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LA GÁRGOLA Gustavo Ferreira PROLOGO Los Angeles. Verano del 2001 Según dice una vieja canción popular, “It never rains in southern California...”. Sin embargo, los días que estuve en Los Ángeles no dejo de llover por un momento. También escuche algunas leyendas sobre oportunidades, camaradería y equidad... Mi historia comienza una mañana, en que junto con Cintia divisamos desde el autobús, un enorme jardín de estatuaria sobre Ventura Bulevar. Y si bien nuestra búsqueda de trabajo hacia largo tiempo que había dejado de apuntar a una labor artística, bajamos en el lugar profundamente atraídos por las piezas. Una vez dentro del parque, repleto de obras de diversos estilos, nos entrevistamos con el dueño en una acogedora cabaña de madera, quien después de estudiar cuidadosamente mi portafolio, llamó por el interno al escultor en jefe, quien confirmó inmediatamente mi capacidad para cubrir el puesto de restaurador y la de Cintia como asistente. Seguidamente, tras explicarme visiblemente afectado, la imposibilidad de pagarme un salario medianamente decente por mi condición de extranjero, se levantó en busca de una pieza que definió fundamental para su “colección” (como solía llamar al conjunto). Sentado en el escritorio, frente a enormes planos que ilustraban trabajos pasados y futuros de la empresa, espere su regreso con el sonido hipnótico de la lluvia de fondo hasta que la puerta se abrió detrás de mí. 1

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Una historia de la vida real, que presenta una iniciación en el área espiritual.

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Page 1: The Gargoyle New Edition

LA GÁRGOLA Gustavo Ferreira

PROLOGOLos Angeles. Verano del 2001

Según dice una vieja canción popular, “It never rains in southern California...”. Sin embargo, los días que estuve en Los Ángeles no dejo de llover por un momento.También escuche algunas leyendas sobre oportunidades, camaradería y equidad...

Mi historia comienza una mañana, en que junto con Cintia divisamos desde el autobús, un enorme jardín de estatuaria sobre Ventura Bulevar. Y si bien nuestra búsqueda de trabajo hacia largo tiempo que había dejado de apuntar a una labor artística, bajamos en el lugar profundamente atraídos por las piezas.

Una vez dentro del parque, repleto de obras de diversos estilos, nos entrevistamos con el dueño en una acogedora cabaña de madera, quien después de estudiar cuidadosamente mi portafolio, llamó por el interno al escultor en jefe, quien confirmó inmediatamente mi capacidad para cubrir el puesto de restaurador y la de Cintia como asistente.

Seguidamente, tras explicarme visiblemente afectado, la imposibilidad de pagarme un salario medianamente decente por mi condición de extranjero, se levantó en busca de una pieza que definió fundamental para su “colección” (como solía llamar al conjunto).

Sentado en el escritorio, frente a enormes planos que ilustraban trabajos pasados y futuros de la empresa, espere su regreso con el sonido hipnótico de la lluvia de fondo hasta que la puerta se abrió detrás de mí.

_ Bien, Gustavo. Puedes empezar con esta obra._ Dijo depositando ante mi una soberbia gárgola de piedra del tamaño de un gato.

En ese momento sucedió un hecho extraordinario, como no recuerdo haber vivido anteriormente; Toda mi vida pasada, o mejor dicho, todos mis recuerdos de vidas pasadas, vinieron a mí como por hechicería. Con la profunda certeza de haberme encontrado con aquella caprichosa criatura de piedra en una vida anterior…o en varias.

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CAPITULO INORTE DE EUROPASIGLO XIII

Desde que tengo memoria se está construyendo la catedral.

Como edificio religioso, la iniciativa estuvo a cargo de las altas jerarquías eclesiásticas, apoyadas en la financiación del proyecto por los señores de la nobleza, las cuales emprendieron las obras a partir de una antigua basílica, a su vez emplazada, sobre un templete dedicado a la divinidad celta de Cernunnos. En tanto que desde el punto de vista arquitectónico, el majestuoso santuario, estuvo en manos del magister operis, arquitecto principal, que si bien gozaba de un copioso prestigio por su destreza como constructor, era considerado por los clérigos como un modesto colaborador de Dios, arquitecto supremo del universo.

Por mi parte había realizado diferentes oficios dentro del numeroso grupo del magister operis ( arquitecto principal. ) desde el trabajo de picapedrero y carretero; transportando los pesados bloques desde las canteras por precarios caminos que a menudo, anegados por las recias lluvias de estación, hacían la labor agotadora, hasta el pulido y tallado de algunos capiteles y ornamentos secundarios, los cuales me eran encomendados por mis superiores, limitándome simplemente a devastar la piedra hasta alcanzar un ligero esbozo del conjunto, siguiendo siempre las indicaciones del maestro escultor, el cual me había revelado la oculta geometría que rige invariablemente las formas de la naturaleza, ya sean, vegetales, animales o humanas, para que él mismo, posteriormente, le diera imagen definitiva.

Así florecían desde nuestro esfuerzo sobrehumano infinidad de andamios, como intrincados esqueletos de madera, surgidos de la tenacidad y el talento de los maestros carpinteros, los cuales se elevaban bajo los arcos y las bóvedas para permitir a los albañiles la colocación de la argamasa, cuyo enorme peso estructural descendía verticalmente a través de los cuatro pilares, haciendo resbalar con mayor suavidad la pesada carga, como también en el futuro, el generoso caudal de agua de lluvia que desde la techumbre llegaría a las canaletas para su definitiva evacuación.

La complicada estructura arquitectónica, apuntalada en los muros por una serie de vigorosos contrafuertes, era de por sí una creación sobresaliente coronada por las torres majestuosas las cuales eran visibles desde toda la región, pero de ninguna manera estaba completada sin el adecuado complemento estatuario, a cargo de un taller presidido por el maestro escultor, el cual se encargaba personalmente de las obras principales, como ser el altar mayor y la portada central donde la abundante decoración se adelantaba hacia el espectador y saltaba por fuera de las arquivoltas como una andanada de formas pétreas, delegando en sus más destacados discípulos las obras de menor envergadura.

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A este acervo inapreciable del orbe cristiano se sumaban las magnificas vidrierías de los afilados ventanales ojivales, situados en los muros laterales, las capillas y el altar mayor, las cuales estaban destinadas a infundir en el interior de la basílica una intensa luz policroma que evocara en los fieles visiones de la Jerusalén celeste prometida a la cristiandad al final de los tiempos, y que junto al magnifico mobiliario, virtuosamente tallado por los maestros ebanistas, colmarían al espectador de embeleso y devoción.

Y si bien, como dije anteriormente, había deambulado por diferentes oficios a lo largo de la construcción del edificio, el más ingrato de picar y acarrear la piedra desde las canteras, me había dejado secuelas irreversibles, como ser un despiadado dolor de espalda que a menudo me dejaba la noche entera sin dormir, esperando temeroso y envuelto en transpiración las primeras luminarias del alba, sin saber si podría responder a las duras exigencias de la jornada porvenir. Entonces, para colmo de males, apenas poseído por un sueño elíptico y frágil, como el de los perros, mi cabeza febril solía concebir monstruosas imágenes a partir de los bultos de piedra aún inacabados que me eran presentados en el taller, convirtiéndose mis noches de pesadilla en un pozo inagotable de fantasías capaz de engendrar las más escalofriantes criaturas.

Paradójicamente, la tarea de asistir a los maestros escultores era a la vez ardua y maravillosa, por que exigía un esfuerzo de concentración constante, que por momentos, cuando las figuras empezaban a revelarse, como si siempre hubiesen estado ocultas dentro del seno de la piedra, llenaba mi espíritu de agitación, ansiando, aunque fuese una locura, el poder dedicarme exclusivamente a este privilegiado oficio de escultor y abandonar la horrorosa faena de las canteras.

Pero lo cierto era, que los codiciados puestos de artesanos calificados y aprendices escultores eran patrimonio de familia, transmitido celosamente de generación en generación, y si bien había criaturas entregadas al cuidado del taller para su posterior adiestramiento, estas eran elegidas solícitamente por su inclinación natural a la serenidad y la armonía, atributos indispensables de la belleza y diametralmente opuestos a las formas harto caprichosas que surgían de mis frenéticas manos cada vez que tenía la oportunidad de ensayar una obra en el taller, concibiendo, inevitablemente, la clase de abominables criaturas que asolaban mis noches de insomnio. Motivo por el cual era rechazado y devuelto al cruel martirio de las canteras completando un círculo vicioso del cuál me encontraba fatalmente prisionero.

Sin embargo, para el maestro escultor, mis grotescas criaturas no eran para nada indiferentes, habiendo ordenado a sus asistentes se me permitiera trabajar en pequeños deshechos de piedra, con el fin de mantenerme ágil en el ejercicio de la talla, y a menudo solía preguntarme si había realizado alguna nueva extravagancia (como solía llamar a mis criaturas) las cuales le despertaban un profundo interés. Aunque invariablemente, después de estudiarlas con curiosidad, me recordaba cauteloso que el clero y la nobleza financiaban la obra magna en la cual trabajábamos y que solo se veían atraídos por la belleza, de la cual serenidad y equilibrio eran atributos esenciales, y que si bien mis caprichosas criaturas revelaban destreza técnica y originalidad no podían formar parte de una obra que como reflejo del creador supremo ansiaba sobre todo la perfección. Y agregaba a mi oído en tono confidente, que me cuidase bien de mantenerlas lejos de la vista de los monjes, por que podían despertar ciertas suspicacias en su interpretación al encontrar en ellas oscuras resonancias de las sagradas escrituras que aluden a Satán, príncipe de las tinieblas y señor de los sacrílegos.

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Pergaminos que por mi escasa formación ignoraba, pero que podían ser utilizados por mentes maliciosas para desviar los favores en la concesión de las obras a un taller rival o la alternativa aún más cruel de ser denunciados por herejía.

Una tarde, que como de costumbre acarreaba bloques desde el yacimiento a la basílica, dejé caer ex profeso una roca mediana sobre un matorral junto al camino con la intención de pasar a recogerla a media noche y distraer mi espíritu en el tallado durante las penosas noches de insomnio lejos de las miradas del taller.

En horas de la madrugada, de regreso al paraje con una carretilla, cargue la piedra aprovechando la completa soledad de los senderos después del crepúsculo debido a la proliferación de salteadores, pasando completamente desapercibido salvo por el furtivo encuentro con Magdalena, el cual relatare más tarde.

Al llegar el alba, antes de marchar a las canteras, escondí cautelosamente el bloque entre los fardos apisonados de mi camastro, temeroso, no por el hecho de haberla robado a la pedrera, siendo que residuos como aquel abundan en la periferia del filón, sino por aquellos sombríos comentarios apenas susurrados por mi maestro.

Y así, durante las noches sucesivas fui encontrando un indescriptible alivio en el tallado de la piedra, entregado por completo al trance creador, por llamar de alguna manera al estado intermedio entre el sueño y la vigilia en el que solía trabajar, hasta alcanzar la definición acabada de la pieza en poco tiempo.

Primero los volúmenes generales, tal como había aprendido en el taller; Cabeza, tronco y extremidades. Después, la descripción detallada de cada una de las partes.El cráneo, que era sin duda la referencia más próxima al ser humano, salvo por la apenas insinuada cornamenta, Llamaba la atención por la boca desmesuradamente abierta en un gesto satírico. El torso alargado, que aludía al reino de los animales, dejaba en evidencia la potencia de la criatura. Mientras que las imponentes extremidades rematadas en garras, evocaban el territorio fantástico del cual había oído hablar a los marinos aventurados a mares remotos.

En aquel tiempo, se hablo mucho en la ciudad, y con gran excitación, de la inminente visita de una delegación formada por los caballeros del reino y las altas jerarquías del clero, para supervisar todos los aspectos referentes a la construcción de la catedral. Esto me favoreció inesperadamente, al ser trasladado desde el arduo camino de las canteras al taller de escultura con el fin de acelerar el tallado de los ornamentos al máximo posible, a la vez que me permitió estrechar mi relación con el maestro escultor el cual estaba dedicado de lleno al Cristo de la puerta principal. “Cristo emplazado en su mandorla...”, dijo como si ensayara un discurso grandilocuente. “... destinado al espacio limitado entre el dintel y las arquivoltas de la portada central. El juez supremo en su segunda llegada al final de los tiempos, con una expresión de infinita bondad incomparable a los terribles Mesías anteriores. Rodeado del tetramorfos, simbolizando a los cuatro evangelistas; Mateo, el ángel; Marcos, el león; Lucas, el toro y Juan, el águila.”

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Y distendido de la pomposidad con que ironizaba sobre sus futuros interlocutores agregó; “Tratar de explicar a Dios con lógica Aristotélica es un error tan grande como inútil. Porque el mundo espiritual está regido por leyes que desconocemos por completo, y prefiero al respecto la sugerencia de los Franciscanos de tomar a Dios sin tratar de comprenderlo... Pero nuestros patrones, desafortunadamente, no lo creen así.”

Después, me preguntó si había dado forma a una de mis criaturas recientemente (a lo cual no respondí, temeroso de que sospechase de mi actividad nocturna) recomendando que no omitiese hacerlo, puesto que en una reunión con el magister operis, arquitecto principal, este le había transmitido la imperiosa necesidad de ornamentar los desagües de la techumbre, destinados a arrojar el agua de lluvia lejos de los muros para evitar la corrupción de la argamasa. _”Y siendo inapropiado hacer escupir a un santo y mucho menos a la virgen, había pensado adaptar alguna de tus criaturas a tales fines, tal como se ha implementado en algunas de las catedrales vecinas”.

_ Bien. Le pregunté. ¿Pero no sería inconveniente que una forma próxima al horror estuviese expuesta a los ojos del clero y la aristocracia?

_ No. Me respondió._ Puesto que estarán a gran altura y apenas podrán distinguirse.

_ Entonces, si nadie lo nota, ¿por qué deberíamos hacerlo?

_Por que si lo hará la comitiva en el taller antes de emplazarlas, apreciando la severidad con que atendemos cada uno de los detalles de la obra. Y si bien la imagen del Mesías Domini, para el tímpano de la puerta principal, evocara en los fieles las más altas cumbres de la majestad. Tus terribles criaturas, querido Matías, recordarán las miserias humanas a las que nos empuja el tentador, realzando la divina majestad por oposición, tal como nos ilustra Santo Tomás a propósito de los griegos y la procreación de los opuestos. Argumentos por demás complejos, que ignoras por tu escasa formación, pero con los que espero sostener mi decisión e impresionar a la comitiva.

_ Aparte, y esto queda entre nosotros, no pienso desperdiciar destreza técnica y originalidad.

Dicho esto se retiró a continuar con su trabajo.

Aquella noche, lleno de gozo, puesto que siempre había soñado con ser parte de la catedral, llegué a mi choza y retiré la criatura de entre los fardos de mi camastro. Examiné su gesto burlón, y recordé las bromas de los obreros de la cantera ante mis pretensiones de ser escultor, de las cuales con el tiempo yo mismo había aprendido a reír con ellos. Y luego, otras tantas y más crueles burlas del destino.

Decidí bautizar Mouth-puller a mi criatura en razón de su extraño gesto de ensanchar la boca con las garras y comprendí que era mucho más ignorante de lo que mis señores suponían puesto que pese a sus esfuerzos por hacerme entender los atributos de la belleza; la criatura me resultaba extraordinariamente hermosa.

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CAPITULO IIBERLIN. Siglo XX (entreguerras)

Comencé a trabajar en el cabaret después de la gran guerra y si bien en los primeros tiempos, como era de esperar, no tuvimos gran cantidad de público, al llegar la primavera de aquel año las heridas del conflicto comenzaron a cicatrizar y el local estuvo abarrotado cada noche sin excepción. Las causas del enorme suceso de “La gárgola” (así se llamaba el cabaret) no solo estaban dadas por el hecho de que el tiempo, verdaderamente milagroso, había dejado atrás en el ánimo de la gente los terribles traumatismos, sino, por sobretodo, por la extraordinaria programación del espectáculo, a cargo de la genial Mistress Erika; Actriz, directora y coreógrafa, quien había creado en Berlín un escenario sin precedentes hasta entonces.

Un universo donde las íntimas fantasías eróticas (aquellas que todos hemos concebido alguna vez en secreto) tenían lugar todas las noches, alternando clásicos, vanguardia y el folklore medieval. Convirtiendo nuestro pequeño escenario en un espacio sorprendente, donde él limite entre lo real y lo fantástico era empujado cada noche hasta alcanzar una completa liberación del inconsciente, tal como lo proponían las corrientes artísticas más audaces de entonces.

En aquellos años, apenas pasaba los veinte, conservando aún las delicadas formas de la pubertad; Un cuerpo esbelto, donde el pronunciado arco de la columna ascendía por la espalda hasta alcanzar la nuca desde donde caían a pique mis cabellos, oscuros y lacios enmarcándome el rostro de cutis pálido y pómulos altivos. Donde la nariz recta contrastaba con la boca carnosa e inmoderadamente roja delatando la excesiva sensualidad que vivía en mi interior, y que si bien en el pasado me había llevado a buscar la compañía de los jóvenes de mi aldea natal, al llegar la adolescencia se había dirigido, y en esto debo ser concluyente, exclusivamente a las mujeres, asumiendo sin reservas desde entonces mi condición de lesbiana, a la cual no había llegado a través de complicadas disquisiciones ni culpas, sino con el orgulloso entusiasmo de quien valora lo diferente.

Tampoco el modelo paterno me había ayudado a formar una atractiva imagen del sexo opuesto. Venía de un poblado tosco y atrasado perdido en medio de las montañas, donde lo masculino era inevitable sinónimo de violencia y rigidez. Herederos y víctimas de una tradición nefasta donde las virtudes culturalmente asociabas con lo viril se habían corrompido progresivamente, degenerando, la fuerza en la brutalidad, la camaradería en la complicidad y la convicción en fanatismo. Esta sombría herencia enraizada en la ignorancia medieval (no la de las gentes, sino de las instituciones) no solo había convertido mi hogar en el minúsculo feudo donde mi padre ejercía impunemente su autoritarismo, sino también, nos había arrastrado a todos a la horrorosa carnicería de la guerra. Y en honor a la verdad, en referencia a mi apetito carnal, debo agregar que el amor heterosexual me resultaba por sobre todo aburrido y no lograba excitarme, ni identificarme con otras pasiones que no sean las nacidas del seno de lo prohibido y extravagante, enfocando mi deseo en las mujeres de impetuosa personalidad y vocación artística,

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porque la fantasía y el aspecto lúdico del sexo jugaban un papel fundamental en mi forma de concebir el deseo.

Y si bien comencé en “La gárgola” como camarera. Mi aspecto y sensibilidad, me hicieron destacar desde un principio, mereciendo cada vez mayores responsabilidades en la vida del salón. Yendo desde la atención al cliente hasta la supervisión de todas las necesidades de los artistas que intervenían en el espectáculo dirigido inefablemente por mi querida Mistress Erika, lo cual nos permitió intimar desde un principio. Y si bien, al comienzo me había cautivado su porte majestuoso (aún hoy puedo recordarla como si la estuviese viendo por primera vez en su maravillosa creación del ángel del Apocalipsis) con el tiempo fue su enorme compromiso y originalidad lo que me conquisto definitivamente. Reconociendo en sus creaciones un espíritu independiente, al margen de las restricciones y la masificación propias de la época, que tan caro nos habían costado y nos costarían.

La minuciosidad con que estudiaba los aspectos formales para ponerlos al servicio del argumento, que pese a ser representado en el ámbito del cabaret carecía de la más mínima frivolidad, lograba que muchos temas hasta entonces tabúes, condenados a la marginalidad, encontraran por primera vez un espacio en escena, y por ende en la vida misma. Ese insobornable compromiso con la vocación, junto a su espíritu romántico, en la más amplia dimensión del término, fue lo que con el tiempo cautivo mi corazón.

El primer espectáculo de éxito, fue una variante del Totentanz (la danza de la muerte). Una antiquísima leyenda surgida de los miedos y angustias a los que las pestes, guerras y hambrunas habían sometido a la población medieval, llegándola a diezmar hasta en un tercio. Y que, aunque parezca inverosímil, esta catástrofe se adaptaba perfectamente a nuestros días de posguerra, no solo en el aspecto lúgubre del número, sino también en la presencia subrepticia del ángel exterminador rondando entre nosotros.

El acto comenzaba con un trío de cuerdas tocando en el lateral izquierdo del proscenio, cuyos músicos, vestidos con elegantes túnicas de terciopelo rojo ocultaban misteriosamente el rostro; mientras en el escenario, una frágil doncella peinaba su cabellera rítmicamente bajo la luz de la luna.

En aquel momento, desde el fondo del salón, una amenazante parca, ataviada con un sayo harapiento, hacia su presentación esgrimiendo una formidable guadaña, provocando escalofríos en los espectadores, que no solo conservaban frescos los horrores de la guerra, sino además, la memoria colectiva de las fábulas medievales narradas por sus abuelos.

Después de atravesar la sala, sembrando escalofríos entre las mesas, la siniestra figura alcanzaba el escenario, donde la muchacha paralizada por el pánico, exhibía candorosamente sus encantos a través del camisón de seda. Repentinamente, el pavoroso hado, interpretado, como habrán adivinado, por mi querida Mistress Erika, dejaba caer a sus pies el rústico sayal descubriendo su fabulosa figura, y dejando al público extasiado ante la atracción erótica de la muerte, mientras en escena, la doncella, que si bien en un principio se resistía sin mucha convicción, era finalmente poseída apasionadamente profiriendo gemidos donde el horror y el placer se confundían.

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Remataba el número, el paroxismo de los músicos que al dejar caer las capuchas descubrían sus rostros cuidadosamente caracterizados de calaveras.

Eros y Thanatos se daban cita todas las noches en el escenario, arrancando ovaciones y por que no decirlo, ocultos escalofríos entre nuestra distinguida clientela.

Acto seguido, antes que el auditorio pudiese recuperarse, un extraordinario comediante de origen judío, que alternaba monólogos con canciones, irrumpía en escena.

-“Se les aflojaron las tripas. No se asusten, la Parca prefiere carne tierna”.

Arremetía el talentoso Humorista (y este término debe ser considerado con mayúsculas) apareciendo desde el centro mismo de la sala. Arrancando una carcajada general que lograba distender la tensión del número anterior.

Seguidamente, con sobre actuado esfuerzo subía al escenario agregando irónicamente; “Si sobrevives a las trincheras te matan en las fábricas.” Y ni bien aplacaban las risas continuaba “_ Acabo de poner una foto del Kaiser en mi cigarrera._ ¿Admiras al Kaiser? Pregunto mi esposa. _ No. Estoy tratando de dejar de fumar”. Y otra carcajada invadía en el salón.

Después continuaba detallando los abusos de que era víctima el proletariado (como le gustaba llamar a la clase obrera) por parte del estado, alternando su monologo con hermosas melodías que hablaban de las realidades que todos conocíamos pero nadie se animaba a denunciar; El mercado negro; Señoras snobs de dudoso origen; Funcionarios corruptos con insólitos vicios cuidadosamente ocultos y un interminable etc.

El talentoso comediante era a la vez un brillante cantor, enraizado con la tradición de los trovadores, quienes contaban historias sobre acordes melódicos, y verlo en escena era un privilegio y una lección extraordinaria. Se decía que el mismísimo Kurt Weill, figura prometedora de la música de entonces, había escrito especialmente para él, y el público, lógicamente, lo adoraba por su franqueza y valentía al decir a viva voz aquello que apenas podía rumorearse en las esquinas y el mercado.

A su manera, este moderno Aristófanes, estaba tan comprometido con su arte como mi querida Mistress Erika, y concebía el humorismo como un género mayor, capaz de abarcar los temas más complejos. Su seudónimo artístico era “Mouth-puller “, en referencia al gesto irreverente que adoptaba la gárgola de piedra en el frente de nuestro local y el cuál solía imitar de tanto en tanto, introduciendo sus dedos a ambos lados de la boca para sacar la lengua grotescamente.

Al viejo Mouth-puller le gustaba salir a la puerta del cabaret entre función y función, para atraer la atención de los transeúntes, voceando la programación del espectáculo como si fueran mercancías, y anticipando, de alguna manera, su monólogo nocturno, lo cual solía originar considerables corrillos. A menudo llevaba guantes con los dedos cortados que le permitían repartir volantes pese al frío, echando vapor por la boca y la nariz en las subyugantes noches del Berlín de aquel entonces; A veces, solía arrimarse al hornillo de Celeste, la castañera de la esquina

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(que seguramente lo doblaba en kilos y en edad) para pellizcarle el trasero y arrancarle aún calientes las noticias del día que inmediatamente después, como eximio improvisador, incluía en su monologo. En tantas noches compartidas jamás lo escuche repetirse y si bien había una estructura general que regía su parlamento siempre era interpretada con infinitas variaciones, de la misma forma espontánea en que fraseaba sus canciones. Este magnífico histrión, como muchos de aquellos artistas, pagó caro su genio, deportado poco después en un campo de concentración donde fue asesinado.

¡Ah ¡ viejo Mouth-puller, debería haber un paraíso tan solo por ti!

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CAPITULO IIIEUROPA DEL NORTE. SIGLO XIII

Los días que presidieron la llegada de la delegación, destinada a supervisar la construcción de la catedral, se esfumaron con la velocidad implacable de la última arena de la clepsidra.

Por mi parte, durante el día me dedicaba al arduo trabajo del taller y por las noches, a terminar a Mouth-puller, recientemente bautizado por el curioso gesto burlón de ensancharse la boca con las manos. Y si bien tenía la intención de acabar la pieza lo antes posible, muchas nuevas ideas habían empezado a fermentar en mí espíritu a partir de la conversación con mi maestro, empezando a considerar la posibilidad de una segunda pieza. Desde luego para esto iba a necesitar un bloque adicional, y la única forma de conseguirlo era reintegrándome al penoso trabajo de carretero aunque sea por un tiempo.

Se me ocurrió la idea de sugerir a mi mentor, el marchar a las canteras personalmente para seleccionar las piedras más blandas con el fin de acelerar las obras, y si bien este, no creyó completamente en mi motivación, acepto hacerlo con el velado guiño de un camarada. Por lo tanto, esa misma tarde marche al yacimiento cuidándome bien de olvidar a mi regreso, una piedra entre los matorrales para mi próxima criatura, regresando por ella a altas horas de la madrugada.

La visión era escasa a causa de la luna menguante, y mis nervios, después de interminables jornadas de trabajo estaban alterados, haciendo que mi sensibilidad, de por sí extrema, se sobresaltara ante el menor ruido.

Caminando a oscuras, no me preocupaban demasiado los salteadores, que por entonces abundaban en los senderos, ni la culpa por haber infringido las leyes de la iglesia al apoderarme de una piedra, sino las lóbregas insinuaciones sobre Lucifer que había escuchado de boca de los frailes, las cuales se mezclaban en mi espíritu con antiguas leyendas populares.

¿Qué espantosas expiaciones esperaban a los condenados en el Abismo; Y que sádica inflexibilidad hacía que las bestias infernales perseverasen eternamente en sus tormentos? ¿Como los santos, en su infinita misericordia, no intercedían por las almas perdidas para la absolución?

Sumido en estas reflexiones escuché un creciente rumor a través del viento y un ligero temblor bajo mis sandalias.

¿Habría convocado los ejércitos del mal con mis recientes engaños? me pregunte a medida que la tenebrosa cadencia aumentaba progresivamente como el redoble de un tambor funesto llamando a reunión.

Paralizado por el terror en medio del camino, reconocí el bufido de las huestes de Satán, acompañado del característico embate de espadas y armaduras, cuando una fulminante visión de las oscuras legiones del abismo se apoderó de mí.

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En ese preciso instante los ágiles brazos de una muchacha, que apareció de entre las sombras, me arrojaron a un lado de la senda, evitando así, el ser atropellado por la columna. Y cuando traté de incorporarme, sin poder articular palabra alguna, Magdalena me tapo la boca y con gesto resuelto y me obligo a callar. “Son los señores de la comitiva”, pude leer en sus ojos, “y el fragor de sus armaduras presagia destrucción”.

Magdalena era una joven extremadamente hermosa y a juzgar por su arriesgado gesto, también la dueña de un corazón valiente. Recordaba haberla cruzado accidentalmente la primera noche que fui a retirar la piedra de los matorrales, y otras tantas indeterminadas, en los alrededores de la aldea.

La razón por la que se encontrara en aquel páramo apartado a tan altas horas de la noche era que llevaba zurcida en sus ropas la cruz amarilla de la inquisición, la cual invitaba a la gente a insultarla y humillarla públicamente por sus culpas. Esto la obligaba a salir después del ángelus y tomar las sendas retiradas para evitar ser víctima del escarnio por el vulgo, el cual, no conocía límite alguno en su crueldad. Su trágica historia, según me contó, bajo aquel cielo sin luna ni estrellas, era la siguiente.

“Cuando apenas contaba con catorce o quince años._ Comenzó la joven con voz segura. _Y siendo todavía doncella el párroco vino a ver a mi madre a nuestra cabaña y después de una breve conversación me llevó al pajar donde me desfloró con su consentimiento. Más adelante, después que el sacerdote me conociera carnalmente durante mucho tiempo, me ordenó contraer matrimonio con un hombre de su confianza, el cual consintió que el clérigo me siguiese conociendo carnalmente en el granero mientras él no estaba en casa. No consideraba mala esta actitud, por estar avalada por el cura, mi madre y mi propio esposo y por que no considero malo ni perjudicial algo cuando no nos desagrada, y el párroco, al intimar conmigo, nunca me violentó. El problema estalló cuando el sacerdote fue descubierto por sus superiores y tuve que comparecer ante el sagrado tribunal, mientras que él fue trasladado oportunamente a una ciudad distante.”

Seguía atentamente el relato, sublevado por la infame injusticia de la que había sido víctima la joven, pero ella parecía haber superado el dolor y adaptarse mansamente a la vida de marginalidad a la que había sido condenada.

“_Durante el proceso. _ Continuó la joven._ Me preguntaron los jueces si habría aceptado intimar con el párroco, aun sabiendo que era primo hermano de mi madre, a lo que contesté que no veía nada malo siendo que lo hacía con su total consentimiento y un progenitor, según todos sabemos, no permite sino lo mejor para su hija.

A continuación me preguntaron si creía en el infierno, a lo cual contesté que creía en el paraíso, por que era bueno y como dije anteriormente, un progenitor no permite sino lo mejor para sus hijos.

Finalmente fui condenada a prisión perpetua, pero unos años después me vi beneficiada por un indulto recuperando mi libertad aunque obligada a llevar de por vida la estrella amarilla de la inquisición zurcida en mis prendas.”

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Quedé profundamente conmovido por el relato de esta dulce y valerosa muchacha, arrojada de por vida al ostracismo, e inmediatamente me sentí identificado con su destino de incomprensión, siendo que mis extrañas criaturas de piedra también eran el fruto sincero de mi naturaleza, y sin embargo solo despertaban el rechazo.

Sin dormir marché a la ciudad donde el arribo de la comitiva se hacía evidente. Los soldados habían tabicado las estrechas callejuelas a la basílica a la vez que guardias armados recorrían las calles adyacentes. Por mi parte, como la gran mayoría de los súbditos, solo pude ver el cortejo desde lejos y a mi maestro tan solo al declinar el día.

_ Maestro._ Le dije cuando paso junto a mí sin advertirlo pasado el mediodía.

_ Matías. ¿Donde has estado?

_ Llegué con el alba. Pero la delegación, que seguramente me precedía, cerró las calles haciéndome imposible entrar a los talleres.

_ Se presentaron antes de las primeras luces, como si quisiesen tomarnos por sorpresa.

_¿Buscaban alguna irregularidad?

_Seguramente. Un inquisidor venía con ellos y es probable que se establezca en la ciudad. Se rumorea que marcharan hacia el norte, para consolidar alianzas que le permitan rechazar a la herejía que acomete desde la península.

_ ¿A que se refieren exactamente cuando hablan de herejía?_ Pregunte.

_ A toda fuerza que amenace su poderío. Desde un ejército, lo que es poco probable en esta región, hasta cualquier opinión ajena a su ideología. Según afirmaron esta mañana en los talleres, toda figura ajena a la iconografía bíblica resulta blasfema lo cual prohíbe cualquier intento diverso de representación._ Y tras tomar aire continuó;

_“El todo reside en cada una de las partes”. Aún en aquellas más extravagantes y caprichosas como tus criaturas y así debe ser representado.

_ Maestro, semejante afirmación puede costarle la vida. ¿Creé que será oportuno presentar las criaturas ahora?

_ No lo sé. Por un lado es peligroso, por que escapan al juicio de su ignorancia, pero asimismo sería apropiado intentar abrir un camino, o al menos la más pequeña de las brechas, para la libertad de expresión.

Las palabras de mi maestro (y esta fue la primera vez en que lo consideré no solo el regente del taller, sino como mi maestro personal) me conmovieron enormemente aclarando algo que había vislumbrado en las solitarias madrugadas de tallado; El advenimiento de una época ¿Quien sabe dentro de cuantos siglos? en que los hombres vivan, trabajen y se expresen en completa libertad.

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Al despuntar el alba, presurosa como había llegado, la comisión partió rumbo al septentrión, dejando estrictas disposiciones para alistar a cuanto guerrero hubiese vacante, a la vez que establecieron la primera cede del Santo Tribunal en la ciudad.

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CAPITULO IVBERLIN. SIGLO XX (entreguerras).

Con el tiempo, fui estrechando decididamente mi relación con mi querida Mistress Erika, asistiéndola en cada uno de los detalles que componían el show, como ser el vestuario y la escenografía. Y descubriendo, paso a paso en el teatro, un espacio de completa libertad, donde las restricciones de la realidad no podían ejercer su tiranía.

A menudo, durante los ensayos faltaba algún elemento para la perfecta composición de un cuadro, y para que mi querida Mistress Erika no tuviera que interrumpir la prueba, yo misma me encargada de ir a buscarlo a su habitación situada en el mismo ático del edificio. Iniciándome así en su extravagante colección.

En un intento por describir lo inconcebible, comenzare por lo primero que cautivaba la vista del espectador al entrar en la habitación de mi señora - eternamente envuelta en una sensual mixtura de aromas- y era sin duda el refinado mobiliario y los exuberantes objetos escenográficos, los cuales solían ser utilizados como parte de los diversos decorados.

Presididos todos por la fabulosa cama, cuyos cuatro pilares de ébano tallado sostenían el cobertizo, desde donde colgaban gruesos terciopelos oscuros, conformando un auténtico escenario íntimo. Hasta la fabulosa mesa central, cuyo único pie compuesto por un trío de esclavos de piedra, contrastaba con los austeros sillones monásticos que asistían a los posibles lectores de la biblioteca, atiborrada de códices medievales y modernas publicaciones, donde se alternaban grabados, dibujos y óleos, entre los cuales se destacaban versiones del Totentanz de Hans Holbein y un soberbio retrato de Zafo, la cual aparecía taciturna y solitaria en un acantilado aislado.

En cuanto a los principales objetos escenográficos, predominaba - semioculto tras un exótico biombo oriental donde Geishas de nácar coqueteaban sugestivamente con moluscos marinos - un tétrico camastro de madera surcado por correas de cuero en cuya cabecera se emplazaba un tremendo rodillo dentado, que reconocí de inmediato como el siniestro cepo de la inquisición, a cuyos pies se encontraban antiguos instrumentos de cuerda. Colmaban la recamara, pequeñas estatuas de bronce; Efebos ambiguos; Tótem primitivos; Cariátides; Efigies paganas e infinidad de amuletos por doquiera se posara la vista, reinando sobretodos, un fabuloso cráneo de macho cabrío de profusa cornamenta, el cual se divisaba sobre los cortinados de la ventana, y en cuya base podía leerse; “Cernunnos, divinidad celta”, y cuya única presencia, a la vez mortal y fascinante, bastaba para humedecer mis muslos con su sola presencia.

El conjunto fantástico, coronado por gárgolas en las alturas de la biblioteca, parecía surgido de un delirio de opio y era capaz de tentar al más atrevido de los museos bizarros con su combinación.

El catálogo de la ropa interior, era un capitulo aparte. Comenzando por las botas, por lo general de cuero rojo y negro - aunque también las había de serpiente en las cuales dominaban complejos diagramas de escamas -. Algunas lucían un interminable acordonado muy por encima de la rodilla, capaz de desquiciar al más apasionado de los

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amantes, y afilados tacos altos. Todas, en combinación con los diversos corsés de cuero, cuyos sólidos armazones exigían al límite el estreñimiento del talle y levantaban el busto, que en el caso de mi querida Mistress Erika era, abundante, pálido y macizo.

Rebosando los cajones de diminutas bragas, que siendo apenas un ceñidor, se internaban desvergonzadamente entre los meticulosamente depilados genitales de la Mistress hasta desaparecer por completo. Y junto a ellas, elegantes fajas, trusas, corpiños en punta, medias, ligueros y diversos accesorios abarrotaban los cofrecillos. Completando el extraordinario vestuario intimo un conjunto de pelucas, de las más variadas épocas y estilos y su fabuloso tocador.

Hechizada por los ecos inmemoriales que traía aquella tarde de lluvia me detuve bajo la imponente cornamenta sobre la ventana a imaginar la tierra primigenia, en la cual, el macho cabrio, acuciado por el celo, acechaba la campiña en busca de apareamiento. Cuando la Mistress, ingreso discretamente al gabinete.

_ Cernunnos. El predilecto de mi colección._ Me dijo tomándome por detrás._ Y algún día, también será el tuyo.

_ Es colosal._ Asegure perturbada por su proximidad.

_ Representa el alma primigenia. Aquellos instintos y libertades que las modernas religiones intentan sofocar en vano.

Me disculpé por mi retraso, pero me indicó que no me preocupara, que entendía la atracción que su colección ejercía sobre una joven sensible y entonces, empujada por un súbito impulso, le pregunté si podía ser parte del elenco como actriz.

La doncella del Totentanz .-Me dijo. -se descuidó en sus relaciones con uno de sus admiradores, un joven teniente, por lo que invariablemente deberá dejar el número en unas semanas. ¿Podrías comenzar por remplazarla?

Desde luego._ Respondí excitada, no solo por el hecho de ingresar al elenco cuanto antes, sino también, por estar entre los brazos de mi querida Mistress Erika cada noche._ Será maravilloso entrar al mundo del teatro y todo lo que significa. _ Agregué.

_” ¿Todo lo que significa?”. Repitió con aire indescifrable. _ Es que de ahora en más tendrás un compromiso con la verdad. No la de los otros, la tuya propia, y un espacio de completa libertad donde expresarla. Por lo cuál, querida Karen, más que felicitarte debería compadecerte.

Pase por alto su comentario (por que por entonces no alcance a entenderlo en su debida dimensión) y con la mirada en sus ojos claros le pedí que me besara. Que no demorara más este encuentro que parecía remontarse a épocas inmemorables.

A lo cual, mi querida mistress Erika respondió apasionadamente.

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CAPITULO VEUROPA DEL NORTESIGLO XIII

Por mi parte, empecé a frecuentar a Magdalena, ideando un simple pero ingenioso código para concertar los encuentros. El sistema había surgido accidentalmente - y fue el que hizo que la joven anticipara mi visita a los matorrales la noche de la comitiva - y simplemente consistía en dejar alguna figurilla, no mayor que una manzana, en el lugar indicando mi regreso al atardecer.

A medida que intimamos, fui descubriendo de su mano sentimientos de una inusitada intensidad, los cuales me evocaron los versos encendidos de los trovadores que llegaban a la región a principios de la primavera, cuando las flexibles espigas de los sembrados, peinadas por el soplo de abril, alcanzan su dorada plenitud y los campesinos absueltos de los rigores del invierno se preparan para las ferias.

Versos que celebraban; la floración y el ansia de apareamiento de cada ser viviente, y fundamentalmente el amor; aquello que nos redime sobre las eternas desdichas de la condición humana y nos enlaza con la eternidad. Y Magdalena, como nadie antes, me había revelado sus misterios al comprender mi sentir mejor que nadie. Por que si bien el maestro escultor podía ver a través de mí como en el lecho del arroyo en tiempos de deshielo, ella me interpretaba de forma infalible por haber padecido las mismas vergüenzas; Mi silencioso dolor era el suyo; mi cansancio de igual modo; y cuando le hable de los más profundos anhelos marchitos en el seno de mi corazón, ella me los devolvió con la nitidez de un cristal en sus dulces ojos negros.

También descubrí a una mujer de juicio agudo y enorme sensibilidad, la cual solía meditar sobre temas complejos en forma sencilla, con la sabiduría propia de la experiencia práctica y la sólida formación que un médico franciscano le había trasmitido para compensarla de tantas injusticias.

El fraile, había educado a la muchacha en el arte de la lectura ( hecho por demás extraordinario para una joven humilde con antecedentes penitenciarios ) con la intención de iniciarla como auxiliar en el dispensario del convento, surgiendo entre ellos una desinteresada amistad y una colaboración eficiente, La cual se vio abruptamente interrumpida cuando el monje fue denunciado al tribunal, por implementar tratamientos y preparados desconocidos en la cristiandad con tal éxito, que colegas celosos de su pericia no dudaron en catalogar como brujerías.

Agregado a esto, el hecho de pertenecer a la hermandad de los espirituales, junto a la cantidad de pergaminos en lenguas extranjeras e instrumental médico desconocido encontrado en el dispensario, hicieron que la arbitraria balanza del tribunal se inclinara rápidamente en su contra, encarcelando al fraile a la espera de una sentencia.

Magdalena me confió que el franciscano a menudo le había pedido que recogiera cráneos y huesos humanos entre las cenizas de los actos de fe de ciudades vecinas, con la intención de ahondar en el estudio de la anatomía, indispensable para avanzar en áreas como la cirugía, a la vez que le había confiado tratados prohibidos, ajenos al orbe cristiano, temeroso de una requisa en el hospital.

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La muchacha, disfrutaba desde entonces de un inapreciable tesoro, pasando a menudo la noche entera sumergida en la lectura de los fabulosos manuscritos o simplemente observando sus hermosas ilustraciones a la luz de una lámpara de aceite.

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CAPITULO VIBERLIN. SIGLO XX (Entreguerras)

Mi querida Mistress Erika gustaba disfrutar de la mañana en su espléndido dormitorio, abriendo las ventanas de par en par, para dejar que aquella primavera inolvidable, penetrara en la alcoba e invadiera nuestros corazones embriagados por el amor de la noche anterior.

También apreciaba el café caliente y las tostadas en aquellos interminables desayunos entre la mesa y el lecho. Y si bien en escena se distinguía por una pasión radical, paradójicamente, en el hogar poseía una extrema delicadeza.

Mi querida mistress Erika amaba la poesía, como era de esperar en un alma sensible como aquella, pero su lírica en oposición al resto de su obra, expresaba una simpleza y fragilidad ilimitada, donde las ceremonias cotidianas ocupaban un lugar preponderante.

Por lo general no le gustaba mostrar sus versos, por que creía que contradecían su figura como artista de los extremos, pero a menudo, cuando salía al mercado por la mañana, me dejaba algunas líneas intimas garabateadas junto al café que conservé hasta el fin;

Buenos días, mi amor.

El café caliente sobre la mesa, y en la superficie de la taza, la diminuta isla de azúcar, duda un instante y se precipita hacia el fondo inexorablemente.

No abras el diario, corazón, la realidad nunca es lo suficientemente amable para tus manos.

Deja que recoja los besos de anoche, que aún duermen tibios entre las sábanas, para que adornen, como ramilletes, nuestra mesa de desayuno.

La primavera se marcha de Berlín.

Pronto otro invierno cubrirá las calles de hojas secas,

y nosotras, tontas y apuradas, buscando ropa de abrigo en los cajones para el frío inevitable...

Siempre tuya Erika

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Me quede congelada en el medio de la habitación, temblando con la nota entre las manos. Con la tenebrosa certeza, que aquellos versos presagiaban desgracias.

_ ¡Dios mío! Pensé. Que nada malo suceda. Que nuestro Amor no se interrumpa!

Y recordé al instante una apartada capilla de la catedral, donde solía acercarme a rezar apenas llegada a la capital, presidida por un imponente cristo de madera cuyos miembros contusos y contraídos denunciaban la incorregible crueldad del ser humano. Pensé que aquel mártir desdichado entendería mis angustias mejor que nadie, por que solo quien se entrega mansamente a su tormento conoce el misterio del Amor.

La puerta se abrió entonces, y mi querida Mistress Erika apareció recortada en el marco con las bolsas del mercado.

Me precipité sobre ella y la cubrí de besos.

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CAPITULO VIIEUROPA DEL NORTESIGLO XIII

Súbitamente, los acontecimientos parecieron tomar un rumbo nefasto. El médico Franciscano, mentor de Magdalena, fue condenado, después de un largo y arbitrario juicio en su contra, en el cual, se sucedieron infinidad de testigos aterrados que con tal de no quedar bajo sospecha dejaron que el inquisidor pusiera en sus labios cuantas mentiras quisiera. Y varias requisas al dispensario, donde se encontraron, como dije anteriormente, bibliografía en lenguas extranjeras y curioso instrumental médico, lo cual, lo incrimino definitivamente. Pero lo que realmente determino su sentencia, fue el hecho, de que el fraile rehusó terminantemente arrepentirse en público de sus prácticas. Argumentando, heroicamente, que la medicina debía universalizarse por encima de los credos y las fronteras en que se desarrollasen sus avances.

Esto, enfureció al tribunal de tal manera, que ordenó su inmediata ejecución en la hoguera por “obstinación herética”.

Durante el proceso, el inquisidor, convencido de una conspiración fabulosa por parte de la herejía, interrogo encarnizadamente a un sin fin de testigos, obligándolos mediante, torturas, amenazas y ardides a proporcionarle una serie de nombres e información que avalaran sus recelos. Naturalmente el nombre de Magdalena, fue puesto en la palestra, como estrecha colaboradora del monje y secuaz pertinaz de la herejía, disponiendo su inmediato arresto e interrogatorio. Hecho que fue consumado, para colmo de males, una noche en que la joven se dirigía a mi encuentro en la encrucijada, hallándose entre sus ropas una de mis figurillas con las cuales solíamos marcar nuestros encuentros, y que no dudaron en atribuir a cultos paganos milenarios.

Condenado el monje, y arrestada Magdalena, decidí ir a ver a mi mentor, el maestro escultor, a pedirle que interceda por mi amada.

_ Matías, sé a que has venido. No te demores en la puerta._ Tus criaturas han sido requisadas en manos de una joven acusada de “herética pertinaz”, lo cual nos comprometerá a todos seriamente tarde o temprano._ Agrego una vez dentro.

_ Lo sé maestro. Son solo calumnias.

_ Ni falta hace que lo digas. Pero eso no implica que en corto tiempo no dictaminen su condena, tu arresto y la requisa a los talleres. Después de haber sugerido tus piezas para los desagües de la catedral, al arquitecto principal, y a la mismísima clerecía, estamos perdidos.

_ ¿Que podemos hacer?- Le pregunte.

_ En principio, salir de la marmita de Satán lo antes posible. Escucha atentamente, y no repliques, hasta que termine.

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Almas fraternales han establecido una ruta secreta hasta la costa para proteger a las constantes víctimas de la inquisición que día a día aumentan alevosamente, por la cuál, podemos marchar hasta la rivera, pernoctar en una cabaña amiga y abordar una embarcación que nos conduzca a tierras seguras.

_ Y abandonar a Magdalena. ¡Jamás! _ Replique.

_ Te explicare mi plan y cuídate bien de no abrir la boca, aún ante las tenazas del torturador; Iré espontáneamente a declarar ante el tribunal mañana mismo, con la intención de anticiparme y defender tus obras con aquellos argumentos que indique a la clerecía en el pasado, rogando que mi presentación espontánea disipe sus sospechas sobre todos. Pero si al declinar la jornada, la situación se agrava, acudiré a la ruta de la cual te hable, para abandonar la ciudad por largo tiempo. Conciente que los fanáticos no aceptan razones, como bien nos muestran los juicios de Sócrates y el mismísimo Jesús.

_ Gracias mi señor. No importa mi suerte. Pero su defensa pondrá a salvo a Magdalena, por lo cuál le estaré eternamente agradecido.

Esa misma noche, transido por la violencia de las emociones, comencé una nueva pieza. Una enorme cabeza cornada dispuesta para embestir la iniquidad, evocando la antigua imagen vista en los capiteles de las criptas durante el apuntalamiento de la construcción, perteneciente a Cernunnos. El antiguo Dios pagano, de quien no se conocían tenazas ni cepos.

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CAPITULO VIII BERLIN. SIGLO XX ( entreguerras)

Una vez más se hizo la noche sobre Berlín. La noche de los ideales y la esperanza. La noche de la justicia y el sueño de la razón, aquella que como bien sabemos, solo engendra pesadillas. Y desde luego con ella, una pérdida completa para el progreso y el mundo de la imaginación.

Como creo haber dicho anteriormente, algunos de nuestros asiduos concurrentes, eran artistas que habían encontrado en el cabaret un lugar donde reunirse a debatir sus ideas libremente, y si bien, por sus escasos recursos, como es frecuenten en los bohemios, no aportaban grandes ingresos al local, sobresalían por su vivacidad he irradiaban prestigio intelectual para nuestro cabaret.

La mayoría integraba un movimiento de vanguardia conocido como “Expresionismo”, al cual adhería mi querida Mistress Erika, y que planteaba restituir al hombre a su verdadera dimensión espiritual utilizando como medio las emociones extremas. Estos creadores apasionados, habían tenido que someterse, por voluntad propia, a una profunda disciplina ética y formal, para poder sobrevivir al ser violento y estático que llevaban dentro, y por esa razón podían percibir mejor que nadie la brutalidad latente en aquel momento histórico.Provenían, como mi querida Mistress Erika, del teatro, la literatura, la plástica y la música. Y por sus impetuosos contrastes, manifiestos en un profundo nihilismo seguido por raptos de euforia y esperanza, traducían mejor que nadie la esencia de nuestro arte el cual desde los lejanos días del medioevo había indagado en los rincones más inquietantes de la condición humana.

A menudo conversaba con ellos, al igual que mi señora, acerca de sus objetivos, y en más de una ocasión los había escuchado quejarse de la creciente y solapada persecución de la cuál venían siendo víctimas acusados de agentes bolcheviques y antipatriotas por los grupos de extrema derecha,.

Algunos habían sido despedidos de sus cátedras arbitrariamente, o sufrido requisas en sus talleres, lo cual los había obligado a trabajar a escondidas. Sus nombres engrosaban desde entonces interminables listas negras y sus obras habían sido retiradas de las colecciones más notables.Desde luego, ante semejante persecución, muchos habían pensado en abandonar el país para continuar la resistencia desde el exterior. Pero mi querida Mistress Erika decía que Alemania le pertenecía mucho más a ella, que a esos energúmenos y que si alguien tendría que marcharse serían ellos.

Una noche, antes del número de Mouth-puller, sucedió un terrible episodio anunciando el fin.

Estando sentada en las rodillas de mi querida Mistress Erika , a la mesa de Max, un veterano artista, que había logrado el respeto de sus colegas a través de una obra donde se fundían la herencia gótica y las vanguardias de la época, comentó que sus obras, recientemente requisadas junto a la de otros colegas, se exhibirían en una muestra bajo el

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nombre de “Artistas degenerados”, organizada por el ministerio de propaganda del partido nacional socialista, con el fin de ridiculizarlos.

_ Esto es solo el comienzo y pronto se habrán adueñado del poder una vez más.- Comenzó Max, profundamente afligido.- Puesto que esta actitud belicosa e intolerante no es nada nuevo para nosotros. Y lo más desgraciado de todo, es que estos depravados aparecerán ante el mundo como el rostro de nuestra tierra, cuando fuimos nosotros, el pueblo y sus artistas, quienes realmente edificamos la cultura que nos identifica.

Nosotros – subrayo Max - el pueblo y los artistas, levantamos las fabulosas catedrales en los lejanos días del medioevo, animados por un espíritu comunitario y generoso que nos llevo a luchar desde entonces por instituciones solidarias que nos permitan mayores espacios de libertad y progreso.

Nosotros; Cosechamos los campos yertos hasta convertirlos en pródigos sembradíos y aldeas florecientes que pronto cubrieron bastos territorios como un mosaico de abundancia. Y cuando con el tiempo, los artesanos del calzado y los tejedores quedaron desplazados por las maquinarias de una industria incipiente, marchamos a las ciudades abasteciendo las fábricas con nuestra propia sangre o descendiendo al seno de la madre tierra para buscar el carbón que alimentara sus chimeneas.

Nosotros.-Continuo Max, ahora a viva voz y ante la mirada respetuosa de los concurrentes.- estuvimos siempre junto al pueblo dotando sus demandas de una voz enérgica y convincente, que no pudiese ser sofocada por los sicarios de turno. Y hasta pusimos el pecho a las balas para pelear por causas ajenas, que no nos pertenecían más que por ser los caprichos de nuestros gobernantes.

Nosotros, la verdadera cultura alemana, en él más amplio sentido del término...Y sin embargo, desgraciadamente, cuando nos recuerden las generaciones venideras, solo verán el rostro de estas bestias asesinas.

Dicho esto, su elocuencia declinó y se desmoronó en su asiento.

Un rufián, de un grupo cercano, que había estado siguiendo el improvisado discurso, se acerco entonces directamente a inquirirnos;“No vamos a tolerar más sus arengas comunistas, cerdos judíos.” Nos dijo en forma irrespetuosa y seguidamente golpeo al veterano en la cabeza provocando nuestra reacción inmediata, pero por sobre todo, la del resto de su grupo que parecía esperar una señal para comenzar a destruir el local sistemáticamente.

Mistress Erika se precipito entonces contra el líder de la banda gritándole a la cara “Aquí no hay más cerdo que tú, Nazi.” a lo cual el rufián respondió;

_Lesbiana inmunda, pronto llegará también tu hora.

Después de un buen rato de revuelta y de haber arrojado a los rufianes fuera de la sala con la ayuda de nuestros empleados, Mouth-puller subió al escenario a realizar su monólogo.

_ No tengo ganas de reírme esta noche.-Dijo reflexivo.- de un monstruo que cuanto más come más hambre tiene. ¿Sabrán en el futuro que hubo otra Alemania?- Y agregó.- Max,

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apropósito, no sería conveniente que tu próximo discurso sea sobre el color antes que nos quedemos sin local. -A lo cual siguió una carcajada.

En ese preciso momento una botella incendiaria atravesó los cristales de la ventana, haciendo que el salón empezara a arder rápidamente mientras el público horrorizado se precipitaba sobre la puerta derribando todo a su paso.

_ Por aquí, cariño. _ Me dijo mi querida Mistress Erika aferrándome por la muñeca, hasta ponerme a salvo de las llamas.

Una vez fuera, me miró fijamente a los ojos y agregó.

_ Hay más gente adentro cariño. Debo ir por ellos.

Dicho esto, se despidió con la mirada y se interno entre las llamas del local, para no salir jamás.

(Muchos años después comprendí que su arrojo había sido solo un pretexto, una coartada para abandonar heroicamente este mundo que solo lo había atormentado).

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CAPITULO IXEUROPA DEL NORTESIGLO XIII

El crepitar de las llamas infundía en los espectadores un pánico inexpresable a quienes no han padecido jamás los abusos de una tiranía.

Desde el enrejado de mi celda podía ver el ominoso panorama. Mi querida Magdalena, el medico Franciscano y una docena de condenados atados a estacas sobre fardos encendidos, Culpables de pertenecer a una secta inexistente, engendrada con el fin de sustentar las paranoias y la necesidad de establecer un enemigo común ante el cuál consolidarse en el poder ardían inexorablemente.

Por que lo que entonces pretendían como herejía, no eran más que almas afines, compañeros en la aventura del pensamiento, y sobretodo espíritus independientes que hacían peligrar la hegemonía de la iglesia y los señores con nuevas perspectivas sociales, políticas y por sobre todo espirituales.

Una espiritualidad que no reconocía dogmas ni jerarquías y que simplemente estaba fundada en el amor y la libertad. Y entre los condenados, podía ver desesperado el rostro de mi querida Magdalena, profanado ahora por las llamas del odio y la ignorancia, tan diferentes de aquellas suaves luces que antiguamente habían acariciado su rostro las largas noches de meditación.

La desgracia de mi amada había quedado sellada al regresar la comitiva del Septentrión, sumando a sus filas una enorme cantidad de soldados y renovando el ensañamiento contra los paganos. Y Magdalena, como reincidente, no había encontrado chance alguna en el proceso, mientras que yo, al no tener antecedentes, penales había sido condenado a trabajos forzados de por vida con la prohibición volver a tallar pieza alguna.Desde luego, hubiese preferido haber estado en su lugar, puesto que mi vida no tenía sentido alguno ya sin su presencia, pero este privilegio, como tantos otros en la vida, también me había sido arrebatado.

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CAPITULO XBERLIN. SIGLO XX. (Entreguerras)

Elegí la pequeña capilla lateral de la catedral para encontrarme con Max por dos motivos principales. Primero, por que para entonces todos estábamos proscritos y lo más prudente era reunirnos en lugares donde nuestra presencia pasara desapercibida. Y segundo, por incomprensible que parezca, por que quería ver de cerca, una vez más, aquel crucificado víctima de la incorregible crueldad del ser humano.

Max estaba sentado observando en silencio la obra en el momento en que entré a la capilla. _ Aunque parezca medieval, es una obra reciente. Uno de nuestros artistas la realizó, y aunque todavía no lo han advertido pronto la removerán. ¿Cómo estas, querida?

_ No contesté y enfrenté directamente el punto._ ¿Max, que vamos a hacer?

-Hay una forma de abandonar Alemania para seguir luchando desde el exterior. Una ruta oculta, trazada por almas fraternas que puede llevarnos a América. Escúchame y no repliques hasta que termine...Escuche atentamente con la inexplicable sensación de haber escuchado antes la misma frace palabra por palabra.

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CAPITULO XIEUROPASIGLO XIII

Transido por el dolor y la impotencia, podía ver la tenebrosa ceremonia desde mi prisión, y hubiese preferido mil veces acompañar a Magdalena en su trágico destino, que asistir impotente a su martirio.

Entonces ocurrió un hecho extraordinario, de tal modo impresionante, que el tiempo no ha podido borrar de mi mente lo que mis ojos vieron entonces.

Vecino al entarimado en que se levantaban las hogueras aparecía majestuoso el perfil de la catedral, aquella que había observado desde los días lejanos de mi niñez, pero sorpresivamente transformada, como si la totalidad de las obras, aun pendientes, hubiesen sido finalizadas al unísono. Y coronando los recios contrafuertes de los muros laterales, una multitud de prodigiosas gárgolas que a continuación, para mi más completo asombro, comenzaron a agitar su prodigiosa anatomía de piedra en forma inexplicable.

Primero, una criatura giro hacia la izquierda, como si quisiera impartir una orden a su vecina, la cuál, inmediatamente después, profirió un estremecedor rugido que alerto al resto para un movimiento en conjunto.Inmediatamente, una a una, las fabulosas criaturas, fueron despegando del perfil de la basílica hasta posarse sobre las hogueras ocultando por completo la figura de los mártires, y repentinamente, como habían llegado hasta el tétrico proscenio, levantaron vuelo dejando al descubierto una fuente de agua cristalina.

Aquella extraordinaria visión, quizás fruto de las altas fiebres ocasionadas por las sesiones de tortura, fue lo último que recuerdo de aquella trágica jornada antes de desvanecerme.

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CAPITULO XIIAMERICASIGLO XX

“Querida Mistress Erika,

Buenos Aires es una ciudad encantadora. Quisiera que estuvieses aquí (quisiera que estuvieses aún con vida) y pudieras disfrutar de esta ciudad indecorosa donde se mezclan impetuosamente lo popular y lo ilustre.

Donde los modernos subterráneos, tapizados en madera lustrada, atraviesan la capital, como elegantes salones andarines, hasta alcanzar los arrabales donde bulle el torbellino de la vida proletaria (Como a ti te gustaba llamarla).

Quisiera que estuvieses aquí, en este primoroso café de la Avenida de Mayo, para bailar juntas un tango y sentir tu corazón palpitando junto al mío como en los lejanos días de Berlín...”

Desde mí llegada a Buenos Aires adquirí la costumbre de escribir largas y detalladas cartas a mi querida Mistress Erika, como si aún estuviese viva, como si en realidad pudiese leerlas en un país lejano y perfecto. Y es que en mi interior negaba la certeza de su muerte en aquel nefasto atentado de Berlín, y como bien relataba en mi epistolario imaginario, que jamás conocería los tiernos dedos de mi amada, Buenos Aires era una ciudad maravillosa donde los horrores de la guerra sonaban amortiguados a través de las páginas del diario.

Muchos de nuestros compañeros de entonces, como Max, habían elegido América del Norte para su exilio, pero yo, me había dejado seducir por los rumores de una tierra salvaje y generosa en el confín del planeta llamada la Argentina.

Sin embargo, la vida no ofrecía grandes posibilidades para una joven que apenas balbuceaba el idioma, aprendido a las apuradas en la tercera cubierta del barco de inmigrantes, y sin otra formación profesional que la del vodevil.

Pero mi primera relación personal en tierras lejanas, extrañamente, no fue concebida en aquel ámbito nocturno de pequeños teatros donde a menudo acudía a buscar trabajo, sino una tarde en que deambulaba en forma errática y obsesiva por las calles del centro hasta detenerme, como por arte de magia, frente a un exuberante edificio de influencia Nórdica.

Majestuosos atlas de piedra sostenían solemnemente la balconada del primer piso, a partir de la cuál una verdadera profusión de ornamentos remontaba el muro hasta alcanzar las cúpulas asimétricas custodiadas por águilas altivas y ¿adivinen que? ¡Mis viejas y queridas gárgolas de piedra coronando los sostenes!

Desde luego que la visión de las criaturas de piedra, en un país tan distante y diverso, me sorprendió sobremanera y me trajo al instante los recuerdos de Berlín y la intuición irrefutable de encontrar un alma gemela en aquellos muros. Por consiguiente, sin más

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preámbulo, solicité hablar con el responsable de la construcción, el arquitecto principal. Y Martín, salió a mi encuentro de inmediato hablando en mi propia lengua con la informalidad de los viejos amigos.

Según me explico afectuosamente, era parte de la nutrida colectividad Danesa que hacía años enriquecía el patrimonio inmigratorio de la Argentina, y sus copiosas relaciones le habían ganado varios encargos a través del tiempo como la fabulosa obra en cuestión donde los estilos escandinavos, gótico y modernista, irrumpían estrepitosamente enlazando las culturas de ambos países.

Poseía una personalidad decidida y una sensibilidad profunda, lo cuál, junto con su gusto inagotable por las mujeres, favoreció nuestra amistad desde un principio, convirtiéndose al poco tiempo en el depositario de todas mis inquietudes y mi principal benefactor. Y aunque siendo un hombre de familia, sujeto a los formalismos de la época, cultivo siempre nuestro vínculo con suprema consideración y generosidad.

Solíamos encontrarnos en los cafés del centro a sostener largas y animadas charlas sobre nuestra tierra natal, la guerra, el arte y nuestros propios proyectos e ilusiones en aquel país lejano.

Martín ponía especial énfasis en los aspectos artísticos que remataban sus edificios, como ser la infinidad de ornamentos y estatuaria que enriquecían sus producciones. A menudo me describía exhaustivamente el porque de cada pieza, su valor decorativo y simbólico y su intención de penetrar, a través de la arquitectura, en un discurso espiritual accesible al espectador.

A veces citaba la mitología nórdica o griega, la Biblia o las diversas ramas de la teosofía, y aunque era protestante por bautismo, no desechaba la posibilidad de expresar el mundo espiritual a través de otros tantos mitos y religiones.

Por entonces, para poner fin a mis angustias, me cedió un pequeño apartamento en un curioso edificio llamado el Palacio Barolo, en el cuál había tenido su primer estudio al llegar a Buenos Aires.

Su compañía se convirtió en un gran apoyo para mis necesidades, y si bien nuestro vínculo era profundo como toda amistad genuina, jamás pensé en interferir en su vida familiar, por que desde el principio entendí que lo nuestro era una relación de Amigos.

Como era inevitable por entonces, la guerra nos estremecía a todos, y si bien la Argentina estaba al margen del conflicto, su ayuda y comercio con los países beligerantes la hacia participe, concediéndole una gran prosperidad.

Con Martín muchas veces nos preguntamos si ante tanta crueldad y destrucción el arte seguía teniendo alguna relevancia, y ante semejante interrogante muchas veces nos quedábamos abrumados y taciturnos. Pero al momento, mi Amigo parecía encenderse como arrobado en un profundo y dulce trance, subrayando la necesidad imperiosa de volver a los valores permanentes del espíritu a través del arte, la filosofía o las religiones, para regenerar la vida y mantener la razón por encima de la destrucción.

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También analizaba la hecatombe como algo más profundo y vasto que cuestiones políticas, sociales y económicas, estableciendo curiosas analogías con los ciclos naturales, la cuestión de los opuestos y la lucha imperecedera entre el bien y el mal.

Solía decir que el caos bien podía ser un punto de partida hacia armonías posteriores, y que desgraciadamente al sacudirse las viejas estructuras arbitrarias de los hombres, no sin penurias, se propiciaba el contexto para un desarrollo posterior más justo y evolucionado.

Pero jamás trato en el desarrollo de sus ideas justificar la atrocidad de los eventos, y esto debe quedar muy claro y sin lugar a dudas, simplemente, como todos nosotros que atravesamos esas horas oscuras, intentaba darle un sentido redentor a tanta desdicha y destrucción, un logos que nos eximiera del caos total.

Su formación de pensador era basta y rigurosa, pero no era expresada en forma pretenciosa, como quien hace alarde de conocimiento, sino por el contrario, lo hacia de manera sencilla y directa.

Una tarde en el departamento del pasaje Barolo, mientras examinaba los bocetos de las águilas de piedra que coronaban su edificio, me comento lo que él llamaba “Principio de Correspondencia”, el cuál postulaba una equivalencia entre los planos físicos y espirituales, relacionando la gran guerra mundial con pugnas entre entidades superiores. Le pregunte si se refería a los Ángeles, jerarquías y potestades, que mencionaba el antiguo testamento y afirmo en silencio, agregando que por encima del nombre que le diéramos a aquellas huestes, como a los países o regímenes que se enfrentaban en la tierra, la lucha entre el bien y el mal era eterna e infinita y tenía su acontecer a través del los vastos universos en el corazón humano.

Le pregunte entonces, de que forma se relacionaban estas entidades angélicas y los seres humanos, a lo cual me contesto que el universo espiritual era un misterio insondable y no podía bajo ningún punto de vista definir ningún axioma, pero estaba convencido que por encima de nuestro propio universo físico, supremas conflagraciones acontecían en niveles superiores, de las cuales, nuestras disputas eran solo un eco amortiguado.

_ Nuestra formación espiritual tiene lugar eternamente. Afirmo entonces._ y superar el egocentrismo que engendra las guerras es un desafío aún para las entidades angélicas, las cuales disfrutan del libre albedrío al igual que nosotros. Desgraciadamente, Amiga mía, las armonías perfectas que tanto ansiamos, se establecen exclusivamente en los círculos superiores del universo espiritual. Aquí, en los niveles imperfectos solo estamos con la finalidad de aprender lo básico. Y aún esto nos resulta difícil.

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CAPITULO XIIIArgentinaSiglo XX

Una tarde, meses después de nuestro primer encuentro, mientras esperaba a mi Amigo en un lujoso café del centro (donde solía escribir mis cartas imaginarias a mi querida Mistress Erika ) Martín irrumpió eufórico.

_ Querida mía. He recibido un nuevo encargo para una Iglesia a minutos del centro.

Y al percibir mi mal disimulada melancolía. Agregó.

_ Pronto también tú tendrás tus recompensas. Y hasta entonces yo estaré contigo para que nada te falte.

Y sin terminar la frase animo al camarero a que llenase nuestra mesa de champaña y confituras.

_Hoy es un día para recordar. _ Concluyó.

Fue entonces, cuando las luces del local se apagaron para el comienzo de un show, lo cual inexplicablemente me llenó de recogimiento.

En el escenario, un locutor anunció enorgullecido la presencia estelar de “Orfilia Puñales. La Sra. del Tango”. Interpretando “La puñalada” del maestro Celedonio Flores. Acto seguido, una exuberante morocha enfundada en un vestido de encaje negro apareció en escena.

La mujer era por demás atractiva, dueña de una boca insolente y senos generosos, y a medida que el número avanzaba recorría las mesas alternando bromas y provocaciones, tal como solíamos hacer en nuestro cabaret de antaño, pero al acercarse a nosotros, pareció turbarse inexplicablemente..

A lo largo del show, muchas obras significativas arrancaron el clamor del público hasta que se despidió entre aplausos.

_ Vamos al camarín !_ Agrego Martín alzando su voz entre los vítores.

_ ¿La conoces?

_ No. Pero lo haremos ahora mismo.

Un instante después, un robusto mozo con perfil de pugilista nos cerró el paso al camarín, pero una generosa propina nos permitió seguir adelante. _ ¿Son Amantes? _Pregunto directamente la intérprete una vez que estuvimos frente a ella.

_ Amigos, grandes Amigos Sra...._ Respondió Martín.

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_ Excelente! Entonces los invito a terminar la noche en mi mesa._Agrego mientras terminaba de quitarse el maquillaje frente al espejo.

_ Pero antes caballero, le pido un minuto a solas con la señorita ¿si es tan amable?

Martín me observó, y ante mi consentimiento silencioso se retiro amablemente.

Ni bien estuvimos a solas Orfilia se puso de pié y avanzo hasta mí sin dejar de mirarme a los ojos.

_ ¿Por qué tardaste tanto Amor mío? Me dijo clavando su mirada a medida que avanzaba hacia mí para besarme.

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CAPITULO XIVArgentinaSiglo XX

Desperté en un coqueto apartamento del barrio de la Boca con el bullicio de los muchachos jugando a la pelota en la vereda y la imagen de nuestras propias ropas colgando desordenadas sobre un biombo. Orfilia, que ya estaba levantada, me sirvió un abundante desayuno en un gracioso juego de porcelana.

Ni bien habíamos quedado a solas la noche anterior, dejamos fluir una pasión instintiva que nos sorprendió a las dos, y mi Amigo que conocía perfectamente mis preferencias, supo hacerse a un lado entrada la madrugada para dejarnos partir hacia un lugar de mayor intimidad. Volver a besar a una mujer me había traído inevitablemente el recuerdo de mi querida Mistress Erika, lo cual, junto a las ansias irresistibles de volver a construir una relación que me elevara por encima de las desdichas de expatriada, me había motivado a aceptar su invitación, comenzando un vínculo vehemente, en el que el erotismo, progresivamente, fue tomando mayor protagonismo.

Sin embargo, a medida que fui conociendo más a fondo a mi exuberante amiga, pude notar que no había entre nosotras tantas afinidades como pensamos en principio, sino más bien una apasionada compulsión erótica. Y si bien la cantante interpretaba a los poetas más honestos del género, su visión del arte era claramente mezquina y superficial ¿Como explicarlo claramente? Su atención estaba mucho más cerca de las demandas del mercado que de expresar contenido alguno. Quizás, en otros tiempos estas circunstancias no hubiesen sido tan significativas al momento de acercarme a una persona, pero en aquellos días de guerras y atrocidades, cuando las voces emergentes eran tan necesarias, su falta de convicción realmente me disgustaba.

A esto se sumaban distintas circunstancias que revelaban su falta completa de valores, como comprar las letras de tangos por monedas a oscuros poetas anónimos para firmarlas como propias o pasarse las horas hablando del prestigio y las peleas de cartel dentro del mundo del espectáculo. También note que la cantante estaba obsesionada por “hacerse un nombre” por la única razón que esto, además de satisfacer su ego desmesurado, le proporcionaría mejores contratos.

No era mi intención, de manera alguna, juzgar su comportamiento, por que en mayor o menor medida, todos quienes poseemos una vocación artística tenemos necesidades y expectativas similares, simplemente que la avidez y desmesura con que ella se concentraba en estos objetivos, seguramente por su falta de formación, despertaba en mi una distancia creciente.

Una noche decidí hablar del tema con ella en forma directa con la intención de ir tomando distancia de la relación, lo cuál la enfureció de una manera inusitada.

_ A mi nadie me deja. _ Agrego súbitamente. _ Es bueno que lo vayas sabiendo si no querés terminar mal.

Semejante respuesta me congelo la sangre, y resolví dejar pasar un tiempo hasta que asimilara nuestro distanciamiento progresivamente, pero evitando todo contacto físico.

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Esta actitud despertó recelos y suspicacias en la mujer, que comenzó a celarme en forma paranoica.

_ Si te llego a encontrar en algo raro te vas a arrepentir. _ Solía sentenciar ante mi distanciamiento.

Por entonces comencé a sentirme enferma, con una creciente debilidad que en pocos días me dejó de cama. Estando por entonces acosada por Orfilia, y temerosa que mi sugerencia de llamar a Martín en busca de ayuda le sugiriese una traición, decidí aceptar la invitación de ir a su casa hasta que viera un médico, con tanta mala suerte, que una vez examinada me diagnosticaron una hepatitis por la cuál debí permanecer en cama varias semanas.

Durante aquellos días de convalecencia mi compañera me cuido con un celo y devoción rayana en lo enfermizo. Poniéndome paños fríos en la frente para bajar la fiebre, seleccionando personalmente en la feria los mejores alimentos y limpiándome el cuerpo, no sin cierta veleidad morbosa, cuando las altas fiebres que padecía me provocaban la incontinencia. A la vez, que con obstinación sofocante pasaba las interminables horas de la tarde leyéndome revistas del espectáculo sin apartarse de la cama.

Pude distinguir entonces las dos facetas que constituían su personalidad. Una; violenta e intolerante. Y la otra total y completamente dependiente.

Por mi parte, desde la cama contaba los días en silencio ávida por restablecerme lo antes posible, evitando toda referencia que pudiera desequilibrarla.

El mes de febrero trajo una gran euforia al barrio por los bailes de carnaval, que pude percibir desde mi ventana, y una enorme demanda de trabajo para la cantante, lo cual, pese a mi debilidad, me motivó a marcharme sin más demoras.

Por lo tanto la última noche de comparsa, esperando ser amparada por el bullicio, tome las ropas más sencillas que encontré y me aventuré a la calle con la intención de llegar al centro y contactar con mi amigo Martín para que me ayudara en una empresa aún mayor; Volver a mi patria.

Las calles estaban pobladas de una algarabía indescriptible. Aquí y allá, innumerables multitudes colmaban las veredas esperando el desfile de carrozas, mientras que ruidosos grupos menores corrían disfrazados irrumpiendo el paso de los transeúntes.

Había llegado casi a la avenida que llevaba al centro, cuando un grupo exaltado me cerró el paso con guirnaldas y papel picado. Seguramente, por la tensión que padecía sumada a las altas fiebres, el episodio cobro en mi percepción una dimensión inaudita, casi simbólica. En el conjunto se destacaba, junto a un proscrito de traje a rayas, una parca exuberante que en principio me alarmo, pero que al acercarse junto a mí, me recordó inmediatamente a mi querida Mistress Erika, tal como solía transfigurarse en las lejanas noches de Berlín haciendo que una voz interior, alojada en el ceno mismo de la conciencia, me indicara que nuestro reencuentro no estaba lejano.

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_Si. Allí estaba la muerte con la que había soñado tantas veces. Un ángel liberador y piadoso que por fin me rescataría de tantos dolores, y de un peregrinar sin término a ninguna parte. No. No parecía tan cruel como querían mostrarla algunos, al contrario, estaba mucho más cerca de la compasión de la que muchos hombres carecen.

¡ Dios mío ! Me dije. Quizás esto sea un presagio y si la muerte me encuentra será con una sonrisa.

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CAPITULO XVArgentinaSiglo XX

Al día siguiente, alojada en una pequeña pensión del centro, me encargue de contactar a Martín con quien diseñamos mi vuelta a Europa en un navío próximo a partir.

Y una semana después, cuidándome muy bien de no cruzar a Orfilia, llegué al puerto con apenas un bolso de mano y la promesa de escribir a mi amigo ni bien encontrase una residencia permanente. Una vez abordo me dirigí al camarote correspondiente mientras en la cubierta decenas de personas agitaban animadamente los pañuelos para despedir a quienes cruzarían el océano. Y una vez dentro del que sería mi aposento por largas semanas de travesía, me dedique a deshacer mi bolso cuando tocaron la puerta.

_ ¿Señorita Karen ?_ Pregunto un mozo al otro lado de la puerta con una cara que si bien no podía reconocer con precisión me resultaba profundamente familiar.

_ Así es..._ Respondí al instante que comprendía mi fatal error.

_ Orfilia me pidió que le entregara esto. _ Sentencio el joven, antes que pudiese atinar a nada paralizada por la sola mención de aquella mujer terrible, mientras me enterraba una puñalada en el estómago.

El joven púgil que custodiaba el camarín de Orfilia aquella primera noche. Me dije demasiado tarde para mis adentros.

Es el fin, y bien puedo esperarlo con una sonrisa en los labios como paradójicamente me lo prometí hace tan poco. Es el momento de la verdad.

Mi joven verdugo, había cerrado la puerta detrás de su huída dejándome sentada sobre el piso con las manos empapadas en el abdomen, y a la vez que agonizaba, una extraordinaria conciencia se habría ante mi prodigándome fantásticas imágenes.

Pude ver a mi asesino, desde una inmejorable perspectiva cenital, correr asustado entre la multitud hasta alcanzar las callejuelas del bajo en busca de un lugar donde esconderse. Seguirlo con la vista, hasta encontrar refugio en una sórdida pensión de los arrabales donde pasaba las noches llorando amargamente con la cara oculta entre las manos y la creciente intención de enderezar su vida después de semejante crimen.“No he sido criado para matar a una mujer” se repetía una y otra vez. Haciéndome sentir que aún el acto más salvaje y arbitrario- como ser un asesinato - tiene relevancia en un plan mayor y que mi muerte no había sido en vano, sino la última bajeza de una carrera delictiva que concluyo, días más tarde, con su voluntaria entrega a la policía.

Súbitamente abrí los ojos y estaba de vuelta sobre el piso del camarote desangrándome despaciosamente, sin siquiera las fuerzas necesarias para pedir ayuda.

Afuera, la algarabía llegaba a su apogeo y la multitud vociferaba eufórica por la inminente partida, sabiendo que la separación era solo una circunstancia y que pronto, del otro lado del océano, los parientes que los habían precedido en la partida los recibirían con los

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brazos abiertos para acomodarlos en su nuevo hogar compartiendo la alegría del reencuentro.

Mientras tanto, en mis horas finales, experimentaba exactamente la misma impresión. La realidad se convertía ante mis ojos en una metáfora infalible, una verdad revelada, llenándome con la certeza de estar en poco tiempo nuevamente con los míos.

Me extravié entonces, una vez más, en el fluir de mi conciencia hasta alcanzar los lejanos días de Berlín con una claridad meridiana. Allí estaba Iris, la castañera, bromeando alegremente con el viejo Mouth- Puller en la vereda. Y en el centro de la calle, brillando como una joya nocturna, nuestro mítico Cabaret colmado de pies a cabeza, en cuya mesa principal animados por una alegría indecible, Max y mi querida Mistress Erica, alzaban la copa alegremente.

Abrí por última vez los ojos sentada sobre el suelo del camarote y me deje morir con una sonrisa sincera en los labios.

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CAPITULO XVILA VIDA MORONTIALSalas de resucitación del primero de los mundos de estancia

Desperté en una sala colmada por la luz y de inmediato me incorporé en la cama observando que la herida del abdomen había desaparecido.

Me puse de pié y salí a un amplio corredor a cuyos lados se encontraban otras salas como la mía. Hubiera creído estar en un cándido hospital provinciano a no ser por la completa falta de dolor o enfermedad que percibía en el lugar. Algunas personas sentadas en la cama o recostadas en el marco de la puerta conversaban animadamente como quienes se reencuentran en las estaciones, mientras que las ¿enfermeras? que cruzaba a mi paso me saludaban con una mirada serena.

Al final del corredor, pude ver una sala con varias mujeres, que intuitivamente reconocí como colaboradoras, mientras que a la derecha, un poco más adelante, en una gran sala de amplios ventanales similar a una cafetería, familiares y amigos se reunían animadamente en torno a sus seres queridos. Entre ellos, en una mesa colmada de algarabía, reconocí a mis compañeros de entonces.

Allí estaba mi querida Mistress Erika, majestuosa y radiante como nuca, y a su lado, nuestro amigo Max, notablemente rejuvenecido, junto a una persona que no alcance a reconocer.

_ Por fin! Amor mío _ Le dije a mi querida Erika abrazándola emocionada. _ Por fin estamos juntas para siempre!

_ Valió la pena la espera._ Afirmo sonriendo el desconocido de la mesa y por el brillo de sus ojos pude reconocer al querido Mouth-puller, ahora en un cuerpo nuevo.

_¿ Mouth –Puller ? Tengo que estar soñando...

_Antes soñabas querida. Ahora has despertado._ Agrego el comediante.

Desde el ventanal, una espléndida escultura de Cristo resucitado coronaba el jardín, atravesado por infinidad de senderos, que conducían a diversos pabellones como el nuestro.

_ Es Michael de Urantia._ afirmo mi Amiga -que también había puesto su mirada sobre la obra - abrasándome desde atrás._ Uno de los primeros en revelarnos el misterio de la resurrección en los universos bajos.

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EPILOGOLos Ángeles. Verano del 2001

Terminamos la restauración de la gárgola en cuestión de algunos días, deteniéndome meticulosamente en el análisis formal de cada uno de los detalles anatómicos de la pieza. De esta manera, en un lenguaje plástico y no verbal, los sucesos que describo vinieron a mi mente como si hubiesen estado siempre aletargados en el fondo de mi conciencia, o más aún, como si los hubiese descargado de una fuente intelectual alojada en algún lugar recóndito del universo.

¿ Downloading ? Pensé sonriendo. El programa que permite descargar archivos de distintas fuentes. ¿Locura? Por que no. Me inclino ante la segunda opción.

Esquizofrenia sería el término médico más adecuado en este caso.

Abandone mi “empleo” de restaurador y Cintya el suyo de asistente para dirigimos de vuelta a casa. Nuestro paso por Los Ángeles había terminado.

En la parada del autobús una pareja de mejicanos hablaba subrepticiamente del muro que se estaba levantado para contener el flujo de inmigrantes atemorizados de ser deportados.

“Mutando persevera” pensé desde mi asiento, mientras contemplaba un paisaje dominado por una lluvia tenue pero incesante.

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