muerte de la moral burguesa - wordpress.com · muerte de la moral burguesa 3 prefacio era mi...

143
MUERTE DE LA MORAL BURGUESA EMMANUEL BERL Ediciones elaleph.com

Upload: others

Post on 21-Apr-2020

15 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

  • M U E R T E D E L AM O R A L B U R G U E S A

    E M M A N U E L B E R L

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    2000– Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    3

    PREFACIO

    Era mi intención consagrar este segundo libro ala máquina y a los hombres que la misma crea. Lascríticas opuestas a mi primer volumen me obligan aliquidar primero otras cuestiones.

    Ya su solo título: Muerte del pensamiento bur-gués, permitía dos géneros de respuesta: que el pen-samiento burgués no está muerto, o que jamás havivido. Esto último lo repitieron tanto y tan bien,que se acabó por dudar si no era yo una especie deRochette, que intentaba lanzar entre el público unvalor irreal, contra el cual había que ponerlo enguardia. Sentí la necesidad de precisar las caracterís-ticas de ese pensamiento, cuya existencia se me ne-gaba.

  • E M M A N U E L B E R L

    4

    Inspirado por mis contradictores, el libro quesigue lo está también por la psicología de la justifi-cación, que elabora Malraux. No me corresponde amí exponerla. He querido tan sólo investigar de quémodo se justifica el burgués, y por qué su defensapierde, cada vez más, su valor a los ojos del burguésmismo. Creo que la mayor parte de las ideas quedan vida a nuestra literatura, no son sino modos dedefensa burguesa. Y creo que las mismas pierden sufuerza a medida que el capitalismo y el comunismomodernos van socavando a la burguesía. De ahí losproblemas, tan célebres, del escritor; de ahí la difi-cultad creciente que experimenta para representar alhombre, y para llegar a él. De ahí los esfuerzos tantorpes, sin embargo para volver a hallar una frater-nidad perdida.

    Se me ha reprochado. Drieu entre otros y éstaes la causa de que el reproche me sea más sensible,el uso que hago del término revolución. Quiero,pues, explicarme al respecto. Sigo creyendo que,fuera de circunstancias revolucionarias precisas, estapalabra no puede querer decir sino la repulsa pura ysimple opuesta por el espíritu a un mundo que loindigna. He escrito: La idea de revolución es clarapara quien quiera que exprese con ella la esperanza

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    5

    que tiene de tomar el poder en provecho de un gru-po del que forma parte. Pensaba en esa ocasión enLenin, Saint Just, Marat, y de ningún modo en mímismo. Como intelectual, no puedo percibir el con-cepto de revolución sino como un conjunto de no-ciones contradictorias. Me sirvo de él, no obstante,a fin de indicar mi esperanza y mi fidelidad, no sa-biendo de otra palabra para expresar, en debidaforma, mis repulsas. jamás será para mí un medio deadherir a tal o cual grupo, cuyo beneficio me esfor-zase por obtener a través de ella.

    El hecho de que la tendencia marxista de mipensamiento no sea, incontestablemente, mayor eneste segundo libro que en el primero, no me colocamás cerca del comunismo. Las objeciones que, enun siguiente libro, tendré ocasión de hacerle a esteúltimo no me colocarán tampoco más lejos de él.Considero al comunismo menos como una doctrinaque como un partido. Y la verdadera cuestión no esla de saber si el comunismo está en lo cierto, sino sise es comunista o si no se lo es. Cuestión, en primerlugar, de consagración y de fe. La adhesión que unintelectual presta a una doctrina no se asemeja enabsoluto a la que un hombre puede prestar a unpartido. La una tiene tanto mayor valor cuanto más

  • E M M A N U E L B E R L

    6

    reservas comporte; la otra, cuanto comporte menos.El mejor discípulo reniega de su maestro. El mejormiembro de un partido no abandona a su jefe. Laactitud de un marxista hacia Marx no puede ser sinola misma que tuvo Marx hacia Hegel, y de ningúnmodo la que tiene un bolchevique hacia Lenin. Esmisión del marxista hallar en falta a Marx. Es mi-sión del bolchevique impedir que Lenin sea apresa-do por la policía. Es por no haber distinguidosuficientemente entre el asentimiento de un espíritua una doctrina y el asentimiento de un individuo aun grupo, que hemos visto multiplicarse lamenta-blemente adhesiones y exclusiones; el hecho de ha-ber evitado unas y otras no es motivo para mi deorgullo alguno. Pero un buen número de experien-cias deplorables prueban muy bien que he tenidorazón. El análisis que me esfuerzo en proseguir noterminara de ningún modo, pues, con una solicitudde afiliación. Ni al radicalismo, ni al socialismo, ni alcomunismo, ni al trotskismo. Como intelectuales,no podemos contraer con ningún partido sinoalianzas revocables a cada instante; porque no po-demos en ningún caso considerar una doctrina co-mo definitiva. Nuestra tarea es la de opinar siempresin prejuzgar jamás. Y cuando se me pregunta co-

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    7

    mo, por ejemplo, André Chamson dónde estánvuestras fidelidades, respondo que, en este terrenono las tengo. No trabajo para ningún grupo, ningu-na familia, ninguna clase, ninguna casta. Se trata desaber si, verdaderamente, no se puede luchar contraun conformismo sino para instaurar otro confor-mismo. Yo no lo creo. Creo en la posibilidad de lacrítica, en el valor del rechazo que opone el espíritual mundo.

    Sin duda, no estoy liberado de compromisoshumanos. Atado por innumerables lazos a innume-rables aspectos del mundo que observo. Tal clima.Tal cocina. Tal literatura. Tal timbre de voz. Y, sinduda, existe un tipo de hombre que prefiero, unaforma de vida hacia la que me inclino. Pero no setrata aquí de confesiones que no hacen a mi propó-sito. ¡Pueda mi espíritu permanecer herético e infiel!

  • E M M A N U E L B E R L

    8

    1AMENAZAS

    Si suprimís la herencia, los hombres no trabaja-rán más. Mi padre llegaba a las seis de la mañana asu fábrica. Y la bruma del canal no era menos hú-meda que hoy día. ¿Para qué, sino, para asegurarmea mi, su hijo, un buen chocolate con bizcochos? Deahí que yo sea la representación del progreso, delconfort, de la ciencia misma. No os interesa mi pe-queño desayuno, ni mi contrato matrimonial; pase.Pero. ¿creéis que las futuras aplicaciones técnicaseran lo que interesaba a mi tío abuelo cuando fue ala Indochina a plantar caucho? Vosotros no captáislas verdaderas relaciones que existen entre las cosas.Dejadme, pues, en paz y releed a Bastiat.

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    9

    El burgués no está ya tan seguro de este razo-namiento. Se ha suprimido la herencia en Rusia, ylos individuos trabajan lo mismo. Se establecieronen Francia y en Inglaterra muy pesados impuestossucesorios, sin que la actividad decreciera. En elmundo moderno, la máquina tiene preso al hombre,y la fábrica, si es necesario, reemplaza a los hijos.Porque habían leído a Horacio, vuestros viejos tíosse creían obligados a amar la naturaleza y aspirar alretiro. Pero una vez que han casado bien y rica-mente a sus hijas, tampoco se retiran. ¿En qué seconvertirían? No gozan ante sus domésticos detanto prestigio como ante sus empleados. Las reu-niones del círculo son aburridas cuando uno no jue-ga. El médico les ha prohibido los placeres de lamesa y las mujeres. Se valen entonces de los masfrívolos pretextos para seguir con su trabajo. Y des-pués de haber repetido: Sigo en mi negocio paraasegurar a mis nietos", repiten ahora: Sería mejorpara mí si me retirara, y dejara que otros se ocupa-ran de dirigir mi fortuna. Pero son mis administra-dores los que me retienen. Y, además, mis clientesestán acostumbrados a tratar conmigo. Y, además,me vendría bien la cravate de comendador... Cin-

  • E M M A N U E L B E R L

    10

    cuenta años en el comercio; me parece que la tengobien ganada.

    El sistema fiscal de posguerra ha demostradoque el burgués trabaja porque trabaja, y no poramor a su familia. Esos viejos cuyos hijos hanmuerto, lejos de querer dejar sus puestos, se va len,por el contrario, de su duelo, para aferrarse más a sutrabajo.

    Además, el burgués se identifica cada vez me-nos con el progreso, cuya marcha demasiado rápidava dejando en el camino muchas cosas que él quisie-ra mantener. En su mansión bearnesa, Leon Bérard,no desea que se acelere el progreso de la industria.¿Qué sucedería con las tradiciones locales? ¿La casade palomas? ¿La persecución de liebres de las quehace mucho la campiña está despoblada? ¿Lascharlas del notario sobre Cicerón y Virgilio en elcafé de la BelleHótes se? Y Clément Vautel, que mereprocha por menospreciar ese pensamiento bur-gués tan activo, realizador, etcétera..., reprocha, porotro lado, a Jean Giraudoux por querer modernizarlas salas de teatro parisienses: "El público dirá: Noshan cambiado nuestro viejo Stradivarius por un vio-lín nuevo. "¡Ah!, qué bella era mi ciudad, mi París,mi querida París, cantan todos, desde Léon Daudet

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    11

    y Daniel Halévy hasta la princesa Bibesco. Eternalamentación del burgués, que los poetas deMontmartre repiten monótonamente. OponenAmérica a quien les habla de Rusia. Pero temen alos rascacielos.

    El burgués se halla menos tentado de invocar elprogreso para la defensa de sus privilegios, en lamedida en que duda si él mismo durará por muchotiempo, y aun si es el más calificado para acelerarlo.Los hombres que hacen marchar las máquinas, ésosson sus enemigos. Raza a la que teme y detesta.Cuanto más se complica la maquinaria industrial,tanto más las cualidades propias del burgués: co-rrecta presencia, buena redacción, pierden impor-tancia, y tanto más la ganan las cualidades técnicas.Desconcertado por el ritmo de la industria, el bur-gués duda de sí mismo, de su cultura y de su esfuer-zo.

    ¿Para qué, para quién tanto sacrificio? La viejasabiduría del Eclesiastés le murmura al oído que elmundo es vanidad. ¿A qué principio aferrarse?¿Fortuna para los hijos? El Estado la confisca. ¿Elinterés de sus representados? La abstracción cre-ciente del crédito los aleja cada vez más de él. Des-confía, además, de esos amos anónimos y

  • E M M A N U E L B E R L

    12

    cambiantes. Cuando un banquero invoca a sus ac-cionistas, es que se prepara para mentir. Germaindecía: En general carneros, a veces leones, siemprebestias. Pero el momento ya no está para bromas.Se instauran contra ellos las acciones privilegiadas,las acciones de voto plural; con eso pueden ya balary rugir todo lo que quieran. ¿Los depositantes? Re-sultan más lejanos aún que los accionistas. La ver-dad es que el banquero no sabe para quién trabaja.Arrastrado por un mecanismo al cual no le ve yasentido, Malthus lo inquieta. Ya no se siente seguroni en cuanto a la producción, ni en cuanto a la pro-creación. Los periodistas, a los que paga para cele-brar su reinado, le desagradan. Los encuentra ávidosy carentes de juicio. Y percibe contra él esa mareacreciente de la envidia, de la miseria, esos gritos paralos que carece de respuesta.

    Ciertamente, él no pretende que las cosas vayanbien; todo lo que dice es que no existe la posibilidadde que vayan mejor. Opone, a la revolución, su des-precio por el hombre. Su doctrina es aquella de laanciana de Siracusa que le enseña su querido Ana-tole France: desear larga vida para el tirano, porquesi él muere, vendrá otro que será peor. Todo le pa-rece de tal modo vano y hasta tal punto ineluctable,

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    13

    que no ve por qué va a dejar su puesto, ni para quéotro va a venir a tomarlo; y se halla pronto a pasearpor el mundo que lo abruma su pesimismo y su dis-gusto. ¿Despediríais a alguien que sólo piensa endimitir? El burgués habla siempre de renunciar. Nolo hace, pero siembre cree que lo va a hacer. Nosoporta las críticas porque no se atreve a contestar-las con lo que es, sin embargo, su respuesta: que nohay que tocar nada, porque nada es posible hacerrespecto a nada.

    Si se relee la célebre controversia de Clemen-ceau con Jaurés de 1906, se ve a Clemenceau en elcentro mismo del pensamiento burgués: un pesi-mismo conservador. El burgués encontraba a Jaurésvacío, precisamente porque éste estaba henchido deesperanza. El socialismo es imposible porque loshombres son incorregibles; Jesucristo no los mejo-ró, ni tampoco lo hará Marx Thiers adhirió a la Re-pública como al menor de los males. He aquí ellenguaje que el burgués ama y que reprocha al pue-blo por no gustarle: Yo estaba obligado a... Nopodía actuar de otro modo. . .El Presidente delConsejo se esfuerza por demostrar que no ha toma-do ninguna iniciativa política, que se encontrabaatado por todos lados. El burgués adhiere a la bur-

  • E M M A N U E L B E R L

    14

    quesía como al único orden social posible. Mani-fiesta a viva voz que lo deplora, pero que es necesa-rio.

    Así como las guerras pasadas justifican poradelantado las guerras futuras, la miseria del puebloasume un valor de tradición.

    Pero este "no hay modo de hacer otra cosa nosatisface a nadie, ni aun al burgués que lo dice. Esnecesario el servilismo de Leibnitz para creer que sepuede aceptar lo inaceptable, en nombre de un or-den que lo da por supuesto. Ninguna filosofía haráadmitir a Dostoievski el suplicio metódico de unniño a manos de dos brutos. Esta resignación almundo como es, supone una contrapartida. O bienla creencia en otro mundo: el cristianismo. O bienuna estética. El pesimismo de Schopenhauer de-sembocó en el esteticismo que emponzoñó la gene-ración de preguerra y emponzoña todavía la nuestra.

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    15

    2EL BURGUES Y EL GRAN HOMBRE

    Hablad de comunismo, de la Revolución con unburgués adinerado de menos de cuarenta años deedad. Cualquier frase que vosotros pronunciéis oirásiempre que le estáis preguntando: ¿Por qué hasheredado de tu padre? Y la respuesta, que a él leparece la verdad más pura, será: Para que el mundosea un lugar mejor. Si permito que se instaure elcomunismo, veré desaparecer las únicas cosas queme parecen va liosas en un mundo que ya no megusta demasiado. No existirán más casas bien pues-tas. Se perderá el buen lenguaje Se hará mal el amor,en habitaciones demasiado chicas. Patou cerrará sucasa de modas, todo se afeará (Cf. Alfred Fabre Lu-ce, Rusia, 1927). El burgués hace de la estética su

  • E M M A N U E L B E R L

    16

    justificación final. Quiere ser, cree ser un objeto dearte. Y que se lo debe conservar, como un belloanimal seleccionado. El bur- gués piensa: el ordenen el que yo reino es el mejor porque permite elsurgimiento y desarrollo de una elite. Una cierta ca-tegoría de cosas: el objeto de lujo; cierta cualidad delespíritu: la cultura; cierta especie de sentimientos: elamor analizado; he ahí lo que es necesario mante-ner. y lo que yo mantengo. No, yo no seré jamásrevolucionario me decía un amigo, quien, por otraparte, luego se hizo fascista. Detesto demasiado quelas mansiones de campo cambien de dueño. Man-siones de campo, y ante todo Versalles, la más ilus-tre de todas, ellas permiten la peligrosa antigüedadde la palabra cultura, en la que el burgués se apoya.Se mezclan las tradiciones de la familia con los tra-bajos de jardinería; el retrato de la vieja tía de la queproviene la fortuna con el tamaño de los perales. Elburgués se legitima por la cultura. El nacionalismomismo no se legitima sino por la cultura. ¿Quécontestar a un obrero bretón, si comienza a sentirsemás obrero y más bretán que francés? ¿Para qué elnacionalismo? Para que se siga estudiando de me-moria a La Fontaine. Para que la Comedia Francesasiga existiendo. Por Cécile Sorel.

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    17

    LA CULTURA

    Cada cual querría para sí mismo esta palabrapletórica de cultivos y cosechas, y busca imponerleel sentido que prefiere. Por eso tantos discursos so-bre la cultura que estiran sus dialécticas sin llegar aun acuerdo. La cultura designa el esfuerzo del hom-bre hacia lo que él supone la perfección. Para lacultura espartana ésta era el héroe. Para la culturacristiana es el santo. Por nuestra parte entendemosacaso por cultura el pensamiento no bárbaro, sinafirmar de modo demasiado simplista su relacióncon el universo, y sin negar de manera demasiadoingenua su relación con la persona.

    Pero la palabra cultura expresa también una co-sa totalmente diferente. Una cierta relación que lacolectividad impone a sus miembros. Un uniformeque aquélla les coloca. Y no se trata tanto de impul-sar al individuo al más elevado desarrollo de susfacultades como de integrarlo a determinado grupo.La primera función de la cultura es la de proveer elsanto y seña necesario para ser reconocidos. Ellosignifica que se conoce un cierto conjunto de sig-nos. Y, por ejemplo, un buen mecánico no seráculto por el solo hecho de ser un buen mecánico.

  • E M M A N U E L B E R L

    18

    Es necesario también que sepa que Francisco lodijo: Todo se ha perdido, menos el honor. De ahíque el objeto de la cultura sea menos instruir queubicar a los hombres en una clase social determina-da.

    También se denomina cultura general, y aunhumanidades, a un grupo de conocimientos espe-ciales. El latín. Es evidentemente ridículo pensarque los ejercicios de traducción del latín pueden porsí solos desarrollar las facultades de un niño. Pero laburguesía, que, después de la Iglesia, se ha converti-do en la depositaria del latín, ha llegado a creerlo, obien a hacer como si lo creyera. Se sirve a este fin demuy toscos sofismas. Ora se dice que el latín es elúnico instrumento cultural verdaderamente valiosoporque es inútil, ora porque es útil y favorece el es-tudio de las lenguas vivas. Creen haber justificado ellatín cuando han mostrado que puede, después detodo, servir para algo, como si cualquier estudiopudiese dejar de ser útil a un niño cuya inteligenciabusca nutrirse. Antes de la guerra, cuando la reac-ción luchó encarnizadamente contra la reforma es-colar de 1902, se hizo suscribir por toda clase depersonalidades de consideración (lo que siguiómostró bien que éstas firman todo lo que se quiere)

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    19

    una petición en favor del latín obligatorio. Los exa-minadores del Politécnico explicaban que los mejo-res exámenes eran rendidos por los alumnos de lassecciones Latín Ciencias, y aun Latín Griego, y nopor los de la sección Ciencias Lenguas. Olvidabandecir que se había establecido en los liceos una talcorriente de snobismo, que un buen alumno noconsentía en entrar en la sección Ciencias Lenguas.Mejores al entrar, los de las otras secciones erantambién mejores al salir. Mas para defender el latín,como para defender la fe, todos los argumentos sonbuenos, todas las mentiras, piadosas. Por ejemplo,se invoca la etimología, y que no se puede emplearadecuadamente una palabra de la cual no se conocesu historia; y se olvida que la enseñanza clásica noincluye las lenguas romances. La Universidad pre-tende que es necesario, para hablan bien el francés,saber cómo hablaba Augusto, y que es superfluosaber cómo hablaba Carlomagno.

    Sin insistir más sobre la cuestión, me es sufi-ciente, por el momento, hacer notar que hay, dentrode la cultura general, conocimientos privilegiados, yotros que no lo son. Las ciencias en su conjunto noforman parte de la cultura general, como tampoco,por supuesto, las técnicas. Un niño con cultura ge-

  • E M M A N U E L B E R L

    20

    neral puede ignorar lo que es un gasómetro, mien-tras sepa quién fue Mucius Scaevola.

    La Universidad designa con la palabra cultura elconocimiento del latín y del griego. El mundo de-signa con ella algo un poco diferente: la suma deconocimientos históricos necesarios para compren-der las alusiones que se hacen. Dentro de cada fa-milia existe una colección de anécdotas cuyorecuerdo es siempre gracioso, salvo para el extraño.Porque, señor mío, puede usted haber tenido doshijos con mi prima, pero ignora de qué modo nues-tra tía Carolina escondía los chocolates. Si yo recitola poesía que re citaba nuestra abuela: "Oh, baile demáscaras, adorable locura, sueño encantado lleno dediablillos, eso no le dirá a usted gran cosa. Y si ha-blo de la mujer del pastor, que se separaba de sumarido tres o cuatro veces por año, porque no per-tenecían a la misma secta, sólo reirá moderadamen-te. Así, contra usted y mal que le pese, elnacionalismo familiar mantiene su vigencia. Yoformo parte. Usted no. A menos que aprenda desdela a, b, c y comience por la vida de MademoiselleBreting.

    Este stock de historietas no implica que yo estéverdaderamente informado sobre el pasado de mi

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    21

    familia. Puedo no saber nada de los negocios de mibisabuelo; es suficiente que sepa que le gustaba mu-cho el queso de Munster y que ha cía traer de Ho-landa la tela para sus camisas. Del mismo modo, lahistoria que exige la cultura general no es la historia,sino una cierta tradición histórica. No es el conoci-miento de las cosas, sino de sus símbolos escolares.La literatura francesa de la Universidad comienzacon Mal herbe. Es bastante difícil saber dónde ter-mina. Una cierta gloria no es más que el reflejo delconsentimiento general y procede de él. Sully Pru-d'Homme lo logró de entrada. Heredia también.Baudelaire intriga aún para obtenerlo. Rimbaud nolo espera. La literatura de la Universidad no es laliteratura. Flaubert forma par te, mas no Proudhon.Y Vauvenarques, pero no Chamfort.

    Del mismo modo, el inglés de la Universidad noes el inglés de Inglaterra. Su latín, no es latín. Unode mis tíos tuvo por condiscípulo en la clase delcélebre profesor Merlet al futuro profesor Petitjean.Merlet dio a sus alumnos para traducir al latín unapágina de Cicerón que había traducido previamenteal francés. La versión de Petitjean fue tan buena,que el profesor la prefirió al texto original: El suyo,

  • E M M A N U E L B E R L

    22

    dijo, es más latín que el de Cicerón. Sabido es que laUniversidad no admite la sintaxis de Tácito.

    Ciertos autores, como Abel Hermant, quierentratar al francés como se trata al latín. As!, el francésde Moréas les parece más francés que el de Claudel.Se discute bastante acerca de qué es lo clásico. ¿Noserá que clásico es simplemente aquello que se en-seña en las clases? Y la elección es siempre, en granmedida, gratuita. Una obra se convierte en clásicaporque se ha decidido, una vez, que lo será. Ins-cripta dentro del programa escolar, la inercia tiendea mantenerla; del mismo modo, en las familias losinventarios notariales mencionan ciertos objetos yomiten otros. Es quizá en las poetisas de la coloniarumana, Madame de Noailles y la princesa Bibesco,donde se ve mejor este aspecto de la cultura: unaherencia que se inventaría y que, en estas damas,toma en seguida una apariencia de baratillo. Lescharmants (?) Girondins. Fabre d'Englantine, tanjoven y encantador con su nombre estival (¡lástimaque tenía 39 años cuando estalló la Revolución yque demostró ser concusionario y alcahue-te!).Fénelon, llevando ya la tristeza de ser un díaamado a pesar suyo. Por Madame Guyon, sin duda.Pero Fénelon y amor, eso pega. En el desván del

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    23

    castillo, la joven prometida descubre, en mezcolan-za, la sabiduría de Montaigne, la risa de Voltaire, lascanciones de Ronsard (no sus odas). Para ella la Re-volución Francesa es Camille Desmoulins; el Con-sulado,Joséphine en fin clair. Me complace bastanteque Jules Lemaitre, y el mismo Barrés, se hayan ma-ravillado ante esta exposición de la Plaza Clichy;ciertas posiciones quedan mejor defendidas. Sor-prendente vulgaridad la de ese pintoresquismo cu-yos equivalentes nos los dan Pierre Benoit y PierreFrondaie. Se ve muy bien lo esencial de la culturafrancesa en las páginas rojas de este Pequeño La-rousse balcánico. Las cosas que es necesario saber;las cosas que se pueden ignorar. Es necesario cono-cer la muerte del caballero de Assas; Bayard sinmiedo y sin reproche; la gallina en la olla, de Enri-que IV. Y que Corneille amó a una noble marquesa.Esther es indispensable. Oh, mi Rey soberano".Bajazet no es indispensable. La cigarra y la hormigaes indispensable. Psiquis no lo es. André Chénier esindispensable. Sans crainte du pressoir. Diderot, no.¿Por qué? ¿Por qué esta determinada imagen delpasado y no otra? ¿Por qué los discursos de Bour-daloue y no los de Mirabeau? ¿Por qué los deMassillon y no los de Saint Just? ¿Por qué Marat y

  • E M M A N U E L B E R L

    24

    no Rutebauf? ¿Por qué Malherbe y no Théoprile?Hay un cierto número de monumentos que se clasi-fican como históricos y que se conservan con gran-des gastos, en tanto que a otros se los deja caer apedazos, y no son menos hermosos. Evidentementeestos misterios no pueden ser aclarados si no se tie-ne en cuenta la función de la cultura, si no se com-prende lo que la burguesía espera de ella. La culturale sirve para darle acceso a la aristocracia y para se-pararla del pueblo.

    En efecto, por la cultura, el burgués alcanza lavenerable antigüedad del noble. Él no desciende deun procurador romano, como los príncipes dePons. Pero, ¿quién es el verdadero heredero deRoma? ¿Aquel cuyo antepasado fue cónsul, o aquelque ha sabido restablecer un texto de Tito Livio?Un La Rochefoucauld desciende del autor de lasMáximas. Pero Saint Beuve, Jules Le maitre, queconocen las Máximas de memoria, que pueden es-cribir imitando a su autor, que co nocen bien lahistoria y la literatura del siglo XVII, sostendríanmás fácilmente una charla con La Rochefoucauldque los miembros de su familia. Por mediación delarchivista, el burgués se venga del marqués. Culturaes Anatole France. El estilo pleno de guiñadas alusi-

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    25

    vas: un verso de Racine, un giro de Bossuet, un ad-jetivo de Corneille, una palabra que Voltaíre usabaincorrectamente. . . Una de las razones principalesdel éxito de Anatole France, y también una de lasmás bajas, es que vendía, a sus lectores, a tres fran-cos el cuarto de nobleza.

    La herencia. Barrés hablaba de esas pequeñasrentas necesarias para una gran cultura. Herencia dela cual se intenta sacar como lo hacía ,el noble ma-yor partido que el que comporta la naturaleza de lascosas.

    Escribo aquí, en Pérouges, esta pequeña ciudadde opereta que enternecía a Herriot. Vive de ser an-tigua. Quienes no ha mucho llevan a Meximieux lasreliquias de su casa en ruinas, han comprendido quela casa en ruinas puede reportar más dinero que lacasa nueva. Ahora se desprecia a Meximieux. Cadauno exhibe sus viejos pergaminos, sus viejas recetas.Se sirve papas con cáscara y se las llama papas a laantigua; se sirve vino de Arbois, el preferido de En-rique IV; se escribe la lista en pergamino que seilumina como un misal. No se dice albergue, sinoOstellerie, sin h. Se cierran las puertas con antiguascleffs, el alfolí rivaliza con la plaza del mercado vie-jo. El guardián del museo porque hay un museo

  • E M M A N U E L B E R L

    26

    terminó por estar muy orgulloso de las victorias dePérouges contra el Delfinado. Este orgullo es surazón de ser, pues es la base de su presupuesto.Material y moralmente, los hombres viven del he-cho de habitar una ciudad antigua y en ruinas. Son,por otra parte, gordos, rubicundos, opulentos y ab-surdos. Así se forma en Francia una nueva aristo-cracia, que goza sobre el ómnibus de turismo denuevos derechos de regalía. Ennoblecimiento delindividuo por los estudios cartistas y de la ciudadpor el Hótel de Ville, creación y explotación de unariqueza totalmente abstracta, que de eso se trata.

    Y así como la cultura aproxima el burgués alaristócrata, ella lo opone al proletariado. Sin duda,existen las becas. Pero reclutar por medio de lacultura nuevos burgueses, no es, en absoluto, re-conciliar al proletariado con la cultura. Aquí debenser psicoanalizadas ciertas fantasías. Un proletariono se convierte en hombre culto, en el sentido quela Universidad y la burguesía dan a esas palabras, amenos que deje de ser proletario. ¡Bravo obrero re-sulta el que a la noche va a aplaudir una obra deCorneille! ¡Espectáculo tranquilizador para los ami-gos del orden! Se comprende que el gobierno hagadar representaciones gratuitas en los teatros sub-

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    27

    vencionados la noche del catorce de julio, y tambiénla atracción que este genero de manifestacionesejerce sobre los obreros. Pero el obrero, en esemomento, no hace sino renegar de su clase. Querríasaber latín, porque vive en una sociedad burguesa yacepta, ¡ay!, los valores de sus amos. ¡Querría tam-bién cenar en la Abbaye de Théléme, jugaren el ca-sino de Deauville, encontrar en el golfal Aga Khano al príncipe de Gales! Este apetito de cultura, cabeadvertirlo, lo experimentan los hombres más que lasmujeres, porque éstas disponen de otros mediospara lograr el acceso a la burguesía. El impulso quelleva a los jóvenes a la Escuela Normal, es el mismoque las lleva, a ellas, de las puertas de la Villette y deBagnolet a los barrios ricos de los que, por su naci-miento, están excluidas. Y la cultura es para losunos, lo que para las otras son el vestido de Lanviny el collar de perlas. ¡Triunfos del proletario! El ba-rón del Imperio se arrodilla a los pies de Naná. Elprofesor, cuyo padre fue estibador, puede privar desu salida al hijo del banquero. Quedaos tranquilos:ellos lo han pagado.

    Mirados con sospecha por su familia y sus ami-gos, arrancados de la fraternidad de que disfrutaban,mal tolerados por los ricos que los desprecian y al

  • E M M A N U E L B E R L

    28

    fin de cuentas los explotan porque no estiman enmucho, después de todo, la juventud de una mujero el pensamiento de un hombre, ¡llegarán para éstael hospital, para aquélla Legión de Honor! Hanaprendido a respetaren sus amos ese reflejo del pa-sado, con el que la fortuna ilumina los rostros de losque la detentan. No se logrará que a una bordadoraJe guste sinceramente Racine. Sólo se logrará quedeje de ser una bordadora. No puede gustar de Ra-cine, porque no puede reconocer en él palabra algu-na que llegue a su corazón, algún sentimiento queella haya experimentado o conocido.

    La cultura y la burguesía no son sino una sola ymisma cosa. Es suficiente leer a Proust, representar-se a ese niño al que se rodea de viejos grabados y deviejos libros, al que su madre responde con citas deEsther y de Athalie cuando pide su chocolate, paracomprender toda la energía que un proletario nece-sitará gastar si quiere adquirir aquello que el jovenProust veía llegar a él de un modo natural, con losrecuerdos de familia, el olor de la casa, los ruidos dela calle en que vivía. El campesino puede contrapo-ner, a la cultura burguesa, la tradición litúrgica yfeudal que posee. Pero el obrero, hijo de una in-dustria más reciente que Baudelaire, ¿cómo se for-

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    29

    mará esa sensibilidad histórica? Sólo pasando a tra-vés de las escuelas que mantiene la burguesía. Es através de ésta que volverá a encontrar el pasa do, yla misma le sacará por adelantado un buen peaje.Recurso para el porvenir, rehén para el presente, heahí lo que es dentro de una sociedad burguesa elproletario culto. Su esfuerzo no es sino un home-naje rendido a los valores burgueses, un renegar.Porque el burgués piensa que si el proletario fueracapaz de crear su propio humanismo, dejaría a unlado a Bergeret y el Conciones y el latín y la trage-dia; y que si éste arroja sobre la cultura burguesaviejas mansiones, viejas boiscries, viejos libros, vie-jos cuadros tales miradas de concupiscencia, es queestá descalificado a sus propios ojos, por propiaconfesión. ¿A qué va el proletario al Louvre? ¿Acontemplar los pechos desnudos de las re¡ nas quelo han explotado, y las coronas de los reyes que lohan hecho matar? Que respete la cultura, el restovendrá solo. De respeto en respeto. La palabra bar-barie lo hará retroceder como, en otro tiempo, uncrucifijo tendido. Mien tras se conserve el latínpiensa Leon Bérard conservaremos nuestras casas ynuestros pues tos. Si el pueblo nos pide cuentas, lesmostraremos nuestras bibliotecas. No se trata de

  • E M M A N U E L B E R L

    30

    otra cosa que de hacer aprobar por el pueblo supropia servidumbre. De hacerle avergonzar de lossuyos: la abuela que sorbía ruidosamente, el tío queno sabía leer, la tía que no hizo la escuela, el primoque es picapedrero. Es necesario borrar con corajeesos cuadros reformistas del obrero que lee por lasnoches en una edición popular sin duda expurgadalas aventuras de Telémaco y las Cartas de Madamede Sevigné. Com prendo lo que tiene de conmove-dor el esfuerzo que hace, y la atracción que sientehacia aquello que se le ha dicho que es valioso. Peroeste prestigio de la burguesía sobre el proletariado, abuen seguro inevitable, ¿es aquello que debemosadmirar en este último, o aquello de que es precisoliberarlo? ¿No tiene otra misión que remedar aCroiset? ¿Y no se ve que se lo encadena a sus amos?

    A lo que se me responde: ¡Que se cambien losprogramas! Hay una tradición revolucionaria. Quese enseñe el pueblo al pueblo: no Richelieu, sinoÉtienne Marcel. No Pompeyo, sino Espartaco.

    Desconfío bastante de las tradiciones revolu-cionarias. Se ha visto, en el 48 y en el 71, los tristesseñores que traicionaban los intereses del pueblopreocupados solamente por dárselas de FouquierTrinville y de Marat. Brutus, Spartacus, nombres

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    31

    que terminan en us; de hecho, es el mismo latín desiempre. Un pensamiento que se repliega intencio-nalmente sobre el pasado. Una tesis sobre Colbert,una tesis sobre Étienne Marcel, son dos tesis, que seasemejan mucho más la una a la otra que a La In-ternacional o a La Carmagnole. Reemplazar con lanobleza republicana a la nobleza monárquica, viejolazo en el que cae en cada siglo el pueblo. Menuel,descendiente de Danton, fue alcalde de Arcis bajo elSegundo Imperio, y bajo el orden moral. Chiappedesciende de la familia de un convencional que votóla muerte de Luis XVI. El pueblo es en sí mismo supropia tradición; no puede tener otra.

    Sin duda, es muy tentador oponer la historia y laliteratura a ese vástago de un agente de cambios,que no sabe sino beber cócteles y nadar en el Lido.Batir a la burguesía con sus propias armas, ponerlasal servicio del pueblo. Guehenno lo querría en suCalibán habla. Pero queda preso entre la traición asu clase y la renuncia a su cultura. El solo hecho deque expresa en el lenguaje de Renán los problemastan ásperos que su vida plantea, lo indica bien. Creerefutar ciertas pretensiones del burgués, tan soloporque él, antiguo Calibán, puede conversar conPróspero en el lenguaje que usó Renán para defen-

  • E M M A N U E L B E R L

    32

    der, después de la masacre de los comuneros, lastesis más reaccionarias. Pero la cuestión consiste ensaber si Guehenno y tras él, el proletariado hacen detal modo una conquista o una concesión. Si esGuehenno el que triunfa sobre el burgués adoptan-do un estilo, o el burgués el que triunfa sobre él,imponiéndoselo. Porque Guehenno puede hablardel pueblo, pero deja de poder hablar al pueblo, yde ser entendido por éste. Separado, como yo; co-mo todos nosotros. Sea lo que fuere lo que diga-mos, o podamos hacer. Atados, por siempre jamás,a los ídolos, delante de los cuales una vez abdicára-mos.

    Entre la cultura, herencia, signo de una heren-cia, y el proletariado, masa de desheredados, no hayninguna reconciliación posible. Porque la cultura esun sistema de valores erigido contra, el proletariado,y permanecerá necesariamente como tal.

    Podemos destruirla. Podemos renunciar a ella.No podemos transformarla. No podemos hacer

    que no sea una larga serie de valores aristocráticos,mantenidos por una aristocracia, y gracias a sus pri-vilegios. No es sino eso. Una forma de sensibilidad,una forma de la memoria, de ningún modo un hu-manismo. Una cierta deformación del gusto y del

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    33

    lenguaje. Y las dos cosas más hostiles al pueblo detodos los tiempos: me refiero al historicismo y laretórica.

    En cuanto a mí, que he aprovechado de tal mo-do las ventajas de la cultura; a mí, a quien, durante laguerra, los camaradas llevaban con tanta amabilidadla mochila y el fusil, porque yo tenía instrucción,estoy avergonzado de no haberles gritado con másfuerza: estos valores, a cuales os subestimáis, sonvalores muertos. Son bienes, de ningún modo máspersonales que un inmueble o un título de renta.Creéis sabios a los que tienen cultura; ellos ignoranlo principal, el hombre desnudo, el dolor humano.Es a esta ignorancia a la que le dan el nombre dehumanidades. Se os engaña. Se decora con el nom-bre de cultura al conjunto de nociones que vosotrosno poseéis, a aquellas que adquiriríais más difícil-mente. El conocimiento que tenéis de la máquina,no os servirá si se trata de su física. El sabor y laautenticidad de vuestro lenguaje no os servirán si setrata de su retórica. Los libros que podéis haber leí-do no figuran en sus bibliotecas. Aquellos que pue-dan gustaros, se encontrará algún pretexto paraexcluirlos de sus programas. Deberéis aprender lahistoria de sus padres, mas ellos no consentirán en

  • E M M A N U E L B E R L

    34

    aprender la historia de los vuestros: se os obligará aadmirar las estatuas de aquellos que los han hechofusilar. Como viven en la avenida de los CamposElíseos, exigir que conozcais Gabriel. Como no vi-ven en el puente de Flandes ni en la Villete, les pa-recerá muy bien que no se conozcan los mataderos,que no se haya visto siquiera el mercado de Les Ha-lles. ¿Os gustan las canciones? La canción no cuentaen la poesía de ellos. ¿Sois pobres, no podéis pagarconcesiones a perpetuidad? Cinco años, y el ce-menterio de Pantin pierde el rastro de vuestrosmuertos. Ellos os dirán que la cultura son las tum-bas. Vuestros salarios os hacen vivir al día, al ins-tante. Sus rentas duran muchísimo más. Os dirán: elinstante no es nada. Todo vale en función del mie-do pánico.

    Cuanto más precisas se hacen las ideas de clase,tanto más se evidencia que, si la cultura no es pa-trimonio del burgués, seguirá siéndolo de la burgue-sía. La burguesía sufre por ello, sin duda. Querríapoder erigir en valores universales los valores queostenta, y a los cuales ella permanece apegada. Ve ladificultad de exigir al pueblo tantos sacrificios parala salvaguardia de bienes en los que no tiene verda-dera participación. Después de haber dicho: Batíos,

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    35

    es preciso defender la catedral de Reims, Barrés di-ce: La catedral de Reims nos importa menos que lavida de nuestros soldados. Sólo que así cae en uncírculo vicioso, pues, ¿por qué no es posible enten-derse con Alemania, sino a causa de la catedral deReims? Desde que el primer problema es proteger lavida de los franceses y no la cultura francesa, ¿porqué no la paz inmediata? Mas cuando exige del pue-blo que se sacrifique a sus manes y a sus lares, elburgués teme que éste se rebele contra esa exigen-cia, sabiendo mejor que el pueblo cuán monstruosaes.

    Y la burguesía sabe que, separada del pueblo, lacultura necesariamente perece. Privilegio condenadopor lo mismo que es un privilegio. Racine nos serácada año más lejano, menos accesible. La historiadel siglo de Luis XIV se convertirá cada vez más enuna arqueología. Entre el canto espontáneo delpueblo y la tradición cultural de sus amos, el abismose agranda con cada momento que pasa. En vano,quiere el burgués luchar. En vano, predicará cruza-das clásicas y neoclásicas. El tiempo corre, llevándo-se consigo los pensamientos muertos y las artesdifuntas. La cultura se refina, no puede sino refinar-se. Porque los clases se distinguen cada vez más

  • E M M A N U E L B E R L

    36

    unas de otras, y el proletariado se distingue cada vezmás de la burguesía. La tragedia de esta última escolocar lo mejor de su corazón en esta religión de lacultura, que no puede llegar a ser una catolicidad,haber preparado un banquete en el cual, a pesar deMichelet y a pesar de Jaurés, el pueblo no tendráasiento. El reformisrno muestra aquí su miseria. Esnecesario, o bien mantener tanto tiempo como sepueda, contra el pueblo, los valores de la cultura, obien aceptar que éste haga surgir otros, aún desco-nocidos. Esperar que se arreglarán las cosas dandoal pueblo una pequeña parcela de cultura, atrayendoa algunos de sus hijos, es ilusión o táctica de huma-nitario rico que cree que el pueblo es su ayuda decámara, y que confunde el proletariado con losmandatarios que lo traicionan, desde Herriot hastaDubreuil. Porque los funcionarios de la presidenciapodrán seducir a cada secretario de sindicato, a cadadelegado comunista, mostrándole en el Palais Bour-bon las pinturas de Delacroix. Pero, en la mismamedida en que ha ya sido seducido, cesará éste derepresentar al proletariado, el cual no comprende ycomprenderá cada vez menos las representacionesmito lógicas, y que, o bien sucumbe a la inteligencia,o bien se sirve de ella para fines que sus amos jamás

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    37

    previeron. El problema de la cultura, en definitiva,torna siempre a ser el problema de la revolución. Yse trata de saber si se cree en el pueblo, o si se loteme.

    EL BURGUÉS

    El burgués no puede sino oponer los valoresculturales a los valores industriales. Permanece ape-gado a nociones muertas porque duda de su propiavida. Es el hombre del derecho adquirido. La he-rencia misma no es más que uno de esos derechos.Hijo de una prebenda y de un privilegio, quiere quese le pague según la antigüedad, no según el trabajo.Ford considera que su fábrica renace, cartesiana-mente, cada mañana. Pero el burgués defiende unariqueza abstracta. Su fortuna descansa, o bien en unprivilegio jurídico, o bien en la opinión de los de-más. He aquí por qué la economía burguesa tiendesiempre hacia una psicología, su moral hacia unaglorificación del pasado, hacia una historia.

    El burgués apoya sus reivindicaciones sobre lostítulos adquiridos, no sobre el servicio rendido. Es-tatuto de funcionarios. Y en el país gerontocrático

  • E M M A N U E L B E R L

    38

    que es Francia, los negocios privados superan a esterespecto a los servicios públicos. Se puede presidirel directorio de una gran empresa, a una edad enque no se tendría más el derecho de tener asiento enun tribunal. Las empresas francesas, son, en verdad,rentas vitalicias. Todo está en la longevidad. Y lomás ¡m portante, llevar bien sus sesenta años. Lospropios viejos reconocen el abuso del que aprove-chan, pero caen en un círculo vicioso. Porque aquela quien se repitió, durante toda su juventud: ¡pa-ciencia!, se os pagará más tarde, necesariamente lorepite a su turno.

    De tal modo, la principal actividad de los su-bordinados consiste en hacer valer sus títulos; laprincipal actividad del jefe, pesar los títulos queaquéllos hacen valer: "Yo, que estoy acá desde hacecuarenta y cinco años, y que soy hijo de quien fuerasubdirector de la agencia de Narbonne. . .Sólo queeste gerontocratismo es poco compatible con elritmo del mundo moderno. El burgués siente que seafloja el lazo que lo liga a su propia fortuna. Cree,más que sí mismo, en los hombres nuevos que lamáquina crea para su propio uso, que confían en latécnica que do minan y no en la consideración de

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    39

    que gozan, que defienden un organismo del que sesirven, no un tesoro amasado.

    He ahí por qué el burgués invoca sin cesar lacultura, y no se fía más a ella. Gusta de las Historiasde Francia de Sacha Guitry pero sabe que triunfa elfilm americano. La sombra que lo gana es la sombraque, en su progreso, proyecta la máquina, que él hapuesto en movimiento, y que lo está matando.

    Volveré sobre este tema.

    LA VEDETTE

    Como siente que no puede justificarse por lacultura, campo de batalla y de ningún modo tierrade reconciliación, el burgués procura justificarse porla vedette. Tal vez ella sea la que caracteriza mejor lademocracia burguesa en el espacio Y en el tiempo.Enrique IV no parece haber estado en modo algunoinquieto porque la Florencia de los Médicis hayaproducido mayor número de grandes hombres queParís bajo su reinado. Probablemente no parómientes en ello. En Roma, en Esparta y aun enAtenas, la estatua de la Ciudad se cernía a gran altu-ra por encima de los individuos, cualquiera que fue-

  • E M M A N U E L B E R L

    40

    ra la grandeza de éstos. La colectividad valía por símisma, no por los hombres de excepción que ellaproducía. Sin duda, existían los juegos Olímpicos.Pero cuando Sófocles celebra a Atenas, no habla desus grandes hombres. Es siempre la ciudad de Mi-nerva. Y aun Du Bellay, cuando hace el elogio deFrancia, no habla de Juana de Arco, ni de Bayard:Madre de las artes, de las armas, y de las leyes. Porel contrario, después del triunfo de la burguesía, sediría que la humanidad está hecha para el granhombre, y no el gran hombre para la humanidad.Cuando Taine desembarca en la Inglaterra victoria-na, edad de oro, tierra prometida de la burguesía,¿cuál es el pensador de quien de inmediato se le ha-bla? Carlyle. Culto de los grandes hombres.

    El burgués se representa al mundo como divi-dido en un cierto número de naciones, cuyas medi-das dan, en última instancia, el gran hombre y laobra maestra.. Yo soy más grande que tú, porqueGoethe es más grande que Víctor Hugo, piensa elalemán. Yo soy más grande que tú, porque Shakes-peare es más grande que Racine, piensa el inglés.No, pero, después de todo, ¿quién ha descubiertolos microbios?, responde el titi parisién. ¿Yquién

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    41

    descubrió la circulación de la sangre?, retruca elcockney.

    Este es su Westminster, dice Lenin a Trotskycuando le muestra Londres. Westminster, paladiónde la burguesía inglesa; el Panteón, paladión de laburguesía francesa. En Roma, eran los dioses que elPanteón contenía.

    La U. R. S. S., los Imperios asiáticos, los mu-sulmanes, tiene mucho menos en cuenta a la vedet-te. Eisenstein rueda films sin vedette. Y Leninasombra a sus biógrafos burgueses porque él no esuna vedette. Vale en función de Rusia, en funcióndel comunismo. Muchos fascistas dan mayor valor aMussolini que al fascismo; ven en el fascismo unmedio por el cual Mussolini se expresa. Cuando setrata de Lenin, este género de problema resulta ab-surdo. Él no tiene nada de extraordinario, no montaa caballo mejor que cualquier otro. No se parece nia Montecristo, ni a Napoleón. Grande, sencilla-mente. Un hombre entre los hombres.

    Pero en Occidente, nada vale sino por la vedet-te. Nada existe sino para la vedette. Espectáculoshechos para la vedette. No se va a ver una pieza, seva a ver a un autor o a un actor.

  • E M M A N U E L B E R L

    42

    Salones hechos para la vedette. ¿Qué es un sa-lón parisién? Una reunión de personas que esperanque pase la vedette. Hoy Berthelot, mañana Valéry.Berthelot contará la anécdota sobre el general C. . .,que contó cien veces, que todo el mundo conoce,pero que cada uno quiere oír de su propia boca.Valéry pronunciará su discurso habitual sobre lospoetas chinos. Salas gratuitas de espectáculos, unabuena anfitriona atiende el suyo como Volterra elCasino de Paris.

    Diarios hechos para la vedette. Reportaje en elpaís de las vedettes. Cómo firman. Cómo hablanpor teléfono. Cómo se lavan las manos. Propagandapor medio de las vedettes; vino Mariani, créme sia-moise, Lucky Strike.

    Sociedad edificada para la vedette. La teoríaburguesa de los derechos del hombre reivindicaesencialmente el derecho de cada uno a convertirseen vedette. El Panteón abierto a todos. Y se consi-dera saldada la deuda con el pueblo, desde que seacuerda a los suyos el libre ejercicio del genio, si lotienen. Podéis correr vuestra chance. ¿Perdisteis?Culpaos a vosotros mismos.

    Se diría que el hombre comienza siendo un es-bozo de vedette, una vedette en potencia. Y William

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    43

    James, el filósofo burgués de los Estados Unidos,representa a la naturaleza como una gran mezclado-ra, la humanidad como una gran mezcla para obte-ner una elite. Los Estados Unidos se creen unademocracia perfecta porque el presidente de la re-pública puede ser un ex vendedor de diarios. Yo nocreo que esta ideología proviene de Darwin ni deNietzsche. No hay en ella ningún pesimismo, nin-gún heroísmo, ningún propósito de sacrificar elhombre al superhombre. Son más bien la sociedadanónima, el sistema parlamentario, la ciudad deDios protestante, los que conducen a concebir unahumanidad en la cual las operaciones esenciales seefectuarían por delegación. Y el pueblo frecuente-mente lo acepta, Una extraña ecuación se forma enesas cabezas de zanahoria: mi mujer es a la mujer demi amigo milanés, lo que Miss Francia es a MissItalia. Y mí inteligencia es a la de un alemán, comoel genio de Descartes al genio de Kant.

    Es así como la vedette justifica la democracia.Porque Herriot es sobrino de una cocinera, las co-cineras no tienen de qué quejarse, aun si el hornodespide demasiado calor. Puesto que Maurice Che-valier fue dactilógrafo, los dactilógrafos deben estartranquilos: nada les impide ganar veinte millones en

  • E M M A N U E L B E R L

    44

    Hollywood. Sólo que, si la vedette legitima la cons-titución democrática, no legítima en cambio los pri-vilegios particulares de la burguesía. Del hecho deque Briand provenga de una familia muy humilde,resulta que el acceso al poder no está vedado a loshombres del pueblo, pero no que los derechos deRothschild sobre la fortuna de sus abuelos esténfundados en la metafísica.

    Para que el burgués pueda legitimarse por medio de la vedette, haría falta vincular la vedette a lacultura. Barrés lo intenta después de Taine. Ellos nohan tenido, por otra parte, buen éxito. Y yo no ten-go paciencia suficiente para retomar esos viejos de-bates, mostrar después de tantos otros que VíctorHugo no es simplemente un hijo de un general, yque la Auvernia no explica en absoluto a Pascal.Esta tentativa de resolver hegelianamente, por lavedette, la antinomia de aristocratismo y democra-cia, parece de tal modo pueril que no se hubieraproducido jamás si la burguesía no hubiese tenidoen ello un interés evidente. Mas ella quiere mante-ner sus prerrogativas en nombre de la hospitalidadhipotética que ofrecerá al genio. Mantengamos elConservatorio se dice a la portera, Eso no os costa-rá muy caro y vuestra hija, si es una Rachel, estará

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    45

    contenta de encontrar allí nuestros viejos maestros".Sofisma continuamente repetido por los salones quese organizan en función del talento que recibiránmás tarde, del gran nombre a quien aportarán unaconsagración necesaria, en tanto que, en realidad,no pueden sino dar su aprobación a glorias ya con-sagra das. Del mismo modo en Los Maestros Cantores, Hans Sachs salva a Beckniesser del pueblo quequiere castigar sus trampas, en nombre de Walter aquien Beckeniesser ha robado. Guardan su palacioporque el príncipe encantador podría llegar allí undía; y, con el palacio, el sueño. ¿Porqué tenéis unpalacio, y yo no?, pregunta el joven poeta a la con-desa. Para recibiros mejor, hijo mío.

  • E M M A N U E L B E R L

    46

    3APELACION DEL FILOSOFO

    EL BURGUÉS CONTRA LA EVIDENCIA

    Cuando el burgués se cansa de proclamar ine-vitables los males que el revolucionario denuncia,cuando duda de su propia excelencia y de que puedasubsistir exactamente como un poema de Keats,cambia de táctica y reprocha a las reivindicacionesrevolucionarias por no ser interesantes. Rechaza laacusación como superficial. "Qué es la miseria, antelos males innumerables que agobian a la sufrientehumanidad escribe Paul LeroyBeaulicu, ante la en-fermedad, ante la muerte, ante los sufrimientos mo-rales, los más crueles de todos. Poco importan aeste economista la producción y la distribución de

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    47

    las riquezas: el hombre, después de todo, no vivesólo de pan.

    Poco importan, por consiguiente, la injusticia delos privilegios que se gozan, lo absurdo de la acciónque se ejerce. Sí, son absurdas las fábricas. El obre-ro condenado a un trabajo siempre igual por un ta-ylorismo cada vez más implacable. Sí, la vida de misobreros, de mis empleados, me parece injustificable,Y la mía también, que se asemeja a la de ellos. Yono sé: por qué recomienzo cada mañana el trabajoen mi oficina, donde leo cartas, dicto cartas que talvez no tienen ningún objeto. El Crédit Lyonnais, esabsurdo. El Comité des Forges es absurdo. LaCompañía General de Electricidad es absurda. Ydebemos estar todos intoxicados ¿por qué veneno?,para no darnos cuenta de ello. Lo sé, pero me esigual, porque tengo un alma. Así piensa el burgués.Malingear, hombre excelente, hombre admirabledice al retrato de su amigo, un personaje de Labi-che, te hemos engañado: pero no estoy arrepentido,porque tengo remordimientos. Reparación del he-cho por la vida interior que lo compensa, y de lafalta por la conciencia que se tiene de ella, vía deescape del burgués perseguido. Pueblo excelente,

  • E M M A N U E L B E R L

    48

    pueblo admirable, te he explotado, te exploto. Perono me arrepiento, porque tengo preocupaciones.

    Incomodado por la evidencia, el burgués luchacontra ella. La detesta. Intenta siempre di simularlay descomponerla. ¿Es el mundo en realidad tan cla-ro? Recuerdo que en retórica superior, mi profesorde filosofía me devolvió un trabajo en cuya partesuperior habla escrito con tinta roja: Habría podidodecir lo mismo, menos claramente. Le gustaba mu-cho la música, el inconsciente, el bersonismo. Sabíamuy bien lo que las autoridades educacionales espe-raban de él: un universo danzante, dudoso, com-plejo. La rigidez de las proposiciones racionales, laestupidez de los hechos, lo exasperaban. Literaturade Proust. Proust adora mostrar cómo uno se enga-ña, y que no es posible juzgar a las personas por suapariencia (el burgués no quiere que se le juzgue porla apariencia, porque no quiere que se le juzgue deningún modo). ¿Ese señor os parece enamorado desu mujer? Y bien, no. Sabed que es pederasta. ¿Estadama os parece apegada a su marido? ¡Puf! Ella eslesbiana. ¿Ese personaje, en la puerta de la iglesiatiene todo el aspecto de un viejo inútil? Es un hom-bre de genio, el más grande compositor de su siglo.¿Esta dama os parece distinguida? Es una antigua

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    49

    écuyére de circo. ¿Esta otra dama parece una coco-tte? Es la hermana del rey de Inglaterra. Desconfiad,por ende, de lo que creéis evidente. Pero eso que enProust es un procedimiento artístico, en los filóso-fos se convierte en un método y en una actitudmental. Ved, si no, a Gabriel Marcel. Por cierto, nose lo puede acusar de ser demasiado desconfiado.Por el contrario, está siempre pronto a creer en to-do. Ha creído en las mesas giratorias. Ha creído enlos ectoplasmas. En las médium de Nantes. En lasintuiciones. En las coincidencias. El menor truco demago lo pasma y ningún misterio le resulta chocan-te. Si un joven poeta belga, de paso y por París, dije-ra a Marcel: "Subía por la avenida de los CamposEliseos. El obelisco, de pronto, se puso a perse-guirme. Parecía de mal humor, me gritaba: «Esperaun poco. Todos vosotros comenzáis a aburrirmecon vuestros fetiches precolombinos. Yo te voy amostrar lo que son los sortilegios del antiguo Egip-to». Y me habría, seguramente, alcanzado si elGrand Palais, que siempre me fue muy favorable,no hubiera, gentilmente, obstruido la avenida, gra-cias a lo cual pude llegar a los muelles, subir por elbulevard Saint Germain y encontrarme con usted",Marcel no encontraría en ese relato nada de invero-

  • E M M A N U E L B E R L

    50

    símil. Sólo que él sabe razonar. Él no cree que dosmás dos sumen cuatro, ni que una vejiga sea siem-pre distinta de una linterna. Cuando pronunciáisfrases de este género, las facultades críticas, por otraparte comprimidas, de Gabrield Marcel, comienzana funcionar. Se enerva, tose, se estremece. No pue-de contenerse de interrumpiros. Y comienza de or-dinario sus interrupciones con: No,verdaderamente, eso es un poco simple, o no ver-daderamente, eso es demasiado cómodo, porquepara él simplicidad y comodidad son los dos signospor los cuales se reconoce el error.

    Con ese sistema, todas las triquiñuelas son posi-bles, se puede acumularlas tanto como os plazca.Todo se complica y profundiza tan bien que no haymás preguntas, no hay sino problemas. Tomemos,por ejemplo, la reivindicación proletaria de la liber-tad. El obrero dice algo claro: Cuando, para no mo-rir de hambre, es necesario hacer el trabajo que seos ordena en las condiciones que se os imponen, nose es libre. El burgués contesta: ¿Qué es la libertad?Hay un malentendido sobre la palabra libertad. Elpueblo cree que la libertad es un bien que se lerehusa y que podría dársele. Eso sería demasiadosimple. Ella preexiste, se la descubre, no hay sino

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    51

    que buscarla bien. No puede ser concedida, no pue-de ser conquista da. No depende de la sociedad, nidel derecho. Está en el alma. Releed el Ensayo so-bre los datos inmediatos de la conciencia. Despuésde haberlo releído, preguntaos en qué un hombrepobre es más libre que un hombre rico y interroga-ción que, si cabe, es aún más importante, ¿en qué unhéroe es más libre que un cobarde? Vosotros nopodéis responder a eso. Nada os permite creer queRenault es más libre que sus obreros. Nada os per-mite afirmar que Saint Just fue más libre que Du-mouriez.

    De tal modo, yo considero la teoría bergsonianade la libertad como la más conformista y burguesa.Para quienquiera que considere los hechos desde unpunto de vista humano, es la valentía la que deter-mina el emplazamiento de la libertad. Ésta no es unsecreto que se des cubre, sino un derecho que sereivindica y que se ejerce siempre que se despliegueuna fuerza suficiente. Libertad, defensa de la liber-tad, es todo uno. Pero, ¿qué filósofo, cuando refle-xiona sobre la libertad, se acuerda de la Marsellesa?

    Es, por el contrario, en la complejidad don delos filósofos encuentran la prueba y la marca de sulibertad. Libres, cuando dicen a la vez sí y no, o

  • E M M A N U E L B E R L

    52

    cuando no dicen ni sí ni no. Un espíritu les parecetanto más libre cuanto acepte más servilmente loque es, y opine menos sobre lo que debe ser.

    ¿Qué es la libertad? ¿Qué es la verdad? ¿Qué esla justicia? ¿Qué es la revolución? Yo escriboMuerte del pensamiento burgués. Periodistas másbien simples Vaudel me responderán: Os engañáis.El pensamiento burgués no está muerto, y la mejorprueba es que yo me gano, por cierto, muy bien lavida. Periodistas irritables me contestarán: Que es-téis equivocado o que tengáis razón, poco me im-porta. Me exasperáis. Un verdadero burguésresponderá:

    ¿Qué es eso del pensamiento burgués? Pensa-miento burgués, he ahí algo que hubiera asombradoa Flaubert. No existe el pensamiento burgués. Laburguesía es sólo adquisición, maniobra. ¿Estáisseguro, verdaderamente, de que el pensamientoburgués existe? Pero, sí, señores estoy seguro. Nodigo que hay un modo burgués de calcular la longi-tud de una hipotenusa, ni un modo proletario decontar hasta diez. Sólo que creo que existe una ma-nera burguesa de juzgar sobre lo correcto u oportu-no y sobre lo inconveniente. Cosas que puedenhacerse y cosas que no se pueden hacer. Muchachas

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    53

    que uno puede desposar y muchachas que no puededesposar. Y así, pues, una cierta idea burguesa delbien y del mal. Del hombre y de la mujer. De la mo-ral y del pecado. Sí, el pensamiento burgués existe,porque continuamente choco contra él. Esta mujerse mata porque no puede ni renunciar al amor quele falta ni sacrificar la consideración de que goza.Ese tío morirá sin volver a ver al sobrino que haeducado, porque, contra su opinión, éste se casócon una mujer de mala familia. Esa madre no hablamás a su hijo: éste se ha casado con una judía. Estajoven vendedora se ha producido una infección enun aborto. Hubiese podido criar a su hijo. Suamante no la hubiera abandonado. Ahora tiene unasalpingitis doble. Pero era necesario que no se su-piera nada en el barrio. Pensamiento burgués, pen-samiento burgués y su obra de muerte. En torno demí. En mí. ¿Se supone que me creo libre de él?Amores contrariados, vidas contrahechas, aventurasa las que se ha renunciado, hijos que se han evitado,el cerebro que se esclerosa, el corazón que se enco-ge. Las pequeñas maquinaciones mezquinas a lasque uno se decide por que ha perdido, sí, perdido,en el gran juego. Y el amor mismo, que no es más

  • E M M A N U E L B E R L

    54

    que un medio hipócrita de negar la pérdida y de di-ferir el pago.

    BRUNSCHWIG Y LA COSA ENVUELTA

    No comprendéis ciertos distingos me susurracon su voz dulce el filósofo. Soy profesor. Soycontribuyente. Soy rentista. Mas cuan do me encie-rro en mi gabinete no soy más un profesor, ni uncontribuyente, ni un rentista. Soy un hombre quemedita. Confundís la vestimenta con la persona, laenvoltura con la cosa envuelta. Bajo esos cambian-tes oropeles, no veis al hombre eterno, al hombreinterior que no se os alcanza, y que yo soy". Se meha reprochado muy frecuentemente tomar así a losseres y a las cosas, superficialmente. Lo confieso:distingo mal la envoltura y la cosa envuelta. Es poreso que he hablado de Jean Wahl sin haber explora-do previamente en todos sus recovecos el incons-ciente de Wahl. He leído a Maurois sin advertir losescrúpulos secretos de Maurois.

    Pienso en Jaloux sin considerar la relación deJaloux con Dios. Yo tomo los libros tontamente,como los editores los imprimen, y las personas tal

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    55

    como se me aparecen en las oportunidades en quelas veo. En lugar de seguirlas, como haría falta, co-mo Du Bos me invita a hacerlo, allí a donde ellas seescapan, a su soledad. Y esto es muy lamentable:porque Lodo lo que me parece verdadero se con-vierte, según parece, en falso, en ese dominio mági-co al que no tengo acceso. Allí, exquisitas heroínasque yo no veré jamás, enlazan a Mauriac con susbrazos perfumados. Allí, Bourget compone cancio-nes sobre los amores de las modistillas. Cremieuxresuelve con facilidad las contradicciones de losAnales y de la Nouvelle Revue Franaise. Cocteau noprocura agradar. Olvidada del dinero, y aun deléxito, insensible a todas las seducciones de la bur-guesía, despreciando todo conformismo, libre detoda ruindad, la cosa envuelta del literato desarrollasu poema.

    Del mismo modo, en política, yo no llego jamás a captar el fin del fin. Vagabundeo a veces porel Palais Bourbon. Tengo algunos amigos bien in-formados. Consienten en recibirme. Me explicanque Tardieu, aunque parece de lejos un poco fas-cista, es en el fondo un verdadero hombre de iz-quierda. Que los diputados que parecen votar por elgobierno no lo hacen sino para derribarlo mejor.

  • E M M A N U E L B E R L

    56

    Que Paul Reynaud trabaja para reconstruir el Cartely Daladier para el retorno de las congregaciones.Que Poincaré quiere la alianza franco alemana y nopuede lograrla porque Caillaux la impide. Y que elgobierno será de izquierda porque las eleccionesfueron de derecha. Yo no llego a creerles. Escucholas declaraciones, miro los votos. Y me quedo allí. Yno estoy tan equivocado como podría suponerse:porque nuevos misterios vienen siempre a agregarsea los primeros, y, al fin de cuentas, Tardieu continúatrabajando para la derecha y Boonefous no adhiereal partido socialista.

    Es verdaderamente una bella distinción ésa de laenvoltura y de la cosa envuelta. Establece una rela-ción irreversible. No se puede acusar a la cosa en-vuelta en nombre de la envoltura; y se puededefender muy bien la envoltura en nombre de lacosa envuelta. Si, por ejemplo, digo a Brunschwig:Sois profesor, sois contribuyente, sois rentista, nocreéis que vuestra filosofía ..., me responderá: En-volturas, envolturas, y me hará sentir que soy unmal educado. Pero si se amenaza su cátedra o susrentas, su cosa en vuelta gritará que se está atentan-do contra ella, que se acabó el libre pensamiento, laespeculación desinteresada y el hombre eterno. El

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    57

    camino que se prohibe seguir al revolucionario, loefectúan por sí mismos, sin cesar, a la inversa.

    Y este pensamiento independiente de sus ele-mentos sociales puede siempre justificar tal o, cualestado de la sociedad ... Tenemos, quizá, el derechode desconfiar un poco, cuando los filósofos invocanel pensamiento puro. Boutroux, era un pensadorpuro; sus estudios sobre la filosofía alemana noprocedían sino del libre juego de la crítica; y he aquíque en 1914, precisamente en 1914, Boutroux sepone repentinamente a renegar del kantismo.Bergson es un pensador puro: buscaba liberar delmecanismo que lo con tiene el impulso vital, sus-tancia de este mundo. Nos daba bastante trabajorepresentarnos claramente la distinción de lo mecá-nico y lo viviente; y en 1914 la distinción pasó a sermuy simple. Lo mecánico era Bismarck, GuillermoII, Ludendorff y, en general, Alemania. En cuanto alimpulso vital, teníamos muy cerca de nosotros dosimágenes perfectamente adecuadas, que no había-mos tenido suficientemente en cuenta hasta enton-ces: el mariscal Joffre y Raymond Poincaré. Sepudo, por ende, decir al extranjero: Ved, ved, seño-res neutrales, el metafísico Bergson, el inventor dela duración, deduce de sus doctrinas y vosotros las

  • E M M A N U E L B E R L

    58

    admiráis que los alemanes son monigotes y que vo-sotros de béis luchar a nuestro lado tanto tiempocomo el impulso vital de Poincaré lo exija. Este gé-nero de razonamiento es perfectamente legítimoporque se va de la cosa envuelta filosófica a la en-voltura política. Mas supongamos que se efectúa unrazonamiento contrario, que se diga: La doctrina deBergson debe de ser falsa porque conduce a conclu-siones absurdas. He observado de cerca al mariscalJofre; he examinado con detenimiento una foto deLudendorff; estoy obligado a concluir que el impul-so vital y lo mecánico son la misma cosa. Ese razo-namiento sería inaceptable porque partiría de laenvoltura para llegar a la cosa envuelta. Se ve cuántomejor es la posición del filósofo que la del matemá-tico. Einstein formula una teoría de la relatividad.Deduce ciertas afirmaciones concernientes al pla-neta Mercurio que debe de encontrarse en tal lugaren tal fecha. Que Mercurio falte a la cita, y echa portierra la teoría: hay que recomenzarlo todo. Mas pa-ra un sistema filosófico, si Mercurio aparece comoes debido, eso constituye una prueba; si no aparece,no constituye en modo alguno una refutación. Por-que los matemáticos no tienen la cosa envuelta.

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    59

    PRIMERA ADVERTENCIA A LOSCONVERSOS LITERARIOS

    Los conversos, por el contrario, bien que la tie-nen y se sirven de ella sabiamente. Un converso,como se sabe, no es un católico, sino la suma de uncatólico y de un no católico. Católico en cuanto a lasustancia y no católico en cuanto a la forma. Luego,puede juzgar del universo no cristiano al queaprehende desde afuera como yo, y del universocristiano al que aprehende desde adentro. De suerteque yo no puedo opinar sobre el caso de Santa Te-resa de Lisieux, que me parece haber sido canoniza-da un poco apresuradamente y haber dejado obrasmuy mediocres (¡cosa envuelta! ¡cosa envuelta!), pe-ro ellos pueden opinar muy bien sobre el caso deByron o sobre el de Nietzsche. El intelectual con-vertido al catolicismo entrega su pensamiento a unMediador y a un director. Toda su converción con-siste precisamente en esa entrega. Pero, al mismotiempo, finge que ese pensamiento conserva la li-bertad que tenía anteriormente. Yo digo que eso eshacer un nuevo juego de palabras sobre el términolibertad. Un católico no es libre en el sentido quenosotros, los no católicos, damos a esa palabra. No

  • E M M A N U E L B E R L

    60

    es ya libre de pensar lo que le plazca, de escribir loque le plazca. Y no es una respuesta la de decir: encualquier caso, no me gustaría. Porque no incumbea José saber qué es lo que pensaría si no fuera orfe-bre. Un católico forma parte de determinado grupo.Defiende determinada causa. Allí donde el grupoestá amenazado, no puede ser juez, no puede sersino parte, y no tiene el derecho de creer, ni aundejar que se crea, que es imparcial, cuando ha reem-plazado el fardo para él demasiado pesado de la li-bertad por el reposo del compromiso voluntario. Éldebe cuentas a un tribunal que no es literario. Se haretirado de cierta mesa para acercarse a otra. ¿Y esmucho pedir que no pretenda conservar su lugar enlas dos y jugar a dos puntas entre la crítica y la fe?¿Es mucho pedir que se comporte hacia nosotroscomo desea que nos comportemos hacia él, y que seabstenga de juzgar allí donde no puede ya com-prender? ¿Que no finja examinar problemas de loscuales tiene por adelantado la solución? Los católi-cos dicen constantemente a los revolucionarios: Vo-sotros sois malos revolucionarios. Un verdaderorevolucionario debería. . .Yo no caeré en ese ridí-culo. No me corresponde decir lo que un católicodebe a su Iglesia, ni oponer como sería sin duda

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    61

    fácil el padre Foucault a Du Bos o a Schwod. Sóloque tengo tal vez el derecho de recordar a los con-versos lo que deben a los hombres que conservansus ideas y a la sociedad de la cual ellos se retiran.Les deben honestidad. Y no se la dan. Que seantodo lo católicos que quieran, ¿no pueden dejar depretenderse liberales? ¿No pueden dejar de preten-der recoger de dos mesas a la vez, cuando han reti-rado su apuesta de una de ellas?

    Bossuet opinó francamente contra Moliére, pe-ro Maritain quiere a la vez opinar contra Moliérecomo Bossuet, y opinar entre Moliére y Corneillecomo Boileau. Pretende juzgar en el plano de la es-tética, ahora que está realmente en el de la teología.Marcel hace crítica literaria de un diario de izquier-da. Se convirtió. No advierte siquiera a los lectoresde su conversión. Cree poder leer un libro de Gide,de Malraux o de Montherlant, como si no estuvierase parado de ellos por su conversión de una maneraradical. No entiendo bien cómo lo hacen, pero lo-gran vanagloriarse simultáneamente de su parciali-dad y de su imparcialidad.

    El peor ejemplo de este género de trampas, es elcaso de Rimbaud. Haría falta verdaderamente ter-minarlo. Rimbaud ha escrito libros blasfemos. Se

  • E M M A N U E L B E R L

    62

    declaró pagano. Afirmó que no se embarcaría enuna boda con jesucristo por suegro. Arrojó Sagesseal canasto, y apodó Loyolaa Verlaine, porque cola-boraba en el Roseau d'or. En cambio, su hermanaIsabel, que pa rece no haberlo comprendido nuncamuy bien, afirma que tuvo en Marsella un fin edifi-cante. Tenemos las mejores razones para dudar desu testimonio. Pero sin discutir el hecho, y sin dartodos los motivos para recusar a Isabel Rimbaud,supongamos a Bossuet en presencia de este caso. Sihubiera creído en la conversión de Rimbaud, se ser-viría de ella para descalificar la poesía de que fueautor. Mostraría de un lado a Rimbaud el poeta, contodos sus pecados; del otro, Rimbaud el cristiano; ycantaría el poder de la gracia. Un converso tienemás sutileza. Porque el alma de Rimbaud se ha con-vertido en cristiana, su poesía también se convertirá,cualesquiera que puedan ser, por lo demás, las apariencias. Las Illuminations y la Saison en enfer seconvertirán en libros católicos, ¡He ahí hasta dóndeextravía el hábito del autoengaño a los que se acos-tumbran a él! ¡La conversión de Rimbaud permane-ce muy dudosa, pero qué ¡m porta! Que tomen odejen ese cadáver ... el poeta Rimbaud les escupióen la cara: ¡Que se lo aguanten y dejen de pretender

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    63

    que Rimbaud era uno de ellos! Tienen un santo pordía en el calendario: ¿no pueden dejar a Nietzschetranquilo, puesto que él los odiaba? Pronto diránque nosotros no comprendemos a Nietzsche. ¿Aca-so nosotros les decimos que no comprenden aSanto Tomás? En otro tiempo, ellos calumniaban asus enemigos; en la actualidad, se los anexan. Y estoporque el converso se cree la suma de un católico yde un librepensador. Debo decir que en realidad esculpa nuestra. Un deplorable snobismo y una in-contestable cobardía nos han hecho perder el salu-dable hábito de denunciar en cada ocasión susfullerías y trapacerías. El diputado católico está sa-tisfecho de ir a misa; el diputado librepensador,avergonzado de no ir. El escritor ateo trastornadopor William James, Bergson, y luego toda la escuelade suboscurantistas, ha terminado por admitir quealgo le falta: que, por consiguiente, Bernanos es Ro-ger Martin du Gard con una facultad más que RogerMartin du Gard tiene. Opinión con toda evidenciainsostenible. Si Roger Martin du Gard hubiese sidocatólico, su tía hubiera tenido barba, París estaríadentro de una botella, Los Thibault no hubiese sidoescrito, etcétera. Y Bernanos es tan incapaz decomprender a Diderot como Roger Martin du Gard

  • E M M A N U E L B E R L

    64

    a San Juan de la Cruz. Si fuera católico, Martin duGard no podría pintar, como lo hace, una opera-ción, una consulta, una agonía. Pero hay libertadesperdidas que será duro, sin duda, reconquistar, yaque los católicos se han acostumbrado a nuestrainconcebible y estúpida humildad.

    DU BOS Y EL ALMA VOLADORA

    Gracias a la envoltura y a la cosa envuelta, elburgués elude toda acusación. Ningún reprochepuede alcanzarlo ya. Aquello de que uno habla, noes nunca aquello de que se trata. Porque la acusa-ción no puede sino referirse a los hechos y a lasapariencias. Por la vida interior, el burgués se salva-rá siempre, pues en un dominio donde todo se con-vierte en verdadero desde el momento que uno loafirma. De ahí el gusto enfermizo que tiene el bur-gués por la psicología, De ahí su espiritualismo la-tente. De ahí la convicción que tiene de que elpecado más grave contra el espíritu es conceder ma-yor importancia a los hechos que a la invisible reali-dad, a la vida real, a la vida, en una palabra, que a lavida interior. No sólo no ven los literatos contem-

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    65

    poráneos el mundo que los rodea, sino que les pare-cería muy mal verlo. Creerían que decaen si llegan aconsiderar otra cosa que el desarrollo de sus estadosde ánimo. Esos estados en sí mismos son ya unadecadencia, porque el alma vale con independenciade los estados que la manifiestan. No vale, proba-blemente, sino con independencia de esos estados.El Diálogo con André Gide, de Charles Du Bos, meofrece un ejemplo particularmente notable de esteextraño estado de espíritu. Lamento que no sea másleído este libro, que despliega una bella colección deimágenes de espiritualismo patológico. En cuanto amí, haría de él un libro de cabecera. Las astucias delburgués para defender su alma son por cierto equi-valentes a las astucias de que ese mismo burgués sevale para defender sus rentas contra el influjo estati-zante. Es lástima que ningún autor muestre éstascon el mismo candor con que Du Bos muestra lasprimeras.

    Du Bos, como es sabido, era amigo de Gide. Letransmitió no pocas cosas porque Gide escribió ha-cia su pubertad: Yo he vivido muchas vidas, y la realha sido la menos importante Cuando se ha escritouna frase semejante, innecesario decirlo, se es al-guien. Sólo que Gide renego de ella, y, de un modo

  • E M M A N U E L B E R L

    66

    más general, de los Cuadernos de André Walter,donde se ha ¡la. Seducido por el Diablo, escribiómás tarde: El error residía ... en volver, por prejui-cio, la espalda a la realidad. Du Bos seguía aprecian-do a Gide, pero se sintió muy inquieto. Volver laespalda a la realidad no puede ser un error. ¿En quése estaba convirtiendo Gide? Las inquietud de DuBos se vieron ampliamente con firmadas. En efecto,Gide llegó hasta a escribir: En la soledad ... me pa-rece que mi vida disminuye su ritmo, que se detieney que realmente voy a dejar de ser. Eso os pareceinocente. Y os parecería más inocente aún si yo nohubiese suprimido los complementos circunstan-ciales. ¡Y bien! Estas pocas palabras bastaron al psi-cólogo que es Du Bos para probarle que Gide estaba perdido. Examinad bien la frase. Implica unacierta preferencia por la envoltura en lugar de la co-sa envuelta, por el mundo en lugar del yo. Du Bosllora, pero aún se calla. Pero, ¡ay!, el demonio es in-saciable. Cuando tiene a su hombre, no lo sueltamás. Como todos saben, Gide está poseído por él.A través de él porque después de todo Gide solo nohubiese llegado tan lejos, el demonio dicta esta de-claración que ningún poseedor de la cosa envueltapodrá leer sin horror: Nunca soy sino lo que creo

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    67

    ser. Vamos, esto es demasiado. La copa desborda.¿Adónde nos llevará Gide? ¡Cómo! ¿Du Bos no se-ría sino lo que cree ser? ¿Un hombre que, en Versa-lles, delante de la fuente de Neptuno, dicta a unadactilógrafa un diálogo con André Gide, en tantoque su esposa lleva a su hija al profesor de música yla cocinera prepara el almuerzo? Si uno se pone ahablar en esa forma en lugar de decir, como es de-bido: Parece que Du Bos dicta un libro. La aparien-cia es que su hija estudia piano. La envoltura de ladactilógrafa teclea en la máquina y la de la cocinerapone la comida al horno. Pero el fondo de las cosas,la verdadera realidad, son las postulaciones simultá-neas de espiritualidades convergentes hacia un finsuprasensible, y como lo dijo admirablementeLytton Strachey. . . , todo resulta amenazado. ¿Quépasa con la psicología de Bergson? ¿Y con Mélisan-de? Se va a arrojar al agua. Si uno se pone a llamarpan al pan, pronto hablará mal de Stanislas Funet.¿Y los Diarios íntimos? Si uno se pone a juzgar a laspersonas por las apariencias, Amiel corre el riesgode parecer menos grande que Lord Byron. Un im-perativo categórico obliga a Du Bos, por consi-guiente, a atacar a Gide, a pesar de su vie ja amistad.Enumerará en trescientas cincuenta apretadas pági-

  • E M M A N U E L B E R L

    68

    nas todos los pecados de Gide contra la doctrina ycontra las costumbres, pues diagnostica: Hay debi-litamiento del sentido de lo invisible y de la virtudde la contemplación osemos decirlo, gradual deses-piritualización en la obra de Gide". Osad decirlo,Du Bos, hacéis bien. Contra los enemigos de la pa-tria, es necesaria la audacia, y siempre la audacia.

    Habiendo así protegido su rebaño contra losataques de Satán, Du Bos procura fortificarse delmejor modo posible. Al “Yo no soy sino lo quecreo ser de Gide, pone sólidamente: Yo no soy loque creo que soy. Du Bos proclama, por ende, su fe"en la existencia del alma, por una parte, y, por laotra, en el constante sobrevuelo de esta alma conrespecto a todos los estados todas las manifestacio-nes de mí mismo. Y Contra personas como Gide noles basta un alma a estos señores: hace falta tambiénque sea voladora. Así, Gide no podrá atraparla. Ladificultad reside en que esta alma debe no ser nuncayo mismo y ser, sin embargo, yo al mismo tiempo.Pero Du Bos es astuto: No se trata de ese desdo-blamiento con el cual nos han familiarizado los psi-cólogos; es, para retomar el admirable verso deClaudel:

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    69

    Quelqu'un qui soit en moi plus moiméme quemoi modelo ideal, hermano mayor, un nosotros mismos de más peso. ¿No comprendéis? Yo lo entien-do. Du Bos ha observado cuán sólida es, en Anfi-trión, la posición de Mercurio Sosía. Hay el yo deaquí, el que se palpa, el que se conoce, hijo de Dave,honesto pastor, hermano de Arpage, muerto en elextranjero, esposo de la gazmoña Cléanthis, y hayun yo más severo, un yo del logis, que pega con to-das sus fuerzas. Gide puede esforzarse toda su vida,jamás logrará alcanzar a Sosia. Si le dice: ¿Tú eresSosia?, se le hará ver claro que se engaña. Si le dice:¿Tú no eres Sosia?", eso sería un error más graveaún. Si dijera: ¿Tú eres Mercurio y Sosia?", el casoestá previsto: no se trata de ese desdoblamiento conel que nos han familia rizado los psicólogos. ¡Ah,ah! El diablo es maligno, pero la Voladora es aúnmás maligna. No podéis afirmar de ella nada que nosea falso a prior¡. Si leyereis su Diario íntimo en sutotal¡ dad, tampoco podríais opinar sobre un almadistinta de todas sus manifestaciones. Si le sorpren-dierais en flagrante delito en un cabaret deMontmartre con dos alegres chicas, no tendríais elderecho de inferir ninguna conclusión. Gide podrátraer del Congo armas envenenadas, no herirá jamás

  • E M M A N U E L B E R L

    70

    sino la envoltura de la Voladora. Como en Petrush-ka, le hará aún muecas burlonas y repetirá: No, no,yo no soy lo que creéis.

    ESPIRITUALISMO BURGUES

    Una vez que tenéis el alma voladora, todo searregla. Uno puede sacar de su amistad con AndréGide el máximo de provecho en el momento mis-mo en que reniega de ella. ¡Exigencias superiores dela moral! La cuestión social misma pierde su im-portancia. Se la ve desde lo alto. El un¡ verso no esmás que un medio, del cual el Diario íntimo es elfin. El límite de los derechos de la burguesía sobreel proletariado no se encuentra más que en el peca-do, que haría el vuelo del alma más pesado y el Dia-rio íntimo menos bello. Toda acusaciónrevolucionaria cae. Las cuestiones que ella planteacambian de aspecto. La esclavitud, por ejemplo. Nose trata de saber si la esclavitud es o no admisiblecon relación al esclavo, sino si lo es con relación alpropietario de esclavos. Y esto debe ser examinadocon cuidado. Mas desde el momento en que el pro-pietario de esclavos es capaz de tener una vida inte-

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    71

    rior, desde el momento que uno de sus hijos o unode sus sobrinos redacta el Diario íntimo, no hay ra-zón de inquietarse. Estamos dentro de un ordenhumano.

    No solamente el burgués permanecería intangi-ble y volador, sino que aun quedaría plenamentejustificado, si pudiese presentarse como la cosa en-vuelta, de la cual el proletariado sería la envoltura; elalma, de la que el proletariado sería el cuerpo. Elburgués sentiría y pensaría por el pueblo. Vedette dela vida interior. Leería a Racine, en tanto que elproletario montaría guardia para que no fuera mo-lestado en su lectura: tendríamos, así también, unorden humano.

    Y éste es justamente el fondo del pensamientoburgués. El burgués cree que está, con el proletario,en la misma relación que el alma con el cuerpo. Deahí su espiritualismo y su gusto por la frugalidad. Elobrero se engaña cuando imagina al burgués ávidode lujos. El verdadero burgués no ama el lujo. Con-sidera el lujo como uno de los primeros síntomas dela pobreza. Como derroche, en todo caso. Ademásde disminuir el ahorro, disminuye un capital aúnmás precioso: el conjunto de derechos que la fruga-lidad confiere sobre los hombres que uno explota.

  • E M M A N U E L B E R L

    72

    El fabricante de sedas lionés se dice: Bien puedo serduro con mis obreros porque viajo en tranvía y nome compro dos trajes por año. Mis obreros refun-fuñan porque sus mujeres quieren medias de seda;la mía las usa de algodón. El burgués desprecia alproletario porque lo encuentra interesado. No serepresenta la posesión de la riqueza como un hecho,ni como un privilegio, sino como la recompensa deuna superioridad moral, la aureola gloriosa de susantidad. Puede querer el dinero tanto más cuantomenos piense en transformarlo en placeres mate-riales, y vea solamente en él un símbolo de su vir-tud. El burgués respeta a los ricos porque los creevirtuosos. Cuando se les aproxima, sin buscar bene-ficiarse de su fortuna, goza profundamente con laperfección, en cuya atmósfera se sitúa. Piensa que sino fuesen personas de bien no tendrían tanto dine-ro. Para las hijas de porteros, de tenderos, alguiende bien, quiere decir alguien rico. Y para las carto-mánticas, que conocen, mejor que Abel Hermant, elverdadero sentido de las palabras, un hombre bienquiere decir un hombre que tiene dinero. Dinero,signo de la gracia. Así piensa la dactilógrafa. Y elpresidente de Banco. Y el notario. Uno practica lavirtud. La fortuna le es dada por añadidura. En las

  • M U E R T E D E L A M O R A L B U R G U E S A

    73

    novelas de Jorge Ohnet, de Octavio Feuillet, un jo-ven se enamora de una muchacha, y ésta resulta seruna heredera; una muchacha se prenda de un jovenpobre, y resulta ser rico. Salomón no pide riquezas,pide sabiduría. Por ello es el más rico de los reyes deIsrael. Y el hijo de un banquero protestante, biennutrido en la Biblia, cree que si no fuera el virtuosodescendiente de virtuosos antepasados, su herenciano podría ser tan grande. ¿Qué es, por lo demás, laherencia, sino las virtudes acumuladas de vuestrosantepasados? Tanto por el trabajo. Tanto por la so-briedad. Tanto por la continencia. He ahí por qué lamodestia exige que uno calle su fortuna, pudor delburgués. El impuesto sobre la renta le choca conindependencia de toda avaricia y de toda codicia.Los impuestos sucesorios le parecen atentadoscontra la inmortalidad del alma.

    En cambio, la pobreza es índice evidente de vi-cio. Pobreza es vicio. Prueba, en primer lugar, quese es codicioso. Las gentes pobres son pobres por-que aman demasiado al dinero. Porque están muyapegados años bienes terrestres. Desapegados, sevolverían económicos. Económicos, se volveríanricos. Ford dijo bien que si no se es multimillonario,es porque uno se precipita con demasiado frenesí

  • E M M A N U E L B E R L

    74

    sobre el primer dólar que le llega. Los hombres searruinan porque son jugadores. Son jugadores por-que quieren ser ricos. Que cuiden bien su alma, ellales procurará la fortuna; porque un alma sana pro-duce dinero como un manzano produce manzanas.La expresión una bella fortuna, es realmente justa yadecuada. En el Tirol, con uno de mis parientes nosencontramos con un agente de Bolsa. Se conocíanun poco. Conversaron. Y, no sé por qué, fue pro-nunciado el nombre de un tal S ... Tiene, creo yo,una bella fortuna. Querrá usted decir una fortunasoberbia, replicó el corredor henchido de entusias-mo y de cólera, como si se le hubiera dicho: SarahBernhardt tiene, creo, cierto talento. A partir de cin-cuenta millones, un hombre deja de estar sujeto alerror.

    Cuando uno es capaz de equivocarse, no tienecincuenta millones,