reseña: el conflicto, callejón con salida. informe nacional de desarrollo humano 2003

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  • 8/18/2019 Reseña: El conflicto, callejón con salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano 2003

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    DIAGNÓSTICO Y PRESCRIPCIÓN

    Por: Elkin Rubiano Pinilla

    RESEÑA El conflicto, callejón con salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano 2003.

    Resulta evidente que la divulgación del Informe Nacional de Desarrollo Humano 2003

    (INDH) ha gozado de éxito, pues de septiembre a diciembre habían circulado casi 21 mil

    copias (7.500 en libro físico, 10 mil en CD y 3.444 bajadas de Internet). En consecuencia, las

    referencias al mismo han abundado, aun antes de su lanzamiento oficial: el 8 de septiembre

    el Presidente de la República se refirió al informe y a los "teóricos que respetamos pero no

    compartimos", de la siguiente manera: “Están equivocados...Esta no es una guerra... Este no

    es un conflicto. Esto no es de perdedores. Aquí está ganando el Estado y la sociedad

    colombiana. ¿Cómo dicen que es de perdedores, desconociendo las cifras del último año?

    ¿Que nos falta mucho? Lo sabemos... Y frente a esta crítica, que si la atendiéramos, nos haría

     perder lo que hemos hecho en un año...un año es apenas el período de calentamiento de una

     batalla que vamos a llevar hasta el final para derrotar el terrorismo. Y le advertimos a

    Colombia que no podemos caer en esas tentaciones de debilidad, porque toda debilidad que

    nosotros mostremos es un motivo de fortaleza para el terrorismo”.

     No obstante, el recibimiento del INDH ha sido objeto de otros juicios. En algunos sectores

    académicos, por ejemplo, se ha dicho que el informe es un hito en el estudio de la violencia

    colombiana, el tercero, si tenemos en cuenta La violencia en Colombia, de Germán Guzmán,

    Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña (1962) y Colombia: violencia y democracia, dirigido por Gonzalo Sánchez (1987). Esta apreciación podría ser acertada, sin embargo es apresurado

    endilgarle el título de clásico a un documento que apenas comienza a discutirse. Este par de

    ejemplos sirven para ilustrar, en todo caso, la polémica suscitada por el informe.

    Específicamente hablando del informe, debe señalarse que el análisis que se hace del

    conflicto armado colombiano está guiado en principio por una matriz: el concepto de

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    desarrollo humano: “el desarrollo no se reduce al aumento de la riqueza o del ingreso  per

    cápita sino que abarca otros valores –la equidad, la democracia, el equilibrio ecológico, la justicia de género, etc.- que también son esenciales para que los seres humanos podamos

    vivir mejor” (Pág. 13). De ahí la hipótesis de correlación del informe: el conflicto armado se

    ha convertido en el mayor obstáculo para que los colombianos puedan mejorar sus vidas. A

    saber, el núcleo central del desarrollo humano está integrado por cuatro realizaciones que

    hacen de la vida una vida humana satisfactoria: “ser longevo y saludable, acceder al

    conocimiento, tener ingresos para el buen pasar y ser parte activa de la comunidad” (Pág.

    100). Desde luego, el conflicto armado es una negación tajante de ese núcleo central, así

    como un impacto sobre las tres dimensiones del índice de Desarrollo Humano (IDH):

    esperanza de vida, educación e ingreso. Un aporte metodológico del informe que vale la pena

    resaltar es una variante del IDH: “IDH corregido por violencia” que incluye una cuarta

    variable –la tasa de homicidios- en el cálculo del índice para cada país. Para el caso

    colombiano esta corrección del IDH resulta necesaria, pues “la seguridad humana (que

    comienza por preservar la vida) es la más obvia condición para que haya desarrollo humano”

    (Pág. 101). Algo que llama la atención de esta variable es que “apenas” el 15%, o cuando

    más el 27% de las muertes violentas en Colombia se debe al conflicto, es decir que la

    violencia común causa entre 4 y 7 veces más muertos que la guerra. Esta afirmación ya había

    sido hecha en el informe Colombia: violencia y democracia (1987): las muertes que nos están

    matando no son las del monte sino las de la calle. Sin embargo en el INDH 2003 se hace una

    oportuna aclaración: “mientras el total de homicidios se mantiene más o menos constante, el

    número de muertes debidas al conflicto tiende a aumentar con el paso del tiempo” (Pág.

    104), principalmente por la creciente degradación del conflicto armado que se analiza en el

    capítulo tercero: “Degradación: una guerra de perdedores”.

    En cuanto a la degradación del conflicto se dice en el informe que tal estado de la

    confrontación resulta de seis lógicas o inercias no políticas que se retroalimentan: “lógicas

    de militarización, rentismo, territorialización, terror, criminalización y vinculación apolítica”

    (Pág. 81). Si se habla de la degradación de la guerra es porque se supone que existe, desde

    luego, un tipo de guerra no degradada o de “guerra justa”, es decir, que dicha guerra se

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     justifica y caracteriza, siguiendo a los filósofos morales, del siguiente modo: “i) que ir a la

    guerra esté justificado ( jus ad bellum); ii) que exista proporción entre el bien esperado de laguerra y los daños que ella implica, y iii) que los combatientes respeten el “derecho

    humanitario”, las leyes de la guerra o jus in bello”. Siguiendo estos lineamientos, el INDH

    asevera que “en Colombia no se justifica la guerra insurgente, pues faltan las dos condiciones

    que para ello suelen exigirse: a) no existe el “tirano insoportable”, el dictador represivo y

    sanguinario; b) ni existe la imposibilidad de apelar a medios no violentos para realizar

    reformas políticas y sociales, como la competencia electoral, el argumento racional o la

    mediación internacional” (Pág. 81). Como correlato lógico, continúa, el paramilitarismo se

     podría explicar  como la “respuesta desesperada a los abusos de la guerrilla”, pero jamás se

     podría “ justificar una práctica consistente en violentar las garantías que pretende defender.

    (…) el paramilitarismo siempre es inmoral porque, por definición, existe para hacer aquello

    que los militares no pueden: para violar el jus in bello” (Pág. 82). Lamentablemente es muy

    difícil que los grupos irregulares abandonen las prácticas que violan el Derecho Internacional

    Humanitario (DIH), pues sus mecanismos resultan baratos y eficientes contra el enemigo y

    sus presuntas bases de apoyo, de ahí que no consideren como prioritario la supresión de tales

     prácticas; y si lo consideran es obedeciendo a cálculos de mejoría de imagen, lo que supone

    un problema, pues “todo ello politiza, en un sentido no deseable, la relación de esos grupos

    con la humanización del conflicto” (Pág. 197).

    Proporcional a la degradación de la guerra es la tendiente militarización de la cultura

    organizacional, pues, de un lado, se recluta preferentemente personal con destreza militar

    (incluyendo mercenarios) y, de otro, ascienden a la cúpula guerreros pero no políticos: “la

    disciplina prima sobre la deliberación” (Pág.84). El componente político, a lo largo delconflicto y en los diferentes bandos, ha sido minimizado frente al componente militar. Y se

    afirma con razón en el informe que “el conflicto no ingresó a la política sino a la geopolítica

    (…) El conflicto acabó por llegar al “centro” del país saliendo del país, llegó a Bogotá por

    la vía de Washington” (Págs. 109-110), teniendo en cuenta que nuestro conflicto quedó

    inscrito tempranamente en el marco de la Guerra Fría y entendido a la luz de la “Doctrina de

    Seguridad Nacional” y, posteriormente, bajo la argumentación de afectar los intereses de la

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    comunidad internacional, con el problema del tráfico de drogas. Es así como esta “guerra de

     perdedores” ha estado acompañada de constantes fracasos a lo largo de su historia.

    En el capítulo primero, “Orígenes: guerra en la periferia”, se señalan los históricos fracasos:

    “El conflicto se ha ensañado sobre todo en la “periferia” campesina y ha sido marginal al

    sistema político colombiano (…) Y aunque las revoluciones suelen tener origen campesino,

    en Colombia no se daban las condiciones para el triunfo de la insurgencia, así que ésta se

    desvió o en todo caso no pudo llegar al centro de la política. Pero también el Estado fracasó

    en no haber podido prevenir ni resolver el conflicto” (Pág. 21) La Violencia estalla y procede

    del centro geográfico y político, pero se expresa y perpetúa en la periferia campesina y

    “mientras las luchas sociales tomaban el camino de la violencia, la política se estaba retirando

    del conflicto” (Pág. 27). El conflicto colombiano no ha estado en el centro de la política y

    su fracaso se debe a que “el conflicto fue marginal o “periférico” para el Estado y para las

    élites, a que no lo abordaron del modo  prioritario, integral, concertado  y sostenido que

    exigían la gravedad, complejidad, profundidad y persistencia del problema” (Pág. 32). No

    quiere decir esto, desde luego, que “ni su carácter esencialmente campesino en un país

     predominantemente urbano, ni su falta de apoyo masivo significan que los grupos armados

    carezcan de proyectos políticos, o que el hecho de que el Estado no haya podido resolver el

    conflicto no significa que hayan faltado los esfuerzos y los logros , o que el conflicto se

    asiente en la “periferia” geográfica y política, no significa que el “centro” deje de ser la

    fuente, el objetivo y, cada día más, el escenario, del mismo” (Pág. 39).

    Hasta aquí las dos primeras partes del informe (capítulos 1 al 6) se han elaborado bajo la

    siguiente línea argumental: el conflicto surge cuando grupos irregulares defienden un proyecto político que desborda el marco institucional e intentan imponerlo por la vía armada.

    La falta de condiciones para el triunfo insurgente y la presencia de factores que dificultan su

    derrota en el campo de batalla tienen como primer efecto el crecimiento desmesurado de los

    ejércitos irregulares, incapaces de tomarse el poder político pero dotados de poder bélico.

    Así, los grupos inician un proceso de expansión hacia regiones donde pueden hallar alguna

     base social o pueden hacerse con nuevas riquezas. Con este giro de lo nacional hacia lo local,

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    los grupos tienden a actuar como un poder territorial en confrontación con otros grupos y se

    acentúan las motivaciones “privadas” -o “no políticas”- de sus miembros. La guerra enColombia comenzó con las luchas por la tierra y acabó en una lucha por las bonanzas. El

    resultado, obviamente, es la creciente degradación del conflicto que, en lugar de traer los

    cambios políticos deseados, produce el deterioro del desarrollo humano. El “monstruo de

    las ochos caras” podría tipificarse del siguiente modo (Pág. 142):

      Un proyecto político (1)

      Un aparato militar (2)

      Un actor en los conflictos sociales de la región (3)

      Un cazador de rentas (4)

     

    Un modo de vida (5)

      Un poder territorial (6)

      Un autor de violencia degradada (7) y por ende

      Un freno al desarrollo humano (8)

    El conflicto es complejo y no acabará inmediatamente y por lo mismo, anota el informe,

    “estamos en el deber de adoptar cuantos atenuantes o “paliativos” sean posibles” (Pág.146).

    Para ello es necesario que más allá de la indignación esté el análisis; más que acabar se debe

     paliar, acabar y prevenir ; más que pensar en una solución definitiva, pensar en una solucióngradual; más que mirar el conflicto desde el nivel nacional, mirarlo desde los niveles nacional

    y local. Para acabar con el conflicto debe adoptarse una estrategia integral que alcance varios

    objetivos, tanto antes como después de un posible tratado de paz o una posible batalla

    decisiva.

    La tercera parte del INDH (capítulos 7 a 17) describe las políticas, programas o medidas

    concretas que serían más útiles para mitigar y remediar los daños y facilitar la solución del

    conflicto armado. De vital importancia en un conflicto interno, por ejemplo, son los

    conceptos de “seguridad” y “justicia penal”, que están indisolublemente unidos y deben,

    necesariamente, ser entendidos de modo sistémico: “La seguridad-justicia (ssjp) es un “bien

     público” es decir: tanto la seguridad como la justicia son servicios que el Estado debe proveer

     para todos los asociados” (Pág. 153). Desafortunadamente desde el Estado la estrecha

    interdependencia entre las funciones y las entidades del Sistema de seguridad y justicia penal

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    “no ha sido reconocida en el diseño ni en la ejecución de las políticas de seguridad y justicia

     para atender al conflicto armado; las responsabilidades tienden a segmentarse de maneradifusa, lo cual afecta seriamente la eficacia, cobertura y calidad del servicio, desperdicia

    recursos escasos y dificulta la necesaria dirección coherente del Sistema”. Sumado a esto,

    el Sistema no ha logrado ganarse la confianza de los ciudadanos; un indicador claro al

    respecto muestra la baja propensión a denunciar delitos. Situación preocupante en un país

    con conflicto interno, pues como lo han demostrado análisis económicos sobre justicia, existe

    una correlación entre impunidad e inclinación delictiva: “En un sentido, la improbabilidad

    del castigo es un incentivo para seguir violando la ley; en el otro sentido, la altísima

    criminalidad resultante del conflicto desborda la capacidad del Sistema. El fenómeno de la

    impunidad tiene muchas aristas y causas muy diversas; pero entre aquellas atribuibles al ssjp,

    la principal sin duda alguna radica en la incapacidad que el Sistema ha demostrado para

    allegar las pruebas que permitan condenar al culpable” (Pág. 167). De ahí la insistencia del

    informe en robustecer el deficiente sistema probatorio cuyo énfasis se ha acentuado en las

    declaraciones y no en las pruebas técnicas, así como el de ocuparse innecesariamente en los

    “delitos inocuos  y fáciles de resolver en detrimento de los más graves, los difíciles  de

    investigar y aclarar” (Pág. 172). El Sistema debe entenderse desde el sentido de lo público:

    seguridad para todos y administración de justicia pública ecuánime. En la práctica, sin

    embargo, la protección y la administración de justicia ha sido selectiva, lo que ha llevado a

    que amplios sectores de la población hayan optado por vías privadas en materia de seguridad

    y justicia multiplicando así los costes negativos a nivel global.

    El informe aborda también un tema coyuntural: la asignación de funciones de Policía Judicial

    a las FF MM. Si bien es cierto que la experiencia internacional nos dice que hay que contarcon una legislación adecuada en casos como el nuestro -que necesariamente limitarían

    algunos derechos ciudadanos-, también lo es que se deben balancear tales medidas con la

    construcción de confianza y apoyo de la población, pues “si las normas de excepción

    desbordan el Estado de derecho, el resultado puede ser ahondar la desconfianza en el

    gobierno y sus agentes” (Pág. 156). En todo caso, recomienda el informe, hay buenas razones

     jurídicas para abstenerse de trasladar funciones de policía judicial a las FF MM. La Corte

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    conceptúa que “la asignación de funciones de policía judicial a los militares está prohibida

     por nuestro ordenamiento jurídico” y propone dos argumentos al efecto (...) el trasladoequivaldría a “confiar a un aparato institucional cuya razón se orienta al uso táctico de la

    fuerza que enderece esa misma razón a la libre interpretación de los hechos y de las normas

    con un sentido de justicia”. Las FF MM, por “su régimen propio y el contexto histórico en

    el que actúan, no se concilian con la independencia e imparcialidad inherentes a la policía

     judicial, atributos característicos de la función jurisdiccional a la cual sirve” (Pág. 171). Se

    sugiere, por tanto, “no trasladar funciones de policía judicial a las FF MM, pero sí entrenar,

    ubicar y movilizar fiscales, oficiales de policía y agentes del DAS para que cumplan esas

    funciones doquiera las demande el desarrollo del conflicto” (Pág. 187).

    En síntesis, las políticas públicas propuestas en la tercera parte del informe se puedencompendiar así:

    Estrato  PolíticaProyecto político negociación

    Aparato militar seguridad ciudadana

    Actor en conflictos sociales solución de conflictos locales

     politización de luchas sociales

    Cazador de rentas blindaje de rentas legítimas

    control del narcotráfico

    Modo de vida desvinculación de combatientesopciones para población reclutable

    Poder territorial fortalecer gobiernos locales

    Autor de violencia degradada justicia penal

    ampliación del campo humanitario

    Daño al desarrollo humano todas, y en particular atención alas

    víctimas

    El capítulo 18 del informe se refiere a dos componentes del aparato cultural: el sistemaeducativo y los medios de comunicación social. Frente al primero se recomiendan algunas

    medidas para extender el servicio educativo a las víctimas del conflicto, aislar la escuela de

    las acciones armadas, educar a niños y jóvenes para la convivencia democrática, y hacer de

    la juventud una fuerza constructora de paz. En cuanto a los medios de comunicación se señala

    la necesidad de descubrir la información como bien público, con sus implicaciones sobre: “i)

    los estándares de veracidad, oportunidad, libre acceso y utilidad de lo informado; ii) la

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    responsabilidad social de medios y periodistas; iii) el deber estatal de regular la prestación

    del servicio, y iv) la función de generar imaginarios y no sólo de representarlos” (Pág. 442).Finalmente, debe señalarse que así como el concepto de desarrollo humano fue la matriz del

    INDH, también lo fue la siguiente recomendación: “que el conflicto armado se aborde desde

     políticas de Estado y no desde políticas de gobierno” (Pág. 466).

    En el epílogo del informe se aclara que el texto es un pretexto, es decir un texto previo, un

     borrador del que se hará una segunda entrega a mediados del 2005 ¿Se supondrá por eso que

    los capítulos del informe resultan un tanto desiguales? En materia de recomendaciones, para

    dar una muestra, es más claro y sistemático el capítulo 7 (“una estrategia integral”) que el

    capítulo 12 (“Desfinanciar la guerra: blindaje de rentas”), en el que se recomienda,

    recurriendo a lugares comunes, que “deben fortalecerse las tareas de inteligencia para

    desarticular las redes criminales que participan del mercado del secuestro, muchas veces en

    conexión con los grupos armados” (Pág. 288). Si el espacio lo permitiera podrían

    multiplicarse los ejemplos de este tipo, así como podría hacerse un muestreo de afirmaciones

    francamente vagas: “El Estado ha evitado (…) que haya un centímetro del territorio donde la

    fuerza pública no pueda ingresar” (Pág. 42). En cuanto al manejo de cifras también se puede

    hallar alguna falta de concordancia como la siguiente: “Fuerza pública. Presenta 4.5 puntos

     porcentuales de incremento en homicidios fuera de combate (de 1.2% a 5.7%)” (Pág. 127).

    Más adelante se afirma lo contrario: “En los últimos años la fuerza pública ha mejorado

    radicalmente su comportamiento en la materia. Un indicador: a mediados de los años 90 se

    les atribuía más del 50% de los homicidios por fuera de combate; hoy en día, esa proporción

    se sitúa por debajo del 5%” (Pág. 199).

    Con todo, el INDH 2003 es un documento valioso que necesita discutirse pública ydesapasionadamente, evitando en lo posible la guía de terceros (incluyendo esta), pues según

    lo leído y escuchado por quien esto reseña, muchos de los comentarios sobre el informe se

    han sustentado, en el mejor de los casos, en el puro rumor (volver a los ejemplos citados al

    comienzo de esta reseña).

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