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Un día de entrenamiento con Ahmel Echevarría
Leopoldo Luis
Copyright: Leopoldo Luis
Entrevistar a un escritor puede constituir un ejercicio difícil. O todo lo
contrario, depende del escritor. Hay a quienes les parece una pérdida de tiempo,
en tanto otros aprovechan para “soltar amarras” y compartir opiniones sobre
temas que, por lo general, captan la atención de la gente. Tiene que ver con la
mística de la Literatura. No suele preocuparnos demasiado lo que piensa una
estrella de pop sobre tal o cual asunto —con sus excepciones, claro—, pero en
cuanto un novelista vierte un par de criterios, las reacciones no tardan. La
temperatura de tales reacciones dependerá de la naturaleza de los criterios.
Ojalá esta primera sesión de entrenamiento con Ahmel Echevarría nos haga
“entrar en calor”, en lo que aguardamos la llegada de tres libros suyos, recién
premiados en una tríada de concursos. Ojalá también nos ayude a descifrar los
signos que marcan su escritura y nos despierte, como lectores, el deseo
impostergable de acercarnos a ella.
—Con tus primeros libros, Inventario (Premio David 2004) y Esquirlas (Premio
Pinos Nuevos 2005), experimenté una sensación de ambigüedad en cuanto a
género: ¿novela corta o cuento? Después solo tuve contacto con tu producción
cuentística (incluyendo el relato que ganó un accésit en el concurso La Gaceta de
Cuba). Acabas de recibir tres importantes premios en línea con igual número de
novelas. ¿Con cuál de los dos te sientes más a gusto: con el relato breve o con la
narración extensa?
—Les he comentado a algunos amigos que Inventario es en realidad un proyecto de
novela abortado. ¿Cuál era la razón? El total desconocimiento de cómo abordar la
escritura de un texto de ficción de tan largo aliento, incluso el miedo. Creía tener en
las manos el tema para una novela, pero sentía que la propia impericia haría de las
suyas y al final tendría un montón de folios que no animarían la lectura. Entonces
aposté por el cuento, o una serie de cuentos, en un escenario común y en donde los
protagonistas fueran los miembros de una familia cubana. Me dijeron que mi libro
era una “cuentinovela”. Yo no sabía que existía ese calificativo —que de veras es
horrible—, pero había leído varios libros de autores cubanos con una estructura que
se acercaba a lo que andaba buscando y podía asumir. Me siento satisfecho con el
resultado.
“Esquirlas, libro con el cual gané el Premio Pinos Nuevos de Cuento, es la
cristalización de lo que en aquel momento estaba buscando: construir un universo a
partir de piezas narrativas en su mayoría independientes —en los que el protagonista
y los coprotagonistas alternaran el peso y la importancia de su papel, de manera
indistinta, a lo largo del libro—. Te digo que esos textos son independientes en su
mayoría porque hay piezas narrativas que funcionan comointro y coda, como paradas
de reflexión o evocación o respiro, pero todas están narradas por una misma voz,
muy intensas, pero que al ser leídas en conjunto dan la sensación de unidad, del
transcurso del tiempo en la vida del narrador —a la vez personaje—, del desarrollo
de uno o varios conflictos de ese personaje y de los otros con los que interactúa. Esas
piezas narrativas forman lo que llamo un cuaderno.
“No me interesaba la militancia en un género determinado; al entrar Esquirlas en
edición, en Letras Cubanas me dijeron que era mejor ponerle el vago calificativo de
Narrativa, porque en realidad, y cito lo que me dijo Ernesto Pérez Castillo (editor del
libro): ‘es un cuento que Esquirlas es un libro de cuentos’.
“Si analizas su estructura, Esquirlas es un rizoma. Es casi imposible determinar qué es
trama y subtrama en el libro, por lo tanto, se desarrolla más en el plano horizontal (el
bulbo de una cebolla blanca o morada) que en la vertical (la raíz de la imponente
ceiba). Si nos ceñimos a los géneros, creo que nunca fui estrictamente un cuentista,
porque en ese género por lo general solo un hecho puede convertirse en suceso, y me
ocurría que no me interesaba solo un instante de una vida, sino varios, y la relación
de esa vida con otras; ese modo de ver y construir una historia no puedes ubicarla en
el terreno del cuento, sino, por comodidad, en el de la novela.
“Esos tres libros premiados a los que haces referencia son: Días de
entrenamiento, Búfalos camino al matadero y La noria. Los llamo novelas a falta de un
nombre mejor, a fin de cuentas hace falta una clasificación y no la impuse yo, pero en
el espacio íntimo de la creación los llamo Cuadernos. Es mi manía de nombrar, de
clasificar, de estructurar; utilizo categorías para ir allanando el camino.
“A propósito de tu pregunta, siento que en este siglo y milenio la novela se parece
más a nosotros, a los tiempos que corren, y menos a lo que dicta o dictó el canon. No
me refiero solo a la existencia de textos a mitad de camino entre el cuento y la novela,
sino también a esos híbridos en los que hay de ficción y de ensayo, entre el
testimonio y la ficción. Las mezclas pueden ser sorprendentes. Como mi formación es
técnica —recuerda que soy graduado de Ingeniería Mecánica—, digamos que en mi
caso apuesto por la pieza (una pieza narrativa) para lograr un mecanismo —o un
conjunto de mecanismos— lo más eficiente posible (una máquina narrativa)”.
—Pastel para pit bulls obtuvo una Mención en el Luis Felipe Rodríguez de
la UNEAC 2009, donde concursó como libro de cuentos. Hace pocos días Búfalos
camino al matadero se alzó con el Premio José Soler Puig de Novela y tengo
entendido que, básicamente, se trata de la misma historia. ¿Qué diferencias
percibes, a nivel estructural o estilístico, entre uno y otro volumen? ¿Todo se
reduce a un simple cambio de título o hay algo más en lo tocante a género?
—Precisemos: no es que sea “básicamente la misma historia”. Es el mismo libro pero
con un título diferente (cambiar el título solo fue un asunto, digamos, extra literario).
Por lo tanto, no hay diferencias estructurales ni estilísticas. Te hablé en extenso de
cómo es la estructura de mis libros, Búfalos camino al matadero no es la excepción. Ha
ido pasando el tiempo y las piezas narrativas que integran mi libros no se quedaron
solo en el terreno de las pequeñas ficciones enlazadas, sus estructuras integran
fragmentos de diarios, fotos (el performance de la foto o la imagen en sí), poemas
(escritos por mí o no) o fragmentos de canciones, incluso la correspondencia entre
dos personajes. Por su estructura, el cuaderno Búfalos camino al matadero te llevará a
experimentar, al igual que con Esquirlas, y cito tus palabras: “una sensación de
ambigüedad en cuanto a género”. Si Esquirlas ganó el Pinos Nuevos de Cuento en
2005 y según algunos lectores es una novela, en cuanto a género para mí da igual
que Búfalos… ganara en el 2009 el Luis Felipe Rodríguez de la UNEAC o el José Soler
Puig de Novela en 2012. A fin de cuentas son dos premios importantes que
garantizan una cuidada edición y una bella publicación. Si tienes un 4×4 puedes ir
con él a donde quieras.
—Tengo entendido que Búfalos… tiene como protagonista a un soldado, veterano
de la guerra de Irak. ¿Por qué un escritor cubano se arriesga a narrar un drama que,
a primera vista, pudiera resultarle ajeno?
—Esa pregunta me perseguirá, creo, hasta después que termine desecho en menudos
pedazos amontonados en una cajita en el Cementerio de Colón. Búfalos… no es un
libro sobre La Guerra de Irak, sino la historia de varios personajes que conviven en
los márgenes de la sociedad. Es una galería de perdedores, de seres derrotados o que
se resisten a ser derrotados. Todos son marginales —digamos que en diferentes
gradaciones—; la fuerza centrífuga de la sociedad en que viven los lanza bien lejos de
los centros de poder, de legitimación; en los bordes, en esos márgenes, construyen
una vida marcada por el delito, la zozobra, la precariedad. No soy ni por mucho un
Viajero Inmóvil, esa categoría en Cuba le corresponde a un peso pesado (literalmente
hablando). Pero he aquí las paradojas: tengo una gran amiga psicóloga a la cual
físicamente he visto poco más de un par de veces y por muy poco tiempo, nuestra
relación es insólitamente intensa y extrañamente virtual —y cuando digo virtual me
refiero a intercambios vía e-mail o chat—. Ella es cubana pero vive en Nueva York,
donde trabaja atendiendo casos sociales. Y entre sus “casos” había un veterano de
guerra. Mi amiga siente pasión por la literatura, pero no se le da muy bien contar
historias. Un 11 de noviembre —Día de los Veteranos en USA, se rinde honores a
aquellos que dieron su vida por el país durante la I y la II Guerra Mundial—, mi
amiga me contó una jodida pero hermosa historia sobre un viejo soldado que peleó
en la II Guerra Mundial. Le propuse que la escribiera, incluso la convidé a hacerlo
entre los dos. Ella, como Bartleby el Escribiente, respondió “preferiría no hacerlo”. A
cambio propuso ser mis ojos en ese otro lado del mundo.
“La historia de aquel viejo no me dejaba conciliar el sueño, decidí entonces que debía
hacer algo, porque el insomnio es una cosa muy persistente. No me convenía la II
Guerra Mundial, demasiado ajena y lejana para mi gusto. El conflicto en Irak me
resultaba ‘más familiar’. Las guerras son ahora un show mediático, el mundo es una
aldea global. Le conté a mi amiga mis propósitos, ella aceptó —es tan terca como
yo—, así que fui para mi amiga psicóloga uno de sus ‘casos sociales’. Me atendió a
cuerpo de rey. Con su mirada fui sorteando algunos problemas que se me cruzaron a
lo largo de la escritura.
“Búfalos… pone el colimador, no en un conflicto bélico, tampoco en una ciudad —es
un libro que transcurre casi en interiores—, sino en un hombre al que le falta un ojo y
está más que jodido, en las pocas personas con las que interactúa, en las dos mujeres
que ama, en las dos o tres personas en las cuales confía. Se trata del alma humana, de
sus peores paisajes, de muchas derrotas y un par de victorias pírricas, en fin, se trata
de un libro que se interesa por la más común de las vidas. En las páginas de ese
cuaderno verás a personas que, irremediablemente, van camino al matadero.
“Si la vida miserable de aquel viejo no me dejaba dormir, ¿por qué no apostar por
escribirla sabiendo que ninguno de mis ‘compañeros de viaje’ lo habría hecho, y
teniendo a mi favor una persona que me corrigiera el rumbo?
“Hice una apuesta, convencí a una mujer para que se aventurara conmigo, una de las
piezas del libro ganó el accésit de La Gaceta de Cuba, como proyecto de novela
convenció al jurado, y en el Premio José Soler Puig se estableció el pacto ficcional
entre mi libro y los tres miembros del jurado. Ahora le espera otro reto: esos lectores
de fierro a los que tampoco les puedes pasar pollo por pescado, y ese reto mayor que
es el tiempo”.
—Hay todavía una novela más reciente: La noria, merecedora del Premio Italo
Calvino 2012. ¿En qué cuerda se mueve? ¿Está de alguna manera enfocada hacia la
realidad cubana o sigues apostando por temáticas, digamos, de corte más
cosmopolita? ¿En qué medida se distancian (o imbrican) lo nacional y lo universal
en tu obra y en general en la literatura cubana contemporánea?
—La noria tiene una estructura más cercana a lo que la tradición marcó como novela.
Pero ni tanto. A la ficción, o a los bloques de ficción que en este caso no se pueden
leer de manera independiente, los cruza una serie de cartas, o una parte de la
correspondencia entre Julio Cortázar y uno de los personajes del libro —digo una
parte porque solo se podrá leer las cartas escritas por Cortázar—. Hay en ella una
Habana posible, pero no “la real”; es el escenario donde transcurrirá la vida de un
escritor sexagenario (El Maestro) que ha pasado más de veinte años sin escribir. Para
llevar a cabo un irrefrenable deseo, El Maestro decide plagiar un cuento de Cortázar.
Su interés no es solo escribir un relato a partir de recientes y extraños episodios de su
vida —desconoce que en ellos está envuelto David, hombre de 50 años con quien
comparte una relación sentimental y que aparenta ser un profundo admirador de su
obra—, también desea retomar el oficio, recuperar y ganar nuevos lectores. ¿Cuáles
son los motivos de tan largo silencio? En el año 1971, una Comisión determinó
que Fin de semana en Neverland era una novela que no se ajustaba a los tiempos que
vivía el país. Tras el dictamen, El Maestro recibió un insólito castigo: enterrar y
exhumar cadáveres. En el Cementerio de Colón trabajó durante poco más de un
quinquenio.
“La noria es una novela o cuaderno de amor entre dos hombres, de afinidades, dolor
y traición. Indaga en los orígenes de una inverosímil política cultural, en sus
consecuencias, así como en la posible actitud de algunos de sus actores y víctimas.
“Este libro tiene al mundo, o a una parte del mundo, incrustado en él. Está Galicia o
una parte de ella, algunos platos típicos, parte de la literatura de Rosalía de Castro y
la muñeira. El jazz, el fado, trazas de la literatura universal son vectores que la
cruzan. No es exactamente cosmopolita en el sentido estricto de la palabra, sino que
se abre al mundo.
“Tu pregunta podría ser un tema de tesis, es abarcadora a más no poder. Y yo ni
siquiera he fatigado todos los libros escritos por autores de mi generación. En mi
caso, me interesa una partícula inestable y universal: el hombre. Se ama y se odia en
el mundo. Se tiene sexo y se traiciona y se mata en nombre de causas que aparentan
enorme justicia. En fin, el hombre es el lobo del hombre, o el tigre del hombre, o el
tiburón blanco del hombre, o la claria del hombre. Con él, creo, los escritores cubanos
podemos acercarnos a lo que es de interés en Londres, Madrid, Praga, Shanghái.
Todo está en que no nos dé por embarcarnos en preocupaciones o conflictos que no
son tales”.
—Tu último libro publicado (sin contar las compilaciones y antologías en que has
participado) fue Esquirlas (Letras Cubanas, 2005). ¿Qué razones condicionaron
estos seis años de silencio editorial? ¿Hasta qué punto puede resultar beneficioso
(o perjudicial) para un escritor el mantenerse trabajando, podría afirmarse que en
la sombra, sin una certeza de publicación inmediata?
—Para mí la Literatura no es una carrera de caballos. Hay quienes se proponen
publicar todos los años. Su sistema de trabajo se los permite. Son prolíficos. Incluso
los jurados de los concursos a los que esos escritores envían sus manuscritos
apuestan por esas obras. No digo que haya un problema tanto en el lado de los
escritores como en el de los jurados. Son métodos de trabajo, protocolos de lectura,
incluso buena o mala distribución de prestigio —como diría el poeta Rito Ramón
Aroche—. Mi paso es el del mulo. Me toma tiempo investigar, revisar el manuscrito
—lo hago varias veces, la primera versión no es igual, nunca, a la última; me
preocupa no solo el tema y la verosimilitud, la consistencia y los conflictos de los
personajes, también el sonido de las palabras—. Mi preocupación es no solo estética,
sino también ética, al menos ética conmigo mismo. No recuerdo de quién es la frase
“escribo para perder el rostro”, pero si cambio de rostro y repito ese rostro en otro
libro nada o poco hice. Por lo tanto, me tomo mi tiempo.
“Tuve una etapa a la que llamo Ciclo de la Memoria (Inventario, Esquirlas, Días de
entrenamiento), en la que fui desplazando el foco de atención del narrador. Era la
mirada de un joven treintañero. Del espacio social (la intención de dar respuestas) fui
a una suerte de punto medio: el espacio social y el individual. El ciclo cierra
formulando preguntas y no dando respuestas, formulándolas con la mirada puesta
en el hombre y desde el hombre —el cubano de hoy en la posible Cuba de mañana—.
Luego aposté por el veterano de la Guerra de Irak —libro del que ya te hablé—, y a
continuación me centré en la vida de un hombre sexagenario y gay y escritor sumido
en un slump creativo ‘gracias’ a una real pero inverosímil política cultural.
“Salvando las distancias, más de un escritor cubano se mantuvo trabajando en
silencio, como si arañara una roca, sin más esperanza o regocijo que el que le
brindaba el texto terminado, o que la aprobación o desaprobación de los amigos. Sin
esperanzas, pero sin miedo. O sin mucho miedo. Y esa roca que arañó está ahí, a la
vista de todos, porque esa escritura no se trataba de un asunto menor, de mirarse el
ombligo. A eso se debería aspirar, es decir, a escribir el texto y proyectarlo al futuro,
pero es patrimonio de unos pocos. Lo común es que nos toque o nos gane el olvido.
Puedes darte con un canto en el pecho si logras inocular en la memoria de los
lectores, al menos, un buen libro —o un buen cuento o un buen poema.
“Si publicas mucho y te pagan mucho, hay un buen negocio; y si ese es tu negocio,
pues no hay problemas. Pero si publicas mucho y te pagan poco, y además no hay
manera de que puedas jugar en otra liga por el tipo de literatura que haces —porque
solo le interesa a tu grupito de amigos, y no hablamos de una literatura solo para
elegidos—, y además ni siquiera eres profeta en tu tierra… bueno, hay un gran
problema de fondo en esa manera de escribir.
“Por cierto, publicar solo te quita de arriba la condición de escritor inédito. Debo
consignar que no esperé hasta el 2012 para soltarlo todo, sino que fui trabajando y
probando suerte tan pronto sentí que el libro en cuestión estaba terminado”.
—¿Cómo valoras la llegada de estos premios que, además del reconocimiento de
los jurados, implican la edición de las obras y su puesta a disposición de los
lectores?
—Cuando María Elena Llana supo de mi Premio José Soler Puig, dijo: “Ahmel, ya no
eres una promesa”. Hay en sus palabras la condensación de un reto. Lo dijo con total
honestidad y sin sombras de miserias humanas. Porque ese premio supone un antes
y un después. A otros jóvenes escritores quizá les han dicho con otras palabras lo
mismo que a mí. Más allá de la cualidad y calidad de sus obras y de la mía, con sus
protocolos de lectura, el jurado determinó que esas eran las que merecían el
galardón.
“Uno siempre se impone un reto, pero cuando empiezas a escribir, es decir, cuando
eres un escritor que te inicias en el oficio, te ubican en ‘las ligas menores’. Ahora se
supone que estás en ‘otra liga’ y como tal te juzgarán. Es bueno, muy bueno, saber —
y saber que saben— que estás jugando al duro, aunque siempre lo hayas hecho.
“En mi caso, parece que al menos hasta ahora cumplí con las expectativas, porque
detrás del Premio Oriente vino el Italo Calvino —también sé que otros escritores de
la generación a la que pertenezco (ellos saben quiénes son) están jugando al duro y
van a por más. Cuando dieron los resultados de la última edición del Premio Nicolás
Guillén y los Premios Alejo Carpentier me dio muchísima alegría: Jamila, Luis
Yuseff, Osdany, Marcial Gala (casi de fondo creía escuchar el estribillo de un tema de
Calle 13: los de atrás vienen conmigo, conmigo vienen los de atrás…). Por supuesto, claro
que deliro, pero así lo sentí… sé que no estoy jodidamente loco.
“En lo personal, claro que estoy muy feliz, pero solo por el momento, porque pasará
el día de la ceremonia de premiación y de la presentación de los libros (de los que
estoy satisfecho). Luego caerán en manos de los lectores y el tiempo; que pasen la
primera prueba solo significa que has convencido a los que vivieron en tu misma
época.
“Si ganar un premio implica un compromiso, sería entonces conmigo mismo: un
compromiso ético y estético. Soy tan terco y tan duro conmigo que me impongo un
camino cuya cuesta es cada vez más empinada. Pero me place muchísimo.”
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Segundas partes nunca fueron buenas. Peor cuando se trata de entrevistas y el
entrevistador no supo aprovechar ese “primer impacto” para atraer la atención
con sus mejores preguntas. El doble de malo si el entrevistado es un escritor y
horrible si el escritor, en definitiva, “no es solo aquel individuo al que nada más
le debe interesar la literatura”.
Llega, por fin, esta segunda sesión de entrenamiento con Ahmel Echevarría,
escritor y ciudadano: categorías que entrañan una responsabilidad inmensa.
Ojalá nos estimule, en tanto lectores, a procurarnos cualquiera de sus libros:
aquellos “de los que ya no queda rastro ni en los centros espirituales” o los que
verán la luz en venideros meses. Ojalá nos ayude a establecer los rumbos que
sigue la literatura cubana más reciente, y ojalá —lo doy por descontado— el
nuestro no termine siendo un ejercicio estéril, como marcha de búfalos
camino al matadero…
—Perteneces a una generación literaria que se dio a conocer en los primeros años
de este siglo. ¿Cuán cerca y cuán lejos te sientes del resto de los escritores de esa
hornada, en lo tocante a intereses temáticos, maneras de narrar, maneras de
entender la literatura? (Estoy pensando en habaneros como Raúl Flores, Orlando
Luis Pardo, Michel Encinosa y Jorge Enrique Lage, pero también en narradores
que viven en otras provincias, como Ernesto Peña, Yunier Riquenes y Alejandro
Cernuda). ¿Puede hablarse de una estética generacional o cada quien está
escribiendo y de alguna manera perfilando su propio estilo?
—A esta generación la llaman Generación 0. El nombre proviene de una deformación
de Generación Año Cero, que fue idea del escritor Orlando Luis Pardo; su intención
era darle cuerpo, voz y visibilidad a lo que estábamos haciendo un grupo de amigos
narradores. Éramos pocos, no una generación, sino un grupo que compartíamos
lecturas, criterios, algunos puntos de contacto en nuestra incipiente narrativa.
Habíamos coincidido a inicios del nuevo siglo y milenio en el Taller Salvador
Redonet —coordinado por Jorge Alberto Aguiar (JAAD)—, y además comenzamos a
publicar nuestros libros en los 2000. Eres testigo de lo que sucedió cuando nos
reunimos para hablarle a El Caimán Barbudo acerca de nosotros. Resultó que solo a
Orlando, a Lage y a mí nos interesaba de veras esa alianza. Al resto no le importó, o
no entendieron lo que teníamos en las manos, lo que estábamos a punto de gestar.
¿Se fueron con la bola de trapo? Quizá solo les interesaba su nicho de creación (la
soledad del corredor de fondo), o quizá nosotros no supimos proveer el combustible
suficiente a aquella máquina imaginada por Orlando y que solo aprovechamos él,
Lage y yo (de ahí surgió ele-zine de escritura irregular the revolution evening post;
el spirit de ese fanzine es el aura que hay en los textos narrativos y críticos de cada
uno de nosotros —por supuesto, cada cual con su manera particular de asociar, de
asumir la escritura, de la escritura misma).
“Lo cierto es que una década después se deformó el nombre original que ahora sirve
para identificar al batallón más joven de escritores cubanos, a pesar de la resistencia
de los que estuvieron en esa entrevista grupal en La Cabaña. Lo ocurrido allí
caracteriza a nuestra generación: la dispersión, la no unidad temática, la aparente
diversidad de estilos, la apatía, la fragmentación. Creo que no es interés de casi nadie
hacer el ‘gran libro’. Poco espíritu de resistencia (¿con qué frecuencia lees un texto
crítico pensado desde nuestra generación, quiénes lo escriben?). Esa puede ser la
marca de estos tiempos, o el efecto de estos tiempos (eso que vino después del
Período Especial) sobre nosotros. Pero no todo es gris, hay quienes están haciendo
algo no solo por ellos mismos, ahí están Isliada, Claustrofobias, La noria, 33 y 1/3…
“Debes suponer que aquello que nos distancia es, paradójicamente, lo que nos
agrupa. En estos momentos te puedo decir, sin temor a equivocarme, que no ha
variado mucho el panorama desde aquella entrevista en La Cabaña. Sólo que somos
menos jóvenes y un poco más ladinos”.
—En lo personal, ¿qué influencias eres capaz de reconocer en tu “modo de hacer”?
¿Qué lecturas, qué tics, qué subterfugios se esconden detrás de tu escritura?
—Las influencias han ido variando con el tiempo. Llegué tarde a la literatura y
delante de mí hay todo un universo por descubrir; no provengo de una familia de
académicos, por lo tanto, a pesar de que en mi niñez leí mucho, no era lo que
podríamos llamar “buena literatura para niños y jóvenes”. Leía, pero también
disfrutaba muchísimo andar de mataperros (puedes incluso leerlo literalmente),
haciendo barbaridades a la vista de nadie aunque después me matara el cargo de
conciencia. Así que no me preocupa para nada haber descubierto tarde a ciertos
escritores. Lo importante es saber qué hacer con todo ese material, cuál es tu
verdadera tradición literaria, qué te propones en tanto escritor y, en especial, qué
escritor quieres ser.
“Decirte nombres y apellidos es responderte rápido y mal de dónde podrían
provenir esas ‘participaciones profundas’ que están en mis textos. Hay clásicos y
contemporáneos. Debo confesarte que mi interés no está solo en los autores y libros
clásicos; digamos que a los clásicos los leo buscando fraguar bien eso que podría ser
‘los cimientos’. Los escritores contemporáneos serían el update en la arquitectura de
mis libros.
“Pero no extraigo combustible solo de la literatura; me interesan mucho las artes
plásticas, por ejemplo, el universo Picasso y Picasso en tanto creador, en tanto ser
humano —vaya tipo interesante, complejo, duro de pelar, ladino; no creas que no he
pensado hacer mi versión literaria de Las señoritas de Avignon—, o Lam, Warhol… No
te imaginas lo que experimenté en El Prado —no en el museo, sino en nuestro paseo
custodiado por leones— el día en que Los Carpinteros ejecutaron su Conga
irreversible…
“Tampoco puedo dejar fuera a la música —en especial el jazz, la Nueva Trova y la
timba, y esos cubanos nostálgicos y rabiosos que, antes de irse en estampida, se
reunían en 13 y 8 o en el Bartolo—, las series para TV, el cine. Y no solo presto
atención a la obra de arte, también me interesa la cosmovisión del creador, lo que se
ha planteado para con su obra”.
—La presencia de escritores en la web mediante proyectos personales y blogs, más
la publicación creciente de libros digitales, genera un espacio prácticamente
inexplorado por los autores cubanos. ¿Cómo evalúas esa opción en aras de
favorecer la promoción y difusión de sus obras? ¿En qué medida condiciona a
nuestros escritores la circunstancia de su desconexión a Internet y la afiliación casi
exclusiva respecto a las editoriales del patio?
—Cuba es un caso singular. Alto nivel educacional, alta alfabetización (incluso
tecnológica, si es que existe el término); en los noticiarios te hablan de Internet, de
Facebook y Twitter, del Presidente Chávez como twittero y del gran alcance de esa
herramienta. Sin embargo, a muchos cubanos de a pie es como si les hablaran en
cantonés, porque de Internet solo conocen el nombre.
“Si no tienes la posibilidad de comprar (o pedir en préstamo) literatura clásica o
contemporánea —ya sea porque no esté a la venta en las librerías, en CUP o CUC, o
porque no esté en las bibliotecas—, la única variante es leer en formato digital. Hay
un gran filón ahí. Pero los libros digitales se descargan en Internet o se envían por
correo electrónico. Surge la barrera. Eso te aísla doblemente, porque las redes sociales
y el e-mail te permitirían establecer alianzas fuera de las aguas territoriales y pensar
en la ‘toma de una cabeza de playa’. Esos proyectos digitales independientes vienen
como anillo al dedo, porque ya no hay que depender en su totalidad de una
institución que tiene diseñado un lentísimo plan de publicación y promoción para las
obras de autores cubanos, o de las revistas nacionales.
“Esa inmediatez del entorno digital es frescura y freescura (como diría Orlando Luis).
Se establece un diálogo vivo y en tiempo casi real, sobre todo con lectores no
cubanos. La fuerza de esos proyectos es directamente proporcional a la fuerza de
quienes los hagan, de quienes se enrolen y colaboren (como también su debilidad).
La lista de ejemplos sería larga y agruparía no solo esfuerzos en los predios de la
literatura. Es cierto que la blogosfera, las redes sociales, la web, es un mundo de
cierta manera inexplorado por buena parte de los escritores cubanos. Pero no todos
se quedan de brazos cruzados y algunos se inventan alternativas para acceder a esos
espacios o para dar a conocer lo que en esos espacios se hace”.
—Háblame de Vercuba. ¿Por qué un escritor —o un grupo de ellos— se decide por
la implementación de un sitio de mirada amplia, trascendiendo el ámbito de lo
estrictamente literario?
—Vercuba es una suerte de cooperativa de opinión. Para mí, el escritor no es solo
aquel individuo al que nada más le debe interesar la literatura. Carpentier decía que
él, antes que escritor, era un ciudadano. Y si tienes el don de la palabra, si tu oficio te
obliga no solo a observar, sino también a asociar, ¿por qué no ejercer la opinión en
otros terrenos? Es cierto que el grueso de los textos del sitio opinan sobre literatura;
pero propiciar la escritura de blogs o bitácoras en las que se hable de lugares de
Cuba, se entrevisten a cubanos cuyo campo de acción sea la música, la literatura, el
activismo social, o seres sin más historia que el mínimo acontecer de sus vidas, que se
vea reflejada la vida de los cubanos fuera de su país natal, que se hable de cine y
teatro, es la posibilidad de otorgarle al escritor ese espacio que no tiene y que debería
tener en la prensa.
“¿Qué escritor cubano tiene una columna en la prensa plana para hablar, por
ejemplo, sólo de literatura? Me entristece leer, gracias al e-mail, los textos de opinión
escritos por Padura. Me entristece porque creo que lo natural sería leerlo en nuestra
prensa; deberían publicarse, aunque fueran refritos, en el macuto que Granma edita
los viernes, a fin de cuentas es lo que por lo general hace ese periódico con
intelectuales extranjeros. ¿Has comparado la cantidad de intelectuales extranjeros
que aparecen publicados en el Granma de los viernes con respecto a la cantidad de
cubanos? Ojalá esté equivocado, equivocarme sería muy saludable, no sólo para mí”.
—¿Y qué papel juega el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso?
¿Cuánto te sientes ligado a esa institución (de la cual eres egresado) y cómo valoras
tu experiencia de varios años administrando el sitio web correspondiente?
—Toda institución que se respete debe tener su espacio en Internet. No solo un sitio
web, también su nichito en las redes sociales, de lo contrario no existe. En su sitio
web (Centronelio) está la labor que ha ido haciendo el Centro Formación Literaria
Onelio Jorge Cardoso, desde 1998, con los jóvenes escritores cubanos. Por supuesto,
ese trabajo está incompleto, falta lo que ha hecho el Centro en la rama editorial; está
en proyecto subir a la web lo concerniente a la Editorial Cajachina (la revista El
cuentero, las antologías del Concurso Internacional de Minicuentos El Dinosaurio, los
libros de cuentos y novelas publicados).
“Es un proyecto constructivo y amoroso, toma tiempo desarrollarlo. En un inicio
pensé que trabajaría contra el vacío y en el vacío, pero los correos que recibo y las
estadísticas sobre el funcionamiento del sitio web me demostraron que no solo en
Cuba se interesan por la información que yo administro y edito para Centronelio,
información concerniente a la labor del Centro y a la literatura en general.
“El Taller del Onelio fue una apuesta que hice en este largo e interminable proceso de
formación e interacción que es la literatura. Y fue una apuesta de la que obtuve
buenos dividendos. Allí descubrí parte de lo que debía o no hacer; hicimos circular
ideas, autores y libros, establecí alianzas, surgieron buenas amistades que duran
hasta hoy. El Onelio fue la puerta (como para muchos jóvenes escritores cubanos)
para salir por primera vez fuera de Cuba. No creo que sea una fábrica, que impongan
un dogma, una ‘metodología’; si sales con una es porque te fuiste con la de trapo, y
ese caso en cualquier lugar te pasarían pollo por pescado”.
—A partir de su presencia en Internet (mediante uno u otro proyecto), de la
publicación en medios tradicionales o de su eventual aparición en espacios
radiales y televisivos, ¿dirías que tiene suficiente peso la opinión de los escritores
cubanos? Fuera de los círculos intelectuales, ¿son apreciados los criterios que
emiten? ¿Llega con efectividad a los lectores la literatura que escriben nuestros
contemporáneos?
—Ha sido larga la entrevista. Me has pegado contra las cuerdas y yo, a gusto, he
aceptado el cuerpo a cuerpo. Estoy fatigado y siento que, sin proponérmelo, te he ido
respondiendo esas interrogantes. A la primera parte de tu pregunta mi respuesta
debería ser afirmativa. Pero camino en la ciudad y sobre mí y varios transeúntes
pende una gran interrogante.
“A la segunda, mi respuesta también debería ser afirmativa. Pero transcurren los
años y muchos cubanos jóvenes (y no tan jóvenes) apuestan por emigrar.
“Y en cuanto a la última: Me sorprende que a seis años de la publicación
de Esquirlas e Inventario, la gente me hable de esos libros, de los que ya no queda
rastro ni en los centros espirituales. Te hablo de gentes que no son ‘lectores
profesionales’. No digo centenares, pero he visto a personas en la guagua leyendo a
Michel Encinosa, a Raúl Flores, a Yoss, a Chavarría, las antologías que
hace Garrandés… Padura casi todo lo puede y no es una sorpresa. No sé si eso es
‘efectividad’ o que el público se ha convertido en una especie de lector ‘por cuenta
propia’, pero sucede y es una maravilla.”