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UN VIAJE AL COMMON LAW EDGARDO MUÑOZ

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Page 1: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

UN VIAJE AL COMMON LAW

EDGARDO MUÑOZ

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ÍNDICE

Prefacio vii

1. Extranjero 12. Aprendiz de abogado 173. Moots 334. Cortes en Westminster 515. Writs 696. Trespass 837. Yearbooks 938. Revels 1059. Legislación del Derecho Feudal 11810. Convenios y deudas 13411. Assumpsit 15012. Jurado 17313. Corte de la Cancillería 19614. Equity 21815. Expulsión 240

Glosario 259

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A Vernon Spicer,Emeritus Reader at St. James Church,

Congleton, Inglaterra;mi querido tutor de la historia y cultura británicas,

donde quiere que estés.

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Edgardo Muñoz es Profesor de la Facultad de Derecho de laUniversidad Panamericana, Guadalajara. Su enseñanza, publica‐ciones y práctica profesional se enfocan en temas de derechocomercial internacional, arbitraje y derecho comparado. EsLicenciado por la Universidad Iberoamericana, en México,Graduado en Derecho por la Universidad de Lyon III, Francia,Maestro en Derecho por la Universidad de Liverpool en el ReinoUnido y por la Universidad de California en Berkeley, EstadosUnidos y Doctor en Derecho summa cum laude por la Universidadde Basilea en Suiza.

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P R E F A C I O

Existen en Londres cuatro asociaciones abocadas a la formación

de abogados a las que se les identifica con el nombre del recinto

en el que los aprendices vivían y recibían la mayor parte de su

instrucción legal: Lincoln’s Inn, Middle Temple, Inner Temple o

Gray’s Inn. En estos internados, en su conjunto conocidos como

los Inns of Court, los aprendices de abogados eran formados en el

estudio del common law, la práctica de la argumentación, la orato‐ria, la danza y el teatro.

Durante muchos siglos, los Inns of Court fueron los únicos

colegios donde un aprendiz de abogado podía eventualmente ser

llamado a la barra y así obtener licencia para representar a

clientes ante las cortes centrales de Inglaterra, localizadas en

Westminster al sudoeste de Londres. En su mejor momento, los

Inns of Court eran considerados la tercera universidad de Inglate‐rra, después de Oxford y Cambridge que, por cierto, sólo ofre‐cían programas en derecho canónico; el common law no fue

enseñado en las universidades inglesas hasta el año de 1828. Los

Inns of Court detentaron hasta entonces el monopolio de una

instrucción legal basada, principalmente, en la visita cotidiana a

las cortes en Westminster Hall y en las relaciones de maestro y

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aprendiz fraguadas a lo largo de los años de convivencia en uno

de los cuatro recintos.

En la época de los Tudor, el menos concurrido de los Inns ofCourt contaba con cerca de doscientos internos. Un estudiante no

podía mantenerse con menos de £28 al año. Por esta razón, los

aprendices de los Inns of Court pertenecían a familias notorias; los

de rango inferior no eran admitidos por ser incapaces de

sufragar los gastos. Es en uno de estos recintos, Lincoln’s Inn,

donde se desarrolla esta novela que a través de sus páginas te

mostrará los orígenes del common law, uno de los grandes

sistemas jurídicos del mundo, y la historia de un aprendiz de

abogado, en mucho parecido a lo que eres o fuiste algún día.

En la parte final de esta obra encontrarás el Glosario de los

términos legales de derecho inglés referidos con letra cursiva a lo

largo del texto.

PREFACIO

viii

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– S

E X T R A N J E R O

1

oy castellano señor –dijo Aurelius.

– Hablas muy bien inglés –admitió Míster Cheddar.

– He aprendido bajo la custodia de Lord Simon, Barón del

Valle Alto, quien se casó con mi tía Lady María. Ella también es

castellana, es la segunda esposa de Lord Simon después de

enviudar de Lady Anne de Yorkshire. Mi tía Lady María y mi

madre son hermanas del Conde de Buendía en Castilla.

– Esa historia la conocemos todos por aquí –respondió

Míster Cheddar sin ocultar su desgana–. Me interesa más acerca

sobre tus talentos. Lord Simon te ha recomendado para ingresar

como aprendiz a Lincoln’s Inn. Dime tu nombre otra vez.

– Me llamo Aurelius, hijo de Martín.

– Te llamaremos Aurelius Martinson –decidió Míster Ched‐dar–. ¿Qué te ha traído a Londres?

Aurelius respondió que al estallar la rebelión de las Alpujarras

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hacía tres años, su tía Lady María le había ofrecido refugio en la

casa de Lord Simon. Su madre había muerto cuando él era niño y

su padre, que aún vivía en Granada, lo había enviado a Inglaterra

con la promesa de venir más tarde.

– Debe ser atroz lo que acontece en el al-Ándalus. Tienes

suerte de tener familia en este reino. Pareces estar muy habituado

a las costumbres inglesas. Los moriscos nunca podrán integrarse

a la cultura cristiana –juzgó Míster Cheddar y agregó que, en su

opinión, había sido un error que los Reyes Católicos no los

hubieran expulsado de Iberia cuando aún podían hacerlo.

– Sí, Míster Cheddar –asintió el joven castellano, esperan‐zado en que la conversación tomara otro rumbo.

Aurelius temía opinar sobre sus antepasados en aquellos

momentos de rebelión. Sus bisabuelos paternos eran mudéjares

del reino de Granada, pertenecientes a la dinastía musulmana

nazarí que dominó el emirato establecido en la península ibérica

desde el año de 1238 hasta su caída en el año de 1492 a manos de

los Reyes Católicos de España. Sus abuelos paternos fueron parte

de aquellos musulmanes forzados a convertirse al cristianismo

desde temprana edad. Como la mayoría de los moriscos,

hablaban árabe y profesaban la religión del Islam en secreto. El

padre de Aurelius, Martín, había crecido en el al-Ándalus

rodeado de la cultura, las tradiciones y la cocina morisca, pero

sin profesar la fe del Islam. Tras la muerte de los abuelos, Martín

heredó una de las fábricas de seda más grandes de la región anda‐luza, pero asfixiado por los altos impuestos fijados por la Corona

castellana sobre la seda de Granada y sobre muchas de las

mercancías moriscas de la región, el padre de Aurelius comenzó a

traficar la seda que su taller producía; en asociación con el Conde

de Buendía, quien más tarde se convertiría en su cuñado,

emprendió la exportación clandestina de seda a Inglaterra. Del

otro lado del canal de la mancha, Lord Simon se encargaba del

ingreso legal de la seda granadina y de su venta entre la realeza

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inglesa. A efecto de consolidar este lucrativo negocio, el Conde

de Buendía no dudó en propiciar el matrimonio de sus dos

hermanas menores, María y Catalina, con sus dos socios comer‐ciales principales. Catalina tenía apenas diecisiete años cuando

fue desposada con Martín. Al cumplir Aurelius seis años, ella

contrajo dolor de costado y murió semanas más tarde. La tía

Nadia, hermana de su padre, se hizo cargo de Aurelius. Desde

entonces, éste comenzó a vivir como un morisco en las inmedia‐ciones de Toledo, donde se ubicaba la casa heredada por su

madre difunta; comiendo cordero marinado en azafrán, dándose

un baño diario como era la costumbre en Granada; escuchando a

la tía Nadia pasar el día recitando versos del Corán y mirándola

bordar en seda diferentes paisajes y motivos del territorio al-

Ándalus. Inconsciente aún de la censura impuesta sobre la reli‐gión musulmana y la lengua morisca, Aurelius aprendió árabe

en casa.

– ¿Puedes leer y escribir latín? –retomó Míster Cheddar la

entrevista.

– Sí, míster, estudié dos años de lenguas clásicas en el Colegio

Mayor de San Ildefonso en Alcalá de Henares. También puedo

leer francés y griego –respondió Aurelius.

– Bien, el francés es muy importante en la instrucción de

nuestros aprendices. La mayoría de los tratados legales y los

reportes de las decisiones de las Cortes reales está en esa lengua –

dijo Míster Cheddar, echando hacia atrás el respaldo de su sillón

hasta lograr el equilibrio sobre las dos patas traseras. Aurelius

asintió con la cabeza, sin creer que fuera necesario abundar más

acerca de sus habilidades lingüísticas, pero su interlocutor se

mecía aún sobre el sillón esperando alguna reacción del entrevis‐tado hasta que, finalmente, decidió aterrizar las patas delanteras

y comentar que la situación social de Inglaterra no era mucho

mejor que en Castilla. La reina Elizabeth había restablecido la

religión creada por su padre y el riesgo de querellas internas

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fundadas en la fe había ocasionado que la Ley de Traición se

promulgara de nueva cuenta; toda expresión física o verbal

contra la reina, su política o su religión, había llevado a la muerte

a centenares de ingleses y extranjeros–. Menciono esto porque

supongo que eres católico –agregó Míster Cheddar.

– No lo soy –respondió Aurelius–. Mi madre era católica y mi

padre aún lo es, pero yo he adoptado la religión de Lord Simon

desde que es mi tutor. Participo en la misa anglicana todos los

domingos y durante las festividades de este reino.

– ¡A donde fueres, haz lo que vieres! –exclamó aliviado Míster

Cheddar –. Trataremos de encontrar un lugar para ti en Lincoln’s

Inn, aunque no será fácil, puesto que algunos podrán cuestionar

tu admisión como aprendiz en nuestra institución por el hecho

de ser ajeno al reino.

Míster Cheddar provenía de una familia de labradores libres

o yeomen en ascenso económico. A diferencia de la mayoría de los

otros miembros de Lincoln’s Inn, que recibieron la educación

infantil de un maestro particular, Míster Chedar asistió de niño a

una Petty School, administrada por un ama de casa en Finsbury‐fields al noreste de Londres. Ahí aprendió a leer y a escribir

inglés, así como el catecismo anglicano y los buenos modales,

junto con otros niños de la clase media londinense. A los siete

años de edad ingresó a una Grammar School financiada por el

Guild de compesinos libres al que pertenecía su abuelo, donde

aprendió sus primeras frases en latín con la ayuda de un libro de

texto llamado “Lily’s Latin Grammar”, utilizado por todos

durante la época de los Tudor. También a esa edad comenzó a

reconocer la posición de su familia en la sociedad inglesa y a

aspirar a alcanzar un nivel más alto por medio de su instrucción.

Al cumplir los trece años, para su fortuna, su abuelo materno fue

nombrado caballero por la reina de Inglaterra por haber denun‐ciado la conspiración político-religiosa contra su majestad de la

que eran parte algunos de los miembros del Guild de labradores

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libres de Finsburyfields. Todos los traidores fueron ahorcados y

sus tierras pasaron a manos de la corona. Desde entonces, un

maestro particular tomó las riendas de la educación del joven

Cheddar y su familia se proyectó como una de las más fieles a la

religión anglicana, favorecida por la corte. El mismo favor real

bastó para más tarde asegurar su ingreso a Lincoln’s Inn, donde

progresó hasta ser llamado a la barra gracias a la tutela de su

maestro, Míster Robinson, un abogado en sus últimos años de

ejercicio y de vida, quien había aceptado fungir como tutor de un

pupilo que, a pesar de no pertenecer a la nobleza ni poser habili‐dades extraordinarias, parecía tener la ambición suficiente para

relevarle en su despacho al morir. Con estos antecedentes, Míster

Cheddar había forjado el carácter de un hombre desconfiado;

sospechoso siempre de las intenciones verdaderas de sus interlo‐cutores y que, en otras circunstancias, se habría opuesto a la

admisión de Aurelius a la Sociedad de Lincoln’s Inn, si no fuera

por la recomendación de Lord Simon, uno de sus clientes más

importantes.

– En dos semanas enviaré a un mensajero a buscarte para

ponerte al tanto de la decisión del consejo. Imagino que te

hospedas en los aposentos que Lord Simon mantiene en

Lombard Street –indagó Míster Cheddar.

– Así es señor –confirmó Aurelius y, antes de despedirse, le

entregó un obsequio que le era presentado por su tía Lady María

y su padre.

– ¡Oh! Aurelius. Esto no era necesario –confesó Míster Ched‐dar, al descubrir un bellísimo juego de tintas y plumas con

incrustaciones en gemas preciosas y piedra lapislázuli–. Por favor

envía mis sinceros agradecimientos a tu tía Lady María.

Aurelius atravesó el Gran Salón de Lincoln’s Inn rumbo a los

jardines. La ligera brisa de mediodía proyectaba una luz multi‐color a lo largo de los campos de rosas. Aurelius se sentía algo

incómodo con él mismo. El rumbo religioso que tomó la entre‐

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vista con Míster Cheddar lo había desconcertado. Todo era

cierto. Aurelius participaba regularmente en las misas anglicanas

de St. Mary Woolchurch Haw. También era verdad que desde que

dejó Castilla no había asistido a una misa católica. Durante sus

estudios de lenguas clásicas en el Colegio Mayor de San Ilde‐fonso, la misa diaria era obligada. Ocultar su afinidad a religiones

que los demás consideraban antagónicas no le molestaba. Sin

embargo, la idea de excluir o sancionar a las personas por motivo

de la religión que profesaban le parecía injusto. A sus diecisiete

años, Aurelius había transitado por tres religiones distintas y en

todas ellas había encontrado el mismo refugio de paz y un canal

para conversar con Dios. Al principio, el Cristo martirizado

suspendido en la capilla principal del palacio de su tío el Conde

de Buendía lo había asustado. Ni siquiera la explicación dulce de

su madre, acerca la entrega voluntaria de Cristo a la muerte,

había borrado su temor ante la sangre que escurría del cuerpo

crucificado. No fue sino el rostro de amor de la virgen María lo

que conquistó su devoción. Las plegarias católicas eran el

recuerdo más vivo de la dulzura de su madre y el joven castellano

veía en esta religión un canal eficaz para hacer llegar sus peti‐ciones al cielo. Al mudarse la tía Nadia a la casa de Toledo, Aure‐lius descubrió otra manera de hablar con Dios. Los versos del

Corán, recitados durante la oración de la puesta del sol, en

consorcio con el balanceo constante de su dorso hacia la tierra, le

parecían un gesto sincero de gratitud a Dios. El Islam no era sino

otro idioma para hablar con el mismo Dios; una lengua orientada

al agradecimiento y a la promesa constante de ser un humano

bueno, sin la necesidad del martirio.

Súbitamente, Aurelius se daba cuenta de la fortuna y de la

desgracia con la que había sido criado. La capacidad de hablar

con el mismo Dios en diferentes lenguas y con distintos ritos era

una ventaja evidente sobre los demás para alcanzar la paz espiri‐tual. Reconocer el valor de la multi-religiosidad, por otro lado, lo

convertía en enemigo de todos. Aurelius estaba sentenciado a

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A

callar su opinión liberal sobre las religiones; la percepción de que

cada religión era simplemente una forma más de hablar con el

mismo Dios que, al igual que la lengua materna, los hombres

adquirían inconscientemente como parte de su herencia cultural.

Por esta razón, no veía ningún inconveniente en aprender una

forma más de comunicarse con Dios. Adoptar la religión angli‐cana era un mero reconocimiento de la pertinencia de otra reli‐gión que, al igual que las demás, buscaba el encuentro con el

supremo, pero por medio de ritos y oraciones ligeramente distin‐tasa a los de la religión católica. El Act of Supremacy que reconocia

a la reina Elizabeth como cabeza de la iglesia de Inglaterra, le

parecía una decisión político-económica apropiada para el país,

pero carente de valor religioso.

urelius descendió por Chancery Lane y al llegar con la

intersección con Fleet Street giró a la derecha hacia St.

Paul’s Church. Allí ofreció un centavo a un mendigo recostado en

el pórtico y continuó su camino bordeando St. Paul por el norte,

hasta llegar a Cheapside. El olor a sangre de animal desmem‐brado era intenso en la plazoleta de Smithfield, donde las cabezas

de cerdo colgaban en las carnicerías. En ese momento Aurelius

recordó el verso 2:173 del Corán que había escuchado recitar a la

tía Nadia: “sepan que [Dios] les ha prohibido [consumir] la carne

del animal muerto por causa natural, la sangre, la carne de cerdo

y la del animal que haya sido sacrificado invocando un nombre

distinto al de Dios”. El cerdo era de verdad un animal sucio capaz

de comer sus propias heces a falta de higiene y otro alimento. El

olor y la apariencia del animal en el corral eran repugnantes,

pero una vez cocinado en su propia grasa su sabor era delicioso,

pensaba Aurelius. Uno de sus platillos favoritos desde niño eran

los huevos de gallina con tiras de panza de cerdo y el idioma de

Inglaterra era preciso al respecto. Cuando el animal estaba en el

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L

chiquero era llamado pig, proveniente del inglés antiguo, picg;

pero una vez concinado suculentamente y puesto en el plato era

llamado pork, palabra proveniente del francés, porc, lo que le daba

un aire gourmet. Entonces comenzó a reflexionar acerca de todas

esas palabras francesas importadas por los reyes normandos al

conquistar Inglaterra hacía más de cinco siglos. El idioma francés

se había convertido en la lengua refinada, hablada por la nobleza

inglesa. El repertorio de sinónimos de una misma palabra se

había incrementado desde entonces. Royal, proveniente del

francés y kingly del inglés, significaban ambos real. Amorous del

francés y loving del inglés se utilizaban de igual forma para el

adjetivo amoroso. Sheep proviene del inglés y mutton del francés

querían decir cordero, pensó Aurelius, mientras rodeaba la

iglesia de St. Mary Woolchurch Haw para internarse en Lombard

Street, donde se ubicaba la casa de los Simon a la altura del

camino que lleva a Bishopsgate.

a casa de los Simon era el arquetipo de residencias

construidas en Inglaterra durante la época de los Tudor.

La construcción estaba conformada por piezas de madera de

roble oscurecido en escuadría organizada en posiciones vertical,

horizontal y oblicua. Las piezas horizontales eran cortas entre

los pies derechos verticales llamados puentes y largas como

soleras de amarre y de apoyo entre los entrepisos y el techo. Las

piezas de madera posicionadas de forma oblicua hacían las veces

de tornapuntas y cruces de San Andrés. Los espacios entre las

piezas de madera estaban rellenos con estuco blanco, expo‐niendo hacia el exterior y a la vista, las maderas que formaban la

estructura de los muros entramados, lo que daba lugar a la típica

morada medieval en blanco y negro. En la planta baja de las

habitaciones, Lord Simon mantenía la tienda de telas impor‐tadas donde se comercializaba, entre otras cosas, la seda grana‐

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dina que el padre de Aurelius fabricaba. Tanto los muros

internos de la tienda como de la planta alta de las habitaciones,

estaban revestidos del suelo al techo con madera de roble. Las

ventanas de la fachada superior se componían de paneles de

cristal pequeños, unidos con una amalgama de aceros y agru‐pados en diferentes colores de forma tal que proyectaban el

escudo heráldico de los Simon. Las ventanas de la tienda en la

parte inferior eran de madera gruesa para evitar robos

nocturnos.

Al internarse en el edificio, Aurelius se ofreció a ayudar a los

domésticos a transportar al segundo piso un saco de carbón que

yacía en la entrada.

– No, por favor, Míster Aurelius. Nosotros nos encargaremos,

sólo esperábamos apartar un poco para la chimenea de la tienda

antes de subir el resto al ático –explicó uno de los empleados.

Desde su llegada a Inglaterra, Aurelius ocupaba una de las tres

habitaciones de la parte superior. Durante el día ayudaba al

encargado de la tienda con los inventarios del negocio y en la

inspección de las telas entregadas en el puerto. El joven caste‐llano había desarrollado una habilidad muy útil para identificar

la composición y la falta de conformidad en los textiles compra‐dos. Lord Simon sólo frecuentaba las habitaciones en Lombard

Street cuando sus quehaceres políticos lo obligaban a perma‐necer hasta muy tarde en la ciudad. Lady María y las dos hijas

adolescentes del primer matrimonio de Lord Simon residían en

la casa grande de la familia en el Valle Alto, a unos treinta kiló‐metros al sur de Londres.

– Espero que la entrevista en Lincoln’s Inn haya sido exitosa

–comentó Edward el encargado de la tienda mientras Aurelius

ascendía las escalinatas que llevaban a la planta alta.

– Creo que no estuvo mal –replicó Aurelius–. Le contaré

enseguida, sólo necesito un momento en mi habitación para

cambiar mi vestimenta.

– No es necesario que trabaje hoy. Puede dejarse puesto su

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jubón. Lady María y Lady Anne le esperan arriba en el salón

principal.

– ¡Oh! ¿De verdad? Gracias Edward –contestó Aurelius apre‐surando el ascenso sin esperar respuesta.

La belleza de Lady Anne lo había impresionado desde el

primer día. La hija mayor de Lord Simon tenía también diecisiete

años, era de tez blanca y cabello oscuro. Su dentadura no sólo era

perfecta, si no que sus labios cerrados emulaban al más bello

clavel. Anne estaba comprometida en matrimonio con Arthur La

Croix, el hijo menor del barón del Valle Bajo al este de Londres,

de apenas quince años. Los barones habían acordado la unión de

las familias con el matrimonio de Anne y Arthur cuando este

último cumpliera diecisiete años.

– Tía María, Lady Anne ¡Qué sorpresa! –dijo Aurelius.

– Aurelius, hijo mío. ¡Que bien te va ese jubón verde! –

exclamó Lady María acogiéndolo en sus brazos–. Anne y yo

tuvimos cita con nuestro sastre en Moorgate para las pruebas de

los nuevos vestidos al estilo de la reina Elizabeth. Sabíamos que

esta mañana era muy importante para ti. No podíamos regresar

al Valle Alto sin antes estar seguras de que tu entrevista con

Míster Cheddar había transcurrido en orden.

– No era necesario tía –respondió Aurelius con modestia–.

Me halaga su interés por mis pequeños proyectos. Míster

Cheddar es un hombre amable; adoró el obsequio de plumas y

tintas que le ofrecí de su parte y le envía sus más sinceros agrade‐cimientos.

– Estoy muy contenta de escuchar eso. Sólo debo corregir que

tus proyectos no son “pequeños” como tú los llamas –exclamó

Lady María, volviendo la espalda a su sobrino hasta alcanzar el

sillón de brazos altos al fondo del salón desde donde continuó

diciendo–. Ser admitido en cualquiera de los Inns of Court no es

cosa fácil ni desdeñable. Aunque Lord Simon haya ofrecido sus

contactos para propiciar la entrevista con Míster Cheddar, sólo

tus habilidades y esfuerzos serán tomados en cuenta para decidir

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Page 19: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tu progreso. Dime hijo, ¿qué respuesta te ha dado Míster

Cheddar?

– Tía María, siento mucho haber utilizado palabras inco‐rrectas para expresar el honor de su inesperada visita e interés

por mi futuro –se disculpó Aurelius, arrodillándose una vez que

alcanzó las manos de su tía –. Por supuesto que el asunto de mi

ingreso a Lincoln’s Inn es de suma importancia para mí y me

ilusiona mucho que también lo sea para ustedes. Tomará aún algo

de tiempo para que Míster Cheddar pueda darme noticias de la

decisión de la sociedad al respecto de mi ingreso a Lincoln’s Inn

como aprendiz de abogado.

– ¿Cuánto tiempo? –indagó Lady María mostrando impa‐ciencia.

– Hasta dos semanas tía mía –replicó Aurelius–. Su respuesta

será entregada por mensajero aquí mismo.

– Me parece que son excelentes noticias entonces –intervino

Lady Anne.

– No podríamos opinar de otro modo. Mientras no seas

rechazado existen todas las posibilidades de que seas admitido –

estuvo de acuerdo Lady María.

– Aurelius, ¿por qué no regresas con nosotras a Valle Alto?

Claro, si usted y mi padre están de acuerdo Lady María –propuso

la prima política del castellano.

– Me parece una idea fabulosa hija mía, es probable que

después de ingresar a Lincoln’s Inn no podamos verte con

frecuencia Aurelius –dijo la tía María.

– Su invitación agrega un halago a su visita, me encantaría

poder pasar más tiempo en Valle Alto –confesó Aurelius ponién‐dose nuevamente de pie–. Lamentablemente, mañana recibi‐remos un embarque de terciopelo de los Países Bajos y debo

acompañar a Lord Simon al puerto cuando baje la neblina para

inspeccionar la carga. Prometo unírmeles después en Valle Alto.

– Sólo espero que mañana no sea uno de esos días de neblina

perpetua –exclamó Lady Anne, que al darse cuenta que descubría

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Page 20: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

A

su interés por pasar más tiempo con su primo, giró el dorso hacia

la ventana para ocultar su rubor.

urelius pasó el fin de semana en la mansión de los Simon

en Valle Alto. El verano del año de 1571 era especialmente

largo, cálido y seco en el sur de Inglaterra. Los animales silvestres

salían constantemente de sus escondrijos en busca de agua, lo que

propiciaba una caza animada en las inmediaciones del río Wey,

que hacía las veces de frontera oeste del Valle Alto. La expedición

del sábado fue muy fructífera, el séquito de cazadores traía

consigo un jabalí, dos zorros y cinco perdices. Apenas ingresó a

sus dominios, Lord Simon comandó al cocinero la preparación

inmediata del jabalí para ser servido en la cena del mismo día.

Una vez desmontada la carga, Aurelius se dirigió al establo para

ayudar a Mark, el caballerango de los Simon, con la limpieza de

las bestias.

– No tiene que hacer esto Míster Aurelius –dijo el caba‐llerango.

– Claro que sí Mark. Lo hago con gusto –replicó Aurelius

trayendo consigo la última silla desmontada de los Pura Sagre

ingleses, sudados y exahustos por la cacería–. Me gustaría

asearme yo mismo después de terminar con las yeguas. El agua

del pozo es más fresca que la de las cubetas de la mansión.

– ¿Está enfermo? –preguntó Mark, que estaba seguro de

haberle visto asearse apenas el día anterior.

– No estoy enfermo. Es una vieja costumbre familiar sumer‐girse en agua todos los días –contestó Aurelius.

– ¡Ah!, ya veo. Es una costumbre castellana –dijo Mark.

– Algo así –replicó Aurelius, súbitamente angustiado por la

posibilidad de que el caballerango descubriera esa parte morisca

de sus hábitos. Afortunadamente, Mark no había viajado más allá

de la comarca y conocía poco de lo que pasaba fuera de ella.

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Al terminar el baño, Aurelius se dirigió a los jardines laterales

del dominio donde había dejado sus botas y su capotillo tendidos

sobre las hojas de un gusano de arbustos. No lejos de ahí, bajo la

sombra de un gran roble, la tía Lady María fungía como réferi en

un partido de tenis en el que Anne se aburría mientras Eliza, su

hermana menor, buscaba las bolas más allá de la cancha. Al

divisar a Aurelius, la tía María ordenó a las jóvenes detener

el juego.

– ¡Aurelius! Ven con nosotras –gritó Lady María desde su

asiento de árbitro–. ¿Por qué no te unes a Eliza contra su

hermana mayor?

Encandilado por la luz del sol próxima al cenit, Aurelius

apenas distinguió la silueta de las jugadoras.

– Claro –respondió finalmente–. Aunque creo que sólo seré

útil recuperando las bolas más allá del jardín. He jugado muy

poco antes –confesó Aurelius.

– Eres un chico ágil e inteligente que aprenderá rápido –lo

animó Eliza tomándose seriamente la tarea de instruir a su primo

en el juego de raqueta inglesa.

Eliza tenía apenas catorce años. Al igual que su hermana

Anne, el contraste de su pelo negro con su piel blanca y sus ojos

de un azul profundo perturbaban un poco a Aurelius quien,

desde el principio, se había prometido no perder la confianza de

Lord Simon cortejando a sus hijas. Pero al contrario de lo que

éste pensaba, la tía María tenía sus propios planes; esperaba

convencer pronto a Lord Simon del excelente prospecto que

Aurelius era para Eliza. Contra las expectativas, el partido de

tenis progresó en favor de los dobles. Aurelius no tenía la técnica

de Anne, pero su agilidad le permitía llegar a las bolas más difí‐ciles y golpear la pelota al otro lado de la red. Al perder el

segundo set consecutivo, Anne pidió a su madrasta unirse a su

equipo para contrarrestar la alzada de los más jóvenes.

Terminada la contienda, los jugadores se dirigieron al interior

del edificio principal donde pasaron el resto de la tarde jugando

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A

cartas, dados y ajedrez. Llegada la hora de la cena, Lord Simon

abrió el banquete con una breve plegaria para bendecir y dar

gracias por los alimentos. Una vez servido el segundo plato, el

Barón del Valle Alto relató que éste era el producto de la caza

astuta de esa mañana en la que Aurelius había atinadamente

lanzado piedras al río y forzado al jabalí a correr cuesta arriba

donde uno de los sirvientes cazadores lo esperaba con una lanza.

Lady María no tardó en aplaudir la hazaña del sobrino, quien a

su vez confesó que la idea de acorralar al jabalí de tal manera

había sido de su marido.

Repentinamente, Aurelius se sintió feliz con la levedad del día

en la campiña y la complicidad que ahora lo unía a los Simon.

Aurelius era un joven poco expresivo de sus sentimientos, pero

un leal absoluto. La muerte de su madre trajo consigo la sensa‐ción de ser una carga permanente para sus propios familiares,

quienes siempre vieron por él, y la voluntad de evitar aflicciones

a su padre había marcado la pauta de su carácter aprensivo. Aure‐lius había destacado en la escuela y en el trabajo, no por su gran

inteligencia, sino por lo escrupuloso que era en sus rutinas y

tareas, y su capacidad para empatizar con los demás.

urelius permaneció una semana en Valle Alto antes de

regresar a Londres. A su retorno, un brote de cólera

azotaba a los habitantes de Southwark en el banco sur del río

Támesis. Varias fosas comunes habían sido habilitadas en St.

Mary Overy y un puesto de inspección sanitaria controlaba el

acceso por el Viejo Puente hacia la ribera septentrional. Al menos

cincuenta personas esperaban en la fila para acceder por la

puerta sur del puente conocida como la Gatehouse. Aurelius

pidió a Mark regresar con su caballo a Valle Alto.

– Cruzaré el puente a pie cuando llegue mi turno –dijo el

joven castellano, que no quería molestar más al sirviente.

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– ¿Está seguro Míster Aurelius? Parece que se avecina una

tormenta –exclamó Mark, confundido por la indulgencia del

joven castellano.

– Sería la primera después de mucho tiempo. No te preocupes

por mí, más vale que tú vuelvas a Valle Alto antes de la hora de la

cena –ordenó Aurelius despidiendo al caballerango.

Sobre la Gatehouse, diez cabezas humanas clavadas en lanzas

de acero yacían expuestas. Las manchas de sangre sobre los

rostros pálidos parecían todavía frescas. Los transeúntes desace‐leraban el paso tratando de identificar a los sentenciados, lo que

ocasionaba que el tránsito para ingresar al puente fuera aún

más lento.

– Son las cabezas de los traidores. Algunos de ellos son cató‐licos que se negaron a jurar la supremacía de la reina.

Aurelius reconoció enseguida la voz de Míster Cheddar. No

era la primera vez que escuchaba esa voz tratando un tema

similar.

– Míster Cheddar, lamento mucho que tenga usted que sufrir

las incomodidades de esta espera para ingresar a la ciudad –

exclamó Aurelius.

– ¿Por qué tendrías que lamentarlo? Si tú no eres la causa de

la demora. Al contrario, Aurelius, nuestro encuentro parece ser

una empresa de Dios. Justo ahora regreso de una visita en casa de

Lord Smith, quien está a cargo del espectáculo de hostigamiento

de osos en los Paris Gardens –comentó Míster Cheddar, mien‐tras que Aurelius se preguntaba qué tenía que ver su agenda

privada y pasatiempos con su encuentro–. Los hijos de Lord

Smith, Patrick y Augustus, quienes eran hasta ahora aprendices

en Lincoln’s Inn han contraído cólera; permanecerán aislados

indefinidamente. El plazo legal de Michaelmas comienza en dos

semanas, y los miembros de la Sociedad de Lincoln han aceptado

tu ingreso al recinto. Sólo hacía falta un espacio disponible en los

dormitorios para tu incorporación. Planeábamos que esto

ocurriera durante el plazo de Hilary, pero con este par de

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 24: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

vacantes inesperadas podrías mudarte a Lincoln’s Inn desde

ahora mismo –decía Míster Cheddar cuando uno de los guardías

se acercó a ellos para examinar sus niveles de hidratación

mediante la auscultación de ojos y boca. Todo estaba en orden;

ambos podrían cruzar el Viejo Puente sin riesgo de propagar la

infección.

EDGARDO MUÑOZ

16

Page 25: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

A P R E N D I Z D E A B O G A D O

2

n la Inglaterra del siglo XVI, las actividades judiciales

estaban organizadas por plazos, durante los cuales las

Cortes tramitaban los casos con continuidad regular. Estos

plazos afectaban también las actividades en los Inns of Courtcomo Lincoln’s Inn. El plazo de Michaelmas o San Miguel, se

extendía del 1 de octubre al 21 de diciembre. El plazo de Hilary

se desarrollaba desde el 11 de enero hasta el miércoles antes del

Domingo de Pascua, mientras que el plazo de Pascua comenzaba

el segundo martes después del Domingo de Pascua, y terminaba

el viernes antes de Pentecostés. Por último, el plazo de Trinidad

daba inicio el segundo martes posterior al Domingo de Pente‐costés y concluía el 31 de julio. Durante las fiestas navideñas y los

meses de agosto y septiembre, las Cortes reales en Westminster

suspendían sus labores.

Aurelius ingresó a Lincoln’s Inn el primer día del plazo legal

17

Page 26: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de Michaelmas del año de 1571. Uric lo había guiado por del

recinto hasta el dormitorio de los aprendices junior localizado en

la planta alta, en el ala oriente del recinto. Uric era el asistente del

miembro decano de Lincoln’s Inn, Sir Huber, quien portaba el

título de reader principal en la jerarquía del Inn. Los muros de

ladrillos expuestos en el dormitorio contrastaban con las paredes

revestidas de roble del Gran Salón en la planta baja. Aurelius

reconoció el mismo olor a humedad que hacía dos años había

descubierto en algunos edificios ingleses. El dormitorio alber‐gaba al menos treinta pequeñas camas, cada una de ellas provista

con un cajón donde los internos guardaban su ropa y sus perte‐nencias.

– Ésta es tu cama Aurelius.

– Muchas gracias Uric.

Aurelius posó sobre la cama el pequeño bolso en que trans‐portaba una túnica, un par de zapatos, dos conjuntos de ropa

interior, un capote y una biblia anglicana. Desde su encuentro

con Míster Cheddar en el Viejo Puente, éste le había advertido

respecto de la obligación de presentarse en Lincoln’s Inn con la

vestimenta apropiada. Aparte de las reglas específicas relacio‐nadas con las ceremonias legales, incluida la aparición en túnica

negra ante las Cortes reales, los aprendices debían vestir en

colores sobrios, tanto dentro como fuera del recinto. Estaban

prohibidas las barbas, las modas extranjeras de ropa, las calzas y

los jubones coloridos. La usanza de lechuguillas, capas, sombre‐ros, botas, la portación de espadas y dagas estaban igualmente

vedadas. También estaba prohibido usar el cabello largo, pues,

contrario a lo que pudieran creer algunos lectores, las pelucas no

eran parte de la vestimenta de los abogados y jueces en Inglaterra

del siglo XVI, sino que aparecieron más tarde a finales del siglo

XVII cuando estaban de moda en Francia.

– En otras palabras, los aprendices no tienen mando sobre

su apariencia, si no que deben asistir como les es comandado,

para que su vestido no refleje ligereza o promiscuidad. La

EDGARDO MUÑOZ

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Page 27: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

virtud interna debe ser expresada mediante de la mesura

externa Aurelius –le había advertido Míster Cheddar en un

tono solemne–. La sobriedad del vestido de los abogados debe

mostrar al hombre inglés en oposición a la suntuosidad de

Roma, pero a la vez debe distinguirlo del hombre común y

corriente.

Aurelius terminó rápidamente de acomodar su parco ajuar en

el cajón aledaño a su cama.

– Ahora estoy listo –exclamó el nuevo aprendiz castellano.

– Muy bien. Te llevaré al patio donde otros aprendices

esperan antes de la bienvenida que el reader ofrecerá en el Gran

Salón –dijo Uric.

Aurelius siguió a su guía hacia una puerta angosta situada al

otro extremo del dormitorio. Al cruzar el lumbral, ambos

descendieron las escalinatas también estrechas que llevaban

directamente al jardín. Un grupo de aprendices jugaba gameball,

ancestro del futbol, en el patio.

– ¡Paren ahora! –gritó Uric aturdiendo a un Aurelius impre‐sionado por la violencia de la orden–. ¡Ése no es un juego de

caballeros! Detengan ahora esa excusa para comportarse como

salvajes –insistió el asistente del reader principal, conmocionado

por los modales de la nueva generación.

Todos pararon el juego de inmediato. Paralizados, mirándose

unos a otros, abandonaron la bola que también terminó por

esconderse entre los rosales aledaños. Un espectáculo tal no

podía ser tolerado en una escuela superior a la que los hijos de la

nobleza inglesa asistían. Como parte de su instrucción, los apren‐dices eran educados en el common law, empleándolos en las

Cortes reales, incluida la Corte de Peticiones Comunes y la Corte

del Banco de la Reina. Por lo que respecta al derecho canónico,

éste no era enseñado en los Inns of Court, sino en las Universi‐dades de Oxford y Cambridge. También los Inns proveían una

educación general que incluía el refinamiento en el arte de la

danza, el teatro y la literatura. El gameball no entraba, por

UN VIAJE AL COMMON LAW

19

Page 28: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

supuesto, en el programa de formación de tan prestigiado

recinto.

l Gran Salón, conocido en la posteridad como el Old Great

Hall, era un ejemplo viviente de la arquitectura gótica de

estilo tudor. Contruido en el año de 1489 para remplazar a un

salón más pequeño llamado Bishops Hall, tenía veinticinco

metros de largo por diez de ancho. Sus paredes interiores estaban

revestidas de roble negro hasta una altura de dos metros. Sobre

estos recubrimientos, tres ventanales con punta oval, compuestos

de vitrales diminutos, se alzaban flanqueando ambos lados de la

cámara. Los espacios de tapia entre las ventanas, estaban

cubiertos con yeso blanco que contrastaba con la obscuridad de

la madera en la parte inferior. El techo estaba sostenido con vigas

también de roble, posicionadas en serie de cada lado y entrela‐zadas en lo más alto, formando una larga cúpula, majestuosa y

casi cilíndrica, que recorría la habitación a lo largo y desde donde

colgaban unos candiles capaces de portar decenas de velas cada

uno. Al fondo, en todo lo ancho del muro, había un retablo y dos

puertas gruesas, cuya madera había sido pulida y meticulosa‐mente trabajada con figuras geométricas y florales. A los pies del

retablo, yacía un estrado de unos treinta centímetros de alto,

sobre el cual había una mesa larga, usualmente reservada para los

miembros decanos de la sociedad. No lejos de ahí estaba el

pódium, desde donde los readers y otras autoridades se dirigían a

los utter e inner-barriesters, quienes atendían sentados en las mesas

distribuidas al ras del piso de piedra barnizado. A una distancia

equilátera entre las puertas, en el centro del retablo, se podía ver

el escudo de armas de la Sociedad de Lincoln’s Inn, compuesto

por la imagen de un campo azul esparcido con cáscaras de oro

molido y en la esquina superior izquierda un león púrpura

rampante en un cuadrado de oro. Sobre el escudo, un gran reloj

EDGARDO MUÑOZ

20

Page 29: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

mecánico con carátula redonda y de una sola aguja marcaba, con

poca exactitud aún, las horas representadas en números

romanos.

Sir Huber comenzó su discurso de bienvenida al plazo legal

de Michaelmas rememorando a aquellos grandes abogados que

desde hacía más de dos siglos habían sido formados y llamados a

la barra en Lincoln’s Inn, entre éstos los más recientemente, Sir

William Roper y Sir Francis Walsingham, pero también otros

como Sir John Fortescue, Sir Thomas Berkeley y Sir Thomas

More. El narrador de esta historia aprovecha para decir que este

último, además de abogado y humanista, fue poeta, traductor,

Lord Canciller de Enrique VIII, Santo de la iglesia católica,

lamentablemente ejecutado por el crimen de alta traición al rehu‐sarse a prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de

la iglesia anglicana y no aceptar el Acta de Supremacía. Más

adelante, el reader principal resaltó el privilegio de los recién

llegados, convencido de que si todos los jóvenes del reino fueran

educados hasta los veintiún años en el estudio de la filosofía, el

derecho y de los idiomas inglés, latín y francés, este último

escrito en un estilo más limpio y elegante, se convertirían en

hombres de una sabiduría tan excelente que las leyes serían más

razonables y respetadas al mismo tiempo. El reader tenía razón, el

francés formaba parte de la lengua de la Corona inglesa y de sus

Cortes. Los libros de derecho y los reportes de decisiones judi‐ciales o yearbooks estaban escritos en francés; sin embargo, con el

paso de los siglos, el francés de la Corona inglesa era mal escrito

y mezclado con el inglés; lo que dio paso a un frenchglish legal.

– Por desgracia –lamentó Sir Huber–, sólo algunos privile‐giados han sido elegidos para formar parte de la Sociedad de

Lincoln y para ser educados en dichas virtudes como lo fueron

muchos antiguos miembros ilustres, cuyas aportaciones a este

reino ya he evocado –dijo el reader, recordando además que la

incorporación a la Sociedad de Lincoln requería la presencia

física de los aprendices en el reciento a lo largo del año, durante

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 30: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

los plazos legales de Michaelmas, Hilary, Pascua y Trinidad,

cuando las Cortes centrales en Westminster estaban en opera‐ción–. Con el tiempo, ustedes, elegidos aprendices de abogados,

también llamados inner-barristers, se unirán a las chambers de

nuestro recinto como asistentes de algunos de nuestros miem‐bros abogados en ejercicio, conocidos simplemente como barris‐ters o utter-barristers. En las vacaciones de verano deberán

participar en los readings sobre las leyes emanadas del Parla‐mento. En época de navidad y año nuevo, su labor será deleitar a

los miembros de esta Sociedad con revels, obras y otras formas de

entretenimiento.

Un murmullo general invadió el Gran Salón. Algunos apren‐dices se quejaban de la obligación de permanecer en el Inn

durante las vacaciones de verano mientras que otros se regoci‐jaban frente a la posibilidad de participar en los revels navideños.

Desde el pódium, Sir Huber llamó al orden. – ¡Silencio!, ¡silencio!

–repitió el director hasta conseguir de nuevo la atención de los

alumnos–. Escucharon bien, conforme a las Tudor Royal Procla‐mations la permanencia en el reciento hasta que sean llamados a

la barra para convertirse en utter-barristers es obligada. Ustedes

han sido admitidos en este prestigioso internado que requiere su

presencia física durante los plazos legales y las cátedras de vaca‐ciones. Además– enfatizó el decano, aprovechando el tono de

reprimenda que había tomado el discurso–, no olviden que su

membresía en nuestra Sociedad depende del pago puntual de su

alojamiento, alimentos e inscripción, y de otras obligaciones,

entre ellas su deber diario de oración en la capilla.

También Sir Huber recordó que la participación en las cenas

que ocurrían regularmente en el Gran Salón era necesaria para

preservar el sentimiento de hermandad que unía a los miem‐bros de tan ilustre Sociedad. Después hizo una pausa para

ordenar con la mirada a Uric acercarle la copa de vino que

estaba sobre la mesa de honor. Pasado el trago, continuó desde

el pódium, orgulloso como lo estaba, de ser el reader principal

EDGARDO MUÑOZ

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Page 31: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de la Sociedad de Lincoln, aquel que en todo discurso lograba

sostener la atención de sus escuchas por largo tiempo. – Muy

bien, dado que hoy estoy frente a recién inscritos aprendices,

debo hablar acerca de las actividades cotidianas –dijo esta vez

con voz más discreta, como quien retoma a fuego lento un

caldo que había comenzado ya a emitir las primeras burbujas–.

Uric se encargará de que el reloj central que se encuentra sobre

mi cabeza los lleve puntualmente a ellas. Durante los plazos

legales, las actividades dentro del recinto ocurrirán por las

tardes y noches, mientras que por las mañanas asistirán a las

Cortes en Westminster. Las tardes serán dedicadas a la argu‐mentación y los debates de temas legales y filosóficos. Por las

noches tendrán lugar los moots. En las vacaciones su presencia

en las Cortes será reemplazada por las cátedras teóricas por la

mañana y el resto del día se desarrollará como en los plazos

legales, o sea, por las tardes los debates y por las noches los

moots –repitió el decano, consciente que de cualquier forma los

aprendices junior olvidarían tal instrucción antes de ternerla

que poner en práctica.

Quedaba un último tema por tratar, aquel de la vestimenta,

por lo que Sir Huber recordó las reglas de sobriedad que

operaban en la institución y mencionó las características de la

vestimenta que los aprendices debían portar fuera y dentro del

recinto, tal y como Míster Cheddar ya había advertido a Aurelius.

Abordado el asunto del vestuario, el reader principal invitó a los

aprendices a elegir uno de los dos debates que, terminada su

intervención, se celebrarían en la biblioteca y en el salón de

lectura, respectivamente, y que serían liderados por los inner-barristers del treceavo plazo legal. También informó que su

formación continuaría después de la cena, momento en que se

desarrollaría el primer moot del plazo legal. –Para esta ocasión

tenemos entre los Masters of Bench a un invitado especial: Sir

Francis Walsingham, miembro de esta Sociedad de Lincoln y uno

de los consejeros más favorecidos en la Corte de su majestad

UN VIAJE AL COMMON LAW

23

Page 32: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

C

Elizabeth –anunció Míster Huber para el regocijo de los

escuchas.

oncluido el mensaje de bienvenida ofrecido por Sir Huber,

los aprendices junior rompieron filas; algunos se diri‐gieron a la biblioteca y otros al salón de lectura contiguo. Aure‐lius optó por en la primera; el encuentro fue de amor a primera

vista, los estantes de libros corrían a lo largo de quince metros

revistiendo los muros de una habitación de techos altos. Los

libreros de roble negro de tres metros de altura estaban unidos

en la parte superior por un riel de acero por el que corrían varías

escaleras corredizas. La vista de coliseo era majestuosa desde el

centro de la biblioteca. Entre los libreros y la bóveda, doce venta‐nillas compuestas de vitrales multicolores bordeaban la parte alta

de esa iglesia del saber; a lo largo del pasillo se repartían seis

pequeñas mesas de consulta, con sillas, que para la ocasión del

debate estaban ocupadas por los aprendices del treceavo plazo

legal.

A las tres de la tarde en punto, un muchacho gordo de cabe‐llos rojos y tez naranja solicitó la atención de los presentes. Una

voz delgada e imprecisa, poco acorde con su figura, sorprendió a

Aurelius y al resto de los novicios. Su nombre era Paul, sobrino

del Duque de Suffolk, quien gozaba de una magnífica reputación

entre los aprendices senior, por considerarse un excelente inge‐niero de disfraces y de escenificaciones que se había ganado el

respeto de su generación gracias a sus dotes escénicas y no a

causa de la posición de su tío en la Corte. Paul introdujo el debate

advirtiendo a los presentes respecto de la gran elocuencia de los

oponentes de esa tarde, así como sobre el hecho de que ninguno

de ellos conocía el tema de antemano. Los argumentos esgri‐midos serían por tanto espontáneos. Por un lado estaba Kenny,

un astuto joven perteneciente a la casa Estuardo, pariente lejano

EDGARDO MUÑOZ

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Page 33: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de James VI rey de Escocia. Por el otro, David, también escocés,

hijo de Lord Lovat, un mozo sonriente que parecía disfrutar del

murmullo súbito que Paul intentaba aplacar no sin dificultad.

Después de tirar al aire una moneda de media libra para decidir

las posturas de los oradores, Paul exclamó: – Kenny argumentará

a favor, mientras que David lo hará en contra. David y Kenny

argumentarán acerca de la frase siguiente: ¿se debe enjuiciar y

castigar a los dementes? en otras palabras, ¿a los lunáticos?

La biblioteca estalló en risas a causa de la expresión fingida de

demencia que se dibujaba en el rostro Paul. Conforme a las reglas

del debate, Kenny debía comenzar con sus argumentos. David

contestaría consecutivamente y dejaría abierta la posibilidad de

que Kenny volviera al pódium con una réplica. El tema de debate

era bastante actual. A partir del año 1542 un demandado que caía

en demencia antes de la audiencia no podía ser juzgado por

ningún crimen, incluida la alta traición. A pesar de esta regla, en

el mismo año, Lady Jane Rochford, cuñada de Ana Bolena la

segunda esposa del rey Enrique VIII, fue acusada de organizar los

encuentros adúlteros entre la reina Catherine Howard y Thomas

Culpeper, este último asistente del mismo Rey. Durante los inter‐rogatorios en la Torre, Lady Rochford sufrió un colapso

nervioso, y a comienzos del año de 1542 fue declarada demente.

Esta condición que en principio la inhabilitaba para ser legal‐mente sometida a juicio por su papel de alcahueta en el adulterio

de la Reina, fue ignorada por el Rey quien estaba determinado a

castigarla. Para tal efecto, Enrique VIII declaró la supresión de los

derechos civiles de Lady Rochford por medio de un acta de pros‐cripción y se fijó su ejecución para el día 13 de febrero, el mismo

día en que la reina Catherine Howard fue decapitada.

– ¡Por supuesto que los dementes deberían ser juzgados y

condenados! –comenzó Kenny por declarar en un tono firme y

propuesto a atraer el oído del público–. La noción del bien y del

mal es objetiva. Las leyes emanadas del Parlamento, así como las

decisiones judiciales que crean el derecho, están fundadas en la

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 34: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

noción del bien común objetivo. Éstas son la expresión del bien

emanado de Dios; transmitido por el salvoconducto de la reina

cabeza de la iglesia anglicana y de los commons. Por esta razón, es

irrelevante que un sujeto de la Corona pueda o no distinguir

entre el bien y el mal o que éste padezca de una enfermedad

mental que lo vuelva incapaz de comprender las consecuencias

de sus actos. El bien no es subjetivo ni relativo, en consecuencia,

la persona que infringe el derecho, comete un atentado contra la

noción objetiva del bien común. Dicha violación al derecho tiene

consecuencias en toda la comunidad y no sólo en la víctima o sus

familiares. La sola idea de que exista un asesino, invasor o traidor

al que no se puede responsabilizar por su propia conducta, causa

un desequilibrio en las relaciones sociales del reino. Caballeros

aquí presentes –enfatizó Kenny modulando la voz–, ¿quién de

ustedes no se sentiría más seguro al caminar por las calles de

Londres sabiendo al menos que un demente no los atacará

porque las Cortes se han encargado ya de castigar o eliminar a

aquellos que antes incumplieron la ley? Algo es claro en esta

cuestión: mientras menos dementes e idiotas interactúen con la

gente sana de este reino, menos posibilidades de crímenes o

violaciones al derecho, “involuntarias”, tendrán lugar. Además,

tomemos en cuenta que no es fácil de corroborar la existencia de

la demencia. En el pasado han existido casos de personas sanas

que han evadido la aplicación del derecho gracias a sus habili‐dades teatrales. En otras instancias, la demencia conocida de

algunos ha pasado inadvertida para las Cortes, lo que ha infrin‐gido el principio de trato equitativo en el que se funda nuestro

derecho. La ciencia física actual, no ha sido capaz de determinar,

sin margen de error, el estado mental de las personas. Los físicos

han admitido la problemática de determinar si un acusado ha

perdido la razón antes o después de cometer el crimen y, por

tanto, nuestro derecho cambió en el sentido de que los conside‐rados dementes antes de la audiencia de juicio no pueden ser

juzgados por un crimen. Esta reforma demuestra las deficiencias

EDGARDO MUÑOZ

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Page 35: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de la ciencia física en esta cuestión. Si el estado de la ciencia es

insuficiente para demostrar el momento en que una persona

lúcida cruza el umbral hacia la idiotez, uno se pregunta si hoy

podemos saber a cabalidad si una persona es demente o está

fingiendo.

La biblioteca permaneció en silencio aun cuando Kenny había

ya terminado su argumento. Los aprendices recién llegados,

incluido Aurelius, quedaron sorprendidos por la habilidad de

improvisación mostrada por Kenny. Ni siquiera un minuto había

pasado desde el anuncio del tema en debate hasta que comenzó a

articular las primeras frases. Muchos de los espectadores se

preguntaban cómo haría David para replicar tremendo discurso,

si ni siquiera se le había visto tomar nota de los argumentos

esgrimidos durante la intervención de su contendiente. Sin

embargo, David comenzó su contestación de forma que cautivó

la admiración de muchos.

– ¡Matémoslos a todos! ¡Sí caballeros!, ¡matémoslos a todos!

Esto es básicamente lo que propone mi oponente con tan fluida

argumentación, empero plagada de errores lógicos y de argucia.

Organizaré mi contestación siguiendo la trama utilizada por mi

interlocutor, no sin dejar de agregar algunos argumentos rele‐vantes para este debate –anticipó el escocés, quien mostraba la

seguridad de quien conoce de antemano lo que debe hacer para

alcanzar un objetivo–. En primer lugar, abordaré el tema de la

“objetividad” en la noción del bien y el mal. En un segundo plano,

trataré la supuesta ineficacia probatoria en que se fundan algunos

de sus alegatos. ¡Caballeros! La noción del bien y el mal es por

supuesto objetiva. Los sujetos de la Corona no definen indivi‐dualmente lo que es bueno o justo. Por ello, la Magna ChartaLibertatum en la cláusula vigésimocuarta estipula, de manera

objetiva y abstracta, que ningún hombre libre será detenido o

encarcelado o privado de sus propiedades o libertades o sus

libres costumbres, o exiliado o aislado o de otro modo destruido,

como tampoco será condenado o sentenciado sino por medio de

UN VIAJE AL COMMON LAW

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una sentencia de sus pares o por el derecho del país y no se

venderá o negará o pospondrá a ningún hombre el derecho o la

justicia. Todos estaríamos de acuerdo en que esta cláusula,

contrario sensu, impone la obligación adjetiva de enjuiciar a todo

hombre sin distinción alguna mientras se cumplan las garantías

de procedimiento ahí establecidas. Sin embargo, la misma cláu‐sula impone el deber de los jueces de aplicar el derecho del país, o

sea el derecho sustantivo, al caso en particular. El common law es

la prueba más evidente. Las reglas emanadas de las decisiones de

las Cortes en Westminster sólo aplican a un ámbito de hechos

determinados. Y esto no quiere decir que la noción de bien o la

justicia sean subjetivos. Lo que quiere decir es que la justicia y el

bien requieren que casos iguales sean tratados de manera similar,

mientras que casos particulares sean distinguidos. Por esta razón,

nuestro derecho penal sustantivo requiere, desde tiempos inme‐moriales, mens rea o mente culpable para responsabilizar a un

inculpado. En tal caso la máxima actus non facit reum nisi mens sitrea no es considerada una redefinición del bien. Por el contrario,

que el derecho requiera una mente culpable para responsabilizar

a un presunto criminal, no es sino la expresión del bien y la

justicia misma. El cometer un crimen sigue siendo un acto malo;

pero sería injusto enjuiciar a un demente porque ello tendría un

doble efecto contrario a la noción del bien. Primero, el demente

ya ha sido castigado por Dios con su propia demencia, por lo que

cualquier sentencia emitida por las Cortes constituiría un doble

castigo. Segundo, el castigo cruel tiene como propósito propiciar

el arrepentimiento del criminal y un ejemplo para el resto; el

castigo cruel para un lunático ciertamente causaría dolor

corporal pero no arrepentimiento, pues éste es incapaz de

entender que tal sanción es consecuencia de sus actos pasados.

Tampoco el castigo cruel constituiría una advertencia para el

resto de los dementes, quienes son incapaces de relacionar su

estado mental con sus actos –David hizo una pausa para mirar

directamente a los ojos de algunos de sus escuchas, quienes no

EDGARDO MUÑOZ

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Page 37: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ocultaron su placer al oirle rebatir los argumentos de su adver‐sario de tal manera. Kenny, en cambio, permaneció apacible, sin

parecer impresionado por el gesto, concentrándose en las ideas

planteadas hasta ahora y sus posibles respuestas. David prosiguió

entonces, aprovechando que en ese instante una nube allá afuera

había desaparecido permitiendo la entrada de una luz intensa por

los vitrales multicolores. –Continuando con la segunda parte de

esta contestación, mi contendiente propone tratar por igual a

dementes que a sanos, dadas las supuestas limitantes de la ciencia

física para determinar el momento en que un inculpado cae en

demencia o probar la demencia misma. No puedo sino rotunda‐mente oponerme a tal propuesta y a los argumentos esgrimidos

al respecto. Admitiendo que la ciencia física sea insuficiente para

los propósitos de determinar con exactitud el estado mental del

inculpado, nuestro sistema judicial no es inquisitorio sino

contradictorio. No sólo la tarea de llegar a la verdad está en

manos de los abogados y de los peritos propuestos por éstos, si

no que las cuestiones de hecho controvertidas son decididas por

los jurados. El sistema heredado de nuestros reyes normandos ha

confiado al pueblo la última decisión relacionada con la vera‐cidad de los hechos y al juez la aplicación del derecho. Eliminar la

cuestión del estado mental de un inculpado de la decisión del

jurado, por sospecha de su incapacidad técnica en esta cuestión,

significaría regresar a los juicios por ordalía. No hace falta

recordar que la justicia no se obtiene en este reino con base en la

perfección de un sólo juez, sino por medio de un sistema de

participación popular reflejado en el jurado –concluyó David

Lovat, dudando un poco sobre la relación que su último argu‐mento sobre el jurado tenía realmente con la posible incapacidad

de la ciencia actual de determinar con precisión el estado mental

de un inculpado. En realidad, no había nada de qué preocuparse,

lo importante era decir algo al respecto y parecía que sus argu‐mentos habían sido bien recibidos por la mayoría. Poco a poco,

un murmullo llenó la biblioteca; los asistentes comentaban sobre

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 38: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

el talento de David para identificar los puntos débiles en el

discurso de su contrincante. Algunos de los aprendices del

noveno plazo legal se preguntaban si Kenny ejercería su derecho

a la réplica u optaría por retirarse en ese momento. Pero Kenny

no dudó en volver al centro de la biblioteca.

– No debo sino reconocer la elocuencia de mi oponente al

entregarnos su contestación, con la que por cierto estaría de

acuerdo si ésta respondiera a mi tesis. ¡Caballeros!, mi argumento

no es que se deba condenar a los sujetos de este reino por el mero

hecho de ser dementes. Por el contrario, mi caso se basa en la

necesidad de enjuiciar a los dementes, pero no necesariamente

condenarlos de ser inocentes. Por ello, estoy de acuerdo en que la

labor del jurado es encontrar la verdad de los hechos; entre éstos

el estado mental del inculpado. Sin embargo, cuando el jurado

determina la autoría de un crimen o un acto reprochable, las

consecuencias legales deben ser dictadas por el juez, independien‐temente del estado mental del delincuente. Mi contrincante funda

su contestación en el hecho de que la condena de un demente

equivaldría a un doble castigo, por ser la demencia misma un

castigo de Dios, y que el objetivo de disuasión y arrepentimiento

de las sentencias sobre el individuo no se conseguiría tampoco en

tales casos. Al respecto, sólo hay que decir que la base de su

premisa es falsa para que sus argumentos se desmoronen como

una torre de palillos. El objetivo del derecho no son los individuos

sino el bienestar general del reino. De ahí que sea irrelevante el

efecto de la pena en el condenado, cuando los resultados de esta

última aportan al bienestar del resto de la gente obediente. En

consecuencia, si la ejecución o el encarcelamiento permanente de

un lunático peligroso agregan a la seguridad de este reino, ese

debe ser el derecho –concluyó el joven Estuardo en un tono

apacible, a efecto de dar a su improvisación un matiz de verdad.

Paul, el mediador del debate, retomó la palabra expresando su

admiración por ambos oradores. David y Kenny eran buenos

EDGARDO MUÑOZ

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Page 39: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

amigos. Al terminar el ejercicio continuaron con el intercambio

de opiniones de manera informal. Un par de minutos después, su

conversación tomó el rumbo de temas más mundanos como los

caballos o la cacería. A éstos se les unieron otros estudiantes del

treceavo plazo legal. Aurelius y los aprendices junior se pregun‐taban quién había ganado el debate y si habría forma de saberlo.

En ese instante, Andrew, un chico alto de cabellos negros y

rizados del quinto plazo legal se acercó a Aurelius y a Joseph,

otro aprendiz junior.

– Imagino que se estarán preguntando a qué hora anuncian al

ganador del debate –a lo que los novicios asintieron–. Paul no

hará anuncio alguno –les advirtió Andrew–. En los ejercicios de

debate es irrelevante quién gana o qué argumentos son legal‐mente más acertados. Lo importante es la improvisación y

abordar el tema de manera razonable desde dos puntos anta‐gónicos.

– Pero ¿quién crees tú que ganó? –preguntó Joseph insatis‐fecho por la incógnita que quedaba en la biblioteca mientras que

el resto los aprendices se iban retirando poco a poco hacia el

Gran Salón en el que se serviría la cena.

– Yo prefiero el estilo de David porque es más espontáneo y

melodramático que el estilo de Kenny, pero eso no significa que

esté de acuerdo con sus argumentos.

– ¿Entonces ganó Kenny? –insistió Aurelius.

– Ambos han ganado, pero no es oficial. Si lo que ustedes

esperan es una decisión sobre quién es el ganador, deberán asistir

esta noche al moot o a ver por ustedes mismos el veredicto de

alguno de los jurados en un caso real en Westminster Hall. Por

cierto, soy Andrew.

– Mi nombre es Joseph.

– Yo me llamo Aurelius.

– Tienes un ligero acento ¿francés? –indagó Joseph.

– Soy castellano –replicó Aurelius.

UN VIAJE AL COMMON LAW

31

Page 40: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– ¡Me encantaría visitar el Imperio algún día! –confesó

Andrew.

– Pues son bienvenidos en casa de mi familia cuando lo

deseen; está cerca de Madrid.

– Me temo que no será pronto, ¿has escuchado al reader prin‐cipal?, apenas si tendremos tiempo de visitar a nuestras propias

familias en Londres –se quejó Joseph.

EDGARDO MUÑOZ

32

Page 41: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

J

M O O T S

3

oseph, Andrew y Aurelius esperaban el servicio de la cena

en el Gran Salón cuando el primero de ellos develó las iden‐tidades de sus antepasados. Joseph era un joven pertene‐

ciente a una familia de abogados. Su abuelo paterno, William

Roper, era un biógrafo famoso egresado de Lincoln’s Inn e hijo

de John Roper, este último, fiscal general en el reinado de

Enrique VIII. La esposa de su abuelo William Roper fue Margaret

More, una de las mujeres más educadas del siglo XVI en Ingla‐terra e hija del mismo Sir Thomas More. El padre del joven

Joseph llamado Thomas Roper-More, había asistido a Gray’s Inn

antes de ser llamado a la barra.

– ¿Por qué tu padre asistió a Gray’s Inn en lugar de a este

recinto como lo hicieron tu abuelo William Roper y tu bisabuelo

Sir Thomas More? –preguntó Andrew.

– No lo sé –contestó Joseph–. Quizá mi padre quería evitar

ser reconocido como el nieto de Sir Thomas More. Eran tiempos

33

Page 42: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

difíciles. A pesar de que mi bisabuelo fue considerado por el rey

Enrique VIII como el más capaz de sus cancilleres, el pueblo aún

recordaba que también éste decidió no salvar su vida cuando se

negó a reconocer la supremacía del Rey como cabeza de la iglesia

de Inglaterra. Más tarde al ascender al trono la reina Mary y, por

tanto, al ser reinstaurada la doctrina católica, la memoria de mi

bisabuelo, como uno de los sujetos más fieles a los intereses del

reino, revivió. Fue hasta ese momento que los More recuperaron

la aceptación de la sociedad inglesa.

Un silencio incomodo se instauró entre los tres nuevos

amigos. Aurelius sabía poco del bisabuelo de Joseph y de las

circunstancias de su ejecución. La idea de que un hombre tan

cercano al rey haya preferido mantener la supremacía papal a

costa de su propia vida lo perturbaba un poco. Para el aprendiz

castellano, que había sido criado en dos religiones distintas, el

debate acerca de la supremacía de un individuo como represen‐tante de Dios en la tierra le parecía más una cuestión política que

religiosa.

– A menos que tengas una fe inviolable en que el Papa es el

único descendiente del apóstol San Pedro, a quien Jesús otorgó el

único poder de representación en la tierra en todos los asuntos

de su iglesia –pensó Aurelius.

Andrew, por su parte, se preguntaba si Aurelius y Joseph eran,

como él, profundos católicos en los que pudiera confiar. Andrew

descendía del linaje de los Tresham, provenientes de Northam‐ptonshire. Su tío Sir Thomas Tresham era públicamente cono‐cido como un recusante católico, quien pagaba multas con

regularidad por rehusarse a participar en las festividades de la

iglesia anglicana y por sus amistades con los jesuitas. Estas eran

las especulaciones de los novicios cuando comenzó a servirse la

cena de esa noche. Por tratarse del primer día del plazo legal de

Michaelmas, los platillos preparados para los aprendices, los

readers y los utter-barristers invitados, eran especiales. El primer

plato consistía en una sopa de repollo y tocino, espesada con un

EDGARDO MUÑOZ

34

Page 43: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

poco de avena y sazonada con azafrán. Aurelius encontró inter‐esante la mezcla de religiones en el platillo. El sabor del tocino de

cerdo, el alimento prohibido por el Corán, pero muy solicitado

por los cristianos, combinaba a la perfección con el azafrán, uno

de los condimentos más tradicionales de la comida musulmana.

Cuando los comensales esperaban la llegada del segundo plato,

Andrew se aventuró susurrando al oído del castellano que estaba

sentado a su izquierda. –¿Eres católico?–. La pregunta de

Andrew no lo sorprendió en absoluto. De hecho, Aurelius espe‐raba ser interrogado al respecto desde el momento en que reveló

su procedencia castellana. Pero éste respondió tranquilamente

que no, girando su cabeza. Unos minutos más tarde, cuando el

segundo plato fue finalmente servido y la conversación en el

Gran Salón retomó un sonido de enjambre, Aurelius confió a

Andrew que desde su llegada a Inglaterra había adoptado la reli‐gión de su tutor Lord Simon, por lo que solía asistir a la misa

anglicana. Al percibir en el rostro de Andrew un gesto desilusión,

el castellano comprendió que su compañero era católico de cora‐zón. Indeciso sobre la conveniencia de expresar su simpatía,

permaneció en silencio hasta que inesperadamente Joseph

intervino.

– Andrew, Aurelius, no tienen nada de qué preocuparse. No

seré yo quien los juzgue por su fe. Les ofrezco mi amistad que es

incondicional a su religión. Espero que esta oferta sea recíproca.

A pesar de ser anglicano, sería incapaz de voltear la cara a los que

profesan la religión por la que mi bisabuelo, Sir Thomas More,

entregó su vida –dijo el bisnieto del gran humanista decapitado,

postrando su mano sobre la mesa.

Andrew colocó discretamente su mano derecha sobre la mano

de Joseph e inclinó un poco el dorso invitando a Aurelius a

alcanzar las manos de ambos en ese tratado de paz y amistad.

Aurelius estiró su mano izquierda para cerrar el pacto. La

amistad de los tres aprendices perduraría hasta su expulsión del

recinto tiempo más tarde.

UN VIAJE AL COMMON LAW

35

Page 44: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

T erminada la cena, la mayoría de los internos dejó

temporalmente el Gran Salón. Sólo los aprendices del

treceavo plazo legal, liderados por Paul, permanecieron dentro

para acomodar el mobiliario para replicar, en la medida de lo

posible, el formato de la Corte de Peticiones Comunes. Al fondo,

sobre el estrado, la mesa larga donde habían tomado la cena los

miembros decanos de la sociedad haría las veces de la tribuna de

los jueces. Al extremo izquierdo y perpendicular a la tribuna,

pero a ras de suelo, doce sillas acomodadas en dos hileras fueron

reservadas para el jurado. Frente a ellas, al extremo derecho de la

tribuna, encajonadas por tres mesas del comedor, fijaron la

sección de los testigos. A efecto de separar a los abogados de los

jueces y del público asistente, una hilera de mesas paralelas fue

colocada a mitad del salón. Paul hizo un llamado al resto de los

aprendices para que ocuparan sus lugares en la parte trasera.

Mientras todo el mundo esperaba la entrada de los jueces,

Andrew revelaba a Aurelius y a Joseph las identidades de los

participantes en la audiencia moot.– Los jurados son aprendices del noveno plazo legal –

comenzó por decir el joven Tresham–. El muchacho de baja esta‐tura, de ojos verdes, en la silla más cercana a la tribuna fungirá

como portavoz del jurado. Su nombre es Dennis. Con él hay que

tener cuidado porque odia a todo aquel que no sea londinense.

En el apartado de los testigos hay un compañero del quinto plazo

legal, Roman Constantino. Es un buen chico, su padre es un

toscano que dirige los astilleros de la Corona, su madre es inglesa

y una de las damas de compañía de la reina Elizabeth. A los otros

testigos ya los conocen, Kenny y David, del treceavo plazo legal.

– ¿Quiénes son los abogados? –indagó Aurelius.

– El reclamante estará representado por Míster John Joyce,

un utter-barrister quien fue recientemente llamado a la barra en

este recinto durante el plazo legal de Trinidad. Míster Joyce está

EDGARDO MUÑOZ

36

Page 45: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

acompañado de un aprendiz del treceavo plazo legal al que

apodamos el lunático.

– ¿Está loco? –preguntó Joseph.

– No realmente. El apodo le viene de su padre, un barón

irlandés que jura haber volado. Su nombre es Stuart.

– ¿Quiénes representarán al demandado? –preguntó Aurelius.

– Sir Arthur Beauchamp, un experimentado utter-barrister en

la Corte del Banco de la Reina y alumnus de este recinto, quien

estará acompañado de Samuel Beck, un aprendiz del noveno

plazo legal. Nunca he visto argumentar a Samuel.

– ¿Lo has hecho tú antes Andrew? –inquirió Joseph.

– Una vez en debate, pero nunca en un moot. Quizá este plazo

legal sea mi debut.

Súbitamente, todo el mundo se puso de pie tras el anuncio de

la entrada de Sir Huber, reader principal de Lincoln’s Inn, como

miembro de la moot court, quien se dirigió al extremo derecho de

la mesa preparada para los jueces. Enseguida, el honorable Sir

Robert Gates, utter-barrister en la Corte de Peticiones Comunes

entró al vestíbulo para posicionarse en el otro extremo de la

tribuna. Finalmente, Sir Francis Walsingham, alumnus de

Lincoln’s Inn, Embajador del Reino de Inglaterra en Francia y

uno de los abogados más influyentes en la Corte de la reina

Elizabeth, fue presentado para dirigir el ejercicio. El Gran Salón

se llenó de todo tipo de expectativas. Los abogados parecían estar

más nerviosos que lo usual. No era para menos. En el moot se

jugaba el prestigio tanto de los inner-barristers como de los utter-barristers. Argumentar frente a Sir Walsingham, por ejemplo, era

una oportunidad única de autopromoción para futuros mandatos

reales. Al mismo tiempo, cualquier error argumentativo podía

mermar su reputación, especialmente la de los utter-barristers. Sir

Walsingham tomó la palabra para dar la bienvenida a los asisten‐tes, recordando además que, a lo largo de los siglos, en el apren‐dizaje del derecho de ese reino, existía un ejercicio parecido a la

figura de la retórica antigua.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 46: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Me refiero a esta actividad que intenta imitar la argumenta‐ción en las Cortes de Westminster a la que llamamos moot; y en la

que se designa un caso para ser debatido por jóvenes como uste‐des, el cual debe contener una controversia dudosa. Esta noche

tengo el honor de estar acompañado por Sir Huber, miembro

decano de esta ilustre Sociedad de Lincoln’s Inn y admirable

abogado de mi reina, así como por Sir Robert Gates, un contem‐poráneo mío quien, desde nuestros años de aprendices en este

recinto, ha sido reconocido por su imbatible estilo de oratoria –

los dos prominentes abogados agradecieron tan amable presenta‐ción dando paso a que el presidente de la tribuna continuara con

la dirección de la audiencia–. Pues ahora, no sin antes agradecer

la invitación de Sir Huber a este recinto, a los utter-barristers que

nos acompañan y a todos los aprendices presentes, debo anunciar

la mota ad barram, o sea, los asuntos que deberán ser argumen‐tados esta noche. Los abogados accionantes representan a Míster

James, un sujeto de este reino quien en el mes de octubre pagó a

Míster Roger, el demandado, £2 por transportar sana y salva a su

hija, Lily, de York hasta Londres. Durante el trayecto, una

tormenta que azotó el centro de Inglaterra provocó la inunda‐ción del carruaje de Roger y una pulmonía a Lily. Debido al mal

estado de Lily, Míster James incurrió gastos por la intervención

de físicos y curaciones por un monto de £5. La argumentación de

este caso debe responder a una sola cuestión ¿es Roger respon‐sable del pago de los costos de los físicos y de curación desembol‐sados por James? –Sir Walsingham hizo una pequeña pausa para

asegurarse de que los participantes tenían muy clara la cuestión

y, enseguida, aclaró–. No existe disputa alguna acerca del hecho

de que la tormenta haya causado la enfermedad de la hija de

Míster James. Tampoco está en duda que la tormenta es un acto

de la naturaleza previsible para Roger o James. De hecho, es

indiscutible que el techo del carruaje de Míster Roger era dema‐siado débil para soportar una tormenta promedio de temporada.

Para los propósitos de este ejercicio, la argumentación será abre‐

EDGARDO MUÑOZ

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Page 47: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

viada. Escucharemos la count del reclamante y la plea del deman‐dado. No habrá replication ni rejoinder, ni sobre-réplica o sobre-

dúplica. Por tanto, Míster John Joyce y su acompañante iniciarán

con la count en favor de James. Sir Beauchamp y su aprendiz

contestarán con la plea de Roger. En la sección de los testigos se

encuentran personificadas las partes, quienes deberán constre‐ñirse a testificar con base en las declaraciones escritas provistas

de antemano para este ejercicio. El jurado escuchará los hechos, y

de existir una cuestión fáctica que deba deliberarse, emitirá un

veredicto. Después de las intervenciones de los abogados, la

Corte limitará sus preguntas a la cuestión litigada por las partes –

adelantó Sir Walsingham y cedió el uso de la voz a los abogados

del reclamante.

Luego de recapitular por unos segundos con el aprendiz

Stuart la estrategia legal y argumentativa que seguirían, Míster

Joyce exclamó: –Honorables miembros de esta Corte, honorable

presidente Sir Walsingham, estimados barristers de la parte

demandada, mi nombre es John Joyce y en conjunto con mi

colega Stuart representamos a Míster James en esta reclamación

común. Desde Bukton vs. Tounesende decidido en el año de

1348, una parte puede recuperar la pérdida derivada del daño

físico infligido injustamente por el incumplimiento de una

promesa de la otra parte conforme al writ of trespass, aun cuando

el demandado no haya actuado con violencia y armas contra la

paz del reino y no exista un deed of covenant. Nuestra reclama‐ción del día de hoy se funda en la regla que emana de dicho

precedente cuyos hechos son los siguientes. La parte actora John

de Bukton y el demandado Nicholas atte Tounesende un cierto

día y año acordaron que Tounesende transportaría la yegua de

Bukton, en bote a través del Río Humber, sana y salva. A pesar

de su promesa, Tounesende sobrecargó la embarcación con

otros caballos y como resultado de dicha sobrecarga la yegua de

Bukton pereció ahogada en el Humber, injustamente, causán‐dole daños. Bukton peticionó a uno de los jueces del rey itine‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 48: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

rantes en York el writ of trespass y éste admitió aplicar dicho writpara el resarcimiento de los daños causados por Tounesende,

aun si el daño no fue causado con violencia y armas como lo

dicta el writ of trespass original. Desde entonces, las Cortes en

Westminster han permitido que un daño, ya sea por negligencia

o incumplimiento culposo de una promesa, sea remediado con la

acción de assumpsit for misfeasance o nonfeasance derivada del writof trespass on the case–. Míster Joyce se detuvo, indeciso sobre la

necesidad de ahondar sobre la trascendencia que Bukton vs.

Tounesende había tenido en decisiones posteriores. Al no ver

gesto alguno de desacuerdo en los miembros de la tribuna frente

a él, decidió no decir más del efecto vinculante de ese caso hasta

no escuchar la posición de los abogados del demandado al

respecto. –Como esta honorable Corte puede apreciar, la simi‐litud de los hechos en Bukton vs. Tounesende con el caso

presente es evidente. Por una parte, Roger prometió a mi cliente,

Míster James, transportar a su hija Lily sana y salva desde York

hasta Londres. No fue sino debido a la falta de diligencia de

Roger que la hija de mi cliente realizó un trayecto de cuatro

horas prácticamente bajo la lluvia, hasta que los pasajeros

encontraron refugio en un antiguo monasterio abandonado

cerca de Doncaster. Aunque se pudiera decir que Roger cumplió

con su promesa de llevar a la hija de James salva hasta Londres,

fracasó en su promesa de entregarla sana. Al respecto, solici‐tamos permiso a la Corte para llamar a la señorita Lily de la caja

de los testigos para su interrogatorio por parte de mi compañero

Stuart.

– Solicitud concedida –exclamó Sir Walsingham con firmeza.

– Gracias su señoría –respondió Míster Joyce.

Roman Constantino, el aprendiz de ascendencia italiana,

apareció desde el fondo de la caja de los testigos vistiendo una

peluca de color castaño. Todos los asistentes soltaron a reír hasta

que Sir Walsingham llamó al orden, sin disimular que también se

estaba divirtiendo. Stuart, el inner-barrister que acompañaba esa

EDGARDO MUÑOZ

40

Page 49: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

noche a Míster Joyce, comenzó el interrogatorio visiblemente

nervioso.

– ¿Señorita, confirma usted ser la hija de Míster James? –dijo

Stuart sin respirar siquiera.

– Sí, confirmo –respondió Roman, con una voz femenil que

ocasionó un nuevo revuelo de carcajadas en el Gran Salón.

– ¿Confirma usted haber viajado en el carruaje del deman‐dado Roger desde York hasta Londres? –preguntó nuevamente el

inner-barrister.

– Sí, confirmo –contestó el testigo.

– ¿Confirma que unas horas previo a su arribo a Londres

usted empezó a sufrir los síntomas de la pulmonía? –volvió a

indagar el aprendiz de abogado, pero antes de que el testigo

emitiera otra respuesta, el Sir Beauchamp intervino para objetar

las preguntas realizadas por aquél.

– Honorables miembros de esta Corte, con su permiso, me

opongo a aceptar como evidencia las respuestas de este testigo,

ya que las mismas son consecuencia de las preguntas insidiosas

del inner-barrister que representa al reclamante. Me gustaría

recordar a mis colegas que, conforme a la práctica en la Corte de

Peticiones Comunes, la parte que llama a un testigo debe realizar

preguntas destinadas a obtener respuestas elaboradas y no

simples afirmaciones o negaciones sin calificativos.

– Objeción aceptada –concedió Sir Walsingham.

Míster John Joyce susurró a Stuart un par de instrucciones

para dar paso al replanteamiento de las preguntas.

– ¿Señorita, podría decirnos cómo se sintió usted al llegar a

Londres? –dijo Stuart, un poco menos nervioso ahora que su

maestro le había permitido interrogar al testigo de forma abierta.

– Me sentía muy mal, tenía escalofríos, tos y fiebre –

respondió la dama personificada en el aprendiz de abogado de

padre toscano.

– ¿Qué sucedió a su llegada? –indagó Stuart.

– No recuerdo todo con exactitud debido a mi deplorable

UN VIAJE AL COMMON LAW

41

Page 50: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

estado –confesó Roman Constantino tomándose el pecho con

ambas manos–. Sólo recuerdo que mi tía Rose me llevó a su habi‐tación; unas horas más tarde, al despertar, estaba allí un físico

que, después de intercambiar con mi tía un brebaje por £5, se

despidió.

– ¿Qué sucedió con tal brebaje? –preguntó Stuart.

– Lo bebí a pequeños sorbos por la mañana, al mediodía y por

la noche durante diez días. Tenía un sabor horrible, pero dos

semanas más tarde dejé la cama y entonces mi vida fue normal –

declaró el testigo.

– Gracias señorita –agradeció el aprendiz de origen irlandés,

totalmente repuesto ahora de su inicial nerviosismo.

El testigo y el inner-barrister volvieron a sus lugares, dando

paso a que Míster Joyce interviniera nuevamente con la petición

del reclamante.

– Honorables jueces de esta Corte, en vista del estado actual

del derecho y de los hechos aquí demostrados, respetuosamente

rogamos que mi cliente Míster James sea resarcido de los gastos

en los que injustamente incurrió como consecuencia de los actos

culposos del demandado Roger, por un monto de £5, más la

propina que podríamos merecer mi colega inner-barrister y su

humilde súbdito por nuestros servicios de representación.

Sir Walsingham preguntó a los otros jueces de la Corte si les

complacía hacer algún cuestionamiento al respecto de la inter‐vención de los abogados del reclamante. Tanto Sir Huber como

Sir Robert Gates expresaron su deseo de escuchar la postura del

demandado antes de emitir cualquier pregunta a las partes. En

vista de ello, Sir Walsingham solicitó a los abogados del deman‐dado comenzar su plea. Sir Beauchamp dejó a un lado el perga‐mino del caso que no había tenido la oportunidad de leer hasta

ese momento. Con una sonrisa que inspiraba confiaza a unos y

arrogancia a otros, comenzó por decir: – Honorables miembros

de esta Corte, estimados colegas representantes del reclamante,

mi nombre es Arthur Beauchamp y en conjunto con mi compa‐

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Page 51: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ñero Míster Samuel representamos al demandado, Roger, en

estos procedimientos comunes. Honorables jueces, mi represen‐tada acepta los hechos hasta ahora relatados por el reclamante.

Sin embargo, niega rotundamente su obligación de pagar la

cantidad reclamada, pues ninguna promesa fue jamás incumpli‐da–. Un murmullo súbito se apoderó del Gran Salón. Los apren‐dices recién llegados se preguntaban cómo podían admitirse los

hechos narrados sin que hubiese consecuencia legal alguna.

– Debe ser un pequeño juego de retórica –confió Andrew a

Aurelius–. Sir Beauchamp es un lobo experimentado en el litigio

que seguramente tiene un as bajo la manga.

– El caso presente no cae en el supuesto cubierto por la acción

de assumpsit for misfeasance o nonfeasance. A pesar de que el recla‐mante funde su acción en Bukton vs. Tounesende, mi cliente

nunca faltó a su deber de cuidado ni realizó promesa alguna que

fuera incumplida –prosiguió Sir Beauchamp que, no obstante el

estimulo que le causaba el nuevo murmullo que crecía a sus espal‐das, decidió esperar un poco a que el presidente de la corte Sir

Walsingham apaciguara los ánimos de los asistentes. Finalmente,

el utter-barrister retomó diciendo–: Como demuestra el expediente

de este caso, no existe disputa sobre el hecho de que la tormenta

haya causado la enfermedad de la hija de James. Tampoco hay

duda de que la tormenta fuera un acto de naturaleza previsible

para las partes, o que el techo del carruaje fuera demasiado débil

para soportar una tormenta promedio de temporada. La pregunta

principal de este caso es ¿qué es lo que realmente prometió Roger

y qué riesgos asumió James? Sabemos que en Bukton vs. Toune‐sende las partes convinieron en que Tounesende transportaría la

yegua de Bukton en embarcación por del Río Humber sana y salva.

En tal caso, Tounesende, por negligencia o avaricia, ocasionó un

daño como consecuencia de sobrecargar la embarcación e igual‐mente incumplió lo convenido, pues la yegua de Bukton nunca

atravesó viva el Río Humber. En el caso aquí argumentado, mi

cliente prometió a James transportar a Lily sana y salva de York a

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 52: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Londres, y así lo hizo. El jurado aquí presente se preguntará cómo

pudo mi cliente cumplir con su promesa si Lily descendió del

carruaje con síntomas de pulmonía. La respuesta se encuentra en

el significado especial que las partes, al convenir el transporte de

Lily a Londres, dieron a la palabra “sana”. A efecto de dilucidar esta

cuestión, solicito a esta Corte permiso para llamar al reclamante

en persona, James, de la caja de los testigos para su interrogatorio

por parte de mi compañero el inner-barrister Samuel Beck.

– Solicitud concedida– exclamó Sir Walsingham.

– Gracias su señoría –dijo Sir Beauchamp.

Del fondo de la sección de los testigos apareció Kenny con la

indumentaria típica de un herrero inglés. Los asistentes

sonrieron al reconocer al aprendiz senior detrás de una barba

postiza impenetrable. Samuel por su parte se veía tranquilo; posó

lentamente las palmas de sus manos sobre la mesa que hacía las

veces de la barra y comenzó diciendo:– Míster James, podría por

favor contar la razón por la cual usted decidió pagar por los

servicios de transportación a Londres ofrecidos por Míster

Roger.

– Ay –replicó Kenny imitando el modismo y acento del norte

para decir sí–. Mi hermana Rose en Londres acababa de perder a

su primer hijo dando a luz. Ella necesitaba del apoyo familiar

urgentemente para su recuperación, pues su esposo estaba

ausente trabajando en el astillero de Dover. Decidí entonces

enviar a mi hija Lily en su ayuda.

– Mi pregunta está más bien encaminada a saber por qué

decidió contratar el transporte de Lily con Míster Roger y no con

alguien más –interrumpió Samuel obteniendo la aprobación de

su maestro Sir Beauchamp por su manera de controlar al testigo.

– Había pocas opciones de transporte en ese momento –

replicó Kenny consciente, desde entonces, de la dirección que

tomaría finalmente su respuesta en favor del demandado–.

Muchos de los carruajes con destino a Londres estaban cargados

EDGARDO MUÑOZ

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Page 53: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ya de ovejas y sus condiciones no eran óptimas para transportar a

mi hija. Roger mantenía dos carruajes libres en su negocio. El

carruaje que transportó a mi hija tenía un par de pequeñas grietas

en el toldillo y era tirado por un caballo. También había otro más

nuevo, con un toldo amplio en mejores condiciones y que era

tirado por dos caballos. A la sazón pregunté a Roger si podía

transportar a mi hija sana y salva a Londres de inmediato, y éste

aceptó la encomienda a cambio del pago de £2 en el primero de

los carruajes.

– Díganos Míster James –retomó el aprendiz Samuel Beck–

¿En algún momento le ofreció Míster Roger transportar a Lily en

el carruaje de toldo amplio tirado por dos caballos?

– Sí lo hizo, pero a cambió de £4 –dijo Kenny.

– ¿Y usted rechazó esta oferta? –obvió Samuel, quien conocía

la respuesta.

– ¡Por supuesto! –exclamó Kenny–. Era el doble del precio de

la primera opción. Lo importante en el trato era asegurar el

transporte de mi hija sana y salva a Londres, mas no su como‐didad en el trayecto. Roger se obligó a cumplir con dicha estipu‐lación independiente del carruaje utilizado.

Un cuchicheo se apoderó de nuevo del Gran Salón. La

audiencia estaba realmente dividida. Algunos aprendices se incli‐naban desde ahora en favor del reclamante, mientras otros

encontraban muestras de avaricia en su testimonio. Sir Beau‐champ aprovechó la pausa ocasionada por el murmullo para

instruir a Samuel sobre la dirección que a partir de ese momento

debía tomar el interrogatorio del testigo. Tras asegurarse de

haber comprendido las indicaciones de su maestro, el aprendiz

retomó preguntando: – ¿Qué significaba entonces para usted que

Lily llegara sana a Londres?

– ¿Significaba que mi hija no contrajera mal en el camino,

incluida una pulmonía? –replicó Kenny con seguridad.

– ¿Admite, no obstante, que antes de alcanzar el acuerdo con

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Míster Roger usted se percató de las grietas en el toldillo del

carro tirado por un solo caballo? –preguntó Samuel.

– Tenía unos pequeños orificios –minimizó Kenny.

– ¿También admite que era de preverse que una lluvia

promedio se infiltraría al interior del carro? –insistió Samuel.

– Probablemente –contestó el reclamante, que en ese

momento era interrogado como testigo.

– ¡Objeción honorable presidente! Las preguntas son insi‐diosas y además sobre hechos no disputados –intervino Míster

Joyce.

– Objeción aceptada –concedió Sir Walsingham invitando a

los barristers del demandado a ir al punto.

Samuel giró el dorso hacia Sir Beauchamp, quien con el movi‐miento de sus labios lo alentó a seguir adelante como planeado.

– Míster James, ¿hubo algo más que usted y el demandado

hayan acordado respecto del transporte de Lily a Londres?

– No –dijo Kenny, resistiendo lo inevitable.

– ¿Está seguro? –insistió Samuel.

– El trato fue que por £2 mi hija fuera transportada inmedia‐tamente a Londres, sana y salva –agregó Kenny.

– ¿Dijo usted “inmediatamente”? –preguntó Samuel fingiendo

ingenuidad.

– Sí –replicó el aprendiz escocés.

– ¿Quiere decir que llegara lo antes posible a Londres? –

recalcó Samuel Beck.

– Así es, mi hermana Rose necesitaba ser asistida a la

brevedad –respondió Kenny.

– ¿Entonces Míster Roger tenía además la obligación de

partir de inmediato y conducir el carruaje rápidamente hasta

Londres? –preguntó de nuevo el abogado del demandado en lo

que parecía un diálogo interminable entre sordos.

– Correcto. A buen paso, el demandado pudo haber realizado

el trayecto en dos días. Comenzando en York al alba, detenién‐dose en Leicester para pasar la noche y terminando en Londres al

EDGARDO MUÑOZ

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Page 55: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

atardecer un día después –respondió Kenny, agregando informa‐ción que era del conocimiento de todos pero que estaba fuera de

la redacción del caso hipotético planteado esa noche.

– ¿Cumplió Míster Roger con esta promesa? –continuó

Samuel, conociendo la respuesta que debían escuchar los jueces y

el jurado.

– Sí, cumplió, Lily llegó pronto, pero enferma de pulmonía a

Londres –dijo nuevamente el reclamante personificado

por Kenny.

– ¿Realmente cree usted, que el demandado hubiera sido

capaz de evadir la lluvia en un trayecto de 197 millas si su obliga‐ción principal era no detenerse para llegar cuanto antes a

Londres? –preguntó con sarcasmo Samuel.

– Ese no era mi problema –replicó Kenny con toda seguri‐dad–. El demandado prometió llevar a Lily sana y salva hasta

Londres, e incumplió su promesa.

– ¿Hizo algo Míster Roger para remediar el estado de salud de

Lily al llegar a Londres?

– Bueno –Kenny hizo una pausa, meditando sobre la mejor

forma de decir las cosas, pues sabía que su respuesta crearía

cierta simpatía por el demandado, y entonces dijo–. El deman‐dado reconoció el mal estado en el que mi hija fue entregada en

Londres, por lo que fue él quien trajo más tarde al físico que la

vio en casa de mi hermana Rose. También el demandado regresó

al día siguiente para informarse del estado de salud de Lily. En

varias ocasiones, también la visitó cuando pasaba por Londres,

pero sin mi autorización. Al volver Lily a York, Roger tuvo la

desfachatez de presentarse en nuestro hogar para pedir su mano

en matrimonio.

Como era de esperarse, su respuesta desató la bulla, las risas y

los silbidos de los internos que en su plena adolescencia encon‐traban placer en imaginar el idilio que pudo haber ocurrido entre

el transportista y la pasajera durante el trayecto a Londres, ahí

bajo la lluvia o cubiertos de ella en el monasterio abandonado de

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Doncaster. Sir Walsingham esperó a que el bullicio causado por

el testigo se desvaneciera naturalmente antes de llamar al orden e

invitar al inner-barriester a proseguir con el interrogatorio.

Samuel preguntó entonces– ¿Cree usted que Lily corresponde a

los sentimientos de Míster Roger?

– Objeción su señoría, la pregunta es irrelevante para este

caso –interrumpió el abogado John Joyce.

Sir Walsingham preguntó a Kenny si la versión escrita de la

declaración de Míster James, que había recibido para su escenifi‐cación, contenía elementos para responder a esa pregunta. Kenny

contestó que probablemente.

– Objeción denegada –decidió Sir Walsingham–. Esta Corte

desea saber si hay algo detrás de la reclamación que hasta ahora

ignorábamos.

– Mi hija Lily guarda cierto afecto hacia el demandado, pero

nunca daría yo mi consentimiento para que se case con un viudo

que le lleva quince años de edad –confesó Kenny en medio del

regocijo de los aprendices que disfrutaban del drama inmerso en

el ejercicio académico.

Expuesta la respuesta que deseaba escuchar, Samuel se retiró

de la barra dando paso a que Sir Beauchamp retomara el interro‐gatorio del último testigo. El utter-barrister posó sus anteojos en la

mesa que hacía las veces de la barra y dijo: – Honorable presi‐dente, ruego su permiso para llamar de la caja de los testigos a

Míster Roger, el demandado en este caso.

– Petición otorgada –exclamó Sir Walsingham.

Del fondo de la caja apareció David, llevando consigo una silla

de montar y un sombrero en un intento de encarnar al arriero

demandado. Al pasar frente Roman Constantino, David posó su

rodilla izquierda en el piso inclinando su dorso hacia su rodilla

derecha en un gesto de sujeción a Lily. Los aprendices ovacio‐naron la actuación de inmediato.

– Sólo tengo dos preguntas para usted Míster Roger –anti‐

EDGARDO MUÑOZ

48

Page 57: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

cipó Sir Beauchamp–. ¿Confirma los hechos narrados por los dos

testigos que le precedieron?

– Sí, los confirmo –exclamó el aprendiz David Lovat.

– ¿Hay algo más que le gustaría agregar? –preguntó Sir

Beauchamp.

– No –dijo aquél antes de retirarse y realizar el mismo gesto

de subordinación ante la personificación de Lily.

Acto seguido, Sir Beauchamp retomó sus anteojos de la barra

y, con la confidencia de aquél que de antemano fue informado

sobre el momento preciso para atacar, exclamó: – Honorables

jueces de esta Corte de Peticiones Comunes, el expediente de este

caso demuestra que el término “sana”, en su significado ordinario

y contenido en la promesa de transportar sana y salva a Lily,

entra en conflicto con otra importante promesa que mi cliente

realizó: actuar con prontitud. Por esta razón, el término “sana”,

debe entenderse en el contexto en que fue expresado. Como

podrán apreciar los miembros del jurado, era prácticamente

imposible evadir la lluvia que es característica del mes de octubre

a menos que Míster Roger realizará paradas continuas para

buscar refugio. Actuar de tal modo hubiera ocasionado el incum‐plimiento de su obligación de conducir a la mayor velocidad. Por

tanto, no podemos sino concluir que el reclamante asumió el

riesgo de que un viaje constante, bajo la lluvia, pudiera ocasionar

a Lily una enfermedad ligada a ello. Mi cliente, por su parte,

acordó soportar el riesgo de otras eventualidades, más graves que

una simple gripe o pulmonía. Así, finalizamos nuestros argu‐mentos de defensa, solicitando respetuosamente a esta ilustre

Corte desechar la reclamación interpuesta por Míster James, por

no estar respaldada en un incumplimiento de promesa acordada

que dé paso a la responsabilidad legal del demandado conforme a

writ of trespass, en su modalidad de assumpsit for misfeasance.

UN VIAJE AL COMMON LAW

49

Page 58: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E l moot se había extendido más tiempo de lo previsto. El

reloj central del Gran Salón marcaba las nueve de la noche

cuando los jueces comenzaron a realizar preguntas a los barristersy testigos presentes. El Decano del recinto se mostró complacido

por las actuaciones de los pupilos y alumni. Sir Walsingham

parecía entusiasmado por el debate de las cuestiones técnicas del

derecho privado en tiempos de Elizabeth, a la que él llamaba

mi reina.

Ni Aurelius ni la mayoría de los aprendices del primer plazo

legal habían entendido realmente la importancia de Bukton vs.

Tounesende para el caso argumentado esa noche ni para el

desarrollo futuro del common law. Sin embargo, en ese momento

la inspiración provocada en todos los aprendices junior era lo

más importante. La fascinación de ver a sus compañeros más

avanzados argumentar en paralelo con barristers consumados en

las Cortes de Westminster, era el propósito principal del ejerci‐cio. Terminado el moot, Aurelius siguió a la tropa de aprendices

que cumplían la orden de Sir Huber de dirigirse a sus respectivos

dormitorios. Al día siguiente, asistiría con el resto de los apren‐dices junior por primera vez a las audiencias programadas en la

Corte de Peticiones Comunes. Emocionado por la posibilidad de

convertirse en barrister algún día, el aprendiz castellano cayó en

un sueño profundo pero muy corto. Al punto de las cinco de la

mañana, la orden amenazante de Uric de descender cuanto antes

a la capilla llegó hasta su inconsciente y se incorporó en un sueño

fugaz en el que Aurelius, de cinco años de edad, contemplaba al

Cristo crucificado en la capilla del palacio del Conde de Buendía

en Castilla.

EDGARDO MUÑOZ

50

Page 59: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

D

C O R T E S E N W E S T M I N S T E R

4

esde el año de 1099, Westminster Hall había sido el

recinto de las Cortes superiores inglesas. El ambiente en

éstas al iniciar el plazo legal de Michaelmas era de efervescencia.

Los aprendices de abogados de nuevo ingreso provenientes de los

cuatro Inns of Court eran escoltados por sus tutores a través de las

diferentes Cortes. Al poniente, cerca de la puerta norte por la que

Aurelius entró por primera vez acompañado de Míster Cheddar,

se encontraba la Corte de Peticiones Comunes. Más al fondo del

vestíbulo, una escalinata separaba a la Corte del Banco de la

Reina de la Corte de la Cancillería. La Corte de Exchequer estaba

al oriente en una sala contigua, conectada al recinto principal por

un pasaje angosto.

– Voilà, las cuatro Cortes superiores de este reino: la Corte

de Peticiones Comunes, la Corte del Banco de la Reina, la

Corte de la Cancillería y la Corte de Exchequer –exclamó

Míster Cheddar apuntando con el dedo índice hacia el

51

Page 60: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

poniente, el sur y el oriente del vestíbulo. Al percatarse del

rostro confundido de Aurelius agregó–: La multitud desapare‐cerá paulatinamente en los próximos días; una vez que los

nuevos aprendices conozcan la distribución de competencias de

las Cortes.

– ¿No hay muros que separen a las Cortes unas de otras, y no

hay sillas para los abogados? –preguntó Aurelius con cautela.

En efecto, no había nada que dividiera a las Cortes de los

andadores abiertos por los que transitaban los asiduos de West‐minster. Cada una de las Cortes estaba situada apenas más allá

del alcance del oído de las demás, en espacios marcados por los

barandales o barras de madera detrás de los cuales los barristers se

posicionaban de pie. Dentro de las barras, había una inmensa

mesa de roble negro cubierta con manteles de paño verde en la

que los empleados de las Cortes esparcían los plea rolls o perga‐minos de los casos. De espaldas a los muros, desde tribunas altas

con un trasfondo de tapices colgantes grabados con los escudos

reales, los jueces trataban de escuchar a los abogados que se diri‐gían a ellos desde más allá de la barra. La escena estaba lejos de lo

que Aurelius había imaginado. El sitio no era menos estrepitoso

que la plazoleta de Smithfield donde los mercaderes londinenses

ofrecían sus productos agrícolas. Había que competir con el

ruido de la multitud de abogados, aprendices, secretarios, testi‐gos, comunes y visitantes que discutían sin pudor en el cuerpo

del recinto. Pocas conversaciones podían distinguirse en el

cuadrilátero central de muros que albergaban una marea de

túnicas pardas. Un zumbido general acaparaba el espacio, por lo

que había que mantener los ojos bien fijos en los labios y gestos

de su interlocutor.

– Es cierto. No hay muros que separen a las Cortes unas de

otras –reflexionó Míster Cheddar–. Como lo dije antes Aurelius,

el ruido desaparecerá eventualmente. Pero aun en estos días de

actividad intensa, los alegatos en las Cortes tienen lugar sin even‐tualidades. Ven conmigo, te explicaré cuáles son los asuntos

EDGARDO MUÑOZ

52

Page 61: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tratados por cada una de ellas, con la excepción de la Corte de la

Cancillería a donde no suelo acudir.

Aurelius siguió a su maestro hacia la barra de la Corte de Peti‐ciones Comunes. En el trayecto, Míster Cheddar presentó sus

saludos a Sir Thomas Roper, quien acompañaba a su hijo Joseph,

y al tutor de éste, Míster Gilbert, en su primer día en las Cortes

de Westminster.

– Buen día Sir Roper –dijo Míster Cheddar dando paso a una

modesta reverencia.

– Buen día, Míster Cheddar –correspondió el descendiente

de los Roper-More–. Éstos son mi hijo Joseph Roper y su tutor

Míster Gilbert, a quienes quizá ya conoce por asistir a Lincoln’s

Inn.

– Nunca tuve el gusto de conocerlos personalmente –dijo

Míster Cheddar, mintiendo con relación a Míster Gilbert, pues

con éste ya había hablado brevemente en alguna de las cenas

ofrecidas en el recinto–. Fue una grata noticia saber que Joseph

ingresaría a Lincoln’s Inn para retomar la tradición de formarse

en la misma alma mater de sus antepasados –añadió el abogado,

dando paso a la presentación de su nuevo pupilo, Aurelius

Martinson, también aprendiz en Lincoln’s Inn.

– Un placer conocerte Aurelius –respondió amablemente

Míster Gilbert, correspondiendo la genuflexión realizada por el

aprendiz.

– Padre, Aurelius viene de Castilla. Ayer nos conocimos

después del primer debate y hablamos durante la cena –intervino

Joseph.

– Vaya, que amistad tan interesante. Tu bisabuelo Sir Thomas

More guardó una devoción constante hacia la reina de Inglaterra,

Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos Isabel y Fernando

–exclamó Sir Roper, ocasionando un silencio súbito en el grupo.

Todos conocían la fidelidad que el bisabuelo de Joseph, Sir

Thomas More, profesaba hacia la reina Catalina de Aragón y la

iglesia católica. Esto lo había llevado a desconocer la validez de

UN VIAJE AL COMMON LAW

53

Page 62: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

su divorcio con el rey Enrique VIII y marcado el principio de su

alejamiento de la Corona hasta su decapitación, tras negarse a

realizar el juramento de supremacía del rey como cabeza de la

iglesia anglicana.

– Decidí acompañar a mi hijo Joseph y su tutor Míster Gilbert

en esta primera visita a las Cortes –retomó finalmente Sir Roper.

– Me parece un gran privilegio para Joseph y su tutor, ¿no es

así Aurelius?

– Estoy de acuerdo Míster Cheddar.

– Justo me disponía a enseñar a mi pupilo la competencia de

cada una de las Cortes en Westminster cuando tuvimos el agrado

de divisarlos entre los asistentes –dijo Míster Cheddar.

– Míster Gilbert nos proponía igualmente revisar los asuntos

tratados por cada una de las Cortes. ¿Por qué no hacemos el reco‐rrido juntos? –propuso Sir Roper, confesando que los asuntos del

Parlamento lo habían mantenido alejado de las Cortes desde su

época de aprendiz, por lo que sería igualmente ilustrativo para él

acompañarlos.

– Será todo un placer realizar el recorrido de Westminster en

su compañía –reconoció Míster Cheddar.

– El honor será nuestro Míster Cheddar –replicó Míster

Gilbert, en nombre propio y de Sir Roper.

Próximos a la barra de la Corte de Peticiones Comunes,

Míster Cheddar relataba cómo, para asegurar la instrumentación

del derecho de los reyes normandos, Enrique II comenzó a enviar

desde el siglo XII a los jueces miembros de su Corte por todo el

reino con el propósito de resolver controversias. Primero en el

año de 1166 envió dos miembros para que hicieran cumplir su

nuevo derecho sucesorio y, posteriormente, seleccionó veinte

jueces itinerantes para servir en seis circuitos, es decir, regiones.

– Estos jueces –comentaba Míster Cheddar–, cabalgaban de un

pueblo a otro impartiendo justicia en un circuito que terminaba

en la Curia Regis en Londres.

– Así los jueces viajeros del rey consiguieron la unificación

EDGARDO MUÑOZ

54

Page 63: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

del derecho común de Inglaterra al que llamamos el common law yque ustedes aprenderán en este recinto– dijo Sir Roper quien,

aprovechando el claro repentino en su memoria, agregó que a

partir de la Curia Regis otras tres cortes con jueces profesionales

fueron creadas a partir del siglo XIII: la Corte Exchequer, locali‐zada a sus espaldas al fondo del pasillo, la Corte del Banco del

Rey, a un costado, y la Corte de Peticiones Comunes, frente

a ellos.

– En efecto –confirmó Míster Chedar–, la promulgación de la

cláusula décimo séptima de la Magna Charta Libertatum del año de

1215 proveía el establecimiento de una Corte permanente en

Westminster, abocada al conocimiento de las peticiones comunes

y separada de la Corte del Banco del Rey que, en esa época, aún

era itinerante y sesionaba donde el rey se encontrara. La creación

de la Corte de Peticiones Comunes tuvo como resultado que la

Corte del Banco del Rey, que cambió su nombre a Corte del

Banco de la Reina con la accesión al trono de nuestra reina Eliza‐beth, ya no pudiera conocer de muchas de las reclamaciones

comunes.

– ¿Cuáles son las peticiones o reclamaciones comunes? –

preguntó Joseph, evadiendo a un tumulto de aprendices de plazos

legales avanzados que en fila india se dirigían hacia la galería de

la planta baja de tal Corte.

– Las peticiones comunes son todas las demandas sobre las

cuales la reina no tiene interés, por lo que esta Corte tiene juris‐dicción sobre todas las reclamaciones derivadas de los writs, que

incluyen acciones legales para recuperar tierras, deudas e indem‐nización por el incumplimiento de convenios, etcétera –explicó

Míster Gilbert.

– Aunque hay que decir que ambas, la Corte de Peticiones

Comunes y la Corte del Banco de la Reina, tienen una jurisdic‐ción concurrente para conocer las acciones por daños a la

propiedad derivadas del writ of trespass o la acción de reivindica‐ción de la propiedad conforme al writ of replevin. También la

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 64: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Corte de Peticiones Comunes ejerce un poder de supervisión

sobre las Cortes inferiores en los condados del reino que deciden

casos sin expedientes escritos –precisó el tutor de Aurelius.

–O sea, ¿en los procedimientos en que no se deja constancia

escrita de las actuaciones?

– Correcto Aurelius –confirmó Míster Cheddar.

– Quizá a los jóvenes les interese saber quiénes integran la

Corte de Peticiones Comunes –comentó Sir Roper.

– Usualmente alberga a cuatro o cinco jueces, una selección

de Serjeants at law y los empleados de la Corte, entre ellos los

guardianes de los writs, los escribanos de pergaminos y un buen

número de asistentes llamados clerks. Los utter-barristers y los

inner-barristers también son parte de la Corte de Peticiones

Comunes. En esta Corte aprenderán el common law acompañados

de otros aprendices –comentó Míster Gilbert, abriendo paso

para que la pequeña comitiva alcanzara un espacio que venía de

liberarse al borde de la barra.

– ¿Dónde exactamente? –preguntó Joseph, posando sus

manos en el barandal de madera desgastado por el tacto dactilar

de los utter-barristers que desde ahí argumentaban a diario.

– En este cajón de madera o en la galería superior al costado

derecho de la tribuna de los jueces –respondió Míster Gilbert.

Aurelius y Joseph dirigieron sus miradas hacia la galería

superior donde algunos aprendices de los primeros plazos

legales comenzaban a instalarse. El cajón de madera situado al

mismo nivel que la barra que separaba a los utter-barristers de la

Corte, parecía estar reservado a los aprendices del quinto plazo

legal hacia adelante, quienes se forcejeaban por estar en

primera fila. Entre éstos, Aurelius reconoció a Andrew, que al

verlos ahí saltó la baranda del cajón para venir a saludarlos.

Míster Cheddar reprobó de inmediato los modales del apren‐diz, pues le parecía inaceptable que un inner-barrister tratara de

cortar camino de tal manera. Además, la innecesaria entrada de

aire en su túnica había dejado entrever unas calzas interiores de

EDGARDO MUÑOZ

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Page 65: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

color violeta prohibidas por el reglamento de la Sociedad de

Lincoln.

– Padre, éste es Andrew Tresham –lo presentó Joseph.

– Encantado de conocerlo Sir Roper. Buenos días a todos –

saludó Andrew.

– El placer es mío joven Tresham –respondió Sir Roper–. ¿Te

han presentado a Míster Cheddar y a Míster Gilbert?

– No tengo el placer –dijo Andrew inclinado nuevamente su

dorso hacia el frente como lo exigían los modales de la época.

Nadie ignoraba la reputación de recusante católico de su tío

Sir Thomas Tresham. En esos tiempos de censura religiosa, el

silencio que aterrizaba súbitamente en las conversaciones daba

muestra de los prejuicios y sospechas comunes que cultivaban los

habitantes del reino. De inmediato, Míster Cheddar encontró

dudosa la asociación de tres aprendices con antecedentes católi‐cos. De ahora en adelante, había que estar atento al contenido de

sus conversaciones, se decía el tutor de Aurelius.

– ¿Por qué no pasamos a la Corte del Banco de la Reina?, ¿nos

acompañas Andrew? –propuso Míster Cheddar, determinado a

descubrir las convicciones políticas y religiosas del muchacho.

– Lo siento mucho sus señorías –respondió el descendiente

de los Tresham–. Tendré que excusarme pues debo estar presente

en la primera audiencia de la Corte de Peticiones Comunes

donde se escuchará un caso de daños conforme al writ of trespass.Debo reportar con mis notas los hechos y argumentos para mi

maestro, Sir Albert Allen.

– Es una lástima que no haya aún reportes regulares de los

casos que sean elaborados por la Corte misma. Recuerdo que en

mis tiempos de aprendiz no podíamos dejar de reportar a nues‐tros maestros los hechos, y especialmente los argumentos, de

cada uno de los casos tratados en la Corte de Peticiones Comu‐nes. Nuestra tarea era necesaria para contribuir al yearbook de

casos todos los años. ¿Aún están obligadas las nuevas genera‐ciones a realizar estas encomiendas? –indagó Sir Roper.

UN VIAJE AL COMMON LAW

57

Page 66: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

– Las nuevas prensas de imprenta han ocasionado la desapa‐rición gradual de los yearbooks producidos comunitariamente y

auspiciados por los Inns of Court –comentó Míster Cheddar–. No

obstante, los aprendices todavía deben tomar notas de los casos

atendidos en Westminster como parte de su educación.

– Ya veo, la profesión de los abogados siempre ha sido

inmune al cambio –pensó Sir Roper en voz alta.

– Que tengan un buen día sus señorías –se despidió Andrew

aprovechando el impasse en la conversación.

as inmediaciones de la Corte del Banco de la Reina eran

mejor transitables que las de la Corte de Peticiones Comu‐nes. El interior de la Corte misma parecía mejor conservado. Una

vez instalados frente a ella, Míster Gilbert comenzó exponiendo

que hacía más de un siglo que dicha Corte había dejado de ser

itinerante para establecerse permanentemente en Westminster

Hall y que ésta tenía jurisdicción para conocer en primera

instancia todos los asuntos penales acaecidos en el condado de

Middlesex. Dicho condado se extendía al oeste de la ciudad de

Londres, al norte del rio Támesis, colindando al este con los ríos

Colne y Lea.

– También la Corte del Banco de la Reina conoce casos

atraídos de más allá del condado por medio de certiorari –agregó

Sir Roper, contento de contribuir con lo poco que conocía sobre

la jurisdicción de la Corte.

– ¿Qué significa certiorari? –preguntó su hijo Joseph.

– Certiorari es un tipo de writ de supervisión del que dispone

la Corte del Banco de la Reina –explicó Míster Gilbert–. En

teoría, su objetivo es supervisar las decisiones de las Cortes

menores, a efecto de asegurarse que éstas actúen conforme a los

límites de su autoridad y protejan la libertad de los sujetos y el

derecho a un proceso justo y eficaz.

EDGARDO MUÑOZ

58

Page 67: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– ¿Y en la práctica? –insistió Joseph.

– En la práctica, la Corte del Banco de la Reina tiene un poder

de atracción sobre crímenes ocurridos más allá de Middlesex en

los que la administración de la reina Elizabeth tiene un interés

particular –puntualizó el tutor.

– ¿Qué tipos de crímenes? –insistió el discípulo.

– La jurisdicción penal de la Corte del Banco de la Reina

incluye tres tipos de crímenes: misdemeanor, felonies y treason.

Misdemeanor son crímenes menores como estar desnudo o ebrio

en público, robar artículos de un hombre muerto, fugarse de

prisión, salir de casería por la noche con el rostro pintado,

suicidarse.

–Pero, ¿cómo se puede castigar a un hombre muerto? –inter‐rumpió Sir Roper sin ocultar su ironía.

– No se puede castigar al suicida, pues el castigo vendrá de

Dios y de sus días en el infierno. Empero, el acto mismo sí

puede ser juzgado por la Corte del Banco de la Reina –replicó

Míster Cheddar haciendo un esfuerzo por ocultar su

indignación.

– ¿Qué hay de los otros crímenes?, ¿quiero decir felonies y

treason? –cuestionó Aurelius, intentando llevar la charla hacia

otros terrenos menos controvertidos. A lo que Míster Gilbert

respondió diciendo que las Felonies incluían el homicidio impru‐dencial o intencional, robos, violaciones, la brujería, el asalto,

daños corporales intencionales, etcétera, mientras que el tipo

treason comprendía la alta traición, la rebelión, el espionaje y

otros actos similares contra el reino. También agregó que el

procedimiento basado en bills administrado por la Corte del

Banco de la Reina, era más simple que el sistema con base en writsde la Corte de Peticiones Comunes, lo que había propiciado la

expansión de la jurisdicción de la primera a asuntos usualmente

tratados por la última.

– ¿Qué quiere decir Míster Gilbert? –cuestionó Joseph,

perplejo por el repentino cambio de paradigma–. Creí que la

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 68: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

competencia de la Corte del Banco de la Reina versaba sólo sobre

asuntos penales.

– No solamente –respondió el maestro–. Como nos instruyó

hace un momento Míster Cheddar, existen dos acciones sobre las

cuales la Corte del Banco de la Reina comparte jurisdicción con

la Corte de Peticiones Comunes: trespass y replevin; siempre y

cuando los hechos que dan lugar a estas acciones ocurran en el

condado de Middlesex. En otras palabras, un barrister tiene la

opción de solicitar que la Cancillería dirija un writ of trespass o

replevin a la Corte de Peticiones Comunes, donde los procedi‐mientos tendrán lugar o, solicitar directamente a la Corte del

Banco de la Reina que se emita un bill declarando el comienzo de

ese tipo de procedimientos ante alguno de sus jueces. Debido a

que el procedimiento por medio del bill es más conveniente para

los abogados que el procedimiento por writ, muchos prefieren

litigar estos casos en la Corte del Banco de la Reina.

– Vaya que las cosas han cambiado desde mis días de aprendiz

–confesó Sir Roper.

– Y eso no es todo, como usted sabe, una vez que un súbdito

de la reina es detenido por cualquier causa, la Corte del Banco de

la Reina tiene jurisdicción para conocer otras reclamaciones

personales contra ese individuo, por ejemplo, la acción de pago

de deuda –dijo Míster Gilbert, contando además que tal jurisdic‐ción personal había llevado a abogados muy astutos a solicitar la

emisión de un bill de reembolso de deuda contra personas ya

procesadas o detenidas por otras causas en la Corte del Banco de

la Reina, con lo que se ahorraba a sus clientes el pago del arancel

que la Cancillería cobraba por la emisión de un writ de deuda liti‐gado ante la Corte de Peticiones Comunes. Por su parte, otros,

aún con menos escrúpulos, cuyo objetivo era reclamar el reem‐bolso de una deuda o la reivindicación de bienes, habían solici‐tado ante la Corte del Banco de la Reina un bill of trespass y una

vez que el demandado era arrestado y remitido al mariscal con

base en tal acción, añadían a sus acciones la de reembolso de

EDGARDO MUÑOZ

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Page 69: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

deuda o reivindicación de bienes por medio de un bill a ese

respecto.

– ¿Eso significa que un abogado puede saber de antemano que

no existe base para enjuiciar al demandado por trespass y, a pesar

de eso, entablar tal acción ante la Corte del Banco de la Reina

para ahorrarse el tiempo y dinero que hubieran sido necesarios

para obtener el writ of debt o el writ of detinue para la Corte de

Peticiones Comunes? –preguntó Aurelius.

– Así es joven castellano. La acción de trespass puede ser una

mera ficción para expandir la jurisdicción de la Corte del Banco

de la Reina sobre asuntos reservados originalmente a la Corte de

Peticiones Comunes –confirmó Sir Gilbert, explicando además

que todas estas maniobras legales habían comenzado hace

algunos años cuando un juez de la Corte del Banco de la Reina

reconoció su jurisdicción para conocer cualquier tipo de recla‐mación contra toda persona sujeta a su custodia, esto incluía a los

empleados de la Corte y miembros de la realeza, por supuesto,

pero también a otros individuos, sin importar cómo habían caído

bajo su custodia, incluso los convictos en procesos penales o los

demandados por trespass.– ¿Supongo que al menos la acción ficticia de trespass debía

estar relacionada con un daño a la propiedad o la persona

situadas en el condado de Middlesex, donde la Corte del Banco

de la Reina tiene jurisdicción para este tipo de asuntos? –cues‐tionó Sir Roper.

– En efecto, la Corte del Banco de la Reina ve constreñida su

jurisdicción territorial para emitir bills of trespass a hechos

ocurridos en este condado. Sin embargo, aun cuando el deman‐dado no se encuentre en el condado de Middlesex, algunos utter-barristers han utilizado otros artificios legales para expandir la

jurisdicción de la Corte del Banco de la Reina sobre personas que

habitan más allá de Middlesex –dijo Míster Gilbert, poniendo

como ejemplo el writ llamado latitat dirigido al sheriff del

condado donde el demandado acechaba y vagaba, para que éste

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 70: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

efectuara el arresto relacionado con supuestos hechos ocurridos

en Middlesex.

– Me parece que este “nuevo” atajo, a través de bills y writs oflatitat ante la Corte del Banco de la Reina, se presta a abusos de

derecho –opinó Sir Roper–. Es obvio que una vez que el deudor

es detenido por los oficiales de la Corona o un sheriff de

condado, se verá forzado a pagar una deuda que no amerita su

detención.

– Estoy de acuerdo su señoría, pero este “modo de litigar”

ofrece otras ventajas respecto del sistema de writs en la Corte de

Peticiones Comunes que van más allá de la evasión del arancel

cobrado por la Cancillería por la emisión de un writ –replicó

Míster Gilbert, dispuesto a convencer a sus interlocutores de que

el fin justificaba los medios, pues la solicitud de un latitat,contrario al sistema de writs, no vinculaba al reclamante a ejercer

una acción civil en lo particular, sino que una vez arrestado el

demandado, éste debía responder ante la Corte del Banco de la

Reina por cualquier tipo de reclamación agregada al procedi‐miento, lo que ahorraba al reclamante tiempo, dinero y esfuerzos

en asesoría legal hasta que no fuera claro, tras el arresto, si el

demandado estaría dispuesto a defenderse en juicio.

– Yo personalmente estoy convencido de que este sistema de

latitat no sólo quebranta la cláusula vigesimocuarta de la MagnaCharta Libertatum, si no que además representa una competencia

desleal a la distribución de jurisdicción entre la Corte de Peti‐ciones Comunes y la Corte del Banco de la Reina establecida por

la cláusula decimoséptima de la misma Charta. Por ahora, esta

evidente expansión ilegal de la jurisdicción de la Corte del Banco

de la Reina parece convenir a los jueces de la Corte de Peticiones

Comunes, quienes están desbordados por miles de casos cada

año. Sin embargo, no tardará la Cancillería en tomar medidas

para compensar la merma presupuestal que los bills gratuitos de

la Corte del Banco de la Reina ocasiona en el tesoro –opinó

Míster Cheddar y con razón, ya que años más tarde la Cancillería

EDGARDO MUÑOZ

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Page 71: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

comenzaría a emitir órdenes de suspensión de procedimientos en

la Corte del Banco de la Reina hasta que un arancel no fuera

pagado a la Corona también por el bill.Aurelius encontraba estimulante este mundo en el que el

ahorro económico se mezclaba con el deber de proveer justicia.

Recordaba que, en el comercio de textiles entre reinos, los

mercaderes solían idear mecanismos para resolver sus disputas,

limitando la intervención de las Cortes de la Corona y estable‐ciendo reglas tendientes a facilitar la prueba. Los mercaderes

tenían acceso a sus propios tribunales en las ferias, puertos o

mercados en los que ocurrían los negocios. Estos tribunales eran

presididos por otros miembros de su comunidad de mayor edad,

quienes conocían muy bien el modo de hacer negocios de los

mercaderes inter-reinos. Aurelius tenía razón, las disputas entre

comerciantes eran resueltas de acuerdo con el conjunto de usos o

costumbres del comercio conocido como lex mercatoria, recono‐cida en Inglaterra desde el año de 1473, en un caso en la StarChamber, una Corte también situada en Westminster abocada al

conocimiento de casos que involucraban a gente influyente del

reino o de más allá, en el que el canciller Robert Stillinton

declaró que los comerciantes extranjeros deberían ser juzgados

no de acuerdo con las leyes del reino, con la ley de su naturaleza

que algunos llaman la lex mercatoria, que era, según él, universal.

Aurelius sabía que, en la venta de telas, por ejemplo, la costumbre

señalaba que una vez abierta la vendimia, los compradores

debían inspeccionar las telas antes de comprarlas, so pena de

perder la oportunidad de demandar por incumplimiento en su

calidad más tarde. Si la cantidad total de telas que el comprador

deseaba adquirir no estaba disponible en el puesto del vendedor

en ese momento, la compra podía realizarse con base en la

muestra de tela que el vendedor le entregaba en ese instante al

comprador. Si las telas posteriormente entregadas no concor‐daban con la muestra provista de antemano, el comprador podía

demandar la resolución de la compra por incumplimiento de

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 72: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

entrega. El árbitro de mercaderes debía comparar la muestra con

la mercadería entregada para determinar la conformidad de esta

última con lo pactado. Además, la realización de los negocios no

requería de convenios escritos como en el common law, lo que

facilitaba el comercio entre mercaderes que muchas veces no

hablaban el mismo idioma, sino que, en su lugar, se servían de

gestos simbólicos para concluir sus contratos, como el apretón de

manos, pagar un centavo o compartir un vaso de cerveza.

– ¿Quiénes conforman la Corte del Banco de la Reina? –cues‐tionó Joseph, interrumpiendo los pensamientos de Aurelius que

habían partido lejos hacia los muelles de Londres.

– ¿Ves a ese hombre en túnica roja? –preguntó Míster Gilbert.

– Veo más de un hombre en túnica roja –respondió Joseph.

– Claro, todos ellos son jueces de la Corte del Banco de la

Reina. Son cuatro, pero ahora sólo ves a tres de ellos, ya que el

antiguo Chief Justice, Sir Thomas Carus, murió hace unas sema‐nas. La reina Elizabeth deberá nombrar a un cuarto juez y uno de

los actuales jueces deberá llenar la vacante de Chief Justice –

comentó Míster Cheddar.

– ¿Quién cree usted que tomará el relevo de Sir Thomas

Carus en el Banco de la Reina? –preguntó Míster Gilbert, curioso

de obtener cualquier información de Míster Cheddar.

– Deberá ser alguien con suficiente reputación, ya que la posi‐ción de Chief Justice en la Corte del Banco de la Reina es la más

alta en el escalafón de jueces de las Cortes en Westminster. Aun

los jueces de la Corte de Peticiones Comunes están bajo su super‐visión. Todo parece indicar que la reina nombrará a Sir Chris‐topher Wray –comentó Míster Cheddar.

– ¡Serían excelentes noticas! Sir Wray es un alumnus de

Lincoln’s Inn –se entusiasmó Míster Gilbert.

– En efecto, Sir Wray fue llamado a la barra por nuestra

sociedad en el plazo legal de Hilary del año de 1549. Fue reader en

Lincoln’s Inn en el otoño de 1562, tesorero en el año de 1565 y

nuevamente reader en la pascua de 1567, antes de pasar la barra al

EDGARDO MUÑOZ

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Page 73: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ser admitido en la Orden de Serjeants at law y finalmente ser

nombrado juez en la Corte del Banco de la Reina –dijo Míster

Cheddar, quien se jactaba de conocer a detalle los perfiles de

todos los jueces en Westminster.

– Parece tener todo lo que se necesita para ser designado

Chief Justice –comentó Sir Roper.

– Casi todo. Sir Wray es, muy probablemente, católico de

corazón, al igual que la mayoría de los nobles del norte; eso

obstaculizará su designación como Chief Justice –predijo Míster

Cheddar.

– Pero, en el censo religioso compilado por la autoridad epis‐copal en el año de 1564, Sir Wray se calificó como “indiferente” –

intervino Míster Gilbert decepcionado por el pesimismo de

Míster Cheddar.

– Estoy de acuerdo en que Sir Wray ha sido muy cauteloso,

pero quizá no lo suficiente. Ser “indiferente” a la religión angli‐cana no basta en estos tiempos de insurrección –insistió Míster

Cheddar.

La instrucción de los aprendices había caído en un nuevo

silencio. Sir Roper se preguntaba hasta qué punto Míster

Cheddar tenía razón. Aun cuando Sir Wray fuera católico de

corazón, parecía poco probable que entrara en conflicto con los

intereses de la Corona. Por su parte, Míster Gilbert encontraba

poco solidaría la actitud de Míster Cheddar, especialmente

cuando se trataba de un alumnus y miembro activo de la

Sociedad de Lincoln’s Inn. Pero en ese momento de especulación,

todos ignoraban el futuro. Sir Wray sería muy pronto designado

Chief Justice y, en el plazo legal de Trinidad del año de 1572, su

fidelidad a la reina Elizabeth sería demostrada cuando bajo su

batuta la Corte del Banco de la Reina enjuició y sentenció a John

Hall y Francis Rolston por alta traición; acusados de planear la

muerte de la reina Elizabeth y conspirar por el restablecimiento

de la religión católica por medio de la liberación y proclamación

como reina de Mary Stuart, antigua soberana de los escoceses.

UN VIAJE AL COMMON LAW

65

Page 74: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

– ¿Por qué no visitamos la Corte de Exchequer? Los jóvenes

deberán pronto regresar a Lincoln’s Inn para el almuerzo –

propuso Sir Roper, quien sufría de gota y no soportaba más los

tacones de dos pulgadas, terciopelo rojo, bordados en seda que

vestía para la ocasión.

– Estoy de acuerdo. Vamos por aquí –indicó Míster Cheddar

abriendo paso a la comitiva entre el gentío que se aglutinaba a la

altura de la Corte de la Cancillería.

– ¿No aprenderemos la jurisdicción de la Corte de la Canci‐llería? –cuestionó Joseph.

– Por ahora no es necesario. Mientras estén en Lincoln’s Inn,

pocas oportunidades habrá de presentarse ante esa Corte. Ni

Míster Gilbert ni un servidor litigamos ante la Corte de la Canci‐llería –precisó Míster Cheddar.

l grupo se dirigió al oriente del recinto donde un

pequeño pasaje se abría gradualmente para dar paso a la

Corte de Exchequer. La sala contigua estaba casi vacía.

También su olor a cedro contrastaba con el hedor mohoso de

los vestidos y rancio de los pergaminos en el recinto principal

que dejaban a sus espaldas. Detrás del barandal, un utter-barrister instruía en voz alta y sin pudor a un aprendiz de la

Sociedad del Inner Temple. No sólo el carácter extrovertido del

abogado, sino también los hilos rojos en la bastilla de su túnica,

hacían notar que se trataba de un miembro de ese recinto.

Dentro de la barra, un escribano ordenaba una decena de

pergaminos sobre la gran mesa cubierta por el mantel de tela

verde. Los tapetes bordados con los escudos reales colgaban

sobre la tribuna, pero no había nadie en los asientos en ese

momento.

– ¿Dónde están los jueces y sus demás empleados? –exclamó

Joseph.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 75: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– No hay jueces en esta Corte, se les llama barones –corrigió

Sir Roper a su propio hijo.

– ¿No es ésta una Corte? –preguntó Joseph confundido.

– Lo es, pero no es una Corte de derecho como las otras. Su

jurisdicción principal es sobre asuntos que afectan al tesoro de la

Corona, o sea, el pago de los impuestos a la reina –precisó Míster

Cheddar.

– La Corte de Exchequer lleva a cabo inventarios anuales de

las propiedades y los bienes en todo el reino, calcula impuestos,

resuelve reclamaciones sobre estos mismos cálculos y cualquier

demanda entablada contra su personal, los sheriffs de los

condados y otros oficiales obligados a rendir cuentas a esta Corte

–explicó Míster Gilbert, añadiendo que en el pasado, el ChiefBaron era seleccionado por el rey de entre los Serjeants at law de la

Corte de Peticiones Comunes, mientras el resto de los barones,

cuatro en realidad, era extraído de entre los clerks formados en la

práctica tributaria de la misma Corte de Exchequer.

– Eso era antes –interrumpió Míster Cheddar–, pues con la

promulgación de los nuevos impuestos y ordenanzas tributarias

se ha exigido un conocimiento más profundo de los procedi‐mientos y las leyes del reino, por lo que la mayoría de los barones

recientemente designados por la reina pertenece a la Orden de

Serjeants at law.

– Que, por cierto, no están presentes hoy –comentó Sir Roper

con ironía.

– La Corte de Exchequer tiene una carga mucho menor que

las otras Cortes en Westminster. Comparada con la Corte del

Banco de la Reina, donde se conocen cerca de dos mil quinientos

casos al año, o los diez mil casos anuales en la Corte de Peticiones

Comunes, la Corte de Exchequer es pequeña con tan sólo

doscientos casos cada año, por lo que no se requiere la presencia

diaria de los barones –justificó Míster Cheddar.

– ¿Qué sistema procesal se sigue en esta Corte, bills o writs? –

indagó Aurelius.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 76: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– El Canciller de la Exchequer, quien está a cargo de la reco‐lección de impuestos y la auditoría de las cuentas reales y que

actualmente es Sir Walter Mildmay, puede hacer comparecer a

los demandados por medio de writs judiciales o tributarios

emitidos con su propio sello. Los writ más comunes son el venirefacias ad respondendum y el writ of subpoena. Conforme al primero,

se ordenaba a un sheriff notificar a una persona acusada por otra

del delito de evasión de impuestos. El writ of subpoena, que

también es utilizado por la Corte de la Cancillería, ordena direc‐tamente a una persona sospechada de cometer una falta tribu‐taria a comparecer ante la Corte de Exchequer –explicó Míster

Cheddar.

– Es hora de partir –interrumpió abruptamente Sir Roper–.

No sería conveniente que nuestros jóvenes continúen apren‐diendo con el estómago vacío–, en lo que todos estuvieron de

acuerdo.

Aurelius y Joseph se despidieron de sus mentores a las afueras

de Westminster Hall. Ambos estaban exhaustos. Aurelius no

podía estar más de acuerdo con Joseph, Míster Cheddar encar‐naba prejuicios muy evidentes contra toda persona con antece‐dentes católicos.

– Pero al mismo tiempo, me ha aceptado como su discípulo –

exclamó Aurelius.

– Tienes razón. Creo que su personalidad es simplemente

pesimista y propensa a sospechar de los demás hasta que no

prueben lo contrario. Además, es un maestro con mucha expe‐riencia Aurelius –reconoció Joseph.

– Lo sé, soy afortunado, aunque desearía por un momento

que la religión no fuera utilizada como un pretexto para avanzar

las causas políticas o económicas de los hombres –pensó

Aurelius.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 77: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– A

W R I T S

5

quí la tienes Aurelius, La Novelle Natura Breviumpublicada por Sir Anthony Fitzherbert en 1536, justo

un par de años antes de su muerte –Aurelius recibió el

compendio con ambas manos y lo apretó como si se tratara de un

tesoro–. Ésta es una reimpresión bilingüe en latín y francés reali‐zada por la casa editorial de Míster Richard Tottel en 1565 –le

confió Míster Cheddar explicando además que tal era uno de los

materiales más importantes en el aprendizaje del sistema

procesal de writs de la Corte de Peticiones Comunes, en el que

encontraría los writs más utilizados en ese siglo y sus comenta‐rios con una pluma exacta y exquisita.

– La cuidaré como una joya, Míster Cheddar –le aseguró

Aurelius.

– Tengo mi propia edición en latín. Éste es un regalo para ti.

Hay otras copias más antiguas en la biblioteca de Lincoln’s Inn.

69

Page 78: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Muchas gracias –respondió Aurelius conmovido por la

generosidad de su maestro.

– En tu copia hay una nota a los comentarios de Sir Anthony

Fitzherbert que no alcanzo descifrar –confesó Míster Cheddar–.

Quizá tú que tienes como lengua materna el castellano, otra

lengua romance, veas algo distinto.

– Lo haré con gusto –exclamó Aurelius.

– Aquí, en esta nota, ¿qué dice? –preguntó Míster Cheddar.

Aurelius leyó primero en su mente en latín. Después leyó el

texto en francés legal. La traducción del latín al francés legal

parecía ser fiel. Aurelius se preparó a traducir al inglés, un poco

nervioso en su primer gran servicio a su maestro.

– Dice que, si A y B tienen tierras contiguas, donde no hay

vallas divisorias, A podría dañar a B, o sea cometer trespass, por el

escape del ganado de A a las tierras de B, aun cuando esto se deba

a que el ganado de A llegó hasta allí al escapar de lobos u otros

caninos salvajes –recitó Aurelius.

– Es justo lo que había entendido –señaló Míster Cheddar

confundido aún.

Aurelius volvió a leer en voz baja la nota. La única diferencia

entre el texto en latín y el texto en francés eran las palabras “u

otros caninos salvajes” después de “lobos”, que habían sido agre‐gadas a la versión francesa o suprimidas de la versión latina, pues

no sabía cuál de las versiones era la original. Sin embargo, esa

diferencia no parecía cambiar el sentido del comentario.

– Lo que me parece extraño es que no conozco caso alguno

en que una acción de trespass on the case, para el resarcimiento de

daños, haya prosperado cuando no existen intención de daño,

negligencia o incumplimiento de promesa del demandado –

comentó Míster Cheddar.

– Quizá los hechos estén incompletos –dijo Aurelius.

– ¿Por ejemplo? –preguntó Míster Cheddar, curioso de escu‐char la posible explicación al enigma.

– Bueno, quizá A había prometido a B cercar los linderos de

EDGARDO MUÑOZ

70

Page 79: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

sus terrenos contra el pago de un precio. Si su promesa hubiera

sido cumplida, el ganado de A no hubiera invadido y causado

daños a B –comentó Aurelius.

– Es improbable, pues es un hecho esencial que debería estar

en el comentario. Eso cambia todo. Si el pacto de construir la

cerca existía por escrito y con sello, el abogado del reclamante

debió haber peticionado un writ of covenant, o sea, daños por

incumplimiento de convenio y no de trespass on the case, pero ni

siquiera eso sabemos –reaccionó Míster Cheddar insatisfecho–.

Además, me parece poco probable que B haya pagado a A por la

construcción de la cerca en un terreno de A, cuando se trata de

mantener cercado el ganado de éste… ¡Ya lo tengo! –exclamó

Míster Cheddar, captando de inmediato la atención de su apren‐diz–. ¿Podría ser que la Corte haya determinado que existía un

deber de cuidado por parte de A al tratarse de una zona donde

los lobos asechan comúnmente?

La pregunta de Míster Cheddar se quedó en el aire. El

maestro permaneció callado, pensando en las razones que tuvo

Sir Fitzherbert para realizar tal aseveración en La Novelle NaturaBrevium. Aurelius también guardó silencio, mientras comenzaba

a atar los cabos sueltos del sistema procesal de writs con la vista

perdida en la duela de madera humedecida a lo largo del muro

izquierdo de frente al escritorio. Cada writ peticionado a la

Cancillería y dirigido a la Corte de Peticiones Comunes requería

evidencia de hechos y medios de prueba específicos para que el

reclamante prevaleciera en su caso. Por ahora sabía que el writ ofcovenant requería probar la existencia de un acuerdo por medio

de un documento sellado por los obligados. Hacía unos días, al

visitar las Cortes en Westminster, Míster Gilbert y Míster

Cheddar habían hablado del writ of trespass vi et armis y del writ oftrespass on the case. Ambos tenían como propósito reclamar una

indemnización por daños a una persona, pero los supuestos pare‐cían ser distintos y, por tanto, también el tipo de prueba reque‐rida para cada uno de éstos. Aurelius hacía un esfuerzo por

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 80: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

deducir las diferencias entre estos dos writs, cuando Míster

Cheddar exclamó: – Aurelius, una cosa más. Cuando regreses de

las Cortes al mediodía, recuerda limpiar tus zapatillas antes de

entrar a mi oficina. La ciudad está inundada y debemos mantener

el agua alejada del recinto.

– Tendré todo el cuidado de no ensuciar su despacho maestro

–respondió Aurelius.

– Gracias, ahora ve a Westminster y toma nota de los hechos

y los argumentos que escuches. Desde ahora, esta Novelle NaturaBrevium será tu mejor guía para entender lo que está pasando en

cada uno de los casos y conocer el sistema procesal de writs en la

Corte de Peticiones Comunes. Si al final del día aún conservas

dudas, por favor, házmelo saber.

– Así lo haré, Míster Cheddar.

– ¡Ah! otra cosa más. Te recomiendo que evites la compañía

del aprendiz Andrew Tresham, ¿has visto cómo ha saltado la

barra de la caja de los aprendices hace unos días?, todo el mundo

debió percatarse del color violeta de sus calzas. Su comporta‐miento en público es inaceptable.

Aurelius se retiró de la oficina de Míster Cheddar en silencio

y sin responder. Sabía que la recomendación de su tutor venía

más de la reputación de recusante católico del tío de Andrew, Sir

Thomas Tresham, que de los modales de su compañero. Seguir la

sugerencia del maestro supondría alejarse de todos los católicos

que encontrara a su paso. Aurelius no estaba dispuesto a cortar

relación con nadie por su mera profesión de fe, fueran éstos cató‐licos, anglicanos, reformistas o musulmanes. Sería como trai‐cionar a su familia, cuyos miembros habían prácticado, a lo largo

de sus vidas, una u otra de esas religiones. Tampoco el corazón le

indicaba que fuera lo correcto. Había que ponerse simplemente

en los zapatos de las minorías de cualquier reino de Europa para

sentir la angustia con la que pasaban esos días de inquisiciones y

diásporas.

La oficina de Míster Cheddar estaba en un inmueble contiguo

EDGARDO MUÑOZ

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Page 81: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

a Lincoln’s Inn, donde la mayoría de los utter-barristers, miembros

de esta sociedad, despachaba sus asuntos. El edificio, conocido

como las barristers’ chambers, albergaba cerca de veinte despachos.

La historia de las barristers’ chambers en Inglaterra estaba ligada a

la de los Inns of Court. Se podría decir que fue gracias a la asocia‐ción de aquel primer grupo de abogados profesionales vincu‐lados a la Corona inglesa a principios del siglo XIII, en los

primeros siglos del desarrollo del common law, que el fenómeno

de formación legal de jóvenes comenzó en las mismas barristers’chambers. Poco más tarde, las sociedades de abogados fueron

dotadas de recintos más amplios, gracias a la donación de tierras

e inmubles realizadas por nobles como Enrique de Lacy, Tercer

Conde de Lincoln. Allí se construyeron nuevas chambers para que

los barristers puedieran a la vez hacerse asistir y formar a jóvenes

de la nobleza inglesa que vivían en el mismo recinto. Las barris‐ters’ chambers no tenían la suntuosidad de otros edificios de la

Corona. A pesar de la contribución regular a los gastos y la

manutención del inmueble por cada uno de los barristers, su estilo

reflejaba, como toda la decoración de Lincoln’s Inn, la sobriedad

inglesa en oposición a la suntuosidad de Roma, pero distinguido

de lo que era común y corriente.

El reloj en el Gran Salón de Lincoln’s Inn marcaba cuarto

para las ocho de la mañana y afuera caía una lluvia intensa. –

Tengo aún tiempo para regresar al dormitorio por mi capote

antes del comienzo de las primeras audiencias –pensó Aurelius,

deseando por unos segundos estar en casa de los abuelos en

Granada, donde el clima sería todavía dulce en el mes de octubre.

Aurelius guardó la copia de La Novelle Natura Brevium bajo su

túnica, entre sus calzas y su ropa interior. Mientras corría a

través del jardín de los rosales hasta alcanzar la escalinata trasera

que llevaba al dormitorio de los aprendices junior, pensaba en

Granada y en la tía Nadia, que había regresado allí cuando Aure‐lius dejó Toledo para venir a Londres. Imaginaba que estaría

sentada en el patio central de los naranjos, bordando algún

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 82: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

paisaje de la región granadina, bebiendo té de menta o ambos al

mismo tiempo. La tía Nadia debía cumplir cuarenta y cinco años

el mes próximo. – Quizá ahora que está más cerca de sus raíces

tenga un novio –se decía Aurelius al subir las escalinatas.

– ¡Aurelius!

– ¡Joseph! –intercambiaron los compañeros casi arrollándose

mutuamente a la mitad de la escalera.

– Creí que estabas ya en Westminster Hall –dijo Joseph.

– No, estaba en las barristers’ chambers. Regresé para buscar mi

capote, se está cayendo el cielo afuera.

– Eso pensé. Te espero para ir juntos, ¿qué tienes ahí? –

preguntó Joseph.

– Es una copia de La Novelle Natura Brevium, te muestro en

Westminster –prometió Aurelius.

El aprendiz castellano tomó su capote y salió en compañía de

Joseph hacia las Cortes. Desde Lincoln’s Inn, había que recorrer dos

kilómetros y medio por las calles paralelas al río Támesis, hacia el

sudoeste hasta topar a con la Abadía de Westminster. A paso veloz,

los aprendices y sus maestros hacían alrededor de veinte minutos

para trasladarse hasta allí. El área entre los dos puntos era especial‐mente favorecida por nobles, obispos y otros hombres de Estado

por sus habitaciones señoriales. Aurelius y Joseph descendieron por

Chancery Lane tomando The Strand al encontrarse frente a Temple

Bar. Apresurados por la lluvia, los aprendices apenas tenían opor‐tunidad de apreciar las grandes obras arquitectónicas de la época. A

su izquierda yacía la gran estructura del Hospital de Savoy, el más

importante de todo el reino. Al pasar frente a él, Joseph se persignó

dos veces y Aurelius sólo una. En el cruce de caminos de Charing

Cross, donde la lluvia casi había cesado, un grupo de aprendices del

noveno plazo legal de Gray’s Inn entraba a St. James Park escol‐tando una madeja de sogas ovalada que rodaba por el piso.

– Estoy seguro de que jugarán al gameball sin autorización de

sus tutores –censuró Joseph.

EDGARDO MUÑOZ

74

Page 83: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

J

Aurelius no le dio importancia al comentario. Su mirada

estaba puesta en las ventanas del Palacio de Whitehall, la resi‐dencia de los reyes en Londres hasta hacía algunos años. Una luz

renovada hacía brillar las cornisas de cobre.

– ¿Sabes cuántas habitaciones hay en Whitehall? –preguntó

Aurelius.

– Miles, Whitehall es más grande que los palacios del Vati‐cano y Versalles –replicó Joseph, orgulloso de la grandeza de

Londres.

oseph y Aurelius ingresaron a Westminster Hall por la

puerta principal al norte del recinto. Las Cortes no estaban

menos concurridas que en las últimas semanas. El inicio del

plazo legal de Michaelmas siempre acumulaba la carga de trabajo

del verano en que las Cortes reales permanecían cerradas. El

agua que escurrría de los capotes y sombreros se mezclaba con el

lodo que dejaban los zapatos en el piso del recinto. El fuego

encendido en las chimeneas a un costado de la tribuna de los

jueces vaporizaba el ambiente, haciendo que los multiples olores

a tinta, cueros, telas y sudores, transitaran rápidamente por el

espacio húmedo. Por desgracia para los recién llegados, la galería

de los aprendices en la parte alta de la Corte de Peticiones

Comunes ya estaba llena.

– Me temo que deberemos escuchar los casos desde los anda‐dores –dijo Aurelius, mirando si había algún hueco de gente al

que pudieran acceder.

– No, ¡mira Aurelius!, ahí está Andrew en el cajón de los

aprendices de la planta baja. El cajón no está completamente

lleno, ¿porqué no nos colamos? –propuso Joseph.

– Yo te sigo –respondió Aurelius

– Andrew, Andrew –dijo Joseph en voz baja desde la barra

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 84: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

perpendicular al cajón desde donde un par de utter-barristers se

preparaba para la primera audiencia.

– ¡Qué tal Joseph! Déjenlos pasar, vienen conmigo –ordenó

Andrew a los aprendices que se interponían entre él y sus amigos.

Pero los aprendices de mayor rango no tenían intención de ceder

un centímetro de espacio a dos aprendices junior, lo que obligó a

Andrew a dejar su lugar en primera fila para reunirse con Joseph

y Aurelius en la parte trasera del cajón. Súbitamente, el jefe de los

clerks conocido como custos brevium, anunció a los asistentes que

la sesión de esa mañana comenzaría con retraso a causa de un

accidente en el que uno de los caballos que tiraban del carruaje de

Justice Robert Monson había perdido la vida. Los utter-barristerspresentes no tardaron en protestar, gesticulando su enfado por el

hábito de algunos jueces de llegar tarde a sus quehaceres, mien‐tras que a los aprendices no parecía molestarles el retraso en la

agenda.

– ¿Qué tienes ahí Aurelius? –preguntó Andrew, resignado a

que la espera podría ser larga y a que en algo habría que entrete‐nerse mientras tanto.

– Es La Novelle Natura Brevium de Sir Anthony Fitzherbert –

respondió el aprendiz de origen castellano.

– Parece una impresión reciente –reconoció Andrew.

– Sí, es una versión en latín y francés impresa hace seis años.

Justo se la mostraba a Joseph.

– Mi tío Sir Thomas Tresham es un gran coleccionista de

libros, pero no creo haber visto esta edición de La Novelle NaturaBrevium en su biblioteca –exclamó Andrew, echando un vistazo a

la portada de la obra forrada con una pasta dura en cuero rojo.

– ¿Sabes mucho sobre el sistema procesal de writs? –lo inter‐rogó Joseph.

– Lo que he aprendido en los últimos cinco plazos legales; lo

básico diría yo –respondió Andrew.

– ¿Nos enseñas lo que sabes? –insistió Joseph.

Aurelius sabía que Andrew era un joven muy inteligente que,

EDGARDO MUÑOZ

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Page 85: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

sin embargo, hacía un esfuerzo constante por no parecerlo. Era

como si temiera brillar frente a los aprendices de su misma

edad o mayores. La carga de pertenecer a la familia Tresham era

la causa. Tenía que pasar constantemente inadvertido para

evitar los reproches de los londinenses, pero su curiosidad

natural por el aprendizaje no siempre se lo permitía. Con Aure‐lius y Joseph era distinto, pues con éstos había un pacto de

amistad que le permitía ser él mismo. Andrew abrió el libro

organizando en su mente lo que recordaba para complacer a

Joseph.

– Veamos. Pongámonos en los zapatos de cualquier sujeto de

este reino que cree tener un derecho adquirido que debe ser

enderezado por estas Cortes centrales –comenzó proponiendo–.

Pues bien, este derecho y la acción interpuesta prosperarán en la

medida en que exista un procedimiento específico para tal

propósito, o sea, un writ. En los viejos tiempos, cuando un recla‐mante aparecía ante las Cortes locales de los condados o las

Cortes itinerantes del rey, bastaba con expresar oralmente los

hechos ocurridos para ser resarcido o reivindicado por la viola‐ción a un derecho en un procedimiento algo rudimentario. Pero

cuando la Corte de Peticiones Comunes fue establecida en este

recinto en el siglo XIII, conforme a la cláusula décimo séptima de

la Magna Charta Libertatum, todo aquel que quería obtener el

favor real de ser juzgado por las Cortes Superiores del reino

debía comprar a la Cancillería el permiso para entablar su recla‐mación ante ellas. Ese permiso es el writ. Desde entonces, los

writs comenzaron a funcionar como un pase a un tipo de justicia

más sofisticada a cambio de un honorario, y todos los writs que

están descritos en La Novelle Natura Brevium no son otra cosa que

pases distintos otorgados por la Cancillería para propósitos

diferentes.

Aurelius estaba impresionado. Andrew parecía saber tanto

como un utter-barrister pero lo explicaba mucho mejor o, al

menos, de manera más sencilla para él.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 86: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Entonces existen tantos writs como tipos de acción –inter‐vino Joseph.

– Correcto, pero el writ no es sólo una acción sino también un

procedimiento, pues las posibilidades de prevalecer en la acción

dependen de cumplir con los pasos procesales y los tipos de

prueba requeridos por cada writ –advirtió Andrew–. Hay writsque requieren el establecimiento del jurado cuando los hechos

son controvertidos mientras otros no lo requieren.

– Claro, para prevalecer en el writ of covenant, por ejemplo, se

debe someter el acuerdo de las partes en documento sellado –dijo

Aurelius, recordando la conversación con Míster Cheddar de esa

mañana.

– Así es. Supongamos que A acordó vender a B una decena de

ovejas por £3. Si A decide peticionar el otorgamiento de un writof covenant que tiene implícita una acción de pago contra B en

caso de entrega por parte de A de las ovejas, éste deberá asegu‐rarse de tener en su poder el documento sellado que atesta el

acuerdo con B –explicó Andrew.

– ¿Qué sucede si un reclamante no puede encontrar un writque se ajuste a los hechos y al tipo de prueba del que dispone? –

cuestionó Aurelius.

– Por lo que respecta a la Corte de Peticiones Comunes, ese

reclamante no tendrá derecho a remedio alguno. El reclamante

estará forzado a solicitar la intervención de la Corte de la Canci‐llería donde los principios de equity quizá resulten útiles para

obtener justicia. Pero ése es otro tema, pues la Corte de la Canci‐llería no funciona conforme al sistema procesal de writs –aclaró

Andrew y sugirió que miraran los títulos de La Novelle NaturaBrevium para conocer el conjunto de writs de los que dispone un

reclamante ante la Corte de Peticiones Comunes, dando oportu‐nidad para que Joseph y Aurelius hojearan la obra–. Como ven,

hay cuatro grupos principales de writs: primero, se habla de aque‐llos en los que se reclama un derecho adquirido, también llamado

praecipe writs que significa pedir que entregue; segundo, se glosan

EDGARDO MUÑOZ

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Page 87: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

los writs en los que se reclama una compensación por una falta

que obliga al demandado a explicar su conducta ante la Corte, a

los que se conoce como writs ostensurus quare; tercero, se describe

el writ of trespass vi et armis donde se busca resarcir el daño con

violencia o armas; y, por último, Sir Anthony Fitzherbert

comenta el writ genérico de trespass on the case.

– Veamos algunos del primer grupo –propuso Joseph, a lo que

Andrew accedió echando primero un vistazo hacia el interior de

la Corte para cerciorarse que aún se esperaba la llegada del juez.

– Del writ basado en la fórmula praecipe quod reddat se deriva

el writ of debt que busca la recuperación de una deuda sobre la

que el reclamante alega tener derecho. Para prosperar en este writse requiere evidencia de una suma en dinero cierta y vencida. El

writ of detinue también forma parte de este grupo y está enfocado

a la devolución de bienes muebles al acreedor. A diferencia del

writ of covenant del que hablamos antes, ni el writ of debt ni el writof detinue requieren un documento sellado que ateste el derecho a

la devolución del dinero o los bienes. La iniciación del procedi‐miento bajo estos writs ante la Corte de Peticiones Comunes

conlleva la obligación del demandado de regresar los dineros u

objetos en su poder. Sin embargo, el demandado puede dejar sin

efectos la orden de devolución en estos writs realizando wager atlaw, o sea, un juramento de que tales objetos no le fueron entre‐gados por el reclamante o no se encuentran ya en su poder. Pero

el juramento del demandado tiene que estar respaldado por dos

testigos y en algunos casos por el depósito de una fianza –explicó

Andrew.

– ¿No es un juicio donde sea necesario un jurado? –preguntó

Joseph.

– No para el writ of detinue ni para el writ of debt. Mi maestro

Sir Albert Allen me ha confiado que estos writs han caído

gradualmente en desuso debido a que el demandado puede

fácilmente ser exonerado de comparecer por causas de enferme‐dad. Para algunos demandados sin escrúpulos, tampoco es

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 88: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

difícil realizar un juramento falso o conseguir testigos apócrifos

que lo exoneren de devolver el dinero o los bienes reclamados.

Lo mejor hoy día es dejar constancia de la deuda en un docu‐mento sellado, al que se llama deed, o encontrar remedios en

otros writs más flexibles como el trespass on the case ante la

misma Corte de Peticiones Comunes o en acciones conforme al

sistema de bills en la Corte de Banco de la Reina –comentó

Andrew.

– Pasemos entonces a los writs en los que se ordena al deman‐dado ostensurus quare, o sea explicar su mala conducta que daña al

reclamante –sugirió Joseph buscando con su dedo índice la

página precisa donde Sir Anthony Fitzherbert abordaba el tema.

– Este grupo incluye el writ of replevin que permite al peticio‐nario recuperar inmediatamente la posesión de objetos o tierra

sobre los que tiene la propiedad, mientras dura el juicio sobre su

derecho a recuperarlos, y obtener eventualmente compensación

por cualquier daño incurrido –dijo Andrew sin necesidad de

esperar a que Joseph llegará a la página que buscaba.

– ¿No veo diferencia entre éste y el writ of detinue? –inter‐rumpió Aurelius.

– Una diferencia es que el writ of replevin tiene acompañada la

orden de regresar las tierras o bienes inmediatamente al

comenzar el procedimiento y no hasta su conclusión como en el

writ of detinue. Además, los hechos en el writ of replevin son deter‐minados con la ayuda del jurado, contrario al writ of detinuedonde el demandado puede ser exonerado con su propio jura‐mento y el de dos testigos a su favor –explicó Andrew.

– Ya veo, por eso es muy importante elegir el writ correcto

desde su petición y pago a la Cancillería –reflexionó Joseph en

voz alta.

– También a este grupo de writs pertenece el writ of waste. Pero

no recuerdo cuáles son los hechos que abarca este writ. ¿puedes

por favor ir al folio 53?, ¿qué dice? –pidió Andrew a Aurelius,

quien comenzaba a cansarse de sostener la obra de Sir Fitzher‐

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bert abierta entre los empujones de los otros aprendices y sobre

un suelo resbaloso.

– El writ of waste es una acción para casos de uso destructivo

de tierras o inmuebles por el demandado quien mantiene la pose‐sión legal de la propiedad del reclamante. El waste puede ser

voluntario o permisivo. Sir Anthony Fitzherbert hace una glosa:

“el inquilino que, no obstante tener la posesión legal, daña los

muros, quiebra las ventanas o estropea el recubrimiento de

madera de un inmueble, da derecho al propietario a requerir el

pago de una indemnización o el depósito de un seguro para

cubrir el costo de la reparación de los daños causados por el

inquilino…” –leyó Aurelius del texto en francés legal.

– ¿Imagino que ése es el writ of waste voluntario? –preguntó

Andrew.

– Así es. En el permisivo, el daño del inquilino es causado por

una omisión en vez de por un acto afirmativo. El autor dice: “el

writ of waste permisivo tiene lugar cuando el inquilino permite

que una casa caiga en mal estado por no llevar a cabo las repara‐ciones razonables que son de esperarse de su parte…” –leyó

nuevamente Aurelius.

– ¿Qué otros writs pertenecen a este grupo con la fórmula

ostensurus quare? –intervino Joseph.

– Hay una gran variedad. Pero uno muy solicitado es éste –

dijo Andrew señalando con el dedo índice un párrafo de la obra

que Aurelius protegía del vaivén de aprendices que entraban y

salían del cajón.

– ¿El writ of deceit? –preguntó Joseph.

– Sí, mira este comentario de Sir Anthony Fitzherbert –

sugirió Andrew.

Aurelius leyó–: “Si un hombre juega con otro a los dados y

utiliza dados alterados al jugar, y obtiene el dinero del otro con

estos dados falsos, aquel que pierde su dinero en tal juego podrá

interponer su acción por engaño y la fórmula del writ no es otra

que el actuar engañosamente para defraudar a otro”.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 90: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Creo que no podía ser más claro –terminó por opinar

Joseph.

– Así es, pero en realidad este comentario al writ de engaño

muestra la evolución de la fórmula primaria que establecía una

acción para la persona que sufría un daño de alguien que fingía

actuar, fraudulentamente, en nombre de otra persona –expuso

Andrew cansado ya de la espera de pie.

– Fue una muy buena idea traer contigo La Novelle NaturaBrevium –opinó Joseph–. Al menos podemos hacer algo produc‐tivo mientras esperamos que Justice Monson se decida a

comenzar con la primera audiencia del día.

– Parece que Justice Monson ha decidido asistir al velorio del

caballo accidentado –agregó Andrew sin ocultar ironía.

– O quizá esté preparando una acción contra el conductor del

carruaje en la Corte vecina –aportó Aurelius.

Así bromeaban los tres aprendices cuando, súbitamente, los

empleados de la Corte se pusieron de píe ante la entrada inmi‐nente de Justice Monson a la Corte de Peticiones Comunes.

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J

T R E S P A S S

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ustice Monson ingresó a la Corte de peticiones con lalentitud del caballo herido. Después de ordernar a uno desus clerks cambiar el cojín de su silla, visiblemente mojada

por las esquirlas de una nueva gotera en lo alto de bóveda, tomóasiento para hacerse limpiar el lodo en los zapatos. Desde allímandó traer dos vasijas de agua, una repleta para beberla y otravacía para colectar las gotas que venían de lo alto y se impactabanen el brazo de su silla. Satisfecha su sed, comenzó a relatar elaccidente de tránsito que le había forzado a andar a pie, desdeTemple Bar, casi un kilómetro bajo la lluvia, dando detalles de suodisea, a pesar de la impaciencia reflejada en el rostro de todoslos ahí presentes. Finalmente, cuando sintió que sus pies recupe‐raban la temperatura ideal y su corazón palpitaba a un ritmo máslento, exclamó tomando cartas en el asunto.

– ¿Qué tenemos esta mañana?– Cuatro writs of trespass su señoría –replicó su clerk principal.

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– ¿Son todos ellos vi et armis? –preguntó el juez.– No, su señoría, dos de ellos son trespass on the case por negli‐

gencia o assumpsit –respondió el asistente.– Comencemos por los writs of trespass vi et armis –ordenó

Justice Monson.– Aquí tiene el primero su señoría –exclamó el custos brevium

extendiéndole un writ emitido en nombre de la reina Elizabethque portaba el sello de la Cancillería. Justice Monson tomó el writcon su mano izquierda mientras que con su mano derechatrataba de pescar un monóculo del bolsillo secreto de su túnica.Finalmente leyó: – “La reina al sheriff del condado de Middlesex,lo saluda. Que Sir Arthur Legrange deposite fianza para conti‐nuar su reclamo y se detenga a Míster Adams Levoy para queaparezca ante la Corte de Peticiones Comunes el quinceavo díadel plazo Michaelmas, para que explique por qué, con violencia yarmas, golpeó a Miss Anne Chilton, en St. James Park el primerdía del mes de junio, hiriéndola, poniendo su vida en riesgo,resultando en daños a Sir Arthur Legrange quien costeó la cura‐ción y pérdida de los servicios de su sirviente Miss Anne Chil‐ton”. El juez retiró el monóculo de su ojo izquierdo y preguntó alcustos brevium si Míster Levoy ya había sido detenido por elsheriff de Middlesex.

– Sí, su señoría, ambas partes están en la barra frente a usted,junto con sus abogados –respondió el clerk.

– Comencemos pues con la count del reclamante –ordenóJustice Monson alertando al escribano de los pergaminos delinicio de los argumentos.

– Buenos días su señoría mi nombre es William Smith,barrister de Middle Temple Inn y esta mañana represento a SirLegrange en una acción por trespass vi et armis contra MísterLevoy –se presentó el abogado, un hombre de unos veinticincoaños de edad, aún joven para la profesión, que recientementehabía comenzado a argumentar ante la Corte de PeticionesComunes como utter-barrister, gracias al favor de su majestad

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Elizabeth quien lo había recomendado entre algunos nobleslondinenses durante los festejos del torneo de casería el veranopasado–. Como el mismo writ señala, Miss Anne Chilton traba‐jaba como sirviente doméstico de mi cliente hasta que, por causade los golpes infligidos por el detenido, ésta perdió la concienciay debió ser tratada por físicos durante una semana, cuyos costoscorrieron a cargo de Sir Legrange. Al recuperarse, Miss Chiltonexpresó su deseo de dejar a su patrón para regresar a su pueblonatal en Gildford. Eso es todo por ahora su señoría –exclamó eljoven barrister, realizando una count corta, como era la recomen‐dación en el litigio, hasta no conocer la posición del demandadoy, de ser necesario, abonar argumentos a la reclamación.

– Muy bien, escuchemos entonces la plea del demandado,¿acepta su cliente los hechos?, ¿se declara culpable? –preguntó eljuez, con aparente apuro de conseguir la confesión del deman‐dado para dar por terminado el asunto y continuar con el resto.

– Con su permiso su señoría, mi nombre es George Seymourbarrister en Inner Temple Inn –dijo el abogado de mayor expe‐riencia, conocido en las cuatro Inns of Courts por su afición por laliteratura clásica y la poesía femenina contemporánea, en espe‐cial por aquella de sus primas segundas, las escritoras Jane,Margaret y Anne Seymour que publicaban de manera conjunta–.Mi cliente Míster Levoy reconoce parcialmente los hechos, perose declara no culpable. En efecto, dio dos bofetadas a Miss AnneChilton o, mejor dicho, Mrs. Anne Levoy a las afueras de St.James Park al mediodía del primer día del mes de junio. Sinembargo, el reclamante omitió relatar tres hechos cruciales parala absolución de mi cliente –Justice Monson retomó su monóculocomo si el hecho de enfocar mejor al utter-barrister le facilitaraentender mejor hacia dónde quería éste ir con su argumentación.Míster Seymour, por su parte, respiró profundamente antes decomenzar a enumerar los elementos de su defensa –. El primerode ellos es que mi cliente contrajo nupcias con Mrs. Anne Levoy,antes Miss Anne Chilton, una semana previa a los hechos narra‐

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dos. Esto quiere decir que al momento del incidente, Anne teníaun estatuto legal de feme covert y no de feme sole. Al entrar bajo laprotección y custodia de su marido, Míster Levoy tiene elderecho a reprenderla, que es precisamente lo que estabahaciendo en ese momento. Mi cliente estaba muy molesto puesMrs. Anne Levoy había olvidado dar de comer a los animales enla casa del matrimonio antes de salir a su trabajo. Segundo, elreclamante ha omitido declarar que Mrs. Anne Levoy no erasirviente del reclamante, sino de su esposa Lady EleonorLegrange, por lo que Sir Legrange carece de derecho para enta‐blar la reclamación. Finalmente, las heridas que requirieron laintervención física de Mrs. Anne Levoy, y por las cuales pagó elreclamante, no fueron consecuencia de las dos bofetadas que lepropinó mi cliente, sino de su propia impericia al tropezar conlas raíces de un roble y golpear su cabeza con una roca a escasosmetros de la entrada de St. James Park, después de huir de sumarido.

– ¿Entiendo bien que lo que usted quiere, barrister Seymour,es que esta Corte decida un demurrer in law, sobre los dosprimeros hechos que usted ahora agrega? –preguntó JusticeMonson.

– Así es su señoría –confirmó el abogado del demandado–.Admitiendo en principio que todas las heridas de Mrs. AnneLevoy fueran consecuencia de los actos de mi cliente, la Cortedebe decidir si Míster Levoy tenía derecho a reprender a suesposa de tal manera, y si Sir Legrange tiene legitimación pararealizar su reclamo. Si la Corte da la razón a mi cliente en estepunto de derecho, no es necesario citar al jurado para que deter‐mine la cuestión de si las heridas fueron realmente consecuenciade las bofetadas propinadas por mi cliente a Mrs. Anne Levoy ode la caída accidental de ésta.

Justice Monson estuvo de acuerdo en tratar primero en demu‐rrer in law dos exitus, o sea dos cuestiones de derecho que podríandesechar la reclamación sin necesidad de entrar en la etapa

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Page 95: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

probatoria de los hechos. En ese instante, el juez invitó a MísterSmith a ofrecer su réplica limitada a los puntos en demurrer,advirtiendo a su clerk principal que, por el momento, los argu‐mentos de las partes no deberían quedar asentados en los perga‐minos hasta que se esclareciera si el caso llegaría a la audienciadel jurado o sería desechado por demurrer in law.

– De acuerdo su señoría. Comenzaré por el primero de éstos–dijo Míster Smith antes de comenzar su réplica. El silencio en laCorte de Peticiones Comunes daba muestra del interés con el quelos asistentes escuchaban un caso con hechos y cuestiones legalesrealmente especiales. Finalmente dijo–. Míster Seymour argu‐menta que conforme al principio de coverture, Mrs. Anne Levoypasó a estar cubierta por la autoridad y cuidados del demandadoy, por tanto, éste tenía derecho a reprenderla por sus faltas. Micliente está de acuerdo en que, conforme a dicha doctrina, lamujer casada está bajo la custodia de su marido y en especial losbienes que la mujer aporta al matrimonio. Tampoco niega micliente que de acuerdo con el principio de coverture, Mrs. AnneLevoy necesitaba la autorización del demandado para trabajar alas ordenes de Sir Legrange o su esposa; la sirviente tenía talpermiso pues el demandado nunca lo ha negado. Sin embargo, ladoctrina de coverture no exonera al marido de los daños infligidosa un tercero como consecuencia del ejercicio de su obligación decustodia. A pesar de ser cuestionable si el método empleado parareprender a Mrs. Anne Levoy era apropiado y proporcional a lasfaltas hogareñas que le imputa su propio marido, es indiscutibleque sus actos violentos derivaron en un daño patrimonial parami cliente, pues fue éste quien asumió los gastos de curación,además que sufrió la ausencia de su sirviente por varias semanas–replicó el joven barrister de Middle Temple Inn, añadiendo que,respecto del segundo exitus del demurrer, su cliente tenía elderecho de entablar la acción de trespass vi et armis pues, auncuando las tareas de la sirviente agredida estuvieran abocadas aservir directamente a Lady Eleonor Legrange como dama de

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compañía, el pago de sus servicios era realizado por Sir Legrange,quien, conforme a la doctrina de coverture citada primero por eldemandado, custodiaba los dineros del matrimonio y adminis‐traba el patrimonio familiar.

– ¿Tiene algo más que agregar a su réplica? –preguntó JusticeMonson, que estaba en realidad de acuerdo con la réplica queacababa de escuchar.

– No por ahora su señoría –respondió Míster Smith.– Demos entonces paso a la dúplica del demandado –ordenó

el juez, resignado a que el caso progresaría hacia la audiencia deljurado dado que el demurrer in law parecía no tener mérito.

– Su señoría, la acción del reclamante debe ser desechada deorigen pues los hechos narrados no encajan en el writ of trespass viet armis –profirió el abogado experimentado de InnerTemple Inn.

– ¿De qué habla Míster Seymour?, creí haberle ordenadoenfocarse en los dos puntos de demurrer in law que usted mismopropuso –exclamó el juez, más molesto que confundido por elcambio súbito en la postura del abogado.

– Lo siento su señoría, pero escuchando los argumentos en laréplica de mi colega Míster Smith, es claro que su reclamación nocae en el supuesto del writ of trespass vi et armis, el cual requiereun daño al patrimonio del reclamante con uso de violencia yarmas –un murmullo súbito se apoderó de la Corte, lo que obligóal abogado a alzar la voz para llegar hasta los oídos del juez–. Enel caso concreto, los supuestos daños al patrimonio de SirLegrange, como consecuencia de la curación de Mrs. Anne Levoyy su ausencia en el trabajo, no fueron resultado de actos violentosde mi cliente contra la persona o propiedad de Sir Legrange –elrostro de interrogación de Justice Monson no desaparecía, lo queforzó a Míster Seymour a explicar con otras palabras que noobstante en el momento del incidente se encontrara sometida a laautoridad de sus amos, Mrs. Anne Levoy no era parte de lapropiedad de Sir Legrange y, por tanto, no había evidencia de

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daño con violencia o armas a la propiedad o persona del recla‐mante como lo requería el writ of trespass vi et armis.

– ¿Entonces retira su petición de demurrer in law? –preguntóel juez.

– En lo absoluto su señoría. Persisto en los argumentos esgri‐midos en mi plea incluida la necesidad de decidir primero los dospuntos de derecho antes propuestos y esta nueva defensa –confirmó el abogado del demandado.

– Voy a permitir esto último, sólo porque se funda en losmismos hechos narrados en su plea y en la réplica del reclamante–dijo el juez, dirigiéndose enseguida al abogado del reclamante–.¿Qué tiene que decir frente a esta defensa barrister Smith?

– Su señoría, nada es más claro que mi cliente tiene derecho ala acción basada en el writ of trespass vi et armis. Este writ requierela prueba de dos elementos principales. Primero, que exista dañoa la propiedad o persona del reclamante; lo cual se compruebacon la merma del patrimonio de mi cliente debido al pago degastos de curación y reemplazo de una sirviente durante la recu‐peración de Mrs. Anne Levoy. El segundo elemento es que dichodaño al patrimonio del reclamante haya sido realizado por mediode fuerza o armas que violenten la paz del reino, lo que estáclaramente probado, pues de no haber sido por los golpesviolentos que el demandado propinó a Mrs. Anne Levoy, micliente no habría sufrido el menoscabo injustificado de su patri‐monio –declaró Míster Smith en un tono apacible que ocultabaun gran temor de que su reclamación fuera desechada porhaberla fundado en el writ incorrecto.

– Barrister Seymour –intervino el juez–, tiene una últimaoportunidad para hablar antes que decidamos si este caso debeproceder a la audiencia del jurado o si debe ser desechado conbase en demurrer in law o a la falta writ propicio que ahora plantea¿Mantiene esta última defensa?

– La mantengo su señoría. Mi colega barrister Smith ha sidomuy sutil en el manejo del lenguaje, al punto que los aquí

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presentes deben estar confundidos acerca de los méritos de miúltima defensa –reconoció Míster Seymour en un gesto de cama‐dería–. Sin embargo, pido respetuosamente a su señoríapreguntar al abogado del reclamante lo siguiente: ¿Fue SirLegrange obligado con violencia o armas por mi cliente a pagarlos gastos de curación y reemplazo de Mrs. Anne Levoy o, por elcontrario, el pago fue realizado por la propia voluntad de SirLegrange? –exclamó Míster Seymour mirando orgullosamente alos asistentes de la Corte de Peticiones Comunes, como si estu‐viera ya ante el jurado.

Todos los aprendices estaban fascinados por la discusión. Unmurmullo de admiración surgió en la Corte. Justice Monsonllamó al orden antes de invitar a Míster Smith a contestar a esapregunta. Finalmente, el abogado del reclamante declaró que sucliente había sido obligado por su deber moral de amo a prestarasistencia a su sirviente, lo que ocasionó un nuevo cuchicheo queopacó la voz de los barristers y del juez. Míster Seymour celebrabasu victoria anticipadamente. El caso parecía terminarse ahí.Justice Monson intervino diciendo: – Míster Smith, admiteentonces que el demandado Míster Levoy no obligó a su clientecon violencia y armas a incurrir los gastos reclamados hoy.

– No directamente su señoría –concedió el joven abogado.– Bien –dijo el juez, descendiendo de la tribuna para hablar

con el escribano de pergaminos y el custos brevium por unosminutos. Mientras tanto, los aprendices en el cajón y en la galeríasuperior apostaban sobre la decisión de la Corte.

– ¿Qué decidirá el juez, Andrew? –susurró Joseph.– Me parece que desechará la acción por faltar el tipo de

evidencia requerida por el writ of trespass vi et armis –dijoAndrew, explicando a los más novicios que la existencia deviolencia y armas contra la propiedad o persona del reclamanteera fundamental y si la sirviente no era considerada propiedaddel amo y éste no fue obligado con violencia a sufragar los costosde curación, la existencia de un daño incidental a su patrimonio

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no sería suficiente–. Si no desecha la acción sobre esta base, elcaso deberá proceder a audiencia con jurado para determinar silas heridas de Mrs. Anne Levoy fueron consecuencia de los actosdel demandado –opinó el joven Tresham, que además creía que elcaso no podría ser desechado con base en la petición de demurrerin law realizada en un principio por Míster Seymour, pues auncuando el demandado estuviera amparado por la doctrina decoverture, esto no debería exonerarlo de los daños consecuen‐ciales acaecidos como resultado de su deber de custodia sobreMrs. Anne Levoy.

– ¡Escuchen! ¡esperen! La Corte va a decir el derecho –advirtió Joseph a sus compañeros.

En medio de la expectativa, Justice Monson exclamó: – MísterSmith, veo dos defectos en el writ of trespass vi et armis que hoynos remite la Cancillería para atender la reclamación de sucliente. El primero es que el writ hace referencia a la sirvienteMiss Anne Chilton, cuando en realidad la sirviente de losLegrange llevaba legalmente el nombre de Mrs. Anne Levoy almomento de los sucesos narrados en el mismo writ. Segundo,usted mismo ha aceptado que los daños incurridos por su clienteno fueron resultado del uso de la violencia o armas contra SirLegrange, sino simple consecuencia indirecta y de su deber moralde asistir a la víctima. Por tanto, esta Corte ha decido desechar elwrit of trespass vi et armis presentado. En este sentido, la Corte notiene que decidir sobre el demurrer in law o la necesidad de citar aljurado a audiencia para investigar los hechos controvertidos. Sucliente conserva su derecho de iniciar un nuevo procedimientoconforme a un writ que se ajuste a sus circunstancias –sentencióJustice Monson contento de dar por terminado el primer caso deesa mañana.

El ruido generado por las conversaciones de los asistentes seinstaló en la Corte de Peticiones Comunes durante el intermedioentre casos. Los utter-barristers que presenciaron la audienciacatalogaban el fracaso de Míster Smith como el error más grande

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en la selección de un writ visto en los últimos meses; aun si, en elfondo, la mayoría de ellos no se había percatado en un inicio de lasutileza que lo hacía improcedente.

– ¡Andrew! ¿Qué opciones de writ tiene ahora el reclamante?–preguntó Joseph ante la cara de decepción con la que MísterSmith recibió la decisión del juez.

– No estoy seguro, quizá trespass on the case, que no requiere laexistencia de armas o violencia generadora del daño. Sinembargo, el trespass on the case tiene usualmente cinco variantes:assumpsit, nuisance, conversion, difamation y negligence. La verdadno estoy seguro en cuál de éstos puede encajar mejor este caso –reconoció Andrew antes de despedirse de sus amigos y dirigirse ala Cancillería donde debía peticionar un writ of covenant encar‐gado por su maestro–. ¿Hasta esta tarde en la cena? –exclamó unavez fuera del cajón de los aprendices.

– Adiós Andrew –se despidieron Aurelius y Joseph, quienespermanecieron en la Corte de Peticiones Comunes hasta elmediodía.

Las sesiones que siguieron fueron menos interesantes, peroigualmente ilustrativas para el par de aprendices neófitos en elsistema procesal de writs. Durante el almuerzo, Aurelius realizóun esquema de las acciones principales que había aprendido esamañana con la ayuda de La Novelle Natura Brevium y los casospresenciados en Westminster.

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S

Y E A R B O O K S

7

i el verano de 1571 había sido especialmente cálido y seco, el

frío del invierno que se aproximaba al final del plazo de

Michaelmas era intenso y húmedo. La ciudad de Londres estaba

cubierta por una ligera escarcha que desaparecía temporalmente

al caer la lluvia durante el mediodía. A partir del 15 de diciembre,

los debates y los moots de las tardes habían sido suspendidos para

dar paso a la preparación de los revels de la navidad y año nuevo.

El Master of Revels y el Lord of Misrule supervisaban cuatro espec‐táculos que tendrían lugar en Lincoln’s Inn durante la época: una

obra teatral de títeres, los ensayos de ocho bailes conocidos como

Old Measures, un concierto de música y el show de un domador

de osos. Aurelius se había portado voluntario para integrar el

conjunto musical en el que tocaría la guitarra morisca; un instru‐mento que lo acompañaba desde su infancia. La guitarra morisca

se había convertido en el pasatiempo favorito de su padre al

morir su esposa Catalina cuando Aurelius tenía apenas 6 años de

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edad. Martín pasaba las noches bebiendo vino tinto y tocando

canciones andaluzas en dúo con uno de sus empleados en el taller

de sedas. Pero no fue su padre quien le enseñó a tocar las cuerdas,

sino Omar, el amor secreto de la tía Nadia quien moriría más

tarde en la Rebelión de las Alpujarras. La tía Nadia había sufrido

dos grandes pérdidas a causa de la rebelión. La navidad del año

de 1568 una espada atravesó el corazón de su amado Omar

durante la batalla del Valle de Lecrín, en la que algunos moriscos

se levantaron en armas reconociendo como su único rey a Aben

Humeya, descendiente de los Omeyas de Córdoba. El destierro

concertado de Aurelius a Inglaterra fue su segunda gran pérdida.

El día de la partida de su sobrino, la tía Nadia dejó la residencia

en Toledo para retirarse a la casa de los abuelos en Granada,

donde pasaba el tiempo bordando en seda motivos del paisaje

andaluz. Omar le había mostrado a Aurelius cómo tomar la

guitarra morisca con la delicadeza firme con la que se ciñe la

cintura de una dama, a rasgar las cuerdas según su propio estado

de ánimo y a escuchar los sonidos que se desprenden del vientre

del instrumento como si fueran los versos de amor que un poeta

susurra en la intimidad. A los 12 años de edad aprendió a tocar

sus primeras romanzas, y desde entonces su afinidad con el

instrumento sorprendía a sus escuchas, aunque Aurelius tocaba

pocas veces en público. Al comenzar sus estudios de lenguas

clásicas en el Colegio Mayor de San Ildefonso en Alcalá de Hena‐res, prefirió no traer consigo su guitarra morisca. Aun en la

víspera de la Rebelión de las Alpujarras, la fricción entre las

etnias era evidente y no valía la pena hacer notar sus raíces

moriscas en uno de los colegios reales más arraigados de la

época. En aquel tiempo pensó en intercambiarla por una guitarra

latina que fuera mejor aceptada en la región de la Mancha, pero

como había sido un regalo de Omar, le parecía un gesto inapro‐piado que la tía Nadia no le perdonaría. Los primeros meses en

Londres, cuando poco conocía de las costumbres y los habitantes

del reino de Inglaterra, Aurelius añoraba tener consigo su

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guitarra morisca. Un día, durante la descarga de la seda remitida

por su padre a Lord Simon en el puerto, el capitán del barco se

acercó a él preguntando: – ¿Eres Aurelius?

– Así es señor –respondió el joven castellano de linaje moris‐co–. Estoy a cargo de la inspección de telas importadas por

Lord Simon.

– Muy bien, esto es para ti, fue asignado al mismo cargamento

–profirió el capitán entregándole un saco que contenía una

guitarra morisca recién laqueada, con una nota de su padre que

decía “Para Aurelius”, en castellano. Como si su padre le recetara

un remedio contra la melancolía.

Desde aquel día, cuando la tienda de telas terminaba la venta

al anochecer, Aurelius ensayaba nuevos adagios en la parte alta

de las habitaciones de Lombard Street. También cuando era invi‐tado a la casa de los Simon en el Valle Alto, Anne y Eliza le pedían

no olvidar traer consigo su guitarra morisca. Paradójicamente,

Aurelius podía ser visto en Londres tocar la guitarra morisca sin

censura. Ahí la cultura árabe era aliada de la inglesa, pues, debido

al embargo económico impuesto por el Vaticano y los otros

reinos del continente, la reina Elizabeth había recurrido a los

Estados Islámicos de la costa berberisca y al Imperio Otomano

para sacar del aislamiento económico a sus compañías. La lengua

y las costumbres árabes eran cotidianamente utilizadas por

agentes moriscos en el puerto de Londres, quienes intercambian

azúcar contra municiones, madera o metales. También era usual

ver a los embajadores del Sultán Abdallah al-Ghalib Billah

promover en los salones reales la negociación de un tratado

comercial y de protección anglo-marroquí contra otras

potencias.

– El Master of Revels me ha pedido autorización para que

asistas a los ensayos del espectáculo de música que tendrá lugar la

víspera de la navidad –comentó Míster Cheddar–. Me ha dicho

que tocas muy bien una guitarra árabe.

– Una guitarra morisca, maestro –corrigió Aurelius.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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– ¡Ah!, ¿no es acaso lo mismo? –preguntó Míster Cheddar con

curiosidad sincera.

– Es una guitarra de la región del al-Ándalus; muy similar a la

guitarra latina o al laud –precisó Aurelius.

– ¿Cómo aprendiste a tocar ese instrumento? –indagó Míster

Cheddar.

– Uno de los empleados en el taller de seda de mi padre me

enseñó –respondió Aurelius.

– Ya veo. Tienes un bagaje muy interesante: excatólico caste‐llano, residente inglés convertido al anglicanismo, pero con

influencia cultural morisca –comentó Míster Cheddar sin

ocultar sus sospechas, mientras su pupilo callaba anticipando el

torrente de preguntas que podría desatar cualquier respuesta–.

Tienes mi permiso para asistir a los ensayos –exclamó Míster

Cheddar finalmente.

– Muchas gracias maestro.

– Pero antes debo recomendarte algo –Aurelius pensó que

Míster Cheddar le haría una nueva advertencia sobre su relación

con Andrew Tresham–. No debes dejar a un lado tu aprendizaje

del common law durante la pausa de fin de año. Sé que eres un

novicio muy disciplinado y que aprendes con rapidez. Muestra

de ello es que has sido capaz de aprender a tocar un instrumento

desconocido con las lecciones de un simple empleado. Sin

embargo, el aprendizaje del common law es un ejercicio que no es

equiparable a tus pasatiempos musicales. Por eso debes leer y

hacer tus propias notas sobre los “Commentaires ou les reportes”que Sir Edmunde Plowden acaba de publicar. Es una lástima que

la carrera de Sir Edmunde Plowden se haya visto recientemente

estancada debido a su afiliación católica –comentó de paso

Míster Cheddar–. Verás cómo Sir Edmunde Plowden puso gran

cuidado en relatar los detalles de las discusiones entre abogados y

jueces en casos que datan del año de 1550 a 1570.

– Por supuesto maestro, así lo haré –aseguró Aurelius.

– Mira en la librería del recinto si hay una copia de esta

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obra. De no ser así, podría prestarte mi copia personal.

Recuerda que los libros son el repositorio del aprendizaje legal.

Aun si nuestro derecho tiene sus raíces en la práctica de las

Cortes de Westminster, no somos omnipresentes y nuestra

memoria es frágil. No podríamos recordar los detalles de todos

los casos que ahí suceden. Por ello necesitamos las copias de

pergaminos y este tipo de obras, que nos permiten delimitar

nuestras argumentaciones a lo que se ha estado decidiendo en

otros casos. Afortunadamente, también tenemos las GraundeAbridgements de los difuntos Anthony Fitzherbert y Sir Robert

Brooke, este último gran Serjeant at law graduado de Middle

Temple Inn y Chief Justice de la Corte de Peticiones Comunes

hace unas décadas.

– ¿Qué diferencia hay entre las Graunde Abridgements de Sir

Robert Brooke o Antony Fitzherbert y los Commentaires ou lesreportes de Sir Edmunde Plowden? –interrumpió Aurelius.

– Su estilo –replicó Míster Cheddar, explicando a su discí‐pulo cómo la obra de Sir Edmunde Plowden estaba escrita en el

estilo de los yearbooks que solían conformarse conjuntamente por

inner y utter-barristers de los cuatro Inns of Court.– ¿Qué es un yearbook? –preguntó Aurelius, quien había escu‐

chado al padre de Joseph hablar de ellos durante su primera visita

a Westminster Hall, pero no estaba seguro de haber entendido

bien de qué se trataban.

– Los yearbooks eran el conjunto de notas que los aprendices y

utter-barristers tomaban de los argumentos y decisiones presen‐ciadas en las Cortes de Westminster. Las notas sobre los casos

más interesantes eran seleccionadas para ser reproducidas en

libros organizados por plazos legales, por eso también les

llamamos legal terms. Hace algunos años, éstos eran la forma más

básica de difundir y tener registro del derecho de las Cortes entre

los aprendices y sus maestros en los cuatro Inns of Court –explicó

Míster Cheddar.

– ¿Y quién era el autor de los yearbooks? –indagó Aurelius

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interesado por esa forma jamás escuchada de compilar el conoci‐miento y transmitirlo a las nuevas generaciones.

– Son anónimos, o más bien, sus autores son la colectividad –

corrigió Míster Cheddar–. La mayoría de los yearbooks produ‐cidos antes de la llegada de la imprenta no tenía un autor identi‐ficable.

Su maestro tenía razón, los yearbooks producidos de manera

colectiva en los Inns of Court habían caído en desuso debido a la

aparición de la imprenta. Las casas editoriales preferían ahora

publicar reportes de casos editados e identificados con el nombre

de un único compilador. La obra de los Commentaires ou lesreportes de Sir Edmunde Plowden era un buen ejemplo de lo que

era un yearbook moderno. Ahí se encontraban los argumentos de

los abogados y las discusiones en las Cortes de Westminster de

manera detallada y estaban resaltadas cuestiones interesantes del

common law.

– La Graunde Abridgement es diferente al estilo del yearbook –aclaró Míster Cheddar–. Por una parte, se trata de una Abridge‐ment, o sea, una versión abreviada y sistematizada de una gran

obra. En este caso de la gran obra de los yearbooks. La aportación

de Sir Anthony Fitzherbert y Sir Robert Brooke reside en

realidad en la selección, la abreviación y la organización de los

casos a partir de un orden alfabético. En ellos no encontramos

los casos completos sino definiciones ejemplificadas de las

diversas acciones interpuestas. Mira –recomendó el maestro–,

ésta es la Graunde Abridgement de Sir Anthony Fitzherbert.

Míster Cheddar tomó un libro de la parte alta del librero en

roble negro detrás de su escritorio y lo extendió a Aurelius. El

libro estaba escrito en francés. El aprendiz leyó en la primera

página: “Aquí el índice para encontrar los títulos contenidos en la

primera parte de este libro”. Enseguida había una lista de alre‐dedor de cien términos ordenados alfabéticamente y asignados a

un folio del texto principal. La letra A incluía términos como

Accord, Age, Apel, Attachement, etcétera. La letra B incluía Bill,

EDGARDO MUÑOZ

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Page 107: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

A

Buefe, Barre. La letra C contenía términos como Chart, Charter,

Count, Court y otros. La letra D, comprendía Defence, Dette, Dowery así sucesivamente hasta la letra Y. Aurelius decidió entonces

buscar en el cuerpo de la Graunde Abridgement el término Dette, o

sea, deuda. Al alcanzar el folio 231, se percató de que Sir Anthony

Fitzherbert había realizado decenas de inserciones respecto de

ese concepto hasta el folio 239 de la obra. Cada una de las inser‐ciones, de no más de cuatro líneas, explicaba el término Deuda en

el contexto de una acción interpuesta en las Cortes de Westmins‐ter, que además era identificada por el título del yearbook del que

había sido extraída, el día y el plazo legal en el que había ocurrido

la audiencia.

– Entendido maestro, estudiaré esto y buscaré también el

volumen de los Commentaires ou les reportes de Sir Edmunde

Plowden en la biblioteca del recinto –exclamó Aurelius.

– Mira además esta copia de un pergamino proveniente de la

Corte del Banco del Rey. El caso data del año de 1341, pero sigue

siendo un buen ejemplo de una acción de trespass vi et armis que

es decidida por un jurado. Así podrás comparar esta Abridgementy el reporte de casos de Sir Edmunde Plowden con lo que los

escribanos en la Corte finalmente registran en los pergaminos de

un caso –recomendó Míster Cheddar–. Verás que los pergaminos

evitan todas las discusiones legales para plasmar sólo los hechos

y argumentos claves frente al juez y el jurado.

– Así lo haré Míster Cheddar –le aseguró Aurelius.

urelius dejó el despacho de Míster Cheddar para

internarse en los pasillos interiores que conectaban las

chambers de los utter-barristers con el Gran Salón de Lincoln’s Inn.

En el salón de lectura contiguo a la biblioteca, Joseph apostaba

con otro aprendiz del primer plazo legal acerca de quién conocía

más nombres de los jueces en Westminster Hall. Aurelius posó su

UN VIAJE AL COMMON LAW

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capote en un sillón de dos plazas en terciopelo tinto y cruzó el

espacio sin anunciarse. En los estantes de la biblioteca había

varios huecos en las filas de libros, lo que parecía extraño pues

poca gente leía en el salón contiguo.

– Espero que el libro de Plowden esté aquí –se dijo Aurelius.

Los libros estaban organizados por tipos de texto y subsidia‐riamente por orden alfabético o año. En la parte alta de los libre‐ros, en ambos flancos de la biblioteca, yacían los antiguos

yearbooks de casos decididos durante los reinados de los reyes

Enrique III y Eduardo I. Los volúmenes se precedían uno a un

costado del otro dependiendo del plazo legal reportado en ellos.

En la parte media, se ubicaban los últimos yearbooks identificados

por autor y que fueron producidos a finales del siglo XV y princi‐pios del XVI antes de la aparición de la imprenta. Allí estaban las

recopilaciones de Sir Roger Townshend, alumnus de Lincoln’s

Inn y juez en la Corte de Peticiones Comunes, de Sir Jonh Caryll

egresado de Inner Temple y escribano en la misma Corte, así

como de John Spelman llamado a la barra por la Sociedad de

Gray’s Inn. En la parte baja del muro izquierdo desde la puerta de

entrada, estaban catalogadas las Abridgements, entre éstas la de

Míster Nicholas Statham, quien hacía un siglo había fungido

como reader en Lincoln’s Inn y como barón de la Corte de Exche‐quer, y las de Sir Robert Brooke y Sir Anthony Fitzherbert que su

maestro había mencionado unos minutos antes. También allí

estaban otros tratados legales como La Veto Natura Brevium, que

se decía había sido conformada por las lecciones dadas a los

aprendices de los Inns of Court durante el siglo XIV y contenía los

writs más utilizados, con comentarios breves sobre su aplicación

durante el reinado de Eduardo III, o La Novelle Natura Breviumpublicada por Sir Anthony Fitzherbert en el año de 1536, obra

con la que Aurelius había comenzado su aprendizaje de los writs.Un gran espacio de la sección de tratados legales era ocupado por

varias copias de las Old Tenures, otra obra anónima del reinado

de Eduardo III que daba cuenta de los diversos derechos de

EDGARDO MUÑOZ

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tenencia de la tierra, la naturaleza de las fincas y otras acciones

del derecho de propiedad que serviría como base de una obra

más moderna del mismo tema publicada en el año de 1460 por

Sir Thomas Littleton con el nombre de New Tenures. Esta última

obra, cuyas copias excedían el número de biblias en inglés

dispuestas al fondo de la biblioteca de Lincoln’s Inn, era una de

las lecturas obligadas para los aprendices de la época. Finalmente,

en la parte baja de los estantes del flanco derecho, estaban los

reportes modernos de casos del siglo XVI, entre los cuales desta‐caban dos copias recientemente impresas de la obra de Sir

Edmunde Plowden, forradas con cuero de cerdo abrillantado y

teñido de rojo. Aurelius tomó un ejemplar y lo llevó consigo al

salón de lectura que estaba ahora vacío. A unos metros, en el

Gran Salón, se escuchaba un dúo de flautas dulces, al son del cual,

algunos aprendices comenzaban a ensayar el baile de Earl of

Essex Measure.

– Los demás deben estar mirando los ensayos de Old

Measures –supuso Aurelius comenzando con su lectura–. “LesCommentaries, ou Reportes de Edmunde Plowden vn Apprentice de leComen Ley de Middle Temple, di Diuers Cases Esteants Matters en Ley,& de les Arguments sur Yceux, en les Temps des Raygnes le RoyeEdwarde le Size, le Roigne Mary, le Roy & Roigne Phillip & Mary, & leRoigne Elizabeth” –leyó impresionado por la extensión del título

en francés legal. Aurelius le echó un vistazo al índice de casos y se

percató de que la obra constaba de dos volúmenes. El que tenía

en sus manos era la segunda parte. El libro de Plowden narraba

de manera fiel los casos que él mismo había presenciado desde su

época de aprendiz en Middle Temple hacía 20 años, acompa‐ñados de cometarios al margen que ayudaban al lector a identi‐ficar el tipo de acción entablada, las fases de cada juicio, los

argumentos y defensas esgrimidas por los abogados. Aurelius

eligió uno de los casos al azar y retomó su lectura–. “Reporte de

Sentencia emitida por la Corte de Peticiones Comunes en el

plazo legal de Pascua en el año quince del reinado de la reina

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 110: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Elizabeth y Sentencia de Ejecución, en una acción de Deuda

entablada por John Davy contra Fermer Pepys, hijo y heredero de

Thomas Pepys, sobre una obligación de £80 contraída por el

fallecido Thomas Pepys en favor de John Davy”–. Y el texto decía

lo siguiente sobre la count: –“Fermer Pepys del condado de

Norfolk, caballero e hijo y heredero de Thomas Pepys, caballero

del mismo condado, fue llamado a responder a John Davy, caba‐llero, también llamado John Davy de Monge del mismo condado,

por una demanda de entrega de £80 que le debe y que injusta‐mente retiene. Sobre el asunto el mismo John dice, a través de su

abogado Christopher Crow, que mientras Thomas Pepys padre

del demandado Fermer Pepys vivía, el día 11 de enero del décimo

año del reinado de la actual señora reina Elizabeth, en Londres,

en la Parroquia de la Inmaculada María de Arches, se obligó por

medio de un escrito veraz, a entregar al mismo John, £80, el día

de la fiesta de San Miguel Arcángel del año de 1571 de nuestro

Señor, y conforme al mismo escrito tanto Thomas Pepys como

sus herederos están obligados al pago puntual y completo.

Thomas Pepys en vida y más tarde su hijo Fermer Pepys, después

de la muerte de su padre, no han entregado los £80 debidos a

John Davy, a pesar de las múltiples solicitudes que éste realizó en

su momento a ambos, padre difunto e hijo heredero. Con base en

ello, John Davy dice haber incurrido perjuicios y reclama daños

por £10 entablando esta acción. Y produce ante esta Corte el

deed, documento sellado, que prueba la deuda contraída y paga‐dera en las fechas y lugares descritos atrás”.

Aurelius hizo una pausa para observar las anotaciones reali‐zadas por Plowden al margen de la descripción de la count del

reclamante. El comentario decía: –“En una Deuda contra un

heredero por la obligación contraída por su ancestro, si el

demandado confiesa la acción y muestra la existencia de activos

que adquirió del difunto, una sentencia debe ser emitida para

recuperar la deuda por medio de las tierras del heredero”.

En la misma nota se hacía referencia a casos en yearbooks

EDGARDO MUÑOZ

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Page 111: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

anteriores que respaldaban esta regla de principio. Aurelius

continuó leyendo el texto principal–. “El demandado Fermer

Pepys, por medio de su abogado Thomas Might, viene a defen‐derse de fuerza y perjuicio, diciendo que no puede negar la

acción de John Davy, o que el deed sea de la autoría de su padre, o

que él mismo deba como descendiente del deudor, aunque no

firmante, £80 a John Davy del modo que reclama. Sin embargo,

Fermer Pepys declara que no detenta tierras o activos heredados

de Thomas Pepys su padre, otros que la Rectoría de South Creak

con sus accesorios, y dieciséis acres de tierra con accesorios en

South Creak, Sidistern y Scoulthorp en el condado de Norfolk. Y

que está dispuesto a verificar si tiene otra herencia que la

Rectoría y los acres de tierra mencionados, y a pagar la deuda

con ello”.

En ese momento de la narración, Plowden hacía una glosa

acerca del renocimiento que el demandado hacía de la deuda y de

la existencia de activos heredados. En el margen derecho supe‐rior de la página siguiente, la palabra sentencia había sido inser‐tada para identificar la decisión de la Corte en los términos

siguientes. – “Por tanto, se decide que John Davy recupere la

deuda de £80 y sus daños por retención indebida por un monto

de 60 chelines, que serán cobrados de la Rectoría de South Creak

con sus accesorios, y de los dieciséis acres de tierra con acceso‐rios en South Creak, Sidistern y Scoulthorp con el consenti‐miento de Fermer Pepys. Pero como no se conoce cuál es el valor

actual de la Rectoría o de los dieciséis acres de tierra, la Corte

ordena al sheriff del condado que a través del juramento de

hombres buenos y honestos de Bailiwick, diligentemente inves‐tigue cuánto cuestan actualmente estos inmuebles, en conjunto

con sus accesorios, pero antes de impuestos y que la adjudicación

sea diligentemente hecha, que entregue inmediatamente a John

Davy la Rectoría o dieciséis Acres de Tierra y sus accesorios de

acuerdo con el valor real de estos bienes, hasta el monto en que la

deuda y los daños sean saldados. Que se ordene al sheriff presen‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 112: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tarse ante esta Corte en quince días contados a partir del día de la

Santa Trinidad”.

Más adelante, Plowden describía que el reclamante había

peticionado un writ de ejecución de la sentencia, en el que su

excelencia Elizabeth, reina de Inglaterra, Francia e Irlanda y

defensora de la fe, solicitaba al sheriff de Norfolk ejecutar la

sentencia conforme fue dictada por la Corte de Peticiones

Comunes. Finalmente, Aurelius leyó el comentario de Plowden

respecto del caso–. “Primero, cuando un hombre se obliga a sí

mismo y a sus herederos a pagar una suma cierta, un cierto día y

muere, el acreedor tiene la opción de demandar a los herederos o

al albacea del obligado, y aun cuando el albacea tenga bienes en

su poder, el acreedor puede elegir demandar al heredero pues

éste también está obligado a responder. Pero el acreedor no

podrá recuperar la deuda de ambos, pues si la deuda es pagada

por uno de ellos, el otro debe ser exento por audita querela. Y en la

demanda contra el heredero, el reclamante no debe mostrar que

el albacea no tiene bienes en sus manos. En el pasado hubo un

caso en el que el heredero argumentó en su defensa que el recla‐mante tenía que recuperar del albacea, pues éste tenía bienes del

difunto en sus manos, pero recientemente esta defensa fue recha‐zada por la Corte de Peticiones Comunes según el yearbook M.

10. H. 7. 8. b. en Deuda contra Heredero, por lo que el mismo

heredero sólo podría defenderse probando que no poseía bienes

heredados del deudor.”.

Aurelius cerró la obra de Plowden impresionado por el

enorme esfuerzo que el autor había realizado en la recopilación

de casos y sus comentarios. Se trataba de una verdadera obra

de vida.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 113: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

R E V E L S

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a oscuridad se apoderaba poco a poco de Lincoln’s Inn.

Aurelius había perdido la noción del tiempo. Al finalizar de

leer las glosas de Plowden en un tercer caso sobre deudas, alzó la

mirada hacia la ventana sur del salón de lecturas por la que un

débil resplandor terminó por escaparse. Con la penumbra

apareció esa melancolía que desde su infancia reconocía como un

déjà vu. Quizá la misma luz tenue y el silencio súbito del atar‐decer le recordaban el día de la muerte de su madre. El olor

húmedo que desprendían los muros del recinto al bajar la tempe‐ratura no era distinto a aquel de la capilla en el palacio de su tío el

Conde de Buendía durante los meses de invierno. Algo en ese

mismo instante debió de recordarle la desdicha de perder a su

madre a corta edad.

Aurelius meditó por algunos minutos sobre los posibles

orígenes de esa repentina tristeza que regresaba regularmente

en condiciones similares. Exploró varias causas, más allá de los

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Page 114: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

colores y olores comunes, como el hambre que se acumulaba en

el vientre antes de la hora de la cena y la consciencia natural de

terminar el día lejos de sus seres queridos. Poco a poco, la

reflexión razonada dió paso al ámino de aquel que se da cuenta

de que en peores situaciones podría encontrarse, extrayendo de

la desdicha de los otros, por ejemplo la de los mendigos en las

calles y los soldados en batalla, la lección que necesita para

dejar de quejarse de simples sutilesas de buen burgués. – Aún

tengo unos minutos antes que los ensayos de música

comiencen en el Gran Salón –se dijo Aurelius, retomando el

ánimo al recordar que era casi hora de tocar su guitarra

morisca. Pero antes debía terminar sus deberes de lectura, por

lo que se dirigió al dormitorio de los aprendices junior en

busca de una vela de noche que estaba en el cajón bajo su cama.

Al regresar al salón de lectura, Joseph y Andrew miraban el

libro de Plowden en la página en la que Aurelius había fijado el

listón separador.

– ¿Qué tal Aurelius? –exclamó Andrew.

– Hola Andrew, hola Joseph –replicó Aurelius, incómodo por

la repentina visita de sus amigos en un momento en que necesi‐taba concentración en sus deberes.

– ¿Te molesta si hojeamos tu libro? –preguntó Joseph.

– No es mío, pertenece a la biblioteca de Lincoln’s Inn –cons‐testó Aurelius con descortesía.

– Pero eres tú quien lo tomó de ahí –dijo Andrew.

– Eso no lo hace de mi propiedad –contestó Aurelius.

– Tienes razón. Punto concedido –exlcamó Andrew, quien

había entendido que no eran bienvenidos en ese momento por el

joven castellano.

– ¿Podemos ver el libro que tomaste prestado? –insistió

Joseph un poco confundido por el tono de la conversación entre

Andrew y Aurelius.

– Por supuesto. Estaba bromeando –se retractó Aurelius al

percatarse de la inocencia de Joseph–. Lo leeré nuevamente el día

EDGARDO MUÑOZ

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Page 115: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de mañana. Ahora me ocuparé de la copia de un pergamino cuya

lectura me ha sido encomendada por Míster Cheddar.

– ¿Podemos compartir tu luz? –preguntó Joseph.

Aurelius posó la vela en el centro de la mesa entre sus compa‐ñeros y él.

– ¿Terminaron los ensayos de las Old Measures? –preguntó

Aurelius tratando de resarcir su falta de amabilidad.

– ¿Acaso no me ves aquí? –respondió Andrew con la misma

rudeza que Aurelius había utilizado con él.

– Los ensayos podrían seguir sin ti Andrew –dijo Aurelius

con la modulación de voz más cordial que encontró.

– Nunca sin mí Aurelius. Soy uno de los bailarines más

avezados en los ocho bailes –replicó Andrew sin modestia–. Los

ensayos han terminado por el día de hoy.

– Lo siento Andrew, estoy seguro de que los ensayos no

podrían continuar sin ti. Sólo preguntaba por hacer conversación

–se disculpó Aurelius.

El silencio se instaló en la mesa. Indecisos sobre la pertinencia

de romper el hielo en ese momento, los tres amigos decidieron

concentrarse en sus lecturas, esperando que la satisfacción de

haber cumplido con el deber de aprendices propiciara un

ambiente cordial más tarde. Aurelius comenzó a leer el extracto

del pergamino de la Corte del Banco del Rey en el caso de Bell‐house vs. Clavering del año de 1341. – “[Writ of attachement]. John

de Clavering fue detenido para responder a Isot de Bellhouse en

una reclamación por haber tomado, con violencia y armas,

treinta y un vacas, ocho toros sementales y diez vaquillas del

mismo Isot de Bellhouse, con un valor de £30, que se encon‐traban en Rensden Bellhouse, causando daños al reclamante y

contra la paz de nuestro señor rey de Inglaterra. [Count] Y el

reclamante Isot Bellhouse, a través de su abogado Simon de

Kegworth, declara que John de Clavaring y otros, el sábado [6

Nov. 1339] después de la fiesta de Todos los Santos en el décimo

tercer año del reinado del rey Eduardo, con violencia y armas, en

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 116: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

particular con espadas, tomaron y se llevaron treinta y una vacas,

ocho toros sementales y diez vaquillas del mismo Isot de Bell‐house, con un valor de £30, que se encontraban en Rensden Bell‐house, contra la paz de nuestro señor rey de Inglaterra. Por lo

que dice estar peor y sufrir un daño por un monto de £60. Y por

tanto entabla esta acción ante la Corte del Banco del Rey. [Plea] Y

el mencionado John de Clavering, por vía de su abogado Roger

de Horkesley, viene y niega la fuerza y el daño donde y cuando

sea alegado y dice no ser culpable del trespass imputado. Por lo

que se pone a disposición del pueblo y de Isot mismo. [Venirefacias] Por tanto, dejen que el jurado venga a esta Corte de su rey

en el octavo día del plazo de Trinidad, compuesto por quien‐quiera que esté en Inglaterra, que no tenga afinidad ni con el

reclamante ni con el demandado, para que reconozca, bajo jura‐mento, si el demandado es culpable de trespass o no, ya que

ambos, el reclamante y el demandado se han puesto a la decisión

del jurado. [Respite nisi prius] Después, el proceso continuó entre

la partes antes nombradas con los jurados excusados hasta el

octavo día del plazo de Michaelmas en el quinto año del reinado

del actual rey, a menos que el Chief Justice William Scot de la

Corte del Banco del Rey viniera primero a Rayleigh el próximo

jueves [25 Sep. 1341] antes del plazo de Michaelmas estipulado.

En tal día [6 Oct. 1341] Isot de Bellhouse compareció ante su

señor rey acompañado de su abogado y el demandado John de

Clavering no compareció. Y su señoría William Scot, ante quien

el jurado deliberó, comandó plasmar el veredicto del jurado con

estas palabras: [Veredict] Y los jurados comparecen y dicen, bajo

juramento, que el tal John de Clavering es culpable de trespass yde los daños ocasionados a Isot de Bellhouse por £60. [Judicium]

En consecuencia, se dicta esta sentencia que ordena a John de

Clavering resarcir los daños sufridos por Isot de Bellhouse”.

Era la primera vez que Aurelius leía la copia de un pergamino

de un caso litigado ante alguna de las Cortes en Westminster

Hall. El contenido del pergamino era realmente conciso compa‐

EDGARDO MUÑOZ

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rado con los argumentos que sometían los abogados durante el

procedimiento y con lo reportado en los yearbooks. Los escri‐banos omitían transcribir al pergamino todas esas discusiones

legales que ocurrían antes que las Cortes tomaran cualquier deci‐sión procesal. También omitían plasmar los detalles, la evolución

del derecho o la pertinencia del derecho actual. Los pergaminos

eran un mero reflejo de la acción entablada, con una exposición

sucinta de las posiciones de las partes, el veredicto del jurado y la

decisión de la Corte.

– ¿Habían visto antes una copia de pergamino? –interrumpió

Aurelius sospechando que ambos lo habrían hecho más de

una vez.

– En reiteradas ocasiones –respondió Andrew–. Mi maestro

Sir Albert Allen tiene muy buena relación con uno de los escri‐banos de la Corte de Peticiones Comunes, por lo que usualmente

éste le envía copias de los expedientes de otros casos.

– Yo nunca he visto uno. ¿Puedo verlo? –preguntó Joseph.

– Claro. Ahora tengo que irme a mi ensayo de música. Puedes

leerlo mientras tanto, mañana me lo devolverás –ofreció

Aurelius.

– ¿Dónde es tu ensayo? –cuestionó el nieto de Sir Thomas

More.

– En el Gran Salón. Esos chillidos que escuchas son de una

viola da gamba tratando de afinar nota –exlamó Aurelius.

– Prefiero venir al Gran Salón para ver el ensayo.

– Yo también voy con ustedes –dijo Andrew.

– Bien. Mientras ustedes regresan el libro de Plowden a su

lugar, yo iré a buscar mi guitarra –propuso el aprendiz

castellano.

– Trato hecho –exclamó Joseph.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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A urelius subió al dormitorio en busca de la guitarra morisca

que estaba bajo su cama. También tomó de su cajón un

relicario con el retrato en miniatura de su madre. Era su primer

ensayo con el grupo musical de Lincoln’s Inn, por lo que necesi‐taba suerte. Al entrar al Gran Salón, la mayoría de los aprendices

del grupo de música estaba ya instalada debajo del reloj central y

preparada para comenzar el ensayo. El Lord of Misrule, Míster

Thomas Benger, también estaba ahí, pero a la espera del Master ofRevels, Sir Paul Caravin, que venía retrasado.

– Veamos qué instrumentos tenemos este año. Dos flautas,

tres violas da gamba, un cromocorno, una chirimía antigua, un

virginal, un laúd, una guitarra latina y una guitarra ¡¿deforme?!

Todos los presentes soltaron a reír ante la mofa que el Lord ofMisrule hacía del instrumento que sostenía Aurelius en

sus manos.

– A final de cuentas, el trabajo principal del Lord of Misrule es

hacer reír al público a expensas de otros –susurró Andrew a

Jospeh, mientras miraban la escena a tan sólo dos hileras de

mesas del pódium donde estaban los músicos.

– Pero se está burlando de Aurelius; le dijo que su guitarra

está deforme –comentó Joseph.

– No precisamente –dijo Andrew–. Simplemente ha utilizado

los recursos frente a él para practicar el arte de la comedia.

En ese momento Sir Caravin, Master of Revels, intervino desde

el fondo del Gran Salón.

– Esa guitarra deforme lleva el nombre de guitarra morisca

o sarracena. Es un instrumento intermedio entre la guitarra

latina y el laúd de origen árabe. Miren los dos instrumentos

juntos, la guitarra morisca de nuestro aprendiz castellano tiene

una caja oval, cuatro cuerdas metálicas y una sonoridad pene‐trante que es común a la familia del laúd, pero con un mango

más largo y elegante propio de una guitarra, mientras que la

guitarra latina a su lado tiene la caja plana como la vihuela, con

EDGARDO MUÑOZ

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bordes curvados y dotada de cuatro cuerdas de tripa de oveja

que proporciona sonidos más dulces. De hecho, la guitarra que

porta su compañero es de origen andaluz –precisó el Master ofRevels.

– ¡Ah! Pensé que los productos del Imperio estaban vedados a

la importación –se mofó el Lord of Misrule.

– La prohibición es más bien a la exportación de productos a

Inglaterra querido Míster Benger. El embargo que pesa sobre

este reino ha sido impuesto por las potencias del continente, y no

al revés –aclaró el Master of Revels.– Discúlpenme entonces maestro. No se trata de una guitarra

deforme sino de una guitarra de contrabando con un músico de

contrabando, supongo. Espero que el espectáculo no propicie

una guerra con el papado –exclamó el Lord of Misrule eufórico,

incitando nuevamente un carcajeo grupal.

A pesar de la atención que se centraba en él, Aurelius no

parecía afectado por la algarabía ocasionada por su guitarra. En

ese momento recordó que Míster Cheddar le había advertido

sobre aquellos que cuestionaban su admisión a Lincoln’s Inn.

– ¿Crees que va a llorar? –cuchicheó Joseph.

– No lo creo. Aurelius es un tipo que ha vivido momentos

más estresantes que éste. Míralo, parece estar más preocupado

por el tono de las cuerdas de su guitarra de contrabando –

comentó, Andrew provocando que Joseph le propinara un

codazo en el hombro izquierdo.

– ¡Es suficiente! Todos a sus puestos –ordenó el Master ofRevels–. Comenzaremos por ensayar la música que acompañará a

los ocho bailes del espectáculo de Old Mesures. Para este número

no es necesario contar con la guitarra morisca. Lo mejor es evitar

la inserción de instrumentos novedosos en nuestros bailes tradi‐cionales.

– Al final del día, Sir Caravin no es menos prejuicioso que el

Lord of Misrule –murmuró Andrew.

– ¿Para qué invitaron a Aurelius entonces? –se inconformó

UN VIAJE AL COMMON LAW

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N

Joseph. Pero el Master of Revels tenía en mente una intervención

especial para Aurelius.

inguna otra temporada del año era anticipada con tanto

interés por los aprendices y utter-barristers de los Inns ofCourt como la Navidad. Ésta era la única época del año en la que

las distinciones jerárquicas o nobiliarias eran olvidadas para

reunir tanto a lores como a hombres comunes en un ambiente de

hospitalidad. En el recinto se jugaba, danzaba y cantaba sin

restricciones. Estas festividades tenían lugar desde la víspera de

la navidad hasta el duodécimo día del nuevo año. La costumbre

de la época exigía que las iglesias, las casas y los recintos, incluido

Lincoln’s Inn, fueran decorados con laurel, hiedra, hojas de acebo

y con todas las flores que la estación ofrecía. También las vitrinas

de las tiendas y los portales de la ciudad estaban decorados, y

estas decoraciones se mantenían en su lugar hasta el final del

periodo de celebración.

El espectáculo de la víspera de Navidad comenzaría minutos

después de la puesta del sol. Poco a poco, las estrellas aparecían

en un cielo especialmente despejado, cuando los invitados a

Lincoln’s Inn entraban portando grandes velas y cirios que

ardían con un brillo poco común. Los troncos macizos de

Navidad que el jardinero había colocado esa mañana en las dos

chimeneas del Gran Salón, ardían ya. Los aprendices y utter-barristers acompañados de sus familias se acercaban a los fuegos,

murmurando los villancicos que esperaban entonar más tarde

bajo la batuta del Lord of Misrule. La tía Lady María y las primas

Anne y Eliza habían sido invitadas por primera vez a presenciar

uno de los revels de los Inns of Court, los cuales usualmente

estaban sólo abiertos a los varones. Aurelius estaba especialmente

emocionado por la visita de su tía. Era como si pudiera ver a su

madre a través de sus ojos; como si estuviera presente en la cele‐

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112

Page 121: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

bración. Desde el pasillo que unía la cocina con el Gran Salón,

Aurelius y sus compañeros del grupo de música miraban a los

invitados, esperando que la cena comenzara a ser servida para

intervenir.

– ¿Lady María, podemos regresar mañana a Valle Alto

después de los villancicos de la madrugada y de dar limosna a los

pobres de las calles de Londres? –preguntó la más joven de

las Simon.

– Querida Eliza, los villancicos de madrugada se cantan antes

de salir el sol, ¿estás segura de que estarás de pie tan temprano

después de la velada que tenemos frente a nosotras? –advirtió la

buena madrastra de las hijas de Lord Simon.

– Claro que sí estaré despierta. Si usted y Anne vienen

conmigo por supuesto –respondió Eliza.

– Veremos entonces cuando termine esta noche –sugirió la

tía María.

Mientras tanto, un olor a carne de jabalí rostizada avanzaba

por el Gran Salón. Los mayordomos del recinto traían ahora el

pan a las mesas vestidas con manteles largos de paño verde con

bordados de hojas de acebo en hilo blanco o rojo. Sobre éstos, las

cucharas y los cuchillos flanqueaban las servilletas rojas y las

copas de cobre relucían frente a cada silla. El Gran Salón lucía

majestuosamente decorado. Las antorchas de cera posicionadas

en las cuatro esquinas reflejaban luces y sombras festivas.

– Qué buen olor. Me pregunto qué habrá de cena en esta

fiesta, estoy hambrienta –exclamó Lady Anne.

– Creo que puedo adivinarlo –comentó Lady María, estimu‐lada por la oportunidad de hacer mofa de la poca variedad en la

gastronomía de Londres comparada con aquella de Castilla–. La

cena será un primer espectáculo hija mía. Los platos serán

elegantes y elaborados, como es la costumbre navideña. El

primer plato será carne de jabalí rostizada y servida en bandeja

de plata.

– ¿Vendrá con todo y cabeza? –preguntó Anne.

UN VIAJE AL COMMON LAW

113

Page 122: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Por supuesto hija, y sus ojos no te dejarán de mirar mientras

comes –exclamó Lady María, ocasionando la risa de las tres

damas que atrajo la atención del Lord of Misrule que recibía a un

par de invitados bajo el pórtico del Gran Salón–. Después vendrá

un pastel de pavo real del que sobresaldrá la cabeza del ave dise‐cada y que también te mirará fijamente a los ojos como en un

cuento de terror.

– Por supuesto tía María, y su cabeza estará más decorada que

la cabeza de la reina y su cola estará extendida en toda su gran‐deza como el abanico de un gigante –exclamó Eliza, provocando

la carcajada de su hermana Anne que fue sofocada rápidamente

por el arribo del Lord of Misrule.

– Buenas tardes respetables damas. Mi nombre es Thomas

Benger, estoy a cargo de esta velada. Me parece que no tengo el

gusto de conocerlas.

– Mi nombre es María Simon y éstas son Anne y Eliza Simon,

hijas de Lord Simon del Valle Alto.

– Por supuesto, son las invitadas de nuestro aprendiz extran‐jero, Aurelius. Es una pena que Lord Simon no haya podido

acompañarnos esta noche –comentó el Lord of Misrule por pura

cortesía.

– Lord Simon se encuentra en el revels ofrecido por su

majestad Elizabeth en el Palacio de Whitehall –le informó Eliza.

– Qué suerte tiene mi Lord, pero también ustedes mis ladies,

que la cena y el espectáculo en este recinto no será menor. Por

favor tomen asiento donde mejor les apetezca. Les recomiendo,

no obstante, alguna de las mesas aledañas al área de baile. Desde

ahí podrán apreciar mejor el espectáculo de esta noche. Míster

Aurelius Martinson no tardará en reunírseles.

– Un placer conocerlo Míster Benger –respondieron en coro

las hijas de Lord Simon.

– El placer es mío mis ladies –dijo el Lord of Misrule antes de

retirarse.

Una trompeta anunció la entrada del servicio. Mientras los

EDGARDO MUÑOZ

114

Page 123: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

invitados terminaban de tomar sus lugares, dos mayordomos

cogieron las antorchas de los muros de las esquinas norte y

poniente para traerlas al centro del salón donde comenzaba el

área reservada para el baile. La pista se llenó de luz, mientras que

el espacio de las mesas cayó en una ligera penumbra. Poco a poco

los mismos mayordomos fueron encendiendo pequeñas velas en

cada una de las mesas para acompañar el primer plato de carne

de jabalí rostizada en bandeja de plata. La tía María tenía razón,

la luz de las candelas iluminaba los ojos del animal como si reto‐mara vida. Súbitamente, en el área de baile, apareció ese pequeño

piano medieval llamado virginal con su banco y una silla a un

costado. El Master of Revels, Sir Caravin, dio la bienvenida a los

comensales y cedió el uso de la voz al decano y reader principal de

Lincoln’s Inn, Sir Huber, quien estaba sentado con otros invi‐tados especiales en la mesa de honor ubicada sobre una tarima al

lado izquierdo del área de baile. Sir Huber reiteró el agrado y

privilegio que los miembros de la Sociedad de Lincoln’s Inn

tenían de recibir a las familias de los aprendices y de los utter-barristers en esa celebración del nacimiento de Cristo. Recordó

que los Inns of Court eran considerados la tercera universidad de

Inglaterra, y que una de sus funciones era la enseñanza de la

teoría y la práctica del derecho, pero que un prospecto utter-barrister requería además una formación integral en otras artes

como la danza, el teatro, la música y la literatura. El decano agra‐deció de antemano al Master of Revels y al Lord of Misrule, por la

organización del festejo, dando paso a la cena y al primer espec‐táculo de música que la acompañaría. La atención giró entonces

hacia el virginal donde se encontraba ya Paul Clark, un aprendiz

del octavo plazo legal, y junto a él en la silla adyacente, Aurelius,

con su guitarra morisca entre los brazos.

– ¡Mira tía Lady María, es Aurelius! –exclamó Eliza sin

ocultar su emoción.

Las tres Simon estaban sorprendidas, pues Aurelius las había

invitado sin advertirles que formaría parte de uno de los espec‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

115

Page 124: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

táculos. El aprendiz castellano, hasta ese momento desconocido

para la mayoría de los miembros de la Sociedad de Lincoln’s Inn,

se volvió el punto de atención. Su sonata sin nombre comenzó

con gran fuerza, con un majestuoso primer acorde en do menor.

Más tarde, al culminar la primera frase, el instrumento virginal

inició un acompañamiento en un cambio brusco, poco típico de

las melodías de la época. De un estado abrumante y prepotente

de forttisimo, la pieza se tornó abruptamente a un matiz piano, es

decir, suave, dulce, lleno de paz en el que los dedos de Aurelius se

deslizaban rápida y libremente entre las cuerdas, como en esa

danza morisca que muchas veces escuchó durante su infancia,

cambiando continuamente la modalidad de do menor a mí bemol

mayor, jugando claro con tonalidades de paso. Anne se percataba

por primera vez del misterioso mestizaje que resaltaba en el

rostro de Aurelius. Su nariz alta y recta como la de un sultán, sus

ojos grandes con pestañas largas y ligeramente onduladas, sus

cejas pobladas pero bien delimitadas, hablaban de sus antepa‐sados moriscos. Su piel clara, sus labios finos y el color miel de su

iris eran, por otro lado, el vivo reflejo de su madre, pensaba la tía

Lady María, añorando que su hermana Catalina o su hermano el

Conde de Buendía estuvieran presentes en tan bello evento.

Desde el virginal, Paul Clark acompañaba el movimiento con su

mano izquierda y con su mano derecha reproducía el tema

central que tocaba Aurelius, pero con un tono más bajo. En la

segunda parte, Aurelius comenzó a desplegar totalmente el tema,

comenzado por el mismo argumento, pero esta vez en do mayor,

igualmente con una fuerza avasalladora. Los aprendices encon‐traban fascinante la interpretación del dúo. Los utter-barristers einvitados de mayor edad se preguntaban adónde iría a parar la

multitud de notas que emitía esa guitarra extraña con tanta sono‐ridad y a una velocidad nunca antes vista. Finalmente, la

romanza entró en su fase más bella en la que Aurelius y Paul

pusieron a flote su sensibilidad con la fuerza brusca con la que

desarrollaron las últimas escalas de la pieza. El Master of Revels

EDGARDO MUÑOZ

116

Page 125: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

estaba muy satisfecho con la interpretación, por lo que abrió la

ronda de aplausos inmediatamente. Los invitados de la mesa de

honor se preguntaban sobre el extraño instrumento y la iden‐tidad de su talentoso intérprete. Sir Huber explicó con orgullo

que se trataba del sobrino castellano de la esposa de Lord Simon

del Valle Alto, cuyo tutor era Míster Cheddar desde hacía

unos meses.

El jabalí se había enfriado en la mayoría de las mesas. La

romanza había sido emocionante para todos por diferentes razo‐nes. Algunos la encontraron bella, otros demasiado estridente,

pero a nadie le fue indiferente. La cena continuó como previsto,

el pastel de pavo fue consumido con mayor soltura mientras un

dúo de virginal y viola da gamba interpretaba Greensleeves; la

canción más popular en Londres, que sería escuchada en más de

una ocasión la víspera de Navidad. Al terminar la cena, el Masterof Revels, en conjunto con varios aprendices, cantó el Five

Hundred Points of Good Husbandry, invitando al resto de los

asistentes a unirse. Después del espectáculo de Old Measures

protagonizado por parejas de varones aprendices del noveno

plazo legal, el Master of Revels declaró abierta la pista de baile para

todos los invitados. Exaltados por la oportunidad de bailar con

algunas de las señoritas presentes, los inner-barristers de Lincoln’s

Inn no tardaron en presentar sus respetos a los padres o madres

de éstas y pedir su permiso para participar en los bailes. Anne se

propuso para enseñar a Aurelius a bailar el Earl of Essex

Measure, cuyos pasos eran desconocidos para él, mientras que

Eliza y su madrastra se volvieron pareja de baile para participar

en la misma danza.

Aurelius se sentía aceptado. Por primera vez desde su llegada

a Lincoln’s Inn hacía unos meses, los aprendices de plazos avan‐zados lo saludaban, aunque no estaba seguro de si la repentina

amabilidad se debía al interés por su música o a su prima Anne,

quien lucía especialmente bella esa noche.

UN VIAJE AL COMMON LAW

117

Page 126: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

L E G I S L A C I Ó N D E L D E R E C H O F E U D A L

9

l plazo legal de Trinidad llegó a su fin. Las audiencias en las

Cortes de Westminster habían cesado también. Aurelius

regresó por un par de días a Lombard Street para ayudar a Lord

Simon con la inspección y el acomodo de un embarque de seda

proveniente de Granada y otro de terciopelo de los Países Bajos.

Poco durmió en esos días de receso. El verano londinense de ese

año era cálido, pero especialmente húmedo. Por las noches, con

las ventanas de la parte alta abiertas de par en par, esperando la

entrada de más viento y la salida de los mosquitos, Aurelius daba

respuesta a la correspondencia acumulada de su padre y de la tía

Nadia, quienes le informaban del desarrollo de la rebelión de las

Alpujarras. Las noticias eran contradictorias. La tía Nadia

contaba que la paz había sido restablecida a lo largo del al-Ánda‐lus, hacía poco más de un año, cuando Juan de Austria, medio

hermano del rey Felipe II, derrotó en el Fuerte de Juviles al

último líder de la resistencia morisca Abén Aboo. No obstante, su

118

Page 127: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

C

padre relataba que la relación entre moriscos y viejos cristianos

nunca había sido tan volátil. El rey Felipe II había ordenado la

dispersión de los moros a lo largo de la península ibérica y la

repoblación de las zonas rebeldes con cristianos, que eran

dotados con las tierras arrebatadas a aquellos que apoyaron la

insurrección. Mucha gente seguía muriendo en el camino de la

diáspora, ya sea de hambre, frío o amotinada en los pueblos del

al-Ándalus. Aurelius leía entre líneas el temor de su padre de ser

despojado de sus talleres y bienes en Granada. Las cartas termi‐naban asegurándole que la tía Nadia y él estaban a salvo gracias al

favor y a las influencias del Conde de Buendía, pero que aún no

era el mejor momento para regresar a casa.

omo el reader principal había anticipado, los aprendices

debían pasar la mayor parte del verano en Lincoln’s Inn

atendiendo por las mañanas los readings, que versaban sobre las

leyes emanadas del Parlamento Inglés. El Gran Salón del recinto

estaba dispuesto de forma que los aprendices de los primeros

plazos legales tomaran las mesas más cercanas al pódium y aque‐llos de plazos legales avanzados atendieran desde el fondo. Uno

de los readers invitados de ese verano era Míster James Dalton,

representante en el Parlamento Inglés por la ciudad de Saltash en

la región de Cornwall y admitido en la Sociedad de Lincoln’s Inn

como utter-barrister en el año de 1555. Míster Dalton era un

parlamentario conocido por todos, debido a su expulsión de

Lincoln’s Inn por herejía durante el reinado de Mary La Católica,

hermana de la reina Elizabeth. Pero su suerte cambió muy pronto

al ser readmitido durante el plazo de Trinidad de 1558, cuando la

Sociedad de Lincoln finalmente admitió que su expulsión había

sido odiosamente procesada y registrada en tiempos del papado,

por lo que tenía que ser completamente borrada y puesta al

olvido perpetuo.

UN VIAJE AL COMMON LAW

119

Page 128: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Hoy hablaré de la Ley de Uses del año de 1536 y de la Ley de

Testamentos del año de 1540 –comenzó por decir Míster Dalton

–. Mi cátedra podría limitarse a unos pocos minutos. Bastaría

decir que con la promulgación de la Ley de Uses el Parlamento

Inglés en el reinado de nuestro rey Enrique VIII invalidó todos

los uses creados por un enfeudador que no impusieran deberes

específicos sobre el fiduciario encomendado, con la consecuencia

de que los beneficiarios del use eran considerados propietarios de

la tierra y, por tanto, debían pagar los derechos debidos a su

señor feudal. Igualmente podría limitarme a mencionar que la

Ley de Testamentos hizo posible, por primera vez después de

cuatro siglos del common law, que los feudatarios pudieran, por

medio de un testamento, determinar libremente quién heredaría

sus tierras. Evidentemente, sería un error simplificar mi cátedra

en un área en constante evolución como lo es el derecho de la

propiedad feudal. Algunos de los aprendices de los primeros

plazos legales ni siquiera están al corriente del significado del

término use. Por esta razón, me propongo abordar ahora los

antecedentes de estas leyes del Parlamento. Durante mi exposi‐ción podremos realizar algunos ejercicios dialécticos para esti‐mular su aprendizaje. Comparto la creencia de que un barrister se

forma con la práctica diaria del debate, los moots y la asistencia a

las Cortes de Westminster durante los plazos legales. No

obstante, también creo que el método dialéctico de aprendizaje

utilizado en Oxford, mi otra alma mater antes de ingresar a

Lincoln’s Inn, sería muy útil en estas clases teóricas del verano.

Comencemos entonces.

Los aprendices del primer plazo legal se apresuraron a

remojar sus plumas en las pequeñas vasijas de tinta negra distri‐buidas en cada mesa. Los aprendices de plazos legales avanzados,

por su parte, realizaban tranquilamente bosquejos de rostros

femeninos, paisajes, caballos o bestias en espera de escuchar algo

relevante antes de posar la tinta sobre sus pergaminos.

– Como lo dije antes, estas dos leyes abolieron buena parte

EDGARDO MUÑOZ

120

Page 129: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

del derecho de use creado por las Cortes de Westminster durante

los últimos siglos. Sin embargo, tanto la Ley de Uses como la Ley

de Testamentos operan dentro de un derecho de la propiedad

feudal aún vigente y que no podemos pasar por alto. Si les parece,

hablaré entonces de los derechos del señor feudal, conforme al

common law, a efecto de entrar en contexto –propuso Míster

Dalton, sin esperar realmente la aprobación del grupo–. Sabemos

que, a partir del siglo XIII, aquel que ocupa la tierra por designio

de un señor feudal superior es considerado propietario conforme

a derecho. Desde entonces, el señor feudal no tiene un dominio

“total” sobre las tierras encomendadas al feudatario, pero, a pesar

de ello, aún retiene ciertos derechos sobre éstas. Primero, tiene

derecho de exigir que el feudatario ocupante ejecute el pago de

una renta por la explotación de la tierra conocida como ownershipof services. En principio, el señor feudal puede embargar él mismo

los bienes muebles de su siervo feudatario cuando este último

falta a su obligación de pagar sus services. El feudatario ocupante

de la tierra puede por su parte peticionar un writ of replevin, el

cual tiene acompañada la orden de la Corte de Peticiones

Comunes para que el señor feudal regrese los bienes muebles

embargados al comenzar el procedimiento. La Corte en este caso

determina quién tiene el derecho legítimo a los bienes embar‐gados por el señor feudal: éste al no recibir su pago de services o el

feudatario ocupante que los ha pagado a tiempo.

En ese instante, Aurelius recordó que La Novelle NaturaBrevium de Sir Anthony Fitzherbert clasificaba el writ of replevinen el grupo de ostensurus quare, en el que el demandado debía

explicar su mala conducta al despojar al reclamante de sus bienes

muebles. Sin embargo, Aurelius nunca se imaginó que el writ ofreplevin tenía su utilización primaria en el contexto del pago de

los servicios del feudatario al señor feudal.

– Díganme ahora ustedes, qué sucede si el señor feudal no

puede tomar por sí mismo ningún bien mueble del feudatario

que falta a su obligación de pagar sus services, debido a que éste

UN VIAJE AL COMMON LAW

121

Page 130: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

está ausente o el señor feudal no encuentra bien o fruto alguno

sobre la tierra encomendada –Míster Dalton instó a los pupilos a

responder.

– El señor feudal puede solicitar a la Cancillería un writ ofcustoms and services, para que la Corte de Peticiones Comunes

obligue al feudatario ocupante al pago de la renta de la tierra –

respondió Andrew.

– Muy bien. ¿Qué sucede entonces cuando el feudatario

ocupante falta a su obligación de pagar sus services permanen‐temente?

– Si el feudatario ocupante falta a su deber de pagar servicios

definitivamente, el señor feudal puede solicitar a la Cancillería

un writ of cessavit, que podría tener como efecto que la Corte de

Peticiones Comunes le otorgue el derecho de recuperar la

propiedad sobre dicha tierra –contestó Andrew, casi instintiva‐mente, por segunda vez.

– ¿Qué evidencia debe presentar el reclamante conforme a

dicho writ? –preguntó nuevamente Míster Dalton.

– Evidencia de que el siervo ocupante ha faltado a su obliga‐ción de pago de servicios por al menos dos años –agregó

Andrew, dejando perplejos al resto de los aprendices que en su

mayoría ignoraban los detalles de ese writ.– Vaya, el recusante católico es más astuto de lo que parece –

murmuró sin pudor uno de los aprendices del noveno plazo legal.

Al percatarse de las críticas a sus espaldas, Andrew se

prometió guardar silencio por el resto de la cátedra.

– Pasemos ahora al derecho del señor feudal de requerir

ayudas o aids a sus feudatarios en caso de encontrarse en dificul‐tades financieras. Conforme a las cláusulas duodécima y décimo‐quinta de la Magna Charta Libertatum, las ayudas se ven limitadas

a tres casos: uno, cuando el señor feudal necesita dinero para

rescatarse de un secuestro; dos, para investir como caballero a su

primogénito o, tres, para proveer la dote de su hija mayor. Estas

ayudas deben ser razonables, y la Magna Charta fijó la ayuda

EDGARDO MUÑOZ

122

Page 131: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

para la investidura de caballeros a 25 chelines por cada feudata‐rio. De igual forma, el señor feudal tiene derecho al pago de

multas por la transmisión de la tierra, llamadas fines on alienation.

Dado que la propiedad feudal es considerada una relación perso‐nal, la transmisión de la propiedad por sustitución, o sea, por

reemplazo de un feudatario por otro, requiere el consentimiento

del señor feudal. Por ello, el señor feudal puede cobrar por su

consentimiento o licencia para alienar. Esta multa debe ser razo‐nable, y el common law ha limitado la multa a un tercio del valor

anual de la tierra. Ustedes se preguntarán qué tienen que ver

estos derechos señoriales con la Ley de Uses. Con un poco de

paciencia veremos más tarde que éstas y otras cargas a los feuda‐tarios dieron origen a la institución de uses que finalmente fue

regulada por el Parlamento con dicha ley. Por ahora prosigamos

hablando de las cargas de los feudatarios frente a su señor –

propuso Míster Dalton, complacido de que al menos los apren‐dices de la parte delantera del Gran Salón parecieran antentos e

interesados por el tema–. Conforme al derecho feudal, en caso de

muerte del feudatario, la tierra regresa a su señor feudal. Si el

derecho del feudatario se limita a su vida, el señor feudal puede,

tras la muerte de aquél, elegir libremente un feudatario sustituto.

Pero si el derecho sobre la tierra del feudatario es heredable, el

señor feudal está obligado a reconocer al heredero primogénito

como propietario. A pesar de esta regla, el common law otorga al

señor feudal los frutos de la tierra del feudatario difunto hasta

que el heredero pague un relief por la liberación de la tierra

adquirida por herencia. Como ustedes saben, algunos señores

feudales abusivos son capaces de frustrar la herencia con la

demanda de pagos de relief excesivos. Estos casos de abuso

pueden ser llevados a la Corte de la Cancillería y tratados

conforme a los principios de equity. ¿Qué sucede entonces si el

feudatario muere sin dejar heredero primogénito? –cuestionó

Míster Dalton directamente a Andrew, convencido de que el

chico alto, guapo, de cabellos negros rizados conocía la respuesta.

UN VIAJE AL COMMON LAW

123

Page 132: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– No lo sé maestro –replicó Andrew ocultando la verdad.

– ¡Ah! Estaba seguro de que usted sabría responder ¿Cuál es

su nombre?

Andrew titubeó retardando lo inevitable.

– Andrew Thresham.

– ¿De los Tresham de Northamptonshire? –preguntó Míster

Dalton.

Andrew asintió con la cabeza mientras un rumor se apode‐raba del Gran Salón. Aurelius y Joseph estaban tan incómodos

como su amigo. Su falta de control al contestar las preguntas de

Míster Dalton hacía un momento había traído las consecuencias

nefastas anticipadas. Angustiado por la suerte de su amigo, Aure‐lius se aventuró a contestar consciente de que desconocía la

respuesta, pero a la primera sílaba fue parado en seco por un

Míster Dalton irritado por la intromisión y el cuchicheo invisible

a lo largo del salón.

– Sir Thomas Tresham es uno de los hombres más cultivados,

inteligentes y astutos de este reino. Me sorprendería que un

miembro de su linaje no supiera responder a esta pregunta.

¿Quién es tu tutor? –preguntó el reader insistente.

– Sir Albert Allen, maestro –dijo Andrew.

– Otro gran hombre que merece mi admiración –comentó

Míster Dalton.

Este último comentario ocasionó el silencio de los detractores

de Andrew. También los aliados del interrogado se preguntaban

si Míster Dalton era sincero al expresar su admiración por Sir

Thomas Tresham. No menos confundido por el halago, Andrew

se decidió a responder convencido de que, como quiera que

fuera, era inevitable poner en alto a su estirpe.

– Si el feudatario muere sin dejar heredero, la tierra necesa‐riamente regresa al señor feudal por virtud de escheat. De igual

forma, si el feudatario es sentenciado por crimen, su tierra

regresa al señor feudal por virtud de forfeiture, aunque para que el

señor feudal recupere la tierra en este supuesto también se utiliza

EDGARDO MUÑOZ

124

Page 133: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– C

el writ of escheat. Si el crimen cometido es el de traición a la reina,

en este caso, la tierra del convicto regresará directamente a la

Corona y los derechos de los señores intermedios se extinguen –

recordó Andrew.

La alegría de Joseph era manifiesta. Una enorme sonrisa

pendía desde sus oídos. Aurelius también estaba feliz de percibir

la complacencia provocada por la respuesta de su amigo en el

rostro Míster Dalton.

– No me equivoqué entonces. Mentía usted hace un

momento. Le diré algo joven Tresham, más vale el hombre que es

juzgado por sus convicciones que el que huye permanentemente

a la verdad. Sólo la verdad nos hará libres –recitó Míster Dalton.

– Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres, del Evan‐gelio según San Juan, capítulo 8, versículo 32 –pensó Aurelius,

conmovido por la evidencia del consejo, aunque para el resto de

los aprendices, el comentario de Míster Dalton no tenía sentido

¿Cómo un hombre reconocido por su lealtad al protestantismo y

a la reina Elizabeth podría aconsejar a un aprendiz proveniente

del seno de una familia católica recusante permanecer fiel a sus

convicciones? Sin embargo, el consejo reflejaba una evidencia

que transcendía a la religión, pensaba Aurelius. Míster Dalton

debió de haber experimentado la agonía de expresar “a medias”

su fe en el rito protestante durante el reinado de Mary La Cató‐lica. Si su amor a los aprendices de Lincoln’s Inn era sincero,

independientemente del rito que en su corazón albergaran, la

recomendación del reader tenía como propósito evitarle a

Andrew la mortificación de huir de sus convicciones constan‐temente.

ontinuemos entonces –sugirió Míster Dalton después

de la pausa ofrecida a los aprendices para estirar las

piernas y rellenar los tinteros–. Si el heredero del fallecido feuda‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 134: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tario es menor de edad y, por tanto, incapaz de ejecutar sus obli‐gaciones feudales, éste es sujeto a wardship, o sea, custodia. La

tierra regresa al señor feudal durante la infancia del heredero

para poder compensar los ingresos por la pérdida de los servicios

y el señor feudal debe proteger al infante y de ser necesario

proveerle entrenamiento militar. Conforme al common law, el

heredero debe, al final del día, heredar todo lo dejado por su

padre y, por esta razón, la Magna Charta prohíbe al tutor dila‐pidar el latifundio y lo obliga a rendir cuentas de los ingresos

retenidos cuando el heredero alcance la mayoría de edad a los

catorce años. Como ustedes saben, los tutores no sólo reciben en

custodia las tierras del heredero sino también su cuerpo. La regla

tiene su origen en la necesidad de protección del menor, aunque

algunos señores feudales no dejan pasar la oportunidad de explo‐tarlo. El señor feudal tiene además derecho a seleccionar un

matrimonio apropiado para el menor y, dado que los matrimo‐nios arreglados para jóvenes herederos o herederas involucran la

transferencia de bienes importantes, este derecho puede ser muy

valioso para muchos señores feudales. Además, aun cuando los

menores no pueden ser forzados al maridaje, dado que el consen‐timiento es un requisito para la verdadera unión y su ausencia es

la segunda causal de divorcio conforme a derecho canónico, si el

menor rechaza una propuesta de matrimonio apropiada, éste

debe compensar al señor feudal por el valor perdido. Y si el

menor se casa sin el consentimiento de su señor feudal, es

sancionado permaneciendo en custodia hasta que el señor feudal

reciba el doble del valor del matrimonio anticipado. La única

concesión legal otorgada al menor es que su tutor incumpla su

deber de custodia ofreciendo un matrimonio con alguien legal‐mente incapaz; como una viuda, un bastardo o un siervo sin

tierras, o físicamente incapaz, como una persona leprosa,

deforme, ciega o una mujer mayor sin posibilidades de concebir.

Míster Dalton bajó del estrado y se dirigió al fondo del Gran

Salón, donde algunos de los aprendices del doceavo plazo legal

EDGARDO MUÑOZ

126

Page 135: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

trataban de silenciar sus risas. A la altura de la penúltima mesa,

arrebató un folio de pergamino de las manos de David Lovat, que

contenía el dibujo de una mujer de vestido escotado, carnes

exuberantes y ojos vendados, fogosamente besada en el vientre

por un hombre de cierta edad y sin nariz. En la parte baja del

bosquejo se podía leer la pregunta: “¿Matrimonio nulo o inapro‐piado entre un señor feudal y una heredera?”. Sorprendido por

las excelentes dotes gráficas del aprendiz, Míster Dalton exclamó:

– Me parece una excelente representación legal del tema tratado

el día de hoy. Si no le importa, lo guardaré en mi despacho para

futuras referencias–. David Lovat, como el resto de los presentes,

se sorprendió de no ser reprimido por su conducta. Todo el

mundo hubiera esperado, a lo menos, su expulsión temporal del

recinto. En lugar de ello, Míster Dalton regresó tranquilamente

al pódium para continuar la cátedra.

– A lo largo de los años, estos derechos de un señor feudal

sobre los herederos, especialmente el derecho de retener los

frutos de la tierra del feudatario difunto hasta que el heredero

pague por la liberación de la tierra y el derecho de custodia sobre

menores, tuvieron como consecuencia la intervención del gremio

de los utter-barristers en el diseño de estrategias para proteger los

intereses de sus clientes feudatarios. Como pueden apreciar,

estos derechos feudales imponen una forma de impuesto, no sólo

a la muerte sino también a la herencia, y si la muerte no podía ser

evitada, la herencia sí. Por esta razón, los utter-barristers crearon

medios legales para que la tierra no fuera transferida al heredero

a la muerte del feudatario, sino antes, pero evitando la multa por

alienación a un tercero. La estrategia principal fue la creación de

la institución del use, reconocida por la Cortes en Westminster

hasta su abolición por la legislación que discutimos el día de hoy.

Súbitamente, el reader bajó del pódium de nueva cuenta y se

precipitó sobre David Lovat, quien reía cabeza baja al fondo del

Gran Salón. Míster Dalton lo tomó fuertemente de la oreja

derecha propiciando que el aprendiz caminara sobre la punta de

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 136: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

sus pies desde su lugar hasta la entrada del pasillo que desembo‐caba en la cocina.

– ¡No regrese hasta que aprenda a guardar silencio mientras

sus superiores hablan!– amenazó Míster Dalton exasperado, pero

al retomar su camino hacia el pódium comenzó a reír, al recordar

las múltiples ocasiones en que sus superiores lo habían senten‐ciado con las mismas palabras durante su estancia en Oxford y en

ese mismo recinto. Ya en el estrado, Míster Dalton tuvo

problemas para identificar el folio y la línea en que había dete‐nido su cátedra antes de reprender al dibujante. Molesto por el

retraso que esto ocasionaba, Míster Dalton prosiguió espontá‐neamente repitiendo buena parte de lo que había dicho antes.

– El use proveyó un escape al pago de los impuestos por

herencia y a la transferencia de la propiedad de la tierra, al

permitir disociar el título de propiedad del beneficiario conocido

como cestui que use o aquel que usa. Conforme al use, el feudata‐rio, convertido en enfeudador, podía encomendar a un tercero de

confianza, también llamado fiduciario, la administración de

ciertas tierras conforme a sus deseos en favor de los beneficiarios

designados. Al evitar la transmisión por herencia o alienación, el

use eximía al beneficiario de la obligación de pagar al señor

feudal por la liberación de la tierra. En resumidas cuentas, el useinvolucra tres partes: al enfeudador de la tierra, al fiduciario

encomendado y al beneficiario. A diferencia de otros métodos

utilizados para evadir los derechos feudales, el use daba al enfeu‐dador el poder de llevar al cabo sus deseos, por medio del fidu‐ciario encomendado durante su vida y después de su muerte.

Para el common law, el fiduciario encomendado no tenía nada que

ver con la tierra. Si éste tenía posesión legal de la tierra era sólo

como inquilino. De hecho, el enfeudador podía demandar al

fiduciario encomendado por invasión si éste hacía mal uso de la

tierra. De cualquier modo, los fiduciarios encomendados no

debían obstruir los deseos del enfeudador ni sacar ninguna

ganancia de la tierra encomendada. Para evitar el mal uso de las

EDGARDO MUÑOZ

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tierras, los enfeudadores elegían como fiduciarios a utter-barris‐ters de los Inns of Court. Aun así, los problemas entre enfeuda‐dores y fiduciarios fueron muy comunes. La Corte de la

Cancillería conoció de muchas disputas, dado que los fiduciarios

encomendados estaban obligados a cumplir los deseos de los

enfeudadores por una relación de fiducia y conciencia con éstos.

Dicha relación de conciencia no era reconocida por el commonlaw de la Corte de Peticiones Comunes o la Corte del Banco de la

Reina, pero sí por la Corte de la Cancillería conforme a los prin‐cipios de equity. Todo parecía ir a pedir de boca con la institución

del use hasta que su incremento a finales del siglo XV y

comienzos de nuestro siglo, ocasionó mermas en la hacienda de

la Corona, debido a la pérdida de la importante partida de dere‐chos feudales que dejó de percibir de los principales enfeudado‐res. Fue entonces que el rey Enrique VIII propuso su proyecto de

la Ley de Uses.Míster Dalton hizo una pausa para cerciorarse de que los

inner-barristers guardaban silencio en los últimos momentos de la

cátedra. Se preguntaba si valía la pena entrar en los detalles de los

antecedentes de la Ley de Uses. Antes de su entrada en vigor, el

rey Enrique VIII había visto su propuesta de ley ser rechazada en

dos ocasiones por el Parlamento Inglés. El rey no tuvo éxito con

el Parlamento hasta que la Corte de la Cancillería y la Corte de

Peticiones Comunes, por presión del monarca, comenzaron a

invalidar algunos uses por considerarlos fraudes a los modos

tradicionales de transferir la propiedad conforme al common lawo a la conciencia del Canciller, respectivamente. El caso utilizado

por la Corona para ejercer presión sobre el Parlamento fue Re

Lord Dacre of the South del año de 1536. En este caso fue deci‐dido que un use creado en vida por Lord Dacre, había privado al

rey de su derecho de custodia sobre el heredero de manera frau‐dulenta. Este antecedente era interesante desde el punto de vista

de que era el único ejemplo en la historia legal de Inglaterra en

que el Rey, incapaz de pasar una ley a través del Parlamento,

UN VIAJE AL COMMON LAW

129

Page 138: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

consiguió cambiar el common law en su lugar. Impaciente por

llevarse un bocado a la boca, Míster Dalton decidió tomar el

camino más corto hacia el final de su cátedra de ese día.

– La Ley de Uses no abolió los uses pasados, pues esto hubiera

significado que la mayor parte de la tierra en este reino quedara

en manos de los utter-barristers que casualmente actuaban como

fiduciarios encomendados de bienes de enfeudadores muertos.

En su lugar, la Ley de Uses estableció que el título de la propiedad

debía ser trasladado a los beneficiarios. Por dicha razón, la Ley de

Uses dispone que cuando un fiduciario recibe en encomienda una

propiedad para el uso de un beneficiario, este último debe ser

considerado como tenedor de la propiedad para todos los efec‐tos, propósitos e interpretaciones de la ley, de todas esas tierras

que mantenga o espere tener en uso. En otras palabras, cuando

un fiduciario tuviera en encomienda tierras para el uso de un

beneficiario, la Ley de Uses produciría el efecto de una transmi‐sión de la tierra del enfeudador al beneficiario. Por ello, la ley

considera que el fiduciario encomendado es un simple canal por

el que la tierra pasa en un instante al beneficiario. El propósito y

el efecto de esta ley es que el enfeudador siempre morirá

habiendo transmitido la tierra, y los derechos feudales que antes

discutimos serán impuestos al beneficiario.

–A menos que se trate de un arreglo en el que el enfeudador

transmita realmente la propiedad de la tierra al fiduciario enco‐mendado y éste reciba un pago por la administración de los

bienes a favor de los beneficiarios, para dar origen a la nueva

institución del trust –intervino Andrew, ahora sin congoja, desde

la segunda hilera de mesas.

– Correcto Míster Tresham, porque en ese caso el common lawsí reconoce al fiduciario como propietario de la tierra, y los dere‐chos que el enfeudador o los beneficiarios tienen contra aquél

sólo pueden reclamarse ante la Corte de la Cancillería –confirmó

Míster Dalton–. Pero el trust es otra historia. Como pueden

imaginar, el pueblo estaba muy enojado por la imposibilidad de

EDGARDO MUÑOZ

130

Page 139: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

utilizar el use, al menos como una forma que permitiera heredar a

la persona deseaba y no necesariamente al primogénito como lo

establecía el common law. Esta inconformidad fue la fuente de

disturbios en el norte del reino hasta que el Parlamento aprobó la

Ley de Testamentos en el año de 1540. Esta ley confirió por

primera vez a los feudatarios el poder de transferir sus tierras

libremente vía testamentos, siempre y cuando fueran hechos en

forma escrita, en folio firmado por el testador y en presencia de

dos testigos –concluyó Míster Dalton satisfecho.

a sesión de esa mañana terminó antes de lo anticipado.

Andrew, Joseph y Aurelius salieron hacia los jardines de

Lincoln’s Inn. El almuerzo no sería servido hasta el mediodía.

Nadie osaba comentar el incidente que Andrew había vivido

durante la cátedra de Míster Dalton. Finalmente, Joseph se aven‐turó a romper el hielo.

– ¿Qué les pareció la cátedra?

– Espera un poco Joseph –sugirió Andrew adentrándose al

área de los rosales que flanqueaban el campo en el que algunos

aprendices del primer plazo legal comenzaban a sembrar los

postes de una portería y a patear la bola de un lado a otro. Una

vez entre las rosas cuyos botones explotaban diariamente en ese

verano húmedo, Andrew afirmó: – Me parece que es un buen

reader.

– ¿Crees que haya sido sincero en su recomendación de

permanecer fiel a tus convicciones? –preguntó Joseph.

– Creo que fue sincero –intervino Aurelius sin que nadie se lo

pidiera–. Ponte un poco en sus zapatos, Míster Dalton es un

hombre de convicciones que aprecia a los hombres de su tipo.

– Pero me temo que su aprecio no se extiende a la diversidad

de profesiones religiosas, es uno de los defensores públicos de la

fe anglicana en la Corte de su majestad Elizabeth –replicó Joseph.

UN VIAJE AL COMMON LAW

131

Page 140: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– He ahí el problema de éste y todos los reinos de Europa –se

quejó Aurelius–. Parece imposible que dos religiones convivan en

un mismo pueblo.

– Por supuesto, pues sólo existe una religión verdadera para

la salvación –intervino Andrew molesto–. La falta de convi‐vencia no es el problema sino la ceguera de sus poblaciones ante

Jesucristo quien se expresa a través del Papa.

– ¿Entonces de verdad crees que después de tu muerte tú te

salvarás, habitando en el cielo, mientras que Joseph pasará sus

días en el infierno y yo posiblemente en el purgatorio por haber

pasado de una religión a otra? –indagó Aurelius.

– No, si en el último momento de sus vidas se arrepienten y

reciben el perdón de un sacerdote católico –dijo Andrew.

– El infierno debe ser un lugar bastante grande para albergar

a protestantes, anglicanos, musulmanes y judíos. Y lo increíble es

que todos los profesantes de esas religiones piensan precisamente

que su propia religión es el único camino hacia la salvación –

replicó Aurelius.

– ¡Eso es herejía! –protestaron Joseph y Andrew abalanzando

las palmas de sus manos sobre la boca de Aurelius, quien los

esquivó, no sin antes recibir un golpe con el codo de Andrew.

– ¿No les parece que Dios es lo suficientemente bueno para

juzgar a sus hijos con base en su comportamiento hacia los

demás y no por la manera en que decidimos comunicarlos con él?

–insistió el aprendiz castellano.

– ¡Aurelius! Harás que nos maten si alguien te escucha –se

mortificó Joseph.

– Muy bien. Está bien. Lo siento. Tengo hambre. Comienzo a

divagar –dijo Aurelius.

– Regresemos al Gran Salón antes de que los aprendices del

doceavo plazo legal acaben con la sopa y el pan –propuso

Andrew.

Al ingresar al Gran Salón, Harry Lyon, un aprendiz del sexto

plazo, sujetó a Joseph por la espalda y le susurró al oído: – ¿Te

EDGARDO MUÑOZ

132

Page 141: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

han convertido al papismo tus nuevos amigos? Recuerda la suerte

de tu bisabuelo–. Joseph giró rápidamente el dorso y le propinó

una bofetada en la mejilla a su asaltante que a su vez respondió

con un puñetazo en el ojo derecho. Andrew, que era más grande,

cogió el brazo izquierdo de Harry Lyon, aplicándole un candado

a la altura de la rabadilla y forzándolo a posar pecho y rostro

sobre la mesa más próxima. Enseguida, un grupo de cuatro lo

rodearon. Era la guerra. Joseph vociferaba maldiciones mientras

que Aurelius se abría paso entre los agresores para cubrir las

espaldas de Andrew. Un movimiento en falso y el comedor

completo estaría liado en una batalla. Quizá entonces se sabría

qué aprendices provenían de familias aún simpatizantes del cato‐licismo. Los aprendices de los últimos plazos miraban desde

lejos, conscientes del riesgo de ser expulsados meses antes de ser

llamados a la barra. Andrew soltó lentamente a Harry Lyon. Peter

Lambert, el amigo inseparable de Harry Lyon, tiró una patada a

Joseph que Aurelius interceptó con la suela de su zapato

izquierdo. En ese mismo instante, Uric, asistente del decano de

Lincoln’s Inn, llamó al orden desde el estrado. Todo estaba dicho,

las intrigas que rodeaban a la nobleza del reino se manifestaban

también en el recinto. De ahora en adelante, Andrew y todos

aquellos que lo frecuentaran se convertirían en los enemigos de

la fe mayoritaria.

UN VIAJE AL COMMON LAW

133

Page 142: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

C O N V E N I O S Y D E U D A S

10

l reloj central marcaba las tres horas de la tarde cuando en

la sala de lectura contigua a la biblioteca, Christian Baker,

moderador de esa tarde, venía de anunciar el tema del debate en

el que Andrew Tresham enfrentaría a John Clifford, uno de los

mejores amigos de Harry Lyon. El incidente ocurrido después de

la cátedra de Míster Dalton había desatado una rivalidad decla‐rada entre el clan liderado por los estudiantes anglicanos de

Londres contra aquellos que simpatizaran con Andrew Tresham,

en especial del norte de la isla. La tensión en el recinto era una

pequeña muestra de la situación en todo el reino. Hacía tan sólo

unas semanas que, en Francia, durante la noche de San Barto‐lomé, cientos de protestantes franceses invitados a París para la

boda de Enrique de Navarra con Margarita de Valois, habían sido

masacrados por franceses católicos frente a los ojos de los emba‐jadores ingleses Sir Francis Walsingham y Sir Walter Raleigh.

Atrocidades similares en otras partes de Francia resultaron en

134

Page 143: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

miles de muertes, causando pánico y tensión en Inglaterra por la

posibilidad de una invasión católica apoyada por ingleses simpa‐tizantes del Papa.

Atraídos por el morbo de la batalla oral que se avecinaba en el

salón de lectura, los aprendices de plazos inferiores se amoti‐naron ahí, mientras que aquellos de plazos legales superiores

comenzaban ya un debate holgado en la biblioteca, desintere‐sados de las riñas de los menores. Joseph y Aurelius ocupaban los

espacios en primera fila. Taciturnos, hacían un gran esfuerzo por

controlar sus impulsos ante las manifestaciones de menosprecio

que algunos, entre dientes, lanzaban a Andrew. Lidiar con el

ambiente de tensión de las últimas semanas no había sido fácil. El

trío asistía todas las mañanas a la misa anglicana en la capilla de

Lincoln’s Inn, con el propósito de no poner en duda su

obediencia al rito oficial. Uric había alertado al Decano sobre el

altercado que Andrew Tresham, el aprendiz castellano y el

bisnieto de Sir Thomas More habían tenido con algunos de los

aprendices provenientes de la nobleza londinense. Tras escuchar

la narración del incidente, Sir Huber pidió a su asistente

mantener los ojos abiertos y evitar, a cualquier precio, el tipo de

peleas religiosas que habían sido ya reportadas tanto en Gray’s

Inn como en Middle Temple Inn.

– Sería catastrófico si su majestad la reina decidiera llevar a

cabo una investigación interna en nuestro recinto del tipo que su

hermana Mary La Católica comandó durante su reinado –

comentó el decano.

– Despreocúpese maestro, vigilaré de cerca a los aprendices

del noveno y quinto plazos legales donde se concentran los

subversivos –lo tranquilizó Uric.

El tema del debate no podía ser más acorde con el momento:

“¿Debe la conciencia interna de un hombre estar sujeta a las

mismas leyes que rigen la convivencia social?”. Aquel que lo había

elegido tenía seguramente el propósito de encender una mecha

inextinguible hacia la tragedia. Al percatarse del contenido del

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 144: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

debate, Uric se anticipó para designar los roles de los oradores.

Andrew argumentaría a favor de aplicar las leyes del reino a la

conciencia interna, mientras que John Clifford haría lo opuesto.

La desilusión de los asistentes no fue disimulada. El público espe‐raba una lucha personal; en la que Andrew abogara por una

libertad de conciencia interna, no restringida por las leyes del

hombre, y en la que, por otro lado, John Clifford esgrimiera que

la reina es la cabeza espiritual de este reino y, consecuentemente,

las leyes acordes a su conciencia deben ser impuestas a la

conciencia de sus súbditos. En lugar de ello, Andrew vacilaba en

cada uno de sus argumentos, causándose heridas al reflexionar

sobre el valor lógico que la política de la reina tenía al someter la

conciencia de sus súbditos. John Clifford, por otro lado,

confundía a los asistentes al argumentar elocuentemente a favor

de una conciencia libre de obstáculos reales, siempre y cuando

los actos del individuo frente a los otros y su propio rey se ajus‐taran al derecho del reino. El público miraba inconforme el

desarrollo de un combate de caballeros sin lanzas ni espadas.

Para Aurelius, la idea de Uric de cambiar los roles de la argumen‐tación era fabulosa. El ejercicio forzaba a los dos bandos a reco‐nocer los méritos de ambas posturas, a ponerse en los zapatos del

otro por un momento, y a admitir la otra cara de la moneda. El

debate llegaba a su fin cuando la mano de Paul Clark, el virtuoso

del virginal y compañero de Aurelius en varias composiciones

musicales propias, se posó sobre el hombro derecho del

castellano.

– Míster Cheddar te busca. Te espera en su despacho.

– Gracias Paul –replicó Aurelius lanzando un guiño a Andrew

como muestra de felicitación por su actuación en el debate, antes

de retirarse del salón de lectura.

EDGARDO MUÑOZ

136

Page 145: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

A urelius tomó la ruta de los jardines para llegar hasta el

edificio aledaño al Gran Salón que albergaba los despa‐chos de los utter-barristers. La puerta de la oficina de Míster

Cheddar estaba entreabierta. Sonó firmemente con los nudillos y

esperó la indicación de su maestro para entrar. Al escuchar una

voz remota, giró a sus espaldas buscando al fondo del pasillo. El

corredor estaba desierto. Aurelius empujó ligeramente la puerta,

esperando ver a Míster Cheddar concentrado en algún perga‐mino. El asiento del maestro estaba vacío. El aprendiz se disponía

a partir cuando Míster Cheddar repitió: – Aquí abajo Aurelius.

– Disculpe maestro, no lo había visto. ¿Puedo ayudar en algo?

– se ofreció Aurelius al encontrar a Míster Cheddar de rodillas

frente a un estante repleto de libros y pergaminos dispuestos

detrás de la puerta.

– Sí, ven aquí, hace horas que busco el deed of covenant en el

que Sir Dante Constantino se obligó a construir un barco

mercante para Lord Simon. Tampoco encuentro el deed de

garantía en caso de incumplimiento –exclamó el utter-barristerque sudaba ya, despeinado por sus propias manos que inquietas

iban y regresaban de los pergaminos a su cabeza confundido.

– ¿Quiere decir el barco que Sir Constantino construye ahora

en los astilleros de Chatham Church? –preguntó Aurelius,

presintiendo una respuesta funesta.

– El barco que se suponía Sir Constantino debió haber finali‐zado y entregado a Lord Simon al inicio del plazo de Michaelmas

–respondió Míster Cheddar–. Hace un mes me aseguró que casi

había terminado. Hacía falta sólo recibir una orden de sogas para

atar las velas a los mastines; pero ayer, al presentarme en

Chatham Church, uno de sus subordinados me informó que el

barco que buscaba había zarpado una semana antes con destino

al puerto Amberes en Flandes, donde se entregó a su propietario,

Lancelot I Schetz de la casa mercante de Schetz de

Grobbendonk.

UN VIAJE AL COMMON LAW

137

Page 146: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Aurelius conocía bien la historia detrás del convenio que

Lord Simon había sellado con el ingeniero de naves Sir Dante

Constantino, el padre de su compañero Roman. El alza en el

precio del transporte marítimo, ocasionado por el gran número

de barcos asignados a la exploración del nuevo continente, había

alentado a su tío a adquirir un navío mercante para el transporte

de sus propias mercancías. Pero corto de dinero en esos

momentos, debido al próximo matrimonio de su primogénita

Anne con Arthur La Croix, hijo menor del barón del Valle Bajo,

Lord Simon buscó la participación de sus socios el Conde de

Buendía y el padre de Aurelius, Martín, quienes en conjunto

aportaron el sesenta por ciento del capital necesario para la

construcción del navío mercante encomendado a Sir Constan‐tino, y que ahora parecía haber sido vendido por segunda

ocasión a otro comprador. Por primera vez, Aurelius se veía

involucrado en un caso cuyo resultado afectaba a su familia

directamente. Hasta entonces, había visto pasar los casos argu‐mentados por Míster Cheddar con el mismo interés y la afec‐ción con que escuchaba a sus compañeros de plazos legales

superiores argumentar en los moots todas las noches. Pero esta

vez era diferente, el capital de los suyos estaba en riesgo. Un

chorro de adrenalina corría por su pecho mientras pensaba en

los posibles desenlaces, cuando bruscamente, aunque agotado de

angustia, su maestro exclamó: – No se saldrá con la suya ese

estafador. Estaba seguro de haber guardado los deeds of covenanty de garantía bajo llave en mi caja secreta, mañana a primera

hora irás a la Cancillería a solicitar un writ of covenant en

conjunto con otro de deuda, sólo espero que encontremos esos

deeds hoy.

– Sí, maestro, no se preocupe, los encontraremos –prometió

Aurelius y, sin estar seguro de ello, se puso manos a la obra en el

mismo rincón donde su maestro buscaba. Mientras tanto, Míster

Cheddar tomó su asiento pensando en una explicación para tan

misterioso extravío. En intervalos, también recorría las opciones

EDGARDO MUÑOZ

138

Page 147: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de acciones que el common law proveía para ejecutar la promesa

realizada por Sir Constantino.

– ¿Qué tipo de promesas o acuerdos pueden ser ejecutados y

cómo?, ¿qué acciones están disponibles para ejecutar dichas

promesas o acuerdos? –balbuceaba Míster Cheddar haciendo un

recuento de su saber contractual que Aurelius escuchaba con

atención mientras espulgaba la parte baja de los libreros–. En los

pueblos a las afueras de Londres, la respuesta sería simple, pues el

reclamante sólo tiene que entablar su demanda en la forma ordi‐naria y probar su reclamación con el juramento de dos testigos.

Pero en las Cortes de Westminster, estos asuntos son regidos por

el sistema de writs.– Pues entonces solicitemos el writ of covenant a la Cancillería

–sugirió Aurelius extrañado por la preocupación de Míster

Cheddar.

– Lo sé, pero en las Cortes reales la única evidencia aceptada

para probar la existencia de un convenio conforme al writ of cove‐nant es un deed, un documento por escrito y con el sello de los

contratantes –respondió el abogado.

– ¿Ineludiblemente? –insistió Aurelius.

– Desde hace algunos siglos, sí –confirmó afligido su maes‐tro–. Un yearbook del siglo XIII reporta un caso ocurrido en el

circuito de Londres. Un writ of covenant fue interpuesto contra un

transportista que había prometido llevar un cargamento de heno

desde Waltham hasta Londres, incumpliendo su promesa. La

acción no prosperó por falta de deed. El utter-barrister del recla‐mante protestó que, sin duda, no era necesario tener un deed para

un cargamento de heno, pero el juez Herle replicó que la Corte

no cambiaría el derecho por un cargazón de pastura. Desde

entonces, la política de excluir casos menores de las manos de las

Cortes en Westminster se ha convertido en regla absoluta. Y más

que una regla sobre el tipo de prueba, el deed es un requisito para

establecer la jurisdicción de las Cortes de Westminster. Por eso,

me pregunto si habría forma de llevar una futura reclamación

UN VIAJE AL COMMON LAW

139

Page 148: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

fuera de la jurisdicción de Westminster Hall, quizá a Chatham

Church donde debió ser construida la embarcación. No. No creo

que sea una buena idea, porque esto supondría la intervención de

jueces de probidad dudosa. Sin contar los gastos de transporte y

hospedaje en Medway –se contestó a sí mismo el utter-barrister de

Lincoln’s Inn.

– Debemos entonces encontrar el deed –pensó Aurelius mien‐tras examinaba montones de documentos sin tener una idea clara

de la apariencia del deed que buscaba–. Encontré algo –exclamó

tendiendo a Míster Cheddar un altero de legajos sellados.

– No, no, no. Éste es un deed de renta, éste es un deed de

garantía de conformidad de la cosecha. Los deeds no son exclu‐sivos de las compraventas, sino un medio probatorio de cualquier

reclamación que de otro modo estaría basada en la simple

palabra del reclamante. La intención de un hombre es tan secreta

que es casi imposible descubrirla sin un deed que dé testimonio

de ella –instruyó Míster Cheddar posando los folios sobre el

escritorio.

– No me parece que sea justo requerir siempre un deed para

poder hacer ejecutar una promesa. ¿Qué pasa con los convenios

orales que se realizan todos los días? –preguntó Aurelius.

– Es cierto que no todo convenio puede ser plasmado en un

documento, pero tampoco podemos molestar a las Cortes de

Westminster con convenios orales. El daño causado en el caso del

transportista de heno de Londres a Waltham se debió quizá a una

mala estrategia legal. El reclamante hubiera tenido éxito, sin

lugar a dudas, si el caso no hubiera sido conocido por un juez de

Westminster. En las Cortes locales de cualquier otro condado, los

convenios pueden hacerse ejecutar sin mediar un deed. Además,

en este caso el reclamante no sólo eligió mal a la Corte sino

también el writ que pudo haber cumplido los mismos fines del

writ of covenant –comentó Míster Cheddar.

– ¿Qué quiere decir maestro? –preguntó Aurelius con sincera

curiosidad.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 149: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Como propietario del cargamento ya puesto a disposición

del transportista en Londres, el reclamante pudo haber solicitado

un writ of detinue para la devolución de sus bienes en ese lugar. A

diferencia del writ of covenant, el writ of detinue no requiere un

documento sellado que ateste el derecho a la devolución de los

bienes. La iniciación del procedimiento conlleva la obligación del

demandado de regresar los dineros u objetos en su poder, lo que

obligaría al transportista a trasladar los bienes a Waltham para

entregarlos a su dueño –explicó el abogado.

– Eso sí que hubiera sido muy inteligente –admitió Aurelius–.

Debemos entonces encontrar ese deed of covenant, así la Corte de

Peticiones Comunes podrá obligar a Sir Constantino a entregar

el barco comandado sin mayor evidencia, otra que el documento

que cargue su sello.

– Me temo que el writ of covenant no nos servirá para eso.

Desde hace algunas décadas no es posible obtener el cumpli‐miento específico de la Corte de Peticiones Comunes, para ello

debemos acudir a la Corte de la Cancillería que podría otorgar la

acción de cumplimiento forzoso si la justicia lo amerita, pero

sólo en caso de no existir un writ que resarza íntegramente los

daños del reclamante –respondió Míster Cheddar, ocasionando

que Aurelius se levantara del piso, soltara los folios que tenía en

sus manos y lo mirara con un signo de interrogación en el rostro.

–¿Entonces para qué buscar el deed que plasmaba el acuerdo?

–se preguntó Aurelius, que no entendía por qué su maestro le

había mandado presentarse el día siguiente a la Cancillería para

solicitar el writ of covenant e interponerlo ante la Corte de Peti‐ciones Comunes, dado que ahora escuchaba que era inútil asistir

a esa Corte para conseguir que Sir Constantino cumpliera con la

construcción y entrega del navío mercante. Al percatarse de las

interrogantes que se reflejaban en los ojos de su discípulo, Míster

Cheddar exclamó: – Debido a que el writ of covenant no trae

aparejada la ejecución de prestaciones, salvo las que se esta‐blezcan en dinero, la técnica legal de un buen barrister requiere

UN VIAJE AL COMMON LAW

141

Page 150: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

que se precise de antemano qué sucederá en caso de violación del

convenio, por ejemplo, que el deudor de la obligación pague una

deuda líquida al acreedor.

Aurelius reflexionó un poco acerca de lo que acababa de escu‐char. – Creo que entiendo ahora –finalmente dijo–, por ello me

pidió solicitar a la Cancillería tanto el writ of covenant como el

writ of debt, a efecto de reclamar ante la Corte de Peticiones

Comunes que, al haber Lord Simon ejecutado su contrapresta‐ción en el convenio, existe una relación de acreedor y deudor

entre él y Sir Constantino y, por tanto, este último debe pagar

una deuda vencida.

– No –replicó Míster Cheddar, apresurándose a corregir las

imprecisiones en el razonamiento de Aurelius–. Conforme al

common law, el comprador tiene quid pro quo, o sea, una deuda del

precio, por los bienes entregados, el inquilino una deuda por el

uso de inmueble habitado, el cliente tiene una razón de deuda

por los servicios recibidos. Por ejemplo, si un carpintero fuera

contratado para construir una casa por £100, existe un covenantque lo obliga a ejecutar su prestación, pero no es hasta que cons‐truye y entrega la casa que tiene derecho a la acción de deuda por

sus £100 contra el comprador. En este caso que nos ocupa, sin

embargo, el writ of covenant no otorga razón de deuda a Lord

Simon, porque la obligación de Sir Constantino consiste en

fabricar y entregar un objeto, mas no dinero.

– Ya entiendo –exclamó Aurelius–. El supuesto contrario sí

permitiría entonces la acción bajo el writ of debt, o sea, que Sir

Constantino hubiera fabricado y entregado el barco mercante

conforme al deed of covenant y Lord Simon no hubiera cumplido

con el pago estipulado en el mismo covenant. En ese caso, la falta

de pago del precio crea una deuda líquida que es exigible a

Lord Simon.

– Correcto Aurelius –confirmó el utter-barrister, explicando a

su pupilo que en el caso concreto sólo se podría recuperar la

suma invertida por Lord Simon por medio del writ of debt, si

EDGARDO MUÑOZ

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Page 151: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

encontraban el deed de garantía sellado por Sir Constantino en el

que reconocía que la suma en dinero ahí fijada le sería exigible en

caso de falta de entrega de la embarcación–. En todos los conve‐nios importantes de este reino, es práctica común que una o

ambas partes suscriban este tipo de garantías de pagar una suma

de dinero a la otra parte, a menos que cierta condición sea ejecu‐tada. Si la condición se incumple, la garantía es aplicada en forma

de una pena exigible. Pero tampoco encuentro el deed de garantía

sellado por Sir Constantino, recuerdo haberlo guardado en el

mismo lugar que el writ of covenant. ¡Sigue buscando Aurelius! –

exclamó Míster Cheddar al borde de la desesperación.

– Maestro, para ser honesto, no sé realmente lo que estoy

buscando, ¿se trata de una carta en sobre o un pergamino? –

indagó Aurelius.

– No lo recuerdo. Mira… el documento que buscamos debe

declarar algo así como “Yo, Sir Constantino, estoy firmemente

obligado a pagar a Lord Simon del Valle Alto £200 el primer día

del plazo de Michaelmas del año de 1572”.

– ¿Ese sería el deed de garantía? –preguntó el joven castellano.

– Correcto –confirmó su maestro–. También debe estipular

la condición en los términos del convenio. El deed de garantía que

buscamos decía algo así como “La condición de esta obligación es

que en caso de que yo, Sir Constantino, construya y entregue un

barco de carga conforme a las siguientes especificaciones antes

del primer día del plazo de Michaelmas de 1572, entonces esta

obligación de pago será nula; de otro modo seguirá vigente y será

exigible a partir la fecha antes estipulada”. Como puedes ver, la

ventaja que tiene este instrumento con respecto a un convenio

simple es que una suma cierta en dinero, fijada de antemano

como deuda líquida, pude ser reclamada por cualquier falta de

ejecución de la condición.

– Sí, maestro. Me recuerda la garantía de arbitraje que

utilizan los mercaderes del puerto de Londres para ejecutar, con

penas convenidas en un contrato, cualquier laudo futuro emitido

UN VIAJE AL COMMON LAW

143

Page 152: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

por árbitros. Pero ¿no le parece que este tipo de reglas probato‐rias o de jurisdicción provoca que la relación entre las partes no

sea regida por el convenio, sino por el common law sobre los deedsy las condiciones? –dijo Aurelius, quien consideraba que, al

existir la deuda de una obligación respaldada por el deed, las

verdaderas circunstancias de la relación eran de importancia

subsidiaria, comparadas con la garantía colateral, e impedía a las

cortes realizar una determinación profunda sobre si existía o no

incumplimiento del convenio principal y sus circunstancias.

– Tienes razón –aceptó el maestro complacido por la evolu‐ción en su discípulo–. Pero el common law siempre privilegiará la

efectividad de la práctica de la prueba sobre una justicia perfecta

para todos los casos. Un deed tiene una naturaleza tan superior

para propósitos probatorios que pocas defensas orales o parolevidences son permitidas contra éste. La única defensa disponible

al demandado es demostrar que el documento es por alguna

razón nulo. Por ejemplo, probar que el deed no fue sellado por el

deudor, le permitiría argumentar que ni siquiera se trata de un

deed. También podría probar que se trata de una falsificación, o

que fue engañado al firmarlo, porque era analfabeto, o que la

lectura de su contenido había sido distorsionada. El deed también

puede ser invalidado por haber sido sellado a la fuerza o con

incapacidad. Aquí la evidencia oral es admitida, ya que tales

reclamaciones no son parte del deed mismo. Todas estas defensas

intentan destruir el deed, pero cuando el demandado admite su

validez, este último no puede argumentar defensas. Si el deedestablece que el demandado debe dinero, no existe evidencia oral

alguna para demostrar lo contrario.

– ¿Quiere esto decir que el demandado puede ser forzado a

pagar dos o más veces la misma deuda mientras el deed que la

atesta se encuentre en poder del acreedor? –cuestionó Aurelius.

– La Corte de Peticiones Comunes ha sostenido, repetida‐mente, que no requerir la destrucción del deed una vez saldada su

deuda es pura torpeza del deudor. Aun si la garantía es pagada, y

EDGARDO MUÑOZ

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Page 153: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

A

el deed regresa al deudor, no existe defensa si el acreedor nueva‐mente obtiene el deed de forma ilegal y entabla una nueva acción

con base en éste. No existe modo en este mundo de que un deedpueda ser contradicho por evidencia oral. Como fue comentado

en el caso de Waberely v. Cockerel hace algunos años, es mejor

que un demandado sufra por su propia torpeza o por la maldad

de otro, que causar inconvenientes a muchos, pues ello implicaría

pasar por alto el derecho probatorio de las Cortes de Westmins‐ter. Si se permitiera que la evidencia escrita fuera vencida o

anulada por la palabra desnuda, un escrito no tendría mayor

valor que un hecho alegado verbalmente.

– Parece injusto que un deudor tenga que pagar dos veces una

misma deuda ya saldada –pensó Aurelius.

– Supongo que no estás convencido de la justicia del commonlaw al respecto. Pero no te preocupes, la solución puede estar en

el derecho de equity –dijo Míster Cheddar como si leyera los

pensamientos de su discípulo–. Desde hace algunos años, la

Corte de la Cancillería también ha sostenido que recuperar más

de lo que el acreedor realmente perdió es usurero, o sea, falto de

conciencia; por lo que si el acreedor intenta extraer dos veces la

misma deuda o más de la pérdida realmente sufrida, el deman‐dado puede ser liberado de su obligación por la Corte de la

Cancillería y pagar sólo lo que es justo conforme a la equity.

urelius continuó buscando entre montañas de folios,

yearbooks y copas de madera vacías olvidadas en las repi‐sas. Míster Cheddar estaba convencido de que el muchacho no

encontraría nada. Alguien había extraído maliciosamente los

deeds of covenant y de garantía de la caja secreta empotrada en uno

de los muros de su oficina y cubierta por una serie de yearbooksdel siglo XV. No obstante, Míster Cheddar necesitaba de una

persona confiable que diera testimonio de su desesperación y de

UN VIAJE AL COMMON LAW

145

Page 154: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

los medios invertidos para encontrar los deeds extraviados. Súbi‐tamente, Aurelius exclamó– Maestro, con su permiso, ¿no cree

usted que alguien pudo haber robado los deeds de su caja secreta?

– ¿Quién podría haber realizado tal crimen? –replicó Míster

Cheddar fingiendo sorpresa e interés por la constatación de su

discípulo.

– Sé que difamar a una persona es también sancionable, pero,

lo que diré es sólo una sospecha.

– Anda Aurelius, no me temas, ¿quién crees que sustrajo los

deeds? –preguntó Míster Cheddar con una insistencia sincera.

– Sir Constantino.

– ¿Quieres decir que el ingeniero de naves visitó Lincoln’s

Inn, ingresó a este despacho, ex profeso rae, para llevarse consigo

los deeds of covenant y de garantía que firmó hace un año? –

preguntó Míster Cheddar, curioso de saber hasta dónde llegaban

las sospechas del aprendiz.

– Usted lo ha dicho antes maestro –respondió Aurelius–. Así

como se puede cobrar dos veces la misma deuda si el deed no es

regresado al deudor y destruido por éste después de saldada,

también es imposible ejecutar cualquier deuda o convenio si el

deed que los atesta cae en posesión del deudor antes que se vuelva

exigible. Quizá Sir Constantino no extrajo él mismo los deeds de

su despacho, pero lo pudo hacer alguien que actuó bajo sus

órdenes.

– ¿Tienes algún nombre? –le instó el maestro.

– Roman Constantino, hijo de Sir Constantino, es un inner-barrister del noveno plazo legal en este recinto. El maestro de

Roman, Sir Beauchamp, tiene su despacho a tan sólo dos puertas

de éste –comentó Aurelius.

– Pensé que el discípulo de Sir Beauchamp era el hijo de

Francis Beck –respondió el utter-barrister.

– ¿Se refiere a Samuel Beck? Sí lo es, pero Sir Beauchamp

tiene dos discípulos, el segundo es Roman Constantino.

– Tiene sentido –balbuceó Míster Cheddar prensando con los

EDGARDO MUÑOZ

146

Page 155: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

labios la pluma con incrustaciones de gemas preciosas y piedra

lapislázuli que Aurelius le ofreció en su primer encuentro.

Sir Beauchamp era un viejo tiburón capaz de hacer cualquier

cosa. Míster Cheddar recordaba que, en las últimas semanas, una

luz en el despacho de Sir Beauchamp permanecía encendida

hasta tarde. Era extraño, dado que usualmente se alejaba de sus

deberes en punto de las tres de la tarde. De hecho, no hacía

mucho lo había interpelado al respecto en una de las cenas ofre‐cidas en el Gran Salón. Éste le había confiado que una enfer‐medad extraña padecida por su hija menor, lo obligaba a trabajar

largas horas para pagar los honorarios de los físicos que la aten‐dían día y noche. Lo que parecía aún más insólito, pues era muy

sabido que el veterano abogado de Lincoln’s Inn ofrecía aún, muy

recurrentemente, cenas y festines en sus apartamentos aledaños a

St. James Park. Era probable que Sir Beauchamp haya aprove‐chado una noche, cuando el edificio de las chambers estaba

desierto, para infiltrase en la oficina de Míster Cheddar. De ser

así, su expulsión de la Sociedad de Lincoln’s Inn sería automática.

Pero, ¿sería capaz de poner en juego su profesión de barrister por

un robo de documentos por un monto de £200? Míster Cheddar

necesitaba pruebas, pues era ridículo acusar a Sir Beauchamp de

robo y de quebrantar los estatutos de la Sociedad sin evidencia

alguna. La mayoría de los miembros del Consejo era Serjeants atlaw o utter-barristers contemporáneos suyos. Sin duda se reusa‐rían a comenzar procedimientos disciplinarios con base en una

simple acusación como ésta.

– ¿Ves algo extraño?

– ¿Algo extraño?, ¿dónde maestro?

– Aquí, en mi despacho. ¿Alguna prueba de invasión o robo? –

preguntó Míster Cheddar.

– Usted mencionó que los deeds estaban guarecidos bajo llave

dentro de su caja secreta. Alguien debió primero tomar su llave,

porque la cerradura de la caja no muestra signos de fricción –

comentó Aurelius.

UN VIAJE AL COMMON LAW

147

Page 156: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Pero siempre que regreso a casa llevo esta llave conmigo.

¿Cómo pudo alguien tomarla sin que me percatara de ello? Debe

tratarse de un ladrón profesional. Quizá de un herrero capaz de

diseñar una llave con sólo mirar el orificio de la cerradura –

supuso Míster Cheddar.

– ¿Está seguro de que siempre lleva la llave consigo, maestro?

– Cuando necesito guardar o extraer algo de la caja, usual‐mente la tomo de mi bolsillo y la devuelvo ahí mismo; a menos

que deba examinar algún documento que más tarde deba

regresar ahí.

– ¿Qué hace con la llave en tales casos?

– Se queda en la cerradura –respondió Míster Cheddar.

– ¿A la vista?

– Claro, si estoy aquí adentro no hay peligro alguno. A menos

que se trate de un fantasma.

– ¿Qué ocurre si necesita satisfacer sus necesidades biológicas

entre tanto examina un documento de la caja?

– ¿Si quiero orinar?

– Sí. O comer, beber, dormir –dijo Aurelius.

– Si tengo sed, bebo aquí. Si tengo sueño durante el día,

duermo en mi silla. Si debo orinar, voy a los jardines traseros y si

tengo hambre voy a la cocina o al Gran Salón. Pareces tener

vocación de espía real Aurelius –reconoció el tutor del joven

castellano quien, efectivamente, parecía tener la intuición nece‐saria para llegar al fin del misterio.

– ¿Cuando está en los servicios o en la cocina… su caja de

seguridad permanece abierta? –retomó Aurelius.

– Cerrada, aunque con la llave puesta en la cerradura.

Además, tengo el cuidado de cubrir la caja con los yearbooks.– ¿Y la puerta de esta habitación?

– Permanece cerrada todo el tiempo, a menos que salga de

urgencia a los jardines o baños.

– ¿Cerrada con llave?

– Correcto.

EDGARDO MUÑOZ

148

Page 157: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Entonces el único monento del que el ladrón dispuso fue

cuando usted estaba aliviando sus necesidades –concluyó

Aurelius.

La cena sería servida en el Gran Salón en unos minutos. Aure‐lius debía partir y temía ser de poca ayuda a su maestro en esos

momentos. El sospechoso número uno era indudablemente Sir

Beauchamp, seguido por Roman Constantino. A esas alturas, era

inútil investigar más. A falta de testigos del robo, los deeds se

habrían ya esfumado en un fuego encendido expresamente para

tal efecto. Míster Cheddar estaba consciente de ello, por lo que

de poco servía lamentarse ahora. Su deber de barrister lo obligaba

a informar cuanto antes a Lord Simon de lo acontecido y a

buscar las alternativas que el common law provee al incumpli‐miento de promesas.

– ¡Aurelius!, ¡entablaremos un gran juicio contra Sir Constan‐tino! –profirió inesperadamente Míster Cheddar, como quien

experimenta una visión en la que Dios le ordena partir en

cruzada.

– ¿Sin evidencia alguna del convenio de las partes y de la

suma estipulada en caso de inejecución? –preguntó Aurelius,

confundido por el súbito entusiasmo de su maestro.

– No tendremos ni deed of covenant ni deed de garantía, pero

concebiremos otros medios para resarcir a Lord Simon. Solicita‐remos un writ of trespass, y presentaremos nuestro caso no como

un incumplimiento de convenio, sino como una conducta que

causó un daño a nuestro cliente, o sea, a tu tío el honorable barón

Lord Simon del Valle Alto –exclamó Míster Cheddar con un tono

solemne.

UN VIAJE AL COMMON LAW

149

Page 158: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

C

A S S U M P S I T

11

uando Míster Cheddar confesó a Lord Simon que los deedsof covenant y garantía que atestaban las promesas reali‐

zadas por Sir Constantino habían sido robados de su despacho, la

furia se apoderó de la escena. Lord Simon amenazó con revocar

la autorización con la que su abogado manejaba los asuntos ante

las Cortes de la Corona y con demandarlo por nonfeasance. Sólo

una semana más tarde, cuando comunicó lo acontecido a sus

socios el Conde de Buendía y Martín, recapacitó sobre la incon‐veniencia de prescindir de los servicios del barrister de Lincoln’s

Inn. Al final del día, era el maestro de su protegido y encontrar

un tutor sustituto para Aurelius sería mucho más difícil que

contratar a un nuevo barrister para el asunto contra Sir Constan‐tino. Fue entonces que el barón hizo venir a Míster Cheddar a

sus habitaciones en Lombard Street para conversar la estrategia

legal que se seguiría.

– Una cosa es clara, nuestro negocio ha recibido un golpe

150

Page 159: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

doble: no tenemos el barco y hemos perdido liquidez para finan‐ciar el transporte de nuestras mercancías desde el continente –se

quejaba Lord Simon, y con razón, pues el excéntrico Lancelot I

Schetz, quien ahora fleteaba el navío que jamás le fue entregado,

había incrementado el costo de transporte desde Amberes en

consorcio con otros fleteros holandeses, lo que tuvo una repercu‐sión inmediata en el precio del terciopelo importado desde Flan‐des–. Entonces usted se imaginará qué tan imperativo es

recuperar nuestro barco o nuestro dinero, a como dé lugar y a la

brevedad posible –exclamó Lord Simon.

– Entiendo perfectamente su frustración mi lord. Permítame,

por favor, proponer algo –dijo el abogado atrayendo el interés de

su mandante–. Sir Constantino participará en las festividades de

San Miguel que tendrán lugar en un par de días en el Palacio de

Whitehall. Hasta ahora, el toscano ha evadido a toda costa un

encuentro conmigo, y aunque sabemos que el barco ya fue entre‐gado a los flamencos, aún no se ha rehusado a devolver el pago de

£200 que usted realizó. ¿Por qué no lo interpela usted mismo

antes de intentar cualquier acción ante las Cortes de Westmins‐ter? –sugirió Míster Cheddar–. Si tiene éxito, esto ahorraría el

tiempo y los costos de un procedimiento legal.

– ¿Cómo sabe usted que Sir Constantino vendrá al Palacio de

Whitehall? –preguntó Lord Simon.

– Supongo que está en la lista de invitados. Su esposa, Lady

Constantino, es una de las damas de compañía de su majestad

Elizabeth. ¿Por qué no sería invitado? –comentó Míster Cheddar.

– Muy bien, lo haré. Aunque no debería ser yo quien realice

este tipo de cobranzas que son parte de su trabajo –dijo Lord

Simon–. Supongo que no tenemos otra opción. Sir Constantino

se oculta como una sabandija y usted no está invitado a las festi‐vidades en el Palacio de Whitehall.

– Es correcto, mi Lord –admitió Míster Cheddar.

Los intentos de Lord Simon fueron en vano. En todo

momento, durante las introducciones realizadas por el Master of

UN VIAJE AL COMMON LAW

151

Page 160: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Revels de la reina Elizabeth, Sir Constantino evitaba su mirada

ocultándose tras la persona de Sir Francis Drake, el espía predi‐lecto de la Corona.

– Estos dos piratas son cómplices –pensaba Lord Simon, con

los ojos fijos en el armador de barcos que pasaba de un invitado a

otro en una danza de introducciones y halagos–. No deben de ser

pocos los trabajos que Sir Francis Drake comande al impostor

toscano.

Durante la cena, dominada por un ganso marinado en

pimienta, sal y mostaza, horneado a fuego lento en un cajón de

acero revestido en su interior con mantequilla, Lord Simon

intentó transgredir el protocolo real tomando asiento en una de

las mesas contiguas a las de las damas de la reina, donde se espe‐raba que Sir Constantino se uniera a su esposa. En su lugar, el

constructor de naves fue más hábil sentándose en una de las

mesas más cercanas a su majestad, a donde Sir Francis Drake

había sido convidado. No fue sino durante las danzas de media

noche, cuando el maestro del astillero orinaba dentro la cámara

de bacinillas dispuestas para el evento, que Lord Simon tuvo la

oportunidad de enfrentarlo cara a cara. Entre olores a amoniaco

y heces, lo interpeló acerca del barco en disputa, a lo que Sir

Constantino respondió que esa nave ya tenía dueño.

–Mi oficio ha adquirido un valor que va más allá de su ofreci‐miento, pero estoy dispuesto a reembolsarle su anticipo de £100

–añadió el maestro del astillero de Chatham.

– ¿De qué habla? –profirió Lord Simon exasperado–. Yo

pagué £200 por la construcción del barco mercante cuyas

características acordamos. Yo mismo le entregué esa cantidad

en el patio del astillero. Todo está en el convenio firmado

por usted.

– ¿Cuál convenio? Yo no conozco ningún convenio –exclamó

Sir Constantino, con una sonrisa burlona y abriéndose paso hacia

el exterior de la cámara de evacuaciones.

– También firmó un deed de garantía –replicó Lord Simon

EDGARDO MUÑOZ

152

Page 161: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

cogiéndolo firmemente por el antebrazo –. Si se niega a entregar

el barco, me veré forzado a exhibirlo ante las Cortes reales.

– Esos documentos no existen –respondió el toscano

molesto, más por las arrugas provocadas a su camisa por el

apretón que por la amenaza de verse exhibido ante las cortes–.

Acepta mi oferta de £100 ahora o se olvida de todo. No hay

evidencia de lo que usted reclama.

– Si no existe evidencia escrita es porque usted la robó, y

ahora también pretende robarse £200 de mi compañía –exclamó

Lord Simon, apretándole todavía más justo arriba de la muñeca.

– Fue usted quien intentó primero robarme. ¿Sabe cuánto

ofreció Lancelot I Schetz por el mismo barco? £250 –dijo Sir

Constantino con orgullo–. ¿Cree acaso que soy un simple cons‐tructor de barcazas?

– Eso es irrelevante. Usted hizo una promesa y deberá

cumplirla. El alza en los precios del mercado de la construcción

de naves forma parte de su riesgo de negocios. Debe al menos

rembolsar los £200 que le fueron entregados, pues de no ser así

yo me encargaré de que se arrepienta de este fraude –amenazó el

barón del Valle Alto.

– Pues no lo haré. Ese dinero será compensado contra el daño

causado a mi orgullo por su estafa –respondió Sir Constantino,

forcejeando con su interlocutor hasta que logró liberarse, a

expensas de un rasgón de tela que quedó embargado en las

manos de Lord Simon, cuya indignación no podía ser mayor. Lo

había llamado estafador un ladrón sin escrúpulos. En esos

momentos de cólera, hubiera deseado nunca haber confiado en

ese impostor.

Al día siguiente, Míster Cheddar fue informado de lo suce‐dido e instruido para comenzar procedimientos inmediatamente.

Obtener una decisión favorable de las Cortes reales no iba a ser

fácil ni rápido. Los deeds of covenant y de garantía habían sido

precisamente suscritos para entablar acciones conforme a los

writs respectivos, con base en pruebas contundentes que no

UN VIAJE AL COMMON LAW

153

Page 162: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

requerían la conformación de un jurado; este último extendería y

encarecería el proceso del que no se podría esperar una decisión

final en los próximos meses.

a acción que interpondría era la de assumpsit fornonfeasance, una subcategoría de la acción de trespass on the

case, en la que el demandado era llamado a responder por el daño

causado por sus actos. En el caso particular de la acción de assum‐psit for nonfeasance, el demandado debía responder por las conse‐cuencias de la inejecución con dolo de una promesa. La primera

gran disyuntiva que enfrentaba Míster Cheddar era cuál de las

Cortes reales en Westminster Hall debía conocer la reclamación.

Tanto la Corte de Peticiones Comunes como la Corte del Banco

de la Reina, tenían jurisdicción para conocer las acciones por

trespass. No obstante, en el caso de la Corte del Banco de la Reina,

era necesario que los hechos que daban lugar a la acción

ocurrieran en el condado de Middlesex, lo que no era un impedi‐mento; sólo había que declarar que el hecho generador del daño

ocurrió en Londres, pues según la promesa de Sir Constantino, el

barco debía ser entregado en tal puerto el primer día del plazo

legal de Michaelmas y esto nunca ocurrió como prometido.

También Sir Constantino tenía su morada principal en el

condado de Middlesex.

– Aun si decidiera huir y esconderse en las habitaciones que

mantiene contiguas al astillero de Chatham Church, podríamos

peticionar a la Corte del Banco de la Reina un writ of latitat etdiscurrit, dirigido al sheriff del condado de Medway para que

proceda a su arresto y así comenzar el proceso por trespass en

Westminster –explicó Míster Cheddar a Aurelius.

– Creí que no estaba de acuerdo en utilizar el writ of latitatmaestro –dijo Aurelius, recordando lo que le había escuchado

decir el primer día en Westminster, cuando realizaban la visita

EDGARDO MUÑOZ

154

Page 163: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de las Cortes en conjunto con Joseph, Sir Roper y Míster

Gilbert.

– No lo estoy si sólo se utiliza para expandir la jurisdicción de

la Corte del Banco de la Reina, cuando en realidad la acción que

se interpone tras el arresto no es un trespass sino otra acción de

jurisdicción originaria de la Corte de Peticiones Comunes, como,

por ejemplo, una acción de deuda en la que sí existe un deed –

aclaró Míster Cheddar–. En nuestro caso se trata realmente de

una reclamación que cae dentro de la acción de trespass en la

modalidad de assumpsit for nonfeasance, donde la Corte del Banco

de la Reina siempre tiene jurisdicción concurrente.

No había en realidad mucho más que pensar. El procedi‐miento basado en bills administrado por la Corte del Banco de la

Reina era más sencillo que el sistema con base en writs. No sólo

evitarían el arancel que la Cancillería cobra por la emisión del

writ dirigido a la Corte de Peticiones Comunes, sino que también

podrían tener una audiencia y una decisión mucho más rápida‐mente, pues eran menos los asuntos que se ventilan en la Corte

del Banco de la Reina. Aurelius estaba entusiasmado por la idea

de comparecer en un litigio frente a tal Corte, de la que nada

conocía en la práctica. Pero Míster Cheddar tenía sus reservas.

La Corte del Banco de la Reina podía ser propensa a creer la

versión de los hechos propuesta por Sir Constantino. Al final de

cuentas, el maestro del astillero de Chatham Church era un

empleado de la Corona. También le preocupaba el hecho de que

Sir Wray, alumnus de Lincoln’s Inn, fungiera ahora como ChiefJustice de la Corte del Banco de la Reina. Se preguntaba si éste no

cultivaría un favoritismo hacia Sir Constantino por el hecho de

su origen toscano. Se sospechaba que Sir Wray era católico de

corazón, como la mayoría de los nobles del norte, por lo que no

sería imposible su simpatía por los originarios de la península

itálica, aun si con la condena de muerte para John Hall y Francis

Rolston por conspirar la liberación de Mary Stuart, reina de los

escoceses, el Chief Justice había disipado toda duda respecto de su

UN VIAJE AL COMMON LAW

155

Page 164: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

fidelidad a la reina Elizabeth. En realidad, era inútil especular

acerca de cómo la composición de cualquiera de las Cortes en

Westminster o las convicciones internas de sus miembros podían

influir en el resultado de este caso. Por primera vez, Míster

Cheddar se dio cuenta de la complejidad de las relaciones en el

reino. A pesar de que se trataba de un simple incumplimiento de

promesa, la identidad de las partes y sus conviciones religiosas o

políticas, los intereses comerciales del gremio y la política exte‐rior de su majestad, podían afectar el tratamiento del caso. En

todos estos aspectos, las convicciones religiosas eran puestas en

segundo plano, aunque muchas veces eran utilizadas como un

pretexto. Finalmente, el maestro de Aurelius decidió presentarse

ante la Corte del Banco de la Reina solicitando un bill para el

comienzo de procedimientos conforme a la acción de assumpsitfor nonfeasance y el clerk registró la reclamación tomando nota de

la solicitud de arresto de Sir Constantino.

– El demandado habita y mora en el condado de Middlesex;

específicamente en las habitaciones de la Gatehouse del Palacio

de Richmond. También frecuenta las habitaciones contiguas al

astillero de Chatham Church –informó Míster Chedar al clerk en

turno de la Corte del Banco de la Reina.

– Chatham no pertenece al condado de Middlesex –advirtió

su interlocutor.

– Lo sé, pero el daño por incumplimiento ocurrió en Londres

y por ello también solicito un writ of latitat et discurrit para que, en

caso de no ser encontrado en el Palacio de Richmond, se solicite

al sheriff del condado de Medway su arresto por trespass en

Middlesex –explicó Míster Cheddar, alzando un poco la voz y

preocupado que el ruido que venía de las cortes vecinas no dejara

llegar sus palabras hasta los oídos del clerk que escuchaba desde

dentro de la barra.

– Ya veo, pero debemos ir paso a paso. Primero encargaré a

los guardias de la Corona notiquen a Sir Constantino en su

morada habitual en Middlesex. Si no lo encuentran ahí, procede‐

EDGARDO MUÑOZ

156

Page 165: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

remos con el writ of latitat et discurrit para el sheriff del condado

de Medway –respondió el clerk, en un volumen de voz muy bajo

comparado con el bullicio a su alrededor, lo que obligó a que su

interlocutor y a que Aurelius inclinaran medio cuerpo dentro de

la barra para escucharle mejor–. Tomo nota de que usted

despacha en Lincoln’s Inn, para que sea informado en relación

con el caso.

– ¿En cuánto tiempo? –inquirió Míster Cheddar.

– No lo sé, espere mi visita o la de alguno de mis compañeros.

Si no sabe de nosotros en un par de semanas, venga usted mismo

–le recomendó el clerk que enseguida pasó a atender a otro utter-barrister, éste de Gray’s Inn, que esperaba turno.

Míster Cheddar se sentía un poco confundido por la forma,

más sencilla, de proceder de la Corte del Banco de la Reina. Al

menos podía admitir que no debió esperar largas horas para

registrar su caso. El abogado estaba resignado a que pasaran

algunas semanas antes de retomar el asunto ante la corte. Ahora

estaba más tranquilo, pues Lord Simon parecía haberlo perdo‐nado gracias al aprendiz castellano, al que comenzaba a tomarle

cariño. Su estado de ánimo caía nuevamente en la rutina holgada

del utter-barrister dedicado a la administración de las fortunas de

sus clientes cuando, una semana antes de lo anticipado, el mismo

clerk que había encontrado hace unos días en Westminster se

presentó a su despacho para informarle que, la víspera, el

maestro del astillero de Chatham había sido arrestado en estado

de ebriedad por los guardias de la Corona por alterar la paz del

reino, a las afueras de un burdel en Southwark. Según el relato

del empleado de la Corte, Sir Constantino había tratado de asfi‐xiar a un hombre con el bolso de una prostituta de la zona. Al

tratarse del esposo de una de las damas de compañía de la reina,

el Chief Justice había ordenado citar a audiencia lo antes posible

para tratar tanto esa infracción a la paz del reino como la recla‐mación fundada en assumpsit for nonfeasance interpuesta por Lord

Simon. La próxima audiencia en la Corte del Banco de la Reina

UN VIAJE AL COMMON LAW

157

Page 166: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tendría lugar el día siguiente a primera hora. No había tiempo

que perder. Míster Cheddar agradeció al clerk, asegurándole que

no faltaría a la audiencia convocada por su señoría Sir Wray y,

enseguida, salió de su despacho rumbo a la biblioteca donde

esperaba encontrarse con Aurelius, quien hacía días que investi‐gaba en los yearbooks casos similares sobre assumpsit, en el

contexto de convenios en los que el reclamante hubiera prevale‐cido. En específico, Míster Cheddar le había pedido colectar

ejemplos de los hechos y de la evidencia considerada por los

jurados para conceder la acción solicitada.

– Aurelius, hemos sido citados por la Corte del Banco de la

Reina para asistir mañana a una primera audiencia. ¿Tienes lo

que necesitamos? –dijo el maestro a sus espaldas sin siquiera

esperar a que Aurelius se percatara de su presencia.

– Sí, maestro –exclamó Aurelius entusiasmado.

– Ven a mi oficina, no tenemos mucho tiempo. Trae contigo

todos esos yearbooks –le ordenó Míster Cheddar, desapareciendo

nuevamente de su mirada.

Aurelius pasó la tarde poniendo al día a su maestro acerca de

la evolución del writ of trespass hasta la acción de trespass on thecase y assumpsit for nonfeasance o misfeasance. Míster Cheddar

tenía muy poca experiencia en estas acciones. Siempre había

tomado las precauciones necesarias haciendo firmar deeds a los

deudores de sus clientes. La incertidumbre que el veredicto

futuro de un jurado implicaba era un riesgo que evitaba a toda

costa. Después de escuchar a su pupilo, Míster Cheddar comenzó

a memorizar las fechas, los nombres de las partes y hechos rele‐vantes de los casos seleccionados. Poco durmió esa noche. Hacía

años que no diseñaba una argumentación oral con tanto cuidado.

Además, la visita repentina de Míster Danyell Stern, el abogado

de la víctima en el segundo caso contra Sir Constantino, le había

espantado el sueño. En un abrir y cerrar de ojos, el sol comenzó a

filtrarse por las ventanas de su despacho. Al percatarse de la

cantidad de luz que había, el utter-barrister se precipitó hacia los

EDGARDO MUÑOZ

158

Page 167: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

baldes con agua dispuestos en la cocina de Lincoln’s Inn para

asearse un poco antes de buscar a Aurelius en el comedor del

Gran Salón y partir juntos a Westminster Hall.

as inmediaciones de la Corte del Banco de la Reina estaban

especialmente concurridas esa mañana. Las noticias de que

el constructor de barcos de la reina había tratado de asfixiar a un

hombre con el bolso de una prostituta en Southwark habían ya

recorrido los pasillos y las calles del reino. Sir Beauchamp y su

discípulo Samuel Beck estaban de pie frente a la barra. El hijo del

detenido, Roman Constantino, miraba la escena unos pasos atrás.

Aurelius sintió compasión por su compañero. El incumplimiento

contractual reclamado por Lord Simon no era tan grave como las

circunstancias en que los oficiales de la Corona habían detenido a

su padre en Southwark. Ninguna familia noble del reino estaría

orgullosa del incidente. También Lord Simon estaba en la Corte y

parecía complacido por el golpe que la reciente acción de trespassvi et armis, interpuesta por el hombre asfixiado, había infligido a

la reputación de Sir Constantino, pues estaba seguro de que tal

incidente no haría sino ayudar a su caso ante un jurado.

Sir Wray indicó a los asistentes que la Corte del Banco de la

Reina trataría primero la acción de assumpsit for nonfeasance, por

haber ésta sido interpuesta con anterioridad a aquella de trespassvi et armis. Algunos de los inner y utter-barristers que habían

dejado la Corte de Peticiones Comunes para escuchar la narra‐ción casi inverosímil que el abogado de la víctima por asfixia

había preparado, se alejaron desilusionados por la espera

impuesta por el Chief Justice. Una vez dispersos los curiosos, Sir

Wray procedió a leer el bill que la Corte había emitido a favor de

Lord Simon.

– “La reina al sheriff de Londres, saluda. Si Lord Simon depo‐sita fianza para continuar su reclamación, entonces arresten y

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 168: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

detengan a Sir Constantino, para que diga por qué, después de

haber recibido el monto de £200 pagado por Lord Simon antici‐padamente, prometiendo en Chatham Church construir un barco

de las dimensiones siguientes: eslora entre perpendiculares

41,3m, eslora en la quilla 30,5m, y manga 10m [etcétera] en un

tiempo máximo de un año para ser entregado en el puerto de

Londres el primer día del plazo legal de Michaelmas del año de

1572, no tuvo el cuidado de entregar el barco prometido en la

fecha estipulada, sino que vendió de nuevo la misma embarca‐ción a otro comprador en el puerto de Amberes de Flandes, a

costa del daño causado a Lord Simon y que éste estima en £250”

–recitó Sir Wray preguntando quién hablaría por las partes.

Los utter-barristers se presentaron. En el extremo derecho de

la barra, mirando hacia la tribuna, Míster Cheddar informó estar

acompañado por Lord Simon, Barón del Valle Alto y por el

aprendiz de Lincoln’s Inn, Aurelius Martinson. Desde su silla, Sir

Wray correspondió con una ligera reverencia la presencia del

lord, quien para la ocasión portaba una indumentaria digna de su

estrato y de su profesión de mercante de telas. Su jubón púrpura

de terciopelo, con bordados en hilo de plata, era rígido y con

cuello erguido, enriquecido con una decoración realizada en

vainica y punto in aria. Sus calzas color crema, apretadas,

contrastaban con unos galligaskins bombachos, tejidos de

algodón del mismo color. Sus zapatos de tacón abiertos en el

costado y con lengüeta movible, estaban adornados con una rosa

confeccionada con encaje dorado. Toda esta suntuosidad

contrastaba con el vestuario sobrio de su abogado y de su pupilo.

Al otro extremo de la barra, Sir Constantino vestía con similar

pompa. Su jubón era rojo, bordado con flores de lis en hilo

dorado, pero no de oro, pues éste estaba reservado para la familia

real. En lugar de cuello rígido, portaba una gorguera blanca tejida

en seda, que estaba aún de moda en la península itálica. Sus galli‐gaskins a medio muslo eran más cortos de lo normal, por lo que

sus calzas entalladas y casi transparentes exponían la muscula‐

EDGARDO MUÑOZ

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tura de sus piernas sin pudor. El constructor de naves se hacía

acompañar de su hijo, Roman Constantino, su abogado Sir Beau‐champ y el pupilo de éste, Samuel Beck, cuyo escueto vestuario

seguía fielmente el reglamento de Lincoln’s Inn.

– Escuchemos entonces la count del reclamante –ordenó el

Chief Justice.

Míster Cheddar dio un respiro antes de proceder. Aurelius

miraba a su maestro atentamente, mientras que Lord Simon

buscaba averiguar en las expresiones de Aurelius cualquier

indicio de error en la oratoria de su mandatario. Finalmente,

Míster Cheddar comenzó su count diciendo: – Desde Shipton v.

Doige decidido por esta Corte en el año de 1442, el common lawimpone responsabilidad a cualquier vendedor que incumple un

contrato de compraventa al transmitir la tierra a un tercero y no

al comprador original. Si bien los hechos analizados en tal caso

pertenecían al writ of covenant, y no era posible, desde entonces,

obligar a alguien a cumplir un acuerdo que ya no podía ser

cumplido, esta Corte sostuvo que la acción de assumpsit fornonfeasance podía ser interpuesta especialmente cuando había

engaño en el incumplimiento de la promesa y el precio ya había

sido anticipado por el comprador; bastaba con el hecho de que el

vendedor hubiera cambiado de parecer al recibir una mejor

oferta para establecer el engaño. La regla emanada de Shipton v.

Doige no sólo aplica a la venta de predios. En casos póstumos

como aquel de Orwell v. Mortoft del año de 1505, la Corte de

Peticiones Comunes sostuvo que si uno conviene con un carpin‐tero en construir una casa antes de cierta fecha, y el carpintero

no construye la casa antes del día convenido, se tiene derecho a

una acción con base en el pago realizado. Estos casos, su señoría,

consagran el principio de que si alguien realiza una promesa en la

que otro confió en detrimento propio, el obligado debe indem‐nizar por el daño de ahí resultante. Esta acción de assumpsit fornonfeasance no intenta entonces que la promesa de Sir Constan‐tino sea cumplida, pues ahora que la propiedad de la embarca‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

161

Page 170: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ción está en manos de otro es imposible, y si no lo estuviera, sólo

la Corte de la Cancillería a través de los principios de equitytendría esa potestad. Esta acción pide restaurar el daño infligido

a mi cliente por haber confiado éste en la palabra del demandado.

Así, me gustaría dejar claro que esta acción no se funda en un

covenant, pues para ello hubiera sido necesario proveer un deed y

peticionar un writ distinto ante otra Corte, sino en el daño

sufrido por los actos o creencia inducida por Sir Constantino de

que éste cumpliría su palabra. Estamos de acuerdo en que incum‐plir la promesa de construir el barco no es un acto dañoso, per se,

porque el beneficiario de esa promesa no se encuentra en una

posición peor a aquella que tendría si la promesa jamás hubiera

sido hecha; mi cliente no tenía barco ayer, y no tiene barco hoy.

Pero cuando el beneficiario de la promesa es puesto en una posi‐ción peor a la que tenía al confiar en la promesa, por ejemplo,

con la pérdida de su pago anticipado o porque la falta de cons‐trucción del barco lo dejó sin negocio, entonces la acción de

assumpsit for nonfeasance es el remedio estipulado por el commonlaw. Justo para finalizar me gustaría agregar que recientemente

esta misma Corte en el caso de Lucy v. Walwyn del año de 1561,

decidió que no era necesario que se hubiera realizado el pago

anticipado para tener derecho al resarcimiento de daños ocasio‐nados por el incumplimiento de la promesa conforme a la acción

de assumpsit for nonfeasance. En dicho caso, Walwyn prometió a

Lucy realizar sus mejores esfuerzos para obtener dos fincas para

Lucy, a cambio de que éste le pagará £5 por sus servicios y gastos

al cerrar la transacción. Al final de cuentas, Walwyn compró las

dos fincas para él mismo. Contrario a los casos antes referidos,

Lucy no había anticipado el pago de los £5 prometidos como

contraprestación y, no obstante, esta Corte falló en favor del

reclamante Lucy.

– Pero en este caso, Míster Cheddar, su cliente pagó un anti‐cipo. ¿No es correcto? –interrumpió Sir Wray –. Al menos eso es

lo que dice el bill otorgado a su cliente.

EDGARDO MUÑOZ

162

Page 171: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Es correcto su señoría. Mi cliente aquí presente, Lord

Simon, entregó un anticipo de £200, que corresponde a la tota‐lidad del precio pactado. Sin embargo, en caso de que el deman‐dado niegue haber recibido anticipo alguno o que el jurado

encuentre que dicho anticipo no tuvo lugar, mi cliente tendría

derecho al resarcimiento de los daños incurridos por haber

confiado en la promesa realizada por Sir Constantino, simple‐mente como una reclamación subsidiaria que deriva igualmente

de assumpsit for nonfeasance.

– Me parece que se está adelantando Míster Cheddar –

exclamó el Chief Justice–. Aún no hemos escuchado al demandado

ni sabemos si será necesario llamar al jurado. ¿Quiere concluir su

count ahora?

– Gracias su señoría –exclamó Míster Cheddar, arrepentido

de haber anticipado sus argumentos subsidiarios–. Conforme al

common law, mi cliente respetuosamente pide a esta Corte del

Banco de la Reina que Sir Constantino sea condenado a pagar

£250 como indemnización de daños ocasionados por la ruptura

de su promesa de construir un barco de las dimensiones descritas

en el bill y entregarlo en el puerto de Londres el primer día del

plazo legal de Michaelmas de este año; promesa en la que mi

cliente Lord Simon confió al haber pagado £200 anticipada‐mente. Los £50 extra, derivan de las pérdidas en el negocio de mi

cliente, quien, al no disponer del barco prometido, ha tenido que

contratar fletes a un precio elevado.

– Muy bien. Escuchemos la plea del demandado –ordenó el

juez, esperando que en la plea se propusiera un acuerdo que diera

por terminado el asunto.

– Mi cliente se declara no culpable de trespass o, en la especie,

de assumpsit for nonfeasance –declaró Sir Beauchamp en el tomo

más firme posible. Después permaneció callado, nutriendo la

expectativa de la Corte y la de todos los presentes respecto de las

razones en las que fundaba su defensa.

– ¿Podría ser más específico barrister?, ¿se trata de una nega‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

163

Page 172: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ción total de los hechos narrados en la count del reclamante o de

un demurrer in law por considerar que, suponiendo como ciertos

los hechos, el derecho no obliga a su cliente a responder por sus

actos? –interpeló Sir Wray al abogado, sin ocultar su enfado por

la falta de detalles en la posición del demandado.

– Su señoría, mi cliente no objeta la procedencia de la acción

de assumpsit for nonfeasance con hechos similares a los descritos

en la count. Sin embargo, mi cliente niega rotundamente haber

realizado promesa alguna a Lord Simon y recibido pago de su

parte. En nombre de Sir Constantino, pongo en tela de juicio

todas y cada una de las alegaciones recitadas en la count –declaró

Sir Beauchamp.

– ¿Confirma usted los hechos narrados en la count? –preguntó

Sir Wray dirigiéndose a Míster Cheddar.

– Sí, su señoría, mi cliente persiste en la verdad de los hechos

presentados en el bill y en mi primera intervención –respondió

Míster Cheddar, poco sorprendido de la mala fe con la que la

defensa era llevada por Sir Beauchamp–. Me gustaría agregar que

mi cliente, Lord Simon, se reunió en dos ocasiones con Sir Cons‐tantino en el astillero de Chatham Church para discutir las

dimensiones del barco que éste prometió entregar en el puerto de

Londres el primer día del plazo legal de Michaelmas. Fue preci‐samente en el patio central del astillero en que Lord Simon

entregó £200 en un pequeño cofre de madera con fajas de metal

teñidas de verde. Otras personas estaban presentes en ese

momento, incluidos dos asistentes de Sir Constantino y un asis‐tente de Lord Simon.

– ¿Persiste el demandado en negar todos y cada uno de esos

hechos? –indagó el Chief Justice siguiendo el protocolo en tales

circunstancias.

– Mi cliente niega todos y cada uno de los hechos en que el

reclamante funda su acción. Mi cliente nunca se encontró con

Lord Simon antes de hoy –replicó Sir Beauchamp.

– ¡Se ha producido entonces un exitus! –exclamó el juez,

EDGARDO MUÑOZ

164

Page 173: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

desilusionado por la litigiosidad que se anticipaba en tal caso–.

Las partes tienen una versión completamente diferente de lo

ocurrido. Debemos, por tanto, constituir un jurado que deter‐mine los hechos verdaderos de esta disputa.

En ese momento, Sir Wray bajó de la tribuna para instruir a

uno de sus clerks la emisión de un writ of venire facias comisio‐nando al sheriff de Chatham Church para reunir a doce personas

de las localidades vecinas al astillero, no relacionadas con las

partes, para que se presentaran ante la Corte del Banco de la

Reina a “dar reconocimiento” de la verdad del asunto investigado.

– Antes de que mis clerks finalicen el writ of venire facias para

la conformación del jurado, me gustaría que las partes acordaran

la formulación de las preguntas que éste deberá responder –

señaló Sir Wray, resignado y ofreciendo el uso de la voz a Míster

Cheddar.

– Siguiendo los elementos del bill emitido por esta Corte y las

declaraciones que forman parte de la objeción de los hechos

realizada por el demandado, propongo las siguientes preguntas

en nombre de mi cliente –exclamó Míster Cheddar, tendiendo

un folio al clerk más próximo a la barra que tras la orden del juez

comenzó a leer: –“¿Se han encontrado en el pasado Sir Constan‐tino y Lord Simon, ya sea en Chatham Church o en Londres?, ¿se

les ha visto juntos en el patio del astillero de Chatham Church

durante el plazo legal de Trinidad del año de 1571?, ¿se ha escu‐chado discutir a las partes sobre la construcción y venta de un

barco mercante?, ¿se ha visto a uno de los sirvientes de Lord

Simon, en compañía de éste, entregar un cofre de madera con

fajas de metal teñidas de verde con £200 a Sir Constantino o a

alguno de sus subordinados en el patio del astillero de Chatham

Church?, ¿construyó Sir Constantino, durante el plazo legal de

Hilary y Pascua de este año, un barco de las dimensiones

descritas en el bill?, ¿dicho barco zarpó sin regreso hacia el puerto

de Amberes durante el plazo legal de Michaelmas este año?, ¿se

vio a Sir Constantino recibir la visita de mercaderes de Flandes

UN VIAJE AL COMMON LAW

165

Page 174: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

que portaban con ellos valores durante el mismo plazo legal?,

¿después de esa visita, Sir Constantino se ausentó de sus ocupa‐ciones en el astillero de Chatham Church y se le vio en festivi‐dades en el reino y en los burdeles de Southwark?, ¿de acuerdo

con a las respuestas a las preguntas anteriores, parece verdad que

Sir Constantino recibió £200 en pago por su promesa de cons‐truir un barco de las dimensiones descritas en la pregunta ante‐rior?, ¿con base en a las respuestas a las preguntas anteriores,

parece verdad que Sir Constantino incumplió su promesa, al

entregar el mismo barco en Amberes a un comprador diferente,

por lo que Lord Simon debe ser indemnizado por los daños

ocasionados?”.

Al terminar la lectura, el clerk entregó el pergamino con las

preguntas al juez y regresó a su sitio donde limpiaba la tinta seca

adherida a algunas plumas mientras la audiencia transcurría sin

ser necesaria su asistencia.

– La última pregunta versa sobre las consecuencias legales de

los hechos. Las cuestiones legales deben ser determinadas por la

Corte y no por el jurado Míster Cheddar. Por tanto, esa última

pregunta no es pertinente –decidió el juez–. ¿Está de acuerdo con

el resto, Sir Beauchamp?

– Me parece irrelevante que mi cliente haya sido visto en

festividades durante el plazo legal de Michaelmas o en los alrede‐dores de Southwark. El reclamante sólo utiliza esta pregunta

para sacar provecho del incidente ocurrido a mi cliente hace

unos días –señaló el abogado del demandado.

– No estoy de acuerdo con usted Sir Beauchamp –replicó el

Chief Justice–. Me parece que es una pregunta cuya respuesta

podría esclarecer la personalidad y el modus operandi de su

cliente. Si no hay más objeciones, emitiré el writ of venire faciasque acompañe el cuestionario propuesto por el reclamante,

fijando un plazo de quince días para la investigación y delibera‐ción del jurado. Los abogados serán informados de la fecha de la

próxima audiencia una vez que el jurado esté listo para compa‐

EDGARDO MUÑOZ

166

Page 175: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

recer ante esta Corte. Mientras tanto, Sir Constantino deberá

permanecer custodiado por los oficiales de la Corona en sus

habitaciones de la Gatehouse del Palacio de Richmond, hasta que

esta Corte rinda su sentencia respecto de este caso y el que escu‐charemos en unos momentos. Míster Cheddar y su cliente, el

Barón del Valle Alto, pueden retirarse después de pagar la fianza

señalada en el bill. Que vengan ahora a la barra la víctima de tres‐pass vi et armis y su abogado –ordenó el juez a uno de sus clerks.

l trío se retiró discretamente de la Corte del Banco de la

Reina. No era necesario permanecer para la segunda parte

del episodio. La noche anterior, Míster Cheddar había tenido la

oportunidad de dialogar con el abogado de la víctima en ese caso,

Míster Danyell Stern, llamado a la barra en Middle Temple’s Inn

recientemente. Éste le había pedido su opinión acerca de la countque en esos momentos escuchaba la Corte. Míster Cheddar

conocía todos y cada uno de los hechos que dieron lugar al

arresto de Sir Constantino en Southwark. La víctima era Míster

Hughe Allison, el propietario de una de las tabernas del barrio.

Sir Constantino se presentó a su establecimiento el duodécimo

día del plazo de Michaelmas, a las tres de la tarde, acompañado

de una dama también del vecindario. Dos horas después, el

maestro del astillero había bebido los vasos de brandi suficientes

para perder el control de la lengua. Un primer altercado ocurrió

cuando discutía con otro asiduo sobre la posibilidad de que un

barco construido en Inglaterra navegara alrededor del mundo.

Sir Constantino aseguraba estar en proceso de construir una

flota de barcos que serían capitaneados por Sir Francis Drake

para dar la vuelta al globo de poniente a oriente; lo que en

realidad sucedería cinco años más tarde, a pesar de la ignorancia

de su interlocutor, quien estaba tan ebrio como él y se burló de la

capacidad del maestro para construir botes que cruzaran el

UN VIAJE AL COMMON LAW

167

Page 176: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Támesis mismo. Vejado, el ingeniero de naves le propinó una

ligera bofetada que no hizo sino incrementar las carcajadas de

todos los presentes. Preocupado por la posibilidad de riña en su

establecimiento, el patrón del bar anunció el cierre de la barra

hasta el día siguiente. Las expresiones de enfado no se hicieron

esperar. Algunos chantajeaban con no asistir más a una cantina

donde se les trataba como niños. Finalmente, la clientela desalojó

el negocio, con la excepción de Sir Constantino, quien reclamaba

ser servido de manera exclusiva con su acompañante hasta el

anochecer. El cantinero cedió a la petición del maestro del asti‐llero de Chatham Church, pero arrepintiéndose más tarde, pues

cuando las libras se habían agotado y se rehusó a servir a crédito,

el cliente enfureció y le tiró uno de los vasos vacíos en el rostro.

El cantinero se dobló de dolor y cubrió su cara, pero no contento

aún, el toscano tomó el bolso de mano de su acompañante para

cubrir la cabeza del tabernero, propinándole varios ganchos al

estómago hasta que cayó por completo al suelo. Desde ahí Sir

Constantino lo arrastró por la testa hacia las afueras del negocio

y una vez en la calle, le escupió en los pies, retirándose a otra

cantina y olvidando el bolso que aún cubría la cara del pobre

hombre. De no ser por la ayuda de otra prostituta, interesada más

por el accesorio de vestir que por su vida, el tabernero hubiera

muerto ahogado.

Los tres estaban de acuerdo en que el arresto de Sir Constan‐tino por lo sucedido en Southwark era un golpe de buena suerte.

No sólo por la anticipación inesperada de la audiencia que venía

de concluir, sino porque el altercado en los burdeles establecía un

prejuicio, bien merecido, acerca del personaje inculpado ante la

Corte del Banco de la Reina. No quedaba sino esperar que el

sheriff del condado de Medway seleccionara a personas indepen‐dientes e imparciales para que buscaran en su memoria las

respuestas al cuestionario que la Corte remitía por su conducto.

Esto sucedería unos días más tarde, cuando el jurado fue final‐mente conformado por doce sujetos de la venue, o sea, la

EDGARDO MUÑOZ

168

Page 177: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

vecindad donde lo hechos alegados ocurrieron. Entre sus miem‐bros estaban el comisionado del nuevo castillo de Upnor locali‐zado en el banco oeste del río Medway, del lado opuesto y a

distancia corta del muelle de Chatham, el capellán de Chatham

Church, el propietario y la cocinera del mesón a un costado de la

iglesia, el vigilante del faro de Medway, cuatro carpinteros y tres

herreros del astillero. Sus nombres y títulos fueron informados

inmediatamente a las partes. Aurelius estaba preocupado por la

parcialidad que podía afectar a los carpinteros y herreros para

decidir a favor de Sir Constantino. Si bien ninguno de ellos

trabajaba directamente para el jefe del astillero, la relación

gremial podía pesar en su opinión individual.

– No necesariamente Aurelius –reaccionó Míster Cheddar–.

Los intereses comerciales y la personalidad extrovertida de Sir

Constantino podrían también jugar a nuestro favor. Además

¿quién sino los asiduos del patio del astillero podrían investigar o

recordar mejor la escena en que Lord Simon entregó los dineros?

– Pero también estos miembros del jurado serían más

propensos al soborno o al tráfico de favores –dijo Aurelius, real‐mente preocupado por las características del jurado.

– Desde ahora, hasta que llegue el día de la audiencia en la

Corte, les es penado comunicarse con las partes o cualquier

persona en su representación. Si Sir Beauchamp se atreve a

sobornarlos con regalos o alimentos, su veredicto podría ser

anulado y ordenarse un nuevo juicio. Por ello el secuestro del

jurado es una práctica regular, para reducir el riesgo de

influencia indebida –explicó Míster Chedar, sin exagerar lo que

era una regla ejecutada con tal rigidez que solía decirse que los

miembros del jurado se conviertían en prisioneros de la Corte.

– ¿Quiere decir que los doce miembros del jurado han sido

concentrados desde ahora en un mismo lugar? –preguntó

Aurelius.

– Después de que el sheriff les tome el juramento de decir

verdad, los jurados tendrán unos días para investigar los hechos

UN VIAJE AL COMMON LAW

169

Page 178: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

de manera individual o colectiva. Pero sólo cuando hayan escu‐chado la evidencia aducida por las partes el día de la audiencia,

los jurados serán confinados en un lugar sin carne, bebida, fuego

o candelas y sin conversación con otros, hasta que se pongan de

acuerdo en las respuestas del cuestionario, y si no lo hacen

pronto, los pondrán a todos en una carreta para viajar por todo el

circuito hasta que lo hagan. El indicio mínimo de mal comporta‐miento será castigado, y si traen consigo frutas dulces u otros

manjares, serán multados. Ni siquiera pueden informarse los

unos a los otros sobre hechos sin que éstos sean parte de la

evidencia desahogada en la audiencia. Todas estas incomodidades

tienen como propósito obtener un veredicto unánime y rápido

entre los miembros del jurado. Solamente la unanimidad del

veredicto es válida, una decisión en mayoría es insuficiente. No

me sorprendería que el jurado fuera rápidamente trasladado a

Westminster. Sospecho que la fecha de la audiencia nos será

informada en las próximas horas –pronosticó Míster Cheddar y

con buen tino, pues poco después un mensajero de la Corte se

presentó a su despacho para anunciar que el jurado en el caso

Simon v. Constantino venía en camino hacia las Cortes centrales

y que, por su conducto, el Chief Justice convocaba a las partes a

presentarse el día siguiente a primera hora.

Aurelius se apresuró a dar la noticia a Lord Simon, que lo

esperaba ya en Lombard Street.

a tienda de telas estaba a punto de cerrar al comercio

cuando Aurelius ingresó a ella, y pidió a Edward seguirlo a

las habitaciones de la planta alta. Edward era la única persona

bajo el control de Lord Simon que había presenciado el pago de

£200 a Sir Constantino en el patio del astillero. Sería presentado

ante la Corte del Banco de la Reina como testigo, por lo que

había que ponerlo también al corriente de las noticias. Una vez

EDGARDO MUÑOZ

170

Page 179: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

que Lord Simon instruyó a Aurelius sobre el punto de reunión en

el que se verían al amanecer, éste regresó al Lincoln’s Inn para

participar en la cena del Gran Salón. Roman Constantino meren‐daba a tan sólo unos metros de él. Joseph y Andrew intentaron

interpelar a Aurelius respecto del progreso del caso, pero éste se

negó a hablar; temía ser escuchado por Roman por quien sentía

compasión. El arresto de su padre lo había vuelto taciturno y

distraído, lejano de aquel aprendiz vivaz que Aurelius había

conocido durante la audiencia moot el día de su ingreso a

Lincoln’s Inn.

Al terminar su sopa, Aurelius se retiró rápidamente al salón

de lecturas. Allí comenzó a pensar en las posibles opiniones indi‐viduales de cada uno de los jurados, dejándose llevar por las

conclusiones más trágicas para el caso de Lord Simon. Todas las

variables eran posibles. El comisionado del nuevo castillo de

Upnor podía omitir que, durante el plazo legal de Trinidad del

año de 1571, Lord Simon se había hospedado en el castillo

portando un cofre de madera con fajas de metal teñidas de verde.

El capellán de Chatham Church, un hombre de edad avanzada,

podía también haber olvidado que el Barón del Valle Alto visitó la

iglesia recurrentemente durante el mismo plazo para pedir el

favor de Cristo en sus asuntos y realizar donaciones. El propie‐tario y la cocinera del mesón contiguo a la iglesia podrían

simplemente mentir declarando que Lord Simon nunca fue visto

por ahí, a pesar del par de ocasiones en que éste tomó sus

alimentos en la posada. En cuanto al vigilante del faro de

Medway, nadie mejor que él sabía que un barco recientemente

construido y de las dimensiones descritas en el writ of venire faciasrealizó pruebas de navegación a lo largo del río, hasta zarpar

definitivamente hacia el oriente durante el plazo legal de

Michaelmas de ese año. Los cuatro carpinteros y tres herreros

del astillero, posiblemente habían presenciado la entrega de los

£200 a Sir Constantino o colaborado en la construcción del

barco de manera indirecta y, en todo caso, estaban en una posi‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

171

Page 180: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ción privilegiada para investigar e interrogar a cualquier persona

involucrada en los trabajos del astillero. –Pero esto no aseguraba

que fueran diligentes en sus pesquisas o sinceros en sus conclu‐siones –se decía Aurelius.

La noche había avanzado cuando Aurelius se percató de que el

ejercicio de moot en el Gran Salón había terminado ya. El

aprendiz subió a su dormitorio decidido a no pensar más en el

posible veredicto del jurado. Todo fue en vano. Su mente regre‐saba recurrentemente a los motivos secretos por los que sus

miembros podrían unánimemente decidir que Lord Simon

estaba equivocado. Al alba, Aurelius se vistió de prisa ignorando

por completo la hora. Era aún temprano, por lo que se dirigió a

las tinas de agua para lavarse el rostro y peinarse. Enseguida se

presentó en el despacho de Míster Cheddar, quien también había

dormido poco esa noche. Juntos se dirigieron a Charing Cross,

donde ya los esperaban Lord Simon y Edward.

EDGARDO MUÑOZ

172

Page 181: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

J U R A D O

12

a Corte del Banco de la Reina estaba menos concurrida en

esta ocasión, en la que sólo se trataría la reclamación de

assumpsit for nonfeasance presentada por Lord Simon. El caso rela‐cionado con el daño infligido al cantinero en Southwark sería

escuchado dos días después. Sir Wray dio inicio a la audiencia

recordando a los presentes que, de acuerdo con el sistema del

common law, los hombres deben ser juzgados por sus pares y los

jueces no deben entrometerse en cuestiones de hecho, sino sólo

decidir las consecuencias legales que los hechos considerados

como veraces por el jurado acarreaban. Posteriormente, el ChiefJustice presentó las identidades de los miembros del jurado ahí

presentes, que, dicho sea de paso, habían sido comunicadas a las

partes con antelación.

– Todos ellos han realizado, por separado, un juramento de

decir la verdad. Su tarea será responder a las preguntas de la

Corte y dar valor a la evidencia presentada por las partes. Luego

173

Page 182: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

entonces, la Corte pregunta a las Partes si existe evidencia que

deseen que este jurado examine antes de emitir su veredicto –

dijo Sir Wray, quien mantenía la esperanza de que poca cosa

tendría que desahogarse en un caso que parecía difícil para el

reclamante.

– Su señoría, en nombre de mi cliente, Lord Simon, me

gustaría llamar al único testigo bajo su control, quien será capaz

de proporcionar un testimonio sobre hechos que presenció de

manera directa –reaccionó Míster Cheddar, esperando la autori‐zación del juez para llamar a Edward.

– Muy bien ¿De quién se trata?, ¿es su único testigo? –indagó

el juez confirmando sus expectativas.

– Sí, su señoría, es nuestro único testigo, Míster Edward

Johns de Molborn, asistente de Lord Simon en el comercio de

telas, y que lo acompañaba durante los hechos que forman la base

de esta reclamación –contestó Míster Cheddar.

– Que venga entonces a esta Corte a decir la verdad bajo jura‐mento –comandó el Chief Justice.

Edward se acercó al borde de la caja de los testigos con

evidente nerviosismo. Era la primera vez que aparecía ante un

juez, por lo que era de esperarse que estuviera muy impresionado

por el protocolo desconocido del recinto. El empleado de Lord

Simon era un hombre sencillo de mediana edad que había traba‐jado a las órdenes del barón desde los trece años. Tenía dos hijos

con su esposa Charlotte, una empleada doméstica en las habita‐ciones que los Nielsons mantenían en Gracechurch Street, casi

esquina con Lombard Street. De hecho, fue en el cruce de estas

calles que la pareja se encontró por primera vez hacía unos veinte

años; Edward caminaba cuesta arriba hacia Bishopsgate cuando

Charlotte bajaba por Gracechurch con un canasto de ropa sucia

en dirección del Támesis. Después de tal encuentro en el que

Edward no dudó en ofrecerse para transportar el cesto de colada

hasta el río, tan sólo tres ocasiones bastaron para que el par de

enamorados decidieran pedir a sus amos permiso para casarse. El

EDGARDO MUÑOZ

174

Page 183: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

hijo mayor del matrimonio Molborn tenía ya catorce años, y

apenas unas semanas antes había partido con una misión de

colonos hacia el nuevo continente donde esperaba encontrar

fortuna. El menor, de diez años, aprendía en un taller de telas la

confección de pantalones de lana.

– ¿Míster Edward Johns de Molborn, jura usted decir la

verdad ante esta Corte de su majestad Elizabeth? –interpeló Sir

Wray sin obtener respuesta del testigo–. ¿Qué nos tiene que decir

Míster Johns? –insistió el Chief Justice al percatarse de la parálisis

del hombre frente a él.

Lord Simon miró fijamente a Míster Cheddar, incitando la

intervención de su abogado para venir en ayuda de Edward. Pero

a pesar de la mirada firme de su cliente y los murmullos que

emergían desde el núcleo de abogados del acusado en ese

momento, Míster Cheddar decidió esperar. Finalmente, Edward

encontró por sí mismo las palabras que necesitaba para rendir su

testimonio.

– Juro decir la verdad su señoría. Me llamo Edward Johns,

nacido en Molborn. Hace 25 años que trabajo a las órdenes de

Lord Simon en el comercio de telas. El barón es un jefe muy

bondadoso, siempre ha provisto lo necesario para que mi familia

viva de manera digna. Me ha pedido que rinda testimonio sobre

el asunto del barco mercante que Sir Constantino acordó vender

contra el pago por anticipado de £200 que mi amo realizó.

Porque es mi deber cooperar con las Cortes de su alteza Eliza‐beth en el esclarecimiento de la verdad, no he dudado en presen‐tarme ante usted para rendir mi testimonio, jurando decir la

verdad, como creo que ya lo dije.

Lord Simon recuperó el ánimo al ver la elocuente entrada de

su testigo. Aurelius estaba igualmente sorprendido de los

primeros pasos de Edward durante la audiencia. El tono de voz

era claro y firme. Ningún indicio de nerviosismo se percibía en

él, sólo la humildad del hombre simple de la ciudad, empero

acostumbrado a tratar con los lores y las ladies que frecuentaban

UN VIAJE AL COMMON LAW

175

Page 184: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

la tienda en busca de recomendaciones sobre el tipo y el color de

telas que mejor servían a sus propósitos.

– Díganos entonces lo que sabe de este asunto –intervino

rápidamente Míster Cheddar invitándolo a no detenerse.

– Usualmente acompaño a Lord Simon en sus negocios más

importantes. Después de que su majestad la reina Elizabeth

permitiera la exploración de más territorios en el nuevo conti‐nente, para el establecimiento de otras colonias, los precios en el

transporte de mercancías aumentaron como consecuencia de la

reducción de la oferta de servicios fleteros en el reino y en toda

Europa. Esto ocasionó a su vez un aumento en las mercancías de

los productos importados, que de por sí son ya pocos dado el

embargo impuesto por los aliados al Imperio.

– Su señoría –interrumpió Sir Beauchamp–. No veo qué tiene

que ver el estado del comercio europeo con la acusación del

reclamante.

– Con su permiso su señoría, el testigo sólo intenta relatar los

antecedentes de lo que sabe, a efecto de demostrar que la

promesa incumplida con dolo por Sir Constantino no surgió de

la nada –defendió Míster Cheddar.

– Continúe Míster Johns –ordenó el Chief Justice.

Edward continuó y, a pesar de la prisa que parecía tener Sir

Beauchamp, decidió tomar el camino más largo para explicar que

la intención de comprar un barco mercante era dejar de

depender de otras flotas en el transporte de las telas, en especial

de las compañías fleteras en Flandes, que eran de las pocas

corporaciones que no respetaban el embargo impuesto por el

Imperio sobre Inglaterra.

–Primero intentamos comprar un barco que estuviera ya

armado en este reino, pero sin éxito, pues la especulación en los

precios del transporte causó igualmente que muchos propietarios

perdieran interés en vender sus naves. La única opción era la

compra en preventa y, a la sazón, Lord Simon y su servidor nos

dirigimos al astillero de Chatham Church a principios del plazo

EDGARDO MUÑOZ

176

Page 185: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

legal de Trinidad el año pasado, a efecto de investigar sobre la

oferta de sus constructores –dijo Edward, tranquilo aún, expli‐cando que ahí su amo habló con Sir Constantino sobre la posibi‐lidad de construir un barco de 41,3m de eslora entre

perpendiculares, 30,5m de eslora en la quilla y 10m de manga–.

Era natural que mi lord prefiriera tratar con Sir Constantino que

con otros armadores porque, además de estar éste a cargo de la

administración del astillero por órdenes de su majestad, gozaba

de buena fama como constructor de barcos. En esa misma

ocasión, el acusado prometió construir el barco en cuestión a

cambio de su pago anticipado e invitó al barón a comer y beber

en el mesón adjunto a la iglesia. Yo esperé afuera del mesón,

entreteniéndome con unas frutas secas que traía conmigo, pero

recuerdo que, al salir de la hostería, mi lord me habló de lo exqui‐sito del pato en azafrán y del vino servido por su propietario, lo

que pude confirmar, pues el barón reservó una pechuga y una

botella de vino que compartimos a nuestro regreso a Londres.

– Su señoría, el testigo no hace sino inventar una historia para

adular a algunos de los miembros del jurado –intervino Sir

Beauchamp.

– ¿Eso es lo que usted recuerda Míster Johns? –preguntó el

juez al testigo.

– Sí, su señoría –contestó Edward.

– Veamos si está mintiendo o diciendo la verdad –dijo el ChiefJustice dirigiéndose al propietario y a la cocinera del mesón de

Chatham Church para preguntarles si recordaban haber visto al

lord ahí presente, o al testigo, en su hostería en los primeros días

del plazo de Trinidad del año pasado. Ambos asintieron y la coci‐nera agregó que el reclamante se había acercado a su estufa

todavía caliente solicitando alimento para portar consigo en su

viaje de vuelta.

– ¿Recuerdan ustedes algo sobre una botella de vino? –inter‐peló nuevamente el juez a los dos miembros del jurado.

– Su señoría, Sir Constantino siempre ordenaba más de una

UN VIAJE AL COMMON LAW

177

Page 186: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

botella de vino para sus invitados. Es probable que el lord haya

tomado una de ellas al salir de la hostería –agregó el propietario

el mesón.

Lord Simon miró a Edward con complacencia. Era el prin‐cipio del fin para Sir Constantino. En su réplica, Sir Beauchamp

había declarado que ningún encuentro tuvo lugar entre Lord

Simon y su cliente antes de la primera audiencia en la Corte del

Banco de la Reina. Ahora, no sólo un testigo, sino también dos

miembros del jurado confirmaban que tal aseveración era falsa.

El utter-barrister del demandado se apresuró a enderezar su caso

diciendo: – Su señoría, mi cliente quisiera confesar que es

probable que dicho encuentro ocurrió con el reclamante, pero en

circunstancias de fiesta, cuando había bebido lo suficiente para

no recordar a todas las gentes con las que se topó en el mesón en

esa misma fecha, sino hasta hoy que el testigo trajo a colación el

pato en azafrán servido esa tarde –se excusó Sir Beauchamp en

nombre de Sir Constantino, pero asegurando al juez que eso no

significaba que su cliente hubiera realizado promesa alguna o

recibido dinero del reclamante y que, por tanto, mantenía la

postura esgrimida en su plea.

– Veamos entonces si el testigo puede refrescar aún más la

memoria de su cliente –exclamó Sir Wray sin ocultar ironía–.

Prosiga Míster Edward Johns.

– Lord Simon y su servidor regresamos a Chatham Church

dos semanas más tarde, a mediados del plazo de Trinidad, una

vez que mi lord hubo colectado los £200 solicitados por Sir

Constantino, y Míster Cheddar terminó de preparar los dos

deeds, uno de covenant y otro de garantía, que Sir Constantino

debía firmar.

– ¿De qué está hablando?, ¿existen esos deeds?, ¿qué estamos

haciendo aquí? –irrumpió el Chief Justice mirando furioso a

Míster Cheddar.

– Existieron su señoría. Fueron sellados por el demandado,

pero más tarde robados de mi despacho o extraviados por mí, no

EDGARDO MUÑOZ

178

Page 187: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tenemos pruebas en ningún caso. Como usted insinúa, no esta‐ríamos aquí de tenerlos aún –aceptó humildemente el barrister de

Lincoln’s Inn.

– Mi cliente no recuerda deed alguno relacionado con los

alegatos del reclamante, su señoría –se apresuró a decir Sir

Beauchamp.

– ¡Parece un caso increíble! aunque posible –dijo el ChiefJustice incrédulo aún–. ¿Qué sucedió durante su segunta visita a

Chatham Church? –se dirigió Sir Wray al testigo.

– Mi lord se encontró nuevamente con Sir Constantino,

quien le hizo visitar sus propios talleres en el astillero. Lord

Simon quería asegurarse de que el armador de la reina tuviera la

capacidad de entregar el buque a tiempo, por lo que decidió

rendirle una breve vistita para confirmar su oferta, alojarnos esa

noche en el nuevo castillo de Upnor y regresar la mañana

siguiente al astillero para cerrar el trato –dijo el testigo, expli‐cando además que antes de aproximarse a Chatham Church el

primer día de su segunda visita, el dúo había primero atracado en

los muelles del castillo de Upnor para tomar posesión de la habi‐tación concedida por una noche a Lord Simon por la reina Eliza‐beth, con el favor del Serjeant at arms del Parlamento, quien era su

conocido–. Yo personalmente asistí a mi lord en el traslado del

equipaje a su aposento temporal, incluido el cofre de madera con

fajas de metal verde que contenía los £200 que se entregarían a

Sir Constantino al día siguiente.

– ¿Puede confirmar usted que lo que relata el testigo es cierto?

–cuestionó el Chief Justice directamente al comisionado del nuevo

castillo de Upnor, que se encontraba entre los miembros del

jurado.

– Su señoría, yo no vi con mis propios ojos ni al testigo ni al

reclamante en el castillo esa noche. Me encontraba recluido en

mi propia habitación a causa de un dolor de pecho. Empero,

puedo confirmar que el nombre de Lord Simon aparecía en la

lista de invitados los días dieciocho y diecinueve del plazo legal

UN VIAJE AL COMMON LAW

179

Page 188: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de Trinidad del año de 1571. Al recibir la designación de jurado

en este juicio, indagué al respecto con el mayordomo principal

del castillo, quien me relató precisamente que el reclamante se

alojó en una de las habitaciones de la planta alta, mientras que su

acompañante, supongo que se refería al testigo, durmió en las

habitaciones de los sirvientes. El reclamante traía consigo un

cofre pequeño de madera y un bolso, según el reporte que me dio

el mayordomo. Al día siguiente, Lord Simon anunció su retiro

alrededor de las diez horas, después de tomar el primer alimento

de la mañana –relató el comisionado del nuevo castillo de Upnor.

– Precisamente después de desayunar esa mañana regresamos

por tercera ocasión al astillero, esta vez llevando con nosotros el

cofre de madera con fajas de acero teñidas de verde que contenía

£200 –prosiguió Edward, sin esperar la autorización de la

Corte–. Recuerdo que caía una ligera lluvia.

– Su señoría, el testigo nos hace perder el tiempo –inter‐rumpió Sir Beauchamp–. En este país las lluvias ligeras son la

regla en la costa oriente. El hecho de que el reclamante o el

testigo hayan pasado unos días indagando la compra de una

embarcación en el astillero de Chatham Church, no prueba de

manera alguna que el acusado se haya obligado como vendedor y

mucho menos que haya recibido un pago por adelantado a

cambio.

– Sir Beauchamp, le pido que deje al testigo finalizar su decla‐ración –dijo Sir Wray–. ¿O tiene usted prisa?, ¿trae consigo otra

evidencia que desee ser tratada por el jurado el día de hoy?

– En lo absoluto su señoría, sería absurdo presentar evidencia

para probar algo que no sucedió –replicó Sir Beauchamp,

posando en seguida sus anteojos sobre la barra para mirar de

frente al juez con un gesto que oscilaba entre la confianza y el

desafío.

– Su señoría –intervino Míster Cheddar rápidamente–, hace

tiempo que las Cortes de Westminster dejaron de dar valor

probatorio absoluto a la negación de los hechos realizada por un

EDGARDO MUÑOZ

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Page 189: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

inculpado, aun bajo juramento. Como usted mismo mencionó al

inicio de esta audiencia, el common law deja en las manos del

jurado la decisión sobre la veracidad de los hechos en que la

reclamación se funda. Por tanto, el testigo debe terminar su testi‐monio a efecto de que el jurado pueda emitir su veredicto con

base en la reconstrucción de los hechos que mi cliente somete a

su consideración.

– Estoy de acuerdo con usted barrister. Que continúe el testigo

–ordenó el Chief Justice, mientras Sir Beauchamp tomaba sus

antejos de la barra para poder apreciar, en los gestos y la voz de

Edward, cualquier indicio de contradicción en su testimonio.

Éste continuó relatando cómo en esa mañana de lluvia

ligera, alrededor de las diez horas, despúes de los saludos usua‐les, el barón informó a Sir Constantino que el cofre que él

portaba en sus manos, justo a las espaldas de su señor, contenía

el pago solicitado por adelantado. – Hacía falta simplemente

poner su estampa en los deeds que Míster Cheddar había prepa‐rado para cerrar la transacción –exclamó el empleado de la

tienda de telas, aseverando además que Sir Constantino había

tomado los deeds y, tras invitar a su lord a ampararse de la lluvia

bajo el cobertizo de su taller, los había sellado–. En ese

momento, el barón salió del taller y me ordenó entregar, justo

ahí en el patio central del astillero, bajo una lluvia ligera, el cofre

de madera con fajas de metal teñidas de verde al demandado,

quien a su vez pidió a uno de sus asistentes tomar posesión de

los £200.

– ¿Recuerda usted a la persona que tomó el cofre que

menciona? –indagó Sir Wray.

– Sí, claro, no era la primera vez que lo veía. El día anterior,

cuando visitamos el taller con la intención de que mi lord se

asegurara de las capacidades del ingeniero de naves hoy deman‐dado, el mismo hombre cortaba unos tablones de madera sobre

los caballetes de trabajo. Era un tipo delgado y alto, de ojos

negros y cabellos rubios, al que los otros apodaban mástil, en

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 190: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

referencia al palo delgado y largo que sostiene las velas de los

barcos, imagino yo –contestó Edward.

– ¿Qué sucedió después? –preguntó el juez con verdadero

interés.

–Lord Simon se despidió, trayendo consigo la promesa de que

el barco quedaría listo a más tardar el primer día del plazo legal

de Michaelmas del año siguiente. Eso es todo lo que me consta su

señoría, respecto de la promesa de Sir Constantino y la entrega

anticipada del pago por parte de mi lord –dijo Edward, espe‐rando ser liberado de sus obligaciones como testigo en ese

momento.

– ¿Puede alguno de los miembros del jurado confirmar los

hechos descritos por el testigo? –indagó el juez.

Uno de los carpinteros se animó a contestar, informando a Sir

Wray que, aunque no había visto personalmente la entrega de

ningún cofre, podía confirmar, al igual que sus compañeros ahí

presentes, que Sir Constantino se hacía asistir en sus trabajos de

construcción por un carpintero conocido como el mástil, lo que

los otros miembros del jurado, pertenecientes al gremio, corro‐boraron.

– Habrá entonces que ordenar su comparecencia ante esta

Corte para confrontarlo con el testigo provisto por el reclamante

–sugirió el Chief Justice.

– Su señoría, con su permiso –intervino Sir Beauchamp,

después de escuchar al oído la reseña al respecto del mástil de la

viva voz de su cliente–. Puedo confirmar que Paul Benz, a quien

se apodaba el mástil, trabajaba a las órdenes de Sir Constantino

hasta su muerte accidental, hace unos meses, cuando éste cayó

precisamente del palo más alto de una nave mientras trataba de

fijar con cuerdas y clavos el juanete mayor; una verdadera trage‐dia, su señoría –fingió compasión el abogado del demandado.

– ¿Había alguien más acompañando a Sir Constantino o al

difunto mástil cuando sucedió el intercambio de monedas que

declara haber testimoniado? –preguntó Sir Wray a Edward.

EDGARDO MUÑOZ

182

Page 191: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Sí, su señoría. Había otro asistente presente, pero éste vestía

una caperuza que le cubría de la lluvia y le obstruía el rostro

parcialmente. No recuerdo ni sus rasgos ni su nombre –

respondió el testigo y añadió que había otras personas a lo lejos

en los talleres que quizá hayan visto algo.

– ¿Alguien de los miembros del jurado recuerda la escena o

conoce persona que la haya presenciado? –interrogó el ChiefJustice.

Ninguno de los miembros del jurado recordaba o tenía cono‐cimiento indirecto de la escena precisa en la que Lord Simon

entregó el cofre de madera con fajas de metal teñidas de verde.

Los herreros miembros del jurado estaban ocupados en ese

momento forjando clavos, mocos o láminas para las embarcacio‐nes. Los ruidos de los masos sobre el metal, de los metales sobre

las maderas y de las sierras atravesando ambos tipos de mate‐riales en los talleres, sobresalían sobre cualquier diálogo que

pudiera haber ocurrido en el patio central del astillero. Además,

si lluvía había ese día, como decía el testigo, los herreros evitarían

a toda costa exponerse a ella a riesgo de contrarer reumatismo.

Respecto de los carpinteros, ya se sabe lo frustrante que es

trabajar con la madera mojada, por lo que seguramente también

estaban todos aprovechando para tomar el almuerzo o descansar

dentro de los talleres.

– ¿Puedo retirarme su señoría? –preguntó Edward.

– No aún, díganos, ¿qué sucedió después de dejar el astillero?

–indagó el juez.

– Mi lord y su servidor nos dirigimos a la iglesia de

Chatham para dar gracias a Cristo. Él realizó sus plegarias

cerca del púlpito, mientras yo esperaba rezando en la parte

trasera. Recuerdo que ofrendó monedas al capellán que se

encontraba cambiando los grandes sirios en ese momento.

Después de ese gesto nos retiramos hacia el muelle, donde

abordamos el barco del mediodía con destino a Londres –

respondió Edward.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 192: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– ¿Puede confirmar este dicho del testigo? –preguntó Sir

Wray dirigiéndose al capellán.

– Sí, su señoría –respondió de inmediato el hombre de igle‐sia–. Confirmo que el día diecinueve del plazo legal de Trinidad

hace un poco más de un año, Lord Simon rezaba en Chatham

Church y al terminar sus oraciones realizó una generosa dona‐ción a la parroquia.

– ¿No serían £200? –insinuó Sir Beauchamp con ironía.

– No, señor. Fue una suma mucho menor la que Lord Simon

ofreció a Dios, pero aún generosa –replicó el capellán.

– ¿Traían Lord Simon o el testigo consigo un pequeño cofre

de madera con fajas de metal teñidas de verde en ese momento? –

preguntó el juez.

– No recuerdo haber visto un cofre de esas características.

Lord Simon extrajo una decena de libras de un pequeño saco de

monedas que guardaba en el interior de su jubón –dijo el

clérigo que, para su avanzada edad, parecía tener muy buena

memoria.

– ¿Puedo retirarme ahora su señoría? –pidió permiso

Edward.

– ¿Le gustaría interrogar al testigo, Sir Beauchamp? –indagó

el Chief Justice antes de despedirlo.

– No tengo nada que preguntar al testigo. Parece simple‐mente una buena y dadivosa obra que Lord Simon y su acompa‐ñante hayan pagado una visita a nuestro señor en Chatham

Church. Sin embargo, no hay testigo en este reino, aparte de él,

que haya presenciado la supuesta entrega de £200 a mi cliente.

– ¡Nessuno! –exclamó súbitamente el demandado en idioma

toscano, tratando de hacer eco a lo que su abogado acababa de

decir. Hasta ese momento, Sir Constantino había permanecido

callado, sólo musitando palabras incomprensibles cuando

Edward hacía alguna referencia a él.

– Su señoría, con su permiso, me gustaría recordar que un

testigo adverso al acusado puede ser suficiente para emitir un

EDGARDO MUÑOZ

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Page 193: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

veredicto a favor del reclamante si el jurado encuentra que su

testimonio es fiable –intervino Míster Cheddar.

– Les pido a ambos barristers no adelantarse en sus conclusio‐nes. Es la Corte quien ultimadamente instruye al jurado –

recordó el Chief Justice, frenando cualquier tipo de discusión de

las partes respecto de los parámetros que debería considerar el

jurado durante su deliberación–. Ahora debo preguntar a sus

miembros ¿si tienen conocimiento de la construcción de un

barco, durante el plazo legal de Hilary y Pascua, con eslora entre

perpendiculares de 41,3m, eslora en la quilla de 30,5m y manga

de 10m?

– Su señoría, puedo confirmar que un barco con tales caracte‐rísticas fue construido bajo la batuta del demandado, Sir Cons‐tantino, durante esas fechas –exclamó uno de los carpinteros,

aclarando que él no había participado en la construcción de tal

embarcación, sino sólo intercedido en la adquisición de las

maderas necesarias para ello–. Digamos que mis contactos con el

aserradero de Kent facilitaron la entrega anticipada del material.

– ¿Tiene usted alguna relación familiar o de amistad con el

demandado? –preguntó Sir Wray.

– No, su señoría, los que trabajamos en el astillero solemos

simplemente colaborar con nuestros colegas. Se trató de un favor

profesional. Me considero imparcial en este juicio como antes

dije al sheriff de Medway –exlamó el carpintero, entusiasmado

por retribuir a la Corte del Banco de la Reina, que había pagado

por su transporte a Londres, su primera visita a la gran ciudad

para fungir como jurado en una disputa entre nobles del reino.

– ¿Qué sabe del destino de dicha embarcación? –indagó el

juez, que intuía en el entusiasmo del carpintero una veta de

información de valía la pena seguir explorando.

– Ese barco fue vendido durante el plazo legal de Michaelmas

de este año a compradores de Flandes –contestó el jurado.

– ¿Cómo lo sabe? –insistió el Chief Justice.

– Al recibir la designación de jurado en este juicio, pregunté a

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 194: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

uno de los carpinteros involucrados en su construcción, el

mismo que había pedido mi ayuda con el aserradero de Kent,

sobre el paradero de la embarcación para la cual había sido nece‐sario el pedido de madera. Él me informó que Sir Constantino

había vendido la embarcación en Amberes –exclamó el

carpintero.

– ¿La venta fue realizada en Amberes?, ¿sabe algo de la visita

de compradores de Flandes al astillero de Chatham Church? –

preguntó Sir Wray confundido.

– Según mi informante, el capitán Kevin Cook fue comisio‐nado por el demandado para navegar la embarcación hasta el

puerto de Amberes –respondió el jurado, repentinamente preo‐cupado de que la información que había obtenido fuera falsa y

que tuviera por esa razón que regresar a Chatman Church por

sus propios medios.

– ¿Qué tiene que decir el acusado al respecto? –interrogó el

Chief Justice.

– Su señoría, mi cliente confirma lo reportado por este testigo

–exclamó Sir Beauchamp.

– Pero usted mismo negó la veracidad de todos los hechos

narrados en el bill y la count del reclamante –dijo indignado el

Chief Justice, quien comenzaba a creer que el demandado había en

verdad estafado al reclamante–. ¿Confirma ahora que una

embarcación con tales características fue vendida a otro

comprador en el puerto de Amberes en Flandes?

– Su señoría, sin el afán de contradecirlo, le aclaro que el billestablece que mi cliente “vendió de nuevo la misma embarcación

a otro comprador en el puerto de Amberes de Flandes”, lo que es

falso –arguyó el utter-barrister miembro de la Sociedad de

Lincoln’s Inn–. Mi cliente nunca prometió la venta de la embar‐cación al reclamante, por tanto, no se puede decir que haya “ven‐dido de nuevo la misma embarcación”. Sir Constantino vendió

un barco como ese descrito en el bill una sola vez a un comprador

en Amberes.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 195: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– ¿Recibió el acusado la visita de mercaderes de Flandes que

portaban con ellos valores durante el plazo legal de Michaelmas

este año? –preguntó el juez al abogado, despúes de mirar nueva‐mente las preguntas que el jurado debía investigar con antelación

y responder en la audiencia.

– No, su señoría. Mi cliente vendió la embarcación por medio

de un agente, Míster Couvert –respondió Sir Beauchamp,

omitiendo con toda intención hablar sobre los detalles de

tal venta.

– ¿Alguien del jurado puede confirmar lo dicho?, ¿sabe

alguien si el demandado recibió la visita de mercaderes de

Flandes o si la venta fue realizada por medio del agente en cues‐tión? –preguntó Sir Wray, pero ninguno de los miembros del

jurado tenía conocimiento de esos elementos. Sólo el guardián

del faro de Medway intervino para confirmar que un barco de las

características descritas en el bill había dejado, semanas atrás, el

muelle de Chatham con dirección este, sin pabellón y sin volver a

verse cerca del puerto.

Míster Cheddar estaba confundido. Lord Simon le había

compartido que, según las indagatorias de su empleado Edward

entre los mercaderes en Londres, Sir Constantino había sido

frecuentado por agentes provenientes de Flandes, quienes le

habían entregado valores en Chatham Church. Como quiera que

fuera, Míster Cheddar se decidió a intervenir. – Su señoría, con

su permiso, es irrelevante si la segunda venta de la embarcación

prometida a mi cliente, y pagada anticipadamente por éste, fue

realizada por medio de agentes o directamente en Amberes o

Chatham Church. El punto relevante es que el acusado incumplió

su promesa de venta de manera dolosa.

Antes de que el Chief Justice emitiera palabra alguna, Sir Beau‐champ se adelantó diciendo que no estaba de acuerdo con su

colega, pues en las preguntas propuestas por el reclamante para

el jurado, estaba implícita la aseveración de que Sir Constantino

había recibido la visita de mercaderes de Amberes en el astillero

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 196: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

de Chatham Church. – Al comprobarse que tal hecho es falso, la

tesis del reclamante se ha desmoronado completamente como un

castillo de cartas ante un soplido; no hay nada creíble en la count–sostuvo Sir Beauchamp.

– Esa decisión se la dejaremos al jurado –advirtió Sir Wray,

quien en realidad tampoco veía qué relevancia podría tener, en el

caso concreto, que la venta a un tercero hubiera sido acordada

directamente o por medio de agentes, en Chatman Church o más

allá de las fronteras del reino–. Por ahora terminemos con el

cuestionario propuesto por las partes. ¿Sabe alguien si, después

de zarpar el barco en cuestión, el demandado se ausentó de sus

ocupaciones en el astillero de Chatham Church y se le vio en

festividades por todo el reino y en Southwark?

Los carpinteros y herreros en el jurado confirmaron la

ausencia de Sir Constantino poco después de completarse la

construcción del navío en disputa, hasta unas semanas antes de

su arresto en Southwark. Sólo hacía falta abordar la última

pregunta cuya respuesta estaba ligada directamente con vere‐dicto. El Chief Justice intervino para explicar al jurado la relación

que las preguntas realizadas hasta ese momento tenían con la

pregunta final, a efecto de guiarlo en su labor de determinar la

verdad.

– Previo a esta audiencia –comenzó Sir Wray diciendo–, los

miembros de este jurado han indagado sobre las preguntas

emitidas por la Corte de manera individual. Esta mañana, el

testimonio de un testigo ha aportado nuevos elementos que

podrían ser considerados en la emisión de su veredicto. ¿Cómo

es que ustedes llegarán a la conclusión de que el demandado es

inocente o, al contrario, responsable por el incumplimiento

culposo de una promesa? Esto será determinado de la siguiente

forma –el juez hizo una pausa para tomar las instrucciones que

uno de sus clerks le tendía–. Si ustedes creen que el demandado y

el reclamante se encontraron en el pasado, ya sea en Chatham

Church o en Londres, entonces deben concluir que las partes se

EDGARDO MUÑOZ

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Page 197: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

conocen con anterioridad al juicio. Si ustedes creen que, durante

el plazo legal de Trinidad del año de 1571, en el patio del astillero

de Chatham Church, el reclamante y el demandado discutieron la

construcción y la venta de un barco mercante, ustedes deben

concluir que las partes no sólo se conocen, si no que, además, han

entablado tratativas al respecto de tal venta. Si ustedes creen que

el reclamante entregó un cofre de madera con fajas de metal

teñidas de verde que contenía £200 al demandado, o a alguno de

sus subordinados en el patio del astillero de Chatham Church,

entonces deben concluir que se trata de un pago relacionado con

la promesa realizada por Sir Constantino de construir un barco

mercante para Lord Simon. Si ustedes creen que, durante el plazo

legal de Hilary y Pascua de este año, el demandado construyó un

barco de las dimensiones descritas en el bill otorgado al recla‐mante por esta Corte, entonces deben concluir que dicha embar‐cación es aquella prometida al reclamante.

– Su señoría –interrumpió Sir Beauchamp enfadado–, me

gustaría aclarar que esta última pregunta no está ligada a la ante‐rior inmediata. Mi cliente pudo haber prometido la construcción

de una embarcación de las características descritas en el billemitido por esta Corte al reclamante, y aun haber construido

dicha embarcación. Sin embargo, eso no significa, necesaria‐mente, que Sir Constantino lo haya realizado obteniendo como

contraprestación un pago anticipado de £200. La promesa puedo

haber sido realizada sin recibir el monto supuestamente entre‐gado por el reclamante.

– Admito que esta vez está en lo correcto Sir Beauchamp –

exclamó el Chief Justice–. Pongámoslo de esta manera. Tres

hechos principales deberán ser determinados en su veredicto –

dijo el juez dirigiéndose nuevamente al jurado–. En primer lugar,

si se celebró entre las partes un acuerdo de construir y vender el

barco mercante descrito en el bill; en segundo lugar, si el recla‐mante entregó al demandado el pago anticipado de £200 por la

construcción y la entrega de dicha embarcación; en tercer lugar,

UN VIAJE AL COMMON LAW

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si el demandado entregó o no la embarcación prometida el

primer día del plazo de Michaelmas de este año en el puerto de

Londres.

– Sobre este último punto, su señoría, no hay más que discutir

–intervino nuevamente el abogado del demandado–. La posición

de mi cliente es que no entregó ninguna embarcación al recla‐mante, pues no realizó promesa alguna al respecto y, suponiendo

sin conceder que algo hubiera prometido, nunca recibió pago en

contraprestación, lo que daría lugar a daños mucho menores a

aquellos solicitados por el reclamante.

– En ese caso Sir Beauchamp, ¿concede usted que dicha

embarcación zarpó sin regreso hacia el puerto de Amberes

durante el plazo legal de Michaelmas este año; que se vio a Sir

Constantino recibir la visita de mercaderes de Flandes que

portaban con ellos valores durante el mismo plazo legal; y que

después de esa visita, Sir Constantino se ausentó de sus ocupa‐ciones en el astillero de Chatham Church y se le vio en festivi‐dades por todo el reino y en los burdeles de Southwark? –indagó

el juez tratando de eliminar las preguntas cuya respueta no estu‐viera en disputa.

– Sir Constantino no recibió la visita de mercaderes de Flan‐des. Si un barco con las características descritas en el bill zarpó

sin regreso o si mi cliente se ausentó por unos días después de ese

hecho puede concederse, pero es irrelevante para demostrar la

responsabilidad imputada a mi cliente –respondió el utter-barrister.

– Le repito abogado que debe abstenerse de sacar conclu‐siones legales al respecto, quien instruye al jurado en este juicio

es la Corte –dijo Sir Wray.

Aurelius notó cómo una gota de sudor escurría desde la sien

hasta el cuello de Míster Cheddar. Sir Beauchamp había dado en

el blanco. El testimonio de Edward podría haber creado una

convicción en el jurado sobre la existencia de una promesa de

construir el barco mercante y su consecuente incumplimiento,

EDGARDO MUÑOZ

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Page 199: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

pero poco había aportado sobre la entrega anticipada de £200

como contraprestación. Su maestro estaba paralizado, distraído

por una visión en la que escuchaba al jurado rendir un veredicto

adverso. Lord Simon, por su parte, cultivaba una visión más opti‐mista del caso. Si el jurado creía en la existencia de una promesa,

le parecía lógico que éste igualmente concluyera que la construc‐ción no hubiera sido posible sino por el pago anticipado del

comprador. Lord Simon se acercó a Míster Cheddar para

compartir con él su opinión, lo que reanimó su semblante y

centró nuevamente su atención en el juicio.

– En conclusión –retomó el juez–, si ustedes miembros del

jurado creen que, conforme a las respuestas a las preguntas ante‐riores, parece verdad, que el demandado Sir Dante Constantino

recibió £200 en pago por su promesa de construir un barco de las

dimensiones comentadas, entonces deben concluir que éste es

responsable de incumplimiento doloso al construir dicho navío y

entregarlo en su lugar a otro comprador. A menos que las partes

tengan algún argumento final que someter, despediré al jurado

para que éste delibere con base en las instrucciones emitidas por

la Corte –propuso Sir Wray, ocasionando la agitación de los

jurados que inmediatamente se pusieron de pie y comenzaron a

intercambiar impresiones acerca de lo sucedido hasta ese

momento.

– Con su permiso su señoría, antes de que el jurado se retire,

me gustaría resaltar algo de los tres hechos principales en que se

centrará su veredicto, los cuales han sido impecablemente deli‐mitados por usted hace uno momento –manifestó Míster Ched‐dar, haciéndose oír entre los rumores que crecían en la corte. El

juez pidió entonces a todos retomar sus asientos para garantizar

el derecho a ser escuchado del reclamante, quien a su vez dijo

con aplomo–. A pesar de la diferenciación realizada por el

abogado del acusado respecto al primero y al segundo de los

hechos, quiero llamar la atención del jurado sobre la interdepen‐dencia que existe entre éstos en el caso concreto. Lo que

UN VIAJE AL COMMON LAW

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queremos decir es que si este jurado después de deliberar cree

que el demandado realizó la promesa de construir el barco en

cuestión y que finalmente construyó el barco prometido,

entonces también debería concluir que eso fue gracias al pago

anticipado de £200 realizado por mi cliente. Damas y caballeros,

la construcción y la venta de un barco no es una aventura menor,

para ello es necesaria la inversión de fondos importantes desde el

primer día. Es un hecho conocido que Sir Constantino no

dispone de fondos limpios en sus haberes. Vive en las habita‐ciones proporcionadas por su majestad Elizabeth, y gasta la

mayor parte de sus honorarios reales en excesos. Y aunque su

moral es tal que es capaz de prometer con la intención de incum‐plir, su patrimonio es insuficiente para emprender la construc‐ción del navío hoy en disputa. Sin recibir de antemano £200,

cantidad que representa el precio promedio en el mercado de tal

embarcación hace un año, más una prima adicional por pronta

entrega, Sir Constantino sería incapaz de siquiera fabricar el

timón de un barco. Ningún armador en este reino aceptaría el

compromiso de construir un barco de tales dimensiones sino a

condición del pago anticipado de por lo menos cincuenta por

ciento de su valor de mercado y el resto contra entrega.

– Objeción su señoría, el abogado del reclamante se obstina

en desprestigiar a mi cliente sin prueba alguna. Nunca antes se

había puesto en tela de juicio la salud financiera de Sir Constan‐tino. Tomaremos nota de esa calumnia para futuras reclama‐ciones en contra del Barón del Valle Alto. Mi cliente es el

heredero de una fortuna en el Gran Ducado de Toscana. Su patri‐monio es extenso como el de un sultán y sus pasatiempos no son

nada inusuales. La nobleza de nuestra isla concurre a las mismas

festividades y celebraciones a las que Sir Constantino asiste –

remató Sir Beauchamp fingiendo indignación.

– No dudo que su cliente asista a las mismas festividades y

celebraciones que la nobleza de este reino, lo improbable es que

haya alguien que le supere en el número de días que invierte en

EDGARDO MUÑOZ

192

Page 201: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

ellas –replicó Míster Cheddar, ocasionando el carcajeo de

algunos asistentes y miembros del jurado que Sir Wray se apre‐suró a sofocar so pena de perder la neutralidad en el juicio.

– ¿Cómo entonces financió su cliente la construcción de la

nave mercante que fue vendida a mercaderes de Amberes? –cues‐tionó el Chief Justice en el tono más imparcial que le fue posible

una vez que él mismo había apaciguado sus ganas de reír.

– Con sus propios fondos, su señoría. Aprovechando la espe‐culación del mercado, una vez construida la embarcación fue

vendida por medio de agente Míster Couvert, por un valor de

£250. El agente retuvo una comisión del cinco por ciento –

explicó Sir Beauchamp.

– Parece inverosímil que el demandado sea tan rico como un

sultán y aun así este bajo las órdenes de su majestad Elizabeth en

un país extranjero –refutó Míster Cheddar.

– Para todos en este reino es un honor estar a las órdenes de

su Alteza, me parece preocupante que un colega de Lincoln’s Inn

cuestione tal evidencia –contestó Sir Beauchamp.

– ¿Algo más que agregar Míster Cheddar? –preguntó el juez.

– No, su señoría –respondión el barrister.

– Que los jurados sean acompañados por los guardias a una

celda. Deberán permanecer allí incomunicados y no consumir

alimento ni agua hasta alcanzar consenso. Las partes deberán

estar atentas a cualquier comunicado de la Corte respecto de este

caso. El testigo presentado por el reclamante deberá permanecer

en el condado de Middlesex y estar disponible para, en caso de

necesidad, ser interrogado nuevamente por esta Corte. Reco‐miendo que cada parte designe a alguno de los inner-barristers que

los asisten hoy, para que el día de mañana a primera hora se

informen sobre el estado de la deliberación del jurado –ordenó el

Chief Justice, contento de haber finalizado la audiencia justo a

tiempo para el almuerzo.

UN VIAJE AL COMMON LAW

193

Page 202: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E l reloj central en las Cortes de Westminster marcaba las

doce horas del día cuando el jurado se retiró escoltado por

cuatro guardias reales. El jurado no ingirió alimento ni bebida

durante sus momentos de deliberación. Cuatro horas más tarde,

aún estaba dividido. Contra toda expectativa, los cuatro carpin‐teros y los tres herreros del astillero creían que Sir Constantino

era responsable por el incumplimiento de su promesa y que Lord

Simon había anticipado el pago de £200 como contraprestación;

los armadores, ni aun los ingenieros de mayor prestigio, finan‐ciaban en su totalidad la construcción de naves para su reventa

posterior. Parecía inverosímil que, súbitamente, Sir Constantino

emprendiera un negocio de venta de embarcaciones en un

mercado sujeto a tanta especulación. También el capellán dudaba

desde el principio de la honestidad del toscano. Nunca se le había

visto por la iglesia de Chatham y, por tanto, nunca había ofrecido

un céntimo de su presunta riqueza al santísimo. Lord Simon, en

cambio, era un conocido visitante y donador de las iglesias que

encontraba a su paso.

En el otro bando, el comisionado del nuevo castillo de Upnor,

el propietario y la cocinera del mesón y el vigilante del faro de

Medway, creían que era inapropiado que un convenio de tal

magnitud fuera dejado a la suerte de un testigo único bajo el

control del reclamante. Si era cierto, como el testigo dijo, que

existió un deed of covenant y otro de garantía que atestaban el

acuerdo y el pago anticipado en disputa, su pérdida o robo corría

por riesgo del reclamante. Tales instrumentos son utilizados,

precisamente, para evitar este tipo de juicios en los que depende

del valor dado a la palabra de una de las partes la sanción onerosa

impuesta a la otra. Además, aunque el testigo interrogado había

aportado elementos suficientes para probar la existencia de un

acuerdo y su incumplimiento no parecía ser cuestionado, poco

fue esclarecido sobre el monto realmente pagado de manera anti‐cipada. El abogado del reclamante había argumentado que

EDGARDO MUÑOZ

194

Page 203: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

algunos armadores aceptarían el mandato de construir un barco

contra el anticipo de cincuenta por ciento de su valor de

mercado, por tanto, era aun posible que el barón hubiera sólo

entregado la mitad del monto reclamado. Sin posibilidad de

corroborar con evidencia independiente que el cofre de madera

con fajas de metal teñidas de verde contenía £200, era injusto

condenar a Sir Constantino al pago de £250 como indemniza‐ción de daños ocasionados por la ruptura de su promesa de

entregar el barco pactado, concurrían los cuatro.

Llegada la noche, cuando los estragos del ayuno y la vigilia

comenzaron a agotar la paciencia de todos, el comisionado del

nuevo castillo de Upnor propuso un veredicto apoyado por la

unanimidad de los miembros. La cocinera del mesón se apresuró

a la ventanilla de la puerta de la celda para llamar al guardia en

turno, solicitando pan y vino para el jurado que venía de alcanzar

consenso en su decisión sobre los hechos del caso. Después de

comer y beber hasta la saciedad, todos cayeron en un sueño

profundo, hasta la mañana siguiente, cuando uno de los clerks de

la Corte del Banco de la Reina ingresó a la celda solicitando los

resultados de la deliberación.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 204: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

C O R T E D E L A C A N C I L L E R Í A

13

l veredicto del jurado en la Corte del Banco de la Reina no

fue lo esperado. Después de una larga jornada de delibera‐ción, sus miembros no encontraron evidencia suficiente para

establecer que Lord Simon había entregado a Sir Constantino la

cantidad de £200. A pesar de esta decepcionante conclusión para

el Barón del Valle Alto y su abogado, la acción de assumpsit fornonfeasance no fue desechada del todo. El jurado determinó que

Sir Constantino realizó la promesa de construir el barco en cues‐tión, pero para salir del punto muerto al que la diferencia de

opiniones había llevado a los miembros del jurado, el comisio‐nado del nuevo castillo de Upnor propuso considerar como

punto de partida la aseveración que Míster Cheddar había reali‐zado en la audiencia: “ningún armador en este reino aceptaría el

compromiso de construir un barco de tales dimensiones sino a

condición del pago anticipado de por lo menos el cincuenta por

ciento de su valor de mercado”.

196

Page 205: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Si ningún armador aceptaría construir una embarcación

similar por menos de la mitad de su precio anticipado, también

parece improbable que un comprador se aventure a pagar el total

del precio de la embarcación antes de que le sea entregada –había

razonado el comisionado del nuevo castillo de Upnor.

– A menos que asegure el total del anticipo con un deed ofcovenant y otro de garantía, que parece fue lo que ocurrió en

primera instancia –replicó el capellán de Chatham Church.

– El juez no nos ha pedido considerar esa declaración como si

fuera un hecho cierto –contestó el comisionado del nuevo

castillo de Upnor –. Ni siquiera es indiscutible que tales deedshayan existido; el acusado negó su existencia y el reclamante no

pidió que ese punto fuera decidido por el jurado.

Tenía razón, pues al no ser parte de las preguntas emitidas

por la Corte, los supuestos deeds mencionados por Míster

Cheddar carecían de relevancia para su veredicto. Finalmente, el

jurado concluyó que Sir Constantino era responsable por haber

incumplido con dolo su promesa de construir y entregar a Lord

Simon el barco en litigio. Pero en su segunda parte, el veredicto

reconocía como creíble que Lord Simon había anticipado

cincuenta por ciento del precio acordado, o sea, sólo £100, como

prestación; presumiendo que el resto sería pagado contra entrega

de la cosa. El Chief Justice estuvo de acuerdo con el razonamiento

hecho por el jurado y con su resultado, por lo que citó a las partes

a escuchar sentencia. Una vez presentes en la Corte del Banco de

la Reina, Sir Wray cedió el uso de la voz al portavoz del jurado

para que éste comunicara directamente el veredicto con los deta‐lles pertinentes. Acto seguido, el Chief Justice dictó su decisión a

uno de los clerks y condenó a Sir Constantino al pago de una

indemnización de daños por un monto de £100 por concepto del

anticipo perdido por Lord Simon, más £25 por costos derivados

de la contratación de fletes alternos desde el primer día del plazo

de Michaelmas del año en curso hasta ese momento.

Lord Simon no ocultaba su decepción. Le parecía increíble

UN VIAJE AL COMMON LAW

197

Page 206: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

que después de las falacias develadas en la posición de la defensa,

el jurado no hubiera tenido el valor de castigar a Sir Constantino

con todo el peso de la ley. Por su parte, Míster Cheddar y Aure‐lius veían en el veredicto una derrota con sabor a empate; siendo

Edward el único testigo, era casi imposible convencer a cual‐quiera sobre el monto preciso del anticipo entregado al armador.

En el otro extremo de la barra, Sir Beauchamp se felicitaba en su

interior por el resultado obtenido. Su estrategia había ahorrado a

su cliente £125. A pesar de ello, el rostro de Sir Constantino

proyectaba una derrota injusta. Aurelius se preguntaba si el

acusado fingía decepción o si se trataba de la reacción sincera de

un farsante que termina por creer en sus propias mentiras. – Lo

último es aun peor –pensó Aurelius.

– No es necesario emitir un writ de ejecución en el que se

requiera al sheriff del condado de Middlesex o Medway ejecutar

esta sentencia su señoría –exclamó Sir Beauchamp antes de

agregar que, a pesar de la evidente desilusión de su cliente con los

resultados de este juicio, éste pagaría £125 al reclamante como

muestra de su salud financiera, la cual había sido puesta en tela

de juicio, sin razón o pruebas, durante la audiencia.

– El reclamante tiene derecho a peticionar el writ de ejecución

de sentencia en el momento en que lo considere oportuno –

aclaró el Chief Justice, cediendo el uso de la voz a Míster Cheddar.

– Confiamos en que, en esta ocasión, teniendo a su señoría y a

todos los presentes en esta Corte como testigos, Sir Constantino

si cumplirá su palabra –intervino Lord Simon directamente,

considerando que era inútil invertir más dinero en el writ de

ejecución hasta no dejar pasar un tiempo razonable para el

cumplimiento voluntario de la sentencia de la Corte.

– En tal caso, se levanta la sesión. Sir Constantino deberá

permanecer en el condado para someterse a la apreciación del

jurado en el juicio de trespass vi et armis que lo enfrenta a Hughe

Allison, cuya audiencia tendrá lugar mañana –ordenó Sir Wray y

solicitó después a uno de sus clerks que entregara el siguiente bill

EDGARDO MUÑOZ

198

Page 207: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

que debía desohogarse ese día ante la Corte al juez Thomson,

quien no debía tardar para hacerse cargo de los asuntos

restantantes.

La Corte del Banco de la Reina permaneció en receso por

unos minutos hasta que el juez sustituto apareció y los abogados

en el caso de Simon vs. Constantino desalojaron la barra. Los

ventanales de Westminster Hall comenzaban a empañarse. Desde

los andadores, que acumulaban ya un poco del lodo acarreado

por el desfile de zapatos, podía mirarse la cortina de lluvia tenue

que cubría la entrada principal del edificio. Aunque lloviznara

afuera, el tiempo era dulce, como muy seguido ocurría en esa isla

verde, que cada vez era menos extraña a Aurelius. De regreso por

la calle del Strand, los tres caminaban en silencio, sin que nadie

osara emirtir su opinión respecto al resultado del caso. Míster

Chedar entendía que Lord Simon estaba decepcionado y espe‐raba que su aprendiz pudiera reconfortarle con un algún comen‐tario que cambiara sus ánimos. Aurelius, por su parte, conocía

bien a Lord Simon, por lo que también sabía que era inútil

convencerle de cualquier ventaja obtenida en el litigio. Para el

Barón del Valle Alto, las cosas eran muy claras, le habían robado

£200 y las cortes centrales sólo habían servido para recupar una

parte del botín. Finalmente, Lord Simon rompió el silencio para

pedir a Míster Cheddar ocuparse de los desarrollos de la

audiencia del día siguiente, en la que Sir Constantino sería enjui‐ciado por los daños ocasionados al cantinero de Soutwark.

– Me daría mucho gusto saber que el toscano ha sido senten‐ciado a pagar la indemnización del pobre vinatero –comentó

Lord Simon.

– Así lo haré señor –le aseguró su abogado, reconfortado por

la idea de que su mandante tuviera aún una ilusión de justicia en

los resultados obtenidos por un tercero con mejores posibili‐dades de éxito.

– Debo irme ahora. Informaré a Edward del resultado. Estos

asuntos en Westminster no retribuyen el tiempo que uno invierte

UN VIAJE AL COMMON LAW

199

Page 208: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

en ellos –dijo el Barón del Valle Alto insinuando finalmente su

claro descontento con la sentencia de la Corte.

a mañana siguiente, antes de que el jurado en el caso

Allison vs. Constantino fuera invitado a escuchar a los

testigos ofrecidos por las partes, Sir Beauchamp anunció a la

Corte del Banco de la Reina que el maestro del astillero había

realizado una oferta de compensación de daños al tabernero de

Southwark, la cual había sido aceptada con una sola reserva; Sir

Constantino debía ofrecer a la víctima una disculpa pública, en la

que reconocería su culpabilidad en los hechos que dieron origen

al procedimiento. El Chief Justice aprobó gustoso el atajo que las

partes habían tomado para dar por terminado el juicio. En ese

mismo instante, se invitó a Sir Constantino a disculparse en

presencia de los empleados de la Corte del Banco de la Reina, los

familiares de Míster Allison, los testigos convocados, Aurelius,

un pequeño grupo de prostitutas y otros asiduos de Southwark

que se habían desplazado a Westminster para presenciar lo que se

pronosticaba sería una audiencia entretenida. Enseguida, el

inculpado y la víctima se dirigieron a una habitación contigua al

edificio de las cortes, de poca luz, en la que Sir Wray despachaba

los asuntos que requerían privacidad. A la señal de Sir Beau‐champ, el ingeniero de naves extendió un saco con £15 al canti‐nero de Southwark, mientras que el abogado de este último se

ocupaba de la redacción de un pergamino en el que se hacía

constar la renuncia de su cliente a la acción de trespass vi et armis.Una vez cerrado el trato, el Chief Justice invitó a las partes a

regresar al recinto principal para dar por concluidos los procedi‐mientos. Los asistentes esperaban con fervor el anuncio del

monto compensatorio que el esposo de una de las damas de

compañía de la Reina había pagado por el retiro de la reclama‐ción. Sin embargo, Sir Wray advirtió que el reclamante había

EDGARDO MUÑOZ

200

Page 209: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

acordado no revelar el monto de la indemnización obtenida,

como contraprestación por la disculpa pública realizada por el

acusado.

Los asistentes comenzaron a retirarse lentamente, especu‐lando sobre los dineros abonados al cantinero. Bajo el pórtico de

la entrada norte de Westminster Hall, Míster Allison agradecía a

los convidados por su asistencia al juicio y recibía felicitaciones

como un recién casado a la salida de la iglesia. Aurelius estimaba

que el acuerdo conciliatorio debía elevarse a por lo menos £12. El

reclamante había solicitado a la Corte el mismo monto y era

evidente que el jurado otorgaría la cantidad completa tras escu‐char el relato verbal de los hechos. La única excusa que podría

interponer Sir Constantino era el estado de ebriedad en el que se

encontraba y que entorpecía su capacidad para vislumbrar las

consecuencias de sus actos, pero esa excusa no constituía una

exención de responsabilidad civil desde hacía tiempo. De llevarse

a cabo, la audiencia en la que se escucharía a los testigos asintiría

un gran golpe a la reputación ya dañada del maestro del astillero.

– Por eso es preciso impedir su desarrollo –había justamente

recomendado Sir Beauchamp. Fue así que el acusado aumentó en

£3 la expectativa del reclamante. A pesar del incremento, el vina‐tero de Southwark rechazó en un principio la oferta, pues la

humillación pública que había pasado, al ser exhibido, tumbado e

inconsciente a las afueras de su propio negocio, con un bolso de

dama en el rostro que casi provoca su asfixia, debía ser vengada

con el relato público de la conducta reprochable del esposo de

una de las damas de compañía de su Alteza. No fue sino por el

consejo de su abogado, Míster Stern, que el cantinero aceptó el

monto compensatorio, condicionado al ofrecimiento de una

disculpa pública en la que el acusado reconociera su mala

conducta.

Aurelius se dirigió hacia la salida del recinto para ofrecer sus

felicitaciones a Míster Allison. Los litigios paralelos habían unido

al Barón del Valle Alto con el cantinero de Southwark contra un

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 210: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

enemigo común, aun cuando la posición en la nobleza del

primero hacía imposible una amistad cercana con el segundo.

Míster Allison reconoció de inmediato al sobrino de su amigo

el lord.

– Míster Allison, mis más sinceras felicitaciones por esta

victoria, en nombre de mi tío Lord Simon y mi maestro Míster

Cheddar –exclamó Aurelius realizando una reverencia más

pausada de lo usual.

– Muchas gracias joven Aurelius. Debo transmitir un mensaje

a su tío. Venga conmigo por favor –dijo Míster Allison en

voz baja.

Aurelius siguió a su interlocutor hacia las afueras de West‐minster Hall hasta la abadía. Aurelius presentía que se trataba de

un mensaje importante relacionado con Sir Constantino, quizá el

cantinero de Southwark deseaba revelarle el monto de la indem‐nización recibida como un gesto de agradecimiento y confianza a

Lord Simon, y para que este último pudiera regar la verdad del

acuerdo como un rumor en los altos estratos. El presentimiento

de Aurelius era cierto. Una vez que alcanzaron el costado sur de

la Abadía de Westminster, Míster Allison incumplió su obliga‐ción de confidencialidad con Sir Constantino al contarle todos

los detalles del acuerdo conciliatorio, y algo más. – Esta mañana,

mientras Sir Constantino discutía con su abogado la posibilidad

de contra-ofrecer £18 a mi condición de realizar una disculpa

pública, el maestro del astillero mencionó estar a punto de

vender una embarcación mercante anclada en el astillero de

Woolwich por un monto de £275 –le confió el vecino de South‐wark–. Me pareció extraño que Sir Beauchamp acallara súbita‐mente a su cliente, recomendándole realizar la disculpa pública

sin ofrecer más de £15 por el retiro de mi demanda. Por el precio

de £275, creo que debe de tratarse de un barco nuevo de medidas

mayores a aquel prometido a su tío el Barón del Valle Alto. A

menos que se trate de un navío de guerra más pequeño equipado

con cañones. Pero de eso no se dijo nada.

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202

Page 211: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

– ¿Hay algo más que haya escuchado sobre esa u otras pose‐siones de Sir Constantino? –indagó Aurelius.

– Nada –replicó Míster Allison–. Sir Beauchamp le indicó

con la mirada callarse enseguida.

Aurelius estaba sorprendido por la noticia. Los rumores de

que Sir Constantino malgastaba su salario en alcohol y prostitu‐tas, ponían en duda su salud financiera para hacer frente a sus

compromisos familiares y a sus acreedores. Si era cierto que el

armador de barcos obtendría pronto liquidez con la venta de ese

otro navío en Woolwich, había que estar listos para peticionar el

writ de ejecución de sentencia. Aurelius agradeció a su interlo‐cutor por la información, volviendo rápidamente a Lincoln’s Inn

para compartir las confidencias con Míster Cheddar.

– Debemos poner a tu tío al tanto cuanto antes. Me parece

extraño que se trate de un barco de construcción reciente –

exclamó Míster Cheedar, ordenando a su pupilo partir de prisa

hacia Lombard Stree para contar lo sucedido a su mandante.

Lord Simon quedó tan sorprendido como su abogado cuando

Aurelius relató lo que sabía sobre ese segundo barco. Era posible

que se tratara de una nave de dimensiones muy cercanas a las de

la prometida por Sir Constantino. Desde hacía un año a la fecha,

el valor de los materiales y la mano de obra para la construcción

de navíos habían aumentado en veinticinco por ciento debido a

la escasez de servicios fleteros en Europa, causada a su vez por la

exploración de los nuevos territorios de ultramar. Lord Simon

ordenó a Edward y a Aurelius dirigirse al astillero de Woolwich

para investigar las características de la nave que Sir Constantino

se empeñaba en vender de manera secreta.

l astillero de Woolwich había sido fundado por el padre de

su majestad Elizabeth, Enrique VIII, a principios de siglo

para construir su buque insignia llamado Henri Grâce à Dieu, el

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 212: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

barco más grande de la época. Woolwich fue probablemente

elegido para erigir un astillero por su posición, sobre la orilla sur

del río Támesis, cerca del palacio en Greenwich, donde Enrique

tenía su residencia principal. Inicialmente situado más al este,

allende Bell Water Gate, el patio se trasladó en la década de 1540

a lo que se convertiría en su sitio actual, donde un par de muelles

secos formaron el centro de las operaciones.

Al desembarcar de la barcaza que los trasladó a Woolwich,

Aurelius y Edward se separaron para realizar sus pesquisas cada

quien por su lado. Aurelius se hizo pasar por el hijo de un impor‐tante miembro de la dinastía Saadí de Marruecos, dominada por

su poderoso sultán Abdallah al-Ghalib Billah. Fingiendo un

acento árabe, el joven castellano con ascendencia morisca

contaba a sus interlocutores la encomienda de su padre de

adquirir una carabela que pudiera ser subsecuentemente equi‐pada con cañones, o si existía algo ya provisto de armas, también

estaría dispuesto a comprarlo.

– Todos los barcos que ahora mismo están siendo construidos

ya tienen dueño –había contestado uno de los oficiales de vigi‐lancia del patio.

– Estoy seguro de que hay barcos ya acabados a la venta –

insistió Aurelius.

– Lo dudo mucho ¿señor?

– Abd al-Malik, como mi padre Abu Marwan Abd al-Malik

hermano del Sultán Abdallah al-Ghalib Billah de Marruecos –

aclaró Aurelius, convenciéndose a sí mismo de su noble linaje

morisco.

– Decía que dudo que exista una embarcación terminada

como la que usted busca –informó el guardia de vigilancia en un

tono mucho más cordial–. Pero eso no significa que algún cons‐tructor no esté dispuesto a comenzar su obra contra el pago de

un anticipo de al menos setenta y cinco por ciento de su valor.

– Me han dicho que un anticipo de tan sólo el cincuenta por

ciento sería suficiente para cerrar un trato de este tipo –dijo

EDGARDO MUÑOZ

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Page 213: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Aurelius que, después del veredicto del jurado en la Corte del

Banco de la Reina, pensaba tener información de primera mano

al respecto del monto de los enganches para la compra de barcos

mercantes.

– Eso era hace unos meses –explicó el vigilante–. La cons‐tante alza en el precio de las maderas y el hierro requiere que el

maestro a cargo de la obra adquiera la casi totalidad de los

insumos inmediatamente después de cerrar el trato.

– Insisto, deben existir embarcaciones terminadas que estén a

la venta. Algunos barcos sobre el agua tienen la apariencia de ser

nuevos y estar vacíos –señaló Aurelius.

– Todos tienen ya propietario. Aunque es cierto que algunos

están en posesión de agentes que, aprovechando la especulación,

buscan su venta a precios inflados –admitió finalmente el

oficial.

– Precisamente estoy interesado en eso –se entusiasmó Aure‐lius–. Uno de los embajadores de mi tío el sultán Abdallah al-

Ghalib Billah, en el palacio de la Reina, mencionó a un tal Míster

Couvert. Al parecer este agente ofrece una embarcación a la

venta por un precio de £275.

– Por supuesto, Míster Couvert, lo había olvidado. En efecto,

trabaja como agente de algunos miembros de la nobleza. El

segundo barco estacionado justo frente al patio del rey es mane‐jado por él–confesó el guardia–. Hace un mes que su construc‐ción fue terminada en este mismo astillero, y desde entonces su

valor ha aumentado como la espuma de una cerveza caliente.

Usualmente sólo se le ve al atardecer. Por las mañanas, el barco

navega a lo largo del Támesis para asegurar su buen estado al

mejor postor.

– ¿Sabe quién es el dueño de esa nave? –preguntó Aurelius.

– Algún miembro de la nobleza. Los agentes nunca revelan el

nombre del principal por miedo a ser saltados en el trato y

perder su comisión. El propietario tampoco tiene interés en que

se sepa su identidad. Muchos lores y nobles han sufrido robos o

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Page 214: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

secuestros después de realizar ventas fructuosas –informó el

vigilante del astillero de Woolwich.

– ¿Qué dimensiones le parece que tenga esa nave? –inquirió

Aurelius aprovechando la facilidad con la que el oficial abría

la boca.

– Unos diez o doce metros de manga, con una eslora entre

perpendiculares de cuarenta a cuarenta y dos metros –calculó su

interlocutor.

– Es justo lo que estoy buscando para mi padre, el próximo

sultán de Marruecos. Me parece que el barco podría adaptarse

con unos bellos falconetes de bronce para bolas de hierro de siete

centímetros de diámetro –dijo el aprendiz que desempeñaba

estupendamente su papel de miembro de la nobleza marroquí.

– Pues ya lo tiene. Míster Couvert suele mostrar la embarca‐ción por las tardes una vez que el barco termina su recorrido.

Pero me parece que volvió a Londres hace unos minutos –indicó

el oficial de vigilancia.

– Trataré de alcanzarlo en la ciudad entonces ¿Tiene algún

nombre el barco? –indagó Aurelius.

– Ha sido bautizado como Firenze –respondió el vigilante,

sospechando que el nombre no sería del agrado del joven árabe.

– El nombre lo dice todo –replicó Aurelius.

– ¿Qué quiere decir? –exlamó el oficial curioso.

– Que el barco es tan bello como su nombre. Firenze significa

Florencia, la ciudad más bella del Gran Ducado de Toscana –dijo

Aurelius, seguro ahora que el barco pertenecía aún a Sir Cons‐tantino, quien no había disimulado sus orígenes toscanos con el

nombre dado a su última creación.

Aurelius se despidió del oficial de vigilancia y se dirigió direc‐tamente a la barcaza que los había traído hasta Woolwich y en la

que Edward ya se encontraba a bordo. El asistente de Lord

Simon no había tenido más suerte que Aurelius. Uno de los

carpinteros de los talleres cercanos a Warren Lane le había

confiado que pocos eran los barcos terminados que estaban a la

EDGARDO MUÑOZ

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Page 215: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

venta, pero no reconoció el nombre de Míster Couvert. Cuando

la barcaza pasaba a un costado del Firenze, Aurelius le pidió a

Edward mirar bien los metros de la eslora entre perpendiculares

y de la manga.

– Podría ser bien éste el barco que Sir Constantino prometió

a mi lord –comentó Edward.

Al desembarcar en Londres, Edward partió hacia Lombard

Street para alertar a Lord Simon sobre lo investigado. Por su

parte, Aurelius se apresuró a buscar a Míster Cheddar quien

esperaba en su despacho sin ocultar la ansiedad que lo agobiaba.

Juntos partieron hacia Lombard Street mientras que en el

camino Aurelius lo ponía al tanto de los detalles de su averigua‐ción en el astillero de Woolwich. El cerebro de Míster Cheddar

trabajaba a toda velocidad, aunque con poco oxígeno debido a la

caminata apresurada que le cortaba la respiración. – ¿Qué

medidas legales podrían tomarse para frustrar la venta de esa

nave en beneficio de Lord Simon? –se preguntaba el utter-barrister de Lincoln’s Inn.

Al acceder a la habitación principal de la planta alta de la

tienda de telas, las inferencias no se hicieron esperar. – Si ese

barco pertenece realmente a Sir Constantino existen dos posibili‐dades –profirió Lord Simon–. La primera es que se trate de la

embarcación que me prometió construir, pero nunca me entregó.

La segunda posibilidad es que sea una nave similar construida y

prometida para otro comprador. Lo que significaría que la

embarcación que me prometió a mí fue aquella finalmente

vendida y entregada a la casa mercante de Schetz de Grobben‐donk en Flandes.

– Si el Firenze tiene las mismas dimensiones del barco enco‐mendado por su señoría, es poco probable que haya sido orde‐nado por otro comprador que usted mismo –le dijo su abogado–.

El guardia de vigilancia informó a Aurelius que hacía un mes que

Míster Couvert especulaba con su venta. Lo que significa que la

embarcación no tiene dueño aún.

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– Pero, ¿qué hay del barco entregado a Lancelot I Schetz en

Amberes? – exclamó Edward confundido aún.

En ese instante, Aurelius recordó que durante la audiencia

ante la Corte del Banco de la Reina tres días atrás, Sir Beauchamp

había aseverado que era falso que Sir Constantino hubiera

vendido la misma embarcación dos veces a otro comprador en el

puerto de Amberes. – Sus palabras precisas fueron: “Mi cliente

vendió un barco como ese descrito en el bill una sola vez a un

comprador en Amberes”. Esto podría utilizarse como una confe‐sión de que el barco que zarpó hacia Flandes no fue el prometido

a usted tío. Aunque eso nos hizo creer en un principio antes del

juicio –exclamó Aurelius, quien comenzaba poco a poco a

confiar en sus intuiciones y a opinar con mayor seguridad.

– Si así fuera, si es cierto que Sir Constantino construyó dos

barcos iguales y el segundo fue apartado para su venta posterior a

un precio exorbitante, su malvada estrategia funcionó –aceptó

con dolor el Barón del Valle Alto–. Mi pago anticipado de £200

hizo posible la construcción simultánea de ambas naves; con la

venta de la primera de ellas obtuvo una ganancia suficiente que le

permitirá pagar los daños que me fueron otorgados por la Corte

del Banco de la Reina, mientras que el precio que reciba por la

segunda nave estará libre de reducciones. ¿Hay algo que podamos

hacer Míster Cheddar?, ¿podemos forzar a Sir Constantino a

entregarme esa embarcación?

– Probablemente –respondió el utter-barrister de Lincoln’s Inn

sin añadir más.

– Póngase en mis zapatos Míster Cheddar –insistió Lord

Simon, molesto por la parquedad en la respuesta de su abogado–.

Mis socios y yo invertimos £200 en una embarcación que nunca

nos fue entregada. Gracias a usted perdimos dos deeds y la tota‐lidad de nuestra inversión, aunque con su ayuda ahora recupe‐ramos £125 de ella. En este momento, cualquier embarcación de

tales dimensiones no puede ser comprada por menos de £275. Lo

que significa que debemos añadir a los daños que aún esperamos

EDGARDO MUÑOZ

208

Page 217: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

nos pague Sir Constantino la cantidad de £150 si queremos

adquirir un barco similar.

– Sé lo que quiere decir Lord Simon, pero ninguna Corte

obligará a Sir Constantino a entregarle dicho barco a menos que

ofrezca liquidar el total de su precio –respondió el tutor de Aure‐lius tratando de ser empático, pero sin éxito.

– Lo sé. ¿Acaso me cree estúpido? –replicó el Barón del Valle

Alto indignado, lanzando un folio por la borda de su escritorio

hasta el piso–. Escúcheme Míster Cheddar. Partamos de un

hecho probado ante el jurado de la Corte del Banco de la Reina:

Sir Constantino prometió la venta de la nave por un precio de

£200. Por supuesto, no tengo otra alternativa sino liquidar los

restantes £75. Sólo espero que se dé cuenta de la diferencia entre

pagar £275 a un tercero o £200 al toscano.

– En ese caso mi lord, nuestra única opción es solicitar el

favor de la Corte de la Cancillería –comentó Míster Cheddar con

dudas y, a la vez, resignación.

– ¡Pues entonces vuélvase un solicitor! –le ordenó su

mandante martillando los nudillos sobre el escritorio con un

golpe seco–. Solicite en mi nombre el favor del Canciller del

reino, Sir Nicholas Bacon, para que se haga justicia en este

asunto.

Mientras escuchaba la discusión abrasada entre su tío y su

maestro, Aurelius recordó su primera visita a Westminster Hall

en la que había escuchado decir a Míster Cheddar que él no liti‐gaba en la Corte de la Cancillería. El aprendiz de abogado se

preguntaba si de tal declaración había que presumir una aversión

o si, por el contrario, se trataba de una mera constatación. La

verdad era que no había nada que se lo impidiera. Andrew le

había contado que, en el pasado, muchas personas habían solici‐tado el favor del Canciller, en su propio nombre, sin la ayuda de

abogados. Al final del día, la Corte de la Cancillería no era una

Corte de Derecho sino de conciencia, en la que no era necesario

ser letrado en derecho. La competencia del Canciller había

UN VIAJE AL COMMON LAW

209

Page 218: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

M

surgido de su deber de otorgar justicia con base en su propia

conciencia cuando el common law injustamente no lo hacía. El

sistema procesal basado en el writ podía ser muy rígido; muchas

situaciones fácticas no encajaban en las fórmulas establecidas en

los writs ni en los precedentes emitidos por las otras Cortes de

Westminster. Además, los writs del common law se limitaban al

resarcimiento de daños y perjuicios, mas no concedían la acción

de ejecución forzosa o la acción de prevención de daños cono‐cida como injunction. Eran precisamente esas dos acciones las que

Lord Simon necesitaba para hacerse del barco Firenze anclado

Woolwich, pero Míster Cheddar no parecía tener grandes expec‐tativas en ellas.

ientras volvían juntos a Lincoln’s Inn, a la altura de Fleet

Bridge, Aurelius se aventuró a indagar la opinión de

Míster Cheddar respecto de la Corte de la Cancillería.

– No parece estar muy convencido de los méritos de este caso

maestro, o ¿quizá hay algo de malo con la Corte de la Cancillería?

–preguntó el pupilo llendo al grano.

– ¿Por qué habría de haberlo? –respondió inmediatamente el

maestro con otra pregunta, como si esperara ser cuestionado al

respecto desde hacía horas.

Aurelius guardó silencio, seguro de que no había que insistir

más por ahora. Sin embargo, justo antes de llegar a Lincoln’s Inn,

cerca del jardín de los rosales, embistió de nuevo.

– He leído que el Canciller es considerado el guardián de la

conciencia del rey –comentó Aurelius.

Míster Cheddar se detuvo en seco y lo miró extrañado por el

comentario de readings del verano que hacía años no escuchaba.

Al percaterse de que no sería fácil evadir las inquietudes de su

protegido, el utter-barrister se dedicidió a hablar. – Aurelius, Sir

Bacon es un hombre respetable que posee la calidad moral para

EDGARDO MUÑOZ

210

Page 219: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

decidir si una petición debe recibir el favor de su majestad

Elizabeth por caridad y amor de Dios. Pero la razón principal

que le otorga jurisdicción es, por una parte, una cuestión polí‐tica y, por la otra, porque conoce perfectamente el sistema

procesal del derecho del common law y las acciones disponibles

bajo ese sistema. Recuerda que el Canciller es quien, en nombre

de la reina, emite igualmente los writs que son después enta‐blados por los reclamantes ante la Corte de Peticiones

Comunes.

– Pero también el objetivo de la Corte de la Cancillería es

decidir cada caso conforme a sus propios hechos, sin aplicar el

common law o la letra fría del derecho emanado del Parlamento –

reaccionó Aurelius, desconcertado por la insistencia del maestro

en traer a colación el derecho la Corte de Peticiones Comunes a

un caso que precisamente necesitaba de los principios de la equitypara terminar bien.

– Lo sé Aurelius –reconoció Míster Cheddar–, pero el rol del

Canciller no es crear reglas opuestas al common law, sino comple‐mentar ese derecho. El Canciller sólo provee justicia en aquellos

aspectos en que el derecho de la Corte de Peticiones Comunes o

de la Corte del Banco de la Reina no funcione de manera satis‐factoria.

Ahora al menos entendía que la preocupación de Míster

Cheddar no estaba relacionada con la calidad moral de Sir Bacon,

sino con las probabilidades de que las circunstancias del caso

ameritaran un remedio fundado en la equity. A final de cuentas, la

equity se había convertido en un tipo de derecho, en el sentido de

un cuerpo coherente de principios; sus propias reglas no podían

ser contradichas, y una de las principales reglas era precisamente

no contravenir el common law. Tal era la dirección de su

desarrollo en los últimos años que los solicitadores del favor de la

reina habían sido obligados a contratar los servicios de expertos

en los principios de equity, entre ellos algunos utter-barristers,quienes presentaban los casos ante la Corte de la Cancillería

UN VIAJE AL COMMON LAW

211

Page 220: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

utilizando las mismas técnicas argumentativas que ante otras

cortes.

– Hay dos cosas que me preocupan Aurelius –confesó final‐mente Míster Cheddar mientras colgaba su capote en la percha

adherida al interior de la puerta de su despacho, en el que un olor

a comida y vino emergía de los libreros detrás del escritorio.

Parecía que el maestro había pasado las últimas noches en el

recinto, merodeando por lugares comunes de su experiencia que

le permitieran concebir una salida favorable para Lord Simon.

Reposado en su asiento, Míster Cheddar prosiguió–. La primera

es la velocidad con la que la Corte de la Cancillería actuará para

impedir que Sir Constantino disponga del barco hasta que no se

pronuncie la decisión final sobre el fondo del asunto. La segunda

es si en el caso específico hay razón suficiente para apartarse de

la decisión de la Corte del Banco de la Reina.

– Si me permite maestro, no creo que sea buena idea plantear

la solicitud como una contradicción a la decisión de la Corte del

Banco de la Reina, sino como un suplemento –comentó el inner-barrister intuitivamente, atrayendo la atención de su maestro que

lo miró fijamente, pero aún dudando que algo de utilidad pudiera

venir de su aprendiz que poco sabía sobre los principios de la

equity.

– ¿Cómo es eso? –preguntó finalmente Míster Cheddar,

sacándose los zapatos y los calcetines mientras escuchaba a su

discípulo.

– Como dijo mi tío, la decisión de la Corte del Banco de la

Reina ha sido necesaria para confirmar la existencia de un

acuerdo incumplido por Sir Constantino y un crédito por £125 a

favor de Lord Simon. La solicitud ante Canciller debería girar en

torno a la injusticia que significa para éste, en estos momentos de

escasez de naves y especulación en los precios, verse forzado a

adquirir por el precio original de £200 un barco de menor rango

al prometido por Sir Constantino, que no sirve para los fines del

transporte de mercancías en los océanos. Hoy, por £200 o £225,

EDGARDO MUÑOZ

212

Page 221: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

nadie estaría dispuesto a vender un buque mercante de las

dimensiones prometidas por Sir Constantino.

Míster Cheddar se sorprendió de la gran intuición con la que

Aurelius había concebido la solicitud ante la Corte de la Cancille‐ría. Súbitamente, parecía haber esperanzas en el caso del Barón

del Valle Alto.

– Sin embargo, es probable que una solicitud en ese sentido

contraríe el efecto implícito de la decisión de la Corte del Banco

de la Reina –replicó Míster Cheddar, colgando sus calcetines

mojados sobre el respaldo de su silla y buscando alguna copa con

restos de vino entre los estantes de libros.

– ¿De qué efecto habla maestro? –preguntó Aurelius.

– Del efecto de terminación de la relación contractual que

tuvo la decisión de Sir Wray sobre el convenio verbal entre Sir

Constantino y Lord Simon. Es ilógico solicitar ambas, la termi‐nación del convenio y posteriormente el cumplimiento forzoso

del mismo –exclamó Míster Cheddar.

– Es probable maestro, pero eso no significa que obligar a Sir

Constantino a vender el Firenze a Lord Simon contradiga la

acción de assumpsit for nonfeasance concedida a mi tío por la

Corte del Banco de la Reina. El writ of trespass en que se funda la

acción sólo tiene como remedio el resarcimiento de los daños

por el incumplimiento de la promesa, mas no la terminación, por

lo menos nada dice el writ sobre ello –dijo Aurelius, que ahora no

intuía, sino que realmente ponía en práctica lo que había apren‐dido antes.

– Podrías tener razón, Aurelius. La Corte de la Cancillería

usualmente admite solicitudes basadas en una relación de fiducia

creada por enfeudadores que transfieren voluntariamente sus

tierras a fiduciarios para su administración en favor de sus

descendientes. En estos casos, la Corte de la Cancillería logra

imponer obligaciones de cumplimiento específico sin contra‐decir el derecho de la Corte de Peticiones Comunes –comentó

Míster Cheddar.

UN VIAJE AL COMMON LAW

213

Page 222: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– ¿Se refiere a la institución de uses? Pensé que éstos habían

sido abolidos por la Ley de Uses –recordó Aurelius los readingsdel verano pasado impartidos por Míster Dalton.

– En efecto, los uses en los que no existe un arreglo conforme

al cual el fiduciario encomendado recibe realmente la propiedad

de la tierra y un pago por la administración de los bienes fueron

abolidos, pero aquellos donde sí se dan esos elementos son aún

ejecutables con el nombre de trust –explicó el maestro, que final‐mente había encontrato un poco de vino para beber en una jarra

arrinconada en uno de los estantes.

– ¿Cómo ocurre esto? –cuestionó Aurelius, interesado por

saber más sobre los principios derivados de la Corte de la

Cancillería.

– Bueno, como tú sabes, el common law sólo reconoce como

legítimo propietario al poseedor de los títulos de propiedad.. –

comenzó diciendo Míster Cheddar mientras daba los primeros

sorbos de la bebida tinta –. El fiduciario de la tierra transferida

en trust por el enfeudador se convierte así en el propietario ante

el common law. El writ of right de nada sirve para revindicar la

propiedad a un enfeudador insatisfecho con el desempeño del

trabajo del fiduciario, pues la transferencia de la propiedad se

realizó de manera voluntaria. La Corte de Peticiones Comunes

nunca admitiría el writ of right con tal efecto, pues este writrequiere evidencia de despojo intencional, lo que no ocurre en

una transferencia por trust. Sin embargo, el enfeudador puede

solicitar el favor de la Corte de la Cancillería para determinar si

el fiduciario ha quebrantado la confianza otorgada por el enfeu‐dador al transferirle la tierra. En estos casos el Canciller debe

reconocer que, conforme al common law, el fiduciario es el legí‐timo detentor de la propiedad legal sobre la tierra. A pesar de

ello, el Canciller también puede decidir que, conforme a la equity,

el fiduciario debe cumplir forzosamente con su obligación de

entregar los frutos de la propiedad a los beneficiarios designados

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Page 223: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

A

por el enfeudador –comentó Míster Cheddar, que al terminar la

explicación había bebido ya todo el vino en el fondo de la jarra.

– Si es así maestro, mañana a primera hora podría solicitar un

writ de cumplimiento especifico a la Cancillería –exclamó Aure‐lius entusiasmado.

– No precisamente –dijo el maestro, quien repuesto y tran‐quilo, ahora se acomodaba en el sillón para echar una siesta–. El

procedimiento de equity no tiene nada de ver con writs preesta‐blecidos. Eso es sólo para casos conocidos conforme al commonlaw en la Corte de Peticiones Comunes. El procedimiento

seguido por la Corte de la Cancillería es distinto. Mañana antes

del mediodía Lord Simon deberá venir con nosotros para pedir

personalmente al Canciller el favor de la Reina.

– Pero Lord Simon no habla muy bien francés legal –comentó

Aurelius.

– No será necesario. El procedimiento ante la Corte de la

Cancillería se lleva a cabo en inglés, no en francés legal. También

verás cómo el procedimiento es oral en su totalidad –dijo Míster

Cheddar, pidiendo con una señal al pupilo que se fuera para

poder comenzar la siesta que, al ser ya las seis de la tarde, amena‐zaba con prolongarse hasta el amanecer.

urelius se retiró del despacho de Míster Cheddar

entusiasmado por la posibilidad de conocer al Canciller en

persona. Había sido un largo día y el cansancio se apoderó súbi‐tamente del joven aprendiz de abogado. Estaba por anochecer y

hacía un par de semanas que no asistía regularmente a las activi‐dades de la tarde. Los debates y los moots habían cedido paso,

poco a poco, a la búsqueda de casos en los yearbooks, la prepara‐ción de argumentos orales e interrogatorios de testigos enco‐mendados por su maestro. Se sentía cada vez más un abogado,

UN VIAJE AL COMMON LAW

215

Page 224: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

aunque aún faltaran muchos plazos legales antes de poder ser

llamado a la barra.

Aurelius ingresó al Gran Salón caminando instintivamente

hacia la mesa en que usualmente tomaba la cena en compañía de

Andrew y Joseph. El espacio estaba ocupado por otros aprendices

de menor plazo. Se hizo a un lado, intentando encontrar a sus

compañeros desde un punto con mejor visibilidad. Al otro

extremo, Joseph agitaba su brazo derecho hasta que Aurelius se

percató de él.

– ¿Qué hacen aquí?, ¿por qué se han mudado de lugar? –

preguntó el aprendiz castellano.

– Harry Lyon ha realizado una alianza con Samuel Beck y

Roman Constantino– le confió Joseph.

Un chorro de adrenalina puso a Aurelius en alerta. La relaja‐ción producto del cansancio desapareció en un instante. La

envidia que el clan de estudiantes protestantes de Londres profe‐saba a Andrew Tresham, había encontrado un aliado en el

encono que los aprendices de Sir Beauchamp tenían contra

Aurelius.

– Han hecho bien en cambiar de lugar –reconoció Aurelius–.

Debemos evitar a toda costa un enfrentamiento con ellos. Las

cosas podrían explotar súbitamente. Esta mañana tuvo lugar la

audiencia final de la Corte del Banco de la Reina en el caso que

enfrentaba el padre de Roman contra el cantinero de Southwark.

– Lo sabemos, las partes llegaron a un acuerdo justo después

de los argumentos orales de apertura –dijo Andrew–. Todo

mundo especula sobre el monto que Sir Constantino entregó

como compensación al tabernero.

– £15 –replicó Aurelius–, me lo dijo el mismo Míster Allison.

– ¡15! –exclamó Andrew, impresionado con la forma tan

rápida de ganar dinero para un simple vecino de Southwark.

– ¿Quién es Míster Allison? –reaccionó Joseph.

– ¡Chut! Bajen la voz –insistió Aurelius–. Míster Allison era la

víctima, el cantinero, y el arreglo es confidencial. Pero eso no es

EDGARDO MUÑOZ

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Page 225: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

todo, él me confió que Sir Constantino esconde un barco de las

mismas medidas que aquel prometido a mi tío.

– ¿Es cierto eso? –preguntó Andrew incrédulo.

– Lo es –contestó Aurelius, relantando todo lo sucedido esa

mañana mientras Joseph y Andrew sorbían sus sopas y agluti‐naban pedazos de pan en la boca sin despegar la mirada de su

interlocutor. Algunas mesas atrás, Harry Lyon y sus nuevos

amigos hacían mofa de la cobardía del trío de recusantes católi‐cos; quienes habían preferido ceder su espacio en la mesa de los

aprendices de su mismo plazo legal para refugiarse entre los

lugares ocupados por los más novicios.

– ¿Tratarán de recuperar ese barco? –preguntó Andrew

emocionado por la posibilidad de que así fuera.

– Mañana al mediodía nos presentaremos en las oficinas del

Canciller –confirmó Aurelius, nervioso ahora por los posibles

escenarios que su tío político tenía frente a él.

– ¡Oh, Dios mío!, mientras las batallas legales tienen lugar en

Westminster Hall, las guerras sangrientas acontecen en Lincoln’s

Inn –predijo Joseph, temeroso de la futura reacción de sus adver‐sarios en el recinto.

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 226: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

E Q U I T Y

14

a Corte de la Cancillería no tenía más juez que el Canciller.

Sin embargo, sus subordinados eran muchos e importan‐tes. Su personal incluía a doce maestros liderados por el Master ofRolls. Esta posición estaba ocupada por Sir William Cordell,

quien era casi tan poderoso como el Canciller mismo, Sir

Nicholas Bacon. La labor del Master of Rolls era asistir en la elabo‐ración de decisiones rendidas con base en la equity y muchas

veces suplía al Canciller en su silla. El Master of Rolls tenía seis

empleados, conocidos por todos como los seis clerks, quienes

estaban a cargo de la supervisión de los expedientes. Sir Cordell

contaba además con dos registradores de las decisiones y

decretos de la Corte, así como con dos examinadores que le asis‐tían en el interrogatorio de los testigos. En total, los empleados

de la Cancillería sumaban más de cincuenta y estaban todos

alojados en la Oficina de los Seis Clerks, ubicada al costado norte

de Lincoln’s Inn, sobre Chancery Lane, casi esquina con el

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Page 227: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

camino de Holborn. Ahí se presentaban las solicitudes para el

Canciller. Sólo durante las audiencias, el Canciller y su equipo se

trasladaban a la Corte de la Cancillería en Westminster Hall.

Al entrar en la oficina de los Seis Clerks, Míster Cheddar pidió

a uno de los empleados avisar al Master of Rolls que el Barón del

Valle Alto estaba ahí. Hacía años que Sir Cordell era miembro

electo del Parlamento por más de un condado, por lo que conocía

bien el estatus y los negocios de Lord Simon.

– El Master of Rolls les ruega pasar a su despacho –dijo el

mismo clerk que los había recibido antes, dirigiéndolos a lo largo

de un pasillo flanqueado por mesas repletas de documentos hasta

el fondo del edificio.

La Oficina de los Seis Clerks parecía un inmenso taller de

impresiones. En cada una de las mesas había de tres a cuatro

clerks junior apilando expedientes o realizando anotaciones en

los pergaminos. Un intenso olor a tinta llenaba el silencio con el

que los subordinados del Master of Rolls trabajaban. La mayoría

de los clerks tenía la misma edad de Aurelius, pero su especializa‐ción en el oficio y la disciplina monástica impuesta por su maes‐tro, los clerks irradiaban una madurez que pocos miembros de los

Inns of Court poseían a la misma edad. Al ingresar a la oficina de

Sir Cordell, el clerk que los guiaba les ofreció vino y nueces.

Aurelius no había experimentado un trato tan cordial en las otras

Cortes de Westminster; aunque sospechaba que se trataba de un

caso de excepción, debido a la relación parlamentaria que unía a

Lord Simon con el Master of Rolls.Después de intercambiar una ronda de halagos e invitaciones

mutuas a cenar o a partir de cacería, Lord Simon expuso el

asunto que lo obligaba a solicitar el favor del Canciller. Sir

Cordell estaba al corriente de los dos casos tratados por la Corte

del Banco de la Reina y que habían dejado huella en la reputación

del maestro del astillero. Si bien no tenía simpatía alguna por el

personaje, la cercana relación de Sir Constantino con Sir Francis

Drake, el vice-almirante predilecto de la Reina, más que su matri‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 228: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

monio con una de las damas de compañía de su majestad, hacía

necesario tener prudencia y cautela en cualquier acción en su

contra.

– Me temo que una solicitud de tal envergadura deberá ser

tratada directamente por el Canciller –comenzó diciendo el

Master of Rolls–. No podría yo suplirlo al tratarse de un asunto de

relevancia para un Lord como usted y un empleado de la Corte

de su majestad. Como podrá percatarse, la Corte de la Cancillería

está ahora mismo desbordada de solicitudes, podrían pasar

algunos meses antes de que Sir Bacon fije audiencia para conocer

el fondo de este asunto.

– Entiendo Sir Cordell –reconoció Lord Simon sólo para

provocar empatía–, pero creo que usted podría hacerme un favor

que sabré reconocer con creces.

– ¿De qué se trata Lord Simon? –preguntó curioso el Masterof Rolls.

– No le pido que suplante al Canciller en la decisión final

sobre este asunto. Sólo le pido que emita hoy la orden de compa‐recencia a la Corte de la Cancillería para que Sir Constantino

responda a las acciones solicitadas –Lord Simon hizo una

pausa–. Y añada que el emplazado se abstenga de ejercer su

derecho de vender la embarcación anclada en Woolwich y deno‐minada Firenze hasta que este asunto haya sido resuelto por su

Eminencia el Canciller.

– Me pide demasiado Lord Simon –respondió Sir Cordell

fingiendo a su vez preocupación–. ¿Cómo sabré la fecha en que el

Canciller estará disponible para sostener la primera audiencia?

– Si me permite su señoría –intervino Míster Cheddar–. Lo

importante para Lord Simon es la orden provisional de no

disponer de la nave objeto de la reclamación hasta nuevo aviso.

Respecto del día de la audiencia con el Canciller, usted podría

poner una fecha tentativa y modificarla subsecuentemente

dependiendo de la disponibilidad de Sir Bacon.

El Master of Rolls reflexionó unos segundos acerca del

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Page 229: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

perjuicio injustificado que tal mandato podría acarrear al

acusado. En vista de su reticencia a emitir una orden que pudiera

exasperar a su superior, Lord Simon intervino nuevamente para

calmar sus miedos.

– Entiendo su preocupación Sir Cordell. Permítame abonar lo

siguiente, Sir Constantino ha esperado más de un mes para

vender el barco en cuestión, empero la gran demanda en el

mercado. No hay indicios de una baja en los precios de los mate‐riales para la construcción, por lo que nada perderá si se le hace

esperar un mes más para vender, sino al contrario, incrementaría

sus ganancias en caso de que mi solicitud fuera finalmente

desechada. Además, su única deuda registrada en las cortes

asciende a £125 y ésta es a favor mío. Sería contradictorio que yo

mismo solicitara la ejecución de la decisión que obtuve en la

Corte del Banco de la Reina cuando ahora mismo estoy pidiendo

justicia ante la Corte de la Cancillería.

Sir Cordell tomó aún varios segundos antes de responder,

midiendo en silencio el tamaño del favor que haría al Barón del

Valle Alto y las posibles ventajas que podría adquirir en el parla‐mento teniendo a éste de su lado. – Bien, haré lo que me pide

Lord Simon. Hágamoslo ahora –dijo el Master of Rolls convenci‐do–. Pediré a uno de mis clerks elaborar la orden de compare‐cencia que usted, Míster Cheddar, me ayudará completar con la

injunction que requiere.

– Por supuesto su señoría –exclamó Míster Cheddar ponién‐dose de pie e inclinándose en reverencia.

– Muchas gracias Sir Cordell, puede estar seguro de mi

perpetuo reconocimiento por su favor –añadió Lord Simon.El

Master of Rolls pidió a uno de sus clerks más jóvenes tomar

dictado de la siguiente orden de comparecencia: – “La Reina a,

Don, Sir Constantino, saluda. Por ciertas causas planteadas ante

nosotros en la Cancillería, ordenamos firmemente que usted,

dejando a un lado otros deberes y posibles excusas, se presente

personalmente ante nosotros en esta Cancillería”. ¿Le parece bien

UN VIAJE AL COMMON LAW

221

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E

un plazo de tres semanas? –preguntó Sir Cordell dirigiéndose a

Lord Simon.

– Si no es mucho pedir, prefiniría que se emplazara a

audiencia en menos de dos semanas, esperando que el Canciller

esté disponible, por supuesto –respondió el lord.

– De acuerdo. Continúa en la misma línea –instruyó el Masterof Rolls mientras que el clerk en servicio limpiaba la pluma del

exceso de tinta –. “ en dos semanas a partir de este día del plazo

legal de Michaelmas, cualquiera que dicha fecha sea, para

responder a las reclamaciones que se le imputan y, además, para

hacer o dar lo que esta Corte decida al respecto.” Es aquí donde

necesitamos su aportación Míster Cheddar –exclamó Sir Cordell.

– Su señoría, sugiero la siguiente línea después del punto:

“Asimismo, ordenamos firmemente que se abstenga de ejercer su

derecho de transmitir o disponer del uso o la propiedad de la

embarcación denominada Firenze anclada en el astillero de

Woolwich o donde quiera que ésta se encuentre, hasta que esta

Corte decida sobre las reclamaciones que se le imputan” –sugirió

el abogado de Lincoln’s Inn.

– Me parece acertado –confirmó el Master of Rolls–. Ahora

terminemos la orden con el subpoena. Escribe abajo: “Y no es

sabio ignorar ninguna de las dos órdenes arriba emitidas, so pena

de pagar una multa de £100 por cada una de ellas. Emitido con el

sello real de su majestad Elizabeth el día cuadragésimo del plazo

legal de Michaelmas del año de 1572”.

l trío se retiró complacido de la Oficina de los Seis Clerks.Lord Simon había acordado con Sir Cordell regresar en un

par de días para pedirle personalmente al Canciller el favor de

mantener la fecha de la audiencia. Cercanos a Lincoln’s Inn,

después de despedirse de su tío el barón que emprendió camino

por Fleet Street rumbo a St. Paul’s Church, Aurelius comenzó a

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Page 231: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

preocuparse en silencio, como era la costumbre de su tempera‐mento, por los posibles resultados de este nuevo caso. Molesto

consigo mismo por el estado de ánimo en que solía caer sin

razón, decidió desahogarse con su maestro.

– Maestro, tengo una pregunta –exclamó Aurelius.

– Te escucho –respondió Míster Cheddar inconscientemente,

pues también estaba distraído pensando en posibles escenarios

que podrían presentarse en un nuevo litigio contra Sir

Beauchamp.

– ¿Qué pasará si Sir Constantino desobedece la orden de la

Cancillería? Las multas, al final del día, pertenecen a la Canci‐llería y no al solicitador, ¿no es así? –preguntó Aurelius.

– Te sorprenderá saber que, en la práctica, la multa no es

ejecutada –replicó el maestro, afligiendo aún más a su aprendiz–.

Sin embargo, estoy casi seguro de que Sir Constantino no

desobedecerá el mandato de la Cancillería. Un demandado en

rebeldía es sujeto a procedimientos por rebelión y falta de acata‐miento de las órdenes de su majestad; teniendo como conse‐cuencia el embargo de bienes y su arresto por parte de cualquier

fiel a la reina, para ser traído ante la Corte de la Cancillería. Lo

más difícil está hecho; la emisión de la medida provisional que

impide a Sir Constantino disponer del barco.

Pese a las preocupaciones del aprendiz de abogado, todo se

desarrolló como anticipado. Cuando el maestro del astillero fue

emplazado en sus habitaciones de la Gatehouse del Palacio de

Richmond, su gran berrinche derivó en un espectáculo público

presenciado por su esposa y algunos de los empleados de la Corte

de su majestad. También como era de esperarse, la nueva ofen‐siva lanzada en la Corte de la Cancillería desató otros ataques en

Lincoln’s Inn, donde Andrew, Joseph y Aurelius se esforzaban

por mantener la calma ante las provocaciones de sus agresores.

Roman Constantino se había convertido en la punta de lanza del

clan de aprendices protestantes de Londres, liderados por Harry

Lyon, dispuestos a limpiar el recinto de los últimos vestigios de

UN VIAJE AL COMMON LAW

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catolicismo. El único impasse fue que la audiencia no pudo veri‐ficarse en la fecha estipulada en la orden de comparecencia, sino

un mes más tarde, el 19 de diciembre de ese mismo año, cuando

el Canciller estuvo finalmente disponible para escuchar a las

partes. Para entonces, el trabajo de las otras Cortes en West‐minster había cesado dos días antes, al término del plazo de

Michaelmas, el 17 de diciembre. Pero como la Corte de la Canci‐llería no estaba sujeta al calendario de actividades de las otras

tribunas en Westminster, el Canciller podía sesionar en cualquier

lugar y en todo momento, decidiendo que la audiencia fuera a tan

sólo tres días de la Noche Buena del año de 1572.

Sir Constantino atendió la orden que le impedía disponer del

Firenze, al igual que la invitación a comparecer ante el Canciller

en la fecha dispuesta en la segunda notificación. En esta ocasión,

Westminster Hall estaba desierto. En el exterior, la lluvia intensa

y la neblina proveniente del Támesis se unían en una estampa de

desolación. En el interior, sólo los fantasmas de Navidad mero‐deaban por las inmediaciones de la Corte de Peticiones Comunes

y la Corte del Banco de la Reina. Del pasaje que conectaba a la

Corte de Exchequer con el recinto principal, salió su Chief Baron,

Sir Walter Mildmay, escoltado por dos asistentes que se dispo‐nían a despachar los últimos venire facias ad respondendum del año,

a la atención de personas acusadas de evadir impuestos de la

Corona.

Aunque poco concurrida, la Corte de la Cancillería estaba

lista para escuchar la solicitud de Lord Simon, quien desde la

barra se hacía acompañar de Míster Cheddar y su protegido

Aurelius. Al otro extremo, Sir Constantino esperaba con impa‐ciencia escuchar los detalles de la solicitud que lo había obligado

a ausentarse del revels anual ofrecido la víspera por su majestad

Elizabeth en el Palacio de Whitehall. Dentro de la barra, el Canci‐ller era asistido por tres clerks notablemente cansados por el

trabajo duro de la noche anterior, redactando decenas de cartas

de mejores deseos que la Reina había encomendado enviar a los

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224

Page 233: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

nobles del reino y otros aliados extranjeros. Sir Bacon, por otro

lado, parecía estar en las mejores forma y actitud para abordar el

último caso del año antes de los revels navideños. Un hombre

robusto de barba blanca y voz gruesa, que había readquirido

vigor y juventud después de la muerte de su primera esposa Jane

Ferneley, cuando contrajo nupcias con Anne Bacon, hija del

notable humanista inglés Anthony Cooke, y una de las mujeres

más ilustradas del reino, literata, traductora y plurilingüe, con

quien además engendraría al célebre filósofo, político y escritor

inglés, padre del empirismo filosófico y científico, Sir Francis

Bacon, primer barón Verulam, vizconde de Saint Albans y Canci‐ller de Inglaterra de 1618 a 1621. Tras la invitación del Canciller,

Míster Cheddar dio paso a su intervención en inglés.

– Buenos días, su Eminencia. Hoy estoy aquí para solicitar, en

nombre de Lord Simon, el favor de su majestad Elizabeth en un

caso que requiere, para que la justicia prevalezca en este reino,

una orden de cumplimiento específico de las obligaciones

contraídas por el demandado aquí presente. Como usted sabe, Sir

Constantino ha sido recientemente sentenciado por la Corte del

Banco de la Reina a pagar £125 por concepto de daños por el

incumplimiento de su promesa de entregar una embarcación que,

supuestamente, había vendido a mercaderes del puerto de

Amberes en Flandes. Sin embargo, hemos descubierto que la

nave mercante prometida no fue vendida, sino más bien escon‐dida para no ser entregada a mi cliente Lord Simon.

– Míster Cheddar, puede ir al grano, no es necesario realizar

rodeos innecesarios ante esta Corte –interrumpió Sir Bacon, con

esa franqueza y esa firmeza supremas que le habían valido no

poca fama–. Ya conocemos los hechos narrados, fue esta Corte

quien emitió la orden provisional que impide al acusado

disponer del objeto en litigio –agregó el Canciller, haciendo ver a

los presentes que se había preparado con antelación para el caso.

Míster Cheddar quedó paralizado por la repentina intromi‐sión del Canciller. Le parecía que su derecho a expresarse del

UN VIAJE AL COMMON LAW

225

Page 234: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

modo que mejor le conviniera estaba siendo coartado sin justifi‐cación. Al ver que el utter-barrister vacilaba ante el guión que

tenía preparado para esa mañana, Sir Bacon intervino nueva‐mente. – No me parece haberle visto antes como solicitor del

favor de la reina. Supongo que a eso se debe su poca familiaridad

con el modo de proceder de esta Corte. Le diré una cosa, la razón

por la que la Corte de la Cancillería existe, es que las acciones de

los hombres son tan diversas e infinitas que es imposible tener

una ley que aplique de manera justa a todos los casos y que no

falle en ninguna circunstancia. Mi rol es corregir las conciencias

de los hombres por fraudes, incumplimientos de confianza,

daños u opresiones de cualquier naturaleza, pero nunca contra‐decir el derecho del common law, sino que, a lo mucho, suavizar

su aplicación. Con esto en mente, dígame por favor, ¿por qué

considera su cliente que el comportamiento de Sir Constantino

ha sido contrario a la moral y las buenas costumbres al ejercer un

derecho provisto por el common law? –le ordenó el máximo

representante de la conciencia de la Reina, como le llamaban al

Canciller.

Desafortunadamente, Míster Cheddar estaba inmovilizado.

La respuesta correcta a la pregunta precisa del Canciller era

crucial para proseguir con la audiencia y no estaba seguro de cuál

podría ser. Desde el comienzo, el utter-barrister había dudado de

los méritos de la reclamación. Aurelius le había proporcionado

buenos argumentos para probar la injusticia propinada a Lord

Simon, pero nada habían discutido sobre el abuso de un derecho

que justificara la aplicación de un remedio en equity. Atrapado sin

salida, el tiempo transcurría sin darse cuenta de la impaciencia

del Canciller. No fue sino hasta escuchar la voz de Aurelius a lo

lejos, que Míster Cheddar volvió en sí.

– Con su permiso su señoría, el derecho otorgado a Sir Cons‐tantino por el common law es aquel que le permite resarcir el

incumplimiento de su promesa por medio de la compensación en

dinero –exclamó Aurelius, así nada más, como si por arte de

EDGARDO MUÑOZ

226

Page 235: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

mágia su temperamento, muchas veces opaco, lo empujara súbi‐tamente a intervenir en un momento en que los haberes fami‐liares estaban en riesgo.

– ¿Quién es usted? –preguntó el Canciller, interesado por la

súbita intrusión de un inner-barrister.

– Mi nombre es Míster Aurelius Martinson, sobrino del soli‐citador, el Barón del Valle Alto aquí presente –replicó el caste‐llano, cuidando la pronunciación de cada una de sus palabras en

inglés, aun si era inevitable percatarse de su procedencia

extranjera.

– Se trata de un inner-barrister de Lincoln’s Inn, quien, al no

haber sido aún llamado a la barra por ésa u otra sociedad, no

debería intervenir activamente en este procedimiento –se entro‐metió Sir Beauchamp, quien hasta entonces había permanecido

callado, mirando gustoso cómo Míster Cheddar se ahogaba en su

mutismo.

– Lord Simon –interpeló el Canciller, ignorando por

completo al abogado del demandado–. ¿Confirma usted que el

joven aprendiz tiene autorización para hablar en su nombre?

– Confirmo, su Eminencia. Mi sobrino y protegido está al

tanto del asunto y ha asistido a su maestro Míster Cheddar en la

preparación de mi solicitud –exclamó Lord Simon.

– Entonces mi decisión es que intervenga –dijo el Canciller,

explicando que no hacía mucho tiempo la mayoría de los solicita‐dores en las audiencias ahí celebradas participaba de propia voz o

por medio de uno de sus clerks–. Puede continuar Míster Aure‐lius Martinson.

– Con su venia, su Eminencia. El derecho que Sir Constan‐tino ejerce en contradicción a la moral y a las buenas costumbres

es aquel emanado del common law que dispone el resarcimiento

de daños con base en la acción de assumpsit for nonfeasance. A

primera vista, podría pensarse que ese resarcimiento no es un

derecho del demandado, sino más bien una obligación impuesta

por el common law; no obstante –explicaba el joven extranjero–,

UN VIAJE AL COMMON LAW

227

Page 236: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

si miramos atentamente, más allá de la función resarcitoria de los

daños, podemos percatarnos de que el common law prefiere la

acción de daños, en contraposición del cumplimiento específico,

como parte de un derecho del demandado de incumplir su

promesa cuando esto resulte en un beneficio tanto para el recla‐mante como para el demandado mismo. En otras palabras, si el

resarcimiento de daños permite que el reclamante obtenga el

mismo beneficio que aquel que habría obtenido si la promesa

hubiera sido cumplida, para el common law poco importa que el

demandado obtenga una ganancia con su incumplimiento, pues

es su derecho. Es por eso que los daños no se calculan tomando

como base la ganancia obtenida por el demandado, sino las

pérdidas probadas por el reclamante. En este sentido –continuó

diciendo Aurelius–, aun sí conforme a la acción de assumpsit del

common law, el derecho de Sir Constantino consiste en pagar

solamente £125 por su incumplimiento, hoy estamos aquí porque

la conducta fraudulenta y engañosa del demandado, en las

circunstancias en que se presentó este caso, ha propiciado que el

resarcimiento de los daños conforme al common law sea insufi‐ciente para hacer justicia al solicitador. Como su Eminencia lo ha

dicho, la razón por la que existe la Corte de la Cancillería es que

las acciones de los hombres son tan diversas e infinitas que es

imposible tener una ley que se aplique de manera justa a todos

los casos. Éste, su señoría, es uno de esos casos, los daños obte‐nidos en la Corte del Banco de la Reina no fueron suficientes

para hacer justicia al solicitador de esta Corte.

Lord Simon estaba orgulloso de su hijo adoptivo. Míster

Cheddar estaba consciente de las pocas probabilidades que había

de hacerlo mejor. Cómo había Aurelius alcanzado la habilidad

para expresarse de esa forma, era algo que hasta el aprendiz

mismo ignoraba. Sabemos, no obstante, que Aurelius era un

pupilo diligente, quien después de presenciar un año y medio de

audiencias en Westminster Hall, había creado su propio catálogo

de estilos y frases de los utter-barriesters que por ahí desfilaban

EDGARDO MUÑOZ

228

Page 237: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

todas las mañanas. También Sir Beauchamp y su discípulo senior,

Samuel Beck, reconocieron de inmediato los méritos de la argu‐mentación, pero no podían permanecer callados so pena de

admitir la culpa de su cliente.

– Si me permite su Eminencia –intervino el abogado del

demandado.

– Espere un poco Sir Beauchamp –lo paró en seco el Canci‐ller–. Me gustaría seguir escuchando al solicitador. Usted tendrá

pronto la oportunidad de manifestar lo que al derecho de su

cliente convenga. Míster Aurelius Martinson, ¿está consciente del

principio aequitas sequitur legem? –le preguntó Sir Bacon.

– Sí, su Eminencia –respondió el aprendiz castellano, que en

los últimos días había pasado horas leyendo el “Dialogus de

fundamentis legum Anglie et de conscientia” escrito por Chris‐topher St. Germain en 1528, obra conocida en los Inns of Courtcon el nombre de “El Doctor y el Estudiante”, debido a los títulos

de sus dos protagonistas; un doctor en teología y un estudiante

de las leyes de Inglaterra, un inner-barrister. También había leído

otras obras subsecuentes, como “Of the Chauncerie” publicada

recientemente por Sir William West y también “L’avtoritie et

ivrisdiction des Covrts de la Maiestie de la Roygne” de Richard

Crompton. Pero la obra del Doctor y el Estudiante, considerada

como el primer gran estudio sobre la equity en el derecho inglés,

era su favorito, debido a la prosa en forma de diálogos entre los

personajes, quienes discutían sobre la relación que existía entre el

common law y la conciencia, de donde se derivaban muchos de los

principios de equity.

– ¿Qué tiene que decir al respecto? –insistió el Canciller.

– Que la solicitud de Lord Simon es acorde al principio de

aequitas sequitur legem –respondió Aurelius, explicando que

obligar a Sir Constantino al cumplimiento forzoso de su obliga‐ción de entrega de la embarcación no anularía el derecho de las

Cortes del common law–. La Corte de la Cancillería ha explicado

antes que cuando una regla, ya sea emanada del common law o del

UN VIAJE AL COMMON LAW

229

Page 238: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Parlamento, es directa y rige el caso con todas sus circunstancias,

el Canciller está tan obligado a respetarla como cualquier otra

Corte de Derecho y poco puede justificar apartarse de ella. Pero

en el caso concreto su Eminencia –hizo énfasis el aprendiez de

abogado–, ninguno de los writs originales del common lawdisponen la acción de cumplimiento específico, ni siquiera el writof covenant, y tampoco el derecho del common law priva al recla‐mante de su derecho de acudir a la Corte de la Cancillería para

solicitar tal remedio. Por tanto, conceder la solicitud realizada

por Lord Simon no sería contrario al common law.

– Sin embargo, es evidente que la solicitud de Lord Simon

contradice la decisión de la Corte del Banco de la Reina, emitida

para este mismo caso, en la que se decidió que el remedio perti‐nente era el resarcimiento de los daños –intervino Sir Beau‐champ sin solicitar antes el permiso del Canciller.

– Aunque el comentario es oportuno, le pido nuevamente no

intervenir hasta que se le conceda la oportunidad de hacerlo so

pena de ser multado –le advirtió Sir Bacon.

– Su Eminencia –intervino Aurelius, quien ganaba confianza

con cada paso que daba–, si me permite, debo reiterar que el

hecho de que Lord Simon haya antes obtenido el derecho al

resarcimiento de daños no obsta para la intervención de esta

Corte. La Corte del Banco de la Reina reconoció tres cosas

importantes que son compatibles con esta solicitud: la primera,

que existía entre las Partes un acuerdo de vender y comprar la

embarcación en disputa por £200; la segunda, que Sir Constan‐tino incumplió tal acuerdo y; la tercera, que existe un crédito a

favor del ahora solicitante por un monto de £125. Nada se dijo de

la pérdida de un derecho de acudir a esta Corte de la Cancillería.

El crédito obtenido puede considerarse parte del precio antici‐pado por Lord Simon como contraprestación a la entrega de la

embarcación que es objeto de esta disputa. De igual modo,

estamos conscientes de la máxima según la cual “el que busca la

equity debe actuar con equity”, lo que significa que, para recibir un

EDGARDO MUÑOZ

230

Page 239: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

remedio de equidad, el solicitador debe estar dispuesto a cumplir

con sus obligaciones también. Por esta razón, en este momento

Lord Simon hace entrega al demandado de los £75 restantes para

cubrir el precio total de £200 acordado por Sir Constantino

desde un comienzo.

Aurelius posó un pequeño saco de terciopelo púrpura sobre la

barra de los abogados y lo empujó hacia la izquierda justo a una

distancia equilátera entre él y Sir Beauchamp. Siguiendo la orden

de su superior, uno de los clerks tomó el fardo para cerciorarse de

su contenido. Una vez contabilizados los dineros que ahí se guar‐daban, el mismo clerk lo regresó al lugar exacto de la barra de

donde lo había tomado, confirmando subsecuentemente a Sir

Bacon la cantidad pronosticada por el aprendiz de abogado.

– Dígame una cosa Míster Aurelius Martinson –intervino el

Canciller, con curiosidad sincera–. ¿Por qué, si era ya evidente

desde los primeros días del plazo legal de Michaelmas que los

precios de los materiales se habían disparado y que Sir Constan‐tino no entregaría la embarcación, prefirió su tío entablar la

acción de assumpsit for nonfeasance ante la Corte del Banco de la

Reina, en lugar de solicitar directamente a esta Corte de la Canci‐llería una orden de cumplimiento específico?

– Precisamente porque Sir Constantino hizo creer a Lord

Simon que la nave mercante prometida había sido entregada a

otro comprador por un precio de £250 –respondió el castellano,

añadiendo que debido a que su tío había juzgado, de buena fe,

que el barco en cuestión ya no estaba en posesión de Sir Cons‐tantino, sino fuera de la jurisdicción de las Cortes inglesas, y que

además ignoraba que había sido artificiosamente escondida, no

vio otro remedio que el resarcimiento de los daños dispuesto por

la acción de assumpsit for nonfeasance ante la Corte del Banco de

la Reina.

– Ya veo, parece una explicación razonable. ¿Podría repe‐tirme, por qué cree usted que los daños otorgados por la Corte

del Banco de la Reina son insuficientes para resarcir integral‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

231

Page 240: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

mente a su tío? –preguntó el Canciller que no acababa de

convencerse de la pertinencia de aplicar un remedio de equity en

el caso concreto.

– Por supuesto, su Eminencia –replicó Aurelius tomando

unos segundos para ordenar sus ideas–. Como usted sabe, la

Corte del Banco de la Reina otorgó una compensación por £100,

a manera de reembolso por el cincuenta por ciento del precio que

el jurado determinó había sido anticipado por Lord Simon y £25

por pérdidas en el negocio, derivadas de la contratación, hasta

ese momento, de fletes a un precio elevado. Aun agregando la

diferencia del precio pactado de £75, el monto compensatorio

sería insuficiente para adquirir una embarcación similar a la

prometida por Sir Constantino.

– ¿No le parece que debió entonces solicitar un monto más

alto de daños que reflejara realmente la pérdida de Lord Simon

en ese momento? –reaccionó Sir Bacon, creyendo haber pescado

una posible deficiencia en el argumento del joven aprendiz.

A pesar de que conocía la respuesta correcta a la pregunta del

Canciller, Aurelius hizo una pausa buscando la aprobación de

Míster Cheddar antes de contestar. Se trataba de un asunto de

cuantificación de daños conforme al common law en el que su

maestro tenía más experiencia. Con todo, Míster Cheddar le

sugirió proseguir, consciente de que Aurelius había conseguido

ya la simpatía total del Canciller en este asunto.

– Su Eminencia –retomó Aurelius–, el derecho emanado de

las Cortes del common law sólo permite la recuperación de daños

que son ciertos y probados al momento de la reclamación. Lord

Simon no tenía derecho a calcular pérdidas basadas en servicios

fleteros futuros de manera indefinida, dado que no era total‐mente cierto que ocurrirían. Tampoco tenía derecho a calcular su

pérdida con base en la diferencia entre el precio pactado y el

valor del mismo bien en el mercado, ya que jueces han

desechado, con anterioridad, esta forma de calcular el daño por

considerarse especulativa y poco cierta.

EDGARDO MUÑOZ

232

Page 241: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

– Pero su tío pudo haber comprado una nave de las mismas

características a otro comprador, reclamando ante la Corte del

Banco de la Reina una compensación que tomara en cuenta la

diferencia entre el precio del barco mercante y la cantidad

pagada por la nave finalmente comprada en reemplazo –anotó el

Canciller.

– De haber sido posible, lo hubiera hecho, se lo aseguro –

replicó Aurelius con mucha honestidad–. Sin embargo, mi tío no

tenía el dinero suficiente en esos momentos debido a la dote que

justo había pagado una semana antes, por el matrimonio de su

primogénita Anne del Valle Alto con Arthur La Croix, hijo menor

del barón del Valle Bajo al este de Londres.

– Si Lord Simon tenía comprometido el dinero de la dote de

su hija ¿cómo pensaba liquidar el cincuenta por ciento del precio

restante? –se impacientó un poco el Canciller.

– En realidad, Lord Simon no tenía contemplado pagar ni un

cinco más a Sir Constantino, puesto que en su conciencia sabía

que la totalidad del precio de la embarcación pactada le había

sido entregada en el patio del astillero de Chatham Church. Y

puede estar seguro, su Eminencia, de que no venimos aquí a

cambiar el veredicto del jurado de la Corte del Banco de la Reina

–se apresuró a decir Aurelius–. La referencia es sólo para

explicar el estado de ánimo por el que Lord Simon pasaba en ese

momento. Pero suponiendo que en su conciencia supiera que aún

debía pagar £100 del precio pactado, Lord Simon tenía tal monto

en sus arcas. Sin embargo, la gran escasez de embarcaciones del

mismo tipo había incrementado su precio a £250 y no era fácil

encontrar una embarcación de reemplazo.

Aurelius no estaba seguro de si había mentido en sus dos

últimas aseveraciones. No le constaba que Lord Simon pudiera

disponer de tan sólo £100 o qué tan difícil era comprar un barco

mercante en sustitución justo al momento de entablar la acción

de assumpsit. Poco importaba ya, el Canciller parecía estar satis‐fecho con la explicación y convencido, hasta ese punto, de los

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 242: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

méritos de la solicitud realizada por Lord Simon. Faltaba escu‐char al demandado para corroborar que no tenía una buena

razón para explicar su conducta.

– Sir Beauchamp, es el turno de su cliente de manifestarse

sobre la imputación que se realiza en su contra –cedió el Canci‐ller el uso de la voz al demandado.

– Su Eminencia, el barco que se encuentra anclado en Wool‐wich no es el barco prometido al solicitador Lord Simon. La

construcción de esa nave fue encomendada por otro comprador

y si aún no ha sido entregada es porque la totalidad de su precio

no ha sido liquidada aún –expuso Sir Beauchamp, convencido de

que dicho supuesto hecho terminaría con el caso en el mismo

intente.

– Sir Beauchamp ¿no vendrá aquí a inventar otra historia? Ya

en la Corte del Banco de la Reina dijo usted que no existía

promesa de construir y entregar la embarcación a pesar de la

vasta evidencia en contrario –exclamó el Canciller, sin congoja

de parecer parcial en el asunto–. Dígame, ¿quién es ese supuesto

comprador al que se le ha negado la entrega del barco en cuestión

por falta de pago?

– No puedo decirlo, es confidencial; revelar su identidad

podría dañar su reputación en cuanto a sus finanzas –dijo el

abogado del armador de naves sin escrúpulos.

– Sir Beauchamp, le recuerdo que mis poderes como juez de

esta Corte incluyen la posibilidad de yo mismo realizar investi‐gaciones, ordenar la producción de objetos o documentos,

interrogar testigos y conformar el expediente hasta estar satis‐fecho de haber alcanzado la verdad –profirió Sir Bacon, enfa‐dado ya y amenazando con arrestar al agente del demandado,

Míster Couvert, para que éste confesara la verdad, a menos que

se le informara en ese instante quién era el supuesto comprador

con un mejor derecho que Lord Simon sobre la nave en

disputa.

– De hecho, su Eminencia, el comprador es el mismo Míster

EDGARDO MUÑOZ

234

Page 243: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Couvert –contestó Sir Beauchamp, sin parecer amedrentado por

las amenazas del Canciller.

– ¿Cómo explica entonces el nombre de Firenze? –arremetió

súbitamente el Canciller como quien guarda un as bajo la

manga–. No me parece que un inglés como Míster Couvert tenga

afinidad alguna con el Gran Ducado de Toscana. A menos que

actúe como espía, lo que agrega razones para ordenar su arresto.

– El nombre de Firenze fue elegido por Sir Constantino

temporalmente; le aseguro que ni mi cliente ni su agente son

espías de soberanos extranjeros –comentó Sir Beauchamp.

– Usted acaba de llamar a Míster Couvert “agente” de su

cliente. No hay nada de creíble en su relato. Dígame, no obstante,

para qué querría Míster Couvert un barco mercante de esas

dimensiones. ¿Piensa acaso comenzar un negocio propio como

fletero de mercancías? –exclamó el Canciller casi gritando.

– Su Eminencia, me gustaría aclarar que Míster Couvert fue

agente de Sir Constantino en otras transacciones, pero en ésta en

específico actúa como comprador –comenzó diciendo, tranquila‐mente, y como quien va ganando el caso añadió, con evidente

cinismo para el resto de sus escuchas, que respecto al uso que

Míster Couvert tuviera en mente para el barco en cuestión, lo

ignoraba, pero que probablemente tuviera el Canciller razón en

creer que su objetivo era ingresar al negocio del transporte de

bienes.

– ¡No me dé la razón! –replicó el Canciller, molesto por la

falta de pudor de su interlocutor–. ¿No cree usted que sería prác‐ticamente imposible para Míster Couvert competir en precios

contra las grandes flotas mercantes? Y si ese fuera el motivo de su

compra, ¿cómo explica usted que Míster Couvert actualmente

busque vender la nave en representación de un mandante

anónimo?

En realidad, el Canciller no tenía conocimiento directo del

nombre de la nave, el lugar en el que ésta estaba anclada o los

esfuerzos de reventa de Míster Couvert. El Canciller asumía la

UN VIAJE AL COMMON LAW

235

Page 244: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

veracidad de los hechos narrados por el solicitante mientras que

el demandado no demostrara lo contrario con otra versión cohe‐rente o pruebas contundentes.

– Quizá está buscando simplemente obtener el dinero faltante

para liquidar la compra pactada con mi cliente con una reventa –

replicó Sir Beauchamp también con seguridad fingida.

– ¿Está sugiriendo que Míster Couvert busca vender algo que

aún no es propio como si lo fuera?, ¿acaso ha olvidado el prin‐cipio del common law según el cual los bienes ajenos vendidos no

permiten al comprador obtener su propiedad? –preguntó el

Canciller, agregando que, para él, todo parecía indicar que Míster

Couvert no era otra cosa que un simple agente de Sir Cons‐tantino.

Sin esperar respuesta, el Canciller hizo una seña al Master ofRolls que desde la parte baja observaba con interés el embrollo en

el que el abogado del demandado se había metido. Ambos

comenzaron a hablar en voz baja. Mientras tanto, Aurelius se

sorprendía de las diferencias latentes entre el proceso en la Corte

de la Cancillería y el resto de las Cortes de Westminster. Eviden‐temente, el Canciller no estaba constreñido por las etapas de

count, plea, replication, rejoinder, etcétera, propias del procedi‐miento en otras Cortes. Tampoco era necesario establecer un

solo exitus sobre el que girara la argumentación de las partes o ser

preciso en cuanto a si se argumentaba un demurrer in law o una

cuestión fáctica. El estilo del Canciller era bastante inquisitorial,

asumiendo la labor de investigar por él mismo la verdad del

asunto y decidir tanto las cuestiones de hecho como las cues‐tiones de derecho.

– Permítame preguntar directamente a su cliente –reanudó el

Canciller, tras escuchar la opinión del Master of Rolls–. ¿Cuál fue

el precio pactado en la supuesta venta a Míster Couvert?

– £260, su Eminencia –contestó el maestro del astillero de

Chatham Church con un fuerte acento toscano.

– Hace un momento su abogado declaró que si el barco objeto

EDGARDO MUÑOZ

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de esta solicitud no había sido entregado al supuesto comprador

era debido a que la totalidad de su precio no ha sido saldada aún.

Dígame Sir Constantino, ¿a cuánto asciende la suma anticipada?

¿cuánto le ha pagado Míster Couvert hasta ahora? –preguntó

nuevamente Sir Bacon.

– Hasta ahora sólo me ha entregado un anticipo de £10 –

respondió el ingeniero de naves con naturalidad.

– Lo que significa que aún le debe £250 –exclamó el Canciller

sin ocultar su ironía–. También eso explica por qué Míster

Couvert oferta la embarcación en reventa a un precio de £275.

Una vez que consiga revender el Firenze saldará su deuda y

obtendrá una ganancia de £15, lo que, coincidentemente, equi‐vale al cinco por ciento que obtienen usualmente los agentes

como comisión de venta. ¿No le parece muy bajo el porcentaje de

ganancia para un revendedor que corre el riesgo de una baja

inesperada del precio de mercado?

– Sí, es bajo –concedió Sir Constantino pensando en que en

los zapatos de Míster Couvert él fijaría el precio de reventa más

alto, pero sin darse cuenta de que con su respuesta se confirmaba

la teoría de que Míster Couvert era un simple agente.

No cabía duda. La historia de la venta previa inventada por

Sir Beauchamp no era creíble para nadie. En esta ocasión, negar

todos los hechos, como había sucedido en el procedimiento ante

la Corte del Banco de la Reina, había servido de nada para salirse

con la suya. En su corto tiempo como aprendiz, Aurelius nunca

antes había presenciado un interrogatorio tan eficaz como el que

el Canciller venía de realizar.

– Es inútil que perdamos más tiempo en este asunto –

exclamó Sir Bacon mostrando fatiga–. La equity no permite que

un mal acontezca sin proveer remedios. Según este principio,

cuando se busca un remedio ecuánime, el agraviado tiene la

mano más fuerte y esa mano es la que tiene la capacidad de soli‐citar un recurso en equity. Es indiscutible que Lord Simon se

encuentra en esa situación. De los hechos probados en la Corte

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 246: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

del Banco de la Reina, se desprende que Sir Constantino realizó

la promesa de vender la embarcación descrita en el bill. También

ahora es cierto que indujo al solicitador a creer que tal embarca‐ción no fue entregada por haber sido vendida antes en el extran‐jero. Esto orilló a Lord Simon a accionar los remedios provistos

por el common law, que no permitieron un resarcimiento justo de

la pérdida sufrida, dada la situación del mercado, pues entre la

fecha de la promesa y el momento del procedimiento legal, el

precio del barco en disputa había aumentado en más de veinti‐cinco por ciento. Evidentemente, Sir Constantino se aprovechó

de las reglas de la cuantificación de daños conforme al commonlaw para conseguir una ganancia desmesurada, casi codiciosa.

Tanta es su avaricia por el dinero y su desdén hacia el solicitador,

que en este mismo procedimiento se atrevió a mentir, fingiendo

una supuesta venta previa que no tiene ni pies ni cabeza.

El Canciller descendió hacia la mesa de los clerks para asegu‐rarse de que habían tomado nota fiel de lo que acababa de decir.

Desde la barra, los barristers, el solicitador y el demandado antici‐paban el resultado. No había nada más que decir, el preámbulo

del Canciller era muy claro. A pesar de ello, Sir Beauchamp

intentó un último recurso.

– Su Eminencia, nos parece que cualquier remedio emitido

por esta Corte sería contradictorio de la decisión de la Corte del

Banco de la Reina y anularía una regla constante del common law.

– No estoy de acuerdo con usted, Sir Beauchamp. El joven

inner-barrister aquí presente, ¿Míster Martinson?, ¿es correcto? –

preguntó el Canciller a lo que Aurelius asintió con la cabeza–, lo

ha explicado con mucha claridad, pero en lugar de escuchar aten‐tamente usted decidió repasar su historia fabricada que de nada

ha servido. El solicitador ha cumplido con el principio de vigilan‐tibus non dormientibus aequitas subvenit, según el cual la persona

que ha sufrido un daño debe actuar rápidamente para preservar

su derecho. Estoy ahora convencido de que la conducta de su

cliente, Sir Constantino, ha sido contraria a la moral y las buenas

EDGARDO MUÑOZ

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costumbres al ejercer un derecho provisto por el common law. Por

consiguiente, en nombre de su majestad Elizabeth, ordeno que el

demandado tome posesión de los £75 que se encuentran en el

saco de terciopelo púrpura depositado por el solicitador,

compensando el crédito de £125 que el primero adeuda al último.

Acto seguido, las partes deberán trasladarse al astillero de Wool‐wich, donde esta misma tarde Sir Constantino entregará a Lord

Simon el barco mercante denominado Firenze; ejecutando de ese

modo la orden de cumplimiento específico de su obligación que

por este conducto emito. Caso cerrado.

UN VIAJE AL COMMON LAW

239

Page 248: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

P

E X P U L S I Ó N

15

or órdenes del Canciller, el Master of Rolls acompañó a las

partes al astillero de Woolwich. A su llegada, Míster

Couvert fue tomado por sorpresa mientras negociaba la venta del

Firenze, justo ahí, en el muelle principal, donde el barco había

atracado momentáneamente para permitir su inspección a un

agente extranjero llamado Míster Van den Broeck. Ninguna

resistencia fue interpuesta cuando el Master of Rolls permitió al

capitán que acompañaba a Lord Simon abordar la nave. Curioso

aún del posible arreglo entre Sir Constantino y Míster Couvert,

el Master of Rolls interrogó aparte a Míster Van den Broeck

respecto de la negociación interrumpida. Sin muchas dificulta‐des, el agente flamenco reveló la identidad de su mandante,

Lancelot I Schetz, de la casa mercante de Schetz de Grobben‐donk en Flandes, quien no hacía mucho había comprado una

primera embarcación de las mismas características a Míster

Couvert. Según el recuento de lo sucedido, no era la primera vez

240

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que visitaba el astillero de Woolwich. Unas semanas atrás, Míster

Couvert se había negado a vender por menos de £275 y, sólo

recientemente, éste había reconsiderado su oferta de venta, redu‐ciendo el precio a £270, sobre el cual el agente extranjero tenía

aún la esperanza de obtener un descuento. Al preguntarle si tenía

conocimiento de la orden de la Corte de la Cancillería que

prohibía a Sir Constantino disponer del Firenze, Míster Van den

Broeck respondió nada saber de ello; primero porque ignoraba

que Sir Constantino fuera el mandante de Míster Couvert y,

segundo, porque de ningún gravamen sobre la nave se habló en

su encuentro previo. Lo que era falso. Eso y también lo que

declaró antes, pues la verdad de las cosas era que Sir Constantino

y Lancelot I Schetz habían acordado fingir el robo de la embarca‐ción por piratas cuando ésta se encontrara haciendo pruebas en

la boca del Támesis. Sólo hacía falta conseguir a los piratas

dispuestos y disponibles antes de cerrar el trato que incluía un

precio de £240 por el Firenze y el traslado de los dineros al Gran

Ducado de Toscana, donde serían enterrados por unos años antes

de disponer de ellos. Pero las cosas de la historia hicieron que su

plan no pudiera llevarse al cabo a tiempo. La mayoría de los

piratas ingleses estaba ocupada en su lucrativo negocio, desvali‐jando carabelas españolas en el Mar Caribe. Recurrir a otra clase

de piratas, sin lealtad ni experiencia probada, significaba un

riesgo que era innecesario correr. Además, Sir Beauchamp había

pronosticado una victoria en la Corte de la Cancillería, prome‐tiendo que el 19 de diciembre de 1572, Míster Couvert podría

entregar el Firenze al mejor postor. Fue por eso que el agente

extranjero llevaba consigo un cofre con £285 que estaba

dispuesto a entregar esa misma tarde al agente de Sir Constan‐tino, sin más condición que recibir las noticias de éxito en la

Corte de la Cancillería que jamás llegaron.

UN VIAJE AL COMMON LAW

241

Page 250: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E l espectáculo principal del revels que tendría lugar en

Lincoln’s Inn la víspera de navidad del año de 1572, sería

una mascarada en la que se escenificaba la Odisea de Ulises. Las

mascaradas del renacimiento inglés eran una forma de espec‐táculo suntuoso y dramático en el que personajes enmascarados,

que hablaban a menudo en verso, representaban figuras mitoló‐gicas o historias milenarias. Aurelius participaría en el ensamble

de música que intervendría durante los diferentes Cantos de la

Odisea. En efecto, las mascaradas no eran simples representa‐ciones teatrales, sino espectáculos completos donde se fusio‐naban música, danza, poesía y en los que la escenografía era

extremadamente importante. Por esa razón, el diseño del esce‐nario había sido encomendado a Paul, el aprendiz senior y

sobrino del Duque de Suffolk, cuyas excelentes dotes en la

confección de disfraces y de escenificaciones le habían merecido

el reconocimiento, no sólo de su generación, sino también del

Master of Revels. Siendo cada vez más cercana la posibilidad de ser

llamado a la barra por la Sociedad de Lincoln’s Inn, Paul no esca‐timó en recursos para la que sería su última puesta en escena

como inner-barrister. La mascarada estaría limitada a los Cantos V

al XII de la Odisea, en los que Ulises emprende su viaje de

regreso a la isla de Ítaca, donde fuera rey, después de haber

pasado diez años fuera luchando en la guerra de Troya. Los

Cantos I al IV, en los que se describe la situación de Ítaca con la

ausencia de Ulises, el sufrimiento de su hijo Telémaco y su esposa

Penélope, no serían escenificados; como tampoco lo serían los

Cantos finales en los que Ulises lleva al cabo su venganza días

después de su regreso a casa.

Para los aprendices, el espectáculo comenzaba desde los

primeros momentos de preparación de la mascarada, cuando

algunos repetían el guion preparado por el Master of Revels, asis‐tían en los trabajos de construcción del escenario y sus acceso‐rios, o ensayaban la música dirigida por el Lord of Misrule.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 251: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Aurelius había estado a punto de ser despedido del ensamble de

música donde intervendría con su guitarra morisca. Su ausencia

a tres días de ensayos mientras preparaba y participaba en la

audiencia convocada por el Canciller en el caso contra Sir Cons‐tantino había enfurecido al Lord of Misrule, quien sólo revocó su

decisión de echarle al escuchar las razones de la ausencia del

aprendiz de la viva voz de su tutor, Míster Cheddar. El escenario

de la mascarada fue finalmente montado el 23 de diciembre,

cuando dos ensayos generales tendrían lugar, el primero por la

mañana y el segundo por la noche después de la cena. El primer

cuadro del escenario reproducía una representación de isla de

Esqueria de los feacios, donde Ulises naufragó tras sufrir varias

tempestades enviadas por Poseidón. El escenario incluía rocas

reales traídas del Támesis por los mismos aprendices, árboles

pequeños de cipreses y olivos prestados por el administrador de

los Paris Gardens, una pequeña barcaza patrocinada por el padre

de Roman Constantino, y un gran lienzo de fondo confeccionado

con cientos de pergaminos reciclados, unidos y teñidos de azul

claro, simulando un cielo despejado y aturdido por un enorme

sol al extremo superior izquierdo del telón, y negro con estrellas

blancas siguiendo el trazo de las constelaciones de la osa mayor,

bootes y orión en la parte superior derecha, mientras que en la

parte media y baja del telón había, en todo su horizonte, dibujos

de rocas, árboles, arroyos y casas de la isla de Esqueria.

El vestuario y sus accesorios no eran menos elaborados.

Decenas de máscaras, barbas postizas y túnicas blancas habían

sido confeccionadas por los aprendices como parte del disfraz de

los personajes que intervendrían en los diferentes Cantos. Gran

parte de las espadas, lanzas, los arcos y escudos al estilo del arma‐mento de la Grecia clásica fueron prestados por Sir Thomas

Blagrave, Master of Revels de su majestad Elizabeth, quien había

encargado su producción exclusiva a un herrero para la represen‐tación de la Ilíada en la Corte de la Reina la Navidad pasada. Para

los personajes femeninos, interpretados por jóvenes invitadas a

UN VIAJE AL COMMON LAW

243

Page 252: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

los ensayos, incluida Eliza, la hija menor de Lord Simon, quien

había conseguido el rol de la ninfa que promete a Ulises la

inmortalidad si se queda en la Isla de Calipso, el vestuario incluía,

además de túnicas blancas ceñidas a sus curvas naturales, algunas

coronas de olivo y flores entrelazadas en peinados recogidos.

Para David Lovat, quien jugaba el rol de Zeus, una lanza de rayo

fue expresamente forjada por un herrero local con un largo

pedazo de hierro doblado en zigzag. El tridente de Poseidón, con

el que hundió la embarcación de Ulises por haber cegado a su

hijo el cíclope Polifemo, fue reemplazado por un horquillo de

hierro de cuatro dientes, tomado del establo de Harry Lyon,

quien interpretaba el personaje.

La mascarada fue todo un éxito el día de su estreno. El Gran

Salón estaba a punto de desbordarse con la asistencia de Serjeantsat law, utter-barristers, readers, aprendices, familiares y asociados a

Lincoln’s Inn que vinieron para presenciar tan prometedora

puesta en escena. Ulises fue majestuosamente interpretado por

Kenny, el aprendiz de la casa escocesa de Estuardo, quien relató

con gran sentimiento y precisión las aventuras de Ulises desde

que salió de Troya. La adaptación de la Odisea concebida por Sir

Paul Caravin, Master of Revels, hacía que los personajes enmasca‐rados entraran en escena en una danza guiada por la música de

trasfondo a los versos de Ulises. En el ataque a Ismaro, ciudad de

los cícones, un baile de espadas y escudos de los invasores aqueos

fue desarrollado con velocidad de movimientos y gritos de

mujeres robadas, hasta que el ejército de Ulises se detuvo a

disfrutar de su botín de guerra, y los refuerzos de cícones los

hicieron huir en sus barcos, ahora con sus tripulaciones

reducidas.

Después de un intermedio de música y danza, amotinado en

la barcaza montada en el escenario, con su diezmado ejército,

Ulises fue desviado por vientos hasta la tierra de los lotófagos.

Allí les ofrecieron la fruta del loto a algunos de los recién llega‐dos, lo que ocasionó que perdieran la memoria de su patria. En

EDGARDO MUÑOZ

244

Page 253: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

este episodio, una danza y música suave acompañaron el

consumo de uvas secas que hicieron las veces de lotos, hasta que

Ulises obligó a todos los comensales a regresar a las naves para

seguir rumbo a Ítaca. Posteriormente, al arribar a la isla de los

cíclopes, en una caverna, confeccionada con un antiguo ropero

postrado al costado izquierdo del escenario, que antes estaba en

la oficina de Sir Huber, reader decano de Lincoln’s Inn, se toparon

con el cíclope Polifemo, hijo de Poseidón, que se comió a varios

compañeros de Ulises. Atrapado en la cueva de Polifemo, perso‐naje interpretado por Andrew con una magnífica máscara que

resaltaba su único ojo a la mitad de la frente, Ulises trató en vano

de remover la piedra que le impedía escapar con sus compañeros

y el ganado del cíclope, hasta que se le ocurrió, inspirado por la

música de trasfondo y la danza de las reses a lo largo del escena‐rio, emborrachar con vino a Polifemo para después cegarlo con

un palo afilado. Ciego y empecinado en que no escaparan los

prisioneros, Andrew tanteaba el lomo de sus reses a medida que

iban saliendo de la cueva para ir a pastar, pero cada uno de los

aqueos iba vientre con vientre con una res y agarrado al vellón de

ésta. Tras el escape de sus prisioneros, Polifemo le pide a su

padre, Poseidón, que castigue a Ulises, dando paso a la aparición

de Harry Lyon y su horquillo en el escenario, y con él una ráfaga

de efectos especiales de lluvia, vientos, relámpagos y truenos

sobre la embarcación de Ulises.

De nuevo en ruta, Ulises y sus compañeros se encuentran con

el canto melodioso de las sirenas, representadas por las hermanas

y primas de los aprendices que participaban activamente en la

mascarada, que los hacían enloquecer. Para escapar de ellas,

Ulises ordena a sus hombres taparse los oídos con cera excep‐tuándolo a él, quien es atado al mástil de la embarcación enfren‐tando los efectos del canto a solas.

Pasado un segundo intermedio de la mascarada, durante el

cual las mismas bailarinas interpretaron una danza dionisíaca de

la Grecia antigua, batiendo sus panderos, girando sobre ellas

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 254: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

L

mismas, doblando a veces las rodillas, uniéndose en círculo con

las manos cogidas entre sí, mientras giraban al son de la guitarra

morisca intepretada por Aurelius a unos metros, para después

partir cada una por su cuenta levantando un brazo y con la palma

hacia el cielo, mientras el otro permanecía bajo con la palma

hacia la tierra. Pasado dicho espectáculo, Ulises continuó a la

deriva, escapando de Caribdis y Escila protagonizados por los

aprendices de Sir Beauchamp, Samuel Beck y Roman Constan‐tino, unidos en un mismo disfraz de monstruo marino con dos

cabezas y más de diez tentáculos, hasta alcanzar la isla de Trina‐cria, donde nuevamente los hombres de Ulises se metieron en

problemas al sacrificar varias reses de Helios, ahí justo en el esce‐nario del Gran Salón, provocando la ira del dios y su regreso

precipitado al mar.

Dejados nuevamente a la suerte del océano, David Lovat

aparece en el escenario rodeando la nave de Ulises antes de

lanzarle el rayo de Zeus y hundirla. Ulises es el único sobrevi‐viente que logra alcanzar la isla de Calipso, lugar donde habían

comenzado los versos de sus aventuras.

a ovación del público fue total cuando Kenny terminó de

recitar la estrofa en la que el rey de los feacios concede a

Ulises su ayuda para regresar finalmente a Ítaca. Ya desde sus

estudios de lenguas clásicas en el Colegio Mayor de San Ilde‐fonso en Alcalá de Henares, la Odisea era una de las obras favo‐ritas de Aurelius. La había leído tanto en griego como en

castellano; en una traducción del año de 1550 realizada por

Gonzalo Pérez, el Secretario del Consejo de Estado de los reyes

Carlos I y Felipe II. La escena de la Odisea que recurrentemente

venía a su recuerdo estaba en el Canto XIII, en el que Ulises llega

a una Ítaca irreconocible, debido al conjuro de la diosa Atenea

que quería contarle todo antes de que él ingresara a la isla, no

EDGARDO MUÑOZ

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Page 255: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

fuera a ser que su esposa, los ciudadanos y amigos le recono‐cieran antes de que los pretendientes pagaran todos sus excesos.

Esta parte de la obra, que no había sido representada en la masca‐rada, en la que Ulises lamenta su llegada, el viaje entero o ambos,

diciendo “Ay de mí, ¿a qué tierra de mortales he llegado?... ¡Ojalá

me hubiera quedado junto a los feacios! ¡Ay!, ¡ay! Decían que me

iban a llevar a Ítaca, hermosa al atardecer, pero no lo han cumpli‐do”, le parecía proyectar un mensaje digno de ser explorado:

aquel de la realidad cotidiana de quien se esfuerza en su trayecto

hacia el objetivo que resulta decepcionante una vez alcanzado.

Aurelius reflexionaba que, dejando de lado la satisfacción que la

venganza merecía a los personajes de la literatura antigua, valía

más no esperar nada de cualquier proyecto, para que cualquier

objetivo alcanzado tuviera sabor a recompensa.

Así transitaban sus pensamientos, sentando a un costado del

escenario, en la esquina suroeste del Gran Salón desde donde

tocaba el ensamble de música, y a pesar del ruido que hacían los

fuertes aplausos de los convidados al revels de Navidad, cuando la

mano de Eliza se postró sobre su hombro izquierdo. Aurelius la

tomó mientras se levantaba de su silla y posaba su guitarra

morisca sobre ésta. Eliza había ganado cinco centímetros de

altura con las delicadas zapatillas de su disfraz de ninfa. También

su cuerpo y su rostro habían cambiado desde la primera vez que

se encontró con ella a su llegada a Londres. El contorno de sus

piernas, caderas y senos había aumentado proporcionalmente.

Eliza tenía ahora dieciséis años y Aurelius diecinueve. En ese

instante, el aprendiz castellano experimentó la misma sensación

de deseo que en el pasado había profesado en silencio por su

hermana mayor Anne, ahora esposada con el hijo menor del

barón del Valle Bajo. Contra la luz de la antorcha atada a unos

metros, Aurelius apreció como la blanca piel de su prima se había

tornado apiñonada con el paso de los años, provocando que el

color azul de sus ojos fuera aún más intenso. Por lo que toca a

Eliza, parecía que esperaba este momento en el que el hechizo

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 256: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

que su hermana Anne había tirado sobre Aurelius se desvaneciera

definitivamente cuando contrajera matrimonio y su primo se

percatara del desarrollo corporal de una infanta que alcanza la

juventud. Parados ambos ahí sin saber qué decir, mientras los

actores rompían filas, Aurelius comprendió por primera vez que

su deseo súbito por Eliza era correspondido por su prima desde

tiempo atrás; entendió que no sólo lo deseaba, sino que estaba

enamorada de él desde que era aún niña y que había aguardado el

tiempo necesario para que él abriera sus ojos y viera a través de

sus pechos redondos hasta su corazón.

– Creo que debes regresar a tu puesto para interpretar los

bailes de Old Measures previstos en el programa –exclamó Eliza

al ver que el Lord of Misrule se impacientaba con el montaje de las

sillas del ensamble de música que desde ese momento interven‐dría en lo alto del escenario.

– De hecho, mi instrumento no participa en esta parte de la

velada. La intervención de una guitarra morisca en estos bailes

tradicionales no haría sino levantar las cejas a la nobleza inglesa

–exclamó Aurelius.

– Exageras primo –replicó Eliza, delicada y sonriente–. Eres

el castellano más popular de las Cortes de Westminster, nadie

diría nada si tu ejecución de la música inglesa es tan buena como

tus argumentos ante el Canciller, pero qué mejor si ya estás libre

ahora. ¿Por qué no guardas entonces tu instrumento de cupido y

regresas para bailar conmigo? –le propuso su prima.

– No podría tener mejor plan para el resto de la velada –

confesó Aurelius, sin ocultar su aspiración a estar a su lado.

– ¡Anda!, ¡hazlo ahora, antes de que el Lord of Misrule cambie

de parecer! –exclamó Eliza.

– Lo haré, sólo debo antes felicitar a este espeluznante cíclope

–dijo Aurelius al ver que Andrew se acercaba a ellos.

– ¿Qué tiene un simple músico para merecer la aparición de

tan bella ninfa? –comentó Andrew, con su máscara de Polifemo

aún sobre el rostro.

EDGARDO MUÑOZ

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Page 257: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

A

– Tenía curiosidad sobre las notas que la guitarra deforme

podía alcanzar, por lo que precisamente me disponía a ocultarla

en lo más recóndito de este recinto para evitar ser interpelado

sobre el mismo objeto por otras deidades griegas menos amiga‐bles que esta bella ninfa –fingió Aurelius.

– Buena idea, simple mortal –replicó Andrew.

– Los veo en un momento –se disculpó Eliza–. Es mejor que

encuentre a mis padres antes de que empiecen a preocuparse por

nuestra suerte.

– Iré a dejar esto al dormitorio. Aprovecharé para ver si

Joseph se siente mejor ahora –dijo Aurelius.

– Muy bien, iré a verlo después de ti –acordó Andrew–.

Tomaremos turnos en caso de que continúen los vómitos.

pesar de haberse preparado para ejecutar el rol de uno de

los aqueos devorado por el cíclope, Joseph permaneció en

cama durante la mascarada debido a una fuerte fiebre que repen‐tinamente lo asaltó la noche anterior. Aurelius se dirigió al

dormitorio de los aprendices junior por la gran escalera en el

vestíbulo de la entrada principal al recinto. Al acceder a él, Aure‐lius se percató de que un grupo de actores, aún con sus disfraces,

rodeaba la cama desde donde Joseph lanzaba pequeños quejidos.

En un primer momento pensó que se trataba de otros camaradas

del sexto plazo legal preocupados por conocer el estado de salud

del nieto de Sir Thomas More, pero al aproximarse a ellos, reco‐noció el perfil de Harry Lyon, quien aún sostenía en su mano

derecha el horquillo de acero de cuatro puntas que era parte del

disfraz de Poseidón. También estaban con él su mejor amigo,

Peter Lambert, uniformado de cicón, y Roman Constantino,

vestido aún de Caribdis y con la parte del disfraz de Escalia que

vestía antes Samuel Beck colgando a su costado izquierdo. Un

chorro de adrenalina recorrió el cuerpo del aprendiz castellano

UN VIAJE AL COMMON LAW

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Page 258: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

en el instante en que Roman Constantino se montó sobre la cama

de Joseph para verter sobre el rostro de éste el líquido de una

jarra, no sabía si de agua o vino, pues no alcanzaba a distinguir a

la distancia.

– ¿¡Qué diablos quieren!? –profirió Aurelius ahogando las

risas de los tres asaltantes.

– ¡Vaya!, el castellano ha preferido venir a pasar la noche con

su pequeño amigo en lugar de divertirse con la bella ninfa –

exclamó Harry Lyon.

– Quizá prefiere a los hombres en general que a las mujeres –

comentó Peter Lambert, provocando la risa de sus compinches.

– ¿No es cierto?, ¡católico pervertido descendiente de los

Borjas! –añadió Roman Constantino, de cuya boca nunca habían

salido tales provocaciones.

– ¡Déjenlo en paz! Si quieren algo conmigo veámoslo afuera,

en los rosales, ¡ahora! –gritó Aurelius enfurecido, no porque se

sintiera él mismo insultado, pues sus raíces castellanas nada

tenían que ver con las del antiguo papa de origen valenciano,

Rodrigo de Borja, sino porque Joseph parecía aún delirar de

fiebre.

– Vayamos fuera pues, pero antes terminemos de dar su

medicina al enfermo –profirió Harry Lyon, arrebatando de las

manos de Roman Constantino la jarra, para después de entre‐garle horquillo subirse a la cama, donde hizo un puente con sus

piernas separadas sobre el cuerpo tendido de Joseph, que espe‐raba tranquilo un nuevo baño de cerveza; sí, desde el principio, el

descendiente de los More había reconocido el sabor amargo de la

bebida celta.

Harry Lyon comenzó a vaciar, lentamente desde lo alto, la

cerveza en el rostro, pecho y genitales de Joseph, quien hacía un

esfuerzo por permanecer callado, esta vez consciente de la situa‐ción en la que se encontraba su amigo. Aurelius, por su parte,

trató de detener a Harry Lyon, simulando que le lanzaría su

guitarra, pero Roman Constantino se interpuso, amenazándolo

EDGARDO MUÑOZ

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Page 259: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

con el horquillo cuyos picos se detuvieron a pocos centímetros

de su cuello. Peter Lambert no paraba de reír al otro lado de la

cama, encontrando divertida la venganza merecida por los recu‐santes católicos. El aprendiz castellano se fue calmando a media

que comprendió que no valía la pena pelear esa batalla y que

Joseph aceptaba con buen ánimo la derrota desde su lecho. Pero

Aurelius estaba equivocado; la cerveza que escurría sobre su

cuerpo y cara le había dado a Joseph el tiempo necesario para

planear una ofensiva. Cuando la última gota de cerveza cayó

sobre su barbilla, el enfermo abrió los ojos e, incorporando su

dorso bruscamente hacia adelante como una catapulta, tomó con

sus manos los tobillos de Harry Lyon propinándole un frentazo

en el área de los genitales, que lo hizo caer desde lo alto de la

cama, de un sólo golpe, hasta el piso, ocasionando un sonido

seco. En ese mismo instante, Peter Lambert se abalanzó sobre

Joseph, quien lo recibió con ambas rodillas, rodando ambos hacia

el otro extremo de la cama hasta caer también al suelo. Al

intentar ayudar a Joseph que poca resistencia mostraba ante los

ganchos que Peter Lambert le propinaba tumbado en el piso,

Aurelius sintió un piquete en las nalgas que lo hizo instintiva‐mente girarse y, tomando su guitarra con ambas manos,

comenzar a luchar con Roman Constantino, éste batiendo el

horquillo a diestra y siniestra, Aurelius utilizando su guitarra

morisca como escudo y mazo a la vez.

El rumbo que tomó la pelea no tenía nada de pueril. Roman

Constantino parecía decido a vengar a su padre hasta que Aure‐lius pidiera clemencia y aceptara ser humillado reconociendo su

amor por Joseph. Al menos ésa era la barbaridad que, en esos

momentos de ira, pasaba por la mente del hijo del maestro del

astillero de Chatham Church, enfurecido contra el intruso caste‐llano que había hecho perder a su padre un negocio de £285. Por

su parte, Aurelius tenía la esperanza de que Roman y Peter

cedieran en su afán de lastimarlos de esa manera. Pero nada

parecía cambiar en la fuerza con la que Roman lanzaba el

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Page 260: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

horquillo hacia el cuerpo de Aurelius. Tampoco Peter Lambert

dejaba de luchar por liberarse de Joseph, quien se había abrazado

fuertemente a su espalda, recibiendo con el cráneo y la nuca los

puñetazos que su adversario tiraba hacia atrás. Por si la cosa no

fuera ya angustiante, Harry Lyon comenzó a dar señales de recu‐peración, agarrándose firmemente de la cama con una mano para

ponerse de pie mientras con la otra se cubría los testículos

todavía adoloridos. Fue en ese momento que Aurelius decidió ir a

la ofensiva, desesperanzado de que sus agresores dejaran todo

por la paz aquella noche. Necesitaba más espacio para poder

atrapar con ambas manos el horquillo cuando Roman intentara

pincharle. Primero pensó en alejarse a la segunda hilera de camas

donde tendría suficiente espacio para enfrentar a Roman a solas,

pero con la visible recuperación de Harry Lyon, Aurelius temía

que éste se ensañara con Joseph que apenas lograba defenderse

de Peter Lambert. Sin mucho tiempo para reflexionar, deseando

que Andrew estuviera con ellos para balancear la pelea, el caste‐llano lanzó fuertemente su guitarra al cuerpo de Roman Cons‐tantino, impactando su ojo izquierdo con el extremo del mango.

Al mismo tiempo, Aurelius se arrojó sobre el horquillo, force‐jeando por unos segundos con el hijo del maestro del astillero,

quien se negaba, enfurecido, a soltar el arma, a pesar de la sangre

que comenzaba a escurrir desde la sien izquierda hasta su

mentón. Preocupado por la herida en el rostro de su oponente,

Aurelius soltó el horquillo, dando unos pasos pequeños hacia

atrás e invitando a Roman a parar la pelea.

– Tú ganas Roman. Haré lo que quieras –dijo Aurelius,

agitado.

En ese momento, Andrew apareció por la puerta del dormi‐torio exclamando. – ¡¿Qué demonios buscan ustedes aquí?! –

dando pasos agigantados hacia el campo de batalla.

Roman Constantino no bajó el arma. En su lugar, se lanzó

sobre Aurelius como un rejoneador arremete contra una bestia,

con los picos del horquillo de frente. Aterrorizado, el castellano

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E

giró su dorso hacia la izquierda tratando de esquivar las puntas

del horquillo por la derecha, metiendo ambas manos para amor‐tiguar un posible impacto en el vientre. Definitivamente, alguien

saldría más herido de lo que el joven Constantino ya lo estaba,

pero la física y la psicomotricidad hicieron que no fuera Aurelius

quien recibiera el pinchazo profundo, sino Harry Lyon. En

cámara lenta, nos percatamos de que justo cuando el horquillo se

encontraba a treinta centímetros de Aurelius, un pie de Joseph o

de Peter Lambert, no se sabe bien de quién pues ambos pata‐leaban aún en el piso, hizo tropezar a Roman Constantino, titu‐beando lo suficiente para que Aurelius ganara distancia a la

izquierda y se arrojara sobre la cama contigua, pasándole Roman

de largo, como un toro cansado cuyo hocico y testa terminan

embarrándose en la tierra, pero que en este caso, sucedió que los

picos del horquillo no se clavaron en la duela, sino que uno de

ellos fue a parar hondo en el muslo de Harry Lyon, quien al escu‐char la voz de Andrew a lo lejos se había incorporado a la batalla.

Roman Constantino sí, después de perder el equilibrio, fue a

estrellarse con la base de la cama mojada de cerveza.

l Consejo de la Sociedad de Lincoln’s Inn se reunió el

primer día del plazo legal de Hilary de 1573 para deter‐minar la suerte de los seis aprendices involucrados en la pelea

ocurrida la víspera de Navidad en uno de los dormitorios.

Andrew había también sido acusado de quebrantar el reglamento

del recinto sin haber soltado un solo golpe. Bastó que Harry Lyon

declarara que el sobrino de Sir Thomas Tresham estuvo allí todo

el tiempo, procurando evitar una sanción mayor si se aceptaba

que estuvieron siempre en ventaja numérica. Después de decla‐rarse culpable de haber infligido con su guitarra un golpe que

puedo bien haberle costado un ojo a Roman Constantino, Aure‐lius fue expulsado del recinto por cuatro plazos legales, la

UN VIAJE AL COMMON LAW

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atenuante de la defensa propia no había convencido al Consejo

que consideraba, con razón, que en el caso concreto no había

mejor defensa que correr y buscar ayuda. El resto de los apren‐dices fueron también suspendidos por sólo dos plazos legales. La

herida causada a Harry Lyon, aunque grave, había sido un acci‐dente lamentable donde no existía intención de Roman Constan‐tino de causar daño.

Aurelius estaba deshecho, terriblemente apenado con todo el

mundo por lo sucedido. Había defraudado a su padre, a su tía

María, a Lord Simon y a su propio maestro, Míster Cheddar,

quien lamentaba perder a tan diligente pupilo en tan sólo seis

plazos legales. Lord Simon, que comprendía la envidia del hijo de

Sir Constantino contra Aurelius, no dudaba en reconfortarlo

todos los días prometiéndole que las cosas tomarían un mejor

rumbo el próximo año, cuando Aurelius reingresara al recinto.

– No debes preocuparte más. Todo ha terminado en un par de

heridas –lo consoló Lord Simon una noche en la parte alta de sus

habitaciones de Lombard Street–. Tuviste suerte de no ser tú la

víctima. Ese muchacho pudo haberte perforado un órgano.

También Edward trataba de alentarlo, mostrando su alegría

por tenerlo de vuelta en el negocio de las telas. Necesitaban

ayuda ahora que realizaban sus propios fletes en el Firenze. El

barco no sólo trairía los textiles de Lord Simon, sino también

otras mercancías colectadas en los puertos de carga en los que

atracara, ofreciendo un servicio de transporte a Inglaterra.

Alguien tenía que estar presente cuando los consignatarios reco‐lectaran los productos en el puerto de Londres y pedir cuentas al

capitán. Pero Aurelius estaba deprimido. Quería volver a casa,

ver a su padre y a la tía Nadia, de quienes poco sabía en los

últimos meses.

Un sábado al terminar la cena en la mansión de los Simon en

Valle Alto, donde todos se habían reunido para celebrar la fiesta

de la Candelaria, Aurelius solicitó a Lord Simon y a su tía María

permiso para regresar a Granada con su padre. Su solicitud no

EDGARDO MUÑOZ

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Page 263: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tomó a sus tutores por sorpresa. Conociendo la personalidad del

muchacho, sabían que tarde o temprano sentiría la necesidad de

volver a sus orígenes hasta reconciliarse consigo mismo. El

desconcierto fue para las hijas de Lord Simon, en especial para la

más joven de ellas. Al escuchar hablar a su primo con tanta difi‐cultad, Anne no pudo evitar derramar una lágrima que se apre‐suró a secar para no ser vista por su nuevo esposo. Eliza no fue

tan fuerte. Tan pronto como la mirada de Aurelius se cruzó con

la suya, ésta cedió a las lágrimas dejando la mesa súbitamente

para recomponerse en su habitación.

– En mi última correspondencia he explicado a tu padre lo

sucedido –exclamó Lord Simon, que le aseguraba que Martín

tanto como él no tenían nada que reprocharle–. Ésta es también

tu familia Aurelius. Lo que ocurrió en Lincoln’s Inn fue un

lamentable incidente que pronto quedará en el olvido. Tienes las

dotes necesarias para convertirte en un gran barrister. Es

probable que Míster Cheddar no te lo haya dicho, pero sin tu

intervención en la Corte de la Cancillería no hubiéramos podido

recuperar el Firenze. Los talentos que mostraste ante el Canciller

sólo han servido para confirmar el futuro que tienes en este país.

El altercado en el dormitorio además demuestra que eres capaz

de morir por evitar una injusticia a los tuyos.

Las lágrimas escurrieron nuevamente por las mejillas Anne y

también de la tía María. Aurelius contenía el llanto respirando

delicadamente. Poco podía decir en esos momentos para corres‐ponder a las amables palabras de Lord Simon. Finalmente, la tía

María intervino, consciente de la necesidad, que ella misma tenía

todos los días, de volver al terruño, a Castilla, al Palacio del

Conde de Buendía.

– Ve hijo, ve con tu padre, pero no te olvides de nosotros,

regresa este verano, trae contigo chorizo y jamones para mí.

Gracias a Dios y a ti ahora tenemos un barco que puede traerte y

llevarte a casa –dijo la tía María dejando su lugar en la mesa para

ir a abrazar a su sobrino.

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E l día de su partida, la tía María, Eliza, Andrew y Joseph,

acudieron al muelle para despedirlo.

– ¡Anda! Ve y consíguete una nueva guitarra deforme. Pero

regresa con nuevas melodías que aún está en duda si la causa de

tu expulsión fue por riña o por ser tan mal músico –bromeó

Andrew mientras le daba un fuerte abrazo.

– Hasta pronto Aurelius –dijo Joseph.

– Adiós Joseph ¿Por qué no vienen ambos a visitarme?

Siempre quisieron conocer los reinos del Imperio, ¿no es así? –

exclamó Aurelius, tratando de hacer un poco más alegre la despe‐dida para Joseph.

– Muy amable invitación Aurelius, pero yo deberé regresar a

Northamptonshire para cumplir el castigo que mi tío Thomas me

tiene preparado –comentó Andrew–. ¿Por qué no lo haces tú,

Joseph?

– No lo sé. Ni siquiera me atrevo a proponérselo a mi padre –

replicó el bisnieto de Sir Thomas More.

– Adiós, tía María, prometo traer de vuelta dos piernas de

jamón ibérico –dijo Aurelius, que había ya repetido su promesa

tres veces el mismo día para animar un poco a su tía.

– Adiós, mi hijo. Cuida de tu padre y cuídate de todo mal.

Que la virgen María te acompañe en tu viaje y te bendiga.

Entrega por favor mi correspondencia a tu tío el Conde de

Buendía –lo bendijo la tía María, persignándolo también por

tercera vez ese mismo día.

Sólo faltaba despedirse de Eliza, y afortunadamente, el

capitán del Firenze había ordenado ya recoger el puente. Aurelius

sentía un dolor intenso en el pecho. Sabía que Eliza no lo olvi‐daría pronto y que su partida ocasionaría semanas de dolor a su

prima. Sin saber si mentía o auguraba un feliz desenlace, la

abrazó susurrándole al oído que regresaría pronto, sin más

promesa de amor, sin siquiera estar seguro de que su frase signi‐

EDGARDO MUÑOZ

256

Page 265: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

E

ficara un te amo o al menos un te quiero, qué más daba, todo

terminaría por pasar, Eliza encontraría un pretendiente de la

nobleza inglesa antes de Pascua, se decía Aurelius, juntando el

valor para separarse de los brazos de su prima y abordar el

Firenze sin mirar atrás.

l capitán del Firenze estimaba que les tomarían de trece a

quince días alcanzar, esperando buen tiempo, el puerto de

Tánger en la costa atlántica del Sultanato Saadí. Navegar directo

al puerto de Málaga no era una opción. El Firenze portaba un

pabellón inglés y reemplazarlo a media ruta por un pabellón

flamenco, por ejemplo, no garantizaba que no fuera detenido al

atracar en puertos del Imperio, especialmente si se le encontraba

cargado con seda granadina. Llegar a Tánger, Marruecos, era la

opción más segura gracias a las excelentes gestiones del emba‐jador marroquí Abd el-Ouahed ben Messaoud con quien su

majestad Elizabeth negociaba un tratado comercial y de protec‐ción anglo-marroquí contra otras potencias. De ahí vendría un

barco español de menor tamaño para llevar a Aurelius hasta el

puerto de Málaga donde su padre lo estaría esperando. Cuando

hubiera que llevar más tarde la seda del taller de Martín a Ingla‐terra, ocurría lo opuesto; una pequeña embarcación marroquí

atracaría por la noche en el puerto de Málaga para llevar la

mercancía de contrabando hasta Tánger donde sería finalmente

cargada al Firenze.

El tiempo fue bueno y el Firenze tomó buen curso. Cada día

que pasaba a bordo, Aurelius se daba cuenta de cuánto extrañaba

a su padre y a la tía Nadia. Se sentía un Ulises que, tras pelear mil

batallas y perdido algunas en su caso, regresaba a casa después de

un largo viaje.

En ese mismo instante, sentado sobre el castillo en la proa del

Firenze, mirando el sol sumergirse en el océano Atlántico, Aure‐

UN VIAJE AL COMMON LAW

257

Page 266: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

lius comprendió lo que las Ítacas significaban. Eso precisamente,

la sabiduría ganada en las batallas perdidas, las experiencias de

un viaje de aventuras, su estancia en Lincoln’s Inn, entre posei‐dones y ninfas, entre amigos y enemigos, entre Míster Cheddar,

readers y sus lecciones, momentos de angustia y victoria, entre

mercaderes de telas y jueces de Westminster, eso significaban las

Ítacas, ese objetivo que, aun resultando decepcionante una vez

alcanzado, nos da la oportunidad del viaje que sin él no

habríamos emprendido.

EDGARDO MUÑOZ

258

Page 267: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

G L O S A R I O

Act of Supremacy

La primera Acta de Supremacía fue promulgada en noviembre

del año de 1534 por el Parlamento de Inglaterra durante el

reinado del rey Enrique VIII. En ella se declaraba que el rey era

“la suprema y única cabeza de la iglesia en Inglaterra”, y que la

Corona inglesa debería disfrutar de “todos los honores, dignida‐des, preeminencias, jurisdicciones, privilegios, autoridades,

inmunidades, beneficios y bienes propios de esa dignidad”. La

segunda Acta de Supremacía consistió en la reinstauración de la

original del año de 1534. La reina Elizabeth de Inglaterra fue

declarada Gobernador Supremo de la iglesia de Inglaterra. La

utilización de este término, distinto de "cabeza suprema" calmó a

los católicos y a aquellos protestantes preocupados por el hecho

de que una mujer fuera cabeza de la iglesia de Inglaterra.

Actus non facit reum nisi mens sit rea

Significa que el acto no hace que la persona sea culpable a

menos que la mente también sea culpable.

259

Page 268: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Aequitas sequitur legem

Principio según el cual la equity se apega al common law, a

menos que se trate de un abuso del derecho conforme a la

conciencia del Canciller.

Assumpsit (for nonfeasance o misfeasance)

Era una acción de trespass on the case, que podía ser inter‐puesta por el incumplimiento de una promesa, ya sea porque la

obligación prometida nunca fue ejecutada, en tal caso se le llama

assumpsit for nonfeasance, o porque la obligación prometida fue

defectuosamente ejecutada, en tal caso se le llama assumpsit formisfeasance.

Attachement

Writ por medio del cual se ordena la detención de alguien o el

embargo de algo.

Audita querela

El writ de audita querela era emitido por la Corte de la Canci‐llería, para ser dirigido tanto a la Corte del Banco de la Reina

como de la Corte de Peticiones Comunes, en el que se ordena

desechar una sentencia dictada contra un deudor cuando ese

deudor ya había pagado la deuda imputada.

Bill

En el contexto de las Cortes de Westminster, era el docu‐mento emitido por la Corte del Banco de la Reina para hacer

comparecer a un demandado contra el que se interponía alguna

de las acciones sobre las cuales esta corte tenía jurisdicción,

GLOSARIO

260

Page 269: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

como los crímenes y concurrentemente con la Corte de Peti‐ciones Comunes, las diferentes acciones de trespass o replevin.

Certiorati

Es un tipo de writ de supervisión del que dispone la Corte del

Banco de la Reina. Su objetivo es supervisar las decisiones de las

Cortes menores, a efecto de asegurarse que éstas actúen

conforme a los límites de su autoridad y protejan la libertad de

los sujetos y el derecho a un proceso justo y eficaz. También

puede atraer crímenes ocurridos más allá de Middlesex sobre los

cuales la administración de la reina Elizabeth tiene un interés

particular.

Cessavit

Writ mediante el cual el señor feudal podía recuperar la

propiedad sobre la tierra otorgada al feudatario ocupante si éste

faltaba a su deber de pagar servicios definitivamente.

Chambers

Eran las oficinas adjuntas a los Inns of Court donde los utter-barristers despachaban sus asuntos.

Chief Baron

Juez presidente en la Corte de Exchequer.

Chief Justice

Juez presidente de la Corte de Peticiones Comunes o de la

Corte del Banco de la Reina.

GLOSARIO

261

Page 270: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

(Cláusula vigésimocuarta) Magna Charta Libertatum

Según la cláusula vigésimocuarta de la Magna Charta Liber‐tatum inglesa del año de 1215, ningún hombre libre será detenido

o encarcelado o privado de sus propiedades o libertades o sus

libres costumbres, o exiliado o aislado o de otro modo destruido,

tampoco será condenado o sentenciado sino a través de una

sentencia de sus iguales o por el derecho del país y no se venderá

o negará o pospondrá a ningún hombre el derecho o la justicia.

Clerk

Asistente o secretario de los diferentes jueces, barones o del

Canciller en las Cortes de Westminster.

Commentaires ou les reportes de Sir Edmunde Plowden

Obra escrita en el estilo de un yearbook, describe los argu‐mentos de los abogados y las discusiones en las Cortes de West‐minster sobre cuestiones interesantes del common law de manera

detallada.

Commons

Los comunes o “commons” eran los miembros del Parlamento

constituido por los nobles ingleses.

Count

Era la primera etapa de la fase de argumentos orales en una

audiencia ante la Corte de Peticiones Comunes o la Corte del

Banco de la Reina. La count expresaba de forma oral la demanda

realizada por el demandante contra el demandado.

GLOSARIO

262

Page 271: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Covenant

Significa acuerdo o contrato.

Coverture

Conforme a esta doctrina, la mujer casada está bajo la

custodia de su marido y en especial los bienes que la mujer

aporta al matrimonio.

Customs and services

Writ mediante el cual un señor feudal podía obligar al feuda‐tario ocupante al pago de la renta de la tierra.

Custos brevium

Era el jefe de los clerks en cada una de las Cortes de West‐minster.

Debt

Writ que busca la recuperación de una deuda sobre la que el

reclamante alega tener derecho. Este writ requiere evidencia de

una suma en dinero cierta y vencida.

Deceit

Writ que busca resarcir el engaño o fraude sufrido por el

reclamante.

Deed (of covenant, of debt, etc.)

Los deeds son documentos que plasman por escrito, y bajo

GLOSARIO

263

Page 272: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

sello personal o firma, promesas u obligaciones respecto de dife‐rentes relaciones contractuales como las compraventas, deudas,

fianzas, etc.

Demurrer in law

Opción o defensa del demandado por medio de la cual acep‐taba los hechos narrados por el reclamante pero alegando que el

derecho no lo obligaba a responder por sus actos.

Detinue

Writ enfocado a la devolución de bienes muebles que fueron

injustificadamente retenidos al acreedor. El demandado puede

ser exonerado con su propio juramento y el de dos testigos a

su favor.

Difamation

Era una acción de trespass on the case, que podía ser inter‐puesta para el resarcimiento de daños a la reputación.

Equity

La equity es una parte del derecho sustantivo inglés que se

distingue del common law en sentido estricto, por el hecho de que

fue desarrollada a partir de las decisiones de la Corte de la Canci‐llería, en la que el Canciller decidía las disputas con base en su

propia conciencia.

Escheat o Forfeiture

Writs mediante el cual el señor feudal puede recuperar la

tierra si el feudatario es sentenciado por crimen. Si el crimen

GLOSARIO

264

Page 273: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

cometido es el de traición a la reina, en este caso, la tierra del

convicto regresará directamente a la Corona y los derechos de

los señores intermedios se extinguen.

Exitus

El exitus (issue) era el punto legal o factual en controversia

alrededor del cual debía girar la argumentación en las Cortes.

Felonies

Incluyen el homicidio imprudencial o intencional, robos,

violaciones, la brujería, el asalto, daños corporales intencionales,

etc.

Feme covert

Estatuto personal adquirido por una mujer al contraer matri‐monio, sujeta desde entonces a la autoridad de su marido.

Feme sole

Estatuto personal de la mujer soltera.

Graunde Abridgement

Versión abreviada y sistematizada de una gran obra. En este

caso de la gran obra de los yearbooks. Dos obras principales llevan

este nombre, una de Sir Anthony Fitzherbert y otra de Sir Robert

Brooke. La aportación de estos autores reside en la selección,

abreviación y organización de los casos a partir de un orden alfa‐bético, con definiciones ejemplificadas de las diversas acciones

interpuestas.

GLOSARIO

265

Page 274: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Injunction

Acción que podía ser solicitada ante la Corte de la Cancillería

mediante la cual se ordenaba al demandado a abstenerse de

realizar o disponer de algo, no obstante, un derecho aparente.

Tenía como propósito evitar daños al reclamante.

Inner-barrister

Aprendiz en uno de los cuatro Inns of Court quien debía

instruirse durante al menos diez plazos legales antes de ser

llamado a la barra para convertirse en utter-barrister.

Inns of Court

Gray’s Inn, Inner Temple y Middle Temple, Lincoln’s Inn, los

cuatro principales recintos de enseñanza del common law.

Judicium

Emisión de sentencia.

Justice

Significa juez en el contexto de esta obra.

La Novelle Natura Brevium

Obra de Sir Anthony Fitzherbert publicada por primera vez

en el año de1536 que contiene los comentarios a los writs más

utilizados en el siglo XVI.

La Veto Natura Brevium

GLOSARIO

266

Page 275: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Obra también conocida como la Old Natura Brevium, que

parece haber sido conformada de las lecciones dadas a los apren‐dices de los Inns of Court durante el siglo XIV, que contiene los

comentarios a los writs más utilizados en durante el mismo siglo.

Latitat et discurrit

Tipo de writ emitido para mandar citar a juicio o aprender a

alguien que habita o vaga fuera del condado de Middlesex en el

que se suscribía la jurisdicción de las cortes centrales de West‐minster.

Lex mercatoria

Conjunto de reglas, usos y prácticas vinculantes para los

mercaderes de distintos comercios en la Europa medieval.

Lord of Misrule

Persona que presidia los juegos, escenificaciones y danzas

durante la época navideña.

Magna Charta Libertatum

La Magna Charta Libertatum del 15 de junio de 1215 fue un

documento aceptado por el rey Juan I de Inglaterra, más tarde

conocido como Juan sin Tierra. Fue elaborada después de

muchas luchas y discusiones entre los nobles de la época. Los

nobles normandos oprimían a los anglosajones y éstos se rebe‐laron contra los primeros. Los sesenta y dos artículos de los que

consta la Magna Charta Libertatum aseguran los derechos feudales

a la aristocracia frente al poder del rey y algunos de ellos se

preservan en el derecho inglés de nuestros días.

GLOSARIO

267

Page 276: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Master of Revels

Persona encargada de preparar y dirigir los espectáculos que

tenían lugar en los Inns of Court todos los años.

Master of Rolls

Encargado de la elaboración y edición de los pergaminos y

expedientes de casos en la Corte de la Cancillería.

Masters of Bench

Utter-barristers, egresados de uno de los cuatro Inns of Courtquienes eran invitados para fungir como jueces ficticios en los

moots llevados a cabo en los Inns of Court.

Misdemeanor

Crímenes menores como estar desnudo o ebrio en público,

robar artículos de un hombre muerto, fugarse de prisión, salir de

cacería por la noche con el rostro pintado, o suicidarse.

Moot

Simulación de una audiencia en la que los estudiantes en

conjunto con utter-barristers presentan sus argumentos ante una

corte ficticia compuesta por otros abogados de gran prestigio.

Negligence

Era una acción de trespass on the case, que podía ser inter‐puesta para el resarcimiento de daños causados por la negligencia

del demandado.

GLOSARIO

268

Page 277: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Nuisance

Era una acción de trespass on the case, que podía ser inter‐puesta contra casos de molestias causadas por el demandado.

Ostensurus quare

Writs genéricos con los que se reclama una compensación por

una falta que obliga al demandado a explicar su conducta ante

la Corte.

Ownership of Services

Éste era un derecho al pago de renta que el Lord tenía frente a

un siervo ocupante en contraprestación por haberle otorgado la

tierra.

Parol evidence

Evidencia oral externa al contrato o convenio por escrito.

Plazo legal

Michaelmas, Hilary, Pascua y Trinidad. En Inglaterra del siglo

XVI, las actividades judiciales estaban organizadas por épocas del

año, de tres meses cada una, durante las cuales las cortes podían

tramitar los casos con continuidad regular.

Plea

Era la segunda etapa de argumentos orales en una audiencia

ante la Corte de Peticiones Comunes o la Corte del Banco de la

Reina. La plea expresaba de forma oral la posición o defensa del

demandado ante la reclamación interpuesta.

GLOSARIO

269

Page 278: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Plea Roll o Pergamino

Era el registro escrito que realizaban todas las cortes de West‐minster de los casos ahí tratados.

Praecipe writs

Writs genéricos con los que se reclama un derecho adquirido,

como la propiedad de un objeto o tierra.

Reader

Los readers eran utter-barristers prestigiosos que desempe‐ñaban el cargo de catedráticos durante las clases teóricas o

readings de los veranos o que tenían una función administrativa

en los Inns of Court.

Readings

Clases teóricas sobre las leyes emitidas por el parlamento

inglés impartidas durante el verano por un reader invitado.

Rejoinder

Era la contestación a la replication del reclamante.

Replevin

Un tipo de writ interpuesto para recuperar la propiedad de

tierras en posesión del demandado. Tiene acompañada la orden

de regresar las tierras o bienes inmediatamente al comenzar el

procedimiento y requiere del jurado.

Replication

GLOSARIO

270

Page 279: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Era la respuesta del reclamante a la plea del demandado.

Respite nisi prius

Orden de suspensión del procedimiento con cláusula de

juzgar con jurado.

Revels

Los revels eran las escenificaciones teatrales que los inner-barristers preparaban durante Navidad y Año Nuevo para los

utter-barristers, Masters of Bench y familiares invitados a los Inns ofCourts durante esta época del año.

Right

Writ mediante el cual se puede reivindicar la propiedad legal

de tierras de las que se fue despojado sin derecho.

Serjeants at law

En su origen eran utter-barristers quienes después de años de

prestigio como abogados eran admitidos en la Orden de Serjeantsat law con derecho a argumentar desde “dentro” de la barra que

separaba a los utter-barristers de la Corte. Mientras que un

aprendiz de abogado podía ser “llamado” a la barra después de al

menos diez plazos legales en uno de los Inns of Court, se decía que

un utter-barrister “pasaba” la barra al ser admitido en la Orden de

los Serjeants at law. En tiempos de la reina Elizabeth I, los Serjeantsat law de la Corte de Peticiones Comunes eran sólo diez.

Solicitor

El antecedente del tipo distinto de abogados llamados solici‐

GLOSARIO

271

Page 280: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

tors en Inglaterra, es precisamente que algunos barristers del reino

se volvían solicitadores del favor de la Corte de la Cancillería.

También el nombre de solicitador o solicitor proviene de aquellos

barristers que, por su temprana edad, no podían acceder al litigio

en las Cortes de Westminster y realizaban trabajos de consejero

en asuntos legales.

Subpoena

Usualmente utilizado por la Corte de la Cancillería, mediante

este writ se ordena directamente a una persona sospechada de

cometer una falta o abusar de un derecho a comparecer ante ella.

Treason

Comprendía la alta traición, la rebelión, el espionaje y otros

actos similares en contra del reino.

Trespass

Era un tipo de writ o acción por medio de la cual el deman‐dante pedía ser resarcido por los daños causados a su persona o

propiedades por el demandado.

Trespass on the case

Es una evolución de writ of trespass vi et armis en cuya acción

no es necesaria la evidencia de violencia o armas del demandado

para el resarcimiento de daños. La acción de trespass on the casepodía prosperar cuando existía negligencia o incumplimiento de

promesa del demandado de manera culposa.

Trespass vi et armis

GLOSARIO

272

Page 281: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Esta clase de trespass requería evidencia de que el daño fue

causado con violencia o armas por el demandado.

Trust

Institución reconocida bajo los principios de equity, según la

cual un enfeudador puede transmitir la propiedad de sus bienes a

un fiduciario encomendado para que éste los administre a favor

de los beneficiarios designados, contra el pago por sus servicios.

Tudor Royal Proclamations

Del año de 1547, se requería para argumentar ante las Cortes

superiores haber sido llamado a la barra por uno de los Inns ofCourt y ocho años de práctica desde la admisión.

Use

Institución reconocida por el common law hasta su abolición

en el año de 1536, conforme a la cual un enfeudador podía dar su

tierra a un beneficiario sin transmitir realmente el título de

propiedad, evadiendo así impuestos a la enajenación y cargas a la

herencia conforme al derecho feudal.

Utter-barrister o barrister

Abogado llamado a la barra por uno de los cuatro Inns ofCourt; autorizado para representar a clientes ante las cortes

centrales de la Corona inglesa.

Venire facias

Writ u orden mediante la cual se convoca al jurado para venir

a determinar los hechos litigiosos de un caso.

GLOSARIO

273

Page 282: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Venire facias ad respondendum

Tipo de writ por medio del cual se pide a una persona venir

ante la Corte a responder de ciertos delitos o imputaciones.

Venue

Vecindad donde los hechos disputados en un juicio

ocurrieron.

Veredict

Decisión del jurado.

Vigilantibus non dormientibus aequitas subvenit

Principio de equity según el cual la equity ayuda a los vigilan‐tes, no a los que duermen sobre sus derechos.

Waste (permisivo)

Writ para casos de uso destructivo de tierras o inmuebles por

omisión del demandado quien, mantiene la posesión legal de la

propiedad del reclamante.

Waste (voluntario)

Writ para casos de uso destructivo de tierras o inmuebles por

actos afirmativos del demandado, quien mantiene la posesión

legal de la propiedad del reclamante.

Writ(s)

Los writs eran parte del derecho procesal y sustantivo en la

GLOSARIO

274

Page 283: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala

Inglaterra feudal. El writ era una orden del rey, emitida por el

conducto de su Canciller, en la que se le pedía a un juez de la

Corona la resolución de una disputa de naturaleza específica. El

writ iba dirigido a favor de un peticionario o accionante. El writademás incluía la instrucción de notificar al demandado para su

comparecencia ante la Corte. Un writ era elegido por la parte

actora de la misma manera en la que hoy día un jurista alegaría

un incumplimiento contractual o la comisión de un acto ilícito.

Si el demandado se presentaba ante la Corte, la parte actora debía

entonces aportar evidencia que acreditara la procedencia de

su writ.

Yearbook

Los yearbooks contenían una colección de los resúmenes que

los aprendices y utter-barristers tomaban de los argumentos y

decisiones presenciados en las Cortes de Westminster. Las notas

sobre los casos más interesantes eran seleccionadas para ser

reproducidas en libros organizados por plazos legales, por eso

también se les conoce como legal terms. En los orígenes del

common law, eran la forma más básica de difundir y tener registro

del derecho de las Cortes entre los aprendices y sus maestros en

los cuatro Inns of Court.

GLOSARIO

275

Page 284: Un Viaje al Common Law - Editorial Migala