partidos politicos clases sociales

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Page 1: Partidos Politicos Clases Sociales
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T--?'n-EDITORES •

'TIrRCIRMUNDO lA SANTAFé DE BOGOTÁTRANSV.2a. A. No. 67·27, TELS.2550737 - 2551539. AA. 4817, FAX2125976

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EDICIÓN A CARGO DE HERNÁN LOZANO HORMAZACON EL AUSPICIO DEl FONDO GERMÁN COLMENARESDE LA UNlVERSlDADDEL VALLE

Diseño de cubierta: Héctor Prado M., TM Editores

Primera edición: 1968,Universidad de los AndesSegunda edición: 1978, Ediciones Los ComunerosTercera edición: agosto de 1997, TM Editores

© Marina de Colmenares© TM Editores en coedición con la Fundación General de Apoyo

a la Universidad del Valle, Banco de l¡:¡República y Colciencias

Impreso y hecho en ColombiaPrinted and made in Colombia

ISBN: 958-601-719-2{Obra completa)ISBN: 958-601-650-1 (Tomo)

Edición, armada electrónica, impresión y encuadernación:Tercer Mundo Editores

Esta publicación ha sido realizada con la colaboración financierá de Colciencias,entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo científico y tecnológico de Colombia

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Se es ante todo de su clase, antes de ser de su opinión.Pueaen oponérseme, sin duda, individuos;

hablo de clases; sólo ellas deben ocupar la Historia.Tocqueville (Ancien Régime)

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NOTA DE LOS EDITORES

Partidos ha sido publicado tres veces:

_ Entre 1966 y 1967, por capítulos en el Boletín Cultural y Bibliográfico,(mayo a diciembre del 66 y enero del 67), bajo el nombre de Formas de laconciencia de clase en la Nueva Granada.

_ En 1968la Universidad de los Andes publicó el libro bajo su nombre finalPartidos políticos y clases sociales.

_ En 1978, Partidos es publicado por Ediciones Los Comuneros.

El artículo que en esta edición aparece como último capítulo: «Manuela», lanovela de costumbres de Eugenio Díaz, fue publicado en 1988en el Manual deliteratura colombiana de Procu\tura y Planeta.

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RECONOCIMIENTOS

Al Gobierno francés, por una beca de estudios otorgada en 1963, la cual-~---~ -~~~ --permifi¡s-Jtevaracabo~estetrabajo; a PierreChaunu,GUya generosidadinte-

lectual debiera haber estimulado un resultado mejor; a Mario Arrubla y aJorge Orlando Melo, de la U. N., que leyeron los originales y adelantaroncríticas con las cuales estoy plenamente de acuerdo. A Andrés Holguín yJaime Duarte French, cuyo interés me ha animado a esta publicación. ADarío Fajardo, que cuidó de la corrección de las pruebas.

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CONTENIDO

RECONOCIMIENTOSINTRODUCCIÓNCONSIDERACIONESMETODOLÓGICAS

Los agentes históricosLa versión oficial de la historia /

Capítulo 1. 1848 )El problema de la revolución de 1848La cristalización de una revolución latenteElliberalisffio, en el origen de una conciencia de claseUna burguesía naciente. Sus adversarios y su coyunturaOtros factores históricos. La visión retrospectiva de los reformadores

Capítulo 11. LASCUESTIONESQUESEDEBATÍAN(Económicas) ,/Puntos de vista sobre la propiedad territorialLa ausencia de capitales, la empleomanía y los pretextos de la usuraEl punto de vista de los comerciantesLa mano de obra. La manumisión y los miramientos

a los diputados del sur

Capítulo III. LASCUESTIONESQUESEDEBATÍAN(Religiosas) /El problema político de la religión y sus supuestosAmbigiiedades de la conciencia \La moral secular

---, . -CapítunnV~[ASF1JENTES DELCONSERVATlSMOLa imaginería antiliberalLos temores conservadores y el testimonio de Mercado

sobre los conflictos del surLos anatemas de los jefes y el desaliento de los propietariosLos candidatos conservadoresLa visión complaciente de Eugenio Díaz

Capítulo V. FLORENTINOGONZÁLEZ,ELMENTORLa garantía de los intereses

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La independencia de don FlorentinoLa anglomanía

Capítulo VI. LA ABOLICIÓNDELMONOPOLIODELTABACOComercialización de la agriculturaLos aspectos sociales de la cuestión

CONTENIDO

8185

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i.·· ,1.; ,j

Capítulo X. MANUELA,LANOVELADECOSTUMBRESDEEUGENIODíAZ 145Las costumbres del campo y el canon literario nacional 145La novela latinoamericana: ¿absorción en el paisaje o problemas

de figuración? 148El conformismo y la transgresión social 151La afirmación de una cultura 155El ver, el oír 157

Capítulo VII. EL SOCIALISMOGRANADINOLa comedia de los errores

~.- ..-~- .- ~~7~-Para~qué.ser.vía~elsocialismQ.u .~, ~~u, ..

~aPítulo VIII. GÓLGOTASy DRACONIANOS / i~El tema de las generacionesLa RepÚblica civil y el soplo heroicoMemorables sesiones en que se debatieron la lógica y los principiosReflexiones

Capítulo IX. Los ARTESANOS / \0-Curiosos antecedentes de las Sociedades DemocráticasLos temas de las Sociedades DemocráticasGólgotas y artesanos: el desengañoSobre el verdadero carácter histórico del régimen provisorio

del general Melo

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INTRODUCCIÓNCONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

Los AGENTES HISTÓRICOS

Una de las preocupaciones dominantes de la mayoría de los histo-riadores colombianos, ha consistido en acpmular razones destinadasa «probar» la veracidad de algunos hechos que contribuirían a de¡;a-creditar la tradición de un partido político. Es frecuente, por ejemplo,la alusión a «los puñales del 7 de marzo» para referirse, con unafrase consabida pero plena de sugerencias, a la elecciónde José HilarioLópez, verificada por el Congreso en el recinto de Santo Domingo,para el período presidencial de 1849a 1853.No puede descartarse elhecho de que se haya ejercido cierta forma de violencia sobre loscongresistas. Tampoco puede afirmarse de manera absoluta que la .haya habido, porque todos los testimonios son contradictorios y mu-chos pueden objetarse de parcialidad. Pero aun si fuera posible es-tablecer la verdad sobre este episodio sin dejar lugar a dudas, suesclarecimiento no arrojaría más luz sobre los datos que poseemosacerca de todas las circunstancias que lo rodearon. Sería en todo casoun dato más, ilustrativo de las costumbres políticas de la éooca. oero____ ~.. . -. .•...__ .. - ..L' J.

- no un argumento contra los procedimientos censurables que caracte-rizan a una agrupación política. La verdad histórica afecta a una delas formas del conocimiento y no a la satisfacción o a la reprobaciónmoral. Un hecho parecido, para salvar el escollo de la parcialidad,debe situarse entonces dentro de una perspectiva mucho más am-plia que aquélla en que puede colocado una dudosa preocupaciónpor la verdad. Dudosa porque no hay manera de relacionada con elsaber histórico si no es dentro de la anticuada concepción de la His-toria como «supremo tribunal de las acciones de los hombres».

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xii PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

En otras palabras, resulta casi sin interés, en el ejemplo propues-to, el aspecto anecdótico de la elección, a no ser que todo el procesoque condujo a ella, como también los hechos ulteriores, encuentrenuna conexión que sirva para interpretar cada episodio dentro de unconjunto ordenado y racional, sin la interferencia de una devociónideológica deformadora. La agitación popular del momento, únicodato que puede afirmarse con certeza, puede encerrar entonces unsentido mucho más hondo que aquél que se deriva de una aprecia-

- - -~ ciÓILge t!P9_JllQr_alsobre las presiones, reales o supuestas, de quehabrían sido objetol~s-no-tables-reurlldosenlo que se denomina,un-- --poco convencionalmente y para reforzar el efecto moral, ~<augustorecinto» .

Un error semejante en la apreciación de los hechos se deslizacuando admitimos, sin otra caución que la que se arroga a sí mismoel :<tribunalde la historia», que a partir de la elección y por el hechode ser espuria, la gestión de los asuntos del Estado estuvo a cargo dehombres incapaces o que reinó la más profunda «inmoralidad» y«desgobierno». Ni aun una historia meramente política puede con-cebirse en estos términos, puesto que la exposición del acontecer po-lítico se subordina a consideraciones relativas a la sociedad en suconjunto.

Cabe preguntarse si esta limitación en los puntos de vista no obe-dece en gran parte a la injustificada pretensión de valorar moral-mente la acción histórica de un personaje o de un grupo político .•Aún más, si la necesidad puramente lógica que conllevan los juicios devalor no conduce a asignar erróneamente como causa de un acontecerhistórico la acción de agentes cuya influencia real sobre los aconte-cimientos resulta muy problemática de establecer. Se busca forzosa-mente la responsabilidad de algo o de alguien cuando quiere emitirseun juicio de esta clase y por eso se tiende a sobrevalorar la impor-tancia de los grupos o de las personas más aparentes.

Los partidos políticos, por ejemplo, no constituyen entidades his-tóricas inalterables ni menos aun seres corpóreos que puedan ser

••objeto de un proces condenatorio, ni conceptos metafísicos de talnaturaleza que puedan r conjurados o abolidos. Su acción está en-cuadrada dentro de circuns ncias concretas y,por lo tanto, irrepeti-bles. Su composición misma puede variar dentro de ciertos límites,

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INTRODUCCIÓN xiii

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según los intereses que el partido tienda consciente o inconsciente-mente a prohijar. Si existen algunas constantes por las que puedaidentificarse el partido, esto no quiere decir que su esencia perma-nezca inalterable. En Colombia, al menos, no puede identificarse a "los partidos por sus afirmaciones doctrinales. Una alianza pasajera .de intereses puede conducir, insensiblemente, a cambios radicales ...t)de doctrina.

Uno de los hombres que afirmaron con suficiente nitidez el prin-¡cipio conservador' en Colombia, Mariano Ospina Rodríguez, sancionó ~.la constitución de 1858, que abrió las puertas al federalismo. Estehecho sería inexplicable si 110 existiera el antecedente de una alianzaentre el partido conservador y la fracción teóricamente más radicaldel liberalismo, que tuvo por objeto enfrentar a la dictadura del gene- ~ral Melo en 1854. A la inversa, muchos de los hombres que contribu-"yeron a fijar una actitud dogmática en el liberalismo respecto al clero'~' .y al ejército, terminaron apoyando fervorosamente la Regeneración. I

En resumidas cuentas, si los componentes de un partido (secto-res'sociales o individuos) poseen cierta movilidad, puede decirse lomismo de l~a. És.~.p~.e~9~ .fluid~z, como los interesesmismos que pugna por expresar, y u~i_t~-º irreg!JJar....de <!-fi]::.macio-~esJ~' desm?yos qu~ está determinado por las oscilacioI1e,s,g.el po.d,er,por la personalidad de sus defensores y aun por factores tan imprevi-sibles como los cambios del equilibrio entre las naciones. Si al historia-dor le interesa subrayar los elementos constantes de una agrupaciónpolítica, esta preocupación no debe exagerarse hasta el extremo delolvidar señalar las diferencias necesarias que deben existir en dosépocas diferentes. Las similitudes representan una tentación, parti-cularmente cuando se trata de emparentar dos períodos de crisis. Elcivilismo de una de las fracciones del partido liberal, por ejemplo,que en 1848 se expresa a través de ataques directos dirigidos contrala institución militar, no puede explicar una actitud similar en AquileaParra, Nicolás Esguerra y Miguel Samper, que se muestran reticen-tes frente a la posibilidad de emprender una guerra contra el régi-men de la Regeneración, en 1899. En este caso, no se trata de unaafirmación doctrinaria que pueda caracterizar a través de dos gene-raciones a la fracción gólgota o radical del liberalismo, sino más bienla reacción psicológica adecuada, y por lo mismo constante, de abo-

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xiv PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES1l'

gados y comerciantes; es decir, una clase social, frente a las manifes-taciones de fuerza. Lo cual significa algo muy diferente a la afirma-ción de una superioridad moral en cuanto a los principios.

Tampoco la acción del «héroe» obedece de manera exclusiva a sumera condición moral. No puede afirmarse que un hombre de Esta-

, do, por el hecho de serIo, quede colocado automáticamente por enci-ma de la moral corriente. Pero en su caso no pueden emitirse juiciosmorales inexorables. Muchas de sus decisiones escapan a la meracomprobación o no puede medirse de manera adecuada la relacióndel personaje con la responsabilidad moral de sus acciones.

Sucede con mucha frecuencia que los testimonios que se refierena la intimidad de un personaje contrastan extrañamente con los jui-cios adversos sobre su actuación política. En realidad, es muy raroencontrar una «semblanza» de un hombre público, que no constitu-ya una apología. Todas parecen tener en cuenta una lealtad que debepresidir las relaciones privadas, pero de la que evidentemente pue-de prescindirse cuando se trata de la vida pública.

Sabemos, por ejemplo, que Obando poseía cualidades socialesaltamente apreciables y que, sin embargo, era víctima de ataques ypersecuciones iracundas. Poseemos, por ejemplo, una gran cantidadde documentos oficiales que se refieren a la actuación del general,presidente de la República, en el golpe de Estado del 17 de abril de1854.En este caso, se trata de una documentación parcial puesto quetoda tiene su origen en el juicio político que se siguió a Obando anteel Congreso, una vez restablecida la legalidad. En ningún momentopudo probarse la participación activa del presidente de la Repúblicaen el golpe de Estado. Se procedió más bien por inferenaias de tipopolítico, tales como la de la presunta reacción de Obando por habertenido que sancionar la Constitución de 1853,que sustraía una por-ción considerable de poder al jefe del Estado. Esto había creado unasituación que se consideraba personalmente humillante para Oban-do, dadas las costumbres políticas de la época. A nadie parecía ex-traño que el general hubiera pecado, por lo menos por omisión, frentea la insurrección de Melo.

El tono que domina las acusaciones revela, sin embargo, que eljuicio no involucraba solamente la persona de Obando o la ambigue-dad de su conducta del 17 de abril, sino que estaba dirigido contra

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INTRODUCCIÓN xv

la institución militar misma. Los alegatos de Salvador Camacho Rol-dán y Florentino González, el uno como acusador ante el Senado y

,:.' el otro como Procurador General de la Nación ante la Corte Supremade Justicia,dejan entrever la misma preocupación. Según Camacho Rol-dán « ... el poder militar que sobrevivió a las encarnizadas luchas dela Independencia; poder organizado en medio de individualidadesdisueltas; poder armado en medio de un pueblo desarmado; fuerzaviva y latente alIado de gobiernos sin vigor y de poblaciones espar-cidas sobre un vasto territorio, no podía menos de ser amenazantea la tranquilidad pública y a la nueva organización que, pasada laguerra con la metrópoli, exigía una República pobre y atrasada» 1

El argumento central de Florentino González añade a estas incri-minaciones el contraste que presentan con las conquistas de la revo-lución de 1848:

... pero en esta tierra, en donde el clero renunció a ser una clase privilegiada;.ff¡, en donde los abogados abdicaron el derecho exclusivo que tenían de admi-

nistrar justicia y defender los derechos de los ciudadanos; en donde losmédicos dejaron de ser un gremio; en donde ningún ciudadano es otra cosaque lo que pueda ser con el buen uso que haga de las facultades de que lodotó la naturaleza y de la libertad que tiene para desarrollarlas; en estatierra, en donde se han dedicado a los trabajos pacificos de la agricultura ydel comercio tantos hombres notables y beneméritos que derramaron susangre para asegurar la independencia nacional, allá en la época gloriosaen que se combatió por ella, sólo esos militares insolentes que custodiaba'nal encargado del poder ejecutivo, bajo las órdenes de Melo, pretenden quese les conserve en sus puestos como un cuerpo privilegiado, y que se sigatrayendo como galeotes a los granadinos para enrolarlos en sus filas y con-vertirlos, bajo las inspiraciones del dictador del 17de abril, de pacíficos agri-cultores en sediciosos pretorianos2

.l. Estos alegatos concluyen un proceso de seis años de la república, ~ civil contra las instituciones militares, y ni siquiera la conveniencia

política pudo atenuar el rigor de la sentencia. Los liberales hubieran

1 Salvador Camacho R.,Escritos varios. Librería Colombiana, 1893.V.el artículo «Pro-ceso del 17de abril de 1854",p. 95.

2 Florentino González, Alegato ante la Corte en la causa seguida a Obando. Imprenta delNeogranadino, 1855,p. 13.

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xvi PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

podido, en efecto, obtener la absolución de Obando y restablecerloen el poder. Sucedió todo lo contrario. Fueron los hombres de la frac-ción radical quienes estuvieron encargados de la acusación. Es ciertoque las operaciones militares que culminaron el 4 de diciembre de1854con la caída de Melo habían sido dirigidas por los conservadoresy la dirección de la guerra había escapado de las manos de los cau-dillos liberales, a raíz de la derrota de los generales Herrera y Francoen Zipaquirá. Pero como lo sugiere Aquilea Parra en sus Mernorias3,

sólo la pasión legitimista de los liberales permitió la subordinaciónde un interés político a las necesidades de la guerra. Los radicalesno trataron de recobrar su preeminencia a lo largo de la guerra y,una vez terminada, les pareció preferible la garantía de un régimencivil, aunque fuera conservador, a la amenaza que representabaObando para la constitución del 21 de mayo.

La república civil, fundada trabajosamente con las reformas ins-tauradas a partir de 1848 y amenazada transitoriamente por «sedi-ciosos pretorianos», podía seguir subsistiendo merced a una alianzabastante extraña entre la fracción más radical del liberalismo y elmuy recientemente fundado partido conservador.

¿Resulta legítim<;>,e~.tonces, ver una oposición inconciliable en-tre las dos fraccioné\~·~JIÍticas? ¿O, más concretamente, puede asig-

. narse a un juego dialéctico entre dos ideologías sin ningún punto decontacto como la causa eficiente del movimiento histórico? pn estu-dio _c!~talladode las tesis sustentadas por radicales y conservadorespuede sorprendemos, antes que por las diferencias, por la profundasimilitud de los intereses que revelan. El hecho deja de ser tan para-dójico si deslindamos la mera actuación política, que muchas vecesse reduce a meros antagonismos personales, de las condiciones so-ciales y económicas que yacen en estratos más profundos. Una vezexpuesto el programa de reformas que se propone la administraciónde José Hilario López, Caro y Ospina, los más decididos expositoresdel principio conservador, se contentan con declarar ·en La Civili-zación:

3 Aquileo Parra, Memorias. Imprenta de La Luz. Bogotá, 1912, p.102 .

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INTRODUCCIÓN

... el principio conservador acepta y promueve todo género de reformas,pero hechas gradualmente y con el tino y prudencia debidos, para que losmales de la reforma no vengan a ser peores que los que con ella se intentadestruir.

xvii

No se trata de una intransigente defensa del statu quo, sino másbien de una forma atenuada de la conciencia que urge las reformas.Debe!)consultarse todos los intereses sociales afectados por una me-dida, antes de proceder a instaurarla. La sociedad es un organismocomplejo cuyo equilibrio depende de la gradual adaptación de lasmedidas políticas a los nuevos hechos sociales. No todo puede depen-der de la ley, es decir, de la voluntad política activa. Aquí encontra-mos un punto de contacto con el radicalismo, aunque la formulaciónde los puntos de vista sea diferente: los radicales confían en la ley,pero para desembarazar de trabas fiscales o institucionales a la ini-ciativa individual. Pero en ambas formulaciones tiende a afirmarseun principio esencial: 'el de la individualidad como agente activo delprogreso social.

LA VERSIÓN OFICIAL DE LA HISTORIA

La reconstrucción histórica está sometida en Colombia a las reglasde un empirismo bien probado, pues se escamotea de antemano todointento de interpretación. Los hechos no trascienden jamás la ver-sión oficial del documento que los contiene. El investigador reducede ordinario su tarea a hilvanar documentos de prosa oficial y a tra-ducirlos a prosa cotidiª-na.' Este procedimiento, fammar a toaosaquellos que-hélñIcido un manual escolar, da como resultado la enu-meración interminable de actos oficiales.

-- 'El.p!ºblema_no tiene nada que ~.~~~con~1~~~cog~Il~i~c!~ks fuen-t~s históricas, sino con faJi:1a:~~r.a~g~._ªsimilarl_as.La historia no puedereducirse a faversión escueta del contenido de documentos oficialeso ae testimonios que se acuerden con ellos. Debe ser, por el contra-rio, a partir de las fuentes, una elaboración del espíritu humano. Enrigor, 1!QainterRretación Y-no una mera traducción.

La traducción no tiene, a menudo, otro mérito que el acumularlos hechos ordenadamente, en torno a la función burocrática del Es-tado. Los actores individuales de la historia aparecen siempre inves-

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II xviii PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

tidos de un incómodo carácter oficial y no se reconoce otro agentehistórico, fuera de las voluntades que se mueven delimitadas previa-mente por ese carácter. Cualquier hecho que se salga de este marcosolemne suele contemplarse, o como una catástrofe de la naturaleza,o como una reacción contra los actos del gobierno. Una guerra civil,por ejemplo (y es el caso más frecuente durante el siglo XIX), da oca-

, sión apenas para señalar las «causas», que pueden encontrarse ex-. puestas en cualquier mensaje de los presidentes al Congreso, para1- seguir detenidamente las operaciones militares y para concluir con

la descripción de la ruina económica y moral, especialmente esta úl-1tima, que se presta más a un tratamiento literario, que el trastorno!trajo consigo.

" Pero si bien se prescinde con facilidad de la interpretación, nin-gún historiador escapa a la tentación de emitir juicios de valor ac~r~ca de acontecimientos o personajes excepcionales. Simultáneamentea sus propias inclinaciones, fundadas sobre convenciones morales ode partido, su método lo constriñe a tal punto, que debe sometersea una escala de valores muy peculiar. Los criterios de valoración sesubordinan, más que a una preocupación de tipo histórico, a conceptosjurídicos de legitimidad y de legalidad. Existe una tendencia evidentea confrontar los simples hechos históricos a la evolución institucio-nal del país. Acaso pueda verse como raíz de esta tendencia, el hechocierto de que, a partir de 1810, la preocupación dominante en los

I hombres del siglo XIX consistió en encuadrar el mismo acontecer his-; tórico dentro del marco de instituciones ideales. Pero esta tendenciaI histórica no justifica la intromisión, dentro del campo del conoci-

miento, del formulismo jurídico que emana del estilo oficial y de lo~hábitos burocráticos.\La evolución institucional apenas ~~ala unaruta para las aspiraciones socÚ1Tes,pero no-transmite una imageñexacta de las fuerzas puestas~n.movimiento.

L..§l tradición de los partidos políticos impone limitaciones pare-c;idas.La historia se escribe como se haría una confesión de fe, y elprincipio de adhesión que la preside impone la más absoluta bana-lidad en los calificativos. Los personajes se ven aureolados con cua-lidades morales que se gradúan en una escala intermin!lble, o se venestigmatizados con los defectos correspondientes. El efecto literarioparece ahorrar cualquier intento de veracidad.

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INTRODUCCIÓN xix

Cuando el historiador logra sobreponerse a sus más íntimas in-clinaciones y desechar un tipo de interpretación que le impone sufidelidad, apela a una generalización suficientemente vaga como paracobijar a un partido entero, sin tener que recurrir a los ataques per-"sonales. Pues hay muchas expresiones que permanecen inalterablesy deliberadamente oscuras en la jerga política del país. Su sola men-ción posee una virtud explicativa suficiente, un carácter mágico tanevidente que i:1 nadie se le ocurriría preguntarse por lo que realmen-te significan. La más efectiva de todas se conoce con el nombre deespíritu de partido. Debe adelantarse que el espíritu de partido pareceser la causa eficiente de una infinidad de calamidades. Una consti-tución efímera o una ley injusta, todas las guerras y las polémicasencarnizadas,los insultos, los destierros, las confiscaciones son pro-ducto de este malhadado espíritu. Son muy raros los hechos que es-capan a su omnipresencia. Debe subrayarse, sin embargo, su virtudexplicativa, pues ninguna consideración de tipo económico, social,y ni siquiera psicológico, ha sido capaz de desplazado de los escri-tos históricos en Colombia. Tener una nueva caja de Pandora excusacualquier esfuerzo serio de investigación.

Si se intentara caracterizar una acepción definida del espíritu departido, que aparece tan frecuentemente como explicación en los tex-tos, habría que asimilado a una especie de interpretación psicológica.Es el aspecto censurable que reviste en un individuo o en un grupo.limitado la fidelidad incondicional a su partido. Esta fidelidad gene-ra un curioso estado de ánimo con el que se tiende a contrariar sis-temáticamente la acción del adversario político, cuando éste ocupamomentáneamente el poder, o a ejecutar actos desafiantes para la

__oposición, en el caso contrario. La imposibilidad de gobernar o elorigen de una verdadera persecución contra los vencidos, son lasdos consecuencias más obvias que el historiador deduce de la apa-rición del espíritu de partido. Sus manejos perseguirían dos objetivos:primero, la paralización o el aniquilamiento del adversario político,según el caso, y, en segundo término, obtener una línea neta de de-marcación con respecto a la otra ideología.

La ausencia de un programa político y la necesidad constante deimprovisar sobre el terreno, harían nacer este espíritu de diferencia-ción y de identificación arbitrarias. Negar simplemente al adversario

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xx PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

bastaría de suyo para configurar un partido político o para dotarIode una conciencia sobre su propia naturaleza, mal definida por losprogramas. Por eso el espíritu de partido, si lo aceptamos como unainterpretación histórica de tipo psicológico, no basta para explicar sinolos vacíos de los programas que un partido político puede proponer,o aquellos puntos en que no se insinúa una solidaridad distinta a laadhesión partidista; es decir, el complejo mecanismo de las solidari-dades de clase. Ninguna mitología que se construya alrededor deljuego político de dos partidos resulta suficiente para aproximarse aeste tipo de fenómenos. Sencillamente, porque se mueven dentro deun contexto diferente del contexto político, y la escueta exposiciónde actos oficiales no penetra el sentido de las fuerzas sociales pues-tas en movimiento. Acaso sIrva para revelar la actividad de un sec-tor muy influyente, pero en todo caso reducido, de la sociedad, unaclase burocrática cuyos nexos con los demás sectores sociales no sonevidentes a través del estudio de las instituciones .

El análisis de la imagen petrificada de la historia que ofrecen losmanuales escolares, podría conducirnos a examinar otros aspectosque se deriven de su carácter didáctico, de su tendencia apologéticay de su falta absoluta de imaginación. Deben bastar, sin embargo, lasobservaciones que preceden y que se refieren a las característicasmás notorias de una metodología deficiente .

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Capítulo 11848

EL PROBLEMA DE LA REVOLUCIÓN DE 1848 /

Desde 1848 se insinúan en el país una serie de fenómenos cuyacomplejidad e intensidad son desconocidos hasta entonces en nues-tra historia. Un despertar súbito de todas las tendencias sociales, sunecesario conflicto exacerbado y, en un intento para dominar este con-flicto, la voluntad de afirmación de una clase compuesta por buró-cratas y comerciantes, que pretende encarar el pasado y eliminarsus residuos en beneficio propio, imprimen un ritmo acelerado ycasi febril a los acontecimientos. En el lapso muy corto de siete años,de 1848 a 1854, ocurre una serie de acontecimientos y se introduceuna variedad tan grande de reformas que las oscilaciones políticasapenas sirven para subrayar el alcance efectivo de los hechos socia-les. Estas oscilaciones están netamente marcadas por el acceso delpartido liberal al poder, después de doce años de un régimen más omenos autoritario; por la revolución conservadora de 1851, gue :,~ecalificaba c().mo.~I1~ ~~a~~iónc:o~t!~l~s~<~~ce_sos»d_~P"?rtido«r~j~»;por el golpe militar del 17 d~-ª1)JiLde185Ly~eLgobier:no.pr.o.visiOJ:laldel general Melo, aparentemente una recdCCÍónJambién contra las re-___ •.L . . ----.-- w - - - - ------ ----

forma.sradicalés lntroduc!.9él~!lla CQnsJiJudól1.·get2:1d~ayo d~f853;fmalmente, por la guerra de 1854, destinada a restablecer lalegitimidad, y que tuvo como consecuencia secundaria la recupera-ción del poder por parte de los conservadores.

La mera enumeración de los cambios de régimen no basta, sinembargo, sino para dar una idea forzosamente superficial de las trans-formaciones sociales operadas. El as.a}~o..a.ll~oder Y.la.p!:!gIlicicií?dparti dis ta_!:.eflej.~ul_e_~~~~illl!en!g_up.._P~PS~sohis t§rico .IDucQ.Q.Elá.sc.Qm12lejQcP9.1'Javariedad de los gl~l!1gntossocLalesgu~~.eE'Cie.~~~

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2 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

••

proceso que no puede simplificarse con la imagen escueta del con-flicto de los partidos. O por lo menos de partidos que se concibenapenas como un instrumento político para hacer prevalecer una idea •acerca de la amplitud relativa que debe acordarse a los poderes delEstado. Esta manera de describir el proceso histórico es puramenteabstracta, si se excusa de señalar las conexiones necesarias entre elproceso político formal y él contenido de las ideologías, por una par-te y, por otra, la manera como la ideología se inscribe en el contextosocial. "

La idea del Estado liberal, por ejemplo, no concierne únicamenteal proceso político en sentido estricto, sino principalmente a la acción

, de una clase que aspira a desligarse de la tutela del Estado. Esta id~ano es suficientemente clara hasta 1848, cuando la actividad econó-mica ·dé esta clase ha cobrado alguna extensión y encuentra obstácu-los para su crecimiento, en algunas instituciones fiscales del Estado.La compenetración con el espíritu de la doctrina liberal, que aspiraa la creación de intereses armónicos dentro del marco social por la •acción exclusiva del individuo, sólo surge en el momento preciso enque se desencadena tal actividad. Mosquera lo comprendía muybien en 1847, cuando declaraba al Congreso que se había «desperta-do un verdadero espíritu de empresa en la república» y, acto seguido,proponía la abolición de la renta de diezmos, reforma sugerida porel secretario de Hacienda, Florentino González:

Solamente de este modo, concluía el Presidente, nuestros frutos intertropicalesyel producto de nuestros ganados, viniendo a ser suficientes para la expor-tación después de haber llenado las necesidades interiores, sufrirán los gastosde transporte y podrán concurrir con los de otras naciones en los mercadosextranjeros.

El problema de la revolución de 1848 debe examinarse dentro de '., este contexto de necesidades sociales y económicas. Pues existe la

02inión generalizada, alm~ue un poco vaga, de que en 1848 t~rmina_4efinltlvarri.ente el período co~oI1i~1en Colombia. Aun los hombresque vivieron y actuaron en esa fecha, poseyeron la clara concienciade que seestaba verificando una revolución. No conocemos, sin em-bargo, suficientemente bien las razones que apoyan esta coinciden-cia entre la opinión actual y el sentimiento de los hombres del 48.

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Podría ocurrir que este sentimiento se haya transmitido invariable-mente, sin que se hayan examinado los hechos que podrían justifi-carlo. 0, lo que es más grave, esta coincidencia puede obedecer auna deformación impuesta por un esquema histórico europeo.

No debe perderse de vista, en efecto, que 1848 es el año de larevolución francesa de febrero. Esto ha conduddo a algunos histo-"dadores a suponer que los acontecimientos de 1848,decisivos parael continente europeo, pudieron haber irradiado, de una manerainexplicable o al menos muy difícil de explicar, hacia la Nueva Gra-nada. Como no existe una conexión muy precisa entre los dos órde-nes de acontecimientos, parecería gue los historiadores colombianos <íf. 'se han atenido a u~ c::sq~C::~~Q2..eo.,haciendo una transposición'lslmplísta. -Almenos así se ha procedido al señalar las causas de laemancipación americana, cuando se pone de relieve la ideologíafrancesa de 1789..

Aquí, si bien existe el peligro de incurrir en una interpretaciónhistórica provinciana, parece más grave el de una generalizaciónapresurada. l;.ílferpretaciqnprovm:ci~ quiere decir, en este caso, la ~.que se localiza demasiado estrechamente; es decir, aquella que seestablece con respecto de factores que no trascienden el horizontegeográfico de América, yni siquiera de Colombia. La generalizaciónconsiste en vincular arbitrariamente un acontecimiento europeo dealguna trascendencia con un fenómeno semejante en América. Estetipo de error está viil.culado al intento de interpretación causal, queliga siempre un antecedente al hecho que se trata de explicar. Puesno es lo mismo afirmar que la ideología del llamado Socialismo Utó-pico, que culminó con la Revolución de Febrero, conformó ciertostemas y, aun de ,manera muy limitada, la ideología política radicalen-la Nueva Granada, a pretender que la revolución francesa de 1848tuvo ramificaciones en América.

Si hubo de alguna manera una «influencia» o puede señalarseuna relación de causa a efecto entre los hechos europeos y nuestradiscutida revolución de 1848,no cabe duda de que la forma en quetales hechos fueron captados por una minoría en la Nueva Granada,no corresponde exactamente a su configuración histórica. Existió unanecesaria deformación en la perspectiva de los granadinos, y estasola circunstanci~ excluiría el intento de emparent'ár los dos órdenes

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4 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

de acontecimientos. Francia vivió en 1848un momento de su histo-ria cuyos antecedentes y secuelas no podían ser aprehendidos porlos neogranadinos sino de una manera esquemática, sin un conoci-miento siquiera aproximado del trasfondo económico y social deacontecimientos que aparecían entonces bajo su aspecto meramentepolítico. Nada invitaba a una reflexión sobre este trasfondo a quie-nes se entusiasmaban en la Nueva Granada por la instauración de lasegunda república francesa. Para hombres como Mariano Ospina,significaba apenas la abolición del principio monárquico, y para los«avanzados», la adopción del sufragio universal, o, en otras pala-bras, el triunfo de determinados principios. Pues el principio revisteuna forma absoluta, allí donde no se establecen las necesarias cone-xiones entre una afirmación teórica y sus implicaciones sociales.

En la Nueva Granada de mediados del siglo XIX, la teoría políticaI se presentaba enriquecida por una experiencia histórica ajena, la ex-

periencia francesa, y, por consiguiente, con una terminología y conunos conceptos perfectamente inadecuados a las condiciones socialesy económicas locales. Esa expresión puramente teórica jugó, sin em-bargo, un papel muy importante, aun sobre realidades que no servíapara definir. Así, el estudio de la influencia francesa en este períodode nuestra historia debería tener, ante todo, un carácter semántico.Debería preguntarse por las realidades a las cuales se designaba conexpresiones que corresponden a otra experiencia histórica. A pesar

\ de este equívoco,lLasideas prestadas a Europa constituyeron un ins-)trumento político y no una forma de conciencia atemporal y ascép-tica. Ellas servían para expresar a cabalidad las aspiraciones de unaminoría,

\~, \ una generación dotada de una mentalidad radical, soñadora de utopías,educada en teorías políticas extranjeras e ignorante de la realidad nacional l.

No todo en esta generación es tan negativo, como pretende elseñor Liévano Aguirre. Es cierto, sí, que adoptó formas europeas en

, materia de pensamiento político, lo que no resulta extraño, si tene-

1 Indalecio Liévano Aguirre, Rafael NÚñez. Especialmente el capítulo tercero, dedica-do al «radicalismo en Colombia».

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mas en cuenta que la casi totalidad de las formas de cultura que seexhibían en Colombia en el siglo XIX eran de procedencia europea.Lo que no suele reconocerse voluntariamente a esta generación sonlos esfuerzos que realizó para difundir este tipo de ideología entrelas masas. ~l!~l!n intento fallido de «democratizaciQI1»,y tenía queserio, porque la universaliaa-a-cfél enunciad~ de tales teorías no po-día disimular la oposición feroz que encontraban en formas de con-ciencia impermeables a la identificación con los intereses de unaclase.

El conflicto con la ideología europea nace en el momento mismoen que los criollos la aducen en un intento de justificar el nuevo or-den que instauran ellos mismos. Sus propias aspiraciones no coinci-den con las de «los naturales del país», pues en ese momento existeuna sólida barrera racial que los separa de la mayoría de la pobla-ción granadina. Es la situación que describe Bolívar en 1815:,

Yo concibo el estado actual de América, como cuando desplomado el Im-perio Romano cada desmembración formó un sistema político, conforme asus intereses y situación, o siguiendo la ambición particular de algunosjefes, familias o corporaciones; con esta notable diferencia, que aquellosmiembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las al-teraciones que exigían las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenasconservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte nosomós indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos pro-pietarios de] país y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotrosamericanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos quedisputar estos a los del país y que mantenemos en él contra la invasión delos invasores: así nos hallamos o en el caso más extraordinarIo y compli-cadozo

La corlcÍerLcia rOiTLántica de Bolívar eclla de rrLerlOS el sustrato na-cional que se atribuía a los pueblos germánicos e intuye la profundaoposición entre los privilegios de los criollos, que habían sido cau-cionados hasta entonces por el poder español, y los derechos de una'masa 'indígena y mestiza. Este conflicto sólo puede resolverse con laextensión ilimitada del principio democrático. Por eso la disputa de

2 Bolívar, Obras completas, V. 1. (1799-1824), compiladas por Vicente Lecuna. 2a. ed.Edit. Lex, La Habana, 1950, p. 164.

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6 PARTIDOS PoLíTICOS y Cl~ASESSOCIALES

.'los derechos europeos, vivos aún en la conciencia de los delpait>~u-chodespués de terminadas las guerras de independencia, va~,:,ers_ereflejada en la lucha que emprende la ideología liberal contra-1osrestos de la Colonia. Éste es un proceso de integración y afirmacióna partir del desgarramiento inicial, de la mala conciencia originadapor la separación de/la metrópoli española. La ruptura con ésta hadado lugar a una preoc~pación insuperablesobre el principio de lal~git~midad. Casi extinguida esta forma de la conciencia civil porlas persecuciones de Morillo, sólo los caudillos militares parecen ha-berse sobrepuesto inmediatamente a los efectos de esta ruptura. Lasfiguras de Bolívar, Urdaneta, Santander, Obando, Herrán, Mosque-ra, López y Melo dominan el panorama político por medio siglo. Losciviles, Castillo y Raqa,. qarcía -del Río, Soto, Azuero o Cuervo hacen .apenas figura de comparsa o, como en el caso de Joaquín Mosqueray José Ignacio Márquez, ti~nen que enfrentar una insurrección mili-tar o una revolución. En esta forma, la supremacía económica de loscriollos, que Camilo Torres subrayaba en su Representación, se desva-nece ante el prestigio de la casta militar. Sólo a partir de .1848, unesbozo de conciencia de clase, de afirmaci6ñ económ-icade clase, vaa'aoriise-paso a traves de las supervivencias coloniales y contra elprestigio militar y la influencia del clero.

La discusión sobre la supervivencia del colonialismo después de1810, se reporta a la existencia de algunas instituciones de carácterfiscal que perpetuaban un régimen opresivo. Se responsabilizaba aldiezmo y a los monopolios fiscales de los escasos adelantos de laagricultura en la Nueva Granada, puesto que privaban a los particu-lares de iniciativa en explotaciones agrícolas fructuosas.

Comoquiera que se mire este problema del colonialismo, ningúnargumento basta para ocultar su verdadera naturaleza y su alcancereal. Puesto que la transformación de las instituciones dependía delos hombres que tomaron el poder a partir de 1810, ¿la superviven-cia de algunas que habían caracterizado el régimen colonial no sig-nificaba la continuidad de este régimen, aunque sus beneficiariosfueran diferentes? No debe perderse de vista, en ningún momento,el carácter especial del Estado granadino en el siglo XIX. Cualquierobservador imparcial no dejaba de extrañarse ante el espectáculo deuna república en la que reinaban las más chocantes desigualdades

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sociales y en la que la barrera racial jugaba un papel tan importante.Saltaba a la vista que una cast_a_d~abog~~os y militares ejercía u!la ;'verdadera tir.'!DÍ9-.,§Qbreuna gran masa de indios, mestlZ-óS- y_'i}1U- .latas a los·que se sometía mediante una influencia directa, o a travésde leyes vejatorias o, simplemente, explotando su ignorancia. El co-'lonialismo sobrevivía entonces de una manera natural, merced aestructuras sociales que el régimen republicano no había modificadoen absoluto. La separación de España no había bastado para integrarun Estado en el que los intereses fueran homogéneos. La lucha E.0rel control del Estado signifi~~ba.!lnalucha por la libertad, aun dentrode un régimen republicano. Las aspiraciones de los n!l~yº~,goIl}ina-dores sólo podia,n c<?ln:'-~!"~~fOD~L~9,D.trolabsolt!to del E§t~.9-.o,_y-esJecontrol coinCIdía con l~.Ji~ertªd.Pues si Estado significaba exacciónaihtrada, el único medio de librarse de ella consistía en su controL

Así, el más primitivo origen de los partidos buscó, ante todo,constituir un medio de protegerse de pretensiones opuestas sobre ladominación estatal. Su organización como una cohesión orgánica de P. /1::AI!;"t,int~~que se expresan mediante la formulación de una ideología,es más bien tardía. Si bien existe, en la primera mitad del siglo XIX,un rudimento ideológico sugerido por el liberalismo ilustrado de lacenturia precedente o por la noción de un Estado paternalista here-dado de la Colonia, los partidos no se definen sino hasta muy entra-do el siglo XIX, precisamente hacia la época de que nos ocupamos,Entretanto, las luchas frecuentes entre las facciones sólo pueden ex-plicarse como un resultado de la situación creada por las guerras dela independencia. El prestigio militar de algunos hombres basta paracongregar a su alrededor un número suficiente de gentes para soca-var las bases del nuevo Estado. Obran movidos por la pasión inextin-guible que se originó en una época revuelta, cuando no se discerníanmuy bien los motivos de la lucha sino a 'través de una imagen delpoder. El carácter de guerra civil de estas luchas (al que nunca sealude por una falsa noción de patriotismo), explica los trastornosconsiguientes. El barón Gros, encargado de negocios de Francia, ca-racteriza la situación en estos términos, cuyo rigor sin atenuacionesilustra la época en que fueron consignados, en medio de la guerra de1840:

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8 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

Ha querido elevarse aquí un edificio sin base, un edificio de libertad conmateriales españoles. Qué esperar de una república en donde todo hombrellama amo a todo individuo má" blanco o mejor vestido que él. «Sími amo»es la respuesta que se recibe a todas las órdenes que se dan, y esta respuestano es una palabra vacía de sentido: el pobre indio obedece y cree hacer bien.De allí una cantidad de abusos deplorables y los desórdenes renovados sincesar que afligen al país. La clase que se dice culta, aquella que ha destruidoel poder monárquico para sust.i.tuirel suyo, no tiene ninguna instrucción,ningún sentimiento de moralidad, ningún principio de justicia. Su interésy sus pasiones son el sólo móvil al cual obedece. Dispersa sobre un vastoterritorio ejerce una influencia inmensa scbre los pueblos a los cuales diri-ge. Todojefe militar que tiene algunos hombres bajo sus órdenes los haceobrar según su capricho, cada cura hace otro tanto en su pueblito, cadapropietario sobre su finca3.

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Puede parecer sorprendente que los puntos de vista del encarga-do de negocios de Francia, que parecen dictados por un profundodesdén hacia un pueblo semibárbaro, fueran compartidos casi en suintegridad por una generación posterior de granadinos, que prácti-camente secolocan en la perspectiva europea para enjuiciar la realidadsocial y económica de su tiempo. Los senti~~ntos de esta genera-ción son profundamente.antimilitaristas y anticlericales. Preconizanun igualitarismo teórico con el que quieren integrar a la vida políticaa '¡as masas oprimidas que describe el barón Gros. Hasta coincidencon éste en la afirmación de que los criollos no se vieron movidos ensu afán de independencia sino por el deseo de sustituir a la monar-quía española en el poder.

Estas ideas, profundamente críticas, señalan el nélcimiento de unaf~ __de_~_Qn.c.ienciaque tiende a responsabilizarse del manejo de

. los instrumentos del poder. A través de la anarquía política, se abrepaso una conciencia civil que quiere sujetar al Estado a sus propiosobjetivos. La escisión entre el Estado y la totalidad de la vida de lanación es tan evidente, que quiere prescindirse de su tutela para li-berar las energías puramente individuales. Cada vez más tiende aimponerse la idea, que se calificaba de «radical», de que es posible.obtener una organización espontánea de la sociedad mediante latrabazón armónica de intereses meramente privados. El problema

3 AAE. Va\. 15,fol.334v. y ss.

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va a consistir, en adelante, en encontrar la manera de fortificar sufi-cientemente estos intereses, de tal manera que se equilibren mu-tuamente entre ellos y constituyan una limitación al poder del Estado.

LA CRISTALIZACIÓN DE UNA REVOLUCIÓN LATENTE

1848no presencia una revolución abierta, sino más bien el recrude-cimiento de pugnas hasta entonces latentes. Si en 1810 los perfilesde la lucha no se destacan a la luz de controversias sociales sino quesubrayan su aspecto meramente jurídico, en 1848,el movimiento re-novador deinstituciones no enmascara suficientemente el trasfondosocial. No resulta sorprendente, entonces, la tesis que sostiene queen 1848 tiene lugar la verdadera emancipación. Esta afirmación nopar~ce tener otro alcance que el señalar la manifestación en la vidapolítica del país de exigencias que provienen de todos los sectoressociales. Nieto Arteta4 hace notar que el transcurso del tiempo habíavigorizado a los manufactureros, a los comerciantes y a los artesa-nos, cada uno de los cuales encontraba obstáculos para el normaldesenvolvimiento de su actividad en los residuos de las institucio-nes coloniales. P·uede hablarse entonces de revolución, si se conside-ra que la intervención de estos elementos ,sociales ha acelerado elmovimiento histórico.

No debe perderse de vista el hecho de que una larga tradiciónhistórica -a la que se señala sus orígenes en fábulas infantiles-parece haber encauzado en Colombia todos los movimientos histó-ricos, aun si se designan corno populares, dentro de los límites deuna legalidad aparente. Este hecho puede explicarse si tenemos en

1 1 r .. l' 1 1 1 .• 1" 1 1. T"""'I' •cuenTalas roanas aeslguateS ue las IraulclOnes ae cultura. tm la pn-mera mitad del siglo pasado, y antes, naturalmente, los criollos go-zaban de una instrucción jurídica que ponía en sus manos, de unamanera natural e indiscutible, la herencia burocrática española. Elpapel social preponderante de esta clase y su actividad, confinada ala discusión de cuestiones legales, imprimían un carácter general

4 Luis E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia. Ed. Tercer Mundo.Bogotá, 1962, p. 229 Y ss.

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10 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

a la sociedad, a la que vez que proveían a la clase dominante de unarma que ésta podía utilizar en su propio provecho. Así- una de lascaracterísticas de la lucha latente entre las clases sociales, durante la •primera mitad del siglo XIX, era la apelación permanente a instru-mentos legales. Páradójicamente, resulta difícit en cambio, asignarel carácter de lucha de clases a los sucesivos levantamientos arma-dos, por lo menos hasta la rebelión de Melo, en 1854. Aun la pugnaracial que se entabló a propósito de los resguardos5

, revistió siempreun carácter curialesco. Como la ley española asignaba estos resguar-dos a los indios con toda clase de precauciones de tipo legal, de allíparecía derivarse una especie de desafío a la inventiva jurídica delos criollos, que ejercían una presión exterior y que querían tener ac-ceso a ellos. Sólo una progresiva mezcla de razas permitió edulcorarla lucha abierta y mantenerla en un estado latente. De la misma ma-nera, el traslado a zonas urbanas de los mestizos que confinaron suactividad a labores artesanales, distrajo las tensiones puramente ra-ciales. ~?

Con todo, las asimilación cultural que se opera a lo largo del sigloXIX no basta para eliminar del todo la impresión de que en el origende todos los problemas sociales de la Nueva Granada existía unadominación racial. Las formas de conciencia de la clase artesana1revivían ingenuamente temas indigenistas, para expresar su incon-formidad social en el interior de un movimiento que coartaba cadavez más su actividad tradicional. Esto no quiere decir que se dieranformas autónomas de conciencia indígena. Al contrario, las reivin-dicaciones sociales de los artesanos quedaban enmarcadas por suactividad y se teñían de un acento marcadamente europeo porqueEuropa acababa de popularizar, con la revolución francesa de febre-

_ 1'0, el lenguaje apropiado para expresar los antagonismos d'e clase.A pesar de los profundos cambios operados, muchos se resisten ., ,

a atribuir un carácter revolucionario a las reformas llevadas a caboa partir de 1848. Esta tendencia atribuye a un error de óptica parti-dista la significación desmesurada que se confiere al nuevo rumbode las instituciones. En realidad, éstas son una resultante de la ace-

5 Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930. E. S. F. Medellín,1955, p. 6.

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leración histórica producida por la intervención de grupos socialesque hasta entonces habían permanecido marginados, y no lo contra-rio. Si bien un estudio que tienda a poner en claro el papel históricojugado por las clases sociales debe matizarse al máximo, con todos,los detalles que puedan modificar un esquema demasiado general,este esquema se impone por sobre toda variación. En este sentido,puede hablarse legítimamente de una revolución acaecida en 1848.

Es claro que el estudio de un fénómeno semejante debe atenersea antecedentes históricos conocidos. Una visión general de la décadadel 40 sirve a este propósito porque indica los puntos esenciales conrespecto a los cuales se opera un cambio profundo.!

A la altura de 1840, se posee una experiencia histórica decisiva,que va a gravitar sobre el desarrollo ulterior de la vida política ysocial de la Nueva Granada. Este año se señala precisaménte por laguerra civil, que muchos historiadores coinciden en calificar comola más injustificada de las muchas conmociones que presenció elpaís durante el siglo XIX. Este juicio parece inducido de dos motivosque saltan a primera vista. Es notorio el hecho de que todavía no sehabían constituido los partidos políticos, al menos ideo1ógicaIT\ente,y entonces no cabe sino atribuir, de una manera muy general,.E"inoti-vos puramente persona listas el desarrollo de un conflicto que se ori-ginó de la manera más inesperada, a raíz de la supresión de algunosconventos menores en Pasto. Al margen de este juicio, exclusivamentepolítico, existe una consideración de' mayor entidad para calificardesfavorablemente la guerra de, 1840. Esta provocó una profundadesmoralización en los hombres 'que habían c~menzado un precariomovimiento de industrialización. Los escasos establecimientos quehabían obtenido, casi de una manera simbólica, privilegios del Esta-do para la producción de loza, tejidos, cristal y papel sufren el rudoimpacto de la guerra y se ven obligados a suspender sus actividades,No se trataba, en este caso, de una ruina financiera de grandes propor-ciones. Sería un error exagerar las pérdidas reales producidas por laguerra a industrias incipientes. Sin embargo, el efecto psicológicoparece haber sido incalculable. Si la política económica había apoyadohasta ese momento, de una manera decidida, los esfuerzos tendien-tes a introducir en la Nueva Granada los mejoramientos que el opti-mismo decimonónico prometía a todos los esfuerzos aplicados a la

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actividad industriat en adelante se descarta casi por entero la posi-bilidad de incorporar, de una manera normal, una economía con unmercado interno para producción. La actividad de los pocos hombresde empresa tiende automáticamente a encauzarse dentro de otroscampos, más propicios a un desarrollo adecuado con lo que se juz-gaban que eran las condiciones reales del país. No debe atribuirseuna importancia excesiva a las doctrinas económicas en boga, hastael punto de olvidar la aptitud de los hombres para recibirlas. Estaaptitud no es otra que el resultado de una experiencia histórica con-creta, que en el presente caso se refiere a la frustración de los prime-ros esfuerzos dirigidos, de una manera espontánea y optimista, aobtener las promesas que la industrialización europea había gestadocon la ideología liberal.

A la frustración sucede la desmoralización, muy bien tipificadapor las especulaciones de Judas Tadeo Landínez. Joaquín Tamayo,biógrafo de José María Plata, describe a Landínez como a una espe-cie de personaje balzaquiano, entregado a audaces combinacionesfinancieras en un torbellino increíble, en el que se movían alocada-mente los millones y en el que la avidez y el puro gusto del riesgoparecían conducir a una buena parte de los granadinos a la banca-rrota. Este cuadro responde muy bien al estilo de la escuela históricalírico imaginativa, según Ospina Vásquez. El episodio puede redu-cirse a las palabras desdeñosas y lacónicas de un francés contempo-

, 6raneo :

El señor Landínez, antiguo ministro de asuntos extranjeros, había introdu-cido en Bogotá, a raíz de la interrupción de las comunicaciones con la costa,una especie de especulación que ponía en movimiento todos los capitalesimproductivos a consecuencia de la inmovilización del comercio. No se tra-taba en realidad sino de un juego o de una lotería. Algo parecido al deliriose ha apoderado de la población y todos, previendo una catástrofe inevita-ble pero que se difería a una fecha posterior al plazo de los billetes que seposeería, iban a confiar su fortuna al hombre cuya capacidad financieraparecía fabulosa. Éste acaba de suspender pagos y no hay acaso diez fami-lias en Bogotá' que no se encuentren arruinadas. Este acontecimiento sinejemplo en el país domina necesariamente a todos los demás y es todavía

6 A.A.E. Vo!. 16. Fo!' 99 v. y ss .

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un nuevo flagelo que debe añadirse a todos aquellos que han desolado larepública. I

Ésta no es la única descripción del incidente pero posee la venta-ja de reducirlo a sus verdaderas proporciones. Se trata de una des-gracia más que debe sumarse a la guerra civil, pero que revela elespíritu de u~!~?a~ en la que ~~~inan la?_m_ás.~'S~rañasfanta-sías. Al optimismo razonableyala labor paciente se sustituye undelirio incontrolado y un afán de lucro tan desmesurado, que haceperder de vista la realidad.

A partir de una experiencia parecida, nada tiene de extraño quela mentalidad conquistadora de una minoría haya experimentadoun giro radical. En menos de 10 años, esta mentalidad ha cambiadorespecto de uno de los temas capitales de la política económica. Deun l?~gte<;cio!l~§mq_<:lecj(H<i_o~y-muy_bien..fundamentacio. (en.el.tnjor::. _.me del secretario de hacienda, José 1. Márquez, a la Convención d-e1831, por ejemplo), se pa1ia,casLsjnJraI}~.iciÚn,_¡Lla_aJ:eptación.casigeneral de las te_oEías_~~st~~~dasP2.r_~llibr_e.cambio.Ospina Vásquez7

expone con suficiente claridad las circunstancias que rodearon estecambio. El primer fracaso de una incipiente ind~~trialización bastó

. --.----- .....---para crear un clima escépHco!.esp~ las bo~d~~-ma que exigía sacrificiossuperior_~s_alos quese podjanpr.everen_unmedio que parecía destinado a ~ecibir-gr-atuÍtamente t0cl0Slos bene-ficios de la civilización. Antes del fracaso, había parecido suficienteadoptar la insignia del progreso para que esta deidad protegiera conlargUeza a sus abanderados. Dar los primeros pasos parecía bastante

. para anticipar con el simple deseo las imágenes más seductoras. Eneste clima espiritual, el fracaso al primer intento centuplicaba susefectos. Y como ninguna promesa parecía bastante satisfactoria apartir de ese momento, la división internacional del trabajo, que

. asignaba un sitio modesto pero seguro a las regiones intertropicales,se adecuaba perfectamente a un deseo creciente de «realidades». Laadopción misma del régimen republicano no representaba una ven-taja desde el punto ·de vista económico, puesto que nada se había

7 Op. cit., p. 143 Y ss.

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14 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

hecho para incrementar la producción sobre la que descansaba elestatuto colonia11Así lo manifiesta Florentino González, en 18468:

Es vergonzoso decirlo: si fuéramos colonia española, no tendríamos hoymonopolizado el tabaco, porque los resultados de Cuba habrían inducido algobierno español a hacemos la misma concesión,

Así, a los ojos de muchos, la Nueva Granada era un país esencial-mente agrícola, lo que constituía una verdad sencilla y fácil de cap-tar. De allí a concluir que deberíamos seguido siendo siempre, nosparece hoy que existe un abismo, pero no lo era así para los hombresde la época, que concebían la economía como una ciencia de realida-des inmutables. Si uno de los caminos era equivocado, el otro debíaser forzosamente el verdadero. El principio de no contradicción esla máxima certidumbre a que puede aspirar un espíritu curioso dedemostraciones. Desde 1842, el argumento se repite incansablemen-te. La Providencia ha designado a la Nueva Granada para que pro-vea de materias primas a las naciones que han sido favorecidas conun mayor adelanto en las artes y sobre las que recaen tremendasresponsabilidades y, ¿quién sabe?, una carga tal vez más pesada contodas sus aparentes ventajas.

EL LIBERALISMO, EN EL ORIGEN DE UNA CONCIENCIA DE CLASEIJ, f'1 ,..,... 7'/~ ":l' f .•Y" " • ,

Se ha sugerido que la minoría cií~l}~prefiguraba una burguesía. Elfactor racial -uno de los punfales más sólidos de su prestigio-jugó un papel equivalente al predominio económico y canalizó suatención hacia la ideología liberal europea. En tanto que en los paíseseuropeos no industrializados (Alemania, Italia y Europea Central), en

~"l.los que el liberalismo no,postulaba los intereses de una clase sino losideales puramente antifeudales de la Revolución Francesa, se impusouna versión nacionalista y romántica del liberalismo, es decir, una vi-sión parcial, en la Nueva Granada una minoría criolla, dotada de todaslas preeminencias de una clase colocada a la cabeza de una sociedad

8 Florentino González, «Hagamos algo de provecho», artículo publicado en El Día,número 375, de 23 de agosto de 1846,

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1,r

indep-endiente, fue mucho más receptiva a las influencias de la ideo-logía liberaL En un mismo país coincidieron todas las versiones po-sibles, y todas dotadas de un optimismo transformador en la esferasocial y económica. Se esperaba mucho con la adopción de una ima-gen rnitológica de la dem9--,=-mciaJWJ1~flmer:icana_y_.deJas_Yidlldesrepublicanas de Benjamí!lJ;~ranklin, del radicalismo utilitarista deBentham, de las teorías económicas de Smith y Say, de la doctrinamanchesteriana de Cobden, de las armonías económicas de Bastiaty aun de la influencia aislada de autores franceses como Constant yBéranger. Esta amplia imaginería podía subsistir sin una raíz socialy económica adecuada, puesto que estaba sustentada por el pres-tigio de una clase social que manejaba todos los instrumentos delpoder.

El mi~Ill~.~n!!I~IJe~alismoeuropeo,ilriginado en la afirmacióD.lla-cionalista frente a las invasiones napoleónicas, 2arecía trélsE!antado'. -'-~~---'-----9----'" _..- . -.-.enJas Meditacion~s de Ga~cía deU\.ío . En el caso europeo, la inspiraciónromántica confería una entidad a ciertas peculiaridades linguísticas yraciales que se oponían al influjo ava~é!!~9.Q.!:.,~_~.!Dgp-ºlita,.q~J.~Revolución Francesa. En Garda del Río encontramos excepcional-mente, y por' iÚÚ;sola vez, la exaltación típicamente antiliberal deciertos elementos de la nacionalidad, qPQ~~g~2.qqeJwJlalJó .!1!l_~Q.a_decuado en lo que más tarde se de.finiQ <.:Wnoconse:rvatismo.

Nada podía oponerse en la Nueva Granada a la influencia euro-pea', desde el momento mismo en que se produjo la ruptura con Es-paña y que trajo consigo amargas reflexiones sobre la condición delamericano. Se da entonces la paradoja de una democratización cre-ciente que no resulta de un grado superior de civilización, como !o \s~p¿ne el prinéipio Hber'al, sinodeTintentofanId.Q~c;l~.al?roxi.tn-ªIs~a )l,aE>ma$as.p.ara legitimaLUn_p-o.der que se siente como usurpado ytambién, acaso, del deseo de singularizarse. Al tenerse noticia, porejemplo, de la revolución de 1848 en Viena, escribe El Neogranadi-

10no :

9 Juan García del Río, Meditaciones colombianás. Imprenta de J. Cualla. Bogotá, 1829,p.5 Y ss.

10 N° 21 de 23 de diciembre de 1848, p. 161.

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16 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

... faltábanos un poco de fe, y los sucesos de Europa nos la han suministra-do copiosamente: faltábanos decisión pura y absoluta por nuestro sistemasocial, y ahora la tendremos, pues ha llegado el tiempo de alzar orgullososla frente con la convicción de que no estamos detrás sino delante del movi-miento de civilización universal. .

La lucha de algunos países europeos contra supervivencias feu-dales parecía invitar en ese momento a liquidar todos los restos delpasado colonial y a tomar una decisión pura y absoluta por el princi-pio liberal que parecía haber alcanzado un triunfo total en el conti-nente europeo. La existencia de un régimen republicano producía lailusión de encontrarse «delante del movimiento de civilización uni-versal», puesto que los países europeos luchaban por instaurarlo.Se trataba, simplemente, de una extraña alucinación nacida de con-templarse en un espejo distorsionado. No puede negarse, sin embar-go, alguna semejanza entre las aspiraciones de la burguesía europeay el deseo de los radicales granadinos de liquidar definitivamentela estructura colonial de un Estado paternalista. La lucha emprendi-da no enfrentaba, sin embargo, un poder absoluto, como en Europa,sino algunas instituciones fiscales y la rutina de un poder burocráti-co que dependía de ellas. La ampliación indefinida del horizonte dela iniciativa pri'vada no significaba un salto hacia la industrializa-ción, o hacia las condiciones que la harían posible, sino que creabala posibilidad de sustituir la actividad del Estado, que se juzgabacalcada sobre moldes coloniales, por la explotación individualista.de los mismos recursos. Así, llegó a crearse la antinomia de un libe-ralismo importado, o más bien reflejado, en medio de condicionesincompatibles, lo que daba como resultado una ideología cosmopo-lita, y en cierta medida antinacional, frente al liberalismo industrialde las grandes potencias. Sería un error, sin embargo, acentuar de-masiado los elementos negativos que, dadas las condiciones del país,conllevaba la idea liberal. Debe tenerse en cuenta el aislamiento re-lativo de la Nueva Granada dentro del circuito económico mundialy, sobre todo, su absoluta impotencia industrial. Estos dos factorescontribuyeron a crear una ilusión, que sólo el siglo xx ha desvaneci-do, en torno a la ideología liberal.

Desde 1830,ya través de la universalidad de los enunciados po-líticos del liberalismo, fue abriéndose paso en la conciencia de la

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1848 17

minoría criolla un sentido todavía oscuro de la interdependencia en-tre las naciones. Contribuía a reforzar esa impresión el hecho de quepesaran sobre el país las deudas contraídas a raíz de las guerrasde independencia y el temor no disimulado de una intervencióneuropea. Se pensaba que los intereses políticos de la Santa Alianzaeran un reto permanente aunque lejano (pues sólo se concretizaba araíz de reclamaciones consulares) a la existencia de las repúblicashispanoamericanas. La adopción casi general por parte de Europadel principio republicano, significaba la única garantía permanentede esa existencia. De otro lado, el mismo principio liberaJ alimentarba la ilusión del progreso indefinido, y a ella se aferraban los queveían amenazada la independencia nacional por una intervencióneuropea.

Los países «eminentemente civilizados» no podían menos queformarse una pobre idea de la moralidad y la eficacia de las nuevasrepúblicas, a la vista de su pobreza y de su constante anarquía polí-tica. Había entonces una necesidad inaplazable de abolir la fuentede toda crítica, impulsando el desarrollo material. <;;9Jl_eléxito tn,a-t~~ial se reintegraría la conciencia criolla escindida del marco desu primitivo origen europeo. Esta ruptura había traído consigo eldesconocimiento, por parte de Europa, de la legitimidad de las nue-vas repúblicas y la desconfianza hacia sus instituciones. Sólo siEuropa ?dopt~ba a su vez el principio r~publicano, podríé! crearseuna comunidad de iÍltéresés capaz de realizar las promesas dellipe-ralismo. Los granadinos se lamentaban del desconocimiento de Amé- '~,;ica por parte de los europeos, y lo atribuían alhecho de que Españano hubiera adoptado el régimen republicanoeh1812. En 'suma, deque se hubiera roto la vinculación de América y't:uropa y no se hu-biera formado, según José María Samperl1 « ... una gran confederaciónsocial de España y sus antiguas colonias». España habría tenido unapreponderancia enorme dentro de esta confederación y los ameri-canos,

11 José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de lasrepúblicas colombianas. B.P.C. p. 5 Y 55. Y p. 10.

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18 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

.,. sostenidos por el prestigio español, habríamos consolidado en breve unademocracia pacífica, hospitalaria, noble y esencialmente progresista, con-tando con el respaldo del mundo europeo . ••No resulta extraño, entonces, que la revolución europea de 1848

se juzgara como un acercamiento entre los dos mundos y elcomien-zo de una comunidad internacional en la que se armonizarían todoslos intereses, gracias a la aceptación generosa de las teorías econó-

\ micas europeas.

UNA BURGUESÍA NACIENTE. SUS ADVERSARIOSY SU COYUNTURA

Si estos eran los sentimientos corrientes en la minoría criolla, queda-ba subsistente la dificultad de realizar sus aspiraciones de progresomaterial en un país casi despoblado, con una disparatada composi-ción racial, sin recursos fiscales adecuados para impulsar las activi-dades económicas, con un acceso difícil y costoso a las costas y conhabitantes que se apegaban a formas de conciencia seculares, here-dadas del régimen español.

1848 presenta una coyuntura en la que todos estos problemas sediscuten y encaran. El régimen, nominalmente conservador pero pro-gresista, del general Mosquera había abierto el camino a una seriede preocupaciones de tipo económico y aun de carácter social desdeel momento en que Flor~t:l.t!I10González, uno de los más caracteriza-dos representantes de las nuevas preocupaciones, había sido llama-do a ocupar la Secretaría de Hacienda. En 1847 se rebaja el ara!,!celaduanero, con el objeto de activar el comercio amenazado por la crisiseuropea 12, se discute la supresión de los diezmos que gravan la agri-cultura, se introduce una reforma monetaria y se insinúa la abolicióndefinitiva del monopolio del tabaco. Todas estas fi!edidas tendían a

12 Informe del secretario de Hacienda, al Congreso Constitucional de 1848.Imp. de J. Cualla,1848,donde afirma: «A pesar de la crisis mercantil que ha afligido a las nacioneseuropeas, que naturalmente ha debido oponer dificultades a la extensión del co-mercio,la importación ha sido tan abundante en la Nueva Granada, desde que sepuso en ejecución la ley, que es muy probable que la renta de aduanas tenga esteaño un aumento de mucha consideración». pp. 8 Y9.

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1848 19

~incular la actividad del Estado en provecho de los Eartic1}lares y,especialmente, de los comerciantes, que constituyen el núcleo de loque podría verse como el esbozo de una burguesía.

Pese a todo, Mosquera encarna en 1848 una tradición temible alos ojos .de esta naciente burguesía, en la cual es muy fuerte la con-ciencia civilista. La naturaleza del conflicto está indicada por el pro-ceso que en el último año de la administración del general se siguióa dos periodistas liberales, ante un jurado especial. Ricardo Vanegasy José María Vergara Tenorio, ardientes partidarios de toda clase dereformas, habían sugerido en El Aviso y La América una connivenciaentre el presidente y el general Flórez que, apoyado por España, pla-neaba una expedición destinada a someter al Ecuador a su antiguametrópoli. La expedición fracasó por el embargo que llevó a cabo In-glaterra de los suministros españoles. El incidente había provocado,sin embargo, la suspicacia de los liberales que apoyaban las refor-mas de Mosquera y había convertido al presidente en el protago-nista involuntario de algo parecido a una opereta, el 13 de junio de1848. Absueltos los periodistas Vanegas y Vergara del cargo de difa-mación, fueron vitoreados por la multitud. El general Mosqueratemió que estuviera ocurriendo una verdadera revolución destinadaa deponerlo o a atentar contra su vida, y apresuradamente salió ar-mado de la casa presidencial, con el objeto de alertar a las tropas.Esta qesconf.illp.za mutua ilustra las aprehensiones de la que comien-za a semejar una burguesía, frente al prestigio de los militares queintervinieron en las guerras de la. Independencia. Un temgr pareci-do ante Obando va a ser el origen de los esbozos federalistas de laConstitución de 1853 (en la que se priva al ejecutivo de la facultadde nombrar sus agentes en las provincias), y los ataques irrazonadosal ejército van a precipitar el golpe de Estado del 17 de abril de 1854.

El origen y las vinculaciones de Mosquera contribuían a alimentarlas sospechas infundadas de que era víctima. A los ojos de cualquie-ra, podía representarse la imagen exagerada de la poderosa familia

.Mosquera, cuyo ascendiente aristocrático la colocaba en un lugar pri-vilegiado entre las de la región más reaccionaria del país, adonde la

.~emanciRación no había llegado aún y en donde las formas republi-. canas de gobierno apenas se toleraban por un precario acuerdo. Tan

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20 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

precario que, según el testimonio de R. Mercado13, al saberse de laexpedición proyectada por Juan José Flórez en 1846, el entusiasmocundió entre las familias aristocráticas de las provincias del Cauca yde Buenaventura y «... ya los que se reputaban nobles se hablaban aloído sobre el restablecimiento de los títulos de sus familias». Y,según elmismo Mercado, llegaron a formarse clubes en Cali que eran verda-deros focos de propaganda monárquica. Hay una evidente intencióncaricaturesca de estas pretensiones de nobleza en la descripción deMercado, pero es indudable que existía una oposición muy marcadade intereses entre ciertos sectores y actividades tradicionales de la po-blación y las aspiraciones reformadoras de la clase comerciante.

A pesar de sus temores, y tal vez a causa de ellos mismos, estaclase se insinúa desde 1848 como un agente histórico dispuesto acombatir la influencia del ejército, eSa institución nacida de la nece-sidad y, en todo caso, «... organizada en medio de una República, porlas ordenanzas despóticas de España»14.

11

Pero no es sólo el prestigio de los viejos caudillos de la Indepen-I ,dencia lo que combate el espíritu civilista liberal. Si en el ámbitoI social una naciente burguesía de comerciantes busca la preeminen-

cia incontestada, asimismo tiende a constituirse en un poder real, esdecir, un poder económico que contraste con el poder caduco, den-tro del marco republicano, de los grandes propietarios territorialesdel sur de la República, poder que se derivaba de su antigua alianza.con el régimen colonial español y que se apoyaba en la superviven-cia de estructuras coloniales. Para este propósito, la coyuntura de1848 es eminentemente favorable, puesto que, como se acaba de ver,con la revolución europea se iniciaba una comunidad internacionalpresidida por principios liberales .

13 R. Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur, especialmente en la provincia deBuenaventura, durante la administración del 7 de marzo de 1849. Bogotá, 20 de julio de1853. Este panfleto de justificación fue escrito por Mercado para defenderse de loscargos que Florentino González dirigió contra su administración como gobernadorde la provincia de Buenaventura, por haber procedido con lenidad frente a los ar-

-lesanos que en 1850castigaron duramente a los propietarios del sur de la Repúbli-ca.

14 Florentino González, de un discurso ante el Congreso; publicado en El Neogranadi-no, No, 241 de 11 de marzo de 1853, p. 81.

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1848 21

Aun más, muy recientemente, en 1846, Cobden había librado y~ la batalla del librecambio en Inglaterra. Con la impresión deque se trataba de una ~ueva conquista de la civilización, los grana-dinos, bajo la sugestión de Florentino González, se apresuran a expedirla ley de 14 de junio de 1847, que reducía los derechos de importa-ción y que colocaba en un pie de igualdad a los buques que prove-nían de los Estados Unidos y de Europa. Esta medida da fin a unapolítica tradicionalmente proteccionista y, según las palabras del se-cretario de Hacienda,

... hoy pueden todos los habitantes de la tierra venir a traemos sus produc-tos ya comprar los nuestros bajo el pie de la más perfecta igualdad, sin temerotra competencia que la de la actividad, la economía y la inteligencia 15.

La reducción de la tarifa aduanera se presenta así como un actode confianza en la actividad sin trabas de los comerciantes, y con ella

~I se espera un mayor volumen tanto de las importaciones como delas exportaciones. El interés evidente del Estado reside en que surenta no se vea disminuida, y en este sentido se expresa FlorentinoGonzález (véase nota 12) en su informe, como secretario de Hacien-da, al Congreso de 1848. Mucho más tarde, sin embargo, como con-gresista, defiende la misma ley de 14 de junio de 1847 y atribuye elmejor producido de las aduanas a la crisis europea, que impedía alos comerciantes la obtención de créditos16

• Las dos declaracionesson tan notoriamente contradictorias, que dejan entrever claramentela actitud de los comerciantes, cuya mentalidad encarna FlorentinoGonzález, frente a la reforma aduanera. En ella se revela su interés,pero también la confianza implícita, de que el comercio pueda contri-buir a activar la producción nacional. La reducción de la tarifa es una.1 reforma preliminar que debe traer consigo otras más sustanciales,como la abolición del monopolio del tabaco o el comercio del oro sin.restricciones. De esta manera, el librecambio, doctrina nacida de losintereses colonialistas de Inglaterra, va a estimular cierto tipo de pro-

15 Informe cit., p. 8.16 Florentino González, «Ley de Importación», artículo publicado en El Siglo, No. 9,

de 10 de agosto de 1848.

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,22 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

ducción capitalista tropical. Constituye, en el fondo, un llamamien-to a incorporarse dentro de un circuito económico mundial y, en laNueva Granada, constituye el punto de apoyo del capital mercantilpara fundar una supremacía de clase.

OTROS FACTORES HISTÓRICOS. LA VISIÓN RETROSPECTIVADE LOS REFORMADORES

, No debe perderse de vista, sin embargo, que en 1848 se inicia unproceso histórico caracterizado por las incidencias políticas. La in-tervención activa en este proceso de la generación radical o gólgota,que introduce sus aspiraciones en la Constitución de 21 de mayo de1853;de la resistencia de un sector moderado del liberalismo, el cualrepresenta la función burocrática tradicional del partido en el poder;del partido conservador, cuyo jefevisible, Mariano Ospina Rodríguez,defiende con cautela el principio del librecambio y denuncia al mis-mo tiempo los atropellos al orden de que son víctimas los hacendadosy la Iglesia, y, finalmente, de los artesanos organizados en sociedadesdemocráticas, revela la variedad de las tendencias puestas en conflicto.

Si cada cambio político traduce, aunque sea imperfectamente, el~squema de rasfUerz_~s soci~les g~e intervie~en, pueden mirarsetambién tales cambios como etapas de un proceso de transformacióndesmesurado que tiende a un equilibrio momentáneo. Después dela victoria alcanzada el 4 de diciembre de 1854 por una coaliciónradical-conservadora sobre las tropas del general Melo, los liberalesdeben ceder el poder a los conservadores. Esto no significa, sin em-bargo, un retorno al punto de partida' en 1848. El impulso inicialestaba dado y los mismos gólgota s pudieron contribuir en otro sen-tido a la transformación iniciada. Según Medardo Rivas17

,

oo. cuando la escena política se cambió y ya no tuvieron ni Escuela Republi-cana ni campo dónde figurar, vinieron a prestar su contingente de trabajo ysu valioso impulso a la industria en estas regiones.

17 Medardo Rivas, Los trabajadores de tierra caliente. B.P.C.C. Bogotá, 1942, p. 142. Rivascita, entre otros, a Camacho Roldán; Miguel Samper y sus hermanos Silvestre, An-tonio y Manuel, Manuel Murillo; Juan N. Solano y Aníbal Galindo.

'", .

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1848 23

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\ :

Pero puede contarse ya con que la obra de emancipación de unaclase social ha alcanzado su punto culminante. Se ha calmado porentero la desazón que producía la coexistencia de un antiguo estilode vida con las instituciones republicanas. Más concretamente, se haquebrantado el poder exclusivo de la vieja clase latifundista y seha emprendido el camino que va a conducir a la federación y a laconstitución ultralibeial de Rionegro.

Florentino González resume en 1852las conquistas alcanzadas, einsinúa ya el principio federativo, al defender ante el Senado la elec-ción popular de los gobernadores, que se introdujo en la constitu-ción del año siguiente:

Mucho recalca el señor Núñez sobre las importantes reformas que ha hechoentre nosotros el gobierno central: la abolición de la esclavitud y el cadalsopolítico: la libertad absoluta de prensa y algunas otras. Pero el doctor Nú-ñez debiera considerar que esto se debe enteramente a hombres que porcasualidad han tenido el poder en sus manos; a circunstancias fortuitas y

. 1 l'" 1 18excepclOna es, no a as instituCIones centra es .

González alude aquí a su presencia en el gobierno de Mosquera,que él juzga como una circunstancia fortuita y excepcional, puestoque su presencia, como liberªl, no se explicaba muy bien dentro deun gobierno conservador. Las reformas que enumera el antiguo se- .cretario de Hacienda, comprenaeñloaas sus iniciativas durante losdos últimos años de la administración del general: libertad de cul-tos, abolición del diezmo y del monopolio del tabaco, reforma libe-ral de la tarifa de aduanas, navegación a vapor por el río Magdalena,arreglo de la contabilidad, etc. La conclusión de González parece unpreserttirrLiert to:

... porque yo, que pertenecería siempre, si quisiese, a esa oligarquía quedomina los países hispanoamericanos, tengo bastante probidad política pararenunciar a esa posición y a esas pretensiones de los que, con el gobiernocentral, quieren co~tinuar siendo los tutores forzados del pueblo.

18 Artículo «Federación», publicado en El Neogranadino, No. 239, de 25 de febrero de1852, p. 66.

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24 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

Lograda su afirmación política, reducidos a la impotencia sus ad-versarios, no queda sino asumir una actitud discreta, o como lo ex-presa José María Samper:~'

,..cuando el movimiento está operado, cuando la revolución en las institu-ciones está consumada, la sociedad empieza a renunciar al espiritualismode la ciencia (sic) para lanzarse en el mundo positivista de la industria 19.

Sin duda, los reformadores estaban indigestos de su propia retó-rica, de su excesivo espiritualismo. Con el tiempo, sobrevendrá la ex-periencia y hasta costará un esfuerzo enorme comprender el alcancede las reformas operadas entre 1848 y 1854.Sólo en unos pocos semantendrá viva la conciencia de lo que significaba el radicalismo yla declamación popular como instrumento político. Llegada la edadde la razón, cuando la conciencia burguesa se ha consolidado sufi-cientemente, apenas se avocarán con tolerancia las luchas en que se

'comprometió la juventud, un poco inconscientemente. Las Reminis- Ilt.Jcencías, de Cordovez Moure, gozan en grado eminente de esta carac- ••

terística. Puede decirse otro tanto de Historia de un alma, de J. M.Samper, o de las memorias de Camacho Roldán y las de Aníbal Ga-lindo. Excepcionalmente, Medardo Rivas traza un cuadro con atis-bos heroicos de la actividad de la naciente burguesía en un nuevotipo de latifundio, creado en virtud de las reformas de 1850. La vi-sión de los acontecimientos de 1848hasta 1854,y de los que fue prin-cipal protagonista la generación nacida entre 1825y 1830, reviste unmatiz complaciente y ligero, casi de arrepentimiento. Puede resultarchocante la manera como tales recuerdos son confrontados en la edadmadura. Quieren limar se las asperezas, recubrir de un tono amabley juguetón las polémicas ardientes; en una palabra, minimizar lavictoria alcanzada y convertida en una sucesión de anécdotas ame-nas en las que se adivina la satisfacción modesta, henchida de orgu- ,.Uo,en el fondo, de los autores de «memorias».

19 Artículo «Ambalema», publicado en El Neogranadino, No. 218, de 8 de octubre de1852,p. 235.

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Capítulo 11LAS CUESTIONES QUE SE DEBATÍAN

(Económicas)

PUNTOS DE VISTA SOBRE LA PROPIEDAD TERRITORIAL

Para comprender el alcance, pero también las limitaciones, de lasreformas emprendidas a mediados del siglo pasado, o el acento pe-culiar de la ideología liberal y de las declamaciones de la generaciónque comenzaba a actuar en esa época, parece conveniente esbozarrápidamente un c;uadro de la situación ec;onómj.ca de la Nueva Gra-nada, antes de 1848:--Como este' ensayo se limita a la exploración de las formas de laconciencia en las clases sociales de la época, parece obvio limitar,asimismo, la exposic~ón a los argumentos que se esgrimían comoresultado de un enfoque particular de las cuestiones. En rigor, no setrata de testimonios imparciales, puesto que cada uno refleja tenden-cias muy personales y, en casos extremos, los propios intereses. Peroéste es, precisamente, uno de los aspectos que deben subrayarse: elafianzamiento de una de las formas de conciencia de clase a trayés. delas dTficultaaes ~etUVog~~·en.fr~ntar. También sus modificacionespor-necesidades políticas (y aun cierto grado de contradicción), o laescogencia de un término medio entre la total afirmación y las com-ponendas con una sociedad que no podía transformar totalmente a suimagen y semejanza, sin abolir sus propias posibilidades.

Los trabajadores de tierra caliente, una curiosa obrita de MedardoRivas1

, retraza con acentos épicos la tarea que emprendieron algu-nos comerciantes y doctores a partir de 1848, cuando se crearon las

1 Op. cit., p. 128. M. Rivas.

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26

.~----.

PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

condiciones favorables para su ascenso económico. Según Rivas, losI monopolios del aguardiente y del tabaco, que tenían empobrecida lanación, arruinada la industria, paralizado el comercio, contribuían aque esos hombres laboriosos se mantuvieran en la inactividad. Aboli-dos, nada se oponía a que su trabajo fuera coronado por el éxito.

La apología de Medardo Rivas refleja bastante bien el proceso decolonización interior, que estimuló la avidez de una fácil ganancia.Un proceso que activó las energías sociales enquistadas apacible-mente, hasta ese momento, en la inalterable uniformidad de loshá-bitos heredados y en las estructuras sociales legadas por la Colonia.El dinamismo irrumpe en las relaciones entre el campo y la ciudad,y las altera. El cultivo del tabaco, y más tarde del añil, es un cultivocomercial que permite el acceso a un mercado mundial. Así, en lugarde operarse el fenómeno habitual de inmigración rural hacia las ciu-dades, ocurre más bien lo contrario, ya que la ciudad constituye ape-nas un asiento administrativo, escasamente comercial e incapaz deabsorber mano de obra, por la ausencia de industrias:

... los artesanos, los comerciantes, los buhoneros y hasta la criadas abando-naron a sus antiguos amos, para ir en pos del dorado que se llamaba añil.

Esta preeminencia anormal del campo sobre la ciudad, señala cla-. ramente los límites de la acción de la clase comerciante, que tendíaa adquirir los rasgos de una burguesía. También los límites de sulucha contra el primitivo latifundio. Este fenómeno parece haber sidogeneral en toda la América hispana. Según un investigador norte a-

. 2mencano ,

... hasta la difusión del industrialismo en Latinoamérica, el mayor canal demodernización en esta área, particularmente después de los alrededores de1850, fue el nexo entre la propiedad territorial y los mercados europeos onorteamericanos, o las grandes ciudades de Latinoamérica.

Allí donde la producción se dedicó al mero consumo doméstico,particularmente en las regiones montañosas impropias para la ex-

2 Stanley S.Stein, «TheTasks Ahead for Latin American Historians», en The HispanicAmerican Historical Review. Vol. XII,No. 3, agosto, 1961.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 27

plotación de géneros coloniales, el peonaje y las condiciones ances-trales de vida tendieron a perpetuarse. Por el contrario, en las zonasr_ aptas para este tipo de explotación se impuso una forma de agricul-tura capitalista, sustentada por una mano de obra esclava. En la NuevaGranada, excepcionalmente, fue necesaria la abolición de la escla-vitud para desplazar mano de obra de los viejos latifundios a lasnuevas empresas. Según Stein, debe subrayarse la actividad de loscomerciantes en estas zonas de agricultura de exportación, puesto quesus hábitos contribuyeron a modificar los métodos de explotación:

'" los comerciantes, que actuaron como agentes comisionistas y en última ¡-instancia como banqueros, adquirieron gradualmente la propiedad degrandes haciendas y tendieron a aplicar incentivos capitalistas, innovacio-nes y prácticas cuidadosas de teneduría de libros.

:=>

La clase comerciante tiene que convertirse, a su vez, en latifun-'dista y adoptar los métodos de explotación rurales, combinándoloscon sus propios métodos. Su acción no puede irradiar del centro na- ,tural de su asentamiento y de su influencia, sino que tiene que tras-ladarse a las má~genes de los grandes ríos que le abren un caminohacia los mercados exteriores. La ciudad, particularmente Bogotá, ¡lleva una vida parasitaria, y su influencia, completamente artificial, \obedece a una tradición burocrática impuesta por el régimen colo- ¡'

nial españo¡3. Florentino Gonzáléz y Juan de Dios Restrep04 ponenen evidencia esta anomalía y reclaman la prioridad para sitios acce-sibles a vías naturales de comunicación. Dice Florentino González:

Esta ciudad (Bogotá) no es, ni puede ser un lugar de tránsito para ningunaparte, ni un centro de donde parta la actividad de la industria que vivifiquela nación. Así es que ella se compone de empleados, de militares, de clérigos,de frailes, monjas, profesores y alumnos de los establecimientos de educa-ción, abogados, médicos, unos pocos hacendados que gastan aquí su renta,los que venden los géneros de que se viste toda esta gente, unos pocos sas-

3 Miguel Samper, «La miseria en Bogotá», en Escritos político-económicos, l. Edit. deCromos, 1925.

4 Artículo de F. González, «Comencemos desde el principio», en El Neogranadino, No.210, de agosto 12 de 1852, p. 172; YEmiro Kastos, «Cartas a un amigo de Bogotá»,artículos aparecidos en El Neogranadino, No. 192, de enero 16 de 1852, p. 23.

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28 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

tres, zapateros y herreros; y alIado de todos ellos una caterva de mendigosenfermos y asquerosos bloquean constantemente las puertas de las casas yembarazan el paso por las calles.

Juan de Dios Restrepo es todavía más explícito con respecto a lasignificación económica de la ciudad:

En la Nueva Granada no puede haber ciudades populosas sino a orillas delMagdalena o en nuestros litorales de ambos mares (...). Solamente la agri-cultura o las manufacturas cerca de los ríos navegables, de los ferrocarrileso del mar, pueden dar alimento a una gran población: la agricultura en elinterior siempre será mezquina y las fábricas imposibles.

Efectuadas las reformas, el contraste con la situación anterior a1850 es evidente. El cultivo del tabaco (más tarde del añil) beneficiauna mano de obra ociosa, y activa los procesos económicos, en talmedida, que Nieto ArtetaS puede decir que el tabaco contribuyó po-derosamente a la constitución de la economía nacional. El cultivocomercial, orientado hacía un mercado mundial, sustituyó tanto a laeconomía de archipiélagos a que se refiere este autor, como a la eco-nomía de mera subsistencia.

Con excepción de algunas poquísimas posesiones6, antes de la

Independencia todas las grandes haciendas de la Sabana y de las fal-das de la cordillera Oriental habían pertenecido a comunidades re-ligiosas. Como se trataba de vastas extensiones de tierra confiadas ajornaleros -cuyo salario, en la Sabana, estaba constituido por la solaalimentación, que no incluía una ración de carne-, el producto deltrabajo agrícola era forzosamente miserable. ¡Yaun se considera unprivilegio ser propietario en la Sabana!Pues,

...ser propietario en tierra caliente en otro tiempo era no tener propiedaden concepto de los habitantes de Bogotá, acostúmbrados a ver en la Sabanaa los animales pastando en praderas naturales y las cosechas sucederseunas a otras, con un poco de labor, en que empleaban a los indios, de los . :,1

cuales estaba poblada, alquilándose sumamente barat%~~

,5 Op. cit., p. 264.Nieto Arteta . ./6 Salvador Camacho R.,Memorias, l. BibliotecaPopular de Cultura Colombiana. Bo-

gotá, 1946,p. 127Yss.7 Medardo Rivas, op. cit., p. 27.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATIAN 29

No creo necesario insistir, pues bastante se ha hecho, sobre el ca-rácter predominante del régimen latifundista en todas las épocas de lahistoria de Colombia. Ospina Vásquez8 anota una excepción muyimportante en el período colonial, cuando los «vecinos» españolesno tenían el carácter de latifundistas y la clase acomodada e impor-tante se componía de funcionarios y de comerciantes. Las órdenesreligiosas, como queda dicho, eran las grandes propietarias. Quedapor hacer una investigación prolija relativa al período inmediata-mente posterior y a las modificaciones sufridas por la propiedad te-rritorial en períodos como 1819-1830, 1840, 1850-1854 Y en 1863.Comoquiera que sea, la gran hacienda, en el período a que me refie-ro (poco antes de 1848), es la unidad económica fundamental. Laspoblaciones que rodea

... no tienen sino una estrecha área, sin ejidos, sin dehesas comunes, ni si-quiera donde recoger leña, y sus habitantes tienen que limitarse a poneralgunas tiendas de comestibles o dedicarse al comercio de tránsito

9.

Aun Bogotá sufría con tal estado de cosas, puesto que sólo con-taba, para animar el comercio, con el numerario que ponían encirculación las precarias actividades que enumera González en eltexto citado más arriba. Contra esta oponión, corriente en la épo-ca, Ospina Vásq1.,lezpiensa, por el contrario 10, que los pueblos noeran simples apéndices de los latifundios y que en ellos se concen-trara la mano de obra agrícola, sino que más bien se componíande una masa de artesanos y de pequeños comerciantes que com-plementaban con su trabajo la actividad de las áreas agrícolas-¡Peroaun si las pequeñas I'-0blac:iol!~ssignjJi~ªbJlILalgo_máLq.u.e,_unafuente de lá-mano de obra, y la ausencia <i~_é.~_~ª-~k~~artalai11l}2.0r-táncia económica 'del latif~n9i.o;~~¡(~:~_g!!Le_Ie.d~cir _qu~_1}9_?~diera en un grado más of!\ce.f\osgJ:a,ng~l? cPJ1CE~J1t!"~cj9D.,c!.Ll<LP-ro-piedad territorial, aunque fuera improductiva. Esta última circuns-tancia no hacía sino reforzar la precariedad de la vida urbana. Con

,la eliminación efectiva de los resguardo?, se vigOJ.:izóel sistema~

. 8 Op. cit., p. 12.Ospina.9 Medardo Rivas, op. cit., p. 48.10 Op. cit., p. 9.

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30 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

lahaciendall, al proletarizar las masas agrarias, aunque su efecto

principal fue el de crear un nuevo tipo de unidad económica, lar-gamente deseado por los progresistas, que envidiaban los resulta-.

Jdos obtenidos en Cuba: el sistema de plantación, que asegurabaalgún salario a los trabajadores, beneficiando con ellos los mercadosurbanos. Entretanto, el ámbito de las ciudades no podía dar cabidasino a muy pocas actividades, que contribuían al desmedro de lasáreas rurales. En otro pasaje del escrito citado, Juan de Dios Restre-po señala que

... los negocios de nuestras ciudades son de suyo tan reducidos que, dejan-do de ser fructuosos a poca concurrencia, no queda colocaciónen ellas sinopara los usureros, algunos comerciantes muy favorecidos y algunos pocosempleados.

Así, el primitivo latifundio, eje de la economía granadina, se re-vela impotente para renovarse a sí mismo y para desarrollar otra •cosa que una magra economía de subsistencia confiada a la activi-dad de jornaleros y arrendatarios. A pesar del prestigio social de quegozan los grandes hacendados, de su poder indiscutible, la actitudque asumen frente a las posibilidades de explotación de sus tierras y,en general, a la necesidad de multiplicar la riqueza, es negativa. Poreso son tan frecuentes las alusiones a su egoísmo, a su apego a larutina, en suma, a su conservatismo. El abismo que separa a un pro-pietario de sus dependientes basta para colmar la ambición medio-cre de un hacendado. El campesino, que no es del todo un proletariosino una especie intermedia ligada al señor por un contra tato dearrendamiento de la tierra que explota, sobre el cual pesa la amena-za permanente de verse despojado de la noche a la mañana, se con-tenta apenas con asegurar su diaria subsistencia: .'

- ... pobreza?, ¿con tierras tan fértiles y exuberantes? -pregunta Demóste-nes [el cachaco de Manuela12

, a un arrendatario].-¿Y qué hacemos con ellas?

11 Ibid. p. 196.12 EugenioDíaz, Manuela, B.P.C.C.Bogotá,p. 75.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN

-Descuajar todos estos montes, y sembrar plantaciones para la exporta-ción como café, añil, cacao, algodón y vainilla; y no sembrar maíz exclusi-vamente como hacen ustedes.-Muy bueno sería todo eso; pero la pobreza no nos deja hacer nada, ycomo no hay caminos ahí se quedaría todo botado; y no es eso sólo sino quelos dueños de las tierras nos perseguirían. Es bueno que con lo poco quealcanzamos a tener a medio descuido ya nos están echando de la estancia,haciéndonos perder todo el trabajo, ¿qué sería si nos vieran aun labranzasde añil, de café y de todo eso?

31

.'

la>" ip"

El mismo Eugenio Díaz insinúa.otro tipo de relación, despojadade rasgos paterna listas, en el episodio que lleva a la heroína a Am-balema. Allí la palabra amo ha sido proscrita, para dar lugar a unarelación impersonal, al menos entre los campesinos que se dedicana preparar el tabaco para la exportación y el consumo interior. Estamanufactura rudimentaria los torna propiamente proletarios. Su sa-lario, en todo caso, es mucho más elevado que el de los peones delas haciendas .

Si las reformas de 1850 modifican profundamente las estructurassociales agrarias, alproletarizar el sector rural con la eliminaciónefectiva de los resguardos, liberan al mismo tiempo las energías delos comerciantes y estimulan su iniciativa en el sentido querido porDemóstenes, el personaje de Eugenio Díaz, el cual caracteriza preci-samente la fracción más audaz de los reformadores, el llamado gol-gotismo.

La actitud de los hacendados, en contraste, consiste en aferrarsea las ventajas adquiridas y conlleva una buena dosis de fatalismo,que refleja inconscientemente el periódico de Mariano Ospina R., altratar de responder a la pregunta ~¿por qué'está p-obre la Nueva" el? 13. r'\ Od''''TV''''~ ~.n' _;_~_1 __._ .- .•.•~~_a.~) . 11 ••• n~ ~..H~LHV~ u,u.y <u_u;:" clLldld, purque no na SidO

posi1Jreque 10 estemos». Y,en seguida, manifiesta desconfianza porlas reformas legislativas: precisamente aquellas reformas que impli-can un grado m--ªy:o[p'e libertacLeconómica, tan cara a los ideólogosliberales. Cita el caso de la tarifa de aduanas, cuya reducción, en1847, ha dado apeñas're~hé\(iºsme.diocres, que algunoshan queri-'do exagerar. Argumenta que si se concede alguna influencia a la legis-

13 El Nacional, No. 11,de julio 30de 1848.

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32 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

lación sobre la actividad económica, debe repararse en que esa in-fluencia está encaminada a destruir lo existente y que apenas se notasu influencia benéfica en un proceso constructivo" Defiende la obra .'legislativa que suscitó la revolución de Independencia y que, a pesarde lo excelente, no bastó para despertar la actividad aletargada porsiglos de dominación española. No es entonces la carencia de leyes fa-vorables loque obstaculiza el surgimiento de fuerzas productivas, sinola naturaleza, que hace del hombre un animal de costumbres. El pro-blema queda desplazado de su contexto de generalidad teórica, pararadicarse en el empirismo de una peculiaridad psicológica o de laobservación de deficiencias individuales: la ausencia de hábitos detrabajo o de conocimientos industriales en la masa del pueblo.

La gran propiedad territorial permanece encerrada en un círculovicioso: la incapacidad para cultivar provechosamente las tierras lasabarata ~ como resultado, se hace muy fácil concentrar la propiedaden pocas manos. La concentración progresiva agudiza, a su vez, elproblema inicial originado en la necesidad de confiar las tierras a ., .arrendatarios, a los que se limita las posibilidades de explotación porexacciones continuas y desconsideradas. Su precaria existencia consti-tuye el fundamento del poder y del prestigio del hacendado, pero nose traduce en un provecho positivo; antes bien, multiplica la miseria ycrea una tensión constante con el propietario. No existe una relaciónimpersonal y abstracta, garantizada por el derecho, sino que reina lamás absoluta arbitrariedad, favorecida por anormalidades legislativas.José María Samper14 pide leyes protectoras para los arrendatarios, con-tra las depredaciones de los propietarios de finca raíz. Considera, porotra parte, perfectamente inadecuadas las leyes existentes:

... pero la ley dónde está? Esa ley protectora del desgraciado es irrisoriaporque está refundida en los rincones de un viejo edificio levantado en .'

. épocas remotas, las Siete Partidas. Allí está la ley, pero una ley escrita enidioma ininteligible para el pueblo, conexionada con otras muchas y sujetaa las interpretaciones ambiguas y contradictorias del foro. Yesta ley está enun código desconocido para el pueblo, puesto que en muchísimos distritosno hay quien posea un ejemplar de las Siete Partidas.

14 Artículo «Protección al pueblo», en su periódico El Suramericano, No. 30, de enero26 de 1850.

'.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATtAN 33

Así, una subordinación anómala del tenedor de la tierra con res-pecto al propietario elimina toda posibilidad de trabajo productivo,,.1 como lo sugiere el texto de E. Díaz, citado más arriba. Hablar defeudalismo resulta impropio, pero sirve al menos de término de com-paración, y a él han acudido todos los que han querido caracterizareste estado de cosas.

LA AUSENCIA DE CAPITALES, LA EMPLEOMANÍAy LOS PRETEXTOS DE LA USURA

EJsgmercio se resentía_coI) l~j!!!p-roductividad rural, aunque podíadisponer, en alguna medida, de los capitales cuya ausencia se seña-laba como el mayor obstáculo para el desarrollo de la agricultura. ,Pero esta actividad era muy limitada y necesitaba ampliarse paraproporcionar un piso sólido a las aspiraciones de predominio de la

~•• clase comerciante .• ,! 'I! A tal punto era limitada, que aferrarse a un empleo -lo cual sig- Urf;co. "',

nificaba cierta dosis de prestigio social para los doctores----; se justifi- h "J"<~,,,,-;.

caba muy bien, por la simple razón de que en algo había que ganarsela vida. Florentino González, en El Siglo, como Manuel Samper oMariano Ospina R., combatía con muy buenas razones la prolifera-ción de los doctores, a quienes José I. de Márquez responsabilizabae.nbuena parte de haber atizado la guerra 'Cie1840.El Siglo15 imaginaun diálogo en el que un funcionario confiesa ser empleado,

... por ganar un sueldo con qué vivir; porque vivo en un país en que ésta esla única ocupación que puede darme el pan para mis hijos.

Il·I

¡'¡i'~,,. ~.,

El diálogo asocia, naturalmente, este tema con las dificultades dela agricultura y el comercio en tierra fría, por la ausencia de merca-dos. Los inconvenientes de la tierra caliente no son menores: los climasson insalubres y se carece por completo de vías de comunicación.Parece entonces una consecuencia forzosa que los mono}2oliosfisca-les deban mantenerse para obtener rentas con las cuales alimentar laempreomariía. Se saerificaen esta forma la actividad económica nor------- --.-----

15 No. 9, de agosto 10de 1848.

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34 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

1•mat gravada desproporcionadamente, a la única ocupación posiblepara los doctores.

Este círculo vicioso que encadena las posibilidades de la incipien-te burguesía burócrata y comerciante, sólo puede romperse en vir-tud de una coyuntura económica que libere la iniciativa privada yconceda, no una mera preeminencia virtual derivada de la funciónde gobernar o estar adscrito al «servicio público», sino un verdaderopoder representado por el dinero. De esta manera, se impone unaclara conciencia de la necesidad de agenciarse capitales. Necesidadque reviste un matiz diferente para la óptica conservadora y para losanhelos de los comerciantes liberales. Aquella adopta una actitud muypróxima a la pasividad, que confía más en la atra<sión de capitales ex-tranjeros, ofreciéndoles la ventaja que representa la estabilidad políti-ca, la paz, el orden, etc., y en el recurso del ahorro, eliminando losgastos improductivos16. Los liberales, en cambio, ponen todo su em-peño en la transformación política, que aportará consigo las franqui-cias que requiere «oo.la acción libre favorable y bien dirigida de lainteligencia humana»17. Esta actitud, un poco teórica, confía más enla acción de supuestos agentes naturales y en «condiciones muy ven-tajosas en la producción de la riqueza»; es decir, postula un economis-mo frente a la lenta evolución a que se atiene la óptica conservadora.

La situación de la Nueva Granada, en 1848, ofrece serias difj.cul-tades al impulso ascendente de las clases laboriosas, particularmentepor la ausencia de capitales. Los periodistas liberales no se cansande insistir sobre ello:

16 El Nacional, No. 11cito17 Editorial «Caminos», de El Neogranadino, No. 22, de diciembre 30 de 1848,p. 169: •

«... La acción libre, favorable y bien dirigida de la inteligencia humana, de los capi-tales y de los agentes naturales, producen la suma de bienestar social designadacon la palabra genérica «prosperidad». Pero la acción libre, favorable y bien dirigi-da de la inteligencia de un pueblo, presupone una legislación perfecta, una dispo-sición de raza privilegiada y una ilustración sólida y extensa. La acción libre,favorable y bien dirigida de los capitales presupone la existencia de éstos, es decir,de una complicada serie de hechos económicos que determinan y permiten la acu-mulación, resultado de la seguridad en personas y bienes y de condiciones muyventajosas en la producción de la riqueza.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATtAN

... el capital circulante en la Nueva Granada [dice Ricardo Vanegas18¡ esescaso; por consiguiente caro y su uso poco ventajoso para ninguna empre-

~~ sa en que haya de tomarse sobre un interés dado. De ahí viene que la pro-~" piedad inmueble no tenga ya casi ningún valor; de ahí que los propietarios

encuentren una absoluta imposibilidad para tomar prestado un capital conqué dar ensanche a sus especulaciones; de ahí que los cambios sean difíci-les, lenta la circulación; y de ahí, en fin, que todo hombre laborioso y traba-j¡tdor tropiece con una invencible fuerza de inercia, siempre que trata deponer una planta o de dar vuelo a una industria.

35

Durante la primera época de El Neogranadino, de inspiración mos-querista19, este periódico libró una enérgica campaña destinada asuscitar las más variadas IRe.o.cupaciones_económicas.«Bienque par-tiaafios de la acción individual», proponen la interv~n.d.ón.deLgohíer.=..no para pr()tege!.!.a.~E!:~cultll!~)!,:Iflasco~c~iétamente,lainter.\éencióniñcaminada a la creación .ci~c.r~ditoagrícola y a la .~p_e!tur.!!Qf.9l!!1i-nos. Ha de ser el g·obierno porque los esfuerzos de los particulares

•• severían anulados por la timidez industrial, la rutina o la pereza. Elgobierno debe prestar su concurso hasta el momento en que arrai-guen firmemente los hábitos que permitan prescindir de su concur-so. Poco después se propone la fundación de un banco de emisiónpara facilitar las transacciones comercia:1es~EstaVez la invitaciónestá dirigida a los particulares, pues parece llegado el caso «... dehacer nosotros, como particulares, lo que ya no debemos esperar deentidades políticas». Este cambio intempestivo respecto al créditoque merecía el Estado, se debió a la negativa de la Cámara provincialde Bogotá a fa..cilitarla conversión de la caja de ahorros (que habíafundado Lino de Pamba junto con otros notables de Bogotá) en unbanco, autorizando la emisión de cédulas al portador (acciones). Loscapitalistas deberían apresurarse a venir en socorr~_deJ_~oJ!le~~~;Y

18 Artículo «Situación financiera de la República», en La América, No. 19, de junio 23de 1848, p. 84. En el mismo sentido, el periódico editado en Santa Marta por ManuelMurillo Toro, La Gaceta Mercantil, No. 5, de noviembre 2 de 1847. Edit. «Capitales».

19 Pertenecía entonces a Manuel AnCÍzar. Más tarde, fue comprado por Manuel Mu·rillo T. y se convirtió en el oráculo del radicalismo. Para apreciar los esfuerzos delperiódico en el sentido indicado, véanse los números 7 (Edt. «Fomento industrial>,),9 (Edit. «Caja de Ahorros»), 10, 11, 22, 23 (sobre caminos), y 12 Y14 (sobre bancos).

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r

36 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

de la agricultura, estableciendo por su propia iniciativa un banco deemisión, puesto que la experiencia parecía demasiado aventurada algobierno. Con ello sacarían un provecho mayor de su dinero que elque reportaban colocándolo a un interés decente, «.•. pues no hable-mos de la usura ratera y emboscada, oficio de pocos, ocupación decerebros ruines, vulgares».

Cabría el beneficio de la duda en favor de la rareza de la usura,si los testimonios no fueran tan insistentes sobre su práctica, al pa-recer generalizada en todos los centros urbanos de alguna importan-cia. Examínese, por ejemplo, este párrafo de una carta que escribeJosé E. Caro desde su destierro voluntario, y en la que resume lasituación general que se ha tratado de describir:

'" En Bogotá la juventud no tiene carrera alguna y es más ociosa y por con-siguiente más viciosa que en cualquier otra parte. Bogotá es una ciudad sincomercio y sin industria, en que los capitales no tienen más empleo que elde la usura, en que el juego reina de una manera espantosa20

.

Podría sospecharse de la imparcialidad de Caro o advertir queenfrenta la situación con una psicología peculiar, mezcla de excita-ción moral y de encono que prestan a menudo acentos apocalípticosa su palabra, muy del gusto de una oposición desesperada. Pero loque describe es casi siempre exacto, si no paramos mientes al estilorencoroso y desorbitado. Un testimonio menos sospechoso, el de Juande Dios Restrep021,confirma la apreciación de Caro en este punto.Restrepo describe minuciosamente, y apenas con la antipatía naturalque puede despertar el oficio de usurero, cierto tipo de «... aristo-cracia monetaria algún tanto iletrada» que domina todos los resortesde la vida pública de Medellín. Ninguna cualidad deseable adornaa esta clase social. Es verdad que él admite, como cosa natural y has-ta provechosa y lícita, la influencia de los ricos, pero a condición deque la riqueza se convierta en una fuente de beneficio social o en unaocasión para practicar las virtudes cristianas.

20 José E.Caro, Epistolario. Biblioteca de Autores Colombianos, Bogotá, 1953.Carta de11 de junio de 1851, p. 155.

21 «Cartas a un amigo ...», cit. Emiro Kastos.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN

... Pero [agrega] esos banqueros de uno y medio y dos por ciento, como loshay aquí y en Bogotá, que viven en sus poltronas explotando las miseriasajenas, llenando sus cofres a mansalva, arruinando colectivamente el país,sin arriesgar una peseta en ninguna industria nueva de utilidad general, nicorrer las vicisitudes de los negocios, son una especie de vampiros que po-drán inspirar temor pero nunca simpatías ni respeto.

37

I~

1-II

De esta clase, y de su gusto por el dinero que le proporciona unainfluencia siniestra, se deriva en política una actitud rabiosamenteconservadora, pues su interés más evidente consiste en mantener elstatu qua.

Como para verificar estas observaciones, rasé María Samper22

comprueba que uno de los efectos inmediatos de la abolición delmonopolio del tabaco y de la intensificación del cultivo ha sido el derebajar el interés del dinero del 6%a12%y aun al 1'12 %, « ... hecho queprueba -a su manera de ver-la competencia de los capitales y dela moralizac!Qp de la i1]..du,§tria». _

Debe citarse, finalmente, la reacción que se desató, en ciertos me-dios, durante el régimen pravisaria del general Melo, contra la usura.Si bien existe cierta confusión respecto de la posición particular delos adherente s en este breve período revolucionario (17 de abril a 4de diciembre de 1854), puesto que se pretendía garantizar los privile-gios de los propietarios al mismo tiempo que se los sometía a em-préstitos forzosos, la condenación de la usura quiso utilizarse comoargumento político para mantener la adhesión de los artesanos.Joaquín Pablo Posada, redactor del periódico del régimen, se expre-sa violentamente contra las actividades de la minoría dominante, ala que Melo recurría con amenazas y aún con la prisión efectiva, conel fin de arbitrar recursos para sostener los gastos de la guerra:

Oh! Una revuelta para ellos, que saben que nuestra América no está sujetaa los principios de la economía política europea, una revuelta para ellos hasido siempre una fuente abundante de riqueza, porque aquí no hay lo quepropiamente se llama comercio, no hay industria y el negocio positivo es lausura, y para que el interés del dinero suba, no hay como un amago derevolución .•

22 «Cartas desde Ambalema», en El Neogranadino, No. 208,de julio 30 de 1852,p. 154.

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38 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

•EL PUNTO DE VISTA DE LOS COMERCIANTES

Desde 1846, Florentino González sintetiza, en dos artículos aparecidos *en El Día23

, las grandes líneas de política económica y el programade gobierno que realizará la revolución de 1848. Expone por primeravez el argumento de orden histórico-político que inspirará en ade-lante a los gólgotas en su afán transformador. Según su punto de vista,la transición del régimen colonial al régimen republicano~radac,?n la Independencia, sQ!osignificó un cambio en el I'\()mbr~cie losfuncionarios y la adop¡::iónde un gobierno republicano representativoque se encargó de la dirección·y el manejo de los negocios públicos,pero que dejó subsistentes la mayoría de las instituciones coloniales.González subraya la función meramente burocrática d~ los detenta-9.ores def nt.levo régÍmen'y señala que éste no ha contribuido paranada al increme.l1t(::>-defosrecursos casi naturales ni se ha preocupa-do por abolir contribuciones y monopolios que entraban las activi-dades productoras de riqueza de los particulares. Luchas estériles, •que el nuevo tipo de gobierno parece suscitar de suyo, han contribuidoa extraviar el interés de los granadinos de sus verdaderos objetivos,puesto que ellos no han ganado nada en riqueza y comodidades conel cambio. Los pocos capitales de que han podido disponer se hanempleado en la explotación de algunas minas, en el comercio exte-rior y en el establecimiento de unas pocas fábricas, actividades queno han obtenido resultados ventajosos «... porque se ha trabajadobajo el influjo de leyes opresivas que encadenan la producción y eltráfico» .

Florentino González tiene en cuenta el fracaso experimentado en1840 con el intento de una incipiente industrialización, apoyado porel Estado. Es posible que no haya profundizado suficientemente enlas ventajas de una experiencia parecida, puesto que todos sus argu- .1mentos tienden, por un lado, a ctescar!~~Jaacción del Estad9 y, porotro, a suprimir toda actividad dirigida hacia la industrialización.

El Estado debe contentarse con liberar a la iniciativa individual\ de todas las trabas que pesan sobre ella y que la inhiben en el ejerci-

23 «Hagamos algo de provecho», No. 375, de agosto 23 de 1848, y «Vamos adelante»,en el No. 377, de agosto 30. Florentino González.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATfAN 39

cio de una actividad económica productiva. Esta actividad debe li:~mitarse, a su vez, a la explotación de las minas y de la agriculturaporque la Nueva Granada «... no está llamada a ser una nación manu-facturera». GonzáLez sostiene el principio de la división internacio-nal del trabajo y aduce tres argumentos que fuerzan a su aceptaciónen la Nueva Granada. En primer término porque este país no cuentac~n facilidades para m.?ntaE-!áp!icas;es.cie.cir,sgrLcélpitalesymediQst~~!1icosaCfécuados.Luego, porque nº-R_~seematerias pri~as. parªalimentar una industria ya establecid~. Finalmente, González citauna circunstancia que refleja claramente la índole social, muy pecu-liar de la época: las fábricas que se establecieran no con_~aríanconc0I!su~i?~res queprefffleran sUSrrÚi-niaacturas-aras extranjeras:€nun mercado de libre competencia. Se da por descontado el hecho deque el establecimiento de fábricas (y González piensa con seguridaden los textiles) no implica un proteccionismo que elimine del mercadola competencia extranjera. En estas condiciones, ninguna industriapodría competir con las mercancías extranjeras. Pero aun descartan-do el interés de los comerciantes que se oponían al proteccionismomediante fuertes gravámenes aduaneros, la mención de la preferenciade los consumidores implica un matiz psicológico que no debe desde-ñarse en un estudio dedicado a las formas de conciencia de clase enla época. Un ilustración aproximada de este problema, se halla con-signada en una novela de costumbres, Amores de estudiante, de Prós-pero Pereira Gamba24.El héroe del relato, un estudiante del Colegiode San Bartolomé en los años 30-40, se muestra desconsolado con res-pecto a su propia indumentaria, la cual comprendía «... calzones de'manta socorrana (que, entre paréntesis, nos hacían usar para protegerla industria del país»>25.Se trataba, evidentemente, de una imposi-ción quepo podía cobijar sino a los estudiantes o al ejército, someti-dos a una especie de tutela. Ninguna otra clase social podía aceptar,de buen grado, una imposición semejante. El personaje de la novelase encuentra reducido a una especie de inferioridad social, por laridícula indumentaria que se ve constreñido a llevar. Decidido a abor-

24 Amores de estudiante, de Próspero Pereira Gamba. Bogotá. Imprenta de EcheverríaHnos., 1865.

25 Ibid. p. 15.

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40 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

dar a una linda joven que aparece en el teatro, hace una apuesta consus compañeros, y confiesa:

Lo que más arduo les parecía a mis camaradas, era que yo tuviese el arrojode presentarme ante aquella noble familia con el triste uniforme con queestaba vestido26

..

Es muy probable que no se tratara en modo alguno de una noblefamilia, pero al estudiante se lo parecía con su admirativa simplici-dad frente al atuendo de los acompañantes. En qué consistía estanobleza, el estudiante nos lo revela cuatro páginas más adelante:

... todos los jóvenes de las provincias que van a los colejios de Bogotá, pormás miserables que sean, mienten riqueza para tener entrada en la capa dela sociedad donde reside la aristocracia monetaria.

Frente al consumo, existen pues diferencias psicológicas muymarcadas, que influyen decisivamente en el punto de vista con quedebe mirarse el problema industrial en el siglo XIX. Existe una capade la sociedad que se resiste al consumo de los productos naciona-les, por razones de prestigio social. Si bien entra en juego la calidaddel producto en las consideraciones del consumidor, esta calidad nose determina forzosamente teniendo en cuenta razones de mera ín-dole económica (duración, resistencia, p. ej.), sino más bien atenién-dose a su «finura», es decir, a su aspecto puramente exterior, quesirve para identificar entre sí a quienes pueden comprado. Y aun siel precio es comparativamente inferior (dada la calidad) al de losproductos nacionales, el uso del artículo importado constituye casiel privilegio de una clase superior. Aun en el Congreso llegó a deba-tirse, en el momento de discutirse la cuestión del librecambio, siera posible obligar a un cachaco a usar vestidos de manta.

Existía, en resumidas cuentas, una prevención muy fuerte contralos productos elaborados por la industria tradicional. Por otro lado,no hay que olvidado, la industria fracasó. En realidad, no subsistíansino los establecimientos tradicionales, que eran objeto de ataquesporque loque quedaba del primitivo proteccionismo estaba dirigido

26 lbid. p. 17.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 41

a mantenerlos. Florentino González combate los impuestos indirec-tos sobre la importación de géneros de algodón que, según él, sonlos que tienen mayor consumo entre los sectores más pobres de lapoblación. Califica de absurdo este sistema que tiende a favorecer elsupuesto fomento de nuestras fábricas pues « ... parecería que posi-tivamente haya fábricas entre nosotros, y que nos conviene inclinara nuestra población a que sea manufacturera». La existencia de estasfábricas es muy problemática y no merecen este nombre los mez-quinos establecimientos que funcionan en Tunja y en El Socorro, loscuales carecen de maquinaria o alguno «... de los auxilios que pudie-ran hacerla rivalizar con la industria extranjera». Calcula que eltrabajo de un obrero de El Socorro le produce tres centavos al día y queeste mismo hombre, trabajando en. establecimientos agrícolas dedica-dos a la explotación de frutos exportables, ganaría cuatro veces más.

La argumentación de González no se detiene a mostrar meramentela imposibilidad de convertir a la Nueva Granada en una nación ma-nufacturera, sino que tiende asimismo a subordinar el crecimientoeconómico a las posibilidades del mercado exterior. Aun las conve-

Q niencias fiscales, que suelen invocarse para el mantenimiento delmonopolio de uno de los principales frutos exportables, el tabaco,no se verían afectadas si se sustituyera este arbitrio por un impuestomoderado a la exportación. A quienes arguyen que la producciónintensiva haría bajar los precios en los mercados de ultramar, puedeobjetárseles que si bien se ofrece una cantidad limitada, esta limitaciónobedece a que existe casi un único mercado, el de Inglaterra, ya queen Bremen y Hamburgo sólo se ofrecen cantidades muy pequeñas.Basta ampliar entonces el acceso a los mercados para mantener losprecios. Ningún argumento, en todo caso, parece refutar esta simpleproposición:

El comercio de exportación es el único que puede enriquecer a un país pro-porcionándole vender en el extranjero las producciones que no necesitapara el consumo interior.

Por eso,

oo. es necesario de que nos convenzamos de que solamente lo que nos faciliteespecular sobre el mercado inmenso de Europa puede contribuir a la pros-peridad y aumento de la fortuna pública y privada.

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42 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

LA MANO DE OBRA. LA MANUMISIÓN Y LOS MIRAMIENTOSA LOS DIPUTADOS DEL SUR

Una curiosa observación de Medardo Rivas27, nos pone delante de

otro de los problemas en que se debatía la vida económica granadi-na. Según Rivas,

... propiedad sin negros que la cultivasen no servía para nada. Por esto laesclavitud se prorrogó hasta 1851; y entonces se creyó efectivamente queabolida ésta, la poca industria que había en el país iba a arruinarse.

El comercio exterior -lo que hoy llamaríamos «la balanza co-mercial»- se saldaba siempre con el producido de las minas de oro.La explotación de éstas dependía del trabajo de los esclavos, aunquesu importancia hubiera disminuido sensiblemente en tiempos de laRepública. Pero la agricultura «en grande» descansaba casi entera-mente sobre la misma base28t Estas sencillas consideraciones hubieranbastado para serenar la exaltación filantrópica y para situar la discu-sión sobre un terreno eminentemente práctico, si los intereses que con- ~cernían a la conservación de un determinado tipo de riqueza hubierancoincidido con las aspiraciones de la clase en ascenso/Pero ésta, a ries-go de alarmar a los propietarios de las provincias del sur, colocó entrelas reformas que debía emprender la administración del 7 de marzo lacuestión «Esclavos»y se apresuró a declamar en todos los tonos sobrela iniquidad que encerraba la institución. Para confirmar a la luz pú-blica su determinación y para darle una iniciación práctica, se apeló alespíritu filantrópico de los notables de Bogotá, en forma de suscripcio-nes voluntarias a un fondo privado de manumisión. Finalmente, el 20de julio de 1849se celebró la fecha conmemorativa de la Independen-cia, con el tema dominante de la manumisión.

El Congreso de 1850,que había logrado integrarse con la mayo-ría liberal necesaria para encarar las reformas que figuraban en el

27 Op. cit., p. 28.28 «Manumisión de esclavos», edit. de El Neogranadino, No. 50, de junio 23 de 1849,p.

209, endonde se sostiene que «... la abolición de la esclavitud entre nosotros no esuna cuestión filosófica sino una cuestión práctica y económica, y como tal ha deventilarse si se quiere llegar a buenos resultados» .

••

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 43

programa del 7 de marzo, debatió largamente el asunto durante lassesiones de abril y may029.El procedimiento parlamentario, basadocasi íntegramente en el prestigio de la oratoria, obligaba a discutir elproblema a la luz de principios que se iban desenvolviendo en losdetalles prácticos que sugería su realización. En esta forma, se en-frentaban dos principios cuya enunciación teórica no bastaba paraocultar los intereses de sus defensores. Al principio de libertad paratodos los habitantes de la Nueva Granada, los ciudadanos diputa-dos del sur oponían el de la intangibilidad de la propiedad privada.Este antagonismo se resolvía en un problema práctico, el de la in-demnización que deberían recibir los propietarios. En el fondo, lasdiscusiones versaban, principalmente, sobre los arbitrios destinadosa agenciarse recursos para establecer fondos de manumisión.

Una especie de regateo impulsaba a los diputados a ocuparse dela suerte de los m,anumitidos, pues su condición, a la vez que creabaalgunos problemas de asentamiento, ofrecía la posibilidad de procu-rarse mano de obra barata en las provincias que no habían gozado

, de ella. ¿Qué iba a hacerse entonces con los manumitidos? ¿Fundar- poblaciones exclusivamente para negros? ¿Dejarlos en el lugar de su

antigua opresión? ¿Dispersarlos por todo el país? Cada una de estassoluciones planteaba problemas desconcertantes. Si se los segregabadel resto de la sociedad reduciéndolos a poblados, representaban unaamenaza constante de disturbios, pues siempre tendrían ocasión deestimular mutuamente sus «malos instintos», que se suponían repri-midos hasta entonces. Se corría también el riesgo, al abandonarlos asu propia suerte, de que vegetaran en la mis.eria, puesto que losreductos implicaban un abandono a sus propias capacid.ades, queel régimen paternalista a que habían estado sometidos no había con-tribuido, sin duda, a desarrollar. Además, ¿cómo podrían hacerse aellas sino gracias al contacto permanente y aun al mestizaje con unaraza superior? Finalmente, ¿quién iba a gobernarlos? Un blanco seríael objeto de su odio y no podía confiarse en las virtudes de un negro,pues se daba por supuesta su absoluta inferioridad. Dejarlos en ellugar de su origen era exponer a los propietarios a las presumibles

29 «Diario de Debates», Imprenta de El Neogranadino, 1850.

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44 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

retaliaciones de sus antiguos esclavos, llenos todavía de resentimientopor su miseria pasada. Dispersarlos parecía lo más adecuado, yesto ofrecía una ventaja adicional, la de eliminar los anteriores incon-venientes. Se disponía de una mano de obra barata y se participaba deun beneficio que hasta ese momento había sido el privilegio de los pro-pietarios del sur. A lo cual los ciudadanos diputados del sur poníantodo su empeño en oponerse, pues, según ellos, la medida arruinaríalas explotaciones de caña de azúcar de las provincias del Cauca y Bue-naventura. Sibien los antiguos esclavistas podían temer las represaliasde los manumitidos, era evidente que estos trabajadores se hallabanfamiliarizados con las explotaciones del sur.

Efectivamente, los propietarios tropezaron con dificultades, talcomo se había previsto. EH4 de enero de 1852escribe Joaquín Mos-quera a Rufino Cuervo30

:

... hasta hoy no ha producido desorden la libertad general de esclavos, peropreveo dificultades alarmantes porque algunos genios malévolos les aconse-jan que no se concierten con sus antiguos amos, ni salgan de las tierras, paraapoderarse de ese modo de las propiedades. Séque el señor Arboleda (Manuel)ofreció a los suyos tres reales diarios para continuar trabajando en sus hacien-das de caña, y no ha admitido uno solo tan ventajosa propuesta.

y pOComás tarde, el 7 de abril de 1852,vuelve a escribir

'" la libertad simultánea de los esclavos ha hecho por allá (se refiere a Ca-loto) el efecto que hace un terremoto en una ciudad cuando la derribl1.

30 Luis Ángel Cuervo, Epistolario del doctor Rufino Cuervo, III (1843-1853).ImprentaNacional, Bogotá, 1922,pp. 206Y315.

31 No me refiero aquí a otra de las fuentes de mano de obra que es útil mencionar,constituida por los indígenas de los resguardos, a partir de 1838.Sobre este punto,véase el testimonio de Salvador Camacho Roldán, Memorias, 1,p. 136,Ysu curiosaapreciación sobre la suerte corrida por los indígenas que se trasladaron a tierracaliente en busca de mejores salarios y que fueron diezmados por la epidemia de1851 .

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Capítulo IIILAS CUESTIONES QUE SE DEBATÍAN

(Religiosas)

EL PROBLEMA POLíTICO DE LA RELIGIÓN Y SUS SUPUESTOS

Quien quisiera definir el fondo mismo de las controversias políti-cas en el siglo pasado debía recurrir forzosamente a una antítesisbastante simple, que tenía el privilegio de ser clara. La oposiciónneta entre creyentes y «rojos», entre católicos e irreverente s, parecíaencerrar la razón última de una discusión apasionada que se desenvol-vía en una secuencia de puntos accesorios que concernían a la tradi-ción y a la novedad, al atraso y al progreso. Los hombres podíanconverger acerca de estos puntos, pero su opinión era irreductibleen cuanto se tocaba la cuestión religiosa. La religión era un diquea los excesos o una barrera a los beneficios del progreso, según el :punto de vista, pero en todo caso constituía un punto de referenciaineludible. Por eso, Diego Caro escribe a su ilustre pariente, en 18511:

... La cuestión religiosa es lo que realmente se ventila en la Nueva Granada.El catolicismo, o mejor dicho, la idolatría, quiere sostener su rango y suspreeminencias con todo su fanatismo y la juventud en su m;::ynría luchacontra prácticas establecidas.

Estas palabras debían producir un efecto:Gur.iosoen José EusebioCaro, que había promovido u~uestíón mora{sontra la adminis-

-- ----------1 José E.Caro, Epistolario, p. 317.Un juicio parecido se expresa en al panfleto atribui-

do a Pastor Ospina, Ojeada sobre los primeros catorce meses de la administracióndel 7 de marzo, dedicada a los hombres imparciales y justos. Imprenta de El Día, Bogotá,p. 9 Y ss.

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46 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

tración del 7 de marzo y para quien el sentimiento religioso era lagarantía de una futura desaparición del partido rojo, pues el día enque se operara una general conversión al cristianismo, este partidono tendría razón de ser2

El partido rojo mostraba, en efecto, una acritud y una desenvoltu-ra excesivas respecto de las formas exterióres religiosas y lanzabaun desafío constante a las exhortaciones de la jerarquía eclesiásti-ca. El sustrato racionalista de tales desplantes era, por lo demás,bastante convencional y se originaba en la adopción indjscrimina-da de los puntos de vista, ya históricos, de la Ilustración. No hayun escrito en que se aborde esta espinosa cuestión, aunque seatangencialmente, que no retrace un cuadro truculento de la Histo-ria Universat a la manera de los autores de la Enciclopedia. Un hi-potético espíritu de libertad se manifiesta gradualmente a través delos siglos y a partir de las negras tinieblas del medioevo. Cada ba-talla fortalece este principio desvalido, hasta el momento decisivoen el que surge el libre examen, que da a tierra con la teocracia ycomienza a carcomer los cimientos de la sociedad feudaL Una lógicahistórica inflexible lo conduce hacia la alborada revolucionaria de1789y la más reciente aún de 1848.Desgarrado el velo del oscuran-tismo, se acogen los principios de libertad y de tolerancia, que vanasociados naturalmente a todo progreso humano. El libre examenfavorece el adelanto de las ciencias, y sin él no podría ni siquieraconcebirse el desarrollo de los inventos útiles. Para comprobarlo, nohabría sino que echar una ojeada a la condición de los países sujetostodavía al yugo teocrático y al fanatismo, que contrasta tan viva-mente con la prosperidad material y moral de aquéllos que se eman-CIparon.

Estas críticas, sin embargo, a causa precisamente de su genera-lidad, no rozan sino la superficie del problema. Jamás llegan a con-cretarse en una forma disidente de conciencia religiosa, sino que semantienen en la vaguedad del terreno político y apuntando siempre,inconscientemente, a la influencia de la jerarquía clericaL Como lo

2 Artículo «Elpartido conservador y su nombre», en La Civilización, No. 17,de 29 denoviembre de 1850.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 47

admite Juan Nepomuceno Neira3, un draconiano que encuentra de-

masiado audaces las reformas que pretenden introducir los gólgotas,

... en la Nueva Granada no ha llegado, ni quiera la providencia que llegue,nuestro filosofismo hasta negar la existencia de Dios, los dogmas de lareligión, o las necesidades del culto. Pero ya que a ta1situación no se encuen-tran nuestras divergencias, sí las encontramos, y demasiado marcadas, enorden a la importancia moral del clero en la sociedad civil, y respecto de los mediosque deben asegurar su subsistencia.

En suma, se pretende combatir políticamente los privilegios delclero y someterlo a la tutela del Estado. Suprimir los derechos deestola, por ejemplo, o lo diezmos, o el fuero eclesiásticoy hacer depen-,der el nombramiento de los párrocos de las autoridades civiles, paraquebrantar el principio jerárquico, inspirador de tendencias conser-vadoras o que, según la terminología liberal de la época, perpetúaun principio autoritario y antidemocrático que se opone a la vigen-cia plena de las nuevas instituciones.

El problema lleva, incluso, la división al seno del liberalismo, pueslos liberales tradicionales -o draconianos- insisten en la primacíadel Estado sobre toda otra organización y estiman que la Iglesia debequedar sometida a su influencia. Los ideólogos, por el contrario, ex-treman el rigor en la aplicación de los principios y piden la separa-'ción absoluta del Estado y de la Iglesia. Por un lado, se tiende alcontrol d.e la institución, por otro, a evitar una presunta coaliciónque favorecería los intereses de los representantes de la Iglesia ydel Estado asociados. Planteado en un terreno de realidades po-líticas, el problema se resuelve en enunciados políticos, sin que dejemargen a alegatos de tipo teológico. Lo que se discute es la influencia \del ciero en ei resto de la sociedad y la manera de neutralizarla, oravaliéndose del poder del Estado, ora abandonando a la Iglesia a supropia suerte.

El problema político no carece de otros supuestos que se refieren \a la conciencia, pero no a la conciencia religiosa sino a la concienciade clase. Se combaten deliberadamente ciertas formas de asc.~tismo,

3 Reflexiones que el doctor Juan Nepomuceno Neira dirige al Congreso de 1851, sobre trescuestiones importantes. ImprentQ.de El Día, Bogotá, 1851, pp. 8 Y9.

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48 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALUS

O más bien, de fatalismo entregado a los dictados de la Providencia,que pueden asociarse a los métodos de trabajo en una sociedad ruraly conservadora y cuyo efecto inmediato es el de sancionar un ordenaparentemente inmutable y sin ningún dinamismo. A las creencias

, tradicionál'~ssk opone un nuevo evangelio de carácter profano, des-1 tinado a justificar moralmente las conquistas materiales. No se adu-ce una aprobación divina que señale por anticipado el destino de loselegidos, pero tampoco se admite que el éxito se oponga de algunamanera a las exigencias de la moral corriente .

... Una voz sentimental, una voz aduladora de las ilusiones se deja oír cla-mando contra el culto de los intereses materiales de la sociedad. Esta vozpredica el naufragio de la moral en medio de la diligente actividad queexcita elfomento de aquellos intereses. Error! Los intereses morales no pue-den seria víctima de los intereses materiales bien entendidos4

.

Sin duda, las promesas de un paraíso ganado a fuerza de priva-ciones pueden parecer una ilusión, pero tampoco se pretende ani-quilar la fuente de toda moralidad. ¿Acaso el trabajo no es unafuente de satisfacciones morales? ¿Yla organización de este trabajo,su racionalización, no es un elemento ordenador de la sociedad, queselecciona de una manera natural las aptitudes y subordina las ca-pacidades menores a las más valiosas de los dirigentes?

La afinidad de este tipo de creencias con ciertas proyeccionesdel protestantismo anglosajón no son casuales. Pero los elementoscalvinistas asumidos inconscientemente con las doctrinas libera-les no bastaban para hacer oscilar tan violentamente la concienciaque se fuera a dar de bruces en la conversión. El mismo José Eu-sebio Caro, que muestra un entusiasmo sin restricciones por lacondición moral del pueblo norteamericano, coloca como funda-mento de la ideología conservadora la adhesión a principios reli-giosos. A pesar de su impulso ascendente, la clase comerciante,que prohíja una admiración fanática por el mundo anglosajón, noentra en conflicto abierto con el resto de la sociedad granadina,sino que tiende a amoldada a sus propios ideales de trabajo, sos-

4 «Prospecto» de El Siglo, periódico de Florentino González, No. 1, de 8 de junio de1848.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 49

layando hábilmente las cuestiones más espinosas. No es cuestión de \ .'subvertir el orden violentamente, sino de colocarse a la cabeza /de esa sociedad, imponiendo módulos de pensamiento y de ac-ción que puedan conciliarse de algún modo con las creencias tra-dicionales.

AMBIGÚEDADES DE LA CONCIENCIA

¿Qué alcance real tenían entonces los ataques al magisterio eclesias- \tico? La actitud de los radicales oscila dentro de una ambigiiedad ¡\desconcertante. Cierto grado de romanticismo, impregnado de un 1,

vago sentimiento religioso coexiste con la perentoria desautoriza-¡ción de la disciplina impuesta por la Iglesia. José María Samper5 ad-vierte en sí mismo una «... mezcla de sentimiento religioso y cristianoy de espíritu hostil a la Iglesia Católica». Este espíritu hostil provieneclaramente de una tradición racionalista, y el sentimiento religioso,de la literatura romántica; es decir, de dos expresiones culturalesque, en la generación nacida entre 1825y 1830,coexisten y se yuxta-ponen de una manera contradictoria. Debe insistirse particularmen-te en los motivos puramente literarios que se encuentran en la raízde la actitud asumida por esta generación, para hacer inteligible laoposición que sus predicaciones encontraron en la masa del pueblo,y la superficialidad de las convicciones, que facilitó muchas conver-siones de los radicales en la edad madura, especialmente durante elrégimen de la Regeneración. Al definirse a sí mismo como «religiosoen verso y volteriano en prosa», Samper deja entrever la magnitudpuramente relativa del conflicto y su raíz exclusivamente literaria.La a.rtificialidad ~e este conflicto señala la base sodalmente precaria,a la que adhiere, pues en la sociedad entera dominan todavía moti- ,vos religiosos tradicionales heredado~ de una cultura agraria,pero que tolera ocasionalmente la inconsistencia de una moda li-teraria. El racionalismo y el romanticismo apenas sirven de pre-texto a las veleidades de una minoría, sin que den margen a unacreación original. Su adopción reproduce, en el plano de la cultu-

5 Historia de un alma. B.P.C.C., 1948. U, p. 103.

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50 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

ra,la faita de originalidad de la afirmación de clase de la burguesíagranadina, que accede a la universalidad valiéndose de formas y desoluciones adventicias, sin que los elementos propiamente urbanos decultura puedan sobreponerse a elementos tradicionales más arrai-gados de una cultura agraria. En el interior mismo de los hombres dela generación radical, combate la nostalgia sentimental de los con-suelos del sentimiento religioso con las exigencias positivas de lacivilización que quieren construir. José María Samper, por ejem-plo, que, como todos los integrantes de la Escuela Republicana, hadefendido ardientemente la adopción del matrimonio civil, se resisteél mismo a contraerlo, y alega que

'" las leyes del honor, sancionadas por las costumbres, tendrán siempremás fuerza obligatoria para los hombres de corazón que todas las leyesciviles6

.

Samper quiere indicar el antagonismo de los dictados más pro-fundos de la conciencia con el carácter objetivo de la ley escrita. Ol-vida con demasiada ligereza que esa ley fue querida por él mismo yque, en rigor, debería coincidir con sus exigencias más íntimas. Laretórica de la dramaturgia española parece, sin embargo, amoldarsemás fácilmente a tal exigencia. No se trata de una exigencia de ordenmoral (el «honor» es un valor social), sino de una tendencia a aco-modar los actos individuales a las sanciones latentes de una socie-dad ante cuya estructura inmodificable se han estrellado los deseosde los reformadores. Significa el reconocimiento implícito del poderde esas sanciones y su acatamiento, a pesar de la propia voluntadexpresada en la ley. Ésta se revela de pronto como una mera manio-bra política, incapaz de ligar la conciencia o de comprometer el «ho-nor» sobre el cual se sustenta la preeminencia de una clase social.Aun antes de verificarse la reforma, Salvador Camacho Roldán7 com-prende la incompatibilidad de la institución civil ,con la conve-

,niencia social de una minoría. Su punto de vista no se apoya en

6 Ibid.7 «El divorcio», discurso pronunciado en la Escuela Republicana, en noviembre de

1850,en Escritosvarios. Librería Colombiana.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 51

los dictados de la conciencia moral sino que adopta el disfraz delsentimentalismo. La contradicción no es por eso menos palpable:

... Si nosotros, [dice], miembros de la Escuela Republicana, sostenemos eldivorcio, tenemos fe completa en que aun cuando fuese admitido en nues-tras leyes, jamás llegaríamos a usar de él; quédese allá para otros seres másdesgraciados. En cuanto a nosotros, que también sentimos en nuestros pe-chos la semilla de esa pasión indefinible y profunda que llaman amor y quetarde o temprano iremos al pie de los altares a unimos para siempre a unacompañera (...), nosotros haremos en lo íntimo de nuestra alma el voto deunimos a ella para siempre ... -LA MORAL SECULAR

Para el pensamiento liberal, es evidente que las prácticas religiosas,reducidas a la mera exterioridad, no garantizan la moralidad delpueblo. La práctica puramente ritual, la agrupación mecánica y elsentimiento irracional que supone la importancia desmedida acor-dada al culto, no derivan, en modo alguno, de la necesidad de uncomportamiento moral. Idea a la que se opone decididamente elpensamiento conservador, deseoso de mantener una disciplina co-lectiva. Si bien se admite que las prácticas no son causa del espíritu,debe tenerse en cuenta que

... en la generalidad de las gentes y mucho más en las del pueblo es al con-trario; el espíritu es fruto de la práctica 8

.

El problema no se plantea desde un punto de vista meramenteindividual, sino tendiendo en cuenta las consecuencias sociales dela conducta. Al dinamismo de la nueva sociedad republicana no lebasta la estrecha vinculación de la norma moral al dogma religioso,puesto que el predominio de este último disimula el imperativo deuna conducta social. En otras palabras, la conducta no debe reducir- rse a la creación de meros valores morales, orientados en un sentido.religioso y subjetivo, sino que debe tender a la creación de valores:

social~7 K.

8 «Reflexiones sobre la influencia de la religión en el orden y la moral», editorial deEl Nacional, No. 21, de 21 de octubre de 1848.

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52 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

La cuestión se define como un conflicto de fidelidades entre lasociedad civil y la conciencia religiosa:

De aquí nace el influjo profundo, aunque en cierta manera indirecto, delclero, en la suerte de la nación; porque las ideas que él siembra en el pueblose mezclan a las ideas políticas, y cuando unas y otras no están de acuerdoresulta un conflicto en que sucumbe la razón política con perjuicio de losintereses sociales, o sucumbe la conciencia religiosa con perjuicio de lascreencias que, como otros lo han dicho, son la filosofía del mayor número

t de asociados9.

La deficiencia se señala del lado de esta «filosofía del mayor nú-mero» que no concuerda con los intereses sociales. Por eso el clerodebe adaptarse al cumplimiento de una tarea social y abandonar suinclinación a difundir terrores sobre la otra vida, para ocuparse másde los intereses de ésta. Debe convertirse al espíritu de tolerancia eilustración de la época, y no constituirse en un obstáculo de estastendencias. Debe, inclusive, tratar de llenar los vacíos de las institu-ciones civiles, amoldando su actividad a los intereses sociales y noprovocando un conflicto con ellas. Se quiere un aliado y no un ad-versario. Un promotor del progreso y no su enemigo encarnizadoque declama contra la

... corrupción del siglo, contra el lujo y las riquezas, contra la tendenciairresistible de los espíritus hacia la ilustración, la tolerancia y el librepensar.

Por estas razones, el utilitarismo, en el que la conducta está diri-gida a un interés inmediato y cuya sanción no es trascendente sinoque está dada por una reacción instantánea de la conciencia, puedeconciliarse con el interés general, puesto que tiende a la creación debienes materiales y se impone fácilmente a la conciencia laica comoel único sistema cgmpatible con el dinamismo social. De esta doctri-

1 na se deriva un ~jIévo tipo de moralidad, que se justifica plenamentepor los resultados y que supone siempre una conducta consecuen-te con tales resultados:

9 «Partidos políticos y fe religiosa», editorial de El Neogranadino, No. 39, de 28de abrilde 1849, p. 129.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN

... cuando en los colegios de la capital se enseñaban las doctrinas del utili-tarismo de Bentham; cuando los jóvenes tenían por directores a hombresque aborrecían el fanatismo y 10 condenaban sin embozo y sin temor; cuan-do el jesuitismo no se creía necesario, todos los habitantes de Bogotá goza-ban de tranquilidad doméstica, la propiedad era respetada y rara vez seejecutaban actos escandalosos o inmoraleslO

.

53

Es difícil atribuir seriamente al utilitarismo resultados tan hala-gadores con el solo testimonio de un pasado que se hace coincidircon las administraciones liberales y con la ausencia de los jesuitas.En todo caso, se trata de una convicción que opone la validez delpredicado racional a la formación moral puramente religiosa. El im-perativo social debe imponerse por su propio peso, es decir, por suracionalidad, o de 10 contrario, se corre el riesgo de una ambiguedaden la conducta que se atiene al dogma y desdeña las consecuenciasterrenales de la conducta. O como lo expresa popularmente VergaraTenorio, se consagra la práctica de la religión mal entendida, con superniciosa máxima de «el que peca y reza-empata».

Este conflicto con la sanción religiosa de la ley moral no es enmodo alguno intemporal, ni puede exponerse desde el punto de vis-ta dogmático de principios teológicos o racionales. Por el contrario,acusa una etapa muy concreta del desarrollo de la sociedad granadina.Se quiere introducir un factor dinámico en la relación tradicionalistadel individuo y la comunidad, relación fijada por hábitos e institucio-f1.escoloniales, dentro del marco social del latifundio. Éste y aquéllosimponían una misión a la jerarquía eclesiástica, que se derivaba dela tradición realista de la monarquía española. Ahora quiere prescin-dirse de esta colaboración, de su acción reguladora y, principal-mente, de su influencia sobre las masas. Al principio de orden que lapredicaciÓn ayuda a mantenerl1

, y que las prácticas religiosas forti-

10 Artículo «MoralizaCÍónde las masas», en El Aviso, periódico de José Ma. VergaraTenorio, No. 35, de 17 de septiembre de 1848.

11 Los textos en este sentido son muy numerosos. Citaré tres. De Mariano Ospina (ElNacional, editorial del No. 25, de 4 de noviembre de 1848,«Reflexiones»):«... unanación, pues, compuesta en su mayoría de hombres religiosos, contiene más ele-mentos de orden que otra cuya mayoría se componga de incrédulos», De EugenioDíaz (Manuela, p. 25): «oo. y en una parroquia de éstas, donde nadie lee, donde nadieexplicani recuerda la ley escrita, donde nadie se apura porque haya escuela, ¿quién

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54 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

fican en el pueblo, se opone el valor del instinto liberado, que loconduce a su perfección:

... es que la sociedad tiene su tendencia irresistible a perfeccionarse; y elpueblo tiene su instinto sobre lo que le conviene, dejándolo sin trabas. Elprincipio «dejad hacer» vale más que todas las leyes del mundo12

.

Del mismo modo, la religión no es invocada por Caro y Ospinacorno una fuente de la voluntad individual, capaz de operar transfor-maciones de la conducta, o como una incitación a instaurar una ima-gen ideal de conducta, sino que es concebida en forma estática, comogarantía de las relaciones sociales subordinadas a un principio deorden. Aquéllos que quieren abolir la religión se ven impulsados aello porque temen el imperio de los principios religiosos que debenrestringir necesariamente una parte de la libertad en el hombre. Pre-cisamente aquella parte destinada al daño de sus semejantes y de lasociedad. Los mismos que atacan el culto sólo pretenden entibiar elsentimiento religioso para desatar las pasiones y manipuladas polí-ticamente. Pero el mismo Mariano Ospina, frío analista del dinamis-mo que generan las críticas racionalista s, ¡no duda en combatir elfuego con el fuego y aconsejar que se utilice la pasión religiosa comoarma política! Según él, los ricos no son buenos conservadores por-que están dominados por la frialdad del cálculo. Sólo las mujeres yla masa del pueblo, «oo. que confunde en una idea compleja la reli-gión, la justicia y la libertad, y esta idea expresa el catolicismo»,

(Continuación Nota 11)señala el camino del deber?, ¿quién recuerda el respeto a los padres?, ¿quién con-tiene el robo que se puede hacer al hacendado?, ¿quién lucha en favor de la institu-ción del matrimonio, base de la sociedad política?». De José E. Caro (artículoaparecido en La Civilización, No. 2, de 16 de agosto de 1849): "oo. si a esa muchedum-bre le quitáis la noción de Dios, la represión moral, las esperanzas y los temores deuna vida futura, a esa, decid qué le quedan si no lo afanes de la miseria actual, enfrente y alIado de los goces y comodidades de la opulencia, y los apetitos brutalesdel salvaje, aspirando sin cesar el perfume irritante de los frutos más sazonados dela civilización. Eso es lo que le queda ... y la conciencia de su fuerza y de su númeroque vosotros venís a revelarle».

12 Eugenio Díaz, Manuela, p. 25.

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LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 55

poseen ese elemento pasional que infunde energía en la lucha contrael error13

El error está significado por la desnaturalización liberal de ladoctrina católica. Se quiere ampliar el sentido ideal de la religióncon vagas reivindicaciones de justicia social, de fraternidad huma-na, de amor al prójimo, etc. Se quiere introducir, en suma, la confu-sión inadmisible que retrata Eugenio Díaz en este pasaje:

De todo esto deberíamos deducir que gólgotas y sacerdotes católicos somosuna cosa parecida. Yque no le quede duda, señor cura: todo esto que noso-tros predicamos y escribimos de abolición de monopolios, de división degrandes terrenos, de igualdad fraternal, de trabas a los ricos, de aliviar almenesteroso con el sobrante del avaro, todo esto no es otra cosa que la doc-trina predicada en el Gólgota; no es otra cosa el catolicismo14

.

La discusión está centrada en torno al significado social de la reli-gión verdadera, el mensaje de amor del cristianismo, sin que intervengapara nada el motivo de la salvación, de la gracia, o cualquier argu-mento específicamente religioso. Pues, debe repetirse, no es la con-ciencia religiosa lo que está en juego. Es la aceptación o el rechazode un orden tradicional en el que interviene el clero como un factordecisivo y, en todo caso, como el estamento social más prestigioso.No se trata, en ningún caso, de concebir en una u otra forma lasresonancias de la vida interior (a menos que ésta signifique unobstáculo para las conquistas materiales, cuando se traduce en unfatalismo que conduce a la pasividad), sino de someterse o no a lasconsecuencias del prestigio de ese estamento y de su influjo en lavida social.

En este sentido, la acción política del régimen del 7 ¿'e marzocontra los privilegios de la Iglesia, puede considerarse lograda. Ade-más del destierro del arzobispo Mosquera y del extrañamiento delos jesuitas, de la separación efectiva de la Iglesia y el Estado, consa-

13 J. E. Caro, Epistolario, p. 351.14 Manuela, p. 26. Véase también El socialismo a las claras, periódico que se publicó en

Bogotá,en 1850.Es un violento ataque contra las doctrinas gólgotas, especialmentecontrajo M.Samper, a quien apoda «FrayCasildo»; según Samper, puede admitirseel catolicismo como religión verdadera pero incompleta, puesto que carece de pro-yecciones sociales.

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56 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

grada en la Constitución del 21 de mayo (1853), se expidieron lasleyes de 14de mayo de 1851 sobre desafuero eclesiástico; de 27 demayo, adicional y reformatoria de las del patronato, por la cual seatribuyó el nombramiento de curas a los Cabildos Parroquiales; de1 de junio, adicional y complementaria de la de descentralización derentas, y de 30 de mayo, sobre arbitrios, estas dos últimas destinadasa incluir en la nómina civil a los eclesiásticos.

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Capítulo IVLAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO

LA IMAGINERÍA ANTILIBERAL

A la idea un poco vaga -o como se decía entonces, filosófica- sobrela existencia de dos principios teóricos que se combatían sin treguaa lo largo de toda la historia, y que consistían en la idea de la libertadtriunfante sobre la opresión o, a la inversa, un principio de orden yde autoridad que se oponía al libertinaje y al desenfreno, vino a su-marse, al arsenal ideológico del conservatismo, otra idea liberaLdis-torsionada en la mlsITíaTórma-que la anterior, como las figuras deuna tapicería que se contemplara por el revés.

Se trataba de una simple comprobación empírica sobre el presen-te, que resultaba desalentadora si en su exposición no se introducíael espejismo del porvenir (como siempre cuidaban de hacerlo losliberales) sino que, al contrario, el espectador se fijaba con fuerza enlos umbrales mismos del presente. Se comparaba el estado actual dela República, amenazada a cada paso por una conmoción política,con la tranquilidad conventual de la Colonia. Imagen seductora estaúltima y ya casi semiborrada¡ que contrastaba forzosamente con lainquietud suscitada por recuerdos mucho más vivos (sobre todo enlas masas campesinas) de conscripciones y expropiaciones destina-das a servir una causa siempre problemática.

La imagen de los tiempos heroicos de la Independencia, capaz deidentificar en una conciencia mítica a todos los estratos de la socie-dad, no había adquirido la consistencia suficiente como para obstruirel asalto de una memoria presta a adornar con rasgos idílicos unpasado remoto. SIn contar con que los testimonios de ese pasado semultiplicaban a tal punto, que bastaban para justificar ese tipo de

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conciencia aferrada al prestigio de lo existente, de-lo-que-siempre-ha-sido-así.

l· No es raro, entonces, que una de las preocupaciones más grandes., de los doctrinario s liberales consistiera en enfrentar a la estática de

la conciencia campesina, la dinámica de las reformas sociales. En losjóvenes, sobre todo, se exacerba un sentimiento romántico de sole-dad, de rechazo, que les valía el reproche de los conservadores de nocomprender un ápice de las condiciones rurales y de entregarse irre-flexivamente, por puro desarraigo, a promover un cataclismo en lasformas de vida tradicionales.

Errante visité varias provincias de la República [se lamenta Próspero Perei-ra Gamba]l buscando un pueblo que aceptase mis creenci.as, un corazónque comprendiese mis máximas y un alma, en fin, que reflejara mis pensa-mientos. Por todas partes supersticiones añejas, pronunciado espíritu departido, incredulidad en los unos, fanatismo en los otros, dominio del clerosobre las conciencias, aristocracia en las clases altas, miseria en las clasesbajas ... y no vi en tanto recinto un solo rasgo homogéneo, un solo punto deuniformidad; todo era anómalo y divergente.

, Este lenguaje dulzón, teñido de una mansa nostalgia y de sole-i dad, pleno de una preocupación real por formas irracionales de viday por el abismo de las desigualdades sociales, oculta, ¡quién lo creye-ra!, una voluntad incansable de reducir a la impotencia a la aristo-

, cracia de las provincias del sur y es un preludio lento y pausado a la, acción de las sociedades democráticas en la provincia del Cauca2

• Estambién el lenguaje de los cachacos, ingenuos y tenaces propagandis-tas del radicalismo, descritos en las novelas de Eugenio Díaz, queaparecen como por azar en una apartada región para criticado todoy matan los ratos ociosos leyendo Los misterios de París, de EugenioSué,

La arquitectura colonial, los caminos, los puentes, las técnicasmás primitivas constituían un punto de apoyo, un mirador constan-te hacia el pasado. No representaban solamente, como lo pretendían

1 Artículo «Mis impresiones», publicado en El Neogranadino, No. 42, de 12de mayode 1849,p. 154.

2 R. Mercado se refiere a este cuadro trazado por Pereira Gamba, al exponer la con-dición de las provincias del Cauca y Buenaventura, en Memorias, p. XVI.

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los teóricos, los frutos del fanatismo o la fuerza de la inercia de laherencia española, sino el armazón íntegro de la vida material, elsustrato último más evidente, a lo que se aferraba la conciencia comoa una garantía de estabilidad, o al menos como a un talismán, contralo desconocido. Agréguese a esto el deterioro, natural a veces, a ve-ces provocado, de los símbolos materiales del antiguo poder que elnuevo no había tenido tiempo de sustituir, y que debían producircierta nostalgia, aun si la suponemos involuntaria.

No es exagerada, en modo alguno, esta vinculación del espírituconservador con una imagen idealizada de la Colonia. Pues la es-tructura colonial subsistía íntegra, sin que a ellapudieran incorporarsecon naturalidad las formas republicanas de vida. Las masas campe-sinas, y con mayor razón los propietarios territoriales, no advertíandiferencia alguna favorable en los nuevos tiempos ni en las nuevasinstituciones, que sólo parecían embozar amenazas al statu qua y quese soportaban con un fatalismo resignado.

Por eso es que algunos viejos [se expresa con amargura un personaje deEugenio Díaz3

] suspiran por la tiranía del tiempo de la Colonia, que en nombrede la ley aseguraba a todos la verdadera libertad, y todos vivían garantizadospor la autoridad; pero esos eran otros tiempos ... hoy somos republicanos y de-bemos seguir la república porque no hay otro remedio.

No puede pedirse un texto más elocuente. En él están condena-dos todos los sobresaltos de la vida republicana, todas las innova-ciones que quebrantaban el poder natural de los propietariosterritoriales y anuncian el advenimiento, en medio de luchas cruen-tas y de incertidumbre política, de un nuevo poder.

Los TEMORES CONSERVADORES y EL TESTIMONIODE MERCADO SOBRE LOS CONFLICTOS DEL SUR

Nos están degollando y saqueando a cada rato -decía don Elías- porque \se ha dado más libertad al pueblo de lo que es capaz de comprender y so-portar, en el estado de ignorancia en que se halla.

3 «Los aguinaldos en Chapinero», incluida en Obras inéditas. Imp. de La América, 1873,p.63.

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Puede pensarse que este temor expresado por Eugenio Díaz4 so-t---" _

bre deguello y saqueo sea una mera hipérbole. En realidad~~l nove-

llista no hace sino reproducir los clamores iracundos de la prensaconservadora (La Civilización, El Día, El Misóforo, El Ariete, etc.) quedenunciaba la acción de las sociedades democráticas en las provin-cias del Cauca y Buenaventuras. Debe advertirse, sin embargo, queel sentido verdadero de estos hechos nos coloca frente a un antago-nismo de clases evidente, que el régimen del 7 de marzo supo esti-mular y canalizar en su provecho. La responsabilidad del gobierno,en efecto, era generalmente admitida, y por eso raras veces en nues-tra historia las invectivas han alcanzado el grado de intensidad y deiracundia como las dirigidas por Julio Arboleda al presidente López,por su presunta complicidad con las sociedades democráticas delCauca. ':,~'']".é}./:;r-"S\l-c,

El origen de la acción popular de l~~deii1Ocráticas, se remonta areivindicaciones sobre ejidos comunales, en el siglo XVIII. Así lo sos-tiene la sociedad democrática de Cali, en una justificación publicadapor El Neogranadino6

• El movimiento representa, siquiere esquema-tizar se, la acción un poco anárquica de masas semirrurales y semiur-banizadá's por -el e]erCiciode una actividad artesanal. La pugnacidadde estas masas había revestido siempre un carácter apolítico y serefería a los r~~~~mºsexpresados, en varias oportunidades, aJ~s pro-p~eta~iosEor la usurpación de los ejidos vecinos a Cali. El mismoconflicto se revivió en 1834y en 1848.En 1850,el gobierno de Lópezquiso aprovechado para afirmar la supremacía liberal en ese baluar-te del conservatismo que eran las provincias del sur. Florentino Gon-zález acusó abiertamente en el Senado (marzo de 1853) la conductaparcial del gobierno, casi en los mismos términos en que lo hacían

4 ¡bid. p. 83.5 Aníbal Galindo, que perteneció a la generación radical de 1863, condena el carácter

de estas manifestaciones. Véase Recuerdos históricos (1840-1895). Imprenta de LaLuz, Bogotá, 1900, p. 43. José María Samper condena los acontecimientos del Cau-ea, que considera mucho más graves, y busca justificar los de Buenaventura. VéaseApuntamientos para la historia social y política de la Nueva Granada (desde 1810, y espe-cialmente de la administración del 7de marzo). Imprenta de El Neogranadino, Bogotá,'1853.

6 Véase el No. 149, de 28 de marzo de 1851, pp. 106-107.

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los caudillos conservadores. Elmismo Murillo Toro le habría mani-festado, en una conversación privada del entonces secretario de Ha-cienda, a quien se atribuían los actos más radicales del gobiernocomo jefe invisible de una «camarilla», la complacencia de los hom-bres en el poder por la actitud que asumió el gobernador de laprovincia de Buenaventura, Ramón Mercado, frente a los incidentes.Murillo se defiende de esta imputación, pero con tan mala fortunaque la lectura de su alegato deja exactamente la impresión contra-ria de lo que quiere afirmar7

• Según el secretario de Hacienda, elgobernador se habría limitado a cumplir una función meramentepolítica como agente del ejecutivo, al mantener a raya a los enemi-gos del Gobierno. No resulta extraño que quisiera suprimirse estecelo excesivo mediante una reforma constitucional que privara alpresidente de la facultad de nombrar gobernadores, como se hizo efec-tivamente en la Constitución de 1853,dando con ello uno de los pri-meros pasos hacia el federalismo.

Ante la acusación de Florentino González, y por sugestión deMurillo Toro, Mercado publica una justificación, en julio de 18538

Para Mercado, los acontecimientos de las provincias del sur debenser examinados ateniéndose a las causas que los provocaron. El aná-lisis expone dos series de causas: causas generales y causas especia-les «o el Sur de la República antes de 1849».

Colocados en esta perspectiva, los hechos pierden su aspecto po-lítico formal para darnos la imagen de una verdadera reivindicaciónde clase.

Las causas generales expuestas por Mercado resultan demasiadogenerales, y es lo menos que puede decirse de este tipo de exposicio-.•....,....~....~1~ ....•,....¡"='.C" ,rlO , .•...."'t""\'3"~A.n :r':t,...;{"yM-:::.l1c •. -:::tI T '::l DV1"'\11r~r1An rU3'rC;O-l1P 1;¡~!lC.LJ ,--u~,-Gl\A.ua ••...•.'-- ••...•..l.L y ".L'-'.l.L .I.'-'L""".a.V.L'L· •.•••.·..•.'.&.lJ"'_. ~ •.•••.•••••"r ..: :&:'-/.&.L r- .&.b •......- .•.•....•.....

manifestaciones de un hipotético instinto irreprimible de libertad através de los siglos. No faltan alusiones favorables a la «revoluciónluterana», que con el libre examen dio un golpe de muerte a la tiraníateocrática, ni a la filosofía del siglo XVIII y la revolución francesa de1789. Hacía falta, sin embargo, otra revolución europea para desa-

7 lbid.No. 245, de 8 de abril de 1853, p. 116.8 Memorias.

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rraigar toda huella del viejo orden de cosas. Y que sus efectos sehicieran sentir en América, pues

... la guerra contra España no fue una revolución. Bastante grande por sísola para ser la idea exclusiva de una generación, la independencia no hizosino modificar muy superficialmente la epidermis del problema social, sincambiar su naturaleza ni sus condiciones.

A estas causas generales, que concluyen afirmando que hubo unainfluencia de la revolución francesa de febrero en las elecciones demarzo de 1849en la Nueva Granada, se agregan las causas especia-les o la descripción de las provincias del sur de la República antesde 1849.Esta pintura refleja todos los conflictos latentes en una so-ciedad que mantiene elementos retrógrados detrás de una fachadarepublicana. A ello contribuyen el «ser moral de sus creencias cató-lico-moriscas», las costumbres coloniales, los intereses egoístas yajenos al progreso de la humanidad y las leyes dictadas en «siglosbárbaros». Sibien existen elementos de libertad en Nueva Granada,ello se debe exclusivamente a la índole y carácter de algunas provin-cias situadas en el centro y en el norte de la República. Pero en el surtodo se opone a las ideas de emancipación y su territorio permanecesecuestrado al comercio del mundo culto.

Esta oposición entre las provincias del sur y del norte es biencaracterística. Presenta una analogía, puramente casual, con la situa-ción norteamericana. Las provincias del sur de la Nueva Granada,en efecto, también son esclavistas. Lo que opone los intereses de lospropietarios de estas regiones a la naciente burguesía, que tiende aafirmarse en el resto del país, es la ventaja de que gozan al poseeruna mano de obra servil. En el aspecto político, la ventaja de basarsu ascendiente en estructuras sociales que eliminan absolutamenteel juego de la opinión y de la competencia partidista, puesto que laadhesión de las masas a un caudillo se realiza a través de vínculosde dependencia mucho más estrechos que en el resto del país. Frentea la clase comerciante, ellos profesan «intereses ajenos al progresode la humanidad», es decir, se mueven dentro de una economía ce-rrada que obstaculiza la colonización interior para abrirse paso a losmercados del exterior. En resumen, son una negación viva a las as-piraciones cosmopolitas e igualitarias de la burguesía naciente:

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... ningún rasgo republicano resaltaba en aquella comarca de señores y sier-vos, de ídolos y preocupaciones, de apego a los rezagas del despotismo yodio a cualquiera innovación liberal.

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Mercado se extiende en consideraciones sobre la suerte de losesclavos, y no es necesario reproducir el patetismo que encierran paraaqivinar todas las características de degradación que conllevaba lainstitución. Sus odiosos efectos no se limitaban a mantener una razaen la más negra de las miserias, sino que contaminaban las relacio-nes sociales en su totalidad. A la humillación de los esclavos se impo-nía la soberbia de los amos, y ésta se extendía sobre todas las capassociales inferiores. La condición miserable del esclavo se comunica-ba a aquéllos que tuvieran, así fuera en forma imprecisa, sangre ne-gra en sus venas. La condición social de los manumitidos y de 10s1libertos resultaba a veces peor que la de los m.ismos esclavos, puestoque carecían de un esta tus que les fuera propio y se veían forzosa-mente condenados a la mendicidad, al margen de una sociedad quelos aniquilaba con su desprecio y en la que no tenían una sola opor-tunidad de trabajar.

La anormalidad absoluta del esclavismo no sólo envenenaba lasrelaciones humanas, sino que desnaturalizaba de una manera absur-da las creencias. Ninguna justificación racional bastaba para aplacarlas conciencias y se apelaba entonces a la caución del orden estableci-do y querido por Dios9

• La dominación de los amos se sostenía comosi se tratara de un derecho divino

... y éste fue por mucho tiempo el tema de varios predicadores en aquéllasmalaventuradas provincias. Y éste era también el gran principio que dabaa los granadinos del Sur un carácter distinto de los granadinos del Norte yCentro de la República.

9 Al punto de que un propietario, moralmente excepcional por lo demás, JoaquínMosquera, puede captar netamente el matiz de reciprocidad en la disminución dela condición humana que encerraba la relación amo-esclavo, y escribe a RufinoCuervo, el 7 de abril de 1852:«He perdido mucho; pero me he aliviado del inmensopeso que gravitaba sobre mí, contra mi carácter. La manumisión de esclavos me hamanumitido a mí». Véase Luis Ángel Cuervo, op. cit., p. 305.

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No hay duda de que una excepcional tolerancia divina debíaproporcionar un carácter totalmente distinto a los propietarios delas provincias del sur. Más aún, si esta tolerancia se refrendabamediante un acuerdo terrenal con los pastores del rebaño, que notenían escrúpulo en utilizar la religión para justificar el principio deopresión:

n. su predicación se reducía a dar una idea terrífica del Dios de las miseri-cordias; a sublimar a los poderosos de la tierra; a inculcar al pueblo unaobediencia ciega respecto de las clases privilegiadas; a enseñar la asperezadel ascetismo; a combatir la libertad amenazando a sus partidarios con laseternas penas del infierno; a recabar por vía de limosna cuantiosas donacio-nes, y aerigir en pecados las acciones más indiferentes de las clases pobresy desvalidas.

Parece verosímil esta pintura de una región en donde las relacio-nes sociales ocultan antagonismos irtedutibles. Resalta el aspectosombrío que revisten las creencias inculcadas por los predicadores,que procuran subrayar más bien la culpa que la esperanza de unaredención. De allí también la influencia, mencionada por Mercado,de los confesores en la vida social. Cada familia tenía un confesor,como para desterrar a fuerza de escrúpulos los recuerdos del tráficocon carne humana.

Sin embargo [aclara Mercado), la autoridad ilimitada de los confesores vinoa ser funesta para el progreso social, porque el interés del sacerdote cifrá-base en mantener el orden de cosas existente, y más aún, cuando los cléri-gos y frailes estaban ligados con los aristócratas, y representaban enpequeño la alianza del altar y del trono.

La conclusión de Mercado, destinada a explicar las perturba-ciones sociales, y a través de ellas su propia conducta, es digna delresto. Según él, el dominio de las clases privilegiadas se extendíaen forma tan minuciosa, que la usura practicada en las ciudades,las exigencias de los propietarios y el sistema decimal eclesiásticocondenaban al pueblo a un trabajo que apenas bastaba para satisfa-cer sus deudas, o a la expectativa de la cárcel si no llenaba todossus compromisos.

No es raro, entonces, que se hubieran acumulado materiales su-ficientes para un gran incendio. La esclavitud, la segregación racial

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y las discriminaciones sociales, la arbitrariedad judicial que refleja-ba las desigualdades de las clases, todo atizaba el odio hacia los mon-teras (señores) y las ñapangas (señoras),

oo. combustibles a montones [dice Mercado] había en aquellas sociedades:de Bogotá se había lanzado un botafuego que debía incendiarios.

Los ANATEMAS DE LOS JEFES Y EL DESALIENTODE LOS PROPIETARIOS

La Administración del 7 de marzo y su protección a las s~esde~as que le sirven de instrumento, desencadenan la protestade los conservadores. La complacencia del gobierno frente a la ac-ción de las democráticas parece evidente. La suya parece haber sidouna actitud que, según José María Samper, convenía a los hombresdistinguidos, y que consistía

OO' no en oponerse abiertamente a las tendencias de lospueblos en conmoción,sino en colocarse a su frente, dirigir sus movimientos, moderar sus instintosy salvar los peligros con energía y valor, para evitar los excesos y los crí-

10menes .

La revolución social permanente tiende a aceptarse como un estadopolítico normal enef que la acción de una minoría debe limitarse acierto oportunismo moderador, puesto que se atribuye a las socieda-des un movimiento propio infalible, unas «tendencias» o un instintoque señalan sin equívocos el camino de la historia.

Los propietarios, a su vez, parecen haber adoptado una resigna-ción tan filosófica y un sentido de la adaptación tan ejemplar, quecontra ellos fulminaban anatemas Caro y Ospina, aunque éste últi-mo alimentara ciertas esperanzas antes de 1851y creyera que

OO, la parte de la república que está al occidente de la Cordillera Central vallegando al grado de uniformidad y de energía en su opinión contra el régi-men de violencia, a que esperamos conducir toda la república 11.

10 Apuntamientos ...,op. cit., p. 531.11 Véase José E. Caro. Epistolario, p. 344.La carta de Mariano Ospina lleva la fecha de

5 de noviembre de 1850.

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En cuanto a Bogotá, no había que contar con ella para nada, pues« ... la insolencia roja ha avasallado un poco más a los ricos egoís-tas, que casi no se atreven ya a llamarse conservadores». Derrotadoslos jefes caucanos de la revolución de 1851(Borrero, en Antioquia yArboleda, en el Cauca), Caro condena sin salvedades geográficas lacomplicidad de los propietarios: «... esa bobería, esa cobardía sin lími-tes de los propietarios de la Nueva Granada nos ha perdidoI2».

Esta deserción, sin embargo, estaba sobradamente prevista. Elantiguo poder de los hacendados -o mejor, su supremacía- se des-moronaba ante sus propios ojos pusilánimes y fatalistas. El aislamien-to los tornaba egoístas, y lo mejor que podían desear era un régimenmarcadamente conservador que mantuviera el país en el estanca-miento y del cual pudieran derivar un poder natural. Pero se ibanhaciendo cada vez más excepcionales los casos semejantes al del co-ronel Ardila, de hombres capaces de sostener sus aspiraciones conlas armas y que se rebelaran por su propia iniciativa contra un go-bierno con el que no estaban de acuerdo13.

El humor ligero y socarrón de Juan Francisco Ortiz nos transmiteuna imagen llena de desaliento del hacendado, en víspera de las elec-ciones del 7 de marzo 14.

Don Cándido Miraflores es un hombre honrado, si los hay, y sus haciendasvalen más de cien mil pesos; en ellas se da una vida de príncipe y en Bogotáse contenta con no hacer ruido, con que no lo nombren para ningún empleo,con que no le presten ni un real, con que no lo visiten, con que no lo ocupen.Si un asesino, en una noche oscura, lo cogiera del pescuezo y alzando unpuñal enorme le pusiera el problema, que en lengua de los choríes se llamala bolsa o la vida, vacilaría don Cándido para contestar y este rasgo pintatodo su carácter.

12 Ibid. p. 161.Carta de julio 13 de 1851.13 José María Ardila fue un rico hacendado de la Sabana, que participó de una manera

quijotesca en la revolución de 1851.14 El Tío Santiago. Imprenta de Cualla, 1848,p. 137.Esta sátira política, que Ortiz pu-

blicó por entregas, poco antes de"las elecciones del 7 de marzo de 1849, fue muyé!plaudida en la época y es una obra maestra del género, infortundamente pococonocida.

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LAS FUENTES DEL CONSERV ATlSMO 67

A tal punto llegó la ~tonía de los conservadores pudientes, que IMariano Ospina especulaba con la acción de las masas. Debían des- \cartarse de la lucha elementos ideológicos, puesto que la pasión por'las libertades, según su razonamiento, no distinguía a las masas ile-tradas, que nunca habían podido saborearla. Tampoco serviría aliar-se con los propietarios, pues su ineficacia, su egoísmo, y peor aun,su manía del cálculo, habían quedado comprobados en la fracasadarevolución de 1851. Quedaba un camino que abría el acceso a lasmasas: la religión:

... la única bandería conservadora que tiene vida y muestra resolución yvigor es la que obra por sentimientos religiosos. El rojismo no tiene másenemigo que le haga frente en la Nueva Granada que el catolicismo15

.

Ospina valora con justeza la eficacia de elementos irracionalespara mover a las masas. Un factor pasional -que según él se da ensu forma más pura en las mujeres, inclinadas a la piedad religiosa-no puede contagiar la mente fría y calculadora de los ricos. Los re- \volucionarios de 1851 sucumbieron, precisamente, porque los jefesno compartían la animación emocional de las masas que enca-bezaban.

En realidad, hubiera hecho falta un reactivo demasiado fuertepara provocar un movimiento de oposición adecuado en el ele-mento más genuinamente conservador de la Nueva Granada. En-frentados a la marea montante del liberalismo, a la inspiración«mística» de Lamartine y Eugenio Sué, los conservadores se halla-ban maniatados por la indiferencia y la rutina, y porque las vagasesperanzas del país no correspondían por entero a la imagen de suscandidatos.

LOS CANDIDA TOS CONSERVADORES

El desaliento de los hacendados, parecían compartido los candidatosconservadores. Poco antes de las eleccionesde 1848,éstos abundabanentre las notabilidades de Bogotá y d~ las provincias. Ellos traían

15 J. E. Caro, op. cit., p. 349.Carta de junio 22 de 1852.

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consigo las aspiraciones de su provincia, o el prestigio social o de lariqueza. El camino de las reformas emprendidas por el presidenteMosquera les privaba de las opciones que podrían surgir de la pure-za doctrinaria, es decir, de presentarse como conservadores a ultranza.Su conservatismo, por otra parte, obedecía más bien a una tradiciónimprecisa que asociaba sus nombres a los regímenes conservadoresdesde los tiempos de Bolívar y, en un grado mayor, a su extracciónsocial o a la actividad que desempeñaban, antes que a la enfática

, afirmación de una doctrina. Aun Mariano Ospina, que defendía lastesis conservadoras en El Nacional, parecía optar más bien por la mo-deración en el uso de la retórica liberal, antes que oponerse abierta-mente a las reformas liberales, orientadas, al fin y al cabo, en unsentido clasista. Todo lo que podía esperarse del conservatismo erala promesa de una administración sin demasiados sobresaltos parael orden constituido, en el que aun los propietarios gozaban del dis-cutible privilegio de no compartir la miseria general y, acaso, de lacomplacencia en una «sobriedad republicana».

El conservatismo podía, sin embargo, exhibir una lista bastanteextensa de notabilidades que habían figurado desde siempre enposiciones más o menos importantes dentro del gobierno o a las quedistinguía cierta celebridad local. Entre ellos, figuraban Eusebio Bo-rrero, Joaquín Barriga, Mariano Ospina, Manuel María Mosquera,José Ignacio París, Eusebio María Canabal, Juan de Francisco Mar-tín, José Joaquín Gori y Rufino Cuervo. Este último era, sin duda,el candidato ideal. La categoría de sus simpatizantes no nos deja.s:avilardemasiado sobre las tendencias políticas de Cuervo. SegúnJuan Francisco Ortiz, a quien complacía particularmente esta candi-da tura,

'" el clero y el ejército, los jesuitas y los cachacos, los hombres influyentesde la capital y los honrados electores de las provincias, todos, todos, que-darían satisfechos si el doctor Cuervo, que es el ciudadano que está máscerca del solía, lo ocupara en el período entrante16.

16 El tío ..., p. 39.

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Si el clero, el ejército, los jesuitas y los hombres influyentes hu-biera logrado la victoria de su candidato, «la sobriedad republicana»habría subsistido, quizá, por muchos años en la Nueva Granada.

Pero la aprobación de todos los elementos influyentes del país noera suficiente para sobreponerse al desánimo que invadía a los prin-cipales candidatos conservadores, Cuervo y Gorí, frente a proble-mas que se insinuaban ya con demasiada evidencia. Juan FranciscoOrtiz revela este estado de ánimo por medio de una fábula que narrael sueño de los tres candidatos17

, en la noche del 6 de marzo de 1849.¿Quién podría gobernar un país sin población, sin rentas, con tradi-¡ciones políticas execrables, etc.?, es la duda que asaltaba a los candi-datos conservadores:

... ¿Saben ustedes qué cosa es ser, no diré presidente sino siquiera vicepre-sidente de este país, en este tiempo, en estas circunstancias, con los jesuitas,la conserva, la democracia y el comunismo encima?

Fantasmas evocados involuntariamente como un eco de los te-mas que los periódicos se complacían en exagerar o en debatir. Perocon un fondo de verdad, al fin y al cabo, disimulada por la garrule- .ría. En el horizonte político y social habían surgido problemas, omejor, necesidades inaplazables, que la ponderación y la influenciade los altos círculos no bastaban para conjurar. Cualquier cosa podíaconvertirse en una amenaza, en un clima de desconfianza y de ex-pectativa.

La revolución francesa de febrero, que había proclamado el co-mienzo de la república social, era mirada como un nuevo cataclismouniversal. Así parecían indicado los movimientos que se desenca-denaron en toda Europa. ¿LaNueva Granada escaparía a esa total con-flagración? Nadie lo esperaba. Juan Francisco Ortiz, disfrazado deauende,

.,. vio, delante de la Europa que arde como una inmensa hoguera, y de lasrepúblicas americanas que vkn reflejarse en ambos mares las llamas deaquel incendio: vio (...) consumarse en silencio una imprevista revolución,disfrazada con el sencillo ropaje de una elección de presidente.

17 Imprenta de M. Sánchez y G. Morales. 1849(?).

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Esta interpretación del 7 de marzo, llena de dramatismo un pocopueril, es, sin duda alguna, exagerada. Para las condiciones de laNueva Granada, algo había ocurrido, no obstante, que significabauna transformación fundamental. El general López, a quien no distin-guían grandes talentos, excepto su honradez que nadie negaba, erael candidato que exaltaban los liberales de todos los matices. A losconservadores no les cabía duda de que ellos iban a disputárselo,a influenciarlo y a obligarlo a asumir las reformas más descabella-das. De nada habrían valido las alarmas y las imágenes apocalíp-ticas que se habían evocado para desterrar la indiferencia de losricos:

... las piedras no se mueven; pero vendrá el día (y tal vez muy pronto) enque no quede una sobre otra! Adiós almacenes, adiós casas, adiós hacien-das! Ellaspasarán a otros dueños, porque los intentos revolucionarios tien-den a esos fines18

.

LA VISIÓN COMPLACIENTE DE EUGENIO DÍAZ

Es el momento de citar las obras de Eugenio Díaz. YaSalvador Ca-macho Roldán colocaba a Manuela en el centro de los confliCtos queprovocó «... el partido liberal triunfante en las elecciones de 1948y1849»19. Eugenio Díaz traduce efectivamente en sus novelas los tras-tornos que el nuevo orden producía en un cierto medio social, quese identifica con los estratos más conservadores, exactamente entrelos hacendados de la sabana de Bogotá.

Díaz prodiga a todo lo largo de su obra sentimientos de simpatíahacia lospobres, hacia los indios desposeídos de su primitiva heredadpor las instituciones republicanas, y, en general, hacia todos aquéllosque eran las víctimas señaladas no sólo de los sistemas tradicionalesde explotación sino de los que toda revolución, presente, futura opasada, trajera consigo:

18 El tío ...,p. 146.19 Véase el ensayo sobre ManueIa, en Estudios. B.A.C.Edit. Minerva. Bogotá, 1936,p.

85 Y ss.

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LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO

... pues no saben ustedes que en nuestras revoluciones y guerras civiles sesalvan a lo último los magnates, y los que pagan el pato son los que com-

20ponen el pueblo?

71

Este sentimiento, un poco amargo, se ve reforzado por una natu-ral desconfianza hacia la sociedad urbana y sus refinamientos: «...de las clases altas sale la corrupción que pervierte las buenas cos-tumbresde los pobres», dice en El rejo de enlaza/l. Sus ingenuasy bobaliconas heroínas poseen una afición marcada por las novelassentimentales -sin que ninguna de ellas encarne siquiera por ca-sualidad el prototipo de Ernma Bovary-, que el novelista se apresuraa condenar con justicia, porque tales novelas pervierten los corazo-nes sencillos y recatados, haciéndoles anhelar insensateces que losgalanes pueblerinos rechazarían con indignación. Sin duda, el am-biente en que viven posee cualidades desiTltoxícantes, y Díaz insi-núa apenas esta inclinación malsana como uno de los caprichosnaturales de las cl,,:ses altas, al que se dejan seducir pasajeramentesus virtuosas hacen dadas, por la insinuación de algún robusto ga-ñán que ha pasado algunos años en el Colegio de San Bartolomé.

En él hay una natural complacencia hacia los señores rurales,hacendados bonachones e incorruptibles que ejercen su poder arbi-trario con una conciencia paternalista. De vez en cuando cometenalgún desafuero con sus inferiores, pero el novelista se apresura ahacer resaltar al mismo tiempo su sentido innato de la justicia, unajusticia que desgraciadamente se ven precisados a aplicar ellos mis-mos.

Aunque Díaz no ahorre las censuras destinadas a los propieta-rios, se trata siempre de reflexiones generales y vagas sobre «losricos»,que le arranca el espectáculo de la miseria de las víctimas. Nunca unhacendado «real», es decir, alguno de sus personajes, aparece pinta-do con rasgos antipáticos o que pudieran inducimos a pensar queestos buenos señores someten deliberadamente a sus arrendatariosa las más gravosas condiciones. Estas condiciones existen, pero obe-

20 Eugenio Díaz, El rejo de enlazar. B.P.C.C.2a. edic. Edit. Kelly. Bogotá, 1944,p. 71.21 Ibid. pp. 98 Y99.

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72 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

decen a un orden más general y, en todo caso, no dependen de labenevolencia de los señores. Ellos se compadecen razonablemente yestán animados siempre de sentimientos cristianos. Sólo que su uni-verso es perfectamente estático, aparentemente una obra de la natu-raleza que, como tal, no puede modificarse. El 2rbe moral no tienecabida dentro de este orden, sino en la forma de menudas virtudes,un poco tarisaicas y siempre provechosas. Los cambios, si los hay,deben ser lentos como la acción misma de la naturaleza. Es la natu-raleza lluviosa y melancólica de la Sabana, que prolonga el tiempoy 10 colora de su luz nebulosa:

'" las haciendas de la Sabana van pasando por la reforma lenta de la civili-zación de la Nueva Granada, que no se presta a los adelantos de verdaderoprovecho ni en máquinas, ni en crías, ni en nada de las artes que dan elverdadero lucro22

.

En el ambiente antinovelesco creado por Eugenio Díaz, no hayun solo personaje que encarne un principio moralmente «malo» yque con sus maquinaciones amenace la tranquilidad idílica de los«justos» oque ponga a prueba sus mediocres virtudes. El agente ma-ligno viene de fuera, de la ciudad y de la administración, y consisteen la exaltación reformadora que desquicia el inmutable orden ru-

I ral. Díaz no denuncia propiamente a los energúmenos radicales ogólgotas que propician toda esa alharaca. Ellos son seres superioresy bienintencionados que comparten la humanidad paternalista delos hacendados. Lo que teme es el cataclismo social, la imagen odiosade la alteración de un orden de cosas, por el que se pronuncia conreticencias perceptibles a ratos, pero que pudiera ser infinitamentepeor. Es el temor de ver el poder en manos de seres oscuros y sinlinaje, incapaces de comprender todo idealismo y que buscan la opre-sión por la opresión. Es el miedo, en fin, de que los reformadoresbien intencionados, que se dedican como a un noble juego a propa-gar principios, no comprendan el peligro que éstos encierran y pier-dan el control de una situación entregada a merced de hombres sinescrúpulos. Don Tadeo, el ridículo y exaltado tinterillo de Manuela,

22 Ibid. p.12.

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LAS FUENTES DEL CONSERV ATISMO 73

no es una pura ficción novelesca, sino la pintura aproximada de unfenómeno social que hunde sus raíces en una forma inusitada deprestigio y de dominación: la de la casta de los doctores, incapaces ,1

por tradición, o más bien por rutina, de convertirse en empresarios ~(como lo deseaba Miguel Samper)23y cuya prolongación natural esla del rábula, especie de caricatura de los abogados, que se formaalrededor de las escribanías y de los juzgados.

Díaz, por miedo de la demagogia, se veda el derecho de compar-tir las amargas críticas que de vez en cuando coloca en boca de suspersonajes humildes, destinadas a los que visten botas y casaca.Aunque denuncie la suerte miserable de los arrendatarios y de lospeones de las haciendas, deja entrever siempre que éste es el orden,o que al menos las reformas son impotentes para alterarlo. A las ve-leidades cosmopolitas de los doctrinarios, opone el arraigo a formasde vida cuyos detalles más nimios se infiltran en los gestos cotidia-nos o se incorporan a las actividades esenciales:

... los potajes principales fueron la mazamorra y las papas cocidas, y suvino, 1<\chicha que corría al par del huso y la piedra de moler a despechode los buenos discursos de los apóstoles del progreso de la Nueva Granada.

y más adelante:

... trescientos años de civilización colonial y cincuenta años de civilizacionrepublicana no han podido dar a los moradores de Cundinamarca los objetosindustriales que puedan sustituir las tres piedras del fogón, los telares, elhuso, las puertas de talanquera, las lavaderas y la piedra de moler de lascocinas de los pobres y de los ricos24

:

¿Elautor echa de menos la civilizacióno exhibe un orgulloso apegoa objetos que se convierten en símbolo de lo duradero?

23 La miseria en Bogotá, op. cit. p. 28: «Surgió de esto un hecho de las más funestasconsecuencias, pues saliendo los alumnos de entre las familias acomodadas, queson las que desempeñan como empresarios de industria el papel más importanteen la obra de producción, los hábitos de rutina e ignorancia se perpetuaron y nosólo han continuado su atraso los cultivos y empresas ya establecidas, sino que seha retardado la explotación de industrias tales como el cultivo del café, del añil ydel nopal, que exigían empresarios activos y preparados».

24 El rejo..., pp. 113 Y 119.

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74 PARTIDOS POlíTICOS y CLASES SOCIALES

En el antiguo orden paternalista de hacendados más o menos ilus-trados, no es raro encontrar un patrón bienhechor (Díaz se resiste adescribir uno que no lo sea). Si no lo es, al menos hace parte naturaldel mismo mundo en que se mueven sus desheredados arrendata-rios. Ese mundo se ve atacado y removido por todo lo que viene defuera: se ve amenazado por reformadores que son impotentes paraintroducir una sola mejora en su interior, y que apenas lo utilizancomo escenario para sus guerras civiles, en las que consquistadores

¡ y conquistados vierten su sangre. Díaz quiere sustraer a su queridomundo a todo movimiento, enclaustrado dentro de una fortaleza encuyo ámbito no transcurriera el tiempo: «... ojalá que todas las ha-ciendas tuvieran puentes levadizos y fosos y castillos para la defen-sa de las propiedades» 25.

¿Qué significan las leyes mejor concebidas en un medio imper-meable a su influencia, en donde su interpretación queda a la mercedde un tinterillo inescrupuloso? ¿Qué bien pueden procurar a unasociedad que no se rige por ellas sino que se somete al capricho san-tificado por el derecho de propiedad? En este caso, las leyes sólosirven para introducir confusión y se convierten en la razón de serde quienes las manipulan a su amaño, contra el querer y el parecerde propietarios y desposeídos. Para éstos significan una nueva fuen-te de agravio. Para aquéllos, una intromisión en el orden que sancio-na su presencia.

OO' Yocreía cándidamente que todas esas leyes que se dan en el Congreso ytodos esos bellísimos artículos de la Constitución eran la norma de las pa-rroquias y que los cabildos eran los guardianes de las instituciones; peroestoy viendo que suceden cosas muy diversas de las que se han propuestolos legisladores; por lo menos en donde haya un don Tade026

.

Esto confiesa uno de los personajes de Manuela, Demóstenes, elcachacho y gólgota bogotano, cuya presencia en una alejada parroquiaobedece a motivos aparentemente sentimentales y ocultamente po-líticos.

25 . Ibid. p. 207.26 Manuela, p. 214.

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LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 75

Don Tadeo, personaje al que se refiere Demóstenes, es el tinterillopintado, sin ninguna condescendencia, con los colores más sombríos,la caricatura de una minoría superior aunque extraviada, el reversode la medalla y el único eslabón visible de los doctrinarios de la ca-pital con la parroquia lejana. Si el radical puro es un ideólogo con-vencido, para el que todo lo que predica y escribe «... de aboliciónde monopolios, de división de los grandes terrenos, de igualdad fra-ternal, de trabas a los ricos, de aliviar al menesteroso con lo sobrantedel avaro (...) no es otra cosa que la doctrina predicada en el Gólgo-ta»27,el tinterillo es propagandista en su propio provecho. Es el re-sentido que no respeta las jerarquías sociales, y por eso prohíja lasteorías liberales más extremas, aplicándolas con tal rigor deforma-dar, que en sus manos se convierten en un arma de opresión.

Con todo, contra la intención más evidente del inexperto nove-lista, se está tentado a simpatizar con don Tadeo por su maldad deopereta, que consiste sobre todo en atemorizar a las lugareñas (elautor disimula púdicamente algo más atrevido), más bien que conDemóstenes, que se contenta con deseadas y explicarles el alcanceteórico de la libertad y la fraternidad, tropezando a cada paso consus límites reales, los que impone la ridícula prestancia de su propiapersona.

Para Díaz, don Tadeo es el verdadero peligro de las nuevas doc-trinas, su excrecencia natural e inevitable: la subversión de las pri-mitivas jerarquías, mil veces preferibles y tolerables. El tinterrilloencarna el temor constante de los hacendados de que se los despojede su poder y se lo sustituya por el de un agente despótico y arbitra-rio de la clase en el poder, destinado a sojuzgados. En la nueva so-ciedad, hasta ei cura, ei abada naturai de 10s propietarios, queda a J

merced de las manipulaciones electorales de este agente de la socie-dad civil por las leyes que confieren el nombramiento de los párro-cos a las cámaras de provincia y a los cabildos.

El tinterillo se mueve libremente dentro de un ámbito semiur-bano y opone el poder que se deriva de una mañosa interpretaciónde las leyes al orden, hasta ahora indiscutible, que sanciona la pre-

27 [bid. p. 26.

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76 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

eminencia social y económica. Por eso los hacendados de la novelase ponen de acuerdo, sin el menor escrúpulo, para eliminar a don Ta-deo, en una sesión memorable que recuerda extrañamente la alianzapasajera de gólgotas y conservadores para luchar contra el gobiernoprovisorio del general Melo.

El testimonio de Eugenio Díaz es interesante y, no hay que decirlo,absolutamente parcial. Da cuenta del escepticismo en que se movíauna población campesina, cuyo estado nada tenía de envidiable, frentea cambios que no la modificaban y que, antes bien, daban la impre-sión de que la empeoraban. ¿A qué tanto hablar de libertad, de de-rechos sancionados por la Constitución, si su efecto servía apenaspara introducir la incertidumbre y la desconfianza respecto a un or-den malo pero aceptado unánimemente? Y la igualdad ... ¿es que ha-bía igualdad posible en un medio cuya estabilidad dependía de larigidez de las jerarquías sociales y en donde aun diferencias racialescasi impercep'tibles elevaban una valla infranqueable entre los des-poseídos y la casta de los hacendados? El poder de éstos y su pres-tigio social se apoyaba, precisamente, en la existencia oscura de milesde infelices, a quienes representaban políticamente. Más aún, los pro-pietarios constituían la única garantía de un orden posible, con sumediana ilustración y su conciencia innata de señores. Era el diqueimprescindible a la marea amenazante de resentimientos secularesque pugnaban por sobreponerse a la dominación. Eugenio Díazaprueba tácitamente las diferencias que señalan a cada uno su pues-to dentro de la sociedad y permiten que la virtud de los buenos ricosbrille con todo su esplendor. Pues si no existiera esta virtud, ¿quésería de la sociedad?

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Capítulo VFLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR

LA GARANTÍA DE LOS INTERESES

Florentino González supo halagar al presidente Mosquera y hacerparte de su gabinete, a pesar de la resistencia que debía encontraruno de los conjurados de septiembre en el ánimo del general. Lacolaboración de un~_o~~ti~adoliberalel! un .gobierno cons~r~~~9rcausó cierfOdesconcierto en las filas conservadoras. La Civilización,el periódico de Caro y Ospina, calificaba el hecho de inexplicable, yno tardó en atribuir la derrota del 7 de marzo a una supuesta de-fección de Mosquera y la adopción por su parte de un «programarojo» propuesto por González . Así se calificaba el proyecto de con-vertir en documentos de deuda pública los bienes eclesiásticos y lasreformas al sistema de Hacienda.

González había salido del país, a raíz de la revolución de 1840,yestablecido una casa de comercio en París.

A su regreso aquí, hace seis meses y todavía bajo la impresión de las gran~des cosas llevadas a cabo en Francia después de algunos años, el señor Gon~zález, tomándose por campeón de los intereses. materiales, se dedicó, enuna serie de artículos muy bien hechos, corteses por lo demás, a la apatía ya la ignorancia del gobierno en las cuestiones más vitales para la prosperi~dad del país. Buenas razones dadas con moderación, alabanzas certeras ypersonales al general Mosquera, extinguieron las repugnancias de éste porun hombre cuyo pasado y cuyo carácter firme no le convenían y el acuerdofue pronto tan perfecto que todas las condiciones que ponía el señor Gon~zález obtuvieron la sanción del presidente.

1 Véase Estanislao Gómez B.,Don Mariano Ospina y su época. Medellín, 1913,p. 404Y ss.

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78 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

Tales son las impresiones del cónsul francés, De Lisle2, sobre la

alianza entre Mosquera y Florentino González, que a los conserva-dores les parecía inexplicable. De LisIe se refiere, sin duda, a los ar-tículos publicados por González en El Día en los cuales elogiaba lasmedidas tomadas por Mosquera para liberar la producción de orode trabas fiscales y lo invitaba a hacer otro tanto con la agricultura.En cuanto a «las grandes cosas llevadas a cabo en Francia», durantela monarquía de Luis Felipe, que pudieron impresionar al colombia-no, la obra de Balzac, y particularmente uno de sus personajes, elbarón de Nucinl!.en, las ilustra bastante bien.

L l· ¡\¡¡19é'~~' 1 ,. l' . da a lanza con -iVlOsquerano es a unrca a lanza mespera a quecontrae el nuevo campeón de los intereses materiales. Más tarde loveremos dirigir un periódico, que lanza su candidatura a la presi-dencia, asociado con Lino de Pombo -burócrata profesional y unode los principales promotores de la Caja de Ahorros de Bogotá- ycon Julio Arboleda, a quien, sin duda, lo acercaba una común aver-sión por los jesuitas.

Su figura se destaca por una ambición que no se disimulaba ypor un elevado concepto 'de sí mismo. Era conocido por su amor aldinero y por frecuentar la amistad de capitalistas y hombres de ne-gocios3

. A su nombre están asociadas las más audaces reformas delpresidente Mosquera y, especialmente, la reducción de la tarifa adua-nera, que Ospina criticaba tan duramente. Esta medida le valió laaversión de los artesanos de Bogotá -y el consiguiente acercamien-to a la fracción gólgota-, que lo vapulearon en 1853, en el momentode mayor exaltación en su lucha contra los comerciantes de Bogotá.

El mismo Florentino González, al referirse a su colaboración enla administración de Mosquera, escribe:

... me tocó el honor de ser el órgano de la liberal administración del generalMosquera para iniciar en 1846 el restablecimiento de los principios libera-les, de que ya nadie se atrevía a hablar siquiera en esta tierra. En 1847 seabrió decididamente la campaña entre las nuevas y las viejas ideas; y me

2 Archivo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia. Vol. XVIII.Colombia.1845-1847.Fol. 194v.

3 Salvador Camacho R.,Memorias, 11.p. 41.

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FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR

parece que a la constancia con que lidiamos los qu~ dirigíamos las opera-ciones es que se debe el restablecimiento de los principios liberales 4

.

79

González es un eslabón muy importante para comprender laruptura de las condiciones económicas que se opera en la NuevaGranada a partir de 1859,y más aún, la mentalidad de los hombresque provocaron esa ruptura. Aunque dotado de un estilo muy per-sonal, su acción y su pensamiento políticos aparecen en cierta formacomo representativos de las aspiraciones de la clase comerciante.Si tenemos en cuenta su experiencia europea y sus vinculaciones ul-teriores, resulta fácil concebir el papel que jugó como mentor de esaclase, la cual insinuaba su energía conquistadora. Ya desde 1845,sugiere en una carta privadas la conveniencia de crear un banco des-tinado a facilitar el movimiento mercantil. Considera que la forma-ción de grandes intereses constituye un factor de estabilidad capazde subordinar la acción del Estado, de esterilidqd capaz de subordi-nar la acción del Estado, de esterilizada en cierto modo, de tal maneraque el mismo Estado no constituya un peligro para la paz, cuandose convierte en el instrumento de una facción política. Quiere hacerderivar el Estado hacia una postura racional, indicada por su pro-pio interés, que debe coincidir con el interés de los grandes capita-les. No puede expresarse un deseo más claro de convertir al Estadoen instrumento de una clase (económica), la cual, por 10 demás, nointerviene en la gestión burocrática -lograda como una conquistade partido-, pues su poder no reside en esa gestión sino en su in-fluencia sobre ella.

Esta aspiración, que rechaza el apoyo sobre nexos afectivos eirracionales, propios de la mecánica de los partidos o que al menoséstos acogen en un mayor o menor gr-ado,10 induce a enfrentarse alos partidos tradicionales como si se tratara de instrumentos ~sue-tos o al menos inadecuados para 10 que sepropone. Sus críticas acerbasa la empleomanía, apuntan precisamente a descartar una cóncep-ción d~l Estado que se limita a convertido en el instrumento de un

4 Artículo "Federación», en El Neogranadino, No. 239, de 25 de febrero de 1852,pp.66 Y 67.

5 Publicada en El Aviso, No. 27,de 23 de julio de 1848.

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, partido. En realidad, Florentino González concibe una forma de es-tructuración de la sociedad que corresponde a un estadio superiorde evolución histórica, y que debía resultar un poco desconcertantea sus contemporáneos, acostumbrados a asociar su suerte a la de su

! partido, sin preocuparse de sus responsabilidades como clase. Gon-zález hace hincapié sobre estas responsabilidades de la casta diri-gente, y prácticamente la invita a reproducir en Nueva Granada lascondiciones de Francia bajo Luis Felipe, en la que los intereses finan-cieros están convenientemente entrelazados con la gestión oficial.Sus deseos apuntan a una supremacía social sustentada por el poderdel capital y la organización del trabajo. Hace observaciones muyconcretas, que revelan la importancia que atribuye a los «interese~como elemento ordenador de la sociedad, en el sentido- depreemi-nencia de clase a la que aspira:

'" así, [explica], los intereses han venido a resolver el problema de la paz yde las garantías sociales. La clase proletaria, ansiosa de z:edrar sin trabajo, mur-mura a veces, mas se ve necesariamente obligada a limitarse a éstos; por estardependiente su subsistencia del trabajo que la clase propietaria le propor-ciona, no puede lanzarse a empresas de éxito incierto, dejando la posiciónsegura aunque humilde de que goza en su dependencia de los intereses.

Esta declaración, que expresa enfáticamente el deseo de subordi-nar la clase trabajadora y uncirla al yugo de los intereses, contrastaextrañamente con la posición liberal que el autor asume en el juegopolítico, pues renuncia a los privilegios burocráticos de los que

I «... quieren continuar siendo los tutores forzados del pueblo». Enotras palabras, renuncia a las vinculaciones de tipo partidista y a lasventajas obvias de pertenecer a un partido, en provecho de la crea-ción de una dependencia más estrecha de los ciudadanos con respec-to a sus dirigentes. Esta idea constituye la expresión nítida de unaconciencia capitalista en un medio que, por lo demás, debía contras-tar con ella, por las formas anárquicas de la organización del trabajo.Las formas del trabajo artesanal por lo menos invitaban a estas em-presas de éxito incierto que sugiere González, pero no había manera de

\ reemplazadas por formas de producción industrial. Debe tenerse enI cuenta, sin embargo, que González escribe en París, indudablemente

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FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 81

«... bajo la impresión de las grandes cosas llevadas a cabo en Fran-cia».

Con tales premisas y afianzado en un tal poder, desdeñando lamezquindad de los bandos para crear la potencia gubernativa de lariqueza, Florentino González postula su candidatura a la presiden-cia, cuando las circunstancias no han alcanzado un grado de madurezcomo para prescindir de las viejas banderas y de los viejos gritos decombate; cuando su alianza con Lino de Pombo y Julio Arboleda noes todavía caución suficiente y tampoco lo es la garantía de inde-pendencia que proporciona el diner06

; cuando la explotación lati-fundista de los estados del sur está a punto de enfrentar su más gravecrisis y el comercio no ha iniciado su carrera ascendente. Otros, másinstintivamente, buscarán conciliar el cálculo con las viejas quere-llas, para iniciar el ascenso. Pero el momento de los hombres comoFlorentino González no ha llegado todavía. Al menos así lo adivinansus contemporáneos, y su parecer queda consignado en el apóstrofede Manuel Murillo Toro: «oo. si usted hubiera gobernado o gobernarala República, en tres meses habría usted perdido el país con su libe-ralismo a la Luis Felipe>/.

LA INDEPENDENCIA DE DON FLORENTINO

¿Liberal? ¿Conservador?: frente al aspecto partidista de la lucha quese entabla en 1848,la posición de Florentino González se mantiene enla ambigi.iedad. Desde otro punto de vista, el significado aparentede esta posición queda justificado por el deseo eminentemente ra-cional de superar una lucha política estéril. El Prospecto de El Sigloes categórico en este sentido, aunque en otros aspectos sea bastan-te vago. No es muy convincente, en efecto, cuando se declara parti-dario de la libertad, la fila n tropía y la civilización, en los umbrales de

6 En el «Prospecto» de El Siglo (No. 1, de 8 de junio de 1848), declara: «Indepen-dientes por nuestra posición; profesando opiniones hijas de nuestra convicción, nohacemos causa común con ningún partido; no prohijamos sus extravíos ni sus exi-gencias; no pertenecemos sino a la causa común de la libertad, la filantropía y lacivilización» .

7 El Neogranadino, No. 245, de 8 de abril de 1853, p. 116.

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82 PARTIDOS poLíTICOS y CLASES SOCIALES

una lucha que no interpreta las palabras literalmente, sino que exigeque sugieran promesas o rencores.

I Para la ortodoxia conservadora de Mariano Ospina, González, « ... se ha hecho representante de un partido equívoco que a nadie, place y que ninguno acepta»8.Pero ya la postulación de su candida-, tura había creado alguna confusión. Muy poco antes, cuando secreía que ella provenía del partido liberal, los conservadores se ha-bían apresurado a manifestarse complacidos9

, pues se reconocía enel candidato a un hombre preocupado, ante todo, por el estímulo delos intereses materiales del país y dominado por la idea que habíatraído de Europa de desarrollar los gérmenes de riqueza de la NuevaGranada. No sólo para los conservadores era el candidato más de-seable que podía proponer el partido liberal -en cuyas filas se locontaba, «conalgunas modificaciones»,es cierto-, sino también paratodos los hombres positivos del país, que compartían el mismo tipo depreocupaciones económicas y a los que se toleraba la excentricidadde despreocuparse por las discusiones políticas.

Aprobado como adversario, encuentra resistencia como agentede una fracciónmás del partido conservador, que por entonces atrave-saba una aguda crisis, sin que los clamores de Mariano Ospina por launidad fueran escuchados. Pues, si en rigor los enunciados de Gon-zález eran liberales, su violenta oposición a los niveladores, de quie-nes todo se temía, lo convertían en un aliado del conservatismo. Unaliado incómodo en las circunstancias anotadas ..., que no garantiza-ba la pureza doctrinaria tan necesaria a la unidad, y cuyo único puntode contacto con los conservadores lo constituía cierta intransigenciade minoría que aspiraba a una «... democracia ilustrada, en que lainteligencia y la propiedad dirijan el destino del pueblo ...» y querechazaba con energía «... una democracia bárbara, en que el proleta-rismo y la ignorancia ahoguen los gérmenes de felicidad y traigan lasociedad en confusión y desorden»lO.Los ideales más genuinos delliberalismo del siglo XVIII se aliaban en este caso a los temores con-servadores de una sociedad igualitaria.

8 El Nacional, No. 9, de 16 de julio de 1848.9 Ibid. No. 2, de 28 de mayo de 1848.10 El Siglo, No. 3, de 29 de junio de 1848.

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FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 83

El Siglo subraya la necesidad para la minoría de mantener su co-hesión frente a las masas, pues el abismo que la separa de éstas nopuede ser colmado por los halagos de una ideología. No es cosa dedejar intervenir la irreflexión y las pasiones, allí donde deben decidirla inteligencia y el peso del prestigio social. Ni propiciar una desa-gregación social del poder para apoyarse en el concurso de las masas,afirmando una mentirosa universalidad de los privilegios que sólocompeten a una clase. Pero el proceso es inevitable, aunque los hom-bres de El Siglo quieran detenerlo y renovar al mismo tiempo losobjetivos sociales y políticos de la minoría. Aunque quieran afian-zarla sobre las bases de un poder real, estructurando la economía. ElProspecto reproduce inútilmente los motivos familiares de Florenti-no González:

oo. miembros de esta generación, de la generación llamada a sustituirlo todo,a sustituir el movimiento de la industria y el comercio a la apatía de lapereza; a reemplazar los delirios del fanatismo con los consejos de la tole-rancia; a destruir los privilegios de la aristocracia con la igualdad de la de-mocracia; nos apresuramos a hacer esfuerzos para que se consume la obrade regeneración social, para que la especie humana llegue a aquel grado defelicidad sobre la tierra a que el Creador la destinó dándole la inteligenciapara alcanzarlo.

Pero si Florentino González renuncia voluntariamente a la Demo-cracia bárbara de los niveladores, el partido conservador no descarta enmodo alguno el concurso de sus propias masas. Y paraobtenerlo,recurre a otro tipo de universalidad que enfrenta a las promesas delos niveladores: promueve deliberadamente la cuestión religiosa. Unarma que desdeña también la democracia ilustrada del «partido progre-si.sta .m.od_erado» de Florentino González. Su rep-ulsiónen este serlti-do es casi instintiva y obedece a un filosofismo decantado, casi a unasegunda naturaleza. No debe atribuirse esta reacción a un impulsoirreligioso, sino más bien a cierta inmoderación de la tolerancia. Leirrita los nervios ver las calles invadidas por procesiones intermina-bles, le incomoda sacarse el sombrero cada vez que las campanas-innumerables- de las iglesias anuncian una ceremonia. Es, en elfondo, la antipatía por un exceso cultural que constituye una especiede presencia obligada de la religión en la vida social y una coercióninvisible; lo que es peor, una imposición de actos mecánicos y super-

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ficiales, de un vago significado de acatamiento social más que reli-gioso, sin que arraiguen casi nunca en una verdadera intención pia-dosa.

A pesar de su subjetividad, los motivos últimos de esta actitudson mucho más concretos que los de los niveladores. Para éstos, elfanatismo posee una entidad que se alía oscuramente a los designiosde los conservadores. Los jesuitas son una organización tenebrosa queejecuta sombrías maquinaciones destinadas a obtener dominación y adespojar alas viudas ya los huérfanos (sepiensa involuntariamente enEl judío errante, de Eugenio Sué, una de las fuentes de estos sentimien-tos tan especiales). El antagonismo de Florentino González es menoscaprichoso:

... desde que de alguna manera se autorice que los jesuitas estén en el paíscomo comunidad pública, se les facilitan los medios de adquirir, porqueellos no pueden adquirir sino para la comunidad y de ninguna manera in-dividualmente. Ahora bien, sabida es la codicia insaciable de los jesuitas ylas grandes adquisiciones l\ue han hecho en todas partes en poco tiempocon sus manejos hipócritasl .

Con excepción de la cuestión «jesuitas»,los enunciados políticos deFlorentino González tienden a una conciliación entre los dos parti-dos. Más exactamente, a una superación de las querellas tradiciona-les. No se procura el acercamiento sino la adopción de un punto devista más elevado, que El Siglo p!-opone_cmnº-...unailIlªg~J.'lideal dellfombre de EstaiIiJl3., Este es, ante todo, el hombre quese-colOQ porencima de las pasiones y que puede concebir y ejec~t~r designiosracionales. La racionalidad debe ser la piedra de toque de todassus acciones y debe aún anteponerse a las incitaciones de la opinióngeneral: « •.. debe examinar (el hombre de Estado) si lo que existe eslo mejor, si la opinión que lo sostiene es racional. Y en caso de noserio arrostrar esta opinión», La intención se inclina hacia las refor-mas, pues es bien sabido que lo que existe en la época es consideradocomo una herencia gravosa del pasado colonial. La decisión debequedar, en todo caso, en manos de un solo hombre, capaz de medir

11 [bid. No. 12,de 31de agosto de 1848.12 [bid. No. 3.

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FLORENTlNO GONZÁLEZ, EL MENTOR 85

la conveniencia de una reforma o de valorar con justeza la bondadde lo existente. Se da por sentado que tal virtud sólo es poseída porel ser excepcional que es el verdadero hombre de Estado. Y no es de-masiado aventurado suponer que esta imagen ideal se refiere al mismoFlorentino González. Todos convenían, en efecto, en que Gonzáleztenía un elevado concepto de sí mismo y que aún le asistía la razón.La imagen del hombre de Estado, en todo caso, es bastante halagadorasi él mismo quería pasar por tal:

...vastos conocimientos, habilidad par las combinaciones políticas, convic-ciones profundas, firmeza incontrastable, fe en sus principios, decisión ac-tiva y perseverancia para realizarlos, sin ~drarse por ninguna dificultad,he aquí las cualidades del hombre de Estado.

Debe agregarse que sus designios, aunque muy personales, de-ben trascender su interés egoísta. Esto lo diferencia del vulgo, quese ve atraído más bien por intereses transitorios y por la satisfaccióninmediata de sus deseos, siendo incapaz por eso mismo de abrigarpropósitos de largo alcance o de~esar su conveniencia.

La actitud desdeñosa de González hacia las masas es un comple-mento necesario a su valoración negativa de los partidos. Éstos noson sino la forma semiorganizada de las masas y sustentan su raízen los defectos populares. Son in~decuados para efectuar una selec-ción válida dentro de su seno, puesto que su razón de ser apunta asatisfacer las pasiones y no al reconocimiento de la cualidad superiordel hombre de Estado. Ni siquiera saben reconocerlo, ni gozan del pri-vilegio de acatado. La selección de los dirigentes se opera de acuer-do con la naturaleza menguada de los partidos, que toman por hombrede Estado al que sepa halagar sus pasiones o manifieste un odio másinveterado hacia los adversarios.-LA ANGLOMANÍA

Florentino González se esforzó en dotar a la minoría dirigente deuna clara conciencia de sus objetivos y trató de evitar concesionesque atribuía a la demagogia, es decir, al desconcierto de un sector dela minoría, pero que en realidad implicaban una táctica política. Él

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86 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

asume conpropiedad los intereses de su clase, invitándola a conver-tirse en el espejo en que se mire toda la sociedad.

A raíz de su segundo viaje a Europa, adquiere la convicción deque la influencia francesa es nociva a la juventud porque constituyeun estímulo constante a la imitación ridícula de Napoléon o de los

I extremistas13. Aconseja a los jóvenes volver la mirada hacia la histo-

ria norteamericana, sin duda para llamar la atención sobre la severi-dad puritana de los gestos, desprovistos de todo patetismo. Que losjóvenes aprendan la versión menos heroica pero más consecuente delos principios republicanos. Que la libertad se convierta en el ejerci-cio austero de virtudes burguesas recompensadas por el fruto deltrabajo, y que cese su ruidosa versión, confusa mezcla de algarabíay de declamaciones.

Para facilitar la aproximación a esta nueva fuente de experienciademocrática, emprende una crítica de lo que denomina el sofisma dela raza14

. Como para establecer que su propio análisis recurre a prin-cipios racionales, sustentados por la experiencia, comienza por re-cordar el papel desmitificador de las teorías económicas de origenanglosajón. Inserta de este modo sus argumentos dentro de un climaespiritual, ajeno del todo a las tradiciones granadinas, y que repre-senta cierto grado de originalidad o al menos un esfuerzo por enca-rar lugares comunes con alguna lucidez. Enfrenta deliberadamentedos actitudes que, valiéndose del argumento de la raza, colocan a loshispanoamericanos en desventaja frente a los pueblos anglosajones.

La más desesperada de estas actitudes admite sin reservas la in-ferioridad de una presunta raza hispanoamericana, cuya formaciónse halla viciada en los orígenes mismos por los elementos que laconstituyen15

• No se discute siquiera la evidente inferioridad de lospueblos indígenas.

En cuanto a los españoles, ellos exhiben, precisamente, todos losdefectos incompatibles con las virtudes republicanas. No es raro en-

13 «Carta a un amigo», fechada en París y publicada en El Neogranadino, N° 211, de 20de agosto de 1852, p. 181.

14 El Neogranadino, N° 233, de 21 de enero de 1852, p. 19.15 R Gutiérrez, «Raza hispanoamericana», en El Neogranadino, N° 116, de 30 de agosto

de 1850,p. 283 Yss.

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FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 87

tonces que, como los españoles, seamos «... el más firme sostén deañejas y detestables preocupaciones, rutineros, perezosos e intole-rantes en todas materias y opiniones». ¿La solución? Parece sencilloprocurarse todas las cualidades inherentes él. las razas del norte me-diante cruzamientos que regeneren estas razas «viciadas» y «raquí-ticas».

Este tipo de argumentos parece conceder demasiado a una su-puesta virtud inherente a la raza anglosajona~.,yentraña un pesimismotan radical que debe conducir a quienes lo prohíjan a un fatalismoquietista y resignado. La solución, por otra parte, no se da al alcancede la mano y sólo puede ser entrevista por una mentalidad en la quela conciencia de la propia peculiaridad se desvanece, frente a consi-deraciones de orden puramente teórico.

La actitud de las nuevas generaciones insiste, por el contrario, enesa conciencia, se apega a ella y a sus posibilidades16

• La solución,en el sentido de integrar homogéneamente los intereses sociales, pa-rece estar señalada por la tendencia de la raza española a absorberla sociedad primitiva, creándose en virtud de este proceso una socie-dad enteramente nueva. Y la raza española dominante, que perteneceal grupo de los pueblos latinos, debe reclamarse de las institucionespropias de tales pueblos. Aunque no se tenga una noción muy clarade esta latinidad, las afinidades empujan necesariamente a la imita-ción de los franceses, el pueblo que se halla a la cabeza de las reivin-dicaciones democráticas en 1848.

Florentino González, por su parte, n.Q...quiere_QÍLhablar de estalogomaquia que se apoya en el «... falso concepto de que hay razasqueson buenas para tener ciertas instituciones políticas y otras que nolo son». Que 1'10 se hable de herencia española yde la inhabilidad de 1

los españoles para adoptar instituciones democráticas cuando quiereatribuirse un origen a las frecuentes conmociones políticas de His-panoamérica. La experiencia histórica está ahí para probamos quehubo una época en la que las libertades municipales españolas consti-tuyeron un dique a las pretensiones imperiales. La misma experienciamuestra a los pueblos anglosajones adoptando instituciones de-

16 José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones ..., pp. 34 Y 35.

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88 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

mocráticas en un momento histórico y someterse a ellas en un procesopaciente y continuado de adaptación. Debe escaparse al atractivo mí-tico que ofrece la explicación de fenómenos soCiales por medio delas cualidades intemporales de la raza, pues son las instituciones, elelemento racional que presupone la inteligencia, las que conformanhistóricamente ciertas características que se atribuyen equivocada-mente a la raza.

Esta discusión, aparentemente abstracta, encadena otras consi-deraciones propiamente políticas, que tienden a establecer una comu-nidad americana de principios, cuyo centro de gravedad estaría enlos Estados Unidos. Se quiere afirmar la universalidad racional deciertos principios, que debe imponerse al relativismo que encierra elconcepto racial, o sea la peculiaridad propia que rechaza todo aque-llo que no le sea afín. Al antagonismo teórico de hispanoamericanosy anglosajones se opone la vigencia del momento histórico que esta-blece una verdadera comunidad entre los pueblos del nuevo mun-do, frente a los principios que se ve obligada a adoptar la Europavetusta y superpoblada. La novedad de estos pueblos impone unnuevo tipo de acción dentro de la democracia, acción que se encuen-tra contenida en las virtualidades del individuo, por oposición a lasconstricciones que provienen de la sociedad y que Europa se ve obli-gada a mantener. Se debería agregar que las condiciones propias dela «riqueza» americana -tal como se concebían en la época- impo-nen este tipo de acción. La apropiación de la tierra y el empleo de lamano de obra -de poblaciones casi primitivas- invitan al desplie-gue de energías individuales, más bien que a la acción coordinadadel Estado. En pocas palabras, la avidez de una minoría no deberíaencontrar obstáculos en un tipo de Estado ideado como defensa parasociedades más populosas. O al menos así parecen sugerirlo los ar-gumentos que emplea González para combatir la adopción de fór-mulas socialistas que son el corolario de una democracia a la europea.

Las fórmulas socialistas se encuentran en incompatibilidad lógicaabsoluta con el funcionamiento de la democracia adoptada en Amé-rica, según González17

• Ésta tiene su origen en Inglaterra y Norte-

17 Artículo La democracia y el socialismo, en el N° 233, citado antes.

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FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 89

américa, y significa la afirmación de potencialidades individuales, de-senvueltas desde el comienzo para crear un tipo determinado de so-ciedad histórica. Es cierto que en el continente europeo existe unatendencia hacia la democracia, pero su desarrollo tiene un contenidoy una significación radicalmente diferentes a la conquista alcanzadapor los pueblos anglosajones.

Mientras que en éstos «... se marcha a la democracia sobre elprincipio de la libertad, de la individualidad, de la soberanía delindividuo ...»,

en Europa se pretende marchar a ella sobre el principio de la igualdad, dela protección, de la centralización de la soberanía en los que han usurpadoel poder público, o lo han obtenido por voluntad más o menos implicita delos individuos que componen la nación.

La expresión «voluntad más o menos implícita» señala una dife-rencia fundamental, pues excluye la participación activa y conscienteen el proceso de creación de la democracia. Según los teóricos «pri-mitivos» del liberalismo, debemos recordarlo, el fundamento y laúltima razón de ser de la democracia reposan en el individuo, en suvoluntad consciente o en su razón ilustrada, que tienden a crear untipo determinado de sociedad. Rigor o ilusión que sólo puede apli-carse a sociedades nuevas, donde los hábitos no opongan su pesan-tez a la voluntad iluminada y en donde se supone una buena dosisde bondad natural.

En las mismas fuentes se inspira González para pronunciarse porel voto calificado, al discutirse en el Senado las disposiciones de laConstitución de 185318

• Proponía que el artículo original sobre re-quisitos de ia ciudadanía se modificara, en el sentidode exigir a losciudadanos saber leer y escribir o pagar contribuciones, fueran for-zosas o voluntarias. El principio gensualista que sugiere proviene,sin lugar a dudas, de la influencia norteamericana. Los argumentoscon que lo defiende tienen el mismo origen:

18 Sesióndel 10de marzo, reproducida en El Neogranadino, N°242,de 18de marzo de1853.

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90 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

... la propiedad, como la contribución que se pague, es un indicio de la ha-bilidad del individuo para tener participación útil en las elecciones: es lamuestra visible de que sabe lo que va a hacer al sufragar.

El interés: he ahí el termómetro del juicio. No puede pedirsenada mejor para saber a ciencia cierta a qué atenerse sobre la esco-gencia de los ciudadanos. El éxito es un principio infalible de selec-ción, una prueba segura de la que no debería eximirse a nadie confalsos halagos.

Aquéllos a quienes gusta evocar con simpatía la suerte del pobreo hacer pinturas aflictivas de su situación, declamando al mismotiempo contra los ricos, son los peores enemigos de esos pobres, pueslos incitan a la holgazanería, los privan de todo estímulo para traba-jar y del aliciente de mejorar su posición. Para hacer odiosa la ima-gen de los ricos, no dudan en emplear la palabra aristocracia, cargadade las más sombrías asociaciones. ¿Para qué asustarse? «... aristócra-tas son los americanos del norte; la aristocracia individual, la garan-tía de la condición elevada a que llega el individuo por el empleolibre de todas sus facultades naturales». Hay que alegrarse más bienpor esa posibilidad de ennoblecimiento que brindan las virtudesburguesas. La inteligencia y la riqueza, o más bien la aptitud paraadquirir esta última, son indispensables en la sociedad:

... ellas son el aliciente más poderoso que pueda presentarse al hombrepara hacer esfuerzos por mejorar su condición, y ellos son el pedestal sobreel que podemos fundar nuestra democracia representativa.

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Capítulo VILA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO

COMERCIALIZACIÓN DE LA AGRICULTURA

El acceso más o menos generalizado a la riqueza, esta condición tan \indispensable para la democracia representativa, parecía estar ga-rantizado por la abolición del monopolio del tabaco, cuyo cultivo,.junto con ciertas formas rudimentarias de elaboración, se ofreceríaa la libre actividad de los particulares.

Entretanto, los granadinos podían felicitarse de que la miseriaentre las masas no fuera palpable como en los países europeos, queacumulaban enlas ciudades una :n¿anode obra necesaria a su expan-. , . d . 11 N h b' eu 'Oa.0"~.7~.tv,..,,,ryQ... d d 1SlOnIn ustna. o a la trazas . e nauerse InICia o un esp aza-

miento rural hacialascllidades (coil1a intensificac1Ón-defculfivocfeltabaco se opera máSOien el fenómeno contrario, como ya se ha indi-cado) y lapobreza, por lo tant(),1l9~eré!_evidente.Existíª~Lerto eq]..li-librio énTapobreza general, que para la minoría se compensaba conprivilegios de carácter sO-cialyp5lIfico. Tales privilegios se consi-derab-a.nIiattiñi1es en una sociedad·paterI!alistá, ide allCla-iil-dlg-naCión conservaaora contra los que se atrevían a señalar, así fueratímidamente, las desigualdades entre las clases sociales.

Niveladores, soc;Jalistas y comunistas eran aquéllos que asociaban elprincipio· revolucionaric) de--Fa7ernidad a la doctrina de la caridadcristiana, insistie~do al mismo tiempo en la n~c~sidad de crear ri-quezas materiales paraa·úmentareloieneStar social. Esta exigencia,------ - ---.'- - - -----.- .. -- --'--

1 La imagen de la proletarización creciente en Europa, particularmente de los artesa-nos, fue abundantemente explotada por el folletín popular, particularmente porEugenio Sué, que parece ser la fuente de información más accesible y entretenidade muchos socialistas y conservadores granadinos.

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92 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

, que en sí nada tenía de revolucionaria, significaba el desplazamien-· to del eje del poder de manos de propietarios o hacendados de tipo· tradicional, a las de comerciantes habituados a técnicas contables! racionales y dotados de una visión más amplia de apertura a los· mercados exteriores. Esta apertura tenía corno preámbulo necesario, la colonización interior de tierras aprovechables con cultivos co-I merciales.

Frente a una coyuntura mundial, el comerciante, más receptivoque cualquier otro estrato social, toma la iniciativa que le va a re-presentar un amplio margen de predominio social y económico. Antelos esfuerzos demasiado lentos de los liberales que se adherían a unatradición ideológica cuyos contenidos eran demasiado amplios, yante la impotencia de los voceros de una estructura agraria impro-ductiva, una audacia instintiva le muestra el camino que va a colo-carlo a la cabeza de la sociedad. Sólo que esta audacia tiene queamoldarse a las condiciones que brinda el acceso, si no de una riquezainmediata -la única adecuada a satisfacer la psicología propia del co-merciante, según algunos-2

, al menos de aquélla que ha sido posiblegracias a una coyuntura mundial. El comerciante se desplaza con gus-to, y hasta con entusiasmo, a las regiones bajas que bordean el Magda-lena a cultivar tabaco, añil o café, y él mismo contempla desencantado,

2 Luis E.Nieto Arteta, op. cit., p. 194, traza una imagen psicológica del comerciantegranadino, cuya expresión política identifica con la corriente gólgota. Según NietoA., el comerciante es inestable, desarraigado, un anarquista en economía, pero sen-sible a las crisis económicas. Deduce que tales crisis lo impulsan a desdeñar la puraproducción de riquezas. Si esto es cierto con respecto a la producción industrial,aquí se subraya el aspecto positivo de la comercialización de la agricultura y seatribuye una importancia suficiente a los argumentos de los comerciantes sobre laimposibilidad de la industrialización. Creo más razonable pesar estos argumentosa la luz de las creencias de la época y de la coyuntura económica, que condenar lapolítica del siglo XIX con la óptica de nuestro siglo XX. Se vinculan también dosfenómenos entre los cuales Nieto A. no establece conexión alguna, sino que calificapor separado -y de manera contr.adictoria-, a saber: la abolición del monopoliodel tabaco y la reducción de la tarifa aduanera. Finalmente, dentro de los esquemasdel mismo Nieto A., puede adelantarse, como hipótesis'interesante,la posibilidadde que la crisis inglesa de 1847 haya impulsado a los comerciantes granadinos acomercializar la agricultura.

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LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 93

al final de su vida, la ruina que le impone el mecanismo de las co-, . 3yunturas econornrcas .

Pero, entretanto, se ha operado un fenómeno muy importante, laestabilidad misma del comercio exterior. El comerciante, que presen-ciaba con cierto asombro los rendimientos de la agricultura colonialde las Antillas, empieza a concebir serias dudas sobre la posibili-dad de una manufactura encadenada a sistemas tradicionales. El pre-sidente Mosquera había suprimido, en 1846, algunas trabas fiscalesque reducían el volumen de la exportación de oro, un producto cuyaexplotación revestía tradicionalmente mucha importancia, debidoa que de ella dependía el pago de mercancías extranjeras. En adelan-te, al obtener productos con fácil salida en el mercado internacional,podrá prescindirse en gran medida de la exportación del oro, desti-nada a equilibrar la balanza comercial. No parece un azar que lamanumisión de los esclavos (que debía hacer descender vertical-mente la productividad de las minas de oro), la rebaja del arancel (yaun su supresión absoluta)4 y la abolición del monopolio del tabacohayan sido objeto de reformas perseguidas, casi simultáneamente,dentro de los programas del liberalismo.

La abolición del monopolio del tabaco y la rebaja de derechos deimportación, que presentan aspectos complementarios a pesar de que,por motivos políticos evidentes, la administración del 7 de marzoinsinúe ambiguamente su protección a los artesanos, están destina-das a estimular los cambios con el exterior y concebidas con un crite-

3

4

Podría sugerirse también una actitud ideológica correspondiente a esta decepción. Si )algunos radicales de la generación del 63 (que vemos actuar en el 48 como gólgotas o_..J1-~ J,. ••..•~ ..J_l~ ..T.:;'....._~~ ....•1__ ,D ....._.11-1~_...•""...•,,'\ ,1..... h."._ .....•..•...•l.......••...~....•".ll~.•.........l....1 •...••.....•1 •..••••• :....::1...•....•..••..•~1. Ic1Ullt::l~lllC" Ut:: la "L"LUCIU .1-'~.c:t'u.L)H\..allaN) IV 1UCJ.VJl J.lU.:JLU 'Cl ..LUIUJ.u.e: .:Jua VJ.UU-=', C.tl J..lIU-

jchos se operó un cambio radical que los condujo a apoyar la política, teñida de nacio-nalismo, de la Regeneración. El caso más saliente es, sin duda, el de José MaríaSamper.Que pide un editorial de El Neogranadino, No. 176, de 3 de octubre de 1851, p. 317:« ••• porque en el hecho de dar libre, franca y desembarazada entrada en nuestro paísa todo efecto de comercio, se promueve necesariamente la actividad de los cambios,que no pudiendo, tener lugar sin ofrecer artículos nuestros en trueque de los extranjeros, sedeterminará tal vigor en la producción nacional, que apenas lo concebirán aquellosque saben cuánto influyen la facilidad y permanencia de las salidas en la prósperasuerte de los fenómenos» (subrayo).

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rio comercial. Tal era el resultado final que perseguían los liberalesde la época, para quienes

oo. la rebaja de derechos de importación [no es considerada] como un favorhecho al comercio sino secundariamente, y primariamente a la agricultura,que es acaso lo único que merece el nombre de industria nacional en este paíscon relación al comercio exterior5.

La subordinación de la pretendida industria nacional al comercioexterior puede inferirse claramente del lapsus involuntario en quese incurre, al considerar la medida como un favor hecho a la agricul-tura. En todo caso, no se trataría de la agricultura de subsistencia detipo tradicional, sino de la agricultura comercializada, cuya explota-ción asumieron los mismos comerciantes.

Los ASPECTOS SOCIALES DE LA CUESTIÓN

Una vez suprimido el monopolio del tabaco, se operó un crecimien-to palpable en la actividad económica. Los testimonios son tan abun-dantes que su cita detallada mostraría una verdadera explosión deoptimismo. Los ecos de este optimismo se dejan percibir, esta vez conuna nota melancólica, en las Memorias de Salvador Camacho Rol-dán, en los Escritos político-económicos de MIguel Samper (especial-mente La miseria en Bogotá, escrito en 1867) y en la obrita citada deMedardo Rivas, que incluye -a manera de consolación- unas cuan-tas máximas de La Rochefoucauld! Pero prescindiendo de tales ma-nifestaciones revestidas de un ropaje lírico, no hay duda de que elcrecimiento económico, y más aún, la anhelada coincidencia de unamedida, que en teoría se expresaba mediante los postulados de lalibertad económica, con sus efectos, en la práctica, Jlenó de c-º.Dfian-Úl a quienes la habían sostenido y sirvió de puntal a-la c¿-nciencí'atodavía informe de la burguesía, estimulándola a mayores audacias.Porque ésta, en su acción política, se veía obligada a emitir una seriede afirmaciones comprometedoras que producían un efecto múlti-ple: si por un lado quebrantaban el prestigio de los antiguos pode-

5 Edit. de El Neogranadino (<<Fomentoindustrial»), No. 7, de 16 de septiembre de 1848,p.49.

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LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 95

res, por otro creaban un cierto clima de confusión y desconfianzaentre aquéllos a quienes estaban dirigidas.

José María Samper, por ejemplo, se proclama vagamente socialis- \ta y propugna porque los desposeídos alcancen los privilegios queanuncia la nueva era económica y,más concretamente, la propiedad.Afirmación peligrosa pero indicadora deLQE!imismo de una nuevaclase cuyo triunfo pretende cierto grado de universafia.ad. La pros-peridad de la clase comerciante, en efecto, quiere cobijar a todos losque han colaborado en su ascenso, o que se espera que van a cola-borar. El enunciado político de participación general en la vida delEstado mediante el sufragio universal, se extiende irreflexivamenteen forma de promesas de renovación económica. Pero estas prome-sas ocultan;un conflicto insuperable que no planteaba la mera parti-cipación política formal.

Una hoja suelta que circulaba en Bogotá6, exigía, todavía en 1852,

la supresión de los monopolios, pues se estimaba que éstos no habíandesaparecido sino que, sencillamente, se habían transformado. Se de-nunciaba el empleo del poder del Estado para favorecer a una minoríaque, sola, podía hacer frente a la explotación del tabaco mediante elempleo de grandes capitales:

... y por este hecho se acabó el monopolio del tabaco? No, no, no: vive aún.Lo renunció el gobierno, para entregárselo a dos o tres familias o compa-ñías. Los señores Montoyas, Sáenz, Uribes, Samperes, Nietos y pocos másse subrogaron en los derechos de que se desprendía la nación y por consi-guiente ellos solos recogerán el fruto; para esta pequeña sección será el prove-cho, puesto que a los demás granadinos no les es dado acometer la empresasin quedar arruinados desde el primer ensayo.

La identificación del monopolio del Estado con el que real o su-puestamente podían ejercer unas pocas personas, obedece al conceptode que en uno y otro casolrl.monopolio constituye un privilegio idea- \do para beneficiar a una minoría -en la que no se distinguen losagentes de la burocracia de los meritorios partidarios de la libre em-presa-, y de todas maneras para privar a la generalidad de los aso-

6 «Abajo los monopolios», citado por E1Neogranadino, No. 203, del 2 de abrí! de 1852,p.114.

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ciados de una actividad lucrativa. El Neogranadino concluye que estaafirmación de que los capitales grandes desalojen a los pequeños enel negocio del tabaco podría calificarse de socialista, calificación que,piensan los redactores del periódico, tal vez no resulte adecuada aun ataque que proviene de la oposición conservadora. Por lo mismoque la observación, pelígrosa como se la reconoce, proviene de unafuente insospechable, podemos acogerla. Además, el mismo MiguelSamper, uno de los que se tachaban de monopolistas, nos revela todoel mecanismo de la apropiación del cultivo por parte de capitalistase intermediarios.

En 1852,los hermanos Samper expusieron puntos de vista con-trastados sobre la prosperidad de Ambalema, en una sc~r~ede artícu-los publicados en El Neogranadino. Si bien ninguno de Jos dos cedeen entusiasmo al alabar las transformaciones que se operaban antesus ojos, Miguel Samper no diluye su complacencia en postuladospolíticos de una generalidad abstracta, como su hermano José María.Más realista, no duda un momento «... que la libertad de cultivo ycomercio del tabaco ha sido una verdadera era, no sólo para Am-balema, sino para el país entero>/. Pero admite que un proceso tanbenéfico viene acompañado de todas las taras que impone la estruc-tura social existente. Por un lado, los procedimientos habituales dela explotación agrícola; por otro, el espíritu especulador y desasido,respecto de la tierra, de los comerciantes.

La tierra pertenece a un estrecho círculo de individuos, que a medida quehan ido vislumbrando el vuelo y el porvenir de que era susceptible la pro-ducción del tabaco, han ido adquiriendo los terrenos adyacentes a preciosmuy bajos por lo regular, hasta formar los grandes haciendas, o mejor dichofeudos, que hoy componen el distrito de las siembras8

.

7 Artículo «Ambalema», en El Neogranadino, No. 212,de agosto de 1852.Mucho mástarde, en 1867,repite con el mismo fervor: « ••• la extinción del monopolio del tabacodesarrolló la vitalidad productiva de los antiguos distritos de siembras, especial-mente el de Ambalema y los adyacentes y que fue tan vigorosa y rápida la acción,que en seis años se verificó una labor gigantesca, equivalente por sí sola, para estascomarcas, a la de los tres siglos anteriores». Escritos... op. cit., p. 35.

8 En el mismo sentido, S.Camacho R., Memorias, n, p. 34.

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LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 97

El proceso de concentración de la propiedad de la tierra se habíainiciado mucho antes, desde el momento mismo en que se pudo adi-vinar la abolición inminente del monopolio. Yadesde 1848,Samperpreveía la suerte que esperaba a los cosecheros, en cuyo presuntobeneficio se proponía la abolición. Así, escribe a Fernández Madrid,el 11de noviembre de 1848:

.,. sin embargo, es triste la convicción de que esos alegres campos y esaspingi.ies cosechas forman, en su mayor parte, una especie de feudalismoindustrial nada exento de vejaciones y miseria para los cultivadores. Notémucho desaliento en los cosecheros, que no tienen fe alguna en la promesade libertad que les ha ofrecido la ley de tabac09

.

Se trata, a primera vista, de un nuevo tipo de latifundio, «es~-~eJ.eJJ..daljsmo industria.!», como lo describe Samper, cuyo princi-pio, a diferencia del antiguo radicado en tierras frías y con ventajassobre el de las provincias del sur, estriba en una explotación eminen-temente lucrativa. La única preocupación de lospropietarios consistiráen acumular propiedad territorial, desentendiéndose de la produc-ción directa. La iniciativa ha escapado de sus manos, puesto quesólo quienes disponen de muy g~aIlcles<;é!}2it-ªJesejercen un verda-~llQP.olio, si bien indirecto, y aunque los, terratenientes sebeneficien enormemente como intermediarios. Estos arriendanJ,ªtierra a cosecheros que siembran y cultivan asum!~ndo ~odos. losriesgos, aunque valiéndose de "avances en' metálico de los propie-tariosque financian esta parte de la operación. Samper piensa queel sistema tiene como efecto eliminar gran parte de los beneficiosque la teoría prevé para toda actividad económica en que se con-¡uguen los estímulos de la más extendida libertad individual 'y' de I, ~la competencia, que rigen leyes naturales de la riqueza. Esta crítica'invita a la supresión de los intermediarios, es decir, de los propie-tarios cuya actividad económica no se encuentra justificada, y a laconstitución de agentes económicos autónomos (trabajador-pro-pietario) que multiplicarían el rendimiento por el libre ejerciciode su actividad. Un deseo que apenas se sugiere y que Samper no

9 Escritos,!, p. 67.

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se atreve a desarrollar en sus últimas consecuencias, como se verámás adelante.

La actividad parasitaria de los propietarios (entre los que secuentan comerciantes y los inevitables doctores) sirve de enlace entrelos cosecheros y dos o tres casas (Montoya-Sáenz & Cía., Powels-Wilson & Cía.) que han logrado monopolizar la compra del tabaco,para someterlo a un proceso rudimentario de elaboración y ofrecerloal mercado nacional e internacional. La financiación proviene, en úl-timas, de estas casas, puesto que los propietarios, mediante el com-promiso de vender íntegro el producto de la cosecha, reciben a suturno avances de la casa compradora, los cuales, siendo muy altos(representan habitualmente un cuarto del valor presunto de la co-secha), pueden distribuir holgadamente entre los cosecheros. Estatransacción resulta extraordinariamente ventajosa para los propieta-rios, si se tiene en cuenta que los cosecheros deben venderles a docereales la arroba, y ellos la ceden a veinte reales.

Para obtener efectos tan favorables, la mayor preocupación delpropietario debe ser la de eliminar la libre competencia entre los co-secheros. Los obligan a recibir cotidianamente visitas domiciliariasdestinadas a controlar las existencias de cultivos, a confesarse ladro-nes si venden a una persona distinta del propietario y, como últimorecurso, los despojan de la tierra y la plantación, en caso de reinci-dencia. Aestas medidas se agrega otra muy beneficiosa para el pro-pietario doblado en comerciante, y que consiste en obligar alarrendatario a comprarle sus vituallas a precios muy elevados (carne,ropas, sal y aguardiente).

Samper muestra una moderada repugnancia hacia los medios deque se valen los propietarios para someter a los cosecheros, y no vamuy lejos en su desaprobación:

'" no niego que conforme a la ley los propietarios tengan el derecho dehacer tales exigencias, ni que el cosechero pueda renunciar algunos de losque tiene por las leyes civiles, aunque también creo que la venta de tabacohecha por ellos no es hurto y que las visitas domiciliarias son atentadoscontra la libertad individual que un juez recto debe castigar el día que cual-quier interesado los denuncie.

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LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 99

La crítica pulsa una nota melancólica y aborda lo improbable,colocándonos frente al aspecto formal de la cuestión. Sugiere pru-dentemente la rareza de jueces rectos que pudieran enfrentarse a laspretensiones arbitrarias de los propietarios, y la imposibilidad ma-terial para los arrendatarios de recurrir a ellos en el caso de que exis-tieran.

Samper comprueba una irritante desigualdad en-la distribuciónde la riqueza, que parece seguir el modelo de la fábula del león, perole parece más lamentable aún privarse del espectáculo soberbio quepresentarían las leyes naturales de la riqueza, funcionando sobre elprincipio imprescindible de la competencia. Ir más lejos significadeslizarse peligrosamente en lospostulados de esa escuela que « ... hoypone en duda y ataca los fundamentos de la propiedad»; es decir,exponer la sociedad a los peligros de la barbarie. Porque el supuestode la propiedad se identifica con la causa de la civilización. ¡Con-ciencia moderada que se ha desprendido de su crisálida y exhibe alaire los matices de una metafísica burguesa! Conciencia afianzadaen sí misma, que se postula a la universalidad en enunciados mora-les redimibles en especie: según Samper, puede afirmarse en realidadque todo el mundo es propietario, de sus facultades físicas y morales,se entiende, que en última instancia representan un fondo produc-tivo «oo. según su desarrollo». De tales facultades -parece obvioque contribuyan a la civilización con su desarrollo- se desprendenlos objetos creados por su actividad. Esta emanación justifica la pro-piedad de la tierra, en virtud del trabajo que supone su apropiación.En el caso concreto que se plantea, Samper encuentra natural quelos propietarios cobren precios exorbitantes por las tierras de Am-balema, dado el principio de la competencia. Nos asegura, sin em-bargo, que no hay que desesperar, puesto que existe otro principioteórico del que puede esperarse que tienda a corregir esta situación:introducida la libertad de cultivos, su extensión, por el trabajo queincorpora, amplía al mismo tiempo las bases de la competencia yobliga a abaratar las tierras. ¡Espectáculo halagador y previsible gra-cias a las teorías!

Pues si la situación es mala, podría ser peor, debido a una imper-tinente intrusión del Estado. Entonces desaparecerían las consola-doras perspectivas que brinda el rigor de la teoría: Samper no duda

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100 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

un momento de que los principios de la libertad y la competenciatienden a corregir mutuamente sus efectos anormales. La conclusiónnormal de una confianza parecida sería la de que un gobierno debepenetrarse de la sana convicción de su inutilidad, una vez que haotorgado la libertad económica y puesto a funcionar el mecanismode las leyes naturales. Si las cosas van mal, debe armarse de pacienciay evitar a toda costa interferir en ese funcionamiento, pues la natu-raleza misma de las cosas «oo. tiene remedios infalibles para todO»lO.

Esta lección de ciencia política, inspirada por la adhesión a losprincipios puestos en práctica con la abolición del monopolio deltabaco, culmina con un ataque al socialismo: quienes claman por lasclases desheredadas no hacen sino halagar a la parte menos valiosade la sociedad. Desconocen, sobre todo «oo. la verdadera naturalezadel valor o de la riqueza» que proviene del ejercicio de facultadesfísicas y morales -una forma preciosa de propiedad a la que todostienen acceso-, y que importa, por lo tanto, desembarazar de obstá-culos para que el trabajo se convierta, con sus frutos, en el verdaderonivelador de la sociedad.

10 La fe deMiguel Samper es inquebrantable: según él, «... estos elementos operan aimpulso de causas naturales tan poderosas, tan inmutables como las del mundofísico, y es ante esta consideración que muchas de las doctrinas socialistas puedencalificarse de utópicas». Ya propósito del gobierno: «... antes que ser el ejercicio dela soberania colectiva, debe ser la garantía de la soberanía individual, el símbolode los derechos del hombre en acción, sin trabas, sin coerciones y libres de todoatentado, ya sea de parte de la fuerza pública o de un individuo». Artículo «Dejadhacer» (un titulo que ahorra cualquier comentario), en El Neogranadino, No. 225,de26 de noviembre de 1852,pp. 295-296.

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Capítulo VIIEL SOCIALISMO GRANADINO

LA COMEDIA DE LOS ERRORES

El empleo de la palabra socialismo se ha restringido considerable-mente a partir de los escritos de Marx, y con el marxismo ha adqui-rido un sentido muy preciso que ya no cobija la vaga oposición quese establecía entre el individualismo (de raíz liberal) y una preocupa-ción más amplia, puede decirse que más generosa, que apuntaba alos intereses de toda la sociedad.

No es necesario exponer las implicaciones teóricas de un socialis-mo más o menos consistente, es decir, elaborado como sistema, puesdebe recordarse que, en sus orígenes, la palabra sólo señalaba unapreocupación particular por sol~<::~onarpro_ble.!DaseS¡2eciliCamentesoda:res(cuanaos·e·creyó·necesario señalar la existencia de tales pro-blemas), es decir, .emblemas que esca.ea1?aneD.una.gnuU1.l~cliqfU!JoSenun<::iad~sQ0i!~c~~<::9rrien!~s.9_que éstos se encargª~aXlc!~milli~-zar, ateniéndose a princi.eios _ap~tractosde_lib~rtad o_d~jgualdad.Tales prindpiosy enunciados, que provenían del liberalismo, recla-maban una universalidad que comenzó a tornarse sospechosa paraquienes se habían tomado el trabajo de comprobar las desigualdadessociales que se mantenían en un régimen de aparente libertad. Ladenuncia de tales desigualdades aparecía como la única afirmaciónteórica que servía para identificar de alguna manera a los adeptos delsocialismo, que se reclamaban partidarios de escuelas diferentes y queproponían sistemas muy variados de reorganización sociall.

1 Hay un excelente resumen de las ideologías del 48 y una explicación de su fracasopara moldear la historia francesa en el momento de su aparición, en la obrita 1848,de Georges Duveau. Gallimard, 1965.

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102 PARTlDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

La intervención activa de Louis Blanc, de Blanqui, de Buchez, dePierre Leroux y de Cabet en la revolución francesa de febrero de1848, contribuyó a difundir en la Nueva Granada la idea de una aso-ciación espontánea entre las doctrinas socialistas y las nuevas con-quistas que se atribuían a todo movimiento revolucionario europeo-particularmente francés-, del que cabía esperarse un avance con-siderable en el camino recorrido por la civilización. En esta creenciaiba implícita la teoría del progreso, a la que se adhería para obstruirl~dencia irritante oeun pasado que se arrastraba corno un pesomuerto y que sólo se evoS,!~ª_'y_oluntaria!!lentecon recriminaciones.La convicción de que'-<S.._,-,~!1_ast~~hora n~ ~~-mo~_~echona~era tanfuerte, que se esperaba todo un vuelco lmprevlslble '],-so re todo laliquidación definitiva del legado colonial.

Es muy dudoso que la revolución de febrero haya tenido enNueva Granada una interpretación que no coincidiera con las íntimasinclinaciones o con las suspicacias arraigadas en los mismos grana-dinos. Elsentido objetivo de los hechos se desvanecía con la distanciay se veía sustituido por una imagen fugaz y grandilocuente (piénse-se en la capacidad evocadora de una figura corno la de Lamartine),que se prestaba a más de una justificación acomodaticia. En ningúnmomento la conciencia de los granadinos pudo penetrarse del alcan-ce real de la revolución francesa, sino de sus gestos declamatoriosque invitaban al mimo, sin que ello signifique que los actos reflejosde imitación estuvieran totalmente desprovistos de sentid02

Una sociedad que mantenía un complejo constante de ser obser-vada por los países eminentemente civilizados, no podía permitirseotra extravagancia que la de producir una revuelta política periódi-ca sin mayores consecuencias. Pero propiciar deliberadamente unamovilización de energías sociales, en rigor un juego político no con-vencional, para colocar a su cabeza a una clase social (casi puededecirse que una generación) que prometía asumir nuevas responsa-bilidades, sólo podía operarse a la sombra de un aparente desquicia-miento universal.

2 Una relacióndetallada de la extravagancia imitativa de los granadinos, en Ángel yRufino J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, Il, París, 1892, p.172 Y ss.

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EL SOCIALISMO GRANADINO 103

Debe precisarse que sólo en este sentido, que habla de la relaciónde las intimidades de una conciencia colectiva atraída por un espe-jismo de redención universal, es decir, a un clima propicio creadopor la sugestión de vagos enunciados que se referían a «lo social»y cuya realización se creía definitiva, puede hablarse de una influenciade la revolución francesa de febrero. Entendida y aceptada tal influen-cia dentro de estos límites, deben examinarse con alguna atenciónlos equívocos que el eco de las doctrinas socialistas -mal asimila-das, según las propias conveniencias- introducía en las recrimina-ciones partidistas.

Esta confusión llega al extremo regocijante de identificar todareminiscencia literaria romántica con algún matiz imprevisto del so-cialismo. Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Eugenio Sué pasan porsocialistas con la misma legitimidad que Saint Simon, Fourier,Proudhon. La suspicacia conservadora confunde todo grado de exal-tación, que bien pudiera originarse en la imaginería del romanticiS-¡mo popular, cuyo esquema sentimental de ricos y pobres, buenos ymalvados, suscita vagas reivindicaciones con el temido socialismo.Todo es de esperarse, al menos de las inquietudes de la generacióngólgota: ésta no ha tenido tiempo de desprenderse de los fantasmasjuveniles y, llamada a actuar en la vida pública, los proyecta en losasuntos más serios. José María Samper, por ejemplo, publica sus ver-sos de adolescente (título característico: Flores marchitas), y actoseguido escribe sobre manumisión de esclavos, legislación, aboli·-ción del monopolio del tabaco, aduanas, etc.

La lectura de Los girondinos, de Lamartine, y de Los misterios I~_~_~a~~s~~~ ~~~~~;:~L~~ec:_~~~e_r_~~~l~~:~i~~~~~~~ ~~i~_a_e~p~~.i~lUi::Uue e:'lU:' Z>Ul..lUtLZ>lUZ>. ~uuu~ ~e ~elleJall ell ~a ~Ulabell aUlLJ1C;UaIde una confraternidad universal de hombres selectos que se co-dean con las sombras lastimosas que emergen de un mundo detinieblas, que ellos deben redimir. La Escuela Republicana, compues-ta por estudiantes de San Bartolomé, se declara socialista, de unsocialismo un poco turbio, emparentado vagamente con aspiracio-nes humanitarias que derivan de una visión dramática del miste-rio cristiano (podría identificarse, en este caso, una influencia deLeroux).

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104 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

Las evocaciones librescas no hubieran bastado, sin embargo, paradar cuerpo a las aprehensiones conservadoras o para alarmadosdemasiado, aunque las prédicas fueran incendiarias y las refor-mas propuestas rayaran con lo absurdo. En realidad, detrás de todala retórica sobre la «revolución social» se disimulaba una apelaciónpartidista a las masas, cuyo concurso no podía redamarse con la doc-trina algo académica del utilitarismo que, enseñado en las universida-des, se encontraba en desventaja frente a la predicación eclesiástica.Vino a iniciarse así una época en la que la verdad se convirtió en«un deísmo sublime» (?) y las ideas sociales se elevaron «a la alturade la religión». Confusión deliberada: José María Samper, que acuñaeste extraño lirismo, confiesa, después de proclamarse socialista,que «... estas teorías no las (ha) aprendido en Fourier, Saint Simon,Proudhon ni Blanc; las (ha) aprendido en la Biblia ...», pues « .... elGólgota ha sido la primera tribuna en donde se ha predicado elsocialismo» 3

.

El equívoco se mantiene y sirve para exacerbar cada vez más lasuspicacia conservadora hacia las reformas liberales de 1850.La ad-ministración del general López tiene que defenderse de esta incrimi-nación, y Obando, producida la ruptura entre gólgotas y draconianos,debe rechazar enérgicamente

... los ecos destemplados venidos a nuestras playas y repetidos por una queotra concavidad de nuestros Andes, las voces que han proclamado en EU-

L

ropa, como verdades inconcusas de la democracia, el derecho al trabajo, la-asistencia gratuita, el fal~sterio, el banco industrial, el banco del pueblo,la limitación de la prop";dad de la tierra, el crédito gratuito y la asociaciónartificial ( ...). Pues todos esos sueños, todos esos delirios, se han inventadoallende los mares para embaucar al p'ueblo, haciéndole esperar que no semorirá de hambre ni se helará de frí04

.

3 Apuntamientos para la historia ..., p. 1, véase también El Neogranadino, N° 122, de 30de septiembre de 1850, p. 330. Compárese el tono empleado por Samper con unafrase dePierre Leroux: «Jesúses el ¡:násgrande de todos los economistas, y no existeciencia verdadera fuera de su doctrina» Cit. por Jean Touchard, Historia de las ideaspolíticas. Madrid, 1961,p. 440.

4 Alocución a los granadinos, del 1° de abril de 1853. Casi todas estas ideas son deProudhon.

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EL SOCIALISMO GRANADINO

PARA QUÉ SERVÍA EL SOCIALISMO

105

En la edad madura, ].osé-M~am~r critica la inconsecuencia de .su generación al adoptar máximas de origen extranjero, cuyos alcan-ces se le escapaban. Pero era él mismo quien proclamaba, en 1849, lanecesidad no ya de una mera revolución política, sino de una verda-dera revolución social. Lanecesidad de sacudirse toda traza del legadocolonial y de instituciones que no se amoldaban, aparentemente, avagas exigencias sociales:

oo. nosotros observamos una verdad sumamente aflictiva, a saber: que des-pués de nuestra emancipación no hemos adelantado lo que era de esperarsea la sombra de los gobiernos libres; nada o casi nada hemos hecho; creíamosque con sólo ser independientes alcanzaríamos el bienestar político y social;y una vez dado este primer paso nos hemos detenido en la carrera. ¿Dónde,pues, encontrar el origen de nuestra agitación? El está indisputablementeen un hecho -claro y decisivo: la revolución que produjo la independenciaprodujo en nuestra sociedad el espíritu democrático, sin echar por tierra eledificio vetusto de la monarquía; efectuó una revolución política, mas nouna revolución socia{

Con el argumento de que la Nueva Granada era un país nuevo yse prestaba, por lo tanto, a seguir una ruta novedosa, no sólo se ex-presaba el rechazo de un pasado que integraba la tradición de unamonarquía europea, sino también la creencia un poco ingenua deque ninguna vinculación histórica se interponía entre el deseo es-nieto y la realización de una sociedad ideal:

oo. ya que no es posible alcanzar a los habitantes del viejo mundo en la ca-rrera industrial, adelantémoslos en la construcción de una sociedad en quese acaten los principios y en que.la persona del hombre sea dignificada seacual fuere su clase y su posición social6.

Desde este punto de vista, el atraso material constituía casi unaventaja porque, en teoría, hacía menos sensibles las diferencias de cla- \se. En la práctica, estas aspiraciones no rebasaban los límites formalesdel trato social, que se confundían con el espíritu democrático de una

5 El Suramericano,de agosto 30 de 1849,y el N° 24, de 2 de diciembre.6 La América, No. 13, de 11 de junio de 1848.

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106 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

I sociedad republicana. Para disimular las distinciones de rango y es-¡ tablecer el principio de igualdad, los reformadores proponían gene-( ralizar el título de ciud3!!!-no. Con lo cual no lograban sino estimularel empleo de expresiones familiares -guache, _c!lEhaC¿q-que más que unantagonismo de clase revelaban la repugnancia instintiva hacia unaigualdad predicada ardientemente en teoría, pero rechazada en la

I práctica.El proceso de esta solicitación a las masas puede seguirse desde

¡el momento en que Ricardo Vanegas, al pedir el sufragio universal,I denuncia la diferencia de clases que existe al margen, y a pesar de

. : una constitución republicana. Según Vanegas, «... el pobre, el igno-\ rante, el desvalido pertenecen a la última esfera social; mientras que¡ el rico, el ilustrado, el hombre de posición se halla encumbrado ar una enorme distancia de aqueh/. Estas observaciones serían absolu-tamente banales si no encontraran eco en El Siglo, que las encuestasescandalosas y da una voz de alarma: con las palabras de Vanegas,que se reducen a describir un hecho social evidente aun para ros másmiopes, se insinúan no se sabe qué funestos delirios.

El argumento de Vanegas está destinado a comprobar, solamen-te, que existe una esfera social desposeída del derecho político delsufragio, en contradicción con la igualdad concedida por la ley, yque esta privación se origina precisamente en su falta de preeminen-cia social. Los otros ven en la manera de enfocar el problema unpropósito nivelador dirigido contra los ricos, contra los propietad:/osy aún contra aquéllos que por su talento o por sus virtudes ocupancon justicia los primeros puestos en la sociedad.

Vanegas se defiende, afirmándose simplemente liberal y aducien-do que el liberalismo sólo se propone el triunfo de los principios (enabstracto. Sin duda se refiere a la igualdad constitucional), apoyadopor la opinión nacional. En cuanto a la acusación de comunismo, sólopretender la existencia en la Nueva Granada de una doctrina parecida,constituye un desatino. Todos saben que los problemas del NuevoMundo son bien diferentes a los de la sociedad europea. Mientras aquítodo está por hacer, observa Vanegas, y pueden preverse posibilida-

7 [bid. No. 19, de 23 de julio de 1848, p. 84.

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EL SOCIALISMO GRANADINO 107

des de apropiación de la riqueza casi ilimitadas, en Europa las gentesse ven privadas de oportunidades y obligadas a concebir en su defensadoctrinas extremistas. Para abundar en argumentos, Vanegas analizael problema de la riqueza en la Nueva Granada. Establece que no existeuna gran concentración de capitales, pero tampoco se palpan los efec-tos de la pauperización de las masas, que trae consigo el régimencapitalista europeo. Una economía de subsistencia basta para satisfa-cer medianamente las necesidades generales y aun se cae en el extremocontrario del capitalismo, pues cabe hablar de una miseria generali-zada que nunca daría lugar a la temida codicia de los pobres.

Esta crítica tampoco resulta del agrado de la moderación social(¿o falta de imaginación?) de Caro y OspinaB

• Se apresuran a respon-der que el debate sobre las causas posibles de la pobreza en NuevaGranada se repite desde hace 25 años. No hay, entonces, respuestamás adecuada que la mera comprobación empírica: «... no estamosmuy ricos porque no ha sido posible que lo estemos». Y aun estacomprobación de la mediocridad económica granadina resulta unalivio, comparada con los peligros que encierra la pauperización delas masas sometidas a un régimen industrial.

El aspecto más superficial de las críticas socialistas, su postulado \inicial sobre los efectos desastrosos del capitalismo entre las masasproletarias, era, al parecer, lo que captaban más fácilmente los gra-nadinos. Este punto de vista, adoptado por los simpatizantes de lanumerosa variedad de ideas «sociales», traía consigo una confusiónpintoresca. Si se trataba de compadecerse de las clases sociales infe-riores, la estructura social de la Nueva Granada justificaba cualquierlamentación. Pero pensar seriamente en organizar la sociedad segúnun patrón destinado a atajar los estragos del individualismo capitalis-ta, equivalía a renunciar a todo proceso histórico real y refugiarse enla utopía intemporal. Ningún socialista granadino aspiraba a tanto. Al-gunos pocos se daban cuenta de la contradicción que implicaba unacrítica socialista con respecto al medio granadino, pero estos mismosse apresuraban a motejar de socialista a todo el que avanzara una idea

8 El Nacional, N° 11, de 30 de julio de 1848.

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108 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

destinada a asegurar un vínculo entre las masas y la minoría políti-camente activa.

Otros tendían a aprovechar tales críticas para impedir de raíz elmal inicial, el origen de una situación tan injusta: el capitalismo. Losmás se daban cuenta del valor que como argumento político, destina-do a quebrantar la influencia electoral de los terratenientes, poseíanlas novedosas doctrinas, dosificadas convenientemente de golgotis-

\ mo. Para MigueLS-ªillper,la oposición misma de las clases acomoda-r das a las reformas liberales, estimulaba el crecimiento de las ideasI socialistas. Existía entonces una relación entre el juego de losI

1 antagonismos políticos tradicionales y la introducción de nuevos, motivos ideológicos, destinados a abrirse camino en la mentalidad

popular.No hay duda, sin embargo, de que la experiencia gólgota, seudo-

socialista, constituyó un ruidoso fracaso en este sentido. Muy prontose echó de ver, en efecto, la incompatibilidad de los intereses artesa-nales (la audiencia más propicia por el momento) con la retórica queembozaba un interés de clase muy diferente, en el cual se habíaninspirado las reformas de 1850. Era tan disparatada esta alianzacomo el siguiente pasaje del socialista José María Samper, en un artí-culo que tiende a establecer una diferencia bien marcada entre lassupuestas teorías socialistas del autor (en realidad del más ortodoxoliberalismo) y el comunismo de Cabet:

... Yosupongo practicado el comunismo: una hora después (!) los botarates,los hombres sin talento, sin hábitos de economía ni de trabajo, habrían dis-minuido su fortuna, en tanto que los hombres de juicio, de inteligencia, devirtud y economía tendrían su riqueza en aument09

.

A estos socialistas no les costaba esfuerzo alguno concebir unEstado comunista en el que florecieran las más escogidas virtudesburguesas (con su triunfo consiguiente), ni un socialismo en el queel interés de toda la sociedad se confundiera con su propio interésde clase.

La actitud má.sradicalmeI}í~~()~iil1istª-laesgrime ManueJ Muri-110,y sus argumentos van dirigidos al nervio mismo de la burguesía.- "

9 El Neogranadino, N° 122, art. cít.

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EL SOCIALISMO GRANADINO 109

naciente: el individualismo económico 10. Según Murillo, las doctri-nas económicas de Adam Smith, Juan B.Say,etc., no representan sinola sanción del derecho del más fuerte, disfrazado de teoría económica.Observa que la fórmula «dejad hacer» equivale a «dejad apropiar», ysólo puede traer como consecuencia la concentración desmesuradade capitales y la pauperización consecuente de las masas. Tal es elfenómeno que se ha operado en Europa y que Murillo teme que haya'comenzado aquí. Incurre en un equívoco, que podemos suponer in-voluntario, cuando pretende asimilar una doctrina concebida paraun medio artesanal que presiente su desaparición, a las condicionesque estaba a punto de crear un nuevo tipo de latifundio en la NuevaGranada. El no se propone, en efectº,_defe~9.~r_lº~i1}t~xesesde losarteSañóSnic?mbatl~:E:na oligarquía financiera o industrial,_en...cu;)msmanos la acuñllifació~.de capital signifjca~í9_.t!l}ª_a}A~!1ª~-ªJ29.Lª-lacondición del art~san.s:>-,--~inola tend~nc!ª_~ la_~Q1}s:~mrªciºllg.~Rro-piedad territorial, gue_e§estimulada por el crecimiento qelStlltivodel tabaco. Aspira a que este negocio no s~ c.onyi~~a_e,~.~L~eg~~iode unos pOCQ.~,P':l~sla consecuenéia'forzosa va aser la miseria par.a~ri?~!!lE.iQrTa«oo.que apenas podrá alimentarse para no morir y se-guir trabajando como las bestias de carga».

Murillo percibe con justeza las consecuencias que se derivan paralos campesinos, de la comercialización de la agricultura, entre otras,la proletarización progresiva. Más aún, asimila la eXRlotación~9P-~-talista industrial c,onel sistema latifundista de-l21anta<j§n.Ylo mismoque el socialismo pequeño burgués europeo tiende a la conservacióndel artesanado, Murillo quiere mantener, o aun crear, las condicio-nes para la explotación agrícola del minifundio. Piensa que todavíaes tiempo de hacerlo, cuando apenas se esboza el desenvolvimientoeconómico que trajo consigo el libre cultivo del tabaco, y que lospropietarios territoriales «oo.no han extendido su influencia, ni aca-so apercibídose de su poder».

A diferencia de Miguel Samper, que esperaba el surgimiento na-tural de fundamentos para la competencia en un régimen de libertadabsoluta, Murillo atribuye al Estado una iniciativa moderadora de

10 Artículo «Dejad hacer» -una réplica al de José María Samper, citado en el capítuloanterior-, en El Neogranadino, No. 246, ,de 15 de abril de 1853.

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110 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

los efectos imprevistos de la libertad otorgacja.'La cuestión era sabersi eTEstadoestaba dispuesto a asumir intereses sociales más ampliosque los implicados por la doctrina liberal-individualista. La res-puesta era evidentemente negativa. Puede citarse, por ejemplo, la ob-jeción del presidente López a un proyecto de Murillo, secretario deHacienda, proyecto que, sin embargo, había sido aprobado por elCongreso. El artículo cuarto del proyecto disponía: «... ninguno po-drá hacerse en adelante dueño de una extensión de tierra de la per-teneciente al Estado mayor de mil fanegadas». Con esta disposición,se cerraba el acceso a un poder económico indiscutible a quienespodían obtener fácilmente del Estado una concesión de baldíos, acambio de títulos de deuda pública depreciados. Ytambién el accesoal poder político. Pues, para Murillo, queda fuera de toda duda elfatalismo económico que condena a los granadinos a la agricultura.y quien pueda dominar esta actividad privilegiada, poseerá las lla-ves del poder político: « ... tenemos que restringir las adquisicionescomo hemos prohibido que se compren los votos para las eleccionessin olvidar que el voto está en relación directa con la tierra». Hay,pues, que evitar, a toda costa, la formación de una aristocracia terri-torial, aprovechando que la existente «no se ha apercibido de supoder».

Murillo no dice una palabra acerca de otras actividades que pue-den originar acumulación de capital. Además, sólo la tierra posee lavirtualidad de sujetar a los hombres y de convertidos en dependien-tes de otros hombres. Existe también una última consideración, re-lativa a la diferencia entre la naturaleza de la tierra como «valor» ylos demás valores acumulables: si éstos son fruto del trabajo, la tie-rra no es un producto sino una concesión gratuita de la naturaleza,con lo cual queda desvirtuada la clásica teoría liberal sobre el dere-cho a la apropiación fundado en el trabajo.

Ricardo Vanegasll señala la omisión de Murillo y declara nocomprender por qué éste «... adhiere exclusivamente esa preponde-rancia política a la propiedad territorial y no la encuentra tambiénen la riqueza, bajo cualquiera otra forma que exista». En otras pala-

11 El Neogranadino, N° 251, de 20 de mayo de 1853, p. 171.

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EL SOCIALISMO GRANADINO 111

bras, Vanegas no se atiene al esquema tradicional de un poder polí-tico atribuido a la influencia que pueden ejercer los gamonales, sinoque prevé una forma más evolucionada de sociedad.

Por QtriLparte, para Vanegas es evidente que las críticas socialis-tas no son conciliables con las circunstancias de la Nueva Granada.Habría que buscar las causas del malestar de las clases menesterosasen las condiciones mismas del país, sin preocuparse demasiado por lasteorías concebidas para los problemas europeos. Vanegas piensa que,sin duda, Murillo puede mostrarse consecuentemente socialista al re-criminar un régimen de desigualdad absoluta, en donde se codean laabundancia más desmesurada con la indigencia más lastimosa y endonde el régimen de trabajo impone diez, doce y catorce horas de ex-tenuante labor. Pero, indudablemente, no se refiere entonces a la Nue-va Granada12

. Pues tal actitud, adoptada sin matices frente a la minoríacomerciante que pugna por acceder a una cierta conciencia de sus res-ponsabilidades, no sería razonable. Y aun cuando sus ataques esténdirigidos a evitar la formación de una aristocracia territorial, lo ciertoes que sólo contribuyen a debilitar el impulso conquistador de unaclase que tiende a desplazarse a las márgenes del Magdalena.

Vanegas hace notar que precisamente la ausencia de dinamismoen el antiguo latifundio, ha creado las condiciones de miseria que,con todo, no pueden compararse con el malestar social europeo, fru-to exclusivo de la explotación capitalista. Y todavía no se había lle-gado a esto en la Nueva Granada. Por eso, según él, era preciso crearprimero, antes que pensar en someter el trabajo a una organizaciónracional, mediante la intervención del Estado. La prioridad debíacorresponder a la necesidad de formar capitales y no a preocupacio-nes sociales puntillosas y excesivas. Como se inclina a pensar que lariqueza significa de cualquier modo preeminencia política, concluyeque parece inevitable inclinarse sencillamente ante el hecho, puestoque proviene de Un orden de cosas natural. Y aún queda la posibili-dad de conjurar un riesgo parecido (de plutocracia), ensanchandoprogresivamente el círculo de los privilegiados. En pocas palabras,créese la República burguesa con sus pretensiones de universalidad

12 Editorial «Socialismo», en El Neogranadino, N° 135, de 27 de diciembre de 1850, p.433.

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112 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALFS

y con su equilibrio «natural» de intereses y no habrá para qué temerla influencia política de la riqueza. Si ésta se da, no podrá ser en otraforma que en la de beneficios para los asociados, porque hay mu-chos motivos -aun el egoísmo- que estimulan a las clases acomoda-das al mantenimiento de la paz, de la religión y al fomento generalde la prosperidad.

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Capítulo VIIIGÓLGOT AS y DRACONIANO S

~

EL TEMA DE LAS GENERACIONES

Hombres que nacieron casi todos -podemos atribuido a una coin-cidencia- en el momento en que la estrella de Bolívar declinaba yéste se veía forzado a asumir la dictadura para preservar su obra;que tuvieron por maestro a Ezequiel Rojas, al doctrinario convenci-do de las teorías de Bentham, y por mentores a Florentino González,uno de los conjurados del 25 de septiembre, y a Manuel Murillo, elhombre más notable de la administración del 7 de marzo; que paraexpresar su fe republicana no vacilaron en santificar la fecha de laconjuración y fundaron la Escuela Repulilicana un 25 de septiembre,sin de'ar lugar a dudas sobre su identificación con los tiranicidas, los

ólgotas presentan una imagen demasiado familiar que se trasr.niteha15itualmente entre los historiadores como un ejercicio literario enel que deben abundar los adjetivos cargados de alusiones psicológi-cas. Según esta imagen, su destino hubiera podido ser el mismo delde algún personaje muy conocido de Flaubert o de Stendhal, su pa-sión igualmente inútil que la de Sorelo su frustración en 1848 muyparecida a la de algunos personajes de «la educación sentimental»,Pero todavía no habían llegado a la Nueva Granada los modelos li-\terarios del desencanto, y a todos los gólgotas los animaba unapasión ingenuamente romántica, segura de sí misma, porque se mo-vían bajo los ojos complacientes de una sociedad un poco paternal,pero dentro de la cual gozaban de todos los privilegios. Parece, pues,inútil repetir ese ejercicio tentador, al que ellos mismos se entre-gaban, esforzándose por identificados con algún personaje noveles-

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\ COl. Más importante que su imagen literaria -que no carece de cier-ta virtualidad explicativa- se impone la interpretación de su papelhistórico, íntimamente vinculado al ascenso de la clase comerciante.

Si bien las reformas de 1850y 1851estaban inscritas en el progra-ma del partido liberal en 1848,su realización sólo podía confiarse auna legislatura completamente liberal, puesto que en la existente en-contrarían los mismos obstáculos con que ya habían tropezado losproyectos más audaces de Florentino González (reforma monetaria,supresión del diezmo) durante la administración del general Mos-

o quera. Defendiendo tales reformas en el Congreso, y ganando depaso a su causa a hombres más maduros, irrumpe entonces en lavida política de la Nueva Granada la generación gólgota, recién sa-lida de las universidades2

Pasaban por gólgotas Francisco Javier Zaldúa, Antonio MaríaPradilla, Januario Salgar, Justo Arozemena, Ricardo Vanegas, JoséMaría Vergara Tenorio y Victoriano de D. Paredes. Hombres muchomás maduros como Florentino González, Murillo Toro y el generalHerrera hacían alternativamente el papel de mentores. Un draconia-no en derrota después de 1854,Pedro Neira Acevedo, refiriéndose ala juventud y a la inexperiencia de los nuevos legisladores, nostransmite un testimonio elocuente del fenómeno gólgota, extrañamezcla de vehemencia desorbitada y de cálculo interesado: según él,

oo. una reunión de hombres enteramente desprovistos de experiencia polí-tica, llenos de exaltación y la mayor parte sin luces de ninguna especie,absorbieron la representación nacional; y como los legisladores no se im-provisan ni basta el justo conocimiento de los intereses privados para conducirbien los negocios públicos y facilitar la marcha de la constitución, resultó deallí una asamblea llena de confusión y tumult03.

1 Véanse las imágenes de J. M. Samper, Historia de un alma, n,p. 41 YApuntamientospara lahistoria ..., p. 476.S.Camacho R.,Memorias, n, p. 57YEstudios, p. 89.M. Rivas,Los trabajadores de tierra caliente, p. 142.Aníbal Galindo, Recuerdos históricos, p. 40 Yss. Ángel y R.J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo, II, p. 170 Yss. Joaquín Tamayo, DonJosé María Plata y su época, Edit. Cromos, Bogotá, 1933,p. 117.

2 José M. Samper. Apuntamientos ..., p. 476.3 Manifiesto a la Nación. 1855.

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La pintura, apasionada por lo demás, parece bastante exacta cuan-do se refiere al conocimiento de los intereses privados. Este rasgoserviría muy bien, entre otros, para caracterizar a los gólgota s frentea sus adversarios, los draconianos. El giro especulativo y declamato- \rio que imprimieron los gólgota s a su intervención política no puede \ 'atribuirse a cuenta de su mera ingenuidad, como tampoco su mani-festación perentorias y vehementzs sobre la «fuerza de las ideas» se 'reducen a un puro romanticism~Todo esto embozaba una verdade- .ra amenaza para el que supiera interpretar su lenguaje a la luz de loshechos políticos{Ésgrimir hechos de contenido social y económico r:no se reducía a un vaga filantropía, puesto que con ello se buscaba 1

deliberadamente la alianza -pasajera, debe reconocerse- con cla- 'ses «... hasta ahora proscritas de la concurrencia al gran mercado delas ideas y de la vida mora!>:) Con ello s!-E2-8tulaba Wl ver.dad,eroint~r_ésde,clase y se negaba la objetividad de estructuras sociales yeconómicas que le oponían resistencia. Seesgrimía de paso la amena-za de los furores populares, si la ocasión llegaba a ser propicia. Nadamás revelador en este sentido que el e~rop--Qr_ciQI1ado a lasdemocráticas en las provincias del sur y su represión final en Bogot~-rugoIgotismo, al uncir a su carro las reivindicaciones de otrossectores, alcanza un grado más_eleyado_cle_conciencia_de..clase.Los'draconiano s, revolucionarios en 1840 contra un régimen conserva-dor, llevan el lastre de su concepción estrecha y burocrática del Es-tado. Ellos jamás podrían concebir, como Murillo Tor06

, que

... las naciones, especialmente de América, regidas por instituciones repu-blicanas, no se consideran sino como vastos talleres o compañías de comer-

4 Samper, ob. y lug. cit.5 Según el testimonio de M. Bianqui, encargado de negocios de Francia, el presidente

y sus ministros asistían a las reuniones de las Sociedades Democráticas en 1850, congran escándalo del diplomático. A.A.E.F. Vol. XX, fol. 78 v. Refiere también queMurillo Toro habría declarado en el Congreso, cuando los propietarios del Cauca--fueron duramente maltratados en 1851, que «... el gobierno no lo creía, pero que si \los hechos eran como se los describían, aun así no era raro, y que el pillaje y lasviolaciones de domicilio no eran sino exageraciones del pueblo que comienza aconocer sus derechos». Fol. 175 r.

6 La Gaceta Mercantil (Santa Marta), No. 5, de 2 de noviembre de 1847.

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cio, en que el gobierno es el encargado de la firma y gestión de los negociossobre los que gira toda la sociedad.

Es una generación a la que se atribuye cansancio y un deseo in-vencible de reposo. Los representantes de la nueva generación la de-claran en quiebra porque, según ellos, sus resortes morales estánagotados y es incapaz de aspirar el soplo renovador que se adviertepor todas partes: incapaz de asimilar las nuevas ideas o de tolerar eldesquiciamiento aparente y momeni:áneo de las clases sociales; inca-paz de propiciar un orden nuevo o de hallar un punto de reposo a lainestabilidad reinante: debería mostrarse razonable y retirarse adescansar7

LA REPÚBLICA CIVIL Y EL SOPLO HEROICO

Cuando la Escuela Republicana avanzó principios que excedían elprograma inicial del liberalismo, éstos se convirtieron muy prontoen manzana de la discordia entre las dos generaciones. Si con la su-presión del ejército y la elección popular de los gobernadores se que-ría sacudir toda tutela que aminorara el impulso ascensional de unaclase, los draconianos tenían que oponerse porqu~ ellos «... estab9-pacostumbrados a ver en la organización militar la más segura,garªn-Úadel orden y el mejor apoyo a las nuevas instituciones»8. Obstácu-lo chocante: ¿quién podía ignorar en esa época, «acunada por la,,ciencia», que el mejor Estado es aquél que n.-o~9bien}WSobrelal!a-ciente burguesía no se -éjercíaninguna presión ni existía una oposi-ción organizada de clases que aminorara su influencia, a no ser eseimprevisible Estado y ese aparato militar que no se amoldaban deltodo a sus exigencias. Los hechos, sin embargo, iban a desvirtuar la

I teoría. Mucho más tarde, en efecto, en 1854, vamos a presenciar un! acontecimiento que constituye una paradoja: las masas populares,en las que los detractores del Estado y del ejército confiaban para'apoyarse, tampoco van a prestarse a los experimentos «civilistas».I Es un hecho que la guardia nacional (galicismo previsible), es decir,,

7 Editorial de El Neogranadino, No. 41, de 8 de mayo de 1849,p. 144.8 S. Camacho R., Estudios, p. 86.

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los artesanos organizados en milicias para sustituir al ejército, cons-tituyó el puntal más firme del gobierno provisorio del general Melo.En cambio, «los temidos sayones de la espada», generales cuya ca-rrera se había iniciado durante la época de la Independencia y queen rigor constituían ellos solos el ejército que se atacaba, tales cornoMosquera, López, Herrán, Herrera y Franco, permanecieron fieles allado de los notables del gobierno de Ibagué.

En los ataques de la juventud gólgota al ejército_110se disimulabael temoq~or el caudjllisIDQ.En su espíritu, tan desorbitado y román-tico"por"las luchas incruentas, no asomaba siquiera la más leve nos-talgia por una edad heroica. Hombres de acción, no cultivaban laindecisa ensoñación de Julián Sorel. ¡Talvez si todos los hombresque se batieron en las guerras de la Independencia hubieran estadomuertos! Entonces su memoria habría significado un estímulo y ha-brían merecido la reverencia. Pero no. Estaban vivos y su influencia«... se hace sentir fuertemente en nuestra sociedad». Ellos, que habíanestado «'" acostumbrados a imponer su yugo en la guerra de Indepen-dencia, a mandar despóticamente a nuestros pueblos y a marchar enuna carrera brillante de triunfos y de glorias», no han querido después«,.. sujetarse al régimen legal y a obedecer a los magistrados»9,

Ni una brizna de envidia por la gesta heroica y sí una prosaicaadhesión a la República civil. Sin duda, los gólgotas se reservaban lomejor de la tarea, puesto que~ revolución de la Independencia, alfin y al cabo, no había sido gran cosa como revolución, Así por lomenos lo sugiere José M. Samper, para quien la emancipación habíafundado una República «oo.apoyada en los cimientos de un trono».Había pues que perfeccionar la obra. Nada más adecuado que supri-mir el ejército¡esa institución que" ... es entre nosotros un contrasen- \tido con la República, porque (.,.) organiza una oligarquía vitaliciaque tiene a sus órdenes una multitud armada y obligada a obedecer-l· t 10e clegamen e» ,

9 J. M. Samper. El Suramericano, No. 24, de 2 de diciembre de 1849. Véase también ElSiglo, periódico de S. Camacho R., Medardo Rivas y Antonio Ma. Pradilla, No. 2,de 8 de abril de 1849. Este periódico es distinto aunque contemporáneo del de F.González.

10 F. González, en el Senado. Véase El Neogranadino, No. 241, de 11 de marzo de 1853.

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Una crítica como ésta de Samper sólo era posible a raíz de unanueva actitud hacia la Independencia y de una revaloración del con-

j cepto de libertad. En la base de estas nuevas ideas se encontraba la, convicción de que la Independencia no había encontrado un eco en-\ tre las masas, lo que invalidaba sus resultados, y de allí la necesidad¡de invitadas a intervenir activamente en el proceso político.

Así loreconoce, desde una posición oficial, Victoriano paredesll,para quien

... el absolutismo y las preocupaciones de todo género, procedentes deltiempo colonial, habían echado profundas raíces en estas comarcas: la liber-tad y las ideas luminosas que ella engendra y fomenta, no aparecieron sinoa esfuerzos de unos pocos patriotas, y tan aisladas y faltas de bases suficien-tes sobre qué poder reposar, que era menester buscar en las masas el apoyonecesario para hacer triunfar definitivamente las innovaciones y corolariosinherentes a los nuevos principios proclamados; pero las masas, educadasen la ignorancia y la barbarie, no los apoyaban con decisión porque no loscomprendían. Así fue que hasta que no empezaron a ilustrarse y a hacer lascomparaciones a que las mismas oscilaciones políticas han dado lugar, noempezaron a apercibirse de la excelencia del nuevo sistema de gobierno ya cooperar con conocimiento de causa y con enérgicos esfuerzos a la con-quista de los derechos y la civilización emprendida por los próceres de laIndependencia.

Al ejército se atribuían, en gran parte, las oscilaciones políticas,puesto que se lo identificaba como a un agente de la reacción. Peorque esto, el ejército aparecía como una supervivencia del régimenmonárquico. No deja de parecer extraña una idea parecida, si se tie-ne en cuenta que nació de las guerras de independencia, a menosque se recuerden los proyectos monárquicos atribuidos a los parti-darios de Bolívar. Aún más, la expedición de Flórez al Ecuador y supresunta connivencia con el presidente Mosquera en 1846, desperta-ba la sospecha de que los generales de la Independencia no eranajenos a ambiciones un poco extravagantes. Todavía vivos, eran un

11 Victoriano Paredes. Informe del secretario de Relaciones Exteriores. 1m. de El Neogra-nadino,1851.En el mismo año, el presidente Lópezhabía recomendado a las cámaraslas bondades del sufragio universal, como una manera de garantizar la interven-ción de las masas en la democracia.

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positivo estorbo y no se apresuraban a morirse para traspasar el um-bral mítico de la historia y convertirse en ese cúmulo de virtudesheroicas que son el patrimonio de los manuales escolares. Sobre todola virtud del desprendimiento:

...he visto [dice un corresponsal de La América12] que la mayor parte de los \

prohombres que proclamaron la independencia, no tuvieron por objeto la li-bertad, cuyos bienes no conocían y cuyos resultados temían; no tuvieron encuenta sino la pura independencia, con el exclusivo objeto de sustituir en el Igobierno a los españoles; de manera que, puede decirse, no tuvieron otro ¡móvil que el deseo de mandar.

Esta irreverencia premeditada no constituía todavía ningún gé-nero de audacia. Revelar los móviles demasiado humanos de hombresque aún vivían era contribuir a corregir sus errores, y de ningunaManera atentar contra la solemnidad imponente de algún fetichehistórico.

Los ataques al ejército estaban, pues, dirigidos contra los hom-bres de la Independencia que se habían permitido sobrevivir. Si setiene en cuenta la precariedad de los efectivos y su papel secunda-rio, resulta que, en cierto modo, esos hombres eran el ejército, es de-cir, el blanco de los ataques de la nueva generación. Aquí se insinúauna duda sobre la exactitud de la valoración tradicional del golpe deEstado del general Melo, a quien se identifica con el ejército. En rea-lidad, Melo no hubiera podido hacer nada sin el apoyo de los arte-sanos. Es cierto que Melo había asumido activamente la defensa delos intereses militares por medio de un periódico y que su carrerahabía comenzado honorablemente con servicios prestados a la causade la Independencia. Pero no debe perderse de vista la totalidad delproceso que lo condujo a un golpe de fuerza y que debe atribuirse,en gran parte, a los errores mismos de lo~ sostenedores de la Repú-blica civil.

Es bien sabido el papel que jugó en Francia la guardia nacionalcomo sostenedora de la burguesía, durante la corta vida de la Segun-da República proclamada en 1848.Frente a los ejércitos regulares dela monarquía -y de aquí viene la confusión de Florentino González,

12 No. 25, de 31 de agosto de 1848,p. 108.

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para quien el ejército granadino es una supervivencia monárquica-,la burguesía había creado su propio ejército, merced a una alianzacon las otras clases sociales, arrastradas por su impulso revolucio-nario. En laNueva Granada, el remedo tuvo sus tropiezos. Suprimi-do prácticamente el ejército, los comerciantes se apresuraron a armara sus presuntos sostenedores, los artesanos, a quienes creían haberinflamado lo suficiente con el credo demecrático. A las levas ruralessustituyeron la organización de las masas urbanas de artesanos, cuyoadoctrinamiento se había llevado a cabo en las Sociedades Democráti-cas, creando así un cuerpo armado del que suponían la adhesión.Extraño error que habría que atribuir a la débil forma de concienciaburguesa, como débiles eran sus cimientos, puesto que constituíaapenas una proyección europea, lo que dio lugar a una permanentecomedia de las equivocaciones.

MEMORABLES SESIONES EN QUE SE DEBATIERON LA LÓGICAY LOS PRINCIPIOS

Los legisladores de 1850 se apresuraron a publicar para la posteri-dad un "Diario de Debates", que registra en detalle las controversias

( .~ntre gólgotas,Y dracOJlianos. Según Nieto Arleta 13, esta escisión del! partido liberal tuvo su origen en una pugna entre comerciantes y~manufactureros. Este esquema parece demasiado simplificado y sólo(' puede sostenerse de una manera muy general; es decir, sin insistiri demasiado en la identidad, en cuanto hace coincidir los intereses~manufactureros con las actuaciones de los draconianos. Las relacio-I nes de un grupo político con un sector económico suelen, en efecto,I ser más complejas que las señaladas por una simple coincidencia o\ identificación, y por eso sólo es legítimo hablar de las tendencias de! un grupo político que, por otra parte, puede actuar de una manera

no realista frente a las condiciones económicas, o favorecer a un sec-tor económico por razones no económicas.

; En este sentido, puede decirse que los draconianos, que represen-taban los aspectos tradicionales del liberalismo, actuaban frente a

13 Gp. cit., p. 193.

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los gólgotas por razones de <!arácterpolítico y pretendían manteneruna actividad económica tradicional que ya había entrado en plenadecadencia o se apoyaban simplemente en los artesanos, cuyos inte-reses seveían amenazados por ciertas medidas que tendían a favorecera los comerciantes. Puede concluirse, no sin razón, que la defensa delos artesanos no significaba en modo alguno un interés concreto deconservar ciertas formas de producción o de preservar una manu-factura nacional contra la amenaza de la competencia de artículosextranjeros, sino más bien que los draconianos confiaban en la fuerzapolítica de un sector social o temían desafiada.

Como tendencia tradicionalista los draconianos confinaban laacción del partido, una vez en el poder, a la función meramente bu- irocrática a la que puede aspirar un político, y este límite había que- \dado trazado por su presunto fundador, el general Santandero Lafidelidad a las pautas del general se pone de manifiesto una vez másen esta controversia entre comerciantes y protectores de los artesa-nos. Pues ya el general escribía desde Nueva York a su amigo Vicen-te Azuero, el 19 de enero de 1832:

O" la ley de aduana es vital en el estado de penuria en que quedó el país.Por Dios, abandonen la teoría del comercio libre, quiero decir, de que todoslos productos y manufacturas extranjeras deben ser introducidos sin res-tricciones ni recargos de derechos. La práctica de todas las naciones maes-tras en comercio están en oposición a tales teorías (...) protejan, pues,nuestras miserables fábricas y artes, no excluyendo absolutamente sino po-niendo restricciones a los artefactos y productos extranjeros que nosotros

b·. d' d d . 14tam l€n pro uc¡mos o po emos a poca costa pro uc¡r .

En las sesiones de la Cámara -en 1850- se debatían dos cues-tiones que muestran, por un lado, hasta qué punto predominaban

14 Santander, Cartas y mensajes del general. Comp. de Roberto Cortázar. Edit. LibreríaVoluntad. Bogotá, 1954. Vol. VIII, p. 185. En el mensaje al Congreso de 1833, elpresidente se apresura a poner en práctica su propio consejo. Dice: «... merece, noobstante, las meditaciones del Congreso, la conveniencia de reformar las leyes queestablecen los derechos de importación y exportación. Las aduanas han tenido yaún tienen en casi todas las naciones, el doble objeto de proveer a los gastos públi-cos y de favorecer la industria propia, intereses ambos de que no podemos prescin-dir en las presentes circunstancias», p. 253.

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los intereses de la clase comerciante y, por otro, ilustran suficiente-mente el antagonismo señalado entre gólgotas y draconianos.

La primera se refería a un proyecto sometido a consideración delCongreso por el secretario de Hacienda Murillo Toro, y que estabadestinado a combatir el contrabando. Se calculaba que la renta deaduanas debía producir dos millones de pesos, cuando de hechoproducía apenas setecientos mil. La actividad de los contrabandistasera evidente y la enorme diferencia bastaba para justificar la sospe-cha de que ella cobijaba gran parte del comercio. Murillo, ante laoposición enconada que encontró el proyecto, llegó a afirmar quehasta en la Cámara de representantes encontraban un asiento loscontrabandistas.

La oposición de los interesados, y aun de aquellos que nada teníanque ver con el comercio, se apoyaba en consideraciones muy par-ticulares, pues derivaban del conocimiento minucioso de las condi-ciones relativas a las mercancías que debían ser transportadas desdela costa. El secretario de Hacienda pretendía que cada bulto prove-niente del exterior fuera examinado por los funcionarios de aduana.Una precaución excesiva, se le objetaba, si se tenía en cuenta el vo-lumen del comercio de importación frente a la exiguidad de los em-pleados dignos de confianza a los que se asignaba la tarea.

La lectura de los debates deja una impresión bastante curiosa, lade la imposibilidad absoluta en que se encontraba el Estado parareprimir el contrabando. Cualquier medida resultaba impracticableo se consideraba lesiva en sumo grado a los intereses de los comer-ciantes. Sin tener en cuenta, claro, el escepticisITlosobre la probidadde los funcionarios de la aduana, ya que se admitía casi como unaxioma que el contrabando más importante se llevaba a cabo con lacomplicidad de tales funcionarios.

Todos estaban de acuerdo en evitar cualquier perjuicio a los co-merciantes. Con ese objeto se aducían toda clase de argumentos: losque se fundaban en la simple lógica como los que recurrían al des-crédito de la administración o a la solidaridad con los intereses deuna clase. Para los Representantes era evidente la oposición entrelos intereses del fisco y los del comercio y la prelación de éstos, aunsi tenían que someterse a la eventualidad de un riesgo y no a un

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perjuicio actual y previsible. No había pues la posibilidad de unaopción: debía evitarse el riesgo a toda costa.

No se mencionaba en ningún momento la preferencia deliberadao la protección acordada a una clase social, silt consideración a lasdemás. Parecía no percibirse la peculiaridad del comerciante, sinoque se confundían sus intereses con el interés social y sus convenien-cias con la conveniencia general. El comercio constituía, por decidoasí, la actividad social por excelencia. Se juzgaba que el comercioposeía una calidad de la que carecían otras actividades, y que con-sistía en cobijar la totalidad de los intereses sociales. La figura delcomerciante como miembro de una clase desaparecía (o se escamotea-ba), para dejar en su lugar la entidad social entera que reclamabagarantías en calidad de consumidora. Lo que no ocurría jamás cuan-do las discusiones versaban sobre la protección que debía acordarse

. a los agricultores o a los artesanos. Entonces sí saltaba a la vista laparticularidad social propia a esas actividades y la inconvenienciateórica de rodeadas de privilegios a que ningún otro granadino ten-dría acceso.

Recordar este curioso debate puede servir de introducción paraanalizar uno mucho más importante, en el que ya no estaba en juegola lógica sino los principios (la lógica de la ciencia y los principios al-ternaba de una manera habitual, según el estado de ánimo de losciudadanos diputados a la Cámara en 1850).

Los artesanos de Bogotá y Cartagena habían hecho una repre-sentación por la cual solicitaban al Congreso que se elevaran los de-rechos de importación a las mercancías introducidas en el país. El 8de mayo, sometido a primer debate15

, la Cámara negó el proyecto.El diputado J. J. Nieto pidió que se reconsiderara esta decisión, conel argumento, no muy entusiasta, de que «.:.la práctica no está siemprede acuerdo con los principios». Se refirió enseguida al principio dellibrecambio, cuya infalibilidad nadie en el recinto de la Cámara hu-biera osado poner en duda, pues hacerlo hubiera significado casi unadeserción de las banderas liberales, según le constaba al expositor.

15 Diario de debates, deIS de junio de 1850.

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Con todo, J.J. Nieto pudo insinuar que la práctica inglesa era di-ferente y que los ingleses protegían a los artesanos y fabricantes desu país. Parecería entonces, como si « ... todos esos bellos pensamien-tos que nos mandan de Europa son para que se practiquen aquí perono para que se ejecuten allá». Esta maliciosa observación se vio recha-zada en el debate por Manuel M. Mallarino, casi con indignación16

;

OO' se me dirá que esos principios son buenos en unos casos y no en otros;pues yo rechazo desde ahora y para siempre, rechazo absolutamente la di-versidad de climas y de latitudes para los principios de la ciencia, para lasverdades eternas que son iguales en todas partes.

La vehemencia de una fe parecida señala una de las actitudestípicas de la nueva generación. La afirmación incondicional tendía auna coherencia puramente subjetiva y a evitar contradicciones con-sigo misma, aunque chocara con el medio. Tales actitudes reflejan elimpulso ascendente de una clase cuyas afirmaciones se referían ex-clusivamente a su propio interés. Los demás intereses sociales debíanplegarse a exigencias teóricas cuya validez aparecía como absoluta.Lo objetivo exterior sólo podía tener realidad y oponer su pesanteza conciencias más maduras.

En el caso de un draconiano típico, por ejemplo, la adhesión a losprincipios ya la comprobación empírica generaban un conflicto queel sentido"común podía resolver. Así, Lorenzo María Lleras, comoliberal, era seguramente partidario de los principios de Say, de Bas-tiat y de Cobden. Si admitía que tales principios podían convencer-lo, no pretendía, en cambio, elevados al rango de axiomas: «... yo mehe puesto a examinar la cuestión, luchando por una parte los prin-cipios económicos, por otra la compasión de mis compañeros arte-sanos». Puede expresarse una duda razonable sobre la sinceridad deeste sentimiento de compasión, pero no sobre su oportunidad polí-tica. Los draconianos sabían con certeza que la suerte de los artesa-nos dependía del proteccionismo aduanero. Sobre ellos pesaba unaamenaza de pauperismo y podía argi.iirse que su realización sóloserviría para restringir el mercado mismo de artefactos extranjeros.

16 Sesióndel 14de mayo. Diario de 17de junio, p. 306.

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Pero esta prevención aparentemente justa no bastaba para hacer de-sistir a los comerciantes de sus pretensiones, puesto que nadie igno-raba que los géneros importados estaban destinados al consumo casiexclusivo de las clases altas de lá sociedad .. Hay un matiz diferente en todos los argumentos aducidos, que

sería muy útil poder reproducir a cabalidad. Se trataba, casi, de unarepresentación teatral. Las barras se hallaban atestadas de artesa-nos que expresaban su aprobación o su repulsa, y frente a tales ma-nifestaciones resultaba difícil reprimir las buenas intenciones. Eldiputado Manrique, por ejemplo, es aplaudido cuando expresa elpunto de vista de los artesanos con suficiente nitidez: «... qué eslo que se sanciona entre nosotros? La tiranía en contra del pobre, elfavoritismo en favor del rico: esto es lo que está entronizado en estatierra» .

Contra la exaltación teorizante se traían argumentos destinadosa desprestigiar las teorías:

... ya se ha acusado a los economistas europeos [declara A. Acevedo] dehaber sido pagados por los gobiernos de sus naciones para generalizar cier-tos principios en América, para abrir por todas partes nuestros puertos altorrente, a la inundación de producidos extranjeros: ya se les ha acusado yla prueba de que aquello es cierto, es que allí los gobiernos obran de distintamanera.

y al lado de las teorías se pone de relieve la ingenuidad de losteorizantes:

... disculpo, pues, el acaloramiento con que algunos jóvenes abrazan y sos-tienen las luminosas ideas de los economistas modernos (...) veinte añoshace que yo dejé esos estudios y me consagré a los negocios públicos. Veinteaños de experiencia y de reflexión han venido a persuadirme de que no estodo oro lo que reluce, y de que es necesario hacer abstracción de los princi-pios escritos cuando ellos no son aplicables, cuando las circunstancias difi-cultan su adopción.

Pero un proyecto destinado a «proteger a una clase de nuestrasociedad que carece hoy de estímulos y de día en día va siendo más.miserable y desgraciada», los artesanos, debía encontrar todavíaotro tipo de oposición que no se conformaba con las teorías econó-micas sino con la suspicacia política. Juan N. Neira declaraba el pro-yecto «un mal en el fondo», pues se trataba de una maquinación

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socialista. Según él, el socialismo pretendía «... dar la ley al capitalistay al consumidor por medio de una estrecha asociación de obreros». N.Neira podía inferir de allí que sostenían el librecambio. Actuaríamossobre la base de una experiencia y a la mera construcción teóricapodrían no otra cosa perseguía un proyecto encaminado a gravarsolamente a los ricos pues eran ellos los únicos consumidores deartículos importados.

REFLEXIONES

Otro rasgo que caracterizaba la controversia era la actitud de las dosfracciones del liberalismo respecto a las relaciones con el exterior.Pedro Neira Acevedo, u,Edra~~nia!!o,pensaba que la ayuda financierade los ingleses durante las guerras de la Independencia había dadocomo resultado que la Gran Bretaña se apoderara de nuestro nacien-te e insignificante comerciol7

. Los capitales nacionales se habíanvisto devorados por la ambición del Imperio, sin reportar ventajaalguna para el país: a cambio de oro y plata, los ingleses se habríanlimitado a remitir géneros que sólo servían para fomentar el lujo, sinque por otra parte se hubiera fundado un solo establecimiento in-

o dustrial. Según él, «... hay comercio libre para acabar de arruinar conI artículos de un lujo costoso y de primera necesidad que echan portierra (siendo más baratos) los de nuestras nacientes fábricas».

Algunos investigadores en nuestros días han tomado literalmen-te este argumento (y los de Lorenzo María Lleras y A. Acevedo, quese reproducen más arriba) para enjuiciar los puntos de vista, decidi-damente librecambistas, de los gólgotas. El juicio resulta parcial si seconsidera que el argumento proviene del sector draconiano y que laactuación de los gólgotas debe examinarse, al menos, dentro de sucontexto histórico. Pues no hay duda de que ese contexto es muydiferente a aquél en que nos movemos hoy.Si en la actualidad quisié-ramos resucitar la controversia que opuso en este punto a gólgotasy draconianos, no representaría una gran agudeza rebatir los argu-mentos que sostenían el librecambio. Actuaríamos sobre la base de

17 Artículo «ElCongreso de 1849»,en El Republicano, No. 1, de 14 de enero de 1849.

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una experiencia, y a la mera construcción teórica podrían oponersehechos cuya consistencia ha tenido tiempo para desarrollarse desdeentonces.

Un juicio francamente adverso esgrimido ahora contra el libre-cambio, equivale a reprochar a los comerciantes el atenerse a suspropios intereses de clase y, en el fondo, a no ser otra cosa que co-merciantes. Si se menciona, debe hacerse valer como un punto devista draconiano, es decir, como uno de los extremos de una contro-versia histórica. No puede asumirse, en cambio, como criterio devaloración histórica, a menos que se pretenda prolongar esa contro-versia al mismo nivel en que se planteaba para los hombres de laépoca, con el propósito, confesado o no, de deducir responsabilida-des partidistas. Ysi esto fuera posible, no estaríamos intentando unaaproximación histórica, sino elaborando un manifiesto político, enel que se introduciría el recuento de las distintas fases de un proble-ma todavía actual.

Si bien es cierto que la ausencia de proteccionismo significaba laruina para muchos artesanos, aquélla era, por otra parte, la condi-ción requerida para configurar una burguesía de comerciantes quesólo podía disponer, como en las primeras etapas del capitalismo, decapital mercantil y aun apelando a cierto tipo de producción agraria.No se requiere una inclinación particular por la apología para reco-nocer el papel histórico jugado por una clase social, en este caso lanaciente burguesía colombiana, que en un momento determinadopostulaba su acción y sus intereses con un carácter de universalidad.

Es cierto que con ello se prescinde del examen (que sería en todocaso hipotético) de otros intereses sociales.Sedescarta, por ejemplo, laeventualidad de que los artesanos granadinos hubieran asumido elpapel -directivo que desempeñaron los comerciantesl8

• Pues, desdeun punto de vista opuesto, quiere imaginarse que en este caso im-probable el país habría entrado por las vías de la industrialización,reduciendo el problema a los términos de una preocupación pura-

18 Según Ospina Vásquez. op. cit., p. 206, «oo. contrasta el aparato de acción y la influen-cia (de las Sociedades Democráticas) con la insignificancia de sus pretensiones enel campo puramente económico: protección para la ínfima industria de una docenade sastres, talabarteros y zapateros».

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128 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

mente contemporánea. Un proceso de industrialización resulta, sinembargo, demasiado complejo para contemplar su posibilidad (enel pasado) en términos de una simple evolución del trabajo artesa-nal. Aun sisuponemos la existencia de talleres diseminados, no pode-mos atribuirles la virtualidad de transformarse en establecimientosindustriales. Los problemas que implica la acumulación de capital yla acción clasista que favorece la industrialización, eliminan la posi-bilidad de una evolución parecida.

Antes de 1850 podía pensarse seriamente en el valor de los estí-mulos encaminados a proteger el trabajo de los artesanos, porque laexpansión industrial europea no había alcanzado el extremo de abo-lir el artesanado en la misma Europa. Entonces era todavía posibleconcebir el problema de la producción refiriéndose a artefactosmanufacturados, salidos de un taller artes anal. La competencia conEuropa residía en la habilidad, o la mera técnica artesanal, y se con-taba para hacerla posible con la índustríosídad de los habitantes; esdecir, su interés para aprender nuevas técnicas que obedecían a tra-diciones europeas y que los granadinos envidiaban y hubieran que-rido igualar. Son muy frecuentes los testimonios de esa índole y lasquejas sobre las deficiencias del trabajo artes anal en la Nueva Gra-nada. Pero una previsión de lo que significaba la revolución indus-trial, estaba muy lejos del ánimo de los homhres de la época.

Excepcionalmente, y colocado desde un punto de vista europeo,Florentino González comprendió los efectos políticos del capital fi-nanciero. Pero la idea más generalizada sostenía que nuestra economíade subsistencia representaba una ventaja evidente ante el espectácu-lo de una Europa amenazada por el hambre y la miseria más espan-tosas. Nuestro aislamiento nos preservaba de los efectos de las crisisperiódicas del capitalismo en desarrollo, y los únicos que podíantener una experiencia directa de este fenómeno eran los comercian-tes, sometidos como estaban a las restricciones del crédito interna-cional para sus operaciones, cuando una crisis se presentaba.

Para los contemporáneos, la Nueva Granada era una especie deArcadia:

... Nadie se muere de hambre: no se presentan nunca esas calamitosas épo-cas de escasez con que gran parte de la Europa se ve frecuentemente ame-nazada: por todas partes nuestros fértiles terrenos brindan al granadino con

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GÓLGOTÁS y DRACONIANOS

alimentos obtenibles a muy poca costa y siempre en la mayor abundancia;pero la riqueza no aparece reconcentrada en grandes proporciones y for-

d . 1 19man o gruesos capIta es .

129

y eran muchos los que no querían salir de ese estado por nadadel mundo. Mariano Ospina R., por ejemplo: «... es necesario decir-y lo dice- que nuestra poca riqueza es fecunda y la riqueza de losingleses muy estéril. Nosotros tenemos poco pero ese poco está re-partido; y basta para hacer vivir sin gran fatiga a nuestra población».y más adelante expresa una idea de curiosa resignación: «... noso-tros, pues, estamos pobres respecto del pueblo inglés, pero nuestrapobreza es cien veces preferible a la opulencia de aquél»20.No esnecesario insistir demasiado sobre las implicaciones de una afirma-ción parecida. Revela, en todo caso, un clima mental que debe sertenido en cuenta al analizar las verdaderas proporciones de la dis-cusión sobre el librecambio. Puede verse también como el resultadode una falta de perspicacia respecto de los fenómenos contemporá-neos. O puede explicarse como la pretensión conservadora de opo-nerse al ascenso de una burguesía de comerciantes, apoyándosepara ello en las viejas estructuras agrarias que aseguraban una eco-nomía de subsistencia. O como la imagen de una Arcadia ahistóricaque no puede anticipar el futuro.

19 «Situación financiera de la república», en La América, N° 19,de 23 de julio de 1848,p.84.

20 El Nacional, N° 11, cit.

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Capítulo IXLoS ARTESANOS

CURIOSOS ANTECEDENTES DE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS

En 1838, Monseñor Baluffi, internuncio de la Sede Apóstolica enBogotá, aparecía como uno de los principales promotores de la 50-

_c,iedad Católica, cuyo fin aparente consistía en propagar las máximas)2del Evangelio. A esta misión se asociaba de manera natural un com-,/ bate contra el filosofismo en boga. Dadas las circunstancias, era muy

fácil confundir los fines aparentes con un interés velado por lascuestiones políticasl. Para hacer frente a este instrumento políticoque el gobierno de José I. Márquez dejaba obrar en toda libertad, elpartid2_de ~pos_icíónfU!l~_nª_so_ciedad «Democrática»_destinac:ia

-",--a_co~~atirel (<f~~~~},_pedir la_!ibe~'tad.~e.~t!t!g_sYjlbogarp-oru¡;lregImen feder~l. El obISpo de Popayan dmglO una carta pastoralen la que se estimulaban las actividades de la Sociedad Católica, y elConsejo de Estado resolvió que se procediera penalmente contra elobispo por arrogarse funciones que no correspondían a su cargo. Enel curso de la discusión del Consejo de Estado, Salvador Camacho(padre de S. Camacho Roldán) acusó al internuncio de ser uno de lospromotores de la sociedad. Ésta se disolvió-finalmente, debido a iaactitud del prior de~convento de agustinos, fray Pedro Cadena, queremitió una carta a La BatideiaNaoonal-Cp-erioairode-l-general San-tander), en la cual atribuía a.!9-s.Jlci~3.~~~~~~llikos..manifiest{)s.-

Cuatro años más tarde, a raíz de la derrota de los liberales en laguerra de 1840,los jesuitas fueron llamados a la Nueva Granada por

1 Así lo reporta el cónsul Lemoyne el15 de agosto de 1838al Ministerio de RelacionesExteriores de Francia. V. A.A.E. Vol. XIV, fol. 258 v. y ss.

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132 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

la administración del general Herrán, gracias a los esfuerzos de Ma-riano Ospina, entonces secretario de Instrucción. Los padres de laCompañía no tardaron en adquirir una notoria influencia y,según eltestimonio del encargado de negocios de Francia, señor de LisIe,

... los jesuitas llegados a Bogotá en la más profunda miseria, hace un añoapenas (escribe en 1845), hoy se ven no solo al abrigo de la necesidad, loque apenas sería justo, sino casi ricos, gracias a los regalos de toda clase quehan recibido. Esto no es suficiente para ellos. Piensan consolidar su influen-cia sobre la clase media y sobre el pueblo por prédicas y por el estableci-miento de congregaciones obreras2

.- - .

Si bien los jesuitas habían sido llamados para ejercer una influen-cia confesíonal sobre la juventud, su apoyo principal se hallaba en-tre las clases bajas que recordaban maliciosamente quiénes habíansido los primitivos propietarios de las haciendas más fértiles delpaís; este solo pensamiento bastaba para intranquilizar a los actua-les propietarios y despertar su hostilidad hacia los jesuitas. Ahorabien, aunque se prescinda de los motivos de hostilidad -reales oficticios- que atribuye el señor LisIe a los artesanos, siempre debeser tenida en cuenta la acción que se propusieron los jesuitas pormedio de las congregaciones, que parecen ser el antecedente inmedia-to de las Sociedades Democráticas.

Un poco más tarde, Juan Francisco Ortiz3 ~ncontraba entre l.QsartesaTllJ.sy los jesuitas una comunidad de interese~ tan est~~cba,que

, teníamotivos para esperar -en las elecciones de ~84:~.::-el apoyo delos artesanos a la fracción conservadora. Según Ortiz,

./

,,/ o •• los jesuitas han encarnado en los artesanos como éstos están incrustados,si se permite tan atrevida frase, en la guardia nacional de Bogotá; de maneraque jesuitas, milicianos y artesanos forman una masa compacta que piensade un mismo modo, y obrará de concierto, cuando llegue el caso, a una solaseñal, a una sola voz.

Las esperanzas de Ortiz eran excesivas. Convertida la sociedadde artesanos en Sociedad Democrática, los radicales disputaron su

2 [bid. Vo!. XVIII, fa!, 89 v.3 El Tío Santiago, p. 71.

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Los ARTESANOS 133

influencia a los jesuitas para convertida en un instrumento políticodiferente. Obtuvieron inclusive que los artesanos «exigieran» al go-bierno la expulsión de los padres de la Compañía.

Los TEMAS DE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS

Los artesanos y la guardia nacional obraron finalmente, mucho mástarde, en 1854, tal como lo preveía Ortiz para 1849,en contra de losexagerados partidarios de la democracia y de los «excesos» de laConstitución de 1853. Pero, ya los jesuitas no estaban allí para pre-senciar el golpe de Estado del 17 de abril de 1854.Y aun para estafecha, las sociedades compuestas en gran parte por artesanos esta-ban muy transformadas, y las enseñanzas que se referían a los debe-res de los trabajadores para con Dios, para con la Constitución, paracon sus superiores y para consigo mismos habían sido sustituidaspor otras que se referían muy poco a los deberes y sí a los derechosemanados de principios democráticos. A la enseñanza religiosa, queno hay por qué pensar desprovista de finalidades políticas en el si-glo XIX, la había sucedido la enseñanza de un catecismo civil laicodestinado a crear una «conciencia ciudadana», es decir, un instru-mento político utilizable.

El tono de las enseñanzas de los padres de la Compañía de Jesússe revela en este consejo, consignado en Deberes de los católicos en laspróximas elecciones4

;

... rehusad vuestros votos a esos agiotista s y especuladores que de tiempoatrás están minando los institutos religiosos como opuestos al espíritu delsiglo, para apoderarse de los bienes que les legara la piedad de nuestrosmayores, consignando vales que han adquirido a bajo precio en. cambio defincas que dan subsistencia a los regulares y que mantienen el culto católicocon el esplendor de sus iglesias.

De un lado y de otro se agitaba el espantajo de «agiotistas» y«especuladores», que hacía pensar en una lucha social y que iba aconvertirse en una de las justificaciones del régimen de Melo. El adoc-trinamiento a que por su parte sometían los gólgotas a las Sociedades

4 Imprenta de J.A. CuaBa. 24 de mayo de 1848, p. 9.

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134 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

Democráticas, tenía una predilección muy marcada por subrayar eldesdén con el que «la gente decente» acostumbraba a mirar a losartesanos, sobre los que debía reconocerse que, al fin y al cabo, pe-saba 10 más duro de las cargas sociales. Yparecía inútil que los con-servadores se esforzaran por neutralizar la enorme fuerza que en elpartido en el poder había desatado, recurriendo al mismo expedientede fundar una Sociedad Popular y una Sociedad Filotémica, paralelas ala Sociedad Democrática y a la Escuela Republicana y destinadas a en-frentadas, como efectivamente ocurrió en enero de 1850y en marzode 1851.En el caso de la Popular, los radicales se apresuraron a esta-blecer parangones5 que debían mostrar la índole tan diferente de los

/.<:!gstípos(Iesocie~Mientras que en la una se ofrecía el espec-táculo de una promiscuidad social condescendiente, de una indiscri-minación tolerante en suma, de la simpatía más candorosa por lacausa del pueblo, codeándose los cachacos con los de ruana, en la Po-pular se imponía el espíritu de jerarquización y un mal disimuladodesprecio por los humildes. Ésta era entonces una concesión tardía ysin consecuencias, además. Así lo advierte G. (?) a Juan ManuelArrubla, en una carta aparecida en El Neogranadino6

:

... ustedes los aristócratas se han suicidado al enrolarse en las sociedadespopulares las que no se contentan con el sacrificio de amor propio que ha-cen usted y su copartidario el señor Juan de Francisco, al sentarse alIadodel maestro Espejo; exigen más, exigen que ustedes estimen al pueblo, queno pronuncien la palabra canalla, exigen, en fin, que ustedes sean para elloslo que los liberales son para la sociedad de artesanos y que ustedes no pue-den ser jamás, porque dejarían de ser lo que son.

De la advertencia podía concluirse que los conservadores no re-portarían ventaja alguna, si no era atizar momentáneamente los an-tagonismos sociales que se volverían contra ellos.

Pero los radicales no fueron más afortunados. Después de los en-cuentros del 19 de mayo y del 10 de junio de 1853 iba a esfumarsetoda huella de fraternidad y de simpatía. El espectáculo ik...ggache§LcachacDs movidos por la misma fe democrática se convirtió en un

5 V. p. ej.El Suramericano, N° 30 de 20 de enero de 1850.b N° 82de 11de enero de 1850,p. 15.

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Los ARTESANOS 135

antagonismo irreconciliable. Pero la lección que recibieron los arte-sanos sobre su valor y sus derechos permaneció arraigada en la con-ciencia:

... en este tiempo y en este rincón de América española, se ha dado y se dapor excelencia el nOlpbrló!ded~mQc!átiS9al hombre de ruana; y visto estáque entre esos dem~cráticos propiamente-di~hos, se-cuentan-soldados va-lerosos, artesanos honrados, patriotas distinguidos; porque qué significa siatendemos a las opiniones el llevar casaca o una ruana, unas botas o unasalpargatas, un sombrero de París o uno de jipijapa? Nada. El hombre vale

7por sus hechos, por su conducta ...

GÓLGOT AS Y ARTESANOS: EL DESENGAÑO

Al posesionarse de la presidencia, el_generalLÓEe,?:había prometido \a los granadinos la libertad de industria, y acto seguido había agre-gado: «... pero trabajaré porque esta misma libertad no se conviertaen la desigualdad opresiva y destructora que apareja la acumulación 1/de la riqueza». Y para limitar esta afirmación, prometía: «... la pro- )piedad, como primer elemento de medro y de goces, será fielmenterespetada» . ¿Qué significaban es!a1?d~claraciones_cQmoprogri\l]la<;legobiern()? Por un lado, se buscaba tranquilizar a,losproEi~tarios,.e.ara quienes'fa ~_~~q~e!ajlhefél1de la revolución significaba, literal-mente, un atentac!9 contr.ª suJ2Qlsa.Por otro lado, se limitaba la «li-bertad de industria» en sus efectos más naturales, «la acumulaciónde la riqueza». Quienes sostenían la libertad de industria a todo tran-ce, eran comerciantes. Pero la frase es de tal ambiguedad, que nopuede pensarse en un ataque directo a las aspiraciones de los comer-ciantes. Además, el presidente se comprometía, en primer término, ,a sostener la libertad de industria. El sentido más inmediato de la Jfrase tendía, pues, a ha}¡:~ga..ra las clases populares. Combinado estesentido con la restricción más velada dirigida a los comerciantes,parece indudable que el presidente quería insinuar su protección a losartesanos. Al menos así lo entendían éstos, que en diferentes opor-tunidades reclamaron del Congreso la aplicación estricta de los pro-

7 Los Democráticos.Hoja mural fechada el3 de agosto de 184?

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136 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

gramas del 7 de marzo, una fecha que estaba asociada a su propiotriunfo contra las vacilaciones de los congresistas.

La velada promesa tuvo consecuencias imprevisibles. Si las So-I ciedades Democráticas constituyeron un arma política que pudo uti-

lizarse contra la aristocracia de las provincias del sur, su manejoI ocultaba dificultades insuperables en el ámbito de una sociedad de

comerciantes. Por lo mismo, se observa una diferencia notable en eltrato dado a los artesanos de Bogotá ya los miembros de las Demo-cráticas de las provincias del sur: «... los democráticos del Caucaglorificados, los de Bogotá entregados al suplicio»8. Aunque las rei-vindicaciones de unos y otros obedecieran a las mismas consignas,las masas de las provincias del sur poseían un carácter y defendíanintereses diferentes a los de los artesanos de Bogotá. Éstos estabancolocados a una distancia apropiada respecto de los gamonales ydueños de tierras, es decir, gozaban de una relativa independenciafrente a las estructuras conservadoras de la sociedad, pero no esta-ban exentos de una oposición de intereses frente a la clase comer-ciante de las ciudades.

La diferencia es tan marcada que se revela en el origen mismo delas sociedades democráticas. Los artesanos de Bogotá se ()rg~~é!J:"onprimitivamente, sin una finalidad política definida9

, apenascQmo«hombres del pueblo». Sólo posteriormente fueron influidos y hala-gados por los radicales y acaso arrancados de la influencia de losjesuitas. LaSociedad Democrática de Cali, por el contrario, se lanzótras la «bandera democrática» y quiso hacer efectivo el dogma de lasoberanía del pueblo, combatiendo «1osvicios de la oligarquía»lO.

El motivo clasista fue mucho más débil en la Sociedad Democrá-tica de Bogotá, al menos en los primeros tiempos, cuando existía unaalianza tácita con los radicales. Éstos se esforzaron por dotar a losartesanos de una conciencia ciudadana y por inculcarles ciertas am-biciones cuyo solo enunciado parece ridículo; tan ceñidas estaban alos ingredientes teóricos, que la más pura doctrina liberal exige para

8 V. Ángel y R. J. Cuervo, op. cit. n. p. 193.9 V. el manifiesto en que apoyaban la candidatura de López en La América, N° 12 de

4 de junio de 1848. También V. S. Camacho R. Memorias. 1.p. 107.10 V. El Suramericano, N° 29 de 20 de noviembre de 1849.

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Los ARTESANOS 137

el ejercicio de los derechos políticos. Véanse,por ejemplo, estas con-sideraciones que José M. Samperll dirige a los artesanos:

... sabíais que como ciudadanos podíais obtener los puestos públicos paraservir a vuestra patria: quisísteis hacer efectivo ese derecho y vuestras es-peranzas se malograron. ¿Por qué sucedió así? Porque para gozar de losderechos y de las garantías se necesita una fuerza, la fuerza moral; y ella nose adquiere sino con el patriotismo reunido a la ilustración, y con la inteli-gencia apoyada en la fraternidad y la justicia. Vosotrosla teníais todo menosla ilustración, y he aquí por qué fracasaron vuestras nobles aspiraciones.

Consecuentemente, los cachacos se dedicaron a improvisar esteingrediente que lo prometía todo, dando clases de lectura, escritura,aritmética y dibujo a los artesanos12

• Esfuerzo que no halló jamássu adecuada recompensa (a no ser el martirio político después de14de diciembre de 1854),pues, co.ntratoda previsión optimista, la ilus-tración, escasa, debe convenirse, no parecía bastar a los artesanos,ese Yaro don de la fuerza moral, el «ábrete sésamo» de los puestospúblicos.

Muchas oscuras tendencias germinaban en el alma de los artesa-nos y aun certidumbres, que una conciencia ingenua pugnaba porexpresar. El esquema histórico elaborado por el racionalismo liberal(y calcado de patrones franceses) era captado por ellos de una ma-nera espontánea, infantil y extrañamente distorsionada, sin que pu-dieran identificarse ni por un momento con el hermoso papel que seatribuía a los criollos en las jornadas de la emancipación. Puede ha-blarse, en rigor, de una interpretación mestiza de la historia. Éstaconstituía su propio punto de vista, calcado, claro está, de la inter-pretación tradicional. La distorsión, sin embargo, era evidente: a pe-sar de que se incorporaran los temas de progreso, de emancipación, delibertad, etc. El esquematismo introducido por los manuales, segúnel cual a la Conquista había sucedido la Independencia tras un pe-ríodo intermedio y negativo, era tomado literalmente y llevado a susúltimas consecuencias. El famoso sentido común, tan ilógico la ma-

11 «Leccionesorales sobre moral, dictadas en la Sociedad Democrática de Artesanosde Bogotá»,en El Suramericano, N° 31 de 3 de febrero de 1850.

12 S..Camacho R. Memorias, l. p. 107.

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138 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

yoría de las veces, se atenía al hecho fundamental de que los indioshabían sido conquistados una vez y de que por ninguna parte se veíatraza de su emancipación. El artesano, como era de prever, se iden-tificaba por entero con la raza dominada.

Como en toda imagine ría popular, el pasado remoto se coloreabacon tintes amables: «Había una vez ...» en que

... prósperos y felices, los pueblos de la Nueva Granada, antes de la conquis-ta, perdieron con la dominación española sus costumbres inocentes y puras,sus tesoros inmensos, productos de su industria constante y los conoci-mientos científicos que habían ido recopilando 13.

Imagen encantada del país de cucaña y tan inexacta como sólopodía proporcionarlo una conciencia que quería asumirse a sí mis-ma redimida, aunque fuera en el pasado. El presente se echaba dever también como un espejismo que se proyectaba en el pasado através de una alusión, que parece extraña, a los «tesoros inmensos»fruto de una «industria», o a la «ciencia» que tánto prometía en elsiglo XIX. Los argumentos mismos de los gólgotas, dirigidos a que-brantar elprestigio de la casta militar, tomaban un giro del todo inu-sitado en la conciencia de los artesanos: «oo. la guerra de diez añosque preparó ese triunfo [de la Independencia] no sacó al país de ladominación española a que en todo estaba sujeto, sino que separóapenas el territorio y la autoridad para establecer un gobierno dis-tinto». ¡Sancta simplicitas que posee todo el prestigio de la verdadinacatable! Con todo, se hacían concesiones generosas: «oo. para or-ganizar un Estado libre, virtuoso y sabio, hubiera sido indispensablela destrucción de los americanos españoles que formaron la Repú-blica de Colombia y ya se ve que esa suposición es imposible». Im-posible, es cierto, pero eso no evitaba que se alimentara el deseo.

Había pues que contar con los «americanos españoles», aunquesin darles demasiado crédito. ¿De qué valían los espejismos de losgólgotas frente a esta conciencia irreductible de una peculiaridad ra-cial que quería ver resucitar en su integridad un pasado que se pin-taba con tonos tan amables? ¿Contra esta solidaridad profunda con

13 V. Editorial de El Demócrata, periódico de la Sociedad de Artesanos, N° 5, de 9 dejunio de 1850.

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Los ARTESANOS 139

un pasado, falseado es cierto, que oponía su continuidad a la con-ciencia escindida de la minoría criolla, de los comerciantes alucina-dos ellos mismos por el espejismo de Europa?

Si bien la certidumbre de los artesanos era oscura y muy pro-bablemente no constituyeron ese grupo «... animoso y emprendedor,que quiere destruir las trabas coloniales que se oponen al desarrolloeconómico de la Nueva Granada», como lo quiere Nieto Arteta14, nohay duda de que ella bastaba para hacerles presente el peligro queencerraban los conciliábulos parlamentarios, dirigidos a obstaculi-zar sus peticiones. En este punto, sus intereses más evidentes choca-ban con los de la clase comerciante y los obligaban a la acción.

Son muy conocidos los hechos de mayo y junio de 1853,que Cor-dovez Moure relata regocijadamente en sus «Reminiscencias».Yades-de 1852se había operado la conversión más notable de los artesanos,al pasarse Ambrosio López al partido conservador, pese a los violen-tos ataques que el mismo López había dirigido en 1848 contra Ma-riano Ospina R.15

. También en 1852,Miguel León, a propósito de unproblema laboral con los artesanos en la imprenta de Murillo Toro(de El Neogranadino), lanzaba una violenta requisitoria contra el se-cretario de Hacienda, y le preguntaba16

:

oo. ¿qué utilidad nacional ha hallado usted y los de su círculo, en ahogar enel Congreso las triplicadas solicitudes que los artesanos hemos hecho paraque en nuestros puertos se graven las manufacturas extranjeras que se fa-brican en el país?

En ese momento (1852), el artesano se limitaba a exhibir su fuer-za y a oponer su propio poder al del secretario de Hacienda.' Ame-nazaba a Murillo con la impopularidad y le prevenía que no tendríamuchos votos para futuro presidente. A partir de mayo de 1853, lasituación tomó un cariz muy diferente, pues los artesanos se dieroncuenta de que su poder, hasta entonces estimulado por el régimen,era puramente ilusorio. Yano eran un aliado y un dócil instrumento,

14 Op. cit., p. 238.15 V. Un papel viejo, editorial de El Neogranadino, N° 191, de 9 de enero de 1852, p. 9.16 Satisfacción que da el que suscribe, al señor doctor Murillo, secretario de hacienda. Cartel

mural firmado por Miguel León. 19 de enero de 1852.

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140 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

sino «un estorbo a toda reforma filantrópica»17.Muerto un artesanoen la lucha, su matador (los artesanos señalaban a Izquierdo) no fueajusticiado. En cambio, Nepomuceno Palacios, acusado del asesina-to de Antonio París, fue juzgado y ejecutado «... porque no tenía tí-tulos de doctor ni tampoco de gólgota». ¿Por qué no se juzgaba aldoctor Eustaquio Álvarez, que, siendo juez de circuito, capitaneó alos cachacos contra los artesanos? «... ah!, porque a más de vestir ca-saca es doctor y tiene títulos de gólgota, y contra la aristocracia laley no tiene poder». Los motivos de resentimiento seiban ahon-dando y sólo quedaba el desengaño de haber sido apenas un instru-mento en la lucha «democrática»;

'" ya habéis visto el desprecio con que hemos sido tratados. Nuestras solici-tudes no tienen mérito alguno, ni somos capaces de presentar motivo algunode conveniencia pública; porque ésta no se encuentra sino en nuestro pro-pio exterminio: por esto no se nos pagará lo que se nos debe, no seremosprotegidos con el trabajo que se nos debiera proporcionar; con tal motivolos contratos, principalmente de vestuarios, han de ser traídos de la extran-jería y no construidos en el país.

Ya no había lugar para las ilusiones. Sólo quedaba la lucha. ¿Ypor qué no? La venganza.

17 ¡Artesanos, desengañáos! Cartel mural firmado por Miguel León. Bogotá, 6 de agostode 1853.M. Goury du Rosland presencia escandalizado los síntomas de una verda-dera guerra social. Escribe el ministro francés el 11de julio de 1853: «En otro tiempo,y diciendo esto no tengo la intención de remontarme sino a un pasado de algunosmeses, el vestido y el sombrero negros que llevaba un granadino eran una distin-ción suficiente para protegerlo en medio de las agitaciones populares. La hostili-dad, cuando a grandes intervalos llegaba a manifestarse entre el poder ayudado desus soldados y la clase turbulenta de los doctores, sostenida por el descontento detodos los partidos, tomaba, al menos, una bandera sobre la cual se estaba habituadoa leer la palabra consoladora de "respeto a la propiedad". Los primeros luchabanpara conservar el poder del que estaban revestidos, los segundos para quitárselo.Hoy, señor ministro, la escena ha tomado un aspecto más dramático y el color delrostro de los actores, al mismo tiempo que la diferencia de sus vestidos, indican quehay en los unos tentativa de transformación social y en los otros esfuerzo pararesistir el peligro que ellos mismos han hecho nacer» A.A.E. Vol. XXI, fa!, 292 r. y293v.

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Los ARTESANOS

SOBRE EL VERDADERO CARÁCTER HISTÓRICODEL RÉGIMEN PROVISORIO DEL GENERAL MELO

141

La llamada dictadura de Melo conserva en los relatos habituales unaspecto bastante antipático. Un militar oscuro, culpable del asesinatopremeditado de un inferior, decidió escapar a la justicia dando ungolpe de Estado. Para ello se valió de un ejército amenazado de ex-tinción y del apoyo de la plebe. Aprovechó la debilidad -o la com-plicidad- del presidente en ejercicio, que se había visto privado desus prerrogativas por la Constitución de 1853,inspirada en un progra-ma ultrademocrático. Contra él se coligaron militares prestigiosos,lo más brillante de la juventud granadina y los jefes tradicionales delos partidos. Y tras este brillante cortejo, la historia unánime 10 con-dena por haber atentado contra la legitimidad.

Es posible que la figura de Melo fuera antipática. Este tipo deapreciación es irremediable y son vanos los esfuerzos que se haganpara modificar un juicio parecido. Es posible hasta convertir un demo-nio en un santo aceptable, pero transformar una figura más o menososcura en un personaje atrayente parece una tarea inútil. Sin embar-go, es un error enjuiciar la dictadura de Melo a través de Melo, elpersonaje histórico cuyo perfil siempre aparecerá impreciso y cuyapresencia parece más bien un accidente, si se enfocan los hechos bajocierta perspectiva.

Es demasiado tentador asociar al heroico Herrera o a los genera-les Franco, López, Herrán o Mosquera con el aspecto positivo de lahistoria concebida como una tradición de legitimidad, para oponer-los al advenedizo que en un golpe de audacia se apoderó del poder,sin el consentimiento de nadie. Desgraciadamente, la historia carecede un aspecto positivo identificable con la legitimidad o un aspectocondenable, por salirse de los cauces previstos por una Constitu-ción. y no puede calificarse sino de manía leguleya esta insistenciaen lo injustificable del golpe del 17 de abril.

Por familiar que sea la interpretación tradicional, debería hacer-se constar al menos que el juicio de los contemporáneos era muchomás matizado. Algunos, como José M. Samper, colocaban el hechodentro de un contexto bastante general, haciendo alusión al fenóme-

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142 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

no del militarismo enfrentado a las ideas del gobierno civil18 y a lapugna de las dos facciones del partido liberal. Otros, como AníbalGalindo19

, sólo tenían en cuenta este último aspecto. Pero, en gene-ral, predominaba la imagen de un movimiento confuso, en el quehabían tenido cabida toda clase de factores, particularmente de ín-dole social. Y ni aun se descartaba el papel disolvente jugado por lasdoctrinas predicadas en el seno de las sociedades demoCráticas:

20oo' tal era la recompensa [se lamentaba Samper J que aquellos desenfrena-

dos demagogos nos daban a los que habíamos sido los más ardientes tribunosde la democracia (...) por mi parte reconozco que algo nos lo merecíamos,pues con nuestras enseñanzas habíamos extraviado, sin quererlo, a una mu-chedumbre ignorante que aún no estaba educada para el gobierno verdade-ramente democrático.

Aquí vale la pena recordar, aunque parezca un poco cruel, que erael mismo Samper quien había predicado un catecismo de morallaica, según el cual bastaba cierta aplicación a las enseñanzas pro-porcionadas en las Democráticas para tener acceso a la plenitud ciu-dadana.

Otro punto de vista tenía como factor decisivo la intervención delos artesanos que apoyaban al general Obando contra la imposiciónde la Constitución del 21 de mayo (que calificaban de anárquica) porlos gólgotas.

y aun puede discutirse el carácter militar que siempre se ha atri-buido al golpe de Estado. Esto es por lo menos lo que se desprendedel punto de vista de un militar de profesión21

• Los ataques de Flo-rentino González, que acaudillaba con este propósito a la juventudgólgota, habían dado por tierra con la institución tradicional. Se habíaarmado a los miembros de las Sociedades Democráticas, constitu-yéndolos en Guardia Nacional. Se esperaba evidentemente que estecuerpo se convertiría en el guardián de las instituciones y en la ga-

18 Historia de un almil, II, p. 88.19 Recuerdos históricos, p. 74 Y ss.20 Op. cit. pp. 48 Y 49.21 V. Resumen histórico de los acontecimientos que han tenido lugar en la RepÚblica,

extractados de los diarios y noticias que ha podido obtener elgeneral en jefe del estado mayor,general Tomás C. de Mosquera. Imp. de El Neogranadino. Bogotá, 1855.

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Los ARTESANOS 143

rantía de las conquistas alcanzadas por la recién estrenada burgue-sía. Pero ésta nunca contó con los acontecimientos de mayo y juniode 1853,que consumaron la ruptura con los artesanos. Fue así comoel presidente Obando, a quien los gólgotas exigían garantías un pocoexcesivas, se apoyó en los artesanos: «oo. de este modo se formó yenvalentonó el partido, si merece este nombre, que hizo la revolu-ción del 17 de abril de 1854»22.

Según el general Mosquera los guardias nacionales no podíansostener las instituciones, pues «'00 eran cuerpos irregulares, de bastar-da creación, y los revolucionarios, llamados impropiamente demo-cráticos, eran los que tenían la denominación de guardias nacionales».Lo que quedaba del ejército había sido desnaturalizado de tal modoque apenas constituía un «.oo instrumento ciegode los jefesde partido» o

La República Civil era ahogada por las manos de sus propiosguardianes que, por otra parte, no le debían sino motivos de resen-timiento. Los militares más prestigiosos, a los que se había atacadoencarnizadamente, permanecían alIado de la legitimidad. El mismoObando, de quien hubiera dependido la victoria de la revolución,adoptaba una actitud equívoca. Yluego, en el desarrollo de la lucha,se enfrentaron los artesanos a ejércitos reclutados según procedimien-tos más ortodoxos. La acción decisiva se libró no en campo abiertosino dentro del perímetro urbano, lo que parece indicar de sobra elcarácter de las fuerzas con que contaba el gobierno provisorio. final-mente, quienes sufrieron las consecuencias de la derrota fueron losmismos artesanos, deportados a Chagres en masa.

22 Ángel y R. J. Cuervo. Op. cit., Il, p. 246.

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Capítulo XMANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES

DE EUGENIO DÍAZ

LAS COSTUMBRES DEL CAMPO Y EL CANON LITERARIONACIONAL

Manuela, novela de costumbres, siempre ha figurado con este mem-brete en el panteón escolar de una literatura nacional. Los responsa-bles de erigir ese panteón han dedicado una atención distraída a laobra de don Eugenio Díaz, la cual aparece vagamente emparentadacon otros ejemplos literarios de valoración más segura. Hasta las ra-zones por las cuales figura en un canon literario parecen ajenas a laliteratura.

Don José María Vergara y Vergara, quien patrocinó la publica-ción de Manuela en el periódico de los costumbristas (El Mosaico), en1858, la calificaba en el prólogo de esa primera salida como «lanovela nacional» 1. En unos pocos años, el entusiasmo que había dis-cernido un título tan generoso debió atemperarse por un ciertosentido de las conveniencias de las bellas letras nacionales. En unescrito publicado a raíz de la muerte de Díaz, en 1865,el mismo Ver-gara y Vergara recordaba las circunstancias de su primer encuentrocon el novelista2

• Este relato, que constituye la pieza casi única conla que se suele esbozar la biografía del novelista, acentuaba el aspec-to campesino de su indumentaria y su interés literario por las cos-tumbres del campo. En cuanto al libro que Dlaz le traía para buscar" ---'- ---

1 J. M. Vergara y Vergara, «Manuela, novela original de Eugenio Díaz». Apéndice, T.II de Eugenio Díaz Castro, Novelas y cuadros de costumbres. Bogotá: Procultura, 1985.

2 Ibid. «El señor Eugenio Díaz».

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146 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

su patrocinio, el señor Vergara conceptuaba que era «la tierra calien-te... trasladada al papel, como si se hubiera empleado para ello eldaguerrotipo». Vergara, como muchos críticos después de él, insistíaen la exactitud verista del escritor. Este rasgo parecía quedar confir-mado por la vestimenta misma de Díaz y por una supuesta falta deeducación que debía haberse suplido con «los libros que había leídoen la naturaleza». Nada de esto podría inducimos hoya pensar fa-vorablemente sobre las cualidades literarias de una novela. Pero pa-recía ser suficiente para alimentar una imaginería del siglo XIX sobrelos milagros del oficio literario. El libro que Díaz le traía al señorVergara se presentaba como el testimonio de primera mano de unmundo extraño y remoto para este último, una especie de emanacióndirecta de lo que don José María admitía graciosamente como <~-

tras costumbres pop~l_~!es».Con los detalles del relato de su encuentrocon EugenioDíaz, Vergara y Vergara certificaba la autenticidad delnovelista y una competencia indiscutible sobre las materias que tra-taba.

Don Salvador Camacho Roldán se ocupó de Manuela3• Su interés

en la novela no era literario sino que quería hacer resaltar en ella elvalor documental. Don Tomás Rueda Vargas insistía también en estecarácter documental de Manuela4

. Le parecía que su interés principaldebía residir en que trataba de «los problemas sociales que ocupanen el día de hoy la mente de sociólogos y estadistas».

Pero, por lo demás, el juicio propiamente literario sobre los escri-tos de Eugenio Díaz ha sido ambiguo. Según Vergara y Vergara, «elestilo es caluroso y pintoresco, lleno de imágenes de buena ley,gracio-sas, originales; su lenguaje es incorrecto pero está exento de galicismosy de neologismos, porque Díaz no conocía la literatura extranjera»5.En otras palabras, Díaz no había tenido una cultura literaria y sus

3 Camacho Roldán, «Manuela, novela de costumbres colombianas, por EugenioDíaz», en: Escritos varios. Segunda serie. Bogotá: 1893. pp. 494-513. Esta nota críticaapareció como introducción a la edición de Manuela hecha en París en 1889.

4 T. Rued-aVargas, «Prólogo al lector» de El reojo de enlazar, Edic. Bogotá: BibliotecaPopular de Cultura Colombiana, 1944.

5 «El señor Eugenio Díaz», cito

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virtudes y defectos provenían de su carácter elemental. Por su parte,Daniel Samper Ortega6 hacía explícitos los prejuicios de Vergara so-bre el lenguaje de Díaz y ya no hablaba de incorrección sino de «rus-tiquez y desmaña». A Manuela apenas le concedía «el valor relativode toda novedad» y uno más permanente como documento de unatendencia literaria. Para don Tomás Rueda Vargas, Díaz ni siquieraostentaba «el más leve alarde literario». A 10 sumo, sus escritos apa-recen como una especie de fruto espontáneo y silvestre, en los quelas cualidades literarias se confunden con las cualidades mismas delos rústicos objetos que describen: «encanto sobrio y sencillo comoun bordón de guayacán». Sólo don Baldomero Sanín Cano se abstie-ne de identificar «naturalidad» y «sencillez» con «desmaño» o «in-corrección» y supone que Eugenio Díaz debía tener alguna clase deformación literaria7

. '.

Sin duda, la sentencia definitiva sobre la calidad de la escrituray del estilo de un autor constituye una de las piezas más importantespara incluido en un canon literario nacional. Sin embargo, la críticadebe ir un poco más lejos. El hecho de que una obra tenga una inten-ción claramente literaria obliga a preguntarse por un significado. Amenos que se confunda el contenido de las obras literarias, ese uni-verso que aún el escritor más realista abstrae de manera fragmenta-ria y deliberada de su entorno, con la realidad de la cual constituyenun documento. El realismo ingenuo, el apego a la naturaleza o laafición a pintar tipos sociales, en fin, sus pretensiones fotográficas,han hecho ~e~confiar del costumbrismo com9Jiteratura. Por esta ra-zón se hace énf~sis más ]:,ienep su valor documental o, en el caso deÉugenio Díáz~~~su c(irácter de testimonio directo, como si se tratara~e una curiosidad etnogr,áfíca. tñ el caso de esté escritor 'nI si'quierase separa su condici6n social, su apariencia personal o el carácter del

6 «Don Eugenio Díaz», en: Una ronda de don Ventura Ahumada y otros cuadros. Selec-ción Samper Ortega de literatura colombiana. Bogotá, s. f. doña Elisa Mújica supo-ne que este prólogo fue escrito por el responsable de la colección. V. «Nota críticabiográfica sobre Eugenio Díaz Castro», el excelente estudio que sirve de introduc-ción a la edición de Procultura.

7 Baldomero Sanín Cano, «Eugenio Díaz», en: Escritos, Bogotá, Instituto Colombianode Cultura, 1977 p. 417.

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148 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

contenido de su obra. Los escasos datos sobre su persona se incor-poran arbitrariamente como una clave del verismo de sus escritos.

Laverde Amaya8 describía la obra de Eugenio Díaz como «un pa-norama de muchísimo mérito, de seductora realidad que, a modo deespejo clarísimo en que se reflejan hasta los más insignificantes de-talles, dan completa vida y animación al asunto y fijan de un modoindeleble la faz curiosa, original y verdadera, de hábitos que poco apoco van modificándose». Con esto se presumía que su valor litera-rio se derivaba de un acceso de primera mano a las costumbres delcampo. Cuando, a la pregunta de si era escritor, Eugenio Díaz respon-día modestamente: «De costumbres del campo, nada más», el señorVergara exclamaba: «como quien dice: 'no tengo más riqueza queuna mina de oro' ».De esta manera ha quedado fijado el valor etnográ-fico del testimonio de Eugenio Díaz. Él, a diferencia de sus contem-poráneos citadinos de El Mosaico, tenía acceso a la estofa perecedoray arcaica de unas costumbres destinadas fatalmente a desaparecermuy pronto.

LA NOVELA LATINOAMERICANA: ¿ABSORCIÓN EN EL PAISAJEO PROBLEMAS DE FIGURACIÓN?

Don Salvador Camacho Roldán, el menos literario de los críticos deManuela, formulaba con claridad uno de los problemas centrales dela novela costumbrista. Según Camacho Roldán, la novela de cos-tumbres remontaba sus orígenes a Cervantes y en el siglo XIX habíasido revivida por Walter Scott, Dickens, Cooper y la señora Beecher-Stowe. Colocaba en la misma tradición a Eugenio Sué, Balzac, Man-zoni, Pereda y hasta Tolstoi, Gogol, Dostoievski y Turgueniev.

Este problema era retomado en 1960 por Hernando Téllez9, en

términos aparentemente similares. Según Téllez, «los apologistas delcostumbrismo pueden reclamar para el género a Cervantes, a Dos-toievski, a Tolstoi, a Shakespeare, a Balzac, a Flaubert». Sin embargo,

8 Citado por T. Rueda Vargas, Op. cit.9 Hemando Téllez, «El costumbrismo», en: Textos no recogidos en libro. Bogotá, T. 2,

Colcultura, pp. 561-565.

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MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DtAZ 149

las razones que daban origen a estas dos series de asociaciones sondiferentes. Para don SalvªdQLCamachQ,_C.Qmopara muchos de suscontemporán;;s,la novela no debía contentarse con se~~!lmerQ..l2!Q-dUctodelaimagihacion~· en cuyo··ciisole·pareCíaque estaba destinadaapenas a alImentar o·ciosas ensoñaciones sentimentales de las jóve-nes, cuando debía contribuir a reformar costumbres viciosas y a lla-mar la atención del poder sobre situaciones sociales injustas.

Esta visión victoriana de la novela desapareció con el siglOXIX ypara Hernando Téllez el problema era de naturaleza estrictamenteliteraria. ¿Era el costumbrismo una «categoría literaria de segundorango» frente a' la gran novela europea? En cierto sentido, podríadecirse que los genios de los géneros narrativas habían sido costum-bristas. Colocar, corno lo hacía Camacho Roldán, a la señora Bee-cher-Stowe, a Eugenio Sué, a Pereda alIado de Cervantes, Dickenso Balzac, contribuía a reforzar todavía más la confusión. Pero Her-!nando Téllez no podía dejar de percibir claramente el abismo estéti- \co que existía entre la gran novela europea y nuestro costumbrismo. \¡

La gran novela no debía contentarse con la descripción de tipos ge-néricos sino que debía acceder a '~\ .} .

, ~ e- 1+un plano más rico y complejo, más problemático, donde la presencia del'. ~\'~:"'-'.conflicto de la persona humana o su ausencia de conflicto, que es también ("¡¡ o/ o\",'fconflicto, le da a la creación literaria su trascendencia verdadera. r IZ-::: ..¡ \-v<

. ~~Podría agregarse que en la novela hay una poética de formas fun-

damentales que no quedan confinadas a lo circunstancial de tipos ode clases sociales definidas histórica o sociológicamente.

Hernando Téllez proponía también el problema de la novela enLatinoaméricalO

• Hace poco menos de treinta años este era un temaconsabido de la crítica literaria entre nosotros. La comprobación deun florecimiento de la novela en los Estados Unidos, que había co-menzado en los años veinte y cuyas grandes figuras estaban todavíaen su apogeo en los cincuenta, inducía a esta impaciencia y a losinterrogantes sobre las condiciones que hacían posible la «gran no-

10 Agradezco a don Renán Silva haber llamado mi atención sobre las tesis de Hernan-do Téllez,

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150 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALeS

vela». Hernando Téllez encontraba una constante histórica, desdelas remotas crónicas de la conquista hispanoamericana, en una so-ciedad que había sido siempre absorbida por el paisaje. Proponía,para que se diera una novela «en al cual el hombre aparezca enfren-tado consigo mismo, con su propio misterio», encarar la tarea decrear una novela urbana, dejando de lado los temas rurales que ha-bían dominado hasta entonces.

Hoy, a diferencia de hace un cuarto de siglo, parece posible re-conciliarse con esta tradición de temas rurales. El problema de laexistencia de la novela latinoamericana ya no se plantea, aunque to-davía quepa preguntarse si se ha logrado una gran novela urbana.De todas maneras, el problema que proponía Hernando Téllez sirvepara orientar la discusión sobre el desarrollo histórico de la narrativaen Colombia. Alterando un poco su formulación, la pregunta sería:¿por qué la narrativa en Colombia ha tenido la tendencia a eludirproblemas éticos fundamentales? Al mismo tiempo, puede hacerseeste otro interrogante: ¿por qué la tendencia a la descripción de tiposgenéricos, es decir, al costumbrismo?

La dialéctica latinoamericana entre el hombre y un paisaje ab-sQrbente parecía dar cuenta de la rudeza de una sociedad en la cual,desde sus orígenes, l~ tarea más urgente parecía ser la de hu~r~spacios~enes. Pero esta observación omitía el hecho de que, aunen el caso de los cronistas, las descripciones minuciosas de la natu-raleza o del hombre salvaje estaban pobladas con fantasmas euro-peos o con las expectativas del hombre europeo de lo maravilloso.Pero se omitía sobre todo que estas descripciones rivalizaban en lostextos de los cronistas con el asombro que querían transmitir y per-petuar hacia las hazañas desmesuradas de los conquistadores. Si seexcluye esta pretendida absorción en la naturaleza, habría que bus-car la explicación de la ausencia de una preocupación ética en lasestructuras mismas de una sociedad hierática, en la cual quedabaexcluida toda visión de las relaciones humanas como conflicto.

Pero no debe insistir se demasiado en apelar a una instancia ex-traliteraria para explicar fen6menos que ocurren en el ámbito de laliteratura. Las dificultades de la narrativa latinoamericana no po-dían residir tanto en un paisaje absorbente o en unas estructuras so-ciales incapaces de liberar la individualidad como una falta de

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adecuación de la figuración literaria a su objeto. La realidad ameri-cana parecía oscura y caótica sencillamente porque faltaban herra-mientas de figuración, esos esquemata que describe E.H. Gombrich yque hacen posible la obra de arte. Frente a las convenciones literariaseuropeas, la realidad americana -se tratara de la naturaleza o de lasociedad- resultaba doblemente extraña.:No es un azar que el cua-dro de costumbres buscara aislar fragmeritos de la realidad y se en-carnizara en copiados una y otra vez. Antes que una visión moral,la literatura imponía una visión plástica destinada a apropiarse unarealidad rebelde para la cual debían ser creadas metáforas adecua-das. La mimesis literaria quería producir en este caso efectos simila-res a los de la pintura de género, el bodegón o la naturaleza muerta.Entre nosotros, la narrativa estuvo asociada al mismo impulso quefijab~en las acuarelas de los viajeros los tipos dispersos en una vastageografía.

EL CONFORMISMO Y LA TRANSGRESIÓN SOCIAL

Una de las dificultades que se atraviesan en los juicios literarios so-bre Manuela es su llamado carácter social. Camacho Roldán y RuedaVargas la comparaban en su intención primordial con La cabaña deltío Tom. Ambos parecían creer que la novela de la señora Beecher-Stowe había tenido una influencia efectiva en la abolición de la es-clavitud en los Estados Unidos. De una manera similar, la obra deEugenio Díaz debía estar destinada a corregir abusos sociales entrenosotros.

Al parecer, Eugenio Díaz escribió la mayor parte de su obra lite- ¡raria en los últimos diez años de su vida, entre 1855 y 1865. Segúnsu propia denominación, él pertenecía a la generación de los colom-bianos, es decir, de aquellos que habían comenzado a vivir su vidaadulta bajo el régimen de la Gran Colombia (había nacido en 1803).La creación literaria tardía parece haber sido una respuesta a los acon-tecimientos históricos que se precipitaron entre marzo de 1849 (laelección de José Hilario López) y diciembre de 1854 (la caídá delgeneral Me10).La avalancha de reformas liberales que ocurrieron eneste lapso parecían amenazar las raíces más profundas del orden ru-ral que el novelista había vivido. A pesar de su personal escepticis-

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152 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

mo sobre los cambios, su obra aparece como el testimonio excepcio-nal de un momento cuya importancia histórica se ha subrayado unay otra vez. En parte, era la respuesta irónica pero complaciente en elfondo de un hombre maduro y conservador a la irrupción en la po-lítica de una generación que no quería saber nada de las glorias mi-litares de la Gran Colombia..:!Una generación impaciente e idealistaque quería su propia revolución y que estaba moldeada en los exce-sos retóricos de Lamartine: Más profundamente, la obra de EugenioDíaz era la exploración sucesiva de frágiles equilibrios sociales queel novelista sentía amenazados. Primero, el de un mundo constitui-do por aparceros, estancieros, arrendatarios y peones en Manuela y,luego, el de ese otro mundo, que parece tan distante del primero,constituido por los hacendados de El rejo de enlazar. ,Podría agregar-se que Eugenio Díaz intentó penetrar también la artificialidad del«alto tono» bogotano, ese olimpo repleto de gracias y cortado igual-mente de los otros dos mundos, en Los aguinaldos en Chapinero.

Esta exploración sucesiva y caleidoscópica es notable en la medi-da en que la fragmentación y el desplazamiento sociales conllevanen Eugenio Díaz una fragmentación y un desplazamiento del puntode vista moral. Lo que ocurre en cada uno de estos mundos ni si-quiera parece rozar con el otro. Pero los mismos actos, en uno y otromundo, poseen un significado moral diferente. El infortunio de unestanciero, al que el propietario arrebata su parcela, no enturbia enlo más mínimo el benévolo mundo de los hacendados cuyo distinti-vo son las «ideas caballerosas y nobles» y tienen un monopolio de«la ilustración y la probidad». Para el estanciero, se trata de una des-gracia tan inevitable como el rayo o las inundaciones. El propietario,por su parte, se limita en este caso a ejercer un derecho. Cuando seabstiene de ejercerlo, su omisión constituye un acto de generosidad.Así, la vida de los estancieros es posible siempre y cuando no seagite el olimpo que reposa sobre sus espaldas. La libertad y la justi-cia posibles se fundan en el inmovilismo social. La supervivenciaeconómica parece reposar también sobre esta inercia, puesto que «enla Nueva Granada ninguno se muere de hambre», «ni la tierra de laNueva Granada se niega a sustentar al que tiene manos».

Los infortunios femeninos son igualmente abstractos, pues elmundo de las mujeres es también un submundo. Uno de los perso-

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najes de Manuela que «ha echado por la calle de en medio» lo expre-sa con precisión:

Guarecidas como las ratas entre los cimientos de las mejores casas de Bogo-tá, somos como de nación separada. Teniendo relaciones íntimas con la so-ciedad, la sociedad nos desdeña.

Estos infortunios de la mujer surgen siempre porque no estánsuficientemente vigiladas y resguardadas de peligros infinitos, con-cebidos con una infinita gazmoñería.

Eugenio Díaz no se equivocaba respecto al significado global de Ilas relaciones sociales en el mundo rural del siglo XIX. Lospropietarios Ieran señores feudales. Los trapicheros, los arrendatarios, los peones, I

eran una masa de desposeídos y de explotados. Pero en el mundo de \sus novelas estas relaciones abstractas no se concretan en un solo·conflicto individual, no hay (y esto obedece a razones estéticas delautor) un enfrentamiento entre un propietario de carne y hueso yuno de sus arrendatarios. Toda relación entre estos extremos socialesestá amortiguada por una turba de intermediarios y los universos depropietarios y desposeídos no llegan nunca a tocarse.

Eugenio Díaz utiliza el recurso de la novela clásica de desplazara sus personajes por campos abiertos o entre montes y breñas. Peroestos itinerarios no significan en modo alguno una transformación.Los personajes del costumbrismo no tienen un itinerario distinto alde sus meros desplazamientos físicos, puesto que no pueden sufriruna transformación de su condición social o de su condición moral.Dramáticamente, la muerte de Manuela, la heroína de la novela, esun exabrupto, como las muertes que ocurren en el teatro de guiñol.Hubiera podido perfec!amente no ocurrir! puesto que la heroína seencontraba, como en el principio de la obra, sin estar en posesión deuna verdad o sin haber transgredido un límite invisible. Su transgre-sión hubiera podido ser, en la lógica de los mundos separados deOíaz, el acceso al mundo de don OemóstenesJ Pero aquí radica pre-cisamente la imposibilidad dramática del costumbrismo. El univer-so de la heroína, la descalza Manuela y el de su huésped, el calzadodon Demóstenes, deben girar armoniosamente uno alIado del otro,sin entrar en colisión. Dentro de esta lógica, los malvados deben per-tenecer al mismo rango social que los oprimidos. Si el sistema de las

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haciendas oprime, lo hace en la figura de mayordomos despiadados,seguramente sin que lo sepan el benévolo propietario y su encanta-dora familia.

En Manuela, el factor de perturbación es don Tadeo, un personajeque tiene la función narrativa de precipitar la trama. Como tal, es unpréstamo ingenuo a las tramas rocambolescas de los folletines fran-

.ceses de la época. Pero don Tadeo es también la figura de la trans-gresión social. El don es una usurpación y por lo tanto un signo desu transgresión. En él se opera la alquimia nefanda del ascenso so-cial a través de la política. Don Tadeo, quiffi curiosamente apenasaparece en unos pocos cuadros de la novela y sin embargo muevetodos los hilos de su trama, es el producto de las perturbaciones yde los desórdenes. Como transgresor de las jerarquías sociales legí-timas es la fuente de la tiranía y el desorden. Pero, paradójicamente,sólo a través de este personaje maldito pueden expresarse la totali-dad de las querellas de los oprimidos. En una de sus raras aparicio-nes, don Tadeo se expresa con fuerza inusitada:

¿Pero qué? ¿Los hacendados, no hacen lo que se les da la gana? ¿Don Leo-cadio desde su castillo feudal, como dice don Demóstenes, no gobierna consus leyes propias doscientos arrendatarios que no obedecen a las autorida-des sin tomar su parecer? ¿No defiende a los criminales y reos prófugos,porque este servicio le cuesta menos que el servicio de los hombres libres?¿No se excusa don Leocadio del servicio público que imponen las leyes, yde los ser'vicios privados de caminos y puentes? ¿No les prohíbe a sus arren-datarios que cumplan con el servicio personal de los caminos, por tener elgusto de que los pobres de otros sitios o partidos hagan camino para él ypara sus mulas? ¿No sentencia y castiga como señor feudal? ¿Y qué le su-cede a don Leocadio? ¿Qué les sucede a todos los que hacen su gusto atro-pellando leyes y autoridades? ¿Quién los acusa? ¿Quién los castiga? Losmajaderos, los sumisos, los santos son los que la llevan perdida, o diremosmás bien, los zoquetes. ¿Los intereses de los escrupulosos no van a dar a lasmanos de los hombres vivos y de empresa y que no se paran en pelillos?¿Qué vamos a hacer, si esto no es sino el efecto de una constitución acomo-da ticia, de una legislación floja y de una política que santifica la impunidadde los delitos? ¿Qué se hace en este caso? ¿Ser víctimas de los atrevidos, oser atrevido con los atrevidos?

y poco antes don Tadeo había sostenido que la sociedad no eraotra cosa que «la guerra eterna de los ricos contra los pobres». Por

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lo atrevido, este discurso sólo podría ponerse en boca de un réprobosocial. Alguien cuya visión extrema de la realidad lo impulsaba ;;;'0transigir con el equilibrio sino a actos extremos de incendio y exter-minio. Por tratarse del único personaje que transgrede el orden socialy niega reconocimiento a las jerarquías sociales establecidas, don Ta-deo es el único también que ofrece posibilidades de un conflicto ver-daderamente novelesco.

LA AFIRMACIÓN DE UNA CULTURA

Nadie ha resumido mejor que don Salvador Camacho Roldán elasunto social y político de los cuadros de costumbres contenidos enManuela. A don Salvador, uno de nuestros mejores observadores enel siglo XIX, no podía escapársele la exacta localización geográfica dela novela, ni el carácter fragmentario de esta localización con respectoa la geografía del país, ni el tipo de unidades agrícolas de explota-ción económica, o su configuración y su universo social de propie-tarios ausentistas, de mayordomos, arrendatarios y peones, ni susrelacioñes con una cabecera semiurbana de origen relativamentereciente, ni el momento histórico de los episodios o sus actores po-líticos (draconianos, gólgotas, conservadoresL:iSin embargo, el resu-men sociológico e histórico no corresponde exactamente al cuadrodel costumbrista. ¿Qué se le escapa? Para Camacho Roldán, comopara muchos de sus contemporáneos ilustrados, las costumbres de

Ja parroquia y de la hacienda no eran sino un testimonio del atrasoy, de acuerdo con sus deseos, estaban destinadas a desaparecer irre-mediablemente. Eugenio Díaz veía las cosas de una manera diferen-te, Má.sallá de la controversia política o de su evidente conformismosocial, su testimonio permanece como el testimonio de un universocultural. El cura de la parroquia resume así la experiencia de su vi-sitante, el cachaco don Demóstenes.

Usted ha hecho en la parroquia un estudio más provechoso que el que hizo \en los Estados Unidos. Allá vio usted cómo es un pueblo extraño; aquí havisto cómo es nuestro pueblo. Allá vio usted qué civilización se debe imitar;pero aquí ha visto qué vicios hay que corregir. Estoy seguro de que si vausted al Congreso, no se acordará de legislar de lo que vio allá, sino de lo

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que existe aquí. Mi súplica, pues, consiste en que no se olvide usted de lavida de laparroquia.

Hay un espesor en las costumbres que la prédica política no pue-de penetrar. Cuando lo hace, es sólo en apariencia y no trae consigocambios sustanciales. Ala sumo, contribuye a trastocar pasajeramenteun orden natural, a crear apariencias detrás de las cuales permaneceintocada la dura almendra de la jerarquía y de la deferencia. El equi-librio de ese orden natural debería traer la felicidad y el sosiego,pues el crimen y la desdicha son el resultado de los «refinamientosde la civilización».

Nada más parecido al estado primitivo de la naturaleza que este agrestecuadro; mas las dos personas que figuraban en él tenían el corazón deshe-cho en lágrimas, derramadas por los sufrimientos que en otras partes sonel resultado del gran refinamiento del lujo y de la civilización. Nuestras dosheroínas estaban sufriendo los resultados de los grandes crímenes, sin ha-ber disfrutado los goces de los pueblos cultos, que es lo que sucede cuandose desmoraliza a los pueblos antes de civilizarl0l"_

Los adjetivos que don Demóstenes, el gólgota citadino, endilga alas cosas de la parroquia: colonial, retrógrado, supersticioso, fanáti-

I co, teocrático, monástico, viejo, etc., no hacen sino afirmar, por con-I traste, la c-ºE!~~~r~~~nt€-d~una..cultUIa. En Eugenio Díaz hay un1: paralelismo entre la permanencia inalterada por más de tres siglosi de objetos de la vida material, como el arado de madera o la piedra, de moler, y la inmutabilidad de las costumbres. En ninguno de los

dos casos hay atraso. Se trata a lo sumo de una condición del ser dela vida campesina. En todo cambio, en toda transformación, hay unapérdida de esencia. A don Demóstenes le parece que el concubinatoen que vive Dimas, un humilde estanciero, traduce un estado avan-zado de civilización o el término deseado de sus ideales políticos, laabolición de la teocracia. A lo que el cura de la parroquia le observa:

Aquí tiene usted un problema social de grandes trascendencias. ¿Ganará operderá la sociedad granadina con tener la mayor parte de las familias pa-recidas a la del ciudadano Dimas? ¿Está la familia del ciudadano Dimasmuy ilustrada, o se halla más bien en estado de salvajismo? ¿Han adelanta-do en ilustración las gentes de esta parroquia todo lo que debieran en cua-renta y seis años de independencia? .

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y cuando don Demóstenes se escandaliza por el carácter paganoy supersticioso de las celebraciones del San Juan en la parroquia yreprocha a la Iglesia no hacer nada para corregido, el cura la explica:

Porque está arraigado en una costumbre de origen remoto, porque es unatradición popular.

y agrega más adelante:

En una república no se puede legislar contra los usos religiosos ni contra losusos superticiosos, porque los legisladores son el pueblo y no pueden legis-lar contra sí mismos, esto es, ninguno se quiere dar con una piedra en losdientes.

Frente a este partí prís por la cultura del mundo rural tradicional,sorprende un poco la relativa neutralidad de Eugenio Díaz con res-pecto a ese nuevo mundo que se había abierto para los trabajadoresrurales con el cultivo del tabaco en Ambalema. Bien es cierto que allílas mujeres tomaban un «cierto aire de livianidad y descoco» pero elcuadro subraya también los efectos liberadores de un salario regular.Esta experiencia social era en todo caso demasiado reciente (puesapenas databa de unos diez años cuando Díaz escribía su obra) peroel novelista ya podía intuir que en ese nuevo mundo se disolveríanpara siempre las jerarquías y la deferencia del mundo rural:

... Manuela preguntó a su paisana cuál era el amo de su trabajo.-¿Amo? exclamó Matea, haciendo sonar uno de sus cachetes con el puñoque se dio. ¿Amo? De eso no se usa por aquí.-¿Cuál es el que las sacude con la zurriaga, pues?-¿Esta es la zurriaga que gobierna todas las cosas, dijo Matea, mostrándoletres o cuatro fuertes.

EL VER, EL OÍR

La desconfianza hacia 10~_mfut9.Q}iterarios_deL~0 se fun-daba en parte en su espontaneidad. El escritor se acercaba a una rea-lidad cotidiana e inmediata que podía reproducir por su mismafamiliaridad con ella, sin apelar a ningún artificio descriptivo y sinintentar modificarla con una invención propia. Este procedimientosuponía una capacidad espontánea del lenguaje para calcar la reali-

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dad. Por esto se suele repetir que los escritos de E. Díaz poseen unacualidad fotográfica, un verismo que se compenetra con los objetosde la naturaleza.

Ocurre sin embargo que las descripciones de la naturaleza enManuela están lejos de parecer una reproducción fotográfica, si poresto se entiende una copia en la que cada fragmento de la realidadestá traspuesto en una reproducción. En realidad, en los escritos deDíaz ni siquiera hay una naturaleza. Su tierra caliente no tiene tex-tura, olor ni color. Su presentación es simplemente una enumeraciónprofusa de objetos, un amontonamiento. Nada parece más artificial,menos espontáneo que estas descripciones sin artificios. La natura-leza del costumbrista es un simple catálogo, en el que cada entradava acompañada de una descripción botánica o zoológica elemental:

El suelo estaba limpio en algunas partes, y en otras tupido de helechos, debejucos de largos tallos de la apreciable zarzaparrilla; en algunos sitios sehallaban como almacenados los montones de fruta llamada castaña, cubier-ta de una cáscara parecida a la del cacao, que tiene la consistencia y el sabordel haba.

Lejosde ser una pintura o una fotografía, el catálogo no disimulasu carácter detrás de algún recurso descriptivo que involucre lossentidos o las emociones de los espectadores. La enumeración deárboles, frutos, arbustos, flores o animales tiende a ser exhaustiva,como si acabara de tornarse de algún manual de botánica o de zoolo-gía. Este inventario de objetos individualizados e identificados conun nombre y alguna «apreciable» cualidad no basta para crear unaatmósfera de tierra fría o de tierra caliente. Ninguno de los objetosque pueblan los campos o los montes tienen tampoco una funciónnarrativa. Están allí, artificiosamente, corno los objetos muertos deun museo de historia natural. Las fórmulas de E. Díaz para el paisajeson las mismas fórmulas de algún viejo manual escolar olvidado.

El elemento verista de los cuadros de costumbres de E. Díaz noreside en una copia fotográfica de la naturaleza. La atribución deveracidad pasa por la experiencia de otra forma de figuración, la dela pintura. El lenguaje costumbrista se esfuerza por aproximarse noa la realidad bruta sino a las formas de composición de los grabadosde la época. Los cuadros de costumbres se pintaban literalmente o,

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según la divisa de E. Díaz, ncLSe.J.ny.entabalLsinQ.Jluese copiaban.Ciertas realidades cotidianas trascendían su familiaridad por su cuali-dad pintoresca. En Eugenio Díaz son cuadros fijos,llreiterados, en losque se ensaya unª--Y-_Qtrªyez. En el trapiChe, el~ey;1a trírr;,- seeSfuerza porreproducir las cualidades plásticas y crear una conven-ción literaria equivalente al claro-oscuro, el movimiento violento ysudoroso, la confusión de bestias y hombres.

La transposición en los diálogos del lenguaje popular es más di-recta. Aquí, el instrumento verbal se identifica de manera inmediatacon la llaneza de su objeto. El oído de E. Díaz capta y reproduce confidelidad sus cualidades plásticas. Pero este lenguaje, como el de lascostumbres y el de los rituales colectivos en el trabajo y en el goce,estaba destinado a desaparecer. De allí que la obra de Eugenio Díaz \aparezca como una etnografía elemental y no como lo que queríaser, la afirmación orgullosa y melancólica de una cultura.

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este libro se terminó de imprimir en agosto de 1997en los talleres de tercer mundo editores.

era. 19 no. 14-45, tels.: 2772175 - 2774302 - 2471903.fax 2010209 apartado aéreo 4817

santafé de bogotá, colombia.

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