revista ocio nº 2

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REVISTA OCIO OCTUBRE 2014 1 R R e e v v i i s s t t a a O O c c i i o o Número 2 Octubre 2014

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Tiempo para hincarle el diente a la vida, desmenuzándola, celebrándola. Imaginar, sentir y pensar gritando.

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22

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33

ÍÍNNDDIICCEE

4

EN EL CAMINO DE LAS PALABRAS

EDITORIAL

6

LA RESURRECCIÓN DE LA ABUELA

FERNANDO A. SIERRA

13

CALAVERA 5 (TRISTE SEÑOR CABEZA DE

SANDÍA)

SR. ZURITA

15

EL ENTE EN LA HABITACIÓN

EL XASTLE

21

VIVIR SU VIDA/ JEAN-LUC GODARD

FERNANDO WAROTO LANDEO

23

A MIS RECUERDOS

ALEXIS PÉREZ

25

PODER

MARTÍN ANDÉN

26

FRAME

SHARET UBALDO

27

JUNTOS ACABAMOS

LÍA

28

POEMA X

FERNANDO A. SIERRA

29

CUATRO POEMAS

CARLOS ROJAS

33

ARLEQUÍN ENAMORADO

HELSVI

34

JARDÍN DEL TIEMPO

CREONTE ZAGHOLZ

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

EEnn eell ccaammiinnoo ddee

Editorial

Las palabras buscan la confirmación de aquello que

por una extraña inquietud, las formuló en algún momento del día o la noche. No están

ahí simplemente como un cometa

trayectoria caprichosa que bien puede continuar indefinidamente antes de encontrarse

con algún otro cuerpo celeste.

Las palabras tienen un sentido, son pronunciadas desde nuestras propias entrañas

con miras a llegar a otro lugar, distinto de aquel desde donde

articuladas. Tienen la enorme ventaja de que su fuerza y alcance pueden ser mucho

mayores incluso que aquello de lo cual provinieron, pues en la incertidumbre de su

viaje se encuentran con otros cuerpos que las reciben con gusto o rechazo

dotándolas de una composición distinta, alterando su camino en múltiples direcciones.

Ayuda el imaginar que cuando alguien dijo:

La suave brisa que sopla

está en llamas.

Oh, rayo de luna, amigo, ardes

como el sol.

no solo estaba componiendo un verso dedicado a enaltecer a una deidad, sino que

también estaba arriesgando algo de sí mismo para ofrecerlo al océano, como si

hubiera decidido soltarlo en la inconmensurable superficie ondulante del tiempo,

renunciando a su propia creación para que encontrara distintos caminos, que pueden

ser los de cualquier lector que en la ingenuidad del momento haga sentido en sus

palabras; y al mismo tiempo con la convicción de que aquel lugar íntimo a dónde él las

dirigió, tendría finalmente noticia de su mensaje, comprendiéndolo.

La pregunta no es si escribes poesía, cuento o ensayo porque un caudal de palabras

en tu cabeza implore que las pronuncies. Si ves películas en busca de algo que te

exalte el alma. Si al ir por la calle te asa

pidiéndote que la captures para siempre. Si el color blanco te es insoportable y por eso

te lanzas a su superficie con ganas de escupirle formas y colores.

OOCC

ee llaass ppaallaabbrraass

Las palabras buscan la confirmación de aquello que alguien por primera vez, llevado

por una extraña inquietud, las formuló en algún momento del día o la noche. No están

ahí simplemente como un cometa que surca el espacio, abandonada

ctoria caprichosa que bien puede continuar indefinidamente antes de encontrarse

con algún otro cuerpo celeste.

Las palabras tienen un sentido, son pronunciadas desde nuestras propias entrañas

con miras a llegar a otro lugar, distinto de aquel desde donde alguna vez fueron

articuladas. Tienen la enorme ventaja de que su fuerza y alcance pueden ser mucho

aquello de lo cual provinieron, pues en la incertidumbre de su

viaje se encuentran con otros cuerpos que las reciben con gusto o rechazo

dotándolas de una composición distinta, alterando su camino en múltiples direcciones.

Ayuda el imaginar que cuando alguien dijo:

La suave brisa que sopla

Oh, rayo de luna, amigo, ardes

no solo estaba componiendo un verso dedicado a enaltecer a una deidad, sino que

también estaba arriesgando algo de sí mismo para ofrecerlo al océano, como si

hubiera decidido soltarlo en la inconmensurable superficie ondulante del tiempo,

propia creación para que encontrara distintos caminos, que pueden

ser los de cualquier lector que en la ingenuidad del momento haga sentido en sus

palabras; y al mismo tiempo con la convicción de que aquel lugar íntimo a dónde él las

mente noticia de su mensaje, comprendiéndolo.

La pregunta no es si escribes poesía, cuento o ensayo porque un caudal de palabras

en tu cabeza implore que las pronuncies. Si ves películas en busca de algo que te

exalte el alma. Si al ir por la calle te asalta una imagen que parece estar solo para ti,

pidiéndote que la captures para siempre. Si el color blanco te es insoportable y por eso

te lanzas a su superficie con ganas de escupirle formas y colores.

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por primera vez, llevado

por una extraña inquietud, las formuló en algún momento del día o la noche. No están

que surca el espacio, abandonadas a una

ctoria caprichosa que bien puede continuar indefinidamente antes de encontrarse

Las palabras tienen un sentido, son pronunciadas desde nuestras propias entrañas

alguna vez fueron

articuladas. Tienen la enorme ventaja de que su fuerza y alcance pueden ser mucho

aquello de lo cual provinieron, pues en la incertidumbre de su

viaje se encuentran con otros cuerpos que las reciben con gusto o rechazo,

dotándolas de una composición distinta, alterando su camino en múltiples direcciones.

no solo estaba componiendo un verso dedicado a enaltecer a una deidad, sino que

también estaba arriesgando algo de sí mismo para ofrecerlo al océano, como si

hubiera decidido soltarlo en la inconmensurable superficie ondulante del tiempo,

propia creación para que encontrara distintos caminos, que pueden

ser los de cualquier lector que en la ingenuidad del momento haga sentido en sus

palabras; y al mismo tiempo con la convicción de que aquel lugar íntimo a dónde él las

La pregunta no es si escribes poesía, cuento o ensayo porque un caudal de palabras

en tu cabeza implore que las pronuncies. Si ves películas en busca de algo que te

lta una imagen que parece estar solo para ti,

pidiéndote que la captures para siempre. Si el color blanco te es insoportable y por eso

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

La pregunta no es si el arte, extraviado de sus lugar

contigo un día y te incita a sentir. Porque no hay tal cosa como el arte, un ser que te

interpele por tus sentimie

poseyendo cuerpos a su entero capricho.

Personas que se arriesgan

alguien. Hay ocasiones en que llegan a perderse en el camino, ya sea porque quienes

encuentran sus palabras consideran peligrosa su resonancia, por ser capaz de alterar

el estado de cosas que por años

Palabras que vienen y van, aunque no nos percatemos de ello. Algunas permanecen

más tiempo con nosotros, ocupan un lugar privilegiado, y nos preocupamos por

llevarlas durante toda la vida, atadas a los hueso

obligarnos a recordar algo importante, aunque no sepamos exactamente el qué cosa.

RReevviissttaa OOcciioo llega a su segundo número procurando, una vez más, que las

palabras encuentren aquello que las haga sentido, en la experiencia c

lectores. Cada uno de los trabajos de quienes participaron con sus textos o imágenes,

refleja esa búsqueda, y si en buena medida al hacerlo devuelven los rostros de la

fantasía o el asombro, es por el expreso deseo de evocar todas las dimen

conforman la experiencia humana.

Existe la gente, con sus rostros de ocasión, batallando contra sus horarios,

deambulando de aquí para allá, desde que se despierta hasta que cae dormida.

También los lugares donde gastan su vida:

con su par de pisos o su inmensa colección de niveles

agotan con su infinidad de detalles las posibilidades del ojo más observador.

Entre ellas andan los ociosos, trazando palabras e imágenes para env

trayectorias complicadas. Algunas de esas fuerzas vivas se detienen en los ojos de

jóvenes ansiosos por la novedad, otros tardan porque aquel a quien van dirigidas se

encuentra ocupado en su lucha diaria por la sobrevivencia, pero cuando se detie

contemplarlas también le producen un ex

de una parte de sí mismo que quería comunicar a

OOCC

La pregunta no es si el arte, extraviado de sus lugares habituales, se encuentra

contigo un día y te incita a sentir. Porque no hay tal cosa como el arte, un ser que te

interpele por tus sentimientos y pensamientos más profundos, cual fantasma

poseyendo cuerpos a su entero capricho.

Personas que se arriesgan por expresar algo buscando otro algo. O mejor dicho: a

alguien. Hay ocasiones en que llegan a perderse en el camino, ya sea porque quienes

encuentran sus palabras consideran peligrosa su resonancia, por ser capaz de alterar

el estado de cosas que por años se han ocupado por mantener, a su conveniencia.

Palabras que vienen y van, aunque no nos percatemos de ello. Algunas permanecen

más tiempo con nosotros, ocupan un lugar privilegiado, y nos preocupamos por

llevarlas durante toda la vida, atadas a los huesos como si con ellas quisiéramos

obligarnos a recordar algo importante, aunque no sepamos exactamente el qué cosa.

llega a su segundo número procurando, una vez más, que las

palabras encuentren aquello que las haga sentido, en la experiencia c

lectores. Cada uno de los trabajos de quienes participaron con sus textos o imágenes,

refleja esa búsqueda, y si en buena medida al hacerlo devuelven los rostros de la

fantasía o el asombro, es por el expreso deseo de evocar todas las dimen

conforman la experiencia humana.

Existe la gente, con sus rostros de ocasión, batallando contra sus horarios,

deambulando de aquí para allá, desde que se despierta hasta que cae dormida.

donde gastan su vida: las calles, tapizadas de asfalto y hierro,

con su par de pisos o su inmensa colección de niveles superpuestos en imágenes que

agotan con su infinidad de detalles las posibilidades del ojo más observador.

Entre ellas andan los ociosos, trazando palabras e imágenes para env

trayectorias complicadas. Algunas de esas fuerzas vivas se detienen en los ojos de

jóvenes ansiosos por la novedad, otros tardan porque aquel a quien van dirigidas se

encuentra ocupado en su lucha diaria por la sobrevivencia, pero cuando se detie

contemplarlas también le producen un extraño calor, algo parecido a la

que quería comunicar a los demás sin saber cómo hacerlo

Dedicado a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero.

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es habituales, se encuentra

contigo un día y te incita a sentir. Porque no hay tal cosa como el arte, un ser que te

s, cual fantasma

por expresar algo buscando otro algo. O mejor dicho: a

alguien. Hay ocasiones en que llegan a perderse en el camino, ya sea porque quienes

encuentran sus palabras consideran peligrosa su resonancia, por ser capaz de alterar

se han ocupado por mantener, a su conveniencia.

Palabras que vienen y van, aunque no nos percatemos de ello. Algunas permanecen

más tiempo con nosotros, ocupan un lugar privilegiado, y nos preocupamos por

s como si con ellas quisiéramos

obligarnos a recordar algo importante, aunque no sepamos exactamente el qué cosa.

llega a su segundo número procurando, una vez más, que las

palabras encuentren aquello que las haga sentido, en la experiencia cotidiana de sus

lectores. Cada uno de los trabajos de quienes participaron con sus textos o imágenes,

refleja esa búsqueda, y si en buena medida al hacerlo devuelven los rostros de la

fantasía o el asombro, es por el expreso deseo de evocar todas las dimensiones que

Existe la gente, con sus rostros de ocasión, batallando contra sus horarios,

deambulando de aquí para allá, desde que se despierta hasta que cae dormida.

zadas de asfalto y hierro,

superpuestos en imágenes que

agotan con su infinidad de detalles las posibilidades del ojo más observador.

Entre ellas andan los ociosos, trazando palabras e imágenes para enviarlas en

trayectorias complicadas. Algunas de esas fuerzas vivas se detienen en los ojos de

jóvenes ansiosos por la novedad, otros tardan porque aquel a quien van dirigidas se

encuentra ocupado en su lucha diaria por la sobrevivencia, pero cuando se detiene a

traño calor, algo parecido a la recuperación

los demás sin saber cómo hacerlo.

Dedicado a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero.

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

LLaa rreessuurrrreecccciióónn

Fernando A. Sierra

La abuela yacía cercada por docenas de blancas flores. Una sonrisa serena y una

corona de gardenias le adornaban el semblante. El párroco señaló para consuelo de

los deudos: “Seguramente se ele

los justos al ser llamados a la presencia del S

una pierna de guajolote bañada en mole, mientras nuevamente llenaban su jarro de

pulque.

El señor doctor escanciaba el coñac de la abuela, declarando con una

solemnidad soberbia e inquebrantable: “Aun no parece cierta su muerte, si ayer en

este salón platicamos con su ahijado, don Porfirio Díaz, de sus veinte años

gobernando con orden y progreso la República…

contentos por el centenario de su natalicio. Tomamos unas cuantas copitas al calor de

sus anécdotas. Y reímos hasta las lágrimas; a

tremendo par de bofetones que propinó al infortunado gen

perdió la mitad del país. “¡Qué infortunado ni q

Cleofás aun muy enchilada por aquellas traiciones del pasado. “Y para que oyeran

bien claro sus lameculos, le grite ¡Pinche cojo pendejo!”

Tres días atrás, en la madrugada

cantándole las mañanitas. La peonada de la hacienda andaba a las carreras en los

preparativos de los manteles largos. Para la gran comilona mataron dos vacas, diez

chivos, cuatro marranos y veinti

quien tuviera mejor sazón

mole. Sin ayuda de nadie

costales de chiles, chocolate y otras espec

de arroz, ansina de grandototes, y preparó diez galones de tepache.

En la fuente del patio

exprimieron veinte costales de naranjas, otros tantos de limones

barriles de agua de Tehuacán, canela, pimienta y clavo

OOCC

nn ddee llaa aabbuueellaa

(De “Los Cuentos del Capitán Mentiras”

La abuela yacía cercada por docenas de blancas flores. Una sonrisa serena y una

corona de gardenias le adornaban el semblante. El párroco señaló para consuelo de

los deudos: “Seguramente se elevó a la gloria, en la santa paz del sueño; como hacen

er llamados a la presencia del Señor”. Y continuó hincando el diente a

una pierna de guajolote bañada en mole, mientras nuevamente llenaban su jarro de

escanciaba el coñac de la abuela, declarando con una

solemnidad soberbia e inquebrantable: “Aun no parece cierta su muerte, si ayer en

este salón platicamos con su ahijado, don Porfirio Díaz, de sus veinte años

gobernando con orden y progreso la República… Hasta bailaron una polka, muy

contentos por el centenario de su natalicio. Tomamos unas cuantas copitas al calor de

sus anécdotas. Y reímos hasta las lágrimas; al contarnos, como solo ella sabí

tremendo par de bofetones que propinó al infortunado general Santa Anna, cuando

perdió la mitad del país. “¡Qué infortunado ni que ocho cuartos!”, r

aun muy enchilada por aquellas traiciones del pasado. “Y para que oyeran

bien claro sus lameculos, le grite ¡Pinche cojo pendejo!”

atrás, en la madrugada, la despertaron doscientas gargantas

cantándole las mañanitas. La peonada de la hacienda andaba a las carreras en los

preparativos de los manteles largos. Para la gran comilona mataron dos vacas, diez

chivos, cuatro marranos y veintiún guajolotes. Y como no había por todo el rumbo

que la abuela, le rogaron para que ella misma prepar

mole. Sin ayuda de nadie (por que ella no necesitaba vejigas para nadar)

costales de chiles, chocolate y otras especias. Ya encarrilada, cocinó doce

de grandototes, y preparó diez galones de tepache.

En la fuente del patio se vaciaron varios toneles de ron, brandy y tequila;

exprimieron veinte costales de naranjas, otros tantos de limones y toronjas.

barriles de agua de Tehuacán, canela, pimienta y clavo, y se adornó con pétalos de

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Los Cuentos del Capitán Mentiras”)

La abuela yacía cercada por docenas de blancas flores. Una sonrisa serena y una

corona de gardenias le adornaban el semblante. El párroco señaló para consuelo de

vó a la gloria, en la santa paz del sueño; como hacen

eñor”. Y continuó hincando el diente a

una pierna de guajolote bañada en mole, mientras nuevamente llenaban su jarro de

escanciaba el coñac de la abuela, declarando con una

solemnidad soberbia e inquebrantable: “Aun no parece cierta su muerte, si ayer en

este salón platicamos con su ahijado, don Porfirio Díaz, de sus veinte años

Hasta bailaron una polka, muy

contentos por el centenario de su natalicio. Tomamos unas cuantas copitas al calor de

l contarnos, como solo ella sabía, el

eral Santa Anna, cuando

ue ocho cuartos!”, respondió doña

aun muy enchilada por aquellas traiciones del pasado. “Y para que oyeran

la despertaron doscientas gargantas

cantándole las mañanitas. La peonada de la hacienda andaba a las carreras en los

preparativos de los manteles largos. Para la gran comilona mataron dos vacas, diez

ún guajolotes. Y como no había por todo el rumbo

e rogaron para que ella misma preparara el

necesitaba vejigas para nadar) molió

ias. Ya encarrilada, cocinó doce cazuelones

oneles de ron, brandy y tequila; se

y toronjas. Cinco

y se adornó con pétalos de

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

rosas rojas. Del mero Xochimilco se trajo una trajinera para que cinco mozos y un

remero navegaran sirviendo las copas, y c

intoxicación de vapores etílicos, hasta que la nave encalló.

Se contrataron tres orquestas

músicos huarachudos para animar a la indiada. Se trajeron de España al renombrado

matador Lagartijo para que

coheteros compitieron para asaltar los cielos y

artes fascinantes de su pirotecnia.

No cabían exageraciones a la enorme lista de invitados. Al banquete

presentarían más de quinientos comensales, entre ellos

gobernadores, artistas y hasta el ya mentado señ

de su enorme prole, de la q

vástagos a sus cuatro maridos, que en la gloria estén. Amén de los sesenta nietos,

noventa y ocho bisnietos y quien sabe cuántos tataranietos.

La abuela Cleofás gozaba de una salud de hierro. Eso, decía ufana,

único que me deben envidiar

de inteligencia aguzada y mordaz de gato montuno. Nadie la hacía

de todas, todas; al derecho y al revés, arriba y abajo y a los lados también. Manej

su hacienda con mano dura, s

que su cuantiosa riqueza se debía a saber mantener los dineros bien lejos de la

manos voraces de la parentela, y

que era con todos. Aunque la mera verdad

en dadivas, sino a su modo, obrando con bondad sapiente y cautelosa.

En la gran puerta de la hacienda había muchas coronas florales aromatizando

tres leguas a la redonda. La sala donde se instaló la cámara ardiente, era tan a

que cabían cien cristianos. Los jarros de café con canela pasaban de mano en mano,

entre las letanías para el eterno descanso de su

auténtico o dudoso, que no soltara el llanto a moco tendido, disimulando su dicha

la herencia soñada. Hasta ocurrió el milagro de la sanación de enfermos y la epidemia

de fuereños que brotaron hasta

consanguíneos de la difunta por

Por la noche los restos mortales de la centenaria fueron velados en calma

chicha. Algunos viejecillos cabeceaban soñolientos, mientras otros hablaban en

susurros para no despertar a los vencidos del cansancio.

OOCC

rosas rojas. Del mero Xochimilco se trajo una trajinera para que cinco mozos y un

navegaran sirviendo las copas, y cada hora se cambiaba la tripula

intoxicación de vapores etílicos, hasta que la nave encalló.

Se contrataron tres orquestas para el gran baile en el salón y dos grupos de

músicos huarachudos para animar a la indiada. Se trajeron de España al renombrado

para que lidiara unos toros de la ganadería de la casa, y

coheteros compitieron para asaltar los cielos y atraer las miradas celestiales hacia

artes fascinantes de su pirotecnia.

No cabían exageraciones a la enorme lista de invitados. Al banquete

presentarían más de quinientos comensales, entre ellos se contaban

gobernadores, artistas y hasta el ya mentado señor presidente con su gabinete; a

de su enorme prole, de la que ya había perdido la cuenta, pues había dado

os a sus cuatro maridos, que en la gloria estén. Amén de los sesenta nietos,

noventa y ocho bisnietos y quien sabe cuántos tataranietos.

La abuela Cleofás gozaba de una salud de hierro. Eso, decía ufana,

único que me deben envidiar”. Era enorme como una vaca, fuerte como un caballo y

de inteligencia aguzada y mordaz de gato montuno. Nadie la hacía tonta, s

de todas, todas; al derecho y al revés, arriba y abajo y a los lados también. Manej

su hacienda con mano dura, sabía mandar y hacerse respetar por todo mundo. Decían

que su cuantiosa riqueza se debía a saber mantener los dineros bien lejos de la

manos voraces de la parentela, y esto lo corroboraban sus hijos, al lamentar lo tacaña

on todos. Aunque la mera verdad ayudó a mucha gente, no regalando dinero

en dadivas, sino a su modo, obrando con bondad sapiente y cautelosa.

En la gran puerta de la hacienda había muchas coronas florales aromatizando

tres leguas a la redonda. La sala donde se instaló la cámara ardiente, era tan a

que cabían cien cristianos. Los jarros de café con canela pasaban de mano en mano,

entre las letanías para el eterno descanso de su alma. No faltaba pariente, ya fuera

que no soltara el llanto a moco tendido, disimulando su dicha

. Hasta ocurrió el milagro de la sanación de enfermos y la epidemia

de fuereños que brotaron hasta de debajo de las piedras

consanguíneos de la difunta por línea directa.

Por la noche los restos mortales de la centenaria fueron velados en calma

chicha. Algunos viejecillos cabeceaban soñolientos, mientras otros hablaban en

susurros para no despertar a los vencidos del cansancio.

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rosas rojas. Del mero Xochimilco se trajo una trajinera para que cinco mozos y un

ada hora se cambiaba la tripulación por

para el gran baile en el salón y dos grupos de

músicos huarachudos para animar a la indiada. Se trajeron de España al renombrado

os de la ganadería de la casa, y los mejores

atraer las miradas celestiales hacia las

No cabían exageraciones a la enorme lista de invitados. Al banquete se

se contaban obispos,

or presidente con su gabinete; aparte

había dado veintiocho

os a sus cuatro maridos, que en la gloria estén. Amén de los sesenta nietos,

La abuela Cleofás gozaba de una salud de hierro. Eso, decía ufana, “es lo

mo una vaca, fuerte como un caballo y

tonta, se las sabía

de todas, todas; al derecho y al revés, arriba y abajo y a los lados también. Manejaba

rse respetar por todo mundo. Decían

que su cuantiosa riqueza se debía a saber mantener los dineros bien lejos de las

esto lo corroboraban sus hijos, al lamentar lo tacaña

ha gente, no regalando dinero

en dadivas, sino a su modo, obrando con bondad sapiente y cautelosa.

En la gran puerta de la hacienda había muchas coronas florales aromatizando

tres leguas a la redonda. La sala donde se instaló la cámara ardiente, era tan amplia

que cabían cien cristianos. Los jarros de café con canela pasaban de mano en mano,

alma. No faltaba pariente, ya fuera

que no soltara el llanto a moco tendido, disimulando su dicha por

. Hasta ocurrió el milagro de la sanación de enfermos y la epidemia

debajo de las piedras, declarándose

Por la noche los restos mortales de la centenaria fueron velados en calma

chicha. Algunos viejecillos cabeceaban soñolientos, mientras otros hablaban en

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Y así hubiera continuado

emborrachándose, irrumpieron

músicos desarrapados que habían sacado de la cantina para amenizar su jolgorio. Por

fin se había muerto la abuela, y e

cuantiosa herencia. Detrás de los alegres deudos venía

cohetes y un grupo de pirujas trepadas en una carreta tirada por una yunta de bueyes,

repartiendo a diestra y siniestra las reservas de aguardiente de la ca

Luego, se instalaron en el patio, prendieron fogatas para recalentar la pitanza y se

dieron vuelo con la parranda.

En la sala donde se velaba el cadáver de la abuela los cirios se consumían

solitarios. Los deudos se habían ido a poner u

al cuerpo al son de los filarmónicos. Por efecto de la prolongada quema de cohetes

que estallaban bien arriba del cielo, comenzó a llegar gente de donde fuera, unos para

saciar la curiosidad y otros para ver que pes

sempiterna de los gañotes aventureros.

El escándalo era tal, que la abuela Cleofás abrió los ojos dentro de su

sarcófago. Se enderezó un poco, aun aletargada por el profundo sueño. Se sentía tan

ligera que se elevó como un suspiro hasta quedar sentada sobre su cajón.

era bueno, ya no sentía las reumas carajas ni le estorbaban a la visión las cataratas.

Que clarito veía las cosas y que orejas tan afinadas tenía para escuchar el borlote.

“¡Jijos de la jijúrria!”, masculló rabiosa

guamazos a esos granujas, pero su mano pasó a través del candelabro como una

bocanada de humo. Entonces se descubrió en las miradas de una docena de

personas que estaban presentes. Le e

queridos de su corazón; por supuesto eran todos sus muertos.

Estaba rodeada por sus padres, abuelos, los cuatro maridos que tuvo el placer

de querer y el dolor de sepultar,

hermanos que cuatro guerras le arrebataron, y hasta sus compadres, don Benito y su

señora esposa doña Margarita Maza de Juárez.

La abuela recordó que apenas unos escasos instantes estaba en una fiesta

donde bailaba el vals “Dios Nunca Muere

encontraban muy contentos de recibirla por fin en los salones de la eternidad.

¡Qué gran encuentro el reunirse con los ser

su eterno reposo venían para acompañarla al otro mundo. Charlaron

OOCC

Y así hubiera continuado todo si no fuera porque hijos y nietos,

emborrachándose, irrumpieron ganosos de parranda larga, con el estruendo de unos

músicos desarrapados que habían sacado de la cantina para amenizar su jolgorio. Por

fin se había muerto la abuela, y el duelo se convirtió en gozo para repartirse la

cuantiosa herencia. Detrás de los alegres deudos venían unos peones lanzando

un grupo de pirujas trepadas en una carreta tirada por una yunta de bueyes,

repartiendo a diestra y siniestra las reservas de aguardiente de la cantina del pueblo.

se instalaron en el patio, prendieron fogatas para recalentar la pitanza y se

dieron vuelo con la parranda.

En la sala donde se velaba el cadáver de la abuela los cirios se consumían

solitarios. Los deudos se habían ido a poner un poco de alcohol a las canelas

al son de los filarmónicos. Por efecto de la prolongada quema de cohetes

que estallaban bien arriba del cielo, comenzó a llegar gente de donde fuera, unos para

saciar la curiosidad y otros para ver que pescaban. Los que más, eran de la liga

sempiterna de los gañotes aventureros.

El escándalo era tal, que la abuela Cleofás abrió los ojos dentro de su

sarcófago. Se enderezó un poco, aun aletargada por el profundo sueño. Se sentía tan

un suspiro hasta quedar sentada sobre su cajón.

era bueno, ya no sentía las reumas carajas ni le estorbaban a la visión las cataratas.

Que clarito veía las cosas y que orejas tan afinadas tenía para escuchar el borlote.

masculló rabiosa, e intento asir el soporte del cirio para repartir

guamazos a esos granujas, pero su mano pasó a través del candelabro como una

bocanada de humo. Entonces se descubrió en las miradas de una docena de

personas que estaban presentes. Le eran muy aprendidos por la memoria

or supuesto eran todos sus muertos.

Estaba rodeada por sus padres, abuelos, los cuatro maridos que tuvo el placer

querer y el dolor de sepultar, diez hijos suyos que se le adelantaron, su

hermanos que cuatro guerras le arrebataron, y hasta sus compadres, don Benito y su

señora esposa doña Margarita Maza de Juárez.

La abuela recordó que apenas unos escasos instantes estaba en una fiesta

Dios Nunca Muere” con todos sus muertos, quienes

encontraban muy contentos de recibirla por fin en los salones de la eternidad.

Qué gran encuentro el reunirse con los seres más queridos de toda la vida!

su eterno reposo venían para acompañarla al otro mundo. Charlaron

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que hijos y nietos, que andaban

ganosos de parranda larga, con el estruendo de unos

músicos desarrapados que habían sacado de la cantina para amenizar su jolgorio. Por

ozo para repartirse la

n unos peones lanzando

un grupo de pirujas trepadas en una carreta tirada por una yunta de bueyes,

ntina del pueblo.

se instalaron en el patio, prendieron fogatas para recalentar la pitanza y se

En la sala donde se velaba el cadáver de la abuela los cirios se consumían

n poco de alcohol a las canelas, y calor

al son de los filarmónicos. Por efecto de la prolongada quema de cohetes

que estallaban bien arriba del cielo, comenzó a llegar gente de donde fuera, unos para

caban. Los que más, eran de la liga

El escándalo era tal, que la abuela Cleofás abrió los ojos dentro de su

sarcófago. Se enderezó un poco, aun aletargada por el profundo sueño. Se sentía tan

un suspiro hasta quedar sentada sobre su cajón. Esto sí que

era bueno, ya no sentía las reumas carajas ni le estorbaban a la visión las cataratas.

Que clarito veía las cosas y que orejas tan afinadas tenía para escuchar el borlote.

e intento asir el soporte del cirio para repartir

guamazos a esos granujas, pero su mano pasó a través del candelabro como una

bocanada de humo. Entonces se descubrió en las miradas de una docena de

por la memoria y tan

Estaba rodeada por sus padres, abuelos, los cuatro maridos que tuvo el placer

diez hijos suyos que se le adelantaron, sus valientes

hermanos que cuatro guerras le arrebataron, y hasta sus compadres, don Benito y su

La abuela recordó que apenas unos escasos instantes estaba en una fiesta

n todos sus muertos, quienes se

encontraban muy contentos de recibirla por fin en los salones de la eternidad.

es más queridos de toda la vida! De

su eterno reposo venían para acompañarla al otro mundo. Charlaron animosamente

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de los otros tiempos, y rieron de buena lid de viejas anécdotas. Don Benito pasó a

explicarle el itinerario del viaje por realizar, cuando aparecieron del estallido de una

nube de azufre e incienso un ángel y un diablo.

Parecían personajes de

presentaron. El ángel no era un muchachote forzudo

por el contrario era un viejito prieto, calvo y enclenque. Vestía un camisón agujer

color añil, y su espalda sujetaba con unos m

pinta. Causaba cierta gracia verle acomodars

bailoteaba en la calva. Por su parte, el diablo presentaba por fisonomía la de un

chaparro panzón de pellejo colorado, apenas vestido co

taparse las vergüenzas. Se rascaba con el rabo la cara granosa

de tener una pata de gallo y otra de chivo, ambas llenas de excremento de puerco y

lodo. Escupía chiles, ajos y cebollas mientras parloteaba con

chillona y manoteaba exageradamente frente al ángel, enfatizando sus argumentos.

El meollo de su disputa era por el alma de la difunta Cleofás. Tanto el paraíso

como infierno argüían pruebas irrefutables del reclamo de sus derechos

de la abuela. “Era una vieja tacaña y malvada”, decía el diablo sopesando un extenso

pliego donde venían enumeradas todas sus faltas, pecados, omisiones y malas obras

del alma en litigio. El ángel refutaba que no era cierto, porque ayudaba a

huérfanos. Y solamente era severa para que la gente apreciara el tesón del trabajo.

“Cierra la boca, incauto”, atajaba el diablejo, “¡Fue una vieja lujuriosa que tuvo cuatro

maridos, y cuando la aburrían los mataba para quedarse con la herencia!”

soltaba la risotada, diciendo: “Mentira, mentira, a cada uno lo amó y dio hartos

chamacos”. Pero el canijo pingo gruñía, “Ja, mira que buenos hijos, bien briagos de

contento por la herencia que dejó la vieja. Con su escándalo ya hasta la despertar

La ponzoña de tales palabras

orgullo. Se le trepó el berrinche hasta la coronilla

para darle una soberana zarandeada que lo dejó tan magullado como dolorido. Y si no

fuera porque los presentes le arrebataron la presa, ya lo hubiera devuelto en cachitos

para el infierno.

El diablo, medio repuesto

casa. Lo que vio la abuela casi la mataba por segunda vez. Los anim

fuera de los corrales y estab

robaban las cosas de la casa, mientras que algunos escarbaban por todos lados y

derribaban muros, buscando las ollas rebosantes de monedas de oro que

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y rieron de buena lid de viejas anécdotas. Don Benito pasó a

explicarle el itinerario del viaje por realizar, cuando aparecieron del estallido de una

nube de azufre e incienso un ángel y un diablo.

Parecían personajes de pastorela por las malas fachas con que se

presentaron. El ángel no era un muchachote forzudo y rubicundo con cara afeminada,

ra un viejito prieto, calvo y enclenque. Vestía un camisón agujer

u espalda sujetaba con unos mecates unas alas de pluma de gallina

pinta. Causaba cierta gracia verle acomodarse la aureola marchita de oropel

bailoteaba en la calva. Por su parte, el diablo presentaba por fisonomía la de un

chaparro panzón de pellejo colorado, apenas vestido con un calzón tiznado para

se las vergüenzas. Se rascaba con el rabo la cara granosa, y cojeaba por efecto

de tener una pata de gallo y otra de chivo, ambas llenas de excremento de puerco y

lodo. Escupía chiles, ajos y cebollas mientras parloteaba con rapidez con una voz

chillona y manoteaba exageradamente frente al ángel, enfatizando sus argumentos.

El meollo de su disputa era por el alma de la difunta Cleofás. Tanto el paraíso

como infierno argüían pruebas irrefutables del reclamo de sus derechos

de la abuela. “Era una vieja tacaña y malvada”, decía el diablo sopesando un extenso

pliego donde venían enumeradas todas sus faltas, pecados, omisiones y malas obras

del alma en litigio. El ángel refutaba que no era cierto, porque ayudaba a

era severa para que la gente apreciara el tesón del trabajo.

“Cierra la boca, incauto”, atajaba el diablejo, “¡Fue una vieja lujuriosa que tuvo cuatro

maridos, y cuando la aburrían los mataba para quedarse con la herencia!”

soltaba la risotada, diciendo: “Mentira, mentira, a cada uno lo amó y dio hartos

chamacos”. Pero el canijo pingo gruñía, “Ja, mira que buenos hijos, bien briagos de

contento por la herencia que dejó la vieja. Con su escándalo ya hasta la despertar

La ponzoña de tales palabras le cayó a la abuela como una pedrada en el mero

orgullo. Se le trepó el berrinche hasta la coronilla, y agarró del pescuezo al chamuco

para darle una soberana zarandeada que lo dejó tan magullado como dolorido. Y si no

era porque los presentes le arrebataron la presa, ya lo hubiera devuelto en cachitos

El diablo, medio repuesto, la asió bruscamente del brazo y la llevó al patio de la

casa. Lo que vio la abuela casi la mataba por segunda vez. Los anim

fuera de los corrales y establos, destrozando los jardines; bandas de desconocidos se

robaban las cosas de la casa, mientras que algunos escarbaban por todos lados y

derribaban muros, buscando las ollas rebosantes de monedas de oro que

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y rieron de buena lid de viejas anécdotas. Don Benito pasó a

explicarle el itinerario del viaje por realizar, cuando aparecieron del estallido de una

pastorela por las malas fachas con que se

y rubicundo con cara afeminada,

ra un viejito prieto, calvo y enclenque. Vestía un camisón agujerado

ecates unas alas de pluma de gallina

e la aureola marchita de oropel que le

bailoteaba en la calva. Por su parte, el diablo presentaba por fisonomía la de un

n un calzón tiznado para

y cojeaba por efecto

de tener una pata de gallo y otra de chivo, ambas llenas de excremento de puerco y

rapidez con una voz

chillona y manoteaba exageradamente frente al ángel, enfatizando sus argumentos.

El meollo de su disputa era por el alma de la difunta Cleofás. Tanto el paraíso

como infierno argüían pruebas irrefutables del reclamo de sus derechos sobre el alma

de la abuela. “Era una vieja tacaña y malvada”, decía el diablo sopesando un extenso

pliego donde venían enumeradas todas sus faltas, pecados, omisiones y malas obras

del alma en litigio. El ángel refutaba que no era cierto, porque ayudaba a viudas y

era severa para que la gente apreciara el tesón del trabajo.

“Cierra la boca, incauto”, atajaba el diablejo, “¡Fue una vieja lujuriosa que tuvo cuatro

maridos, y cuando la aburrían los mataba para quedarse con la herencia!” El ángel

soltaba la risotada, diciendo: “Mentira, mentira, a cada uno lo amó y dio hartos

chamacos”. Pero el canijo pingo gruñía, “Ja, mira que buenos hijos, bien briagos de

contento por la herencia que dejó la vieja. Con su escándalo ya hasta la despertaron”.

le cayó a la abuela como una pedrada en el mero

y agarró del pescuezo al chamuco

para darle una soberana zarandeada que lo dejó tan magullado como dolorido. Y si no

era porque los presentes le arrebataron la presa, ya lo hubiera devuelto en cachitos

la asió bruscamente del brazo y la llevó al patio de la

casa. Lo que vio la abuela casi la mataba por segunda vez. Los animales andaban

andas de desconocidos se

robaban las cosas de la casa, mientras que algunos escarbaban por todos lados y

derribaban muros, buscando las ollas rebosantes de monedas de oro que

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seguramente la abuela enterró para no darles ni un centavo. Mientras

los chiquillos apedreaban macetas, ventanas, y

sala sin que nadie los reprendiera.

Toda su parentela alcoholizada protagonizaba el más triste

Bailoteaban sin ningún pudor, rompían todo a su paso, se jugaban

juegos de azar, mientras otros se tupí

disputándose prendas y alhajas de la difunta.

Para la abuela fue horr

una férrea disciplina no habían servido de nada. Maldijo su vientre, porque había

parido cerdos. El maldito diablo se reía de ella sobándose

ángel le daba unas palmaditas en el hombro. Sus

ella estaba que se la llevaba el tren.

necesario rogar por una licencia, lo haría.

Agarró al diablo de las orejas y a empujones llevó al ángel

y con una voz que no admitía exc

les doy chance que se echen un volado por mi alma. Con esto, me da igual el

purgatorio o condenarme toda la eternidad en el infierno. Solo permítanme

levantarme con mi cuerpo pecador y darle a esta bola de zonzos un buen

Nomás eso les pido: un par de minutos;

El ángel y el diablo se apartaron para deliberar. Era muy arriesgado. Si se

enteraban en sus respectivas jefaturas

mordidas y palancas que movieran en el sindicato

finalmente coincidieron que el espectáculo que iban a presenciar

eternidad de castigo, así que l

pachanga muy atenta para pescar algún imprudente. Acudió de prisa, como es su

costumbre, y fue puesta al tanto de la situación. En contubernio

espectrales, sin disimular su agrado por la propuesta de la abuela, convinie

nomás por un ratito) resucitarla para que llevara a cabo la corrección de su

descarriada familia.

La abuela les dio parcamente las gracias,

sabroso chocolate y unos

del diablo, del ángel y de la muerte. Esta última sacó de sus costi

de arena, al que le dio un golpecito

lo cual agarraron de las canillas el alma de la abuela

OOCC

mente la abuela enterró para no darles ni un centavo. Mientras

s chiquillos apedreaban macetas, ventanas, y descuartizaban el enorme reloj de la

sin que nadie los reprendiera.

Toda su parentela alcoholizada protagonizaba el más triste de los desfiguros.

Bailoteaban sin ningún pudor, rompían todo a su paso, se jugaban

juegos de azar, mientras otros se tupían a trompadas y procaces insultos

disputándose prendas y alhajas de la difunta.

Para la abuela fue horrible entender que tantos años de educar a los suyos con

no habían servido de nada. Maldijo su vientre, porque había

parido cerdos. El maldito diablo se reía de ella sobándose los cachetes, mientras el

le daba unas palmaditas en el hombro. Sus finados trataban de animarla, pero

ella estaba que se la llevaba el tren. Sabía que no podía hacer nada, pero

necesario rogar por una licencia, lo haría.

Agarró al diablo de las orejas y a empujones llevó al ángel junto a su sarcófago,

oz que no admitía excusas les dijo: “Yo me voy con cualquiera de ustedes,

les doy chance que se echen un volado por mi alma. Con esto, me da igual el

purgatorio o condenarme toda la eternidad en el infierno. Solo permítanme

o pecador y darle a esta bola de zonzos un buen

Nomás eso les pido: un par de minutos; después ya ustedes dirán”.

El ángel y el diablo se apartaron para deliberar. Era muy arriesgado. Si se

respectivas jefaturas les andaba costando la chamba, q

as que movieran en el sindicato no la librarían fácilmente. Aunque

coincidieron que el espectáculo que iban a presenciar

eternidad de castigo, así que llamaron a la muerte, quien también

pachanga muy atenta para pescar algún imprudente. Acudió de prisa, como es su

costumbre, y fue puesta al tanto de la situación. En contubernio,

espectrales, sin disimular su agrado por la propuesta de la abuela, convinie

resucitarla para que llevara a cabo la corrección de su

es dio parcamente las gracias, prometiendo agasajarlos con un

sabroso chocolate y unos churros que ella misma prepararía. Se puso a disposició

la muerte. Esta última sacó de sus costillas un pequeño reloj

dio un golpecito para que la arena comenzara a caer, después de

agarraron de las canillas el alma de la abuela entre los tres, para meter

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mente la abuela enterró para no darles ni un centavo. Mientras esto sucedía,

aban el enorme reloj de la

de los desfiguros.

Bailoteaban sin ningún pudor, rompían todo a su paso, se jugaban la herencia en

an a trompadas y procaces insultos

que tantos años de educar a los suyos con

no habían servido de nada. Maldijo su vientre, porque había

los cachetes, mientras el

finados trataban de animarla, pero

Sabía que no podía hacer nada, pero si era

junto a su sarcófago,

usas les dijo: “Yo me voy con cualquiera de ustedes,

les doy chance que se echen un volado por mi alma. Con esto, me da igual el

purgatorio o condenarme toda la eternidad en el infierno. Solo permítanme volver a

o pecador y darle a esta bola de zonzos un buen escarmiento.

El ángel y el diablo se apartaron para deliberar. Era muy arriesgado. Si se

tando la chamba, que por más

a librarían fácilmente. Aunque

bien valía una

én andaba en la

pachanga muy atenta para pescar algún imprudente. Acudió de prisa, como es su

, los tres seres

espectrales, sin disimular su agrado por la propuesta de la abuela, convinieron (pero

resucitarla para que llevara a cabo la corrección de su

agasajarlos con un

. Se puso a disposición

llas un pequeño reloj

comenzara a caer, después de

entre los tres, para meterla

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nuevamente a su antiguo cuerpo. Eso sí, l

acomodara. El diablo le sopló en la cara a la abuela y esta resucitó con una tr

tos que le provocó las náuseas.

ayudaron a salir del cajón, y ya incorporada cogió su bastón, para

llegarse hasta la puerta que daba al patio. Sus ojos echaban chispas.

Los desmanes de la borrachera

patio de la hacienda era un camp

sabor al caldo, el ángel sopló y resopló, haciendo que un viento helado atrajera las

miradas de la chusma hacia la abuela. Entonces, al verla

puro espanto, con los ojos a punto de

diablo se les hubiera aparecido no hubiesen hecho tanta alharaca.

Comenzó una estampida en todas direcciones

tropezaban unos con otros. Algunas mujeres arrodilladas se

clemencia a todos los santos del cielo. Después vino lo mero bueno.

La abuela se les fue encima repartiendo bastonazos;

descalabro a éste, le voló los dientes a aquel, a fulanita la desgreñó y a esa otra le

puso el ojo de cotorra. Más acá y también por acullá volaban patadas, guamazos

cachetadas. A los músicos les propinó guitarrazos, acordeonazos y tamborazo y

medio. A su paso despertaba a los dormidos a patadones y hacia volar por los aires

sillas, macetas, jarros, platos y botellas que siempre

poniendo chipote con sangre

La abuela era un completo huracán de chingadazo

paso, su furia era la erupción del mismísimo

parejo: viejos, mujeres, escuincles, chaparros y grandotes

decir que hasta al señor cura que quiso meter la paz

Sobre todo con sus parientes era con quien

desparpajo.

La abuela no cejó en su orgía de mandarriazos hasta que

Se detuvo por fin, y entonces dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Tiró

el bastón y se dejó caer sobre su sofá prefe

reponiéndose del susto y de la soba, se conmovieron de la amargura de la pobre vieja

y lloraron con ella, suplicándole su perdón. Fue a la sazón cuando les dio una arenga

de la moral y las buenas costumbres, que la

sonaba más impresionante que un sermón dominguero.

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antiguo cuerpo. Eso sí, la sacudieron un poquito para que se

acomodara. El diablo le sopló en la cara a la abuela y esta resucitó con una tr

tos que le provocó las náuseas. ¡Qué tufo tan terrible tenía el condenado!

ron a salir del cajón, y ya incorporada cogió su bastón, para frunciend

la puerta que daba al patio. Sus ojos echaban chispas.

Los desmanes de la borrachera continuaban haciendo estragos; e

patio de la hacienda era un campo de guerra, devastado por la locura. Para darle

sabor al caldo, el ángel sopló y resopló, haciendo que un viento helado atrajera las

miradas de la chusma hacia la abuela. Entonces, al verla, se quedaron paralizados de

puro espanto, con los ojos a punto de saltarles de la cara y con la boca abierta. Si el

diablo se les hubiera aparecido no hubiesen hecho tanta alharaca.

Comenzó una estampida en todas direcciones. Por lo borrachos que andaban

tropezaban unos con otros. Algunas mujeres arrodilladas se santiguaban, pidiendo

clemencia a todos los santos del cielo. Después vino lo mero bueno.

e encima repartiendo bastonazos; con la vitalidad recobrada

, le voló los dientes a aquel, a fulanita la desgreñó y a esa otra le

a. Más acá y también por acullá volaban patadas, guamazos

cachetadas. A los músicos les propinó guitarrazos, acordeonazos y tamborazo y

medio. A su paso despertaba a los dormidos a patadones y hacia volar por los aires

s, jarros, platos y botellas que siempre encontraban un blanco preciso,

ipote con sangre tanto a chicos como a los grandes.

La abuela era un completo huracán de chingadazos que arrasaba todo a su

u furia era la erupción del mismísimo averno. No perdonaba a nadie, pues t

parejo: viejos, mujeres, escuincles, chaparros y grandotes recibían su merecido. Con

ñor cura que quiso meter la paz le tocó su tanda de coscorrones.

obre todo con sus parientes era con quien se ensañaba con mayor y desmedido

La abuela no cejó en su orgía de mandarriazos hasta que se le cansó la mano.

y entonces dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Tiró

el bastón y se dejó caer sobre su sofá preferido, ahora despanzurrado. Las víctimas,

reponiéndose del susto y de la soba, se conmovieron de la amargura de la pobre vieja

y lloraron con ella, suplicándole su perdón. Fue a la sazón cuando les dio una arenga

de la moral y las buenas costumbres, que la verdad ni ella misma se creía, pero que

sonaba más impresionante que un sermón dominguero.

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a sacudieron un poquito para que se

acomodara. El diablo le sopló en la cara a la abuela y esta resucitó con una tremenda

ible tenía el condenado! Luego la

frunciendo el seño

continuaban haciendo estragos; el hermoso

o de guerra, devastado por la locura. Para darle

sabor al caldo, el ángel sopló y resopló, haciendo que un viento helado atrajera las

se quedaron paralizados de

la boca abierta. Si el

. Por lo borrachos que andaban

santiguaban, pidiendo

talidad recobrada

, le voló los dientes a aquel, a fulanita la desgreñó y a esa otra le

a. Más acá y también por acullá volaban patadas, guamazos y

cachetadas. A los músicos les propinó guitarrazos, acordeonazos y tamborazo y

medio. A su paso despertaba a los dormidos a patadones y hacia volar por los aires

encontraban un blanco preciso,

s que arrasaba todo a su

averno. No perdonaba a nadie, pues tupía

recibían su merecido. Con

ó su tanda de coscorrones.

se ensañaba con mayor y desmedido

se le cansó la mano.

y entonces dos gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Tiró

rido, ahora despanzurrado. Las víctimas,

reponiéndose del susto y de la soba, se conmovieron de la amargura de la pobre vieja

y lloraron con ella, suplicándole su perdón. Fue a la sazón cuando les dio una arenga

se creía, pero que

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Hizo una pausa al terminar su arenga, l

arrollar con un estallido de porras y aplausos. Pidió dulcemente su bastón y se puso

en pie.

Todos esperaban otra perorata;

pacifico en un rostro severo

Todos en tropel, más rápido que inmediatamente

Después de todo su raza no tenía sangre de gente mala.

Finalmente, sin más pendientes

interrumpida. Olían deliciosas las flores, leyó la cinta de las coronas. Hasta el obispo y

el gobernador habían enviado las suyas.

hubiese gustado ver cuando la llevaran hasta el camposanto, pero ni modo, ahí iba a

estar sin poder verlo. En torno a su cajón de palo estaban sus muertos, esperándola

con orgullo. El ángel, la calaca y el diablo la recibie

espectáculo que les había dado. Le soltaron un nutrido y sincero aplauso.

“Ta’ bueno, ya es hora;

más da! En el infierno también habré de encontrar algunos viejos amigos.”

Entre risueño y dolorido, el diablo hizo guiños al ángel y a la muerte, luego

lo cual dijo: “No doña Cleofás, ándese a descansar con los suyos; en el infierno no hay

cabida para alguien como usted. Ni quisiera imaginarme como nos iría a todos los

diablos.”

Entre las risas de los presentes, le ayudaron a entrar a su féretro. Olió por

última vez el delicioso aroma de las flores y cerró los ojos para siempre.

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terminar su arenga, la cual los lesionados aprovecharon para

arrollar con un estallido de porras y aplausos. Pidió dulcemente su bastón y se puso

Todos esperaban otra perorata; sin embargo la abuela mudó su semblante

pacifico en un rostro severo y les ordenó tronando sus dedos arreglar aqu

Todos en tropel, más rápido que inmediatamente, corrieron a darle manos a la obra.

no tenía sangre de gente mala.

in más pendientes, fuese donde la aguardaba su muerte

interrumpida. Olían deliciosas las flores, leyó la cinta de las coronas. Hasta el obispo y

el gobernador habían enviado las suyas. Le pareció bonito su funeral, incluso le

ver cuando la llevaran hasta el camposanto, pero ni modo, ahí iba a

. En torno a su cajón de palo estaban sus muertos, esperándola

con orgullo. El ángel, la calaca y el diablo la recibieron aun riéndose del gran

espectáculo que les había dado. Le soltaron un nutrido y sincero aplauso.

, ya es hora; échense el volado que definirá mi eterno destino.

En el infierno también habré de encontrar algunos viejos amigos.”

ntre risueño y dolorido, el diablo hizo guiños al ángel y a la muerte, luego

dijo: “No doña Cleofás, ándese a descansar con los suyos; en el infierno no hay

cabida para alguien como usted. Ni quisiera imaginarme como nos iría a todos los

Entre las risas de los presentes, le ayudaron a entrar a su féretro. Olió por

última vez el delicioso aroma de las flores y cerró los ojos para siempre.

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a cual los lesionados aprovecharon para

arrollar con un estallido de porras y aplausos. Pidió dulcemente su bastón y se puso

sin embargo la abuela mudó su semblante

y les ordenó tronando sus dedos arreglar aquel desorden.

corrieron a darle manos a la obra.

fuese donde la aguardaba su muerte

interrumpida. Olían deliciosas las flores, leyó la cinta de las coronas. Hasta el obispo y

ió bonito su funeral, incluso le

ver cuando la llevaran hasta el camposanto, pero ni modo, ahí iba a

. En torno a su cajón de palo estaban sus muertos, esperándola

riéndose del gran

espectáculo que les había dado. Le soltaron un nutrido y sincero aplauso.

échense el volado que definirá mi eterno destino. ¡Qué

En el infierno también habré de encontrar algunos viejos amigos.”

ntre risueño y dolorido, el diablo hizo guiños al ángel y a la muerte, luego de

dijo: “No doña Cleofás, ándese a descansar con los suyos; en el infierno no hay

cabida para alguien como usted. Ni quisiera imaginarme como nos iría a todos los

Entre las risas de los presentes, le ayudaron a entrar a su féretro. Olió por

última vez el delicioso aroma de las flores y cerró los ojos para siempre.

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CCaallaavveerraa 55 ((TTrr iissttee sseeññoorr ccaabbeezzaa ddee ssaannddííaa))

Sr. Zurita

2014. Acrílico. 21.5 x 14 cm.

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Ante luz de luna su silueta es terrible

Una forma de esqueleto descarnado

Biológicamente resulta increíble

Un absurdo para la poesía

Nótese el detalle de esta contrariedad

Que siendo carente de órgano diario

Resulta lucido y entrado en edad

De amar sin corazón necesario.

Su inmortalidad no resulta sinónimo

De opulencia y riqueza en amores

Es por siempre un solitario anónimo

El dueño de nuestros llantos y flores.

Es la triste calavera enamorada

De todo aquello que no puede alcanzar

El oscuro de la noche es la nada

Como azul del universo es la mar.

Y es que infinita es la eternidad

Que hasta el más torpe termina sabio

Mas el tiempo no concede felicidad

De la belleza de un beso extraordinario.

Y es por eso que yo te pido mujer

Dejes la entrada de tu corazón abierta

No seas orgullosa y ya déjate coger

Antes de que me vengan a tocar la puerta.

Para ver más de la obra de Sr. Zurita, puedes visitar:

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Ante luz de luna su silueta es terrible

Una forma de esqueleto descarnado

Biológicamente resulta increíble

creado.

Nótese el detalle de esta contrariedad

órgano diario

Resulta lucido y entrado en edad

De amar sin corazón necesario.

Su inmortalidad no resulta sinónimo

De opulencia y riqueza en amores

Es por siempre un solitario anónimo

El dueño de nuestros llantos y flores.

Es la triste calavera enamorada

De todo aquello que no puede alcanzar

El oscuro de la noche es la nada

Como azul del universo es la mar.

Y es que infinita es la eternidad

Que hasta el más torpe termina sabio

Mas el tiempo no concede felicidad

De la belleza de un beso extraordinario.

es por eso que yo te pido mujer

Dejes la entrada de tu corazón abierta

No seas orgullosa y ya déjate coger

Antes de que me vengan a tocar la puerta.

Para ver más de la obra de Sr. Zurita, puedes visitar:

flickr.com/photos/romanzurita/

facebook.com/senorzurita

behance.net/srzurita

issuu.com/romanzurita/docs/carpeta_rom___n_zurita_2014

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flickr.com/photos/romanzurita/

facebook.com/senorzurita

behance.net/srzurita

issuu.com/romanzurita/docs/carpeta_rom___n_zurita_2014

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EEll eennttee eenn llaa hhaa

El Xastle

Jimy se quedó viendo el contoneo d

Carlos, que sin decirle nada

Reflejándose en las gotas de sudor que corren por los rostros de todos, las luces neón

sólo disfrazan la obscuridad dentro del putero. Se siguen anunciando los nombres de

las chicas que van a salir a bailar.

- También la nuestra va a subir, ahorita

exclamó Jimy, que se refería a la mesera.

- ¿Cuánto varo le metiste?

- Un tostón; lo único que me quedaba.

Ella regresó con la cubeta de cervezas. Se inclinó un poco para colocarla sobre la

mesa y destapar un par de botellas; entonces

entre sus senos y el escote,

un beso en la teta que él quisiera, dio

- Ahorita que esté encuer

Ya ves lo que hace falta es varo pa’ ir a buenos puteros, y no como este

- Pero el varo va y viene.

En esa camisa entallada a

minifalda, de cuadros rojos y negros,

grandes que eran seguidas por piernas gruesas, morenas.

- Además ahorita en ningún lado me darían trabajo,

nomás pal gabacho y para eso se necesita varo.

- Tu hermana se preocupó

cuando fue la pelea en el reclu

OOCC

aabbii ttaacciióónn

Jimy se quedó viendo el contoneo de la mesera cuando esta se marchó, luego volvió a

que sin decirle nada seguía mirando a la mesa.

Reflejándose en las gotas de sudor que corren por los rostros de todos, las luces neón

sólo disfrazan la obscuridad dentro del putero. Se siguen anunciando los nombres de

las chicas que van a salir a bailar.

También la nuestra va a subir, ahorita hasta me va a aventar la tanga

se refería a la mesera.

e metiste?

ostón; lo único que me quedaba.

con la cubeta de cervezas. Se inclinó un poco para colocarla sobre la

a y destapar un par de botellas; entonces Carlos colocó un billete de cincuenta

entre sus senos y el escote, luego Luna se le acercó un poco más y dejó que le diera

a que él quisiera, dio la vuelta y se alejó contoneándose.

Ahorita que esté encuerada de seguro baja con nosotros- dijo Jimy

lo que hace falta es varo pa’ ir a buenos puteros, y no como este

el varo va y viene.

a Luna se le contorneaban bien las lonjas y la barriga. L

minifalda, de cuadros rojos y negros, apenas cubría hasta la mitad de unas nalgas

grandes que eran seguidas por piernas gruesas, morenas.

Además ahorita en ningún lado me darían trabajo, ni yéndome a otro lado,

ho y para eso se necesita varo.

Tu hermana se preocupó mucho por ti estos años; ya ves como estuvo ahí

cuando fue la pelea en el reclu.

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se marchó, luego volvió a

Reflejándose en las gotas de sudor que corren por los rostros de todos, las luces neón

sólo disfrazan la obscuridad dentro del putero. Se siguen anunciando los nombres de

hasta me va a aventar la tanga-

con la cubeta de cervezas. Se inclinó un poco para colocarla sobre la

Carlos colocó un billete de cincuenta

Luna se le acercó un poco más y dejó que le diera

la vuelta y se alejó contoneándose.

ijo Jimy, y agregó -

lo que hace falta es varo pa’ ir a buenos puteros, y no como este.

an bien las lonjas y la barriga. La

apenas cubría hasta la mitad de unas nalgas

ni yéndome a otro lado,

como estuvo ahí

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

- Yo estaba con los que empezaron a repartir vergazos, la neta los custodios

nos dejaron hacer nuestro desm

celdas a balazos. Nomás empezamos a madrear “mexicles” y los que se atravesaran,

no sé bien porque. No recuerdo bien ese día

- No pus… si debió haber sido un

- Desde que salí, de eso hay una parte que sueño todas las noches, siempre es

la misma, es cuando me metí a uno de los talleres buscando no sé qué ni bien en que

momento, adentro encontré un charco de sangre, era bastante grande, y no se veían

manchas de que lo hubieran arrastrado.

- ¿A quién?

- No sé, a quién hubieran matado allí.

Jimy ya no dijo más, quedándose callado por un rato

Ninguna de ellas subió a la pista, ni

sujeto alto y fornido, de unos cuarenta, güero

fue directo a sentarse con Jimy y Carlos. Parecían conocerse de toda la vida, le

platicaron lo de la mesera, y él también se quejó de ellas.

- Vamos a los del Centro, allí

conoces al patrón.

Jimy le había pedido que aquí viniera

los trabajos de antes y por la cárcel

cervezas de la orden y se marcharon.

Al salir, Carlos se despidió de ellos;

entrada.

- ¡Vamos! ¿O qué haces guardado los viernes

- No pus’… tengo que ir a ver a

- Unos tragos y te vas.

Carlos quería irse, y mientras se negaba

que fueran a hablar, ni estar con ellos, sobre todo por la pena que empezaba a sentir

por su cuñado, al que le llevaba varios años y

como antes. Aunque Jimy ya debía saber lo que hacía.

OOCC

Yo estaba con los que empezaron a repartir vergazos, la neta los custodios

nos dejaron hacer nuestro desmadre por un rato; al final la Federal nos regresó a las

celdas a balazos. Nomás empezamos a madrear “mexicles” y los que se atravesaran,

no sé bien porque. No recuerdo bien ese día.

si debió haber sido un desmadre.

Desde que salí, de eso hay una parte que sueño todas las noches, siempre es

la misma, es cuando me metí a uno de los talleres buscando no sé qué ni bien en que

momento, adentro encontré un charco de sangre, era bastante grande, y no se veían

que lo hubieran arrastrado.

, a quién hubieran matado allí.

, quedándose callado por un rato se dedicó a ver a las meseras

inguna de ellas subió a la pista, ni siquiera cuando llego el “cubas”. Había sido un

alto y fornido, de unos cuarenta, güero y con brazos llenos de tatuaje

fue directo a sentarse con Jimy y Carlos. Parecían conocerse de toda la vida, le

platicaron lo de la mesera, y él también se quejó de ellas.

Vamos a los del Centro, allí tenemos unos que están mejor, sirve que

Jimy le había pedido que aquí viniera, pues esto era lo que habían podido pagar. Por

los trabajos de antes y por la cárcel, es que le tenía confianza. Bebieron las últimas

marcharon.

, Carlos se despidió de ellos; el taxi que conducía estaba estacionado junto a la

haces guardado los viernes?

tengo que ir a ver a la familia.

te vas.

mientras se negaba subía a su taxi. No deseaba escuchar de lo

que fueran a hablar, ni estar con ellos, sobre todo por la pena que empezaba a sentir

al que le llevaba varios años y podría haberle tratado de decirle algo

y ya debía saber lo que hacía.

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Yo estaba con los que empezaron a repartir vergazos, la neta los custodios

ederal nos regresó a las

celdas a balazos. Nomás empezamos a madrear “mexicles” y los que se atravesaran,

Desde que salí, de eso hay una parte que sueño todas las noches, siempre es

la misma, es cuando me metí a uno de los talleres buscando no sé qué ni bien en que

momento, adentro encontré un charco de sangre, era bastante grande, y no se veían

se dedicó a ver a las meseras.

cuando llego el “cubas”. Había sido un

con brazos llenos de tatuajes; al entrar

fue directo a sentarse con Jimy y Carlos. Parecían conocerse de toda la vida, le

tenemos unos que están mejor, sirve que

pues esto era lo que habían podido pagar. Por

le tenía confianza. Bebieron las últimas

el taxi que conducía estaba estacionado junto a la

. No deseaba escuchar de lo

que fueran a hablar, ni estar con ellos, sobre todo por la pena que empezaba a sentir

podría haberle tratado de decirle algo

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

- … la saludas, le dices que me viste y que no se preocupe por mí.

Jimy.

El carro se echó a andar, saliendo a la carretera de enfrente.

A punto de subir a la camioneta,

ruido tumbó a El Cubas, que

mirando a la calle por donde se acercaban corriendo esos hombres. Jimy, que nada

más por la salpicadura roja en la lámina de la carrocería se hizo idea de lo qu

sucedía, alzó las manos y se dejó caer de rodillas. Los franeleros del tugurio que

estaban en el estacionamiento se refugiaron dentro del local cerrando las puertas. No

iban por ellos sino por Jimy.

Por un par de kilómetros le acompañaron las luc

los carros que llegaban a pararse en cualquiera de

estos. Las luces de las torretas se aproximaron

desde enfrente, el convoy de patrullas a prisa pasó

junto al taxi, después regreso la penumbra. Era el

camino más rápido para llegar a la colonia Anapra.

Entre el desierto nada más se escuchaba el ruido del

motor, hasta que fue golpeado a un lado de la

cajuela. Soltó un grito. Después

en el espejo lateral que venía detrás, sin encontrar

nada en la oscuridad; hasta esforzarse durante

segundos que le parecieron

distinguió que los faros traseros iluminaron quizá una

camioneta. Un golpe más y perdió el control

chocando contra el muro lateral.

El frío dejo de calar desde hace rato,

dónde estaba, también sentía dolor dándose cuenta de que p

pasar el tiempo, parecía estar sólo, entonces reaccionó para levantarse del piso a

donde había sido arrojado.

Era de día y por las ventanas

la sala reconoce el lugar.

- ¡Jimy! - Nadie para contestar.

OOCC

… la saludas, le dices que me viste y que no se preocupe por mí.

saliendo a la carretera de enfrente.

A punto de subir a la camioneta, sin advertirlo, en un instante un solo tir

que en un movimiento fue jalado al suelo y

mirando a la calle por donde se acercaban corriendo esos hombres. Jimy, que nada

más por la salpicadura roja en la lámina de la carrocería se hizo idea de lo qu

sucedía, alzó las manos y se dejó caer de rodillas. Los franeleros del tugurio que

estaban en el estacionamiento se refugiaron dentro del local cerrando las puertas. No

iban por ellos sino por Jimy.

Por un par de kilómetros le acompañaron las luces neón de los puteros y las luces de

los carros que llegaban a pararse en cualquiera de

estos. Las luces de las torretas se aproximaron

desde enfrente, el convoy de patrullas a prisa pasó

junto al taxi, después regreso la penumbra. Era el

do para llegar a la colonia Anapra.

Entre el desierto nada más se escuchaba el ruido del

hasta que fue golpeado a un lado de la

cajuela. Soltó un grito. Después de la sacudida buscó

en el espejo lateral que venía detrás, sin encontrar

hasta esforzarse durante unos

que le parecieron bastantes largos,

distinguió que los faros traseros iluminaron quizá una

camioneta. Un golpe más y perdió el control

chocando contra el muro lateral.

El frío dejo de calar desde hace rato, se mantuvo con los ojos cerrados por no saber

dónde estaba, también sentía dolor dándose cuenta de que podía moverse. Dejó

pasar el tiempo, parecía estar sólo, entonces reaccionó para levantarse del piso a

donde había sido arrojado.

entanas irradiaba la habitación; abre la única puerta que hay, en

Nadie para contestar.

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… la saludas, le dices que me viste y que no se preocupe por mí.- Se despidió

un solo tiro sin ningún

y cayó recostado

mirando a la calle por donde se acercaban corriendo esos hombres. Jimy, que nada

más por la salpicadura roja en la lámina de la carrocería se hizo idea de lo que

sucedía, alzó las manos y se dejó caer de rodillas. Los franeleros del tugurio que

estaban en el estacionamiento se refugiaron dentro del local cerrando las puertas. No

es neón de los puteros y las luces de

se mantuvo con los ojos cerrados por no saber

odía moverse. Dejó

pasar el tiempo, parecía estar sólo, entonces reaccionó para levantarse del piso a

abre la única puerta que hay, en

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Los zumbidos que vienen del patio siguen, es lo único que se oye

pequeño de algunos metros, de muros grises

encharcado con sangre escurriendo

muchas, y revoloteaban por todos lados.

Da la vuelta, los nervios pueden apoderarse de él;

corriendo hacia la puerta, y

sujetos.

Figuras negras con pecheras del mismo color

“Cuerno de Chivo”, excepto el que sostiene un hacha aún sucia. Entraron

amarillento destello del dí

moscas. Cuando ese destello tocó su rostro la presión tapo sus oídos, nada se

escucha, intuye lo que le están ordenado al agitar los cañones señalando el piso, de

rodillas antes de bajar la cabeza c

Viendo las sombras que pasan

buscar de reojo al que ha quedado, lo encuentra sentado

momento en que decide alzar la mirada:

respirar, el color pálido bajo la capucha, el hilo de sangre asomándose desd

ropas… sigue hablándole mientras le apunta. Volvió a bajar la cabeza.

No supo cuánto tiempo pasó,

gotas de sudor, deseando que terminara de un balazo

lloraría, pero en cambio temblaba

El hilo de sangre se hace más largo llegando al reflejo de la luz

sus rodillas. Se levantó, quería pensar que

no haría algo para evitar que se fuera.

Saliendo a la calle el ruido de un Torto

golpe. Agita un poco la cabeza queriendo reaccionar;

hacia su casa, son unos cuantos metros.

Vio a su mujer yendo otra vez al mercado, ahora con el último dinero que le quedaba,

llevaba varios días sin salir de casa. Lo dejo con su hija, y mientras ella no tenía de

otra más que estar frente de la televisión, Car

al borde de la cama.

OOCC

Los zumbidos que vienen del patio siguen, es lo único que se oye a ratos. Es un patio

pequeño de algunos metros, de muros grises deslumbrados y piso de cemento

charcado con sangre escurriendo desde cinco lados. Las moscas se a

por todos lados.

nervios pueden apoderarse de él; antes intenta escapar, casi

ta, y por ella aparecen los rostros encapuchados de tres

con pecheras del mismo color le apuntan con los cañones de las

, excepto el que sostiene un hacha aún sucia. Entraron

amarillento destello del día que rodeó a Carlos entre el desorden y las incontables

moscas. Cuando ese destello tocó su rostro la presión tapo sus oídos, nada se

escucha, intuye lo que le están ordenado al agitar los cañones señalando el piso, de

abeza cree que continúan hablando.

Viendo las sombras que pasan, sabe que dos de ellos se han ido. No puede evitar

quedado, lo encuentra sentado en el piso a un lado, llega el

de alzar la mirada: lo ve contener espasmos por la dificultad de

respirar, el color pálido bajo la capucha, el hilo de sangre asomándose desd

igue hablándole mientras le apunta. Volvió a bajar la cabeza.

No supo cuánto tiempo pasó, sólo permaneció de la misma manera viendo caer las

gotas de sudor, deseando que terminara de un balazo. Creyó que en este momento

pero en cambio temblaba cada vez más.

El hilo de sangre se hace más largo llegando al reflejo de la luz, alcanzando una de

sus rodillas. Se levantó, quería pensar que aquel era un cadáver o que por lo menos

no haría algo para evitar que se fuera.

a la calle el ruido de un Torton y la arena en el aire llegan a Carlos en un

la cabeza queriendo reaccionar; creyendo que nadie lo ve corre

su casa, son unos cuantos metros.

Vio a su mujer yendo otra vez al mercado, ahora con el último dinero que le quedaba,

llevaba varios días sin salir de casa. Lo dejo con su hija, y mientras ella no tenía de

otra más que estar frente de la televisión, Carlos permanecía en la recamara, sentado

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a ratos. Es un patio

deslumbrados y piso de cemento

desde cinco lados. Las moscas se alzaron, eran

antes intenta escapar, casi

los rostros encapuchados de tres

le apuntan con los cañones de las

, excepto el que sostiene un hacha aún sucia. Entraron junto con el

a que rodeó a Carlos entre el desorden y las incontables

moscas. Cuando ese destello tocó su rostro la presión tapo sus oídos, nada se

escucha, intuye lo que le están ordenado al agitar los cañones señalando el piso, de

sabe que dos de ellos se han ido. No puede evitar

en el piso a un lado, llega el

os por la dificultad de

respirar, el color pálido bajo la capucha, el hilo de sangre asomándose desde sus

igue hablándole mientras le apunta. Volvió a bajar la cabeza.

sólo permaneció de la misma manera viendo caer las

reyó que en este momento

alcanzando una de

aquel era un cadáver o que por lo menos

n y la arena en el aire llegan a Carlos en un

creyendo que nadie lo ve corre

Vio a su mujer yendo otra vez al mercado, ahora con el último dinero que le quedaba,

llevaba varios días sin salir de casa. Lo dejo con su hija, y mientras ella no tenía de

los permanecía en la recamara, sentado

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Respiró hondo, pensó en decirle algo cuándo llegara,

estos días todos los gritos y golpes, era que sentía miedo a

cabeza; era sin darse cuenta

Carlos no se movió del mismo lugar con la mirada en la nada. Anocheció.

- He estado soñando casi lo mismo… abro la puerta y veo la sangre rodeada

por un brillo muy fuerte… no sé en qué termina, sólo es de lo que me acuerdo.

La mujer lo miró, revisaba en su rostro los gestos por la angustia con que la atraparon

cuando le contaba del sueño.

En esta ocasión el recuerdo del sueño fue más lejos. Rodeado por la luz escucha

nítidamente palabras desconocidas, vienen de a un lado, del que le apunta.

No pudo evitar haberle gritado tanto después de que ella insistió en querer buscar a su

hermano. Se ha marchado Clara llevándose a la niña, eso llega a ser lo mejor. Ya no

estarían allí cuando lo encuentren quienes fueran aquellos que lo retuvieron.

Observa la calle entre las cortinas, todo es igual con la arena y el sol a plomo cayendo

sobre el gris de las casas. Se vuelve imposible una manera de escapar

salida de la colonia es donde se ponen a levantar gente, hacía el desierto tendría que

caminar varias cuadras antes de llegar

para llegar al Periférico, pudiendo ser avistado por los tantos que andan “

Apretando la cabeza entre sus manos

tardarían en averiguar donde vivía para venir a cualquier hora del día a matarlo con

toda su familia. Allá en las calles andan en este instante interrogando al vecino o a

cualquier otro. Llegarían en cualquier rato.

Era el mismo sueño, mostrándole el charco de sangre bajo el sol, la voz que no

entiende del sujeto encapuchado apuntándole, exudando algo n

el espacio donde se encuentra, haciéndole perder su forma, extendiéndose ocupando

todo.

Abrió los ojos, la voz continuaba, ahora llegando de algún lugar de la habitación. De

algún lugar que no podía ver, porque no podía girar el cuel

ojos. En la mente trató con todas sus ganas agitar los brazos, levantarse de la cama,

ver de dónde viene esa voz.

OOCC

ó en decirle algo cuándo llegara, en hacer algo para borrar de

estos días todos los gritos y golpes, era que sentía miedo acompañado de calor en la

era sin darse cuenta. Pero había presente algo más.

Carlos no se movió del mismo lugar con la mirada en la nada. Anocheció.

He estado soñando casi lo mismo… abro la puerta y veo la sangre rodeada

por un brillo muy fuerte… no sé en qué termina, sólo es de lo que me acuerdo.

, revisaba en su rostro los gestos por la angustia con que la atraparon

cuando le contaba del sueño.

En esta ocasión el recuerdo del sueño fue más lejos. Rodeado por la luz escucha

nítidamente palabras desconocidas, vienen de a un lado, del que le apunta.

No pudo evitar haberle gritado tanto después de que ella insistió en querer buscar a su

ha marchado Clara llevándose a la niña, eso llega a ser lo mejor. Ya no

estarían allí cuando lo encuentren quienes fueran aquellos que lo retuvieron.

Observa la calle entre las cortinas, todo es igual con la arena y el sol a plomo cayendo

gris de las casas. Se vuelve imposible una manera de escapar

salida de la colonia es donde se ponen a levantar gente, hacía el desierto tendría que

caminar varias cuadras antes de llegar, y una vez allí serían bastantes los kilómetros

eriférico, pudiendo ser avistado por los tantos que andan “

Apretando la cabeza entre sus manos, espera que lleguen. No habría de otra, no

tardarían en averiguar donde vivía para venir a cualquier hora del día a matarlo con

a. Allá en las calles andan en este instante interrogando al vecino o a

cualquier otro. Llegarían en cualquier rato.

Era el mismo sueño, mostrándole el charco de sangre bajo el sol, la voz que no

entiende del sujeto encapuchado apuntándole, exudando algo negro, algo que agujera

el espacio donde se encuentra, haciéndole perder su forma, extendiéndose ocupando

Abrió los ojos, la voz continuaba, ahora llegando de algún lugar de la habitación. De

algún lugar que no podía ver, porque no podía girar el cuello o tan siquiera mover los

ojos. En la mente trató con todas sus ganas agitar los brazos, levantarse de la cama,

ver de dónde viene esa voz.

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en hacer algo para borrar de

compañado de calor en la

Carlos no se movió del mismo lugar con la mirada en la nada. Anocheció.

He estado soñando casi lo mismo… abro la puerta y veo la sangre rodeada

por un brillo muy fuerte… no sé en qué termina, sólo es de lo que me acuerdo.

, revisaba en su rostro los gestos por la angustia con que la atraparon

En esta ocasión el recuerdo del sueño fue más lejos. Rodeado por la luz escucha

nítidamente palabras desconocidas, vienen de a un lado, del que le apunta.

No pudo evitar haberle gritado tanto después de que ella insistió en querer buscar a su

ha marchado Clara llevándose a la niña, eso llega a ser lo mejor. Ya no

estarían allí cuando lo encuentren quienes fueran aquellos que lo retuvieron.

Observa la calle entre las cortinas, todo es igual con la arena y el sol a plomo cayendo

gris de las casas. Se vuelve imposible una manera de escapar, pues en la

salida de la colonia es donde se ponen a levantar gente, hacía el desierto tendría que

y una vez allí serían bastantes los kilómetros

eriférico, pudiendo ser avistado por los tantos que andan “de dedos”.

o habría de otra, no

tardarían en averiguar donde vivía para venir a cualquier hora del día a matarlo con

a. Allá en las calles andan en este instante interrogando al vecino o a

Era el mismo sueño, mostrándole el charco de sangre bajo el sol, la voz que no

egro, algo que agujera

el espacio donde se encuentra, haciéndole perder su forma, extendiéndose ocupando

Abrió los ojos, la voz continuaba, ahora llegando de algún lugar de la habitación. De

lo o tan siquiera mover los

ojos. En la mente trató con todas sus ganas agitar los brazos, levantarse de la cama,

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Enfrente de él fue quemándose aquella imagen de la habitación a oscuras

en ella una flama negra, qu

espacio, constriñéndose, hinchándose. Es la flama de donde proviene la voz.

Tieso e inmóvil escucha. Han abierto la puerta, lo han encontrado, llevan hachas y

cirios encendidos, la oscuridad es tanta que

Si tan solo pudiera gritar, soltar un sollozo

sufrimiento; si tan solo pudiera saber si está llorando, si pudiera expresar el terror ante

la muerte y viendo cómo se dirige el primer hachazo espera la mue

se convierte en una aguja en los oídos al golpear el hacha contra el cuello

desprendiendo la cabeza. Sigue viendo aquello negro.

El dolor no borra la habitación, llega demasiado lejos con cada hachazo

desmembrando, arrancando las pier

Sobre el charco de sangre entre los cinco picos acomodan el

piernas, con la cabeza en medio

Clara consiguió que un tío suyo se prestara a ayudar a Ca

la ciudad. Al llegar a la casa encontró la puerta abierta,

a Alice. Las moscas no tardaron en acercársele. A

alcanzan a llegar a su rostro, camina con la niña detrá

excepción del zumbido lo demás era silencio. Desde el pasillo distinguió la sangre

regada en el piso, no quiso mirar más de lo que había dentro de la habitación, el

impulso de salir corriendo se controló por un instante cuando

mano. Era Alice. Tomándola fuerte se deja libre a la ansiedad y el miedo.

OOCC

Enfrente de él fue quemándose aquella imagen de la habitación a oscuras

una flama negra, que parecía hincharse tomando todo, desfigurando el

espacio, constriñéndose, hinchándose. Es la flama de donde proviene la voz.

Tieso e inmóvil escucha. Han abierto la puerta, lo han encontrado, llevan hachas y

cirios encendidos, la oscuridad es tanta que no iluminan.

Si tan solo pudiera gritar, soltar un sollozo, dejarlo ir para aliviar el inevitable

si tan solo pudiera saber si está llorando, si pudiera expresar el terror ante

la muerte y viendo cómo se dirige el primer hachazo espera la muerte. L

se convierte en una aguja en los oídos al golpear el hacha contra el cuello

desprendiendo la cabeza. Sigue viendo aquello negro.

El dolor no borra la habitación, llega demasiado lejos con cada hachazo

desmembrando, arrancando las piernas, terminando con los brazos.

Sobre el charco de sangre entre los cinco picos acomodan el torso, los brazos y las

en medio. Alzaron los cirios y comenzaron la invocación.

Clara consiguió que un tío suyo se prestara a ayudar a Carlos salir de Anapra

Al llegar a la casa encontró la puerta abierta, entró primero dejando un fuera

scas no tardaron en acercársele. Agita las manos, son tantas que

alcanzan a llegar a su rostro, camina con la niña detrás de ella sin darse cuenta. A

excepción del zumbido lo demás era silencio. Desde el pasillo distinguió la sangre

regada en el piso, no quiso mirar más de lo que había dentro de la habitación, el

impulso de salir corriendo se controló por un instante cuando sintió que apretaban s

omándola fuerte se deja libre a la ansiedad y el miedo.

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Enfrente de él fue quemándose aquella imagen de la habitación a oscuras, abriéndose

e parecía hincharse tomando todo, desfigurando el

espacio, constriñéndose, hinchándose. Es la flama de donde proviene la voz.

Tieso e inmóvil escucha. Han abierto la puerta, lo han encontrado, llevan hachas y

iviar el inevitable

si tan solo pudiera saber si está llorando, si pudiera expresar el terror ante

. La voz del ente

se convierte en una aguja en los oídos al golpear el hacha contra el cuello

El dolor no borra la habitación, llega demasiado lejos con cada hachazo

torso, los brazos y las

. Alzaron los cirios y comenzaron la invocación.

rlos salir de Anapra e irse de

primero dejando un fuera

gita las manos, son tantas que

s de ella sin darse cuenta. A

excepción del zumbido lo demás era silencio. Desde el pasillo distinguió la sangre

regada en el piso, no quiso mirar más de lo que había dentro de la habitación, el

sintió que apretaban su

omándola fuerte se deja libre a la ansiedad y el miedo.

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VViivvii rr ssuu vviiddaa// JJee

Fernando Waroto Landeo

Vivre sa vie: Film en douze tableaux

1962, 83 min., Francia

Dir. Jean-Luc Godard

- Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.

Nana Kleinfrankenheim: irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo

carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una

temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película,

Godard es un prestidigitador de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar

con ese negro y blanco, de ser origen y catalogarse en contraste. De construirse de

tan solo dos colores y demos

imagen y semejanza a Dios. N

Nosotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el

humo más pesado, y encontrar la palabra necesari

queremos un poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta

OOCC

eeaann--LLuucc GGooddaarrdd

Fernando Waroto Landeo

Vivre sa vie: Film en douze tableaux

- ¿Es una mujer de mundo o cursi?

Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.

irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo

carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una

temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película,

dor de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar

con ese negro y blanco, de ser origen y catalogarse en contraste. De construirse de

tan solo dos colores y demostrarnos que los seres humanos no estamos hechos a

imagen y semejanza a Dios. No.

osotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el

humo más pesado, y encontrar la palabra necesaria que nos conduzca a Nana Klein;

poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta

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¿Es una mujer de mundo o cursi?

Insúltala. Si es una cursi, se enfadará. Si es una mujer de mundo sonreirá.

irremediablemente podríamos afirmar que el infierno se hizo

carne y el destino se fracturó en los vértices del origen de sus ojos. Hace más de una

temporada que resumía entre imágenes la presencia de esta película, Vivir su vida.

dor de la fotografía, de las secuencias de imágenes, de jugar

con ese negro y blanco, de ser origen y catalogarse en contraste. De construirse de

trarnos que los seres humanos no estamos hechos a

osotros como simples sombras, hemos fracturado nuestro lenguaje por inhalar el

a que nos conduzca a Nana Klein;

poco del barro de sus labios, de las navajas de sus cabellos, de la fruta

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

de sus piernas, y esos agujeros negros que herman

ojos.

El azar no podría juzgar de manera exacta ¿cómo la tempestad primero fue niña y

luego furiosa se encuentra hecha mujer?

Dividida en doce actos, doce arcanos o capítulos que se

malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios,

observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada evitando que la violencia

haga temblar los labios de cualquier ser sobre la tierra.

Cada uno juega con las barajas que su

ninguna responsabilidad. Mientras el azar lo construya uno mismo, el destino será solo

una carretera para manejar bajo los signos de la sociedad

Y todos los hijos de Hades podrían decir

pretérito a todos los tiempos; o colores origen como Dimitri, arcano de la resurrección

de algún cuervo de Poe. Ca

de esta película solo gobierna la muerte

en el suelo, mientras todas las estrellas sembradas en su cuerpo se alzan

incendiándose, iluminando toda la noche.

OOCC

gujeros negros que hermanados nos dirigen la palabra: sus

El azar no podría juzgar de manera exacta ¿cómo la tempestad primero fue niña y

luego furiosa se encuentra hecha mujer?

Dividida en doce actos, doce arcanos o capítulos que se extienden como un

malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios,

observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada evitando que la violencia

haga temblar los labios de cualquier ser sobre la tierra.

juega con las barajas que su estrella le dispone. No se puede

ninguna responsabilidad. Mientras el azar lo construya uno mismo, el destino será solo

una carretera para manejar bajo los signos de la sociedad

Y todos los hijos de Hades podrían decir solo colores oscuros, como Nana, un color

pretérito a todos los tiempos; o colores origen como Dimitri, arcano de la resurrección

de algún cuervo de Poe. Calvario o Gólgota, llámelo usted como desee

de esta película solo gobierna la muerte antes que cualquier mujer. Nana Klein

en el suelo, mientras todas las estrellas sembradas en su cuerpo se alzan

incendiándose, iluminando toda la noche.

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ados nos dirigen la palabra: sus

El azar no podría juzgar de manera exacta ¿cómo la tempestad primero fue niña y

extienden como un

malabarista sobre el universo. Pero abajo, muy abajo tratando de encontrar algún dios,

observamos a Juana de Arco, que carga una cruz tan pesada evitando que la violencia

estrella le dispone. No se puede evadir

ninguna responsabilidad. Mientras el azar lo construya uno mismo, el destino será solo

solo colores oscuros, como Nana, un color

pretérito a todos los tiempos; o colores origen como Dimitri, arcano de la resurrección

lvario o Gólgota, llámelo usted como desee, pero al final

Nana Klein, reposa

en el suelo, mientras todas las estrellas sembradas en su cuerpo se alzan

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

AA mmiiss rreeccuueerrddoo

Alexis Pérez

Habría de perder la memoria en una tarde de otoño

expediente clínico psiquiátrico. E

esta carta, se apareció en mi ha

no recuerdo si la amo o la amé

pasado un par de horas de que la vi. Lo único que me dejó

siento dentro de mí.

Cuando me dijo su nombre

sensación extraña en mi pecho. F

en verdad la recordara; pero no apareció ninguna imagen en mi cabeza que me hiciera

saber de su existencia. Después de eso me quedé

me miraba y seguía preguntando, yo no respondía a

aquella silla donde me encontraba sentado frente a ella

donde solía escribir cada noche tratando de buscar algún escrito que me hiciese

recordarle.

Tras buscar aquellos escritos

recuerdo si eran viejos o eran recientes

olvidaba lo que escribía y cuando lo había hecho. Miré

hojas y noté que estaban escritas en primera persona

fuese algo redactada de mi vida.

Según por lo escrito en esa y varias hojas

belleza como si fuera lo más hermoso del mundo;

que escribía más sobre su alma y su ser que de otra cosa. Por lo que entendí yo la

amaba, y sentía un inmenso amor por ella

a todo, absolutamente a todo le ponía su nombre

que existiese. Sin embargo no

lo único que tenía con ella eran miles de escritos, ese aire estremecedor e inexistente

y esa extraña sensación en mi pecho.

OOCC

ooss

Habría de perder la memoria en una tarde de otoño, de acuerdo a lo que leo en mi

expediente clínico psiquiátrico. En un invierno, cinco años después según la fecha de

se apareció en mi habitación de reclusión una mujer. No logre recordarle,

no recuerdo si la amo o la amé. No recuerdo tampoco su físico, aunque solo haya

do un par de horas de que la vi. Lo único que me dejó fue su esencia

Cuando me dijo su nombre, he de decir que sentí un aire frío, estremecedor

sensación extraña en mi pecho. Fue como si sintiera que tal vez sí la conocía

pero no apareció ninguna imagen en mi cabeza que me hiciera

. Después de eso me quedé en rotundo silencio mientras ella

me miraba y seguía preguntando, yo no respondía a nada, me levanté

aquella silla donde me encontraba sentado frente a ella, y fui directo al escritorio

donde solía escribir cada noche tratando de buscar algún escrito que me hiciese

Tras buscar aquellos escritos, encontré varios en los cuales escribía su nombre. N

recuerdo si eran viejos o eran recientes, ya que al día siguiente de cada escrito

ía y cuando lo había hecho. Miré por un par de minutos aquellas

que estaban escritas en primera persona y en forma de diario

fuese algo redactada de mi vida.

egún por lo escrito en esa y varias hojas, ella era el amor de mi vida. D

fuera lo más hermoso del mundo; lo increíble fue que me percaté

su alma y su ser que de otra cosa. Por lo que entendí yo la

y sentía un inmenso amor por ella, y dándome cuenta por todo lo que observé,

todo le ponía su nombre, como si su nombre fuera el ú

que existiese. Sin embargo no logré recordarle; siguió sin aparecer ningún recuerdo

a con ella eran miles de escritos, ese aire estremecedor e inexistente

y esa extraña sensación en mi pecho.

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2233

lo que leo en mi

cinco años después según la fecha de

o logre recordarle,

aunque solo haya

fue su esencia, la cual

estremecedor, y una

la conocía, como si

pero no apareció ninguna imagen en mi cabeza que me hiciera

en rotundo silencio mientras ella

me levanté aterrado de

directo al escritorio

donde solía escribir cada noche tratando de buscar algún escrito que me hiciese

n los cuales escribía su nombre. No

ya que al día siguiente de cada escrito

por un par de minutos aquellas

y en forma de diario, como si

, ella era el amor de mi vida. Describía su

que me percaté de

su alma y su ser que de otra cosa. Por lo que entendí yo la

e cuenta por todo lo que observé,

como si su nombre fuera el único

siguió sin aparecer ningún recuerdo, y

a con ella eran miles de escritos, ese aire estremecedor e inexistente

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Ella no pudo contener más el llanto

trató de disfrazarlo como alergia al polvo cuando l

un pañuelo de seda blanca limpió sus lá

preocuparme, que con el tiempo

ese amor que según ella y mis escritos nos hací

Después de oír eso me alejé

que lo único posible era que mañana no la recordara ni a ella ni

plática. En un intento de afer

días a recordarme quién era yo y quién era ella.

aquel disparate, y le mencioné

amar como ella tanto decía o por lo que había escrito yo mismo;

tiempo para que se aburriera y saliera huyendo.

Ella recalcó que el tiempo no importaba

de que el tiempo era un factor externo e interno que tod

amor. Incluso si ella no se aburría

nuestros caminos, y yo moriría sin saber quién era

Pasado un rato volteé a verla a la cara

buen rato me miró a los ojos

amaría siempre. En un acto por sucumbir su criterio le dije que sinceramente en estos

tiempos del amor ya no había “para siempre”

vida duraba tanto. Le mencioné de buena manera

ya era un caso perdido no por

recuerdos me había hecho perder el corazón.

Le recalqué que no podía amarl

amarla a ella ni a nadie más. Y

que me dejara morir con las únicas tres cosas que podía record

silencio y la noche.

Ella me soltó enseguida, cogió

sigo sin saber quién era. A

mismo durante cinco años y no lo he olvidado,

sensación en mi pecho y ese

habitación, cinco años de no

cosas más que recordar: su ese

culpa mía.

OOCC

Ella no pudo contener más el llanto después de comunicárselo, y me di cu

de disfrazarlo como alergia al polvo cuando le pregunte del porque su llanto. C

elo de seda blanca limpió sus lágrimas, y me dijo que no tendría de que

que con el tiempo la recordaría, y posiblemente podríamos seguir co

gún ella y mis escritos nos hacían tan felices.

Después de oír eso me alejé de ella dándole la espalda, diciéndole que era imposible

que lo único posible era que mañana no la recordara ni a ella ni mucho menos la

aferramiento de su parte me contestó que vendría

días a recordarme quién era yo y quién era ella. Hice una burla sarcástica al escuch

aquel disparate, y le mencioné que así fuera diario, diario la olvidaría

decía o por lo que había escrito yo mismo; solo era cuestión de

tiempo para que se aburriera y saliera huyendo.

que el tiempo no importaba, y yo seguí con mi negación, con el argumento

de que el tiempo era un factor externo e interno que todo lo deteriora

ella no se aburría, tarde o temprano se cruzaría la muerte por

moriría sin saber quién era a pesar de sus esfuerzos.

a verla a la cara, y después de haberle dado la e

a los ojos, asegurándome que dijera lo que dijera ella vendría y me

n un acto por sucumbir su criterio le dije que sinceramente en estos

tiempos del amor ya no había “para siempre”, que era una frase muy larga

tanto. Le mencioné de buena manera que no perdiera su tiempo

ya era un caso perdido no por mi falta de memoria, sino porque mi pé

bía hecho perder el corazón.

podía amarle si no la recordaba; si no la extrañaba

amarla a ella ni a nadie más. Ya por último la tomé de las manos, pidiéndole

que me dejara morir con las únicas tres cosas que podía recordar:

, cogió su bolso y salió de la habitación corriendo. Se fue

era. Ahora me encuentro aterrado porque llevo escribiendo lo

años y no lo he olvidado, como tampoco he olvidado esa

sensación en mi pecho y ese aire frio; cinco años sintiendo su presencia en esta

habitación, cinco años de no poder recordar su físico; cinco años de tener

su esencia y esta tristeza que me dejó al marcharse

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2244

después de comunicárselo, y me di cuenta que

e pregunte del porque su llanto. Con

y me dijo que no tendría de que

y posiblemente podríamos seguir con

que era imposible,

mucho menos la

que vendría todos los

ice una burla sarcástica al escuchar

que así fuera diario, diario la olvidaría, que me podría

solo era cuestión de

con el argumento

o lo deteriora, sobre todo al

tarde o temprano se cruzaría la muerte por

esfuerzos.

a espalda por un

que dijera lo que dijera ella vendría y me

n un acto por sucumbir su criterio le dije que sinceramente en estos

muy larga, pues ni la

que no perdiera su tiempo, que yo

, sino porque mi pérdida de

e si no la recordaba; si no la extrañaba no podía

la tomé de las manos, pidiéndole de favor

ar: mi soledad, el

su bolso y salió de la habitación corriendo. Se fue, y yo

hora me encuentro aterrado porque llevo escribiendo lo

he olvidado esa

cinco años sintiendo su presencia en esta

cinco años de tener otras dos

al marcharse… por

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

PPooddeerr

Martín Andén

Soy todos los hombres posibles, y de ellos elijo uno con el cual moldearte. Tu nombre

es poca cosa: muevo más allá de tu mente, escribo tu destino, conozco tu muerte.

Consumo cuanto objeto llega hasta mis manos; para concebirme dueño de mi mismo

necesariamente tengo que ser dueño de otros, más allá de mi propio cuerpo. En

verdad la posesión del dinero me resulta algo ridículo, al grado de provocarme risa

enferma, pues si con tal cosa me conformara sería en el fondo un mero acumulador de

objetos, un vulgar coleccionista.

Yo quiero ser lo que encierran ese y otros símbolos; quiero ser el más grande Señor.

Trastorno voluntades, persigo todos los sueños que caben en la noche humana hasta

su entero cumplimiento. Me introduzco de manera sutil en un resquicio del

pensamiento, como infección, y desde ahí me propago por toda la conciencia.

Subyugo todo espacio y escondrijo de la memoria: antes de mí no habrá ya nada,

presente y futuro serán caminos construidos en función de mi continua presencia.

Nada de cuanto suceda s

argumento, ley o súplica. Incluso desafío a la muerte a que me venza, pues mientras

exista en el género humano no habrá fu

de la divinidad: infinito tiempo e

Termino siendo el alimento, la medicina, el aliento necesario para que puedas

continuar tu camino. Someto a mi entera voluntad todos los deseos que se presentan

en el corazón humano, que tú podrías considerar (¡ingenuo!) totalmente

a mi reino. Incluso a esos que parecen rebelárseme no los destruyo, al contrario les

doy cobijo, situándolos como un engranaje más en una eterna maquinaria que no cesa

de moverse.

Cuando la tormenta se desata furiosa, se oyen truenos en el

comprendo su naturaleza: ecos de una voz terrible que anida en todas las gargantas,

posible por el solo hecho de que puede expresar la angustia consustancial al hecho de

haber nacido y no poder cesar en su interminable angustia. Soy la ll

dentro del alma que busca convertirse en hoguera donde quemar el universo.

OOCC

todos los hombres posibles, y de ellos elijo uno con el cual moldearte. Tu nombre

es poca cosa: muevo más allá de tu mente, escribo tu destino, conozco tu muerte.

Consumo cuanto objeto llega hasta mis manos; para concebirme dueño de mi mismo

e tengo que ser dueño de otros, más allá de mi propio cuerpo. En

verdad la posesión del dinero me resulta algo ridículo, al grado de provocarme risa

enferma, pues si con tal cosa me conformara sería en el fondo un mero acumulador de

ccionista.

Yo quiero ser lo que encierran ese y otros símbolos; quiero ser el más grande Señor.

Trastorno voluntades, persigo todos los sueños que caben en la noche humana hasta

su entero cumplimiento. Me introduzco de manera sutil en un resquicio del

amiento, como infección, y desde ahí me propago por toda la conciencia.

Subyugo todo espacio y escondrijo de la memoria: antes de mí no habrá ya nada,

presente y futuro serán caminos construidos en función de mi continua presencia.

Nada de cuanto suceda será capaz de perturbar mi marcha: ni sentimiento,

argumento, ley o súplica. Incluso desafío a la muerte a que me venza, pues mientras

exista en el género humano no habrá fuerza capaz de destruirme. Mis atributos son los

de la divinidad: infinito tiempo e inconmensurable espacio.

Termino siendo el alimento, la medicina, el aliento necesario para que puedas

continuar tu camino. Someto a mi entera voluntad todos los deseos que se presentan

en el corazón humano, que tú podrías considerar (¡ingenuo!) totalmente

a mi reino. Incluso a esos que parecen rebelárseme no los destruyo, al contrario les

doy cobijo, situándolos como un engranaje más en una eterna maquinaria que no cesa

Cuando la tormenta se desata furiosa, se oyen truenos en el cielo, y solo yo

comprendo su naturaleza: ecos de una voz terrible que anida en todas las gargantas,

posible por el solo hecho de que puede expresar la angustia consustancial al hecho de

haber nacido y no poder cesar en su interminable angustia. Soy la llama insignificante

dentro del alma que busca convertirse en hoguera donde quemar el universo.

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2255

todos los hombres posibles, y de ellos elijo uno con el cual moldearte. Tu nombre

es poca cosa: muevo más allá de tu mente, escribo tu destino, conozco tu muerte.

Consumo cuanto objeto llega hasta mis manos; para concebirme dueño de mi mismo

e tengo que ser dueño de otros, más allá de mi propio cuerpo. En

verdad la posesión del dinero me resulta algo ridículo, al grado de provocarme risa

enferma, pues si con tal cosa me conformara sería en el fondo un mero acumulador de

Yo quiero ser lo que encierran ese y otros símbolos; quiero ser el más grande Señor.

Trastorno voluntades, persigo todos los sueños que caben en la noche humana hasta

su entero cumplimiento. Me introduzco de manera sutil en un resquicio del

amiento, como infección, y desde ahí me propago por toda la conciencia.

Subyugo todo espacio y escondrijo de la memoria: antes de mí no habrá ya nada,

presente y futuro serán caminos construidos en función de mi continua presencia.

erá capaz de perturbar mi marcha: ni sentimiento,

argumento, ley o súplica. Incluso desafío a la muerte a que me venza, pues mientras

erza capaz de destruirme. Mis atributos son los

Termino siendo el alimento, la medicina, el aliento necesario para que puedas

continuar tu camino. Someto a mi entera voluntad todos los deseos que se presentan

en el corazón humano, que tú podrías considerar (¡ingenuo!) totalmente libres, ajenos

a mi reino. Incluso a esos que parecen rebelárseme no los destruyo, al contrario les

doy cobijo, situándolos como un engranaje más en una eterna maquinaria que no cesa

cielo, y solo yo

comprendo su naturaleza: ecos de una voz terrible que anida en todas las gargantas,

posible por el solo hecho de que puede expresar la angustia consustancial al hecho de

ama insignificante

dentro del alma que busca convertirse en hoguera donde quemar el universo.

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2266

FFrraammee

Sharet Ubaldo

Hubo muchos lugares que adoraba por sus bellos cuadros de casas, retratos y relojes,

en los cuales me perdía e inventaba que podía ir allí dentro, desplazarme y

seguramente nunca salir de ahí.

Había algo tétrico y triste en ese pensamiento que me producía un nudo en la

garganta y me hacía sudar las manos, pero aún así no podía dejar de desear

pertenecer ahí.

Puedes ver más de la autora en: sharetubaldoposts.tumblr.com

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

JJuunnttooss AAccaabbaamm

Lía

Tendría muchos motivos para rendirme

desde hace bastante tiempo, pe

vez que puedo verte los olvido todos.

Y es que no eres perfecto, pero si eres

lo que más me gusta. Me gusta verte

jugar con tu barba, cuando hablas

mucho y cuando te desconcentras,

cuando olvidas lo que ibas a decir y

cuando haces pausas.

Me gusta esa forma en la que tocas mi

cabello y hasta verte molesto.

Cuando no quieres nada y también

cuando no me necesitas. Ver tus pies

descalzos caminar por el pasillo y

colección de historias interesantes,

cuando me cuentas tus hazañas y

hasta los chistes de cada mañana.

En ti encuentro la paz y la calma que ni

tú mismo encuentras aún, disfruto tus

respuestas a todo lo que me embrutece

y tus muletillas al hablar.

OOCC

mmooss

Tendría muchos motivos para rendirme

desde hace bastante tiempo, pero cada

olvido todos.

Y es que no eres perfecto, pero si eres

lo que más me gusta. Me gusta verte

jugar con tu barba, cuando hablas

ndo te desconcentras,

cuando olvidas lo que ibas a decir y

Me gusta esa forma en la que tocas mi

cabello y hasta verte molesto.

Cuando no quieres nada y también

cuando no me necesitas. Ver tus pies

descalzos caminar por el pasillo y tu

colección de historias interesantes,

cuando me cuentas tus hazañas y

hasta los chistes de cada mañana.

En ti encuentro la paz y la calma que ni

tú mismo encuentras aún, disfruto tus

respuestas a todo lo que me embrutece

Tus ojos, tus labios que saben besar,

tus manos, tu lengua, que ni la seda

podría igualar. Tus miedos, tus sueños

y todo lo que algún día espero

descubrir.

Y cuando me explicas las cosas que

aún no logro entender, no me queda

más que aceptar que aunque la edad

es lo que menos importa, me llevas una

ventaja enorme en cuanto a historias y

recuerdos, y eso no me importa.

¿Sabes?, quiero que estés en las mías,

esas que tal vez algún día otra persona

pueda escuchar; es ahí cuando llego a

dos pequeñas o grandes concl

según sea tu punto de vista.

La primera: que te quiero, como no

creo que seas capaz de poder

imaginar.

Y la segunda: que quiero complicarme

la vida contigo.

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jos, tus labios que saben besar,

tus manos, tu lengua, que ni la seda

podría igualar. Tus miedos, tus sueños

y todo lo que algún día espero

Y cuando me explicas las cosas que

aún no logro entender, no me queda

más que aceptar que aunque la edad

es lo que menos importa, me llevas una

ventaja enorme en cuanto a historias y

recuerdos, y eso no me importa.

¿Sabes?, quiero que estés en las mías,

esas que tal vez algún día otra persona

pueda escuchar; es ahí cuando llego a

dos pequeñas o grandes conclusiones,

según sea tu punto de vista.

La primera: que te quiero, como no

creo que seas capaz de poder

Y la segunda: que quiero complicarme

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

La lluvia:

el llanto del cielo.

El duende ebrio habitante del valle negro

de los bosques del cerebro...

ríe dentro de nosotros.

pestilente a sexo, sangre y marihuana.

mi miedo entreabre la puerta falsa

Esta noche he vuelto ahí

y no encontré rastro ninguno

de aquel c

OOCC

PPooeemmaa XX

Fernando A. Sierra

la risa de la tierra.

Un trueno que estalla

del polvo hacia las nubes:

el sino de un hombre.

El duende ebrio habitante del valle negro

de los bosques del cerebro...

ríe dentro de nosotros.

Mi infancia

un oscuro callejón

pestilente a sexo, sangre y marihuana.

Al fondo

mi miedo entreabre la puerta falsa

para asomarme

a un negro porvenir

jugar poker con la inocencia

de mi alma.

Esta noche he vuelto ahí

y no encontré rastro ninguno

de aquel chiquillo que fui.

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Los ríos:

la risa de la tierra.

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CCuuaattrroo PPooeemmaass

Carlos Rojas

I

Antes pensaba

que comenzar un poema era cosa

fácil

sin embargo

uno puede estar sentado

dos, tres, cuatro, cinco horas

tener un calambre justo detrás de los testículos

y no escribir sino cojudeces y

sensiblerías de mal gusto

groserías poco contundentes

ego/onanismo/eyaculaciones

de pronto

harto de todo ese mutismo

comenzar a leer

recordar sus responsabilidades

embarcarse en la 10E, en la 50

y de pronto

la palabra de inicio

y toda la trama

y el camino abriéndose como una flor

como una vulva mojada

bajo el sol

o hundida-devorada por la niebla

y no hay un cuaderno cerca

un lápiz o una aguja

comienzas a hacer memoria

pero la calle puede más

la muchacha que espera

en aquel paradero

OOCC

ss

que comenzar un poema era cosa

dos, tres, cuatro, cinco horas

tener un calambre justo detrás de los testículos

y no escribir sino cojudeces y cojudeces

groserías poco contundentes

ego/onanismo/eyaculaciones

harto de todo ese mutismo

recordar sus responsabilidades

embarcarse en la 10E, en la 50

y el camino abriéndose como una flor

devorada por la niebla

y no hay un cuaderno cerca

comienzas a hacer memoria

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RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

mientras que el viento

le hace guerra y greñas

y su falda vive más

que toda la fauna de la tierra

mientras la polución se pega a sus piernas

no hay nada más que hacer

que dejar de parpadear

por más que ardan los ojos

no hay nada más que hacer

que dejar de respirar

e ignorar el sudor de los pasajeros

ya que

nada pide más compasión

que la mueca de una muchacha asediada

por esta ciudad de mierda.

II

El amor se cansa querida

todo se cansa

la tierra

que de puro ardor

da la vuelta y esconde al sol

el joven

sobre la barra empina el codo

y sorbe, sudoroso

porque está cansado

luego el sol será otro sol

el joven otro joven

la barra, otra

años y años

¡Oh, se me acabaron las monedas!

lo ves... también el bolsillo.

OOCC

que toda la fauna de la tierra

mientras la polución se pega a sus piernas

no hay nada más que hacer

por más que ardan los ojos

no hay nada más que hacer

norar el sudor de los pasajeros

que la mueca de una muchacha asediada

por esta ciudad de mierda.

da la vuelta y esconde al sol

empina el codo

¡Oh, se me acabaron las monedas!

lo ves... también el bolsillo.

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RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

III

Es destino de la roca

desvanecerse contra el viento

agujerearse por la gotera

pequeño muchacho

dudando que mañana salga el sol

o deje de girar la tierra

torso desnudo

vientre al firmamento

mata de hierbabuena

esperando lóbrego

un alba nueva

un alma nueva

un viento nuevo

barrio ciudad cercada por cerros

aguardando la nueva llegada del mar

resucitando

acá calcina

acá exuda

acá conduce la noche a las nubes tan lentamente

tristísimo y calmo y quedo

los borrachos todavía no alcanzan tregua

siguen cantando y resoplando

allá abajo donde se eleva el polvo

y la alegría, la melancólica alegría.

OOCC

desvanecerse contra el viento

dudando que mañana salga el sol

barrio ciudad cercada por cerros

aguardando la nueva llegada del mar

acá conduce la noche a las nubes tan lentamente

los borrachos todavía no alcanzan tregua

siguen cantando y resoplando

allá abajo donde se eleva el polvo

legría, la melancólica alegría.

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IV

porque estoy muerto

y en mi sombra

vagan esperpentos

criaturas dulces, vagas

que se consumen en lo que demora el sol

en alcanzar su cenit

nadie llama a la puerta

el jardín se hace extenso

conforme los paseantes

se aproximan

estoy condenado al aislamiento

con mi sonrisa de peatón perdido

y ni la amabilidad de mis ademanes

me llevarán a una mesa amiga

a una tertulia sincera

ya no me alcanza el sueño

viajando agotado por

ciudades/ruinas/centurias

rodeado por libros

que se van haciendo polvo

por gente que se va haciendo vieja

cosas que postergo

Babeles derribadas

antes de los cimientos

y tengo miedo

de que sea cierto:

que esto sea el futuro.

OOCC

que se consumen en lo que demora el sol

estoy condenado al aislamiento

con mi sonrisa de peatón perdido

y ni la amabilidad de mis ademanes

me llevarán a una mesa amiga

ya no me alcanza el sueño

que se van haciendo polvo

por gente que se va haciendo vieja

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AArr lleeqquuíínn EEnnaammoorraaddoo

Helsvi

“Veo desaparecer mi corazón en el interior de su boca. Mi pequeña broma de San

Valentín ya no me parece tan graciosa."

Neil Gaiman, “Arlequín enamorado” en Objetos frágiles .

Puedes ver más de la obra de Helsvi en: pinterest.com/helsvi/helsvis-drawings/#

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

JJaarrddíínn ddeell tt iieemmpp

Creonte Zagholz

Mermado por las oscuras cavilaciones que guiaban su desplazamiento, el anciano Sr.

Cendejas se tumbó a descansar un momento en un banco del Parque de los Venados,

la frente empapada de un sudor

irregulares por sus mejillas, sorteando el sensible espacio de las cejas y párpados.

Contempló en silencio los hechos cotidianos que en otro tiempo lo llenaban de

asombro, pero que ahora habían perdido, repe

espontaneidad.

Se percató de que en su lugar surgía la indiferencia, madre de toda desdicha, pero sin

desear apartarla de su actitud, pues a pesar de los múltiples pensamientos que lo

asediaban, conservaba esa sensibilidad p

Crítico pero también soñador en su juventud, podía pasar con rapidez de la razón al

sentimiento, no obstante que el correr de los años lo había dotado con esa sabiduría

natural en que prima el pragmatismo por sobre lo a

por qué de la elección de aquel maldito lugar, a todas luces asediado por el calor seco

del mediodía que ni la sombra de los árboles de vasto follaje puede mitigar, y su

desánimo creció conforme en la espesura de la tarde

más y más difusos, como si estuviera al borde de caer presa del sueño.

Así, no tardó en cerrar los ojos por completo mientras su conciencia extraviada

ignoraba que el cuerpo, acusado por la fatiga de su reciente andar, envuelt

deslavado y polvoso de casimir azul marino que no se quitaba ni durante el verano, se

ladeaba peligrosamente hacia su lado izquierdo, con la cabeza suspendida en el vacío

en un gesto de liberación, mientras los brazos permanecían entrecruzado

pecho, otorgándole en conjunto un aspecto de estatua oficial luchando por no

derrumbarse.

En ese estado pendular se mantuvo por unos cuantos minutos, hasta que la fuerza de

gravedad, que reclama sus derechos de propiedad sobre los cuerpos que se

las alturas con gran rapidez, hizo caer ahora en el plano de lo físico al Sr. Cendejas,

OOCC

ppoo

Mermado por las oscuras cavilaciones que guiaban su desplazamiento, el anciano Sr.

Cendejas se tumbó a descansar un momento en un banco del Parque de los Venados,

la frente empapada de un sudor que nacía de su calva augusta y caía en caminos

irregulares por sus mejillas, sorteando el sensible espacio de las cejas y párpados.

Contempló en silencio los hechos cotidianos que en otro tiempo lo llenaban de

asombro, pero que ahora habían perdido, repentinamente, su cándida aura de

Se percató de que en su lugar surgía la indiferencia, madre de toda desdicha, pero sin

desear apartarla de su actitud, pues a pesar de los múltiples pensamientos que lo

asediaban, conservaba esa sensibilidad propia de los espíritus observadores.

Crítico pero también soñador en su juventud, podía pasar con rapidez de la razón al

sentimiento, no obstante que el correr de los años lo había dotado con esa sabiduría

natural en que prima el pragmatismo por sobre lo abstracto. No recordaba, eso sí, el

por qué de la elección de aquel maldito lugar, a todas luces asediado por el calor seco

del mediodía que ni la sombra de los árboles de vasto follaje puede mitigar, y su

desánimo creció conforme en la espesura de la tarde sus pensamientos se hicieron

más y más difusos, como si estuviera al borde de caer presa del sueño.

Así, no tardó en cerrar los ojos por completo mientras su conciencia extraviada

ignoraba que el cuerpo, acusado por la fatiga de su reciente andar, envuelt

deslavado y polvoso de casimir azul marino que no se quitaba ni durante el verano, se

ladeaba peligrosamente hacia su lado izquierdo, con la cabeza suspendida en el vacío

en un gesto de liberación, mientras los brazos permanecían entrecruzado

pecho, otorgándole en conjunto un aspecto de estatua oficial luchando por no

En ese estado pendular se mantuvo por unos cuantos minutos, hasta que la fuerza de

gravedad, que reclama sus derechos de propiedad sobre los cuerpos que se

las alturas con gran rapidez, hizo caer ahora en el plano de lo físico al Sr. Cendejas,

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Mermado por las oscuras cavilaciones que guiaban su desplazamiento, el anciano Sr.

Cendejas se tumbó a descansar un momento en un banco del Parque de los Venados,

que nacía de su calva augusta y caía en caminos

irregulares por sus mejillas, sorteando el sensible espacio de las cejas y párpados.

Contempló en silencio los hechos cotidianos que en otro tiempo lo llenaban de

ntinamente, su cándida aura de

Se percató de que en su lugar surgía la indiferencia, madre de toda desdicha, pero sin

desear apartarla de su actitud, pues a pesar de los múltiples pensamientos que lo

ropia de los espíritus observadores.

Crítico pero también soñador en su juventud, podía pasar con rapidez de la razón al

sentimiento, no obstante que el correr de los años lo había dotado con esa sabiduría

bstracto. No recordaba, eso sí, el

por qué de la elección de aquel maldito lugar, a todas luces asediado por el calor seco

del mediodía que ni la sombra de los árboles de vasto follaje puede mitigar, y su

sus pensamientos se hicieron

más y más difusos, como si estuviera al borde de caer presa del sueño.

Así, no tardó en cerrar los ojos por completo mientras su conciencia extraviada

ignoraba que el cuerpo, acusado por la fatiga de su reciente andar, envuelto en el traje

deslavado y polvoso de casimir azul marino que no se quitaba ni durante el verano, se

ladeaba peligrosamente hacia su lado izquierdo, con la cabeza suspendida en el vacío

en un gesto de liberación, mientras los brazos permanecían entrecruzados sobre el

pecho, otorgándole en conjunto un aspecto de estatua oficial luchando por no

En ese estado pendular se mantuvo por unos cuantos minutos, hasta que la fuerza de

gravedad, que reclama sus derechos de propiedad sobre los cuerpos que se elevan a

las alturas con gran rapidez, hizo caer ahora en el plano de lo físico al Sr. Cendejas,

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

quien presa de su repentino estupor apenas tuvo tiempo de reaccionar unos

milímetros antes de darse de lleno en el rostro sobre el metal oxidado con

reverberaciones de verde bandera de la banca del parque.

“¿Qué me dieron?”, atinó a decir en el momento en que se incorporaba, sorbiendo el

hilillo de saliva que goteaba por su barbilla, vuelto en sí a ese mundo de las

sensaciones que más bien parecía estar cosido

parecía estar hueco, lugar privilegiado en que habita la más profunda incertidumbre.

En pocos minutos se vio nuevamente en posición perpendicular con respe

camino de adoquines que pasaba frente a sus ojos, recobrad

profesor jubilado a la espera de una cita importante con un viejo conocido, aunque

demasiado inquieto como para sacar de debajo del hombro el periódico comprado a

primera hora de la mañana.

Para distraerse posó su atención en un área cercana a donde se hallaba

cómodamente sentado, surcada por hileras de pequeños árboles recién plantados,

cuyas frágiles ramas luchaban todavía por desprenderse del tronco para aventurarse

por sí solas. Imaginó como sería aquel lugar dentro de veinte años, preguntándose

cuántos de aquellos organismos permanecerían clavados todavía a la tierra en su

continuo intento por perseverar en su ser, extendiendo sin cesar sus raíces sobre las

oscuras profundidades.

Un joven desarrapado y con la cara tostada por el sol se acercó de improviso para

anunciar la nutrida mercancía que acostumbraba a vender todos los días por las

mañanas, de una forma tan maquinal que no albergaba esperanzas de llamar la

atención de su posible com

hacia el muchacho. “Es solo un niño”, pensó al verlo, y aquél ni siquiera esperó la

respuesta del anciano, pues ya estaba en marcha otra vez en su eterno deambular por

los bancos del parque, en espera

cigarro, producto que le dejaba más ganancias y era lo que más acostumbraban a

solicitarle.

Turbado por la visión, que le rondó todavía varios segundos por la cabeza, trató de

reanudar su pensamiento ant

solo. En ese lapso de los veinte años futuros ¿estaría también aquel vendedor

ambulante, paseando su canastilla repleta de dulces y cajetillas de cigarros por entre

los visitantes que acudían al parque a d

mismos que ya en esos días eran escasos?

OOCC

quien presa de su repentino estupor apenas tuvo tiempo de reaccionar unos

milímetros antes de darse de lleno en el rostro sobre el metal oxidado con

ciones de verde bandera de la banca del parque.

“¿Qué me dieron?”, atinó a decir en el momento en que se incorporaba, sorbiendo el

hilillo de saliva que goteaba por su barbilla, vuelto en sí a ese mundo de las

sensaciones que más bien parecía estar cosido a retazos desiguales y cuyo centro

parecía estar hueco, lugar privilegiado en que habita la más profunda incertidumbre.

En pocos minutos se vio nuevamente en posición perpendicular con respe

camino de adoquines que pasaba frente a sus ojos, recobrado en su digna posición de

profesor jubilado a la espera de una cita importante con un viejo conocido, aunque

demasiado inquieto como para sacar de debajo del hombro el periódico comprado a

primera hora de la mañana.

Para distraerse posó su atención en un área cercana a donde se hallaba

cómodamente sentado, surcada por hileras de pequeños árboles recién plantados,

cuyas frágiles ramas luchaban todavía por desprenderse del tronco para aventurarse

omo sería aquel lugar dentro de veinte años, preguntándose

cuántos de aquellos organismos permanecerían clavados todavía a la tierra en su

continuo intento por perseverar en su ser, extendiendo sin cesar sus raíces sobre las

n desarrapado y con la cara tostada por el sol se acercó de improviso para

anunciar la nutrida mercancía que acostumbraba a vender todos los días por las

mañanas, de una forma tan maquinal que no albergaba esperanzas de llamar la

atención de su posible comprador, quien distraído de sus especulaciones se volvió

hacia el muchacho. “Es solo un niño”, pensó al verlo, y aquél ni siquiera esperó la

respuesta del anciano, pues ya estaba en marcha otra vez en su eterno deambular por

los bancos del parque, en espera de que algún visitante le comprara por lo menos un

cigarro, producto que le dejaba más ganancias y era lo que más acostumbraban a

Turbado por la visión, que le rondó todavía varios segundos por la cabeza, trató de

reanudar su pensamiento anterior, conectando ambos contenidos mentales en uno

solo. En ese lapso de los veinte años futuros ¿estaría también aquel vendedor

ambulante, paseando su canastilla repleta de dulces y cajetillas de cigarros por entre

los visitantes que acudían al parque a distraerse y escapar del ajetreo de la ciudad,

mismos que ya en esos días eran escasos?

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quien presa de su repentino estupor apenas tuvo tiempo de reaccionar unos

milímetros antes de darse de lleno en el rostro sobre el metal oxidado con

“¿Qué me dieron?”, atinó a decir en el momento en que se incorporaba, sorbiendo el

hilillo de saliva que goteaba por su barbilla, vuelto en sí a ese mundo de las

a retazos desiguales y cuyo centro

parecía estar hueco, lugar privilegiado en que habita la más profunda incertidumbre.

En pocos minutos se vio nuevamente en posición perpendicular con respecto al

o en su digna posición de

profesor jubilado a la espera de una cita importante con un viejo conocido, aunque

demasiado inquieto como para sacar de debajo del hombro el periódico comprado a

Para distraerse posó su atención en un área cercana a donde se hallaba

cómodamente sentado, surcada por hileras de pequeños árboles recién plantados,

cuyas frágiles ramas luchaban todavía por desprenderse del tronco para aventurarse

omo sería aquel lugar dentro de veinte años, preguntándose

cuántos de aquellos organismos permanecerían clavados todavía a la tierra en su

continuo intento por perseverar en su ser, extendiendo sin cesar sus raíces sobre las

n desarrapado y con la cara tostada por el sol se acercó de improviso para

anunciar la nutrida mercancía que acostumbraba a vender todos los días por las

mañanas, de una forma tan maquinal que no albergaba esperanzas de llamar la

prador, quien distraído de sus especulaciones se volvió

hacia el muchacho. “Es solo un niño”, pensó al verlo, y aquél ni siquiera esperó la

respuesta del anciano, pues ya estaba en marcha otra vez en su eterno deambular por

de que algún visitante le comprara por lo menos un

cigarro, producto que le dejaba más ganancias y era lo que más acostumbraban a

Turbado por la visión, que le rondó todavía varios segundos por la cabeza, trató de

erior, conectando ambos contenidos mentales en uno

solo. En ese lapso de los veinte años futuros ¿estaría también aquel vendedor

ambulante, paseando su canastilla repleta de dulces y cajetillas de cigarros por entre

istraerse y escapar del ajetreo de la ciudad,

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Y a él… ¿cuánto tiempo le quedaría? Había pensado en algún momento de semejante

meditación recreativa cuando rondaba los cuarenta años de edad que no llegaría al

medio siglo de vida, hipótesis guiada más por su habitual carácter neurasténico que

por su estado de salud, pues desde adolescente había adquirido una complexión

robusta que sobresalía de la media, lo que incluso le había granjeado el tipo de

respeto silencioso entre sus colegas de oficio que cortaban con el rasero de la

inteligencia y la presencia.

A unas cuadras de donde se hallaba sentado, un edificio de departamentos sobresalía

por entre las copas de los árboles más altas, mostrando su rostro de gigante de

concreto surcado por numerosos ventanales, asemejando un enorme avispero

suspendido en el cielo azul. Si algo tan grande había sido erigido en tan breve lapso

de tiempo sin causar el más mínimo impacto en las cientos de personas que

transitaban por ahí diariamente, que como él apenas descubrían su presencia de

manera casi accidental, ¿qué podía esperarse de los seres minúsculos, destinados a

deteriorarse paulatinamente hasta llegar a desaparecer por completo?

El mismo pañuelo con el cual se había limpiar el

episodio del sueño, se extendió sobre su frente, ahora para quitarse las gotas de sudor

que amenazaban con caerle en los ojos. A su mente vino un día similar, cuando

adolescente, después de una carrera atlética en Ciudad Univ

madre, pero no su padre, quien había procurado en vano despertar las ansias por el

deporte en su hijo cuando niño. El olor de su ropa, empapada de un sudor distinto al

de ahora, permanecía grabado con fuerza en su memoria, así c

llegada a la meta en la grama del Estadio Olímpico.

Días lejanos marcados por una actitud de poseerlo todo, y si alguien hubiera extendido

frente a él la historia de sus acontecimientos futuros cual un mantel en donde habría

de comer, seguro hubiera preferido primero morir de hambre antes que presenciar el

espectáculo de aquello que estaría por sucederle.

Por fin las nubes habían ocultado el sol, inundando de un clima de frescura la totalidad

de las veredas del parque. Fue quizás esto lo

caminar nuevamente, convencido de que podría seguir meditando más a gusto con las

insólitas palmeras plantadas del lado sur, cuyo desfachatado penacho de robustas

hojas en la cima parecía alejarlo de sentimientos

encontrarlo pronto.

OOCC

Y a él… ¿cuánto tiempo le quedaría? Había pensado en algún momento de semejante

meditación recreativa cuando rondaba los cuarenta años de edad que no llegaría al

iglo de vida, hipótesis guiada más por su habitual carácter neurasténico que

por su estado de salud, pues desde adolescente había adquirido una complexión

robusta que sobresalía de la media, lo que incluso le había granjeado el tipo de

ntre sus colegas de oficio que cortaban con el rasero de la

inteligencia y la presencia.

A unas cuadras de donde se hallaba sentado, un edificio de departamentos sobresalía

por entre las copas de los árboles más altas, mostrando su rostro de gigante de

oncreto surcado por numerosos ventanales, asemejando un enorme avispero

suspendido en el cielo azul. Si algo tan grande había sido erigido en tan breve lapso

de tiempo sin causar el más mínimo impacto en las cientos de personas que

riamente, que como él apenas descubrían su presencia de

manera casi accidental, ¿qué podía esperarse de los seres minúsculos, destinados a

deteriorarse paulatinamente hasta llegar a desaparecer por completo?

El mismo pañuelo con el cual se había limpiar el mentón después del bochornoso

episodio del sueño, se extendió sobre su frente, ahora para quitarse las gotas de sudor

que amenazaban con caerle en los ojos. A su mente vino un día similar, cuando

adolescente, después de una carrera atlética en Ciudad Universitaria. Todavía vivía su

madre, pero no su padre, quien había procurado en vano despertar las ansias por el

deporte en su hijo cuando niño. El olor de su ropa, empapada de un sudor distinto al

de ahora, permanecía grabado con fuerza en su memoria, así como la escena de la

llegada a la meta en la grama del Estadio Olímpico.

Días lejanos marcados por una actitud de poseerlo todo, y si alguien hubiera extendido

frente a él la historia de sus acontecimientos futuros cual un mantel en donde habría

eguro hubiera preferido primero morir de hambre antes que presenciar el

espectáculo de aquello que estaría por sucederle.

Por fin las nubes habían ocultado el sol, inundando de un clima de frescura la totalidad

de las veredas del parque. Fue quizás esto lo que incitó al Sr. Cendejas a levantarse y

caminar nuevamente, convencido de que podría seguir meditando más a gusto con las

insólitas palmeras plantadas del lado sur, cuyo desfachatado penacho de robustas

hojas en la cima parecía alejarlo de sentimientos sombríos que amenazaban con

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Y a él… ¿cuánto tiempo le quedaría? Había pensado en algún momento de semejante

meditación recreativa cuando rondaba los cuarenta años de edad que no llegaría al

iglo de vida, hipótesis guiada más por su habitual carácter neurasténico que

por su estado de salud, pues desde adolescente había adquirido una complexión

robusta que sobresalía de la media, lo que incluso le había granjeado el tipo de

ntre sus colegas de oficio que cortaban con el rasero de la

A unas cuadras de donde se hallaba sentado, un edificio de departamentos sobresalía

por entre las copas de los árboles más altas, mostrando su rostro de gigante de

oncreto surcado por numerosos ventanales, asemejando un enorme avispero

suspendido en el cielo azul. Si algo tan grande había sido erigido en tan breve lapso

de tiempo sin causar el más mínimo impacto en las cientos de personas que

riamente, que como él apenas descubrían su presencia de

manera casi accidental, ¿qué podía esperarse de los seres minúsculos, destinados a

mentón después del bochornoso

episodio del sueño, se extendió sobre su frente, ahora para quitarse las gotas de sudor

que amenazaban con caerle en los ojos. A su mente vino un día similar, cuando

ersitaria. Todavía vivía su

madre, pero no su padre, quien había procurado en vano despertar las ansias por el

deporte en su hijo cuando niño. El olor de su ropa, empapada de un sudor distinto al

omo la escena de la

Días lejanos marcados por una actitud de poseerlo todo, y si alguien hubiera extendido

frente a él la historia de sus acontecimientos futuros cual un mantel en donde habría

eguro hubiera preferido primero morir de hambre antes que presenciar el

Por fin las nubes habían ocultado el sol, inundando de un clima de frescura la totalidad

que incitó al Sr. Cendejas a levantarse y

caminar nuevamente, convencido de que podría seguir meditando más a gusto con las

insólitas palmeras plantadas del lado sur, cuyo desfachatado penacho de robustas

sombríos que amenazaban con

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

Para llegar hasta ese lugar, el camino se desviaba de manera diagonal, trazando un

amplio triángulo de forma bastante irregular cubierto de césped donde algunas parejas

solían tumbarse a retozar. Con un senti

Cendejas dudó si pasar junto a aquella superficie, en la cual un hombre y una mujer

yacían vueltos el uno al otro en apasionado abrazo, ignorantes de la presencia del

anciano en particular y de cualquier otro paseant

Por fin se decidió a andar por otro camino, que se anunciaba como bifurcación al que

pretendiera tomar en un principio, mismo por el cual se llegaba a la fuente central del

parque y preferido de los propietarios de perros que gustaban de

las mañanas. El cambio de la senda le pareció más provechoso, pues al ser más

largo, le permitiría distraerse con la contemplación de las distintas especies de viejos

árboles que se anunciaban a su paso antes de llegar a las palmeras.

que lo descubrió.

Cada una de las isletas que componían el parque, algunas en forma circular y otras de

caprichosos polígonos, estaban protegidas por pequeñas rejas instaladas por la

autoridad local, más por una noción de orden que para evita

reducida altura era incluso vencida fácilmente por los niños. Algunas de estas isletas,

de diferentes tamaños entre sí, estaban llenas de vegetación: arbustos, árboles y

pasto formaban la flora habitual de los espacios silvestres cit

El Sr. Cendejas sabía esto como cualquier habitante que ha visitado uno de estos

parques por lo menos una vez en su vida: existe un cierto clasicismo en el diseño y la

composición de especies, cuya variedad está acotada dentro de términos concretos

por una ley de la arquitectura urbana, sino por convenciones intuitivas del sentido

común que a la larga adquieren una fuerza mayor y se arraigan en una costumbre,

prefijando así la educación estética de los habitantes mediante la cual se crece y se es

educado desde los primeros paseos cuando niño, desterrando así ideas novedosas no

por prejuicio sino porque el mero planteamiento carece de referente en la experiencia

cotidiana.

A pocos metros de distancia, enclavada en una isla cuya única función era la

contener la pequeña bodega de mantenimiento de la administración del parque, la

extraña disposición de un matojo de flores llamó la atención del Sr. Cendejas. El muro

blanco de la bodega resaltaba el arriate casi contiguo, dispuesto en forma circular y

cuyo diámetro no sería mayor a unos dos metros. El que a alguien se le hubiera

ocurrido sembrar ahí, en un lugar tan apartado de cualquier sendero fue lo que atrajo

OOCC

Para llegar hasta ese lugar, el camino se desviaba de manera diagonal, trazando un

amplio triángulo de forma bastante irregular cubierto de césped donde algunas parejas

solían tumbarse a retozar. Con un sentido del pudor bastante elemental, el Sr.

Cendejas dudó si pasar junto a aquella superficie, en la cual un hombre y una mujer

yacían vueltos el uno al otro en apasionado abrazo, ignorantes de la presencia del

anciano en particular y de cualquier otro paseante en lo general.

Por fin se decidió a andar por otro camino, que se anunciaba como bifurcación al que

pretendiera tomar en un principio, mismo por el cual se llegaba a la fuente central del

parque y preferido de los propietarios de perros que gustaban de traerlos a pasear

. El cambio de la senda le pareció más provechoso, pues al ser más

largo, le permitiría distraerse con la contemplación de las distintas especies de viejos

árboles que se anunciaban a su paso antes de llegar a las palmeras.

Cada una de las isletas que componían el parque, algunas en forma circular y otras de

caprichosos polígonos, estaban protegidas por pequeñas rejas instaladas por la

autoridad local, más por una noción de orden que para evitar el traspaso, pues su

reducida altura era incluso vencida fácilmente por los niños. Algunas de estas isletas,

de diferentes tamaños entre sí, estaban llenas de vegetación: arbustos, árboles y

pasto formaban la flora habitual de los espacios silvestres citadinos.

El Sr. Cendejas sabía esto como cualquier habitante que ha visitado uno de estos

parques por lo menos una vez en su vida: existe un cierto clasicismo en el diseño y la

composición de especies, cuya variedad está acotada dentro de términos concretos

por una ley de la arquitectura urbana, sino por convenciones intuitivas del sentido

común que a la larga adquieren una fuerza mayor y se arraigan en una costumbre,

prefijando así la educación estética de los habitantes mediante la cual se crece y se es

educado desde los primeros paseos cuando niño, desterrando así ideas novedosas no

por prejuicio sino porque el mero planteamiento carece de referente en la experiencia

A pocos metros de distancia, enclavada en una isla cuya única función era la

contener la pequeña bodega de mantenimiento de la administración del parque, la

extraña disposición de un matojo de flores llamó la atención del Sr. Cendejas. El muro

blanco de la bodega resaltaba el arriate casi contiguo, dispuesto en forma circular y

cuyo diámetro no sería mayor a unos dos metros. El que a alguien se le hubiera

ocurrido sembrar ahí, en un lugar tan apartado de cualquier sendero fue lo que atrajo

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Para llegar hasta ese lugar, el camino se desviaba de manera diagonal, trazando un

amplio triángulo de forma bastante irregular cubierto de césped donde algunas parejas

do del pudor bastante elemental, el Sr.

Cendejas dudó si pasar junto a aquella superficie, en la cual un hombre y una mujer

yacían vueltos el uno al otro en apasionado abrazo, ignorantes de la presencia del

Por fin se decidió a andar por otro camino, que se anunciaba como bifurcación al que

pretendiera tomar en un principio, mismo por el cual se llegaba a la fuente central del

traerlos a pasear por

. El cambio de la senda le pareció más provechoso, pues al ser más

largo, le permitiría distraerse con la contemplación de las distintas especies de viejos

árboles que se anunciaban a su paso antes de llegar a las palmeras. Fue entonces

Cada una de las isletas que componían el parque, algunas en forma circular y otras de

caprichosos polígonos, estaban protegidas por pequeñas rejas instaladas por la

r el traspaso, pues su

reducida altura era incluso vencida fácilmente por los niños. Algunas de estas isletas,

de diferentes tamaños entre sí, estaban llenas de vegetación: arbustos, árboles y

El Sr. Cendejas sabía esto como cualquier habitante que ha visitado uno de estos

parques por lo menos una vez en su vida: existe un cierto clasicismo en el diseño y la

composición de especies, cuya variedad está acotada dentro de términos concretos no

por una ley de la arquitectura urbana, sino por convenciones intuitivas del sentido

común que a la larga adquieren una fuerza mayor y se arraigan en una costumbre,

prefijando así la educación estética de los habitantes mediante la cual se crece y se es

educado desde los primeros paseos cuando niño, desterrando así ideas novedosas no

por prejuicio sino porque el mero planteamiento carece de referente en la experiencia

A pocos metros de distancia, enclavada en una isla cuya única función era la de

contener la pequeña bodega de mantenimiento de la administración del parque, la

extraña disposición de un matojo de flores llamó la atención del Sr. Cendejas. El muro

blanco de la bodega resaltaba el arriate casi contiguo, dispuesto en forma circular y

cuyo diámetro no sería mayor a unos dos metros. El que a alguien se le hubiera

ocurrido sembrar ahí, en un lugar tan apartado de cualquier sendero fue lo que atrajo

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

la curiosidad del anciano, pues pronto se anunció como un capricho cuya explicación

estaba fuera de comprenderse con facilidad, pues además de la impecable

manutención y disposición de las diferentes especies del vergel, no había alguna valla

que protegiera el armónico conjunto de peligros externos como pudiera ser el maltrato

o el hurto.

Avanzó por entre aquel extraño jardín, formado por flores de colores cuya existencia

en organismos vegetales nunca antes hubiera siquiera sospechado. Había esas

campanillas que se agitaban sobre delgados tallos, flores de tan exquisito porte que

parecían fabricadas por un maestro orfebre, aves del paraíso con pétalos casi

transparentes, girasoles que en lugar de buscar al dios Apolo se movían de acuerdo a

astros imperceptibles, en una anárquica disposición cuya rareza hubiera

escandalizado al jardinero más avi

siente haber soñado alguna vez, o cuyas descripciones parece haber leído en algún

lugar de Las Mil y Una Noches, pero cuyos nombres y procedencias se desconocen

por completo.

El reino vegetal había traído l

apariencia tan rudimentario, decidiendo así que el más vulgar de los hombres pudiera

contemplarla de cerca, sin siquiera tener que franquear un palacio o vencer la rígida

protección de celosos centine

varios metros de ancho.

“Tal vez sean ese tipo de visiones que anuncian el final”, pensó para sí conforme se

acercaba, “y en mi caso se presenta en forma de un bello jardín”, pues

verdaderamente aquel conjunto constituía una rareza por juntar dos naturalezas tan

discordantes entre sí: por un lado la exquisitez estética de la naturaleza y por el otro

cierto descuido del ambiente que cobijaba dicho tesoro.

El corazón le comenzó a latir de forma vertiginosa,

calor seco del mediodía, trató de acercarse para cerciorarse de esa misteriosa realidad

representada por el brillo de los pétalos, antes de que todo a su alrededor se disolviera

en oscuridad y silencio. No fue sino hasta d

que le parecieron infinitos que llegó finalmente al borde de aquel huerto, cuyas

dimensiones, no obstante, podían ser abarcados con la mirada.

Los tallos distaban de ser las columnas ornamentales sobre cuyas cimas se

encontraran esculturas curvilíneas, sino que ellas mismas se lanzaban hacia las

alturas, gallardas como cuellos de bestias en cuyo interior se agita la corriente

OOCC

la curiosidad del anciano, pues pronto se anunció como un capricho cuya explicación

fuera de comprenderse con facilidad, pues además de la impecable

manutención y disposición de las diferentes especies del vergel, no había alguna valla

que protegiera el armónico conjunto de peligros externos como pudiera ser el maltrato

nzó por entre aquel extraño jardín, formado por flores de colores cuya existencia

en organismos vegetales nunca antes hubiera siquiera sospechado. Había esas

campanillas que se agitaban sobre delgados tallos, flores de tan exquisito porte que

icadas por un maestro orfebre, aves del paraíso con pétalos casi

transparentes, girasoles que en lugar de buscar al dios Apolo se movían de acuerdo a

astros imperceptibles, en una anárquica disposición cuya rareza hubiera

escandalizado al jardinero más avisado. Estaban todas esas especies con las que uno

siente haber soñado alguna vez, o cuyas descripciones parece haber leído en algún

lugar de Las Mil y Una Noches, pero cuyos nombres y procedencias se desconocen

El reino vegetal había traído la más fina selección de sus tesoros hasta este lugar en

apariencia tan rudimentario, decidiendo así que el más vulgar de los hombres pudiera

contemplarla de cerca, sin siquiera tener que franquear un palacio o vencer la rígida

protección de celosos centinelas apostados alrededor de una lujosa mampostería de

“Tal vez sean ese tipo de visiones que anuncian el final”, pensó para sí conforme se

acercaba, “y en mi caso se presenta en forma de un bello jardín”, pues

njunto constituía una rareza por juntar dos naturalezas tan

discordantes entre sí: por un lado la exquisitez estética de la naturaleza y por el otro

cierto descuido del ambiente que cobijaba dicho tesoro.

El corazón le comenzó a latir de forma vertiginosa, y ante la tregua que otorgaba el

calor seco del mediodía, trató de acercarse para cerciorarse de esa misteriosa realidad

representada por el brillo de los pétalos, antes de que todo a su alrededor se disolviera

en oscuridad y silencio. No fue sino hasta después de realizar un número de pasos

que le parecieron infinitos que llegó finalmente al borde de aquel huerto, cuyas

dimensiones, no obstante, podían ser abarcados con la mirada.

Los tallos distaban de ser las columnas ornamentales sobre cuyas cimas se

encontraran esculturas curvilíneas, sino que ellas mismas se lanzaban hacia las

alturas, gallardas como cuellos de bestias en cuyo interior se agita la corriente

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la curiosidad del anciano, pues pronto se anunció como un capricho cuya explicación

fuera de comprenderse con facilidad, pues además de la impecable

manutención y disposición de las diferentes especies del vergel, no había alguna valla

que protegiera el armónico conjunto de peligros externos como pudiera ser el maltrato

nzó por entre aquel extraño jardín, formado por flores de colores cuya existencia

en organismos vegetales nunca antes hubiera siquiera sospechado. Había esas

campanillas que se agitaban sobre delgados tallos, flores de tan exquisito porte que

icadas por un maestro orfebre, aves del paraíso con pétalos casi

transparentes, girasoles que en lugar de buscar al dios Apolo se movían de acuerdo a

astros imperceptibles, en una anárquica disposición cuya rareza hubiera

sado. Estaban todas esas especies con las que uno

siente haber soñado alguna vez, o cuyas descripciones parece haber leído en algún

lugar de Las Mil y Una Noches, pero cuyos nombres y procedencias se desconocen

a más fina selección de sus tesoros hasta este lugar en

apariencia tan rudimentario, decidiendo así que el más vulgar de los hombres pudiera

contemplarla de cerca, sin siquiera tener que franquear un palacio o vencer la rígida

las apostados alrededor de una lujosa mampostería de

“Tal vez sean ese tipo de visiones que anuncian el final”, pensó para sí conforme se

acercaba, “y en mi caso se presenta en forma de un bello jardín”, pues

njunto constituía una rareza por juntar dos naturalezas tan

discordantes entre sí: por un lado la exquisitez estética de la naturaleza y por el otro

y ante la tregua que otorgaba el

calor seco del mediodía, trató de acercarse para cerciorarse de esa misteriosa realidad

representada por el brillo de los pétalos, antes de que todo a su alrededor se disolviera

espués de realizar un número de pasos

que le parecieron infinitos que llegó finalmente al borde de aquel huerto, cuyas

Los tallos distaban de ser las columnas ornamentales sobre cuyas cimas se

encontraran esculturas curvilíneas, sino que ellas mismas se lanzaban hacia las

alturas, gallardas como cuellos de bestias en cuyo interior se agita la corriente

RREEVVIISSTTAA OOCCIIOO

sanguínea. Embelesado por el fenómeno, el Sr. Cendejas distrajo un poco su

primordial curiosidad para atender mejor el movimiento, incitado por las miles

vellosidades que brotaban de las luengas, translucidas estructuras capilares que

brotaban de las profundidades de una tierra enigmática, cual cabezas de un dragón

largo tiempo adormecido pero ahor

desconocida de una divinidad ctónica. Sin poderse resistir, extendió los dedos de unas

manos que trepidantes, acudían al llamado. Y ocurrió.

Las sensaciones no tenían semejanza con ninguna otra cosa hasta ese mo

vivida por él, si acaso lo más parecido era un zambullirse en algo, pero ese algo no

tuviera una sola profundidad, sino que lo jalara en todas direcciones sin que primara

una en particular, y a la vez él no parecía cambiar de posición sino adaptarse

que siempre hubiera sido.

Se ha discutido hasta el cansancio la naturaleza del tiempo y su relación con el

espacio en vastos tratados de ciencia, transformándose en un concepto cuyo acceso

solo está en manos de físicos teóricos y filósofos, verdader

especulaciones, incapaces por su propio arte de modelar más allá de las

abstracciones, cual si reinventaran los textos esotéricos en oscuros cónclaves donde

las mismas estructuras de aquello que es real y posible está en juego.

Pocos experimentaran, como ese día el Sr. Cendejas lo hizo, la revelación de la

compleja vida interior que fluye dentro de nosotros a cada paso para luego

abandonarnos e irse a ninguna parte, para dejarnos en la confusión de nuestra

memoria. Lo dirigía una presencia, que en cada tacto a diferente especie del jardín

rescataba ese universo personal, reactualizándolo en su inasible magnificencia.

Porque al final de cada sensación estaba nuevamente en algún momento de su

pasado, plenamente identificado y recor

mínimo detalle por corpúsculos en la más bella armonía, que era la del presente. Si se

agitaba en los brazos de su madre cuando lo cargaba cierto día de su primera infancia,

era solo él lo que se agitaba, y alred

de todos los atributos, incluso aquellos que había creído olvidar por completo se

levantaban ahora como una idea plena e irrebatible.

Y pasado el instante, en que otra vez volvía a ser conciencia en fuga, es

de sensaciones se separaban tal y como habían venido, sin que nada de él se

destrozara, sino que era como un salto en trampolín en cuya caída era la quemazón

en la fogata del campamento de la escuela primaria, cuando asando malvaviscos no

OOCC

sanguínea. Embelesado por el fenómeno, el Sr. Cendejas distrajo un poco su

ad para atender mejor el movimiento, incitado por las miles

vellosidades que brotaban de las luengas, translucidas estructuras capilares que

brotaban de las profundidades de una tierra enigmática, cual cabezas de un dragón

largo tiempo adormecido pero ahora repentinamente despierto por la voluntad

desconocida de una divinidad ctónica. Sin poderse resistir, extendió los dedos de unas

manos que trepidantes, acudían al llamado. Y ocurrió.

Las sensaciones no tenían semejanza con ninguna otra cosa hasta ese mo

vivida por él, si acaso lo más parecido era un zambullirse en algo, pero ese algo no

tuviera una sola profundidad, sino que lo jalara en todas direcciones sin que primara

una en particular, y a la vez él no parecía cambiar de posición sino adaptarse

Se ha discutido hasta el cansancio la naturaleza del tiempo y su relación con el

espacio en vastos tratados de ciencia, transformándose en un concepto cuyo acceso

solo está en manos de físicos teóricos y filósofos, verdaderos prestidigitadores de las

especulaciones, incapaces por su propio arte de modelar más allá de las

abstracciones, cual si reinventaran los textos esotéricos en oscuros cónclaves donde

las mismas estructuras de aquello que es real y posible está en juego.

Pocos experimentaran, como ese día el Sr. Cendejas lo hizo, la revelación de la

compleja vida interior que fluye dentro de nosotros a cada paso para luego

abandonarnos e irse a ninguna parte, para dejarnos en la confusión de nuestra

presencia, que en cada tacto a diferente especie del jardín

rescataba ese universo personal, reactualizándolo en su inasible magnificencia.

Porque al final de cada sensación estaba nuevamente en algún momento de su

pasado, plenamente identificado y recortado en el tiempo, constituido hasta su más

mínimo detalle por corpúsculos en la más bella armonía, que era la del presente. Si se

agitaba en los brazos de su madre cuando lo cargaba cierto día de su primera infancia,

era solo él lo que se agitaba, y alrededor suyo el cuerpo cálido de esa mujer poseedor

de todos los atributos, incluso aquellos que había creído olvidar por completo se

levantaban ahora como una idea plena e irrebatible.

Y pasado el instante, en que otra vez volvía a ser conciencia en fuga, es

de sensaciones se separaban tal y como habían venido, sin que nada de él se

destrozara, sino que era como un salto en trampolín en cuya caída era la quemazón

en la fogata del campamento de la escuela primaria, cuando asando malvaviscos no

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3399

sanguínea. Embelesado por el fenómeno, el Sr. Cendejas distrajo un poco su

ad para atender mejor el movimiento, incitado por las miles

vellosidades que brotaban de las luengas, translucidas estructuras capilares que

brotaban de las profundidades de una tierra enigmática, cual cabezas de un dragón

a repentinamente despierto por la voluntad

desconocida de una divinidad ctónica. Sin poderse resistir, extendió los dedos de unas

Las sensaciones no tenían semejanza con ninguna otra cosa hasta ese momento

vivida por él, si acaso lo más parecido era un zambullirse en algo, pero ese algo no

tuviera una sola profundidad, sino que lo jalara en todas direcciones sin que primara

una en particular, y a la vez él no parecía cambiar de posición sino adaptarse a una

Se ha discutido hasta el cansancio la naturaleza del tiempo y su relación con el

espacio en vastos tratados de ciencia, transformándose en un concepto cuyo acceso

os prestidigitadores de las

especulaciones, incapaces por su propio arte de modelar más allá de las

abstracciones, cual si reinventaran los textos esotéricos en oscuros cónclaves donde

Pocos experimentaran, como ese día el Sr. Cendejas lo hizo, la revelación de la

compleja vida interior que fluye dentro de nosotros a cada paso para luego

abandonarnos e irse a ninguna parte, para dejarnos en la confusión de nuestra

presencia, que en cada tacto a diferente especie del jardín

rescataba ese universo personal, reactualizándolo en su inasible magnificencia.

Porque al final de cada sensación estaba nuevamente en algún momento de su

tado en el tiempo, constituido hasta su más

mínimo detalle por corpúsculos en la más bella armonía, que era la del presente. Si se

agitaba en los brazos de su madre cuando lo cargaba cierto día de su primera infancia,

edor suyo el cuerpo cálido de esa mujer poseedor

de todos los atributos, incluso aquellos que había creído olvidar por completo se

Y pasado el instante, en que otra vez volvía a ser conciencia en fuga, esos universos

de sensaciones se separaban tal y como habían venido, sin que nada de él se

destrozara, sino que era como un salto en trampolín en cuya caída era la quemazón

en la fogata del campamento de la escuela primaria, cuando asando malvaviscos no

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se percató de que la ramita de madera aún estaba encendida, y con él otra vez el

grupo de niños sentados junto a él, iluminados por el fuego, rodeados por una noche

cuya tonalidad de oscuridad era irrepetible de cuantas había penetrado en su vida.

Para aliviar el dolor se metía el dedo en la boca, pero ese gesto se reconfiguraba otra

vez como una sustancia al mismo tiempo sólida y de la espesura del aire, para ser la

agitación despreocupada de su cuerpo en el momento siguiente de la descarga, en

una de esas tardes somnolientas cuando Ana yacía recostada junto a él dentro del

cuartucho de esa sucia pensión donde pasó sus años de universidad, y el olor del

cuerpo tibio de ella una mezcla de sudor, sexo y jabón barato que nunca dejó de

anhelar pero que tampoco vol

subsecuentes en busca de algo que se acercara aunque fuera un poco a ese aroma.

Y la liberación de endorfinas postcoital se disolvía, y él era ya un profesor recién

levantado de la cama que se abroch

de salir a dar clase en una preparatoria de niños privilegiados, desganado y con

reverberaciones a sardinas enlatadas de la cena anterior todavía en su esófago y

garganta; la lectura del periódico en el metr

sabría) durante el cual la ciudad se desbarataba allá arriba cual castillo de naipes

producto del terremoto más mortífero, página y noticia que nunca olvidaría jamás a

pesar de ser ambas intrascendentes;

Se trataba de dos aspectos de una misma conciencia: aquella que se ahogaba en las

cientos de imágenes, protagonista de sus propios recuerdos, imitadora de universos

completamente desvanecidos hacía mucho tiempo, testigo presencial en torno al cual

un poder exterior reconstruía los hechos tal y como habían sucedido. Por otro lado esa

que pertenecía al hombre que aguardaba de pie mientras con sus manos transgredía

un inofensivo jardín del Parque de los Venados un día caluroso del 201…, fundido en

extraño trance, ajeno por completo al ritmo perecedero que gobernaba en ese

momento a los otros hombres en la continua inconsciencia de que aquel instante era

del todo irrepetible.

¿Cuántos eventos revivió, por cuántos lugares volvió a caminar y sentir, al lado de qué

presencias largo tiempo excluidas de su trato diario, arrastradas por la muerte o la

toma de distintos caminos había vuelto a escuchar sus voces, contemplar sus

cuerpos…?

Al llegar a un cuarto de cocina, por el cual entraba la luz del atardecer, creyó

reconocer la alacena de su primer departamento de soltero, apilada de comida

OOCC

ercató de que la ramita de madera aún estaba encendida, y con él otra vez el

grupo de niños sentados junto a él, iluminados por el fuego, rodeados por una noche

cuya tonalidad de oscuridad era irrepetible de cuantas había penetrado en su vida.

r el dolor se metía el dedo en la boca, pero ese gesto se reconfiguraba otra

vez como una sustancia al mismo tiempo sólida y de la espesura del aire, para ser la

agitación despreocupada de su cuerpo en el momento siguiente de la descarga, en

rdes somnolientas cuando Ana yacía recostada junto a él dentro del

cuartucho de esa sucia pensión donde pasó sus años de universidad, y el olor del

cuerpo tibio de ella una mezcla de sudor, sexo y jabón barato que nunca dejó de

anhelar pero que tampoco volvió a encontrar, a pesar de fatigar todas sus conquistas

subsecuentes en busca de algo que se acercara aunque fuera un poco a ese aroma.

Y la liberación de endorfinas postcoital se disolvía, y él era ya un profesor recién

levantado de la cama que se abrochaba la camisa frente al espejo una mañana antes

de salir a dar clase en una preparatoria de niños privilegiados, desganado y con

reverberaciones a sardinas enlatadas de la cena anterior todavía en su esófago y

garganta; la lectura del periódico en el metro que se detuvo en el instante (después lo

sabría) durante el cual la ciudad se desbarataba allá arriba cual castillo de naipes

producto del terremoto más mortífero, página y noticia que nunca olvidaría jamás a

pesar de ser ambas intrascendentes;

ba de dos aspectos de una misma conciencia: aquella que se ahogaba en las

cientos de imágenes, protagonista de sus propios recuerdos, imitadora de universos

completamente desvanecidos hacía mucho tiempo, testigo presencial en torno al cual

r reconstruía los hechos tal y como habían sucedido. Por otro lado esa

que pertenecía al hombre que aguardaba de pie mientras con sus manos transgredía

un inofensivo jardín del Parque de los Venados un día caluroso del 201…, fundido en

o por completo al ritmo perecedero que gobernaba en ese

momento a los otros hombres en la continua inconsciencia de que aquel instante era

¿Cuántos eventos revivió, por cuántos lugares volvió a caminar y sentir, al lado de qué

ias largo tiempo excluidas de su trato diario, arrastradas por la muerte o la

toma de distintos caminos había vuelto a escuchar sus voces, contemplar sus

Al llegar a un cuarto de cocina, por el cual entraba la luz del atardecer, creyó

la alacena de su primer departamento de soltero, apilada de comida

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ercató de que la ramita de madera aún estaba encendida, y con él otra vez el

grupo de niños sentados junto a él, iluminados por el fuego, rodeados por una noche

cuya tonalidad de oscuridad era irrepetible de cuantas había penetrado en su vida.

r el dolor se metía el dedo en la boca, pero ese gesto se reconfiguraba otra

vez como una sustancia al mismo tiempo sólida y de la espesura del aire, para ser la

agitación despreocupada de su cuerpo en el momento siguiente de la descarga, en

rdes somnolientas cuando Ana yacía recostada junto a él dentro del

cuartucho de esa sucia pensión donde pasó sus años de universidad, y el olor del

cuerpo tibio de ella una mezcla de sudor, sexo y jabón barato que nunca dejó de

vió a encontrar, a pesar de fatigar todas sus conquistas

subsecuentes en busca de algo que se acercara aunque fuera un poco a ese aroma.

Y la liberación de endorfinas postcoital se disolvía, y él era ya un profesor recién

a camisa frente al espejo una mañana antes

de salir a dar clase en una preparatoria de niños privilegiados, desganado y con

reverberaciones a sardinas enlatadas de la cena anterior todavía en su esófago y

o que se detuvo en el instante (después lo

sabría) durante el cual la ciudad se desbarataba allá arriba cual castillo de naipes

producto del terremoto más mortífero, página y noticia que nunca olvidaría jamás a

ba de dos aspectos de una misma conciencia: aquella que se ahogaba en las

cientos de imágenes, protagonista de sus propios recuerdos, imitadora de universos

completamente desvanecidos hacía mucho tiempo, testigo presencial en torno al cual

r reconstruía los hechos tal y como habían sucedido. Por otro lado esa

que pertenecía al hombre que aguardaba de pie mientras con sus manos transgredía

un inofensivo jardín del Parque de los Venados un día caluroso del 201…, fundido en

o por completo al ritmo perecedero que gobernaba en ese

momento a los otros hombres en la continua inconsciencia de que aquel instante era

¿Cuántos eventos revivió, por cuántos lugares volvió a caminar y sentir, al lado de qué

ias largo tiempo excluidas de su trato diario, arrastradas por la muerte o la

toma de distintos caminos había vuelto a escuchar sus voces, contemplar sus

Al llegar a un cuarto de cocina, por el cual entraba la luz del atardecer, creyó

la alacena de su primer departamento de soltero, apilada de comida

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enlatada y cubiertos de plástico, con sus entrepaños polvosos y aire de descuido. Era

sábado por la tarde, calentaba la comida mientras en la mesa había exámenes de sus

alumnos todavía por calificar, trabajo pendiente que l

Mientras buscaba en la parte superior, donde guardaba varios recipientes de diversos

contenidos, tocó con las manos el fío vidrio de uno que en particular había olvidado.

Curioso, volvió la vista que hasta ese momento permaneciera atenta al hornillo de la

estufa donde calentaba unas sincronizadas, encontró un frasco de tapa roja que al

reverso tenía trazada con plumón indeleble la leyenda “café” en letras cursivas

minúsculas.

Su madre se lo había llevado apenas medio año atrás, recordando que su hijo le

comentara que tenía problemas para encontrar una mezcla que bebiera en un viaje de

universidad a un poblado cuyo nombre olvidara. Nunca supo como diera ella con ese

tesoro, de textura granulada inconfundible, totalmente distinta en relación a otras que

hubiera probado antes, pero había aceptado el misterio con la resignación que tienen

los placeres recuperados cuando solo se debe hacer la única cosa posible con ella:

disfrutarlos.

Y ahí seguía, consumido a la mitad, con el rótulo que hiciera su madre ahí mismo,

bromeando con la necesidad de marcar los contenidos comestibles para que él, desde

niño distraído, no confundiera la sal con la azúcar e hiciera un “muladar en la cocina”.

Estaba ese objeto cuya historia propia era menos que insignificante, perdida entre el

conjunto de cosas cotidianas que agobiaban su vida, a medio camino entre

realizaciones medianamente llevadas a cabo y metas postergadas. Con la única

salvedad de que, hacia menos de d

Y otra vez permaneció absorto en el frasco como aquel día que era este mismo

instante, objeto resignificado en la conciencia simultánea de lo que evocaba. Aquella

mujer se había ido para siempre, a pesar de que estaba otra

misma habitación. El recuerdo fatuo impulsaba la misma esencia de dolor y ausencia

que se empeñaba por ocultar en algún rincón de sí mismo, cual si los resortes ahora

no pudieran mantenerse detenidos y saltaran por encima de la caja.

“No quiero… no quiero”, se dijo. E impulsado por su confusión, se vio saltando

nuevamente entre vacíos de luz, dispuesto a llegar hasta el otro extremo, que quizás

estaría disponible en ese inefable jardín del tiempo. Quiso saltar por todo lo vivido,

llegarse hasta lo que estaba más allá de su presente, el lugar donde todo cae hacia

ninguna parte. Oscuridad y silencio. El último momento de su vida. Su propia muerte.

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enlatada y cubiertos de plástico, con sus entrepaños polvosos y aire de descuido. Era

sábado por la tarde, calentaba la comida mientras en la mesa había exámenes de sus

calificar, trabajo pendiente que le llevaría todo el día terminar.

Mientras buscaba en la parte superior, donde guardaba varios recipientes de diversos

contenidos, tocó con las manos el fío vidrio de uno que en particular había olvidado.

la vista que hasta ese momento permaneciera atenta al hornillo de la

estufa donde calentaba unas sincronizadas, encontró un frasco de tapa roja que al

reverso tenía trazada con plumón indeleble la leyenda “café” en letras cursivas

o había llevado apenas medio año atrás, recordando que su hijo le

comentara que tenía problemas para encontrar una mezcla que bebiera en un viaje de

universidad a un poblado cuyo nombre olvidara. Nunca supo como diera ella con ese

ada inconfundible, totalmente distinta en relación a otras que

hubiera probado antes, pero había aceptado el misterio con la resignación que tienen

los placeres recuperados cuando solo se debe hacer la única cosa posible con ella:

a, consumido a la mitad, con el rótulo que hiciera su madre ahí mismo,

bromeando con la necesidad de marcar los contenidos comestibles para que él, desde

niño distraído, no confundiera la sal con la azúcar e hiciera un “muladar en la cocina”.

jeto cuya historia propia era menos que insignificante, perdida entre el

conjunto de cosas cotidianas que agobiaban su vida, a medio camino entre

realizaciones medianamente llevadas a cabo y metas postergadas. Con la única

salvedad de que, hacia menos de dos meses, su madre había muerto.

Y otra vez permaneció absorto en el frasco como aquel día que era este mismo

instante, objeto resignificado en la conciencia simultánea de lo que evocaba. Aquella

mujer se había ido para siempre, a pesar de que estaba otra vez junto a él, en esa

misma habitación. El recuerdo fatuo impulsaba la misma esencia de dolor y ausencia

que se empeñaba por ocultar en algún rincón de sí mismo, cual si los resortes ahora

no pudieran mantenerse detenidos y saltaran por encima de la caja.

“No quiero… no quiero”, se dijo. E impulsado por su confusión, se vio saltando

nuevamente entre vacíos de luz, dispuesto a llegar hasta el otro extremo, que quizás

estaría disponible en ese inefable jardín del tiempo. Quiso saltar por todo lo vivido,

arse hasta lo que estaba más allá de su presente, el lugar donde todo cae hacia

ninguna parte. Oscuridad y silencio. El último momento de su vida. Su propia muerte.

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enlatada y cubiertos de plástico, con sus entrepaños polvosos y aire de descuido. Era

sábado por la tarde, calentaba la comida mientras en la mesa había exámenes de sus

e llevaría todo el día terminar.

Mientras buscaba en la parte superior, donde guardaba varios recipientes de diversos

contenidos, tocó con las manos el fío vidrio de uno que en particular había olvidado.

la vista que hasta ese momento permaneciera atenta al hornillo de la

estufa donde calentaba unas sincronizadas, encontró un frasco de tapa roja que al

reverso tenía trazada con plumón indeleble la leyenda “café” en letras cursivas

o había llevado apenas medio año atrás, recordando que su hijo le

comentara que tenía problemas para encontrar una mezcla que bebiera en un viaje de

universidad a un poblado cuyo nombre olvidara. Nunca supo como diera ella con ese

ada inconfundible, totalmente distinta en relación a otras que

hubiera probado antes, pero había aceptado el misterio con la resignación que tienen

los placeres recuperados cuando solo se debe hacer la única cosa posible con ella:

a, consumido a la mitad, con el rótulo que hiciera su madre ahí mismo,

bromeando con la necesidad de marcar los contenidos comestibles para que él, desde

niño distraído, no confundiera la sal con la azúcar e hiciera un “muladar en la cocina”.

jeto cuya historia propia era menos que insignificante, perdida entre el

conjunto de cosas cotidianas que agobiaban su vida, a medio camino entre

realizaciones medianamente llevadas a cabo y metas postergadas. Con la única

Y otra vez permaneció absorto en el frasco como aquel día que era este mismo

instante, objeto resignificado en la conciencia simultánea de lo que evocaba. Aquella

vez junto a él, en esa

misma habitación. El recuerdo fatuo impulsaba la misma esencia de dolor y ausencia

que se empeñaba por ocultar en algún rincón de sí mismo, cual si los resortes ahora

“No quiero… no quiero”, se dijo. E impulsado por su confusión, se vio saltando

nuevamente entre vacíos de luz, dispuesto a llegar hasta el otro extremo, que quizás

estaría disponible en ese inefable jardín del tiempo. Quiso saltar por todo lo vivido,

arse hasta lo que estaba más allá de su presente, el lugar donde todo cae hacia

ninguna parte. Oscuridad y silencio. El último momento de su vida. Su propia muerte.

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Las flores, junto con los tallos que las sostenían, se precipitaron en un temblor tanto

oscilatorio como trepidatorio. Liberadas de su forma armónica, donde solo eran una y

distinta de las demás, arrojaron sus colores hacia el vórtice que surgía en las alturas,

un espectro luminoso parecido a una boca majestuosa de rugidos sordos, atrayente

como un orgasmo, repelente como la negra oscuridad del sueño más profundo donde

ya no somos nada y ensayamos la disolución del ser. Con ellas se fueron luego las

formas sinuosas, que rompieron la tierra y los árboles, cielo, adoquines, personas,

animales, edificios, vehículo.

El mundo entero se arremolinó en las entrañas del hombre, que incapaz de ordenar

sus pensamientos se fue sintiendo un delgado aliento, una voz que quisiera enunciar

una sola palabra capaz de encapsular la revelación, trágica y hermosa de u

que no terminaría de comprenderse a sí mismo hasta dejar de ser.

Un obrero que de regreso a casa pasaba por el Parque de los Venados para tomar la

estación del metro cercana descubrió el cuerpo del Sr. Cendejas alrededor de las seis

de la tarde. Lo encontró en posición fetal, sobre la tierra yerma, al lado de un montón

de restos chamuscados, con el rostro satisfecho y sosteniendo entre las manos una

flor de extraño aroma y color que nadie supo identificar.

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Las flores, junto con los tallos que las sostenían, se precipitaron en un temblor tanto

ilatorio como trepidatorio. Liberadas de su forma armónica, donde solo eran una y

distinta de las demás, arrojaron sus colores hacia el vórtice que surgía en las alturas,

un espectro luminoso parecido a una boca majestuosa de rugidos sordos, atrayente

un orgasmo, repelente como la negra oscuridad del sueño más profundo donde

ya no somos nada y ensayamos la disolución del ser. Con ellas se fueron luego las

formas sinuosas, que rompieron la tierra y los árboles, cielo, adoquines, personas,

icios, vehículo.

El mundo entero se arremolinó en las entrañas del hombre, que incapaz de ordenar

sus pensamientos se fue sintiendo un delgado aliento, una voz que quisiera enunciar

una sola palabra capaz de encapsular la revelación, trágica y hermosa de u

que no terminaría de comprenderse a sí mismo hasta dejar de ser.

Un obrero que de regreso a casa pasaba por el Parque de los Venados para tomar la

estación del metro cercana descubrió el cuerpo del Sr. Cendejas alrededor de las seis

Lo encontró en posición fetal, sobre la tierra yerma, al lado de un montón

de restos chamuscados, con el rostro satisfecho y sosteniendo entre las manos una

flor de extraño aroma y color que nadie supo identificar.

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Las flores, junto con los tallos que las sostenían, se precipitaron en un temblor tanto

ilatorio como trepidatorio. Liberadas de su forma armónica, donde solo eran una y

distinta de las demás, arrojaron sus colores hacia el vórtice que surgía en las alturas,

un espectro luminoso parecido a una boca majestuosa de rugidos sordos, atrayente

un orgasmo, repelente como la negra oscuridad del sueño más profundo donde

ya no somos nada y ensayamos la disolución del ser. Con ellas se fueron luego las

formas sinuosas, que rompieron la tierra y los árboles, cielo, adoquines, personas,

El mundo entero se arremolinó en las entrañas del hombre, que incapaz de ordenar

sus pensamientos se fue sintiendo un delgado aliento, una voz que quisiera enunciar

una sola palabra capaz de encapsular la revelación, trágica y hermosa de un sentido

Un obrero que de regreso a casa pasaba por el Parque de los Venados para tomar la

estación del metro cercana descubrió el cuerpo del Sr. Cendejas alrededor de las seis

Lo encontró en posición fetal, sobre la tierra yerma, al lado de un montón

de restos chamuscados, con el rostro satisfecho y sosteniendo entre las manos una

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