test para mejorar

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TEST PARA MEJORAR Estoy leyendo “El Libro de las Posibilidades” de Albert Liebermann, publicado por Urano. Es un libro muy divertido, ameno, provocador e inspirador. Contiene 75 reflexiones breves (máximo una página) sobre el arte de vivir. Os lo aconsejo con vehemencia como lectura de este verano. De él extraigo este texto, muy inspirador: “Conocer lo bueno y lo malo que hay en uno mismo es la mejor manera de saber con qué herramientas abordamos los proyectos que nos hemos fijado. Un genio contemporáneo, el publicista David Ogilvy, cuando aún estaba en activo respondió con estos 12 puntos a la pregunta de un alto ejecutivo de su agencia: ¿cuáles son sus peores defectos y puntos débiles? Éstas fueron sus respuestas: 1. No aguanto la mediocridad. 2. Pierdo demasiado tiempo ocupándome de cosas que carecen de importancia. 3. Como todas las personas de mi edad, hablo demasiado del pasado. 4. Nunca he sabido despedir a la gente que era necesario despedir. 5. Me da miedo volar, y soy capaz de hacer auténticas ridiculeces para no montar en avión. 6. Cuando era director creativo en Nueva York, escribía demasiado sobre publicidad. 7. No tengo ni idea de finanzas. 8. Cambio continuamente de opinión, sobre la publicidad y sobre la gente. 9. Soy tan sincero que puedo llegar a resultar indiscreto. 10. En las discusiones siempre veo demasiados puntos de vista. 11. Me dejo impresionar excesivamente por la belleza física. 12. Tengo un bajo umbral de resistencia al aburrimiento.”

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TEST PARA MEJORAR

Estoy leyendo “El Libro de las Posibilidades” de Albert Liebermann, publicado por

Urano. Es un libro muy divertido, ameno, provocador e inspirador. Contiene 75

reflexiones breves (máximo una página) sobre el arte de vivir. Os lo aconsejo con

vehemencia como lectura de este verano. De él extraigo este texto, muy

inspirador:

“Conocer lo bueno y lo malo que hay en uno mismo es la mejor manera de saber

con qué herramientas abordamos los proyectos que nos hemos fijado.

Un genio contemporáneo, el publicista David Ogilvy, cuando aún estaba en activo

respondió con estos 12 puntos a la pregunta de un alto ejecutivo de su agencia:

¿cuáles son sus peores defectos y puntos débiles?

Éstas fueron sus respuestas:

1. No aguanto la mediocridad.

2. Pierdo demasiado tiempo ocupándome de cosas que carecen de importancia.

3. Como todas las personas de mi edad, hablo demasiado del pasado.

4. Nunca he sabido despedir a la gente que era necesario despedir.

5. Me da miedo volar, y soy capaz de hacer auténticas ridiculeces para no montar

en avión.

6. Cuando era director creativo en Nueva York, escribía demasiado sobre

publicidad.

7. No tengo ni idea de finanzas.

8. Cambio continuamente de opinión, sobre la publicidad y sobre la gente.

9. Soy tan sincero que puedo llegar a resultar indiscreto.

10. En las discusiones siempre veo demasiados puntos de vista.

11. Me dejo impresionar excesivamente por la belleza física.

12. Tengo un bajo umbral de resistencia al aburrimiento.”

Y Albert Liebermann, el autor del libro, propone al lector lo siguiente: “Ahora le

toca a usted, estimado lector, ¿cuáles son sus peores defectos y puntos débiles?

Realice este auto-test con la sinceridad de Ogilvy y descubrirá por qué ciertas

cosas fallan, qué hace que tropiece cien veces con la misma piedra y cómo puede

mejorar su vida”. Y añade: “Conocer nuestros puntos débiles nos allana el camino

hacia nuestros objetivos”.

Sí. Me parece un ejercicio inusual, poco habitual. Y además yo, personalmente, lo

plantearía de manera amable; no para machacarse, pero sí para tomar

consciencia de esas pequeñas cosas que nos hacen sufrir, que vemos que no van

pero que repetimos, que nos enganchan o atrapan o que son como esas

piedrecillas que se nos cuelan en el zapato y que, por la pereza que nos da

detenernos y sacarnos el zapato para librarnos de ellas, acabamos llevando largos

trayectos incómodamente.

Sea como sea, os recomiendo vivamente la lectura del libro del amigo

Liebermann. Uno sale sonriendo y aprendiendo de él. Poco más se puede pedir.

EL SENTIDO COMUN

Es el menos común de los sentidos, dice el dicho cargado de sentido común.

Cuántos problemas nos evitaríamos si lo aplicáramos, desde la sencillez en el

actuar, desde la voluntad de comprender y no estorbar, desde el deseo de actuar

para transformar sin molestar.

Enumeremos, por ejemplo, diez principios que nos facilitarían, y mucho, nuestras

horas si los practicáramos:

1. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.

2. Nunca molestes a otro por lo que puedes hacer tú mismo.

3. Nunca gastes el dinero antes de haberlo ganado.

4. Nunca compres lo que no quieres solo porque es barato.

5. El orgullo nos sale más caro que el hambre, la sed y el frío.

6. Rara vez nos arrepentimos de haber comido demasiado poco.

7. Nada que hacemos de buena gana es molesto.

8. ¿Cuánto sufrimiento nos causan las desgracias que nunca nos han sucedido?

9. Toma las cosas siempre por su lado amable.

10. Cuando te enfades, cuenta hasta diez antes de hablar; y si estás muy

enfadado, hasta cien.

Estos diez principios los enumeró Thomas Jefferson (13 de abril de 1743 — 4 de

julio de 1826), el tercer presidente de los Estados Unidos de América, que ocupó

el cargo entre 1801 y 1809 y fue uno de los Padres Fundadores de la Nación.

Fue también el principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados

Unidos de 1776. Hombre ilustrado, erudito y polímata (que conoce, sabe o

comprende de muchos campos) Jefferson dominaba bien, entre otras cosas, la

horticultura, la política, la arquitectura, la paleontología, la música y era además un

gran inventor. Además, Jefferson ha sido constantemente calificado por los

expertos como uno de los más grandes presidentes de Estados Unidos.

Pero más allá de su vasto conocimiento, me parece especialmente valioso el valor

de la simplicidad que destila su sentido común en sus diez principios que nos

facilitan la vida y que, bien mirados, se podrían sintetizar brevemente de este

modo:

1. Resolución.

2. Albedrío.

3. Prudencia.

4. Sobriedad.

5. Humildad.

6. Ponderación.

7. Talante.

8. Aquí y ahora.

9. Amabilidad.

10. Paciencia.

Son, en definitiva, diez palancas para una Buena Vida. Diez soluciones que nos

harían la vida más agradable y que se la harían a los demás. Pero la comprensión

racional de ello no garantiza su puesta en práctica. Así que vemos que el sentido

común hecho realidad implica una acción coherente y sostenida en el tiempo. Y a

pesar de que no soy gran amante de las listas o listados, me parece que el sentido

común de Jefferson y los principios que enumeró, bien aplicados, cambiarían

ciertamente muchas cosas para mejor en este mundo.

Que tengais una feliz semana.

SABER Y CREER

A menudo nos ocurre que o bien no sabemos que podemos, o que sabiendo que

podemos, no nos lo creemos. La dialéctica entre el saber y el creer es esencial.

Porque saber y creer no es lo mismo. Por ejemplo: todo el mundo sabe que se

tiene que morir algún día, pero casi nadie se lo cree. Y los que creen

profundamente en la obvia verdad que la muerte existe y puede aparecer en el

momento más inesperado para uno mismo o para quienes nos rodean, la vida

cobra un significado radicalmente distinto, y el valor que damos al instante

presente, al famoso “aquí y ahora”, es infinitamente mayor. Personalmente

aprendí esta lección al tener que lidiar con la cardiopatía de mi hija menor, y de

verla al límite de la muerte varias ocasiones en sus primeros días de vida, incluso

al tenerla en mis brazos con su corazón sin latido. Entonces comprendí en lo más

hondo de mi ser la diferencia entre saber y creer. Y sé que, por supuesto, esta

memoria quedará conmigo para siempre.

La paradoja es que nuestra mente es muy tramposa ya que pensamos que eso

que “sabemos” teóricamente nos pertenece a un nivel práctico, y no es así. Pensar

en cómo nadar no implica en absoluto saber nadar. Saber qué es la amabilidad no

implica en absoluto ser amable, por ejemplo. Esa es la gran paradoja, cuando

pensamos que sabemos, porque ese saber es solo mental y no práctico.

El saber nos ayuda a gestionar la existencia, pero para transformarla es necesario

algo más: creer. Con saber no es suficiente. La llave a la acción, al paso adelante,

nace del creer. Por eso, el poeta latino Virgilio, escribió con tanto tino: “Pueden

porque creen que pueden”, y no escribió “Pueden porque saben que pueden”. Es

distinto. Muchos saben que pueden pero no hacen. Y otros que a lo mejor tienen

menos capacidades hacen porque creen profundamente que pueden. Sí, hace

más el que quiere que el que puede, sin duda.

Qué paradoja: el pensamiento nos lleva a la conclusión. Pero el problema es que

normalmente llegamos a una conclusión cuando nos cansamos de pensar. Y los

humanos nos cansamos de pensar, en general, demasiado a menudo. Y así nos

van las cosas…

Por otro lado, Platón afirmaba que no hay persona por cobarde que sea que no

puede convertirse en héroe por amor. En efecto, lo que nos moviliza, lo que nos

lleva a ser más de lo que somos, es la emoción (cuya etimología proviene de la

voz latina emovere, que quiere decir movimiento, impulso). Y la emoción y el creer

van íntimamente unidos. Porque cuando creo, confío, y si confío, es porque siento

una emoción positiva hacia el objeto o persona de confianza, porque creo en él.

Luego creer es confiar y confiar nace de un vínculo emocional sano.

Luego, quizás lo óptimo sería poner la inteligencia al servicio del amor. El saber

práctico al servicio del creer, y cuántas cosas cambiarían.

El problema aparece tanto en personas como en organizaciones, cuando el

narcisismo les lleva a pensar que saben cuando en realidad ni saben hacer, ni

creen que pueden hacer. Y ahora me viene a la cabeza un bello cuento, que dice

así:

“El rey recibió como obsequio dos crías de halcón y las entregó al maestro de

cetrería para que las entrenara. Pasados unos meses, el instructor comunicó al

rey que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que al otro no

sabía lo que le sucedía: no se había movido de la rama desde el día de su llegada

a palacio, a tal punto que había que llevarle alimento hasta allí. El rey mandó

llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer volar al ave.

Encargó entonces la misión a miembros de la Corte, pero nada sucedió. Por la

ventana de sus habitaciones, el monarca podía ver que el ave continuaba inmóvil.

Publicó por fin un edicto entre sus súbditos y, a la mañana siguiente vio al halcón

volando en los jardines.

—‘Traedme al autor de ese milagro’ —dijo.

Enseguida le presentaron a un campesino.

—‘¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago acaso?’

Entre feliz e intimidado, el hombrecito solo le explicó:

—‘No fue difícil Su Alteza, solo corté la rama en la que siempre se posaba. El

pájaro se dio cuenta de que tenía alas y, simplemente, voló.”

Sí. Tenemos alas. El problema es que muchas veces no nos lo creemos, aunque

es evidente que ahí están. Y a veces la vida “nos corta las ramas” para que nos

demos cuenta precisamente de eso, de que tenemos alas que aún no hemos

desplegado y, en definitiva, que podemos hacer más de lo que imaginábamos.

A volar.

LA TEORIA DE LAS VENTANAS ROTAS

Philip Zimbardo, psicólogo social de la Universidad de Stanford, llevó a cabo en el

año 1969 un interesante experimento que devino teoría gracias al trabajo de

James Wilson y George Kelling. Se vino a llamar “La Teoría de las Ventanas

Rotas”. Y vale mucho la pena conocer en qué consiste porque su aplicación cubre

amplias áreas de nuestra vida.

Vamos al año 1969. El experimento consistía en abandonar un coche en el

deteriorado barrio del Bronx de aquella época: pobre, peligroso, conflictivo y lleno

de delincuencia. Zimbardo dejó el vehículo con sus placas de matrícula

arrancadas y con las puertas abiertas para simplemente observar qué ocurría. Y

sucedió que al cabo de tan solo diez minutos, el coche empezó a ser desvalijado.

Tras tres días ya no quedaba nada de valor en el coche y a partir de ese momento

el coche fue destrozado.

Pero el experimento no terminaba ahí. Había una segunda parte consistente en

abandonar otro vehículo idéntico y en similares condiciones pero en este caso en

un barrio muy rico y tranquilo: Palo Alto, en California. Y sucedió que durante una

semana nada le pasó al vehículo. Pero Zimbardo decidió intervenir, tomó un

martillo y golpeó algunas partes del vehículo, entre ellas, una de sus ventanas,

que rompió. De este modo, el coche pasó de estar en un estado impecable a

mostrar signos de maltrato y abandono. Y entonces, se confirmó la hipótesis de

Zimbardo. ¿Qué ocurrió? A partir del momento en el que el coche se mostró en

mal estado, los habitantes de Palo Alto se cebaron con el vehículo a la misma

velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx.

Lo que dice la Teoría de las Ventanas Rotas es simple: si en un edificio aparece

una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas

acaban siendo destrozadas por los vándalos. ¿Por qué? Porque se está

transmitiendo el mensaje: aquí nadie cuida de esto, esto está abandonado.

La lectura que nos da esta teoría es extrapolable a múltiples ámbitos de la

cotidianidad. Si alguien pinta en la pared de tu casa y no repintas pronto, se

convertirá en un muro lleno de pintadas en pocos días. Si el árbitro permite una

pequeña transgresión en el partido, lo más probable es que vayan apareciendo

más y más acciones violentas hasta que se forme una tangana. Si tú mismo

comienzas con pequeñas mentiras, acabarás creyéndotelas y generando más. Si

toleras la factura sin IVA o si evades impuestos, luego no te quejes si no hay

fondos que paguen tu paro o la pensión de tu padre. Si descargas contenidos

ilegalmente, luego no pidas que se valore tu trabajo creativo y reclames un buen

sueldo. Si no cuidas la relación con tu pareja y comienzas abandonando los

pequeños detalles, estás sembrando posibilidades de un deterioro que puede

acelerarse. Y la lista sería interminable. En resumen, si permites el vicio y no lo

reparas pronto, luego no te sorprendas si te encuentras enmedio de un lodazal en

el que tú has sido parte por activa o por pasiva. La bola de nieve del abandono, el

maltrato, la injusticia, la pereza o la mentira tiende a crecer rápidamente cuando

hay signos externos que lo muestran y no son reparados con celeridad. La no

reparación inmediata de un daño emite un mensaje a la sociedad: la impunidad se

permite, pueden ir todos a saco. Si no se transmite el mensaje que da toda acción

de respeto y cuidado hacia lo que tenemos, y dejamos que el deterioro, el

abandono o la resignación ganen la partida, entonces la entropía, el desorden, el

daño, el incivismo, el abuso, el mobbing o toda forma de infamia y degradación

tenderán a propagarse rápidamente. En conclusión, si queremos evitarlo, hay que

arreglar la ventana rota cuanto antes.

Inmanuel Kant expresó este principio en lo que denominó el “Imperativo

Categórico”: obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se

convierta en una ley universal. Dicho de otro modo: ¿te gustaría que las personas

de tu entorno rompieran, robaran, defraudaran o fueran destrozando el patrimonio

ajeno? Obviamente, no. Entonces, miremos no ya de no romper ninguna ventana

física o emocional ajena, sino de repararlas cuanto antes para evitar males

mayores. Porque del mismo modo que podemos ser causa de la expansión del

daño haciéndolo crecer, podemos ser también causa de la reparación colectiva, y

eso no es una utopía.

GANAR Y APRENDER

Releo fragmentos de texto subrayados hace tiempo, y encuentro esta joya de la

Dra. Elisabeth Kübler-Ross, de su necesario libro, “Lecciones de Vida”:

“¿Qué ocurriría si empezáramos a correr algunos riesgos, si nos enfrentáramos a

nuestros miedos? ¿Y qué si fuéramos más lejos, si persiguiéramos nuestros

sueños, si obedeciéramos a nuestros deseos? ¿Qué ocurriría si nos

permitiéramos experimentar libremente el amor y encontrar satisfacción en

nuestras relaciones? ¿Qué clase de mundo sería éste? Un mundo sin miedo.

Puede que sea difícil de creer, pero la vida tiene muchas más cosas de las que

nos permitimos experimentar.

Muchas más cosas serían posibles si dejáramos de ser cautivos del miedo.

Hay un nuevo mundo dentro y fuera de nosotros –un mundo en el que hay menos

miedo– esperando a ser descubierto.

Pero es fácil experimentar temor donde no hay peligro. Ese tipo de miedo es

ficticio, no es real. Puede parecer real pero no tiene base en la realidad y, aun así,

nos mantiene despiertos por la noche, nos impide vivir. Parece no tener propósito

ni clemencia, nos paraliza y debilita el espíritu cuando lo dejamos actuar. Esta

clase de miedo se basa en el pasado y desencadena miedo al futuro. Pero este

miedo inventado sirve de hecho a un propósito: nos da la oportunidad de aprender

a elegir el amor. Es un grito de nuestra alma pidiendo crecer, pidiendo sanarse.

Son oportunidades para elegir de nuevo y de manera diferente, para elegir el amor

por encima del miedo, la realidad por encima del espejismo, el presente por

encima del pasado. Para los propósitos de éste capítulo y para nuestra felicidad,

cuando nos referimos al miedo estamos hablando de estos miedos ficticios que

restan valor a nuestra vida.

Si sabemos abrirnos paso a través de nuestros miedos, si somos capaces de

aprovechar todas las oportunidades posibles, podemos vivir la vida que tan solo

nos habíamos atrevido a soñar. Podemos vivir libres de juicios, sin temor a la

censura de los demás, sin restricciones.

Nuestros miedos no evitan la muerte, frenan la vida. Difícilmente llegamos a

reconocer hasta qué punto dedicamos la vida a manejar el miedo y sus efectos. El

miedo es una sombra que lo obstruye todo: nuestro amor, nuestros verdaderos

sentimientos, nuestra felicidad, nuestro ser mismo.”

Los actos que surgen de nuestro coraje nos elevan por encima de nuestras

posibilidades y dan forma a nuestra vida. Porque el coraje no es la ausencia de

miedo, sino más bien la consciencia de que hay algo por lo que merece la pena

arriesgarse, aunque tengamos miedo.

Curiosamente, Elisabeth Kübler-Ross, considerada la principal autoridad mundial

sobre el acompañamiento a enfermos terminales dice que si se pregunta a una

persona que está a punto de morir qué volvería a hacer si viviera, la respuesta en

la práctica totalidad de los casos es ésta: “Me hubiera arriesgado más”. Cuando,

de nuevo, la Dra. Kübler-Ross preguntaba al moribundo el porqué de esta

respuesta, los argumentos que recibía se caracterizaban por el siguiente estilo de

reflexión: “Porque aquello que quería hacer y no hice por miedo; o aquello que

quería decir y no dije por pudor o temor; o aquella expresión de afecto que reprimí

por un excesivo sentido del ridículo, me parecen una nimiedad absoluta frente al

hecho de morirme. La muerte es algo que no decido yo, la vida me empuja a ello y

ahora, frente a ella, me doy cuenta de que todas esas circunstancias que me

parecían un reto terrible son una nimiedad comparada con el hecho de que me

muero y no hay vuelta atrás”. Se trata sin duda de una respuesta cargada de

sentido común si tenemos en cuenta que la vida es una gran oportunidad de

arriesgarnos para aprender, crecer, compartir y amar.

Quizás las cosas que nos parecen difíciles no lo son tanto si nos arriesgamos y si

pensamos en que gracias al coraje que nace del amor podremos superar muchos

retos y dificultades. ¿Y si no lo logramos? Pues por lo menos habremos aprendido

algo en el proceso y quizás se abran otras puertas inesperadas en nuestro camino

de vida.

Como en cierta ocasión me dijo una mujer curtida por la vida a base de

dificultades: “Mira, Álex, en realidad el refrán ese que todos conocemos ‘Algunas

veces se gana, y otras se pierde’ no es cierto. ¿No? –le respondí yo–. ¡No!, me

dijo convencida. El refrán debería decir ‘Algunas veces se gana, y otras se

aprende’. “Eso sí –añadió mi amiga–, una o uno tiene que tener las ganas de

extraer una lección para no volver a pasar por el mismo sufrimiento, si está en

nuestras manos”.

Algunas veces se gana, otras, se aprende. Para meditar sobre ello y aprender el

arte de navegar por la vida.

HAZLO DELEGALO O TIRALO

Como quien no quiere la cosa, el hecho de estar activos implica que nos movamos

en una interacción continua con un mundo que genera un tránsito imparable de

cuestiones que deben ser resueltas.

Los asuntos entran en nuestra vida por tantísimos canales y con tal intensidad hoy

en día que, sin darnos cuenta, se van acumulando tareas que requieren ser

solucionadas en diferentes formatos, soportes y entornos: correos electrónicos,

mensajes en las redes sociales, correspondencia convencional, mensajes en el

móvil en el formato que sea, incluso ideas que mantenemos en nuestra mente o a

lo sumo anotamos en el papel o en una nota de voz. Respuestas pendientes en

multi-formato, en definitiva.

Acciones que deben ser hechas. Contestaciones que deben ser dadas. Ideas que

piden convertirse en hechos. Todas entran sin parar y se acumulan como tareas

pendientes. Y proporcionalmente a la necesidad de dar salida, de responder y

resolver, aumenta nuestra ansiedad, consciente o inconsciente. Es necesario

entonces resolver con la mayor calidad y velocidad posible.

Resolver es un buen verbo que quiere decir:

1.- Hallar la solución a un problema,

2.- Elegir entre varias opciones,

3.- Hacer que una cosa se acabe o tenga un resultado claro,

4.- Concluir.

Sí: solucionar, elegir, hacer, concluir. Nada menos. No en vano, la palabra resolver

se mueve en la familia de otros términos que nos aligeran nuestras unidades de

atención permanente: resolución, solución, solvencia, solvente… Y es que,

etimológicamente, el verbo resolver viene de resolvere que quiere decir desatar.

Porque lo que no resuelves, te ata, te bloquea, te atasca, te para.

Más claro, el agua.

Y es que cuando algo no se resuelve es porque se ancla entre el pasado (pereza

anterior, miedo anterior, duda anterior, culpa anterior, indefinición anterior… ) y el

futuro (angustia por si… ). Luego, la resolución siempre está en el ahora.

Si tienes que resolverlo, hazlo. No postergues. ¡Ya!

Si puedes o debes delegarlo, hazlo. No bloquees. ¡Ya!

Si ni puedes resolverlo, ni puedes delegarlo, no marees la perdiz. Tíralo y deja

espacio para resolver otras cuestiones importantes. ¡Ya! Y no te preocupes, si es

realmente importante, el asunto volverá a ti para que le des respuesta resolutiva.

Esta es la regla que, personalmente, me ha funcionado francamente bien ante las

mareas de asuntos a resolver: HAZLO, DELÉGALO o TÍRALO.

Es decir, resuelve, gestiona o deshazte. Pero ahora. Aquí y ahora.

De este modo bajarán a paso ligero los emails con banderita, las notas de asuntos

pendientes, los post-it, las anotaciones en libretas, las cartas que pasan de un

lado al otro de la mesa, los mensajes no borrados en el contestador, etc, etc, etc.

Con la desactivación por resolución de esas “Unidades de Atención Permanente”

finalmente satisfechas recuperamos serenidad, ganamos espacio y lucidez,

podemos entonces concentrarnos en tareas nuevas y creativas, y además

sabemos que desbloqueando lo que estaba bloqueado en nuestra parcela, damos

también vida y movimiento a la de los demás, porque el efecto de un desbloqueo

es siempre sistémico.

Vamos. A volar.

OBSERVAR LO QUE PENSAMOS

La ventaja de ser conscientes de nosotros mismos es que podemos tomar

distancia de nuestro pensamiento y de nuestra conducta. Esa distancia, ese

espacio, es el que permite diferenciarnos como observadores y, a la vez, como

observados por nosotros mismos.

Sí, podemos pensar sobre lo que pensamos, escuchar nuestra propia voz interior,

ser autocríticos con nuestros sentires y procesos mentales, y con las actuaciones

que de ellos se derivan.

En este sentido, podemos ser discípulos de nosotros mismos, de nuestro dictado

interior. La palabra disciplina tiene la misma raíz etimológica que discípulo. Ser

testigos de nosotros mismos exige disciplina, el hábito de la autoobservación y de

la autocrítica. Es desde ese ejercicio perseverante, desde esta disciplina que

conseguimos llegar al observador, al foco de consciencia y atención que es capaz

de mirar distanciadamente los procesos mentales, los devaneos, las divagaciones,

los automatismos que se generan en nuestro interior.

Al observarlos, progresivamente, los vamos desactivando. Dejamos de ser

conducidos por procesos que operan sin que nos demos cuenta

(inconscientemente) y pasamos a tomar consciencia de cómo funcionamos, de

qué queremos descartar y, de este modo, nuestras reacciones (que se generan

inconscientemente) van deviniendo respuestas (que generamos

conscientemente).

Cuando eso se produce, nuestra libertad de elección aumenta exponencialmente,

porque dejamos de ser el resultado del vivir dormidos aunque estemos

aparentemente despiertos y pasamos a responder despiertos sabiendo que hemos

despertado de un sueño.

Pablo d’Ors, en su magnífico libro “Biografía del Silencio”, sin duda el mejor libro

que he leído en los últimos años sobre la práctica y experiencia de la meditación,

lo expresa de una manera bellísima:

“Ser consciente consiste en contemplar los pensamientos. La consciencia es la

unidad consigo mismo. Cuando soy consciente, vuelvo a mi casa; cuando pierdo

la conciencia, me alejo, quien sabe adónde. Todos los pensamientos e ideas nos

alejan de nosotros mismos. Tú eres lo que queda cuando desaparecen tus

pensamientos. Claro que no creo que sea posible vivir sin pensamientos de alguna

clase. Porque los pensamientos -y esto no conviene olvidarlo- nunca logran

calmarse del todo por mucha meditación que se haga. Siempre sobrevienen, pero

se sosiega nuestro apego a los mismos y, con él, su frecuencia e intensidad.

Diría más aún: ni siquiera debe tomarse conciencia de lo que se piensa o hace,

sino simplemente pensarlo o hacerlo. Tomar conciencia ya supone una brecha en

lo que hacemos o pensamos. El secreto es vivir plenamente en lo que se tenga

entre manos. Así que, por extraño que parezca, ejercitar la conciencia es el modo

para vivir plácidamente sin ella: totalmente ahora, totalmente aquí.”*

Seguiremos profundizando en el arte de meditar, de observar al observador, de

distanciarnos para poder elegir, del contacto con el eterno instante presente.

Porque lo que somos es eso: aquí y ahora, que es donde está lo que realmente

importa.

Besos y abrazos.

EL ERROR Y LA MENTIRA

Errar y mentir son cosas bien distintas. Es evidente. Pero demasiado a menudo

van de la mano.

Me explico: muchas veces la mentira surge para enmascarar, manipular o negar

un error. Ahí esta el vínculo.

Cuando alguien se equivoca en un proceso manual o mental, o por falta de

criterio, preparación, experiencia o habilidad, ese error es perdonable si se

muestra abiertamente por qué se ha producido. Es más, cuanto antes se

reconozca un error, más se puede aprender de él, y se mejora inmediatamente.

Luego el reconocimiento abierto y transparente de un error, supone en muchos

casos una inflexión rápida hacia la mejora. De ahí, y no es gratuito, que uno de los

mejores métodos de aprendizaje que existe es el llamado “ensayo y error”. Al

reconocer que nos equivocamos porque estamos aprendiendo, ensayando, con

humildad y con verdad, crecemos, aprehendemos e integramos de verdad. Y si

hace falta la disculpa o el perdón por el error cometido, estos surgen naturalmente

entre las gentes de bien. Y no hay más que hablar.

Pero la cosa se complica cuando se trata de ocultar, enmascarar o de negar el

error. De reconocer la incompetencia. Entonces aparece la mentira. Y con la

mentira, el error deviene manipulación. Porque la mentira es un error sí, pero un

error emocional que abre la puerta a las falsas excusas, a las ocultaciones, a las

tergiversaciones, a las acusaciones, al orgullo, a la negación de la realidad y a

tantas otras perversiones del carácter. Y ese tipo de error (la mentira y sus

derivadas) no se perdona tan fácilmente. Por ello, quien lo comete pero no se

atreve a reconocerlo, lo oculta. Y puede darse el caso de que se construyan

castillos de mentiras como, por ejemplo, el que ha dado lugar a la mal llamada

crisis que estamos viviendo (es una estafa, repito por enésima vez).

¿Os imagináis a un alto cargo político o financiero del signo que sea, declarando

en la televisión: “Lo siento, cometí errores, los oculté, negué la realidad, mentí, en

definitiva. Lo siento de corazón”? Hoy, y especialmente en nuestro entorno, este

hecho esencialmente humano resulta inconcebible. Hasta tal punto de perversión

hemos llegado. Pero si alguien tuviera el coraje y la valentía de hacerlo cambiarían

muchas cosas. O comenzarían a cambiar. Lo que pasa es que aquí nadie se

equivoca, nadie miente, nadie lo reconoce, nadie sabe pedir perdón con su alma

desnuda. Y así vamos.

El error no es el problema. El problema es la mentira. Siempre.

Por ello es tan necesaria la educación emocional, social y psicológica de nuestros

hijos. Para que el día de mañana, en el ejercicio de sus responsabilidades, cuando

se equivoquen, que lo harán, como lo hacemos todos, por lo menos no mientan.

La solución a un error es su reconocimiento: “me he equivocado”. Pero la solución

a una mentira no implica solo su reconocimiento, sino un verdadero

arrepentimiento: “lo siento” unido a una promesa, a un compromiso: “no volverá a

suceder”; y a una realidad, que se cumpla la promesa.

Por eso es necesaria la ley. Para los que no aman. Porque quien ama reconoce el

error y no miente.

Ojalá lleguemos a un día en que, gracias a la cultura, no sean necesarias las

leyes, porque nuestros hijos sepan amar lo que nosotros no hemos sabido. Esa es

la verdadera utopía.

Besos y abrazos.

ACTUALIZAR EL POTENCIAL

Habitualmente la violencia —ya sea individual o traducida en una guerra, en un

conflicto— es una expresión de la impotencia. Es el último recurso que le queda a

una persona para defenderse cuando se siente impotente. Y es importante ser

conscientes porque a menudo también la omnipotencia es el resultado de una

impotencia: es un mecanismo de defensa que hace que la persona que tiene falta

de autoestima se muestre vanidosa, arrogante, displicente, matón, precisamente

para compensar su baja autoestima.

¿Qué es la potencia, pues? La potencia es lo que somos, lo que somos en

esencia y que podemos actualizar si vivimos, si hacemos, si vamos llenando de

contenidos nuestra experiencia vital, si vamos avanzando en la creación de

nuestro yo-experiencia.

La impotencia, en cambio, a menudo se sostiene en falsas creencias; sí existe una

impotencia real, sí que hay cosas que no podemos cambiar por mucho que lo

queramos, pero a menudo la impotencia nace de una falsa idea —aquel que se

siente superior proyecta en los demás un desprecio que les hace ser

inconscientemente impotentes—.

Y lo mejor que podemos hacer para no caer en esa falsa impotencia es conectar

con nuestra potencia y actualizarla, es decir, ver de qué somos capaces a medida

que nos arriesgamos y que vamos probando nuevas alternativas, en cualquier

dimensión , la profesional, la personal… Esto nos permitirá ir actualizando nuestra

potencia y abandonar estos dos elementos que tienen que ver con el yo-idea, la

impotencia, y con el yo-ideal, la omnipotencia: “Como ahora no soy capaz, en el

futuro seré capaz”.

La omnipotencia va muy ligada a la soberbia, la arrogancia, la displicencia y la

vanidad. Si nos fijamos y analizamos a las personas soberbias que conocemos,

acabaremos pensando cosas como: “Quizá no tuvo el cariño suficiente cuando era

pequeño”. La omnipotencia es propia de la gente que necesita sentirse reconocida

permanentemente, hacerse notar, saberse bueno, demostrar que lo es… Y

aunque parezca paradójico, detrás de esta vanidad a menudo lo que hay es una

profunda falta de amor por uno mismo.

Además, existe una relación directa entre el victimismo y el sentirse impotente, y

entre la omnipotencia y sentirse salvador. Es el llamado Triángulo de Karpman.

Karpman, psicólogo, decía a menudo que los juegos psicológicos, los conflictos

emocionales que, de manera inconsciente, vivimos las personas se constituyen a

partir de tres posiciones que podemos tomar y que normalmente aprendemos en

la infancia: la posición de víctima, la de salvador o la de perseguidor. Y a partir de

aquí comienza el juego, y hay gente que empieza siendo víctima y acaba siendo

perseguidora, o a la inversa. Son juegos de impotencia.

Solo si somos capaces de conectar con nuestra potencia y, por tanto, con nuestra

capacidad de hablar para expresar nuestras emociones, para resolver nuestros

conflictos, para pensar qué es lo que no funciona y buscar la manera de arreglar

esto, dejaremos de jugar, dejaremos de ser víctimas, perseguidores o salvadores,

y tendremos permiso para aprender, crecer y amar, para disfrutar de este proceso

y para crear conscientemente una vida mejor para nuestro entorno.

Álex Rovira

EL FUTURO

Dice mi admirado amigo Enrique Mariscal que el futuro no es inevitable, es

“inventable”. Y para inventar el futuro hacen falta, esencialmente, personas.

Personas éticas, con visión, con ganas, con lucidez, bien preparadas: talento,

talante, creatividad, integridad y propósito son las claves. Seres humanos bien

humanizados, en definitiva. Personas que sepan vincular sus talentos y

entusiasmos porque tienen clara la respuesta a LA pregunta clave: “¿Qué nos

une?”.

Cuando tenemos un propósito que nos une, algo que da sentido a nuestros

esfuerzos y trabajos, incluso a las crisis o adversidades, tenemos más fuerza para

seguir remando. Porque siempre, juntos somos más y mejores. Y es que la

diferencia crea sinergia y está todo por hacer, de nuevo, y hoy más que nunca. Así

que toca remangarnos, tomar aire, remar y respirar a cada paso sin perder de

vista que con nuestro trabajo podemos mejorar este mundo que nos ha sido dado.

Precisamente a organizaciones humanas, vínculos, proyectos y empresas,

visiones, talentos y talantes, dedicamos la Segunda Parte de nuestro libro (escrito

con Pascual Olmos), “La vida que mereces”, y la iniciamos con estas palabras:

SEGUNDA PARTE

La organización humana

“Lo que es bueno para la colmena es bueno para la abeja.”

MARCO AURELIO

Si analizamos nuestra historia, vemos que los grandes cambios se producen o

bien por la convicción de un ser humano o de un amplio colectivo que, guiados por

una utopía y un gran afán de mejora social deciden ponerse manos a la obra para

transformar una realidad que es muy mejorable, o bien por compulsión, por

revolución, por una grave crisis que obliga a hacer aquello que debiera haber sido

hecho pero que, por el motivo que sea, no se ha llevado a cabo.

Crisis, crisálida, crisol, crítica, criterio y criba son voces que tienen la misma raíz

etimológica: nos hablan de cambio, de transformación, de evolución, de selección

rigurosa y meditada, de aplicación de la consciencia para seleccionar con tino y

rigor.

Buena parte de la innovación empresarial y social se inicia bajo procesos de crisis,

que llevan a replantear, muchas veces de raíz, profundamente, los hábitos y

prácticas sociales y organizativas. Ahora estamos inmersos, nos demos cuenta o

no, en plena crisálida social. La innovación social que nos traerá esta crisis tendrá

unas consecuencias que pocos son capaces de vislumbrar en su globalidad:

flexibilidad, integración, voluntariado, interactividad, fluidez en la información,

transparencia, gestión por valor, ecología, sostenibilidad y tantos otros serán

conceptos que convivirán con nosotros en el futuro y cada día con más fuerza.

Porque lo que no cambiemos a consecuencia de esta crisis por convicción, nos

veremos obligados a hacerlo en el futuro debido a crisis que cada vez serán

mayores y más complejas, a menos que comencemos ya a aplicar lo que las

evitará. Nosotros elegimos: la voluntad, la ética, la solidaridad, la transparencia y

el compromiso, valores, en definitiva, como llaves para abrir puertas, o la

revolución y el dolor como arietes para derribarlas a golpes.

En el mundo que viene la tecnología nos facilitará crear nuevos entornos en los

que vivir, trabajar e interrelacionarnos de un modo más eficiente, económico,

transparente y limpio, sabremos que deberemos cuidar el talento y alentarlo para

generar un valor añadido ilimitado que no esté condicionado por una tierra

limitada, construiremos organizaciones empresariales, cooperativas, sociales y

gubernamentales en las que el comportamiento ético será clave de supervivencia,

la respuesta local imprescindible, la innovación y la generación de valor

objetivamente medibles devendrán parte del ADN de todo sistema humano. Y las

empresas y las organizaciones humanas serán los eslabones que crearán esta

cadena de transformación. Los equipos de personas que bajo un liderazgo íntegro

con voluntad de generar riqueza social transformen la realidad mucho más allá de

lo que los cenizos profesionales auguren.

Sí, el futuro no es inevitable, es inventable.

Inventémoslo, entonces: aquí, ahora, ya.

¿Vamos?

SER

Ser es una bella palabra que admite decenas de definiciones, y cuya polivalencia como verbo es, quizás,

la mayor del diccionario: ser implica estar, existir, haber, servir, suceder, acontecer, valer, poseer, costar,

seguir, mantener la amistad, corresponder, pertenecer, afirmar, etc. En el verbo Ser se conjuga la vida, en

definitiva.

Y como sustantivo, Ser es esencialmente (y valga la redundancia) esencia, naturaleza y humanidad. Ser

es la palabra fundamental, a partir de la que conjugamos existencia e identidad con el arte y la

oportunidad de vivir. A este concepto, Ser, dedicamos la Primera Parte de nuestro libro (con Pascual

Olmos), “La vida que mereces”, cuya breve introducción quiero compartir con vosotros, aquí, y dice así:

PRIMERA PARTE

¿Ser o no ser humanos? Esa es la cuestión.

El ser humano siembra un pensamiento y recoge una acción.

Siembra una acción y recoge un hábito.

Siembra un hábito y recoge un carácter.

Siembra un carácter y recoge un destino.

PARAMAHANSA YOGANANDA

¿Cuántas veces hemos oído “es imposible ser completamente feliz porque siempre falla algo”? ¿O esa

otra frase que hoy nos suena casi anticuada de “no me siento realizada o realizado”? Ambas preguntas en

el fondo giran en torno a un concepto más profundo, más abstracto y más difícil de integrar en nuestras

vidas: el ser, ese término filosófico con el que no estamos acostumbrados a convivir, que no aparece en

nuestra educación emocional ni en nuestra escala de referencias habitual, y que puede permanecer lejos

de nuestro pensamiento cotidiano durante toda nuestra vida si no nos detenemos a pensar explícitamente

sobre él.

En esta primera parte del libro queremos focalizar la atención sobre nuestro ser, pero no en un sentido

filosófico abstracto, metafísico ni religioso, sino en un sentido más prosaico, más cercano y efectivo;

queremos detenernos a pensar sobre lo que podríamos llamar con un sencillo juego de palabras nuestro

“ser humanos”, esa esencia humana que se manifiesta en cada decisión, en cada acción, o mejor dicho en

nuestro compromiso con las consecuencias de cada decisión y cada acción. Ese “ser” en el mundo que

define nuestra vida y al que, por lo general, prestamos poquísima atención. Parece que solo nos

detenemos a reflexionar sobre él cuando la crisis, la desgracia o la tragedia hacen acto de presencia. ¿Por

qué no tenerlo en cuenta cotidianamente para así ir trazando nuestro mundo y futuro deseado?

Enseguida veremos que lo que nos hace humanos son nuestras necesidades, las motivaciones de nuestro

actos, y que ellas son el motor de todo, la verdadera energía que mueve el mundo. Una energía

verdaderamente renovable, limpia, que no contamina, pero que tiene consecuencias cuyo signo depende

directamente de la suma de las actitudes y valores de todos y cada uno de los habitantes de este planeta.

Reflexionaremos entonces sobre cómo transformar positivamente esa energía, cómo reconducirla a favor

del propio individuo y su felicidad, pero también a favor de un modelo de gestión que nos ayude a

generar un entorno social equilibrado, del que podamos sentirnos orgullosos, y una economía sostenible

que tenga en cuenta la huella ecológica de los productos y servicios y que garantice la calidad de la

biosfera protegiéndonos de la escalada de la depredación, el malgasto y el abuso que estamos haciendo

del planeta.

Porque hay una premisa obvia que hemos eludido: la psicología crea la economía. O, dicho de otro

modo, la calidad del alma crea la calidad de la materia. ¿Queremos un mundo bello? Creemos entonces

bellas personas. ¿Queremos una economía justa y sana? Eduquemos entonces seres humanos justos y

sanos. ¿Imposible? No. La palabra imposible acostumbra a ser pretexto de perezosos. Hoy, la pregunta

ya no solo es: ¿qué mundo dejaremos a nuestros hijos?, sino también: ¿qué hijos dejaremos a este

mundo? Y para responder a esta segunda pregunta con propiedad, debemos reflexionar profundamente

en las raíces de nuestro ser, de nuestra esencia como seres humanos, de nuestras motivaciones y de lo

que da sentido a nuestras horas y a nuestra vida.

Os deseo un Ser feliz.

EL MAPA DEL TESORO SEGUNDA PARTE

Vivimos en un mundo donde todo avanza sin parar, donde el conocimiento no deja de crecer, donde

permanentemente aparece algo nuevo que merece la pena conocer, sea por la solución tecnológica que

nos aporta, o porque nos enseña a pensar y a actuar mejor y más eficientemente. Por ello es

imprescindible estar al día, aprender y formarse continuamente, comprender, prever, estar lo mejor

preparados posible. Por ello es importante aplicar los siguientes principios para ir a por el tesoro:

a) Voluntad de aprendizaje continuo, es decir, no dejes nunca de aprender. La formación continua es

esencial: lee, aprende, estudia, investiga, cuestiónate. Filosofía, cuanto más sepamos, más amplia será

nuestra visión del mundo y las oportunidades que veremos en él. Somos como la tecnología: quien no

actualiza su conocimiento, deja que su software quede rápidamente obsoleto y desconectado de la

realidad. ¿Trabajarías hoy con un PC de los años noventa? ¿Irías con un móvil como aquellos pesados

maletines de autonomía limitadísima y sistemas de comunicación que ya no son útiles? ¿Verdad que ni

siquiera lo concibes? Pues la persona que, pongamos por ejemplo, acabó sus estudios hace veinte años y

no se ha puesto al día, se queda tan obsoleta o más que esos equipos del pasado.

b) Conocimiento especializado y diferencial. Si quieres ser relevante, tienes que ser distinto, y para ser

distinto tienes que mirar el mundo y conocerlo de forma diferente a como lo hace el resto. Si eres

distinto, serás relevante, la gente te verá y por lo tanto tendrás muchas más opciones de ser elegido. No

solo se trata de que sepas mucho de lo tuyo, sino que sepas algo que nadie más sabe. Aristóteles Onassis

afirmaba que “el secreto de un gran negocio consiste en saber algo que nadie más sabe”. Pues eso.

c) Haz del error el mayor conocimiento y haz de la crítica el mayor aprendizaje. Quien no se

equivoca es que no actúa y, por lo tanto, no aprende. Basta ya de vivir los errores como máculas que hay

que ocultar, como pecados de los que necesitamos la absolución. Solo quien nada hace no se equivoca.

Lo inteligente es aprender del error para mejorar. Luego equivócate, pero extrae conclusiones útiles que

te permitan saber más que nadie de lo tuyo.

d) Premia las ideas de tu gente. Hay que tener en cuenta que el 90 por ciento de la innovación del

mundo no nace de altos costes de inversión en I+D, sino de ideas y opiniones de los propios empleados

de la empresa. Si quieres desarrollar tu conocimiento para llegar al tesoro, escucha a tu gente y piensa

que la idea más pequeña y más simple puede revolucionar un negocio. Piensa, por ejemplo, que el post-it

fue el resultado de la perseverancia de un ingeniero que se preguntó qué hacer con un pegamento que no

pegaba bien… pero tardó catorce años en encontrarle una utilidad a un pegamento de baja calidad.

e) Cultiva la paciencia y la perseverancia en la voluntad de aprender y descubrir. Dicen que Edison

repetía la siguiente frase: “La gente que dice que no se puede hacer no debería interrumpir a quienes lo

están haciendo”. Y es verdad. El conocimiento especializado y diferencial, el saber que aporta valor,

requiere por un lado de una gran perseverancia y, por otro, de una mirada distinta de la realidad. Siempre

he pensado que lo que convierte a alguien en un genio es la capacidad de hacer obvio lo que hasta el

momento estaba oculto y a la vez era evidente. Que la Tierra gira alrededor del Sol hoy está fuera de

toda duda. Que la relatividad existe es un hecho. Que la sangre circula por nuestro cuerpo, también. Que

nuestros genes y los de los monos tienen muchísimo en común, es obvio (a veces, descaradamente

obvio). Que hay recuerdos y vivencias del pasado que no somos capaces de evocar porque resultan muy

dolorosas y en algunos casos insoportables, es tristemente evidente… Pero a Galileo, Newton, Servet,

Darwin o Freud y a tantos otros genios de su momento les costó muchos disgustos defender sus

“obviedades”, que fueron negadas y perseguidas por sus coetáneos, en algunos casos, con extrema

violencia. Los genios miran la realidad de una manera diferente. Utilizan su cerebro para imaginar, para

crear, partiendo de datos fiables y contrastables. Luego traducen sus descubrimientos a un lenguaje

comprensible para todos. Parece fácil, pero para ello hacen falta cuatro cosas:

- Saber pensar: tener modelos de referencia.

- Tener buena información: preguntar, observar, escuchar y, en definitiva, ayudarse de los sentidos.

- Arriesgarse a salir de lo conocido hasta el momento (se necesita coraje).

- Y, sobre todo, arriesgarse a comunicarlo.

Pero hay un ingrediente más. En las biografías de Madame Curie, Thomas Edison, Albert Einstein,

Santiago Ramón y Cajal, Antoni Gaudí, Sigmund Freud… se constata que todos los hoy considerados

genios perseveraron y trabajaron mucho en la construcción de su saber. Y aunque cuando pensamos en

ellos solo nos vienen a la cabeza los clichés de sus éxitos, conviene recordar que antes de esos éxitos

hubo… ¡fracasos! Un ensayo y error, una preparación, una tenacidad y una gran fe en el resultado.

Decía, brillante, Giacomo Leopardi que “la paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente

porque carece de toda apariencia de heroísmo”. ¡Cuánta verdad! Es famoso el hecho de que Edison

realizó más de mil intentos antes de lograr su primera bombilla eléctrica (piénsalo despacio, mil intentos:

uno, dos, tres… ). Cuando alguien le preguntó cómo era capaz de perseverar en el intento tras tantos

fracasos su respuesta fue firme, irónica y contundente: “Perdone que le corrija. No he fracasado ni una

sola vez. De hecho, ahora conozco mil maneras diferentes de no hacer una bombilla”. Muy pocos nacen

siendo genios. Detrás de la genialidad hay una creatividad que muchas veces procede de la

perseverancia, paciencia y especialización que escasos humanos son capaces de alcanzar. Pablo Picasso

lo dejó muy claro: “No sé en qué momento llegan la inspiración y la creatividad… Lo que sé es que

hago todo lo posible para que, cuando lleguen, me encuentren trabajando”. Para vivir “oportunidades

geniales” es imprescindible que seamos perseverantes a la hora de intentar sacar provecho de los talentos

o habilidades que tenemos y del entusiasmo que nace cuando hacemos de nuestra pasión el objeto de

nuestro trabajo.

[Este artículo y otros anteriores son una síntesis del libro “El Mapa del Tesoro”, escrito por Álex

Rovira y Francesc Miralles, y publicado por Editorial Conecta.]

Álex Rovira

EL MAPA DEL TESORP SEGUNDA ´PARTE

Si sólo haces lo que sabes que puedes hacer,

no harás mucho.”

TOM KRAUSE

Einstein afirmaba que “la suerte es una función los parámetros de la cual desconocemos”; es decir, que

en muchas más ocasiones de las que imaginamos, aquello que llamamos suerte no es tanto fruto del azar

o algo inexplicable, sino que se trata en realidad de un conjunto de elementos complejamente

interrelacionados que podemos explicar con detalle. Por ejemplo, si cualquiera de nosotros lanza una

moneda al aire y, antes de que caiga, se le pregunta si será cara o cruz, todos, por muy videntes o

intuitivos que seamos y si la moneda no está trucada, acertaremos a la larga en un 50 por ciento de los

casos. La moneda tiene dos caras y es así de simple. Pero si sabemos la velocidad del lanzamiento de la

moneda, su peso, diámetro y grosor, y la resistencia de los materiales al aire, la inclinación y la fuerza en

la salida de la moneda cuando la lanzamos, podemos llegar a predecir con mucha mayor precisión si

caerá en cara o en cruz. Cuantos más parámetros conozcamos, mayor será la posibilidad de predecir,

pero si no los conocemos, no lograremos acertar.

Conocer esos parámetros, o esas leyes, es una manera de saber qué pasos son necesarios seguir. En este

sentido, y profundizando en el contenido del post “Querer, saber, hacer y legar”, vamos ahora a

profundizar en éste y en otro próximo post qué implica cada uno de estas acciones tomando como

analogía “El Mapa del Tesoro”.

1. Querer quiere decir tener la actitud que nos lleva a movernos con ánimo, determinación y entusiasmo

para crear nuestro anhelo y hacer frente a la adversidad.

2. Saber implica prepararnos y formarnos para conocer muy bien aquello que queremos crear, nuestro

proyecto, con gran competencia.

3. Poder supone llevar nuestras intenciones a que se conviertan en acciones reales, en hechos que

consoliden día a día, paso a paso, nuestra ilusión.

4. Imaginar. Es decir, tener una visión de cuál es nuestro anhelo, nuestro proyecto que sea como una

guía que nos anime a trabajar para encarnarlo en la realidad.

5. Gestionar implica cuidar nuestros recursos en la medida que podamos, para que no los dilapidemos

en cuestiones innecesarias que, llegado el momento, nos permitan hacer frente a una crisis o a una

importante inversión u oportunidad. Saber invertir supone tener buen criterio para que lo que hemos

conseguido con tanto esfuerzo y trabajo no se pierda, sino todo lo contrario, que crezca. Y para hacer

crecer aquello que ya tenemos, es necesario también reinventarnos con frecuencia para mejorar

continuamente como profesionales y como personas.

Y ahora entraremos en el detalle de cada uno de los elementos que forman el Mapa del Tesoro.

QUERER: LA ACTITUD (LA BRÚJULA)

Reza el dicho que “hace más el que quiere que el que puede”, y estamos totalmente de acuerdo con esta

afirmación. Nuestras actitudes, nuestra brújula, son el primer factor imprescindible, el impulso necesario

para encontrar y hacer creer nuestro tesoro. Pero, ¿qué significa querer? ¿En qué se traducen nuestras

actitudes cuando son las adecuadas?

a) Actitud mental positiva: para empezar un buen camino, debemos ser conscientes de que más que

estar condicionados por nuestro entorno y circunstancias, podemos elegir cómo nos situamos intelectual,

emocional y activamente en nuestra realidad inmediata. Nuestra postura ante la vida determina en buena

medida no sólo cómo la interpretamos sino también cómo acaba siendo. No nos cansaremos de repetirlo:

lo que creemos tiende a ser lo que creamos.

b) La segunda variable del querer es lo que llamamos la esperanza activa. Mi fe en la creación de una

utopía no se soporta en la nada, sino que soporta en la acción que, aquí y ahora, ya estoy llevando a

cabo, porque lo hago ya, no postergo la acción ni la decisión. Soy optimista, pero no soy ingenuo ni

bobo. Eso implica que trabajo, que actúo, y que lo hago ahora. Es importante empezar de esta manera,

porque si no tienes ese optimismo activo inmediato, tus acciones no cristalizan, no se concretan porque

las aplazas, porque las postergas y el cambio jamás llega.

c) Otra variable común es lo que podríamos llamar como el futuro-presente; es decir, en realidad el

futuro es presente, en la medida que somos capaces de moldearlo con cada pequeña decisión y acción

que tomamos en cada momento. El futuro que imagino y deseo será real porque lo estoy creando y

haciendo en este instante. El futuro no se concretará si no hacemos nada para que se encarne. El futuro lo

estás construyendo ahora. Es obvio, sí, pero también muy obviado.

d) La voluntad de ser útil y servir con excelencia. Éste es un factor clave. Todo lo anterior tiene que

estar envuelto por este principio. Yo generaré prosperidad en la medida en que aporte utilidad y valor a

los demás, en la medida en que todo lo que haga aporte una utilidad, un bienestar, un confort, un deleite,

una solución. La vocación y la voluntad de servir de corazón, de dar lo mejor de nosotros a quien confía

en nuestro proyecto empresarial o social, las ganas de querer hacerlo bien, de cuidar cada detalle por

pequeño o superficial que parezca, es un elemento esencial del logro de nuestro propósito.

e) Generosidad magnética, que podríamos resumir en un principio muy simple: “Lo que doy, me lo

doy; lo que no doy, me lo quito”. La generosidad verdadera atrae y convoca; si somos capaces de dar

más a nuestro cliente de lo que espera recibir por ese precio, es evidente que la voz correrá.

f) “Ganamos todos”, es decir, no sólo gano yo como emprendedor, sino que también gana mi equipo,

mis clientes mis socios, la sociedad, los proveedores, el medio natural. Porque les ayudo a producir

mejor, a ser más eficientes, a aumentar su nivel de conciencia a través de una pedagogía necesaria, a

ganar todos. Es importante pensar siempre globalmente, sistémicamente, en que todos, absolutamente

todos, podamos disfrutar de una ganancia colectiva.

g) Longanimidad y magnanimidad. Ambas palabras nos hablan de la grandeza del alma, de nuestra

capacidad de ser nobles, generosos, de ser perseverantes, de saber enfrentar la adversidad, de actuar con

benignidad, clemencia y generosidad. Si el alma de un ser humano es grande, grandes son sus acciones y

los resultados que se obtienen… En definitiva, se trata de generar valor con valores, de que la ética y el

bien común sean la guía de nuestras acciones.

h) Agradecer y ser humilde. Finalmente, y para acabar el apartado del Querer, es necesario agradecer a

todos los que nos rodean y dan soporte en el proceso de crear nuestro propósito: clientes, compañeros de

proyecto, prescriptores, y todos cuantos formen parte del grupo que nos anima, impulsa o ayuda a

avanzar. Pero la gratitud y la humildad no admiten impostación, su manifestación demanda autenticidad,

verdad. Ambas son el antídoto de la arrogancia y la estupidez, que son el principal factor de fracaso en

las relaciones humanas, y por supuesto, ante cualquier iniciativa profesional.

[Este artículo, el anterior en esta misma sección y otros posteriores son una síntesis del libro “El Mapa

del Tesoro”, escrito por Álex Rovira y Francesc Miralles, y publicado por Editorial Conecta.]

Álex Rovira

AVANZAR CONFIAR

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.

ANTONIO MACHADO (“Proverbios y cantares” (XXIX))

¿Somos conscientes de la importancia que tienen nuestros pensamientos a la hora de crear nuestra

realidad? Y, concretamente, ¿somos conscientes de la fuerza que tienen nuestras creencias, es decir, lo

que creemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida a la hora de condicionarnos en

nuestra cotidianidad? Porque, en realidad, somos, en buena parte, lo que creemos que somos. Desde

nuestra subjetividad nos construimos como sujetos y nos relacionamos con los demás y con el mundo. Y

al relacionarnos, vamos construyendo una interpretación de éste, que acaba siendo lo que llamamos

nuestro mundo, y de la vida, que acaba siendo nuestra vida. Nuestro sistema de creencias inconscientes,

nos guste o no, modela nuestra realidad subjetiva (actitudes, pensamientos, emociones, autoestima y

proyecciones) y, en consecuencia, nuestra respuesta al entorno.

Del mismo modo que nuestras creencias pueden actuar como freno para nuestra realización, también es

cierto que, además, en la dimensión contraria, pueden hacer las veces de trampolines o de alas. Porque

somos nosotros quienes a partir de nuestras actitudes y creencias construimos nuestras realidades. Es

decir: lo que creemos es lo que creamos. Es más, por lo general, no sabemos de lo que somos capaces

hasta que lo intentamos, pero para intentarlo debemos partir de la confianza mínima para dar el primer

paso; debemos tener fe en que podemos crear nuestro anhelo. Sin ello no hay la mínima intención

necesaria que precede a toda creación. Para crear, a cualquier nivel, es necesario que se dé una primera

condición fundamental: creer que podemos. Y aunque ésta es una condición a menudo necesaria, no es

suficiente.

Nuestras creencias sobre nosotros mismos y las que ponemos sobre la realidad establecen un diálogo

permanente que acaba actuando como el software de un programa que opera las veinticuatro horas del

día. Dicha conversación inconsciente es la clave de la transformación humana y social. Porque la

creencia está en el origen del vínculo, de la confianza. Veámoslo en un ejemplo: si un niño recibe de sus

padres y escuela la formación y educación necesarias que le permiten construir un sistema de creencias

sano, objetivo y equilibrado, tendrá la fuerza interior suficiente, construida en una mezcla óptima de

ternura y límites necesarios, que le permitirá gozar de confianza en sí (autoestima) para creer que puede

tirar adelante, arriesgarse, aprender de sus errores, responsabilizarse, rectificar, mejorar continuamente,

en definitiva, crecer e ir conquistando parcelas de la realidad y de la vida. Este proceso es el que hace

que los seres humanos devengan buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos.

Como indica la palabra, las creencias se construyen desde el creer, y a su vez, el creer se construye desde

la confianza. Si creemos en algo o alguien es porque confiamos en ese algo o alguien. Luego, el diálogo

con la realidad, el ensayo y error, el esfuerzo y aprendizaje, la recompensa que supone el logro, la

realización y el placer de crear y transformar nacen de la confianza en uno mismo, en el otro y en la

vida. Creer es confiar, y confiar es crear. Sin confianza no declararíamos nuestro amor, no traeríamos

hijos al mundo, no invertiríamos para mejorar, no nos arriesgaríamos, no innovaríamos. Sin confianza no

merecería la pena vivir. Sin confianza no hay encuentro verdadero, motor de transformación de la

realidad. Sin confianza no podemos amar y no podemos sabernos amados. En realidad el desamor, no es

más que la ruptura de una confianza en el otro. Confiar y vivir en pos de una plenitud van de la mano.

Confiar y crear, son uno. Crear y vivir son identidad cuando van unidos de la mano de la confianza.

Confiar, creer, amar, crear, lograr, son los cinco verbos que transforman el mundo. Quien confía, cree,

quien cree, ama, quien ama, crea, quien crea amando y confiando, logra. En consecuencia, el aforismo

que reza “tanto si crees que puedes, como si crees que no, estás en lo cierto”, es de puro sentido común.

Si uno cree en su fuero interno que no lo logrará, no dará el paso necesario, y si lo da, la inseguridad

actuará como elemento que tenderá a boicotear la iniciativa. En el extremo contrario, quien se prepara,

se forma, aprende, entrena con tesón, ensaya con alegría y esfuerzo, disfruta del proceso, le encuentra un

sentido, incorpora los errores como activos de su experiencia, abandona el victimismo en pos de la

responsabilidad, va construyendo una personalidad y una dialéctica con el mundo que le permiten

avanzar y lograr en el camino de la vida, porque va esculpiendo una confianza en sus propias

capacidades para conducirse y gestionar la existencia. Por todo ello, sin duda, hace mucho más el que

quiere que el que puede.

Para crear, insisto, es necesario creer que podemos. Pero no entendamos esta creencia como un acto de

fe ciega e inconsciente, sino todo lo contrario: es la consecuencia del triunfo de la voluntad y del activo

de la experiencia.

Álex Rovira

AQUÍ Y AHORA

“El objetivo de la vida es nacer plenamente,

pero la tragedia consiste en que la mayor parte de nosotros

muere sin haber nacido verdaderamente.

Vivir, es nacer a cada instante”.

ERICH FROMM

Nuestra vida se despliega en una infinidad sucesiva de instantes. Los que pasaron y residen en la

memoria constituyen nuestro pasado. Los que están por llegar e imaginamos creemos que serán nuestro

futuro. Pero aquello que es real, lo que única y verdaderamente siempre tenemos con nosotros es el

momento presente, este mismo momento, o mejor, nuestra consciencia de la existencia en ese instante

tan breve que ni tan solo es cuantificable, porque cuando nos percatamos de él, ya ha pasado.

Ese presente se manifiesta en un aquí y ahora, que más que un momento y un lugar, es la presencia que

se hace consciente de sí; se manifiesta en nuestra consciencia de ser; en nuestra capacidad de darnos

cuenta que somos Presencia, somos Consciencia. Es importante sabernos testigos de nosotros mismos,

de la vida que se despliega desde nuestro centro en cada instante. Porque no somos nuestro nombre, que

es una etiqueta; ni nuestro cuerpo, que cambia continuamente; ni nuestras emociones o estados de

ánimo, que se transforman y fluctúan en función de las influencias externas y de nuestras elaboraciones

internas; como tampoco somos las ideas que nuestro pensamiento crea sobre nosotros mismos, sobre los

demás o la vida, tan volubles como una pluma al viento; ni por supuesto somos lo que define a nuestra

ocupación, nuestra profesión (cuántas veces nos autodefinimos diciendo: soy médico, soy albañil, soy

maestro… ). Somos, simplemente, Presencia, Consciencia, Ser. La presencia que se da cuenta de que

uno piensa, siente, vive, es. Esa tan pura y tan simple; tan desnuda y esencial; tan obvia que la acabamos

por obviar, por olvidar. Pero su valor, aunque obviado, es infinito, ya que es la vida misma. Sin

Presencia no habría Consciencia, no habría Vida.

¿Por qué, simplemente, no nos dejamos ser? ¿Por qué no conectamos con el fluir de la vida aquí y ahora

y nos olvidamos de pre-ocupaciones futuras y recuerdos del pasado que tantas veces nos castigan, para

centrarnos en un universo que se despliega desde nuestro centro esencial. Porque el pasado y el futuro

son las sedes de nuestras enfermedades: frente al dolor del recuerdo por lo vivido, y desde la angustia de

aquello que está por venir, tenemos el presente, el instante presente como lugar efímero y a la vez eterno

para recuperar nuestra salud, nuestra consciencia, nuestra vida. Incluso desde él podemos dar un sentido

distinto al pasado y crear un futuro sin angustias y lleno de esperanzas. Porque la vida y todas sus

posibilidades se encuentran concentradas en toda su potencia en el presente, en el aquí y ahora, y se crea

desde ese centro, desde ese “Yo Soy”.

¿Qué podemos hacer entonces? Entregarnos al presente. Construir la vida dándonos completamente a lo

que nos toca vivir, aquí y ahora. Sentir, pensar y actuar desde nuestro centro esencial. Ya que es este

punto de partida el que se renueva indefinidamente, momento a momento, y desde él podemos conectar

con nosotros mismos, con la vida, y seguir en el viaje que nos propone a cada instante.

Somos seres humanos conscientes. Nacemos mujeres y hombres, pero devenimos humanos a medida que

ampliamos y profundizamos en nuestra consciencia. No somos máquinas. Entre todo estímulo que

recibimos y nuestra respuesta a este estímulo, media un espacio; un espacio de consciencia. Es en ese

espacio, aquí y ahora, donde yace nuestro poder de transformación y nuestra libertad de decidir. En estas

decisiones tomadas desde la consciencia, desde una actitud positiva, desde la entrega, reside nuestro

crecimiento, nuestra felicidad y nuestra Buena Vida.

Nuestras actitudes elegidas desde la consciencia del presente, crean emociones y pensamientos. Nuestras

emociones y pensamientos se traducen en acciones. Las acciones que repetimos desde allí se convierten

en hábitos. Los hábitos determinan nuestro carácter. Es nuestro carácter el que define el sentido de

nuestra vida y el significado que le damos y le daremos a ella cuando nos vayamos de aquí, en el último

momento. El signo de nuestra vida se construye, por lo tanto, a partir del simple hecho de vivir en el aquí

y ahora, y de elegir con consciencia en cada instante.

Álex Rovira