quignard - solidaridades_misteriosas (fragmento)

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    Las solidaridades misteriosas

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    Las solidaridades misteriosas

    Pascal Quignard

    Traduccin de Ignacio Vidal-Folch

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    Este libro f ue publicado con el apoyo de la Embajada de Franciaen Mxico / CCC-IFAL , en el marco del Progr ama de Fomento a la Publicacin

    Alfonso Reyes del Ministerio francs de Relaciones exteriores y europeas.

    Ttulo originalLes solidar it s mystrieuses

    D.R. Editions Gallimard, 2011D.R. Pascal Quignard, 2011D.R. de la traduccin, Ignacio Vidal-Folch

    Fotografa de portada: Joseph Mallord William Turner,Rocky Bay with Figures (c. 1827-30)

    Primera edicin en espaol: 2013

    Coedicin: Ediciones Sexto Piso, S.A. de C.V.Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Direccin General de Publicaciones

    D.R. 2013, Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V.Pars #35-AColonia Del Carmen,Coyoacn, C.P. 04100, Mxico, D.F.

    www.sextopiso.comD.R. 2013, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

    Direccin General de PublicacionesAvenida Paseo de la Reforma 175, Col. CuauhtmocC.P. 06500, Mxico, D.F.www.conaculta.gob.mx

    DiseoEstudio Joaqun Gallego

    FormacinQuinta del Agua Ediciones

    ISBN: 978-607-778-146-2, Sexto PisoISBN: 978-607-516-239-3, CONACULTA

    Todos los Derechos Reserv ados. Queda prohibida la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedi miento, comprendidos la reprograf a yel tratamiento informtico, la fotocopia o la gra bacin, sin la previ a autorizacin

    por escrito de los editores.

    Impreso en Mxico / Prohibida la venta en Espaa

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    CONTENIDO

    I. Claire 91 112 213 25

    4 315 416 47

    II. Simon 531 552 653 71

    III. Paul 791 812 893 974 1055 111

    IV.

    Juliette 1191 1212 1253 1354 141

    V. Voces en la landa 1431.Jean 1452.

    Juliette 157

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    3.Paul 1654.El primo Philippe Methuen 1815.Nolle, Andre, Catherine, Fabienne, Julie, Louise 185

    6.El to Calve 189

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    I

    CLAIRE

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    Donde l vaya, yo ir.Donde l viva, me quedar.Donde l muera, ser enterrada.

    Libro de Ruth

    Mireille Methuen se cas en Dinard el sbado 3 de febrerode 2007. Claire fue all el viernes. Paul no quiso acompaarla.No conservaba ningn vnculo con lo que quedaba de la fa-milia. Hacia las once, Claire sinti apetito. Estaba siguiendoel ro Avre. Preri dejar atrs Breux, Tillires, Verneuil. Ala salida de Verneuil, se detuvo a comer en un rea arenosa

    y vaca.

    Era el bosque de LAigle.Atraviesa el parkingen direccin a una mesita de hierro

    posada ante un chalet alpino. En la mesita haban colocado unamaceta con forsythias amarillas. Ante la maceta de forsythiasest el men del da, escrito con tiza en un pizarrn. Examinael men.

    Un hombre de unos cincuenta aos sale tmidamente delalbergue. Lleva un delantal a grandes cuadros rojos y blancos.

    Seor, puedo comer ah, al sol?Claire seala la mesita de hierro en el exterior.Pero se da cuenta de que an no es medioda?Le causa un problema cocinar ahora mismo?No.Entonces me gustara instalarme ah, en ese rayo de sol,

    aunque an no sea medioda.

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    El hombre parece algo remiso. No responde. Se comporta deforma extraa. Examina a Claire atentamente. sta se le acerca,le toma del brazo, casi le dobla en altura.

    Estoy hablando con usted, le estoy preguntando si puedosentarme ah, al sol.Ah?S, ah, donde da el sol.El posadero alza sus ojos azules hacia ella.Seor, quisiera comer algo, aunque slo sea una ensa-

    lada, ah, a pleno sol, a las once, en pleno mes de febrero re-pite ella.

    Silencio.Seor, me parece que debera usted responderme.Entonces el posadero se adelanta, retira el letrero, el pi-

    zarrn donde fgura el men del da, y el tiesto de lasforsythias.Lo lleva todo al chalet.Regresa con una esponja.Limpia lentamente la mesa.

    Al limpiarla, se nota que la mesa est coja.

    El posadero se arrodilla. Las races han levantado la tierra.Desliza un guijarro bajo una de las patas de la mesa.

    An con la rodilla en tierra, enarcando las cejas, alza lavista hacia Claire y dice, en tono tranquilo:

    Estaba indeciso, seorita, porque hay un autillo.Seala con el dedo hacia la copa del rbol.Los dos al mismo tiempo alzan la mirada.El aire es ligero y azul.El roble parece desnudo, pese a que los rayos de sol aca-

    rician sus hojitas tiernas.Supongo que a estas horas el autillo estar dormido di-

    ce Claire.Usted cree?Claire asiente.De verdad lo cree?El posadero, an con una rodilla en tierra y los brazos cru-

    zados sobre la otra, la observa en silencio.

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    Estoy segura dice Claire.Toma la silla, se sienta ante la mesita, y se echa, sua-

    vemente, a llorar.

    La cita en la alcalda es a las diez y media.Claire ha tomado el desayuno lo ms temprano posible

    (en cuanto la patrona del hotel ha ido a buscar el pan a la pa-nadera), a las siete y cuarto.

    A las nueve, va al mercado.Deambula.

    Contempla una cestita de fresas perfectamente fuera detemporada. No resiste las ganas de tomar una fresa, metrselaen la boca, sentir su perfume.

    Cierra los ojos. La paladea.

    Estaba saboreando una fresa bastante inspida, cuando oy unavoz que le afect de forma indescriptible. Sinti que el interior

    de su cuerpo se dilataba, sin entender muy bien qu le pasaba.Abri los ojos. Se dio la vuelta.Un poco ms lejos, a la izquierda, una vendedora de ver-

    dura ecolgica sostena una animada conversacin con una se-ora de edad avanzada.

    Se acerc lentamente.Las verduras expuestas a la venta en aquel puesto no

    tenan un aspecto magnfico: su apariencia era penosa; elvolumen, informe; la piel estaba llena de tierra.

    La voz proceda de una dama pequeita que estaba anteellos.

    Llevaba un delantal blanco y por encima un pauelocon un motivo rosa de orecillas sobre fondo negro, demasia-do pequeo para la masa de su cabello. La seora vieja estabapreguntando cmo estaban los puerros.

    A Claire le gustaba su voz, que oa a diez pasos de dis-tancia.

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    Adoraba aquella voz.Buscaba el nombre que darle a aquel timbre tan claro, a

    aquella especie de oleaje de frases rtmicas que la atraan. La

    voz ascenda de las lechugas romanas y de las remolachas ne-gras. La voz pidi, bruscamente, con autoridad, un manojo derbanos. Luego la voz pidi unas acelgas, y entonces los ojosde Claire Methuen ya se llenaron de lgrimas. No lleg a llorar,pero con la vista empaada vio, sin extraarse, la mano y elanillo, que surgan por encima de las grandes hojas oscurasde los ramos de espinacas, para alcanzar la bolsa deslucida, depapel reciclado, que le tenda la vendedora.

    Claire empujaba a la gente que haca cola.Los que formaban la cola se pusieron a murmurar y a

    refunfuar.Seora Ladon murmur Claire, muy bajito.Nada. La anciana no se volvi.Repiti ms fuerte:

    Seora Ladon!Vio que la espalda de la anciana se contraa y su rostro se

    volva lentamente hacia ella. La anciana tena ojos castaos ygafas doradas. Alz la mirada hacia el rostro de Claire y parecimuy intimidada al encontrarse ante aquella joven tan grande,tan alta, el doble de alta que ella, que la llamaba por su nombre.La seora Ladon no reconoci de inmediato a Claire. Estabaobservndola cuando un seor, cubierto con un sombrero sui-zo, exigi a Claire que se pusiera al nal de la cola.

    Seora Ladon repiti Claire.Claire tom la bolsa de las compras de manos de la vieja.

    La dej en el suelo. Le tom la mano, le acarici los dedos, tanbellos, tan transparentes, tan articulados, tan apergaminados.Los acarici de uno en uno, como sola hacer tiempo atrs. Lamirada de la anciana se haba endulzado. Tena el cabello muyno y blanco, un poco azul. Algunos mechones blancos ota-ban sueltos alrededor de la cara.

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    No lo puedo creer. Eres la nia de los Methuen?Entonces se apartaron en silencio de la cola y del mos-

    trador.

    Has vuelto?Usted tambin, seora, ha vuelto a Bretaa. Ha vueltoa Saint-nogat?1 pregunt Claire.

    Exactamente.La tendera estaba tan emocionada como parecan estarlo

    las dos mujeres era una tendera muy comprensiva. Depositjunto a la bscula la segunda bolsa de papel reciclado de la queasomaban los puerros. Los rbanos eran tan pequeos como

    grosellas y eran mucho ms plidos.Eres la hermana mayor de Marie-Hlne dijo la seora

    Ladon con dulzura.Claire asinti. No era capaz de decir nada. Se le cerraba la

    garganta.Y el pequen?Paul est en Pars.Tengo que acabar las compras, pero promteme que an-

    tes de irte vendrs a verme a casa sin falta.Cundo?Ven a verme, a Saint-nogat, esta tarde despus de

    comer.Esta tarde no puedo, es la boda de Mireille.La hija de Philippe Methuen se casa?S, hoy se casa Mireille, pero maana an estar aqu.Entonces maana domingo. Despus de misa, cuando

    quieras.En la misma casa de siempre?En la misma.

    Ya era de noche. Claire haba bebido demasiado vino duranteel banquete de boda. En la habitacin de hotel, con el mapa

    1. Saint-nogat, barrio occidental del municipio de Dinard.

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    de la ciudad desplegado sobre la cama, vericaba cmo ir encoche, a partir del hotel de Dinard, a casa de la seora Ladon,en Saint-nogat. Luego se durmi.

    A las nueve, tom el desayuno en el cuarto.Desplaz el silln hasta la ventana.Encendi un cigarro. Busc en la gua telefnica del hotel

    abierta sobre las rodillas los nombres de su infancia. Encontrel nombre de velyne. Los timbrazos resonaron en el vaco.Ella no estaba en casa. No haba contestadora.

    No encontr el nombre de Simon Quelen.Encontr el nombre de Fabienne Les Beaussais.

    Fabienne respondi a la primera.Soy Claire. Claire Methuen. Te acuerdas de m?Ests loca. Es domingo.Te acuerdas de m, de Claire Methuen?S, claro, claro que me acuerdo.Te he despertado?S.Ests sola?

    S.Entonces ven a desayunar conmigo.Quedaron en el caf del puerto, La Barque de Festivus,

    frente al transbordador a las islas.Fabienne dej la bici de Correos en la acera, cerca de la

    mesa donde Claire estaba ya sentada con una taza de caf.Claire se incorpor pero no llegaron a besarse. Se rozaron

    las mejillas con los labios. A continuacin Fabienne llev unasilla a la acera y se sent a su lado.

    No te rompe los esquemas? Tu mejor amiga es car-tera.

    Por qu dices eso, Fabienne?Acaso cuando eras nia t soabas con ser cartera?No, no es que soara con eso, pero est muy bien.Y t?Otro caf. Dos cafs ms, por favor. Quieres un crois-

    sant? Yo, sigo traduciendo.

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    Cuntos idiomas dominas? Hablabas diez? Hablabasveinte?

    Claire se encogi de hombros.

    Pues yo pensaba que te haras pianista.Ayer vi a la seora Ladon.Me lo dijo cuando pas por su casa.La ves a menudo?Y cmo no la voy a ver? Cada da le llevo el correo y el

    peridico. Qu tienes? Te has lastimado?Fabienne adelant la mano para tocar la herida que Claire

    tena en la mejilla.

    Es el viento.Durante media hora hablaron de todo, de nada, guardaron

    silencio, se miraban, la marea bajaba, los barcos se inclinaban,el viento ola a cieno.

    Tengo que irme dijo Fabienne. No puedo invitarte. Miamigo viene a comer.

    Se levantaron. Caminaron por el muelle, Fabienne empu-jaba la bici de Correos por el muelle.

    Fabienne?S.El murete estaba demasiado mellado y hmedo para poder

    poner la mano en l.Claire le pregunt a Fabienne:Simon sigue aqu?S.En la gua no lo he encontrado.Claro. Es que se ha instalado en La Clart. Ha realquilado

    la farmacia de sus padres, y l gestiona la pequea farmacia delpuerto de La Clart. Ahora es el alcalde del pueblo.

    Fabienne aadi:Su hijo est enfermo. l, su mujer y su hijo viven en

    Saint-Lunaire.Gwenalle?S, ella. Es lgico, no?Es lgico.

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    Se haban detenido ante el prtico de la playa de Dinard.Las dos tenan la mirada puesta en la vieja rampa de ma-

    dera, pero no la vean.

    Las dos crean estar hablando, pero ya no se hablaban.Fabienne mont en su bici.Claire miraba en silencio el aire vaco y blanco sobre

    el mar.

    Se despert bruscamente. Estaba en la playa, recostada sobreuna roca. Una nia le daba golpecitos en la pierna.

    Mira!La nia acerc mucho su cara a la cara de Claire, que haba

    vuelto a quedarse dormida.Pero mira!Entonces abri las manitas, de las que surgi un pequeo

    cangrejo plido, todo translcido, que inmediatamente seocult entre sus dedos minsculos. Cay a la arena. Trat deenterrarse en ella. Corri en diagonal por los surcos de arena.

    La nia, a cuatro patas, logr recogerlo y ponrselo en lapalma de la mano.

    Hago una fbrica de cangrejos. Mira! All, llega el aguadijo la pequea volviendo la cabeza hacia Claire, mientras conel brazo le mostraba el espign donde haba instalado sufbrica.

    Te has vuelto a dormir!Le pequea daba golpecitos a Claire.Por qu tienes los ojos tan negros?

    Escal las rocas, una por una. Caminaba por la landa, sobremusgos, entre brezos y retamas. Volva a los lugares de su in-fancia. Reconoca los bloques de granito, los matorrales, lossenderos, los viejos muros, las escalinatas escarpadas, el mar,el estruendo del mar. Los volva a descubrir con impaciencia.

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    Para llegar a La Clart, si se viene de Dinard por el senderode los aduaneros, hay que pasar por Port-Salut, Port-Riou ySaint-nogat, pasar junto al nuevo centro de talasoterapia, su-

    bir hasta la cima de la colina.Despus del promontorio de la Roche-Pele, hay que se-guir subiendo por un camino bastante empinado hasta alcanzarla meseta.

    A partir de ah, es ms salvaje. Es la landa. En el extremode la meseta se encuentran las Piedras Tumbadas, junto a lasque se alza la capilla de Notre-Dame de La Clart. Para cruzarla landa y el yermo hay dos horas de camino. Si uno vuelve

    a descender, justo antes de llegar a Plage-Blanche, y se aso-ma, ver el precipicio que cae a pico hasta el mar, pero nopuede ver el puerto, porque est tan en vertical respecto a lacapilla que no se distingue.

    El puerto slo puede verse desde el mar.E incluso desde el mar, el pueblo de La Clart, pegado al

    acantilado, no se distingue bien.Se ve un poco la ropa tendida al viento.

    Se ven las antenas parablicas de televisin.Slo si uno las conoce puede adivinar las casas antiguas,

    granticas, negras, dispuestas en terrazas, en parte hundidas enel acantilado, escoltadas por las escalinatas excavadas en el gra-nito, oscuras, poderosas, con escalones altos e innumerables.

    En lo alto del acantilado, quieta, de cara al viento y al cielo,vuelve a ser feliz.

    Oye el mar, all abajo.Cierra los ojos.Entonces, poco a poco, muy lejos, en las recmaras pro-

    fundas de su memoria, oye el lavamanos de porcelana que vol-caba agua ruidosamente en la jofaina de loza del dormitorio desu ta.

    El bote de agua que llenaban en el fregadero, retirando elpedazo de madera que bloqueaba la manguera de goma negra

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    que vena de la cisterna, situada encima del techo de lagranja.

    El ruido de su ta Guite, Marguerite Methuen, la cuada

    de su padre, que sujetando el molinillo de caf entre las pier-nas mola los granos crujientes. Luego fue el ruido del hachaen la leera para hacer lea pequea, y el ruido de la podadoracortando las aulagas. Sus primos eran mucho mayores que ella.Iban por el ro a cortarlas y atarlas en gavillas. El mayor de losprimos, Philippe Methuen, era el padre de Mireille. l se hizocargo de la granja. Ella, de nia, les observaba formar las ga-

    villas. Siempre la mantenan al margen de sus tareas. Ella les

    observaba con mucha curiosidad. Ya trabajaban en la granja.No la soportaban porque ella era brillante en los estudios, por-que era una nia, porque su madre siempre la protega. Paul,su hermano pequeo, estaba interno en Pontorson. Slo se le

    vea en las vacaciones de verano. Slo entonces haba que so-portar sus lloriqueos, durante el mes de agosto.

    Ahora oye otro ruido que suena en su interior; est perforan-do conchas; perfora centenares de conchas; luego les pasa unhilo rojo; con los caracoles haca cascabeles. Con unas tijerasrecortaba envases de cartn de agua y de cerveza que luego pe-gaba con engrudo de harina. Fabricaba casas para los caracoles,para los saltamontes, para las ranas, para las orugas.

    Miraba con una especie de exaltacin incesante cmo lasorugas se transformaban en mariposas.

    Finalmente percibi, en un relmpago, al fondo de su me-moria, a ocho vacas sucias en el camin rojo bajo la lluvia, la-

    vadas por la lluvia; ocho vacas relucientes de lluvia; y tambinun coche con el motor quemado, ahogado en la lluvia, un cocheempotrado en el antepecho del acantilado.

    A los mirlos cados les construa nidos y les preparababanquetes a base de miga de pan y leche, con la esperanza desalvarles.