varios - basilisa la hermosa (cuentos rusos)

110
BASILISA LA HERMOSA Cuentos Rusos Editorial Progreso Moscú

Upload: carlos-limaco

Post on 20-Jan-2016

109 views

Category:

Documents


14 download

TRANSCRIPT

Page 1: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

BASILISA LA HERMOSACuentos Rusos

Editorial ProgresoMoscú

Editorial Progreso, MoscúTraducción de José Vento MolinaIlustraciones y presentación de E. Mindeo

Page 2: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Impreso en la URSS

Page 3: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El zarevitz Iván y el pájaro de fuego

Tenía el zar Berendéi tres hijos. El menor se llamaba Iván.Poseía el zar un hermoso jardín con un manzano que daba frutos de oro. Alguien acudía al jardín a robar las manzanas de oro. El rey, que tenía mucha estima a su jardín, puso en él guardia. Pero nadie podía descubrir al ladrón. Triste, el zar dejó de comer y de beber. Sus hijos le decían, para consolarle: — No te apenes, querido padre, nosotros mismos guardaremos el jardín. El hijo mayor dijo: — Hoy me toca a mí vigilar el jardín. Al anochecer fue a cumplir su cometido, pero, por más vueltas que dio arriba y abajo, no descubrió a nadie y, cansado, se durmió sobre la blanda hierba. A la mañana siguiente, el zar le preguntó: — ¿Me traes una buena noticia? ¿Has descubierto al ladrón? — No, querido padre; en toda la noche no he dormido, no he pegado ojo, pero no he visto a nadie. A la noche siguiente fue el mediano a guardar el jardín y también se durmió. A la mañana dijo que no había descubierto al ladrón. Le tocó al hermano menor hacer su guardia en el jardín. Por miedo a dormirse, ni se atrevía a sentarse. En cuanto el sueño le acometía, se lavaba con el rocío que bañaba la hierba y se desvelaba. A eso de la medianoche le pareció que en el jardín había luz. Era cada vez más intensa, y, por fin, todo el jardín se iluminó. El zarevitz vio que el pájaro de fuego estaba posado en una rama y picoteaba las manzanas de oro. El zarevitz Iván se acercó sigiloso al manzano y asió de la cola al ave. El pájaro de fuego se estremeció y levantó el vuelo, dejando en la mano del zarevitz una pluma de su cola. A la mañana siguiente, el zarevitz Iván se presentó ante su padre. El zar le preguntó: — Di, querido Iván, ¿has visto al ladrón? — No lo he atrapado, querido padre, pero sé ya quién comete fechorías en nuestro jardín. Aquí tienes un recuerdo del ladrón. Es el pájaro de fuego. Tomó el zar la pluma y recobró el apetito y el buen humor. Pero he aquí que una buena mañana se levantó con el pensamiento puesto en el pájaro de fuego. Llamó a sus hijos y les dijo: — Queridos hijos, no estaría de más que ensillarais briosos corceles y salierais por esos mundos en busca del pájaro de fuego. Los hijos se inclinaron ante su padre, ensillaron briosos corceles y se pusieron en camino, cada uno en una dirección.El zarevitz Iván, fatigado de tanto cabalgar en aquel largo día estival, echó pie a tierra, trabó al caballo y se tendió a descabezar un sueñecito. No se sabe si durmió mucho o poco tiempo, lo que sí se sabe es que, al despertarse, no vio su caballo. Se puso a buscarlo y, después de mucho caminar, dio con los huesos del animal. Quedó el zarevitz Iván muy entristecido. ¿A dónde podría ir sin el caballo '? “En fin —se dijo—, puesto a ello, iré a pie”. Caminó el zarevitz Iván hasta que se sintió invadido de un cansancio mortal. Se sentó muy triste en la blanda hierba. De pronto vio que corría hacia él un lobo gris. — ¿Por qué, zarevitz Iván, te veo tan triste, tan abatido? —preguntó el lobo. — ¿Cómo no voy a estarlo, lobo gris? Me he quedado sin mi buen caballo.

Page 4: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Tu caballo me lo comí yo, zarevitz Iván… Me da pena verte tan cabizbajo. Dime ¿qué te lleva tan lejos? ¿a dónde vas? — Mi padre me mandó recorrer el mundo en busca del pájaro de fuego. — ¡Vaya! En tu buen caballo no hubieras encontrado en tres años el pájaro de fuego. El único que sabe dónde vive soy yo. En fin, ya que me he comido tu caballo, te serviré fielmente. Monta encima de mí y sujétate con fuerza. Montó el zarevitz Iván a lomos del lobo, y éste salió disparado, cruzando como una exhalación los bosques y los lagos. Por fin llegaron a una fortaleza de altas murallas. El lobo dijo: — Escúchame, zarevitz Iván, y recuerda bien lo que te digo. Salta la muralla, y no tengas miedo, que toda la guardia está durmiendo. En un palacete verás una ventana en la que hay una jaula de oro con el pájaro de fuego. Toma el pájaro y guárdalo en el seno, pero ten buen cuidado de no tocar la jaula. Saltó el zarevitz Iván la muralla y vio el palacete en cuya ventana descansaba la jaula de oro con el pájaro de fuego. Tomó el ave y la ocultó en el seno, pero quedó encandilado mirando la jaula. En su corazón se encendió la codicia. «¿Acaso puedo dejar aquí una jaula tan preciosa?», se dijo. Olvidó el zarevitz lo que le había dicho el lobo y tendió la mano hacia la jaula. Pero en cuanto sus dedos la rozaron, sonaron en toda la fortaleza clarines y tambores. La guardia se despertó, apresó al zarevitz Iván y lo llevó a presencia del zar Afrón. El zar Afrón montó en cólera y preguntó al zarevitz Iván: — ¿Quién eres? ¿De dónde has venido? — Soy el zarevitz Iván, hijo del zar Berendéi. — ¡Qué vergüenza! ¡El hijo de un zar metido a ladrón! — ¿Por qué no se acuerda usted de que su pájaro venía a picotear las manzanas de oro de nuestro jardín? — Si hubieras venido honestamente y me lo hubieras pedido, te lo habría dado, movido de mi aprecio a tu padre, el zar Berendéi. Ahora haré que tengáis mala fama en todas las ciudades. Aunque, mira, si me prestas un servicio, te perdonaré. Tiene en su reino el zar Kusmán un caballo de crines de oro. Si me lo traes, te daré el pájaro de fuego. Muy triste regresó el zarevitz Iván a dónde le estaba esperando el lobo gris. El lobo le reprochó: — ¡No te dije que no tocaras la jaula! ¿Por qué no me hiciste caso? — Perdona, perdóname, lobo gris. — ¡Ea, monta! ¡Enganchado al carro, no te quejes de la carga!… De nuevo corrió el lobo llevando encima al zarevitz Iván. Por fin llegaron a la fortaleza en que se hallaba el caballo de crines de oro. — Salta el muro, zarevitz Iván. La guardia está durmiendo. Ve a la cuadra y saca de allí el caballo, pero ten buen cuidado de no tocar el bocado. Saltó el zarevitz Iván el muro, aprovechando que la guardia estaba durmiendo, se introdujo en la cuadra y atrapó el caballo de crines de oro, pero no pudo resistir la tentación de llevarse también el bocado, que era de oro puro cuajado de piedras preciosas. ¡Qué hermoso estaría el caballo con él! Tocó el zarevitz el bocado y al instante sonaron en la fortaleza clarines y tambores. La guardia se despertó, apresó al zarevitz y lo llevó a presencia del zar Kusmán. — ¿Quién eres? ¿De dónde has venido?, preguntó el zar. —Soy el zarevitz Iván. — ¿Y no se te ha ocurrido nada mejor que robar un caballo? ¡Pero si eso no lo haría ni un simple mujik! En fin, zarevitz Iván, te perdonaré si me prestas un servicio. El zar Dalmat tiene una hija

Page 5: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

que se llama Elena la Hermosa. Ráptala, tráela aquí y te daré el caballo de crines de oro con su bocado. Más triste todavía que antes regresó el zarevitz Iván a donde le estaba esperando el lobo. — ¿No te dije, zarevitz Iván —le reprochó el lobo-, que no tocaras el bocado? Otra vez no me has hecho caso. — Perdona, perdóname, lobo gris. — En fin, ¡monta! De nuevo corrió el lobo llevando encima al zarevitz Iván. Llegaron al reino del zar Dalmat. En el jardín de la fortaleza paseaba Elena la Hermosa, acompañada de sus ayas y criadas. El lobo gris dijo: — Esta vez no te dejaré entrar, iré yo mismo. Tú emprende el regreso, que pronto te daré alcance. Emprendió el zarevitz Iván el regreso, y el lobo gris salvó de un salto el muro y se introdujo en el jardín. Se agazapó al pie de un arbusto y vio que Elena la Hermosa salía al jardín acompañada de sus ayas y criadas. Elena estuvo un buen rato paseando, y, en cuanto quedó un poco a la zaga de sus ayas y sirvientas, el lobo la asió de sus ropas, se la echó al lomo y huyó con ella. Iba el zarevitz Iván por el camino y de pronto vio que el lobo, llevando a Elena la Hermosa, le daba alcance. El zarevitz Iván se puso muy contento. El lobo le dijo: — Monta sin pérdida de tiempo, no sea que nos persigan. El lobo corría veloz, cruzando como una exhalación bosques, ríos y lagos. Por fin, llegó con Elena la Hermosa y el zarevitz Iván al reino del zar Kusmán. Preguntó el lobo: — ¿Por qué te veo tan triste y abatido, zarevitz Iván? — ¿Cómo quieres que no esté triste, lobo gris? ¿Acaso puedo separarme de tal beldad? ¿Acaso puedo cambiar a Elena la Hermosa por un caballo? El lobo gris le respondió: — No te separaré de Elena la Hermosa. La ocultaremos en algún escondrijo, yo adoptaré su imagen y tú me llevarás a presencia del zar. Escondieron a Elena en una cabaña que había en medio del bosque. El lobo dio una voltereta y quedó convertido en Elena la Hermosa. El zarevitz Iván lo llevó a presencia del zar Kusmán. El zar se alegró mucho y dio las gracias al zarevitz, diciéndole: — Te agradezco mucho, zarevitz Iván, que me hayas traído la novia. Toma el caballo de crines de oro con su bocado. Montó el zarevitz Iván a lomos del caballo y fue en busca de Elena la Hermosa. La sentó a la grupa del corcel y se dirigió hacia el reino de su padre. Mientras, el zar Kusmán se casaba. El festín se prolongó hasta las tantas de la noche. Cuando se hizo hora de dormir el zar llevó a Elena la Hermosa a su habitación, pero en cuanto se acostó al lado vio que el lugar de su joven esposa lo ocupaba un lobo. El zar, espantado, se cayó de la cama, y el lobo huyó. Dio el lobo gris alcance al zarevitz Iván y le preguntó: — ¿Por qué te veo tan pensativo, zarevitz Iván? — ¿Cómo quieres que no lo esté? Me da pena separarme de un tesoro como el caballo de crines de oro, me da pena cambiarlo por el pájaro de fuego. — No te apenes, yo te ayudaré. Llegaron al reino del zar Afrón, y el lobo dijo: — Oculta a Elena la Hermosa y al caballo, yo me convertiré en el corcel de crines de oro y tú me llevarás a presencia del zar Afrón. En fin, ocultaron a Elena la Hermosa y al bruto en el bosque. El lobo gris dio una voltereta y se convirtió en el caballo de crines de oro. El zarevitz Iván lo llevó a presencia del zar Afrón. El zar se puso muy contento y le dio el pájaro de fuego en su jaula de oro.

Page 6: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El zarevitz Iván regresó al bosque, montó a Elena la Hermosa en el caballo de crines de oro, tomó la preciosa jaula con el pájaro de fuego y se dirigió al reino de su padre. Mientras, el zar Afrón hizo que le trajeran el caballo, y se disponía ya a montarlo, cuando el corcel se convirtió en un lobo gris. Asustado, el zar se desplomó sin poder dar siquiera un paso. El lobo huyó y, al poco, daba alcance al zarevitz Iván, a quien dijo: — ¡Ea, despidámonos, yo no puedo ir más allá! El zarevitz Iván echó pie a tierra, hizo tres profundas reverencias al lobo gris y le dio las gracias con mucho respeto. El lobo gris le dijo: — No te despidas de mí para siempre, que todavía he de serte útil. “¿Cuándo vas a serme útil, si ya se han cumplido todos mis deseos?”, pensó el zarevitz Iván. Luego, montó a lomos del caballo de crines de oro y prosiguió su camino, con Elena la Hermosa y el pájaro de fuego. Habían llegado ya al reino del zar Berendéi cuando al zarevitz se le ocurrió descansar un rato. Llevaban consigo un poco de pan, lo comieron, bebieron agua de un manantial y se tendieron a descansar. En cuanto el zarevitz Iván se quedó dormido, llegaron al paraje aquel sus hermanos. Habían cabalgado por tierras extrañas buscando el pájaro de fuego, pero regresaban con las manos vacías. Vieron los hermanos que el zarevitz Iván lo había conseguido todo y se confabularon. — Matemos a Iván y todo será nuestro. Se hicieron el ánimo y mataron al zarevitz Iván. Montaron a lomos del caballo de crines de oro, tomaron consigo el pájaro de fuego, sentaron en la grupa del corcel a Elena la Hermosa y la amenazaron: — ¡No se te ocurra decir una palabra! El zarevitz Iván yacía muerto, y los cuervos revoloteaban ya sobre su cuerpo. De pronto llegó corriendo el lobo y apresó a un cuervo y a su corvato. — Vuela, cuervo, en busca de agua de la vida y agua de la muerte. Si las traes, soltaré a tu corvato. Viendo que no tenía otra salida, el cuervo levantó el vuelo, y el lobo quedó sujetando al corvato. No se sabe si fue mucho o poco el tiempo que estuvo volando el cuervo. Lo que sí se sabe es que trajo el agua de la vida y el agua de la muerte. El lobo gris roció de agua de la muerte las heridas del zarevitz Iván, que cicatrizaron al instante; luego roció el cuerpo muerto con agua de la vida, y el zarevitz resucitó. — ¡Cuán profundamente dormía! — Tan profundamente —le dijo el lobo gris—, que de no ser por mí no te hubieras despertado nunca. Tus hermanos te mataron y se llevaron todo lo que conseguiste. Monta encima de mí sin pérdida de tiempo. Volaron en pos de los hermanos y no tardaron en darles alcance. El lobo gris los mató a dentelladas y esparció sus restos por el campo. El zarevitz Iván se inclinó profundamente ante el lobo gris y se despidió de él para siempre. Regresó a casa el zarevitz Iván montado en el caballo de crines de oro llevando consigo el pájaro de fuego, para su padre, y acompañado de Elena la Hermosa, con quien había resuelto casarse. El zar Berendéi se alegró mucho de ver a su hijo y le hizo mil preguntas. Iván le contó que el lobo gris le había ayudado a conseguirlo todo y luego le dijo que sus hermanos lo habían matado cuando estaba durmiendo y que el lobo los había hecho pedazos. El zar Berendéi se apenó, pero no tardó en consolarse. El zarevitz Iván se casó con Elena la Hermosa y fue muy feliz con ella.

Page 7: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Los dos Ivanes

Vivían en una aldea dos hermanos, Iván el Rico e Iván el Pobre. Iván el Rico nadaba en la abundancia, su granero estaba repleto de excelente trigo, sus vacas pastaban en el verde robledal, sus ovejas pacían a la orilla del río y, en su horno, se cocían esponjosos panes. Iván el Rico no tenía hijos ni grandes ni pequeños, toda su familia la constituían su mujer y él.Iván el Pobre no tenía más animales que una rana que vivía en un charco de su corral y un gato que moraba en una cesta vieja. Tenía en cambio, siete hijos. Los chicos se sentaban todos en un banco y pedían gachas. Pero no había en la casa ni un grano de cereal ni un pellizco de harina. Quieras que no, Iván el pobre tuvo que ir a casa de Iván el Rico.— Buenos días, hermano.— Buenos días, pobretón. ¿Qué te trae por aquí? ¿Es que la casa se te cae encima?— Préstame un poco de harina, hermano. Luego te la pagaré.— Está bien —respondió Iván el Rico—, te prestaré una escudilla de harina y tu me devolverás luego un saco.— ¿No te parece mucho, hermano, pedir un saco por una escudilla?— Si no te hace, lárgate con viento fresco.¿Qué podía hacer Iván el Pobre? Tomó llorando la escudilla de harina yse fue. Pero cuando se disponía a cruzar el umbral de su casa, sopló ululante el viento, arremolinó toda la harina de la escudilla —no dejó más que un poco de polvo en el fondo— y se alejó volando.Iván el Pobre montó en cólera y dijo:¡Oh, travieso viento norte, has dejado hambrientos a mis hijitos!Espera, que ya daré contigo y te haré responder de tus travesuras!Salió Iván el Pobre en persecución del viento. Si el viento volaba Por el camino, por el camino iba Iván. Si el viento se adentraba en el bosque, Iván le seguía. Llegaron a un corpulento roble. El viento se ocultó en un hueco del árbol, e Iván se metió también allí.Vio el viento a Iván y le dijo:¿Qué te trae por aquí, mujik?Llevaba un puñado de harina a mis hijos hambrientos —respondió Iván y tú, malvado, soplaste ululante y esparciste la harina. ¿Quieres que vaya a casa con las manos vacías?— ¿Eso es todo? —dijo el viento—. No te apures. Aquí tienes un mantel mágico, que te proporcionará todo lo que desees.Iván, loco de alegría, hizo una reverencia al viento y corrió a casa.En cuanto hubo llegado, tendió el mantel sobre la mesa y dijo:Mantel mágico, danos de comer y de beber.Apenas dichas estas palabras, aparecieron sobre el mantel pastelillos y rosquillas, sopa de carne, jamón y dulce jalea.Iván y sus hijos se dieron el gran hartazgo y se acostaron. A la mañana siguiente, cuando se disponían a almorzar, se presentó en la casa Iván el Rico. Al ver la mesa repleta de manjares, el ricachón enrojeció de rabia y dijo a su hermano:— ¿Qué veo, hermano, es que te has vuelto rico?— Rico no soy, pero tengo lo bastante para comer yo mismo y para agasajarte. Mira, ahora te devuelvo el saco de harina que te debo. ¡Mantel mágico, dame un saco de harina!Apenas hubo dicho estas palabras, apareció sobre el mantel un saco de harina.Iván el Rico lo cogió y salió de la casa sin decir palabra. Al atardecer se presentó de nuevo y pidió:

Page 8: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Querido hermano, hazme un gran favor. Han venido de visita unos amigos de la aldea vecina y no tengo con qué agasajarles, pues hoy no hemos encendido el horno ni cocido pan. Déjame, hermano, por una hora, tu mantel mágico.Iván el Pobre dejó el mantel a su hermano.El ricachón agasajó a las visitas y, cuando éstas se marcharon, guardó el mantel mágico en un baúl y llevó a casa de Iván el Pobre otro idéntico, pero sin magia alguna.— ¡Gracias, hermano —dijo el ricachón—, hemos comido de primera!Iván el Pobre se sentó a la mesa con sus hijos, dispuesto a cenar, y extcndió el mantel.¡Mantel mágico, danos de cenar!El mantel yacía sobre la mesa, blanco, limpio, pero la cena no aparecía.Iván el Pobre corrió a casa de su hermano.— ¿Qué has hecho de mi mantel, hermano?— No sé a qué te refieres. Tal como te lo llevé, te lo devolví. Iván el Pobre se echó a llorar y regresó a su casa. Pasaron dos días, y los chicos de nuevo se pusieron a llorar, pidiendo de comer. Pero en la casa no había ni un grano de cereal ni un pellizco de harina. Quieras que no, Iván el Pobre tuvo que ir a casa de Iván el Rico.¡Buenos días, hermano!Buenos días, pobretón. ¿Qué te trae por aquí? ¿Es que la casa se te encima?— Los chicos lloran, tienen hambre. Damc, hermano, un poco de harina, de grano o de pan.Tomó Iván el Pobre el plato de jalea y se fue a su casa. El sol calentaba de lo lindo, y lajalea empezó a derretirse y se vertió al suelo. No quedó de ella más que un pequeño charco en medio del camino. Iván el Pobre montó en cólera y dijo:— ¡Ay, sol insensato! ¡Tus bromas son una desgracia para mis hijos! ¡Espera, que ya daré contigo y te haré responder de tus travesuras!Salió Iván el Pobre en busca del sol. Caminaba sin descanso, pero el sol le llevaba siempre la delantera, hasta que, al atardecer, se puso detrás de una montaña. Allí le encontró Iván.El sol vio a Iván y le dijo:— ¿Qué te trae por aquí, Iván?— Llevaba a mis hijos hambrientos —le dijo Iván—un plato de jalea, ¡pero tú, sol insensato, te pusiste a calentarla, la derretiste y cayó toda al camino. ¿Quieres que vaya a casa con las manos vacías?— No te preocupes —respondió el sol—, ya que te he gastado una mala broma, te sacaré de apuros. Te daré una cabra de mi rebaño. Tú aliméntala con bellotas y, cuando la ordeñes, te dará oro.Iván hizo una reverencia al sol y llevó la cabra a casa. Una vez allí, Ir dio unas bellotas y se puso a ordeñarla. En vez de leche, la cabra daba oro. En fin, Iván empezó a vivir bien, y sus hijos ya no pasaban hambre.Iván el Rico se enteró de que su hermano tenía una cabra mágica y se presentó en la casa.— Buenos días, hermano.— Muy buenos días.— Sácame de apuros, hermano querido, déjame tu cabra por una hora. Debo pagar una deuda y no tengo dinero.Llévatela, pero no vuelvas a engañarme.Se llevó Iván el Rico la cabra, la ordeño, tomó el oro, encerró el animal en una jaula y llevó a Iván el Pobre una cabra sin magia alguna.¡Gracias, hermano, me has sacado de apuros!

Page 9: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Dio Iván el Pobre a la cabra unas bellotas y se puso a ordeñarla... Salía de las ubres leche y corría por las pezuñas, sin que la cabra diera oro.Corrió Iván el Pobre a casa de su hermano, que le dijo:— No sé qué quieres. Tal como me la llevé, te la devolví.Iván el Pobre rompió a llorar y se marchó a su casa. Pasaron los días y las semanas. Los chicos lloraban, pidiendo de comer. El invierno era muy inclemente, y en la casa no había ni un grano, de cereal ni un pellizco de harina. Quieras que no, Iván el Pobre tuvo que ir a ver a su hermano.— Los chicos lloran, tienen hambre. Dame, hermano, un puñado de harina.— No te daré ni harina ni grano. Si quieres, puedes llevarte las sobras de la sopa de coles que comimos ayer, están en el estañte de la despensa.Tomó Iván el Pobre la cazuela con la sopa de coles de la víspera y se dirigió hacia su casa. Aullaba la tempestad de nieve y arreciaba el frío. Se puso el frío a jugar con la sopa de coles, cubriéndola de hielo y espolvoreándola de nieve. Y estuvo jugando con ella hasta que la heló por completo y no había ya en la cazuela más que un oscuro pedazo de hielo, que no se podía comer.Iván el Pobre montó en cólera y dijo:— ¡Ay, frío, frío, narizota roja! Tus bromas son una desgracia para mis hijos! ¡Espera, que ya daré cóntigo y te haré responder de tus travesuras!Salió Iván el Pobre en busca del frío. Si el frío iba por los campos, por los campos iba Iván. Si se adentraba en los bosques, Iván le seguía. Por fin, el frío se tendió bajo un gran montón de nieve, e Iván se metió también allí.El frío le vio y dijo asombrado:— ¿Qué te trae por aquí, Iván?— Llevaba a mis chicos las sobras de la sopa de coles que había comido mi hermano, y tú te pusiste a jugar con ella y la helaste. ¿Quieres que vaya a casa con las manos vacías? Mi hermano me ha quitado el mantel mágico y la cabra de oro, y tú has echado a perder la sopa.— ¿Eso es todo? —dijo el frío—. Toma en compensación esta bolsa mágica. Cuando necesites algo di: “¡Salid de la bolsa!”, lo que salga de ella cumplirá tus deseos. Cuando digas: “¡A la bolsa!”, se ocultará.Hizo Iván una reverencia al frío y se marchó. Al llegar a casa, sacó la bolsa y dijo:— ¡Salid de la bolsa!Al instante salieron de la bolsa dos estacas de pino y se pusieron a medirle las costillas a Iván el Pobre, al tiempo que decían:— ¡No creas, pobre, a los ricos! ¡No creas, Iván, a tu hermano el ricachón, aprende de una vez!Iván, jadeante, apenas si pudo gritar:— ¡A la bolsa!Las estacas se ocultaron al punto.Al atardecer se presentó en la casa Iván el Rico y dijo:— ¿Dónde has estado, Iván? ¿Qué has traído?— He visitado al frío, hermano, y he traido una bolsa mágica. En cuanto dices: “¡Salid de la bolsa!”, salen dos y hacen lo que uno necesita.— ¡Ay, hermano, déjame la bolsa por un día! La techumbre de mi casa se está cayendo, y no encuentro quien la arregle.— Llévate la bolsa, hermano.El ricachón se fue a su casa con la bolsa, cerró la puerta nada más llegar y dijo:— ¡Salid de la bolsa!Salieron al instante de la bolsa dos estacas de pino y se pusieron a medir las costillas al ricachón, al tiempo que decían:

Page 10: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¡No engañes, ricachón, al pobre! Devuelve, ricachón, a Iván el mantel y la cabra.Iván el Rico corrió seguido de las estacas a casa de Iván el Pobre, e imploró:¡Sálvame hermano! ¡ Te devolveré el mantel mágico y la cabra!— ¡A la bolsa! —gritó Iván el Pobre.Las estacas se ocultaron en la bolsa. Iván el Rico llegó a su casa más muerto que vivo y devolvió a su hermano el mantel mágico y la cabra de oro.Iván el Pobre y sus hijos vivieron desde entonces felices y contentos.Ahora, los siete chicos se sientan en el banco y comen con cucharas de madera barnizada ricas gachas adobadas con mantequilla.

Finist, el halcón encantado

Érase un campesino viudo que tenía tres hijas. Quería el hombre buscar una criada para que ayudara a las mozas a tener aseada la casa, pero Mariushka, la hija menor, le dijo:— No busques una criada, padre, que yo misma me encargaré de la casa.En fin, Mariushka se puso al frente de la casa. Sabía hacerlo todo, y el trabajo le cundía que era un primor. El padre quería mucho a su Mariushka y estaba contentísimo de tener una hija tan inteligente y hacendosa. Además, era bonita como un cromo. Las hermanas, por el contrario, eran envidiosas y feas, pero muy presumidas, y se pasaban el día entero dándose afeites y probándose vestidos, botines y pañoletas.En cierta ocasión fue el padre al bazar y preguntó a las hijas.— ¿Qué queréis que os traiga, hijitas? La mayor y la segunda le respondieron:— Cómpranos a cada una un pañolón con flores grandes bordadas en oro.Mariushka no pidió nada, y el padre le preguntó:¿Y tú que quieres, hijita?— Cómprame —respondió Mariushka— una pluma de Finist, el halcón encantado.Regresó el padre del bazar y entregó a las hijas mayores lo que le liahan pedido. A Mariushka no le dio nada, pues no había podido hallar la pluma del halcón. Se disponía el padre a ir otra vez al bazar y dijo a las mozas: — ¡Ea, hijitas, decidme lo que queréis!La mayor y la mediana pidieron muy contentas:— Cómpranos a cada una un par de botines con tacones de plata.Mariushka pidió por segunda vez:— Cómprame, padre, una plumita de Finist, el halcón encantado.El padre estuvo todo el día en el bazar yendo de un lado para otro y no encontró la plumita.En fin, el hombre fue al bazar por tercera vez. Las hijas mayores le pidicron:— Cómpranos un vestido a cada una.Mariushka dijo de nuevo:— Cómprame, padre, una plumita de Finist, el halcón encantado.El padre anduvo todo el día por el bazar y no pudo encontrar la plumita. Salía de la ciudad, cuando se cruzó con él un anciano.— ¡Buenas tardes, abuelo!— ¡Buenas tardes, amable! ¿A dónde vas?

Page 11: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— A mi aldea, abuelo. Estoy muy apenado. Mi hija la pequeña me pidió que le comprara una plumita de Finist, el halcón encantado, y no he podido encontrarla.— Yo tengo una plumita del halcón, y, aunque la estimo mucho, te la daré, pues para un buen hombre como tú no me da pena nada.Sacó el anciano una plumita que no tenía nada de particular y la dio al campesino. Iba el buen hombre por el camino y pensaba en qué habría encontrado Mariushka en la plumita aquella.En fin, entregó el padre los regalos a las hijas. Las mayores se pusie ron sus vestidos y empezaron a burlarse de Mariushka, diciéndole:— Sigues tan tonta como siempre. ¡Anda, hinca la pluma esa en tu pelo y presume con ella!Mariushka no respondió a sus hermanas, se apartó cuando todos se hubieron acostado, echó al suelo la plumita y dijo:— Querido Finist, halcón encantado, preséntate aquí, mi deseado novio.Apareció de pronto un galán de belleza indescriptible. Al amanecer, el galán se dejó caer con fuerza contra el suelo y se convirtió en halcón. Mariushka le abrió la ventana, y el halcón voló al cielo azul. Tres días recibió Mariushka al apuesto mozo; de día volaba convertido en halcón por el azul espacio y, en cuanto caía la noche, acudía a la ventana deMariushka y se transformaba en un agraciado joven.Al cuarto día, las envidiosas hermanas de Mariushka se dieron cuenta y se quejaron de su hermana la menor al padre.Mejor haríais, queridas hijas, en preocuparos de vosotras mismas fue la respuesta del buen hombre.“Bien —resolvieron las hermanas—, ya veremos lo que pasa”.Las malvadas hincaron en el marco de la ventana afiladas hojas de cuchillo y se ocultaron para observar lo que ocurría.Llegó volando el halcón encantado, pero no pudo entrar en la habitación de Mariushka. Probó una y otra vez a penetrar por la ventana, pero no logró más que herirse el pecho con los cuchillos. Mariushka dormía profundamente y no oyó nada. El halcón dijo, descsperado:— ¡Quien me necesite, me encontrará! Pero será difícil. Me encontrará cuando haya gastado tres pares de zapatos, se le hayan partido tres cayados, y se le desgarren tres gorros, todo ello de hierro.Mariushka oyó aquellas palabras, saltó de la cama y miró por la ventana, pero no vio más que las manchas de sangre que había dejado allí el halcón. Lloró Mariushka amargas lágrimas, lavó con ellas la sangre y se hizo más bella todavía que antes.Fue Mariushka a su padre y le dijo:— No me riñas, padre, deja que me ponga en camino; si no muero, ya nos veremos, y si muero, será porque lo quiere así mi suerte.El padre dejó con harto dolor de corazón que Mariushka se pusiera en camino.Encargó Mariushka tres pares de zapatos, tres cayados y tres gonos, todo de hierro, y partió en busca de su amado Finist, el halcón encantado. Cruzaba campos y bosques y subía las montañas. Los pajarillos la alegraban con sus jubilosas canciones, los arroyuelos lavaban su blanca tez, y los oscuros bosques la acogían amorosos. Nadie tocaba a Mariushka. Todas las fieras —los lobos, los osos y los zorros acudían a ella. Gastó Mariushka los tres pares de zapatos, se le partieron los tres cayados y se le desgarraron los tres gorros.Por fin llegó a un claro y vio en él una casita que giraba sobre patas de gallina. Dijo Mariushka:— Casita, casita, vuélvete con tu puerta hacia mí y tu trasera hacia el bosque, para que pueda entrar y comer pan.

Page 12: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

La casita volvió su puerta hacia Mariushka. Entró la joven y encontró allí a la bruja Yagá con los pies apoyados en los ángulos de la casa, los labios descansando en el vasar y la nariz pegada al techo.Vio la bruja a Mariushka y se puso a alborotar:— ¡Fu, fu! ¡Huele a carne rusa! Dime, niña hermosa, ¿vas en busca del destino o huyes de él sin tino?Voy, abuelita, en busca de Finist, el halcón encantado —respondió Mariushka.— ¡Oh, preciosa, tendrás que buscarle mucho tiempo! Tu halcón encantado se halla en el fin mismo del mundo. Una zarina hechicera le ha dado un bebedizo y lo ha hecho casarse con ella. Pero yo te ayudaré. Toma este platillo de plata y este huevo de oro. Cuando llegues al reino de la hechicera esa, entra a servir en palacio. Cuando termines tu trabajo, toma el platillo y deposita en él el huevo de oro, que comenzará a rodar solo. Si alguien quiere comprártelos, no los vendas. Pide que te dejen ver a Finist, el halcón encantado.Mariushka dio las gracias a la bruja y prosiguió su camino. El bosque se puso súbitamente muy oscuro. Mariushka se asustó y gritó inmóvil, sin atreverse a dar un paso. Un gato salió a su encuentro, se le acercó de un salto y le dijo, runruneando:— No temas, Mariushka, sigue adelante. Sentirás más miedo, pero no te detengas, camina sin volver atrás la cabeza.El gato se restregó contra las piernas de Mariushka y se alejó. La moza siguió su camino. El bosque se puso todavía más oscuro. Mariushka caminaba y caminaba, gastó los zapatos de hierro, se le partió el cayado, se le desgarró el gorro y llegó a una casita sobre patas de gallina. En torno había una cerca con las estacas coronadas por calaveras en las que ardía fuego.Mariushka dijo:— Casita, casita, vuelve tu puerta hacia mí y tu fachada trasera hacia el bosque, para que pueda entrar y comer pan.La casita volvió su puerta hacia Mariushka. La joven entró y vio allí a la bruja Yagá, con los pies apoyados en los ángulos de la habitación, los labios sobre el vasar y la nariz pegada al techo.Vio la bruja Yagá a Mariushka y se puso a alborotar:— ¡Fu, fu! ¡Huele a carne rusa! Dime, niña hermosa, ¿vas en busca del destino o huyes de él sin tino?— Voy, abuelita, en busca de Finist, el halcón encantado —respondió Mariushka.— ¿Estuviste en casa de mi hermana?— Sí, abuelita.— Bien, preciosa, te ayudaré. Toma este bastidor de plata y esta aguja de oro. La aguja bordará ella misma con oro y plata terciopelo carmesí. Si te la quieren comprar, no la vendas, pide que te dejen ver a Finist, el halcón encantado.Mariushka dio las gracias a la bruja y se marchó. En el bosque se oían ruidos, truenos, silbos, y las calaveras lo iluminaban todo. Mariushka sintió miedo. Vio que un perro corría hacia ella.— ¡Guau, guau, Mariushka, no tengas miedo, querida, camina, y aunque tu espanto irá en aumento, no vuelvas la cabeza! Dicho esto, el perro desapareció. Mariushka siguió caminando. El bosque se fue poniendo más y más oscuro, y las ramas la sujetaban de las piernas y de las mangas... Pero Mariushka seguía adelante sin volver la cabeza.Por fin, gastó Mariushka los zapatos de hierro, se le partió el cayado y se le rompió el gorro. Llegó a un claro en el que había una casita sobre patas de gallina. Rodeaba la casita una cerca con las estacas coronadas por cráneos de caballo en los que ardía fuego.Mariushka dijo:

Page 13: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Casita, casita, vuelve tu puerta hacia mí y tu fachada trasera hacia el bosque.La casita volvió su puerta hacia Mariushka. Entró la joven en la casa y vio que estaba allí una bruja con los pies apoyados en los ánguilos de la habitación, los labios sobre el vasar y la nariz pegada al techo. Era la bruja muy negra y de su boca asomaba un colmillo. Vio la bruja a Mariushka y se puso a alborotar.— ¡Fu, fu! ¡Huele a carne rusa! Dime, niña hermosa, ¿vas en busca del destino o huyes de él sin tino?— Voy, abuelita, en busca de Finist, el halcón encantado.— Te será difícil encontrarlo, preciosa, pero yo te ayudaré. Toma esta rueca de oro, que hila sola, pero no hilo sencillo, sino de oro también.— Gracias, abuelita.— Las gracias ya me las darás luego, y ahora escucha lo que tengo que decirte: si quieren comprarte la rueca, no la vendas; pide que te dejen ver a Finist, el halcón encantado.Mariushka dio las gracias a la bruja y prosiguió su camino. El bosque rumoreaba, ululaba, se oyeron silbos, revolotearon las lechutas, los ratones salieron todos de sus nidos y se precipitaron hacia Mariushka. De pronto, la joven vio que corría hacia ella un lobo.No te apures —le dijo el lobo—, monta encima de mí y no vuelvas la cabeza.Montó Mariushka a lomos del lobo gris y en un abrir y cerrar de se perdió de vista. Delante se extendían anchurosas estepas, prados de raso, ríos de miel con orillas de jalea, y en el horizonte se alzaban unos montes que llegaban a las nubes. Mariushka galopaba sin cesar, montada en el lobo. Por fin vio un palacete de cristal. Los postes y la terracilla eran de madera tallada, las ventanas tenían molduras ni los marcos, y por una de ellas miraba la zarina.— ¡Ea, Mariushka —dijo el lobo—, apéate y pide trabajo a la zarina!Mariushka se apeó, tomó su hatillo, dio las gracias al lobo y encainitió sus pasos hacia el palacete de cristal. Hizo una reverencia a la zarina y dijo:Perdone que no sepa cómo se llama, ¿no necesitará usted una criada?La zarina respondió:— Hace tiempo que busco una criada que sepa hilar, tejer y bordar.— Yo sé hacer todo eso —dijo Mariushka.— Si es así, entra y ponte a trabajar.Mariushka se puso a trabajar en el palacio. Todo el día andaba atareada, pero, al llegar la noche, tomaba el platillo de plata y el huevo de oro y decía:— Rueda, rueda, huevo de oro por el platillo de plata y muéstrame a mi amado.Rodaba el huevo de oro por el platillo de plata y aparecía en éste Finist, el halcón encantando. Mariushka lo miraba y gemía, llorando a lágrima viva:— ¡Finist, amado mío, Finist, mi halcón encantado!, ¿por qué me abandonaste, pobre de mí, dejándome sumida en llanto?La zarina la oyó y le dijo:— Véndeme, Mariushka, el Platillo de plata y el huevo de oro.— No puedo venderlos —dijo Mariushka—. Pero puedo dártelo si me dejas ver a Finist, el halcón encantado.La zarina lo pensó y dijo:— Está bien, sea. Esta noche, cuando Finist duerma, te dejaré verlo.Llegó la noche. Mariushka entró en el dormitorio de Finist, el halcón encantado, y vio que su amigo del alma dormía como si estuviera muerto. Mariushka no le quitaba ojo, besaba sus labios de miel y lo apretaba a su pecho de alabastro, pero Finist no despertaba. Llegó la mañana sin que Mariushka hubiera conseguido despertar a su amado...

Page 14: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Mariushka estuvo trabajando todo el día, pero al llegar la noche tomó el bastidor de plata y la aguja de oro y se puso a bordar, repitiendo de vez en cuando:Borda, borda, agujita de oro, bellos bordados para Finist, el halcón encantado, para la toalla con que se seque por las mañanas.La zarina oyó lo que Mariushka decía y propuso a la joven:— Véndeme, Mariushka, el bastidor de plata y la agujita de oro.— No te los venderé —respondió Mariushka—, pero te los daré si me dejas que vea a Finist, el halcón encantado.La zarina lo pensó y dijo:— Bien, sea. Ven esta noche.Llegó la noche. Entró Mariushka en el dormitorio de Finist, el halcón encantado, y lo encontró durmiendo como un muerto.— ¡Finist, mi halcón encantado, levántate, despierta! Finist dormía tan profundamente, que Mariushka no logró despertarlo. A la mañana siguiente Mariushka se dedicó a su trabajo y al llegar la noche tomó en sus manos la rueca de oro. La zarina lo vio y le dijo:— Véndemela.— No la vendo, pero te la puedo dar si me dejas pasar una hora con Finist, el halcón encantado.— Está bien —accedió la zarina, y pensó: “De todos modos, no podrás despertarlo”.Llegó la noche. Entró Mariushka en el dormitorio de Finist, el halcón encantado, y lo encontró durmiendo como un muerto.— ¡Finist, mi halcón encantado, levanta, despierta! Finist no se despertaba.Por más que se esforzó Mariushka, no pudo arrancarlo de su sueño.El amanecer se avecinaba. Mariushka se echó a llorar.¡Amado mío, Finist, mi halcón encantado, levántate, despierta, mira a tu Mariushka y estréchala contra tu corazón!Una lágrima cayó de los ojos de Mariushka al hombro de Finist, el halcón encantado, y le quemó. Finist abrió los ojos, miró entorno, vio a Mariushka y la abrazó.— ¿Eres tú, Mariushka? ¿Has gastado tres pares de zapatos de hierro, se te han partido tres cayados y desgarrado tres gorros? ¿Me has encontrado? Ahora mismo volvemos a nuestra tierra.Se disponían ya a marcharse, cuando la zarina les vio y ordenó a los heraldos que tocaran sus clarines y anunciaran que su marido le había hecho traición.Se reunieron los príncipes y los mercaderes para resolver qué castigo debía imponerse a Finist, el halcón encantado.Pero Finist dijo:— ¿Quién, a vuestro parecer, es la verdadera esposa, la que ama con todo su corazón o la que vende y traiciona a su marido?Todos convinieron en que la verdadera esposa de Finist, el halcón encantado, era Mariushka.En fin, volvieron Mariushka y Finist a su tierra y dieron un banquete para todos los que quisieron asistir. Sonaban las trompetas, disparaban salvas los cañones, y la fiesta fue tan sonada, que hasta hoy día se recuerda.

Aliónushka e Ivánushka

Éranse dos ancianos que tenían una hija, y un hijo, llamados Aliónushka e Ivánushka. Los ancianos se murieron, y Aliónushka e Ivánushka se quedaron solos en el mundo.

Page 15: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Ahiónushka salió al campo a trabajar y tomó consigo a su hermanito. Cruzaron un lejano prado y luego un vasto campo, y a Ivánushka Ir entró sed.Aliónushka, hermanita — dijo el chico—, tengo sed.— Espera, hermanito —le aconsejó Aliónushka—, a que lleguemos al pozo.Siguieron caminando. El sol estaba alto, el pozo quedaba lejos, el calor apretaba y los hermanos sudaban a mares. De pronto vieron oua pezuña de vaca llena de agua.— Aliónushka, hermanita —dijo el chico— beberé de la pezuña.No bebas, hermanito —le aconsejó Aliónushka—, que te convertirás en un ternero.lvánushka obedeció a su hermana, y siguieron caminando.El sol estaba alto, el pozo quedaba lejos, el calor apretaba y los hermanos sudaban a mares. De pronto vieron un casco de caballo lleno de agua.— Aliónushka, hermanita —dijo el chico—, beberé del casco.— No bebas, hermanito —le advirtió Aliónushka—, que te convertirás en un potrillo.Ivánushka dejó escapar un suspiro, y siguieron adelante.El sol estaba alto, el pozo quedaba lejos, el calor apretaba y los hermanos sudaban a mares. De pronto vieron una pezuña de cabra llena de agua.— Aliónushka, hermanita, no puedo más, voy a beber el agua de la pezuña —dijo Ivánushka.— No bebas, hermanito —le previno Aliónushka—, que te convertirás en un cabritillo.Ivánushka no hizo caso a su hermana y bebió el agua que llenaba la pezuña de cabra.En cuanto hubo saciado su sed, quedó convertido en un cabritillo.Aliónushka llamó a su hermanito, pero en vez de Ivánushka corría tras ella un cabritillo blanco.Aliónushka se sentó, abatida, en una gavilla de heno, llorando a lágrima viva, y el cabritillo brincaba a su alrededor.En aquellos instantes acertó a pasar por allí un mercader.— ¿Por qué lloras, niña hermosa? —preguntó a Aliónushka.Aliónushka le contó su desgracia.El mercader le dijo:— Cásate conmigo. Te vestiré con ropas bordadas de oro y plata y el cabritillo vivirá con nosotros. Aliónushka lo pensó y se casó con el mercader.Vivían felices, y el cabritillo no se separaba de ellos y comía del mismo plato que Aliónushka.En cierta ocasión en que el mercader se hallaba ausente, apareció junto a la casa una bruja, se detuvo al pie de la ventana de Aliónushka y con voz melosala invitó a bañarse en el río.La bruja llevó a Aliónushka a la orilla, se abalanzó sobre la joven, le ató una piedra al cuello y la arrojó al agua. Luego, ella misma adoptó la imagen de Aliónushka, se puso sus vestidos y regresó a la casa. Nadie, ni siquiera el mercader cuando regresó, advirtió el engaño.El cabritillo era el único que lo sabía todo. Triste, ni comía ni bebía. Día y noche iba y venía por la orilla del río y llamaba:

— Aliónushka, hermanita,Sal nadando a la orillita…

Se enteró la bruja y pidió al mercader que sacrificara el cabritillo.Al mercader le daba lástima del cabritillo, al que estaba muy acostumbrado. Pero la bruja le pedía aquello con tanta insistencia, que dijo por fin:— Bien, sacrifícalo...

Page 16: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

La bruja dispuso que los criados encendieran altas hogueras, calentaran agua en grandes calderas y afilaran cuchillos largos.El cabritillo se enteró de que sus horas estaban contadas y dijo al mercader:— Antes de mi muerte, déjame que vaya al río y beba agua fresca para enjuagar mis tripas.— Está bien, puedes ir.Corrió el cabritillo al río, se paró en la orilla y gritó con lastimera voz:

— ¡Aliónushka, hermanita, Sal nadando a la orillita! Arden altas las hogueras, Hierven las grandes calderas. ¡Afilan largos cuchillos, Para hacerme picadillo!

Aliónushka le respondió desde el fondo del río:

¡Ay, Ivánushka, hermanito! Me lleva al fondo la piedra, Cubre la arena mi pecho Mis piernas traba la hierba.

La bruja se puso en aquellos momentos a buscar al cabritillo y, como no daba con él, dijo a un criado:— Busca al cabritillo y tráelo aquí.El criado dirigió sus pasos hacia el río y vio que el cabritillo corría por la orilla y gritaba con voz lastimera:

— ¡Aliónushka, hermanita, Sal nadando a la orillita! Arden altas las hogueras, Hierven las grandes calderas. ¡Afilan largos cuchillos Para hacerme picadillo!

Una voz contestó desde el río:

— ¡Ay, Ivánushka, hermanito! Me lleva al fondo la piedra, La arena cubre mi pechoMis piernas traba la hierba.

El criado corrió a la casa y contó al mercader lo que había oído. La gente acudió en tropel a la orilla, echó al agua una red de seda y sacó a Aliónushka. Le quitaron del cuello la piedra, la bañaron en la fría agua de un manantial y la vistieron con hermosas galas. Aliónushka revivió más bonita aún que antes.El cabritillo, loco de alegría, dio tres volteretas y se convirtió en Ivánushka.A la bruja la ataron a la cola de un caballo salvaje y, luego, dieron rienda suelta a la bestia.

Page 17: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El caballito mago

Érase un anciano que tenía tres hijos varones. Los mayores, mozos despiertos y buenos galanes, gobernaban la hacienda. El menor, Iván, el Tonto, no era tan agraciado como sus hermanos. Dominaban a Iván dos pasiones: recoger setas en el bosque y pasar horas y m,ás horas tumbado a la bartola en lo alto del horno.Sintió el anciano que iba a morir y ordenó a sus tres hijos:— Cuando me muera, venid tres noches seguidas a mi tumba y traedme pan.Enterraron al anciano. Llegó la noche. El hermano mayordebía ir a la tumba pero, bien porque tuviese pereza o bien porque sintiera miedo, dijo al menor:— Iván, ve por mí esta noche a la tumba del padre. Te compraré una rosquilla.Iván accedió gustoso, tomó una hogaza y fue a la tumba del padre. Llegó allí, se sentó en el suelo y se puso a esperar. A eso de la medianoche se abrió la tierra.El Padre salió de la tumba y dijo:— ¿Quién hay aquí? ¿Eres tú, mi primogénito? Dime, ¿qué pasa en Rusia: ladran los perros, aúllan los lobos o llora mi hijito?Iván le respondió:— Soy yo, tu hijito. En Rusia está todo tranquilo.Se hartó el padre de pan y se tendió en la hoya. Iván se marchó a casa y, por el camino, recogió setas en el bosque. Cuando hubo llegado a la isba, el hermano mayor le preguntó:— ¿Has visto al padre?— Sí.— ¿Se comió el pan?— Sí. Se dio un hartazgo.Llegó la segunda noche. Le tocaba ir al mediano, pero, bien porque tuviera pereza o bien porque sintiera miedo, dijo al menor:— Iván, ve por mí a la tumba del padre. Te haré unas abarcas.— Está bien.Iván tomó una hogaza y se dirigió a la tumba del padre. Llegado que hubo, se sentó y se puso a esperar. A medianoche se abrió la tierra, el padre se levantó de la fosa y preguntó:— ¿Quién hay ahí? ¿Eres tú, mi segundo hijo? Dime, ¿qué pasa en Rusia: ladran los perros, aúllan los lobos o llora mi hijito?Iván respondió:— Soy yo, tu hijo. En Rusia todo está tranquilo.Se hartó el padre de pan y se tendió en la hoya. Iván se marchó a casa y, por el camino, recogió setas en el bosque. Cuando hubo llegado a la isba, su hermano le preguntó:— ¿Ha comido pan el padre?— Sí. Se ha dado un hartazgo.A la tercera noche le tocaba ir a Iván. Dijo a sus hermanos:— He ido ya dos noches. Id hoy vosotros a la tumba del padre y yo descansaré.Los hermanos le respondieron:— ¡Qué dices, Iván! Tú ya conoces aquello, mejor será que vayas tú.— Está bien.Tomó Iván una hogaza y se marchó. A medianoche se abrió la tierra y el padre salió de la fosa.— ¿Quién hay ahí? —preguntó— ¿Eres tú, Iván, mi benjamín? Dime, ¿qué pasa en Rusia: ladran los perros, aúllan los lobos o llora mi hijito?

Page 18: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Iván respondió:— Soy yo, tu hijo Iván. En Rusia todo está tranquilo.El padre se hartó de pan y dijo:— Eres el único que ha cumplido mi última voluntad, no te ha dado miedo venir a mi tumba tres noches seguidas. Sal a mitad del campo. y grita: “Caballo morcillo, caballo tordillo, caballo hechizado, hermoso alazán, detente a mi lado, bello rubicán”. Acudirá un caballo, métete por su oreja derecha, sal por la izquierda, y te convertirás en un galán como hay pocos. Luego, salta a lomos del caballo y cabalga.Tomó Iván el freno que le tendió su padre, dio las gracias y se marchó a casa. Por el camino, como siempre, recogió setas en el bosque. Llegado que hubo a la isba, los hermanos le preguntaron:— ¿Has visto al padre?— Sí.— ¿Ha comido pan?— Se ha dado un hartazgo y ha dicho que no volvamos más. A los pocos días, un heraldo del rey anunció que todos los galanes solteros acudieran a palacio. La hija del rey, la princesita Belleza Sin l’ar, había mandado construir un palacete con doce columnas. Asomada a la ventana, en lo más alto, esperaría a ver quién saltaba en su caballo a tan gran altura y lograba besar sus labios de miel. Al jinete, cualquiera que fuese su condición, el rey daría por esposa a su hija, la princesita Belleza Sin Par, y de dote, la mitad de su reino.Se enteraron de todo aquello los hermanos de Iván y resolvieron:— Probemos suerte.Echaron pienso a sus hermosos corceles, los sacaron de la cuadra,pusieron sus mejores ropas y peinaron sus rizos. Iván, tendido tras la chimenea del horno, les dijo:— Hermanos, llevadme con vosotros a probar suerte.Cállate, so tonto. Vete al bosque a recoger setas y no quieras hacer reír a la gente.Montaron los hermanos sus hermosos corceles, se ladearon bizarramente los gorros y, enre silbos y gritos, partieron al galope, dejando en pos un reguero de polvo. Iván tomó el freno que le había dado el padre, salió al campo y gritó:— Caballo morcillo, caballo morcillo, caballo hechizado, hermoso alazán, detente a mi lado, bello rubicánComo por arte de birlibirloque apareció un caballo. Sus cascos hacían retemblar la tierra, sus ollares despedían llamas, y sus orejas, penachos de humo. Se detuvo el caballo en seco y preguntó:— ¿Qué mandas, señor mío?Acarició Iván al bruto, le puso el freno, se metió por su oreja derecha y salió por la izquierda, transformado en un galán tan apuesto, que ni en los cuentos se encontraba igual. Montó Iván su caballo y se dirigió al palacio del rey. Galopaba el caballo, la tierra retemblaba bajo sus cascos, los montes y los valles desaparecían bajo su cola, y los troncos y tocones pasaban por entre sus patas.Llegó Iván al palacio y vio allí un mar humano. En un hermoso palacete con doce columnas se hallaba la princesita Belleza Sin Par, asomada a la ventana, allá en lo alto.Salió el rey a la entrada de su real mansión y dijo:— Al bravo que salte con su caballo hasta la ventana y bese a mi hija en sus labios de miel, se la daré por esposa, y será la dote la mitad de mi reino.

Page 19: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Los bravos galanes hicieron la prueba. Pero nadie pudo alcanzar laventana, ¡estaba aquello tan alto! Probaron suerte los hermanos de Iván, pero sólo llegaron a la mitad.Le llegó el turno a Iván, que dio rienda suelta a su corcel, lo animó con un grito y saltó, pero le faltaron unos cuatro palmos para alcanzar la ventana. Probó otra vez y quedó corto dos palmos. Hizo Iván volver grupas al caballo, lo acicateó, saltó y, como una exhalación, voló ante la ventana y besó a la princesita Belleza Sin Par en sus labios de miel. La princesita le golpeó con su anillo en la frente, marcándolo.La muchedumbre clamó:— ¡Detenedle, detenedle!Pero Iván ya se había perdido de vista.Salió a campo abierto, se metió por la oreja izquierda del caballo, salió pr la derecha y de nuevo volvió a ser Iván el Tonto. Dejó suelto el caballo, se dirigió a casa y, por el camino, recogió setas en el bosque. Llegado que hubo a la isba, se envolvió la frente en un trapo y se tumbó a la bartola en lo alto del horno.Llegaron los hermanos y relataron lbo que habían visto.— Había muy bravos galanes, pero uno no tuvo rival: saltó con su caballo y besó a la princesa en la boca. Vimos por dónde había venido, pero no vimos por dónde se marchó.Iván, tendido tras la chimenea, preguntó:— ¿No era yo, por azar?Los hermanos le imprecaron, enojados:— Como tonto que eres, no dices más que tonterías. Duerme ahí arriba del horno y come tus setas.Iván se quitó sin ser visto el trapo con que se cubría la frente para ocultar la marca del anillo de la princesita, y una viva luz llenó la isba. Los hermanos gritaron, asustados:— ¿Qué haces, so tonto? Vas a prender fuego a la isba.Al día siguiente, el rey invitó a un festín a todos los boyardos, a todos los príncipes y a todos los hombres sencillos, ricos y pobres, chicos y grandes.Los hermanos de Iván se disponían a asistir al festín aquel. Iván les dijo:— Llevadme con vosotros.¿Para qué, so tonto, para que hagas reír a la gente? Quédate ahí arriba del horno y come tus setas.Montaron los hermanos en sus hermosos corceles y se marcharon.Iván les siguió a pie. Llegó a palacio, entró en la sala del festín y se sentó en un rincón. La princesita Belleza Sin Par fue acercándose, uno por uno, a todos los comensales. Les ofrecía una gran copa de hidromiel y miraba si llevaban en la frente la marca de su anillo.Por último llegó adonde estaba Iván y sintió que el corazón le daba un vuelco. Lo miró yio vio todo tiznado y con los pelos de punta.1 a princesita Belleza Sin Par le preguntó:— ¿Quién eres? ¿De dónde has venido? ¿Por qué llevas la frente vendada?— Me he dado un golpe.La princesita le quitó el trapo, y todo el palacio se llenó de luz. princesita gritó:— ¡Es mi sello! ¡Este es mi prometido!Se acercó el rey y dijo:— ¿Este es tu prometido? ¡Pero si es feo como él solo y está todo tiznado!Iván dijo al rey:— Permite que me lave.El rey se lo permitió. Salió Iván al patio y gritó, como le había enseñado su padre:

Page 20: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Caballo morcillo, caballo tordillo, caballo hechizado, hermoso alazán, detente a mi lado, bello rubicán.Como por arte de birlibirloque, apareció el caballo. Sus cascos hacían retemblar la tierra, sus ollares despedían llamas, y sus orejas, penachos de humo. Iván se metió por la oreja derecha, salió por la izquierda y de nuevo se convirtió en un galán tan apuesto, que ni en los cuentos se encontraba igual. Todos los presentes quedaron boquiabiabiertos.En fin, no dieron largas al asunto: inmediatamente después del festín, se celebró la boda.

El frío justiciero

Se casaron un viudo y una viuda que tenían, ambos, una hija del primer matrimonio. En fin, ya se sabe lo que son las madrastras: a las hijastras la riñen y castigan, con razón y sin ella, y a sus hijas las acarician y miman hagan lo que hagan.La hijastra cuidaba de los animales, partía la leña, iba por agua, encendía la estufa y barría la casa antes de que saliera el sol... Pese a ello, a la vieja todo le parecía mal, nada la complacía. El viento, aunque a veces ulule, acaba calmándose, pero cuando una vieja monta en cólera, tarda en aplacarse. En fin, se le ocurrió a la vieja deshacerse de su hijastra y dijo al marido:— Llévala, viejo, a donde quieras, con tal de que no vuelva a verla. Llévala al bosque y que la mate el frío.El viejo se puso muy triste y se echó a llorar, pero ¿qué podía hacer, era imposible entenderse con la mujer aquella? En fin, enganchó el caballo y dijo a su hija:— Monta, hijita mía, en el trineo.Llevó a la chica al bosque, la dejó caer sobre un montón de nieve, al pie de un abeto, y se marchó.La chica temblaba, aterida, al pie del abeto. De pronto oyó que el Frío andaba cerca, haciendo crujir los abetos y saltando de árbol en árbol. Se posó el Frío en el abeto a cuyo pie se hallaba la chica y preguntó desde arriba:— ¿Tienes calor, niña?— Sí, padrecito Frío, tengo calor.El Frío descendió un tanto y arreció inclemente.— ¿Tienes calor, niña hermosa?La chica balbuceó, con la respiración cortada:— Sí, padrecito Frío, tengo calor.El Frío descendió todavía más y apretó cuanto pudo.— ¿Tienes calor, niña hermosa? ¿Tienes calor, corazoncito?La chica sentía que sus miembros se paralizaban, pero respondió, itioviendo con dificultad la lengua:Sí, querido Frío, tengo mucho calor.El Frío se compadeció de la chica, la envolvió en calientes abrigos dr pieles y la reanimó tapándola con mullidos edredones.Mientras, la madrastra, que estaba friendo hojuelas para celebrar la muerte de la chica, gritó a su marido:— ¡Eh, viejo hurón, ve a enterrar a tu hija!

Page 21: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Fue el viejo al bosque, llegó al pie del abeto y vio a su hija alegre, sonrosada, vistiendo un abrigo de marta cebellina, toda adornada con alhajas de oro y de plata. Al lado veíase una caja con ricos regalos. El viejo se alegró mucho, cargó todo en el trineo, sentó en él a su hija y la llevó a casa.La vieja seguía friendo hojuelas, cuando el perro ladró bajo la mesa:— ¡Guau, guau! ¡La hija del viejo viene con oro y plata; con la hija de la vieja nadie se casa!La vieja arrojó una hojuela al perro y le dijo:— ¡No ladres así! Debes decir: “La hija de la vieja se va a casar; a la hija del viejo van a enterrar... El perro se zampó la hojuela y repitió:— ¡Guau, guau! ¡La hija del viejo viene con oro y plata; con la hija de la vieja nadie se casa!La vieja daba hojuelas al perro, le pegaba, pero el animal repetía siempre lo mismo.De pronto chirriaron los goznes de la puerta y entró en la isba la hijastra, cubierta de oro y plata, refulgente como el sol. En pos iba el viejo, con una caja grande y pesada. Al ver aquello, la vieja quedó boquiabierta. Luego, gritó:— ¡Engancha, viejo hurón, otro caballo, lleva a mi hija al bosque ydéjala en el mismo sitio!El viejo montó a la hija de la vieja en el trineo, la llevó al bosque, la dejó caer sobre el montón de nieve, al pie del abeto, y se marchó.A la hija de la vieja se pusieron a castañetearle los dientes.El Frío hacía crujir los árboles del bosque, saltaba de un abeto a otro y miraba a la hija de la vieja. Luego, le preguntó:— ¿Tienes calor, niña?— ¡Huy, estoy helada! —respondió la moza—. ¡No hagas crujir los árboles, Frío. ..!El Frío descendió un poco y arreció inclemente.— ¿Tienes calor, niña hermosa? —preguntó.— ¡Huy, tengo los pies y las manos como sorbetes! ¡Vete, Frío!El Frío descendió todavía más y apretó de lo lindo.— ¿Tienes calor, niña hermosa? —volvió a preguntar.— ¡Huy, estoy helada del todo! —se quejó la moza—. ¡Así revientes, Frío maldito!El Frío montó en cólera y apretó tanto, que dejó a la hija de la vieja hecha un bloque de hielo.En cuanto amaneció, la vieja dijo a su marido:— ¡Engancha en seguida, viejo hurón, el caballo, ve en busca de mi hija y tráela cubierta de oro y plata!...El viejo se marchó, y el perro se puso a ladrar debajo de la mesa:— ¡Guau, guau! ¡A la hija del viejo la van a casar; a la hija de la vieja la van a enterrar!La vieja echó al perro un pastelillo y le dijo:— ¡No ladres así! Debes decir: “A la hija de la vieja la traen cubierta de oro y plata”...El perro volvió a lo suyo:— ¡Guau, guau! A la hija de la vieja la van a enterrar... Chirrió la puerta del corral. La vieja se precipitó a recibir a su hija y vio que yacía muerta en el trineo.Rompió la vieja a llorar, pero ya era tarde.

El rey y el arquero

Vivía en cierto reino un zar que no había pensado aún en casarse y que tenía a su servicio un arquero llamado Andréi.

Page 22: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

En cierta ocasión salió Andréi de caza, y aunque anduvo por el bosque todo el día, la suerte no quiso que cobrara ni una sola pieza. Al anochecer emprendió Andréi el regreso, muy triste por su mala fortuna, y de pronto vio una tórtola posada en una rama. “Menos mal —se dijo el buen arquero—, por lo menos no volveré con el morral vacío”.Disparó Andréi una flecha e hirió al ave. La tórtola cayó sobre la húmeda tierra. Andréi la levantó, y se disponía ya a retorcerle el cuello, para meterla en el morral, cuando la tórtola le dijo:— No me mates, arquero Andréi, no me retuerzas el cuello. Llévame viva a tu casa y déjame en el poyo de la ventana. Cuando veas que me entra sueño, golpéame con la mano derecha cuán fuerte puedas y alcanzarás una dicha infinita.Andréi quedó atónito, y no era para menos. ¡La tórtola hablaba como las personas! En fin, llevó Andréi el ave a su casa, Ía dejó en el poyo de la ventana y se puso a esperar. Al poco tiempo, la tórtola ocultó la cabeza bajo el ala y se durmió. Recordó Andréi lo que el ave le había dicho y la golpeó muy fuerte la mano derecha. La tórtola cayó al suelo y quedó convertida en una doncella, en la princesita María, tan hermosa que ni en los cuentos tenía igual. La princesita María dijo al arquero:— Ya que has sabido cazarme, sabe guardarme. Festejemos nuestro encuentro sin grandes prisas y, después, a casarnos. Seré una mujer fiel y alegre.Así lo resolvieron. Andréi el Arquero se casó con la princesita María y vivían los dos muy felices. No obstante, Andréi no olvidaba sus obligaciones: cada día salía al bosque al amanecer y llevaba las piezas cobradas a la cocina del zar.Pero no vivieron así mucho tiempo. La princesita María dijo en cierta ocasión:— Vives muy pobremente, Andréi.— Como tú misma ves.— Mira, procúrate unos cien rublos y compra hilos de seda de distintos colores, que lo demás corre de mi cuenta.Hizo Andréi lo que su mujer le había dicho, pidió dinero a sus compañeros —a quien un rubIo, a quien dos—, compró los hilos y se los llevó a su mujer. La princesita María tomó los hilos y dijo a su marido:— Acuéstate, que mañana será otro día.Andréi se acostó, y la princesita María se puso a tejer. En una sola noche tejió un tapiz como el mundo no había visto nunca: en él aparecía dibujado todo el reino, con sus ciudades y pueblos, con sus bosques y vergeles, con sus aves en el cielo, sus fieras en los montes y sus peces en los mares; en torno, giraban la luna y el sol...A la mañana siguiente, la princesita María dio el tapiz a su marido y le dijo:— Llévalo al bazar y véndelo a algún mercader; pero ten cuidado, no le pongas precio y acepta lo que te den.Andréi tomó el tapiz, se lo colgó del brazo y se fue al bazar. Se le acercó apresuradamente un mercader, que le dijo:— Escucha, buen hombre, ¿qué pides por el tapiz?— Ponle precio tú, que eres mercader.Por más que calculaba, el mercader no podía poner precio al tapiz aquel. Se acercó otro mercader, luego otro más, y, al poco, toda una muchedumbre contemplaba admirada el tapiz, pero nadie podía ponerle precio.Acertó a pasar por allí un consejero del zar y quiso saber de qué hablaban los mercaderes. Se apeó de la carreta, se abrió paso a duras penas por entre el inmenso gentío y preguntó:— ¡Buenos días, mercaderes venidos de allende el mar! ¿De qué estáis hablando?— Aquí nos tiene sin poder ponerle precio a este tapiz.

Page 23: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Miró el consejero el tapiz y quedó maravillado.— Dime, arquero, la pura verdad: ¿de dónde has sacado ese tapiz, tan bello?— Lo ha bordado mi mujer.— ¿Cuánto quieres por él?— No lo sé. Mi mujer me dijo que no regateara, que aceptara lo que me diesen.— Aquí tienes, arquero, diez mil rubIos.Tomó Andréi el dinero, entregó el tapiz y se fue a su casa.El zar quedó boquiabierto cuando puso sus ojos en aquel tapiz en el que todo su reino se veía como si se tuviese en la palma de la mano.— Pídeme lo que quieras —dijo a su consejero—, pero me quedo con el tapiz.Sacó el rey veinte mil rubIos y los entregó a su consejero. Este se guardó las monedas y pensó: “No importa, yo pediré que me hagan otro todavía más bello”.Montó otra vez en su carreta y se dirigió a la barriada en que vivía Andréi. Encontró la isba del arquero y llamó a la puerta. Le abrió la princesita María. El consejero había pasado ya un pie sobre el umbral, pero no podía mover el otro y callaba, olvidado de lo que le había llevado allí: ante él había una mujer tan bella, que se podía estar toda la vida mirándola. La princesita María esperó un buen rato, pero al ver que el hombre aquel no despegaba los labios, lo tomó de los hombros, le hizo dar media vuelta y cerró la puerta. El consejero se recobró a duras penas de su asombro y se fue de muy mala gana a su casa. Desde aquel día perdió el apetito y el sosiego: no se podía quitar de la cabeza la mujer del arquero.El rey se dio cuenta de que a su consejero le ocurría algo y le preguntó qué le preocupaba.El consejero dijo al zar:— ¡Ay, he visto a la mujer de un arquero y no hago más que pensar en ella! He perdido el apetito, y no hay bebedizo que me pueda hacer olvidarla.Sintió el zar vivos deseos de ver a la mujer del arquero. Se vistió como la gente del pueblo, encaminó sus pasos a la isba del arquero Andréi y llamó a la puerta. La princesita María le abrió. El rey pasó un pie sobre el umbral, pero no podía mover el otro, paralizado de asombro: jamás había visto una mujer tan bella. Al ver que el hombre aquel no despegaba los labios, la princesita María le tomó por los hombros, le hizo dar media vuelta y cerró la puerta.Sintió el zar que se había enamorado perdidamente. “¿Por qué —se decía— vivo soltero? ¡Oh, si pudiera casarme con esa beldad! No ha nacido para ser la mujer de un arquero, ha nacido para ser reina”.Regresó el zar a palacio y concibió un negro designio: quitarle la mujer al arquero. Llamó el rey a su consejero y le dijo:— Piensa en lo que se podría hacer para que desaparezca el arquero Andréi. Si se te ocurre algo, te donaré ciudades y pueblos, y grandes tesoros; si no se te ocurre nada, puedes despedirte de tu cabeza.Quedó triste y pensativo el consejero del rey. No se le ocurría de qué modo se podría quitar la vida al arquero. Resolvió el consejero ahogar en vino sus penas y se fue a la taberna.Se le acercó allí un borrachín que vestía un caftán hecho unos zorrosy le dijo:— ¿Qué te pasa, consejero de su majestad, por qué te veo triste y cabizbajo?— ¡Déjame en paz, borrachín!— En vez de gritarme, convídame a un vaso de vino, y te sacaré de apuros.El consejero convidó a un vaso de vino al borrachín y le contó sus penas.El borrachín le dijo:

Page 24: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Acabar con el arquero Andréi no sería difícil, es un simplón, pero su mujer es muy astuta. De todos modos, idearemos algo superior a su ingenio. Vuelve a palacio y dile al rey que envíe al arquero Andréi al otro mundo para que se entere de cómo vive el difunto padre del rey: Andréi irá allí y ya no regresará.El consejero dio las gracias al borrachín y corrió a palacio.— Ya he ideado de qué modo se puede acabar con el arquero.Dijo el consejero al zar a dónde debía enviar a Andréi y para qué.El rey se puso muy contento y mandó que llamaran a Andréi. Cuando éste se hubo presentado, le dijo:— Tú, Andréi, siempre has sido mi fiel súbdito, y quiero que me prestes un servicio: ve al otro mundo y entérate qué tal vive mi padre. Si no vas, puedes despedirte de tu cabeza.Andréi regresó a casa y se sentó en un banco, muy abatido, gacha la cabeza. La princesita María le preguntó:— ¿Por qué estás disgustado? ¿Ha ocurrido algo malo?Andréi contó a su mujer lo que le había ordenado el rey. La princesita María le consoló, diciendo:— ¿Por tan poca cosa te pones así? Eso no es nada para lo que ha de venir. Acúestate, que mañana será otro día.Muy de mañana, cuando Andréi se despertó, la princesita María le dio un saco de galletas y un anillo de oro y le dijo:— Ve y dile al zar que debe acompañarte su consejero, pues de lo contrario nadie creería que estuviste en el otro mundo. En —cuanto salgas, con tu acompañante, a la carretera, echa al suelo el anillo, y él te mostrará el camino.Tomó Andréi el saco de galletas y el anillo, se despidió de su mujer y se encaminó a palacio para pedir al zar que lo acompañara el consejero. El zar no tuvo más remedio que acceder y dispuso que elconsejero acompañara a Andréi al otro mundo.En fin, se pusieron los dos en camino. Andréi arrojó al suelo el anillo, que se puso a rodar. Andréi lo seguía por los despejados campos, por los musgosos pantanos, por los ríos y lagos, y en pos de Andréi caminaba el consejero del zar. Cuando se cansaban, hacían un alto y comían unas galletas.

.En fin, pasado algún tiempo, no sabemos si mucho o poco, después de cubrir cierta distancia, no sabemos si grande o pequeña, llegaron a un espeso bosque y bajaron a un profundo barranco. Allí se detuvo el anillo.Andréi y el consejero se sentaron para comer unas galletas. De pronto vieron que el viejo zar tiraba de un enorme carro cargado de leña y que dos diablos, provistos de sendas estacas, lo arreaban, cada uno por un costado.Andréi dijo al consejero:— Mira, ¿no es ese nuestro difunto zar?— Sí, tienes razón, él es quien tira de ese carro cargado de leña. Andréi gritó a los diablos.— ¡Eh, señores diablos, dejen suelto, aunque sea por un ratito, a ese difunto, que necesito hablar con él!Los diablos respondieron:— No tenemos tiempo que perder. Di, ¿quieres que nosotros mismos tiremos del carro?— ¿Por qué? Aquí tienen a mi compañero, que puede hacer eso—dijo el arquero.

Page 25: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

En fin, los diablos desengancharon al viejo zar, uncieron al carro al consejero y se pusieron a descargarle estacazos por ambos costados; el consejero, encorvado por el esfuerzo, tiraba del carro.Andréi preguntó al viejo zar qué tal vivía.— ¡Ay, arquero Andréi—respondió el rey—, en el otro mundo vivo muy mal! Saluda de mi parte a mi hijo y dile que sea bueno con la gente, si no le ocurrirá lo mismo que a mí.Apenas si habían terminado la conversación, cuando los diablos regresaban ya, con el carro vacío. Andtéi se despidió del viejo zar, se hizo cargo del consejero, y ambos emprendieron el regreso.Llegaron a su reino y se personaron en palacio. El zar vio al arquero y, furioso, le gritó:— ¿Cómo has osado volver?Andréi le respondió:— He estado en el otro mundo y he visto a tu difunto padre. Vive mal. Me ha pedido que te salude de su parte y te diga que seas bueno con la gente.¿Tienes pruebas de que has estado en el otro mundo y hablado con mi padre?— ¿Pruebas? Su consejero tiene aún en la espalda los cardenales que los diablos le hicieron con sus estacas.El zar se convenció de lo que Andréi le decía y no tuvo más remedio que dejar que se fuera a su casa. Luego, dijo a su consejero:— Como no se te ocurra algo para acabar con el arquero, despídete de tu cabeza.El consejero salió de palacio más triste que antes. Entró en taberna, se sentó a una mesa y pidió vino. Se le acercó el borrachín.— ¿Por qué te veo tan cabizbajo, consejero de su majestad? Convídame a un vaso de vino y te diré lo que debes hacer.El consejero convidó al borrachín a un vaso de vino. El borrachín le dijo:— Vuelve atrás y dile al zar que ordene al arquero algo que no cumplir, sino que hasta imaginárselo sea difícil. Dile que lo envíe al fin al mundo para que le traiga el Gato del Sueño...Corrió el consejero a palacio y dijo al zar lo que debía pedir arquero para que éste no pudiera regresar. El rey mandó llamar a Andréi.— Andréi —dijo—, ya que cumpliste bien la misión que te encargué ve ahora al fin del mundo y tráeme el Gato del Sueño. Si no lo traes despídete de la cabeza. Regresó Andréi a casa taciturno y cabizbajo y contó a su mujer lo que le había ordenado el zar.— ¿Por eso te pones así? Eso no es nada para lo que ha de venir. Acuéstate, que mañana será otra día.Andréi se acostó, y la princesita María fue á la fragua y pidió al herrero que le hiciera tres bonetes de hierro, unas tenazas y tres varillas: una de hierro, otra de cobre y la tercera de estaño.Muy de mañana, la princesita María despertó a Andréi.— Aqui tienes tres bonetes y tres varillas; puedes ya ir al fin del mundo. Cuando te falten tres verstas para llegar, te acometerá un sueño irresistible. Eso será cosa del gato, que procurará amodorrarte. No duermas, mueve un brazo tras otro y una pierna tras otra, y donde no puedas andar, avanza a rastras. Si te duermes, el Gato del Sueño te matará.En fin, la princesita María explicó a su marido todo lo que debía hacer y se despidió de él.Contar, pronto se cuenta, pero transcurrieron muchos días con sus noches antes de que Andréi llegara al fin del mundo. Cuando le faltaban unas tres verstas para alcanzar su meta, sintió de pronto un sueño irresistible. Se puso los tres bonetes de hierro y, moviendo un brazo tras otro y una pierna tras otra, siguió su camino; donde no podía caminar, avanzaba a rastras. Sobreponiéndose mal que bien al sueño, llegó Andréi a la vista de un alto poste.

Page 26: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Al descubrir la presencia de Andréi, el Gato del Sueño emitió un gruñido, luego se puso a maullar y saltó desde lo alto del poste a la cabeza del arquero. Rompió dos bonetes y la emprendió con el tercero. Pero Andréi asió al gato con las tenazas, lo arrojó al suelo y se puso a golpearlo con las varillas. Lo azotó primero con la varilla de hierro, hasta que la rompió, luego empuñó la de cobre, hasta que la partió en dos, y, por último, se puso a azotarlo con la de estaño.La varilla de estaño se doblaba, pero no se partía. Andréi propinaba golpe tras golpe al gato, y éste se puso a contar cuentos de los popes, los diáconos y las hijas de los popes. Andréi, sin escucharle, continuaba alzando y abatiendo la varilla.Incapaz de resistir más golpes y convencido de que no lograría engañar a Andréi, el gato pidió clemencia:— ¡No me pegues más, buen hombre, y haré por ti todo lo que me pidas!¿Te vendrás conmigo?— Adonde quieras.Andréi emprendió _l regreso, llevando consigo al gato. Llegó por fin a su reino, se presentó con el gato ante el rey y dijo a éste:— He hecho, señor, todo lo que me ordenaste, te he traído el Gato del Sueño. . IEl zar se asombró y dijo:— ¡Ea, Gato del Sueño, muestra tu genio!El gato afiló sus uñas y quisó desgarrar con ellas el pecho del zar para sacarle el corazón.El zar gritó asustado:— ¡Andréi, arquero mío, apacigua, por Dios, al Gato del Sueño!Andréi apaciguó al gato, lo metió en una jaula y se fue a casa, donde esperaba la princesita María. Vivía Andréi muy feliz con su mujer, pero el zar estaba cada vez más enamorado y llamó de nuevo a su consejero. — Arréglatelas como quieras —le dijo—, pero acaba con el arquero; sino lo consigues, puedes despedirte de la cabeza.El consejero se fue derecho a la taberna, encontró allí al borrachín y le pidió que le ayudara. El borrachín se echó al coleto un vaso de vino, se pasó la mano por los bigotes y dijo: I— Ve y dile al zar que ordene a Andréi ir no se sabe a dónde y traer no se sabe qué. Andréi no podrá cumplir la orden esa en toda su vida y no regresará jamás.El consejero corrió en un vuelo a palacio y dijo al zar lo que había qué hacer. El zar mandó llamar a Andréi.— Ya que has cumplido dos misiones que te encomendé —le dijo—, cumple otra más: ve no se sabe a dónde y trae no se sabe qué. Si lo haces, te recompensaré generosamente, como corresponde a soberano, y si no, despídete de la cabeza.Llegó Andréi a casa, se sentóen el banco y se puso a llorar. La princesita María le preguntó:— ¿Qué te pasa, querido?, ¿por qué lloras?— ¡Ay —respondió Andréi—, cuánto tengo que sufrir por tu belleza! El zar me ha ordenado que vaya no se sabe a dónde y traiga no se sabe qué.— ¡Esta vez sí que es difícil la cosa! En fin, no te preocupes; acuéstate que mañana será otro día.La princesita María esperó a que oscureciera del todo, abrió un libro de magia y se enfrascó en su lectura, pero acabó dejándolo a un lado y llevándose las manos a la cabeza: en el libro no se decía nada de lo que había ordenado el zar. La princesita María salió a la terracilla, sacó su pañuelo y lo sacudió. Acudieron todos los pájaros y fierecillas.— Fierecillas del bosque y pájaros del cielo —dijo la princesita—, vosotros que corréis y voláis por todas partes, ¿no sabéis cómo se puede ir no se sabe a dónde y traer no se sabe qué?Las fierecillas y los pájaros respondieron:

Page 27: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— No, princesita María, no lo sabemos. Sacudió la princesita María su pañuelo, y las fierecillas y los pájaros desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Volvió a sacudir el pañuelo y aparecieron ante ella dos gigantes.— ¿Qué deseas, señora nuestra? ¿Qué es lo que quieres? — Llevadme, mis fieles servidores, a mitad del mar océano.Alzaron los gigantes en vilo a la princesita María, la llevaron al mar océano y, sosteniéndola en sus manos, se detuvieron, como de altos postes, en medio mismo de las aguas, sobre la fosa más profunda. La princesita María sacudió su pañuelo y acudieron todos los monstruos y peces del mar.— Monstruos y peces del mar —dijo la princesita—, vosotros nadáis por todas partes y conocéis todas las islas, ¿no sabéis cómo se puede ir no se sabe a dónde y traer no se sabe qué?— No, princesita María, no lo sabemos.Se puso muy triste la princesita María y ordenó a los gigantes que la llevaran a casa. Los gigantes volaron con ella hasta la isba de Andréi y la dejaron en la terracilla.Muy de mañana, la princesita María se despidió de Andréi, dándole, antes de que se pusiera en camino, un ovillo de hilo y una toalla con bordados.— Deja que el ovillo ruede ante ti y síguelo. Doquiera que te lleve, ten cuidado, si te lavas, de no secarte con otra toalla que no sea la que te he dado.Se despidió Andréi de la princesita María, hizo cuatro profundas reverencias, volviéndose hacia los cuatro puntos cardinales, y se dirigió hacia las puertas de la ciudad. Dejó caer el ovillo y, cuando éste empezó a rodar, lo siguió.Contar se cuenta pronto, pero fueron muchos los días que Andréi tuvo que caminar y muchos los reinos y tierras que cruzó. El ovillo rodaba, yel hilo se iba desenrollando. Se hizo el ovillo pequeño como un huevo de gallina y, por fin, apenas si se distinguía ya en el camino... Llegó Andréi a un bosque y vio una isba sobre patas de gallina.— Isba, isbita, vuelve tu puerta hacia mí y tu parte trasera hacia el bosque.La isba dio la vuelta, y Andréi vio sentada en un banco a una anciana de pelo blanco que hilaba con una rueca.— ¡Fu! ¡Fu! No olía aquí a carne rusa, pero ella misma ha venido aquí. Te asaré en el horno, te comeré y luego montaré a caballo en tus huesos.— ¿Será posible —dijo Andréi— que tú, vieja bruja Yagá, te comas a un caminante? El caminante tiene mucho hueso, y su carne es dura. Primero prepárame un baño, lávame, tenme al vapor un poco, y luego podrás hincarme el diente.La bruja Yagá calentó agua. Andréi se dio un buen baño y, sacando la toalla que le había dado su mujer, se puso a secarse.La bruja le preguntó:— ¿De dónde has sacado esa toalla? ¿ La ha bordado mi hija?— Tu hija es mi mujer, y ella es quien me la ha dado.— ¡Ay, querido yerno!, ¿con qué quieres que te agasaje?En fin, la bruja Yagá puso la mesa y sirvió a Andréi delicados manjares y excelente vino e hidromiel. Andréi se sentó a la mesa sin hacerse de rogar y se puso a comer a dos carrillos. La bruja Yagá se sentó al lado y, mientras él cenaba, le preguntó cómo se había casado con la princesita María y qué tal vivían juntos. Andréi le contó cómo se habían casado y le dijo luego qu+e el zar lo había enviado no se sabía a dónde a traer no se sabía qué.— ¿No podrías ayudarme, abuelita?— ¡Ay, querido yerno, ni siquiera he oído hablar de ese portento!

Page 28: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

La única que sabe de él es una vieja rana que lleva viviendo en el pantano trescientos años... En fin, no te preocupes, acuéstate, que mañana será otro día.Andréi se acostó, y la bruja tomó dos escobas, voló al pantano y llamó a voces:— ¿Abuela rana, estás viva?— Sí.— Sal del pantano.La vieja rana salió del pantano, y la bruja Yagá le preguntó:— ¿Sabes dónde está no se sabe qué?— Sí.— Ten la bondad de decírmelo. A mi yerno le han ordenado que vaya no se sabe a dónde y traiga no se sabe qué.La rana respondió: — Yo le acompañaría, pero soy muy vieja y no podría saltar hasta allí. Si él me lleva en leche recién ordeñada hasta el Río de Fuego, se lo diré.La bruja Yagá levantó la rana, voló con ella a casa, llenó de leche recién ordeñada un puchero, metió allí a su acompañante y muy de mañana despertó a Andréi. .— ¡Ea, querido yerno, vístete, toma este puchero lleno de leche recién ordeñada, en el que va la rana, monta mi caballo y él te llevará hasta el Río de Fuego!Andréi se vistió, tomó el puchero y montó el caballo de la bruja Yagá. Pasado algún tiempo, no se sabe si poco o mucho, el caballo lo llevó hasta el Río de Fuego, que no podían cruzar ni las fieras nilos pájaros.Andréi echó pie a tierra, y la rana le dijo:— Sácame, galán, del puchero, que debemos cruzar el río.Andréi sacó del puchero la rana y la dejó en el suelo.— ¡Ea, galán, acomódate en mi espalda!— ¿Qué dices, abuelita? i Te voy a aplastar, eres muy pequeña!— No temas, no me aplastarás. Acomódate y sujétate con fuerza.Andréi montó la rana. Esta empezó a inflarse. hasta adquirir el tamaño de una gavilla de heno.— ¿Te sujetas bien?— Sí, abuela.La rana siguió inflándose y pronto era como un almiar.— ¿Te sujetas bien?— Sí, abuela.Siguió la rana inflándose, y al poco era más alta que el bosque. De pronto dio un salto y cruzó el Río de Fuego, dejó a Andréi en la orilla opuesta y recobró su tamaño natural. .— Sigue, galán, ese sendero y verás algo que lo mismo puede ser un palacete, una isba o un cobertizo que no serio. Entra y escóndete detrás del horno. Allí encontrarás no se sabe qué.Andréi tomó el sendero que le había dicho la rana y vio, tras un seto una vieja isba sin ventanas ni terracilla. Entró y se escondió detrás del horno.Pasados unos instantes, se oyó en el bosque un estruendo terrible y entró en la isba un hombrecito del tamaño de una uña, con una barba de una vara de largo, que vociferó:— ¡Eh, compadre Naúm,quiero comer!Al instante apareció una mesa puesta, en la que había un barril de cerveza y un toro asado al horno, con un cuchillo clavado en un costado. El hombrecito se sentó frente al toro, sacó el afilado cuchillo, se puso a cortar carne, y, mojándola en una salsa de ajo, la comía, haciéndose lenguas de su buen sabor.Dejó el hombrecito mondos los huesos del toro, se bebió todo el barril de cerveza y gritó:

Page 29: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¡Eh, compadre Naúm, retira las sobras!La mesa desapareció al instante, con los huesos y el barril, como si nunca hubiera estado allí... Andréi esperó a que el hombrecito se marchara y, haciéndose el ánimo, gritó:— ¡Dame de comer, compadre Naúm!...La mesa volvió a aparecer, abarrotada de manjares delicados y de excelentes vinos e hidromiel.Andréi se sentó y dijo:— Compadre Naúm, siéntate, hermano, a mi lado y comamos juntos.Una voz le respondió:— ¡Gracias, buen hombre! Muchos años hace que sirvo aquí sin que me hayan dado ni una cortf>cilla de pan, y tú me invitas a compartir contigo la comida.Miró Andréi en torno y quedó asombrado: no se veía a nadie, pero los manjares desaparecían de la mesa como si alguien los barriera, los vinos y el hidromiel se vertían ellos mismos en las copas, y éstas se alzaban y bajaban sin que nadie las tocase.Andréi dijo:— ¡Deja que te vea, compadre Naúm!— No puede verme nadie —respondió la voz—, soy no se sabe qué. — ¿Quieres ser mi criado, compadre Naúm?— ¿Por qué no? Veo que eres una buena persona.En fin, terminaron de comer, y Andréi dijo:— ¡Ea, quita la mesa y vente conmigo!Salió Andréi de la isba y miró hacia atrás.— ¿Estás aquí, compadre NaúÍn? —preguntó.— Sí. No temas, no quedaré rezagado —contestó la voz de Naúm. Llegó Andréi al Río de Fuego, donde le estaba esperando la rana.— Dime, galán —preguntó la rana, ¿has encontrado no se sabe qué?— Sí, abuelita.— Monta encima de mí.Andréi volvió a montar a lomos de la rana, ésta se puso a inflarse, saltó luego el Río de Fuego y dejó a Andréi en la orilla.El arquero dio las gracias a la rana y emprendió el camino hacia su reino. Con frecuencia volvía la cabeza y preguntaba:— ¿Estás aquí, compadre Naúm?— Sí. No temas, no quedaré rezagado.Caminó Andréi un día y otro, hasta que sus rápidas piernas se cansaron y sus brazos se abatieron.— ¡Huy, qué cansado estoy!—exclamó.El compadre Naúm dejó oír su voz:— ¿Por qué no lo dijiste antes? Yo te hubiera llevado en un dos por tres a cualquier sitio.Levantó a Andréi un torbellino y lo arrastró; abajo desfilaban con rapidez vertiginosa montes y bosques, ciudades y pueblos. Al cruzar el hondo mar, Andréi se atemorizó y dijo:— ¿No podríamos descansar un poco, compadre Naúm?El viento amainó al punto, y Andréi empezó a descender hacia el mar. Vio que donde alborotaban las olas había aparecido un islote con un palacio de techumbre de oro y un bello jardín. El compadre Naúm dijo a Andréi:— Descansa, come, bebe y contempla el mar. Pasarán ante el islote tres mercaderes en sus barcos. Invita a los comerciantes y agasájalos con largueza, pues tienen tres portentos. Cámbiame por ellos y no temas, que yo volveré a ti.

Page 30: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Pasado un tiempo, no se sabe si poco o mucho, aparecieron por Poniente tres barcos. Desde ellos vieron la isla con el palacio techado de oro y el bello jardín.— ¿Qué maravilla es ésa?—dijeron los mercaderes—. La de veces que hemos navegado por estas aguas y nunca habíamos visto nada que no fuera el mar azul. Bajemos a tierra.Los tres barcos echaron anclas, y los tres mercaderes montaron en una frágil barquilla y se dirigieron a la isla. Andréi salió a recibirles y les dijo:— ¡Bienvenidos sean ustedes!Los mercaderes no cabían en sí de asombro: la techumbre del palacio ardía como si fuera una llama, en los árboles cantaban los pajarillos, y por los senderos del jardín jugueteaban fierecillas nunca vistas.— Di, buen hombre, ¿quién ha construido este maravilloso palacio?—inquirieron los mercaderes. .— Lo ha levantado, en una sola noche, mi criado,. el compadre Naúm —respondió Andréi e invitó a los mercaderes a entrar en el palacio.— ¡Eh, compadre Naúm —ordenó luego—, pon la mesa!Por arte de birlibirloque apareció una mesa abarrotada de manjares y vinos para todos los gustos. Los mercaderes, atónitos, dijeron:— Escucha, buen hombre, cédenos a tu criado y toma en cambio una de nuestras maravillas.— Puedo cambiar, pero ¿qué maravillas son esas de que habláis? Uno de los mercaderes sacó del seno una estaca y explicó a Andréi: — En cuanto le digas, “¡Estaca, mídele las costillas a este hombre!”, se pone ella misma a repartir leña y deja molido a cualquier fortachón. Otro mercader sacó de debajo de su chaquetón un hacha, la colocó cabeza arriba y ella misma se puso a trabajar y —tap—tap—tap—hizo un barco y, luego —tap—tap—tap—, otro. Llevaban los barcos velas, cañones y bravos marineros. Los barcos navegaban, los cañones hacían fuego, y los bravos marineros preguntaban qué ordenaba su dueño y señor.Volvió el mercader el hacha cabeza abajo, y al instante desaparecieron los barcos, como si nunca hubieran existido.El otro mercader sacó del bolsillo un caramillo, lo tocó y al instante apareció un ejército, con caballería e infantería, con fusiles y cañones. Las tropas desfilaban, tocaba la música, flameaban las banderas, galopaban los jinetes, y los oficiales preguntaban qué les ordenaba su dueño y señor.Sopló el mercader en el caramillo por el extremo opuesto y todo desapareció.Andréi dijo:— Buenas son vuestras maravillas, pero la mía vale más. Si queréis cambiar, dadme por mi criado, el compadre Naúm, las tres maravillas juntas.— ¿No será eso mucho?— Como queráis, pero si no me las dais, no haremos el cambio. Los mercaderes se pusieron a pensar y terminaron diciéndose:“¿Para qué queremos nosotros la estaca, el hacha y la flauta? Cambiaremos, pues con el compadre Naúm estaremos siempre, sin preocupación alguna, bien comidos y bebidos”.Entregaron los mercaderes a Andréi la estaca, el hacha y la flautay gritaron:— ¡Eh, compadre Naúm, te llevamos con nosotros! ¿Serás nuestro fiel servidor?Una voz les respondió:— ¿Por qué no? A mí me da lo mismo a quién servir.Regresaron los mercaderes a sus barcos y se pusieron a beber y comer, gritando a cada instante:— ¡Date prisa, compadre Naúm, trae esto, trae aquello!

Page 31: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

En fin, se embriagaron y se quedaron dormidos los tres. Mientras, el arquero estaba muy triste en su palacio. “¿Ay, pensaba, dónde estará ahora mi fiel compadre Naúm?”— Estoy aquí. ¿Qué quieres? —se oyó la voz del compadre. Andréi se alegró mucho y dijo:— Escucha, compadre Naúm, ¿no te parece que ya es hora de que regresemos al terruño, a ver a mi mujercita? Llévame a casa.El torbellino volvió a levantar a Andréi y lo llevó a su casa.Los mercaderes se despertaron y quisieron tomar unos tragos de vino para matar la resaca:—¡Eh, compadre Naúm —gritaron—, trae de comer y de beber, date prisa!Pero por más voces que dieron, todo fue inútil. Miraron en torno y no vieron la isla: donde estuviera, se alborotaba el mar azul.Se apenaron los mercaderes y dijeron: “¡Ay, nos ha engañado una mala persona!”, pero, como nada podían hacer, izaron velas y se dirigieron hacia la meta de su viaje.Mientras tanto, el arquero Andréi llegó a su tierra natal, descendió cerca de su casa y vio que de ella no quedaba más que la chimenea.Abatió Andréi la cabeza y salió de la ciudad en dirección al azul mar, a la orilla desierta. Se sentó, colmado de pena. De pronto llegó volando una tórtola gris, se golpeó contra el suelo y se convirtió en su joven mujer, en la princesita María.Se abrazaron, se saludaron y se pusieron a contarse su vida el uno al otro.La princesita María dijo:— Desde que te marchaste de casa, he estado volando, convertida en tórtola gris, por los bosques y las selvas. El zar envió tres veces en busca mía, pero no me encontraron y prendieron fuego a nuestra casita.Andréi dijo:— Compadre Naúm, ¿no podrías levantar un palacio en este lugar desierto, a orillas del mar azul?— ¿Por qué no?—respondió Naúm—. Ahora mismo cumplo tu voluntad. En un abrir y cerrar de ojos apareció un palacio precioso, mejor que el del zar, y en torno un verde jardín; los pajaritos cantaban posadas en las ramas, y en los senderos jugueteaban fierecillas nunca vistas. Entraron el arquero Andréi y la princesita en el palacio, se sentaron a la ventana y se pusieron a conversar, mirándose embelesados. Vivieron sin penas ni preocupaciones tres días, uno tras otro.Quiso la suerte que el zar fuera de caza a la orilla del mar azul y viera, donde antes nada había, aquel palacio maravilloso.— ¿Quién es el idiota que, sin pedir permiso, ha construido un palacio en mis tierras?Corrieron los cortesanos a enterarse y luego anunciaron al zar que el palacio aquel lo había construido el arquero Andréi y vivía allí con su joven mujer, la princesita María.El zar perdió los estribos y envió a saber si Andréi había ido no se sabía a dónde y había traído no se sabía qué.Regresaron los cortesanos y dijeron al rey: — Andréi ha ido no se sabe a dónde y ha traído no se sabe qué.El rey se salió de sus casillas y ordenó que sus tropas fueran a la orilla del mar, arrasaran el palacio y dieran cruel muerte a Andréi y a su mujer, la princesita María.Viendo que avanzaba un fuerte ejército, Andréi empuñó apresuradamente el hacha y la puso cabeza arriba. El hacha se movió rápida —tap—tap—tap—, y en el mar apareció un barco; luego —tap—tap—tap—, apareció otro, y así hasta cien.Andréi sacó la flauta, sopló y apareció un ejército con caballería e infantería, con cañones y banderas.

Page 32: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Los oficiales galopaban y esperaban órdenes. Andréi ordenó que dieran comienzo a la batalla. Sonaron las cornetas, redoblaron los tambores, y los regimientos se lanzaron al ataque. La infantería arrollaba a los soldados del zar, y la caballería cargaba sobre ellos y los hacía prisioneros. Desde los cien barcos, los cañones disparaban sin cesar sobre la capital del reino.Vio el zar que sus tropas hufan a la desbandada y quiso detenerlas.En aquel mismo instante, sacó Andréi la estaca y ordenó:— ¡Ea, estaca, mídele las costillas al zar!La estaca rodó de un extremo a otro del campo de batalla, dio alcance al zar y le golpeó con fuerza en la frente, matándolo.Terminó con esto la batalla. De la ciudad salieron grandes muchedumbres para pedir a Andréi que empuñara el timón del reino.Andréi no se hizo mucho de rogar. Dio un festín para todo el pueblo y junto con la princesita María, reinó en aquellas tierras hasta la vejez.

La niña y el horno, el manzano y el río

Vivía una vez un matrimonio que tenía una hija y un hijo pequeñito.En cierta ocasión, la madre dijo a la chica:— El padre y yo, hijita, nos vamos al trabajo, cuida Ir tu Iwrmanito. No salgas a la calle, sé obediente, y te compraremos una pañoleta.El padre y la madre se marcharon, y la chica se olvidó de lo que le habían dicho: sentó a su hermanito en la hierba, al pie de la ventana, y salió a la calle a jugar con sus amiguitas.Llegaron volando unos gansos de grandes alas, levantaron al niño y se lo llevaron por los aires. La chica regresó a casa y vio que su hermanito no estaba. Lo buscó por todas partes y no logró encontrarlo.Por más que lo llamó, por más que gritó, anegada en lágrimas, que el padre y la madre la castigarían, el chico no dio señales de vida.Corrió la niña al campo y vio en la lejanía unos gansos que al poco se ocultaban tras el oscuro bosque. La chica adivinó que las aves sr habían llevado a su hermanito, pues hacía ya tiempo que los gansos tenían mala fama: se decía de ellos que robaban a los niños pequeños.La chica corrió en persecución de las aves. De pronto vio un horno.— Dime, horno —preguntó la chica—, ¿sabes a dónde han volado los gansos?El horno le respondió:Si te comes uno de mis pastelillos de centeno, te lo diré.— ¡Como que voy a comer yo pastelillos de centeno! En casa ni los de trigo me hacen tilínEl horno no le dijo a dónde habían volado los gansos. La chica siguió corriendo y vio un manzano, al que preguntó:Dime, manzano, ¿sabes a dónde han volado los gansos?— Si te comes una de mis manzanas silvestres, te lo diré.— Ni siquiera las del huerto de mi padre me hacen tilínEl árbol no le dijo a dónde habían volado los gansos, y la chica siguió corriendo hasta que llegó a un río de leche con orillas de jalea.— Río de leche y orillas de jalea —dijo la chica—, ¿sabéis a dónde han volado los gansos?— Si comes un poco de jalea y bebes un trago de leche te lo diremos —respondió el río.— En casa ni siquiera la nata me hace tilín

Page 33: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Estuvo la chica muchas horas corriendo por los campos y los bosques, el día tocaba a su ocaso, y comprendió que debía volver a casa, pero de pronto vio una isba, con una ventana, que daba vueltas sobre una pata de gallina.En la isba estaba la vieja bruja Yagá hilando con su rueca. Al lado, ni un banco, estaba sentado el hermanito de la chica y jugaba con unas manzanas de plata.La chica entró y dijo:— Buenas tardes, abuelita.— ¡Buenas tardes, preciosa!—respondió la bruja—. ¿Qué te ha traído aquí?He caminado por terrenos cubiertos de musgo y por pantanos, me he mojado el vestido y quisiera secarme.Siéntate —le dijo la bruja— e hila con mi rueca.La bruja dio a la chica la rueca y salió. Estaba la chica hilando cuando salió de detrás del horno un ratoncillo que le dijo:— Niña, dame una cortecita de pan y te diré algo que te interesa.La chica dio una cortecita de pan al ratoncillo, y éste le anunció:— La bruja Yagá ha ido a preparar el baño. Te lavará, te meterá en el horno, te comerá y, luego, volará montada en tus huesos.La chica se puso a llorar, más muerta que viva. El ratoncillo le dijo: — No pierdas el iempo, llévate a tu hermanito, y, mientras, yo hilaré por ti.La chica cogió de la mano a su hermanito y escapó corriendo. La bruja se acercó al poco a la ventana y preguntó:— ¿Hilas, niña?El ratoncillo le rspondió:— Sí, abuelita.La bruja termin de preparar el baño y fue en busca de la chica. Pero en la isba no había nadie. La bruja gritó a voz en cuello:¡Gansos, salid en su persecución! ¡La hermana se ha llevado al hermano!La chia llegó con su hermanito al río de leche y vio que los gansos volaban en pos suyo.¡Río querido, escóndeme!— Come un poco de mi sencilla jalea —le dijo el río.La chica comió la jalea y dio las gracias. El río la ocultó bajo su orillaa de jalea.Los gasos no pudieron descubrir a la chica y pasaron de largo.Los hermanos prosiguieron su carrera. Los gansos volaban de vuelta y podían descubrirlos de un momento a otro. ¿Dónde estaría la salvación? La chica vio de pronto el manzano...¡Manzano, querido, ocúltame!— Cómete una de mis manzanitas.La chica se comió en un abrir y cerrar de ojos una manzana y dio las gracias. El árbol la tapó con sus ramas.Los gansos no la vieron y pasaron de largo.Los chicos siguieron corriendo. Faltaba ya poco para que llegaran a casa cuando los gansos los descubrieron. Lanzando graznidos se precipitaron sobre la chica y se pusieron a propinarle aletazos, para que soltara a su hermanito.La chica llegó corriendo hasta el horno y dijo:— ¡Horno, querido, ocúltame!— Cómete uno de mis pastelillos de centeno:La chica se apresuró a meterse en la boca un pastelillo y se escondió con su hermanito en el horno.

Page 34: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Los gansos revolotearon unos instantes, graznaron llenos de rabia y volaron hacia la isba de la bruja Yagá.La chica dio las gracias al horno y al poco llegaba a casa con su he rmanito.Un instante después regresaron del trabajo los padres.

El platillo de plata y la manzanita lozana

Éranse dos ancianos que tenían tres hijas. Dos eran presumidas y traviesas, y la otra, la menor, muy callada y modesta. Las hijas mayores vestían sarafanes de vivos colores, calzaban zapatos defino tacón y llevaban collares de doradas cuentas. Máshenka, la pcqueña, usaba un sarafán oscuro, que hacía resaltar sus ojos claros. Lo más hermoso en ella era su gruesa trenza de cabellos de oro, que le llegaba al suelo y rozaba las flores. Las hermanas mayores eran manirrotas y perezosas, mientras que Máshenka se pasaba todo el día trabajando en la casa, en el campo y en la huerta. Regaba los caballones, partía teas, ordeñaba las vacas y daba de comer a los patos. Si alguien le pedía algo, lo cumplía al instante sin rechistar y siempre estaba dispuesta a hacer favores. Las hermanas mayores abusaban de su bondad y la hacían trabajar por ellas. Máshenka no se quejaba nunca.En fin, así vivían.En cierta ocasión, el padre resolvió vender en la feria una carretada de heno y preguntó a sus hijas qué querían que les comprase. Una dijo: — Cómprame, padre, seda para un sarafán.La otra pidió:— A mí me compras un corte de terciopelo rojo.Máshenka no pedía nada. El padre sintió lástima de ella y le preguntó:— ¿Qué quieres que te compre, Máshenka?— Cómprame, querido padre, una manzanita lozana y un platillo de plata.Las hermanas mayores se echaron a reír.— ¡Qué tonta eres, Máshenka! ¡Con la de manzanas que tenemos en el huerto! Además, ¿para qué quieres el platillo?, ¿para dar de comer en él a los patos?No, hermanitas. Haré que la manzanita ruede por el platillo y diré unas palabras mágicas que me enseñó una anciana a quien di una rosquilla.— ¡Ea —dijo el padre— no os riais de vuestra hermana! A cada una le compraré lo que ha pedido.En fin, estuvo el hombre en la feria, vendió el heno y compró los regalos para sus hijas. A una le dio un corte de seda azul, a otra, un corte de terciopelo rojo, y a Máshenka, un platillo de plata y una manzanita lozana.Las hermanas mayores, muy contentas, se pusieron a hacerse los sarafanes y se burlaban de Máshenka, diciéndole:— Consuélate con tu manzanita, tonta...Máshenka se sentó en un ángulo de la habitación, hizo rodar la manzanita lozana por el platillo de plata y dijo con voz cantarina:— Rueda, rueda, manzanita lozana por el platillo de plata, muéstrame las ciudades y los campos, los bosques y los mares, las cumbres cte las montañas y la belleza del cielo, muéstrame toda la querida madre Rusia.

Page 35: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Se oyó de pronto un argentino tintín, y toda la habitación se llenó h luz. La manzanita rodó por el platillo, y en éste aparecieron todas las ciudades, todos los prados, regimientos en los campos, barcos en el mar, las cumbres de las montañas yla belleza del cielo. El sol giraba en pos de la luna, las estrellas se disponían a bailar en corro, y en los dulces remansos de los ríos cantaban los cisnes melódicas canciones.Las hermanas quedaron admiradas y sintieron una envidia terrible. Sr pusieron a cavilar qué deberían hacer para sacarle a Máshenka el platillo y la manzanita. Pero Máshenka no quería cambiarlos por nada y todas las tardes se entretenía con ellos.Resolvieron las hermanas llevarla al bosque y le dijeron:— Vamos al bosque, hermanita, y traeremos fresas al padre y a la madre.Fueron las hermanas al bosque, pero, por más que buscaron, no vieron ni una sola fresa.Sacó Máshenka su platillo, hizo rodar por él la manzanita y dijo con voz cantarina: — Rueda manzanita lozana por el platillo de plata, muéstrame dónde crecen las fresas y dónde florecen las campanillas azules.De pronto sonó un argentino tañir, rodó la manzanita lozana por el platillo de plata, y en éste aparecieron todos los rincones del bosque en que crecían las fresas, florecían las campanillas azules, brotaban las setas, fluían los manantiales y cantaban los cisnes en los remansos.A las malvadas hermanas mayores la envidia les nubló los ojos cuando vieron todo aquello. Tomaron una estaca llena de nudos, mataron a Máshenka, la enterraron al pie de un joven abedul y se llevaron el platillo y la manzanita. Llegaron a casa al anochecer, con los cestillos llenos de setas y fresas, y dijeron a sus padres: — Máshenka huyó de nosotras. Hemos recorrido todo el bosque y no hemos podido dar con ella. Por lo visto, se la han comido los lobos.La madre se echó a llorar, y el padre dijo:— Haced que la manzanita ruede en el plato, puede que nos muestre dónde se encuentra nuestra Máshenka.Las hermanas sintieron que la sangre se les helaba en las venas, pero no tuvieron más remedio que obedecer. Hicieron rodar la manzanita en el platillo. Pero éste no dejó oír su argentino intín, y la manzanita se detuvo sin que aparecieran en el platillo los bosques, los campos, las cumbres de las montañas y la belleza del cielo.En aquellos momentos, un pastorcillo que buscaba en el bosque una oveja extraviada, vio al pie de un joven abedul un montoncillo de tierra rodeado de campanillas azules. Entre las campanillas crecía una caña. Cortó el pastorcillo la caña e hizo una flauta. Pero antes de que alcanzara a llevársela a los labios, la flauta se puso a tocar ella misma y a decir con voz cantarina:— ¡Toca, toca, flauta de caña, distrae al pastorcillo!¡Pobre de mí, me mataron, me asesinaron por el platillo de plata y la manzanita lozana!El pastorcillo se asustó, corrió a la aldea y contó a la gente lo que le había ocurrido. Los vecinos se congregaron y hacían cábalas, asombrados.Se presentó el padre de Máshenka. Apenas hubo el hombre tomado la flauta, cantando ésta se puso a tocar ella misma y a decir con voz cantarina:— ¡Toca, toca, flauta, de caña, distrae a mi querido padre! Pobre de mí, me mataron, me asesinaron por el platillo de plata y la manzanita lozana!El padre de Máshenka se echó a llorar y dijo:— Llévanos pastorcillo, al lugar en que cortaste la caña.El pastorcillo llevó a la gente al lugar en que había cortado la caña. Al pie del joven abudul crecían campanillas azules, y en las ramas del árbol cantaban sus canciones los pajaritos.

Page 36: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Removieron el montón de tierra y encontraron allí el cuerpo de Máshenka. Muerta, era más bella aún que viva. Sus mejillas parecían rosas, y se hubiera dicho que estaba dormida.La flauta tocó y dijo con voz cantarina:— ¡Toca, toca, flauta de caña! Mis hermanas me engañaron, me mataron por el platillo de plata y la manzanita lozana. ¡Toca, toca, flauta de caña! Saca, padre, agua cristalina del pozo del zar.Las malvadas hermanas de Máshenka palidecieron, se hincaron de rodillas y confesaron su crimen. Las encerraron bajo llave en espera del ukaz del zar, de la voluntad del soberano.El anciano padre de Máshenka se dirigió a la ciudad en busca del agua de la vida.Tras de mucho caminar, llegó a la ciudad y se dirigió a palacio. En aquellos momentos, el rey salía a la calle.El anciano le hizo una profunda reverencia y le contó lo que había ocurrido.El zar le dijo:— Toma de mi pozo agua de la vida, anciano. Cuando tu hija haya resucitado, ven aquí con ella y con sus malvadas hermanas. No te olvides de traer también el platillo de plata y la manzanita lozana.Muy contento, el anciano hizo una profunda reverencia y se llevó una botella de agua de la vida.En cuanto rociaron a Máshenka con el agua aquella, resucitó y se abrazó cariñosa a su padre.Acudió la gente, llena de gozo.El anciano fue con sus hijas a la ciudad. Les hicieron pasar a palacio.Salió el zar. Miró a Máshenka. Lajoven parecía una flor de primavera, sus ojos tenían la luz del sol, y sus mejillas, los colores de la aurora; por ellas rodaban lágrimas que parecían perlas.El zar preguntó a Máshenka:¿Dónde están tu platillo de plata y tu manzanita lozana?Tomó Máshenka la manzanita lozana y la hizo rodar por el platilloSe oyó de pronto un argentino tañir, y en el platillo fueron apareciendo, una tras otra, todas las ciudades rusas, y en ellas formaban bajo sus banderas los regimientos, con sus valientes capitanes al frente. Disparaban cañones y arcabuces, y una nube de humo lo cubrió todo.Rodó la manzanita lozana por el platillo de plata, y en éste apareció, inquieto, el mar, los barcos navegaban en él, majestuosos como cisnes, ondeaban las banderas y tronaban los cañones, hasta que una nube de humo lo cubrió todo.Rodó la manzanita lozana por el platillo de plata, y en éste apareció en toda su belleza el cielo, el sol corría en pos de la luna, las estrellas se disponían a bailar en corro, y cisnes posados en nubecillas cantaban dulces canciones.El zar contemplaba aquello lleno de admiración. La bella Máshenka lloraba a lágrima viva y dijo al zar:— Quédate con mi manzanita lozana y mi platillo de plata, pero perdona a mis hermanas, no las castigues por mí.El zar tomó ambas manos de Máshenka y dijo:— Tu platillo es de plata, pero tu corazón es de oro. ¿Quieres ser mi esposa amada, la buena zarina de mi reino? A tus hermanas las perdono, atendiendo tu ruego.Como los zares tienen siempre en sus bodegas cerveza y vino, no tuvieron que esperar para celebrar la boda y el festín, que fue espléndido. La música tocaba con tanto brío, que las estrellas se desprendieron del cielo, y bailaron los invitados con tanto fuego, que las tablas del entarimado de la sala se resquebrajaron. En fin, eso fue todo.

Page 37: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El sollo mago

Érase un viejo que tenía tres hijos. Dos de ellos eran listos y hacendosos; el menor, Emelia, era tonto y perezoso. Los hermanos mayores trabajaban, pero Emelia se pasaba el día tumbado a la bartola en lo alto del horno y no quería saber nada de nada. En cierta ocasión, los hermanos mayores se fueron al bazar, y sus esposas, las cuñadas de Emelia, dijeron a éste: — Ve por agua, Emelia. El tonto les respondió desde arriba del horno: —No tengo ganas. — Ve, Emelia, si no tus hermanos, cuando regresen del bazar, no te harán ningún regalo. — Bien, iré —accedió Emelia. Bajó Emelia del horno, se calzó, se puso el abrigo, tomó dos cubos y se puso a mirar por el boquete. De pronto, vio un sollo, Emelia lo atrapó y dijo: — ¡Buena sopa de pescado va a salir! El sollo habló con voz humana: — Suéltame, Emelia, que algún día te seré útil. — ¿En qué puedes serme útil? —rió Emelia—. No; te llevaré a casa y les diré a mis cuñadas que hagan una sopa de pescado. ¡Saldrá estupenda! El sollo dijo implorante: — Suéltame, Emelia, y haré por ti todo lo que me pidas. — Está bien, te soltaré, pero antes demuéstrame que no me engañas. — Dime, Emelia —preguntó el sollo— ¿qué deseas en este momento? — Quiero —contestó Emelia— que los cubos vayan solos a casa y que el agua no se vierta por el camino. — No te olvides de lo que voy a decirte —aconsejó a Emelia el sollo—. Siempre que quieras algo, di: “Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo”… y expresas a continuación tu deseo. Emelia se apresuró a pronunciar: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, id a casa vosotros mismos, cubos. En cuanto lo hubo dicho, los cubos salieron solos del cauce del río. Emelia echó el sollo al agua y corrió en pos de los cubos. Los cubos iban solos por la aldea, la gente los miraba llena de asombro, y Emelia los seguía, riéndose para su capote. Los cubos entraron en la casa y ellos mismos se subieron al banco. Emelia trepó a lo alto del horno. Al cabo de un rato, las cuñadas le dijeron: — ¿Qué haces ahí tumbado, Emelia? ¿Por qué no partes leña? — No tengo ganas —respondió el tonto. — Si no partes leña, tus hermanos no te harán ningún regalo cuando regresen del bazar. Emelia bajó muy a disgusto del horno. Se acordó de lo que le había dicho el sollo y pronunció muy quedo: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, ve, hacha, a partir leña; una vez partida, que la leña venga a la isba y se meta ella misma en el horno. Al cabo de un buen rato, las cuñadas dijeron: — Emelia, no tenemos ya leña. Ve al bosque por ella. Emelia les respondió desde lo alto del horno:

Page 38: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¿Y para qué estáis vosotras? — ¿Cómo que para qué? ¿Crees que es cosa de mujeres ir por leña al bosque? — Yo no tengo ganas de ir. — Pues te quedarás sin regalos. En fin, Emelia bajó del horno, se calzó, se puso el abrigo, tomó una cuerda y el hacha, salió al patio y se montó en el trineo. — ¡Mujeres —gritó—, abrid el portón! Las cuñadas le dijeron: — ¿Por qué, tontilón, has montado en el trineo y no has enganchado el caballo? — No lo necesito —respondió Emelia. Las cuñadas abrieron el portón, y Emelia dijo muy bajo: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, vamos al bosque, trineo. El trineo se deslizó tan rápido, que ni el mejor caballo hubiera podido darle alcance. Para ir al bosque había que cruzar la ciudad, y el trineo atropelló ahí a mucha gente. Los ciudadanos gritaban: “¡Paradle! ¡Detenedle!”, pero Emelia no hizo caso de los gritos y al poco llegaba al bosque. — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo —dijo—, corta, hacha, troncos secos, y vosotros, troncos, cargaos en el trineo y ataos vosotros mismos… El hacha se puso a talar árboles secos, y los leños saltaban al trineo y ellos mismos se sujetaban con la cuerda. Luego, al trineo y ellos mismos se sujetaban con la cuerda. Luego, Emelia ordenó al hacha que le cortara una estaca que apenas pudiese levantar. Hecho todo esto, montó en el trineo y dijo: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, vamos a casa, trineo. El trineo corrió hacia la casa. Emelia volvió a cruzar la ciudad en la que había atropellado a tanta gente, pero allí estaban ya esperándole. Le hicieron bajar del trineo y se pusieron a prodigarle insultos y golpes. Viendo que las cosas tomaban mal cariz, Emelia musitó muy bajito: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, mídeles las costillas, estaca. La estaca saltó del trineo y se puso a descargar golpes a diestro y siniestro. La gente huyó espantada, y Emelia llegó a casa y se tendió en lo alto del horno. Al cabo de cierto tiempo se enteró el zar de las trastadas que había hecho Emelia y mandó a un oficial que lo encontrara y lo llevara a palacio. Llegó el oficial a la aldea en que vivía Emelia, entró en la casa y dijo: — ¿Eres tú Emelia el tonto? Emelia respondió desde lo alto del horno: — ¿Qué quieres de mí? — Ponte en seguida el abrigo, que tengo que llevarte a presencia del zar. — No tengo ganas de ir. El oficial montó en cólera y propinó a Emelia una bofetada. Emelia dijo para su capote: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, mídele las costillas, estaca. La estaca se puso a golpear al oficial, que escapó de allí más muerto que vivo. El zar se asombró de que el oficial no hubiera podido con Emelia y envió a casa del tonto a su más alto dignatario, a quien dijo: — Trae a palacio al tonto de Emelia o despídete de tu cabeza. El dignatario compró pasas, ciruelas secas y rosquillas y se dirigió a la aldea. Una vez allí entró en casa de Emelia y preguntó a las cuñadas qué era lo que más le gustaba al tonto. — Si se le trata con cariño y se le promete un caftán rojo, hace todo lo que se le pide

Page 39: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

—respondieron las mujeres. El dignatario agasajó a Emelia con pasas, ciruelas secas y rosquillas y le dijo: — ¿Qué haces tumbado en el horno, Emelia? Vamos a ver al zar. —Me encuentro muy a gusto aquí… — Escucha, Emelia, en palacio te tratarán a cuerpo de rey, comerás y beberás lo que quieras. ¡Ea, vamos!… — No tengo ganas de ir. — Emelia, el zar te regalará un caftán rojo, un gorro y unas botas nuevas. Emelia lo pensó y dijo: — Está bien; ve, que ya te daré alcance. El dignatario se marchó, y Emelia siguió tumbado y al cabo de un rato dijo: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, vamos, horno, a ver al zar. Los ángulos de la isba crujieron, el tejado osciló, una de las paredes se vino abajo, y el horno corrió por la calle en dirección al palacio del zar. El soberano estaba mirando por la ventana y quedó maravillado. — ¿Qué prodigio es este? —exclamó. El dignatario le dijo: — Es Emelia, que viene a verte montado en su horno. El zar salió a la puerta de palacio y dijo al tonto: — Tengo muchas quejas de ti, Emelia. Has atropellado a un montón de gente. — ¿Por qué no se apartaron al ver el trineo? En aquellos instantes, la princesa María, la hija del zar, estaba mirando por la ventana. Emelia la vio y dijo para su capote:— Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, que se enamore de mí la hija del zar… Luego, añadió: — ¡Ea, horno, vámonos a casa! El horno dio la vuelta, corrió a la casa, se metió en ella y se detuvo donde estaba antes. Emelia seguía tumbado en lo alto. Mientras, en palacio todo eran gritos y lágrimas. La princesita María echaba de menos a Emelia, no podía vivir sin él y pedía a su padre que la casara con el tonto. El zar, entristecido, dijo a su dignatario: — Si no traes a Emelia vivo o muerto, puedes despedirte de tu cabeza. Compró el dignatario vinos dulces y delicados manjares y se fue en busca de Emelia. Entró en la isba y se puso a agasajar al tonto. Emelia bebió y comió por tres, pero el vino se le subió a la cabeza, y se tendió en el horno. El dignatario aprovechó la ocasión, lo llevó a su carreta y se dirigió con él a palacio. El zar ordenó inmediatamente que le trajeran un barril con aros de hierro. Metieron en él a Emelia y la princesita María, lo calafatearon y lo arrojaron al mar. Al cabo de un tiempo, Emelia se despertó y vio que lo rodeaba una oscuridad impenetrable. — ¿Dónde estoy? —preguntó. Le respondió una voz: — ¡Qué desesperación, Emelia! Nos metieron en un barril y nos arrojaron al mar azul. — ¿Quién eres? —inquirió el tonto. — Soy la princesita María —dijo la voz. Emelia musitó: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, sacad el barril a la seca orilla, a la arena amarilla, vientos desatados.

Page 40: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Soplaron con fuerza los vientos. El mar se agitó y arrojó el barril a la seca orilla, a la arena amarilla. Emelia y la princesita María salieron de su prisión. — ¿Dónde vamos a vivir, Emelia? —dijo la princesita—. Haz una choza, por mala que sea. — No tengo ganas. Como la princesita insistiera, Emelia dijo: — Porque así lo manda el sollo y así lo quiero yo, que aparezca un palacio de piedra con el tejado de oro. Apenas Emelia hubo dicho estas palabras, cuando apareció un palacio de piedra con tejado de oro. En torno se extendía un verde jardín esmaltado de flores, en el que cantaban armoniosos los pajaritos. La princesita María y Emelia entraron en el palacio y se sentaron a la ventana. — Emelia —dijo la princesita—, ¿no puedes convertirte en un apuesto galán? Emelia, sin pensarlo más, musitó: — Porque así lo manda el sollo y porque así lo quiero yo, seré de hoy en adelante un apuesto galán. Emelia adquirió al instante un aspecto tan arrogante y apuesto, que ni en los cuentos podía encontrarse un mozo tan agraciado. Quiso el azar que saliera de caza el monarca y viera aquel palacio donde antes no había edificio alguno. — ¿Quién ha osado construir un palacio en mis tierras sin pedirme permiso? —exclamó indignado el zar, y envió a sus criados a enterarse de quién vivía allí. Los criados llegaron al pie de la ventana y preguntaron. Emelia respondió: — Decidle al zar que venga a visitarme y yo mismo se lo diré. El zar entró en el palacio. Emelia le recibió y le hizo sentarse a la mesa. Dio comienzo el festín. El zar comía y bebía y preguntaba maravillado. — ¿Quién eres, galán? —Te acuerdas del tonto Emelia, que fue a verte montado en su horno y lo hiciste meter, junto con tu hija, en un barril que arrojaron al mar. Pues yo soy ese mismo Emelia. Si me viene en gana, puedo incendiar tu reino y arrasarlo. El zar se llevó un susto de muerte e imploró perdón, diciendo: — ¡Cásate con mi hija, Emelia, y toma mi reino, pero no me mates! En fin, dieron un festín fabuloso, y Emelia se casó con la princesita y se puso a gobernar el reino. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

La princesita rana  Érase hace mucho un rey que tenía tres hijos. Cuando se hicieron mayores, el rey los reunió y les dijo: — Mis queridos hijitos, quisiera casaros antes de hacerme viejo, deseo tener nietos y entretenerme con ellos. Los hijos le respondieron: — Si es así, padre, danos tu bendición. ¿Con quién quieres casarnos? — Mirad, hijitos, tomad cada uno una flecha, salid al campo y disparadla: donde caiga, hallaréis vuestra suerte. Los hijos se inclinaron profundamente ante el padre, tomaron cada uno una flecha, salieron al campo, tensaron sus arcos y la dispararon.

Page 41: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

La flecha del hermano mayor cayó en el palacio de un boyardo, cuya hija la levantó. La del mediano fue a parar al espacioso patio de un mercader, y la recogió una hija de este. La flecha del hermano menor, el príncipe Iván, ascendió muy alto y se perdió de vista. El príncipe fue en busca suya y, tras de andar y andar sin descanso, llegó a un pantano. Había allí una rana, que levantó la flecha. El príncipe Iván le dijo: — Rana, ranita, dame mi flecha. La rana le pidió: — Cásate conmigo. — ¿Que dices? ¿Acaso puedo yo casarme con una rana? — Cásate conmigo, esa es tu suerte. El príncipe Iván quedó triste y cabizbajo, pero ¿qué podía hacer? Tomó la rana y se la llevó a casa. Hubo tres bodas en el palacio del rey: la del hijo mayor con la hija del boyardo, la del mediano con la hija del mercader y la del malhadado príncipe Iván con la ranita. Un buen día, el rey hizo llamar a sus hijos y les dijo: — Quisiera saber cuál de vuestras mujeres tiene mejores manos para la costura. Decidles que, para mañana, deben hacerme una camisa cada una. Los hijos se inclinaron ante el padre y salieron para cumplir su deseo. Llegó el príncipe Iván a sus aposentos muy acongojado y abatió la cabeza sobre las manos. La ranita, dando saltos por el piso, le preguntó: — ¿Por qué te veo tan cabizbajo, príncipe Iván? ¿Qué pena te acongoja? — Mi padre ha ordenado que le hagas para mañana una camisa. — No te preocupes, príncipe Iván, y acuéstate, que mañana será otro día. El príncipe Iván se acostó, y la ranita saltó a la terracilla del palacete, se desprendió de su piel y se convirtió en Basilisa la Sabia. Era tan bella, que ni en los cuentos tenía igual. Batió palmas Basilisa la Sabia y dijo con voz sonora: — ¡Madrecitas, ayas mías, acudid sin dilación! Haced, para mañana por la mañana, una camisa como la de mi padre. Muy temprano, cuando el príncipe Iván se despertó, la ranita seguía saltando por el palacete, pero en la mesa había una camisa envuelta en un fino lienzo. Muy contento, el príncipe Iván le llevo la camisa a su padre. Mientras, el rey recibía los regalos de los otros dos hermanos. El mayor desenvolvió la camisa, el rey la tomó en sus manos y dijo: — Esta camisa no es para llevarla en palacio. Desenvolvió la camisa el mediano, y el rey dijo: — Esta camisa no vale más que para ir al baño. Desenvolvió el príncipe Iván su camisa con bellos bordados de oro y plata, y el rey exclamó nada más verla: — ¡Esta camisa es para lucirla en las fiestas! Los hermanos mayores regresaron a sus aposentos, comentando: — Sí, está visto que no debimos reírnos de la mujer del príncipe Iván. No es una rana, sino una bruja… El rey de nuevo hizo llamar a sus hijos y les pidió: — Que vuestras mujeres me cuezan para mañana un pan. Quiero saber quién de ellas lo hace mejor. El príncipe Iván regresó a casa muy entristecido. La ranita le preguntó: — ¿Qué pesar te agobia? Respondió el príncipe: — Para mañana hay que cocerle un pan al rey.

Page 42: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— No te preocupes, príncipe Iván, y acuéstate, que mañana será otro día. Las mujeres de los hermanos mayores se rieron primero de la rana y luego enviaron a una vieja criada a que mirase cómo cocía el pan. La ranita era muy lista y se lo figuró. Hizo la masa y la echó por un agujero que había abierto en lo alto del horno. La vieja criada corrió a contarlo a las mujeres de los hermanos, y ambas hicieron, punto por punto, lo mismo que la ranita. Mientras, la ranita salió a la terracilla, se convirtió en Basilisa la Sabia y batió palmas: — ¡Madrecitas, ayas mías, acudid sin dilación! Cocedme un pan esponjoso y blanco como el que comía yo en casa de mi padre. Muy temprano, cuando el príncipe Iván se despertó, el pan estaba ya en la mesa, adornado con mucho ingenio: a los lados ostentaba unos arabescos, y en lo alto, una ciudad con sus puertas. Se alegró el príncipe Iván, envolvió el pan en una rodilla y lo llevó a su padre. El rey estaba recibiendo los panes de los hijos mayores. Sus mujeres habían vertido la masa en el horno, como les dijera la vieja criada, y les había salido el pan requemado y negro, como un tizón. El rey tomo el pan del hijo mayor, lo miró y dijo que lo dieran a la servidumbre. Lo mismo hizo con el del mediano. Pero cuando el príncipe Iván le entregó su pan, dijo: — Este pan es para ser comido en las fiestas. Aquel mismo día, el rey ordenó a sus hijos que a la tarde siguiente asistieran, con sus esposas, al festín que pensaba dar. Otra vez regresó el príncipe Iván a sus aposentos sombrío como un nublado, gacha la cabeza. La ranita, saltando por el piso, le preguntó: — Cua-cua, príncipe Iván, ¿qué pena te acongoja? ¿Es que tu padre no ha sido cariñoso contigo? — Ranita, ranita, ¿cómo quieres que no esté acongojado? Ha ordenado mi padre que vaya contigo al festín. Dime, ¿puedo, acaso, mostrarte a la gente? La ranita respondió: — No te apenes, príncipe Iván, ve solo al festín, que yo te seguiré. Cuando oigas ruidos y truenos, no te asustes. Si alguien te pregunta, di: “Es mi ranita, que viene en una cajita”. El príncipe Iván fue solo al festín. Los hermanos mayores llevaron a sus mujeres, muy engalanadas, con toques de colorete en las mejillas, con las cejas y las pestañas sombreadas. Se burlaron del príncipe Iván diciéndole: — ¿Por qué has venido sin tu mujer? Podrías haberla traído envuelta en el pañuelo. ¿Dónde has encontrado a esa beldad? De seguro que tuviste que recorrer todos los pantanos. El rey, sus hijos, las dos esposas y los invitados se sentaron a las mesas de roble con blancos manteles y empezaron el festín. De pronto oyeron ruidos y truenos. Los invitados se asustaron y se levantaron de sus asientos, pero el príncipe Iván les dijo: — No teman, queridos invitados, es mi ranita, que viene en una cajita. Ante la puerta del palacio real se detuvo una carroza tirada por seis caballos blancos, y de ella salió Basilisa la Sabia vistiendo un traje azul cuajado de estrellas, la luna clara luciendo sobre sus cabellos. Y era tan bonita, que parecía salida de un cuento. Descanso Basilisa su brazo en el del príncipe Iván y se dirigió con él hacia las mesas de roble cubiertas de blancos manteles. Los invitados se pusieron a comer y beber entre alegres bromas. Basilisa mojó sus labios en uno de los vasos y echó en su manga izquierda el resto del vino. Luego tomó un alón de cisne, lo comió y se echó los huesos en la manga derecha. Las mujeres de los príncipes mayores vieron aquello y se apresuraron a imitarla. Terminado el festín, le llegó la hora al baile. Basilisa la Sabia tomó de la mano al príncipe Iván y se puso a danzar con tanto brío y gracia, que todos quedaron boquiabiertos. Luego sacudió la manga izquierda y ante ella apareció un lago; sacudió la derecha, y por la superficie del lago se

Page 43: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

deslizaron unos cisnes de plumaje blanco como la nieve. El rey y sus invitados no cabían en sí de asombro. Las mujeres de los príncipes mayores salieron también a bailar, sacudieron una manga y salpicaron a los invitados, sacudieron la otra, y los huesos volaron en todas direcciones. Uno le dio en un ojo al rey, que, indignado, echó de allí con cajas destempladas a sus dos nueras. Mientras tanto, el príncipe Iván salió sin ser visto, corrió a sus aposentos, encontró allí la piel de la rana y la arrojó al fuego. Regresó a casa Basilisa la Sabia y vio que la piel había desaparecido. Se dejó caer en un banco y, triste, cariacontecida, reprochó al príncipe Iván: — ¡Ay, príncipe Iván! ¿Qué has hecho? Si hubieras esperado tres días más, habría sido tuya para siempre. Ahora tendremos que separarnos. Búscame en el fin mismo del mundo, en el rincón más lejano de la tierra, en los dominios de Koschéi el Inmortal… Basilisa la Sabia se transformó en un cuclillo gris y salió volando por la ventana. El príncipe Iván lloró amargas lágrimas, se inclinó profundamente, mirando a los cuatro puntos cardinales para despedirse de su tierra amada, y se fue en busca de su mujer. Nadie sabe cuanto anduvo, pero lo que sí se sabe es que sus botas quedaron sin suelas, sus ropas se hicieron jirones y su gorro quedó destrozado por las lluvias. Un buen día se encontró con un viejo en mitad de un camino. — ¡Buenos días, galán! ¿Adónde vas, qué camino llevas? El príncipe Iván contó al anciano su desgracia. El anciano le dijo: — ¡Ay, príncipe Iván! ¿Por qué se te ocurriría quemar la piel de la ranita? No se la habías puesto tú, y no eras tú quien debía quitársela. Basilisa la Sabia nació más lista, más inteligente que su padre. Enfadado por eso, el le ordenó que viviera tres años transformada en rana. En fin, ¡a lo hecho, pecho! Toma este ovillo: síguelo sin miedo a dondequiera que ruede. El príncipe Iván dio las gracias al anciano y echo a andar en pos del ovillo. Rodaba el ovillo, y el príncipe Iván lo seguía. En medio de un campo se tropezó con un oso. El príncipe Iván aprestó su arco, dispuesto a matar a la fiera. Pero el oso le dijo con voz humana: — No me mates, príncipe Iván, que algún día te prestaré un buen servicio. Se compadeció el príncipe Iván del oso, bajó el arco y siguió su camino. De pronto vio un ánade volando sobre su cabeza. Aprestó el príncipe su arco, pero el ánade le dijo con voz humana: — No me mates, príncipe Iván, que algún día te prestaré un buen servicio. Se compadeció el príncipe del ánade y siguió su camino. De súbito vio una liebre que corría veloz. El príncipe Iván aprestó rápido el arco, dispuesto a disparar, pero la liebre le dijo con voz humana: — No me mates, príncipe Iván, que algún día te prestaré un buen servicio. Se compadeció el príncipe de la liebre y siguió su camino. Llego al mar azul y vio que en la orilla yacía un sollo. Boqueando, el pez le dijo: — ¡Ay, príncipe Iván, compadécete de mí, échame al mar azul! El príncipe echó el sollo al mar y prosiguió su camino, orilla adelante. Pasado cierto tiempo, nadie sabe cuánto, llegó el ovillo a un bosque. Había allí una pequeña isba, sobre patas de gallina, que daba vueltas y más vueltas. — Isba, isba, detente con la pared trasera mirando al bosque y con la puerta hacia mí. La isba se detuvo con la pared trasera mirando al bosque y con la puerta hacia el príncipe. Iván entró y vio que en la novena hilera de ladrillos de la estufa estaba durmiendo la bruja Yaga Pata de Palo, los dientes sobre un estante y la nariz clavada en el techo. — ¿Qué te trae por aquí, galán? —preguntó la bruja al príncipe—. ¿Vas en busca del destino o huyes de él sin tino? El príncipe Iván le respondió:

Page 44: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Antes de ponerte a preguntar, vieja bruja, deberías, darme de comer y de beber y prepararme un baño. La bruja Yagá Pata de Palo preparó un baño al príncipe, le dio de comer y de beber y le hizo luego la cama. Entonces, el príncipe Iván le contó que iba en busca de su mujer, Basilisa la Sabia. — Ya estaba enterada —le dijo la bruja—. Tu mujer vive ahora en el palacio de Koschéi el Inmortal. Difícil te va a ser quitársela, vencer a Koschéi no es coser y cantar. La muerte de Koschéi se encuentra en la punta de una aguja, la aguja está encerrada en un huevo, el huevo lo lleva dentro un pato, el pato vive dentro de una liebre, la liebre está encerrada en un cofre de piedra, y el cofre se halla en la copa de un alto roble del que cuida Koschéi como de las niñas de los ojos. Hizo noche el príncipe Iván, en la isba de la bruja, que, a la mañana siguiente, le dijo dónde se encontraba aquel roble tan alto. Mucho anduvo el príncipe Iván, cuanto, nadie lo sabe, pero, por fin, vio un alto y rumoroso roble, en cuya copa descansaba el cofre de piedra. No había forma de alcanzarlo. De pronto apareció, como por arte de birlibirloque, un oso, que arranco de cuajo el roble aquel. El cofre cayó y se hizo añicos. Salió de él una liebre que echó a correr como alma que lleva el diablo. Pero otra liebre le dio alcance y la hizo trizas. De la liebre muerta salio un pato que voló alto, hasta el mismo cielo. Pero hete aquí que un ánade se precipitó sobre él y le dio un terrible aletazo. El pato dejó caer un huevo, y el huevo se hundió en el mar azul… El príncipe Iván estalló en amargo llanto. ¿Cómo iba a encontrar el huevo en el fondo del mar? Pero, de pronto, nado hacia la orilla un sollo, llevando en la boca el huevo. El príncipe Iván partió el huevo, sacó la aguja y quiso romperle la punta. El príncipe no cejaba en su empeño, y Koschéi el Inmortal se retorcía y agitaba. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos, ya que el príncipe logro, por fin, romper la aguja. Koschéi tuvo que morir. Entró el príncipe Iván en el blanco palacio de Koschéi. Basilisa la Sabia salió corriendo a su encuentro y le besó en sus labios de miel. Regresaron el príncipe Iván y su Basilisa la Sabia a su hogar, y en el vivieron, felices y contentos, hasta muy entrada la vejez.

Miajita

Hay en este mundo gente buena, gente un poco peor y gente mala del todo.A manos de gente así fue a parar Miajita. Quedó huérfana, la gente aquella la recogió y, por un triste pedazo de pan, la hacía trabajar día y noche: Miajita tejía, hilaba, aseaba la casa y tenía que responder de todo.El ama de la casa tenía tres hijas: Un Ojo, Dos Ojos y Tres Ojos.Las hijas del ama se pasaban el día sentadas a la puerta, curiosando lo que pasaba en la calle, y Miajita trabajaba por todas: les repasaba la ropa y tejía e hilaba para ellas sin que nadie le diera nunca las gracias.A veces, Miajita, cuando salía al campo, se abrazaba al cuello de su vaquita y le contaba sus penas.— ¡Vaquita mía —decía—, me pegan, me riñen, no me dan pan y aún exigen que no llore! Me han mandado que para mañana tenga hiladas cinco arrobas de lino, que las teja, las blanquee y las enrolle.La vaquita le respondía:— Métete por una de mis orejas, niña hermosa, sal por la otra y todo quedará hecho.

Page 45: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Así era. Se metía Miajita por una oreja de la vaca, salía por la otra, y las cinco arrobas de lino quedaban hiladas, tejidas, blanqueadas y arrolladas.Llevaba Miajita el lienzo al ama. La mujer lo miraba, gruñía, lo guardaba en el baúl y mandaba a Miajita algún trabajo todavía más pesado.Miajita de nuevo acudía a la vaca, la abrazaba, la acariciaba, se metía por una oreja, salía por la otra, y todo quedaba hecho.Un día, el ama llamó a Un Ojo y le dijo:— Preciosa mía, querida hijita, mira a ver quién ayuda a la huérfana, mira a ver quién teje, hila y blanquea el lino.Un Ojo fue con Miajita al bosque, y luego al campo, y olvidó la muy perezosa lo que le había mandado su madre: escapando del calor, se tendió en la hierba. Miajita dijo una y otra vez, con voz cantarina:— Duerme, ojito, duerme, ojito.Un Ojo se durmió. Mientras dormía, la vaca tejió y blanqueó todo el lino.En fin, el ama no logró saber nada, y por ello dio el mismo encargo a su hija Dos Ojos.— Preciosa mía, querida hijita —le dijo—, ve a ver quién ayuda a la huérfana.Dos Ojos fue con Miajita, pero el sol calentaba, y, olvidándose de lo que le había mandado su madre, se tendió en la hierba. Miajita se puso a decir con voz cantarina:— Duerme, ojito, duerme, segundo ojito.Dos Ojos se durmió. La vaca tejió y blanqueó el lino antes de que se despertara.La vieja montó en cólera, encargó a Miajita que hiciera al día siguiente todavía más y envió con ella a la tercera hija, para que la vigilara.Tres Ojos estuvo jugueteando en el campo hasta que, cansada, se tendió en la solana sobre la hierba.Miajita se puso a cantar:— Duerme, ojito, duerme, segundo ojito.Miajita se olvidó del tercer ojo.Con él vio Tres Ojos que Miajita se metía por una oreja de la vaca, salía por la otra y recogía el lienzo.Regresó Tres Ojos a casa y contó a su madre lo que había visto.La vieja se puso muy contenta y a la mañana siguiente dijo a su marido:— ¡Mata la vaca!— ¿Estás en tus cabales, mujer? —dijo el viejo—. La vaca es joven y da mucha leche.— Te he dicho que la mates.En fin, el viejo se puso a afilar el cuchillo. Miajita se enteró de lo que ocurría, corrió al campo, abrazó a la vaquita y le dijo:— ¡Vaquita mía, te quieren matar!La vaquita le respondió:— Tú, niña hermosa, no comas mi carne, reúne mis huesos, guárdalos, envuélvelos en un pañuelo, entiérralos en el huerto y no te olvides de regarlos cada mañana.El viejo sacrificó la vaca. Miajita hizo todo lo que el animal le había dicho: aunque tenía mucha hambre, no comió carne, enterró los huesos en el huerto y cada mañana los regaba.Brotó en aquel lugar un manzano hermosísimo, de prietos frutos, rumorosas hojas doradas y ramas de plata. Todos los que lo veían se detenían, y los que pasaban cerca quedaban maravillados.

Page 46: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Al poco tiempo, Un Ojo, Dos Ojos y Tres Ojos paseaban por el huerto. Acertó a pasar por el camino un joven de rizada cabellera, que era muy fuerte y muy rico. Vio las lozanas manzanitas y dijo a las mozasPreciosas, quien me dé una manzanita será mi mujer.Las tres hermanas corrieron a cual más de prisa hacia el manzano.Las manzanas pendían bajas, al alcance de la mano, pero cuando se acercaron estaban ya mucho más alto que sus cabezas.Quisieron las hermanas hacer caer las manzanitas, pero las hojas l’ cegaban, y cuando probaron a arrancarlas, las ramas les deshicieron las trenzas. En fin, por más que se esforzaron, no consiguieron, sino desollarse las manos.Se acercó Miajita, y las ramas cuajadas de manzanitas se inclinaron ante ella. Dio Miajita unas manzanitas al galán, y éste se casó con ella. Desde entonces vive Miajita feliz como un pajarito.

La reina María

Vivía en un lejano reino un zarevitz llamado Iván. Tenía el zarevitz tres hermanas: María, Olga y Ana. Antes de morir, sus padres dijeron al zarevitz:“Casa a tus hermanas con el primero que pida su mano, no las tengas a tu lado mucho tiempo”.Enterró el zarevitz a sus padres y, apenado, salió con sus hermanas a dar una vuelta por el jardín de palacio.De pronto, un negro nubarrón cubrió el cielo y estalló una tormenta espantosa.— Vamos a casa, hermanitas —dijo el zarevitz Iván.Apenas si habían entrado en el palacio, cuando cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento en que se hallaban un halcón. El halcón se dejó caer con fuerza contra el piso y se convirtió en un apuesto galán, que dijo:— Buenos días, zarevitz Iván, antes venía por aquí de visita, pero ahora he venido a pedir la mano de tu hermana María.— Si mi hermana te quiere —respondió el zarevitz—, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.— La princesita María accedió. El halcón se casó con ella y se la llevó a su reino.Fueron pasando las horas una tras otra, se sucedieron los días y transcurrió todo un año. El zarevitz Iván salió con sus hermanas a dar una vuelta por el jardín. De nuevo un negro nubarrón cubrió el cielo y estalló una tormenta acompañada de rayos y de torbellinos.— Vamos a casa, hermanitas dijo el zarevitz.Apenas si habían entrado en el palacio, cuando cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento un águila. El águila se dejó caer con fuerza contra el piso y se transformó en un apuesto galán.— Buenos días, zarevitz Iván —dijo—, antes venía de visita pero ahora he venido a pedirte la mano de tu hermana Olga.El zarevitz le respondió:— Si te quiere, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.La princesita Olga accedió a casarse con el águila, que se la llevó a su reino.Pasó otro año. El zarevitz Iván dijo a su hermana la menor:— Vamos a dar una vuelta por el jardín.Salieron a dar un paseo y, al poco, estallaba una tormenta acompañada de rayos y torbellinos.

Page 47: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Volvamos a casa, hermanita —dijo el zarevitz.Regresaron al palacio, pero antes de que tuvieran tiempo de sentarse, cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento un cuervo. El cuervo se dejó caer con fuerza contra el piso y se convirtió en un apuesto galán. Si los otros dos eran agraciados, éste lo era todavía más.Antes, zarevitz Iván —dijo—, venía por aquí de visita, pero ahora he venido a pedirte la mano de tu hermana Ana.— Si te quiere —respondió el zarevitz—, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.La princesita Ana se casó con el cuervo, que se la llevó a su reino.El zarevitz Iván se quedó solo. Vivió un año entero sin ver a sus hermanas y empezó a echarlas de menos.— Iré a ver a mis hermanitas —dijo el zarevitz.Se puso en camino y a los pocos días vio en un campo multitud de guerreros muertos. Gritó:— ¿Queda vivo alguien que pueda decirme quién ha exterminado estas mesnadas?— Estas grandes mesnadas —respondió un guerrero que todavía un había muerto— las ha exterminado la bella reina María.Siguió el zarevitz Iván su camino y llegó a un campamento con blancas tiendas de campaña. Salió a su encuentro la bella reina María.— Buenos días, zarevitz —dijo—, ¿vas por esos mundos de buen grado o no?El zarevitz le respondió:— Los valientes no viajan de mal grado.— En fin, si no tienes prisa, puedes pasar unos días en mi campamento.El zarevitz aceptó gustoso la invitación y pasó dos días con sus noches en el campamento. La reina se enamoró de él y se casaron.La bella reina María llevó al zarevitz a su reino. Vivieron tranquilamente durante algún tiempo, hasta que ella resolvió emprender una guerra. Dejó el reino confiado al zarevitz Iván y le dijo antes de partir:— Anda por todas partes, vigílalo todo, pero no se te ocurra entrar en este desván.Intrigado, el zarevitz abrió la puerta del desván, en Cuanto la bella reina María se hubo marchado, y vio que allí sujeto con doce cadenas, pendía Koschéi el Inmortal.Koschéi imploró al zarevitz Iván:— Compadécete de mí, dame agua, llevo aquí diez años sin comer ni beber, tengo la garganta seca, seca como un estropajo.El zarevitz le dio un cubo de agua.Koschéi se la bebió y dijo:— Un cubo es poco para mitigar mi sed; dame otro.El zarevitz le ofreció otro cubo de agua. Koschéi se lo bebió y pidió más. Cuando se hubo bebido el tercer cubo, recobró sus fuerzas, tiró de las doce cadenas y las partió.— Gracias, zarevitz Iván —dijo Koschéi—, ya puedes despedirte para siempre de la reina María, que no la volverás a ver.Koschéi salió por la ventana transformado en un torbellino, dio alcance a la bella reina María y se la llevó a sus dominios.El zarevitz Iván vertió amargas lágrimas y se puso en camino, diciéndose: “¡Cueste lo que cueste, encontraré a la reina María!”Tres días llevaba cabalgando cuando vio un palacio maravilloso, ante el que se alzaba un roble con un halcón posado en una rama. El halcón se dejó caer del árbol al suelo y quedó convertido en un apuesto galán, que gritó:

Page 48: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¡Oh, mi querido cuñado!Salió presurosa María, acogió llena de gozo al zarevitz Iván, le preguntó por su salud y luego le contó su vida desde que se habían separado. El zarevitz Iván pasó en el palacio tres días y dijo:— No puedo quedarme más tiempo, voy en busca de mi mujer, la bella reina María.— Difícil te será encontrarla —le dijo el halcón—. Deja aquí por si acaso, tu cuchara de plata, la miraremos y te recordaremos.El zarevitz Iván dejó al halcón la cuchara de plata y prosiguió su viaje.Al amanecer del tercer día vio un palacio todavía más hermoso; ante el palacio se alzaba un roble, y en el árbol había posada un águila.El aguila se dejó caer al suelo y quedó convertida en un apuesto galán, que gritó:— ¡Levántate, Olga, que ha venido a vernos nuestro querido hermano!Olga salió al instante, colmó de besos a su hermano, le preguntó por su salud y le contó su vida. El zarevitz Iván pasó tres días en el palacio y dijo:— No puedo estar con vosotros más tiempo, debo buscar a mi mujer, la bella reina María.El águila observó:— Te será difícil encontrarla. Deja aquí tu tenedor de plata, lo miraremos y te recordaremos.El zarevitz Iván dejó allí su tenedor de plata y prosiguió su camino.Al amanecer del tercer día vio un palacio más bello todavía que los dos anteriores. Ante el palacio había un roble. Un cuervo estaba posado en el árbol.El cuervo se dejó caer del roble al suelo y quedó convertido en un apuesto galán, que gritó:— Ana, sal corriendo, que ha venido a vernos nuestro hermano.Ana salió presurosa, acogió llena de gozo al zarevitz Iván, lo colmó de besos, le preguntó por su salud y le contó su vida.El zarevitz Iván pasó en el palacio tres días y dijo:— Perdonad, pero debo ir en busca de mi mujer, la bella reina María.El cuervo respondió:— Te será difícil encontrarla. Deja aquí tu tabaquera de plata, la miraremos y te recordaremos.El zarevitz Iván dio al cuervo su tabaquera de plata, se despidió y reanudó su viaje.A los tres días llegó a donde estaba la reina Maria.Al ver a su amado esposo, María se precipitó a su encuentro y dijo, anegada en llanto:— ¡Ay, zarevitz Iván! ¿por qué no me hiciste caso?, ¿por qué abriste el desván y dejaste escapar a Koschéi el Inmortal?— Perdona, María, ¡a lo hecho, pecho! Vente conmigo ahora que no está Koschéi, quizás no nos alcance.Se pusieron en camino. Koschéi estaba de caza. Al atardecer, cuando regresaba, su caballo tropezó de pronto.— ¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? —preguntó Koschéi ¿es que presientes alguna desgracia?El caballo le respondió:— Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.— ¿Podremos alcanzarles?— Los alcanzaremos incluso si antes de emprender la persecución sembramos trigo, esperamos a que madure, lo segamos, lo trillamos, lo molemos, cocemos cinco hogazas y las comemos después.Koschéi picó espuelas y dio alcance al zarevitz Iván.— Mira, zarevitz —dijo—, la primera vez te perdono por tu bondad, porque me diste de beber; volveré a perdonarte otra vez, pero a la tercera, ten cuidado, que te descuartizaré.

Page 49: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

En fin, Koschéi se llevó a la reina María, y el zarevitz Iván se quedó llorando, sentado en una piedra.Cuando sus lágrimas se secaron, volvió sobre sus pasos en busca de la reina María. Koschéi el Inmortal no estaba en casa.— ¡Vámonos, María! —dijo el zarevitz.— ¡Ay, zarevitz Iván, volverá a alcanzarnos! —exclamó la reina.No importa; por lo menos, pasaremos juntos unas horas —respondió el zarevitz.En fin, se pusieron en camino.Koschéi regresaba a casa cuando su caballo tropezó de pronto.— ¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? ¿Es que presientes alguna desgracia? —preguntó Koschéi.El caballo respondió:— Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.— ¿Podremos alcanzarles?— Los alcanzaremos incluso si antes de emprender la persecución sembramos cebada, esperamos a que madure, la segamos, la trillamos, hacemos cerveza, nos embriagamos con ella y dormimos después la borrachera.Koschéi picó espuelas y dio alcance al zarevitz Iván.— ¿No te advertí de que te despidieras para siempre de la reina María? —dijo Koschéi al zarevitz, y se llevó a la reina.El zarevitz Iván se quedó solo, llorando desconsolado, y luego volvió sobre sus pasos para llevarse otra vez a su mujer. Cuando llegó, Koschéi no estaba en casa.— ¡Vámonos, María! —dijo el zarevitz.— ¡Ay, zarevitz Iván! —exclamó la reina—, Koschéi nos dará alcance y te descuartizará.— Que me descuartice; de todos modos, no puedo vivir sin ti.Se pusieron en camino. Koschéi regresaba a casa cuando su caballo tropezó.— ¿Por qué has tropezado? ¿Es que presientes alguna desgracia? —preguntó Koschéi.El caballo respondió:— Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.Koschéi picó espuelas, dio alcance al zarevitz Iván, lo descuartizó y metió los pedazos en un barril lleno de pez. Luego tomó el barril, lo reforzó con aros de hierro y lo arrojó al mar azul. Hecho esto, Koschéi sc llevó a la reina María.Vieron los cuñados del zarevitz Iván que los objetos de plata que él les había dejado se ponían negros.— ¡Ay —dijeron—, se ve que le ha ocurrido una desgracia!El águila voló al mar azul y sacó el barril a la orilla.El halcón voló por agua de la vida, y el cuervo, por agua de la muerte.Se reunieron los tres en un mismo sitio, rompieron el barril, sacaron los pedazos del zarevitz Iván, los lavaron y los dispusieron como correspondía.El cuervo los roció con agua de la muerte, y los pedazos se pegaron. El halcón los roció con agua de la vida, y el zarevitz Iván se estremeció y abrió los ojos. Luego, se levantó y dijo:— Cuánto tiempo he estado dormido!—Más hubieras estado de no ser por nosotros —le respondieron sus cuñados—. ¡Ea, vámonos!— No puedo, hermanos, debo ir en busca de la reina María.Llegó el zarevitz a donde estaba la reina María y le dijo:— Pregúntale a Koschéi el Inmortal de dónde ha sacado un caballo tan veloz.

Page 50: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

La reina María aprovechó una ocasión propicia y preguntó a Koschéi de dónde había sacado aquel caballo.— Lejos, muy lejos —respondió Koschéi—, en un reino situado en la orilla opuesta del Río de Fuego, vive la bruja Yagá. Tiene la bruja una yegua en la que, cada día, recorre el mundo de punta a punta. l’osce otras muchas yeguas magníficas. Fui tres días yegüerizo suyo y no dejé escapar ni una sola bestia. La bruja Yagá me regaló por eso un potrillo.— ¿Y cómo cruzaste el Río de Fuego?Tengo un pañuelo mágico. Basta con sacudirlo hacia la derecha tres veces para que se tienda un puente muy alto, al que el fuego no llega. María contó todo al zarevitz Iván y, además, le dio el pañuelo, se las había ingeniado para sustraérselo a Koschéi.El zarevitz Iván cruzó el Río de Fuego y se dirigió a donde vivía la bruja Yagá. Tuvo que caminar mucho, sin comer ni beber nada. De pronto vio un ave rara con sus polluelos. El zarevitz Iván— Mc comeré un polluelo.— No te lo comas, Iván zarevitz —imploró el ave—, que dentro de poco te seré útil.Prosiguió el zarevitz su camino. Al cruzar un bosque descubrió un panal, y dijo:—Comeré un poco de miel.La reina del panal le imploró:— No toques mi miel, zarevitz Iván, que dentro de poco te seré útil. El zarevitz Iván no tocó la miel y siguió adelante. Al poco veía una leona con un leoncillo.— Me comeré el leoncillo —dijo el Zarevitz—, pues me caigo de hambre.—No toques mi leoncillo, zarevitz Iván —imploró la leona— que dentro de poco te seré útil.El zarevitz siguió hambriento su camino y, por fin, llegó a donde vivía la bruja Yagá. En torno a la casa había hincadas en el suelo doce estacas, y en once de ellas podía verse sendas calaveras.— ¡Buenos días, abuela!— ¡Buenos días, zarevitz Iván! ¿Has venido de buen grado o traído por la necesidad?— He venido para merecerme un buen caballo.— Con mil amores, zarevitz; para eso no tendrás que estar a mi servicio un año, sino tan sólo tres días. Si no se te pierde ninguna de mis yeguas, te daré un buen caballo, pero si se te escapa alguna, tu cabeza coronará la estaca libre.El zarevitz Iván aceptó las condiciones. La bruja Yagá le dio de comer y de beber y le dijo que pusiera manos a la obra.En cuanto el zarevitz Iván hubo sacado las yeguas al campo, las bestias alzaron la cola y se dispersaron por los prados, perdiéndose de vista en un dos por tres.El zarevitz se echó a llorar, se sentó en una piedra y se durmió. Se estaba ya poniendo el sol, cuando llegó volando el ave rara, despertó al zarevitz y le dijo:— Levántate, Iván, que las yeguas están ya en casa.El zarevitz se levantó y dirigió sus pasos a casa de la bruja Yagá. La bruja gritaba muy enfadada a sus yeguas:— ¿Por qué habéis vuelto?— ¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron todos los pájaros del inundo y casi nos saltan los ojos?— Mañana no corráis por los prados, dispersaos por los espesos bosques.El zarevitz Iván pasó durmiendo toda la noche. A la mañana siguicnte la bruja Yagá le dijo:— Mira, zarevitz, si no vuelves con todas las yeguas, si se pierda alguna, tu rizada cabeza coronará la estaca.

Page 51: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El zarevitz sacó las yeguas a pastar, pero las bestias alzaron la cola y se dispersaron por los espesos bosques. El zarevitz volvió a sentarse en una piedra, se echó a llorar y luego se durmió. El sol se puso tras el bosque. Acudió la leona y dijo al zarevitz:— Levántate, zarevitz Iván, que las yeguas están ya juntas. Kl zarevitz Iván volvió a casa. La bruja Yagá gritaba a las yeguas, más violenta aún que la víspera:— ¿Por qué habéis vuelto?— ¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron las fieras de todo el mundo y estuvieron a punto de hacernos trizas?— Bien, mañana huid al mar azul.Aquella noche, el zarevitz Iván se la pasó también durmiendo. A la mañana siguiente, la bruja Yagá le ordenó que llevara las yeguas a pastar.— Si se te escapa alguna, tu rizada cabeza coronará la estaca.El zarevitz Iván sacó las yeguas a pastar, pero las bestias alzaron al punto la cola, se perdieron de vista y galoparon al mar azul, sumergiéndose en él hasta el cuello. El zarevitz Iván se sentó en una piedra, rompió a llorar y luego s durmió. El sol se había puesto ya tras el bosque, cuando llegó volando la reina de las abejas y le dijo:— Levántate, zarevitz, que todas las yeguas están ya juntas. Procura que la bruja Yagá no te vea cuando vuelvas a casa, métete en la cuadra y ocúltate tras el pesebre. Hay allí, tendido en el estiércol, un potrillo débil y tiñoso. A medianoche, coge el potrillo ese y márchate.El zarevitz Iván se levantó, se metió en la cuadra y se tendió tras el pesebre. La bruja Yagá gritaba furiosa a sus yeguas:— ¿Por qué habéis vuelto?— ¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron nubes de abejas de todo el mundo y se pusieron a picarnos hasta hacernos sangrar?La bruja Yagá se durmió y, a medianoche, el zarevitz Iván le quitó el potrillo tiñoso, lo ensilló y galopó hacia el Río de Fuego. Al llegar a la orilla sacudió tres veces hacia la derecha el pañuelo, y, por arte de birlibirloque, apareció un puente alto y bello.El zarevitz cruzó el puente y sacudió el pañuelo hacia la izquierda dos veces, con lo que sobre el río quedó un puente muy estrecho.Al despertarse a la mañana siguiente, la bruja Yagá advirtió que el potrillo tiñoso había desaparecido y voló en pos del zarevitz Iván. Volaba como una exhalación, montada en su almirez, al que acuciaba con el majadero, y borraba las huellas con una escoba.Llegó al Río de Fuego, miró el puente y se dijo: “¡Buen puente!“Pero apenas si habla llegado a la mitad, cuando el puente se derrumbó, y la bruja Yagá encontró la muerte en las llamas.El potrillo del zarevitz Iván estuvo pastando en verdes prados, y pronto llegó a ser un caballo de hermosa estampa.Llegó el zarevitz Iván a donde estaba la reina María. Ella salió a su encuentro, lo abrazó emocionada y le preguntó:— ¿Cómo lograste escapar a la muerte?El zarevitz se lo contó y le dijo que había llegado para recogerla.— ¡Temo que Koschéi nos alcance y pueda descuartizarte otra vez, zarevitz Iván! —exclamó María.— ¡No me alcanzará! —respondió el zarevitz—. Tengo ahora un magnífico caballo, rápido como un pájaro.En fin, montaron el bruto y se pusieron en camino.Regresaba a casa Koschéi, cuando su caballo dio un tropezón.

Page 52: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? —preguntó Koschéi ¿Presientes alguna desgracia?Ha venido el zarevitz Iván —respondió el caballo— y se ha llevado a la reina María.— ¿Podremos alcanzarles?— No sé; ahora el zarevitz Iván tiene un caballo más rápido que yo.— No puedo consentir que se lleve a María —rugió Koschéi—, los perseguiremos.Tras de mucho galopar, Koschéi dio alcance al zarevitz Iván, echó pie a tierra y quiso hacerlo pedazos con su afilado sable, pero el caballo del zarevitz le saltó de una coz la tapa de los sesos, e Iván lo remató con su cachiporra.Después, el zarevitz hizo una hoguera, quemó en ella a Koschéi y esparció al viento sus cenizas.La reina María montó el caballo de Koschéi, y el zarevitz Iván el suyo, y fueron a visitar primero al cuervo, luego al águila y, por último, al halcón. En los tres palacios les recibieron con grandes muestras de contento, diciendo:— ¡Ay, zarevitz Iván, no pensábamos ya verte! Comprendemos que te esforzaras tanto, pues en todo el mundo no se encontraría una mujer más bella que la reina María.En fin, estuvieron de visita, fueron espléndidamente agasajadós y regresaron a su reino, donde vivieron felices hasta la más profunda vejez.

Iván el Ingenioso

Éranse dos ancianos. El marido se dedicaba a la caza, y de eso vivía el matrimonio. Aunque ambos eran ya muy viejos, no habían logrado salir de la miseria.Toda la vida padeciendo —se lamentaba la anciana—, nunca hemos podido tratarnos a cuerpo de rey, nunca hemos vestido buena ropa... Para colmo de males, no tenemos hijos. ¿Quién va a zar nuestra vejez?— No te apures, mujer —le respondía el anciano—, mientras mis manos puedan sostener la escopeta y mis piernas moverse, no nos moriremos de hambre. En cuanto a lo demás, ¿para qué hacer conjeturas?Un buen día, el anciano salió de caza.Estuvo en el bosque del amanecer a la anochecida y no logró cobrar una sola pieza. No hubiera querido volver a casa con el morral vacío, pero ¿qué se le iba a hacer? El sol se había puesto y debía regresar.Apenas emprendió el anciano el regreso, batió sus alas y salió de un arbusto cercano un pájaro de inusitada belleza.Antes de que el anciano tuviera tiempo de echarse la escopeta a la cara, ci ave había desaparecido.¡Está visto que no era para mí esa pieza! —exclamó, resignado, el anciano.Luego escudriñó el arbusto y vio un nido con treinta y tres huevos. En fin —dijo—, menos es nada.Se apretó bien el cinto, recogió los huevos, se los guardó entre el pecho y camisa y se dirigió a su hogar.Por el camino se le aflojó el cinto y los huevos fueron cayendo al suelo uno tras otro.En cuanto caía un huevo, salía de él un apuesto galán. Cayeron treinta y dos huevos, y fueron treinta y dos los galanes.El anciano se apretó el cinto otra vez, y el último huevo quedó en el seno. Volvió la cabeza y no creyó lo que sus ojos estaban viendo:

Page 53: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Le seguían treinta y dos apuestos jóvenes que tenían todos las mismas facciones, la misma talla y el mismo pelo. Todos ellos dijeron a una voz:— Ya que nos has encontrado, serás nuestro padre, y nosotros seremos tus hijos; llévanos a casa.“No teníamos mi vieja y yo a nadie —se dijo el anciano—, y ahora tenemos de golpe treinta y dos hijos”.Llegaron a la casa, y el anciano dijo:— Ahora, mujer, no llorarás por falta de hijos. Aquí tienes treinta y dos galanes. Pon la mesa y dales de cenar.Contó el anciano a su mujer cómo había encontrado a los hijos. La anciana quedó como petrificada. Permaneció inmóvil unos instantes antes, hizo un ademán de asombro y luego se precipitó a poner la mesa. El anciano, mientras tanto, se desabrochó el cinto, y, cuando se estaba quitando el caftán, cayó al suelo el último huevo y apareció otro buen mozo.— ¿De dónde has salido? —preguntó el anciano.— Soy también hijo tuyo, el menor, y me llamo Iván.— Es verdad —dijo el anciano—, en el nido había treinta y tres huevos. Siéntate, Iván, siéntate y cena.Al poco de sentarse a la mesa los treinta y tres mocetones, se terminaron todas las provisiones que la anciana tenía en casa. Se levantaron los treinta y tres de la mesa a medio comer.Se acostaron todos, y a la mañana siguiente, Iván, el pequeño, dijo al anciano:— Ya que nos encontraste, padre, danos trabajo.— ¿Qué trabajo queréis que os dé, hijitos? La vieja y yo no sembrarnos, no labramos, no tenemos ni arado, ni caballo, no tenemos nada.— En fin, de donde no hay, no se puede sacar —respondió Iván—. Eremos a buscarnos la vida por ahí. Mira, padre, ve a la herrería y pide que nos hagan treinta y tres guadañas.El padre fue a la herrería y regresó al poco con las guadañas. Iván las repartió a sus hermanos, igual que los treinta y tres palos para ensartarlas y los treinta y tres rastrillos que ellos mismos habían hecho en ausencia del padre.— Vamos a buscar trabajo. Con el dinero que ganemos, montaremos nuestra propia hacienda y mantendremos a nuestros padres.Se despidieron los hermanos de los ancianos y se pusieron en camino. No se sabe el tiempo que llevaban ya caminando cuando vieron delante una gran ciudad. De ella salía, montado a caballo, el mayordomo mayor del reino. Al cruzarse con los hermanos, les gritó:— ¡Eh, buenos mozos! ¿venís del trabajo o vais en busca de él? Si buscáis trabajo, seguidme, que yo os lo proporcionaré.— ¿Qué trabajo es el que nos ofreces? —le preguntó Iván, el hermano menor.— Un trabajo muy fácil —respondió el mayordomo mayor—, segar la hierba de los prados de su majestad, secarla, agavillarla y apilarla en almiares.Todos los hermanos callaban. Iván dijo:— ¡Ea, llévanos a los prados esos!El mayordomo los llevó a los prados de su majestad y, una vez allí, les preguntó:— ¿Os bastarán tres semanas?— Iván le respondió:— Si hace buen tiempo, terminaremos en tres días.— ¡Manos, pues, a la obra, buenos mozos —dijo muy satisfecho el mayordomo del zar—. La paga será buena, y la comida, la que queráis.Iván le dijo:

Page 54: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Basta con que nos ases treinta y tres bueyes y nos des un cubo de vino y una rosquilla por cabeza. No necesitamos nada más.El mayordomo del zar se marchó. Los hermanos afilaron sus guadañas y se pusieron a segar con tanto brío, que hasta silbaba el aire. Les cundía tanto el trabajo, que al atardecer habían segado ya toda la hierba. Mientras tanto, de la cocina de palacio les habían llevado treinta y tres bueyes asados, treinta y tres rosquillas y treinta y tres cubos de vino. Cada hermano se bebió medio cubo de vino y se comió media rosquilla y medio buey. Luego, todos se tendieron a descansar.A la mañana siguiente, cuando el sol empezó a calentar, se pusieron a secar la hierba y agavillarla, y al atardecer ya la habían apilado. Volvieron a beberse medio cubo de vino y a comerse media rosquilla y medio buey por cabeza. Iván envió a uno de sus hermanos a palacio.— Diles —le pidió— que pueden venir a ver cómo hemos cumplido el trabajo.Regresó el hermano, seguido del mayordomo, y a poco llegó el zar en persona. El zar contó los almiares, vio que en los prados no había quedado en pie ni una brizna de hierba y dijo:— ¡Bravo, muchachos! Habéis sabido segar bien y pronto mis prados, secar la hierba y apilar el heno. Os encomio por ello y os hago don de cien rublos y un tonel de vino. Pero ahora debéis guardar el heno. Alguien viene cada año a estos prados a comerlo, pero no podemos atrapar al ladrón.Iván, el hermano menor, dijo:— Deja, señor, que mis hermanos regresen a casa, que yo solo guardaré el heno. El zar no objetó. Los hermanos fueron a palacio, recibieron el dinero, bebieron vino, cenaron y se marcharon a casa.Iván regresó a los prados del zar. Por las noches no pegaba ojo, guardando el heno, y de día iba a la cocina de palacio para comer, beber y descansar.Llegó el otoño, y las noches se hicieron largas y oscuras. Una de ellas Iván se escondió en un almiar y desde allí vigilaba el prado.A eso de la medianoche todo en torno se iluminó, como si luciera el sol. Levantó Iván la cabeza y vio que salía del mar una yegua de crines de oro y galopaba derecho al almiar en que él estaba oculto. Los cascos de la yegua hacían retemblar la tierra, sus ollares despedían llamas, y sus orejas, penachos de humo.Llegó la yegua al almiar y se puso a mordisquear el heno. Iván, rápido, saltó a su lomo. La yegua de crines de oro dio un bote, alejándose del almiar, y voló por los prados del zar. Iván la montaba sujetándose con la izquierda a las crines.Empuñaba en la derecha una fusta de cuero trenzado, con la que fustigaba a la yegua y la hacía galopar por tierras musgosas y pantanos.Largo rato estuvo la yegua galopando por tierras musgosas y pantanos y acabó hundiéndose hasta los ijares en un tremedal. Dijo entonces:— En fin, Iván, has sabido montarme, tenerte encima de mí y dominarme. No me azotes más, no me atormentes, y seré tu fiel servidora.Llevó Iván la yegua al palacio del zar, la encerró en la cuadra, se fue a la cocina y se acostó. A la mañana siguiente dijo al soberano:— He descubierto, señor, quien comía el heno en tus prados y he atrapado al ladrón. Vamos y lo verás.El zar se alegró infinito al ver la yegua de las crines de oro y dijo:— Veo, Iván, que aunque eres el menor de tu familia, les aventajas a todos en ingenio. Por tus buenos servicios, te nombro mi caballerizo mayor.Desde entonces, todos llaman al buen mozo Iván el Ingenioso.

Page 55: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

En fin, se hizo cargo Iván de las cuadras del zar. Se pasaba las noches sin pegar ojo, cuidando los caballos. Los brutos estaban cebados y lustrosos, el pelo les brillaba como la seda, y tenían sus crines y colas tan bien peinadas, que eran un primor.El zar se hacía lenguas de su caballerizo. Solía decir:— ¡Bravo por Iván el Ingenioso! Jamás había tenido tan buen caballerizo mayor.Aquello despertaba la envidia de los demás caballerizos de su majestad.— ¡Fíjate —comentaban enojados— manda de nosotros un simple mujik, un aldeano! ¿Acaso un hombre así puede ser el caballerizo mayor del zar?Se pusieron aquellos envidiosos a urdir negros planes. Iván el Ingenioso cumplía su cometido y no sospechaba nada.Llevó el azar a palacio a un viejo alguacil, un borrachín, que dijo a los caballerizos:— Dadme, muchachos, un vasito de aguardiente, a ver si se me quita la resaca que tengo desde ayer. Si me convidáis, os diré lo que debéis hacer para libraros del caballerizo mayor.Los envidiosos dieron un vaso de aguardiente al borrachín, que se lo echó al coleto y dijo:— Nuestro zar siente grandes deseos de poseer el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón. Muchos valientes fueron en busca de ellos, unos de buen grado y los más por la fuerza, pero ninguno regresó. Decidle al zar que Iván el Ingenioso se ha jactado de que para él conseguir todo eso sería coser y cantar. El zar le ordenará que vaya en busca de esas tres maravillas, e Iván no volverá jamás.Los envidiosos cortesanos dieron las gracias al borrachín y Ir ofrecieron otro vaso de aguardiente. Luego, se pusieron a conversar bajo las ventanas del soberano. El zar los vio, salió de sus aposentos y les preguntó:— ¿De que habláis, buenos mozos? ¿Necesitáis algo?— ¿Sabes, señor nuestro? —le respondieron—, el caballerizo mayor, Iván el Ingenioso, dice que puede conseguir el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón. Eso es lo que estamos discutiendo. Unos dicen que puede, y otros que es un fanfarrón.Aquellas palabras hicieron que el semblante del soberano se demudara. “Todos los monarcas del mundo me envidiarían —se dijo—. Pero ninguno de los que envié a tal empresa regresó jamás”.El zar ordenó al instante que llamaran al caballerizo mayor. Apenas Iván se hubo presentado, el zar le gritó:— No te entretengas ni un segundo, ponte en camino sin dilación y tráeme el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón.— ¿Pero qué dice mi señor? —le respondió Iván—. ¡Ni siquiera he oído hablar de esas maravillas! ¿Dónde voy a buscarlas?El zar montó en cólera y se puso a patalear, vociferando desaforadamente:— ¿Qué es eso de llevarle la contra a tu soberano! Si consigues lo que deseo, te recompensaré, y si no, no te quejes, puedes despedirte de la cabeza. Iván el Ingenioso salió triste y cabizbajo de los aposentos del zar y se puso a ensillar la yegua de crines de oro.Al verle tan abatido, la yegua le preguntó:— ¿Por qué te veo taciturno, dueño mío, te ha ocurrido alguna desgracia?— ¿Cómo quieres verme? -contestó Iván—. El zar me ha ordenado que le traiga el tímpano mágico, el ganso bailarín ye1 gato juguetón, pero yo ni siquiera he oído hablar de ellos.— No te apures, que no es para tanto —dijo la yegua de las crines de oro—. Monta e iremos en busca de la bruja Yagá. Ella nos dirá dónde se encuentran esas maravillas.Iván el Ingenioso se puso en camino. Vieron que montaba la yegua de las crines de oro, pero no vieron cómo salió del palacio.

Page 56: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

No se sabe si fue mucho o poco el tiempo que Iván el Ingenioso estuvo en camino; lo que sí se sabe es que llegó a un bosque tan espeso y oscuro, que en él reinaba eternamente la noche. La yegua había enflaquecido, e Iván se caía de cansancio. Salieron por fin a un claro y vieron una isba, sobre una pata de gallina, que giraba de oriente a poniente. Se acercaron e Iván dijo:— Isba, isbita, vuelve tu trasera al bosque y tu puerta hacia mí. No vengo con intención de quedarme aquí toda la vida, sino con la de pernoctar una sola noche.La isba volvió la puerta hacia Iván. El joven ató a un poste la yegua, subió corriendo a la terracilla y entreabrió la puerta.Estaba en el interior la bruja Yagá, con la nariz hincada en el techo; al lado tenía su almirez y su majadero.Vio la bruja a Iván y dijo:— Hace tiempo que no olía carne rusa, y, fíjate, ella misma ha venido a mí. Dime, galán, ¿qué te trae por aquí?— ¿Por qué, abuela, acoges tan fríamente a las visitas?, ¿por qué haces preguntas a un hombre aterido y hambriento? En Rusia, antes de hacerle ninguna pregunta al caminante, se le da de comer y de beber, se le prepara un buen baño y se le ofrece una buena cama.La bruja Yagá se apresuró a decir:— Perdona, buen mozo, pero aquí las costumbres no son las mismas, perdona a esta pobre vieja. Ahora se hará todo como lo deseas.La bruja Yagá se apresuró a poner la mesa, dio de comer y de beber a Iván y luego le preparó un buen baño. Iván tomó un baño de vapor y luego se lavó. La bruja Yagá le hizo la cama y, cuando Iván se hubo acostado, se sentó a la cabecera y le preguntó:— Dime, buen mozo, ¿has venido aquí por tu propia voluntad o por la fuerza? ¿Qué andas buscando?Iván le respondió:El zar me ha ordenado que le lleve el tímpano mágico, el ganso ihularín y el gato juguetón. Si me dijeras, abuela, dónde puedo encontrarlos, no olvidaría en toda la vida tu bondad.— ¡Ay, hijito, sé dónde se encuentran esas maravillas, pero es muy difícil conseguirlas! Muchos valientes fueron por ellas, pero ninguno regresó.— Lo que haya de ser, será, abuela. Ayúdame, dime a dónde debo ir. — Me das lástima, hijito, pero ¿qué le vamos a hacer?, te ayudaré en lo que pueda. Deja aquí tu yegua de crines de oro, que no le pasará nada. Toma este ovillo. Mañana, en cuanto salgas de mi casa, arrójalo al suelo y síguele. Te llevará a casa de mi hermana la segunda. Tú le muestras el ovillo, ella te lo dirá todo, te enviará a casa de mi hermana la mayor y te ayudará en lo que pueda.A la mañana siguiente, la bruja Yagá despertó a Iván al despuntar el día, le puso de comer y de beber y lo acompañó hasta la puerta. Iván le dio las gracias, se despidió de ella y emprendió el camino. Las cosas no ocurren tan de prisa como se cuentan los cuentos. El ovillo rodaba y rodaba, y nuestro buen Iván caminaba en pos suyo.A los tres días, el ovillo rodó hacia una isba que giraba sobre una pata de gorrión y se detuvo ante ella.— Vuélvete, isba, con la trasera hacia el bosque y tu puerta hacia mí — dijo Iván.La isba dio la vuelta, e Iván subió a la terracilla y abrió la puerta. La dueña de la casa le recibió foscamente:— ¡Hacía tiempo que no olía la carne rusa, que no comía carne humana, y, fíjate, el almuerzo viene a mí él mismo! Di, ¿qué quieres? Iván el Ingenioso tendió a la anciana el ovillo. La bruja lo miró y dijo, juntando con gesto implorante las manos:

Page 57: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¡Ay, si no eres un extraño, sí eres una visita deseada, a quien ha enviado aquí mi hermana la menor! ¿Por qué no me lo dijiste antes?La anciana puso presurosa la mesa, sirvió delicados manjares y se puso a agasajar a Iván.— Bebe y come hasta saciarte, y luego te tiendes y descansas, que ya hablaremos después de lo que te ha traído aquí.Iván el Ingenioso bebió y comió cuanto le vino en gana y se tendió a descansar. La hermana segunda de la bruja Yagá se sentó a la cabecera y le preguntó qué andaba buscando. Iván le contó quién era, de dónde venía y por qué viajaba por el mundo.— El camino que te espera —dijo la anciana— no es largo, pero no sé si saldrás con vida de tu empresa. El tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón pertenecen a nuestro sobrino el dragón Gorínich. Muchos valientes pasaron en dirección a sus dominios, pero ninguno regresó, todos murieron a manos de Gorínich. El dragón es el hijo de nuestra hermana la mayor. Hay que pedirle a ella que te ayude, pues, si no, puedes despedirte de la vida. Hoy enviaré al cuervo, ave agorera, a que advierta a mi hermana. Y ahora duerme, que mañana te despertaré muy temprano.Iván durmió de un tirón toda la noche, se levantó temprano y se lavó. La bruja le sirvió el desayuno y le dio un ovillo de lana roja. Luego lo acompañó hasta la senda y se despidió de él. El ovillo empezó a rodar, e Iván echó a andar en pos suyo.Caminaba Iván de la aurora matutina a la vespertina y de la vespertina a la matutina. Cuando se cansaba, levantaba el ovillo, se sentaba, se comía un mendrugo de pan, bebía agua fresca de algún manantial del bosque y proseguía su camino.Al caer la tarde del tercer día, el ovillo se detuvo ante una casa muy grande, que se alzaba sobre diez postes y diez peñascos. Rodeaba la casa una cerca muy alta.Ladró un perro y salió a la terracilla la hermana mayor de la bruja Yagá. La anciana hizo que el perro dejara de ladrar y dijo:— Ya sé quién eres y a qué has venido, buen mozo. Vino aquí de parte de mi hermana la segunda el cuervo, ave agorera. Procuraré ayudarte. Pasa, siéntate a la mesa y calma el hambre y la sed.En fin, la anciana dio de beber y de comer a Iván el Ingenioso.— Ahora debes esconderte. Mi hijo no tardará en llegar, hambriento y enojado. Temo que pueda devorarte.Abrió la anciana la trampa de la bodega y dijo a Iván:— Métete aquí y no te muevas hasta que no te llame.Apenas si la anciana había cerrado la trampa, cuando se levantó en torno un gran estrépito. Las puertas se abrieron de par en par y entró volando el dragón Gorínich. La casa parecía presta a venirse abajo.— ¡Huele a carne rusa!¡Qué cosas tienes, hijito! ¡Cómo puede oler a carne rusa cuando he perdido ya la cuenta de los años en que por aquí no ha pasado ni siquiera ni el lobo gris ni el halcón de rápidas alas! Tú que andas por esos mundos debes de haber traído contigo el olor a carne rusa.La anciana puso la mesa, sacó del horno un novillo terzón y subió de la bodega un cubo de vino. El dragón Gorínich se bebió el vino, se comió el novillo y se puso de mejor humor.— ¡Ay, madre!, ¿con quién podría entretenerme jugando a la brisca?— Yo podría encontrar quien jugase contigo a la brisca, pero me temo que le hagas alguna trastada.Llama a esa persona, madre, y no temas, que no le haré ningún daño. No puedes imaginarte las ganas que tengo de jugar a la brisca.— Está bien, hijo, pero recuerda tu promesa —dijo la anciana, y levantó la trampa de la bodega.— ¡Sal, Iván el Ingenioso, complace a mi hijo, juega con él a las cartas!

Page 58: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Se sentó Iván a la mesa, y el dragón Gorínich dijo:— El que gane, se comerá al otro.Estuvieron jugando toda la noche. La anciana ayudaba a Iván, y al amanecer, cuando despuntaba el día, Iván el Ingenioso había ganado al dragón Gorínich.— Quédate en mi casa, buen mozo —imploró a Iván el dragón—, y esta noche, cuando regrese, jugaremos otra vez, pues quiero tomarme el desquite.El dragón levantó el vuelo, e Iván el Ingenioso se durmió como un bendito. Cuando se despertó, la hermana mayor de la bruja Yagá le sirvió una buena comida con abundante vino.El dragón Gorínich regresó al anochecer, se comió un novillo terzón asado al horno, se bebió cubo y medio de vino y dijo:— ¡Ahora, a jugar, que quiero sacarme la espina!En fin, se pusieron a jugar, pero, como no había dormido la noche anterior y durante el día se había fatigado volando por el mundo, el dragón estaba amodorrado, e Iván el Ingenioso, ayudado por la anciana, volvió a ganarle. Al amanecer, cuando terminaron de jugar, el dragón dijo:— Ahora tengo que volar para arreglar unos asuntos; esta noche jugaremos la definitiva.Iván el Ingenioso descansó bien y mató el sueño, pero el dragón Gorínich llevaba ya dos noches sin pegar ojo y, después de volar por todo el mundo, regresó muy cansado. Se zampó el novillo de rigor, se echó al coleto dos cubos de vino y dijo a Iván:— Siéntate, buen mozo, que quiero tomarme el desquite.Pero el dragón estaba rendido y dormitaba. Pronto Iván le ganaba por tercera vez.El dragón, asustado, se hincó de rodillas e imploró:— ¡Oh, buen mozo, no me mates, no me comas! ¡Haré por ti lo que me pidas!Luego, se arrojó a los pies de su madre y le rogó:Madre, persuade a Iván de que no me quite la vida. Eso era lo que Iván estaba esperando.— Bien, dragón Gorínich —dijo—. Te he ganado tres veces, pero si mc das tres maravillas, el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón, quedaremos en paz.El dragón Gorínich se echó a reír, abrazó a Iván ya su madre y dijo:— Te daré con gran placer las tres maravillas esas. Ya conseguiré para mí otras mejores.En fin, dio el dragón un festín de lo más opulento. Agasajaba sin cesar a Iván y le llamaba hermano. Luego le dijo:— ¿Qué necesidad tienes, amigo, de regresar a pie cargado con tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón? Puedo llevarte en un abrir y cerrar de ojos a donde quieras.— Muy bien, hijito —dijo la madre del dragón—, lleva a Iván a de tu tía, mi hermana la menor, y a la vuelta te pasas por casa de tu otra tía. Hace ya mucho tiempo que no has estado a verlas.Después de terminado el festín, Iván el Ingenioso metió las tres maravillas en un saco y se despidió de la madre de Gorínich. El dragón lo levantó en vilo y voló con él hasta las nubes. A la hora escasa, el dragón se posaba ante la isba de la bruja Yagá. La bruja salió a la terracilla y recibió a los llegados con grandes muestras de contento.Iván el Ingenioso ensilló sin pérdida de tiempo su yegua de crines de oro, se despidió de la bruja y del dragón y galopó hacia su tierra.Llegó, con las tres maravillas, a palacio. En aquel instante el zar celebraba un festín al que asistían, amén de sus ministros y boyardos, seis monarcas y sus herederos.Iván entró en la sala y entregó al zar el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón. El zar no cabía en sí de gozo.— Veo, Iván el Ingenioso —dijo—, que has sabido cumplir mi voluntad. Eres un bravo mozo, y sabré recompensarte. Antes eras mi caballerizo mayor, y ahora serás mi consejero.Los boyardos y los ministros torcieron el gesto y rezongaron en voz baja:

Page 59: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— Para nosotros es un deshonor tener que sentarnos al lado de un mozo de cuadra. ¡Qué ocurrencias tiene nuestro zar!Empezó a tocar el tímpano mágico, el gato juguetón entonó una copla, y el ganso bailarín se puso a bailar. El regocijo de todos los presentes era tan grande, que saltaron de sus asientos y se pusieron todos a bailar.El tiempo pasaba y seguían bailando. A los soberanos se les habían ladeado bizarramente las coronas, los príncipes zapateaban que era un primor. Los ministros y los boyardos sudaban a mares y jadeaban de cansancio, pero no podían detenerse. El zar hizo un aspaviento y dijo:— ¡Ay, Iván el Ingenioso, pon fin a la danza, que no podemos más!El buen mozo metió en el saco las tres maravillas, y los invitados se desplomaron cada cual donde estaba, respirando fatigosamente. Todos decían:— ¡Vaya jolgorio, vaya jarana! ¡En la vida hemos visto cosa igual!Los monarcas extranjeros sentían envidia, y el zar no cabía en sí de contento.— Ahora —repetía—, todos los zares y todos los reyes se enterarán y se morirán de envidia. ¡Nadie posee tales maravillas!Los boyardos y los ministros rezongaban:— Si las cosas marchan así, pronto este mujik, este patán, será la primera persona del reino y distribuirá las sinecuras y prebendas entre sus rústicos familiares, y a nosotros, los aristócratas de sangre, nos hará la vida imposible, si no nos deshacemos de él.Al día siguiente, los boyardos y los ministros se reunieron para deliberar qué deberían hacer a fin de librarse del nuevo consejero del zar. Un viejo duque aconsejó:— Llamemos al alguacil borrachín, él entiende de eso.Se presentó el borrachín, hizo una reverencia y dijo:— Sé, señores ministros y boyardos, para qué me habéis llamado. Si mc ofrecéis medio cubo de aguardiente, os diré lo que hay que hacer para desembarazarse del nuevo consejero del zar.— Dilo, que por el medio cubo de aguardiente no quedará.Para empezar, le trajeron una buena copa. El borrachín se la echó al coleto y dijo:— Han pasado cuarenta años desde que nuestro zar se quedó viudo. Sabéis que pidió multitud de veces la mano de la bella princesita Aliona y que siempre le dieron calabazas. Tres veces hizo la guerra al reino de Aliona y perdió muchos guerreros, pero por la fuerza tampoco consiguió nada. Que envíe a Iván el Ingenioso a raptar a la bella princesita. Os aseguro que vuestro enemigo no regresará.Los boyardos y los ministros se pusieron de muy buen humor. A la mañana siguiente fueron a ver al zar y le dijeron:— Has tenido un gran acierto, señor nuestro, al elegir tu consejero. Ha sabido conseguir las tres maravillas y ahora asegura que puede raptar y traer aquí a la bella princesita Aliona.Cuando el zar oyó hablar de Aliona, la bella princesita, se levantó del trono como impelido por un resorte y dijo:— ¡Es verdad! ¡Cómo no pensé antes en ello! Hay que enviar a Iván a que rapte a la bella princesita Aliona.El zar hizo que llamaran a su consejero y le ordenó:— Ve al fin del mundo y trae a la bella princesita Aliona, que quiero casarme con ella.Iván el Ingenioso respondió:— La bella princesita Aliona, señor, no es lo mismo que el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón, a la princesita no puedo meterla en un saco. Además, ¿y si no quiere venir?El zar se puso a patalear, a manotear, a sacudir la barba, y gritó:

Page 60: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¡No me lleves la contra! ¡No quiero saber nada, tráela Corno puedas! Si vuelves con la bella princesita Aliona, te donaré una ciudad con sus alrededores y te haré ministro; si vuelves sin ella, despídete de tu cabeza.Salió Iván cabizbajo y meditabundo de los aposentos del zar y se puso a ensillar la yegua de crines de oro. La yegua le preguntó:— ¿Por qué te veo tan pensativo, dueño mío? ¿Es que te amenaza alguna desgracia?— No puede decirse que me amenace una gran desgracia, pero tampoco tengo motivs de alegría. El zar me envía a raptar a la bella princesita Aliona, pues quiere casarse con ella. Tres años seguidos pidió su mano y tres veces hizo la guerra al reino del padre de Aliona sin que consiguiera nada, y ahora me envía a mí solo.— No te preocupes, que no es para tanto —dijo la yegua, de crines de oro—. Te ayudaré y saldrás airoso de tu empresa.Iván el Ingenioso hizo rápidamente los preparativos del viaje y todavía tardó menos en ponerse en camino. Vieron que montaba la yegua de crines de oro, pero nadie vio cómo salía del palacio.No se sabe cuánto tardó Iván en alcanzar el reino del padre de la princesita Aliona. Por fin, llegó al palacio. Una alta muralla le interceptó el paso. La yegua de las crines de oro saltó sin dificultad la muralla, y el bravo mozo se vio en el jardín del zar. La yegua de las crines de oro le dijo:— Me convertiré en un manzano con frutos de oro, y tú te escondes cerca de mí. Mañana, la bella princesita Aliona saldrá a pasear al jardín y sentirá el deseo de arrancar una manzana de oro. Cuando se acerque, no te duermas, ráptala, y yo estaré ya preparada para emprender la huida. No pierdas ni un instante, monta con la princesita. Si remoloneas, perderemos la vida los dos.A la mañana siguiente, la princesita Aliona salió a pasear a su jardín. Vio el manzano de frutos de oro y gritó a sus ayas y doncellas:— ¡Huy, qué manzano más precioso! ¡Las manzanas son de oro! Esperadme, que voy en un vuelo a arrancar una manzana.En cuanto Aliona se acercó al manzano, Iván el Ingenioso salió rápido de su escondrijo y sujetó por los brazos a la princesita. En aquel mismo instante, el manzano se convirtió en la yegua de crines de oro. Piafaba la yegua, acuciando a Iván. El bravo mozo saltó a lomos de la yegua, levantó a Aliona, y en un dos por tres se perdieron de vista.Las ayas y doncellas de la princesita dieron la voz de alarma. Acudió corriendo la guardia, pero la princesita Aliona había desaparecido sin dejar rastro. El zar, al enterarse, lanzó sus mesnadas en todas direcciones. Al día siguiente, los jinetes regresaron con las manos vacías. Por más que espolearon sus monturas, no lograron siquiera descubrir al raptor.Mientras tanto, Iván el Ingenioso había dejado atrás muchas tierras y muchos ríos y lagos.Al principio, la bella princesita Aliona se debatía, pugnando por escapar, pero luego se calmó y estalló en sollozos. Lloraba y, de vez en cuando, miraba al buen mozo que la había raptado. Al día siguiente, la princesita preguntó a Iván:— Dime, ¿quién eres? ¿De dónde has venido? ¿A qué horda perteneces? ¿Quiénes son tus padres? ¿Comó te llamas?— Me llamo Iván el Ingenioso. Soy hijo de campesinos. Nací en las tierras de mi zar.— Dime, Iván ¿me has raptado por tu cuenta o cumpliendo la voluntad de otro?— Mi zar me ordenó que te raptara.Le bella princesita Aliona se retorció las manos desesperada y gritó:— ¡Por nada del mundo me casaré con ese viejo idiota! Tres años seguidos pidió mi mano y tres veces hizo la guerra a nuestro reino, pero no consiguió más que perder multitud de guerreros. Ahora tampoco logrará que yo sea su mujer.

Page 61: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Al buen mozo le agradaron aquellas palabras de la princesita. No podía objetar nada a ellas y pensó: “¡Cómo me gustaría tener una mujer así!”Al poco divisaron a lo lejos las tierras del reino. El viejo zar se pasaba los días asomado a la ventana, los ojos puestos en el camino, en espera de ver aparecer a Iván con la princesita.El buen mozo estaba llegando a las puertas de la ciudad, y ya el zar había salido a la entrada de palacio. Apenas llegó Iván al patio de palacio, el zar bajó corriendo los peldaños de la terracilla, ayudó a Aliona a apearse de la yegua, tomó sus blancas manos y le dijo:— ¡Cuántas veces envié a tu padre mis casamenteros y fui en persona a pedir tu mano, sin conseguir nada! Ahora no tendrás más remedio que casarte conmigo.La bella princesita Aliona sonrió irónica y dijo:— Deberías, zar, dejar que descansara del viaje antes de hablarme de la boda.El zar se agitó al instante y mandó llamar a las ayas y doncellas, a quienes preguntó:— ¿Está listo el palacete para mi querida novia?— Todo está presto desde hace tiempo.— Bien; haceos cargo de vuestra futura zarina. Cumplid todo lo que os mande y que a nadie se le ocurra desobedecerla —ordenó el zar.Las ayas y las doncellas se llevaron a la bella princesita Aliona al palacete. El zar dijo a Iván el Ingenioso:— ¡Bravo, Iván! Por el servicio que me has prestado, te nombro mi primer ministro y te hago don de tres ciudades con sus alrededores.Pasaron dos días, y el viejo zar empezó a dar muestras de impaciencia. Deseaba celebrar la boda cuanto antes, y por ello preguntó a la bella princesita Aliona:— ¿Para qué día llamamos a los invitados? ¿Cuándo nos casamos?La princesita le respondió:— ¿Cómo voy a casarme si no tengo aquí ni mi anillo de bodas ni mi carreta nupcial?— Por eso no quedará —le dijo el zar—. En mi reino hay cuantos anillos y carretas quieras, podrás escoger, y si no encuentras nada de tu gusto, enviaremos un emisario a los países de allende el mar para que traiga lo que te agrade.— No, zar, no iré a casarme en ninguna carreta que no sea la mía ni ceñiré a tu dedo otro anillo que el mío —respondió la bella princesita Aliona.— ¿Y dónde están el anillo ese y tu carreta nupcial? —inquirió el zar.- El anillo está en mi equipaje, mi equipaje se encuentra en la carreta, y la carreta se halla en el fondo del mar, cerca de la isla de Buyán. Mientras no traigas todo eso, no me hables de la boda.El zar se quitó la corona y se rascó el cogote.— ¿Qué hay que hacer —dijo— para sacar tu carreta del fondo del mar?— Eso no es cosa mía. Arréglatelas como puedas —respondió la princesita, y se retiró a su palacete.El zar se quedó solo, se puso a cavilar, se acordó de Iván el Ingenioso y pensó: “¡Ya sé quién conseguirá traer el anillo y la carreta!”En fin, hizo llamar a Iván el Ingenioso y le dijo:— Mi fiel servidor Iván el Ingenioso, tú fuiste el único que encontró el tímpano mágico, el ganso bailarín y el gato juguetón. Tú me trajiste a mi novia, la bella princesita Aliona. Préstame otro servicio, trae el anillo de bodas y la carreta nupcial de la princesita. El anillo está en su equipaje, el equipaje se encuentra en la carreta, y la carreta se halla en el fondo del mar, cerca de la isla de Buyán. Si traes el anillo y la carreta, te donaré la tercera parte de mi reino.— ¡Qué dices, señor mío! —replicó Iván—. ¿Soy, acaso, una ballena? ¿Cómo voy a buscar en el fondo del océano el anillo y la carreta?

Page 62: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El zar montó en cólera, se puso a patalear y vociferó:— No quiero saber nada. A mí me corresponde, como soberano, mandar, y a ti, como súbdito, obedecer. Si traes el anillo y la carreta, te recompensaré como sabemos hacerlo los zares, y si no los traes, despídete de tu cabeza.Iván el Ingenioso fue a la cuadra y se puso a ensillar la yegua de rines de oro. La yegua le preguntó:— ¿A dónde vamos, dueño mío?— Yo mismo no lo sé, pero hay que ponerse en camino. El zar me ha ordenado que traiga el anillo de bodas y la carreta nupcial de la princesita. El anillo está en el equipaje, el equipaje se encuentra en la carreta, y la carreta se halla en el fondo del mar, cerca de la isla de Buyán. En fin, iremos en busca de ellos.— Esta empresa es la más difícil de todas —dijo la yegua de crines de oro—. El camino no es largo, pero puede ser fatal. Sé dónde está la carreta, pero no será fácil sacarla de allí. Descenderé al fondo del océano, me unciré a la carreta y la sacaré a la orilla, si no me descubren los caballos del mar; si me descubren, me matarán a dentelladas, y, en toda tu vida, ni me verás a mí ni verás la carreta.Iván el Ingenioso se puso a pensar y, tras larga reflexión, fue a ver al zar y le dijo:— Dame, señor, doce pieles de buey, doce arrobas de soguilla embreada, doce arrobas de betún y una caldera.— Toma lo que necesites y date prisa en hacer lo que te he ordenado.Cargó Iván las pieles, la soguilla, el betún y la caldera en un carro, enganchó a él la yegua de crines de oro y se puso en camino.Al cabo de algún tiempo llegó Iván a los prados del zar, a orillas del océano, y se puso a cubrir la yegua con las pieles y a sujetar éstas con la soguilla.— Si los caballos del mar te descubren —dijo a la yegua Iván—, no podrán morderte.Cubrió la yegua con las doce pieles y ató éstas con las doce arrobas de soguilla. Luego calentó las doce arrobas de betún y las vertió sobre las pieles y la soguilla.— Ahora ya no podrán hacerme nada los caballos del mar —dijo la yegua de crines de oro—. — Espera en los prados tres días, toca el tímpano y no pegues ojo.En fin, la yegua se lanzó al mar y se ocultó bajo el agua.Iván el Ingenioso se quedó solo a orillas del mar. Pasó un día, tras él, otro, y el bravo mozo tocaba el tímpano y miraba al mar, sin pegar ojo en todo el tiempo. Al tercer día, el tímpano no le distraía ya y sintió una modorra espantosa. Por más que se resistió, el sueño acabó venciéndole.No se sabe el tiempo que llevaba dormitando, cuando oyó el batir de los cascos de unos caballos. Abrió los ojos y vio que la yegua de rimes de oro salía con la carreta a la orilla. Seis caballos del mar colgaban de los costados de la yegua.Iván el Ingenioso corrió al encuentro. La yegua de crines de oro le dijo:— Si no me hubieras cubierto con las pieles de buey, atado con la soguilla y untado de betún, no me hubieses vuelto a ver. Me atacó toda una manada de caballos del mar, arrancaron nueve de las pieles y estropearon dos, pero estos seis caballos quedaron tan pegados al betún, que no pudieron desprenderse por más dentelladas que soltaron. En fin, de algo te servirán.El buen mozo trabó los caballos del mar, tomó un buen látigo y se puso a azotarlos, al tiempo que les repetía:— ¿Me obedeceréis? ¿Me reconoceréis dueño vuestro? Si no me obedecéis, os mataré a latigazos y luego seréis pasto de los lobos.Los caballos se hincaron de rodillas e imploraron:

Page 63: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— ¡No nos atormentes, no nos azotes, buen mozo! ¡Te obedeceremos, seremos tus fieles servidores! Si te ocurre alguna desgracia, sabremos salvarte.Arrojó Iván el látigo, enganchó todos los caballos a la carreta y se dirigió a la capital del reino.Llegó Iván a palacio en la carreta, de la que tiraban los seis caballos y la yegua, dejó en la cuadra las bestias y se dirigió a los aposentos del zar, a quien dijo:— Toma, señor, la carreta y toda la dote de la princesita. En la puerta está todo.El zar ni siquiera le dio las gracias. Corrió apresuradamente a la carreta, sacó de ella el equipaje y lo llevó a la bella princesita Aliona.— He cumplido todos tus deseos, bella princesita —dijo el zar—. Aquí tienes el equipaje y el anillo La carreta espera a la puerta de tu palacete. Dime, ¿cuándo celebraremos la boda, qué fecha señalaremos a los invitados?— Estoy de acuerdo en casarme y podemos celebrar pronto la boda —le respondió la princesita—. Pero no quisiera que se casara conmigo un hombre tan viejo, con todo el pelo cano. La gente se pondría a chismorrear y a reírse de ti. Diría:“Ese vejestorio se ha casado con una niña. A la vejez, viruelas”. Ya sabes que las malas lenguas nunca callan. Si rejuvenecieras antes de la boda, todo marcharía a pedir de boca.— Dime, ¿cómo puede uno rejuvenecer? —preguntó el zar—. No tendría nada en contra, pero jamás he oído que eso sea posible.— Hay que encontrar tres grandes calderas de cobre —le dijo la princesita—. La primera hay que llenarla de leche, y las otras dos, de agua de manantial. La caldera con leche y una de las calderas de agua hay que calentarlas. Cuando la leche y el agua hiervan a borbotones, sumérgete en la leche primero, luego, en el agua hirviendo y, por último, en el agua fría. Cuando te hayas bañado en las tres calderas, te verás joven y apuesto, como si tuvieras tan sólo veinte años.— ¿Y no me coceré? —preguntó el zar.— En el reino de mi padre no hay viejos —respondió la bella princesita—, todos se rejuvenecen así, y nadie se ha cocido nunca.El zar dispuso que se preparara todo tal como le había dicho la bella princesita Aliona. Pero cuando la leche y el agua empezaron a hervir a borbotones, tomó miedo, quedó pensativo y se puso a dar vueltas en torno a las calderas. Súbitamente se dio una palmada en la frente y dijo:— ¡No hay que pensarlo más! Primero que haga la prueba Iván el Ingenioso, y veré lo que resulta. Si la cosa sale bien, me sumergiré en las calderas. Si Iván muere cocido, poco se perderá, yo podré quedarme los caballos y no tendré que desprenderme de una tercera parte del reino.En fin, el zar hizo que llamasen a Iván el Ingenioso.— ¿Para qué me has llamado, señor? —preguntó Iván—. Estoy aún muy cansado del viaje.— Ahora mismo te dejo libre —respondió el zar—. Báñate en esas tres calderas y ve a descansar.El mozo miró hacia las calderas y vio que dos de ellas hervían y que sólo la tercera estaba fría.— ¿Quieres cocerme vivo, señor? —inquirió Iván—. ¿Esa es tu recompensa a mis servicios?— ¡Qué cosas tienes, Iván! —replicó el zar—. Quien se baña en esas tres calderas, deja de ser viejo, se hace joven y apuesto.— Yo no soy viejo, señor, ¿qué necesidad tengo de rejuvenecer?— ¡Eres muy rebelde! —exclamó enojado el zar—. ¡Siempre me llevas la contra! Si no me obedeces de buen grado, tendrás que hacerlo por la fuerza y ordenaré que te atormenten en el potro.En aquel instante salió de su palacete la bella princesita Aliona y deslizó al oído de Iván, sin que el zar lo advirtiera:— Antes de sumergirte en las calderas, habla con la yegua de las crines de oro y con los caballos del mar. Luego, puedes bañarte sin temor alguno.

Page 64: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Al zar le dijo:— He venido a saber si lo han preparado todo tal como dije. Aliona examinó las calderas y añadió:— Todo está bien. Báñate, señor, que yo iré mientras a prepararme para la boda.La princesita se retiró a su palacete. Iván miró al zar y dijo:— Bien, señor, cumpliré tu voluntad por última vez; de todos modos no se muere dos veces, y lo mismo da antes que después. Lo único que te pido es que me permitas despedirme de la yegua de crines de oro. Hemos viajado juntos mucho y puede que no nos volvamos a ver.— ¡Anda y no te entretengas! —consintió el zar.Iván fue a la cuadra y contó a la yegua y a los caballos del mar lo que pasaba. Le dijeron:— Cuando oigas que todos nosotros relinchamos tres veces, sumérgete sin temor alguno en las calderas.Iván regresó a donde estaba el zar y le dijo:— Ya lo he hecho todo, señor, ahora mismo voy a bañarme en las calderas.Oyó Iván que los caballos y la yegua relinchaban tres veces. Se echó de cabeza a la caldera con leche, se sumergió después en la de agua hirviendo y, por último, se zambulló en la de agua fría y salió de ella tan apuesto y bello como los galanes de los cuentos.Al verle, el zar se hizo el ánimo y, sin pensarlo más, subió con dificultad al tablado y se arrojó a la caldera con leche, muriendo cocido en ella. La princesita Aliona salió corriendo de su palacete, tomó las blancas manos a Iván el Ingenioso y le ciñó al dedo el anillo de bodas. Luego se sonrió y dijo:— Tú me raptaste por orden del zar, pero el zar ya no vive. Ahora, haz tu voluntad: llévame al palacio de mis padres o déjame aquí contigo.Iván el Ingenioso tomó las manos de la bella princesita Aliona, la llamó su prometida y le puso el anillo nupcial.Después envió unos mensajeros a la aldea para que invitaran a la boda a sus padres y a sus treinta y dos hermanos.Al poco tiempo, los ancianos y los treinta y dos hermanos de Iván llegaban a palacio.Celebraron la boda y el festín de rigor. Iván el Ingenioso y la bella princesita Aliona vivieron dichosos y felices, sin olvidarse nunca de endulzar la vejez de sus padres.

Los siete SimonesÉranse siete hermanos, los siete trabajadores, que llevaban todos el mismo nombre: Simón. Un buen día en que los hermanos habían salido a labrar su campo, acertó a pasar por allí el zar con sus voivodas. Miró el soberano hacia el campo, vio a los siete labradores y quedó pasmado.— ¿Qué veo? —dijo— ¡En un mismo campo, siete labradores de la misma talla y todos con la misma cara! Preguntadles quiénes son.Corrieron los criados del zar y llevaron ante el soberano a los siete labradores.— Decidme —preguntó el zar— quiénes sois y qué hacéis.Los siete buenos mozos le respondieron:Somos siete hermanos, los siete trabajadores, y llevamos todos un mismo nombre: Simón. Estamos arando la tierra de nuestros abuelos y nuestros padres, y cada uno de nosotros tiene su oficio.— ¡Ea —ordenó el zar—, decidme qué oficio tenéis cada uno! El hermano mayor dijo:— Yo puedo forjar un poste de hierro que llegue de la tierra al cielo.

Page 65: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

El segundo respondió:— Yo puedo trepar a lo alto del poste ese, mirar en todas direcciones y ver lo que ocurre.— Yo —dijo el tercer hermano— soy Simón el Marino. Puedo hacer un barco con mi hacha y navegar con él por la superficie del mar y por su fondo.— Yo —dijo el cuarto hermano— soy Simón el Arquero. Puedo matar una mosca al vuelo.— Yo soy Simón el Astrólogo —dijo el quinto hermano—. Cuento las estrellas sin que se me escape ni una.— Yo soy Simón el Labrador —explicó el sexto hermano—. En un solo día aro, siembro y recojo la cosecha.— ¿Y tú que oficio tienes? —preguntó el zar al hermano pequeño.— Yo, padrecito zar respondió el muchacho-, bailo, canto y toco el caramillo.Uno de los voivodas dijo al zar:— ¡Oh, padrecito zar, los trabajadores nos hacen mucha falta, pero a ese bailarín y músico hay que expulsarlo del reino! ¿Para qué necesitamos gente así, que no se gana el pan que come?— Quizás tengas razón —dijo el zar.Simón el Pequeño oyó aquellas palabras, hizo una reverencia al soberano y le pidió:— Permíteme, padrecito zar, que dé prueba de mi arte, deja que toque mi caramillo.— Está bien —respondió el zar—, puedes tocar por última vez antes de abandonar mi reino.Tomó Simón el Pequeño su caramillo de corteza de abedul y tocó una danza rusa. La gente se puso a bailar, moviendo con brío las piernas. Bailaba el zar, bailaban los boyardos y bailaban los guerrerosLos caballos y las vacas bailaban también en sus cuadras y establos. Bailaban hasta los gallos y las gallinas. Pero quien bailaba con mayor viveza era el voivoda. El hombre sudaba a mares, sacudía las barbas, y por sus mejillas rodaban ya gruesos lagrimones. El zar gritó:— ¡Deja de tocar, que no puedo seguir bailando!Simón el pequeño dijo:— Descansad, buena gente, pero tú, voivoda, por tu mala lengua y tu mirada aviesa, sigue bailando.La gente se tranquilizó, pero el voivoda siguió danzando, hasta que se desplomó como un saco. Yacía sobre el duro suelo como un pez al que las olas hubieran arrojado a la playa. Simón el Pequeño dejó de tocar el caramillo y dijo:— Ya ves, padrecito zar, cuál es mi oficio.El zar se echó a reír, pero el voivoda guardó rencor al muchacho.— ¡Ea, Simón el Mayor —dijo el zar—, muestra tu arte!Tomó Simón el Mayor un martillo que pesaba quince arrobas y forjó con él un poste de hierro que llegaba de la tierra al cielo.Simón el Segundo trepó a lo alto del poste y se puso a atalayar los cuatro puntos cardinales. El zar le gritó:— Dime qué ves.El mozo le respondió:— Veo barcos navegando por el mar, veo trigales en sazón.— ¿Y qué más ves?— Veo en medio del mar océano, en la isla de Buyán, a Elena la hermosa, que está bordando un tapiz de seda sentada a la ventana de su palacio de oro.— ¿Es bonita? —preguntó el zar.Tan bonita que ni en los cuentos tiene igual. Bajo su trenza luce la luna, y en cada cabello fulge una perla.

Page 66: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Quiso el zar casarse con Elena la Hermosa y se disponía a enviar boyardos para que pidieran su mano. Pero el malvado voivoda le deslizó al oído:—Envía, padrecito zar, a pedir la mano de Elena la Hermosa a los siete Simones. Son gente de muchas mañas. Si no logran traer a la princesita, ordena que les corten a todos la cabeza.— Tienes razón —dijo el zar—, los enviaré.En fin, el zar mandó a los siete hermanos que fueran por la princesa, y les dijo:— Si no la traéis, podéis despediros de vuestras cabezas.¿Qué iban a hacer los hermanos? Simón el Marino tomó su afilada hacha, hizo un barco, lo armó y lo botó al agua. Cargaron el barco de diversas mercaderías y de preciosos regalos, y el zar ordenó al malvado voivoda que acompañara a los hermanos y los vigilase. El voivoda se puso pálido, pero ¿qué podía objetar? Como dice el refrán “haces mal, espera otro tal”.Embarcaron, izaron las rumorosas velas, hendieron las olas, y navegaron por el mar océano hacia la isla de Buyán.Por fin llegaron al lejano reino en que Elena la Hermosa vivía. Se presentaron a la princesita, le entregaron los valiosos regalos que le llevaban y le pidieron que accediera a casarse con el zar.Elena la Hermosa se puso a examinar los regalos, y el malvado voivoda le musitó al oído:— No aceptes, Elena la Hermosa, que el zar es viejo y feo. En su reino aúllan los lobos, y los osos andan por doquier.Elena la Hermosa montó en cólera y despidió con cajas destempladas a los casamenteros. ¡Mal se ponían las cosas para los hermanos!— Mirad, hermanos —dijo Simón el Pequeño—, id al barco, izad las velas, prepararos para hacerse a la mar y preparad buena reserva de pan, que yo traeré a la princesita.Simón el Labrador aró en una hora la arena de la playa, sembró centeno recogió la cosecha y coció pan para el viaje. Prepararon el barco para hacerse a la mar y se pusieron a esperar a Simón el Pequeño.Simón el Pequeño llegó al palacio. Elena la Hermosa estaba sentada ala ventana bordando un tapiz de seda. Simón se sentó en un banco, al pie de la ventana, y dijo:— Bien se está aquí, en medio del mar océano, en la isla de Buyán, pero en nuestra madre Rusia se está cien veces mejor. Nuestros prados son verdes y nuestros ríos azules. Nuestros campos son infinitos, junto a los remansos de los ríos crecen blancos abedules, y los prados los esmaltan campanillas azules. En Rusia se encuentran en el cielo las dos auroras, y allí pace la luna su rebaño de estrellas. Nuestro rocío es de dulce miel, y nuestros arroyos son de plata. Sale muy de mañanita el pastor al prado verde, toca su caramillo de corteza de abedul, y, lo quieras o no, le sigues, no puedes remediarlo. Se puso Simón el Pequeño a tocar el caramillo de corteza de abedul. Elena la Hermosa traspuso el umbral de su palacio de oro. Simón tocaba, atravesando el jardín, y Elena caminaba en pos suyo. Simón cruzó el prado, y ella, también. Simón llegó a la playa, y la princesita le iba pisando los talones. Subió Simón al barco, y al barco subió Elena.Los hermanos alzaron en un dos por tres la pasarela, hicieron virar la nave y se adentraron en el mar azul.Simón dejó de tocar el caramillo. Elena la Hermosa pareció despcrtar, miró en torno y vio que la rodeaba el mar océano y que la isla de Buyán estaba ya lejos. Se dejó caer Elena sobre las tablas de pino de la cubierta, voló al cielo convertida en estrella azul y se perdió entre los demás astros. Salió corriendo Simón el Astrólogo, contó las estrellitas de oro y encontró una nueva. Simón el Arquero disparó una flecha a la estrellita aquella. La estrellita cayó sobre las tablas de pino de la cubierta del barco y quedó convertida en Elena la Hermosa.Simón el Pequeño le dijo:

Page 67: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

— No huyas de nosotros, princesita, pues te encontraremos dondequiera que te ocultes. Si te apena acompañarnos, te llevaremos a tu casa, y que el zar nos corte la cabeza.Elena la Hermosa se compadeció de Simón el Pequeño y le respondió: — No consentiré, Simón cantor, que te corten la cabeza por mí. Prefiero ir al reino del viejo zar.Los días se iban sucediendo. Simón el Pequeño no se apartaba ni un instante de la princesita, y ella lo miraba con embeleso.El malvado voivoda se daba cuenta de todo y preparaba una negra traición. Ya estaban cerca, ya se veía la costa. El voivoda llamó a cubierta a los hermanos y ofreció a cada uno una copa de dulce vino.— Bebamos, hermanos —dijo— por nuestra amada patria.Los hermanos se bebieron el dulce vino, se dejaron caer sobre la cubierta y quedaron dormidos como troncos. Ni el trueno, ni la tempestad, ni las lágrimas de su madre hubieran podido despertarles, ya que el voivoda había echado en el vino un bebedizo.Elena la Hermosa y Simón el Pequeño fueron los únicos que no probaron el vino aquel.Por fin llegaron al puerto. Los hermanos mayores dormían como si estuvieran muertos. Simón el Pequeño se disponía a llevar a Elena la Hermosa a presencia del zar. Ambos lloraban amargamente, sintiéndose sin fuerzas para separarse. Pero, ¿qué podían hacer? Por algo dice el refrán ruso “guárdate de dar palabra, pero, si la diste, cúmplela”.El malvado voivoda se adelantó, se hincó de rodillas ante el zar y dijo:— Padrecito zar, Simón el Pequeño te quiere mal, piensa matarte para quedarse con la princesita. Ordena que lo decapiten.En cuanto Simón y Elena llegaron a presencia del soberano, a la princesita la llevaron con todos los honores a un bello palacete, y a Simón lo encerraron en una mazmorra.— ¡Hermanos, hermanos míos —gritó el mozo—, acudid en ayuda mía!Los hermanos dormían como muertos.A Simón el Pequeño lo sumieron en la mazmorra y lo encadenaron.A la mañana siguiente, apenas despuntar el día, llevaron a Simón el Pequeño al cadalso. La princesita lloraba, vertiendo lágrimas como perlas. El malvado voivoda sonreía con maligna alegría. Simón el Pequeño dijo:— Magnánimo zar, siguiendo la vieja costumbre, cumple mi última voluntad: permíteme que toque por vez postrera el caramillo.El malvado voivoda gritó a voz en cuello:— ¡No lo consientas, padrecito zar, no lo consientas!— No faltaré a las costumbres de mis abuelos —dijo el zar—. Toca, Simón, y date prisa, que mis verdugos están cansados de esperar y sus a filadas espadas pueden embotarse.Simón el Pequeño se puso a tocar su caramillo de corteza de abedul.Los sonidos del caramillo se oían tras las montañas y los valles y llegaron al barco. Los hermanos mayores los oyeron. Se despertaron, se sacudieron el sueño y dijeron:— ¡Está visto que a nuestro hermano pequeño le ha ocurrido una desgraciaCorrieron los hermanos al palacio del zar. Los verdugos habían empuñado sus afiladas espadas y se disponían ya a decapitar a Simón el Pequeño, cuando llegaron los hermanos mayores: Simón el Herrero, Simón el Vigía, Simón el Labrador, Simón el Marino, Simón el Arquero y Simón el Astrólogo. Los hermanos, fuertes, terribles en su cólera, dijeron al viejo zar:— Pon en libertad a nuestro hermano pequeño y dale por esposa a Elena la Hermosa.El zar barbotó asustado:— Llcvaos a vuestro hermano pequeño y, por añadidura, a la princesita. A mí no me gusta. Lleváosla cuanto antes. El festín fue enorme. Comieron, bebieron y cantaron. Luego, Simón el

Page 68: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

Pequeño tomó su caramillo y tocó una danza. Bailaba el zar, bailaba la princesita, bailaban los boyardos y sus esposas. Los caballos bailaban en sus cuadras, y las vacas, en sus establos. Hasta los gallos y las gallinas se pusieron a bailar.Pero quien danzaba con mayor brío era el voivoda. Estuvo bailando hasta que se cayó y el alma abandonó su cuerpo. Celebraron su boda Simón y la princesita, y todos los hermanos se pusieron a trabajar. Simón el Herrero forja arados. Simón el Labrador siembra trigo, Simón el Marino surca los mares, Simón el Astrólogo cuenta las estrellas, y Simón el Arquero y Simón el Vigía velan por Rusia... En la madre Rusia hay trabajo para todos.¿Y Simón el Pequeño? Simón el Pequeño canta y toca el caramillo, alegra a los demás y, así, les ayuda a trabajar mejor.

Page 69: Varios - Basilisa La Hermosa (Cuentos Rusos)

ÍNDICE

El zarevitz Iván y el pájaro de fuego … … … … … … … … … … … … … … … … … … 2

Los dos Ivanes … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … 6

Finist, el halcón encantado … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … 9

Aliónushka e Ivánushka … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … 13

El caballito mago … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … 16

El frío justiciero … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … 19

El rey y el arquero … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … 20

La niña y el horno, el manzano y el río … … … … … … … … … … … … … … … … … 31

El platillo de plata y la manzanita lozana … … … … … … … … … … … … … … … … 33

El sollo mago … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … … 36

La princesita rana … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … 39

Miajita … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … … … … … 43

La reina María … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … … 45

Iván el ingenioso … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … … 51

Los siete Simones … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …. … … … ... 63