espina, concha - la esfinge maragata

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-2- El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Chile Selección y edición de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected]) Concha Espina LA ESFINGE MARAGATA NOVELA PREMIADA POR LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (Esta Edición: Segœn la Cuarta Edición, Madrid, 1925)

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Novelista española. Marchó a Chile con su esposo, quemás tarde la abandonó, y se ganó la vida colaborando enrevistas y periódicos. Regresó a España y se estableció enMadrid (1908) con sus cuatro hijos. Entre sus obras estánLa esfinge maragata, Premio de la Academia Española en1914, Altar Mayor, Premio Nacional de Literatura en 1926,Un valle en el mar, Premio Nacional de Novela en 1950.

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  • -2-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Concha Espina

    LA ESFINGE MARAGATA

    NOVELAPREMIADA POR LA REAL ACADEMIA ESPAOLA

    (Esta Edicin: Segn la Cuarta Edicin, Madrid, 1925)

  • -3-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES______________________________________________________________________________________

    El Autor de la Semana______________________________________________________________________________________

    Concha Espina (1879-1955)

    Novelista espaola. March a Chile con su esposo, quems tarde la abandon, y se gan la vida colaborando enrevistas y peridicos. Regres a Espaa y se estableci enMadrid (1908) con sus cuatro hijos. Entre sus obras estnLa esfinge maragata, Premio de la Academia Espaola en1914, Altar Mayor, Premio Nacional de Literatura en 1926,Un valle en el mar, Premio Nacional de Novela en 1950.Sobre la guerra de 1936-1939 escribi: Esclavitud ylibertad, Retaguardia, La luna roja. Otras novelasimportantes son: La nia de Luzmela (1914), La rosa delos vientos (1915), El metal de los muertos (1920), El msfuerte (1947). Se inspir fundamentalmente en caracteresde su Santander natal. Fue una escritora autodidacta, y nopuede decirse que su obra acuse influencias de otrosautores. Al parecer la falt un slo voto para obtener elPremio Nobel de Literatura.

    _____________________

    Diagramacin: Oscar E. Aguilera F. ' 1996-2000 Programa de Informtica,Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

  • -4-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    ndice

    Concha Espina ...................................................................................................................................... 3

    I: EL SUEO DE LA HERMOSURA ................................................................................................. 5II: MARIFLOR ................................................................................................................................... 10III: DOS CAMINOS........................................................................................................................... 16IV: PUEBLOS OLVIDADOS! .......................................................................................................... 24V: VALDECRUCES ........................................................................................................................... 33VI: REALIDAD Y FANTASA ................................................................................... 43VII: LAS SIERVAS DE LA GLEBA ................................................................................................. 61VIII: LAS DUDAS DE UN APSTOL ............................................................................................. 73IX: SALVE, MARAGATA! ............................................................................................................... 80X: EL FORASTERO .......................................................................................................................... 87XI: LA MUSA ERRANTE ................................................................................................................. 97XII: LA ROSA DEL CORAZN ..................................................................................................... 107XIII: SOL DE JUSTICIA ................................................................................................................. 119XIV: ALMA Y TIERRA .................................................................................................................. 132XV: EL MENSAJE DE LAS PALOMAS ........................................................................................ 144XVI: LA TRAGEDIA ...................................................................................................................... 162XVII: DOLOR DE AMOR............................................................................................................... 172XVIII: LA HEROICA HUMILDAD................................................................................................ 184XIX: EL CASTIGO DE LOS SUEOS .......................................................................................... 191XX: DULCINEA LABRADORA .................................................................................................... 198XXI: SIERVA TE DOY... ................................................................................................................. 205XXII: LOS MARTILLOS DE LAS HORAS ................................................................................... 213XXIII: PAO DE L`GRIMAS........................................................................................................ 223

  • -5-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    IEL SUEO DE LA HERMOSURA

    Vibra el soplo estridente de la mquina que desaloja vapor, cruje con recio choque una portezuela,algunos pasos vigorosos repercuten en el andn, silba un pito, tae una campana, y el convoytrajina, resuella y huye, dejando la pequea estacin muda y sola, con el ojo de su farol vigilanteencendido en la torva oscuridad de la noche.

    El nico viajero que ha subido en San Pedro de Oza es joven, gil, buen mozo; lleva un billete desegunda para Madrid, y, apenas salta al vagn, acomoda su equipaje una maleta y el portamantas enla rejilla del coche. Luego descie el tahal que trae debajo del gabn y lo asegura cuidadosamente en unrincn. Dentro de su escarcela de viaje guarda Rogelio Tern que as se llama el mozo toda sufortuna: poco dinero y hartas ilusiones; el manuscrito de una novela; un libro de memorias con apuntesde peregrino artista, versos, postales y retratos.

    Ocupan el departamento dos seoras. Al tenue claror que la lucecilla del techo difunde, slo selogra averiguar que entrambas duermen: la una sentada a un extremo, con la cabeza envuelta en unabrigo que le oculta la cara; tendida la otra en sosegada postura bajo la caricia confortadora de un chal.Las dos permanecen ajenas al arribo del nuevo viajero; las dos yacen con igual reposo y oscilan con eltren, esfumadas en la penumbra del breve recinto, insensibles a la vida maquinal del convoy, como losinanimados contornos de los almohadones vacos y los equipajes inertes.

    Distrae el caballero unos minutos en cambiar el hongo por la gorra, ceirse una manta a las rodillasy limpiar los lentes con mucha pausa y pulcritud. Luego previene un cigarrillo, le coloca en los labios conesa petulancia habitual del fumador, y enciende una cerilla.

    Mas antes de dar lumbre a su tabaco, inclina curioso el busto hacia la dama, dormida enfrente, dela cual ya ha sorprendido un cndido perfil, rodeado de cabellos oscuros, en el fonje lecho de la al-mohada. Con ms audaz descubre ahora las hermosuras de aquel semblante serensimo que duerme ysonre. La llama tembladora del fsforo quema los dedos cmplices sin que el viajero artista deje de very de admirar: la tez morena clara, de suavsimo color; puras las facciones y graciosas; prpados grandesy tersos, orla riza y doble de pestaas que acentancon apacible sombra el romntico livor de las ojeras;mejillas carnosas y rosadas; correcta la nariz, encendida la boca, y en las sienes un oleaje de cabellosnegros desprendidos del peinado, que caen sobre las cejas y nimban la cara como una fuerte corona...

    Tales maravillas cuenta la temblorosa luz al extinguirse de un soplo, semejante a un suspiro, mientrasel ocioso mirn falla en silencio: Admirable!, admirable!. Y se respalda en el sof escudriandocon golosa mirada a la otra incgnita dormida. Intilmente: la mantilla o toca que la cela el rostro, noofrece el menor seuelo a las audacias del furtivo y galante explorador. El cual, entonces, se decide aencender su olvidado cigarrillo, y fuma con impaciente y nervioso afn, puestos los ojos y el corazn enel dulce misterio de aquella hermosa mujer...

    El tren correo sali de La Corua a las nueve de la noche; aunque estas seoras procedan de lacapital, cmo a las diez y media se han rendido ya tan profundamente a la pesadumbre del sueo?Parece que vinieran de lejanos pases, acosadas por la fatiga de muchas horas de insomnio... Viajan lasdos juntas?... Las rene el acaso?... Adnde van?... Quines son?...

  • -6-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Madre e hija sospecha el curioso, pensando que una moza tan gentil no anda bien sola por elmundo. Y saborea, con refinamiento exquisito, la emocin de hallarse de repente, en un recodo de suinquieto peregrinaje, al lado de una bella desconocida que, en la placidez de la ms absoluta confianza,rueda con l por un camino oscuro.

    El peso voluptuoso de esta meditacin inclina otra vez al viajero hacia la joven.

    Soltera?... Casada?... murmura interiormente. Soltera concluye, adivinando en lasfacciones suaves la pureza de la virginidad bajo la gracia de la primera juventud. Si parece unania!...

    La contemplacin se hace tan prxima, tan impulsiva y profunda; brilla en los claros ojos varonilesun deseo de hurto, tan voraz, que la dama lo siente, mortificador, al travs del sueo; suspira, se impacienta,parece que lucha con la imposibilidad de despertarse, y en voz chita, con enojo y con mimo, protesta:

    Vaya!...

    Inciase a lo largo del confortable chal una rpida agitacin, y, al punto, la tansutilmente importunadavuelve a quedar en serena actitud. De su lindo rostro se ha borrado la repentina mueca infantil que loalter un instante, y la sonrisa florece ahora ms clara, ms dulce, mientras el atrevido admirador,replegado en su asiento con mesura, oye confusamente la voz de la consciencia hidalga, reprobadora deapetitos locos, y aun el aviso discreto de aquel adagio que dice:

    Un beso por sorpresa,es una tontera del que besa.

    Pero estos estmulos saludables de la prudencia y la honestidad no penetran mucho en el nimo delviajero, absorto en otras imprevistas revelaciones.

    La bella durmiente, al sacudir con disgusto su arrogante cabeza en la almohada, ha dejado rodarsobre el cuello, libre y redondo, una roja sarta de corales.

    Y la tercera inclinacin de Rogelio Tern hacia el encanto de aquella mujer, es lgubre y angustiosa:el hilo encarnado se aparece de pronto en la dulzura morena de la piel como borde sangriento de unaherida; el semblante, al cambiar de postura, resalta ms plido, en escorzo bajo la macilenta luz, con laaureola de cabellos brunos en rebelde y hermossimo desorden. Ha cambiado as tan de sbito el aspectode la viajera, que el asombrado mozo apenas la reconoce: tiene ahora una belleza trgica, el desoladorostro de una vctima; parece que la circuyen sombras de fatal predestinacin.

    De nuevo, muy de cerca, mas con respeto y solicitud, los zarcos ojos miopes atisban el femeninoperfil y slo entonces aquella respiracin suave, aquella sonrisa difusa, devuelven al caballero latranquilidad.

    A este punto una nota blanca ha roto las sombras en el ngulo donde la viajera apoya los pies, y elartista, triunfante en el abierto campo de sus exploraciones, distingue una media inmaculada, ceida a unalto empeine en el escote del zapato de oreja, bordado y elegante, nuevos motivos de asombro y cavilacinaquel collar, aquel zapato, pertenecen a una bailarina que viaja en traje de luces, o a una seora vestida

  • -7-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    de aldeana por capricho y con lujo?

    La primera suposicin parece ms verosmil: quiz bajo la estamea oscura del abrigo, un relmpagode falsa pedrera serpea entre livianos tules en torno a la farandulera errante. De todas suertes, aquellamujer no es, de seguro, una campesina autntica viajando con el vestido regional de Galicia. Ciertoperfumeseoril que de la ropa trasciende, la finura del semblante, el pie lindo y curvado, la gargantamrbida y dcil, sugieren la idea de una ms noble calidad.

    Feliz el caballero con esta certidumbre, se decide a proteger, solcito, el confiado reposo de ladama. Y mirndola, en tan profundo sosiego, recuerda haber ledo, no sabe dnde, que slo en lapujante mocedad se duerme as, con absoluto abandono, con dulzura y pesadez, y que a este primerdescanso antes de las doce de la noche, por lo mucho que repara y embellece, lo design cierta famosaactriz con la frase de el sueo de la hermosura.

    Despiertas con esta membranza, las ms sutiles curiosidades del artista muerden la sombra, queriendodescubrir cmo la gracia de aquel beleo reparador presta a los msculos sedante laxitud, y, con unapincelada invisible, extiende sobre el reposo de las facciones toda la infinita serenidad de la belleza.

    El sueo de la hermosura! corrobora el viajero, sumido en la potica sugestin de la frasecuando, de pronto, sobrevienen el taque brusco de una portezuela, el uniforme del revisor y unas pa-labras requeridoras, con barruntos de cortesa:

    Buenas noches... los billetes?...

    Rogelio busca el suyo sin apartar los ojos del frontero sof, y mira atnito cmo la manta encubridora,estremecida por un tardo movimiento, se yergue, resbala y descubre un peregrino traje de mujer, bajocuyo jubn de seda negra se solivia un gallardo busto, mientras una voz insegura, blanda y musical,prorrumpe:

    Abuela, los billetes!...

    Y el brazo primoroso de la joven se tiende hacia la dama oculta en el rincn, la mueve, la despiertacon mimo y la ayuda a desembarazarse de ropas y envoltorios.

    Surgen de ellos una cara senil y una mano rugosa; taladra el revisor los cartoncillos, y se despidecon otro portazo.

    Los tres viajeros se miran de hito en hito, con vago asombro de las dos seoras e inters crecientepor parte de Tern, que se lanza a la cumbre de las ms arduas imaginaciones ante aquellas dos mujerestan distintas, ataviadas de igual manera extica unidas por cercano parentesco, tal vez precipitadas porla suerte enidntico destino... Y, sin embargo, representan dos casta,, dos pocas, dos civilizaciones. Enun momento, la perspicaz observacin del novelista sorprende, separa y define: la abuela es una toscamujer del campo, una esclava del terruno; tiene el ademn sumiso y torpe, la expresin estlida, y en latostada piel surcos y huellas de trabajo y dolor; dirase que la traen cautiva, que unos grillos feudales laoprimen y torturan, que viene del pasado, de la edad de las ciegas servidumbres, en tanto que la moza,linda y elegante, acusa independencia y seoro: todo su porte bizarro lleva el distintivo moderno de lagracia y la cultura. En esta nia el traje campesino parece un disfraz caprichoso, mientras en la anciana

  • -8-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    tiene un aire de rudeza y humildad, como librea de esclavitud.

    Al discernir de una sola ojeada estas dos existencias, la percepcin delicada y pronta del artistaadvierte que aquellos ojos, sbitamente abiertos ante l, le estn mirando sin verle. Porque la viejaparece azorada, distrada en el confn de un pensamiento remoto, del cual extrae alguna razn muyturbia y difcil; mientras que en las pupilas de la joven no ha despertado el alma todava. Y una rarainquietud acosa al mozo, aguardando que torne aquel espritu ausente; que luzca y se agite; que diga sulinaje; que descubra algn florido secreto del mundo interior donde se nutre y suea. Crece tanto el ansiacon que Rogelio invoca a la dormida esencia de aquel ser, que al fin acude y se despierta y mira desde losojos flavos de la dama, sin comprender las razones de tan extraa sugestin.

    Duerme, duerme otro rato murmura la vieja, viendo a la muchacha revolverse perezosa conlos dedos entre los desmandados bucles.

    S; tengo mucho sueo... tengo fro...

    Te arropar con la frisa.

    Y la abuela, con gran solicitud, mueve las manos rudas para abrigar a la joven, otra vez acostada enel sof.

    Cruza la nia sus pestaas dobles, suspira y se aquieta, alzando el vuelo de la manta a la altura delrostro, como para recatarlo a las voraces miradas del viajero: el alma dormida no lleg a despertarse contoda lucidez en las pupilas soolientas; si se asom un momento, requerida por el audaz reclamo de otroespritu, cay otra vez desde la linde misteriosa en la regin del sueo, en el profundo sueo de lahermosura.

    As crece la noche, majestuosa y sombra. Rogelio Tern, acosado por un enjambre de pensamien-tos, atisba el paisaje tras los vidrios empaecidos por la escarcha: huyen los rboles y los montes; losabismos y las cumbres, como un galope de tinieblas en los flancos de la va; tiemblan con agudo fulgorlas estrellas lejanas en un cielo inclemente, crudo y glacial.

    Evoca el viajero las veces que se ha sentido, como en este instante, impresionado por la belleza deuna mujer. Y revolviendo las memorias de su vida, halla en el fondo de cada galante recuerdo unalstima tierna y aguda, una ardiente conmiseracin hacia todas las bellas por l adoradas un minuto, unashoras quiz, desde una ventanilla transitoria, en la blandura de un carruaje, en la cubierta de un buque, alcomps de una danza, a los acordes msticos de un rgano... En tantas ocasiones era posible amar a unamujer!

    Las am a todas con alma de poeta y persigui en cada una la sombra de un misterio, el halo de unsacrificio, la huella de una pesadumbre. Hijo de una desventurada, a quien vi llorar mucho y morirsonriendo en plena juventud, padeca la obsesin de los dolores femeninos, como si en su sangre latierasiempre el temblor de aquellas lgrimas queridas. Muy sensible por esto, muy humano, arda en amoresvertidos con suavidad infinita sobre las criaturas y las cosas bellas y humildes; creyendo vislumbrar unarcano de tristeza detrs de cada hermosura de mujer, sentase atacado de melancola al encuentro deuna hermosa.

  • -9-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Jugaba al amor con timidez, en aventuras fugaces, buscando y huyendo con sagrados terrores lagrande y definitiva pasin de la juventud, la raz de la vida, recia y profunda, enhestada desde la tierra alcielo como una llama, como un grito, como una corona. Quera vivir a flor de pasiones, amndolo todocon el mpetu de muchas piedades, cifradas en el recuerdo de aquella sonrisa maternal que madur conel reposo codiciado de la muerte, pero sin esclavizarse a los latidos de un solo corazn; porque amar almundo entero era ya un triunfo hermoso del sentimiento y de la bondad, y lanzarse al abismo del amornico, al paso de una mujer, era enroscar el alma a la tremenda raz, que lo mismo puede erguirse al cielocomo una corona victoriosa, que como un grito lacerante, como una llama fatal.

    Y este pavor augusto a la orilla de las grandes pasiones no careca de egosmo y de pereza. Comoun dilettante del amor, pretenda Tern embellecer su existencia con rasgos de Quijote, al estilo mo-derno, sin lastimarse las manos seoriles, sin descomponer la gallarda postura ni encadenar el volublecorazn. Hidalgua y curiosidad, mulas en el carcter veleidoso de este hombre, se disputaban lavictoriade los sentidos bajo la guarda prudente de una equilibrada naturaleza y al travs de un temperamento deartista y de epicreo. En tan complejo bagaje sentimental no haba una sola nota de bellaquera ejercitadani de dao propio; pero s muchos versos ungidos de ternura al margen de cada amor: de donde se infiereque el poeta andariego era ms hidalgo que curioso, ms compasivo que sensual y ms artista quemundano, aunque tuviera mucha sed de novedades, sensaciones y aventuras...

    Mientras avanza el ferrocarril al travs de la noche, en pleno interlunio, Rogelio Tern agita en lamemoria el poso romntico de sus aoranzas, y vuelve con frecuencia los ojos hacia la mocita dor-milona, que, inmvil, trasunta la estatuaria rigidez de un velado cadver.

    Supone el viajero que no ha dejado de contemplar aquel perfil inerte, cuando se despierta y mira elreloj. Son las tres de la maana y el tren se ha detenido ante un letrero que dice: San Clodio. Aqu elartista se incorpora, sacude el cansancio un minuto, y en pie detrs de la portezuela, saluda con reverentepensamiento al peregrino autor de las Sonatas, al poeta de Flor de santidad, cuya musa galante ycampesina trov en estas silvestres espesuras pginas deleitosas.

    Y cuando el tren arranca, jadeante y sonoro, Tern, invadido de sueo, da una vuelta en losalmohadones con el fastidio de hallarse mal a gusto: guarda los lentes, se encasqueta la gorra, y refugia-do en un rincn procura olvidar a su vecina para dormirse, en tanto que la vieja ha vuelto a desaparecerbajo la nube de sus tocas.

  • -10-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    IIMARIFLOR

    Ya la sombra se repliega a los rincones del recinto, y se levanta sobre el paisaje la peregrinaclaridad del amanecer, cuando Rogelio siente una aguda atraccin que le estimula y aturde,entre despierto y dormido, llamndole con fuerza a la realidad desde el confn ignoto de lossueos. Se endereza el punto, corrige su descuidada actitud, y clava la ondulante memoria en el sof deenfrente, murmuran o con vivo azoramiento:

    Buenos das.

    Responde la dama al saludo matinal, y luego pensativa, se pregunta dnde ha odo una voz comoaqulla; cundo viaj, como ahora, con un mozo de ojos azules, fino y elegante, que la miraba mucho:Nunca se dice interiormente lo he soado!...

    Al recordar que se despert un momento antes, enfrente de aquel hombre dormido, vacila entre laidea remota de haberle visto llegar o de haber soado que llegaba. Una rara inquietud la sobrecoge: todala prpura de la sangre se agolpa bajo la tersa piel de sus mejillas; vuelve los fugitivos ojos hacia laabuela, que an duerme, y despus, para disimular su turbacin, trata de bajar uno de los cristales delcoche.

    Le ayuda Tern, inmediatamente, pesaroso de haberse abandonado en postura tal vez ridculadelante de la hermosa. Ella finge mucho inters por el indeciso horizonte que clarea en la curva lejana delas nubes con soolienta luz. Y l, entretanto, examina afanoso aquel traje, peculiar de un pas que noconoce, aquella figura juvenil donde reposa la belleza como en nfora insigne.

    Lleva la nia el clsico manteo, usual en varias regiones espaolas: falda de negro pao con orlarecamada, abierta por detrs sobre un refajo rojo, y encima del jubn un dengue oscuro guarnecido deterciopelo; delantal de raso con adornos sutiles, gayas flores, aves, aplicaciones pintorescas y dos cintasbordadas de letreros con borlas en las puntas; y al busto, bajo la sarta de corales, un gualdo pauelo deseda, ornado tambin de primorosos dibujos.

    Sobre aquel extraordinario golpe de telas joyantes y placenteros matices, se alzaron para delicia deTern dos manos lindas, azoradas como palomas: querancomponer unos rizos mudar unos alfileres,hurtar la sien a la intrusin huraa de los cabellos sublevados en los azares de la noche; mas no lograronninguno de estos propsitos, y estremecidas de fro, trataron de cerrar otra vez la vidriera. Interviene denuevo Tern con galante premura, y despus de algunas frases de agrado y cortesa, los dos mozos sequedan frente a frente, sentados y amigos, sonriendo con la franca expresin propia de su vecindad y sujuventud; ella, ms propicia a responder que a preguntar, dice que marcha a Astorga con la abuela paravivir en el campo hasta que regrese su padre, el cual viaja con rumbo a la Argentina.

    Que si es maragata? S: naci all abajo en Valdecruces, silencioso rincn de Maragatera, pero noconoce el pas; muy pequea, la llevaron a La Corua y nunca volvi al pueblo natal, porque a su madrele gustaba poco. Su madre era costanera, de una playa de Galicia, Bayona, el vergel ms hermoso delmundo... Y la viajera dilata la expresin infantil de sus ojos garzos, con las plcidas seales de unrecuerdo que huye...

  • -11-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Desde que mi madre muri murmura tampoco he vuelto all. Todo me ha sido adversodesde entonces aade: con ella se me fue la alegra, la fortuna y hasta el mar y la tierra que yo quierohasta el traje y el nombre que yo tuve...

    Cmo!... De verdad? inquiere el poeta, subyugado por la voz herida que suena a cristal rotoy que se apaga en el estrpito del tren.

    De verdad: mi padre perdi sus intereses en menos de un ao, despus de vivir muchos conholgura, y se embarca pobre, soando ganar dinero para mi, envindome lejos de mi costa, de miscampias, de mis placeres...

    Y de un amor? pregunta osado el mozo.

    De todos los amores dice ella con negligente sonrisa. Luego contesta, amable, a muchascosas que su interlocutor quiere averiguar:

    S; ha cambiado de nombre. Se llamaba Florinda, pero la abuela dice que en tierra de maragatos losnombres finos no se usan; que all suelen llamar a las mujeres Marijuana, Maripepa,, Marirrosa,y que deben nombrarla Mariflor.

    Delicioso! interrumpe Tern.Lleva Florinda sus arreos de maragata, porque el traje de la regin es all sagradocomo un rito,

    pero no sufrir la vida de los labradores en toda su rudeza: le han dicho que es tan triste! El animosoemigrante ha podido librarla de aquel atroz cautiverio hasta que logre llevrsela consigo o asegurarledefinitivamente la independencia.

    Mediante una boda insina Tern con vaga pesadumbre, entre celoso y compadecido, sinadvertir que quiere penetrar muy de prisa en las intimidades de la joven.

    Ella no da importancia a la pregunta, y responde con sinceridad:

    Tal vez casndome sera muy feliz como mi madre, que vivi libre, alegre y mimada; pero comoel padre mo hay pocos hombres...

    Qudase Florinda meditabunda, adormilados los ojos entre las pestaas, triste soadora del inseguroporvenir.

    Tern la contempla conmovido ante la dulce ingenuidad que no se recela ni se ofende en aquelinterrogatorio de todo punto inesperado: all estn las ntimas confidencias que l acuci unas horasantes, ambicioso y febril, en las bellas pupilas asombradas de sueo; parece que bajo el cutis delicado dela viajera se ven pasar las emociones, se sienten los latidos cordiales de aquella vida, se oye el compsarmonioso de aquel espritu, como si toda Mariflor se convirtiera en alma de cristal que vibrase en unavoz apacible y se derramara en una sonrisa tenue.

    El foco de compasiones que arde en el corazn del poeta, sube de improviso hasta los audacespensamientos, inundando de misericordia la conciencia varonil. Y Tern presiente, condolecido, la desven-tura de aquella mujer que desde la vida muelle y dulce de la ribera mimosa, se ve empujada, inocente y

  • -12-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    pobre, al ms duro y yermo solar del pramo legionense, a la tierra msera y adusta que l recuerda habercruzado en rpida correra a los montes del Teleno, y de cuya fosca imagen guarda una trgica impresin.

    Fue al iniciarse la primavera, como ahora. Varios socios del Club Alpino espaol cruzaron la reginmaragata al firme y lento paso de las caballeras del pas, como perdidas sombras de mundano regocijo,fuyentes por azar en las yermas soledades de la vida: eran mozos festeros, exploradores felices de lassierras bravas, jams cautivos en una llanura tan triste y tan intil, sembrada de pueblos estancadosyruines; llanura esquiva, donde la sangre de la tierra castellana, las frescas amapolas, corre con estrilpesadumbre, como flujo de entraas infecundas. Una mordaza de melancola hizo enmudecer a losviajeros desde el puente romano del Gerga, a la salida de Astorga, hasta Boisn, donde la Naturaleza seembravece y se engalana con raros alardes de hermosura para subir al Teleno: tomando la senda de losperegrinos, Murias de Rechivaldo, Castrillo de los Polvazares y otras poblaciones de nombre sonoro ymuerta fisonoma, se aparecieron en el pramo como esfinges, al travs de los medioevales caminos deherradura; y en el trgico umbral de estos pueblos mudos, se ergua, como un smbolo de abandono ydesolacin, la figura dolorosa de la maragata en brava intimidad con el trabajo, luchando estoica y rudacontra la invalidez miserable de la tierra...

    Al fogonazo de aquel recuerdo, Rogelio Tern reconoce el traje y el tipo de la anciana que duerme;es la misma mujer empedernida y triste, vieja y sacrificada, que el mozo sorprendi firme en el suelocomo herldico atributo de esclavitud, en las torvas llanuras de Maragatera. Pero la muchacha que alotro extremo del coche medita y sonre, parece separada de la abuela por siglos de generosidad y dedulzura: en el cuerpo y en el alma de esta nia gentil, ha posado el amor un indulto con todo su cortejode blandas piedades.

    Prende el artista otra vez su atencin en la moza, y para disimular un tumulto loco de reflexiones,por decir algo, dice:

    Es precioso el vestido de usted!...

    Llevo el de las fiestas responde Florinda, que sacude con mucha gracia la flocadura espesa delpauelo; lo encarg mi padre para que yo me hiciese un retrato, y la abuela me lo mand poner ahora,porque as dice que no parecer en el pueblo una extraa... Tendr que hacerme otro ms humilde paratodos los das... Con lo que no transijo es en llevar en la cabeza un pauelo como la abuelita, lo ha vistousted?

    Yo slo quiero ver los esplndidos cabellos de mi amiga Mariflor... Mariflor, qu?

    Salvadores. En Valdecruces casi todas las familias se apellidan as.

    Sern todos parientes.

    S; se casan unos con otros, por lo general.

    A usted ya le tendrn destinado algn primito.

    Eso dicen.

  • -13-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Y se llama...? insina incmodo Tern.

    Antonio Salvadores. Pero...

    Este pero, largo y sonriente, acompaado de un delicioso mohn, desarruga el entrecejo del poeta.

    Pero, qu? interroga apremiante.

    Que slo nos conocemos por fotografa.

    Y por cartas?

    Qui!... Los novios maragatos no se escriben.

    De manera que son ustedes novios, ya de hecho?

    A estilo del pas. El padre de Antonio y el mo eran hermanos y deseaban esa boda, pero medejan en libertad de decidirla yo. Y si el mozo no me gusta...

    Qu tipo tiene?

    Por el retrato y las noticias que me dan, es grande, moreno, colorado...

    No se parece a m! interrumpe Tern con ingenua lamentacin.

    Por qu haba de parecerse? pregunta la muchacha. Y su risa, que finge asombro, tiene unmatiz muy femenino de curiosidad. Despus, en tono de confidencia, recelando del sueo de la anciana,aade:

    Mi primo tiene una tienda de comestibles en Valladolid; este ao ir a Valdecruces para la fiestasacramental, y yo aguardo a conocerle para decir que no simpatizamos y quedar libre de ese com-promiso...

    Si usted ha dado ya su consentimiento!... se duele el joven.

    Qu haba yo de dar, criatura! prorrumpe con mucho desenfado la mocita. Luego, baja lavoz, y el caballero tiene que inclinar el odo hacia la boca dulce que secretea:

    En Maragatera, sin contar para nada con los novios, se apalabran las bodas entre los ms prxi-mos parientes de los interesados. Pero, aunque raras, hay algunas excepciones en esta costumbre; mipadre se enamor en la costa y fue muy feliz con una costanera... Por eso no me impone a mi primo yslo me ha suplicado que le trate antes de adquirir otras relaciones.

    Y si a usted le gustara? inquiere todava el viajero, sin disimular su inters.

    Pero Mariflor, dictadora desde la seora de su belleza, deja dormir en los ojos la mirada, y murmura:

  • -14-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    No es mi ideal un comerciante!...

    Muy respetuoso ante el secreto ideal de aquella nia encantadora, averigua el poeta con ciertainquietud:

    Qu profesin prefiere usted en un hombre?

    Ella retira con ambas manos los tenebroso cabellos de su frente, y contesta devota:

    La de marino.

    Parece que detrs de esta confesin ha volado muy lejos el alma de Florinda a perseguir por re-motos mares la silueta romntica de algn velero audaz: tal es la actitud de arrobo a que la muchacha seabandona. Mas vuelve al punto de aquella ausencia repentina y une dos cabos sutiles de una ilusin, muytenue, en esta pregunta, que le hace enrojecer:

    Ha seguido usted alguna carrera?

    Suelto el corazn delante de aquellos inefables rubores, Tern dice:

    Las he seguido todas y ninguna, porque soy poeta, soy novelista: forjo criaturas y sentimientos,vidas y profesiones; creo almas, caminos, mares y tierras, mundos y cielos, astros y nubes. Bajo laexaltacin de mi pluma surgen dciles y palpitantes los seres y las cosas, lo pasado y lo por venir, loperecedero y loinfinito; el bien, el mal, la gracia, el arte, la virtud, el dolor...

    Aquel torrente de elocuencia lrica se detiene en un extrao grito que Mariflor exhala: escuchandoestaba el discurso, con los ojos humedecidos y febriles, subyugada por la vehemencia de aquellas frasesardientes, cuando, de pronto, un puyazo de luz le dio en la cara y un tumbo del corazn la oblig alevantarse con el asombro en la boca y en las pupilas el xtasis, ante el colosal espectculo que se ofrecaa sus ojos en la llanura. Alzse tambin el poeta, vuelto con prontitud hacia donde la nia sealaba, yentrambos, mudos, atnitos, sintieron en el pecho el golpe de una misma y formidable emocin.

    Haba ya el tren salvado el espantoso despeadero que divide las tierras galaicas y legionenses, elcauce lgubre y sonoro del aurfero ro, las hoscas breas fronterizas, los puentes y los tneles de laBarosa y Paradela; corra el convoy con fuerte resoplido por la ancha cuenca del Sil, oculta en el fondode un mar de vapores, fantstico mar de cuajadas neblinas, donde se embotaban los rayos del nacientesol. Pugnaba ste por herir y romper las apretadas ondas de la niebla; resista la niebla los mpetus delencendido rey, ahogando entre impalpables copos los saetazos de su luz... Sbitamente se alz el astrortilo, irgui la frente sobre el cuajado mar y lanz por encima de sus ondas una triunfante llamarada;vino entonces un oportuno y vigoroso cierzo que agit las nieblas en raudo torbellino, las desgarr enjirones, las arrastr con furia, bajo la gloria del sol, lo mismo que un oleaje de sutiles aguas y espumosascrenchas, entre nimbos de prpura y de oro, quimricos y extraos como una aurora boreal. Pero, alcaer un punto el aire, subi la niebla solapadamente; subi dejando perezoso bellones en las praderas delSil; hubo un momento que, a ras del tren, que dominaba unas alturas, logr alcanzar la niebla al discosoberano y sofocar su lumbre; pero los haces del incendio solar, cada vez ms agudos y potentes, secruzaron veloces por la tierra y por el cielo, hasta coger entre dos llamas al flotante enemigo, el cual,acorralado, flexible, retorcindose como el convulso brazo de un herido titn, fingi partir el sol en dos

  • -15-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    mitades, en dos hemisferios resplandecientes. Fue un espectculo de hermosa y terrible grandeza, unavisin sideral, un alborecer de los primeros das de la creacin: dirase que dos soles gemelos, dos gneosmeteoros, dos astros rivales ardan entre el cielo y la tierra, prestos a chocar y convertir el mundo en uncaos de lumbres y vapores. Dur slo un instante, un breve y peregrino instante; pues todo el denso jirnde la vencida niebla, perseguido, acosado, ya en el cielo, ya en el monte, sobre las aguas y las frondas, seevapor, copo tras copo, pulverizado y sorbido por el viento y por el sol.

  • -16-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    IIIDOS CAMINOS

    Sobrecogidos por aquel suceso tan extraordinario, y a la vez tan natural, volvieron el poeta y lania a entrelazar la mirada y las confidencias; pero entrambos sentan arder en sus ojos y en susfrases la llama divina del monstruoso incendio amaneciente, como si con la tierra y el ciclo sehubiesen inflamado tambin los corazones.

    Rogelio Tern al sentarse ahora, haba ocupado un sitio al lado de Florinda, y se inclinaba muyafanoso, derramando la efusin de su verbo en el absorto odo de la moza. Ella, un poco alarmada,tendi la vista alrededor del coche, lleno de sol dorado y fro, y se encontr con los ojos de la abuela,que, destocada en parte, inmvil y triste, no pareca sentir curiosidad ninguna por la insuperable pompade la maana ni por la galante actitud del caballero intruso. Siguiendo Tern el camino a la sonrisa de lajoven, hallse tambin con la anciana despierta, y trat a su vez de sonrerle. Mas se qued el intentoextraviado en aquel semblante impasible, todo arado, de arrugas , turbio y doloroso como el crepsculode una raza.

    Intervino graciosa Mariflor entre la buena voluntad del artista y el entorpecimiento de la vieja,explicando con mucho donaire:

    Abuela: este caballero ya es amigo mo; ha viajado con nosotras toda la noche...

    Pero la maragata no entendi aquellas razones elocuentes o no le convencieron, porque despus deun murmullo, entre palabra y suspiro, permaneci muda y pasiva, como si se le importase un ardite delamigo viajero. El cual pregunt callandito a la muchacha:

    Est sorda?

    Est triste murmur ella por toda explicacin, temblando igual que si la hubiera estremecidoel roce de unas alas sombras.

    El rubio sol, que sin calentar iluminaba el coche, hizo relucir en los ojos melados de la viajera doslgrimas fugaces. Y pas tan lgubre el silencio de aquel minuto sobre la voz quejosa, que la marcha deltren, recia y veloz, pareca una fuga trgica en la desolacin del llano.

    Rogelio Tern, cada vez ms encendido en la admiracin que Florinda le inspiraba, quiso probar ladulzura de su ingenio en el propsito de amistarse con la vieja y merecer la solicitud de la moza.

    Ya la curiosidad del viajero estaba servida: mediante la franca elocuencia de Mariflor, y auxiliadopor la clave del sentimiento que los poetas conocen, haba ledo en aquellas dos almas, arredrada yhermtica la una, abierta la otra y confidente en toda la plenitud de la esperanza y de las ilusiones. Y conel deseo generoso de pagar en hidalga moneda aquella sorprendida revelacin, inclinse de nuevo elartista, devoto y vehemente hacia la nia maragata, y le dijo su historia, sus anhelos, sus peregrinacionesy aventuras: habl con urgencia, con inquietud, mirando a menudo el reloj, consultando con avidez loscontornos del camino, avaro del momento fugaz que ya no volvera, sintiendo que se apresuraba, encada ciego avance del convoy, la hora oscura de separarse de aquella vida nueva y rara, llena de sugestinpara el poeta.

  • -17-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Escuch Mariflor el fogoso relato crdula y maravillada, con los ojos vendados de fe y aceleradoel corazn por la sorpresa: aquel seor rubio y fino, tan amable y tan elocuente, que saba mirar con unafuerza irresistible y extraa hasta el fondo de los pensamientos; que elaboraba libros y peridicos; queconoca del mar y de la tierra sirtes y derroteros, borrascas y rumbos, placeres y dolores, quera seramigo de Mariflor; quera escribirle muchas cartas, hacer para ella muchos versos, ir a Valdecruces...Vlgame Dios, las cosas que la nia estaba oyendo y contestando sin saber cmo!

    En el apacible rincn del coche haba estallado una nube de promesas y de ruegos, una lluvia deconfesiones y de propsitos: la fuente de la emocin haba roto clida y borbollante en el florido campode dos almas juveniles, y el murmullo de las espumas sonaba a la vez con lastimosas querellas de elegay alegres modulaciones de epitalamio.

    En medio de aquella ardiente prisa por saber y por contar; en aquel arrebato confuso de sentimientosy de palabras, alzse de improvisto la figura torpe de la abuela, preguntando con timidez a Mariflor:

    Tienes hambre?

    Hambre?...La muchacha tard en traducir a la realidad este sustantivo comn que habasacudido el letargo

    de la anciana, y al cabo de una sonrisa y de un esfuerzo, contest ruborosa:

    No, abuela.

    Pero la maragata dijo no sin algunas dificultades, cohibida por la presencia del caballero queera mejor desayunar antes de la llegada a Astorga, para emprender desde all, enseguida, el camino aValdecruces.

    Es muy largo? interrog el poeta, ganoso de trabar conversacin con la anciana. Ella, indiferenteal inters del desconocido, tanteaba su bagaje en busca de alguna cosa. Y respondi Florinda, turbadaotra vez por la visin del misterioso porvenir:

    Es muy largo... Al paso de los mulos, llegaremos a la puesta del sol.

    Aquel tono doliente sugiri al artista, con lstima desgarradora, la imagen de una pobre caravanadiscurriendo con lentitud en la soledad gris del pramo...

    Ya la silenciosa abuelita haba rescatado, al travs de envoltorios y atadijos, unas viandas, queofreci con finura y cortedad al caballero; y l, entonces se levant con mucha diligencia a buscar en suequipaje otros regalos; eran cosas delicadas, exquisitos fiambres en muy parcas raciones, dulces envueltosen rutilantes papeles, y una botella cerrada a tornillo, de la cual verti caf en un vaso, presentndoseloa la anciana:

    Est caliente, abuelita; bebe un poco dijo Mariflor.

    Caliente? repiti con asombro, mirando muy recelosa el humo que exhalaba la confortablebebida. Y quin lo ha calentado?

  • -18-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Se conserva as en esa botella, que se llama termo; no lo sabas?

    La maragata movi la cabeza con incredulidad, y tom el vasito en la mano lentamente.

    Bembibre ley a este punto la muchacha, mientras el tren se detena.

    Y ambos jvenes, olvidando a la abuela y al desayuno, se asomaron a contemplarel frondoso vergeldel Vierzo, plcido como un oasis, en el austero y noble solar de Len.

    Bravo pas de poesa y de leyenda, de amor y de piedad! exclam el artista casi en soliloquio,desbocados en su imaginacin membranzas y pensamientos.

    Yo he ledo murmur Florinda; tambin evocadora una novela que sucede aqu.

    El seor de Bembibre?

    Justamente. Es un libro muy hermoso y lastimero, verdad?

    No hay hermosura sin lstima! repuso el mozo, dolorido, contemplando a su amiga conbeatitud.

    El tren, que haca rato se engolfaba entre admirables lindes, lanzse otra vez a descubrir mieses yquebraduras, vegas y bosques, maravillas de paisaje y de vegetacin, bajo el cielo cobalto, henchido deluz.

    Iba Florinda enlazando con sus propias emociones, memorias tristes de la bella y desgraciada doaBeatriz de Ossorio, y de su prometido, don Alvaro Yez, tan sin ventura y sin consuelo como la que deamarle muri, desposada y doncella, en una hora tarda de felicidad... Huyen las mrgenes sinuosas, loscastaos y los nogales, vides y olivos, plantas y viveros del Medioda que este privilegiado rincn leonsacoge y fecunda delante de las nieves perpetuas. Y a Florinda le parece escuchar cmo galopa el corcelfogoso donde el seor de Bembibre lleva en sus brazos a Beatriz, desmayada: las monjas, los abades, loscaballeros del Temple, los religiosos del Cister, la ensea de la Cruz desplegada al viento en torres y enalmenas; todas las imgenes de pasin, de bravura y de fe que han arraigado los historiadores y losartistas en el eremtico pas del Vierzo, derramaban su romntico perfume en la imaginacin vagabundade la viajera

    El mismo aroma legendario y bravo sacudi los nervios de Tern, mientras la corriente de su almaflua en tumulto, loca y triste como la quejumbre del viento en noche de tormenta. Tambin el mozosinti que en el paisaje se idealizaba toda la fortaleza augusta de los monasterios insignes y los castillosbizarros, de las mansiones feudales y las abadas belicosas. Erectas las alas de la fantasa, el poeta salvapuentes y fosos; discurre con peregrinos y frailes, con reinas penitentes yobispos ermitaos; oye elclamor de las salmodias anacoretas y de los seoros en pugna, y asiste, en un minuto, al reflorecimientocatlico y viril de la regin dominada por el bculo monacal y las encomiendas de los Templarios...

    As, al travs de una tierra tan propicia al ensueo y al amor, aquellas dos almas fervorosas,contagiadas de lirismos y de ternuras, cayeron en la embriaguez de idnticas evocaciones...

  • -19-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Resbalndose bajo la velocidad del convoy, se deslizaba el Vierzo empapado en bellezas y memorias,fugitivo y rebelde como una ilusin; y la vieja maragata, con el vaso en la mano todava, contemplabamuy confusa al compaero de viaje, despus de apurar en furtivos sorbos hasta la ltima gota de caf.Una mezcla de admiracin y de recelo pona en el apagado semblante de la anciana, plida vislumbre decuriosidad, mientras que en sus labios temblones inicibase humilde una frase corts.

    Y as estuvo, paciente, insinuando el ademn de volver el vasito a manos de su dueo. El dueo yMariflor, cerrando con mutua mirada; dulce y honda, el parntesis de sus fantasas, hablaban en el focode luz de las vidrieras, ajenos ya al paisaje al mundo extendido fuera de sus corazones. En aquel momentola conversacin era trivial, tornaron a ella con azorante prisa, codiciosos de los mi

    nutos que faltaban para que su camino se dividiese en dos, pero sintiendo la necesidad de poner undiscreto disimulo ante s mimos en el ardor de aquella simpata tan nueva y tan ansiosa por eso laspalabras no tenan el solo significado de su acepcin, y frvidas, vibrantes, teanse en matices y fulgoresdel culto sentimiento.

    Le gustan a usted las novelas? preguntaba Tern.

    Las novelas y las historias; me gusta mucho leer.

    Yo le mandar libros.

    Los que usted escribe?

    Y otros mejores... Cmo los prefiere?

    De viajes y aventuras; me encanta que en los libros sucedan muchas cosas: acciones de guerralances de mar, procesos...

    Y amoros?

    S; pero que terminen en boda dijo Florinda y se puso encarnada.

    Desde anoche murmur rendido el poeta vivo yo una hermosa aventura de peregrinaje yde amor... cmo terminar?

    La encendida llama de los corazones calent las mejillas de la muchacha y los acentos del mozo. Yel quebrantado discurso, halagador y ardiente, volvi a rodar entre el estrpito fragoroso del tren.

    Cuando ste se detuvo en la estacin de Torre, qued rota de nuevo aquella intimidad, imperativay fuerte, que a sus mismos mantenedores causaba confusin y asombro.

    Entonces, la pobre abuela, perseverante en su actitud de cortesa, pudo colocar las palabras y elvaso.

    Muchas gracias pronunci quedamente, dando al fin vida y rumbo a la frase y al movimientoque haca un buen rato preparaba.

  • -20-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Mariflor y su galn sintieron un poco de vergenza al volverse hacia la abandonada abuelita, y enprueba de sumisin y desagravio fueron a sentarse al lado suyo.

    El inflamable caballero no haba sido tan celoso para amigarse con la vieja como para conquistar ala nia. Y ahora, impaciente, lamentando la premura del tiempo, sacudido por un alto impulso decordialidad hacia aquella mujer triste y anciana, hubiera deseado poseer algn don muy valioso paratributrselo en ofrenda devota.

    Prdigo y conciliador, no halla dones, ni siquiera palabras, para abrirse el camino de aquel invlidocorazn de abuela, premioso en dar noticias de sus sensaciones.

    En tal incertidumbre qudase el muchacho pensativo y mudo, con el vaso de aluminio entre losdedos. Y se alza otra vez auxiliadora la voz amable de Florinda, que repite como un eco del discursoanterior:

    Abuela, este caballero ya es amigo mo: ha viajado con nosotras toda la noche...

    El mozo sonre y la anciana tambin. Por lo cual, Mariflor, muy satisfecha, apoya un brazo conmimo en el hombro de la abuelita, y contina:

    Este seor es un poeta; hace libros... los escribe, comprendes?

    Ya... ya... susurra la anciana, y sus ojos, grises y mansos, tienen para el hazaoso doncel unlejano fulgor de admiraciones.

    Nos va a mandar algunos promete Florinda insinuante, y yo te los leer para divertirte unpoco... Este seor sigue diciendo anda solo por el mundo... Tambin su madre se le ha muerto, lomismo que a m; tambin su padre est en Amrica...

    Ser usted de Len asegura con respeto la abuelita, que no concibe una patria ms ilustre.

    Soy montas, seora; de Villanoble, a la orilla del mar.

    Y con grande sorpresa de Florinda, la abuela se estremece y exclama:

    Villanoble!... Ya conozco ese pueblo, tiene un seminario muy rico, una playa muy grande, unascasas muy hermosas... Qu lejos est!

    El poeta entristece, como si al conjuro de la extraa exclamacin el evocado pueblo se alejara,remoto, inabordable. Y la nia pregunta absorta:

    Pero has estado all?

    Estuve.

    Cundo, abuela?... Yo no lo saba.

  • -21-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Hace ya mucho tiempo; no habas nacido t; un hermano de tu padre, seminarista, adoleci enVillanoble; ya estaba yo viuda y los otros hijos ausentes... Tuve que ir por l.

    Era uno que se muri del pecho?

    Ese era.

    Bajo la pesadumbre de aquella historia, inclin la anciana su frente, plida como la ceniza, y quedsetan mustia, que ambos jvenes guardaron un silencio piadoso, hasta que la muchacha quiso justificaraquel grave dolor, explicando:

    La abuela tuvo trece hijos, y no le quedan ms que dos.

    Pobre! compadeci Tern, que adivinaba un mundo oscuro y sublime en el alma silenciosa dela infeliz mujer.

    Una estacin, desierta y soleada, qued tendida frente al coche; abrise de improviso la portezuelay una pareja de la Guardia civil se asom en el vano. Irresolutos, misteriosos, los guardias cerraron sinsubir; eran los nicos viajeros que haban tratado de acompaar al poeta y a las maragatas en todo elcamino.

    Se lanz el caballero a registrar su Gua con una precipitacin algo alarmante, y advirti pesaroso:

    Faltan dos estaciones para Astorga.

    Entreabierta en la consulta la escarcela del peregrino, desbordronse postales, cartapacios y libretines,toda la bizarra filiacin moral de una juventud errante y laboriosa. Y mientras tanto, Mariflor, apretndoselagotera contra la abuelita, musitaba:

    Este amigo nos escribir; ir a visitarnos oyes, abuela?... quieres?

    El amigo pos en el regazo de la anciana un montn de postales, diciendo:

    Hgame el favor de llevarlas, seora, como un recuerdo mo.

    Sorprendida por aquellos halagos, no supo ella qu responder, y sonri, dejndose engaar comouna nia, entre frases conquistadoras y ddivas pueriles Pareca feliz en aquel instante; desplegaron susmanos desmaadas las tarjetas sobre el delantal, y aparecironse all copias de mil tesoros: cuadros yestofas de Toledo, tapices de El Escorial, fuentes de La Granja, palacios salmantinos, joyas rabes yplaterescas, fragura de paisajes montaeses, delicia de jardines andaluces un tumulto de arte y depodero espaol. A la maragata le sedujeron entre las admirables cartulinas, dos de origen mejicano,iluminadas en colores, reproduciendo la avenida de Jurez y el palacio de Hernn Corts: alzlas enlosdedos con admiracin preferente, y en seguida, azorada, vergonzosa, lament:

    Es ltima; yo no gasto esquelas!... no s escribir!

  • -22-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Pero yo s dijo, arrulladora, Mariflor, deseando aceptar el recuerdo.

    Gurdalas t, si el seor se empea consinti la abuelita; y dale las gracias.

    Con los ojos adoradores y solcitos, obedeci la moza, mientras la vieja logr forzar la dura timidezde su palabra, para decirle al caballero:

    Si va por Valdecruces, ya sabe que all tiene una servidora...

    Ir, de seguro respondi el poeta, deslumbrado por la mirada de Florinda. En aquellos ojos,dulces y resplandecientes, fulga la incertidumbre con interrogacin muda.

    Cuando iba a despedirse de aquel hombre extrao y amigo para ella, senta la muchacha el vagotemor de perder la felicidad y la duda de haberla encontrado.

    El mozo, por su parte, se engolfaba en la emocin de aquella hora, sin detenerse a descifrar misterios,soando muy deprisa, a sabiendas de que iba a despertarse pronto.

    Y la pobre anciana, tras un senil desbarajuste de ideas en fuga, volvi a oprimirse el corazn en losrgidos muros de su vida cruel.

    Iscrono, maquinal, el tren corra insensible a las inquietudes de los tres viajeros, y Florinda tuvoque ayudar a su abuela en los preparativos de la llegada. Al travs de los fardos toscos de aquel equipajecampesino, las manos giles de la nia pusieron su gracia y su finura en arpilleras y capachos, en losmltiples bultos donde la vieja se llevaba los ms vulgares utensilios del hogar fracasado en La Corua:cuanto no haba podido venderse por usado y maltrecho.La abuelita contaba, meticulosa y torpe: Uno, dos, tres tocando con la punta del ndice cada barjuleta y cada zurrn; y la moza suspir confatiga, como si le abrumara el peso de aquella carga miserable, delatora de inclemente pobreza.

    Se estremeca de compasin Rogelio Tern en el atisbo de aquellos pormenores: meditndolosestuvo sin saber si admirarse o condolerse de la rara hermosura dela nia, sin darse cuenta de que no leprestaba auxilio en el rudo trasiego de alforjas y envoltorios. Cuando acert a disculparse, ya Mariflorhaba terminado su trajn y se colgaba a la bandolera, sobre el pauelo floreado y vistoso, un bol

    sillo elegante que, entreabierto, exhal delicadsimo perfume.

    Es de mi traje de seora dijo la mocita, respondiendo a la visible extraeza de Tern, de miequipo de paisana subray graciosa y triste.

    As le replic el poeta entusiasmado parece que el dios ciego ha ofrecido su carcajadasimblico a la reina de Maragatera...

    Y la abuela, en un repente inesperado y brusco, manifest augural:

    En nuestro pas no se admiten reinas. All todas las mujeres somos esclavas.

    Volvi Florinda el rostro con angustia hacia el camino, y le pareci que temblaba el paisaje con undoloroso estremecimiento.

  • -23-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Entraron en la estacin de Astorga: los pregones de las clsicas mantecadas, alguna muestra humildedel traje regional y algn indicio de trfico mercantil, daban al andn un poco de carcter y de vida.

    En medio de este cuadro indeciso y mediocre, puso Mariflor, con su belleza original y su lujosovestido, la nota resonante: detrs de la abuelita, que ya tena en torno sus brtulos de arriero, salt lamoza al andn, apoyada en la mano que le ofreca Tern con trmula solicitud; y a pleno sol resplan-decieron tanto los colores de su traje y las dulzuras de su rostro, que en todas las ventanillas del tren yen todo el recinto de la estacin inicise un movimiento de curiosidad. No tard este asombro interroganteen romper las fronteras de la contemplacin muda, estallando en requiebros y alabanzas, del lado delferrocarril, al borde de estribos y vidrieras, donde la annima condicin de viajeros suele dar a loshombres mucha osada y harta libertad.

    Como un incienso de apoteosis, envolvi a la gentil maragata la nube de piropos; y el poeta hubieradeseado coronar el homenaje con un vtor atronador y lanzar luego por el vasto mundo los ecos de suaudacia.

    Pero a la vera de Florinda, triunfante y proclamada hermosa, otra mujer vieja y triste, con igualtraje, con igual destino que la joven, se sumerge en tribulacionesy cuidados en medio de su equipaje run.Y a Tern se le reproduce la visin de

    soladora del pramo, donde el viajero no parece hallar trmino ni alivio a la dureza de la ruta, comosi por ella la vida cruzase extraviada, como si la civilizacin se detuviera cobarde y perezosa delante dela tierra hostil, a cuyas entraas inclementes slo manos heroicas de mujer han podido llegar, en acechode un fruto esquivo y tardo...

    Las arrogancias de la galantera arden en lumbres de misericordia cuando el poeta se despide de suamiga con suspiradas frases: una campana y un silbato le devuelven al tren, ya en movimiento, mientrasMariflor sonre con la dcil inmovilidad de un retrato alegre.

    Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de la maragata, se tornan aorantes hacia elcoche, mudo y vaco corno la fbrica de un sueo...

  • -24-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    IVPUEBLOS OLVIDADOS!

    Una maragata de edad indefinible, a quien la abuela llam Chosca, haba conducido trescabalgaduras hasta la misma estacin. Cargse en una de ellas lo ms voluminoso del bagaje, yaun pudo hallar la Chosca un punto de asiento y equilibrio en la cima de aquella balumba, cuyodifcil acomodo entretuvo a la pobre caravana dos horas largas de talle. Y aunque la abuela se encaramtambin sobre los repliegues de otro monte de fardos, todava las menudencias de ms fuste hubieron derefugiarse en las alforjas del mulo cebadero, el mejor de la recua, cedido por agasajo a Mariflor.

    Todo lo miraba la moza fijamente, con una muda actitud, en que al tenaz recuerdo de las cosaspasadas se sobrepona el propsito firme de aprender y gustar las cosas nuevas; mujer y curiosa, joveny perspicaz por aadidura, sinti, a despecho de sus ntimas inquietudes, una ansiedad respetuosa yfuerte, que la empujaba hacia la tierra madre, incgnita y callada como un secreto de lo porvenir. Quejemplo ms hermoso para cualquier agudo observador, la bizarra y compostura, la gravedad y cere-monia con que Florinda Salvadores se allan, sin melindres ni repulgos, a todas las veleidades de lasuerte, y cambiando de nombre, de traje y de sendero, mont en un mulo, por primera vez en su vida,con tanta gentileza y seoro como si la tosca jamuga fuese el blando cojn de un automvil! Conformidady audacia dieron alegre resolucin a la moza; y aun fueron parte a erguirla, serena y apacible en elmisterioso rumbo, cierto soplo sutil de fatalismo que senta en el alma y un deseo inconsciente deaventura que se le impacientaba en la imaginacin.

    El paso por Astorga tuvo para Florinda rara solemnidad. Quiso la abuela dar all algunos recados,hacer algunas compras y cobranzas mediante papelucos escondidos con minuciosas precauciones en uncornejal de lafaltriquera, al amparo de sayales y manteos; a todos estos menesteras asista la muchachadesde lo alto de sus jamugas, atisbadora y vigilante, reflejando en sus pupilas el asombro de la vieja urbe,tan pobre y tan triste ahora, que ni siquiera guarda los vestigios de su glorioso ayer.

    Cun desolada y yerta la ciudad Magnfica y Augusta! Quin dir que fue palenque y tribuna deastures, imperial colonia, centro de vas romanas y baluarte de sus legiones, botn despus del brbaro ydel moro, joya del terrible Almanzor, pleito y disputa de castellanos y leoneses? Ya no conserva ni lasruinas de los antiguos monumentos; hasta aquella robusta fortaleza de sus marqueses y seores, aquelsoberbio castillo que presuma de inmortal, cay tambin con los sillares de las rotas murallas; la reciadivisa de Alvar Prez Ossorio, que a tantas duras generaciones grit desde el frontis nobiliario conorgullosas letras:

    Do mis armas se posieronmovellas jams podieron,

    vino a dar en ingrata sepultura bajo los residuos de cubos y de almenas, de capiteles godos y lpidaslatinas. Qu rangos, qu voluntades, qu hierros, piedras y races no mover en el mundo el mpetu delos siglos empujando la rueda de la fortuna?

    As, esta tierra misteriosa, de cuyos primitivos moradores slo se sabe el apellido amacos, oexcelentes guerreros; este pueblo viril que grab en su escudo, como smbolo heroico, una rama depoderosa encina; este solar privilegiado por cnsules, santos y reyes, guarnecido de altivas torres yferradas puertas, ahora vive en el silencio de las mortales pesadumbres, ahora padece el abandono de los

  • -25-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    histricos infortunios. Y, como un fallo de singular predestinacin, acude sobre Astorga el recuerdo deaquellas pretritas edades, en que la capital de la regin y sus alfoces se llamaronAsturias: Pueblosolvidados!

    Una rfaga de tales penas y de tales memorias aguz en la fantasa de Marif1or el ansia ardiente deevocar imgenes y perseguirlas al travs de las silenciosas ras, sobre el empedrado hostil, entre elcasero de adobes, simtrico y vulgar. Pero todos los recuerdos heroicos, todas las evocaciones bizarras,huyen ante el semblante lastimoso de la Augusta y Magnfica, Muy Noble, Leal y Benemrita, que,parda, muda, triste y pobre, languidece de aoranzas y pesares a la sombra de su ilustre catedral, sobrelas plidas favilas de la historia. Y cuando a fuerza de imaginacin y voluntad quiso la viajera reconstruiren su mente hechos y figuras familiares a la patria nativa, ya la visin de Astorga, yerma y desamparada,se haba extinguido en el trmino raso y adusto del horizonte.

    Como fuesen grandes la calma y el regateo con que las compaeras de Florinda ajustaron suscompras en la plaza de los cachos y en los soportales de la Plaza Mayor, y no menos prolijos los demsnegocios que la abuela trataba, lleg la media tarde cuando las tres amazonas salieron por el arrabal deRectiva para seguir la carretera en busca de su pueblo.

    De la calmosa estada en la ciudad llevse Mariflor, campo adelante, el recuerdo de los dos maragatosque en el reloj del Concejo cuentan con sendos martillos las mustias horas de aquella vida gris; la parejasimblica y paciente se hizo un lugar en la memoria de la nia, sobre la impresin de aquel grave edificio,fuerte reliquia de la pasada opulencia asturiense. Haba preguntado la muchacha por un jardn amenoque, segn sus noticias, era lugar de fiestas estivales y de otros alicientes para la juventud; aunque laabuela seal hacia all, slo pudo Florinda columbrar una mancha verde y risuea, tendida en lamayor altura de la muralla, sobre el mismo solar que siglos antes ocup la Sinagoga, cuando una ricaaljama se aposent en el arrabal de San Andrs. El perfil airoso de la Catedral y la nobleza dealgunasportadas parroquiales, impresionaron tambin a la curiosa. Y el bosquejo herldico de unos lobos, unasbandas de azur, el len rampante de gules, coronado de oro, la monteladura de plata, cimeras, escudetes,lemas y coronas, rezago de insigne alcurnia sorprendidos al azar en unos pocos edificios, alumbraron enla mente de Florinda, con plido reguero de luz, la nmina confusa y lejana de Ossorios y Escobares,Turienzos y Pimenteles, Benavides y Juncos, Gagos, Hormazas, Rojas, Pernas, Manriques... El ntimovigor de estos recuerdos rehogaba con orgullosa lumbre las fantasas de la joven, cuando sus ojos seposaron en el abierto muro, indemne a las cleras de Witiza y Almanzor...

    Acostumbrada Florinda a escuchar de su padre los frecuentes relatos de aventuras infantiles por losarrabales de la capital, casi a tientas hallara rumbo en el camino astorgano que cruzaba por primera vez.

    All a la izquierda, dejando atrs el rasgado cinturn de las fortificaciones, brota la viejsima FuenteEncalada, de tan henchido seno, que ni en su estiaje par nunca de cantar con su rumor sonoro las penasy las glorias del pas.

    Cunde el manantial en aquel punto desde los tiempos fabulosos, y le alberga un edificio notable,con armas, inscripciones y perfiles de varios siglos y grande pulcritud. Con abundancia sempiterna haprodigado la Fuente sus fidelsimos dones, lo mismo a los aureros imperiales que a los devotos delCamino francs y a los trajineros maragatos... Vive apenas la memoria de los primeros posedos por lamaldita sed de oro, que, brbaros de codicia y de furor, vinieron de todos los confines de la tierra aenriquecerse en nuestras minas peninsulares: pasaron por aqu los explotadores de las medulas famosas,

  • -26-Concha Espina: La esfinge maragata

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    y tambin los cruzados, que en el siglo IX abrieron desde Francia una difcil ruta para ofrecer homenajeen Compostela al cuerpo del Apstol; se han borrado la va de la plata y la de los peregrinos bajolaanchura de una carretera espaola del siglo XVIII, en la cual la arriera se extinge impotente contra elraudo ferrocarril; pasaron y cayeron centurias y generaciones, cetros y coronas, y al travs de las vidascaducas y de las cosas perecederas, esta fontana di su latido fecundo y su perenne caricia a todos lossedientos del camino...

    Mariflor tuvo sed al pasar por aqu. Despertse en ella el recuerdo de los aos que la fuente contrezadora y humilde en la mansa llanura de los pueblos olvidados, y quiso gustar del agua fiel; bebiansiosa, obsesionada por la inconsciente ilusin de saciarse en frescuras y deleites de eternidad.

    Al seguir el camino, en tanto que las otras maragatas parecan insensibles al paisaje y a las emocio-nes, descubri la moza a la derecha del manantial cierto prado muelle y jugoso hundido en el terreno;deba ser el llamado Era-Gudina, donde el feudo del Marqus tuvo un estanque, una barca, una isleta yun bosque.

    A leyenda le supo a Mariflor el supuesto de que all existiesen jams esquife, lago y fronda; peroconsultada la abuelita acerca de tales dudas, dijo con mucha fe que en tiempo de los moros aquelparaje se nombr La Corona, y era una hermosura de aguas corrientes, barquichuelos, rboles y flores...

    Cuando se borraron a extramuros de Astorga aquellas tenues sonrisas de la vegetacin, extendisela carretera sobre la llanura sin accidentes ni perfiles, en un horizonte a cuyo fin remoto se cerraban entrenubes las sierras de la Cepeda y los puertos bravos de Manzanal, Foncebadn y el Teleno. Si a la vera deun puebluco estancado algn castro ondulaba, todo su vestido consista en bajos matorrales y encinasbordes.

    En este cuadro asctico se dibuj el relieve de las tres amazonas, largo rato, por la amplia carretera,y cuando ya tomaron otro rumbo al travs de una calzada empedernida, la feniciente luz abland ladureza del paisaje, convirtiendo la lnea fuerte y sobria en mancha rubia y dulce, en la cual se alejaron lossenderos con misteriosa estela.

    Qued entonces piadosamente velada la aridez del camino, que al aventurarse tierra adentro eningratos recodos, hubiese mostrado a Florinda ms de cerca su desolacin; la santa beatitud del ano-checer quiso desceir su velo romntico sobre la tristeza del erial: una muselina blanca y rota se arrastrabapor el campo en jirones de niebla, y la serenidad del cielo, plidamente azul, pareca remansar en lallanura con infinita mansedumbre.

    Mariflor, cansada y soolienta, aturdida por las emociones y los sentimientos, se dej mecer, sedej llevar entre aquellos cendales de sombras y de membranzas. El balanceo rtmico de la cabalgadura,algo semejante al de una embarcacin en mar serena, y la plenitud del llano, sin orillas visibles, nubloso,insondable como un abismo, pusieron a la amazona en punto de soar que iba embarcada hacia unquimrico pas. Aquel vaivn de cuna, aquella ilusin de barco aventurero, tenan, para mayor halago,un cantar peregrino en el eco de dulcsimas frases lisonjeras que la moza guardaba en su corazn; de tancordial tesoro iba ella urdiendo con diligente prisa futuros lances de amor y de felicidad, solemnesacontecimientos de bodas y placeres que parecan tener realizacin positiva y dichosa en la ardiente vidade una estrella, segn lo que la nia se extasiaba rostro al cielo, absorta y palpitante.

  • -27-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Desde el divino espacio cay d pronto a tierra la evagacin de Florinda, porque una voz habadicho:

    Ya llegamos...

    Entre el encaje de las sombras, cada vez ms espeso, se agazapaban, abocetados, desvados, barruntosde una aldea muy pobre, a juzgar por los umbrales. Y a Mariflor le acometi de sbito una tristecobarda, en la cual se mezclaban las inquietudes con inexplicable acidez; aquella zambullida brusca enotro pueblo, en otra casa, entre personas desconocidas, rompiendo definitivamente todos los vnculosde su vida anterior, daba fro y espanto a la muchacha; en un instante record con lucidez lastimosa ladicha que perdi al otro lado de la llanura maragata, y sintise tan pequea, tan incapaz y dbil ante elenigma de su nuevo camino, que anhel no llegar a Valdecruces y quedarse para siempre mecida enaquel mar firme y silencioso, de tierras y de sombras.

    Los dulcsimos ojos registraron el cielo con una mirada de angustia, pero ausente la luna veladora,esquivas las estrellas y plido el celaje, el amplio dosel de la noche se mostr cerrado a la muda plegariade la moza; hasta la estrellita ardiente donde ella prendi un momento antes la hoguera de sus ensueos,se haba escondido, casquivana, detrs de un banco de nubes.

    Y estaba all el pueblo maragato, inmoble y yacente en la penumbra, como un difunto; y ya la recuase detena delante de una sombra ms alongada y grave que las del contorno.

    Son el chirrido de una puerta, y dos mujeres avanzaron en un foco macilento de luz. DescabalgFlorinda, trmula y cobarde; sintise agasajada por unos besos hmedos y fuertes, por unos brazosrecios y acogedores. Ofrecan a la forastera este recibimiento cordial, Ramona, nuera y sobrina de laanciana, y Olalla, hija de aqulla, que con sus cuatro hermanos ms pequeos constituyen hogar yfamilia cerca de la ta Dolores, protectora tambin de su nietecilla Mariflor.

    Ya estaban reposando los nios, Marinela, Pedro, Carmen y Toms; ymientras Olalla haca loshonores a su prima con ms cario que garbo, Ramona y las otras dos viajeras se afanaban en descargarel equipaje. Fue la tarea tan minuciosa, que ya la noche haba crecido mucho cuando logr acostarseMariflor, rendida y enervada.

    A la luz vacilante del candil pudo la muchacha aprender que era su dormitorio el mejor de la casael cuarto de respeto, donde solan posar los principales huspedes; y al culminarse en el lecho altsimoy pomposo, oy la voz humilde con que su prima la dese buena noche, dejando la habitacin oscura ycerrada, y advirtiendo:

    Madre y yo dormimos dambas aqu cerca; no pases cuidado.

    Poco despus sinti la muchacha crujir la corvadura de las vigas muy prximas a su cabeza; andabanpesadamente encima del aposento, hablando en voces cautelosas. Por debajo de aquel ruido persegua aMariflor entre penumbras de sueo y vislumbres de realidad, la expresin vaga y triste de un rostroojizarco, que tan pronto era el de Tern como el de Olalla. De aquel semblante amigo no quedaron, alfin, ms que los ojos delante de la moza; brillaban azules como las flores del anciano, como los ojosceltas de la maragata rubia como los ojos pensativos del novelista viajero; una clara niebla, que fueespesndose, oscurecalos poco a poco... Era un velo de lgrimas?... El cristal de unos lentes?...

  • -28-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Mariflor se haba dormido.

    Despus de un sueo largo y juvenil, Florinda despierta y escucha: escucha la soledad y el silencio,porque todo a su alrededor parece abandonado y mudo.

    Qu hora ser? Entra un rayo de sol por la ventanuca, tan alta y pequea como la de un camarote;por all se descubre un pedacito de cielo cuajado de luz. En la casa, grande y misteriosa, nadie pisa, nadielevanta la voz,ningn ruido se advierte, y fuera, en aquel espacio luminoso, abierto quizs al campo, a lacalle o al corral, es la vida un secreto, sin duda, porque ni vuela un ave, ni canta un ro, ni gime unacarreta; los rumores aldeanos que Florinda conoce de otros pueblos, parecen extinguidos aqu. Sehabr quedado ella sola en el mundo con el sol?

    Pasea por el cuarto los bellos ojos dormilones, un poco ensombrecidos de vaga pesadumbre: mirasu equipaje desparramado en confusin de cajas y de ropas, y encima del bal, cruzado todava decordeles, sus arreos de maragata, desceidos la vspera con laxitud de sueo y de cansancio. Se asomanlos zapatos por debajo de la colcha, muy escandaloso el escote y algo arrugada la plantilla: parecenasustados, uno delante de otro, como si quisieran echar a correr; el bolsillo, seoril, colgado del bolichede la cama, con la boca abierta, tiene un aire de expectacin y de asombro, y la filigrana de corales,tendida al borde de un marco a la cabecera del lecho, corona la figura de una Virgen ancestral, bajo cuyatraza primitiva dice, en letras muy grandes: Nuestra Seora la Blanca. Al volver los ojos hacia ella, haceFlorinda maquinalmente la seal de la cruz. Luego prosigue su viaje curioso en torno al aposento: esreducido y bajo, con paredes combas, lamidas de cal, desnudo el tosco viguetaje del techo y pintado deamarillo, como la puerta y la ventana. Entre un recio arcn de interesante moldura y un mueble arcaicode alta cajonera, descuella el lecho, amplio y elevadsimo, duro de entraas y abrumado de cobertores:luce colcha tejida a mano, floqueada, con muchos sobrepuestos, un poco macilenta de blancura, quizpor haber estado largo tiempo en desuso. Dos sillitas humildes parece que se agachan bajo la pesadum-bre de los equipajes, y algunos clavos suben perdidos por las paredes, sosteniendo con negligenciavarias cosas intiles: un refajo roto, un cencerro nudo, una rosa mustia de papel... Ya no hay msutensilios ni ms adornos en el nuevo camarn de Mariflor

    Ella busca, solcita, un espejo, un lavabo, una alfombra, cualquiera blandaseal de compostura ydeleite, y como nada encuentra parecido a lo que necesita, vuelve la atencin a los recuerdos de sullegada, confusos entre las emociones del viaje y la sorpresa de este peregrino amanecer.

    Al cabo, como persiste en torno suyo un silencio de inmensidad, y el sol penetra al aposento por elangosto ventanillo, semejante a la lucera de un camarote, piensa la infeliz, acunada todava en su memo-ria por el balanceo del mulo y las ilusiones de su navegacin por la llanura, que su bajel ha encallado enuna costa salvaje, en una playa desierta... Pero no: la mar gime, reza, escupe, solloza; tiene lgrimas yvoces y suspiros; es pasin y hermosura, es inquietud y poder, es dolor y gozo. Y aqu, ni un acento, niuna palpitacin, ni un indicio de que la vida cunda y vibre como en las olas varias de la mar!...

    Cuando empieza la nia a sentir ciertas ansiedades muy parecidas al miedo, un rumor oscuro, entrequeja y gruido, se percibe en la quietud silenciosa de la casa.

    Abuela! grita Mariflor con espanto.

    Nadie la responde.

  • -29-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Abuela! repite, loca de terror. Y luego, despavorida, prorrumpe:

    Olalla!

    Al punto, cautamente, se entreabre la maciza puerta y asoma el rostro, asombrado y grave, deOlalla Salvadores.

    Ante el resplandor bondadoso de aquellos ojos claros, Florinda se encalma, sonre y confiesa:

    Tuve miedo; cre que estaba sola en Valdecruces, y despus o una especie de quejido como unavoz del otro mundo.

    El gato, que miag dice la moza, admirada de los temores de su prima. Y penetrando en elaposento, le ofrece el desayuno y le pregunta, con mucha cortesa, cmo ha pasado la noche.

    Demasiado bien; de un tirn responde la dormilona, escandalizndose al saber que son lasnueve, que su abuela y su ta andan ya de trajn fuera de casa, y que los nios se fueron a la escuela muytemprano.

    Mientras se viste Mariflor, explica Olalla que la escuela est a tres kilmetros, en Piedralbina, ytambin el mdico y el boticario. Los rapaces llevan la comida en una fardela, y no vuelven hasta las seis.

    Y en el invierno? interrog Florinda.

    Lo mismo: salen de noche y tornan de noche; algunas veces, Tomasn, no va.

    Cuntos aos tiene?

    Cinco; pero est mayo y robusto.

    Pobre!, dar lstima verle por esas llanadas!

    Ms se fatiga Marinela.

    S; ya s que est un poco dbil. Cmo la dejis ir?

    Aqu se aborrece, se pone triste, llora... Y como tanto gusta de bordar yhacer labores finas, y lamaestra la quiere mucho, madre consiente.

    Y el mdico, qu dice?

    Olalla se encoge de hombros.

    Dice murmuraque son males de la edad. Pero para m la pobre est entrepechada.

    Cmo?

  • -30-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Picada de la tisis, igual que mi padre, igual que tantos de la familia...

    Calla, mujer!

    A medio ceir el pesado manteo en torno a la cintura, Mariflor finge que busca alguna cosa, se miralas manos lentamente, con mucho inters, y al fin balbuce en imprevisto ruego:

    Quisiera lavarme!

    Olalla, que tiene fija la mirada en una siniestra meditacin, se turba, enrojece, y luego de reflexionarafirma:

    Te traer ahora mismo un cacho con agua.

    No, yo voy por l; ensame dnde hallar lo que necesite.

    Porfan azoradas al lado de la puerta con empeo un poco artificioso, y ya traspasado el umbral,repara Florinda en su media desnudez, y pregunta:

    Estamos solas?

    Solas; yo anduve a modn para no despertarte.

    Desaparece Olalla pisando quedo, como si todava alguien durmiese; y la forastera, abocada alcorredor, cruza los brazos desnudos para abrigarse contra un fro sutil que desde la oscuridad le acosa.De pronto, all a sus pies, en la masa de sombra y de silencio, el gruido y la queja que antes alarmarona la nia, se juntan y emergen en una voz que parece humana, que se desgane y evoca, igual que la de unacriatura.

    Florinda retrocede, presa otra vez de irreflexivo espanto, y para distraer sus complejas inquietudes,remueve el equipaje, trastea y alborota, hasta que vuelve su prima trayendo agua en un lebrillo y colgandoen el hombro una toalla de spera urdimbre, dorada por los aos, olorosa a romero.

    Perpleja Mariflor ante aquel rudimentario servicio, aplaza el lavatorio y pide ayuda para abrir elbal; pero Olalla no necesita ms que de sus recios brazos para darle vueltas y dejarle desligado y til,con la tapa cmodamente sostenida en la pared. Inclnanse las dos mozas sobre las tmidas entraas delcofre, y la viajera desliza su mano en el fondo, revuelve, palpa atinadora y sonre levantando en el puouna cosa menuda y suave que acerca a la nariz de Olalla.

    Huele bien? pregunta.

    Ah, jabn!... Yo tambin tuve una pastilla...

    A juzgar por la expresin lejana de los ojos azules, se pierden en un pasado remoto el aroma y lasuavidad de la pastilla que tuvo la maragata.

  • -31-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Ve sacndolo todo dice la prima con gracia ms ligera y alegre; despus que yo me lave loarreglaremos juntas y te dar algunos regalitos para ti y para los nenes.

    En tanto que Florinda se chapuza con fruicin, Olalla va cogiendo las prendas del bal y colocndolasencima del lecho, tibio todava y desdoblado. Se mueve la joven con mucha calma y trata con esmeroaquellas cosas sutiles de la forastera, pero no se detiene a contemplarlas con excesiva curiosidad.

    Casi todo el lujo del pequeo equipaje consiste en ropa interior; camisas y pantalones con lazos, sinestrenar, con papeles de colores que crujen, sedosos, bajo los encajes, como en los equipos de las noviasburguesas: medias caladas, paolitos bordados y menudos, enaguas finas, dos peinadores de mangacorta, dos blusas ureas, elegantes, y un solo vestido de luto, modesto, falda y cuerpo ajustado, sinadornos. Algunos estuches con bagatelas casi infantiles, algunas cajas con enseres de costura, libros,retratos, envoltorios frgiles y una bolsa blanca, con puntillas, de cuya boca abierta acaba de salir elperfumado jabn.

    Aqu lo tienes todo dice Olalla, mientras Florinda duda cmo acabar de vestirse, temiendoestropear el lujoso pauelo de su traje de fiesta.

    Tras una breve indecisin, que le es habitual, ofrece la prima buscarle otro; sirve para diario y ellano lo usa. Pero debe ser muy difcil hallarle, porque cuando vuelve con l, ya Mariflor se ha peinado yha puesto en orden el dormitorio.

    Hay uno de cerras, pero no lo encuentro dice Olalla, desplegando un pauelo pajizo, de muselina,con orla estampada en vivos colores.

    Es precioso; por qu no lo pones t?

    Entre semana, est bueno ste sonre la moza, sealando el suyo de percal, tambin con floridaguirnalda. Y en la cabeza, no llevas uno? interroga.

    Ah, no lo quiero... no me gusta! responde Florinda con tales bros, que se avergenza alpunto, y disimula su turbacin poniendo en las manos de Olalla unos envoltorios, a medida que dice:

    Para Pedro un libro, para Marinela un costurero, para Carmen una mueca y para Tomasn untrompo...

    Busca algo en el bolsillo colgado d la cama, y con cierta emocin, concluye:

    Para ti mi reloj; toma.

    Sentse la favorecida ofreciendo lugar en el regazo a los paquetes, y puso en la palma de su manomorena el relojito de oro y acero, chiquitn, lustroso y palpitante; le acerc al odo, ri con expresin denia, dulcificando la gravedad un poco triste de su semblante, y por todo comentario dijo:

    Tan pequeo y anda!

    Despus mir a su prima suavemente, lamentando:

  • -32-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Te vas a quedar sin l!

    Tengo el de mam, sabes?... Est parado, pero me sirve de recuerdo.

    Se ha roto?

    No; mi padre quiso tenerle en la hora que ella muri: las tres de la tarde.

    La hora del Seor! balbuce Olalla estremecida. Y con el respeto y la ternura que enMaragatera se consagra a los muertos, bendice al uso del pas la memoria evocada, pronunciandoferviente:

    Biendichosa!

    Una rfaga de tristeza suspende el ntimo coloquio y flota en la humedad de las pupilas, que seinclinan al suelo apesaradas; la mueca de Carmen, rompiendo el papel que la envuelve, muestra unbrazo rgido, vestido de rojo, en trgica actitud; en la rstica mano de Olalla Salvadores, el pulido relojsuena indiferente: tic-tac, tic-tac.

    Y aquel hlito sonoro y maquinal, aquel firme latido de un industrioso corazn de acero, llevaextraamente a las dos muchachas a escuchar el pulso acelerado de los propios corazones, buenos yjuveniles, regados por una misma sangre generosa.

    Alzase Olalla con mpetu raro en su naturaleza esquiva y grave, y las dos mozas se miran en losojos; los de Florinda, profundos, inquietantes, de color de miel y de caf tostado, en vano provocan unaconfidencia trascendente con las aguas serenas y tristes de los ojos azules; pero el impulso cordialprevalece por debajo del vuelo de las almas y un pacto de amor se firma con el estallido de un largo beso.

  • -33-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    VVALDECRUCES

    Alentada Mariflor despus de tan gentil alianza, se despierta con alegres nimos a las realidadesde la vida y quiere verlo todo, registrar su nuevo albergue, asomarse a Valdecruces.Aunque pone el pie con alguna medrosa inseguridad en el corredor oscuro, camina sonriente,

    como jugando a la gallina ciega, palpando la pared con una mano y asindose con la otra al vestido desu prima.

    Avsame; no veo nada murmura. Hay que bajar?... Hay que subir?... Avsame!Hasta que te acostumbres. Yo atino por todos los rincones a cierra ojos... Ahora sube un pasal

    otro... sigue subiendo... ya se ve luz!

    La rendija de una puerta proyect en los altos escalones una raya de tenue claridad; chirri unallave, gimieron unas bisagras y hallse Florinda a pleno sol, deslumbrada por el torrente de resplandoresesparcidos en la salita con anchura, mediante los dos amplios huecos de la solana.

    Qu alegre, qu alegre! grit la forastera con encanto. Y qu se ve por aqu? aadi

    lanzndose curiosa al colgadizoDe pronto no vi nada La luz cruda y fuerte esfumaba el paisaje como una niebla. Despus, dando

    sombra a los ojos con las dos manos, vi surgir dbilmente el diseo barroso del humilde casero,techado con haces secas de paja amortecida, confundindose con la tierra en un mismo color, agachndosecomo si el peso de la macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o misericordia. Enaquella actitud de sumisin y pesadumbre, las casucas agobiadas, reverentes, exhalaban un humo blancoy fino que pareca el incienso de sus votos y oraciones.

    Mariflor, admirada por la novedad de aquel espectculo, imaginado muchas veces al travs de

    referencias y lecturas, exclam conmovida:Valdecruces!... Parece un Nacimiento! Y la iglesia dnde est? pregunt.Allende. Ves esta hila de casas? Pues en acabando la ringuilinera, ves un chipitel con una

    cruz?... Eiqu.Aquello? lament la exploradora con desilusin.La techumbre es de teja ponder Olalla y por dentro nuestra parroquia es mejor que la de

    Piedralbina, es tan buena como la de Valdespino; hay un Resucitado muy precioso y la Virgen tiene lacara de marfil.

    Pero la torre se va a caer, es monstruosa; un montn informe y la cruz ladeada, qu cosa ms

    singular!Si lo que t dices protest Olalla riendo es el nido de la cigea!

  • -34-Concha Espina: La esfinge maragata

    El Autor de la Semana - fi 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSeleccin y edicin de textos: Oscar E. Aguilera F. ([email protected])

    Ah, el nido!... Un nido enorme, verdad?... Un nido tremendo... Qu ganas tena de verle!... Mi

    padre no me haba dicho que le tuvierais aqu.Yera de Lagobia