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EL PAIS DE CUATRO PISOS (Notas para una definici6n de la cultura puertorriqueiia) ... Ia hi s toria era propaganda pollti ca, tendia a crear Ia unidad nacional, es decir, Ia naci6n , desde fue ra y contra Ia tradi ci6n, bas andose en Ia li teratura, era un querer ser, no un deber se r porqu e existicran ya las condiciones de hecho. Por es ta mi s ma po sic ion suya, los inte lectuales debian di s tin gui rse del pueblo, s i- tuarse fuera, crear o re forza r e ntr e e ll os mi s mos e l es- pf'ritu de casta, ye n el fond o desconfiar, del pueblo , sentirlo extraiio, ten e rl e miedo, porquc en rcalidad era algo desconocido, una mistcriosa hidra de innu- merables cabezas.{ ... J Por el co nt ra rio ... muc hos m o- vimientos int e lcctual cs i b an diri gidos a modcrnizar y des-retorizar Ia cultu ra y ap r oxima rla al pueblo, o sea nacionalizarla (Naci6n-pu eb lo y naei6n-ret6rica, po- dria deci r se que son las dos tc nd encias.) -Antonio Gramsci, Cu adernos de Ia c6rce/ ( HI , 82) 9

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EL PAIS DE CUATRO PISOS (Notas para una definici6n de la cultura puertorriqueiia)

... Ia historia era propaganda polltica, tendia a crear Ia unidad nacional, es decir, Ia naci6n, desde fuera y contra Ia tradici6n, basandose en Ia li teratura, era un querer ser, no un deber ser porque existicran ya las condiciones de hecho. Por esta misma posicion s uya, los intelectuales debian dis tingui rse de l pueblo, si­tuarse fuera, crear o re forzar entre e llos mismos e l es­pf'ritu de casta, yen el fondo desconfiar, del pueblo, sentirlo extraiio, tenerle miedo, porquc en rcalidad era algo desconocido, una mistcriosa hidra de innu­merables cabezas.{ ... J Por e l cont rario ... muchos mo­vimientos inte lcctualcs i ban diri gid os a modcrnizar y des-retorizar Ia cultura y aproximarla a l pueblo, o sea nacionalizarla (Naci6n-pu eblo y naei6n-ret6rica, po­dria decirse que son las dos t cndencias.)

-Antonio Gramsci, Cuadernos de Ia c6rce/ (HI, 82)

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Un grupo de_j6venes estud iosos puertorrique­i'ios de las ciencias sociales, egresados en su mayor parte de diversas Facultades de Ia Universidad Na­cional Aut6noma de Mexico y agrupados en Puerto Rico en el Seminario de Es tudios Latinoamerica­nos, me dirigieron hace poco (escribo en septiem­bre de 1979) la siguiente pregunta: iC6mo crees que ha sido afectada La cultura puertorriqueiia por La intervenci6n colonia/isla norteamericana y como t•es su desarrollo actual? Las lineas que siguen cons­tituyen un intento de respuesta a esa pregunta. Las he subtitulado "Notas .. . " porque solo aspiran a enunciar el nucleo de un ensayo d e interpretacion de Ia realidad hist6rico-cultural puertorriqueiia que indudablemente requeriri~ un anal isis mucho mas detenido y unas conclusiones mucho mas razo­nadas. Con todo, espero que sean de alguna uti­lidad para los miembros del seminario y para los demas lectores que las honren con su atenci6n critica.

* * * La pregunta, como nos consta a todos, plantea

una cuestion importantisima que ha preocupado y sigue preocupando a muchos puertorriquei'ios com­prometidos, desde diversas posiciones ideologicas, con Ia realidad nacional puertorriquei'ia y natural­mente interesados en sus proyecciones futuras. AI empezar a contestarla, me he preguntado a mi vez que entienden ustedes - pues sin duda se han en­frentado al problema antes d e proponermelo a mi- por "cultura puertorrique na". Me he dicho que tal vez no sea exactamente lo mismo que en­tiendo yo, y no me ha parecido arbitrario anticipar esa posibiJidad porque tengo plena conciencia de

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que todo lo que dire a continuacion r epresenta e l esbozo d e una tesis que contradice much as de las ideas q ue la mayoria d e los intelectuales puertorri· quen os han postulado durante var ias d ecadas como verd ad es establecidas, y en no pocos casos como au­ten tico s articulos d e fe patriotica. Tratare, p u es, de ser lo m as explicito posible d entro d e l b reve espa· cio que me concede Ia naturaleza d e esta respuesta (que, por otra parte, no pretende ser de fini tiva sin o ser vir tan solo como punto d e partid a para u n d ia logo cu ya cordia lidad, espero, sepa resist ir Ia prueba d e cualq uie r d iscrep an cia legitima y pro· vechosa).

E mpezare, entonces, afirmando mi acuerdo con la idea, sostenida por numerosos sociologos, de que en el seno de toda sociedad dividida en clases coexisten dos culturas: Ia cultura de los opresores y Ia cultura de los oprimidos. Claro esta que e~as dos culturas, precisamente porque coexisten, no son compartimientos estancos sino vasos intercomuni­cantes cuya existencia se caracteriza por una cons­tante influencia mutua. La naturaleza dialectica d e esa relaci6n genera habitualmente Ia impresion de una homogeneidad esencial que en realidad no existe. Tal homogeneidad solo podria darse, en ri­gor, en una sociedad sin clases (y aun asi, solo des· pues de un largo proceso de consolidaci6n). En toda sociedad dividida en clases, Ia relacion real entre las dos culturas es una relacion de dominacion: Ia cultura de los opresores es la cultura dominante y Ia cultu r a d e los oprimidos es Ia cultura dominada. Y Ia q u e se presenta com o "cultura gener a l", vale d e­cir como "cultura n acional", es, natu ralmente, la cultura d ominan te. Par a empezar a d ar respuest a a

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Ia pregunta que usted es m e hacen r esulta necesa­r io, pues, precisar que e ra en Puerto Rico Ia "cultu­ra nacional" a Ia llegada de los norteamericanos. Pe­ro, para proceder con e l minimo rigor que exige el caso, lo que hay que precisar primero es otra cosa, a saber, lque clase de nacion e r a Puerto Rico en ese momento?

Muchos puertorriquenos, sobra d ecirlo, se han hecho esa pregunta antes que yo. Y las r espuestas que se han dado han sido diver sas y en ocasiones contradictorias. Hablo, claro, d e los puet:torrique­iios que han concebido a Puerto Rico como nacion; los que han negado la existen cia d e Ia nacion, tanto en e l siglo pasado como en e l presente, plantean otro problema que tambien m erece analisis, pero que por ahora debo d ejar d e lado. Consideremos, pues, dos ejemplos mayores entre los que nos interesan ahora: E ugenio Mar ia de Hostos y Pedro Albizu Campos. Para Hostos, a Ia a ltura misma d e 1898, lo que e l regimen colonia l espanol habia dejado en Puerto Rico era una sociedad "donde se vivia bajo Ia providencia d e Ia barbaric"; apenas tres decadas mas tarde, Albizu d e finia Ia reali­dad social de ese mismo r egimen como " Ia vieja fe­licidad colectiva". lA que atribuir esa contradic· cion extrema entre dos hombres inte ligentes y honrados que defendian una mism·a causa politi· ca: Ia independencia nacional d e Puerto Rico? Si r econocemos, como evidentemente estamos obligados a reconocer, que Hostos era el que se apegaba a Ia verdad historica y Albizu e l que Ia ter give r saba, y si no queremos incurrir en inter­pre taciones subjetivas que ade mas d e posible· mente erroneas serian injustas, es preciso que

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busquemos la razon de la contradiccion en los procesos historicos que Ia determinaron y no en Ia personalidad de quienes la expresaron. Nose trata, pues, de Hostos versus Albizu, sino de una vision historica versus otra vision historica.

Empecemos, entonces, por preguntarnos cual fue Ia situacion que movio a Hostos a apegarse a Ia verdad historica en su juicio sobre la realidad puer­torriquei'ia en el momento de la invasion norte­americana. En otras palabras, lque le permitio a Hostos reconocer, sin traicionar por ello su COO\ ic­cion independentista, que ala altura de 1898 " Ia de­bilidad individual y social que esta a Ia "ista parece que hace incapaz de ayuda de si mismo a nuestro pueblo"? Lo que le permitio a Hostos esa franqueza critica fue sin duda su vision del desarrollo histori­co de Puerto Rico hasta aquel momento. Esa vision era Ia de una sociedad en un grado todavia pri mario de formacion nacional y aquejada de enormcs ma­les colectivos (los mismos que denunciaba Manuel Zeno Gandia al novelar un "mundo enfermo" y ana­lizaba Salvador Brau en sus "disquisiciones sociolo­gicas"). Si los separatistas puertorriquei'ios del siglo pasado, con Ramon Emeterio Betances a Ia cabeza, creian en Ia independencia nacional y lucharon por ella, fue porque comprendian que esa indepcndcn­cia era necesaria para llevar adelante y hacer culmi­nar el proceso d e formacion de Ia nacionalidad, no porque creyeran que ese proceso hubicra culmina­do ya. No confundian Ia sociologia con la politica, y sabian que en el caso de Puerto Rico, como en c l de toda Hispanoamerica, Ia creacion de un Estado na­cional estaba Hamada a ser, no la exprcs ion de una nacion definitivamente formada :•ino el mas pode-

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roso y eficaz instrumento para impulsar y compte­tar e l proceso de formacion nacional. Ningun pais hispanoamericano habia llegado a Ia independen­cia nacional en el siglo XIX como resultado de Ia culminacion de un proceso de formacion nacional, sino por Ia necesidad de dotarse de un instrumento politico y juridico que asegurara e impulsara el de­sarrollo de ese proceso.

Ahora bien: el hecho es que los separatistas puertorriqueiios no lograron Ia independencia na­cional en el siglo pasado y que todavia hoy muchos independentistas puertorriquefios se preguntan por que no Ia lograron. Todavia hay quienes pien­san que ello se debio a que una delacio·n hizo abor­tar Ia insurreccion de Lares, o a que los 500 fusiles que Betances tenia en un barco surto en Santomas no llegaron a Puerto Rico a tiempo, o a que veinte aiios despues los separati stas puertorriqueiios esta­ban combatiendo en Cuba y no en su propio pais, o a quien sahe que otras "razones" igualmen te ajenas a una concepcion verdadcramente cientifica de Ia historia. Porque Ia unica razon real de que los sepa­ratistas puertorriquefios no lograron Ia indepen­dencia nacional en el siglo XIX fue Ia que clio, en mas de una ocasi6n, e l propio Ramon Emeterio Be­lances, un revolucionario que despues de su primer fracaso adquirio Ia sana costumbre de no engafiarse a si mismo, y esa raz6n era, para citar textualmente al padre del separatismo, que "los puertorriqueiios no querian Ia independencia". Pero, lque querian deeir exactamente esas palabras en boca yen pluma de un hombre como aquel, que nunca acepto otro destino razonable y justo para su pais que Ia inde­pendencia nacional como requisito previo para su

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ulterior integraci6n en una gran confederaci6n an­tillana? iQuienes eran " los puertorriqueiios'; a que alud Ia Betances y que significaha eso de "no querer la independencia"? El mismo lo exp lic6 en una car­la escrita d esde Port-au-Prince poco despues de Ia intentona de Lares, en Ia que atribuia esa derrota al hecho de que "los puertorriqueiios ricos nos han abandonado". A Betances no le hacia falta se r mar­xista para saber que en su tiempo una revoluci6n anticolonial que no con tara con el apoyo de Ia clase dirigente nativa estaha condenada al fracaso. Yen Puerto Rico esa clase, efectivamente, "no querfa Ia independencia". Y no Ia ·queria porque no podia quererla, porque su dehilidad como clase, d e te r­minada fundamentalm ente - lo cual no quiere de­cir exclusivamente- por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas en Ia sociedad puertorrique iia, no le permitia ir mas alia de la aspiraci6n reformis­ts que siempre Ia caracteriz6. El r e lativo desarrollo de esas fuerzas productivas, y por consiguiente de Ia ideologia d e Ia clase hacendada y profesional crio­lla (lo que mas se asemejaba entonces a una inci­piente burguesia nacional) entre 1868 y 1887 fue lo que d e termin6 e l transito del asimilismo al autono­mismo en Ia actitud politica de esa clase. A lo que nunca pudo Jlegar esta, ni siquiera en 1898, fue a Ia convicci6n de que Puerto Rico era ya una naci6n ca­paz de r egir sus propios destinos a traves de un Es­tado independiente. En e l caso de Hostos, pues, Ia aspiraci6n a Ia independencia no estaba re iiida con una apreciaci6n realista de Ia situaci6n hist6rica que vivia. Y fue esa apreciaci6n la que lo lie \ 6 a dictaminar en 1898, cuando se enfrent6 directs­mente a Ia realidad d e l pais despues de un ex ilio de

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varias <lecadas, que e l pueblo puertorriqueiio estaba incapacitado para darse tm gobicrno propio, y a proponer, para superar esa incapacidad, un proyecto de regeneraci6n fisica y moral cuyas metas podrian alcanzarse, si se aprovechaba bien el tiempo, en un plazo de veinte aiios.

La situaci6n hist6rica que le toc6 vivir a Albizu nose caracteriz6 tan solo por el escaso desarrollo de la clase dirigente criolla que e l qu iso movilizar en una lucha independentista, sino por algo toda\ia peor: por Ia expropiaci6n, Ia marginaci6n y el des­ca labro de esa clase a causa de Ia irrupci6n del capi­talismo imperialists norteamericano en Puerto Rico. Ese proceso lo ha explicado muy bien Angel Quintero Rivera en sus aspectos econ6mico y poli­tico, dejando muy en cla ro que Ia impotencia de esa clase para enfrentarse con un proyecto hist6rico progresista a l imperialismo norteamericano en ra­z6n de su cada vez mayor dehilidad econ6mica, Ia llev6 a abandonar su liberalismo decimon6nico para asu mir el conservadorismo que ha caracteri­zado su ideologia en lo que vade este siglo. La idea­li zaci6n -vale decir Ia tcrgivcrsac i6n - d e l pasado hist6rico ha sido uno de los rasgos tlpicos de esa idcologia. Pedro Albizu Campos fu e, sin duda a lgu­na, e l portavoz mas coherentc )' consecucnte de esa ideologia conservadora. Conservadora en su conte­nido, pero, en el caso de Alb izu, rad ica l en su forma, porque Albizu dio \Oz especia lmente al sector mas d esesperado (el adjeti\·o, muy prcciso, se lo dcbo a Juan Antonio Corretje r) de esa clase. Esa desesperaci6n hist6rica, explicable hasta e l punto de que no tendria por que sorprender a nadie, fue Ia que oblig6 a Albizu a te rghersar Ia \Crdad

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refiriendose al regimen espaiiol en Puerto Rico como " Ia vieja fclicidad colect iva".

Ahor a estab lezcamos Ia relacion que guard a todo esto con e l proble ma de Ia "cultura nacional" puertorriqueiia en nuestros dias. Si la socicdad puertorriqueiia siempre ha sido una sociedad di" i­dida en clases, y si, como afirmamos al principio, en toda sociedad dividida en clases coexis ten dos culturas, Ia de los opresores y Ia de los oprimidos,} si lo que se conoce como '·cultu ra nacional" es generalmente Ia cultura d e los opresores, entonces es forzoso reconocer que lo que en Puerto Rico siempre hemos entendido por "cultura nacional" es la cultura producida porIa clase de los hacendados y los profes ionales a que vengo aludiendo hace ra to. Cenvien e aclarar , sin embargo, Ia aplicacion de esta terminologia de "opresores" y "oprimidos" al caso puertorriqueno, porque es muy cierto que los opresores criollos han sido al mismo tiempo oprimidos por sus dominadores extranjeros. Eso precisamente es lo que explica que su produccion cultura l en e l siglo pasado, en Ia medida en que expresaba su lucha contra Ia dominacion espanola fuese una produccion cu ltural fundamentalmcnlc progresista, dado el caracter retrogrado, en todos los ordenes, de esa dominacion. Pero esa clase opri· mida por Ia metropoli era a su vez opresora de la otra clase socia l puertorriqueiia, Ia clase formada por los esclavos (hasla 1873), los p<;o nes y los arte­sanos (obreros, en rigor, hubo muy pocos en e l siglo XIX d ebido a Ia inexistencia de ind ustria~ modern as propiamente dichas en e l pais). La "cui­lura d e los oprimidos", en Pue rto Rico, ha sido yes Ia cultura producida por esa clase. (Esa cultura, por

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cierlo, solo ha sido estudiada por los inte lcctuales de Ia clase dominante como fo lklore, cse invento d e Ia burguesia eu ropea que tan bi en ha servido para escamotear Ia verdadera significacion de Ia cu ltura popular.) Y d e ahora en adelante, para que poda­mos entcndernos sin equi\'ocos, hablcmos de "cui­Lura de elite" y de "cultura popufar".

Lo que importa examinar (aunque sea en forma esquematica, por razones de espacio), para responder a Ia p regunta de usted es, es en primer termino el nacimien to y e l desarro llo de cada una de esas culturas. Lomas indicado es empezar porIa cultura popular, porIa sen cilla razon de que fue Ia que nacio primero. Ya es un Iugar comun decir que esa cultura t iene tres raices historicas: Ia taina, Ia a fri cana y Ia espanola. Lo que noes lug~r comun, sino todo lo contrario, es afirmar que, de esas tres raices, Ia mas importante, por razones economicas y socia les, yen consecuencia cu ltura les, es Ia afri cana. Es rosa bien sabida que Ia poblaci6n ind igena d e Ia l si a fue ex terminada en unas cuantas decadas porIa brutalidad genocida de Ia conquista. (Bien sabida como dato, pero indudablemente mal asi milada moral e intelectualmente, a juzgar por e l hecho de que Ia principal a\ en ida de nues tra ciudad capital Loda, Ia ostenta el nombre de aq uel a ' ent urero co­dicioso y esclavizador de indios que fu e Juan Ponce de Leon. ) El extermin io, desde fuego, no impidi6 la participaci6n de elementos aborigenes en nuestra formacion d e pueblo; pero me parece claro que esta participacion sc dio sobre todo a tra\es de los inte rcambios cuhurales entre los indigenas y los Otros dos grupos e tnicos, especiaJme nte eJ grupo africano y ello por una razon obvia: indios y n egros,

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confinados en e l estrato nuis oprimido d e Ia pini­mide social, estuvicron necesariamente mas rela­cionados e ntre si, durante e l periodo inicia l d e Ia colonizaci6n, que con el grupo espanol dominantc. Tam bi en es cosa muy sabida, por documentada, que el grupo espanol , a lo largo de los dos primero:-; siglos d e ~ida co lonial , fue sumamente in e:-; table: recuerdesc que en 1534 el go benador de Ia co lonia daba cuenta de sus afanes por impedir Ia sa lida en masa d e los pobladores espanoles atraido!-1 por Ia!'> riquezas de Tierra Firme, al punto d e que Ia I sla se ' e ia " tan despoblada, que apenas se 'e gente es­panola, sino negros". El ingrediente espanol en Ia formaci6n d e Ia cultura popular puertorriquena dcben habc rlo constituido. fundamen ta l mente, los labradores (sobre todo canarios) importados cuando los d escend ientes de los primcros c:-;el<n o:-; afri canos e ran ya puertorriqueiio.lii negro.'i. De ahi mi con~ icci6n, expresada en varias ocasione:-; para desconci e rto o irritaci6n d e algunos, d e que lo:-; pri­meros pucrtorriquenos fucron en realidad los pucr torriqucnos negros. No estoy dici endo, por· :-; u­puesto, que csos prime ros puertorriquenos tuvic­ran un concepto de "patria nacional" (q ue nadie, por lo d e mas, tenia ni podia lener en el Puerto Ri <·o de entonccs), sino que e llos, por ser los ma:-; atados al te rritorio que habitaban en virtud de su condi­ci6n de escJa,os. dificilmente podian p cnsar en Ia pos iblidad d e hacerse d e otro pais. Alguicn podda tratar de impugnar es te razo namiento adut'i cndo que ~arias de las conspiraciones de e:-;cJa, o:-; que ~e produjeron e n Puerto Rico en el siglo XI X tenian por objeto -segun, en todo caso, lo que afirman los docume ntos oficiales- huir a Santo Do mingo.

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donde ya se habia aholido Ia esclavitud. Pero no hay que olvidar que muchos d e esos movimientos fu eron en cahezados por esclavos nacidos en Africa - los llamados bozales- o trai'dos de otras islas del Caribe, y no por negros criollos, como se les llamaba a los nacidos e n Ia I sla antes de que se les empezara a r·econocer como puertorriqueiios.

Por lo que toea al campesinado blanco d e esos primeros ti empos, o sea, los primeros "jibaros", lo cie rto es que era un campesinado pobre que se "io obligado a adoptar muchos d e los h abitos de vida de los otros pobres que ';,ian d esde antes en e l pais, ,·a le d ecir los esc lavos. En re laci6n con esto, no es ta demas seiialar que cuando en e l Puerto Rico de ho) sc habla, por ejemplo, de "comida jibara", se es ta ha blando, e n realidad, de "com ida d e negros": pla tanos, arroz, bacalao, funche, e tc. Si Ia "cocina nacional" d e todas las is las y las r egiones I i tora les de Ia cuen ca del Caribe es pnicti cam ente Ia misma por lo que atane a sus ingredientes esen ciales y s6 lo conoce li gera s (aunque e n mu chos casos imaginati vas) variantes combinatorias, pese al lweho de que esos pai'ses fueron colonizados por naciones europeas d e tan diferente:J tradi r iones ('tdinarias como Ia espanola, la francesa, Ia inglesa y Ia holandesa, e llo solo puede explicarse, me parece, cn 'irtud de que todos los caribenos - insulares o <'ontincnta les- comemos y bebemos mas bien <·omo negros que como e lll·opeos. Lo mismo o cosa rnuy analoga cabria decir del "trajc regional" IHtt•rtorriqueno cuyas caracterist icas toda, ia no a<·ahan de precisar, que yo sepa, nuestros folklo­r·istas: e l hecho es que los campesi n os blancos, por irnpcrativo est rictamente econ6mico, tu"ieron que

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cubrirse con los mismos vestidos sen ci llos, holgados y baratos que usaban los negros. Los crio llos de clase alta, tan pronto como los hubo, tcndieron a vestirse a Ia europea; y Ia popular guayabera de nues tros dias, como podria atestiguar cualquier puertorriquefio me morioso de mi gencraci6n, nos ll eg6 haec apenas tres decadas d e Cuba, donde fue creada como prcnda de uso cotidiano en c l medio d e los estancieros.

La cultura popular puertorriquefia, de ca-racter escncialmente afroantillano, nos hizo, du­rante los tres primeros siglos d e nuestra historia poscolombina, un pueblo car ibefio mas. E l ma}O­ritario sector social que produjo esa cultura pro­dujo tambien al primer gran personajc histor ico puertorriquefio: Miguel Henriquez, un zapa tc ro mestizo que lleg6 a convertirse, mediante su extra­ordinaria actividad como contrabandista y corsa­rio, e n e l hombre mas rico d e Ia colonia durante Ia segunda mitad del siglo XVIII. .. hasta que las auto­ridades espafiolas, alarmadas por su poder, d e<• idi e­ron sacarlo de Ia I sla y de este mundo. E n c l seno de esc mismo sector popular naci6 nues tro primer ar­tista de importancia: Jose Campcche, mulato hijo de esclavo "coartado" (es decir. de esclavo que iha comprando su libertad a plazos). Si Ia soc iedad puertorriquefia hubiera e' olucionado de cntonce~ en adelante de Ia misma manera que las de o tras is­las del Caribe, nuestra actual •·cultura naciona l" seria esa cultura popular y mestiza, primordi a l­mente afroantillana. Pero Ia sociedad puertorri· quefia no evolucion6 d e esa manera en los sig lo~ XIX y XX. A principios del XIX, cuando nadie en Puerto Rico pensaba en una •·cultura nacio nal"

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puertorriquefia, a esa sociedad, por decirlo asi, se le echo un segundo piso, social , econ6mico y cultural (y en consccu en cia de todo ello, a la lar­ga, politico). La constru cci6n y e l amueblado de ese segundo piso corri 6 a cargo, en una primera e tapa, de Ia oleada inmigratoria que volco sobre Ia Isla un nutrido cont ingente de refugiados de las colonias hispanoamericanas en lucha por su in­dependencia, e inmediatamente, a l amparo de Ia Real Cedula de Gracias de 1815, a numerosos extranjeros - ingleses, franceses, holandes.es, ir­landeses, etc.-~ y. en una segunda etapa, a me­diados de siglo, de una nue' a oleada compuesta funda me ntalmente por corsos, mallorquines y ca­talanes.

Esta ultima oleada fue Ia que llev6 a cabo, prac­ticamente, una segunda colonizacion en Ia region monlafiosa del pais, ~poyada en Ia inst ituci6n de Ia libreta que Ia doto de una mano de o bra es table y, desde luego, servil. E l mundo de las haciendas cafe­taleras, que en e l siglo XX vend ria a ser mitificado como epitome de Ia "pu ertorr iqucfi idad", fue en realidad un mundo dominado por ex tranjeros cu ya riqueza se fundo en la exprop iacion de los antiguos cstancie ros criollos yen Ia cxp lotaci6n despiadada de un campesinado natho que hasta cntonces habia 'ivido en una economia de subsisten cia. (Un magni­fico retr·ato de esc mundo es e l que nos ofrece Fer­nando Pico en su rec iente libro Libertad y .~ervi­dumbre en el Puerto Rico delsif{IO X/X,Ediciones Huracan, Rio Piedras, 1979.) Esos hacendados pe­ninsulares, corsos ~ mallorquincs fueron, muy n~­turalmente, uno de los puntales del regimen colo­nial espafiol. Y Ia cultu ra que produjcron fue, j:>or

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razones igualmente natura les, una cu ltura senoria l y extranjc rizante. Todavia a fines d e siglo los ha­cendados cafetale ros mallorquines habla ban ma­llorquin entre si y so lo u saban e l espanol para h a­cerse entender por sus peones puertorriquenos. Y los corsos, como atestiguan no pocos d ocumen­tos histo ri cos y lite ra rios, fu e ro n vistos como ex­tra nje ros, frecuentemente como " fran ceses", por e l pue blo pue rtorriqueiio hasta bien ent rad o e l siglo XX. Po r lo que toea especifi camente a los ma llorq uines, ' ale la pen a Hamar Ia a ten cio n so bre un hech o hist ori co que m ereceria cic rto estudio d esd e un pun to de 'isla sociocultural: m u ch os de esos e migr antes e ran lo que en Mallorea se conoce com o chuetas, o sea d escendientes de jud ios con­ve rsos. Lo qu e ten go en mente es lo siguie nte: ;,qu e ac titud socia l pued e gen erar e l hecho d e que una mino ria discriminada en su Iuga r d e origen se con vierta en brev isimo plazo, como con~.;ccu end a d e una e migracion , en minoria pri vilegiada en e l Iugar ad o nde emigra? L o mismo p odria pregun­ta rse, claro, e n re lacion con los inmi grantes con.;os, q u e en su isla natal e ra n mayor mente campcsinos analfahetos o semianalfab e tos yen P uerto Rico sc con ' irtieron en senores de hacienda en u nos cuantos ai'ios. La pobreza de Ia produccion cul tura l de Ia clasc propietaria cafetalera en toda Ia segunda mitad del siglo XI X (en comparacion c.·on la produccion cu ltura l de la e lite :-.ocial de Ia costa) nol-l hahla de un tipo h umano y socia l fundamen­ta lmente inculto, conservador) ar rogantc, que des­prcciaha ) oprimia al nat ivo pobre ) era a :-.u 'ez odiado por este. Ese odio cs lo que cxplica, entre otras cosas, las •·partidas sediciosas" que en 1898 se

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Janzaron al asalto d e las haciendas d e la "altura". He dicho 1898, y eso nos situa, despues de esta

necesaria excursion histo ri ca, en c l meollo d e Ia pregunta que usted es me h acen. Comence diciendo que para p recisa r que era e n Puerto Ri co Ia "cultu­ra nacio n a l" a la llegad a d e los no rteamericanos, primero habia que d ilucidar q ue c lase de nacion era Puerto Rico en ese mo me nto. Pues bie n, a Ia luz de todo lo que llevo dich o no me pa rece e ., agerado en modo a lguno d ecir que esa nacion estaba tan escin d id a racia l, social, econ o mica) culturalmen­te, q u e m as b ien d eberiamos ha bl a r de d os nacio­nes. 0 m as exactamente, ta l \eZ, de d os for macio­nes nacion ales q u e n o h abian tenido ti e mpo d e fu nd irse en una verdade ra sintes is nacional. No se sobresalte n adie: e l fen o men o no es ex~lu s i' a­mente puertor riq u e i'io sino tipicamente la tino­americano. E n Mexico yen c l Per(t, por ejemplo, tod avia se esta bregando con cl pro ble ma d e los .. varios paises": e l pa is indigen a, e l pa is cri o llo y e l pais mes tizo; en la Argen t ina es muy conocido el a iiejo con flicto entre los •'cr:io llos viejos" y los in­migran tes y sus descend ientes; en H aiti es prover­bial Ia pugna entre negros y mulatos, etc., etc. T o­do lo que sucede es q ue en Puer to R ico se nos ha '·, endido" durante mas de medio siglo el mito de una ho mogene idad socia l, racial} cu ltura l q ue ya es tiempo de empezar a desmontar ... no para " d ivi­dir" al pais, como piensan con temor a lgunos, sino para entenderlo correctamente en su objeti"a y real dhersidad. Pensemos en dos tipos puertorrique­iios como serian, por ejcmplo, un pocta (b lan co) d e Lares y un estibador (negro o mulato) de P u erta d e Tierra, y reconozcamos que Ia d iferencia que existe

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entre e llos (y que no implica, digamoslo con toda claridad para evitar malos entendidos, q ue e l uno sea " mas" puertorriqueiio que el otro) es una difc­r e n cia d e tradicion cultural, historica tnente deter­minada que de ninguna manera d ebemos subes­timar. A esa diferencia responden dos visiones del mundo - dos Weltanschauungen- contrapuestas en muchos e importantes sentidos. A todos los puertorriqueiios pensantes, y especialmente a los independentistas, nos preocupa, y con razon, Ia persistente falta d e consenso que exhibe nuestro pueblo por lo que toea a Ia futura) definitiva orga­nizacion politica d e l pais, o sea alllamado "proble­m a d e l status. E n ese sentido, se reconoce sin mayor reparo Ia realidad de un "pu eblo dividido". Lo que no h emos logrado hasta ahora es reconocer las cau­sas profundas -vale d ecir historicas- de esa di-vision.

E l independentismo tradicional ha sostcni-do que tal division n o existia a ntes de Ia invas ion norleamericana, que b ajo cl regimen colo nia l es­paiiol lo que carac te rizaba a la socied ad puerto­rriqueiia era, como d ecia Albizu, " una homoge­neidad entre todos los componentcs y un gran sentido socia l intercsado e n Ia reciproca ayuda para Ia perpetuidad y consenacion de la nacion, esto es, un sentimieto raiga l y unanime de patria". Solo la fuerza obnubilanle de una ideologia radi­calme nte conservado ra podia inducir a semeja nte 'ision e najenada de la realidad historica. Lo que Puerto Rico era en 1898 solo puede d e fini rse, mito­logias aparte, como una nacion enformaci6n. Asi la 'io Hostos, y Ia 'io bien. Y si a lo largo del siglo XIX, como lle'o dicho, ese proceso de form acion

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nacional su frio profundos l rastornos a causa de dos grandes oleadas inmigralorias que, para insistir en mi metafora, le echaron un segundo piso a la soc iedad puertorriqueiia, lo que paso en 1898 fue que la invasion norleame ricana empezo a echar un tercer piso, sobre el segundo todavia mal amue­blado.

Ahora bien: en esa nacion en formaci6n, que ad emas, como sabemos o deberia'mos saber, es­taba dividida no solo en clascs sino tambien en e tnias que e ran verdaderas castas, coexistian las dos cu lturas de que vengo hablando d esd e e l principio. P ero, precisamenle porque se trataba de una nacion en form ac i6n, esas dos culturas no eran lampoco bloques homogen eos en si mismas. La elite soc ial tenia dos sec tores claramente distinguibles: e l sector de los hacendados y e l sec tor de los profesion a les. Quintero River a ha explica­do con mucha claridad como se diferenciaban ideologicamentc esos dos sectores d e la e lite: mas conser vador e l primero, mas liberal , e l segundo. Por lo que a Ia producci6n cultural se refiere, hay que precisar lo siguiente. La cultura que produ­jeron los h acendados fu e, sobre todo, un modo de t'ida, sei'io rial y conservador. Los propios hacen­dados no fueron capaces de expresar y ensalzar literariamente esc modo d e vida: de eso lendrian que encargarse, bien cntrado ya e l siglo XX, sus d escendientes 'enidos a menos co mo clase, (como clase, entiendase bien, po rquc indi"idualmente los nietos de los hacendados "arruinados", con­\crtidos por lo gen eral en profes iona les, cmpre­sarios o burocralas, dis frutaban de un nh e l d e 'ida como e l que nunca conocieron sus abuelos).

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Solo a Ia fuz de este enfoque puede entenderse bien, por ejemp lo, el contenido idcologico de un texto literario como Los soles truncos, de Rene

Marques. La cultura que produjeron los profesionales en

e l siglo XIX, en cambio, se materializo en obras e instituciones: casi toda nuestra literatura d e esc pe­riodo, el Ateneo, etc. Yen esas obras e instituciones lo que predomino fue la ideologia liberal de sus <·re­adores. Asi pues -)' es muy importante aclarar esto para no incurrir en las simplificaciones y confu­s iones propias de cierto " marxismo" subdesarro­llado-, "cultura de clase dirigente" en Ia sociedad colonial puertorriquena del siglo XIX no quiere decir precisa ni necesariame nte "cultura reaccio­naria". Reaccionarios hubo, si, entre los puertorri­quenos cultos de esa epoca, pero ni fueron los mas ni fueron los mas caracteristicos. Los mas y los mas caractcristicos fueron liberates y progresistas·: Alonso, Tapia, Hostos, Brau, Zeno ... Tam bien los hubo revolucionarios, claro, pero fueron los menos y, adcmas, en muchos casos, caracteristica y rcvcla­doramcnte, mestizos: piensese e n Betances, en Pachin Marin yen un artesano como Sotero Figue­roa que cultural mente alternaba con Ia e lite. Mesti­zos fueron tambien -&alguien se atrevera a decir

.. l'd d"? l . ' d' que por casua 1 a . - os autonom1stas mas ra •-cales: piensese en Baldorioty y en Barbosa, tan in­comprendidos y despreciados por los independcn­tistas conservadores del siglo XX, eluno por "refor­mista" y el otro por •·yank6filo". jComo si Ia mitad, cuando menos, de los separatbtas del XIX no bie ran querido separarse de Espana solo para po­dcr anexarse despues a los Estados Unidos, espejo

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de democracia repub licana para Ia mayor parte del mundo ilustrado de Ia epoca! Ahi esta, para quien quiera estud iarla sin hacerle ascos a Ia verdad, Ia historia de la Secci6n Puerto Rico del Partido Revo· lucionario Cuba no en Nueva York, don de los sepa· ratistas-independentistas co mo Sotero Figueroa conmi litaron hasta el98 con los separatistas-anexio· nistas (sera contrasentido gramatical, pero no poli· tico) como Toddy Henna (y estos dos apellidos, por cierto, &no nos estan hablando de l "segundo piso" que los inmigrantes le echaron a Ia sociedad puerto­rriquena a principios y mediados del siglo?)

Todo esto parecera digresi6n, pero nolo es: Ia •·cultura nacional" puertorriquena a Ia altura del98 estaba hecha de todo eso. Vale decir: expresaba en sus virtudes, en sus debi lidades yen sus contradic· ciones a la clase socia l que le daba vida. Si esa clase se caracterizaba, como hemos visto, por su debi­lidad y su inmadurez historicas, &podia ser fuerte y madura Ia cultura producida por ella? Lo que le da­ba una fortaleza y una madurez relativas era, sobre todo, dos cosas: 1) e l hecho de que tenia sus raices en una vieja y rica cultura europea (Ia espanola), y 2) el hecho de que ya habia empezado a imprimir a sus expresiones un se llo propio, cr iollo en un sentido hispanoantillano. Esto ultimo es innegable, y por eso se equivocan quienes sostienen (o sostenian, cuando menos, hace dos o tres decadas) que no exis­te una "cultura nacional" puertorriquena. Pero tambien se equivocaban y siguen equivocandose quienes, pasando por alto el caracter clasista de esa cultura, Ia postulan como Ia tlnica cultura de todos los puertorriquenos e identifican su deterioro bajo e l regimen colonial norteamericano con un supues·

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to deterioro de Ia idcntidad nacional. Tal mancra de vcr las cosas no solo confunde Ia parte con e l to­do, porque esa cultura ha sido efectivamente parte de lo que en un sentido totalizante puede llamarse "cultura nacional puertorriq ueiia", pero no ha sido toda Ia cu ltu ra producida porIa sociedad insular; sino que, ademas, deja de reconocer Ia existen cia de la otra cultura puertorriqueiia, Ia cultura popular que, bajo c l regimen colonial norteam ericano, n o h a sufr ido nada que pueda definirse como un de­te rioro, sino mas bien como un desarrollo: un d e­sarro llo accidentado y lleno d e vicisitudes, sin du­da, pero desarrollo a l fin. Y decir esto no significa hacer una apologia del colonialismo norteam erica­no desde Ia izquierda, como se obstinan en cree r al­gunos patriotas conservadores, sino simplemente reconocer un hecho histori co: que el d esmante la­micnto progresivo de Ia cultura d e Ia e lite puerto­rriqucna bajo c l impacto de las transforma cion es operadas en Ia sociedad nacional por e l r egimen co­lonial norteamericano ha tenido como consecucn­cia, mas que Ia "norteamericanizacion" de esa socie­dad, un trastocamiento in.terno de valores cultura­les. E l vacio cr eado por el desmantelamiento de Ia cultura de los puertorriqueiios "de arriba" no ha si­do llenado, ni mucho m enos, porIa intrusion de Ia cu ltura nortcamericana, sino por el ascenso cada vez mas palpable de Ia cultura de los puertorri­quenos de "abajo".

Ahora bien : l p or que y como ha suced ido c~o? Yo no' eo manera d e dar una respuesta 'alida a cs ta pregunta como no sea insertando Ia cuestion e n e l contexto d e Ia lucha de clases en el seno d e Ia socie­dad puertorriquena. Tiempo sobrado es ya de que

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empecemos a entender a Ia luz de una concepcion cientifica de la historia Jo que realmente signi­fic6 para Puerto Rico e l cambio de regimen colo­nial en 1898. Y cuando digo "Jo que realmente significo" quiero decir lo que signific6 para las diferentes clases sociales de Ia sociedad puerto­rriqueiia. Es perfectamente demostrahle, porque esta perfectamente documentado, que Ia clase propietaria puertorriqueiia acogio Ia invasion norteamericana, en el momento que se produjo, con los brazos abiertos. Todos los portavoces po­liticos de esa clase saiudaron Ia invasi6n como Ia llegada a Puerto Rico de Ia lihertad , Ia democra­cia y e l progreso, porque todos vie ron en ella el pre ludio de Ia anexion de Puerto Rico a Ia naci6n mas rica y poderosa -y mas "d e mocrat ica", no hay que olvidarlo- del planeta. El desencanto s61o sohrevino cuando Ia nueva m etr6poli hizo claro que Ia invasi6n no implicaha Ia anexi6n, no im­plicaba Ia participacion de Ia cJase propietaria puertorriquena en e l opiparo banquete de Ia ex­pansiva economia capitalista norteam ericana, sino su suhordinacion colonial a esa economfa. Fue en­tonces, y solo entonces, cuando naci6 e l "nacionalis­mo" de esa clase, o, para decirlo con mas exactitud, del sector de esa clase cuya dehilidad econ6mica le impidi6 insertarse en Ia nueva situac i6n. La famosa oposicion d e Jose d e Diego -es decir, d e Ia clase so­cial que el representaba como presidente de Ia Ca­mara de Delegados- a Ia extension de Ia ciudada-nia norteamericana a los puertorriq ueiios se funda-ba (como el mismo lo explico en un discurso que to-dos los independentistas puertorr iquenos dehe-rian leer o releer) en Ia categ6rica declaraci6n del

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presidentc Taft de que la ciudadai'iia no aparejaba Ia anexion ni una promesa de anexion. Y cuando, ademas de eso, se hizo eviden te que e l nuevo regi­men cconomico - o sea Ia suplantacion de Ia econo­mia de haciendas por un~ economia de plantacio­nes - significaba Ia ruina de la clase hacendada in­sular y cl comienzo de la participacion indepen­diente de Ia clase trabajadora en Ia vida politica del pais, Ia rctorica '"patriotica" de los hacendados a l­canzo tal nh el de demagogia que incluso cl sector liberal de lo~ profesionales no 'acilo en ridiculi­zarla ~ ('ondenarla. Solo asi se expl ican los' irulcn­to~ ataquc~ de Ro~endo .Matienzo Cintron, ~emesio Canale..,~ Luis Llorens Torres a los desplantes ··an­tiimpt:r-iali:-ta..," de Jose de Diego. el prospero abo­gado de Ia Guanica Central erigido en tonante •·ca­ballero de Ia Raza''.

(): en directa relacion con esto ultimo, per-mitanme ustedcs un parentesis cuya pertinf:!nda me ohliga a no dejarlo en el tintero. La critica () "criticar no es ccnsurar, sino ejercitar el criterio", como decia Jose Marti) a Ia ejectutoria politica de un personaje historico de la importancia de J o­se de Diego debe entenderse como un esfuerzo por entender y precisar, con apego a Ia realidad historica, las razones que determinaron Ia con· ducta de todo un sector de clase de Ia sociedad puertorriquei'ia en un momento dado. Esa con­ducta ha sido mitificada durante medio siglo por los heredcros sociales e ideologicos de esc sector. Quienes respondemos o intentamos responder a los interescs historicos de la otra clase ~oc ial puertorriquei'ia, o sea de los trabajadores, no de­bemos combatir csa mitificacion con ot ra miti-

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ficacion. Y en esc error, me parece, han incurrido d~s est imables investigadores de Ia historia so­cial puertorriquei'ia como son Juan F lores y Ri­cardo Campos, quienes en su trabajo .. Migracion y cultura nacional puertorriquei'ias: perspectivas proletarias" - incluido en Puerto Rico: iclentidad

11 acional y closes sociales (Coloquio de Princeton), Edicioncs Huracan, Rio Piedras, 1979-, oponen a Ia mitificada figura del procer reaccionario Jose de Diego Ia figura · tam bien mitificada d e l destacado luchador e idcologo proletario Ramon Romero Rosa. Si Flores y Campos hubieran recordado que los santos tienen su Iuga r en Ia esfe ra de Ia religion pero no en Ia de Ia politica, no habrian callado e l hccho de que Romero Rosa, despues de prestarle cminentes servicios a Ia clase obrera puertorri­quci'ia, acab6 por ingresar en e l Partido Unionista , que era, como todos sabemos e l partido de Ia clase ad\ersaria. Flores y Campos segurame nte no ca­rcecn de los conocimi entos necesarios para expli­ca r cste hecho, y por e llo precisamente es de !amen­tar que su trabajo, muy atendible por lo demas, se rcsicnta nc cicrlo maniqueismo que no favorece Ia justcza csencial de sus planleamientos.)

La clase trabajadora pucrtorriquena, por su parte, lambien acogio favorablementc la invasion not·teamcricana, pero por razones muy distintas de las que animaron en su momento a los hacendados. En Ia llegada de los norteamericanos a Puerto Rico los trabajadorcs vieron la oportunidad de un ajuste de cuentas con Ia clase propietaria en todos los te­rrenos. Y en e l terreno cultura l, que es el que nos ocupa ahora, esc ajuste de cuentas ha sido e l motor principal de los cambios culturales operados en Ia

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sociedad puertorriquei'ia desd e 1898 hasla nuestros dias. La tantas veces denunciada penetracion cul­tural norteamericana en Puerto Rico no deja d e ser un hecho, y yo seria e l ultimo en negarlo. P ero, por una parte , m e niego a aceptar que esa penetracion equivalga a una ••transculturacion", es d ecir, a una ••norteamericanizaci6n" entendida como ••despuer­torriquei'iizac i6n" de nuestra so ciedad en su con­junto; y, por o tra parte, estoy convencido d e que las causas y las consecu en cias d e esa pen e tracion solo pueden entenderse cabalmente en e l contexto d e Ia lucha entre las " dos culturas" puertorriquenas, que no es sino un aspecto d e Ia lucha d e clases en e l scno d e Ia sociedad nacional. La Hamada " nortea'meri­canizacion" cultural de Puerto Rico ha tenido dos aspectos dia lecticamente vinculados e ntre si. Por un lado, ha obed ecido desd -e afuera a una politica jmperiali sta e ncaminada a integrar a Ia so cied ad puertorriquei'ia - claro eslli que en condiciones d e dependencia- al sistema capitalista norteameri­cano; pero, por otro lado, ha respondido d esde adentro a la lucha de las masas pucrtorriquei'ias contra Ia hegcmonia de Ia clase propie taria. La pro­duccion cultural d e esta clase bajo e l regime n colo­nial espa i'iol fu e, por las razones que >a h emos cx­plicado, una produccion cultura l d e signo libe ral­burgu es; pe r o Ia nueva r e lacion d e fu erzas socia lcs h ajo e l r egimen norteamericano oblig6 a Ia clase propietaria, marginada y expropiada en su mayor parte por e l capitalismo norteamericano, a ahan­donar e l libcralismo sostenido por su sect or profe­sional y a luch ar p or Ia conser vacion de los' alorcs culturales d e su secto r hacendado. El t e lurismo caract e ristico d e Ia lite ratura producida p orIa e lite

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puerto.rrique i'ia en el siglo XX no responde, como todavia se ensena generalmente en los cursos de literatura puertorriquena en Ia Universidad, a una dcsinte resada y lirica sensibilidad conmovida por las bc llezas de nuestro paisaje tropical , sino a una ai'ioranza muy concreta y muy hist6rica d e Ia tierra perdida, y no de Ia tierra entendida como simbolo ni como metafora, sino como medio d e producci6n mate ria l cuya propiedad paso a manos extrai'ias. En otras palabras: quienes ya no pudie ro n seguir .. , olteando Ia finca" a lomos d e l tradicional caba­llo, se d edicaron a hacerlo a lomos d e una d ecima, un cu ento o un~ novela. Y estirando un poco (pero no d emasiado) Ia metafora, sustituyeron, con el mismo espiritu patriarcal d e los .. buenos ti e mpos", a sus antiguos peones y agregados con sus nuevos lccto res.

Lo que complica las cosas, sin e mbar go, es e l hecho de que un sector importantisimo d e los te­rratcnientes en Puerto Rico a Ia llegada de los nor­tcamericanos no estaba constituido por pucrto­rriqucnos sino por espanoles, corsos, mallorquines, eata lancs, e tc. E sos terratenientes e ran vistos por las masas puertor:riquenas como lo qu e c r an en rea­lid ad: co mo extranjeros y como explotadores. Su mundo social y cultural era e l que ai'ioraban, ideali­zandolo hasta Ia mitificaci6n, las tres protagonistas de t o.<; .11ol es truncos. Y presentar ese mundo como cl mundo d e Ia "puertorriquenidad" e nfre ntado a Ia "adulter aci6n" norteamerican a, constitu)e no solo una t ergiversaci6n flagrante de Ia realidad his­t6ri <·a, sino ad emas, y e llo es lo verdaderamente ~ra' e, una agresi6n a Ia puertorriq ue nidad d e Ia ma~a po pula r cuyos antepasad os (en muchos casos

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muy cercanos) vivieron en ese mundo como. escla­v~, como arrimados o como peones. Entonces, asi como sus valores cuhurales le sirvieron a Ia clase propietaria para resistir Ia "norteamericaniza­cion", esa misma "norteamericanizacion" le ha ser­vido a Ia masa popular para impugnar y desplazar Jos valores culturales de Ia clase propie taria. P ero no solo a Ia masa popular -y creo que esto es digno de especial senalamiento-, sino incluso a ciertos sectores muy importantes de Ia misma clase pro­pietaria que han vivido oprimidos en el interior de su propia clase. rienso, sobre todo, en las mujeres. lA alguien se le ocurrini negar que e l actual movimiento de liberacion femenina en Puerto Rico - esencialmente progresista y justo a d especho de todas sus posibles limitaciones- no es en grandi­sima medida un resultado de Ia " norteamericani­:tacion" de Ia sociedad puertorriquena?

El desconocimiento o el menosprecio de estas realidades ha tenido, entre otras, una consecuencia nefasta: Ia idea, sogtenida y difundida por e l. inde­pendentismo tradicional, de que Ia independencia es necesaria para proteger y apuntalar una identi­dad cultural nacional que las masas puertorrique­nas nunca han sentido como su verdadera identi­dad. lPor que esos independentistas han sido acu­sados, una y otra vez, de querer "volver a los tit:m· pos de E spana"? lPor que los puertorriqueiios po­bres y los puertorriquenos negros han escaseado notoriamente en las filas del independentismo tra­dicional y han abundado, en cambio, en las del ane­xionismo populista? El independentismo tradi· cional suele responder a esta ultima pregunta di­ciendo que los puertorriquenos negros partidarios

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de Ia ariexion estan "enajenados" por el regimen colonial. El razonamierilo es el -siguiente: si los puertorriquenos negros aspiran a anexarse a una sociedad racista como Ia norteamericana, esa "abe­rracion" solo puede explicarse en terminos de una cnajenacion . Pero quienes asi razonan ignoran u ohidan una realidad historica e lemental: que Ia experiencia racial de los p·uertorriqueilos negros no be ha dado de'ntro de la sociedad norteamericana sino dentro de Ia sociedad puertorriqueiia; es d ecir, que quienes los han d iscrirl}inado racialmente en Puerto Rico no han sido los norteamericanos sino Jos puertorriquenos blancos, muchos de los cuales, ademas, se enorgullecen de su ascendencia extran­jcra: espanola, corsa, mallorquina, etc. Lo que un pucrtorriqueno negro, y un puertorriqueno pobre aunque sea blanco -y nadie ignora que Ia propor­cion de pobres entre los negros siempre ha sido muy superior a Ia proporcion entre los blancos-, cntienden por "volver a los tiempos de Espana", es \Olver a una sociedad en Ia que e l sector blanco y propietario de Ia poblaci6n siempre oprimio y des~ prccio al sector no-blanco y no-propietario. Pues, en efecto, lCuantos puertorriqueiios negros o po­hrcs podian participar, aunque solo fuera como simples electores, en. Ia vida politica puertorrique­iia en tiempos d e E spana? Para ser e lector, en aque­llos tiempos, habia que scr propietario o contri­buyente, ademas de saber leery escribir, lY cuantos (H&ertorriquenos negros o pohres podian sa ti sfacer csos requisitos? Y no digamos lo que le costaba a un negro ll egar a ser dirigente politico. Barbosa, claro. 6¥ quien mas? P ero, ademas, no era Barbosa a se­<'as, sino e l doctor Barbosa. lY d6nde se hi zo me-

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dico Barbosa? No en Puerto Rico (donde Espana nunca permitio Ia fuudacion de una universidad), ni en la propia Espana (donde los puertorriquenos que estudiaban eran los hijos de los hacendados y los profesionales blancos), sino en los Estados Uni· dos, en Michigan por m«ili; senas, un estado norteno y de vieja .tradicion abolicionista, lo cual explica facilmente muchas cQSas que los independentistas tradicionales nunca han podido entender en rela· cion con Barbosa y su anexionismo. Pues bien: si el independentismo tradicional puertorriqueno en el siglo XX ha sido -en lo politico, en lo social yen lo cultura\- una ideologia conservadora e mpenada en la defensa de los valores de Ia vieja clase pro· pietaria, ;.a santo de que atribuir a una ••enajena· cion" Ia £alta de adhesion de las masas al indepen· dentismo? ;.Quienes han sido y son, en realidad, los enajenados en un verdadero senti do historico?

Por lo que a Ia cultura popular atane, hay que reconocer que esta tampoco ha sido homogenca en su evolucion historica. Durante el primer siglo de vida colonial y seguramente buena parte del segun· do, Ia masa trabajadora, tanto en el campo como en los pueblos, estuvo concentrada en Ia region del li· toral y fue mayoritariame,nte negra y mulata, con preponderancia numerica de los esclavos sobrc los libertos. Mas adelante esa proporcion se invirtio y los negros y mulatos libres fueron mas numerosos que los esclavos, basta que la abolicion, en 1873, li· quido formalmente el status social de estos ult i· mos. La cultura popular puertorriquena primeriza fue, pues, fundamentalmente afroantillana. E l campesinado blanco que se constituyo mas tarde. sobre todo el de la region montanosa, produjo una

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variante de la cultura popular que se desarrollo de lrlanera relativamente autonoma basta que el auge de la industria azucarera de la costa y Ia decadencia de Ia economia cafetalera de Ia montana determi­naron el desplazamiento de un considerable sector de Ia poblacion de Ia "altura" a Ia "bajura". Lo que se diode entonces en adelante fue Ia interaccion de las dos vertientes de Ia cultura popular, pero con claro predominio de la vertienle afroantillana por razones demograficas, economicas y sociales. Em· pero, la actitud conservadora asumida por Ia clase terrateniente marginada desnaturalizo esta reali· dad a traves de su propia produccion cultural, pro· clamando la cultura popular del campesinado blan· co como la cultura popular por excelencia. El "ji­barismo" literario de la elite no ha sido otra cosa, en cl fondo, que la expresion de su propio prejuicio social y racial. Y asi, en el Puerto Rico de nuestros dias, donde el jibaro practicamente ha dejado de existir como factor demognifico, economico y cul­tural de importancia, en tanto que el puertorri· queno mestizo y proletario es cada vez mas el ver· dadero representante de Ia identidad popular, el mito de Ia "jibaridad" esencial del puertorriqueiio sobrevive tercamenle en la anacronica produccion cultural de la vieja elite conservadora y abierla o disimuladamente racista.

Asi, pues, cada vez que los portavoces ideologi· cos de esa elite le ha imputado "enajenacion", "in· consciencia" y "perdida de identidad" a Ia masa popular puertorriquena, lo que han hecho en rea· lidad es exhibir su falta d e confianza y su propia enajenacion respecto de quienes son , disgustele a quien le disguste, Ia inmensa mayoria de los puer·_

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torriqueiios. Y han hecho otra cosa, igualmente ne• gativa y contraproducente: han convencido a mu­chos extranjeros de buena voluntad y partidarios de nuestra independencia d e que e) pueblo puer­torriqueiio esta siendo objeto de un ''gcnocidio cul­tural". Victima especialmente lamentable d e esa propaganaa "antimperialista", que en rigurosa ver­dad no es sino e l canto de cisne de una clase social moribunda, ha sido e l notable poeta revo luciona­rio cubano Nicolas Gu illen, quien en su tan bien intencionada cuan mal informada "Canci6n pucr­torriquena" ha difundido por e l mundo Ia imagen de un pueblo culturalmente hibrido y esterilizado, incapaz de expresarse co mo no sea tartajeando una ridfcula mezcla de ingles y espanol. Todos los puer­torriqueiios, independentistas o no, saben que esa vision de Ia situaci6n cu ltural del pais no corres­ponde ni de lejos a Ia realidad. Y hay tantas buenas razon es de todo tipo para d efender Ia independen­cia naciona l de Puerto Rico, que resulta imperdo­nable fundar esa defensa en una falsa raz6n .

La buen a raz6n cultural para luchar por Ja in­dependencia consiste, ami juicio, en que esta es ab­solutamente necesaria para proteger, orientar y asegurar e l pleno desarrollo de Ia verdadera iden­tidad nacional puertorriqueiia: Ia identidad que tiene sus raices en esa cu ltura popular que el inde· pendentismo - si en verdad aspira a representar Ia autentica voluntad nacional d e este pais- esta obligado a comprender y a hacer suya sin reservas ni reticencias nacidas de Ia desconfianza y el pre­juicio. Lo que esta ocurriendo en e l Puerto Rico de nuestros dias es el resquebrajamiento espectacular e irreparable d e l cuarto piso que e l capitalismo tar·

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clio norteamericano y e l populismo oportunista puertorriqueiio le anadieron·a la sociedad insular a partir de Ia decada de los cuarentas. Vistas las cosas en lo que ami me parece una justa perspectiva his­t6rica, e l evidente fracaso del llamado Estado Libre Asociado revela con perfecta claridad que el colo­nialismo norteamericano - despues de haber pro­piciado, fundamentalmente para satisfacer nece­sidades del desarrollo expansionista d e Ia metr6-poli, una serie d e transformaciones que determi­naron una muy real modernizaci6n-en-la-depen­dencia de la sociedad puertorriqueiia- ya s6lo es capaz de empujar a esa sociedad a un callej6n sin salida y a un desquiciamiento general cuy6s sinto· mas justamcnte alarmantes todos tenemos a Ia vis­ta: desempleo y marginaci6n masivos, d ependencia desmoralizante de una falsa beneficencia extran­jera, incremento. incontrolable de una delincuen­cia y una crim inalidad en gran medida importadas, despolitizaci6n e irresponsabilidad civica induci­das porIa demagogia institucionalizada y toda una cauda de males que ustedes conocen mejor que yo porque estan viviendolos cot idianamente. Hablar de Ia hancarrota actual del regimen colonial no quiere decir, de ninguna manera, que este regimen haya sido "bueno" hasta hace poco y que solo ahora empiece a ser "malo". Lo que estoy tratando d e decir -y me inte resa mucho que se entienda bien- es que los ochenta aiios de dominaci6n nor· teamericana en Puerto Rico representan la historia de un proyecto econ6mico y politico cuya viabili­dad inmediata en cada una de sus e tapas pasadas fue real, pero que sie mpre estuvo condenado, como todo proyecto hist6rico fundado en Ia dependencia

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colonial, a desembocar a La Larga en Ia inviabiljdad que estamos viviendo abora. Esa inviabilidad del regimen colonial en todos los ordenes es precisa­mente lo que bace viable, por primera vez en nues­tra bistoria, Ia independencia nacional. Viable y, como acabo de decir, absolutamente necesaria.

Quienes estamos comprometidos desde dentro y de~:~de fuera del pais· con un futuro socialista para Puerto Rico -y bablo, como ya deben de saberlo ustedes, de un socialismo democnitico, pluralista e independiente, que es el unico socialismo digno de llamarse tal, a diferencia del '"socialismo" burocra­tico, monolitico y autoritario instituido en nombre de la clase obrera por una nueva clase dominante que solo puedo definir como burguesia de Estado porque es Ia autentica propietaria de los medios de produccion a traves de un aparato estatal inamovi­ble y todopoderoso-, tenemos por delante una tarea que consiste, ni mas ni menos, en Ia recons­truccion de la sociedad puertorriquena. Mi cono­cida discrepancia con el independentismo tradi­cional a este respecto es la discrepancia entre dos concepciones del objetivo bistorico de esa recons­trucci6n. Yo no creo en reconstruir bacia atras, ba­cia el pasado que nos legaron el colonialismo espa­nol y la vieja elite irrevocablemente condenada por la bistoria. Creo en reconstruir bacia adelante, ba­cia el futuro como el que definian los mejores so­cialistas proletarios puertorriquei'ios de principios de siglo cuando postulaban una independencia na­cional capaz de organizar al pais en

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una demo­cracia industrial gobernada por los trabajadores"; bacia un futuro que, apoyandose en Ia tradicion cultural de las masas populares, redescubra ) res•

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cate Ia caribenidad esencial de nueslra identidad colectiva y comprenda de una vez por todas que el destino natural de Puerto Rico es e l mismo de todos los demas pueblos, insulares y continentales, del Caribe.

En ese sentido, concibo las respectivas inde­pendencias nacionales de todos esos· pueblos solo como un prerrequisito, pero un prerrequisito in­dispensable, para el logro de una gran confedera­cion que nos integre definitivamente a una justa y efectiva organi:iacion economica, polltica y cultu­ral. Solo asi podremos llegar a ocupar ellugar que por derecbo nos corresponde dentro de Ia gran co­munidad latinoarnericana y mundial. En lo econo­mico, esto, lejos de constituir una aspiracion uto­pica, se revela ya como una necesidad objetiva. En lo politico, responde a un tendencia bistorica ma­nifiesta: Ia liquidacion de nuestro comun pasado colonial mediante la instauraci6n de regimenes po­pulares y no-capitalistas. Yen lo cultural, que es lo que nos ocupa abora especificamente, es preciso que reconozcamos y asumamos una realidad que aun los mas conscientes de nosotros bemos pasado por alto basta abora. El hecbo de que en el Caribe se hablen varios idiomas de origen europeo en Iugar de uno solo, se ba considerado hasta ahora como un factor de desunion. Y como factor de desunion han utilizado ese hecho, efectivamente, los im­perialismos que han hablado en nuestro nombre. Pero, lacaso debemos nosotros, los sojuzgados, "er ese hecho con la misma 6ptica que nuestros so­juzgadores? Por el conlrario, debemos verlo como un hecho que nos acerca y nos une porque es un re­suhado de nuestra historia comun. La gran cornu-

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nidad caribena es una comunidad plurilingiie. Eso es real e irreversible. Pero eso, en Iugar de fragmen­tarnos y derrotarnos, debe e nriquccernos y cst i· mularnos. Y consideradas asi las cosas, sucedc que, gracias a una de esas "'astucias de Ia historia" de que hablan algunos filosofos, el irnperialismo nortea­mericano, al imponernos a los puertorriquenos el dominio del ingles (jsin hacernos pcrdcr el espanol, estimado 1\icolas Guillen!), nos ha facilitado, claro esta que sin proponersclo, el acercamicnto a los pueblos hermanos angloparlantcs del Caribe. :\o hcmos de saber ingles los puertorriquenos para sui­cidarnos culturalmente disolvicndonos en el ::.eno turbulento de Ia Union norteamericana -"el Norte re' uelto y brutal que nos dcsprecia", que decia Marti-, sino para integrarnos con mayor facilidad y ganancia en el rico mundo cariheno al que por imperativo historico pertenecemos. Cuando al fin seamos indcpendientes dcntro de Ia gran indepcn· dencia caribei'ia mestiza, popular y democnitica, no so lo podremos y deberemos apreciar) cuidar como cs debido nuestro idioma nacional, que es cl huen espanol de Puerto Rico, sino que podremos y dche­rcmos instituir en nuestro sistema cducativo Ia en· scnanza del ingles y del frances, con especial cnfasis en sus ,ariantes criollas, no como idiomas impe­riales sino como lenguas al servicio de nuestra des·

colonizacion definitiva.

LITERATURA E IDENTIDAD NACIONAL EN PUERTO RICO

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El libro que Salvador Brau llamo ''primer va­gido de Ia musa puertorriquena", el Aguinaldo Puertorriqueno de 1843, aspiraba a ser, segun de­claracion expresa de sus nueve j6venes auto res, "un libro enteramente indijena" que "reemplazara con ventajas a Ia ant igua botella de Jerez, el mazapan y las vu lgares coplas de Navidad". Parece paradojico, desde Ia perspectiva actua l, saturada d e un nacio· nalismo afirmado las mas de las veces en los valores del criollismo, que los j6venes autores del Agui­naldo rechazaran a un tiempo los e lementos de un espanolismo que Ia nueva mentalidad criolla iba 'iendo ya como cosa ajena ("Ia antigua botella de Jerez" y "el mazapan") y el e lemento que represen­taba el espiritu crio llo popular (''las vulgares coplas de Navidad"). La paradoja es solo aparente. La con­tradiccion que nos presenta en su superfic ie Ia ac­titud de los noveles litcratos d e 1843 se resuelve en una proposicion de gran ~oherencia interna tan pronto como Ia analizamos a Ia luz de Ia historia social del pais.

Permitaseme Hamar Ia atenci6n de ustedes so­bre tres palabras que aparecen en el parrafo an-