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1 D.- OTRO TE CEÑIRÁ (Serie transfigurada) Siguiendo tu rastro de violetas y azucenas “Diste tu vida, a cambio de mi cielo, en noche sosegada : sembrando de violetas y azucenas el lecho que escogías por morada”. Tres años escasos, hermano, como tres días escasos invirtiera el Señor Jesús en cumplir su promesa de resucitar de entre los muertos, tardaste en venir a mi sueño, desde aquella otra “noche sosegada” en que habías salido de tu precioso cuerpo para estar desembarazado y listo para nuestra obra conjunta de amor. Poco podía yo, en el momento de mi “profunda noche” en que me encontraba, sospechar que tan buen amigo estaba preparándome la coartada para no tener que morir. Tú, amor, lo hiciste por mí, para que yo reencontrase mi vida en ti, en quien, por negligencia y descuido vital, –también por providencia de nuestros ángeles custodios–, tiempo atrás la había dejado perder y evaporarse de la mía, tan lamentablemente : “Así de nuevo tu llama refulgía en mi profunda noche : Pedías expectante mi consenso, cuando, como Samuel, te oí mi nombre. En ese instante, el beso de tus labios, en rosa ensangrentada, me devolvía el beso de la vida que en ti había perdido y en ti hallaba”. Déjame, amor, transcribir aquí otras dos estrofitas de la poesía que con doble, al menos, significado, me dictasteis hace poco entre tú y el Richi Mayor : “¿Qué fue de tu saetas de fuego ardiente, que en la brisa torcieron su fiel gradiente ? ¿O es que acaso fue el alma quien perdió el rumbo de tu bonanza ? ¿Por qué no te olvidaste

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Page 1: Siguiendo tu rastro de violetas y azucenas · “Diste tu vida, a cambio de mi cielo, en noche sosegada : sembrando de violetas y azucenas . el lecho que escogías por morada”

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D.- OTRO TE CEÑIRÁ (Serie transfigurada)

Siguiendo tu rastro de violetas y azucenas “Diste tu vida, a cambio de mi cielo, en noche sosegada : sembrando de violetas y azucenas el lecho que escogías por morada”. Tres años escasos, hermano, como tres días escasos invirtiera el Señor

Jesús en cumplir su promesa de resucitar de entre los muertos, tardaste en venir a mi sueño, desde aquella otra “noche sosegada” en que habías salido de tu precioso cuerpo para estar desembarazado y listo para nuestra obra conjunta de amor.

Poco podía yo, en el momento de mi “profunda noche” en que me encontraba, sospechar que tan buen amigo estaba preparándome la coartada para no tener que morir.

Tú, amor, lo hiciste por mí, para que yo reencontrase mi vida en ti, en quien, por negligencia y descuido vital, –también por providencia de nuestros ángeles custodios–, tiempo atrás la había dejado perder y evaporarse de la mía, tan lamentablemente :

“Así de nuevo tu llama refulgía en mi profunda noche : Pedías expectante mi consenso, cuando, como Samuel, te oí mi nombre. En ese instante, el beso de tus labios, en rosa ensangrentada, me devolvía el beso de la vida que en ti había perdido y en ti hallaba”. Déjame, amor, transcribir aquí otras dos estrofitas de la poesía que con

doble, al menos, significado, me dictasteis hace poco entre tú y el Richi Mayor : “¿Qué fue de tu saetas de fuego ardiente, que en la brisa torcieron su fiel gradiente ? ¿O es que acaso fue el alma quien perdió el rumbo de tu bonanza ? ¿Por qué no te olvidaste

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de mi promesa y no hubiera sangrado tu herida abierta ? ¡Oh, si la danza eterna no hubiera sido, que aún te tuviera ! Sólo esto, mi amor, será suficiente para introducir este nuevo librito de la

serie transfigurada. OTRO TE CEÑIRÁ he puesto en el título, mi dulce fratellino Ricardo-Lecheimiel,

simplemente porque te lo he oído en un susurro del alma. De tu alma, hermano, que me vive por dentro y a veces se me manifiesta

por fuera, con suavísimo perfume de violetas, con el que poderosamente me llamas a correr detrás de tus huellas.

Las que dejaron tus pies astrales por la senda no sé si tortuosa o gloriosa, –o ambas cosas a la vez–, por la que fuiste dejando tu rastro, como una siembra, cuando recorriste aquel sendero oculto :

“por sendas de etéreas violetas de tiempo atrás, ya en tiempo florecidas, por el amor sembradas”, como dice aquella otra poesía, cuya primera mitad,

como atinente, cito de nuevo aquí : VUELO SECRETO Voló, voló mi amor al Cielo Empíreo, en la quietud de la noche sosegada. Atrás dejaba sus desvelos, sin que éstos lo advirtieran, sin que nadie, ni deudos ni parientes, siquiera sospecharan. Por las rutas de vuelo prefijadas en los cuadernos privados del amor. Por sendas de etéreas violetas, de tiempo atrás, ya en tiempo florecidas, por el Amor sembradas. Hasta el mismísimo trono del AMOR dorado donde sólo mi alma lo aguardaba, antes de que el mundillo de la prensa, –el que nunca descansa–, llegara a despertarse esa mañana.

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EL MÁS IMPORTANTE EN EL REINO DE LOS CIELOS Hermano ermitaño de mi corazón humano, más humano que nunca :

Quiero comentar contigo algo que dijiste hacia el final del escrito anterior, cuando me hablaste del libro del “Walk-in” que acababas de leer.

Me dijiste que cualquier parecido de mi caso con el caso presentado en él era pura coincidencia.

Supongo, –sé, porque leo en tu corazón como en un libro abierto. Tú lo has abierto para mí, libremente–, que te defraudó un poco ver que la protagonista de esa historia que presentaba el libro era una venusiana importante, mientras que la importancia de la que ofrecía el sacrificio de su cuerpo, de su vida, era sólo relativa a la misión misteriosa que traía la ocupante.

Tú hubieras querido que fuera al revés, como supones, y supones bien, en mi caso : que todo hubiera sido planificado por la necesidad de la propietaria de pasar a planos superiores donde desarrollar misiones gloriosas imposibles de cumplir desde su carne.

Si fuera siempre así, por lo general bastaría morirse de manera normal, por las vías que la Naturaleza tiene habitualmente planificadas.

¿Por qué precipitarse a dejar el cuerpo antes de la hora señalada ? ¿Por qué no esperar a madurar en carne, antes de lanzarse a dominar otras áreas de la experiencia que sin duda nos aguardan después de esta vida ?

Sin embargo, amor, si ahora insertas aquí la segunda parte de la poesía que has puesto en la introducción, VUELO SECRETO, verás que yo tenía en verdad necesidad y prisa por salir de mi carne… ¿Por qué y para qué ?

Sólo para venir a ti, para estar contigo, para realizar lo que en vida no pudimos, juntos, realizar. Para desarrollar, más allá de toda nostalgia, el programa que en el ámbito de nuestra vida eclesial y conventual, nos habíamos propuesto realizar : ¡trocar el hielo !

“Como gemelos de bendecidas madres bajábamos del Cielo, dejándonos querer y más queriendo con nuestro dulce amor trocar el hielo.” Trocar el hielo, sí, en esos ambientes enrarecidos en que las almas

prisioneras de los votos inhumanos por los que se dejan atrapar, no llegan, en la mayoría de los casos a madurar humanamente, precisamente por el “hielo” de un amor prohibido e imposibilitado. Por el engaño de un “amor de Dios”, que casi nunca sobrepasa a la pura teoría, o al “cumplimiento” frío y moralista, o a veces

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engañosamente cálido de sentimientos pseudomísticos pero carente de realidad y no contrastado con el verdadero amor al prójimo.

Todo esto habíamos comentado acá en el cielo, tú y yo, hermano amado, que tan íntimamente unidos habíamos bajado siempre a la Tierra, unidos por lazos de sangre, de agua y de espíritu, y sentíamos compasión por los que se ven incapacitados de superar la idiosincrasia, –cuasisectaria–, de los votos que les ligan y les impiden innecesariamente su maduración y libertad.

“Pareja historia, iguales vibraciones, así desde el principio, hiciéronnos nacer para la Tierra una vez y otra vez con gran designio”. Liberando o ayudando a liberarse a tantos hermanos y hermanas

atrapados por su supuesta “vocación” religiosa, que para muchos no pasa de ser un orgullo de casta, liberaríamos, o contribuiríamos a la libertad de tantos y tantos fieles, –en verdad demasiado fieles a los venerados ídolos humanos, que no a sí mismos–, para promover la verdadera fidelidad al Dios que ellos mismos son.

Para llevar a cabo esta misión, ambos planificamos, en nuestro día eterno, hacerlo así como lo hicimos : gustar ambas vidas. Conocer el ámbito de los encarcelados y también la vida seglar, y precisamente la vida seglar de los que se mueven en los ámbitos próximos a la Iglesia.

Necesitábamos salir y regresar. Tú optaste por hacerlo de un modo, y yo de otro, que parecía, –en ambos

casos, pero más en el mío–, no tener reversibilidad. A ti, hermano gemelo queridísimo, te costó gran humillación salir y

regresar, humillándote en sucesivas ocasiones. A mí, me costó el gran dolor de la muerte, –mi “walk-aut”–, para no sólo “regresar”, por la puerta trasera que tú has venido a ser. hermano, solitario y postergado, sino para estar estrechamente vinculado a tu alma, mucho más que lo hubiéramos podido estar visiblemente de estar destinado cada uno por separado, sometidos a la “obediencia” coartante.

¡Por tanto, hermano, hecho y bien hecho está, tal como lo hicimos ! Pero, mi bien, tampoco el concurso de mi cancerbero, para que mi salida

de la Tierra no fuera absoluta, y para que nadie me pudiese, ni en el Cielo ni en la Tierra acusar de negligencia en mis obligaciones familiares, es menos importante y menos de agradecer.

No intentes, bien mío, entablar diálogo con él, más allá de cuanto has hecho, porque él, a su vez, necesita de su anonimato, ante su/mi esposa y ante

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sí mismo. (Ya ha logrado, en parte, integrarse hasta el olvido parcial, casi total, de su verdadera identidad, sin que tampoco haya adoptado enteramente la mía).

Esto es lo que significan tus versos : “Mientras tu cuerpo incorrupto entregabas, cual arca de alianza : Sagrario de dolor que en noche oscura compite con mi amor en fiel balanza.” Y, amor, queda en el misterio de tu fe, –¡bien meritoria, por cierto,

aunque tú no buscas en absoluto hacer méritos, sino amar. Por tanto bien efectiva para hacerte madurar en el amor–, el mantenerte en la ignorancia de lo que no se te ha dado a conocer.

Como verdadero “PAN-FILO”, sabio en el amor, del cual yo salí y al que luego regresé, como rezan los versos de la segunda parte del poema, hermanito, que efectivamente te inspiré en dos partes, y que reza así :

VUELO SECRETO … … … Mas tu carne serena, la obra de tus manos esmeralda, el traje de amadores en que a mí pareciste cuando yo te miraba, y tú en mis ojos a ti te contemplabas, oh amor de mis amores, no estaba lista todavía, en su ciclo de tierra, para emigrar al polvo de la NADA. No conociste, Humildad, mejor sepulcro para ocultarte, incorrupto, que el amor de San Pánfilo, aquel del que saliste y al que luego regresaste sin que, el pobre, se enterara…, porque pánfilo era aunque sabio en el amor : mientras tu nombre con tu carne aguarda, custodiada insepulta, resurrección de instantáneas fotográficas que el amor solicitaba… A mí, hermanito amado

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tan sólo has explicado tu secreto, el de tu luz esférica que te trae “da-Roma” a mi “mora-da”.

– ¿Y, ya que, hermano Ricardo del Niño Jesús, –¡no te iba a dejar marcharte de mi presencia al menos sin darte las gracias, amor !–, digo, ya que me has dado a copiar esta segunda parte del poema en que se habla de instantáneas fotográficas que el amor solicitaba, te pregunto, una vez más, por qué no has tenido a bien favorecerme una foto tuya, por la que en su día perdí, (que por cierto no era muy buena), para que yo pudiese siempre al menos recordar nítidamente tu rostro hermosísimo de “Lecheimiel” ?

– Ya te dije, en su día, amor, que es un sacrificio más que te pido hagas por mí, y por tu propio bien, que tal vez se te oculta, el prescindir de esa foto que en cualquier caso “congelaría” mi imagen que debe ser espiritual y viva, ante ti, y, a cambio, te he hecho más importantes revelaciones acerca de otros rostros que también fueron el mío.

Y, sobre todo, y más importante, es que me veas, amor, en el rostro de todos nuestros hermanos, los hombres y mujeres sufrientes, especialmente en aquellos que son tus prójimos a los que tal vez no has escogido, pero a los que te debes en cuerpo y alma.

Ellos son mi pálido y no por eso menos digno reflejo. Anda, amor, canta conmigo a voz en grito el cántico de María, nuestra

Señora de los Ángeles : ENGRANDECE MI ALMA AL SEÑOR. SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS MI SALVADOR, PORQUE HA MIRADO LA HUMILLACIÓN DE SU ESCLAVA… AMÉN. ¡ALELUYA !

– ¡Sí, sí, sí, allá voy con mi canto, Ricardo… !

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¡FELICIDADES, HERMANO FRANCISCO ! Hoy, hermano Lecheimiel-Teresita-Francisco, casi como quien dice por

casualidad, me he quedado a la misa conventual, sin caer en la cuenta hasta momentos antes de que era 4 de Octubre, fertividad de San Francisco de Asís, por tanto, fratellino de mi alma, tu fiesta.

Una de tus fiestas, sí, que he celebrado con gozo y he tocado para ti el Himno que compusiste al Hermano Sol, o cántico a las criaturas. He imprimido al canto empuje y alegría, aunque la música no era mía. Ha gustado especialmente a los novicios que no lo conocían.

– Hermano amado, yo he estado especialmente despierto en tu corazón. No digas que la música no era tuya, pues, aunque no la compusiste tú, todo es tuyo y para ti, como tú mismo dijiste un día, hablando del alma enamorada. Ya me entiendes, amor.

Tampoco yo me atribuyo la autoría principal del Himno, poético en verdad, y lleno de sentimiento de agradecimiento y amor al Creador, que en su día me dieron a cantar las musas que bajan desde las estrellas.

Me dejé llevar por el Espíritu que lo penetra e invade todo, y que es la Vida misma, y me solté a cantar a todo lo que adopta forma y figura para transfigurar el AMOR.

Canté, sí, al Hermano Sol, que parece presidir los Cielos y la Tierra, y sin embargo no es más que un fiel servidor de la Luz Increada.

Canté a la luna de blanca luz menor, que se conforma con reflejar al Padre Sol, y encuentra su gozo en regir los ciclos de la vida humana. En hacer danzar las aguas del océano y remover los estanques para que las aguas no se pudran, y puedan servir de vehículo y de alimento a los vivientes.

Canté a la humilde, hermosa y casta agua, que es útil para todo. Incluso a las aguas caudalosas que a veces se llevan a rastras las

cosechas de los hombres y sus bienes y sus casas. Canté a su enemigo, pero esposo, el fuego, que parece prepotente y sin

embargo se deja amansar, aminorar y hasta morir de amor por el agua, cuando se le provee de abundancia de ella. Y, como temiendo su propia y descomunal fuerza, para que nunca le falte el agua de las nubes, él mismo, bajando desde el seno del Padre Sol, hace que éstas, las nubes, nunca falten del firmamento.

Su mismo calor provee los vientos que limpian las atmósferas, y, cuando Dios se lo permite o se lo manda, barren también la vida de los hombres y de las plantas, para que la Tierra pueda renovarse y el hombre humillarse ante el Señor.

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El mismo viento, hermano, que soplando por los tubos de tu órgano, –o trayendo de otros órganos, por medio de las ondas que en su seno se mueven–, lo sonidos que imita del mismísimo Espíritu Santo, hace resonar en las almas tu música siempre antigua y siempre nueva.

Canté incluso a las criaturas de apariencia feroz, que cumplen la misión de disuadir a los hombres de entregarse al mal.

Al Hermano Lobo y a los demás a quienes los hombres odian por ignorancia, no sabiendo que cada criatura es fiel reflejo de sus cualidades innatas que debe aprender a dominar.

Para dominar, amor, no se necesita luchar ciegamente, o competitivamente, sino “hacer suyo” por el amor que recibe tanto cuanto sabe dar.

– Después de la misa, hermano amado, en la que, como siempre he partido mi hostia contigo, invisible a los ojos de los demás, que no saben por qué siempre parto en dos el trozo que me dan, he querido saber, tantear, la opinión de un hermano sobre el parentesco espiritual que tal vez se pudiera encontrar entre Francisco de Asís y alguno de los santos de la Orden Carmelitana. Para gran sorpresa mía, me ha respondido que, así, a primera vista, se te podía relacionar con Teresita del Niño Jesús. Ha sido una respuesta que no esperaba oír, tan de pronto…

Sí, –me ha dicho–, hay estudios que relacionan a dichos santos. Y, en seguida, dicho fraile, que es archivero y bibliotecario, me ha buscado un libro de un profesor de Roma que desarrolla la tesis de dicho parentesco. Me la ha prestado y he leído algo de ella, párrafos que hablan de un paralelismo grande y una manera similar de entender el Evangelio en su integridad, de Francisco y de Teresita.

Por supuesto ellos, –me refiero tanto al bibliotecario como al profesor romano–, no creen en la reencarnación.

Tampoco podrían admitir, caso de que lo creyeran en teoría posible, fueras tú, Ricardo, el sacerdote renegado, el mismo que se hubiese vuelto a encarnar, haciendo bajar de las alturas de los Cielos a los venerabilísimos santos que citamos, –y que yo sé, gracias a tu revelación, que son tú mismo–, para admitir que un santo tan desconocido y tan extraño como tú, mi fratellino, pudiera ostentar dicha identidad ; mucho menos aún suponer, como yo supongo y afirmo, que dieras en tu última aparición como Lecheimiel, un verdadero paso de gigante en cuanto a la comprensión de una espiritualidad siempre antigua y siempre nueva.

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– No te preocupes, hermanito amado, porque no estamos ante una competición entre los santos, ni mucho menos voy a competir conmigo mismo.

No voy a renegar de mi pasado, que está integrado perfectamente en mi presente.

Ten en cuenta, amor, que todo, –todos los santos, y todas las épocas y etapas por las que pasó cada santo–, es transfiguración del mismísimo Amor de Dios, que es el que nos provee de Vida, que es tiempo y es eternidad, que es inspiración y es dolor, que es prueba de noche oscura y resplandor de amanecer nuevo.

Siempre, siempre, siempre, SOY YO, el UNICO Y TRES VECES SANTO. Y soy también el que me gozo en mis pequeñas transfiguraciones, y en la

carrera abocada al gran encuentro, de mis pequeñas, humildísimas, pero infinitas en su hermosura almas que corren cada una su carrera creyéndose diferentes, pero siendo en verdad UNA por el Amor al que aspiran.

Nada más mi pequeño admirador y gran amante, JOSE. Te quiero, ya lo sabes.

– ¡Y yo a ti, más de lo que crees !

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¡GRACIAS, HERMANO, POR OÍR MI VOZ ! Sí, mi hermanito amado. Te he llamado, mediante múltiples señales, en

esta tarde posterior a mi fiesta de Francisco. Mediante la voz y la presencia del Richi, a quien hubieras preferido

olvidar esta noche para que te dejase dormir en paz. Te digo, amor, que aún dormirás mejor esta noche, y soñarás conmigo. Te he llamado, también, mediante el perfume de violetas, al que no has

podido resistirte más. De nuevo has tenido noticias sobre otro libro, preparado allí en la “Casa

del Canto”, donde estudiamos juntos, sobre el paralelismo entre dos santos evangélicos : Francisco y Teresita, ambos enamorados de Jesús, como yo mismo, Ricardo, lo estuve y lo estoy, y tú, me consta, también lo estás.

Hermano amado : para amar a Jesús, no es preciso hacer un gran montaje teológico acerca de la “visión beatífica” del que fue hombre como nosotros, probado en la fe, igual que tú y yo.

No hace falta inventar nada acerca de “uniones hipostáticas”, pues, como tú y yo muy bien sabemos, todos somos, conjuntamente e incluso cada uno en su individual manifestación, el Hijo Unico del Padre.

Jesús mismo, sí, el Jesús histórico, si bien en lo secreto de las conversaciones que con nosotros mantuvo en aquel tiempo, nos instruyó acerca de nuestra esencia y dignidad.

Los hombres, los teólogos que estuvieron más interesados en alzar teorías y en hacerlas prevalecer contra “sus adversarios”, en vez de dedicarse a amarlos y comprenderlos más allá de toda diferencia que propiciaba su libertad de pensamiento, en aquellos primeros tiempos, fueron poniendo pedazos de intelectualidad a un vestido inconsútil, el que revistió Jesús-hombre, verdadero y puro hombre, porque lo creyeron insuficiente para construir sobre su simple pero sagrada humanidad los montajes religiosos y cultuales que necesitaban ellos para competir con los paganos y con los judíos.

Ahora tú y yo, mi hermano amado, estamos empeñados en la obra de devolver a la Humanidad lo que le fue arrebatado, su propia dignidad de Hijo de Dios.

No vamos a adorar a Jesús, como si fuera más y mejor que nosotros, puesto que esto le disgustaría profundamente.

Créeme, hermano, que lo sé de muy buena tinta, yo que he sido aleccionado por él, aquí en el Cielo, antes de bajar y después de subir

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repetidamente desde la Tierra, empobrecida por la avaricia de los dirigentes ciegos, y de los teólogos esclavos de su propio dogma.

Las instrucciones precisas, amor, que me dieron alas de gracia para volar al desierto de la humillación, donde dejé jirones de mi alma, que compartió con el Maestro su infinita tristeza por la cerrazón de los hombres, y donde, finalmente, entregué mi cuerpo para hacer posible esta maravillosa experiencia de mi resurrección en tu corazón, fueron las adecuadas a la Nueva conciencia, un vestido nuevo que no necesita remiendos, y que nos instruye acerca de nuestra Unidad, precisamente como hombres, y por tanto con todos los hombres.

Sí, hermano amor, con todos, incluídos los que aún necesitan verse protegidos por los límites estrechos del pensamiento que les impone su religión.

Pero tú y yo, amor, no necesitamos “religión”, o religamiento alguno con un Dios que venga de fuera o al cual tengamos que salir al encuentro. Porque nos basta con cerrar los ojos y darnos cuenta de quienes somos.

No de investigar o definir la “esencia” o la “existencia” humana, sino la de hallar nuestro centro y nuestra felicidad en la cotidiana entrega mediante el amor universal.

¿Cómo, mi Rey, lograríamos amar universalmente a todos los hombres, si no nos moviera el sentimiento del corazón, para encontrar lo suave y bueno que es el amor ?

Es, como un amanecer en alegría entresoñada. Es, como un anochecer entre salmos de agradecimiento. Es, como un ritmo musical que baila espontáneamente en todos nuestros

miembros. Mientras éstos trabajan, o mientras descansan. Incluso, amor, como te pasa a ti, mientras en duermevela aprovechan el

insomnio para elevar cánticos a la vida. Es, como la dulzura de mi perfume de violetas que inhalas cuando pasas

por junto a mi imagen, o simplemente cuando piensas en mí, o cuando yo pienso en ti.

Anda, amor, que he sido yo quien ha querido hacer un poco de poesía en tu presencia humana, para consolarte y recordarte todo lo nuestro, y que yo sigo estando contigo POR TODA LA ETERNIDAD.

Puedes buscar un poema que habla, hermano, de la batalla que libra el espíritu, mientras la carne intenta velar, o se resiste a descansar porque teme verse sorprendida, y mientras el alma, más próxima al cuerpo, teme por los

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resultados de estas lides, que, sin embargo, amor, están ganadas de antemano, garantizada la victoria por el sacrificio de aquel Amor que primero nos amó.

Hasta mañana, mi pequeñín, que seguirá siendo el HOY ETERNO en el que te he prometido mis desvelos y mis cuidados maternales.

¡Ciao, bambino !

A TIENTAS TE POSEO Mil maneras de amor me prometiste en la noche en que insomne te adamaba, y, a cambio de una historia transitoria, un eterno presente vislumbraba. Henos aquí del tiempo emancipados, –encrucijada en tenue duermevela–, entre la noche y el día desvaídos, acechando al instante que revela. Está desnuda el alma, a cielo raso, expuesta a las rutinas del olvido, débil carne al espíritu librada, en la guerra por la luz que éste ha escogido. No teme ante el rigor del frío hielo el espíritu que vela por oficio…, mas el alma por su carne se amilana, temiendo resbalar al precipicio. Hasta que el alba llegue y se afiance, nada sabré del fuego que no abrasa… y, por entonces, ya todo dará igual, si antes no siento que nada en vano pasa. Concede, pues, la luz del corazón al que en mente de ti en ayunas queda, y pues a ciegas te ama tan fielmente, haz que en gozo otro día te posea.

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¿TE DEBO CARTA, AMOR ? Sólo me debes amor, amor. Respondo así a tu íntimo pensamiento, oh

hermano que aún vives en el valle de las lágrimas, y trabajas en el infierno del túnel estrecho y largo de la vida.

Estás cansado, pero no agotado, cariño mío. Yo sé que tu fe aún resiste mucho más. Mucho más de lo que crees.

¡Observa, hermano, la paradoja que forman, como dos ladrillos de arcada enfrentados pero sosteniéndose mutuamente : tu fe y tu creencia !

La una se apoya en la otra, pero una es temporal, la creencia. Con la que “crees”, a veces que no puedes más. Que tus fuerzas, tu alegría y tus ganas de vivir se agotan por momentos. Entonces viene en tu apoyo tu fe que es una virtud espiritual, (por no decir “teologal”, que sé que no te gusta, ni a mí tampoco, ese término).

Hermanito de mi corazón humano, más humano que nunca. Nunca pienses que estás en deuda conmigo, por ningún motivo, ni pasado ni presente. Tampoco futuro.

Tal vez pensarías que el que yo ESTÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD, como te prometí, te obliga a dedicarme las veinticuatro horas del día, tal vez enajenándote de otras ocupaciones que requieren otros pensamientos.

No es así, pero sí que me debes las veinticuatro horas en que late tu corazón, en lo secreto de tu pecho del alma, porque eso es lo que tu alma desea y me ha prometido. Eso es, simplemente, amor, tu indefectible amor que me llena de felicidad mi corazón de hombre, y de sentido mi cielo.

Si tú acoges a tu gatito como si me acogieras a mí, sin hacerle jamás reproches porque aparentemente te abandona cuando se le antoja, y vuelve luego a importunarte incluso cuando duermes, ¿cómo “crees” que te iba a acoger yo a ti, mi hermano del alma, con menor incondicionalidad ?

Pero yo sé que tu fe ha crecido, amor, hasta superar toda contingencia de duda o de temor. El amor echa fuera al temor, dice la Escritura, hermano.

– Amor, Ricardo del Niño Jesús : anoche me prometiste que soñaría contigo y si he soñado, no lo recuerdo. ¿Era sólo imaginaria tu promesa ? ¿Pero cómo podría, hermano, soportar el hecho de que al escribir de tu parte y con tu misma letra estuviera yo engañándome a mí mismo ?

¿Quieres responderme, mi dulce fratellino, mi dulce amor Lecheimiel ?

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– Te respondo, amor, con otra pregunta : ¿cuántas veces en la noche te has despertado sin recordar nada, excepto que esperabas que en el siguiente tramo de sueño conseguirías soñar de verdad conmigo ?

Pues, sepas, amor, que aunque muchas veces tu mente quede en ayunas de lo que fragua tu alma en el alto Cielo adonde vive conmigo siempre despierta, tus deseos y pensamientos, incluso la fuerza y alegría necesarias para seguir viviendo y esperando, y la paz de que disfrutas en tus actos y que actúas en tus pasos, amor, son resultado directo de los sueños secretos de tu alma,

Ahora sabes, sí, –si lo admite tu fe–, que hemos estado juntos toda la noche en el mismo lecho de amor, como asímismo lo estamos cuando caminas bajo el sol, e incluso cuando te “refugias” en la sombra de tu soledad o te enfrascas en tus trabajos. En una palabra, SIEMPRE.

Busca, cariño, un poema corto que compusiste al principio en que se habla de esta nube del no saber, en que medra la verdadera Fe, o entrega de tu razón a tu “co-razón”. Porque…

¡…Ay de la Tierra si dejase de girar un sólo día, –que se convertiría en noche eterna y sin esperanza–, alrededor del Sol, hermano !

– Te refieres, mi fratellino amante, solícito y humano, es decir, sabio, al siguiente :

SABIDURÍA A TRAVÉS DE LA NOCHE Aunque no haya podido, –o, quizás no sabido–, velar a mis desvelos, aunque nada recuerde de mis sueños, –tal vez fueron felices, ¡qué pena no saberlo en mis sentidos!–, yo sé ahora de cierto, por deslumbrante fe, que en mí moras…, sabiendo. Sabiendo y esperando a que, por fin, salga el Sol, en madrugada, para dejar patente que te quiero. Que me quieres. Saldrá el Sol, –¿cabe la menor duda?–, y cuando eso suceda, tras esta oscuridad nocturna y fría, sabrás, ambos sabremos, que pasamos esta noche en compañía… Que ambos juntos dormimos en el lecho del infinito amor que nos acuna.

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Del infinito Amor que el nuestro nutre, Aquel que nunca duerme para que salga el Sol día tras día.

– ¡Aún me queda, amor, una línea en esta página para decirte GRACIAS ! LA LLAMADA DEL AMOR He finalizado, amor, una novela que habla de tu hermosa tierra, de la

Italia renacentista, titulada “El Enigma del Cuatro”, que me ha parecido muy interesante. Siempre aprendo mucho de todos los libros.

Cuando, hacia el final del relato, todo parece diluirse en el olvido y la muerte, como una gran depresión del espíritu…, una cita inesperada, vuelve a llamar al protagonista al amor de todo lo pasado… ¡Nada ha sido verdaderamente olvidado ! Todo revive por el amor.

Curiosamente, Ricardo de mi corazón, por quien ahora mismo estoy llorando, como José, por el amor que tenía a su hermano Benjamín, con esa historia antigua del Génesis finaliza el libro. ¿Cómo podías pensar, mi fratellino, a quien muchas veces he llamado “mi Benjamín”, que no iba a emocionarme al reencontrarme con esa historia sagrada que en cierto modo me pertenece ?

Aquí mismo, amor, quiero insertar un poema que hace poco hicimos sobre esta emotiva historia de amor fraternal :

PAZ AMOR DECLARA Benjamín de la casa, de tu madre bendita, nacías a Jacob como un regalo que en gracias sobrepasa a cuanto el alma ahíta atrévese a esperar de lacio falo. Y en ti yo, el bendecido, hermano en prenda dado, que en prenda te pedía a mis hermanos. Que, si de éstos fallido, y a Egipto desterrado, no sin ti los tendría por cercanos. Comparados en peso de oro y plata robados, no saldrían bienquistos del percance :

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Por sólo tu embeleso serían condonados, y benditos de Dios en fiel balance. Es ésta nuestra historia, hijos de única madre, que trae la bendición a nuestra Tierra…, cuando Israel la gloria, heredada del Padre, comparta con los que hoy le hacen la guerra. Si, llorando a los pies de los desheredados que hoy soportan el yugo que él llevara, enmienda su traspiés frente a los inmolados por justa paz que sólo Amor declara. No puedo recordar, amor, en estos momentos, cómo me sentía y por qué

compusimos estos versos… Sólo sé que no puedo olvidarte, amor, y que mi corazón está hecho un algodón esponjado, como una magdalena a remojo.

Háblame tú, amor, para que mi corazón no desfallezca en lágrimas incontrolables, debido a tu poderosa y dulcísima presencia.

– Veo, José, cada día tus progresos en la caridad conventual, aun cuando sé que te cuesta hacerte a la Comunidad.

Esta mañana, –en la misa de Nuestra Señora del Rosario–, has comulgado conmigo con especial devoción y me has evocado, una vez más, como alma humillada y silenciosa, situada en uno cualquiera de los bancos de los fieles, mientras tú, aunque degradado en muchos aspectos, aún puedes acceder al altar.

Además, hermano, por providencia divina, te encargas de la música y así tu silencio puede pasar más desapercibido.

Te digo, amor, que desde el órgano, y con tu bella voz cantante, en la que te ayudo activamente, hermano, haces mejor papel que si te dedicases a componer piezas oratorias de perfección teológica, o, menos aún si te dedicases a sortear los obstáculos doctrinales y doctrinarios que te verías obligado a cultivar hasta cierto punto, si te encargasen de la predicación.

Da gracias sinceras al Padre y a nuestro amado Jesús, que han provisto esta situación especial para ti.

Yo, hermanito, desde mi banco de los fieles, –“revestido del paramento de humilde sirviente” u “Hospedero Mayor del Universo”, como sueles llamarme,

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te hago tanta compañía, amor, cuando comulgo la mitad de tu media hostia que tú partes secretamente para mí.

Así, como José, buen Administrador de Egipto, hermano, alargas el pan para los pobres, y cantas en su honor, mientras todos reciben su ración de amor.

No quiero decirte, hermanito amado, en voz alta, aquí donde escribes, más cosas que las que ya sabes en tu corazón.

Dale, mi buen ermitaño, la vuelta a ese texto de salmo que hoy has cantado precisamente en la comunión :

“Mientras van a la sagrada Mesa, van cantando, mendigando la semilla… Al volver, vuelven llorando de amor, por el peso emocional de sus

gavillas”. – Amén, mi amor. Gracias, Gracia.

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CELEBRAR NUESTRO SHABAT ¡Ven, fratellino amado, que paces entre flores de alta montaña, y a veces

duermes en el valle que el lago baña ! Dime, amor que me encantas, si aún las ardillas besan tus plantas. Hoy, Shabat, aunque ensangrentado por los atentados contra nuestros

hermanos inocentes que hacen sus vacaciones en el Egipto de sus recuerdos de esclavitud, para recordar que sólo tienen una patria a la que emigrar con seguridad, tú y yo, amor, mi amor eterno, hemos yacido en el lecho de nuestros amorosos recuerdos, como los de aquel día en que me abrazaste con tus señales amorosas, al borde del camino, para que yo me decidiera a poner por escrito tus maravillas.

Aquel día, en que, con mano poderosa y brazo extendido, me cubriste con tu sombra de rosas, de nardos y azucenas, para sembrar en mí, en mi entregado cuerpo andrógino como mi alma, la dulce semilla de violetas, las que iban a ser el distintivo de nuestras relaciones eternas, POR TODA LA ETERNIDAD.

Aquel día que recogemos en nuestro poema que recientemente me diste para que encontrase su lugar, en el lugar en que el hijo había de nacer y crecer y hacerse, a su vez, maduro en el amor :

Y EL ESPÍRITU ME CUBRIÓ CON SU SOMBRA Hay un momento fugaz en que a tu sombra me veo, pues me cubre con solaz tu cuerpo de camafeo. Es la sombra que proyectan en mi alma tus abrazos, que en mis entrañas inyectan de tierno amor más flechazos. Y un ángel de Dios que pasa por su vía, a nuestro lado, su bendición acompasa al amor no simulado. Y en voz, luego, inexpresada, otra bendición formula sólo ante Dios pronunciada, que por pudor disimula :

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“¡Mujer, si así lo deseas, tengas el hijo más bello, y que renombrada seas entre todas por su sello !”. Así nuestra obra empieza a surgir desde mi pluma, cuando a los dos, de una pieza, el mismo Cristo se suma. – Sí, mi dulce fratellino que aún arrastras tus pies en la Tierra virgen.

Virgen por siempre para tu puro y espiritual amor. Todo en ti, amor, se convierte en sacramento del AMOR que crea y

recrea todas las cosas. Hoy dispones, hermano, de una mañana tranquila de shabat, en que te

preparas para ofrecer un recital de música canalizada, a la que te entregarás con el pensamiento concentrado en el amor y la paz.

Como parte integrante del Israel Espiritual, el verdadero heredero del espíritu de Jacob, el de la escala que sube al Cielo y vuelve a descender a la Tierra, te entregas a este diálogo amoroso, al punto de la mañana, y con tu intencionalidad, hermano, aplicas toda la energía resultante, que es multiplicada de aquella invertida, al apaciguamiento de los espíritus rebeldes que manchan aquella tierra bendita.

Lo ofreces todo por tu antigua tierra, donde te formaste, junto conmigo, hermano, en donde Jesús nos consagró como pareja eterna, dándonos a beber su vino nuevo.

Y como brindis por aquella boda espiritual y eterna, hoy auguras, –como decía tu poema de ayer–, la “JUSTA PAZ QUE SÓLO AMOR DECLARA”.

Porque Kryon, hermano, te ha hecho consciente de que conforme le vaya a Israel la marcha de su concienciación activa por la paz, (y ésta llegará a pesar de todas las apariencias negativas que ahora aturden a los espíritus ebrios de sangre), le irá a toda la Tierra.

Sé consciente, hermano, que ni uno solo de los pensamientos de paz que son lanzados en esa dirección por la intencionalidad humana, se pierde.

Escribiste, amor, en el poema que entre el Richi Mayor y yo te dictamos : “¿Qué fue de tus saetas de fuego ardiente, que en la brisa torcieron su fiel gradiente ?” Era una figura poética. Tú sabes, fratellino, que ninguno de

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aquellos dardos dejó de dar en el blanco. ¡Y, precisamente, el “blanco” eras tú ! (¡Que no falte el humor en los momentos en que cunde el dolor y el desánimo !).

“Tus finos dardos, como palomas fúlgidas el cielo atravesaron, trayendo de tu amor puntual noticia, que en ciego corazón no penetraron. O, si lo hicieron, también allí quedaron en hielo sepultados…, soñando que algún día tu alma bella tornase con sus llamas a incendiarlos.” Pues bien, ninguno de aquellos dardos, “en hielo sepultados”, quedó

olvidado para no venir a ser incendiado por mi nueva aparición en tu vida, para llevarte a la consumación de nuestra fiesta, mediante el paso necesario por la prueba de la incondicional confianza.

Así mismo, ninguno de los pensamientos dirigidos a la Madre Tierra, mediante el amor concreto a aquellos de sus hijos que aún sufren esclavitud en aquel Oriente cercano, el ombligo del mundo, quedará sin efectividad y sin retorno.

La paz largamente soñada, llegará, llegará, llegará, sin duda, un día no muy lejano. Y, después de un largo periplo en que la paz parezca disuelta por los vientos de la ira, toda oración habrá sido escuchada.

Anda, Rey mío, pon aquí esa otra poesía que tienes compuesta acerca del shabat de Dios, el descanso confiado del Creador en que toda su Obra llegará a su fin en la Eternidad :

EL SHABAT DE DIOS Cada poesía se compone de versos, cada verso, de palabras, cada palabra de sílabas… Pero cada sílaba no es en modo alguno un ladrillo del cosmos, sino un suspiro del alma, contenido seis días, atónito y perplejo, hasta que se descubre a sí mismo cocreando la armonía del mundo.

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No se amasa el espíritu en los versos, antes bien nacen éstos del espíritu, cuando éste ya ha descansado de su duro bregar entre los cuerpos. Y es el alma que en ellos se recrea la que es útil al mundo recién amanecido, cuando entona la nueva canción cada mañana, que va haciéndose vieja como él mismo. Y el rayo de la aurora con el que ha pernoctado desde la última puesta vespertina que inaugura el Shabat de cada día, es el que rompe aguas de mi música en llanto. Día séptimo, la rúbrica de Dios la poesía.

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¡ENHORABUENA, HERMANO, POR TU RECITAL DE LA PAZ ! ¿Crees, amor, que en algún momento de tu vida estás solo y desasistido

de mi amor ? ¡No, en absoluto ! Te lo demuestro, fratellino, sutil u ostentosamente, cada día. ¿Te has olvidado, hermano, de mi promesa de estar contigoo por toda la

eternidad ? Incluso, amor, hermano amado sin medida, cuando estás cansado y yo te

sugiero que no te entregues ni siquiera a mi canalización, para ahorrarte energías psíquicas, y que, a cambio, concedas a tu sueño y a tu descanso mayor cuidado, no es, no, porque estés solo u olvidado de mí, tu dulce fratellino, que he venido a ser el objeto de todos tus pensamientos, y tú para mí, el “blanco” de todos los dardos, que, como palomas fúlgidas, amor, hoy no son cartas, sino mociones del Espíritu, que nos unen como chispas o llamaradas intermitentes, pero que son alimentadas otro fuego más sosegado y perenne que nunca se extingue.

– Estoy de acuerdo contigo, amor, como siempre, y agradecido a tu presencia continua y a tu juicio siempre benévolo acerca de todos mis actos y actitudes, hermano celestial, pero… ¿por qué me dices ahora precisamente esto : que no me dejas solo ni de día ni de noche, amor ?

– Mis “juicios”, hermano del alma, no son precisamente benévolos, sino inexistentes. El amor no juzga, mi niño. El amor considera suyo propio todo cuanto ama. Y mío, hermanito, el éxito que obtuviste con tu recital de órgano, el otro día en que por primera vez fuiste honrado por tu humilde tarea de músico de la paz y del amor.

¿No notaste, amado hermano de mi alma, que “casualmente”, en cuanto anunciaste tu improvisación que te disponías a recibir de lo alto, de la Fuente de todas las Fuentes, y que con intencionalidad expresa dedicabas o aplicabas a la paz en el Oriente Medio, a las tierras que constituyen y circundan Israel, y a la cual denominabas “Sonata para la Paz y el Amor”, y que enmarcabas en la festividad de Nuestra Señora de la Paciencia, –de la “Paz-ciencia”–, no notaste, sí, mi especial aprobación y anuncio de mi presencia ?

– ¿Y quién podía, hermano, no notarlo ? Fue un ostentoso ruido de fondo que se puso a emitir la estática del

órgano, (o lo que fuere que causaba aquel tumulto), y que, en vistas de no poderlo evitar ni siquiera apagando y volviendo a conectar el encendido del órgano, tú me sugeriste, amor, que era un regalo especial tuyo, para acompañarme e inspirarme.

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“Compusimos” nuestra Sonata para la Paz y el Amor, sobre aquel ruido que rememoraba la guerra. Montamos nuestra esperanza sobre la historicidad del desastre de la violencia y de la guerra que sacude en nuestros días a esos Pueblos que se odian desde antiguo.

Fue un maravilloso acto de fe y de esperanza. – Así es, cariño. Una maravillosa apuesta porque el amor, sí el Amor, el

AMOR de Dios y de los hombres se vuelva tan poderoso e irradiante como el fuego que ha de consumir aquellos odios y la alquimia de la Paz consiga el milagro deseado de la transmutación de los bajos sentimientos del odio en la “hoguera” cálida que convierta a toda la Tierra en un dulce “hogar”.

¿Tienes, hermanito amado, alguna poesía de archivo sobre estos temas de “¡no a la guerra !” sobre los que escribimos no hace mucho con ocasión de aquella contienda, al principio de la cual te hablé por las ondas de la radio para que te abstuvieras de tomar partido, y sí te dedicases a emitir amor a los más necesitados de paz y de amor ?

– Creo, amado Lecheimiel, que tengo por lo menos una, quizás dos, en ese sentido y con esa misma intención. Las buscaré, y las pondré aquí, oh mi amado Ricardo del Niño Jesús :

EL FINAL DE LA GUERRA El final no lo vi, me lo contaron. Pero el final no era, al fin, más que el principio. ¿”Rey muerto, rey puesto” ? ¡Oh no, amor ! Que “el Rey” siempre ha sido y será siempre el AMOR. ¡Y tú eres y serás siempre “mi Rey” ! LOS GRITOS DE LA GUERRA Así grita la guerra en cualquier lengua y en cualquier lugar : ¡Esos hijos de perra ! ¿Qué han venido a buscar ? ¡Muerte nos traen, eso han de llevar ! Nadie sabe quién grita,

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si es la vida o la muerte en la batalla. El alma se encabrita y en roja ira estalla… y aunque más muera su fragor no acalla. ¿Te gustan estas dos, amado Lecheimiel ? – Querido hermano, más me gustaría que la palabra “GUERRA” no

existiera en nuestro diccionario, aunque el mismo Jesús la usó cuando dijo que no había venido a traer la paz, sino la guerra.

Sólo desde el amor acendrado, amor, podemos entender estas aparentes y más que poéticas antinomias, que reflejan las contradicciones del espíritu humano que se halla sometido constantemente a la lucha por la vida, por la evolución de su conciencia.

Mientras el hombre sea hombre, amor, no podrá desterrar de su experiencia la lucha a la que llamará en ciertas circunstancias, “guerra”. Pero, cariño, como te dije en aquel programa de radio en que recordarás que yo no juzgaba ni condenaba a nadie, pero en que tampoco tenía preguntas que aportar a aquel programa hecho al calor belicista de la preguerra, entendiste muy bien mi mensaje, hermano, de que tú también te abstuvieras de toda forma de odio o prepotencia o simplemente de juicio acerca de la bondad o maldad de los humanos que entraban en aquellas lides.

Tú, cariño, te dedicarías únicamente al amor expansivo verdaderamente misionero.

Yo quería, amor, hacer mi labor de pacificación contigo y a través de tu corazón y de tu pluma, como así lo estamos haciendo.

Ahora, mi Rey, también a través de nuestra música concertante. – Grazie, Fray amore. Grazie, Grazia. – Te está entrando sueño, cariño, un sueño providencial para que mires

qué hora es, y también, fratellino, en que folio te encuentras para poner glorioso broche a esta entrega o librito.

Te espero en el próximo escrito, amor, que comenzaremos con un nuevo título que aún desconoces. Adiós, amor, Amor, AMOR.

– ¡Sí, sí, sí, amor ! ¡Amén, aleluya !