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UN PASO ATRÁS. Una revisión teórico-metodológica para una etnografía del aprendizaje musical Autora: Candelaria Teresa García Campos Tutora: Manuela Cantón Delgado Trabajo Fin de Grado en Antropología Social y Cultural Convocatoria diciembre 2020 Universidad de Sevilla

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Page 1: UN PASO ATRÁS

UN PASO ATRÁS. Una revisión teórico-metodológica para una etnografía del aprendizaje musical

Autora: Candelaria Teresa García Campos

Tutora: Manuela Cantón Delgado

Trabajo Fin de Grado en Antropología Social y Cultural

Convocatoria diciembre 2020

Universidad de Sevilla

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1

UN PASO ATRÁS. Revisión teórico-metodológica para una

etnografía del aprendizaje musical

Agradecimientos ...................................................................................................................... 3

Introducción ............................................................................................................................. 5

Bloque I. Reflexiones sobre el encuentro etnográfico. ........................................................... 10

Primera parte. Un relato sobre los encuentros musicales. ................................................... 10

Segunda parte. Problemas en el campo ............................................................................... 21

Bloque II. Reformulaciones teóricas. ...................................................................................... 34

(¿) La escucha de todas las escuchas (?) .............................................................................. 34

Reubicando los modelos sensoriales. .................................................................................. 40

Dualismos y colapsos. ......................................................................................................... 49

Conclusiones. Siguientes pasos. .............................................................................................. 54

Bibliografía ............................................................................................................................. 56

Resumen

Planteo este ejercicio como una revisión necesaria de mis primeros trabajos sobre una

aproximación al estudio del aprendizaje de la música desde la antropología, para así asentar una

base sólida sobre la que continuar mi investigación. Partiendo de la importancia del cuerpo en

este tipo de aprendizaje, rescato la fenomenología social en su reformulación moderna a nivel

interdisciplinar, tal como lo hace Tim Ingold. Así mismo ensayo una argumentación sobre la

importancia que el conocimiento encarnado ostenta tanto para el ejercicio musical como

etnográfico.

Palabras claves

Cuerpo, sentidos, fenomenología, práctica, etnografía

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Agradecimientos

Gracias a mis padres por su apoyo y tozudez. Gracias a

Carmen por su esfuerzo y dedicación. Gracias a Manuela

por su inspiración y profesionalidad. Gracias a Luis por

su compañerismo y su amistad. Gracias a Daniel por su

confianza y apoyo incondicional.

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5

Introducción

Desde hace unos años mi interés ha tomado como foco el aprendizaje de la música

a través de diferentes planos vitales. Al ofrecérseme la posibilidad -en la asignatura

metodológica de este grado- de elegir libremente una temática sobre la que construir el

diseño de una ficticia investigación etnográfica, sin mucha vacilación encaminé mis

esfuerzos académicos hacia el montaje de una pesquisa que tuviera esta cuestión como

temática central. En la primera parte de la asignatura diseñé un primer acercamiento

teórico tomando el cuerpo como locus sobre el que se fundamenta este aprendizaje, pues

entiendo la música como una práctica que pone lo movimiento particularmente. Del

mismo modo aventuré en esta primera fase ciertos apuntes metodológicos. Con mayor o

menor acierto desarrollé estos últimos en la segunda parte de la asignatura a través de una

serie de técnicas cuyo punto final consistía en el “análisis” de los datos producidos. Así

mismo las experiencias musicales tanto pasadas como actuales informaron estos primeros

acercamientos etnográficos debido a mi contacto más o menos directo con algunos

mundos musicales de mi ciudad.

Con todo ello, quiero elaborar un escrito que recoja, por un lado, el despliegue de

los siguientes pasos de esta investigación en curso. Mi objetivo se traducirá en la

formulación de varias preguntas suscitadas a raíz de los anteriores trabajos y de las cuales

haré uso como vectores de conocimiento. Por otro lado, quisiera que las diferentes

experiencias musicales vividas en estos últimos tiempos vengan a abonar un trabajo

académico más cerebral. Es así como a mi entender este trabajo constituye una coherente

segunda etapa de un viaje que se reformula a cada paso. En mis charlas, lecturas y debates

voy aprendiendo que el signo más característico de la experiencia etnográfica es su

carácter emergente (Agar, 1992[1982]) y del cual solo es posible hacer uso si se lo

considera un compañero de viaje y no un obstáculo en el camino que mine la coherencia

de las primeras hipótesis de trabajo.

Aquello que motiva mi trabajo sigue siendo esa pulsión por desnaturalizar el

modelo educativo propio de los conservatorios de música que a lo largo de mi propia

trayectoria como aprendiz de músico he conocido. En base a esto, aquello que organiza

la exposición que aquí pretendo justificar no será ‒como lo fue en anteriores trabajos‒ el

conocimiento de diferentes formas de aprender la música y el desvelamiento de las lógicas

intrínsecas de los diferentes contextos de aprendizaje, los cuales contribuyen a la

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6

naturalización de la escucha que en cada contexto se construye. En este sentido, quiero

revisar la relevancia que ha ostentado la antropología de los sentidos en mis anteriores

aparatos teóricos pues, ni pienso que sus propuestas sean del todo acertadas, ni creo que

un acercamiento a la música vaya bien encaminado si no se exploran los horizontes que

la vertiente del embodiment (Csordas,1990) nos ofrece.

Tengo que indicar que en mis lecturas sobre etnomusicología siempre se reproduce

una sensación perturbadora de fondo, y es la ausencia o elusión de las cuestiones que

atañen a las formas en que la música es aprendida; los mecanismos corporales y

cognitivos, prácticos y simbólicos y su entretejimiento recíproco, así como el

entreveramiento con los contextos concretos que los eternos aprendices transitan. Es

decir, los entornos de aprendizaje, la intermediación de los instrumentos elegidos y la

relación de los músicos y sus instrumentos en la forma en que tienen estos de pensar,

hacer, sentir y vivir la música. Movida por ello, me baso en la concepción de que este

proceso tiene diferentes factores/agentes implicados en ella y será el análisis de sus

relaciones lo que constituirá el grueso de mi exposición. Por un lado, los entornos de

aprendizaje son ecosistemas que ejercen un condicionamiento en qué música aprender,

cómo aprenderla, con qué fines, solo o acompañado con muchos papeles de por medio o

tras horas de trabajo en solitario, con mucha gente alrededor, de forma angustiada y con

miedo, con ánimo… (Ingold, 2000). En definitiva, los contextos de enseñanza-

aprendizaje y transmisión-recepción de conocimientos teóricos, prácticos, simbólicos

sobre la música ‒como cualquier otra cuestión de la vida social‒ conllevan un modelado

preexistente al sujeto-aprendiz, una imagen previa sobre él. Por otro lado, el sujeto ejerce

su propia acción sobre el entorno en el que se encuentra situado, lleva consigo toda una

serie de condicionamientos subjetivos, desde un oído maravilloso para quedarse con

melodías, un odio profundo a la música clásica pues le fue impuesta desde niño, así como

la falta de la visión o de una falange.

A pesar de la presentación de estos personajes como entes separados, desde un primer

momento quisiera sentar la premisa de que ambos son coexistentes y cogenerativos, pues

el individuo nunca se vio en una ausencia de contacto con un entorno social intersubjetivo,

ni el mundo se vio como una estructura flotante carente de sujetos que no reinventaran

continuamente su forma y contenido. En definitiva me interesan la aproximación a la

percepción musical desde la premisa de que el aprendiz es ante todo un ser situado en un

cuerpo (Merleau-Ponty, 1985 [1945]; Le Breton (2007), al tiempo sujeto y objeto de los

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procesos de aprendizaje. Este punto de partida acarrea la necesidad de tratar varias de las

dicotomías sobre las que el pensamiento occidental está fundamentado y que solo podría

enfrentar teniendo como herramienta una filosofía quiasmática (Ramírez, 2013) que se

aventure en los vacíos teóricos que las fronteras dualistas suscitan. Para ello me adentro,

como vengo señalando, en el análisis de la experiencia perceptiva del entorno entendida

como una afinación armónica entre la mente, el cuerpo y el ambiente, pues en el acto de

percepción han de reverberar en sintonía para que los canales entre sujeto-objeto se

vuelvan transitables. Me interesa ese problema de percepción que enuncia Ingold (2000)

el cual consiste en ver de qué modo se traduce la información del mundo a la mente, en

definitiva, cómo se aprende.

Algunas de las dicotomías que deberé enfrentar son las de entorno-individuo, objeto-

sujeto, sensación-percepción, mente-cuerpo (Csordas, 2001[1994]). Estas divisiones

radicales saltan ya en el primero y más sencillo de los acercamientos a los procesos de

construcción del conocimiento. Ingold, por ejemplo, lo señala en la mera concepción del

proceso de visión o la noción de luz. Lumen y Lux constituirían dos etapas del proceso de

conocimiento donde en un primer momento se hace referencia al fenómeno físico de la

luz incidiendo en la retina, correspondiendo el segundo al proceso mental por el que se

objetiviza esa información registrada por el órgano sensorial de la vista en su llegada al

cerebro a través de los nervios ópticos (Ingold, 2000: 256-57). Esto ya presupone una

concepción cartesiana de la relación entre el cuerpo y la mente en el proceso de

conocimiento del mundo, así como dos fases del proceso de percepción

(sensación/percepción). Se construye el cuerpo humano como ente pasivo a las órdenes

de una mente que recibe información del entorno por los órganos sensoriales y otra por

la que la mente administra esa información y la compara con saberes almacenados.

La pregunta pertinente es: ¿toda la información o los estímulos captados por los

órganos sensoriales son atendidos y comprendidos? Este será uno de los centros del

posterior análisis. El cartesianismo, del que muchos identifican su pervivencia actual,

conllevaría la noción de un individuo como locus de la conciencia en cuyo límite cutáneo

existe una frontera con un entorno constituido por objetos preparados para ser conocidos.

Sin embargo, la propia noción de percepción rompe con este distanciamiento basado en

la fenomenología de Merleau-Ponty (1985[1945]) que lejos de constituir un ejercicio

solipsista fundamenta la existencia del individuo en una localización del sujeto en un

cuerpo y en un entorno intersubjetivo por definición. Pienso que a través de la atención a

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las diversas formas en que las personas aprenden la música es posible dar cuenta de esta

íntima relación entre el individuo y su entorno en la construcción del conocimiento, que

siempre anda reformulándose y la cual nos sirve precisamente para responder a las

diversas situaciones que nos quedan por experimentar.

Una buena pregunta puede ser ¿por qué es relevante atender al proceso de percepción

para una comprensión del aprendizaje musical? Confieso no haber llegado a ello de

manera consciente, sino que han sido muchos detalles ajenos al propio trabajo de

investigación los que me hicieron interesarme en un primer momento por el trabajo de

Merleau-Ponty y la noción de percepción ‒principalmente las charlas con una compañera

de clase‒. Si bien mediada por los factores comentados, es en el transcurso de la

investigación bibliográfica (en la que aún me hallo inmersa) en la que fui consciente de

la relevancia de dicho proceso tiene en cualquier tipo de aprendizaje. Inspirada por las

lecturas de Merleau-Ponty, Csordas, Ingold y Teodoro Ramírez convengo en que

aprender refiere a un movimiento del sujeto de aprendizaje, un movimiento de apertura

al mundo que liga al sujeto y al objeto de conocimiento en una fusión particular.

Al comenzar el ejercicio denominado TFG y al igual que mis compañeros hicieron

anteriormente, me estuve debatiendo largo tiempo sobre la posibilidad de un trabajo de

tipo puramente teórico o, en su lugar, uno donde mis experiencias de campo tuvieran al

menos una presencia equitativa respecto a las cuestiones teóricas. Por un lado, me urgía

la necesidad de profundizar en los pequeños apuntes teóricos que habían sustentado mi

anterior diseño. Así mismo, pienso que me he ido acomodando en la realización de

ejercicios de esta naturaleza, pues a lo largo del grado escasea la práctica etnográfica

integral. Esto mi incita a aventurarme en nuevos retos aún a riesgo de fracasar, pues de lo

contrario sentiría estar violando la naturaleza de la investigación etnográfica. Si el proceso

metodológico global de la disciplina antropológica se sustenta en un proceso de idas y

venidas de la mesa de trabajo al campo ‒en palabras de Velasco y Díaz de Rada (2009)‒

con la intención de suscitar al máximo un estado de descentramiento, no podía incurrir en

el aspecto que tantas veces me he escuchado criticar. Así mismo, quería despegarme de

esos trabajos monolíticos donde los apartados teóricos y prácticos se encuentran

firmemente separados. Es por ello que en el primero de los bloques ensayo una escritura

menos ortodoxa que abarque una presentación de la tradición de la etnógrafa y la

conjugue con algunas dudas metodológicas al respecto y un par de experiencias de campo.

Ya en el segundo de los bloques abordo una revisión formalmente más clásica que venga

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a revisar el marco teórico que elaboré para mi último trabajo y que a pesar de parecer una

reiteración de mis anteriores ideas entiendo como fundamental, pues esta reformulación

viene a paliar algunas de las incoherencias que por desconocimiento perpetraba entonces.

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Bloque I. Reflexiones sobre el encuentro etnográfico.

Sinceramente, este estudio sobre los procesos de aprendizaje de la música con

énfasis en el cuerpo y los sentidos no surge como fruto de la inquietud académica. Mi

experiencia como aprendiz tiene un efecto radical en la constitución del proyecto de

investigación y desde luego no pretendo oscurecer este aspecto. Por ello estoy interesada

en proponer al lector una presentación que venga a dotar de contexto el ejercicio que

encontrará en las siguientes páginas. Como el paso atrás que el atleta lleva a cabo en la

preparación de un salto, para la introducción de este apartado rescato algunas experiencias

de mi propio itinerario ‒tanto previas como coetáneas a los comienzos de los primeros

esbozos del proyecto-. A través de ellas quiero poner el foco sobre la fecundidad que una

revisión desnaturalizadora de la propia tradición ejerce sobre todo ejercicio etnográfico.

Agar (1992) invita a ello estableciendo un triple condicionamiento (tradición del

etnógrafo, tradición del grupo de estudio y tradición de la audiencia) del que cualquier

etnografía es producto emergente. De esta forma doy por introducido un relato sobre la

conformación de mis primeras nociones musicales y su aprendizaje, para luego abordar

las reformulaciones comprensivas que fue sufriendo dicho marco y con ello introducir “la

tradición de la etnógrafa” de estas pesquisas.

Primera parte. Un relato sobre los encuentros musicales.

Al igual que mi hermana, de los ocho a los catorce años fui superando con más o

menos éxito los cursos en uno de los conservatorios de mi ciudad. Durante los primeros

seis años acudía dos veces en semana a las clases de lenguaje musical, que en mi recuerdo

constituyen la centralidad de nuestro paso por el conservatorio. La asignatura constaba de

cuatro secciones: ritmo, entonación, teoría musical y dictado rítmico, melódico o

armónico (según el nivel que estuviera cursando). En base a mis recuerdos puedo detallar

que el ritmo y la entonación constituían asuntos de la misma índole. En clase, el ritmo y

la entonación eran aprendidos mediante el apoyo fundamental en dos libros repletos de

pentagramas. Uno de ellos se caracterizaba por el progresivo aumento de la complejidad

de las figuras rítmicas y el cambio de claves. Respecto al otro, conforme se sucedían las

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páginas, podía observarse la creciente dificultad melódica de las líneas que el alumno

enfrentaría a lo largo del curso.

El acercamiento a la teoría musical se realizaba a través de otra serie de libros,

correspondientes a los diferentes cursos, todos ellos de la misma editorial y

específicamente diseñados según los objetivos previstos por la asignatura de acuerdo a

alguna ley educativa que desconocía. Durante los últimos cuatro cursos la portada del

libro era la misma, solo que el color de relleno de la tipografía indicaba el nivel del

contenido. Este abordaba desde las figuras rítmicas básicas (redonda, blanca, negra,

corchea, etc.) y sus silencios, la identificación de las notas en el pentagrama, las nociones

de “nota alterada” y “nota natural”, las tonalidades, las escalas mayores y menores y

herramientas para su identificación, hasta el transporte y cierta iniciación a la armonía

tonal. Nociones todas ellas que debíamos adquirir los alumnos a lo largo de los primeros

seis años. Entendía que esos conocimientos estaban orientados, desde mi perspectiva, a

manejar la lecto-escritura de partituras y la aplicación en nuestros instrumentos, por un

lado, y la creación de una base teórica que nos permitiera adentrarnos en los últimos

cursos del grado profesional (entonces llamado grado medio) en materias como el análisis

armónico de obras clásicas o la composición, las cuales nunca llegué a cursar. Disfrutaba

con las lecciones de teoría. Creo que me gustaban los ejercicios de escalas, intervalos y

tonalidades porque me resultaba sencillo entender las relaciones entre los óvalos

dibujados en el papel pautado. Dichas nociones deberían ser más tarde identificadas en

las partituras asignadas, ya fueran las del libro de ritmo, el de entonación, las partituras

de las clases de instrumento o de coro1. Entonación junto a Dictado eran las secciones

que sacaban a la profesora de su mesa y la sentaban frente al piano de pared de la clase.

Durante las lecciones de Entonación, su rol era el de crear una base armónica a piano

sobre la que nosotros, individual o colectivamente, entonáramos la melodía del ejercicio

correspondiente2.

En las clases de lenguaje musical nos dábamos cita alumnos de diferentes

instrumentos. A lo largo de mi estancia en la institución compartí aula con estudiantes de

piano, guitarra, chelo, oboe, percusión y otras especialidades que no recuerdo. Cada uno

de ellos destacaba en unas materias u otras -y sin ánimo de establecer unos enunciados de

1 Menciono las asignaturas que cursé exclusivamente. 2 Doy por hecho que el lector comprende que las actividades no se reducen a las pequeñas descripciones

que presento.

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carácter universalizante, simplemente aspiro a detallar ciertos comentarios de pasillo-.

Claramente los jóvenes percusionistas sobresalían en Ritmo, pues sus prácticas

instrumentísticas se orientaban al manejo de dicha dimensión musical. De la misma

forma, encontraban su pesadilla en las sesiones de Dictado, pues aun teniendo facilidades

para la identificación de las figuras rítmicas que la profesora tocaba al piano,

manifestaban serios problemas para la traslación de la línea melódica al papel pautado.

En este mismo sentido, los instrumentistas que trabajaban con diferentes claves en sus

prácticas de viola, contrabajo, fagot o piano3 ‒por tomar algunos ejemplos‒ no tuvieron

grandes problemas cuando en los primeros cursos del grado profesional la dificultad de

las lecciones de ritmo viró hacia la lectura en clave de Do en segunda, en tercera y clave

de Fa en tercera, entre otras.

Leer en claves diferentes a la de Sol4 (primera clave aprendida durante el grado

elemental) había sido parte de su aprendizaje instrumental antes de formar parte del

contenido de la asignatura común. En mi caso como estudiante de piano, incluso antes de

entrar en el conservatorio ya leía y tocaba partituras. Debido al amplio rango de

frecuencias que comprende este instrumento, para su escritura se hace uso de dos

pentagramas paralelos que se van leyendo verticalmente. En la mayoría de las ocasiones

el pentagrama superior corresponde a aquello que reproducirá la mano derecha en la parte

derecha o aguda del instrumento, siendo las frecuencias medias y graves las que se

representan en el pentagrama inferior en clave de Fa en cuarta5 y se asocia a la mano

izquierda del pianista. Para el caso de los violistas -quienes leían sus partituras en Do en

tercera-, lo que desde los libros de ritmo se planteaba como progresiva complejización,

para estos instrumentistas se antojaba ejercicio cotidiano.

Siguiendo con los pianistas y la dimensión tímbrica de este instrumento, a la

mayoría de nosotros nos resultaba más sencillo el dictado melódico y armónico, pues los

sonidos que debíamos plasmar en el papel nos eran reconocibles. Desde mi experiencia,

al aprender a tocar un instrumento con partitura, conforme iba asociando nombres a los

3 Enumeración no es aleatoria pues todos ellos son instrumentos cuyas voces no son transcritas, o al menos

no exclusivamente, en clave de Sol, debido al registro de frecuencias que es posible alcanzar con su

morfología. 4 La clave de sol es la que en el marco del conservatorio se aprende en primer momento y que sitúa la nota

Sol en la segunda línea inferior del pentagrama. Esta nos da acceso a la representación a lo largo del

pentagrama y de forma mas clara (sin la inclusión de líneas adicionales) las frecuencias medias, las

utilizadas en las lecciones musicales básicas, correspondiente a la tesitura de las voces blancas. 5 La necesidad de recurrir a otras claves dependerá entonces del registro del instrumento que quiere

representarse.

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óvalos situados entre las líneas del pentagrama, relacionaba esos nombres con el sonido

emitido por la vibración de las cuerdas metalizadas que el martillo golpea al ser activado

el mecanismo que inician las teclas. Y lo que considero más relevante, establecía una

relación de equivalencia entre sonido, dibujo y lugar en el instrumento. A diferencia de

los guitarristas para nosotros -los pianistas y teclistas, en condiciones normales- la nota

Do, la frecuencia 261,63 Hz, solo tiene un lugar en el instrumento y ese es el C4 o Do

central mientras que para los primeros esa misma frecuencia es posible encontrarla tanto

en el primer traste de la segunda cuerda, como en el quinto de la tercera o el décimo de la

cuarta prima y otros dos lugares de menor uso. Estar acostumbrada a la asociación entre

sonido y palabra en mi práctica pianística sin duda me facilitaba los ejercicios de Dictado,

pues al oír las notas del piano de la clase, conformaba como objeto de percepción unos

sonidos que automáticamente nombraba como Do, Fa#, Sib… y situaba en el pentagrama,

mientras que para otros compañeros esos nombres llegaban con menor inmediatez. En

definitiva, tomando estas lecciones con perspectiva pienso que ni los alumnos se

enfrentaban de la misma manera a los ejercicios y contenidos de aquella asignatura básica

para todo músico de conservatorio. Ni los objetivos previstos por los programas de

estudio eran encarnados de igual manera por los discentes.

Frente a las dos horas semanales de lenguaje musical, los alumnos recibíamos una

hora de instrumento. En mis recuerdos reconstruyo dichas clases como exámenes

semanales. Nada más llegar al aula sacaba los libros de ejercicios de técnica y agilidad,

los colocaba en el atril quedando los papeles unos centímetros por encima de mi línea de

visión, lo que me obligaba a levantar la cabeza unos grados hacia arriba y alejar, de esta

manera, la mirada del teclado. Tras tocar un par de escalas, varios arpegios, algunos

ejercicios de pura técnica ‒y si no nos habíamos detenido en exceso debido a la corrección

de mis errores‒, pasábamos a las obras: una sonata de Beethoven, un vals de Chopin, un

preludio de Bach o una canción de Bártok. Desde mi perspectiva el reto principal de cada

semana consistía en haber entrenado lo suficiente la coordinación vista-tacto-escucha

como para ser capaz de reproducir con mi instrumento la música escrita en el papel

pautado. Desde luego mi noción actual de lo que significa saber música o saber tocar un

instrumento dista bastante del ejercicio de reproducir correctamente (incluso los matices

y fraseos de la obra que son los que le dan un sentido no mecánico a la producción de

sonido) con un instrumento musical lo que se lee en una partitura, sin embargo, por aquel

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entonces yo percibía que esta era la preocupación fundamental de mis instructores, y por

tanto la mía.

En las clases de instrumento y en casa, durante el tiempo que pasaba frente al

piano me situaba al borde de la banqueta negra de madera barnizada, sobre un cojín

aterciopelado de color ámbar. La mirada al frente, siempre pendiente del material

colocado en el atril. Situaba mis pies cerca de los pedales, adquiriendo más tarde la manía

de mantener pulsado el pedal de sustain con el pie derecho indefinidamente durante mis

interpretaciones e improvisaciones. Esto produce melodías ininteligibles y el

emborronamiento de unos acordes con otros y por ende los desprende de su sentido

armónico al tiempo que dinamitaba por completo los fraseos. No ha sido hasta hace poco

que, gracias a un fallo electrónico en mi teclado actual he comenzado a sentir en mis

propias carnes la dependencia que había creado respecto a ese recurso. Por un lado, he

notado la incomodidad que la ausencia de ese constante colchón me producía y por otro

me ha obligado a buscar otras formas de tocar y abandonar este vicio corporal. Con el

pedal pulsado las notas que han sido tocadas previamente se mantienen y al pasar de un

acorde a otro se ligan ambos grupos sonoros. El uso común de este recurso es la

desactivación del mecanismo al pulsar el siguiente acorde6 con la intención de ligar las

notas y a continuación limpiar el momentáneo barullo sonoro para dejar que se manifieste

con claridad el segundo grupo de notas. Ahora pienso que ensuciar los sonidos de esa

forma constituía una confortable trampa desde la cual construí una forma insegura de

tocar. En cuanto echaba en falta ese recurso, el brevísimo silencio que se produce entre

un acorde, y otro ‒en ocasiones y dependiendo la técnica que se utilice puede resultar casi

imperceptible desde fuera‒ me provocaba una inexplicable incomodidad y desequilibrio,

pues echaba en falta mi escudo protector.

Al entrar en clase de instrumento mi profesor o profesora se encontraba sentado

en una pequeña silla de plástico y metal situada junto a la majestuosa banqueta del

pianista, reservada a los que iban a ser examinados. Apenas recuerdo a ninguno de ellos

sentados en mi lugar, a excepción de que alguna reiterante corrección sobre el mismo

pasaje les hiciera levantarse desplazándose a la izquierda para situarse en la posición

central. Este movimiento, sin indicación oral mediante, también me desplazaba hacia la

6 Quiero señalar que esta es una simplificación de los usos del pedal, pues el momento para levantar el pie

y el tiempo que pasa hasta la próxima vez que es pulsado depende de factores como, por ejemplo, la

secuencia armónica y la función del segundo acorde con respecto al primero.

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izquierda. Yo me mantenía de pie a la espera de que el docente concluyera la reproducción

del pasaje, previo comentario “Mira. Tiene que ser así”. Siempre vi esas intervenciones

de ánimo reparador un tanto insuficientes. Daba la sensación de que al tocar los compases

problemáticos de manera adecuada y yo escucharlo, algo de ello quedaría impreso en las

teclas. Capacidades que mediante cierto mecanismo simbiótico me conducirían

automáticamente los dedos a los lugares y en los tiempos correctos. Recuerdo que no fue

hasta el último de los años que cursé en el conservatorio que mi profesor, en su primer

año de interinidad en la ciudad (y el docente más joven con el que había tratado) me instó

a que acompañara mi estudio en casa con la escucha de las obras que ambos habíamos

convenido en que formaran parte de mi repertorio. Otra novedad consistía en que a la

hora de elegir dichas obras (una española, una romántica, una de principios de siglo XX

y algunas otras) este señor se encargó de tocar para mí varias opciones con la intención

de que yo eligiera la que más me atrajera y por tanto buscando en mí una motivación

auditiva. Por primera vez escuchaba la música antes de leerla en el pentagrama.

Lamentablemente ‒y tal como relata mi hermana en su entrevista‒ no estaba muy

perceptiva a todas aquellas novedades y, a mitad de curso, abandoné el conservatorio.

Quisiera, a continuación, abrir un breve paréntesis que me permita introducir a

Carmen, estudiante de guitarra flamenca en el conservatorio superior de Córdoba y

coproductora de varias de las técnicas de campo que he practicado en el contexto de este

estudio. Carmen es mi hermana. Es dos años menor que yo y desde niñas mis padres nos

instaron al estudio de la música. Durante la mayor parte de nuestra infancia nuestros

caminos musicales se desarrollaron paralelos. La misma escuela infantil, el mismo

conservatorio, la misma escuela de apoyo. Ella entró en guitarra clásica y yo en piano,

pero sentíamos nuestras experiencias muy similares. Entorno a la misma edad dejamos el

conservatorio, siendo entonces cuando nuestras trayectorias empezaron a diverger. Tras

el conservatorio ‒y tal como relato en el cuerpo del trabajo‒ yo seguí con las clases de

piano, además de encontrar como motivación extra mis prácticas semanales con Luis, mis

charlas con él y la posterior formación de la banda, todas ellas, experiencias que fueron

conformando mi entrada en el mundo del pop-rock amateur de Sevilla. Mi hermana por

su lado, una vez abandonó el conservatorio no volvió a oler una guitarra hasta varios años

más tarde. Mi madre y yo siempre le insistimos en que volviera a tocar y a pesar de sus

negativas no nos sorprendió que lo hiciera, aunque de una forma un tanto inesperada. Mi

hermana relata que el reencuentro con su instrumento estuvo delicadamente meditado por

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su parte. Me contaba en una de las entrevista informales que mantuvimos, que al

comenzar en la universidad a distancia, mucho del tiempo libre que tenía empezó a

dedicarlo a retomar viejas obras del conservatorio. Este ejercicio casi inconsciente fue el

que le hizo darse cuenta de que a pesar de las fatigas sufridas en el conservatorio, a ella

le gustaba tocar la guitarra. Sin embargo, no le atraía en concreto ninguna música cercana

hasta entonces cercana. Ni la música popular ‒en la que desde su concepción imperaba la

guitarra eléctrica‒, ni la música clásica le atraían especialmente. Fue entonces cuando

pensó en el flamenco. En mi casa esta tradición musical nunca ha tenido mucho

protagonismo, por no decir ninguno. Sin embargo, ella pensó que ese podría ser un mundo

bastante interesante desde el que retomar su aprendizaje de la guitarra, pues el papel

central de este instrumento en el flamenco le atraía especialmente. Esto fue lo que le

impulsó a pedirme que preguntara en la escuela en la que yo tomaba clases de

introducción al jazz, si existía la posibilidad de tomar clases allí. Así fue como Carmen

conoció a Isra, su primera guía en el mundo del flamenco. Cierro paréntesis.

Al año siguiente de dejar el conservatorio, y por insistencia de mi madre, continué

mis lecciones de piano en una escuela de música situada en frente del conservatorio y en

la que anteriormente había recibido clases de apoyo. A continuación, elaboraré una breve

presentación de mis contactos con la música a partir del fracaso ‒o la liberación, tal como

Carmen lo define en una de sus narraciones biográficas‒ que suponía haber abandonado

la enseñanza institucionalizada de la música. Pienso que pasé por un proceso de

resignificación de la escuela. Aunque al final del siguiente año, Mariam (mi nueva

profesora) me invitó al estudio de algunas obras clásicas, en los primeros meses mis

encargos consistieron en la preparación de algunas piezas de la banda sonora de la

película Amelie. Conocía las melodías y las sensaciones que el visionado del filme habían

impreso en mi memoria, las cuales podía usar como recurso para mi interpretación en el

piano. Me sentía con las herramientas suficientes como para dirigir la ejecución hacia

unos senderos interpretativos y no otros. Conocía la historia que quería contar, por lo que

tocar no se reducía a un mero ejercicio mecánico de reproducción táctil de la lectura del

papel pentagramado. Esto mismo relataba Carmen al remarcar la diferencia entre las

clases de guitarra del conservatorio y las clases de apoyo de la escuela.

Como yo tenía que interpretar una obra, pues primero [su profesora de apoyo de estudio

al conservatorio en la escuela] me ponía colores en las partituras, después pues me

contaba una historia para ayudarme a interpretar esa obra, para ayudarme a matizar (…)

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para que aparte de saber mecanizar lo que estaba leyendo, también tener una dinámica

(…) para meterte en lo que estabas tocando7.

El siguiente reto consistió en el aprendizaje de una versión simplificada del Orobroy de

Dorantes. En aquella ocasión no tendría partitura. Mariam me enseñaría acorde por acorde

aquella pieza. Por primera vez la referencia visual por la que debían recordar las

posiciones de las manos en el teclado no sería su representación en la partitura, sino las

mismas manos en el teclado, lo cual fortalecía el entreveramiento de las vivencias visuales

con las auditivas y las táctiles. Un año después Marian dejó la escuela y yo también.

Durante los últimos meses de mi estancia en la escuela comencé a tocar

semanalmente con un compañero del instituto. El ordenamiento alfabético de los alumnos

que aún reside en algunos centros de enseñanza hizo que Luis cayera sentado a mi lado

nada más llegar de otro instituto del barrio. En seguida detectamos nuestra afinidad y

nuestros intereses musicales comenzaban a fusionarse, siempre manteniendo debates

circulares sobre la calidad de uno u otro grupo musical. Un par de años después de nuestro

primer encuentro, decidimos pasar a la acción. El mismo año que lo conocí Luis

comenzaba a tomar clases de guitarra clásica. Impulsado por la afición pianística de su

padre, en dos años, mi amigo logró la capacidad de interpretar obras del nivel

correspondiente al cuarto curso de grado elemental, sin embargo, no tenía los

conocimientos teóricos de un estudiante de ese rango, ni la capacidad de reconocer notas

con igual rapidez, conocer los mecanismos de la modulación, etc. A pesar de ello me

sorprendió conocer la facilidad con la que aprendía las obras clásicas de memoria. En mis

entrevistas con Carmen quise cuestionarle sobre este tema, pues personalmente en mi

paso por el conservatorio experimenté con gran dificultad la memorización de las piezas

musicales. Mi hermana relataba que al retomar la guitarra desde el flamenco, esta nueva

vía de aprendizaje hace un uso mucho menor de la partitura, centralidad que sustituía el

vídeo como herramienta de trabajo en casa. Esto resultaba en un aumento de los

materiales que tendía a memorizar, a pesar de lo cual

7 Entiendo que tocar un instrumento musical no se reduce a un ejercicio mecánico consistente en saber

traducir un papel en movimientos corporales a modo de autómata, sino que implica una intención por parte

del intérprete. Las historias en este sentido las concibo como herramientas evocativas que susciten al

intérprete una percepción intersubjetiva de la obra musical.

Page 19: UN PASO ATRÁS

18

“Si me daba la partitura me costaba más memorizarlo que todo lo que me daba aparte,

claro. (…) porque la partitura ya la tenía ahí para yo leerla cuando quisiese. (…) Si tienes

una partitura, siempre tienes donde apoyarte y nunca te lo llegas a aprender directamente.”

Al mismo tiempo también se ocupaba de señalar los beneficios del soporte en papel.

“Pero también la partitura puede estar para recordarte los matices... muchas veces si te lo

enseña alguien [sin el uso de partituras] los matices se pierden, las dinámicas…”

Después de estos dos años Luis no continuaría con las clases de clásico. Su alma

rockera se hacía cada vez más audible. Pocos meses después se hizo con una Ibanez8. No

soy capaz de reconstruir con precisión el inicio de nuestros encuentros en el sótano de la

casa adosada donde el padre de Luis y su esposa residen aún. A diferencia de Carmen ‒

quien se fue deshaciendo de la necesidad de la partitura con su profesor de entonces como

guía destextualizadora- yo me enfrentaba a estos nuevos mundos musicales sin referencia

alguna. En el contacto con Luis y las personas con las que más tarde formaríamos una

banda, no encontraba más que barreras en la comunicación con ellos. Cuando yo hablaba

de compases, ellos hablaban de vueltas (noción que puede incluir una cantidad variable

de compases) o de estribillo, verso, puente, outro…, ya que las canciones populares

constituían el grueso de nuestro repertorio. Mientras ellos mediante un par de repeticiones

de los cifrados consultados en alguna web, se sentían preparados para tocar una canción

que ya habían escuchado, yo iniciaba una búsqueda de las partituras que en la mayoría de

las ocasiones no encontraba y que si lo hacía debían tratar durante un buen rato ya que la

lectura a primera vista tampoco la tenía muy trabajada por aquel entonces. En este

contexto fui pasando de solicitar a mis compañeros que no eligieran canciones de las que

no lograba encontrar su soporte escrito, a tomar los cifrados que ellos mismos utilizaban

e intentar escribir yo misma la partitura para piano tomando siempre la referencia sonora

del disco. Para finalmente integrarme en un uso común de los cifrados como base de la

improvisación.

8 Ibanez es una empresa japonesa productora y distribuidora de instrumentos musicales, guitarras, bajos y

amplificadores eléctricos principalmente. Utilizo el nombre de la empresa para referirme a la primera

guitarra eléctrica de Luis porque es así como él lo hacía. Cuando un guitarrista se refiere a las guitarras

suelen hacerlo mediante su marca o su modelo ‒al igual que otros instrumentistas, yo por ejemplo me

refiero muchas veces a mi teclado como “el Korg” ‒. Esto suele hacerse principalmente cuando hablas con

otros músicos sobre el equipo de cada uno. En el uso que hago de esta palabra además no me refiero a

cualquier tipo de Ibanez, sino en concreto al recuerdo que mantengo de esa guitarra concreta. En concreto,

se trata de una Ibanez S570AH-SWK, que en su diseño de cuernos y clavijero puntiagudos y barniz negro

brillante ya expresaba para mi el distanciamiento que Luis declaraba respecto de sus lecciones clásicas.

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19

A este proceso contribuyeron parcialmente las lecciones teóricas y los consejos de

mi entonces profesor de introducción al jazz. Comenzamos las clases con unas intensivas

lecciones teóricas sobre armonía tonal y algunos acercamiento a la modal. Su intención

declarada era que lo antes posible yo dispusiera de herramientas conceptuales que me

dieran puerta de acceso al tratamiento del nuevo tipo de partitura al que me enfrentaba ‒

los cifrados‒9. Durante estas sesiones realizábamos análisis armónicos de standards

sacados del Realbook10. Terminaban plasmados en una pizarra blanca. Estos me

recordaban mucho a los ejercicios de la asignatura de armonía, en la que durante la

corrección de los ejercicios semanales, el profesor exclamaba algo como “esto es

armónicamente correcto, pero imposible de tocar”. Lo mismo sentía en mis análisis del

Blue Bossa y del Autunm Leaves. Ni sabía cómo sonaban, ni era capaz de tocarlos en el

piano. Los ejercicios de análisis siempre fueron anteriores al conocimiento de la obra por

otras vías sonoras, por ejemplo. Así mismo, las habilidades de pensar, escuchar y tocar al

mismo tiempo estaban completamente desentrenadas, por lo que al tener que enfrentarme

a su práctica en el piano no sabía por dónde entrarle. Ahora pienso que haber tenido el

Blue Bossa en mis oídos o en mis dedos, en primer lugar, habría resultado en un

aprendizaje interrelacional de estos clásicos.

Comencé a acceder a ese tipo de conocimiento práctico de la música en el seno

de las dos bandas a las que he pertenecido. El proceso de aprendizaje de una canción en

estos contextos radicaba, primero, en la escucha del tema que quisiéramos interpretar;

segundo, en una preparación en casa de las armonías básicas, las cuales se ponían en

práctica sobre la grabación; tercero, encuentro en el ensayo y práctica en común donde

teníamos que hacer que el tema caminara ‒que más que una interpretación mecánica

conlleva una relación comunicativa con los presentes‒, pararnos, hablar sobre lo que

había ocurrido durante la interpretación, localizar los errores, buscar diferentes

correcciones. Estos ensayos los viví como un enorme espacio de experimentación en los

que la horizontalidad de las relaciones allí desplegadas invitaba a actuar sin miedo a

incurrir en errores básicos, como perder el compás, tocar fuera de la tonalidad, etc. los

cuales potencialmente podían constituir la fuente de una ampliación de conocimiento.

9 En este tipo de partituras solo aparece escrita la melodía en un pentagrama en clave de Sol y en la parte

superior de este van sucediéndose los símbolos que indican la base armónica. 10 Libro en el que se recogen los stransdards de jazz y que todo músico de jazz debe manejar en varias

claves y tempos. No trataré en esta ocasión un análisis sobre el surgimiento del Realbook, así como su

posible pertinencia en el flamenco, pero quizás en otra ocasión sea interesante hacer referencia a él y entrar

a un análisis comparativo con respecto a las partituras clásicas.

Page 21: UN PASO ATRÁS

20

Quisiera transmitir al lector esa retroalimentación que en muchas ocasiones he

vivido en los ensayos, no solo en el análisis conjunto de las canciones tras su

interpretación, sino en el momento justo en el que suena la música que todos producimos

a la vez. Para ello me dispongo a llevar a cabo un experimento. Reproduzco en mi

ordenador Adivina ‒una de las canciones que habitualmente tocamos en la banda‒. De

vez en cuando pulso el pause del programa para redactar unas líneas que recojan todas

las veces que he tocado esto mismo junto con mis compañeros. Trato con ello de rescatar

los pensamientos, sensaciones y percepciones que experimento en el momento mismo de

tocar con ellos. Desde luego, no es este un método muy ortodoxo para la antropología,

sin embargo, pienso que tampoco existen muchas referencias de cómo transmitir este

estado de flujo fuera del ejercicio literario. Con este experimento cierro el primer apartado

dando paso a la pregunta que suscitó la redacción de esta suerte de anecdotario y que

constituirá el eje de las siguientes reflexiones.

Empezamos Adivina. Un-dos-tres-cua un-dos. Un-ta-ta-ta un-ta. Un-taca-tá,

(silencio) un tataaa. Sonrío. “Si mi hermana me escuchara me mataba”. Con el pie marco

los pulsos. Ensordezco el choque de una palma con otra para que suene más aflamencado.

Miro a Tatín y trato de hacer las contras de su rítmica. Hemos sincronizado nuestros pies.

Me pierdo pero retomo el compás. Entra Jose al piano. “Re mi si do. Que bien suenan las

novenas”. Sigo palmeando e intentando ritmos que se salgan del patrón básico de bulería.

De repente me sorprende el plato envolvente de Pedro. Lo miro. “Siempre tan

concentrado. Siempre tan preciso”. “Lo que ta-pa sus o-jos son péee-taaa-looos”. Canto

la letra a la vez que Tatín sin perder el compás. Ahora nos vamos a Fa. “Ole. Que bien

metida la variación y que marrón cuando la toque yo”. Siento como el piano va jugando

con las sensaciones y me dejo llevar. Me dirige hacía un lugar oscuro para terminar con

la cadencia flamenca. Ahh. Reposo momentáneo. En la entrada del siguiente compás el

ampli de bajo hace que nos retumbe el pecho. “Fa séptima”. Jose juega a improvisar con

la escala mixolidia de Fa. Observo que Tatín le sonríe como gesto de aprobación. Se

siente afortunado de que Jose esté en su banda. “Un (silencio)-Do-Re-Mib-Fa-Sol-La-Sib

(subida rápida en semicorchea) Do-Sib-La Sol, Sib-La-na-naaa (bajada sincopada)”.

Mientras tanto miro el teclado busco las posiciones sin pensarlo mucho. Entro a

contratiempo y en el tercer compás empiezo a explorar todos los colores del acorde de Fa

séptima a sabiendas de que eso mismo constituye un ejercicio de agilidad para tener los

acordes en los dedos. “Pues a mí me suena bien”. Pedro remata en la caja perfectamente

compenetrado con Paco, quien hace un barrido hacia los graves. Silencio. Tomamos aire.

Soltamos el aire con la entrada del acorde de guitarra en el primer pulso del siguiente

Page 22: UN PASO ATRÁS

21

compás. Miro las pulseras de Tatín y su mano en el mástil. “Me suena rara la guitarra. Un

poco aguda” (en cuanto a ecualización). Paco y yo nos miramos. “Creo que piensa lo

mismo”. Me balanceo movida por la cadencia de la guitarra. “Un-dos-tres. Un-dos-tres.

Es como un vals”. Canto el remate de la guitarra al final de la primera vuelta. Sonrío. Me

siento bien. “Me toca”. “Suool- Fuaaa- Mui- Rue- Duooo” (imito en mis adentros el

sonido de wah-wah que utilizo para destacar los arreglos de teclado entre los otros

instrumentos). “No me escucho nada. ¡Ofú! Voy a subirme un poco”. Giro el

potenciómetro del volumen hacia la derecha mientras sigo tocando y marcando con el pie

izquierdo el ritmo ternario poniendo énfasis en uno de cada tres golpes de talón.

Segunda parte. Problemas en el campo

A través de esta recopilación anecdótica he querido llevar a cabo la presentación

de unos breves fragmentos que recogieran mi itinerario de aprendizaje. No he querido

dotarlos de una explícita explicación teórica pues entiendo que anula un fructífero

carácter evocativo. Aun así, mi intención radica en señalar la existencia de una doble

tradición que pienso, jugará un papel relevante en el desarrollo de la investigación. Así

mismo aventuro el potencial heurístico de las quiebras experimentadas ‒voluntarias u

ocasionales, nucleares o derivativas‒ que subyacen a todo proceso de aprendizaje. Tal

como Agar expone su dificultad para comprender el uso indio del carbón, mi tradición

musical contribuye indudablemente a la atención de incoherencias en el encuentro con

otros músicos. Esta doble tradición como aprendiz de músico y como aprendiz de

etnógrafo se dan cita en el seno de mis actividades musicales y se funden de manera

particular durante el trabajo de campo, lo que me plantea una serie de dudas

metodológicas en relación a la compenetración de estas subjetividades. Abordo este

problema como primordial tras las primeras incursiones en el campo pensando que quizás

una revisión de las lecciones recibidas sobre teoría de la práctica etnográfica pueda arrojar

luz sobre estas cuestiones.

En “Hacia un lenguaje etnográfico” (1992), Michael Agar ya planteaba la

etnografía como un encuentro entre tradiciones, rescatando la noción de Verstehen en su

tratamiento hermenéutico. La etnografía es presentada entonces como fruto de la fusión

de los horizontes de los marcos culturales que coinciden en el contexto del ejercicio

Page 23: UN PASO ATRÁS

22

etnográfico. A través de diferentes momentos de su propia experiencia como

investigador, este autor, se encarga de destacar los tres mundos de sentido que conducirán

al etnógrafo a experimentar una serie de quiebras, que utilizadas como vectores de

conocimiento, en su resolución creativa conducen a la comprensión. Estas tradiciones son

las del etnógrafo, las del grupo social junto con el que se lleva a cabo la etnografía y los

marcos de la audiencia para la que es planteada la presentación de la etnografía como

producto. Esto servirá como argumento en defensa de la variabilidad y emergencia

etnográfica y contra los modelos lineales de investigación (Agar, 1992: 117-120)

reconocibles, por cierto, en las “etnografías con final feliz” (Cruces, 2003). He lamentado

el escaso énfasis sobre el encuentro de tradiciones al interior de la propia figura del

investigador, foco de mi problema metodológico. A pesar de ello, vislumbro que, en el

sentido en que Agar rescata la filosofía hermenéutica de Gadamer, comprende (al igual

que el alemán) una coherencia interna al propio sujeto de conocimiento. Quizás estas

afirmaciones resulten problemáticas, por lo que volveré sobre ello más adelante.

Antes de entrar a la revisión de esta parcela de las epistemologías comprensivas

he de apuntar que si hago uso de ellas es porque asumo la futilidad de una preocupación

en la búsqueda de la objetividad en ciencias sociales. Rescato conscientemente la

Verstehen, no bajo la concepción diltheyana por la que se reconoce la consecución de

resultados de “validez objetiva” (Giddens, 2007 [1976]: 76), sino desde la afirmación

gadameriana sobre el carácter intersubjetivo de los procesos de conocimiento. Del mismo

modo, Agar lo reconoce como esencia del proceso de consecución de las comprensiones

etnográficas emergentes y cronológicamente posterior a la mencionada desestabilización

de expectativas, intrínseca al encuentro entre tradiciones. Este carácter intersubjetivo es

señalado por Gadamer y revisado por Agar a través de la enfatización del papel del

lenguaje en los procesos de comprensión. De esta manera el proceso de resolución de

quiebras se define por su “naturaleza lingüística” y “dialéctica negativa” siendo

fundamental la enunciación de “buenas preguntas” de carácter situacional ‒imposibles de

trasladar por completo fuera de dicho contexto‒ y resultando la fusión de horizontes una

“hazaña propia del lenguaje”. En este sentido, el lenguaje se concibe como “almacén de

la tradición, el señalador hacia lo que haya en el mundo que sea un objeto, el recurso para

crear especulativamente nuevos mundos” (Agar: 1992: 124). Giddens lo expresa de la

siguiente manera

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23

“la comprensión se consigue a través del discurso (…) [siendo] el lenguaje [el] medio de

la intersubjetividad y expresión concreta de formas de vida o tradiciones” (2007 [1976]:

76).

Lenguaje y tradición se presentan recíprocamente constitutivos si, como señala

Giddens, seguimos la estela postwittgensteiniana que Gadamer se encarga de revitalizar

al asumir la noción de tradición como juego del lenguaje.

“Comprender un lenguaje es ser capaz de «vivir en él» (…) Si existe un aspecto

importante en el que las últimas obras de Wittgenstein prolongan los temas de su

Tractatus, es el principio de que los límites del lenguaje son los límites del mundo;

Gadamer le hace eco cuando dice que «el ser se manifiesta en el lenguaje». Para Gadamer,

como para el último Wittgenstein, el lenguaje no es primero y ante todo un sistema de

signos o representaciones que de alguna manera «hacen las veces» de objetos, sino una

expresión del modo humano de «ser en el mundo»” (Giddens, 2007 [1976]: 77-78).

Siguiendo con el universo conceptual de Gadamer, toda comprensión se desarrolla

en el seno de un círculo hermenéutico por el que se presupone una pre-estructura, una

tradición de base sobre la que las comprensiones emergentes van haciendo mella. Es esto

lo que posibilita la propia formulación del pensamiento reflexivo en el contacto con otras

formas de vida. Precisamente esto le sirve a Gadamer para la defensa de que la

comprensión refiere a la ontología del proceso de conocimiento humano en sí mismo.

“sea en la vida diaria, en las artes literarias o en las ciencias sociales y naturales, [el marco

de significación] está inveteradamente en un proceso de transmutación, aunque siempre

sigue siendo la trama misma de nuestro pensamiento y acción” (Giddens, 2007 [1976]:

78).

Por un lado, ya sea en la vida cotidiana como en el ejercicio científico, identifico

el establecimiento de una separación entre la acción y el pensamiento. Podría

simplificarse en términos de una asociación entre acción y movimiento. Movimiento del

individuo dentro del mundo donde ‒guiado por su tradición‒ éste actúa pre-

reflexivamente, pues comprende el marco de significados de forma que es capaz de vivir

en él coherentemente. El pensamiento constituiría una pausa de ese movimiento, un breve

apartamiento del mundo en el que se pone una fracción de esta realidad en la mente del

individuo. No voy a eludir la ya mencionada pre-estructura sin la cual es imposible si

quiera vislumbrar el proceso de objetivación que nos conduce a la reformulación creativa

Page 25: UN PASO ATRÁS

24

de nuestro mundo de sentido. Sin embargo, si algo he logrado sacar en claro en mis

primeras incursiones etnográficas es la existencia de un pensamiento encarnado que no

distancia en exceso al individuo de su ser en el mundo y que sin embargo contribuye a la

desestabilización de la comprensión. Detecto que esta modalidad de pensamiento

encuentra un enclave particular en el seno de actividades performáticas donde la

dimensión temporal es imposible de eludir, pues cuando la música da comienzo hay una

ley fundamental: el tempo11 no te espera. Esa separación entre acción y pensamiento sería

insalvable.

Durante los últimos años de mi itinerario particular ‒y, sobre todo, mediante unos

tímidos acercamientos al jazz‒ creo haber sido capaz de identificar que el uso de la

improvisación, además de recurso musical en este y otros géneros, se erige como una

actividad básica de los procesos de aprendizaje de la música. La concibo como una

práctica, que en el trascurso de cualquier sesión musical, dota al músico del potencial para

acceder al cuestionamiento de las propias prenociones. Esta actividad, tomada en serio,

se propone la exploración de los límites de los esquemas que, aunque fundamentada en

estos, vira hacia el descentramiento. Identifico que en la improvisación ‒no solo musical‒

puede subyacer el carácter emergente del aprendizaje, pues ‒como señala Richard Sennett

en referencia tanto al ámbito musical como al arquitectónico‒ a través de ella “la gente

puede hacer progresos en su capacidad para negociar lindes y bordes” (2009 [2008] :291).

¿Son estos los horizontes de la tradición de los que habla Agar? Podría argumentarse que

esta actitud ‒la improvisación‒ forma parte de la comprensión jazzística de la música, y

por tanto estas lindes no refieren a tradiciones, sino a encuentros entre diferentes

itinerarios personales referentes al aprendizaje de una misma tradición. En respuesta a

ello, mi objetivo no es adentrarme en el aprendizaje del jazz ‒al tiempo que tomo como

premisa que al menos dentro de la música occidental existe un correlato‒, sino que pienso

que en este punto puedo traer a colación la crítica que Apel señala en la relación entre

filosofía postwittgensteiniana ‒encarnada por Peter Winch‒ y la hermenéutica, la cual

Giddens rescata de manera sucinta.

“Según Apel, las ideas de Winch [en su intento de traslación a la investigación en ciencias

sociales] desembocan en un relativismo insostenible porque no alcanza a ver que hay

siempre una tensión, y también una reciprocidad, entre tres «momentos» de juegos del

lenguaje: entre «uso del lenguaje», «forma práctica de la vida» y «comprensión del

11 Velocidad a la que se toca/interpreta una composición musical

Page 26: UN PASO ATRÁS

25

mundo». Así [un sistema cultural] (…) se encuentra en constante diálogo interno y

externo, lo que es la fuente de su cambio en el tiempo. El diálogo que se establece cuando

dos culturas se encuentran no es diferente en su calidad del implícito en el interior de una

tradición vital o «forma de vida» cualquiera, que constantemente «se trasciende a sí

misma». (2007 [1976]: 79)

A este respecto, no he sido capaz de identificar de qué manera recoge Agar esta

cuestión en su propuesta para una metodología etnográfica. En su énfasis sobre el

“lenguaje como almacén de la tradición” quizás incurre en el error de Winch y pasa por

alto la posibilidad de un resquebrajamiento de las expectativas por factores internos. Esto

abriría la posibilidad a la experimentación de quiebras anteriores al encuentro entre

marcos de significado, fruto del reconocimiento de la “subject‘s essential opacity to

himself”, tal como Giddens y Favret-Saada indican. Quisiera tomar un breve desvío por

las propuestas de esta última, pues en ellas identifico una potencial crítica a la tradición

del etnógrafo de Agar. Puede establecerse una conexión entre la quiebra epistemológica

de uno y el dejarse afectar de la otra, sin embargo en las reflexiones sobre el acceso a la

posesión, no solo se recoge una desestabilización del proyecto, sino también períodos de

ausencia de la disposición investigadora. Entiendo esta autora sí pone de manifiesto esa

doble tradición y es por ello por lo que me adentro en sus estudios.

En el transcurso de su trabajo de campo en el Bocage francés, la autora tunecina

construye un dispositivo metodológico que le permite aventurarse en la “non-verbal, non-

intentional and involuntary communication, for the rise and free play of affective states

devoid of representation” de los nativos. Lo denomina être affectée y es concebido como

herramienta fundamental, no solo para una antropología de las terapias, sino también para

la reformulación ontológica de la disciplina antropológica, alterándola ya en su

idiosincrática observación-participante (Favret-Saada,2012[2008]:44). En la

experimentación de esta comunicación involuntaria su proyecto podría verse amenazado,

convirtiéndose así en una aventura personal. Esto ocasionaría un descentramiento radical

por el que el investigador se viera desprovisto de las herramientas que tan

concienzudamente había diseñado para el encuentro con el campo. Sin embargo, la

alternativa constituiría el peor de los escenarios: arruinar el proyecto por completo. Pienso

que esto no siempre se manifiesta de forma tan evidente para el investigador, sin embargo,

en el caso de Favret-Saada fueron los propios habitantes de esta región francesa y

practicantes de brujería los que le advirtieron en alguna ocasión que “if you‘ve never been

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26

‘taken’ you can‘t speak about witchcraft”, declarando así su mutismo (2012 [2008]: 440).

Para la autora, dada la imposibilidad de establecer una relación empática12 con el otro,

sería solo mediante una movilización del bagaje del investigador que podría dibujarse un

camino hacia algún tipo de comprensión, que culmine en un posterior análisis de las

diferentes experiencias vividas en la propias carnes. De esta manera establece dos

momentos claves del trabajo de campo: dejarse afectar y la meticulosa elaboración de un

diario de campo que sirva como soporte para la re-vivencia de las experiencias de campo.

Tras este breve repaso a sus nociones fundamentales me surgen varias preguntas.

En primer lugar, ¿qué es eso tan inenarrable que solo puede ser abordado desde el “dejarse

afectar”? ¿Existe en mi proyecto? ¿Existe en todos los proyectos de investigación? Por

otro lado, y lejos de negar la relevancia de la elaboración de diario de campo ¿es

insalvable la separación entre los dos momentos del trabajo de campo?

Respecto a la primera cuestión, lo inenarrable refiere a los aspectos de la vida

nativa a los que no es posible tener acceso mediante las formas de comunicación ordinaria

que la disciplina ofrece. Existen aspectos de la experiencia nativa a los que nunca se

accedería a través de una entrevista intencional que se proponga indagar en las

representaciones de los informantes. De hecho, una de las piedras angulares es concebir

a nuestros interlocutores como algo más que informantes, y que esto nos lleve a una

interacción con ellos como sujetos con los que mantener conversaciones e interacciones

de diferentes naturalezas. Con ello, Favret-Saada persigue trascender sus diseños

científicos para acceder a momentos de comunicación involuntaria en los que también el

etnógrafo pierda en cierta forma su estatuto. Es en estos momentos que se accede a lo

inenarrable, y que más allá de la conversación no intencional, también tiene que ver con

la comunicación no verbal. De esta manera presenta todo un universo experiencial al que

12 Señala dos sentidos de la definición de empatía, a partir de los cuales muestra la imposibilidad de su

aplicación. En primer lugar, “empathizing consists of ―experiencing by proxy the feelings, perceptions

and thoughts of another.This type of empathy, then, necessarily implies distance: it is because we are not

in the place of the other that we attempt to represent or imagine what it would be like to be them—what we

might feel, perceive and think.”; en segundo término, “emotional communion—instead emphasizes the

immediacy of communication, the interpersonal fusion one can reach via identification with another. This

idea says little of the mechanism of identification, instead stressing its result: the fact that it allows for the

knowledge of another‘s affective states. I, on the contrary, would argue that occupying such a position in

the witchcraft system in no way informs me of the affective state of another; occupying such a position

affects me, meaning it mobilizes or modifies my own stock of images, without necessarily informing me

of that of my partners.” (Favret-Saada, 2012[2008]: 441-42).

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27

la autora no tiene acceso en un principio y que se basa, en su caso de estudio, en el proceso

de contacto con los espíritus.

“I contend that one must occupy these positions rather than merely imagine them, for the

simple reason that what occurs within them is literally unimaginable—at least for an

ethnographer used to working on representations. When we are in such a position, we are

bombarded with specific ―intensities (let us call them affects) that are, for the most part,

unsignifiable. This position and the intensities that come with it must therefore be

experienced: it is the only way to address them.” (Favret-Saada: 2012 [2008]: 441-442)

Lo inenarrable son aquellas sensaciones, percepciones y pensamientos que no

puedo comprender a no ser que los experimente en mis carnes, dejándome afectar en mi

caso por diferentes vías para el aprendizaje musical. En el campo de la música es la

coordinación pre-reflexiva que todo músico ha creado entre las actividades corporales,

mentales y emocionales, de forma que su percepción de los fenómenos musicales y la

interacción con ellos constituye una dimensión que muchos considerarían mágica o

producto de la trascendencia. Al mismo tiempo, para los propios músicos hablar de estos

momentos se presenta como una dificultad.

Cercana a la propuesta de la tunecina sobre la necesidad de una participación

radical para el acceso a lo inenarrable, el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi recoge estas

realidades desde su noción de estado de fluidez definiéndola como actividad que centra

la atención llegando a un estado armónico entre emociones, pensamientos e intenciones

y a los que solo puede accederse a través del pleno compromiso con la actividad que

pretende desempeñarse. Estos son momentos que se alejan de la actividad cotidiana en la

cual la conciencia estaría gobernada por la entropía, donde la atención es atraída en

diferentes sentidos al mismo tiempo.

Imagine, por ejemplo, que está esquiando pista abajo y que toda su atención está centrada

en los movimientos del cuerpo, la posición de los esquís, el aire que le golpea el rostro y

los árboles cubiertos de nieve que parecen desfilar a ambos lados. No hay espacio en su

conciencia para conflictos ni contradicciones; sabes que cualquier pensamiento o

emoción que le distraiga puede hacerle quedar enterrado en la nieve boca abajo. (1998

[1997]: 41)

Salvando la distancia disciplinar y teniendo en cuenta que los objetivos de su

estudio radican en el análisis de prácticas para la experimentación de la felicidad,

identifico en la propuesta de este laureado psicólogo ese mismo tipo de actividad

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28

performática ‒que yo misma señalaba unas páginas más arriba cuando hablaba de la

práctica musical‒ en la que la reflexión consciente en el transcurso de la acción la arruina

por completo. En este sentido, y respecto a la segunda de las cuestiones, mi reflexión

recoge la crítica que Cantón-Delgado esboza a tenor de las propuestas de Favret-Saada y

en la que no solo niega la posibilidad de separar las operaciones de conocimiento, sino

que destaca que “esos momentos mentales y afectivos son generalmente indiscernibles”

(2017: 352). Retomando mis reflexiones sobre la improvisación y la importancia de esta

en los procesos de aprendizaje tanto de la música como de la otredad, me inspiro en todos

estos autores, con la intención de articular un sentido de la práctica etnográfica que me

sirva de veleta en las próximas incursiones de campo. Fluir en una improvisación

constituye una actitud pre-reflexiva solamente accesible mediante un compromiso radical

en el contexto social en el que uno se desenvuelve. Esta voluntad de ser afectado por lo

circundante ‒por la experiencia nativa en el campo de la etnografía‒ pienso que abre la

posibilidad a la exploración de los límites de la tradición, ya en el transcurso de la

interacción afectiva, involuntaria e inintencional, que Favret-Saada concibe como

condición de posibilidad del propio trabajo etnográfico. Por tanto, entiendo que las

quiebras voluntarias no solo son emergen en el momento de retorno a la mesa de trabajo,

sino que constituirían un pensamiento encarnado que atraviesa el proceso metodológico

global de la antropología (Velasco y Díaz de Rada, 2009) y que trata de una disposición

atencional a la sorpresa y a la contradicción de los supuestos, un descentramiento en

definitiva, que se extiende además hasta el proceso de diseño y redacción del escrito

etnográfico, evitando la asepsia académica y aceptándolo como momento también

emergente.

Tal como lo expone Agar, en el contexto de la etnografía la quiebra es producida

por el contacto con otras realidades culturales, las cuales ponen en tela de juicio los

términos en que el mundo es naturalizado, provocando la consecuente ruptura en las

expectativas y provocando la objetivación momentánea de la trama de lo cotidiano. Como

vengo señalando, Gadamer asocia este proceso como esencial en toda constitución del

conocimiento, sin embargo, Agar expone una escisión entre el comportamiento del

etnógrafo y el del no-etnógrafo, pues solo la práctica etnográfica supone una fusión de

horizontes. De esta manera Agar se distancia de la hermenéutica de Gadamer, pues los

no-etnógrafos en la experimentación de tal quiebra de expectativas no pondrían el foco

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29

sobre ellas, sino que la resolución consistiría en la asimilación de estas dentro de la propia

tradición.

En el primero de los apartados del marco teórico de mi anterior proyecto, yo ya

recogía estas cuestiones. Presentaba una de mi primeras incursiones en nuevos terrenos

musicales, tras la etapa en el conservatorio, donde se me exigía la capacidad para una

práctica más espontánea del mismo instrumento. Comenzaba un proceso de relación con

la música que alejara mi atención de la música escrita y pusiera en práctica otras

habilidades sensoriales como la percepción sonora, las cuales no me había preocupado en

coordinar con el movimiento de dedos ‒por ejemplo‒ hasta ese momento. Mi experiencia

en los primeros encuentros ‒con el que sería mi compañero de aprendizaje durante cinco

años, Luis‒ se fundamentaba en una sensación de absoluta incomodidad. Yo venía de un

acercamiento a la música a través de la partitura. Y él con un cifrado no del todo detallado

desde mi perspectiva, se desenvolvía con soltura en la interpretación de canciones la cual

yo sin mis papeles no podía si quiera intuir. En mi anterior trabajo, sin embargo, me centré

en este sentimiento de inestabilidad y mi búsqueda desesperada de partituras de esas

canciones como condición de posibilidad de mi participación.

Esto resultaba en una explicación acerca de los mecanismos que debía desarrollar

para hacer posible nuestra interacción, los cuales me llevaban a la inmovilidad de mi

tradición, así como a la asimilación de la quiebra al interior de esta. Sin embargo, lo que

quiero enfatizar en este momento es que el proceso de resolución momentáneo nunca

ocultó la quiebra, sino que la retrasaba. Esto me indica ahora que estaba inmersa en un

proceso de aprendizaje en el cual la desestabilización debía ser focalizada. De esta manera

mis sensaciones, percepciones y emociones para con la música comenzarían un cambio

progresivo que ‒lejos de sustituir unas prenociones por otras‒ reformularan las primeras

en una ampliación de los mismos horizontes musicales en el contacto con otras realidades.

Esto mismo destaca Carmen en la conversación que mantuvimos. A continuación, rescato

un fragmento del análisis de dicha conversación.

Mi interpretación de lo que Carmen expuso es que la centralidad del nuevo tipo de

aprendizaje al que voluntariamente se veía expuesta ponía énfasis en el trabajo de la

relación músico-instrumento. Para ella esto constituye una nueva vía de acceso al

fenómeno musical.

Page 31: UN PASO ATRÁS

30

[el flamenco lo] empecé [a estudiar] con el instrumento (…) Era diferente y

empezar a aprenderlo por otra vía que no era la que había aprendido toda mi

vida (…)

Vía que entiende como complementaria a otras formas de aprendizaje, pasadas y futuras.

…pero al final se ha unido la vía que yo tenía [la forma de aprender música

fraguada durante la primera etapa de conservatorio], porque son herramientas

que te sirven… y la otra vía [la vía del flamenco]. Entonces puedes aprender por

diferentes sitios y diferentes cosas. Pero que al final se aplica lo del lenguaje,

saber leer partituras o cualquier otra cosa… Y he ido afianzando conocimientos

que tenía a lo mejor en el aire, que no sabía para qué servían o qué significaban

(…) conocimientos de lenguaje musical del conservatorio, de armonía.

Los procedimientos de aprendizaje que tanto ella como yo vivimos fuera de las

lindes del conservatorio implicaron una reorganización corporal y mental completa, no

espontánea, pero sí radical fundamentada en un proceso, que contradiciendo mis antiguas

hipótesis (presentadas en Métodos I), no radican en un proceso de desvisualización por la

entrada en estos nuevos campos musicales, sino que se trataba de un viaje hacia la

destextualización de la música en general, pues sin necesidad de desproveernos de

nuestras habilidades de lectura, estos objetos pasaron a ser atendidos de manera distinta.

Compartía o descendía su centralidad, en el caso de Carmen por ejemplo, al tener que ser

compartida con otros objetos visuales como puede ser los pies de la bailaora, las manos

de su profesor, el vídeo grabado en clase con la falseta que debía preparar para la siguiente

sesión. Sin duda este acercamiento al aprendizaje del flamenco a través del itinerario

personal de mi hermana ha sido clave para comprender la relevancia de la vista en

contextos musicales lejanos al conservatorio y por tanto proceder a la revisión del uso de

modelo sensorial que tomé de la antropología de los sentidos en las primeras hipótesis de

trabajo.

Otra arista del mismo problema entre la conciliación de tradiciones es la siguiente

¿Cómo traslado los conocimientos y las propuestas de Favret-Saada al contexto de un

trabajo de campo en situaciones en las que ya he construido una manera de interacción

fluida? Se trataría de alejar lo cercano, como queda señalado en la segunda vertiente de

la noción de extrañamiento de Velasco y Díaz de Rada (2009). Pero, hasta dónde hay que

extender esta versión del extrañamiento ¿También en la propia experiencias de campo o

a posteriori en la mesa de trabajo, en el redacción del diario de campo tal como parece

Page 32: UN PASO ATRÁS

31

proponer Favret-Saada? El profesor de la segunda asignatura metodológica del grado ya

me había advertido de los peligros de tomar como unidades de observación contextos

hartos conocidos, pues en ellos no se alimenta la actitud de extrañamiento, es decir, no

son lugares propicios para suscitar las quiebras ocasionales. Por ello mi decisión fue

mantener mi grupo de música como unidad de observación siendo yo el factor cambiante.

Me presentaría como etnógrafa, y no como miembro activo. A ello contribuyó de manera

significativa mi alejamiento desde hacía unos meses de todas las actividades del grupo,

además de un cambio temporal en la configuración de la banda que no había planeado

pero que estaba en estrecha relación con mi absentismo. Con todo ello, se dieron la

condiciones de un acceso al campo no del todo reflexionado y no del todo amarrado. Yo

tenía experiencia en contextos parecidos, pero no sabía lo que iba a encontrarme, ni si

quiera conocía a todos los asistentes a dicha reunión. Partiendo de la premisa de que esa

participación radical ya había tenido lugar, en esta ocasión quería acceder al campo

asumiendo un estatuto completamente diferente: el de etnógrafa. Planee presentarme en

primer lugar sin mi instrumento habitual (el teclado), lo que ya constituía toda una

declaración de intenciones. Yo no iba allí a tocar, sino a trabajar en mi proyecto. Sin

embargo mantuve ciertas actitudes ya desplegadas con anterioridad, como la de recoger

en coche al bajista para ir los dos juntos al ensayo y que en última instancia devino en un

tour por Sevilla de Oeste a Este con parada en los domicilios de los asistentes.

Finalmente incurrí en aquellos errores que señala Favret-Saada sobre la

incapacidad del tipo de comunicación intencional de la disciplina para abordar lo

realmente interesante. Al intentar extrañarme in situ me había alejado demasiado

posicionándome como mera observadora y esto se traducía en una tensión palpable en el

ambiente. Los dos miembros temporales me miraban como una extraña y transmitían ese

mismo sentimiento al bajista y el cantante habituales de la banda ‒con los que además me

une una relación de amistad‒. El bajista lo hizo evidente al preguntarme qué cosas

apuntaba tan concentradamente en los folios doblados en cuatro que portaba conmigo.

Yo intentaba tomar alguna nota mientras la música sonara, porque creía que este sería el

momento en el que estarían menos pendientes de lo que yo hiciera. Sin embargo resultaba

extraño tanto para mis compañeros de banda como para los músicos ocasionales que,

aunque no hubiera ido para tocar con ellos, ni siquiera comentara la jugada cuando

dejaban de tocar. Yo también empecé a preguntarme qué hacía allí. Aunque sabían que

mi motivo era la realización de un trabajo para la universidad, pienso que en cierta manera

Page 33: UN PASO ATRÁS

32

se me demandaban una participación acorde con mis anteriores experiencias junto a ellos.

Por otro lado, pienso que esta incomodidad también tenía su origen en una contradicción

personal, pues jamás había asistido a un ensayo para no tocar o no hablar de la música

que se tocaba. Mi tensión iba en aumento y me sentí una verdadera intrusa a sabiendas de

que no era la actitud ideal de un investigador en pleno trabajo de campo. Se me hizo,

entonces, evidente la necesidad de aceptar mi participación en aquel evento de manera

sincera. A raíz de estos pensamientos comencé un repaso mental de mis prácticas y

comentarios en ensayos donde yo iba acompañada de mi teclado. En ese momento recordé

que el vocalista y líder de la banda siempre había agradecido mis comentarios detallistas.

A la vuelta de un breve receso, los chicos comenzaron a tocar uno de los temas

del último disco. Durante toda la tarde había observado que el baterista temporal de la

banda no había preparado muy afondo las canciones, lo cual no suponía realmente un

problema, pues ya Jesús le había felicitado por el cambio de la línea rítmica de algunas

canciones dándole así un rollo diferente. Sin embargo, observé que en este último tema

no estaba respetando los silencios característicos del estribillo. El bajista habitual se lo

hizo ver, pero no era capaz de explicarle como corregir el error. Decidí entonces intervenir

para aligerar la situación. Le expuse al baterista que todos los estribillos se componían de

dos partes, cada una con cuatro compases de cuatro tiempos cada uno. En la primera parte

el corte tenía lugar al final del primer y tercer compás y en la segunda a final del primero

y el segundo compás. Tras esta explicación verbal le canté la melodía de la voz haciendo

un gesto con el cuerpo que representaba el corte que él debía realizar, al tiempo que con

la mano izquierda iba contando los pulsos de cada compás. Los demás me dieron su

aprobación y tras un par de intentos logró sacar los arreglos de batería. A partir de este

momento comencé a comentar con mayor frecuencia los arreglos de mis compañeros,

adoptando una presencia más activa en la reunión. Por mi parte, la tensión fue calmándose

y el resto de los presentes comenzaron también a buscar mis intervenciones.

Aceptando todos los errores en los que incurrí en esta primera aproximación al

campo de estudio como etnógrafa, pienso que este breve relato podría tomarse como

punto de partida para la revisión de la noción de dejarse afectar, así como para

aventurarse en experimentos que indaguen en diferentes variantes de este dispositivo

metodológico, sobre todo en el trabajo con contextos cercanos al investigador. De esta

manera concluyo el primero de los bloques de este ejercicio, el cual abrí con diferentes

Page 34: UN PASO ATRÁS

33

preguntas de carácter metodológico y que la amplia posibilidad de las respuestas solo me

permite entrecerrar.

Page 35: UN PASO ATRÁS

34

Bloque II. Reformulaciones teóricas.

(¿) La escucha de todas las escuchas (?)

A lo largo de su existencia académica, la etnomusicología ha virado hacia un

análisis de los modos de escucha y su variabilidad cultural. Al mismo tiempo, también se

ha interesado por una perspectiva sonora de las culturas. Murray Schafer (1977) enuncia

esto último a través de su noción de paisajes sonoros, con la que pretende llamar la

atención sobre los mundos sonoros que producen e informan la actividad humana. Sin

embargo, no me interesa tratar aquí dicha perspectiva, por lo que tampoco retomaré las

propuestas de Cruces en la misma línea, sobre una “consideración de la cultura desde el

punto de vista del sonido” o de “la música como expresión de los diversos grupos

humanos” (Ibíd. 2002). En este sentido, no puedo sino dudar del estatuto puramente

etnomusicológico del presente trabajo, pues lo concibo como producto de la exploración

de una encrucijada que reúne la teoría de la práctica etnográfica y la corporalidad de la

experiencia humana para repensarlas al interior de la experiencia del aprendizaje musical.

Así pues, ni los sonidos, ni los procesos de escucha se erigirán entonces como objetos de

mi atención académica. En lugar de ello, esta posición epistémica la ocupará la condición

corporal del ser humano en el proceso de aprendizaje de la música. Lejos de cuestionar

su importancia o veracidad en el desempeño etnomusicológico, pienso que la constitución

de la música como “instrumento fundamental de la supervivencia cultural (…) [expuesto]

como modelo de eficacia simbólica” (Cruces, 2002) ‒como ya se encargaba de mostrar

Blacking en su How musical is man? (2006 [1973]) en cuya introducción destacaba la

ineludible dimensión musical del ser humano‒ no agota la comprensión de los fenómenos

musicales. Creo que tomar la escucha como puerta de acceso al conocimiento etnográfico

de la música fundamenta, ya desde un primer momento, una limitación analítica y

metodológica de la experiencia musical misma, si se aísla de una consideración corporal

del mismo proceso de escucha y de una comprensión de la escucha y el sonido como co-

constitutivos.

Mediante el análisis de los objetivos y premisas de un texto de Steven Feld

intentaré ejemplificar las ideas anteriores. En primer lugar, situar el contexto histórico y

de publicación de este capítulo de libro, al que he accedido a través de la compilación que

Francisco Cruces dirige para la editorial Trotta. Fue originalmente publicado en The

Page 36: UN PASO ATRÁS

35

varieties of the sensory experience: A sourcebook in the anthropology of senses (1991),

ópera prima de la antropología de los sentidos dirigida por David Howes. Esta

información ya me pone en la pista de lo que posiblemente encuentre al interior de su

argumentario. Con toda seguridad explicaría que este capítulo es recogido en dicha

compilación de los años noventa porque enlaza con las preocupaciones del giro sensorial,

entre las que sin duda destaca una dura crítica al visualismo occidental como

obstaculizador de las “otras” y las propias formas de conocimiento. Esto mismo recogía

en mi anterior trabajo como marca identificativa del modelo sensorial asumido en los

conservatorios de música, ya que ‒influido por cierta tradición racionalista cartesiana‒ se

considera el uso de la vista como garante de la objetividad para cualquier disciplina. Esto

a la etnografía no le queda lejos, pues no fue hasta la segunda mitad del siglo XX que

comenzó a cuestionarse explícitamente ‒y aún resulta escabroso‒ el estatuto de la

observación como herramienta de conocimiento. Este augurio lo confirmo al leer la crítica

de Feld (2008[1991]) a la simplificación “[d]el sonido a su fuente visual” tan

característica de museos, catálogos, libros en cuyas fotografías y vitrinas se detalla poco

más que la organología de los instrumentos exóticos. Poniendo el foco en el visualismo

expone el error etnocentrista en el que incurren muchos análisis sobre la música y que

denomina como el principal “problema musicológico”. Feld señala la ligereza con la que

las «otras» músicas son abordadas desde los sistemas simbólicos hegemónicos ‒los de

los investigadores‒, donde su naturalización hace caer en

“la carencia general de atención al análisis cultural [en su caso] del toque de tambor y su

simbolismo (…) [por lo que] cuando el sonido [a analizar] no es complejo en los aspectos

materiales de su organización acústica, puede asumirse que su significado social será

esencialmente superficial [pues] la fascinación colonial y generalizada de Occidente con

el virtuosismo técnico (…) y la simultánea fascinación con complejidades rítmicas y

métricas desconocidas en las tradiciones occidentales (marca incontestable de

«otredad13») nunca se hizo extensible a Papúa-Nueva Guinea [lugar donde Feld ubica su

estudio]” (Ibíd. 332-333).

A este respecto concluye que la única posibilidad para comprender los mundos musicales

de los kaluli es tratar “el sonido [del tambor kaluli] como sistema simbólico”14.

13 En el mismo texto se recoge la idea de cómo las tradiciones percusivas de la «otredad» se construyeron sobre los hombros de estudios sobre la complejidad polirrítmica africana y asiática. (Ibíd.) 14 Este mismo constituye el título del capítulo de en The varieties (1991) al que me vengo refiriendo.

Page 37: UN PASO ATRÁS

36

Sin ninguna duda, toda empresa sinceramente etnomusicológica debería poner el

foco de sus investigaciones no tanto en los sonidos, sino en el mundo en que esos sonidos

son producidos y percibidos tal como hace Steven Feld. Sin embargo, no puedo asumir

que la totalidad de estos esfuerzos constituyan un análisis simbólico de estos mundos

sonoros. Feld se propone explícitamente indagar en “el modo en que un tipo de sonidos

es estructurado socialmente para vehicular significado” (Ibíd. 331). Para él, acceder a la

música kaluli radica en conocer la cultura kaluli y sería irresponsable entrar a una crítica

de sus propuestas negándolo, ya que supondría una separación por mi parte de la

disciplina antropológica.

Asumido esto, entiendo que el autor no aborda conscientemente la siguiente

cuestión ¿A través de que vías es necesario entrar en contacto con la cultura kaluli para

comprender su toque del tambor? Antes de ello, quiero señalar que no por casualidad el

paso a la etnomusicología entendida como embajadora del estudio antropológico de la

música tardó en suceder, pues los «corralitos» académicos en muchas ocasiones no han

contribuido en exceso a reflejar la fluidez de las realidades musicales15. En este sentido,

me chirría un poco el enaltecimiento que Howes (2003: 7-8) hace de la etnomusicología

por su contribución a una desvisualización del pensamiento ‒tratando la etnomusicología

como ciencia social que se interesa sobre los mundos sonoros y los modos de escucha, y

por tanto sobre las diferentes formas en que el ser humano ordena los sentidos‒ sin

ahondar mucho en las disputas metodológicas y epistemológicas que al interior de la

misma se han sucedido y que han retrasado hasta los años sesenta la consideración de la

música como cultura16 entre otras cuestiones. Pasado el paréntesis, retomo la pregunta

que arriba enunciaba.

15 Para una revisión más amplia del proceso de conformación de la disciplina véase Myers (2008 [1995]) o Merriam (2008 [1977]). 16 En 1960 Merriam, como antropólogo que era, definió la etnomusicología como «el estudio de la música en la cultura», concepto que en 1973 cambión por «el estudio de las música como cultura», subrayando aún más la importancia de sus aspectos sociales y culturales al escribir que «la música es cultura y lo que los músicos hacen es sociedad»(1977:204;1975:57) Criticó el trabajo de laboratorio de la escuela de Berlín, en la que, según él, «los hechos culturales se utilizaban de modo más o menos indiscriminado para ‘probar’ teorías concebidas de antemano» (1964: 52). Para Merriam el trabajo de campo constituye una parte fundamental de la investigación etnomusicológica, proponiendo un modelo de estudio que tuviera en cuenta las ideas que tienen las culturas sobre la música, su comportamiento ante ella y el sonido musical en sí mismo (p. 32-33)” (Myers, 2008 [1995]: 25).

Page 38: UN PASO ATRÁS

37

Poniendo en valor la desvisualización llevada a cabo en sus descripciones del

toque del tambor kaluli17, el autor construye un relato multisensorial que fusiona las

descripciones de los sonidos de los instrumentos y de la fauna circundante, con la de las

coloridas vestimentas de los bailarines del ritual vespertino y las sensaciones al tomar

parte del toque. En las referencias perceptivas que recoge, culmina con una resolución

explicativa que establece una relación directa entre las prácticas musicales y su

significado social. De esta manera intuyo una concepción de las vivencias musicales

como representaciones que fielmente pretende ceñir a las perspectivas nativas. A modo

de conclusión Feld sentencia que

“los oyentes del sonido kaluli comparten una lógica que ordena sus experiencias (…) Lo

importante es que los kaluli han inventado una lógica interpretativa para escuchar dicha

correspondencia y para decidir en qué consiste, una vez acústicamente percibida” (2008

[1991]: 353).

Parece ser que el logro de este estudio reside precisamente en reconocer cierta

relación existente entre las prácticas musicales de un grupo étnico y su particular

cosmovisión. Lógica que les hace ser capaces de pensar una serie de cosas, nociones o de

formarse unas imágenes mentales, una vez que la música ha sido acústicamente percibida.

Además de confirmar los estatutos básicos de la etnomusicología como subdisciplina

antropológica, presenta una concepción de los mecanismos humanos de escucha que aquí

me propongo revisar. En ciertos momentos se adentra en la consideración corporal que

opera en la construcción y experimentación de esta lógica interpretativa, por ejemplo, al

destacar que “el toque de tambor no es en absoluto una acción superflua en la que los

kaluli no precisen hacer inversión emocional alguna” (Ibid. 352), pero en seguida deriva

hacia el análisis del balanceo de los tamboreros ‒también característico de la avifauna

local‒ en términos de la importancia que los pájaros como representantes de los

antepasados tienen en dicha lógica. En este sentido, la explicación última de los modos

de escucha radica en los significados que esos sonidos suscitan, siendo las prácticas

sociales meras transmisoras18 de estos. Me intriga especialmente el proceso de

investigación que Feld llevó a cabo para lograr la comprensión de los significados nativos.

¿Hablaba con la gente? ¿Tocaba con ellos? ¿Antes de su contacto con los kaluli tocaba

17 Un ejemplo de estas descripciones de las que hablo podría ser el siguiente: “La sensación acústica de la superposición de la alta frecuencia crepitante del sonajero y la baja frecuencia retumbante del tambor es verdaderamente densa” (344). 18 Más arriba las calificaba como vehículos de expresión.

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38

algún instrumento? Sea positiva o negativa la respuesta ¿de qué manera esto obstruía o

abonaba la comprensión de la música kaluli y su lógica cultural?

Este ejemplo etnográfico me recuerda demasiado a esas etnografías con final feliz

que Cruces (2003) señalaba a tenor de otras cuestiones. Si lo que aborda la

etnomusicología es la lógica cultural de la percepción y producción de la música, qué más

interesante que retransmitir el encuentro de diferentes lógicas y la encarnación de ambas

formas de comprensión musical, así como la transmutación de estas en el proceso

etnográfico. Tímidamente creo ser capaz de identificar un intento, en este sentido en el

siguiente pasaje:

“Al enseñarme a bailar y tocar el tambor, los kaluli siempre insistían en que debía sentir

el pulso en el pecho y la parte superior de los brazos, no solamente en la parte baja de las

manos y los dedos” (Ibíd. 344)

¿Él no solía sentir la música de esa manera? ¿Había tocado, Feld, alguna vez un

tambor con otro tipo de técnica que dificultara la comprensión de la correspondiente al

toque kaluli y por ende la encarnación de dicha lógica interpretativa en el toque? ¿Por qué

no considera relevante hacer referencia a estas cuestiones a pesar de que su objetivo sea

explicar los significados de la lógica subyacente? ¿Las habilidades desarrolladas con el

instrumento no son precisamente los significados, la lógica de los kaluli? A tenor de estas

reflexiones Ramón Pelinski afirma la imposibilidad de entender

“la significación de la música más allá de la experiencia intencional19 debido a [su]

naturaleza (…) primordialmente no representacional [cuyo] sentido no es dado por

convención, sino por percepción intencional” (2005),

entendiendo por ello que toda aproximación etnomusicológica debería tratar las preguntas

que de manera simple he formulado al inicio de este párrafo. La etnomusicología sería la

“escucha de todas las escuchas” (Cruces, 2002), siempre que a la escucha etnográfica no

se le presupusiera una capacidad innata para la comprensión de otros fenómenos sonoros,

sino la habilidad de resignificar pre-conceptualmente su propia escucha cada vez que

entra en contacto con otras habilidades de percepción y, por ende, otros objetos sonoros.

En este sentido, las prácticas musicales en su tratamiento etnográfico no pueden tratarse

como representaciones del sistema cultural en el que se insertan, sino como productos de

19 Que Ingold (2018) sustituiría por atencional.

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39

una racionalidad encarnada (Stoller, 1993; conceptos similares se exponen también en

Csordas, 1990, 2011[1993]).

Remitiéndome concretamente al aprendizaje de la música, pues es este el objeto

de estudio en el presente ejercicio, no puedo más que reafirmarme en la necesidad de

abordar las propuestas que miran los significados desde la condición preconceptual de la

práctica humana, del cuerpo como fundamento de esa práctica, de la cultura y también la

disciplina antropológica (Csordas, 1990)

“Así, el aprendizaje de un instrumento musical, más que basarse en la lectura y el estudio

de sesudos tratados teóricos, consiste en buena parte en desarrollar capacidades

interpretativas (motrices, musicales y sociales) a partir de modelos propuestos por un

maestro y sostenidos por prácticas habituales en determinados grupos sociales” (Pelinski,

2005)

He abordado aquí términos como pre-conceptualmente, racionalidad encarnada,

percepción intencional, etc. para cuya coherente aplicación al campo de lo musical

necesito elaborar todo un argumentario teórico que repase el debate entre la antropología

de los sentidos, la antropología sensorial, la antropología del cuerpo y la antropología

desde el cuerpo.

.

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40

Reubicando los modelos sensoriales.

En mis anteriores propuestas teóricas declaraba ya como objeto de investigación

un interés en las ideas pertenecientes al giro sensorial originalmente plasmado en The

varieties of sensory experience (Howes, 1991), pues me permitía sustentar mis hipótesis

sobre la existencia de sistemas de percepción sensorial más guiados por unos sentidos que

otros. Mi intención era establecer una asociación entre lo que ya proponían los autores

del giro, como modelo sensorial visualista, al modelo que en el contexto de los

conservatorios de música se hace por implantar en los alumnos. Del mismo modo y tal

como muchos de los autores de dicha compilación llevan a cabo en sus trabajos, rescataba

como posibles modelos alternativos al visualismo los adquiridos por los flamencos o los

músicos amateur, destacando incluso que las presentes incorporaciones tanto del

flamenco como del jazz en dos conservatorios sevillanos estaría provocando el

entrelazamiento de estos modelos y por tanto su encarnación híbrida en las prácticas

musicales de muchos flamencos y jazzeros. Así mismo, a modo de hipótesis ubicaba la

presencia de los modelos sensoriales repartidos en diferentes contextos, teniendo en la

cabeza la posibilidad de que el visualismo de la enseñanza reglada se hubiera traspasado

a lugares como escuelas de música, muchas de las cuales adoptan el rol de “apoyo al

conservatorio” en el universo musical sevillano. Al igual que estas escuelas, aventuraba

entonces poder encontrar en el conservatorio la presencia de modelos sensoriales

alternativos como pensaba que provocaba la inclusión del flamenco, así como en el

contexto gallego se introdujo la enseñanza de la gaita.

Dada la importancia que atribuía a las propuestas del llamado giro sensorial

surgido a finales de la década de 1980 e inicio de la siguiente, me adentraba en la

comprensión de su definición y su aplicación a mis casos de estudio. Recogía la definición

que varios de los colaboradores de Howes proclaman en estos primeros textos sobre las

temáticas sensoriales. Classen, una de las colaboradoras y madres del proyecto, define el

modelo sensorial como conjunto de “significados y valores sensoriales (...) al que se

adhiere una sociedad, según el cual los miembros de dicha sociedad «interpretan» el

mundo o traducen las percepciones y los conceptos sensoriales en una «visión del mundo»

particular" (Classen, 1997: 402). La definición ejemplifica de manera sucinta el proyecto

perseguido en The varieties (1991), haciendo presente un evidente interés por la

variabilidad cultural de sistemas simbólicos por medio de los cuales los sentidos son

Page 42: UN PASO ATRÁS

41

ordenados, las percepciones son traducidas y el mundo comprendido. Así mismo, Howes

define en el capítulo introductorio que constituiría el programa de la antropología de los

sentidos como revisión de la disciplina antropológica que ponga el foco en los sentidos

corporales. Esta subdisciplina ‒tal como Pink la denominará más tarde (2010) ‒ estaría

“primarily concerned with how the pattering of sense experience varies from one culture

to the next in accordance with the meaning and emphasis attached to each of the

modalities of perception (…) [in order to trace] the influence such variations have on

forms of social organization, conceptions of self and cosmos, the regulation of the

emotions, and other domains of cultural expression” (Howes, 1991:3, citado en Pink

2009: 11-12)

La naciente antropología de los sentidos persigue un programa de comparación

cultural de las formas sensoriales de diferentes grupos humanos, pues se ha sentado la

base de que las lógicas de cada sistema cultural están ya representadas en sus

organizaciones sensoriales. También se sienta la premisa de que una jerarquización de los

sentidos al interior de estos modelos sensoriales sería fruto de una construcción cultural

de la percepción sensorial y por tanto evidenciaría la tradición etnocentrista que la

disciplina antropológica ha alimentado en su naturalización de la vista como el sentido de

la racionalidad y contribuido con ello a la occidental cultura del visualismo. Con ello

concluyen que el cometido de la antropología debe centrarse en determinar los diferentes

órdenes sensoriales20 ‒tal como señalaba más arriba‒.

Sarah Pink (2010) explora en un artículo publicado en la revista Social

Anthropology ciertas líneas que puedan indicar el futuro de la antropología sensorial. Este

artículo no será desde luego conocido en la disciplina por la novedad de sus propuestas

pues, por un lado, la teoría de la percepción corporizada ya está tratada en el desarrollo

de las teorías no representacionales y, por otro, el carácter interdisciplinar de la disciplina

pienso es un fundamento para el desarrollo de cualquier disciplina. Ella destaca como una

de esas líneas el carácter esencialmente interdisciplinar de la antropología sensorial, ya

que “anthropologists are increasingly attending to arts and media practices and are

engaging more closely with public and applied roles” (Howes and Pink, 2010: 331),

destacando en este sentido ciertos métodos de investigación etnográfica en colaboración

con artistas y tomando los walking methods, como ejemplo de ello. Lo que me resulta

20 Lo utilizan como sinónimo de modelo sensorial en el que se le añade esa jerarquización de los sentidos.

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42

más interesante de este artículo y me ocuparé en indagar, son las consecuencias de las

críticas que en la comparación entre anthropology of the senses y sensory anthropology

elabora Pink sobre las iniciáticas aportaciones del grupo de trabajo encabezado por David

Howes.

A raíz de este artículo se abre un debate entre David Howes y Sarah Pink (2010),

en primer lugar, y Tim Ingold (2011) y Howes (2011), en segundo lugar. Quisiera

detenerme aquí porque lo encuentro muy ilustrativo como puerta de entrada al tratamiento

antropológico de la experiencia perceptiva. El debate da comienzo con las réplicas de

Howes (2010). El autor expone su sorpresa al encontrar la denominación ‒por parte de

Pink‒ de la antropología de los sentidos como una subdisciplina de la antropología, lo

que rápidamente consigue contraargumentar. Para ello referencia la misma formulación

de los principios de la antropología de los sentidos donde Classen (1997) exponía la

fecundidad del giro sensorial como revisor de las preocupaciones antropológicas21. Así

mismo, para Howes otro error de Pink radicaría en el énfasis en la interdisciplinariedad

como signo distintivo de la antropología sensorial frente a dicha «subdisciplina».

Estoy de acuerdo con Howes, pues tal como señala en otra parte (Howes, 2014)

el inicio de la antropología de los sentidos no podría haber tenido lugar si este mismo giro

sensorial no hubiera sido centro de interés para muchas otras disciplinas. De hecho fue

este flujo interdisciplinar el que constituyó un caldo de cultivo para la publicación del

programa de la antropología de los sentidos. Como ejemplo de ello, toma la

etnomusicología y la temprana publicación de Sound and Sentiment (Feld, 1982) en la

que se investiga el universo acústico de los kaluli, la cual tuvo sus influencias en el Sound

in Songhay Cultural Experience (1984) de Stoller ‒ quien más tarde se preocuparía por

la importancia de la sensorialidad en la investigación antropológica concretándose en las

ideas que dan forma a Sensuous Scholarship (1997), un libro que ya se ha convertido en

referente de la antropología sensorial‒. A la etnomusicología podrían agregarse la

sociología, la historia, la geografía y otras22.

Esta temática será la que ocupe la mayor parte de su primera réplica a las ideas de

Pink en el seno del debate, pero considero que la cuestión de la influencia de la

21 The broad range of applications for a sensory analysis of culture indicates that the anthropology of the senses need not only be a “sub-field” within anthropology, but may provide a fruitful perspective from which to examine many different anthropological concerns’ (Classen 1997: 409) 22 Para un repaso de las disciplinas imbuidas en el giro sensorial véase Howes (2014).

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43

fenomenología social en el estudio de la percepción que la autora también señalaba resulta

para este punto del trabajo mucho más interesante, así como constituye una extensión de

las cuestiones sobre la interdisciplinariedad. Sarah Pink recoge las críticas que Ingold ‒

apoyado en Gibson y Merleau-Ponty‒ erige frente a esa cultura desencarnada introducida

en los escritos de Howes, por ser esta una concepción que imposibilita del todo una

comprensión del aprendizaje y el conocimiento humano en su puntos fundamentales

(Ingold, 2000, 2018; Howes and Pink, 2010: 331). La importancia otorgada por Ingold al

papel del cuerpo (que no de los sentidos) en los procesos de aprendizaje me reafirma en

mi interés en seguir las pistas de esta cuestión a lo largo del debate. Si bien yo había hecho

uso de las nociones centrales de la antropología de los sentidos (como la de orden

sensorial), también en el primer diseño de mi aparato teórico puse sobre el tapete la

relevancia de una comprensión sinestésica de los sentidos.

Al hacer música me doy cuenta de que no entiendo/experimento/vivo los sentidos

como separados, sino que dicha experiencia de la música deviene algo inseparable de lo

que toco, oigo o veo, de cómo me muevo o cómo respiro. La sensación es de una total

correspondencia (Ingold, 201823) entre mis prácticas y la música que se produce. David

Le Breton lo enunciaría de la siguiente manera:

"No son sus ojos los que ven, sus orejas las que escuchan o sus manos las que tocan; él

está por entero en su presencia en el mundo y los sentidos se mezclan a cada momento en

la sensación de existir que experimenta." (2007: 44).

Además detecto en las ideas de Le Breton uno de los asuntos claves sobre los que volveré

pronto, y es que frente a la importancia secundaria que Howes (2010; Ingold, 2000: 284)

otorga a la continua reformulación de la experiencia perceptiva, el francés la concibe

como condición de posibilidad del desenvolvimiento del individuo en el entorno

intersubjetivo.

"La experiencia perceptiva de un grupo se modula a través de los intercambios con los

demás y con la singularidad de una relación con el acontecimiento. Discusiones,

aprendizajes específicos modifican o afinan percepciones nunca fijadas para la eternidad,

sino siempre abiertas a las experiencias de los individuos y vinculadas con una relación

presente (actualizada) con el mundo (...) El conocimiento sensible se amplía

23 No me encuentro con las herramientas suficientes como para desarrollar este concepto que Ingold maneja porque solo he comenzado a aproximarme a él a través de algunas conferencias, pero ya vislumbro su relevancia en la comprensión de las prácticas musicales y sus aprendizajes.

Page 45: UN PASO ATRÁS

44

incesantemente mediante la experiencia acumulada o el aprendizaje" (Le Breton, 2007:

26-27).

No ha sido hasta la revisión de mis anteriores trabajos que he sido capaz de

localizar las incoherencias epistemológicas que se recogen en él, pues mi escaso

conocimiento en estas temáticas me hizo asumir relaciones conceptuales que a día de hoy

entiendo insostenibles, tal como las que vengo señalando. Las lecturas de diferentes

trabajos de Tim Ingold me han permitido, en este sentido, establecer una comprensión

más coherente tanto de la antropología de los sentidos y de su crítica al visualismo, así

como de su carácter representacional, del lugar de la antropología del cuerpo y su revisión

a través del paradigma del embodiment (Csordas, 1990). Por ello rescato sus ácidas

críticas a las propuestas de la original antropología de los sentidos con la intención de

comprender la inadecuación de esta a un estudio que se proponga indagar sobre los

procesos de aprendizaje, ya sea o no musical.

En primer lugar, señala el autor la naturalización que esta corriente teórica ha

elaborado en cuanto a las propiedades y capacidades de los diferentes sentidos. Con ello

se estarían atribuyendo a cada uno de los sentidos unas características simbólicas

universales, por lo que la variabilidad cultural afectaría al ordenamiento de estos sentidos

en el proceso perceptivo que las sociedades tienen de su entorno, y no al uso de cada uno

de estos y sus transformaciones en la relación a lo largo de su relación con el entorno. El

proyecto de comparación transcultural estaría entonces encaminado hacia una indagación

en aquellas formas de percepción donde la visión no es el sentido predominante. La razón

de ello, critica Ingold, es que la visión es comprendida como un “inherently objectifying

sense that it naturally sets thing of at a distance from the observer, but that these distancing

effects can be counteracted by adding liberal doses of non-visual experience to the

sensory mix” (Ingold, 2000: 281-82).

Partiendo de la premisa de que si la visión predomina en un contexto social

siempre funcionaría de la misma manera, encaminé mis categorizaciones de los

flamencos y de los músicos amateurs como principalmente desvisualizados. Es decir,

como poseedores de un modelo sensorial alternativo al modelo visualista el cual sí

localizaba en los conservatorios, debido a su cercanía con los valores occidentales

dominantes. Sin embargo, en mis sucesivos contactos con el flamenco a través de algunas

tertulias, así como a través de las narraciones que Carmen elaboraba sobre su particular

proceso de aprendizaje, fui tomando consciencia de la relevancia de la visión en el

Page 46: UN PASO ATRÁS

45

aprendizaje de esta tradición musical. Por un lado, en los primeros encuentros que Carmen

tuvo al retomar el estudio de la guitarra desde el flamenco, la vista siguió siendo una

herramienta fundamental. En muchas ocasiones seguía teniendo frente a ella un papel

pentagramado donde su profesor le escribía el sentido y la métrica de los rasgueos o

alguna explicación armónica. También usaba algunas partituras. Pero por otro, el objeto

principal de su percepción visual, creo entender que, eran en aquellos primeros contactos

tanto las manos de su profesor y su movimiento en el mástil o en los palmeos, como los

vídeos que ella grababa en clase. Poco a poco el contenido de estos videos fue variando,

hasta que su profesor dejó de aparecer y en su lugar empezaron a mostrarse tanto las

personas que iba conociendo en el “mundillo” ‒y con los que solían intercambiar falsetas

y otros recursos‒, como figuras del flamenco como Diego del Morao ‒del que tomó una

grabación audiovisual como herramienta para el estudio de una de las “obras” que

presentaría a la prueba de acceso al grado profesional‒24. La partitura, entonces, perdía

su posición central en favor de una herramienta en la que el uso de la visión debía ser

alterado y fusionado de manera particular con las capacidades de audición que también

estaban siendo transformadas.

De esta manera, si hubiera mantenido la legitimidad de las proposiciones de

Howes respecto al visualismo al interior de mi guía teórica, habría caído en el error que

tan enérgicamente señala Ingold ya que,

“the reduction to vision in the West, has been accompanied by a second reduction, namely

the reduction of vision. We cannot escape this reduction, inherent in the rhetoric of

visualism, simply by erecting an antivisualism in its place. (…) Western technique of

depiction, it leads us to equate vision with visualisation ‒that is with the formation, in the

mind, of images or representations of the world [also] incorporated in techniques of

anthropological analysis. At the heart of this approach is a representationalist theory of

knowledge, according to which people draw on the raw material of bodily sensation to

build up an internal picture of what the world «out there» is like, on the basis of models

or schemata received through their education on a particular tradition”. (2000: 282,

énfasis originales)

Precisamente lo que Ingold está aquí destacando es la importancia de que en el

intento de superación de la jerarquización aristotélica de los cinco sentidos ‒bajo la

24 Originalmente su herramienta para el estudio de esta obra era la partitura, la cual rápidamente

desecharía debido a la escasa precisión de la misma respecto al soporte sonoro de la misma ‒la

fuente sonora dirige el aprendizaje‒.

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46

consideración de esta clasificación y el consecuente modelo sensorial occidental como un

folk model (Geurts, 2002: 228) ‒ no se arrase con la variabilidad práctica de la visión, ya

sea fuera como dentro de las culturas, de forma que se incurra en la asunción de la ideas

cartesianas, principalmente en sus dicotomizaciones. Volveré sobre este punto. Entendida

la visión y cada uno de los sentidos como una forma activa de involucrarse en el mundo,

hace que los sentidos se piensen más unidos entre sí de lo que la separación simbólica de

la antropología de los sentidos propone, ya que serían no solo partes de un todo corporal

multisensorial, sino que en el transcurrir de la propia experiencia en el entorno se

disolverían las fronteras fuera/dentro, mente/cuerpo que Howes se empeña en reproducir

(Ingold 2011: 314)25. Es en este sentido en que Ingold rescata la filosofía de Merleau-

Ponty quien ya declaraba la “consciencia encarnada es el fenómeno central del cual mente

y cuerpo son momentos abstractos” (1985[1945]: 215).

Estas mismas críticas son a las que Pink hace referencia como base de la

antropología sensorial en el seno del debate ya mencionado. A la vez Howes responde a

ellas destacando el etnocentrismo de las argumentaciones de Ingold, pues en el capítulo

Stop, Look and Listen! (Ingold, 2000:243-287) ‒donde este elabora sus revisiones‒ se

estaría basando únicamente en ejemplos de la audición y la visión, destacando así una

evidente infrarrepresentación del gusto, el olfato y el tacto y, por ello, una consideración

de estos como sentidos secundarios en el modelo sensorial del propio Ingold (reproductor

del modelo sensorial occidental). En esas mismas páginas, Howes admite un original

interés de la antropología de los sentidos por el simbolismo sensorial, destacando a

continuación la actual preocupación por la experiencia y práctica de los sentidos26, a la

vez que subraya la innecesaria formulación, por parte de Pink, de una antropología

sensorial cuando ya existe una rama teórica ‒the anthropology of the senses‒ que

contempla las cuestiones prácticas de los procesos de percepción ‒se apoya para ello en

25 Howes appears incapable of thinking outside the box of a representational theory of knowledge

production whose walls are set up by the dichotomies between subject and object, between individual and

social, and between object and image. My purpose, to the contrary, has been to dismantle the box, starting

from the premise that every living being is a particular nexus of growth and development within a field of

relations. Skills of perception and action, I argue, emerge within these processes of ontogenetic

development. It is because these skills differ from being to being, depending on where they stand in relation

to others, that they perceive the environment in different ways (Ingold, 2011: 314). 26 Se refiere, en primero lugar, a sus propuestas en The varieties (1991) y en segundo, al interés en la

relación entre sentidos recogida en The Empire of the senses (2005).

Page 48: UN PASO ATRÁS

47

el Sensuous Scholarship de Stoller como ejemplo de este viraje teórico‒ (Howes and Pink,

2010:334-35).

Remata su réplica a los comentarios de Ingold atacándolo a través de sus referentes

teóricos. Concibe como errónea la pertinencia del uso de la fenomenología

merleaupontiana en la investigación de la experiencia sensorial, pues se estaría

proponiendo con ella un “naive emphasis in some primal, «prereflective» unity [that]

overlooks all the ways in which the senses conflict with one another as regards both

physical experience and cultural values” (Ibíd. 335). Howes quiere destacar una de las

principales críticas que se han hecho a las aproximaciones más cercanas al subjetivismo

epistemológico. Con la cita anterior destaca el solipsismo intrínseco a toda propuesta

fenomenológica que pretenda decir algo en la antropología. Sin embargo, lo que

verdaderamente entiendo que revela es una falta de atención y conocimiento de los

pormenores de esta corriente de pensamiento. No solo es interesante destacar que ya en

la obra de Merleau-Ponty (1985[1945]) se pone de relieve el carácter no pre-cultural del

proceso de percepción, sino que estas filosofías comprensivas en su revisión desde la

antropología juegan un papel fundamental en la conformación de las herramientas de

investigación de nuestra disciplina, tal como demuestran la importancia etnográfica de

las propuestas metodológicas de herederos de estas tradiciones ‒como lo es Garfinkel y

su etnometodología‒.

La mejor contraargumentación sin embargo la recoge Ingold (2011). Entiende que

la diferencia radical entre sus dos propuestas está en la concepción del individuo y sus

formas de percepción. En este sentido, Howes, en lugar de comprender la existencia de

un flujo intersubjetivo ya en el plano pre-reflexivo de la experiencia del mundo, estaría

concibiendo que la manera en que el individuo percibe es de forma completamente

privada, estando este carácter intersubjetivo presente en el nivel de los valores y

significados compartidos que vendrían a representar tal experiencia27. Esta cuestión

refiere a lo que unas páginas arriba yo destacaba en la exposición de Feld. Si se asumen

como excluyentes las propuestas de Howes, ¿cómo es si quiera posible que Feld hiciera

su etnografía?. ¿Cómo habría accedido a la experiencia perceptiva kaluli si no es a través

de un aprendizaje práctico de las formas de involucrarse en el mundo, de la interacción

27 Howes imagines subjects to be: each locked in a private world of sensations, such that they can

communicate with one another, and share their experiences and understandings, only by framing these

sensations within a system of collective representations common to a community and validated by verbal

convention (Ingold, 2011: 314)

Page 49: UN PASO ATRÁS

48

con unas prácticas ya dotadas de sentido y cuyo significado no puede desembarazarse de

la experimentación de las mismas?. Quizás la pregunta sea ¿cómo se lograría si no un

acceso a ese mundo de significados? Ya conocemos la respuesta de Favret-Saada a esto.

No es posible.

En resumen, asumiendo como base de cualquier antropología que se interese por

los sentidos una concepción de la percepción como proceso mediado culturalmente,

Howes, por su parte, estaría entendiendo que la cultura aparece en el plano de las ideas,

los símbolos, la mente colectiva, mientras que Ingold asumiría la propuesta

merleaupontiana de que la actividad prereflexiva, preconceptual y prenominal no es en

ningún momento pre-cultural (Merleau-Ponty, 1985[1945]). Así mismo, los modelos

sensoriales serían representaciones de los modelos sociales en los que se insertan y no

sería tan interesante la variabilidad de los sensory profiles de un músico o un cocinero,

los cuales vendrían a contraponerse al modelo sensorial/social hegemónico (por la

relevancia que el ejercicio auditivo o gustativo tiene en su conformación de la realidad de

estos individuos), sino que se pone el foco en el ejercicio de identificación de dicho

modelo y el establecimiento de sus significados a tenor de los valores sociales imperantes

en dicha sociedad28 ‒ aurally, visually, gustatory, olfactory or tactile minded society

(Howes, 1991 citado en Ingold 2000: 284), en términos de Howes ‒. La última crítica ‒

significativa para este trabajo‒ que Howes (2010) elabora respecto de las propuestas

fenomenológicas es la supuesta desatención a los conflictos intersensoriales “the sensory

dissonance produced by encountering a holy man who looks ugly but emits a fragrant

odour of sanctity” (Howes and Pink, 2010: 335). Sin embargo, una concepción de la

percepción como producto de una continua negociación intersubjetiva en el transcurso de

la experiencia misma, entendería que si en el caso de la percepción del brujo sufrimos

este conflicto es debido a una ruptura de expectativas que vienen a señalar la antesala de

una nueva reformulación de la relación mantenida con el mundo (Ingold, 2000, 2011).

Más adelante seguiré mostrando la potencialidad de los trabajos de Tim Ingold.

28 “For Howes, however, these individual variations in practical, perceptual ability are simply irrelevant.

He wants to show how the ‘map of the senses’ differs, not between individuals, but between whole

cultures or societies (Howes 1991b: 168–9)” (Ingold,2000: 284-85).

Page 50: UN PASO ATRÁS

49

Dualismos y colapsos.

Para dar comienzo a este apartado quisiera trazar un paralelismo entre la

antropología de los sentidos y la antropología del cuerpo, pues en ambas se hace evidente

la constitución de sus aportaciones fundamentales en torno al eje representacional. Una

vez señalada esta cuestión respecto a los sentidos, pretendo ahora hacer un breve repaso

a través de importantes referentes de los estudios del cuerpo en la disciplina

antropológica, con la intención de dar cuenta de este paralelismo y dotar de coherencia

conceptual a mi primer y desordenado marco teórico. Sinceramente, me sorprende la

ausencia de este paralelismo en algunos escritos sobre el cuerpo y los sentidos29 que en

su día constituyeron para mí la puerta de entrada al conocimiento de los aspectos

antropológicos sobre estas cuestiones. Lo irónico es que este entrelazamiento entre el

cuerpo y los sentidos siempre lo tuve frente a mis narices compendiado a lo largo del

ejemplar de La Fenomenología de la Percepción (1985[1945]) que tengo sobre la mesa

de trabajo, pero que por no haberme imbuido completamente en su estudio ‒pues lo he

tratado especialmente por medio de terceros‒ estas relaciones que ahora trazo antes me

eran invisibles.

Thomas Csordas ya en la introducción a Embodiment and Experience

(2001[1994]), describe su propuesta como una sincera reacción a los fundamentos de la

original antropología del cuerpo, la cual se basa en ciertas claves que la convierten en

perfecta embajadora de la teoría representacional: su consideración del cuerpo como un

objeto, como tema de análisis y como fuente de símbolos (Ibíd. 4). Obviando parte de su

exposición30 sobre la rápida y prolija producción académica sobre el cuerpo que viene

sucediendo desde finales de los ochenta, me interesa pararme en uno de los grandes

referentes de esta vertiente teórica a la que ya hacía referencia en mis primeros trabajos:

Mary Douglas. Esta autora hace una distinción ya histórica en la que discrimina el cuerpo

social del cuerpo físico.

"El cuerpo social condiciona el modo en que percibimos el cuerpo físico. La experiencia

física del cuerpo, modificada siempre por las categorías sociales a través de las cuales lo

29 Sabido Ramos (2013, 2016) 30 En la presentación de esta antropología del cuerpo hace un repaso sobre los abordajes del cuerpo como

“analytic body”, “topical body”, “multiple body” y la interesante afirmación de que si hay alguna cuestión

definitoria del cuerpo esa es su indeterminación (Csordas, 2001[1994]) ‒para su ampliación véase Csordas,

(2011 [1993]).

Page 51: UN PASO ATRÁS

50

conocemos, mantiene a su vez una determinada visión de la sociedad. Existe pues un

continuo intercambio entre los dos tipos de experiencia de modo que cada uno de ellos

viene a reforzar las categorías del otro. Como resultado de esa interacción, el cuerpo en

sí constituye un medio de expresión sujeto a muchas limitaciones" (Douglas, 1988 [1970]:

89).

Recojo esta cita pues viene a señalar esas cuestiones frente a las cuales,

precisamente, la noción de embodiment quiere contraponerse. Por un lado, el cuerpo

social vendría a condicionar el soporte biológico de nuestra existencia, aunque no indica

exactamente si llega a un grado de determinación unívoca o no. Por otro lado, que esa

modificación que lo social hace de lo biológico es ejercido mediante categorías, que nos

hacen ver ‒percibir‒ el entorno de una manera determinada. Aquí también el entorno es

concebido como un objeto a percibir, emisor de estímulos que el cuerpo recibe y las

categorías sociales ordenan ‒gracias a la existencia de un canal que permite el intercambio

entre ese physical body y el social body el cual se piensa abstracto, comunitario‒.

Concluye afirmando que esa relación convierte al cuerpo humano en un vehículo de

expresión de lo social, en una representación de esa mentalidad colectiva, en términos

durkheimianos.

Situándonos ya en el sendero de la antropología fenomenológica, una de las

primeras críticas a los planteamientos de Douglas fue esgrimida por Michael Jackson

(1989) y considero pertinente acercarme de forma esquemática a sus reivindicaciones

principales con la intención de que sirvan de base para contextualizar ese paradigma del

embodiment al que poco a poco nos aproximamos. Él identifica tres puntos

fundamentales. Primero, una clara “tendencia intelectualista” que no solo separa la

“praxis verbal” de la “praxis corporal” convirtiendo a esta última en un “signo”, sino que

implica un sometimiento de la segunda a la primera. A ello responde que solo existen los

“significados de la praxis corporal que descansan en la estructura ontológica de nuestro

ser en el mundo”31 (Ibíd. 122-23). Segundo, el cuerpo no solo sería un “signo”, sino que

adquiriría la categoría de “objeto”, “imagen de la sociedad”, “medio de expresión” al

modo que yo misma comentaba a tenor de las ideas de Douglas. En este sentido, es posible

introducir la adopción por parte de la antropología de los sentidos de la base de la división

dualista de la filosofía cartesiana. Por un lado, mediante la objetivación del cuerpo

31 Adjunto el ilustrativo ejemplo sobre la continuidad ambiente-cuerpo-cognición retomando a Binswanger y Merleau-Ponty: “For instance, when our familiar environment is suddenly disrupted, we feel uprooted, we lose our footing, we are thrown, we collapse, we fall” (Jackson, 1989:123)

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51

humano, y por otro, mediante la subjetivación de la mente del individuo. Denomina

Jackson estos estatutos como dicotomizantes y reificantes categorías que no hacen sino

“contradecir nuestra experiencia del cuerpo vivido, dentro de la cual ningún sentido de la

mente como causalmente anterior puede ser sostenido y cualquier noción del cuerpo como

un instrumento de la mente o la sociedad es absurda” y dentro de las cuales ‒como tercera

crítica‒ el cuerpo solo podría aparecer como un ente “inerte, pasivo y estático” (Ibíd.123-

24).

Ha sido principalmente en las lecturas de Merleau-Ponty que los antropólogos han

encontrado, ambas, una problematización de los paradigmas objetivistas y una

herramienta argumental que en el caso concreto de Csordas y tras tomar en serio la

consideración de Jackson del “body subject”32 (Ingold, 2000: 170), han derivado en la

proclamación de una paradigma paralelo, un modelo a través del cual colapsar las

relaciones dualistas sobre las que se construye precisamente la filosofía mecanicista y

entre las que sucintamente, Csordas (2001[1994]), traza una línea de continuidad: objeto-

sujeto; cuerpo-mente; texto-experiencia entre otras. A continuación, rescato el hilo

argumental que seguí ya en mis primeros trabajos sobre el asunto, en los que abordé el

colapso que provoca el repensamiento de estas dicotomías mediante el uso de la filosofía

del quiasmo que Mario Teodoro Ramírez (2013) escribe en el contexto de la filosofía

mexicana, pues considero muy pertinentes varios de sus apuntes respecto a la necesidad

de separar el dualismo –en referencia a la dicotomización de una dualidad– de la dualidad

–como existencia de dos caracteres distintos en una misma persona o cosa–, así como la

consecuente concepción del ser humano como ente quiasmático, si lo que nos interesa es

introducirnos al pensamiento de Merleau-Ponty. Expone que la filosofía merleaupontiana

sería un tratamiento de la dualidad como "inherente a la experiencia y es por eso que

exige un modo de pensamiento acorde a lo que nos es dado de ella." (Ralón de Walton,

2013:11, las cursivas son mías). En este sentido, Ramírez propone la figura del quiasmo

como

32 “a phenomenological approach to body praxis. I hope to avoid naive subjectivism by showing

how human experience is grounded in bodily movement within a social and material environment

and by examining at the level of event the interplay of habitual patterns of body use and

conventional ideas about the world” (Jackson,1989:124)

Page 53: UN PASO ATRÁS

52

“esquema de pensamiento que nos permite concebir las relaciones de una dualidad en

términos de reciprocidad, relatividad, entrecruzamiento, complementariedad,

superposición, encabalgamiento, empotramiento, reversibilidad, mutua referencia. Todo

lo contrario de los esquemas dicotómicos, dualistas, que conciben las relaciones en

términos de exclusión, exterioridad, causalidad mecánica y lineal (...) El esquema del

quiasmo es lo que nos permite pensar en la dualidad como una unidad en proceso." (2013,

49).

De esta manera, toda perspectiva que se propusiera recoger este carácter

quiasmático está abocada a una revisión ontológica del cuerpo y la mente como agentes

de los procesos perceptivos, pues si es asumido que “entre la corporalidad y la conciencia

hay una inmanencia quiasmática” (Ralón de Walton, 2013:14) esto obliga a deshacernos

de esa idea mecanicista de que tenemos un cuerpo sobre el que una mente colectiva

representar los valores y las categorías sociales en función de la cual la mente individual

objetiva, conceptualiza y nominaliza el entorno circundante. Así Merleau-Ponty advierte

que aunque la fenomenología sea “el estudio de las esencias (…), resitúa las esencias

dentro de la existencia” siendo entonces imposible desligar, en su comprensión, al

individuo de su “facticidad”. Añade que incluso las verdades alcanzadas por la ciencia,

en este sentido, serían producto de nuestra “experiencia vivida” y construida con otros ‒

otras personas, pero también el entorno, cosas, animales, antes no “subjetivizados” ‒ a

través de lo cual estaría concibiendo una relación de continuidad entre todos estos

elementos, los cuales se vinculan y co-constituyen en el mismo proceso de percepción

(Merleau-Ponty, 1985 [1945]: 7-8).33

Sobre las pautas fenomenológicas acerca de la subjetivación del cuerpo y en

conjunción con la noción de habitus erige Csordas su paradigma del embodiment (1990)

33 “Entre el sujeto perceptor y el mundo percibido (...) hay una superposición, una mutua incorporación (...)

nada son por separado, no preexisten a su relación. Lo visible no es un ser objetivo –en el momento de ser

percibido– previamente determinado que viniera a ofrecerse a un vidente vacío dado por su cuenta. (...)

esto, no implica que lo visible sea una creación del sujeto, ya que, a su vez, él sigue siendo un ser visible

como otros. (...) Una cosa dada en la simultaneidad de todos sus perfiles y relaciones no sería una cosa real,

sino ideal. (...) El perspectivismo (...) no implica, para Merleau-Ponty, una degradación del ser verdadero

de la cosa; por el contrario, es la condición para que haya cosas, esto es realidades más allá de mí. (...) la

percepción consiste en aprehender la cosa entera a través de uno de sus aspectos o perfiles." (Ramírez,

2013, 53-57).

Page 54: UN PASO ATRÁS

53

el cual declara ser fruto de las aportaciones sobre de las teorías feministas, el paradigma

semiótico postestructuralista, la filosofía de la agencia/acción y la crítica a la escritura

etnográfica y defensa de un necesario carácter evocativo de la producción textual de la

disciplina, como motores de la crítica de la representación en ciencias humanas

(2001[1994]:9). Sin embargo, quisiera señalar no tanto su contenido ‒al que ya he ido

haciendo referencia‒ sino el propósito con el que este autor ha concebido su paradigma

epistemológico-metodológico compendiado en la sentencia “embodiment as the

existential ground of culture and self” (1990, 2011 [1993], 2001[1994]).

“The point of elaborating a paradigm of embodiment is then not to supplant textuality but

to offer it a dialectical partner that the paradigm of embodiment is without question, but

the formulation of their relation promises the grounds for future examination of , for

example, the relation between the semiotic notion of intertextuality and the

phenomenological notion of intersubjectivity” (Csordas, 2001[1994]: 12)

Parece ser, entonces, que este paradigma pretende situarse como compañero de viaje junto

con ese modelo textualista al que no hacía más que cuestionar, señalando que la

investigación sobre esta posibilidad podría dibujarse en un potencial acercamiento entre

las nociones de intertextualidad e intersubjetividad, que explica en exceso.

Sin entrar mucho en esta cuestión pero elaborando una crítica global a las

propuestas del embodiment, Ingold (2000) esboza tres obstáculos que a su entender

Csordas no afronta. Por un lado, dice que la defensa de esta propuesta epistemológica

estaría rehuyendo la dicotomía naturaleza/cultura al tiempo que propondría the

disembodiment of the organism. En este sentido, Ingold traza un paralelismo entre “the

process of embodiment (…) [and] the development of that organism in its environment

(Ibíd.170). En segundo lugar, traza otro paralelismo entre la fenomenología

merleaupontiana y la ecología de la mente de Gregory Bateson estableciendo una

necesaria relación de simetría entre el embodiment y enmindment. Cierra con una

sentencia sobre la necesidad de estudiar “how people perceive, act, think, know, learn and

remember within the settings of their mutual practical environment on the lived-in world”

(Ibíd.171). Sinceramente estas cuestiones exceden con mucho mis capacidades actuales

y el marco de este trabajo, sin embargo, sumergirme en las potencialidades de la propuesta

de Csordas y en las críticas de Ingold queda de esta manera reseñado en mi lista de asuntos

pendientes.

Page 55: UN PASO ATRÁS

54

Conclusiones. Siguientes pasos.

Esta pequeña revisión ha sido fundamental para dotar de dirección y sentido mis

futuras indagaciones sobre un tema que concibo como pesadilla y pasión, al mismo

tiempo. Para mí la música siempre será una asignatura pendiente y es desde esa posición

de eterna aprendiz que concibo la posibilidad de su aprehensión desde la disciplina

antropológica. Es esta posición de constante extrañamiento (Velasco y Díaz de Rada,

2009) la que considero incalculablemente enriquecedora para ambos propósitos. Así

mismo he intentado señalar que tanto el campo musical como el antropológico responde

a una misma lógica por la que en su aprendizaje es fundamental el papel que juega el

cuerpo, la presencia del cuerpo del músico-etnógrafo en un entorno intersubjetivo

tremendamente variable del que no puede abstraerse el pensamiento, la práctica o el

propio aprendizaje.

Es por esto que he creído necesaria la reformulación de mi marco teórico de

partida tal como he mostrado en el segundo de los bloques, pues en cierto sentido las

incoherencias sobre las que sustenté mis neófitas incursiones en el campo fueron

haciéndose evidentes a lo largo de mis conversaciones con Carmen y otros músicos. Yo

misma incurría en una de esas críticas que Ingold le hace a Howes acerca de la univocidad

de la vista como sentido objetificante. Por ello, antes de seguir el curso de esta

investigación ‒que sospecho me acompañará durante un largo periodo‒ decidí imitar ese

paso atrás tan característico de los atletas, mediante el cual fijan sin saber cómo su

atención en la altura a superar, disponen su cuerpo, sus sentidos y su mente de una manera

ya entrenada, pero siempre en un escenario distinto. De este modo tomo el impulso que

me permita sortear los retos que se atisban en el horizonte de esta investigación.

A partir de las ideas planteadas en este trabajo me sumerjo en tres actividades.

Primero, la conformación de una metodología para el aprendizaje del piano que venga a

rescatar las lecciones que de alguna manera he recogido a lo largo de mi itinerario

personal y que he intentado plasmar en la Primera Parte. Para ello será necesario

aventurarse en nuevos contextos musicales donde poner en diálogo y en cuestión las

habilidades adquiridas mediante el trabajo personal. En este sentido además quiero

indagar en esa imposibilidad de separar la reflexión y la participación en el transcurso del

trabajo de campo tal como intento contraargumentar a Favret-Saada en la Segunda Parte.

Para ello me interesa adentrarme en la comprensión de las prácticas de improvisación no

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solo en el quehacer musical, sino también en el etnográfico. En segundo lugar, pretendo

adentrarme en un estudio más concienzudo de la fenomenología merleaupontiana y su

conjugación con las posibilidades que Ingold (2000) señalaba respecto al paradigma del

embodiment. Esto me llevará a explorar varios de sus conceptos como el de

correspondencia, la distinción entre atención y transmisión, así como su reformulación

del par conocimiento tácito-conocimiento explícito que rescata de Michael Polanyi34. Por

último, y en consonancia con las direcciones señaladas también pretendo una futura

atención al papel del instrumento musical como extensión corporal (Crossley, 1995,

2001) y dispositivo fundamental del aprendizaje en música.

34 He tenido un primer acceso a estas cuestiones a través de una conferencia ofrecida por Tim Ingold para

Marres-House for Contemporary Culture en Maastricht.

https://www.youtube.com/watch?v=OCCOkQMHTG4 Última visita: 03/11/2019. 19:41.

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