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Pablo Cuen “Una Casa Llena De Moscas”

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Pablo Cuen

“Una Casa Llena De Moscas”

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INDICE

1. Un Mes

2. In Vino Veritas

3. Aquí No Hay Pecadores

4. Algo Mejor

5. Una Mención Honorífica

6. Una Casa Llena De Moscas

Sinopsis breve:

Seis relatos en los que se descubre el mundo sensible de diferentes personas;

quienes buscan un sentido profundo a la vida, algo más que el terrible cotidiano. La

familia, el amor, la fe, la infancia, la vejez, el sentido cíclico de la vida, los hace

descubrir más sobre sí mismos.

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Un Mes

Una silueta apenas perceptible en la oscuridad.

¡Te prometo que todo va salir bien! –Solía decirme –; con su voz ronca y

labios apretados. Puedo decir, ahora más que nunca, que no había tenido tanto

miedo de algo antes. La pura idea era tentadora. Ahora que el tiempo ha pasado,

ya no puedo recordar todos los hechos, o los factores que me hicieron tomar

decisiones; ahora solo puedo recordar una vida larga y muy bien vivida.

Desliza una mano por sus muslos, descubre que ha olvidado ponerse una toalla

femenina. Se levanta; sus dedos están manchados de sangre. Sobre la silla aparece

una rodaja roja, como si hubiera dejado un trozo de tomate.

Judith se dirige al balcón. Abajo, la calle está repleta de gente alegre, el bar de la

esquina está abierto. Ella lo miraba todo; el olor jazmín le recordaba la casa de su

infancia.

Querida Mer, estoy a punto de emprender un largo viaje hacia el pasado,

dónde nos escondíamos de los fantasmas. Es un viaje que me aterra, pero lo voy a

hacer porque creo que es justo para ti.

Judith hace a un lado las cajas de zapatos que están regadas por el suelo. Al fondo,

sobre un muro, hay un cuadro que representa el fin del mundo, enmarcado con

madera antigua. La vitrina: llena de frascos, esferas de colores, recuerdos de sus

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viajes por el mundo, platos y cucharas, herencias. Libros que nunca leyó dentro de

cajas.

-Mamá, me tengo que ir, regreso a las ocho-. La puerta se cerró de golpe.

Aun te siento aquí, Mer, no te has ido, no podré descansar hasta contártelo todo.

Estoy empacando una maleta, la roja, la que te llevabas cuando viajabas a la playa.

Llevo ropa para un mes. Terminando el viaje dejaré de escribir; llegué a la

conclusión de que si alguien escribe es para que otro lo lea, y yo no quiero que

nadie me lea, solo tú.

Hay un olor peculiar en el aire, el polvo se removió y salieron a relucir los puntos

que no se habían limpiado en meses. Por ejemplo: encontró un bolígrafo azul que

le había reglado su padre, ella creía que lo había perdido y había culpado a la

empleada. Debajo del sillón de la biblioteca había una moneda y mucho pelo. Judith

lo juntó todo, alguno de esos pelos podría ser de Mer.

2

Facciones suaves, sensuales labios, arrugados, aun se nota que esos labios

besaron mucho. Se podía ver por la manera en la que hablaba, tratando de saborear

las palabras, como si fueran caramelos de vainilla.

Oportunidades hubo, hija. Las dejé pasar, como siempre. Aprendí mal

desde el principio. Algo que los padres siempre se reprocharán es la manera en la

que trasmiten sus demonios a los hijos, como una terrible sentencia. Si pudiera en

este momento tenerte en mis brazos, hija, te diría: ¡Ama! Ama al mundo y a los

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demás como si fuera la única misión de tu vida, porque todo lo demás, no vale la

pena, te lo digo yo, tu madre; te tuve adentro de mí y ese es el regalo más grande

que jamás tendrá igual con nada, por lo menos nada que esté en este planeta, y

quizá en ningún otro tampoco. Ojalá te hubiera podido enseñar el amor como lo

siento ahora por ti, ahora que ya no estás, es ahora cuando más siento que pude

haberte enseñado cosas sobre el amor. El amor de verdad hija.

-Buenas tardes, veo que está sola, ¿puedo hacerle compañía?-inquirió el hombre.

-No veo porque no –contestó Judith.

-¿Es usted de aquí? –preguntó el apuesto hombre.

-Si-.

-Ya me lo parecía, esos ojos son solo de esta región-. Añadió el encantador y

apuesto hombre.

-Supongo-.

-¿Cuál es su nombre? –. Judith palideció ante el ángel.

-Me tengo que ir-. Judith se puso de pie, dejó el dinero justo por el café que había

pedido y se marchó.

Tenía miedo, veinte años encima, ¿qué puede saber alguien a los veinte años? Lo

único que hice fue huir, me enorgullecí por lo que creía que era mi fortaleza.

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Quería hacer las cosas bien, ya había pecado antes hija, pecado de cinismo. Creo

que deberían corregir los siete pecados capitales y añadir el cinismo.

Había terminado de empacar la última caja.

-Mamá, ya está listo todo lo de la cocina. ¿Qué más hago? –preguntó Octavio.

-Vete a dormir, corazón. Pon tu despertador temprano.

-Sí, mamá –Octavio se dio la media vuelta.

-¡Oye! ¿No me vas a dar un beso?

Octavio miró a su madre y corrió a cubrirla de besos.

-No tengas miedo, el cambio siempre es bueno.

-Si.

-¿Me prometes que te vas a portar bien con tus tíos mientras esté fuera?

-Te lo prometo, mamá.

Tu hermano está molesto conmigo, supongo que en el fondo me culpa

por todo lo que ha pasado. ¡Es normal! Yo culpé a mis padres también, no hay nada

de lo que me escandalice. Me hice invulnerable, una vez más, peco de cinismo.

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No hay forma de saber lo que va a pasar en la vida, hija, por más que uno

estudie, o lea, o aprenda mucho sobre lo que se le antoje, no hay manera de

entender la vida, la vida es una compleja mujer, mucho más testaruda que cualquier

diosa griega. Tengo la ligera sospecha de que la vida es mujer.

Sobre un viejo coche, abordaron Judith y Octavio. Un camión de mudanza iba tras

ellos.

-Un mes nada más, ¿si hijo?

-Sí, mamá.

-Después de encontrar a Pedro regresaré y todo va a estar bien. ¡Te prometo que

todo va a salir bien!

-Lo sé, mamá.

Octavio se colocó los audífonos y se limitó a mirar la carretera.

Puso una canción en la radio, era una canción que hablaba sobre un

beso, no recuerdo mucho, solo el profundo vacío que me dejó el saber que yo nunca

había experimentado un beso así. Entonces lo vi, a tu padre, me dijo –ven. Si

pudiera describir lo que sentí en ese momento tendría que cantar. A diferencia de

lo que muchos pueden decir, yo si te desee, no fuiste planeada, pero desde el

momento en que supe que existirías, mi vida se clarificó, eras mi único motivo, Mer.

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-Quiero que seas obediente, hijo.

-Sí, mamá.

-¡Ven, Octavio, tengo muchos juguetes nuevos!-. Gritó su primo desde la ventana.

-¡Voy!

-Mamá – Octavio quería tener un momento a solas con su madre.

-Ve hijo, ve. Solo le digo unas cosas a tu tía y listo. Dame un beso –Octavio besó a

su madre y sintió un nudo en la garganta.

-Ten –Judith le entregó un libro de cuentos.

-Gracias, mamá –Octavio recibió el libro y corrió a la habitación de su primo.

Mientras este último sacaba los juguetes, el pequeño corrió hacia la ventana y vio a

su madre llorar mientras abrazaba a su hermana.

Judith subió al coche y los empacadores comenzaron a descargar en una bodega

que estaba al lado de la casa de la tía. Esa noche Octavio no pegó el ojo.

4

Con él me quedé, hija, no quise conocer a nadie más. Había algo extraño

en él, algo peculiar en la manera en que me decía que todo estaría bien. No sé de

dónde sacaba esa seguridad. Supongo que era su conocimiento. Yo empecé a leer

mucho y a cuestionar todo, nada me parecía suficiente, por eso me fascinó tu padre;

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me dio hambre por la vida. Pero tiene que haber justicia hija, hay que vivir bien y a

veces mal, es lo justo. No se puede estar siempre bien, ni siquiera la naturaleza lo

está. Hay veces que se vuelve violenta. Cómo el viaje a la playa, el primero.

-Inclínate hacia adelante, Judith.

Yo no quise. Se subió los pantalones y se fue a beber al bar.

-¿Señora? Creo que ya están abordando-. Dijo la señorita del mostrador.

Judith caminó por el pasillo del avión hasta llegar a su lugar, miró por la ventanilla y

rezó para que nadie se sentara a su lado, para su desgracia, una anciana ocupó el

lugar.

Algo se rompió esa noche, no lo tomes a mal. Algo dentro de mí, de pronto me di

cuenta de que no era todo perfección, fue ahí cuando conocí la justicia de la vida,

hay que pagar cada cosa buena con momentos malos. Mi madre siempre decía que

había que cargar la cruz, ya sabes, ideas de pueblo. Espero encontrar lo que busco,

no sé si lo encontraré, pero tu padre tiene que saberlo todo. Tiene que saber lo que

pasó en tus últimos momentos de vida y tantos otros que se perdió, tiene que saber,

que en un lugar en el mundo…

-Se tiene que abrochar el cinturón-. Dijo la azafata.

-Sí, claro, disculpe.

-¿Trabajo o diversión? –preguntó la anciana que tenía a un lado.

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Judith no supo qué contestar.

El avión despegó en dirección al aeropuerto internacional de Barajas.

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In Vino Veritas

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Querida Silvia:

Comienzo a recordar todo lo que hablamos la última noche que pasamos juntos; o

más o menos lo que me acuerdo, porque mi memoria falla, ahora más que nunca.

1

-Cuando todos los días se siente una extraña opresión en el pecho,

uno se pregunta muchas cosas. Me hace preguntarme si la gente que no tiene este

padecimiento es consciente de que no lo tienen o que no les duele nada ¿agradecen

por eso? Cuando se guarda un secreto, no se sabe que es más doloroso, si el

secreto en sí o la vergüenza de mantenerlo oculto. Cualquiera de los dos casos son

similares, los dos te dan extrema consciencia de la vida y a veces hasta de cualquier

situación, por más pequeña que sea. Llegamos a pensar que eso que se oculta está

visible para todo el mundo; lo que hace que personas como yo, tengan una mirada

diferente a la de los demás-.

-¿Qué puede ser tan terrible y vergonzoso? No hay nada que no puedas

decirme, y lo sabes- Ramón, besó a Silvia dulcemente.

-Hay que pagar por los placeres de esta vida, Ramón. Todos y cada uno

de los placeres que gozamos, los tenemos que pagar.

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-No pienses en eso.

-¿Por qué no?-.

-Aún no-. Ramón acarició el cabello de Silvia.

-¡Un día! si tan solo hubiera esperado un día-.

-¿Un día para qué?

-Decírtelo sería como arrepentirme de mi vida entera; de mi familia, de mis hijos,

incluso de ti. Pero, ¿qué más puede tener una vieja como yo? Solo arrepentimiento.

-No pudo haber sido todo tan malo-.

-No, Ramón, sin duda no lo fue, pero la posibilidad es lo que me tiene así-. Silvia

destapó una botella de brandy.

-No creo sea buena idea, es tarde y has estado cabizbaja todo el día.

-Por favor, no creo que una pequeña copa me haga mucho mal.

Ramón accedió y dejó que Silvia se sirviera un pequeño vaso. Contempló la

biblioteca. Parecía que ese día sería el final, se sentía en el ambiente la presencia

de la muerte. El sol comenzó a bajar y Ramón encendió las luces.

-Ramón, ¿puedo pedirte un favor? -. Silvia analizó el fondo de su vaso y

lanzó una mirada sugestiva a su acompañante.

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-¿Quieres más?

-Si no te molesta, ¿Qué puede pasar si me pongo un poco impertinente? –Silvia

esbozó una sonrisa y tímidamente entregó su vaso para que lo volviera a llenar.

-Nunca te he visto perder la compostura, ni por un segundo.

-Pero la perdí, muchas veces, en el pasado, claro está, lo más osado que hago

ahora es dejar escapar un gas de vez en cuando. Cuando no hay nadie cerca.

-¡Silvia, por Dios! –Ramón se echó a reír.

-¿Creías que yo no hacía esas cosas?

-Nunca me detuve a pensar en si lo hacías o no. Nadie se pone a pensar eso de las

demás personas.

-Deberías hacerlo de vez en cuando, resulta bastante gracioso. Uno puede imaginar

hasta lo olores, si se es creativo-.

-¡Silvia, basta! –

-¡O los sonidos, eso es aún mejor! He llegado a la conclusión que el sonido tiene

todo que ver con la risa, si alguien ríe escandalosamente, seguramente sus gases

lo serán.

-¡Silvia!

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-No pasa nada, ¿Quién va a reclamar a un par de ancianos por hablar de cosas

subidas de tono? –Silvia volvió a notar que su vaso estaba vacío.

Esta vez, Ramón decidió tomar un trago, acercó otro vaso y luego se recostó a un

lado de Silvia.

-¿Tienes idea de lo que hubiera dicho mi madre si nos hubiera encontrado así en la

cama? – Silvia comenzó a toser.

-Estoy seguro que tu madre está más despreocupada por eso que tú.

-Todo lo hice mal, Ramón. ¡Quiero llamar a mis hijos, que vengan, tengo que

pedirles perdón!

-No creo que te guarden rencor de ningún tipo, Silvia -. Reflexionó Ramón.

-No tienes idea de la cantidad de rencores que guardan los corazones de los hijos

de personas como yo -. La tos no cesaba. Silvia empinó el vaso de brandy y llegó

al fondo.

-¿Qué puede ser tan malo, Silvia? Quisiera decirte algo para no estés así de

intranquila. No debes emocionarte de más, no aceleres tu corazón.

-Mi corazón está cansado y roto y parchado y vuelto pegar. Soy como aquella

lámpara roja que cuelga del muro -. Ramón giró la cabeza y vio que, de hecho, la

lámpara roja había tenido reparaciones; si se ponía atención se podían ver las

pegaduras. La cadena de cobre había sido sustituida por un metal más barato, sin

embargo conservaba el encanto de los objetos antiguos.

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-Todos tenemos el corazón roto, Silvia, ¿Qué sería de la vida si uno saliera inmune

del cáncer, del amor y del vino?

-No sé cuál ha sido la mayor causa de muerte.

-El vino, definitivamente el vino –dijo Ramón.

-Brindemos por eso entonces, por el vino –Silvia levantó su vaso e indicó que le

sirviera un poco más.

2

-¡Mamá, me estás jalando cuero! –gritó Silvia de quince años. Estaba frente al

espejo, molesta; con las cejas jaladas hacia arriba y los ojos como de japonesita.

Su madre amarró una liga.

-¡Listo! ahora sí no se te va a escapar ni un pelo- analizó su madre.

-¡Me veo horrible! -. Silvia se enojó tanto que se quitó la liga y pasó sus manos

violentamente por su cabeza para despeinarse. Su madre le dio una bofetada.

-¡Grosera! ¡Ahora te peinas tu sola! -. Su madre salió de la habitación y la dejó ahí

sentada, sobre un banquito azul.

-¡Ni se te ocurra bajar despeinada! -gritó por el pasillo la madre.

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Cuando Silvia terminó de peinarse, con gran dificultad debido a lo rebelde que era

su pelo, se miró al espejo y pensó que parecía una monja. Estaba furiosa, se sentí

estúpida y le parecía que se veía verdaderamente ridícula.

La misa se celebraría a la una de la tarde; irían todos los amigos cercanos de la

familia y unos cuantos de Silvia. Su amiga Maricarmen le prometió que llevaría a un

par de chicos para que la conocieran. – ¡Ya eres toda una mujer, necesitas conocer

hombres! –. Dijo alguna vez su amiga de catorce años.

-¡Silvia! –gritó su madre desde la puerta.

-¡Voy! -. Tomó una bolsita y salió rápidamente de su habitación.

-¡Ya hiciste tu santa voluntad! ¿feliz?

-¡Sí! –contestó secamente la niña.

-¿Así quieres recibir a Dios, enojada y fea?

-No estoy fea-. Contestó Silvia mientras se subía al coche.

Su padre no decía nada. Una vez todos arriba, el coche avanzó por las calles de la

ciudad, Silvia miraba por la ventana, estaba tan enojada que tenía ganas de llorar.

La misa se llevó a cabo sin contratiempos y al final, Silvia recibió la bendición del

padre, quien la felicitó efusivamente y le dio un par de consejos gastados.

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-El otro día vi un álbum de fotos –comentó Silvia.

-¿Y qué encontraste?-.

-Las fotos de mi boda -Silvia le mostró el álbum. Lo abrió justo en una foto

de la consagración.

-¡Te veías hermosa, muy joven!

-Tenía quince años-.

-¡Qué feliz te veías!

-No lo estaba.

-¡Mira!–.Silvia cambió la página –es mi despedida de soltera, mis amigas me

regalaron utensilios de cocina y trapos y jergas. Ella era Maricarmen.

-¡Que carita! –Ramón observó la foto, se veía un grupo de amigos, al centro,

Silvia al lado de Maricarmen, sosteniendo un rodillo en la mano y la mirada perdida,

como si no entendiera realmente lo que hacía ahí.

-No sabía.

-¿Qué cosa? –preguntó Ramón extrañado.

-Lo que significaba lo que estaba a punto de hacer -.

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-Pero mira qué feliz te vez en la foto de tu boda –comentó Ramón; quería

levantar el ánimo de Silvia.

-Nadie se casa a los quince años, no era la época, ni los tiempos ni todo eso que

la gente dice para justificar la vergüenza.

4

El jardín de la casa había sido arreglado especialmente para fiesta de quince años.

Después de la misa todos los invitados llegaron, su madre le indicó que

permaneciera sentada en la puerta para recibir a todos y cada uno de los que fueran

llegando y que agradeciera sinceramente por los regalos que estaban siendo

colocados en la sala, arriba del piano de cola.

-Mamá, ¿puedo ir a quitarme este disfraz? –preguntó en susurros la niña.

-Es la primera vez que te ves como una mujer, déjame ser feliz por lo menos un día

–contestó entre dientes su madre mientras sonreía a los que iban llegando.

Llegaron uno tras otro, tíos, tías, primos hermanos, primos segundos, terceros y

hasta cuartos, el padrecito, amigos de sus padres, la maestra de música, la

secretaria de su padre, doctores y muchos más. Los músicos amenizaron la comida.

Silvia lo único que quería era quitarse el vestido y hacer cualquier otra cosa, menos

estar ahí.

-¡Qué bonita fiesta! –dijo una tía, de esas que Silvia veía solo cuando algún otro

familiar se casaba, se moría o cumplía quince años.

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-Gracias tía –.

-¡Pero qué cara! Parece que estás enojada.

-No estoy enojada, tía, solo tengo calor por el vestido.

-Me dijo tu mamá, que no te gustaba tu vestido y que estabas enojada porque no te

pudiste peinar.

-Ya sabes cómo es mi mamá-. Silvia no propició la conversación con la tía. Se puso

de pie y se disculpó.

Maricarmen llegó acompañada de dos chicos, a juzgar por su apariencia eran

hermanos. Recorrió todo el jardín y saludó efusivamente a todos. Algo que siempre

había envidiado Silvia de su amiga, es que ella sabía pretender mejor en público.

-¡Maricarmen, sácame de aquí! Estuve hablando con una tía que seguramente

falleció hace tres años pero no le han avisado.

-Silvia, te presento a José y a Pedro.

La joven quedó prendada en ese instante de Pedro y no se le despegó en ningún

momento. Bailaron todas las canciones alegres y al final Silvia se la pasó tan bien

que se olvidó del peinado, del vestido y del calor. Maricarmen se marchó con José

al caer la noche y no la volvió a ver hasta el día siguiente.

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5

Ramón le quitó a Silvia el vaso de la mano, se había quedado dormida. Recorrió la

casa y cerró todas las ventanas, apagó la luz de la sala de estar y del comedor.

Sobre una encimera del pasillo que se dirigía a los cuartos, Ramón no pudo evitar

sentir tristeza por Silvia, llevaba días y días recordando el pasado, arrepintiéndose

por todo.

En la cocina, sacó dos platos viejos y cortó dos trozos de ate de guayaba y regresó

a la biblioteca. Silvia tenía la cabeza ladeada y los labios entre abiertos, su

respiración era pausada y se podía percibir el silbido extraño que producían sus

pulmones. En los viejos álbumes, solo se veían fotos cortadas, Ramón sabía que

en los huecos, alguna vez estuvo Pedro. Le parecía muy curioso cómo la gente

buscaba con tanto ahínco desaparecer rastros de su pasado.

-Encontraste mis fotos recortadas – despertó Silvia.

-Perdón, no quería ser entrometido.

-No importa, yo he sido entrometida más de una vez.

-¿Qué era tan terrible de Pedro?

-Nada, nada era terrible. Fui yo la del problema.

-No te culpes, Silvia. Ya es de noche – Ramón miró por la ventana y pudo notar que

un auto se había detenido en la puerta.

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Cuando Silvia compartió con su familia que estaba embarazada de Pedro, la primera

reacción de su madre fue llorar y suplicarle a su marido que hiciera algo. El padre

solamente dijo que tendría que casarse con Pedro, para evitar el escándalo. Sus

otros hermanos se habían casado como tenía que ser, al tiempo que tenía que se

ser y Silvia no sería una excepción. La madre lloraba y se recriminaba el hecho.

Levantaba las manos al cielo y pedía por a virtud de su hija.

El embarazo se mantuvo en secreto y la boda de los niños se planeó. Pedro aún

tenía bigotillo delgado.

7

-Es tu hijo, Pepe – reconoció Ramón –

-Es el fin. Tengo que decirlo todo.

-A su tiempo, Silvia, a su tiempo.

-Ya no tengo tiempo, Ramón.

8

Los niños llegaron a la iglesia, acompañados de sus padres y juraron ante Dios, que

nadie los había obligado a ir ahí, que lo hacían bajo pleno uso de conciencia.

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-Pedro, me siento mal –susurró Silvia.

-Ya casi se acaba, espérate – Pedro fingía que rezaba.

Todos los invitados estaban regocijados.

9

-Buenas noches, Ramón. ¿Qué haces aquí todavía? –preguntó Pepe.

-Es mi novio, ¿cuándo lo vas a aceptar? –Silvia hizo una seña con la mano a Pepe

para que se acercara a ella, lo besó en la mejilla.

-Mamá, ¿qué día vas a dejar de hacer tonterías?

-El amor no es una tontería.

Ramón siempre había permanecido al margen de la relación cuando se trataba de

los hijos de Silvia. Si tan solo ellos pudieran entender que de verdad amaba a su

madre.

10

Silvia fue llevada con urgencia al hospital general de la ciudad. Lívida, juraba y

sentía que ese día moriría.

-Lo siento mucho, señora, pero la niña perdió al bebé. Su cuerpo era muy joven –

dijo el doctor a la madre.

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11

-No entiendo muy bien lo que pretendes mamá. Pero bueno, traigo los papeles del

abogado para que los firmes. Ya está todo arreglado.

-Todavía no me voy, mi amor.

-No lo veas así, mamá. Sabes que no te estoy apresurando.

-Ramón, ven. Acércate. ¿Puedes traerle a Pepe un poquito de ate?

Ramón sonrió y salió de la habitación, dejando a madre e hijo.

12

Iba a ser una niña. Silvia llegó a la fiesta dos horas tarde, aun lívida, permaneció

sentada todo el tiempo. El único momento en que estuvo de pie fue durante el vals

de los novios.

-¡Que cosa más rara, parece primera comunión! –dijo una tía lejana.

Salieron los novios, al caer la noche, a su viaje de bodas. Nadie se dio cuenta de

nada, nadie dijo nada, a pesar de haber notado a la novia muy desganada. Al día

siguiente el periódico publicó lo hermosa que había sido la fiesta y lo felices que se

veían los novios.

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13

-¿Sabías, mi amor, que cuando tu papá fue a pedir mi mano, tus abuelos no sacaron

la vajilla buena? –recordó Silvia.

-Parece algo que ellos harían.

-Estaban avergonzados de mí, por eso no sacaron la vajilla buena-.

Silvia le indicó que tomara un vaso y se sirviera brandy. Brindaron. Ramón regresó

a la biblioteca con un platito en la mano y se lo acercó a Pepe.

-Gracias –contestó y le arrebató el plato.

-Pepe, tienes un carácter muy feo, saliste como yo. Cuídate mucho del corazón-

Silvia tomó los papeles y firmó las hojas que llevaba su hijo-. Ya no tienes nada más

que hacer aquí entonces. Buenas noches hijo. Te amo mucho y siempre lo voy a

hacer.

-Me hubieras dicho eso hace muchos años, mamá-. Pepe tomó los papeles, los

guardó y besó la mejilla de Silvia.

El coche se alejó de la casa y Ramón cerró las cortinas de la biblioteca.

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13.1

-¿Qué te dijo la vieja? –preguntó Lorenzo a Pepe.

-Está recordando el pasado. Ahora sacó que cuando mi papá fue a pedir su mano...

y no sé qué tanto más.

-¿Seguía ahí el viejo ese?- Lorenzo se detuvo en el semáforo.

-Siempre está ahí. Seguro cree que se va a quedar con algo, pero mira –le mostró

los papeles–. Aquí está todo, ni con la casa se va a quedar.

-Yo voy a vender todo y me voy a ir a vivir a la playa –comentó Lorenzo-. Ahí pondré

un restaurante o algo y fin de la historia. Ni una sola estatuita de la sala quiero

conservar.

-Háblale a Ramiro y dile que ya tengo los papeles.

-Ramiro es un pendejo, no le voy a decir nada.

El semáforo se puso en verde y siguieron avanzando por la avenida.

-Oye, ¿crees que hagan cosillas en las noches? -preguntó Lorenzo a Pepe.

14

Después del viaje de bodas, Silvia se estableció con Pedro en una casita modesta

la colonia Jardines. Era uno de esos desarrollos que invadieron de pronto las

ciudades, donde solo se ven cientos y cientos de tinacos, donde los vecinos

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colocaron bardas en los jardines frontales y bloquearon las ventanas con cortinas y

construyeron terceros pisos que nunca enjarraron y levantaron aún más los tinacos

al cielo. Ahí nació Pepe, Lorenzo y Ramiro. Ahí Pedro se quedó en vela pensando

en cómo mantener a su familia, ahí Silvia se volvió anémica, ahí los niños pelearon

y gritaron y rompieron adornos, ahí Silvia metió a bañar con agua fría al insolente

Lorenzo cuando le pegó a su hermano en la cara con una pelota, ahí tuvieron

muchas mascotas, ahí, Silvia a los treinta años, decidió dejar la vida del hogar para

estudiar de nuevo, ahí se enfrió su relación por problemas de dinero, ahí

sobrevivieron a la primera devaluación, ahí Ramiro llegó llorando con el brazo roto

al intentar hacer una maroma, ahí se azotaron las puertas, ahí más de una navidad

los niños no recibieron lo que querían, ahí, siempre ahí en el imperio de los tinacos.

15

-No pude decirle nada, Ramón. No pude.

-No digas nada. Solo descansa mi cielo.

-Te dije que los hijos de personas como yo son distintos. Son raros.

-No creo, creo que son mal agradecidos. A veces pienso que los hijos nunca piensan

en nosotros. Están muy emocionados por vivir su vida.

-Tus hijos no son así, Ramón. Son un encanto. Pero eso es porque tú eres bueno,

no tienes horribles secretos, como yo.

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-¡Claro que los tengo! Tengo secretos muy feos. De esos por los que se terminan

los matrimonios.

-Lo bueno es que ninguno de los dos estamos casados ya -. Reflexionó Silvia.

-Somos un par de viudos. Melancólicos. Me hubieras hecho muy feliz si te hubieras

casado conmigo.

-¿Me estás proponiendo matrimonio, Ramón?

-Puede ser, puede ser.

-¿Y el padre?

-No necesitamos a un padre. ¡Ahí hay una cruz! Nos podemos casar ahorita si tú

quieres. Solo tienes que quererlo de verdad.

16

-¡Mamá, Ramiro encontró una muñeca en tu cuarto y la rompió! ¡Mamá! –Lorenzo

corrió escaleras abajo.

-¡No es cierto, Lorenzo la tiró! –Ramiro empujó a su hermano por las escaleras.

Silvia estaba acostada en la sala, agotada. Subió y encontró su muñeca en el

piso; le habían roto los brazos, las piernas y la cabeza.

-¡Un día me van a encontrar a mi así, hecha pedazos en el jardín! –gritó de coraje.

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17

-Abrazo tu pasado, no lo juzgo. No tienes por qué confesarte conmigo. Pero ahora

déjame construir mi futuro contigo –Ramón besó tiernamente a Silvia en la mejilla.

-Ramón, me quedan como diez minutos de vida-.

-Regálamelos-.

Silvia accedió y lo besó.

18

Ramón se miró al espejo y se arregló la corbata. Lorenzo llegó detrás y trató de ser

amable.

-Ya se va la última carga, es hora de salir.

-Sí, ya salgo-

Frente a él pasó un cargador, llevaba una caja en las manos, otro quitaba una

lámpara; en la planta baja se llevaban los cuadros, Ramón miró por última vez la

casa, ahora vacía. Salió y Ramiro cerró la puerta y echó la llave.

-¿Tienes a dónde ir? – Ramón llevaba una pequeña maleta.

-Sí, si tengo a donde ir. Puedo preguntar, ¿quién compró la casa?

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-Una inmobiliaria, la van a tirar y hacer un edificio de departamentos. Ya sabes, la

plusvalía y todo es. Nos vemos.

-Hasta luego jóvenes, manejen con cuidado.

Lorenzo y Ramiro subieron al coche arrancaron, Pepe conducía la camioneta de

mudanza. Se perdieron en el horizonte.

19

Querida Silvia:

Quiero decirte que estoy bien, vivo en una pequeña casita cerca del pueblo donde

crecí, desde aquí veo un jardín inmenso lleno de palomas y árboles frutales, se me

quedó la maña de comer ate de guayaba. No lo digo como algo malo, cada vez que

lo como me acuerdo de ti, por lo que he subido un par de kilos. Me siento como un

niño pequeño cuando pienso en ti, aunque ya estoy más anciano que nunca.

Silvia, esta carta tiene algo de mentiras y secretos, como los que alguna vez me

compartiste tú. No veo jardines, ni palomas; mis hijos me dejaron en una pensión

para ancianos, me tratan como un bebé, ¿puedes creerlo? Mientras más viejo es

uno, más lo tratan como bebé. Aun no me hago en los pantalones, eso es buena

señal, aunque ya me tiro pedos con solo caminar, eso es muy vergonzoso, me pasa

también cuando me río. ¿Sabes de qué me acuerdo mucho últimamente?...

¡Vaya, lo olvidé!

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Aquí No Hay Pecadores

1

-¿Quién es esa muchacha que va tanto a misa de siete? –preguntó Andrés a

Carlos. Estaban esperando el autobús en la parada de la única avenida del pueblo.

-Se llama Magdalena, es la hija de la señora Sepúlveda; acaba de enviudar-

Andrés se quedó pensativo.

-¿Tan joven y ya viuda?

-Su marido era un imbécil, quebró todos los negocios que emprendió. Se

gastaba el dinero en alcohol, ¡ya sabes, lo de siempre! Creo que incluso la trataba

mal.

-Quisiera conocerla.

-Eres tremendo, Andrés –Carlos se echó a reír.

-¿Qué pasa? –Andrés se molestó. Sabía que su amigo reía por la fama que

tenía en el pueblo.

-¿A quién no has querido? Eres un perro. ¡Me largo, muero de frío!

Andrés espero hasta que la viudita salió de la iglesia. La miró irse, llevaba ropa

negra, como era de esperarse. Parecía un cuervo, caminando por la banqueta. Un

cuervo sin alas. Piensa: ¿Qué tanto buscará en la iglesia?

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Así como Andrés tenía una fama en el pueblo, la familia Sepúlveda la tenía también.

Grandes bien hechores de la comunidad, gente de esa que regala su trabajo solo

por la satisfacción de servir a los demás. ¡Qué cosa!

La verdad es que Andrés no era un jovencito, tenía cincuenta años, y la joven viudita

unos treinta y dos. ¡Suculenta jovencita, guapa como su madre! Madre de seis

niños. Piensa: ¡Y todavía el imbécil la dejó sola y bien cargada! ¡Pero que belleza

de mujer! Magdalena se perdió en el horizonte.

Una monja salió de la iglesia. Andrés la detuvo.

-¡Madrecita! los pasos de esa mujer que va por allá, son besos a la tierra-. La

monja se quedó sin decir nada, observando a Magdalena.

2

-¿Carlitos? –preguntó Andrés entre las nubes del sauna.

-¿Qué quieres? me estoy tallando los huevos –respondió Carlos.

Un hombre entró.

-¡Doctor Carlos, buenas noches! Licenciado Andrés. ¡Que sorpresa verlos

aquí!

-¡Los tres reunidos en el sauna, en pelotas! – Carlos se puso de pie hacia los

lavabos.

-No me hables de pelotas, en la mañana fui con el urólogo y parece que tengo

piedras.

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-¡Cuídese don Chava! –Sugirió Andrés.

-Sí, mijo. ¿De qué hablaban?

-De nada –contestó Carlos –aquí don Andrés me quería hacer una pregunta.

-¿De mujeres? –preguntó don Chava.

-Anda bien enamorado de la viudita Magdalena Sepúlveda.

-¡Estás frito! Para que la vieja de su madre la suelte otra vez, va a estar muy

difícil. Y menos después de todo lo que pasó.

-¿Qué pasó? –preguntó Andrés.

-Esa familia tiene muchos secretos –suspiró don Chava.

-¿Qué familia no los tiene?

-Hay mucho dolor. Mucho dolor. Lo veo en sus caras. Cada vez que vienen

al campo de golf se les ve tristes. Desde la muerte del señor Sepúlveda nada ha

vuelto a ser lo mismo. Y la Magdalena es de las más chicas. Dicen que cuando

enviudó, su madre no estuvo presente sino hasta después de haber cremado al

hombre.

-¡Santa Petra! –chilló Carlos.

-El hombre, su esposo, el muerto, era un miserable. Le hizo la vida miserable.

-¿Por qué se casó con él? –preguntó Andrés.

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-Por la misma razón por la que se casan todos en este pueblo, hijo –Don

Chava suspiró -. La visita de la cigüeña. No siempre es el amor el que construye

una familia, a veces todo es accidente o dinero.

-Es muy duro lo que dice –respondió Andrés. Necesitaba urgentemente

beber agua, el vapor lo estaba deshidratando.

-Es más duro obligar a un hijo a casarse. Todo por temas del cielo y esas

cosas o dinero. Temen irse al infierno. O que el pueblo hable de ellos.

-Ahora veo porque la viudita va tanto a misa.

-Olvida a la viudita –Carlos se echó un chorro de agua fría en la cabeza con

una manguera –mejor vamos a buscar a una chula fácil. Conozco a varias aquí, la

esposa del dentista maricón es buena.

-¡Carlos, no tienes por qué andar divulgando tus porquerías por todos lados!

–le reprendió Andrés.

-¡Está bien, está bien! Pero olvida a la viuda. No te va a hacer caso y ya viste

como es su madre.

-¿No conoces a la mía verdad? –Andrés salió corriendo por agua.

3

Andrés despertó con un terrible dolor de cabeza, se tomó un par de pastillas y se

alistó para ir a la oficina. Puntual a las siete en punto, la viudita Sepúlveda entró a

la iglesia. Esta vez, Andrés entró. ¡Que olor el de las iglesias! A lo lejos, cerca del

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sagrario, bajo la luz roja, estaba un bultito, negro, era el cuervo, la viudita. Andrés

tomó asiento en la última fila y la contemplo: Suplicante ante el cristo, lloraba, no

paraba de llorar, por un momento se le secaban las lágrimas pero los sollozos

continuaban. Piensa: ¡No llores mi viudita!

-En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. La gracia de nuestro

señor Jesucristo esté con todos ustedes.

-¡Y con tu espíritu! –contestó la viudita y los otros dos ancianos que estaban

ahí.

-¡Hermanos! Abramos el corazón al amor inmenso de Cristo y dejemos que

llene nuestros corazones. ¡Pero antes, reconozcamos que hemos pecado! ¡Yo

confieso!

La viudita y los otros dos ancianos corearon el yo confieso ¡Qué golpes se pegaba

la viudita en el pecho! Uno, dos, tres. Mi culpa, mi culpa, mi culpa. ¿De qué tanto se

culpará la viudita?

La misa terminó y Andrés alcanzó a la mujer.

-Le deseo un hermoso día –.

-Gracias- contestó la viuda.

-¿Por qué tan triste? –Magdalena sabía quién era Andrés.

-Acabo de enviudar, don Andrés-.

-Discúlpeme, lo había olvidado, ¡qué descortés!

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-No pasa nada –dijo la viudita -¿Viene a misa de siete?

-No, no, bueno, ahora ya vengo. Antes no venía, bueno si venía pero más

tarde.

-Será bueno verle por aquí.

-Así será señorita.

Y así fue. Por los siguientes cuatro meses, el punto de reunión de la viudita y Andrés

era la iglesia. Y por supuesto, no pasó mucho tiempo para que los habitantes del

pueblo comenzaran a hablar, a parlotear. Los veían platicar por largos minutos al

terminar la misa de siete. Todo esto llegó a oídos de Lucrecia, la madre de Andrés

y de la señora Claudia Sepúlveda.

4

Claudia Sepúlveda estaba sentada a la mesa con el periódico en las manos cuando

sonó el timbre de la puerta. La sirvienta corrió a atender.

-Es la señora Lucrecia la madre de –Claudia la interrumpió.

-¡Pásala a la entrada, dile que me espere! ¿Qué quiere esa bruja? –Claudia

enrolló el periódico y se dirigió a su habitación. Se puso unos zapatos altos y un

poco de perfume.

-Ya está ahí sentada –dijo la sirvienta.

-Está bueno. Ya vete –.

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Claudia salió de su habitación, dio vuelta por un largo pasillo hasta llegar a la entrada

de la casa, en uno de los sillones se encontraba la madre de Andrés, pálida. Parecía

que había visto al mismísimo diablo, o peor aún, a su difunto marido.

-¡Lucrecia, qué te trae por aquí! –Claudia la besó en la mejilla.

-¡Ay, Claudia, ay Claudia! –Lucrecia se echó a llorar.

-No me pongas nerviosa, Lucrecia, ¿Qué pasa? -.

-¡Es una vergüenza todo, una verdadera vergüenza! Tu hija no lleva ni seis

meses de viuda y anda ofreciéndosele a mi hijo ¡y afuera de la iglesia! ¡Qué

vergüenza! No sé dónde meter la cabeza, se me cae la cara de solo pensar que

todo el mundo está viendo semejante cosa.

-A mí también me tiene muy preocupada este asunto. Pero mira, se les va a

pasar. Tu hijo es divorciado, su relación no va a ser bien vista por nadie, es cuestión

de tiempo.

-¿Y mientras qué, Claudia? ¿Qué cara voy a poner cuando me pregunten?

-Pues la que quieras, pero te digo, se les va a pasar.

-¡Si no detienes esto, Claudia, te juro que armo un escándalo en todo el

pueblo!

-No es necesario eso, voy a hablar con Magdalena. No es bueno para nadie,

ni para ella ni para sus hijos. Los niños querían a su papá, a pesar de todo.

-Que tu hija se mantenga alejada de Andrés, si no, yo veré que hago –

Lucrecia se puso de pie y se fue de la casa.

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-¡Tu! –Le gritó Claudia a la sirvienta que pasaba por un lado –Tráeme un

tequila.

5

El primer enfrentamiento de la hija mayor de Magdalena con Andrés, fue terrible,

gritó, pataleó, azotó la puerta y por último maldijo a su madre por haber llevado a

un hombre a vivir a la casa donde alguna vez vivió su padre. Los otros niños

parecían no entender del todo lo que sucedía, así que pronto se hicieron a la idea

de ver a Andrés por las mañanas.

-Te amo, Andrés – le dijo Magdalena al oído.

-Tus hijos no me quieren.

-El mayor problema va a ser mi madre. Se va a poner fea la cosa.

-No me importa. Yo ya he vivido mucho y tú también, podemos con eso y

más.

Cuando Lucrecia se enteró de que su hijo se había mudado a la casa de la viudita,

sufrió un paro cardiaco que la llevó directo al hospital.

-¿No ves lo que estás provocando, niña? –preguntó Claudia a Magdalena,

justo afuera del cuarto del hospital donde se encontraba Lucrecia.

-Yo no estoy provocando nada.

-Tienes prohibido venir a mi casa mientras sigas con ese hombre. ¡Pobres de

tus hijos! Después no me preguntes si te salen echados a perder, porque vas a

saber exactamente porque. ¿Qué pensaría tu padre?

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-Castígame a mí, si quieres, pero no creo que sea justo que mis hijos se

queden sin abuela.

-Tus hijos si me pueden visitar, tú eres la que no puedes. A mi casa no entra

gente pecadora- Claudia se puso de pie y se marchó. Magdalena se preguntó sí su

padre le habría dicho lo mismo que su madre.

6

-¿Cómo es dormir en la cama del muerto? –preguntó Carlos. Se estaba

enjabonando el cuerpo.

-No pienso en el muerto. Solo pienso en Magdalena.

-¿Vas a tener hijos?

-¿A nuestra edad? ¡Por favor!-. Andrés se echó agua fría con la manguera.

-¡Quien sabe! Mejor con cuidado, si no vas a terminar siendo padre de bebés

a los sesenta años.

Don Chava entró abruptamente al sauna, parecía un trozo de cera derritiéndose.

Todo le colgaba. Se tapaba con una toalla blanquísima y llevaba una canastita con

jabones.

-¡Doctor Carlos, Licenciado Andrés! –exclamó.

-¿Qué tal Don Chava? ¿Qué tal lo trata la vida?

-No tan bien como a ti, ya supe que te mudaste con la viudita. Estos jóvenes

de ahora. ¡Su madre debe haber pegado el grito en el cielo!

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-Ambos tenemos prohibida la entrada a nuestras casas maternas – dijo

Andrés.

-Y a las puertas del cielo, hijo –Don Chava se echó a reía a carcajadas, tanto

que por poco se resbala.

-Y a la elite del pueblo –añadió Carlos. Se afeitaba frente al espejo.

-Dime, hijo –don Chava se acercó mucho a Andrés, lo incomodó -¿lo vale?

-¡Claro que lo vale!

-Porque uno solo la puede cagar una vez, ya te divorciaste antes, no quieras

ser el salvador de la viudita y luego dejarla peor.

-Don Salvador, ¿por qué piensa eso de mí?

-Saliste con mi hija, cuando eras un pendejo de bozo, le rompiste el corazón.

Te superó, Andrés, ahora vive en Houston. Tú nunca hubieras podido sacarla de

este pueblo.

-Don Chava, eso fue en la preparatoria, y fue por un mes, y ¡si, era un pendejo

de bozo!

-¡Lo sé, hombre! Te estoy molestando. Pero dime ¿Vas a sacar a la viudita

de la casa del muerto o planean quedarse ahí?

-No lo sabemos aún –contestó Andrés.

-Meten la pata enfrente de todos y no tienen un plan. Suena que eres de este

pueblo –añadió Carlos. Se había irritado las mejillas por el tónico de afeitar.

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-Ya veré que hago.

-¡Buenas noches! –entró de pronto al sauna el padre del pueblo, Francisco.

-¿Qué tal padre? ¿Me puede confesar?

-¡Aquí no, don Chava! Es el vapor.

-¡Me vale que sea el vapor! Tengo muchos pecados, estoy viejo y no sé

cuándo voy a estirar la pata.

-Al ratito, afuera, en los casilleros.

-¡Ándele pues, padre, báñese!

El padre se dirigió a una esquina y se sentó. Sacó un misal y lo ojeó mientras

cruzaba la pierna.

-Lo he visto ir mucho a misa en los últimos meses, don Andrés.

-Así es, padre.

-Anda con la viudita –dijo don Chava.

-Sí, lo sé. Uno es observador, aunque a veces crean que nos la pasamos

detrás de una cruz.

-¡Nadie les cree eso de la cruz! –dijo Carlos al fondo.

-Doctor, ¿cómo le va?

-De maravilla –Carlos se rascó la entre pierna.

-Como siempre, ¡come curas! –bajó la mirada al misal.

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-¡Ya me conoce! La ciencia es la única certeza. Me voy, su alteza serenísima.

Tengo que llegar a casa con mi esposa.

Carlos se despidió de Andrés y salió del vapor.

-¡Ese es un imbécil! –dijo el padre.

-Es igual que su padre – añadió don Chava – es de eso come curas, come

iglesias, de esos que hasta le dicen puta a la virgen, pero cuando se mueren ahí

andan pidiendo un padre para que los confiese. Así le pasó a su padre, yo lo conocí

desde que usábamos pantalones cortos. Y el hijo salió igual.

-¡Qué lástima! –dijo el padre.

-Con permiso, don Chava. ¡Padre! Buena noche- dijo Andrés. Se cubrió con

una toalla y salió.

Don Chava se acercó al padre y le suplicó que ya que estaban solos, le hiciera el

favor de confesarlo. El padre accedió y le dio la absolución por sus pecados.

-Oiga padre, yo sé que no sebe decírmelo pero, ¿la viuda y Andrés comulgan

cuando van a misa?

-No. Van todos los días, puntuales, a las siete de la mañana, escuchan toda

la misa pero ninguno de los dos comulga.

-¡Claro! Saben que están en pecado. En fin, toco madera para que nunca

sean los hijos de uno.

-Usted si sabe, don Chava-.

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El anciano se persignó frente al padre y salió del vapor.

7

Lucrecia murió tres meses después de salir del hospital. La casa donde vivió tantos

años fue puesta en venta por Andrés.

-Tal vez hubiera estado bien conservar la casa de tu madre. Podríamos

habernos mudado ahí.

-¿Y cargar con todos los fantasmas que seguro dejó ahí? No gracias –

contestó Andrés en tono burlón.

-Andrés. Estoy embarazada.

8

-La hija mayor de Magdalena huyó de la casa, dicen que se fue con un novio

a trabajar al extranjero. ¡Dios sepa! Los niños, ya crecerán y se irán también de la

casa, dicen que después de mucho tiempo, Andrés se los ganó. ¡Hasta llegaron a

decirle papá! Se ganó hasta a la mentada señora Sepúlveda. ¡Que mire! Dirán lo

que sea, pero si había alguien en este pueblo a quien yo respetaba era al señor

Sepúlveda. ¡Qué señor! Tuvo sus deslices, como todos, le gustaba la bebida. En fin

lo mismo de siempre. ¡No fue violento, eso sí que no! Pero esa es otra historia. Ya

se la contaré después.

-¿Qué pasó con el bebé, el de don Andrés? –preguntó el padre, quien sudaba

en el vapor.

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-Ahí anda, está chulo el niño. Ya va para los tres años. No se han cambiado

de casa aun. Siguen en la del muerto. Ya se casaron por el civil, pero uno sabe,

padre, que eso no es suficiente.

-Las tentaciones son muy grandes, y el pecado está en todas partes.

-Así es padre. Dios quiera que nunca se emborrache y le diga todo a mi mujer,

que ahí si me quedo sin pelotas.

-Mis secretos se irán conmigo a la tumba –dijo el padre. Saco una barra de

jabón.

-¡Qué bueno! ¡Qué cantidad de pecados no habrá escuchado ya de la gente

de aquí, padre! –inquirió don Chava.

-¿Qué pecados, aquí no hay pecadores? – Don Chava se quedó pensativo

un momento.

-¡Ah! Ya entendí el chiste, claro, secretos de confesión.

Don Chava se despidió del padre y salió del sauna. Abruptamente el anciano abrió

la puerta y se dirigió nuevamente al padre.

-¡Padre! ando malo del corazón ¿me confiesa?

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Algo Mejor

Llevaban dos meses ensayando para una importante presentación. Cabe resaltar

que era “importante” guardadas las proporciones del pueblo. El lugar no contaba

con más de trescientas mil personas.

-¿Quieres pasar otra vez el inicio? –preguntó Malena a Ernesto, su compañero de

baile. Él estaba sudando, llevaba el torso descubierto y unas licras muy pegadas al

cuerpo. Malena agradeció que llevara suspensorio.

Ernesto sacó el casete de ballet y puso uno de Jazz suave. Malena sonrió y

comenzó a improvisar unos pasos. Claramente se veía que él ya sabía bailar eso,

se movía con una sensualidad tal que por un momento se le falsearon los tobillos,

cuando acercó su cuerpo a ella, pudo sentir el sudor de su torso desnudo. Sabía

que para muchos ese momento hubiera sido algo asqueroso e incluso antihigiénico,

pero para ella era uno de los momentos más sensuales de su vida.

-Podemos pasarlo mañana otra vez, hoy solo hay que relajarnos, además,

no sé tú, pero si escucho otra vez la voz de la francesas esa del casete, me voy a

volver loco-.

Ella accedió a bailar un momento más, al terminar la canción, corrió a abrigarse y

salió a prisa del salón.

-¿Hija, terminaron de ensayar?

-Sí, mamá, terminamos hasta la coda.

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-¡Qué bueno!

-Hija, Ernesto no…

-¿No qué?

-¿No trató de pasarse contigo, verdad?

-No, mamá. ¿Qué estás pensando?

-Solo quiero recordarte que él está casado, y tú eres bonita, seguro eres una

tentación para él. Sobre todo porque lleva seis meses separado de su esposa y los

hombres casados que no están con sus mujeres, son tremendos, hija.

-Mamá, tengo veintiocho años.

-Ya lo sé, ya lo sé. Perdóname. Se me olvidó que tu papá y yo te dimos una buena

educación. Cuando acabes de ducharte, baja a cenar, después vamos a la sala a

rezar un rosario por mi amiga Alondra, ya sabes que está delicada.

La cena se llevó a cabo en silencio. Su padre no decía mucho durante las comidas,

tal vez solo algunos comentarios correspondientes a las granjas de vacas que

visitaba a menudo. Su padre era generalmente áspero incluso frío. No se dejaba

llevar por los sentimientos, tenía que ser el soporte de la casa, vivía con dos

mujeres.

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Pasaron a la sala de estar y prendieron unas velas justo debajo de un cuadro de la

virgen. Los rezos llevaron más tiempo de lo esperado. Malena se aburría, pero

luchaba contra su propia pereza y llegaba siempre al final.

-Torre de David.

-Ruega por nosotros.

Torre de marfil.

-Ruega por nosotros.

-Arca de…

-Ruega por nosotros.

-Malena, si no puedes tomar en serio el rosario, vete a tu habitación.

-Perdón, mamá, solamente estoy muy cansada.

Su padre se había quedado dormido en el sofá desde incluso antes de que

comenzaran las letanías. Malena bajó la cabeza y siguió rezando con su madre.

Esa noche no pudo pegar el ojo; recordaba a Ernesto, el torso desnudo, cuerpo

entrenado, fuerte.

A la mañana siguiente despertó temprano y preparó su insípido desayuno: una taza

de avena sin azúcar, un huevo cocido sin sal y una toronja. Condujo el destartalado

coche de su padre hasta el salón de ensayos. Ernesto ya estaba ahí, la abrazó y

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besó con una familiaridad que le era ajena, seguro ese tipo de efusividad era más

común en su país. No podía decir que se sintió incómoda, solo quizá un poco triste

al saber que estaba casado. Sabía toda la historia. Él se había casado con una

mexicana para obtener su nacionalidad y así poder salir dejar atrás la dictadura de

Fidel Castro. Era un matrimonio sin amor. Al parecer la mexicana estaba de acuerdo

con la situación. Seguramente era una de esas libre pensadoras que hacían su

santa voluntad. Por un momento sintió envidia hacia esa mujer. Aun así, no sabía

que era lo que estaba permitido para Ernesto en un acuerdo como aquel. No quiso

averiguarlo, aunque la curiosidad entorpeció sus pasos durante todo el ensayo.

Ernesto la tocaba de una manera singular, todo con las normas y pasos de las

piezas de ballet, por supuesto. No recordaba haber sentido antes nada igual. En el

pasado tuvo citas con alguno de los chichos del bachillerato, pero nada que le fuera

significativo, la mayoría de los novios que tuvo en la escuela, fueron para quedar

bien con sus amigas, que por supuesto no había vuelto a ver desde entonces.

Durante su infancia tuvo muchas amigas, muchas de ellas fueron entrañables.

Recordaba las reuniones de pijamas, las charlas hasta la madrugada, todo lo que

para un pueblo como aquel era considerado divertido. Lo malo de los pueblos

pequeños –pensó – es que vienen acompañados de adultos y es muy difícil ser

niño cuando se está rodeado de adultos. En ese tiempo, la madre de Malena se

enteró de ciertas cosas de las otras familias, cosas que consideraba inadecuadas o

inapropiadas, cosas generalmente privadas. Eso determinó su decisión al momento

de decidir con quién debía juntarse su hija, lo que desconcertaba a Malena, porque

pasaba de tener una buena amiga de un día a dejar de tenerla al otro. Su madre

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decía que era por su bien y que esa niña no le convenía como amiga. Ella merecía

algo mejor. Las reuniones a las que asistía su hija, se vieron reducidas a nada.

Para el final de la escuela primaria se vio a sí misma reuniéndose con los profesores

durante los descansos.

-¿Un poco distraída hoy Male? –preguntó Ernesto.

-Un poco cansada-.

-¿De qué estás cansada, mami? la vida es para gozarla y bailar. ¡Pero no tan rígida,

hermosa, tienes que encontrar la libertad en esta cosa tan estructurada que es el

ballet! Es como tratar de ser libre en una pequeña jaula. Lo que necesitas es soltarte.

-Sí, justo en eso estaba penando.

-¿Qué te parece si cuando acabemos de pasar la coda vamos por un pedazo de

pastel?

-¡Estás loco!

-¿Qué le va a hacer a ese cuerpecito un poco de azúcar?

Terminaron en la plaza comercial del pueblo comiendo una hamburguesa, el pedazo

de pastel y una malteada de fresa.

-La comida, para un bailarín, es como el cigarro para un fumador -. Dijo Ernesto.

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-Cada profesión viene con un castigo- contestó Malena, sentía que el estómago le

iba a explotar.

-¿De qué hablas, mujer? Cada profesión viene con un placer. Nuestro placer es

saborear la comida como nadie más. Como el fumador, que solo él disfruta el humo.

-No sé, yo no fumo, pero como demasiado –dijo Malena.

-¿Quieres que vamos después por una cervecita?

-Sería mucho, mañana no voy a poder bailar.

-Sí, podrás, y mejor.

Malena supuso que a eso se refería Ernesto con el tema de la libertad que uno

puede tomarse de vez en cuando dentro de la pequeña jaula. De vez en cuando no

estaba mal darse un par de gustos.

Tal vez podría besar a Ernesto, nadie tendría por qué enterarse, podría llevarlo en

el auto de su padre a una zona alejada de la ciudad y hacer un par de cosas más

en las que había pensado antes. Aunque estaba prendada de Ernesto, no podía

evitar sentirse observada por la gente. Los miraban como si fueran bichos raros,

inmorales. No lo podía soportar.

Después de tomar la cerveza, Malena llevó a Ernesto al hotel donde se hospedaba

y ella pisó el acelerador al ver que pasaba de media noche. Por supuesto, su madre

estaba despierta, su padre dormitaba ya frente al televisor.

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-¿Qué pasó, por qué tan tarde?

-Perdón, mamá, solo fui a cenar.

-¿Con Ernesto?

-Sí, mamá, con Ernesto.

-¿Y qué te decía?

-Nada, mamá, pues lo normal. Solo fuimos a cenar.

-Tres horas juntos y no te dijo nada, me parece un poco raro.

-Mamá, ya me voy a dormir.

Malena subió a su habitación y se encerró sin darle las buenas noches a su padre.

Esa noche rezó al escuchar que sus padres cuchicheaban en su habitación.

A la mañana siguiente, Malena bailó sin contratiempos, muy a pesar suyo, pudo

contenerse y mantenerse concentrada en los pasos de la coda hasta que quedó

casi perfecta. Ernesto le dijo que era el resultado de la noche anterior. Ella en

cambio sentía una presión extraña en la pierna. Como si se hubiera golpeado.

-Ernesto ¿qué vas a hacer después de la presentación?

-Tengo que regresar, con Lilia.

¡Con que así se llamaba la mexicana libre!

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-¡Claro, claro!

-¿Por qué la pregunta?

-Nada más.

-¿No se quede con las ganas?

-¿De qué?

-Usted, que no me quiere decir.

-Supongo que te voy a extrañar, voy a extrañar ensayar contigo, he aprendido

mucho, eres muy bueno.

-Aprendí con los mejores, con los mejores de mi pobre país.

Malena admiraba ese aire aguerrido de Ernesto, admiraba mucho a ese tipo de

personas, que a pesar de viento y marea, por decir poco, salían de toda adversidad

acompañados por un ansia incontenible de vivir. Seguramente era agotador vivir

así. Al terminar el ensayo repitieron la cena, pero esta vez fue algo más ligero.

-Cuando llegué aquí, por poco lloro al ver tanta comida en las tiendas. Había cajas

para guardar las sobras. En mi país nunca sobra la comida en una casa, siempre

se termina. Mi madre está pasando hambres y yo aquí puedo guardar lo que me

sobra de comida.

-Y yo me ahogo en un vaso con agua.

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-Linda, cada quien tiene su vaso de agua y cada uno es diferente. Yo voy a ayudar

a mi mamá para que se venga.

-¿Quieres traerla?

-Me traería a toda Cuba.

-Eso te puede llevar mucho tiempo. Además ¿cómo lo harías?

-Es una fantasía, linda, se vale soñar a veces. Claro que no lo conseguiré jamás-

aun así, Ernesto sonrió, la rodeó con sus brazos y la besó en plena calle principal.

Esa noche llegó tarde también, lo que preocupó a su madre. Sabía que estaba

pasando más tiempo del que era debido con Ernesto pero no dijo nada, ella confiaba

en que toda esa rebeldía era por la novedad de tener cerca a un extranjero. En

cuando se fuera con su mujer, su hija volvería a ser la misma de antes.

Faltaba una semana antes de la presentación. Malena había bajado ya cinco quilos,

la costurera tuvo que volver a ajustar su vestuario. Por esos días vio poco a Ernesto

porque tuvo que ensayar con el ensamble. Después de cada ensayo, desde la

última vez que llegó tarde, su madre la recogía puntual en la puerta de la academia

de danza, hacía sonar cuatro veces la bocina y si Malena tardaba un poco más,

comenzaba a hacerle muchas preguntas.

-Hija, me dijo el esposo de Alondra que te vio con Ernesto la semana pasada.

-¿Y qué? –Malena se quedó helada.

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-Me dijo que le diste un beso.

-¡No es cierto! –fue lo primero que pudo contestar.

-¿Verdad que no? ¡Ya decía yo! Tú eres inteligente, eres bonita, además él está

casado.

-Su matrimonio es arreglado.

-¡No importa que sea arreglado, está casado! Y meterse con casados es pecado.

Pero ya sabía yo que no era cierto, que mi niña no haría esas cosas, ¿verdad que

no?

-No mamá, claro que no, de seguro vio mal el viejo ese.

-Sí, seguro que sí, no tendría por qué dudar de ti, hija, te dimos una buena

educación, cristiana. Y tú mereces a alguien mejor, alguien que sea solo para ti.

La madre de Malena apagó el coche y bajaron en silencio, el tema se dio por

terminado porque en casa no se podía hablar de esos temas y mucho menos

enfrente de su padre.

Malena no recordaba cuando era la última vez que había visto a sus padres besarse,

le parecía que tal vez una vez, años atrás en algún cumpleaños o el día de año

nuevo.

Tiempo después en el teatro del pueblo se anunciaba con grandes letras de colores,

el estreno del ballet. Se hizo una larga fila que roseaba hasta la iglesia de la plaza

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contigua, esos eventos eran muy esperados. Malena estaba dentro del camerino

esperando a que dieran la tercera llamada cuando alguien llamó a su puerta, era

Ernesto.

-Solo quería decirte que te pongas nerviosa, porque está a reventar allá afuera.

-Muchas gracias.

-Por cierto, quiero presentarte a Lilia.

Era una mujer de estatura baja, piel morena y rasgos toscos, masticaba el español

de una forma desagradable y sus dientes estaban manchados, al igual que sus

dedos, olía a cigarro. En ese instante, la imagen anterior que tenía de Lilia de mujer

aguerrida y libre como Ernesto, se esfumó. Mirándolos juntos, se notaba que no

había forma que esa unión fuera posible era ilógica e incongruente, ella era fea, muy

fea y Ernesto era un artista virtuoso. Se sintió aliviada, tal vez después del pacto,

pudiera romper con Lilia y buscar a alguien más. No dijo nada. Ernesto llevaba una

mirada distinta a otras ocasiones, parecía ser tristeza o resignación, lo mismo daba.

-Bueno, ya viene la tercera –la pareja salió del camerino y Malena terminó de

pintarse. A los pocos minutos se abrió el telón y comenzó la función.

Como todo artista, nunca está satisfecho con su trabajo. El teatro se cayó de

aplausos, pero eso no calmó el ansia del director por marcar todos y cada uno de

los errores hasta que los hizo sentir los peores bailarines del mundo. Después

salieron al brindis y pusieron una sonrisa para los fotógrafos.

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La madre de Malena la apresuró a irse a la casa, porque su padre ya no aguantaba

la hernia. No fue a la fiesta de estreno.

Esa noche, Malena recordó a su amiga de la escuela, la chica rubia que la invitaba

a su casa. No sabía qué era lo que había pasado, su amistad se había terminado

de un día para el otro y no recordaba ninguna pelea que hubiera sido la causas de

la separación. Ahora a sus veintiocho años, recordó que el padre de su amiga era

testigo de Jehovah. Eso fue lo que pudo haber molestado a su madre y por eso dejó

de concederle permisos para ir a visitarla. O tal vez fue porque la madre de su amiga

era muy guapa y coqueta y se sentía opacada por ella. Ya no lo sabía, todo podía

ser posible.

-Bailaste muy bonito, hija.

-Gracias, papá – su madre iba manejando el coche, ella iba en el asiento de atrás y

su padre de copiloto, quejándose de la hernia.

-¿Ya que se acabó todo esto que vas a hacer?

-No lo sé, mamá, tengo que sacarme esta emoción primero.

-Bueno, sí, claro. Mi amiga Alondra me dijo que va a mandar a su hijo a un retiro

muy cerca de aquí, me preguntó si querías ir.

-No lo sé, mamá. Me duele mucho la pierna, no creo poder irme de campamento.

-No es campamento, es un retiro, hay cocinas, baños limpios, el padre Mariano lo

recomendó mucho para los jóvenes.

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-Ya no estoy tan joven, mamá. Prácticamente en tres años mi carrera se acabó.

-Por eso mismo creo que es buena idea lo del retiro.

-¿Mamá, te acuerdas de esta chica rubia que me invitaba a su casa?

-La tal Paulina no sé qué.

-¿Por qué de repente dejé de verla, lo recuerdas?

-Su papá era un raro, hija, creo que ya se divorció, la niña esa salió una loca, tiene

los pelos pintados de morado y creo que vive con un novio, no se han casado ¡yo

no sé qué va a pasarle si sale embarazada! No eran buena influencia para ti, hija,

tu mereces mejores amigas, mejores personas a tu lado y tú tienes el síndrome de

las niñas bonitas.

-¿De qué hablas?

-Generalmente, te lo digo porque a mí me pasó. Generalmente las niñas bonitas no

creen que son bonitas, nos molestan en la escuela y nos hacen sentir menos, eso

solo es envidia. Lo que pasa después es que somos tan inseguras que empezamos

a juntarnos con la gente equivocada, ¿lo ves? Una cree que va a resaltar por ser la

mejor del grupo, pero no, sucede lo contrario, una se pierde entre ellas, y se vuelve

una de ellas. Por eso hay que tener cuidado con la gente que nos rodea ¡Imagínate

si te hubiera dejado ser amiga de quien sea! Seguro tendrías ya los pelos morados.

Al llegar a la casa, la madre de Malena recibió una llamada. Su amiga Alondra había

muerto. Se alistaron rápidamente para hacer compañía a la familia. Malena se vistió

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de negro y salieron nuevamente de la casa. Eran las doce la noche cuando llegaron

al hospital general.

-¡Dios me la dio, Dios me la quitó, bendito sea Dios! –gritaba el ahora viudo.

Malena vio a los hijos de la señora, deberían tener alrededor de seis y ocho años,

parecían no entender nada, lloraban y lloraban por culpa de su padre que estaba

hecho un manojo de nervios.

-¡Maldito cigarro!- Comenzó a vociferar el más pequeño por los pasillos del hospital.

Seguramente ese era un dialogo que había escuchado de alguien más, se

escuchaba ajeno a su voz infantil, probablemente era un dialogo de su padre.

Malena se sintió un poco mareada de tanto ruido y olor a cloro que salió del hospital

y se dirigió a un teléfono público. Llamó al hotel donde estaba hospedado Ernesto.

Para su fortuna, le contestó.

-¡Male! ¿Por qué te fuiste? Me quería despedir de ti como es debido, creo que hay

cosas que tengo que decirte y sé que hay cosas que me quieres decir a mí.

-Sí, pero hoy no puedo, acaba de morir una amiga de mi madre, era como una tía

para mí -. Pudo notar la falsedad en la aseveración final, la verdad es que no sentía

ningún tipo de apego por esa mujer, solo era una figura recurrente los días miércoles

y viernes y no una muy agradable, siempre dejaba la casa oliendo a cigarro y eso

la mareaba.

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-Tenemos que vernos, aunque sea un ratito. Lilia no se enojará, ella sabe todo,

pues.

-Está bien.

Ernesto saldría muy temprano por la mañana a una ciudad contigua al pueblo, que

era donde se encontraba el aeropuerto. Su vuelo salía hasta el mediodía, pero Lilia

quería comprar suvenires antes de volver al norte del país. Por eso es que saldrían

temprano, lo que era un inconveniente para que pudieran despedirse

apropiadamente. Lo único que podía hacer era escaparse a la ciudad y despedirse

de él en el aeropuerto al mediodía. Su madre no la dejaría, por supuesto, por lo que

tuvo que pensar en un plan.

-Paulina, soy Malena – al otro lado de la línea, la chica tardó un poco en recordar

pero al hacerlo, la cubrió de elogios, se emocionó por escuchar su voz y quería

saber todo lo que había hecho, le confesó que había ido a verla una vez al ballet,

pero que no se atrevió a ir a saludarla porque la veía como una gran artista y no

quería atosigarla. Quería verla y ponerse al día.

Le contó los motivos por los cuales su madre pudo haber interferido en su amistad

y ella decidió no darle importancia porque estaba emocionada de haberla

reencontrado. No discutieron tontamente más razones por las cuales pudieron

haber estado separadas o por qué no se habían llamado antes, la plática fue directo

al grano. Paulina ofreció que fuera a su casa en ese momento y que citara ahí a

Ernesto. Ahora lo único que tenía que hacer era zafarse del hospital.

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-Hija, nos quedaremos a velar a Alondra. Si quieres toma un taxi y vete a la casa,

debes de estar agotada después de la función.

No pudo haberlo dicho en un mejor momento. Malena corrió hacia la calle y paró un

taxi, cuando el vehículo se detuvo, su padre apareció tras ella.

-¡Malena, me voy contigo! No aguanto la maldita hernia.

Tuvo que cancelar el plan con Paulina, su padre no pegaría un ojo hasta que su

madre regresara con el coche. Ni siquiera hizo el intento de llamar a Ernesto. Lo

único que quedaba era ir al aeropuerto al medio día.

Su madre regresó a las cuatro de la mañana hecha un mar de lágrimas, no pegó

ojo en toda la noche por hacer una lista de personas a las que tendría que llamar

para el funeral. No durmió en toda la noche.

El funeral se llevó a cabo al medio día, la iglesia del pueblo se llenó. Malena le dijo

a su madre que tenía que ir a la academia a cobrar su cheque y de esa forma pudo

conseguir también que su padre le prestara el coche. Tomó la desviación a la

derecha y salió en dirección a la autopista.

La única persona que sabía a donde realmente se dirigía Malena, era Paulina, le

había contado la madrugada anterior que la única forma de despedirse de Ernesto

era inventando un pretexto para zafarse del funeral e ir al aeropuerto.

Durante el entierro se dijo mucho. Se habló de la muerte como un paso natural pero

triste en la vida de todo ser humano. La gente lloraba y ponían flores al lado del

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ataúd. El sacerdote habló de la verdad, de lo importante que era la comunicación

entre las familias, los malos hábitos estaban a la orden del día y el demonio se

refugia hasta en los vicios más insignificantes, pero son esos secretos pequeños lo

que llevan a uno a la muerte, son los secretos ocultos en las gavetas del armario

donde crecen los demonios, llevándose así a las personas, como el vicio del

cigarrillo. Se cuchicheó por ahí que Alondra se escondía de su marido para fumar.

Malena quería ofrecerle un trato a Ernesto. Quería que en cuando tuviera su

nacionalidad, regresara por ella y que se conocieran como era debido. Quería

ofrecerle una relación estable, los dos eran bailarines y ¡tanto mejor, jóvenes aun,

con hambre por vivir! Desde hacía un tiempo que tenía una molestia en la rodilla,

pero había decidido ignorarlo. Era el castigo de su profesión –pensó –la búsqueda

de una estética a veces implica que el cuerpo se someta a procesos muy dolorosos.

Recordó la noche en que sus padres estaban cuchicheando, criticaban a Ernesto,

le decían: el negro ese. En ese momento Malena comprendió que la única forma en

que sería libre sería yéndose de du casa, creía tener el valor para irse, de verdad lo

creía.

A la mañana siguiente los periódicos se cubrieron de notas sobre el accidente de la

carretera cincuenta y siete. Al parecer, un tráiler que llevaba vigas de metal para

construcción, invadió el carril de la dirección contraria, provocando una carambola.

Hubo siete muertos y seis heridos.

Paulina se mudó del pueblo y tuvo tres hijos pero no se casó. Mucho tiempo

después, cuando visito el pueblo con sus hijos, pensó que tal vez sería buena idea

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ir a visitar a los padres de Malena, tal vez ya que el tiempo había pasado, podría

contar la verdad de por qué iba ella en la carretera porque por lo pudo ver en los

obituarios y escuchar en diversas reuniones nadie sabía lo que la joven hacía ahí,

ni siquiera sus padres. Se dijo mucho. Después de reflexionar un momento, optó

por no ir a visitar los padres de su amiga, recordó lo enojada que estaba la madre

al enterarse que su hija podría tener intereses por un negro. Y eso no era posible,

ella merecía algo mejor. Pensó que sería mejor dejarlos creer que estaba ahí porque

se perdió en el camino de regreso a casa y le tocó la mala suerte o lo que fuera. Le

paso por la mente, por un momento que sería buena idea buscar a Ernesto y hacerle

saber lo ocurrido, si no es que estaba enterado ya. Al final del día, cuando iba

camino de regreso a casa, concluyó que era momento de dejar de meterse en la

vida de los demás y que las cosas siguieran su curso. ¿Qué necesitad de meterle

zancadillas a la gente con fantasmas del pasado?

Ese año le dieron a Malena un reconocimiento póstumo por parte de la academia

de danza. Su madre no fue a recogerlo, aseguraba que su hija ya no necesitaba

nada de eso, porque estaba en un lugar mejor. A su madre no le sorprendió el

premio, era claro que había sido una maravillosa bailarina.

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Una Mención Honorífica

El maestro del sexto grado revisaba los exámenes de matemáticas. Pasaba la

mirada por las hojas llenas de borrones y operaciones confusas. Los niños

esperaban, nerviosos, los resultados. Porque quien obtuviera la mayor calificación

recibiría una mención honorifica –así le llamaban- frente a toda la escuela. Una vieja

tradición.

El aula olía a madera de lápiz y a polvo de gis. El color verde de las paredes, le

provocaba al profesor un hambre terrible y una sensación de vacío. Al finalizar hizo

una suma en una vieja calculadora y anunció al niño ganador. Muchos de los

compañeros expresaron su desacuerdo porque afirmaban que durante los últimos

cinco meses había sido el mismo. El maestro levantó la voz e hizo callar al grupo.

-Se ganó la mención porque es el mejor –dijo al final.

-El mejor tirándose al padre Castro –El grupo enterco echó a reír. El maestro

lanzó por los aires el borrador del pizarrón y el niño que había hecho la broma

apenas alcanzó a esquivarlo. Un momento después, el maestro sacó al chico del

aula y le indico que no regresara hasta haber dado veinte vueltas corriendo al patio

central de la escuela.

-¿Alguien quiere acompañar a Leal allá afuera?

Nadie respondió.

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-Vayan a la página ciento sesenta y tres del libro de historia, por chistosos,

van a copiar desde esa página – el maestro pasó las hojas mojando su dedeo con

la lengua – hasta la ciento ochenta, que es donde termina el capítulo ¡con buena

letra y sin faltas de ortografía, que luego hasta copiando de los libros lo hacen mal!

El grupo entero exteriorizó quejas, argumentando que no acabarían de copiar las

páginas para el fin del día, por lo que se lo tendrían que llevar de tarea. Al final de

la clase, el maestro indicó que tendrían que copiar también el siguiente capítulo para

el día de mañana y quien no lo trajera, no tendría derecho a asistir al evento de la

mención honorifica.

Algunos chicos verdaderamente se esforzaban por conseguir una de esas

prestigiosas banditas royas y azules, símbolo de la dichosa mención. Generalmente

se entregaban a finales de cada mes por el director de la escuela, después de los

honores a la bandera. El director llamaba a un niño del primero al sexto grado y le

prendía la bandita del chaleco con un segurito de metal.

En el salón de quinto grado Miguel Arias no pudo evitar esbozar una sonrisa al ver

a su compañero de sexto grado, dejando los pulmones el patio de la escuela.

Terminó el examen de cívica y lo entregó a su profesor.

-Muy bien, Arias, puedes esperar en tu lugar -. Dijo el viejo maestro.

A Miguel siempre le había llamado la atención que los llamaran por su apellido en

lugar de por su nombre. En esa escuela nadie llamaba al otro por su nombre, incluso

para los niños era una regla que tenían que cumplir. Debido a eso, sabía que había

algo que no compartiría nunca con sus compañeros: la dicha de ser amigos, porque

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a los amigos se les llama por su nombre. Llegó a pensar que la forma de empezar

una amistad era llamar al otro por su nombre. Al parecer a los maestros y a la mesa

directiva no les gustaba eso.

No le pareció extraño que su nombre no fuera el que botara de la lista de

calificaciones, su desempeño había disminuido desde el año anterior. Sin embargo,

había quedado en segundo lugar, lo que significaba que el siguiente mes él tendría

la dichosa bandita. Sería la primera.

El sol de las dos de la tarde hacía que la hora de la salida se volviera una locura.

Era imposible a veces pasar entre tantos niños, mochilas, vendedores de fritangas

y juguetes, padres apurados y niños corriendo a sus anchas. Miguel salió por la

cancha de futbol. Desde que estaba en el primer grado, su madre le había indicado

que era mejor salir por la cancha, ya que de ese lado de la escuela no se formaban

las largas líneas de autos ni había que atravesar entre tantas personas. Hacía ya

dos meses que su padrastro pasaba a recogerlo, su madre estaba en cama,

delicada por un complicado embarazo.

-¡Apúrate, Miguel! –gritó Sebastián, quien hizo sonar la bocina del coche

como un loco.

El niño apresuró el paso y corrió a la puerta del copiloto. Cerró rápidamente y se

puso el cinturón. No dijo una sola palabra, solo espero.

-A ver si mañana te apuras al salir -. Miguel no tuvo oportunidad de decir que

el tiempo que se tomó para salir era normal, el que le tomaba atravesar la cancha.

Sabía que si decía algo sería solamente para recibir algún regaño.

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-Sí, papá.

-Yo no sé qué tanto hacen al salir. Cuando yo era niño lo primero que hacía

era correr lo más rápido posible al sonar la chicharra, ahora no sé qué les hacen.

Los forman, los ponen a cantar. Puras tonterías.

-Perdón, papá. Me daré prisa mañana.

-¡Si, por favor! Que tengo un montón de trabajo y encima tengo que pasar

por ti.

Definitivamente le gustaba más cuando su madre iba a recogerlo a la escuela, al

menos ella le preguntaba sobre su día, sus amigos, la tarea o lo que fuera. Al doblar

a la derecha, quedaron detenidos por un momento frente al semáforo de la avenida

principal.

-¿Qué vamos a comer? –pregunto Miguel.

-Lo que sea que haya preparado tu mamá.

Su padrastro era duro, muy serio, con ojos claros y profundos. Ese día en particular,

Miguel notó a Sebastián más presionado de lo normal. Aceleraba el coche sacando

demasiado rápido el embrague, casi se pasa una luz roja y por poco atropella a un

peatón.

-Llegando a la casa: te lavas las manos, saludas a tu mamá, bajas al comedor

y te esperas para comer-.

-¿En ese orden?

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-¡No, en el orden que usted prefiera, su majestad! Se me olvida que tú eres

el hombre de la casa y que yo solo soy tu asno que te lleva y te trae a todos lados-

.

-Perdóname, papi.

-Solo obedece. Y ya-. El auto dio la vuelta en sobre una calle pequeña de

doble sentido y se aparcó en la puerta de la casa.

Miguel subió las escaleras, ansioso. Se lavó las manos, corrió a la habitación

principal, besó la mejilla de su madre y le dijo rápidamente que había quedado en

segundo lugar, que el mes siguiente llevaría a casa una mención. Su madre lo

abrazó y lo cubrió de besos.

-¡Migue, baja a poner la mesa!

-Corre, obedece a tu papá –dijo su madre.

Miguel bajó las escaleras y vio que su Sebastián estaba sacando vasos y platos de

la alacena.

¿Por qué no te has cambiado? Sabes que siempre manchas la ropa y ya no

tienes uniformes limpios para mañana, así que cuida ese.

-Sí, papá.

Miguel corrió a su habitación y se quitó el uniforme. Sintió un cosquilleó en la

entrepierna y notó como comenzó a abultarse. Se apretó el pantalón de mezclilla,

se puso una playera de manga corta y espero unos segundo más. Cuando abrió la

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puerta de su habitación, su padrastro le gritaba que se apresurara para seguir

poniendo la mesa.

Su madre comió en la recamara.

Desde hacía tiempo que Miguel notaba que había ciertas cosas que no le eran

comunicadas. La primera: el estado de salud de su madre; lo único que sabía era

que le estaba obligada a estar a en cama y no moverse bruscamente.

Cada que sus padres hablaban y lo escuchaban cerca súbitamente cambiaban el

tema. Lo mismo sucedió cuando le pregunto a Sebastián acerca de las erecciones.

Este le dio una paliza, alegando que seguramente estaba pensando cosas

indebidas, sucias. Cosas de las que aparentemente tenía que negar su existencia

hasta que tuviera más edad. Porque si había algo que notó que hacía sacar de

quicio a los adultos, era que los niños preguntaran cosas relacionadas con el

cuerpo. Y mucho más si preguntaban acerca de los bebés, ni siquiera el padre

Castro supo explicar la lujuria, cuando hablaron de los pecados capitales en la clase

de religión.

Todo cambio en cuerpo lo guardaba religiosamente escrito en una libreta que tenía

en su mesita de noche. Le daba vergüenza incluso hablar de esos temas con sus

compañeros de la escuela, no quería ser motivo de burlas, si es que era el único al

que le pasaba eso, y a juzgar por la reacción de su padre, era algo terrible y

vergonzoso, eso le aclaró el por qué siempre sus compañeros hablaban sobre los

castigos impuestos por los padres. Todos parecían coincidir que era por haber

hablado de más.

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Miguel descubrió, en sus apuntes, que cada cierto tiempo su cuerpo cambiaba. Y

esos extraños abultamientos comenzaban a ser un problema.

Era la hora del receso, los chicos de sexto grado jugaban futbol con el padre más

joven, el maestro de deportes hacía de árbitro mientras que los demás chicos hacían

burla al equipo perdedor. Frente a la cancha se encontraban unas gradas de

hormigón gris. En el nivel superior era donde Miguel se reunía con Andrade,

Jiménez y Bretón, los otros chicos de su grado.

Hablaron de como a Jiménez le había contado un primo, que ya había estado con

una mujer y que tenía que sacudirse fuertemente cada vez que se pusiera dura si

quería poder tener bebes. Lo que Miguel no entendía era por qué su cuerpo le

estaba indicando que se preparara para tener bebés, le parecía muy extraño y no

creyó una sola palabra de lo que escuchó. Por supuesto no se lo comentó a su

padre. El colmo de la situación llegó cuando durante la clase, el maestro de español

le hizo pasar al pizarrón para poner los acentos en las palabras. Los chicos se

burlaron al ver el bulto en sus pantalones. Se burlaron de él, incluido el profesor,

que agravió el asunto diciendo en voz alta que mejor no pasara, que él ya tenía

puesto el acento. Miguel regresó avergonzado a su lugar, por supuesto no supo de

qué se trató el resto de la clase.

Ese pequeño juego de su cuerpo provocó que se ganara una visita a la oficina del

director. Era lo peor que le pudo haber pasado, era la primera vez en toda su vida

escolar que lo mandaban a la oficina del director. Eso era, pensó, para los niños

verdaderamente malos, para los que le sacaban el mole a otros o los que robaban

dinero o ¡peor aún! Los exámenes del mes entrante. A los malos les daba igual

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visitar la oficina del director, Miguel supuso que a sus padres también, porque

después de las suspensiones y los castigos, los malos lo seguían siendo. Pero él

no era malo. Estaba por ganar una mención honorifica. Sintió frío al momento en

que la secretaria lo hizo pasar con el director, recordó la sensación de la primera

vez que se subió a una montaña rusa. Quiso salir de ahí a toda velocidad, pero el

carro había empezado a avanzar.

-¿Arias Morales, Miguel?-.

Miguel dijo que sí, pero de su boca solo salió un siseo. La silla frente al escritorio

del director era ridículamente más pequeña, lo que lo hizo sentir más indefenso ante

el hombre.

-¿Qué paso en la clase del maestro Almeida?-

-Me porté mal.

-¿Por qué se portó mal, Arias?

-Hice reír al grupo.

-¿Por qué hizo reír al grupo?

-Tuve un accidente-. Miguel sentía como su voz temblaba con cada palabra

que decía.

Miguel por poco echa a llorar, sentía un nudo en la garganta. El director no se

conmovió, permaneció sentado en su silla.

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-Le voy a mandar un reporte a sus padres para que sepan que está teniendo

comportamientos inconvenientes enfrente de sus compañeros varones. Tienen que

firmarlo los dos.

El director le extendió una hoja, parecida a la receta de un médico. Con letras

grandes en la parte superior estaba con letras negras: REPORTE DE CONDUCTA.

El, alumno: Arias Morales, Miguel mostró comportamiento inconveniente

frente a sus compañeros, exceso de familiaridad y actitud vulgar.

La sanción: perder el derecho a participar en el evento de la mención

honorífica.

Se requiere la firma de los padres y que se hable con él, sobre estos temas.

Atentamente…

Pensó que podría evitar hablar sobre el tema con sus padres, ya que en sí, el reporte

no explicaba explícitamente que fue lo que sucedió. Lo que no le dio tiempo de

explicarle al director, era que no había sido su intensión, y que si por él fuera, no lo

volvería a hacer.

Tenía que evitar el regaño. No participar en el evento de la mención sería terrible si

hubiera sido él el ganador, pero como sabía que había quedado en segundo lugar,

pensó que podría salir triunfante de un castigo. Solo tenía que firmar el reporte.

Al salir de la oficina del director, la secretaria lo miró con ojos de incredulidad. Nunca

antes o había visto con un reporte en la mano.

-¿Qué pasó, Miguel?

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La secretaria le indicó que salieran al patio. Le ofreció pañuelos e incluso un

caramelo. Sintió que podía confiar en ella, además lo había llamado por su nombre.

Ella no mostró sorpresa cuando escuchó lo ocurrido, aunque si adquirió un

semblante serio, pero comprensivo.

-No eres igual que los niños que van a la oficina del director. Lo que a ti te

pasó no fue nada malo. La gente de aquí es muy tonta, eso es lo que pasa, son

miedosos.

Su padrastro pasó a la hora acostumbrada, pero esta vez, Miguel ya estaba en la

calle esperando. Subió por la puerta el copiloto.

-Ahora sí, que bueno que estabas listo en la puerta.

-Sí, papá.

-¿Te portaste bien?

-Si.

-¿Qué te dejaron de tarea?

-Historia, geografía, civismo y religión.

-A lo mejor te tienes que quedar en casa de tus abuelos. Tu mamá se puso

mala otra vez y tenemos que ir a un mejor hospital.

-¿Qué le paso?

-Mira, se supone que no puedo decirte nada. Pero ya sé que eres grande y

que puedes lidiar con las cosas como un hombre.

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-Sí, papá.

-Tu hermanito viene mal.

-¿Por qué, papá?

-No sabemos, por eso tenemos que ir al hospital. No le digas a tu mamá que

te dije.

-No, papá.

Sebastián dio la vuelta a la derecha en la calle de la casa y aparcó el coche a la

sombra. Miguel bajó con su mochila al hombro y entró a la casa. Su madre estaba

en la cocina sirviendo los platos de la sopa.

-¡Qué bueno que ya llegaron, ya está lista la comida!

Miguel corrió a abrazar a su madre, le besó la panza sintiendo el ombligo botado.

Ella le tocó la cabeza con cariño y le sonrió.

-¡Ve a cambiarte, Miguel! –indicó Sebastián.

Por la noche, cuando estaba a punto de ir a la cama, escucho que su madre hablaba

con Sebastián.

-Es algo de la sangre. Por eso dicen que si logran que sobreviva, puede ser

que no pueda valerse por sí mismo.

-¿Y qué hacemos, Julia? Vamos al hospital mañana y que hagan lo que

tengan que hacer. El punto es que sobreviva.

-¿Qué le decimos a Miguel?

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-Nada, nada. Le decimos que iremos al hospital para cuiden mejor de ti y que

se quedará este mes en casa de su abuela.

Era evidente que era el peor momento para hablar sobre el reporte. Cuando bajó

para la cena, su madre cambió el tema súbitamente. Evitar hablar con la verdad lo

salvó de un regaño, por lo menos ese día. Su madre tampoco hizo gran esfuerzo

por compartirle la noticia sobre el estado de su embarazo, no tenía por qué, no eran

temas para niños.

Todos los que alguna vez recibían un reporte de conducta, eran colocados en una

carpeta especial, después del primer reporte, como ya había castigos anteriores, la

pena se iba incrementando y el castigo por no entregar un reporte firmado por los

padres era un día de suspensión con una carta aún más larga por parte del director.

Al juntar tres cartas de suspensión lo siguiente era la expulsión definitiva de la

escuela. Miguel solo había escuchado hablar de esos casos, pero nunca había

conocido a nadie que hubiera pasado por eso. Pensaba que se tenía que ser

verdaderamente malo para que eso ocurriera.

La jornada fluyó de manera regular, ese día no tenía clase con el maestro Almeida.

Seguramente el sería el único que recordaría el reporte. A la hora del receso se

reunió con Jiménez y Bretón en las gradas de hormigón frente a la cancha. Andrade

no había ido ese día, era uno de esos que siempre faltaban por estar enfermos,

pero ellos sabían que no era cierto. La verdad era que su madre se quedaba

dormida y no lo llevaba a tiempo. Habían visto a la mujer, en repetidas ocasiones,

rogarle al portero de la escuela para que dejaran pasar al niño. Las reglas eran

claras. La entrada era a las siente, un minuto tarde era suficiente para que se le

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negara la entrada los niños, por lo que algunos padres dejaban a sus hijos desde

las seis de la mañana, afuera de la puerta cerrada de la escuela.

-¿Te firmaron el reporte, te castigaron? –saltó de pronto Bretón.

-No se los enseñé.

-Te van a cachar, si no entregas el reporte te van a mandar otro –añadió

Jiménez.

-Todavía tengo hasta mañana para entregarlo. Hoy no tenemos clase con

Almeida.

-No importa, si te ve, seguro te lo pide. Ya sabes cómo es –dijo Bretón -

¡Oigan! ayer hice lo que me dijo mi primo.

-¿Qué se siente? –preguntó intrigado Jiménez.

-Como si te fueras a hacer pipí encima, como cuando te da escalofríos al

orinar, pero mucho más largo.

-¿Y luego? –Jiménez no paraba de reír.

-Luego se hizo un cochinero y me manché por todos lados. Lo voy a volver a

hacer, me dijo mi primo que cuando pasa eso, oficialmente te convertiste en hombre.

-¿Y qué tienes que hacer? –preguntó Jiménez.

-Primer buscas un bote de vaselina, de esa que le ponen en el culo a los

bebés, te untas por todos lados y luego frotas, como si estuvieras ideando un plan

¡como las moscas! Cuando sientas de pronto ganas de orinar, frotas más rápido

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porque si no, te orinas de verdad. Y me dijo mi primo que si eso pasa cuando estés

con una mujer de verdad, los bebés salen mongoles.

-¿Por qué mongoles? –preguntó de pronto Miguel.

-Porque sí. Es un tema muy complicado, mi primo me lo explicó a lujo de

detalles pero me dijo que no le contara a nadie, se los cuentos a ustedes porque

son mis amigos, pero nadie fuera del circulo debe de saberlo –Ese día vio a Bretón

un poco mayor que él. Quiso conocer al dichoso primo; Miguel no confiaba del todo

de su compañero. Sabía que tendía a exagerar las cosas. Aun así no pudo evitar

pensar en lo que dijo.

Al finalizar el receso, Miguel tuvo que esquivar al maestro Almeida que estaba

merodeando por el corredor de su aula. Esperó en el baño hasta que estuvo seguro

que el profesor se había ido. Entró un segundo después que el resto de sus

compañeros.

A la hora de la salida, el profesor esperó en la puerta, seguro quería ver el reporte

firmado, por suerte para Miguel, pudo evitar el encuentro ya que el maestro ignoraba

que el niño salía por otra puerta.

Visitar la casa de sus abuelos siempre le traía sentimientos de congoja. Si hubiera

sido mayor, habría suplicado quedarse en casa, ya que no podía ir al hospital. Había

un olor extraño en el aire, no le dijeron mucho, solo que permanecería con sus

abuelos hasta que naciera su hermano. Sebastián lo dejó en la puerta de la casa

de sus suegros. Arrancó el coche y se fue. Su abuela lo alimentó y le indicó que

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hiciera los deberes, era viernes y mejor sería tener todo listo para poder dedicar el

fin de semana entero a otros asuntos.

El silencio sepulcral de la gran casa de sus abuelos le hizo sentir su verdadera

dimensión. Era pequeño aun, el techo aun le quedaba alto. Se encontraba en una

mesa de la sala tratando de resolver los problemas de matemáticas, después de

mucho intentar decidió pasar a otra cosa. Le costaba trabajo concentrarse en un

entorno tan diferente al suyo. A pesar de conocer a perfección la casa de sus

abuelos, no pudo evitar extrañar su casa esa primera noche.

No había mucho que pudiera hacer un sábado por la mañana en casa de sus

abuelos. Desayunó un plato de cereales y salió al jardín a pasar el tiempo. Ayudó a

su abuelo con algunos quehaceres de la casa y posteriormente fueron a comprar

un cepillo de diente, al parecer había olvidado llevar el suyo.

-¿Cómo estás, burro? –le preguntó su abuelo en el auto.

-Bien –no estaba acostumbrado a entablar largas conversaciones con su

abuelo.

-Va a estar todo bien, no te preocupes, burro -.

¿A caso la preocupación que sentía era tal que se veía a simple vista? Supuso que

hablar de todo aquello con su abuelo resultaría inútil. Su abuelo ya había expresado

su desdén por las personas que no sabían expresarse correctamente. Miguel se

ponía nervioso cuando hablaba con él y balbuceaba la mayoría de las veces

diciendo cosas incomprensibles o sin sentido. El domingo no pudo haber sido peor,

le obligaron a asistir a la misa y a dormirse a las seis de la tarde. Su abuela le indicó

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que tuviera listo su uniforme. Al momento de alistar sus libros y libretas encontró, al

fondo de su mochila, el reporte de conducta. Sacó un cuaderno en dónde alguna

vez sus padres firmaron su anterior reporte de calificaciones y trató de reproducir

ambas firmas en una hoja de papel, después de practicar varias veces, hizo la

versión definitiva en el reporte y lo guardó.

El maestro Almeida, por supuesto descubrió su falta y le mandó un segundo reporte

de conducta y quedó fichado en una de esas temidas carpetas, desde ese momento,

hasta el fin de sus días en esa escuela, estaría en la mira de los otros maestros y

prefectos. Miguel supuso que si él formaba parte de esas carpetas, no había duda,

era una mala persona.

-Si no lo traes para mañana, no entras a la escuela –fue con lo que concluyó

el director.

No tuvo más remedio que acercarse a su abuelo en la tarde y mostrarle los dos

reportes. El solo sacó un bolígrafo y lo firmó sin más.

-Me preocupa mucho usted, burro – dijo su abuelo entregándole los papeles.

Quiso preguntar la razón, pero no lo hizo, dobló los papeles y los guardó en su

mochila. Al menos el asunto podía darse por terminado. Su madre y Sebastián no

tendrían por qué enterarse, ya para cuando ellos volviera, habría pasado mucho

tiempo.

La cena se llevó a cabo en silencio. Era el turno de Miguel de recoger y lavar los

platos. No le importaba hacerlo, si iba a estar ahí, más le valía la pena ser útil y

distraerse. Quería sacarse de la mente la idea de que era malo.

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Durante el resto del mes solo tuvo oportunidad de hablar con su madre en una

ocasión. Las otras veces solo recibía instrucciones y ordenes por parte de su

padrastro. Le decía que todo estaba bien, y que su madre estaba siendo atendida,

pero fue un domingo por la tarde cuando escuchó a su abuela decir a alguien por

teléfono que había grandes posibilidades de que su hija Julia perdiera al bebé.

Le parecía injusto como él tenía que rendir cuentas de todo lo que hacía mientas

que los adultos podían mentir. A lo mejor les era permitido, podría ser una de las

ventajas más de ser un adulto, pensó, poder mentir. O por lo menos evitar decir la

verdad.

La ceremonia se llevó a cabo, como siempre, en el patio central de la escuela.

Después de realizar los honores a la bandera, el director tomó el micrófono.

-Como ya saben, mes con mes se entrega un reconocimiento, una mención

a los alumnos más destacados de la escuela. Alumnos disciplinados, decentes,

pulcros en su manera de actuar y de ser, amables con el personal de la escuela

además de sus destacadas calificaciones y su participación en los eventos

escolares. Con gran orgullo haré pasar de uno en uno a los ganadores del

reconocimiento, recibamos con un fuerte aplauso a Gallardo Márquez Fermín, de

primer año. Velásquez Cuellar Carlos, de segundo año…

Los niños iban subiendo uno a uno, recibían la bandita y un diploma de papel. Todos

se veían igual. Uniformes limpios, zapatos negros brillantes, botones doraros,

mangas limpias, cuellos almidonados, cabello relamido y sobre todo orgullo en el

rostro.

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Años después, cuando Miguel se mudó del pueblo para estudiar en la universidad,

le llamó la atención recibir un correo electrónico de su amigo Alejandro Bretón, al

parecer se reunirían los ex alumnos de la escuela primara a la que asistió. No fue a

la reunión, pero vio a su viejo amigo un año después en un concurrido café en el

centro de Madrid. Los dos habían sido becados por la universidad para estudiar un

año en España.

-¿Sabes qué no se me va a olvidar nunca? El reporte que me mandó el

profesor Almeida. Cuando se me paró enfrente de toda la clase-. Con el tiempo, los

temas prohibidos pasaron a formar parte de sus temas cotidianos, descubrió, para

su sorpresa, que los adultos pasan más tiempo hablando del cuerpo de lo que creía.

-Ya no recordaba eso- repuso Bretón, quien había perdido esa vivacidad que

tenía de niño.

-Todo lo que nos contabas sobre tu primo.

-Tonterías, no sabía nada.

-¿Y ahora?

-Menos –Bretón echó a reír -. Nunca me dijiste porque te sacaron de la

escuela después de ese año. De no haber sido por la beca, en la vida nos

hubiéramos vuelto a ver.

-Problemas familiares –contestó Miguel.

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-Ya veo, mi familia también se fue al diablo. Pero mejor así, ahora está todo

mejor, ¿no es así? No hablemos de esas cosas.

Ese día hacía mucho calor y no podían quitarse el chaleco porque era parte del

uniforme.

-Arias Morales Miguel, de quinto grado y Montoya Septién Guillermo de sexto

grado. Ellos son los modelos a seguir. Un aplauso por favor.

Fue el día más largo de su vida. Cuando acabaron las clases, Miguel corrió a

mostrarles a Sebastián y a su madre que por fin habían conseguido la dichosa

mención. Su madre solo esbozó una ligera sonrisa y su padrastro le dio una

palmadita en el hombro. Miguel sabía que esa reacción tan escueta tenía que ver

con la cajita de madera que había aparecido en la casa. Sebastián le pidió que lo

acompañara a la sala. Le explicó a lujo de detalle lo que había ocurrido con su

hermano, de cómo sus pulmones se habían llenado de agua antes de salir del

vientre y que eso lo había ahogado, además que ya tenía problemas desde el

principio.

-Y como sé que ya eres un hombre, te voy a dejar que lo veas. Para que te

despidas. Te explico que ya no está como tú y como yo, lo que le hicieron se llama

cremación, es para evitar llenar la tierra con más difuntos, hijo, solo es eso. Es

importante que entiendas lo que está sucediendo, es parte de la vida y tanto tú como

yo y tu mamá, vamos a acabar así. Y no es bueno estar triste, la tristeza es pereza,

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recuérdalo y la pereza es un pecado. Esto queda entre tú y yo, no le puedes decir

a ti mamá.

Miguel inhaló y exhaló, su corazón latía con fuerza, inhaló y exhaló; Sebastián abrió

la caja, inhaló y exhaló, inhaló y exhaló; Sebastián jaló el cordón blanco de la bolsita

que contenía las cenizas. Al momento de ver el contenido, todo se nubló, no sabía

si el último aliento iba a llegar.

Por la noche, su madre le compró un pastel de chocolate y lo cubrió de besos, era

un día alegre también, ganar una mención honorifica no era cosa de todos los días.

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Una Casa Llena De Moscas

-A veces no sé cómo mesurar mis pensamientos – dijo la señorita Edith

Villarreal –. Me descubro llena de deseos. No creas que busco en las calles por las

noches. No. Pero he pensado en hacerlo, es entonces cuando descubro un nuevo

horizonte donde puedo satisfacer lo que yo quiero. Somos una cosa compleja, llena

de contradicciones. Pero esto ya lo dijo alguien más alguna vez ¿cierto? Es el tema

de la vida y siempre lo será, porque es indescriptible el placer que se siente con

solo dejarse llevar por la imaginación y gozar, gozar el gozo delicioso.

-No creo que sea algo que debas decirle a alguien la primera vez que lo conoces –

contestó su amiga, la señorita Lucía Meléndez.

-¿Por qué no? Mejor ser honesta desde el principio.

-Hay niveles de honestidad, querida amiga.

-La honestidad no tiene niveles, se es o no se es. No creo que sea tan complicado

de entender.

-No cualquiera va a entender tu forma de pensar. Las relaciones a veces necesitan

un poco de mentiras, para sobrevivir a los demonios del otro.

-Ninguna relación puede tener mentiras, de eso estoy segura, si no, todo está

destinado al fracaso.

-Pero hay cosas que uno se puede evitar, problemas pequeños.

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-No hay problemas pequeños si es necesario ocultarlos, si se ocultan es porque

tienen el potencial de ser inmensos, es terrible vivir con ese miedo, ¡Dios sabe que

yo no lo hago! No hay porque soportar ningún tipo de martirio, querida, eso es del

siglo pasado.

-¿No tienes miedo de nada de eso? ¿Estás dispuesta a proponerle matrimonio tú a

él, sin siquiera haberlo conocido? -. Preguntó Lucía. Edith tomó aire y miró por la

ventana de la biblioteca. Afuera hacía un frío terrible.

-Si no soy yo, será otra pueblerina, y yo voy a sacar a ese hombre al mundo,

es lo que siento y se lo voy a decir. Sin rodeos.

-No puedo concebir un mundo en el que la gente dice lo que es desde el primer

momento- confesó Lucía. Considero que podrías encontrar una manera más dulce

de decírselo es todo. No creo que esté conforme con que estés buscando aventuras

por las noches.

-La idea de aventuras en las noches, querida, no he salido a ningún lado.

-Por ahora, pero te conozco, cuando algo se te mete a la cabeza no hay quien te

persuada.

Edith suspiró y decidió no seguir con el tema. Desde hacía un mes, había llegado al

pueblo una familia del norte. Edith se enamoró del joven Salvador, quien se decía

que era el único heredero de la fortuna de su padre, y que además de poseer la

mitad del pueblo incluyendo el cerro de la Vid y todos los terrenos de los

alrededores. La vía del tren pasaba justo por en medio de uno de los terrenos de la

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familia nueva, los Montevideo. No tardaron en sacar provecho de eso: Se había

construido un hospital y un hotel y dio un buen resultado para la familia. Al morir el

señor, la señora, que hasta ese día había vivido en la provincia del norte al cuidado

de su hijo, ahora se vio forzada a dejar las comodidades de la vida tranquila y

hacerse cargo, junto con Salvador, de la administración de las tierras del difunto.

Ocuparon una vieja casa de cantera rosa en una de las zonas más prestigiosas del

pueblo. Esto causó un revoloteo generalizado para las señoritas, pero sobre todo

para Edith.

Esa noche, al dormir el pueblo entero, Edith abrió la ventana de su habitación e

imaginó que pasaba un policía o un caballero cualquiera o en general cualquier

sujeto masculino y ella lo dejaba pasar a su casa, dejándolo tocarle los pechos y

besarla y tomarla toda la noche. Para su desgracia y dicha de sus padres, esa noche

no pasó nadie.

2

Lucía convenció a Edith que fuera dulce y que no dijera todo lo que pensaba, ella

accedió y decidió omitir algunos detalles a Salvador. La boda se llevó cabo como

se llevan todas, con flores, fiestas y tíos que aparecen y aseguran haberte conocido

desde que eras infante. Música y fotos. Edith estaba que reventaba de felicidad. El

viaje de bodas se llevó a cabo sin ningún contratiempo y la joven pareja regresó al

pueblo nuevamente para colocarse en una cómoda casa, más pequeña que en las

que crecieron ambos, pero se las pudieron arreglar con solo dos sirvientas y el

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jardinero una vez por semana. Como Edith no sabía hacer absolutamente nada, su

marido le indicó que buscara un pasa tiempo.

3

A los cinco meses de matrimonio, Salvador despertó con terrible dolor de cabeza.

El doctor llegó tarde, solo para ver al joven e indicarle a la señora Edith que su

marido había quedado seriamente dañado debido a un derrame cerebral.

-¿Qué pasa, Edith? Te veo decaída – dijo Lucía que había ido a visitarla.

-A veces eres tan estúpida ¿Cómo quieres que esté? Mi marido se ha quedado tonto

para siempre, ahora tengo que limpiarlo, en el baño, ¿puedes creer eso?

-Edith, es una prueba.

-¿Una prueba de qué? ¡Dios mío! Y pensar que todo es tu culpa.

-¿Mi culpa? –Lucía estaba aterrada.

-Sí, supón que le hubiera dicho toda la verdad, probablemente me hubiera

rechazado y yo no estaría atrapada en esta situación tan absurda.

-¡Santo cielo, Edith! ¿Te estás escuchando?

-Si, por primera vez en mucho tiempo me estoy escuchando. Te agradezco la visita

pero tengo cosas que hacer.

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Esa fue la última vez que volvió a ver a Lucía. Lo curioso de los pueblos, es que uno

puede evitar ver a la otra persona, por más pequeño que sea.

4

A principios de octubre, Edith dio a luz a una niña a quien llamó Melisa, conforme la

pequeña bebé perdía la hinchazón, la madre pudo notar que tenía un tremendo

parecido con Salvador.

-Mira, se parece a ti -. Salvador tenía la mirada perdida. Solo esbozó una ligera

sonrisa.

-Bonita –fue lo único que contestar.

-¿Ahora qué voy a hacer? Tengo que educar a la niña sola.

-Bonita-.

-¿Es lo único que vas a decir? -Melisa comenzó a llorar.

-Bonita-.

-Hablar contigo es igual de aburrido que hablar con la niña-.

Esa noche, Edith se asomó por la ventana y esta vez pasó un caballero, su corazón

se aceleró tanto que creyó que se iba a desmayar. Corrió las cortinas y se echó a

la cama. A medida que caía al sueño profundo, solo pudo pensar en lo que hubiera

ocurrido si el hombre hubiera entrado a su casa. Amaneció empapada de sudor.

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5

Cuando Melisa cumplió un año de edad, Edith organizó una fiesta con los amigos

cercanos. Las sirvientas se hicieron cargo de todo. Mientras que la joven ponía al

día a sus amigas.

-Lo único que hace es quedarse mirando el espacio, todo el día, como si le estuviera

hablando dios.

-¡Que martirio tan horrible te tocó vivir! Y siendo un joven tan prometedor -. Comentó

una amiga.

-Ya no quiero pensar en quién era antes, porque solo me lleno de tristeza, por eso

me deshice de todas las fotografías que había de él. Solo pensaré que así ha sido

siempre y listo.

-Pues sí, imagínate el escándalo que sería si lo dejaras.

-No lo voy a dejar, tuve un momento en el que pude haber hecho todo bien, pero

ese momento se fue-.

-Te compadezco amiga, de verdad que tienes un corazón gigante.

-Yo no diría eso, yo creo que me iré derechito al infierno. Ahí es dónde voy a

terminar.

-Yo siempre he dicho: ¡Mientras tengan vino blanco por mi está bien! –las dos rieron.

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-¿Cómo te las arreglas?

-¿Para qué Mariquita?

-Ya sabes, para no arrancarte las pestañas una por una. Don Salvador tenía fama

de ser salvaje.

-Tengo una imaginación privilegiada.

-¿Quieres decir que desde lo que le ocurrió, no has estado con él?

-El doctor me dijo que no habría ningún problema con la estimulación necesaria,

pero es como intentar hacer que reviva un muerto, lo único que dice es ¡bonita! Se

le han dado habilidades extrañas desde aquel día, como su incontinencia, eso y

además tengo que hacer todo el trabajo yo.

-¡Edith, que morbosa!

-No soy de las personas que se guardan las cosas.

-Por cierto, Don Benito no te ha quitado el ojo de encima.

-Yo sé lo que quiere, pero no se lo daré.

En ese instante, Don Benito, el alcalde del pueblo se aproximó. Mariquita se retiró

y dejó que el hombre hablara con ella.

-Ha surgido un problema, señora de Montevideo.

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-¡Villareal! Mi marido y yo nunca acordamos el uso del apellido y como podrá saber,

está incapacitado para realizar cualquier acción legal, así que dejémoslo como

Villareal.

-Señora Villareal, la presa de La Paloma tiene un problema.

-¿Por qué habría de interesarme eso? Estoy segura que podemos conversar acerca

de otras cosas señor Benito.

-La presa está a punto de desbordarse, necesitamos drenarla para que no corra

riesgo de desbordarse o peor aún, que se rompa la cortina.

-¡Hagan lo que tengan que hacer!

-Hay un ligero detalle. La única forma de drenar la presa es por el lado este del

pueblo, muchas tierras de cultivo quedarán arruinadas.

-Pobre gente, será mejor que les notifiquen antes de tiempo.

-Ese es al asunto, señora Villarreal. Las tierras de cultivo que quedarían arruinadas

serían las suyas.

-¿Y su gobierno piensa pagarme de alguna manera la gran pérdida de dinero que

eso significa? Tengo un esposo incapacitado.

-Conocemos la condición de su marido, pero me temo que es lo único que podemos

hacer.

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-Pues no lo apruebo, y si me entero de que mis cultivos quedaron arruinados por su

culpa, me haré cargo de cobrarle cada centavo de esa perdida.

6

Don Benito, con la poca autoridad que tenían los políticos no pudo lidiar con la

señora Villarreal y ordeno que en lugar de drenar la presa por el oeste, fuera

drenada por el sur.

-Pero, señor, no hay manera de tirar esa parte de la presa, se necesita dinamita, es

un muro inmenso.

-Si no lo hacemos la presa se va a desbordar –contestó don Benito.

-Pero debemos drenarla por el lado oeste, hacia los sembradíos.

-No hay dinero para pagarle a la dueña lo que pide, por arruinar su cosecha.

-Pero, si lo hacemos por el lado sur, irá directo al pueblo.

-No, no llega, además en el dado caso que llegara, sería muy poca agua y la detiene

el terraplén del tren.

La orden de tronar el muro sur de la presa fue aprobada. El terraplén no solo no

resistió el agua sino que debido a la geografía dónde se ubicaba el pueblo, el agua

fue tomando cada vez más fuerza por la inclinación del terreno.

Amaneció el pueblo entero, tres metros bajo el agua.

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Había un gran letrero que cerraba el paso al pueblo. Los señores Sepúlveda que

regresaban de un merecido descanso, se quedaron petrificados al enterarse que su

casa estaba bajo el agua, al igual que el pueblo entero, y además habían dejado

ahí a sus trece hijos al cuidado de solo una sirvienta. No los dejaron pasar hasta el

día siguiente, cuando lograron secar la entrada del pueblo. Al llegar a su casa,

vieron que todo estaba arruinado, perdido: se sacaron más de treinta carretas de

libros estropeados, todas las alfombras, tuvieron que construir un sifón para extraer

el agua del sótano. Pero lo más angustiante era que no sabían sobre el paradero

de sus hijos. Al poco tiempo llegó la sirvienta quien lloró desconsoladamente. La

razón: ¡porque los señores se iban a enojar con ella porque se inundó la casa! Los

niños fueron recogidos por la señora Edith, quien los llevó a una de sus fábricas de

tela, los alimentó y los cuidó. Razón por la cual los señores Sepúlveda le quedaron

sumamente agradecidos.

8

-¿Escuchaste que Don Benito renunció y se fue del pueblo? –preguntó la señora

Claudia Sepúlveda a Edith.

-¿Cómo iba a quedarse, después del desastre que hizo?

-Aun no puedo entender porque no abrieron la compuerta oeste.

-Yo tampoco, supongo que es la ineptitud de los políticos de hoy en día.

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-Mi José está pensando en postularse candidato.

-¿Por qué partido?

-¿Hablas en serio? ¿Cuál más va a ser? El único que puede hacer un cambio real.

-Me parecen todos ellos un poco anticuados, a mi parecer, creo que hace falta un

cambio. ¿Creerás que la mesa directiva del club me sacó del consejo?

-¿Por qué?

-Me dijeron: Sabemos que su marido donó este club a la comunidad, pero

consideramos que es tiempo que deje que nos encarguemos como es debido,

después de todo, las acciones del club se han visto compensadas por la de otros

miembros del consejo familiar y quien sabe cuántas cosas más. Si mi marido no

hubiera hecho ese club, ellos no tendrían donde tomar sus baños turcos y jugar

tenis. Ese lugar es mío, y ahora quieren quitármelo y no dejan que opine sobre nada.

En fin, les dije que sobre mi cadáver y listo.

-¿El otro día pase por el cerro de la Vid?

-¿Y? – preguntó Edith sin interés.

-Me informaron que la tierra no se ha trabajado en años.

-No tengo forma de pagarle. ¿Tienes idea de lo que cuesta mantener todo esto?

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-Y no crees que puedes vender un poco de terrenos, después de todo, el pueblo

necesita crecer.

-A mí me gusta como está, y planeo que así se quede, por lo que a mi concierne.

-¿Irás mañana a la junta del comité a favor de la cultura?

-Si voy es solo por ti -. Edith se puso de pie y se despidió de Claudia.

9

-¿Doctor? He tenido la más extraña sensación todo el día. Viene del vientre, creo

que algo puede estar mal.

-Su marido me informó que no se ha acercado a él en mucho tiempo.

-Eso no es posible, no dice más que dos palabras.

-Es más fácil entendernos entre hombres. Le sugiero que le ayude un poco, sé que

es difícil, pero tal vez le ayude.

-Yo sabré lo que hago con mi marido doctor.

-¿En cuando a su dolor?

-Seguro que no es nada, gracias por venir a revisar a Salvador. Lo acompaño a la

puerta.

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Edith encontró que su marido tenía recortes de revista y fotos de mujeres desnudas

escondidas en una cajita.

-¡Eres un pervertido! –le reprendió.

10

El único intentó que Edith hizo por estar cerca de su esposo, dio como fruto a Miguel.

Melisa había trabado amistad con los hijos de la señora Sepúlveda y terminaron

siendo todos buenos amigos, invitados a todas las reuniones. El señor Sepúlveda,

ese año resultó ser elegido como presidente del pueblo, lo que les hizo ganar

estatus social, no solo a ellos sino también a sus más allegados. La señora

Sepúlveda tenía fama de enfermiza, y ese año estuvo peor que nunca, tiempo en el

que Edith coqueteó hasta el cansancio con el señor José Sepúlveda, por supuesto

él nunca accedió a nada, pero tampoco negó los casuales coqueteos. Terminaron

siendo buenos amigos de fiestas, sobre todo cuando se quedaban hasta altas horas

de la madrugada bebiendo y cantando canciones extranjeras al piano. Los niños,

dormidos en algunas de las muchas habitaciones.

11

El tercer hijo de Edith fue el fruto de un caballero que iba pasando por la calle. Ella

lo llamó a que subiera y en la sala de estar se rindió ante él. Nadie lo vio entrar y

nadie lo vio salir, Cuando nació Miranda, ella solo tuvo que decir que era de

Salvador, después de todo, la respuesta a la pregunta de si Salvador seguía

funcionando totalmente como hombre, Edith se encargó de esparcirla por todo el

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pueblo. Desde el día que el doctor fue, hasta ese, nadie dudó de la fidelidad de Edith

y Salvador y del gran amor que debían de tenerse para cuidarse el uno del otro,

dadas las condiciones. Eventualmente Edith tuvo que deshacerse de buena parte

del cerro de la Vid, donde construyeron un complejo residencial exclusivo para los

miembros de un nuevo club, a la que por supuesto, Edith no estaba incluida. No

porque no pudiera costearlo, sino porque creía que era un insulto a su marido ir a

un club que no fuera el suyo. Eventualmente convenció a su círculo de amigas que

ese club no era del todo bueno, al escucharlas hablar acerca de la curiosidad que

sentían por el nuevo club.

-Tienes razón, Edith. No hay nada como el prestigio familiar, no queremos que

nuestros hijos convivan con quien sabe Dios quién – dijo la señora Sepúlveda.

-Esa nueva colonia que pretenden hacer no será buena, yo lo sé, conozco muy bien

esos terrenos.

-¿Viste que están planeando mover la vía del tren de lugar? Dicen que el pueblo

está creciendo mucho para ese lado –comentó Claudia.

12

Un nuevo propietario de tierras cercanas al pueblo, construyó una casa al lado del

terraplén del tren, dando como inició a la colonia Jardines antes, tierras de la señora

Villarreal. La colonia Club, cruzando el río en las faldas del cerro de la Vid se volvió

una de las más privilegiadas del pueblo, no solo por la inmensidad de los terrenos

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sino por los arbolados camellones y las vistas que se podían apreciar desde la cima

del monte. No tardaron en llegar un par de familias más.

-No pensé que vendiendo los terrenos del cerro, se iba a convertir en un lugar de

refugiados paracaidistas.

-Muchos de esos refugiados tienen mucho dinero, dicen que se puede convertir en

una de las mejores colonias del pueblo.

-¿Quién, en todo el mundo querría vivir en ese cerro? Nadie podría ir a visitarte. ¿Te

imaginas, ir hasta allá a cenar? Además hay una calle que conecta a un pueblo

viejo, está lleno de criminales.

Se apostó por la colonia Club, al menos así lo hicieron muchos inversionistas,

quienes trajeron escuelas y un par de hospitales más. Sin embargo había un

problema: el paso del tren había quedado atravesado justo a la mitad de pueblo, lo

que había causado accidentes e incluso un par de muertes. Se pensó en moverla a

las afueras de la ciudad, pero ese año no hubo dinero para que el gobierno realizara

dicho cambio.

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-Claudia, tengo que comentarte algo importante.

-¿Qué ocurre, Edith?

-Ya no soporto a Salvador, ya no.

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-No puedes decir eso, no tiene a nadie más, su madre murió.

-Y ni siquiera lo sabe, cuando le dije se quedó mirando al vacío nada más. Melisa

ya está creciendo y me causa dolores de cabeza. Miguel y Miranda se portan bien,

quieren a su papá, pero tengo la sospecha de que en la escuela lo molestan porque

su padre no se ha hecho presente.

-Puede caminar, podrías llevarlo a las siguientes reuniones de padres.

-Con los niños es suficiente carga. Además no quiero nadar causando lástimas.

Además, solo dice dos palabras.

-No seas tonta amiga, él te ha dado todo lo que tienes. No seas dura con él.

-Lo que tiene se ha ido yendo poco a poco. El muro estaba lleno de planos, ahora

ya no queda nada.

-¿Se acabó todo?

-No, no todo, pero si una parte importante.

-Lo lamento mucho, amiga. Pero tal vez es tiempo de que te ocupes de Salvador y

te olvides de las tierras, tienes a tus hijos.

-Sí, gran alivio.

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-Salvador, necesito hablar contigo- Salvador había envejecido mucho, su

cuerpo se había deteriorado más rápido que el de una persona sana, por razones

obvias –.Hay mucho que se necesita hacer y se está acabando el dinero, aún

quedan terrenos al sur. Podría negociar venderlos, pero nadie quiere ahí, todos

quieren en el maldito cerro de la Vid, de haber sabido jamás hubiera vendido ese

cerro. Además, construyeron un hotel muy barato en la cuadra de al lado y está

viniendo gente extraña.

-Bonita.

-¿Crees que debamos cambiarnos de casa? ¿Dónde vamos a meter todas las cosas

que tenemos? Ya nadie hace casas tan grandes.

-Bonita.

-Melisa ya casi se vuelve señorita y Miguel y Miranda se irán en algún momento.

Nunca conocí nada más, solo fue vendiendo todo lo que poseías, poco a poco, lo

siento mucho, pero no supe hacerlo mejor –Edith sintió un pinchazo en el pecho.

-Bonita.

Afuera, una prostituta estaba siendo tomada por un taxista.

-Definitivamente nos cambiaremos de casa.

-Bonita.

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La señora Villarreal no accedió a vender las últimas tierras que conservaba a las

afueras de la ciudad, así que la vía del tren se tuvo que quedar donde estaba.

Desgraciadamente, como sucedía mucho en ese pueblo, los políticos se dedicaban

a robar y a dejar a la gente sin los servicios más básicos. Creció un poco más ese

año, sin planeación y sin idea de que estaban destruyendo tierras de cultivo

absurdamente fértiles. Se hizo una moda que las viejas ricachonas abrieran tiendas

de ropa, donde la mayor parte del día, eran visitadas únicamente por sus mejores

amigas, quienes incluso se convertían en las mejores clientas.

-Quieren hacer escuelas para hombres y para mujeres ¿puedes creer eso? –dijo

Edith a Doña Julia, la dependienta de la nueva tienda de modas.

-¡Ay si, qué horror! Yo no sé a quién se le ocurrió esa idea.

-A algún inepto que quiere que nuestros niños se mezclen. A las niñas se les educa

de una forma y a los hombres de otra. No puede ser igual.

-Opino lo mismo que usted, señora Edith -.

-Al final vamos a tener que educar a nuestros hijos en casa. ¡Dios de mi vida!

16

La mudanza la familia Montevideo Villarreal ocurrió un año antes de que todo el país

sufriera la peor devaluación de la historia. Afortunadamente pudieron conservar un

par de casas y unas cuantas hectáreas, pero lo que alguna vez había sido casi un

imperio, se había reducido a lo que más o menos más de veinte personas el pueblo

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podían tener, incluso los rancheros de la periferia del municipio podrían tener más

que ella, lo que le causó una gran molestia.

-Todo lo que teníamos se ha ido, los niños siguen creciendo. Melisa se quiere ir del

pueblo a estudiar no sé qué cosa, ya no nos visitan como antes porque en esta casa

no se pueden hacer fiestas. Además no me gusta que haya vecinos tan cerca. Todo

este cerro era nuestro y ahora solo tenemos esta casa.

-Bonita –contestó Salvador.

-Me voy a tomar una botella entera de tequila mientras se pone el sol y me voy a

poner borracha y a cantar canciones.

-Bo… bonita.

A la mañana siguiente, sus hijos la encontraron dormida en el sillón de la sala,

completamente ebria.

17

Edith terminó de vender las pocas tierras que quedaban. Su hija Melisa finalmente

se fue a estudiar al extranjero y constantemente escribía a su madre. Después de

un par de años, lo dejó de hacer. La Señora Sepúlveda había enviudado el funeral

fue ostentoso y largo. Hubo más de seis misas de cuerpo presente, más cinco de

cenizas y el novenario. Edith extrañaría para siempre a su compañero de tertulias,

de ese día en adelante, las visitas de Edith a la casa de la familia Sepúlveda se

hicieron cada vez menos frecuentes. No solo Edith tardó en deshacerse de los

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terrenos, muchos de los propietarios de grandes extensiones de tierra también

renegaron por largo tiempo. Más de diez industrian quisieron construir ahí sus

naves, y el municipio se negó, alegando que el pueblo no era lugar para bodegones

de humo. A menos de cincuenta kilómetros del pueblo, se encontraba uno más

pequeño que accedió a vender los espacios. Esas decisiones fueron

empobreciendo al pueblo.

18

Era clarísimo, para todos; Edith Villarreal estaba vieja. Ese día se levantó de la cama

con un extraño sentir en su interior. Se tomó la ducha acostumbrada, se roció un

poco de colonia para baño y se vistió a la velocidad que su edad le permitía, que

por supuesto era lento. Se miró en el espejo y no pudo evitar analizar con

detenimiento cada una de sus arrugas. Se estiraba el rostro con las manos y soltaba

la piel, que inmediatamente regresaba a su lugar. No pudo evitar sentir una terrible

tristeza.

-Mamá, ¿estás lista? La misa es a las diez y tenemos que llegar antes si es que

quieres sentarte al frente.

-¿Te quedarás conmigo esta vez o te irás como siempre? –preguntó Edith a su hija,

Miranda. Una mujer delgada, de corto cabello; ya se le empezaban a ver algunas

canas.

-Te esperaré afuera, como siempre lo he hecho durante veinte años.

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-Me gustaría que por una vez, te quedaras conmigo en la misa, el padre es muy

bueno, y entiende a ustedes los jóvenes.

-Ya no soy joven mamá –Edith soltó una risotada.

Arriba de su tocador, había una foto de la anciana, muchos años atrás, se le veía

guapa, elegante, con un porte como de estrella de cine. Se detuvo un momento a

contemplar el cuadro. No le gustaba ya verse en el injusto espejo, que podía ver la

verdad y no le agradaba nada lo que veía.

-¡Esa soy yo! –Saltó de pronto –el día que conocí a tu papá.

-Lo sé mamá –respondió pacientemente Miranda. Porque sabía que esa

conversación iba a seguir y a seguir.

-¿Era muy guapa verdad?

-Sigues siendo guapa, mamá.

-¡No! ya no, ya soy un vejestorio y estoy toda tonta, cada día me siento más tonta.

¡Bueno! Nunca he brillado por mi inteligencia, lo único que tenía es que era muy

guapa. Ahora no tengo nada.

-¡Me tienes a mi mamá! No te pongas así, es muy temprano.

-Yo siempre di las mejores fiestas, siempre fui una excelente anfitriona, y ahora…

nada, ya la gente que me quería está muerta, y los jóvenes son unos ingratos e

impacientes. En esta casa ya no se paran ni las moscas.

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-¡Claro que no, mamá; recibes muchas visitas! –contestó Miranda.

-¿En serio?

-Bueno, los tiempos cambian, pero lo importantes es que fuiste esa anfitriona, que

siempre diste las mejores fiestas, y que eras y serás siendo guapísima.

-Ahora estás siendo mentirosa, ya nadie me recuerda, ya nadie piensa en mí; todos

los que alguna vez me quisieron están muertos. En esta casa ya no se paran ni las

moscas. Eso es lo que me pone más triste. Voy a morir sola, vieja y fea y devorada

por las moscas.

-Yo siempre voy a estar aquí mamá.

Caminaron por el pasillo, que estaba cubierto de fotos en los muros, viejas pinturas

y adornos, que alguna vez fueron la admiración de todos los que iban a su casa.

Estaba, como en todas las casas, el viejo retrato de bodas, las repisas con

cucharitas de todo el mundo, libreros llenos de novelas clásicas y álbumes de fotos

que contenían toda una vida. Más adelante, en el antecomedor, se encontraba un

florero con el agua vieja y las flores marchitas, una pesada biblia arriba del buffet

donde alguna vez se sirvieron platillos exquisitos. Un viejo reloj que había perdido

la capacidad de dar la hora. Era mejor así. El comedor llevaba años sin ser usado,

había una carpeta color hueso que cubría la pesada mesa de cedro. Las sillas

estaban polveadas. Edith siempre había pensado que la cocina era lugar

únicamente para las criadas, pero ahora se encontraba ella desayunando ahí todos

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los días y comiendo y cenando, no tenía sentido usar la gran mesa solo para una

persona.

-Mira la foto de mi boda, hija, ¿a qué era guapa? –Dijo en acento castellano-.

Siempre fui muy guapa, yo podía detener el trafico ¿te lo he dicho? –preguntó la

anciana con su lento caminar, analizando cada detalle del pasillo.

-Sí, mamá, ya me lo has dicho.

-Eso era antes, ahora estoy vieja y fea y tu papá… pobrecito.

-Ya no pienses en esas cosas. Vamos, date prisa que tenemos que llegar a la misa.

-Yo siempre di las mejores fiestas. Aquí se tocaba el piano y se bebía hasta el

amanecer, ahora, ¡nada! Ya ni las moscas se paran aquí.

Miranda supo en ese momento que su madre estaba teniendo un mal día, y seguiría

así hasta la noche, cuando por fin se pusiera a llorar inconsolablemente, añorando

su vida pasada, todas las oportunidades que dejó ir y todo lo que hubiera querido

hacer diferente.

Salieron las dos mujeres, Edith con su bastón y Miranda con un bolso. Subieron a

un viejo coche y se alejaron por la avenida principal de la colonia. Una avenida

hermosa, repleta de jacarandas.

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Edith y Miranda bajaron del viejo automóvil, justo frente a la iglesia. Ella tenía

permiso de estacionar ahí el vehículo debido a su edad. La hija, siempre atenta,

ayudó a su madre a subir las escaleras de la iglesia. Se sentaron en la banca de al

frente y esperaron a que sonaran las campanadas de la iglesia.

-¡Aquí me casé yo, hija, cuando era muy joven y muy guapa! – dijo la anciana

mientras se dejaba caer pesadamente en la banca de madera.

-Me lo has dicho ya, mamá –respondió la hija pacientemente.

-Espera, Mirandíta, necesito ir a confesarme.

Miranda no entendía qué pecados podría haber cometido su madre; la acompañó

al confesionario y salió de la iglesia, se sentó en una de las banquitas de la plazuela

principal y esperó. El día era claro y pacífico. Miranda se dirigió a un puesto de

fritanga y pidió un elote en vaso.

-Perdona, padre, porque he pecado-.

-Dime, hija mía.

-He tenido pensamientos impuros, he estado recordando eventos de mi época de

juventud que me traen pensamientos impuros.

-¿Qué edad tiene hija?

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-Ochenta y nueve años.

-¡Vaya! Usted ya no debería de pensar en esas cosas, ya no está en edad de eso.

Su deber ahora es entregar su vida a Dios nuestro señor y arreglar todos sus

asuntos pendientes para cuando el salvador venga por usted.

-¿Debo sentarme y esperar a que me muera?

-A que Dios venga por usted, sí.

-¿Y arreglar todos mis asuntos?

-Así es. Los pensamientos impuros, debido a su edad, Dios los perdona de ante

mano. Pero tiene que arreglar sus asuntos.

-Todas las personas con las que tendría que resolver algo, ya están muertas.

-Entonces dígame a mí.

-Otro día, padre, hoy no me siento muy bien. Pero tengo un enojo muy grande con

Dios.

-¿A qué se debe?

-A que me hizo envejecer muy rápido.

-El tiempo es igual para todos, hija mía.

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-No, a mí me hizo envejecer muy rápido y no me ayuda, Ahora me estoy quedando

tonta. Se me olvidan los nombres y las palabras, lloro todos los días al verme en el

espejo. Tengo mucho por lo que debo pedir perdón. Mi esposo… bueno, él es otra

historia. Siempre fui una mujer tonta, solo fui muy guapa, pero ahora ya no tengo

nada, ahora en mi casa no se paran ni las moscas.

-Aún está a tiempo, de enmendar los daños, antes de que Dios venga por usted.

El padrecito ordenó que recitara un par de oraciones. Ella obedeció una vez más,

sin preguntar, sin cuestionar y sin pensar. Cuando salió del confesionario, había

olvidado por completo la conversación que había tenido con el sacerdote y salió a

la calle sin que Miranda la viera.

20

-¿Señora Edith? –llamó a la puerta un elemento de la policía.

-Me preocupa. Normalmente su hija siempre está con ella, pero ahora que lo pienso,

hace tiempo que no las veo juntas. De hecho solo recuerdo haber visto a la señora

salir a regar el jardín frontal.

-¿Cuándo fue la última vez que la vio salir de la casa? –preguntó el policía que llamó

de nuevo a la puerta.

-Ahora que lo pienso, puede ser más de dos meses.

-¿No le pareció extraño que su vecina no hubiera salido en dos meses?

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-Pues la verdad no éramos muy allegados.

-¡Demonios, de verdad que huele mal! Entraré por la cocina, le sugiero que me

espere.

El oficial entró a la cocina, había un par de naranjas en el frutero, estaban cubiertas

de musgo y mosquillas de la fruta. Había una taza de café en el fregadero de la

cocina. No había servició de luz. Comenzó a ahuyentar a las moscas que cubrían

los cuadros del pasillo, las fotos y los libreros.

-¿Todo en orden? – preguntó desde afuera el vecino.

El oficial abrió la puerta del baño y cientos y cientos de moscas salieron y cubrieron

hasta el último rincón de la casa.

-¡Por Dios! –el oficial salió corriendo de la casa.

21

Los detalles de la muerte de Edith fueron conocidos por todo el pueblo. Todos

hablaban de como su cabeza estaba ladeada y de cómo tenía los calzones abajo,

pero las moscas era lo más impresionante. El oficial siempre narraba la historia y

siempre añadía más detalles al estado del cuerpo y más cantidad de moscas.

-¿Vas a extrañar a mamá, papá?

-Preguntó Miguel, a Salvador.

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-Bonita.

-Sí, mamá era muy bonita.

Nadie supo a dónde se fue Miranda, todos la culparon por la muerte de su madre,

incluida Melisa, quien se hizo presente para cobrar la herencia y se regresó al

extranjero. La parte correspondiente de Miranda fue dada a la caridad y Miguel

guardó su parte para pagar el asilo donde estaba internado su padre. La casa se

puso en venta rápidamente.

22

-¿Qué pasará con el pueblo, señor? –preguntó el asesor.

-¿Y qué va a pasar? Nadie quiere invertir su dinero en un pueblo como éste. En

algún momento me dijeron que grandes empresas querían establecerse aquí.

-¿Y qué pasó? -.

-El pueblo no quiso-.

-¿Entonces, que haremos?

-No son exigentes, es un pueblo manso, muy chapado a la antigua. Podemos seguir

cobrando el “diezmo”. Hay mucho ricachón que va a donar. Además tengo

entendido que el obispo tiene gran influencia en la gente del aquí.

-Seguro que sí, me he enterado que hay gente que educa a sus hijos en casa.

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-Eso no es malo, en Europa lo hacen.

-Usted lo ha dicho, señor, en Europa. ¿Señor? ¿Qué hará con todas las obras que

dejó incompletas el anterior?

-¿Y qué voy a hacer? Buscar la mano de obra más barata y parchar los agujeros y

después que alguien vea que hace con todo lo demás.

-El obispo quiere hablar con usted a las cinco.

-Que venga.

-La gente de aquí lo siguen mucho, conviene que esté de nuestro lado.

-Siempre es bueno que estén de nuestro lado.

-¿Qué va a hacer con los sembradíos que han quedado atrapados en medio de la

ciudad?

-Voy a tomarlos y los subastaremos para obras municipales. Total, podrían

invadirlos los chinos y no se darán cuenta.

-¿Y con la vía del tren?

-Hablé con alguien la semana pasada que está muy interesado en resolver

ese problema, con puentes.

-¿Puentes? ¿No es más fácil sacar la vía?

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-No, puentes, puentes en cada cruce.

-¿No saldrá más caro?-.

-En algo me tengo que gastar el dinero –concluyó el nuevo presidente municipal –

Ahora, si me lo permites, tengo que ir al club, tomaré un baño de vapor. Y por favor,

ya te suplique que hagas algo con las malditas moscas.

-Hemos fumigado varias veces, señor. A las ocho tiene que asistir al funeral de la

señora Sepúlveda, recuerde que su esposo también fue presidente de aquí

El presidente sacudía la mano para ahuyentar a las moscas.

-Sí, iré al funeral. Podrá no venir nadie a visitarme ¡pero qué cantidad tan terrible de

moscas!

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