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VA 1 ARIACIONES. -I- Poemas José Garés Crespo Edicions La Sola ana. Valencia, 2015.

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VARIACIONES

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VARIACIONES.

-I- Poemas

José Garés Crespo

Edicions La Solana. Valencia, 2015.

Edicions La Solana. Valencia, 2015.

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-I-

Hubo sus más y sus menos. Recuerdo que al mirarnos

alguien comentó que, aunque la vida nos había esparcido,

espléndida, por casi todos los mundos posibles,

habíamos nacido nardos, adecuados unos, insólitos otros.

Al parecer, dijeron, nos habíamos comportado

con la dignidad adecuada. Lo cierto es que todos

veníamos cargados de historias, ajenas algunas,

y aún había tiempo para resolverlas. Tal y como amaneció,

¿cómo pensar que nos robarían? Al fin sucedió

que éramos como dijeron. Imposible esconderte, amor.

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–II-

Llegamos con volados de encaje, amplios,

resueltos y acompañados, rociados, compañeros

de la aurora blanca. Hubo que reportarnos,

indagar para saber quién era cada cual. Ya sabes…

No fue fácil porque, aunque todos los golpes recibidos

eran de parecido volumen, no tenían el mismo origen

y una frágil historia los cubría. Pero de nuevo

las miradas nos identificaron. Horas después,

días quizá, supimos que, pese a intentar sobrevenir

desnudos y cubiertos de luz, teníamos los hombros hundidos

de soportar prejuicios, malicias y consejos, de sublimar

deseos, y habíamos aprendido a contar nuestra historia

montados sobre el vaivén del apetito y asumir,

como si de una condena hablásemos, nuestro futuro inestable.

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–III-

Había razones de toda índole y énfasis para vivir.

Por eso cuando te vimos, tan dentro de ti mismo,

ambos supimos que éramos amigos y viejos.

Y no solo por tanto como nos preguntábamos,

también porque todos queríamos, aún entonces,

ser una obra abierta. Quien sabe hacia dónde.

Así tan formales, comprobamos el contenido

y la pertinencia del testimonio abierto de quien,

tan insensato como estratega, tuvimos que amar,

virgen y somnoliento sobre el burdel de la vida.

Guerra de posiciones, diría la profesora, molesta,

despreciando la periferia y la extensión del amor.

¡Tan heterogéneos caminos para llegar aquí¡

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-IV-

En todas las ciudades vimos al mismo dios indolente

y a parecidos discípulos bailando sobre el asfalto,

como saciando el hambre de adolescentes, ciegos

de imágenes para poder vivir. Ahora que el tiempo

disolvió aquellos escenarios donde fuimos héroes

y dioses, brujas y doncellas, buenos y malos, los neutros

han tomado el camino del mar, ese blando, dulce

e indefinido mar del que somos afluentes y en el que

algunos, muy pocos, bracean, huyendo del segundo círculo.

Se supone que en busca del suicidio que, ya sabes,

no calma el ansia pero nos rellena de orden y programa,

como ese interminable fluir del agua anónima, tan fresca.

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-V-

Pegados a todos ellos, a escondidas, se nos van

como perdiendo jirones de nuestra larga vida,

mientras que la memoria, tan atenta un día

a su desordenado patrimonio, intenta llenar el vacío

con nuevas caras extrañas. ¿O quizá intenta una purga?

Puede que también tengan derecho a habitarnos, a huir

de la autotélica mirada, del eterno y dócil propósito

de sobrevivir. ¿Deberíamos confirmar la moralidad para

intentar ser inmortales contigo? ¿A qué tanta severidad?

¿Dónde estabas cuando caímos? ¿O fue que empujaste tú?

Tal vez fuiste preso repentino de un malestar liviano, fugaz.

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-VI-

Nosotros, tan bellos como fuimos, Lentamente

nos desplazamos de la vigilia al encanto del sueño,

sin casi mutilarnos, borrando lo que parecían espacios

impersonales, anónimos, largos como continuos barrocos,

de fascinante dialéctica en notas y cuerpos que reducen

la conquista de apóstrofes, hasta quebrar vírgenes veneradas

que cubren sus vergüenzas con sus sábanas y nuestros deseados

cuerpos. Todo un ritual de futuros. Desde siempre, puntuales

llegan cuando los invocamos y rebeldes se van, nos envuelven

danzando como un horizonte quebrado de cristales romos

por la nostalgia y el silencio. Al anochecer volvimos al meandro

buscando maneras de reintegrarnos al universo, a la nostalgia

y envueltos por el poniente que enrojece los pórticos.

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-VII-

Cada vez es más incierto que la historia nos enseña a vivir.

Durante centenares de siglos nos habéis hablado del mundo,

de cuanto nos rodea y desconocíamos. Iniciamos así

un largo camino hasta saber las formas y las entrañas

de todo lo que nos podía interesar para sobrevivir.

Desde el más distante punto de luz del infinito universo

hasta esta pequeñísima bacteria que me contempla

asustada, por si meo encima y provoco su diluvio universal,

todo lo habéis perfectamente ordenado y cuantificado.

¿Y os asustáis si ahora nos miramos, hablamos de nosotros,

y nos preguntamos: quién soy, qué hago aquí, a qué he venido

y dónde voy? Se diría que sois dioses. O puede que solo amos.

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-VIII-

También tus pechos. Son mágicos instantes

que desplazaban la lujuria, balbuciendo hasta

comulgar los trasuntos personales que desde

el centro cordial, pegados a la historia,

descubren, en la prohibición, la complicidad,

la licencia, las perversiones, incluso el hastío.

Desde la frescura de la matriz en equilibrio

con su centro y la elegancia, nacieron auroras muelles,

tatuadas niñas y viejas. Fue como saber que

más allá de tus ojos estabas tú. Y construimos,

fascinados por la nada, una habitáculo de amor,

articulado con el nombre común de cada cosa.

Nosotros, tantas veces perdidos en la volatilidad

del universo, ya entonces nos sabíamos mortales.

¿Qué podíamos hacer? Solo sabíamos vivir.

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-IX-

Sin quererlo saber, con el trasunto de tus encantos,

encontramos el placer, el dolor y el oro,

mediante la luz, la sombra y aun el agua

de la que quisimos y queremos beber.

A veces, con lo que sobra al regreso

de las noches blancas y tus años

construimos inducidas obediencias

estrelladas de celos, pero dicen que es

el sino y el complemento, que desde

el abismo todos buscamos a manotazos,

a besos, y aunque no siempre se consigue,

medio en sombras la luna y el muchacho

semidesnudo, recordamos tus viejos amores

en los escenarios de la vida, con el horizonte

cubierto de cielo y el légamo por tu cintura.

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-X-

Anochece y los dos sabemos que, como siempre, nada pasa porque sí

y todo lo que vivimos deja huella, puede que, como el cuchillo en el agua.

Solo hay que lamentar que tantas cosas pasan cuándo no hacían falta,

sino cuando, quien sabe quiénes, así lo quieren, arrastrándonos a la tristeza.

Pues bien; que sea quién quiera. Nosotros lo intentamos.

Lo que nunca podrá nadie, de cualquier manera que lo miren,

es hurtarnos los recuerdos que cuidadosamente guardamos en la piel

de aquellas noches sultanas en las torres de Taraudant,

observando el jardín de las huríes desnudas, bajo la luna moruna del desierto,

y el alba color oro sobre tus pechos, contemplados por sus ojos azules.

Ahora, como parece que la vida quiere continuar rodando, insensible,

si tú quieres, antes de que se apagan las luces y nos piden cuentas el vecindario,

subiremos al tren del futuro juntos, con nuestra gente y su luto.

En cualquier caso, estimada Mireia, a nosotros siempre nos quedará

la voluntad de seguir viviendo peligrosamente, en el corte de la navaja,

enjugando los días y las noches, y desde una cama o sobre el verde pìnar,

mirar el mundo como dos adolescentes que duermen, de nuevo en Casablanca.

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-XI-

A menudo, y no tan sólo en sueños, también a la luz del día,

todo aquello que un día, o una noche, no resolvimos

entre los dos, quizás por miedo o por amor malentendido,

vuelve, y casi nunca en el momento oportuno,

Ni el asco, ni la mirada triste y agotada con que lo recibimos

cuando vuelve, lo hacen huir de nuestros presentes días.

Parece una carga de por vida que trata de hundirnos, sin darnos

la posibilidad de levantar el vuelo, de nacer nueva vida frente

a la vieja muerte. Viene de la mano y con urgencias de mucha

gente que dice que nos ama. En ocasiones, son como un muro

de piedra triste, y pretende atarnos a lo que fuimos para no

cambiar de su mundo ni siquiera lo que creímos. Somos

ejemplos vivos y desarticulados, incómodos que, algunas veces,

nos disfrazamos de lo que siempre hemos querido parecer.

Siempre a la espera de poder amarnos, un día, por convicción.

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-XII-

Quieren morir de viejos, como siempre se ha hecho,

muy arrugados y con orden. La mar no es más que agua

y el valle, tierra y piedra. Son planos, como el desierto

mítico, enjutos como el esparto, ordenados como la muerte

y pretenden tener una larga vida. Cuando tienen que explicar

alguna maldad, de las que hacen diariamente, buscan

el pretexto del mal de poniente, cuando no de la herencia.

Es la ley eterna de Abraham y Job que nos obliga

en silencio a servir a la comunidad de la cual se sienten

más que amos, caciques. Nacen, se aparean y mueren

con su verdad, la de siempre, inmensa, inagotable, de la que

huimos desesperados. Y nos persiguen como fantasmas.

Nunca quisimos ser ellos, ni tampoco eludirlos, para no matarlos.

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-XIII-

Siempre supimos que sería difícil conocer un poco más

de nuestro mundo sin saber de sus raíces y pertenencias.

Lo creímos tan nuestro que apenas lo vivíamos, diferentes

como somos, incluso cuando no hay tiempo para saber

por qué nos perdemos en las diferencias y sus contrarias.

La sospecha de aquel mundo posible, siempre a mano,

ha trastornado nuestra quietud y aún sugiere que generemos

la suerte que diese noticia, no de lo que éramos, que jamás

nunca lo hemos sabido, menos aún de buscar la frontera

entre las excepciones y las reguladas normas. ¿Había lugar?

A duras penas, de lo que queremos ser. Humilde dialéctica.

O pacientes roces con los que construimos nuestra inercia.

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-XIV-

Nadie nos dio permiso para vivir a oscuras

y deslizarnos suaves sobre los recuerdos,

motivados y estimulados a emprender el esfuerzo.

¿Quién pudo perdonar a nadie sin sumergirse?

Por eso abrimos la puerta a la hipocresía,

a la apariencia, reforzamos y estilizamos

la mentira, abrazándonos a la corrupción

y al vicio (para qué negarlo, nos pudo el morbo)

y así encontrarnos con tantas razones nobles

para seguir viviendo y ninguna para morir.

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-XV-

Y siguió abierto el reto. ¿Por qué no dejarse amar?

Había que complicar y entrecruzar las vías de acceso

al pensamiento y a la belleza, y vestida de andrajos

cambiar su contenido. Pero una vez más dimos espacio

al remordimiento, a la culpa y a la penitencia, a las cosas

importantes de tu vida (Cierto, podrían ser de ella)

de las que nunca, pocos saben nada. La síntesis

era el claroscuro, la simulación, la mirada oblicua,

dispuesta y resignada. Lo indignante no fue sobrevivir,

fue dudar de nosotros y de los nuestros, temerosos

de saltar sobre el vacío. Hasta que nos dimos cuenta

de que, cuando intentas ser tú mismo, te desvaneces.

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-XVI-

¿Para qué mentirnos? Siempre hemos sido tan espléndidos

y adornados con cilicios, tomados del frailuno vientre dormido,

redondo de pena y perfecto y flexible como un sueño. Y puros también,

igual que la sed enamorada de los múltiples enlaces de la piel.

Vaya. Como cualquier milagro imprevisto, casi imposible banderín

de ejércitos de incierta orilla. Unas veces invasores, otros patriotas,

siempre engañados por el disfraz de los tiranos, tan hermosos ellos..

Sorprendidos del poder que exhibían, no pudimos entendernos

hasta que sustituimos el número por el orden. Desde entonces,

como si el mundo fuese cosa de seis meses, nos entusiasmaba

y buscábamos la belleza por sí misma. Pareciera que la vida

fuese un trago de urgencia, una manera suave de acceder a la nada.

Todo aquello que nos sucedió y aún nos tienta, supongo que dirás tú,

fue por pasearnos embozados con el manto de la ciencia.

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-XVII-

¿Hablar, lo que se dice hablar del amor, del nuestro,

sin definir de qué y cómo y por qué y a pesar nuestro

alejarnos del mar que siempre creímos único?

Habría sido tan banal como hablar de la muerte

sin caer en el desorden, en el significante vacío

sin convertirnos en un símbolo, sin casi referencias,

cubierto de alabanzas y negaciones, zarzas adolescentes,

sin picaportes, sólo vientos. Un nuevo icono

al cual adorar. Quizás tengamos que seguir andando,

sabiendo que son infinitos tus adjetivos y que nunca

conseguirán descubrir, la individualidad del sustantivo.

¿Hay que renunciar al valor para disfrutar del que

ya existe? Pero no te alarmes, no es que sufras un desajuste

(¿quién no?), es que todo cambia y corresponde que saltes

sobre ti misma o inicies, si quieres, el tramo final

del descanso. Ahora, atiende y oirás: suenan, otra vez,

los tambores de guerra. ¿Habrá tropa para avanzar?

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-XVIII-

Sí, fue una aventura abandonar la cuna y encontrarnos,

en el instante cero de nuestra historia, envueltos y escondidos

en las dimensiones ocultas, hasta intuir que, para saber de ti,

tan lejos tus besos, tuve que amar a tu dilecto, descanso

de tus labios. Qué delirio de verbo y qué largo el camino

para tan corto proyecto. Fueran tantos saltos meditados,

del sentido a la significación, que no hay códigos, ni tan sólo

coincidencias en el amaneramiento de un mismo origen

y quizás te buscarás un día en la roca, el agua o el aire.

Ningún miedo. Dónde sea que quieras andar, el final será

tan imprevisible y triste como una pasión farragosa,

resuelta a morir de vieja, reconfortada por el deseo, la mentira,

y el secreto de confesión. Los Cementos tiernos que unen.

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-XIX-

Así, pues, ¡qué magia la del ritual del reencuentro!

Los colores apacibles que bailan, y las verdades que nacen,

otros que nos esposan el canto, suavizan la pena y atentan

a la orden de los recuerdos. Tantas veces nos abrazamos,

tantas huimos confundidos por las caricias y sus reflejos,

soñando en el exilio de tu mundo. O puede que fuera el suyo.

Cerca tenías miedo, lejos te angustiabas. Como el viejo

que renuncia a su manera de mirar, acercando la distancia

porque si esta crece la claridad se apaga, como las sortijas

de luz rosa tiñen el viento, coronan el ansia y se guarecen

en el terso misterio de tus cabellos, tan explícitos siempre

como la nieve blanca que sobresale en el bosque.

Tan pudorosos como su deseo de María, sujetas al tiempo,

por cuyo flanco abierto huyen los recuerdos quebradizos.

¡Quién diría que es un sueño preparamos desde hace tiempo¡

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-XX-

Aún así, doblarás las rodillas ante la ley del universo,

impávido e insensible, como un dios que supiera

de los placeres de la cuna, el alivio del vaho de eucalipto

para poder huir del espacio común hasta refugiarse

en la palabra, contra aquello desmesurado, buscando

la verdad que toda mentira encubre, O puede que al revés.

Así como, allá donde el rubor de los límites trasciende

las conexiones, un día ágiles hoy dormidas, tenses,

contenidas de tan puras y suaves. Porque todos

los que lucharon contra el padre, ya se sabe, murieron

y sus cenizas, por lo general rojas, sorprendieron a los ángeles,

y el polvo se amasó, un golpe más, con las lluvias de abril,

renaciendo con el aliento inocente de tan cruel y divino.

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-XXI-

Las apariencias propusieron que ambos fuéramos,

mujer y hombre, y ambos, por deseo de amar fuimos.

Tal vez allá donde confusos nacimos, nunca renunciamos

a ser cada cual como somos y mantener al otro espontáneo,

manantial que titubea y esconde convertirse en río o mar,

como ahora y siempre quisimos sin apenas conciencia.

Todo era posible en aquellos tiempos. El escenario era inmenso

Y la frontera huía de la mano del horizonte. Había tanta luz.

Todavía es un misterio quien medió entre los dos. Pasó el tiempo,

siguen los ribazos, pero el sol es difuso, casi azul de enamorado,

desierto de odio y llanto y tu boca que se negó a seducirme,

ahora gime y desespera por un sucedáneo. Mientras, a distancia

y en paralelo, tus pechos desean lo que no tuvieron, saben del tiempo

y sus engaños y ¿qué hacer? Sueñan que sobre los míos lloran.

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-XXII-

Mucho antes de ser tú un mito, mi palabra ya era un ritual que,

contra todo pronóstico, buscaba la transparencia, un pilar recio

donde tu primavera morase, sin más temporalidad que merodear

por puntos cardinales y el orden jerárquico de la referencia.

De ahí que tus ojos me pierdan cada día y me ganen cada noche.

Así fue cómo tu exactitud se abrazó a tu descaro, estableció su norma

y emergieron las relaciones, mucho más allá de donde tu luz alcanza

y tu templo adquiere el refugio. Memorable magisterio, tu cuerpo

fue más que el placer que promueve la vida, y ésta sobrepasó la natural

belleza de tus formas, deseadas y conseguidas por tantos. Fue suficiente

cambiar el orden de tus pasiones y manipular la erupción para incorporar

lo claro y lo confuso huyendo de lo incomprensible. Ambos fuimos

objeto de deseo de tantos que cualquier posición nos conducía al centro.

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-XXIII-

Hubiera sido suicida quedarme sujeto a tus muslos

sin percibir qué vientos levantaban tus deseos

y tantos otros pliegues que abiertamente anunciaban

el choque de tus manos con mis más poderosos

y ocultos deseos, en tu afán infantil por poseer

todo cuanto ajeno, pero a imagen y semejanza tuya,

deseas ¿Cómo pretendías poseerme sin renunciar

al orden que nos hace desiguales? ¿Acaso no sabes

que solo un amor sin futuro conduce al placer y ambos,

desde niños, quisimos un amor, como todo lo eterno,

sin historia? Contempla cómo Eros y Tánatos se aman.

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-XXIV-

En alta mar, sin más luz que la sobrante,

fui tuyo un día lo justo para admirarme

de tu vigor, de tus deseos ciegos de sobrevivir

y perpetuar tu especie, (olvidando que soy placer),

¿A qué viene tantas pasiones y desmanes, en qué

propósito hunden el placer las anónimas corrientes,

de tus caricias sujetas, que empujen la nave?

Cierto: Fuiste el capitán de la nave y yo el grumete,

sometido con dolor a tus poderes, y supe del placer

por tu derrame. Pero ni fuiste héroe ni yo villanos.

Yo tengo la juventud y tú el recuerdo, yo la belleza

y tú el miedo, y ambos el candil de la vida. Sí,

es el secreto que todavía perturba al hombre y a la mujer.

Nuestro más íntimo secreto reposa sobre la duda

de tantos miedos que les mantienen ciego el placer.

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-XXV-

Sobre ti durmieron el placer y los temores,

la cura del ansia que procura el habla cardinal,

el severo guiño de la cotidianeidad en el deslinde

desvelador de la vida y la muerte. Tanto estilo,

tanto metódico supuesto como temporal dios,

acaso sin tiempo, tanta morada urgente, y aún así,

solo el espacio, sin medición ni enunciado, dejado

caer que no ingresado, entre tenido o tal vez absorbido

por la extrema necesidad de ser, de precipitarte

camino hacia el pasado, allí, allí fue donde nacimos,

hechos polvo. ¿A qué viene, pues, si mineral, vegetal

o tan solo amante? Un error, o la continuidad del texto.

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-XXVI-

Ahora, si no hay destino, ¿cómo saber lo que somos,

más allá del misterio de lo simple, de la disputa

amorosa entre el ser y la nada? Un suceder

insinuante tu historia que deviene anónima

esperanza donde simula que te pierdes, en espera.

Te me muestras cuando te desvaneces, como se esfuma

todo lo importante que en mi vida ha sido. Y es que,

declinados y sujetos, morimos por un orden sin haber

obtenido el de la muerte ni tampoco su punto de excepción.

Optamos, a través del verso, a la palabra que te compone,

a los signos que te aproximan, a los efectos significantes

al enunciado de tu vacío. ¿Volver a decirte que aún te quiero...?

¡Qué sortilegio tu aventura, de vuelta al origen, al remonte de tu ser.¡

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-XXVII-

Tanto fugaz verano, tantos cuerpos observados y perdidos

en el verde marco, pegado detenidamente a la esperanza,

corta por impura y avivada. La vida que una vez más descarrila,

disparatada y puta. Pero no, sexo no, biofilia. Magia si queréis.

Cegado el flujo del deseo del objeto del deseo, ¿dónde

la aventura, el mito, los símbolos, la furia que rompimos,

la fascinación que emerge recelosa de lo justo? Pareciera

que duerme la hembra y su gozo, resuelta y aprendida,

acomodada al nido que maduró el macho dispensado,

tan apocado y racional. ¿Quién nos salvará del miedo,

inapropiadamente dormidos en la prometeica metáfora

qué fue el orgasmo? Así perdimos el norte, el origen

del proverbio, entreverado el canto, extraviados en el cuerpo

a cuerpo, atollada la historia por intentar ser el futuro.

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-XXVIII-

¿Acaso era posible amarte sin poseerte, acariciar tus pechos

sin absorberlos? Aun así, eras sutil hasta conseguir un amor

eterno y perverso, efímero, divertido. Como la eterna variedad

de los veranos en expansión que preceden y avivan el otoño.

Ahora, después de algunos años y cuarenta días, en el nuevo

cruce de caminos, la misma mirada nos volvió a tentar, o tal vez

fue, tan solo, una nueva y prolongada maldad de Jehová.

Pero no llamo a tu puerta, no. Llamo a la de todos, aunque

en el intento pierda parte de tu sonrisa, tan única como imposible.

Digo que, en esta brega, qué importa nuestra historia

y sus evidencias evocadas, aquellas que no encontraron nombre,

que no las metáforas muertas, ni los enigmas inesperados

que ordenaron las desavenencias entre tus labios y tus besos.

Tantas cuantas alegorías fueron en la luz del último día,

todas, despiertas bajo el solano a las puertas de Alejandría,

buscan todavía poseer tus, ay, largos días de gozo y pena.

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-XXIX-

El valle es largo, rugoso y fértil. En otoño,

sus frutos son duros, sabrosos y comunales,

como, al amanecer, los pechos de mi amante.

En un extremo cerrado por el cemento, aquel

que mira la meseta, el Cister lo abre al mar

por el otro, mientras el prior vigila su lujuria.

Varias montañas grises, cubiertas de matorrales

verdes y pinos secos se queman y nacen

cada verano, simulando una orgía milenaria

de la que, no siempre, se salva el hombre.

El multicolor mar vuelve al escondrijo siempre.

Y cada anochecer, la ilusión se renueva

mientras el futuro se salva con el levante.

Tal vez nunca supimos de la trascendencia

adocenados por la elocuencia del vacío.

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-XXX-

Aquel martes de Junio tampoco fui a clase.

De nuevo el adverbio se quedó esperándome

y mi amigo Rafa se enfadó, celoso, creo.

Dijo que por dejarlo solo cantando "Cara al sol";

pero habíamos quedado tú y yo en el cañar

para jugar de nuevo a médicos. Las ranas,

avergonzadas, se asustaron y saltaron

al agua sucia y quieta de la orilla del río.

Esperamos a que, como todas las tardes de verano,

pasaran las últimas barcas, llenas de arena.

Nos desnudamos los dos y cerramos los ojos.

Me dijiste, temblando, que te dolía el corazón.

Hice ungüento con saliva y te curé los pechos.

Tus labios me hicieron cosquillas hasta llorar

y entre beso y beso nos prometimos amor.

Se ocultó el sol y un silbido de tren nos despertó.

Me cogiste de la mano y corriendo nos fuimos.

Aquel día, de nuevo volvía tu padre de Francia

y era un hombre rojo, cansado y muy severo.

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-XXXI-

Por supuesto, tuvimos que huir. En aquellos días

la vida era otra cosa. Como todos los sueños

que cabalgan la anarquía y la magia, abocamos

en el centro de una bandada de preguntas

sin respuestas y alguien nos hizo ver que nunca

poseímos la libertad, tan solo luchamos por ella,

desesperados de Lennon. Muchos, inocentes

bienintencionados, buscaron olvidarla sin haberla

amado, otros, expulsados del paraíso, se abrazaron

al peluche de los mercenarios, algunos, los menos,

iniciamos la aventura de bucear en lo que dices

para entender lo que callas. ¿Cómo volver, ahora

que unos y otros sabemos, muerto el padre,

que abolidas las certezas todo es negociable,

que aquella congoja parió estas tormentas?.

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-XXXII-

Nunca creímos que tanta brega solo pretendiese saber

quien dirigía la derrota y sepultaba nuestros sueños.

El sendero que nos llevó hasta la superficie, nos orilló

en los amplios ríos que se esparcían por nuestra infancia.

Desde aquel día pasan los incendios, la luna se despierta

sin grillos y en cada acorde final nos hundimos, mientras

la luz, todavía hoy, rodea la hierba y el indefinido color

del silencio. Ahora, solo el rayo quebrado y el noble saludo

del lobo nos conducen, algo así como cuando con los besos

robados la tierra rodaba. Sí, tal vez volvamos a vernos

donde la calle se pierde, y hasta puede que, si vaciásemos

los vasos, temblarían los rivales sin provisión de estrategias.

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-XXXIII-

También en aquellos tiempos heroicos

vimos sonreír a los ciegos, bailar a los cojos

y cantar a los mudos. Adolescentes,

amamos los cuerpos, mientras los dioses

dormían a la sombra de las abadías.

Hoy, apenas mercenarios de la libertad,

centinelas del nexo entre la vida y la muerte,

nos llega una palabra, dos a lo sumo,

y sonreímos al saber que son los brotes

de aquella semilla que resiste en nuestro valle.

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-XXXIV-

Todavía tengo dudas si no fue una trivialidad.

¿Celebrábamos un entierro o un parto?.

Del placer de nuestro encuentro, la víctima

fue la realidad y con el primer saludo supimos

que teníamos un largo pasado y una corta historia.

El círculo fue persiguiendo nuestros pasos,

y la dimensión oculta de los sueños serenó

la mirada que construye, atrapó las promesas

y durmió la vocación intermitente de huir

de lo que éramos. Tres suspiros, la muerte sobre

el mar y una solución mítica para el desamor.

De poco nos sirvieron los secretos comunes.

Tú que siempre fuiste luz total buscaste cobijo

en noche mi sombra, y en una de las vuelta de la

perdimos ambos el perfil y nos sumamos al circular

torbellino de los besos. Eran otros tiempos, quizás.

Lo cierto es que cuando llegó Amélie, tú y yo

volvíamos. Tuvimos que mirar como sorprendidos.

Era, ya lo sabes, la nostalgia evangélica de la región

ignorada, del Sinaí disuelto, o tal vez la nostalgia

de saber que nunca encontraríamos el centro ni la periferia.

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-XXXV-

Debería suponer que tu silencio destruiría el presente,

que todavía no existe el artilugio que mide el tiempo

que oscila entre dos besos dormidos en la distancia.

Sí, somos hijos del conflicto entre el pasado y el futuro

y si la duda, a borbotones, crece, es que la fe vacila.

Ni tan solo nos queda la historia para escondernos

y están cegados los caminos de regreso. La madurez.

Ya sabes, han tapiado el evangelio de la violencia

y algunos, por miedo al desamor, navegan sin bandera.

Pero tú y yo fuimos en el espacio, no en el tiempo,

y como si fuéramos dueños de la vida, decidiremos

cómo morir, cuando y sin apatía postrevolucionaria.

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-XXXVI-

Aros de luz verde tus labios, tan explícitos siempre,

preñados de vida tus pechos, coronados de ansia,

tus bucles terso misterio, dócil seda multicolor.

La solidez de tus muslos, frágiles a mi llamada,

las nuevas promesas que divulgan olvidos desnudos,

como la nieve azulada que sobresale en el bosque.

Tu frente, camino abierto, accesible, quebradizo,

y sujeta al tiempo incógnito, al recato del deseo.

Mejillas resueltas, firmes, siempre urgentes, delegadas

y la impecable transparencia de tus ojos. Únicos.

Y más allá, fue, como todo amor real, imposible

camino larvado por los umbrales de la retórica.

Inmune de tantas dianas, del country y sus tatuajes,

levadura musical, fiel óxido de tantos sueños.

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-XXXVII-

Para huir tenemos que recordar que los hechos no existen,

que los colores son una creación humana y los recuerdos

nunca se repiten, sino desde el hoy dónde quedó tu carita,

cómo resiste el descampado y las fogatas truncadas o la túnica

a la deriva del malaït profeta, quo vadis Medine, tan plena

de efervescentes ingenuidades, cobijo y compostura

de la máscara atónita y sin mar dónde fueron tus manos,

tu vendaval rosado, la nómina de tus deseos, la esperanza

de tu desenfadado futuro de tus negros ojos apagados,

de las tertulias y las caricias, de las baladas y las sobredosis,

ahíta de historia sin apenas respuesta frente al blues

solapado, al muyahidin moribundo frente a tu armazón

de plumas, al vértigo de tu sonrisa que abofetea el milagro

de su misógina barba, del cubil de sus entrañas supervivientes,

del odio del ángel caído del cielo fantasma del escarnio

y de la pocilga dónde mirar. ¿Cómo no desvanecer nuestras

dudas? ¿Cómo no exigir que exista la eternidad para encontrarte

un día y pedirte perdón, si encadenados a la vida tuvimos ganas

de vencer...? Qué tiempo tan feliz pudo ser, Medine Memi.

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-XXXVIII-

En un principio fuimos funcionales, contenidos,

atentos, y tuvimos que entornar la luz

para que no nos cegaran las sombras.

Tantos ritos que en el fondo del mar duermen,

arrugadas las huellas, amarga la ternura,

y nunca vuelves la misma si te evoco.

Quién sabe de qué edén hablas, cuando sonríes,

ni en qué perdido universo huyes si te miro.

Atisbos que se deslizan y comulgan

con el orden de las cosas, y la empatía

del proceso urbano. Soliloquios y abanicos.

Sí, fue una aventura abandonar la cuna

y encontrarnos, en el instante cero de nuestra historia,

envueltos y escondidos en las dimensiones ocultas.

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-XXXIX-

¡Qué magia la del ritual del encuentro.!

Los colores apacibles que bailan,

y las verdades que nacen de otras

que nos maniatan el canto, la pena,

y atentan al orden de los recuerdos.

Tantas veces te abraza, tantas huyes

confundiendo caricias y sus reflejos

soñando en el exilio de tu mundo.

Cerca tienes miedo, lejos angustia.

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-XXXX-

Como el viejo que renuncia a su manera de mirar,

acercando la distancia porque si ésta crece el amor

se apaga y los aros de luz rosa tiñen el viento, coronan

el ansia y se cobijan en el terso misterio de sus cabellos,

tan explícitos siempre como la nieve blanca que sobresale

en el bosque, recatada como su deseo, sujeta al tiempo

incógnito, a la frente abierta de recuerdos quebradizos

y aún así, dobladas las rodillas ante la ley del universo,

impávido e insensible, como un dios que supo de los placeres

de la cuna, del alivio del eucalipto para huir del espacio común,

hasta refugiarse en la palabra contra lo desmedido, buscando

la verdad que toda mentira encubre, allá donde el rubor

de los límites trascienden las conexiones, un día ágiles

hoy dormidas, tensas, contenidas en la distancia, como

sus vidas y las nuestras, porque todos los que lucharon

contra el padre murieron y sus pavesas rojas asombraron

a los ángeles y el polvo se amasó, una vez más, con las lluvias

de abril, dorándose con el oscuro aliento romaní inocente,

como el beso que nos inicia en el amor pánico, en el vuelo

de apareamiento, así y para siempre únicos y propuestos.

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-XXXXI-

Y tocamos fondo y se disiparon

los monstruos que nos atenazaban.

Al fin pudimos, de nuevo, ser libres.

Desde entonces, en personal camino,

tendidos sobre las colinas de los valles

volvimos a los orígenes, con la luz

que un día nos convocó recíprocos.

Nada que ver con la luz del balcón,

o con aquella que nunca pudiste ver.

Ni los ángeles azules invocados.

De nuevo solos frente al sudario,

carcomidos los amores pasados,

tus besos vuelven calmos y afables.

¿Habrá llegado el día de conocerte?.