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ANALISIS / Por Guillermo Jaim Etcheverry ¿Seremos lo que vemos? Aunque se acepte el presupuesto de que el propósito de la televisión es entretener y no educar, cabe reprocharle a este medio el permanente recurso a la vulgaridad y a la mediocridad para cumplir con éxito su cometido. Como ocurre cada tanto, vuelve a debatirse la influencia de la televisión sobre la formación de niños y jóvenes. Durante un reciente encuentro organizado por la Academia Nacional de Educación, en el que se exhibió una impactante selección de los momentos más significativos en cuanto a grosería y vulgaridad de nuestra televisión abierta, se desencadenó un tumulto que alcanzó la primera plana de los diarios. La celebración de los primeros diez años de FUND TV –una prestigiosa entidad destinada a destacar los aportes positivos que realiza la televisión a la educación– así como una reunión convocada por la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), con representantes de tres academias nacionales, constituyeron otras ocasiones propicias para analizar tan conflictiva relación. La televisión ejerce sobre la construcción del interior de las nuevas generaciones una acción tal vez más decisiva que la de la misma escuela. El predominio casi hegemónico que adquirió en nuestra vida cotidiana está provocando una profunda transformación social. Utilizando como materia prima algunos pocos elementos primarios, casi siempre derivados del ámbito de lo banal, lo grotesco o lo delictivo, la masificación de los medios de comunicación logra crear una atmósfera opresiva que influye de manera decisiva sobre el desarrollo de la cultura actual. Es verdad que el objetivo de la televisión es entretener e informar, y no educar. Pero lo que se cuestiona es que se proponga utilizar como casi excluyente materia prima los más bajos impulsos del ser humano. El acelerado camino hacia la vulgaridad, que la tevé elige con alarmante frecuencia, responde a dos principios esenciales en la sociedad actual: hacer dinero y divertirse. Para lograr lo primero, resulta útil cualquier recurso y el afán de lucro alimenta el analfabetismo funcional que contrarresta lo poco que se consigue en las aulas. La diversión, por su lado, se va circunscribiendo a lo fácil y termina en lo ramplón y lo sórdido. Todas estas facetas de la vida humana siempre han existido. El problema actual es que su difusión masiva las promueve al nivel de ejemplo, que debería corresponder a conductas más elevadas y talentosas. Quien siembra incultura, recoge incultura. Al sembrador corresponde la responsabilidad por la simiente y por la cosecha. Es esta poderosa influencia que ejerce la realidad televisiva sobre la construcción de las personas jóvenes, y también adultas, la que debe ocupar el centro del debate. Un bello pasaje de Heráclito dice: “El alma queda teñida del color de tus pensamientos. Piensa sólo en aquellas cosas coherentes con tus principios y que puedan soportar la más intensa luz del día. El contenido de tu carácter es tu elección. Día a día lo que eliges, lo que piensas, y lo que haces, es en quien te conviertes. Tu integridad es tu destino... es la luz que guía tu camino”. Lo que uno elige, lo que uno piensa, lo que uno hace, es en quien uno se convierte. Por eso, el peligro reside en que lo que hoy hacemos con tanta devoción, ver televisión, nos vaya transformando de manera gradual, insensible pero inexorable, en esos individuos que a diario nos muestran las pantallas: groseros, vulgares, 1 Actividades Ultimo Trimestre Comunicación Prof. Walter Lino

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ANALISIS / Por Guillermo Jaim Etcheverry

¿Seremos lo que vemos?Aunque se acepte el presupuesto de que el propósito de la televisión es entretener y no educar, cabe reprocharle a este medio el permanente recurso a la vulgaridad y a la mediocridad para cumplir con éxito su cometido.Como ocurre cada tanto, vuelve a debatirse la influencia de la televisión sobre la formación de niños y jóvenes. Durante un reciente encuentro organizado por la Academia Nacional de Educación, en el que se exhibió una impactante selección de los momentos más significativos en cuanto a grosería y vulgaridad de nuestra televisión abierta, se desencadenó un tumulto que alcanzó la primera plana de los diarios. La celebración de los primeros diez años de FUND TV –una prestigiosa entidad destinada a destacar los aportes positivos que realiza la televisión a la educación– así como una reunión convocada por la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), con representantes de tres academias nacionales, constituyeron otras ocasiones propicias para analizar tan conflictiva relación.

La televisión ejerce sobre la construcción del interior de las nuevas generaciones una acción tal vez más decisiva que la de la misma escuela. El predominio casi hegemónico que adquirió en nuestra vida cotidiana está provocando una profunda transformación social. Utilizando como materia prima algunos pocos elementos primarios, casi siempre derivados del ámbito de lo banal, lo grotesco o lo delictivo, la masificación de los medios de comunicación logra crear una atmósfera opresiva que influye de manera decisiva sobre el desarrollo de la cultura actual.

Es verdad que el objetivo de la televisión es entretener e informar, y no educar. Pero lo que se cuestiona es que se proponga utilizar como casi excluyente materia prima los más bajos impulsos del ser humano. El acelerado camino hacia la vulgaridad, que la tevé elige con alarmante frecuencia, responde a dos principios esenciales en la sociedad actual: hacer dinero y divertirse. Para lograr lo primero, resulta útil cualquier recurso y el afán de lucro alimenta el analfabetismo funcional que contrarresta lo poco que se consigue en las aulas. La diversión, por su lado, se va circunscribiendo a lo fácil y termina en lo ramplón y lo sórdido. Todas estas facetas de la vida humana siempre han existido. El problema actual es que su difusión masiva las promueve al nivel de ejemplo, que debería corresponder a conductas más elevadas y talentosas.

Quien siembra incultura, recoge incultura. Al sembrador corresponde la responsabilidad por la simiente y por la cosecha. Es esta poderosa influencia que ejerce la realidad televisiva sobre la construcción de las personas jóvenes, y también adultas, la que debe ocupar el centro del debate. Un bello pasaje de Heráclito dice: “El alma queda teñida del color de tus pensamientos. Piensa sólo en aquellas cosas coherentes con tus principios y que puedan soportar la más intensa luz del día. El contenido de tu carácter es tu elección. Día a día lo que eliges, lo que piensas, y lo que haces, es en quien te conviertes. Tu integridad es tu destino... es la luz que guía tu camino”.

Lo que uno elige, lo que uno piensa, lo que uno hace, es en quien uno se convierte. Por eso, el peligro reside en que lo que hoy hacemos con tanta devoción, ver televisión, nos vaya transformando de manera gradual, insensible pero inexorable, en esos individuos que a diario nos muestran las pantallas: groseros, vulgares, limitados en palabras, condenados a deambular por la vida sin pensar el mundo, sin pensarse.

NEGRO SOBRE BLANCO / Por Carlos Ulanovsky

Yo miro siempre televisiónMás vale dudar de quienes proclaman que jamás se sientan frente a la tele, pero a la vez están muy al tanto de los significados, los códigos y la jerga televisivaHay investigaciones confiables que prueban que prácticamente todos los argentinos tenemos uno o más aparatos de televisión en nuestras casas. Y vaya si se usan. Pero parece que no está bien considerado pasarse un considerable rato del día frente al aparato y, mucho menos, confesar que somos carne de la estadística que afirma que vemos entre 3 y 4 horas diarias de televisión. Con demasiada frecuencia se escucha decir, a modo de justificación: "Yo nunca miro televisión, pero estaba en la casa de mi madre y yendo de una habitación a otra vi un ratito de..." (y allí el título del programa que concitó los comentarios en la semana). Curtido por años de exposición personal y profesional frente a la pantalla hogareña, casi como un desafío a lo que hay que decir, digo lo contrario: "Yo siempre miro televisión". Porque, para mi gusto, la tele funciona como un paredón sobre el que se proyectan tramos de nuestra manera de ser. Pero, ojo, no sólo por información antropológica es que siempre miro televisión.

También lo hago -seré sincero- para obturar momentos vacíos de mi existencia; para descansar del excesivo trabajo; para entretenerme sin grandes exigencias; para convertirme en testigo de relatos personales miserables o dolorosos o truculentos; para asustarme por acontecimientos increíbles o indignantes; para reírme de chistes extremadamente tontos, pero a que cierta altura del cansancio pueden resultarme graciosísimos; para pasar el rato; para no tener que leer ni una línea más; para no quedarme fuera de las conversaciones al día siguiente; para cantar sin saber que la sabía de memoria: "Vecina, llegó el

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Actividades Ultimo TrimestreComunicaciónProf. Walter Lino

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sodero". Pero, también, porque cada año hay entre 20 y 30 muy aceptables programas que me ayudan a estar informado, que me llevan al fútbol, que me proveen alguna que otra emoción y me hacen participar o discutir con sorpresa y eficiencia sobre el arte televisivo.

Luego de muchos años de observaciones críticas sobre la TV me di cuenta de que, cuando me enojaba con la televisión, me estaba fastidiando conmigo mismo porque, al fin de cuentas, la tele es un espejo de lo que somos, algo deformante, pero espejo al fin. Y esto es lo que nos desconcierta: sospechar que, en el fondo, participamos más de la cuenta en la esencia de la telenovela lacrimógena, de ese ciclo que se regodea presentando adefesios, en el costado hipócrita de tal o cual comunicador, en la esencia miserable de esa cámara sorpresa o de cualquiera de esos productos insalvables y que, sin embargo, no podemos dejar de ver. Así es: participamos de la bobera de la caja boba; y nos pertenecen las sinuosidades del culebrón que se arrastra sobre la pantalla o los excesos de una TV que mata al prójimo con tal de conseguir un puntito más de rating. Y, nos guste o no, somos corresponsables del levantamiento de 30 o 40 ciclos por año, algunos de ellos tan valiosos como dejados de la mano del dios rating.

Con frecuencia sucede que cuando las encuestas le piden una opinión, la gente no se priva de denostar lo que considera socialmente inaceptable o vergonzante, pero que en la intimidad no renuncia a ver, aunque lo oculte. Y, en cambio, reclama -porque supone que eso se espera de ellos- espacios de mayor contenido cultural. Pero, luego, las cifras de los ratings los delatan, porque aunque imperfectos o incompletos, los dichosos numeritos coronan a los programas que tienen la peor consideración. Recuerdo los dichos de un funcionario de la TV estatal española en los albores del alfonsinismo cuando advirtió a emisarios del gobierno argentino: "Cuidado, porque en todo el mundo la gente suele hablar mal de aquello que ve con devoción y elogia, en cambio, esos espacios a los que jamás sintoniza, pero que sabe que está bien visto hablar de ellos."

Una lección que muchos deben haber olvidado. Y hasta tengo registradas muchas de sus frases: "Encendí la tele para ver la temperatura y ahí escuché algo... ¿cómo era?"; "No, en serio, no sé quién es Bagnatto... ¿Es un jugador de fútbol?"; "Yo con la televisión, poca cosa: con decirte que nunca me compré tele color, tengo una chiquita, que era de mi abuela, y está como un adorno, porque jamás la prendo".

Dudo de los que proclaman que nunca miran televisión, pero, que a la vez, están al tanto de significados, códigos y jergas televisivos: que saben al dedillo las diferencias entre programas grabados y en vivo, entre magazines y tira, entre talk show y reality show, entre telecomedias y sitcoms, entre cachet y bolo. Yo siempre miro televisión, y para afirmar esto no necesito someterme a los dictados de la máquina de la verdad ni a ser probado por un escribano del medio. En el marco de tanto conocimiento, sólo una cosa importante nos faltaría aprender: empezar a reclamar, a exigir, a actuar en función de consumidores de un servicio vital en el contexto de la crisis, a enojarnos organizadamente cuando nos quitan un programa que apreciamos o cuando nos encajan un bodrio indeseable o nos repiten películas, cuando se copian ideas, cuando se manipulan horarios, cuando los 65 canales del sistema de cable no alcanzan para nada ni representan una solución. Ese podría ser otro modo de marcar rating y una manera diferente de mirar la televisión.

El Mirador Por Santiago Kovadloff

Contra la alienación imperante"La culpa no la tiene el chancho, sino quien le da de comer", asegura con invicta sensatez el viejo dicho. Y su vigencia vuelve a verse ratificada cuando su sentido se aplica al mundo de la televisión.

Hace pocos meses, un directivo del la TF1, la principal cadena francesa, provocó un inesperado escándalo al declarar que "la función de la televisión es vender tiempo del cerebro humano a los anunciantes". Entre quienes lo criticaron con acritud figuran muchos de sus colegas. Ellos le recordaron, más que molestos, que los buenos negocios exigen eficacia y discreción, antes que un brote puberil de franqueza.

Tan francés como el ejecutivo de la TF1, aunque situado resueltamente en la orilla opuesta, es el politólogo François-Bernard Huyghe, quien se ha destacado como investigador en el área de los medios de comunicación masiva. Huyendo de las fáciles tentaciones a que induce la confrontación maniquea, Huyghe sostiene que hay dos posicionamientos igualmente estériles en materia de televisión. Uno consiste en cerrar los ojos y hacer como si ella no existiera. El otro, en creer bovinamente que lo real se reduce a lo que muestra la pantalla.

¿Qué propone Huyghe? "En las escuelas, además de enseñar a leer y escribir, habría que enseñar a ver televisión". Los términos que emplea el pensador son sencillos pero su idea es osada y compleja. El énfasis con que sugiere desarrollar esta nueva disciplina escolar acaso deje de parecer desmedido si se atiende al hecho de que ya son incontables los países donde ver televisión es, después de trabajar y dormir, la actividad a la que más tiempo dedica la mayoría de las personas.

Enseñar a ver televisión puede querer decir muchas cosas. Una de ellas es aprender a poner al descubierto las intenciones de quienes, con éxito innegable, han persuadido a la gente de que sólo mirando la pantalla se accede a lo que pasa. Herederos de los antiguos alquimistas, los anunciantes saben cómo transformar lo líquido en sólido, el vil metal en oro y lo prescindible en necesario. El homo videns de Sartori ha desplazado al ego cogito de Descartes.

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Niños auténticamente alfabetizados serían así, para François-Bernard Huyghe, aquéllos que, además de aprender su idioma, fueran capaces, como televidentes, de cultivar el buen gusto y la lucidez crítica. Aquéllos que pudieran reconocer, en lo que ven por televisión, a quienes los miran, es decir las intenciones con que se los convoca a dejarse ganar por las imágenes que desfilan por esa pantalla nunca tan bien caracterizada como "chica" como cuando se piensa en su irresponsabilidad educativa.

Puede que ya se lo sepa pero nada desaconseja repetirlo una vez más: el apego enfermizo a la televisión es una variable de la alienación imperante en buena parte de los hábitos públicos y privados de una época que nos acostumbró a dar por cierto que lo que sobra son personas y lo que falta son consumidores.

"La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas". A los que descreen de la juventud hay que advertirles que esta frase la elaboró un muchacho de veintiséis años. A quienes, por su parte, presumen que sólo es bueno lo que es nuevo, conviene recordarles que fue redactada hacia 1844. Su autor se llamaba Karl Marx.

Al querer hacer del arte de ver televisión una materia del proceso de educación básica, lo que Huyghe propone es extender los recursos de capacitación crítica a uno de los campos en los que hoy, junto con el de la computación, se concentra la mayor parte de la demanda social de información y entretenimiento y, por lo tanto, de las estrategias del poder empeñado en la manipulación de las voluntades. A mediano y largo plazo, la caída libre en la enajenación subjetiva no podrá, en esta cuestión, ser revertida de otro modo.

Actividad – Comprensión lectora y Debate

1. ¿Quién es el autor de la nota?

2. Averigua datos destacados de su vida.

3. ¿Cuál es el tema de la nota? (el tema remite a aquello de lo que se habla)

4. ¿Cuál es su tópico? (el tópico es el particular tratamiento del tema)

5. Señala los párrafos de la nota. Luego indica qué aporta cada uno al tema de la nota (hechos, datos, opinión, cita autorizada, comparación, etc)

6. Señala las familias de palabras que se relacionen con el tema de la nota.

7. ¿Realiza el autor alguna cita de autoridad? ¿Con qué fin la usa?

8. Resume en tus palabras la opinión del autor respecto del tema. ¿En qué argumentos basa esa opinión? ¿La compartís? ¿Por qué?

9. Expone argumentos a favor y en contra de esa opinión. Compartila y debatila con tus compañeros.

No existe minería contaminante Frente a diversas expresiones que ejercen una visión errónea acerca de la minería, las empresas mineras sienten la necesidad de expresar a la comunidad algunos conceptos básicos que resultan imprescindibles en este momento.

CIUDAD DE BUENOS AIRES, 20 DE AGOSTO DE 2008. Frente a diversas expresiones surgidas de distintos sectores que ejercen una visión errónea acerca de las prácticas productivas de la minería argentina y su responsabilidad ambiental y social, las empresas mineras sienten la necesidad de expresar a la comunidad algunos conceptos básicos que resultan imprescindibles en este momento.

1.- La minería argentina fue iniciada por los pueblos originarios hace más de 3.000 años y todos los mineros honramos la vocación de progreso que la humanidad expresó a través de sus prácticas mineras en cada fase de la historia.

2.- Las prácticas mineras en territorio argentino reflejan un absoluto respeto por el medio ambiente, regidas por las exigencias de la Ley Ambiental Minera, la única ley regulatoria específica vigente en el país para un sector productivo e industrial.

3.- La minería argentina resume la experiencia de toda la minería mundial para desarrollar un esquema productivo moderno, sustentable, responsable en lo social y en lo ambiental, por lo tanto aplica en el país las mejores prácticas sectoriales derivadas de un aprendizaje constante.

4.- El discurso antiminero que habla de minería contaminante solamente se justifica por el desconocimiento de las prácticas y de las normas que regulan a la minería sumado al desconocimiento de la capacidad que han desarrollado las provincias mineras como Santa Cruz, San Juan, Jujuy y Catamarca, en el ejercicio de autoridad de control a través de sus respectivas Secretarías y organismos dependientes.

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5.- Los casos en que se ha prohibido o se intenta prohibir a la minería bajo la falsa acusación de ser una actividad “contaminante”, encubren la falta de voluntad o incapacidad de algunos líderes sociales de entender a la minería como una actividad donde se aplican los más avanzados conocimientos de la ciencia contemporánea.

6.- Se cuestiona a la minería, con discursos demagógicos y facilistas, desde bases argumentales totalmente carentes de base científica, pero lo que es peor aún, se niega el valor de los conocimientos científicos puestos al servicio del desarrollo de la humanidad. No se puede desconocer la importancia de los profesionales y científicos argentinos en todos los campos donde aplican su conocimiento.

7.- En el concepto moderno de minería, ningún proyecto podría desarrollarse si no se respeta absolutamente el medio ambiente, por lo tanto, la minería no puede ejercer ninguna práctica contaminante. Por todo esto, la CAEM afirma que NO EXISTE MINERÍA CONTAMINANTE en territorio argentino. Con argumentaciones antimineras, supuestamente ambientalistas, se encubre un ataque ideológico al sector que más rápido crecimiento ha tenido en la economía argentina en los últimos 10 años, y que es un sector imprescindible para el desarrollo de una economía nacional autónoma y equilibrada socialmente. La CAEM debe decir con toda la fuerza de la voz de 212.000 argentinos que viven y construyen su futuro desde la actividad minera que: - La minería es imprescindible para completar el esquema de crecimiento argentino con una economía autónoma, - La minería es la única actividad productiva del país que presenta obligatoriamente un Informe de Impacto Ambiental antes de iniciar cualquier actividad exploratoria o productiva y debe exponer en ese Informe cómo será el cierre de mina, aun antes de comenzar a operar en el terreno. - La minería es madre de industrias como la construcción, la siderurgia, la energía, la farmacología, la metalmecánica, las comunicaciones, la informática, la química, el transporte en todas sus formas, etc. - La minería es un aliado imprescindible para el turismo, la agroindustria, la medicina, la vitivinicultura, el agro, la ganadería y otras actividades, mediante el aporte de herramientas, fertilizantes, elementos para la sanidad vegetal, alimentaria, etc. - La minería es una actividad que genera “inclusión social” en los lugares más postergados donde se desarrolla mediante herramientas como: capacitación de mano de obra local; desarrollo de proveedores locales; generación de empleo local y freno del desarraigo de jóvenes y adultos. - La minería induce una mayor transparencia y formalización de la economía en los lugares donde se desarrolla. - La minería es un formalizador de la economía porque todos sus salarios son pagados en blanco, al igual que todas sus operaciones comerciales y porque exige absoluta responsabilidad fiscal a sus proveedores. - La minería es un fuerte impulsor del consumo porque paga los salarios más elevados entre todos los sectores productivos del país, en zonas donde casi no existen otras actividades económicas viables o sustentables. - La minería será un factor determinante del desarrollo industrial argentino, como sucedió en la economía del Brasil, si se alienta su evolución con responsabilidad ambiental y social. - El desarrollo industrial de la minería permitirá a la economía argentina sustituir importaciones en sectores clave como la siderurgia, la energía, el transporte, la agroindustria y tantos otros sectores que no pueden pensarse sin contar con una profunda relación con la producción minera. - La minería argentina nació formalmente el 7 de mayo de 1813 a partir de la necesidad de contar con los metales imprescindibles para acuñar una moneda que sustentara en lo económico la soberanía política que estaban construyendo nuestros antepasados. - Hoy la minería es una industria indispensable para la vida en todos los órdenes de la actividad humana. Debemos aprender a conocerla, a convivir con ella y a potenciar nuestros recursos naturales con inteligencia política y social y con absoluta responsabilidad en el cuidado del medio ambiente y en el discurso público. - Los falsos argumentos contra la minería sólo generan un temor innecesario en la población, lo que habla de falta de escrúpulos, de conciencia social y de falta de conocimiento sobre la jerarquía alcanzada por la ciencia y los profesionales argentinos. - Valoricemos los buenos ejemplos de minería responsable que tenemos a nuestro alcance en provincias como Santa Cruz, San Juan, Jujuy, Catamarca y otras provincias líderes en esta actividad industrial. - El cuidado del medio ambiente es una responsabilidad de todos los que formamos el conjunto de una sociedad: mineros, agricultores, ganaderos, comerciantes, hoteleros, transportistas, estudiantes, profesionales, trabajadores, industriales, jubilados, docentes, periodistas, formadores de opinión, artistas, intelectuales, actores o simples ciudadanos. La minería argentina convoca de este modo a una profunda reflexión sobre la necesidad de la Argentina de crecer económicamente con equilibrio y equidad social. La minería es trabajo, crecimiento económico y mayor bienestar para toda la sociedad. Minería: una industria imprescindible para la vida.

Fuente: CAEM. Cámara Argentina de Empresarios Mineros

Actividad Argumentación

Fecha de entrega:

Elijan 2 argumentos a favor de la minería planteados en el texto y comprueben si resultan ciertos o no. La justificación debe estar documentada (indicando bibliografía o página web), en lo posible de manera cuantificable y no con otras opiniones.

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Dominique Wolton

Fragmento del libro “La otra Mundialización” Capítulo 1

“Informar no es comunicar”4

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La abundancia de informaciones es perjudicial.

Al mundializarse la información, el más menudo de los acontecimientos se torna visible y, en apariencia, más comprensible. Ahora bien, esto no significa que exista un vínculo directo entre el incremento del número de informaciones y la comprensión del mundo. Tal es el nuevo escenario del siglo que se inicia: la información no crea comunicación.

Durante mucho tiempo las informaciones fueron tan escasas y las técnicas tan ajustadas, que todo progreso posibilitador de más informaciones generaba – con bastante lógica – una mejor comprensión del mundo y, a fortiori, una mejor comunicación. En un siglo, el progreso de las técnicas fue de tal magnitud, desde el teléfono hasta la radio, desde la televisión hasta el ordenador, llegando hoy a Internet, que hemos terminado por homologar progreso técnico con progreso de la comunicación y ello hasta el punto de bautizar este nuevo espacio mundial de la información como “aldea global”. Pero la comunicación mundial sigue siendo una quimera. Lenta y firmemente se profundiza la distancia entre técnicas cada vez más eficientes y comunicación humana y social por fuerza más aleatoria. Después de diez años prodigiosos en lo que respecta a Internet, el resultado es ingrato: se desengañan ahora quienes creían que en la terminal de las redes hombres y sociedades se comunicarían mejor. El entusiasmo de los mercados dio paso a un severo crac económico.

La mundialización de las informaciones no es más que el reflejo de Occidente, vinculado a un determinado modelo político y cultural. No hay equivalencia entre el Norte y el Sur: la diversidad de las culturas modifica radicalmente las condiciones de recepción. Si las técnicas son las mismas, los hombres, de un extremo al otro del planeta, no se interesan por las mismas cosas… ni hacen el mismo uso de las informaciones. La abundancia de estas últimas no simplifica nada y lo complica todo.

En realidad, esta mundialización de las comunicaciones ha conocido tres etapas. La primera se relaciona con la conquista del territorio entre los siglos XVI y XVIII; la segunda, entre el XVIII y el XX, correspondió a la explotación física del mundo según un criterio que presuponía su carácter infinito. La tercera etapa – que vivimos ahora – nos pone frente al hecho de que el mundo es finito, frágil, y de que los problemas de convivencia entre pueblos y culturas se han vuelto predominantes.

Para comprender la importancia de la dimensión cultural en la comunicación es preciso volver a las propias características de esta última. Ella implica tres dimensiones: la técnica, la política y las condiciones socioculturales. Mientras que las dos primeras evolucionan con rapidez y finalmente de modo paralelo, la tercera es la más compleja de más lenta instalación. Los individuos cambian de herramientas más rápidamente de lo que cambian sus maneras de comunicarse. Para que se produzca una revolución den la comunicación, es preciso que haya una ruptura en los tres niveles. Esta ruptura existe hoy en los niveles técnico y económico, pero falta aún la tercera dimensión, que es también la más importante. Las técnicas y las redes no bastan para profundizar la intercomprensión: sucede incluso lo inverso.

En otros términos, el fin de las distancias físicas revela la importancia de las distancias culturales. Es curioso, pero esta tercera fase de la mundialización, que se suponía iba a hacernos el mundo más familiar, es la que, por el contrario, nos hace tomar conciencia de nuestras diferencias. ¿A qué se debe esta discontinuidad? Al hecho de que los receptores no se encuentran en el mismo espacio-tiempo que los emisores y de que, en particular, como estos emisores difunden mayoritariamente desde el Norte, los receptores rechazan una información forjada en un molde occidental - para no decir estadounidense – y que es vivida como un imperialismo cultural. Basta observar las reacciones de la prensa en países del Sur ( y no solamente musulmanes) después del 11 de septiembre de 2001. He aquí la gran revolución de este comienzo de siglo en materia comunicacional: la toma de conciencia de una discontinuidad radical entre el emisor y el receptor. Consecuencia de ello es la primacía de los factores socioculturales: el mismo mensaje dirigido a todo el mundo jamás será recibido de las misma manera por unos y otros.

Este es el punto de partida del siglo XXI: la ruptura entre la información y comunicación, la dificultad para pasar de la una a la otra. Sabíamos que las culturas eran diferentes, pero pensábamos que la misma información podía ser más o menos aceptada por todos. Advertimos lo opuesto: entre información y comunicación se abre un abismo. Esta verdad empírica había sido descubierta, muchas veces con dolor, a escala de los Estados nacionales; se la encuentra más claramente a escala del mundo. Lo que se desmorona es un determinado modelo universalista – en realidad, occidental – de la información y del vínculo entre información y comunicación.

Porque ese vínculo ya no responde a la misma necesidad; desde la caída del comunismo, que estimuló cierta libertad de prensa en todo el orbe, y desde que ingresó en una era donde la abundancia de información está económicamente justificada, el lazo directo entre la información y su aceptación por los destinatarios se ha debilitado. La comunicación, en cambio, pone el énfasis en la relación y cuestiona, por tanto, las condiciones de la recepción. De ahí que vaya ganándole a la información en complejidad, como lo observó en su momento la escuela de Palo Alto en el plano interpersonal.

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El choque de culturas

¿Qué pone sobre el tapete la mundialización de las informaciones y de la comunicación? Sencillamente, el choque – más o menos violento – de las culturas y visiones de mundo. No por verlo todo, o casi todo, se comprende mejor. Nos percatamos, en cambio, de la diversidad de valores evaluamos con exactitud todo cuanto nos separa a unos y otros en los planos religioso, político y cultural. Así fue como, en la mañana del 11 de septiembre, Occidente despertó de su “gran sueño” y comprendió, no si estupor, que muchos países no comparten los valores de las cultura democrática pero, sobre todo, que cuanto más penetran estos países en el mercado mundial de la información, más afirman sus diferencias y hasta su hostilidad hacia Occidente. El mundo es finito, pero la diversidad de puntos de vista sobre él es infinita. Esta diversidad reaparece en la información, que acentúa los desajustes, profundiza las incomprensiones y rencores entre el Norte y el Sur, intensifica las frustraciones.

Todo el problema que aquí se plantea es el de las condiciones de pasaje de la información (el mensaje) a la comunicación (la relación). Entre ambas está la cultura, es decir, las diferencias de puntos de vista sobre el mundo. La cuestión central que plantea la mundialización informativa es la siguiente: ¿bajo qué condiciones pueden convivir las culturas?

Como se ve, el problema es ante todo político. Y tanto más explosivo cuanto que es exponencial: ¿Qué impacto produce un número creciente de informaciones sobre un número creciente de individuos? Nadie puede decirlo. Si la información no crea comunicación, de todos modos ejerce una influencia. Pero ¿cuál? ¿Cómo entender que el acceso de millones de individuos a millones de informaciones no terminará cambiando su visión del mundo? Lo comprobamos todos los días por nuestra cuenta: las informaciones que recibimos determinan una ampliación de nuestra visión del mundo, pero también generan choques entre lo que aprendemos y nuestras elecciones personales, e incluso cambios más profundos de los que no tenemos conciencia. Hay así, en la cabeza de millones de individuos, una negociación permanente entre la concepción del mundo que heredaron de su cultura y el modo en que las informaciones recibidas la modifican. Y está claro, además, que tales difusiones agudizan el sentido crítico. No es posible exponerse todo el tiempo al aumento de la información sin tener progresivamente una visión más crítica del mundo. Por ejemplo, el auge del sentimiento antinorteamericano parece ir vinculado al puesto dominante de Estados Unidos en materia de propagación de informaciones, con el siguiente círculo vicioso: cuantas más difunden los medios de comunicación occidentales, más alimentan ese sentimiento. Es una simpleza pensar que lo alimentan exclusivamente las dictaduras y otros fundamentalismos. Cuando las industrias culturales confunden mundialización de los mercados con aprobación de los consumidores, olvidan que consumir no es necesariamente sinónimo de adherir.

Actividad - Cuestionario:

1- ¿Qué diferencias plantea el autor entre información y comunicación?

2- ¿Cómo evolucionaron las dimensiones de la comunicación?

3- La información ¿Crea comunicación? ¿Cuáles son las consecuencias?

Una Muerte Tan DulcePor MARIO VARGAS LLOSALuego de cuatro procesos en los que fue absuelto, el Dr. Jack Kevorkian, de setenta años de edad, y que, según confesión propia, ha ayudado a morir a 130 enfermos terminales, ha sido condenado en su quinto proceso, por un tribunal del Estado norteamericano donde nació (Michigan), a una pena de entre 10 y 25 años de prisión. En señal de protesta, el Doctor Muerte, como lo bautizó la prensa, se ha declarado en huelga de hambre. Por una curiosa coincidencia, el mismo día que el Dr. Kevorkian dejaba de comer, el Estado de Michigan prohibía que las autoridades carcelarias alimentaran a la fuerza a los reclusos en huelga de hambre: deberán limitarse a explicar por escrito al huelguista las posibles consecuencias mortales de su decisión. Con impecable lógica, los abogados de Kevorkian preguntan si esta política oficial del Estado con los huelguistas de hambre no equivale a "asistir a los suicidas", es decir a practicar el delito por el que el célebre doctor se halla entre rejas.

Aunque había algo tétrico y macabro en sus apariciones televisivas, en su falta de humor, en su temática unidimensional, Jack Kevorkian es un auténtico héroe de nuestro tiempo, porque su cruzada a favor de la eutanasia ha contribuido a que este tema tabú salga de las catacumbas, salte a la luz pública y sea discutido en todo el mundo. Su `cruzada', como él la llamó, ha servido para que mucha gente abra los ojos sobre una monstruosa injusticia: que enfermos incurables, sometidos a padecimientos indecibles, que quisieran poner fin a la pesadilla que es su vida, sean obligados a seguir sufriendo por una legalidad que proclama una universal "obligación de vivir". Se trata, por supuesto, de un atropello intolerable a la soberanía

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individual y una intrusión del Estado reñida con un derecho humano básico. Decidir si uno quiere o no vivir (el problema primordial de la filosofía, escribió Camus en El mito de Sísifo) es algo absolutamente personal, una elección donde la libertad del individuo debería poder ejercitarse sin coerciones y ser rigurosamente respetada, un acto, por lo demás, cuyas consecuencias sólo atañen a quien lo ejecuta.

De hecho ocurre así, cuando quienes toman la decisión de poner fin a sus vidas son personas que pueden valerse por sí mismas y no necesitan ser "asistidas". Esto es, quizás, lo más lamentable de la maraña de hipocresías, paradojas y prejuicios que rodean al debate sobre la eutanasia. La prohibición legal de matarse no ha impedido a un solo suicida dispararse un pistoletazo, tomar estricnina o lanzarse al vacío cuando llegó a la conclusión de que no valía la pena continuar viviendo. Y ningún suicida frustrado ha ido a la cárcel por transgredir la ley que obliga a los seres humanos a vivir. Sólo quienes no están en condiciones físicas de poder llevar a cabo su voluntad de morir -pacientes terminales reducidos a grados extremos de invalidez-, es decir a quienes más tormento físico y anímico acarrea la norma legal, se ven condenados a acatar la prohibición burocrática de morir por mano propia. Contra esta crueldad estúpida combatía desde hace tres décadas el Dr. Jack Kevorkian, a sabiendas de que tarde o temprano sería derrotado. Pero, incluso desde detrás de los barrotes, su caso sirve para demostrar que, en ciertos temas, como el de la eutanasia, la civilización occidental arrastra todavía -la culpa es de la religión, sempiterna adversaria de la libertad humana- un considerable lastre de barbarie. Porque no es menos inhumano privar de la muerte a quien lúcidamente la reclama ya que la vida se le ha vuelto un suplicio, que arrebatar la existencia a quien quiere vivir.

Sin embargo, pese a la ciudadela de incomprensión y de ceguera que reina todavía en torno a la eutanasia, algunos pasos se van dando en la buena dirección. Igual que en lo tocante a las drogas, los homosexuales o la integración social y política de las minorías inmigrantes, Holanda es el ejemplo más dinámico de una democracia liberal: un país que experimenta, renueva, ensaya nuevas fórmulas, y no teme jugar a fondo, en todos los órdenes sociales y culturales, la carta de la libertad.

Tengo siempre muy vivo en la memoria un documental televisivo holandés, que vi hace dos años, en Montecarlo, donde era jurado de un concurso de televisión. Fue, de lejos, la obra que más nos impresionó, pero como el tema del documental hería frontalmente las convicciones religiosas de algunos de mis colegas, no se pudo premiarlo, sólo mencionarlo en el fallo final como un notable documento en el controvertido debate sobre la eutanasia.Los personajes no eran actores, encarnaban sus propios roles. Al principio, un antiguo marino, que había administrado luego un pequeño bar en Amsterdam y vivía solo con su esposa, visitaba a su médico para comunicarle que, dado el incremento continuo de los dolores que padecía -debido a una enfermedad degenerativa incurable- había decidido acelerar su muerte. Venía a pedirle ayuda. ¿Podía prestársela? La película seguía con meticuloso detallismo todo el proceso que la legislación exigía para aquella muerte asistida. Informar a las autoridades del Ministerio de Salud de la decisión, someterse a un examen médico de otros facultativos que confirmara el diagnóstico de paciente terminal, y refrendar ante un funcionario de aquella entidad, que verificaba el buen estado de sus facultades mentales, su voluntad de morir. La muerte tiene lugar, al final, bajo la cámara filmadora, en la casa del enfermo, rodeado de su mujer y del médico que le administra la inyección letal. Durante el proceso, en todo momento, aún instantes previos al suicidio, el paciente se halla informado por su médico respecto a los avances de su enfermedad y consultado una y otra vez sobre la firmeza de su decisión. En el momento de mayor dramatismo del documental, el médico, al ponerle la última inyección, advierte al paciente que, si antes de perder el sentido, se arrepentía, podía indicárselo con el simple movimiento de un dedo, para suspender él la operación e intentar reanimarlo.

Como este documental, que se ha difundido en algunos países europeos y prohibido en muchos más, provocando ruidosas polémicas, fue filmado con el consentimiento de los personajes y es promovido por las asociaciones que defienden la eutanasia, se lo ha acusado de `propagandístico', algo que sin duda es. Pero ello no le resta autenticidad ni poder de persuasión. Su gran mérito es mostrar cómo una sociedad civilizada puede ayudar a dar el paso definitivo a quien, por razones físicas y morales, ve en la muerte una forma de liberación, tomando al mismo tiempo todas las precauciones debidas para asegurarse de que ésta es una decisión genuina, tomada en perfecto estado de lucidez, con conocimiento de causa cabal de lo que ella significa. Y procurando aliviar, con ayuda de la ciencia, los traumas y desgarros del tránsito.

El horror a la muerte está profundamente anclado en la cultura occidental, debido sobre todo a la idea cristiana de la trascendencia y del castigo eterno que amenaza al pecador. A diferencia de lo que ocurre en ciertas culturas asiáticas, impregnadas por el budismo por ejemplo, donde la muerte aparece como una continuación de la vida, como una reencarnación en la que el ser cambia y se renueva pero no deja nunca de existir, la muerte, en Occidente, significa la pérdida absoluta de la vida -la única vida comprobable y vivible a través del propio yo-, y su sustitución por una vaga, incierta, inmaterial vida de un alma cuya naturaleza e identidad resultan siempre escurridizas e inapresables para las facultades terrenales del más convencido creyente de la trascendencia. Por eso, la decisión de poner fin a la vida es la más grave y tremenda que puede tomar un ser humano. Muchas veces se adopta en un arrebato de irracionalidad, de confusión o desvarío, y no es entonces propiamente una elección, sino, en cierta forma, un accidente. Pero ése no es nunca el caso de un enfermo terminal, quien, precisamente por el estado de indefensión extrema en que se halla y la impotencia física en que su condición lo ha puesto, tiene tiempo, perspectiva y circunstancias sobradas para decidir con serenidad, sopesando su decisión, y no de manera irreflexiva. Para esos 130 desdichados que, violando la ley, ayudó a morir, el Dr. Jack Kevorkian no fue el ángel de la muerte, sino el de la compasión y la paz.

©Mario Vargas Llosa, 1999. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1999

Actividad - Cuestionario:

1- ¿De qué tema trata la nota?

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2- ¿Qué posición tiene el escritor al respecto?

3- Individualiza párrafos descriptivos y de opinión (señalalos en las copias). Realiza una síntesis de lo que aporta cada uno al tema.

4- Hay, en el texto, calificativos hacia:

a. Un médico

b. La práctica de ese médico

c. Un país/sociedad

Indica estos calificativos y relacionalos con tu respuesta a la pregunta 2.

Teoría de la agenda-settingLa teoría de la agenda-setting postula que los medios de comunicación de masas tienen una gran influencia sobre el público al determinar qué historias poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia se les da. El punto central de esta teoría es la capacidad de los mass media para graduar la importancia de la información que se va a difundir, dándole un orden de prioridad para obtener mayor audiencia, mayor impacto y una determinada conciencia sobre la noticia. Del mismo modo, deciden qué temas excluir de la agenda.

Más claramente, la teoría del "establecimiento de la agenda" dice que la agenda mediática, conformada por las noticias que difunden los medios informativos cotidianamente y a las que confieren mayor o menor relevancia, influye en la agenda del público.

Es decir, que los temas que son relevantes para los medios se convierten en temas importantes para el público. La teoría de la agenda-setting es el resultado experimental de una tesis que, a manera de metáfora, planteó Cohen: los medios (informativos) pueden no acertar al decirnos cómo pensar sobre un determinado tema, pero sí cuando nos dicen sobre qué pensar.

Teoría de la Agenda SettingLa Agenda-setting conforma toda una teoría que surge a finales de los años sesenta y se ha convertido en la teoría principal para la explicación de la influencia de los medios de comunicación sobre la formación de la opinión pública.

La traducción literal al castellano del barbarismo que da nombre a la mencionada teoría "agenda-setting” sería "fijación de la agenda" o "establecimiento de la agenda".

Existen dos niveles dentro de la agenda setting, que corresponden a dos etapas de investigación bien desarrolladas.

El primer nivel se concentra en los temas: Su hipótesis es que los medios nos dicen sobre qué pensar.

El segundo nivel investiga sobre los aspectos o atributos en los cuales enfatizan los periodistas al informar sobre los hechos: su hipótesis es que los medios nos dicen qué pensar.

Los principales bosquejos de esta influencia fueron esbozados por Walter Lippmann en su clásico libro de 1922, Public Opinion, que empezaba con un capítulo titulado «The World Outside and the Pictures in Our Heads» [El mundo afuera y las imágenes en nuestras mentes]. Como Lippmann señalaba allí, los medios informativos son una fuente fundamental de las imágenes que hay en nuestras mentes sobre el mundo de los asuntos públicos, un mundo que para la mayoría de los ciudadanos está «fuera de alcance, fuera de la vista, fuera de la mente». Lo que sabemos del mundo se basa sobre todo en lo que los medios deciden decirnos. Más específicamente, el resultado de esta visión mediada del mundo es que elementos sobresalientes de la agenda de los medios se vuelven sobresalientes en la mente pública.

El planteamiento definitivo de este tema, perteneciente a la investigación social, se debe a dos norteamericanos: Maxwell McCombs y Donald Shaw, que en 1972 publicaron el trabajo titulado "The Agenda-Setting Function of Mass-Media" en la revista Public Opinion Quaterly.

El primer nivel de la agenda settingLa hipótesis de la agenda-setting sostiene que la gente tiende a incluir o a excluir de sus propios conocimientos lo que los medios incluyen o excluyen de su propio contenido. El público además tiende a asignar a lo que incluye una importancia que refleja el énfasis atribuido por los mass media a los acontecimientos, a los problemas, a las personas (SHAW, 1979, 96).

El presupuesto fundamental de la agenda-setting es que la comprensión que tiene la gente de gran parte de la realidad social es modificada por los medios» (SHAW, 1979, 96, 101).

De la misma manera que las rutinas productivas y los valores noticia en su aplicación constante forman el marco institucional y profesional en el que es percibida la noticiabilidad de los acontecimientos, la constante enfatización de algunos temas,

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aspectos y problemas forma un marco interpretativo, un esquema de conocimientos, un frame, que se aplica (más o menos conscientemente) para dar sentido a lo que observamos.

En otros términos, «los media proporcionan algo más que un cierto número de noticias. Proporcionan también las categorías en las que los destinatarios pueden fácilmente colocarlas de forma significativa» (SHAW, 1979, 103).

Por último, la hipótesis señala la divergencia existente entre la cantidad de informaciones, conocimientos, interpretaciones de la realidad social aprendidas de los media y las experiencias de «primera mano», personal y directamente vividas por los individuos.

Hay grandes «paquetes» de realidad que los sujetos no experimentan directamente ni definen interactivamente a nivel de vida cotidiana, sino que «viven» exclusivamente en función de o a través de la mediación simbólica de los medios de comunicación de masas (GROSSI 1983, 225).

Al poner el acento en esta creciente dependencia cognoscitiva de los media, la hipótesis de la agenda-setting postula un impacto directo -aunque no inmediato- sobre los destinatarios, que se evidencia en tres aspectos:

1) el establecimiento de los asuntos públicos importantes a través de la agenda del periodista y la del propio medio. Esta influencia de los medios se constata en el hecho de que los ciudadanos llegan a formarse un juicio personal sobre lo que es importante públicamente, como resultado de la mayor o menor presencia de determinados asuntos y personalidades en los medios informativos. O sea: "sólo parece real lo que se legitima mediáticamente, el resto de la realidad no es" (4).

2) la jerarquía de importancia y de prioridad con la que dichos elementos son dispuestos en el «orden del día»: «La manera de jerarquizar los acontecimientos o los temas públicos importantes, por parte de un sujeto, es similar a la valoración que operan los media de los mismos problemas, pero sólo si la agenda de los media es valorada sobre un largo período de tiempo, como un efecto acumulativo» (SHAW, 1979, 102).

La tercera forma de influencia o de impacto de los medios, requiere de una explicación previa: a la redacción periodística de un gran medio pueden llegar hasta mil noticias en 24 horas. Un periódico sólo puede absorber entre 150 y 200 noticias, las emisoras de radio y TV aún son capaces de asumir menos volumen de informaciones (2). De todas ellas, sólo un mínimo porcentaje correspondiente al ámbito local llega a ser realmente noticia en ese medio de gran difusión y todavía una menor cantidad de esos acontecimientos son observados directamente por los periodistas.

De ahí que el campo de interés de la audiencia local -léase agenda pública local- no encuentre una sintonía con la agenda del medio de tirada nacional.

La prensa local ha venido a cubrir ese hueco de expectativas que salía fuera de la agenda temática de los grandes medios. Así, los intereses informativos del público local se han visto satisfechos con una horma adecuada, pues las dimensiones informativas anteriores le provocaban distanciamiento y lejanía con respecto a su realidad inmediata.

Como resultado, los medios locales han asumido el cometido de transferir la relevancia de las noticias locales en su agenda a la de la sociedad específica a la que surten informativamente. De esta manera, a través de la práctica diaria de la estructuración de la realidad local, los medios influyen en la agenda de interés de sus lectores-oyentes-espectadores.

Surge así una nueva agenda temática en consonancia con un nuevo soporte, el local. En ella se rehace la escala de valores en función del entorno inmediato, y de allí surge el impacto más importante de todos:

3) la capacidad de los medios para estructurar y organizar nuestro propio mundo: a través de la práctica diaria de la estructuración de la realidad local, los medios influyen en la agenda de interés de sus lectores-oyentes-espectadores. Surge así una nueva agenda temática en consonancia con un nuevo soporte, el local, en la cual se rehace la escala de valores en función del entorno inmediato de las personas, lo que les toca directamente.

La agenda pública –donde se concentra la atención del público– puede ser examinada en encuestas de opinión pública a través de la pregunta ampliamente usada por Gallup: ¿Cuál es el problema más importante que enfrenta este país hoy? Las respuestas del público a esta pregunta producen evidencia significativa del rol de agenda-setting de los medios informativos, pues casi siempre concuerda con lo que han publicado los medios durante las semanas en que se hacen esas encuestas.

Consecuencias de una agenda mal manejada en el primer nivelDebido al impacto que tiene la agenda mediática en la configuración de la opinión pública, es imprescindible que los medios incluyan una gran cantidad de información sobre temas diversos, con el fin de que no se presenten consecuencias negativas par la sociedad como las siguientes:

1. Comprensión parcial de la realidad social: Los medios sólo publican una parte de la realidad, con lo cual el público ignora otros campos relevantes. Por ej: países en los cuales los medios se centran en la información nacional, generan etnocentrismo, o cuando se ignora información sobre las mujeres, el medio ambiente o sobre las minorías, se puede generar desconocimiento e indiferencia.

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2. Desinformación de la audiencia mediante la ocultación de lo realmente importante: Los periodistas pueden inventar la actualidad -distinto de inventar la noticia- Ello se consigue llevando al candelero informaciones o personajes que no debieran ocupar un lugar preferente en los medios y desestimando, por contra, la actualidad verdadera.

El Segundo Nivel de la Agenda SettingExisten dos niveles dentro de la agenda setting, que corresponden a dos etapas de investigación bien desarrolladas.

El primer nivel se concentra en los temas: Su hipótesis es que los medios nos dicen sobre qué pensar.

El segundo nivel investiga sobre los aspectos o atributos en los cuales enfatizan los periodistas al informar sobre los hechos: su hipótesis es que los medios nos dicen qué pensar.

Weaver, Graber, McCombs y Eyal, operacionalizaron la agenda en un segundo nivel: el de las características cognitivas y afectivas de los problemas. De la misma manera que los asuntos pueden variar en relevancia, también los atributos sobre una misma cuestión pueden jerarquizarse unos con otros.

Los medios no sólo canalizan la atención del público y los políticos hacia los temas “grosso modo”, sino hacia los aspectos detallados con los que se reconstruyen estos temas.

Tanto la selección de los hechos que captarán la atención como la selección de atributos para pensar en estos hechos, juegan papeles poderosos en la construcción de la agenda pública. Los medios hacen sobresalir unos temas y unos hechos sobre otros y cada hecho, señalan también ciertos aspectos, personas, enfoques, puntos de vista.

En el primer nivel de la agenda, la unidad de análisis de los estudios era un hecho, una cuestión pública. Sin embargo, más allá de la agenda de objetos, hay otro aspecto para considerar. Cada uno de estos objetos tiene numerosos atributos, aquellas características y propiedades que constituyen ese hecho u objeto. No sólo se nos dice cuáles hechos son importantes sino qué aspectos son importantes en cada hecho.

La aparición del concepto de Segundo Nivel de la agenda Pese a que hacia finales de la década de los años 70 se dieron algunos pasos hacia esta teoría, la explicación detallada de la idea de un segundo nivel de agenda no apareció hasta años recientes (McCombs, 1994; McCombs y Evatt, 1995; McCombs y Campana, 1996; McCombs y Estrada, 1997).

La pregunta que McCombs, Shaw, Evats y otros investigadores empezaron a hacerse fue la siguiente: ¿hasta qué punto nuestra opinión de un hecho o persona se forma bajo la influencia del enfoque o del marco referencial que nos suministran los medios de comunicación?

El primer indicio de que podía existir un segundo nivel de agenda setting se evidención en una investigación sobre la elección presidencial estadounidense en 1976. Allí, Becker y McCombs (1978) encontraron una correspondencia significativa entre la agenda de atributos de los candidatos que señalaba Newsweek y la agenda de atributos en las descripciones que hacían los demócratas de Nueva York sobre los contendores en las elecciones.

Pero sólo hacia finales de la década de los años 90, los investigadores empezaron a observar con detenimiento la agenda de atributos y a plantear con seriedad la idea de un segundo nivel de la agenda setting. Quizás uno de los trabajos de investigación que marcó el comienzo de este nuevo nivel de la teoría fue el trabajo sobre la Agenda de Atributos en las elecciones presidenciales españolas de 1996. La proposición central de este trabajo es que los medios influenciaban la imagen que las personas tenían sobre cada uno de los candidatos a la presidencia.

Los tres candidatos para esas elecciones eran Felipe González, quien era presidente en ese momento y era el candidato del Partido Socialista Español (PSOE); Jose María Aznar, que ganó la elección como el candidato del Partido Popular (PP); y Julio Anguita, el candidato de la Izquierda Unida (IU).

En esta elección los aspectos sustanciales de las imágenes de los candidatos fueron analizados en cinco categorías: la ideología política, información biográfica, calificación del desempeño en cargos anteriores, personalidad, e integridad, que estaba basada en declaraciones explícitas de que un candidato era "corrupto" " o no corrupto.

La hipótesis básica era que la agenda de atributos que presentan los medios de comunicación influye sobre la percepción que tiene la gente de los candidatos.

Para comprobarlo, estudiantes de doctorado del programa de Comunicación de la Universidad de Navarra, realizaron una encuesta telefónica a 363 habitantes de la ciudad de Pamplona (España). Primero, se comparó la agenda de atributos de cada medio de noticias con la agenda de la audiencia primaria de aquel medio. La audiencia primaria para cada uno de los medios de comunicación fue identificada por respuestas a dos preguntas en la revisión que preguntó a los votantes de Pamplona cual periódico leían habitualmente y cual programa de noticias de TV veían.

En segundo lugar, se comparó la agenda de los medios y la agenda de su público primario, con la agenda de atributos del competidor principal de aquel medio.

Se encontró que la correlación entre la agenda del medio y el público del medio era mucho mayor que con la del competidor y se hizo evidente una altísima correlación entre lo que la gente decía de los candidatos y lo que decía cada uno de los medios de comunicación por los cuales se informaban.

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Las pruebas estadísticas señalaron un alto grado de correspondencia entre las agendas de atributos de siete medios de comunicación diferentes y la agenda de atributos señaladas por los votantes con respecto a cada uno de los tres candidatos.

Se deduce entonces que los elementos prominentes en la imagen del mundo que señalan los medios de comunicación influyen en la prominencia de aquellos elementos en la imagen del mundo que se forma la audiencia.

Estudios como estos, aplicados a diversos temas y asuntos, han sido realizados en todo el mundo (se han identificado más de 300 ) y se apoyan en la hipótesis de que el grado de énfasis colocado sobre ciertas cuestiones en las noticias influye en la prioridad concedida a estas cuestiones por el público (Dearing y Rogers, 1996; McCombs y Campana, 1996).

Del segundo nivel de la agenda a la Teoría de marcos (framing): El desarrollo de las investigaciones sobre el segundo nivel de la agenda ha encontrado compatibilidad con una gran variedad de conceptos de comunicación y teorías contemporáneas.

La explicación de un segundo nivel de agenda puso los primeros eslabones para uno de los principales conceptos contemporáneos: los marcos noticiosos o news frames.

Los marcos se definen como “la idea central en la cual se basa el periodista para la organización de la noticia”, y sugieren una visión determinada del hecho a través de la selección de unos elementos que se destacan o enfatizan, pero encuadrándolos en un marco específico que arropa todo el texto.

El principal exponente de la teoría de los frames (1993) es Robert Entman, quien señala que cuando el periodista enmarca los hechos, selecciona algunos aspectos de una realidad percibida y los hace sobresalir en el texto que construye, de tal modo que promueve una definición particular de ese hecho o problema, una interpretación causal, una evaluación moral y/o una posible solución, que parten del enfoque del periodista.

La diferencia entre las dos teorías, el segundo nivel de la agenda y los marcos noticiosos, se encuentra en la naturaleza de la agenda de atributos.

En el segundo nivel de la agenda, los atributos destacados definen el tema central del mensaje, mientras que en la teoría de los marcos, los atributos que se destacan pueden aparecer en todas partes de las oraciones y párrafos de la historia. El encuadre del texto hacia un determinado enfoque se hace de manera más sutil.

Operacionalmente, es posible decir que el tema central de una información, lo que ha destacado el periodista como lo más importante de un hecho y que en la noticia correspondería al lead, representa el segundo nivel de la agenda setting. Por su parte, el enfoque que el periodista le ha dado al hecho, el frame en el cual lo ha enmarcado, se evidencia a lo largo de todo el relato, en los diferentes atributos que el periodista ha destacado en cada uno de los párrafos del texto.

Las investigaciones sobre el tema, han revelado que los enfoques también influyen sobre la opinión pública.

Peligros de un mal manejo del segundo nivel de agenda setting1. Creación de prejuicios en la sociedad: Al destacar unos atributos de los hechos y las personas, los medios configuran la percepción que tenemos sobre esos hechos o personas, se positiva o negativamente. Cuando de una población o hecho se destacan sólo aspectos negativos, se genera rechazo, miedo, disgusto ante esa realidad. Por ejemplo, los reinsertados, los desplazados, los colombianos a los ojos del mundo. Cuando sólo se enfatiza en lo positivo, se puede crear un endiosamiento del personaje, que no corresponde a la realidad. Ej: presidente Uribe.

2. Manipulación de la sociedad: Cuando el periodista no investiga y se queda con el registro taquigráfico de lo que una fuente le dice, sin contrastar la información, puede estar siendo manipulado para que destaque unos atributos del hecho que convienen a la fuente interesada. Por ejemplo, la noticia sobre la mala administración de la embajadora en Brasil, no se consultó a la implicada. Al final, la imagen del mundo que se le da a las personas es justo la que las fuentes interesadas quieren. Eso al final, lleva a desenlaces que no debieron ser.

Impactos de la Agenda Setting en sus dos niveles1. Lo que no entra en la agenda de los medios NO existe.

2. Los aspectos que seleccionan y en los que ponen su atención los medios afectan la percepción que tiene el público respecto de estos asuntos.

3. Determinar el modo en que se encuadra un asunto –establecer las normas básicas para su deliberación – puede afectar significativamente el desenlace final.

El gran papel de la agenda setting para los medios informativos: identificar los asuntos más importantes del día y la agenda completa de atributos de esos asuntos. Eso implica investigar más, pero también informar mejor.

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Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre

BibliografíaMcCOMBS, M. (1985), (v. o. 1975) "La comunicación de masas en las campañas políticas: información, gratificación y persuasión" en MORAGAS, M. de (eds). Sociología de la Comunicación de Masas. Estructura, funciones y efectos, Gustavo Gili, S.A., Barcelona.

McCOMBS, M. (1992), "Explorers and surveyors: expanding strategies for agenda-setting research", Journalism Quarterly, nº. 69, p. 813 - 824.

McCOMBS, M. (1994), "Influencing the pictures in our heads: two dimensions of Agenda-setting" en Masu Komyunikeishon Kenkyu (Journal of Mass Communication Studies), nº. 45. McCOMBS, M. (1994b), "The future agenda for agenda-setting research", Journal of Mass Communication Studies, nº 45, p. 171-181.

McCOMBS, M. (1996), "Influencia de las noticias sobre nuestras imágenes del mundo". En BRYANT, J. y ZILLMANN, D. (1996), (v.o. 1994)) Los efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías, Paidos, Barcelona, p. 13-34. RODRÍGUEZ DÍAZ, R. (2004). Teoría de la Agenda Setting, aplicación a la enseñanza universitaria. Observatorio Europeo de tendencias Sociales.

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