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¡Venga tu Reino! ESTRATEGIAS DIDÁCTICAS PARA TEMA 2. EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS OBJETIVO: Proporcionar a los coordinadores de formación, responsables de equipo y encargados de la formación y la mística de los miembros del Regnum Christi, diversos subsidios para que puedan organizar, en sus equipos y centros, actividades didácticas en relación al tema 2 propuesto por la Comisión para la revisión de los estatutos del Regnum Christi para la primera etapa del proceso de renovación. PREMISA: CONTENIDO: 1. Power Point con sinopsis del tema 2. 2. Cuestionario de asimilación para la reflexión en equipo. 3. Dinámicas: a. Las personas dejan de ser católicas. b. Ser columnas. c. Las posibilidades son infinitas. d. Preguntas de respuesta breve para: Maratón/Jeopardy/Competencias, etc. Centro de Recursos del Regnum Christi www.missionkits.org [email protected]

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Page 1:  · Web viewLeemos en un texto límpido y denso de significado del Concilio Vaticano II: «Como partícipes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey, los laicos tienen su parte

¡Venga tu Reino!

ESTRATEGIAS DIDÁCTICAS PARA

TEMA 2. EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS

OBJETIVO: Proporcionar a los coordinadores de formación, responsables de equipo y encargados de la formación y la mística de los miembros del Regnum Christi, diversos subsidios para que puedan organizar, en sus equipos y centros, actividades didácticas en relación al tema 2 propuesto por la Comisión para la revisión de los estatutos del Regnum Christi para la primera etapa del proceso de renovación.

PREMISA:

CONTENIDO:1. Power Point con sinopsis del tema 2.

2. Cuestionario de asimilación para la reflexión en equipo.

3. Dinámicas:

a. Las personas dejan de ser católicas.

b. Ser columnas.

c. Las posibilidades son infinitas.

d. Preguntas de respuesta breve para: Maratón/Jeopardy/Competencias, etc.

4. Cuestionario opción múltiple para retroalimentación . No es para evaluar.

5. Apoyos visuales y sugerencias para la ambientación .

6. Lecturas recomendadas.

Anexo: Tema 2 El apostolado de los laicos. Documento Comisión General.

* Preguntas o solicitudes sobre el proceso de revisión, favor de comunicarse a: DT Mty: [email protected] o DT Mx: [email protected]

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¡Venga tu Reino!

1. Power Point con sinopsis del tema 2.

Enlace: Present ación Power Point Sinopsis Tema 2 1

Sugerencias: El block de notas de la presentación incluye el texto íntegro del tema 2. La presentación se ofrece en un formato modificable para que de acuerdo al

tiempo disponible, la actividad y el auditorio a quien va dirigido, se hagan las adaptaciones necesarias.

Usar como apoyo visual para una exposición del tema. Para este uso, se recomienda eliminar texto de las diapositivas.

Como medio para una preparación previa de una actividad presencial. En este caso, se envía previamente a los participantes.

Se puede dividir por apartados para enviarlo a los responsables de equipo para que se reflexione por apartados, o como apoyo visual para una actividad en el equipo.

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1 Si no le funciona el hipervínculo:https://www.dropbox.com/s/jpsiqafij062efi/2%20El%20apostolado%20de%20los%20laicos.pptx?dl=0

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2. Cuestionario de asimilación para la reflexión en equipo.El cuestionario lo puede descargar dando un click aquí.

Sugerencias: De acuerdo al auditorio y tiempo disponible este cuestionario puede servir para

organizar un panel de discusión, mesas redondas, etc. El archivo con las preguntas está en formato modificable para que se puedan

hacer las adecuaciones pertinentes. Seleccionar las preguntas adecuadas a la actividad previa que se haya tenido.

También se podrían usar para introducir el tema. Seleccionar algunas de las preguntas para sacar un breve cuestionario para la

reflexión personal que se puede dar al final de una actividad presencial. Adecuando la redacción de algunas de las preguntas, se pueden poner en las

pantallas, en los salones o en la varianda de los centros.

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3. Dinámicas.

Como lo ilustra la imagen al inicio, entre más participativos sean los medios que se propongan, mayor será la comprensión y relación del tema con la vida personal.

Partiendo de la premisa que las actividades no tendrán éxito si no se acompañan con la debida motivación, explicación y factores que llamen la atención, a continuación se anotan algunas sugerencias, confiando en que su creatividad ideará otras mejores, que esperamos nos compartan.

Sugerencias:

a. Las personas dejan de ser católicas. Dividir el grupo en equipos de 4 a 5 participantes. Proyectar la introducción de la presentación en Power Point Laicos, Iglesia

en misión . 2

En equipo contestar estas dos preguntas:o Mencionar las 3 causas principales que propician que los católicos se

alejen de la Iglesia. o ¿Qué debemos hacer los laicos ante esta situación? Proponer 2 ideas

que como equipo del Regnum Christi puedan llevar a cabo. [No se trata de dar ideas de lo que “otros” pueden hacer].

Dependiendo del tiempo disponible se puede proyectar y comentar el resto de la presentación que es un resumen del magisterio de la Iglesia sobre la vocación de los laicos.

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b. Ser columnas Esta actividad puede hacerse con un grupo o en lo individual. Tiene el

objetivo que dar una motivación sobre el ser apóstol, discípulo misionero de Cristo.

Proyectar la presentación en Power Point: Ser columnas de la Iglesia 3

O enviarla anticipadamente por correo electrónico a los participantes. Reflexionar sobre mi participación en la Iglesia, contestando interiormente

estas preguntas:o ¿Soy un auténtico discípulo misionero de Cristo?

2 Si no le funciona el hipervínculo, enlace: https://www.dropbox.com/s/d93o7fiitmhzbxh/Laicos%20Iglesia%20en%20misi%C3%B3n.pptx?dl=0 3 Si no le funciona el hipervínculo. Enlace: https://www.dropbox.com/s/d3jd0ur9qy7djaw/Ser%20columnas%20el%20laico%20en%20la%20Iglesia%20y%20el%20RC%20%282014%29.pptx?dl=0

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¡Venga tu Reino!o ¿Por qué? ¿En qué fundamento mi respuesta anterior? o ¿Qué cambios conviene que haga en mi plan de vida para edificar la

Iglesia de una manera más comprometida y responsable?o Mi apostolado, si lo tengo, ¿corresponde a los talentos que he recibido de

Dios? Con el análisis anterior, hacer una cita con mi director espiritual para revisar con

él o ella mi nuevo plan de vida.Volver al índice general

c. Las posibilidades son infinitas. Dividir el grupo en equipos de 4 o 5 participantes. Proyectar el video sobre lo que se puede hacer con una barra de jabón (3:04

minutos). https://www.youtube.com/watch?v=gQxpPKJW5ww El moderador comentará: si de una simple barra de jabón se pueden hacer

esas maravillas, ¿cuántas posibilidades tendremos con las personas? Pedir a cada equipo que aporten 5 estrategias claves que ayuden a que una persona pueda evangelizar sus realidades temporales.

Luego el moderador de cada equipo pasará a comentar sus estrategias. El moderador ira haciendo un mapa conceptual con las mejores estrategias. Se pedirá un voluntario para que pase el mapa a un diseño adecuado para

que quede como un mural para la varianda o algún lugar visible en el centro.

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d. Martón/Jeopardy/Competencia por equipo, etc. Este tipo de actividades despiertan la emoción y la participación,

especialmente recomendables para grupos de jóvenes. Hay 40 preguntas de respuesta corta en este enlace. Seleccione, dependiendo del tipo de actividad, tiempo y auditorio, las más

convenientes. Es importante que la actividad no ocupe todo el tiempo disponible y que, una

vez terminado el juego o competencia, haya un tiempo para intercambiar ideas sobre lo que la actividad les dejó, así como para proponer un propósito o acción.

Otro uso de estas preguntas breves: Después de una exposición de un tema, es muy recomendable “refrescar” el factor de la atención poniendo alguna de estas actividades, en una modalidad que ocupe sólo de 5 a 10 minutos. Volver al índice general

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4. Cuestionario opción múltiple para retroalimentación en una de las actividades. Enlace a preguntas: Retroalimentación tema 2Enlace al listado de respuestas correctas.

Sugerencias: El archivo ofrece 30 preguntas con 4 opciones de respuesta cada una. Es

modificable para adaptarse al auditorio y tiempo disponible. Esta herramienta NO tiene el objetivo de “evaluar” o medir el nivel de

comprensión de la temática. Es un recurso que se sugiere usar como complemento de otra actividad.

Algunos ejemplos de aplicación: al final de una plática, como una autoevaluación para completar la reflexión del tema, como “tarea” para la siguiente reunión, como medio para un trabajo de reflexión en equipo, etc.

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5. Apoyos visuales y sugerencias para la ambientaciónListado de videoclips relacionados con el tema 2. Enlace: Apoyos visuales

Sugerencias: El apoyo visual es un factor importante para llamar la atención a los

participantes. Al inicio o a mediación de una actividad, proyectar un video clip ya que favorece a lograr un buen ambiente.

Cuando se tenga planeado proyectarlo, tener con anterioridad todo dispuesto: conexiones, pantalla, micrófono… para que no se pierda tiempo ni se distraiga en otros asuntos a los participantes.

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6. Lecturas recomendadas. Compilación de las lecturas recomendadas.

Sugerencias: Se pueden distribuir las lecturas entre los miembros del equipo, establecer una

fecha en la que cada uno tendrá que aportar una sinopsis, en 5-10 minutos, sobre la lectura.

Hacer un calendario para que, por semana, se vaya cubriendo una lectura. Se solicitará un voluntario para presentar la sinopsis al resto del equipo.

El responsable del equipo puede presentar la sinopsis de una lectura, por semana/mes, invitando a todos hacer su programa de lectura.

Poner en el centro una gráfica atractiva y motivante donde se señalará las lecturas que se han reflexionado en equipo.

Organizar un “club de lectura”, donde los participantes presentarán sinopsis de las lecturas realizadas. El moderador implementará alguna dinámica para apoyar la reflexión y aplicación a la vida de la lectura comentada.

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PREGUNTAS DE ASIMILACIÓN PARA LA REFLEXIÓN EN EQUIPO4

1. ¿Qué he aprendido del estudio de este subsidio? (Compártelo con tus compañeros de equipo)

2. ¿Por qué los fieles laicos tienen obligación y derecho a trabajar para que el Evangelio sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo? ¿De dónde nace esta obligación? ¿Por qué es un derecho?

3. ¿Cuál es la aportación específica que les corresponde a los laicos en favor del apostolado de la Iglesia tal como se define en Apostolicam actuositatem? ¿En qué se diferencia el apostolado seglar del apostolado de los sacerdotes?

4. ¿Veo la diferencia entre "hacer apostolado" y ser apóstol? A la luz del llamado al apostolado seglar, ¿cómo hacer más cristiano este mundo mediante las actividades cotidianas?

5. ¿Cuáles serían ejemplos (reales o imaginados) de iniciativas apostólicas laicales para evangelización de los ambientes del mundo?

6. ¿Qué realidades temporales nos sentimos llamados por Dios a evangelizar quienes formamos este equipo de reflexión?

7. ¿Creemos que contamos con la formación necesaria para realizar nuestra misión evangelizadora? ¿Nos preocupamos por recibir formación permanente?

8. ¿Cómo pueden ayudarnos los sacerdotes en la realización de apostolados seglares?

9. ¿Cómo pueden ayudarnos los religiosos o religiosas en la realización de apostolados seglares?

10. ¿Cómo pueden ayudarnos los consagrados laicos y las consagradas laicas en la realización de apostolados seglares?

11. ¿Cómo podemos ayudar los fieles laicos a los sacerdotes junto a quienes vivimos en la realización de su apostolado sacerdotal?

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4 Incluidas en el documento de la Comisión de Estatutos en el tema 1.

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Listado de preguntas cortas para organizar un maratón, un jeopardy, una competencia por equipo, etc.

Tema 2: El apostolado de los laicos

1. ¿Cuál es la misión de la Iglesia?R. Continuar la misión de Jesucristo en el mundo.

2. ¿Qué es hacer presente en el mundo el Reino de Dios?R. Evangelizar.

3. ¿Cómo evangeliza la Iglesia? ¿Unida a quién…?R. A Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey.

4. ¿Cuáles son las tres modalidades de la acción evangelizadora de la Iglesia?R. Pastoral, nueva evangelización y misión ad gentes.

5. ¿Quién es el Cuerpo Místico de Cristo?R. La Iglesia.

6. ¿Quién ha querido que mediante la Iglesia los hombres fueran hechos hijos de Dios en Cristo para que participaran en la misma misión de Cristo?R. Dios.

7. ¿Cuál es la misión de Cristo?R. Hacer la voluntad de Dios Padre.

8. «Que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad», ¿qué es esto? R. La voluntad de Dios.

9. ¿Qué implica el que la Iglesia sea "convocatoria" de salvación para todos los hombres?R. Que por su misma naturaleza es misionera.

10. Reunir a todos los hombres en la comunión con Dios y entre sí mismos, ¿es la misión o un fin de la Iglesia?R. Un fin.

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¡Venga tu Reino!11.Cierto o falso. La voluntad de Dios es que sólo los bautizados se salven y lleguen al

conocimiento de la verdad. R. Falso.

12.Cierto o Falso: La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano.R. Cierto

13.Cierto o falso. La Iglesia es el principio del Reino de Dios en la tierra.R. Cierto.

14.Cierto o falso. El progreso terreno y el crecimiento del Reino de Dios es lo mismo.R. Falso.

15.Cierto o falso. El Reino de Dios y el Reino de los cielos es lo mismo.R. Cierto.

16.La realización plena del designio salvífico de Dios, el Reino de Dios que inició ya en la tierra, ¿cuándo tendrá su culminación?R. En la eternidad.

17.¿Quién ha traído a esta tierra ese Reino de Dios?R. Cristo, mediante su obra de Redención.

18.¿Cómo se entra o participa en el Reino de Dios?R. Cuando se acoge la Redención y se le da la primacía a Cristo en la vida.

19.Cuando la Iglesia santifica, dispensa la gracia y reconcilia al hombre con Dios, ¿está participando del sacerdocio, profetismo o realeza de Cristo?R. En el sacerdocio de Cristo.

20.Cuando la Iglesia enseña, predica, llama a la conversión, ¿está participando del sacerdocio, profetismo o realeza de Cristo?R. En el profetismo de Cristo.

21.Cuando la Iglesia sirve, sana y obra la caridad, ¿está participando del sacerdocio, profetismo o realeza de Cristo?R. En la realeza de Cristo.

22.¿Cuáles son las tres formas o expresiones del apostolado eclesial?R. Acción pastoral, nueva evangelización y misión ad gentes.

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23. Cierto o falso. Los laicos sólo pueden colaborar en la nueva evangelizaciónR. Falso.

24.Presentar y predicar el Evangelio a personas que no lo conocen, que no están bautizadas, es parte de…R. La misión ad gentes.

25.En tu carácter de laico, sin consagración especial, ¿en qué apostolado eclesial crees que se ajusta mejor a tus circunstancias de vida?R. La nueva evangelización.

26.Cierto o falso. La acción pastoral, la nueva evangelización y la misión ad gentes, conceptualmente es lo mismo. R. Falso.

27.Cierto o falso. Los fieles están destinados por Dios al apostolado.R. Cierto.

28.¿Qué da el deber y el derecho de participar en la misión de Cristo?R. El bautismo y la confirmación.

29.El radicar en el mundo para poderlo evangelizar desde dentro a modo de fermento, es un talento del laico que se llama...R. Índole secular.

30.¿Por qué hay personas que nunca asumen una responsabilidad importante?R. Por falta de formación. (Es válido si contestan por falta de madurez).

31.Según el Papa Francisco, ¿a qué se debe que en muchas parroquias o dentro de la misma institución de la Iglesia los laicos no se puedan expresar ni actuar?R. Por un excesivo clericalismo.

32.Cierto o falso. Como laico, es necesario tomar el compromiso de aplicar el Evangelio en la transformación de la sociedad.R. Cierto.

33. Cierto o falso. Realidades temporales es todo aquello que pertenece al mundo del hombre mientras tiene su encuentro con Dios. R. Cierto.

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33.Un instrumento muy valioso para comprender lo que la Iglesia espera de los laicos en la evangelización de la sociedad y de sus diversos sectores.R. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

34.¿Cuáles son los consejos evangélicos?R. Pobreza, castidad y obediencia.

35.Cierto o falso. Cada laico tiene el deber, según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio en su vida diaria.R. Cierto.

36.Cierto o falso. Hay lugares y circunstancias en las que sólo los laicos pueden hacer presente a Cristo.R. Cierto.

37.¿Qué es lo que pide y necesita la Iglesia? Apóstoles o que se haga apostolado.R. Apóstoles.

38.Cierto o falso. Las obras, oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo, el descanso, si son hechos en el Espíritu se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo.R. Cierto.

39.Cierto o falso. Los laicos han de habituarse a trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes.R. Cierto.

40.Da un ejemplo de un ministerio que puede tener un laico en su parroquia.R. Lectorado, acolitado, ministro extraordinario de la Eucaristía. .

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RETROALIMENTACIÓNBANCO DE PREGUNTAS CON RESPUESTAS DE OPCIÓN MÚLTIPLE SOBRE EL TEMA 2.

EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS

Seleccionar la opción que complete MEJOR la pregunta o afirmación.

1. Los laicos pueden colaborar en el apostolado propio de la jerarquía eclesiástica.a. Falso, si es apostolado del clero, el laico no está llamado a colaborar. b. Falso, el clero no hace apostolado, santifican, gobiernan, etc. c. Verdadero, el seglar puede colaborar en el apostolado del clero.d. Verdadero, ese es su apostolado específico.

2. ¿Cuál es la misión de la Iglesia?a. Continuar la misión de Jesucristo en el mundo.b. Evangelizar. c. Hacer presente en el mundo el Reino de Dios.d. Todas las anteriores.

3. ¿Cómo evangeliza la Iglesia?a. Unida a Cristo Sacerdote.b. Unida a Cristo Profeta.c. Unida a Cristo Rey.d. Unida a Cristo Sacerdote, Profeta y Rey.

4. Las modalidades de la acción evangelizadora de la Iglesia son: a. Misiones, catequesis y predicación.b. Por medio de seglares o por medio del clero.c. Pastoral, nueva evangelización y misión ad gentes.d. Testimonio, predicación, catequesis.

5. ¿Por qué la Iglesia tiene como misión prolongar la misión de Jesucristo?a. Porque es lo que se dispuso en el primer concilio de la Iglesia. b. Porque es el instrumento de Cristo, querido por Dios, para manifestar su amor.c. Porque Cristo es la cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia. d. Todas las anteriores.

6. La Iglesia realiza su misión:a. Convocándonos al amor de Dios.b. Haciéndonos vivir como hijos de Dios.

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¡Venga tu Reino!c. Al reunir a todos los hombres en la comunión con Dios y entre sí mismos.d. Todas las anteriores.

7. El Reino de Cristo y de Dios. a. Nos hace participes, en la tierra, de la divinidad de Cristo.b. Comienza en la tierra, la Iglesia es el germen. c. Iniciará el día del juicio final, si se ha vivido en consonancia con la voluntad de Dios.d. Todas las anteriores.

8. La Iglesia es misionera:a. Por ser el medio para crecer. b. Por los apóstoles que la forman.c. Por su naturaleza.d. Todas las anteriores.

9. Evangelizar es:a. Testimoniar y trasmitir nuestro mensaje de amor. b. Informar a todos los hombres sobre la Buena Nueva del Evangelio.c. Predicar con mucho amor el Evangelio.d. Testimoniar y comunicar la propia experiencia de la salvación.

10. Por qué Cristo es el modelo de la evangelización.a. Porque en Él persona y misión coinciden. b. Porque es nuestro Redentor. c. Porque no hace proselitismo sino que atrae. d. Porque el Concilio Vaticano II lo pone como modelo.

11. Define la actividad misionera como apostolado:a. Concilio de Trento.b. Concilio Vaticano II.c. El Papa Francisco.d. Todas las anteriores.

12. Benedicto XVI y la Lumen Gentium, define que el Reino de Dios es eterno y universal y es un Reino de:

a. De la verdad y la vida.b. De la santidad y la gracia.c. De la justicia, el amor y la paz.d. Todas las anteriores.

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¡Venga tu Reino!13. El progreso terreno y el crecimiento del Reino de Cristo:

a. Es lo mismo.b. No tienen ninguna relación. c. El progreso terreno no interesa al Reino de Dios.d. Si el progreso terreno ordena mejor la sociedad humana, interesa al Reino de Cristo.

14. ¿Cómo se entra al Reino de Dios?a. Al ser aceptado en tu juicio particular, al morir.b. Al pedir en una sincera oración el perdón de tus pecados.c. Al aceptar la Redención, dando la primacía a Cristo y viviendo como un redimido.d. Al cumplir los mandamientos, hacer oración y tener la conciencia tranquila.

15. Cuando la Iglesia restaura las relaciones sociales y el mundo entero en Dios está participando en:a. El sacerdocio de Cristo.b. En el profetismo de Cristo.c. En la realeza de Cristo.d. Todas las anteriores.

16. Como laico comprometido de la Iglesia estás llamado a colaborar en: a. La acción pastoral.b. La nueva evangelización.c. La misión ad gentes.d. Todas las anteriores.

17. La respuesta a los retos contemporáneos, tanto en la pastoral, en la reevangelización yla misión ad gentes, se entiende como:

a. La participación directa de los laicos en la administración de los sacramentos.b. El nuevo espíritu y nuevos métodos de hacer apostolado, la nueva evangelización.c. El apostolado misionero de la Iglesia por antonomasia.d. Todas las anteriores.

18. Los fieles están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación y gozan del derecho de participar en la misión de Cristo, por:a. El bautismo y la confirmación.b. La Eucaristía. c. El sacramento del orden o del matrimonio. d. Todas las anteriores.

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¡Venga tu Reino!19. «Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo, y

Cristo es de Dios» (1 Co 3, 23) Implica que, como laicos, debemos:a. Conocer el valor que tienen todas las criaturas y los bienes creados.b. Contribuir a que los bienes creados, de acuerdo con el Evangelio, sean promovidos y

distribuidos para utilidad de todos los hombres, sin excepción.c. Sanear las estructuras y ambientes del mundo para impregnarán de valor moral la cultura.d. Todas las anteriores.

20. Trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres, en todo el mundo, es un deber y derecho que se ejerce:

a. En lo individual.b. Tanto personal como asociadamente.c. Sólo con el permiso especial de la Iglesia.d. Sólo los que tienen la índole secular.

21. Para evangelizar, el laico cuenta de manera particular con el talento de:a. Su bautismo.b. Su confirmación.c. Su índole secular.d. Su libertad de poder retirarse del mundo.

22. De las siguientes afirmaciones, ¿cuál NO es causa de la poca participación de los laicos en la misión de la Iglesia?

a. No hay formación… para asumir responsabilidades importantes.b. No hay nuevos movimientos o asociaciones que promuevan la evangelización.c. No poder expresarse ni actuar en la parroquia, no se le toma en cuenta. d. No hay un compromiso por aplicar el Evangelio en la sociedad.

23. De las siguientes realidades, cuál NO es una realidad temporal.a. El ser un profesionista exitoso. b. El ser parte de una cultura, en un tiempo y lugar determinado.c. El ser hombre o mujer, de cierta edad, con salud. d. El ser un hijo de Dios.

24. Un instrumento muy valioso para comprender lo que la Iglesia espera de los laicos en la evangelización de la sociedad y de sus diversos sectores.a. El Código de Derecho Canónico.b. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.c. La Sagrada Biblia.d. Todas las anteriores.

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¡Venga tu Reino!

25. Las siguientes afirmaciones se relacionan con el apostolado seglar, ¿cuál es falsa?a. Es responsabilidad de los laicos. b. Debe respetar la jurisdicción y autoridad del obispo. c. En la política y la promoción de la justicia social, puede ser sustituido por el clero.d. No debe ser restringido en la campo de la educación religiosa de los hijos.

26. Si un laico o un matrimonio, asumen en asociaciones o movimientos eclesiales una promesa o voto sobre la castidad propia de la vida conyugal y profesan la pobreza y la obediencia.

a. No pueden ser comprendidas en la categoría de vida consagrada.b. Serían parte de la categoría de vida consagrada. c. Es algo que no puede existir, por ser laicos. d. Los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) son para los clérigos.

27. La relación entre el clero y los fieles laicos, en relación al apostolado:

a. Es de apoyo y colaboración. b. No debe buscar sustituir o declinar la propia responsabilidad. c. Se complementan mutuamente. d. Todas las anteriores.

28. La evangelización de los fieles laicos debe orientarse a:a. La familia, las amistades, compañeros de trabajo o estudio.b. Al mundo de la política, la economía, las comunicaciones sociales.c. La cultura, el arte, las ciencias.d. Todas las anteriores.

29. Son ejemplos de ministerios que puede ejercer un laico.a. Lectorado, acolitado, ministro extraordinario de la Eucaristía.b. Organizar la fiesta patronal y las celebraciones litúrgicas importantes. c. Formar parte del consejo pastoral y representar a la parroquia en la diócesis.d. Todas las anteriores.

30. Documento del Concilio Vaticano II sobre el apostolado de los laicos.a. Gaudium et spes.b. Apostolicam actuositatem.c. Lumen Gentium d. Evangelii gaudium.

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RESPUESTAS CORRECTAS A LAS PREGUNTAS DE OPCIÓN MÚLTIPLE, PARA RETROALIMENTACIÓN TEMA 2

1. C2. D3. D4. C5. B6. D7. B8. C9. D10. A

11. B12. D13. D14. C15. C16. D17. B18. A19. D20. B

21. C22. B23. D24. B25. C26. A27. D28. D29. A30. B.

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Centro de Recursos del Regnum Christi www.missionkits.org [email protected]

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APOYOS VISUALES Y AUDITIVOSTema 2: El apostolado de los laicos en la Iglesia

1. Esto es discipulado, Esto es Iglesia. Excelente video en base a dibujos animados para exponer la misión de la Iglesia y de los laicos de una manera muy atractiva. Muestran lo que nos distrae y qué pasaría si eso cambiara. Liberar, liderar, despegar son las consignas. ¿Cómo sería el mundo si en vez de hacer, fuéramos más discípulos de Cristo? Como Cristo lo hizo. Sembrar amor es nuestra misión.Realizado por Católico soy, ¿y tú? Kelly y Nikki Tshibaka, publicado el 16/06/2012. Duración: 1:59 m.LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=zLPSCYQ5CRU

2. La importancia de los laicos en la Iglesia.En esta capsula Mons. Fabio Colindres, Obispo Castrense y Presidente de CECOM, ofrece una reflexión sobre el papel de los laicos al interior de la Iglesia. Realizado por la CECOM, (Comisión Episcopal de Comunicación de El Salvador), publicado el 06/04/2014.Duración: 2:27 m.LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=YfyJ_3TS5YQ

3. El credo, ¿cómo lo haces? Cuando recitas el Credo, ¿lo haces verdaderamente? ¿Sabes lo que estás diciendo? Este video, de dibujos animados, de una forma llamativa y entretenida intenta crear conciencia sobre el contenido del Credo, incluyendo la parte en que se hace referencia a la Iglesia. Invita a rezarlo con fervor y no solamente decirlo como robots. Realizado por Católico soy, Outside Box, publicado el 16/06/2012. Duración: 2:56 m. LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=vHNY2wjWPck&index=9&list=UUpTEX4x3hVGdWKfC__8OPuw

4. Evangelización, el mundo de hoy.Este video presenta un tema musical acompañado de imágenes sobre los problemas a los que se enfrenta el mundo contemporáneo e invita a los jóvenes a ser una luz entre tanta oscuridad evangelizando al mundo. El mundo de Hoy necesita de jóvenes valientes que tengan presente que con Cristo todo es posible, se puede salir a evangelizar a este mundo que tanto nos necesita. Realizado por Ana Rosa Zeppilli, publicado el 23/01/2010. Duración: 3:37 m.LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=k0EO8DOS_Vw

5. Mensaje del Papa Francisco a los fieles en san Cayetano.(2013)El Papa enfatiza la importancia de la evangelización a través de un encuentro auténtico con el prójimo. Se recomienda este video para que después que se proyecte se haga una dinámica por equipos para reflexionar sobre los diversos medios que se podrían implementar en una sección del Movimiento para promover la cultura del encuentro sobre la que habla el Papa.Realizado por la Página Católica, publicado el 08/08/2013. Duración: 4:45 m.LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=bgFfgCLL OFo

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6. Los laicos protagonistas de la Nueva EvangelizaciónUna síntesis del V Encuentro regional de apostolado seglar. El ponente, Juan Carlos Carvajal, de la Universidad de San Damaso, explica muy claramente el papel de los laicos en la Iglesia. Realizado por la Iglesia de Valladolid, España. Duración 9:07 minutos.LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=HNJAn614jIw

7. ¿Dónde están los laicos?En el día del apostolado seglar, este video clip, con música de fondo va presentando en texto quiénes son los laicos, dónde están y qué hacen… todo por, con y en Cristo. Realizado por Silvia Rosas. Es un agradecimiento del Arzobispado de Santiago de Compostela, 11 de mayo de 2008, duración: 1:58 minutos. LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=4WID9zXImWg

8. El Papa pide que se impulse la formación de los laicos. Video clip de parte de discurso de Benedicto XVI, al concluir la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos que durante tres días estudiaron la exhortación apostólica de Juan Pablo II, Christifidelis Laici. Benedicto XVI habla sobre la importancia y necesidad de la formación, del papel de las mujeres y al final se habla sobre la importancia de los movimientos eclesiales.Realizado por Rome Reports, marzo 2009. Duración: 2:27 minutos.LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=HLAIZHPQxMM

9. ¿Qué es el Regnum Christi?Se van presentando a través de una mano que va dibujando los diversos campos de apostolado y obras del Movimiento Regnum Christi. Hace referencia a la importancia de la formación y también se comenta la integración que existe entre sacerdotes y los miembros. Realizado por Oficina de Comunicación, Paulina Isabel Pimentel, nov. 2012. Duración 3:12 minutos. LIGA: https://www.youtube.com/watch?v=DjYXHtrwD10

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COMPENDIO DE LAS LECTURAS RECOMENDADAS PARA TEMA 2:

IDENTIDAD Y MISIÓN DE LOS FIELES LAICOS EN LA IGELSIA Y EN EL MUNDO. EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS.

1. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 836-856 y 863-865

2. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes

Enlace: http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html

3. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem

Enlace: http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651118_apostolicam-actuositatem_sp.html

4. JUAN PABLO II , Exhortación apostólica Christifideles laici, nn. 32-44 y 57-64

5. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium

Enlace: http://m2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

6. JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris misio

Enlace: HTTP://WWW.VATICAN.VA/HOLY_FATHER/JOHN_PAUL_II/ENCYCLICALS/DOCUMENTS/HF_JP- II_ENC_07121990_REDEMPTORIS-MISSIO_SP.HTML

7. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi

Enlace: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi_sp.html

8. JUAN PABLO II, Colección de catequesis sobre los laicos, catequesis 11-27

16-03-94 11. La participación de los laicos en la misión de la Iglesia.23-03-94 12. El compromiso apostólico en sus formas individual y asociada.13-04-94 13. Comprometeos en el desarrollo social.20-04-94 14. Los trabajadores en la Iglesia.

27-04-94 15. Dignidad y apostolado de los que sufren.15-04-94 16. La verdad profunda de la enfermedad.22-04-94 17. Dignidad y misión de la mujer cristiana.6-07-94. 18. Las mujeres en el Evangelio.

13-07-1994.19. Carismas y misión de la mujer en la Iglesia.20-08-1994. 20. Eminente dignidad por su maternidad.

27-07-1994. 21. La maternidad en el ámbito del sacerdocio universal de la Iglesia.03-08-1994. 22. Matrimonio y familia en el apostolado.

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10-08-1994. 23. La Iglesia y las personas solas.17-08-1994. 24. Los niños en el corazón de la Iglesia. 31-08-1994. 25. La Iglesia de los jóvenes.

07-09-1994. 26. La valiosa misión de los ancianos en la Iglesia. 21-09-1994. 27. Promoción del laicado cristiano hacia los tiempos nuevos.

9. Carta a Diogneto (siglo II)

10. Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el bautismo a la transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, Capítulo 3 «El Evangelio del Reino de Dios».

11. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

Enlace: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html

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1. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 836-856 y 863-865

Quién pertenece a la Iglesia católica836 "Todos los hombres, por tanto, están invitados a esta unidad católica del Pueblo de Dios... A esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios" (LG 13).

837 "Están plenamente incorporados a la sociedad que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los obispos, mediante los lazos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva, en cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el “cuerpo”, pero no con el “corazón"“ (LG 14).

838 "La Iglesia se siente unida por muchas razones con todos los que se honran con el nombre de cristianos a causa del bautismo, aunque no profesan la fe en su integridad o no conserven la unidad de la comunión bajo el sucesor de Pedro" (LG 15). "Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica" (UR 3). Con las Iglesias ortodoxas, esta comunión es tan profunda "que le falta muy poco para que alcance la plenitud que haría posible una celebración común de la Eucaristía del Señor" (Pablo VI, discurso 14 diciembre 1975; Cf. UR 13-18).

La Iglesia y los no cristianos839 "Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras" (LG 16): La relación de la Iglesia con el pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo judío (Cf. NA 4) "a quien Dios ha hablado primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual procede Cristo según la carne" (Cf. Rm 9, 4-5), "porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29).

840 Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús.

841 Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes. "El designio de salvación comprende también a los que reconocen al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del mundo" (LG 16; Cf. NA 3).

842 El vínculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es en primer lugar el del origen y el del fin comunes del género humano: Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la

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tierra; tienen también un único fin último, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designios de salvación se extienden a todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa (NA 1).

843 La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda "todavía en sombras y bajo imágenes", del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse en las diversas religiones, "como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida" (LG 16; Cf. NA 2; EN 53).

844 Pero, en su comportamiento religioso, los hombres muestran también límites y errores que desfiguran en ellos la imagen de Dios: Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador. Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos a la desesperación más radical (LG 16).

845 El Padre quiso convocar a toda la humanidad en la Iglesia de su Hijo para reunir de nuevo a todos sus hijos que el pecado había dispersado y extraviado. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe volver a encontrar su unidad y su salvación. Ella es el "mundo reconciliado" (San Agustín, serm. 96, 7-9). Es, además, este barco que "pleno dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo" ("con su velamen que es la cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo, navega bien en este mundo") (San Ambrosio, virg. 18, 188); según otra imagen estimada por los Padres de la Iglesia, está prefigurada por el Arca de Noé que es la única que salva del diluvio (Cf. 1 P 3, 20-21).

"Fuera de la Iglesia no hay salvación"846 ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo:

El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14).

847 Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16; Cf. DS 3866-3872).

848 "Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, “sin la que es imposible agradarle” (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar" (AG 7).

La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia849 El mandato misionero. "La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser “sacramento universal de salvación”, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de

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su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).

850 El origen la finalidad de la misión. El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: "La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre" (AG 2). El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (Cf. Juan Pablo II, RM 23).

851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia..." (2 Co 5, 14; Cf. AA 6; RM 11). En efecto, "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.

852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RM 21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (AG 5). Es así como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano, apol. 50).

853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; Cf. 15) y "por el estrecho sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (Cf. RM 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG 8).

854 Por su propia misión, "la Iglesia... avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo (Cf. RM 42-47), continúa con el establecimiento de comunidades cristianas, "signo de la presencia de Dios en el mundo" (AG lS), y en la fundación de Iglesias locales (Cf. RM 48-49); se implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos (Cf. RM 52-54), en este proceso no faltarán también los fracasos. "En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica" (AG 6).

855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos (Cf. RM 50). En efecto, "las divisiones entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la

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plenitud de la catolicidad que le es propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso se hace más difícil para la propia Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad misma de la vida" (UR 4).

856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio (Cf. RM 55). Los creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor "cuanto de verdad y de gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de Dios" (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien.

El apostolado863 Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es "enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado". Se llama "apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo Místico" que tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda la tierra" (AA 2).

864 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo (Cf. Jn 15, 5; AA 4). Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero es siempre la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, "que es como el alma de todo apostolado" (AA 3).

865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (Cf. Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él "santos einmaculados en presencia de Dios en el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14).

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2. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Christifideles laici, nn. 32-44 y 57-64

Comunión misionera 32. Volvamos una vez más a la imagen bíblica de la vid y los sarmientos. Ella nos introduce, de modo inmediato y natural, a la consideración de la fecundidad y de la vida. Enraizados y vivificados por la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto: «Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Jn 15, 5). Dar fruto es una exigencia esencial de la vida cristiana y eclesial. El que no da fruto no permanece en la comunión: «Todo sarmiento que en mí no da fruto, (mi Padre) lo corta» (Jn 15, 2).La comunión con Jesús, de la cual deriva la comunión de los cristianos entre sí, es condición absolutamente indispensable para dar fruto: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).

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Y la comunión con los otros es el fruto más hermoso que los sarmientos pueden dar: es don de Cristo y de su Espíritu.Ahora bien, la comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera. En efecto, Jesús dice a sus discípulos: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu el que convoca y une la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Por su parte, la Iglesia sabe que la comunión, que le ha sido entregada como don, tiene una destinación universal. De esta manera la Iglesia se siente deudora, respecto de la humanidad entera y de cada hombre, del don recibido del Espíritu que derrama en los corazones de los creyentes la caridad de Jesucristo, fuerza prodigiosa de cohesión interna y, a la vez, de expansión externa. La misión de la Iglesia deriva de su misma naturaleza, tal como Cristo la ha querido: la de ser «signo e instrumento (...) de unidad de todo el género humano»[120]. Tal misión tiene como finalidad dar a conocer a todos y llevarles a vivir la «nueva» comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia del mundo. En tal sentido, el testimonio del evangelista Juan define —y ahora de modo irrevocable— ese fin que llena de gozo, y al que se dirige la entera misión de la Iglesia: «Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo» (1 Jn 1, 3).En el contexto de la misión de la Iglesia el Señor confía a los fieles laicos, en comunión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios, una gran parte de responsabilidad. Los Padres del Concilio Vaticano II eran plenamente conscientes de esta realidad: «Los sagrados Pastores saben muy bien cuánto contribuyen los laicos al bien de toda la Iglesia. Saben que no han sido constituidos por Cristo para asumir ellos solos toda la misión de salvación que la Iglesia ha recibido con respecto al mundo, sino que su magnífico encargo consiste en apacentar los fieles y reconocer sus servicios y carismas, de modo que todos, en la medida de sus posibilidades, cooperen de manera concorde en la obra común»[121]. Esa misma convicción se ha hecho después presente, con renovada claridad y acrecentado vigor, en todos los trabajos del Sínodo.Anunciar el Evangelio 33. Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.Leemos en un texto límpido y denso de significado del Concilio Vaticano II: «Como partícipes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey, los laicos tienen su parte activa en la vida y en la acción de la Iglesia (...). Alimentados por la activa participación en la vida litúrgica de la propia comunidad, participan con diligencia en las obras apostólicas de la misma; conducen a la Iglesia a los hombres que quizás viven alejados de Ella; cooperan con empeño en comunicar la palabra de Dios, especialmente mediante la enseñanza del catecismo; poniendo a disposición su competencia, hacen más eficaz la cura de almas y también la administración de los bienes de la Iglesia»[122].Es en la evangelización donde se concentra y se despliega la entera misión de la Iglesia, cuyo caminar en la historia avanza movido por la gracia y el mandato de Jesucristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15); «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). «Evangelizar —ha escrito Pablo VI— es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda»[123].Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; más precisamente, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana. En

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efecto, la «buena nueva» tiende a suscitar en el corazón y en la vida del hombre la conversión y la adhesión personal a Jesucristo Salvador y Señor; dispone al Bautismo y a la Eucaristía y se consolida en el propósito y en la realización de la nueva vida según el Espíritu.En verdad, el imperativo de Jesús: «Id y predicad el Evangelio» mantiene siempre vivo su valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin embargo, la actual situación, no sólo del mundo, sino también de tantas partes de la Iglesia, exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una obediencia más rápida y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona; ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9, 16).Ha llegado la hora de emprender una nueva evangelización34. Enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateismo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo —si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria— inspiran y sostienen una existencia vivida «como si no hubiera Dios». Ahora bien, el indiferentismo religioso y la total irrelevancia práctica de Dios para resolver los problemas, incluso graves, de la vida, no son menos preocupantes y desoladores que el ateísmo declarado. Y también la fe cristiana —aunque sobrevive en algunas manifestaciones tradicionales y ceremoniales— tiende a ser arrancada de cuajo de los momentos más significativos de la existencia humana, como son los momentos del nacer, del sufrir y del morir. De ahí proviene el afianzarse de interrogantes y de grandes enigmas, que, al quedar sin respuesta, exponen al hombre contemporáneo a inconsolables decepciones, o a la tentación de suprimir la misma vida humana que plantea esos problemas.En cambio, en otras regiones o naciones todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que destacan la secularización y la difusión de las sectas. Sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad.Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones.Los fieles laicos —debido a su participación en el oficio profético de Cristo— están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. En concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana —más o menos conscientemente percibida e invocada por todos— constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad. Esto será posible si los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud.Repito, una vez más, a todos los hombres contemporáneos el grito apasionado con el que inicié mi servicio pastoral: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. ¡Solo Él lo sabe! Tantas veces hoy el hombre no sabe qué lleva dentro, en lo profundo de su alma, de su corazón. Tan a menudo se muestra incierto ante el sentido de su vida sobre esta tierra. Está invadido por la duda que se convierte en desesperación. Permitid, por tanto —os ruego, os imploro con humildad y con confianza— permitid a Cristo que hable al hombre. Solo Él tiene palabras de vida, ¡sí! de vida eterna»[124].

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Abrir de par en par las puertas a Cristo, acogerlo en el ámbito de la propia humanidad no es en absoluto una amenaza para el hombre, sino que es, más bien, el único camino a recorrer si se quiere reconocer al hombre en su entera verdad y exaltarlo en sus valores.La síntesis vital entre el Evangelio y los deberes cotidianos de la vida que los fieles laicos sabrán plasmar, será el más espléndido y convincente testimonio de que, no el miedo, sino la búsqueda y la adhesión a Cristo son el factor determinante para que el hombre viva y crezca, y para que se configuren nuevos modos de vida más conformes a la dignidad humana.¡El hombre es amado por Dios! Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del hombre. La palabra y la vida de cada cristiano pueden y deben hacer resonar este anuncio: ¡Dios te ama, Cristo ha venido por ti; para ti Cristo es «el Camino, la Verdad, y la Vida!» (Jn 14, 6).Esta nueva evangelización —dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a enteros grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas— está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con Él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio.Los fieles laicos tienen su parte que cumplir en la formación de tales comunidades eclesiales, no sólo con una participación activa y responsable en la vida comunitaria y, por tanto, con su insustituible testimonio, sino también con el empuje y la acción misionera entre quienes todavía no creen o ya no viven la fe recibida con el Bautismo.En relación con la nuevas generaciones, los fieles laicos deben ofrecer una preciosa contribución, más necesaria que nunca, con una sistemática labor de catequesis. Los Padres sinodales han acogido con gratitud el trabajo de los catequistas, reconociendo que éstos «tienen una tarea de gran peso en la animación de las comunidades eclesiales»[125]. Los padres cristianos son, desde luego, los primeros e insustituibles catequistas de sus hijos, habilitados para ello por el sacramento del Matrimonio; pero, al mismo tiempo, todos debemos ser conscientes del «derecho» que todo bautizado tiene de ser instruido, educado, acompañado en la fe y en la vida cristiana.Id por todo el mundo35. La Iglesia, mientras advierte y vive la actual urgencia de una nueva evangelización, no puede sustraerse a la perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos —y son millones y millones de hombres y mujeres— no conocen todavía a Cristo Redentor del hombre. Ésta es la responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia.La acción de los fieles laicos —que, por otra parte, nunca ha faltado en este ámbito— se revela hoy cada vez más necesaria y valiosa. En realidad, el mandato del Señor «Id por todo el mundo» sigue encontrando muchos laicos generosos, dispuestos a abandonar su ambiente de vida, su trabajo, su región o patria, para trasladarse, al menos por un determinado tiempo, en zona de misiones. Se dan también matrimonios cristianos que, a imitación de Aquila y Priscila (cf. Hch 18; Rm 16 3 s.), están ofreciendo un confortante testimonio de amor apasionado a Cristo y a la Iglesia, mediante su presencia activa en tierras de misión. Auténtica presencia misionera es también la de quienes, viviendo por diversos motivos en países o ambientes donde aún no está establecida la Iglesia, dan testimonio de su fe.Pero el problema misionero se presenta actualmente a la Iglesia con una amplitud y con una gravedad tales, que sólo una solidaria asunción de responsabilidades por parte de todos los miembros de la Iglesia —tanto personal como comunitariamente— puede hacer esperar una respuesta más eficaz.La invitación que el Concilio Vaticano II ha dirigido a las Iglesias particulares conserva todo su valor; es más, exige hoy una acogida más generalizada y más decidida: «La Iglesia particular, debiendo representar en el modo más perfecto la Iglesia universal, ha de tener la plena conciencia de haber sido también enviada a los que no creen en Cristo»[126].

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La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio. «Las llamadas Iglesias más jóvenes —han dicho los Padres sinodales— necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias»[127].En esta nueva etapa, la formación no sólo del clero local, sino también de un laicado maduro y responsable, se presenta en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de la plantatio Ecclesiae[128]. De este modo, las mismas comunidades evangelizadas se lanzan hacia nuevos rincones del mundo, para responder ellas también a la misión de anunciar y testificar el Evangelio de Cristo.Los fieles laicos, con el ejemplo de su vida y con la propia acción, pueden favorecer la mejora de las relaciones entre los seguidores de las diversas religiones, como oportunamente han subrayado los Padres sinodales: «Hoy la Iglesia vive por todas partes en medio de hombres de distintas religiones (...). Todos los fieles, especialmente los laicos que viven en medio de pueblos de otras religiones, tanto en las regiones de origen como en tierras de emigración, han de ser para éstos un signo del Señor y de su Iglesia, en modo adecuado a las circunstancias de vida de cada lugar. El diálogo entre las religiones tiene una importancia preeminente, porque conduce al amor y al respeto recíprocos, elimina, o al menos disminuye, prejuicios entre los seguidores de las distintas religiones, y promueve la unidad y amistad entre los pueblos»[129].Para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, ya sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar jamás el medio privilegiado de la oración, según las mismas palabras del Señor Jesús: «La mies es mucha y los obreros pocos. Pues, ¡rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!» (Mt 9, 37-38).Vivir el Evangelio sirviendo a la persona y a la sociedad 36. Acogiendo y anunciando el Evangelio con la fuerza del Espíritu, la Iglesia se constituye en comunidad evangelizada y evangelizadora y, precisamente por esto, se hace sierva de los hombres. En ella los fieles laicos participan en la misión de servir a las personas y a la sociedad. Es cierto que la Iglesia tiene como fin supremo el Reino de Dios, del que «constituye en la tierra el germen e inicio»[130], y está, por tanto, totalmente consagrada a la glorificación del Padre. Pero el Reino es fuente de plena liberación y de salvación total para los hombres: con éstos, pues, la Iglesia camina y vive, realmente y enteramente solidaria con su historia.Habiendo recibido el encargo de manifestar al mundo el misterio de Dios que resplandece en Cristo Jesús, al mismo tiempo la Iglesia revela el hombre al hombre, le hace conocer el sentido de su existencia, le abre a la entera verdad sobre él y sobre su destino[131]. Desde esta perspectiva la Iglesia está llamada, a causa de su misma misión evangelizadora, a servir al hombre. Tal servicio se enraiza primariamente en el hecho prodigioso y sorprendente de que, «con la encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre»[132].Por eso el hombre «es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión: él es la primera vía fundamental de la Iglesia, vía trazada por el mismo Cristo, vía que inalterablemente pasa a través de la Encarnación y de la Redención»[133].Precisamente en este sentido se había expresado, repetidamente y con singular claridad y fuerza, el Concilio Vaticano II en sus diversos documentos. Volvamos a leer un texto —especialmente clarificador— de la Constitución Gaudium et spes : «Ciertamente la Iglesia, persiguiendo su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que, en cierto modo, también difunde el reflejo de su luz sobre el universo mundo, sobre todo por el hecho de que sana y eleva la

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dignidad humana, consolida la cohesión de la sociedad, y llena de más profundo sentido la actividad cotidiana de los hombres. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer una gran ayuda para hacer más humana la familia de los hombres y su historia»[134].En esta contribución a la familia humana de la que es responsable la Iglesia entera, los fieles laicos ocupan un puesto concreto, a causa de su «índole secular», que les compromete, con modos propios e insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal.Promover la dignidad de la persona37. Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana.Entre todas las criaturas de la tierra, sólo el hombre es «persona», sujeto consciente y libre y, precisamente por eso, «centro y vértice» de todo lo que existe sobre la tierra[135].La dignidad personal es el bien más precioso que el hombre posee, gracias al cual supera en valor a todo el mundo material. Las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después pierde su alma?» (Mc 8, 36) contienen una luminosa y estimulante afirmación antropológica: el hombre vale no por lo que «tiene» —¡aunque poseyera el mundo entero!—, sino por lo que «es». No cuentan tanto los bienes de la tierra, cuanto el bien de la persona, el bien que es la persona misma.La dignidad de la persona manifiesta todo su fulgor cuando se consideran su origen y su destino. Creado por Dios a su imagen y semejanza, y redimido por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está llamado a ser «hijo en el Hijo» y templo vivo del Espíritu; y está destinado a esa eterna vida de comunión con Dios, que le llena de gozo. Por eso toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios, y se configura como ofensa al Creador del hombre.A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa.La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí. De aquí que sean absolutamente inaceptables las más variadas formas de discriminación que, por desgracia, continúan dividiendo y humillando la familia humana: desde las raciales y económicas a las sociales y culturales, desde las políticas a las geográficas, etc. Toda discriminación constituye una injusticia completamente intolerable, no tanto por las tensiones y conflictos que puede acarrear a la sociedad, cuanto por el deshonor que se inflige a la dignidad de la persona; y no sólo a la dignidad de quien es víctima de la injusticia, sino todavía más a la de quien comete la injusticia.Fundamento de la igualdad de todos los hombres, la dignidad personal es también el fundamento de la participación y la solidaridad de los hombres entre sí: el diálogo y la comunión radican, en última instancia, en lo que los hombres «son», antes y mucho más que en lo que ellos «tienen».La dignidad personal es propiedad indestructible de todo ser humano. Es fundamental captar todo el penetrante vigor de esta afirmación, que se basa en la unicidad y en la irrepetibilidad de cada persona. En consecuencia, el individuo nunca puede quedar reducido a todo aquello que lo querría aplastar y anular en el anonimato de la colectividad, de las instituciones, de las estructuras, del sistema. En su individualidad, la persona no es un número, no es un eslabón más de una cadena, ni un engranaje del sistema. La afirmación que exalta más radicalmente el valor de todo ser humano la ha hecho el Hijo de Dios encarnándose en el seno de una mujer. También de esto continúa hablándonos la Navidad cristiana[136].Venerar el inviolable derecho a la vida38. El efectivo reconocimiento de la dignidad personal de todo ser humano exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana. Se trata de derechos naturales,

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universales e inviolables. Nadie, ni la persona singular, ni el grupo, ni la autoridad, ni el Estado pueden modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen de Dios mismo.La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y frontal, condición de todos los otros derechos de la persona.La Iglesia no se ha dado nunca por vencida frente a todas las violaciones que el derecho a la vida, propio de todo ser humano, ha recibido y continúa recibiendo por parte tanto de los individuos como de las mismas autoridades. El titular de tal derecho es el ser humano, en cada fase de su desarrollo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; y cualquiera que sea su condición, ya sea de salud que de enfermedad, de integridad física o de minusvalidez, de riqueza o de miseria. El Concilio Vaticano II proclama abiertamente: «Cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador»[137].Si bien la misión y la responsabilidad de reconocer la dignidad personal de todo ser humano y de defender el derecho a la vida es tarea de todos, algunos fieles laicos son llamados a ello por un motivo particular. Se trata de los padres, los educadores, los que trabajan en el campo de la medicina y de la salud, y los que detentan el poder económico y político.En la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace una «cultura de muerte». En efecto, «la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel "Sí", de aquel "Amén" que es Cristo mismo (cf. 2 Co 1, 19; Ap 3, 14). Frente al "no" que invade y aflige al mundo, pone este "Sí" viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida»[138]. Corresponde a los fieles laicos que más directamente o por vocación o profesión están implicados en acoger la vida, el hacer concreto y eficaz el "sí" de la Iglesia a la vida humana.Con el enorme desarrollo de las ciencias biológicas y médicas, junto al sorprendente poder tecnológico, se han abierto en nuestros días nuevas posibilidades y responsabilidades en la frontera de la vida humana. En efecto, el hombre se ha hecho capaz no sólo de «observar», sino también de «manipular» la vida humana en su mismo inicio o en sus primeras etapas de desarrollo.La conciencia moral de la humanidad no puede permanecer extraña o indiferente frente a los pasos gigantescos realizados por una potencia tecnológica, que adquiere un dominio cada vez más dilatado y profundo sobre los dinamismos que rigen la procreación y las primeras fases de desarrollo de la vida humana. En este campo y quizás nunca como hoy, la sabiduría se presenta como la única tabla de salvación, para que el hombre, tanto en la investigación científica teórica como en la aplicada, pueda actuar siempre con inteligencia y con amor; es decir, respetando, todavía más, venerando la inviolable dignidad personal de todo ser humano, desde el primer momento de su existencia. Esto ocurre cuando la ciencia y la técnica se comprometen, con medios

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lícitos, en la defensa de la vida y en la curación de las enfermedades desde los comienzos, rechazando en cambio —por la dignidad misma de la investigación— intervenciones que resultan alteradoras del patrimonio genético del individuo y de la generación humana[139].Los fieles laicos, comprometidos por motivos varios y a diverso nivel en el campo de la ciencia y de la técnica, como también en el ámbito médico, social, legislativo y económico deben aceptar valientemente los «desafíos» planteados por los nuevos problemas de la bioética. Como han dicho los Padres sinodales, «Los cristianos han de ejercitar su responsabilidad como dueños de la ciencia y de la tecnología, no como siervos de ella (...). Ante la perspectiva de esos "desafíos" morales, que están a punto de ser provocados por la nueva e inmensa potencia tecnológica, y que ponen en peligro no sólo los derechos fundamentales de los hombres sino la misma esencia biológica de la especie humana, es de máxima importancia que los laicos cristianos —con la ayuda de toda la Iglesia— asuman la responsabilidad de hacer volver la cultura a los principios de un auténtico humanismo, con el fin de que la promoción y la defensa de los derechos humanos puedan encontrar fundamento dinámico y seguro en la misma esencia del hombre, aquella esencia que la predicación evangélica ha revelado a los hombres»[140].Urge hoy la máxima vigilancia por parte de todos ante el fenómeno de la concentración del poder, y en primer lugar del poder tecnológico. Tal concentración, en efecto, tiende a manipular no sólo la esencia biológica, sino también el contenido de la misma conciencia de los hombres y sus modelos de vida, agravando así la discriminación y la marginación de pueblos enteros.Libres para invocar el Nombre del Señor39. El respeto de la dignidad personal, que comporta la defensa y promoción de los derechos humanos, exige el reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre. No es ésta una exigencia simplemente «confesional», sino más bien una exigencia que encuentra su raíz inextirpable en la realidad misma del hombre. En efecto, la relación con Dios es elemento constitutivo del mismo «ser» y «existir» del hombre: es en Dios donde nosotros «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28). Si no todos creen en esa verdad, los que están convencidos de ella tienen el derecho a ser respetados en la fe y en la elección de vida, individual o comunitaria, que de ella derivan. Esto es el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, cuyo reconocimiento efectivo está entre los bienes más altos y los deberes más graves de todo pueblo que verdaderamente quiera asegurar el bien de la persona y de la sociedad. «La libertad religiosa, exigencia insuprimible de la dignidad de todo hombre, es piedra angular del edificio de los derechos humanos y, por tanto, es un factor insustituible del bien de la persona y de toda la sociedad, así como de la propia realización de cada uno. De ello resulta que la libertad, de los individuos y de las comunidades, de profesar y practicar la propia religión es un elemento esencial de la pacífica convivencia de los hombres (...). El derecho civil y social a la libertad religiosa, en cuanto alcanza la esfera más íntima del espíritu, se revela punto de referencia y, en cierto modo, se convierte en medida de los otros derechos fundamentales»[141].El Sínodo no ha olvidado a tantos hermanos y hermanas que todavía no gozan de tal derecho y que deben afrontar contradicciones, marginación, sufrimientos, persecuciones, y tal vez la muerte a causa de la confesión de la fe. En su mayoría son hermanos y hermanas del laicado cristiano. El anuncio del Evangelio y el testimonio cristiano de la vida en el sufrimiento y en el martirio constituyen el ápice del apostolado de los discípulos de Cristo, de modo análogo a como el amor a Jesucristo hasta la entrega de la propia vida constituye un manantial de extraordinaria fecundidad para la edificación de la Iglesia. La mística vid corrobora así su lozanía, tal como ya hacía notar San Agustín: «Pero aquella vid, como había sido preanunciado por los Profetas y por el mismo Señor, que esparcía por todo el mundo sus fructuosos sarmientos, tanto más se hacía lozana cuanto más era irrigada por la mucha sangre de los mártires»[142].Toda la Iglesia está profundamente agradecida por este ejemplo y por este don. En estos hijos suyos encuentra motivo para renovar su brío de vida santa y apostólica. En este sentido los Padres sinodales han considerado como un especial deber «dar las gracias a los laicos que viven

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como incansables testigos de la fe, en fiel unión con la Sede Apostólica, a pesar de las restricciones de la libertad y de estar privados de ministros sagrados. Ellos se lo juegan todo, incluso la vida. De este modo, los laicos testifican una propiedad esencial de la Iglesia: la Iglesia de Dios nace de la gracia de Dios, y esto se manifiesta del modo más sublime en el martirio»[143].Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el respeto a la dignidad personal y sobre el reconocimiento de los derechos humanos afecta sin duda a la responsabilidad de cada cristiano, de cada hombre. Pero inmediatamente hemos de hacer notar cómo este problema reviste hoy una dimensión mundial. En efecto, es una cuestión que ahora atañe a enteros grupos humanos; más aún, a pueblos enteros que son violentamente vilipendiados en sus derechos fundamentales. De aquí la existencia de esas formas de desigualdad de desarrollo entre los diversos Mundos, que han sido abiertamente denunciados en la reciente Encíclica Sollicitudo rei socialis .El respeto a la persona humana va más allá de la exigencia de una moral individual y se coloca como criterio base, como pilar fundamental para la estructuración de la misma sociedad, estando la sociedad enteramente dirigida hacia la persona.Así, íntimamente unida a la responsabilidad de servir a la persona, está la responsabilidad de servir a la sociedad como responsabilidad general de aquella animación cristiana del orden temporal, a la que son llamados los fieles laicos según sus propias y específicas modalidades.La familia, primer campo en el compromiso social40. La persona humana tiene una nativa y estructural dimensión social en cuanto que es llamada, desde lo más íntimo de sí, a la comunión con los demás y a la entrega a los demás: «Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos»[144]. Y así, la sociedad, fruto y señal de la sociabilidad del hombre, revela su plena verdad en el ser una comunidad de personas.Se da así una interdependencia y reciprocidad entre las personas y la sociedad: todo lo que se realiza en favor de la persona es también un servicio prestado a la sociedad, y todo lo que se realiza en favor de la sociedad acaba siendo en beneficio de la persona. Por eso, el trabajo apostólico de los fieles laicos en el orden temporal reviste siempre e inseparablemente el significado del servicio al individuo en su unicidad e irrepetibilidad, y del servicio a todos los hombres.Ahora bien, la expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la familia: «Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio "los hizo hombre y mujer" (Gn 1, 27), y esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión entre personas humanas»[145]. Jesús se ha preocupado de restituir al matrimonio su entera dignidad y a la familia su solidez (cf. Mt 19, 3-9); y San Pablo ha mostrado la profunda relación del matrimonio con el misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5, 22-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia.La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre «nace» y «crece». Se ha de reservar a esta comunidad una solicitud privilegiada, sobre todo cada vez que el egoísmo humano, las campañas antinatalistas, las políticas totalitarias, y también las situaciones de pobreza y de miseria física, cultural y moral, además de la mentalidad hedonista y consumista, hacen cegar las fuentes de la vida, mientras las ideologías y los diversos sistemas, junto a formas de desinterés y desamor, atentan contra la función educativa propia de la familia.Urge, por tanto, una labor amplia, profunda y sistemática, sostenida no sólo por la cultura sino también por medios económicos e instrumentos legislativos, dirigida a asegurar a la familia su papel de lugar primario de «humanización» de la persona y de la sociedad.El compromiso apostólico de los fieles laicos con la familia es ante todo el de convencer a la misma familia de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad, para que se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable del propio

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crecimiento y de la propia participación en la vida social. De este modo, la familia podrá y deberá exigir a todos —comenzando por las autoridades públicas— el respeto a los derechos que, salvando la familia, salvan la misma sociedad.Todo lo que está escrito en la Exhortación Familiaris consortio sobre la participación de la familia en el desarrollo de la sociedad [146] y todo lo que la Santa Sede, a invitación del Sínodo de los Obispos de 1980, ha formulado con la «Carta de los Derechos de la Familia», representa un programa operativo, completo y orgánico para todos aquellos fieles laicos que, por distintos motivos, están implicados en la promoción de los valores y exigencias de la familia; un programa cuya ejecución ha de urgirse con tanto mayor sentido de oportunidad y decisión, cuanto más graves se hacen las amenazas a la estabilidad y fecundidad de la familia, y cuanto más presiona y más sistemático se hace el intento de marginar la familia y de quitar importancia a su peso social.Como demuestra la experiencia, la civilización y la cohesión de los pueblos depende sobre todo de la calidad humana de sus familias. Por eso, el compromiso apostólico orientado en favor de la familia adquiere un incomparable valor social. Por su parte, la Iglesia está profundamente convencida de ello, sabiendo perfectamente que «el futuro de la humanidad pasa a través de la familia»[147].La caridad, alma y apoyo de la solidaridad41. El servicio a la sociedad se manifiesta y se realiza de modos diversos: desde los libres e informales hasta los institucionales, desde la ayuda ofrecida al individuo a la dirigida a grupos diversos y comunidades de personas.Toda la Iglesia como tal está directamente llamada al servicio de la caridad: «La Santa Iglesia, como en sus orígenes, uniendo el "ágape" con la Cena Eucarística se manifestaba unida con el vínculo de la caridad en torno a Cristo, así, en nuestros días, se reconoce por este distintivo de la caridad y, mientras goza con las iniciativas de los demás, reivindica las obras de caridad como su deber y derecho inalienable. Por eso la misericordia con los pobres y enfermos, así como las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua, dirigidas a aliviar las necesidades humanas de todo género, la Iglesia las considera un especial honor»[148]. La caridad con el prójimo, en las formas antiguas y siempre nuevas de las obras de misericordia corporal y espiritual, representa el contenido más inmediato, común y habitual de aquella animación cristiana del orden temporal, que constituye el compromiso específico de los fieles laicos.Con la caridad hacia el prójimo, los fieles laicos viven y manifiestan su participación en la realeza de Jesucristo, esto es, en el poder del Hijo del hombre que «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 45). Ellos viven y manifiestan tal realeza del modo más simple, posible a todos y siempre, y a la vez del modo más engrandecedor, porque la caridad es el más alto don que el Espíritu ofrece para la edificación de la Iglesia (cf. 1 Co 13, 13) y para el bien de la humanidad. La caridad, en efecto, anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano.Tal caridad, ejercitada no sólo por las personas en singular sino también solidariamente por los grupos y comunidades, es y será siempre necesaria. Nada ni nadie la puede ni podrá sustituir; ni siquiera las múltiples instituciones e iniciativas públicas, que también se esfuerzan en dar respuesta a las necesidades —a menudo, tan graves y difundidas en nuestros días— de una población. Paradójicamente esta caridad se hace más necesaria, cuanto más las instituciones, volviéndose complejas en su organización y pretendiendo gestionar toda área a disposición, terminan por ser abatidas por el funcionalismo impersonal, por la exagerada burocracia, por los injustos intereses privados, por el fácil y generalizado encogerse de hombros.Precisamente en este contexto continúan surgiendo y difundiéndose, en concreto en las sociedades organizadas, distintas formas de voluntariado, que actúan en una multiplicidad de servicios y obras. El voluntariado, si se vive en su verdad de servicio desinteresado al bien de las personas, especialmente de las más necesitadas y las más olvidadas por los mismos servicios

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sociales, debe considerarse una importante manifestación de apostolado, en el que los fieles laicos, hombres y mujeres, desempeñan un papel de primera importancia.Todos destinatarios y protagonistas de la política42. La caridad que ama y sirve a la persona no puede jamás ser separada de la justicia: una y otra, cada una a su modo, exigen el efectivo reconocimiento pleno de los derechos de la persona, a la que está ordenada la sociedad con todas sus estructuras e instituciones[149].Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la «política»; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Como repetidamente han afirmado los Padres sinodales, todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades. Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública.Son, en cambio, más que significativas estas palabras del Concilio Vaticano II: «La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades»[150].Una política para la persona y para la sociedad encuentra su criterio básico en la consecución del bien común, como bien de todos los hombres y de todo el hombre, correctamente ofrecido y garantizado a la libre y responsable aceptación de las personas, individualmente o asociadas. «La comunidad política —leemos en la Constitución Gaudium et spes — existe precisamente en función de ese bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido, y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección»[151].Además, una política para la persona y para la sociedad encuentra su rumbo constante de camino en la defensa y promoción de la justicia, entendida como «virtud» a la que todos deben ser educados, y como «fuerza» moral que sostiene el empeño por favorecer los derechos y deberes de todos y cada uno, sobre la base de la dignidad personal del ser humano.En el ejercicio del poder político es fundamental aquel espíritu de servicio, que, unido a la necesaria competencia y eficiencia, es el único capaz de hacer «transparente» o «limpia» la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, la gente exige. Esto urge la lucha abierta y la decidida superación de algunas tentaciones, como el recurso a la deslealtad y a la mentira, el despilfarro de la hacienda pública para que redunde en provecho de unos pocos y con intención de crear una masa de gente dependiente, el uso de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener y aumentar el poder a cualquier precio.Los fieles laicos que trabajan en la política, han de respetar, desde luego, la autonomía de las realidades terrenas rectamente entendida. Tal como leemos en la Constitución Gaudium et spes , «es de suma importancia, sobre todo allí donde existe una sociedad pluralista, tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia y distinguir netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores. La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana»[152]. Al mismo tiempo —y esto se advierte hoy como una urgencia y una responsabilidad— los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos, que están íntimamente relacionados con la

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misma actividad política; como son la libertad y la justicia, la solidaridad, la dedicación leal y desinteresada al bien de todos, el sencillo estilo de vida, el amor preferencial por los pobres y los últimos. Esto exige que los fieles laicos estén cada vez más animados de una real participación en la vida de la Iglesia e iluminados por su doctrina social. En esto podrán ser acompañados y ayudados por el afecto y la comprensión de la comunidad cristiana y de sus Pastores[153].La solidaridad es el estilo y el medio para la realización de una política que quiera mirar al verdadero desarrollo humano. Esta reclama la participación activa y responsable de todos en la vida política, desde cada uno de los ciudadanos a los diversos grupos, desde los sindicatos a los partidos. Juntamente, todos y cada uno, somos destinatarios y protagonistas de la política. En este ámbito, como he escrito en la Encíclica Sollicitudo rei socialis , la solidaridad «no es un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»[154].La solidaridad política exige hoy un horizonte de actuación que, superando la nación o el bloque de naciones, se configure como continental y mundial.El fruto de la actividad política solidaria —tan deseado por todos y, sin embargo, siempre tan inmaduro— es la paz. Los fieles laicos no pueden permanecer indiferentes, extraños o perezosos ante todo lo que es negación o puesta en peligro de la paz: violencia y guerra, tortura y terrorismo, campos de concentración, militarización de la política, carrera de armamentos, amenaza nuclear. Al contrario, como discípulos de Jesucristo «Príncipe de la paz» (Is 9, 5) y «Nuestra paz» (Ef 2, 14), los fieles laicos han de asumir la tarea de ser «sembradores de paz» (Mt 5, 9), tanto mediante la conversión del «corazón», como mediante la acción en favor de la verdad, de la libertad, de la justicia y de la caridad, que son los fundamentos irrenunciables de la paz[155].Colaborando con todos aquellos que verdaderamente buscan la paz y sirviéndose de los específicos organismos e instituciones nacionales e internacionales, los fieles laicos deben promover una labor educativa capilar, destinada a derrotar la imperante cultura del egoísmo, del odio, de la venganza y de la enemistad, y a desarrollar a todos los niveles la cultura de la solidaridad. Efectivamente, tal solidaridad «es camino hacia la paz y, a la vez, hacia el desarrollo»[156]. Desde esta perspectiva, los Padres sinodales han invitado a los cristianos a rechazar formas inaceptables de violencia, a promover actitudes de diálogo y de paz, y a comprometerse en instaurar un justo orden social e internacional[157].Situar al hombre en el centro de la vida económico-social43. El servicio a la sociedad por parte de los fieles laicos encuentra su momento esencial en la cuestión económico-social, que tiene por clave la organización del trabajo.La gravedad actual de los problemas que implica tal cuestión, considerada bajo el punto de vista del desarrollo y según la solución propuesta por la doctrina social de la Iglesia, ha sido recordada recientemente en la Encíclica Sollicitudo rei socialis , a la que remito encarecidamente a todos, especialmente a los fieles laicos.Entre los baluartes de la doctrina social de la Iglesia está el principio de la destinación universal de los bienes. Los bienes de la tierra se ofrecen, en el designio divino, a todos los hombres y a cada hombre como medio para el desarrollo de una vida auténticamente humana. Al servicio de esta destinación se encuentra la propiedad privada, que —precisamente por esto— posee una intrínseca función social. Concretamente el trabajo del hombre y de la mujer representa el instrumento más común e inmediato para el desarrollo de la vida económica, instrumento, que, al mismo tiempo, constituye un derecho y un deber de cada hombre.Todo este campo viene a formar parte, en modo particular, de la misión de los fieles laicos. El fin y el criterio de su presencia y de su acción han sido formulados en términos generales por el Concilio Vaticano II: «También enla vida económico-social deben respetarse y promoverse la

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dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»[158].En el contexto de las perturbadoras transformaciones que hoy se dan en el mundo de la economía y del trabajo, los fieles laicos han de comprometerse, en primera fila, a resolver los gravísimos problemas de la creciente desocupación, a pelear por la más tempestiva superación de numerosas injusticias provenientes de deformadas organizaciones del trabajo, a convertir el lugar de trabajo en una comunidad de personas respetadas en su subjetividad y en su derecho a la participación, a desarrollar nuevas formas de solidaridad entre quienes participan en el trabajo común, a suscitar nuevas formas de iniciativa empresarial y a revisar los sistemas de comercio, de financiación y de intercambios tecnológicos.Con ese fin, los fieles laicos han de cumplir su trabajo con competencia profesional, con honestidad humana, con espíritu cristiano, como camino de la propia santificación[159], según la explícita invitación del Concilio: «Con el trabajo, el hombre provee ordinariamente a la propia vida y a la de sus familiares; se une a sus hermanos los hombres y les hace un servicio; puede practicar la verdadera caridad y cooperar con la propia actividad al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobre eminente, laborando con sus propias manos en Nazaret»[160].En relación con la vida económico-social y con el trabajo, se plantea hoy, de modo cada vez más agudo, la llamada cuestión «ecológica». Es cierto que el hombre ha recibido de Dios mismo el encargo de «dominar» las cosas creadas y de «cultivar el jardín» del mundo; pero ésta es una tarea que el hombre ha de llevar a cabo respetando la imagen divina recibida, y, por tanto, con inteligencia y amor: debe sentirse responsable de los dones que Dios le ha concedido y continuamente le concede. El hombre tiene en sus manos un don que debe pasar —y, si fuera posible, incluso mejorado— a las futuras generaciones, que también son destinatarias de los dones del Señor. «El dominio confiado al hombre por el Creador (...) no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de "usar y abusar", o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de "comer del fruto del árbol" (cf. Gn 2, 16-17), muestra claramente que, ante la naturaleza visible (...), estamos sometidos a las leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya trasgresión no queda impune. Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones, relativas al uso de los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una industrialización desordenada; las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir el desarrollo»[161].Evangelizar la cultura y las culturas del hombre44. El servicio a la persona y a la sociedad humana se manifiesta y se actúa a través de la creación y la transmisión de la cultura, que especialmente en nuestros días constituye una de las más graves responsabilidades de la convivencia humana y de la evolución social. A la luz del Concilio, entendemos por «cultura» todos aquellos «medios con los que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a lo largo del tiempo, expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones, para que sirvan al progreso de muchos, e incluso de todo el género humano»[162]. En este sentido, la cultura debe considerarse como el bien común de cada pueblo, la expresión de su dignidad, libertad y creatividad, el testimonio de su camino histórico. En concreto, sólo desde dentro y a través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de historia.Frente al desarrollo de una cultura que se configura como escindida, no sólo de la fe cristiana, sino incluso de los mismos valores humanos[163], como también frente a una cierta cultura científica y tecnológica, impotente para dar respuesta a la apremiante exigencia de verdad y de bien que arde

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en el corazón de los hombres, la Iglesia es plenamente consciente de la urgencia pastoral de reservar a la cultura una especialísima atención.Por eso la Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y de la reflexión humanista. Tal presencia está destinada no sólo al reconocimiento y a la eventual purificación de los elementos de la cultura existente críticamente ponderados, sino también a su elevación mediante las riquezas originales del Evangelio y de la fe cristiana. Lo que el Concilio Vaticano II escribe sobre las relaciones entre el Evangelio y la cultura representa un hecho histórico constante y, a la vez, un ideal práctico de singular actualidad y urgencia; es un programa exigente consignado a la responsabilidad pastoral de la Iglesia entera y, dentro de ella, a la específica responsabilidad de los fieles laicos: «La grata noticia de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído, combate y elimina los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado. Purifica y eleva incesantemente la moral de los pueblos (...). Así, la Iglesia, cumpliendo su misión propia, contribuye, por este mismo hecho, a la cultura humana y la impulsa, y con su actividad —incluso litúrgica— educa al hombre en la libertad interior»[164].Merecen volver a ser consideradas aquí algunas frases particularmente significativas de la Exhortación Evangelii nuntiandi de Pablo VI: «La Iglesia evangeliza siempre que, en virtud de la sola potencia divina del Mensaje que proclama (cf. Rm 1, 16; 1 Co 1, 18, 2, 4), intenta convertir la conciencia personal y a la vez colectiva de los hombres, las actividades en las que trabajan, su vida y ambiente concreto. Estratos de la sociedad que se transforman: para la Iglesia no se trata sólo de predicar el Evangelio en zonas geográficas siempre más amplias o a poblaciones cada vez más extendidas, sino también de alcanzar y casi trastornar mediante la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, la línea de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su plan de salvación. Se podría expresar todo esto del siguiente modo: es necesario evangelizar —no decorativamente, a manera de un barniz superficial, sino en modo vital, en profundidad y hasta las raíces— la cultura y las culturas del hombre (...). La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda el drama de nuestra época, como también lo fue de otras. Es necesario, por tanto, hacer todos los esfuerzos en pro de una generosa evangelización de la cultura, más exactamente, de las culturas»[165].Actualmente el camino privilegiado para la creación y para la transmisión de la cultura son los instrumentos de comunicación social[166]. También el mundo de los mass-media, como consecuencia del acelerado desarrollo innovador y del influjo, a la vez planetario y capilar, sobre la formación de la mentalidad y de las costumbres, representa una nueva frontera de la misión de la Iglesia. En particular, la responsabilidad profesional de los fieles laicos en este campo, ejercitada bien a título personal bien mediante iniciativas e instituciones comunitarias, exige ser reconocida en todo su valor y sostenida con los más adecuados recursos materiales, intelectuales y pastorales.En el uso y recepción de los instrumentos de comunicación urge tanto una labor educativa del sentido crítico animado por la pasión por la verdad, como una labor de defensa de la libertad, del respeto a la dignidad personal, de la elevación de la auténtica cultura de los pueblos, mediante el rechazo firme y valiente de toda forma de monopolización y manipulación.Tampoco en esta acción de defensa termina la responsabilidad apostólica de los fieles laicos. En todos los caminos del mundo, también en aquellos principales de la prensa, del cine, de la radio, de la televisión y del teatro, debe ser anunciado el Evangelio que salva.Madurar continuamente

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57. La imagen evangélica de la vid y los sarmientos nos revela otro aspecto fundamental de la vida y de la misión de los fieles laicos: La llamada a crecer, a madurar continuamente, a dar siempre más fruto.Como diligente viñador, el Padre cuida de su viña. La presencia solícita de Dios es invocada ardientemente por Israel, que reza así: «¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya, / desde los cielos mira y ve, / visita esta viña, cuídala, / a ella, la que plantó tu diestra» (Sal 80, 15-16). El mismo Jesús habla del trabajo del Padre: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15, 1-2).La vitalidad de los sarmientos está unida a su permanecer radicados en la vid, que es Jesucristo: «El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).El hombre es interpelado en su libertad por la llamada de Dios a crecer, a madurar, a dar fruto. No puede dejar de responder; no puede dejar de asumir su personal responsabilidad. A esta responsabilidad, tremenda y enaltecedora, aluden las palabras graves de Jesús: «Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo echan al fuego y lo queman» (Jn 15, 6).En este diálogo entre Dios que llama y la persona interpelada en su responsabilidad se sitúa la posibilidad —es más, la necesidad— de una formación integral y permanente de los fieles laicos, a la que los Padres sinodales han reservado justamente una buena parte de su trabajo. En concreto, después de haber descrito la formación cristiana como «un continuo proceso personal de maduración en la fe y de configuración con Cristo, según la voluntad del Padre, con la guía del Espíritu Santo», han afirmado claramente que «la formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin»[209]. Descubrir y vivir la propia vocación y misión 58. La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión.Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia. Esta vocación y misión personal define la dignidad y la responsabilidad de cada fiel laico y constituye el punto de apoyo de toda la obra formativa, ordenada al reconocimiento gozoso y agradecido de tal dignidad y al desempeño fiel y generoso de tal responsabilidad.En efecto, Dios ha pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor que «a sus ovejas las llama a cada una por su nombre» (Jn 10, 3). Pero el eterno plan de Dios se nos revela a cada uno sólo a través del desarrollo histórico de nuestra vida y de sus acontecimientos, y, por tanto, sólo gradualmente: en cierto sentido, de día en día.Y para descubrir la concreta voluntad del Señor sobre nuestra vida son siempre indispensables la escucha pronta y dócil de la palabra de Dios y de la Iglesia, la oración filial y constante, la referencia a una sabia y amorosa dirección espiritual, la percepción en la fe de los dones y talentos recibidos y al mismo tiempo de las diversas situaciones sociales e históricas en las que se está inmerso.En la vida de cada fiel laico hay además momentos particularmente significativos y decisivos para discernir la llamada de Dios y para acoger la misión que Él confía. Entre ellos están los momentos de la adolescencia y de la juventud. Sin embargo, nadie puede olvidar que el Señor, como el dueño con los obreros de la viña, llama —en el sentido de hacer concreta y precisa su santa voluntad— a todas las horas de la vida: por eso la vigilancia, como atención solícita a la voz de Dios, es una actitud fundamental y permanente del discípulo.

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De todos modos, no se trata sólo de saber lo que Dios quiere de nosotros, de cada uno de nosotros en las diversas situaciones de la vida. Es necesario hacer lo que Dios quiere: así como nos lo recuerdan las palabras de María, la Madre de Jesús, dirigiéndose a los sirvientes de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Y para actuar con fidelidad a la voluntad de Dios hay que ser capaz y hacerse cada vez más capaz. Desde luego, con la gracia del Señor, que no falta nunca, como dice San León Magno: «¡Dará la fuerza quien ha conferido la dignidad!»[210]; pero también con la libre y responsable colaboración de cada uno de nosotros.Esta es la tarea maravillosa y esforzada que espera a todos los fieles laicos, a todos los cristianos, sin pausa alguna: conocer cada vez más las riquezas de la fe y del Bautismo y vivirlas en creciente plenitud. El apóstol Pedro hablando del nacimiento y crecimiento como de dos etapas de la vida cristiana, nos exhorta: «Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación» (1 P 2, 2).Una formación integral para vivir en la unidad 59. En el descubrir y vivir la propia vocación y misión, los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana.En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida «espiritual», con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida «secular», es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de su actividad y de su existencia. En efecto, todos los distintos campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el «lugar histórico» del revelarse y realizarse de la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad, toda situación, todo esfuerzo concreto —como por ejemplo, la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el ámbito de la cultura— son ocasiones providenciales para un «continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad»[211].El Concilio Vaticano II ha invitado a todos los fieles laicos a esta unidad de vida, denunciando con fuerza la gravedad de la fractura entre fe y vida, entre Evangelio y cultura: «El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de una y otra ciudad, a esforzarse por cumplir fielmente sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, sabiendo que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran por esto que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno (...). La separación entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestra época».[212] Por eso he afirmado que una fe que no se hace cultura, es una fe «no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida»[213].Aspectos de la formación60. Dentro de esta síntesis de vida se sitúan los múltiples y coordinados aspectos de la formación integral de los fieles laicos.Sin duda la formación espiritual ha de ocupar un puesto privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos en la caridad y en la justicia. Escribe el Concilio: «Esta vida de íntima unión con Cristo se alimenta en la Iglesia con las ayudas espirituales que son comunes a todos los fieles, sobre todo con la participación activa en la sagrada liturgia; y los laicos deben usar estas ayudas de manera que, mientras cumplen con rectitud los mismos deberes del mundo en su ordinaria condición de vida, no separen de la propia vida la unión con Cristo, sino que crezcan en ella desempeñando su propia actividad de acuerdo con el querer divino»[214].

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Se revela hoy cada vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el natural dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de «dar razón de la esperanza» que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas. Se hacen así absolutamente necesarias una sistemática acción de catequesis, que se graduará según las edades y las diversas situaciones de vida, y una más decidida promoción cristiana de la cultura, como respuesta a los eternos interrogantes que agitan al hombre y a la sociedad de hoy.En concreto, es absolutamente indispensable —sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político— un conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia, como repetidamente los Padres sinodales han solicitado en sus intervenciones. Hablando de la participación política de los fieles laicos, se han expresado del siguiente modo: «Para que los laicos puedan realizar activamente este noble propósito en la política (es decir, el propósito de hacer reconocer y estimar los valores humanos y cristianos), no bastan las exhortaciones, sino que es necesario ofrecerles la debida formación de la conciencia social, especialmente en la doctrina social de la Iglesia, la cual contiene principios de reflexión, criterios de juicio y directrices prácticas (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. sobre libertad cristiana y liberación, 72). Tal doctrina ya debe estar presente en la instrucción catequética general, en las reuniones especializadas y en las escuelas y universidades. Esta doctrina social de la Iglesia es, sin embargo, dinámica, es decir adaptada a las circunstancias de los tiempos y lugares. Es un derecho y deber de los pastores proponer los principios morales también sobre el orden social, y deber de todos los cristianos dedicarse a la defensa de los derechos humanos; sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los laicos»[215].Finalmente, en el contexto de la formación integral y unitaria de los fieles laicos es particularmente significativo, por su acción misionera y apostólica, el crecimiento personal en los valores humanos. Precisamente en este sentido el Concilio ha escrito: «(los laicos) tengan también muy en cuenta la competencia profesional, el sentido de la familia y el sentido cívico, y aquellas virtudes relativas a las relaciones sociales, es decir, la probidad, el espíritu de justicia, la sinceridad, la cortesía, la fortaleza de ánimo, sin las cuales ni siquiera puede haber verdadera vida cristiana»[216].Los fieles laicos, al madurar la síntesis orgánica de su vida —que es a la vez expresión de la unidad de su ser y condición para el eficaz cumplimiento de su misión—, serán interiormente guiados y sostenidos por el Espíritu Santo, como Espíritu de unidad y de plenitud de vida.Colaboradores de Dios educador 61. ¿Cuáles son los lugares y los medios de la formación cristiana de los fieles laicos? ¿Cuáles son las personas y las comunidades llamadas a asumir la tarea de la formación integral y unitaria de los fieles laicos?Del mismo modo que la acción educativa humana está íntimamente unida a la paternidad y maternidad, así también la formación cristiana encuentra su raíz y su fuerza en Dios, el Padre que ama y educa a sus hijos. Sí, Dios es el primer y gran educador de su Pueblo, como dice el magnífico pasaje del Canto de Moisés: «En tierra desierta le encuentra, / en el rugiente caos del desierto. / Y le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos. / Como un águila incita a su nidada, / revolotea sobre sus polluelos, así él despliega sus alas y le toma, / y le lleva sobre su plumaje. / Sólo Yavéh le guía a su destino, / no había con él ningún Dios extranjero» (Dt 32, 10-12; cf. 8, 5).La obra educadora de Dios se revela y cumple en Jesús, el Maestro, y toca desde dentro el corazón de cada hombre gracias a la presencia dinámica del Espíritu. La Iglesia madre está llamada a tomar parte en la acción educadora divina, bien en sí misma, bien en sus distintas articulaciones y manifestaciones. Así es como los fieles laicos son formados por la Iglesia y en la Iglesia, en una recíproca comunión y colaboración de todos sus miembros: sacerdotes, religiosos y fieles laicos.Así la entera comunidad eclesial, en su diversos miembros, recibe la fecundidad del Espíritu y coopera con ella activamente. En tal sentido Metodio de Olimpo escribía: «Los imperfectos (...) son

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llevados y formados, como en las entrañas de una madre, por los más perfectos hasta que sean engendrados y alumbrados a la grandeza y belleza de la virtud»[217]; como ocurrió con Pablo, llevado e introducido en la Iglesia por los perfectos (en la persona de Ananías), y después convertido a su vez en perfecto y fecundo en tantos hijos.Educadora es, sobre todo, la Iglesia universal, en la que el Papa desempeña el papel de primer formador de los fieles laicos. A él, como sucesor de Pedro, le compete el ministerio de «confirmar en la fe a los hermanos», enseñando a todos los creyentes los contenidos esenciales de la vocación y misión cristiana y eclesial. No sólo su palabra directa pide una atención dócil y amorosa por parte de los fieles laicos, sino también su palabra transmitida a través de los documentos de los diversos Dicasterios de la Santa Sede.La Iglesia una y universal está presente en las diversas partes del mundo a través de las Iglesias particulares. En cada una de ellas el Obispo tiene una responsabilidad personal con respecto a los fieles laicos, a los que debe formar mediante el anuncio de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, la animación y guía de su vida cristiana.Dentro de la Iglesia particular o diócesis se encuentra y actúa la parroquia, a la que corresponde desempeñar una tarea esencial en la formación más inmediata y personal de los fieles laicos. En efecto, con unas relaciones que pueden llegar más fácilmente a cada persona y a cada grupo, la parroquia está llamada a educar a sus miembros en la recepción de la Palabra, en el diálogo litúrgico y personal con Dios, en la vida de caridad fraterna, haciendo palpar de modo más directo y concreto el sentido de la comunión eclesial y de la responsabilidad misionera.Además, dentro de algunas parroquias, sobre todo si son extensas y dispersas, las pequeñas comunidades eclesiales presentes pueden ser una ayuda notable en la formación de los cristianos, pudiendo hacer más capilar e incisiva la conciencia y la experiencia de la comunión y de la misión eclesial. Puede servir de ayuda también, como han dicho los Padres sinodales, una catequesis post bautismal a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del «Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos», destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del Bautismo ya recibido[218].En la formación que los fieles laicos reciben en la diócesis y en la parroquia, por lo que se refiere en concreto al sentido de comunión y de misión, es particularmente importante la ayuda que recíprocamente se prestan los diversos miembros de la Iglesia: es una ayuda que revela y opera a la vez el misterio de la Iglesia, Madre y Educadora. Los sacerdotes y los religiosos deben ayudar a los fieles laicos en su formación. En este sentido los Padres del Sínodo han invitado a los presbíteros y a los candidatos a las sagradas Órdenes a «prepararse cuidadosamente para ser capaces de favorecer la vocación y misión de los laicos»[219]. A su vez, los mismos fieles laicos pueden y deben ayudar a los sacerdotes y religiosos en su camino espiritual y pastoral.Otros ambientes educativos62. También la familia cristiana, en cuanto «Iglesia doméstica», constituye la escuela primigenia y fundamental para la formación de la fe. El padre y la madre reciben en el sacramento del Matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana en relación con los hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Aprendiendo las primeras palabras, los hijos aprenden también a alabar a Dios, al que sienten cercano como Padre amoroso y providente; aprendiendo los primeros gestos de amor, los hijos aprenden también a abrirse a los otros, captando en la propia entrega el sentido del humano vivir. La misma vida cotidiana de una familia auténticamente cristiana constituye la primera «experiencia de Iglesia», destinada a ser corroborada y desarrollada en la gradual inserción activa y responsable de los hijos en la más amplia comunidad eclesial y en la sociedad civil. Cuanto más crezca en los esposos y padres cristianos la conciencia de que su «iglesia doméstica» es partícipe de la vida y de la misión de la Iglesia universal, tanto más podrán ser formados los hijos en el «sentido de la Iglesia» y sentirán toda la belleza de dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios.

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También son lugares importantes de formación las escuelas y universidades católicas, como también los centros de renovación espiritual que hoy se van difundiendo cada vez más. Como han hecho notar los Padres sinodales, en el actual contexto social e histórico, marcado por un profundo cambio cultural, ya no basta la participación —por otra parte siempre necesaria e insustituible— de los padres cristianos en la vida de la escuela; hay que preparar fieles laicos que se dediquen a la acción educativa como a una verdadera y propia misión eclesial; es necesario constituir y desarrollar «comunidades educativas», formadas a la vez por padres, docentes, sacerdotes, religiosos y religiosas, representantes de los jóvenes. Y para que la escuela pueda desarrollar dignamente su función de formación, los fieles laicos han de sentirse comprometidos a exigir de todos y a promover para todos una verdadera libertad de educación, incluso mediante una adecuada legislación civil[220].Los Padres sinodales han tenido palabras de aprecio y de aliento hacia todos aquellos fieles laicos, hombres y mujeres, que con espíritu cívico y cristiano desarrollan una tarea educativa en la escuela y en los institutos de formación. También han puesto de relieve la urgente necesidad de que los fieles laicos maestros y profesores en las diversas escuelas, católicas o no, sean verdaderos testigos del Evangelio, mediante el ejemplo de vida, la competencia y rectitud profesional, la inspiración cristiana de la enseñanza, salvando siempre —como es evidente— la autonomía de las diversas ciencias y disciplinas. Es de particular importancia que la investigación científica y técnica llevada a cabo por los fieles laicos esté regida por el criterio del servicio al hombre en la totalidad de sus valores y de sus exigencias. A estos fieles laicos la Iglesia les confía la tarea de hacer más comprensible a todos el íntimo vínculo que existe entre la fe y la ciencia, entre el Evangelio y la cultura humana [221].«Este Sínodo —leemos en una proposición— hace un llamamiento al papel profético de las escuelas y universidades católicas, y alaba la dedicación de los maestros y educadores —hoy, en su gran mayoría, laicos— para que en los institutos de educación católica puedan formar hombres y mujeres en los que se encarne el "mandamiento nuevo". La presencia contemporánea de sacerdotes y laicos, y también de religiosos y religiosas, ofrece a los alumnos una imagen viva de la Iglesia y hace más fácil el conocimiento de sus riquezas (cf. Congregación para la Educación Católica, El laico educador, testigo de la fe en la escuela)»[222].También los grupos, las asociaciones y los movimientos tienen su lugar en la formación de los fieles laicos. Tienen, en efecto, la posibilidad, cada uno con sus propios métodos, de ofrecer una formación profundamente injertada en la misma experiencia de vida apostólica, como también la oportunidad de completar, concretar y especificar la formación que sus miembros reciben de otras personas y comunidades.La formación recibida y dada recíprocamente por todos 63. La formación no es el privilegio de algunos, sino un derecho y un deber de todos. Al respecto, los Padres sinodales han dicho: «Se ofrezca a todos la posibilidad de la formación, sobre todo a los pobres, los cuales pueden ser —ellos mismos— fuente de formación para todos», y han añadido: «Para la formación empléense medios adecuados que ayuden a cada uno a realizar la plena vocación humana y cristiana»[223].Para que se dé una pastoral verdaderamente incisiva y eficaz hay que desarrollar la formación de los formadores, poniendo en funcionamiento los cursos oportunos o escuelas para tal fin. Formar a los que, a su vez, deberán empeñarse en la formación de los fieles laicos, constituye una exigencia primaria para asegurar la formación general y capilar de todos los fieles laicos.En la labor formativa se deberá reservar una atención especial a la cultura local, según la explícita invitación de los Padres sinodales: «La formación de los cristianos tendrá máximamente en cuenta la cultura humana del lugar, que contribuye a la misma formación, y que ayudará a juzgar tanto el valor que se encierra en la cultura tradicional, como aquel otro propuesto en la cultura moderna. Se preste también la debida atención a las diversas culturas que pueden coexistir en un mismo

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pueblo y en una misma nación. La Iglesia, Madre y Maestra de los pueblos, se esforzará por salvar, donde sea el caso, la cultura de las minorías que viven en grandes naciones[224].Algunas convicciones se revelan especialmente necesarias y fecundas en la labor formativa. Antes que nada, la convicción de que no se da formación verdadera y eficaz si cada uno no asume y no desarrolla por sí mismo la responsabilidad de la formación. En efecto, ésta se configura esencialmente como «auto-formación».Además está la convicción de que cada uno de nosotros es el término y a la vez el principio de la formación. Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás.Es de particular importancia la conciencia de que la labor formativa, al tiempo que recurre inteligentemente a los medios y métodos de las ciencias humanas, es tanto más eficaz cuanto más se deja llevar por la acción de Dios: sólo el sarmiento que no teme dejarse podar por el viñador, da más fruto para sí y para los demás.Llamamiento y oración64. Como conclusión de este documento post-sinodal vuelvo a dirigiros, una vez más, la invitación del «dueño de casa» del que nos habla el Evangelio: Id también vosotros a mi viña. Se puede decir que el significado del Sínodo sobre la vocación y misión de los laicos está precisamente en este llamamiento de Nuestro Señor Jesucristo dirigido a todos, y, en particular, a los fieles laicos, hombres y mujeres.Los trabajos sinodales han constituido para todos los participantes una gran experiencia espiritual: la de una Iglesia atenta —en la luz y en la fuerza del Espíritu— para discernir y acoger el renovado llamamiento de su Señor; y esto para volver a presentar al mundo de hoy el misterio de su comunión y el dinamismo de su misión de salvación, captando en particular el puesto y papel específico de los fieles laicos. El fruto del Sínodo —que esta Exhortación tiene intención de urgir como el más abundante posible en todas las Iglesias esparcidas por el mundo— estará en función de la efectiva acogida que el llamamiento del Señor recibirá por parte del entero Pueblo de Dios y, dentro de él, por parte de los fieles laicos.Por eso os exhorto vivamente a todos y a cada uno, Pastores y fieles, a no cansaros nunca de mantener vigilante, más aún, de arraigar cada vez más —en la mente, en el corazón y en la vida— la conciencia eclesial; es decir, la conciencia de ser miembros de la Iglesia de Jesucristo, partícipes de su misterio de comunión y de su energía apostólica y misionera.Es particularmente importante que todos los cristianos sean conscientes de la extraordinaria dignidad que les ha sido otorgada mediante el santo Bautismo. Por gracia estamos llamados a ser hijos amados del Padre, miembros incorporados a Jesucristo y a su Iglesia, templos vivos y santos del Espíritu. Volvamos a escuchar, emocionados y agradecidos, las palabras de Juan el Evangelista: «¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y lo somos realmente!» (1 Jn 3, 1).Esta «novedad cristiana» otorgada a los miembros de la Iglesia, mientras constituye para todos la raíz de su participación al oficio sacerdotal, profético y real de Cristo y de su vocación a la santidad en el amor, se manifiesta y se actúa en los fieles laicos según la «índole secular» que es «propia y peculiar» de ellos.La conciencia eclesial comporta, junto con el sentido de la común dignidad cristiana, el sentido de pertenecer al misterio de la Iglesia Comunión. Es éste un aspecto fundamental y decisivo para la vida y para la misión de la Iglesia. La ardiente oración de Jesús en la última Cena: «Ut unum sint!», ha de convertirse para todos y cada uno, todos los días, en un exigente e irrenunciable programa de vida y de acción.El vivo sentido de la comunión eclesial, don del Espíritu Santo que urge nuestra libre respuesta, tendrá como fruto precioso la valoración armónica, en la Iglesia «una y católica», de la rica variedad de vocaciones y condiciones de vida, de carismas, de ministerios y de tareas y

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responsabilidades, como también una más convencida y decidida colaboración de los grupos, de las asociaciones y de los movimientos de fieles laicos en el solidario cumplimiento de la común misión salvadora de la misma Iglesia. Esta comunión ya es en sí misma el primer gran signo de la presencia de Cristo Salvador en el mundo; y, al mismo tiempo, favorece y estimula la directa acción apostólica y misionera de la Iglesia.En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, Pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15), renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad. Los fieles laicos han de sentirse parte viva y responsable de esta empresa, llamados como están a anunciar y a vivir el Evangelio en el servicio a los valores y a las exigencias de las personas y de la sociedad.El Sínodo de los Obispos, celebrado en el mes de octubre durante el Año Mariano, ha confiado sus trabajos, de modo muy especial, a la intercesión de María Santísima, Madre del Redentor. Y ahora confío a la misma intercesión la fecundidad espiritual de los frutos del Sínodo. Al término de este documento postsinodal me dirijo a la Virgen, en unión con los Padres y fieles laicos presentes en el Sínodo y con todos los demás miembros del Pueblo de Dios. La llamada se hace oración:Oh Virgen santísimaMadre de Cristo y Madre de la Iglesia,con alegría y admiraciónnos unimos a tu Magnificat,a tu canto de amor agradecido.Contigo damos gracias a Dios,«cuya misericordia se extiendede generación en generación»,por la espléndida vocacióny por la multiforme misiónconfiada a los fieles laicos,por su nombre llamados por Diosa vivir en comunión de amory de santidad con Ély a estar fraternalmente unidosen la gran familia de los hijos de Dios,enviados a irradiar la luz de Cristoy a comunicar el fuego del Espíritupor medio de su vida evangélicaen todo el mundo.Virgen del Magnificat,llena sus corazonesde reconocimiento y entusiasmopor esta vocación y por esta misión.Tú que has sido,con humildad y magnanimidad,«la esclava del Señor»,danos tu misma disponibilidadpara el servicio de Diosy para la salvación del mundo.Abre nuestros corazonesa las inmensas perspectivasdel Reino de Dios

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y del anuncio del Evangelioa toda criatura.En tu corazón de madreestán siempre presentes los muchos peligrosy los muchos malesque aplastan a los hombres y mujeresde nuestro tiempo.Pero también están presentestantas iniciativas de bien,las grandes aspiraciones a los valores,los progresos realizadosen el producir frutos abundantes de salvación.Virgen valiente,inspira en nosotros fortaleza de ánimoy confianza en Dios,para que sepamos superartodos los obstáculos que encontremosen el cumplimiento de nuestra misión.Enséñanos a tratar las realidades del mundocon un vivo sentido de responsabilidad cristianay en la gozosa esperanzade la venida del Reino de Dios,de los nuevos cielos y de la nueva tierra.Tú que junto a los Apóstoleshas estado en oraciónen el Cenáculoesperando la venida del Espíritu de Pentecostés,invoca su renovada efusiónsobre todos los fieles laicos, hombres y mujeres,para que correspondan plenamentea su vocación y misión,como sarmientos de la verdadera vid,llamados a dar mucho frutopara la vida del mundo.Virgen Madre,guíanos y sostennos para que vivamos siemprecomo auténticos hijose hijas de la Iglesia de tu Hijoy podamos contribuir a establecer sobre la tierrala civilización de la verdad y del amor,según el deseo de Diosy para su gloria.Amén.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 30 de diciembre, fiesta de la sagrada Familia de Jesús, María y José, del año 1988, undécimo de mi Pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II

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3. JUAN PABLO II, Colección de catequesis sobre los laicos, catequesis 11-27

16-03-94 11. LA PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA

1. Los cristianos admiten hoy fácilmente que todos los miembros de la Iglesia, incluidos los laicos, pueden y deben participar en su misión de testigo, anunciadora y portadora de Cristo al mundo. Esta exigencia del Cuerpo místico de Cristo la han recordado los Papas, el Concilio Vaticano II y los Sínodos de los Obispos, en armonía con la Sagrada Escritura, la Tradición, la experiencia de los primeros siglos del cristianismo, la doctrina de los teólogos y la historia de la vida pastoral. En nuestro siglo no se ha dudado en hablar de apostolado, y también este término y el concepto que expresa son conocidos por el clero y los fieles. Pero aún persiste con bastante frecuencia la sensación de incertidumbre acerca de los campos de trabajo en que han de comprometerse de forma concreta, y sobre los caminos que es preciso seguir para realizar ese compromiso. Conviene, por tanto, establecer algunos puntos firmes en este tema, aun conscientes de que una formación más concreta, directa y articulada se podrá y deberá buscar a nivel local, con los propios párrocos, en las oficinas diocesanas y en los centros de apostolado de los laicos.

Apostolado en parroquias y diócesis

2. El primer campo de apostolado de los laicos dentro de la comunidad eclesial es la parroquia. En este punto ha insistido el Concilio en el Decreto Apostolicam actuositatem, donde se lee: «La parroquia ofrece un modelo clarísimo del apostolado comunitario. También se dice allí que en la parroquia la acción de los laicos es necesaria para que el apostolado de los pastores pueda lograr plenamente su eficacia. Esta acción, que debe realizarse en íntima unión con los sacerdotes, es para «los seglares de verdadero espíritu apostólico» una forma de participación inmediata y directa en la vida de la Iglesia. Los laicos pueden realizar una gran labor en la animación de la liturgia, en la enseñanza del catecismo, en las iniciativas pastorales y sociales, así como en los consejos pastorales. Contribuyen también indirectamente al apostolado con la ayuda que prestan en la administración parroquial. Es necesario que el sacerdote no se sienta solo, sino que pueda contar con la aportación de su competencia y con el apoyo de su solidaridad, comprensión y entrega generosa en los diversos sectores del servicio al reino de Dios.3. El Concilio señala un segundo círculo de necesidades, intereses y posibilidades, cuando recomienda a los laicos: «Cultiven sin cesar el sentido de diócesis ». En efecto, en la diócesis toma forma concreta la Iglesia local, que hace presente a la Iglesia universal para el clero y los fieles que forman parte de allá. Los laicos están llamados a colaborar en las iniciativas diocesanas, hoy frecuentes, con funciones ejecutivas, consultivas y, a veces, directivas, de acuerdo con las indicaciones y orientaciones del Obispo y de los órganos competentes, con generosidad y grandeza de espíritu. Es también significativa la contribución que pueden prestar mediante la participación en los consejos pastorales diocesanos, que el Sínodo de los Obispos de 1987 recomendó crear como «la principal forma de colaboración y de diálogo, como también de discernimiento, a nivel diocesano». De los laicos se espera, asimismo, una ayuda específica en la difusión de las enseñanzas del Obispo diocesano, en comunión con los demás Obispos y sobre todo con el Papa, sobre las cuestiones religiosas y sociales que se presentan a la comunidad eclesial; en el buen planteamiento y en la correcta solución de los problemas administrativos; en la gestión de la Obras catequísticas, culturales y caritativas que la diócesis instituye y dirige en favor de los hermanos pobres, etc. ¡Cuántas otras posibilidades de trabajo fructuoso para quien tiene buena voluntad, deseo de comprometerse y espíritu de sacrificio! Quiera Dios suscitar siempre nuevas y válidas energías para ayudar a los Obispos y a las diócesis, en las que muchos

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magníficos laicos ya dan pruebas de tener conciencia de que la Iglesia local es la casa y la familia de todos.

Vuestro apostolado requiere una buena formación doctrinal

4. En una esfera más amplia, en la dimensión universal, los laicos pueden y deben sentirse, como de hecho son, miembros de la Iglesia católica, y comprometerse en su crecimiento, tal como lo recordó el Sínodo de los Obispos de 1987. Los laicos deberán considerarla una comunidad esencialmente misionera, cuyos miembros tienen todos la tarea y la responsabilidad de una evangelización que se extienda a todas las naciones, a todos los que, lo sepan o no, tienen necesidad de Dios. En este inmenso ámbito de personas y grupos, de ambientes y estratos sociales, se encuentran también muchos que, aun siendo cristianos por estar bautizados, son espiritualmente lejanos, agnósticos, indiferentes a la llamada de Cristo. Hacia estos hermanos se dirige la nueva evangelización, en la que los laicos están llamados a prestar una cooperación preciosa e indispensable. El Sínodo de 1987, después de haber dicho: «Urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana», añadía: «los fieles laicos, debido a su participación en el oficio profético de Cristo, están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia». EnCarta a Diogneto (siglo II) las fronteras más avanzadas de esta nueva evangelización, muchos puestos están reservados a los laicos. Para cumplir esta misión es indispensable una adecuada preparación en la doctrina de la fe y en la metodología pastoral, que los laicos pueden adquirir también en los institutos de ciencias religiosas o en cursos específicos, así como mediante el esfuerzo personal de estudio de la verdad divina. No a todos ni para todas las formas de colaboración será necesario el mismo grado de cultura religiosa, o incluso teológica, pero ésta resultará indispensable para quienes en la nueva evangelización afronten los problemas de la ciencia y la cultura humana en relación con la fe.La nueva evangelización tiende a la formación de comunidades eclesiales maduras, formadas por cristianos convencidos, conscientes y perseverantes en la fe y en la caridad. Esas comunidades podrán animar desde su interior a las poblaciones, también donde Cristo, redentor del hombre, sea desconocido o haya sido olvidado, o donde es frágil el vínculo que los une a Cristo en el pensamiento y la vida.Para este fin podrán servir antiguas y nuevas formas de asociación, como las cofradías, las compañías, las pías uniones, enriquecidas, donde sea preciso, con nuevo espíritu misionero, y los diversos movimientos que florecen hoy en la Iglesia.También las tradicionales iniciativas y manifestaciones populares con ocasión de celebraciones religiosas, aun conservando ciertas características vinculadas a las costumbres locales o regionales, podrían y deberían adquirir un valor eclesial, si se preparan y realizan teniendo en cuenta las necesidades de la evangelización. Al clero y a los laicos que las organizan corresponde la tarea de adecuarlas con sabiduría, ingenio y valentía a las exigencias de la Iglesia misionera, cultivando siempre la catequesis que ilumina la costumbre y la práctica sacramental, especialmente de la Penitencia y la Eucaristía.

El mundo necesita vuestra labor evangelizadora

6. Ejemplos elocuentes de compromiso misionero en los campos o sectores que acabamos de mencionar, y en muchos otros, nos vienen de numerosos laicos que, en nuestro tiempo, han descubierto la dimensión plenaria de la vocación cristiana y han acatado el mandato divino de la evangelización universal, el don del Espíritu Santo que quiere llevar a cabo en el mundo un nuevo Pentecostés. A todos estos hermanos nuestros, conocidos y desconocidos, vaya la gratitud de la Iglesia, como no falta, ciertamente, la bendición de Dios. Su ejemplo sirva para suscitar un número cada vez mayor de laicos comprometidos a llevar el anuncio de Cristo a toda persona y a tratar de

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encender por doquier la antorcha misionera. También por esto el Sucesor de Pedro trata de ir a toda nación, a todo continente, para contribuir humildemente a la propagación del Evangelio, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, son activos en todo país, como pastores y como cuerpo eclesial, para la nueva evangelización.

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23-03-94 12. EL COMPROMISO APOSTÓLICO EN SUS FORMAS INDIVIDUAL Y ASOCIADA

El primer apostolado es individual1. El Concilio Vaticano II, al dar un nuevo impulso al apostolado de los laicos, tuvo la solicitud de afirmar que la primera, fundamental e insustituible forma de actividad para la edificación del cuerpo de Cristo es la que llevan a cabo individualmente los miembros de la Iglesia. Todo cristiano está llamado al apostolado; todo laico está llamado a comprometerse personalmente en el testimonio, participando en la misión de la Iglesia. Eso presupone e implica una convicción personal, que brota de la fe y del sensus Ecclesiae que la fe enciende en las almas. Quien cree y quiere ser Iglesia, no puede menos de estar convencido de la «tarea original, insustituible e indelegable» que cada fiel «debe llevar a cabo para el bien de todos».Es preciso inculcar constantemente en los fieles la conciencia del deber de cooperar en la edificación de la Iglesia, en la llegada del Reino. A los laicos corresponde también la animación evangélica de las realidades temporales. Muchas son las posibilidades de compromiso, especialmente en los ambientes de la familia, el trabajo, la profesión, los círculos culturales y recreativos, etc.; y muchas son también en el mundo de hoy las personas que quieren hacer algo para mejorar la vida, para hacer más justa la sociedad y para contribuir al bien de sus semejantes. Para ellas, el descubrimiento de la consigna cristiana del apostolado podría constituir el desarrollo más elevado de la vocación natural al bien común, que haría más válido, más motivado, más noble y, tal vez, más generoso su compromiso.2. Pero existe otra vocación natural que puede y debe realizarse en el apostolado eclesial: la vocación a asociarse. En el plano sobrenatural, la tendencia de los hombres a asociarse se enriquece y se eleva al nivel de la comunión fraterna en Cristo: así se da el «signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, quien dijo: “Donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”».Esta tendencia eclesial al apostolado asociado tiene, sin lugar a dudas, su origen sobrenatural en la «caridad», derramada en los corazones por el Espíritu Santo, pero su valor teológico coincide con la exigencia sociológica que, en el mundo moderno, lleva a la unión y a la organización de las fuerzas para lograr objetivos comunes. También en la Iglesia, dice el Concilio, «la estrecha unión de las fuerzas es la única que vale para lograr plenamente todos los fines del apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes». Se trata de unir y coordinar las actividades de todos los que quieren influir, con el mensaje evangélico, en el espíritu y la mentalidad de la gente que se encuentra en las diversas condiciones sociales. Se trata de llevar a cabo una evangelización capaz de ejercer influencia en la opinión pública y en las instituciones; y para lograr este objetivo se hace necesaria una acción realizada en grupo y bien organizada.3. La Iglesia, por consiguiente, impulsa tanto el apostolado individual como el asociado, y, con el Concilio, afirma el derecho de los laicos a formar asociaciones para el apostolado: los seglares tienen el derecho de fundar y dirigir asociaciones y el de afiliarse a las fundadas». Armonía y la cooperación eclesial. Pero no impide la autonomía propia de las asociaciones. Si en la sociedad civil el derecho a crear una asociación es reconocido como un derecho de la persona, basado en la libertad que tiene el hombre de unirse con otros hombres para lograr un objetivo común, en la Iglesia el derecho a fundar una asociación para alcanzar finalidades religiosas brota, también para

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los fieles laicos, del Bautismo, que da a cada cristiano la posibilidad, el deber y la fuerza para llevar a cabo una participación activa en la comunión y en la misión de la Iglesia. En este sentido se expresa también el Código de derecho canónico: «los fieles tienen la facultad de fundar y dirigir libremente asociaciones para finesde caridad o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y tambiéna reunirse para conseguir en común esos mismos fines».4. De hecho, en la Iglesia, cada vez con más frecuencia, los laicos hacen uso de esa facultad. En el pasado, a decir verdad, no han faltado asociaciones de fieles, que adoptaron las formas posibles en esos tiempos. Pero no cabe duda de que hoy el fenómeno tiene una amplitud y una variedad nuevas. Junto a las antiguas fraternidades, misericordias, pías uniones, terceras órdenes, etc., se desarrollan por doquier nuevas formas de asociación. Son grupos, comunidades o movimientos que buscan una gran variedad de fines, métodos y campos de actividad, pero siempre con una única finalidad fundamental: el incremento de la vida cristiana y la cooperación en la misión de la Iglesia. Esa diversidad de formas de asociación no es algo negativo, al contrario, es una manifestación de la libertad soberana del Espíritu Santo, que respeta y alienta la variedad de tendencias, temperamentos, vocaciones, capacidades, etc., que existen entre los hombres. Es cierto, sin embargo, que dentro de la variedad hay que conservar siempre la preocupación por la unidad, evitando rivalidades, tensiones, tendencias al monopolio del apostolado o a primados que el mismo Evangelio excluye, y alimentando siempre entre las diversas asociaciones el espíritu de participación y comunión, para contribuir de verdad a la difusión del mensaje evangélico.

Criterios para reconocer su carácter católico5. Los criterios que permiten reconocer la eclesialidad, es decir, el carácter auténticamente católico de las diversas asociaciones, son:a) La primacía concedida a la santidad y a la perfección de la caridad como finalidad de la vocación cristiana;b) el compromiso de profesar responsablemente la fe católica en comunión con el Magisterio de la Iglesia;c) la participación en el fin apostólico de la Iglesia con un compromiso de presencia y de acción en la sociedad humana;d) el testimonio de comunión concreto con el Papa y con el propio Obispo.Estos criterios se han de observar y aplicar a nivel local, diocesano, regional, nacional, e incluso en la esfera de las relaciones internacionales entre organismos culturales, sociales o políticos, de acuerdo con la misión universal de la Iglesia, que trata de infundir en pueblos y Estados, y en las nuevas comunidades que forman, el espíritu de la verdad, la caridad y la paz.Las relaciones de las asociaciones de los laicos con la autoridad eclesiástica pueden tener también reconocimientos y aprobaciones particulares, cuando ello resulte oportuno o incluso necesario a causa de su extensión o del tipo de su compromiso en el apostolado. El Concilio señala esta posibilidad y oportunidad para «asociaciones y obras apostólicas que tienden inmediatamente a un fin espiritual».Por lo que respecta a las asociaciones «ecuménicas» con mayoría católica y minoría no católica, corresponde al Consejo Pontificio para los laicos establecer las condiciones para aprobarlas.

6. Entre las formas de apostolado asociado, el Concilio cita expresamente la Acción Católica. A pesar de las diferentes formas que ha tomado en los diversos países y los cambios que se han producido en ella a lo largo del tiempo, la Acción Católica se ha distinguido por el vínculo más estrecho que ha mantenido con la Jerarquía. Ésa ha sido una de las principales razones de los abundantísimos frutos que ha producido en la Iglesia y en el mundo durante sus muchos años de historia.

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Las organizaciones conocidas con el nombre de Acción Católica y también con otros nombres, o las asociaciones semejantes, tienen como fin la evangelización y la santificación del prójimo, la formación cristiana de las conciencias, la influencia en las costumbres y la animación religiosa de la sociedad. Los laicos asumen su responsabilidad en comunión con el Obispo y los sacerdotes.Actúan «bajo la dirección superior de la propia Jerarquía, la cual puede sancionar esta cooperación incluso con un mandato explícito». De su grado de fidelidad a la Jerarquía y de concordia eclesial depende y dependerá siempre su grado de capacidad para edificar el cuerpo de Cristo, mientras la experiencia demuestra que, si en la base de su acción se coloca el disenso y se plantea casi sistemáticamente una actitud conflictiva, no sólo no se edifica la Iglesia, sino que se pone en marcha un proceso de autodestrucción que hace inútil el trabajo y, por lo general, lleva a la propia disolución. La Iglesia, el Concilio y el Papa desean y piden a Dios para que en las formas asociadas del apostolado de los laicos, y especialmente en la Acción Católica, sea siempre manifiesta la irradiación de la comunidad eclesial en su unidad, en su caridad y en su misión de difundir la fe y la santidad en el mundo.

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13-04-94 13. COMPROMETEOS EN EL DESARROLLO SOCIALOs corresponde dirigir a Dios el orden temporal1. Existe un orden de realidades instituciones, valores y actividades que se suele llamar temporal, pues se refiere directamente a las cosas que pertenecen al ámbito de la vida actual, aunque también estén orientadas a la vida eterna. El mundo actual no está compuesto de apariencias o sombras engañosas, ni se puede considerar sólo en función del más allá. Como dice el Concilio Vaticano II: «Todo lo que constituye el orden temporal [...] no son solamente medios para el fin último del hombre, sino que tiene, además, un valor propio». El relato bíblico de la creación nos presenta este valor como reconocido, querido y fundado por Dios, el cual, según el libro del Génesis, «vio que lo que había creado era bueno»; más aún, «muy bueno», después de la creación del hombre y la mujer. Con la Encarnación y la Redención, el valor de las cosas temporales no queda anulado o reducido, como si la obra del Redentor se opusiera a la obra del Creador; al contrario, queda restablecido y elevado, según el plan de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por cabeza» «y reconciliar por él y para él todas las cosas». Así pues, en Cristo todas las cosas encuentran su plena consistencia.

2. A pesar de eso, no se puede ignorar la experiencia histórica del mal y, para el hombre, del pecado, que sólo puede explicar la revelación de la caída de nuestros primeros padres y de las sucesivas que se han producido en las generaciones humanas. «En el decurso de la historia dice el Concilio, el uso de los bienes temporales se ha visto desfigurado por graves aberraciones». Incluso hoy, no pocos, en vez de dominar las cosas según el plan y la ordenación de Dios, como podrían permitirlo los progresos de la ciencia y de la técnica, por su excesiva confianza en los nuevos poderes se convierten en sus esclavos y ocasionan daños, a veces graves. La Iglesia tiene la misión de ayudar a los hombres a orientar bien todo el orden temporal y a dirigirlo a Dios por media de Cristo. La Iglesia se hace así servidora de los hombres y los laicos «participan en la misión de servir a las personas y a la sociedad».

3. Al respecto, es preciso recordar, ante todo, que los laicos están llamados a contribuir a la promoción de la persona, hoy especialmente necesaria y urgente. Se trata de salvar, y a menudo de restablecer, el valor central del ser humano que, precisamente porque es persona, no puede ser tratado nunca «como un objeto utilizable, un instrumento o una cosa».Por lo que atañe a la dignidad personal, todos los hombres son iguales entre sí: no se puede admitir ningún tipo de discriminación racial, sexual, económica, social, cultural, política o

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geográfica. Las diferencias que provienen de las condiciones de lugar y tiempo en que cada uno nace y vive, por un deber de solidaridad se han de superar con una ayuda humana y cristiana efectiva, traducida en formas concretas de justicia y caridad, como explicaba y recomendaba San Pablo a losCorintios: «No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad [...]. Que vuestra abundancia remedie su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad».

Defended la vida.4. La promoción de la dignidad de la persona exige «el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana». Ante todo, el reconocimiento de la inviolabilidad de la vida humana: el derecho a la vida es esencial, y puede considerarse «derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona». De ahí se sigue que «cuanto atenta contra la vida [...]; cuanto viola la integridad de la persona humana [...]; cuanto ofende a la dignidad humana [...]; todas estas prácticas [...] son totalmente contrarios al honor debido al Crea dor», que quiso hacer al hombre a su imagen y semejanza y colocado bajo su soberanía. En esta defensa de la dignidad personal y del derecho a la vida tienen una responsabilidad especial los padres, los educadores, los agentes sanitarios y todos los que poseen el poder económico y político. En particular, la Iglesia exhorta a los laicos a afrontar con valentía los desafíos planteados por los nuevos problemas de la bioética.

5. Entre los derechos de la persona, que es preciso defender y promover, se encuentra el de la libertad religiosa, la libertad de conciencia y' la libertad de culto. La Iglesia sostiene que la sociedad tiene el deber de asegurar el derecho de la persona a profesar sus convicciones y a practicar su religión dentro de los límites debidos, establecidos por el justo orden público. En todos los tiempos ha habido mártires por la defensa y la promoción de este derecho. Los laicos están llamados a comprometerse en la vida política, según las capacidades y las condiciones de tiempo y lugar, para promover el bien común en todas sus exigencias, y especialmente para realizar la justicia al servicio de los ciudadanos, en cuanto personas. Como leemos en la Exhortación Apostólica Christifideles laici, «una política para la persona y para la sociedad encuentra su rumbo constante de camino en la defensa y promoción de la justicia». Es evidente que en ese compromiso, que corresponde a todos los miembros de la ciudad terrena, los laicos cristianos están llamados a dar ejemplo de comportamiento político honrado, sin buscar ventajas personales y sin ponerse al servicio de grupos o partidos con medios ilícitos, por caminos que, de hecho, llevan al derrumbe incluso de los ideales más nobles y sagrados.

6. Los laicos cristianos han de unirse a los esfuerzos de la sociedad para restablecer la paz en el mundo. Para ellos se trata de hacer realidad la paz dada por Cristo, en sus dimensiones sociales y políticas, en los diversos países y en el mundo, como lo exige cada vez más la conciencia de los pueblos. Para este fin, deben llevar a cabo' una amplia obra educativa, destinada a derrotar la antigua cultura del egoísmo, la rivalidad, el atropello y la venganza, y a promover la de la solidaridad y el amor al prójimo.A los laicos cristianos corresponde también comprometerse en el desarrollo económico y social. Es una exigencia del respeto a la persona, de la justicia, de la solidaridad y del amor fraterno. Deben colaborar con todos los hombres de buena voluntad para encontrar la manera de asegurar el destino universal de los bienes, cualquiera que sea el régimen social que esté vigente de hecho. Y también han de defender los derechos de los trabajadores, buscando soluciones adecuadas a los gravísimos problemas del desempleo cada vez mayor y luchando por hacer desaparecer todas las injusticias. Como laicos cristianos, son en el mundo expresión de la Iglesia que pone en práctica la propia doctrina social. Pero deben ser conscientes de su libertad y responsabilidad personales en

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las cuestiones opinables, en las que sus decisiones, aunque han de estar siempre inspiradas en los valores evangélicos, no se deben presentar como las únicas posibles para los cristianos. También el respeto a las legítimas opiniones y elecciones diversas de las propias es una exigencia de la caridad.

7. Los laicos cristianos, por último, tienen la misión de contribuir al desarrollo de la cultura humana, con todos sus valores. Presentes en los diversos campos de la ciencia, la creación artística, el pensamiento filosófico, la investigación histórica, etc., han de aportar la inspiración necesaria que viene de su fe. Y, dado que el desarrollo de la cultura implica cada vez más el compromiso de los medios de comunicación social, instrumentos tan importantes para la formación de la mentalidad y de las costumbres deben tener un vivo sentido de responsabilidad en su compromiso en la prensa, el cine, la radio, la televisión y el teatro, proyectando sobre su trabajo la luz del mandato de anunciar en todo el mundo el Evangelio, particularmente actual en el mundo de hoy, en el que es urgente mostrar los caminos de la salvación que abrió a todos Jesucristo

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20-04-94 14. LOS TRABAJADORES EN LA IGLESIA1. Entre los fieles laicos merecen mención especial los trabajadores. La Iglesia es consciente de la importancia que el trabajo tiene en la vida humana y reconoce su carácter de elemento esencial de la sociedad, tanto a nivel socioeconómico y político, como a nivel religioso. Bajo este último aspecto, lo considera expresión primaria del «carácter secular» de los laicos, que en su mayor parte son trabajadores y pueden encontrar en el trabajo el camino hacia la santidad. El Concilio Vaticano II, impulsado por esta convicción, considera la obra de los trabajadores en la perspectiva del compromiso de la salvación, llamándolos a colaborar en el apostolado.

Valor y dignidad del trabajo2. A este tema dediqué la Encíclica Laborem exercens, y otros documentos e intervenciones, con los que he tratado de explicar el valor, la dignidad y las dimensiones del trabajo, en toda su eminente grandeza. Aquí me limitaré a recordar que la primera razón de esta grandeza y dignidad consiste en el hecho de que el trabajo es una cooperación en la obra creadora de Dios. El relate bíblico de la creación lo da a entender cuando dice que «tomó, pues, el Señor Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase», remitiéndose así al mandato anterior de someter la tierra. Como he escrito en la Encíclica citada, «el hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la tierra. En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, refleja la acción misma del Creador del universo».

El trabajo es camino de santidad3. Según el Concilio, el trabajo constituye un camino hacia la santidad, pues ofrece la ocasión de: a) Perfeccionarse a sí mismo. En efecto, el trabajo desarrolla la personalidad del hombre, ejercitando sus cualidades y capacidades. Lo comprendemos mejor en nuestra época, con el drama de numerosos parados que se sienten humillados en su dignidad de personas humanas. Es preciso dar el mayor relieve posible a cada caso, condiciones de trabajo dignas del hombre; b) ayudar a los compatriotas. Se trata de la dimensión social del trabajo, que es un servicio para el bien de todos. Esta orientación debe subrayarse siempre: el trabajo no es una actividad egoísta, sino altruista; no se trabaja exclusivamente para sí mismos, sino también para los demás;c) hacer progresar a toda la sociedad y la creación. El trabajo adquiere, por consiguiente, una dimensión histórico-escatológica e incluso cósmica, pues tiene como objetivo contribuir a mejorar las condiciones materiales de la vida y del mundo, ayudando a la humanidad a alcanzar, por este

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camino, las metas superiores a las que Dios la llama. El progreso actual hace más evidente esa verdad: el trabajo tiene como finalidad una mejora a escala universal. Pero queda mucho por hacer para adecuar el trabajo a estos fines queridos por el mismo Creador;d) imitar a Cristo, con caridad efectiva. Volveremos sobre este punto.

¿Y el trabajo en el hogar?4. Siempre a la luz del libro del Génesis, según el cual Dios instituyó y ordenó el trabajo dirigiéndose a la primera pareja humana, adquiere todo su significado la intención de muchos hombres y muchas mujeres que trabajan para el bien de su familia. El amor al cónyuge y a los hijos, que inspira e impulsa a la mayor parte de los seres humanos al trabajo, confiere a este trabajo una mayor dignidad, y hace más fácil y agradable su realización, incluso aunque sea muy fatigoso.A este respecto, conviene hacer notar que también en la sociedad contemporánea, donde está vigente el principio del derecho de los hombres y las mujeres al trabajo retribuido se ha de reconocer y apreciar el valor del trabajo no directamente lucrativo de muchas mujeres que se dedican a las necesidades de la casa y de la familia. Es un trabajo que también hay tiene una importancia fundamental para la vida de la familia y para el bien de la sociedad.

Dimensión ética y ascética del trabajo.5. Basta aquí haber aludido a este aspecto de la cuestión, para pasar a un punto que trató el Concilio, el cual menciona «trabajos, muchas veces fatigosos», en los que, también hoy, se cumplen las palabras bíblicas: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan». Como escribí en la Encíclica Laborem exercens, «esta fatiga es un hecho universalmente conocido, porque es universalmente experimentado. Lo saben los hombres del trabajo manual, realizado a veces en condiciones excepcionalmente pesadas [...]. Lo saben a su vez, los hombres vinculados a la mesa de trabajo intelectual [...] Lo saben las mujeres, que a veces sin un adecuado reconocimiento por parte de la sociedad y de sus mismos familiares, soportan cada día la fatiga y la responsabilidad de la casa y de la educación de los hijos».Aquí se encuentra la dimensión ética, pero también ascética, que la Iglesia enseña a reconocer en el trabajo, porque, precisamente por la fatiga que implica, exige las virtudes del valor y la paciencia , y por tanto puede convertirse en camino hacia la santidad.

El modelo, como siempre, Jesús.6. Precisamente en virtud de la fatiga que implica, el trabajo se manifiesta más claramente como un compromiso de colaboración con Cristo en la obra redentora. Su valor, ya constituido por la participación en la obra creadora de Dios, asume luz nueva si se lo considera como participación en la vida y la misión de Cristo. No podemos olvidar que, en la Encarnación, el Hijo de Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación, también se dedicó rudamente al trabajo común. Jesucristo aprendió de José el oficio de carpintero y lo ejerció hasta el comienzo de su misión pública. En Nazaret, Jesús era conocido como «el hijo del carpintero» o como «el carpintero». También por esta razón resulta muy natural que en sus palabras se refiera al trabajo profesional de los hombres o al trabajo doméstico de las mujeres, como expliqué en la Encíclica Laborem exercens, y que manifieste su estima por los trabajos más humildes. Y es un aspecto importante del misterio de su vida el hecho de que, como Hijo de Dios, Jesús haya podido y querido conferir una dignidad suprema al trabajo humano. Con manos humanas y con capacidad humana, el Hijo de Dios trabajó, como nosotros y con nosotros, hombres de la necesidad y de la fatiga diaria.

7. A la luz y a ejemplo de Cristo, el trabajo asume para los creyentes su más alta finalidad, vinculada al misterio pascual. Después de haber dado ejemplo de un trabajo semejante al de tantos otros trabajadores, Jesús realizó la obra más elevada para la que había sido enviado: la

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Redención, que culminó con el sacrificio salvífico de la Cruz. En el Calvario, Jesús, por obediencia al Padre, se ofrece a sí mismo por la salvación universal. Pues bien, los trabajadores están invitados a unirse al trabajo del Salvador:Como dice el Concilio, pueden y deben imitar, «en su activa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los trabajos manuales y que continúan trabajando en unión con el Padre para la salvación de todos». Así, el valor salvífico del trabajo, vislumbrado de alguna manera también en el ámbito de la filosofía y la sociología durante los últimos siglos, se manifiesta, a un nivel mucho más alto, como participación en la obra sublime de la Redención.

8. Por eso precisamente, el Concilio afirma que todos pueden ascender, «mediante su mismo trabajo diario, a una más alta santidad, incluso con proyección apostólica En esto estriba la elevada misión de los trabajadores, no sólo llamados a cooperar en la edificación de un mundo material mejor; sino también en la transformación espiritual de la realidad humana cósmica que hizo posible el misterio pascual.Las molestias y los sufrimientos procedentes de la fatiga del trabajo mismo o de las condiciones sociales en que se realiza, en virtud de la participación en el sacrificio redentor de Cristo, adquieren así fecundidad sobrenatural para todo el género humano. También en este caso valen las palabras de San Pablo: «La creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo». Esta certeza de fe, en la visión histórica y escatológica del Apóstol, funda su afirmación, llena de esperanza: «Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros».

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27-04-94 15. DIGNIDAD Y APOSTOLADO DE LOS QUE SUFRENEl gran enigma de la existencia humanal. La realidad del sufrimiento está desde siempre ante los ojos y, a menudo, en el cuerpo, en el alma y en el corazón de cada uno de nosotros. Fuera del área de la fe, el dolor ha constituido siempre el gran enigma de la existencia humana. Pero desde que Jesús, con su Pasión y Muerte redimió al mundo, se abrió una nueva perspectiva: mediante el sufrimiento se puede progresar en la entrega y alcanzar el grado más elevado del amor, gracias a aquel que «nos amó y se entregó por nosotros». Como participación en el misterio de la Cruz, el sufrimiento puede ahora aceptarse y vivirse como colaboración en la misión salvífica de Cristo. El Concilio Vaticano II afirmó esta convicción de la Iglesia sobre la unión especial que tienen con Cristo paciente por la salvación del mundo todos los que se encuentran atribulados u oprimidos.Jesús mismo, al proclamar las Bienaventuranzas, tuvo en cuenta todas las manifestaciones del sufrimiento humano: Los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son despreciados por la sociedad o son perseguidos injustamente. También nosotros, al contemplar el mundo, descubrimos mucha miseria, con múltiples formas, antiguas y nuevas: Los signos del sufrimiento se ven por doquier. Por eso, hablamos de ellos en esta catequesis, tratando de descubrir mejor el plan de Dios que guía a la humanidad por un camino tan doloroso y el valor salvífico que el sufrimiento, al igual que el trabajo, tiene para la humanidad entera.

2. En la Cruz se manifestó a los cristianos el «evangelio del sufrimiento». Jesús reconoció en su sacrificio el camino establecido por el Padre para la Redención de la humanidad, y lo recorrió. También anunció a sus discípulos que se asociarían a ese sacrificio: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». Pero esa predicción no queda aislada, no se agota en sí misma, porque se completa con el anuncio de que el dolor se transformará en

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gozo: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo». En la perspectiva redentora, la Pasión de Cristo se orienta hacia la Resurrección. Así pues, también los hombres están asociados al misterio de la Cruz, para participar, con gozo, en el misterio de la Resurrección.

La bienaventuranza de los que sufren3. Por ese motivo, Jesús no duda en proclamar la bienaventuranza de los que sufren: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados... Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos». Sólo se puede entender esta bienaventuranza si se admite que la vida humana no se limita al tiempo de la permanencia en 1a tierra, sino que se proyecta hacia el gozo perfecto y la plenitud de vida en el más allá. El sufrimiento terreno, cuando se acepta con amor, es como una fruta amarga que encierra la semilla de la vida nueva, el tesoro de la gloria mundo lleno de males y enfermedades de todo tipo es con frecuencia muy lastimoso, en él se esconde la esperanza de un mundo superior de caridad y de gracia.Se trata de una esperanza que se funda, en la promesa de Cristo. Apoyados en ella, los que sufren unidos a Él en la fe experimentan ya en esta vida un gozo que puede parecer humanamente inexplicable. En efecto, el cielo comienza en la tierra; la bienaventuranza, por decir así, es anticipada en las bienaventuranzas. «En las personas santas decía Santo Tomás de Aquino se da un comienzo de la vida bienaventurada».Mediante el sufrimiento aceptado, quiere elevar la vida humana al nivel del amor salvífico de Cristo. Ahora bien, la fe nos lleva a aceptar este misterio y, a pesar de todo, infunde paz y alegría en el alma de quien sufre. A veces se llega a decir, con san Pablo: «estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones»

7. Quien revive el espíritu de oblación de Cristo es impulsado a imitarlo también en la ayuda a los demás que sufren. Jesús alivió los innumerables sufrimientos humanos que lo rodeaban. Es un modelo perfecto también en esto. Asimismo, nos dio el mandamiento del amor mutuo, que implica la compasión y la ayuda recíproca. En la parábola del buen samaritano, Jesús enseña la iniciativa generosa en favor de los que sufren, y reveló su presencia en todos los que padecen necesidad y dolor, pues todo acto de caridad hacia los que sufren es hecho a Cristo mismo.A todos los que me escucháis quisiera dejaros como conclusión las palabras de Jesús: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Eso significa que el sufrimiento, destinado a santificar a los que sufren, también está destinado a santificar a los que les proporcionan ayuda y consuelo. Estamos siempre en el centro del misterio de la cruz salvífica.

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15-04-94 16. LA VERDAD PROFUNDA DE LA ENFERMEDAD1. En la catequesis anterior hablamos de la dignidad de los que sufren y del apostolado que pueden realizar en la Iglesia. Hoy reflexionaremos, más en particular, sobre los enfermos, porque las pruebas a la que está sometida la salud son hoy, como en el pasado, de notable importancia en la vida humana. La Iglesia no puede menos de sentir en su corazón la necesidad de la cercanía y la participación en este misterio doloroso que asocia a tantos hombres de todo tiempo al estado de Jesucristo durante su Pasión.En el mundo todos padecen algún quebranto en su salud, pero algunos más que otros, como los que sufren una enfermedad permanente, o se hallan sometidos, por alguna irregularidad o debilidad corporal, a muchas molestias. Basta entrar en los hospitales para descubrir el mundo de

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la enfermedad, el rostro de una humanidad que gime y sufre. La Iglesia no puede por menos de ver y ayudar a ver en este rostro los rasgos del Christus patiens, no puede por menos de recordar el de orden superior. No puede por menos de ser una Ecclesia compatiens con Cristo y con todos los que sufren.

2. Jesús manifestó su compasión para con los enfermos, revelando la gran bondad y ternura de su corazón, que le llevó a socorrer a las personas que sufrían en su alma y en su cuerpo, también con su poder de hacer milagros. Por eso, realizaba numerosas curaciones, hasta el punto de que los enfermos acudían a Él para obtener los beneficios de su poder taumatúrgico. Como dice el evangelista Lucas, grandes muchedumbres iban no sólo para oírlo, sino también para «ser curados de sus enfermedades». Con su empeño por librar del peso de la enfermedad a los que se acercaban a Él, Jesús nos deja vislumbrar la especial intención de la misericordia divina con respecto a ellos: Dios no es indiferente ante los sufrimientos de la enfermedad y da su ayuda a los enfermos, en el plan salvífico que el Verbo encarnado revela y lleva a cabo en el mundo.

3. En efecto, Jesús considera y trata a los enfermos en la perspectiva de la obra de salvación que el Padre le mandó realizar. Las curaciones corporales forman parte de esa obra de salvación y, al mismo tiempo, son signos de la gran curación espiritual que brinda a la humanidad. Nos manifiesta de forma muy clara esa intención superior cuando a un paralítico, presentado ante Él para obtener la curación, Ie otorga ante todo el perdón de sus pecados; luego, conociendo las objeciones interiores de algunos escribas y fariseos presentes, acerca del poder exclusivo de Dios al respecto, declara: «Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”».En éste, como en otros muchos casos, Jesús con el milagro quiere demostrar su poder de librar al alma humana de sus culpas, purificándola. Cura a los enfermos con miras a ese don superior, que ofrece a todos los hombres, es decir: la salvación espiritual. Los sufrimientos de la enfermedad no pueden hacernos olvidar que para toda persona tiene mucha más importancia la salvación espiritual.

Prioridad de la salvación espiritual4. En esta perspectiva de salvación, Jesús pide, por tanto, la fe en su poder de Salvador. En el caso del paralítico, que acabamos de recordar, Jesús responde a la fe de las cuatro personas que le llevaron al enfermo: «Viendo la fe de ellos» dice San Marcos.Al padre del epiléptico le exige la fe, diciendo: «Todo es posible para quien cree». Admira la fe del centurión: «Anda; que te suceda como has creído», y la de la cananea: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». El milagro hecho en favor del ciego Bartimeo lo atribuye a la fe: «Tu fe te ha salvado». Palabras semejantes dirige a la hemorroísa: «Hija, tu fe te ha salvado». Jesús quiere inculcar la idea de que la fe en Él, suscitada por el deseo de la curación, está destinada a procurar la salvación que cuenta más: la salvación espiritual. De los episodios evangélicos citados se deduce que la enfermedad, en el plan divino, puede ser un estímulo para la fe. Los enfermos son impulsados a vivir el tiempo de su enfermedad como un tiempo de fe más intensa y por consiguiente, como un tiempo de santificación y de acogida más plena y más consciente de la salvación que viene de Cristo. Es una gran gracia recibir esta luz sobre la verdad profunda de la enfermedad.

También hoy se dan curaciones milagrosas5. El Evangelio atestigua que Jesús asoció a sus Apóstoles a su poder de curar a los enfermos; más aún, en su despedida antes de la Ascensión, les aseguró que en las curaciones realizarían uno de los signos de la verdad de la predicación evangélica. Se trataba de llevar el Evangelio a todas las gentes del mundo, entre dificultades humanamente insuperables. Por eso, se explica que

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en los primeros tiempos de la Iglesia se produjeran numerosas curaciones milagrosas, destacadas por los Hechos de los Apóstoles. Tampoco en los tiempos sucesivos faltaron las curaciones consideradas milagrosas, como lo testimonian las fuentes históricas y biográficas autorizadas y la documentación de los procesos de canonización. Se sabe que la Iglesia es muy exigente al respecto. Eso responde a un deber de prudencia. Pero, a la luz de la historia, no se pueden negar muchos casos que en todo tiempo demuestran la intervención extraordinaria del Señor en favor de los enfermos.La Iglesia, sin embargo, a pesar de contar siempre con esas formas de intervención, no se siente dispensada del esfuerzo diario por socorrer y curar a los enfermos, tanto con las instituciones caritativas tradicionales, como con las modernas organizaciones de los servicios sanitarios.

La Iglesia tiene necesidad de los enfermos6. En efecto, en la perspectiva de la fe, la enfermedad asume una nobleza superior y manifiesta una eficacia particular como ayuda al ministerio apostólico. En este sentido, la Iglesia no duda en declarar que tiene necesidad de los enfermos y de su oblación al Señor para obtener gracias más abundantes para la humanidad entera. Si a la luz del Evangelio la enfermedad puede ser un tiempo de gracia, un tiempo en que el amor divino penetra más profundamente en los que sufren, no cabe duda que, con su ofrenda, los enfermos se santifican y contribuyen a la santificación de los demás.Eso vale, en particular; para los que se dedican al servicio de los enfermos. Dicho servicio, al igual que la enfermedad, es un camino de santificación. A lo largo de los siglos, ha sido una manifestación de la caridad de Cristo, que es precisamente la fuente de la santidad.Es un servicio que requiere entrega, paciencia y delicadeza, así como una gran capacidad de compasión y comprensión, sobre todo porque, además de la curación bajo el aspecto estrictamente sanitario, hace falta llevar a los enfermos también el consuelo moral, como sugiere Jesús: «estuve enfermo y me visitasteis».

7. Todo ello contribuye a la edificación del cuerpo de Cristo en la caridad, tanto por la eficacia de la oblación de los enfermos, como por el ejercicio de las virtudes en los que los curan o visitan. Así se hace realidad el misterio de la Iglesia, madre y ministra de la caridad. Así la han representado algunos pintores, como Piero della Francesca: en el Políptico de la misericordia, pintado en 1448 y conservado en Borgo San Sepulcro, representa a la Virgen María, imagen de la Iglesia, en el momento de extender su manto para proteger a los fieles, que son los débiles, los miserables, los desahuciados, el pueblo, el clero y las vírgenes consagradas, como los enumeraba el Obispo Fulberto de Chartres en una homilía escrita en el año 1208. Debemos esforzarnos por lograr que nuestro humilde y afectuoso servicio a los enfermos participe en el de la Iglesia, nuestra madre, cuyo modelo perfecto es María, para un ejercicio eficaz de la terapia del amor.

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22-04-94 17. DIGNIDAD Y MISIÓN DE LA MUJER CRISTIANA

El papel de la mujer cristiana1. En las catequesis sobre la dignidad y el apostolado de los laicos en la Iglesia, hemos expuesto el pensamiento y los proyectos de la Iglesia válidos para todos los fieles, tanto hombres como mujeres. Pero ahora queremos considerar más en particular el papel de la mujer cristiana, no sólo por la importancia que siempre han tenido las mujeres en la Iglesia, sino también por las esperanzas que en ellas se ponen y se deben poner para el presente y para el futuro. Muchas voces se han elevado en nuestro tiempo para pedir el respeto de la dignidad personal de la mujer y el reconocimiento de una efectiva igualdad de derechos con respecto al hombre, a fin de brindarle

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la plena posibilidad de desempeñar su misión en todos los sectores y en todos los niveles de la sociedad. La Iglesia considera el movimiento, llamado de emancipación o liberación o promoción de la mujer, a la luz de la doctrina revelada sobre la dignidad de la persona humana, sobre el valor de las diversas personas, tanto mujeres como hombres, ante el Creador y sobre la misión que se atribuye a la mujer en la obra de la salvación. Así pues, la Iglesia piensa que, en realidad, el reconocimiento del valor de la mujer tiene como fuente última la conciencia cristiana del valor de toda persona. Esa conciencia, estimulada por el desarrollo de las condiciones socioculturales e iluminada por el Espíritu Santo, lleva a comprender coda vez mayor las intenciones del designio divino contenido en la Revelación. Y debemos esforzarnos por estudiar esas intenciones divinas, sobre todo en el Evangelio, tratando del valor de la vida de los laicos, y en particular del de las mujeres, a fin de favorecer su contribución a la obra de la Iglesia para la difusión del mensaje evangélico y para la llegada del reino de Dios.

La mujer-objeto a causa del egoísmo masculino2. En la perspectiva de la antropología cristiana, toda persona humane tiene su dignidad; y la mujer, como persona, no tiene una dignidad menor que la del hombre. Ahora bien, con demasiada frecuencia la mujer es considerada como objeto a causa del egoísmo masculino, que se ha manifestado de muchas formas en el pasado y se sigue manifestando también en nuestros días. En la situación actual intervienen múltiples razones de índole cultural y social, que es preciso analizar con serena objetividad; pero no es difícil descubrir en ellas también el influjo de una tendencia al predominio y a la prepotencia, que ha encontrado y encuentra sus víctimas especialmente en las mujeres y en los niños. Por lo demás, el fenómeno ha sido y es también más general: tiene origen, como escribí en la Christifideles laici, en «aquella injusta y demoledora mentalidad que considera al ser humano como una cosa, como un objeto de compra-venta, como un instrumento del interés egoísta o del solo placer».Los laicos cristianos están llamados a luchar contra todas las formas que asuman esa mentalidad, incluso cuando se exprese en espectáculos y publicidad, encaminados a acentuar la carrera frenética al consumo. Pero también las mujeres deben contribuir a lograr el respeto a su persona, sin rebajarse a ninguna forma de complicidad con lo que va contra su dignidad.

La mujer no debe masculinizarse, debe ser mujer3. Siempre sobre la base de la misma antropología, la doctrina de la Iglesia enseña que es preciso sacar con coherencia todas las consecuencias que derivan del principio de la igualdad de la mujer con respecto al hombre, en la dignidad personal y en los derechos humanos fundamentales. La Biblia nos deja vislumbrar esa igualdad. A este respecto, puede ser interesante notar que en la redacción más antigua de la creación de Adán y Eva la mujer es creada por Dios de la costilla del hombre, y está puesta al lado del hombre como otro yo con quien él, de manera diferente a la de cualquier otra realidad creada, pueda dialogar de igual a igual. En esta perspectiva se coloca el otro relato de la creación, en el que se afirma inmediatamente que el hombre creado a imagen de Dios es varón y mujer. «Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó». Así se manifiesta la diferencia de sexos, pero sobre todo su necesaria complementariedad.Se podría decir que al autor sagrado, en definitiva, le interesaba afirmar que la mujer, al igual que el hombre, lleva en sí la semejanza con Dios, y que fue creada a imagen de Dios en lo que es específico de su persona de mujer y no sólo en lo que tiene de común con el hombre. Se trata de una igualdad en la diversidad. Así pues, para la mujer la perfección no consiste en ser como el hombre, en masculinizarse hasta perder sus cualidades específicas de mujer: su perfección, que es también un secreto de afirmación y de relativa autonomía, consiste en ser mujer, igual al hombre pero diferente. En la sociedad civil, y también en la Iglesia, se deben reconocer la igualdad y la diversidad de las mujeres.

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4. Diversidad no significa una oposición necesaria y casi implacable. En el mismo relato bíblico de la creación, se afirma la cooperación del hombre y de la mujer como condición del desarrollo de la humanidad y de su obra de dominación sobre el universo: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla». A la luz de este mandato del Creador, la Iglesia sostiene que «el matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos». En un plano más general, digamos que la instauración del orden temporal debe brotar de la cooperación del hombre y de la mujer.

5. Pero el texto siguiente del Génesis muestra asimismo que en el designio divino la cooperación del hombre y de la mujer debía realizarse, en un nivel superior, en la perspectiva de la asociación del nuevo Adán y de la nueva Eva. En efecto, en el protoevangelio la enemistad se establece entre el demonio y la mujer. Como primera enemiga del maligno, la mujer es la primera aliada de Dios. En esa mujer podemos reconocer, a la luz del Evangelio, a la Virgen María. Pero en ese texto podemos leer también una verdad que atañe a las mujeres en general: por una elección gratuita de Dios, han sido llamadas a desempeñar un papel de primer plano en la alianza divina. De hecho eso se puede apreciar en las figuras de tantas santas, verdaderas heroínas del reino de Dios; pero también la historia y la cultura humana muestran la obra de la mujer al servicio del bien.

Santa María, modelo de mujer6. En María se revela plenamente el valor atribuido en el plan divino a la persona y a la misión de la mujer. Para convencerse de ello, basta reflexionar en el valor antropológico de los aspectos fundamentales de la Mariología: María está tan llena de gracia desde el primer instante de su existencia, que fue preservada del pecado. Resulta evidente que el favor divino se concedió con abundancia a la bendita entre todas las mujeres, y de María se refleja también en la condición de la mujer, excluyendo cualquier inferioridad. Además, María está implicada en la alianza definitiva de Dios con la humanidad. Tiene la misión de dar su consentimiento, en nombre de la humanidad, a la venida del Salvador. Esta misión supera todas las reivindicaciones de los derechos de la mujer, incluso las más recientes: María intervino de modo excelso y humanamente impensable en la historia de la humanidad, y con su consentimiento contribuyó a la transformación de todo el destino humano. Es más: María cooperó al desarrollo de la misión de Jesús, tanto al darlo a luz, al educarlo y acompañarlo en sus años de vida oculta, como después, durante los años de su ministerio público, al apoyar de modo discreto su acción, comenzando en Caná, donde obtuvo la primera manifestación del poder milagroso del Salvador: como dice el Concilio, fue María quien «suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías». Sobre todo, María cooperó con Cristo a la obra redentora, no sólo preparando a Jesús para su misión, sino también uniéndose a su sacrificio para la salvación de todos.

7. La luz de María puede difundirse, también hoy, sobre el mundo femenino, e iluminar los antiguos y nuevos problemas de la mujer, ayudando a todos a comprender su dignidad y a reconocer sus derechos. Las mujeres reciben una gracia especial; la reciben para vivir en la alianza con Dios según su dignidad y su misión. Están llamadas a unirse a su manera una manera que es excelente a la obra redentora de Cristo. A las mujeres les corresponde desempeñar un gran papel en la Iglesia. Se percibe de modo muy claro a la luz del Evangelio y de la sublime figura de María.

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18. LAS MUJERES EN EL EVANGELIO (6-VII-1994)1. Cuando se habla de la dignidad y de la misión de la mujer según la doctrina y el espíritu de la Iglesia, hay que tener presente el Evangelio, a cuya luz el cristiano ve, examina y juzga todo.

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En la anterior catequesis hemos proyectado la luz de la Revelación sobre la identidad y el destino de la mujer, presentando como signo a la Virgen María, según las indicaciones del Evangelio. Ahora bien, en esa fuente divina encontramos otros signos de la voluntad de Cristo acerca de la mujer. Habla de ella con respeto y bondad, manifestando con su intención acogerla y pedirle que se comprometa en la instauración del reino de Dios en el mundo.

Ternura de Jesús por los que sufren2. Podemos recordar, ante todo, los numerosos casos de curación de mujeres. Y las otras ocasiones en que Jesús revela su corazón de Salvador, lleno de ternura en los encuentros con quienes sufren, sean hombres o mujeres. «No llores», le dice a la viuda de Naín. Y luego le devuelve a su hijo resucitado. Este episodio permite vislumbrar cuál debía de ser el sentimiento íntimo de Jesús hacia su madre, María, en la perspectiva dramática de la participación en su pasión y muerte. Jesús habla también con ternura a la hija muerta de Jairo: «Muchacha, a ti te digo, levántate». Y, después de haberla resucitado, ordena que le den de comer. Asimismo, manifiesta su simpatía por la mujer encorvada, a la que cura: y, en este caso, con su alusión a Satanás, nos hace pensar también en la salvación espiritual que ofrece a esa mujer.

Admiración por la fe de algunas mujeres3. En otras páginas del Evangelio se expresa la admiración de Jesús por la fede algunas mujeres. Por ejemplo, en el caso de la hemorroísa, a la que dice: «Tu fe te ha salvado». Es un elogio que tiene gran valor, porque la mujer había sido objeto de la segregación impuesta por la ley antigua. Jesús libera a la mujer también de esa opresión social. A su vez, la cananea merece esta alabanza de Jesús:«Mujer, grande es tu fe». Se trata de un elogio que tiene un significado muy especial, si pensamos que se dirige a una extranjera para el mundo de Israel. Podemos recordar también la admiración que Jesús siente por la viuda que da su óbolo para el tesoro del templo; y su aprecio por el servicio que recibe de María en Betania, cuyo gesto, como Él mismo anuncia, se conocerá en todo el mundo.

4. También en sus parábolas Jesús presenta comparaciones y ejemplos tomados del mundo femenino, a diferencia del midrash de los rabinos, donde sólo aparecen figuras masculinas. Jesús se refiere tanto a las mujeres como a los hombres. Si se hace una comparación, podríamos decir que las mujeres quizá tienen ventaja. Esto significa, por lo menos, que Jesús quiere evitar incluso la apariencia de que a la mujer se la considere inferior.Más aún: Jesús abre la puerta de su reino tanto a las mujeres como a los hombres. Al abrirla a las mujeres, quiere abrirla a los niños. Cuando dice: «Dejad que los niños vengan a mí», reacciona contra la actitud de sus discípulos, que querían impedir a las mujeres presentar sus hijos al Maestro. Se podría decir que da razón a las mujeres y a su amor por los niños.Numerosas mujeres acompañan a Jesús en su ministerio, lo siguen y le sirven a Él, así como a la comunidad de sus discípulos. Es un hecho nuevo con respecto a la tradición judía. Jesús, que atrajo a esas mujeres para que lo siguieran, manifiesta también así que superó los prejuicios difundidos en su ambiente, como en buena parte del mundo antiguo, sobre la inferioridad de la mujer. Su lucha contra las injusticias y la prepotencia le llevó también a esa eliminación de las discriminaciones entre las mujeres y los hombres en su Iglesia.

Rechazo del pecado. Compasión por la persona.5. No podemos menos de añadir que el Evangelio destaca la benevolencia de Jesús también hacia algunas pecadoras, a las que pide arrepentimiento, pero sin reprenderlas por sus faltas, entre otras cosas porque dichas faltas implican la corresponsabilidad con el hombre. Algunos episodios son muy significativos: a la mujer que va a la casa del fariseo Simón, no sólo le perdona sus pecados,

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sino que también la elogia por su amor; a la samaritana la transforma en mensajera de la nueva fe; a la mujer adúltera, además de perdonarla, la invita a no pecar más. Es evidente que Jesús rechaza el mal, el pecado, no importa quién lo cometa; pero ¡cuánta comprensión muestra hacia la fragilidad humana y cuánta bondad hacia el que ya sufre a causa de su miseria espiritual y, más o menos conscientemente, busca en él al Salvador!

6. Por último, el Evangelio testimonia que Jesús invita expresamente a las mujeres a cooperar en su obra salvífica. No sólo admite que lo sigan para ponerse a su servicio y al de la comunidad de sus discípulos, sino que también les pide otras formas de compromiso personal. Así, a Marta le pide mayor empeño en la fe, y ella respondiendo a la invitación del Maestro, hace su profesión de fe antes de la resurrección de Lázaro. Después de la Resurrección, a las mujeres piadosas que habían ido al sepulcro y a María Magdalena les confía la tarea de transmitir su mensaje a los Apóstoles. «Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles». Son señales bastante elocuentes de su deseo de hacer participar también a las mujeres en el servicio del Reino.

7. Esta actitud de Jesús se explica teológicamente por su deseo de unificar a la humanidad. Como dice San Pablo, Cristo quiso reconciliar a todos los hombres, mediante su sacrificio, «en un solo cuerpo» y hacer de todos «un solo hombre nuevo», de modo que «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». Ésta es la conclusión de nuestra catequesis: si Jesucristo ha reunido al hombre y a la mujer en la igualdad de su condición de hijos de Dios, los compromete a ambos en su misión, pero sin suprimir la diversidad, sino eliminando toda desigualdad injusta y reconciliando a todos en la unidad de la Iglesia que las mujeres dieron a la evangelización, comenzando por «Febe, nuestra hermana como la llama San Pablo, diaconisa de la Iglesia de Cencreas [...]. Ella dice ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo». Me complace rendir homenaje aquí a su memoria y a la de tantas colaboradoras de los Apóstoles en Cencreas, en Roma y en todas las comunidades cristianas. Junto con ellas recordamos y exaltamos también a todas las demás mujeres religiosas y laicas que a lo largo de los siglos han dado testimonio del Evangelio y han transmitido la fe, ejerciendo un gran influjo en la creación de un clima cristiano en la familia y en la sociedad. Volver al índice compilación lecturas.

19. CARISMAS Y MISIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA (13-VII-1994).

1. En la Iglesia todos los seguidores de Cristo pueden y deben ser miembros activos en virtud del Bautismo y la Confirmación, y los casados, en virtud del mismo sacramento del Matrimonio. Pero quiero destacar hay algunos puntos relacionados con el compromiso de la mujer que, ciertamente, está llamada a dar su contribución personal dignísima e importantísima a la misión de la Iglesia.La mujer, participando, como todos los fieles, del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, manifiesta sus aspectos específicos, correspondientes y adecuados a la personalidad femenina; y precisamente por esta razón recibe algunos carismas, que abren caminos concretos a su misión.

Contribución de su sabiduría, valentía, entrega, espiritualidad

2. No puedo repetir aquí cuanto he escrito en la Carla Apostólica Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988) y en la Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de 1988) sobre la dignidad de la mujer y los fundamentos antropológicos y teológicos de la condición femenina. He hablado allí de su participación en la vida de la sociedad humana y cristiana y en la misión de la Iglesia, en relación con la familia, la cultura y los diferentes estados de vida, los varios sectores en

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los que se realiza la actividad humana y las diversas experiencias de alegría y dolor, salud y enfermedad, éxito y fracaso, presentes en la vida de todos.Según el principio enunciado por el Sínodo de 1987 y recogido por la Christifideles laici, «las mujeres participan en la vida de la Iglesia sin ninguna discriminación, también en las consultaciones y en la elaboración de las decisiones». De ahí que las mujeres tengan la posibilidad de participar en los varios consejos pastorales diocesanos y parroquiales, así como en los sínodos diocesanos y en los concilios particulares. Más aún, según la propuesta del Sínodo, las mujeres «deben ser asociadas a la preparación de los documentos pastorales y de las iniciativas misioneras, y deben ser reconocidas como cooperadoras de la misión de la Iglesia en la familia, en la profesión y en la comunidad civil». En todos estos campos la intervención de mujeres preparadas puede dar una gran contribución de sabiduría y moderación, de valentía y entrega, de espiritualidad y fervor para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

3. En todo el compromiso eclesial de la mujer puede y debe reflejarse la luz de la revelación evangélica, según la cual una mujer, como representante del género humana, fue llamada a dar su consenso a la Encarnación del Verbo. El relato de la Anunciación sugiere esta verdad, cuando nos enseña que sólo después del fiat mihi de Maria, que aceptaba ser la madre del Mesías, «el ángel, dejándola, se fue». El ángel había cumplido su misión: podía llevar a Dios el sí de la humanidad, pronunciado por María de Nazaret. Siguiendo el ejemplo de María, a la que Isabel poco tiempo después proclama bendita por haber creído, y recordando que también a Marta, antes de resucitar a Lázaro, Jesús le pide una profesión de fe, la mujer cristiana se sentirá llamada de modo singular a profesar y a testimoniar su fe. La Iglesia necesita testigos decididos, coherentes y fieles que, ante las dudas y la incredulidad tan frecuentes en muchos sectores de la sociedad actual, muestren su adhesión a Cristo, siempre viva, con sus palabras y sus obras. No podemos olvidar que, según el relato evangélico, el día la Resurrección de Jesús las mujeres fueron las primeras en testimoniar esta verdad, afrontando las dudas y, quizá, cierto escepticismo de los discípulos, que no querían creer pero que, al final, compartieron su fe. También en aquel momento se manifestaba la naturaleza más intuitiva de la inteligencia de la mujer, que la hace más abierta a la verdad revelada y más capaz de captar el significado de los hechos y aceptar el mensaje evangélico. A lo largo de los siglos han sido innumerables las pruebas de esta capacidad y de esta prontitud.

Transmisión de la fe en la familia

4. La mujer tiene una aptitud particular para transmitir la fe y, por eso, Jesús recurrió a ella para la evangelización. Así sucedió con la samaritana, a la que Jesús encuentra en el pozo de Jacob y elige para la primera difusión de la nueva fe en territorio no judío. El Evangelista anota que, después de haber aceptado personalmente la fe en Cristo, la samaritana se apresura a comunicarla a los demás, con entusiasmo pero también con la sencillez que favorece el consenso de fe: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?». La samaritana, pues, se limita a formular una pregunta y atrae a sus paisanos hacia Jesús, con la humildad sincera que acompaña la comunicación del maravilloso descubrimiento que ha hecho. En su actitud pueden vislumbrarse las cualidades típicas del apostolado femenino también en nuestro tiempo: la iniciativa humilde, respeto a las personas, sin la pretensión de imponer un modo de ver, y la invitación a repetir su experiencia, como camino para llegar a la convicción personal de la fe.

5. Es preciso observar que, en la familia, la mujer tiene la posibilidad y la responsabilidad de la transmisión de la fe en la primera educación de los hijos. De modo peculiar, le corresponde la tarea gozosa de llevarlos a descubrir el mundo sobrenatural. La comunión profunda que la une a ellos le permite orientarlos eficazmente hacia Cristo. Sin embargo, esta tarea de transmisión de la fe por parte de la mujer no está destinada a realizarse sólo en el ámbito de la familia, sino -como

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se lee en la Christifideles laici: «también en los más diversos lugares educativos y, en términos más amplios, en todo aquello que se refiere a la recepción de la palabra de Dios, su comprensión y su comunicación, también mediante el estudio, la investigación y la docencia teológica». Se trata de alusiones al papel que la mujer desempeña en el campo de la catequesis, que ha ganado hoy espacios amplios y diversos, algunos de los cuales eran impensables en tiempos pasados.

Su comprensión, su sensibilidad, su compasión

6. Además, la mujer tiene un corazón comprensivo, sensible y compasivo, que le permite conferir un estilo delicado y concreto a la caridad. Sabemos que ha habido siempre en la Iglesia numerosas mujeres -religiosas y laicas, madres de familia y solteras- que se han dedicado a aliviar los sufrimientos humanos. Han escrito páginas maravillosas de entrega a las necesidades de los pobres, de los que sufren, de los enfermos, de los minusválidos y de todos los que ayer eran -y a menudo aún lo son hoy- abandonados o rechazados por la sociedad. ¡Cuántos nombres suben del corazón a los labios incluso cuando se quiere hacer sólo una simple alusión a esas figuras heroicas de la caridad, ejercida con tacto y habilidad completamente femenina, en las familias, en los institutos, en los casos de males físicos, y con personas que eran víctimas de la angustia moral, la opresión y la explotación! Nada de esto escapa a la mirada divina, y también la Iglesia lleva en su corazón los nombres y las experiencias ejemplares de tantas nobles representantes de la caridad, que a veces inscribe en el catálogo de sus santos.

La animación de la liturgia7. Por último un campo significativo del apostolado femenino en la Iglesia s el de la animación de la liturgia. La participación femenina en las celebraciones, generalmente más numerosa que la masculina, muestra el compromiso en la fe, la sensibilidad espiritual, la inclinación a la piedad y la adhesión de la mujer a la oración litúrgica y a la Eucaristía.En esta cooperación de la mujer con el sacerdote y con los otros fieles en la celebración eucarística, podemos ver proyectada la luz de la cooperación de la Virgen María con Cristo, en la Encarnación y en la Redención. Ecce ancilla Domini: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». María es el modelo de la mujer cristiana en el espíritu y en la actividad, que dilata en el mundo el misterio del Verbo encarnado y redentor.Jesús confió la continuación de su obra redentora en la Iglesia al ministerio de los Doce y de sus colaboradores y sucesores. No obstante, junto a ellos quiso la cooperación de las mujeres, como lo demuestra el hecho de haber asociado a María a su obra. Más específicamente, manifestó esa intención con la elección de María Magdalena como pregonera del primer mensaje del Resucitado a los Apóstoles. Es una colaboración que aparece ya al comienzo de la evangelización, y seha repetido luego muchísimas veces, desde los primeros siglos cristianos, ya sea como actividad educativa o escolar, ya como compromiso de apostolado cultural, o de acción social, o de colaboración con las parroquias, las diócesis y las diferentes instituciones católicas. En todo caso, la luz de la Ancilla Domini, y de las otras mujeres ejemplares, que el Evangelio ha inmortalizado, resplandece en el ministerio de la mujer. Aunque a muchas no las conocemos, de ninguna de ellas se olvida Cristo, quien al referirse a María de Betania, que había derramado sobre su cabeza aceite perfumado, afirmó: «Dondequiera que se proclame esta buena nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho». Agradezco al Señor que me haya permitido celebrar hoy un nuevo encuentro en esta sala.

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20. EMINENTE DIGNIDAD POR SU MATERNIDAD (20-VII-1994)

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1. Aunque a la mujer se le abran espacios de trabajo profesional en la sociedad y de apostolado en la Iglesia, nada podrá equipararse nunca con la eminente dignidad que le corresponde por su maternidad, cuando la vive en todas sus dimensiones. Vemos que María, modelo de la mujer; cumplió la misión a la que fue llamada en la economía de la Encarnación y de la Redención por el camino de la maternidad.En la Carla Apostólica Mulieris dignitatem, he subrayado que la maternidad de María fue asociada de modo excepcional a su virginidad, de manera que es también el modelo de las mujeres que consagran su virginidad a Dios. Cuando tratemos de la vida consagrada, podremos volver a este tema de la virginidad dedicada al Señor. En esta catequesis, continuando la reflexión sobre el papel de los laicos en la Iglesia, deseo, más bien, considerar la aportación de la mujer a la comunidad humane y cristiana mediante la maternidad. El valor de la maternidad fue elevado a su grade más alto en María, madre del eterno Verbo-Dios, que se hizo hombre en su seno virginal. Por esta maternidad, María es parte esencial del misterio de la Encarnación. Además, por su unión con el sacrificio redentor de Cristo, se ha convertido en madre de todos los cristianos y de todos los hombres. También desde este punto de vista resplandece el valor que se atribuye a la maternidad en el plano divino, y que halla su expresión singular y sublime en María, pero que, desde esa cumbre suprema de humanidad, puede verse reflejado en toda maternidad.

Capacidad y misión de engendrar2. Tal vez hoy, más que nunca, es necesario revalorizar la idea de la maternidad, que no es una concepción arcaica, propia de los comienzos mitológicos de la civilización. Aunque se multipliquen y aumenten Las ocupaciones de la mujer, todo en ella -fisiología, psicología, hábitos casi connaturales, así como sentimiento moral, religioso e, incluso, estético- muestra y exalta su aptitud, su capacidad y su misión de engendrar un nuevo ser. Ella está más preparada que el hombre para la función generativa. En virtud del embarazo y del parto, está unida más íntimamente a su hijo, sigue más de cerca todo su desarrollo, es más inmediatamente responsable de su crecimiento y participa más intensamente en su alegría, en su dolor y en sus riesgos en la vida. Aunque es verdad que la tarea de la madre debe coordinarse con la presencia y la responsabilidad del padre, la mujer desempeña el papel más importante al comienzo de la vida de todo ser humano. Es un papal en el que resalta una característica esencial de la persona humane, que no está destinada a cerrarse en sí misma, sine a abrirse v a entregarse a los demás. Es lo que afirma la Constitución Gadium et spes, según la cual el ser humane «no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincere de sí mismo »3. Esta orientación hacia los demás es esencial para la persona, en virtud de la altísima fuente de caridad trinitaria de la que nace el hombre. Y la maternidad constituye un momento culminante de esa orientación personalista y comunitaria.

Aberraciones para alejarse del espíritu cristiano3. Por desgracia, debemos constatar que el valor de la maternidad ha sido objeto de contestaciones y críticas. La grandeza que se le atribuye tradicionalmente ha sido presentada como una idea retrógrada, un fetiche social. Desde un punto de vista antropológico-ético, algunos la han considerado un límite impuesto al desarrollo de la personalidad femenina, una restricción de la libertad de la mujer y de su deseo de tener y realizar otras actividades. Así, muchas mujeres se sienten impulsadas a renunciar a la maternidad no por otras razones de servicio y, en definitiva, de maternidad espiritual, sine para poder dedicarse a un trabajo profesional. Muchas, incluso, reivindican el derecho a suprimir en sí mismas la vida de un hijo mediante el aborto, como si el derecho que tienen sobre su cuerpo implicara un derecho de propiedad sobre su hijo concebido. En alguna ocasión, a una madre que ha preferido afrontar el riesgo de perder la vida se la ha acusado de locura o egoísmo y, en todo case, se ha hablado de atraso cultural. Son aberraciones

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en Las que se manifiestan los terribles efectos del hecho de haberse alejado del espíritu cristiano, El valor de la maternidad fue elevado a su grado más alto en María, madre del eterno Verbo-Dios, que se hizo hombre en su seno virginal. Por esta maternidad, María es parte esencial del misterio de la Encarnación. Además, por su unión con el sacrificio redentor de Cristo, se ha convertido en madre de todos los cristianos y de todos los hombres. También desde este punto de vista resplandece el valor que se atribuye a la maternidad en el plano divino, y que halla su expresión singular y sublime en María, pero que, desde esa cumbre suprema, puede verse reflejado en toda maternidad humana.

Maternidad responsable4. La concepción de la personalidad y de la comunión humana que se deduce del Evangelio no permite aprobar la renuncia voluntaria a la maternidad por el simple deseo de conseguir ventajas materiales o satisfacciones en el ejercicio de determinadas actividades. En efecto, eso constituye una deformación de la personalidad femenina, destinada a la propagación connatural mediante la maternidad. De igual forma, la unión matrimonial no puede agotarse en el egoísmo de dos personas: el amor que une a los esposos tiende a propagarse en su hijo y a transformarse en amor de los padres a su hijo, como lo testimonia la experiencia de muchas parejas de los siglos pasados y también de nuestro tiempo: paradojas que, en el fruto de su amor, han hallado el camino para fortalecerse y afianzarse, y, en ciertos casos, para recuperarse y volver a empezar. Por otra parte, la persona del hijo, aunque acabe de ser concebido, ya goza de derechos que se deben respetar. El niño no es un objeto del que su madre puede disponer, sino una persona a la que debe dedicarse, con todos los sacrificios que la maternidad implica, pero también con las alegrías que proporciona.

5. Así pues, también en las condiciones psico-sociales del mundo contemporáneo, la mujer está llamada a tomar conciencia del valor de su vocación a la maternidad, como afirmación de su dignidad personal, como capacidad y aceptación de la expansión de sí misma en nuevas vidas, y, a la luz de la teología, como participación en la actividad creadora de Dios. Esta participación es más intensa en la mujer que en el hombre, en virtud de su papel específico en la procreación. Como leemos en el libro del Génesis, la conciencia de ese privilegio hace que Eva diga después de su primer parto: «He adquirido un varón con el favor del Señor». Y, puesto que la maternidad es por excelencia una contribución a la prolongación de la vida, en el texto bíblico a Eva se la llama «la madre de todos los vivientes». Este apelativo nos lleva a pensar que en Eva y en toda madre se realiza la imagen de Dios, que, como proclamaba Jesús, «no es un Dios de muertos, sino de vivos».A la luz de la revelación bíblica y cristiana, la maternidad aparece como una participación en el amor de Dios hacia los hombres: amor que, según la Biblia, tiene también un aspecto materno de compasión y misericordia.

Maternidad espiritual6. Junto con la maternidad que se ejerce en la familia, existen muchas otras formas admirables de maternidad espiritual, no sólo en la vida consagrada, de la que hablaremos a su tiempo, sino también en todos los casos en que vemos a mujeres comprometidas, con dedicación materna, en el cuidado de los niños huérfanos, los enfermos, los abandonados, los pobres, los desventurados; y en las numerosas iniciativas y obras suscitadas por la caridad cristiana. En estos casos se hace realidad, de forma magnífica, el principio, fundamental en la pastoral de la Iglesia, de la humanización de la sociedad contemporánea. Verdaderamente «la mujer parece tener una específica sensibilidad -gracias a la especial experiencia de su maternidad- por el hombre y por todo aquello que constituye su verdadero bien, comenzando por el valor fundamental de la vida». No es, pues, exagerado definir lugar-clave el que la mujer ocupa en la sociedad y en la Iglesia.

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21. LA MATERNIDAD EN EL ÁMBITO DEL SACERDOCIO UNIVERSAL DE LA IGLESIA (27-VII-1994)

La mujer participa en el «sacerdocio común de los fieles»

1. La mujer participa en el sacerdocio común de los fieles de muchas formas, pero especialmente con su maternidad: no sólo con la maternidad espiritual, sino también con la que muchas mujeres eligen como su función natural propia, con vistas a la concepción, la generación y la educación de sus hijos: Dar al mundo un hombre. Es una tarea que, en el ámbito de la Iglesia, incluye una elevada vocación y se transforma en una misión, con la inserción de la mujer en el sacerdocio común de los fieles.

No en el «sacerdocio ministerial»

2. En tiempos bastante recientes ha venido afirmándose, también en el ámbito católico, la reivindicación del sacerdocio ministerial por parte de algunas mujeres. Es una reivindicación que, en realidad, se basa en un supuesto insostenible, pues el ministerio sacerdotal no es una función a la que se tenga acceso sobre la base de criterios sociológicos o de procedimientos jurídicos, sino sólo por obediencia a la voluntad de Cristo. Ahora bien, Jesús confió sólo a varones la tarea del sacerdocio ministerial. Aunque invitó a algunas mujeres a que lo siguieran, pidiéndoles que cooperaran con Él, no llamó o admitió a ninguna de ellas a formar parte del grupo al que confiaría el sacerdocio ministerial en la Iglesia. Su voluntad queda manifiesta en el conjunto de su comportamiento, al igual que en algunos gestos significativos, que la tradición cristiana ha interpretado constantemente como indicaciones que hay que seguir.

La Iglesia, como Cristo, lo confiere sólo a varones

3. En efecto, los Evangelios muestran que Jesús no envió jamás a las mujeres en misiones de predicación, como hizo con el grupo de los Doce, que eran todos varones, y también con los 72, entre los que no se menciona la presencia de ninguna mujer.Sólo a los Doce Jesús da la autoridad sobre el reino: «Dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí». Sólo a los Doce confiere la misión y el poder de celebrar la Eucaristía en su nombre: esencia del sacerdocio ministerial. Sólo a los Apóstoles, después de su Resurrección, da el poder de perdonar los pecados y de emprender la obra de evangelización universal.Los Apóstoles y los otros responsables de las primeras comunidades cumplieron la voluntad de Cristo, comenzando la tradición cristiana que, desde entonces, ha estado siempre vigente en la Iglesia. He sentido el deber de reafirmar esta tradición con la reciente Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis (22 de mayo de 1994), declarando que «la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia». Aquí está en juego la fidelidad al ministerio pastoral, tal como fue instituido por Cristo. Es lo que afirmaba ya Pío XII, que, al declarar que «ningún poder compete a la Iglesia sobre la sustancia de los Sacramentos, es decir, sobre aquellas cosas que, conforme al testimonio de las fuentes de la revelación, Cristo Señor estatuyó debían ser observadas en el signo sacramental», concluía que la Iglesia debe aceptar como normativa «su práctica de conferir sólo a varones la ordenación sacerdotal».

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4. No se puede poner en tela de juicio el valor permanente y normativo de esta práctica diciendo que la voluntad manifestada por Cristo se debía a la mentalidad vigente en su época y a los prejuicios difundidos entonces, como también después, en detrimento de la mujer. En realidad, Jesús no se amoldó nunca a una mentalidad desfavorable para la mujer; al contrario, reaccionó contra la desigualdad debida a la diferencia de los sexos: al llamar a mujeres para que lo siguieran, demostró que superaba las costumbres y la mentalidad de su ambiente. Si reservaba el sacerdocio ministerial para los varones, lo hacía con toda libertad, y en sus disposiciones y opciones no había ninguna actitud desfavorable con respecto a las mujeres.

5. Si tratamos de comprender el motivo por el que Cristo reservó para los varones la posibilidad de tener acceso al ministerio sacerdotal, podemos descubrirlo en el hecho de que el sacerdote representa a Cristo mismo en su relación con la Iglesia. Ahora bien, esta relación es de tipo nupcial: Cristo es el esposo, y la Iglesia es la esposa. Así pues, para que la relación entre Cristo y la Iglesia se exprese válidamente en el orden sacramental, es indispensable que Cristo esté representado por un varón. La distinción de los sexos es muy significativa en este caso, y desconocerla equivaldría a menoscabar el sacramento. En efecto, el carácter específico del signo que se utiliza es esencial en los Sacramentos. El Bautismo se debe realizar con el agua que lava; no se puede realizar con aceite, que unge, aunque el aceite sea más costoso que el agua. Del mismo modo, el sacramento del Orden se celebra con los varones, sin que esto cuestione el valor de las personas. De esta forma, se puede comprender la doctrina conciliar, según la cual los presbíteros, ordenados «de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza de la Iglesia», «ejercen el oficio de Cristo, cabeza y pastor, según su parte de autoridad». También en la Carta Apostólica Mulieris dignitatem se explica el porqué de la elección de Cristo, conservada fielmente por la Iglesia catelica en sus leyes y en su disciplina.

6. Por lo demás, conviene notar que la verdadera promoción de la mujer consiste en promoverla en lo que le es propio y le conviene en su condición de mujer, es decir, de criatura diferente del varón, llamada a ser también ella, lo mismo que el varón, modelo de personalidad humana. Ésta es la emancipación correspondiente a las indicaciones y a las disposiciones de Jesús, que quiso atribuir a la mujer una misión propia, según su diversidad natural respecto al varón. En el cumplimiento de esta misión se abre el camino para el desarrollo de una personalidad de mujer que puede ofrecer a la humanidad y, en particular a la Iglesia, un servicio según sus cualidades.

7. Por consiguiente, podemos concluir afirmando que Jesús, al no atribuir el sacerdocio ministerial a la mujer, no la puso en situación de inferioridad, no la privó de un derecho que le correspondería y no violó la igualdad de la mujer con el varón, sino que, por el contrario, reconoció y respetó su dignidad. Cuando instituyó el ministerio sacerdotal para varones, no quiso conferirles una superioridad, sino llamarlos a un servicio humilde, según el servicio cuyo modelo fue el Hijo del hombre. Destinando a la mujer para una misión que correspondiera a su personalidad, elevó su dignidad y reafirmó su derecho a una originalidad propia también en la Iglesia.

Cristo sitúa a la mujer a la luz admirable de María

8. El ejemplo de María, madre de Jesús, completa la demostración del respeto a la dignidad de la mujer en la misión que se le confía en la Iglesia. María no fue llamada al sacerdocio ministerial. Sin embargo, la misión que recibió no tenía menos valor que un ministerio pastoral; al contrario, era muy superior. Recibió una misión materna en grado excelso: ser madre de Jesucristo y, por tanto, Theotokos, Madre de Dios. Misión que se dilatará en su maternidad con respecto a todos los hombres en el orden de la gracia. Lo mismo puede decirse de la misión de maternidad que

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muchas mujeres realizan en la Iglesia. Cristo las sitúa a la luz admirable de María, que resplandece en la cúspide de la Iglesia y de la creación.

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22. MATRIMONIO Y FAMILIA EN EL APOSTOLADO (3-VIII-1994)

La santidad de los cristianos casados.1. Hemos destacado el papel de la mujer en la Iglesia. Desde luego, no es menos importante el del hombre. La Iglesia necesita la colaboración de ambos para cumplir su misión. El ámbito fundamental en que se manifiesta esa colaboración es la vida matrimonial, la familia, «expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona».El Concilio Vaticano II, reconociendo que «una misma es la santidad que se cultiva en los múltiples géneros de vida y ocupaciones», cita expresamente el matrimonio como camino de santidad: «los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella». Así, pues, son dos los aspectos esenciales del camino de los esposos y de la familia: la santificación en la unión de amor fiel y la santificación en la fecundidad, con el cumplimiento de la tarea de educar cristianamente a sus hijos. Hoy queremos reflexionar en el camino de santidad propio de los cristianos casados y, por tanto, de la mayor parte de los fieles. Es un camino importante, pero alterado hoy por influjo de ciertas corrientes de pensamiento, alimentadas por el hedonismo tan difundido en toda la sociedad.

2. Recordemos la hermosa afirmación del Concilio, según la cual el matrimonio es un camino de santidad, porque está destinado a ser «símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella».Según esta visión eclesiológica, el amor de Cristo es fuente y fundamento del amor que une a los esposos. Conviene subrayar que se trata del verdadero amor conyugal, y no sólo de un impulso instintivo. Hoy, a menudo, se exalta tanto la sexualidad, que se ofusca la naturaleza profunda del amor. Ciertamente, también la vida sexual tiene su valor real, que no se puede subestimar, pero se trata de un valor limitado, que no basta para fundar la unión matrimonial, la cual, por su naturaleza, se basa en el compromiso total de la persona. Toda sana psicología y filosofía del amor está de acuerdo en este punto. También la doctrina cristiana pone de manifiesto las cualidades del amor unitivo de las personas, y proyecta sobre él una luz superior, elevándolo en virtud del sacramento al nivel de la gracia y de la comunicación del amor divino por parte de Cristo. En este sentido, San Pablo dice del matrimonio: «Gran misterio es éste», en relación a Cristo y a la Iglesia. Para el cristiano, este misterio teológico es el fundamento de la ética del matrimonio, del amor conyugal e incluso de la vida sexual: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella». La gracia y el vínculo sacramental hacen que, como símbolo y participación del amor de Cristo-Esposo, la vida conyugal sea, para los esposos cristianos , el camino de su santificación y, al mismo tiempo, para la Iglesia un estímulo eficaz para reavivar la comunión de amor que la distingue. Como dice el Concilio, los esposos «contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad».

Los grandes males de la sociedad contemporánea

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3. El Concilio presenta y explica las exigencias de ese noble amor de los cónyuges cristianos. Al afirmar que deben sostenerse mutuamente, subraya el carácter altruista de su amor: un amor que se manifiesta en la ayuda recíproca y en la entrega generosa. Hablando de una «fidelidad en el amor... a lo largo de toda la vida», el Concilio atrae la atención hacia la fidelidad como compromiso que se funda en la fidelidad absoluta de Cristo Esposo. La referencia a ese compromiso, siempre necesaria, resulta más urgente ante uno de los grandes males de la sociedad contemporánea: la extendida plaga del divorcio, con las graves consecuencias que implica tanto para los esposos como para sus hijos. Con el divorcio, el marido y la mujer se infligen una herida profunda, incumpliendo su palabra y rompiendo un vínculo vital. Al mismo tiempo, perjudican a sus hijos ¡Cuántos niños sufren por el alejamiento de su padre o de su madre! Es preciso repetir a todos que Jesucristo, con su amor absolutamente fiel, da a los esposos cristianos la fuerza necesaria para la fidelidad y les hace capaces de resistir a la tentación, tan difundida y seductora hoy, de la separación.

El amor, participación activa en la Redención4. Hay que recordar también que, dado que el amor de Cristo Esposo hacia la Iglesia es un amor redentor, el amor de los cónyuges cristianos se convierte en participación activa en la Redención.La Redención está vinculada a la Cruz, y esto ayuda a comprender y a valorar el significado de las pruebas, que ciertamente nunca faltan en la vida de todas las parejas, pero que en el plan divino están destinadas a afianzar el amor y a proporcionar una fecundidad mayor a la vida conyugal. Jesucristo, lejos de prometer un paraíso terrestre a sus seguidores que se unen en matrimonio, les ofrece la posibilidad y la vocación a recorrer con él un camino que, a través de dificultades y sufrimientos, refuerza su unión y los lleva a un gozo mayor, como lo demuestra la experiencia de tantas parejas cristianas, incluso en nuestro tiempo.

El apostolado, esencial en el ámbito de la familia5. Ya el cumplimiento de la misión de la procreación contribuye a la santificación de la vida conyugal, como hemos observado con respecto a la maternidad: el amor de los cónyuges, que no se encierra en sí mismo, sino que, de acuerdo con el impulso y la ley de la naturaleza, se abre a nuevas vidas, se convierte, con la ayuda de la gracia divina, en un ejercicio de caridad santa y santificadora, mediante el cual los cónyuges contribuyen al crecimiento cie la Iglesia. Lo mismo acontece con el cumplimiento de la misión de educar a los hijos, que es un deber vinculado con la procreación. Como dice el Concilio, los esposos cristianos deben «inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos». Es el apostolado más esencial en el ámbito de la familia. Esta labor de formación espiritual y moral de los hijos santifica, al mismo tiempo, a los padres, pues también ellos reciben el beneficio de la renovación y profundización de su fe, como lo demuestra a menudo la experiencia de las familias cristianas. Una vez más, podemos concluir que la vida conyugal es camino de santidad y de apostolado. Así, esta catequesis sirve también para profundizar nuestra visión de la familia, tan importante en este año, que es para la Iglesia y para el mundo el Año de la Familia.

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23. LA IGLESIA Y LAS PERSONAS SOLAS (10-VIII-1994)Ejemplos de caridad para con las viudas1. En la tradición cristiana, ya desde los primeros tiempos, se prestó atención particular a las mujeres que, después de haber perdido a su marido, quedaban solas en la vida, a menudo necesitadas e indefensas. Ya en el Antiguo Testamento se recordaba con frecuencia a las viudas por su situación de pobreza y se las recomendaba a la solidaridad y solicitud de la comunidad, especialmente de los responsables de la ley. En los Evangelios, los Hechos y las Cartas de los

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Apóstoles abundan los ejemplos de caridad para con las viudas. En repetidas ocasiones Jesús manifiesta su atención solícita con respecto a ellas. Por ejemplo, alaba públicamente a una pobre viuda que da un óbolo para el templo; se compadece de la viuda que, en Naín, acompaña a su hijo difunto a la sepultura, y se acerca a ella para decirle dulcemente: «No llores», y luego le devuelve a su hijo resucitado. El Evangelio nos transmite, también, el recuerdo de las palabras de Jesús sobre la «necesidad de orar siempre, sin desfallecer», tomando como ejemplo a la viuda que con la insistencia de sus demandas obtiene del juez injusto que le haga justicia; y las palabras con que Jesús critica severamente a los escribas que «devoran la hacienda de las viudas», ostentando de forma hipócrita largas oraciones. Esa actitud de Cristo, que es fiel al auténtico espíritu de la antigua alianza, sirve de fundamento a las recomendaciones pastorales de San Pablo y Santiago sobre la asistencia espiritual y caritativa a las viudas: «Honra a las viudas»; «la religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación».

2. Pero en la comunidad cristiana a las viudas no sólo les correspondía el papel de recibir asistencia; también desempeñaban una función activa, casi por su participación específica en la vocación universal de los discípulos de Cristo en la vida de oración.En efecto, la primera carta a Timoteo explica que una tarea fundamental de las mujeres que quedaban viudas consistía en consagrarse a «sus plegarias y oraciones noche y día». El Evangelio de Lucas nos presenta como modelo de viuda santa a «Ana, hija de Fanuel», que quedó viuda después de sólo siete años de matrimonio. El Evangelista nos relata que «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones» y tuvo la gran alegría de encontrarse en el templo en el momento de la presentación del niño Jesús. Del mismo modo, las viudas pueden y deben contar, en su aflicción, con grandes gracias de vida espiritual, a las que están invitadas a corresponder generosamente.

Los separados, los divorciados, las madres solteras3. En el marco pastoral y espiritual de la comunidad cristiana había también un catálogo en el que se podía inscribir la viuda que, para usar las palabras de la misma carta a Timoteo, «no tenga menos de sesenta años -es decir, que sea anciana -, haya estado casada una sola vez, y tenga el testimonio de sus buenas obras: haber educado bien a los hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos antiguo rito de hospitalidad, que el cristianismo hizo suyo, socorrido a los atribulados, y haberse ejercitado en toda clase de buenas obras». La Iglesia primitiva da, en esto, un ejemplo de solidaridad caritativa, que encontramos en muchos otros momentos de la historia cristiana, sobre todo cuando, por razones sociales, políticas, bélicas, epidémicas, etc., el fenómeno de la viudez o de otras formas de soledad alcanzaba dimensiones preocupantes. La caridad de la Iglesia no podía permanecer inerte. Hoy existen muchos otros casos de personas solas, con respecto a las cuales la Iglesia no puede menos de ser sensible y solícita. Está, ante todo, la categoría de los separados y los divorciados, a los que he dedicado atención particular en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio. Viene luego el caso de las madres solteras, expuestas a especiales dificultades de orden moral, económico y social. A todas estas personas quisiera decirles que, cualquiera que sea su responsabilidad personal en el drama en que se ven envueltas, siguen formando parte de la Iglesia.Los pastores, partícipes de su prueba, no las abandonan a sí mismas, sino que, por el contrario, quieren hacer todo lo posible para ayudarlas, confortarlas y hacer que se sientan vinculadas a la grey de Cristo.La Iglesia, incluso cuando no puede establecer costumbres que estarían en contradicción con las exigencias de la verdad y con el mismo bien común de las familias y de la sociedad, no renuncia nunca a amar, a comprender, a estar al lado de todos los que se hallan en dificultad. Y se siente especialmente cerca de las personas que, tras un fracaso matrimonial, perseveran en la fidelidad, renunciando a una nueva unión, y se dedican, en la medida de sus posibilidades, a la educación

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de sus hijos. Esas personas merecen, de parte de todos, apoyo y aliento. La Iglesia y el Papa no pueden menos de alabarlas por el hermoso testimonio de coherencia cristiana, vivida generosamente en la prueba.

Las personas solas y sus actividades cristianas4. Pero, dado que esta catequesis está dedicada, como las demás del ciclo que estamos

desarrollando, al apostolado de los laicos en la Iglesia, quisiera mencionar aquí el gran número de personas solas y especialmente de viudas y viudos que, hallándose menos ocupados, por obligaciones familiares, se han dedicado voluntariamente al desarrollo de las actividades cristianas en las parroquias o en obras de más alcance. Su existencia queda así elevada a una participación más alta en la vida eclesial, como fruto de un grado mayor de amor. De allí, brota, para la Iglesia y para la humanidad, el beneficio de una entrega más generosa de parte de personas que encuentran así el modo de alcanzar una mayor calidad de vida, realizándose plenamente en el servicio que prestan a sus hermanos.

5. Así pues, para concluir, recordemos lo que nos dice el Concilio Vaticano II: el ejemplo de la caridad benéfica no sólo lo dan los esposos y padres cristianos, sino que «lo proporcionan, de otro modo, quienes viven en estado de viudez o de celibato, los cuales también pueden contribuir no poco a la santidad y a la actividad de la Iglesia». Sea cual sea el origen de su estado de vida, muchas de estas personas pueden reconocer el designio superior de la sabiduría divina que dirige su existencia y la lleva a la santidad por el camino de la cruz, una cruz que en su situación se manifiesta particularmente fecunda.

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24. LOS NIÑOS EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA (17-VIII-1994)

Los niños en el Antiguo Testamento

1. No podemos descuidar el papel de los niños en la Iglesia. No podemos por menos de hablar de ellos con gran afecto. Son la sonrisa del cielo confiada a la tierra. Son las verdaderas joyas de la familia y de la sociedad. Son la delicia de la Iglesia. Son como «los lirios del campo», de los que Jesús decía que «ni Salomón, en toda su gloria se vistió como uno de ellos». Son los predilectos de Jesús, y la Iglesia y el Papa no pueden menos de sentir vibrar en su corazón, por ellos, los sentimientos de amor del corazón de Cristo. A decir verdad, ya en el Antiguo Testamento encontramos signos de la atención reservada a los niños. En el primer libro de Samuel se describe la llamada del niño al que Dios confía un mensaje y una misión en favor de su pueblo. Los niños participan en el culto y en las oraciones de la asamblea del pueblo. Como leemos en el profeta Joel: «Congregad a los pequeños y a los niños de pecho». En el libro de Judit hallamos la súplica penitente, que hacen todos los hombres, con «sus mujeres y sus hijos». Ya en el Éxodo Dios manifiesta un amor especial a los huérfanos, que están bajo su protección. En el Salmo 131 el niño es imagen del abandono al amor divino: «Mantengo mi alma en paz y silencio, como niño pequeño en brazos de su madre. ¡Como niño pequeño está mi alma dentro de mí!». Es significativo, además, que en la historia de la salvación la voz poderosa del profeta Isaías anuncie la realización de la esperanza mesiánica en el nacimiento del Emmanuel, un niño destinado a restablecer el reino de David.

2. El Evangelio nos dice que el niño nacido de María es precisamente el Emmanuel anunciado; este niño es, sucesivamente, consagrado a Dios en la presentación en el templo, bendecido por el profeta Simeón y acogido por la profetisa Ana, que alababa a Dios y «hablaba del niño a todos los

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que esperaban la redención de Jerusalén». En su vida pública Jesús manifiesta un gran amor a los niños. El evangelista Marcos relata que «1os bendecía, poniendo las manos sobre ellos». Era un «amor delicado y generoso», con el que atraía a los niños y también a sus padres, de los que leemos que «le presentaban a los niños para que los tocara». Los niños, como he recordado en la Exhortación Apostólica Christifideles laici, «son el símbolo elocuente y la espléndida imagen de aquellas condiciones morales y espirituales, que son esenciales para entrar en el reino de Dios y para vivir la lógica del total abandono en el Señor». Estas condiciones son la sencillez, la sinceridad y la humildad acogedora. Los discípulos están llamados a hacerse como los niños, porque los pequeños son quienes han recibido la Revelación como don de la benovolencia del Padre. También por eso deben acoger a los niños como a Jesús mismo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe». Jesús, por su parte, siente un profundo respeto hacia los niños, y advierte: «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos». Y cuando los niños gritan en el templo en su honor: «Hosanna al Hijo, de David!», Jesús aprecia y justifica su actitud como alabanza hecha a Dios. Su homenaje contrasta con la incredulidad de sus adversarios.

La importancia del Bautismo de los niños.3. El amor y la estima de Jesús hacia los niños son una luz para la Iglesia, que imita a su Fundador, y no puede menos de acoger a los niños como Él los acogió. Hay que notar que esa acogida ya se manifiesta en el Bautismo administrado a los niños, incluso a los recién nacidos. Con dicho sacramento llegan a ser miembros de la Iglesia. Desde el comienzo de su desarrollo humano, el Bautismo suscita en ellos el desarrollo de la vida de la gracia. La acción del Espíritu Santo orienta sus primeras disposiciones íntimas, aunque todavía no sean capaces de un acto consciente de fe: lo harán más tarde confirmando esa primera moción. De aquí la importancia del Bautismo de los niños, que los libera del pecado original, los convierte en hijos de Dios en Cristo y los hace partícipes del ambiente de gracia de la comunidad cristiana.

El dolor físico y moral de algunos niños4. La presencia de los niños en la Iglesia es un don también para nosotros, los adultos, pues nos hace comprender mejor que la vida cristiana es, ante todo, un don gratuito de la soberanía divina: «La niñez nos recuerda que la fecundidad misionera de la Iglesia tiene su raíz vivificante, no en los medios y méritos humanos, sino en el don absolutamente gratuito de Dios.Además, los niños dan un ejemplo de inocencia, que lleva a redescubrir la sencillez de la santidad. En efecto, viven una santidad que corresponde a su edad, contribuyendo así a la edificación de la Iglesia. Desgraciadamente, son numerosos los niños que sufren: sufrimientos físicos del hambre, de la indigencia y de la enfermedad; sufrimientos morales que provienen de los malos tratos por parte de sus padres, de su desunión, y de la explotación a la que el cínico egoísmo de los adultos los somete a veces. ¡Cómo no sentirse profundamente acongojados ante ciertas situaciones de indescriptible dolor, que implican a criaturas indefensas, cuya única culpa es la de vivir! ¡Cómo no protestar por ellos, dando voz a quienes no pueden hacer valer sus propias razones! El único consuelo en tanta desolación son las palabras de la fe, que aseguran que la gracia de Dios transforma esos sufrimientos en ocasiones de unión misteriosa con el sacrificio del Cordero inocente. Dichos sufrimientos contribuyen, así, a valorizar la vida de esos niños y al progreso espiritual de la humanidad.

Corresponde a los padres la formación cristiana de los niños

5. La Iglesia se siente comprometida a cuidar la formación cristiana de los niños, que a menudo no está asegurada suficientemente. Se trata de formarlos en la fe, con la enseñanza de la doctrina

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cristiana, en la caridad para con todos y en la oración, según las tradiciones más hermosas de las familias cristianas, que para muchos de nosotros son inolvidables y siempre benditas.Ya se sabe que, desde el punto de vista psicológico y pedagógico, el niño se inicia con facilidad y gusto en la oración cuando se le estimula, como lo demuestra la experiencia de tantos padres, educadores, catequistas y amigos. Hay que recordar continuamente la responsabilidad de la familia y de la escuela en este aspecto.La Iglesia exhorta a los padres y a los educadores a cuidar la formación de los niños en la vida sacramental, especialmente en el recurso al sacramento del perdón y la participación en la celebración eucarística. Y recomienda a todos sus pastores y colaboradores un notable esfuerzo de adaptación a la capacidad de los niños. Siempre que sea posible, sobre todo cuando las celebraciones religiosas están destinadas exclusivamente a los niños, es recomendable la adaptación establecida por las normas litúrgicas, pues, si se hace con sabiduría, puede tener una eficacia muy sugestiva.

6. En esta catequesis dedicada al apostolado de los laicos, me resulta espontáneo concluir con una expresión lapidaria de mi predecesor San Pío X. Motivando la anticipación de la edad de la Primera Comunión, decía: «Habrá santos entre los niños». Y, efectivamente, ha habido santos. Pero hoy podemos añadir: «Habrá apóstoles entre los niños». Oremos para que esa previsión, ese anhelo se cumpla cada vez más, como se cumplió el de San Pío X.

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25. LA IGLESIA DE LOS JÓVENES (31-VIII-1994)

El Espíritu Santo renueva en todos la juventud de la gracia1. El Concilio Vaticano II, afirmando la necesidad de la educación cristiana y recordando a los pastores el deber gravísimo de impartirla a todos, observa que los jóvenes «constituyen la esperanza de la Iglesia» ¿Cuáles son las razones de esa esperanza? Se puede decir que la primera es de orden demográfico. Los jóvenes «en tantos países del mundo [...], representan la mitad de la entera población y, a menudo, la mitad numérica del mismo pueblo de Dios que vive en esos países».Pero hay otra razón más fuerte aún, de orden psicológico, espiritual y eclesiológico. La Iglesia constata hoy la generosidad de muchos jóvenes, así como su deseo de hacer que el mundo sea mejor y que la comunidad cristiana progrese, por eso les dedica su atención, viendo en ellos una participación privilegiada de la esperanza que le viene del Espíritu Santo. La gracia que actúa en los jóvenes prepara un crecimiento para la Iglesia, tanto en extensión como en calidad. Con razón podemos hablar de Iglesia de 1os jóvenes, recordando que el Espíritu Santo renueva en todos, también en las personas mayores, si están abiertas y disponibles la juventud de la gracia.

Jesús eligió a un grupo de jóvenes2. Esa convicción está relacionada con la realidad de los orígenes de la Iglesia. Jesús empezó su ministerio y su obra de fundación de la Iglesia cuando tenía alrededor de treinta años. Para dar vida a la Iglesia, eligió a algunas personas que, por lo menos en parte, eran jóvenes. Con su ayuda, quería inaugurar un tiempo nuevo, dar un viraje a la historia de la salvación. Los eligió y los formó con un espíritu que podríamos llamar juvenil, enunciando el principio de que «nadie echa vino nuevo en odres viejos», metáfora de la vida nueva que viene de lo eterno y se une al deseo de cambio y de novedad, característico de los jóvenes. También el carácter radical de la entrega a una causa, típico de la edad juvenil, debía estar presente en esas personas a las que Jesús eligió como sus futuros Apóstoles. Podemos deducirlo de su conversación con el joven rico que, sin

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embargo, no tuvo la valentía de aceptar su propuesta», y de la sucesiva valoración que hizo Pedro. La Iglesia nació de esos impulsos de juventud provenientes del Espíritu Santo, que vivía en Cristo, y que Él comunicó a sus discípulos y Apóstoles, y luego a las comunidades que ellos congregaron desde los días de Pentecostés.

3. De esos mismos impulsos brota el sentido de confianza y de amistad con que la Iglesia, desde el principio, miró a los jóvenes, como se puede deducir de las expresiones del apóstol Juan, que era joven cuando Cristo lo llamó, aunque cuando escribió ya era mayor: «Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre [...]. Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno». Es interesante esa alusión a la fortaleza juvenil. Es sabido que los jóvenes aprecian la fuerza física, que se manifiesta, por ejemplo, en el deporte. Pero San Juan quería destacar y ponderar la fuerza espiritual que mostraban los jóvenes de Santo y proporciona la victoria en las luchas y en las tentaciones. La victoria moral de los jóvenes es una manifestación de la fuerza del Espíritu Santo, que Jesús prometió y concedió a sus discípulos, y que impulsa a los jóvenes cristianos de hoy, como a los del primer siglo, a una participación activa en la vida de la Iglesia.

Orientar la capacidad creativa de los jóvenes4. El hecho de no contentarse con una adhesión pasiva a la fe, es un dato constante no sólo de la psicología, sino también de la espiritualidad juvenil. Los jóvenes sienten el deseo de contribuir activamente al desarrollo de la Iglesia y de la sociedad civil Esto se nota especialmente en numerosos muchachos y muchachas buenos de hoy, que desean ser «protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social». Dado que «la juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del propio “yo” y del propio proyecto de vida», hoy es más necesario que nunca ayudar a los jóvenes a conocer todo lo hermoso y prometedor que hay en ellos. Hay que orientar sus cualidades y su capacidad creativa hacia el objetivo más elevado, que puede atraerlos y entusiasmarlos: el bien de la sociedad, la solidaridad para con todos sus hermanos, la difusión del ideal evangélico de vida y de compromiso concreto en bien del prójimo y la participación en los esfuerzos de la Iglesia por favorecer la construcción de un mundo mejor.

5. Desde esta perspectiva, hay que decir que es preciso impulsar hoy a los jóvenes a que se dediquen especialmente a la promoción de los valores que ellos mismos aprecian y quieren reafirmar más. Como decían los padres del Sínodo de los Obispos de 1987: «La sensibilidad de la juventud percibe profundamente los valores de la justicia, de la no violencia y de la paz. Su corazón está abierto a la fraternidad, a la amistad y a la solidaridad. Se movilizan al máximo por las causas que afectan a la calidad de vida y a la conservación de la naturaleza». Ciertamente, esos valores están en sintonía con la enseñanza del Evangelio. Sabemos que Jesús anunció un nuevo orden de justicia y de amor; y que, definiéndose a sí mismo «manso y humilde de corazón», rechazó toda violencia y quiso dar a los hombres su paz, más auténtica, consistente y duradera que la del mundo. Se trata de valores interiores y espirituales, pero sabemos que Jesús mismo impulsó a sus discípulos a traducirlos en acciones concretas de amor recíproco, fraternidad, amistad, solidaridad y respeto a las personas e incluso a la naturaleza, obra de Dios y campo en el que el hombre colabora con Él. Por eso, en el Evangelio los jóvenes encuentran el apoyo más seguro y sincero para el ideal que, a su parecer, corresponde mejor a sus aspiraciones y a sus proyectos.

Compromiso de los jóvenes en el apostolado6. Por otra parte, también es verdad que los jóvenes «están llenos de inquietudes, de desilusiones, de angustias y miedo del mundo, además de las tentaciones propias de su estado». Ésa es la otra cara de la realidad juvenil, que no puede ignorarse. Pero, aunque hay que ser sabiamente

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exigentes con los jóvenes, sentir por ellos un afecto sincero llevará a encontrar los caminos más adecuados para ayudarlos a superar sus dificultades. Quizá el camino mejor es el del compromiso en el apostolado de los laicos, como servicio a los hermanos cercanos y lejanos, en comunión con la Iglesia evangelizadora. Abrigo la esperanza de que los jóvenes encuentren espacios de apostolado cada vez más amplios. La Iglesia debe darles a conocer el mensaje del Evangelio con sus promesas y sus exigencias. Los jóvenes, a su vez, deben manifestar a la Iglesia sus aspiraciones y sus provectos. «Este recíproco diálogo que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentía favorecerá el encuentro y el intercambio entre generaciones, y será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia y para la sociedad civil.

7. El Papa no se cansará nunca de repetir la invitación al diálogo y de pedir el compromiso de los jóvenes. Lo ha hecho en muchísimos textos dirigidos a ellos, y, de manera especial, en la Carta con ocasión del Año International de la Juventud promulgado por las Naciones Unidas (1985). Lo ha hecho y sigue haciéndolo en tantos encuentros con grupos juveniles en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos y, sobre todo, en la liturgia del Domingo de Ramos y en los encuentros mundiales, como en Santiago de Compostela, en Czestochowa y en Denver.Se trata de una de las experiencias más consoladoras de mi ministerio pontificio, así como de la actividad pastoral de mis hermanos Obispos del mundo entero, quienes, como el Papa, ven avanzar a la Iglesia con los jóvenes en la oración, en el servicio a la humanidad y en la evangelización. Todos anhelamos conformarnos cada vez más con el ejemplo y la enseñanza de Jesús, que nos ha llamado a seguirlo por el camino de los pequeños y de los jóvenes.

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26. LA VALIOSA MISIÓN DE LOS ANCIANOS EN LA IGLESIA (7-IX-1994)

1. En una sociedad como la nuestra, en la que se rinde culto a la productividad, las personas ancianas corren el riesgo de ser consideradas inútiles, o, más aún, de ser juzgadas un peso para los demás. El mismo hecho de que la vida se haya alargado agrava el problema de la asistencia al número cada vez mayor de ancianos que necesitan cuidados y, tal vez aún más, el afecto y la solicitud de personas que llenen el vacío de su soledad. La Iglesia conoce este problema y trata de contribuir a su solución, incluso en el campo de la asistencia, a pesar de la dificultad que constituye para ella, hoy más que en el pasado, la escasez de personal y de medios. No deja de promover las intervenciones de los Institutos religiosos y del voluntariado seglar para responder a esa necesidad de asistencia, ni de recordar a todos, tanto jóvenes como adultos, el deber que tienen de pensar en sus seres queridos que, por lo general, han hecho tanto por ellos.

Los ancianos tenéis un puesto en la comunidad cristiana2. Con especial alegría, la Iglesia pone de relieve que también los ancianos tienen su puesto y su utilidad en la comunidad cristiana. Siguen siendo plenamente miembros de la comunidad y están llamados a contribuir a su progreso con su testimonio, su oración e incluso con su actividad, en la medida de sus posibilidades.La Iglesia sabe muy bien que muchas personas se acercan a Dios de manera especial en la así llamada tercera edad y que, precisamente, en ese tiempo se les puede ayudar a rejuvenecer su espíritu por los caminos de la reflexión y la vida sacramental. La experiencia acumulada a lo largo de los años lleva al anciano a comprender los límites de las cosas del mundo y a sentir una necesidad más profunda de la presencia de Dios en la vida terrena. Las desilusiones que ha

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experimentado en algunas circunstancias le han enseñado a depositar su confianza en Dios. La sabiduría que ha adquirido puede ser de gran utilidad no sólo para sus familiares, sino también para toda la comunidad cristiana.

3. Por otra parte, la Iglesia recuerda que la Biblia presenta al anciano como el hombre de la sabiduría, del juicio, del discernimiento, del consejo. Por eso, los autores sagrados recomiendan acudir a los ancianos, como leemos de manera especial en el libro del Sirácida: «Acude a la reunión de los ancianos; ¿qué hay un sabio?, júntate a él». La Iglesia repite también la doble amonestación: «No deshonres al hombre en su vejez, que entre nosotros también se llega a viejos»; «no desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres». Asimismo, ve con admiración la tradición de Israel que recomendaba a las nuevas generaciones que escucharan a los ancianos: «Nuestros padres canta el salmo nos han contado la obra que realizaste en sus días, en los años remotos». También el Evangelio nos presenta el antiguo Mandamiento de la ley: «Honra a tu padre y a tu madre» y Jesús atrae la atención hacia ese mismo Mandamiento, cuando protesta contra los recursos que algunos empleaban para no cumplirlo. En su tradición de magisterio y ministerio pastoral, la Iglesia siempre ha enseñado y exigido el respeto y el honor a los padres, así como la ayuda mate rial en sus necesidades. Esta recomendación de respetar y ayudar, incluso materialmente, a los padres ancianos conserva todo su valor también en nuestra época. Hoy, más que nunca, el clima de solidaridad comunitaria, que debe reinar en la Iglesia, puede llevar a practicar la caridad filial, de modos antiguos y nuevos, como aplicación concreta de esa obligación.

Debéis mirar al futuro con confianza4. En el ámbito de la comunidad cristiana, la Iglesia honra a los ancianos, reconociendo sus cualidades y capacidades, e invitándolos a cumplir su misión, que no sólo está vinculada a ciertos tiempos y condiciones de vida, sino que puede llevarse a cabo de formas diversas según las posibilidades de cada uno. Por eso, deben resistir a «la tentación de refugiarse nostálgicamente en un pasado que no volverá más, o de renunciar a comprometerse en el presente por las dificultades halladas en un mundo de continuas novedades». Incluso cuando les cueste comprender la evolución de la sociedad en que viven, los ancianos no deben encerrarse en un estado de aislamiento voluntario, acompañado de pesimismo y rechazo de leer la realidad que progresa. Es importante que se esfuercen por mirar al futuro con confianza, sostenidos por la esperanza cristiana y la fe en el desarrollo de la gracia de Cristo que se difunde en el mundo.

5. A la luz de esta fe y con la fuerza de esta esperanza, los ancianos pueden descubrir mejor que están destinados a enriquecer a la Iglesia con sus cualidades y riquezas espirituales. En efecto, pueden brindar un testimonio de fe enriquecida por una larga experiencia de vida, un juicio lleno de sabiduría sobre las cosas y las situaciones del mundo, una visión más clara de las exigencias del amor recíproco entre los hombres, y una convicción más serena del amor divino que dirige cada existencia y toda la historia del mundo. Como ya prometía el Salmo 92 a los justos de Israel: «En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo».

En vuestra vida no hay nada inútil6. Por lo demás, un análisis sereno de la sociedad contemporánea puede ayudarnos a reconocer que favorece un nuevo desarrollo de la misión de los ancianos en la Iglesia. Hoy muchos ancianos conservan buenas condiciones de salud, o las recuperan con más facilidad que en otros tiempos. Por eso, pueden prestar servicio en las actividades de las parroquias o en otras obras. De hecho, hay ancianos que resultan muy útiles donde pueden ejercitar sus competencias y sus posibilidades concretas. La edad no les impide dedicarse a las necesidades de las comunidades, por ejemplo, en el culto, en la visita a los enfermos o en la ayuda a los pobres. Y también cuando, al avanzar en

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edad, se ven obligados a reducir o suspender esas actividades, las personas ancianas conservan el compromiso de prestar a la Iglesia la contribución de su oración y de sus posibles achaques aceptados por amor al Señor. Por último, en nuestra ancianidad, debemos recordar que, con las dificultades de salud y con el deterioro de nuestras fuerzas físicas, nos asociamos de forma particular a Cristo en su pasión y en su cruz. Se puede, por consiguiente, entrar cada vez más profundamente en el misterio del sacrificio redentor y dar el testimonio de la fe en ese misterio, del valor y la esperanza que ese misterio proporciona en las diversas dificultades y pruebas de la vejez. En la vida del anciano todo puede servir para completar su misión terrena. No hay nada inútil. Más aún, su cooperación, precisamente por ser oculta, es todavía más valiosa para la Iglesia.

Invocad al Dios que alegra vuestra juventud7. Debemos añadir que también la vejez es un don por el que hemos de dar gracias: un don para el mismo anciano, y un don para la sociedad y para la Iglesia. La vida es siempre un gran don. Más aún, para los fieles seguidores de Cristo, se puede hablar de un carisma especial concedido al anciano para utilizar de modo adecuado sus talentos y sus fuerzas físicas, para su propia felicidad y para el bien de los demás. Quiera el Señor conceder a todos nuestros hermanos ancianos el don del espíritu que anunciaba e invocaba el salmista, cuando cantaba: «Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría... ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío”». ¡Cómo no recordar que en la versión griega que se suele llamar de los LXX, seguida por la Vulgata latina, el texto original hebreo del versículo 4 se interpretaba y traducía como invocación al Dios «que alegra mi juventud» (Deus, qui laetificat iuventutem mmeam!) los sacerdotes de más edad hemos repetido durante muchos años esas palabras del salmo que se rezaba al comienzo de la Misa. Nada impide que en nuestras oraciones y aspiraciones personales, incluso durante nuestra ancianidad, continuemos invocando y alabando al Dios que alegra nuestra juventud y se suele llamar, con razón, una segunda juventud.El Señor os bendiga a todos.

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27. PROMOCIÓN DEL LAICADO CRISTIANO HACIA LOS TIEMPOS NUEVOS (21-IX-1994)1. Una gran esperanza anima a la Iglesia en el umbral del tercer milenio de la era cristiana: se prepara a entrar en él con un firme compromiso de renovación de todas sus fuerzas, entre las que se encuentra el laicado cristiano. El hecho de que los laicos han ido cobrando mayor conciencia de la misión que les corresponde en la vida de la Iglesia, junto con un notable desarrollo de la eclesiología, es un dato positivo de la historia del último siglo. Antes, con demasiada frecuencia, a los laicos les parecía que la Iglesia se identificaba con la jerarquía, hasta el punto de que tenían más bien la actitud de quien debe recibir y no de quien está llamado a la acción y a una responsabilidad específica. Afortunadamente, hoy muchos caen en la cuenta de que, junto con los que ejercen el sacerdocio ministerial, también los laicos son la Iglesia, y tienen tareas importantes en su vida y en su desarrollo.

Cristo entra en la sociedad a través vuestro.2. Han sido los mismos pastores de la Iglesia quienes han invitado a los laicos a asumir sus responsabilidades. En particular, la promoción de la Acción Católica por parte del Papa Pío Xll abrió un capítulo decisivo en los campos religioso, social, cultural, político e incluso económico. La experiencia histórica y la profundización doctrinal de la Acción Católica prepararon nuevas levas, abrieron nuevas perspectivas y encendieron nuevas antorchas. La Jerarquía se mostró cada vez

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más favorable a la acción del laicado, hasta llegar a aquella especie de movilización apostólica solicitada varias veces por el Papa Pío XII, que en su mensaje pascual del año 1952 exhortaba e invitaba: «Al igual que los sacerdotes, han de hablar los laicos, que han aprendido a penetrar con la palabra y con el amor en las mentes y los corazones. Sí, penetrad, como portadores de vida, en todo lugar: en las fábricas, en las oficinas, en los campos; Cristo tiene derecho a entrar en todas partes» Con el impulso de los llamamientos de Pío Xll se emprendieron muchas iniciativas de la Acción Católica y de otras asociaciones y movimientos, que difundieron cada vez más la acción de los laicos cristianos en la Iglesia y en la sociedad. Las intervenciones posteriores de los Papas y Ios Obispos, especialmente en el Concilio Vaticano II, en los Sínodos y en no pocos documentos después del Concilio, convalidaron y promovieron un creciente despertar de la conciencia eclesial de los laicos, que hoy nos permite esperar un crecimiento de la Iglesia.

Se renuevan las maravillas de Pentecostés3. Se puede hablar de una nueva vida laical, con un potencial humano inmenso, como de un hecho históricamente constatable y comprobable. El verdadero valor de esa vida proviene del Espíritu Santo, que difunde con abundancia sus dones en la Iglesia, como hizo ya desde sus orígenes, el día de Pentecostés. También en nuestros días vemos muchos signos y testimonios de personas, grupos y movimientos que se dedican generosamente al apostolado, y muestran que las maravillas de Pentecostés no han cesado, sino que se renuevan abundantemente en la Iglesia actual. No se puede por menos de constatar que, junto con un notable desarrollo de la doctrina de los carismas, se ha producido también un nuevo florecimiento de laicos comprometidos en la Iglesia: no es casual la simultaneidad de esos dos hechos. Todo es obra del Espíritu Santo, principio eficiente y vital de todo lo que en la vida cristiana es real y auténticamente evangélico.

Vuestra vida sacramental4. Como sabemos, la acción del Espíritu Santo no se lleva a cabo sólo en los impulsos y en los dones carismáticos, sino también en la vida sacramental. E incluso en este aspecto se puede reconocer con alegría que hay muchas señales de progreso en la valoración de la vida sacramental de los laicos cristianos. Existe una tendencia a apreciar más el Bautismo como fuente de toda la vida cristiana. Es preciso seguir avanzando por ese camino, para descubrir y aprovechar cada vez más la riqueza de un sacramento cuyos efectos perduran a lo largo de toda la vida. También conviene insistir aún más en el valor del sacramento de la Confirmación, el cual, con un don especial del Espíritu Santo, confiere la capacidad de dar un testimonio. El progreso de la formación doctrinal de los laicos se ha llevado a cabo también en el sentido de un mejor conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. Quienes, en los diversos niveles, se hallan comprometidos en la vida económica o política deben inspirarse, al hacer sus programas de acción, en los principios de esta doctrina. Esperamos que continúe cada vez más el progreso alcanzado. Por desgracia, se conoce demasiado poco la doctrina social de la Iglesia. A los laicos cristianos de hoy, bien formados social y espiritualmente, corresponde encontrar las formas más convenientes de aplicación de los principios, contribuyendo así de forma eficaz a la edificación de una sociedad más justa y solidaria.

Contamos con la acción del Espíritu Santo8. La promoción de la vida laical en la Iglesia, al tiempo que suscita un sentimiento de gratitud al Señor, siempre maravilloso en sus dones, da también un impulso de nueva esperanza. Los laicos cristianos están participando de una forma cada vez más activa también en el esfuerzo misionero de la Iglesia. En su aportación generosa se fundan, en gran parte, las perspectivas de anuncio evangélico en el mundo de hoy. En los laicos se manifiesta, con todo su esplendor, el rostro del pueblo de Dios, pueblo en camino para la propia salvación y, precisamente por eso, comprometido en difundir la luz del Evangelio y en hacer que Cristo viva en la mente y en el corazón de sus

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hermanos. Estamos seguros de que el Espíritu Santo, que ha desarrollado la espiritualidad y la misión de los laicos en la Iglesia de hoy, continuará su acción para el mayor bien de la Iglesia de mañana y de siempre.

Volver al índice compilación lecturas.Volver al índice general

Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el bautismo a la transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, Capítulo 3 «El Evangelio del Reino de Dios»

3 EL EVANGELIO DEL REINO DE DIOS «Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed la Buena Noticia"». Con estas palabras describe el evangelista Marcos el comienzo de la vida pública de Jesús y, al mismo tiempo, recoge el contenido fundamental de su mensaje (1,4s). También Mateo resume la actividad de Jesús de este modo: «Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo» (4, 23; cf. 9, 35). Ambos evangelistas definen el anuncio de Jesús como «Evangelio». Pero, ¿qué es realmente el Evangelio? Recientemente se ha traducido como «Buena Noticia»; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de la grandeza que encierra realmente la palabra «evangelio». Este término forma parte del lenguaje de los emperadores romanos, que se consideraban señores del mundo, sus salvadores, sus libertadores. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban «evangelios», independientemente de que su contenido fuera especialmente alegre y agradable. Lo que procede del emperador —ésa era la idea de fondo— es mensaje salvador, no simplemente una noticia, sino transformación del mundo hacia el bien. Cuando los evangelistas toman esta palabra —que desde entonces se convierte en el término habitual para definir el género de sus escritos—, quieren decir que aquello que los emperadores, que se tenían por dioses, reclamaban sin derecho, aquí ocurre realmente: se trata de un mensaje con autoridad que no es sólo palabra, sino también realidad. En el vocabulario que utiliza hoy la teoría del lenguaje se diría así: el Evangelio no es un discurso meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo. Marcos habla del «Evangelio de Dios»: no son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios. Y aquí se manifiesta la palabra de Dios, que es palabra eficaz; aquí se cumple realmente lo que los emperadores pretendían sin poder cumplirlo. Aquí, en cambio, entra en acción el verdadero Señor del mundo, el Dios vivo. . El contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca. Se pone un hito en el tiempo, sucede algo nuevo. Y se pide a los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. El centro de esta proclamación es el anuncio de la proximidad del Reino de Dios; anuncio que constituye realmente el centro de las palabras y la actividad de Jesús. Un dato estadístico puede confirmarlo: la expresión «Reino de Dios» aparece en el Nuevo Testamento 122 veces; de ellas, 99 se encuentran en los tres Evangelios sinópticos y 90 están en boca de Jesús. En el Evangelio de Juan y en los demás escritos del Nuevo Testamento el término tiene sólo un papel marginal. Se puede decir que, mientras el eje de la predicación de Jesús antes de la Pascua es el anuncio de Dios, la cristología es el centro de la predicación apostólica después de la Pascua. ¿Significa esto un alejamiento del verdadero anuncio de Jesús? ¿Es cierto lo que dice Rudolf Bultmann de que el Jesús histórico no tiene cabida en la teología del Nuevo Testamento, sino que por el contrario debe ser tenido aún como un maestro judío que, aunque deba ser considerado como uno de los presupuestos esenciales del Nuevo Testamento, no forma parte personalmente de él? Otra variante de estas concepciones que abren una fosa entre Jesús y el anuncio de los apóstoles se encuentra en la afirmación, que se ha hecho famosa, del modernista católico Alfred Loisy: «Jesús anunció el Reino

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de Dios y ha venido la Iglesia». Son palabras que dejan transparentar ciertamente ironía, pero también tristeza: en lugar del tan esperado Reino de Dios, del mundo nuevo transformado por Dios mismo, ha llegado algo que es completamente diferente —¡y qué mi seria!—: la Iglesia. ¿Es esto cierto? La formación del cristianismo en el anuncio apostólico, en la Iglesia edificada por él, ¿significa en realidad que se pasa de una esperanza frustrada a otra cosa diversa? El cambio de sujeto «Reino de Dios» por el de Cristo (y, con ello, el surgir de la Iglesia) ¿supone verdaderamente el derrumbamiento de una promesa, la aparición de algo distinto? Todo depende de cómo entendamos las palabras «Reino de Dios» pronunciadas por Jesús, y qué relación tenga el anuncio con Él, que es quien anuncia: ¿Es tan sólo un mensajero que debe batirse por una causa que en último término nada tiene que ver con El, o el mensajero es El mismo el mensaje? La pregunta sobre la Iglesia no es la cuestión primaria; la pregunta fundamental se refiere en realidad a la relación entre el Reino de Dios y Cristo. De ello depende después cómo hemos de entender la Iglesia. Antes de profundizar en las palabras de Jesús para comprender su anuncio —sus acciones y su sufrimiento— puede ser útil considerar brevemente cómo se ha interpretado la palabra «reino» en la historia de la Iglesia. En la interpretación que los Santos Padres hacen de esta palabra clave podemos observar tres dimensiones. En primer lugar la dimensión cristológica. Orígenes ha descrito a Jesús —a partir de la lectura de sus palabras— como autobasileía, es decir, como el reino en persona. Jesús mismo es el «reino»; el reino no es una cosa, no es un espacio de dominio como los reinos terrenales. Es persona, es Él. La expresión «Reino de Dios», pues, sería en sí misma una cristología encubierta. Con el modo en que habla del «Reino de Dios», Él conduce a los hombres al hecho grandioso de que, en Él, Dios mismo está presente en medio de los hombres, que Él es la presencia de Dios. Una segunda línea interpretativa del significado del «Reino de Dios», que podríamos definir como «idealista» o también mística, considera que el Reino de Dios se encuentra esencialmente en el interior del hombre. Esta corriente fue iniciada también por Orígenes, que en su tratado Sobre la oración dice: «Quien pide en la oración la llegada del Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo, y ora para que ese reino dé fruto y llegue a su plenitud... Puesto que en las personas santas reina Dios [es decir, está el reinado, el Reino de Dios]... Así, si queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en modo alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3,8] y, junto con su Cristo, será el único que reinará en nosotros.» (n. 25: PG 11,495s). La idea de fondo es clara: el «Reino de Dios» no se encuentra en ningún mapa. No es un reino como los de este mundo; su lugar está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa. La tercera dimensión en la interpretación del Reino de Dios podríamos denominarla eclesiástica: en ella el Reino de Dios y la Iglesia se relacionan entre sí de diversas maneras y estableciendo entre ellos una mayor o menor identificación. Esta última tendencia, por lo que puedo apreciar, se ha ido imponiendo cada vez más sobre todo en la teología católica de la época moderna, aunque nunca se ha perdido de vista totalmente la interpretación centrada en la interioridad del hombre y en la conexión con Cristo. Pero en la teología del siglo XIX y comienzos del XX se hablaba predominantemente de la Iglesia como el Reino de Dios en la tierra; era vista como la realización del Reino de Dios en la historia. Pero, entretanto, la Ilustración había suscitado en la teología protestante un cambio en la exégesis que comportaba, en particular, una nueva interpretación del mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, esta nueva interpretación se subdividió enseguida en corrientes muy diferentes entre sí. El representante de la teología liberal en los comienzos del siglo XX es Adolf von Harnack, que veía en el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios una doble revolución frente al judaísmo de su época. Mientras que en el judaísmo todo está centrado en la colectividad, en el pueblo elegido, el mensaje de Jesús era sumamente individualista: El se habría dirigido a la persona individual, reconociendo su valor infinito y convirtiéndolo en el fundamento de su doctrina. Para Harnack hay un segundo contraste fundamental. A su entender, en el judaísmo era dominante el aspecto cultual (y, con él, la clase

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sacerdotal); Jesús, en cambio, dejando de lado el aspecto cultual, habría orientado todo su mensaje en un sentido estrictamente moral. Él no habría apuntado a la purificación y a la santificación cultuales, sino al alma del hombre: el obrar moral de cada uno, sus obras basadas en el amor, serían entonces lo decisivo para entrar a formar parte del reino o quedar fuera de él. Esta contraposición entre culto y moral, entre colectividad e individuo, ha influido durante mucho tiempo y, a partir de los años treinta, más o menos, fue adoptada también por buena parte de la exégesis católica.

En Harnack, sin embargo, esto estaba relacionado también con la contraposición entre las tres grandes formas del cristianismo: la católico-romana, la greco-eslava y la germano-protestante. Según Harnack, esta última habría devuelto al mensaje de Cristo toda su pureza. Pero precisamente en el ámbito protestante hubo también posiciones netamente antitéticas: el destinatario de la promesa no sería el individuo como tal, sino la comunidad, y sólo en cuanto miembro de ella el individuo alcanzaría la salvación. El mérito ético del hombre no importaría; el Reino de Dios estaría «más allá de la ética» y sería pura gracia, como se muestra especialmente en el hecho de que Jesús comía con los pecadores (cf. por ejemplo, K. L. Schmidt, ThWNT I 587ss). La época de esplendor de la teología liberal finalizó con la Primera Guerra Mundial y con el cambio radical del clima intelectual que le siguió. Pero mucho antes ya se vislumbraba una transformación. La primera señal clara fue el libro de Johannes Weiss Die Predigtjesu vom Reiche Gottes (1892) [La predicación de Jesús sobre el Reino de Dios]. En la misma línea iban los primeros trabajos exegéticos de Albert Schweitzer: se decía entonces que el mensaje de Jesús habría sido radicalmente escatológico; que su proclamación de la cercanía del Reino de Dios habría sido el anuncio de que el fin del mundo estaba próximo, de la irrupción del nuevo mundo de Dios, de su soberanía. El Reino de Dios se debía entender, por tanto, en sentido estrictamente escatológico. Incluso se forzaron algo algunos textos que evidentemente contradecían esta tesis para interpretarlos en este sentido, como por ejemplo la parábola del sembrador (cf. Mc4,3-9), la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 30-32), la de la levadura (cf. Mt 13, 33; Lc 13,20) o la de la semilla que crece por sí sola (cf. Mc 4,26-29). En estos casos se decía: lo importante no es el crecimiento; lo que Jesús quería decir en cambio era: ahora hay una realidad humilde, pero pronto —de repente— aparecerá otra realidad. Es evidente que la teoría prevalecía sobre la escucha del texto. Fueron muchos los esfuerzos que se hicieron para trasladar a la vida cristiana contemporánea la visión de la escatología inminente, que para nosotros no es fácilmente comprensible. Bultmann, por ejemplo, lo intentó mediante la filosofía de Martin Heidegger: lo que cuenta es una actitud existencial, una «disposición permanente»; Jürgen Moltmann, enlazando con Ernst Bloch, desarrolló una «Teología de la esperanza» que pretendía interpretar la fe como una participación activa en la construcción del futuro. Entretanto se ha extendido en amplios círculos de la teología, particularmente en el ámbito católico, una reinterpretación secularista del concepto de «reino» que da lugar a una nueva visión del cristianismo, de las religiones y de la historia en general, pretendiendo lograr así con esta profunda transformación que el supuesto mensaje de Jesús sea de nuevo aceptable. Se dice que antes del Concilio dominaba el eclesiocentrismo: se proponía a la Iglesia como el centro del cristianismo. Más tarde se pasó al cristocentrismo, presentando a Cristo como el centro de todo. Pero no es sólo la Iglesia la que separa, se dice, también Cristo pertenece sólo a los cristianos. Así que del cristocentrismo se pasó al teocentrismo y, con ello, se avanzaba un poco más en la comunión con las religiones. Pero tampoco así se habría alcanzado la meta, pues también Dios puede ser un factor de división entre las religiones y entre los hombres. Por eso es necesario dar el paso hacia el reinocentrismo, hacia la centralidad del reino. Éste sería, al fin y al cabo, el corazón del mensaje de Jesús, y ésta sería la vía correcta para unir por fin las fuerzas positivas de la humanidad en su camino hacia el futuro del mundo; «reino» significaría simplemente un mundo en el que reinan la paz, la justicia y la salvaguardia de la creación. No se trataría de otra cosa. Este «reino» debería ser considerado como el destino final de la historia. Y el

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auténtico cometido de las religiones sería entonces el de colaborar todas juntas en la llegada del «reino»... Por otra parte, todas ellas podrían conservar sus tradiciones, vivir su identidad, pero, aun conservando sus diversas identidades, deberían trabajar por un mundo en el que lo primordial sea la paz, la justicia y el respeto de la creación. Esto suena bien: por este camino parece posible que el mensaje de Cristo sea aceptado finalmente por todos sin tener que evangelizar las otras religiones. Su palabra parece haber adquirido, por fin, un contenido práctico y, de este modo, da la impresión de que la construcción del «reino» se ha convertido en una tarea común y, según parece, más cercana. Pero, examinando más atentamente la cuestión, uno queda perplejo: ¿Quién nos dice lo que es propiamente la justicia? ¿Qué es lo que sirve concretamente a la justicia? ¿Cómo se construye la paz? A decir verdad, si se analiza con detenimiento el razonamiento en su conjunto, se manifiesta como una serie de habladurías utópicas, carentes de contenido real, a menos que el contenido de estos conceptos sean en realidad una cobertura de doctrinas de partido que todos deben aceptar. Pero lo más importante es que por encima de todo destaca un punto: Dios ha desaparecido, quien actúa ahora es solamente el hombre. El respeto por las «tradiciones» religiosas es sólo aparente. En realidad, se las considera como una serie de costumbres que hay que dejar a la gente, aunque en el fondo no cuenten para nada. La fe, las religiones, son utilizadas para fines políticos. Cuenta sólo la organización del mundo. La religión interesa sólo en la medida en que puede ayudar a esto. La semejanza entre esta visión post cristiana de la fe y de la religión con la tercera tentación resulta inquietante. Volvamos, pues, al Evangelio, al auténtico Jesús. Nuestra crítica principal a esta idea secular-utópica del reino era: Dios ha desaparecido. Ya no se le necesita e incluso estorba. Pero Jesús ha anunciado el Reino de Dios, no otro reino cualquiera. Es verdad que Mateo habla del «reino de los cielos», pero la palabra «cielo» es otro modo de nombrar a «Dios», palabra que en el judaísmo se trataba de evitar por respeto al misterio de Dios, en conformidad con el segundo mandamiento. Por tanto, con la expresión «reino de los cielos» no se anuncia sólo algo ultraterreno, sino que se habla de Dios, que está tanto aquí como allá, que trasciende infinitamente nuestro mundo, pero que también es íntimo a él. Hay que tener en cuenta también una importante observación lingüística: la raíz hebrea malkut «es un nomen actionis y significa —como también la palabra griega basileía— el ejercicio de la soberanía, el ser soberano (del rey)» (Stuhlmacher I, p. 67). No se habla de un «reino» futuro o todavía por instaurar, sino de la soberanía de Dios sobre el mundo, que de un modo nuevo se hace realidad en la historia. Podemos decirlo de un modo más explícito: hablando del Reino de Dios, Jesús anuncia simplemente a Dios, es decir, al Dios vivo, que es capaz de actuar en el mundo y en la historia de un modo concreto, y precisamente ahora lo está haciendo. Nos dice: Dios existe. Y además: Dios es realmente Dios, es decir, tiene en sus manos los hilos del mundo. En este sentido, el mensaje de Jesús resulta muy sencillo, enteramente teocéntrico. El aspecto nuevo y totalmente específico de su mensaje consiste en que Él nos dice: Dios actúa ahora; ésta es la hora en que Dios, de una manera que supera cualquier modalidad precedente, se manifiesta en la historia como su verdadero Señor, como el Dios vivo. En este sentido, la traducción «Reino de Dios» es inadecuada, sería mejor hablar del «ser soberano de Dios» o del reinado de Dios. Pero ahora debemos intentar precisar algo más el contenido del mensaje de Jesús sobre el «reino» desde el punto de vista de su contexto histórico. El anuncio de la soberanía de Dios se funda —como todo el mensaje de Jesús— en el Antiguo Testamento, que Él lee en su movimiento progresivo que va desde los comienzos con Abraham hasta su hora como una totalidad, y que —precisamente cuando se capta la globalidad de este movimiento— lleva directamente a Jesús. Tenemos en primer lugar los llamados Salmos de entronización, que proclaman la soberanía de Dios (YHWH), una soberanía entendida en sentido cósmico-universal y que Israel acepta con actitud de adoración (cf. Sal 47; 93; 96; 97; 98; 99). A partir del siglo VI, dadas las catástrofes de la historia de Israel, la realeza de Dios se convierte en expresión de la esperanza en el futuro. En el Libro de Daniel —estamos en el siglo II antes de Cristo— se habla del ser soberano de Dios en el

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presente, pero sobre todo nos anuncia una esperanza para el futuro, para la cual resulta ahora importante la figura del «hijo del hombre», que es quien debe establecer la soberanía. En el judaísmo de la época de Jesús encontramos el concepto de soberanía de Dios en el culto del templo de Jerusalén y en la liturgia de las sinagogas; lo encontramos en los escritos rabínicos y también en los manuscritos de Qumrán. El judío devoto reza diariamente el Shemá Israel: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.» (Dt 6, 4; 11, 13; cf. Nm 15, 37-41). El rezo de esta oración se interpretaba como el cargar con el yugo de la soberanía de Dios: no se trata sólo de palabras; quien la recita acepta el señorío de Dios que, de este modo, a través de la acción del orante, entra en el mundo, llevado también por él y determinando a través de la oración su modo de vivir, su vida diaria; es decir, se hace presente en ese lugar del mundo. Vemos así que la señoría de Dios, su soberanía sobre el mundo y la historia, sobre pasa el momento, va más allá de la historia entera y la trasciende; su dinámica intrínseca lleva a la historia más allá de sí misma. Pero al mismo tiempo es algo absolutamente presente, presente en la liturgia, en el templo y en la sinagoga como anticipación del mundo venidero; presente como fuerza que da forma a la vida mediante la oración y la existencia del creyente, que carga con el yugo de Dios y así participa anticipadamente en el mundo futuro. Precisamente en este punto se puede comprobar que Jesús fue un «israelita de verdad» (cf. Jn 1,47) y, al mismo tiempo, que fue más allá del judaísmo, en el sentido de la dinámica interna de sus promesas. Nada se ha perdido de los contenidos que acabamos de ver. Sin embargo, hay algo nuevo que se expresa sobre todo en las palabras «está cerca el Reino de Dios» (Mc 1, 15), «ha llegado a vosotros» (Mt 12, 28), está «dentro de vosotros» (Lc 17, 21). Se hace referencia aquí a un proceso de «llegar» que se está actuando ahora y afecta a toda la historia. Son estas palabras las que inspiraron la tesis de la venida inminente, presentándola como lo específico de Jesús. Pero esta interpretación no es en modo alguno concluyente; más aún, si se considera todo el conjunto de las palabras de Jesús, hay incluso que descartarla de plano. Eso se ve ya en el hecho de que los defensores de la interpretación apocalíptica del anuncio del reino por parte de Jesús (en el sentido de una expectativa inminente) pasan por alto, siguiendo su propio criterio, una gran parte de sus palabras sobre este tema, mientras que en otras tienen que forzar su sentido para adaptarlas. , . . . El mensaje de Jesús acerca del reino recoge —ya lo hemos visto— afirmaciones que expresan la escasa importancia de este reino en la historia: es como un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Es como la levadura, una parte muy pequeña en comparación con toda la masa, pero determinante para el resultado final. Se compara repetidamente con la simiente que se echa en la tierra y allí sufre distintas suertes: la picotean los pájaros, la ahogan las zarzas o madura y da mucho fruto. Otra parábola habla de que la semilla del reino crece, pero un enemigo sembró en medio de ella cizaña que creció junto al trigo y sólo al final se la aparta (cf. Mt 13, 24-30). Otro aspecto de esta misteriosa realidad de la «soberanía de Dios» aparece cuando Jesús la compara con un tesoro enterrado en el campo. Quien lo encuentra lo vuelve a enterrar y vende todo lo que tiene para poder comprar el campo, y así quedarse con el tesoro que puede satisfacer todos sus deseos. Una parábola paralela es la de la perla preciosa: quien la encuentra también vende todo para hacerse con ese bien, que vale más que todos los demás (cf. Mt 13, 44ss). Otro aspecto de la realidad de la «soberanía de Dios» (reino) se observa cuando Jesús, en unas palabras difíciles de explicar, dice que el «reino de los cielos» sufre violencia y que «los violentos pretenden apoderarse de él» (Mt 11,12). Metodológicamente es inadmisible reconocer como «propio de Jesús» sólo un aspecto del todo y, partiendo de una semejante afirmación arbitraria, doblegar a ella todo lo demás. Tenemos que decir más bien: lo que Jesús llama «Reino de Dios, reinado de Dios», es sumamente complejo y sólo aceptando todo el conjunto podemos acercarnos a su mensaje y dejarnos guiar por él. Veamos con más detalle al menos un texto como ejemplo de la dificultad de entender el mensaje de Jesús, siempre tan lleno de claves secretas. Lucas 17, 20s nos dice: «A unos fariseos que le

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preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: "El Reino de Dios vendrá sin dejarse ver (¡como espectador neutral!), ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está entre vosotros». En las interpretaciones de este texto encontramos nuevamente las diversas corrientes según las cuales se ha interpretado generalmente el «Reino de Dios», desde el punto de vista y la visión de fondo de la realidad propia de cada exegeta. Hay una interpretación «idealista» que nos dice: el Reino de Dios no es una realidad exterior, sino algo que se encuentra en el interior del hombre. Pensemos en lo que antes oímos decir a Orígenes. En ello hay mucho de cierto, pero también desde el punto de vista lingüístico esta interpretación resulta insuficiente. Existe, además, la interpretación en el sentido de la venida inminente, que afirma: el Reino de Dios no llega lentamente, de forma que se le pueda observar, sino que irrumpe de pronto. Pero esta interpretación no tiene fundamento alguno en la literalidad del texto. Por ello ahora se tiende cada vez más a entender que con estas palabras Cristo se refiere a sí mismo: Él, que está entre nosotros, es el «Reino de Dios», sólo que no lo conocemos (cf. Jn 1, 31.33). Otra afirmación de Jesús apunta en esta misma dirección, si bien con un matiz algo distinto: «Si yo echo a los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11, 20). Aquí (como en el texto anterior), el «reino» no consiste simplemente en la presencia física de Jesús, sino en su obrar en el Espíritu Santo. En este sentido, el Reino de Dios se hace presente aquí y ahora, «se acerca», en Él y a través de Él. De un modo todavía provisional, y que habrá que desarrollar a lo largo de nuestro itinerario de escucha de la Escritura, se impone la respuesta: la nueva proximidad del reino de la que habla Jesús, y cuya proclamación es lo distintivo de su mensaje, esa proximidad del todo nueva reside en Él mismo. A través de su presencia y su actividad, Dios entra en la historia aquí y ahora de un modo totalmente nuevo, como Aquel que obra. Por eso ahora «se ha cumplido el plazo» (Mc 1,15); por eso ahora es, de modo singular, el tiempo de la conversión y el arrepentimiento, pero también el tiempo del júbilo, pues en Jesús Dios viene a nuestro encuentro. En Él ahora es Dios quien actúa y reina, reina al modo divino, es decir, sin poder terrenal, a través del amor que llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), hasta la cruz. A partir de este punto central se engarzan los diversos aspectos, aparentemente contradictorios. A partir de aquí entendemos las afirmaciones sobre la humildad y sobre el reino que está oculto; de ahí la imagen de fondo de la semilla, de la que nos volveremos a ocupar; de ahí también la invitación al valor del seguimiento, que abandona todo lo demás. Él mismo es el tesoro, y la comunión con Él, la perla preciosa. Así se aclara también la tensión entre ethos y gracia, entre el más estricto personalismo y la llamada a entrar en una nueva familia. Al reflexionar sobre la Torá del Mesías en el Sermón de la Montaña veremos cómo se enlazan ahora la libertad de la Ley, el don de la gracia, la «mayor justicia» exigida por Jesús a los discípulos y la «sobreabundancia» de justicia frente a la justicia de los fariseos y los escribas (cf. Mt 5,20). Tomemos de momento un ejemplo: el relato del fariseo y el publicano que rezan ambos en el templo, pero de un modo muy diferente (cf. Lc 18, 9-14). El fariseo se jacta de sus muchas virtudes; le habla a Dios tan sólo de sí mismo y, al alabarse a sí mismo, cree alabar a Dios. El publicano conoce sus pecados, sabe que no puede vanagloriarse ante Dios y, consciente de su culpa, pide gracia. ¿Significa esto que uno representa el ethos y el otro la gracia sin ethos o contra el ethos? En realidad no se trata de la cuestión ethos sí o ethos no, sino de dos modos de situarse ante Dios y ante sí mismo. Uno, en el fondo, ni siquiera mira a Dios, sino sólo a sí mismo; realmente no necesita a Dios, porque lo hace todo bien por sí mismo. No hay ninguna relación real con Dios, que a fin de cuentas resulta superfluo; basta con las propias obras. Aquel hombre se justifica por sí solo. El otro, en cambio, se ve en relación con Dios. Ha puesto su mirada en Dios y, con ello, se le abre la mirada hacia sí mismo. Sabe que tiene necesidad de Dios y que ha de vivir de su bondad, la cual no puede alcanzar por sí solo ni darla por descontada. Sabe que necesita misericordia, y así aprenderá de la misericordia de Dios a ser él mismo misericordioso y, por tanto, semejante a Dios. El vive gracias a la relación con Dios, de ser agraciado con el don de Dios; siempre necesitará el don de la bondad, del perdón, pero también aprenderá con ello a transmitirlo

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a los demás. La gracia que implora no le exime del ethos. Sólo ella le capacita para hacer realmente el bien. Necesita a Dios, y como lo reconoce, gracias a la bondad de Dios comienza él mismo a ser bueno. No se niega el ethos, sólo se le libera de la estrechez del moralismo y se le sitúa en el contexto de una relación de amor, de la relación con Dios; así el ethos llega a ser verdaderamente él mismo. El tema del «Reino de Dios» impregna toda la predicación de Jesús. Por eso sólo podemos entenderlo desde la totalidad de su mensaje. Al ocuparnos de uno de los pasajes centrales del anuncio de Jesús —el Sermón de la Montaña— podremos encontrar más profundamente desarrollados los temas que aquí sólo se han tratado de pasada. Veremos sobre todo que Jesús habla siempre como el Hijo, que en el fondo de su mensaje está siempre la relación entre Padre e Hijo. En este sentido, Dios ocupa siempre el centro de su predicación; pero precisamente porque el mismo Jesús es Dios, el Hijo, toda su predicación es un anuncio de su misterio, es cristología; es decir, es un discurso sobre la presencia de Dios en su obrar y en su ser. Veremos cómo éste es el aspecto que exige una decisión y cómo, por ello, el que conduce a la cruz y a la resurrección.

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Carta a Diogneto (siglo II)Los cristianos en el mundo "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo . El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio

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alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres. El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar."  De la Carta a Diogneto (Cap. 5-6; Funk 1, 317-321)  

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ENLACES A DOCUMENTOS DE LA IGLESIA SUGERIDOS

1. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes

http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html

2. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem

http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651118_apostolicam-actuositatem_sp.html

3. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium

http://m2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

4. JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris missio

HTTP://WWW.VATICAN.VA/HOLY_FATHER/JOHN_PAUL_II/ENCYCLICALS/DOCUMENTS/HF_JP- II_ENC_07121990_REDEMPTORIS-MISSIO_SP.HTML

5. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi

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http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi_sp.html

6. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html

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COMISIÓN CENTRAL PARA LA REVISIÓN DE LOS ESTATUTOS DEL REGNUM CHRISTI

TEMA DE ESTUDIO Y REFLEXIÓN Nº 2

Identidad y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo, II.El apostolado de los laicos

OBJETIVO

Continuamos buscando comprender mejor cuál es la identidad y misión de los laicos. Ahora nos detenemos a reflexionar cómo los fieles laicos están llamados a participar en la misión de la Iglesia, o sea, cuál es la misión que tienen los laicos en la Iglesia y en el mundo.

Veremos que los laicos pueden colaborar en el apostolado propio de la jerarquía eclesiástica, o sea del clero, pero que también tienen que desarrollar un apostolado específico propio de ellos: el apostolado seglar.

Vamos, por tanto, sobre todo, a conocer mejor en qué consiste la misión de la Iglesia y de qué manera el apostolado seglar contribuye a esta misión.

ESQUEMA

A. La misión de la Iglesia: La misión de la Iglesia es continuar la misión de Jesucristo en el mundo, es decir, evangelizar. Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios. La Iglesia evangeliza unida a Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. La acción evangelizadora de la Iglesia presenta tres modalidades: pastoral, nueva evangelización y misión ad gentes.

B. El apostolado de los fieles laicos: El laico es responsable ─de acuerdo con su condición─ de la misión de la Iglesia porque él es Iglesia. Su “índole secular” lo capacita de manera específica para el apostolado seglar, es decir, para ordenar las realidades temporales según el plan de Dios de forma que sirvan al descubrimiento y promoción de la dignidad de los hijos de Dios y, a través de ellas, éstos puedan dar gloria a Dios y merecer en Cristo su salvación.

CONCEPTOS CLAVE

EvangelizaciónReino de CristoApostolado seglarRealidades temporales

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Pastoral“Nueva evangelización”Misión ad gentes

A. La misión de la Iglesia

La Iglesia tiene como misión prolongar o continuar la misma misión de Jesucristo, porque ella es su Cuerpo Místico y está unida a Él como a su Esposo5. La Iglesia es instrumento de Cristo y por medio de ella Él «manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre»6.

Dios ha querido que, mediante la Iglesia, los hombres fueran hechos hijos de Dios en Cristo y que así también ellos fueran partícipes de la misma misión de Cristo7. ¿Cuál es esta misión? Es la misión filial, la de ser hijos amorosos que hacen la voluntad del Padre. La voluntad del Padre es «que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»8.

«Como ella es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos»9. Por tanto, la Iglesia realiza su misión convocándonos al amor de Dios y haciéndonos vivir como hijos de Dios que, por amor a nuestro Padre y buscando su gloria, queremos hacer partícipes de la salvación a todos los hombres. La Iglesia cumple así, animada por el amor a Dios, su fin de reunir a todos los hombres en la comunión con Dios y entre sí mismos: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»10.

La Iglesia «recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra»11. Esto significa que su presencia en el mundo anticipa la “tierra nueva” de la que habla el Apocalipsis12, haciendo que la vida del hombre sobre la tierra corresponda ya a su dignidad de hijo de Dios y que las relaciones sociales estén en consonancia con lo que Dios ha querido para sus hijos. Es decir, la Iglesia es germen eficaz de la civilización de la justicia y del amor cristianos, haciendo presente el Reino de Dios. Así, a través de la Iglesia, Cristo realiza el designio de Dios de que todo sea recapitulado en Él13.

1. Qué es evangelizar

5 Cf. Ef 5, 25-27.6 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 45. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 776.7 Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Christifideles laici, 11-13.8 1Tm 2, 4.9 Catecismo de la Iglesia Católica, 767. Cf. Mt 28, 19-20; CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Ad gentes, 2, 5-6.10 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1.11 Ibídem, 5.12 Cf. Apo 21, 1.13 Cf. Ef 1, 10. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 772.

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Jesucristo predicaba una buena noticia: “El Reino de Dios está cerca”, ha llegado, está presente en el mundo y por tanto al alcance de todos; y, con sus obras, manifestaba y realizaba este Reino. Precisamente desde su encarnación, en Él, en su Persona, el Reino de Dios ─es decir, la vida de la gracia de Dios que nos hace hijos suyos─ se hace presente en la tierra14. Ha llegado Jesús y, con Él, tenemos al alcance de la mano la vida verdadera que Dios nos ofrece. Así, la “buena noticia” es la presencia salvadora de Jesús. El evangelio que Jesús predicó primero y sus discípulos después es Jesús mismo. Evangelizar es llevar esta buena noticia a los demás, es decir, transmitir a Jesús: anunciarlo y comunicarlo. Consiste no sólo en decir, sino sobre todo en manifestar, testimoniar, compartir que “Jesús es el Señor” (kerygma) ─que Jesús es el Hijo de Dios encarnado que nos ama, ha dado su vida por nuestra salvación, está vivo acompañándonos y nos reconcilia con el Padre, haciéndonos hombres nuevos─, y en comunicar realmente la presencia de Jesús al mundo entero, presencia que todo lo renueva.

Evangelizar no es un simple “informar” de algo, sino que, para el cristiano, anunciar es testimoniar, y comunicar es hacer partícipes a los demás de su propia experiencia, del encuentro con Jesús salvador resucitado. De esta forma, evangelizar no es solo dar a conocer, sino dar a experimentar la salvación de Cristo y, por tanto, no es sólo predicar, sino también transformar los corazones y la vida (primero de todo la propia y, mediante el testimonio y la palabra, ayudar a los demás a dejarse transformar por Cristo) hasta hacer que el mundo entero corresponda a la dignidad de los hijos de Dios para gloria suya. La meta de la evangelización es que toda nuestra vida, personal y social, y hasta la creación entera, encontrando en Cristo su sentido, corresponda al designio de amor de Dios, dé gloria a Dios y así alcance plenitud.

Por esto, el Papa Francisco dice que «evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios»15. Esto es lo que hizo Jesús, y continúa a hacerlo a través de la Iglesia, es decir, de nosotros.

Todos somos llamados a ser apóstoles por nuestro bautismo y nuestra confirmación, porque Jesús haciéndonos hijos de la Iglesia nos envía, como la Iglesia entera es enviada, a la misión evangelizadora. La Iglesia es comunión misionera y misión que genera comunión. Por esto el Papa afirma que cada cristiano debe decir: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo»16. Esto nos exige coherencia entre las palabras y la vida porque el apostolado es dar testimonio contagioso y fecundo de vida cristiana santa: de una vida reconciliada con Dios que renueva el mundo. De hecho, el mejor testigo del Evangelio es el mártir. Sólo el santo logra ser un apóstol plenamente fructuoso, porque sólo él resulta instrumento verdaderamente dócil del Espíritu Santo. Jesús es el ideal de la coherencia cristiana entre palabras y vida, puesto que en Él (que es la Palabra de Dios) persona y misión coinciden17. El apóstol cristiano debe buscar la coherencia

14 Cf. Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el bautismo a la transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, Capítulo 3 «El Evangelio del Reino de Dios».15 FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 176.16 Ibídem, 273.17 «En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su “Yo filial”, que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad» (BENEDICTO XVI, Carta, 16 de junio de 2009).

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entre sus palabras y sus obras, evitando que sus palabras evangelizadoras no vayan acom-pañadas del testimonio de las obras y que sus obras evangelizadoras no confiesen, no testimonien a Jesucristo. Evangelizamos, como Jesús, con obras y con palabras: con obras elocuentes –de forma que viendo nuestras obras buenas, todos glorifiquen a nuestro Padre18– y con palabras operosas –de forma que, anunciando explícitamente al Señor, hagamos su voluntad19–, como Jesús, el Hijo, el Verbo, que «pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo», dejado patente que «Dios estaba con él»20. Así realizaremos la evangelización por atracción y no por proselitismo: primereando, involucrándonos, acompañando, fructificando y festejando21.

El Concilio Vaticano II presenta así la misión evangelizadora de la Iglesia:

La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salva-dora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo.22

Y, a continuación, a la actividad evangelizadora la define como “apostolado”:

Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado.23

2. Qué es el Reino de Dios

Es necesario profundizar en los ricos conceptos teológicos de “Reino de Dios” y de “Reino de Cristo” porque hemos dicho que la evangelización consiste precisamente en hacer presente el Reino de Dios o en propagar el Reino de Cristo en toda la tierra, y son conceptos medulares del carisma del Movimiento.

El “Reino” indica el alcance de la salvación comunicada por Dios; no se refiere a ninguna realidad política o geográfica, sino al señorío de Dios sobre las almas24. Indica el dominio efectivo del amor de Dios que con su salvación nos saca del dominio y esclavitud del pecado y de la muerte para introducirnos en el reinado de su amor, en el cual vivimos en la libertad de los hijos de Dios que por amor cumplen con cuanto Dios quiere. El Reino de Dios (o Reino de los cielos) es la realización plena del designio salvífico de Dios, que tendrá su culminación en la eternidad. Cristo ha traído ya a esta tierra ese Reino de Dios mediante su obra de Redención. Así entrar en el Reino de Cristo es acoger su Redención y comenzar ya aquí en este mundo temporal a experimentar la primacía del amor de Dios y a vivir la vida del hombre nuevo redimido por Cristo. El Reino de 18 Cf. Mt 5, 16.19 Cf. Mt 7, 21 y Lc 6, 46.20 Hch 10, 38.21 Cf. Evangelii gaudium, 14 y 24.22 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem, 2.23 Ibídem.24 Con Reino traducimos la palabra griega basileía y la hebrea malkut; que indican el ejercicio del señorío, del ser señor: no nos referimos por tanto a un reino futuro pendiente de instauración, sino a la soberanía de Dios sobre el mundo: cf. Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el bautismo a la transfiguración, cap. 3. Así, el prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey describe su Reino como: «El reino eterno y universal, de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz».

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Cristo es anticipación del Reino de Dios en esta tierra. Jesucristo ha fundado la Iglesia como instrumento suyo para comunicar la Redención, es decir, para extender su Reino y anticipar por él el Reino de Dios. «Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo»25.

«Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino»26. «También por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino»27. «El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección»28. «No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios»29.

3. El triple oficio de Cristo y la misión de la Iglesia

Si la misión de la Iglesia es prolongar la obra de Cristo, dilatar su Reino, hemos de recordar que la teología habla de un triple oficio de Cristo: Él es Sacerdote, Profeta y Rey. Con estos tres términos, provenientes del Antiguo Testamento, se quiere expresar en qué consiste el mesianismo de Cristo, es decir, su misión salvadora.

La Iglesia participa en este triple oficio de Cristo, haciendo así presente a Cristo en el mundo, ya que ella es su Cuerpo Místico. Participando del Sacerdocio de Cristo, la Iglesia santifica, dispensa la gracia sobrenatural, reconcilia al hombre con Dios. Participando del Profetismo de Cristo, la Iglesia enseña, predica, llama a la conversión. Participando de la Realeza de Cristo, la Iglesia sirve, sana, obra la caridad, restaura las relaciones sociales y el mundo entero en Dios.

4. Las tres expresiones del apostolado eclesial

El apostolado de la Iglesia toma tres expresiones según sea la situación en la cual se debe evangelizar30:

25 Lumen gentium, 3.26 Ibídem, 5.27 Ibídem, 36.28 Gaudium et spes, 39.29 Ibídem.30 Cf. Ad gentes, 6; JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris missio, 33-34, y FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 14.

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- Acción pastoral: Es la actividad apostólica destinada a los fieles bautizados y practicantes con el fin de ayudarles a crecer en su vida cristiana. En la pastoral, ocupan un lugar relevante la administración de los sacramentos, la enseñanza oficial de la doctrina cristiana y la promoción del culto público. Estas tareas dependen principalmente del ministerio sacerdotal y, en ellas, los laicos pueden colaborar. Aunque a veces se usa genéricamente el término “pastoral” para indicar cualquier cosa relacionada con el apostolado; en su sentido propio indica la “acción propia de los pastores”, es decir, del clero en su papel de guías de los fieles.

- Nueva evangelización: En su significado estricto, es el apostolado dirigido hacia las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo y hacia los ambientes que antes fueron cristianos y ahora están secularizados o descristianizados: Se busca volver a presentar el Evangelio a las personas y sociedades que ya recibieron la predicación del Evangelio, pero donde se ha perdido la compenetración entre fe y cultura. La iniciativa del apostolado seglar encuentra aquí un campo amplísimo para desarrollarse31. Por “nueva evangelización” también se entiende, en un sentido amplio, el nuevo espíritu y nuevos métodos de hacer apostolado en nuestro tiempo, en respuesta a los retos contemporáneos, tanto en la pastoral como en re-evangelización de sociedades descristianizadas como en misión ad gentes.

- Misión ad gentes: Es el apostolado misionero de la Iglesia por antonomasia, el que busca presentar el Evangelio a quienes todavía no lo conocen con el fin de que se conviertan a él y lo inculturen en sus sociedades o ambientes, es decir, se incorporen a la lglesia enrique-ciéndola con sus propios talentos. Todos los cristianos debemos colaborar en la evangelización de quienes están alejados de Cristo, porque es siempre la tarea primordial de la Iglesia32.

Entre estas tres expresiones de apostolado, no hay límites estrictos; sin embargo, es importante distinguirlas conceptualmente para comprender cómo se inserta nuestro apostolado en el apostolado de la Iglesia.

Se requiere de laicos comprometidos con su vocación misionera en los tres casos.

B. El apostolado de los fieles laicos

El fiel laico participa del triple oficio de Cristo realizando la misión de la Iglesia según su específica vocación laical33. El hecho de ser laico lo capacita de una manera particular para la misión evangelizadora, de manera que su laicidad representa un valor necesario para que la Iglesia haga presente a Cristo en el mundo y cumpla así con su razón de ser: «Porque el apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia»34. Sin laicos, como también sin ministros ordenados, el mundo se quedaría sin Iglesia y sin Cristo.

31 Cf. Christifideles laici, 34.32 Cf. Redemptoris missio, 34, y Evangelii gaudium, 15.33 Cf. Christifideles laici, 14.34 Apostolicam actuositatem, 1.

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El Concilio Vaticano II explica cómo Cristo actúa su sacerdocio, su profetismo y su realeza a través del laico35. De la inserción en Cristo a través del bautismo y de la confirmación, nace en el fiel laico su deber de hacer propia la misión de Cristo y de la Iglesia, su deber de evangelizar. Por esto el Código de Derecho Canónico c. 225 §1 establece:

Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo.

Existe un tipo de apostolado que es propio de los fieles laicos y que representa el modo específico cómo ellos son llamados a contribuir en la misión de la Iglesia. «Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización»36. Cuando decimos que los laicos están llamados a evangelizar el mundo desde dentro nos referimos ciertamente al mundo como al conjunto de personas, sociedades y realidades creadas que es el campo inmenso donde ha de crecer el Reino de Dios, por lo tanto, a los significados positivos del término “mundo”. En efecto, para evangelizar, el laico cuenta de manera particular con el talento de su “índole secular”, es decir, con su radicación en el mundo que le permite evangelizarlo desde dentro a modo de fermento37.

Además de realizar el apostolado seglar que les es característico, los fieles laicos también pueden y, en alguna medida, deben colaborar con el apostolado que es propio del clero y con el apostolado que se realiza a través de las estructuras eclesiásticas gobernadas por el clero38. Los laicos han de contribuir a la edificación de la Iglesia participando de la vida de la propia parroquia y diócesis39.

El Concilio además valora especialmente la donación generosa de los laicos al apostolado de la Iglesia cuando llega incluso a entrañar una entrega con un grado de compromiso especial:

Dignos de especial honor y recomendación en la Iglesia son los laicos, solteros o casados, que se consagran para siempre o temporalmente con su pericia profesional al servicio de esas instituciones y de sus obras. Sirve de gozo a la Iglesia el que cada día aumenta el número de los laicos que prestan el propio ministerio a las asociaciones y obras de apos-tolado o dentro de la nación, o en el ámbito internacional o, sobre todo, en las comunidades católicas de misiones y de Iglesias nuevas.Reciban a estos laicos los Pastores de la Iglesia con gusto y gratitud, procuren satisfacer lo mejor posible las exigencias de la justicia, de la equidad y de la caridad, según su condición,

35 Lumen gentium, 34, 35 y 36, y Apostolicam actuositatem, 10. Éstos son números del magisterio que es preciso leer y reflexionar personalmente y en grupo.36 PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 70.37 Cf. Lumen gentium, 31, y Christifideles laici, 15.38 Cf. Lumen gentium, 33, y Código de Derecho Canónico, c. 228.39 Cf. Christifideles laici, 25-27.

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sobre todo en cuanto al congruo sustento suyo y de sus familias, y ellos disfruten de la instrucción necesaria, del consuelo y del aliento espiritual.40

Hoy se requiere que todos seamos conscientes de la responsabilidad que han de asumir los laicos en la misión de la Iglesia. El Papa Francisco, quien nos dice que

la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Con-firmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante.41

La misión de los laicos, en efecto, reclama una formación continua que esté verdaderamente a la altura de ella42. «Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condición de cada uno»43.

Los laicos, como todos los fieles, han de tener presente que sólo se es misionero en la medida en que se es discípulo del Señor. La sincera y creciente acogida del Evangelio

40 Lumen gentium, 22. Nótese que, en esta cita, el consagrarse se refiere al dedicarse plenamente de forma estable o temporal; por lo tanto, no se trata de una consagración en el sentido del que se habla para las personas que asumen los consejos evangélicos con la radicalidad de Cristo. San Juan Pablo II precisó: « no pueden ser comprendidas en la categoría específica de vida consagrada aquellas formas de compromiso, por otro lado loables, que algunos cónyuges cristianos asumen en asociaciones o movimientos eclesiales cuando, deseando llevar a la perfección de la caridad su amor «como consagrado» ya en el sacramento del matrimonio [GS 48], confirman con un voto el deber de la castidad propia de la vida conyugal y, sin des-cuidar sus deberes para con los hijos, profesan la pobreza y la obediencia. Esta obligada puntualización acerca de la naturaleza de tales experiencias, no pretende infravalorar dicho camino de santificación, al cual no es ajena ciertamente la acción del Espíritu Santo, infinitamente rico en sus dones e inspiraciones.» (V ita consecrata, 62).41 Evangelii gaudium, 102. Cf. FRANCISCO, Discurso, 22 de marzo de 2014: «no habría clericalismo si no existieran laicos que quieren ser clericalizados»; Videomensaje a los participantes en la peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (16 de noviembre de 2013): «La tentación del clericalismo, que tanto daño hace a la Iglesia en América Latina, es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado. El clericalismo entraña una postura autorreferencial, una postura de grupo, que empobrece la proyección hacia el encuentro del Señor, que nos hace discípulos, y hacia el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. […] Además, una formación de calidad requiere estructuras sólidas y duraderas, que preparen para afrontar los retos de nuestros días y poder llevar la luz del Evangelio a las diversas situaciones que encontrarán los presbíteros, los consagrados, las consagradas y los laicos en su acción pastoral»; y Evangelii gaudium, 104.42 Cf. Apostolicam actuositatem, 28-32, y Christifideles laici, 57-63.43 Código de Derecho Canónico, c. 228 §1.

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en la propia vida es condición necesaria para transmitirlo mediante la actividad apostólica. Somos discípulos misioneros44.

1. Apostolado seglar

El apostolado seglar, que es el propio de los laicos, se dirige a ordenar las realidades temporales según el plan de Dios.

¿Qué son las realidades temporales? Con este término, nos referimos a todo aquello que pertenece a este mundo temporal en el cual el hombre camina como peregrino hacia el encuentro definitivo con Dios. Realidades temporales son, por ejemplo:

- todos los niveles de la vida social, tales como: la familia, el barrio o colonia, la ciudad, la región, la patria, la comunidad internacional;

- el ejercicio profesional y el servicio social en toda su amplitud y variedad, como: la educación, la investigación científica, la economía, la empresa, la política, las relaciones internacionales, la justicia social, el orden público, la medicina, los medios de comunica-ción, el arte, los espectáculos, el voluntariado, etc.;

- las circunstancias de la vida, como: las alegrías, la enfermedad, la pérdida de seres queridos, el descanso, el deporte, las diversiones sociales, la alimentación, etc.;

- las edades de la vida, como: la infancia, la juventud, la edad adulta, la vejez;- la cultura en toda la amplitud de su significado45.

Todas estas realidades deben ser informadas y transformadas por el amor de Dios al hombre manifestado en Jesucristo y, así renovadas conforme a la dignidad de los hijos de Dios, hacerse instrumentos para dar gloria a Dios; es decir, deben hacerse medios para que expresemos a Dios nuestro amor filial.

En medio de estas realidades temporales, el hombre no sólo debe hacer méritos para recibir en el más allá la salvación eterna que Cristo le ofrece, sino que también y sobre todo realiza su misión de colaborar con Dios para que el mundo recupere su sentido originario46 y, recapitulándose en Cristo47, todas las criaturas den gloria a Dios alcanzando su sentido último48. Es decir, gestionando las realidades temporales, el laico da su aportación apostólica en la construcción de la civilización de la justicia y del amor conforme al plan amoroso de Dios: santifica el mundo reconciliando a los hombres y a la creación con Dios, anuncia la verdad del Evangelio a sus hermanos y a las creaturas, y somete, sirviendo y sanando, el mundo al señorío de Dios.

Por esto, nos enseña el Concilio Vaticano II:

44 Cf. Evangelii gaudium, 120: «Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”».45 Sobre el concepto de “cultura”, cf. Gaudium et spes, 53.46 Cf. Gen 1, 28.47 Cf. Col 1, 18.48 Cf. Apoc 21, 1.

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A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor.49

El derecho canónico afirma la obligación de cada laico de realizar este apostolado propiamente laical a modo de fermento: «Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares»50.

Incluso, hay lugares del mundo y circunstancias de la vida donde la Iglesia sólo puede hacerse presente y anunciar a Cristo a través de los laicos51. Por esto su obligación misionera «les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo»52.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia constituye un instrumento muy valioso para comprender lo que la Iglesia espera de los laicos en la evangelización de la sociedad y de sus diversos sectores.

El Concilio ha recordado que en nuestro tiempo es necesario que los laicos piensen su apostolado también en dimensiones que superen los límites geográficos de las Iglesias locales, proyectándose nacional e internacionalmente53.

Se trata de un apostolado llamado a adquirir formas y modalidades variadísimas y que los laicos pueden ejercer tanto de manera individual como de manera asociada54.

Con este apostolado de restauración del orden temporal, los laicos hacen presente a la Iglesia en el mundo, dado que dicha tarea forma parte irrenunciable de la misión evangelizadora de la Iglesia55 y, de hecho, «evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial»56. Los laicos asumen el ejercicio de este apostolado de evangelización de las realidades temporales bajo su propia responsabilidad y lo realizan

49 Lumen gentium, 31.50 Código de Derecho Canónico, c. 225 §2.51 Cf. Ibídem, 33.52 Ibídem, c. 225 §1.53 Cf. Apostolicam actuositatem, 10 y 14.54 Cf. Ibídem, 15-21.55 Cf. Ibídem, 5.56 Evangelii nuntiandi, 60.

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en nombre propio; de consecuencia, en la programación y actuación de este apostolado a ellos corresponde el protagonismo, respetando la jurisdicción y autoridad del Papa, de los obispos y de los párrocos según lo establecido en el derecho de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II enseña que, en el apostolado seglar, los sacerdotes y religiosos deben prestar una ayuda que puede resultar muy significativa; pero que este apostolado es responsabilidad del laico, el cual lo realiza en virtud de su unión vital con Cristo57. El clero por lo tanto no debe restringir la justa libertad de los laicos en la evangelización de los asuntos terrenos58. Así, por ejemplo, en la familia ─que es “Iglesia doméstica”─ los principales responsables de la educación religiosa de los hijos son los padres y en esta misión no pueden ser sustituidos, sino sólo auxiliados, por los sacerdotes y consagrados. Asimismo, en la promoción de la justicia social y en la actividad política, es misión de los laicos cooperar con los otros ciudadanos animados por la caridad y bajo su propia responsabilidad59. Del mismo modo, en la evangelización de las demás realidades temporales, el laico no puede declinar su responsabilidad en los sacerdotes o en las personas consagradas, en quienes podrá encontrar una ayuda pero nunca una sustitución.

Aun cuando el laico desarrolle su apostolado mediante actividades ejercidas en nombre propio, sin comprometer en nada a la autoridad eclesiástica, él es también testigo y protagonista de la Iglesia en salida misionera hacia todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio60.

2. Colaboración en el ministerio de los sacerdotes

Es también propio de los fieles laicos prestar su colaboración en las tareas e instituciones que dependen de la jerarquía eclesiástica, actuando bajo la dependencia de ésta; incluyendo por supuesto el apoyo a los sacerdotes en favor de una mejor y más penetrante acción pastoral61. Nos referimos a la colaboración en la pastoral litúrgica y sacramental, en la promoción del culto público, en la enseñanza de la doctrina a través de la catequesis parroquial o de la enseñanza en seminarios y otros centros eclesiásticos, en la animación de la vida cristiana mediante la pastoral de parroquias o de otras instituciones eclesiásticas. Esta colaboración puede ser ocasional o puede hacerse de forma estable, puede hacerse bajo encargo puntual de algún sacerdote o puede hacerse en virtud de la recepción de un ministerio (lectorado, acolitado, ministro extraordinario de la Eucaristía, por ejemplo) o de una misión eclesial peculiar (enseñanza en una universidad eclesiástica, por ejemplo).

57 Cf. Apostolicam actuositatem, 4, 10, 24 y 25.58 Cf. Lumen gentium, 36 y 37; Apostolicam actuositatem, 13 y 24; Código de Derecho Canónico, 215, 216, 225, 227, 275; Evangelii gaudium, 104: «Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere “jerárquica”, hay que tener bien presente que “está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo”. Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo».59 Cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 29. 60 Cf. Evangelii gaudium, 20, 45 y 46.61 Cf. Apostolicam actuositatem, 24; Christifideles laici, 23, e Instrucción de la Santa Sede sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes (1997).

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Sobre el compromiso apostólico en la parroquia, el Concilio Vaticano II dice: «Los laicos han de habituarse a trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes, a exponer a la comunidad eclesial sus problemas y los del mundo y las cuestiones que se refieren a la salvación de los hombres, para que sean examinados y resueltos con la colaboración de todos; a dar, según sus propias posibilidades, su personal contribución en las iniciativas apostólicas y misioneras de su propia familia eclesiástica»62.

3. Conclusión

El Papa Pablo VI sintetizó magistralmente lo esencial del apostolado seglar al decir de los laicos que:

Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —ésa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posi-bilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los ni -ños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares haya impreg-nados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristianas, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades —sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida— estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús.63

PREGUNTAS DE ASIMILACIÓN PARA LA REFLEXIÓN EN EQUIPO

1. ¿Qué he aprendido del estudio de este subsidio? (Compártelo con tus compañeros de equipo)

2. ¿Por qué los fieles laicos tienen obligación y derecho a trabajar para que el Evangelio sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo? ¿De dónde nace esta obligación? ¿Por qué es un derecho?

3. ¿Cuál es la aportación específica que les corresponde a los laicos en favor del apostolado de la Iglesia tal como se define en Apostolicam actuositatem 2? ¿En qué se diferencia el apostolado seglar del apostolado de los sacerdotes?

4. ¿Veo la diferencia entre “hacer apostolado” y ser apóstol? A la luz del llamado al apostolado seglar, ¿cómo hacer más cristiano este mundo mediante las actividades cotidianas?

62 Apostolicam actuositatem, 10.63 Evangelii nuntiandi, 70. En este texto por «comunidad eclesial» se entiende a la Iglesia misma; no se refiere por tanto a asociaciones de fieles o comunidades eclesiales particulares que pueden constituir los laicos, ya sea solos, ya sea junto con clérigos y/o consagrados.

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5. ¿Cuáles serían ejemplos (reales o imaginados) de iniciativas apostólicas laicales para evangelización de los ambientes del mundo?

6. ¿Qué realidades temporales nos sentimos llamados por Dios a evangelizar quienes formamos este equipo de reflexión?

7. ¿Creemos que contamos con la formación necesaria para realizar nuestra misión evangelizadora? ¿Nos preocupamos por recibir formación permanente?

8. ¿Cómo pueden ayudarnos los sacerdotes en la realización de apostolados seglares?

9. ¿Cómo pueden ayudarnos los religiosos o religiosas en la realización de apostolados seglares?

10. ¿Cómo pueden ayudarnos los consagrados laicos y las consagradas laicas en la realización de apostolados seglares?

11. ¿Cómo podemos ayudar los fieles laicos a los sacerdotes junto a quienes vivimos en la realización de su apostolado sacerdotal?

LECTURAS RECOMENDADAS

Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 836-856 y 863-865

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem

JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Christifideles laici, nn. 32-44 y 57-64

FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium

JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris missio

PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi

JUAN PABLO II, Colección de catequesis sobre los laicos, catequesis 11-27

Carta a Diogneto (siglo II)

Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el bautismo a la transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, Capítulo 3 «El Evangelio del Reino de Dios»

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

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P.R.C. A.G.D.

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