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PRESENCIA E IDEA DEL MUNDO Roberto Torretti El Comite de Actividades Academicas de la Facultad me ha invitado a ofrecer a Vds., en este acto inaugural del Aiio Acade- mico de 1977-78, una clase de mi curso de Cosmologfa Filos6fica. "Cosmologfa" -como Vds. saben- significa tanto como estudio razonado del cosmos, esto es, del mundo, del universo. Al llamar- la "filosofica" queremos subrayar que atenderemos de preferencia a cuestiones globales y fundamentales atinentes a ese estudio mis- mo, su sentido y &lcance y a lo que los filosofos Haman sus "condi- ciones de posibilidad". De una de esas cuestiones, tal vez la mas fundamental de todas, me propongo hablar ahora aqui: la cuestion relativa al modo -o los modos- como el tema mismo de la cosmo- logia se ofrece a nuestra consideracion. Una buena pista para averiguar como nos es dado un tema nos la proporciona nuestra propia manera de referirnos a el. Al tema de la cosmologfa nos referimos llamandolo por su nombre castellano, "mundo". Es facil advertir que este nombre funciona gramaticalmente de dos maneras diferentes: Primero, como nom- bre propio de algo (mico, el Mundo, "el mismo de todos" (como decia Heraclito), que nos rodea y abarca, y cuya presencia nos es ROBERTO TORRETTI nace en Santiago de Chile en 1930. Dr. Phil., Freiburg im Breisgau, 1954. Ensena en Rio Piedras, ConcepciOn (Chile) y Santiago. Deade 1970, catedratico de filosofia de la Uniuersidad de Puerto Rico en Rio Piedras. Actualmente dirige el Seminario de Filosofia de la Facultad de Humanidades y la reuista Dialogos. Ha sido becario de la FundaciOn Humboldt y de la Fundacion Guggenheim. Autor de Manuel Kant (Santiago, 1967), Filosofi'a de la naturaleza (Santiago, 1971), Problemas de la ialosofla (con Luis 0. Gomez, Rio Piedras, 1975) y Philosophy of Geometry from Riemann to Poincare (Dordrecht, 1978), ademtis de numerosos articulos.

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PRESENCIA E IDEA DEL MUNDO

Roberto Torretti

El Comite de Actividades Academicas de la Facultad me ha invitado a ofrecer a Vds., en este acto inaugural del Aiio Acade­mico de 1977-78, una clase de mi curso de Cosmologfa Filos6fica. "Cosmologfa" -como Vds. saben- significa tanto como estudio razonado del cosmos, esto es, del mundo, del universo. Al llamar­la "filosofica" queremos subrayar que atenderemos de preferencia a cuestiones globales y fundamentales atinentes a ese estudio mis­mo, su sentido y &lcance y a lo que los filosofos Haman sus "condi­ciones de posibilidad". De una de esas cuestiones, tal vez la mas fundamental de todas, me propongo hablar ahora aqui: la cuestion relativa al modo -o los modos- como el tema mismo de la cosmo­logia se ofrece a nuestra consideracion.

Una buena pista para averiguar como nos es dado un tema nos la proporciona nuestra propia manera de referirnos a el. Al tema de la cosmologfa nos referimos llamandolo por su nombre castellano, "mundo". Es facil advertir que este nombre funciona gramaticalmente de dos maneras diferentes: Primero, como nom­bre propio de algo (mico, el Mundo, "el mismo de todos" (como decia Heraclito), que nos rodea y abarca, y cuya presencia nos es

ROBERTO TORRETTI nace en Santiago de Chile en 1930. Dr. Phil., Freiburg im Breisgau, 1954. Ensena en Rio Piedras, ConcepciOn (Chile) y Santiago. Deade 1970, catedratico de filosofia de la Uniuersidad de Puerto Rico en Rio Piedras. Actualmente dirige el Seminario de Filosofia de la Facultad de Humanidades y la reuista Dialogos. Ha sido becario de la FundaciOn Humboldt y de la Fundacion Guggenheim. Autor de Manuel Kant (Santiago, 1967), Filosofi'a de la naturaleza (Santiago, 1971), Problemas de la ialosofla (con Luis 0. Gomez, Rio Piedras, 1975) y Philosophy of Geometry from Riemann to Poincare (Dordrecht, 1978), ademtis de numerosos articulos.

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mas entraiiable aun que la de la casa que habitamos 0 Ja del Jecho en que dormimos, por lo constante, e ineludibl~,, e inalienable. Segundo, como nombre comun, como cuando ~I filoso~o habla.de los infinitos mundos posibles, entre los cuales D1os habna escogido el mejor este mismo en que estamos reunidos; o cuando el ?ombre de cien~ia calcula y compara diversos "modelos de umverso", cerrado o abierto, estatico o expansivo, eterno o fechado. Lo que importa destacar sobre todo cuando contrastamos estos dos usos de la palabra "mundo" es que la empleamos por fuerza como nom: bre comun en cuanto intentamos formarnos un c~ncepto de que es 0 de c6mo es el mundo. Pues, un concepto es s1empre g~neral, a~nque de entrada se sepa que comprende un solo caso particular.

Los dos usos del vocable "mundo" indican dos modo~ de darsenos lo mentado por el: como presencia inmediata o med1ado por un concepto o -como de preferencia diriamos en nuestra habla cotidiana- representado por una idea. No pue?~ sorprender­nos tal dualidad, ya que todas las cosas se nos dan, tip1camente, de estas dos maneras- al m~nos todas las que !legan alguna vez a presentarsenos. Recurrimos a la idea como sustituto ~ complemen­to de la presencia. Gracias a la idea podemos cons1derar la cosa mientras esta ausente y llegar a conocerla con un grado de detalle con que nunca se presenta de una vez. La idea. d~ mundo es por cierto superflua como sustituto de su presenc1a mfaltable, pero parece tanto mas necesaria como complemento d~ ella, pues la presencia inmediata del mundo, aunque_ cabal Y sm reservas, e.s notoriamente inarticulada. La misma razon de la aparent~ !1eces1-dad de tener una idea del mundo es tambien la raiz de la, d1f1cultad de juzgar Ia correcci6n de la idea que nos ha~amos de el. Pues, !a correcci6n o justeza de la idea ha de med1rse por la pre~nc1a patente de Ia cosa misma a que se refiere. Y la pre;;enc1a del mundo, aunque nunca se nos escapa, es lo que llamar1amos una presencia latente, no patente. . . .

Consideremos esto con mas calma. _Para 1.uzgar s1 la idea que tenemos de una cosa es justa, y en que med1da lo es, prestamos atenci6n a la cosa misma, cuando se nos presenta en. persona. Pero el mundo como tal, aunque esta, como hemos d1cho, P~~~nte entero en todo momento, no es algo a lo que ~- pueda d~1grr la atenci6n. Por su naturaleza misma, nuestra at~nc1on recae s1empr~ sobre cosas 0 procesos, sus- aspectos y relac1ones, y no sobre e mundo que los engloba. Podemos atender a una clase, o a un negocio, 0 a un experimento cientifico, pero no podemos ~tender al mundo. Hagamos la prueba de enfocarlo con nuestra mirada Y

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veremos que esta acaba siempre yendo a parar, no en el mundo mismo, sino en alglin objeto particular dentro de el. Resulta cierta­mente parad6jico que el mundo, cuya presencia no nos falta jamas, nos eluda justamente en cuanto procuramos fijar en el la atenci6n. Extraiia presencia es esta, de la que sabemos todo el tiempo que esta ahf, y que, no obstante, se sustrae a cada in ten to de captarla.

La soh.ici6n de esta paradoja nos proporciona tambien Ia clave para entender la peculiar indole de lo que hemos estado llamando la presencia del mundo. La soluci6n descansa en un hecho sencillo y familiar que puede expresarse asf: Cada vez que atendemos, desatendemos. Cada vez que otorgamos nuestra aten­ci6n a algo, a este papel por ejemplo, o a las palabras que estoy diciendo ante Vds., tenemos que denegarsela a todo lo demas. La atenci6n, como se suele decir, debe ser excJusiva, y por lo mismo tiene en la desatenci6n su indispensable complemento. Pero -en contraste con lo que algunos te6logos nos cuentan sobre el olvido divino, que bastaria para devolver a la criatura olvidada a la nada de la que sali6 -la desatenci6n del hombre no anonada a los objetos desatendidos. (De otro modo, como facilmente se com­prende, no habria universidades, pues alum nos y prof esores nos habriamos hace tiempo exterminado mutuamente.) Mas aun, la desatenci6n ni siquiera menoscaba la presencia de dichos objetos. Las personas y cosas desatendidas, aquellas a que no atendemos ahora y tambien aquellas a que no hemos atendido nunca, estcin ahf, formando el trasfondo contra el cual se destaca y, por asf decir, el suelo sobre el cual se yergue el objeto momentaneo de nuestra atenci6n. Y ese fondo permanente e inmenso de lo que no tenemos de momenta entre manos es lo que llamamos la presencia def mundo. Atado a esa presencia por un sinnumero de conexiones ignoradas, el objeto atendido permanece sumido en ella por la masa opaca de su interior. En cuanto al hombre que a el atiende, me atrevo a sostener que se consideraria ajeno a esa presencia, mero transeunte o exiliado en el mundo, si pudiese identificarse con esa pura conciencia atenta y traslucida que han descrito algu­nos fil6sofos, si no sintiese el peso sordo de sus entraiias, si no conociese noche a noche el olvido de sf.

No ha de sorprendemos pues que, aunque insoslayable, el mundo nunca nos de la cara. No es posible, entonces, confrontar nuestra idea del mundo con una percepci6n, siquiera aproxi­mada, de c6mo es. Se dira que ello nada tiene de raro; que lo mismo ocurre con tantos objetos particulares que son demasiado vastos o demasiado complejos para captarse con un s6lo golpe de

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vista. Para conocer la ciudad de Roma, hay que recorrer sus calles una a una. Para darnos una idea del Imperio Romaro, centen~ de eruditos ban dedicado sus vidas a escrutar los numerosos te~tir:no­nios de su historia. Se dira ademas, que todo nuestro c~noc~~en­to, a(m el de las cosas mas humil~es, sigue un. patro~ sm~1lar, construyendo su objeto por recolecc1on, compar~c1~n_Y smtesis de sus diversos aspectos y detalles. La tarea es mas facil en algu~os casos, mas ardua y arriesgada en otros, pero en todos esenc1al­mente igual. Y del mismo modo que hemos llegado a tener ~na idea bastante adecuada de la anatomia y fisiologia .de la r~a, b1en podriamos llegar a conocer la estructura y .func1onam1ento del universo analizando y combinando sus partes mtegrante~. No cabe duda de' que la mayoria de los investigad?re~ qu~ ~raba1an. actual­mente en el desarrollo de una cosmologia c1ent1flca con~1ben ~ labor de esta manera y no consideran que hay a una d1f e~enc1a esencial entre el estudio de las cosas particul.ares Y. el estud10 d~l mundo entero a partir de sus#espectivas mamfestac1~nes perceptl­bles. Sin embargo, el claro contraste entre .la presencia del mu~do y el modo de presentarsenos las cosas mtram~n~~nas deb1era prevenirnos contra la tentacion de exagerar la. s1m1htud de estas dos formas de estudio. Hay entre ellas, por c1erto, u?a estrecha relacion; pero esta es mas compleja que un mero paralelisn:io.

La construccion del objeto del conocimiento a partlr ~e una presentacion parcial de sus aspectos e ingredient~s p~~cede s1empre guiada por criterios normas y metodos de aphcac1on general. El mas familiar de tod~s ellos es la analogia. Se completa !a construc­cion del objeto parcialmente presentado por analog1.a ~on otro semejante que se conoce mejor. Se trata de un proced1m1ento tan elemental, que de ordinario ni nos damos cuenta de que lo est~mos

l. do Asi' el medico espontaneamente ausculta el corazon al ap 1can . , . lado izquierdo del pecho de un paciente que ve por primera vez, porque a ese lado lo llevan todas -o casi todas- las personas ~ue ha conocido en su vida. Pero, indispensable co!Ilo es en la. v1da cotidiana y en la investigacion cientifica de fenomenos part:cula­res la analogia de nada puede servimos en nuestro empeno d~ co~struir una idea del mundo, pues no conocemos otro mu~do! m mucho menos una familia de mundos, que.nos procur~ ~n termmo de comparacion y una base para razonam1entos a~alogicos. acerca del mundo presente. He aqui pues una circunstanc1a que, qutebra el paralelismo entre las dos formas de estudio. que come_n~ab~os. Se dira, si, que ella no es decisiva. El pensam1e~to analogico, 1mpres­cindible sin duda para orientarnos en la real1dad, es con todo una

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forma de pensamiento derivada y no fundamental: se nutre de. otra forma de pensamiento, verdaderamente basica, que llamaremos pensamiento hipotetico o conjetural. Me explico. Como no hay dos cosas identicas, el razonamiento analogico, que completa la idea de una cosa conocida a medias apelando a su semejanza con otras que se conocen mejor, deriva su fuerza de una hipotesis o conjetura sobre la pertinencia o -si los colegas hispanistas me autorizan el barbarismo- sobre la "relevancia" de las similitudes que se toman en consideracion. El uso de hipotesis para fundar una analogia es solo una entre las varias formas como se emplean las hipotesis en la construccion del objeto del conocimiento. Y en este aspecto, de veras fundamental y decisivo, no parece haber diferencia entre el estudio de las cosas particulares y el estudio del universo en su conjunto. <.Que otro camino puede haber para hacerse una idea del universo, que el de bosquejarla hipotetica­mente en un acto de adivinaci6n genial y contrastar luego las consecuencias de la hipotesis con los pedazos de universo a que efectivamente tenemos acceso? Pues el mismo camino ha de seguirse en la investigacion de las cosas intramundanas. Tambien en este caso, especialmente si se trata de cosas vastas y complejas, la hipotesis, la conjetura, en otras palabras, la adivinaci6n precede y orienta la busca y ordenacion de los datos que se espera integrar en la idea del objeto estudiado. Desde que Hertz logro en 1887 realizar en su laboratorio la primera minitrasmision radial, en confirmacion de la hipotesis adelantada por Maxwell un cuarto de siglo antes, la historia de la ciencia ha corroborado una y otra vez la prioridad de la hipotesis, la necesidad de disponer de antemano de un esquema interpretativo incluso para ver las cosas como son.

El primado de la hipotesis, que da al traste con la esperanza de John Stuart Mill y otros filosofos decimon6nicos de fundar la soberania del pensamiento analogico en una pretendida "16gica inductiva", suscita a la vez un grave problema de metodo. Cual­quier coleccion de datos parciales sobre una cosa o sobre una clase de cosas, o sobre el mundo en su conjunto, puede ser explicada igualmente bien por un sinnumero de hipotesis incompatibles entre si. <.Como elegir la hip6tesis correcta? Los filosofos de la ciencia se inclinan a opinar que la hipotesis preferida ha de ser en cada caso la mas simple de las diversas altemativas viables. Esta preferencia, plausible mientras se creyo que el mundo era la obra d.e un Supremo lngeniero empeiiado en conseguir la maxima r1queza de efectos con el minimo despliegue de recursos suele jus­tificarse en nuestro siglo ateo por razones de comodidad: Tai justi-

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ficacion entraiia por cierto una renuncia a conocer la verdad de lo real, pues la hipotesis mas comoda, esto es, la mas manuable para el hombre no tiene por que ser la mas verdadera. Pero el problema a que he ~udido no es este, sino otro que parece mas grave a(m. Lo_s filosofos de la ciencia ban invertido grandes esfuerzos en determ1-nar un criteria de simplicidad que permita decidir inequivoca­mente en cada caso cufil es la hipotesis que se debe preferir, pero su labor ha sido en vano. Loque es mas simple desde un punto de vista o en cierto contexto, no lo es desde otro o en un contexto distinto. Harfa falta un criteria superior para poder elegir entre los criterios propuestos y convertir en ciencia "el mito de la simplici­dad". Lo curioso es que este problema, a todas luces insoluble, que debiera tener sumida a la ciencia en la mas completa desorienta­cion, solo tiene vigencia en las discusiones de los filosofos. En cada una de las grandes epocas de la ciencia no ban circula­do a la vez mas que unas pocas hipotesis alternativas concernientes a una dada f am ilia de hechos- El conflicto entre ell as se ha po dido dirimir generalmente apelando a la experiencia. Nunca ha habido que afrontar la eleccion entr~ un gran numero de hipotesis contra­dictorias e igualmente conciliables con los hechos, como en la pesadilla filosofica descrita.

;,A que se debe esto? En parte quizas a la_talt_a de imagina­cion y la pereza mental de los hombres de c1enc1a, _que no ~e afanan por hallar nuevas explicaciones de las cosas m1entras dIS­pongan de una que trabaja satisfactoriam~~te y se deja corrob?rar por los fenomenos observados. Pero t~mb1en se debe a q~e ~a hbre admision de hipotesis alternativas esta fuertemente restrmgida, en cada fase de la historia de la ciencia, por la exigencia de que toda hipotesis propuesta para dar cuenta de un grupo particular de fenomenos concuerde con las hipotesis de orden mas general aceptadas como vfilidas por la comunidad cientifi~a. Asi, po~ ~jem­plo, si todavfa hay alg(in punto oscuro en la teoria del .arco IrIS, las hipotesis ofrecidas para aclararlo deben ser compatibles con la teorfa electromagnetica vigente. Solo si un fenomeno resiste tenaz­mente todos los intentos de explicarlo dentro del marco de la orto­doxia establecida, puede ocurrir, cuando las circunstancias. ~n propicias, que la reflexion sobre el mismo conduzc~ a u~a rev1S1on radical de la ciencia vigente y abra paso a la const1tuc1on de una nueva ortodoxia. (Ejemplo: la radiacion del cuerpo negro estu-diada por Planck hacia 1900). . . .

Las caracteristicas anotadas de la histona de la c1enc1a me sugieren una conjetura sobre la verdadera indole de la idea del

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mundo ;: su func~o~ en la economia del conocimiento. En las dos ~andes epo~as clas1cas de. I~ ciencia occidental, Ia ciencia aristote­hca prevalec1ente en la antiguedad tardfa yen el medioevo 1· J' · · t' 1 · . s am1co y eris iano, .Y a c1enc1a gal~eo-newtoniana fundada en el siglo ~II Y do?!mante hasta com1enzos del siglo XX, Ia investigacion e mterpretac~o.n de Ios fenomenos naturales se enmarcaba en un esq~ema bas1.co o plan maestro del cosmos que constituia, por asi dec1r, la e~pm.a dor~al de la ortodoxia cientifica respectiva. Tal esque?1a cosm1co o idea del mundo -diametralmente diversa en cada epoca~ no resp?~dia sino minimamente, a las sugerencias de la observac1on. Era t1p1camente una idea previa un "proyecto d

d " d' - d ' e mun o , 1sen.a o P.or uno o. m_as. pensadores, basado principal-mente en cons1derac1ones aprionsticas relativas a Ia racionalidad de lo real,, Y perpetuado en parte por su atractivo intrinseco -Io que llamariamos s~ belleza-, en parte tambien por su valor com­probado c?mo, ~Ula de .fr~ctif eras investifillciones de detalle. El ~o~m.os anstotehco es fm1to, porque es imposible concebir un mfm1to actual, ,Y esta ~ompletamente Ueno, porque Ia existencia de un_ l~gar vac10 tendria consecuencias absurdas. EI cosmos finito e~ esfenco, porque esta es la forma mas perfecta y porque no hay nmguna raz~n. par~ que sea mayor en una direccion que en otra. Como es esfenco, tiene un centro. Ello determina Jos movimientos naturales de las sustancias corp6reas: en Jinea recta hacia el centro Y. desde el centro y en circulos alrededor del centro. Hay sustan­c1as en tomo nuestro como el fuego y Ia tierra que se mueven natura~mente en cad~ una .d.e las dos maneras indicadas primero; pero nmguna sustanc1a fam1har se mueve en circulos alrededor del ce~t~o del mundo. Por lo tanto, concluye Aristoteles, tiene que ex1stir una sustancia desconocida para nosotros que se mueva naturalmente de_ esta ultima manera. De esa sustancia estcin hecho los astros Y I~ boveda c~Ieste. S~ movimiento circular, peri6dico y eterno, constituye el tiempo cosmico y gobierna los ritmos del ~undo sublu~ar. Se consuma asi Ia separaci6n radical entre Ia ti.erra Y .Ios c1elos, _t~ grata a la piedad helenica, que justifica Ia difere!lc!a metodolog1ca entre Ia astronomia antigua y medieval, ge?metnca Y exacta, y _Ia ffsica, cualitativa y aproximada. La quiebra,,de ~sta_ ~paracion fue uno de Ios pasos decisivos de Ia revoluc1?,n c1ent1f1~a de los siglos XVI y XVII que desemboca en Ia concepc1on del umverso newtoniano. Este consiste en una multi­tud m.uy ~and~, posiblemente infinita, de particulas de una misma :at~r1a, d1fund1das po~ un espacio infinito, cambiando de posicion

el a lo largo del t1empo. Aunque la materia, como ensefia la

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t probablemente sera ani-Bi~lia, ha sido cr~:~a eno ':::is~~~:r~ ;arejamente de ete!nidad a quilada en otro, e ie~p . , de la materia y despues de su eternidad. Antes . de a creac~on , o homogeneo igual en todas aniquilacion subds1ste ;! e~pa~~t::f~ ~s un centro' de fuerzas que direcciones. Ca a pa icu ~ ro no sobre las particulas de la actuan sobre las otras par~1,cu\asi·bre de la accion de fuerzas exter­manera siguiente: una par i~,u aa ~ecta recorriendo distancias igua­nas s6l~ puede .mover~ e.n i~encion 'de fuerzas externas la aparta les en tiempos iguales,da 1(~te d. do de la magnitud de la fuerza en mayor o menor gra 0 epen ien , ) d ortamiento y la cantidad .de materia d:a~~ x:r~~~:~or ~as:st~~~ra intrinse­normal, pre~rito com_? se a s historiadores citan diversas razo­ca del espac16 Y del t.1e.mpo. Lo ueden haber motivado esta idea nes metaf isic~ Y re~i~osas q~e Jas ellas si no como fuente de su del mundo. Mas declSlva que o de ~ triunfo es a mi modo . ·, todo caso como causa • ' . mvenc1on, en . , t dolo' gica: la vision del umverso d Una simple razon me o t" l e ver, .-". f •t es la (mica que garan iza a material abierto en el espac1_0 ~ i~u~lides al estudio de todas las aplicabilidad de la geoml et~1'ad e gular del programa de la ciencia cosas naturales, que es a pie ra an

moderna. ., . t'f del siglo xx no ha cristalizado aun La revoluc1_?n c1en 1 ica nicomprensiva como los sistemas

en una ortodox1a est.able ~ om no faltan indicios de que si algim aristotelico Y newt~mano. ero r darse ella descansara como sus dia una tal ortodox1a llega a conso ~ . 'H . 1920 cuando las

. d cosmolog1ca. ac1a ' predecesor~s e~ un: 1

1 eat , a de la gravitacion de Einstein, . el primeras v1ctoria;s . e a eon We 1 en su gran obra Espacio, matematico Y f .1sico He~an~, Y de lo que queria ser un pro­tiempo Y matena, i trazo las lm~fsica de nuestro tiempo. El uni­grama global·~ du[l~de~~~~~a :ariedad diferenciable de cuatro di­verso se conc1 e a 1 c turas matematicas capaces de mensiones portador~ de estr;icdas las fuerzas de la naturaleza. representar - eventu mer_ite- 0 ndo lano cuando el des­El programa de Weyl p~~ pron~~t~c:~acia r925 y SU brillante cubrimiento de la m~ca~ic~ cu~, de' casi todos lo's investigadores ~~era dhe e~itolas amt~l~~~f ~i~:n~~n el siguiente cuarto de siglo, la 1ovenes ac1a ·

1 H. Weyl, Raum-Zeit-Materie, Fuenfte, umgearbeitete Aufiage (Berlfn:

J. Springer, 1923).

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ciencia natural, turbada por el drama politico que trastorna las vidas de tantos de sus cultivadores y sume a sus pafses en la barbarie y la destruccion, cegada tambien por el falso relumbre de la filosoffa positivista que concebfa a las teorfas cientificas como meros siste­mas de cruculo para la prediccion de observaciones, la ciencia natu­ral, digo, afligida por tanta calamidad, tiende a aceptar resignada que haya varias teorias cientificas diferentes, competente cada una en su especifico campo de aplicacion, aunque mutuamente contra­dictorias en las zonas fronterizas. En esos afios aciagos, el afcin de unidad y coherencia peivive solo en la obra de unos pocos hom­bres de ciencia distinguidos: el propio Einstein, fiel al programa de Weyl hasta su muerte; Sir Arthur Eddington y E. A. Milne, a quienes la comunidad cientifica internacional mira como a un par de ingleses excentricos. Significativo para nosotros es que estos dos buscaran, cada uno a su modo, la unificacion de las teorias fisicas por la via de la especulacion cosmologica, asentada resueltamente en consideraciones aprioristicas. Cosmologica tambien es la preo­cupaci6n dominante en las investigaciones mas recientes dirigidas a lograr una sintesis de la teoria macrosc6pica de la gravitaci6n y la teoria microsc6pica de las fuerzas nucleares y electromagneticas. Esta tarea, emprendida ya en la decada del cincuenta por John Archibald Wheeler, de Princeton, y su escuela geometrodincimica, ha atraido en los ultimos diez afios el interes de otros hombres de ciencia menos idiosincraticos, como Andrei Sakharov, 2 el valeroso fisico nuclear y humanista ruso, y Steven Weinberg, el agudo y sobrio fisico de particulas de Harvard, que public6 en 1972 un esplendido tratado sobre Gravitacion y cosmologfaa y acaba de sacar un breve libro de divulgaci6n, muy legible e instructivo, titu­lado Los primeros tres minutos, 4 esto es, los tres minutos iniciales de la expansion del universo.

Si los esfuerzos de estos u otros pensadores redundan en la creaci6n de una f isica unitaria encuadrada en una cosmologia, veremos una vez mas a la investigaci6n met6dica y sistematica de los fen6menos naturales ordenarse entre los dos polos de la presen-

2 A. Sakharov, "Vacuum Quantum Fluctuations in Curved Space and the Theory of Gravitation", trad. inglesa en Sou. Phys. Doklady, 12 (1968), pp. 1040-1041.

3 S. Weinberg, Grauitation and Cosmology (Nueva York: John Wiley, 1972).

4 S. Weinberg, The First Three Minutes: A Modern View of the Origin of the Uniuerse (Ntieva York: Basic Books, 1977).

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cia del mundo, que llama la atencion sobre las cosas discernibles en su seno, y la idea del mundo, que las dispone, esquematica pero nitidamente, en una estructura de conjunto. Conjurada por la presencia, la investigaci6n serfa guiada nuevamente por la idea. Pero aunque la idea este por su mismo nombre referida a la presen­cia, nada autoriza para pensar que la articulacion delineada por aquella esta de alg(m modo contenida en esta, que la idea, fruto de la razon, en alg(in sentido retrata la presencia prerracional en que la razon descansa. Solo una filosoffa acritica puede confundir asi el alfa y el omega, el origen y la meta, el eje y el norte de la brujula, el suelo nutricio del arbol de la ciencia y la direcci6n en la que este crece; o, para decirlo sin metaforas, sino con los t.erminos acuiiados por el mas veraz y clarividente de los filosofos moder­nos: s6lo un pensamiento acritico puede identificar la idea regula­dora del cosmos, que ilumina y orienta el progreso de la experien­cia, con la presencia indiferenciada del "mundo en si".

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