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Entre Cantos y Llantos Tradición oral sikuani Francesc Queixalós / Rosalba Jiménez Compiladores “Vamos a flechar el cielo y por las flechas vamos a subir.” MINISTERIO DE CULTURA República de Colombia COAMA UNION EUROPEA FUNDACIÓN ETNOLLANO

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Entre Cantos y LlantosTradición oral sikuani

Francesc Queixalós / Rosalba Jiménez Compiladores

Entre

Can

tos y

Lla

ntos

Wajaliw

aisianü

“Vamos a flechar el cielo y por las flechas vamos a subir.”

WajaliwaisianüSikuani Piatiriwi Pexi Tsipaeba

Francesc Queixalós / Rosalba Jiménez Pejume Kaetuatsijiwibeje

“Nakua rabaja upaxuabianatsi baja, bajarapakujirutja rabaja ponaetnatsi baja!” MINISTERIO DE CULTURARepública de Colombia

COAMAUNION EUROPEAFUNDACIÓN ETNOLLANO

MINISTERIO DE CULTURARepública de Colombia

COAMA UNION EUROPEA FUNDACIÓN ETNOLLANO

Entre Cantos y LLantos 1

La Fundación Etnollano publicó en 1991 una recopilación de relatos de los indígenas Sikuani*, reco-gidos por el lingüista catalán Francesc Queixalós y editados con la colaboración de la educadora e investigadora Sikuani Rosalba Jiménez. La publicación iba dirigida a los entonces nacientes

programas de etnoeducación en la región de los Llanos Orientales de Colombia, donde habita la ma-yoría de los hablantes de esta lengua. La obra, editada en dos volúmenes independientes, uno en cada lengua, tuvo una gran demanda en las escuelas indígenas y entre el público general, hasta el punto de quedar totalmente agotada.

Casi 20 años después, los lectores Sikuani se han incrementado notablemente, así como el interés de los no indígenas por estas tradiciones orales. El sikuani es hablado por cerca de 50.000 personas, en los departamentos colombianos de Casanare, Meta y Vichada y en el Estado Amazonas de Venezuela. Aho-ra, más aún que antes, la producción de materiales de lectura en esta lengua es de vital importancia.

Esta segunda edición, revisada y corregida, se publica en el marco del proyecto “Fortalecimiento de la gobernabilidad local para la conservación de los bosques en la Amazonia de Colombia, y la construc-ción de programas transfronterizos con Brasil y Venezuela”, auspiciado por la Unión Europea y ejecuta-do por las fundaciones Gaia Amazonas y Etnollano, Programa COAMA (Consolidación Amazónica).

Como parte de este programa que apoya, entre otras cosas, la formulación y manejo de proyectos edu-cativos por parte de los pueblos indígenas de la región, se organizaron varias reuniones con docentes e intelectuales Sikuani, para la revisión de los textos en esta lengua. Las historias contenidas en el libro fueron también leídas a grupos de niños Sikuani, en talleres que se organizaron en las escuelas indíge-nas de Barranco Colorado, sobre el río Vichada y Calarcá, sobre el río Orinoco. Estos niños recrearon las narraciones a través de numerosas ilustraciones, algunas de las cuales se incluyen en esta edición.

La publicación de esta segunda edición ha sido posible gracias al auspicio de la Unión Europea, de la Cátedra UNESCO de Lenguas y Educación, Institut d’Estudis Catalans, y del Programa de Protección de la Diversidad Etnolingüística (PPDE), del Ministerio de Cultura de Colombia.

Fundación EtnollanoEtnodesarrollo en la Amazonía y los llanos de la Orinoquía

PRESENTACIÓN

* A lo largo de este texto, el lector encontrará muchas veces la palabra “sikuani”, en ocasiones escrita con S mayúscula y, en ocasiones, con minúscula. El criterio que orienta esa diferencia es que cuando se refiere a la lengua, se escribe con minúscula y cuando se refiere a la etnia se escribe con mayúscula.

2 Entre Cantos y LLantos

Edición y coordinación editorialMaría Acosta

Revisión de la versión castellanaMiguel Lobo−Guerrero

Revisión de la versión sikuaniRosalba JiménezRafael Ramírez

Juan Bautista Nariño

IlustradorJuan Manuel Arreaza

DiseñoStudio Visual EU.

Director de arteCamilo Jaramillo Rengifo

Armada gráficaNancy Cuéllar Castillo

EscánerJavier Tibocha

TráficoAura Rosa Camargo

Gloria Rincón O.

Fundación Etnollano© Derechos Reservados

Apartado 103.263Bogotá, Colombia

[email protected]

ENTRE CANTOS Y LLANTOSTradición oral sikuani

Primera edición, 1991 Bogotá, D. C.Segunda edición, 2010 Bogotá, D. C.

ISBNXXXX

Niños Sikuani participantes en los talleres de ilustración

PortadaGénesis Getsimar Sotillo

Carlos ArangoCelsor Baruc ArangoNeira Yibel Arango

Damián Armando CaribánFlor Nidia Caribán

Rafael Darío CaribánDidier Galeb Galindo

Gleydy Adalid GalindoJoel Galindo

Ruth Araceli JiménezNixon Vladimir Nariño

Nelly Marai RiveroMarila Rivero

Sergio ContrerasElber Contreras

Carlos Santiago GuarínJohn Jairo LeudoFerney MoncadaJeison Perdomo

Hernán PradaIsmael PradaJessica Prada

July Andrea RamírezAngie Milady Rojas

Angie Marcela TeránSonia Amelia Villegas

Entre Cantos y LLantos 3

Entre Cantos y LlantosTradición Oral Sikuani

Francesc Queixalós / Rosalba Jiménez (Compiladores)

4 Entre Cantos y LLantos

21Introducción

PRImERA PARTEEl origen del mundo y de los seres

13 El Génesis13 Kaliawiri, el árbol de todas las plantas17 Palameku y la primera negociación21 La caída del árbol Kaliawirinae22 El cultivo de las plantas y los árboles frutales23 El gran diluvio23 Kusubawa nos dio nuevos cultivos25 La fabricación de elementos para el trabajo de la yuca25 El origen del fuego26 Adai y las transformaciones28 Ibaruawa y su novio el caimán29 Tsamani devorado por el caimán30 Los niños raptados por el Rayo31 La subida de los Tsamani al mundo de arriba33 Los Tsamani en el mundo del Rayo

38 El hijo de Tsuwawiri39 Kuwai 44 Maduedani, hijo de Matsuludani48 Kuliwakua, la luna caníbal52 El ave Kotsala54 Los peces56 Belutuawa, la suegra sapa58 Bakatsolowa la sirena59 Los descendientes del sapo60 El yopo61 Waxaninü y la tela de vestir62 La colibrí y el parto de la mujer63 El árbol de las chaquiras64 El fuego65 El arco iris

SEguNDA PARTEConsejos y enseñanzas

69 La amante del pez valentón74 La niña llorona76 El baile de los espíritus79 Upisiri, el niño camarón80 La mujer celeste82 El pene de tierra85 El hombre del pene descomunal87 El tigre y la enferma90 El pájaro Makoko94 Búho y los pescadores95 Búho y los jóvenes imprudentes96 Oso palmero y la niña con la primera menstruación97 La amante de Tsawali

100 La amante de la raya102 El perro hablador

Entre Cantos y LLantos 5

índice

65

4

3TERCERA PARTELos espíritus guardianes

105 Espantos de la selva105 Los Yaje106 Masifefere106 Bumapa106 Etjebere107 Jmjmjmjm107 Yalu108 Jirujiru108 Kaesitonü109 Otros espantos109 Yawiki111 Munuanü y Banajuli113 Encuentro con Munuanü114 La esposa de Munuanü115 Munuanü y las dos hermanas116 Daladala y las dos hermanas

CuARTA PARTERezos y conjuros

121 Comentarios a la oración de la cacería128 La muerte133 El colibrí y el amor

QuINTA PARTE Los animales enseñan

137 Oso palmero y tigre139 Conejo y tigre142 Las tortugas morrocoy y matamata143 La tortuga morrocoy

SExTA PARTECrónicas

147 Los Kawiri, antropófagos152 Los combates de Keleto155 Andrés Bonilla, chamán159 El enfermo161 Crónica de ultratumba164 Encuentro con un espíritu165 Autobiográficas167 Crónica del fuego172 Ramón Gaitán180 Encuentro de dos mundos

gLOSARIO

6 Entre Cantos y LLantos

INTRODuCCIÓN

De entre los hechos del lenguaje que más llaman nuestra atención se hallan su unidad y su diversidad. La primera, por cuanto todos los pueblos poseen una lengua que es completa en su estructura y capaz de expresar las necesidades comunicativas de las gentes que la

tienen como propia. La segunda, por cuanto, dentro de unos límites que definen la facultad hu-mana del lenguaje, las diferencias de una lengua a otra son notables, hasta el punto de que en el mundo se hablan alrededor de 6.000 lenguas, por dar una cifra redonda y aproximada.

Cada una de estas lenguas constituye una creación única de la mente humana, un elemento de identificación y comunión para cada uno de los individuos y los pueblos que las hablan, una ela-boración singular de las relaciones humanas y un conocimiento experto del medio natural inme-diato, en la medida en que unas y otro están codificados en ellas. Dicho de otro modo, toda len-gua constituye un fragmento significativo de la experiencia acumulada por el género humano a lo largo de milenios. Por ello, la desaparición de una lengua tiene un impacto enorme a nivel local y global, puesto que no hay lengua que pueda reemplazar en sentido estricto a otra lengua. Este impacto afecta al bienestar y al equilibrio de la humanidad.

Esta situación ha inducido que ciertos organismos internacionales y locales e incluso ciertos go-biernos hayan manifestado un interés creciente por lenguas que podrían hallarse en peligro de ex-tinción. Así, la UNESCO desarrolla un programa sobre “la salvaguarda de las lenguas amenazadas” y otro programa sobre “el conocimiento de los pueblos indígenas”, entendiendo que la diversidad es un “frágil tesoro que se encuentra amenazado por la globalización” y “una forma renovable de riqueza” que es promesa de un desarrollo más equilibrado, justo y pacífico de la humanidad.

La Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural (2001) reconoce que “esta di-versidad se manifiesta en la originalidad y la pluralidad de las identidades que caracterizan a los grupos y las sociedades que componen la humanidad”, que “es tan necesaria para el género hu-mano como la diversidad biológica para los organismos vivos” y que “debe ser reconocida y conso-lidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras”. Al fin y al cabo, la diversidad cultural es un “medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual más satisfactoria”. Este texto es una declaración de principios, pero tuvo una consecuencia práctica importante en la adopción por la 33ª Conferencia General de la UNESCO de la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales (2005), cuyo contenido y valor jurídico es vinculante para los Estados miembros. Por ella se reconoce que “la protección y la promoción de

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la diversidad de las expresiones culturales presuponen el reconocimiento de la igual dignidad de todas las culturas y el respeto de ellas, comprendidas las culturas de las personas pertenecientes a minorías y las de los pueblos autóctonos”.

Asimismo, a la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural (1972), cuyo objetivo es la conservación del legado cultural material y de los parajes de especial rele-vancia por su belleza o biodiversidad, la UNESCO añadió la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (2003), con el objetivo de velar por el patrimonio intangible de la Humanidad. Según ella, “este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y conti-nuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad huma-na”. El concepto abraza las “tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial.”

En efecto, las lenguas no son sólo un objeto mental de individuos aislados, sino que existen en un entorno determinado, se crean, se transforman o se desintegran mediante la interacción de los miembros de una comunidad –y de ésta con otras comunidades– y viven y perviven en sus con-versaciones, en sus narraciones, en sus mitos, en sus cantos y ensalmos, en sus fórmulas mágicas o religiosas y en un gran número de géneros verbales propios. En una palabra, en sus textos –enten-didos como construcciones culturales más o menos abiertas, más o menos conclusas; entendidos como bloques culturales que funcionan y circulan siguiendo ciertas normas comunicativas, como recursos de los que disponen los miembros de la comunidad, aunque sea de forma desigual. Así, aunque ni todos los individuos tienen idéntico conocimiento de tales recursos ni cualquiera –se-gún sea su posición o función social, su género, su edad, según sea la situación– puede usar de manera efectiva ciertas formas de lenguaje, muchos conocen su significado social y todas surten su efecto en condiciones de enunciación apropiadas.

Los fragmentos de tradición oral sikuani que a continuación se presentan son el fruto de una labor que se extiende por más de veinte años, habiendo comenzado a principios de los setenta cuando el lingüista Francesc Queixalós llegó al pueblito Sikuani de Kotsipa, a unos cincuenta kilómetros de la desembocadura del río Vichada en el Orinoco. La meta del investigador era descubrir la estructura de la lengua, en sus niveles fonológico y gramatical. Sin embargo, la convivencia pro-

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longada con los Sikuani lo llevó a interesarse por todos los aspectos no sólo de su cultura, sino también de sus quehaceres cotidianos y hasta del mundo material que los rodeaba. Por ejemplo, dedicó muchas horas a observar y fotografiar insectos y serpientes. En estas condiciones, el interés por la tradición oral surgió de forma natural. En efecto, cuando un lingüista estudia en situación de inmersión una lengua poco documentada, se vuelve sumamente receptivo a todos los detalles del mundo en que se halla sumido porque cualquier cosa puede ser importante para su estudio. Así, pongamos por caso, la llamada de un niño en llantos a su mamá puede desvelarle algo acerca del paradigma de pronombres personales. Durante muchos años el investigador estuvo recogien-do material de la tradición oral, primero con los habitantes de Kotsipa, después en varias otras regiones de los Llanos del Orinoco.

El trabajo consistía en 1) grabar una narración en la lengua sikuani, la mayoría de las veces por solicitud del investigador a partir de una evocación surgida en el contexto de la vida cotidiana, 2) transcribirla sobre el papel con ayuda de un hablante, 3) traducirla de forma global, es decir que el hablante colaborador escuchaba la narración una o más veces y después la contaba en español, 4) traducirla enunciado por enunciado y, finalmente, 5) segmentar las palabras en morfemas y dar a cada morfema una equivalencia en español. Naturalmente la fase 5 es el producto directamente utilizable para el análisis lingüístico. A su vez, los resultados del análisis lingüístico permiten volver sobre la fase 2, la transcripción, para pulirla, dándole, por ejemplo, al texto original una forma más fonológica, menos fonética, ya que la escritura debe reflejar no tanto la realidad física de los so-nidos como la realidad, psicológica, del sistema lingüístico, fonológico y también, con frecuencia, gramatical. Estos resultados permiten asimismo afinar la traducción, porque la comprensión del sistema gramatical, y el conocimiento del léxico, claro está, revelan que en ocasiones el hablante que colaboró en las fases 3 y 4 omitió o desfiguró algún detalle, pues a quien no ha tenido esta experiencia le resulta difícil imaginar el grado de cansancio y hastío que tales ejercicios pueden inducir en quien no está directamente, personalmente, movido por el resultado de esta labor.

Más o menos la totalidad de los textos en español, y unas dos terceras partes de los textos en sikuani, fueron elaborados de esta forma, sin olvidar una última fase. Esta tiene dos facetas. Los textos en español fueron reelaborados en un par de aspectos. Uno es la secuencia de los aconteci-mientos. Las narraciones tradicionales, en situación de normalidad social y cultural, son oídas re-petidamente por los niños desde su más temprana edad. Todos los miembros de una comunidad

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conocen lo básico de esta tradición, lo que hace que el narrador no se preocupe en demasía por respetar a la letra la secuencia temporal de los acontecimientos. Si en medio de un lance recuerda que hubiera debido mencionar un detalle unos minutos antes, lo coloca en el punto en que se ha-lla, sin poner, naturalmente, ninguna nota a pie de página. Las consecuencias sobre el conocedor y el desconocedor de aquella narración son drásticamente opuestas. A este último, lo sume en un total desconcierto la acumulación de tres o cuatro incidentes de esta índole en un mismo trecho de texto. La noción básica de quién hace qué sobre quién se le vuelve un lío. El segundo aspecto de la reelaboración de los textos en español llevó en su tiempo a un antropólogo a poner en duda la autenticidad de las narraciones. El léxico de las lenguas de gran difusión como el español pre-senta una diversificación geográfica notable. Un sinnúmero de palabras de los Llanos es ignorado por los habitantes de otras regiones de Colombia, como son innombrables las palabras de Colom-bia que desconocen, o a las que dan significado diferente, los habitantes de otros países de habla hispana. Si consideramos que la forma en que los Sikuani conciben el mundo merece ser conocida no sólo en los Llanos, no sólo en Colombia, sino en el mundo, entonces la traducción al español debe ser asequible a una mayoría de hispanohablantes. Al antropólogo de marras le parecía que un mito indígena presentado en español debía estar plagado de regionalismos para ser de ver-dad. Y es que, en aquella época al menos, muchos antropólogos recogían la tradición oral no en la lengua original sino directamente narrada en español. En el español local, claro, y esto acababa siendo, para algunos, la forma normal de frecuentar las narraciones tradicionales.

Los textos en sikuani aquí reunidos también pasaron por una reelaboración minuciosa. Y ello gra-cias a una fecunda colaboración que surgió, a fines de los años ochenta, entre Rosalba Jiménez, Majalu, sikuanihablante y aspirante a lingüista, y el investigador. Majalu revisó todos los textos transcritos anteriormente y transcribió el tercio que quedaba por hacer. Ambos trabajaron sobre otros aspectos tales como la secuencia de los acontecimientos o la inter-inteligibilidad de las for-mas dialectales sikuani, con el fin de clarificar los contenidos para lectores Sikuani oriundos de regiones que podían tener versiones algo diferentes de la tradición y/o variaciones en el habla. Un hueso difícil de roer fue la cuestión de la grafía. Los Sikuani habían padecido durante dos décadas la atomización de las normas alfabéticas utilizadas para escribir su lengua. Ello se debía sobre todo a la rivalidad entre facciones proselitistas que se combatían para conseguir atraer a los Sikua-ni hacia su propia versión de la religión cristiana. Debido a la extensión del área ocupada por los

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Sikuani, o aprovechándose de ella, los misioneros se repartieron las zonas, y cada facción actuaba a espaldas de la otra, lo que significa que una división con motivaciones foráneas acabó por frac-cionar la etnia. No para el bien de la sociedad Sikuani, con toda seguridad, pues al afán de aislar a sus adeptos de los demás Sikuani se juntaba la impericia de los religiosos para con el análisis lin-güístico y también la preocupación de algunos de ellos, principalmente los fundamentalistas pro-testantes, por inducir a los Sikuani a escribir su lengua de la forma más parecida posible al español. La llegada de personal cualificado para el estudio de las lenguas podía haber contribuido a sim-plificar el panorama de la grafía, pero, por lo menos de inmediato, lo que hizo fue complicarlo. La propuesta del lingüista por una grafía más respetuosa del sistema de la lengua no consiguió crear consenso, y se sumó a las ya existentes cinco variedades de alfabeto. Sin embargo, y gracias al im-pulso de una organización indígena del Meta y de una misión católica del Vichada, fue creándose consciencia de la necesidad de unificar las grafías sobre bases más adecuadas que las que habían prevalecido hasta entonces. A ello se llegó a fines de la década de los ochenta, coincidiendo con el momento en que empezaba la colaboración entre Majalu y el investigador. Su decisión de adop-tar el alfabeto unificado para escribir la colección de textos de tradición oral fue algo espontáneo. Identificaron sin embargo una letra que iba a plantear problemas y que, supusieron, acabaría sien-do reemplazada a medio o largo plazo. Después de mucha discusión optaron por un símbolo más sencillo para el fonema fricativo velar sordo. Esta es la grafía en que vienen presentados los textos en su versión original.

Es difícil imaginar, ya con el libro en las manos, de cuántos cientos de horas de trabajo arduo éste es resultado. Démoslas por bien empleadas si han de servir para que semejante riqueza tenga la difusión que merece dentro y fuera de la etnia, y contribuya a crear orgullo entre esos desde siem-pre indomables Sikuani.

Joan A. Argenter Francesc QueixalósCátedra UNESCO de Lenguas y Educación CNRS1

Barcelona París

1. Centre National de la Recherche Scientifique.

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El Origen del Mundo

y de los Seres

1

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“... danzó mucho para irse hasta las alturas más allá del cielo. Y es que miró la hoja de un árbol seco Y ahí se dio cuenta de que esta tierra estaba destinada para la muerte, La muerte lo iría destruyendo todo, Nada sería inmortal. Decidió buscar un mundo donde no muriera.”

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El Génesis es una historia central de la mitología sikuani y fue narrada en una sola sesión, por José del Carmen Gaitán, en el centro Unuma, en 1988. En esta edición, con el propósito de hacer más ágil su lectura, se ha dividido en varios subcapítulos, que conservan el contenido y el orden narrativo originales.

EL gÉNESIS

1. Los Sikuani llaman Gran Río o mar al Río Orinoco.

2. En los llanos orientales de Colombia y Venezuela suele llamarse tigre al jaguar americano.

K aliawiri, el árbol de todas las plantasDe uno de los huevos salió una mujer con un niño. La mujer era una anciana y el niño

no era hijo suyo, pero ella lo crió, porque era peque-ñito. Hasta que el niño estuvo grandecito la viejita lo fue criando. Él crecía, crecía. El agua de lavar al niño se convertía en almidón, viendo eso la viejita pensa-ba: “¡Qué cosa tan rara!”

Con el paso del tiempo, mucho tiempo, lo que los blancos llaman siglos, se produjeron unos cambios y el niño se convirtió en un joven. Dijo:

−Abuelita, me voy a ir por encima de esta tierra y voy a caminar hasta donde llegue esta tierra. Cuando en-cuentre algo, sonará un estruendo y cuando yo llegue acá de regreso, sonará también un estruendo. Cuan-do usted oiga ese ruido piense: “¡Ah, mi nieto ya des-cubrió un mundo!” Cuando vuelva a sonar piense: “¡Ya viene regresando mi nieto!”.

−Bien− dijo la viejita.

Después de dar esas explicaciones a la abuelita, el niño emprendió viaje por la superficie de la tierra. Pasó mucho tiempo desde que el niño se había ido. Y sonó el estruendo de la tierra. La abuelita pensó: “¡Ya llegó mi nieto!”

Pero ella no sabía adónde había llegado el niño. En cambio él, tenía el don de la videncia, conocía el futuro, sabía los pensamientos de la viejita. El niño se quedó donde estaba. Después de mucho tiempo sonó otra vez la tierra. La viejita oyó el ruido y dijo:

−¡Ah, ya viene de regreso mi nieto!

Llegó el niño, pero ya no era pequeño, estaba crecido. Entonces los huevos empezaron a reventar.

Del primero salieron todos los animales pequeñitos y se esparcieron por el mundo. Lo que los blancos lla-man microbios. Esos animalitos se perdieron de vista inmediatamente, pero a través del tiempo se fueron conociendo. También salió el agua y se formaron el Gran Río1, o sea el mar y los ríos. De ahí también salió la culebra Tsawaliwali. Salieron unos pescados grandes que hoy día empezamos a conocer por su nombre, ballena, tiburón. ¡Animales peligrosos, esos, grandes! Así salieron las cosas que acabo de mencionar.

Del primer huevo salieron, además del niño y la an-ciana, Tsawaliwali y los habitantes de los ríos. Los pes-cados, las tortugas, el caimán, el güío, toda clase de habitantes del agua.

Otro huevo venía destinado a dar origen a los habi-tantes de las partes altas, o sea los animales que viven encima de la tierra. El segundo huevo iba a originar todo lo terrestre, ahí estaban el futuro danta, el futuro capibara, el futuro zaíno, el futuro cajuche, todas las clases de animal de cacería. También saldrían de ahí la res, el caballo, el cerdo, el tigre2, el venado, los picures, los venados de monte, la lapa, las pavas, las diferentes clases de paujil, el ave tukuluwa.

14 Entre Cantos y LLantos

En ese huevo venían todos los que viven en la selva y salen de noche.

Y los que viven debajo de la tierra, como el cachicamo ocarro. De ahí salieron.

El tercer huevo estaba destinado a los grandes anima-les que vuelan y los grandes árboles que iban a formar las selvas. El niño se transformó en el árbol más gran-de de todos, el Kaliawiri, que iba a dar origen a otros. Ahí venían los futuros grandes Zamuros.

Después de estos acontecimientos la viejita cambió sus pensamientos y dijo:

−Yo me voy.

Y se subió al cielo para alumbrar al nieto. Subió por la parte de arriba1, hacia el territorio Waü y se convirtió en la luna. No quería abandonar al nieto, entonces lo acompañaba alumbrándolo. En la parte de abajo se quedó el niño. Eso fue el principio de las metamor-fosis.

Pasó el tiempo y el árbol Kaliawiri fue expandiéndo-se, conformando la selva. Ya los árboles grandes po-blaron las selvas y Kaliawiri alcanzó su madurez. Por debajo de los árboles vivían todos los animales, el ti-gre, el oso palmero, el oso hormiguero, el cajuche, el mono de noche, todos esos; los micos, las lapas, los tigrillos, los patos y todos se comunicaban entre ellos, utilizaban la misma lengua, en esa época.

Dentro de ese grupo había dos que sabían más que los demás, por cuenta propia, sin que nadie les hu-biera enseñado. Sus nombres eran: Futuro−Tsamani y Futuro−Liwinai. En ellos se originaron los que hoy día llamamos Tsamani y Liwinai. Ellos caminaban, corrían, pensaban, mientras los demás dormían.

Entre esos que dormían estaban Futuro−Mono de Noche y Futura−Lapa, o sea los que iban para Mono de Noche y Lapa.

Esa familia no tenía nada de comida, sólo se alimen-taban de chucherías, raíces, hongos, madera podrida, frutas silvestres, eso buscaban para comer. Pero Mono de Noche se acostumbró a irse solo a buscar comida y un buen día la encontró.

Mono de Noche siempre volvía por la mañana donde estaban sus nietos.

Una mañana llegó y dijo:

−Nietos, vengan a sacarme esto que tengo entre los dientes. He estado comiendo karkara. Miren, aquí es-tán las hilachas.

Los niños fueron sacando esas hilachas de pulpa.

−¡Uy, esto huele delicioso!− decían. −¡Qué olor tan bueno!

Fueron a mostrarle a su mamá:

−Mamá, mire lo que come nuestro abuelo. Dice que es karkara. ¡Huele muy rico!

−¡A ver, traigan!

Lo olió.

−¡Dígame! Es un olor que da ganas de comer− dijo ella.

Otra mujer olió y lo mismo.

−Vamos a esperar que llegue nuestro abuelo Tsamani y le damos para que huela. Él nos va a decir qué es eso.

Al cabo de un rato llegó Tsamani. Le dijo una de las madres:

−Abuelo, aquí los niños le sacaron unas hilachas de entre los dientes a nuestro abuelo Mono de Noche. Él dice que esto es karkara; tiene un olor buenísimo, huélalo.

−¡Ah, sí! Esto es un resto de pulpa de fruta. ¿De qué será?

Entre Cantos y LLantos 15

1. Para los Sikuani hay dos puntos cardinales que tienen que ver con el curso de los ríos, río arriba, o arriba corresponde a occidente (waü) y río abajo o abajo corresponde a oriente (parawa).

Lo olió.

−Sí, huele a mawiru.

−¿Eh? ¿En qué lengua está hablando? ¿Qué significa eso?

−Es en una lengua diferente, lo que será el idioma de los Piapoco. Mawiru en nuestra lengua es dunusi, piña.

Así quedó entonces la palabra para lo que iba a ser nuestra propia lengua.

−¡Dunusi! −dijo Tsamani.

Esos mismos cunchitos de pulpa fue Tsamani a mos-trarlos a su hermano menor Liwinai:

−Vea lo rico que huele esto. Lo trajo nuestro abuelo el Mono de Noche, en sus correrías por las noches. ¿Qué hacemos?

Liwinai se quedó pensando.

−Lapa es otro que anda de noche. Entonces lo vamos a mandar a él, que siga a Mono de Noche.

Fueron en busca del abuelo Lapa.

−Abuelo Lapa, venimos a hablar con usted porque us-ted anda de noche. Nuestro abuelo Mono de Noche, que también anda de noche, encontró algo muy bue-no. Hoy usted sale tras él y llega hasta donde él llegue. Cuando él regrese, usted también.

−Bueno− respondió Lapa.

Mono de Noche y Lapa durmieron todo el día. Llegó la hora de despertarse. Mono de Noche se despertó de pronto. Se levantó, se puso a andar por ahí, dando vueltas como si nada y de un momento a otro se es-fumó. Pero Lapa había estado observando todos sus pasos y se fue detrás de él. Mono de Noche trepó a los árboles. Iba oscureciendo rapidito. Lapa iba detrás, caminando por el suelo.

Mono de Noche ya iba lejos; Lapa no le perdía la pista, hacía sonar las hojas al caminar.

“¿Quién anda por ahí debajo de mí?” Pensó Mono de Noche. “Yo hago este recorrido y nunca nadie hace ruido debajo de mí, nunca se oye un solo sonido.”

Habló fuerte:

−¡Lapa, yo creo que es usted el que anda debajo de mí, porque usted es el único que sale de noche! ¡Segura-mente piensa que yo como unas cosas que ustedes no comen! ¡Mire, esto es lo que yo como! ¡Ah, ah, ah!

−dijo, abriendo toda la boca.

Se puso a partir ramas podridas y a tirar los pedazos desde allá arriba.

−¡Esto! ¡Esto es lo que yo como, las larvas que están en la madera podrida! ¡Yo no como ningún manjar!

Lapa se quedó callado, no abrió la boca. Mono de No-che estaba furioso, alegando solo allá arriba. Siguió su camino. Era pasada la medianoche, cuando todo lo que duerme está quieto y silencioso.

Más tarde, en la misma dirección en que iba, se vio un claro. Lapa, que seguía caminando, pensó:

16 Entre Cantos y LLantos

−¡Uy, se me perdió Mono de Noche!

Pero alcanzó a verlo colgado de una rama allá lejos hacia abajo. Lapa avanzaba bajo una maleza muy tu-pida, por eso iba más despacio. Lapa nunca se pierde, tiene mucho olfato, llegó a la orilla del agua, en segui-da se zambulló y salió al otro lado.

Los ancianos dicen que de la orilla del Gran Río salía un bejuco. Ahí trepó Mono de Noche, pasó al otro lado y llegó al Árbol, subió y empezó a buscar por to-dos lados. Subió muy alto. De repente todo quedó im-pregnado de un olor delicioso, olía a frutas sabrosas.

Entonces llegó Lapa al pie del árbol, encontró de todo regado por el suelo, medio podrido: chontaduro, cai-mito, cáscaras de plátano, de piña, nueces de merey. ¡Hm, había de todo! Arriba estaba Mono de Noche cantando lleno de contento:

−¡Kutsi! ¡Kutsikutsi! Kutskutskutskutsi!

De la alegría desparramaba las frutas.

−¡Sua, que caiga un mawiru! −dijo Lapa desde abajo−. ¡Sua que caiga una piña grande!

En ese momento Mono de Noche estaba partiendo una piña enorme, se le zafó de las manos y cayó.

−¡Aaaaah!

Mono de Noche se vino detrás de él. Lapa agarró la piña y desapareció.

−¡Lapa desgraciado! ¡Me cogió mi piña!

Lapa se vino por el mismo camino de ida. Se zambu-lló en el río con la piña y salió a este lado. Amanecía cuando llegó junto a los demás.

−¡Miren esto! ¡Esto es lo que come nuestro abuelo Mono de Noche! ¡Y nosotros nada!

−¡Caramba, qué bueno!

Se reunieron todos, contentos. Tsamani metió el dedo por los ojitos de la piña y comió. Después repartió a toda su familia, a todos les dio un pedazo de piña, ninguno se quedó sin su partecita, todos comieron y comieron.

−¡Ah, esto es lo que hace Mono de Noche!

Después de que todos comieran, Mono de Noche confesó:

−Allá hay fruta de toda clase y se desperdicia. Allá está el Árbol de las Frutas al otro lado del Gran Río.

Entonces le pregunta Liwinai a Tsamani:

−¿Y qué hacemos?

−Pues como nuestro abuelo Lapa conoce el camino, que nos guíe hasta allá. Vamos a ver eso.

−¡Vengan, vamos allá!

Se llamaron unos a otros, para ponerse en camino y se fueron en fila. Abandonaron su sitio, caminaron hasta que llegaron a la orilla del Gran Río.

Dijo Liwinai a Tsamani:

−¿Y ahora qué?

−Mm… ¡No sé qué vamos a hacer, esto es todo extra-ño!

Estaban desprovistos de todo.

−Juntemos unos cuantos troncos de palma de ma-guey, amarrémoslos y hagamos unas balsas para que quepamos todos.

Se fueron a buscar los palos, los pusieron en fila, apre-tados. Tsamani hizo su balsa, Liwinai lo mismo.

Cada uno hizo su balsa, las echaron al agua y empe-zaron a remar.

Dijo Tsamani a los Bachacos:

Entre Cantos y LLantos 17

−Ustedes son muy pequeñitos, este bejuco los aguan-ta a todos. Váyanse por ahí, nosotros nos vamos en balsa.

Remaron, remaron, remaron y llegaron al otro lado. Dijo Tsamani:

−¡Parientes, conviertan sus balsas en canoas de Toma-linae!

Por eso hoy día, cuando se ve relampaguear sin ruido lejos hacia abajo, decimos:

−¡Ahí viene Tomalinae navegando!

Y cuando tumbamos un árbol sobre un río para cru-zarlo decimos:

−¡Sua, que se convierta en la canoa de Tsamani!

Bueno, todos ellos alcanzaron la otra orilla; Liwinai también. Cuando estuvieron al pie del árbol:

−¡Ah, vean eso!

Se tiraron a comer todo lo que encontraban, sin repa-rar en si estaba bueno o dañado, todo era extraordi-nario.

−¡Esto está muy bueno!

Recogieron todo lo que había por ahí esparcido, en unos canastos de hojas de palma de moriche.

−Ya comimos. ¿Y ahora qué hacemos?

−¡Hay que tumbar este árbol!

−¡Sí, vamos a tumbarlo! Eh, ¿y con qué lo tumbare-mos? No hay hacha.

Como siempre, Liwinai se le acercó a Tsamani:

−Bueno, Tsamani, ¿qué vamos a hacer? ¿A dónde va-mos a ir a buscar algo con qué tumbar?

−Por allá abajo1 está nuestro abuelo Palameku. Él tiene herramientas metálicas. Hay que ir a negociar con él.

Ese fue el origen de nuestra costumbre de negociar. Cuando un Sikuani va a pedir algo dice “voy a nego-ciar”, aunque vaya con las manos vacías. Ellos nos dejaron esa costumbre y esa palabra negociar.

Palameku y la primera negociaciónPalameku estaba por los lados de Cuidad Bolívar. Pero hacia allá no salió toda la familia, sino únicamen-te ellos, los mismos de siempre. Se fueron a negociar. Salieron hacia abajo. Se fue Liwinai, se fue Tsamani y Kajuyali también se fue. Y el pequeño Madueda-ni y el pequeño Tsaparali. Pumeniruwa igualmente, la hermana fue la única mujer que viajó con ellos. También iban Futuro−Tigre, Futuro−Oso Palmero y Futuro−Oso Hormiguero, así como Futuro−Pájaro Carpintero y Futuro−Tsalamai. Todos esos fueron a negociar a Ciudad Bolívar, al sitio de Palameku.

Según nuestro calendario, ellos caminaron duran-te tres lunas hacia esa tierra. Por fin divisaron el sitio donde vivía Palameku. Acamparon cerca.

−Mañana vamos hasta allá.

1. Río abajo.

18 Entre Cantos y LLantos

Descansaron y al día siguiente cuando aclaró:

−¡Abueeeloooo! ¡Venimos a verlo!

Palameku era un ser gigantesco, con una barriga enorme.

−Bueno, bueno.

Tenía una voz gruesota.

−Siéntense aquí.

Ellos tenían su costumbre de sorber yopo. Entonces sorbieron.

−Abuelo, ¿usted no suerbe yopo?

−Sí, claro. Por eso estoy aquí con ustedes.

−¿Va a sorber?

−¡Sí!

−Tome el polvito.

El polvo de yopo era parte de la negociación.

Entonces le dieron a probar. En voz baja preguntó Tsa-mani a Liwinai:

−¿Se lo decimos hoy?

−Esperemos.

Pasaron la mañana sorbiendo yopo. Ya por la tarde, cuando estaba por ponerse el sol, le soltaron lo que le querían decir:

−Abuelo, nosotros venimos a conversar una cosita pe-queñita con usted. Resulta que usted es alguien de mucha fama porque tiene herramientas de metal.

−¡Ooooh, nietos, qué va! ¿Por qué me dicen eso? Si yo tuviera herramientas de metal, ustedes verían algún pedazo de machete o de hacha por ahí tirado. ¡Pero no hay naaaada! Perdieron su tiempo.

−¡No, abuelo, esto va en serio! Venimos a negociar de

verdad.

Se estaba ocultando el sol.

−Bueno, dejemos la cosa por hoy. Mañana seguiremos.

−¡Bieeen, aquí estaré!

Se fueron, pensativos; llegaron al campamento y Liwi-nai dijo:

−Nuestro abuelo no quiso saber nada. No se ve rastro de metal. ¿Qué hacemos, será cierto que no tiene?

−Él tiene, lo que pasa es que se lo guarda para él y está tomándonos el pelo. ¡Mañana verán que sí!

El día siguiente se fueron más tardecito, pues estuvie-ron planeando la visita y sorbiendo yopo. Pasó el día como el anterior, conversando y sorbiendo yopo con Palameku. Al atardecer estaban tan borrachos que veían a través de las cosas por transparencia, como hacen los chamanes.

Veían a través del cielo, a través de la tierra, a través del cuerpo de las personas.

Entonces empezaron a negociar.

−Abuelo, nosotros venimos muy en serio hasta aquí a buscar cosas de metal, hachas, machetes −dijeron ellos.

−¡Es que no hay! ¡No hay nada de nada, lo que se dice nada, de verdad!

−Mire, nosotros no tenemos nada. Venimos a verlo porque usted es nuestro abuelo.

−Bueno, está bien, nietos. ¡Pero no hay nada!

−Mañana venimos a verlo por última vez. Después co-gemos el camino de vuelta.

−Bien. Mañana los espero.

Volvieron al sitio donde estaban acampados.

Entre Cantos y LLantos 19

−Nuestro abuelo nos mintió. ¡Mañana nos salimos con la nuestra! Hay que planear algo.

−Bueno Tsamani, será usted el encargado de llevar a cabo el plan −dijo Liwinai−. Mañana, cuando esté por ocultarse el sol, le preguntamos una sola vez. En el momento de responder, nuestro abuelo tiene que tomar aire. Usted, Tsamani, ahí mismo se le mete por la boca convertido en zancudo y se le pega en la gar-ganta.

−Bueno, bueno, así haremos.

Al otro día se pusieron en camino ya enyopados. Una vez allá siguieron sorbiendo. Al atardecer, cuando lle-gó la hora de negociar, estaban totalmente borrachos. En ese momento todos podían verse uno a otro por transparencia. En el lugar mismo donde estaban ha-bía mucha tensión. Era peligroso. Yo no hubiera po-dido estar ahí.

−Abuelo Liwinai, ¡tenga!

−Sí.

Y Liwinai sorbió:

−¡Iiiissss! ¡Ah!

Al yopo que le iban a dar a Palameku le echaron otras cosas. Sorbió Palameku:

−¡Iiiissss! ¡Ah!

Ya iba emborrachándose. Se pusieron a hablar.

−Bueno abuelo, queremos la verdad. Vamos a hacerle una pregunta. Nosotros le preguntamos a usted con toda corrección, muy a las buenas. Ahora le toca a us-ted −le murmuró Tsamani.

−¿Sí es cierto, abuelo, que usted no tiene nada de he-rramientas metálicas? Tenga en cuenta que nosotros somos sus nietos. ¡Dénos aunque sea una hachita, vea, ayer le estuvimos rogando todo el día!

−¡Hhh! −inspiró Palameku en el momento de hablar.

En ese momento Tsamani se convirtió en zancudo, entró por su boca y se colocó en el sitio de la garganta que produce las náuseas.

−¡Hah!

Palameku empezó a sentir la molestia, trató de torcer el cuello hacia todos los lados, pero llegó el momento en que no aguantó más.

−¡Koh, koh, koh, koh!

Tosió.

−¡Haaah! ¡Ueeeek! ¡Uek!

Le llegaron las arcadas.

−Oigan el sonido de lo que primero salga. No sonará tsili, tsili como los metales. Eso no lo tocamos.

Cuando él termine de vomitar, entonces vamos a oír el sonido ¡Tsili! Eso saldrá con fuerza, dando tumbos, es lo que vamos a recoger.

Ya no aguantó más, le dieron unas náuseas tremen-das. De repente se le vino todo y comenzó a vomitar.

−¡Uuueeek! ¡Tili Tai! ¡Uuueeek! ¡Tili! ¡Tai! ¡Uuueeek! ¡Tili! ¡Tai! ¡Ueeek! ¡Tili Tai!

Vomita y no suena mucho. Luego vomita y suena más. Al final ya casi no tiene fuerzas y es cuando sue-na más:

−¡Uuueeek, tsili, tommm!

Sonó el montón de hierro:

−¡Talai!

Cuando acabó de vomitar dijeron:

−¡Oigan, miremos lo que salió primero!

−¡Aaah! ¡Ya les vomitééééé! ¡Ah, ya les vomité todo!

20 Entre Cantos y LLantos

¡Hasta el zancudo les vomité! −decía Palameku.

Ya recogieron y fueron clasificando las cosas. Carpin-tero recogió una herramienta americana, Oso Palme-ro recogió una escopeta para matar, Tsamani agarró varias cosas, Tigre agarró una cachiporra. Por eso el tigre tiene las patas como navajas. Oso Hormiguero cogió un revólver y así, cada uno fue cogiendo su he-rramienta.

−¡Esperen un momentito, nietos! −dijo Liwinai.

−¡Vamos a recoger otras cositas que quedaron ahí!

Así todos los demás fueron cogiendo las cosas.

Los Carpintero cogieron sus cosas y las amarraron para el transporte. Después acabaron de recoger y Palameku se los quedó mirando:

−¿Ya se van?

−Sí, ya nos vamos.

Regresaron. Andaban sin chichorro en esa época. Ca-minaron de regreso, un buen rato. Ya iban muy lejos y se detuvieron a mirar lo que traían. Carpintero desta-pó los paquetes:

−¡Uy! ¡Ah! ¡No puede ser, son zancudos!

Ahí se originaron los zancudos. Destapó otro paquete:

−¡Uy! ¡Salió viento!

Después destapó otro paquete:

−¡Caramba, esto es lluvia! No sigamos destapando más. Dejemos eso.

Decidieron seguir caminando porque el tiempo se ha-bía puesto muy feo y venía la tempestad, venía rugien-do. Dejaron tapados los paquetes y alcanzaron a me-terse al monte, tan pronto entraron cayó el aguacero.

−Tsamani, ¿dónde va a acostarse usted?

−Me voy a colgar debajo de una hoja, convertido en gusano.

−¿Y usted, Liwinai?

−Yo me voy a convertir en murciélago y quedaré col-gando debajo de un palo.

−Y usted Tigre, ¿cómo se va a proteger de la lluvia?

−Yo me voy a quedar agarrado debajo de un árbol.

−¿Y usted, Oso Palmero?

−Yo, con las uñas...

El aguacero no lo dejó terminar.

Llovió toda la noche. Por la mañana preguntaron:

−¿Abuelo, todavía está ahí?

−Sí, aquí estoy, vivo todavía.

Ahí estaba, debajo de la hoja. Oso Palmero estaba tapado con sus uñitas. No pudo protegerse de otra forma. Oso Hormiguero estaba en un hueco del suelo. Tucán, de tanto frío, se había vuelto de colores, sobre todo azul morado.

En eso escampó. Empezaron a hablarse uno a otro a ver si todos estaban vivos. Pasaron revista:

−¿Usted está? ¿Usted está? ¿Usted está?

Pudieron percatarse de que a nadie le había pasado nada, se habían salvado de milagro, pero Oso Hormi-guero no estaba muy bien.

Entre Cantos y LLantos 21

−¿Ahí está usted?

Resolvieron auxiliarlo, lo sacaron de su hueco, trata-ron de levantarlo y revivirlo. Ya estaba tieso.

−¡No! ¡Nuestro abuelo Oso se va a morir! ¿Qué vamos a hacer, Tsamani?

−No sé, no se me ocurre nada. ¡No hay ni agua! Tocará orinarle encima. ¡Todos van a orinarle encima! Con el calor de los orines puede que reviva.

Todos le orinaron encima y con el calor de los orines re-vivió. Por eso el oso hormiguero hoy día huele muy feo, porque todo el mundo le orinó encima.

Se salvó Oso Hormiguero y emprendió camino con los demás. Caminaron de regreso largo tiempo, hacia occi-dente.

Se reunieron con la familia a las tres lunas, trayendo lo que habían ido a buscar.

Traían a cuestas grandes canastos de metal. Los abrie-ron y se pusieron a pensar qué hacer. Tenían mache-tes grandes. Buscaron pedazos de palos, los cortaron y los labraron para hacer mangos para las hachas.

La caída del árbol KaliawirinaeEmpezaron a tumbar monte y a limpiar, como se hace para el conuco, alrededor del árbol, los palos tumba-dos les sirvieron de andamio para talar el árbol gran-de. Comenzaron a talarlo dando la vuelta al tronco. Se fueron a descansar por la noche. Cuando llegaron al otro día, el árbol estaba intacto. Trabajaron otro día entero, talaron hasta el atardecer.

−¡Vámonos a descansar!

Volvieron al otro día para continuar el trabajo y el árbol otra vez estaba intacto. Como si no hubieran hecho nada. Volvieron a trabajar, ya iban casi por la

mitad.

−¡Mañana volveremos!

Trabajaron tres días; el árbol seguía intacto.

−¡Uh! ¡Esto es bien raro! ¿Qué pasa?

Preguntaron a Tsamani:

−¿Qué hacemos para tumbar este árbol? Está difícil. Cada día talamos y el árbol se vuelve a cerrar. ¿Qué hacemos?

−Mañana les daremos trabajo a los bachacos. Hablare-mos con abuelo Bachaco, para que ponga a su gente a trabajar.

Fueron donde abuelo Bachaco:

−Bueno, abuelo. Nosotros estamos tumbando el árbol de la comida, el Kaliawiri. La comida es para todos, pero tenemos un problema. Como más tumbamos, más se vuelve a cerrar el tronco del árbol.

Ustedes nos van a ayudar, van a encargarse de reco-ger los pedacitos de madera.

−¡Está bien!

Al día siguiente todos los bachacos se fueron allá. Los otros talaron, talaron y los bachacos recogían las as-tillas, las llevaban bien lejos y las esparcían. Ya por la tarde regresaron a la casa.

Al otro día volvieron:

−¡Ah, hombre! ¡El trabajo está tal como lo habíamos dejado! ¡Hay que continuar así!

Les dijeron a los bachacos:

−No se vayan a desanimar, que nosotros también se-guiremos animados para tumbar el árbol.

Los bachacos cargaban la madera, los otros talaban y talaban. Ya no les quedaba más que un pedacito.

22 Entre Cantos y LLantos

−¡Ya se va a caer!

Entonaron un canto sagrado, estaban contentos.

−¡Ya se va a caer!

Los bachacos se habían llevado todas las astillas. De-jaron las cosas así hasta el otro día. No quedaba más que el puro centro.

−¡Sólo nos queda el último esfuerzo!

Sin embargo, cuando debía caerse el árbol, no cayó: estaba colgado de un bejuco de barbasco y otro de capi, que se perdían arriba en el firmamento.

−¿Y ahora qué hacemos?

−No, aquí tenemos, entre nuestros parientes, a Pájaro Arrendajo.

Fueron a tratar con él.

−Mire, usted que vuela, irá a cortar esos bejucos que están sosteniendo el árbol y no lo dejan caer.

−¡Bueno!

Se fueron allá. Arrendajo llegó primero al bejuco de barbasco.

Al dar el picotazo le saltó la savia en el ojo izquierdo.

−¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy!

Era una mala señal. Trataron de terminar de talar el árbol pero no se caía.

−¿Qué vamos a hacer?

−Hablemos con abuelo Ardilla. Es más grandecito y tiene más fuerza.

Lo llamaron y aceptó. El macho y la hembra treparon hasta los bejucos y ambos se pusieron a cortar rapidi-to. Cuando uno de los bejucos reventó, la hembra al-canzó a tirarse al suelo. El árbol quedó inclinado hacia el oriente. El macho cayó con el árbol y con todas las

plantas que contenía.

De ahí salieron los alimentos para todos. Para Danta, quien recogió de todo, y especialmente la fruta caimi-to. Para Morrocoy, quien sólo se preocupó por reco-ger el ají. Todos los que estaban allá estaban ocupa-dos sólo en eso, en las frutas que estaban recogiendo, cada uno a su gusto.

Ardilla macho andaba perdido, todos se pregunta-ban:

−¿Dónde está?

−Se perdió. Se moriría en el momento de caer.

−Todo no sucede bien. Algo tiene que salir mal.

Mentira. Ardilla venía bajando del árbol con el sol bri-llándole alrededor. Llegó hasta el otro extremo del tronco. Por eso nosotros, los Sikuani, decimos que Ardilla nos alumbra a la puesta del sol, por el color de Ardilla cuando iba bajando hacia el occidente.

El cultivo de las plantas y los árboles frutalesTodos estaban recogiendo plantas, Liwinai y Tsamani recogieron las semillas de yuca y de piña. En ese tiem-

Entre Cantos y LLantos 23

po ambos estaban en esta tierra, recogiendo plantas.

Mientras los demás comían, ellos dos comenzaron a abrir la tierra y a enterrar las semillas de yuca. Ellos dos fueron los responsables de la multiplicación de las plantas recogidas en ese sitio. Sembraron de todo, plátano, caña, caimito, chontaduro, todas las clases de yuca; todo eso sembraron. En cambio los otros se dedicaron solamente a comer, no pensaban en traba-jar. Lo que hacían era machacar las frutas o llevárselas para otro lugar. Pero los dos que más sabían, Tsama-ni y Liwinai, lo que hicieron fue sembrar. Los dos más pensantes.

El gran diluvioDespués de la historia del árbol de las frutas, cuando se desperdiciaba la comida de tanta que había, voy a contar la forma en que se inundó la tierra.

Cuando ocurrió la inundación, las plantas que habían salido del árbol Kaliawiri se perdieron. Toda esta tierra se inundó, lejos hacia abajo todo se perdió. De nues-tros antepasados sólo se salvaron los que estaban por el río Vichada en el cerro Omanabo. Todos los de-más se murieron. En ese lugar vivían los Descendien-tes del Sapo; a medida que el agua subía, ellos se iban hinchando, hinchando, hinchando de aire. Entonces flotaron. Cuando las aguas menguaron, todos los de-más habían desaparecido, ese único grupo se salvó.

Tras la inundación quedó un suelo cenagoso de alu-viones. Las malezas estaban muertas. Los sobrevi-vientes caminaban y encontraban nueces de la palma de cucurito. Las partían para sacar lo de adentro pero no salía nada. O una almendra diminuta. Eso comían para vivir, hasta chupaban los restos que quedaban. No había lo que se llama nada para comer, los niños lloraban de hambre, todos gemían. Esas nueces era lo

único que comían, unas salían buenas, otras malas. Al cabo de un tiempo estaban al borde de la muerte.

Kusubawa nos dio nuevos cultivosUn chamán soñaba con una mujer llamada Kusubawa. En sueños le decía la mujer:

−¿Cómo están ustedes?

−Muertos de hambre −contestaba el chamán.

−Cerca de ustedes hay un conuco grande lleno de co-mida. Voy a explicarle algo. Mañana por la mañana us-ted sorberá yopo; sorberá en gran cantidad hasta que esté borracho. Entonces se va al sitio donde el agua es honda, al lugar donde van las mujeres. Siéntese en la orilla, verá que el agua se agita como saliendo algo del fondo, se oirá un estruendo; no se asuste.

Eso le dijo ella.

−Bien −respondió él.

−No cuente su sueño.

−Bien.

Y despertó.

−¡Eh! ¡Fue un sueño!

Le dieron ganas de contar el sueño, pero no habló, hizo lo que le habían dicho en el sueño. En el momen-to indicado, después de mediodía, se puso en camino. Caminó, caminó y llegó. Se sentó donde le habían di-cho; estuvo sentado un buen rato esperando, hasta que salió, en medio de la laguna un conuco de yuca.

−¡Vaya y arranque la yuca! −oyó que le decía una voz.

Pegó un brinco. Se puso a arrancar, arrancó mucha yuca, toda la que pudo, también había plátano. A me-dida que andaba encontraba otras cosas, piña, pláta-

24 Entre Cantos y LLantos

no y las demás clases de plantas cultivadas. Arrancaba las plantas y las tiraba a la orilla. Mientras recorría el conuco arrancaba las matas de yuca enteras. Todo lo iba tirando hacia la orilla. Al tiempo empezó a oírse un temblor:

−¡Diriririri!

Saltó al otro lado, quitó los tubérculos de las matas de yuca y amontonó las semillas1. Se fue de allí; se llevaba una brazada de yuca.

−¿De dónde sacó usted yuca? −le preguntó su mujer-cita.

−¡Cállese!

Todos fueron llegando a mirar eso.

−¿Qué pasó? ¿Qué es eso?

Le preguntaron a ella:

−¿De dónde sacó su marido eso?

−Yo no sé.

−¡Yo quiero saber!

Entonces él les dijo:

−Tengan paciencia, que yo les voy a explicar. Por ahora coman, yo traje esto para que comamos todos.

Pero ellos seguían insistiendo, que querían ir también.

−¡No, yo solo! Lo que vi y lo que traje es para todos, pero no les voy a contar.

Él se resistía:

−¡Esperen!

Pero insistían. Por eso nosotros los Sikuani somos así: nos dicen que no y seguimos ahí insistiendo. Nos dicen:

“¡Esperen, no hagan esto!” y nosotros ¡déle!

El día siguiente en el momento en que el hombre se iba

a ir, estaban ahí todos al acecho para saber adónde iba.

−¡Ahhh! ¿Qué hago? ¿Voy o no voy?

Entonces uno le dijo:

−¡Oiga, cuñado, yo voy con usted!

−¡No! ¡Voy solo, porque me dijeron que debía ir solo!

−No, hombre, no.

Consiguió hacer dos viajes solo. Al tercero ya iba su cuñado con él.

−¡Bueno, cuñado! Usted no se vaya a asustar, esto que va a presenciar es asunto de los ainawi.

Unos momentos después de haber llegado surgió otra vez el conuco de en medio de las aguas. El cha-mán dio el salto hasta el conuco y el cuñado lo imitó.

−¡Phuk, phuk, phuk, phuk!

Iban recogiendo las plantas. Hasta ahí todo les había ido bien. Regresaron.

El cuñado no pudo guardar el secreto, a su mujercita le contó:

−¡Allá hay un conuco grande, muy bonito! ¡Hay de todo!

−¡Eeeeh! ¡Vamos todos allá!

Con una mujer de por medio se dañó la cosa.

Al día siguiente se fueron todos, hasta las mujeres fueron. Llegaron, salió el conuco y en el momento en que iban a saltar desapareció todo. Pero la mu-jer Nupaiwa ya había dado el salto. Seguramente ella también desapareció. En ese viaje no recogieron nada, pero como se habían podido hacer tres viajes transportando semillas de yuca, ellos se dedicaron a sembrar. El chamán había oído la voz:

−Sembrarán la yuca en nombre mío.

Entre Cantos y LLantos 25

1. Las semillas de la yuca son los tallos cortados de la planta, los esquejes, que luego se siembran de nuevo.

Por eso hoy día sembramos yuca en nombre de ella. Decimos:

−¡Sua, Kusubawa! ¡Sua Kusubawa, Kusubawa, Ku-subawa! ¡Sua!

Este fue el origen de nuestros cultivos de yuca. Gracias a ella tenemos yuca y por ella rezamos esta oración:

Kusubawa Kusubawa

Sus plantas cultivadas

Son mis plantas cultivadas

¡Ah! Kusubawa nuestras plantas cultivadas

¡Ah! Kusubawa nuestra comida

Eso fue el inicio de la tradición que hoy seguimos. Ella fue quien nos dio las plantas cultivadas.

En la oración se nombran todas las clases de yuca. Todo el mundo debe conocer las diferentes clases de yuca, los viejitos las conocen, yo también las conoz-co. Necesito saberlas para poder decir el rezo. Uno aprende una clase nueva cada año que transcurre. La oración de la siembra empezó con Kusubawa. Lo mismo para rezar el casabe.

Así fue como, después de que se perdieran las fru-tas del árbol Kaliawari, las recuperamos gracias a Ku-subawa, pasada la inundación.

Tenemos estas clases de yuca: kaniweniwesi, o sea la yuca que brilla, kajuyalisi, la de Kajuyali, tulikisikaisi, la del collar de cuentas, wawialikai, la del río Guaviare, metakai, la del río Meta, wanapabükai, la del pez pa-vón. Toda clase de yuca y además plátano, caña, piña, lulo, granadilla. En ese conuco isla cogieron todo eso. Tras la inundación que acabó con todo lo recogido en Kaliawiri. Lo que tenemos hoy día viene de lo que ellos sembraron en ese entonces.

La fabricación de elementos para el trabajo de la yuca Ya después, cuando el tiempo pasó, lo que habían sembrado estaba en su punto.

−Tsamani, ya tenemos yuca, pero no tenemos instru-mentos para elaborarla. ¿Qué vamos a hacer?

−Está nuestro abuelo Atsakato, vamos a agarrarlo y examinarlo. Él tiene la piel con dibujos pintados.

Lo cogieron, lo examinaron por todos lados. Entona-ron un canto sagrado:

¡Las manos le vibran!

¡Las manos le vibran!

¡Su tierra termina!

¡Su tierra termina!

Entonces tejieron el sebucán; después tejieron el cernidor.

Se dedicaron a cosechar la yuca y traerla; las mujeres comenzaron a rayarla. Por la mañana trajeron peda-zos de la palma de araco. Con eso empezaron a expri-mir la yuca, pero con dificultad.

El origen del fuego −¿Tsamani, de dónde sacamos el fuego para asar eso para nuestra familia?

−Esto está como difícil. Vamos a ver qué hacemos, está difícil conseguir el fuego para asar la yuca.

Se quedó pensativo.

−¡Ya lo pensé! ¡Ya tenemos la solución! Nuestro abuelo

26 Entre Cantos y LLantos

que está más acá del sol tiene el fuego.

Era un anciano con brazos de fuego. Todo él era fue-go y sacaba brazos de fuego, se llamaba Ikotiawereni.

−Abuelo, venimos a que nos regale un poquito de fue-go.

Pero aquello era muy caliente. El viejo les dio un tizón.

−Aquí está el fuego. ¡Váyanse rápido porque se les apa-ga!

El tizón echaba humo. Se vinieron de allá, llegaron a su sitio y prendieron el fuego.

−No lo vayan a dejar apagar −les advirtió el anciano−, si se les apaga se quedarán sin nada. Ustedes vinieron una vez y no podrán volver.

Llegaron y prendieron unos leñitos, pero mientras es-taban en otra parte llegó Caimán Cachirre; tan pronto vio el fuego se le abalanzó encima y se puso a comer las brasas. Se robó el fuego y ellos se quedaron sin fuego.

−¡Qué desgracia! Nuestro abuelo Fuego nos dijo que sólo nos daría una vez. ¿Qué vamos a hacer?

Se pusieron a insultar a Cachirre.

−¡Maldito Cachirre! ¡Nos quitó el fuego!

Por eso hoy día cuando un niño se quema con el fue-go o con caldo lo rezamos con la oración del cachirre para aliviarlo. De esa época es el origen de la oración contra las quemaduras. Esa es la oración:

¡Coge el fuego!

¡Coge el fuego!...

Como Cachirre comió fuego y no le pasó nada, por eso se utiliza esa oración.

Después volvieron a emprender el viaje hasta el sitio de abuelo Fuego.

−Hay que ir con mucho cuidado. Si vamos más allá de donde él está, nos quemamos, es un ser muy peligroso.

Llegaron, agarraron fuego y regresaron. Desde ese momento no se ha acabado el fuego. Pudieron hacer todos los trabajos.

Adai y las transformacionesDespués de mucho tiempo se puso Tsamani a bailar unas danzas muy largas. Danzó mucho tiempo, dan-zó mucho para irse hasta las alturas más allá del cielo.

Y es que miró la hoja de un árbol seco y ahí se dio cuenta de que esta tierra estaba destinada para la muerte. La muerte lo iría destruyendo todo. Nada sería inmortal. Decidió buscar un mundo donde no muriera.

−¡Tenemos que irnos de esta tierra!

Todos se pusieron a bailar con Tsamani, bailaron mu-cho, toda la familia. Los Patos danzaron, los Patos Codúa danzaron, toda la gente danzó: los Monos, los Venados, todos los que estaban ahí, toda la familia.

Entre Cantos y LLantos 27

Danzaron, danzaron, danzaron mucho tiempo. Salió a danzar el chamán que suerbe yopo, salió el chamán que hace el mal, salió el viejo y malvado Adai.

El chamán Adai sorbió yopo y observándose las en-trañas vio sus enfermedades. Para eso se emborrachó mucho. Al otro día volvió a emborracharse y a mirarse. Miró a Mono de Noche y lo transformó en el animal del mismo nombre.

Adai tenía polvo de yopo. Era un hombre de malas mañas. Se puso a iniciar a Mico haciéndole sorber yopo, Mico se emborrachó, su mente se aceleró y sa-lió corriendo. Adai sopló y pensó:

−¡Vuélvase mico!

Y Mico se convirtió en el animal.

Al otro día Adai volvió a bailar, sorbió yopo; tenía malas intenciones. Perjudicó a mucha gente de esa manera, así tenía que suceder. Escogió a otro. El muchacho se embriagó y salió corriendo. Adai sopló.

−¡Vuélvase venado!

Al otro día escogió a otro, a quien tenía odio. Adai era el único que tenía el poder de transformar a la gente; así tenía que suceder. Se emborrachó y cogió a otro. Éste se tiró al agua y quedó convertido en el Pato Co-dúa.

Al siguiente día volvió a lo mismo. Se embriagó, esco-gió a otro y lo mandó al monte. El muchacho se puso a gañir.

−¡Vuélvase tigre!

Fue de esta manera como ocurrió la metamorfosis, acabó con los seres humanos, los dañó transformán-dolos en animales. Sólo quedaron dos, Tsamani y Liwinai. Éste exclamó:

−¡Este tipo es peligroso! Acabó nuestra familia. Es muy

malvado nuestro abuelo. ¿Qué será eso que sorbió y que le dio el poder de dañar a la gente?

Tsamani dijo:

−Mire, mañana nos toca el turno a nosotros dos. Ma-ñana se realizará nuestro destino, él lo ha dicho así. ¿Qué vamos a hacer? Nos quiere acabar.

−Bueno, Tsamani, a usted le va a tocar hacer algo −dijo Liwinai−, usted soplará y dirá: “¡Que el abuelo deje su mochila descuidada!”

Adai salió y se emborrachó, entonces hicieron lo que habían planeado: aprovecharon el descuido para qui-tarle la mochila, le cambiaron la posición de los reci-pientes de yopo que tenía ahí. Adai entró y dijo:

−Nietos, les voy a dar yopo.

No se daba cuenta de que le habían trastocado sus cosas. Le dio su dosis de yopo a Tsamani, que no se emborrachó, quedó igual. Adai pensó: “¿Qué pasa con éste? No le hace nada.”

Dijo:

−¡Ahora le toca a usted!

−¡Bueno!

Le dio a Liwinai. No le pasó nada, quedó igual. Pensó Adai: “¿Qué es esta cosa?”

El viejo se aplicó unos pases mágicos.

−¡Abuelo, ahora nosotros le vamos a dar yopo!

−¡Bueno!

Y sorbió sin vacilar, se emborrachó. ¡Uuuuuuuu! Per-dió la noción de las cosas. Se puso a cantar.

¡Eeeeee!

¡Pejiali!

¡Pejiali!

28 Entre Cantos y LLantos

¡Aquí estoy borracho!

¡Aquí estoy borracho!

Adaile Adai

Adaile Adai

¡Pejiali!

¡El borracho!

¡Ay mi cabeza en vano!

¡Viene del otro lado del mar!

¡Hoy estoy borracho!

−¡Caramba! Estoy completamente borracho.

Entonces Tsamani dijo:

−¡Conviértase en el oso perezoso Adai!

Se fue lejos, no se sabe dónde. Kuwai le indicó a Tsa-mani cómo deshacerse de Adai y éste se perdió más allá del firmamento. Ahí fue cuando se acabó ese mal-vado y quedaron los buenos.

Ibaruawa y su novio el caimán Bailaron por largo tiempo. Solamente ellos. Liwinai, Maduedani, esos danzaban toda la noche, todo el día. Tsamani les dijo:

−¡Nos vamos a ir! ¡Vamos a bailar hasta que nos volva-mos livianos!

La abuelita Ibaruawa estaba encargada de ir a buscar la yuca para alimentar a los nietos que estaban dedi-cados a las danzas.

Sin embargo ella hacía cosas malas. Allá en el río tenía al caimán por amante. Cuando llegaba por la tarde lo primero que hacía era buscar su calabazo para ir al río. Siempre llamaba al caimán golpeando el calabazo encima del agua. Le decía:

−¡Tseboko! ¡Venga que aquí está su comida!

Salía el caimán al llamarlo ella. Ella y el caimán copu-laban.

Liwinai comentó:

−Parece que nuestra abuelita se está comportando mal. Está haciendo cosas raras. Mañana vaya a espiar-la −le dijo a Tsamani−, así sabremos lo que hace.

Por la tarde ella llegó de su trabajo y como siempre, se fue al río corriendo.

−Ya se fue nuestra abuelita. ¡Váyase tras ella, a ver qué hace!

Tsamani la siguió. Ella llegó al río y comenzó a llamar-lo:

−¡Tseboko! ¡Tseboko! ¡Su comida!

Así lo llamaba. De repente salió el caimán.

−¡Oh Tsamani, es usted! −dijo la vieja−. ¡Éste nos ha es-tado fisgoneando por ahí!

Tsamani salió a encontrarse con los hermanos. Había descubierto el secreto de la viejita.

−¡Ya sé cómo es la cosa! Nuestra abuela tiene relacio-nes con un animal feo. Nuestra abuela se está com-portando mal. ¡Es inmenso, ese caimán que vi!

Danzaron otra vez.

−Debemos matar al amante de la abuelita. Tsamani, usted se encargará de eso. Nuestra abuelita acostum-bra a quitarse el vestido y lo deja ahí colgado. Usted sabe en qué momento llega.

Al otro día, antes de que regresara la abuelita del tra-bajo, calculando la hora, Tsamani se puso su vestido y se fue al río.

−¡Tseboko! ¡Tsebokoli! ¡Aquí está su comida, estoy aquí sentada! ¡Un poquito más cerca!

Entre Cantos y LLantos 29

Le dieron garrote, le mataron el amante a la viejita y lo tiraron al centro del río.

Al poco rato, al atardecer, llegó la abuela corriendo. Lo primero que hizo fue meter la comida en la totuma y después irse rápido al río. Lo llamó:

−¡Tsebokoli! ¡Su comida! ¡Venga rápido!

No pasó nada, no se asomaba el caimán.

−¡Tsebokoli! ¡Tome! ¡Tome!

Pasaba el tiempo y nada.

−Nuestros nietos seguramente lo mataron. ¡Yo creo que ya lo mataron! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Tome su comida, Tse-bokoli! ¿Qué se hizo? ¿Sí, lo matarían? ¡Ese maldito Tsamani, ayer debió verlo conmigo! Tsebokoli, tiene que tomar su venganza matándolo a él. Tsamani es el que se baña primero, usted lo matará para vengarse ¡Tsamani lo mató!

Tsamani devorado por el caimánAl otro día Tsamani se fue al río temprano como siem-pre, a bañarse. Ahí venía Tsamani corriendo hacia la orilla. El caimán estaba en el agua, con toda la boca abierta. Tsamani se tiró y fue a parar derechito a la boca del caimán y acabó en su estómago.

Los demás se percataron de la desaparición de Tsamani.

−¡El abuelo Caimán ha debido de tragárselo!

Se fueron a buscarlo y revisaron todos los sitios, hasta en el río. No dieron con él.

−Nuestro abuelo Perro de Agua ve debajo del agua. ¡Abuelo, zambúllase en la laguna y busque a Tsamani donde esté Tsebokoli con la panza llena!

Se zambulló el abuelo Perro de Agua, bajó hasta lo más hondo de la laguna y lo vio.

−¡El caimán está en lo más hondo de la laguna, con nuestro abuelo Tsamani adentro!

Pumeniruwa, la hermana menor de ellos, dijo:

−¡Usted, Liwinai, que es el que sabe, diga las palabras mágicas para que el caimán devuelva aunque sea los huesos de Tsamani!

−¡Suaaa! ¡Que el caimán vomite encima de una laja de piedra! ¡Que no vomite dentro del agua!

Y así sucedió. Al día siguiente el caimán vomitó los huesos encima de una laja. Ellos salieron a buscarlo; iban gritando:

−¡Tsamaniii!

−¡Eh!

−¡Tsamaniii!

−¡Eh!

−¡Tsamaniii!

−¡Eh!

Lo encontraron:

−¡Miren, allí está!

Llegaron hasta el montón de huesos. Los recogieron y se los llevaron, rumbo hacia arriba. Luego empeza-ron a reconstituir su figura con los huesos. Cuando terminaron le soplaron humo de tabaco, lo soplaron en el cráneo, soplaron mucho tiempo, por todas par-tes. Después de un buen rato hizo un movimiento. Si-guieron soplándolo, en la coronilla, en las palmas de las manos, en la coronilla otra vez, en las rodillas, en las plantas de los pies; por último en el corazón.

30 Entre Cantos y LLantos

−¡Aaaah!

Tsamani resucitó y se levantó. Sus familiares lo habían vuelto a la vida. Como ellos eran los creadores, por eso fueron capaces de hacer semejante cosa.

Entonces comenzaron a bailar. Bailaron largo tiempo.

Estas danzas son estáticas, la gente no da vueltas, es-tán en círculo y brincan en el mismo sitio en que están. Bailan durante muchas horas, siempre mirando hacia arriba. Ni se come ni se bebe. No están atentos a nada más que la danza para volverse livianos.

Ayunaban y no tenían relaciones sexuales. No debían pensar en cosas materiales de la vida, ni hacer mal-dades como brujería. Podían permanecer dos meses bailando. Claro que tomaban yucuta, pero nada de pescado. Tampoco sorbían yopo ni mascaban capi. Pero fumaban, creo, la hoja de tabaco.

Bebían un líquido venido del cielo, que tenía un olor a flores muy bueno. De esa manera no les daba ham-bre.

No todo el mundo se metía en esas danzas, eran per-sonas escogidas, hombres y mujeres. Niños no, por-que no podían aguantar eso. Decían a los jóvenes que ellos no podían porque todavía no estaban prepara-dos para eso.

Es una danza destinada a facilitarles la subida al cielo en cuerpo y alma. Una danza sagrada, la misma que practica el que recibe la revelación de Kuwai para ser chamán. Cantan todos los cantos de Kuwai y se acom-pañan con la maraca. No es un baile cualquiera, katsi-pitsipi u otro. Es un rito.

Uno iniciaba la danza. Los que estaban motivados se le juntaban. No todos aguantaban por igual. Los que abandonaban la danza volvían a su vida normal. No bailaban continuamente, tenían sus descansos. El que por la noche había tenido relación sexual ya estaba

obligado a abandonar la danza; debían estar como en un estado de limpieza.

Cuando ya se iban poniendo livianos, aquél que re-sistía hasta lo último era el que emprendía la subida al cielo.

Los niños raptados por el Rayo

Los familiares de Tsamani bailaron mucho tiempo. Durante el día ellos trabajaban, se iban con mujeres y todo, sólo quedaban en el caserío los niños. Por la tarde regresaban.

Un día, mientras los adultos estaban fuera trabajando, bajó un hombre de las alturas. Venía en una tierra re-donda dentro de la cual había toda clase de comidas. En esa tierra bajó a este mundo y llamó a los niños.

−¡Niños, acérquense! ¡Coman esto!

A ellos les daba miedo, no querían ir, pero se fueron acercando.

−Vengan, no tengan miedo.

¡Hay frutas buenas para ustedes! ¡Coman! ¡Vengan!

Los convenció, se fueron acercando y entrando a la tierra del hombre. Ahí estaban todos junticos de pie, comiendo. De un momento a otro esa cosa desapa-

Entre Cantos y LLantos 31

reció, se elevó en los aires. El hombre se llevó a esos niños a su propio mundo.

Por la tarde venían llegando los adultos. Las muje-res en seguida se pusieron a buscar a los hijos.

−¿Adónde irían los niños? ¡No tenemos ni idea de dónde están!

Comenzaron a llamarlos a gritos. Nada. Las mujeres se dirigieron a Tsamani y Liwinai:

−Bueno, Tsamani, ustedes son los que saben y adivi-nan. ¿Dónde están los niños?

−¡Danzaremos para averiguarlo!

Liwinai conversó un rato con las mujeres sobre lo que habría pasado a los niños, e iniciaron la danza.

Mientras los demás danzaban, Tsamani colocaba el oído en el suelo, para ver si se oía algo desde abajo. Nada. Después lo dirigió hacia los lados. Nada. Por último escuchó hacia lo alto. Empezó a oír las voces de los niños. Los oía llorar.

−¡Eh! ¡Ya encontré a los niños! ¡Allá en las alturas es-tán! Me dicen que el Rayo los raptó. Están llorando

−les dijo Tsamani.

−¡Ay! ¡¿Y cómo vamos a poder recuperarlos?! ¡Ay!

Las madres lloraban.

−¡Un momento, dejen de desesperarse! Por lo me-nos sabemos dónde están −les dijo Tsamani−, den-tro de unos días estaremos más livianos, vamos a quedarnos en esta tierra durante un mes comiendo sólo lo que nos llegue de lo alto.

Yo conseguiré yopo celeste y tomaremos jugo de fruta celeste; es lo único que consumiremos.

Eso nos alimentará y danzaremos bien.

Iniciaron la danza.

Estuvieron en eso muchos días.

La subida de los Tsamani al mundo de arriba −Vamos a flechar el cielo y por las flechas vamos a subir.

−¡Bueno!

Danzaron largo tiempo.

−¡Hoy vamos a hacer el ensayo de flechar! ¡Hoy es el día! Pruebe usted, Liwinai.

Liwinai se puso en posición.

−¡Tsiuuuuuuu!

Cayó en la tierra la flecha.

−¡Ahora usted, Kajuyali!

−¡Tsiuuuuuuu!

Cayó en la tierra la flecha.

−¡Ahora usted, Tsamani!

−¡Tsiuuuuuuu!

Cayó en la tierra la flecha. Ese día los pajaritos que acostumbran a volar por la sabana oyeron silbar las flechas, por eso hoy día esos pajaritos cantan lo mis-mo que las flechas. Los hombres no lograron flechar el firmamento, todos habían ensayado en vano.

32 Entre Cantos y LLantos

−¡Oh, nosotros no fuimos capaces de hacer eso!

Entonces se adelantó la hermanita menor de Tsamani.

−¡Hermano mayor, yo voy a flechar el cielo!

−Mm… Usted es una mujercita.

−¡Si yo disparo, doy en el blanco!

Pumeniduwa, la hermana, se dispuso a flechar el cielo.

−¡Pero tiene que flechar rápido!

Corrió para tomar impulso:

−¡Tsiuuuuuuuuuuuu! ¡Teee!

La flecha se incrustó en las alturas. Ellos fueron fle-chando detrás, flecha con flecha. Primero Tsamani:

−¡Te!

Le siguió Liwinai.

−¡Te!

Luego Kajuyali.

−¡Te!

Luego Tsaparali.

−¡Te!

De esa forma hicieron como una cadena de flechas hasta el suelo.

−¿Y ahora qué? −preguntaron a Tsamani.

−Vamos a llamar a los abuelos Termitas Upitsili para que perforen el centro de las flechas.

Los llamaron y les pidieron eso; ellos aceptaron.

−¡Pho, pho, pho, pho!

Fueron carcomiendo, abrieron el corazón de las fle-chas. Ya iban en la mitad.

−¡Pho, pho!

Ya llegaron hasta arriba. Se bajaron todos:

−¡Está listo!

La familia de Tsamani se fue por el huequito hacia arri-ba. Llamaron a todas las especies, a las tortugas, a los murciélagos:

−¡Vengan todos, descubrimos otro mundo, subámo-nos!

En esos tiempos los bachacos eran nuestros animales domésticos, como si fueran nuestras gallinas. No las quisieron dejar en la tierra, cada uno de ellos se llevó una clase diferente de esas hormigas. El primero en partir fue Tsamani, nadie se dio cuenta en qué mo-mento se fue. Luego Liwinai, después Pumeniduwa.

Por eso hoy en día cuando vuelan los bachacos, la gente dice:

−¡Va a subir Liwinai! ¡Vuela mucho bachaco! ¡Va a subir Tsamani! ¡Vuela tal especie, la mejor! ¡Va a subir Pume-niduwa! Vuelan todas las hormigas, hasta las peque-ñas.

Murciélago también subió, pero cuando iba en la mi-tad quebró la cadena de flechas.

−¡Xiiio!

Se dobló todo, por eso hoy día el murciélago se aloja como en una escalera en la selva, por haber dañado la escalera de flechas.

Desde ese instante nadie más pudo subir. La abuela de ellos, Ibaruawa, se quedó en este mundo, pero después de mucho tiempo ellos pensaron:

−¿Qué hacemos? ¡Dejamos abandonada a nuestra abuelita!

En la época en que ellos se fueron ella estaba talando un árbol.

−No se preocupen, seguramente acabará por llegar

Entre Cantos y LLantos 33

hasta nosotros −contestó uno.

Mucho más tarde ella llegó, la elevaron ellos por me-dio del rezo; de esa forma ella logró escapar de aquí.

Así fue cómo la familia de Tsamani pudo llegar al cielo y huir de este mundo.

Los Tsamani en el mundo del RayoAllá vivía el Rayo. Ellos llegaron a un bosquecito en la sabana y se escondieron.

−Miren, ahí está la casa de nuestro abuelo el Rayo.

Permanecieron donde estaban.

−¿Qué vamos a hacer? Allí está nuestro abuelo muy bien. ¡Tsamani, vaya y acérquese para observar, vaya usted primero! Diga: “¡Sua! ¡Que se vaya el Rayo! ¡Sua! ¡Que se quede Barubaruwa, la hija!”

−Bueno −dijo Tsamani y se fue.

−¡Sua! ¡Abuelo, váyase por allá!

Cuando estaba cerca, Tsamani se convirtió en una lagartija. Desde ese día cuando vemos una lagartija pequeñita decimos:

−¡Ah! ¡Usted es Tsamani!

Esa lagartija pequeñita, rayada, lleva por nombre Tsamani.

Ahí estaba la lagartija moviendo sus paticas delante-ras. Salió la hija del Rayo:

−¡Ay, mire este lindo animal!

−¿Qué tal? −dijo él.

Ella se asustó:

−¿Eh? ¡Entre, entre!

−¡Soy yo! −dijo Tsamani. ¿Dónde está mi abuelo?

−Él salió a beber por allá.

−Nosotros venimos a hacerle una visita. Necesitamos hablar con él.

−Pues no está.

Tsamani vio el bastón del Rayo, lo miró despacio, ob-servó los diseños. Sus paticas de lagarto temblaban. Desde abajo él miraba sin que se le perdiera detalle, estuvo un buen rato mirando, cuando se dio por sa-tisfecho dijo:

−Bueno, entonces nos vamos a ir.

Cuando regresaron a su sitio, Tsamani escogió un árbol de kumalawa, lo tumbó, sacó un palo, quitó la corteza, raspó la madera, le dio la forma del bas-tón del Rayo, lo lijó, comenzó a reproducir las pintas que había mirado, dibujó y dibujó. Hizo unas formas del tipo iwidakami, como sietes al revés y formas de Liwinai, formas de luceros, la forma de la culebra Tsawaliwali. Todas las clases de figuras que había vis-to en el bastón del Rayo. Al final ese palo de kumalawa tenía toda clase de formas raras, descono-cidas por nosotros. Luego pintó los colores, igualitos al original. Ya tenía su bastón listo. En un solo día lo hizo. Al día siguiente a la misma hora se alistó para volver de visita.

−¡Ojalá que mi abuelo se vaya! ¡Que se vaya al conuco! ¡Que se quede la abuelita! ¡Que se vaya la joven!

Llamó a los demás:

−¡Vámonos ya!

Se fueron.

El Rayo se llamaba Tjuru y la viejita, su esposa, se lla-

34 Entre Cantos y LLantos

maba Kajumaru. Cuando llegaron ahí estaba la ancia-nita sentada y la saludaron:

−¿Qué hay, está ahí, abuelita?

−¡Sí, aquí estoy sentadita!

Entonces entraron todos al tiempo a la casa. Liwinai le dijo en voz baja a Tsamani:

−Ahora le toca a usted.

Comenzaron a conversarle a la abuelita para distraer-la.

−Pues sí, abuelita, nosotros llegamos aquí, vinimos a visitarla.

Mientras tanto, Tsamani se escurrió por donde esta-ba colgado el bastón. Cuando lo tocó para cambiarlo por la imitación, el bastón echó un destello. Dijo la viejita:

−¡Uy, cuidado! ¡No toquen eso!

−¡Ay, disculpe! Le di con la cabeza, es que no lo había visto −dijo Tsamani−. Nosotros veníamos a visitar a nuestro abuelo, pero él no está. Nos vamos, mañana volvemos. Dígale a nuestro abuelo que hemos veni-

do a visitarlo dos veces y no lo hemos encontrado, que nos espere mañana. Tenemos que vernos con él, dígale que venimos temprano.

−Bueno, yo le doy el recado.

−¡Nos vamos!

Y salieron. Entonces Tsamani alzó el bastón y lo hizo brillar.

Allá en el conuco, el Rayo alcanzó a ver el primer des-tello de su bastón y presintió que algo estaba pasan-do en la casa.

−¡Caramba!

Cuando el bastón brilló por segunda vez cogió rápi-do el camino de regreso por el aire.

−¿Qué pasó aquí?

−No, sus nietos que llegaron de visita. Le mandan de-cir que mañana regresan −contestó la esposa.

−¿Y qué pasó con mi bastón?

−Nada, su nieto por descuido se dio con la cabeza contra el bastón.

El Rayo agarró el bastón y lo miró. Volvió y lo miró otra vez. No, todo estaba en orden, seguro que era su bastón, las mismas pintas, todo bien.

−¡No pasó nada!

Tsamani y sus compañeros estaban allá, esperando el

Entre Cantos y LLantos 35

amanecer del día siguiente. Ya se estaban alistando para irse. Aclaró el día; se pusieron todos en camino, las mujeres también. Al acercarse dijeron:

−¡Abuelo, ya venimos llegando!

−¡Bien, aquí estoy yo sentado! −respondió el abuelo−. ¡Párense por allá y quédense quietos ahí parados!

−¡Pero abuelo, es que nosotros venimos a hablar con usted!

−¡Está bien, está bien! ¡Pero esténse ahí no más! Ya me acerco a saludarlos.

El Rayo no tenía buenas intenciones con ellos. Agarró su bastón.

−¡No se muevan que los voy a saludar! Pónganse en fila.

Los apuntó con el bastón.

−¡Niw...teee!

Se vio como un relámpago, pero ellos siguieron de pie.

−¡Ah! ¿Qué pasa? −dijo el Rayo para sus adentros−. ¡Bueno, esténse ahí un poquito más! ¡Ahí va otro sa-ludo!

−¡Niw...teee!

No pasó nada.

−¿Pero, éstos quiénes diablos son? ¡No entiendo qué está pasando! ¡No se vayan a mover!

El Rayo cambió de posición. Se puso detrás de ellos. Los apuntó.

−¡Teee!

Nada. Tampoco le funcionó la tercera vez.

−¡Aaaah!

Entonces Tsamani exclamó:

−¡Bien, abuelo, ya no nos salude más, ya es suficiente! Nos saludó muy bien, ahora le toca a usted. ¡Póngase ahí para que lo saludemos nosotros!

−¡Bueno, ahora me toca a mí!

Entonces:

−¡Bet...teeeee!

El Rayo quedó hecho trizas. Todos exclamaron:

−¡Ah, por fin!

Sonó una voz:

−¡Ayyyyy, su abuelo, ustedes me lo mataron! ¡Me lo mataron!

Era la viejita. Dijo Liwinai:

−Bueno, Tsamani, ¿y ahora que matamos a nuestro abuelo, qué hacemos?

−Vamos a ir reuniendo a nuestros abuelos Bachacos.

Fueron a llamarlos, les encargaron de reunir los pe-dacitos del Rayo en montoncitos y que los juntaran en forma de cuerpo humano. Cuando los bachacos terminaron la tarea, ellos empezaron a soplar.

−¡Fuu, fuu, fuu, fuu!

Primero soplaron la parte de la cabeza, luego por el lado de las manos.

−¡Fuu, fuu, fuu, fuu!

Soplaron los pies. Después Tsamani lo sopló y lo chu-pó como hace el chamán en las curaciones.

−¡Fffft! ¡Ha! ¡Fffft! ¡Ha!

36 Entre Cantos y LLantos

Dijo:

−¡Soplémoslo todos!

A Tsamani siguió Liwinai, luego vino Kajuyali, todos le soplaron humo de tabaco encima.

−¡Bfff! ¡Bfff!

Entonaron un canto curativo.

¡Eeeeeee!

Poniendo un cerco al mal

Poniendo un cerco al mal

El aliento regresa

Toda la respiración regresa

Poniendo un cerco al mal

Poniendo un cerco al mal

Soplaron tabaco y le cantaron durante mucho tiem-po. Estaban todos alrededor del Rayo. Entonces Liwi-nai le sopló la coronilla, Tsamani también le sopló la coronilla. El abuelo Rayo echó un gemido:

−¡Aaah!

−¡Ahí! Ya se está recuperando nuestro abuelo, ya va a resucitar! ¡Cantémosle otra vez!

Uno de ellos le sopló con toda la fuerza en la coro-nilla:

−¡Buffffff!

Después, en el corazón. De ahí viene que hoy en día, cuando alguien se está muriendo soplamos en la coronilla y soplamos en el corazón. Por eso nuestros chamanes nos soplan aquí y nos soplan acá. Porque esta es la forma en que soplaron al abuelo Rayo.

−¿Qué fue lo que me pasó?

−¡Eh! Es que usted aturdió a nuestros nietos −dijo la viejita−. ¡Y nuestros nietos se vengaron!

−¡Ah, bueno! −dijo el Rayo.

Se incorporó y los llamó. Les dio la mano.

−¡Vengan, vamos a hablar aquí!

−Nosotros veníamos con buenas intenciones.

Queríamos pedirle un pedazo de tierra.

−¡Sí! Ustedes sí son mis nietos, porque se parecen a mí. Por allá hacia occidente hay mucha tierra.

−¡Vamos para allá!

−¡Hagan sus casas!

−¡Ah! ¡Nuestros hijos! Necesitamos que nos haga otro favor. Nuestros niños llegaron aquí. Queremos a nuestros hijos.

−¡Caramba con ustedes! Bueno, aquí están.

Abrió la puerta y salieron los niños.

−¡Ay, hijo mío!

−¡Oh, hijitos!

−¡Ah!

Empezaron a saludarse y juntaron a sus hijos.

−¡Hagan sus casas hacia la parte de occidente!

Llegaron allá. Había unas totumas que crecían por ahí.

−¡Esta será mi casa!

−¡Esta será la mía!

−¡Y ésta la mía!

Las totumas fueron transformándose en casas a

Entre Cantos y LLantos 37

medida que ellos iban diciendo eso. En un instante apareció un pueblo grande. Por eso en nuestros días cuando a una persona le llega la revelación de Kuwai y se convierte en chamán, canta:

¡Eeee!

Tsamani, Tsamani

Bondadoso

Tu pueblo

Brillaba a lo lejos

Brillaba a lo lejos

Siempre cantan así.

Ellos ya tenían su pueblo, bonito, brillante. Así fue como ellos tuvieron su pueblo bonito allá en lo alto. Nosotros ya no podemos hacer eso. ¿O será que po-demos? ¡No, no podemos! Allá quedaron Liwinai y los demás. Ellos sí pudieron, allá arriba está Tsama-ni también Kajuyali, Imenidúa, todos ellos están allá. ¿En qué época se fueron? A principios de la estación de las lluvias, cuando vuelan los bachacos.

José del Carmen GaitánCentro Unuma, año 1988

38 Entre Cantos y LLantos

EL HIJO DE TSuwAwIRI

Le dieron unos golpecitos con el dedo en la ba-rriga y quedó preñada. Así fue cómo nació el niño que salió por la parte del vientre donde le

habían dado los golpecitos.

Pumeniruwa era un hombre afeminado. Tenía unos sobrinos yernos que bajaban del cielo para trabajar-le el conuco. Ella, Pumeniruwa, les preparaba yucuta y ellos tomaban. Cuando terminaban su jornada de trabajo se iban otra vez hacia arriba.

Un día ella iba a sacar agua y le salieron al encuentro. Uno de ellos le dio unos golpecitos con el dedo en la barriga a Pumeniruwa, diciendo:

−¡Sua, fórmese un niño!

Instantáneamente quedó embarazada, cumpliéndo-se así el deseo de aquel hombre. A ella le fue crecien-do la barriga rápidamente, hasta que llegó el mo-mento de nacer el niño. Las mujeres le dijeron:

−Pero, ¿cómo le creció tan rápido el vientre? ¿Y cómo va a parir?

Una mujer que estaba trabajando con Pumeniruwa le dijo:

−Yo creo que usted no va a poder parir el niño, siendo un hombre mujer, ¿cómo va a hacer?

Es un hombre, sus órganos sexuales son masculinos pero débiles, como los de los que usan la cola del car-pintero para reforzar su sexualidad. Es débil y hace el papel de una mujer, atiende la casa como una mujer. Nació hombre, pero por la debilidad de sus órganos no se siente hombre y se comporta como mujer.

Pumeniruwa se fue a traer fruta de la palma de seje. Hizo un aro con cogollo de palma para trepar y poder bajar el racimo de fruta. Lo puso al pie de la palma de seje, pues con eso se trepa con facilidad, pero al estar embarazada era difícil trepar. Sin embargo tuvo valor para ir trepando de lado.

Mientras trepaba saltó el niño. Salió por el mismo sitio donde el hombre le había dado los golpecitos, por ahí salió, saltó y cayó allá abajo, pero cayó bien. Ella al ver eso se asustó. No sintió ningún dolor ni le quedó herida. Lo único que sintió fue el momento de salir el niño. Entonces se fue a buscar una hoja de pla-tanillo y acostó al niño encima. Luego consiguió otra hoja, de palma de churruai joven, con eso envolvió al niño y lo llevó a la casa. Todavía no le había cortado el cordón. Una familiar le salió al encuentro para reci-birle el niño. Le preguntó con discreción:

−Pero, ¿cómo nació el niño?

−Pues, por ahí donde me dieron los golpecitos, por ahí saltó, de pronto brincó.

Después de acostar el niño en el chinchorro le cor-taron el cordón. Ahí lo dejaron acostadito en el chin-chorro y se pusieron a llamar:

−¡Tsuwawiri, Tsuwawiri, ya llegó su hijo! ¡Deje caer la comida para el niño! ¡Bájele envuelto de plátano para comer el niño! ¡Ya llegó el niñito!

Una familiar de ella miraba hacia el cielo gritando:

−¡Bájele la comida al niño, que ya llegó y necesita comer!

Entonces cayeron dos envueltos de comida.

Entre Cantos y LLantos 39

Pero cuando le dieron al niño los rechazó: no era dul-ce, sino amargo.

−¡Bajen un envuelto de plátano! ¡Pero bájenle eso por-que lo que mandaron antes el niño no se lo come!

De arriba mandaron la misma cantidad, pero de plá-tano esta vez. De eso sí comía el niño. El plátano ma-chacado lo pasaban por un cernidor para que el niño se lo pudiera comer. El ripio lo dejaban de lado.

Desde lo alto le hicieron unas recomendaciones en sueños a Pumeniruwa:

−No tire el ripio, vaya recogiéndolo hasta formar una bola grande, así tiene que hacer.

Ella fue acumulando el ripio en una sola masa.

−Vaya dejando al niño al pie de cada árbol grande y ponga un poco de la masa, en el pie del mismo ár-bol.

Así lo hizo, hasta acabar con la bola de masa. Los ár-boles se quebraron por el sitio en que había dejado el ripio y se formó un conuco grande. No se demoró en crecer la yuca, la caña, el plátano. Todo estaba ya a punto de cosechar. Así se formó el conuco, para ese niño se formó el conuco.

Relato de María, Santa Cruz, año 1983.Comentario de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

KuwAI

En aquel tiempo los humanos eran como los de hoy en día, pero sin ser tan perfectos. Los ani-males eran seres humanos, parecidos a la gente

de ahora. Tal vez caminaban, pero el modo de pen-sar, de trabajar, era distinto comparado con la época actual. No eran tan perfectos como nosotros. Ade-más, no había sino varones. El primero en aparecer fue Kuwai, cuando apareció Kuwai apareció la luz del día.

Kuwai se dio cuenta de que la humanidad era sólo varones y pensó:

−Voy a crear una mujer.

Escogió un árbol, el laurel amarillo, que es tan oloro-so, y labró la figura de una mujer. Entonces le dijo a Mico:

−Usted va a tener uso sexual con la Mujer Laurel.

−Bueno −dijo Mico.

Fue a copular con ella pero no le pudo hacer nada porque la madera era dura. El pene se le acható. En-tonces dijo Kuwai al Zorro guache:

−Bueno, nieto, pruebe usted.

Fue y le incrustó una varita de palo Brasil en el pene. El Guache sí pudo con la Mujer Laurel y ella se con-virtió en mujer. El propio nombre de ella fue Pumeni-ruwa. Caminaba y hablaba.

−Está bien, nieto, está bien −dijo Kuwai al Guache.

Estuvieron un tiempo viviendo juntos, ella ya como esposa de Kuwai.

Yakukuli salía con frecuencia a pescar.

40 Entre Cantos y LLantos

En la actualidad es un pajarito, pero en aquella época era un ser humano todavía. Un día Pumeniruwa se fue a buscar agua y coincidió con Yakukuli que pasa-ba por allí y llevaba mucho pescado en la canoa. Dijo la Mujer Laurel:

−¡Caramba, usted sí que lleva pescado! ¡Déme mi par-te de pescadito!

−Bueno −dijo Yakukuli y atracó ahí−. Usted misma es-coja el pescado que más le guste. ¡Venga y súbase a la canoa!

La mujer bajó hasta la orilla y se embarcó. Yakukuli iba con la intención de llevársela, dicen que ella era muy hermosa. En el momento en que ella puso el pie, Yakukuli dio un gran empujón a la canoa y la alejó de la orilla. Se robó a la mujer de Kuwai.

Llegó a su casa, pero ahí estaba Rey Zamuro, quien le quitó a su vez la mujer. Se la llevó; al pueblo de Rey Zamuro fue a parar la esposa de Kuwai.

Al cabo de un tiempo dijo Rey Zamuro:

−¡Vamos a hacer una fiesta para tomar kulima!

Kulima era el guarapo que tomaban en aquel enton-ces. Igual que nosotros cuando tomamos yaraque, ellos tomaban una preparación hecha con frutos de palma de moriche y agua. Los Monos Titíes, los Micos y los demás bailaban en aquel tiempo, contentos de tomar kulima.

Pasó un grupo de Titíes por delante de la casa de Kuwai:

−¡Abuelito, nosotros vamos a bailar allá y a tomar gua-rapo de seje!

Así se enteró Kuwai del paradero de su mujer.

−¡Oigan, nietos Titíes! −pues los Micos y los Titíes son los hijos y los nietos de Kuwai−. ¡Oigan, nietos, yo voy con ustedes!

¡Me voy a prender del hombro del último en el baile, porque ya estoy viejo!

Se hizo pasar por un ancianito. Llegaron bailando allá la víspera de la preparación de la kulima, para poder ir a traer fruta de moriche el día siguiente. Siguieron bailando pero él se quedó sentado. Después de ha-ber bailado un buen rato se fueron a dormir.

Al día siguiente muy de mañana dijo Rey Zamuro contento:

−¡Bueno, vamos todos a buscar moriche, mucho mo-riche, para traerlo y tomar aquí todos juntos!

Kuwai decidió influenciar a Rey Zamuro con su pen-samiento. Dijo para sus adentros:

−¡Sua! Diga: “¡Que se quede el viejito para traer leña!”

Habló Rey Zamuro:

−¡Bueno, que se quede el pobre viejito para traer la leña!

Todos los demás se fueron por allá lejos. Ya aclaró bien el día. Pensando Kuwai en la mujer de Rey Za-muro dijo:

−¡Sua! Diga: “¡Abuelito, yo le voy a mostrar el tronco de donde sacamos la leña!”

Así dijo la mujer:

−Bueno, abuelito, yo misma voy a ir a mostrarle el tronco de donde se saca la leña.

−¡Sua! Diga: “¡Abuelito, vámonos ya!”

Y así se cumplió:

−¡Bueno, abuelito, vámonos!

Llegaron allá y entonces pensó Kuwai:

−¡Sua! “Abuelito, voy a quedarme aquí para mirar cómo usted raja la leña.” ¡Dígame así!

Entre Cantos y LLantos 41

Y todos esos deseos se cumplían.

Ella dijo así.

Entonces en frente a ella se puso Kuwai a rajar leña, fue sacando tronquitos primero y después se puso a partirlos.

−¡Sua, cuñado Kuwai! −decía en voz alta al tirar el ha-chazo.

Con toda facilidad se abrían los leños.

−¡Sua, cuñado Kuwai!

Y de un solo hachazo se hacía astillas el leño.

−¡Sua, cuñado Kuwai!

Para que la mujer lo oyera. Cuando lo dijo por tercera vez preguntó Pumeniruwa pensativa:

−¡Aaah! ¿Kuwai es cuñado suyo?

−Sí, él es cuñado mío. Así es cómo raja mi cuñado Kuwai −contestó, nombrándose a sí mismo.

−¡Ah! Yo fui la esposa de su cuñado, él fue mi primer marido. Eso mismo decía cuando rajaba leña su cu-ñado, ahora yo estoy viviendo aquí porque me roba-ron de unos a otros. Ahora estoy por aquí, lejos de él

−dijo con tristeza.

−Sí, él es mi cuñado, decía el anciano.

Con su fuerza mental deseó que le dijera “Bueno, abuelito, yo voy a ir llevando leñita.” Y así mismo dijo ella:

−Abuelito, voy a ir cargando leña.

Se llevó para la casa unas cuantas astillas de leña y Kuwai siguió echando hacha.

Ya venía ella de regreso.

−Nieta, voy a bañarme porque estoy acalorado des-pués de haber rajado tanta leña.

−Bueno −dijo ella y siguió llevándose la leña.

Kuwai bajó hasta el caño.

Tenía el cuerpo cubierto de granos, se bañó y enton-ces todos esos granos se convirtieron en pescados arenca. Se despegaron los granos del cuerpo y se volvieron pescaditos. Cuando terminó su baño era joven otra vez. Se puso ropa nueva, camisa nueva y pantalón nuevo, se peinó, se pintó la cara y quedó muy elegante.

Pumeniruwa venía llegando en busca de agua. Kuwai se paró en un tronco y la saludó.

−¡Aaah, es usted, Kuwai, mi marido!

Entonces Pumeniruwa se le vino encima al marido y lo abrazó. Así fue como Kuwai rescató a la mujer. Claro que él primero se rezó para que ella lo quisiera otra vez.

Kuwai, con mi poder

Me bajo, me bajo

Del lucero

El lucero manda su destello

Para acá

El lagarto mato de agua

Se queda mudo

El bejuco kamuwa

La resina del tinai

El personaje Tomali brilla

Kuwai, con mi poder

Contigo, Pumeniruwa,

Veré el presagio

Contigo, Pumeniruwa,

Desapareceré

42 Entre Cantos y LLantos

Contigo

Me acostaré

Así empieza el rezo. Nombra el bejuco kamuwa, por-que el rezo debe hacer el efecto del bejuco, que cuan-do lo agarra a uno no lo suelta. Cuando uno caminan-do queda prendido del bejuco, para soltarse tiene que retroceder un poquito y quitárselo con cuidado. Las hojas del bejuco se usan para que los anzuelos no dejen escapar el pescado. En días de luna nueva se dejan macerar los anzuelos junto con las hojas en agua. El pescado que muerde ahí ya no se suelta.

Con esa oración rescató a la mujer y se la llevó a su casa.

Regresó Rey Zamuro y al ver lo que había pasado sa-lió detrás de ellos. Pero Kuwai ya sabía que él venía persiguiéndolos. Para agarrarlo se convirtió en oso perezoso y se colgó de la rama de un árbol. Se hizo el muerto, colgando de un brazo.

−¡Tiiiii!

Cayó al suelo. Permaneció varios días ahí haciéndose pasar por muerto. Ya podrido y oliendo a feo estaba, pero por fuera no más, porque adentro todo estaba bien. Ya tenía gusanos por encima, pero él estaba bien. Con su poder, Kuwai podía hacer todo eso.

Por ahí estaba Pájaro Chiriguare, parado en una rama. Le cayó al perezoso y le picoteó duro en una nalga y Kuwai se movió con el picotazo. Salió volando Chiri-guare:

−¡Siya! ¡Siya! ¡Siya!

Al decir “¡Siya! ¡Siya!” avisaba que el otro estaba vivo. Después le dio otro picotazo y entonces sí se hizo el muerto y no se movió. En seguida le cayeron los Za-muros. Llegó Rey Zamuro. Eto, se llama Rey Zamuro, es el propio nombre de él.

Al acercarse Rey Zamuro, Kuwai rápido lo agarró por una pata y se volvió hombre en ese instante, como si no le hubiera pasado nada. Agarró a Rey Zamuro y se lo llevó a la casa.

Mandó a la mujer poner a hervir el yare de yuca con harto ají. Dejaron que hirviera un rato largo mientras Kuwai desplumó a Rey Zamuro. Después lo zambulló varias veces en la ollada de yare y ají. Eto quedó todo ardido. Al cabo de un rato se trepó a lo más alto del techo de la casa. Anocheció.

−Bueno Kuwai, usted me ha martirizado mucho, al haberme convertido yo en su enemigo llevándome a su mujer, por eso me ha hecho sufrir tanto, pero ahora yo le estoy debiendo algo. Oiga lo que va a suceder con sus descendientes: se matarán entre sí, se flecharán, se quitarán la mujer unos a otros, se ro-barán prendas para sus hechizos, se tendrán envidia, hechizarán a las mujeres para volverlas estériles o les caerá un árbol encima.

Entre Cantos y LLantos 43

Otros trepando se caerán del árbol, así morirán. Tam-bién se ahogarán, los morderá la culebra. Eso pasará con sus hijos y los hijos de sus hijos porque usted me ha hecho sufrir.

Así dijo Rey Zamuro.

−¡No! −contestó Kuwai−. ¡Yo no quiero eso para mis hijos! ¡Nada, nada! ¡No va a pasar nada!

Rey Zamuro seguía:

−¡Sí, así pasará! −y repitió:

−Se quitarán la mujer, pelearán, se matarán, se ten-drán envidia, se los comerá el caimán, se los tragará el güío, los morderá la culebra, pelearán, se flecharán, se cogerán prendas para embrujarse unos a otros, se tendrán envidia, se los comerá el caimán, y el güío también, los morderá la culebra, se matarán, pelea-rán, se flecharán y se tendrán rabia. Eso va a pasar.

−¡No! ¡Eso no va a ser así! −decía Kuwai.

Rey Zamuro siguió repitiendo. Seguramente al rato le dio sueño a Kuwai. En el momento en que se dejaba ganar por el sueño dijo Kuwai al terminar la retahíla de Rey Zamuro:

−¡Ay! Puede que eso sea así, tal vez.

Exclamó entonces Rey Zamuro:

−¡Usted lo dijo! ¡Ya dijo que así va a pasar, entonces se cumplirá!

En ese instante le volvieron a salir las plumas y alzó el vuelo.

−¡Lo que dije ha de cumplirse! −dijo Rey Zamuro y se fue volando.

Por eso ahora nosotros nos tenemos rabia, peleamos, nos quitamos la mujer, nos flechamos, nos matamos y nos muerde la culebra. Nos caemos y nos ahoga-mos. Porque ellos dos iniciaron la discordia.

Así cuentan.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

44 Entre Cantos y LLantos

mADuEDANI, HIJO DE mATSuLuDANI

Llegó a ese sitio de visita como bajando de Ja-lewe hasta nuestro pueblo de Kotsipa. Aquel hombre era Matsuludani. Pero no había nadie

ahí, sólo la Mujer Gaván rayando yuca, desnuda, sin nada. El hombre la vio, le gustó la mujer. Al poco rato le dio sueño y se acostó. La mujer seguía rayando yuca. Con el sueño que tuvo eyaculó, gota a gota caía el semen bajo el chinchorro. La mujer lo recogió en una cáscara de caracol, lo guardó en un perol y lo tapó. Cuando despertó el hombre se levantó y dijo:

−¡Me voy! ¡Los hombres no están! Yo estuve durmien-do aquí y hasta soñé.

El niño se estaba formando en el perol, lo arañaba por dentro. Cuando apenas el hombre había salido de la casa, dijo la mujer al niño que estaba levantan-do la tapa:

−¡Mira, allá va tu papá!

El niño se le fue atrás.

−¡Papá, espéreme! ¡Papá, espéreme!

−¡Caramba! ¿Quién será ese muchachito que me per-sigue llorando?

El hombre lo esperó. El niño paró lejitos. Estaba llo-rando desconsolado. El hombre lo agarró:

−¡Bueno muchachito yo no sé de quién serás tú hijo!

Furioso lo devolvió a la casa.

−¡Tome el muchachito!

La mujer lo recibió pero el niño se fue otra vez detrás del padre.

−¡Carajo con el muchachito!

Ya más lejos esta vez el hombre lo mató. Lo dejó en-tero, pero lo mató y lo trajo otra vez a la casa. Pero el niño se le fue atrás tan pronto como salió su padre.

−¡Papá, espéreme! ¡Papá, espéreme!

El hombre lo mató a golpes en la nuca, lo despedazó, enterró los pedazos en el barro y luego se fue a es-condidas. Pero él, de la sangrecita se volvió a formar. Se volvió un niño otra vez.

−¿Papá, por qué me mató? ¡Usted es mi papá! ¿Por qué me mata? ¿Por qué, si usted es mi papá? ¡Me duele todo el cuerpo, me duele al respirar! Mamá me dijo:

“¡Ahí está su papá!” ¡Por eso lo llamo papá!

Esta vez lo hizo trizas, lo machacó, lo dejó como hari-na, pero de la misma sangrecita resucitó y se volvió a formar otra vez. Así fue como consiguió que su padre lo llevara con él a su casa.

−¡Caramba! Yo tuve un sueño allá, seguro que por eso tú me vienes con ese “¡Papá, papá!” ¡Tú debes ser el fruto de ese sueño. ¡Camina, pues! Creo que tú sí eres mi hijo. ¡Vamos! Mi casa está para arriba1.

Y empujó al niño hacia adelante.

El muchachito iba caminando adelante, llorando todo el rato. Paraba cada dos por tres y lloraba. Lle-garon a la canoa. El niño estaba sentado en la proa.

−Vamos a pasar al otro lado, allá tengo mi casa. Tú eres mi muchachito. Seguro.

−Papá, yo me quedo aquí. Usted me pega mucho.

Entre Cantos y LLantos 45

Saltó a tierra y se quedó. El otro fue cruzando en la canoa y seguía echando remo cuando el niño ya estaba jugando en la playa de enfrente. El hombre no se dio cuenta de cómo el niño pudo pasar al otro lado. Matsuludani cruzó en canoa. El niño, no se supo cómo cruzó. Le ganó al padre. El hombre lo llevó ha-cia allá. Por el camino preguntaba el niño:

−¿Papá, dónde está su casa?

El muchachito caminaba adelante y dejaba al adulto rezagado. Luego paró en el camino y dijo:

−Papá, que me venga a buscar mi madrastra. Vaya us-ted solo y dígale que me venga a buscar.

Preguntó por el conuco. Estaban ya cerca a la casa.

−Aquí cerquita está mi conuco.

El padre siguió para la casa y el niño se fue corriendo al conuco a comer piña. No tenía que abrirlas para comer porque tomó la forma del colibrí y las fue chu-pando por dentro. Quedaba la mera cáscara, enterita por fuera.

−Por ahí está mi conuco.

−Pues yo me quedo aquí. ¡Que venga mi madrastra a buscarme!

Se comió el corazón de todas las piñas. Lo vino a buscar la mujer de Matsuludani pero no lo encontró. Acababa de cruzarse con él por el camino pero no se dio cuenta porque iba él en forma de colibrí. Ella no sintió sino la brisa, el remolino del aire, nada más. En el conuco encontró la pisada de donde había estado sentado.

−¡No lo encontré! Sólo le vi la huella de donde se paró y de donde se sentó.

−¡Pero si su hijastro se cruzó con usted de regreso para acá!

−Pues no lo vi.

−Ya se vino. Está aquí en la casa.

−¡Ajá, ese va a ser hijo mío! −dijo ella−. Él me hará compañía.

Entonces cogió el catumare y se fue a buscar piña para darle al muchacho, pero él se había comido to-das las maduras, las meras cáscaras era lo que queda-ba ahí en las matas. Ella trajo las piñas que empeza-ban a madurar. Las rayó para darle al muchacho y él comió y comió.

−Papá, usted es más que yo por ser mayor y por ser Matsuludani. Usted me pegaba por el camino. ¿Por qué me pegó? Yo le venía acompañando por el ca-mino.

−¡Claro! No se le pega a un hijo! Si el niño lo venía acompañando, ¿por qué le pegó? ¡Pobre muchachito, tu papá te mató!

Ahí estuvieron viviendo un tiempo. Un día Madueda-ni y el hermano, hijo de Matsuludani, se fueron a la sabana por la tarde. Dijo el hermano:

−¡Allá hay un venado, hermanito!

1. Hacia occidente.

46 Entre Cantos y LLantos

−¡Voy a matarlo!

−¿Pero cómo? No trajimos arco ni nada, ¿con qué lo va a matar?

−Le voy a disparar. Cuando yo avance arrastrándome, usted se tira al suelo.

Mató al venado. ¡Cómo se revolcaba el animal! Ellos no sabían que él tenía arma, así como escopeta. Ya la lleva en la mano para que sepan.

−¿Qué fue lo que sonó? −preguntó el hermano, que se había quedado en el camino−. ¿Qué sonó por ahí?

Claro, ellos no sabían, pues esto pasaba cuando el mundo era joven.

Era un tiro lo que él había oído sonar por allá. El mu-chacho ya venía con la escopeta. Así iban a enterarse de que Maduedani poseía eso, la llevaba al hombro.

−¡Ya maté al venado!

En la casa, el padre estaba comentando con los de-más:

−No sabemos con qué mata, no tenemos nada pare-cido.

El hermano cargaba el venado al hombro.

−¿Cómo consiguió eso? −preguntó el padre.

−¡Papá, ese pariente suyo, el nieto suyo ese, tiene de todo! ¡Usted no tiene nada!

−¡Bueno, yo voy a conseguir eso también! ¡No tengo sino el arco!

−¡Usted será Matsuludani, pero no sabe nada!

−¡Yo tengo que conseguir ese palo que truena! El mu-chacho no lo necesita.

Cuando el muchacho entró a la casa con la escopeta, el padre la agarró y se la quitó.

−¡No, mire! ¡Aquí hay más! −dijo el muchacho−. ¡Mire, papá, cuántas hay aquí!

Entonces fue cuando aparecieron las escopetas, sa-lieron por montones.

−¡Papá, mire todas las armas que tenemos aquí!

Aquel fue Maduedani, hijo de Matsuludani. Esas fue-ron las obras del que fue concebido por la Mujer Ga-ván. Así cuentan.

Más tarde Matsuludani formó con cera unas mujerci-tas para compañeras suyas, para que fueran a traer el agua para él. Para que fueran sus familiares las formó, pero se derretían al calor del sol.

Entonces formó mujeres con barro del río, pero al ir a sacar agua se deshacían, con el agua se desbarata-ban ahí mismo.

−¡Usted es Matsuludani, papá, pero usted no piensa! ¡Hay gente, hay gente, claro que hay gente! −dijo Maduedani−. ¡Papá, usted es un pobre hombre! ¡No sabe nada de hacer personas! ¡No sabe!

¡Cualquiera sabe más que ese padre! Entonces Ma-duedani creó la gente. Primero mandó a su padre a cortar varas. Después el viejo las fue clavando, las fue clavando en el suelo, conforme le indicaba Madue-dani: en fila, como formando las calles de un pueblo. Por la noche ya se habían convertido, cada una en una casa.

Maduedani pateaba el suelo y lo rompía para que salie-ra la gente. Así fue como Maduedani creó la humanidad, hacía rotos en el suelo para que saliera la gente.

Todos los blancos salieron de ahí, toda la gente sa-

Entre Cantos y LLantos 47

lió. No fue Matsuludani quien nos sacó de la tierra. Nuestros antepasados salieron de la tierra por obra de Maduedani. Los blancos salieron mezclados con los demás, pero ya con sus mosquiteros.

También en esos momentos salió el ganado y todo lo que cría uno por aquí: marranos, gallinas, palomas. Salían las vacas diciendo “¡Uuuu!”, salían las gallinas cacareando. Todos los animales de cría salieron. Por Maduedani estamos viviendo aquí. De debajo de la tierra salió la gente.

Maduedani dio varios consejos a los primeros que sa-lieron. Mandó matar unas vacas y dijo:

−¡Despellejen las reses! ¡Recojan el cuero! ¡Salen la carne! ¡Pónganla a secar al sol!

Así iba diciéndoles a todos pero nuestros antepasa-dos no obedecieron y descuartizaron los animales con cuero y todo. Eso es la costumbre de nosotros. Y asaron la carne, como si fuera danta, igual como ha-cemos nosotros hoy día. Otros Sikuani sí obedecie-ron, quitaron el pellejo y salaron la carne. En vistas ya a convertirse en blancos. Nuestros antepasados no hicieron como les habían dicho. Cortaron con cuero y todo. Por eso los Sikuani quedamos como somos. Los otros ya estaban fritando la carne. Al rato ordenó:

−¡Coman ahora!

Y comieron todos. Así fue cómo una parte de los Sikuani se convirtió en blancos.

Luego les puso una laguna para que se bañaran y pu-dieran cambiar de piel.

Ahí se echaron las arañas, se echaron las culebras, se echaron los güíos, también los saltamontes. Por eso cuando su piel apenas empieza a estar vieja, la cam-bian, para eso les pusieron la laguna.

−¡Báñense! −les dijo Maduedani a nuestros antepasa-dos.

Ellos se negaron: le tenían miedo a la culebra y al cai-mán.

−¡Báñense sin miedo! ¡No los van a morder! ¡Todavía tienen los dientes blanditos! Si tanto miedo le tienen al agua, vayan sacándola con una totuma. ¡Pero báñense!

Todas las arañas se echaron. Ahí mismo, en la orilla, les caían las cáscaras viejas. Nuestros antepasados se negaron, no se bañaron, ni uno se bañó. Tenían mie-do a la culebra. Por eso no cambiamos la piel.

Si volviéramos atrás al mundo joven otra vez, haría-mos las cosas de forma distinta. Hoy no seríamos así.

Sólo los animales que se tiraron a bañarse en la lagu-na se quitan sus pellejos viejos.

Maduedani se fue de la tierra y subió al cielo. Dejó que aquí las cosas siguieran su camino. Ahora los blancos están en este mundo. La gente1 también está en el mundo. Maduedani creó a la gente y después se fue.

Para que se relataran los hechos en estas historias se hizo de semejante forma salir a las gentes. Aquí termina.

Relato de María, comentario de Tiberio, Kotsipa, año 1972

1. Se refiere al pueblo Sikuani.

48 Entre Cantos y LLantos

KuLIwAKuA, LA LuNA CANÍBAL

tuvo llorando por ustedes, yo creo que se fue a bus-carlos, no sé para dónde cogió. Seguro se perdió por allá en la selva.

Ellos guardaban las uñas de los niños para hacer co-llares y los dientes también.

El hermano sospechó de la hermana un día que los niños de ella no tenían qué comer y reclamaron car-ne humana. Entonces regañó a la hermana:

−¡Usted se comió a mis hijos! Así como usted quiere a sus hijos yo quería a los míos, pero usted me los mató. Por ser el menor, yo la respeto y no me le como a sus hijos. ¡Váyase, no siga viviendo aquí!

La hermana y su familia obedecieron y se fueron al monte a buscar su sitio. A medianoche salieron para la selva.

Kuliwakua tenía un hijo que no caminaba, aunque ya estaba crecidito, sólo gateaba. Era grande pero no caminaba, por eso lo dejaron con su tío. Le dijo el tío:

−Mire sobrino, usted se va a quedar conmigo para ha-cerme compañía y cuidar a su tía.

Y adoptó el hijo de la hermana. Los otros se larga-ron lejos y se llevaron las semillas de yuca. Iban por donde no había camino pero sabían por donde iban. Cruzaban los caños o los remontaban. Otras veces iban por tierra. Llegaban a otro caño y así, hasta que llegaron al sitio donde querían vivir. Allá lejos hicie-ron su conuco.

Dos años después habían crecido la yuca y toda clase

Esto pasó para formarse Kuliwakua.

La mujer se comía a sus sobrinitos. Siempre les quería sacar los piojos a los sobrinos. Le dijo a

la sobrinita:

−Venga, mi hijita, le quito los piojos, usted tiene piojos.

La niña obedeció. Entonces le estiró una venita de la nuca. La niña se quejaba:

−¡Ayayay!

−¡No! ¡No le pasa nada! ¡Es que le estoy sacando los piojos!

Le estiró la vena para chuparle la sangre. La iba de-jando desangrada y sin aliento hasta que la niña se murió. Por la noche, Kuliwakua la sacó de la tierra para comérsela.

Así iba acabando con los hijos del hermano. La her-mana se comía a los hijos de ese hombre, a los sobri-nitos yernos1.

Un día que ya no quedaba sino el menorcito, los pa-pás se fueron al conuco. Kuliwakua le dijo a la mamá:

−Mire cuñada, deje este niño aquí, que yo se lo cuido.

Entonces el niño se quedó con la suegra que esta-ba haciendo casabe. Cuando el niño se quedó solito, ella y sus hijos lo echaron al fuego, debajo del budare, lo asaron y se lo comieron.

Volvieron los padres:

−¿Dónde está el niño?

−No, nosotros no sabemos, él estuvo ahí jugando, es-

Entre Cantos y LLantos 49

de matas. Ya estaba madura la yuca. Ella decía:

−¡Yo no le hice nada a mi hermano y él me regañó!

El hermano pensaba:

−¿Dónde habrá ido mi hermana? ¡Ay! ¿Por qué la re-gañé?

Se arrepintió. Estuvo buscándoles el rastro, hasta que encontró dónde vivían. Habían hecho una casa en lo alto de los árboles, monte adentro, tenían todas las clases de comida: plátano, yuca, piña, de todo.

Un día fueron de cacería el suegro y el sobrino y el yerno dijo:

−Mire tío, tengo mucha hambre, vamos de cacería, yo lo acompaño.

Él nunca comía carne, únicamente hígado. Le dijo al tío:

−¡Vamos a buscar venado!

−Bueno sobrino, yo lo voy a cargar en los hombros porque usted no camina.

−Está bien, suegro. Yo ya soy hombre, le voy a buscar el venado para que usted lo mate. Cuando yo le avise, usted lo mata.

El hermano de Kuliwakua le había estado haciendo flechitas y un arquito al sobrino.

−Mire, tenga su propio arquito, porque usted sabe que nosotros hemos tenido problemas con la gente.

Se fueron ambos de cacería. El muchacho iba en hombros. Caminaron por toda la orilla de la selva y a lo lejos vieron un venado.

−¡Tío, ahí hay un venado! ¡Mire tío, yo lo voy a matar! ¡Déjeme matarlo! Lo voy a flechar, yo ya soy hombre.

−¡No, usted no puede matar un venado! ¿Cómo lo va

a matar?

−¡No, yo soy hombre! ¡Yo lo mato seguro!

−¡Bueno pues! −dijo el tío.

Lo dejó en el suelo y él se fue gateando por la orilla de la selva. A lo lejos se convirtió en tigre, un tigre sin cola. Iba gateando. El tío se había subido a un árbol chaparro y lo vio todo.

−¡Caramba! ¡Este es un tigre!

¡Un tigre grandote era! Ya el venado estaba cerquita, el tigre brincó sobre el venado, y de un mordisco le rompió la nuca y lo mató. En los huequitos de la mor-dida le metió las flechitas y se volvió persona otra vez. Entonces llamó al tío:

−¡Tío, tío! ¡Ya maté al venado! ¡Ya lo fleché!

El tío pensó:

−¡Ah! ¡Este es un tigre!

Le contestó:

−¡Muy bien! −y salió corriendo para allá.

Volvieron con el venado. El hombre cargaba el ve-nado en sus hombros y al muchacho por encima. Iba pensando: “Este tipo es un tigre. No voy a decir nada”.

Llegaron y no le contó nada a la mujer, para no asus-tarla.

Otro día volvieron juntos de cacería. El sobrino dijo:

1 Los Sikuani distinguen entre primos paralelos, cuando los padres son dos hermanos del mismo sexo, y primos cruzados, cuando los padres son hermano y hermana. El matrimonio prescrito es entre primos cruzados. El matrimonio entre primos paralelos es proscrito y se considera incestuoso. La palabra que se usa para tía cruzada es la misma que se utiliza para suegra, aunque sea suegra potencial y la palabra que se usa para primo paralelo es la misma que se usa para nombrar a un hermano.

50 Entre Cantos y LLantos

−Tío, por este monte siempre andan mis hermanos.

Iban ambos charlando por la selva cuando encontra-ron un catumare repleto de animales ya ahumados.

−Mire tío, esto es la cacería de mis hermanos.

El hombre se puso a comentar con el sobrino que ve-nía sobre sus hombros:

−¿Por qué sus hermanos me tienen miedo? ¿Por qué se van? ¿Por qué no se me presentan? Yo no les voy a hacer nada, no tengo nada contra ellos. ¿Por qué motivo me tendrán miedo?

Los muchachos lo estaban escuchando. Después se le presentaron. Eran tres hermanos jóvenes. El tío les preguntó que dónde vivían.

−Nosotros vivimos por este lado.

De ahí en adelante cazaban para el tío toda clase de animales. No llegaban hasta la casa sino que dejaban la cacería en el conuco. La traían para el hermanito y para el suegro.

El muchacho dijo un día:

−Mire, tío, yo me voy para reunirme con mi familia. Ya estoy cansado, creo que mi familia me añora y yo también los añoro mucho.

El tío lo llevó hasta el asentamiento de la hermana, lo dejó en la selva y el muchacho se fue en forma de tigre. Así llegó junto a la familia. El hermano pensó:

“Voy a hacer guarapo”.

Cuando ya estuvo en su punto, alistó un montón de leña para quemar a la hermana. “Ya hice el guara-po, ahora voy a buscar a mi hermana para que se lo tome”.

Se fue. Allá le dijo a la hermana:

−Hermana mayor, yo la vengo a buscar porque hace tiempo que no nos vemos. Ya hice guarapo para que tomemos juntos, para que ustedes tomen.

Pero en el guarapo de la hermana y el cuñado, ha-bía mezclado barbasco y lo dejó listo aparte. El otro guarapo era para los demás que llegaban. Ese era de pura caña, sin nada.

Al día siguiente llegó la gente, se reunieron para be-ber. También llegaron la hermana y su marido, enton-ces él sacó el guarapo de donde lo tenía preparado. Les dio de beber a ambos hasta que los emborrachó. Una vez borrachos la hermana y el marido sacaron los collares, se agarraron y se pusieron a bailar mos-trando los collares de uñas y de dientes de los hijos del hermano.

−¡Esto es cazado por mí! ¡Es la cacería mía! ¡Y aquí ten-go los dientes!

Bailaban sacudiendo los collares en la mano. El her-mano se enfureció y los empujó al fuego. La mujer se salió y de un salto se tiró al río. El hombre también salió pero se fue corriendo por la sabana.

Entonces se convirtieron en estrellas. La mujer se transformó en el Astro de la Noche, y el hombre en el Astro del Día. Por eso este último calienta mucho. Subieron al cielo y se volvieron Kuliwakua. La mujer se convirtió en la Luna. Por eso no calienta tanto.

Se acabó.

Cuando los chamanes van a hacer maleficio a una persona, con su mente llaman a Kuliwakua. Puede ser de día o de noche, pero se manifiesta más de no-che. El peligro es por luna llena. En luna nueva no hay peligro. Los chamanes que trabajan con Kuliwakua tienen su malikai, que es la forma de hacerle llegar el aviso a Kuliwakua.

Entre Cantos y LLantos 51

Entonces ella baja, en contra del enemigo del cha-mán. Supongamos que un chamán me quiere perju-dicar y me va a matar por Kuliwakua. Yo me voy por ejemplo a pescar solo por la noche, él ya sabe a qué hora salgo y dónde voy. Entonces forma el deseo malo de que Kuliwakua me coma esa noche. Yo ando pescando por allá, al rato oigo un ruido:

−¡Kui! ¡Kui! ¡Kui!

Es la voz de Kuliwakua. Yo pienso: “Eso es Kuliwakua”.

Si yo no sé la oración de Kuliwakua, me mata y me come. Su voz suena en el aire y yo no sé para dónde escapar o dónde esconderme. En ese momento se tapa la luna, se vuelve todo oscuro. Al bajar Kuliwakua se pone oscura la luna. Si no tengo nada con qué alumbrarme, me quedo ahí. Baja ella, como un pajari-to pero al agarrarme se vuelve grandísima. Yo no pue-do resistir su fuerza que me lleva y me devora.

Eso tiene su oración, unos la saben y otros no. Antes de que me caiga encima me echo una oración y me fumo un cigarrillo o hago algún ruido. Kuliwakua le teme a la oración, es su enemigo. Entonces ella da media vuelta y así uno se salva. Y si uno no la sabe, ella lo mata.

Cuando se le viene encima a uno se convierte en un ave grande, como águila, pero la cara y las manchas son las de tigre. Y tiene garras de tigre. Huele a feo, dicen. A algunos se les ha aparecido. Uno no puede aguantar el olor.

En verano es cuando se aparece más porque las per-sonas andan solas por la playa de noche buscando huevos de terecay. Entonces los chamanes aprove-chan para echar sus maleficios con Kuliwakua.

Relato y comentario de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

52 Entre Cantos y LLantos

EL AVE KOTSALA

Voy a contar la historia de Kotsala, el cóndor.

Furunaminali vivía con la hija de la culebra Tsawaliwali. Un día mandó a su hermano me-

nor a conseguir fuego a la casa del suegro Tsawaliwali. Le advirtió:

−Cuando llegue a la casa de la culebra Tsawaliwali, no se le ocurra llegar con la apariencia de algún animal. Llegue como persona, como niñito que es, porque si llega como animalito, se lo come.

El hermanito dijo que sí.

−¡Vaya a conseguir fuego!

Mandó al hermanito a conseguir fuego. Él llegó y al en-trar se convirtió en lapa. Dijo Tsawaliwali apenas lo vio:

−¡Eh! ¡Qué suerte! ¡Nos llegó la carne para la comida!

Lo mató, se lo mandó cocinar a la mujer y se lo co-mió. Lo pudo mandar cocinar porque en ese tiempo Tsawaliwali era el único que tenía fuego.

Después la mujer de Furunaminali, es decir la hija de Tsawaliwali, se fue a pasear a casa del papá. Furu-naminali estaba viviendo con la hija de la culebra Tsawaliwali. Cuando regresó a su casa dijo:

−¡Ehhh! Mi papá comió lapa. Contó que entró una la-pita a la casa y él la mató.

Furunaminali supo así lo que le había pasado al her-manito. Preguntó ansioso:

−¿Y se la comieron toda?

−Sí, claro. ¿No ve que ya hace tiempo? Era una lapa pequeña y se la acabaron.

−Bueno, vaya y tráigame aunque sea un pedacito chi-quito.

−¡No! ¿Para qué? ¿No le dije que hace tiempo que la terminaron?

Furunaminali insistía:

−¡No importa! ¡Vaya y traiga lo que encuentre, por muy pequeño que sea!

−¡No! −dijo la mujer.

−¡Vaya, aunque sea para olerla nada más!

Insistió tanto Furunaminali que al fin la mujer le hizo caso. Él ya sabía para qué quería eso: para vengar al hermanito. Fue la mujer hasta la casa del padre:

−¡Papá! Su yerno pregunta si queda por ahí algún pe-dacito de la carne que comieron ustedes Que le den para probar, aunque sea un poquito.

−Bueno −dijo el padre.

Estuvieron buscando por ahí hasta que encontraron un cunchito de sobras, un pedacito por ahí perdido. Lo recogieron y ella se vino con ese pedacito de car-ne para el marido. Ahora Furunaminali ya tenía esa carne en su poder.

Al día siguiente se llevó ese pedacito de carne al co-nuco. Allí lo transformó en un cóndor kotsala peque-ñito. Es un pájaro que se oye de noche por aquí:

−¡Kox! ¡Kox! ¡Kox!

Pero no lo vemos como vemos al Zamuro y a los de-más pájaros.

Entre Cantos y LLantos 53

Antes sí se veían bien esos kotsala, como cualquier otro pájaro. Lo dejó allá en el conuco y cada vez que iba, le traía comida y lo alimentaba.

Hasta que Kotsala alzó el vuelo. Entonces Furunami-nali se puso a cortar palos, primero pequeños, luego más grandes. A Kotsala le sale del pecho como un cuerno, pero es de la madera del árbol de yopo. Kot-sala crecía y Furunaminali le enseñaba a alzar troncos cada vez más gruesos con ese cuerno. Kotsala echaba a volar con el tronco y lo subía muy arriba, después volvía a bajar. Hasta las nubes subía y bajaba otra vez donde estaba Furunaminali. Él le iba hablando al pájaro, lo fue cuidando y enseñando hasta que ya alzó árboles grandes, era capaz de volar con troncos gruesos hasta las nubes. Furunaminali se convenció entonces de que Kotsala podía con mucho peso. Entonces Furunaminali puso su pensamiento en Tsawaliwali: “¿Cómo voy a hacer para que Tsawaliwali salga de su casa? ¡Ah! Pues con mi pensamiento voy a hacer que vuelen los bachacos para que salga”.

Cuentan, que la culebra Tsawaliwali no salía del todo de su casa, cuando salía, siempre dejaba la cola enro-llada en un poste de la casa. Llegó el día en que, por voluntad de Furunaminali, volaron los bachacos, vo-laron cantidades grandes de hormigas. Dijo entonces la hija de Tsawaliwali:

−¡Papá, mire, está saliendo mucho bachaco! Oiga como suena “¡tsararabia!” al volar. ¡Salga a comer! ¡Claro que los nidos están lejitos de la casa!

Furunaminali con su pensamiento estaba haciendo volar los bachacos.

−¡Papá, están saliendo muchas hormigas de sus nidos! Están lejitos pero hay unos que quedan más cerca de la casa. ¡Salga a comer!

Dijo el padre:

−¡Sí, mi hija! ¡Ya salgo a comer!

Poco a poco fue saliendo, fue saliendo. Ya estaba comiendo en el nido que quedaba cerca de la casa. Había puesto su boca junto al agujero por donde salían las hormigas pero la cola la tenía enrollada en un poste de la casa. Al ver eso Furunaminali pensó:

“¿Cómo se hará para hacerlo salir del todo?”.

Con su fuerza mental, trataba de hacer que Tsawaliwali saliera, pero la cola quedaba enrollada en el poste. Furunaminali cogió un machete y empezó a cortarle la cola pero lo que estaba golpeando era un bejuco águila. Y es que ese bejuco es idéntico a la cola de Tsawaliwali. Furunaminali se dejó engañar.

54 Entre Cantos y LLantos

LOS PECES

Los hijos de Kuemasi remedaban al hijo de Furu-naminali, El Torcido cuando, lloraba. Entonces Furunaminali le cogió rabia a Kuemasi y consi-

guió un anzuelo para matarlo.

−¡Ese desgraciado!

Consiguió el anzuelo para matarlo, para pescarlo. Así fue cómo murió Kuemasi.

Los hijos de Kuemasi, o sea las gaviotas y los pájaros corbateros, se pusieron a asar la carne de su padre. En una parrilla asaron la carne de su padre. Luego pilaron la carne y la pusieron en envueltos. Fueron alistando envueltos de carne pilada.

En ese tiempo no existían los pescados. Ellos de to-dos modos sí sabían lo que eran los pescados. Echa-ron un poquito de esa carne pilada en agua y salieron unos pescaditos. Ellos bailaron con esa carne pilada.

−¿Qué llevan en la mano? ¿Por qué bailan tanto? −le preguntó Matsuludani a los chicos.

Bailaban con los envueltos de carne pilada en la mano. Luego los pusieron en un catumare.

−¡Vamos a tirar esto al agua! ¡Murió nuestro padre!

−¡Pues déjenlo aquí en mi casa! −dijo Matsuludani−. ¿Por qué tienen que tirarlo lejos? ¡Aquí está la casa! ¡No lo lleven por allá tan lejos!

Insistió tanto Matsuludani que ellos pararon. Enterra-ron los restos en la casa de Matsuludani, separando los huesos de la carne pilada.

La hormiga upitajito salió del suelo con la carne pi-lada.

En esa época sabían mucho. Seguro que Tsawaliwali presintió que le iba a pasar algo, por eso hizo que un bejuco que estaba junto a la casa se volviera pare-cido a su cola. Hizo pasar el bejuco por su cola para despistar al enemigo. El bejuco sangraba. Mientras tanto la cola de Tsawaliwali se libraba del machete. Furunaminali pensaba: “¡Ay, hombre! ¿Cómo le voy a cortar la cola?”

Ya Kotsala venía cerniéndose sobre Tsawaliwali. Pri-mero, diminuto como una golondrina. Cuando Tsawaliwali ya lo tenía encima, Kotsala se volvió gi-gantesco. Le clavó las garras en la cabeza. Hacía so-nar las alas para alzar el vuelo, pero no podía porque Tsawaliwali estaba agarrado por la cola. ¡Grande era Tsawaliwali! Por eso pesaba tanto. Kotsala lo jalaba. Jaló hasta que lo pudo arrancar del suelo. Se lo lle-vó en dirección al suroriente. Se lo llevó. Kotsala por venganza se comió a Tsawaliwali, igual que éste se lo había comido a él. Furunaminali actuó de forma que su hermano se vengara comiéndose a Tsawaliwali.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

Entre Cantos y LLantos 55

−¿Por qué habrá sacado la carne pilada esta hormiga? –se preguntó Matsuludani.

Trajo agua en una totumita y echó ahí un puñadito de la carne molida. Esos polvitos de carne del difunto se convirtieron ahí mismo en unos peces chiquitos. Pensó Matsulu: “Seguramente es para eso”.

Se asombró, pues ya no era polvo sino pescaditos. Había sido muerto Kuemasi y de su carne pilada sa-lieron los pescaditos. Matsuludani cavó y cavó hasta que logró dar con el catumare de carne pilada que habían enterrado. Sacó uno de los envueltos y lo llevó a la parte del caño donde había unos huecos hondos. Echó esa harina y pasó lo mismo que cuando había ensayado con la totuma: apenas echó los polvos sa-lieron los pescados. Al ver eso pensó: “Seguramente para crear los pescados pasó todo esto”.

Se convenció de que todo eso era real. Entonces armó una trampa de pescado, junto a esos huecos, para conseguir pescado con facilidad. Adentro de la trampa soltó dos envueltos de carne pilada. En segui-da eso se convirtió en toda clase de pescados: sapua-ra, valentón, bocón, palometa.

Ese día sacó un poquito de pescado y lo trajo a la casa. Les recomendó que al comer no dejaran a la vista las espinas, para que la gente vecina no supiera. Pero los vecinos encontraron las espinas de pescado. Matsulu en esos días estaba haciendo una canoa grande para llenarla de pescados y repartirlos por todos los ríos. Un tal Astro le dijo al hijo de Matsuludani:

−Oye sobrino, ¿dónde consiguen ustedes el pescado? Porque yo he estado pescando pero no consigo nada. ¡Llévame al sitio de donde tu padre saca el pescado!

−¡No! Yo no sé ir. Mi papá no me lleva con él cuando va a por pescado. Yo no lo puedo llevar a usted sin conocer.

−¡Uy, sobrino! ¡Pero cuánta espina de pescado! ¡Uste-des sí comen pescado en cantidad!

Astro siguió pidiendo que lo llevara.

−Mi papá no saca mucho pescado. Saca poquito. Allá está la raya cuidando el pescado. Yo no puedo ir por-que me duele un pie.

−¡No importa sobrino! Yo lo llevo en hombros hasta allá.

−¡Es que mi papá no me lleva con él!

El otro insistió hasta que el hijo de Matsuludani acce-dió. Se fueron allá, el muchacho subido en los hom-bros de Astro, que vio semejante cantidad de pesca-dos, payara y todos los demás.

−Mi papá no mata mucho pescado sino poquito a la vez.

Astro no le hizo caso y se puso a chuzar pescados, estuvo chuzando más y más. No se daba por satis-fecho.

−¡No mate tanto! ¡Mi papá no lleva tanto pescado a la vez! ¡Ya no más!

Astro no le prestó atención:

−¡No, es que yo tengo dos mujeres y están pasando hambre. Yo necesito mucho pescado para ellas.

Se metió adentro de la trampa para chuzar mejor, pero entonces con su flecha chuzó la raya. Para evitar que lo picara se tiró a un lado pero tumbó la trampa, la desbarató.

56 Entre Cantos y LLantos

BELuTuAwA, LA SuEgRA SAPA

Los restos de aquella mujer se convirtieron en un barretón. En ese tiempo Matsuludani esta-ba talando un pedazo de selva. Belutuawa, la

mujer Sapa, comía mucho pescado crudo. El yerno Matsuludani le traía pescado ahumado o asado, pero ella lo comía únicamente crudo, sólo quería comer cosas crudas, no quería nada cocinado.

Menos la comida que era para el yerno, a la que ella le echaba, a escondidas, excrementos de cucaracha. Llegaba el yerno y protestaba que eso no lo comía él. Entonces ella se lo comía todo de un tirón, todo lo que había en la olla. Cada día ella acababa comiéndose la comida del yerno. Siempre se alegraba cuando llovía.

Al final le dijo el yerno a su esposa Folore:

−¡Que vaya su madre al sitio donde tengo la trampa para pescado1! Aquí está la flecha con que ella suele chuzar los pescados. ¡No sé por qué no trae nunca pescado a la casa!

Ese día, antes de regresar a casa, Matsuludani había echado en la trampa unas hojas de bejuco cambure, para que se convirtieran en una raya y en pirañas.

Cuando llegó la suegra, el agua dentro de la trampa estaba alborotada de tantos pescados. Ella, al ver se-mejante cantidad de pescados, se metió en la trampa, en el agua. La picó la raya. Con ese dolor tan grande no pudo salir del agua y las pirañas la devoraron. No quedaron sino los huesos.

Ella ya venía de regreso de la trampa, hacia la casa. Pero como estaba muerta, no era sino el mero espíri-tu de ella. La hija estaba preocupada por la tardanza

Salieron todos los pescados que estaban ahí y se es-parcieron por todas partes.

Kajuyali y Matsuludani estaban haciendo una canoa. Kajuyali es ese al que le cortaron la pierna. Las astillas que saltaban del tronco que estaban labrando caían al agua. Entonces se dieron cuenta de que los pesca-dos llegaban ahí a comer la viruta. Les pareció raro que hubiera pescados en los ríos, pues en ese tiempo los ríos estaban sin pescados. Se asomaron al agua:

−¿Pero, cómo? ¡Si no debería haber pescados! ¿De dónde habrán salido estos pescados?

De vuelta a casa, Matsuludani le preguntó al hijo:

−¿Bueno, qué pasó allá?

−A mi tío lo picó la raya. Él insistió para que le mostra-ra y le mostré.

En el Bajo Vichada hay muchas piedras y raudales, los puso Matsuludani para cortarle el camino a los pes-cados, pero ellos le cogieron la delantera y se despa-rramaron por todas partes.

Al ver eso, Matsuludani se puso furioso. Cogió lo que quedaba de envuetos de la carne pilada de Kuemasi y lo repartió por todos los ríos. Astro, al que picó la raya, se revolcaba de dolor.

Hasta ahí llega la historia.

Relato de María, Santa Cruz, año 1983.

Entre Cantos y LLantos 57

1. La trampa para atrapar pescados es un cerco de palos, que se dispone en el agua de tal manera que los peces entran, pero no pueden salir.

de su madre. Sin embargo la madre, ya espíritu, venía gritando. Traía un pescadito solamente, colgado de un palo que cargaba al hombro. La hija le dijo a su niñito:

−¡Tu abuela se fue hace tiempo ya! ¿Por qué no habrá vuelto?

Dejó al niño en el chinchorro y se fue a buscar a la mamá. Llegó a la trampa y la mamá no estaba. Se puso a llamarla:

−¡Mamá!

−¿Qué? −contestaba ella, como desde lejos.

−¡Mamá!

−¿Qué?

−¡Mamá!

−¿Qué?

Pero no apareció por ninguna parte.

−¿Dónde está mi mamá? ¡Yo creo que se la comieron las pirañas!

Desbarató la trampa y se escaparon los pescados.

En esos días había un hombre tallando una canoa, era Kajuyali, el de la pierna. Estaba abriendo un tron-co para hacer una canoa. Las astillas que saltaban de la madera que tallaba Kajuyali, Belutuawa también se las comía. Folore pensó: “Yo creo que a mi mamá se la comienron las pirañas por comer ella de esa for-ma”.

Kajuyali seguía ahí haciendo su canoa. La hija sacó del agua la quijada de su madre, la encajó en la punta

de un palo y la convirtió en barretón.

Estaba furiosa con el marido y salió decidida a matar-lo. Pero Matsuludani, después de haber hecho aque-llo a la suegra, ya se lo esperaba y se escapó:

−¡Ella debe de estar rabiosa y puede que intente ma-tarme!

Ella salió a perseguir al marido. Creaba animalitos como culebras, alacranes, hormigas venenosas como la ronda, la yanave, la veinticuatro, para picar a Mat-suludani. Lo picaban pero él se rascaba la picadura y ahí mismo dejaba de sentir el dolor. Ella hacía eso para que los animalitos lo mataran al picarlo. Cuando lo mordía la culebra, él se rascaba y así se quitaba el dolor. Con la quijada de la mamá ella había hecho un barretón grande, y lo cargaba al hombro.

Matsuludani llegó donde estaba Kajuyali trabajando en su canoa:

−¡Por ahí viene persiguiéndome Folore! ¡Cuidado lo mata a usted!

Matsuludani se quitó los aretes de oreja que llevaba, de hoja de bejuco cambure, y se los colgó a Kajuya-li, que siguió trabajando en su canoa. Ella le dijo tan pronto llegó:

−¡Ah! ¡Aquí está usted, Matsuludani!

−¡No! ¡Yo no soy Matsuludani!

−¡Sí es!

58 Entre Cantos y LLantos

BAKATSOLOwA LA SIRENA

Estaba la muchacha con su primera menstrua-ción. Sus familiares se fueron todos al conuco, y la dejaron sola en la casa. A la muchacha, que

estaba con su primera menstruación, la acomodaron arriba en un estante1, en lo alto de la casa y se fue-ron. En la casa quedó un pescado pavón que estaban asando en la parrilla. En compañía de ese pescado la dejaron.

Los ainawi del agua la vinieron a raptar. El pez coli-rrojo, de sombrero rojo llegó a la casa. Era el pez coli-rrojo pero tenía apariencia de hombrecito. Llegó. No llevaba sombrero rojo, sino sombrero negro, con un pañuelo rojo amarrado en el cuello. Ese colirrojo pre-guntó al pavón:

−¿Por aquí está la muchacha que tiene su primera menstruación?

El pavón contestó:

−Pues..., yo no sé muy bien. Pero por aquí arriba oigo como ruido, como si hablaran. Pero no he visto nada porque estoy ciego. Oigo el ruido nada más.

Así iba diciendo el pavón asado. Llegó otro colirrojo y ambos de un salto se subieron al estante y la bajaron cogiéndola cada uno de un brazo. La habían venido a buscar los espíritus de los pescados, venían a raptar a la muchacha que estaba en su primera menstrua-ción, en ausencia de los padres.

Le echaron humo de tabaco en los ojos y en los oídos. Llegó la raya y orinó por donde se la tenían que llevar. Luego ya se echaron todos al agua. Así fue como rap-taron a la niña en su primera menstruación.

−¡No soy!

−¡Sí es!

−¡No soy!

Le pegó un barretonazo. Como él estaba sentado en-cima de la canoa, le cortó la pierna de un solo tajo.

Kajuyali cogió la pierna y con la sangre que le brotaba le pintó unas figuras, luego la soltó. La pierna se con-virtió en el pez rayado y se tiró al agua. Kajuyali se fue.

Folore entonces descubrió el rastro del marido y se le fue atrás, no se detenía ni a descansar, ya lo iba al-canzando. Entonces Matsuludani se tiró al Gran Río. En ese momento llegó ella a la orilla, se desnudó, se puso el barretón delante de la cara y se fue nadan-do. Estaba por alcanzarlo cuando él la transformó en pato carretero. Ella cantaba:

−¡Uara! ¡Uara! ¡Uara!

Y daba vueltas en el agua. El barretón se volvió el pico.

Ahí termina.

Relato de Warawanae, Yapijibo, año 1977

Entre Cantos y LLantos 59

La llevaron río Vichada abajo y en los sitios hondos bailaban y se divertían bailando con ella. Hasta que salieron al Orinoco. Los espíritus de los pescados es-taban contentos. A la joven la llamaron Bakatsolowa. Por eso el que reza la Oración de la Cacería va dicien-do el nombre de esa mujer. Los espíritus de los pes-cados se la llevaron viva.

Cuentan así.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

LOS DESCENDIENTES DEL SAPO

Cuando hubo el diluvio y se inundó toda la tie-rra y hasta la selva quedó cubierta, flotaron las tinajas. En ellas iban los descendientes del

Sapo, que son de por allá, de Kalifina.

Los descendientes de Kali, o Caribes, y los descen-dientes del Sapo eran diferentes pero fueron a parar al mismo sitio, Kalifina. Una parte de los Sapo está viviendo en Tsukuara. Los Sapo y los Kali son de Ca-sanare.

Los Sapo no se ahogaron cuando el mundo quedó inundado, sino que se metieron en las tinajas hasta que la corriente los llevó a una orilla, por allá lejos. Ellos son de una clase diferente. Claro que también son humanos, personas como nosotros.

Se dice de los que pertenecen al momowi2 del Sapo que son los nietos o los descendientes del Sapo. Y así de los demás momowis.

En general uno busca mujer dentro del mismo mo-mowi. Si yo soy descendiente de la Danta, me consi-go una mujer también descendiente del Danta.

Algunos se juntan con personas de otro momowi. En el niño que nace, siempre una de las sangres es más fuerte. Eso se sabe según la estatura o el color de la piel. Dicen:

−¡Ah, no! Es que la sangre del padre o de la madre ganó. ¡Mire cómo es de tal cosa o tal otra!

1. Estante o estantillo se llama a las tablas dispuestas de forma horizontal, que se apoyan en las vigas del techo para guardar cosas.

2. Clan o familia.

60 Entre Cantos y LLantos

EL YOPO

El hombre copulaba con su mujer para enyopar-se. Pero sólo metía la punta del pene. El yerno le pidió al suegro que le dejara hacer lo mismo.

−Mire yerno, su suegra tiene el yopo ahí, yo lo suerbo así, mojando el pene. No la cojo así mucho, sino ape-nas entro y lo dejo. Si se entra más, entonces viene la borrachera. Pero a su suegra le da vergüenza tener relaciones con usted. ¿Cómo lo va a dejar a usted co-gerla?

−Suegro, déjeme a mí también.

−Bueno −dijo el suegro−, pero no lo vaya a meter mucho. Cuando esté con su suegra, no moje sino la puntica. Por ahí le sale el yopo a ella.

Él no hizo caso y se lo metió todo. Se emborrachó y vomitó en el mismo pecho de la suegra.

Así nació el yopo. Al emborracharse se escapó por allá vomitando, le venían arcadas y vomitaba. En cada uno de esos lugares salió un árbol de yopo. Por eso hay yopo por aquí. Luego bajó por el Meta.

El yerno de Yaniluanü fue quien dispersó el yopo. Ellos eran gente como nosotros, no como Matsuludani, sino gente común y corriente. Pero ella era la única perso-na que tenía yopo. Para enyoparse había que cogerla. Yaniluanü le dio también al yerno, él vomitó y por ahí crecieron los árboles de yopo.

Relato de María, Kotsipa, año 1972

Eso también se ve por la forma de actuar. Suponga-mos que yo soy del momowi de la Danta y mi mujer del momowi del Loro.

Si el niño que tenemos juntos sale perezoso se dirá que es descendiente de la Danta como su padre, pero si es parlanchín, entonces la sangre de la mamá fue más fuerte.

Si mi hijo después se junta con una persona del momowi de la Danta, sus descendientes serán Dan-ta. Pero serán Loro si se junta con una persona del Momowi del Loro.

Ahora, si la persona con quien se junta es de un mo-mowi que no es ni Danta ni Loro, por ejemplo el Tigre, habrá que mirar cómo son los descendientes para sa-ber a qué momowi pertenecen, si al que salió mi hijo o al del Tigre.

Uno puede preguntar directamente por el momowi de la persona que acaba de conocer, y si es de Waü o de Parawa, o sea de la parte de arriba o de abajo1 de nuestro territorio.

Relato de Kopipito, Kotsipa, año 1972Comentario de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

Entre Cantos y LLantos 61

1. Occidente u oriente, respectivamente.

wAxANINü Y LA TELA DE VESTIR

Nuestros antepasados no sabían vestirse. Hom-bres y mujeres andaban desnudos. Cuando una mujer estaba embarazada y le llegaban los do-

lores del parto, le rajaban la barriga y le sacaban el niño.

Todos andaban desnudos. Con la piel del güío ha-cían el sebucán, amarraban una punta y otra del cuero para exprimir la yuca. En cuanto veían un güío, lo mataban para sacarle la piel. Un día alguien se fijó en los dibujos de la piel y pensó que así se podía fabricar un exprimidor, pero con fibra. El hombre se fue al monte y trajo la fibra, la tejió y así hizo el pri-mer sebucán de fibra.

Un día llegó un hombre llamado Waxaninü, que del bejuco de matapalo sacaba como una tela para ves-tirse. Un antepasado nuestro oyó el ruido de Waxa-ninü machacando la tela de matapalo. Lo llamó:

−¡Cuñado, cuñado!

Waxaninü seguía golpeando la corteza.

−¡Cuñado, cuñado! −volvió a llamar.

−¡Encuéntreme! ¡Encuéntreme! ¡Que su hermana menor me está haciendo tela de matapalo!

Se acercó al hombre y encontró a Waxaninü con un hijo en los brazos.

−¡Usted está desnudo! ¡Está cubierto de zancudos! −le dijo Waxaninü.

Iban desnudos y las mujeres también.

−¡Mire, cuñado! Así es la tela de matapalo. Usted cor-ta ese bejuco de matapalo y lo convierte en tela −le dijo−, y se pone taparrabos.

Waxaninü le sacó una tira de tela de matapalo y se la puso de taparrabos al hombre.

−Cuando usted saca la corteza del bejuco la cocina, con un palito la va revolviendo y así saca la tela.

Waxaninü le mostró:

−Usted tiene que hacer así y asá. Y se pone los tapa-rrabos así.

Eso ocurrió antiguamente. Entonces ellos ya supieron sacar la tela de la corteza para vestirse. Eso ya quedó costumbre nuestra.

El cuñado de Waxaninü regresó junto con la familia ya llevando el taparrabos. Le preguntaron quién le había dado eso. Contó:

−Allá encontré en la selva a un cuñado mío que me dio tela y me puso taparrabos.

Entonces todos los hombres se pusieron taparrabos. Él contó a la familia que las mujeres debían hacerse el camisón, abriendo un corte por donde pasar la ca-beza, y que los hombres debían ponerse taparrabos. Nuestros antepasados supieron entonces cómo ves-tirse con tela de corteza. Se pusieron taparrabos.

Un día estaba una mujer con los dolores del parto. En ese tiempo, cuando abrían a la mujer, el niño casi siem-pre se moría. Llegó la Colibrí, discretamente, y dijo:

−Yo, aunque pequeñita, crío a mis hijos. Ustedes los matan y por eso no se multiplican. Nosotros sí nos multiplicamos.

62 Entre Cantos y LLantos

Y a la mujer le dijo:

−Usted está por dar a luz. ¡Este niño no se debe morir, tiene que criarlo!

De no haber sido por Waxaninü, tampoco nos hu-biéramos podido multiplicar. No seríamos cuántos somos en la actualidad.

−¡Carguen a los niños pequeños en una tira de tela de matapalo! Así se pueden criar con más facilidad.

Antes los cargaban en un cuero de güío. Así vivían nuestros antepasados. Pero fueron aprendiendo.

Sin embargo ya quedaba muy poquita gente, y tu-vieron que casarse entre hermanos, se juntaron el hermano con la hermana, porque ya casi no queda-ba gente para poder reproducirse.

En ese tiempo existían los Kawiri. Estaban también acabando con nosotros de tanto comerse a nuestra gente. Los Kawiri, cuando veían un matorral, le me-tían fuego, por si había gente escondida ahí.

Un día la atacaron a ella, la hermana, pero encontró un escondrijo debajo de unas matas de makulakula. Iba con un niño. Al esconderse se salvó.

Ya después los Kawiri no volvieron por aquí y nos pu-dimos multiplicar. Pero fue por haberse casado her-mano con hermana. Así nacieron los niños. Así nos multiplicamos nosotros.

Relato de Warawanae, Kotsipa, año 1972

LA COLIBRÍ Y EL PARTO DE LA muJER

Eso fue lo que pasó antiguamente. Estaba la mujer embarazada. Cuando estuvo por salir el niño, dijo la mujer:

−¡Ya el dolor del parto llegó!

El hombre se puso a afilar un machete para abrirle la barriga a la esposa. Ella lloraba. El hombre le decía:

−¡Esto no es para matarla! Claro que seguramente us-ted se va a morir, pero es para que nazca el niño, no para matarla a usted.

El marido lloraba mientras afilaba el machete. Así es-tuvo afilando, afilando. Ya la mujer estaba muy avan-zada y el hombre dejó de afilar. La acostó. El hombre se estaba acomodando para cortar a la mujer. En ese momento apareció la hembra del Colibrí.

−¿Para qué estuvo sacando filo al machete? ¿Para quién? ¿Para matar a una mujer? ¡Míreme! ¡Yo no soy una mujer grande, soy chiquita!

Y le dijo a la mujer:

−¡Venga conmigo!

Entonces la Colibrí se arrodilló, en posición de parto, con las piernas abiertas y dijo:

−¡Póngase así y empuje con todas sus fuerzas!

− Bueno −dijo la mujer.

−¡Empuje fuerte! Así es como yo doy a luz, a pesar de ser chiquita yo doy luz así.

De verdad la Colibrí es chiquita. El hombre paró de llo-rar, antes de llegar la Colibrí, estaba llorando sin parar.

La mujer se puso a empujar y con la fuerza que hizo ella nació el niño.

Entre Cantos y LLantos 63

−¡Espere un momento que todavía no ha salido la pla-centa!

Entonces empujó un poquito más y se apretó, y salió la placenta. La Colibrí dijo:

−Ya, ahora sí pasó la placenta.

Al hombre le dijo:

−De no haber sido por mí, usted le hubiera cortado el vientre y hubiera salvado al niño pero matando a su mujer. El parto estuvo bien.

Y a la mujer:

−¡Ahora, usted, déle el pecho al niño!

Así ahora somos gente. Si no hubiera aparecido la Colibrí, el hombre en llantos hubiera rajado a la mu-jer. Hubiera sacado el niño y la madre hubiera muer-to. Pues antiguamente eso era así.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

EL ÁRBOL DE LAS CHAQuIRAS

Warawanae, Arbol de las Chaquiras, era un árbol y también una mujer. Árbol de las chaquiras pequeñas para hacer collares.

La gente iba diciendo que esa muchacha había que-dado embarazada por obra de su tío padre. Le pre-guntó su madre:

−¿Es cierto que su tío padre la dejó embarazada?

−¡No! Cómo va a ser eso, siendo él mi tío padre? ¡Me daría vergüenza con él! Lo que pasó es que mi papá me pidió que le chupara el tuétano del hueso de la pierna y yo se lo chupé.

Después ella fue a bañarse con su madre. Al reírse a carcajadas le salieron las chaquiras, así fue como se conocieron las chaquiras.

Los vecinos cuando volvían de barbasquear le ofre-cían pescado. Ella no comía sardina, sólo barbilla. Se la traían ya arreglada. Pero un día le trajeron una barbilla sin sacarle las sierritas que tiene a ambos la-dos. Se la llevaron a la muchacha sin arreglarla bien. Ella se pinchó la mano con esas sierritas, se quejó y lloró. Entonces alzó a la hermanita menor y se fue.

64 Entre Cantos y LLantos

Después de haber caminado un buen rato paró. Ahí estaba el árbol de las Chaquiras. Levantó la cara para mirar el árbol, y vio que todas las ramas esta-ban cargadas de chaquiras, en una rama estaban las chaquiras azules, en otra las chaquiras blancas, había chaquiras de todos los colores en ese árbol, por eso se llamó Árbol de las Chaquiras. Los pájaros maracanas llegaban ahí a comer las chaquiras, que eran las frutas de ese árbol, todos los pajaritos ve-nían a comer. Seguramente venían del cielo.

Más tarde vino la abuela, que era del momowi del Tigre.

−¡Váyase con su nieta, mamá! −le había dicho la ma-dre de la muchacha.

Y la viejita, descendiente del Tigre, se fue detrás de la muchacha. Esa mujer vivía todavía, no se había muerto.

El viento mecía las ramas del árbol, la muchacha ponía un canasto debajo y recogía la chaquiras que caían. Entonces llegaba la gente y le compraba cha-quiras a cambio de peramán. Así era como la gente conseguía las chaquiras. La anciana derretía la brea y se la comía, se alimentaba de eso.

Así contaban los antiguos. Debe de ser verdad. Hace mucho tiempo que se viene contando así.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

EL FuEgO

Kamatjuito fue quien se robó el fuego.

Del árbol cabo de hacha salía humo. Lo tendría ahí algún espíritu. El loro Tjuito o Kamatjuito se

metió por un hueco del árbol, lo atravesó, pero no sacó nada porque en esa época no había fuego.

Los demás, como lo vieron entrar, empezaron a picar el árbol pero no encontraron el fuego. Desde enton-ces el tronco de ese árbol no es liso sino que tiene hendiduras.

Volvió a meterse Tjuito y sí logró salir con el fuego. Así se consiguió el fuego para la gente.

Relato de María, Kotsipa, año 1972

Entre Cantos y LLantos 65

EL ARCO IRIS

El Arco Iris sale de un hueco en el suelo. Lo vemos cuando el Lagarto Real sale de su hueco. Ese la-garto es el primer animal de madriguera que

existió. A los animales que viven en madrigueras o cuevas los llamamos arawali. Al Arco Iris lo llamamos Cilindro Arawali. Es el verdadero Lagarto, el Lagarto Viejo. No lo podemos ver. Permanece en la boca del hueco de donde sale el Arco Iris. Ese Lagarto propio vive y anda debajo de la tierra. Por andar por debajo de la tierra lo llamamos Arawalinü. Es el Abuelo de los Lagartos.

Cuando sale a la tierra lo vemos al mirar el Arco Iris. Sale, y la punta del Arco Iris toca a otro sitio, se forma el Arco Iris porque el Lagarto en la cola lleva los colo-res del Arco Iris. La cola es azulita. Ahí lleva los colores del Arco Iris. En la cola de ese Lagarto Viejo están los colores que aparecen en el Arco Iris.

Cuando el Arco Iris se encorva delante de una nube negra, es que no deja que la nube siga adelante, le tapa el camino, no deja llover. Al formarse así ataja la lluvia, no le deja paso. Por mucho que venga una nube negra anunciando una fuerte lluvia, al ver el Arco Iris nos damos cuenta de que no va a llover. Así sabemos.

Cuando vemos al Arco Iris así encorvado, no debe-mos señalarlo con el dedo índice porque se nos pu-dre. Cuando uno señala a pesar de todo, hay que morderse el dedo para que no se pudra. Después de que uno señaló, si no se muerde el dedo se le pudre.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

66 Entre Cantos y LLantos

Entre Cantos y LLantos 67

2Consejos y

Enseñanzas

68 Entre Cantos y LLantos

“Por eso es malo andar uno solo

y dormir en casa desierta.”

Entre Cantos y LLantos 69

LA AmANTE DEL PEZ VALENTÓN

La muchacha estaba de empleada en la casa de unos blancos colonos. La mandaron al caño a lavar la ropa, y mientras estaba lavando vio un

pescadito chiquito de color azul. Ella le dijo:

−Mira, sardinita, cuando vuelva otro día te traigo mi-guitas de pan.

La siguiente vez ya estaba la muchacha tirándole migas de pan, el pescadito comía y fue creciendo, creciendo cada vez más. Un tiempo después estaba así de grande, como de tres arrobas, era un valentón bien grande.

−Esa muchacha se lleva algo para allá como si le lleva-ra la comida a alguien. ¿Qué será? −dijeron los hijos del colono y decidieron ir a espiarla.

Antes de que la muchacha llegara se encaramó uno de ellos en un árbol, listo para ver lo que pasaba. Vino ella a lavar, sacó el pan y empezó a tirarle pan y más pan.

“¡Uh! ¡Qué hermosura de pescado!” Pensó el que la estaba mirando.

Ella seguía dándole de comer al valentón.

−Bonito pez, pero, ¿de qué clase será? ¿Dónde la vamos a mandar a ella para nosotros sacar ese pescado?

¡Uy! Acaba de entrar el espíritu de un muerto, en for-ma de cucarrón. ¡Ese es cigarrón espíritu! ¡Espíritu, vá-yase por allá lejos! ¡No venga a molestar por aquí! ¡No entre a la casa a molestar! Dicen que es un espíritu este cigarrón. Por eso uno no puede estar solo en la casa, porque entra un espíritu y se lo lleva. Otro día cuento esa historia de espíritus.

¡No lo queremos por aquí! ¡Nosotros somos vivos, no muertos!

Bueno, entonces cuentan:

−¿Dónde la mandamos? Mandémosla por allá lejos, que vaya al pueblo de ella. Al amanecer le ensillamos el caballo. Entonces matamos el pescado. ¡Bonito ese pescado!

−Bueno −dijeron los demás.

El patrón la mandó a otra parte, como ella era em-pleada. Unos dicen que hija, pero no, era una trabaja-dora, la lavandera del colono. Le ensillaron el caballo.

−Váyase a las dos de la mañana, porque eso queda lejos, para que pueda estar de vuelta por la tarde temprano.

−Bueno −dijo ella.

Le alistaron las provisiones. El caballo también ya es-taba listo.

−¡Bueno, se va ya! −le dijeron.

Todo por matar temprano al pez y tenerlo salado cuando ella regresara. ¡Grande ese pescado! Alista-ron los arpones. Ella cogió camino para su pueblo.

Cuando ya había salido el sol se fueron hasta el caño. Se pusieron a llamar y llamar, estaban haciendo ruido con el agua para atraer al pez, que ya venía saliendo:

−¡Kxu, kxu, kxu!

Le tiraron la comida que ella le daba. Cuando salió del todo el pez se asustaron.

70 Entre Cantos y LLantos

−¡Uh! ¿Pero, cómo vamos a matar ese pescado? ¡Tan grande! ¿Cómo lo vamos a matar? ¿Será con el arpón o con el machete?

−¡Tsek... ke! Lo cortaron con machete.

Después lo arponearon. Cuando dieron el primer machetazo se separó la cola y desapareció. El resto, hasta la cabeza, se quedó. Saltó un buen pedazo de la cola. Seguramente para lo que viene después en la historia ocurrió así. El resto lo mataron y lo sacaron a tierra. Lo llevaron a la casa, sería en una carretilla.

¡Toda esa carne salada tendida al sol! Pero no la sa-laron toda, sino que cocinaron una partecita, la tu-vieron un buen rato cocinando, sabrosa parecía la carne.

Como los blancos tienen costumbre de ir probando el sabor, la mujer de la casa sacó un poquito de caldo con la cucharita. Cuando el caldo estaba a punto de tocarle los labios, ella cayó tiesa, muerta.

−¿Pero, qué le pasó a ésta?

Entonces otra mujer sacó otro poquito de caldo y cuando fue a probar quedó muerta también. Cuan-do se lo llevaban a la boca y ya lo iban a probar, caían muertos.

−¡Ya se murió!

Dijo otra mujer:

−¿Pero, qué les pasó? ¡Voy a ver yo!

Y también le pasó lo mismo. Todos quisieron probar, primero tres mujeres, luego los hombres y se murie-ron por querer probar. Iban probando y se iban mu-riendo.

Los que se sentaban a probar quedaban muertos sentados y los que probaban de pie así quedaban, tiesos. Se murieron todos. Y la carne asoleándose

afuera.

Quedó sólo un niño, hermanito de la muchacha. Ya grandecito el muchacho, así de alto más o menos. Claro que, ¿de qué manera se supo cómo era el niño si de los que lo conocieron nadie vivió para contar? Pero siempre que se cuenta esta historia se coloca la mano aquí y se dice: “Así de grandecito”.

La muchacha ya venía de regreso, iba pensativa: “¡Mi pescadito estará aguantando hambre!”

Tenía puesto el pensamiento en el pez. No lo olvida-ba, como lo había estado criando. Pensando en el pez llegó. Vio la carne colgada de la vara. Se apeó.

−¿Qué le pasó a esa gente? ¿Cómo fue que se murie-ron todos? ¿Y toda esa carne ahí colgando?

El hermanito le contó:

−Ellos se fueron al caño y ahí en el paso, mataron un pescado y esta es la carne. Cuando fueron a probar el caldo del pescado se murieron uno tras otro.

−¿Dónde lo mataron, dices?

−Por ahí, hacia allá.

−¡Ah! ¡Este es el pescado que siempre salía!

Se fue al caño y llamó al pescado haciendo ruido con el agua. El pez no llegó. Cantó:

El viento el viento

Tsamulito Telofide

Lo llamó con este canto pero no apareció. Ella lloraba. Cuando cantó por tercera vez saltó la cola.

−¡Me mataron a mi pescado!

Habló de nuevo al pez:

Entre Cantos y LLantos 71

−Ahora vengo.

Estaba oscureciendo. Entre oscuro y claro. Se volvió a reunir con el hermanito.

−Tú te subes a este árbol grande y desde ahí me miras, porque yo me voy a ir.

Le descolgó el chinchorro y lo amarró en lo alto del árbol. Al niño lo acostó allá arriba. Unos dicen que en lo más alto del techo de la casa, pero mi familia cuen-ta que en el árbol.

−A la madrugada va a venir un toro mugiendo, cuan-do lo oigas mugir se levantará un huracán que arran-cará los árboles.

Así le iba advirtiendo la muchacha al hermanito.

−Apenas llegue el toro al pie del árbol aparecerá otro toro. Pelearán por ti. Vete con el vencedor que él se encargará de darte la comidita. Allá donde yo estaré me dirán: “Ahí viene su hermanito.” Entonces yo te saldré al encuentro para llevarte conmigo.

−Bueno −dijo el hermanito.

Ella se metió al agua.

El viento el viento

Tsamulito Telofide

Tsamulito es para llamar el pez, para que venga. Telo-fide es como llamar el agua para que vaya creciendo, como el pez vive en el agua. Tsamulito es llamando al pez. Telofide es llamando el agua, para así irse con el pez por el agua.

El agua ya le llegaba por aquí.

−Cuando se me tape la cabeza brincará la cola del va-lentón para llevarme.

Pero no fue la cola, sino el pez de cuerpo entero otra vez. Eso era para trasladarse al pueblo grande del

valentón. Seguramente ella fue a dar a uno de esos pueblos lejanos de donde usted salió, hermano ma-yor. Porque nuestra gente no hace pueblos grandes.

Brincó el valentón, y en aquel instante sonó un true-no y se estremeció el agua, como cuando cae una cosa pesada.

−¡Drixxxx!

Se la llevó a su pueblo. El niño, acostadito allá en lo alto, lloró.

A la madrugada llegaba el toro. Se vino la tormenta cuando empezó a mugir. Venía tronando el huracán y venía mugiendo el toro:

−¡Mmmmmm!

El toro que se iba a llevar al niño llegó primero. La tempestad estaba tumbando los árboles, hasta los más pequeños se venían abajo. Llegó el otro toro y se pusieron a pelear por el niño, por llevárselo antes de que el vendaval lo derribara. El toro que llegó último se rindió. El otro ya estaba hablando al niño:

−¡Bájate niño!

Lo montó en el lomo y se lo llevó. Pero el toro que había muerto salió persiguiéndolos.

−¡Espérame aquí! −dijo el toro al niño−, porque éste viene a atacarme otra vez.

Entraron de nuevo en combate y el primer toro ven-ció otra vez. Advirtió al niño:

−Le ganaré otras cinco veces. A la vez siguiente me muero.

Así siguieron. El toro vencido, para conseguir al niño, los alcanzaba. Volvían a pelear ambos toros y el otro lo mataba.

72 Entre Cantos y LLantos

Cada vez que el toro apeaba al niño para combatir, lo dejaba sentado en medio de una casa, con todo lo de la casa, comida y todo lo que necesitaba.

−Bueno −le decía el toro−, come rápido para saciar el hambre, mientras yo mato al perseguidor para que podamos seguir nuestro camino.

Eso era en la época en que empezaban a aparecer los blancos. Cuando salía el toro a pelear se aparecía una mesa con comida. Comida de blanco para el niño: papa, pastas, carne de res, leche, todo eso.

−¡Come rápido, que si no, nos mata!

Salía al encuentro del otro toro, peleaban y lo mata-ba. Se ponían en camino. Pasaba el día, y ya por la noche le decía:

−Ya nos viene persiguiendo otra vez. Siéntate aquí mientras yo salgo a pelear.

Aparecía la mesa con comida, le dejaba ahí pan con leche y se iba al pelear con el otro toro. El toro lleva-ba en la barriga todo eso, la mesa, la comida, segu-ramente por voluntad de Dios. Al cumplirse las siete noches, el toro que llevaba al niño perdió la pelea. Le había advertido al niño:

−En mi lomo hay un tendón que va desde la cola has-ta la frente. Cuando yo muera, tú sacas eso para de-fenderte. Esa será tu única arma.

Quedaron ambos toros muertos. El niño cortó y sacó el tendón del espinazo. Con eso podía matar hasta un tigre.

Ese mismo día llegó a un pueblo. ¡Era un pueblo grandísimo!

−¿Cómo estás, hermanito? −dijo ella.

−Bien. ¡Aquí llevo con qué defenderme!

Así es como la muchacha pudo salvar al hermanito y llevárselo con ella.

Así dice la historia.

Bueno, mujer, ahora voy a seguir contando yo, por-que esta historia lleva más cosas.

Se fue el niño con ese tendón y llegó a una casita donde le dijeron:

−¿De dónde viene?

−Pues, yo venía montado en un toro, pero me lo ma-taron. ¿Y usted cómo está?

−Bien, yo estoy bien −contestó la mujer de la casa−. Pero a mis cerdos los están matando unos bichos te-rribles. ¡Van a acabar con todos mis cerdos!

−¡No se preocupe! ¡Con esto que llevo yo voy a matar esos bichos!

Ya de noche estaba aguardando el niño a que salie-ran los bichos. El nombre de esos bichos es Jirujiru, seres de madriguera, que devoran todo. Tal y como ellos iban saliendo, él los azotaba con el tendón del toro y quedaban muertos en seco.

−¡Ti! −sonaba el golpe y caían muertos. Después él se metió a la cueva de donde salían y los persiguió. Llegó hasta donde estaba sentado un hombre, era Kiukini, amo de los Jirujiru. Allá bajo la tierra estaba sentado, grande y melenudo.

−Es usted, según parece, el que manda a esos bichos a devorar a los de arriba, ¿no? Por eso yo vine matan-do a los Jirujiru que se estaban comiendo a los cer-dos. Yo le voy a cortar el pelo, porque usted está muy melenudo y por eso tiene malos pensamientos.

Entre Cantos y LLantos 73

Cogió unas tijeras y le cortó el pelo. Después lo untó, cogió un peine y lo peinó. Le mostró un espejo y le dijo:

−¡Mírese!

Se miró al espejo.

−¡Qué elegante quedó! −dijo el niño.

El hombre estaba contento. Gracias a eso estamos existiendo nosotros. Le dio mucha plata al mucha-cho y él regresó arriba.

En el pueblo la gente le tenía envidia por tener tan-ta plata. Por un rato corto que trabajaran para él, les daba mucha plata.

Los vecinos le ofrecieron un plátano cambur, que es el plátano que hace hablar por el ano.

−¡Coma! −le dijeron.

Y se comió ese banano. Desde el momento en que se lo tragó, cuando hablaba él, también le hablaba el ano. Los demás le advirtieron:

−Eso se lo hicieron para quitarle su plata.

Los que le habían dado el plátano le dijeron:

−Cuando usted nos entregue toda su plata le damos remedio para eso.

Después de darles la plata, él ya quedó bien. No como cuando hablaba y el ano repetía. Ya hablaba normalmente.

Así dice la historia.

Desde aquel momento se conoce el engaño y la es-tafa.

Y la mujer esa que daba de comer al pez valentón, es como cuando uno tiene un amor a escondidas.

Ese valentón era el amante de la muchacha. Ella mu-rió por él. Porque tenía relaciones sexuales con él. Ella se perdió, porque el pez se la llevó.

Aquí se acaba.

Relato de Simona Bonilla yJosé Manuel Sánchez,

Santa Fe, año 1983

74 Entre Cantos y LLantos

LA NIÑA LLORONA

Hace mucho había una niña que lloraba cuan-do se iban los papás, porque quería ir con ellos. Siempre se iba llorando detrás de los

papás. Le decían:

−¡Quédese!

Y la traían otra vez a la casa.

Un día volvieron los papás y la niña no estaba en la casa. Ellos pensaron que estaría por ahí jugando. Lo que pasó seguramente fue que la niña salió detrás sin que los papás se dieran cuenta. La gente de esa época pescaba mucho con barbasco, en las partes pantano-sas donde crece la palma de moriche.

Pirewa, el Zorro salió de su casa, tenía la casa en un matorral que estaba lleno de flores de caña agria, todo cubierto de flores rojas. Se topó con la niña y le pre-guntó:

−¿De dónde viene, niña?

−Voy detrás de mi familia −contestó ella.

Zorro dijo que bueno. Y trató de copular con ella pero Zorro no sabía donde está el sexo de la mujer. Trata-ba de copular entre los dedos de las manos, entre los dedos de los pies, por la oreja, por la nariz, por los ojos, por los hoyos de las clavículas, por todas las arti-culaciones que se cierran y por todos los hoyitos del cuerpo, por ahí trataba de penetrarla. Zorro no había visto nunca el sexo de una humana. Le dijo a la niña:

−¡Súbase al árbol de guayabo sabanero!

La niña trepó al árbol. Allá en una rama estaba en-caramada, bajando guayabas, estaban amarillitas las guayabas.

−¡Uh! ¡Allí hay una guayaba grande! −dijo la niña.

Zorro gritó desde abajo:

−¡Ahhh! ¡Usted es mujer! ¡Ahí está su inimiri!

Claro, los animales hablaban en ese tiempo.

−¡Bájese rápido que quiero ver su inimiri!

En lengua de zorros llaman inimiri a lo que decimos petuxuto en sikuani.

−¡No! ¡No! ¡Tengo miedo de bajarme!

−¡Bueno, entonces tumbo el árbol! ¡O voy a buscar mi cerbatana y mi curare! −dijo Pirewa.

A los zorros se les dice Pirewa.

−¡Si usted no baja yo corto el árbol, o la bajo con mi cerbatana!

Zorro empezó a talar el árbol. La niña se asustó y bajó en seguida. Apenas llegó al suelo vino Zorro y copuló con ella. ¡Como le había descubierto el inimiri!

Entre Cantos y LLantos 75

Se la llevó a su casa. Le sopló humo de tabaco en los oídos y en los ojos al entrar ahí. Primero a ella le pa-reció una cueva, pero después de recibir el humo le pareció una casa. Zorro se la llevó a vivir con él.

Al poco tiempo la dejó embarazada. Ella estuvo vi-viendo bastante tiempo allá. Nacieron los zorritos con cara de persona pero cola de zorro. Ella se fue a visitar a la familia con sus hijitos zorros. Estaba el hermano tejiendo chinchorro. El sol calentaba mu-cho cuando ella llegó. Entró con los zorritos colgan-do. Con la pajita de esa hierba saeta y con la pajita de la hierba colicaballo traía amarrado del pescuezo a cada zorrito. Los llevaba colgando por lado y lado, y otro lo llevaba en la nuca. Pues el zorro pare varios cachorritos.

−¡Hola, hermano! Vengo pesada. Los niños, sus sobri-nitos, están llorando.

−Bueno, y usted ¿de dónde sale? −dijo el hermano regañándola.

−Mamá la dejó en casa y usted se fue detrás. ¡Seguro que se perdió! ¿Y por qué me habla de sobrinitos? ¡Es-tos no son sobrinos míos! ¡Son cachorros de zorro!

El hermano fue cogiendo los zorritos uno por uno y los tiró sobre el tejado de la casa. Estaba furioso con Zorro y con su hermana.

−¡Pobrecitos mis hijitos! ¡Pobrecitos sus sobrinitos!

−¿Eh? ¿Por qué dice eso? ¡Esos no son mis sobrinos! ¡Son zorritos!

Zorro salió a buscar a la mujer. Merodeaba por la casa de la familia de ella sin un momento de descanso. Defecaba en la puerta de la casa, en el fogón, enci-

ma del budare, defecaba junto al mosquitero de ella, en las ollas. Orinó por todos lados y todo apestaba a orines de zorro. Los hombres, al final, se apostaron para matarlo. Pero mientras lo esperaron Zorro no apareció por allí.

Al cabo de un tiempo Zorro dijo:

−¡Uy! ¡Mi mujer me dejó! ¿Y a mis hijitos qué les habrá pasado? Todavía no les he dado nombres. Esta noche, antes de irme del todo, voy a estarme atento junto a la casa para tener nombres que ponerles a mis hijos cuando dé con ellos.

Por la noche, ya durmiendo la gente:

−¡Suuuuun! −sonó un pedo.

−¡Oh! ¡Uno de mis hijos se va a llamar Sun! −dijo Zo-rro.

−¡Suuuux! −sonó otro pedo.

−¡Oh! ¡Otro hijo se va a llamar Sux!

Se tiraron otro pedo:

−¡Srrrrrr!

−¡Oh! ¡Así se va a llamar otro de mis hijos: Sr!

Reventó otro:

−¡Tassss!

−¡Mmmm! ¡Otro hijo se llamará Tas!

Otro de los que vivían ahí se tiró un pedo como me-dio aventado:

−¡Tu tu tu tu tu!

−¡Ah! ¡Así se llamará otro hijo! Ahora ya están comple-

76 Entre Cantos y LLantos

tos los nombres de mis hijos.

En el camino de regreso a su casa, Zorro tropezó con algo.

−¡Tixxx! −se cayó.

En ese instante se le olvidaron los nombres que aca-baba de escoger para los hijos.

−¡Ay hombre! ¡Ay se me olvidaron los nombres! Ahora, cuando me encuentre con ellos, ¿cómo los voy a lla-mar? ¡Tan bonitos que eran los nombres que les había escogido!

Se le olvidó todo. Entonces volvió a la casa de la gen-te y oyó los pedos otra vez.

−¡Ah! ¡Esos son los nombres! ¡Ya me acuerdo!

Se fue pero volvió a tropezar y cayó. Así pasó toda la noche Zorro.

Aquí acaba la historia.

El olor a orín de zorro es muy desagradable. El zorro se orina encima de la comida que queda fuera de la casa por la noche. Cuando el zorro viene de abajo1 llorando es que trae noticias de que alguien murió por allá. Cuando escarba en el camino es mala señal. Cuando pasa cerca de una casa llorando es que al-guien va a morir ahí. En verano los zorros bailan alre-dedor de un nido de termitas cuando van a salir las terecay a poner en las playas.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983Comentarios de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

EL BAILE DE LOS ESPÍRITuS

Esto ocurrió hace mucho tiempo. Una mujer se había escapado de la casa. Se fue lejos, como de aquí al Muco2. Un día la familia dejó la casa

sola, se fue a pescar. Ahí había un catumare con los huesos de un difunto y unos envueltos con masa de yuca para hacer yaraque. Había casabe también. Todo eso estaba puesto en unos estantillos en lo alto de la casa.

Llegó la mujer fugada de vuelta a casa, ya anoche-ciendo; se sorprendió al ver la casa sola y todos esos paquetes ahí guardados.

−¿Adónde se habrán ido? ¡Llego yo, y encuentro la casa sola!

Oyó que le decían desde arriba:

−¡Mi hijita!

−¡Eh!

−¡No te asustes!

Le estaban hablando los huesos.

−Cómete rápido un poquito de casabe con agua y súbete aquí al ladito mío! Nuestros parientes es-píritus están por llegar. ¿Ves? Aquí está el murujui para la fiesta de mi segundo entierro3. No demora en llegar la gente, pero no son propiamente gente, sino espíritus. Súbete y acuéstate a mi lado rápido porque si no te matan. Cuando lleguen van a olfa-tear: “¡Mh! ¡Mh! ¡Mh! ¡Huele a carne cruda por aquí!” y dirán: “¡Por aquí está la Cruda! ¡Vamos a matarla para comerla!”

Entre Cantos y LLantos 77

Como ella tenía carne y sangre, por eso la iban a lla-mar la Cruda. Los muertos no huelen a crudo porque no tienen carne ni sangre, sólo hueso.

−¡Cuando oigas esto, orina! “¡Ah, no! ¡Esto es un avis-pero!” dirán ellos y te dejarán en paz. Yo te ayudo a convencerlos.

Esa fue la recomendación del padre. Ella lo hizo así. Trepó. Al poco rato oscureció. Cuando ya estaba bien entrada la noche:

−¡Ko! ¡Ko! ¡Ko! ¡Ko! empezaron a llegar.

Ese es el canto del pájaro guaitacamino o bujío, que dicen que es espíritu. Esos bujíos que siempre se po-san frente a la casa y dicen “¡Ko! ¡Ko! ¡Ko! ¡Ko!” Esos son. Cuentan que el espíritu del difunto se manifiesta en ese pajarito.

Llegaron ellos ya como gente, hablando y haciendo ruido como gente.

−No hay agua, vamos a traerla. También hay que cer-nir la masa de yuca con el cernidor. Ya va a venir can-tando el Zorro.

Entonces las muchachas espíritus se fueron a traer agua. Echaron en una olla la masa fermentada y se pusieron a cernir. Oyeron que venía el que baila la Danza del Zorro.

−¡Ya viene por aquí el Zorro!

Le dijo el padre a la muchacha:

−¿Sí los oyes? ¿Ves que son espíritus?

−¡Ah! −decían los espíritus. ¡Por el otro lado vienen otros! ¡Uy! ¡Pero si todavía no hemos terminado de cernir la masa!

−¡Ko! ¡Ko! ¡Ko! ¡Ko! −Venían hablando los recién llega-dos.

Los que estaban cerniendo les salieron al encuentro para ofrecerles el guarapo ya preparado. Con el Zo-rro llegaban otros soplando en cráneos de venado. Se formó un gentío de espíritus que hablaban como si estuvieran vivos. ¡Quién sabe de dónde saldrían tantos espíritus! ¡Lo mismito que si estuvieran vivos! Les sonaban los collares de plata.

A los antiguos yo les conocí las moneditas de plata, seguramente las encontraban por ahí tiradas, colla-res de palomas y collares de cuentas.

−¡Ya no falta ninguno! ¡Ya estamos todos!

Entraron todos al tiempo a la casa y se pusieron a olfatear.

−¡Mh! ¡Mh! ¡Por aquí huele a cruda! ¡Nos vamos a comer a esa mujer!

Empezaron a trepar, cuando de repente ella les orinó encima.

−¡Ahhh, no! ¡Es un avispero! ¡Ya me picó una!

Se desprendían y caían cuando ella los salpicaba.

−¿Qué buscan trepando por aquí? −los huesos del papá los regañaban.

−¡Yo estoy solo aquí arriba! ¡Ustedes están tomando por mí! ¿Cómo va a oler a cruda? ¡Aquí no hay nada! ¡Estoy solo!

Así hablaba el espíritu de los huesos del padre, ale-gando para defenderla a ella.

−¡Sí, sí, ahí está nuestro pariente nada más!

−¡Más bien bájense a bailar!

1. Río abajo, es decir de oriente.

2. El Río Muco es afluente del Vichada.

3. Pasado un año de la muerte de una persona, entre los Sikuani era frecuente que la desenterraran y celebraran la ceremonia de su segundo entierro. Hoy en día se ha perdido esa costumbre.

78 Entre Cantos y LLantos

Empezaron:

−¡Hu hu! ¡Hu hu! ¡Hu hu! ¡Hu hu! −la Danza del Vena-do.

Bailaron un buen rato. Luego volvieron a olfatear:

−¡Mha! Mha! ¡Pero huele como a sangre! ¡Huele a cru-da! ¡Lo que pasa es que ella está ahí encima de los estantes! ¡Nos la vamos a comer!

Cuando empezaron otra vez a trepar, ella volvió a orinar.

−¡Uuuh! ¡Esto es un avispero! ¡Ay! ¡Ay! −se quejaban y se alejaban corriendo.

Los huesos del padre:

−¡Bueno! ¿Ustedes trepando otra vez por ahí? ¡Qué cuentos de carne cruda! ¡Aquí no hay nada! ¡Bailen por allá más bien! ¿No ven que yo estoy solo? ¡Uste-des están tomando yaraque en honor a mí!

−¡Ah! ¡Sí! ¡Vamos a bailar otra vez! ¡Hu hu! ¡Hu hu! ¡Hu hu!

Bailaban como si no fueran espíritus, como si no les hubieran desenterrado los huesos en su tiempo. Bailaban las espíritus con los espíritus. Ellas iban de pareja y se reían a carcajadas. ¡Pobrecitos! ¡No más el mero espíritu hacía toda esa bulla!

Estaba despuntando el día. El papá decía:

−¡No, no, mi hijita! ¡Estate aquí acostada todavía!

Pero los espíritus dijeron:

−¡Ahh! Ya están saliendo los arreboles, el sol está em-pezando a calentar, ya me está quemando la espalda, el mundo se está calentando mucho. ¡Vámonos!

Se fueron.

−¡Ko! ¡Ko! ¡Ko!

Así es como se despidieron. Volvieron a ser bujíos y se fueron.

−Vamos a esperar un poquito que se hayan ido del todo y entonces te bajas.

Salió el sol. Cuando estuvo seco el rocío de la noche, se despidió de su padre.

−Papá, me voy. ¿Por dónde están ellos barbasquean-do?

−Mi hijita, pues por esta laguna de por aquí enfrente. ¡Ve con ellos y ten mucho cuidado!

Así le dijo. Ella se bajó, comió casabe con agua otra vez y se fue a buscar a la familia, se reunió con ellos.

−Llegué a la casa cuando ustedes no estaban. Los espíritus vinieron a tomar yaraque. Hacían como si estuvieran vivos, hablando y bailando la Danza del Venado. Casi me matan. Menos mal que me ayudó mucho mi papá o sea sus restos. Ahí ya quedó la casa tranquila.

−¡Claro, cómo no la iba a ayudar! Aunque uno sea ya espíritu de difunto, uno no deja de reconocer a sus familiares! −le contestaron.

Así fue como logró reunirse con la familia. De lo con-trario, los espíritus la hubieran matado. Por eso es malo andar uno solo y dormir en casa desierta.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

Entre Cantos y LLantos 79

uPISIRI, EL NIÑO CAmARÓN

Esta es la historia de Camarón. Cuentan que una mujer estaba embarazada.

−Voy a pasear a la casa de mi abuelito.

Le advirtieron los familiares:

−Bueno, pero tenga cuidado porque por allá andan también sus otros abuelos1.

Se fue y llegó a la casa del propio abuelo.

−Abuelito, voy a ir al caño a bañarme.

−Por ahí están los otros abuelitos suyos, vaya con mu-cha precaución. ¡Cuidado la lamen! −dijo el propio abuelito.

−No, yo creo que no va a pasar nada.

Ella se estaba bañando en el caño. Al rato llegaron los micos.

−Nieta, venimos a bañarnos con usted.

−¡No, no, abuelitos! ¡Aguarden, que estoy aquí bañán-dome desnuda!

Ellos se pusieron a lamerla. El niñito que llevaba en el vientre se llamaba Upisiri, o sea Camarón. Upisiri nació y se transformó en camarón. Los micos lamie-ron a la mujer hasta que acabaron con ella. Quisieron agarrar con la mano a ese animalito pero de prisa se escabulló debajo de una hoja y se quedó ahí escon-dido. Después Upisiri se convirtió en persona. Crecía rápidamente y llegó a la casa ya niño, llorando.

−Abuelo, lamieron a mi mamá −contó.

Se quedó un tiempo con el abuelo. A los cinco días le dijo:

−¡Abuelo, hágame un arquito!

El abuelo le fabricó el arquito. Con eso el niño cazaba de todos los de pajaritos. Traía sartadas de pajaritos y las dejaba en la casa del abuelo. Después le hizo un arco más grandecito. Con ese arco flechaba pájaros como el yátaro guahibero, la guacharaca, el galline-to. Después otro arco más grande, ya de este tamaño. Aves grandes flechaba con ese arco: pava, paujil, pava rajadora. Los últimos arcos que le hacía el abuelo los iba poniendo junto a los árboles huecos de monte. Eso era para transformar los arcos en escopetas.

−¡Ya no más arcos, abuelito! −dijo el niño.

Entonces se fue por la selva a buscar fruta, traía matsoka, que es como uva, traía las fruticas rojas del pamito. Cuando llegaba de la selva llamaba a los que habían matado a su madre para matarlos tam-bién. Les mostraba esas fruticas a los micos. El propio abuelito del niño les decía:

−¡Vengan a ver esas fruticas que trae nuestro nieto! ¡Vean lo que trajo nuestro nieto!

Los micos decían:

−¡No, esto ya lo hemos visto nosotros, siempre esta-mos comiendo de eso en la selva, esas frutas las co-nocemos hace tiempo.

Entonces el niño se arrancó un pedacito de la piel del dedo gordo del pie, al ladito mismo de la uña. Sacó

1. Los sikuani llaman abuelos a los animales que dieron origen a los mo-mowis, o clanes, de los cuales descienden. Así los del momowi de la Lapa dicen el abuelo Lapa, los del momowi del Sapo dicen el abuelo Sapo, etc.

80 Entre Cantos y LLantos

eso y lo enterró. De ahí salió la mata de caimo o te-mare. Todas las ramas ya estaban cargadas de frutas maduritas. El niño cogió esa fruta y llegó a la casa. Los micos dijeron:

−A ver, ¿qué es eso?

Se lo quitaron de la mano y dieron el mordisco.

−¡Ah! ¡Pero nuestro nieto sí descubrió algo bueno esta vez! ¡Pregúntenle dónde crecen esas frutas!

Por allá donde tenía colocados los arcos había sem-brado la mata. Convirtió los arcos en escopetas. Ya todos los animales esos venían a la mata a comer las frutas. Mientras tanto él iba cargando las escopetas. Cuando acabó cantó, para vengar a su madre:

Manuanumana

Upisiri

Kawinai

Manuanuma

Manuanumana

Así cantó.

−¡Uy! ¡Pero usted canta bonito!

−¡Sí, abuelitos, canto bonito! Tengo sueño, por eso canto.

Los Micos comían tranquilos ahí. Los que le habían comido a la madre estaban ahí comiendo. Él cogió la primera escopeta y empezó a disparar. Disparó, disparó, disparó... Fueron cayendo los micos. Vengó a su madre.

Esta es la historia de Camarón. Así fue cómo el niño mató a los micos que le habían matado a su madre. Camarón se llama él.

Relato de José Manuel Sánchez, Santa Fe, año 1983

LA muJER CELESTE

A una gente siempre se le acababa el ají en los conucos, aunque tenía matas en cantidad. La que se lo llevaba no venía de aquí, sino del cie-

lo y se llamaba Ekonaewa. Un día fueron a pararse allá un par de muchachos. Cuando ella bajó sintieron un remolino de brisa suave. Bajaba en busca de ají, traía una totumita para echarlo. Los dos muchachos estaban al acecho, para ver qué pasaba, habían cons-truido un estantillo en un árbol, encima de donde estaban las matas de ají, para esperar ahí.

Dijo uno de los muchachos:

−¡Ah! ¡Con que es usted!

−¡Sí, yo soy la que siempre viene a coger ají!

El muchacho la hizo su mujer, y le dijo:

−Más bien se queda con nosotros para que pueda se-guir comiendo ají.

Se la llevó para la casa. Dijo al llegar:

−Vea, mamá, esta mujer no es de por aquí. Es una mu-jer que huele a bueno.

−Está bien −dijo la madre.

Desde ese día, el agua se venía sola desde el caño a la casa. La comida se preparaba sola, sin necesidad de tocarla. Igual se rayaba la yuca y se tostaba el casabe. No tenían que ir a buscar agua. Y si el muchacho iba a pescar, aparecía sola la sarta de pescados.

Zorra le tuvo envidia a la Mujer Celeste. Dijo:

−¡Yo le bajo la cabeza a esta Ekonaewa!

Entre Cantos y LLantos 81

La mató y se puso su vestimenta.

Mientras el muchacho estaba pescando, Zorra se fue a traer yuca. La vieron regresar con el catumare. La suegra le preguntó:

−¿Por qué carga el catumare? ¡Usted no era así!

Zorra dijo:

−Es que a mí me gusta eso de cargar y rayar yuca, por eso lo estoy haciendo así.

Luego salió a encontrar al muchacho a ayudarle con la sarta de pescado. La gente ya miraba con extrañe-za que ahora lo hiciera todo tocando las cosas. Enton-ces le dijeron a Zorra:

−Aquí hay ají. ¡Hágase una mazamorrita!

Comió una sola vez del ají. Los demás ya se habían puesto de acuerdo para deshacerse de toda el agua que había en las casas. No quedaba nada de agua. Ella estaba picada de ají, pero no pudo tomar agua. Murió picada de ají, pero antes de morir contó:

−Yo maté a la mujer esa porque le tenía envidia. Por-que ella hacía todo sin esfuerzo, solas se hacían las cosas, por eso la maté. Todo se le hacía solo y yo le corté la cabeza.

Zorra se estaba revolviendo en excrementos. Hacía una mezcla de ají con excrementos. Con ají la mata-ron.

Más tarde llegó Ekonaewa, resucitada.

−¡No estoy muerta, estoy viva! −les dijo.

−Bueno pues vuelva a vivir otra vez acá con nosotros.

−¡No! −dijo ella.

La hermana menor de Ekonaewa vino más tarde a coger ají. El muchacho le hizo la misma propuesta. Ella se negó:

−No puedo porque aquí nos matan. Yo no huelo a feo, huelo a bueno, y usted y yo nunca nos hemos acos-tado en el mismo chinchorro.

Hasta ahí llega la historia.

Los que bajan del cielo tienen buen olor y poderes especiales, lo hacen todo sin trabajo. El jefe de ellos es Kuwai, el que una vez se hizo pasar por hombre.

Relato de Warawanae, Yapijibo, año 1977Comentario de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

82 Entre Cantos y LLantos

EL PENE DE TIERRA

Iba un día un hombre de cacería. Oyó cantar una pava y se fue para allá. No era pava sino una mujer que venía hacia él.

−¿Qué hace usted por aquí? −le preguntó la mujer.

−Yo venía buscando una pava, pero no la encontré.

−Bueno −dijo ella−, yo me lo voy a llevar a usted para que sea mi marido.

El hombre se negó. Ella insistió:

−Sí, yo me lo llevo. Me lo llevo hasta el otro lado del Gran Río.

Y le sopló humo de tabaco por los oídos. La mujer se había convertido en danta y después de recibir el humo, él también se sintió como si fuera danta.

Después de caminar mucho rato, ya entrada la no-che y cansados de caminar, pararon para dormir. Él no veía la selva, le parecía estar en una casa, con un buen chinchorro. Se acostaron.

Así anduvieron varios días, hasta que llegaron al Gran Río. Dijo ella:

−Vamos a cruzar. Estaremos un rato caminando por debajo del agua. Cuando le falte la respiración, pellíz-queme duro la oreja y salimos a flor de agua.

Así lo hicieron. Ella se hundió con el hombre a cues-tas, por el fondo del agua. Cuando a él le faltaba aire, le pellizcaba la oreja y subían a la superficie. Cuando él se recuperaba se volvían a hundir. Cuando le fal-taba aire otra vez, volvía a pellizcarla y salían. Así es-tuvieron andando hasta que alcanzaron la otra orilla del Gran Río.

Allá había humanos viviendo, pero únicamente mu-jeres. La Mujer Danta le contó al hombre:

−En estos conucos hay piña en cantidad. Nos vamos a quedar unos días aquí y vamos a engordar. Vamos a comer piña y de todo lo que ellas cultivan.

Ya entonces la Danta era la esposa del hombre. Y él había cogido todas las costumbres de la danta. ¡Como vivía con ella!

Llegaron por la noche a los conucos repletos de piña. Comieron plátano. Después se quedaron en el rastro-jo durmiendo.

Al amanecer llegaron las mujeres, sólo mujeres. Hubo mucha bulla en el conuco.

−¡Aquí ha estado una danta! ¡Se ve el rastro! ¡Y con ella anda un hombre! ¡Eeee! ¡Esta noche los matamos!

El hombre estaba oyéndolo todo. Ellas decidieron hacer un hoyo grande y en el fondo colocaron las lancetas. Con la hoja de plátano taparon el hueco.

La Danta contó al hombre que había tenido un sue-ño:

−Anoche tuve un sueño muy malo. Puede que me maten. Si me matan, usted quedará perdido.

De todos modos salieron otra vez al caer la noche. El hoyo estaba en el camino de la Danta y al pasar ella por ahí, “¡Jurú!”, se vino abajo. En la caída, “¡Tsek... ké!”, la atravesaron las lancetas. Así murió la Danta. El hombre no supo adónde ir al quedarse solo.

Al día siguiente muy de madrugada llegaron las muje-res, muchachas jóvenes, mujeres maduras, ancianas.

Entre Cantos y LLantos 83

El hombre se escondió detrás de un árbol grueso.

−¡Aquí está la danta! ¡Aquí está!

La descuartizaron y la repartieron.

−¡Vamos a cortar palma y hacer los catumares para llevarnos la carne! ¡Y que cada una lleve su parte para asar allá en la casa!

Así lo hicieron. Una mujer, con su hija, se alejó un poco. La muchacha cogió para donde estaba el hom-bre escondido.

−¡Ay! ¡Me van a ver!

Dijo la madre a la muchacha:

−¡Bueno, apúrese que nos vamos! ¡Corte la palma y venga a tejer el catumare acá!

La muchacha descubrió al hombre.

−¡Un momento! −gritó a la madre−. ¡Aquí mismo voy a tejer!

Habló con el hombre:

−¿De dónde viene? ¿Usted es el que andaba con la danta? ¿Qué viene a hacer por acá? ¡Por aquí somos todas mujeres y peligrosas! Quédese ahí donde está. Voy a echar la carne en el catumare. Espéreme allí en el caño, que yo vuelvo después.

El hombre dijo que bueno. Se fueron todas, ella tam-bién se fue. Tan pronto llegó a la casa preparó un pedacito de carne de danta cocinada y se lo llevó envuelto en casabe para el caño. El ex−marido de la Danta la estaba esperando en el sitio donde sacaban agua. Ella le dio la carne, pero él dijo:

−¡No! ¡Yo no quiero comer danta!

Comió mero plátano. La muchacha le dijo:

−¡Esta noche lo llevo a la casa! El marido de todas no-

sotras es a la vez nuestro padre, y eso no me gusta a mí. Todas entran ahí a tener uso matrimonial con él, pero yo no quiero que él sea mi marido, porque él es mi padre. Cuando nace un varón lo matamos. A mí no me gusta eso. Si es niña, la criamos.

Ya entrada la noche la muchacha se lo llevó. Lo acostó en un estantillo, en lo alto de la casa y lo tapó con una estera. Ella no había pasado por las manos de ningún hombre, era entera. Él fue el primero que tuvo rela-ción con ella. Fue la mujer de él. A la mañana siguien-te la olfatearon las demás.

−¡Uy! ¡Usted huele a hombre!

−¡No! ¡Qué va! ¡Yo no tengo marido! ¡Por aquí no hay hombres! ¡Yo soy virgen!

Se fueron al conuco. Él quedó solo en el estantillo de la casa. Desde allá miraba.

Al mediodía llegaron las mujeres. Entraban a copular allá donde estaba el marido, no era como persona, sino que salía el pene de la tierra, un pene de tierra. Se iban turnando para tener uso sexual. Una por una iban entrando. Desde el estantillo el hombre veía cómo las mujeres entraban ahí. Pensaba: “¿Qué será lo que buscan ahí?”

Al día siguiente se fueron otra vez al conuco y la mu-chacha con ellas. Se fueron todas y quedó él solo en la casa. Se bajó rapidito y se acercó al sitio donde en-traban las mujeres. El pene lo tenían tapado con un sebucán. Al destaparlo recibió un chorro de semen en la cara.

−¡Ahhh! ¡Aquí está el marido de ellas! −dijo furioso.

Rápidamente puso a calentar agua en una olla. Cuan-do hirvió fue y se la derramó encima, entonces el pene perdió la fuerza, se debilitó y se dobló. Cayó. Murió.

84 Entre Cantos y LLantos

Al rato llegaron las mujeres, cargadas de yuca. La pri-mera en llegar se fue para allá. Ahí estaba el marido muerto.

−¡Eeeee! ¡Nos mataron al marido!

Se puso a gritar.

¿Quién habrá sido? ¿Quién nos habrá matado a nues-tro marido?

Empezaron a chillar todas, el hombre se asustó, le palpitaba el corazón. Se le acercó la muchacha:

−¿Por qué le hizo eso al marido de ellas? ¡A usted lo van a matar! ¡Para que no lo mataran yo lo tenía es-condido! ¡Mejor váyase, porque lo van a matar!

La muchacha le alistó provisiones. Él escapó a escon-didas, andaba con mucho cuidado por la selva.

Ellas, mientras tanto, lloraban al marido. Luego le hi-cieron unas curas y cogió fuerza otra vez. Se pusieron contentas.

El hombre llegó a la orilla del Gran Río. Venían varios viajeros en canoas: patos reales, patos güirirí, garzas morenas, gavanes, iban pasando en sus canoitas. El pico les servía de canoa. El hombre les pedía que lo llevaran:

−¡Acérquense rápido!

−¿Para qué?

−¡Estoy perdido por aquí!

Le recomendaron que no soltara pedos.

−¡Al primer pedo que usted suelte, lo dejamos tirado!

−¡No se preocupen!

Y se embarcó. El pico de las aves era la canoa. Él no cumplió su promesa y “¡Puuuu!”. Soltó el pedo.

Las aves salieron volando y él quedó nadando en el Gran Río.

Así lo fueron llevando por trechos. Los patos, los ga-vanes, las garzas, los güiriríes venían navegando en el pico. Todos le recomendaban que no se tirara pedos, pero él no cumplía y lo dejaban otra vez nadando. Toda clase de patos pasaban en canoa.

Por último, cuando lo habían abandonado todos, pasó Tomalinae. Ese relámpago que se ve en el ho-rizonte, sin que se oiga tronar, eso es su remo. Venía navegando en el hueso de la pelvis. Eso era su canoa. Cada vez que sacaba el remo del agua, brillaba como relámpago. Le preguntó:

−¿Adónde va, nieto?

−Estoy perdido, abuelita. ¡Lléveme donde mi familia!

−¡Acomódese allí arriba en la proa! Pero no se vuelva a mirarme, porque si me mira, lo dejo. Yo soy la única que queda para ir allá.

Le recomendó que no la mirara porque le daba ver-güenza. Que, de lo contrario, lo dejaba tirado. Él se acurrucó en la proa, con los ojos cerrados. Llegaron al punto de destino.

−Por aquí ya es su tierra. No queda lejos su familia. ¡Vaya por aquí derechito!

Lo dejó y él se puso en camino como le había indica-do, pero no cumplió con lo que había prometido y volvió la cabeza para mirar.

−¡Uuuuuu! ¡Nieto! ¿Por qué me miró?

Y es que lo que se le veía era la vulva. Así fue como se salvó el hombre y regresó con la familia.

Aquí se acaba la historia del Pene de Tierra.

Relato de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

Entre Cantos y LLantos 85

EL HOmBRE DEL PENE DESCOmuNAL

Ya venía llegando la gente. La vulva del animal había co-gido mal aspecto. Todos los que llegaron exclamaron:

−¡Uy! ¡Está feo lo de la danta! ¿Qué estará pasando?

El que se había quedado a cuidar la cacería hacía rui-do por ahí cerca caminando despacio:

−Sx, sx, sx.

Le rascaba mucho el pene y se le estaba hinchando. Como más se lo rascaba, más le crecía. Se le estaba poniendo enorme. Se rascaba y le crecía.

−Bueno, ¿qué le pasa? −le dijeron los demás−. ¿Por qué no se está aquí junto a la danta con nosotros? ¿Qué tiene? ¡Usted parece que tuvo uso con la danta! ¿No será que la tentación pudo más que usted?

−Sí, yo hice eso.

−¿Qué hizo?

−¡Me rasca mucho el pene y se me está alargando!

−¡Este desgraciado! ¿Qué fue lo que hizo? ¡No vamos a comer de un animal dañado!

Él tejió dos catumares con hoja de palma. Se enrolló el pene, hizo un rollo de varias vueltas. Dividió el rollo en dos partes y las echó, cada una en un catumare. Luego colgó los catumares de una vara que se puso al hombro. Eso era el equipaje donde llevaba el pene: un canasto atrás, otro adelante. Se fue por la orilla del río. Se oía como si alguien viniera remando:

−Trax, trax, trax.

Venían unas lindas muchachas nutrias en canoas. Los hermanos que venían con ellas le dijeron:

¡Vamos a buscar danta! ¡Está el rastro por aquí cer-quita! ¡Vamos a cazar nuestra buena danta!

−¡Bueno, vamos!

Se fueron dos hombres con sus perros, que empeza-ron a ladrar:

−¡Jo, jo, jo!

Uno de los cazadores se quedó en el camino de la danta con una flecha grande. Lanzó la flecha y la dan-ta cayó muerta, la había flechado bien y la danta se desangró. Flechó con una flecha lanceta y la danta cayó muerta y se desangró. Era una hembra.

−¡Bueno, ya fleché la danta! ¡Vaya a llamar a la familia, para que cada uno lleve su parte! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan las muchachas para que arreglen los intestinos y el hígado! Para que llevemos todos por igual. ¡Ya matamos a nuestra Abuelita Danta!

−¡Mm! ¡Yo no quiero ir! Tengo pereza de caminar −dijo el otro.

−Bueno, yo voy pues. Usted se queda cuidando la ca-cería.

El que se había quedado cuidando la cacería dijo:

−¡Uy! ¡Tiene la vulva muy parecida a la de la mujer!

Esa cacería la iba a dañar. O sea que iba a usar de ella como si fuera una mujer. La cacería que iban a comer los familiares. Sació su deseo con el animal, pero al hacer eso dañó la carne. Seguramente para que de ahí se sacara una historia estaba usando así de la dan-ta hembra.

86 Entre Cantos y LLantos

−¿Qué tal, cuñado?

−¡Ay cuñado! ¡Por aquí ando solo y triste! Por la ten-tación. Estaba yo ahí y usé de la danta muerta como si fuera mujer. Ahora me rasca el pene y se me está alargando!

−¿Cómo es eso?

Le miraron el pene.

−¡Caramba, qué cosa! ¡Pobrecito, que no se tiene res-peto! ¡Como si no hubiera mujeres! Mire nuestras hermanas. ¡Jóvenes y bonitas!

¡Pobrecita, digo yo, la mujer que se acostara con él!

−¡Escoja la muchacha que más le guste! ¡Tranquilo! Pero primero coja un cogollo de palma de seje real, dése con eso unos azotes en el pene, con fuerza, así se le va a encoger. A medida que lo vaya azotando le va a ir quedando normal. ¡Rápido vaya ya!

Él fue y cortó un cogollo de seje grande y se azotó el pene.

−¡Takún, takún, takún!

Se le iba encogiendo, hasta que le quedó normal otra vez. Se fue con ellos.

−¡La muchacha que prefiera cójala!

Se fue con las nutrias. Alguien dijo:

−¡Tenemos hambre! Vamos a atracar aquí, que es don-de siempre paramos a comer. Cuñado, mírenos con atención. ¡Mire cómo conseguimos el pescado!

Ellos tenían unas redes grandes, se zambulleron con las redes y sacaron hartísimo pez bocón grande. Sa-caban unas sartadas de pescado enormes.

Todas las nutrias estaban sacando pescado, sólo bocón. Había un olor a pescado gordo. Lo estaban amontonando en el barranco del río.

No lo cocinaron, seguramente lo comían crudo. Ya estaban todos comiendo allá. El hombre comió con ellos.

Así se quedó un tiempo largo con las nutrias, comien-do pescado. Después regresó con su familia.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

Entre Cantos y LLantos 87

EL TIgRE Y LA ENFERmA

Voy a contar la historia de una mujer que tenía mucha rasquiña.

Esa mujer estaba con una nieta ya grandecita, muchacha, joven ella. En ese tiempo no eran las ca-sas como hoy, eran tsuruatas, redondas y con el te-cho hasta el suelo.

La mujer tenía esa rasquiña y se rascaba mucho. Se-guramente alguien le había cogido uñas cortadas, o pelo, o sobras de comida, para hechizarla con eso re-zándole una oración. La familia se había ido. A ella de tanto rascarse se le caía esa piel podrida a pedazos, tenía la carne viva de tanto rascarse. Sus familiares se habían ido todos a barbasquear. El nietecito también. Debía ser ya grandecito, como este niño que está aquí con nosotros. Se fue a pescar también. La enfer-ma se quedó con la joven.

−¡Ay! ¡Ay! ¡Ahora sí que me va a llegar la muerte!

Y volvía a rascarse. A pesar de que eso la hacía san-grar, ella seguía rascándose.

−¡Ay! ¡Ay!

Estaba muy mala con la rasquiña.

−¡Mi hijita, yo creo que no voy a tardar en morirme!

Debía sufrir mucho. A la medianoche alguien habló desde afuera:

−¿Qué hay? ¿Quién se está quejando por aquí?

−¿Quién andará por ahí? ¿Quién habrá llegado ha-blando así?

Era Tigre que se estaba haciendo pasar por persona.

−¡Aquí estoy acostada y enferma! −contestó ella.

Tigre preguntó:

−¿Está con la joven, no?

−¡No! −dijo la anciana.

Y dirigiéndose a la muchacha en voz baja:

−¡Rápido! ¡Súbase ahí! ¡Trépese a la viga!

A Tigre:

−¡Aguarde un momentico allá afuera mientras me acomodo!

La muchacha trepó y se sentó allá arriba. Dejó su chinchorro vacío.

−¡Ya estoy lista! ¡Entre ya! ¡Pero le tengo miedo!

−¡No, no me tenga miedo! −dijo Tigre−. No le voy a hacer nada. La voy a curar.

Y entró.

−¿Qué le pasa?

−¡Ay! ¡Qué dolor! ¡Me rasca por todo esto aquí! Mi familia se fue a barbasquear. Me dejaron solita aquí. Estoy muy mala, me duele toda la piel.

Tigre iba diciendo “Bueno, bueno” mientras le mira-ba el cuerpo alumbrándolo con sus ojos, dicen que los ojos de Tigre echan luz.

−¡Uy! ¡Qué cuerpo tiene! Bueno, tranquila, ahora la voy a aliviar.

Empezó a lamerle el cuerpo a la enferma. Dicen que tiene la lengua rasposa como la hierba cortadera.

88 Entre Cantos y LLantos

Y también el cuerpo. Hacía un ruido “Sixxx, sixxx” al pasarle la lengua rasposa por la piel. Limpió bien lo podrido. De esa forma curó a la enferma. Así sanó la mujer que estaba podrida de la rasquiña.

−Bueno −dijo Tigre−, estoy cansado. Voy a acostarme a dormir. Ya la curé, mañana caminará.

El rasparle el cuerpo con la lengua la dejó bien.

Ya venía aclarando el día de la mañana siguiente cuando dijo Tigre:

−Me voy de cacería porque tuve un buen sueño. Si consigo cacería la traigo acá.

La enferma salió de la casa.

−¡Ah! ¡Mire cómo estoy de bien!

Dijo Tigre:

−Si, usted ya está bien. Me voy de cacería por allá para arriba1.

−¡No! ¡No vaya para arriba de cacería!

−¡Es que el sueño que tuve es por el lado de arriba!

−¡No! ¡Vaya para abajo2 más bien! Se me fue un nieto a barbasquear río arriba. ¡No quiero que usted se lo coma!

Él era un tigre grandote.

−¡No! Me voy de cacería por el lado que tuve el sueño bueno.

La enferma le decía que no, pero como él era Tigre, no le hizo caso.

−Voy para arriba.

−¡Ay! −exclamó la mujer−. ¡Se fue! ¡Precisamente por ese lado anda su hermanito! −le dijo a la muchacha.

A nosotras ya no nos come Tigre. Le dije que se fuera para abajo, pero se fue para arriba. Su hermanito me dijo que regresaba por la tarde. ¡Rápido, vamos a po-ner a hervir el yare!

Lo echaron en ollas de barro. En ese tiempo no había ollas de aluminio, se cocinaba en unas ollas grandes de barro. Vaciaron ahí varios envueltos de ají pilado. Machacaron más ají y también lo echaron. ¡Rojito se veía el ají molido en las ollas!

A medio día venía de regreso el niño. Traía su catuma-re lleno de pescado. En medio del camino lo estaba es-perando Tigre. Tigre dio un salto y salió corriendo para donde estaba el niño. Se le atravesó en el camino.

−¡Ay! −gritó el niño.

Tigre jugueteaba con él.

−¡No me coma! ¡Por favor no me coma!

El niñito trataba de golpearlo. Tigre jugueteaba con él y le impedía seguir su camino. El niño trataba de espantarlo con el arquito que traía. Tigre esquivaba y le pasaba su lengua rasposa por el cuerpo. Preparán-dose para morderlo le arrancó de un zarpazo el catu-mare de pescado, se lo arrancó de la espalda. El niño volvió a defenderse. En el momento de sentarse Tigre, el niño le tiró la flechita que traía. Tigre la partió con los dientes y tiró los pedazos a un lado. Quedó el niño con el mero arquito.

−¡No! ¡No! ¡No! ¡No me coma!

Seguramente Tigre ya estaba contento porque se lo iba a comer. Pero seguía jugueteando con él porque veía que no tenía defensa. El niño fue a pegarle con el arco y Tigre se lo quitó a mordiscos, lo hizo astillas. El niño rompió a llorar.

Entre Cantos y LLantos 89

Entonces sí lo agarró. Lo mordió por la garganta. ¡Ay! ¡Ya lo mató!

Luego lo despedazó y le sacó el hígado. Ahí mismo le comió el hígado, que es lo que más le gusta y lo primero que come.

−¡Uh! ¡Me lo comí! ¡Tenía el hígado sabroso! −dijo en-tonces Tigre hablando como persona.

Se fue a partir una palma de seje. Tejió un catumare. Después cogió hoja de platanillo, la colocó por den-tro del canasto y empacó al niño. Salió para la casa.

Dijo la enferma:

−¡Lo está trayendo en un canasto! ¡Mató a su herma-nito! Yo le había dicho: “Váyase de cacería por allá hacia abajo que es mejor”, pero Tigre dijo que no. Tal vez era para eso. ¡Usted quédese allá arriba! −siguió diciéndole la anciana a la joven−, cuando él esté dor-mido yo le pongo la escalera para que baje. Lo vamos a matar entre las dos a este Tigre.

−Bueno −contestó la muchacha.

Dijo Tigre:

−¡Ya llegué con mi cacería!

La anciana, por ser la abuelita del niño, estaba enfu-recida.

−¡Ya estoy aquí! ¿Está cocinando yare?

−Sí, ya tengo el yare cocinándose para la comida.

−Ya le arreglo la cacería. Voy a prepararla para que coma. Descanse, acuéstese aquí.

Cuando miró dentro del canasto vio las plantas de los pies del niño. Se veían esas plantitas blanquitas y la viejita dijo para sus adentros: “Esos piecitos que veo

son los pies de mi nieto. ¡Lo mató este Tigre!” Y en voz alta:

−¡Sí, sí! ¡Estése tranquilo que yo le arreglo esto!

−¡Sí! Estoy cansado por haber andado tan lejos.

−¡Claro! Se fue muy lejos. ¡Quédese durmiendo! Yo me encargo de preparar esto. −Decía la que había estado enferma de rasquiña y había sido curada.

Tigre estaba dormido. Le sonaba el aliento. “Pux, Pux” le sonaba la nariz. Dormido, bien dormido estaba.

−¡Rápido, bájese! −le dijo a la nieta en voz baja.

Le puso la escalera y le alistó el palo de moler. Entre las dos sacaron la enorme olla de yare. Tigre no se esperaba eso. Tranquilo seguía ahí dormido. Se ha-bía tendido en el suelo para dormir. Ellas acercaron la ollada de yare hirviendo para echárselo en la cara.

Le vaciaron toda la olla encima a Tigre, empezando por la cabeza. La muchacha ahí mismo agarró el palo y le dio unos garrotazos rápidos. Pegaba resoplidos Tigre. Entre las dos lo apalearon y lo mataron. Así se vengaron.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1982

1. Hacia occidente.

2. En dirección a oriente.

90 Entre Cantos y LLantos

EL PÁJARO mAKOKO

Un hombre se casó con dos hermanas. Enton-ces buscó su punto para vivir. Se fue lejos de la familia de ellas.

Cada vez que iba de visita al sitio de los suegros, le preparaban guarapo. Él siempre iba solo, quería lle-varlas pero ellas no querían ir. Le tocaba ir solo al sitio de los familiares de ellas. A pesar de que les decía:

“¡Vamos!”, ellas no querían ir, les daba pereza. Él iba solo por allá a bailar con la familia de los suegros.

Un día los cuñados se molestaron y le preguntaron:

−¿Por qué nuestras dos hermanas nunca vienen? ¿Qué pasa que cada vez viene usted solo?

Contestó:

−No, pues cada vez que yo las convido, ellas no quie-ren, les da pereza, no les gusta venir por aquí, dicen que es muy lejos. No me hacen caso cuando las con-vido.

En otra ocasión le dijeron:

−Mire cuñado, nosotros pensamos que usted mató a nuestras hermanas. Por eso viene solo.

Se pusieron todos de acuerdo para que si el cuñado venía otra vez solo, lo mataban.

Un día les dijo él a las mujeres:

−En este viaje tienen que venir ambas. Dijeron que me matarán si ustedes no van.

La una era estéril, la otra tenía un hijo. La estéril decía a su hermana:

−¡Usted ya tiene un hijo, vaya a presentarlo a los abue-los! Yo que no tengo hijos, no tengo nada qué hacer por allá. Me quedo cuidando la casa.

La otra decía:

−¡No! Mi hijo pesa. Mejor me quedo yo cuidando la casa. Vaya usted que no tiene hijo y va tranquila. ¡Vaya a bailar por allá!

Fue en vano, acabaron peleando las dos, no querían ir y el marido se fue solo.

Ya venía llegando a la casa de la familia bailando la Danza del Zorro. Un cuñado menorcito le salió al en-cuentro y le avisó:

−Mire cuñado, tenga cuidado porque mis hermanos están furiosos con usted, lo van a matar. No se vaya a emborrachar, si bebe mucho y se emborracha, lo matan.

El muchachito avisó al cuñado porque lo quería mu-cho. Dijo:

−Mire cuñado, si mis hermanos lo atacan, yo lo de-fiendo.

Los mayores lo regañaron:

−¿Y usted por qué se pone a charlar con él? ¿No será que le ha estado contando algo?

−¡No! ¡Yo no he contado nada!

Bailaron y el niño estuvo bailando pegado al cuña-do, bailaba abrazado a él para que no lo mataran. Les dieron mucho guarapo a ambos. El niño estaba total-mente borracho y lo llevaron a su chinchorro.

Entre Cantos y LLantos 91

El cuñado se aguantaba pero estaba borracho tam-bién, muy borracho. Sacaron el machete y le corta-ron el cuello. En ese instante salió corriendo.

Al atardecer llegaba a la casa, reprendiendo a las mu-jeres:

−¡Yo ya les había avisado que si no venían ustedes me mataban! ¡Ahora ya me mataron!

Ellas estaban esperándolo. Llegaba por una loma, se veía su figura desde lejos. Venía dando vueltas, bai-lando y gritando. Al cortarle el cuello le había queda-do colgando la cabeza de una vena. Se le tambalea-ba la cabeza como cuando uno baila.

−¡Esto ya no es hombre sino espíritu! −dijeron ellas−. ¡Seguro lo mataron, mire cómo viene de raro! No le hicimos caso a lo que nos dijo y nuestros familiares lo mataron.

−¿Y usted por qué no fue? −se reprochaban la una a la otra.

−¡Ya a nuestro marido lo mataron! ¡Estamos en un pro-blema! ¡Ese no es persona, ya es espíritu! ¡Mire cómo está de desangrado! ¡Él no llevaba puesto nada rojo!

Pensaron en esconderse en un hueco.

−Cuando él llega, siempre va acariciar a su hijita. ¿Qué hacemos?

Echaron un pilón pequeño en el chinchorro. Lo pu-sieron como acostadito.

−Él siempre la abraza al llegar.

Después barrieron rápidamente la casa. Dejaron el

pilón en el chinchorrito. Él ya venía muy cerca. Salie-ron corriendo a esconderse.

Cuando llegaron al conuco avisaron a las yucas:

−¡No vayan a contarle que nosotras estamos escon-didas!

Avisaron a todas las plantas que habían sembrado. Se escondieron en un tronco hueco de gran tamaño. Partieron el budare que tenían en el conuco y tapa-ron el hueco del tronco con esos pedacitos de barro. Quedaron tapaditas.

Él llegó a la casa.

−¡Ay! ¡Mi hijita! ¿Dónde estará mi hijita?

Estuvo buscando a la niña y quedó abrazando al pi-lón.

−¿Adónde irían mis mujercitas?

Venía para el conuco buscándolas.

−¡Por su culpa me mataron!

Caminaba abrazado al mero pilón. Fue tras ellas y se sentó encima del tronco donde se habían escondido. Preguntó a la yuca:

−Kawialiakai, ¿dónde está tu madre?

Preguntó a todas las clases de yuca, una tras otra:

−¿Yamalikai, dónde está tu madre? ¿Namonamosi, dónde está tu madre? ¿Wobosi, dónde está tu ma-dre?

Al ser preguntada, Kawialiakai empezó:

−Pues, pues…

92 Entre Cantos y LLantos

−¡Pero, calle la boca! −le decían las otras clases de yuca−. ¿Qué va a contar? ¡Cierre el pico!

Entonces se callaba. Había varias clases de yuca, unas querían contar y otras no.

Él, ahí sentado, se puso a comentar sus cositas.

−Yo recuerdo mucho a mis mujeres. Cuando iba con una de ellas por allá a comer gusanos de palma, yo tenía relaciones sexuales con ella. Yo con ellas tenía relaciones sexuales como quería. Y cuando llegaba a otra parte copulaba con otra mujer.

Así se puso a hablar cuando terminó de preguntar a todas las plantas.

−¡Hombre, tanto que yo las quería a esas dos mujeres! Ya me están haciendo falta. Nunca en la vida les he pegado. Yo les sembraba todo lo que querían comer.

Él sabía que las mujeres estaban metidas en ese tronco.

−Yo andaba con la mayor y la llevaba de cacería, mien-tras la otra se quedaba en la casa. De cacería hacía el amor por allá en la selva y por la noche me acostaba con la que se había quedado.

Eso iba contando con todo el detalle. Contó también que una tenía la vagina grande y la otra muy peque-ña y apretadita. Al rato se preguntó a sí mismo:

−¿En qué me voy a convertir? ¿En cuál animal me voy a transformar? ¿Será en pava?

Ensayó la voz de pava:

−¡Kuye, kuye, kuye!... ¡Ah! De golpe me comen esos de cabeza negra, los humanos y me muero. ¡Yo nunca más voy a morir!

Ensayó todas las voces de las aves y cada vez decía:

−¡Ah! ¡Eso no, que me comen los cabezas negras! Yo tengo mucho miedo al fuego. De repente me asan y

Entre Cantos y LLantos 93

me comen.

Ya por la madrugada cuando estaba por salir el sol, se le ocurrió que iba a convertirse en el pájaro bobo o makoko. Comprobó la voz:

−¡Maaaa ko ko! −le gustó−. ¡Eso sí! Me voy a convertir en pájaro bobo y viviré para siempre. Yo cuando vi-vía con ustedes dos las quería tanto. Cuando vayan al monte a buscar fruta de seje, o de cualquier otra fruta, pídanme a mí, yo les daré. Ustedes díganme:

“¡Makoko, dénos tal fruto!” y yo se lo daré. ¡Vayan don-de vayan no les hará falta ninguna clase de fruta por-que yo las quería tanto a ustedes!

En ese momento gritó:

−¡Maaaaa ko ko! −y salió volando.

Dijo antes de volar:

−Los que me tienen rabia me dirán “Kokoto”. Los que están contentos conmigo me dirán “Mabueni”. Yo me alegraré cuando me digan Mabueni.

Ellas siguieron viviendo en la casa del difunto marido. Un día los parientes de ellas las vinieron a buscar. Les dijeron:

−Venimos a buscarlas.

−¡No! −contestaron−. ¡Ustedes nos mataron al marido! ¿Para qué nos vamos a ir de aquí? Aquí vivió nuestro marido y de aquí no salimos más a ninguna parte.

No podemos dejar las cosas de nuestro marido solas. Si nos fuéramos a vivir con ustedes no comeríamos plátano, ni piña. Nosotras estamos mejor aquí por-que no nos hace falta nada de comer, en el momento en que queremos comer cualquier cosa comemos.

Cada dos por tres venían a buscarlas pero ellas no querían.

Parece que esas mujeres se quedaron un tiempo ahí y se bañaban en el río. No me acuerdo bien de eso. Se zambullían y salían cada vez más lejos. Hasta que salieron en forma de tonina.

−¡Shhhhh!... −y así se fueron.

Relato de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

94 Entre Cantos y LLantos

BÚHO Y LOS PESCADORES

Un día andaban pescando un hombre y una mujer. Llegaron a un sitio donde abundaban los pescados. Sacaron mucho pescado y se

pusieron a asarlo en la parrilla. Por allá les cogió la noche. Estuvieron asando pescado toda la noche. Al otro lado de la laguna empezó a cantar Búho:

−¡Jooooororo! ¡Jooooororo! −decía.

El hombre siguió pescando toda la noche y ella fue asando en una parrilla grande, llena de pescado. Lle-gó un personaje bajito, un viejito melenudo:

−Bueno cuñado, −le dijo al hombre−, ustedes están asando mucho pescado.

−Sí cuñado, contestó el otro, estoy asando pescado.

−¡Qué bueno! −dijo Búho−. Mire, su sobrino yerno, mi hijo, mandó decir que le mandara pescado, ya que usted tiene mucho, para él comer. “Ya que tiene tan-to pescado, vaya y dígale que me mande una parte”, me dijo.

−Está bien, −dijeron los pescadores−, coja para el so-brino el pescado que le guste.

−Bueno −dijo Búho.

Así lo hizo y se fue. Al rato estaba otra vez Búho allí.

−Cuñado, su sobrino dijo que le mandara más pesca-do porque no está satisfecho.

Así ocurrió varias veces. Se demoraba un ratico por allá y volvía por más pescado. Al fin ellos comenta-ron:

−Seguro esto es un espíritu de la selva y quién sabe lo que va a pasar aquí.

¡Esto no es persona como nosotros! ¡Más bien alisté-monos para irnos! ¡Ya vuelve otra vez!

La mujer alistó todo para irse. Mientras, él se apuró en terminar de asar echando bastante leña en la pa-rrilla. El pescado ya asado lo iban envolviendo y lo ponían en los catumares.

Llegó otra vez Búho:

−Cuñado, su sobrino mandó decir que no está satisfe-cho, que mande más pescado. “¡Vaya y tráigame más pescado!” Me dijo.

Entonces el humano dijo:

−¡Bueno! ¡Coja rápido el pescado que quiera! ¡Ya se está terminando!

Al acabar de hablar sorbió yopo el hombre y se em-borrachó. Ya lo tenían todo listo. Tan pronto como se fue Búho embarcaron rápidamente y le dieron un fuerte empujón a la canoa. Cuando ya estaban bas-tante lejos de ese sitio venía llegando Búho:

−¡Eeeee! ¡Yo me los iba a comer! ¡Los estaba buscando para comérmelos!

El hombre y la mujer ya habían escapado de ahí. Sin embargo Búho los seguía a un ladito de la canoa. Pero como el hombre era chamán y se había enyo-pado, con su poder ahuyentó a Búho. De esa forma se salvaron.

Relato de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

Entre Cantos y LLantos 95

BÚHO Y LOS JÓVENES IMPRUDENTES

Un día iban por el río cinco jóvenes. Con ellos venía un anciano. Era ya de noche y ellos iban haciendo bromas. Cantó Búho:

−¡Jooooororo! ¡Jooooororo!

Los muchachos se pusieron a imitarlo. Búho iba an-dando para el mismo lado que ellos. Le decían gro-serías:

−¡Cuñado, lo voy a puyar!

Búho les respondía lo mismo:

−¡Ah, pues cuñados yo también los voy a puyar!

El anciano les advirtió:

−¡No digan eso! Es malo remedar a ese animal, es un espíritu de la selva. ¡Al que remeda a un bicho de esos, él se lo come!

Ellos no le hacían caso.

−¡Eso es un pájaro no más! ¡No hace nada! ¡Sólo canta y grita así!

Ninguno le hizo caso. El anciano los dejó tranquilos. Ellos siguieron bromeando con Búho.

A la madrugada atracaron en una playa y se acosta-ron a dormir. Llegó Búho a mirarlos. Ellos ya dormían y Búho empezó a llevárselos a cuestas, uno por uno los iba poniendo en la entrada de la selva sin que nin-guno se diera cuenta. Ya no quedaban más que dos jóvenes y el anciano, esos no habían imitado a Búho. A los demás les había caído un sopor muy profundo. Búho había tomado la apariencia de una persona para llevarlos desde la playa hasta la selva.

Tras haberse llevado a los tres bromistas vino por el siguiente muchacho, pero éste, que no lo había re-medado, se despertó de inmediato. Búho tenía la for-ma de un hombre bajito. El muchacho al despertar exclamó:

−¡Uy! ¡Se los está llevando un espanto!

Con los gritos del compañero el animal se asustó y salió volando. Entre los tres que quedaban espan-taron al animal. Los demás estaban inconscientes, desmayados, medio muertos pero con la algarabía despertaron.

−¡Un espanto se los estaba llevando! Yo les había ad-vertido que no hicieran esas cosas. Por no hacerme caso, ese espíritu se los estaba llevando para comér-selos. Por eso es malo remedar a Búho.

Relato de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

96 Entre Cantos y LLantos

OSO PALmERO Y LA NIÑA CON LA PRImERA mENSTRuACIÓN

¿Qué está comiendo?

−Estoy comiendo cabeza de termitas kiuli.

Así dijo la menstruada primeriza y le rascaba.

−¡Ya me vino la primera menstruación!

La gente se fue a sembrar yuca.

−¡Esperen! Estoy comiendo termitas tsixoxo.

Cuando se dio cuenta, Oso Palmero estaba parado junto a ella. ¿Era un ainawi o un yaje? No estoy segu-ra. Esto pasó hace mucho tiempo, antes de nosotros. Oso Palmero la puyó, copuló con ella y la preñó.

Más tarde:

−¿Qué está comiendo?

−Cabeza de termitas kiuli estoy comiendo.

−¿Cómo llama ese animal?

−Termitas kiuli −dijo ella−. ¿Cómo lo llaman ustedes?

−Tsixoxo, lo llamamos. ¡Tsi xo, xo, xo! ¿Por qué tiene la cara amarilla?

−¿Pues no les dije que me vino la menstruación? Se-guro es eso. Voy a ir a cortar cogollo de kuperi.

Salió y se fue rapidito. Oso Palmero andaba tras ella. Se escondió. ¡Ahí viene el ainawi!

−¡Yo ya le había dicho a la gente que se fue a sembrar yuca que me había llegado la menstruación!

Oso Palmero la puyó, la penetró hasta que la mató. La dejó violada y muerta en el camino.

¡Ay! ¡El niño Boyoli estaba oyendo la historia!

Bueno, entonces Mono Nocturno y Lapa pelearon y se quemaron...

Relato de Mariela Pérez, Kotsipa, año 1972

Entre Cantos y LLantos 97

LA AmANTE DE TSAwALI

Esta es la historia de Tsawaliwali.

Una muchacha tenía novio pero no había rela-ción física entre ellos. El muchacho no le hacía

nada a ella. A ella le pusieron su chinchorro encima de el del hombre, pero éste no le hacía nada. Ella es-taba entera, virgen. Él no le hacía nada, no tenía rela-ción sexual con ella. Seguramente esto ocurría para que pasara lo que sigue.

La abuelita se llevaba a la niña al conuco, una vez allá ella le decía a la abuelita:

−Voy por ahí a comer frutas.

Se oía trabajar a la abuela al otro lado del conuco mientras la niña andaba buscando frutas. En realidad la niña había sido seducida por la culebra Tsawaliwali. ¡Larga la culebra! ¡Grandísima! Salía de la parte honda del caño.

Hermoso. Era un hombre hermoso, con su cara pinta-da como hacíamos antiguamente, con onoto.

Como cuando se sacaban los restos del familiar di-funto y se hacía baile con guarapo. Para enterrarlo se cava la tierra, a un lado del hueco está el difunto, se le ponen unos palitos para que la tierra no toque el cadáver. Se pone con la cabeza hacia arriba1, con la cara mirando hacia abajo2. Ahora entierran con cajón, entierran al muerto y cada uno echa un terroncito de tierra al hoyo con la mano izquierda. Cuando cal-culan que queda puro huesito lo sacan. Entonces se pintan la cara.

La muchacha veía a la culebra como si fuera su pro-pio novio y tenían relaciones, pues él se transforma-

ba en persona. Tsawaliwali al acercarse a la mucha-cha se convertía en ser humano, apuesto. Ella debió aceptarlo como amante porque quedó embarazada. La culebra se transformaba en persona y la mucha-cha quedó embarazada de la culebra. Ahí estaba el hijo de la culebra en el vientre de la mujer, con cola y todo.

Un día le dice el novio:

−¿Cómo es posible que usted esté embarazada? Yo no he estado con usted en el mismo chinchorro. ¡No la he tocado! ¿Cómo es que usted está así?

Ella respondió:

−¿Cómo que no? ¡Claro que fue usted! Usted me pre-ñó porque con frecuencia se ha acostado conmigo. ¡Allá por los lados del conuco usted me espera!

¡Mentira! ¡No era él! ¡Era la culebra!

Salió ella embarazada de la culebra Tsawaliwali. El hijo no debía ser niño, sino culebra con cola. Así, an-tiguamente, fue preñada. Apareció la culebra en el vientre de esa mujer para perjudicar a los seres hu-manos. Sería cosa de Dios lo que pasó ahí.

Esas cosas no pasan por nada. Esto debió pasar cuan-do todavía no había aparecido mi padre, ni mi madre, ni mis abuelitos, ni los abuelitos de mis abuelitos. No, antes, seguramente cuando la gente se vestía con la corteza de matapalo.

1. Hacia occidente.

2. Hacia oriente.

98 Entre Cantos y LLantos

Ellos no sabían dónde conseguir aguja, ni hilo. Cosían con hebra de la palma de cumare y con la hebra de eriwaü, de hoja como la de la piña. Se rasgan las ho-jas para sacar las hebras, para coser. Luego las lavan bien y quedan blanquitas. Las alisan bien, enhebran la aguja y cosen como con máquina. Cuando ya fui una persona mayor conocí el hilo. Ya la gente se ves-tía con tela de Fabricato.

−¡No! ¡No! ¡Cuéntele una cosa buena, cosas de los vie-jos como él quiere!

−¿Pues no ve que eso mismo le estoy contando?

−¡Es que usted se sale del tema!

−¡Que no, hombre! ¡Que le estoy contando lo de Tsawaliwali! ¡De eso estoy hablando! Bueno, ahora le cuento una historia pero bien antigua. Esa historia no es de hoy ni de ayer, es historia antigua. Escuche esto.

Kuwai animaba a la gente para que bailara, ellos bai-laban y cantaban unos cantos de aquel tiempo, ala-bando a Kuwai Matsuludani, pues él les daba el po-der de ver y conocer. Ese canto dice:

Tsawaliwali está haciendo tronar el mundo

Todos juntos

Todos juntos cójanse de las manos

Todos juntos cójanse de las manos

Hasta que llegue el viento

Cójanse de las manos

Cójanse de las manos

Kuwai cantaba:

Todavía no salgan

Todavía no salgan

Tengan cuidado

Tengan mucho cuidado

Están en la gran canoa

La melodía del canto es bonita

Tengan cuidado

Tengan mucho cuidado

¿Qué será lo que viene tronando?

Dije y dije y acabé de decir:

Tsawaliwali es quien hace tronar

Algunos no le hicieron caso y salieron. Esos eran seres humanos en esa época. Se convirtieron en palmas de moriche, en monos araguatos, en micos. Todos eran gente antes. Kuwai los transformó, los convirtió en animales, pero los que creímos en lo que decía Kuwai hoy día somos seres humanos, quedamos así desde las primeras generaciones. Somos seres humanos.

−¿Me está entendiendo? ¡Uy! ¡Me gusta contar! ¡Lo va a coger la noche! Yo creo que le va a dar sueño. A mí no me da sueño. Yo me conformo no más con fumar cigarrillos.

Entonces los venados eran seres humanos. Los cha-manes inspirados por Kuwai eran los únicos que po-dían ver unas tiendas que los venados tenían en sus casas, eran unas tiendas de color azul. Ahora le voy a contar otra historia.

−¡Pero no acabó de contar la primera!

−¡Perdóneme! ¡Se me había olvidado! Le estaba con-tando la historia de la culebra. Ahora sí voy a acabar ese relato. Ya soy viejita, entonces se me iba pasando

Entre Cantos y LLantos 99

por alto. Es que no puedo contar así mucho porque se me olvida lo otro. ¡Pero bueno, ahí vamos!

Pasaron entonces dos años desde que la mujer ha-bía quedado embarazada de la culebra Tsawaliwali. Ella quedó flaquita y pura barriga. ¡Dos años! Tenía un color pálido, apagado, enfermizo. Los familiares dijeron:

−¡Bueno! ¡Ya lleva tiempo de estar embarazada usted! ¿No quedaría embarazada de algún bicho feo?

El novio de ella decía:

−¡Yo no soy! ¡Yo no soy! ¡Yo no!

Dos años estuvo así.

−¡Yo no soy!

−¡Sí, usted fue quien me preñó! ¡Usted fue!

La culebra se hacía pasar por el novio de la mucha-cha. Un día el novio la siguió hasta el conuco y a es-condidas miró. Ahí salió la culebra, le brillaba el lomo, larguísima, era como el tronco de la palma de mori-che largo, exactamente. El novio estaba observando y ante sus ojos la culebra se transformó en hombre, en el momento en que iba a encontrarse con la mu-chacha. El novio le dijo a ella:

−¡Ah! ¡A usted la corteja un animal muy feo! ¡Desde este momento deja de ser novia mía! ¡No piense más en eso! ¡Quédese sola!

La muchacha no siguió con él. Dos años duró emba-razada. Traía fruticas del árbol de balatá en un catu-mare pequeño. Sus familiares le dijeron:

−¿Pero qué le pasa? ¡Se está quedando en la miseria!

Y su madre:

−¿Quién le baja esas fruticas de balatá?

−¡Mmm! ¡Mmm! −contestaba ella como avergonzada ante la voz de su madre−. Pues me sale un animal raro, feo. Ese animal es el que me baja las frutas. En-tonces yo tejo el catumare. Así es como llego con las fruticas. Ese animal después se baja y vuelve a meter-se por mi vagina.

−¡Pobrecita! ¡Sáquelo de ahí de una vez! Si hoy va a comer frutas, haga un embudito de hoja de lengua de vaca. Escupa ahí hasta llenarlo. Cuando el animal salga del todo, póngale ahí la punta del rabo. Él senti-rá eso como si fuera su mamá. Mientras él se entretie-ne por allá arriba cogiendo las frutas usted se viene para acá.

Se fue de mañanita. Mientras tejía el catumare canta-ba tristemente, sentimentalmente, pues tal vez ella quería a su hijo, sin preocuparse de que fuera el hijo de una culebra. Como él le bajaba las fruticas... Ella cantaba con su canastico ya tejido, bien triste. Escu-pió en el embudito de hoja, lo puso ahí, sacó con cui-dado la colita de su vagina y la puso en el embudo. Su hijo culebra seguía allá arriba entretenido buscan-do frutas. Ella se fue a su casa, dejando al hijo aban-donado. Él decía:

−¡Mamá, ahí va la fruta!

Y la saliva de ella le contestaba. Al dejar ella la punta de la cola en la saliva, él sentía que estaba en la ma-dre todavía. Pero era la saliva la que contestaba. Ella había dejado la saliva para el hijo y ésta era la que contestaba. Él estaría pensando:

−¡Ahí está mi mamá!

Y seguía diciendo el niño culebra:

−¡Mamá! ¡Mamá! ¡Ahí va la otra frutica!

100 Entre Cantos y LLantos

LA AmANTE DE LA RAYA

Estaba la muchacha ya entrada en la pubertad. La familia de ella tenía su conuco a la orilla de la laguna. Un día estaba ella sola cerca del agua

cuando salió Raya en forma de persona. Llevaba un sombrero bonito y se hacía pasar por el primo pro-metido de la muchacha. Ella se fue enamorando de Raya poco a poco. Acabó viéndolo como su primo prometido. Se enamoraron.

Desde ese día se encontraban en el conuco. Eso duró mucho tiempo, hasta que ella quedó embarazada de Raya. Su madre le dijo:

−¿Quién la dejó embarazada? ¡Cuente la verdad! ¡Si no me cuenta, la mato!

−¡Mi primo fue quien me dejó preñada!

−¡Bueno −dijo la madre−, entonces él que se la lleve!

¿Quién le va a tener lástima? ¡No era más que una cule-bra!

Él tiraba las frutas. La saliva contestaba:

−¡Sí! ¡Sí, hijo! ¡Estoy recogiendo las frutas!

El hijo pensaba:

−¡Ahí está mi mamá!

Ya eran horas de la tarde. La culebra dijo:

−¡Mamá, ya es tarde! ¡Ya es hora de irnos! ¡No voy a bajar más frutas!

La culebra decía a su madre:

−¡Ya nos vamos, mamá!

−¡Ajá! −le contestaba la voz de su madre desde abajo.

Bajó. Buscó a su madre para entrar de nuevo en su vien-tre.

−¡Caramba! ¡Mamá no está aquí! ¡Ya no está mi mamá! ¡Ah! ¡Ya me abandonó mi mamaaa!

Entonó un canto. Entre canto y canto repetía:

−¡Mi mamá me abandonó! ¡Ahora me voy con mi papá! ¡Seguro que mi padre me recogerá! Si mi padre no me recoge me convertiré en una palma de moriche o en el cogollo de una palma de moriche.

Entre llantos cantaba. Luego se fue al sitio de donde ha-bía salido su padre a tener amores con la mujer. A esa parte de aguas profundas se fue, se metió ahí y cantaba:

Mi madre me abandonó

No la voy a seguir

Yo me la voy a llevar

Al llegar junto al padre habló con él y arreglaron. Más tarde se llevó el espíritu de su madre. Se fue y se hizo a semejanza del padre. La culebra regresó con su padre porque su madre la había abandonado, la había dejado

en la selva. Se fue entre cantos y llantos. Se convirtió en culebra grande.

Eso pasó. Imagine por ejemplo que el cuñado suyo, o sea mi marido, se entera de que la culebra está haciendo eso conmigo.

−¡Bueno, yo tengo mi arco! −hubiera dicho él.

−¡No, quédese! ¡Que me acompañe este perro nuestro! −hubiera dicho yo.

Así ocurriría. ¡Ay! ¡Ahora me puse a contarle lo del perro!

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

Entre Cantos y LLantos 101

Yo no quiero verla así, embarazada y sin marido. ¡Llé-vele el mañoco a su primo!

−Bueno −dijo ella.

Preparó el mañoco y se lo fue a llevar. El primo siem-pre se la pasaba en la casa tejiendo canastos. De gol-pe entró ella:

−Mamá me mandó para acá a que le traiga el mañoco. Me dijo que me ponga a vivir con usted. Por eso traje el mañoco, porque usted me dejó embarazada.

−¡Yo no la dejé embarazada! ¡No he hablado nunca con usted! ¿Por qué me achaca eso?

Ella decía que sí, que había sido él.

−¡Por eso mi mamá me mandó a que le trajera el ma-ñoco!

Al rato estaban ambos en el mismo chinchorro, con-versando. Decía el primo:

−¿De verdad fui yo? ¿Usted me va a decir que fui yo? ¡Dígame la verdad si fui yo o no! Yo sé que no he he-cho nada con usted.

Después dijo:

−Bueno, yo mañana salgo a pescar. Usted vaya como siempre al conuco.

Al otro día ella salió para el conuco y él se fue a pescar. Pero el muchacho cogió para donde estaba el conu-co de la familia de ella para saber lo que pasaba, a espiarla.

Raya venía saliendo de la laguna. Se abrazó con la muchacha. Ella dijo:

−¡Ah! Usted me negaba antes, ¿pero sí ve que me dejó embarazada? Me dice que no, pero ¿ve cómo es usted?

Raya se sobresaltó al oír eso. En ese momento el pri-mo que había visto todo, salió corriendo hacia ellos.

−¿Se convenció ahora de que yo no fui? ¡Era otro! ¿Ve que yo no fui? −le iba diciendo el muchacho a la pri-ma.

Entonces Raya salió corriendo. El primo rápidamente le mandó una flecha pero Raya alcanzó a tirarse a la laguna. El muchacho le dijo a ella:

−¿Sí ve que yo no fui?

Le contó a la tía suegra:

−¡Yo no fui quien embarazó a su hija! ¡Fue otro! ¡Fue Raya!

Ya no alegó más la muchacha. Llegó el momento del parto y las puntas de la raya chiquita se le incrusta-ron en la matriz. Murió la muchacha y su espíritu se lo llevó Raya.

Hasta ahí es la historia.

Relato de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

102 Entre Cantos y LLantos

Los perros hablaban antiguamente. Dejaron de hablar porque siempre contaban lo que veían. Hablaban como estoy hablando yo en estos

momentos.

Un día sucedió que marido y mujer se fueron de ca-cería y se llevaron al perro. Entonces se pusieron a copular con el perrito ahí mirándolos.

El perro llegó de primero a la casa. Cuando alguien le preguntó:

−¿Dónde los dejó a ellos?

Él contestó:

−No, ya vienen llegando. Es que yo me vine corrien-do.

−¿Qué animalito traen?

−¡Ah! Pues yo latí un picure.

Así decía el perro.

−Y esos dos... −añadió−, bueno, como usted quiere saber la verdad, lo mejor es contarle la cosa como es. Esos dos estaban copulando, estaban haciendo eso y a mí me daba vergüenza. Yo andaba con ellos pero cuando los vi me dio vergüenza y me vine.

Seguro que sus amos estaban teniendo relación sexual. Yo creo que en un momento pensarían mal y se pusieron a hacer eso, aunque bien sabían que el perro hablaba.

Cuando llegaron:

−¿Qué vamos a hacer con este perro? ¡Llegó contán-dolo todo! Nos tocará alargarle un poquito más la lengua.

Eso pasó en tiempos de nuestros antepasados. Por eso el perro tiene la lengua larga y no habla como nosotros.

Se acabó la historia.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

EL PERRO HABLADOR

Entre Cantos y LLantos 103

3

Los EspíritusGuardianes

104 Entre Cantos y LLantos

“Salen de noche.

Siempre salen de noche.”

Entre Cantos y LLantos 105

ESPANTOS DE LA SELVA

Los yaje, los espantos, tienen especies diferentes. Paleni, Banajuli, Munuanü, Panaütonü. Se les conoce el nombre porque son los que se han

dejado ver más. De los espíritus de la selva, unos vi-ven en los árboles, otros no hacen sino andar por la selva.

También están los espíritus del agua, los ainawi. Los hay del agua, pero también de la tierra, del barranco y del cerro. En una cueva grande, ahí hay ainawi. El cai-mán es ainawi, porque anda en el agua, también la to-nina y la babilla, todos esos son ainawi. Los Jirujiru, los Tokowia, son también del grupo ainawi. No son yaje, sino que viven siempre debajo del agua o debajo de la tierra; son seres de madriguera.

Luego los que vuelan, como los pájaros. No son tan da-ñinos como los yaje, ni como los ainawi de los pesca-dos. Lo que producen las aves son forúnculos grandes, como la lora, la marrana o el chúcharo. Las dantas y los venados también dan la lora y la marrana. Pero no el chúcharo. Lo mismo el picure, la lapa y el cachicamo. El lagarto mato de agua también. Los que vuelan, como paloma, pato, garza morena, hacen salir esos tumores como heridas abiertas que al hincharse forman pus.

Los ainawi del agua no producen forúnculos. Esos, si a uno no le rezan el pescado, lo enferman, le hacen sentir frío, lo vuelven hambriento. La persona se pone mustia, enflaquece y quiere comer los alimentos cru-dos. Así llega la enfermedad de los ainawi.

A veces el espíritu del pescado se hace pasar por una mujer conocida, idéntica a una persona que uno co-noce, habla igual, se viste igual, pero es para cogerlo a uno.

Si se trata de una mujer, entonces el ainawi se hace pasar por un joven conocido de ella, para así cogerla y llevársela. De esta forma aparecen los ainawi.

Los yaje no. Cuando uno va por una selva lejana, si lo olfatean los yaje y se lo quieren comer, silban y can-tan. Lo persiguen, lo matan y lo comen. Así son los yaje de la selva. Por eso a esos espíritus se les tiene una oración especial para auyentarlos. Por eso el que tiene que andar solo se reza.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

LOS YAJE

Yaje son espantos de la selva. Si quieren asustar, lanzan el canto:

−¡Yaaaaaa... jeeeee!

Así dicen los yaje. Yo no los he visto, sólo he oído el canto. En realidad sólo los oímos, no los vemos. Es difícil verlos, uno evita acercárseles porque son an-tropófagos.

Los yaje son caníbales y viven en los troncos huecos de los árboles grandes. Todas las clases de yaje viven de día en los troncos huecos, por eso no son muy visi-bles. Salen de noche. Siempre salen de noche.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

106 Entre Cantos y LLantos

mASIFEFERE

¡Maaaaasi! −canta el Masifefere−. ¡Maaaaasifeeeee-fere! ¡Maaaaasisi!

Siempre sale cantando eso. Es un espanto al que se le ven bien el hígado, los intestinos, los pulmones y las demás vísceras. Él es puro hueso, mero esque-leto. Se le ven bien el hígado, los pulmones y los in-testinos.

Nosotros no lo hemos visto bien. Pero así cuentan los ancianos, que es muy peligroso. Nos espanta.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

BumAPA

¡Mmmmmmm! ¡Mmmmmmm! ¡Mmmmmmm! −dice Bumapa.

También es yaje, como la Patasola. Bumapa se llama en nuestra lengua. Es una especie de yaje. El conjunto de esos espantos se llama así en nuestra lengua.

En esta forma canta el yaje Bumapa. Es como una persona. Creo, porque yo tampoco lo he visto.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

ETJEBERE

Etjebere es lo mismo. Es un yaje y también es an-tropófago.

−¡Etjebeeeeere! ¡Eeeeeeee! ¡Etjebere!

Siempre canta así. Es grande y muy melenudo. Lleva el pene echado al hombro de tan grande que lo tiene. Así cuentan los ancianos. Para poder caminar, debe echar el miembro en un catumare. Así siempre lo lleva. No es invento nuestro sino que lo cuentan los ancianos.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

Entre Cantos y LLantos 107

YALu

Yaaaaaaaluuuuuuu... saxxxx! ¡Yaaaaaaa-luuuuuuu! −dice el Yalu.

Los viejos dicen que tiene aspecto de elefante: la trompa vuelta hacia arriba y la cola chiquita como la danta. Una vez les mostré una cartilla donde hay un elefante y dijeron:

−¡Pues es igual que Yalu!

Yo, personalmente, lo he oído cantar por allá en la selva del Guaviare. Tiene aspecto de oso palmero, pero es antropófago. Yalu es caníbal.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

JmJmJmJm

El anciano Walaka iba de cacería por la selva. Quería cazar loros cuando oyó que estaba can-tando una pava. Esto pasaba en esta parte sel-

vática llamada Araita. El viejito era de por el lado de Watuliba; se vinieron a vivir por aquí porque allá don-de vivía casi se lo lleva un espanto de esos. Eso hace años. Por este pedazo de selva hacia abajo1 siempre ha habido buena cacería. De pronto el viejito oye:

−¡Jmjmjmjm!

Pensó:

−¿Qué será? ¿Será una pava?

−¡Jmjmjmjm! −otra vez.

“¡Uh! ¡Parece que está aquí cerquita!” Pensó.

Más fuerte:

−¡Jmjmjmjm!

−¡Ku! −se asustó. ¡Un hijuemadre espanto debe ser!

Se quedó quietico. Y sonó otra vez durísimo:

−¡Jmjmjmjm!

Ahí sí lo vio cerquita. El nombre del espanto quedó como Jmjmjmjm. Se llama Jmjmjmjm. Como decir Paleni. Anda por la selva dando salticos:

−¡Jiri! ¡Jiri! ¡Jiri! ¡Jiri!

Saltando rapidito. No hace ruido al andar, ni tropie-za, ni mueve ninguna hoja. Jmjmjmjm corre por las partes feas de la selva como nosotros corremos en el patio frente a la casa. Sin hacer ruido se desliza en la

selva. Lleva el taparrabos decorado con muchas figu-ritas. Bajito, viejito, encorvadito y con barba.

El anciano Walaka lo contempló con sus propios ojos. Esto no pasó hace mucho tiempo sino más bien poco. El anciano Walaka contó del yaje Jmjmjmjm.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

1. Hacia oriente.

108 Entre Cantos y LLantos

KAESITONü

Kaesitonü o Patasola es como Munuanü, es un yaje. Patasola es de la selva, es antropófago, peligroso. Él no tiene el pie perfecto hacia

adelante, lo tiene hacia atrás, con los dedos atrás. De manera que uno que no sabe se encuentra con su huella y como no quiere encontrárselo sigue el ras-tro hacia atrás y ahí es donde se topa con él, porque la ventaja de él es que tiene el pie hacia atrás. Así es como lo atrapa a uno y se lo come. Tiene un solo pie y deja la huella al revés.

Anda por ahí cuando salen las terecay, para comer-se a la gente que pasa las noches afuera recogiendo huevos. Para agarrarlos a ellos. Si uno ve la huella en la playa o en el arenal y se da cuenta de que no hay más que un pie, no hay que retroceder, sino seguir la huella normalmente, como si los dedos estuvieran adelante y el talón hacia atrás. Hay que huir en el mis-mo sentido de la huella. Si uno coge para el otro lado, entonces Patasola se lo lleva.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

JIRuJIRu

Hay cuatro clases de Jirujiru. Un anciano que los oyó distinguió cuatro. Los fenómenos de la selva cantan, al cantar se nombran ellos

mismos. Alguien en épocas pasadas los oyó. Los Jiru-jiru son espíritus malos, ainawi, por ser de madriguera. El Tokowia también es ainawi por ser de madriguera. Paleni no, es yaje, porque es de los troncos huecos. Paleni, Munuanü, Banajuli, Jmjmjmjm, son yaje.

Los ainawi le chupan la sangre a uno cuando se lo quieren comer y se lo llevan si no utiliza el rezo que toca cuando toca. Incluso estando la persona bien y cumpliendo con las creencias, si no se reza se la lle-van los ainawi y la matan.

Al cantar se nombran. Es su forma de decir su nom-bre. El anciano oyó que cantaron cuatro distintos.

−¡Jirujirujirujiru! ¡Pirupirupirupiru!

Dos clases de Jirujiru. Uno se llama así y el otro, Piru-piru. Hay más.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

Entre Cantos y LLantos 109

YAwIKI

Esta es la historia de Yawiki. Los hombres se fueron a cazar el mico caparro. Se metieron al monte, allá durmieron al pie de un árbol hueco

donde vivía Yawiki. El espanto no salió esa noche. Al otro día estaba uno de ellos asando los caparros que habían matado, estaba solo, los demás andaban por allá de cacería.

Al mediodía empezó a sonar:

−¡Dan nau! ¡Dan nau!

Es el ruido que hace el espanto al bajar por el árbol hueco, le sonaban las uñas tan grandes que tiene, ya venía caminando. El hombre que estaba solo trepó al techo de la enramada que habían levantado ahí y se escondió. Yawiki tenía las uñas en forma de cucharita y con eso les iba sacando los ojos a los caparros.

−Ustedes se miran y se enamoran unos a otros con esos ojos –decía, mientras iba arrancando y comién-dose los ojos de los animales.

Los micos caparros quedaron sin ojos. Cuando ya les sacó los ojos a todos se fue a su casa, se subió por el árbol grande y se quedó allá.

Por la tarde venían los cazadores de regreso. El que los estaba esperando les dijo:

−¡Apúrenle que aquí vino un espanto a sacarles los ojos a los micos!

Les contó todo, pero no le creyeron.

−¡Usted fue el que les sacó los ojos a los caparros y ahora sale con ese cuento porque le da pena confe-sar! ¡Aquí no hay ningún peligro!

OTROS ESPANTOS

Paleni es un hombre grande, dicen. De patas grandes. Anda por la sabana. Ese yaje se les aparece a las niñas que no han tenido su pri-

mera menstruación, les sale a esas niñas para llevár-selas.

Jamejameli es otro, dicen que tiene forma de cabiai. Pero tiene sólo las dos patas traseras, dos patas no más y salta lejos. Está en las aguas sucias. A la perso-na que lo ve, la despedaza a zarpazos y se la come.

Sikuiri es otro duende parecido al cachicamo pero grande. Tiene en las patas delanteras uñas largas y grandes. Lo que hace es irse a una casa y dejarse ver por alguno de los que vivan ahí. Así da la señal de que alguien ahí se va a enfermar y a morir pronto.

Tomalikuatsi es otro espanto. Es un silbador que sale de los barrancos de los ríos.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

110 Entre Cantos y LLantos

−¡Yo ya les había advertido! ¡Ayer les conté pero no me hicieron caso! ¡Ahora están con los ojos arranca-dos! ¡Yo los llamé, los pellizqué, los quemé y ustedes nada, no despertaban! ¡Llegó ese animal raro y les sacó los ojos!

Después cogió un bejuco y los amarró de la mano uno con otro y así se los llevó a todos hasta la casa.

−¡Cuando ya estemos cerca nos avisa!

Porque les daba pena llegar sin ojos y querían que-darse lejitos de la casa. Ya llegando cantaron los ga-llos. Ellos se sentaron. El que los traía llegó hasta la casa.

−¡A sus maridos, se les apareció un espanto y les sacó los ojos! ¡Se llama Yawiki!

Las mujeres salieron a encontrar a los maridos. Cuan-do ya estaban cerquita las mujeres, los ciegos se con-virtieron en pájaros tukuluwa.

Los familiares de los ciegos se enfurecieron. Al pie del árbol hueco donde vivía el espanto prendieron una hoguera. Trajeron un envuelto de ají molido y lo echaron al fuego. Al rato se oyó toser allá arriba. Ca-yeron primero los pequeños, luego cayó la hembra y al final cayó Yawiki, el viejo.

Después de haber caído todos los de la familia Yawiki, en una nuez de cumare venían dos Yawiki muy chi-quiticos. Al saltar esa nuez sonó “¡Tuuuuu!” y cayó al suelo. La gente la recogió y la partió. De ahí salieron los Yawiki chiquiticos. Se los trajeron a la casa. Poco a poco iban creciendo los Yawiki, cuando estuvieron ya grandecitos dijeron:

−¡No! ¡Yo no les saqué los ojos a los micos! ¡No coman mico! ¡Les digo la verdad! ¿Cómo iba a hacer eso?

Pero no le hicieron caso. Se comieron los caparros asados, a los que Yawiki había dejado sin ojos. Co-mieron y se acostaron a dormir.

Ya tarde en la noche Yawiki volvió a sonar como cuando había bajado antes y con ese ruido se fue acercando.

−¡Dan nau! ¡Dan nau!

El hombre que se había quedado en el campamento asando los micos llamaba a sus compañeros y los pe-llizcaba, pero estaban con un sueño muy pesado. Ge-mían pero no se despertaban. Él hasta los quemaba para despertarlos pero no podía, los pellizcaba, ellos hacían como un ronquido y seguían durmiendo. Ya venía cerquita Yawiki y al fin el hombre se escondió sobre del techo de la enramada. Yawiki les sacó los ojos a los que habían comido mico.

Amanecieron sin ojos. Cuando despertaron:

−¡Caramba! ¿Qué tengo en los ojos que me arden tan-to?

Otro contestó:

−¡Pues a mí me pasa lo mismo!

Todos estaban hablando de eso.

−¿Qué nos pasaría?

El hombre que les había contado lo que había pasa-do del día anterior les dijo desde el techo de la enra-mada:

Entre Cantos y LLantos 111

muNuANü Y BANAJuLI

Un hombre se fue a pescar a la laguna. Al llegar trepó a un árbol y se puso a esperar. Quería flechar pescado. Al rato flechó un pescado

que pasaba por ahí. Se bajó para sacarlo, pero al tirar de la flecha lo que salió fue un palo. Él sabía que ha-bía flechado un pescado.

−¡Esto es mala seña!

Trepó otra vez al mismo árbol. “¿Por qué será?” Pen-só.

Al rato llegó Munuanü. Venía en una balsa, empu-jándose con una vara. Vio el reflejo del hombre en el agua.

−¡Ah, cuñado! ¡Ahí está!

Llegó y flechó el reflejo. Munuanü no lleva sino una sola flecha, pero grande.

−¿Cómo fue cuñado que no lo fleché? ¿Qué pasa?

Munuanü llamaba cuñado al hombre, pero no era por entablar parentesco con él, era una forma de ha-blar. Luego miró para donde estaba encaramado el hombre y dijo:

−¡Ah! ¡Cuñado! ¡Ahí es donde está!

Ya lo estaba apuntado con su flecha. Flechó al hom-bre pero él era sorbedor de yopo, o sea chamán, por eso no lo pudo flechar bien. La flecha de Munuanü le dio por un ladito del ojo y quedó incrustada en-tre piel y carne. Sin embargo del flechazo el hombre cayó al agua, cerquita de Munuanü. El espíritu lo sacó jalando la flecha.

−¡Ah, muy bien! ¡Ya tengo para el caldito!

−¡Vamos a regresar con nuestra familia!

−Su papá les sacó los ojos a unos paisanos nuestros, por eso le echamos humo y lo matamos, así fue como ustedes salieron de la nuez, la abrimos y los recogimos. Si se van, adviertan a todos sus familia-res: “A mi papá lo mataron por haber sacado los ojos a los cazadores. A nosotros la gente nos llevó por allá y nos crió, no hagan esas cosas porque nos vuelven a hacer lo mismo.”

Los mandaron con ese encargo. Ellos se fueron por la selva. Por eso esos espantos no nos comen. Ya no hacen eso.

Así cuenta la historia.

Relato de José Manuel Sánchez, Santa Fe, año 1983

112 Entre Cantos y LLantos

Munuanü sacó al hombre y lo embarcó en la balsa, trataba de rematarlo a mordiscos en la nuca pero Munuanü está desdentado, con las puras encías le pegaba mordiscos. Le sacó la flecha y lo dejó atrás en la balsa. Se fue empujando con la vara.

La mujer de Munuanü se llama Huesito-de-la-Coro-nilla. Munuanü le gritaba:

−¡Huesito-de-la-Coronilla, ya conseguí con qué hacer el caldito!

−¡Mmmmmm!

−¡Ya conseguí con qué hacer el caldito!

La mujer de Munuanü, Huesito-de-la-Coronilla, con-testaba:

−¡Mmmmmm!

Así venía diciendo Munuanü mientras empujaba la balsa. A medida que él empujaba hacia adelante, el hombre se iba corriendo hacia atrás. A cada empu-jón el hombre se corría un poquito más, al cabo de varias veces cayó al agua. Munuanü no se dio cuenta. El hombre se hundió y fue a salir a una empalizada, que es un paraje muy escarpado en la orilla del río y se escapó.

Munuanü se dio cuenta:

−¡Caramba! ¡Se me fue mi caldito!

Dijo a la mujer:

−¡Huesito-de-la-Coronilla, ya se nos fue nuestro cal-dito!

−¡Mmmmmm! −contestaba la mujer.

Munuanü se puso a buscar en el agua con la mano.

El hombre lo estaba mirando desde la orilla. Mu-nuanü sacaba tortuguitas galápago y les abría los

ojos, les abría la boca, les miraba las patas:

−¡Mm! Usted se parece mucho a mi cuñado. Pero es distinto.

Siguió buscando y sacó un caimán. Le abrió los ojos, le abrió la boca, le miró bien la cola, le miró bien las manos y se quedo mirando:

−¡Mm! Se parece a mi cuñado, pero es distinto.

Así cada vez que sacaba un animal. Al fin vio al hom-bre y se le fue detrás, pero el hombre salió corriendo. En el sitio por donde debía pasar el hombre estaba Banajuli talando un árbol que tenía miel. Es otro espí-ritu pero no es dañino. Estaba haciendo ruido con el hacha. El hombre venía despacio, pensando: “¿Quién será?”

Fue mirando con cuidado. Banajuli le dijo:

−¡Ah! ¿Es usted, nieto?

−¡Ahhh! ¡Soy yo, abuelo! ¡Casi me come Munuanü! ¡Me vine corriendo!

−¡No me diga, nieto! ¡Lo viene persiguiendo un mons-truo peligroso! ¡Casi lo mata Munuanü! Bueno nieto, chúpeme la miel de la barba, después trépese a la palma de manaca y así llegará al otro lado.

−Bueno −dijo el hombre.

Le chupó la barba llena de miel a Banajuli y se puso rápido a trepar palma arriba. La palma de manaca creció y se encorvó hasta que le llegó el cogollo al otro lado de la laguna. Allá dejó al hombre, que pudo salvarse de esa manera. Luego la palma de manaca quedó como antes. Al poco rato llegó Munuanü per-siguiendo al hombre.

−Bueno Bana, ¿no vio mi presa que se me escapó? ¿No lo vio pasar por aquí? ¡Lo vengo persiguiendo y hasta aquí llega el rastro!

Entre Cantos y LLantos 113

ENCuENTRO CON muNuANü

Yo vi a Munuanü hace tiempo, tiene la cabeza blanca, los ojos en las rodillas y va en una balsa.

Me estuvo persiguiendo un día que yo andaba pescando en la laguna de Sipali. ¡Es bien feo Mu-nuanü! Lo amenacé y salió corriendo. Fue a salir a la laguna de Kotsipa y se tiró al agua. Sacó la cabeza del agua y se quedó mirándome.

En la laguna de Lata se convirtió en perro de agua. Tenía manos, tenía el pelo blanco como Roberto. La mujer de él es igual: tiene la cabeza blanca bien pei-nada, de cara pequeña, con barba y los ojos en las rodillas. Ahí es donde tiene los ojos. El yaje la raptó hace tiempo, se la robó, luego la escondió detrás de una loma. Le daba pan, ella comía; él le buscaba la comida.

Agarra a la gente. Es de la clase del tigre ese yaje. Le decimos Munuanü de los Pescados. Se llevó a la mu-chacha. Tiene una colección de huesos de zamuro, de culebra, de cráneos, de rodillas, de anos, de colas. Así es.

Yo ya me iba a acostar. Salí a pasear un poquito. Me dijeron:

−¡Cuente un ratico! De ese que tiene la cabeza blanca, los dientes blancos y la boca a un lado. Pues anoche estuve pescando, me persiguió empujando una bal-sa. Tenía una sola flecha pero larga, con la que me chuzaba. Le agarré la mano, le pegué y le rompí la nuca con la flecha. Para que sepan les cuento. Así es el yaje.

Relato de Amaro, Kotsipa, año 1972

Banajuli, entre extrañado y furioso, contestó:

−¡Yo no lo he visto! ¡No he visto nada! −le gritó Banaju-li a Munuanü.

−¡Seguro él andará por otro lado y yo, aquí!

Ambos espíritus alegaban, pero Banajuli es bueno.

−¡Yo no estoy para que usted me venga a regañar! ¡Déjeme en paz!

Banajuli le quería dar unos hachazos a Munuanü y Munuanü se devolvió.

Al otro día Munuanü siguió con su persecución y lle-gó hasta la casa del hombre. Al verlo, los familiares lo flecharon, le clavaban las flechas por los brazos, pero Banajuli había advertido al hombre:

−Si Munuanü llega hasta la casa, tenga en cuenta que él tiene los ojos en las rodillas, hay que flecharlo a las rodillas, si lo hacen así, caerá muerto, si no, él los mata a ustedes.

El hombre, que había sido aconsejado por Banajuli, mientras los demás flechaban a Munuanü por todas las partes del cuerpo, lo flechó en las rodillas y Mu-nuanü cayó muerto. Hacía sonar la dentadura al mo-rirse. Así mataron a Munuanü.

Esta era la historia de Banajuli.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1982

114 Entre Cantos y LLantos

LA ESPOSA DE muNuANü

Antes vivían dos mujeres con el mismo mari-do. Como vivían en la misma casa surgieron rivalidades entre ellas. Ambas tejían canastos.

Mientras el marido estaba de cacería, ellas pelearon. La más joven se fugó, se fue lejos, cruzó muchos ca-ños, camino arriba1.

Munuanü estaba sentado sobre un nido de bacha-cos. Así dicen siempre las historias antiguas. Entonces Munuanü se le acercó a la muchacha.

−¿Adónde va? −le dijo.

−¡No estoy buscando hormigas! ¡Voy a visitar a mi fa-milia, voy para arriba! −contestó.

El marido de ella era chamán y supo que Munuanü no la había devorado. Sólo copuló con ella, la hizo su mujer. La mujer lloró y se quedó a vivir con él. Munuanü estaba en el chinchorro con la mujer fu-gada, con la tejedora que había tenido el altercado. Junto a ellos estaba sentada Munuawa, la mujer de Munuanü.

Más tarde dijo Munuawa al marido de la muchacha:

−Mañana vamos para allá, dicen que hay fruta de ba-latá.

La mujer se fue con el hombre. Él era chamán y supo que ella era la mujer de Munuanü. Planeó deshacerse de ella.

−¡Trépese! ¡Vaya a conseguirme balatá! −dijo la mujer de Munuanü.

El hombre trepó. Se quedó comiendo un rato y mas-cando la resina del árbol. Luego se puso a recoger la resina en una bola grande.

Mientras tanto siguió echando frutas hacia abajo.

−¡Écheme más! −decía ella−. ¡Écheme más!

Entonces el hombre le tiró la bola de resina a los ojos. Bajó, la mató y le cortó la vagina. Regresó a la casa, asó la vagina y la revolvió con ají.

Despacito venía llegando Munuanü, que también había matado a la joven. El hombre chamán le ofre-ció la vagina asada. Munuanü se la comió, se atoró por el picante y le dieron espasmos.

−¡Ah! ¡Esto es la vagina de mi mujer!

Munuanü murió de eso y el chamán se salvó.

Aquí acaba la historia.

Relato de Mariela Pérez, Kotsipa, año 1972

Entre Cantos y LLantos 115

muNuANü Y LAS DOS HERmANAS

Eran dos hermanas. A la menor le estaban saliendo los senos. La otra tenía los senos ya formados.

−¡Hermana, vámonos!

Se fugaron, se fueron lejos. A la menor le llegó la primera menstruación. Se toparon con Munuanü.

−¿Qué trae abuelo? −dijo la menor.

−Traigo pescado −contestó.

−¡Abuelo, dénos uno!

−¡Ay! −dijo la otra−. ¿Por qué está pidiendo? ¡No es fami-liar nuestro! ¡Ni conocido! ¡Él lleva su propia pesca!

La menor no la quiso escuchar. La otra la tiraba de la mano. El pescado estaba sucio pero la menor lo recogía igual.

−¡No! −decía la mayor−. ¡Ni siquiera lo conocemos!

Pero no le valía de nada. La hermanita manoseaba el pescado.

−¿Nietas, dónde van a dormir? −preguntó el viejo a las muchachas.

−Vamos a dormir por ahí. En las cercanías de Kumalibo2, para arriba3.

Iban caminando por la selva con la sartada de pescado hacia el cerro. Llegó la noche, estaba oscuro.

−Vamos a dormir aquí, ya es tarde

Guindaron sus chinchorros. Se pusieron a asar el pesca-do. El pescado se reventaba. Que se reviente el pescado es mala seña.

−¿Será que ése nos va a comer?

−¡No! −dijo la hermana menor, la que estaba en su prime-ra menstruación. Y se puso a comer. La menstruada se

puso a comer. De noche oscuro se acostaron a dormir.

Viene llegando Munuanü:

−¡Maaaaa ko ko!

−¡Ay! −despertó la mayor−. ¡Venga rápido que puede ser Munuanü que viene hacia acá!

La otra no la oía. La pellizcaba pero no sentía nada. La mordía, pero nada. Cerca estaba Munuanü cantando:

−¡Maaaaa ko ko!

−¡Oiga! −decía la mayor pellizcándola−. ¡Ya viene cerqui-ta!

Venía cantando “¡Makoko!” Lo acompañaba su mujer. Otra vez:

−¡Maaaaa ko ko!

−¡Ay! ¡Levántese rápido! ¡Mire!

La pellizcaba pero no reaccionaba, sólo movía la cabe-za. Estaba ya cerquita Munuanü, en la orillita de la selva donde estaban ellas. La otra arrancó su chinchorro y se fue. La menstruada cayó en manos de Munuanü y él la forzó a las malas. Mientras Munuanü la estaba violando, ella llamaba lastimeramente:

−¡Hermanaaaa, vuelva! ¡Me va a comer!

Pero la hermana ya estaba lejos. Luego la menor se con-virtió en nido de termitas. Quedó con las piernas abier-tas. Así cuenta la historia.

Relato de Mariela Pérez, Kotsipa, año 1972

1. En dirección a occidente.

2. Kumalibo: kumali (cumare), bo (casa), es decir, casa de cumare. Cuma-ribo es el nombre en español de la cabecera urbana y del municipio más grande, en la mitad sur del departamento del Vichada.

3. En dirección a occidente.

116 Entre Cantos y LLantos

DALADALA Y LAS DOS HERmANAS

Dos hermanas vivían con el mismo hombre. Un día él las regañó y las echó. Se largaron. Iban andando por el camino cuando se encontra-

ron con un viejo que no levantaba la cara. Estaba bar-basqueando. La mayor le dijo a la más joven:

−¡No lo vaya a mirar! ¡Pase sin mirarlo que es un espan-to!

Ella no le hizo caso y volvió la cabeza para mirarle la cara.

−¡No, no mire! ¡Fisgona! ¡No guarda la mirada, sino que mira así no más a cualquiera!

Él estaba barbasqueando y aunque estaba agachado y no levantaba la cara, las estaba mirando. La menor volvió la cabeza para verlo:

−¡Abuelito! ¿Está barbasqueando?

−¡Sí, nieta, estoy barbasqueando!

Al rato de haberlo pasado se les desapareció el camino, no tenían por dónde seguir, ahí les oscureció. En ese momento se encontraron con un Kawiri que era del momowi Xo, momowi del Tabaco. Ellos no son caní-bales. Ahí había un camino bueno, anchísimo, grande y limpio. El Kawiri les advirtió:

−Si Ustedes pisan este camino las coge Daladala. En el mismo instante en que crucen este camino se les vie-ne Daladala porque es su camino, el que pasa por ahí cae en sus manos.

Ellas no hicieron caso. Cruzaron el camino y quedaron ahí inmóviles. En ese momento llegó Daladala corrien-do:

¡Dala dala dala dala dala! hacía al correr.

−Si cruzan será su perdición, −les había dicho el Kawiri−, Daladala las va a comer.

Pero no lo escucharon. El camino era muy bonito y limpio. Cuando cruzaron se quedaron como estatuas, inmóviles ahí paradas.

−¡Dala dala dala dala dala!

Llegó Daladala y les dijo:

−¡Vengan nietas, que las necesito!

Se las llevó a su casa por ese mismo camino.

La esposa de Daladala era una persona normal, una mujer del momowi de la Guavina. Les dijo a las dos jóvenes:

−¡Ustedes llegaron aquí, pues bienvenidas! Pero tie-nen que darse cuenta de que este es un espanto de la selva y come gente. A pesar de que yo vivo aquí y soy la esposa de él, yo nunca duermo. Tan pronto como me da sueño cambio de tarea.

Les aconsejó que no durmieran.

−¡Por encima de todo no se duerman! Si se duermen, él las come. Cuando me da sueño yo me pongo a tra-bajar. A pesar de que soy su mujer, él todavía no me ha comido porque nunca he dormido.

La mayor estaba de acuerdo con lo que decía la seño-ra y le hizo caso a las recomendaciones. A la menor le estaba dando sueño porque Daladala ya la tenía en su poder, le daba mucho sueño, la mayor la desper-taba pero acabó venciéndola el sueño. Apenas cerró los ojos llegó Daladala y le cortó la cabeza. La mayor se levantó de un salto. La menor quedó muerta.

Entre Cantos y LLantos 117

−¿Ve lo que les dije, nieta? ¡El abuelito es muy malo! ¡Él es así! ¡La otra ya está muerta y ahora se la va a comer!

La viejita le aconsejó que engañara al espanto. La mandó a buscar agua, para que aprovechara y se es-capara.

−¡Él es malo! ¡De pronto se la come a usted también! ¡Vulevase a su tierra!

La mayor echó en una totuma la cabeza de la herma-na. Mientras Daladala estaba atareado con su comida, ella escapó. Daladala dijo:

−¿Pero dónde está la otra?

Se dio cuenta de que la otra se había escapado y arrancó a correr:

−¡Dala dala dala dala dala!

Ya venía Daladala alcanzando a la fugitiva. Ella no aguantaba la carrera. Había un caño ahí, ella trepó a un árbol de la orilla y se escondió encima de una rama que colgaba sobre el agua. Como él se mante-nía agachado y no levantaba la cara, vio únicamente el reflejo de la muchacha en el agua.

−¡Ah, ahí está! −le dijo−. Ahora sí va a ser mi comida, está muy gordita.

Él vio el reflejo y le pareció que era ella. Se tiró al agua, buscaba por todos lados pero no sacaba más que pescados, de todos los pescados sacaba, los iba amontonando afuera en la orilla. Pero cuando se de-tenía un momento seguía viéndola en el mismo sitio. Decía:

−¡Pues está ahí!

Y se tiraba otra vez al agua. Sacó al fin mucho pesca-do. Ya tenía mucho amontonado. Dijo:

−Ahora me voy con este pescado. ¡Usted quédese ahí! ¡No se me vaya a ir! ¡Estése quieta mientras yo le llevo este pescado a mi mujer!

Le llevó el pescado a su mujer. Ella aprovechó la opor-tunidad para escapar.

Después de una buena carrera llegó a un pueblo grande de los Kawiri. Ya iba a paso, caminando. En otro barrio más lejos vivían los Kawiri antropófagos. En esta parte estaban las casas de los Kawiri que no comían gente, los del momowi Xo. Había un mucha-cho Kawiri de los Xo tejiendo un cernidor, estaba en

118 Entre Cantos y LLantos

la casa solo, era soltero. Ella se asomó a la puerta. Él vio la sombra junto y volteó a mirar. Ella estaba aso-mada, sonriendo.

−¿Qué anda buscando?

−Me escapé porque a mi hermana se la comió un es-panto. Daladala se comió a mi hermanita.

Ella llevaba la cabeza de su hermana en la totuma. Él le dijo que Daladala sí era malo, que sí comía gente.

−¡Ahora no falla, él llega aquí buscándola!

Los familiares de ese muchacho estaban unos en el conuco y otros de cacería. Al rato llegaron y él les contó que había llegado una mujer a la que un es-panto se le había comido la hermanita. Los familiares le dijeron a la joven:

−Lo vamos a engañar. Le vamos a decir que nosotros nos la comimos a usted.

Entonces prepararon unos envueltos como los que nosotros hacemos de maíz, pero de pulpa de calaba-za. Ya venía:

−¡Dala dala dala dala dala! ¿Dónde está mi nieta? Por aquí llegó, por ahí vi el rastro.

−¡Ah, ya nos la comimos hace rato! Nosotros también comemos gente. Mire, ahí está lo que queda de los intestinos, del hígado y el corazón. Si quiere comer, coma, ahí está la vulva también.

Él se arrimó y se lo comió todo. Le gustó, porque pen-saba que era verdad. Al rato tuvo una sensación de agrio.

−¡No! ¡Esto no era carne de ella, ustedes me dieron otra cosa y me están envenenando!

Ahí mismo vomitó y salió corriendo para su casa.

La muchacha se juntó con el joven, estuvo un tiempo viviendo con él. Un día le dijo él:

−Su familia la habrá estado añorando mucho, su mamá se la pasa llorando por usted en el conuco. Us-ted no ha visitado a su familia. Su mamá, cuando está limpiando el conuco se pasa el día llorando.

Ella dijo:

−Sí.

−Yo la llevo −dijo él−, pero a mí me da vergüen-za mostrarme. Yo la voy a dejar en el conuco de su mamá para que ella la encuentre.

Así hicieron. La viejita fue a trabajar al conuco y esta-ba llorando. Apareció ella:

−¡Mamá!

−¿Cómo está? ¿De dónde viene, que hasta ahora apa-rece? ¿Por dónde andaba?

Ella le contó que un espanto llamado Daladala se le había comido a la hermana. Seguía cargando la ca-beza. Volvió a su casa y contó la historia.

Relato de Juan Bautista Nariño, Wayanaebo, año 1982

Entre Cantos y LLantos 119

4

Rezos y Conjuros

120 Entre Cantos y LLantos

“La palpitación que cesa en la mano se queda dentro de uno.

La fuerza de la palpitación lo penetra a uno.

En ese momento uno está recibiendo la buena suerte para enamorar.”

Entre Cantos y LLantos 121

COmENTARIOS A LA ORACIÓN DE LA CACERÍA

Yo aprendí de mi padre porque ponía atención cuando él rezaba. Así escuchaba yo. Cuando mi padre murió, mi familia quedó con la necesidad

de tener a alguien que les permitiera no comer sin re-zos. Si comemos sin el rezo, enfermamos. Los chama-nes con esa oración hacen que todo siga en orden. Yo pienso: “Si yo no hubiera sabido la oración, nosotros nos hubiéramos muerto.”

Y si mi padre no la hubiera sabido, no la hubiera apren-dido yo. Claro que el padre de mi padre no la sabía. Yo creo que mi padre la escuchó por ahí. Y es que a los que llamamos para rezar el pescado a veces se les paga carito. Eso debió pensar mi padre. Entonces puso atención y la aprendió. No todas las personas saben eso. Mi padre cuando murió estaba ya en una edad como yo ahora.

En esa época no había blancos todavía. Nuestra fami-lia no tenía remedios. Pero por ejemplo con la Oración de la Culebra, cuando alguien era mordido, se rezaba y se alentaba. Yo pensé: “Esta oración es buena para rezarles el pescado y la cacería a los niños chiquitos.”

Es la misma oración que se usa para las muchachas que tienen la primera menstruación, para que puedan comer, la Oración de la Cacería. Es diferente de la Ora-ción de la Hierba Paila, que consiste en rezar el agua. Es distinta. La Oración de la Cacería es una sola oración, aunque larga.

Las mujeres que dan a luz, si comen sin rezar la cace-ría se enferman y nunca se recuperan del parto. El mal del pescado crudo y de la carne cruda es la enferme-dad. Se dice de los animales que se comen, que son

crudos cuando no están rezados. A las mujeres les dan escalofríos, enflaquecen poco a poco. Cuando ya está flaquita, que le quedan los meros huesos, se muere la mujer.

Por eso a nosotros nos dieron esta oración, por volun-tad de Dios. Para rezar el pescado y la carne de cace-ría.

A las niñas que menstrúan por primera vez también se les reza la hierba paila, para guardarlas de los ainawi.

Se distinguen los ainawi de los yaje. Yaje se les dice a los espíritus de los árboles. Los ainawi son los es-píritus de los pescados y de los animales de cacería. Yaje son como los espíritus de las selvas de árboles grandes. Ainawi no son de árboles, son de las aves, de los pescados, de los animales de pelo de la sel-va. A los de los árboles grandes se les dice yaje. Los ainawi no tienen nombres específicos como los yaje, que se llaman Munuanü, etc. A todos, de pescados, de aves, de animales de pelo, se les dice ainawi. A los de los árboles se les dan nombres diferentes, porque hay varias clases, como hay hombre blanco, hombre Sikuani, hombre Sáliba. Así son los de los árboles.

Los ainawi son todos maléficos, mientras que los yaje no. Hay uno bueno, el único: Banajuli.

Los ainawi le chupan la sangre a uno durante los sueños. Si se trata de un hombre que come pescado no rezado, soñará con una muchacha como cuando esta cortejando a la novia, abrazándola. Así sueña y en sueños tiene relaciones sexuales con la muchacha. En esta forma el ainawi le va chupando la sangre.

122 Entre Cantos y LLantos

Al ocurrir eso la fuerza del ser vivo se va entregando al ainawi. Esa fuerza con que se mantiene la persona se la van quitando los ainawi cuando se come pesca-do no rezado.

Lo mismo ocurre con los niños chiquitos. Sienten en sueños que la mamá les está dando del pecho y en realidad es un ainawi que se les está llevando la vida.

Y si es mujer, ella sueña como si estuviera con un ainawi varón, pero siempre son blancos los que apa-recen de esa manera en sueños. La mujer india se sueña con un joven blanco apuesto, que pasea en carro, todo eso. Hacen el amor, y así él le va quitando la vida hasta que ella muere. Ella va enflaqueciendo por la noche.

Todas las noches a los niños chiquitos, para que no los cojan los ainawi, se les reza una oración protecto-ra. Una oración especial para los niños, diferente de las demás. Los rezan.

Los pescados deben ser rezados para que a la perso-na no se la lleve el ainawi de los pescados. Las aves para que no se hinchen. Eso es lo que ocurre si no se rezan las aves antes de comer. Pueden aparecer forúnculos en el cuerpo. Las aves producen esa en-fermedad.

Otros animales como lapa, picure, venado, danta, hay que rezarlos para que no nos salgan unas llagas como granos que van carcomiendo la carne.

Todos los animales va nombrando la Oración de la Cacería. Es la costumbre de nosotros para remedio.

Las costumbres de nosotros son buenas. Antes, cuan-do por aquí no habían aparecido los blancos y no ha-bía medicamentos, al que le mordía una culebra se le aplicaba la Oración de la Culebra. Se alentaba, no

se moría. Cuando no había oración, se morían de la mordida.

La raya, para cuando uno va a pescar y lo pica, tam-bién tiene su propia oración. Se reza y el dolor des-aparece.

No todos saben eso. Son unos pocos, contados, los que saben.

La Oración de la Araña, la Oración del Alacrán, la Ora-ción de la Hormiga Venenosa Yanave, la Oración del Camaleón, que pica con la cola, la Oración para el Es-píritu del Muerto, la Oración de los yaje, que duermen en la selva. Para eso también hay oración. Cuando lo asustan a uno, se echa el rezo y así se ahuyentan.

−¡Boooooo! −gritan después de la oración.

Y los yaje se van lejos. Cada yaje tiene su oración dis-tinta.

Creo que Kuliwakua también, pero esa no la sé. Para la buena suerte en la pesca también. Si usted va a salir a pescar, para que fleche buen pescado hay una oración para el agua.

Para los animales terrestres de la selva, oración distin-ta también. Mientras rezan fuman el cigarro y soplan el humo, fuman y van llamando al picure, ahí llega el picure, o el venado, y así lo matan. Eso es rápido, no necesitan andar de cacería todo el día. Los que no saben esa oración caminan toda la selva y no consi-guen nada. Todo el día dando vueltas.

Hay una oración para las mujeres, para que nos quie-ran. Y para los que van a luchar: Oración para la Lucha. Dicen que cuando los que van a pelear contra uno son muchos, uno se reza el antebrazo, y así les gana a todos. Puede estar uno cerquita, no consiguen tocar-lo, no le ganan. También para la escopeta, para que

Entre Cantos y LLantos 123

no dispare la escopeta. Rezan y rezan y entonces el enemigo más bravo va a dispararle a uno para matar-lo, pero el tiro no revienta, no suena.

−¡Se dañó la escopeta!

Y así queda dañada para siempre. Para el arco tam-bién existe una oración especial. Para cuando hay problemas entre la misma gente. “¡Tai!” es el ruido del arco que se quiebra. Se parte el arco, o revienta la cuerda, o se quiebra la flecha con esa oración. No se flecha nada. Entonces uno escapa y se salva.

Distinta es la Oración del Yopo. Lo rezan y al sorber resulta más sabroso. El yopo sin rezar no les gusta. Lo soplan y lo cantan. Esto hacen los que se enyopan mucho. Son los mismos que mascan capi.

Y la Oración del Ají. Para que no haga daño y no due-la aquí en el pecho. A los que no rezan el ají les duele el pecho, aquí adentro. Con poquito ají ya duele. La primera menstruación tiene su oración particular. La hierba paila también. Se recoge esa hierbita de la sa-bana, se machaca en agua y se reza esa agua.

Los que salen a trabajar a las conucos por la mañana se rezan nombrando todos los pájaros que vuelan. Para que no les dé pereza.

También hay oración para que no le pase nada a uno, por ejemplo para que la culebra no lo muerda. Con esa oración se soplan las pantorrillas, las piernas, y así nada sucede. Uno pasa por encima de la culebra y ella sigue dormida.

Para la cortadura también, y con eso se detiene la he-morragia. Rezan y rezan y deja de sangrar. Y para que se cierre la herida, se reza otra oración. A los tres o cuatro días queda sana la parte afectada.

Rezar las aves y los animales de la selva está incluido

en la oración a los recién nacidos o a las menstruan-tes primerizas, porque todos los animales que se co-men se rezan cuando se reza la Oración de la Cacería. Con una sola oración se reza todo.

Eso no quiere decir que no haya también oraciones para algunos animales, como por ejemplo el chirlo-virlo, u otro pájaro, pues un animal se reza individual-mente en el momento de comérselo.

El lenguaje de la Oración de la Cacería es un poco particular.

Itsaruawa es la Abuela de los Pescados. Por eso a todo lo largo de la oración se nombra Itsaruaya o Itsaruawa.

Nombran el camarón al principio, pero lo llaman akorososoname. Cuando la palabra común es akorososoto. Unos empiezan a rezar desde ese pe-cecito pequeñito, desde el camarón. Otros empiezan por el pez lápiz. Así es.

¿Por qué será que se empieza con el camarón para rezar el pescado? Porque de los pescados es el que apareció primero. Es el más grave, el más peligroso, el más potente, el principio de los pescados.

El camarón y el pez lápiz también se mentan en la historia de Kuwai, cuando dicen que la gaviota bajó con harina de pescado. El hombre cogió eso y lo es-condió, y Kuwai se lo quitó. De esa harina echó en un poquito de agua. El camarón, el pez lápiz y las sardinitas pequeñas salieron ahí al tiempo. Cuentan que así aparecieron los primeros pescados, por eso se empieza nombrando esos dos pececitos.

De ahí viene también lo del cernidor de la gaviota, siruni. El cernidor comprende todas las clases de pes-cados. El que reza lo nombra para que no se le esca-

124 Entre Cantos y LLantos

pe ninguna especie de pez. Los chamanes dicen que la gaviota tiene un cernidor poderoso para robar to-dos los pescados de una laguna. Cuando al que reza se le olvida una clase de pescado, menciona el siruni. Cuando se equivoca, nombra el siruni. Alguien que no sepa rezar bien la Oración de la Cacería, que no conozca todas las especies que viven en este mun-do, va nombrando constantemente el Cernidor de la Gaviota. Como éste reúne toda clase de pescados, el que reza está seguro de no le falta ninguna.

Piteketeke kelenani

evoca el olor, para que el olor del pescado crudo y grasoso no penetre en uno cuando come, sino que uno se sienta bien. El olor del pescado crudo es malo. Para que el olor grasoso no penetre en la persona di-cen piteketeke, como decir grasa. A los pescados gra-sosos se les dice piteketeke. En esta palabra está pi, que habla de la pinta del pescado, y acorta la palabra pitane, pinta. Para no decir pitane, se dice sólo pi. De una vez pi...teketeke. Iteketeke es el olor a grasa de pescado. Kelenani es la pinta de la raya.

Luego viene petuxutünü, que también es olor a pes-cado, pero puede ser crudo o asado.

Pepini es la baba. Cuando uno está arreglando el pescado nota esa baba. Cada pescado tiene su baba diferente. Es la babita que va por encima de la piel del pescado, lleva la malignidad del pescado.

El ojo del pescado: pitui.

Piwalamaya: cuando uno come sin rezar la punta, walama en palabra corriente, le dan puntadas en el cuerpo, hasta enfermarlo a uno. Piwalama, kelenani y kelenamitsa es lo mismo.

Pexoniya: el pescado también tiene lombrices, tiene

de varias especies, como quistes, pero son lombrices. Por eso la oración también nombra pixone, es decir lombriz. Los pescados que andan en el agua también tienen sus lombrices.

Pikeleweya es la sangre del pescado. La pintura para pintar la cara de rojo es kerewilu o kerawiru. En la ora-ción se habla de pikalawiya, casi lo mismo, por el co-lor de la sangre del pescado. Por eso dice pikalewilu, porque la pintura de la cara es kelewilu. Kerawiri es la palabra normal. En la oración: pikalewiya. Será en la lengua de nuestros antepasados... Lo único que sé es que significa sangre. Para que a la persona le haga provecho lo que come, diciendo pekaliwiya, de pescado, ave o animal de pelo. Para que no se sienta como indigesta, como cuando uno come revuelto1, sin orden ni principios. Al decir pisiliwiya se le quita ese mal para que lo que come le haga provecho.

Pifukuya: quitando un mal diferente. Casi lo mismo de no sentirse indigesto, pero por causa de aires en el estómago, para que no le quede hinchado el estó-mago al comer. A veces uno come algo que le gusta, que tiene muy buen sabor, como cuando uno come carne con gusto, pero al comer queda con aire en el estómago. Si uno no menciona esa palabra, la perso-na se siente aventada.

Pitsalipu es para evitar daños en la cara. Que no sal-gan lunares o granos, pero en la cara.

Pire wajawiria

o sea, coja nuestra familia. Se trata de que con la es-pecie de pescado que se está rezando se abarque a toda la gente de nuestra familia. Ni nosotros somos una sola familia, ni los pescados son una sola especie. Con esas palabras se abarca todo: familia de gente, especie de pescado.

Entre Cantos y LLantos 125

Bakatsolowa es otra Abuela de los Pescados. Es diferente de Itsaruawa. El camarón y el pez lápiz son los antepasados de los pescados, los que aparecieron primero, todos los demás derivan de ellos. Al camarón se le considera el ainawi por excelencia, el Ainawi Mayor y tiene más poder que el pez lápiz. Decir Itsaruawa es como nombrar a esos dos pescados. Mientras que cuando se nombra a Bakatsolowa se evoca a la muchacha que durante su primera menstruación fue raptada por los pescados, llevada al mundo del agua y bautizada por ellos con ese nombre. Es un ser humano. Entonces Itsaruawa para pez y Bakatsolowa para humano. La evocación de una especie empieza por Itsaruawa y termina con Bakatsolowa. En la Oración, con Itsaruawa se abarca a toda la descendencia del camarón. Y nombrar un pez particular es también nombrar al camarón, porque este es el principio de los pescados. ¡No rezamos no más por rezar!

Ahí inicia otra especie. Tsoubo, o tsauliname, pero se le dice más bien tsoubo, al pavón. Tsaubo en otra lengua. En sikuani bowitsanü. Hubiera podido decir

Pire Itsaruaya bowitsaname

pero dice

Pira Itsaruaya tsouboname

pues así va la Oración. La primera palabra del verso es como decir: ¡Coja!

Pituibüya, el ojo.

Pekariwiya, la sangre.

Pifukuaya, para que no se hinche la persona.

Piuliya, para que no se sienta indigesta.

Piruliya, para que le haga provecho.

Petsalibu, para que no le salgan manchas negras en la cara.

Bakatsolowa sebaname

La palabra corriente es seba, asar. El pavón ya estaba asado cuando avisó para que raptaran a la muchacha que llamaron Bakatsolowa. Seguramente con la Ora-ción acaban de asarle el ojo. Se acaba de quitar el mal que puede producir ese pavón.

La raya concluye la lista de los pescados, porque en-tre ellos es el que tiene más poder maléfico. Ese po-der lo utilizan los chamanes. Se nombran diferentes clases de rayas, en los versos siguientes:

Pira Itsaruawa tulupuruaname

Pira Itsaruawa kaliruaname

Pira Itsaruawa tsawiruaname

Pira Itsaruawa taliruaname

La Oración quita el mal. Para que no haga daño al co-mer. Va atajando el mal.

Piawisikai. Entramos ahora en los animales de pluma o pelo. Estos animales si se comen sin rezar producen tos. La tos es consecuencia de no haber mandado re-zar los animales como zaíno, danta, picure, lapa. No es tos natural sino una tos que llaman tuberculosis, de animal de pelo o pluma.

Pire Itsaruaya tsauliname

La primera especie del grupo de las aves es tsowito. Tsauliname en la otra lengua. Nosotros decimos tso-bo. Tsauli dice ahí, pájaro chicuaco.

Para las aves se empieza a rezar por tsauli. Para los

1. Comer revuelto es mezclar en la comida animales de agua con anima-les de pelo.

126 Entre Cantos y LLantos

animales que vuelan el primero que apareció es el chicuaco, por eso se menciona tsauli. Para ellos es el Mayor, el primero. Tsobo en palabra corriente, y en la oración tsauli. Las primeras especies de cada serie también se comen. Aunque el chicuaco únicamente lo comen los adultos, porque a los niños les da infec-ciones.

Puros ainawi. Muy malos en cuestión de ainawi, los más peligrosos porque aparecieron primero y se em-pieza por ellos.

Para los pájaros es tsauli, o sea el chicuaco. El que está por ahí en la orilla de la laguna cuando chapalean los pescados. Cuando los pescados hacen ese ruido, el chicuaco baja de su árbol a comérselos. El primero que se nombra cuando se pasa a rezar las aves es el chicuaco, porque es la mayor de las aves.

Pituiya, para que al comer carne de pájaro, no salgan forúnculos.

Petunaliya, como un orzuelo pero grande, como tu-mor, que sale en el cuerpo. Túnali se llama. Otros di-cen furato. Trae un ojito donde se forma el pus. En la Oración, petunaliya, para que no salga en el cuerpo.

Pikaleweya, para que la persona no se sienta mal des-pués de haber comido.

Pewisikai, para que no produzca tos.

Pire wajawiria tsumairi

y luego ya viene

Bakatsulowa sebaina

Sebaina equivale a seba, asar, quemar.

Las aves terminan por

Pira Itsaruawa tsaliru

que es el matraco pequeño, la más antigua de las aves.

No está únicamente en el río y en la laguna como el matraco grande, sino que también se encuentra en los caños.

De los animales del bosque, los de cuatro patas, el primero es el ratoncito panaüto. A pesar de que es pequeño, no es el cachorrito de los grandes. Es el Abuelo. El que reza sabe por qué nombra primero al panaüto. El es el más antiguo, el que primero apare-ció de los animales de cuatro patas. Matatsünü pijiwi decimos nosotros a los animales de la selva. Significa animales de tierra. Panaüto vale para animales pe-queños y grandes. Venado, danta, todos esos. Es el Ainawi Mayor de ese grupo de animales. Yo sé, cuan-do rezo, por qué lo nombro primero.

Pietekeremiya. Tekere es la palabra común. Sale en el cuerpo una especie de granos que se van agran-dando, van carcomiendo la carne. En español lo lla-mamos lora o marrana. La diferencia es que con la marrana sale una llaga aquí, luego otra allí, luego otra más allá, hasta que se cubre todo el cuerpo. La lora es lo mismo, pero una sola herida que se va agrandan-do. Esto pasa cuando se come animal de la selva sin rezar. Para evitar esas llagas se nombran los animales en la Oración.

Piarawaliya es la clase de los animales que viven en madriguera o cueva, como lapa o picure. Piarawali. Son el armadillo, el lagarto. El picure en realidad no, porque se mete en el hueco por una emergencia, pero no tiene madriguera propia para vivir. Los ani-males de madriguera tienen arco iris.

Peumapi nombra la lombriz propia de cada animal. En piapoco se dice mapi.

Los animales de la selva terminan por

Pira Itsaruawa yewiname

es decir con la nutria.

Entre Cantos y LLantos 127

La conclusión general de la Oración es

Pira Ainawiya kakuliname

O sea que nombra la trampa para pescado. Con eso se amarra, encierra todo lo evocado.

Una mujer del agua se quiere robar a un hombre del que está enamorada. Lo consigue por su fuerza mental. El hombre ya no piensa más que en la mujer, como si la conociera desde mucho tiempo atrás. Ella con su fuerza mental lo domina y se lo va llevando. El únicamente anhela oír la voz de ella. Cuando ella se presenta a hablarle, a él le parece una mujer her-mosa. Acepta lo que le dice. Si lo invita, no se niega. Entonces ella se lo lleva echándole humo de tabaco en los ojos, en los oídos, en la boca y en la nariz. Le sopla humo de tabaco en todo el cuerpo y le hace fumar tabaco. A partir de ese instante el agua se le aparece como una neblina.

Si se trata de robarse a una mujer, lo mismo. Se pre-senta un muchacho o un hombre conocido, por ejemplo el novio. Y hace lo mismo a la mujer, le ahu-ma los oídos y la nariz con el tabaco. Entonces el agua le parece neblina. Ya no nada sino que va caminando. Se la lleva y la esconde. Ella también se convierte en ainawi.

Los yaje, los espíritus de la selva, hacen lo mismo. Se llevan a la gente también, pero los chupan y los ma-tan. Ellos también se llevan a la gente, pero es para matarla, chuparla y devorarla.

Los ainawi actúan cuando no se reza el pescado. La persona va enflaqueciendo y tose. La persona que coge el mal del pescado no rezado, o sea el mal del pescado crudo, contrae una enfermedad llamada jawapa. Tose y enflaquece cada día más.

La persona, en sueños, se ve andando en un pueblo.

Son unos sueños donde uno cree que está despier-to, pero en realidad está durmiendo. En sueños se ve como si no estuviera enfermo, como si estuviera bien de salud. Así se ve en sueños. Que lo pasean en carro, que tiene amores con gente blanca. Si sueña frecuentemente que tiene relaciones sexuales, es que se le están llevando su fuerza vital. Enflaquece más y se pone grave cuando ya sueña con frecuencia esas cosas.

En el caso del hombre, sueña con muchachas hermo-sas, sobre todo blancas. Ya se ve viviendo con ellas. Ya se le van llevando su energía.

Cuando una persona poseída por los ainawi muere, pasa a vivir con ellos, y su alma se vuelve ainawi tam-bién.

Al niño chiquito le sucede lo mismo. Si esa enferme-dad afecta a un niño, ve en sueños cómo la mamá le da el pecho. Tal como va respirando y mamando el niño en sueños se le van llevando la fuerza. Cuando se muere pasa a ser un niño ainawi.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983Comentarios de Andrés Bonilla,

Wayanaebo, año 1983

128 Entre Cantos y LLantos

LA muERTE

¡Espere, Manuel! Yo voy a contar primero. Si me ol-vido alguna cosita, usted completa.

Eso es así cuando muere alguien. Se recoge algo íntimo del finado. Puede ser un pedacito del casabe que comió, o los excrementos, la saliva, una mecha de pelo. Eso recogen.

Al doliente ya lo había soplado y rezado el chamán. Eso no resultó y la persona muere. La familia lo llo-ra. ¿Dónde conseguir una tela para cubrirlo? No hay nada, se deja así desnudo. Cavan el hoyo y lo entie-rran desnudo.

Suerben yopo y le dicen, a gritos:

−¡Ya se murió! ¡No vaya a hacer mala seña! ¡Ya está tiesito! ¡Le tenían odio a usted! ¡Seguro alguien lo odiaba! ¡Yo no lo maté! Seguramente los chamanes lo mataron. ¡Del chamán que lo mató vénguese us-ted mismo! Cuando le cortemos algo de usted, en-tonces podrá vengarse.

Dicen así. Lo lloran, lo lloran. Lo dejan ahí. Lo acues-tan sobre una estera y le cortan una falange del dedo índice. Lo cortan por aquí, por la coyuntura del dedo. Llevan eso a una persona que matará para vengar al difunto.

Yo no he visto eso pero me lo han contado. Se pren-de fuego y se coloca encima una olla donde ponen a derretir terrones de resina mara, raspándolos. El de-dito del finado lo echan en la olla. Los chamanes que van a hacer el trabajo de llamar al espíritu del asesino están ahí, listos con las maracas. ¿Cómo dice la ora-ción? Eso no lo recuerdo por el momento.

El mara se encuentra en estado natural pero no en minas sino como encontrar uno una piedra. Existen varias clases. Una se llama mara de yaje. Esto lo cono-cen únicamente los viejos chamanes.

Supongamos que mi padre tiene ese conocimiento, para qué se usa el mara y en qué momento. Cuando él ya se encuentra muy anciano me transmite ese co-nocimiento, me invita a seguirlo a alguna parte:

−Mire, hijo. Esto sirve para eso y para eso. Porque si yo me muero, usted ya se siente hombre y tiene eso para defenderse y para vengarse.

Entonces me enseña la oración. Tradicionalmente se transmite de padre a hijo. También puede pasar de un chamán a otro, sin que sean parientes, pero en-tonces hay que pagar por la enseñanza.

Rezan eso y comienzan a sonar las maracas. Uno de ellos está con un talismán grande. También lleva ma-raca. De la misma forma en que uno se ve el rostro en el espejo ven ellos el espíritu del asesino en el mo-mento en que se hace presente. Le dan un golpe en la cabeza y lo apuñalan con el talismán. Tumban la imagen del espíritu del asesino. La imagen del ase-sino que va a morir, está ya muerta ahí. El asesino en ese instante siente que le cae el mal.

−¡Ay, hombre! ¿Será eso? ¿Por qué hice esa brujería? ¡Ya estoy pagando el mal, porque yo lo maté!

Así confiesa y brinca. Desde el momento en que brin-ca comienza a orinar. Orina, orina, orina, y coge por la fuerza a la mujer y copula con ella.

Entre Cantos y LLantos 129

Luego trepa por el techo de la casa, trepa con rapi-dez, se suelta y se mata al caer. Se raja el espinazo.

Uno murió ya y el otro muere también. Así se cobra la muerte. Hace tiempo había viejos especializados en ayudar a tomar venganza. En esta forma nos ayuda-mos nosotros.

Cuando una persona muere cavan el hoyo. Al tenerlo bien hondo sacan tierra de un ladito, cavan un nicho a lo largo de una de las paredes del hoyo, tejen una estera de palma de araco y la extienden en el fon-do del nicho. Encima colocan el muerto, boca arriba, que quede holgado, no apretado. Lo dejan desnudo, pues no hay con qué arroparlo. Tapan el nicho con varas de palma de araco. Es como una cerca que va cubriendo el nicho lateral. Encima colocan hojas de platanillo, de forma que la tierra no toque al muerto. Terminan de tapar el hoyo.

Se entierra el muerto con los pies hacia oriente, de manera que la cara mira en esa misma dirección.

Después de eso no pueden comer armadillo, porque si lo comen el animal va y saca el costillar del muer-to. No se miran al espejo, ni comen raya, porque baja Kuliwakua a sacar el muerto y devorarlo. Hay que ha-cer todo eso para que Kuliwakua no dañe la tumba. Ni usar espejos, ni comer armadillo, ni comer venado, para que Kuliwakua no lo cornee con su asta, y para que no escarbe la tumba el armadillo costillero. Se guarda el luto en esta forma no por mucho tiempo: después de unas dos semanas ya pueden dejar esas prohibiciones y no pasa nada.

Luego de que el difunto haya pasado ahí aproxima-damente un año, cuando entra la siguiente estación de sequía llega el momento de conmemorar la fecha en que murió la persona. Se sacan los restos para re-

cordarla. Llega la ceremonia del desentierro.

No vamos a dejar perder todos los restos del muerto. No, no hay que dejar perder todos los huesos, no. No pienso perder los restos de mi familia.

−Bueno, mujer, ahora usted debe preparar el yaraque. ¡Prepare el yaraque!

Para sacar los restos, los huesos, los huesitos del muerto. Esta historia sigue. Cuando ya se están pre-parando nombran a uno, que debe salir a llevar la noticia, lo llaman Zorro. Los jóvenes están pendien-tes, porque se ponen contentos con la idea de bailar. Cántelo usted, Manuel, que como es hombre, usted sabe. Manuel también hace eso. Él es uno de los que hacían de Zorro.

Las figuras del pájaro ojinegro

Las figuras del pájaro ojinegro

El colibrí logra escapar

La garza paleta

La garza paleta

Al lagarto mato

Lo convirtieron

En garza paleta

Las figuras del pájaro ojinegro

El sapo Baluta escapa, escapa

Mire si le consigue una camisita vieja, porque usted con esos trabajos consigue dinero. Usted va a conse-guir dinero allá con la familia suya.

Ese canto triste es el canto del Zorro. Por la flauta lo llaman Zorro, la flauta lleva también ese nombre y sirve para pitar anunciando la ceremonia.

130 Entre Cantos y LLantos

La flauta llamada zorro está hecha de yarumo, arre-glada con cera de abeja.

Los otros salen al encuentro del Zorro bailando. Bai-lan así. Vamos a imitar para que él vea cómo bailan. ¡Mire! Así van bailando. Así bailan. ¡Bonito eso! Así van bailando. Al Zorro mensajero le dan un poquito de la bebida que están preparando, hasta que se em-borracha. Luego él dice:

−¡Bueno, familia, ya me voy!

Los otros dicen:

−¡Ya se fue el Zorro!

Él sale corriendo. Se va como bravo para su casa. Al otro día viene el Zorro de otra parte. Se oye cantar al Zorro desde lejos.

−¡Aaaah! ¡Ahí viene otro Zorro!

Salen a encontrarlo. Dos muchachas lo esperan en la puerta. Él entra de un salto y las dos muchachas se prenden del sobaco, una a cada lado del Zorro. Lo cogen del brazo.

Cuando se piensa que el yaraque va a estar listo, sa-len los muchachos silbando con la flauta zorro y van en carrera a la casa del yaraque a preguntar si está lis-to. Allá les contestan y ellos regresan a dar la noticia a la gente. Esto no se hace más que en la ceremonia del desentierro, porque si se hace en una fiesta sen-cilla es mala señal.

Los hombres son muy aficionados a salir a dar la noti-cia, por lo de las muchachas, les gusta que les tomen del brazo las muchachas. Como me vio a mí de pare-ja de él, así mismo hacen ellas. También se pintan la cara, la pintura se llama kayali, no es achiote, es otra cosa especial.

Si yo tuviera de ese colorete usted me hubiera visto con la cara pintada. Yo le diría:

−Así es conforme nos adornábamos en esa época. Con esas mismas rayas.

Como no tengo, pues tengo la cara así sin pintar. Cada hombre iba con su pareja. Ellas en ese tiempo vestían faldas de corteza de matapalo. Ahora que me acuerdo le dije a usted que iba a tenerle para hoy unas faldas de matapalo. No tengo. ¡Mañana sí! Para mañana se lo tengo listo, le dije el otro día, pero se me olvidó. ¡Así somos los viejitos! Se me pasó.

¡Pobrecitas! Iban vestidas con faldas de matapalo. Se cosían con una pita grande, las amarraban y así bai-laban. El matapalo era tieso, pero así bailaban, hace tiempo ya.

¿Y dónde iban a conseguir fósforos? Esto no es historia recién de ayer, es historia antiquísima, puede que de cincuenta años atrás. ¿Dónde iban a conseguir peines, y otras cosas? Rayaban la yuca con la raíz de la palma de araco. ¿Y dónde iban a conseguir machete?

Pobrecitos nos criaron. Por eso debemos tenernos miramiento unos a otros. Por eso cuando llega una visita, no se sale así sin ofrecerle nada. Le doy yucuta, cuando sea. Tengo esa consideración con los demás porque yo también soy pobre.

Bueno, ya van a recordar la muerte del familiar. En el tronco hueco están preparando el yaraque. Cuan-do lo tienen listo, sacan los huesos de la tierra, cavan para sacar los huesos. El que saca los huesos, ¿cómo se va a proteger las manos? No es como ustedes que tienen guantes para tocar las cosas así. Nada. Siempre llaman a un viejito para ese trabajo. Llaman a algún Sikuani de por allá por los lados del Tomo1. Nosotros mismos no tocamos los huesos.

Entre Cantos y LLantos 131

Nosotros no tocamos eso, no. Los del Tomo sí. Ellos sí hacen ese trabajo, por eso los llaman.

Saca únicamente los huesos larguitos, pero partidos. Esos huesos, los cortos no. Los huesitos de la punti-ca de los píes, esos se pierden. ¿Por qué se pierden? No sé. Así hacen. Nosotros hubiéramos sacado todos los huesitos. Se sacan los del brazo, antebrazo, pier-na. También el hueso de la cadera, huesos del espi-nazo, huesos de los omoplatos, de la mandíbula, de los ojos. ¡Pobrecito, verdad, el muerto! Al sacar eso la familia lo llora. Le dicen:

−¡Ah! ¡Quedó puro huesito no más!

Y le pasan la mano, no tocan los huesos pero hacen el ademán de acariciarlos y lloran. El difunto está puro hueso. Miran y dicen:

−¡No, pues ahora perdió la pielecita y la carne! ¡Quedó puro huesito!

Lloran ahí. ¿Por qué será que sacan eso? Para llorarlo otra vez. Tejen un catumare, envuelven los huesos en tela de matapalo, ponen el paquete en el catumare y lo dejan ahí quieto en un estante alto de la casa. Las muchachas llevan cintas, madejas de lana y collares de cuentas.

Hace tiempo las cosas no eran tan caras como hoy. Un corte de tela no da para más de cinco yardas. Yar-das eran en ese tiempo. ¡No! ¡Varas eran, no yardas! Varas. Hoy día son yardas. Ahora sí son caros los cor-tes. ¿Por qué será que mi familia es así? Ojalá tuviera yo el almacén, para los pobrecitos. Si yo fuera rica no hubiera puesto los precios tan caros. Los blancos no nos tienen consideración. Cuando vendemos algo nos entregan doscientos, trescientos pesos. Cuando preguntamos por el corte:

−¡No! ¡Ese corte vale quinientos pesos!

−¡Ve! −decimos tristes. ¡Bonito el corte pero ya no nos alcanza!

Y nos regresamos. Muy caro eso.

Llega el momento de la segunda celebración. Los hijos de los antepasados se adornan, se ponen los mejores vestidos. Va llegando la gente a la fiesta. Se ha cumplido un año desde que dejaron los huesos en la casa. Se celebra otra ceremonia para lavar los huesos.

Bajan los huesos del estante donde los habían colo-cado el año anterior. Ahora sí los lavan. Cuando están bien limpios, los dejan secar y los pintan con achiote, o sea de color rojo. Unos fabrican un recipiente ha-ciendo un hueco en un tronquito de madera, otros hacen una tinaja de barro meten ahí los huesos. De-jan eso en la casa por un año más.

Ya cuando se va a hacer la segunda inhumación ba-jan otra vez los huesos. Preparan el yaraque. Esta vez es para enterrarlo definitivamente, ya no van a tener más los huesos a la vista.

¡Mucho gentío! Vienen de lejos. Como si aquí llega-ran de Maniali o de Tseka. Vienen los de la parte de arriba2, y los de otras partes. Tanta gente que no cabe y varios se quedan afuera. Ahí donde están viviendo, en toda la casa, abren el hoyo.

Ahora mire lo que va a pasar. Los que están tomando yaraque ya están borrachos. Pelean entre ellos mien-tras otro está abriendo el hueco. Unos pelean, otros se cogen a mordiscos, ellos no se tienen compasión.

1. El Río Tomo es afluente del Orinoco.

2. De occidente.

132 Entre Cantos y LLantos

El que está abriendo el hueco sigue con su tarea. Ahí está el hueco en toda la casa. Acaban de sacar la tie-rra y queda como de un metro de hondo.

No hacían el entierro lejos de la casa. En el mismo si-tio vivían y enterraban a sus muertos.

Bajan el tronquito o la tinaja con los huesos. Tapan eso echándole brea vegetal, le ponen plumitas, lo entierran para siempre, cubren todo con tierra. Nun-ca más lo vuelven a sacar.

Eso no más. Enterraban en la misma casa en que es-taban viviendo. Si la casa se dañaba, se iban a otra parte. Como esta casa que tiene el techo malito.

Otra costumbre era cambiar de sitio cuando moría al-gún pariente. Al morir alguien buscábamos otro sitio para vivir, nos mudábamos siempre que moría algún familiar o vecino, porque pensamos que el mal que mató esa persona puede seguir causando daños y hacernos enfermar a los que estamos viviendo cerca. Nos cae el mal del que murió. Además nos asusta el espíritu del difunto.

Cuando una persona estaba muy enferma nos íba-mos al monte. No seguíamos viviendo con ella en la casa, sino que la dejábamos sola. Hace tiempo así hacía mi familia. Yo vi eso cuando era pequeña y me trasladaban de un lado a otro. Hoy día no. Aquí murió mi hermano, mi padre también murió y no nos he-mos ido a otra parte.

En esta misma casa murió mi hijo de hemorragia, vo-mitaba sangre. Yo sigo en esta misma casa y no me ha pasado nada. Ya sería un mozo joven ahora. Se me murió vomitando sangre. Yo estaba sola porque mis hijos mayores estaban trabajando por allá, para los blancos. Yo solita con este viejito no más, yo sola llo-raba a mi hijo. A pesar de que murió aquí no me pasa nada, aquí estamos, van arreglando la casa, cambian una varita mala, cuando usted vuelva el otro año me encontrará en esta casa. Así es.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983Comentarios de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

Entre Cantos y LLantos 133

EL COLIBRÍ Y EL AmOR

Esto del colibrí es para tener buena suerte con las mujeres. Y si las mujeres lo usan, entonces tienen suerte con los hombres. Es para que lo

quieran a uno las mujeres. Para que la mirada de ellas vaya hacia uno y se quede en uno. Para tener éxito sin esforzarse.

Si uno es hombre, consigue el corazón de una hem-bra de colibrí. No hay que matar al pájaro en seco, sino que hay que cogerlo medio vivo. Hay que flecharlo para que caiga al suelo con algo de vida. Así todavía vivo se le saca el corazón. Ya en la mano el corazón va parando despacito de palpitar. El corazoncito debe dejar de palpitar en la mano derecha.

Siendo uno hombre se consigue el corazón de la coli-brí. La palpitación que cesa en la mano se queda den-tro de uno, la fuerza de la palpitación lo penetra a uno. Ese es el momento en que uno está recibiendo la buena suerte para enamorar.

Se asa a medias el corazón y se deja secar durante unos días al sol. Una vez que deja de oler se desgaja el corazón con la mano hasta que se convierte en polvo. Luego se roba de alguien que tenga seda verde una tirita de esta seda, de la tira se hace un taleguito en forma de corazón, el polvo del corazón de la colibrí se echa en ese talego y se carga en el costado izquier-do sobre el corazón, debajo de la camisa. Si uno lo deja ahí tendrá buena suerte con las mujeres.

Si uno es mujer, hace lo mismo pero con un corazón de colibrí macho. Al hacer eso la mujer tiene buena suerte con los hombres.

Del pájaro carpintero, las plumas de la cola tienen efectos medicinales: aumentan la potencia sexual del hombre. Para aumentar el deseo se le da la cola al hombre y los sesos a la mujer.

Relato de Hernando Sánchez, Wayanaebo, año 1983

134 Entre Cantos y LLantos

Entre Cantos y LLantos 135

5

Los animalesenseñan

136 Entre Cantos y LLantos

“Desde entonces los tigres le temen al oso palmero.

Ni lo comen, ni lo atacan.”

Entre Cantos y LLantos 137

OSO PALmERO Y TIgRE

Oso Palmero y Tigre son cuñados. Dijo Oso Palmero a Tigre:

−Cuñado, ¡vamos ambos a cerrar los ojos y defecar!

−¡Sí! −dijo Tigre.

Se colocaron frente a frente y se pusieron a defecar con los ojos cerrados. Oso Palmero defecó con rapi-dez y abrió los ojos, miraba que Tigre terminara de defecar, y cuando terminó, Oso Palmero cambió los excrementos, los de Tigre se los puso debajo. Des-pués del cambio dijo Oso Palmero:

−Cuñado, ¿ya defecó?

−Sí −contestó Tigre.

−Pues abramos los ojos, cuñado, a ver qué defeca-mos.

−Bueno −dijo Tigre.

Tigre miró lo que había depositado. Pura masa de hormiga había. Claro que eso no le pertenecía, eran los excrementos de Oso Palmero. Lo que estaba de-bajo de Oso Palmero dejaba ver pelo de lapa, pelo de venado, pelo de ratón, de picure. Eso es lo que es-taba debajo de Oso Palmero. Al ver eso Tigre quedó pensativo: “¿Cómo puede ser si yo no he comido hor-migas?” Se extrañó. Quedó perplejo. “¿Cómo es eso?”

Creía que había defecado mera hormiga. Pero era que Oso Palmero le había hecho el cambio. Mirando lo de Oso Palmero dijo Tigre:

−Cuñado Oso, ¿cómo consigue usted esta cacería?

−¡Ah! Pues yo, cazando −dijo Oso Palmero y aña-dió− dése cuenta, yo defequé carne con pelo, mientras que usted puras hormigas. ¿Ve cómo le salieron puras hormigas? ¿No será que usted come son hormigas? ¡Seguro que come puras hormigas!

Se hacía el importante Oso Palmero. Engañó a Tigre. Tigre dijo:

−Y usted, ¿cómo coge su cacería?

−Primero cuente usted, cuñado. Yo después.

Entonces Tigre hizo como cuando caza. Partió un te-rrón de nido de termitas y se puso a pasárselo ágil-mente de mano en mano. Tigre brincaba con ese pedazo de nido de termitas y se lo pasaba de mano en mano rápidamente. Lo tiraba hacia lo alto. Lo ma-noseaba.

−Así hago yo. Así consigo yo mi cacería.

Ahora van a ver las mentiras de Oso Palmero. Le dijo Tigre:

−Ahora usted, cuñado. ¡A ver cómo caza usted!

Gruñendo como si estuviera enfurecido se fue Oso Palmero. Pero no ágil como Tigre. Lentamente fue clavando sus garras en los troncos de platanillo, les metía las garras, como imitando a Tigre, pero mucho más pesado que Tigre. Entonces dijo para sus aden-tros Tigre:

−¡No, el cuñado Oso seguro me cambió mis excre-mentos!

Eso dijo al verlo que hacía Oso. Dijo Tigre:

138 Entre Cantos y LLantos

−¡Cuñado, vamos de cacería! ¡Ya que usted caza lo mismo que yo, vayamos de cacería! Yo me voy para abajo1 por aquel pedazo de selva y usted por éste.

Así le dijo a Oso Palmero.

−Bueno −contestó.

Tigre se fue ya con una idea bien precisa: matar a Oso Palmero más adelante.

Tigre se adelantó a Oso Palmero y se puso al acecho. Le había dicho a Oso Palmero antes de que se sepa-raran:

−Allá más adelante donde se unen las dos puntas de selva, allá nos encontramos.

−Bueno −había contestado Oso Palmero.

Oso Palmero andaba por donde le había indicado Ti-gre, que se dirigió rápidamente hacia oriente por la otra franja de selva y ahora ya estaba al acecho, es-perándolo, listo. Oso Palmero venía caminando poco a poco buscando hormigueros, escarbaba los hormi-gueros y cuando encontraba hormigas metía por el agujero esa lengua que tiene y las hormigas se le pe-gaban ahí. Así venía comiendo Oso Palmero, metía la lengua y las hormigas se le pegaban una y otra vez. Así venía Oso Palmero, comiendo hormigas.

−¡Ah, ahora sí lo mato, a este Oso!

Cuando Oso Palmero llegó donde estaba Tigre, éste le brincó encima para matarlo, le brincó sobre el lomo a Oso Palmero, pero como Oso es de pelambre larga, Tigre no lo puedo morder. Rápidamente Oso Palmero echó su brazo izquierdo hacia atrás y le hun-dió las garras por las costillas a Tigre. Sus largas garras le hundió a Tigre por las costillas. Decía Tigre:

−¡No! ¡No! ¡Cuñado! ¡No me mate! ¡Eso era en broma!

¡Era por ver su fuerza! ¡Suélteme! ¡Suélteme!

Pero Oso Palmero tomó la cosa en serio. Así fue cómo mató a Tigre.

Más tarde cuando Tigre ya despedía mal olor Oso Pal-mero sacó las garras y las olió. Se convenció de que Tigre estaba muerto y bien muerto. Desde entonces los tigres le temen al oso palmero. Ni lo comen ni lo atacan.

Así es la historia.

Relato de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

Entre Cantos y LLantos 139

CONEJO Y TIgRE

Coneja cuidaba los hijos de la Tigre. Cuando la Tigre llegaba a la casa decía:

−¡Bueno, sáqueme mis hijitos, Coneja!

Coneja cuidaba los hijos de la Tigre, porque la Tigre andaba lejos de la casa. Cuando la Tigre no estaba, Coneja mató un tigrillo y lo cocinó para que la Tigre se lo comiera. Lo asó en una parrilla para que la Tigre comiera a su propio hijo.

Llegó la Tigre:

−Y éste, ¿qué animalito es?

−Un ratón. Lo vi, lo maté y lo preparé para usted.

La Tigre dijo que bien y se lo comió. No se dio cuen-ta de que era uno de sus hijos, se lo comió tranquila. Otro día se fue la Tigre y Coneja hizo lo mismo. Cuan-do llegó la Tigre:

−Y éste, ¿qué animalito es?

−No, pues una lapa pequeña −contestó Coneja.

Otro día hizo lo mismo. Así le fue dando a la Tigre sus propios hijos para comer hasta que quedó uno no más. Cuando la Tigre regresó Coneja no la dejó entrar.

−Más bien descanse ahí afuera y yo le voy a traer a los tigrillos para que les dé el pecho.

Le trajo el único tigrillo que quedaba. La Tigre le dio de mamar. Luego Coneja se lo llevó adentro y volvió a salir con el mismo, haciendo creer que era otro. Así varias veces. Se llevaba el tigrillo, hacía que traía otro, cuando siempre era el mismo que llevaba y sacaba.

El tigrillo quedó repleto de tanto mamar. La Tigre lo vio vomitar.

−¿Por qué vomita? ¡Este es el mismo tigrillo de antes! −exclamó la Tigre.

Seguramente en ese instante la Tigre se dio cuenta del engaño. Ya Coneja se había alejado un poco.

−¡Ah! ¡Yo le di de comer a sus hijos! ¡Usted se ha esta-do comiendo a sus propios hijos!

−¡Hijuemadre Coneja! ¡Ahora me la como! −dijo la Ti-gre y salió corriendo tras Coneja.

Coneja se metió en una madriguera. La Tigre no pudo entrar por ahí porque era grande y no cabía. Llamó a Águila Caricare, o Carraco.

−Bueno, Caricare, póngase frente a la madriguera, que no salga el conejo que se metió ahí. ¡Yo voy co-rriendo por el barretón y la pala!

Caricare se quedó ahí, mirando la entrada de la ma-driguera. Coneja calculó que la Tigre ya debía de es-tar lejos y no la podía ver, y salió.

−¡Caricare!

−¿Qué? −contestó Caricare.

−¡Míreme fijamente!

−¿Por qué? −preguntó Caricare.

−¡No, usted míreme fijamente!

1. Hacia oriente.

140 Entre Cantos y LLantos

−Bueno −dijo Caricare, y se quedó mirándola fijamen-te. Entonces Coneja cogió un puñado de tierra.

−¡A ver, Caricare, míreme bien!

¡Pero bien, bien, le digo!

Caricare la miraba todo lo que podía.

−¡Míreme fijo y abra bien los ojos!

Caricare abrió unos ojos como platos. Coneja le man-dó el puñado de tierra a los ojos y Caricare cayó al suelo, se revolcaba, giraba sobre sí mismo. Coneja escapó. Caricare no vio hacia qué lado se fue.

Al rato llegó la Tigre.

−¡Qué, Caricare! ¿Dónde está Coneja?

Caricare contestó:

−No, pues iba ya usted por allá para abajo1 cuando me dijo Coneja : “¡Bueno, Caricare, míreme fijamente!” Entonces yo quedé mirándola así. Seguro que en la mano derecha ya tenía un puñado de tierra, me la tiró a los ojos, yo no vi para dónde cogió.

Dijo la Tigre:

−¡Claro! ¡Por eso le dije que tuviera cuidado!

La Tigre estaba furiosa, pero no sabía por dónde an-daba Coneja y dejaron así.

Después de varios días el mismo conejo se transfor-mó en otro de su especie. Le dijo al mismo tigre:

−¡Cuñado! ¡Usted está muy tranquilo, pero yo vengo asustado! Oiga lo que dicen por ahí, que va a venir un huracán que quebrará los árboles, que nos tenemos que amarrar todos. Yo estoy con miedo porque no tenemos dónde guarecernos y si no nos amarramos nos lleva el vendaval. Por eso si usted quiere, cuñado, yo lo amarro.

Conejo siguió insistiendo:

−Cuando estemos ambos amarrados al mismo árbol, por muy fuerte que sea el viento, no nos llevará por-que este árbol resiste. Yo iba de camino para arriba2, para que por allá alguien me amarrara. Los de la par-te de abajo ya se están amarrando.

Coneja se había transformado en otro para volver a engañar a Tigre.

−¡Si quiere ahora sin más tardar lo amarro, cuñado!

−Bueno −dijo Tigre.

Lo amarró a un árbol grande, le ató las patas, le ató los brazos en alto, lo ató por la mitad bien apretado contra el tronco. Cuando se aseguró de que Tigre es-taba bien amarrado, se le plantó al frente riendo:

−¡Eeeh! ¡Lo amarré para azotarlo! ¡Para azotarlo y nada más! ¡Para eso le conté esa mentira! ¡Y lo voy a azotar!

Tigre empezó a gruñir y a patalear, pero no pudo ha-cer nada. Conejo cogió una vara y lo azotó, lo azotó, lo azotó hasta que se cansó. Lo dejó ahí y se fue. Ahí quedó Tigre amarrado, se quedó así días y días.

Pasó una manada de micos. Dijo Tigre:

−¡Suéltenme! Aquí me dejó amarrado Conejo, me contó de un huracán y que nos teníamos que ama-rrar. Luego dijo: “¡No, mentira! ¡Era para azotarlo!” Co-nejo no me tuvo compasión. ¡Suéltenme! ¡Háganme este favor!

−No, nosotros estamos en camino para allá! −le con-testaron, y no le hicieron caso.

Luego pasaron los araguatos y lo mismo, los monos titíes también pasaron, Tigre les pidió que lo solta-ran pero también se negaron, no le hicieron caso y siguieron su rumbo.

Entre Cantos y LLantos 141

Cuando Conejo calculó que Tigre debía de estar muy flaco y sin fuerzas para correr, pasó por ahí. Pero transformado en otro. Pasó por ahí cautelosamente.

−¿Bueno, cuñado, qué hace ahí?

−¡Ay! ¡Fue que me maltrató mucho Conejo! Me dijo: “Cuñado, cuidado que llega un huracán tan fuerte que va a partir los árboles!” Dijo que nos amarrára-mos a un árbol que resistiera al viento. Me amarró, y cuando ya me tenía bien amarrado dijo: “¡No, yo le conté eso para azotarlo!” Y me apaleó. ¡Mire cómo estoy de flaquito! Estoy para morirme.

Dijo Conejo:

−¡Verdad, cuñado, tan desgraciado usted!

Tigre no reconoció a Conejo, que lo soltó e inmedia-tamente se despidió. Cuando ya estaba apartadito de Tigre dijo:

−¡Ah, cuñado! ¡Yo fui el que le dio esos azotes el otro día!

−¡Hijuemadre Conejo! ¡Ahora sí me lo voy a comer!

¡Puuuu! Se perdió Conejo y Tigre no lo alcanzó.

Otro día estaba Tigre al acecho, esperando a que pasara Conejo por ahí. Conejo vio a Tigre ahí sen-tado entonces fue y se untó de barro, se revolcó en el barro para que no lo conociera Tigre y cuando ya quedó bien embadurnado se dejó ver. Tigre lo miró, le parecía Conejo y al mismo tiempo le parecía otro, como estaba tan untado no se distinguía bien. En-tonces dijo Conejo:

−¡Yo soy Conejo!

Lo persiguió Tigre y esta vez lo agarró.

−¡Suélteme, cuñado! ¡Mire qué flaquito estoy!

¡Mire, no tengo carne! ¡Mero hueso!

−¡No, no, no, cuñado! −decía Tigre.

Con tranquilidad le dijo Conejo:

−¡Mire, cuñado, yo tengo ganado! ¡Ah, con una res sí queda usted satisfecho! Pero si me come a mí va a quedar con hambre. ¡Míreme, flaquito, sólo huesos! ¡Aquí arriba, cerquita, tengo ganado!

Así convenció a Tigre. Pero estaba hablando de pie-dras nada más.

−Bueno −dijo Tigre.

−Está bien, cuñado. Espéreme aquí abajo, yo desde arriba de esta loma espanto el ganado, ya están gran-des las reses, vacas grandes, escoja la que le parezca bien gorda. Escóndase detrás de este matorral y yo las espanto, la que sea gorda, la muerde, la mata y se la come.

−Bueno −contestó Tigre.

Y se agazapó al pie de la loma esperando las vacas. Pero Conejo hablaba de piedras, no de vacas. Le hizo creer a Tigre que eran vacas, pero eran piedras. Cone-jo mandó las piedras rodando desde lo alto. A Tigre le parecieron vacas.

Conejo soltó una piedra grandísima. Venía rodando la piedra y Tigre, con el deseo de matar a la vaca, le brincó encima a morderla pero la piedra lo aplastó. Tigre, al salir al encuentro de la piedra que hizo rodar Conejo, se quebró. Así cuenta la historia de Conejo y Tigre.

Ese tigre murió. Más tarde pasó otra cosa con un tigre diferente.

Estaba Conejo ahí sentado comiendo nueces chu-rruai. Junto a sus testículos tenía Conejo una piedra.

1. En dirección a oriente.2. Hacia occidente.

142 Entre Cantos y LLantos

Ahí ponía la nuez para partirla, ahí juntito a sus testí-culos partía las nueces de churruai.

Llegó Tigre. Seguramente otro tigre.

−Cuñado Conejo, ¿ahí comiendo nueces de churruai? ¿Cómo hace para partirlas?

−¡Pues así! ¡Siéntese ahí!

Conejo partió otra nuez y sacó la almendra.

−¡Tenga y pruebe! −le dijo a Tigre.

Tigre comió la almendra.

−¡Uy! ¡Sabrosa esta nuez!

−¡Pues yo las parto así, mire! −dijo Conejo.

Entonces puso otra nuez cerca de sus testículos y la partió.

−Así es cómo yo parto las nueces.

−¿Cómo?

−No, pues la pongo encima de mis testículos y con una piedra parto la nuez. Pero la coloco bien encima de mis testículos y le doy un tremendo golpe con la piedra.

Tigre se sacó los testículos y puso una nuez encima. Dijo Conejo:

−¡Está bien, pero tiene que pegar bien duro!

Y cuando fue a partir la nuez:

−¡Takatai!

Cayó muerto Tigre. Dicen que así Conejo iba matan-do a los tigres, estaba acabando a los tigres.

Relato de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

LAS TORTugAS mORROCOY Y mATAmATA

Dijo Morrocoy a Matamata:

−¡Matamata, pínteme! ¡Pínteme bien el capa-razón! Si me raya bien mi caparazón, yo tam-

bién le rayo el suyo.

Dijo así a Matamata. Morrocoy se acomodó y Mata-mata la dibujó, le hizo una pinta muy bonita.

−Bueno, ya terminé de dibujar, como usted me dijo, ahora ráyeme a mí.

−Sí, yo la voy a rayar también.

Pero Morrocoy se puso a pellizcarla, no más. Le dijo al rato:

−¡Uy! ¡Usted sí que quedó con un caparazón bonito!

Eso fue lo que hizo Morrocoy con Matamata. No lo hizo bien, sino de mala gana, por eso el caparazón de la matamata quedó así de feo. Morrocoy le dañó hasta el pescuezo.

Relato de José Manuel Sánchez, Santa Fe, año 1983

Entre Cantos y LLantos 143

LA TORTugA mORROCOY

Fumando se está mejor. Me aclara las ideas. Yo ya soy viejita y me canso pronto y me da sueño, pero con el cigarrillo tomo ánimos. Voy a contar

otra historia. Dicen... ¡Ay! Se me está olvidando. ¡El sue-ño me está haciendo quedar mal!

El venado era humano primero y ahora es venado. Cuando el chamán kuwainü observa, ve el pueblo del venado de color azul, tiene calles y tiendas. Eso dicen los chamanes kuwaiwi.

Bueno, ahora cuento lo que le aconteció a Venado con Morrocoy. Cuando Morrocoy se pone de camino, reco-rre muy poco trecho en un tiempo muy largo. Por eso cuando ve un camino largo, llora. Cuando le dicen:

−¡Vea, Morrocoy, el camino es muy largo!

Morrocoy se pone a llorar. Cuando tiene que ir muy cerca, a Morrocoy le cuesta todo el día, lo coge la no-che antes de llegar, por eso llora. Si nosotros le deci-mos:

−¡Bueno, Morrocoy, váyase a la casa de Mario!

¡Uuuuh! ¡Seguro que ese pedacito lo camina en tres años! No se muere. Tiene que alimentarse como pue-de. Cuando uno lo tiene por ahí junto a la casa:

−¡Bueno, vamos a matar a Morrocoy!

Uno dice eso aunque no piense matarlo, sólo por ha-blar.

−¡Vamos a matar a Morrocoy porque tenemos ham-bre!

Él cuando oye eso llora, llora antes de morir, de miedo.

Eso es cierto.

¿Tiene agua el mañoco? ¡Échele agua!

Morrocoy come ají. Por eso algunos dicen: Ají Morro-coy. Para que la mata de ají cargue muchos frutos se dice:

−¡Morrocoy, vomita! ¡Morrocoy, vomita!

Los antiguos siempre rezaban las matas de ají para que dieran frutos. Morrocoy cuando llega:

−¡Tengo hambre, dénme ají!

Siempre llega y pide ají. Llega de visita.

−¡Ay! ¡Morrocoy está molestando mucho! ¡No lo quere-mos, vámonos al conuco!

Zorro no come ají. Un día a Zorra le prepararon pesca-do con mucho ají, y le escondieron las ollas del agua.

−Hoy no le traigo agua a Zorra.

La laguna estaba lejos. Le dejaron ese pescado carga-do de ají. Zorra comió.

−¿Dónde está el agua?

−¡Todavía no la han traído!

Estuvo buscando agua y se fue a la laguna corriendo, se tiró al agua y las pirañas se la comieron.

En cambio Morrocoy come mucho ají tan tranquilo.

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

144 Entre Cantos y LLantos

6

Crónicas

146 Entre Cantos y LLantos

“Esas cosas que se ven son la piel de ellos,

Su cáscara, que se transformó en estrellas.

Lo propio de ellos, el espíritu no está ahí,

Se separó y está más allá de las estrellas.”

Entre Cantos y LLantos 147

LOS KAwIRI, ANTROPÓFAgOS

Los caníbales estaban acabando con nuestra fa-milia. Estaban exterminando a los Sikuani. Ellos salieron del sitio donde vivían y vinieron a estas

tierras únicamente para comer. Para aprovechar la carne de los grupos Sikuani. Los Kawiri o Kalifina iban en dos bandos: los Descendientes de la Piraña, y los Descendientes del Tabaco. Los Piraña o Caribes eran el grupo más fiero. Son los propios Kawiri. Llegaban a un sitio donde vivían los Sikuani a comérselos. Hoy ese sitio se llama Kalifina.

Los Kalifina son los antepasados de los Kawiri. Más abajo de Awiribo hay una selva grande llamada Kalifina. Ahí quedan algunos Kawiri.

Pero kalifina también se le dice a una olla grande de barro. Cuando se habla de los Tiempos de Kalifina se refiere a cuando existían esas ollas, que es cuando vivían los Kawiri. Puede ser cuando vivían los tatara-buelos de los jóvenes adultos de hoy día.

Una abuelita contaba que los Kalifina eran un clan, y hablaban otra lengua. Decía:

−¡Los Kalifina son los mismos Empañoles! [sic]

En realidad los Tabaco no comían gente. Los antro-pófagos comían a todo el mundo, hasta los niños pequeñitos. Llegaban como de visita, pero lo que hacían era inspeccionar.

Así nos fueron acabando poco a poco a nuestros an-tepasados. Se extendieron por todas partes. Por la sabana, por la selva, por todas partes se esparcieron.

Quedaban las calaveras de los que se comían despa-rramadas por ahí.

Por todos lados se veían los cráneos de la gente Sikuani. Esas cabezas las arreglaban los Caribes. Las coloreaban con semillas de achiote y las utilizaban como instrumentos, pero no para hacer música sino para infundir pavor. Las pintaban y las rezaban. Las arreglaban como hacemos nosotros con el cráneo del venado. Cuando soplaban en esas cabezas mien-tras perseguían a un grupo de gente, las personas al percibir el silbido perdían las fuerzas.

Los Sikuani se escondían en la selva, donde no los pudieran ver. Pero naturalmente estaban obligados a desplazarse en busca de agua, para la comida. Los Kawiri los espiaban desde lo alto de los árboles, para ver en qué momento y por qué lado salían los Sikuani para luego cazarlos. Y así exterminarlos. Nuestros an-tepasados sufrieron mucho en manos de los Kawiri.

Por eso hoy en día nos aterrorizamos cuando oímos silbar en la selva. Porque todavía quedan grupos cari-bes. Claro que no es lo mismo que antes. No son tan feroces como antes. ¡Pero claro que hay todavía! Por eso les seguimos temiendo. De vez en cuando vie-nen a asustarnos en el pueblo, tal vez para cogernos descuidados. Deben ser los mismos que acabaron con los Sikuani que vivían antes en este sitio donde hemos venido a vivir últimamente.

Así sufrieron en manos de los Kawiri nuestros ante-pasados y se estaban extinguiendo. Mi abuelo era Kawiri. Eso no quita que yo les tenga miedo a los Kawiri. Mi abuelito se puso a vivir con los Sikuani y les dijo a sus parientes Kawiri que dejaran tranquila a su nueva familia. Que él ya estaba aparte con los Sikuani

148 Entre Cantos y LLantos

y que no los molestaran más, que se fueran a otro si-tio. Seguramente por eso no nos han venido a matar. Mi abuelo se llamaba Jatiara. En su propia lengua les dijo a sus familiares:

−¡No! Déjenme quieto que yo estoy por aquí, separa-do de ustedes, con mis nietos, con mi nueva familia. ¡Ustedes estense por allá lejos! ¡No molesten más por aquí!

El viejo decía eso porque sus nietos ya no per-tenecían mucho a la sangre de él. Pero como él amaba a sus nietos, pues regañaba a sus familiares Kawiri cada vez que los oía murmurando por la sel-va o haciendo ruido con las calaveras. Les decía que se alejaran. Que no los quería oír más.

Mi abuelito se quedó a vivir por aquí. Un día se fue hacia la región del río Iteviare. Por esos lados que-daron viviendo los familiares Kawiri de mi abuelito. El viejito se fue a visitar a su familia por el Guaviare y el Iteviare. Los padres de mi abuelo habían venido del lado de Venezuela. Cuando llegó donde estaba su familia le dijeron:

−Nosotros lo estamos esperando hace tiempo y us-ted no viene. Ya quedamos poquitos −decían sus familiares.

Nosotros no somos de por aquí. Estábamos arriba1, por los lados de Sirali, un sitio cerca a Sirali, pero en la selva. Vivíamos primero en la región de Sirali. Nos desplazamos hacia abajo2, vininedo de Barawaka. Nosotros somos de Barawaka. En épocas recientes bajamos donde estamos ahora.

Por aquí hay un sitio que se llama Barawaka y acer-ca de él se ha comentado bastante respecto a los grupos Kawiri. Cuando se fue poblando esta región

por los grupos Sikuani, los Kawiri fueron bajando por el río Vichada, pero en ciertos sitios quedaron grupitos de ellos. Por ejemplo en Raya, Tseka, Sirali, Dume. Vivían cerca a los Sikuani. Hoy ya quedaron al otro lado del Orinoco.

Kalifina es el sitio especial escogido por los Caribes. Mi padre cuenta que en Kalifina hay una piedra ra-yada por los mismos Caribes. Eran unas señales que dejaban ellos para que otros del mismo grupo se enteraran de que por ahí vivían familiares.

En los primeros tiempos de la presencia de los blan-cos por aquí, navegaban comerciantes por el río comprando balatá y chicle3. Muchas veces también subían por aquí para llevarse personal indígena a trabajar por allá lejos, por el Orinoco arriba, por el río Inírida. Subían por ahí los primeros blancos co-merciantes para llevarse indígenas.

Una vez venía bajando por el río Vichada un blanco con un grupo de indígenas Sikuani, y al pasar fren-te a Kalifina se encontraron con una canoa en que iban tres Kawiri. Dos de ellos remaban y el tercero patroneaba. Los dos primeros tuvieron tiempo de tirarse de la canoa y salvarse. El otro, que venía en la popa, fue atrapado por los que iban con el blan-co. Lo llevaron por los lados de San Fernando de Atabapo y ahí lo dejaron. Ellos siguieron Orinoco arriba. Ya de regreso lo embarcaron y volvieron a traerlo por el Vichada. Lo dejaron en el mismo sitio, en Kalifina. Me parece que es una playa que llaman así, abajo de Tseka o de Raya. Mi padre dice que eso ocurrió cuando era pequeñito mi abuelo. Al Kawiri lo llevaron a trabajar, porque ellos son muy rápidos para el trabajo y para todos los oficios.

Entre Cantos y LLantos 149

Dicen que el Kawiri tiene un ropaje todo oscuro, negro. Los dientes los tiene en forma de serrucho, como ver uno la dentadura de una piraña, en punta. Es muy velludo. El cuerpo es de mediana estatura.

Esta región de por aquí era del clan Kawiri. La gente que vivía antes por aquí era distinta, no era fami-lia nuestra. Hablaban la misma lengua, pero no se reconocían del mismo grupo. Nos comían, nos aca-baban. Por eso quedaban ya pocos Sikuani. Cuando mataban a nuestra gente, los asaban en parrillas, como se hace con el pescado. Así era. Los Kawiri lle-gaban a un caserío y exterminaban a las familias. De ahí pasaban a otro caserío y hacían lo mismo. Los asaban en parrillas. Echaban la carne de los Sikuani en catumares. Así los empacaban para llevarlos al sitio de ellos. Esa carne la ponían en las parrillas, lis-ta para comer.

Un familiar mío llamado Tsitsi salió en dirección al occidente a buscar una sustancia que se llama mara, para eliminar a los Kawiri. Andaba buscando mara por el territorio Waü.

Mara es una sustancia utilizada en ciertos ritos de chamanismo. Existen varias clases. Una se llama mara de espíritu yaje. Esto lo conocen únicamente los viejos chamanes.

Supongamos que Fulano es un chamán. Yo estoy a punto de morir y digo:

−Fulano es quien me hizo morir. Recogió restos del pescado que yo estaba comiendo, los sopló y los rezó. Por eso voy a morir. Pero antes de morir yo quiero contar para que ustedes sepan.

Los ancianos cuentan que hay una sustancia, mara, para matar a la persona que mató a otra persona.

Sirve para identificar al asesino y vengarse de él.

Mara es como pedazos de brea vegetal, del mismo color negro. Se halla en estado natural pero no en minas sino como encontrar uno una piedra. Los chamanes lo ponen a derretir en un caldero o en un tarro. Entonces cogen una mecha de cabello, o una uña, o el dedo índice de la mano derecha del muerto. Cuando el mara está hirviendo se le hecha el pedacito que se ha cogido del muerto.

Comienzan a rezar. Rezan, rezan, llamando al espíri-tu del chamán asesino. Al sorber yopo, ellos tienen un espejo para poder ver el espíritu que llega. El es-píritu del asesino aparece en forma de mariposa o de cualquier animal. Los chamanes que rezan ahí y que ven eso ya saben de quién es el espíritu que apareció. Porque únicamente llega el espíritu del que mató. Esa es la utilización de mara. Así se ven-gan. Es bien cierto.

Cuando se trata de una muerte natural, por un des-cuido con su propia salud u otra cosa, entonces no llega nada.

Regresó Tsitsi al sitio donde los Kawiri le habían ma-tado a su familia. Raspó los palitos de la parrilla don-de habían sido asados sus familiares. De esa forma consiguió restos de grasa reseca de sus familiares. Los echó en el mara derretido. Después consiguió hojas de la palma de churruai, que tienen forma de canoita. El mara mezclado con la grasa lo fue echan-do, de a poquitos, en las canoitas de churruai. Lue-go las soltó río abajo, por donde se habían ido los

1. En occidente.

2. Hacia oriente.

3. Caucho, látex extraíble de varias plantas amazónicas. Desde finales del siglo XIX la “fiebre del caucho” desencadenó un sistema de esclavismo que asoló a los pueblos indígenas de la Amazonía.

150 Entre Cantos y LLantos

Kawiri con la carne de toda su familia.

Mientras estaba soltando las canoitas con mara le apareció un espanto de la selva, Paleni. Es uno de los yaje, pero no es antropófago. Dijo, dirigiéndose a Tsitsi:

−¡Ay! ¡Pobrecito! ¡Le acabaron a su familia! ¡Hace bien en vengarse!

Luego el espanto le aconsejó a Tsitsinali que regresa-ra a su casa después de soltar las canoitas. Tsitsi soltó muchas canoitas. Cada una con mara. Los Kawiri pro-venían del pueblito de San Fernando, en el Orinoco y ahora iban de regreso hacia allá.

Tsitsi no se contentó con lo que había mandado. Des-hizo otro terrón de mara, machucándolo para luego ponerlo a derretir. Además de raspar la grasa de los palos de la parrilla recogía también los huesos que estaban esparcidos por ahí, restos de los festines de los Kawiri. Todo eso echó en la olla donde hervía el mara:

−¡Xobo, xobo, xobo! −hacía al hervir.

Él revolvía la mezcla. Después cortó más hojas con forma de canoa para soltarlas también. Tumbó mu-chas, las recogió, les echó mara y las fue soltando en el río.

−¡Espérenmeeeee!

Como Tsitsi había rezado las canoitas, ellas hablaban. Eso sucedía en la época en que todavía quedan pla-yas en los ríos. El mara empezó a surtir efecto. Sona-ba como la voz de una persona. Tal vez era el espíritu de los muertos.

−¡Me abandonaron! −decía.

El mara hablaba.

−¡Espérenme! ¡Espérenme! ¡Yo quiero ir con ustedes!

Pero era el espíritu de los parientes de Tsitsi quien hablaba así.

Los Kawiri comentaban entre ellos:

−¡Vamos a ver qué pasa! Parece que dejamos a al-guien atrás. Esperémoslo cerca a la playa.

Así decían los Kawiri. Hileras de garzas paleta pasa-ban volando por encima de ellos. Pasaban anuncian-do a los Kawiri que algo les iba a suceder. Era un aviso que mandaba el mara. Cuando cesaron los gritos de las garzas empezaron a pasar varias clases de pájaros. Muchos pájaros, de una especie y de otra. Los arropa-ban con su canto. Eran señales. Iban pasando.

Pasaban los pájaros y ya ellos sentían el mal. El de-caimiento. La debilidad. La parálisis. Ya no pueden caminar. Algunos se están muriendo.

Desde que pasaron las primeras manadas de pájaros empezaron a vomitar. El aliento se les iba. No podían remar ni moverse.

Así fue como los Sikuani acabaron con los Kawiri. Con mara. Los acabaron porque ellos habían extermina-do a los primeros que vivieron en esa época.

Los Kawiri esperaban de playa en playa. Las canoitas siguieron hablando hasta que eliminaron a todos los Kawiri que iban bajando por este río.

Iban las canoas de los Kawiri río abajo llenas de cadá-veres. Fueron pereciendo todos.

El que iba más adelante, el que había emprendido primero el camino de regreso, logró llegar al asenta-miento Kawiri, pero con la fiebre del mara. Con ese mal del mara llegó a Malakua donde vivía la fami-lia, por los lados de San Fernando. Traía la carne de

Entre Cantos y LLantos 151

Sikuani que venían cargando ellos. Los que se habían quedado en la casa se comieron esa carne. A su vez les prendió el mal. De manera que también fueron exterminados los Kawiri que habían quedado en San Fernando.

Así fue como los Kawiri dejaron de matar a los Sikuani.

Como los Sikuani tenían el remedio para eso, y lo em-plearon, los Kawiri dejaron de comer a los Sikuani.

Había en San Fernando una muchacha en tiempo de pubertad cuando comieron esa carne. A ella no le cayó el mal, porque estaba en su primera menstrua-ción y no la dejaron comer carne. Ella fue la única que se salvó. Los demás murieron.

Llegaron los zamuros y también Rey Zamuro. Llega-ban aves sin plumas. Hasta pájaros extraños vinie-ron a comer la carne de los Kawiri. La esposa de Rey Zamuro vino a recoger esa carne en una tinajita. La carroña de los Kawiri, mejor dicho. Las calaveras de los difuntos se veían por ahí esparcidas como uno ver totumas.

Así contaban los antiguos. Los Kawiri se acabaron. Murieron todos. Su costumbre era consumir carne

humana y regresarse al sitio donde vivían. Los anti-guos sufrieron mucho con ellos por eso.

Los Kawiri propios y los Descendientes del Tabaco eran diferentes. Estos últimos ya no comían gente. Presenciaron los acontecimientos, pero no comieron carne humana. Únicamente los que la comieron pe-recieron. A los Tabaco no les pasó nada.

Los antiguos sufrieron mucho. Se acabó la historia.

Relato de María, Santa Cruz, año 1982Comentarios de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

152 Entre Cantos y LLantos

LOS COmBATES DE KELETO

Hace tiempo, en esta parte occidental del Meta, nuestros familiares se flecharon porque hubo una guerra entre ellos. Flechas que iban, fle-

chas que venían. Uno de ellos se llamaba Keleto, otro se llamaba Kuamü, otro, Xorosia. A ése le habían ma-tado un pariente. Keleto era un hombre acuerpado y bravo. Kuamü era igual.

Dijo Keleto:

−¡Nos mataron a uno de la familia! ¡Esos malditos Sikuani, esos Majibeni!

Keleto era Piapoco. Kuamü también.

−¡Esos Sikuani nos mataron a un pariente! ¡Nosotros también vamos a matar!

Toda la noche la pasaron forjando puntas de flecha:

−¡Tain, tain, tain, tain, tain!

Amarraron las puntas en las flechas. Esas flechas eran cortas. Cocinaron el curare. Para prepararlo reunie-ron toda clase de sustancias que producen dolor, también pusieron cáscara de curare, cocinaron esa mezcla y quedó como una mazamorra. La esparcie-ron sobre las puntas de flecha. Ellos no usaban cerba-tana. Los Kawiri eran los que llevaban cerbatana.

Después recitaron unos rezos contra los enemigos. Rezaban las cuerdas de los arcos.

Una vez terminada la oración, Keleto se puso a dar unos azotes a los demás con las cuerdas de arco re-zadas. Luego cada uno se pasó su cuerda entre las piernas, bajo los brazos, alrededor del cuello.

Keleto puso su cuerda en el arco y lo tensó. Luego los hizo pasar a todos entre arco y cuerda.

El que se enredaba al pasar lo descartaba.

−¡Usted se queda!

Fueron pasando. Keleto sostenía el arco. Pasaron mu-chos.

−¡El que roce la cuerda no va!

Estuvieron adiestrándose dos días. Eran muchos. Cuando ya estuvieron preparados, salieron a buscar al enemigo, hacia abajo1. Iban a enfrentarse con los Majibeni.

Estaban esqueléticos, porque no llevaban nada de comida. Los guerreros no comen. Recogen nueces de la palma de cucurito y comen. Había uno, Kamala-pi, que no comía ni eso. Le dijeron:

−Nosotros comemos nueces cagadas de Zamuro, las comemos con agua. ¡Tú no comes ni bebes!

−¡No, yo no como eso! ¡Yo no comería nueces cagadas de Zamuro!

−¡Ah! ¡Nosotros sí nos alimentamos con eso! ¡Tú debes de ser persona importante, que no comes eso! ¡Allí hay agua, por lo menos toma agua!

Siguieron su camino, tomaron agua y pasaron al otro lado del caño.

Entonces les salieron los enemigos Sikuani, parecían hormigas de tantos que había. Keleto corría de un lado a otro:

−¡Llegó la hora! ¡Ahí salen los Sikuani!

−¡Ay! ¡Y yo aquí, sin haber comido! −dijo Kamalapi.

−¡Miren, éste ya se está desmayando!

Entre Cantos y LLantos 153

Entonces Keleto le dio unos azotes con la cuerda del arco.

−¡Váyase para arriba! ¡Vuelva!

En ese momento salieron. ¡Wo, salieron muchos Maji-beni! Keleto corría de un lado a otro:

−¡Atención, pongan mucha atención!

−¡Bien! −contestaban.

Quedaron rodeados.

−¡No desperdicien sus flechas! ¡Recojan las de ellos! −decía Keleto, corriendo rápido de un lado a otro.

Los Majibeni empezaron a mandar flechas pero los arcos se les rompían, las cuerdas se reventaban, sus flechas pasaban rozando sin dar en el blanco. Por ahí volaba una libélula.

−¡Dénles la vuelta por detrás! −dijo Keleto.

Los cogieron por detrás y les mandaron las flechas que habían recogido, se flecharon unos a otros. De la parte de arriba2 salieron los Sikuani, se flecharon unos a otros. Los Majibeni corrieron hacia abajo3, ahuyentados, pero ahí quedaban los Sikuani.

Había un hombre lamentándose.

−¡Ay suegro! ¡Ayer, en su mano me invitaba a sorber yopo!

Los del grupo que Keleto había atacado estaban ahí gimiendo.

Esa noche uno de los de Keleto se acercó al campa-mento de los Sikuani. Luego, durante la noche los fueron rodeando. Era una noche de muchos relám-pagos.

1. Hacia oriente.2. De occidente.3. En dirección a oriente.

154 Entre Cantos y LLantos

−¡Eh! ¡Por ahí andan nuestros enemigos! −dijeron los Sikuani.

Tempranito esa madrugada empezaron a mandarse flechas. Kuamü y Keleto les quitaron las cuerdas de los arcos y las dejaron tiradas.

Al día siguiente les salieron otra vez. ¡Booo! Se flecha-ron. A Kuamü lo tenían rodeado y lo querían echar a la laguna:

−¡Tirémoslo a la laguna! −decían los Sikuani.

Pero los Sikuani eran pocos. Ahí estaba la gente de Keleto. Corrieron en dirección a Kuamü. Lo agarra-ron.

−¡Bueno, ahora sí, disparen sus flechas envenenadas! ¡Están a punto de golpearnos muy duro! −dijo Keleto.

−Bien −dijeron.

Flecharon con curare. ¡Tik! ¡Tik!

−¡Ojo! ¡Nos están pegando fuertemente! −decían los Sikuani.

Keleto estaba observando, iba con otro cuando: ¡Tik!, le clavaron una flecha en el vientre a ese que iba con Keleto. Vaciló y cayó. Keleto corrió.

−¡Enemigo desgraciado!

Otro que estaba junto a Keleto también: ¡Tik!, vaciló y cayó. Keleto corrió, era como un espíritu. Ya eran po-cos los que, del grupo de Keleto, seguían tirando fle-chas. Pero también se estaban acabando los Sikuani.

Salieron corriendo hacia oriente, lamentándose. Eso fue algo tremendo. Los persiguieron para abajo. Ke-leto era espíritu y Kuamü también. A sus compañeros los acabaron, pero ellos dos salieron con vida.

Así fue cómo esa gente sikuani se apartó a vivir hacia oriente, mientras que nosotros nos apartamos ha-

cia esta parte de occidente. Esta es la forma en que nuestros antepasados se flechaban y como Keleto los llevaba al combate.

Keleto era una persona violenta. Cuando estaba en su casa y llegaba alguien:

−¿Qué tal, cómo está? le preguntaban.

−¡Bien, bien! ¡Aquí! −contestaba.

Pero tenía su mente puesta en el combate:

−¿No hay gente peleando por allá?

−Pues sí, ayer se pincharon dos, pero ninguno murió. El que empezó la pelea huyó.

−¡Ah! ¡No haber estado ahí!

Alguien un día le comentó:

−Oiga lo que me dijo Fulano: “¡Desgraciado de Keleto! ¡Ese tipo tiene la espalda como un budare!”

−¡Ah, qué bueno! −dijo Keleto, pues ya tenía un moti-vo de pelea. ¡Ahora me encargo de él!

Se fue río abajo, por el lado donde el otro tenía el conuco, y con sus flechas se escondió a esperarlo. El hombre llegó, Keleto le disparó una flecha y lo mató, lo arrastró y lo metió en la madriguera de un armadi-llo gigante.

Esa era su forma de vivir. Hace tiempo eso era cos-tumbre común entre la gente. Kuamü se parecía a Keleto. Eran bravos, dedicados a la lucha. Hoy día no-sotros ya somos más pacíficos.

Esa es la historia que yo sé.

Relato de José del Carmen Gaitán, Centro Unuma, año 1988

Entre Cantos y LLantos 155

ANDRÉS BONILLA, CHAmÁN

El kuwainü murió. Voy a contar eso, lo de mi her-mano. Allí no más está el sitio donde bailaba.

Él en sueños oyó un canto. Lo que cantamos hace un momento, ese mismo canto. De por allá del cielo Kuwai le estaba transmitiendo el poder, ese po-der le estaba llegando. Mi hermano en esa época no sorbía yopo. Nada de eso.

Cuando usted recibe su poder de otro chamán, usted no es kuwainü. Es un chamán común y corriente. Si recibe su poder por medio de sueños, sin necesidad de aprender de otro chamán, sino directamente de arriba, de Kuwai Matsuludani, entonces es kuwainü. El kuwainü sabe más que el chamán, puede enseñar a otros, pero éstos no son kuwaiwi, son simplemente chamanes.

Mi hermano vivía tranquilo, pero llegó de la parte de occidente un viejito llamado Dioso. Pero no Dioso el propio Dios, sino que ese era el nombre que llevaba. Ese viejito murió en Kumabejuco. Vino a pasear hasta aquí y aquí bailó. Cantaba y bailaba. Ese viejito Dioso cantó este canto:

Nosotros no nos vamos a morir

Nosotros no nos vamos a morir

Así cantaba el viejito Dioso. Después de eso, cuando ya pasó, dejó el frasquito de yopo ahí. Mi hermano no sorbía todavía, así como usted nunca ha sorbido yopo, así estaba mi hermano. Seguramente desde el cielo fue encaminado hacia esa idea. El yopo y el frasquito los tenía en un estante. En una botella vacía que él tenía ahí apareció el yopo. Dicen que esto es yuluwa. Ese yopo se llama yuluwa por lo que viene

del cielo, yuwaisi también se llama. Por obra de Dios Matsuludani apareció eso. Olía bueno. Era muy olo-roso.

Él ya estaba cantando y bailando:

Pongan atención

Pongan atención

Eso es yuwaisi

Yuwaisi estamos sorbiendo

Estamos sorbiendo yuwaisi

−Así va a decir usted −le iba diciendo Kuwai en el canto.

Ese canto lo oía en sueños y tenía que repetirlo de día.

Yuwaisi

Vamos a sorber

Yuwaisi

−Así va a decir usted en el canto −le estaba diciendo Kuwai Matsuludani a él.

Los hombres se habían ido por allá lejos a cortar fi-bra. Alejandro se fue primero, Hernando y Manuel también se fueron a cortar fibra. Antes de ellos volver ya estaba bailando. Estas palomitas que vio usted en esa casa eran de mi hermano, de él eran esos anima-litos, los pichoncitos se los comen los ratones, de lo contrario hubieran sido bastantes.

Ya estaba sorbiendo yopo mi hermano, ahora sí sorbía. Durante el canto Andrés oyó un ruido como cuando brama una res. Era el bramido de un toro.

Él sorbía yopo. “¡Mmmm!” hacía el toro. Al oír eso llo-

156 Entre Cantos y LLantos

ró. Él fue el único que oyó eso ya enyopado, asunto del cielo de Kuwai, que le mandó ese poder. Por ser cuestión de Kuwai Matsuludani él sentía como buena la borrachera, veía cosas hermosas.

Todos llegaron, de Inírida, mis hijos también. A Her-nando se lo llevó el Comisario a Puerto Carreño. Para enseñar a los niños quedaba solamente el viejo Ma-nuel, mi marido.

Él bailaba. Kuwai dejaba caer del cielo malewa, que son unos preparados de yopo y yunu, que es un ta-lismán. Eso llegaba por medio de una brisa. También dono yunu, un talismán cristalino, muy transparente. Dicen que lo que vio durante su embriaguez se llama Pueblo Azul. Ese pueblo estaba en el canto. Eso veía mi hermano.

Cuando la gente, alarmada, hablaba del ejército, él decía:

−¡No! ¡No va a pasar nada! No van a molestar. Vamos a estar bien por aquí.

Era vidente.

−¡Que viene por ahí una epidemia de fiebre! ¡Que se viene muriendo la gente! ¡Se está acabando la gente!

−¿Ah? ¡No! ¡No hay nada! Por aquí no va a pasar nada. Si algunos deben morir, pues morirán. Pero a nosotros por aquí no nos va a pasar nada.

Cuando se le perdía algo a alguien, lo llamaban a él. Él cantaba y encontraba la cosa perdida. Así era él. Aho-ra cuente usted, Manuel, como lo vio, para que él se entere bien.

Bueno, pues así sorbió. Ellos reciben las cosas de lo alto, lo que agarran del cielo, lo muelen, lo muelen y hacen el yopo. Ven cosas buenas, ven únicamente las cosas de Dios, ven todo íntegramente los que pertenecen a Kuwai. Ven pueblos, ven el pueblo de Dios y la flor de yuta.

Para que llegue agua en un tarrito, primero lo ponen boca abajo, así los demás se dan cuenta de que no contiene nada, después lo ponen boca arriba. Ahí sí llega el agua. Tenía muy buen aroma. Tomábamos de eso. Cuando se acaba el yopo destapan el frasquito y lo ponen ahí. Se llena el frasquito de polvo de yopo y de eso suerben. Esas cosas de Dios son bonitas.

Él veía los pueblos de Dios, todo bonito, todo eso veía mi cuñado. Si estaba usted quejándose: “¡Ay ay ay!” Así acostadito, él lo soplaba, soplaba y le calma-ba el dolor. Le llegaban pacientes de todas partes, hasta blancos, los soplaba y ellos iban sanando. Le pagaban, pero no caro. Le daban ropita a veces. No era caro el tratamiento, porque eso era cosa de Dios. Por eso no cobraba mucho. Lo que querían le daban. Le llegaba mucha gente, pero no pagaban mucho. Él hacía los tratamientos para sanarlos pero él seguía pobre. Soplando quitaba el dolor. Soplaba, soplaba, soplaba y el paciente quedaba bien. Los que trató to-davía están vivos, todos están bien.

Fumaba cigarro, sorbía yopo, tenía las bolitas de tapi. Con eso sacaba el mal. El tapi es una cosa cristalina, de por allá del cielo, mandada por Kuwai. Por eso es imposible compararlo con las cosas de acá, es como visible y a la vez invisible, más potente que el tapi del chamán común y corriente. Esto le llega a la palma de la mano y él se lo echa en la garganta, eso se colo-ca bien en la garganta y queda ahí. Él lo siente ahí, en la garganta y ahí lo tiene durante el aprendizaje de los tratamientos.

Ya en el tratamiento él saca eso, es el mal concretado. El tapi es como un cristal lanudito.

Otra cosa es el wanali. El wanali sale del cuerpo del paciente al chuparlo el chamán. Chupa muy fuerte-

Entre Cantos y LLantos 157

mente: “¡Axxxxx! ¡Axxxx!” Sale la sustancia que se utilizó para hacer el maleficio, pueden ser pelos, si es maleficio de pelos, o restos de comida si eso fue, pelos de la cabeza también pueden ser. El wanali puede ser como piedra cristalina, amarillo oscuro. El kuwainü y el chamán ordinario hacen visible el mal que aqueja al paciente. Enfermedades o epidemias nosotros no las vemos, pero ellos sí las ven. Con su poder lo quitan de ahí y lo mandan a otra parte. Ni la tos, ni las fiebres llegaban por aquí porque él las ahuyentaba con su poder.

Posiblemente otros chamanes lo cogieron descuida-do y lo mataron, porque él no estaba enfermo, esta-ba bien. Se privó, quedó muerto en seco. El rito de mara no dio ningún resultado, a pesar de que le qui-taron una mecha de pelo. Así murió, de lo contrario usted lo hubiera visto aquí. Era de mediana edad, ni muy viejo ni muy joven. Tenía capacidad para todo. Estaba bien de salud.

Las cosas de Kuwai son como transparentes, como si se pudieran tocar, pero uno no siente que toca nada, sabe que están ahí porque las ve. El kuwainü distin-gue las cosas muy claramente, por ejemplo los pen-samientos de los demás. Pueden ser cosas totalmen-te imprevistas. Dios avisa por medio de unos signos que aparecen en forma mágica. Uno se siente bien y contento de ver los signos de Kuwai. El kuwainü se siente bien satisfecho y piensa constantemente en eso. Mira bien las figuras del cielo. Clarito, cristalino, bonito. Ve bien, sabe bien. Por sí mismo sabe. Ve las ideas íntimas y lo que está por suceder. Si alguien piensa detrás de él también lo ve. Sabe mucho. Si us-ted se entera de que alguien está preparándose para matarlo, usted le dice al sabio:

−Bueno, mire qué es eso. Yo no quiero que me maten. ¡Mire lo que va a pasar!

−¡Tranquilo! Yo voy a mirar. No, a usted no le va a pasar nada −le hubiera dicho él.

Él le hacía la contra a eso.

−No piense más en eso. Tranquilamente viaje o lo que tenga que hacer. Así le explico yo a usted lo que le va a pasar.

Él veía cosas buenas, la luz de Dios, hermosas cosas veía él para darlas a conocer. Le llegaba agua del cie-lo olorosa. Todas esas cosas le llegaban. Agua azul, blanca, rosada. Plata también le llegaba. Pero eso no tenía importancia.

El espejo de Kuwai Matsuludani es como si nosotros tuviéramos un espejo grande colgado en frente. A ese espejo llegan las imágenes de las personas, imá-genes que se mueven, como ver una película. Viene de atrás y de muy lejos de uno.

158 Entre Cantos y LLantos

Así es el espejo del kuwainü y por eso sabe todo. Las ideas de las personas también las ve ahí. Claro que nosotros no vemos los pensamientos, pero en el es-pejo se ven. En realidad uno los oye como si hablaran. No tienen figura, sino sonido. Las ideas se oyen ahí. Como si él tuviera un libro donde fuera leyendo. Así sabe todo él sin que nadie le cuente. Los kuwaiwi tie-nen ese espejo por obra de Kuwai Matsuludani, ese que formó la primera mujer del tronco de un árbol.

Kuwai es el que da poder a los kuwaiwi de la tierra. Ese es el que da poder a los hombres. Los espejos muestran lo que va a pasar. Cuando él está enyopa-do sabe más, puede hablar de sitios que están lejos y oye bien. Él oye y sabe aunque digan a escondidas:

−¡A éste lo vamos a matar!

Como el radio, pero uno no ve el radio, es como tener el radio en el oído. Así pasa cuando él está enyopado. Las cosas que a él le roban mientras está enyopado, él sabe. Así como usted me está viendo a mí, o a las gallinas que caminan por aquí. Así como estamos oyendo la perdiz que canta en este mismo momento. En esta forma ve y oye él, aunque esté lejos. Cuan-do ellos se concentran, aunque sea de noche y estén muy lejos, los kuwaiwi ven las cosas como si estuvie-ran cerquita.

De repente se murió. Estábamos nosotros bailando cuando él murió. Algún envidioso lo mató con un maleficio. El no habló con nosotros. Nos enteramos cuando ya estaba muerto. Como hay muchos cha-manes pues, ¿quién sabe? Pudo ser un chamán.

−¿Qué será lo que le pasa?

Supimos porque nos trajeron la noticia de que se ha-bía muerto.

A los que tenían una espina clavada en la rodilla, él se la sacaba sólo con chupar. A una niña se le partió una espina en la pierna y él se la sacó. Se le metió un grano de maíz en la nariz a un niño, también lo sacó él. Así era él. Como ese hombre ya no hay. Actuaba así por obra de Dios. Los que quedamos aquí no sa-bemos nada.

Kuwai Matsuludani es el dios de nosotros, Matsulu-dani es el propio nombre. Kuwai Matsuludani es el propio nombre completo, se llama Kuwai porque nació con todas las cosas. Apareció en el mismo instante. Luego está Furunaminali. Era un tipo malo que le gustaba hacer el mal, convertir en animales a las personas, dañó muchas cosas. Furunaminali era como Kuwai pero pensaba en hacer el mal, no más. Venía un grupo de personas y él las convertía en un morichal. Maduedani era como ellos, pero menos. Maduedani era casi igual que Matsuludani y Furu-naminali. Maduedani Perro, o Madueto, tiene poder como Kuwai. También pensaba en convertir las cosas en otras, pero no era capaz porque no tenía tantos poderes como Matsuludani, poco sabía.

Kuwai Matsuludani no tiene padre, nació por sí mis-mo. Al tiempo que apareció se hizo la luz. Apareció y vio que estaba solo. De un árbol sacó la mujer. El origen de la humanidad no sé bien. Únicamente de la mujer que sacó del tronco de un árbol. Se habla de los monos titíes. Que los micos eran gente. Segura-mente de ahí aparecimos nosotros.

Los ancianos que sabían eso se murieron. ¡Qué lásti-ma! Yo conté como me contaron.

Relato de Simona Bonilla y José Manuel Sánchez, Santa Fe, año 1983

Entre Cantos y LLantos 159

EL ENFERmO

Llegaron los visitantes, los que iban buscando esposas. Él llegó de la parte del Orinoco, por-que por allá tuvo un problema. Llegó al puebli-

to de Jalewe.

En esos días llegó Julio del río Tomo, para la siembra. Él se puso a vivir cerca de Julio. Ahí vivió, trabajaba en los conucos ayudando a los demás y buscando el sitio para su propio conuco.

Ramón llegó más tarde. Por ese entonces también llegó Juanita, pero sin su marido. Él se puso a vivir con Juanita, estuvo viviendo con ella. Tumbaba árbo-les, trabajaba la tierra. Pero enfermó.

Yo lo mandé a Puerto Ayacucho. Dijo “Bueno” y se fue. Cuando estuve en San Rafael, al regreso lo recogí y me vine con él. Lo dejé en Santa Rita, porque dije-ron que al otro día llegaba el médico, que se quedara a esperarlo. Yo dije que bueno. Ya lo había llevado en vano a Puerto Inírida. Entonces lo dejé en Santa Rita. Después me fui otra vez a San Rafael.

Su tío padre Kokoto se vino de arriba1, llegó a Santa Rita pero el médico no llegó, se había ido a Gaviotas en avión, sólo mandó al motorista de la lancha.

Le había dicho al motorista:

−¡Allá hay un enfermo, vaya a recogerlo y llévelo a Puerto Carreño!

−Bueno −había dicho Avelino, el motorista.

Fue a buscarlo pero él ya no estaba, se había ido a Puerto Ayacucho detrás de su tío, pues él lo había lla-mado para que se fueran juntos. Yo regresé de San

Rafael. Dormimos en la lancha, en la entrada de la laguna de Walipa. Él se había ido detrás de su tío a Puerto Ayacucho.

−Usted ingresará en el hospital −le dijo el tío.

−¡Bueno! −contestó.

Pero en el hospital no entró, regresó hacia acá, casi se muere en el regreso, de tan enfermo que estaba, pero más tarde se recuperó.

Ya no tenía nada. Trabajó en su conuco pequeño, pues mientras estaba fuera le habíamos tumbado un conuco pequeño en un rastrojo, cuando pensá-bamos que estaba en el hospital curándose. Pero no entró en el hospital y no fue operado. ¡No! Así no más regresó.

−Bueno, y ¿qué hizo?

−¡No me hicieron tratamiento! −contestó.

−Bueno −dije yo.

Después se puso peor. Vomitaba y vomitaba. ¡Como no lo habían examinado! Ahí siguió viviendo. Me ha-bló de Francisco:

−¡Me dijo que me vaya con él!

−¡Ah! ¿Le dijo eso? ¡Será por lo que usted se ve tan mal! ¡Los blancos de por aquí no se lo hubieran di-cho! ¡Él se lo dijo! ¡Usted sabrá lo que tiene que hacer!

−le contesté.

Dijo que bueno y se fueron ambos. Durante un buen tiempo estuvo ausente. Más tarde regresaron.

1. De occidente.

160 Entre Cantos y LLantos

−¿Qué tal? −le dije.

−¡Esta vez me operaron! ¡Me curaron! −dijo.

−¡Está bien! −contesté.

Llegó a su casa y siguió viviendo. Pero Juanita su mu-jer estaba allá lejos, en Japa, haciendo mañoco.

−¡Por el momento usted está bien! ¡Cuídese! ¡No ca-mine!

−¡Bueno! −dijo él.

Pero entonces llegó José de Japa. Y él se fue allá con José.

Allá le llegaron los dolores de cabeza, así sin más le llegó el dolor de cabeza. También le dolía la pelvis y la punta del cráneo. Llegó a Wereto ya con muchos dolores de cabeza. Llegó aquí, parecía un espíritu de la selva, de tanto dolor que tenía.

−¡Ay! ¡Ay! ¡Me voy a morir! ¿Con qué me voy a poder sanar? −decía.

Yo me quedaba callado. Él seguía con el dolor de ca-beza.

−¡Me duele la cabeza! ¡Me duele toda la pelvis! ¡Me duele la espalda! −decía. Después empezó a ver alu-cinaciones, por la noche, llamaba a la gente. Le dolía la cabeza. Hacía como las gallinas, cantaba, silbaba como la danta.

Se quedaba todo el tiempo en su chinchorro. Las mujeres ya le tenían miedo. Salía por la noche, y con todas esas cosas asustaba a la gente. Ya estaba grave, verdaderamente muy enfermo.

Pero todavía tomaba agua, después ya la rechazaba. Sin que yo supiera creo que Francisco le daba agua. Ramón también le llevaba agua, se la llevaban a su casa, pero no la tomaba. Estaba grave.

Yo había ido al conuco. Regresé al mediodía.

−Está grave −me dijeron−. ¡Echa espuma por la nariz!

−Bueno −dije.

Fuimos los dos a mirarlo. Entramos, lo acomodamos bien en su chinchorro, lo enderezamos, luego nos vi-nimos. Mientras estábamos afuera dejó de respirar.

No había gente en el pueblo, yo era el único en haber llegado, y Francisco, que se había quedado ese día.

−¿Qué vamos a hacer? ¡No está la gente! ¡Vamos a te-ner que cavar el hoyo entre los dos!

Cavamos el hoyo. Era mediodía. Cavamos en medio de un calor tremendo. Queríamos tomar agua.

−Me voy a tomar agua −dijo Francisco.

−Bueno −contesté.

Seguí cavando solo. Luego me trajo agua, tomamos los dos y seguimos cavando, hasta terminar.

−Ahora vamos a traer hojas de platanillo. Luego va-mos por el muerto.

Preparamos las hojas y un palo para traer al difun-to. Regresamos a las casas, recogimos al difunto, lo cargamos al hombro entre los dos con el palo y nos fuimos.

−¡No vayas a pesar mucho! ¡Hazte liviano!

¡Tu familia no está! Como ellos no están, te vamos a enterrar nosotros −le decía yo.

Lo pusimos junto a la boca del hoyo. Desatamos el chinchorro del palo. Cogimos cada uno una punta del chinchorro.

−La punta del chinchorro, cójala y vaya soltando ha-cia abajo −le dije.

Entre Cantos y LLantos 161

Lo depositamos en el fondo, en el nicho lateral.

Yo corté palitos, varios palitos, los fui colocando en la boca del nicho, inclinados. Luego fuimos cortando pedazos de hoja y poniéndolos encima de los palitos, tapando al muerto. Terminamos.

Echamos tierra, mucha tierra. Apisonamos la tierra, y seguimos echando más. Yo apisoné otra vez. Lo en-terramos.

Se acabó el dolor de cabeza. Se acabaron esas cosas.

Relato de Tiberio Pérez, Kotsipa, año 1972

CRÓNICA DE uLTRATumBA

Me fui donde están los muertos, al cielo. Esta-ba oscuro, con niebla, impresionante. Viajan-do oí:

−¡Yapaiii! ¡Hermaaana!

Yo seguí derecho. Iba viajando por el camino de los muertos.

−¡Hermaaana! ¡Hermaaana! ¡Hermaaana!

Pasó un día. Caía una llovizna, caían las goticas. Llegué a la casa de mis familiares muertos. Al ver que yo no estaba muerto me dieron unos empujones, se enfure-cieron los espíritus y me empujaron por la barriga con un palo.

−¿Qué busca? −decían.

Yo me estaba calladito.

−¡Usted está vivo! −me decían−. ¡Usted no está muer-to! ¡No! ¡Usted sólo vino por aquí a pasear! ¡Váyase!

Cuando estuve en el cielo me empujaron con un hierro. Ellos estaban ahí. Uno los veía: mi abuelita, mi abuelito, todos me saludaron. Era un pueblo grande, el pueblo de Jesús Kalira.

Jesús Kalira iba a hacer nacer una mujer jovencita. A los muertos los iba a convertir en gente viva. Dejamos la casa de él, lo pusieron de pie en algo alto para que cantara. Les decía Jesús Kalira, a cada uno:

−¿En quién va a reencarnarse usted? ¡Va a nacer bien bonito! Se va a convertir en una mujer jovencita. Nun-ca se va a morir.

Esto decía en mi presencia. Cuando me soltaron regre-sé a casa, llegué acá otra vez.

162 Entre Cantos y LLantos

Ocho días después volví al sitio de Jesús Kalira. Él es-taba soplando a una mujer jovencita con humo de ta-baco, la sopló, la sopló en mi presencia, ella se levantó, estaba cubierta de plumón, se puso de pie, le abrieron la puerta. Ella vacilaba por la debilidad. Su futuro ma-rido la estaba esperando y la cogió de la mano al salir, delante de mí se casaron. Y él se la llevó.

Ahí había un barco. Se vistieron para dar un paseo. Se metieron al barco, y en mi presencia se fueron. Era una canoa grande como una nube, enorme como ese pe-dazo de monte que vemos ahí, como la casa de Mar-cos. La canoa estaba llena de gente pero eran espíritus, espíritus de los muertos. Fueron a pasear por allá hasta las fuentes del Meta. Donde empezaba el Meta estaba Dios. Fueron a comer y a bailar.

En otra oportunidad volví. Llegué después de mucho tiempo, no me reconocían, me regañaban. Furiosos estaban los espíritus. Como estaban furiosos me fui otra vez, nadie me conocía pero allí vivían todos, mis hermanos mayores, Materi, mi suegro Yalewa, Ramón, Dono también, todos estaban reunidos allá, paseaban. Cuando llegué ellos se me arrimaron.

−¡No! Este no está enfermo. Sólo viene a visitarnos.

Me dijeron que regresara a mi casa. Yo regresé y esta vez entré bajo la tierra. Encontré una palma de mori-che. Me convertí en ardilla y me metí por el tronco de la palma, me metí hacia abajo. Allí vivían los blancos muy hondo, muy lejos. Seguí entrando. Encontré can-tidad de gente, mujeres bonitas que tenían el cabello rojo y vivían en una casa de puro espejo. Me estaban esperando y me miraban. Me llamaban, me hacían se-ñas. Dijeron:

−¡Miren! ¡Se parece a Tsawaliwali! ¡Usted es como Tsawaliwali! ¡No tenga miedo! ¡Véngase derecho! ¡Pase por allá!

Yo di un rodeo. No me di cuenta de cómo salí de esa casa. Estaba solo. Pensé: “¡Caramba! ¡Estoy perdido! Como voy embriagado de yopo, no me he dado cuen-ta”.

O sea que también di un paseo por debajo de esta tierra. He estado dentro de la tierra y también dentro del agua hasta donde terminan los ríos. He estado por el río Tiyawa donde viven los Descendientes del Tigre, con la gente de Terejo, donde vive la gente del mo-mowi del Tigre. Y también con los Guayabero estuve sorbiendo yopo.

Sólo yo doy vueltas sobre mí mismo

Sólo uno da vueltas sobre sí mismo

Estamos embriagados con la flor de yuwaisi

Una sola mujer da vueltas sobre sí misma

Estamos embriagados con la flor de yuwaisi

Párense a bailar.

Cuando yo sorbía yopo por allá cantaba esta canción.

Una sola mujer da vueltas sobre sí misma

Párense a bailar

Cuando Beri no existía, estuvimos por allá bailando hacia el Tiyawa, hace tiempo. Allá yo le hice un reque-rimiento a una mujer, ella se enfureció y me pegó, me dio en la espalda con un palo. Entonces me fui a Oro-cué a pie. Cuando llegué a Orocué seguí por el Meta y por el Meta llegué a Carreño. Después de Carreño regresé acá. Llegué hasta Kotsipa. ¡Y aquí estoy!

¡Je! El Zorro se va

Una mujer me trajo y me dejó aquí

¡Cuidado! ¡Cuidado!

El perro Nubai

Entre Cantos y LLantos 163

Esta canción es diferente de las que se cantan por aquí. Los chamanes componen sus propias canciones, cuando están por allá en las nubes, enyopados, pues con los espíritus que ellos tienen sacan sus canciones. Si yo soy chamán, tengo mi espíritu, uno de esos ani-malitos como patos, culebras. Entonces yo voy sacan-do la canción, por ejemplo:

¡El pato real, el pato real!

Si usted quiere decir pato, dice pato. El chamán canta así para transformarse, en caso de que tenga que dar la pelea con otro chamán. La letra no es totalmente sikuani, pero él sabe lo que está diciendo.

La canción de Zorro es para cuando se va a tomar ya-raque. Mandan el aviso de la fiesta con un muchacho que va tocando la flauta llamada zorro. Los invitados no llegan enseguida. De vez en cuando el jefe de un caserío manda a un muchacho a ver si ya está listo el yaraque. Éste sale con la flauta y va cantando con va-rios amigos, apostando una carrera, van cantando y sil-bando con la flauta. El que primero llega allá pregunta si el yaraque ya está bien fermentado. Sale el dueño de la canoa donde se está fermentando el guarapo.

−¿Ya está bueno eso para tomar? pregunta el mucha-cho.

Si todavía no está dice que no, que para mañana me-jor. Entonces los muchachos se vuelven cantando y tocando la flauta.

Relato de Amaro, Kotsipa, año 1972 Comentario de Hernando Sánchez,

Wayanaebo, año 1983

164 Entre Cantos y LLantos

Hace tiempo, en Cabruta, un espíritu me aga-rró. Era grandecito, el espíritu, con apariencia de mujer vieja, y me agarró. A mi me pareció

que era mi comadre.

−¡Comadre! −le dije.

Se me abalanzó y me agarró. Me entró un frío intenso. Nos agarramos ambos.

−¡Aaaaah!

Yo trataba de gritar, pero no podía.

−¡Aaaaah!

Nadie me oía. Allá en Cabruta me agarró un espíritu, me tumbó, caí hacia atrás y volvió a tumbarme. Era tarde por la noche cuando estábamos ahí peleando el espíritu y yo, en Cabruta. Me había estado ace-chando en el camino, porque yo acostumbraba a pasar por ahí.

Se lo cuento todo, para que me pongan atención. Yo iba caminando, llovía. Como me entraba frío, com-pré un litro de ron. Yo venía tomando por el camino cuando el espíritu se me vino encima. Logré salvarme, lo tumbé al suelo, él me pegó, nos pegamos ambos, me tiraba para acá, me tiraba para allá, yo también lo tiré, al otro lado de una cerca de alambre. Después lo tiré a este lado y nos agarramos a pelear. Yo estaba empapado y soplaba el viento. Grande era ese espíri-tu. Yo le tenía pavor.

Me cogió por debajo y me tiró a lo alto dos veces. Yo estaba con la cabeza abajo y los pies arriba. Me alzó otra vez y caí más allá.

Entonces me senté un momentico y salí corriendo, me fui descalzo, porque había perdido los zapatos en la lucha.

Voy a seguir hablando porque estoy borracho de capi, me la paso mascando capi. Yo casi no como casabe.

Otro día me agarró el güío, lo cogí y le partí el pes-cuezo. Otro día le gané al tigre, le partí el corazón, así fue como maté el tigre. Andaba solo, con mi arco, templé el arco y lo fleché.

Hay mucha gente aquí, mañana hablo otra vez, aho-ra ya es tarde, hace rato que se puso el sol. Los jó-venes están reunidos para escucharme, voy a seguir hablando un poquito más.

El espíritu Bopepe me lo topé en mi conuco, llevaba un sombrero grande, estaba sentado ahí, cerquita.

Este perro que está echado aquí lo trajeron a Kotsipa. Estaba yo pescando guavina, sacaba mucho pesca-do de ese. De repente oí un ruido: alguien venía ca-minado por detrás de mí, acercándose por mi propio rastro. Eran los nómadas Maulesi y Mayali que traían un perro. Mi cuñado Kayejeli me había dicho que me iba a mandar un perro. A Wanaka, de Japa, le trajeron ñame. Pero él estaba con fiebre.

Llevo un buen rato hablando, y se está haciendo tarde. Vine de visita por aquí pero me está dando sueño.

Relato de Amaro, Kotsipa, año 1972

ENCuENTRO CON uN ESPÍRITu

Entre Cantos y LLantos 165

AuTOBIOgRÁFICAS

Hace tiempo curé a Lorenzo. Le salían gusanos por la nariz. Lo estuve curando todo un día, pero con un día fue suficiente. Ese mismo día

por la tarde ya estaba aliviado.

Yo iba tranquilo por el camino, pensativo. El hijo de Lorenzo venía llorando. Nos encontramos y yo acepté curar a su padre. Me fui a caballo al pueblo de él, de Lorenzo.

Lo alenté, por la tarde ya estaba comiendo otra vez. Al día siguiente regresé a la casa del viejito Lorenzo y lo encontré trabajando, lo había curado.

−¿Y esto qué será? ¿Será mi mujer que me tiene odio?

−Sí, seguro que su mujer le tiene odio −le dije.

Él iba a matar a la mujer. Le dije:

−Bueno, uno nunca sabe. Pero si la quiere matar, pues vaya y mátela.

Ella se fue corriendo al comando de la policía, me lla-maron de allá y lo que hizo fue denunciarme a mí no más, a mí solo. Al día siguiente me llegó el comisario:

−Bueno, Andrés, a usted lo van a detener, váyase lejitos, por allá por la selva, por allá lejitos, me dijo.

Dije:

−¡Bueno!

Y por la tarde salí a caballo. Me encontré con ellos, me venían buscando y me escondí. Se fueron hacia orien-te. Alguien les dijo:

−¡Busquen por los lados de García, por allá por Maca-nare, aquí no hay ningún Andrés! ¡No hay ningún cha-mán!

Se fueron a buscar por Corosal. Más tarde alguien me dijo:

−¡Regrese a su tierra!

Hace tiempo yo solía salir a hacer curaciones. Entre los Blancos estaba yo curando a la gente y los alentaba bien. Por ejemplo estuve en Las Mercedes, curé a Telmaseli. La gente me trataba bien, me daban cerve-za, también ron.

Hace tiempo acostumbrábamos a bailar en Majaba. En esa época podíamos tocar a Tsawaliwali. Bailába-mos muchísimo. Tsawaliwali andaba entre nosotros. En Mayawi también bailábamos. En esa época éramos muy numerosos. Hubo un año en que lo bailamos todo completo. Podíamos tocar a Tsawaliwali. Baila-mos en Majaba. Luego tomamos el jugo de la fruta celeste. Nos fuimos volviendo livianos. Tsawaliwali hacía tronar y estremecer el mundo. Había huracán y el viento nos tumbaba, las mujeres caían al suelo. Bai-lamos diez años seguidos. Tomábamos el jugo de la fruta celeste, tomábamos ron. Bailábamos. El viento nos tumbaba al suelo. Bailamos en esos sitios.

En esa época hacíamos eso y luego bailamos sin tomar el jugo de la fruta celeste ni nada, así no más bailamos. Luego nos fuimos y empezamos a bailar en nuestra tierra, cada grupo en su casa. Se oía muy lejos el piso-teo del baile. El viento nos elevaba, nos subía muy alto, era impresionante.

Eso era por voluntad de Kuwai. Por voluntad de Tsawaliwali. Éramos gente peligrosa, se echaban los conjuros unos chamanes a otros, éramos peligrosos. Hacíamos yopo, soplábamos, así hacíamos hace tiem-po. Hace tiempo éramos así. Bailábamos.

166 Entre Cantos y LLantos

Nos dábamos la mano. Yo llevaba dos mujeres de la mano para que el viento no me sacara hacia fuera. En esa época tomábamos el jugo de la fruta celeste. Em-barrábamos la casa para que el viento no nos sacara, porque estábamos livianos y el viento corría fuerte-mente.

Cuando eso ya terminó tomamos yaraque y bailamos otra vez. Era época de sequía. Salimos y, con los crá-neos de venado, nos enfrentábamos y retrocedíamos, ladeándonos.

Así hacíamos allá cuando todavía vivíamos en nuestro sitio, al occidente de aquí. Ahora ya no, ya no hay nada de todo eso, hablamos muy diferente y ya no es como antes.

Bueno, ya conté. Lo que le contamos a Francisco lo va a llevar para la tierra de él, para eso le estamos hablan-do y más tarde estaremos hablando por allá lejos.

Hace tiempo nos llegaban los nómadas de visita, los de Kuliwakua. Ujenio también, Tonoto, Kuwaiyeto, Ya-joto y Tulupuwa también. Nos hacían tomar yopo. Los Matsena también llegaban. Y las mujeres de Bojopiji. Llegaban las visitas a negociar.

Traían yopo, traían caracol para el yopo. Nosotros les dábamos arco, caña para la flecha, vasijas de barro para cocinar. Eso les dábamos y ellos nos traían chinchorros de palma y loros. También traían perros cazadores, para cazar venado, también perros para levantar tigre. Venían en busca de machetes, de calderos. También querían puntas de flecha con lengüeta y pintura para la cara, como achiote, caraña, kayali, kerawiri. Pintura, machetes, hachas, todo eso venían a conseguir con nosotros y nosotros les dábamos. Aquí llegaban los Matsena, los Tulupu, los Kuliwakua, también los Kawe-lo. Tan pronto llegaban nos hacían sorber yopo, noso-tros sorbíamos.

Hace poco Francisco sorbió yopo, le hice sorber yopo.

Ellos también venían a hacer curaciones. Salían a vo-lar. Llegaban en taparraboss todos. Los hombres con comportamiento de mujer también llegaban. Venían los Masialo también. Y los Baratsui. Y los Bajuwai. Tam-bién eran familiares nuestros. Ya no quedan por aquí. Se murieron todos, casi no los recordamos. Los Cardo-so viven ahora por allá muy hacia el oriente, así como los Malewa Sisibarü y los Sakapialo. Desaparecieron todos. Los que negociaban con nosotros: los Piolo, los Maliawa Sisi, los Sianito, los Manuawiru. Los que con-versaban con nosotros desaparecieron. Los que traían yopo ya no los vemos más. Nosotros nos vinimos por acá muy abajo.

En esa época teníamos con quien intercambiar y nos traían chinchorritos, nos traían perritos, se llevaban pinturas de varias clases. Los del río Tomo traían pes-cado asado y pescado pilado, también traían carne asada de venado y carne asada de caimán. Les dába-mos casabe, mañoco, marañones y guamas y ellos nos ayudaban a sembrar el conuco. Les dábamos casabe. También los invitábamos a yopo.

Así éramos nosotros antes. Hoy ya no, estamos lejos de ellos ahora. Mapayeri anda por allá solito. Y los Maulesi. A veces éstos vienen a pasear por aquí. A los de Ma-payeri todavía no me los he encontrado. Cuando me los encuentre los traigo para acá, los sacaré de la selva cuando los encuentre.

Relato de Amaro, Kotsipa, año 1972

Entre Cantos y LLantos 167

CRÓNICA DEL FuEgO

Antiguamente cogían un pedazo de machete viejo, ese pedacito lo envolvían y lo amarra-ban con un trapito. Así es como hacían el fue-

go los antiguos parientes nuestros. Con una piedra dura partían un machete viejo, sacaban un pedazo de la cacha y lo hervían en orina durante mucho rato para que cogiera el temple suficiente para soltar chis-pas. El vástago del agave bien sequito prende muy fácil, golpeando el pedazo de cacha con una piedra bien dura suelta las chispas.

Tsuruata era una casa de pura hoja de platanillo, bien tapada por los lados, tenía forma cónica, con una sola puerta pero tapada también con hoja para que no entraran los zancudos. Servía para dormir única-mente, para cocinar no, cocinaban allá afuera. No ne-cesitaban mosquitero. De pequeña yo dormía en esa casa, era una casa bien grande, cabía mucha gente ahí, los chinchorros se colgaban en hilera.

En esa época no se veía ni una vela, tampoco había fósforos ni conocían el petróleo. Con la piedra dura, el pedazo de cacha de machete viejo y el agave sa-caban el fuego. Eso no era como los fósforos que se acaban fácilmente. Eso no necesitaba mucha cosa. Ellos prendían eso para ver dentro de la casa, pues era muy oscuro. Con un tizoncito de agave seco, mo-viéndolo así, ellos ya veían dentro de la casa.

En esa época tampoco se conocía el cigarrillo, sino puro tabaco. Cultivaban tabaco. Hacían una sarta de hojas de tabaco, las ponían a secar y de eso fumaban.

Tinajas también hacían. ¿Dónde iban a conseguir lata? En ninguna parte.

De la raíz de la palma de araco hacían el rayador de yuca. Iban rayando alrededor de ese palo espinoso. Seguramente no quedaba muy bien rayado, pero así preparaban la comida, así se alimentaban en esa época.

Siempre decían:

−¡Viene el ejército a matarnos!

Lo que le estoy contando es para que usted esté consciente de esto y cuente en su tierra.

−¡Viene el ejército a matarnos! –decían. ¡Vienen los soldados y los liberales y traen carabinas! ¡Vienen ar-mados! ¡Traen ametralladoras!

En ese tiempo vivíamos en el Muco todavía. Nos escapamos al monte, toda la noche caminando. Yo tenía este hijo, que estaba pequeñito y lo cargaba a cuestas. Al oír esa noticia caminamos toda la noche, venía la tempestad, nos picaban los bachacos. Íba-mos por el Camino de Dios. Ese camino llega por acá al Vichada desde allá lejos de arriba, por ese camino veníamos.

−¡El ejército! −decían.

Nos protegíamos con una oración que conjura una hierba contra los enemigos. Sirve para aplacarle la furia al enemigo.

Seboseboli bo!

Seboseboli bo!

Son historias antiguas.

Están contentos todavía

168 Entre Cantos y LLantos

Iban a actuar pero no actuaron

Al rezar ese verso se domina al enemigo.

El gobierno habla por hablar

Ese es el rezo de la hierba sebo. Se bañaban con esa hierba. Preparaban una vasija para derramar en el pa-tio de la casa para que los enemigos no les hicieran nada. Pero también alistaban las lancetas para salirle al encuentro al enemigo. Mi marido no hacía lancetas sino que las compraba, lancetas grandes y flechas de lengüeta.

−Si nuestro enemigo ejército nos persigue, entonces con eso lo flechamos. Ellos caerán al suelo.

Con la oración ya sabemos que no nos va a hacer nada. Se teje una trenza con el cogollo de la palma de cumare y con eso nos azotamos para que el ene-migo no nos coja.

−¡Ssssua! ¡Que no me haga nada!

Al rezar esa hierba, la escopeta no dispara, martilla-zo tras martillazo y no revienta la munición. Así era en la época de los antiguos por allá hacia occidente. Cuando los indios estaban por allá, si los perseguía el ejército ellos los flechaban fácilmente. Los revólveres y las ametralladoras se quedaban mudos, martilla-ban pero no reventaban, no sonaban. Los antiguos flechaban y flechaban.

−¡Flechemos a los españoles! −decían.

Los españoles también estuvieron acabándonos así.

−¡Nuestros compadres van a dar una fiesta y van a matar reses para nosotros! −decían los indios en los tiempos de los españoles.

Los españoles llegaron a un pueblo indígena y se hicieron compadres con los indígenas. Pero fue con

la intención de que los indígenas les cogieran con-fianza para luego mejor acabarlos. Los indios dijeron entre ellos:

−¡Ya llegaron nuestros compadres españoles! ¡Van a matar reses para nosotros y van a hacer una fiesta! ¡Vamos todos allá a la casa de ellos! ¡Preparen casabe!

−dijeron los hombres−. Mientras tanto nosotros mira-remos los agüeros.

Ellos, conforme a la tradición, se pusieron a observar lo que iba a suceder. Aparecieron malas señas. El ca-sabe por sí mismo se ponía en el tostadero, ahí se vol-teaba solo y cuando ya estaba listo para sacar, iba y se tendía allá afuera sobre el estante, la masa de yuca se desgajaba sola. El catumare salía corriendo. Todo eso era mala seña. Agüeros en los que ellos creían.

Los hicieron entrar a todos en una iglesia. Un español decía:

−¡Entren, entren! Ahorita vamos a comer carne de res.

Habían dejado una sola puerta. Entraron. No tardó mucho en empezar la gritería, los estaban asesinan-do. A dos muchachas que se habían escapado dos españoles las persiguieron. Ellas se escondieron en la selva. Los dos españoles se sacaban el pene y hacían contacto con las cabezas de sus penes como para que a las muchachas les causara risa y salieran. De-cían los españoles:

−¡Cuñado, cuñado!

No sabían hablar en sikuani tal vez. Salieron riéndose de la selva las dos muchachas. Los españoles asesi-naron a una. Un hombre se escapó corriendo rapi-dito, se salvó con la otra muchacha. Nosotros somos descendientes de esos dos, porque a los demás los exterminaron. Eran del Movimiento Revolucionario.

Entre Cantos y LLantos 169

Así cuentan.

Rezan la hierba sebo, con esa oración se protegen. Usted también si usara esa hierba, aunque unos ene-migos estén pensando en matarlo, no tiene por qué temerlos. Yo, con mi familia, le consigo el sebo y con la trenza de cogollo de cumare lo azotamos.

Lo de los azotes se hace antes de salir al combate y también cuando se come danta. Porque la danta anda por todas las partes feas de la selva y no le pasa nada, no sale mordida de culebra, ni de tigre, ni de güío siquiera.

Nosotros consideramos que la danta tiene mucha fuerza. El güío le pega el mordisco en una pata a la danta y enrolla la cola en un árbol con la intención de apresarla y matarla. Pero la danta no se deja, va jalan-do, va jalando a la culebra, coge fuerza y va estirando al güío hasta que lo revienta. Como el güío dicen que cree mucho en su fuerza, no suelta la cola, es como elástico, se estira y se encoge. ¡Ya no puede más! Pero no suelta la mordida en la pata de la danta, al final acaba reventando. El tigre también trata de cazar a la danta pero como ella es bien musculosa, bien gorda, el tigre no la puede cazar.

Por ese motivo, después de comer danta, comida propia de los Sikuani, se dan azotes con esa trenza y se vuelven fuertes como la danta, pueden estar en las partes feas de la selva y no les pasa nada. Se esco-ge el cumare creo que porque es la más fina de todas las palmas. Yo he oído contar a los viejos que los Cari-bes, o Kawiri, fabricaban su macana de la madera del cumare. Eso era un solo garrotazo y aquél que venían cazando quedaba tendido seco, muerto. A la palma de cumare no le cae el rayo. A otras palmas sí, como el cucurito. Pero al cumare no. La nuez del cumare también la utilizan los chamanes para echar ahí los

talismanes, y colgársela del cuello. Es una palma que sobresale de las demás, la mejor fibra para la cuerda del arco y para tejer chinchorro.

El ejército no cumplirá

El mandato de sus jefes

Hablarán por hablar

Pero nunca cumplirán

Darán órdenes los jefes

Pero los soldados no cumplirán

Seboseboli bo!

Seboseboli bo!

Hablarán, sí

Pero me dejarán quieto

No más por hablar no más.

Con esa oración se domina mágicamente al gobier-no. Usted puede tener un enemigo que lo quiere ma-tar, pero con esa hierba, el enemigo no le hace nada. Usted va a la casa de él y él le dirá:

−¡Bienvenido!

Aunque haya mucho ejército en su tierra no se pre-ocupe, ellos se van a portar como si fueran familia, lo van a saludar bien, ellos contentos con usted. Y eso es por la oración de la hierba, no más por esa hierba. ¡Así es! Por eso se usa esa hierba. Por aquí hay hierba de esa. Supongamos que usted está por aquí con no-sotros y hablan del ejército, nos rezamos y nos azo-tamos.

−¡De allá viene el ejército! ¡Los liberales también! ¡Vie-nen a matarnos!

Llegan a la puerta de la casa, tratan de disparar pero

170 Entre Cantos y LLantos

los tiros no revientan. Y en ese momento vemos que alguien llega con un arco y los flecha: “¡Tsek... ke!”

Con esa oración se malogran los carros, dejan de fun-cionar, y el avión se cae y la gente se mata. Por eso por aquí somos peligrosos. Yo soy de por aquí tam-bién. Le estoy contando para que usted cuente a su familia y porque usted es familia mía. ¡No se vaya a olvidar de mí! Por ser usted como mi “hermano ma-yor” le estoy contando todo eso.

−¿No será más bien usted mayor que él?

−¡No! ¡Yo creo que es él porque ya tiene mucha bar-bita!

Los chamanes miran el mundo, el espacio. Hace tiem-po tenían poder de Kuwai. Suerben yopo y mascan capi, mascan y mascan.

−¡Estoy mirando! ¡Estoy mirando! ¡Me siento acalorado!

Cuando ya pasó el peligro del ejército el chamán dice:

−¡Ya! ¡Tranquilos por aquí!

Él ve bien. Seguramente Dios nos da ese poder a los indios.

¿Qué pasa? ¿Se terminó el agua? ¿No les dieron agua a los pollitos? ¿Por qué se están muriendo todos los pollitos? ¡Ah! ¡Comieron mañoco y les creció el buche al tomar agua! Yo les había dicho que dejaran ama-rrada a la gallina. ¿Por qué no la dejaron amarrada?

Así es nuestro Dios. Si un chamán adquiere el poder de Kuwai es cosa buena. Baila. Hoy día no hay ningún chamán kuwainü, que tenga su poder directamente de Kuwai Matsuludani. Es posible que en otra región haya un chamán así que sabe mucho.

Hace tiempo los familiares de Tsamani se fueron al cielo vivos, el propio Tsamani, además de Kajuyali y de Liwinai. La piel de ellos se transformó en constela-ciones para que los viéramos. Esto sucedió hacia aba-jo, hacia el Orinoco, donde está la piedra del Árbol de las Plantas Cultivadas. Allá bailaron, donde está el árbol Kaliawiri, donde están los cerros en que se con-virtió ese árbol1.

Bailaron largo tiempo, ya el suelo se les estaba su-miendo bajo los pies, ya se estaba ahuecando el sitio donde bailaban. Por la noche se oía el ruido que ha-cían las maracas en el baile de la gente de Tsamani, hacían mucho ruido donde bailaban los de Tsamani. Y ese sitio está allá hacia abajo2. Hace tiempo, muy antes de nosotros.

Esa constelación de Tsamani está allá en el cielo. Liwinai también está allá arriba, también Kajuyali. Esas cosas que se ven son la piel de ellos, su cáscara, que se transformó en estrellas. Lo propio de ellos, el espíritu no está ahí, se separó y está más allá de las estrellas.

En la selva se encuentra un bejuco que tiene como huequitos. Esos huequitos corren a lo largo del beju-co: son los pasos que daba Tsamani al subir.

Mientras estaban acostados en sus chinchorros les bajaba una fruta del cielo. Se emborrachaban to-mando jugo de la fruta celeste.

Estos son cantos especiales que cantan los kuwaiwi:

Ellos al tomar el jugo

Se emborrachan todos

Para irse a otra parte

Que no está en la Tierra

Entre Cantos y LLantos 171

1. En la rivera venezolana del Orinoco, frente al departamento colom-biano del Vichada, se levantan el Cerro Autana y la Serranía del Sipapo. Para varios pueblos indígenas habitantes de esas regiones, el Autana es el segmento de tallo que quedó en pie, al caer el Kaliawirinae, el árbol de todas las plantas y la Serranía del Sipapo es el árbol caído. Dicen que por eso es una región tan fértil.

2. Hacia el oriente.

Sino en el espacio

Ellos están contentos

Al tomar eso

Al emborracharse

Los kuwaiwi ven cosas hermosas. Esas cosas son her-mosas.

La cultura y las costumbres de los indios son muy diferentes, especiales de ellos. Nosotros somos hijos de un solo Dios, claro que no lo vemos. A las perso-nas malas las castiga. El funcionario del gobierno que piensa mal de nosotros no sigue vivo sino que se muere. A Dios no le gusta esto y le hace llegar la muerte pronto para que no siga obrando mal, para que no siga perjudicando. Cuentan así.

Los de la parte de arriba vienen en avión. Cuentan mucho que vienen los soldados, los liberales y todo eso. Nosotros no pensamos en eso. Tranquilos por aquí. No tenemos plata. ¿Por qué lo van a matar a uno si no tiene nada? Si lo matan a uno encontrarán el mero poste de la casa y el chichorrito. ¿Qué le van a quitar a uno?

Le estoy diciendo, hermano mayor, que nosotros por aquí somos pobres. Hay días que sufrimos por la carne. Pero los días en que van a pescar traen pes-cadito sin falta. Si no hay más que comer, pues puro mañoco. ¿Que traen carne? Pues comemos. O caldito de pescado. ¿Me entiende? El río Vichada está muy retirado y nosotros por aquí somos pobres. Pero aquí estamos.

La próxima vez, José Manuel, tráigame matapalo. Le voy a coser un vestido de matapalo, hermano mayor, para que usted muestre. Se hace machucando la corteza, se cose el vestido, se va cosiendo para hacer

el cuello. Hace tiempo se vestían así, con matapalo. Yo no lo he usado pero así cuentan. Para el cuello se amarran unas pitas. Yo le hubiera hecho también tinajas, vasijitas de barro. Marido, ¿usted sabe hacer eso?

−Sí, yo sé, pero para la tinaja se necesita más tiempo, mientras que el vestido es un ratito no más.

¡Consígame matapalo! Si usted está más días, se le puede hacer una tinaja. ¿Quiere llevar un vestido? Si hoy él me consigue matapalo, hoy mismo se apalea y se saca la tela. Se lava bien, se asolea, y al día siguien-te ya está listo. Yo le voy a coser uno.

−Allá en el conuco hay de ese bejuco.

Para que cuente a su familia: “Yo estuve por allá con los pobres indios. La viejita me brindó yucuta.”

Así va a contar usted: “La viejita estaba tostando ma-ñoco, toda acalorada ahí. Para conseguir platica. Para conseguir de lo que venden por allá ellos, los ricos.” ¡No ve que usted viene de por allá de la tierra donde tienen plata! Seguramente de por allá muy lejos vie-ne usted.

Hace tiempo cuando estaba el padre monseñor que fundó la misión vecina, y Hernando estaba todavía pequeñito, este marido picaba piedra para conseguir plata. En esa época pagaban cincuenta centavos por una torta de casabe. Un peso dos tortas. Ya después el mañoco lo pagaban diez pesos las dos latas. Luego

172 Entre Cantos y LLantos

subió a quince pesos, después ya a veinte, después a treinta, después a cuarenta. Un canasto de mañoco valía cincuenta pesos, después sí ya alcanzó los cien pesos y después llegó a doscientos. Hasta ahí no más, es el precio de hoy día. Un corte de tela de los blancos lo dejan en quinientos pesos. No tenemos con qué comprar, no alcanza. “Pobrecitos los indígenas.” Así cuente usted a su gente: “Comí mazamorrita de ají. No les tienen consideración a los pobres indígenas que cogen miedo cuando oyen hablar del ejército.”

Cuente eso. ¡Cuente eso que oyó! Diga:

“¡Pobrecitos los indígenas! ¿Por qué los vamos a ma-tar? ¿Por qué los tratamos así? Yo cuando estuve por allá, allá están. Como ellos están en sus propias tierras, pues ahí están. Nosotros, comida buena, arroz, pas-ta, papa, manteca, eso comemos. Huevos de gallina también comemos. Matamos una gallina y ahí tene-mos carne. Carne se consigue fácilmente. Comemos bien. Ellos no. La viejita me brindó yucuta, no más.”

¡Muchos saludos por allá!

Relato de Simona Bonilla, Santa Fe, año 1983

RAmÓN gAITÁN

Estando yo en Walema, de Casuarito hacia arri-ba por el río Edagua, noté que había muchos Gaitanes por allá. Mi madre me explicó que un

tío mío llamado Ramón Gaitán había tenido descen-dientes en muchos lugares.

En lo que hoy se conoce como Matanegra, cerca a San Pedro de Arimena, vivía mi familia. El jefe del caserío era Ramón Gaitán. Él era uno de los Descen-dientes de la Danta. Venía de una familia que había sido exterminada por los blancos, su madre era la única sobreviviente.

Ramón Gaitán tenía dos esposas, ellas eran hermanas de mi padre, la menor fue su primera mujer, se llama-ba Basilia y era estéril. La otra se llamaba Manuela. Le dio nueve hijos. Había también una hermana menor, Primitiva. Ramón Gaitán era muy mujeriego, vivió en realidad con las tres. Mi abuela decía:

−¡Bueno, está con las dos! ¡Con eso basta!

En esa época era bastante común que un hombre viviera con dos mujeres hermanas entre sí. La suegra de Ramón Gaitán hacía dormir a su hija menor en un chinchorro encima del suyo. Pero Ramón Gaitán era muy astuto y se encaramaba por las varas del techo y se deslizaba hasta el chinchorro de la muchacha. La madre no se enteraba de nada. La muchacha resultó embarazada.

−¿Cómo es eso si usted duerme encima de mí y nadie la toca? −decía la viejita.

Al fin la muchacha confesó que era Ramón Gaitán y delató la forma en que llegaba hasta ella.

Entre Cantos y LLantos 173

Mi madre dice que posiblemente le habían echado un hechizo a Ramón Gaitán, para que se volviera loco. Su locura consistía en perseguir a las mujeres. Hubo una época en que no podía ver a una mujer ir a orinar sin salir tras ella para agarrarla. Entonces ellas tenían que ir en grupos a orinar, para guardarse de él. Pero mi padre lo rezó, también le rezó el agua y lo curó.

En aquella región ya había blancos. Los miembros de mi familia fueron de los primeros que establecieron la relación de compradrazgo con los blancos.

Cuando llegaron los blancos a la zona de San Pedro de Arimena, alguno de ellos se interesó en darle pres-tigio a Ramón Gaitán. Quizás para conquistar mejor a los indígenas lo nombraron capitán de capitanes, o sea jefe de los indígenas de toda una región.

Él subió a Bogotá a recibir el bastón de mando como jefe oficialmente nombrado de todos los Indígenas de los Llanos. Eso fue bajo la presidencia de Marco Fidel Suárez. En ese viaje lo acompañó mi padre. Em-prendieron la subida en Villavicencio. Mi padre y va-rios de los acompañantes no pudieron llegar hasta Bogotá por el camino:

−¡Uy! ¡Qué frío! ¡Qué frío!

Dieron media vuelta. Dijo mi madre de Villavicencio, cuando estuvo no hace mucho:

−¡Uh! ¡Qué ciudad tan grande! ¡Cuando tu padre estu-vo ahí eso eran casitas miserables!

Ramón Gaitán y los restantes compañeros fueron hasta Bogotá, a pie. Recibió su bastón y regresó.

Por eso él era tan conocido. Alguien llegaba:

−¡Ah! Para esto vea al capitán Ramón Gaitán, que está en tal parte.

Y lo buscaban. En esa época, al principio de la pene-tración blanca, elegíamos a un jefe así:

−¡Bueno, represéntenos usted que sabe castellano! Para que hable por nosotros.

A menudo era el único del asentamiento que enten-día la lengua de los blancos.

Los comerciantes bajaban hasta Puerto Carreño en embarcaciones de madera por el río Meta. Esas em-barcaciones se movían por medio de palancas, iban por la orilla empujando, no había ninguna navega-ción a motor. Ramón Gaitán y mi padre iban de pa-lanqueros en una embarcación de esas.

Llegó un momento en que nadie bajaba por ese río. Temían a los indígenas del Meta, que eran numerosos y violentos, flechaban y mataban a todo aquel que se atreviera a cruzar por sus territorios.

Ramón Gaitán acompañaba a un comerciante que había hecho un intento infructuoso de bajar. Mi pa-dre no iba en ese viaje. Era época de sequía. El Meta había dejado al descubierto gran cantidad de playas. Se toparon con un grupo de indígenas en una pla-ya, había muchos, como uno ver hormigas. Estaban completamente desnudos. Estarían recogiendo hue-vos de tortuga, ese alimento era abundantísimo, por-que esos indígenas eran los únicos que ocupaban esas tierras. Los indígenas hicieron detener la embar-

174 Entre Cantos y LLantos

cación. Entonces Ramón Gaitán dijo:

−Bueno, yo les voy a hablar en mi idioma. Si me en-tienden, tenemos una posibilidad. Si no me entien-den, estamos perdidos.

Gritó:

−¡Mi geeente! ¡Mi geeente! ¡Mi geeente!

Notó que lo habían entendido. Bajó a la playa. Saludó al jefe:

−¡Dame tu mano!

Y le comenzó a hablar:

−¡Eh! ¡Nosotros vamos río abajo! ¡Déjennos pasar! ¡No llevamos ninguna intención mala! Sólo vamos a mi-rar por allá, a ver si conseguimos algunas cosas por el lado de Venezuela.

−¿Qué traen?

−¡Mm! ¡Nuestras provisiones nada más!

Le dieron al jefe sal y unas panelas, cosas de dulce. Ramón quedó sorprendido de la forma en que ellos comían la sal. Le contaba a mi madre:

−¡Ellos no comen la sal como nosotros! ¡La lamen!

Les echaban un terrón de sal en la palma de la mano. Ellos se lo comían a bocados, o lamiéndolo, lo encon-traban exquisito y pedían más. Estaban alegres.

−¡Bueno, no tenemos más! ¡En otro viaje volveremos a traerles!

Así fue como lograron pasar. Después ya hicieron va-rios viajes. Poco a poco fueron amansando a los Indí-genas del Meta y al final éstos ya los dejaban pasar porque los conocían. Llegaban en su embarcación, les regalaban cualquier cosa para repartir entre ellos

y seguían.

En cierta forma Ramón Gaitán colaboró con la coloni-zación. Él se prestó para eso, en beneficio de los blan-cos. Simplemente por haber sido un Sikuani abierto a las cosas de fuera.

Tras ellos fueron pasando los demás comerciantes pero no todos tenían buen corazón. Entonces vinie-ron las masacres de indígenas. Los comerciantes sa-bían que muchos indígenas salían a la orilla del río a recibir panela y otras cositas. Unos les daban, otros se acercaban a la playa y les descargaban una ráfaga de plomo, así los iban exterminando. Decían que lim-piaban el camino.

Ellos entonces se fueron retirando del río y se aden-traron hacia las sabanas del Tomo. ¿Quién no le va a tener miedo a la pólvora, por mucho que tenga sus flechas? Ahí en el Tomo toparían más tarde con la colonización de la tierra. Mi madre dice que ellos eran numerosísimos, muchos más que nosotros los sedentarios. Ramón Gaitán se quedaba asombrado de la cantidad de indígenas que había por esas ribe-ras del Meta.

Ellos no tenían asentamiento fijo, hoy estaban en esta playa, mañana en otra. Recorrían esos parajes pues ahí conseguían su sustento: el pescado del Meta, la cacería.

En el último viaje que hizo por allá Ramón Gaitán, yendo con mi padre, encontró una tierra que le gustó mucho para vivir con la familia, al norte del Meta, en la región de Cararabo, en Venezuela. Era una sabana muy bonita, había muchos armadillos. Ambos que-daron muy impresionados porque en la región don-de vivía la familia eso ya se había acabado. También había mucho venado, salían sin miedo a esa sabana,

Entre Cantos y LLantos 175

como si estuvieran domesticados. ¡Y los armadillos, era uno caminar por la sabana y toparse con ellos! Había pescado, había de todo. Y nosotros vivíamos en una tierra donde no había casi nada, que era por el lado de Matanegra.

Ya se conocían los fósforos pero mi padre nunca lle-vaba. Por las partes donde hay serranías se encuen-tran unas piedritas blancas. Mi padre cargaba dos piedritas de ésas, cuando necesitaba fuego golpea-ba las piedras una contra otra, saltaban las chispas y así conseguía fuego. Cuando no tenía eso, llevaba un palito de madera. Lo hacía girar con las manos sobre una tablita del árbol balso, salía humo, él soplaba y también así conseguía fuego. Nunca quiso comprar fósforos.

Eran los tiempos en que se iniciaba la Revolución. Llegó Ramón Gaitán a la casa:

−¡Familia, por allá hay una tierra hermosa!

Nosotros somos de tal forma que donde hay alguna clase de alimento allá nos trasladamos. La gente se dispuso a viajar.

Emigraron hacia oriente. Ya iban huyendo de los sol-dados de Guadalupe1. Pasaron por el río Muco, acam-paron un tiempo en Warulia, cerca de las fuentes del río Tomo, ahí hicieron conucos y vivieron. Nació una hermana mía. Ramón Gaitán enviudó de Manuela, la madre de sus nueve hijos. Quedó con Basilia y Primi-tiva.

Nosotros nos mudamos de un sitio a otro pero nunca se sabe cuánto puede durar el traslado. Donde nos gusta un lugar permanecemos ahí el tiempo que sea. En el recorrido suceden muchas cosas, incluso se cambia de parecer.

Con las noticias que les llegaban de la violencia, los indígenas se asustaron y fueron desplazándose ha-cia el oriente, desocupando sus tierras. Eso lo aprove-chaban los colonos para apoderarse de ellas.

Ramón Gaitán también sirvió de guía a la Trocco, la compañía petrolera. Pero eso no fue por río sino por tierra. La Compañía abrió una carretera. Con él llega-ron casi hasta Puerto Carreño, al cerro Chorochoro. Hoy día está asentada en ese lugar una nieta de Ra-món Gaitán que vive con un indígena llamado Julio Yepes.

Prospectaban petróleo. En ese viaje iba Basilia, una de las mujeres de Ramón Gaitán, la que lo acompa-ñaba siempre.

O sea que él tuvo mucha relación con toda esa gente que se iba metiendo ahí. No se cómo lo localizaban. Pienso que se debía a que él era muy conocido.

Cuando la Compañía llegaba a las comunidades de esa zona, Ramón Gaitán se adelantaba a hablarles, se-guramente porque él era alguien importante, parece que le entregaban las muchachas jóvenes. Según mi madre, eso no podía caerle mejor con lo mujeriego que era. Me decía mi madre:

−¡Hm! ¡Como tu tía no le decía nada al marido!

En el cerro Chorochoro le ocurrieron cosas extrañas. Al él le gustaba explorar los territorios, salía con un grupo de Sikuani a conocer tierras nuevas. En una de esas correrías les sucedió que apretaron cierta parte de una roca y la roca se abrió, quedó una cueva al descubierto. En la cueva había cosas de otro mundo, muy bonitas. Se oía una música.

1. Guadalupe Salcedo, el más alto comandante de las guerrillas liberales de los Llanos Orientales de Colombia durante la época de la violencia, en los años cincuenta.

176 Entre Cantos y LLantos

Mi madre piensa que podía ser el mundo de los ai-nawi. Ramón Gaitán mandó a los otros a que entraran primero. Él se quedó atrás. Ellos entraron. Ya Ramón Gaitán se disponía a entrar cuando ¡Pas! Se cerró la roca. Los otros nunca más volvieron a salir. Él quedó solo afuera, tuvo que regresar y después contó a su familia.

Más tarde mis familiares bajaron hasta el río Vichada y se establecieron en el punto llamado Irimisíanae. Hoy es la finca Villa Fátima, sobre la carretera a Sunape, es la hacienda de un blanco. En esa época se llamaba Irimisíanae. Mi familia se encontró con un grupo que ya vivía ahí y formaron una comunidad grande. Pero la intención de ellos seguía siendo llegar a Venezuela. En ese lugar nací yo.

Estando nosotros ahí llegaron unos misioneros. No había carretera, sólo un camino. Eran los Montfortia-nos, que iban a fundar Sunape. Tal vez el nuestro fue el primer caserío que encontraron, porque estába-mos cerca de ese camino. Ahí estaba Ramón Gaitán. El monseñor Kuiper, el padre Alfonso, ambos ya han muerto, venían bajando en un vehículo. Ellos no eran personas de esta tierra, seguro eran venidos del otro lado del mar. Mis familiares huyeron a la selva. Nunca habían visto un carro.

Sin embargo Ramón Gaitán había estado con blan-cos por allá en San Pedro. Había visto cosas y sabía unas palabras de español. Los misioneros conversa-ron con él y lo convencieron para que bajara con ellos hasta el río Vichada, porque iban a explorar el territo-rio para fundar una misión. Le explicaron que venían a educarnos, a nosotros los indígenas. Que fundarían una escuela y un pueblo indígena, que nos darían de todo. Se olvidó el proyecto de ir hasta Venezuela.

Pero mi madre siempre ha guardado la idea de que mi padre murió sin realizar su deseo de emigrar hacia esa parte oriental. Puede ser por eso que hoy día ella vive en la región de Puerto Carreño.

Ramón se fue con los misioneros. Más tarde regre-só. Siempre, entre los Sikuani, sale uno a explorar un nuevo territorio y luego vuelve a convencer a los de-más. Mi madre cuenta que ellos tenían sus cerdos y sus conucos en Irimisíanae cuando pasaron los curas. Ramón Gaitán dijo que debíamos seguir a los curas hacia oriente y tuvieron que abandonar los conucos y los cerdos. Dice mi madre que ellos vivían bien, te-nían plátano y yuca. No pasaban hambre.

Se establecieron en las cercanías de la misión de Sunape. En nuestra lengua llamamos sunape a cierta hierba de la sabana.

Cuando empezó la educación la gente no sabía qué era una escuela. Los misioneros recorrieron las comu-nidades en un camión. Los convencían de que man-

Entre Cantos y LLantos 177

daran a sus hijos, aunque la gente no entendía gran cosa fuera de que a los niños les iban a dar chinchorro, mosquitero y también ropa. Con esa idea se subían al camión los futuros estudiantes, niños y niñas de ocho años en adelante. Otros no querían saber nada de eso y cuando oían que se acercaba el camión de los misioneros huían a la selva.

La primera vez que vinieron a recoger a los niños mi madre acababa de darme a luz. Estaba retirada, con-migo en brazos, en la casita donde la madre guarda la dieta. Debajo de su mosquitero escondió a mis hermanos. Pero dos se escaparon de ahí y se los lle-varon los misioneros.

Más tarde se llevaron a mi hermana. Yo estaba pe-queña. En la casa estaban cocinando el yare. Yo salí corriendo para agarrar a mi hermana, para impedir que se la llevaran. Tropecé con la olla y me quemé la pierna. Me echaron jugo de caña para aliviar el dolor. Para mi padre fue muy duro que se llevaran a mi her-mana porque ella estaba muy pequeña para salir de la casa. A mí, que era más pequeña todavía, también me iban a echar al camión, pero me escabullí.

Una vez en el internado los niños sufrían por la co-mida que les daban, la disciplina, muy diferente de lo que hacemos nosotros, los horarios para todo, la represión.

Los padres visitaban a los niños en los internados, pero a escondidas porque estaba prohibido. Les lle-vaban casabe, mañoco, pescado ahumado, harina de pescado. También bachacos cuando era el tiempo de su vuelo. Esas comidas eran una alegría para los niños, porque en la misión comían cosas raras para ellos. Más tarde los misioneros tuvieron que autorizar las visitas pero las limitaron a una hora.

Muchos niños se fugaban. Tres o cuatro de la misma familia, hermanos, primos, se ponían de acuerdo:

−¡En tal momento de la noche nos vamos!

Niños y niñas se alojaban en dormitorios diferentes, cerrados con llave por la noche. Cuando las monjas estaba bien dormidas, se levantaban sigilosamente, ataban su chinchorro, lo tiraban por el hueco entre la pared y el techo, trepaban y saltaban afuera. A los más pequeños los alzaban para ayudarlos y empren-dían la fuga. Llegaban donde vivía la familia diciendo que no querían volver allá.

−¡No nos gustó por esto y por esto!

−Bueno, está bien.

Pero los misioneros no se conformaban tan fácilmen-te.

−¡Se fugaron tantos!

Si se sabía que pertenecían a pueblos ribereños se mandaba una lancha. En general los perseguían en camión.

−¡Vayan y alcáncenlos!

Claro que los niños no se iban por donde podían ser sorprendidos. Algunos no se fugaban porque la casa les quedaba demasiado lejos y por el miedo a que el tigre los devorara por el camino. Pero incluso de los que vivían lejos se fugaban algunos. Conseguían la comida en las poblaciones indígenas que encontra-ban en su camino. Esa región estaba muy poblada.

Cuando los curas entraron allá Ramón Gaitán había enviudado de Basilia. Seguía con Primitiva pero vivía más con una mujer llamada Tránsito. Ella se puso a trabajar en la misión. Hace poco murió, en el Cadá. Los curas les hicieron contraer matrimonio. Hubo

178 Entre Cantos y LLantos

una época en que trataban de casar a todos los que vivían juntos. Visitaban los alrededores de la misión:

−¡Eso es malo, eso de vivir amancebados! ¡Hay que casarse porque es lo correcto! ¡Deben cambiar sus costumbres! ¡Hay que bautizarse también!

Por Navidad juntaban unas decenas de parejas, los vestían para la boda y los casaban.

Ahora, en el presente, tenemos el siguiente proble-ma con mi madre. Dice que a ella en esa época la estaban preparando para el bautismo, después de la muerte de mi padre. Pero no la quisieron bautizar porque ella se enamoró otra vez. Eso no les gustó. Ahora dice que por eso ella vive soñando con el dia-blo y llorando en sueños.

El padre Vicente decidió que al otro lado del río se iba a fundar el pueblo de los indígenas. Lo llamarían Pueblo Nuevo. Iniciaron la construcción de las casas.

Fue cuando ocurrió lo del rayo. Estábamos a princi-pios del invierno, en el año 1960. Caía una leve lloviz-na, tronaba. Estábamos en la casa, yo tendría unos tres años, estaba en la puerta con una prima de la misma edad. Mi padre había estado en la selva bus-cando loros. No encontró y se vino. Mi madre estaba afuera. Cuando él entró, ella le ofreció yucuta. Él se sentó en el chinchorro para tomarla. Mi hermanito, que empezaba a caminar, se acercó a mi padre por-que también quería tomar.

−¡Deja en paz a tu papá, que viene cansado! ¡Déjalo tomar su yucuta! −dijo mi madre.

−¡No, déjelo! ¡Es la última vez que él me pide algo! No me molestará más.

−¿Y usted por qué habla así? ¿Es que acaso se va a ir? −le replicó ella.

− No, se me ocurrió decir esto.

Como lloviznaba las mujeres iban a salir a recoger la ropa. Había una joven que se llamaba Rafaelina, era hija de Ramón Gaitán y Tránsito. Tenía la ropa en el caño. Ella se ponía unos aretes de oreja grandes y dorados. Después alguien dijo que eso atrajo el rayo. Una mujer salió con el platón a buscar su ropa.

Cayó el rayo. Murió mi padre, mi tía Primitiva y dos primas hijas de Ramón Gaitán. Una de ellas era hija de Primitiva. La otra era Rafaelina. Yo quedé tirada en el suelo.

Entró la chispa y rebotaba de un lado a otro de la casa, abrió huecos carbonizados en los postes y en todas partes, atravesó una olla que había ahí. A mi padre le quedó el pecho morado. Mi tía tenia una niña en brazos, le estaba dando el pecho. Todo el mundo se asombró de que ella quedó fulminada con la niña viva encima.

Yo tengo recuerdos borrosos, pero mi madre me con-tó eso. Fue horrible lo del rayo. El techo de la casa se prendió en una inmensa llamarada.

−¡Se van a quemar los cadáveres!

Fueron lo que podríamos llamar los primeros muer-tos de la misión. Los curas mandaron fabricar unos cajones para enterrarlos. Pusieron a la gente a cami-nar en procesión. Era la primera vez que los indíge-nas veían eso. Mi madre dice:

−Esos cantos que cantaban los blancos eran muy tris-tes, lo hacían llorar a uno.

Después la gente hizo sus comentarios. Rafaelina había sido una mujer muy elegante. Los hombres la perseguían mucho, a pesar de que ella tenía una niña. Un Piapoco la pretendía. Ella no lo quería y le hizo va-

Entre Cantos y LLantos 179

rios desplantes. El Piapoco le echó un maleficio:

−Usted no va a vivir mucho tiempo.

La otra hija de Ramón Gaitán que murió en ese mo-mento había estado viviendo con un blanco en San Pedro de Arimena. Pero el marido le dio una paliza y ella regresó con los suyos acompañada de sus dos hijas mestizas. Llegó a nuestra casa.

Esa casa era muy grande, alargada, vivíamos muchos en ella. Pero era como por secciones. En esta parte de aquí vivo yo con mi familia, allí viven otros. Cada familia con su fogón, no había tabiques. Ahí vivían varias familias. Una de ellas era la de Isaías. Última-mente me encontré con él en Puerto Carreño. Ya está viejito.

Más allá había otra casa, donde vivían unos tíos. Ra-món Gaitán vivía más allá todavía, en una casa más pequeña. No me parece que aquélla en que vivíamos fuera una casa muy al estilo nuestro. Era grande, lar-ga, toda cerrada, con una puerta en cada extremo.

A su alrededor habían hecho una zanja, para evitar las inundaciones.

Ahí vivíamos mientras construíamos el pueblo que los curas nos destinaban. Cuando el suceso del rayo se pararon las obras. Después de un tiempo acaba-ron construyéndose unas casas. Allí vivió Ramón Gai-tán con Tránsito y los hijos que tuvo con ella. Otras personas vivieron en ese pueblo. Hoy en día no que-da sino el sitio.

Por esa época San José de Ocuné estaba en ruinas, Saracure también.

Ramón Gaitán murió en Sunape. Yo lo vi cuando él murió, viejo, solo, sin familia y sin nada. Ni siquiera era jefe del caserío, porque la vida comunitaria se

desintegró ahí por la presencia de la misión. Se per-dieron las costumbres y la autoridad. Ahí se hacía lo que decían en la misión. Mi padre había muerto. No-sotros quedamos solos.

Con la muerte de Ramón Gaitán el pueblo se acabó. La gente se dispersó hacia otros lugares, cada uno buscando ya su propiedad privada. La primera parte que poblaron en forma dispersa fueron las sabanas comprendidas entre el río Muco y el río Guarrojo1. En esa época estaban despobladas porque nosotros solíamos ocupar las riberas de los ríos, donde había selvas más extensas. Unos empezaron el cultivo del arroz, otros consiguieron ganado. Ahí mis hermanos tuvieron su finca pero ya como propiedad individual. Eso era algo muy nuevo para nosotros, ya no había capitán.

Entonces comenzó la venta de tierras a los colonos por cualquier precio. Generalmente los blancos los engañaban con bebidas alcohólicas. Así ocurrió con mis hermanos. De repente aparecieron unos blan-cos exigiendo que desalojáramos, que eso ya no era nuestro. Mi madre no quería salir de ahí. Los indíge-nas emigraban a Venezuela. Muchas veces el precio de la venta de la tierra era lo que valía el pasaje hasta el Orinoco.

Hoy día somos conscientes del valor de la tierra. Por eso nos organizamos.

Relato de Rosalba Jiménez, Les Ronciers, año 1989

1. El río Guarrojo corre paralelo al Muco y al igual que éste, desemboca en el Vichada.

180 Entre Cantos y LLantos

El otro día después del almuerzo, en el comedor de la misión quedamos solamente dos, esa mujer vestida de blanco de pies a cabeza y yo.

Cuando me iba a levantar para irme, me dice ella:

−¡Hernando!

−¿Qué hay? −le contesté.

Ella me dijo:

−¿Qué pasa con esas cosas en su lengua? Eso que es-tán trabajando, ¿todavía les falta para terminar?

−Sí, nos falta mucho −le contesté.

−¡Ah! ¿Sí?

−¡Pues quien sabe! −dije yo−. Puede que para una se-mana todavía. No sé muy bien −le dije así no más.

−Bien −dijo ella.

Luego, esa mujer blanca me dice:

−Eso que están trabajando, es como raro y malo, ¿no? Eso no se conoce como la propia historia. Es como historia vaga, no tiene ninguna importancia, como para pasar el tiempo no más. Eso parece que no tie-ne sentido ni gracia. Las gentes se lo inventaron ellos mismos. Eso no está bien. Yo veo que eso está mal. Esas historias no cuentan correctamente las cosas. Por ejemplo ése con quien usted trabaja me explica-ba un asunto de una canoa, hace tiempo allá por San-ta Rita, hacia oriente y luego me señaló hacia el cielo una pierna cortada que se volvió estrellas. Él me dijo así pero no me acuerdo del nombre que pronunció.

−¡Aaah! ¿Así dijo?

ENCuENTRO DE DOS muNDOS

−Sí, así me dijo pero eso a mí no me cae bien. Cuando yo oigo esas historias pienso que eso no puede ser verdad. ¡Eso no puede ser! Yo no me puedo convertir en gallina o en lapa. ¡No se puede! Las historias de ustedes son muy exageradas y fantásticas. ¿Como va a ser? ¡A mí no me gusta eso!

Dije yo:

−¡Aaah! ¡Ya! Es posible que sea como usted dice.

−¡Sí! ¡Así es! −dijo ella.

Yo con suavidad le fui diciendo:

−Bueno, usted habla según su modo de pensar. Está bien. Pero yo me crié en mi medio y mientras fui cre-ciendo mi familia me contó las historias de los ante-pasados de hace mucho tiempo. Por eso yo así mis-mo estoy contando. Esas historias son por tradición, vienen así. Muy certeramente no se sabe bien, pero son propias de nosotros, son las historias de nosotros. Las queremos y las defendemos. Así como usted su medio y sus costumbres los quiere y los defiende, así como usted defiende sus historias para impedir que jueguen con ellas y las pisoteen, porque no quiere que nadie las tome como juguete, porque es propio suyo y lo respeta, porque hace valer sus propias cos-tumbres y sus propias historias, así mismo nosotros hacemos valer nuestras propias costumbres, porque son propias de nosotros, son de nosotros. Porque no-sotros nos criamos con esa mentalidad y esa creencia. Mis padres se criaron con esas historias y viven con esa mentalidad.

Entre Cantos y LLantos 181

Así le dije a la blanca.

−¡Sí! dijo ella. ¡Pero sólo por Dios! ¡Sólo por obra de Dios! ¡Por eso sucede así!

−¡Será así, claro! −dije yo−.

Ahora, en su lengua usted dice Dios, pero yo, para mí y en mi lengua, digo Kuwai, para decir lo mismo que Dios.

Le dije así. Entonces ella me dijo:

−¿Y cómo es Dios?

Le contesté:

−Kuwai hizo todas las cosas. Todo lo hizo él. Dicen que primero todo permanecía oscuro.

Le dije así y ella exclamó:

−¡Sí! ¡Sí! ¡Así fue! ¿Y qué más?

−No, pues así permaneció por mucho tiempo –contes-té−. Kuwai Matsuludani en ese universo de tinieblas apareció por sí mismo de la nada. Apareció al tiempo con la luz. Gracias a eso podemos vernos durante el día y podemos apreciar las cosas. Por voluntad de él. Él era varón. Con él aparecieron únicamente varones. Pensó: “¡Hay que crear una mujer!” Para hacerla es-cogió un árbol. Y la mujer salió de un árbol de lau-rel amarillo. Ese árbol es muy oloroso. De eso quedó hecha la primera mujer. Y esa fue su esposa −le fui diciendo a la blanca−. Por eso nosotros creemos en esas historias y las defendemos y las hacemos valer porque son lo propio de nosotros.

Dijo ella:

−Claro, está bien como usted dice.

−Bonita historia, ¿no? −dije yo.

−Sí, −dijo ella−, pero otras historias como la de la pier-na de Kajuyali, eso sí no sirve para nada. Del Kajuyali ese que dice que de su pierna salieron unas estrellas ¡Eso sí no! Eso no es ninguna historia. Son cuentos de fantasía.

Así me dijo la blanca. Yo le dije:

−Para usted es así. Para mí no. Yo ando así. Me crié en mi tierra y ando en mi tierra. Mis padres me criaron con esas historias y yo les hago mucho caso a ellos. Es algo mío y lo quiero mucho.

−¡Ah, bueno! ¡Entonces sígame contando! −dijo ella−. A ver, cuente cómo será que ellos se transforman en otros animales. Se vuelven pájaros, se vuelven jagua-res. ¿Cómo es posible eso? ¡Y en más animales aún!

Así me fue diciendo, para ganarme, para tumbarme.

−¡Ah, ya! −le dije−. Mire, ustedes en sus libros cuen-tan que unos que sabían mucho, esos profetas que hablan tanto, por medio de la gracia de Dios fueron sabios, pero por sí mismos no. Nosotros tenemos eso. Usted dice: “¡Milagro!” Yo digo: “¡Así sucedió!” Lo que usted comenta de los milagros yo lo cuento de lo que ocurrió aquí.

−¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Así es!

¡Claro, como yo le decía la verdad!

−Pues cuénteme más, a ver.

−Yo le podría contar bien, pero para irle contando bien no puedo narrar pedacitos pequeños. Debo tener suficiente tiempo por delante. Usted tiene su libro. Cada materia tiene sus palabras técnicas. Así es la Biblia. Bueno, nuestra historia lo mismo. Se puede contar, pero requiere ser explicada bien a fondo. Aho-ra dígame usted. Algunos dicen Padre, Hijo y Espíritu

182 Entre Cantos y LLantos

Santo. ¿Ve? ¡Eso yo no lo entiendo! ¿Cómo será eso que dicen tres personas diferentes pero un solo Dios verdadero? ¿Cómo es? ¡No entiendo! ¿Ve? Le digo lo mismo que usted me decía.

−¡No! ¡Esto es facilito! Es como el huevo.

La clara y la yema forman un huevo. Ese es el Hijo. Ese huevo es salido del gallo y la gallina.

Así era el ejemplo de la blanca. Claro que ella me po-nía esos ejemplos para tumbarme. Me quería agarrar por la nuca como hace el jaguar. Pero yo no me deja-ba, yo me retenía y mi palabra decía que no. Le dije en ese momento:

−¡Ya! A ver, si usted está diciendo la verdad contéste-me esta pregunta: ¿Quiénes fueron los que iniciaron el mal, las peleas, las envidias, las muertes violentas, las mordeduras de culebra, los robos, los chismes? ¿Quién principió eso?

−En este momento no lo sé −contestó ella.

−¿Sí ve? Bueno, yo digo: En mi historia sí está eso. Di-cen que hace mucho tiempo cuando apareció Kuwai salieron sólo hombres. Por eso Kuwai labró una mu-jer en un árbol de laurel amarillo. Y esa mujer se la fueron robando unos a otros. Rey Buitre se la quitó a Kuwai. Por causa de la envidia aparecieron esos males. La envidia y los celos. Entonces Kuwai se transformó para matar al enemigo. Esos dos se tenían odio. Rey Buitre y Kuwai se odiaron por motivo de esa mujer. Rey Buitre le dijo: “¡Los descendientes suyos se mata-rán unos a otros, se flecharán, así será!” Lo mismo fue repitiendo toda la noche. Al fin Kuwai dijo: “¡Ah! ¡Bue-no, puede ser!” En ese instante alzó vuelo Rey Buitre y se fue. Por eso hoy día vemos como pelean, se matan, los muerde la culebra, se ahogan, los devora el cai-

mán, se los traga el güío. Eso es lo que vemos a diario. Con frecuencia pasa eso. Eso que le digo, creo yo. Lo respeto y obedezco.

La blanca dijo:

−¡Sí, eso sí está bien!

−Así como cuenta el libro de usted que sucedió entre Dios y Luzbel, y que un ángel era bueno y que otro ángel quería ser más que Dios y quería dominar y por eso pelearon, y de ángel pasó a ser Luzbel, así como cuenta su libro, así mismito para mí son mis historias. Usted habla de los profetas y nosotros de los kuwaiwi. De un hombre decimos que es kuwainü porque reci-be sus enseñanzas y su poder directamente de Kuwai, por obra de Dios, que es el que manda. Eso decimos nosotros para que los jóvenes crean.

Ella ya no siguió dando ejemplos. Le causó risa.

−Claro que aquí, en la tierra, hoy día ya no se pueden hacer esas cosas −concluí yo.

Sin embargo ella continuó con sus críticas.

−¡No! ¡Yo no me puedo transformar en lapa, o en ja-guar, o en gallina! ¡Nada de eso!

Ahora ya no −le dije yo−, claro. Pero hace mucho tiempo, lo mismo que cuentan de Moisés y de que salvó a su gente del ejército que los venía persiguien-do, que pudieron cruzar el Gran Río Rojo, que se alzaron las aguas y ellos cruzaron y que cuando los enemigos pasaron por ahí el agua los cubrió, bueno, lo mismo dicen nuestras historias.

Le causó risa otra vez y dejó la cosa. Así nos pudimos salir del comedor. Pero volvió a insistir:

−Esas historias, ¿usted las cree mucho? ¿Para usted son buenas?

Entre Cantos y LLantos 183

−¡Sí, claro! −le dije−. Yo creo en todas esas cosas. Es mi cosa. Es mío. Por eso creo. Yo le puedo contar bien, pero la persona que vio con sus propios ojos, el que oyó con sus propios oídos, hubiera podido contarle mejor. Esas historias vienen transmitiéndose. Son una tradición de hace mucho tiempo. Vienen de años atrás. Los años van pasando y la gente va contando. Así como va avanzado el tiempo hacia adelante, así mismo pasa con las historias. Van perdiendo lo que es del origen. Van perdiendo su testimonio porque a medida que van pasando los años los que cuentan van olvidando algunas partecitas. El que primero vio eso sí hubiera podido contar todo. Él sí sabía bien la historia. Ustedes con sus libros escriben y eso queda escrito. Pueden olvidarse una parte pero vuelven a leer y listo. Con nosotros no pasa lo mismo. Sin em-bargo nosotros creemos porque aunque eso es de hace mucho tiempo se sabe bien todavía.

Ahí ya dejamos la conversación.

Hernando Sánchez, Wayanaebo, 1982

Entre Cantos y LLantos 185

Ainawi Espíritus de la naturalezaAraguatos Especie de micosBachacos Hormigas arrierasBarbasco Veneno para pescarBarbasquear Pescar con venenoBejuco LianaBudare Asador de yucaCajuche Cerdo salvajeCaño ArroyoChigüiro CapibaraCasabe Torta de yucaCatumare Canasto de cargar a cuestas Chinchorro Hamaca ligera tejida de cordeles

o de fibraChurruai Especie de palmaConuco SementeraCulebra SerpienteCumare Especie de palmaCurare Sustancia tóxica paralizante que se

usa para cazarDanta TapirEl mar Río OrinocoEnyoparse Inhalar yopoGuarapo Bebida fermentada de cañaGüío Anaconda / boaKuperi Especie de palmaLapa BorugoLiwinai Constelación de las siete cabritasMañoco Harina de yucaMerey MarañónMurujui Envuelto de yuca fermentada

Peramán Brea vegetal Perro de agua NutriaPicure AgutíPintas DiseñosSebucán Exprimidor de yucaTerecay Especie de tortugaTigre JaguarTotuma CalabazoYaraque Bebida fermentada de yucaYare Jugo venenoso de la yuca amargaYucuta Bebida de harina de yucaZamuro BuitreZancudo MosquitoZorro guache Cusumbo

glosario

I Entre Cantos y LLantos