verne, julio la esfinge de los hielos (parte 2)

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LA ESFINGE DE LOS HIELOS JULIO VERNE

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  • L A E S F I N G E D E L O SH I E L O S

    J U L I O V E R N E

    Diego Ruiz

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    XVI

    LA ISLA TSALAL.

    La noche transcurri sin alarma. Ningn bote habaabandonado la isla. Ningn indgena se mostraba en ellitoral. De aqu poda, deducirse que la poblacin debaocupar el interior, y, efectivamente, sabamos que eramenester caminar tres o cuatro horas antes de tocar elprincipal pueblo de Tsalal.

    En suma: la presencia de la Halbrane no haba sidonotada, y esto era lo mejor que poda suceder.

    Anclamos, a tres millas de la costa, en diez brazas defondo.

    A las seis se lev el ancla, y la goleta, empujada por labrisa de la maana, fue a anclar nuevamente a media milla deun banco de coral, semejante a los anillos coralgenos delOcano Pacfico. Desde aquella distancia dominaba la isla entoda su extensin.

    Nueve o diez millas de circunferencia - detalle nomencionado por Arthur Pym-, costa abrupta y de difcil

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    acceso, extensas planicies ridas y negruzcas, entre colinas deregular altura; tal es el aspecto que presentaba Tsalal. Lorepito, la ribera estaba desierta. No se vea ni una canoa allargo ni en las ensenadas. Por encima de las rocas no sedistingua humareda alguna, y pareca que en la costa nohaba habitantes.

    Qu haba, pues, pasado desde once aos antes? Talvez Too- Witt, el jefe de los indgenas no existe?... Pero aunsuponindolo as, y la poblacin relativamente numerosa?...Y William Guy y los sobrevivientes de la goleta inglesa...

    Cuando la Jane haba aparecido en aquellos parajes, era laprimera vez que los de Tsalal vean un navo, as es que latomaron por un enorme animal; la arboladura, por susmiembros; sus velas, por trajes. Ahora ya deban saber a quatenerse en lo que a este punto se refera; y si no parecanmostrar gran inters en visitaros a qu atribuir esta reserva?

    -A la mar el bote mayor!,- orden el capitn Len Guycon impaciencia.

    Ejecutada la orden, el capitn se dirigi al lugarteniente.-Jem-le dijo-, haz que bajen ocho hombres con Martn

    Holt, y que Hunt se ponga al timn, t quedars aqu, yvigilars la tierra el mar.

    -Est usted tranquilo, capitn.-Vamos a embarcarnos, y procuraremos tocar en el

    pueblo Klock-Klock. Si ocurriera algn incidente, avsanoscon tres caonazos.

    -Conforme. Tres caonazos con intervalo de un minuto-respondi el lugarteniente.

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    -Si antes de la tarde no hemos vuelto, enva la segundacanoa, bien armada, con diez hombres, a las rdenes delcontramaestre, los cuales se situarn a una encabladura de laribera para recogernos.

    -As lo har.-En ningn caso abandonars la goleta, Jem...-En ningn caso.-Si no volvemos, despus de que t hayas hecho cuanto

    est en tu mano, tomars el mando de la goleta y volvers alas Falklands.

    -Convenido.El bote mayor fue preparado al instante. Ocho hombres

    embarcaron en l, sin contar a Martn Holt y a Hunt, todosellos armados de fusiles y pistolas, la cartuchera llena y elcuchillo al cinto.

    En este momento me adelant y dije:-Me permitira usted que la acompaase a tierra,

    capitn?...-Si lo desea usted, seor Jeorling...Volv a mi camarote y tom mi fusil- un fusil de caza de

    dos tiros-la plvora, el saco de plomo, algunas balas, y me re-un con el capitn Len Guy, que me haba reservado unpuesto en la popa.

    La embarcacin, vigorosamente empujada, se dirigihacia el arrecife, a fin de descubrir el paso por el que ArthurPym y Dirk Peters le haban franqueado el 19 de Enero de1828 en el bote de la Jane.

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    En este momento fue cuando los salvajes habanaparecido en sus largas piraguas, y cuando William Guy leshaba mostrado un pauelo blanco en seal de amistad;respondiendo ellos con los gritos de anamoo-moo y lama-lama,permitindoles el capitn ir a bordo con su jefe Too-Witt.

    Arthur Pym declara que entonces se establecieronrelaciones de amistad entre aquellos salvajes y los tripulantesde la Jane. Se convino que a la vuelta de la goleta, que ibahacia el Sur, se embarcara en ella un cargamento deescombros de mar. Algunos das despus, el l de Febrero,como se sabe, el capitn William Guy y treinta y uno de lossuyos fueron vctimas de una asechanza en la quebrada deKlock-Klock, y de los seis hombres que quedaran guardandola Jane, destruida por la explosin, no se salv uno.

    Durante veinte minutos, nuestra canoa coste losarrecifes. Descubierto el paso por Hunt, penetramos por l afin de tocar una estrecha abertura de las rocas.

    En el bote quedaron dos marineros. Aquel atraves elbrazo de una extensin de 200 toesas, y arroj el bicherosobre las rocas a la entrada del paso.

    Despus de haber subido por la sinuosa garganta quedaba acceso a la cresta de la ribera, nuestra gente, con Hunt ala cabeza, se dirigi al centro de la isla.

    Mientras caminbamos, el capitn Len Guy y yocambiamos nuestras impresiones con motivo del pas, que,segn Arthur Pym, difera esencialmente de todas las tierrashasta entonces visitadas por hombres civilizados.

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    Ya lo veramos. En todo caso, lo que puedo decir es queel color general de las llanuras era el negro, como siestuvieran cubiertas por una capa formada por el polvo delavas, y que en ninguna parte se vea nada que fuera blanco.

    A los cien pasos Hunt corri hacia una enorme masarocosa. Cuando estuvo junto a ella trep con la agilidad deuna cabra, y llegando a la cspide, pase sus miradas por unaextensin de varias millas...

    Hunt pareca estar en la actitud de un hombre que no sereconoca all.

    -Qu hay?... - me pregunt el capitn Len Guy, despusde haberle observado con atencin.

    -No lo s, capitn- respond.- Pero no ignora usted queen este hombre todo es extrao, todo inexplicable en susactos, y, en cierto modo, merece figurar entre los nuevosseres que Arthur Pym pretende haber encontrado en estaisla... Se dira que...

    -Qu?- repiti el capitn Len Guy.Entonces, sin terminar mi frase, dije:-Capitn, est usted seguro de haber practicado una

    exacta observacin al tomar ayer la altura?-Seguro.-De modo que el punto?...-Me ha dado 83 20 de latitud y 44 5 de longitud.-Exactamente?-Exactamente.-No hay, pues, que poner en duda, que sta sea la isla

    Tsalal?

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    -No, seor Jeorling, si la isla Tsalal est en el sitioindicado por Arthur Pym.

    Efectivamente, no poda haber duda respecto a estepunto.

    Verdad que si Arthur Pym no se haba engaado sobreeste yacimiento expresado en grados y en minutos, qu sedeba pensar de lo fiel de su relacin, en lo que concierne a laregin que nuestra gente atravesaba bajo la direccin deHunt?

    El habla de cosas extraas que no le eran familiares; derboles cuyo producto no se pareca a los de la zona trrida,ni a los de la zona templada, ni a los de la zona glacial delNorte, ni a los de las latitudes inferiores meridionales: stasson sus palabras. Habla de rocas de estructura nueva, ya porsu masa, ya por su estratificacin. Habla de prodigiosos arro-yos, cuyos lechos contenan un lquido indescriptible, sinlimpidez alguna, especie de disolucin de goma arbiga,dividida en venas que ofrecan los cambiantes de la seda, yque la fuerza de la cohesin no aproximaba, como si la hojade un cuchillo las hubiera dividido.

    Pues bien... Nada de esto habla, nada. Ni un rbol, ni unarbusto se mostraba en el campo. Las colinas cubiertas debosques, donde deba estar el pueblo de Klock-Klock, noapareca. De aquellos arroyos en los que los tripulantes de laJane no se haban atrevido a apagar su sed, yo no vea uno, niuna gota de agua comn. Por todas partes la desoladora, lahorrible, la absoluta aridez.

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    Hunt marchaba rpidamente sin mostrar vacilacin.Pareca que su instinto natural le empujaba, al modo que lasgolondrinas, esos pjaros viajeros, vuelven a sus nidos por elcamino ms corto, con vuelo de abeja, como decimos enAmrica. No s qu presentimiento nos arrastraba a seguirlocomo al mejor de los guas, un Bas de Cuir, unRenard-Subtil! Y despus de todo, era tal vez compatriotade estos hroes de Fenimore Cooper?

    Pero no me cansar de repetirlo: no tenamos ante losojos la fabulosa, comarca descrita, por Arthur Pym. Nuestrospies pisaban un suelo convulsionado, quebrado. Era negro,s, negro y calcinado como si hubiera sido vomitado de lasentraas de la tierra bajo la accin de fuerzas plutnicas.

    Hubirase dicho que algn espantoso e irresistiblecataclismo lo haba conmovido en toda su superficie.

    Respecto a los animales de que en la mencionada relacinse habla, ni uno solo veamos; ni las nades de la especie anasvalisneria, ni las tortugas-galpagos, ni las bubias negras, niesos pjaros negros tambin, semejantes a los busardos, nilos puercos negros de cola en forma de mazorca y patos deantlope, ni esa especie de carneros de lana negra, ni losgigantescos albatros de negro plumaje. Los mismospinginos, tan numerosos en los parajes antrticos, parecanhaber huido de aquella tierra inhabitable... Aquello era lasoledad silenciosa y pasada del ms horrible desierto!

    Y en el interior de la isla, como en la ribera, ningn serhumano.

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    En medio de aquella desolacin, quedaban aunprobabilidades de encontrar a William Guy y a lossobrevivientes de la Jane?

    Mir al capitn Len Guy. Su rostro plido, su frentecruzada por hondos pliegues, decan claramente que laesperanza comenzaba a abandonarle.

    Llegamos, al fin, al valle, en el que en otra poca estabasituado el pueblo de Klock-Klock. All, como en el resto dela comarca, completo abandono. Ni un habitante, ni aquellosyampoos, formados con una piel negra sobre el tronco de unrbol cortado a cuatro pies de tierra, ni aquellas barracasconstruidas de ramas cortadas, ni aquellos agujeros de troglo-ditas formados en la colina. Y dnde estaba aquel arroyoque descenda por las pendientes con su agua mgica,rodando por un cauce de arena negra?

    Respecto a la poblacin de Tsalal, qu se haba hecho deaquellos hombres casi desnudos, y algunos cubiertos depieles negras, armados de lanzas y mazas, y de aquellasmujeres altas, bien formadas, dotadas de una gracia y undonaire que no se encuentran en la sociedad civilizada, paraemplear las mismas frases de Arthur Pym, y de aquellamultitud de nios que las acompaaban? Qu haba sido deaquel mundo de indgenas de piel negra, cabellera negra ydientes negros, y a los cuales el color blanco llenaba deterror?

    En vano busqu la morada de Too-Witt, formada porcuatro grandes pieles sujetas con pernos de madera y fijas entierra con pequeas estacas. Ni aun el sitio en que deba estar

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    reconoc. Y all, sin embargo, era donde William Guy, ArthurPym, Dirk Peters y sus compaeros haban sido recibidos, nosin muestras de respeto, mientras gran nmero de insulares seagolpaba fuera. All fue donde se les sirvi la comida en quefiguraban entraas palpitantes de un animal desconocido,que Too-Witt y los suyos devoraban con avidez repugnante.

    En aquel momento la luz se hizo en mi cerebro. Aquellofue como una revelacin. Adivin lo que haba pasado en laisla; cul era la razn de aquella soledad, la causa de laconmocin de que aun conservaba huellas el suelo.

    - Un temblor de tierra!- exclam. S ! Dos o tres de estasterribles sacudidas han bastado... De esas sacudidas tanfrecuentes en esta regin, y bajo las cuales el mar penetra porinfiltracin! Un da el vapor acumulado ha destruido lasuperficie!

    -Un temblor de tierra hubiera cambiado hasta este puntola isla Tsalal?- murmur el capitn Len Guy.

    -S capitn-, l ha destruido aquella vegetacinextraordinaria, aquellos arroyos aguas extraas, todas lassorprendentes rarezas naturales hundidas ahora en lasprofundidades de la tierra, y de las que no hallamos huellas.Nada se ve de lo que vio Arthur Pym!

    Hunt, que se haba aproximado, escuchaba moviendo lacabeza en seal de aprobacin.

    -Acaso- aad- estas comarcas de la mar austral no sonvolcnicas? Es que, si la Halbrane nos transportase a TierraVictoria, no encontraramos el Erebus y el Terror en plenaerupcin?

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    -Sin embargo- observ Martn Holt,- de haber habidoerupcin Se veran las lavas.

    -Yo no afirmo que haya habido erupcin- aad almaestro velero.- Lo que digo es que el suelo ha sidoconmovido hondamente por un temblor de tierra.

    Y, reflexionando en ello, la explicacin que yo daba eraadmisible. Record entonces que, segn la relacin de ArthurPym, Tsalal perteneca a un grupo de islas que se extendahacia el Oeste. Si no haba sido destruida, era posible que lapoblacin de Tsalal hubiera huido a alguna de las islasvecinas. Convendra, pues, ir a reconocer aquel archipilagodonde los sobrevivientes de la Jane haban podido refugiarsedespus de abandonar a Tsalal, que desde el cataclismo nodeba de ofrecer recurso alguno.

    Habl de ello al capitn Len Guy.-S- exclam, y las lgrimas se agolpaban a sus ojos.- S.

    es posible!... Y, sin embargo, cmo mi hermano, cmo susdesgraciados compaeros han podido, encontrar medio dehuir? No es probable que todos hayan perecido en el terre-moto?

    Un gesto de Hunt que significaba venid! nos llev trasl.

    Despus de internarse en el valle unos dos tiros de fusil,se detuvo.

    Qu espectculo se ofreci ante nuestros ojos!All se amontonaban pedazos de huesos, esternones,

    tibias, fmures, vrtebras, restos de esqueletos sin hilacha de

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    carne, montones de crneos con algunos cabellos. En fin,amasijo espantoso que blanqueaba aquel sitio.

    Ante el formidable osario, espantoso horror se apoderde nosotros.

    Era aquello lo que restaba de la poblacin de la isla,evaluada en varios millares de individuos? Pero si habansucumbido todos en el terremoto, cmo explicar queaquellos restos estuvieran esparcidos por la superficie delsuelo y no enterrados en las entraas del mismo? Adems,se poda admitir que los indgenas, hombres, mujeres, niosy viejos, hubiesen sido sorprendidos hasta el punto de notener tiempo de ganar con sus embarcaciones las otras islasdel grupo?

    Quedamos inmviles, desesperados, incapaces parapronunciar una palabra!

    -Mi hermano!... Mi pobre hermano!- repeta el capitnLen Guy, que acababa de arrodillarse.

    Sin embargo, reflexionando en el caso, haba cosas que yono comprenda. Por ejemplo, cmo concordar la catstrofecon las notas del cuaderno de Patterson? Estas notasdeclaraban formalmente que, seis meses antes, el segundo dela Jane haba dejado a sus compaeros en la isla Tsalal. Nopodan, pues, haber perecido en el temblor de tierra que,dado el estado de los restos, remontaba a varios aos, y quedeba haberse producido despus de la marcha de ArthurPym y de Dirk Peters, puesto que el libro no hablaba de l.

    Realmente, estos hechos eran inconciliables. Si el temblorde tierra era de fecha reciente, no haba que atribuir a l la

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    presencia de aquellos esqueletos ya blanqueados por eltiempo, y en todo caso los sobrevivientes de la Jane noestaban entre ellos... Pero, entonces, dnde estaban?

    Como el valle de Klock-Klock no se prolongaba ms all,hubo necesidad de desandar lo andado a fin de volver a to-mar el camino del litoral. Apenas habamos franqueadomedia milla a lo largo del talud, cuando Hunt se detuvo denuevo ante algunos fragmentos de huesos casi reducidos apolvo, y que no pareca pertenecieran a ningn ser humano.

    Acaso eran restos de alguno de aquellos extraosanimales descritos por Arthur Pym, y de los que ni unejemplar habamos visto hasta entonces?

    Un grito, o ms bien una especie de rugido salvaje, seescap de la boca de Hunt.

    En su enorme mano, que extenda hacia nosotros, se veaun collar de metal.

    S! Un collar de cobre, medio comido por el xido, sobreel cual podan aun leerse algunas letras grabadas.

    Estas letras decan:Tigre.-Arthur Pym.Tigre! Era el terranova que haba salvado la vida a su amo

    cuando ste se haba ocultado en la cala del Grampus. Tigre,que haba dado seales de hidrofobia. Tigre, que durante larevuelta de la tripulacin se haba arrojado al cuello delmarinero Jones, casi en seguida muerto por Dirk Peters. As,aquel fiel animal no haba perecido en el naufragio delGrampus. Haba sido recogido a bordo de la Jane al mismotiempo que Arthur Pym y el mestizo. Y, sin embargo, el libro

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    no le mencionaba, y ni aun cuando el encuentro de la goletase hablaba de l.

    Mil ideas diversas se agolpaban en mi cerebro. No sabacmo conciliar los hechos. Sin embargo, no haba duda deque el Tigre se hubiera salvado del naufragio como ArthurPym, ni de que le hubiera seguido hasta la isla Tsalal, ni deque hubiera sobrevivido a la catstrofe de la colina deKlock-Klock, ni, en fin, de que hubiera encontrado la muerteen aquella otra catstrofe que haba destruido una parte de lapoblacin de Tsalal.

    Pero, lo repito, William Guy y sus cinco marineros nopodan encontrarse entre aquellos esqueletos, puesto quevivan cuando parti Patterson, haca siete meses, y lacatstrofe databa de algunos aos.

    Tres horas ms tarde, y sin haber hecho ningn otrodescubrimiento, estbamos a bordo de la Halbrane.

    El capitn se encerr en su camarote y no sali de l ni ala hora de comer.

    Pensando que lo mejor era respetar su dolor, no intentverle.

    Al segundo da, deseoso de volver a la isla y continuar laexploracin de un litoral a otro, supliqu al lugarteniente queme hiciera conducir all. Autorizado por el capitn Len Guy,que se abstuvo de venir con nosotros, Jem West consinti enotorgarme lo que le peda.

    Hunt, el contramaestre, Martn Holt, cuatro marineros yyo, entramos en el bote, sin armas, pues nada haba quetemer.

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    Desembarcamos en el mismo sitio que la vspera, y Huntse dirigi de nuevo hacia la colina de Klock-Klock.

    Una vez all subimos por la estrecha quebrada, por la queArthur Pym, Dirk Peters y el marinero Allen, separados deWilliam Guy y de sus veintinueve compaeros, se lanzaron altravs de la hendedura agujereada en una sustancia jabonosa,especie de esteatita bastante frgil. En aquel sitio no habavestigios de las paredes que haban debido desaparecer en elterremoto, ni de la hendedura cuyo orificio sombreabanentonces algunos avellanos, ni del sombro corredor queconduca al laberinto en el que Allen muri asfixiado, ni de laterraza desde la que Arthur Pym y el mestizo haban visto elataque de las canoas indgenas contra la goleta y odo laexplosin que caus millares de vctimas.

    Nada quedaba de la colina hundida en la catstrofe de laque el capitn de la Jane, su segundo, Patterson y cinco de sushombres haban podido librarse.

    Lo mismo pasaba con el laberinto cuyos anillosentrecruzados formaban letras, y estas palabras, que, unidascomponan una frase reproducida en el libro de Arthur Pym;frase cuya primera lnea significaba: ser blanco, y regindel Sur, la segunda.

    De modo que haban desaparecido la colina, el pueblo deKlock-Klock, y todo lo que daba a la isla Tsalal aspectosobrenatural. Al presente sin duda el misterio de aquellosinverosmiles descubrimientos a nadie sera nunca revelado.

    No nos quedaba ms que regresar a bordo de la goleta,volviendo por la parte Este del litoral.

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    Hunt nos hizo entonces atravesar por la parte donde loscobertizos para la preparacin del escombro del mar habansido levantados, y cuyos restos vimos.

    Intil aadir que el grito tkli-li no reson en nuestroodo, aquel grito que lanzaban los insulares y los gigantescospjaros negros del espacio. Por todas partes silencio,abandono...

    Hicimos alto en el sitio donde Arthur Pym y Dirk Petersse haban apoderado de la canoa que les condujo a ms altaslatitudes, hasta aquel horizonte de vapores sombros, cuyasdesgarraduras dejaban ver la gran figura humana..., el tinteblanco.

    Hunt con los brazos cruzados, devoraba con los ojos lainfinita extensin del mar.

    -Y bien, Hunt!- le dije.-No pareci orme y no volvi la cabeza.-Qu hacemos aqu?- aad tocndole en el hombro.El contacto de mi mano le hizo estremecerse y me lanz

    una mirada que penetr hasta el fondo de mi corazn.-Vamos Hunt- exclam Hurliguerly- Es que vas a echar

    races sobre la roca? No ves que la Halbrane nos espera?Andando... Nada hay que hacer aqu!

    Me pareci que los temblorosos labios de Hunt repetannada mientras que su actitud protestaba de las palabras del

    contramaestre.La canoa nos llev a bordo.El capitn Len Guy no haba abandonado su camarote.

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    No habiendo recibido orden de aparejar, Jem Westesperaba pasendose por la popa.

    Yo fui a sentarme al pie del palo mayor, observando elmar que se extenda ante nosotros.

    En este momento, el capitn Len Guy apareci. Su rostroestaba plido y contrariado.

    -Seor Jeorling- me dijo,- tengo la conciencia de haberhecho todo lo que era posible hacer Puedo tener esperanzarespecto a mi hermano y a sus compaeros? No! Es precisopartir antes que el invierno...

    El capitn se irgui y lanz una ltima mirada hacia la islaTsalal.

    -Jem- dijo.- Maana, al alba, aparejaremos.Una voz ruda pronunci estas palabras:-Y Pym, el pobre Pym?Reconoc aquella voz. Era la que haba odo en mi

    sueo!

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    XVII

    Y PYM?

    La decisin del capitn Len Guy de abandonar al dasiguiente el anclaje de la isla Tsalal y de volver a tomar elcamino del Norte, aquella campaa terminada sin resultado,la renuncia a buscar en otra parte de la mar antrtica a losnufragos de la goleta inglesa; todo esto se habatumultuosamente presentado a mi espritu.

    Como? La Halbrane iba a abandonar a los seis hombresque, segn el cuaderno de Patterson, se encontraban algunosmeses antes en aquellos parajes! La tripulacin de lamencionada goleta no cumplira hasta el fin el deber que lahumanidad le impona? No intentara lo imposible paradescubrir el continente o la isla sobre la que lossobrevivientes de la Jane haban podido refugiarse alabandonar la isla Tsalal, inhabitable desde el temblor detierra?

    Sin embargo, no estbamos mas que a fines deDiciembre, al siguiente da de Navidad, casi al principio de la

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    buena estacin. Dos meses de verano nos permitirannavegar al travs de aquella parte de la Antrtida. Tendramostiempo para volver al crculo polar antes de la terribleestacin austral. Y he aqu que la Halbrane se preparaba aponer el cabo al Norte.

    S; tal era el pro de la cuestin. Verdad, tengo queconfesarlo, que el contra se apoyaba en argumentos de valorreal.

    En primer lugar, hasta aquel da la Halbrane no habamarchado a la ventura. Siguiendo el itinerario indicado porArthur Pym, dirigase a un punto claramente determinado: laisla Tsalal. El infortunado Patterson afirmaba que en esta isla,de yacimiento conocido, era donde nuestro capitn debarecoger a William Guy, y a los cinco marineros que habanescapado de la traicin de Klock-Klock. Pero no leshabamos encontrado, ni a ningn indgena de aquel puebloarrasado, no se sabe por que catstrofe, cuya fechaignoramos. Haban logrado huir antes de dicha catstrofe,que se efectu despus de la partida de Patterson, es decir,desde haca menos de siete u ocho meses?

    En todo caso, la cuestin quedaba reducida a este sencillodilema- o la tripulacin de la Jane haba sucumbido y laHalbrane deba, partir sin dilacin, o aquella habasobrevivido y no se deban abandonar las pesquisas.

    Y bien: aceptando el segundo trmino, qu se debahacer ms que escudriar isla por isla el grupo del Oestesealado en la relacin de Arthur Pym, grupo donde acasono se haban sentido los efectos del terremoto? Adems, en

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    defecto de este grupo, no haban, podido los fugitivos de laisla Tsalal refugiarse en alguna otra parte de la Antrtida?No existan numerosos archipilagos en medio de aquellamar libre que la embarcacin de Arthur Pym y del mestizohaban recorrido hasta se ignoraba dnde?

    Verdad es que, si su canoa haba sido arrastrada ms alldel 84, dnde hubiera podido tocar en tierra, si ningunahaba, ni insular ni continental, en aquella inmensidad deagua? Aparte esto, en caso de repetirlo, el final de la relacinest lleno de cosas extraas, inverosmiles, confusas, nacidasde las alucinaciones de un cerebro casi enfermo.

    Ahora s que Dirk Peters nos hubiera sido til, de tener elcapitn Len Guy la suerte de haberle encontrado en su retirode Illinois y de embarcarle en la Halbrane.

    Volviendo a la cuestin: en caso de que se decidieracontinuar la campaa, hacia qu punto de aquellasmisteriosas regiones deba dirigirse nuestra goleta? No severa reducida a ir al azar?

    Adems, otra dificultad: la tripulacin de la Halbrane,consentira en correr los azares de una navegacin tan llenade lo desconocido, en hundirse ms en las regiones del polo,con el temor de chocar contra un infranqueable banco dehielo cuando se tratara de volver a ganar los marca deAmrica o de frica?

    En efecto, algunas semanas ms, y el invierno antrticotraera su cortejo de intemperies y fros. Aquella mar,actualmente libre, se congelara y no sera navegable. Quedarprisionero en medio de los hielos durante siete u ocho meses,

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    sin tener seguridad de acostar en ninguna parte, no hararetroceder a los ms valientes? Tenan los jefes de latripulacin el derecho de arriesgar la vida de sta por la dbilesperanza de recoger a los sobrevivientes de la Jane?

    En esto haba pensado el capitn Len Guy desde lavspera. Despus, con el corazn herido, y sin esperanza deencontrar a su hermano y a sus compatriotas, acababa deordenar, con voz temblorosa por la emocin:

    -Maana, al alba, partiremos!En mi opinin, le era preciso tanta energa moral para

    volver atrs como la que haba mostrado para ir hacia adelan-te. Pero su resolucin estaba tomada, y l sabra esconder ens el inexpresable dolor que le causaba el mal resultado deaquella campaa.

    En lo que a m se refera, confieso que experiment unvivo descorazonamiento y un intenso disgusto ante la idea deque nuestra expedicin terminara de tan desconsoladoramanera. Despus de haberme unido tan apasionadamente alas aventuras de la Jane, hubiera querido no suspender laspesquisas de los continentes al travs de los parajes de laAntrtida.

    Y en nuestro caso, cuntos navegantes hubieran tenidocorazn para resolver el problema geogrfico del poloaustral! En efecto: la Halbrane haba avanzado ms all de lasregiones visitadas por los navos de Weddell, puesto que laisla Tsalal estaba situada a menos de 7 del punto en que secruzan los meridianos. Ningn obstculo pareca oponerse aque ella pudiera elevarse a las ltimas latitudes. Gracias a la

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    estacin excepcional, vientos y corrientes la conduciran talvez a la extremidad del eje terrestre, del que no estaba alejadams que 400 millas? Si la mar libre se extenda hasta all, lacosa sera cuestin de unos das. Si exista un continente, dealgunas semanas. Mas en realidad nadie de nosotros pensabaen el polo Sur, y no era para llegar a l por lo que la Halbranehaba afrontado los peligros del Ocano antrtico.

    Adems, admitiendo que el capitn Len Guy, deseoso dellevar ms lejos sus investigaciones, hubiera obtenido laaquiescencia de Jem West, del contramaestre y de losantiguos tripulantes de la Halbrane, hubiera podido decidir alos veinte reclutados en las Falklands, cuyas malasdisposiciones fomentaba sin cesar Hearne? No. Eraimposible. Ellos se hubieran seguramente negado aaventurarse ms en los mares antrticos, y sta deba de seruna de las razones por la que nuestro capitn, haba tomadola resolucin de volver hacia el Norte a pesar del profundodolor que por ello experimentaba.

    Considerbamos, pues, como terminada la campaa, yjzguese de nuestra sorpresa cuando omos estas palabras:

    -Y Pym? El pobre Pym?Me volv. El que acababa de hablar era Hunt. Inmvil,

    aquel extrao personaje devoraba el horizonte con la mirada.Haba a bordo de la goleta tan poca costumbre de or la

    voz de Hunt-acaso aquellas eran las primeras palabras quedesde su embarco haba pronunciado ante nosotros,-que lacuriosidad llev a su lado a todos los tripulantes. Su inopi-

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    nada intervencin no anunciaba- yo tuve el presentimientode ello- alguna prodigiosa revelacin?

    Un ademn de Jem West envi a la tripulacin a proa. Noquedaron ms que el lugarteniente, el contramaestre, elmaestro velero Martn Holt y el maestro calafateador Hardie,que se consideraron autorizados para permanecer con nos-otros.

    - Qu has dicho?- pregunt el capitn Len Guy,acercndose a Hunt.

    -He dicho: Y Pym? El pobre Pym?-Y bien: qu pretendes al recordarnos el nombre del

    hombre cuyos detestables consejos han arrastrado a mihermano hasta esta isla donde la Jane ha sido destruida,donde la mayor parte de su tripulacin fue muerta, donde nohemos encontrado uno solo de los que aqu estaban hacesiete meses?

    Y como Hunt permaneciera en silencio:-Responde- exclam el capitn Len Gay, sin poderse

    contener.La vacilacin de Hunt no vena de no saber que

    responder, sino, corno se ver, de cierta dificultad paraexpresar sus ideas. Eran stas muy claras, sin embargo,aunque sus frases fuesen entrecortadas. Tena, en fin, unaespecie de lenguaje suyo, propio, y su pronunciacinrecordaba la de los indios de Far-West.

    -He aqu... dijo: Yo no s contar las cosas... Mi lengua setraba. Comprndame usted. He hablado de Pym... del pobrePym... no es eso?

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    -S- respondi el lugarteniente.- Y qu tienes quedecirnos de Arthur Pym?

    -Tengo que decir..., que no se le debe abandonar.-No abandonarle?- exclam.-No!Jams! Piensen ustedes... Ser cruel!... muy cruel!

    Iremos a buscarle.-A buscarle!- repiti el capitn Len Guy.-Comprndame usted. Por eso me he embarcado a bordo

    de la Halbrane. S. Para encontrar al pobre Pym!-Y dnde est- pregunt,- si no es en el fondo de una

    tumba, en el cementerio de su pas natal?-No..., l est all..., all... solo..., solo!- respondi Hunt

    extendiendo su mano hacia el Sur... Desde entonces el sol seha levantado once veces en este horizonte.

    Hunt quera indicar las regiones antrticas: era evidente.Pero qu pretenda?

    -Es que t no sabes que Arthur Pym ha muerto?- dijo elcapitn Len Guy.

    -Muerto!- repiti Hunt con un gesto expresivo.- No.Escuchen: Yo conozco las cosas... Comprendan... No hamuerto.

    -Vamos, Hunt- dije yo.- Recuerdas el ltimo captulo delas aventuras de Arthur Pym? No refiere Edgard Poe que sufin ha sido repentino y deplorable?

    Verdad es que el poeta americano no indicaba de qumanera haba terminado aquella vida tan extraordinaria, einsisto en ello, esto me pareci siempre bastante sospechoso.Iba, pues, a serme revelado el secreto de aquella muerte,

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    puesto que, a creer a Hunt, Arthur Pym no haba vuelto delas regiones polares?

    -Explcate, Hunt- orden el capitn Len Guy, queparticipaba de mi sorpresa.- Reflexiona... Tmate el tiempoque quieras, y di con claridad lo que tengas que decir.

    Y mientras Hunt pasaba su mano por la frente, comopara recoger lejanos recuerdos, yo hice la siguienteobservacin al capitn Len Guy:

    -Hay algo singular en la intervencin de este hombre, sino est loco.

    Al or estas palabras el contramaestre, movi la cabeza,pues, en su opinin, Hunt no gozaba de cabal sentido.

    Este lo comprendi, y con voz dura dijo:-No... No estoy loco... Los locos... all abajo, en la

    Prairie... se les sujeta si no se les cree... Y a m... es menestercreerme... No... Pym no est muerto!

    -Edgard Poe lo afirma- respond.-S... lo s... Edgard Poe de Baltimore. Pero l no ha visto

    nunca al pobre Pym. Nunca!-Cmo?- exclam el capitn Len Guy.- Esos dos

    hombres no se conocan?-No!-No ha sido el mismo Arthur Pym el que ha contado sus

    aventuras a Edgard Poe?-No, capitn, no!- respondi Hunt.- Aquel que est all,

    en Baltimore, no ha tenido ms que las notas escritas porPym desde el da en que se oculto a bordo del Grampus,

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    escritas hasta la ltima hora..., la ltima... Comprendausted..., Comprenda usted!

    Indudablemente, el temor de Hunt era el no sercomprendido, y l lo repeta sin cesar. Por lo dems, lo quedeclaraba pareca inadmisible. Segn l, Arthur Pym nohaba jams entrado en relaciones con Edgard Poe! El poetaamericano solamente haba tenido conocimiento de las notasredactadas da por da durante el tiempo que dur aquelinverosmil viaje!

    -Quin le ha entregado, pues, ese diario?- pregunt elcapitn Len Guy, apoderndose de una mano de Hunt.

    -El compaero de Pym... El que le amaba como a unhijo... El mestizo Dirk Peters, que volvi solo de all abajo.

    - El mestizo Dirk Peters!... - exclam.-S!-Solo?...-Solo...-Y Arthur Pym, estar?...-All!... - respondi Hunt con poderosa voz,

    inclinndose hacia las regiones del Sur, donde su miradapermaneca obstinadamente fija.

    Poda tal afirmacin vencer la general incredulidad?Ciertamente que no... As es que Martn Holt dio aHurliguerly con el codo, y ambos pareci que compadecan aHunt, mientras que Jem West le observaba sin expresar sussentimientos. Respecto al capitn Len Guy, me hizo sea deque no haba que tomar en serio lo que deca aquel pobre

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    diablo, cuyas facultades mentales deban de estar perturbadasdesde algn tiempo atrs.

    Sin embargo, cuando yo examinaba a Hunt, creasorprender una especie de luz de la verdad que se escapabade sus ojos.

    Entonces me ingeni para interrogarle, dirigindolepreguntas precisas, a las que l intent responder conafirmaciones sucesivas, en la forma que se va a ver, y sincontradecirse jams.

    -Veamos- le pregunt.- Despus de haber sido recogidosobre el casco del Grampus, con Dirk Peters, Arthur Pymvino a bordo de la Jane hasta la isla Tsalal?

    -S.-Durante una visita del capitn William Guy al pueblo

    Klock-Klock, Arthur Pym se separ de sus compaeros almismo tiempo que el mestizo y uno de los marineros?

    -S-respondi Hunt.- El marinero Allen... que casi enseguida se ahog bajo las piedras.

    -Despus, ambos asistieron, desde lo alto de la colina, alataque y a la destruccin de la goleta?

    -S...-Pasado algn tiempo, abandonaron la isla, despus de

    apoderarse de una de las embarcaciones que los indgenas nopudieron recuperar?

    -S- Y veinte das ms tarde, llegados ante la cortina devapores, ambos fueron arrastrados por la catarata?

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    Est vez Hunt no respondi afirmativamente... Dud...,balbuce palabras vagas... Pareca que pretenda reavivar elfuego de su memoria, medio extinguida.

    Al fin, mirndome y sacudiendo la cabeza, respondi:-No... Ambos no...Comprndame usted... Dirk Peters no

    me ha dicho nunca...-Dirk Peters- pregunt vivamente el capitn Len Guy... -

    T has conocido a Dirk Peters?- S.-Dnde?-En Vandalia... Estado de Illinois.-Y es l quien te ha suministrado tales noticias del viaje?-S... l.-Y ha vuelto solo..., solo de all abajo..., dejando a

    Arthur Pym?-Solo...-Habla... habla, pues!- exclam.La impaciencia me consuma... Cmo? Hunt haba

    conocido a Dirk Peters, y, gracias a ste, saba cosas que yocrea imposibles de saber nunca? Conoca el desenlace deaquellas aventuras extraordinarias?

    Entonces, con frases entrecortadas pero inteligibles,respondi Hunt:

    -S... all... Una cortina de vapores... El mestizo me lo hadicho a menudo... Comprndanme... Los dos, Arthur Pym yl, estaban en la canoa de Tsalal... Despus..., un tmpano...un enorme tmpano, fue sobre ellos... Al choque, Dirk Peterscay al mar... Pero pudo agarrarse al tmpano..., subir sobre

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    l..., y, comprndanme..., vio danzar la canoa arrastrada por lacorriente..., lejos... muy lejos!... En vano Pym pretendireunirse a su compaero... No pudo... La canoa se alejaba...,se alejaba..., llevndose a Pym... al pobre Pym... Por eso no havuelto...; est all... siempre all!...

    Realmente, si aquel hombre hubiera sido Dirk Peters enpersona, no hubiera hablado con ms emocin, con msfuego, del pobre y querido Pym...

    Pero... si Arthur Pym haba continuado elevndose hacialas ms altas latitudes,cmo su compaero Dirk Peters habapodido volver al Norte, pasar el banco de hielo, el crculopolar y regresar a Amrica, trayendo aquellas notas quefueron comunicadas a Edgard Poe?

    A todas estas preguntas respondi Hunt conforme, segndeca, a lo que varias veces le haba contado el mestizo...

    Segn l, Dirk Peters llevaba en su bolsillo el cuaderno deArthur Pym cuando se asi al tmpano, y de este modo sesalv el diario que el mestizo puso a disposicin delnovelista americano.

    -Comprndanme- repeta Hunt...,- pues yo les digo lascosas tal como las he sabido por Dirk Peters... Mientras laderiva le arrastraba, l grit con todas sus fuerzas... Pym, elpobre Pym, haba ya desaparecido en medio de la cortina devapores. En cuanto al mestizo, alimentndose con los pecescrudos que poda coger, fue arrastrado por unacontracorriente a la isla Tsalal, donde desembarc mediomuerto de hambre.

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    -A la isla Tsalal!- exclam el capitn Len Guy... - Y cuntotiempo haca que la abandon?

    -Tres semanas... S..., tres semanas- segn me hadicho Dirk Peters.

    -Entonces ha debido encontrar lo que restaba de latripulacin de la Jane- dijo el capitn.- A mi hermano Williamy a los que sobrevivan.

    -No- respondi Hunt...;- y Dirk Peters ha credo siempreque todos haban perecido... S!; todos! No haba nadie enla isla...

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    -Nadie!- repet muy sorprendido de esta afirmacin.-Nadie!- declar Hunt.-Pero la poblacin de la isla Tsalal?...-Nadie..., repito..., nadie... Isla desierta... S!...Desierta!Esto contradeca absolutamente algunos hechos de los

    que estbamos seguros. Despus de todo, poda ser que,

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    cuando Dirk Peters volvi a la isla Tsalal, la poblacin, llenade espanto por causa ignorada, hubiera ya buscado refugioen el grupo del Sudeste, y que William Guy y sus compa-eros estuvieran aun ocultos en las gargantas de Klock-Klock.

    Esto explicaba la razn de no haberlos encontrado elmestizo, y tambin de que los sobrevivientes de la Jane nohubieran tenido nada que temer de los insulares durante losonce aos de su estancia en la isla. Por otra parte, puesto quePatterson les haba dejado siete meses antes, si nosotros nolos encontrbamos es que haban abandonado la isla Tsalal,convertida en inhabitable a consecuencia del temblor detierra.

    -De modo-insisti el capitn Len Guy- que al regreso deDirk Peters, ni un habitante en la isla?

    -Nadie!- repiti Hunt- Nadie! El mestizo no encontrun solo indgena.

    -Y qu hizo entonces Dirk Peters? pregunt elcontramaestre.

    -Comprndanme!- respondi Hunt.-All haba una canoa abandonada, en el fondo de la

    baha..., conteniendo carne seca y varios barriles de aguadulce. El mestizo se arroj en ella. Un viento del Sur... s, delSur, muy vivo- el que con la contracorriente lo llev sobre eltmpano a la isla Tsalal- le arrastr durante semanas ysemanas por el lado del banco de hielo, que pudo atravesarpor un paso. Cranme, porque no hago ms que repetir lo

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    que Dirk Peters me ha dicho cien veces. S! Un paso... yfranque el crculo polar.

    -Y despus?- pregunt.-Despus fue recogido por un ballenero americano, el

    Sandy Hook, y conducido a Amrica.He aqu, pues, suponiendo verdica la relacin de Hunt- y

    era posible que lo fuera,- de qu manera se habadesenlazado, al menos en lo que a Dirk Peters concerna,aquel terrible drama de las regiones antrticas. De vuelta enlos Estados Unidos, el mestizo se haba puesto en relacionescon Edgard Poe, entonces editor del Southern LiteraryMessenger, y de las notas de Arthur Pym haba salido aquellaprodigiosa relacin, no imaginaria, como hasta entonces sehaba credo, y a la que faltaba el supremo desenlace.

    La parte imaginativa de esta obra estaba sin duda en lasextraas singularidades sealadas en los ltimos captulos, amenos que, presa del delirio de las ltimas horas, Arthur Pymhubiera credo ver aquellos prodigiosos sobrenaturales fe-nmenos a travs de la cortina de vapores.

    Fuera lo que fuera, lo cierto era que Edgard Poe no habavisto nunca a Arthur Pym; y queriendo dejar a los lectores enuna incertidumbre sobrexcitante, le haba hecho morir deaquella muerte tan repentina como deplorable, cuyanaturaleza y causa no indicaba.

    Ahora bien: si Arthur Pym no haba vuelto, podarazonablemente admitirse que no hubiera sucumbido enbreve espacio, despus de ser separado de su compaero?

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    Que vivira aun aunque hubiesen transcurrido once aosdesde su desaparicin?

    -S!... s!... - respondi Hunt.Y afirmaba con tal conviccin que Dirk Peters haba

    debido pasar a su alma cuando ambos habitaban en elpueblo de Vandalia, en el fondo de Illinois.

    Ahora era ocasin de preguntarse si Hunt posea cabal sujuicio.

    No haba sido l quien, durante una crisis mental- yo nolo dudaba- despus de introducirse en mi cmara, haba mur-murado estas palabras a mi odo:

    -Y Pym... el pobre Pym?S!...;. Yo no haba soado!En resumen: si todo lo que acababa de decir Hunt era

    verdadero: si no haca ms que relatar los secretos que DirkPeters le haba confiado, deba ser credo cuando repetacon voz a la vez imperiosa y suplicante:-Pym no ha muerto!Pym est all! Es preciso no abandonar al pobre Pym!

    Cuando termin mi interrogatorio, el capitn Len Guy,saliendo al fin de su meditacin, orden con voz brusca:

    -Toda la tripulacin a popa!Cuando los marineros estuvieron reunidos en torno de l,

    dijo:- Escucha, Hunt, y piensa en la gravedad de las preguntas

    que voy a hacerte.Hunt levant la cabeza y pase su mirada por los

    tripulantes de la Halbrane.

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    -Afirmas que todo lo que acabas de decir acerca deArthur Pym es verdadero?

    -S!- respondi Hunt, acentuando con ademn rudo suafirmacin.

    -T has conocido a Dirk Peters?-S.-Has vivido con l algunos aos en Illinois?-Durante nueve aos.-l te ha contado esas cosas con frecuencia?- S.-Y por tu parte, no pones en duda que te haya dicho la

    verdad?- No.-Y bien, no ha tenido nunca el pensamiento que alguno

    de los hombres de la Jane hubiera podido quedar en la islaTsalal?

    -No.-Crea l que William Guy y sus compaeros haban

    perecido todos en la catstrofe de las colinas deKlock-Klock?

    -S, y segn lo que l me ha repetido con frecuencia,tambin Pym lo crea!

    -Y donde has visto a Dirk Peters por ltima vez?-En Vandalia.-Hace mucho?-Dos aos.-Y de vosotros dos, t has, abandonado el primero a

    Vandalia?

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    Parecime advertir una ligera vacilacin en Hunt alresponder:

    -La hemos abandonado juntos.-Para ir t?-A las Falklands.-Y l?-l!- repiti Hunt.Y su mirada fue finalmente a detenerse sobre nuestro

    maestro velero Martn Hult, al que haba salvado la vida conpeligro de la suya durante la tempestad.

    -Vamos- dijo el capitn Len Guy,- comprendes lo que tepregunto?

    -S!-Responde entonces! Cuando Dirk Peters parti de

    Illinois, ha abandonado Amrica?-S.-Para ir?... Habla!-A las Falklands!-Y dnde est ahora?-Delante de usted!

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    XVIII

    DECISIN TOMADA.

    Dirk Peters! Hunt era el mestizo Dirk Peters, el devotocompaero de Arthur Pym, el que el capitn Len Guy habadurante tanto tiempo y tan intilmente buscado en losEstados Unidos, y la presencia del cual iba tal vez a darnosuna nueva razn para proseguir aquella campaa!

    No me asombrara que con un poco de olfato el lectorhaya desde pginas anteriores reconocido a Dirk Peters enHunt y que esperase este golpe teatral. Hasta afirmo que locontrario me hubiera sorprendido.

    En efecto; nada ms natural ni ms indicado que esterazonamiento: Cmo el capitn Len Guy y yo, que tan a me-nudo leamos la obra de Edgard Poe, en la que se traza conpreciso dibujo el retrato de Dirk Peters, no habamossospechado que el hombre embarcado en las Falklands y elmestizo era una misma persona? No era una falta deperspicacia por nuestra parte?

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    Lo concedo, y, sin embargo, la cosa se explica hasta ciertopunto.

    S, todo en Hunt revelaba origen indiano, que era el deDirk Peters, puesto que perteneca a la tribu de los Upsarokasdel Far-West, y esto tal vez hubiera debido lanzarnos alcamino de la verdad.

    Pero considrense las circunstancias en las que Hunt sehaba presentado al capitn Len Guy, circunstancias que nopermitan poner en duda su identidad. Hunt habitaba en lasFalklands, muy lejos de Illinois, en medio de marineros dedistintas nacionalidades que aguardaban la estacin de lapesca para pasar a bordo de los balleneros. Desde su embar-co se haba mantenido con nosotros en la mayor reserva.Aquella era la primera vez que le oamos hablar, y nada hastaentonces- en lo que a su actitud se refiere al menos- habainducido a creer que ocultase su verdadero nombre. Y seacababa de ver que slo a las ltimas instancias del capitn sehaba declarado.

    Verdad que Hunt era un tipo bastante extraordinario paraprovocar nuestra atencin. S, ahora recordaba yo sus ex-traas maneras desde que la goleta haba franqueado elcirculo polar, desde que navegaba por la mar libre; susmiradas, dirigidas incesantemente hacia el horizonte del Sur;su mano, que por movimiento instintivo se tenda en dichadireccin. Despus, en el islote Bennet pareca haberlevisitado ya, y en l haba descubierto un resto de la Jane, y, enfin, en la isla Tsalal l haba tomado la delantera, y nosotrosle habamos seguido como a un gua al travs de la planicie

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    agitada hasta el lugar que ocupaba el pueblo de Klock-Klock,a la entrada de la quebrada, cerca de la colina donde secruzaban los laberintos, de los que ninguna seal quedaba.S. Todo esto hubiera debido ponernos alerta, hacer nacer-enm por lo menos-el pensamiento de que Hunt pudiera estarmezclado a las aventuras de Arthur Pym.

    Pues bien; no solamente el capitn Len Guy, sinotambin su pasajero Jeorling, tenan una venda sobre losojos. Lo confieso; ramos dos ciegos, y ciertas pginas dellibro de Edgard Poe deban habernos dado granclarividencia.

    En suma: no haba que poner en duda que Hunt fueserealmente Dirk Peters. Aunque once aos ms viejo, era auntal como Arthur Pym le haba pintado. Verdad que el aspectoferoz de que habla la relacin no exista, y, por otra parte, se-gn el mismo Arthur Pym declaraba, no era ms queferocidad aparente. En lo fsico nada haba cambiado: laestatura pequea, la musculatura recia, los miembroscolocados en una mole de hrcules, y las manos tan grandes ygruesas que apenas haban conservado la forma humana; laspiernas y brazos arqueados, la cabeza de prodigioso tamao yla boca enorme, con anchos dientes que los labios no cubranjams, ni aun en parte. Lo repito: tales seas concordabanperfectamente con las de nuestro reclutado de las Falklands.

    Pero no se encontraba ya en su rostro aquella expresinque, si era el sntoma de la alegra, no poda ser ms que laalegra del demonio.

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    En efecto: el mestizo haba cambiado con la edad, laexperiencia, los golpes de la vida, las terribles escenas en quehaba tomado parte-incidentes como deca Arthur Pym-completamente fuera del registro de la experiencia, y quetraspasaban los lmites de la credulidad de los hombres.

    S. La ruda lucha de las pruebas sufridas haba desgastadoel espritu de Dirk Peters. No importa! Era siempre el fielcompaero al que Arthur Pym haba debido a menudo susalvacin; aquel Dirk Peters que le amaba como a un hijo, yque nunca haba perdido la esperanza de volverle a encontraralgn da en las espantosas soledades de la Antrtida.

    Ahora bien: por qu Dirk Peters se ocultaba en lasFalklands bajo el nombre de Hunt? Por qu desde suembarco en la Halbrane haba procurado conservar suincgnito? Por qu no haba dicho quin era, puesto queconoca las intenciones del capitn Len Guy, cuyos esfuerzostodos tendan a salvar a sus compatriotas, siguiendo elitinerario de la Jane?

    Por qu? Sin duda porque tema que su nombreinspirase horror. No era l el hombre que se haba mezcladoa las espantosas escenas del Grampus, el que haba muerto almarinero Parker, quien se haba alimentado de la carne deste y bebido de su sangre? Para que revelase su nombrepreciso era que esperase que, gracias a su revelacin, laHalbrane intentara encontrar a Arthur Pym.

    Despus de haber vivido durante algunos aos enIllinois, el mestizo se haba instalado en las Falklands con elnico objeto de aprovechar la primera ocasin que se

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    ofreciera para volver a los mares antrticos. Al embarcarse enla Halbrane, contaba con decidir al capitn Len Guy, cuandoste hubiera recogido a sus compatriotas en la isla Tsalal, aelevarse a ms altas latitudes, prolongando la expedicin enbeneficio de Arthur Pym? Y, sin embargo, qu hombre debuen sentido hubiera admitido que aquel infortunado viviesedespus de once aos? Al menos, la existencia del capitnWilliam Guy y de sus compatriotas estaba asegurada con losrecursos de la isla Tsalal, y adems las notas de Pattersonafirmaban que ellos se encontraban all cuando l les habaabandonado. En cuanto a la existencia de Arthur Pym...

    Sin embargo, ante la afirmacin de Dirk Peters-la que, loreconozco, no descansaba en base slida-mi espritu noprotest, como pareca ser lo indicado. No. Y cuando elmestizo grit.-Pym no ha muerto! Pym est all! Es precisono abandonar al pobre Pym!, aquel grito me conmoviprofundamente.

    Y entonces pens en Edgard Poe, y me preguntaba culsera su actitud, tal vez su confusin, si la Halbrane llevaba aaquel cuya muerte, tan repentina como deplorable, habaanunciado el clebre novelista.

    Decididamente, desde que haba resuelto tomar parte enla campaa de la Halbrane yo no era el mismo, el hombreprctico y razonable de otra poca.Cmo? A propsito deArthur Pym senta yo latir mi corazn como lata el de DirkPeters? Al abandonar la isla Tsalal, para ir al Norte, hacia elAtlntico, se apoderaba de m la idea de que esto eraolvidarse de un deber de humanidad, el deber de ir en

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    socorro de un infeliz abandonado en los helados desiertos dela Antrtida?

    Verdad que pedir al capitn Len Guy que aventurase lagoleta ms all de aquellos mares; obtener este nuevo es-fuerzo de la tripulacin despus de tantos peligros perdidospara todo, fuera exponerse a una negativa, y al cabo mi in-tervencin sobraba entonces. Y, sin embargo, yo comprendaque Dirk Peters contaba conmigo para defender la causa delpobre Pym.

    Un largo silencio sigui a la declaracin del mestizo.Nadie pensaba en sospechar de la veracidad de ste. Habadicho: Yo soy Dirk Peters. Era Dirk Peters.

    En lo que se refera a Arthur Pym, que no hubiese vueltoa Amrica, que hubiera sido separado de su compaero yarrastrado despus con la canoa hacia las regiones del polo,eran hechos admisibles, y nada autorizaba a creer que DirkPeters no dijera la verdad. Pero que Arthur Pym viviese aun,como el mestizo declaraba; que el deber mandase lanzarse ensu busca, como l peda, exponindose a tantos peligrosnuevos, era cuestin distinta.

    Sin embargo, resuelto a apoyar a Dirk Peters, perotemiendo avanzar por terreno donde corra el riesgo de servencido desde el principio, emple el argumento, muyaceptable, que pona en el tapete la cuestin del capitnWilliam Guy y los cinco marineros, de los que no habamosencontrado huella en la isla Tsalal.

    -Amigos mos- dije,- antes de tomar resolucin definitiva,lo prudente es mirar la cuestin con sangre fra. No sera un

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    eterno disgusto, un remordimiento grande abandonarnuestra expedicin tal vez en el momento en que tenaprobabilidades de buen xito? Reflexione usted, capitn, yustedes tambin, compaeros. Hace menos de siete mesesque nuestros compatriotas fueron dejados con vida por elinfortunado Patterson en la isla Tsalal. Si estaban aqu en talpoca y es indudable que desde hace once aos gracias a losrecursos de la isla, haban podido asegurar su existencia, noteniendo nada que temer de los insulares, de los que unaparte haba sucumbido en circunstancias que ignoramos, y laotra se haba probablemente transportado a alguna islavecina. Esto es la misma evidencia, y no creo que se puedaobjetar nada a este razonamiento.

    Nadie respondi... No haba nada que responder.-Si no hemos encontrado al capitn de la Jane y a los

    suyos- continu animndome,- es que despus de la partidade Patterson, se han visto obligados a abandonar la islaTsalal... Por qu? En mi opinin, porque el terremoto laconmovi de tal forma que qued inhabitable. Pero leshabr bastado con una embarcacin indgena para ganar, conla corriente del Norte, o una isla o algn otro punto delcontinente antrtico? No creo ir muy lejos afirmando que lascosas hayan pasado de este modo; y, en todo caso, lo que s,lo que repito, es que nada habremos hecho si nocontinuamos las investigaciones, de las que depende lasalvacin de vuestros compatriotas.

    Interrogu con la mirada a mi auditorio. No obtuverespuesta.

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    El capitn Len Guy, presa de la ms viva emocin,inclinaba la cabeza, pues comprenda que yo tena razn; queyo indicaba, al invocar los deberes de humanidad, la nicaconducta propia de gentes de corazn.

    -Y de qu se trata?- aad tras breve pausa.- Defranquear algunos grados en latitud cuando la mar esnavegable, cuando la estacin nos asegura dos meses de buentiempo, y cuando nada tenemos que temer del inviernoaustral, cuyos rigores yo no os pido que desafiis. Duda-remos, cuando la Halbrane est bien aprovisionada, sutripulacin completa y sin ningn enfermo a bordo? Nosatemorizarn imaginarios peligros? No tendremos valorpara ir ms all?...

    Y mostr el horizonte del Sur, mientras que Dirk Peters lemostraba tambin, sin pronunciar una palabra, con ademnimperativo que hablaba por l.

    Siempre los ojos fijos en nosotros, y tampoco respuestaesta vez!

    Seguramente, la goleta podra, sin gran imprudencia,aventurarse por aquellos parajes, durante ocho o nuevesemanas. Estbamos a 26 de Diciembre, y en Enero, Febrero,y aun Marzo, se haban efectuado las expediciones anteriores-las de Bellingshausen, Biscoe, Kendal, Weddell, los quehaban podido volver hacia el Norte antes que el fro lescerrase toda salida.

    Adems, si sus navos no se haban aventurado tanto enlas regiones australes como yo haba pretendido de la Hal-

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    brane, no haban sido favorecidos, como nosotros podamosesperar serlo, en tales circunstancias.

    Hice valer estos diversos argumentos, espiando una sealde aprobacin..., que nadie haca.

    Silencio absoluto... Bajos todos los ojos.Y, sin embargo, yo no haba pronunciado una sola vez el

    nombre de Arthur Pym, ni apoyado la proposicin de DirkPeters. De hacerlo, qu encogimientos de hombros nohubieran respondido, y, tal vez, qu amenazas contra mipersona!

    Preguntbame yo si haba o no conseguido llevar missentimientos al alma de mis compaeros, cuando el capitnLen Guy tom la palabra.

    -Dirk Peters- dijo,- afirmas que Arthur Pym y t,despus de vuestra partida de la isla Tsalal, habis entrevistotierras en direccin Sur?

    -S... Tierras...- respondi el mestizo-, islas o continente...Comprndame...; y all... yo creo, estoy seguro que Pym, elpobre Pym, espera que se vaya en su socorro...

    -All esperan tambin, quizs, William Guy y suscompaeros-exclam, a fin de llevar la discusin a mejorterreno.

    Y realmente, aquellas tierras eran un punto tan fcil detocar!...

    La Halbrane no navegara a la ventura... Ira adonde eraposible que se hubiesen refugiado los sobrevivientes de laJane...

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    El capitn Len Guy no volvi a hacer uso de la palabrasino despus de haber reflexionado algunos, instantes.

    -Y ms all del 84 grado, Dirk Peters- dijo,- es cierto queel horizonte est cerrado por esa cortina de vapores, de la queen el libro de Edgard Poe se habla? La has visto t con tuspropios ojos, y tambin esas cataratas areas y ese abismo enel que se perdi la canoa de Arthur Pym?

    Despus de mirarnos a unos y a otros, el mestizo menesu enorme cabeza.

    -No s... - dijo.- Qu me pregunta usted, capitn? Unacortina de vapores? S... Tal vez... y tambin apariencias detierra hacia el Sur...

    Evidentemente, Dirk Peters no haba ledo el libro deEdgard Poe, y hasta era probable que no supiera leer.Despus de haber entregado el diario de Arthur Pym, l no sehaba preocupado de su publicacin. Retirado a Illinoisprimero, y a las Falklands despus, nada sospechaba delruido que la obra haba hecho, ni del fantstico e inverosmildesenlace dado por nuestro gran poeta a aquellas aventuras.

    Y, adems, no era posible que Arthur Pym, con supropensin a lo sobrenatural, hubiera credo ver cosasprodigiosas, nicamente debidas al exceso de su ima-ginacin?

    Entonces, y por primera vez, desde el principio de estadiscusin, se oy la voz de Jem West. Yo no hubiera podidodecir si el lugarteniente era de mi opinin y si misargumentos le haban convencido. El se limit a preguntar.

    -Capitn... Espero sus rdenes.

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    El capitn Len Guy se volvi a la tripulacin. Antiguos ynuevos le rodeaban, mientras Hearne permaneca un pocoapartado, dispuesto a intervenir si consideraba oportuna suintervencin.

    El capitn Len Guy interrog con la mirada alcontramaestre y a sus compaeros, con los que poda contar.Ignoro si en su actitud not aquiescencia a la continuacindel viaje; pero lo o murmurar:

    -Si no dependiese ms que de m!... Si todos measegurasen su concurso!

    En efecto: sin una conformidad comn no era posiblelanzarse a nuevas aventuras.

    Hearne tom entonces la palabra, y, con rudeza, dijo:-Capitn. Hace dos meses que abandonamos las

    Falklands... Mis compaeros fueron reclutados para unanavegacin, que no deba conducirles ms all del banco dehielo, ms lejos de la isla Tsalal!

    -No es as!- exclam el capitn Len Guy, excitado por ladeclaracin de Hearne... - No es as! Yo os he reclutadopara una campaa que tengo derecho a seguir hasta dondeme plazca!

    -Perdn, capitn- respondi Hearne secamente...;- perohemos llegado donde ningn navegante ha llegado nunca;donde jams se ha arriesgado ningn navo, salvo la Jane. As,mis compaeros y yo pensamos que conviene volver a lasFalklands antes de la mala estacin. De all, usted puedevolver a la isla Tsalal y hasta llegar al polo, si eso le agrada.

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    Un murmullo de aprobacin se dej or. No haba dudaque Hearne traduca los sentimientos de la mayora, queprecisamente estaba formada por los nuevos reclutados. Ircontra su opinin, exigir obediencia de aquellos hombres maldispuestos a obedecer, y en estas condiciones venturarse altravs de los lejanos parajes de la Antrtida, hubiera sido actode temeridad, y hasta acto de locura, que hubiera tradoalguna catstrofe.

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    Jem West intervino, y adelantando hacia Hearne le dijocon voz amenazadora:

    -Quin te ha dado permiso para hablar?-El capitn nos preguntaba- replic Hearne.-Yo tena el

    derecho de responder.

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    Y estas palabras fueron pronunciadas con tal insolencia,que el lugarteniente, tan dueo de s por costumbre, sedispona a dar libre curso a su clera, cuando el capitn ledetuvo con un gesto y dijo:

    -Clmate, Jem! Nada haremos a no estar todos deacuerdo.

    Despus, dirigindose al contramaestre, aadi:-Qu opinas t, Hurliguerly?-Es muy sencillo- respondi el contramaestre.- Yo

    obedecer las rdenes de usted, sean las que sean. Nuestrodeber es no abandonar a William Guy y a sus compaerosmientras probabilidad de salvarles.

    El contramaestre se detuvo un instante, mientras variosmarineros, Drap, Rogers, Gratin, Stern y Burry, dabaninequvocas muestras de aprobacin.

    -En lo que concierne a Arthur Pym-aadi.-No se trata de Arthur Pym- interrumpi vivamente el

    capitn-, sino de mi hermano William Guy, y de suscompaeros.

    Y como yo viera que Dirk Peters iba a protestar, le cogpor un brazo, y aunque temblase de clera, se call.

    No!... No era oportuno momento para volver al caso deArthur Pym. Cre que no haba ms recurso que fiar en elporvenir, aprovecharse de las circunstancias de aquellanavegacin y arrastrar a los marineros inconscientemente. Sinembargo, cre deber ayudar a Dirk Peters de una maneradirecta.

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    El capitn Len Guy continu su interrogatorio. Queraconocer los nombres de aquellos con quienes poda contar.Todos los antiguos aceptaron sus proposiciones, y secomprometieron a no discutir jams sus rdenes y a seguirletan lejos como a l le conviniera. Estos valientes fueronimitados por algunos de los reclutados, tres solamente, denacionalidad inglesa. No obstante, parecime que la mayora,participaba de la opinin de Hearne. Para ellos la campaa dela Halbrane haba terminado en la isla Tsalal. De aqu el que senegasen a ir ms lejos o hiciesen demanda formal de poner elcabo al Norte, a fin de franquear el banco de hielo en lapoca ms favorable de la estacin.

    Eran unos veinte los que tal pretendan, y Hearne habainterpretado sus sentimientos. Obligarlos hasta a queayudasen a las maniobras de la goleta cuando sta se dirigieraal Sur, hubiera sido provocarles a la rebelin.

    No quedaba ms recurso que despertar su codicia.Entonces yo tome la palabra, y con voz firme, que a nadiehubiera autorizado para dudar de lo serio de mi proposicin,les dije:

    -Marineros de la Halbrane, escuchadme! Como diversosEstados han hecho en sus viajes de descubrimientos a lasregiones polares, yo ofrezco una prima a la tripulacin de lagoleta. Os dar 2.000 dollars por cada grado que alcancemosms all del paralelo 84.

    El ofrecimiento de 70 dollars por persona no dejaba deser tentador, y comprend que haba tocado en lo vivo.

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    -Voy-aad-a firmar ahora mismo este compromiso. Elcapitn Len Guy ser vuestro mandatario, y las cantidades ga-nadas os sern entregadas a vuestro regreso, cualesquiera quesean las condiciones en que se efecta.

    Esper el efecto de esta promesa, que no se hizo esperar.-Hurra!- grit el contramaestre a fin de despertar el

    entusiasmo de sus camaradas, que casi unnimementeunieron sus hurras a los de aquel.

    Hearne no hizo oposicin alguna. Siempre le quedaba elrecurso de aconsejar a los dems en mejores circunstancias.

    El pacto estaba hecho, y para conseguir mis fines hubierasacrificado mayor suma.

    Verdad que no estbamos ms que siete grados del polo,austral, y si la Halbrane llegaba a l, no me costara ms que14.000 dollars.

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    XIX

    EL GRUPO DESAPARECE.

    A primera hora del viernes 27 de Diciembre, la Halbranepuso el cabo al Suroeste.

    El servicio de a bordo, march como de costumbre, conla misma obediencia y la misma regularidad. Entonces no erani peligroso ni cansado. El tiempo era siempre bueno y lamar tambin. Si estas condiciones no transformaban losgrmenes de la insurreccin, y yo lo esperaba, noencontraran motivo para desarrollarse, y no habradificultades. Adems, el cerebro trabaja poco en lasnaturalezas groseras.

    Los ignorantes no se abandonan nunca al fuego de laimaginacin; encerrados en el presente, el porvenir no lespreocupa.

    Slo el hecho brutal que les pone frente a la realidad lessaca de su indiferencia.

    Se producira este hecho?

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    En lo que concierne a Dirk Peters, reconocida suidentidad, no deba de cambiar nada en su manera de ser, ycontinuara tan poco comunicativo como de costumbre?Debo hacer presente que, despus de la revelacin, losmarineros no pareca que sentan repugnancia por motivo delas escenas del Grampus, excusables, despus de todo, dadaslas circunstancias. Adems, poda olvidarse que el mestizohaba arriesgado su vida por salvar la de Martn Holt? Noobstante, l continu separado del resto, comiendo en unrincn, durmiendo en otro... navegando al largo de latripulacin. Tena, pues, para conducirse de tal modo,algn otro motivo que ignorbamos, y que tal vez el porvenirnos hara conocer?

    Los persistentes vientos de la parte Norte, que habanarrastrado a la Jane hasta la isla Tsalal, y a la canoa de ArthurPym a algunos grados ms all, favorecan la marcha denuestra goleta. Amuras a babor, Jem West poda cubrirla detela, utilizando la brisa fresca y regular. Nuestra roda hundarpidamente aquellas aguas transparentes, y no lechosas, quedejaban blanca estela en la popa.

    Despus de la escena de la vspera, el capitn Len Guyhaba descansado algunas horas. Por qu obsesionantespensamientos haba sido turbado este descanso! De unaparte, la esperanza del resultado de las nuevas pesquisas; deotra, la responsabilidad de tal expedicin al travs de laAntrtida. Cuando le vi, al siguiente da, sobre el puente, enel momento en que el lugarteniente se paseaba por la popa,nos llam a los dos.

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    -Seor Jeorling- me dijo-, con la muerte en el alma mehaba decidido a elevar la goleta hacia el Norte. Senta queno haba hecho cuanto tena que hacer en favor de nuestrosdesgraciados compatriotas! Pero comprenda que la mayorparte de los tripulantes se pondra en contra ma si yointentaba arrastrarla ms all de la isla Tsalal!

    -En efecto, capitn- respond.- Tal vez hubiera estalladouna rebelin a bordo.

    -Rebelin que hubiramos dominado- respondiframente Jem West- aunque fuese rompiendo la cabeza a eseHearne, que no cesa de excitar a sus compaeros.

    -Hubieras hecho bien- respondi el capitn Len Guy.-Pero, hecha tal justicia, qu hubiera sido del acuerdo, delque tanta necesidad tenemos?

    -Bien- dijo Jem- Vale ms que no haya habido necesidadde emplear la violencia... Pero, en lo sucesivo, que Hearnetenga cuidado conmigo.

    -Sus compaeros- dijo el capitn- se han apaciguado conlas primas que se les ha ofrecido. La generosidad del seorJeorling ha producido buen efecto... Yo se lo agradezco.

    -Capitn- dije-, en las Falklands le manifest a usted mideseo de asociarme pecuniariamente a su empresa. Se hapresentado la ocasin, que yo he aprovechado y nada tieneusted que agradecerme.

    Consigamos nuestro objeto; salvemos a William Guy y alos cinco marineros de la Jane... Es todo lo que pido.

    El capitn me tendi la diestra, que yo estrechcordialmente.

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    -Seor Jeorling -aadi-, habr usted notado que laHalbrane no lleva el cabo al Sur, aunque las tierras entrevistaspor Dirk Peters- o las apariencias de tierra por lo menos-estn en esa direccin.

    -Lo he notado, capitn.-Y a propsito de ello- dijo Jem West-, no olvidemos que

    la relacin de Arthur Pym no contiene nada que se refiera aesas tierras del Sur, y que, en suma, no tenemos ms datosque las declaraciones del mestizo.

    -Es verdad, lugarteniente- respond.-Pero hay motivo para dudar de lo que dice Dirk Peters?

    Su conducta desde que se embarc, no es para inspirar todaconfianza?

    -Nada tengo que reprocharle desde el punto de vista delservicio- replic Jem West.

    -Y no ponemos en duda ni su valor, ni su honradez-declar el capitn Len Guy- y esta buena opinin la justifica,no ya su comportamiento a bordo de la Halbrane sino cuantoha hecho cuando navegaba en el Grampus primero, y en Janedespus.

    -Buena opinin que merece!- aad. No s por qu, mesenta inclinado a tomar la defensa del mestizo.

    Era acaso que yo presenta que aun le quedaba un papelimportante en el curso de la expedicin, porque el se creaseguro de encontrar a Arthur Pym... por el quedecididamente yo me interesaba?

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    Convengo, sin embargo, que, en lo que se refera a suantiguo compaero, las ideas de Dirk Peters podan parecerabsurdas. El capitn, Len Guy no dej de hacerlo notar.

    -No debemos olvidar, seor Jeorling- dijo,- que elmestizo ha conservado la esperanza de que Arthur Pym,despus de ser arrastrado al travs del mar antrtico, hapodido llegar a alguna tierra ms meridional..., donde aunestar vivo.

    -Vivo, despus de once aos en los parajes polares! -exclam Jem West.

    -Es bastante difcil, capitn, lo confieso- respond-, y noobstante, pensndolo bien, sera imposible que Arthur Pymhubiera encontrado ms al Sur una isla semejante a la deTsalal, donde William Guy y sus compaeros han podidovivir durante el mismo tiempo?

    -Imposible, no, seor Jeorling. Probable, no lo creo.-Y hasta- aad, y siempre en el terreno de las hiptesis,-

    por qu vuestros compatriotas, despus de abandonar aTsalal, y arrastrados por la misma corriente, no haban depoder reunirse con Arthur Pym all donde tal vez ...?

    No acab, pues, tal suposicin; no hubiera sido aceptada,y no haba para qu insistir, en aquel momento, en elproyecto de ir en busca de Arthur Pym, una vez encontradoslos hombres de la Jane..., si es que los encontrbamos...

    El capitn Len Guy volvi al objeto de la conversacin.-Deca- continu,- que, si no he tomado el camino del

    Sur, es porque tengo la intencin de reconocer primeramente

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    el yacimiento de las islas prximas a Tsalal; el grupo situadoal Oeste.

    -Buena idea- dije;- y visitando esas islas tal vezadquiramos la certeza de que el temblor de tierra se haproducido en reciente fecha.

    -Reciente... Eso no es dudoso- afirm el capitn LenGuy,- y posterior a la partida de Patterson, puesto que elsegundo de la Jane haba dejado a sus compatriotas en la isla.

    Se sabe por qu serias razones nuestra opinin no habacambiado en este punto.

    -Acaso en el relato de Arthur Pym- pregunt Jem West-no se habla de un grupo de ocho islas?

    -De ocho- respond,- o por lo menos esto es lo que DirkPeters ha odo decir al salvaje que iba en la canoa con sucompaero y l. Este Nu-Nu hasta afirmaba que elarchipilago estaba gobernado por una especie de soberano,un rey nico, llamado Tsalemon, que resida en la menor delas islas, y, en caso necesario, el mestizo confirmar estosdetalles.

    -Tambin- dijo el capitn Len Guy-, como podra sucederque el terremoto no haya conmovido ese grupo, y que steest aun habitado, tomaremos nuestras precauciones alacercarnos al yacimiento.

    -Que no debe de estar lejos- dije yo.- Adems, quinsabe, capitn, si su hermano de usted y sus marinos no sehabrn refugiado en alguno de esos islotes?

    Eventualidad admisible, pero poco tranquilizadora, puesera suponer que haban cado de nuevo en manos de los sal-

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    vajes que haban quedado libres durante su estancia enTsalal. Adems, para recogerlos, caso de que su vida hubierasido respetada, no le sera preciso a la Halbrane emplear lafuerza? Y lograra buen xito en tal tentativa?.

    -Jem- dijo el capitn Len Guy-, andamos de ocho a nuevemillas, y dentro de poco, sin duda, veremos tierra... Da ordende vigilar con cuidado.

    -Est hecho, capitn.-Hay un hombre en la garita?-El propio Dirk Peters, que se ha ofrecido.-Bien, Jem. Puede uno confiar en su vigilancia.-Y tambin en sus ojos- aad-, pues est dotado de

    prodigiosa vista.La goleta continu corriendo hacia el Oeste hasta las diez,

    sin que la voz del mestizo se dejara or. As es que yo mepreguntaba si pasara con estas islas lo que con las Auroras olas Glasas que habamos buscado vanamente entre las Fal-klands y la Nueva Georgia. Ninguna tumescencia emerga dela superficie del mar, ningn perfil se dibujaba en el ho-rizonte. Tal vez eran estas islas de poca altura, y no se lasvera hasta estar a una o dos millas de ellas?

    Por lo dems, la brisa cedi de manera sensible durante lamaana. Nuestra goleta fue arrastrada con ms mpetu delque queramos por la corriente del Sur. Por fortuna, el vientovolvi a las dos de la tarde, y Jem West se orient de formade ganar lo que la deriva le haba hecho perder.

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    Durante dos horas la Halbrane mantuvo el cabo en taldireccin con velocidad de siete a ocho millas, y ni la menoraltura apareci al largo.

    -No es creble que no encontremos el yacimiento-me dijoel capitn Len Guy-, pues, segn el relato de Arthur Pym,Tsalal pertenece a un grupo muy vasto.

    -l, no dice haberlas visto mientras que la Jane estabaanclada- hice observar.

    -Tiene usted razn, seor Jeorling; pero como no estimoen menos de 50 millas el camino recorrido por la Halbranedesde esta maana, y como se trata de islas muy prximas,unas a otras...

    -Entonces, capitn, ser preciso deducir- lo que no esinverosmil- que el grupo del que dependa Tsalal ha desapa-recido por completo en el terremoto.

    -Tierra por estribor!- grit Dirk Peters.Todas las miradas se dirigieron a aquella parte, sin

    distinguir nada en la superficie del mar. Verdad que desde layunta del palo de mesana el mestizo haba podido ver lo queaun no era visible para ninguno de nosotros. Adems, dadoel poder de su vista y la costumbre de interrogar a loshorizontes, yo no admita que se hubiera engaado.

    Efectivamente, un cuarto de hora despus nuestrosanteojos marinos nos permitieron reconocer algunos islotesesparcidos en la superficie de las aguas, sembrada toda derayos de sol y a distancia de dos o tres millas hacia el Oeste.

    El lugarteniente hizo bajar las velas altas, y la Halbranequed bajo la cangreja, la mesana y el gran foque.

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    Era conveniente apercibirse a la defensa, subir las armasal puente, cargar los pedreros o izar las redes de abordaje?Antes de tomar estas prudentes precauciones, el capitn LenGuy crey poder, sin gran peligro, acercarse ms.

    Qu cambio se haba producido? All donde ArthurPym indicaba que existan islas espaciosas, no se vea ms queun pequeo nmero de islotes- media docena a lo ms-emergiendo ocho o nueve toesas.

    En este momento el mestizo, que se haba deslizado porel brandal de estribor, salt al puente.

    -Y bien, Dirk Peters, has reconocido ese grupo?-pregunt el capitn Len Guy.

    -El grupo?- respondi el mestizo sacudiendo la cabeza.-No. Yo no he visto ms que cinco o seis islotes... No hay msque piedras... Ni una isla!

    En efecto: algunas puntas, o mejor dicho cspidesredondeadas, era todo lo que quedaba de aquel archipilago,de su parte occidental al menos. Sin embargo, era posible, siel yacimiento comprenda varios grados, que el terremoto nohubiera hundido ms que las islas del Oeste.

    Esto era lo que nos proponamos comprobar cuandohubiramos visitado todos los islotes y determinado la fechaa que remontaba la sacudida de que Tsalal conservabaindiscutibles huellas.

    A medida que se aproximaba la goleta, se podafcilmente reconocer aquellos restos del grupo, casitotalmente destrozado en su parte occidental.

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    La superficie de los ms grandes islotes no pasaba de 50 a60 toesas cuadradas, y la de los ms pequeos nocomprenda ms que tres o cuatro. Estos ltimos formabanun semillero de escollos azotados por la ligera resaca del mar.

    Claro es que la Halbrane no deba aventurarse al travs deaquellos arrecifes, que hubiesen amenazado sus flancos o suquilla.

    Se limitara a dar la vuelta al yacimiento a fin de ver si elhundimiento del archipilago haba sido total. Sin embargo,sera preciso desembarcar en algunos punto, donde tal vezhabra indicios que recoger.

    Llegados a unas diez encabladuras del islote principal, elcapitn Len Guy orden que se practicara un sondaje. Sehall fondo a las 25 brazas, fondo que deba de ser el suelode una isla sumergida, cuya parte central pasaba el nivel de lamar en una altura de cinco a seis toesas.

    La goleta se aproxim entonces y ech el ancla a cincobrazas.

    Jem West, haba pensado en ponerse al pairo durante eltiempo que durase la exploracin del islote; pero con la vivacorriente que arrastraba al Sur, la goleta hubiera derivado.Era, pues, mejor anclar cerca del grupo. La mar estaba all encalma, y el aspecto del cielo no haca temer un cambioatmosfrico.

    Una vez que el ancla se hinc, entramos en uno de losbotes el capitn Len Guy, el contramaestre, Dirk Peters, Mar-tn Holt, dos hombres y yo.

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    Un cuarto de milla nos separaba del primer islote, fuefranqueado, rpidamente al travs de estrechos pasos. Laspuntas rocosas se cubran y descubran con las oscilacionesde las olas. Barridas, lavadas y relavadas, no podan haberconservado ningn indicio que permitiese asignar alterremoto una poca determinada. Repito que en este asuntono caba duda alguna en nuestro espritu.

    La canoa se lanz entre las rocas. Dirk Peters al timn,procuraba evitar los choques entre los arrecifes.

    El agua transparente y en calma dejaba ver, no un fondode arena sembrado de conchas, sino negruzcos bloques tapi-zados de hierbas terrestres, de esas plantas que no pertenecena la flora martima, algunas de las cuales flotaban en la su-perficie del mar.

    Esto constitua una prueba de que el suelo donde habanbrotado se haba hundido recientemente.

    -Cuando la embarcacin toc en el islote, uno de loshombres ech el arpn, cuyas puntas encontraron terreno aque agarrarse, y el desembarco pudo efectuarse sin dificultad.

    As, pues, aquel sitio haba sido el yacimiento de una delas grandes islas del grupo, actualmente reducida a un valoirregular, que meda 150 toesas de circunferencia y emergaunos 20 a 30 pies sobre el nivel del mar.

    -Acaso las marcas se elevan alguna vez a esa altura?-pregunt al capitn Len Guy.

    -Nunca- me respondi;- y tal vez descubriremos en elcentro de este islote algunos restos del reino vegetal, ruinasde casas o campamentos.

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    -Lo mejor que podemos hacer- dijo el contramaestre- esseguir a Dirk Peters, que ya va algo lejos. Ese diablo demestizo es capaz de ver con sus ojos de lince lo que nosotrosno veramos.

    En pocos momentos todos estuvimos en el puntoculminante del islote.

    Los restos no faltaban, probablemente de los animalesdomsticos de que se habla en el diario de Arthur Pym; avesde distintas especies, zorros, puercos, cuya piel presentabalanas negras...

    Sin embargo- detalle importante-, entre estos restos y losde la isla Tsalal haba la diferencia de que aqu el amontona-miento no databa ms que de algunos meses, lo queconcordaba con nuestra idea de que el terremoto se habaproducido en fecha reciente.

    Aqu y all verdeaban plantas de apio y de coclearias, y deflorecillas aun frescas.

    -Y que son de este ao!- exclam.El invierno austral noha pasado, por ellas!

    -Soy de la misma opinin, seor Jeorling- respondiHurliguerly.- Pero no es posible que hayan brotado despusde la conmocin del grupo?

    -No me parece admisible- respond, como hombre queno ceja en su idea.

    En el lado derecho vegetaban tambin algunos dbilesrboles, especie de avellanos salvajes, y Dirk Peters arrancuna rama impregnada de savia, de la que pendan nueces-semejantes a las que su compaero y l haban comido

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    durante su prisin entre las rocas de la colina de Klock-Klock y en el fondo de aquellos laberintos, de los que nohabamos encontrado seales en la Isla Tsalal.

    Dirk Peters sac algunas de estas nueces de su vainaverde y las casc con sus poderosos dientes.

    Con tales detalles no poda quedar duda sobra la fecha dela catstrofe, posterior a la partida de Patterson. No era, pues,este cataclismo el que haba producido la muerte de aquellaparte de la poblacin de Tsalal, cuyos restos yacan en los al-rededores de la ciudad. Respecto, al capitn de la Jane y a loscinco marineros, pareca demostrado que haban tenido tiem-po de huir, toda vez que sobre la isla no se encontr elcuerpo de ninguno de ellos.

    Dnde haban tenido la posibilidad de refugiarsedespus de haber abandonado la isla Tsalal?

    Tal era la pregunta que nos hacamos... Qu respuestaobtendra? En mi opinin, no sera ms extraordinaria quelas dems que surgiran a cada lnea de esta historia.

    No insisto ms en lo que se refiere a la exploracin delgrupo.

    Empleronse en ella treinta y seis horas, pues la goleta ledio la vuelta.

    En la superficie de los islotes se encontraron los mismosindicios, plantas y restos, que provocaron las mismas conclu-siones.

    A propsito de las conmociones de que aquellos parajeshaban sido teatro, el capitn Len Guy, el lugarteniente, el

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    contramaestre y yo estbamos de perfecto acuerdo, en lo queconcerna a la completa destruccin de los indgenas.

    La Halbrane no tena, pues, que temer ningn ataque, loque mereca ser tenido en cuenta.

    Ahora, debamos deducir que William Guy y sus cincomarineros, despus de haber ganado una de las islas,hubiesen tambin perecido?

    He aqu el razonamiento- que, relacionado con estepunto, acab por aceptar Len Guy.

    -En mi opinin- dije-, a la catstrofe artificial deKlock-Klock sobrevivieron algunos hombres de la Jane, sietepor lo menos, comprendiendo a Patterson, y adems el perroTigre, cuyos restos hemos encontrado cerca del pueblo. Al-gn tiempo despus, cuando la destruccin de una parte dela poblacin de Tsalal, debida a causas que yo ignoro, los in-dgenas que no haban sucumbido han abandonado Tsalalpara refugiarse en otras islas del grupo. Solos, y en perfectaseguridad, el capitn William Guy y sus compaeros hanpodido fcilmente vivir donde, antes que ellos, vivan variosmillares de salvajes. Transcurrieron diez o doce aos sin queles fuese posible salir de su prisin, aunque han debidoprocurarlo, sea con una de las canoas indgenas, o con otraque ellos mismos construyeran. En fin, hace siete meses,despus de la desaparicin de Patterson, un terremoto agit ala isla Tsalal y hundi a sus vecinas. Entonces pienso queWilliam Guy y sus compaeros, juzgndola inhabitable, handebido embarcarse con el intento de volver al crculoantrtico. Lo verosmil es que tal tentativa no haya tenido

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    buen xito, y bajo la accin de una corriente que arrastraba alSur, por qu no han podido llegar a esas tierras entrevistaspor Arthur Pym y por Dirk Peters ms all del 84 grado delatitud?... En esta direccin, pues, debemos ir, capitn.Franqueando dos o tres paralelos es como tendremos algunaprobabilidad de encontrarlos... Para alcanzar este fin, quinde nosotros no sacrificara su vida?

    -Condzcanos Dios, seor Jeorling!- respondi elcapitn.

    Ms tarde, cuando estuve a solas con el contramaestre,ste me dijo:

    -Le he escuchado a usted con atencin y le confieso austed que casi me ha convencido.

    -Ya se convencer usted del todo, Hurliguerly.-Cundo?Quizs ms pronto de lo que usted piensa!Al siguiente da, 29 de Diciembre, desde las seis de la

    maana, la goleta aparej, con ligera brisa de Noroeste, y estavez puso el cabo directamente hacia el Sur.

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    XX

    DEL 29 DE DICIEMBRE AL 9 DE ENERO.

    Por la maana he cogido el libro de Edgard Poe y heledo atentamente el captulo XXV. Refirese en l que,cuando los indgenas quisieron perseguirles, los dosfugitivos, acompaados del salvaje Nu-Nu, estaban ya acinco o seis millas de la baha. De las seis o siete islas agru-padas al Oeste, acabbamos de reconocer que no quedabanmas que vestigios bajo forma de islotes.

    Lo ms interesante para nosotros en el referido captuloson estas lneas que transcribo:

    Llegando por el Norte, en la Jane, para tocar en la islaTsalal, habamos gradualmente dejado atrs las regiones msfras; y aunque esto puede parecer una afirmacin desmentidapor las nociones generalmente aceptadas sobre el Ocanoantrtico, era un hecho que la experiencia no nos permitanegar. As, intentar ahora volver al Norte hubiera sido locura,especialmente en perodo tan avanzado de la estacin. Sloun camino pareca abierto a la esperanza. Nos decidimos a

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    seguir atrevidamente hacia el Sur, donde habaprobabilidades de descubrir otras islas, y donde era fcil queencontrsemos clima ms suave...As haba razonado Arthur Pym: as debamos hacerlonosotros a fortiori.

    Ahora bien; el 29 de Febrero- el ao fue bisiesto- fue elda en que los fugitivos se encontraron sobre el Ocanoinmenso y desolador, ms all del paralelo 84. Nosotrosestbamos a 29 de Diciembre. La Halbrane se habaadelantado dos meses a la canoa que hua de la isla Tsalal, yaamenazada por la aproximacin del largo invierno polar. Porotra parte, nuestra goleta, bien aprovisionada, bien mandada,bien tripulada, inspiraba ms confianza que la embarcacinde Arthur Pym, aquella canoa de arboladura de mimbres, de50 pies de larga por 4 o 6 de ancha, y que no llevaba ms quetres tortugas para alimentar a tres hombres.

    Yo confiaba, pues, en el buen xito de esta segunda partede nuestra campaa.

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    Durante la maana, los ltimos islotes del archipilagodesaparecieron en el horizonte. La mar se ofreca tal como lahabamos visto desde el islote Bennet, sin un solo pedazo dehielo, lo que se explica, porque la temperatura del aguamarcaba 44 (6 11c. Sobre cero). La corriente, muy

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    acentuada, cuatro o cinco millas por hora, se propagaba deNorte a Sur con regularidad constante.

    Bandadas de pjaros animaban el espacio;invariablemente las mismas especies; martines-pescadores,pelcanos, petreles, albatros. Debo, no obstante, confesar queestos ltimos no presentaban las dimensiones gigantescasindicadas en el diario de Arthur Pym, y ninguno lanzaba esesempiterno tkli-li, que, por lo dems, pareca ser la palabrams usada en la lengua de Tsalal.

    Durante los dos das siguientes no ocurri nada departicular. No se seal tierra ni apariencia de ella. Loshombres de a bordo hicieron fructuosa pesca en aquellasaguas donde pululaban escaros, merluzas, rayas, congrios,delfines de azulado color y otros varios pescados. Lostalentos combinados de Hnrliguerly y Endicott variaronagradablemente la lista de la comida, y yo opino queconvena dar iguales gracias a los dos amigos en aquellacolaboracin culinaria.

    Al siguiente da, 1 de Enero de 1840, ao bisiesto, unaligera niebla vel el sol durante las primeras horas, y de ellodeducimos el anuncio de un cambio en el estadoatmosfrico.

    Haca entonces cuatro meses y diez y siete das que yohaba abandonado las Kerguelen; dos meses y cinco das quela Halbrane haba abandonado las Falklands.

    Cunto durara aquella navegacin? No era esto lo quems preocupaba, sino ms bien el saber hasta dnde nosconducira al travs de los parajes antrticos

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    Debo reconocer que la conducta del mestizo respecto am se haba modificado, aunque no respecto al capitn LenGuy y a los tripulantes. Habiendo, sin duda, comprendidoque yo me interesaba por la suerte de Arthur Pym, el mestizome buscaba, y, para emplear una frase vulgar, nos entendamossin necesidad de cambiar una sola palabra. Alguna vez, sinembargo, al encontrarse a mi lado l sala de su mutismohabitual. Cuando el servicio no le reclamaba, se arrastrabahacia el banco donde yo tena costumbre de sentarme.Despus de tres o cuatro encuentros intentamos cambiaralgunas palabras.

    Por lo dems, tan pronto como el capitn Len Guy o elcontramaestre se acercaban, el mestizo se alejaba.

    Un da, a eso de las diez, estando Jem West de guardia yel capitn Len Guy en su camarote, el mestizo se me acerccon la intencin evidente de hablar... Se adivina sobre qu...

    Cuando estuvo junto al banco y con el, objeto de entrardirectamente en materia, le dije:

    -Dirk Peters... quiere usted que hablemos de l?Los ojos del mestizo brillaron como brasa sobre la que se