeta. No siento

que pueda trabajar un poema ni que me puedaexpresar a través de la poesía. He escrito algunospoemas que pertenecen a un circuito privado,pero realmente no me siento poeta. En cambio,me siento narradora, cuentista. Y tal vez algúndía escriba teatro. También he escrito ensayos,pero no soy poeta.

Durante su trayectoria como escritora tambiénse dedica desde 1978 a coordinar talleres

de narrativa. ¿Ha enriquecido a la escritora quees Liliana Heker el intercambio con nuevas gene-raciones?

Para mí el taller es una actividad fundamen-tal. Lo considero parte de mi obra porque podertransmitir el saber, la experiencia de la escritura aotros es algo que me da una enorme alegría. Amí me interesa la formación de escritores. Meinteresa trabajar con aquella gente joven o noque tiene pasión por la literatura, y que en prin-cipio tenga pasión por la lectura. Creo que todoescritor empieza a enamorarse de la literatura através de la lectura. Aquel que me dice «yo noleo para no influenciarme», no lo acepto en eltaller, porque alguien que no lee no puede escri-bir. También me importa que estén dispuestos atomarse la literatura como un trabajo, a tener elplacer de la corrección y sentir que ir acercándose al texto que han soñado es parte del procesocreador y que pueden estar trabajando quizás unmes o un año en un cuento o años en una novela.No me gustan los apurados. La literatura es otracosa: es una búsqueda que no termina nunca.

El trabajo con esos grupos que se forman enmis talleres es muy hermoso, pues es un placerver cómo de un texto amorfo va surgiendo unbuen cuento o una buena novela. Por suerte, alo largo de mi trabajo en los talleres han surgidomuchos escritores que hoy son grandes amigosmíos. Es un intercambio que no termina nunca.Además, después de un cierto tiempo, la genteque viene a mi taller se convierte en una excelen-te crítica. Entonces, cuando yo termino cuentostambién se los leo a ellos para recibir sus críticas.

¿Cómo valora la ascendente producción lite-raria que se está dando en Latinoamérica? ¿Enqué se diferencia de la literatura universal?

Un escritor escribe desde el lugar en que vive,no puede sustraerse a su realidad. No es que yono crea que ningún escritor deba proponerseser latinoamericano. Incluso el término «latinoame-ricano» es bastante ambiguo, tiene muchosentido en política, tiene menos en literatu-ra. No es igual el lenguaje, la problemática ni lahistoria de Centroamérica a la de Sudamérica. Elescritor escribe desde las circunstancias en quevive. Aunque escriba una historia íntima, unahistoria de amor, de celos, de soledad, él tienetoda la carga que le dan su historia, su suelo, sulengua, su propia locura y todo lo que le consti-tuye. O sea, el escritor pertenece al lugar dondevive, se lo proponga o no. Todo ese conjuntopuede generar algo que por comodidad o paraun determinado estudio, denominamos litera-tura latinoamericana. Pero, afortunadamente esuna enorme diversidad en todos los aspectos.En estos momentos yo estoy leyendo LimónBlues, de Anacristina Rossi, y encuentro una his-toria que me cautiva, pero no se parece a mihistoria, a la historia de mi país. Son circunstanciasdistintas, un lenguaje diferente. Y esa diversidades Latinoamérica, y es lo que le da una enorme

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riqueza y vitalidad a su literatura y lo que la dife-rencia del resto de la literatura del mundo.

¿Qué le ha aportado a usted como escritorael pertenecer al Jurado del Premio Casa de lasAméricas?

Primero que todo estar aquí en Cuba. Esopara mí es una experiencia hermosísima, no solopor los lugares que son muy bellos, sino tambiénpor la gente. Es un placer volver a encontrarmecon algunos amigos como Roberto FernándezRetamar, Pablo Armando Fernández, EduardoHeras León, conocer a Marcia Leiseca, con quienme carteaba ya en los comienzos de la revista, yconocer a muchos amigos de Cuba y de otrospaíses, como ocurre con el Jurado, el cual haresultado ser un grupo excelente. RealmenteCuba genera un espíritu muy amistoso y solida-rio. También me llena de orgullo ser Jurado deeste concurso porque sé lo que significa elPremio Casa de las Américas para aquellos es-critores que han enviado sus obras.

¿Cómo explica usted que el Premio Casa delas Américas logre tan alta concurrencia cuandoexisten otros premios tan codiciados y tambiénprestigiosos? ¿Qué diferencia al Premio Casa delos demás?

Hay muchos premios que dan gran cantidadde dinero. Algunos sí son prestigiosos y merito-rios, otros no. Pero lo que diferencia al PremioCasa de las Américas de los demás, es su enormetransparencia, tanto en la elección y en la solven-cia del Jurado, como en el método que utiliza. ElPremio Casa es absolutamente confiable. Aquelque no está solo buscando la publicación de cienmil ejemplares y una lluvia de dólares sobre sucabeza, sino que está buscando afirmarse comoescritor, va realmente a saber valorar lo que vale elPremio Casa de las Américas.

¿Qué retos le impone a Liliana el ser escrito-ra latinoamericana?

Tal vez es un reto o un hecho afortunado serescritora latinoamericana porque los europeoshan llegado a este siglo XXI como cansados. Tienentanta literatura detrás. Yo me imagino que unescritor francés que mire al pasado y lea desdeRavelé todo lo que se ha escrito, tiene la sensa-ción de que ya se ha escrito todo. En cambio,nosotros los latinoamericanos tenemos una his-toria literaria relativamente reciente y sentimosque todavía casi todo está por decirse y hacerse.Vivimos en un mundo muy difícil y complejo,pero al mismo tiempo de una enorme riquezapara nuestra creación literaria. Entonces, por unlado tenemos el reto de estar fundando una granliteratura latinoamericana. Todavía estamos fun-dando esa literatura latinoamericana en la queya hay tantos fundadores. Y por otro lado tene-mos la fortuna de estar todavía en el inicio.

http://jiribilla1/jiribilla/2005/n195_01/195_44.html

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l conjunto de los grandes medios de comu-nicación —Falsimedia— se ha incorporado ala estrategia bushiana de preparación pu-blicitaria y lanzamiento del segundo man-dato presidencial.

En el Estado Español, El País, en el ámbito de los mediosescritos, es uno de los ejemplos más eficientes1. Pero su papelno es en absoluto excepcional. Este periódico y otros muchosmedios similares en todo el mundo —escritos y audiovisua-les— ocupan un lugar de máxima importancia en el procesode adaptación de la parte más «progresista» de la llamada«opinión pública» a la nueva etapa del gobierno Bush. Setrata en primer lugar —en los medios no estadounidenses—de una aceptación entre resignada y complaciente del «lide-razgo» mundial de los EE.UU. en las condiciones precisas depresiones, fuerza, chantaje, coacción, ruptura del derecho in-ternacional y brutalidad militar y represiva extremas, en las queese «liderazgo» ha sido definido en el primer mandato, pre-fascista o neofascista, del actual Presidente de los EE.UU.

Que todo el mundo trague imperioLa tarea sistémica de estas grandes empresas de comunica-

ción, con etiqueta de «progresistas» en el campo de la fabri-cación de «opinión pública», es la de predigerir el planimperialista de Bush y regurgitarlo para la alimentación de unsector estratégico fundamental de esa «opinión pública».

La función política es la de diluir, en el ámbito comunicati-vo de estos medios, la oposición internacional a Bush parafacilitar los próximos cuatro años de jefatura en el mundo delsector político más militarista de los EE.UU. En realidad, Bushes el poder supremo que durante un «período inevitable»—y como resultado de una mecánica electoral extremadamentecorrupta que conduce a la elección de las elites políticas en casitodo el mundo— va a ejercer una presión coactiva y una ame-naza militar sin límites para implantar el capitalismo neoliberalsobre la mayoría de los pueblos del planeta. Este es el granpuntal de la «democracia modelo» que ha reforzado podero-samente durante su primer mandato.

El ejemplo más importante del ejercicio de una «libertadde información« al servicio del imperio es, en estos momen-tos, el de la guerra y las elecciones en Iraq.

El análisis de un «editorial tipo», el del periódico españolEl País titulado «Elecciones a ciegas»2, demuestra hasta quépunto los órganos de Falsimedia comparten el discurso funda-mental y la estrategia general del imperio, y se han adaptado asu «expresión dura» que corresponde al triunfo de Bush y alinicio de su segundo mandato. Las ideas, proyectadas paracrear «matrices de opinión» favorables a la ocupación militar ya la guerra contra el pueblo de Iraq que están manteniendo losEE.UU., han sido recogidas directamente de la administraciónBush y sus agentes mediáticos locales, y repetidas con casitotal uniformidad por los medios audiovisuales y escritos detodo el mundo.

El discurso reproduce la doctrina Bush de la «extensiónde la Democracia y la Libertad» y la aplica a la situación

«actual» de Iraq —desvinculándola de los orígenes de lainvasión militar y de la propia guerra que ha estallado

después como enfrentamiento armado de gran intensidad— enrelación con las elecciones del 30 de enero.

El discurso básico. Las buenas intencionesLa estrategia informativa de los medios es la de dar vueltas

en espiral —aproximándose o distanciándose según las posi-bilidades de engaño y de manipulación— alrededor de unaidea básica que, presentada desde ángulos variables, va ocu-pando el lugar central en la «opinión pública».

La idea es que en Iraq no se pueden celebrar unas eleccio-nes democráticas en las mejores condiciones, ni siquiera encondiciones medianamente aceptables, tal vez tan solo en con-diciones extremadamente precarias, debido a la existencia deun ambiente de violencia en un país ocupado.

«Sin testigos, casi a ciegas, y en una situación de ocupa-ción militar y terrorismo muy activo, se van a celebrar el 30 deenero las primeras elecciones democráticas en Iraq.»

«Es evidente que estos comicios van a ser algo más que‘imperfectos’... Definitivamente desechada la existencia de armasde destrucción masiva en Iraq, EE.UU.. no tiene hoy otra justifi-cación para la guerra, la ocupación y su presencia allí que elestablecimiento de una democracia por imperfecta que sea...Solo un éxito, por limitado que sea, de estas elecciones, puedecrear una situación por la que deje de ser un puro sarcasmo laafirmación del presidente George W. Bush de que la interven-ción ‘ha valido la pena’.»

(...)«Las elecciones se celebran casi sin testigos... la inseguri-

dad ha expulsado a la prensa independiente... Tampoco habráun sistema de observación internacional fiable... La ubicaciónde las urnas se dará a conocer días antes... En cuatro zonassuníes, incluida Bagdad, será difícil que se pueda siquiera votar.Por temor a atentados, los votantes no conocen aún losnombres de los candidatos. Se harán públicos después de laselecciones. Pese a todo, de las elecciones surgirá una asambleaconstituyente y un gobierno en todo caso más legítimo que elprecedente y todos los anteriores.»

(...)«Las elecciones distan de ser genuinamente democráticas

por las circunstancias reinantes en Iraq.»Anillando así la realidad, cubriendo de brumas la memoria

inmediata, se margina la verdad fundamental: no hay ni hahabido, la menor intención de celebrar «elecciones democráti-cas» en Iraq.

La intención fundamental que provocó la invasión, la guerray todo el desastre que está viviendo Iraq, fue la de ocupar ypermanecer en el país controlando su economía y su petróleoy entregando sus riquezas a las multinacionales. Esa estrategiase concretó después en la realización de una «transición»desde el gobierno de un administrador colonial muy visible,Paul Bremer, con un gobierno provisional controlado por unexiliado vinculado al Departamento de Estado —Chalabi—; auna administración colonial invisible, Negroponte, con el go-bierno títere de un exiliado ex agente de la CIA —Alaui.

Esa verdad elemental, plenamente visible en los hechos yen las declaraciones oficiales en el momento de «la victoria»(fue proclamada sin tapujos por Paul Bremer en la primera

rueda de prensa a su llegada a Bagdad), va desapareciendo enel fondo brumoso de la estrechísima memoria que caracterizanuestra «opinión pública creación mediática», mientras se es-tablece y va cristalizando una estructura básica en la que seacomoda la nueva información manipulada.

El discurso general, del que participan los medios más «pro-gresistas» —o multilateralistas, como se dice ahora— es queel terrorismo en Iraq frustró las mejores intenciones de losEE.UU.

Los resultados según «ecuación« del PentágonoPor eso mismo —para preservar las buenas intenciones de

Bush— en la explicación de las «deficiencias» de esos «comi-cios algo más que imperfectos», no se mencionan otras imper-fecciones mucho más definitorias que se derivan de la propiasituación de colonización brutal por la fuerza y de la intenciónde mantenerla. Terrorismo militar y sometimiento brutal de lapoblación, nombramiento directo de los «gobiernos provisio-nales» bajo la dirección obediente de antiguos exiliados, agen-tes de los EE.UU. —Ahmed Chalabi y Ayad Alaui—,establecimiento de las normas electorales, de las prohibicio-nes masivas de sufragio activo y pasivo, elecciones virtualesbajo secreto y control militar. Todo el proceso de votación, enmás de la mitad del país, va a ser tan invisible como las armasde destrucción masiva. Lo rodarán, con extras enmascaradosen la «zona verde», los periodistas empotrados que alimentana la empotrada Falsimedia, los que acompañan y obedecen alas fuerzas de combate de los ejércitos invasores.

En Iraq solo es seguro que se introducirán decenas de milesde votos en las «urnas» del exilio. Sin duda alguna, la simula-ción electoral va a responder a una «ecuación de situación másfavorable» que ha fabricado —bajo dirección de Rumsfeld, ycon los componentes neofascistas y toda la racionalidad mili-tarista e imperialista del Secretario de Defensa— el Pentágono.La exigencia primera de esa ecuación es la propia simulaciónde elecciones: ¡Quiero que todo el mundo vote!, clamaba Bushen el discurso del 7 de enero.

Cortinas de humo para ocultar el pasadoAdemás de ese elemento básico: «la violencia frustra las

buenas intenciones democratizadoras de los EE.UU..», el dis-curso de adaptación y servilismo de Falsimedia contiene otraspartes fundamentales.

En los textos reproducidos en este artículo —que norepresentan otra cosa que la divulgación a través de un«editorial tipo» del discurso universal del imperio que seestá distribuyendo en todas las latitudes— aparecen algunosde ellos.

La frase ya mencionada: «Definitivamente desechada laexistencia de armas de destrucción masiva en Iraq, EE.UU. notiene hoy otra justificación para la guerra, la ocupación y supresencia allí que el establecimiento de una democracia porimperfecta que sea...» es paradigmática del cinismo, la identi-ficación con la política de los EE.UU. y la utilización del factortiempo y del virtual monopolio de la información del que dis-fruta Falsimedia, para la manipulación extrema de la opiniónpública.

AntonioMairaEspaña

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Ilustraciones: Darien

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n días recientes falle-ció Susan Sontag,quien en la segundamitad del pasado sigloXX adquirió una pro-

minencia intelectual basada en supensamiento insólito que creónuevas categorías de análisis. Su

primer ensayo de consideraciónsobre ciertas cualidades de la aprecia-

ción estética acuñó un neologismo, el lla-mado «camp». Con él quiso agrupar loartificioso, antinatural y exagerado, pero pronto se convirtió en un término de moda para cali-ficar la cursilería, la frivolidad pretenciosa yamanerada.

Murió de leucemia, pero antes estuvoaquejada de cáncer de mama, del cual emer-gió tras un largo combate, que la impulsó aescribir La enfermedad y sus metáforas,libro de gran éxito editorial al cual sucedióotro, El SIDA y sus metáforas. Pero su granreputación internacional provino de sus pe-netrantes estudios sobre la cultura mediá-tica, el universo de la industria recreativasobrenombrado «pop». Se adhirió a la de-finición de Ortega y Gasset de que culturaes todo aquello que una persona conservauna vez que ha olvidado cuanto leyera. Esdecir, basó el concepto de cultura en losinstrumentos de apropiación del entorno,de uso inmediato y práctico, de conocimien-to y clasificación, más que en la acumula-c ión erudi ta . Muchos opinan que lareproducción en masa de objetos de artees la muerte del arte, pero Sontag contra-puso a ello su idea de que más bien esta-mos experimentando una transformaciónde la función del arte.

Su ensayo sobre la fotografía es un clá-sico. Sus estudios sobre Roland Barthes yAntonin Arthaud contribuyeron a esclarecerla obra respectiva de ambos. Sus colabora-ciones iniciales para la reputada revista deizquierda Partisan review favorecieron su no-toriedad. Siempre mantuvo una militancia política liberal. Atacó a Bush y a Berlusconi,se opuso a la intervención norteamericanaen Sarajevo y viajó a Viet Nam y escribió ex-tensamente contra la guerra colonial que losestadounidenses llevaron a cabo a sangre yfuego contra aquel país. Condenó las tortu-ras del ejército norteamericano en la cárcelde Abu Ghraib y la política expansionista deIsrael, pese a ser judía y haber aceptado el

Premio Jerusalén de Literatura, el más altogalardón que concede aquel país.

Siendo Presidenta del Pen Club estadouni-dense movilizó a ese gremio en defensa delescritor Salman Rushdie cuando este recibióla «fatwa« que lo condenaba a muerte porsus sacrílegos textos antislámicos. Era una au-téntica —así fue calificada por muchos— «má-quina de opinar». Estimaba que el oficio delintelectual debe conducirlo a la reflexiónprivada, al ejercicio del análisis con discre-ción, pero el siglo XX había obligado a losletrados a saltar al ágora y convertirse enfiguras públicas, con abandono del recogi-miento inherente a su función. A imitaciónde los escritores franceses siempre mantuvouna gran visibilidad mediática y se forjó enel molde de los Bourdieu, Foucault o Derrida. Fue chocante, provocativa, impetuosa yrebelde.

Cultivó, aunque con menos éxito, el artede la narrativa. Sus novelas basadas en no-tables personajes femeninos como LadyHamilton, la amante de Lord Nelson; IsadoraDuncan, la extravagante bailarina, o la actrizpolaca Helen Modjenska, no dejaron lamisma marca penetrante que logró con susensayos. En estos sí fue original, aguda ydescubrió ángulos inéditos en cada análisisque acometía.

Fue una antiestalinista militante y escri-bió contra el llamado «socialismo real» prac-ticado en los países de Europa del este, unacaricatura del verdadero socialismo. Sin em-bargo, esa visión no le permitió hacer un dis-tingo del alcance de las luchas sociales, delos movimientos de liberación nacional, delantimperialismo necesario en ciertos paísesdel Tercer Mundo. No supo ver la justicia dela Revolución cubana y las profundas raícesnacionales e históricas en que está basada latrasformación social emprendida en 1959.

Para ella una obra de arte no era un vehículode ideas, sino un objeto que modifica nuestraconciencia y sensibilidad. «La obra de arte nodeja de ser un momento en la conciencia de lahumanidad, escribió, cuando la conciencia mo-ral es entendida como una de las funciones dela conciencia». Esa idea del arte como fin mo-ral, que pudo haber sido refrendada por Tols-toi, es quizás el mejor epitafio a su existenciacontradictoria y dinámica.

La existencia de las armas de destrucción masiva «ha sidodefinitivamente desechada» —seguramente después y graciasa la minuciosa investigación in situ realizada por los expertosenviados por Bush. De ninguna manera, para los medios ejem-plarmente «democráticos», esa existencia ha sido una coarta-da inventada descaradamente por los EE.UU.., sino unasospecha que justificó suficientemente la guerra, la destruc-ción sistemática de Iraq, la invasión y colonización militar deun país soberano y la terrible situación de hambre, margina-ción y muerte en la que viven los iraquíes.

De esa sospecha, finalmente aceptable para un genocidiode esas características, se pasa inmediatamente a la justifica-ción de la ocupación militar masiva, el sometimiento brutal delpaís y la guerra, como instrumentos para «el establecimientode una democracia por imperfecta que sea». La afirmación,que menciona textualmente: «EE. UU. no tiene hoy otra justifi-cación», es perfecta muestra de cinismo y de hipocresía.

El terrorismo y el fin de la pesadillaLa resistencia en Iraq, un país invadido y en guerra abierta

contra los ejércitos ocupantes se convierte, en la «realidad» queconstruye Falsimedia, en un fenómeno de «terrorismo muy acti-vo» que hace «muy difícil creer en una situación postelectoral enla que los iraquíes vayan a poder gozar de mayor seguridad yprotección de sus vidas y derechos». «Un aplazamiento de laselecciones sería considerado como un triunfo del terrorismo».

En ningún momento se habla de resistencia a la invasión yocupación del país, de guerra de liberación o de otros conceptosque encajarían mucho mejor en el análisis de la situación en Iraq.

El simulacro electoral organizado por los países invasores y«garantizado» —hasta el punto que hemos visto— por los ejérci-tos de ocupación, sus «contratistas civiles armados», la policía re-clutada por el hambre y adiestrada bajo la dirección de Negroponte,

y su sistema de concentración cuya punta del iceberg es la prisiónde Abu Ghraib, es calificado de la siguiente manera:

«las elecciones... son la única vía de crear una situaciónque aleje la pesadilla de eternizar la presencia militar allí ypermita perfilar una retirada que no sea una humillación y unacatástrofe política, militar y geoestratégica de consecuenciasimprevisibles.»

La parte inicial de esa conclusión es absolutamente falsa, laocupación militar de Iraq continuará en cualquier caso en gi-gantescas bases militares. La reducción de los efectivos depen-de únicamente del improbable éxito en los niveles de sumisióndel país, de la consolidación de la estructura colonial que hanplanificado los EE.UU.

La segunda parte traduce con exactitud los valores, objeti-vos y criterios de poder imperial del Consejo Nacional de Segu-ridad y del Pentágono.

La complicidad con el imperio, que está estableciendo unascondiciones extremas de explotación y de muerte, insoporta-bles para la inmensa mayoría de la población del mundo; quedestruye cualquier rastro de convivencia solidaria, y que poneen alto riesgo las posibilidades de supervivencia de la vida enel planeta, tiene un instrumento privilegiado en Falsimedia.

Algo que debe tener muy en cuenta, en su estrategia delucha, la organización que está surgiendo del Encuentro enDefensa de la Humanidad que tuvo lugar hace unas semanasen Caracas.

Notas:1. El País, símbolo de PRISA, no es más que la expresión en papel de todo un conjuntode medios de comunicación que incluyen canales de TV generales y locales, cadenasde radio, etc., con presencia en el Estado español y en América Latina.2. 16 de enero de 2005Tomado de Rebelion

Lisandro OteroCuba

Ilustr

acion

es: D

arien

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Maniobrayanqui contra

Caracass inimaginable que un gobierno lacayo como el de Álvaro Uribe se lance a secuestraren Caracas al miembro de las FARC Rodrigo Granda sin tener antes «luz verde» deWashington. Si alguien tenía duda sobre quién está tras la operación y sus objetivos,la comparecencia de la secretaria de Estado designada, Condoleeza Rice, ante elSenado de EE.UU., arroja mucha luz sobre el asunto. La señora Rice citó una lista de

«reductos de tiranía» con los que hay que acabar, entre las que figuran Cuba, Irán y Corea delNorte. Luego calificó al gobierno del presidente Hugo Chávez como una «fuerza negativa» enAmérica Latina y elípticamente manifestó que procuraría actuar contra él en la OEA mediante laaplicación de su Carta «Democrática». En la visión ofrecida por la Secretaria a los legisladores,el gobierno de Uribe Véliz, que instrumentó el secuestro de Granda en brutal violación de lasoberanía de Venezuela, es el modelo al que aspira EE.UU. en la región. Por supuesto, el plagiose propone privar de su vocero internacional a la guerrilla, catalogada por EE.UU. como organi-zación «terrorista» al igual que el Ejército de Liberación Nacional (ELN). De paso, viene a cuentoplantear que es ya indispensable que la izquierda tome una posición clara sobre la definición deterrorismo.

Pero esta operación de gran envergadura realizada por los cuerpos policiales colombianosen Venezuela tiene otro propósito fundamental, que es crear un gravísimo conflicto colombo-venezolano y dividir a los gobiernos de la región, donde Caracas ha venido gestando unembrión de integración latinoamericana, actuando de valladar contra el ALCA, desarrollandouna política frontalmente antineoliberal y estrechando fraternas relaciones con Cuba. Por supues-to, la implantación de una democracia profundamente popular, la redistribución más justa del

ingreso, los formidables cambios sociales y culturales logrados y la instrumentación de unapolítica exterior digna e independiente por Caracas es inaceptable para los fundamentalistasneoconservadores hoy al frente del imperio. El ejemplo venezolano obstaculiza seriamente elproyecto colonial yanqui en la región, lo que explica de dónde vino el sí para el secuestro deRodrigo Grandas.

El hecho sienta un precedente ominoso de quebrantamiento del derecho internacional yestá fundamentado en la misma ley de la selva en que se basó EE.UU. para lanzar la sangrientaagresión contra Iraq. Sin embargo, el gobierno colombiano no ha respondido a la mano tendi-da por el presidente Chávez para discutir el asunto y al contrario, se ha jactado de su «derecho»a combatir el «terrorismo» dentro y fuera de sus fronteras y de pagar una recompensa millona-ria a los autores del secuestro, con la complicidad de la maquinaria mediática internacional. Lapresencia en las puertas de América del Sur de un gobierno independiente y antineoliberal quecumple, además, con los parámetros de la democracia «occidental« es un quebradero de cabe-za para el nuevo gabinete de Bush porque es muy difícil justificar una desestabilización desem-bozada en esas condiciones. De allí viene la idea de vincular a Venezuela, vía las FARC, con elterrorismo internacional, el nuevo sambenito posguerra fría concebido por EE.UU. para satani-zar aquellos gobiernos que no convienen a sus intereses. En este caso se trata de aislar aVenezuela mediante una campaña propagandística que justifique futuras acciones de Colom-bia o de la OEA contra Caracas, incluyendo una intervención armada de EE.UU..

El gobierno de Chávez, una vez que sus cuerpos policiales comprobaron la intervención delEstado vecino, rompió los vínculos de negocios con este hasta tanto ofrezcan una disculpa oacepten discutir el diferendo. Con ello, Caracas da otra muestra de no estar dispuesta a aceptaren ninguna circunstancia la violación de su soberanía. No son pocos los sectores colombianosque han censurado la conducta del gobierno de Uribe, mientras en América Latina se levantancada vez más voces solidarias con Venezuela en los movimientos populares. En Colombia serefugia un grupo de golpistas venezolanos encabezados por Carmona «el breve» y desde allípartió una fuerza de paramilitares colombianos ligada a planes subversivos de la contrarrevoluciónvenezolana capturados en Venezuela, de la que Bogotá se desentendió, como si fuera posible queesos elementos realicen un operativo de esa naturaleza sin su visto bueno.

ÁngelGuerraCabrera

México

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